La casa de hades

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RICK RIORDAN

R. S. Editores Mexicanos Unidos, S. A. Luis Gonzalez Obregon 5, Col. Centro. Cuauhtemoc, 06020, D. F. Tels. 52 22 26 11 65 56 editorialrs@prodigy.net.mx www.editorialrs.com.mx Cordinacion Editorial : Maribel Laclau Mirò Portada: Mariel Ramos Soto Formacion y correccion : equipo de produccion de Editores Mexicanos Unidos, S. A. Miembro de la Camara Nacional de la Industria Editorial Reg. Num. 115 Queda rigurosamente prohibida la reproduccion total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografia y el tratamiento informatico, sin permiso escrito de los editores. 1a. edicion, en esta presentacion: enero 2016

Impreso en Mexico Printed in Mexico Grupo Editorial R.S.


Indice

CAPITULO I

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HAZEL

urante el tercer ataque, Hazel casi se comió una roca. Ella estaba mirandohacia la niebla, preguntándose cómo podía ser tan difícil volar a través de una estúpida cadena montañosa, cuando sonó la sirena de alarma de la nave.

I: Hazel II: Hazel III: Hazel IV: Hazel V: Annabeth VI: Annabeth VII: Annabeth VIII: Annabeth IX: Leo X: Leo XI: Leo XII: Leo XIII: Percy XIV: Percy XV: Percy XVI: Percy XVII: Frank XVIII: Frank XIX: Frank

-¡Todo a babor! -Nico gritó desde el palo mayor de la nave voladora. De vuelta al timón, Leo tiró de la rueda. El Argo II giró a la izquierda, sus remos aéreos cortaron a través de las nubes como filas de cuchillas. Hazel cometió el error de mirar por encima de la barandilla. Una forma esférica oscura se precipitó hacia ella. Ella pensó: «¿Por qué la luna viene hacia nosotros?» Entonces ella gritó y golpeó la cubierta. La enorme roca pasó tan cerca sobre su cabeza que sopló su cabello de su rostro. ¡CRACK! El palo mayor se derrumbó: velas, mástiles y Nico todos se estrellaron contra la cubierta. La roca, aproximadamente del tamaño de una camioneta, cayó entre la niebla como si tuviera asuntos importantes en otro lugar. -¡Nico! –Hazel trepo sobre el mientras Leo nivelaba la nave. -Estoy bien –murmuro Nico, golpeando los pliegues de sus vaqueros. Ella lo ayudo a levantarse, y tropezaron hasta la proa. Hazel miró por encima con más cuidado esta vez. Las nubes se abrieron el tiempo suficiente para revelar la parte superior de la montaña por debajo de ellos: una punta de lanza de piedra negra que sobresalía de laderas verdes cubiertas de musgo. De pie en la cumbre estaba un dios de la montaña (uno de los montanum numina, como Jasón los llamaba. U ourae, en griego. Como gusten llamarlo, eran asquerosos). Como los otros habían enfrentado, éste llevaba una simple túnica blanca sobre la piel áspera y oscura como basalto. Tenía a unos veinte pies de altura y extremadamente musculosos, con una fluida barba blanca, cabello desaliñado y una mirada salvaje en sus ojos, como un ermitaño loco. Él bramó algo que Hazel no entendía, pero obviamente no era bienvenida. Con sus manos desnudas, tomo otro trozo de roca de la montaña y comenzó a darle forma de bola. La escena desapareció en la niebla, pero cuando el Dios de la montaña rugió otra


