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[20.01.07]
elpoemaseminal
pasajero de la lluvia, de edmundo retana
atisbos E EL LP PA AS SA AJJE ER RO OY YS SU UC CA AS SA A A Annaa IIssttaarrúú
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n el medio de un libro tatuado por la lluvia, una casa derruida nos espera. No es "una" casa, no es cualquier casa, sino aquella, la única, la primigenia, la que no podemos exiliar de nuestros sueños, la casa donde un niño de seis años marcado a fuego por el silencio, descubre "el camino hacia la sinuosa verdad del llanto”. La casa de los hermanos, donde convivieron Gardel, los naranjos y el miedo, el cansancio y las guarias de la madre, la tristeza sin sonidos de un padre que no termina de deslizarse hacia la ausencia. La casa donde se alternan serenidad y espanto, donde lo mismo se acaricia como se golpea, la casa saqueada por la avidez y el rencor, la casa arrasada, desplomada, despoblada, en llamas, en escombros, la casa que se cayó y "vos sos la casa", la casa es José Edmundo, y la casa somos todos nosotros en la lectura difícil por lo dolorosa, ávida por lo diáfana, enceguecedora por lo deslumbrante, de este libro de ropaje sencillo, donde los versos demoledores son precisamente los que no se dicen, los que esconden bajo su plumaje sin artificio la dinamita sin sordina de su dolor. En un universo poblado por padres e hijos, por soledad, viudez, separación y orfandad, la lluvia es el claro equivalente del llanto, y el pasajero, errático, vaga por la humedad del desamparo. Poemario de un sufrimiento sin estridencias, de caída y redención, de pérdida y reparación, de muerte y de muertos que no abandonan, abre por fin un espacio a la esperanza. El nacimiento "el de un niño, el del amor por Betty, que mira el mar, el de un largo viaje espiritual al fondo de nosotros mismos-, es lo único que nos redime. "La bondad del universo" nos habilita la paz, nos autoriza al perdón, ese perdón reacio y difícil que debemos concederle a nuestra humana fragilidad. Somos nuestro único ofensor en una travesía sin rabia ni villanos, sin rencores ni batallas, a pesar de que ternura y violencia comen de un mismo plato y las muertes diversas van carcomiendo la inocencia de raíz. El amor de la pareja es desencuentro, desde el baile no consumado de la adolescencia hasta el adiós no expresado de la partida: "Sé que estarás bien. Que irás comprendiendo mis motivos y me esperarás lealmente. Como esperan los buques en la niebla. Como esperan tu rostro mis ojos." El entorno familiar es una ausencia poco a poco ensanchada, en el que "uno sabía que de todos era el último y el más pequeño, para siempre." Por lo que "me fui lentamente de la mano de ellos. Atrás quedaron las habitaciones donde arrellanaba el miedo, el hilo que me ataba a sus costumbres."; ... "No he vuelto desde entonces, a la casa de mis hermanos." Pero de ese entorno donde amor y amenaza se pronunciaban con un mismo tono, el pasajero se libera construyendo su propio nido, reinventando en sí mismo al padre perdido, amando en su cachorro al cachorro que él también fue: "Como un animal que sabe proteger de las garras de otros animales mayores, del invierno voraz, camino sobre mi propia luz, cuidándote."
En estos poemas de ritmos subterráneos, el verso oculto bajo el recato de la prosa sólo deja entrever sus contornos al ser dicho en voz alta, y el ruido de abalorios de los adjetivos superfluos no mancha la pureza de su parquedad. El verso es tan breve como extenso fue su minucioso pulimento, y cada palabra, medida, tasada, ponderada con obsesión de orfebre, fluye sin embargo con desarmante sencillez. Pasajero de la lluvia, más que una compilación de poemas, es un solo poema continuado y de largo aliento, cuya incontestable cohesión proviene no sólo de la omnipresencia del mundo de su infancia, sino del recorrido ascendente que realiza el pasajero por sus personales pasión, caída y redención, partiendo de la casa familiar para, en un final circular, llegar a confrontar de nuevo, con la sabiduría que otorga el dolor, la casa rota de su niñez. Lección de contención y pureza, de alguna forma ejercicio de humildad formal, este libro se aboca, sin confesarlo, a conducirnos por este trayecto místico en el que, desgarrados y sucios en el barro de nuestra pequeñez, alcanzamos por fin el albo territorio de la paz. Por el peso entrañable de su tema y por el fruto maduro de su oficio, "Pasajero de la lluvia" de José Edmundo Retana, abre una compuerta luminosa y perdurable en el paisaje de nuestra literatura, arrojando sobre nosotros la bocanada fresca de su poesía sin mácula, cálida y clara, accesible y serena, como la bondad humana.
