MAR DEL PLATA Personajes, Mitos y Leyendas
Delapalabra −escritores marplatenses− Coordinación: Marcela Predieri Contacto: delapalabra@hotmail.com Diseño de tapa: Verónica García contacto: lvgrivero@yahoo.com.ar
Queda hecho el depósigo que marca la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual. Premitida la reproducción total o parcial nombrando al autor y la fuente. EDITORIAL MARTIN 2014 IMPRESO EN ARGENTINA ISBN: 978-987-543-735-7 Se terminó de imprimir el 16 de noviembre de 2014 en los talleres gráficos de Editorial Martin sitos en calle Catamarca 3002 de la ciudad de Mar del Plata
Escritores marplatenses
MAR DEL PLATA Personajes, Mitos y Leyendas
EDITORIAL MARTIN Colecciรณn DELAPALABRA
DÍAS DE RAMBLA
E
l reloj de cuatro cuadrantes marcaba las once de la mañana. Los turistas, la mayoría porteños, relajados recorrían las mágicas vidrieras de la Rambla, mientras La Banda Municipal interpretaba valses de Strauss. En la playa, las casetas eran llevadas de un lado al otro para ubicar a los que preferían tomar un baño, saltar las espumosas olas o acercar a los niños a la orilla, cuidados por sus niñeras. Elvira Aldao, bajo la transparente marquesina de La Brasileña, escribía notas para su libro. Detalles sabrosos de toda esa fauna que verano tras verano se llegaba hasta las playas marplatenses para mirar y ser mirado. Hoy eran objeto de su curiosidad dos mujeres muy bien puestas: sentadas en sendas sillas de mimbre, con la vista fija en el horizonte marino como posando para un fotógrafo. ¿Las conocía? Tal vez. Fugazmente las había visto en el casino del Bristol. Las medias de muselina color carne torneaban las piernas cruzadas. La seda cruda de los vestidos de talle bajo las mostraban frescas y los sombreros de paja ponían un toque de misterio en los ojos delineados. Una llevaba sobre los hombros una chaqueta de lino, la otra colgaba de su brazo izquierdo una estola de zorro. ¡Todo europeo! ¡Elegantísimo! Pero... un poco exagerado el zorro, en aquella mañana de enero. Lo que más llamó la atención de Elvira fue el posterior comportamiento de estas dos damas. Pidió un refresco de limón y se dedicó a observarlas: miradas, caricias furtivas, se decían cosas al oído, reían... -Un juego de seducción- pensó- ¿Extravagancias copiadas de otras playas? La intriga crecía. En el momento en que iba a anotar sus apreciaciones, unos bramidos produjeron un verdadero revuelo. Los paseantes, curiosos corrieron a asomarse por las barandas que daban al mar. Los bañistas subían rápidamente las escaleras para alejarse del peligro. Los encargados de la seguridad armados con palos trataban de acercarse a la orilla, donde un lobo marino se había trabado en mortal lucha con un perro cimarrón. 5
El espectáculo era terrible: el lobo trataba de zafar de las dentelladas del perro y desaparecer bajo las olas pero éste, cebado por la sangre no lo soltaba. Todos seguían con atención la lucha de las bestias, Elvira en tanto, no perdía detalle de las jóvenes señoras, quienes aprovechando la distracción de los veraneantes y casi sin disimulo se daban permiso para juegos cada vez más audaces; hostiles unos, sugestivos otros... Con la muerte de los dos animales, la calma volvió a la playa. Arriba, el reloj de cuatro cuadrantes marcaba la hora del almuerzo. Las dos mujeres, tomadas de la mano, se alejaron por la galería cubierta y Elvira puso punto final a las emocionantes anotaciones de esa mañana. Había presenciado dos cacerías: una dolorosa y cruenta, la otra plena de una sutil y amorosa perversidad. En el comedor del Gran Hotel, el repudio a tanto perro cimarrón suelto, sería el tema del día. AURORA DI BIASI auromar@hotmail.com.ar
6
LA COPELINA
I
ntrigado por la historia que me había contado mi amigo Héctor, decidí visitar el lugar en compañía de unos amigos. Una mañana encaramos para la embotelladora de agua mineral “La Copelina”. El lugar, que se encuentra a unos 50 km de Mar del Plata y pertenece al partido de Gral. Pueyrredón, es conocido como el “Manantial La Copelina”. La fábrica se desarrolló al pie de la sierra donde años antes fuera fundado el “Mirador La Copelina”. En su esplendor, el lugar era visitado por familias que pasaban el día y disfrutaban de beber agua directamente del manantial. Sin más dejó de funcionar la fábrica y fue abandonada la estancia donde se encuentra. Según parece, a la zona llegó un grupo de jerarcas nazis, quienes huyeron de Alemania tras la derrota del 45. Era el momento en que la fábrica se encontraba en pleno auge. Dicen que un tiempo después se apoderaron de la estancia. Pasaron años hasta que fueron descubiertas sus identidades. Antes de huir, se comenta, liberaron material radiactivo en el manantial. Corría el año 1960. Antes de que oscureciera, emprendimos el regreso sin haber probado una sola gota de aquel bebedero. ALFREDO OSORIO alfredoluisosorio@gmail.com
7
LAS LÁGRIMAS Y EL MAR
C
uando llegué a Mar del Plata comencé a trabajar en el molino de Luro y Chile. Allí conocí a Pedro, un italiano anarquista, conversador, alegre, me recordaba a mi padre por su cabello rojo. Él se convirtió en mi libro de consulta y advertencias. Me contó mil historias, algunas aún las recuerdo. Por que se llama Paraje La Zulema, un caserío camino a Sierra de los Padres, hoy 180 y Luro. Parece que una familia árabe se radico allí con un almacén de ramos generales, tenían una hija muy hermosa, Zulema, que era la codicia de los parroquianos, en su honor ese paraje lleva su nombre. También me contó historias de anarquistas, como se reunían en la clandestinidad. Creaban centros culturales, teatros diarios, y de su influencia en el sindicalismo del puerto. Asta de un enfrentamiento armado en El Torreón. Pero hay una historia, de la cual me sentí participe, que nunca quise olvidar Me contó que eran muy pocos los nacidos en Mar del Plata. La ciudad se fue haciendo grande con la llegada de personas y familias de todo el mundo, atraídas por el mar mágico y prometedor. El ir venir de las olas, parecía convertirse en un bálsamo para el sufrimiento del desarraigo. Y que el mar sabio y viejo recogía las lágrimas que dejaban en la arena, para convertirlas en perlas. Fue así que el nácar abrigo la nostalgia, el dolor por lo que dejaron, por los fracasos, por los amores perdidos, el miedo por los nuevos sueños y las fue guardando en cofres, protegidas por corales, caracoles, estrellas y caballitos de mar. Un día decidió que debía hacer algo con ellas, ya que a pesar de todos sus dueños habían reconstruido sus vidas después del destierro. Junto con los guardianes una noche de luna llena los abrió. Las perlas treparon a las cresta de las olas iluminando con su brillo la arena. Me contó que esto se repite cuando el mar se viste de plata y que cada vez son más. LILIAN ORLANDI leila50mdp@hotmail.com 8
LOS POLLOS DEL AERÓDROMO
L
os pollos de Don Pedro eran los mejores de toda Mar del Plata, sus precios andaban siempre por las nubes; pero aunque sufriera un irrefrenable terror a las alturas, a la hora de discutirlos no cedía “tranco de pollo”. Su hijo era piloto y cuentan que toda la vida lo atormentó con “ir a dar una vuelta”. Cuando me muera –respondía- si me crecen alas. Y así fue, o mejor dicho así lo intentó el hijo, porque cuando don Pedro murió, cargó las cenizas en el PA11 amarillo del aeródromo de Batán, despegó resuelto a dar a su padre su primer y último vuelo, y arrojar las cenizas desde el aire. “Vas a volar, viejo -dijo- lástima que sea así”. Pero era sabido que Don Pedro se quedaría con la última palabra y que ni muerto querría saber nada con alas, salvo que fuesen de pollo; así que el resto es de prever. Cuentan que cuando el piloto alzó la ventanilla y abrió la urna, un remolino, o un ángel, hizo lo suyo porque las cenizas dieron un giro y se volcaron íntegras dentro de la cabina de la avioneta. Al aterrizar, dicen que vieron al piloto tomar una aspiradora, sonreír y después vaciar la bolsa sobre la pista de aterrizaje. Nadie, salvo los que no conocen esta historia, se pregunta de dónde salen los pollos que corren despavoridos por la pista cada vez que el PA11 intenta despegar. MARCELA PREDIERI delapalabra@hotmail.com
9
LA MARGARITA Margarita muerta de muerte morada mira el mar con mirada de mortaja mortaja mustia de madreselvas marchitas. Margarita muerta majestuosa y sin memoria mojada de musgo y migajas macabras. Margarita ha muerto, mendiga de misterios.
L.B.
C
uentan que hace muchos años, en la tierra de mar y sierras, “Puerto de la laguna de los padres Mar del plata”, vivía una extraña joven: Margarita. Desde pequeña los vecinos la veían pasar todas las tardes rumbo al muelle. Era infaltable en su cita. Nada la detenía. Durante horas miraba el mar, sola y en silencio. La gente del pueblo tejía a su alrededor historias de amor, engaño, ausencias y locura. Sus padres preferían callar. Corría la tarde del 28 de septiembre de 1880 entre rutinas, trabajo y chismes de pueblo. Margarita cumplía como de costumbre con su ritual en el muelle. Dicen que fue la primera en verlo. Dicen que a medida que la nave se acercaba, una densa bruma cubría la costa y como un mensaje divino lo último que alcanzó a verse fue su nombre: “Margaretha”. Luego todo desapareció. La niebla, el barco, Margarita… Muchos dicen que Margarita se arrojó al mar con los brazos abiertos. Otros cuentan que un barco cargado de sombras, se la llevó para siempre. Y hay quienes juran que años después, la vieron paseando por la flamante pasarela de La Bristol, en una tarde de domingo, del brazo de un conocido aristócrata inglés. ¿Y el barco? El amanecer del 29 de septiembre de 1880, sorprendió al pueblo de Mar de Ajo con una nave de bandera alemana encallada sobre la costa. “El Margaretha” apareció en la playa, vacío, sin tripulación y rodeado de silencio. En su interior solo encontraron la bitácora del capitán y sus últimas anotaciones fueron la semilla que germinó en leyenda: 10
“27 de Septiembre de 1880. Creo absolutamente necesario fondear en costas Argentinas. La situación es insostenible. “ “28 de Septiembre de 1880. Avistamos una pequeña luz. Puerto de la Laguna de los padres Mar del Plata aparece como un destello en la oscuridad de nuestras almas. ………………………………………………………… Nuestro destino reposa en esos brazos abiertos que como un faro nos guían hacia la salvación. LIZA BONDAR lizbondar77@yahoo.com.ar
11
EL NAUFRAGIO DEL TANIS
N
o todos se salvaron. Cuenta la historia que un marinero dejó de respirar entre añoranzas con sus brazos levantados al cielo, pidiendo a las sombras una última oportunidad. En tierra alemana su madre imploró. Su esposa con las manos en su vientre acentuado quedó mirando al sur. Cada 10 de Julio, a las 11:25 pm, una nube negra con centelleos en su interior cubre las coordenadas del naufragio. Ningún barco advertido pasa por allí. El único muerto sigue buscando no quedar en el olvido. Cada tanto algún navío inocente deja bajo sus aguas algunas almas más. ANA CLAUDIA KNÖPFLER aknopfler@hotmail.com
12
JLORES
S
iempre lo veía a la vuelta del laburo, cuando tipo cinco de la tarde agarraba Peralta Ramos derechito hasta el centro. El semáforo que está entre la avenida de los telos y las funerarias, y Juan B. Justo religiosamente se ponía en rojo para mí. Y ahí estaba él. Morocho, de unos cuarenta años, mirada gastada. ¡Jlores! gritaba mientras recorría los autos con su canasto colorido. ¡Jlores! y me dirigía una mirada furtiva, a ver si alguna vez tenía suerte conmigo. ¡Jlores! el salvador verde del semáforo y así cada tarde de lunes a viernes. Hasta que conocí a Laura y al vaivén de sus caderas. Tercera cita y a mí, que nunca fui galán, se me ocurre comprarle las benditas jlores. Todavía me acuerdo cómo me dijo cuando baje la ventanilla: “alguna vez te tenía que agarrar. Gracias maestro.” Y ahí fui con las jlores a encontrarme con Laura. Me tendría que haber dado cuenta por su cara cuando se las di, o por el poco convincente “gracias, son preciosas”. Pero no. Y resulto que Laura era alérgica a las jlores y la noche termino en el hospital con inyecciones de corticoides. Demás está decir que la tercera cita fue también la última. Y que al poco tiempo cambie de laburo y no me volvió a detener el rojo de Juan B. Justo y Peralta Ramos. Yo no sé si el “Jlores” sigue ahí. Tampoco volví para comprobarlo. Lo cierto es que a veces hay gente que pinta los días, las calles, con un color único. Y el sabor de su ausencia tiene algo de nostalgia. Raro. Porque de Laura… de Laura casi no me acuerdo. MARIA BELÉN VIGNOLO belenvignolo@gmail.com
13
LA HOJA EN BLANCO
L
a Remington, reliquia heredada de su padre, siempre tenía una hoja en el rodillo. A veces, algunas líneas, otras en blanco. Pero siempre había una hoja en el rodillo, como si no quisiera dejar de alimentar a ese bicho teclado que lo esperaba cada noche. La mesita con la máquina, dos sillas, el canasto lleno de papel despreciado, un estante, un perchero y la Instilar que descansaba en los veranos. En esa torre escribía Horacio Moliner frente a una ventana de postigos abiertos .Abajo la casa callaba la mayor parte del día protegida por tejas engarzadas en ramajes de tilos. De chico tenía prohibido subir a esa torre: que la escalera caracol era peligrosísima, que había arañas, que estaba todo sucio. La niñera decía que era por otra cosa, pero nunca fue más allá en el comentario a pesar de las preguntas de Horacio. De adolescente y de joven, otras urgencias le hicieron olvidar la torre. Desde allí, Colón era un ancho tobogán que conducía al centro de la ciudad. Por esa calle bajaba todos los días hasta Córdoba, para llegar al banco donde trabajaba; de algo había que vivir, la fortuna familiar esfumada años atrás. Horacio escribía cuentos, relatos, memorias de su infancia en aquella Mar del Plata, que como su fortuna había desaparecido. Escribir era para él gozo y suplicio. No hubiera podido decir dónde empezaba uno y acababa el otro. Por las tardes subía Colón resoplando (cada año más), hacía algunas cosas indispensables, para la supervivencia, después trepaba la escalera caracol y se sentaba frente a la máquina. Le era difícil dar forma literaria a sus ideas: tachaba, volvía a empezar, en ciertos momentos tan en blanco como la hoja que le sacaba la lengua desde el rodillo. Buscaba respuestas en la ventanita que le ofrecía atardeceres espléndidos, después el reguero de luces: blancas subiendo, rojas bajando. Al cabo de varios días lograba redondear un cuento de cuatro o cinco carillas. Entonces era el gozo. De tanto en tanto reunía en su casa a algunos amigos, Cognac y café 14
junto al fuego del hogar o asadito en el quincho según se presentara el día. “Leete algo Horacio” decía alguien. A él no le gustaba, pero ante la insistencia cedía a regañadientes. Uno no entendía; otro, distraído prestaba la cara; el que había tirado la idea aplaudía como loco. Alguno se atrevía con críticas cáusticas. No... No le gustaba pero no tenía fuerzas para negarse. Lo que quería era publicar un libro y que cada uno lo leyera (o no) en su casa, sin verse en la obligación de darle una opinión .Recorría editoriales; nadie se interesaba. No disponía de dinero para editar por cuenta propia. Un atardecer de otoño subió a su torre con ganas de escribir pero sin ideas. Ya no se trataba de cómo dar forma a las ideas; era más grave, no tenía ideas. Se quedó un largo rato mirando un sol rojo que caía, el aire lleno de cobre y oro dispersado por el viento, la hoja en blanco. Cuando se encendieron las luces de la calle, la silla que estaba a su lado se movió con un pequeño quejido, como si una persona se hubiera sentado en ella. Horacio miró sobre su hombro “no puede ser... me ha parecido” pensó. Allí estaba la hoja en blanco. Acercó los dedos al teclado. Entonces la cabeza y el corazón se le llenaron de ideas: escribiría un cuento genial sobre un escritor al que le aterrorizaba la hoja en blanco. Los dedos de Horacio volaron sobre en teclado. No atendió el teléfono, allá abajo. No encendió la Instilar aunque hacía frío. No bajó a picar algo, a tomar un café. Lo alcanzó la aurora... y se dio cuenta de que no estaba escribiendo un cuento...sería una novela; corta, pero novela. Miró la silla vacía. Por cábala no la tocó, no la rozó, no apoyó nada sobre su asiento; nada colgó en su respaldo. Se duchó, se afeitó, fue al banco. Así por seis meses, durmiendo de a ratos cuando el sueño lo vencía. Comía salteado. De los amigos escapaba. Esta vez seguro, sería una obra valiosa. Las editoriales lo aceptarían .Y un atardecer, cuando se encendieron las luces de la calle, se dio cuenta de que la historia se iba cerrando. Ahora había que dar forma al final impactante, el broche de oro. La tecla del punto final sonó redonda, complacida. Horacio no había terminado de apoyarse en el respaldo de su silla exhalando un sus15
piro de aprobación, cuando la silla que estaba a su lado se movió, y del rodillo voló la hoja que fue a coronar una pequeña pila: el cuerpo de la obra. Las hojas como apretadas por dos manos se desplazaron hacia la puerta de la torrecita, ante la mirada espantada de Horacio. Dio un salto y volcó la silla. Las hojas caracolearon por la escalera y tomaron velocidad. Horacio echó a correr tras ellas. El mazo corría cambiando alturas y posiciones, atravesó en jardín, bajó por Colón, dobló por Sarmiento, bordeó la costa y agarró Rivadavia. Horacio atrás, pero la distancia se hacía cada vez mayor. A la altura de Santa Fe lo había perdido de vista. Jadeaba. Se sentó en una vidriera para recobrar el aliento ¿o la razón? Solo en la noche vagó por el centro de norte a sur, de este a oeste. Al amanecer volvió a su casa. Casi no podía trepar la loma de Colón. “¿Qué te pasa Horacio?” Él daba respuestas tontas. ¿Acaso iba a contar esa historia? “Leete algo Horacio”. Él contestaba que no escribía más. Para el cumpleaños los amigos le regalaron un libro. Se llamaba “La hoja en blanco”. Sobre el autor no había datos; sólo un nombre: Juan Pérez. Era su novela. MARTHA CONTI victorialohola@yahoo.com.ar
16
LA ESQUINA DE LOS VIENTOS
D
