Para contar en navidad

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Para contar en Navidad

Hyalmar Blixen-Guillermina Prunell-Puentes de Oyenard Ray Bradbury-Alba Marina riverรณn Granese Ilustraciones de Lorena Lecchini

MIS LECTURAS


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Hyalmar Blixen Guillermina Prunell Sylvia Puentes de Oyenard Ray Bradbury Alba Marina Riverón Granese

© - de los autores Ediciones A.U.L.I. - Colección “Tente en el Aire” Directora: Dra. Sylvia Puentes de Oyenard Asociación Uruguaya de Literatura Infantil-juvenil (A.U.L.I.) Juan Bautista Alberdi 6257- Montevideo (11.500)

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EL DÍA DE REYES MAGOS Hyalmar Blixen (Uruguay) Cuando Juan, Perico y Mariela se despertaron el día 6 de enero, no hallaron ningún regalo en los zapatitos. Eso los preocupó y fueron a preguntarle a su madre, que barría la pensión donde se alojaban unos estudiantes, por qué los Reyes Magos no habían pasado por esa casa. Ella les acarició las cabecitas, sonriente, y les preguntó si verdaderamente creían en los Reyes Magos. Perico y Mariela, como eran los dos menores, respondieron que estaban seguros de su existencia, pero Juan miró a su madre con cierto aire de complicidad y dio su parecer. -Lo importante no es tanto si vienen o no a cada casa los Reyes Magos, sino que en los zapatitos, el día de Reyes, haya regalos. La madre, con un dejo de lástima, les aconsejó que fueran a preguntar eso a los tres estudiantes, que ya estaban levantados. -Son muchachos del interior, que leen todo el día, quieren progresar y se sacrifican para llegar a algo. Ellos son muy

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buenos y les darán una explicación. Entre tanto, seguiré barriendo este patio. Los tres estudiantes estaban muy contentos porque a fin de año acabaron de aprobar todos los exámenes. Cuando oyeron la pregunta de los niños, al principio sonrieron, pero de pronto el joven, que estudiaba arquitectura, poniéndose entre serio y jocoso, les preguntó: -Sin duda no se portaron bien este año. A ver, Juan ¿hiciste muchas travesuras? -Bueno...pocas. Pero...les tiro con honda a los pájaros del barrio. A veces les acierto. -Los pájaros tienen derecho a vivir y desde luego a no ser lastimados. ¿Qué pensarías si tú fueras el pájaro y un niño te golpeara con la honda? -Que ese niño era muy malo. Está bien: no les tiraré nunca más con honda. -Y que tampoco les tire piedras, porque a veces lo hace -exclamó Mariela-. Y Juan también rompe vidrios... -Bueno, lorito. Lo que pasa es que juego a la pelota y de pronto ella se va contra la ventana y el vidrio se rompe sin que yo quiera. -Lo que ocurre -interrumpió Alberto, que así se llamaba el estudiante - es que no te das cuenta que en este barrio la gente es pobre y un vidrio cuesta caro. ¿Te gustaría que te dijeran, cuando seas grande, que tienes que pagar un

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vidrio, porque desde afuera alguien lo rompió? -¡Claro que no! Pero juego...y... -Y tú, Perico, ¿hiciste algo malo para que los Reyes no te trajeran ningún regalo? -¿Yo? Nada. No hago nada malo. -¿Vas a la escuela? -No me gusta estudiar. Me aburre. Mientras la maestra explica las lecciones miro hacia la puerta del patio. Y cuando la vieja... -Decí tu madre. -Bueno, mi madre me pide que la ayude, no le hago

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caso. Total a Mariela le gusta ir a comprar las cosas al uesto. Pero no hago nada malo. -Es decir, simplemente no haces nada bueno, -le dijeron los tres estudiantes riendo-. ¿Y tú, Mariela? -¿Yo? Bueno...la verdad es que me da un poco de vergüenza decirlo. No me gusta bañarme, me lavo solamente la cara. - Es muy necesario que la gente huela a limpio. Me parece que los Reyes Magos, al pasar por aquí olieron a travesuras, a haraganería y a suciedad y habrán dicho: -”El año que viene veremos si estos chicos se portan mejor.” El estudiante de arquitectura le dijo a Perico: -Es casi seguro que los Reyes Magos te pueden haber dejado un regalo, pero como eres perezoso, no te lo pusieron en los zapatos; lo que quieren es que los busques por ahí. Perico no encontró nada en la casa y salió al fin a la calle.