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n Pasajero de la lluvia (Editorial Costa Rica, poesía, 2006) Edmundo Retana recoge recuerdos y sensaciones propias de su vida íntima, escrito con palabras sencillas. También reúne poemas, algunos de intensa calidad poética, que nos muestran a un escritor con pleno dominio del idioma y una sensibilidad particular en la descripción de todo aquello que se refiere a la naturaleza y a su propia vida íntima y familiar. Hay belleza, congruencia y sensaciones internas, todo escrito con palabras poéticas, concatenadas y transparentes, asunto soslayado en la actual poesía costarricense, pero afirmada en la que estamos leyendo. Es una afirmación de la belleza pura por sobre las interrogaciones filosóficas a que nos estamos acostumbrando en otros autores.
L LA AC CA AS SA AD DE EL LH HO OM MB BR RE E F Feelliippee G Grraannaaddooss Me parezco a aquel hombre que cargaba un ladrillo para mostrarle al mundo como era su casa. BERTOLT BRECHT Todo lo que es cuerpo es agua en tránsito. MARCO AURELIO
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ablar de un libro implica conocerlo. Desde luego hay quienes sólo citan el nombre y después de disertar media hora sobre el título no nos dicen más que sus propias manías y defectos. Por supuesto que están los otros, los que utilizan el libro para mostrarle al auditorio lo inteligentes y delicados lectores que son, citándonos las mejores partes del texto y ¿como no? también las peores, privándonos así de descubrir por nuestra propia cuenta que nos sorprende más o que nos elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/2
defrauda. Estos presentadores a mi juicio son los peores, porque como dice un amigo “son la clase de gente que te cuenta el final de una película cuando ni siquiera se han enfriado las palomitas”. Yo he cometido estos mismos errores pero hoy trataré de no hacerlo, es decir, trataré de cometer errores diferentes. Quiero familiarizarlos con dos palabras para las que no existe una traducción exacta al español. La primera es saudade, término del portugués que se parece poco a la nostalgia, a veces pasa más cerca de la melancolía, pero ninguna de las dos la define. La interpretación que más me gusta es la que usaron unos editores argentinos para definir cierta atmósfera en los textos de Pessoa. Ellos dicen: ”saudade, es la presencia de la ausencia”. La otra palabra es homeless. Un buen diccionario inglés-español puede decirnos que se trata de un pordiosero, mendigo, desamparado, un vago agregaría alguien más, pero hoy quiero usarla en una traducción más literal, esta persona es un “sin-casa”. ¿Para que tanta curva y todavía nada sobre el libro? Para justificar las impresiones que me heredó Pasajero de la lluvia. Imaginen la escena: sentado en la ventana de una cafetería, afuera llueve, final de agosto. Yo tomaba un café mediocre, mientras esperaba que el agua dejara de cantar desde la calle, tomé el libro de Edmundo, de reojo vi la estampida de paraguas y sombrillas, todos de prisa pensando en puertos más secos y seguros, como yo con mi taza de café, y en medio de esta horda, a medias húmeda, un homeless descansaba en la orilla más lluviosa de esa tarde. Toparme con la cita de Sabines y el título del libro fue uno. Esa era la imagen, un milagro de revés era aquel hombre bañado por la triste lluvia de la esquina. La poesía de este libro es eso: la saudade de un homeless, poemas que se susurran en el filo de una acera, al calor esquivo de lluvia y madrugada, mientras se descubre aquello que se perdió en alguna casa. La virtud del arquetipo es que se supone todos los entienden, pero cuando digo “la casa perdida de este homeless”, no hablo del catálogo de casas poéticamente trascendentales de la Sra. Julieta Dobles, o esa otra “caza del poeta”, la casa de Edmundo, es la casa del hombre, ese oficio más difícil que el de juntar palabritas hasta la mitad del renglón. El homeless de Retana no nos muestra una sola pared, su casa es tan sutil que ni siquiera hay ruinas hay quien se lamenta sin muros ni puerta que le tiren a la cara. Este homeless da la impresión de haber sido expulsado de su