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Tú eres Frank

Ezequiel O. Suárez. Ezequiel
Tú eres Frank
O. Suárez.

Tú eres Frank

Ezequiel O. Suárez.

Tú eres Frank

(Bajo la influenza)

Ezequiel O. Suárez.

Tú eres Frank.

©2022 por Ezequiel O. Suárez Glez.

Edicion

Ezequiel O. Suárez Glez. / Laura Espinosa Bosch

Diseño Editorial

Laura Espinosa Bosch

Diseño de portada

Laura Espinosa Bosch

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por cualquier medio sin el permiso expreso por escrito del propietario de los derechos de autor.

A Maria Isabel

Tan grande la quiere. Y no hay síntesis en esto, lo otro.

1

Ya no está, esa especie para ti. “Mira la separación, un abeto”, digo. “Mira el esmalte, la separación”. Caliente como algo mío aquel encuentro sin vida.

Mi nacimiento fue breve: una niebla rosa.

2 3

Lo que ha pasado (y rosa el cielo). Como un decorado el cielo demente, que a un pájaro has dejado fuera de sí.

“En La Tierra”, dijo. “Lejos de Saint Pierre”. Y hay otros perdidos.

4 5

Gris es cualquiera, la mano que escribe.

Un color tenía la Nada, y huertos, mira, de yeso un amanecer. Las vacas, si he tocado una.

Un piano en realidad.

6 7

A la guerra. Que Dios permite los hospitales, el crucifijo, en los arenales la gente.

El planeta había nacido, inmóvil en las afueras. Pero ¿y el castillo? A una observación.

Da igual, que el arte del teatro hay que ver, ver que es duro el papel. Pero (por dios), si me vieras ahora: mi cuerpo en el Danubio, a cincoflorines la chaqueta amarilla.

8 9

Tú eras mía bajo el cielo, el cielo en Pest. Que un sudario al valle arroja.

Un arbusto. Y frío está el pueblo. Mas, dadle al pueblo su Constitución, la rosa al pueblo (que, si se levanta la manada, pobre de mí).

10 11

En Occidente serás mía.

Iba y venía, esa mañana, el tigre en Evangelios. Con ojos de Milton la cabeza de oro con piedras, y marfiles, rosas del común. Mira, que a ella hicieron la chanson.

12 13

A ver, así, mi niña, así, que sangrienta mi mano fue escondida.

Inglaterra (blanca la vi cruzar, perderse en este mundo un prado). Por Inglaterra, que me arrastren despiadados mis padres.

14 15

A nadie, a Durendal, que soy en los infiernos un modo, la cosa que sobrevive. Bueno, que se diviertan. Pero lejos de mi cabeza un húngaro.

16 17

Oh mi República o campiña de mil acres… Calientes el pelirrojo Sammy con Anabelle y Susie, que es trabajo en mi mente. Mas, el pino por un césped caía y alegre en las afueras de Ohio.

Hay un país (no China, burro), y artistas a cada paso. ¡Pero, qué gobierno!

18 19

Pasa, el advenimiento pasa, y entre vosotros la gasa. Un pequeño edén los rosales, el matinal ritmo y oro que pasa.

No queremos la libertad, a paseo.

20
21

Y si un osado fuimos, nosotros (los millones) encontraremos más y acaso más bombo, en una aldea el fin.

De nuevo la libertad. Es decir, la de Coppée y Calvo en nuestro idioma.

22 23

De Natura surgió esa beldad, inmóvil en las tinieblas su címbalo… Y rubia la tocan mis restos.

Este ídolo es ella, allí la iglesia... Oh calvarios, ¡le mecían! O bien bajando al mar sombrío (un adelanto estas cloacas), del país santo allá lejos.

24 25

A un abatimiento el rapé, lo que dan (en llanuras escarlatas observo la Práctica Nueva).

Y entré feliz las piernas bajo la mesa. Cuando la moza, su dedito rosa, puso junto a mí.

26 27

Oh musa, que al cielo vino. Y arqueados los velámenes, semejantes a corrimientos cuidadosamente de los grandes.

Tú eres Frank (y cerrando los puños a las italianas ponía debajo, sus pubescencias de pesados ocres)

28 29

“Quiere la gasa”, me dije. No, Eleonor. O quien sea que ha llamado.