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vez, otro numen contestó en la distancia, sus voces haciendo eco a través de los valles. -Dioses de roca estúpidos -Leo gritó desde el timón.- Es la tercera vez que he tenido que reemplazar ese mástil. ¿Creen que crecen en los árboles? Nico frunció el ceño.- Los mástiles son de los árboles. -Ese no es el punto –Leo cogió uno de sus controles, amañado de un Nintendo Wii y lo hizo girar en círculos. A unos metros de distancia una trampilla se abrió en la cubierta. Un cañón de bronce Celestial rosa. Hazel solo tuvo tiempo de taparse los oídos antes de que descargara en el cielo, rociando una docena de esferas metálicas que arrastraban fuego verde. En medio del aire de las esferas salieron picos, como las hélices de un helicóptero, y se precipitaron en la niebla U momento después, un serie de explosiones crepitaron a través de la montañas, seguido por el atroz rugido del dios de la montaña. -¡Ha! – grito Leo. Desafortunadamente, Hazel supuso, a juzgar por sus dos últimos encuentros, que el arma más reciente de Leo sólo había molestado al numen. Otra roca silbo a través del aire a su lado de estribor. ¡Hay que salir de aquí! – grito Nico. Leo murmuró algunos comentarios poco halagadores sobre los númenes, pero giró la rueda. Los motores zumbaron. El aparejo mágico arremetió contra sí mismo y la nave viro a babor. El Argo II aceleró y se dirigió al noroeste, como lo venía haciendo en los últimos dos días. Hazel no se relajó hasta que estuvieron fuera de las montañas. La niebla se despejo. Por debajo de ellos, el sol de la mañana iluminaba la campiña italiana de colinas verdes y dorados campos no demasiado diferentes de las del norte de California. Hazel casi podía imaginar que estaba navegando a casa hacia el campamento Júpiter. La idea pesaba sobre su pecho. El campamento Júpiter sólo había sido su hogar durante nueve meses, ya que Nico había traído de vuelta del inframundo. Pero lo echaba de menos más que su ciudad natal de Nueva Orleans, y sin duda más que Alaska, donde había fallecido en 1942. Echaba de menos a su litera en el cuartel de la Quinta Cohorte. Echaba de me-

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nos las cenas en el comedor, con espíritus del viento batiendo platos por el aire y a los legionarios bromeando sobre los juegos de guerra. Quería pasear por las calles de Nueva Roma, de la mano de Frank Zhang. Quería experimentar sólo ser una chica normal por una vez, con un dulce y cariñoso novio real. Por encima de todo, quería sentirse segura. Estaba cansada de estar asustada y preocupada todo el tiempo. Se quedó de pie en el alcázar mientras Nico tomaba astillas del mástil en sus brazos. Y Leo pulsaba botones de la consola de la nave. -Bueno, eso fue fantástico, -dijo Leo.- ¿Debemos despertar a los demás? Hazel se sintió tentada a decir que sí, pero los otros miembros de la tripulación había tomado el turno de noche y se había ganado su descanso. Estaban agotados por la defensa de la nave. Cada pocas horas, al parecer, un monstruo romano había decidido que el Argo II parecía un sabroso manjar. Hace unas semanas, Hazel no hubiera creído que alguien pudiera dormir durante un ataque de númenes, pero ahora se imaginaba que sus amigos seguían roncando bajo cubierta. Cada vez que tuvo la oportunidad de dormir, dormía como un paciente en coma. -Ellos necesitan descanso –dijo- Vamos a tener que encontrar otra manera por nuestra cuenta. -Huh –Loe frunció el ceño al monitor. Con su camisa de trabajo hecha jirones y sus vaqueros salpicados de grasa, parecía que acababa de perder un combate de lucha libre con una locomotora. Desde que sus amigos Percy y Annabeth habían caído en el Tártaro, Leo había estado trabajando casi sin parar. Él había estado actuando más enojado y más impulsado que de costumbre.