casa-niñez, donde dios era papá, que también era mudo, casa que se abandona por múltiples razones, casa que es también una camisa a cuadros o un niño frente al parpadeo eléctrico de la tele. El hecho es que se deja una casa para encontrar otra o permanecer en tránsito, nunca víctima del paisaje sino pasajero de éste, hoy tocó la lluvia mañana puede ser la nieve. Hay una ventaja si se mira la suerte del hombre que busca: sin ese asidero de cuatro paredes uno hace su sitio en el mundo con muchas otras cosas. Ese lugar que busco para pertenecer , bien puede ser el rostro amado, o el sueño de un niño y un monito. La casa terrible del pabellón número cinco se vuelve habitable en la sala de maternidad, segunda planta, cuarto que mira al mar, para más señas. Hay una realidad: seguimos viviendo en lo que amamos y si nos toca el mundo inhóspito mi misión última será hacerlo habitable, en un rincón donde elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/3
también se encuentren las otras casas que dejamos, somos todo lo que abandonamos y nos está permitido perdonarnos como bien dice la voz de mario. ¿Qué nos queda cuando el último rincón ha sido saqueado? ¿Cuándo el último vestigio de intimidad ha sido usurpado por la mirada escrutadora de cualquiera? Nos queda la calle como una casa inmensa, nos queda el amigo o su recuerdo, fiel como un dolor de muelas, nos queda la lluvia-útero tropical y reiterado- para descubrir: ¿Que significa afuera llueve si estás fuera? Y nos queda el poema, que está hecho de palabras y otras cosas que también son una casa. El poema en el que entramos como el homeless de mi historia entra en la lluvia, el poema paraguas y aguacero, la última casa de donde no nos vamos y a la que nos invita Edmundo Retana con la misma osadía con que Bertolt Brecht mostraba su ladrillo contra el mundo.
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o es cierto. Edmundo –el de ayer, el de hoy- no es un “pasajero de la lluvia”. Es él el portador de la lluvia. Es en la cóncava vasija de su alma donde habita, por siempre un aguacero. Edmundo Retana deja que algunas gotas se empocen en el alambique de su corazón y luego, en cualquier octubre, nos convoca a brindar con su destile de aguaceros, mezcla de lluvia, bruma y un trozo de arcoiris en la flor de las entrañas. La lluvia es el potrero, la casa de los hermanos, los rostros fugaces, el pabellón número cinco, la voz de Mario, un ángel en la sombra, los muros derruidos… Lluvia que se nos va infiltrando conforme leemos el poemario, que se va haciendo nuestra, que nos transforma en personas elegidas en las que también ella habita. Pasajero de la lluvia, en su parte I, nos despide de los barrios josefinos en donde la niñez transcurría entre potreros, pozas con olominas y paisajes con roble sabana. Los barrios siguen ahí, pero los paisajes –de afuera y de adentro- no volverán a ser los mismos. Pero no estamos ante un poemario “de recuerdos” o de simples ecos del pasado. Ese aguacero contenido que Edmundo deja destilar gota a gota, poema a poema, ha pasado por el filtro del profundo y verdadero “dolor de vivir”, eso que trasciende en intensidad y en hondura a la mera pose del “poeta sufriente”, detrás de la cual muchas veces hay tan solo un fugitivo incapaz de enfrentar sus propios rostros. Al convertir ese dolor, vivido alguna vez como soledad, delirio y angustia, en poesía, sobre todo en la parte II del libro, Retana nos regala una vez más “el peso de la intensidad” que según Eliseo Diego debe llevar todo susurro poético. La parte III es la zona del reencuentro, de la reconciliación con la propia alma y con el alma – ánimus y ánima- de los demás. En ella se cumple el desafío/esperanza plasmado en la Parte II, “Más tarde llegaré, podré aún, dentro del laberinto, de nuevo amar, engendrar vida, perdonarme.” Los poemas de esta última parte son los de un sobreviviente de sí mismo. Quizás por esa simbiosis entre trabajo de alambique y dolor de vivir, por esa mezcla de delicadeza y profundidad, la lectura de este poemario me recordó la sensación única de caminar en esa dolorosa felicidad que nos hace, bajo el aguacero, sentirnos niños y libres mientras en el rostro se confunden lluvia y llanto. Para mí, Pasajero de la lluvia y Los bailes íntimos (primera obra de Edmundo Retana, injustamente desconocida) son un solo libro. Vibran en el mismo tono –excepto el ars poetica dedicada a Camilo, que tiene un timbre distinto- y conforman un poemario excepcional (o, en todo caso dos poemarios excepcionales) en la historia literaria del país. Estos poemas de Retana nos traen, al igual que su lluvia, “fragancias antiguas que se esparcen como si fuera la primera vez sobre el mundo.” 31 de octubre, 2006