Pero no acaban de llegar: los cadáveres, esas recompensas, podríamos ganar.

30 31

Una habitación (o pared) se ha enrojecido, ese objeto o cólera en tus mamas. Ah repúblicas de Europa, una vez me dije: “Nada impide otra juventud, el aire idiota”.

Mi caída allí, ¡qué bienestar!, en mí las carnes de una mano inmundas.

32 33

Los propósitos nos mueven. Igual tú bien conoces en mí al niño, que en brazos dais a un sufrimiento.

Una voz, una orden y amontonas mis brazos hacia ti, Demonio.

34 35

Aquel objeto las patas abría, aquello una flor producía y rítmicamente sobre la vegetación. Mas, y no por grandes, estos miasmas y símbolos lejanos (tan dulces transportes, el crucifijo, los rígidos sudarios) al Delacroix pasan.

36 37

Tú y los atardeceres (lo mismo un cielo). Oh tú, que has enloquecido en la Naturaleza. Oh, la forma amada en lo alto. ¡Y qué negras! Si una noche, mi mano creo ver, como la tuya en su cuerpo.

38 39

Es un altar la Nada, de un lujo los muebles; mas, todo allí es calma y deseo en calma, el sol que se tumba.

Para ti, dueña mía, un nicho de oro, mortal mía, una garita blanco y rosa. Y en fila el cielo, hacia ti, jadeante, un Loira.

40 41

El mar al mar consuela. Mas, dentro de mí se agita un leño, un péndulo chirría. Oh, que no se cansan los hombres y allá las hembras en edificios desiguales.

De fango mi cabeza, cuyos mostachos la naturaleza imita. A tal vividor, a este pillo, vendrá a reanimar.

42 43

Inclínate, que allí podría ser la poda de Maestros: la situación en que se hallaban. Son tantos, y todos creen que son ellos los duros.

44 45

Delicia de mi niña, oh mi niña, delicia de mi niña; tanto como su madre, de un lado para otro su dueña. Y qué jodidos los soles, de Veranio alguna cosa. Intacta la polla.

“Por dios”, le digo. “¿Y cómo te fue la idea fija?” Una buena para mí. Con habitación, sabes.

46 47

La puerta se mueve en las tinieblas y de la fonda me echa la gente. Todos empujan, y es divertido. Lo mismo hiciste, pero más acabado el Gran Sentimiento.

A fosos mi alma, si de piel los hice. A este un rabino.

48 49

Pero algo contra quién, ¿qué mano dura? “A esa de los mimos”, dijo. “Si has ganado en mis Estados”.

Mi ojo, tengo un ojo. Pero un ojo ya no atrae (y excreta tengo).

50 51

Hola. Y Septimio las trae, de Asia a un campo. Y dijo una: “¡Qué cachondo!”. A aquella, yo, un cabrón, le querrá.

52 53

A todas y todos, que mi dedo de leche levanto, ¡qué país! Hay faunos, si alguno hay. Y decían: “A una paja, un objeto, que algo muerto nos llama”.

54 55

Dice Cátulo que tú, su amiga, eres también para mí.

Claro. Y tienen que ver a un tieso pájaro de arriba. Una sustancia la mano de uno, que caen más.

56 57

Que la carne sea carne y la cargue.

Déjalo ya. Mírame a mí. Que mi Lesbia podría quererte, ser buena por nada, en una costa tu familia.

58 59

Un Kozer tiene lana, un Perlongher. Y hay dunas. Si alguna hay. “Afuera”, me dijo él, “a una altura me sorprendió el Hongo Viólaceo”.

La pieza, esta pieza, hay disponible (y pensar que un sentimiento, este verano, va a ser representado). Perfectos rectángulos de color los excrementos.

60 61

De qué sirve un mono si por la pendiente llegó. Negro su feto ha llegado.

¿Qué es? Una escultura lo que haces: blanca y derecha. De helio esta flaqueza (un fuego de tu madre el culo, que Silón, a su lado, querría tirarse).

62 63

Y vuelve el clima, en una oscuridad la forma de mis excrementos. Que Cristo la mano recoge. Yo veo en tus vacíos, con mutaciones los pechos derribados.

64 65

Este es el mundo, especialmente en Gales, cuando todo termina.