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Hazel estaba preocupada por él. Pero una parte de ella estaba aliviada por el cambio. Cuando leo sonreía y bromeaba se parecía demasiado a Sammy, su bisabuelo… el primer novio de Hazel, allá por 1942. Ugh, ¿por qué la vida tiene que ser tan complicada? -Otra manera –murmuro Leo.- ¿Vez alguna? En la pantalla brillaba un mapa de Italia. Las montañas de los Apeninos corrían por el centro del país en forma de bota. Un ponto verde para el Argo II parpadeó en el lado accidental de la cordillera, a unas doscientas millas del norte de Roma. Su vía de acceso debe haber sido simple. Tenían que ir a un lugar llamado Epiro en Grecia y encontrar un antiguo templo llamado la Casa de Hades (o Plutón, como los romanos lo llamaban, o como Hazel le gusta pensar en él: El peor padre ausente del mundo). Para llegar a Epiro, todo lo que tenían que hacer era ir hacia el este, a través de los Apeninos y por todo el Mar Adriático. Pero no había sido así. Cada vez que intentaban cruzar la columna vertebral de Italia, los dioses de la montaña atacaban. Durante los dos últimos días habían rodeado al norte, con la esperanza de encontrar un paso seguro, no hubo suerte. Los numina montanum eran hijos de Gea, la diosa que menos le gustaba a Hazel. Eso los hacia enemigos muy determinados. El Argo II no podía volar los suficientemente alto para evitar sus ataques; e inclusive con todas sus defensas, el buque no podría hacerlo a través de la gama sin ser destrozado. -Es culpa nuestra –dijo Hazel.- De Nico y mía. Los númenes nos pueden sentir. Miró a su medio hermano. Desde que lo habían rescatado de los gigantes, había empezado a recuperar su fuerza, pero aún estaba dolorosamente delgado. Su camisa negra y pantalones vaqueros colgaban de su cuerpo esquelético. El cabello largo oscuro enmarcaba sus ojos hundidos. Su tez aceitunada se había vuelto de un blanco verdoso enfermizo, como el color de la savia del árbol. En años humanos, apenas tenía catorce años, sólo un año mayor que Hazel, pero eso no cuenta toda la historia. Como Hazel, Nico di Angelo era un semidiós de otra época. Irradiaba una especie de vieja energía… una melancolía que venía de saber que no pertenecía en el mundo moderno. Hazel no lo conocía mucho, pero le entendía, incluso compartía su tristeza. Los hijos de Hades… Plutón, (cualquiera) rara vez tenían una vida feliz. Y a juzgar

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por lo que Nico le había dicho la noche anterior, su mayor desafío aún estaba por llegar cuando llegaran a la casa de Hades (un reto que le imploro mantuviera en secreto de los demás). Nico agarró la empuñadura de su espada de hierro estigio. -A los espíritus de la tierra no les gustan los niños del Inframundo. Eso es cierto. Lo tenemos debajo de la piel, literalmente. Pero creo que los númenes podía sentir la nave de todos modos. Estamos llevando el Athena Parthenos. Esa cosa es como un faro mágico. Hazel se estremeció, pensando en la enorme estatua que ocupaba la mayor parte de la bodega. Habían sacrificado tanto salvándola de la caverna bajo Roma, pero no tenían ni idea de qué hacer con ella. Hasta ahora para lo único para lo que parecía ser buena era para alertar a más monstruos a su presencia. Leo deslizó el dedo por el mapa de Italia. -Así que cruzar las montañas está descartado. La cosa es, que recorreríamos un largo camino en cualquier dirección. -Podríamos ir por mar, -sugirió Hazel.- Navegar alrededor del extremo sur de Italia. -Es un largo camino, -dijo Nico.- Además, no tenemos a... -Su voz se quebró.- Ya sabes... nuestro experto del mar, Percy. El nombre flotaba en el aire como una tormenta inminente. Percy Jackson, hijo de Poseidón... probablemente el semidiós más admiraba Hazel. Él le había salvado la vida tantas veces en misión a Alaska, pero cuando había necesitado la ayuda de Hazel en Roma, le había fallado. Ella había visto, impotente, mientras él y Annabeth había caído en ese pozo. Hazel respiró hondo. Percy y Annabeth todavía estaban vivos. Ella lo sabía que en su corazón. Todavía podría ayudarles si podía llegar a la Casa de Hades, si podría sobrevivir el desafío que Nico le había advertido acerca de... -¿Y continuando hacia el norte? –preguntó.- Tiene que haber un descanso en las montañas, o algo así. Leo jugó con la esfera de bronce de Arquímedes que había instalado en la consola, su más reciente y peligroso juguete. Cada vez Hazel miraba esa cosa, se le secaba la boca. Le preocupaba que Leo introdujera la combinación incorrecta de la esfera, y sin querer expulsar a todos de la cubierta, o hacer estallar la nave, o convirtiera el Argo II en una tostadora gigante. Afortunadamente, ellos tuvieron suerte. A la esfera le creció un lente de una cáma-


