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Sábado 28 de octubre de 2017
Bogotá metropolitana
La experiencia de un ciclista primíparo en Bogotá
E
l bus provisional del SITP pitó una vez. Lo único que pude hacer fue seguir pedaleando e ignorar que el conductor del vehículo no me quería ahí. Eran las 4:30 de la tarde y me dirigía al centro de la capital por la calle 26, a la altura del Cementerio Central, cuando el hombre que conducía no se aguantó más y decidió volver a pitar y acelerar. El primer recuerdo que tengo de Bogotá es de una bicicleta. Era una mañana de mayo del 2017 y no hacía frío. Estaba parado en la avenida Boyacá, con calle 51, cuando pasó frente a mis ojos la escena por la que relaciono la bici como el medio de transporte de los bogotanos y no el TransMilenio. Un hombre llevaba a un niño, tal vez su hijo, en los tacos de la cicla hacia el colegio. El menor, que vestía un uniforme escolar y cargaba una maleta en la espalda, se agarraba firmemente de los hombros del conductor. En ese momento no pensé en nada, pero la escena se volvió a repetir y desde ahí comenzaron a pasar una y otra vez personas en este medio de transporte. Seis meses después de aquel día decidí que no podía seguir viviendo en una de las ciudades con más viajes en bici del continente –unos 635.000 al día– sin haberla recorrido en dos ruedas. Entonces conseguí una bicicleta, un casco y salí a rodar por Bogotá. Eran las 4 de la tarde cuando comencé el recorrido. Era un día soleado de octubre y quería ir desde la estación El Tiempo de TransMilenio hasta la plaza de Bolívar por la calle 26. Fue en esa estación donde tomé la ciclorruta. Iba en un caballito de acero gris y con un casco negro, ambos objetos prestados. También llevaba una maleta en la espalda. Pensé que la cosa sería fácil. Era solo seguir la ciclorruta. Además, qué tan complicado podría ser montar en bicicleta en una ciudad que a simple vista parece plana. Y así fue durante los primeros metros del recorrido. La vía en general estaba en buen estado. Se notaban unos cuantos parches y un par de grietas que no causaron ninguna dificultad. El camino era agradable. Había viento, el sol comenzaba a bajar la intensidad, veía Monserrate, los buses y carros que pasaban alrededor no significaban ningún peligro, observaba a las personas en las estaciones de TransMilenio (pude ver un par de ciudadanos con el objetivo de colarse), esquivé a uno dos caminantes
Una etapa de ciclorruta, otra por la acera y al final por la calle fue el recorrido que hizo una persona que por primera vez rodó por la ciudad en bici. MATEO GARCÍA - ESCUELA DE PERIODISMO MULTIMEDIA DE EL TIEMPO
@teomagar
Hasta el puente de la carrera 50 el recorrido fue por la ciclorruta. Al llegar a ese lugar termina la vía exclusiva para ciclistas y estos deben continuar su camino por la acera o la calle.