icen que la esquina de San Martín e Independencia es la más ventosa de la ciudad. Los meteorólogos con sus caras serias hablan de latitudes y longitudes por las cuales ocurre este fenómeno. Sin embargo, para saber la verdadera historia hay que pararse a las doce de la noche, cosa complicada en estos tiempos, y mirar hacia arriba. Sobre el techo del banco, donde antes se emplazaba una hermosa mansión, vivía una joven de ojos azules, cuyo fantasma se asoma desde el techo del ahora Banco Hipotecario, como buscando a su amado con quien no pudo casarse porque según decía su padre, “no era de buena familia. Tanta fue el dolor de la pobre niña, que sus suspiros de nostalgia comenzaron en otoño, crecieron en la primavera, y luego al llegar el verano murió de tristeza. Desde entonces, se dice que cuando pasa alguien parecido a su amado, sus suspiros son tan intensos que desatan verdaderas tempestades. VIVI MAZZEO vivimazzeo2012@gmail.com
17
FICUS
H
ace algunos años cuando me instalé en Mar del Plata, solía tomar café en un lugar que se encontraba en frente la Plaza Mitre. Su nombre, provenía de la gran planta que se encontraba en el patio del fondo. Cuentan que antes en ese terreno, se encontraba una casa en la que vivía una familia adinerada con sus tres hijos. El menor de éstos solía traer problemas financieros por sus despilfarros económicos. Una noche, al llegar tarde como casi siempre, su padre estaba esperando por él en el sillón de la biblioteca. Lo llamó por su nombre y éste no respondió y continúo caminando hacia su dormitorio. El padre, enfurecido, se levantó y se dirigió tras él. Discutieron. El viejo sacó su arma para asustarlo, y ésta se disparó en el forcejeo. Desesperado y sin saber que hacer trató de reanimarlo pero ya no era posible cambiar su destino. Huyó en medio de la noche. Nadie más se encontraba en la casa, ya que el resto de la familia había salido. Nunca apareció el cuerpo. La gente del lugar dice que justo ahí, debajo del Ficus, había caído el joven y que en las noches puede escucharse un murmullo de dolor. La casa fue comprada por el dueño del café, que nunca pudo remover la planta impresionado por la historia. Curiosamente la misma se convirtió en la mayor atracción del local. Nadie sabe por que una de sus hojas es de color negro, y nunca se seca. VIVI MAZZEO vivimazzeo2012@gmail.com
18
LO ESTÁ ESPERANDO
D
icen que lo sigue esperando. La última persona que cerró las altas rejas cumplió la promesa de llevar del mensaje: díganle que lo estoy esperando, que venga a buscarme. Cada niña que se iba cumplía, para no cortar la cadena, por las dudas. Aunque se lo dijera a cualquiera, aunque fuera en vano. Por si acaso. Para que el alma de la niña descansara en paz. Y dicen que con los años, el mensaje se fue convirtiendo en un rezo necesario. Se lo decía al salir para no volver. Una promesa. Dicen que lo sigue esperando. Siempre. Desde atrás de los ventanales, recorriendo los pasillos, las habitaciones antes uniformadas de camas y niñas, ahora polvo brillo de sol. Dicen que andaría por los túneles, también, pero no por el lugar sagrado, los mármoles del piso y las estatuas no se lo permiten. A veces, creía ver a lo lejos, a un señor en un carruaje, una señora y una niña. Caballos al galope en el camino de tierra seca, un golpe, un ruido fuerte, algo rueda por el aire. El señor y la señora quietos. La niña llorando. Pobrecita, eran su mamá y su papá, no tiene familia, no tiene a nadie. Va a tener que ir al Asilo. Este va a ser su hogar hasta que la vengan a buscar, eso dijo una señora de ojos secretos, y no le preguntó porqué, solo podía llorar. Eso también le decían a otras niñas que llegaban, solas y tristes, y a veces se iban para no volver. Como el señor y la señora del carruaje. Dicen que dejó de llorar cuando el festejo de aniversario iluminó la rutina. Y entonces la comitiva con las doñas, dulces y pastelitos, y el joven acompañando a su madre. La señora viene con el hijo mayor, se decía por los pasillos. El alboroto de ver a otro hombre que no fuera en cura en la misa, o el jardinero, a veces, en el patio. Dijeron que cuando lo vio se quedó muda y sin llorar, por varios días. La sonrisa, educada y circunstancial del joven, como la de un príncipe a sus leales súbditos dirigida a todos y a nadie, llegó hasta la niña y entró en su mundo. Creyó que la miraba solo a ella, mientras desapare19
cía el salón de las visitas y sus benefactoras. Te voy a venir a buscar, leyó en la sonrisa del joven. Y desde entonces lo estuvo esperando. Dijeron que con los días las trenzas se le agrisaron y los años le doblegaron la espalda. Las niñas se fueron yendo a otros destinos. Y se cerraron las esperas para siempre. Dicen que a veces la escuchan, detrás de las altas paredes, por 20 se septiembre, por Río Negro y que anda por los túneles Lo sigue esperando mientras se oxidan las rejas y crece el olvido. Díganle que lo espero, repetía, para que el mensaje cruzara la distancia hasta las mansiones, allá, lejos y viniera a buscarla. Su deseo impregnó las paredes y juntos, paredes y deseo se fueron disolviendo en el recuerdo. En el patio las palmeras están. El mar está y el viento lame el acantilado desde siempre. ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU anamr2001@hotmail.com
20
NOVELA DE BARRIO
E
n la esquina, el cartel fileteado con mucho cariño y la cabeza de un caballo arriba del nombre, llama la atención. Al entrar, desde la foto Gardel sonríe eternamente. Los dibujos de Molina Campos cuentan historias. Las mesas y sillas todavía vacías. Olor a vino. El mostrador y la reja amarilla, separan al dueño de las botellas de los que toman de esas botellas. El saludo al entrar: buen día. Buen día, murmuran los parroquianos, sin mirar pero mirando de reojo, con la misma desconfianza que se miró siempre al extraño. Un vaso en la mano, el codo apoyado sobre el mostrador, inclinado el cuerpo, las piernas abiertas. Solo la ropa indica el ahora. En un rincón un anciano parece hablarle al aire: Y si les contara que la conocí. Esa que nombran tanto. Y que dicen que está loca. Traéme una grapa. ¿Por qué me miran así? Yo también fui joven y tenía mi pinta y mujeres. No, claro, no arrastraba esta panza y mi pelo era negro, raya al costado, peinado para atrás. ¿De qué te reís vos? Gracias, flaco. Miradas cómplices aguantando la risa para no ofenderlo. Con tantos años de juntarse en el bar se conocían todas sus historias, pero esta de Pancho, no. Se la tenía bien guardada. Empezaron a chumbarlo como a un toro en el ruedo: Que la vas a conocer vos con lo celosa que es la Marta, dispara uno. No te deja ni a sol ni a sombra y de joven sería peor. Se reían del Pancho, se reían. La Marta te hubiera matado hace tiempo. Sí, la conocí y era la mejor bailarina que pisó un escenario, se los juro y no lo digo yo, lo decían todos los diarios. La cara del Pancho se ablanda y su mirada va tras esa imagen, la de ella, el teatro, los aplausos, bailando para él, enamorada. Nadie quiere interrumpirlo, ni se podría, porque el Pancho está perdido en el tiempo: No puedo seguir con vos. Me voy a casar con la Marta. No puedo zafar, sabés, está embarazada. Y llora cuando la deja, enterrando su amor en el secreto y llora con la nariz adentro del poci21
llo y vuelve al bar, al flaco que lo mira triste desde el mostrador, a los muchachos que ya no se pueden reír de la prostituta del barrio. La que todos conocen. Con la que todos ellos fueron la primera vez. Y todos creen que además de puta es loca. Pobre. Entonces es verdad cuando empieza a contar que fue bailarina: La mejor, hasta que un mal nacido me dejó para casarse con otra. Y ella empezó con uno y con otro, y a tomar. Y el Pancho borra las lágrimas y se suena los mocos con la mano, como corriendo el recuerdo de vuelta para adentro. La respuesta a la pregunta es que el dueño del bar no está, entonces no sé puede saber si el lugar fue pulpería, desde que año, y lo que sucede adentro, truco, caña, Hugo del Carril y Pampa mía, no sale al afuera de celular y selfies. Así de caprichosos son los mitos. ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU anamr2001@hotmail.com
22
DESPEDIDA 15 de enero de 1890.
Hotel Montfleury Alcaldía de Cannes Sra.: Beatriz Hunter Mansilla. Querida Amiga:
Ud. sabe que no soy bueno para escribir cartas; tuve poca instrucción; pero en la confianza de que ha de saber comprenderme, como siempre lo ha hecho, le envío estas líneas. Tal vez sean las últimas que escriba… lo siento así y perdóneme que la cargue con estas premoniciones. Setenta años no son tantos, pero son muchos sobre mi cansada existencia. El clima acá es bueno; el aire entre la montaña y el mar es reconfortante; el Hotel es cómodo, y mi mujer y mi hijo están haciendo todo lo posible para que lo pase bien; pero qué quiere que le diga… me amarga no haber podido concretar el puerto de Mar del Plata. Sé que me estaba costando mucho dinero, pero sé también que pronto se recuperaría. Mis hijos, por desgracia, no lo entendieron así, y se valieron de sus influencias para hacer que el gobierno de la provincia suspendiera las obras. Ese disgusto fue lo que me enfermó… y ahora dicen que estoy loco o algo parecido…una buena excusa para sacarme del medio. Como todo viejo, estoy repitiendo argumentos que usted conoce de memoria… pero eso no significa que esté loco, bien lo sabe. Al final de cuentas, si gastaba mucho en la idea del puerto, era mi plata, lo que me gané trabajando como bestia desde los diecisiete años, cuando llegué a la Argentina desde los Pirineos. Usted sabe que si no tengo un proyecto entre manos, me cuesta encontrarle sentido a la vida. Y aquí estoy, con la cabeza llena de ideas que no comento con nadie, por no dar pie a que sigan insistiendo con mi estado de “surmenage”. El que haya tenido una hemiplejía en el 88, 23
producto, sin duda, del disgusto comentado, y de la que me recuperé en mucho, no quiere decir que no razone con claridad; allí está mi testamento, que da pruebas de ello y que dicté sin ayuda de nadie. Hoy tenemos una tarde nublada y fría; veo cómo la bruma se levanta del mar y lo invade todo; también mi corazón. Por eso le escribo, querida amiga; para agradecerle tantos años de callado apoyo, sobre todo en los momentos en que más me combatían. Usted sabe que libré muchas batallas: la propiedad y el parcelamiento de las tierras; la construcción y la agonía de los saladeros, especialmente los del Tuyú, que tanto quise, bien provistos, hasta con escuela y cancha de pelota; la tropa de carretas que llegaba al Río Negro; la flotilla de barcos que acortó en semanas ese viaje… en fin… no hubiera podido concretar muchas de esas obras, sin un refugio paciente donde disolver mis amarguras, mis enojos, mis impaciencias ante tanto escribano, tanto sello y tanto papel. Usted fue ese refugio inteligente, que comprendía mi punto de vista y me aconsejaba bien. ¿Qué quiere que le diga? Es la persona de este mundo que más conoce mi alma, así que ha de saber todo lo que hoy siento por usted. Adiós querida amiga. Hasta siempre. Pedro Luro Sin embargo esta es una carta de ficción: la carta que Don Pedro Luro hubiera podido escribir poco antes de su muerte el 28 de febrero de 1890, si es que hubiera tenido una “amiga – amante” más o menos secreta. Los datos volcados en la carta son absolutamente históricos y han sido tomados de: “Pedro Luro. Un pionero de la Pampa” de Roberto Osvaldo Cova, 1er. Premio del III Concurso de Estímulo a la producción artística y literaria, 1966, Municipalidad de Gral. Pueyrredón. Dirección de Cultura. MARTHA CONTI victorialohola@yahoo.com.ar
24
EL FANTASMA DEL CASINO
D
e Nunzio Ratto se decía que jugando a los dados y al póquer, dejó en la ruina a muchos ricos y nobles europeos. Desde París llegó a Buenos Aires; y cuando todos los jóvenes acomodados de la capital terminaron con sus bolsillos vacíos, decidió largarse a viajar. Así llegó al saladero de Pedro Luro. Se cuenta que compartía con Luro el gusto por el truco, juego que conoció en los prostíbulos del bajo. En el puerto, todavía cuentan la historia del genovés que arruinó a muchas familias de pescadores. Hasta que decidió ir por el premio mayor: le jugó a Luro toda su fortuna contra el saladero. Y perdió. Algunos cuentan que escapó a Génova. Otros, que por vergüenza se suicidó, y que su fantasma recorre los pasillos del Casino. Y que por resentimiento, o quizás venganza, obliga a que los dados nunca sumen siete; que la bola caiga en el número que nadie apostó; que las cartas siempre hagan ganar a la banca. DANIEL BATTISTON unextraño.wordpress.com
25
MAR DEL PASADO
L
a esquina de Formosa y La Costa en Mar del Plata no es una esquina como cualquier otra. En este lugar, sobre la piedra que decora la vereda, se encuentra grabada la impronta de un ammonite. Los ammonites son moluscos que vivieron en las aguas de las costas marplatenses hace 400 millones de años atrás. Hoy están extintos. Lo único que queda de ellos son estos fósiles que pasan inadvertidos para la mayoría de los transeúntes. Los viejos pescadores, dicen que si alguien lo pisa descalzo a las 4 de la mañana desaparece automáticamente y es arrojado a los mares del pasado. Pero no al pasado en el que todavía funcionaba el saladero de los Peralta Ramos o cuando el arroyo Las Chacras dividía a la ciudad en dos, sino a ese pasado en el cual los ammonites eran quienes dominaban los mares del Devónico. Según la leyenda, para poder salir de ese limbo hay que sobrevivir al ataque de criaturas extintas y nadar hasta la costa. Hasta el día de hoy nadie ha logrado regresar y tampoco se sabe quién será el próximo en desaparecer. SEBASTIAN D`IPPOLITO dippolitos@hotmail.com.ar
26
EL RITUAL DE LAS CENIZAS
E
s costumbre en Mar del Plata arrojar las cenizas de los muertos al mar. Algunos pretenden responder a la última voluntad del fallecido, otros vaya a saber por qué. Es un ritual desagradable y doloroso, pero que de algún modo los salva de la inmovilidad eterna de las tumbas. Lo que nadie sabe -si es verdad que la vida pasa como una película en el instante de la muerte- es si esas almas se dan cuenta, no de lo bueno o lo malo que han hecho, sino de cuánto han hecho y de que ya es hora de descansar. Dicen que la zona preferida es la de los acantilados, y quienes conocen el lenguaje de las mareas afirman que es por eso que está tan corroída. Que es por culpa de las manos desesperadas de los difuntos que, en vano, intentan de aferrarse a la tierra para volver a la quietud. Dicen también que, mientras la municipalidad no escuche el reclamo de sus muertos, condenados a pasar el resto de su muerte sin un minuto de reposo, seguirán socavando la costa, poco a poco. MARCELA PREDIERI delapalabra@hotmail.com
27
HACE TIEMPO, EN PLAYA CHICA
C
uentan las historias que el mar no suele disculpar adolescentes imprudencias, más aquel día, ese mar, entre las rocas y su magia, perdonó una vida. Guillermo tenía en ese entonces, 13 años y desde su casa en Alberti, casi esquina Boulevard Peralta Ramos, podía ver las olas romper contra las gigantescas rocas en Playa Chica salpicando el cielo. Nunca se conformaba con mirar desde lejos, esa naturaleza incitaba a Guillermo a tirarse desde ellas y luego ir nadando hacia la costa de arena, Playa Chica era para él, una playa mágica. Así pasaba varios momentos del día, en esa particular escollera natural, formada principalmente por tres rocas de tamaño colosal, tipo iceberg, donde sólo se alcanza a ver un 10 % de su tamaño y el resto está sumergido en el mar, mar que desde hace miles de años ha ido moldeando a su antojo. La más grande tendría una superficie de unos 500 m2 y era bastante lisa, por lo que se podía caminar sobre ellas. Había una separación de casi un metro de ancho entre las dos rocas más grandes, sus bordes estaban decorados de algas, lo que las hacían sumamente resbalosas; la grieta tendría una profundidad de casi 3 metros. Al golpear las olas contra éstas, el agua volvía al mar a través de esta especie de canaleta submarina. Una tarde Guillermo tuvo la intención de saltar de una a otra, pero al hacerlo resbaló… y comenzó a vivir los minutos más largos de su vida. Ya sumergido en el agua no podía trepar por las paredes resbalosas, cuando lograba sacar la cabeza a la superficie, golpeaban una y otra ola que lo empujaban nuevamente hacia el fondo una y otra vez… Sólo tenía tiempo a tomar aire entre una y otra embestida del mar… no sentía miedo, y recuerda haber experimentado una extraña calma, no pensar en nada. Y así de la nada, una ola muchísimo más grande que el resto, lo hundió en ese laberinto submarino, empujándolo a través de un canal en la base de la roca, el mar lo arrastró tres o cuatro metros a lo largo de sus entrañas rocosas bajo el agua. 28
Nunca había cerrado sus ojos, y de pronto las aguas se iluminaron con los rayos del sol... ¡El mar lo había llevado hacia aguas abiertas, salvando su vida! A partir de aquel día, Guillermo, respetó por siempre aquella extraña magia... Más el mar, de alguna forma, debía cobrarse una víctima y dejó a Playa Chica sin su arena de playa. GUILLERMO HUGO MAZZARELLO guillermohugom@gmail.com
29
LOS MATADORES
E
l matadero municipal comprendía las calles Alvarado, Rodríguez Peña y de Chile a Los Andes, −hoy Teodoro Bronzini− y fue inaugurado en el año 1940. Tenía lugar para el encierro de los animales, sala de faenado y el despacho de carne. El trabajo empezaba en los corrales y terminaba en el salón de ventas. Era común el mal olor, ya que por una zanja corría la sangre mezclada con agua. Las moscas tenían lugar propicio para multiplicarse, lo que hizo que el barrio fuera conocido como “De las moscas”. El frigorífico fue demolido y el lugar pasó a ser un gran espacio verde hasta que las autoridades proyectaron construir viviendas. El Complejo Centenario se ejecutó durante la época del proceso militar. La fantasía popular tiene la creencia de que sus cimientos están erigidos sobre charcos de sangre y restos de vísceras animales. Con el paso del tiempo se fue agregando a los relatos que de humanos también, que allí se enterraron cuerpos de guerrilleros y disidentes políticos de los años 70 y que los desaparecidos de esta ciudad y alrededores están bajo los escombros, arena y cemento que sirvieron de base. Es un estigma que pesa sobre el barrio. Tal vez por eso al poco tiempo de ser entregadas las viviendas, el terreno haya cedido deteriorando paredes y pisos. Nunca hubo final de obra. ROSA BLANCA GALLO
30
EL TILO
M
aría y Juan solían citarse al amparo de las discretas y bajas enramadas de los tilos, que solamente florecen en verano.