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ra y se proyecta una imagen en 3-D de las montañas de los Apeninos por encima de la consola. -No lo sé. -Leo examinó el holograma.- No veo ningún buen paso hacia el norte. Pero me gusta más la idea que dar marcha atrás hacia el sur. Ya he terminado con Roma. Nadie discutió eso, Roma no fue una buena experiencia. -Hagamos lo que hagamos, -dijo Nico-, tenemos que darnos prisa. Cada día que Annabeth y Percy se encuentran en el Tártaro... No le hacía falta para terminar la frase. Tenían la esperanza de que Percy y Annabeth pudieran sobrevivir el tiempo suficiente para encontrar el lado Tártaro de las puertas de la muerte. Entonces, suponiendo que el Argo II pudiera llegar a la Casa de Hades, que pudieran ser capaces de abrir las puertas en el lado mortal, salvar a sus amigos, y sellar la entrada, deteniendo las fuerzas de Gea de ser reencarnadas una y otra vez en el mundo mortal. Sí... nada puede ir mal con ese plan Nico frunció el ceño en la campiña italiana debajo de ellos.- Tal vez deberíamos despertar a los demás. Esta decisión nos afecta a todos. -No, -dijo Hazel.- Podemos encontrar una solución. No estaba segura de porque se sentía tan fuerte sobre eso, pero desde que salió de Roma, la tripulación había comenzado a perder su cohesión. Habían estado aprendiendo a trabajar en equipo. A continuación, bam... sus dos miembros más importantes cayeron en el Tártaro. Percy había sido su columna vertebral. Él les había dado confianza a medida que navegaban por el Atlántico y en el Mediterráneo. En cuanto a Annabeth: ella había sido la líder de facto de la búsqueda. Había recuperado la Athena Parthenos sin ayuda de nadie. Ella era el más inteligente de los siete, la que tenía las respuestas. Si Hazel despertaba el resto de la tripulación cada vez que tenía un problema, ellos simplemente empezarían a discutir una vez más, haciéndola sentir cada vez más desesperada. Tenía que hacer que Percy y Annabeth estuvieran orgullosos de ella. Tenía que tomar la iniciativa. Ella no podía creer que su único papel en esta misión sería lo que Nico le había advertido de eliminar el obstáculo que esperaba por ellos en la Casa de Hades. Apartó ese pensamiento. -Necesitamos un poco de pensamiento creativo, -dijo.- Otra manera de cruzar las

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montañas, o una manera de escondernos de los númenes. Nico suspiró.- Si fuera por mi cuenta, podría viajar por las sombras. Pero eso no va a funcionar con un barco entero. Y honestamente, no estoy seguro de que tenga la fuerza para transportarme incluso a mí mismo nunca más. -Tal vez algún tipo de plataforma de camuflaje, -dijo Leo-, como una cortina de humo que nos oculta en las nubes. -No parecía muy entusiasta. Hazel miró a la tierra de cultivo, pensando en lo que había debajo de ella (el reino de su padre, el señor del Inframundo). Ella sólo había conocido a Plutón una vez, y ella ni siquiera se había dado cuenta de quién era. Ciertamente no esperaba ayuda de él, no cuando estaba viva la primera vez, no durante su tiempo como un espíritu en el inframundo, no desde que Nico la había traído de vuelta al mundo de los vivos. Tánatos sirviente de su padre, dios de la muerte, habían sugerido que Plutón podría estar haciendo a Hazel un favor al hacer caso omiso de ella. Después de todo, ella no debía estar viva. Si Plutón se fijaba en ella, podría tener que devolverla a la tierra de los muertos. Lo que significaba que llamar a Plutón sería una muy mala idea. Y sin embargo... «Por favor, papá» se encontró rezando. «Tengo que encontrar la manera de llegar a tu templo en Grecia, la Casa de Hades. Si estás ahí abajo, muéstrame qué hacer». En la línea del horizonte, un parpadeo de movimiento atrajo su atención, algo pequeño y beige corría a campo traviesa a una velocidad increíble, dejando un rastro de vapor como de un avión. Hazel no podía creerlo. Ella no se atrevió a tener esperanza, pero tenía que ser...- Arión. -¿Qué? –pregunto Nico. Leo dejó escapar un grito de felicidad cunado vio la nube de polvo que se acercaba.- ¡Es su caballo, hombre! Te perdiste toda esa parte. ¡No lo hemos visto desde Kansas! Hazel se echó a reír (la primera vez que se había reído en días. Se sentía tan bien al ver a su viejo amigo). A una milla al norte, el pequeño punto de color beige rodeó una colina y se detuvo en la cumbre. Era difícil de saber, pero cuando el caballo se encabritó y relinchó, el sonido fue lleva todo el camino hasta el Argo II. Hazel no tenía ninguna duda:

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era Arión. Hay que reunirnos con el –dijo Hazel- está aquí para ayudar. -Sí, está bien. –Leo se rasco la cabeza- Pero, uh, hemos hablado acerca de no aterrizar la nave en el suelos ¿Recuerdas? Ya sabes, con Gea buscando destruirnos a todos y a todo. -Sólo tienes que acercarme, y voy a utilizar la escalera de cuerda. -El corazón de Hazel estaba golpeando.- Creo que Arión me quiere decirme algo.