www.clubdelibros.com/repoedmundoretana.htm elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/4
testimonios ZELMIRA
ERA LA MÁS SOLITARIA ENTRE LAS
solitarias del barrio. Caminaba por la orilla de la calle, como buscando el zanjón donde atrapábamos olominas. Al trasluz de la pequeña poza yo la miraba venir de largo con temor de su mirada fija y oscura que ella acentuaba con un pañuelo negro sobre el cabello en desorden. A veces caminaba junto a Gladis que le escuchaba los susurros ladeando apenas la cabeza. Cuando iban juntas parecían estar más solas aún, como si hubieran enviudado al mismo tiempo y solas hubieran llorado todo el llanto de la tierra. *
DESDE
LA VENTANA YO MIRABA LA LLUVIA.
Afuera el invierno jugueteaba con los árboles de roble sabana. En el suelo hojas, pequeñas piedras, juguetes del agua. La lluvia venía ondulando sobre los cafetales y a su paso florecían los manzanos y los naranjos. La lluvia traía fragancias antiguas que se esparcían como si fuera la primera vez sobre el mundo. *
UNO
SE DESPERTABA TEMPRANO PARA IR A
misa y luego viajar en el bus mirándolo todo, quieto y sin hacer preguntas que de todas maneras papá no sabría responder. Uno se arrodillaba al entrar a la iglesia y pedía perdón sin saber por qué. Dios se parecía a papá. Él tampoco contestaba las preguntas. *
EL
GOLPETEO DE LAS MESAS, LAS RISAS, NOS
decían que algo no andaba bien… en el fondo del salón adónde llegamos ya tarde con la idea de bailar un poco. El escarceo de sus risas nos puso en guardia, era de nosotros que reían, de nuestros torpes gestos de adolescentes, olorosos a alcohol, sudorosos y tristes. De modo que ni siquiera intentamos sacarlas a bailar, más bien las mirábamos de lejos, sintiendo que quizás ellas también, como nosotros, andarían ebrias de
soledad en las noches perdidas de los barrios del sur. * EN EL FONDO MÁS OSCURO DE LA POZA MI
rostro se contempla, se deshace en una estela de luz opaca, extraviado, el mundo de afuera pierde sus contornos, huyo hacia un sitio que no conozco, buscando la corriente oscura del agua, con mis manos lo intento, abrirme paso, ceder al ciego impulso que me lleva, agitado, vivo aún entre lianas, entre peces que vuelven de la oscuridad que transcurre conmigo, debajo del agua, lentamente, no seré hallado, no encontrarán mi rastro cuando huya. *
HUBIERA QUERIDO DARTE UN BESO. Escucharte. Gastar junto a vos el tiempo inexplicable de una despedida. Pero no fue así. Me despedí por medio de Coco, de los otros amigos. Sé que estarás bien. Que irás comprendiendo mis motivos y me esperarás lealmente. Como esperan los buques en la niebla. Como esperan tu rostro mis ojos. * LA LUZ
como un puñal lejano que se extingue y mi voz buscándote en la incesante marea de la noche *
VIOLENTO
ES TU BESO, TU ESPALDA Y TU
silencio. Violento el eco de tu voz cuando me llamas y el lecho y la calma que se derrama como un brazo trizado. Y duele tu nombre entonces, duele tu cintura como si nunca te elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/5
hubiera conocido porque violento es tu nombre y tu abrazo. Y hay un río cegando tus palabras perfectas. Y violento es tu rostro hacia mí cuando duermes. *
IBAS
MARCANDO EL RITMO DE TUS VERSOS,
frente a los muchachos que apenas acentuaban un giro, una imagen, pero que vibraban, en una cadencia de siglos. Como si caminaras otra vez por el invierno, recogiendo los mejores frutos. Allí, donde no había pasado ni futuro, sino tiempo, diseminándose entre tu voz, el silencio, las miradas lentas. Solo tiempo, Camilo, en estado de pureza, música llena de siglos. *
ANOCHE
ME VISITÓ UN ÁNGEL.