Mas, ¡qué perfecta!, y forma este cielo. Ahora que es mía y limpia en realidad mi niña, su sangre y hedor dentro.

66 67

Pero déjame, criatura, que pocos tienen el sexo y grandes a la derecha, un agujero mi madre y no lo uso.

Oh los surrealistas. Y aquí el mulo de Thomas (y antes los acumulados). Mira, que no recibió el premio de Castro.

68 69

Para ti, dime si te conozco: un sándwich. Que mi cabeza, o algo, está mal... Si se la meto.

Verde era uno y gris como uno y verde la carne, los pensamientos, que en una empalizada apestan.

70 71

Fuerte me abrí paso en la lucha, en la canalla. Que en la ocre Austria me busquen.

“Otro día”, le dije a los gigantes ojos de un cuadro. “Sí, así, dárselo a la chiquilla un padre”.

72 73

En este mundo se levantó un espectro. Dijeron: “Ese espíritu crece, feliz el lomo colgante; y las charcas, junto a la torre, se han ido, al alzarse un Glamorgan”.

Mira, de un Testino a otra Testino. Increíble esto. Y lleva un bolso, un mal esos rabos.

74 75

Me besó en un terreno, aquel terreno de materia terrosa.

Horizontales y bien (la cabeza se mueve, su ojo avanza y rápido encuentra una madre).

76 77

Una vez que partes (me dicen) de Irlanda a un continente, con lenguas hablan las lenguas. De todo haces, de todo y el impulso. De todo en este mundo, este corral. Cuando un Lázaro, el campanario hace sonar, en la dorada cumbre.

78 79

Y no lo hice, un molde a la Criatura, que es repugnante un brazo y va en las cajas.

Entonces mi sexo, este niño de cabeza, me será chupado.

80 81

¡Frank! Y ahora el yeso, las plagas que me enseñó (a ser razonable), que en Egipto el aire y trueno lechosos…

Vean alejarse una playa, como una antorcha el niño despertado.

82 83

“La primavera”, dijo la Moby fingida. “Que el pájaro a un ganso está fijado, acaso caliente”.

Hubo un tiempo de la cura. Ahora no. Ahora, por corredores espectrales, aquella forma cierra su puño, señor, la niebla que pone en un centro. Y como torrecillas los dedos que, rojizos, plantan este penacho.

84 85

De peltre un viudo y la alza, sacude un ataúd, ¡pero que baile esta zorra!

Y decir: “Es una escuela el relámpago, un anticlímax después que esas manos los cielos golpeara”.

86 87

No, ahora no, y deben aprovecharse, que no caigan furiosas las tardes, en la Lezama. PERO DECIR ESTO.

88 89

La tela es esa, no sé, en mi mente las cortinas y paños, ¿qué cubren? En un césped los tibios rebaños, las cabezas del país.

Mi oficio es todo: la mala caída (y graznan los agrios Herodes, la caída otra vez).

90 91

No, no hay en la casa un sonido o conversación hacia alguien. En silencio otra vez el crecido Támesis.

Y me levanté alterado y vi el cambio que se movió.

92 93

Hijo mío, una extraña ha venido: su brazo en una penumbra tallado y gigante agitaba en la oscuridad.

No entres gritando “Londres”, que cada Londres está allá afuera (y los bailadores, las tierras y tribus, el casamiento).

94 95

“Su muerte”, dice. “Que lamentamos”. Ya no desearán del fantasma sino estas páginas.

Oh en Gales. Y frío mi hueso. Cuando desperté, la multitud, como patos al sol, una milla nadaron.

96 97

Las proas echó, el mástil, y dijo adiós a una iglesia, un hospital. En su cubil los cerdos, querida mía.

Esto es Dante, mira las trompas. Y cambiado entre las llamas fue A. D. Blood, las tablas a su paso doblándose (en una oscuridad los críos, querida mía). Pero antes te hago polvo.

98 99

“Rápido”, dije. Oh una colina (y anhelantes las lápidas que ahora saludo).

A nada se parecen: de aquí los pináculos y frisos, débilmente las cimas. Un sepulcro el aire sobre las heladas cunas.

100 101

Sí, que en mi mente sería ridículo (y colorido ese ojo), y abundantes las cosas ahora y rojizas por un prado o momento de oro en mi Psique.

Es un frío el descanso, que antes temía, y en los libros morir.