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HAZEL Hazel nunca se había sentido tan feliz. Bueno, excepto tal vez en la noche del banquete de la victoria en el campamento Júpiter, cuando ella había besado a Frank por primera vez... pero esto fue un cercano segundo lugar. Tan pronto como llegó al suelo, corrió hacia Arión y le echó los brazos al cuello.- Te extrañé -Ella presionó su rostro contra el cálido cuello del caballo, que olía a sal del mar y manzanas.- ¿Dónde has estado? Arión relinchó. Hazel deseó poder hablar caballo como Percy hacía, pero ella tuvo una idea general. Arión parecía impaciente, como diciendo: “¡No hay tiempo para sentimentalismos, chica! ¡Vamos!” -¿Quieres que vaya contigo? -pregunto. Arión asintió con la cabeza, trotando en el lugar. Sus ojos oscuros brillaban con urgencia. Hazel todavía no podía creer que estuviera realmente allí. Podía correr por cualquier superficie, incluso el mar, pero había tenido miedo de que no los siguiera en las antiguas tierras. El Mediterráneo era demasiado peligroso para los semidioses y sus aliados. Él no hubiera venido a menos Hazel estuviera en extrema necesidad. Y parecía tan agitado... Cualquier cosa que pueda hacer asustadizo a un caballo valiente debería haber aterrorizado Hazel. En cambio, se sentía eufórica. Estaba tan cansado de tener mareos y nauseas. A bordo del Argo II, se sentía tan útil como una caja de lastre. Estaba contenta de estar de vuelta en tierra firme, aunque fuera el territorio de Gea. Estaba lista para montar. -Hazel –llamo Nico desde la nave.- ¿Qué pasa? -¡Está bien! -Ella se agachó y convocó a una pepita de oro de la tierra. Ella estaba mejorando en el control de su poder. Piedras preciosas casi nunca aparecieran a su alrededor por accidente, y convocar el oro de la tierra fue fácil. Ella alimento a Arión con la pepita... su comida favorita. Entonces ella sonrió Leo y Nico, que estaban observando desde lo alto de la escalera a un centenar de pies más arriba. -Arión quiere llevarme alguna parte.


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Los chicos intercambiaron miradas nerviosas. -Uh... -Leo señaló norte.- Por favor, ¿dime que no está hablando de llevarte a eso? Hazel había estado tan centrada en Arión, que no se había dado cuenta de la perturbación. A una milla de distancia, en la cresta de la colina siguiente, una tormenta se había reunido sobre algunas viejas ruinas de piedra (tal vez los restos de un templo romano o una fortaleza). Una nube con forma de embudo serpenteaba hacia abajo, hacia la colina como un dedo manchado de tinta negra. La boca de Hazel supo a sangre. Miró a Arión. -¿Quieres ir allí? Arión relinchó, como si dijera: “Uh, ¡Sí!” Bueno... Hazel había pedido ayuda. ¿Considera esto la respuesta de su padre? Eso esperaba, pero ella sintió algo más que a Plutón trabajando en la tormenta, algo oscuro, potente, y no necesariamente agradable. Sin embargo, esta era su oportunidad de ayudar a sus amigos (para guiar en lugar de seguir). Ella apretó las correas de su espada de caballería de oro Imperial y se subió a la espalda de Arión. -¡Voy a estar bien! -Llamó a Nico y Leo.- No se muevan y esperen por mí. -¿Espera por cuánto tiempo? -Preguntó Nico.- ¿Y si no vuelves? -No te preocupes, volveré -prometió, esperando que fuera cierto. Ella espoleo a Arión, y se dispararon a través del campo, dirigiéndose directamente hacia el tornado cada vez mayor.