DESCENDIÓ
como a las siete sobre los tarros de pintura y la manguera del jardín. Hablamos junto al fuego, como dos viejos amigos. Luego se fue sin darme cuenta. No sé si volverá. He hablado con un ángel en la sombra. * TENGO A LA MUERTE
esperándome en la sala desde hace tiempo espera con gesto grave mirándose las manos no tiene prisa cuenta con todo el tiempo del mundo y yo finjo no saberlo *
DE
LA CASA QUE TODOS HICIMOS NO QUEDAN
ya ni los cimientos. La casa de techo de teja, con una acera larga que daba a la sala donde las muchachas esperaban a sus novios no fue
destruida por un cataclismo. Fueron nuestros actos que la saquearon, la avidez, el rencor en los pequeños hechos de cada día. Los muebles, las sábanas y hasta los platos y los vasos fueron atesorados por los que partían. Cada uno tasó lo que le correspondía y tomó lo suyo sin que nada quedara sin repartirse. Cada uno despobló la casa al querer llevársela. No fue una cama ni un comodín sino la imagen oscura de esas cosas lo que cada uno sacó en la noche de la casa en llamas. Como de los escombros no puede erguirse lo ya arrasado, no pretendamos que esa casa exista, es su sombra lo que aún pervive en nosotros. Edmundo Retana (1956) nació en San José, Costa Rica. Es teólogo, graduado de la Universidad Bíblica Latinoamericana y ha trabajado en organizaciones sociales en el campo de la educación popular y como pastor de la confesión luterana. Su formación literaria se fraguó al calor del magisterio y la amistad con el novelista costarricense Joaquín Gutiérrez. En diferentes medios periodísticos de México, Ecuador, Colombia y Brasil han sido publicados poemas suyos así como comentarios, entrevistas y reseñas de sus libros. Ha impartido conferencias y coordinado talleres literarios en Guayaquil, Ecuador, por invitación de la Universidad Católica de Guayaquil y la Sociedad Ecuatoriana de Escritores. Fue incluido en la antología Poesía de fin de siglo Costa Rica-Nicaragua, publicada conjuntamente por Ediciones Perro Azul, revista Fronteras y revista 400 Elefantes (2001) y en el volumen Lunada poética, Poesía costarricense actual, publicado por Ediciones Endrómeda (2005). El poemario Las sílabas de la tierra fue finalista en el Certamen de poesía latinoamericana convocado por la Editorial Universitaria Latinoamericana, EDUCA, en 1993. Obras: Los bailes íntimo. Oro Viejo, 1991, Las sílabas de la tierra. El Quijote, 1995.