102 103

Del niño llegan: el aire y sol perfumados. Mientras, por ríos chillones, de un alcohol las corrientes, lento se pudre y ebrio en el fondo un barco.

Mas, un cuervo (o busto) en su caída flota y cae como el bronce, ¡oh, campanas! Crece en el cielo y durante horas Mi Tipo.

104 105

.

Y por la costa rodó. De un muchacho las cabezas he visto que vuelven.

106 107
Annabel

En las tardes, tú, los agujeros de tu mujer, en las tardes tú miras. Dos, y después fueron más los nacimientos.

Los tronquitos hago girar. Con fuerza las piernas, los tronquitos otra vez.

108 109

Una mano que flota, ¿por dónde empieza? Su túnica o manto alzo en silencio (o bien un brazo allá abajo, una cosa de TRANSTEL).

Por fin se irán las imponentes grúas. Señor, que tú avanzas, y adelantarse es tu movimiento.

Ahora que todos dicen: “Hay en el ambiente esa vulva”.

110 111

A casa, ¡qué observación! Las emociones eran tubos que apenas podíamos comprar. Frank, que en una cabeza he vivido. La mayor parte junto a los leños. “Que sobresalen”, me dijo. “Perros”, decía. Love, la palabra “love”. Sí, que te ofrezco. Mira a Charlotte con el dedo.

112 113

En un estanque acaban, hinchados por la natación, un pecho (no sé), en rotaciones las carnes. Pero, Eleanor, tu respiración, Eleanor.

Tranquilos, que aquí transcurre un cuervo. Tembloroso el ojo hacia ti. Lo que llamamos “Eleanor”.

114 115

Jane. Con esa calma. Y loca te he buscado en calma.

A mí, Doctor, que yo caminé un prado, y mi cabeza dieron a los puercos, mil veces a los puercos (lo que me llevó a memorizar la Enciclopedia Británica). Y chicas, muchas chicas, que es mi entierro. Hay un gran hueco en la viuda Morris.

116 117

Vean el lugar, las cosas caían. Un millón los patos de mi estanque.

Una ramera es mi ojo, y anhelante con un paño la cubres. La de Byron, que en mi seso ha nacido. Ha nacido en mi Propiedad.

118 119

Arriba y con los brazos cortar: de Christian Dallman dos Dallman, lanzar en un cesto el pedazo. Y digo: “Acción”, que llegó una docena a mi granja.

Un bronce, es lo que creo. Por cincuenta dólares soy de bronce. ¿Y ahora? Pobre Frank, su cabeza cuando lo vi, su aire de nacimiento: un aire, ya saben, de nacimiento y polvo. Oh, hijo mío, tu padre cuando te golpeaba. Un sonido en realidad.

120 121

Mi mundo (les digo) es lo que es: débilmente estos modelos y vapores del mal, de una forma tu invitado a la fría unión. Pero ¿y la República?

Frank.

122 123

Y dije: “Por las boscosas, que en una naturaleza está el Mont Blanc. Y los soles, como sapos a mi alrededor, en un terreno tu iglesia”. Ah los Pericles y cirios, en frenesí aquel pico.

Con pinzas, tenga piedad, que a un sol del grande me aproximo.

124 125

En Efeso (dicen), que alrededor del sol aquella negra piedra blanca… Y pensar que un Cernuda, a Paul Eluard, llamó: “Irresistible”.

Hay poetas en Turín, en Idaho. Que pudo Blake con los estantes. “Un hilillo”, dicen. Exhausto el brazo del Casal.

126 127

Sylvia, en un matorral la mía, ¡y qué tiemblos las frías piernas! Dos, que un solo francés… Mas, Sealth no podía entender que Emily y Pierce, los implicados, defecan.

128 129

Tú sabes, en fin, tú sabes que una sufre (y en Bretagne es la idea), en silencio los caos simplemente inútiles.

Lo sé, porque la veo. La madre o cosa que llega.

130 131

TU NUCA ES TIEMPO. YO EMPUJO LA CABEZA Y UNA CABEZA LLENA LAS BOLSAS.

Él mira hacia atrás. Luego, hacia atrás, estos dátiles. La florencia.

132 133

Lo que está ahí, el relámpago, no regresa, no podría sobre una casa. Decían: “La casa”.

Un carácter heredé, los platos de Bill Gates.