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Está se hallaba sucia y eso decepcionó al chico. Pensó que el barrendero se había olvidado de pasar por allí, pero esa no era la cuestión. Al fin, algo avergonzado por lo que había encontrado, regresó con una zanahoria fresca, que sin dudas se había caído de un carrito de verduras o de la bolsa de una dueña de casa. Juan y Mariela se rieron de él: -¡Una zanahoria! ¡Qué regalo de Reyes más apropiado para ti!! Era lo único que merecías. Pero el estudiante de arquitectura no fue de la misma opinión. -Magnifico – exclamó-. Te han regalado nada menos que al Príncipe del Color Naranja. ¡Caramba que tienes suerte! -Yo no veo, sino una zanahoria – rezongó Perico fastidiado-Porque no usas las imaginación. Todas las cosas son primero lo que ven tus ojos, y luego, lo que juegas o imaginas que sean. Lo que ocurre es que el pensar te da trabajo, pero si inventas un cuento a partir de una zanahoria encontrada en la calle, te entretendrás un rato. -Al vecinito de la esquina le regalaron un caballito de madera, se hamaca en él y dice que es un general.

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-¿Y qué hace ese general? ¿Gana guerras? ¿Defiende a su país? -¡Ah no sé! El dice solamente que es un general porque le regalaron también un sombrero con un penacho. -Pero no le regalaron imaginación y ahí quedó hamacándose sin saber qué hacer con ese grado. Al fin y al cabo está sentado sobre un pedazo de maderas encoladas, talladas y pintadas. A esta zanahoria… vamos a pintarle unos ojos de color negro con el lápiz de esta caja de pinturas. ¡Oh! Pero. ¡Qué lindos ojos! ¡Qué bien lucen! Y con unos hacecitos de paja sacados de esta escoba vieja, atados, le clavamos unos brazos y unas piernas que pintamos de naranja. Sacamos unas cuantas hojas de arriba y se las ponemos en la cintura, como las usaban los indios aztecas. ¡Ya está! Ahora griten. ¡Viva el Príncipe del Color Naranja!¡Más fuerte, a grito pelado! Bien, ahora está bien. Pero te lo voy a dibujar en una de estas hojas de mi cuaderno de notas que ya no necesito. Y el estudiante de arquitectura hizo un dibujo coloreado que maravilló al chico. Era un príncipe fuerte, arrogante, hermoso y tenía expresión de gran bondad.

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-¿Y qué hace el Príncipe del Color Naranja? -¡Ah, caramba! ¿Qué hace? –murmuró un poco perplejo el estudiante- pues reina sobre todo lo que tiene color naranja ¿Te parece poco?. Bueno, en fin… Pues había una vez… -Pero que sea un cuento de magia. -Si lo quieres, será, si, de fantasía, pero ¿Por qué no lo inventas tú?. -Porque no sé inventar cuentos –confesó Perico- ¡Vamos dale!. -Bien. Pero te va a resultar fácil, sólo tienes que usar la imaginación. Había una vez una zanahoria que crecía hermosamente en un plantío. Vino un pillete a robarla, la arrancó, pero el perro de la quinta le ladró desde lejos; asustado el ladronzuelo trepó a un árbol y saltó la pared. Al atardecer vino el quintero, regó los almácigos y todas las plantas se refrescaron porque necesitaban agua, ya que la tierra estaba bastante seca. Pero como oscurecía, sin querer pisó la zanahoria y ésta sintió dolor y pensó: “¡Que injusticia! Un chico perverso me arrancó cuando estaba creciendo, y ahora el quintero, en vez de plantarme de nuevo, en su apresuramiento me ha pisoteado. ¿Habrá mala suerte como la mía?”. Ahora bien, por la noche pasó