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zonas ESCRITORAS MEXICANAS EVOCAN A GABRIELA MISTRAL JJEESSÚ ÚSS A O ALLEEJJO
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u poesía es sobre todo lectura de la infancia y de la sensibilidad femenina. Escritoras mexicanas reflexionan acerca de su vigencia estética en nuestro tiempo. El sepelio de Lucila Godoy Alcayaga (su verdadero nombre) reunió a miles de personas. Dicen que la noticia del fallecimiento de Gabriela Mistral, la madrugada de aquel 10 de enero de 1957, sacudió de tal manera al mundo que la ONU interrumpió su sesión para ofrecerle un homenaje póstumo. Estaba en Nueva York por aquellos días. En Chile decretan tres días de luto y su sepelio reúne a miles de personas para ofrecerle el último adiós a Lucila Godoy Alcayaga, verdadero nombre de quien llevaría su poesía y su conciencia social por el mundo, un compromiso reflejado por su testamento. En él hereda los derechos de sus obras aparecidas en la parte sur del continente americano a los niños pobres de Montegrande, mientras los libros publicados en el hemisferio norte a Doris Dana y a Palma Guillén. Nacida el 6 de abril de 1889 en una pequeña ciudad del Valle de Elqui —Vicuña—, e hija del maestro rural Juan Jerónimo Godoy —quien abandonó la familia cuando la poeta apenas contaba con tres años de edad— y de Petronila Alcayaga, Gabriela Mistral escribió sus primeros versos a los 13 años, época en la que abandonó el colegio e inició su formación autodidacta que la llevó a conseguir el título de maestra en 1910. Por aquellos días, sin embargo, la escritora comenzó a establecer una estrecha relación con la enseñanza, tarea que habría de marcar su vida al lado de la poesía, pues empezó a trabajar como maestra en una escuela rural, basada en ideas que se consideraban ateas y revolucionarias. Esa pasión la llevó a estar en México entre 1922 y 1924, cuando a invitación de José Vasconcelos vino a colaborar con su reforma
educativa, en especial mediante el desarrollo de bibliotecas públicas. Mistral residió en una localidad de Los Andes, región en la cual escribió la mayoría de los poemas que dieron forma a su libro Desolación, título que la proyectó como poeta de relevancia internacional. Sin embargo fue con la aparición de Sonetos de la muerte, ya con el seudónimo de Gabriela Mistral —tomado del apellido del francés Frédéric Mistral—, con los que la poeta empezó a ganarse un lugar dentro de la poesía chilena, al ser galardonada con el más alto reconocimiento de la Sociedad de Artistas y Compositores. Ternura, Tala, Lagar y Poemas de Chile son otros de los títulos de la llamada “Poetisa de América”, quien en 1945 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, en los que la crítica ha encontrado el predominio de las emociones sobre la razón, de los sentimientos sobre el pensamiento, con la presencia de lo religioso en sus poemas. A Gabriela Mistral la enterraron en Santiago de Chile, cubierta de lo que había sido su última voluntad: el hábito de San Francisco. Al conmemorar el 50 aniversario de su partida, cinco poetas mexicanas hablan sobre su vida y su obra. Myriam Moscona Gabriela Mistral puede ser vista de forma caleidoscópica. Su vida y su obra lo fueron también. Desde la maestra rural que creció en una zona olvidada de su país hasta la figura diplomática que colaboró en el proyecto educativo de la Revolución mexicana. Creo que más allá del museo al que puede quedar confinada la obra de una personalidad tan pública y compleja, quedan rastros de su poesía en las nuevas generaciones. elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/7
La única vez que estuve en Santiago tuve la suerte de estar bajo esos cielos escasamente despejados de la ciudad, tan contaminada como la nuestra. Me impresionó que en dos ocasiones, al ver la cordillera nevada con esa luz lila de la tarde, dos personas, en días distintos, citaron el mismo poema (cito de memoria) “Madre yaciente, madre que andas,/ que de niños nos enloqueces/ y nos haces llorar cuando nos faltas” Esos y otros versos están vivos en la memoria popular. Creo que eso habla de los efectos de su obra en la educación sentimental de su país y en el mundo literario de habla hispana. Rocío Cerón De la escena rural al completo modernismo, viajera crónica e incansable, Gabriela Mistral creó un complejo mundo poético en el que las figuras de la madre y la patria son fundamentales, llegando a fundir ambos temas en una sola encarnación poética como lo hizo en Poema de Chile, donde es la madre/maestra/tierra la que es guía y amparo de un niño indio con el que recorre de norte a sur el territorio chileno. Un largo canto de amor a la patria pero también una reflexión sobre la independencia femenina ante el mundo exterior y ante el propio destino de la maternidad. Sin embargo, me parece más enigmática la obra (poética y en prosa) de Mistral en la que se cuestiona y revela la construcción que en aquel momento se vivía de la identidad latinoamericana y de la problemática racial, como en los poemas de su libro Tala de la sección “América”, una América mestiza que se desgaja en sus versos y donde no hay fronteras entre el lago del Titicaca y el vuelo de Quetzalcóatl, entre el valle del Elqui y las piedras de Guatemala. Son una suerte de poemas de “raíz indoamericana” que ponen el dedo en una llaga —sangrante y adolorida— que aún no cierra y que Gabriela Mistral supo vislumbrar en versos de un brillo decantado y preciso. Dana Gelinas La poeta es de las más memorables para mí. Los primeros poemas los leí en la infancia, por eso creo que es memorable en el sentido estricto:
me enseñó a leer y me enseñó que la poesía podía ser fina, tierna y tremendamente humana Aun cuando yo he escrito sobre objetos cotidianos, como la copa de vino o el chocolate, lo esencial de la poesía es el otro ser humano. Recuerdo mucho sus poemas acerca de los niños, ese ser humano que empieza a tropezarse entre los muebles, y cuando pienso en la poeta que más se ha acercado a esa alma tan frágil llego a Gabriela Mistral. Tengo un recuerdo muy fuerte, muy grato, totalmente imborrable de ella. Angelina Muñiz-Huberman Gabriela Mistral es dueña de una poesía muy instintiva, muy apegada a los sentimientos, a la naturaleza, al paisaje. Amor y muerte rigen muchos de sus poemas por episodios biográficos que le ocurrieron. Personalmente no es una poetisa que me atraiga mucho, pertenece a los ideales del romanticismo, no fue innovadora, pero sí recuerdo que en la infancia leí algunos de sus poemas. Ahora la siento muy lejana. Hay que destacar su labor como maestra, lo que fue fundamental porque de ahí vino mucha de esa poesía dirigida al mundo de la infancia. Aline Petterson Gabriela Mistral fue un personaje muy importante en las letras latinoamericanas. En los tiempos en los que a ella se le dio el Premio Nobel —quizá tampoco ahora— era poco frecuente que se le diera a una mujer. Creo que su estancia en México y su creación de Lecturas para mujeres —que a lo mejor en estos momentos fueran cuestionadas por su sentido— no le quita el hecho de ser una pionera alrededor de la enseñanza a los niños y, en particular, de su constante búsqueda de una mejor posición para las mujeres. Siendo franca, nunca he podido conectarme del todo con su poesía. Su modo de escribirla y el modo mío de recibirla no han sido demasiado cercanos, aunque yo misma obtuve un premio con su nombre. No le resto méritos, pero me siento más próxima a su trayectoria que a su poesía.
Milenio Diario, México, 10 de enero de 2007
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LA POESÍA DE 2006 EN PROCESO
L
a
revista
Proceso,
siempre atenta a la situación política dentro y fuera de México, tal vez por la escasez de noticias, dedicó siete páginas a la poesía en. su número 1575, del 7 de enero. A través de las plumas de los poetas Marco Antonio Campos, Miguel Ángel Flores y Rafael Vargas, fue posible asomarse a un panorama de la producción poética mexicana durante 2006, una reflexión sobre el futuro de la poesía y un balance personal de los nuevos libros. Vargas, a partir de una serie de observaciones sobre la cantidad de lectores que hipotéticamente tiene la poesía en la actualidad, plantea una interrogante verdaderamente sobrecogedora: qué espacio ocupa la poesía en la vida del país. Para responder, con una postura que intenta ir más allá del pesimismo gratuito, se vale de un buen arsenal de citas de autores clave como Octavio Paz y Gabriel Zaid, cuyas agudas observaciones sobre la lectura proporcionan una perspectiva equilibrada acerca del siempre reducido número de libros y lectores en un país de mas de 100 millones de habitantes adonde se produce apenas un centenar de títulos al año. El heroísmo de algunas editoriales marginales, junto al esfuerzo del Estado por abrir ventanas que permitan a la poesía ventilar y renovar la manera de entender la poesía, son dignos de mencionarse en este análisis el cual, además, manifiesta una total incredulidad sobre las posibilidades divulgadoras de la poesía en Internet. Vargas cita estas palabras entusiastas de Paz, dominadas también por un cierto aire de optimismo: Los editores muchas veces se resisten a publicar poemas, prefieren otras formas literarias, al novela o el reportaje o los libros de viajes, todos géneros respetables; pero yo creo que la poesía tiene, entre tantas limitaciones, una gran ventaja: su forma. En primer lugar, la poesía, al moderna sobre todo, es reducida; no son muchas páginas, no son miles y
miles de páginas. Un libro de poemas, por lo general, es un libro pequeño en el que cada poema tiene una unidad; es como un fruto completo. Aparte de esto, la poesía resiste más al tiempo [...]