Por ley, los ciclistas pueden transitar por la vía estando a un metro del andén. A pesar de esto, muchos van en medio de los carros. FOTOS: HÉCTOR FABIO ZAMORA / EL TIEMPO
que invadieron la ciclorruta y la convivencia con los compañeros ciclistas era buena. De hecho, me impresionó la habilidad de aquellos que pedaleaban sin tener las manos en el manubrio, pero por mi seguridad, y la de los demás, no lo intenté. Sin embargo, el estado físico no alcanzó para tanto. Creí que iba a ser fácil, pero cuando iba llegando a la carrera 50, la altura (esa fue la excusa) hizo que redujera la velocidad. Además, iba llegando a un puente que comparé con alguna loma de Medellín. Me bajé de la bicicleta, me quité el casco para tomar un poco de aire, y subí a pie. Ya en la cima no supe qué hacer. La ciclorruta había
terminado. Lo único que se me ocurrió fue seguir a los demás ciclistas. Así fue como llegué a la acera del costado de la 26 donde los carros se dirigen hacia los cerros orientales. Tenía dos posibilidades: bajar a la calle como los demás o seguir en la acera. Me fui por la segunda. Iba despacio para no desgastarme ni chocar con nadie. De igual manera debía ser cuidadoso al cruzar la calle, pues los vehículos no se detenían para ceder el paso. Algo comprensible. Sin embargo, a la altura de la estación Quinta Paredes, en la carrera 45, la situación se complicó. Los transeúntes se multiplicaron y comencé a esquivarlos, incluso estuve a punto de
caer al piso dos veces. Me sentí mal por invadir su espacio, pero quería evitar bajar a la calle. La experiencia como ciclista en Bogotá había comenzado unos 25 minutos atrás y tenía claro que no estaba al nivel de aquellos que utilizan la bicicleta como medio de transporte cada día. Pero no quedó otra opción. En la plaza de la Democracia, cerca de la carrera 29, me armé de valor, ignoré los más de 40 ciclistas que han muerto en las vías durante este año y comencé a pedalear junto a motocicletas, automóviles y buses. Estos últimos, los amos y señores de la vía. Sabía que por ley podía transitar a un metro del an-
dén. Pese a eso, no abusé y estuve a unos 30 centímetros de este. Allí pude observar la osadía de algunos biciusuarios al transitar por en medio de los carros, algunos de ellos sin casco. También la prudencia de otros que iban junto a mí, pero lo que más causó impacto fue la hostilidad de los conductores de los vehículos. Las motos y los carros pitaban, los pasajeros miraban como quien dice: “Vaya por la ciclovía, no sea imprudente”, pero la respuesta era “¿cuál ciclovía?”. El mal estado físico que tengo comenzó a hacer efecto. Necesitaba un descanso. Pensé que fue un error no llevar unos bocadillos que ayudaran a terminar el recorrido. Como no había bocadillos imaginé una recompensa para cuando llegara a la meta. Así me motivé. Tomé el último aire y aumenté la velocidad. La tarde comenzaba a caer, las personas terminaban su jornada laboral, los buses de TransMilenio pasaban cada vez más llenos, cada vez había más ciclistas y más carros en la vía. Eran las 4:30 de la tarde cuando el bus del SITP estaba detrás de mí. Sentí su motor, sentí su pito, sentí su hostilidad, sentí que no me quería ahí. Le estorbaba. No podía hacer nada más que seguir pedaleando, pero el hombre no aguantó. Aceleró y pasó junto a mí a tal velocidad que logró desestabilizarme. Al pasar por el lado, los usuarios del bus se quedaron mirándome, yo seguí pedaleando, pero un poco más suave. Confieso que me asusté. En el Cementerio Cen-
Un recorrido lúdico por obras para interactuar En esta versión de ArtBo el público podrá interactuar con las obras.
LA EDICIÓN NÚMERO 13 DE LA FERIA INTERNACIONAL DE ARTE DE BOGOTÁ SE REALIZARÁ HASTA MAÑANA EN LA CAPITAL DEL PAÍS. Al entrar a ArtBo, en Corferias, esimposible no fijarseen que del techo cuelga una obra de gran formato, conformada por cientos de barras de metal, que en su totalidad le dan vida a una media esfera roja, cuyo autor es el artista venezolano Jesús Rafael Soto. Aunque resulta imponente, lo primero que hace la gente es situarse debajo de ella para luego analizarla. Una guía de la feria le explica a un grupo de estudiantes de colegio, bastante interesados en la instalación, que se trata de arte cinético, el cual tuvo su origen en los años 50, en Francia. La idea, dice ella, es moverse por diferentes espacios, pues la obra cambia según el ángulo desde el cual se mire. Esta no es la única obra con la que los estudiantes interactúan. Al caminar un poco más, se encuentran con una serie de tubos luminosos, suspendidos del techo a diferentes alturas. La obra, de Henk
Stallinga, le genera confianza a quien se acerca a ella. Ya sea un adolescente o un adulto, la reacción parece ser la misma: caminar hacia ella y tocarla, sin la timidez habitual que parecen generar las obras de arte. Otros se agachan para tener una perspectiva diferente, e incluso,algunos se acuestan en el piso, con el objetivo de obtener una buena foto. Harrison Díaz es uno de ellos. Es estudiante y tiene 17 años. Pese a que está allí por una visita de colegio, le encanta el arte. “Esta instalación me transmite mucho sentimiento y vida. El arte me ha ayudado bastante para ver el mundo de otra manera. Lamentablemente, la gente de mi edad se pierde de cosas como estas”, dice. La feria les permite a amantes y no tan conocedores del arte poder acercarse a la propuesta de cientos de artistas nacionales e internacionales.