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por allí el Mago del Collar de Sueños, muy bondadoso, que era dueño de esa casa y llegaba a leer unos libros antiguos que tenía atesorados en su rara biblioteca. -¿Estás dibujando también al mago? – le preguntó el chico al estudiante. -Dibujo todo lo que te cuento, como ves. Pasó, pues, este mago que llevaba un bonete alto, con estrellas plateadas… -¡Ah, lo conozco! Lo vi trabajar en el cine con el Ratón Mickey – dijo Mariela. -Pero este que te digo es el hermano del que tú viste, se parecen. Y el Mago del Collar de Sueños pensó: “A esta zanahoria tan linda la han tratado mal. Y mi tarea consiste en reparar todas las injusticias que encuentro en mi camino, sin determinar si quienes las sufren son seres importantes o no. Así que a esta bella zanahoria la convertiré en… -¡El Príncipe del Color Naranja! – exclamaron los tres chicos-. Ya nos lo dijiste. Pero, ¿qué pasó?

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-El mago le dio inteligencia, una boca para que hablara y oídos para que escuchase cuanto se le dijese, y ojos, piernas, brazos, como el que está aquí dibujado. El Príncipe del Color Naranja, agradeció al mago lo que había hecho por él y le preguntó cómo podía pagarle su buena acción. “Nada más que de esta manera. Te pondré alas, como a los pájaros y subirás a mezclarte entre todos los Príncipes de los Colores que acompañan luminosamente al Sol. Desde allí, con señales brillantes, me avisas si ves que un malvado abusa de su fuerza, si un ladrón roba, si alguien quiere tender una trampa a otro. Y entonces yo voy en un vuelo hasta allí, donde me indicas, y restablezco el orden de la justicia”. El Príncipe, que al comienzo había sido solamente una simple zanahoria, le tocó desempeñar un papel importante, porque es costumbre, en el mundo, que los de origen humilde se eleven y los que desde arriba se inflaron de soberbia, caigan desde lo alto.

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-¿Y nada más que eso es mi cuento? –preguntó Perico. -¡Ah, y tú que nada haces! ¿Quieres que el Príncipe del Color Naranja se afane para complacerte? Lo mejor es que si te gusta el cuento, lo sigas tú ahora. -Es que yo no sé… -Todos saben, si quieren. Siempre he oído decir que querer es poder. Conclúyelo tú. -Bueno- asintió con voz algo insegura Perico –pero que nadie se ría de lo que voy a decir. Ocurrió que un día, el Príncipe del Color Naranja, se retrasó un poco cuando se hundía el Sol en el horizonte y una luz azulada cubría ya todo el cielo. Y también, había una Princesa del Color Azul que era hija de la Reina de la Noche. Al verla le dijo él: “Tú tienes la sombra que a mí me hace falta, y yo tengo la luz naranja que tú necesitas”. Ella le respondió: “Sí, me gustas mucho, Príncipe del Color Naranja, porque me das alegría”. “Y a mí me atrae el azulado frescor de la noche, que hace que se asomen

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las estrellas. Así es que todos los atardeceres tú te adelantarás y yo me retrasaré un poco”. -Y se darán un beso todas las tardes – resolvió Mariela-. Pero, ¿la Princesa de Color Azul, nació de una zanahoria azul?. Perico, contento de haber sabido continuar el cuento, respondió a su hermanita con aire de seguridad: -¿Has visto zanahorias azules? No. Nació de una pluma de pavo real. Era tan linda que la Reina de la Noche la levantó con sus manos, la acunó en su regazo y la adoptó por hija. -¿Quieres decir que todas las cosas tienen vida y sienten amor unas por otras sin que nosotros lo sepamos? – preguntó Mariela-. -Yo, creo que sí, quiero imaginar que es así. Inventamos que el Príncipe del Color Naranja tiene otras misiones importantísimas: baja a la tierra deslizándose en los rayos del Sol y madura a las plantas, a las naranjas sobre todo, y a las zanahorias y pinta de ese color las plumas del vientre del pájaro llamado naranjero, y con un simple beso en una flor de alhelí, que son de diversos colores, la deja naranja. Protege todo lo que es naranja y cuando una muchacha viste de ese color la hace más bonita.