María como era su costumbre fue a esperar a Juan bajo la enramada discreta del tilo amigo, testigo de sus encuentros amorosos..Pero esa tarde la espera fue en vano Juan extrañamente faltó a la cita…. La tarde se hizo sombra. Ella quedó dormida al pie del tilo amigo. Fue una fría noche. Al amanecer, su cuerpo apareció cubierto de flores blancas y perfumadas. El tilo estaba despojado de ellas pero una tibia mortaja desprendida de sus ramas, arropaba la soledad de la enamorada., como un delicado y oloroso manto Los tilos siguen floreciendo en el estío, pero cuentan “los que saben” que aquel tilo amigo, como en un canto al amor y al abandono, lo hace en invierno. Su flor solo dura una noche, pero se lo puede hallar en alguna de las calles o plazas de Mar del Plata. ANGELES VALDÉS MARTELES claravaldes@yahoo.com.ar
31
EL HIJO DE LA INMIGRANTE —Ernesto, ¿me acompañás a ver al loco de la peatonal, el que reparte billetes? —Dejate de joder, es bolazo —Dicen que es el padre de Juan Ignacio Spineli, ¿te acordás?, el pibe que boleteó de un tiro al amigo, una noche pasado de merca. Parece que el padre de este pendejo, un tipo remilgado de esos con cara de que están todo el día oliendo mierda, no se bancó la situación y se rajó al norte, por el Pacífico. Allá conoció a un tipo que parece que lo hizo reflexionar y cuando volvió a Mar del Plata era otro. Ya no caminaba con el pecho inflado, andaba cabizbajo y arrastrando los pies. Reventó la fortuna y es el que reparte billetes en la peatonal. Dicen que anda con bolsas de pescado, ¿te imaginás el olor que debe tener? El tipo, a la historia, te la cuenta así: EL PESCADOR Desde el muelle veo una sierra alargada y baja detrás del agua de la bahía. Algunas gaviotas revolotean cerca de las pequeñas embarcaciones. Desde el borde costero mi vista se pierde hacia la derecha, dónde, imponente, se eleva un morro que parece gobernar el canto de las gaviotas, la vida de los pescadores y sirve como referencia para los navegantes. Estoy fascinado y a la vez siento rechazo por la vida miserable y pobre de los pescadores. Me acerco a uno de los barcos; un hombre rudo de remera musculosa y gorra con visera, me mira. Ensayo un saludo, quiero ser agradable, iniciar una conversación. Sin darme importancia, el pescador me dice: ―Suba, si quiere. Usted parece turista. ¿De dónde viene? ―De Mar del Plata ―¿Ahí no hay puerto? ―Sí, pero voy poco. Al centro comercial, a alguna cena de negocios, encuentros importantes. 32
El pescador me alcanza unas botas altas, de goma ―Pongaselás —dice, dando por sentado que yo me iba a embarcar con él― y se queda quieto, en el medio, si se cae al agua me pierdo medio día de trabajo. La mirada del resto de los tripulantes fue hostil, pero no me importó y subí a la embarcación. ―¿Cuánto produce por hora? ¿De cuánto es la rentabilidad diaria?—pregunto mientras el pescador revisa el combustible, el motor y otros elementos desconocidos para mí. Apenas sobrevivir. Este tipo no quiere salir de pobre. ¡Qué vida chata, sin sentido! ―No sé de qué habla, hombre—dice saliendo a marea— yo saco unos doscientos, doscientos cincuenta cajones por día. Con eso llego a alimentar a mi familia, compro los libros para la escuela de los chicos— me habla en voz alta mientras tira una red y espanta un par de gaviotas instaladas a su lado. ―Lo que usted tiene que hacer, mi amigo, es contratar un par de pescadores y arrendar otra lancha, acumula su plusvalía y duplica la venta. ―¿Plusvalía?¿Qué es eso? El “Fiesta” es la mejor barcaza que tuve en mi vida. No necesito otra. ¿Usted tiene familia, allá en Mar del Plata? “Fiesta”… nombre de lanchita amarilla. ―Claro. Allá todos los empresarios tenemos familia. ―¿Muchos pibes tiene? ―No, un solo hijo. Mi esposa no puede dedicarse demasiado a la maternidad, es dueña de una galería de arte, le consume mucho tiempo. ―¿Qué? ¿La patrona no vino a la Bahía del Morro? ¿Su pibe tampoco? ―No, no, claro que no. Mi esposa prefirió unos días con las amigas en un spa de las sierras. Juan Ignacio, mi heredero, no puede salir de Argentina por un problemita judicial. ―¿Me va a decir que su pibe es chorro? ―Un error. Pero se soluciona en breve, el juez me debe un pequeño favor. El pescador me mira con lástima. Le alcanza un hueso al perro de 33
lomo negro y le veo los callos de las manos, la piel curtida. Tienen la sabiduría que yo no encontré en las cátedras de la universidad. Me hace acordar al viejo, sacándose la gorra al entrar al teatro, el día de mi colación. Aquel día, me hice el que no lo vi, me iba a dejar el olor a puerto en el traje. Él tenía ese olor hasta en las uñas. Casi llegando al morro, veo lo escarpado de las laderas, pienso en la aventura de trepar por ahí. . ¿Te acordás mami, de la camisa y la corbata que usé para la colación? La había comprado Doménico, tu preferido. Y si…él no terminó el secundario, pero lo querías más porque era igual al viejo, bruto. ―¿Usted tiene hijos?— pregunto. ―Tres varones y la nena, que ya se las arregla con los mariscos en la cocina. El más grande aprendió a bucear así que está probando suerte al norte, sacando el abulón de los bancos de algas—me dice orgulloso. Miro hacia arriba, no puedo recordar cómo es el cielo en Mar del Plata ¿había gaviotas? Le pregunto a mi amigo si puedo pernoctar en el Morro de la Bahía “Mi amigo”…ya ni me acuerdo que es un amigo. Mami, ¿te acordás del Tili? el que perdió la pelota de cuero que me compraron cuando el viejo bajó los doscientos cincuenta cajones de merluza… ―¡Nooooo! —dice— usted se ve que es un hombre con estudios, debe saber que son solo piedras, no hay hoteles para ricos. ―Me quedo igual Me deja el termo con café, pan y fiambre. Me asegura que mañana volverá a buscarme, si es que yo sigo vivo. Por las dudas, le mando un mensaje: Ma! Me acordé había gaviotas en el cielo de Mar del Plata cuando vos hablabas con los tanos de la banquina peleando el precio del pescado Cuando el pescador vino a buscarme, el sol de la media mañana había empezado a calentarme los huesos. La preocupación por el horario de los vuelos y la urgencia por entregar a tiempo el resumen de subsidios de la empresa, me hizo olvidar de agradecerle al pescador por el café y el fiambre. Bueno, después de todo, el tipo era un bruto…ni se debe haber dado cuenta. CLAUDIA GABRIELA MORRO claudiagabrielamorro@hotmail.com 34
LAS LÁGRIMAS DE NAIQUÉN
S
e sabe que Juan de Garay, luego de fundar Buenos Aires, continuó navegando hacia el sur y llegó al lugar donde nació Mar del Plata. Nadie cuenta que Garay y sus hombres acamparon allí, y fueron recibidos de buen modo por los habitantes. Tampoco narran que un sevillano de nombre Dieguez enamoró a Naiquén, la favorita del cacique. Fueron separados de un modo brutal, y condenados a vivir en las tierras del oeste, donde se alzan las Rocas Altas. Dieguez fue estaqueado hasta que muera de sed. Naiquén, lloró de rabia y dolor; dejando caer sobre Dieguez sus lágrimas, para que beba de ellas. Pero Dieguez murió, y Naiquén lloró por el amor extraviado. Lloró hasta secar su cuerpo; y hasta que ella misma se deshizo en aguas. A fines del siglo XVIII, los jesuitas arribaron a la Laguna de Naiquén, junto a las Rocas Altas; que hoy se conoce como Laguna de los Padres. DANIEL BATTISTON http://unextrano.wordpress.com
35
EL MUELA
Y
a no existen personajes pintorescos en las calles de Mar del Plata. Yo recuerdo uno del tiempo de mi niñez. Entonces la gente vestía con cierta elegancia; los hombres calzaban lustrosos zapatos de cuero. Los lustrabotas se ganaban la vida renovándoles el brillo perdido. Uno de ellos era el “Muela”. No era uno como los demás. Uno podía, a la pasada, nombrarle un tango cualquiera; él lo silbaba al instante. Quienes lo conocían lo desafiaban con los más antiguos de la guardia vieja: “Milonguita”, y antes que le dieran la espalda, un silbo dulce surgía de entre los labios del lustrabotas. La informalidad y las zapatillas relegaron la elegancia y el calzado de cuero. Los cajones con latitas de betún desaparecieron de las esquinas. Ya nadie tampoco silba tangos, o quizá el bullicio no permite escucharlos. Yo a veces transito aquella esquina donde paraba el “Muela”. Lo hago de madrugada. No resisto la tentación de entonar, con mi voz apocada, mi tango preferido: “Farolito de papel”, y aunque no me lo crean, a lo lejos, como una melodía, escucho un acompañamiento. A mi no me caben dudas, esa música de fondo tiene el ritmo del ir y venir de los cepillos y me despierta el recuerdo del inconfundible olor a pomada Washington. CÉSAR VON DER WETTERN
36
EL CLIMA EN MAR DEL PLATA
E
n Mar del Plata, los científicos han registrado seis estaciones climatológicas, además de las cuatro ya conocidas. Las playas de Mar del Plata estás provistas de coloridas sombrillas y espaciosas carpas, que ocasionalmente pueden ser utilizadas para protegerse del sol, cuando no llueve. La posibilidad de lluvias torrenciales en la ciudad de Mar del Plata, en el día de hoy, es exactamente igual a la de un sol radiante y generoso. O de que nieve, también, o que esté nublado todo el día. GUSTAVO FOGEL fogelgustavo@hotmail.com
37
CURIOSIDADES
E
l verdadero fundador de Mar del Plata es Cohelo de Meyrelles, pero como se trata de una calle menor, lateral y sin asfaltar, prefirieron otorgarle el honor a Pedro Luro. La conocida postal de Colรณn, pisando las playas del nuevo mundo, fue tomada por un fotรณgrafo marplatense.
GUSTAVO FOGEL fogelgustavo@hotmail.com
38
EL GUAPO PERDONAVIDAS
D
icen que el guapo Perdonavidas solía caminar cuando la noche era bien oscura por 9 de julio y Jara. Cuentan que los habitantes del barrio en esos tiempos parecían interminables. Que todos deseaban que se fuera, y no era chiste. Estaban conscientes de que el guapo vivía en otro mundo, de que ya había pasado ese otro tiempo de recompensas aunque más de uno le tuviera ganas, pero; el silencio era más seguro. Las fosas nasales se les agrandaban. Pero era solo una emoción reprimida. Eso hacía que los suspiros sean negados lentamente. Eran negados de una forma nerviosa porque no vaya a ser cosa que se les escaparan del hartazgo. Esas respiraciones de algún modo claudicaban, esas respiraciones se ponían de rodillas. Pero según dicen lo más acercados es que entre esos conflictos de las miradas, en realidad tenían que admitir que eran, en realidad, unos cobardes. El guapo lo sabía. Por eso un día entró al bar como un pájaro, pero entiéndase, como un pájaro ciego, las sillas arrastradas por el barullo indicaban que había llegado. Todos le abrieron camino disimuladamente, algunos alzaron sus muñecas solo para acomodarse el pelo o tocarse la nariz. Después de algunos minutos cuando todo estuvo en calma y en absoluto silencio, el guapo le pegó una suave franeleada al chambergo y se ubico frente a la barra. El guapo entraba con el cerebro seco. Por eso no tenía memoria. Por eso la miró a la Montero alias – la fiel de los ataúdes-, porque parecía muerta en las madrugadas. La retó a ver si le quedaban ganas. Sin acordarse de que el día anterior le había metido todo su cuerpo por la garganta. −Decime... ¿Y? ¿Tenés o no tenés ganas? La flaca lo miró. Sentía que esas palabras del guapo eran como una cuerda alrededor de su carne. La palabra ganas la hizo sonreír disimuladamente con la espalda dura. Como pudo se puso de pie cerrando los 39
ojos. Y mientras tanto le vino rápido a la cabeza la palabra Y. Entonces volvió a disimular medio apurándose esta vez para tratar de calzarse el zapato de tacón derecho. Cuando se lo calzó de una el otro se reincorporó ya a la misma altura del guapo solo para asegurarle de que si nuevamente. Le dijo: −Como usted diga, guapo El guapo se la quedó mirando en lo más hondo de un mal ejemplo. Luego se limpió una colilla sobre la manga derecha sin desviarle la mirada porque creyó haber visto algo raro cuando la flaca con el sudor de sus dedos atinó a una queja. Fue por eso que amago a tocarla pero se arrepintió y siguió camino entre el temblor de todos a su alrededor. Entre el paso lento desviaba la jeta de derecha a izquierda, parecía desafiar a toda la ebriedad. Nadie dijo nada y se aseguró primero de eso antes de dirigirse hacia el mostrador para verle la cara al miserable. −Servime uno. Vamos a ponernos de acuerdo vos y yo. −A esa le falta una inyección de sangre. Que sea la última vez que cuando entre me encuentre con esta muerta. ¿Entendido? Al miserable se le agigantaron los latidos. Comprendió clarito esa triste maldad bajo la noche. Sabía que el guapo no daba vueltas ni repetía por segunda vez las cosas. Por eso en esa afirmación desmesurada de gallina con hambre también pudo ver claramente su agonía si por ahí se le hubiera ocurrido el guapo patearle las bolas. Se acomodó en una mesa al fondo y contra la pared sin tener en cuenta esas cosas del destino, luego para sí se dijo: que pasa con las mujeres carajo A tres mesas de distancia estaba La Blanquita. Como nueva. Y como nueva que era se le empezó a mover. Aquel movimiento parecía decirle al guapo “acá está lo que estás buscando” porque la Blanquita estaba equipada por una tetas bien paradas. Enormes. Además era violenta, la más jodida. Estuvo años en la cárcel por matar a un joven de veinte años. El guapo lo sabía más que nadie. Miró la hora. Estaba apurado. Luego la miró asqueroso pero con franqueza y la llamó con su dedo índice. −Qué pasa -dijo Blanquita. -Escuchame bien, estoy en un mal momento. ¿Ves a ese desgraciado parado ahí? Tiene un hijo- lo último lo dijo con un olor amargoBueno, míralo bien porque ese mañana por acá no viene más, no 40
despierta más. - ¡Qué lástima! Pensé que... -¡Vos espera nomás! –le retrucó sin más palabra- De acá no te me movés. ¡Te voy a cambiar de lugar esos pezones miserables cuando te agarre, vas a ver y ahora andate! Tras los tacos y el culo de esa mujer dejó los ojos un rato y de memoria manoteó el vaso y a propia cuenta de un par de monedas en la barra estiró la nuca y se mandó el trago sin respirar. Estaba quemado; pero era puntual para sus compromisos. Porque la vida no estaba asegurada. El alma era un puñal para entonces. Un jadeo bajo los faroles de las calles donde costaba despertar. LUIS ESCOBAR luislupreste@yahoo.com.ar
41
EL GUAPO PERDONAVIDAS II
E
l guapo perdonavidas camina pesadamente. El tiempo lo arrastra entre las hojas y poco a poco se enfrenta a los jirones del viento. A cada paso, lentamente se asoman las esquinas de la calle Olazábal, eso parecido al alma de una mujer, donde tiempo atrás se paraba a enfrentarse con cualquier perejil para demostrar su fiereza. El acostumbraba hacerles un tajo al costado de la jeta y su frase preferida era: ni se te ocurra tocar lo que es mío. Camina lento. Se impulsa con los brazos, a veces a destiempo. Camina con miedo. Presiente que atrás de él hay una luz que lo persigue. La brisa del silencio se acuesta en el suburbio y encima del guapo. Ahora el cambio brusco del tiempo desprende una canción. La melodía penetra por un hueco al fondo de su memoria donde resultaba imposible para los cobardes. Es tarde. La luna ofrece quedarse en aquella boca que apunta hacia la vidriera. Huele el tango. Las copas entre algunas gambas ajustadas. Tiene ganas de llenar sobre sus manos un trago de alcohol. Por eso toma el tabaco por la cintura y acomoda el puñal. La pared parece desnudarse ante él para que apoye los codos. El bandoneón viene a buscarlo. Lo invita. Pero el guapo medio displicente bajo la luna se maquilla los ojos con el olfato de una mirada que lo circunda. Corre despacio sus ojos hasta el triángulo de sus sienes y al instante sobre la esquina atrapa los ojos aburridos de una rubia en la baldosa. No la deja de mirar. Observa que una cruz se extiende en su muñeca. El guapo pita. La vuelve a mirar con los dedos mordidos por un lobo. Pita fuerte como para encandilarla. Lo apaga a punta de zapato. Lo aplasta de memoria con el taco. Entra al boliche. Tras los pasos de una piba recorre el salón. Toma asiento sobre una nuca que se desmaya como de pie sobre 42
un pantano. No atina a nada. Solo observa. Hacia la otra punta de otra mesa puede oler el invierno. Más atrás un cielo de mujeres polvoreándose de cigarros y pitadas con maquillajes. Más lejos un piano saboteando algún que otro silencio. Una cara de madera sonríe estúpidamente por coronar una cerveza. Mientras tanto el guapo pone su sensibilidad despiadada en otro tango que pasa por ahí. Se ríe ante esas viejas con urracas en los ojos. De las lungas que desean despertar a alguien con sus piernas de cuchillos. Ríe en la sordera de su impiedad cada vez que recuerda. Ríe porque sabe que a esas no las perdonó. Y no quiso levantarse para no pasar imprudente entre los rudos. Esta vez tenía una cautela como nunca la tuvo antes. Sintió como una nueva pesadez. Como el mismo temor que lo andaba persiguiendo. Entre los límites de aquella puerta oscura algo lo invitaba a pasar entre los tapiales. Por eso de un tirón se paró con esa casaca mal amada por los cadáveres que arrastró el guapo entre enaguas desolladas y por las ojeadas de las cabareteras y los zapatos azules del aire seco del polaco que ya lo venía marcando bajo las moscas de las lámparas del meadero. Allí se habían cruzado casi a tiro. El guapo no tenía ganas de cortarle la jeta a nadie. Por eso fumaba solo pa recordar aquellos paladares engarzándose las babas entre las axilas de las vírgenes de entonces. Recordaba la explosión de sus ojeras. A la tetona Penélope, la que se cargaba a más de dos tipos. La Esther, la trotacalles cariño descotada para vivir como reina del vendaval. Esa, la que tenía labios con desalojo, soutien de flores viejas como acribillada por todo el aguantadero que en ese entonces venían a franelear a ese animal de la nostalgia. Porque el guapo las conocía a todas. El guapo las cogía de parado en los umbrales. Por eso luego ellas escribían con las uñas y los esmaltes las iniciales de él detrás de las puertas. El guapo ni se bajaba los pantalones. Se dejaba puesta la camiseta y los tiradores. Las peinaba con rigor bajo los ecos del pasillo. Con las bolas en alerta. Con la garganta a tiro de asalto sin olvidarse de las 43
moscas bajo las lámparas. Tomaba envión. Cuando las tenía ahí, media muerta, apoyaba su cabeza cerca de los labios para ver cuánto jadeo les quedaba. Empujaba lentamente para sentir el roce del strass en el sudor de las vaginas. Las degustaba aún con esa tersa teatralidad que le inventaban, lo calentaba verlas nerviosas de chillidos histéricos a pesar de que ya estaban curtidas por los calambres. De otra forma pero tan parecida tomaba envión alguna que otra noche cuando lo sacaban de quicio, o no más de aburrido, o no más porque lo habían mirado feo. Empujaba lentamente hasta oír esta vez que ya no había aire sobre su oreja. El puñal estaba ahí, ya prácticamente escondido entre su mano y el cuerpo, ahí se relajó un instante solo para salir nuevamente y para volver contra el cuerpo del que ya estaba muriendo. Cuando los puños lo dejaban de tomar por la chaqueta y solo cuando sentía que sobre aquel pasillo no había más vida, se relajaba definitivamente para dejarlo caer como quiera a ese cuerpo sin nadie. Pita un abanico de aire casi como un quejido molesto. Pita el sentido de placer y muerte. Por eso cada vez que las dejaba por debajo del umbral salía puñal en mano Contra toda memoria de cada muerto y de cada cuerpo carbonizado de rengueras y lentejuelas pero que enardecía con solo dudar alguna emboscada. Por eso afilándose con el filo de viento y con amagues salía puñal en mano. No baya a ser cosa que se la den después de un polvo. Luego el sudor daba paso a un pañuelo entre los tatuajes del salón como quien no quiere la cosa y disimuladamente de haber sido algún que otro jadeo tirado hacia otra vida, no sin antes pasar con la pregunta por entre las legañas de la madama. Ahora bebe para escuchar el funeral de los cigarrillos como para ir tapando el aire de aquellos fantasmas. Mira como se desangran los huesos de un perro que se puso a ladrar sobre la barra de la luna. Piojoso. Espeso por la barba de soledad en su ladrido. Hecha los hombros hacia atrás. La lengua le amarga el cuello y ante 44
esa vidriera con poesía de perro y tango se dijo: Que el vino sobreviva. El piano parece de papel. Un tema lo arruga de respiro. Lo corta. Aparecen aguijones en un perfume que el reconoce cuando sobre la silla vacía de enfrente del guapo estaba ella y las palabras que nunca entendió ni hacia atrás de donde vino. Y entonces reconoció a aquella mujer como a un fantasma. Su nativa ronca del pardo. La única que lo llevó a la cama. Pita. Vuelve hacia la vidriera. Se dijo: Qué faro triste negro, y vos, mujer fin de un tango. Mira la esquina. La luna se ahorca desde un noveno piso. Aún no sabe a quién le hablaba. A quién buscaba. Si era él realmente la cara de otros ojos, o si eran sus manos en verdad que se arrastraban por su cara. Los balcones desmayan trofeos mortales del guapo. La Avenida Luro no lleva la cacería de sus ojos y la desolación. El guapo se arrastra por si algún pañuelo decide abrazarlo. Por el camino desea a veces recostarse para que alguien al menos pueda taparle el ombligo, o para que alguien pueda crucificarlo. Piensa que un torturado sueño le puso algún error en esas tinieblas. El ascensor de la noche sube a dar un punto de apoyo a su vida. El guapo por primera vez besa a la luna. LUIS ESCOBAR luislupreste@yahoo.com.ar
45
LA CARACOLA
L
a caracola rueda al ritmo del oleaje. El pescador la rescata de la orilla y la lleva al oído de su nieto. Escuchá, es el sonido del mar, eso me explicó mi padre cuando tenía tu edad -le dice y agregaNo dejés de oírlo en mi ausencia. Acompañará tus juegos para acortar la espera y se acercarán nuestros corazones. El niño hunde los pies en la arena espumosa. Busca la caracola más grande, de bordes recortados y dialoga con el eco. Sonríe. Al día siguiente vuelve, mira a lo lejos hasta que divisa la barca amarilla y corre a su hogar. El abuelo celebra cada regreso, con abrazos y narraciones atrapantes sobre aventuras en medio del océano. Una tarde, el viento y la lluvia llegan al puerto con la noticia del naufragio de la barca amarilla. El niño ya no frecuenta la costa, sólo conserva entre sus juguetes una caracola. Cuando el sueño le es esquivo, silencia una lágrima para oír, con el eco del mar: Estoy a tu lado. Siempre. NANCY LUCOTTI
46
LOS CURROS
E
s sabido que los perros ladran e intentan morder los tobillos de los que andan en bicicleta, los caballos, las ruedas de los autos… Nadie sabe bien por qué, pero cuando la gente de la Asociación Mar y Sierra de Parapente recuerda al Curro, sí lo sabe. El Curro era un magnífico ejemplar raza perro, bravo, negro y cojo que rondaba la zona de Varese y se prendía a los tobillos de los parapentistas en cada despegue, pero no para impedirlo sino porque él también decididamente quería volar. Ellos lo saben porque son diestros en comprender el lenguaje de las nubes, los vientos y las aves; por extensión también entendían los ladridos del Curro a quien arrastraban unos metros hasta que a fuerza de patadas y sacudones lograban desprenderlo no sin antes elevarlo un par de metros. Una tarde, hartos ya de tantos arrancones a sus trajes de vuelo, el presidente lo cargó en el auto y lo llevó hasta Sierra Bachicha. “Lo llevé a volar” dijo, y nadie preguntó más. La cuestión es que al Curro no se lo volvió a ver; pero también se desató una serie de sucesos aparentemente inexplicables. A la semana el dueño de Bachicha les negó el acceso al campo, salió el decreto que prohibía el vuelo en Varese y el piloto que lo llevó hasta allá sólo mira con tristeza los despegues porque tuvo que poner en venta el ala. En las demás sierras, donde se sigue volando, cuentan que corrientes descendentes suelen hacerlos caer hasta la altura de los curros y si no están preparados, les desgarran los pantalones como si fueran los colmillos de un perro. MARCELA PREDIERI delapalabra@hotmail.com
47
LA ZARZAMORA
H
ace muchísimos años, vivía en la actual zona de Camet, una niña que iba camino de convertirse en la bruja más temida del lugar. Su fealdad espantaba, su salvajismo también, la madre la había abandonado y los vecinos al no conocer su nombre la apodaron Maldad. La pequeña Dulzura con la piel blanquísima y el cabello claro, habitaba cerca. Se veía desvaída como la neblina que solía envolver aquel paraje y hacía temer que un día se perdiera en ella. Todos la amaban, menos Maldad que odiaba su encanto de muchachita angelical. Una vez se encontraron ambas lejos del poblado: Dulzura le sonrió sin temor y esto fue tomado como una burla por la niña que no conocía la bondad; con rabia la arrojó contra los arbustos espinosos que todos temían, enredándola entre las zarzas. Las espinas la atraparon y su cuerpito comenzó a sangrar. Los días pasaron sin que nadie la pudiese encontrar. Los supersticiosos comentaban que había sido devorada por la neblina y los padres lo aceptaron resignados. Cuando llegó el verano las zarzas dieron frutos deliciosos. Las gotas de sangre se convirtieron en moras… moras color sangre plenas de dulzura. AZUCENA OLIVA
48
EL PARTIDO FANTASMA
E
n Champagnat y Alvarado, adonde antiguamente estaba el Estadio San Martín funciona el Supermercado Makro. Tiene un serio problema con sus serenos, de noche escuchan corridas y gritos. Las voces dicen: pasala morfón, dale, dale, escuchan además pelotazos y cánticos de aliento. Hay quien jura que vio a Llamarada Eresuma con Miori peleando una pelota y a Pierino Gonzáles en plena gambeta .Otros creen escuchar la voz de Walter Saavedra trasmitiendo un partido y a Mario Trucco haciendo comentarios. Llamaron a una médium para que limpie el lugar...Dijo la mujer que desde que un Club de la ciudad vio frustradas sus posibilidades de ascenso a nivel nacional, el lugar quedó en queja futbolera. FERNANDO BONATTO http://poesiayramosgenerales.blogspot.com.
49
EL POLÍTICO
D
icen los que saben que en tiempos en que Mardel era una ciudad feliz, habitaba estos lares un señor que tenía el buen gusto de ser honesto y político. Caminaba las calles, otrora sin cráteres, con la impunidad que da la conciencia limpia. Los vecinos solían saludarlo y le comentaban sus necesidades solo por saberlo buena gente. En una ocasión, este buen señor se atrevió a rechazar un gentil presente de un uno y varios ceros en un papel para apurar un permiso edilicio frente al mar donde el código no lo admite, solo porque no podría saludar a sus vecinos luego de aceptar tal infamia. Dicen los que saben que alarmados por lo inédito del hecho, sus pares convocaron al Concejo de Ética del Gran Partido y luego de sesuda elucubración, por su bien y el de la comunidad decidieron internarlo en un hospicio para curarlo en salud. Es sabido que los malos ejemplos suelen dispersarse rápido y afectar el cuerpo social. Dicen los que saben que terminó sus días sin jubilación de privilegio, sentado frente al mar, acompañado por la sombra de la torre que sus colegas se esmeraron en aprobar. GUSTAVO J. ARAUJO gustavojaraujo40@yahoo.com.ar
50
EL LOCO DE LA YUTA
E
n el Barrio de La Perla, entre casas antiguas y nuevos locutorios, geriรกtricos y hoteles dos estrellas viven chicas que se ganan la vida de espaldas. Dicen que cuando alguna se retoba, un guardiรกn azul la entrega a un loco cuchillero que deambula por los caminos vecinales de la ciudad fenicia. FERNANDO BONATTO http://poesiayramosgenerales.blogspot.com
51
EL TIGRE DE JARA
D
icen que sólo sucede en una avenida de asfalto blanco con chalets como carpas amplias, sin árboles que atajen soles o alberguen pájaros. Dicen que si pasamos por la misma en auto, no importa la hora o la estación, puede ser en noche de escarcha, madrugada o tarde siestera de calor rajante, dicen digo, que si paramos en un semáforo, se nos acerca un ser de ojos como tigre que nos recita un conjuro o un hechizo haciendo un gesto con las manos: “Te lo compro, hermano” FERNANDO BONATTO http://poesiayramosgenerales.blogspot.com
52
EL BAÑERO
D
icen los que saben que en tiempos en que Mardel era una ciudad feliz, pasaba sus vacaciones aquí, una sirena playera proveniente de algún lugar allende la ruta dos. Gastaba los días en una lona psicodélica que acomodaba justo justo a diez metros de la silla del bañero de la playa del Torreón. Allí, a la derecha de Alberto, conocido guardián de nuestras caniculares arenas, podía vérsela descansando, cubierta apenas por una vanidosa bikini de 36 cm cuadrados, desde las once de la mañana hasta las cinco de la tarde. Dicen los que saben que Alberto perdió su trabajo la fatídica tarde en que una señora de 126 kg y la voz del Coco Basile, fue salvada por un esforzado grupo de quince bañistas ante la pasividad del bañero, que ensimismado con su largavista, definía el tamaño exacto del lunar que asomaba justo justo al borde de la costura de la bikini de la diosa. Dicen los que saben que la gorda se salvó, pero que Alberto quedó perdido para siempre en los rincones de un minúsculo triangulito de lycra floreada. GUSTAVO J. ARAUJO gustavojaraujo40@yahoo.com.ar
53
EL FANTASMA DE LA REFORMA
E
n la calle San Luis, entre Belgrano y Moreno al lado de un viejo centro médico devenido en voraz prepaga, funciona un puesto de venta de artefactos con nombres que son números e iniciales, DVD, mp3, grabadoras CD o PC. Cuentan que a la noche, entre heladeras y plasmas se puede ver una mesa con vasos de vino, platitos con aceitunas, anchoas en aceite, queso cortado, jamón serrano y pancito en rebanadas. Se escuchan también arduas discusiones acerca del sentido de la vida, la belleza de las mujeres, el último chimento político y acontecimientos deportivos. Se ve también la figura de Don Pedro Cambiaso en escucha filosófica de sandeces. Se comenta que el negocio en cuestión no tendrá paz hasta que abra de nuevo La Reforma FERNANDO BONATTO http://poesiayramosgenerales.blogspot.com/
54
LA BALLENA
D
icen los que saben que en tiempos en que Mardel era una ciudad feliz, visitaba nuestras costas una familia de ballenas en su paso hacia la (en esa época) inexplorada península de Valdés. El grupo, formado por una hembra y su cría, de padre desconocido, retozaba tranquilo por unos cuantos días en la bahía de la Bristol, mientras se preparaban para terminar su largo viaje. Dicen los que saben que cierto año, cansada de tanto peregrinar, la hembra quiso quedarse a habitar estas aguas durante todo el año, saludando a quienes se acercaran en sus botes a verlas. El municipio, alertado de sus intenciones, de inmediato les envió a un inspector que labró un acta por ejercicio ilegal de actividades de promoción turística. Quedan notificadas, les dijeron. Dicen los que saben que, asombrados, los cetáceos decidieron continuar su viaje al sur y allí instalaron su número que hoy atrae a miles que vienen de todo el mundo. GUSTAVO J. ARAUJO gustavojaraujo40@yahoo.com.ar
55
LAS CHICAS DE LA CUMBRE
D
icen que una vez vino el Rey del Mundo a Mar del Plata .Cuentan que la ciudad lo espero aterrada entre vallas y helicópteros. Cincuenta mil de sus habitantes se fueron espantados a otros lares rezando. Se vio también a una multitud caminando hacia un Estadio, cantando consignas en medio del silencio. Un amigo me ha dicho que las chicas del puticlub que hay al lado de donde moraba el Rey, ya no tienen el gusto de antes, ahora un extraño sabor a chicle acompaña sus besos comprados. FERNANDO BONATTO http://poesiayramosgenerales.blogspot.com
56
LO DE CACHO
I
r a lo de Cacho era todo un festejo. A las nueve de la noche salían de la facultad con hambre y ganas de despejarse. Eran tiempos de asambleas, de votar a mano levantada, de poner la cara y otras cosas. Entonces, ir a lo de Cacho espantaba, por un rato, la realidad que se les venía viniendo. Quedaba en Luro al fondo, por la estación de trenes, quizá por Don Bosco. Los recuerdos no son confiables. Cacho con el horno y la masa; su mujer, la colorada, en la caja; la pizza bue-ní-si-ma. Y las hijas de Cacho también, decían ellos y estiraban la muzzarella entre los dientes. Al acostarse, las tres mujeres de Cacho se sacarían las marcas de imaginarias caricias y miradas calientes sobre las remeras y las calzas que ajustaban donde tenían que ajustar. Del grupo que iba a lo de Cacho queda solo Ella. Los demás se fueron yendo. Se perdieron los rostros, las voces, los abrazos. Desaparecidos en el tiempo. La pizza de Cacho memorable, humeante, roja, viva permanece en un destello de su memoria. El flash que dispara la foto, todos sonriendo. ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU anamr2001@hotmail.com
57
PIGEON CLUB - MAR DEL PLATA
G
ran actividad se observaba esa mañana en el palomar de la estancia. Con gran revuelo las bandadas abandonaban los nidos, volaban en círculo y se alejaban hacia los montes para luego volver. El padre le había explicado a Jacinto lo inexplicable: por qué el patrón había ordenado llevar a la ciudad tantas palomas. Sin entender, trató de esconder las lágrimas mientras secaba los mocos con el borde de la manga, no quería que el padre lo viera. En el interior del palomar el alboroto era cada vez mayor. Un aleteo permanente hacía infernal la tarea de aquel peón. Subido a una escalera las iba cazando enganchándoles las patitas con un alambre, las metía en una bolsa y se las daba a su hijo. Grises, blancas, tornasoladas. ¿Por qué tantas? Jacinto fue llenando las jaulas. Era entrada la tarde cuando, cubiertos de estiércol y muy cansados dejaron el palomar. Al día siguiente, bien temprano, cargaron en un carro las 20 jaulas y salieron para la ciudad. En silencio, padre e hijo recorrieron el camino, atrás las palomas picoteaban las rejas. El calor y un cielo de nubes oscuras presagiaban una tormenta de verano. Cómo la deseaba Jacinto. Cuando llegaron, los dos se sacaron la gorra, alisaron sus ropas y después de hablar con el patrón que los esperaba al pie de la torre, comenzaron a bajar las jaulas y llevarlas a la pedana trasera. La timidez de Jacinto no le permitía levantar la vista del suelo pero como iba llegando tanta gente se animó. El asombro le hizo olvidar por un momento su tristeza. Nunca había visto damas vestidas con esa elegancia, ni señores con trajes y sombreros tan raros. Todo el mundo se fue ubicando en las instalaciones del lugar, en instantes comenzaría el “Clásico del Tiro a La Paloma”. Los aficionados esperaban su turno, mientras el fotógrafo se preparaba para obtener la mejor instantánea. Preocupados, los organizadores miraban el cielo tormentoso que amenazaba con malograr la jornada. Se escucharon los primeros tiros y con ellos los primeros truenos. Una serie de relámpagos y las primeras gotas perjudicaban la puntería. Con 58
el primer chaparrón tuvieron que suspender la competencia y guarecerse, amontonados, bajo techo. Esperaban que el sol apareciera como tantas veces lo hacía, después de esas breves tormentas. Nadie quería volver al hotel. Los tiradores de renombre, desafiantes, propusieron: “¿Quién se anima?” “¿Quién es capaz?”. Otra vez en la pedana y bajo la lluvia realizaron nuevos intentos. Los rayos cayeron estrepitosamente en el mar, las damas asustadas tuvieron que cubrir sus rostros con las manos enguantadas en tul, los caballeros, uno tras otro vieron frustrada su puntería. Una tras otra, las palomas se alejaron libres volando hacia el mar. Dicen que el cielo había escuchado a Jacinto. AURORA DI BIASI auromar@hotmail.com.ar
59
LA SIRENA DE BRONCE
E
xiste una leyenda que cuenta sobre la importación de seres mitológicos de carne y hueso a nuestra ciudad para la temporada. Funcionarios los habían embarcado para la obra teatral “El Juicio de Paris”, cruzaron el Atlántico y a la altura de lo que hoy es Santa Clara el barco dio vuelta campana. Todos perecieron pero los seres se transformaron en estatuas de bronce en las profundidades del mar para sobrevivir al canibalismo de la región. Fueron hallados y colocados en una fuente en el ex Paseo Gral. Paz, hoy Casino y Hotel Provincial. Al desmontarse, las pobres estatuas fueron al Corralón Municipal y luego a la Plaza Rocha, pero sin Tritón -Plazoleta Jorge Luis Borges-, el águila -Plaza España- y las sirenitas gemelas de doble cola. Una de ellas apareció en la Plaza de las Provincias -junto a la del Milenio-.La otra no se sabe dónde está. Dicen que un funcionario la tiene en su jardín. Otros que volvió al mar para acompañar a los navegantes y juran haberla visto en la escollera Sur. Sólo su hermana sabrá. Si se detienen frente a ella y la miran por unos minutos, no será extraño escuchar tras el ruido del agua el canto de su voz. Tal vez puedan descifrar el secreto. MARIANA GARRIDO marian_vrumdp@hotmail.com
60
LAMENTOS DE RAMBLA
L
os lobos marinos de Fioravanti se erigen con temple hierático, devotos ante la elocuencia del cielo. Se los trasladó a la Rambla en la misma pose en que fueron hallados, una noche de abril de 1887, lamentándose ciegamente a orillas del sepulcro expectante de Patricio Peralta Ramos. MATÍAS SÁNCHEZ sersomati_mdq_87@hotmail.com
61
CAPILLA SANTA CECILIA
E
n Punta Iglesia, sobre una loma, se alza la Capilla Santa Cecilia. Construída en 1873 por Patricio Peralta Ramos, en memoria de su malogrado amor, Cecilia Robles, se declaró Monumento Histórico Nacional, a pesar de las denuncias de los vecinos, que juraban oír por las noches, en las lenguas de bronce del campanario, los versos que el devoto esposo compuso para su amante ausente. MATÍAS SÁNCHEZ sersomati_mdq_87@hotmail.com
62
PRESAGIOS
L
os viejos habitúes y camareros tienen prohibido mencionar el asunto hasta la próxima postulante, porque se sabe que en el Café Orión cada vez que una nueva camarera ingresa aparece un misterioso cliente, que haciendo el gesto de “un cortado” se esfuma de inmediato, dejando ver por unos pocos segundos más su mano blanca y la característica distancia entre el dedo gordo y el índice, surcando el aire enviciado de las noches de jazz. Nadie sabe si trata de una bienvenida o tal vez un presagio de amor desventurado PABLO DE LA FUENTE pablo-delafuente@hotmail.com
63
EL CEMENTERIO
E
n la manzana que rodean las calles Dorrego, Guido, Alvarado y Castelli, antiguamente existió un cementerio. Según comentarios, por las noches se escucha un murmullo de letanías incesante. Dicen los más viejos que son las súplicas del fantasma de un tal Godoy. Cuentan que este hombre llegaba de lejos, quién sabe de dónde. Saludaba a don Ramón Portas, un español, guardián de aquel camposanto y se dirigía a la tumba de su joven esposa. La tristeza se apoderó de Godoy, hasta la muerte, el día en que vio levantar lápidas y osarios para ser trasladados al cementerio parque. Hasta hoy algunos dicen escuchar aquel murmullo. Otros, los más supersticiosos, juran haber visto la figura de un hombre peregrinando por las calles de este barrio marplatense.