134 135

Y tú, cuídate, y yo de los Oraá; que hemos dejado la loción en Berlín, es eso.

Se vive en esa ilusión, en esa Tierra: mi joven túmulo. Mas, uno se enfría cuando algo, una cosa de la Naturaleza (a mi lado una puesta) parece fingir.

136 137

Saludo a todas, a todos juntos, al color en los rebaños, a todo esto. Calientes los ríos y el Tajo, que en América producen.

Parece fácil, tienes el Arte. Digo, en abundancia todo, dentro de ti la llama del cielo. Es duro al principio.

138 139

Una cabeza es por dentro igual a otra. Una de Kant, pequeña y sucia, puse de muestra.

¡Pero déjame que me estoy formando! Mirad, ya se pone un ojo en mi cabeza, ya ha llegado el momento. Señor, que he creado una época “de alemanes”.

140 141

Son plácidas nuestras manos y como a reses nos conducen en la sombra, siempre iguales a un estado o técnica. No me gusta Lisboa.

Os daré yo vergüenza. Sabed, en los pasados. Eh, idiota, más acción, que a mi chorizo no le has dado.

142 143

“El ojo”, digo (la bolsa pesa). Que bien mirado es un poco adolescente esta Castilla. Esto es un mal. Un mal los cipreses. Y han puesto dos en España.

144 145

Libre es Dios de los místicos. De un color sus ojos, que nos hemos repartido.

No hacer nada es mi secreto. Yo, que he visto (como Jesús) la física, de Milton el indeciso YO y no se deforma.

146 147

En Córdoba y Sevilla producidas: lo que comemos, padecemos. De Satanás su coño es el primero.

El universo (has dicho), ante ti esa esfinge. Otro el mar y otras leyes las palmas.

148 149

Sabed diferenciar cuando en cuclillos su majestad un doblón entierra.

De una vaca hubieras nacido. Y te la puedo dar. Mira, hay el viento deforme, una tarde los asfódelos. Que los campos se tocaron, entre sí la pompa.

150 151

Casáronse todos los que se casan, las calvas espaldas con las sienes calvas.

A mis pies (y pesa enterrado) todo eso que, Whitman, has escrito: que el poniente, una a una el alba lo ha querido. Yo, que soy el Mañana.

152 153

Oh las tierras que ven los hombres. Y no haber visto un alma. “Esa cosa es mejor”, pensó Ascasubi, “mira las heces”.

Cosa tan sucia, de una moza la cabeza. Que a su amiga, verla quiere, en estas caballerizas.

154 155

No hay en los libros un regreso, a La Dorada. Que el sol, como la úlcera, también aburre, inmóvil la sangre que juntaba. De Blake los tigres, oh tigres, que ansían.

Te vienes con mi brazo de tierra.

156 157

Cambiaron una cosa, la mano izquierda como nadie en la penumbra. A los perros un brazo y tiene formas sin parar.

Al lavatorio un dandy esa mañana, ¿o qué eran? En tu arte el centro de La Tierra, ¡qué feliz!

158 159

Y borracho como un pulpo y en camas cada partícula, en un matorral mi roja cabeza. Llamad a un religioso, a Beltenebros que venga. Que Niquea, por filo, en sus bragas corrióse.

160 161

¿Pero enemigo por qué? Dejando que asista a fiestas patrocinadas. Nadie que escribe (oh El Quijote), con una mano le alcanza.

162 163

Gong. O algo así, Doctor, quemantes los ojos. Mira, una madre, el hijo, por la madre dejado en el librero, un sol y hay otro esperando.

“La costa”, dijo. Una embajada.

164 165

La escogería, no a la Venus. Y en una habitación (si pudiese) a alguien, algo de la vecindad.

Para el baile, como antes los jóvenes, las uso, que es de todos la medicina. A Thelma, que Baudelaire ha tocado.

166 167

Construyeron el atardecer. Yo pensé: “El día domingo, el atardecer”.

Eso, un tirreme. Caminaba aquella joven dentro de mí.

168 169

En países viviera, en países que uno hace (pero tantos edificios). En países como este, me dicen, lo mejor es tomar, tomar el sol. Una fogata, creo.

Soy los dueños del pernil. Y nueva mi mujer, ¿para qué serviría? Algo, alguien, una fría del Más Allá.