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-Y le consigue novio- agregó Mariela. -Sí, porque no. No olviden chicos, que todos podemos desarrollar la inteligencia necesaria para hacer cuentos y también modificarlos si queremos darles otro final. Usen su imaginación, viajen con ella a lugares fantásticos, a mundos nuevos, pues quién la tiene nunca puede estar hastiado. Así que ¡¡ANIMATE!! cuello.

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RANITA CORDONES Guillermina Prunell (Uruguay, 7 años) Había una vez una ranita a la que siempre le preguntaban: -¿Por qué usas los championes sin cordones? Ranita contestaba: -Porque no tengo. -Pues, cómpratelos –dijo su hermano. Ranita se puso furiosa, hizo EJEEEEEEEEMMMMMMMMMMMMMM; BRRRRRRRRRRrrrrrrrrrr y se fue a comprar los cordones. Pero no sabía atarlos y los dejó caídos. Cuando sus amigos la vieron, le preguntaron: -¿Por qué tienes los cordones desatados? Ranita otra vez se puso furiosa, hizo EJEEEEEEEEMMMMMMMMMMMMMM; BRRRRRRRRRRrrrrrrrrrr y contestó: -Pues, átamelos tú. -Está bien, te los ataré, pero debes aprender a atártelos.

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-Ya sé hacerlo –contestó Ranita. -¿Y por qué no lo haces? -Porque la vaca lo hace por mí. Pero nadie le creyó. -Bueno, no es la vaca, es la cabra. Pero nadie le creyó. -Bueno, no es la vaca ni la cabra, es la mula. Pero nadie le creyó y a coro gritaron: -¡Ranita no sabe atarse los cordones! Ahora le diremos Ranita Cordones, ja, ja, ja. Ranita Cordones fingió que no le importaba, pero desde ese día aprendió a atarse sus cordones. Y… este cuento llegó al fin y una nube voló.

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NAVIDAD Sylvia Puentes de Oyenard (Uruguay) Estaban las Tres Marías crepitando en el azul, la noche era un arco inmenso, luna y lirio a plena luz...

Le trajeron los tres reyes mirra, incienso y pura miel, y acudieron los pastores al llamado de la fe.

Pero allá en Egipto había un camino de hambre y sed, por él venían cansados la Virgen y San José.

Cuando el arpa de la aurora descorrió el amanecer, fue un escándalo de pájaros el establo de Belén.

Un pesebre es la posada, para el hijo por nacer que en el vientre palpitaba con clarines su poder.

La luna le contó al viento y el viento se lo contó a todo el pueblo cristiano que la navidad vivió.

Allí los bueyes pacían y en la vasta soledad, la sonrisa de una estrella despertó la claridad.

Cantó el río y la montaña, la alondra y el ruiseñor, la tierra entera cantaba por la gracia del Señor.

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CUENTO DE NAVIDAD Ray Bradbury (Estados Unidos de Norte América) El día siguiente sería Navidad y, mientras los tres se dirigían a la estación de naves espaciales, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo que el niño realizaría por el espacio, su primer viaje en cohete, y deseaban que fuera lo más agradable posible. Cuando en la aduana les obligaron a dejar el regalo porque pasaba unos pocos kilos del peso máximo permitido y el arbolito con sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban algo muy importante para celebrar esa fiesta. El niño esperaba a sus padres en la terminal. Cuando estos llegaron, murmuraban algo contra los oficiales interplanetarios. —¿Qué haremos? —¿Nada, qué podemos hacer? —¡Al niño le hacía tanta ilusión el árbol! La sirena aulló, y los pasajeros fueron hacia el cohete de Marte. La madre y el padre fueron los últimos en entrar.

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El niño iba entre ellos. Pálido y silencioso. —Ya se me ocurrirá algo —dijo el padre. —¿Qué...? —preguntó el niño. El cohete despegó y se lanzó hacia arriba al espacio oscuro. Lanzó una estela de fuego y dejó atrás la Tierra, un 24 de diciembre de 2052, para dirigirse a un lugar donde no había tiempo, donde no había meses, ni años, ni horas. Los pasajeros durmieron durante el resto del primer “día”. Cerca de medianoche, hora terráquea según sus relojes neoyorquinos, el niño despertó y dijo: —Quiero mirar por el ojo de buey. —Todavía no -dijo el padre—. Más tarde. —Quiero ver dónde estamos y a dónde vamos. —Espera un poco -dijo el padre. El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y a otro, pensando en la fiesta de Navidad, en los regalos y en el árbol con sus velas blancas que había tenido que dejar en la aduana. Al fin creyó haber encontrado una idea que, si daba resultado, haría que el