64
ALFREDO OSORIO
LAS PISADAS DE LOS PIBES DEL MAR
A
sí caminaba Jacinto, despacio; no era que pensaba demasiado si no que la nostalgia anidó tiempo atrás en él y nunca lo dejó. No da muchas oportunidades la melancolía; sus pasos lo invitaban a suspirar cada vez que volvía la infancia, la adolescencia, la familia que formó, la vida. A su pesar, rondaba Mar del Plata desde aquel día en que el mar se le hizo tiempo. -Sabés Antonio, salgo a caminar a la tarde y muchas veces se hace de noche – me contó aquella vez sorpresivamente- y a pesar del frío, sigo, me voy lejos. No vas a creer las cosas que he visto en las playas, sobre todo en las noches de Mayo. Las orillas se llenan de edificaciones, casi siempre castillos, todos de arena mojada. Prácticamente no se ven desde la calle, hay que bajar para verlos bien; pero cuando llegás, el mar ya hizo su trabajo y se lleva casi todo. Sólo quedan lomitas. Te juro que una noche, por las playas del sur, me pareció que del agua salían pibes, como fantasmas y eran los que hacían los castillos; no usaban baldes y palitas como cualquier otro. Los vi agachados, usando sus manos pequeñas; ni bien terminaron vino una ola y se llevó todo, a los edificios y a los chicos fantasmas. Sabés Antonio, el mar no quiere devolver nada de lo que se lleva. Hace lo mismo que el tiempo. Te digo, recorré las playas a la noche, tarde; en alguna, porque no es siempre en la misma, vas a ver los castillos, sólo unos segundos, antes de que se los lleve el mar. Te digo Antonio, los edificios que vivimos son también de arena mojada; el mar se los termina llevando y quedan esas lomitas. En las noches de Mayo o en las madrugadas del verano, en las playas de Mar del Plata, el mar deja que los pibes, que llevó en otra época, salgan del agua. Desde que Jacinto me contó eso, muchas veces recorro la costa de noche por distintos sectores. Una vez me pareció ver algo pero no me atreví a bajar. Pero no hace mucho, en verano, salí a caminar por la costa a eso de las 5 de la mañana. Las playas del norte a esa hora ya están rastrilladas porque lo hacen el día anterior, así que la arena seca está lisita; sólo se 65
ven las marcas de los rastrillos. Ya había visto, en otras caminatas, la arena mojada de la orilla llena de pisadas, como si hubieran jugado un partidito de futbol. Incluso hasta me pareció ver unos montoncitos de arena a un metro de distancia de un lado, y a unos 20 metros, enfrente, lo mismo: los arcos chicos. Pero aquella mañana había huellas recientes en la orilla y todo el resto de la playa liso. Y mas allá, lomitas, restos de algún castillo. Así caminaba Jacinto, sin saber que su relato era la fe de los incrédulos. CARLOS MORTEO
66
LA CALLE GÜEMES
H
ace años cuando la calle Güemes era de tierra y las casas se levantaban de manera aisladas cerca del tambo. Una en particular destacaba por todas las demás, tenía un estilo victoriano y sus crecidos pastos sobresalían de la reja, dos columnas de piedra daban paso a una enorme puerta de madera. Allí vivía una mujer anciana y solitaria de la que se decía que devoraba a los niños que osaran pisar su jardín. Hasta que un joven y valiente muchacho decidió aventurarse ante la mirada estupefacta de sus compañeros. Toco a la puerta y se dio media vuelta sacudiendo sus brazos de victoria, hasta que la anciana mujer lo tomo de la muñeca y lo arrastro dentro. Los demás niños salieron corriendo y de ese joven muchacho nunca más nada se volvió a saber. Tiempo después la casa fue vendida y en ella se construyó un restaurante, donde algunos comensales y empleados afirman ver a una anciana mujer entrar de la mano con un niño al cual lleva a la cocina y luego desaparecen. MANUEL ROSALES CUELLO
67
EL PIANO DEL CHALET SANTA PAULA
C
uando recorro la zona de la Terminal vieja, suelo pararme a mirar una casa que siempre me ha gustado. Está en la esquina de Garay y Lamadrid, mirando al este, conocida como Chalet de “Santa Paula” (que Dardo Rocha entregó a su esposa Paula Arana como regalo sorpresa como muestra de su amor). La casa original con su jardín ocupaba toda la manzana. Es sorprendente que no haya datos precisos sobre su construcción aunque se sabe que fue realizado entre 1909 y 1910. Distintos libros suelen deslizar como información que nunca se pudo localizar quien fue su constructor y proyectista. Ha circulado a lo largo de los años, entre los vecinos del barrio, que estando deshabitada se escuchaba música de un piano que provenía desde una de las habitaciones, El padre de uno de mis tíos que se dedicaba a la construcción a principios de siglo contaba como si fuera un “secreto de Estado” que el arquitecto Pedro Benoit había invitado a un proyectista y constructor francés para que se hiciera cargo de la construcción del chalet. Fue una casualidad que sus iniciales fueran las mismas que las de Dardo Rocha. Su nombre era Daniel Rocchelle. No era común que los constructores o proyectistas habitaran las obras, para eso existía la figura de “los caseros” que cuidaban y protegían la casa hasta que se le diera el final de obra para su posterior entrega a los dueños. Los propietarios las solían tener como casa de veraneo y como muestra de agradecimientos hacia los caseros realizaban una casa alejada de la principal para que vivieran allí. Cuando Daniel se acercó a la Municipalidad para averiguar los pasos a seguir para registrarse como proyectista el idioma lo condicionó bastante. Aunque fue muy bien atendido por un empleado municipal su forma de hablar, un francés bastante cerrado y su apuro por comenzar a construir la casa hizo que se fuera de la oficina sin firmar el inicio 68
de obra. De todos modos esto no impidió que cinco obreros trabajaran junto a él para levantar el chalet y dos personas más se encargaron del diseño del parque y del jardín. Una de las pasiones de Daniel, fuera de la construcción, era tocar el piano, don que había heredado de su madre, una concertista muy conocida en Paris. Su padre era francés, también proyectista, había realizado construcciones muy famosas en España. Era flaco y alto, con cabello negro y ojos azules, de su estampa sorprendían sus finas y cuidadas manos (algo llamativo en una persona que se dedicaba a la construcción). Daniel construyó esa casa como si fuera para él, midiendo los marcos, controlando a los obreros en el revoque de cada pared, verificando la ventilación para el sótano, lijando cada escalón de aquella escalera caracol que conducía hacia una torre cilíndrica que finalizaba con el techo en forma cónica. Su necesidad por tocar el piano era tan grande que mandó a pedir que se lo trajeran con urgencia en barco una vez que la construcción de una las habitaciones estuvo muy avanzada. Las noches en la casa eran largas y después de cenar aprovechaba a tocar obras clásicas de grandes músicos como Héctor Berlioz, Claude Debussy y Georges Bizet entre otros. El no contar con amigos sumado a la dificultad que le generaba el idioma para comunicarse con la gente hizo que la música fuera su único refugio. El 5 de Mayo de 1910 la casa ya estaba lista para la entrega. Ese mediodía todos pararon para comer y Daniel aprovechó ese lapso para tocar el piano mientras otras personas se dedicaban a limpiar la casa, colocaban los vidrios con las iniciales y unas costureras bordaban a la luz del sol abnegadamente las filigranas con las iniciales DR. Su obsesión por tocar era tal que cuentan que sentado en la banqueta frente al piano sufrió un paro cardiaco y aún así no dejó de tocarlo. Eran las 12:45 hs. cuando se produjo el hecho. Los obreros no sabían como actuar así que avisaron a Benoit sobre lo ocurrido. Dicen que el arquitecto sacó el piano y el cuerpo con la misma velocidad con que trajeron el piano desde Francia. Se realizaron los trámites de rigor y su cuerpo fue enviado en un barco a Paris. 69
Benoit nunca quiso contarle a Dardo Rocha este hecho, ya que no quería opacar la felicidad que les generaba estrenar esa casa. Es por eso, que no existió ningún tipo de registro en la Municipalidad sobre quién construyó y proyectó el chalet Daniel Rocchelle nunca se fue de “Santa Paula”.Sus iniciales quedaron grabadas en la reja y los vidrios del chalet. Algunos vecinos dicen que en los mediodías cuando prevalece el viento del este (como aquel día) suele escucharse la música de un piano que sale de una de las habitaciones sorprendiendo a los transeúntes con su melodía perfecta. UBALDO TUQUI RODRÍGUEZ tuquitango@gmail.com
70
SOLO EL SILENCIO
A
lguna vez sonó allí un piano. Un piano negro y solemne. Estaba ubicado junto a uno de los tantos ventanales de la Casa del Puente, desde donde se podía ver la copa de los árboles, casi como si se viviera en un nido. Debajo, un hilo de agua corría por el arroyo. Dicen que de la caja del piano brotaban los sonidos como un manantial, a veces sereno, a veces agitado. Que las notas comenzaban goteando, brillantes y traslúcidas formando breves charcos de música, y de a poco, cada vez más intensas salpicaban y se expandían. Y el chorro sonoro seguía su curso más allá de los confines de la casa. Aun cuando el músico ya hubiera dejado de tocar, era posible sentir su flujo, como si el mismo arroyo colmase su caudal y uno se empapara sin mojarse. Y entonces regaba. Regaba la casa, el jardín, las calles, la gente. Todo alrededor parecía nutrirse del manantial. Así los pájaros trinaban retazos de melodías, el viento jugaba a hacer ritmos con los ventanales, los árboles hacían sonar sus hojas como cascabeles y las flores danzaban sus pétalos al ritmo de algún valsecito. Y la gente y los niños se iluminaban. La vida entera sonaba. Hasta que un día el pianista dejo de tocar. Solo el silencio envolvió la casa. Entonces los pájaros, el viento, los árboles, las flores, la gente, se volvieron un poco más grises. Todos menos los niños, que son los que más recuerdan las canciones. La Casa del Puente fue abandonada y las telarañas tapizaron el piano. Pero hay quienes dicen que si uno se acerca y presta atención, se siente un cosquilleo. Es un hilo de aquel manantial, que acaricia suavemente. Casi imperceptible. MARÍA BELÉN VIGNOLO belenvignolo@gmail.com
71
EL TRIUNFO DE LA LUZ
C
uando voy al Banco Provincia, ubicado en Córdoba y San Martín, paso por la plaza y corto camino por un sendero que conduce a un monumento que nunca comprendí, una escultura que representa una concha marina sostenida por tres sirenas y debajo una base grande y algo profunda de la que se supone en algún momento brotó agua. ¿Siempre me he preguntado que misterio oculta? Tal vez, la respuesta más simple, sea que la hayan robado para derretir el bronce de la que estaba hecha, otros dicen, que la vieron en la ciudad de Trapete cerca de Treponia o que fue robada por un loco que deslumbrado por su belleza quiso tenerla solo para él. Investigando descubrí que la obra esta incompleta ya que se robaron la estatua. Se llama “El triunfo de la luz” fue realizada por el escultor Ferdinando Vichi de Firenze y donada a Mar del Plata por el señor José A. Paoletti (todavía conserva una pequeñísima placa con ese dato en la base de la fuente). Existe una leyenda urbana que dice que la estatua desaparecida es mágica, que quién la posea conseguiría la vida eterna, “el triunfo de la luz”. Cruzando la plaza me encontré con un señor de unos 70 años, ciego, parece mirar esa estructura obnubilado. ¿Ve algo que no existe? Tal vez apele a su memoria emotiva que le permite ver algo que yo no llego a ver. Me acerco y le pregunto. Este señor responde amablemente mi cuestionario que es bastante extenso. Se llamaba Javier. No puedo precisar el momento pero fue como un click, se puso a vociferar algo que no entendí. Sentí miedo, él se tildo y miró sin ver, con tanta pasión, algo que para él era deslumbrante y que para mi solo era viento, murmuró algo que no entendí, con una cadencia particular y la repetición era continúa, mis nervios no me permitían descifrar lo que repetía en forma obsesiva: “sefuelaluzsefuelaluzsefuelaluzsefuelaluz”. Cuentan que un 6 de Abril de 1965 , en un anochecer no común a otros, la escultura tomó forma humana y corrió con la esfera luminosa 72
entre sus manos que se asemejaba a la figura del sol (La luz que irradiaba la pelota era propia y tenía tanta fuerza que iluminó los distintos senderos de la Plaza San Martín) acompañada por dos seres alados el de la derecha más chico con alas cortas tipo vampiro que el de la izquierda que tenía sus piernas flacas y largas y alas en punta, con caras de ángeles pero con voces de demonios se encargaban continuamente de incentivar su ego y adularla. Esa noche la gente se quedó inmóvil maravillada por esta mujer, de rostro angelical, cabello largo y negro, de torso desnudo, de gran belleza que deslizando el velo que cubría su cadera quedó completamente desnuda con sus movimientos clásicos y rítmicos, la convertían no solo en una bailarina excelente sino en una disparadora de locura y portadora de luz eterna. Solo las personas que cruzaron ese día la plaza percibieron esa sensación que jamás olvidaran. Dos o tres linyeras que dormían en la plaza ese día perdieron gradualmente la vista. Se puede ver a uno de ellos, conocido como el loco Oscarcito, todos los días (religiosamente) dar vueltas alrededor del monumento como realizando un rito repitiendo como un autómata: “Mis ojos, mis ojos, quiero ver la luz eterna, quiero ver la luz eterna... El triunfo de la luz “tratando de rescatar, sin éxito, la luz. Javier fue quién robo la estatua y se la llevó pensando que se apoderaría de todo lo que ella generaba, sin embargo, una vez en su casa cuando quiso acomodarla en una base que preparo con esmero descubrió que en la caja solo había polvo, nada, solo había quedado su amor enfermizo a ese trozo de metal. Las imágenes aladas quedaron un tiempo más en la fuente pero al no tener ya a quién adular una noche se desintegraron sin que nadie lo notara. Sin la presencia de ella ya no significaban nada. El diario El Atlántico del 8 de Abril de 1965 nos dejaba el documento gráfico como prueba de su desaparición. Quizás este testimonio justifique la falta de esta obra de arte en la Plaza San Martín (Una luminosa historia de amor frente a la oscuridad que dejó “El triunfo de la luz”). UBALDO TUQUI RODRÍGUEZ tuquitango@gmail.com 73
ÁNGELES
C
ada noche a las nueve y veinte Félix señalaba su libro favorito de historia de la música con la única mano que apenas podía mover. Ángeles lo llevaba hasta el balcón del departamento y se sentaba junto a él para leerle. La brisa del mar de Mogotes agitaba suavemente las sedas del cabello de la joven. Él solo podía contemplarla mientras las notas que nunca volvería a tocar en el piano invadían su cerebro. Estaba destinado a permanecer en silencio sobre una silla de ruedas. Ella, a cuidar de él. Un domingo, le señaló las hojas pentagramadas junto al piano. Dubitativa, las colocó frente a él sobre la mesa y una lapicera en su mano. Débilmente apuntó a la puerta para indicarle que se fuera. Ella se negó pero al notar que se ponía nervioso decidió irse. El lunes Ángeles llegó puntual como siempre; vio los pentagramas y descubrió su nombre como título. A las nueve y veinte Félix la miró por última vez y cerró los ojos. Su piano fue donado al Polivalente de Arte, y dicen que cada noche, a la misma hora, puede escucharse, en el segundo piso, Ángeles desprendiéndose de él, la obra más hermosa y triste compuesta por Félix.
MACARENA BIANCHINO macarenabianchino@hotmail.com
74
EL PERRO DE LA MANCHA BLANCA
E
l perro negro de la mancha blanca sobre su ojo izquierdo, es el único que logra llamar mi atención en las mañanas mientras camino a mi trabajo. Al llegar a la altura de San Sebastián, Perla Norte, lo veo sentado a la orilla con la mirada perdida en el horizonte. Parece vagabundo, sin embargo se lo ve saludable, bien cuidado. Es un perro joven. No hay día en que no esté. Durante mis vacaciones decidí husmear el rastro de aquel perro. Como todas las mañanas me levanté temprano, archivé mi traje de bancario, me puse remera, bermudas, ojotas, y salí a su encuentro. Al llegar, bajé a la playa. Ese día no estaba. Me acerqué a uno de los carperos. —Disculpe. ¿El perro hoy no vino? —¿Qué perro? —El negro de la mancha blanca sobre el ojo izquierdo. —¡Ah! triste historia. Era común verlo en compañía de un joven surfista. Si mal no recuerdo, aquel día el mar calmo no presagiaba ninguna tragedia. El perro vigilante desde la orilla, mientras una gran ola comenzaba a formarse. El muchacho remó y al sentir el impulso se paró sobre la tabla. La ola lo revolcó, ni los leash ni la parafina existían en esa época. La cabeza dio contra el borde de la tabla. Hizo un largo silencio y continuó. —El cuerpo fue arrastrado mar adentro. Nunca se lo encontró. En espera de su inseparable compañero, cada mañana, el perro montaba guardia. —¿Montaba? —Tranquilo amigo, usted no es el único que lo ha visto. —¿Cuándo sucedió esto? —Hace 50 años
ALFREDO OSORIO alfredoluisosorio@gmail.com
75
LA SIRENA AMIGA DE LOS PECES
S
e dice que muchos años antes de que Mar del Plata fuera la ciudad Feliz, la de las luces y sombras, junto a ese mar que nos ampara a través del tiempo, unos peces color violeta murmuraban entre ellos canzonnetas italianas y admiraban a una sirena: Minú. Minú era una especie de madre que cobijaba a todos, desde Camet hasta las playas del Sur. Les contaba cuentos, les regalaba collares de algas y cantaba con calma y dulzura. Cuando los pescadores que trabajaban en el Puerto por la década del 20 se enteraron de su existencia quisieron atraparla y sacarla del mar para exhibirla como trofeo. No pudieron. Dicen que cuando la sirena Minú se sintió apresada entre sus redes, no quiso que los hombres la tomaran ni que escucharan los peces su canto ahora desgarrador, y decidió convertirse en caracol ante sus ojos. En enero de 1970 un grupo de chicos encontraron ese caracol distinto a todos, con rostro de mujer; lo recogieron, construyeron un castillo de piedras y lo ubicaron frente al mar. Hoy puede verse en las playas del sur, junto al Faro. TERESITA VAGO
76
FANTASMAS SOBRE LAS TABLAS
E
sto sucedió en el Teatro Colón, sito en Hipólito Yrigoyen y Avenida Luro, del partido de General Pueyrredón. El edificio es de estilo neo-colonial original de la época; desde hace mucho tiempo el municipio se lo alquila al club Español. Desde 1997 al 2010 Guillermo “Willy” Wullich fue su apasionado director. Todo pasaba por sus manos, nada dejaba al azar, sus ideas eran brillantes únicas y especiales. La Esquina Del Tango aun hoy está en cartelera con gran éxito. Dicen los guardias que, en honor a Willy, cuando baja el telón y ya nadie está en la sala, salen a danzar sobre el escenario, los fantasmas. Y en noches de luna llena, pasean por los camarines, pasillos y altillo del teatro. Subiendo la escalera de la izquierda, camino a la oficina de Willy se oyen pasos, puertas que se abren y cierran. En esa oficina todo está como en aquel tiempo: las tazas de café, el vaso de whisky y su sillón preferido, adornado con un mantón español. Una noche Alberto Tarragos espantado por algo así como soplar el viento estando todo cerrado, voces y gemidos, se asustó de tal manera que nunca más aceptó una guardia en ese objetivo. Cuentan también que en una noche de tango en medio del dos por cuatro, se corto la luz. La guardia, Barbie, con su linterna enfocó y vio una neblina que se deslizaba con suaves movimientos de un sitio al otro. Al instante recordó al querido Willy y emocionada hasta el llanto solo alcanzó a decirle: −Hola, bienvenido. Es tu casa. Estamos todos aquí. Los técnicos corrían hacia el tablero, buscando algún desperfecto. −Es la máquina de humo. −Horacio, ¡es imposible! ¡No hay luz! −Cristian Rabeél o Cepedant, seguro nos están haciendo una broma. −Esto no es joda chicos, es algo serio. Él está aquí. De pronto unos espectadores gritaron: “¡Es Willy”, es él! Todos es77
tallaron en un aplauso, de pie, en la oscuridad; muchos se persignaban, otros lloraban. Y gritaban su nombre, Willy, Willy, Willy… Un escalofrío corría entre los guardias, técnicos, artistas bailarinas, vestuaristas, maquilladores y el público presente pero en segundos todo volvió a la normalidad. La cajera del teatro, Romina, cerró y se fue espantada. −Traigan a un sacerdote a un médium, ¡yo me voy! Ana, la mucama, se quedó en el palco presidencial, el sector izquierdo desde donde Willy observaba la función. −Era él, vino a despedirse de su amado teatro y de sus queridos espectadores. Su vida fue el teatro, y le dedicó hasta su último aliento. Su espíritu, el de una persona altruista y honesta, no le tengan miedo. Barbie, la guardia, la miró en silencio luego se acercó y le dijo: −Ana, nadie cree que vimos su espectro, una figura apenas visible, como una nube blanca y fugaz que flotaba y emanaba un aroma como el de esas mezclas de perfumes Francés… pero ¡sí! ¡Sí! Pasó por aquí su energía, su fuerza. Hoy sabemos que está atrapado en este mundo de las tablas por amor, y así estará por toda la eternidad, ligado a cada rincón del teatro, que continuará dando órdenes y controlando todo cada día. Porque el Teatro colón fue y será por siempre su última morada. Que su butaca no está vacía aunque nadie lo haya divulgado, hasta ahora.