FOTO: EFE
Pero, ArtBo también plantea otras secciones que les dan la posibilidad a los visitantes de poder interactuar con la esencia del arte. Es el caso de la sección Articularte, en el que se desarrolla el Banco Artístico de Conocimiento. Al entrar se pueden ver escritas en la pared varias reglas como ‘cuide su arte, pero hable con extraños’ y ‘absténgase de usar el celular’. Estas normas forman parte de la dinámica de este espacio, en el que se hacen evidentes las diferentes formas como el capital opera en el arte y sus diferentes maneras de difusión.
“¿Qué quieres hacer con tu obra, exhibirla?”, le pregunta una señora a un joven que acaba de dibujar su propia obra de arte. Articularte le permite realizar acciones como exponerla y subastarla. A escasos metros, un grupo de visitantes camina de manera relajada por los pasillos de la feria, hasta que advierte que el suelo ya no es firme, sino suave. Al mirar, podría parecer un simple tapete, de color lila y letras verdes, que les da la bienvenida a la sección Artecámara. En él, se puede leer en mayúsculas un texto que dice Henry Alexánder Palacio Cla-
tral, ya en la carrera 17, me detuve para descansar. Pensé que el conductor del SITP fue imprudente, pero de cierta forma yo también lo fui. Aunque la ciudad me obligó. No me dio para más. Estaba cansado, las piernas me temblaban, tenía sed y debía guardar energía para regresar. Pude cruzar al sentido oriente-occidente de la 26 y devolverme. Esta vez lo hice solo por la acera y cuando esta se volvió intransitable por el número de personas que caminaban, me bajé de la bici y caminé lentamente. Los ciclistas de Bogotá no la tienen tan fácil como pensaba. Ellos se juegan la vida cada vez que salen a rodar por la ciudad. Ah, y la ciudad no es tan plana como uno creería.
Consejos a la hora de salir •
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Revisar el mapa de Bogotá en internet para saber si hay ciclorruta en el trayecto. En lo posible, utilizarla. Usar siempre elementos como casco, chaleco o ropa llamativa, y silbato. Por ley, el ciclista puede ir a un metro del andén, pero se recomienda estar lo más cerca posible de este. Cuando se va por la calle, hacer señales con las manos para informar a los vehículos que se va a realizar algún movimiento.
vijo: se trata de una obra del mismo artista. Mientras tanto, en esta misma sección, la estadounidense Christina Li no sabe hacia dónde dirigir su atención. “Es la primera vez que estoy en una feria de arte y el nivel es bueno. Hay bastantes propuestas”, dice. Al llegar a una esquina, una obra de Catalina Monedero hace que varias personas saquen sus celulares para tomase fotos y selfis. La pieza se compone de varios vasos plásticos de colores, hechos con cemento y ubicados en forma de pirámide. Frente a ella hay una luz que refleja en la pared de fondo una especie de edificio. “Me gusta porque es una cosa, pero en el fondo parece algo totalmente diferente”, cuenta Diana Rincón, asistente a la feria. Por otro lado, también llama la atención de la gente obras que se encuentranengalerías de cortatrayectoria, en la nueva categoría 21m2. Por ejemplo, en Lokkus Arte Contemporáneo se expone Superputa, del salvadoreño Walterio Iraheta, mural en el que se puede leer esa palabra, pero con la tipografía de Supermán. Laura Guzmán Díaz - EL TIEMPO @The_uptowngirl