CAPITULO III

HAZEL La tormenta envolvía la colina en un cono de remolino de vapor negro. Arión fue directamente a él. Hazel se encontraba en la cumbre, pero se sentía como una dimensión diferente. El mundo perdió su color. Las paredes de la tormenta envolvían la colina en un negro tenebroso. El cielo gris se agitaba. Las ruinas desmoronadas se blanquearon, casi brillaban. Incluso Arión se había vuelto de su color marrón caramelo a un tono más oscuro de la ceniza. En el ojo de la tormenta, el aire estaba quieto. La piel de Hazel se estremeció con frialdad, como si la hubieran frotado con alcohol. Frente a ella, una puerta arqueada conducía a través de las paredes cubiertas de musgo a una especie de recinto. Hazel no podía ver mucho a través de la oscuridad, pero sintió una presencia en el interior, como si fuera un trozo de hierro cerca de un gran imán. Su atracción era irresistible, arrastrándola hacia adelante. Sin embargo, ella dudó. Ella tiró de las riendas de Arión, y el traqueteo con impaciencia, el suelo crepito bajo sus cascos. Donde quiera que él entrara, la hierba, la suciedad y las piedras se volvieron blancas como la escarcha. Hazel recordó el Glaciar Hubbard en Alaska… cómo la superficie se había roto bajo sus pies. Recordó como el suelo de la horrible caverna en Roma se desmorona en polvo, sumiendo a Percy y Annabeth en el Tártaro. Espera que esta cumbre negra y blanca no se disuelva debajo de ella, pero ella decidió que lo mejor era seguir adelante. -Vamos, entonces, muchacho. -Su voz sonaba ahogada, como si estuviera hablando con la boca pegada a una almohada. Durante toda su vida, había oído acerca de la niebla (el velo sobrenatural que oculta el mundo del mito de la vista de los mortales). Podría engañar a los seres humanos, incluso a los semidioses, para ver monstruos como animales inofensivos, o dioses como personas normales. Hazel nunca había pensado en ello como un humo real, pero cuando vio que se encrespa alrededor de las piernas del Arión, flotando a través de los arcos rotos del patio en ruinas, los vellos de sus brazos se erizaron. De alguna manera ella


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sabía: «esta cosa blanca era pura magia». A lo lejos, un perro aulló. Arión generalmente no tenía miedo de nada, pero él se encabritó, jadeando con nerviosismo. -Está bien. -Hazel le acarició el cuello.- Estamos en esto juntos. Voy a bajar, ¿de acuerdo? Se bajó de la espalda de Arión. Al instante él se dio la vuelta y echó a correr. -Arión, espe… Pero él ya había desaparecido por el camino por donde había venido. Esto en cuanto a estar en esto juntos. Hazel dio un paso hacia el centro del patio. La niebla se aferraba a ella como la niebla congelante. -¿Hola? -Llamó. -Hola -respondió una voz. La pálida figura de una mujer apareció en la puerta norte. No, espera... se puso de pie en la entrada oriental. No, la occidental. Tres imágenes humeantes de la misma mujer se movieron al unísono hacia el centro de las ruinas. Su forma era borrosa, hecho de niebla, y fue seguido por dos más pequeñas volutas de humo, lanzándose a sus talones como si fueran animales. ¿Una especie de mascotas? Llegó al centro del patio y sus tres formas se fusionaron en una sola. Ella se solidificó en una mujer joven en un vestido sin mangas oscuro. Su cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo de ajuste alto, al estilo griego clásico. Su vestido era tan suave, que parecía una onda, como si la tela fuera de tinta que se derramaba fuera de sus hombros. Ella parecía tener más de veinte años, pero Hazel sabía que no significaba nada. -Hazel Levesque –dijo la mujer. Ella era hermosa, pero muy pálida. Una vez de vuelta en Nueva Orleans, Hazel se había visto obligado a asistir a un velorio de una compañera muerta. Recordó el cuerpo sin vida de la joven en el ataúd abierto. Su cara estaba hecha graciosamente, como si estuviera en reposo, pero Hazel lo había encontrado aterrador. Esta mujer le recordó a Hazel a esa chica, excepto que los ojos de la mujer estaban abiertos y completamente negros. Cuando levantó la cabeza, ella parecía romperse en tres personas diferentes de nuevo... persistencia de las imágenes brumosas desenfocadas juntas, como una fotografía de alguien que se movía