BEATRIZ PARIS beat_segur88@hotmail.com
78
EL LLANTO DE CABO CORRIENTES
Q
uienes visitan Mar del Plata y caminan por la zona de Cabo Corrientes se habrán dado cuenta de lo ventosa y ruidosa que son las pocas cuadras que lo conforman. Lo que pocos saben es que ese viento y ese ruido tienen sus raíces en un hecho perdido en el tiempo. Cuenta una vieja leyenda tehuelche ya casi olvidada, que antes de la llegada del español y del criollo en la zona de Cabo Corrientes vivía allí una tribu pacífica de Guénena-kéne, llamada Gué-kanú, que se dedicaba a la pesca, la caza de lobos marinos y al intercambio con otras tribus que lamentablemente encontró su fin a mano de sus hermanos un crudo invierno. Hoy en día, se puede escuchar el lamento de esas almas en pena cada vez que sopla el viento sobre el Cabo. Antes que los españoles y los criollo dominaran las pampas, los tehuelches habían erigido una gran nación a su largo y ancho. Una de sus aiken, o tolderías, se encontraba sobre lo que hoy se denomina Cabo Corrientes, allí donde la vieja y cansada sierra de Tandilia viene mojarse las barbas en el mar. Así es, sobre el rocoso terreno los Guékanú habían encontrado resguardo de enemigos y del clima. Se dice que vivían de la pesca y la caza, pero su animal preferido era el lobo marino del cual obtenían carne, cuero y grasas. Los guerreros de esta tribu eran considerados bravos entre los tehuelches ya que había que tener coraje, fuerza y valor para andar y nadar por entre los salvajes lobos marinos que tenían su residencia allí cerca. Según cuentan, los jóvenes para ser considerados hombres debían cazar un lobo marino adulto con sus propias manos. Muchos fueron los que sucumbieron ante la bestial fuerza de esos imponentes señores de los mares de casi cuatrocientos quilos, pero quienes sobrevivían al encuentro se ganaban el respeto no sólo de su tribu si no del resto de las aiken de la región. Tanta era la fama de ávidos cazadores de estos Gué-kanú que las otras tribus enviaban regularmente emisarios para intercambiar pieles y carne por vegetales, frutas y otros enseres básicos para la vida diaria. Además, de cazar esta tribu en particular había aprendido el difícil arte de nadar en el mar. La costa marplatense siempre fue de marea caprichosa 79
pero estos nativos aprendieron forzados por la necesidad de pescar y de cazar los lobos a moverse tan ágilmente como sus presas. Sus días se desarrollaban en torno a las tareas diarias de educar a sus pequeños, pescar, cazar lobos marinos e intercambiar víveres y enseres con otras tribus. Mientras tanto mucho más al sur, a la altura del paraje Huichín, cerca de la confluencia de los ríos Neuquén y Limay, la tribu del cacique Capapol, tatarabuelo del famoso cacique Cangapol el Bravo, pasaba un invierno muy duro debido a que durante el verano había comenzado una sequía que entrado julio seguía castigando sus tierras. Capapol enterado de las riquezas que ofrecían las tierras de las que disfrutaba la tribu del Cabo Corrientes, envió emisarios solicitando ayuda, pero los Gué-kanú se negaron a prestársela. Las razones para esta negativa se han perdido en el tiempo, pero algunos tehuelches que todavía recuerdan las viejas historias de su pueblo dicen que fue porque antes de Capapol su abuelo había desterrado a los Gué-kanú del paraje Huichín y estos no lo habían olvidado. Así fue como los emisarios de Capapol volvieron con las manos vacías a su aiken. Capapol montó en cólera pues no podía tolerar que sus propios hermanos les negaran ayuda en tiempos de necesidad, así que movido por la ira reunió a sus guerreros y partió decidido a arrasar el aiken de los Gué-kanú. Luego de varios días de marcha Capapol llegó a los médanos de la actual Barranca de los Lobos y acampó a espera de la noche. Al llegar la noche, Capapol avanzó escudado por la oscuridad hasta el aiken Gué-kanú. Unos kilómetros antes descendió con sus guerreros de los caballos y continuaron a pie para no hacer ruido y alertar a los condenados. Los atacantes se movieron furtivamente entre las sombras hasta el aiken, asesinaron a los guardias y desataron el pandemonio entre los pobres Gué-kanú que dormían despreocupados. Pronto el aiken se llenó de gritos de guerra, llantos y muertos. A pesar de su destreza y bravura, el ataque nocturno tomó por sorpresa a los guerreros Gué-kanú, que aprendieron a fuerza del cuchillo y la lanza el destino que les aguardaba. Ninguno se salvó de la crueldad de Capapol y sus guerreros. Mujeres, niños y ancianos fueron muertos mientras rogaban y lloraban por piedad ante un enemigo despiadado. Al amanecer los Gué-kanú que habitaban el Cabo Corrientes habían dejado de existir. Sólo quedaban los cuerpos mutilados del odio. Capapol y sus hom80
bres decidieron arrojar los cuerpos al mar y saquear todo aquello que pudieron. Una vez que el último de los Gué-kanú fue arrojado al azul, un viento huracanado comenzó a soplar. Junto al viento un silbido primero y luego un llanto horrible comenzó a escucharse por todo el Cabo. Pronto los vencedores comprendieron que ocurría, los espíritus de los Gué-kanú masacrados y arrojados al mar lloraban desde el más allá y se hacían escuchar en el viento. Pronto los tehuelches de Capapol comprendieron que los muertos recientes volvían a atormentarlos con sus llantos desgarbados, tomaron sus pertenencias y lo que pudieron cargar y volvieron al sur por temor a la venganza de los caídos. Sin embargo, los muertos Gué-kanú no los siguieron de vuelta al paraje de Huichín, simplemente, se quedaron en Cabo Corrientes llorando con el viento que pronto comenzó a ser habitual en la zona. Hoy en día, si uno camina por las cuadras de la zona de Cabo Corrientes, si presta atención, se dará cuenta que el viento llora el lamento olvidado de los Gué-kanú caídos ese invierno antes de la llegada del español y del criollo. JUAN MIGUEL IDIAZABAL chaselon@gmail.com
81
EL CORAZÓN DE EMMA
E
mma tenía el corazón roto. Lo supo desde el preciso instante en que sintió que ansiaba lo imposible. Lo que jamás le sería concedido. Había escuchado con claridad el pequeño estallido que se produjo muy profundo adentro de su corazón. Un eco claro y breve de algo que se rasga, un chasquido de esos que hacemos con la lengua cuando la despegamos del paladar, o quizás una burbuja al reventar… Recordaba haber quedado petrificada por lo que presintió era el anuncio de todo el dolor que viviría. Por eso pensaba que si le hacían un estudio, seguramente el médico le diría con cara adusta: -¡Ajá, señora! Tiene usted una fisura en el tejido cardíaco- Y que si ella le contestaba que ya lo sabía desde el mismo día en que se le hizo, la miraría como si estuviera loca. Claro, quien le iba a creer. Pero lo sabía perfectamente. Aquel dolor inenarrable la convirtió para siempre en alguien incompleto. Ella no podía decir el lugar preciso, porque no entendía nada de medicina, y tampoco se lo iba a preguntar, ¿para qué? ¿Que diferencia haría? Ciertamente allí estaba guardado el estigma secreto e indeleble que la acompañaría hasta la tumba y que creyó que iba a ser el más grande de su vida. Pero la vida se supera y nos sorprende, así que continuó sumándole golpes al maltrecho, aún, si nunca más volvió a escuchar aquel sonido irreparable. Pensaba si la lesión se le agrandaba traicioneramente, pero le daba temor averiguarlo, quizás lo que había empezado como una fisurita, ahora se había transformado en algo más, ella defendía la teoría de que el tiempo suma donde está plantado, y que así como donde hay semillas de alegrías crecen fuertes y sanas alegrías, donde hay tristezas ¡Caray! Se sumará más dolor y nacerán angustias. Seguramente por eso se hacía cada vez más insensible. Pero un día comenzó a disparatar y llegó a pensar que el amor se le había escapado todo por el hueco sin fondo del corazón rajado, y con 82
el tiempo que no solo el amor sino que imperceptiblemente el mismísimo órgano se le había ido por el sitio quizás cuando dormía, porque por ahí, quién sabe, podía haberse desintegrado de a poquito con el sufrimiento, y qué podía ser sino, si ella ya no sentía sus latidos. A todos les decía que ya no lo tenía, obviamente nadie le creía, pero como ya no le importaba la opinión de los demás, no iba a andar perdiendo tiempo en hospitales tratando de convencer a nadie, solita buscaba explicaciones cavilando dónde andaría, y entonces vagaba sobretodo por las noches en el silencio para ver si podía escuchar el latido en alguna esquina perdida, y desde allí nadie más la vio y solo la nostalgia se convirtió en su compañera y estado. Pero, ¿qué más quieren saber? No vale la pena que les mencione el motivo de su lamento ¿Para qué? Nadie podría comprenderlo fácilmente más que aquellos escasos y raros seres taciturnos que transitan los caminos del quebranto. Los iniciados en la traición y el desconsuelo. Aquellos que destinados a llevar secretos dolorosos, andan muertos entre vivos. Los que como ella, escriben cada día sus historias en las hojas secas del otoño. Si ustedes se la cruzan en algún paraje de esos que se pierden entre nieblas taciturnas, no se asusten, la van a reconocer muy fácilmente, gris la figura, grises los ojos y hundidos, casi vacíos de tanto llanto, una pálida luz emana de su lánguida belleza, y un toque irreal que acongoja el alma, casi un espectro que va buscando su corazón perdido. ESTELA POSADA
83
LLEGUÉ AL MUNDO EN PUNTA MOGOTES
L
legué al mundo en Punta Mogotes, provincia de Buenos Aires, ciudad pintoresca que crece a orillas del Atlántico en un día verde, completamente verde. Llovía incesantemente. La gente parecía no notarlo, como si el agua les resbalara, como si el sonido del chapoteo de las zapatillas fuera lejano. Todo estaba mojado: pisos, libros, techos, árboles, sillones, sartenes, camilla de parto….sin embargo ese exceso de agua no alcanzó para desteñirme: nací completamente violeta. Las opciones que se le presentaron a mi madre eran variadas pero optó por decolorarme con una infusión que le recomendó mi tía Emilia. Se trataba de un té hecho a base de floripondias, una especie que ella cultivaba en su jardín. Resultó ser una flor alucinógena, pero como yo era una recién nacida, no recuerdo nada de lo que habrá producido en mí. Lo seguro, es que no logró desteñirme. Tiempo después, la tía Emilia, consiguió unas hierbas que al anochecer se colocaban en una boquilla, luego el fuego las ardía y cuando el humo atiborraba el espacio, todos aspirábamos fuerte y profundo, y así yo cambiaría el color de mi piel. El resultado fue la visión de grandes dragones voladores, seguido por un fuerte dolor de cabeza. De mi piel: nada. La tía Emilia sigue insistiendo con brebajes, infusiones, mejunjes, pero todos con el mismo resultado. Hasta el día de hoy sigo siendo una mujer violeta, con ciertos matices anaranjados los días de puré de zanahorias. (Mi tía Emilia dice que son buenas para la vista). El día de cumpleaños de la tía Emilia, el puerto de mi ciudad se alteró por la presencia de payasos y malabaristas, al viejo estilo de los circos de antaño, los de los carruajes multicolor. La música muy fuerte, flotaba en el aire a ritmo de comparsa rioplatense. Mis vecinos se reían sin parar, los chiquitos saltaban y bailaban, los perros ladraban efusivos. Fue una verdadera fiesta. Ese día vi de lejos, la imagen del hombre más bello de la tierra: Hilario. Tiene un hermoso rostro de color azul y 84
sus manos fuertes, de un celeste pálido. Hilario caminó hacia mí. Yo sentí cosquillas en la panza. Me tomó de la mano y corrimos entre los malabaristas, esquivando clavas y aros, riéndonos, locos de amor. Al finalizar la fiesta, supimos que habíamos nacido para estar juntos toda la vida. Hilario y yo, a veces, le pedimos a la tía Emilia algún tecito, de esos que ella sabe preparar, esos que renuevan la esperanza y agigantan el amor. Así es como los dragones voladores pescan ballenas en la bahía mientras nosotros nos abrazamos. A veces, en las tardes, cuando Hilario y yo nos miramos a los ojos y suspiramos profundo, nuestros rostros se hacen uno, de tonalidad indefinida como el color de los soles cuando estallan en nuestros pechos. A los turistas les gusta sacarse fotos con nosotros. CLAUDIA GABRIELA MORRO claudiagabrielamorro@hotmail.com
85
LOS 7 PERROS DE GARAY Y LAMADRID
C
aminando por Garay hasta Lamadrid, hay una hermosa casona histórica, con bandera y un cartel de venta que anuncia que en estos tiempos ya no hay lugar para tanta nostalgia. Siete perros duermen al sol en la escalinata. Otras veces, tirados en el césped y otras tantas se acercan a la reja a mirar a los caminantes con gran atención. Tal es así que cuando los mismos visten trajes oscuros y corbatas ladran desafiantes. Confieso que cuando paso por ahí todas las mañanas para el trabajo, me detengo para tomar algunas fotos. Dicen que los perros no son perros. Son los fantasmas de sus habitantes que no se resignan a dejar la casa para convertirla en un frío edificio de vidrios espejados. VIVI MAZZEO vivimazzeo2012@gmail.com
86
LA DIAGONAL DE LOS TILOS
L
a Diagonal de los Tilos, con sus ramas ocres en invierno y coloridas en verano, visitada por miles de marplatenses y turistas se viste de feria al atardecer. Artesanos en sus puestos ofrecen oro, plata, madera y otras yerbas. Formas y colores de todo tipo. Lo que nadie sabe, es que tarde por las noches, los angelitos de la catedral, se hamacan en sus ramas para descansar después de tanta quietud mientras escuchan y toman nota de los ruegos de los fieles. Por eso, a la mañana muy temprano antes que pasen los barrenderos se encuentran pequeñísimos espejos, pedacitos que formaron parte de sus alas y se desprendieron con sus travesuras nocturnas. VIVI MAZZEO vivimazzeo2012@gmail.com
87
LOS MANIQUÍES
U
na tarde acompañé a mi novia Ana a visitar a su abuelo. Nos recibió muy contento porque hacía mucho no la veía. Al rato mientras el hombre preparaba un mate, yo, sentado en una silla miré un momento una repisa y vi algo que me llamó la atención. Me levanté y caminé hasta ahí. Entre adornos, fotos de familia y un elefante de cerámica había los restos, al parecer alguna escultura de dos manos entrelazadas sobre un trozo de metal fundido. Tenía partes de un color rosado pálido que semejaba la piel verdadera, unas marcas negras en el contorno de los dedos y en los lugares donde evidentemente había saltado el material le daba un aspecto tan extraño que sentí un pequeño escalofrío. El anciano salió de la cocina con el termo. Le pregunté qué era. “ Bueno, eso tiene una historia” —Dijo y dio una chupada al mate— Trabajé muchos años allá por los 70 en Casa Boo. Ustedes son muy jóvenes y no la conocieron “—Con el revés de una mano acarició la mejilla de Ana y esta le sonrió— “Fue una de las tiendas grandes de Mar del Plata. Yo hacía de todo ahí, acomodaba mercadería, atendía uno de los mostradores y me encargaba del depósito. Una tarde, un camión trajo desde Buenos Aires una remesa de pantalones, sacos, polleras, guardapolvos y una pareja de maniquíes. Le chillé bastante al chofer ya que había llegado retrasado. El me explicó que tuvo que parar en la ruta porque sintió olor a quemado y venía del de la parte trasera donde estaba la mercadería, entonces bajó y se puso a correr los paquetes y cajas tratando de descubrir algún principio de incendio, pero nada. Los maniquíes estaban separados uno del otro por unos metros así que los juntó en un rincón e hizo eso con todo, articulo por artículo. El olor a quemado fue menguando hasta desaparecer. Pensó que quizás vendría de afuera y creyó que era la mercadería, entonces siguió camino. Algo curioso pasaba con los maniquíes. Una de las empleadas me pidió que los revisara porque se caían a segundos de pararlos sobre sus 88
bases. Éstas eran de metal grueso, en su centro se erguía una vara de hierro corta que se introducía en un orificio que los muñecos tenían en sus pies. Pensé que las varas estarían levemente torcidas y por eso estos no mantenían el equilibrio, pero no. El gerente me dijo que si no se resolvía el asunto debía enviar a la pareja de vuelta a la fábrica con una nota de reclamo. Me fijé si en el piso de la vidriera había algún desnivel, tampoco. Al rato otro hecho raro. La maniquí mujer fue ubicada en un extremo de la vidriera y vestida con una pollera de tablas y camisa blanca de moda en esos tiempos. El escaparate era largo y en el otro extremo al muñeco hombre le pusieron ropa informal. Entre los dos, a mitad de vidriera, colocaron un maniquí de niña con guardapolvo escolar tableado y un portafolio de cuero. A los pocos minutos, los muñecos adultos comenzaron a inclinarse lentamente y no se cayeron porque cada uno lo hizo contra los extremos de la vidriera y quedaron apoyando sus cabezas sobre la pared. “Les juro parecían dos personas lamentándose por algo”. Cuando se lo dijeron al jefe, éste me ordenó molesto en su oficina que metiera los maniquíes en el depósito hasta que fueran devueltos. Me estaba por retirar cuando se escucharon unos gritos desde el salón de ventas. Las empleadas avisaban sobre un fuerte olor a quemado que venía de la vidriera. Varios corrimos hasta ahí y si bien no había humo ni fuego alguno, el olor era fuerte. Se pensó en un cortocircuito en las luces del lugar. La luz fue cortada por unas horas a modo de prevención pero el encargado de mantenimiento revisó todo y dijo que no había desperfecto alguno en la instalación eléctrica. Con una de las vendedoras desarmamos el escaparate, coloqué en el deposito a los dos maniquíes juntos y fui a buscar al que vestía el guardapolvo escolar pero estaba rodeado por el gerente y dos o tres vendedoras. Observaban extrañados como el blanco del guardapolvo tenía un leve tono marrón, como si hubiese estado expuesto entre fuegos y a punto de incendiarse. Lo curioso es que al regresar al depósito descubrí que los dos maniquíes estaban erguidos. Yo los había colocado por el apuro en medio del lugar, no se habían inclinado hasta caerse como al parecer era su costumbre. De algún modo, pensé entonces, el desperfecto que tenían se había corregido. 89
Pero aún así jamás volvieron a usarse. Quedaron en un rincón del depósito y por alguna razón los ubiqué uno al lado del otro. Pensé que solo así no se caerían. En ese punto del relato mi novia lo interrumpió—¡ Ay abuelo que cosa rara ! ¿Por qué pensaste eso? --Te juro hija —contestó el anciano — Creo que querían estar siempre juntos. Y cuando no, algo pasaba con la temperatura. -- Abuelo —se rió Ana. Él se encogió de hombros y siguió hablando. — Como sea, la devolución de los maniquíes se retrasó y jamás se concretó. Un mes después Casa Boo cerró sus puertas. Para muchos de nosotros fue repentino, y no me quedé sin trabajo porque el gerente pasó a tienda Los Gallegos y me consiguió un lugar ahí para hacer mas o menos lo mismo que venía haciendo. Los Gallegos compró muchos lotes remanentes de Casa Boo y entre ellos llegaron los maniquíes. No se usaron. Los nuevos modelos de muñecos sin rostro y de colores más vivos eran los que llenaban las vidrieras de la mayoría de los negocios, entonces acomodamos los lotes en los depósitos y me aseguré que los dos maniquíes de Casa Boo estuviesen juntos en un rincón apartado. Una mañana, al llegar al trabajo, el gerente me llamó y me dijo que me tomara el día ya que era mi cumpleaños. No era lo habitual pero lo autorizó por el cariño que me tenía. Enseguida acepté pero antes de retirarme fui a saludar a un compañero. Lo encontré en el depósito acomodando mercadería. Había separado los maniquíes reacomodando todo y le dije que no los separara. Me contestó medio en broma que me fuera a disfrutar del día y que no lo molestara, una remesa de colchones había llegado y tenía mucho trabajo. Insistí, pero no hizo caso y antes de cerrar la puerta le eché una última mirada a los muñecos que parecían mirarse desde los metros que los separaban. Tienda Los Gallegos se incendió por completo esa misma tarde, el 31 de Julio de 1978. Fui uno de los tantos que intentamos ayudar, pero todo se quemó. Un día después me acerqué y los bomberos seguían retirando escombros , algunos todavía humeaban. Divisé los restos car90
bonizados de los dos maniquíes entre goma espuma derretida y trozos de mampostería. Quedé fascinado cuando me di cuenta que estaban juntos y aferrados por esas manos que ven ahora ustedes sobre la repisa y unidas a un pedazo metálico casi fundido de una de sus bases. No me costó nada separarlas de los cuerpos. Me las traje a casa pesar de las protestas de tu abuela – le dijo a Ana – y ahí están desde entonces. Con mi novia nos quedamos unos segundos en silencio y retrocedimos un paso. Algo nos decía que el abuelo no estaba tan errado. Miramos sintiendo una especie de respeto cálido por esas manos convertidas en una escultura casual, unidas por sus dedos entrelazados, así, para siempre. EDGARDO SALAVERRIA edgardosalaverria@yahoo.com.ar
91
UN ROSTRO EN EL AGUA
L
a noticia sobre la muerte de una niña en la ciudad de Mar del Plata había conmocionado al país. El canal de noticias más importante había mandado a su mejor periodista a cubrir el hecho. Luego de un día extenuante de trabajo, Isabel volvió agotada y aunque ya era tarde se dejó tentar por la pileta del hotel. Pocos minutos más tarde ya estaba sumergida en ella. Le gustaba nadar pero estaba muy cansada y necesitaba relajarse. De pronto, en el fondo, vio algo que le llamó la atención. No podía con su curiosidad profesional y nadó hacia ése lugar. Al acercarse vio la imagen de una niña. Salió a la superficie casi sin aliento. Aquel verano de los años 50, Catalina y su familia disfrutaban de sus vacaciones en la ciudad de Mar del Plata. Como sucedía hacia unos años, se hospedaban en el Royal Hotel, en la zona de La Perla. Catalina estaba fascinada por las competencias de natación que allí se realizaban y todos los años volvía con alguna medalla. Ése día, el desafío era feroz y Catalina estaba dispuesta a todo. Pensó en impresionar al público con un salto muy arriesgado, y así ésta vez llevarse el premio mayor. Cuando llegó su turno, los nervios le jugaron una mala pasada, su cabeza golpeó contra el trampolín y Catalina se desvaneció en el aire. Cayó ya sin vida hacia el fondo de la pileta. Dicen las malas lenguas que allí, en el fondo de cualquier pileta de la ciudad se la puede encontrar. Algunos, hasta mencionan detalles de su traje de baño de la época, y otros incluso, cuentan que la han visto intentando salir a la superficie, dispuesta a dar su próximo salto mortal. FLORENCIA CIOFFI florialma@gmail.com
92
DICEN QUE BOGGIO MURIÓ A Daniel Boggio
M
onstruos con charreteras lo persiguieron en esos lugares oscuros donde reina el terror. Aprendió a sentir el olor del miedo, se fue en mares de tinta buscando la luz, caminó fronteras buscando refugio y desabrigó la pluma para no odiar. Deambulaba entre putas, escorias y vicios pero la bohemia no tuvo conciencia para acusarlo de nada. Tolstoi le hizo un guiño desde la otra acera, puso en sus manos La guerra y la paz, y su humanidad se disgregó entre quinientos ochenta personajes. Buceó en las mentes de Hemingway, Flaubert, Proust, Márquez, Joyce, Orwell, Dickens, Onetti... Su memoria forajida arrancó trozos de todos ellos. Cargaba su morral y su campera de cuero gastado con sortilegios de letras vagabundas, las alas de sus zuecos lo devolvieron a su raíz. Se alimentaba de la leche que no podía comprar. El surrealismo un día llamó a las puertas de su corazón y recordó que aún era humano; bastó con pedir prestados pedazos de venas para seguir transgrediendo: Entre whisky, cigarros y luna, se metió en su cama La vaca aficionada a la fellatio. Las cenizas de la fantasía fueron fuego en su sangre desteñida. Dicen que un obituario lo nombró pero ahí está su silla invertida, el culo sobre la mesa y sus ojos perdiéndose debajo de alguna falda. Ayer lo vieron sentado en Pan y Manteca, hablando de futbol con el gordo Soriano. Sus zuecos no dejan de taconear en la biblioteca de Olavarría y Gascón, donde van los que lo quieren encontrar. A veces se escabulle entre las sombras, otras, viene a mí; tomamos whisky, fumo de sus Camel e insiste con que lo mío es la narrativa... Ya veremos. Dicen que un obituario lo nombró. No lo crean, hablan giladas. ANDREA MARIN algmarin@hotmail.com 93
LA NOVIA DE LA PLAZA PRIMAVESI
A
llá por junio de 1956, salía de la casa de Raul, en Matheu y Urquiza, con bastantes vinos encima porque habíamos festejado su cumpleaños. Caminaba hasta Almafuerte, para despejarme un poco y conseguir un taxi. Eran las tres de la madrugada y no andaba nadie en la calle. Hurgaba en mis bolsillos buscando mi billetera, cuando levanté la vista y a la distancia en el Plaza Primavesi vi una mujer caminando entre los árboles. -¿Qué hace a esta hora?, pensé. En la sospecha de que podía necesitar ayuda, sumada a mi curiosidad y a la graduación de alcohol en mis venas, fui detrás de ella. Parecía buscar algo. Enorme fue mi sorpresa al acercarme porque llevaba puesto un vestido de novia. -¡Señorita! ¿La ayudo? Se dio vuelta. El velo me impidió ver claramente su rostro, pero el contorno de su figura tenía un aura azul. Era casi una imagen irreal. Yo había bebido mucho. Pero podría asegurar que pasó a mi lado tan velozmente que parecía no pisar el suelo. Iba por Almafuerte. Y yo detrás de ella. -¡No se asuste, por favor! Mi asombro fue mayor cuando la vi entrar al Cementerio de La Loma. Ya bastante inquieto y confundido me sentía y por entonces también asustado, pero igualmente entré, no muy convencido de saber qué estaba haciendo. Ella parecía ignorarme. La seguí cautelosamente. Caminó por el sendero central, hasta llegar a una tumba y ante mis incrédulos ojos, atravesó el mármol de la misma y desapareció. No morí de un ataque en ese instante por milagro y porque todavía estaba bastante ebrio. 94
El estremecimiento y el miedo me paralizaron y me oriné encima. Cuando pude reaccionar salí de allí tan pronto como mis reflejos, aún inhibidos, me lo permitieron. Subí a un taxi en Alem, shockeado, balbuceé mi dirección y llegué a mi casa. Me dormí rápido, un poco por el alcohol y porque mi mente lo consideró el mejor mecanismo de defensa. Al día siguiente ya sobrio, recordé todo. No había alucinado. Y con la necesidad de entender lo que había visto, fui al cementerio. Llegué hasta la tumba y leí la placa: 03-09-1902/30-03-1922, Laura Lindberg.”Amada mía, Vivirás por siempre en mi corazón” Acudí al sepulturero por información, un hombre de unos 40 años que me contó la historia que le relató su padre, el sepulturero anterior. Me preguntó el por qué de mi interés y le describí lo que me había ocurrido. No pareció sorprendido. Me contó que allí yace en un nicho a perpetuidad, una joven sueca que llegó al país en marzo de 1922, para casarse con su prometido, sueco también, que ya residía en Mar del Plata y esperaba. En el viaje ella contrajo tuberculosis y falleció dos días antes de la boda. La sepultaron con su vestido de novia. Mucha gente la ha visto desde entonces. Conocedor de los secretos de los muertos le aseguró que ella no ha partido y no descansa. El vestido de novia la ata a la tierra y a su boda no consumada. Por eso vuelve una y otra vez buscando a su amor. MÓNICA HERNÁNDEZ lahiza2558@gmail.com
95
CLAVELITO
Y
a entrada la tarde, en la esquina de Colón e Independencia, su presencia cotidiana era como una postal viviente. Se llamaba Julio Adolfo López, le decían, Clavelito, de ocupación, canillita. Pero él trascendía ese rol. Fue por su impronta personal, un pionero explorando el arte de la comunicación. Era un payador urbano, un filósofo callejero. De elegante porte, vestía siempre un traje impecable y completaba la armonía de su atuendo con un infaltable y distintivo clavel. Por entonces corría la década del ’60. Con los diarios bajo el brazo y las noticias en la garganta, era un personaje pintoresco en la dinámica de una ciudad de movimientos comunes y formales. En fiestas patrias o eventos especiales se engalanaba con un frac lustroso para realzar la ocasión y distinguir lo importancia de la jornada. Clavelito era en Mar del Plata un personaje imposible de soslayar. Se había vuelto familiar por cotidiano, carismático y distinto. Parado en el cruce de las avenidas voceaba la noticia relevante, a veces con un verso cuidadosamente preparado, otras con la rima sagaz de la improvisación. ¡Crónica, Crónica! ¡Atención querida gente: un nuevo ciclo comienza, hoy hay nuevo presidente!
Siempre entregaba una sonrisa a quienes pasaban junto a él. Todos le correspondían amablemente. Y se detenían a saludarlo, compraran o no el diario. ¡Clavelito, buenas tardes!
De tanto cantar historias de otros, se había olvidado de la propia. Sin familia conocida, aligeraba, su soledad, nutriéndose del cariño y el reconocimiento de la gente. Por las noches desveladas preparaba alguna rima o una historia, para la nueva jornada. Como poeta que se reinventa y se resignifica cada día, él era feliz con la aprobación diaria 96
de su verso creativo. ¿Podría haber hecho otra cosa? Tal vez. Pero había soñado con ser un artista y eligió el escenario más amplio, el de la calle, para mostrarse en ese unipersonal magnífico que la gente festejaba cada día. Una tarde de noviembre de 1975 en un guión que él no había escrito, la muerte lo atropelló en forma de auto y apagó la voz de su personaje. Pero el milagro de su mensaje auténtico y único lo hizo devenir en leyenda al encender las voces de todos aquellos que lo nombran y lo recuerdan. MÓNICA HERNÁNDEZ lahiza2558@gmail.com
97
HISTORIA DE ESPUMA
T
odavía lo veo venir apurando el paso, como si quisiera llegar a alguna parte cargando sus trapos y bolsitas, únicas pertenencias en su vida nómade. Con la mirada siempre lejana y ajena reflejando su soledad, junto a la de un perro callejero al que alimenta con lo que le dan algunos vecinos generosos. Dicen que fue un abogado importante, pero nunca supe nada de su vida. Lo extraño es que pasa horas en la playa mirando el mar, como si ése fuera su lugar en el mundo, un mundo de espuma, de olas furiosas capaces de interrumpir pensamientos y azotar las rocas hasta borrar su esencia. Su fiel compañero de la calle se acurruca junto a él al atardecer y se dan calor mutuamente, cubiertos por una frazada vieja y percudida que alguna vez fue roja, que alguna vez fue tibio abrigo de cuna. Esa tarde amaneció soleado y con mi mujer decidimos ir hasta la playa. Cargamos el equipo de mate y unas facturas y bajamos a la costa que estaba llena de gente. ¡Claro! Con semejante día. ¡No lo toquen! ¡Llamen a la policía! Escuchamos decir a un gordo en bermudas rayadas que parecía un personaje de historieta agitando las manos como si fueran aspas al viento y chillando con su boca en O, mientras todos corrían a mirar. Allí estaba su cuerpo hinchado sobre la arena. Su amigo junto a él, no dejaba de lamerlo y aullar. Me dio tristeza y casi culpa. Esos aullidos atravesaban el alma. Se lo llevaron a la morgue para los trámites y diligencias legales. El perro flaco y mojado, jadeando detrás de la ambulancia que lo transportaba como NN. La noticia salió en el periódico con grandes titulares en la sección policial. “Encontraron muerto en la playa al otrora famoso abogado penalista Esteban Martínez Córdoba. Hace diez años que su familia que reside en Buenos Aires lo buscaba sin éxito. El verano de 2004 su hija adolescente murió ahogada en playa La Perla de Mar del Plata y él no pudo salvarla. Un remolino la tragó y su cuerpo nunca fue hallado, 98
pese a una intensa búsqueda”. Historia de espuma y de olas furiosas capaces de arrancar la esencia y robar secretos, capaces de llevar y traer, o de despojar. Su peludo compañero volvió a la playa. Los guardavidas lo alimentan y él parece estar siempre atento, mirando hacia el mar y aullando de noche. Junto a ellos que lo adiestraron, se dedica al rescate de personas, pero sigue esperando a quien ya no podrá salvar. Nunca pudieron quitarle su vieja frazada casi roja que ocultó junto a las rocas, donde duerme, aúlla y espera. Duerme y vigila al monstruo de espumas y sal. Espera, como Esteban le había enseñado. Dicen que de noche se encuentran en la playa, porque el perro mueve la cola y salta en la arena, como jugando con alguien que no alcanzan a ver. Tal vez sea la niña que regresa de su mundo de espuma. GRACIELA VARELA
99
PETIT TOUR DE FANTASMAS 1. Villa Ortiz Basualdo
E
n la loma Estela Maris hay un famoso castillo de aspecto pintoresquista; sus arquitecto: L. Dubos y P. Parter. La Villa Ortiz Basualdo, hoy Museo Castagnino, es de estilo francés, Art-Nouveau del 1909, antigua residencia veraniega. Tiene planta baja, primer piso, segundo, tercero y ático. Las paredes están decoradas con madera y telas pintadas; las aberturas de robles con herraje francés y vitreaux originales de la Belle Èpoc. El mobiliario es de estilo Luis XV, una maravillosa reliquia, única en el mundo. El parque que rodea el castillo tiene robles, palmeras, agapantos de color lila, bocas de dama rojas y blancas… En el primer piso hay una sala de música también de estilo francés con un piano de origen alemán del año 1908. Dicen que sus teclas blanco marfil tocan solas una melodía muy suave y especial. Pero al encender las luces, no hay nadie. María, el ama de llave, ya muy anciana recuerda que en la época veraniega se realizaba la famosa fiesta de disfraces de carnaval para recaudar fondos y repartirlo los necesitados. Las fiestas eran solo para las familias de la alta sociedad: Victoria Ocampo, Bioy Casares, Sábato, Borges, Silvina, María Astengo de Moores, sobrina de Emilio Mitre, entre otros escritores que a se encontraban en la Villa Victoria, entre las calles Matheu, Arenales, Quintana y La Madrid. Pero nosotros, los empleados, vestíamos con uniformes y una pequeña máscara y sombrero. Ese verano todo estaba arreglado para la fiesta de disfraces. La anfitriona con su disfraz de reina, las hijas de princesas; otros llegaban con bellas máscaras y todo tipo de atuendo. Esa noche de luna llena había cierto sentimiento de escalofrío y temor. Dicen que en esa época, en el ático, uno de los ojos de buey se abría, y en el sótano, a un pequeño ventiluz se le rompía el vidrio. Primero pensaron que serían las palomas o los murciélagos que rondaban por 100
ahí. Por eso la madame Ana había mandado a cortar roble inmenso. Pero en las noches de luna llena seguían sucediendo cosas extrañas: llantos, gritos, cadenas que se arrastraban y risas. Dicen que es el alma en pena de su difunto marido y que cuando su espíritu entró en el ático quedó atrapado allí. 2. Villa Victoria
C
uenta quien fue ama de llaves de la Villa Victoria, Catalina, que en la Casita de Huéspedes, todos los invitados que pernoctaron ahí, oyeron esa noche ruidos, y que suceden cosas extrañas, hasta hoy. Los empleados se han habituado a las voces, gritos y llantos, las extrañas voces, los gatos, las comadrejas, murciélagos y palomas que acompañan a los espectros en ese lugar. Dicen que el alma de Victoria jamás abandonó la casa y que sus pasos continúan resonando en el primer piso igual que ayer. Los jardineros, Julio y Cholo, cuentan que el manzano que está justo al frente del comedor de la planta alta, durante mucho tiempo dio un fruto pequeño y dulzón que era el preferido de Victoria Ocampo. Un verano lo encontraron seco, dicen que los duendes o los Fantasmas que se peleaban entre ellos absorbieron su energía y su savia, así secaron el árbol; pero cuando Victoria empezó a tener problemas en la boca y a cubrirse con sombreros, pañuelos y bellas gafas de estilo mariposa, como no podía comer, el manzano comenzó a florecer y a dar frutos nuevamente. Aun hoy, desde su balcón preferido, puede verse su silueta resplandecer. Junto a él, una magnolia −que era su flor preferida−, ambos honran su espíritu, y sus flores continúan creciendo limpias y brillantes justo donde les da el sol en lo alto de las copas, para ella. 3. Villa Mitre
M
uy cerca, en la calle Lamadrid al 3870 está la Villa Mitre, construida en el año 1930 por el Arquitecto Haitze- Willams, Arturo Lemi y Hnos. Era una vivienda unifamiliar con 614 metros cuadrados. De estilo pintoresquista neo-colonial, cuenta con un amplio 101
mirador, planta baja y primer piso; su fachada se orienta hacia el Norte. En su galería se encuentran tres arcos que invitan al majestuoso parque que rodea la villa con álamos, romeros, castaños, nogales, y dos ginkgo biloba. Cuenta la leyenda que el general Emilio Mitre había enviado a su esposa, a Mar del Plata. Ella, enamorada de estas tierras, hizo construir esta hermosa villa que hoy lleva su nombre. Mientras terminaba la mansión, Mitre fallece en Buenos Aires, sin conocer su morada. Durante su largo duelo plantó esos árboles especiales de origen oriental: uno a cuatro metros de distancia del otro. Fue bajo uno de eso árboles que hallaron sin vida el cuerpo de la esposa de Emilio Mitre. Cuenta Francisca, la cocinera, que Fredy, el jardinero, le decía: “Sus raíces se unen y abrazan bajo tierra por el gran amor que ellos sentían. Sus hojas verdes forman pequeños abanicos. Con ellas podés hacer una valiosa tisana, si la bebés permanecerás junto a tu amado en la vida eterna. Tenés que abrazar a los dos ginkgo biloba. Los duendes están aquí, junto a espectro de Mitre, para que quienes creen esta historia puedan perdurar más allá del tiempo y la distancia.” BEATRIZ PARIS
102
DOS ALMAS EN LA TRANQUERA
M
useo JOSE HERNÁNDEZ, sito en ruta 226, km 14,5 Laguna de los Padres, era un rancho agrícola con muchos jornaleros. En sus galpones se esquilaba las ovejas. En el sector junto al lago, estaba El Rancho La Matera donde se reunían para un descanso junto al fogón siempre ardiendo, la guaina María y el gaucho Zoilo. Ellos vivían un romance oculto; todos lo sabían y protegían. Una tarde lluviosa decidieron encontrarse en la tranquera, su partida era latente. No observaron que una cuadrilla se acercaba, eran los matones del patrón, Facundo. Al acercarse, un tal Jerónimo, oreja del patrón y eterno enamorado de la guana María, quiso detenerlos. -Tengo que llevarte María, tu padre te espera en el rancho. -Jamás iré contigo, yo estoy con Zoilo, él es mi amado. Jerónimo, intentó arrastrarla y forcejearon. En ese momento, Zoilo salió a defender a María. Entre gritos de auxilio: “No, no dejes que me lleven, ¡te amo ayúdame!… Suéltame desgraciado…”Jerónimo, la cruza arriba del caballo y se aleja al trote. Zoilo, peleando con los tres sotretas, se defendía como un lobo feroz, hasta que uno de ellos sacó un facón y se lo clavo en el pecho. El caballo blanco de zoilo le lamía el rostro, quería reanimarlo pero ya nada, pudo hacer… Se estaba desangrando mientras repetía el nombre de María, María… Es así cómo el gaucho Cabral contó que María se enfrentó a su padre por Zoilo, nunca más probó bocado para sellar ese bello amor. Cuentan que en el funeral de María, hubo un sol radiante porque dos almas se unían para siempre. Y que al patrón Facundo, camino al rancho la Matera y a punto de cruzar la tranquera, lo embistió el caballo blanco de Zolio y que el hombre ya no pudo andar por el resto de su vida. Dice que fue la venganza de San la Muerte por el haber truncado un verdadero y puro amor, y por haber derramado sangre de esas almas 103
inocentes. Es por eso que todos los aĂąos en el mes de febrero, en esa tranquera se presentan dos luces inmensas .Todos llevan flores, velas y rezan y se persignan para que sus almas se unan eternamente en el paraĂso celestial. BEATRIZ PARIS beat_segur88@hotmail.com
104
CUCHILLOS CRIOLLOS
U
n conocido estanciero buscaba información sobre un hacedor de cuchillos, que tenía valiosas piezas de fino acero y plata. Por suerte, en el almacén de Lanfranconi pudieron indicarle dónde vivía. Montado en su alazán y al trotecito tomó una senda. Pasó por delante de huertas y pequeñas granjas. El sol brillaba en los techados de zinc de las casas blanqueadas. Asombrado observó el movimiento de la gente y de los animales. Sabía que se estaban vendiendo terrenos al oeste de la ciudad pero nunca pensó que ya estuviesen habitados. Gracias a los lugareños llegó hasta la casa, con el mango del talero golpeó la puerta. “Pase el que sea”. La invitación generosa venía desde adentro así que abrió la puerta y entró. Fue curioso encontrarse frente a un chinazo curtido, él esperaba un artesano de origen español. “Así es señor, aquí estoy viviendo entre gringos”. El estanciero observó las piezas que aquel gaucho tenía colgadas en la pared del taller. Las estudió con detenimiento. “Usted sí es un conocedor. Veo cómo calza cada pieza en la mano, con qué delicadeza ha pasado sus dedos por el acero, cómo ha seguido el trabajo de los mangos.” “En realidad soy un coleccionista y me han dicho que guardás algunos que me pueden interesar.” Abrió un cajón y empezó a sacar envueltos entre trapos y ponchos, una variedad insospechada: facones, dagas, puñales, hasta traperos. Encabados en asta, en cuero y en plata, algunos con vainas exquisitamente trabajadas. El entrenado ojo del estanciero iba haciendo la selección y los apartaba colocándolos a un costado de la mesa sobre un poncho. Cuando tomó una daga criolla con cabo de plata vio que era de gran valor, se trataba de platería de escuela, por lo que rápidamente la separó. “Perdone señor, esa es una daga asesina y por su condición debe seguir guardada. No se la puedo vender. Así lo dice la tradición” Después de un silencio siguió: “Mire don, los cuchillos son cosa de cuidado, uno 105