170 171

No sea Rimbaud. Exactamente eso.

Cansa, nos cansa el libro sobre unos adolescentes. Cansa, y en cientos de ejemplares tu Krisna o algo, ¡pero otro negroide!

172 173

Dos partidos tendría quien las Ligas Cubanas abandona después.

¡Qué helenista! Y rojas las mamas (si la extranjera, a otra extranjera, dijo: “A un lado”).

174 175

Por última vez, y nuevamente, un alemán hacia el frente.

Estás solo, ¡qué espectáculo!

176 177

En un sepulcro está, que no oye la tormenta o cosa creada.

Todo era falso: si no teníamos dinero. Las emociones eran tubos que apenas podíamos comprar. Algo, un sentimiento así.

178 179

Y ya viene, con sus nadires, la aurora (insaciable en mí la cojo). Pasiva, esclava de este pelele.

Nos espera un día duro. Un pleno. Y entramos de un salto al Gran Frío.

180 181

Un jardín quería Voltaire. Y descubre que una forma no le agrada: una mujer, un hombre, un mal esas personas.

Los pájaros, con sus pechos de picos, los conocidos de otros pájaros van y vienen.

182 183

No. No cambia mi forma, ni ejemplo igual. Todo un esfuerzo.

Annabel, tú. Que me llevas por este mar del movimiento.

184 185

Y así fue satisfecha y con el suyo otros rectos (mas, dos cónsules hallaré para ti, dos para ti).

Frank, lee esto en seguida, que todo es para vender: de Filipo su aire de artista.

186 187

Dejarlo atrás, este país de muertos. ¡Pues eso mismo hicieron ustedes! Acabar como acabaron. Y salí de todo aquello. De mi arte. El arte siempre por los alrededores.

188 189

Las torres levantó, las aves de un régimen: hediondas estatuas que el viento mece.

Frank Morris.

190
191

Rubia y en brazos crece el Demonio, la espuma en sus labios he sido. Cambiantes la oscura cúspide, el sol nativo.

Pasada ahora mi vida (y lejos de aquel negocio), mis puños, a las juveniles, mantiene en su precio.

192 193

¡A edificios! Y enferma mi cabeza, aquel peso arrastrando. Mas, luego se detuvo. Nada mal.

Calma. Que la pasión, en su vagina, no cedió. Ella dijo: “Es un descanso, un desarrollo, aquello que edifiqué”.

194 195

No, no. Las cosas aparecen, Frank, eso en tu mente. Entonces dije: “He comprado el objeto, soy español de una tierra”.

196 197

A todos, a Jacqueline. Y juntos como perros en internet. Abriste uno, un Galdós en una playa, al gran Aldana.

198 199

El oro pide, si es del país (que en una revolución se exaltan las putas). Y es su terruño la Nada, una orgía la Nada.

Muy distinguido señor, usted me envía sus versos. Pues bien, he de rogarle NO ADENTRARSE EN SÍ MISMO. Y aún después de sumergido, tenga usted mis palabras: “Me parece el profesor Horacek un poco extraño”.

200 201

La palabra “perro” pongo junto a ti.

De Rilke es la cabeza, y roja la mete al castillo, ¡qué tú no ves nada en la torre!

202 203

Como a una túnica, un incendio, la reconocerás: la sangre va a caer en tu casa. Lo sabes.

Pero una fuerza a la gente empuja de los hospitales.

Mira (que tiemblan), una cuerda y una en el cielo. Junto a mí el Nativo.

204 205

Verlaine, y la cogía, a la Verlaine cuando sonaba. Y entonces dije: “La perfección, eso pasó, pasó en Belén el momento”.

Ya veréis en ruinas la nación, los agrarios estados y unidos son potentes. Que Hugo a Grant le dijo: “Mamón”.

206 207

Julio César Davobe es Elvira de Alvear, que individuales me desagradan.

Dejad al brazo que piadoso brote, Señor, a la criatura. ¡Y qué clamor el pecado! En paz por los alrededores el Moloch, cuando a los gusanos me echaron.

208 209

Es una histérica la aurora: roja y rojo de Belcebú los cantos. Y las anima. Ahora que yo iba por nabos, por tierra a La Florida.

No sé, mi cabeza es AHORA. Que en dos las italianas se ponían.