De modo que en esta época de prisa, la poesía nos enseña que andar despacio es la mejor manera de llegar a tiempo. Héctor Tajonar, “Paz, el hombre actual debe recordar que está hecho de tiempo”, en La Jornada, 21 de abril de 1998, énfasis agregado.)
Con ese mismo espíritu, Vargas propone superar los obstáculos para el acceso a la palabra poética y presenta en un recuadro las editoriales y sus títulos publicados. Campos, por su parte, arranca su reflexión desde la antigüedad y recuerda que “la poesía fue formadora de pueblos”. Presa del sentimiento romántico, aquejado por el desprecio con que el capitalismo moderno ha tratado a la poesía y sus practicantes (aunque no hay que olvidar, a contracorriente, las humillaciones de que fue objeto Josef Brodsky en la antigua Unión Soviética al ser acusado de “parasitismo social”), agrega algunas notas interesantes sobre la manera en que los poetas actuales le complican la vida a los lectores, pues, explica, “el público lector se alejó de la poesía por as dificultades que le representaban, ante todo, si no me equivoco, el verso libre y las experimentaciones de las vanguardias”. ¿Hacia dónde va la poesía? Y ¿qué nuevas vías tiene? se pregunta atribulado. Su respuesta va en el sentido de que, ante el desgaste de las vanguardias (sin dejar de fustigar a cierto crítico incomprensible), quizá exista una cuarta vía, esto es, no ya la renovación de las formas ni la experimentación: acaso “¿continuar el mismo camino esperando encontrar nuevas culminaciones?”. Con todo y aceptar el buen momento de la poesía mexicana del siglo XX, no deja de llamar la atención hacia el hecho de que los “poetas mayores” en la actualidad (Chumacero, Bonifaz Nuño, Lizalde y Pacheco) esperan ya una sucesión que esté a elpoemaseminal 107/ 20 enero, 2007/9
la altura de su herencia. Su conclusión es favorable también: “Como en la novela de Bradbury [Fahrenheit 451], los poetas seguimos escribiendo, sin saberlo o con la esperanza callada, contra todo y todos, de que algún día las sociedades venideras le den a la poesía la importancia fundamental que tuvo en otros tiempos, cuando el dinero no era lo esencial o lo único”. Finalmente, Flores centra su atención en que, a pesar del panorama tan negro, “la poesía se mueve”. Para demostrarlo, particulariza su análisis en algunos títulos del 2006: Viernes en Jerusalén, de M.A. Campos, premiado en España; La calle blanca, de David Huerta; Ficticia, de María Baranda; Contracorrientes, de Tedi López Mills; Fragmentos del Pacífico, de Gilberto Zúñiga; y El efecto, de Gabriela Cantú Westendarp. Con ágiles pinceladas, encuentra que Campos funde su biografía con la ironía, Huerta sigue deletreando el mundo lleno de signos, Baranda se sumerge en lo onírico renovando el surrealismo, López Mills desafía al lector desde una escritura difícil, Zúñiga llora la muerte de su padre sin estridencia, y Cantú deslumbra con una alta conciencia artística. De estos ejemplos elegidos por Flores, llaman la atención los dos últimos, pues son autores
prácticamente desconocidos, especialmente Cantú Westendarp, quien, escribiendo desde Nuevo León, sorprende por la manera en que se aproxima al misterio y al silencio: Aguardamos de las larvas las primeras notas ¿dónde están las alas? todo el invierno donde montañas todo este tiempo y no sabemos si la vigilia pasa o nos pasa en largo sueño hemos bordado los días y las noches siempre esperando bajo los árboles las colmenas que se forman y el zumbido ahí.
Con muestras como la anterior, la poesía de 2006, sentencia Flores, “ha entregado buenas cuentas”.
LL..C O.. C..--O
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