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viaje sería feliz y maravilloso. —Hijo mío —dijo—, dentro de medía hora será Navidad. La madre lo miró consternada; había esperado que de algún modo el niño lo olvidaría. El rostro del pequeño se iluminó; le temblaron los labios. —Sí, ya lo sé. ¿Tendré un regalo?, ¿tendré un árbol? Me lo prometisteis. —Sí, sí, todo eso y mucho más —dijo el padre. —Pero... —empezó a decir la madre. —Sí —dijo el padre—. Sí, de veras. Todo eso y más,

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mucho más. Perdón, un momento. Vuelvo pronto. Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía. —Ya es casi la hora. —¿Puedo tener un reloj? —preguntó el niño. Le dieron el reloj, y el niño lo sostuvo entre los dedos: un resto del tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el momento insensible. —¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo? —Ven, vamos a verlo —dijo el padre, y tomó al niño de la mano. Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La madre los seguía. —No entiendo. —Ya lo entenderás —dijo el padre—. Hemos llegado. Se detuvieron frente a una puerta cerrada que daba a una cabina. El padre llamó tres veces y luego dos, empleando un código. La puerta se abrió, llegó luz desde la cabina, y se oyó un murmullo de voces. —Entra, hijo. —Está oscuro.

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—No tengas miedo, te llevaré de la mano. Entra, mamá. Entraron en el cuarto y la puerta se cerró; el cuarto realmente estaba muy oscuro. Ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, el ojo de buey, una ventana de metro y medio de alto por dos de ancho, por la cual podían ver el espacio. el niño se quedó sin aliento, maravillado. Detrás, el padre y la madre contemplaron el espectáculo, y entonces, en la oscuridad del cuarto, varias personas se pusieron a cantar. —Feliz Navidad, hijo —dijo el padre. Resonaron los viejos y familiares villancicos; el niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el frío vidrio del ojo de buey. Y allí se quedó largo rato, simplemente mirando el espacio, la noche profunda y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de maravillosas velas blancas.

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PINO DE NAVIDAD Alba Marina Riverón Granese En el pino más bonito Abuelo colgó la estrella. Es el lucero brillante que ilumina al niño Dios.

Es que era el primer año que yo ayudaba al abuelo. Mamá en una rama también colocó una flor.

Aquel día en el pesebre, sonriendo José y María, admiraron su rostro Iluminado de Amor. Yo coloqué los adornos en las ramitas de abajo. Eran como otros astros que brillaban con fulgor. Algunos globitos rojos, amarillos y azulados, verdes y anaranjados mi hermanita agregó. Cuando todo quedó pronto lo mostramos con orgullo. Mi padre emocionado una guirnalda colgó.

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CORRE CABALLITO Corre caballito, vamos a Belén, A ver a María y al Niño también. Corre caballito, vamos a Belén, A ver a María y al Niño también. Y al niño también, dicen los pastores Que ha nacido un niño cubierto de flores. El ángel Gabriel le anunció a María Que el Niño divino de ella nacería, El ángel Gabriel le anunció a María Que el Niño divino de ella nacería, De ella nacería dicen los pastores Que ha nacido un niño cubierto de flores. Los tres Reyes Magos vienen del Oriente Y le traen al Niño hermosos presentes. Los tres Reyes Magos vienen del Oriente Y le traen al Niño hermosos presentes. Hermosos presentes dicen los pastores Que ha nacido un niño cubierto de flores.

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San José y la Virgen, la mula y el buey Fueron los que vieron al Niño nacer, San José y la Virgen, la mula y el buey Fueron los que vieron al Niño nacer. Al niño nacer dicen los pastores Que ha nacido un niño cubierto de flores. Corre caballito, vamos a Belén, A ver a María y al Niño también. Corre caballito, vamos a Belén, A ver a María y al Niño también. Y al niño también, dicen los pastores Que ha nacido un niño cubierto de flores. (Venezuela, canto popular).

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