puede leer sus historias en las cicatrices, en las melladuras, en el filo gastado del acero. Esta pieza perteneció a José Luis Molina, capataz de la Estancia Miraflores de los pagos de Maipú. Con ella mató a indios y a cristianos. Para unos fue un héroe, para otros un traidor. Pero éste no es el caso. No sé cómo, llegó a las manos de un paisano rústico y pendenciero que se agregó a la cuadrilla de esquiladores de la Estancia Laguna de los Padres donde yo trabajaba de peón. La zafra se había cumplido y la lana estaba ya en los galpones. Los jornaleros terminaban el conchabo y después de la churrasqueada, cada uno buscaría un nuevo rumbo. Los caballos estaban en los palenques listos para partir. Ese día compartió la jornada un linyera muy letrado y verseador que al ver el alarde que este paisano taimado hacía de su daga de plata cuestionó la valentía de Molina. Ahí nomás desenvainó y atravesó las tripas de este pobre croto. Como le digo esta pieza, por asesina, debe seguir guardada”. El hacendado no estaba acostumbrado a que le negaran algo, apartó la daga y la colocó junto con las piezas que se llevaría. El hacedor de cuchillos insistió y quiso guardarla. En un imprevisto movimiento y forcejeo de brazos y manos, la daga se deslizó dañina metiéndose entre las costillas del estanciero. El piso de tierra comenzó a humedecerse de rojo, mientras el gaucho, asustado, repetía: “Se lo dije, se lo dije” AURORA DI BIASI auromar@hotmail.com.ar
106
ESPÍRITU CON INGENIO
N
o muy lejos del centro de la ciudad se levanta la Casa del Ingenio Musical, muy conocida por los marplatenses porque fue convertida en museo hace algunos años. Diseñada y construida a principios del siglo pasado, es una de las casas más afamadas a nivel internacional por ser de una singular edificación perteneciente a la época. Está enclavada en un espacio verde poblado de pájaros y dotado de árboles frondosos de variadas especies, destacándose en el marco de un paisaje que infunde placidez a los visitantes. La sonoridad del apretado torrente de agua con su cascadita, atravesando el parque, nos retrotrae a las mismísimas inclinaciones musicales de su primer dueño, quien supo disfrutar durante muchos años de esta vivienda organizada especialmente para el desarrollo de la música. Pero pocos conocen el secreto que allí se atesora enmascarado entre esa nutrida arboleda que emana bonanza. Se dice que hace casi dos siglos, cuando todo era pampa abierta sin signos de civilización, se había instalado por esa zona una tribu que había construido un aguadero para proveerse de agua pura y saludable. Pampas, así se llamaban esos “indios” que no eran excepción a la regla cuando se trataba de ritos y creencias. Y el origen de una de sus tantas supersticiones estaba, precisamente, en ese aguadero. Estos aborígenes se imaginaban que el eco que producían sus voces cuando se acercaban al pozo para recoger agua era el grito burlesco de un espíritu, el Walichú, que se regodeaba de sus maldades; vivían con miedo, amenazados por aquel ser invisible que para ellos era el causante de todos sus males. Aunque en varias ocasiones el hechicero de la tribu había ordenado que se realizaran sacrificios humanos para acallarlo, todos los esfuerzos resultaban inútiles. Un día, el cacique, cansado de las jugarretas del ánima, reunió a los habitantes de la toldería y les dio una orden: “Destruyan el aguadero 107
y rellénenlo con tierra; quiero que desaparezca el Walichú que vive ahí dentro, ya nos hizo mucho daño”. Tal como lo había ordenado el cacique todos se pusieron a trabajar durante varias horas; el terreno volvió a su estado original y la superficie quedó plana, sin rastros de aquel pozo. Para festejar el triunfo sobre el “mal”, hombres y mujeres organizaron una ceremonia de cantos y danzas que duró varios días. Actualmente se rumorea que aquel espíritu sigue intacto; la gente que vive en los alrededores de la Casa del Ingenio Musical suele comentar que si uno pasea por el lugar donde antiguamente había estado el aguadero se puede oír una voz pérfida susurrante, como un eco que brota desde lo más profundo de la tierra. Es por eso que muchos temerosos, cuando la visitan, tratan de evitar ese sector del parque, aunque aseguran que hay algunos que no pueden con su curiosidad y hacen vigilia, a escondidas durante las noches, esperando escuchar algún sonido que dé cuenta de esa maléfica voz centenaria. Pero, para tranquilidad de todos, hasta ahora ninguna autoridad competente lo ha podido corroborar. GRACIELA G. DOBRA gradob29@gmail.com
108
FELIPE
D
icen que por aquel entonces en la calle Castelli y Chaco, merodeaba Felipe. Felipe, adolescente-niño, navegaba en el mar de su locura. Parado en aquella esquina, sin articular palabra alguna, gritaba tan fuerte que el espanto hacía que cada uno corriera a su casa. No era malo ni agresivo, sólo el pobre Felipe tirado boca abajo sobre el pasto. No tenía horario para llegar ni para irse, deambulaba por las calles y por la vida, semidesnudo en invierno y verano. Un día desapareció, nadie supo y solo flotó el recuerdo. De padre desconocido, era hijo de La Loba, del conventillo de la calle Alvarado. Dicen que dicen, que desde entonces que se la puede ver siempre en la misma esquina. Murmuran de su inmoralidad escandalosa, rumorean que trabaja… Yo sé que no. Doy Fe. ELVECIA PLUMEZ elveciaplumez@hotmail.com
109
110
Índice ÁNGELES............................................................................................................74 CAPILLA SANTA CECILIA...........................................................................62 CLAVELITO........................................................................................................96 CUCHILLOS CRIOLLOS................................................................................105 CURIOSIDADES ..............................................................................................38 DESPEDIDA.......................................................................................................23 DÍAS DE RAMBLA...........................................................................................5 DICEN QUE BOGGIO MURIÓ...................................................................93 DOS ALMAS EN LA TRANQUERA............................................................103 EL BAÑERO.......................................................................................................53 EL CEMENTERIO ..........................................................................................64 EL CLIMA EN MAR DEL PLATA................................................................37 EL CORAZÓN DE EMMA.............................................................................82 EL FANTASMA DE LA REFORMA.............................................................54 EL FANTASMA DEL CASINO......................................................................25 EL GUAPO PERDONAVIDAS .....................................................................39 EL GUAPO PERDONAVIDAS II...............................................................42 EL HIJO DE LA INMIGRANTE..................................................................32 EL LLANTO DE CABO CORRIENTES.....................................................79 EL LOCO DE LA YUTA ................................................................................51 EL MUELA..........................................................................................................36 EL NAUFRAGIO DEL TANIS......................................................................12 EL PARTIDO FANTASMA.............................................................................49 EL PERRO DE LA MANCHA BLANCA....................................................75 EL PIANO DEL CHALET SANTA PAULA...............................................68 EL POLÍTICO....................................................................................................50 EL RITUAL DE LAS CENIZAS.....................................................................27 EL TIGRE DE JARA.........................................................................................52 EL TILO ..............................................................................................................31 EL TRIUNFO DE LA LUZ.............................................................................72 ESPÍRITU CON INGENIO............................................................................107 FANTASMAS SOBRE LAS TABLAS ..........................................................77 FELIPE.................................................................................................................109 FICUS....................................................................................................................18 HACE TIEMPO, EN PLAYA CHICA...........................................................28 HISTORIA DE ESPUMA ...............................................................................98 111
JLORES.................................................................................................................13 LA BALLENA.....................................................................................................55 LA CALLE GÜEMES.......................................................................................67 LA CARACOLA .................................................................................................46 LA COPELINA...................................................................................................7 LA DIAGONAL DE LOS TILOS..................................................................87 LA ESQUINA DE LOS VIENTOS...............................................................17 LA HOJA EN BLANCO...................................................................................14 LA MARGARITA...............................................................................................10 LAMENTOS DE RAMBLA ............................................................................61 LA NOVIA DE LA PLAZA PRIMAVESI....................................................94 LAS CHICAS DE LA CUMBRE.....................................................................56 LA SIRENA AMIGA DE LOS PECES.........................................................76 LA SIRENA DE BRONCE..............................................................................60 LAS LÁGRIMAS DE NAIQUÉN..................................................................35 LAS LÁGRIMAS Y EL MAR...........................................................................8 LAS PISADAS DE LOS PIBES DEL MAR..................................................65 LA ZARZAMORA.............................................................................................48 LLEGUÉ AL MUNDO EN PUNTA MOGOTES.....................................84 LO DE CACHO..................................................................................................57 LO ESTÁ ESPERANDO................................................................................19 LOS 7 PERROS DE GARAY Y LAMADRID.............................................86 LOS CURROS.....................................................................................................47 LOS MANIQUÍES ..........................................................................................88 LOS MATADORES...........................................................................................30 LOS POLLOS DEL AERÓDROMO.............................................................9 MAR DEL PASADO..........................................................................................26 NOVELA DE BARRIO ...................................................................................21 PETIT TOUR DE FANTASMAS...................................................................100 PIGEON CLUB - MAR DEL PLATA...........................................................58 PRESAGIOS........................................................................................................63 SOLO EL SILENCIO........................................................................................71 UN ROSTRO EN EL AGUA...........................................................................92
112
Índice de autores ALFREDO OSORIO.........................................................................................7 ALFREDO OSORIO.........................................................................................64 ALFREDO OSORIO.........................................................................................75 ANA CLAUDIA KNÖPFLER.........................................................................12 ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU.........................................................20 ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU.........................................................22 ANA MARÍA RODRÍGUEZ ARBIZU.........................................................57 ANDREA MARIN.............................................................................................93 ANGELES VALDÉS MARTELES.................................................................31 AURORA DI BIASI...........................................................................................6 AURORA DI BIASI...........................................................................................59 AURORA DI BIASI ..........................................................................................106 AZUCENA OLIVA............................................................................................48 BEATRIZ PARIS................................................................................................78 BEATRIZ PARIS................................................................................................102 BEATRIZ PARIS................................................................................................104 CARLOS MORTEO...........................................................................................66 CÉSAR VON DER WETTERN......................................................................36 CLAUDIA GABRIELA MORRO ..................................................................34 CLAUDIA GABRIELA MORRO ..................................................................85 DANIEL BATTISTON.....................................................................................25 DANIEL BATTISTON.....................................................................................35 EDGARDO SALAVERRIA.............................................................................91 ELVECIA PLUMEZ..........................................................................................109 ESTELA POSADA.............................................................................................83 FERNANDO BONATTO................................................................................49 FERNANDO BONATTO................................................................................51 FERNANDO BONATTO................................................................................52 FERNANDO BONATTO................................................................................54 FERNANDO BONATTO................................................................................56 FLORENCIA CIOFFI.......................................................................................92 GRACIELA G. DOBRA.................................................................................108 GRACIELA VARELA........................................................................................99 GUILLERMO HUGO MAZZARELLO.......................................................29 GUSTAVO FOGEL...........................................................................................37 GUSTAVO FOGEL...........................................................................................38 113
GUSTAVO J. ARAUJO......................................................................................50 GUSTAVO J. ARAUJO......................................................................................53 GUSTAVO J. ARAUJO......................................................................................55 JUAN MIGUEL IDIAZABAL.........................................................................81 LILIAN ORLANDI...........................................................................................8 LIZA BONDAR .................................................................................................11 LUIS ESCOBAR.................................................................................................41 LUIS ESCOBAR.................................................................................................45 MACARENA BIANCHINO............................................................................74 MANUEL ROSALES CUELLO......................................................................67 MARCELA PREDIERI.....................................................................................9 MARCELA PREDIERI.....................................................................................27 MARCELA PREDIERI.....................................................................................47 MARIA BELÉN VIGNOLO ..........................................................................13 MARÍA BELÉN VIGNOLO...........................................................................71 MARIANA GARRIDO.....................................................................................60 MARTHA CONTI..............................................................................................16 MARTHA CONTI..............................................................................................24 MATÍAS SÁNCHEZ..........................................................................................61 MATÍAS SÁNCHEZ..........................................................................................62 MÓNICA HERNÁNDEZ ...............................................................................95 MÓNICA HERNÁNDEZ ...............................................................................97 NANCY LUCOTTI ..........................................................................................46 PABLO DE LA FUENTE................................................................................63 ROSA BLANCA GALLO.................................................................................30 SEBASTIAN D`IPPOLITO ............................................................................26 TERESITA VAGO.............................................................................................76 UBALDO TUQUI RODRÍGUEZ..................................................................70 UBALDO TUQUI RODRÍGUEZ..................................................................73 VIVI MAZZEO .................................................................................................17 VIVI MAZZEO .................................................................................................18 VIVI MAZZEO .................................................................................................86 VIVI MAZZEO .................................................................................................87
114