210 211

Algo allí, en una Inglaterra, está cavando.

Bailan, bailan los ciclos, y en círculos los faros. Ahora que un ojo se movió, de Cristo, con exactitud, la mano de sangre.

212 213

Todo era negro, y aclaraban después. Pero vi que era inútil y la dejé: mi mano con esfuerzo, larga y amarilla, ahora en su cripta.

Sí, que en un museo se pudren. Pero ¿y qué llevas? “La blanca carne hasta Kensington. Lo que en un bosque se asfixia”.

214 215

Ah que estamos cansados de algo allá arriba, y siempre la querida cabeza.

Oí decir: “Vamos cayendo”. O peor aún: “Que un penique o nada encontramos, hasta muy tarde, en tu mente”.

216 217

Y entonces, para encontrarlos, a los grandes átomos (los von Braun) seguiré por la niebla.

No, que tienes un bollo muy sucio y muy bribón (que era George Pollexfen bien conocido y gran pintor de fuerza). Lo que tengo que soportar.

218 219

¿Y qué pasó que un búho, o cualquier cosa, se alzó de estas cabañas? “Cosas hechas”, pensé. “Gran ejercicio”.

Esta isla se hunde. Mirad, de un simio las extremidades (que aquí se empujan como estatuas, porque nunca cambia nada). De Europa las ideas raras.

220 221

Pero inclinada tenía un defecto: nunca pude encontrar mi dedo en la oscuridad. Ya se ha terminado, una parte en los Nativos. Pero, Frank, tienes que vivir, y tú no les gustas.

222 223

¡Cómo he cambiado! Una muestra por otra. Algo, un sentimiento así.

No habrá otros (un vegetal, seguro). Cuando llegue a casa, como siempre, el dedo que me regaló.

224 225

¡Qué grandes! Y tenía dinero la rubia. Me dijo Stefano que ha visto (en la playa) los rojos troncos en paz.

El peso de los pájaros es ahora. The weight of birds is now.

226 227

Caliente traigo una niña. Su boca flemosa. O peor: busca esa forma que guardan en el féretro. Hay algo en mi cabeza, un mal en mí. “Tú eres Frank”, pensé. ¿Y qué hago con ellos, qué sabe esa perra de mí?

228 229

Una mujer y listo el dedo. Una mujer tan apartada.

La mala enfermedad con una pala echa de mí, la nieve, que estoy en su cuarto. Y rojas las cortinas rojas.

230 231

Cuando tenía siete (en pomos) mi sangre llevaba. Un líquido ese mar perdía.

El aire acumulado por Sylvia Plath, y blanco el flash hace que aparezca. Algo, una mano en un terreno moviéndose.

232 233

El sol, en latas, cae. Vacías latas de zinc.

Las situaciones avanzan. Si uno está en todo, entre boyas que en un gran salón se distribuyen.

234 235

Mis padres me golpeaban: en el techo, en la calle, cuando viajo a Roma.

Los perros dejo que calmes, Eleanor, la ira en mí. Yo empujo la cabeza y una cabeza llena las bolsas.

236 237

Los brazos que necesitas, y remas hacia adentro. Los brazos que necesitas.

Señor, que a ese pasto he subido. Y desde allí, torpemente, he sido La Perfección. De hilo tan perfecto mi ojo naranja, el seso marrón.

238 239

Las situaciones avanzan. O mejor: busca esa forma que guardan en el féretro.

En Bérgamo, cerrando los puños, a las italianas ponía debajo. Aquello, y lo pensé dos veces, se acentúa más.

240 241

Un Observatorio es lo que soy, de pequeños brillos cortos en el ojo. Realidad eres tú con las manos grandes.

Enterrado hace un mes busco un desplazamiento.

242 243

De un féretro emerges. Y gris el conjunto, una impresión el ano. Veamos: esas muchachas que nunca tenemos que alimentar.

Mirad qué lejos (junto a las quietas rosas), mis ojos en el aire furiosos.

244 245

Los espinos has visto. Los espinos frente a ti, la grey. No debiera así la amada forma decaer.

¡Pero llévame, chocho, y lejos a un ártico! En fría procesión mi cabeza ese verano. “Descolorida”, le llamó Tennyson. Que ese lenguaje ha usado.

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Ezequiel O. Suárez. Tú eres Frank

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