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demasiado rápido para capturar. -¿Quién eres tú? –Los dedos de Hazel se crisparon en la empuñadura de su espada.- Quiero decir... ¿qué diosa? Hazel estaba seguro de que muchas cosas. Esta mujer irradiaba poder. Todo a su alrededor (la niebla arremolinada, la tormenta monocromática, el misterioso resplandor de las ruinas) fue a causa de su presencia. -Ah. -Asintió la mujer.- Te voy a dar un poco de luz. Ella levantó las manos. De repente estaba sosteniendo dos anticuadas antorchas de caña, canalones con fuego. La niebla retrocedió a los bordes del patio. A los pies calzados con sandalias de la mujer, los dos animales tenues tomaron forma sólida. Uno de ellos era un perro labrador negro. La otra era uno largo y gris roedor peludo con una máscara blanca alrededor de su cara. ¿Una comadreja, tal vez? La mujer sonrió con serenidad. -Yo soy Hécate, -dijo.- Diosa de la magia. Tenemos mucho que discutir si es que quieres vivir a través de esta noche.


CAPITULO IV

HAZEL Hazel quería correr, pero sus pies parecían pegados a la blanca tierra escarchada. A cada lado de la encrucijada, dos soportes de metal obscuro surgieron de la tierra como los tallos de las plantas. Hécate fijó sus antorchas en ellos, luego caminó lentamente en círculos alrededor de Hazel, mirándola como si fueran socios en una danza misteriosa. El perro negro y la comadreja siguieron su estela. -Eres como tu madre, -decidió Hécate. Un nudo se formó en la garganta de Hazel.- ¿La conocía? -Por supuesto. Marie era una adivina. Ella intento encantamientos, maleficios y gris-gris. Yo soy la diosa de la magia. Esos ojos negros parecían tirar de Hazel, como si tratara de extraerle el alma. Durante su primera vez viva en Nueva Orleans, Hazel había sido atormentado por los chicos de la escuela de Santa Agnes. Llamaron a Marie Levesque una bruja. Las monjas murmuraron que la madre de Hazel tenía tratos con el diablo. «Si las monjas tenían miedo de mi madre», Hazel se preguntó, «¿qué iban a hacer de esta diosa?» -Muchos me temen, -dijo Hécate, como si hubiera leído sus pensamientos.- Pero la magia no es ni buena ni mala. Se trata de una herramienta, como un cuchillo. ¿Es un mal cuchillo? Sólo si el portador es el malo. -Mi… mi madre... -Hazel tartamudeó.- Ella no creía en la magia. En realidad no. Ella sólo estaba fingiendo, por el dinero. La comadreja chilló y le enseñó los dientes. A continuación, hizo un sonido chirriante de su extremo posterior. En otras circunstancias, una comadreja gaseosa podría haber sido divertida, pero Hazel no reía. Los ojos rojos del roedor la miraron torvamente, como pequeñas brasas. -Paz, Gale, -dijo Hécate. Ella dio a Hazel un gesto de disculpa.- A Gale no le gusta oír hablar de los no creyentes y estafadores. Ella misma fue una vez una bruja, ya vez. -¿Su comadreja era una bruja? -Ella es un hurón, en realidad, -dijo Hécate.- Pero, sí Gale fue una vez una desagradable bruja humana. Tenía una terrible higiene personal, además de un extre-

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mo... ah, problema digestivo. -Hécate agitó la mano delante de su nariz.- Le dio a mis otros seguidores un mal nombre. -Bien. -Hazel trató de no mirar a la comadreja. Ella realmente no quiso saber de los problemas intestinales del roedor. -Por lo menos, -Hécate dijo-, la convertí en un hurón. Ella es mucho mejor como un hurón. Hazel trago. Ella miró el perro negro, que cariñosamente hocicaba la mano de la diosa.- ¿Y su Labrador…? -¡Oh!, ella es Hécuba, la ex reina de Troya, -Hécate dijo, como si fuera obvio. El perro gruñó. -Tiene razón, Hécuba, -dijo la diosa.- No tenemos tiempo de presentaciones largas. El punto es, Hazel Levesque, tu madre puede haber afirmado que no creen, pero tenía una verdadera magia. Finalmente, ella se dio cuenta. Cuando buscaba un hechizo para convocar al dios Plutón, la ayude a encontrarlo. -¿Tú...? -Sí. -Hécate siguió dando vueltas en torno a Hazel.- Vi el potencial de tu madre. Veo aún más potencial en ti. Cabeza de Hazel dio vueltas. Ella recordó la confesión de su madre justo antes de que ella muriera: cómo había convocado a Plutón, como el dios había enamorado de ella, y cómo, a causa de su deseo codicioso, su hija Hazel había nacido con una maldición. Hazel podría convocar riquezas de la tierra, pero cualquier persona que las utiliza sufriría y moriría. Ahora bien, esta diosa estaba diciendo que ella había hecho que todo eso sucediera. -Mi madre sufrió a causa de esa magia. Toda mi vida... -Tu vida no hubiera sido posible sin mí, -dijo rotundamente Hécate.- No tengo tiempo para tu ira. Tú tampoco. Sin mi ayuda, morirás. El perro negro gruñó. La comadreja chasqueo los dientes y soltó un gas. Hazel se sintió como sus pulmones se llenaban de arena caliente. -¿Qué clase de ayuda? -Exigió. Hécate levantó los pálidos brazos. Las tres puertas que había venido: norte, este y oeste, comenzaron arremolinarse con la niebla. Una ráfaga de imágenes en negro y blanco brillaba y parpadeaban, como las viejas películas mudas que a veces exhibían en los cines cuando Hazel era pequeña.


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En la puerta occidental, semidioses romanos y griegos en armadura completa luchaban entre sí en una colina bajo un gran pino. La hierba estaba sembrada de los heridos y los moribundos. Hazel se vio montada en Arión, cargando a través de la pelea y gritando intentando detener la violencia. En la puerta este, el Argo II se hundía a través de cielo sobre los Apeninos. Su aparejo estaba en llamas. Una roca se estrelló en el alcázar. Otra perforo a través del casco. La nave estalló como una calabaza podrida, y el motor explotó. Las imágenes de la puerta norte eran incluso peores. Hazel vio a Leo, inconsciente o muerto, cayendo a través de las nubes. Ella vio Frank trastabillando solo por un túnel oscuro, se aferra a su brazo, su camisa estaba empapada de sangre. Y Hazel se vio a sí misma en una gran caverna llena de hebras de luz como una luminosa red. Estaba luchando para romperla mientras que, en la distancia, Percy y Annabeth yacían inmóviles a los pies de dos negras y plateadas puertas metálicas. -Opciones, -dijo Hécate.- Usted está en al encrucijada, Hazel Levesque. Y soy la diosa de las encrucijadas. El suelo retumbó a los pies de Hazel. Miró hacia abajo y vio el brillo de las monedas de plata... miles de viejos denarios romanos salir a la superficie a su alrededor, como si toda la colina estuviera llegando a su punto de ebullición. Había estado tan agitada por las visiones de las puertas que debía haber convocado cada pedacito de plata en los alrededores.

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-El pasado está cerca de la superficie en este lugar –dijo Hécate- En los tiempos antiguos, dos grandes vías romanas se reunieron aquí. Noticias se intercambió. Se celebraron mercados. Amigos se reunieron, y los enemigos lucharon. Ejércitos enteros tuvieron que elegir una dirección. Las encrucijadas son siempre los lugares de decisión. -Como… como Jano. –Hazel recordaba el santuario del dios Jano en la colina del templo en el campamento Júpiter. Los semidioses iban allí para tomar decisiones. Ellos lanzaban una moneda a cara o cruz y esperaban que el dios los guara. Hazel siempre había odiado ese lugar. Nunca había entendido por qué sus amigos estaban tan dispuestos a dejar que un dios tomara su responsabilidad de elegir. Después de todo lo que Hazel había pasado, ella confiaba en la sabiduría de los dioses tanto como ella confiaba en una máquina tragamonedas de Nueva Orleans. La diosa de la magia hizo un silbido de asco.- Jano y sus puertas. Él quiere que ustedes crean que todas las opciones son: blanco o negro, sí o no, dentro o fuera. De hecho, no es tan simple. Cuando llegues al cruce, siempre hay por lo menos tres maneras de ir... cuatro, si contamos yendo hacia atrás. