Un dia con los abuelos

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Un dĂ­a con los abuelos Sylvia Puentes de Oyenard Ilustraciones de Lorena Lecchini

MIS LECTURAS


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A María Guillermina Prunell Oyenard, quien, como dice el poeta, es “cuento fresco como el alba cuando el sol va a despuntar, cuento sin fin que nos salva, cuento de nunca acabar”.

©- Sylvia Puentes de Oyenard Ediciones A.U.L.I. – Colección “Tente en el Aire”. Directora: Dra. Sylvia Puentes de Oyenard Asociación Uruguaya de Literatura Infantil-juvenil (A.U.L.I) Juan Bautista Alberdi 6257 Montevideo (11.500)

Un día con los abuelos • Silvya Puentes de Oyenard

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UN DÍA CON LOS ABUELOS Estoy de fiesta. ¡Pasaré todo el día con los abuelos! Desayuno, preparo el bolso y mamá me lleva. Cuando abuela abre la puerta, me aprieta con un abrazo laaaargo, laaaargo, como si rodeara al mundo y me besa con unos besos chiquititisísimos, como si fuera una mariposa, mientras me dice: -Filiflama alabe cundre... -Alveola jitanjáfora – le respondo y nos reímos antes de decir a coro: -Iris salumba salífera. Desde que aprendí a hablar jugamos a decirnos cosas con palabras inventadas, después supe que las llamaban jitanjáforas. Busco al abuelo mientras el sol se despereza en el jardín y la perra ladra y hace fiestas. De pronto aparece esa sonrisa que conozco bien. -Te tiro la lima, te tiro el limón, te tiro las llaves de mi corazón- le digo y corro a ponerle los brazos alrededor del cuello. Abuelo siempre piensa en mí, me lleva a andar a caballo y me trajo un conejo, Pompita, que cavaba agujeros en la tierra. No cuidaba las flores, ni los canteros. La tierra se amontonaba al costado de la casa y abuela se ponía nerviosa: “-¿Hasta dónde va a llegar?” –exclamaba. Y lo devolvimos al señor que los criaba. Ahora tengo a Floppy, una gallina. Abuelo le preparó su casa. Es un nido de paja muy especial, está hecho en una vieja heladera de fibra que cuelga de una ventana. Un día la puso en una jaula y la llevé a la escuela. ¡Qué alboroto cuando se escapó de la clase!

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EN LA COCINA -¿Qué haremos hoy? -pregunto. -Una y mil cosas y a las cinco, hay clase con Nina –contesta abuela. Nina es mi madrina y es profesora. Enseña a hacer cajas, a adornar vasos, bandejas y portarretratos. -¿Por qué no empezamos cocinando y van a recoger los huevos? –agrega. Abuelo prepara ración y Floppy, al vernos, cacarea contenta. -¿Alcanza con tres? -pregunto cuando regreso. -Sí. Y ahora los mezclas con azúcar y harina. -¿Y la leche? -Se la pones con el aceite.

-¿Vainilla o anís? –pregunto estirando la mano para los frascos de especias. -Las dos cosas, así quedan más ricos. ¡Pero nos está faltando el polvo de hornear! -Dos cucharitas - confirmo, mientras dejo caer unas gotasde vainilla. Amaso, hago unos rollos que me divierten y los voy cortando para poner en la asadera. -¡Están muy chicos!- exclama Abu. -Sí, para que entren en la bocarespondo. Aunque me prestan el cuchillo para cortar la masa, no me dejan, en cambio, tocar el horno.

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ADIVINA, ADIVINADOR -Ya tenemos los bizcochitos para la merienda, mientras se cocinan jugaremos a las adivinanzas –invita abuela. -Abu sabe muchísimas, que empiece. -Lleva años en el mar y aún no sabe nadar. ¿Qué será? Abuela se hace la distraída, pero yo sé que está pensando. Como nadie adivina, Abu nos ayuda: -Está a la orilla del mar, te quema o te enfría apenas. -Ya sé, la arena -contesto-. Haciendo rima es más fácil. -Bueno, yo digo una –comenta abuela-: Empieza por «a» y no es ave, sin ser ave, vuela. ¿Quién será? -Tú, abuela. Pero yo voy a buscar el cuaderno que tiene unas de Jovita de Almeida y les voy a ganar. Abro la página y leo: “Con mi casita de barro no le temo al aguacero ni a los vientos del pampero, soy el...” -¡Hornero! –acierta Abu. -Va otra: “Me suelto como saeta, corto el aire con la cola y me llaman...” -¡Tijereta! –gritan los dos. -Ah, saben todas, a ver esta: “¿Quién soy que si bien te veo digo lo feo que soy? Mi plumaje es color sol y me llaman...” -Benteveo –dice Abu. -Ay, ¡los bizcochos! –exclama abuela-. ¿Se habrán quemado? Pero no, los famosos bizcochos de nata– que ya no llevan nata- están crocantes y sabrosos.

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LOS EX LIBRIS Abuela me mira y dice: -¿Sabes que vino Dinorah y te trajo un regalo? -¿Qué es? -Unos stickers. Se pegan en los libros y ya todos sabrán que son tuyos. -¿Puedo pegarlos ahora? -No, después de almuerzo. Además, te quiero explicar el nombre. -¿Qué nombre? -El de los stickers, se llaman ex libris. -Me suena raro, ¿es como jitanjáfora? -Jitanjáfora es como Zongo le dio a Borondongo, no quiere decir nada, pero es una palabra divertida. Esto, en cambio, es en otro idioma. -¿Inglés? -No, una lengua muerta que dio origen a otras y quedó en muchas frases. -¿Y cómo se llama? -Latín. Y ex libris con tu nombre quiere decir que los libros te pertenecen. Antiguamente daba mucho trabajo hacer un libro, no había imprentas. Tener un libro era poseer un tesoro, por eso se les ponía el nombre del dueño. -Me gusta que sepan que son míos. Mostrámelos. Abuela me trae una cajita donde están los ex libris. Son dibujos con mi nombre y las palabras en latín.

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-¿Puedo dibujarme uno? -Claro, tiene más personalidad. Si quieres, dibujas algunos, elegimos los más divertidos y los imprimimos. -¡Yupiiiii! ¿Todos para mí? -No, también le puedes hacer para alguna amiga que le guste leer. -A Martina y a Manuela les gusta. -Perfecto. ¿Y qué dibujo le vas a hacer? -No sé, el que me salga bien o un dinosaurio. -¿Por qué un dinosaurio? -En clase estamos hablando de la época en que vivían, les va a gustar. Y me voy a buscar hojas de la impresora, antes que abuela me dé las usadas.

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UN MAR DE CUENTOS Almorzamos y voy a mi biblioteca, la que tengo en casa de mis abuelos. Es un mueble con estantes. Elijo los libros que quiero marcar como míos. Los que me gustan más: Los tres chanchitos me divierte cuando el lobo sale agarrándose la cola. El Día del Libro lo contamos en el cole con títeres de dedo, con los compañeros hicimos otra versión y la representamos el Día del Abuelo. Las maestras nos hicieron una cola y un hociquito de goma eva. ¡El lobo nunca nos agarró! La bolita azul me la sé desde chica, decía con voz ronca: “Yo no llevo bolitas azules, yo solo llevo pasajeros”. ¿Y dónde está Mi libro del primer viaje en avión? Ese es precioso, me lo compraron antes de ir a ver a mi tíos a Estados Unidos. Pero no es cuento, va informando todo lo que uno puede encontrar en el avión. ¡Ay, qué lindo es viajar! Pero por acá veo La pequeña oruga glotona, la que comienza siendo un huevito y se transforma en mariposa después que comió de todo. Luego El rey mocho, el que no tenía oreja y terminó bailando con el pueblo y tirando su peluca vieja. Despacito me pongo a cantar: “El rey es mocho, no tiene oreja, por eso usa peluca vieja.” El misterio de las bolitas de colores de Edna Iturralde es divertidísimo, ¡son caquitas! Y Trapolandia de Estela Socías tiene la primera muñeca que tuve cuando aún estaba en la panza de mamá. Y Caperucita Roja, que no falte. A la abuela le encanta y tiene libros de muchos autores, unos horribles, todos oscuros y otros que dan risa. Ah... aquí están los de poesía: Poemas de azúcar,

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Pájaroflor, A la ronda redonda y Al pasar la barca, que está re divertido con lo de Cristina Laluz en jerigonza: “Elpe trenpe depe lospo apamipigospo / vapa porpo lapa vípiapa/ ypi llepevapa enpe suspu vapagoponespe/ mupuchapa apalepegrípiapa.” Y por acá veo La bella durmiente y Hansel y Gretel... mientras les pego el ex libris me acuerdo de la bruja y me rechinan los dientes, pero la casa de chocolate estaba buena. ¿Y el de Mauricio Paredes? Ese es genial, tan modesto él: “¡Ay, cuánto me quiero! En realidad, para ser sincero, me amo. ¿Qué haría yo sin mí? ¡Qué suerte la mía, conocerme de toda la vida! Desde el día en que nací he estado conmigo. Prometo nunca dejarme solo. Me acompañaré siempre, donde sea que vaya. Antes que yo naciera, mi mamá me tuvo con ella nueve meses. ¡Qué afortunada!...” -¡No te olvides de los cuentos de Vigi!l – interrumpe abuela-. Esos eran de tus tíos y tu mamá. -Pero ahora son míos, ¿verdad? Quiero pegarles mi nombre. -Por supuesto, aunque tienen dedicatoria, son tuyos – afirma acercándose. -¿Y qué es dedicatoria? -Un mensaje, algo que le quieres decir al que le regalas un libro. -Vos siempre me regalás libros, abuela, ¿por qué? -Porque son el mejor regalo, el que no se quiebra, ni se gasta, ni se pierde y además, tienen otro regalo: ¡el propio texto!

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UNA CUEVA MUY ESPECIAL Sigo entusiasmada con mi trabajo y con la idea de que mis dibujos se conviertan en ex libris. Mientras llega la hora del té, aprontamos la máquina, las telas y los moldes, porque... ¡coseremos vestidos para las muñecas! Los placares de la abuela son como la cueva de Ali Babá, tienen puntillas, cintas, botones, cadenitas, terciopelo, moñas, cierres, entredós, tules, encajes, ¡y un montón de disfraces! Pero hoy buscamos retazos. Después medimos las muñecas, aprendo a pensar para qué alcanza la tela y cómo se hacen los moldes. -Ya tejí sombreros y carteras – me cuenta abuela. -¡Pero quiero vestidos de fiesta! –le digo. -Los haremos. Y manos a la aguja. Nunca pensé que fuera tan fácil. Con un pedacito de tela preparamos la pollera. Primero el dobladillo y le pegamos una puntilla, después el frunce de la cintura y por último la costura que cierra la pollera y va hacia atrás. -Deja este pedacito sin coser, porque así pasa bien por la cadera. -¿Le haremos blusa o un top? –interrogo. -Mejor un top, es más fácil y no nos complicamos con las mangas. Y así, con otro pedacito de tela, armamos el top y lo cosemos a la cintura de la pollera. Esto lo hace la abuela, porque hay que tener cuidado. Luego me deja poner el velcro y coso a mano dos tiritas que son los breteles. -Tengo unas preciosas lentejuelas, ¿qué te parece si lo adornamos? Bordamos con cuidado y nos queda un lindísimo vestido de fiesta. ¿Qué haremos en la próxima visita?

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JUGANDO CON EL ABUELO Abuela es médica, pero ahora no trabaja en el hospital, solo escribe y cuenta cuentos. Mientras está en la compu voy con Abu al jardín. ¡Me hizo una trampa para cazar palomas! Es un cajón sostenido por un palo atado a una cuerda que se tira desde la ventana si vienen a buscar las migas que les dejó. Jugaremos con ellas, pero por ahora no han venido. Le damos de comer y le cambiamos el agua a la perra. Revisamos unas plantitas que sembramos y vemos que los tallos ya han empezado a asomar su cabecita. -¡Vamos a la hamaca! ¡Quiero hamacarme alto, re alto! Abuelo se sienta a mi lado y me cuenta de cuando era niño. Me muestra la lengua. Tiene una cicatriz que le dejó el monopatín una vez que se cayó. ¡Tuvo que caminar hasta la casa con el monopatín en la mano y en la lengua! Tampoco olvida la naranja que se le escapó en el comedor del barco y rodó, rodó, rodó hasta los pies de un mozo que venía con una bandeja llena de platos y ¡patapúfete! ¡Se fue todo al suelo! Nunca supieron que era por la naranja de Abu. -¿Y si jugamos con las letras? –le digo. -Sé uno que solo se habla con la “a” -responde. -¿Cómo? -Solo puedes usar la “a” para decir una frase, hay que inventarla. ¿Te acordás de “La mar astaba sarana, sarana astaba la mar...”? -¿Es así? -Sí. Ya empiezo, cuando quieras sigues tú: Amanda ama las mañanas. Lara plancha blancas sábanas. Ana lava largas mangas, canta nanas galanas, amasa tartas, talla la campana... -Ay, Abu, qué difícil. Te digo una distinta, donde todas las palabras empiezan con la misma letra: Pedro Pérez Pereira, pintor profesional pinta paredes por poca plata preferentemente para personas pobres...

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-¿Y por qué no jugamos a “No es lo mismo”? -No es lo mismo La Santa María, La Niña y La Pinta que La niña pinta a Santa María –comienzo. -Ah, eso es muy fácil, yo sé otra que se lee igual de un lado que de otro. Te la escribo en esta hoja:

SATOR AREPO TENET OPERA ROTAS -¿Quién te la enseñó, Abu? -La aprendí en un libro que tenía juegos de palabras. Pero lo más interesante es que en latín quiere decir Arepo, el sembrador, detiene las ruedas con su esfuerzo. -Ah, como ex libris, en latín también. ¿Y te acordás de otros libros que tuvieran juegos? -Este era “Curiosidades literarias”, pero había otro sobre números, se llamaba “El hombre que calculaba”. -Ah, yo calculo más o menos, pero te preparé una pregunta que te vas a caer de espaldas. ¿Qué palabras tienen las cinco vocales? -¡Murciélago! –exclamó abuela que salía al jardín. - Abuelito– dije yo. -Aurelio y Eulalio –afirmó el abuelo. -Reticulado, reumático, auténtico –acotó la abuela. -Ferrocarril- dice el abuelo. -¿Y la “u”? –pregunto. -Está en el humo –sonríe abuelo.

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¡QUÉ SUSTO! Me distraje y abuela ya camina hacia la casa. Entramos, parece que se viene una tormenta. El viento sopla. El abuelo se va al fondo a recoger algunas cosas y yo sigo con mis dibujos. Abuela se recuesta en el sillón y queda dormida. Al rato escucho que el viento empieza silbar cada vez más fuerte, anuncian mal tiempo en la televisión. Los relámpagos se suceden. Los truenos también. Oigo los maullidos de mi gata, voy a ver adónde está. Desafiando al viento Visita se pone en cuatro patas, arquea el lomo, se le erizan los pelos, mira hacia el fondo, grita: ¡¡¡MIAUUUUUUU!!!

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Me asusto, corro a decirle a abuela que, tambaleándose atina a tomar el palote de amasar y va a ver qué pasa. Abre la puerta de la cocina. Visita maúlla cada vez más fuerte, yo miro hacia el fondo y veo una sombra blanca que se hamaca entre los árboles. Auch, qué miedo, ¿qué será? La sombra blanca se mueve de derecha a izquierda,levanta los brazos... Más relámpagos y truenos. La abuelatambién se asusta, nos abrazamos. Volvemos a la cocina, el corazón late pum tac, pum tac, cada vez más rápido. Y, de pronto, Abu entra muerto de risa con una sábana entre las manos. -¡Se había volado con el viento y se enredó en los árboles! ¡Yo creí que era un fantasma! Empieza a llover. Visita merece una taza de leche tibia y se la damos. Por suerte este fue un cuento corto, como el del gato que tenía los pies de trapo y la cabecita al revés.

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UN CUENTO DE BOCA -Abuela, ¿por qué no me hacés un cuento de boca? –le pido. Porque sabe cuentos de libros y de boca. -Te voy a contar uno que ya tiene más de dos mil años. -¡Ufalalá! ¿Por qué tantos? -Porque era de un libro de la antigua Grecia, La odisea de Homero. -Dale, abuela, me acurruco y me lo hacés. -Ulises volvia de la guerra. Regresaba a su casa cuando se desató un temporal mucho más fuerte que el de hoy y tiró sus naves hacia una isla. Era la isla de los cíclopes, gigantes que tienen un solo ojo. -¡Qué espantosos! ¿Y eran malos? -Sí, malísimos y con una fuerza descomunal. Ulises con sus hombres se metió en la cueva de uno de ellos y quedaron encerrados. El cíclope entró con su rebaño de ovejas gigantes y puso una inmensa piedra en la puerta. Cuando descubrió a Ulises y sus hombres, se los empezó a comer de a dos. -¿Y Ulises no hizo nada? -Quería, pero aunque hubiera podido matar al cíclope, no tenía fuerzas para mover la piedra de la puerta. Así que lo pensó bien y al otro día, cuando Polifemo, que así se llamaba el cíclope, entró de nuevo la cueva, le dio a beber un vino riquísimo que había traído. -¿Polifemo lo tomó todo? -Sí, y en agradecimiento le dijo que se lo comería por último y le preguntó su nombre. “Nadie, me llamo Nadie”, contestó Ulises. Y cuando el gigante se durmió, con la ayuda de sus compañeros le clavó un palo al rojo vivo en el único ojo y lo dejó ciego. -¿Y no se despertó? -Sí, gritaba. Y otros gigantes lo oyeron y se acercaron a la cueva y preguntaron: “-¿Con quién estás, Polifemo?” Y replicaba: “-Con Nadie.” Sus amigos estaban molestos. ¿Para qué los había despertado si nadie estaba con él? Y se

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fueron y no lo ayudaron. -Y Ulises, ¿se salvó? -Sí, fue astuto. Ató a sus compañeros en la parte de abajo de las ovejas. Cuando Polifemo sacó la piedra, los animales salieron a pastar. Los contaba pasándole la mano por el lomo, pero no descubrió a los hombres. Ulises salió por último, desató a sus amigos y se dirigieron hasta las naves que estaban en la playa. -¿Se fueron para su casa? -Se hicieron al mar otra vez, pero para llegar a su casa pasaron muchas aventuras más. Te las contaré otro día. -Y colorín colorado...

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LA PRINCESA Y EL GUISANTE -Hoy no jugaron a hacer teatro–comenta Abu. -No, aunque desde que está el sillón de la bisabuela es mucho más fácil hacerlo –respondo. La bisabuela se enfermó y ya no está con nosotros, pero sí algunas cosas de su casa. Yo creía que no tenía bisabuela, pero mamá dice que todos tenemos bisabuela, esté o no esté con nosotros. Es raro, pero es así. Pienso en Federica, mi compañera, que la abuela se fue al cielo. Ella dice que ya está bien, ¿por qué no vuelve? Mi bisabuela también está en el cielo, pero su sillón está en casa y es ideal para representar “La princesa y el guisante”. Tomamos un garbanzo –que hace de guisante- y cuando jugamos con Tatiana, la nieta de mi Nana, hacemos como si yo fuera la princesa y me doy cuenta que está el guisante a pesar de la cantidad de colchones. Abuela interrumpe mi pensamiento: -Mi amiga Isabel Mesa fue a Dinamarca cuando se celebraron los 200 años del nacimiento de Andersen. -¿El que escribió este cuento? –pregunto. -Sí, y “La sirenita”, “El soldadito de plomo” y muchos otros –acota abuela-. Por eso hubo en su país una fiesta hermosísima en el Teatro Real. Cuando se iban, por el altavoz dijeron: “-Fíjense en los sillones. Hay un almohadón sobre el que estuvieron sentados. ¡Miren qué hay dentro!” -¿Y qué había? -¡Un guisante! Y nadie se había dado cuenta. Por eso les anunciaron a todos:

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“-Para que vean que no tienen sangre real!” Y dice mi amiga que hasta los mismísimos reyes se reían. Y todos se llevaron los almohadones de recuerdo. -¿Y viste el almohadón? -Sí, les voy a mostrar las fotos que traje de Bolivia. También vi chocolates con la figuras del autor. Suena el teléfono. Es mamá que avisa que, apenas termine la clase con Nina, me pasará a buscar. -¡Vamos a hacer una ronda y a cantar! –invito.

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SOMOS UNA BANDA -¿Quién elige lo que quieren cantar? –pregunta abuelo y comienza: “Al pasar una montaña una pulga me picó, la agarré de las orejas y se- me- es- ca- pó.” -Vos, abuela. -Ah, yo quiero jugar a “Se me ha perdido una niña”. -Bueno, comencemos. Y abuela canta: “Se me ha perdido una niña cataplín, cataplín, cataplero, se me ha perdido una niña en el fondo del jardín. Y contestamos con Abu: “Yo se la he encontrado cataplín, cataplín, cataplero, yo se la he encontrado en el fondo del jardín.” Llegan Nina, que nos dará la clase, y tocan timbre Ema, Pía, Titi y Sol. Todos se unen para entonar: “Haga el favor de entregarla cataplín, cataplín, cataplero, haga el favor de entregarla del fondo del jardín.” Abuela retoma el ritmo con más brío: “¿En qué quiere que la traiga?, cataplín, cataplín, cataplero, ¿en qué quiere que la traiga del fondo del jardín?” Respondemos a voz en cuello: “Tráigamela en sillita cataplín, cataplín, cataplero, tráigamela en sillita del fondo del jardín.” Un día con los abuelos • Silvya Puentes de Oyenard

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Abu nos hace señas que llegó Juana. Hacemos una sillita con las manos y con una enorme sonrisa subimos a Juana, que acaba de asomarse, y cantamos bien fuerte: “Aquí se la traigo en sillita cataplín, cataplín, cataplero, aquí se la traigo en sillita del fondo del jardín.” Vamos al taller, Nina elige los dibujos que hice, nos enseña otros y pintamos. Las dos horas vuelan entre juegos y técnicas. ¡Ahora todas tenemos ex libris! Llega mamá. Es hora de irme. Cuando vuelva la abuela me dará abrazotes laaaargos, laaaargos como si rodeara al mundo y me besará con unos besos chiquititisísimos, como si fuera una mariposa. El abuelo vendrá con su sonrisa que parece un arco iris, llena de luz. Y cazaremos luciérnagas para que de noche ronden mi almohada. Dicen que Dios inventó a los niños. ¿Y a los abuelos, quién?

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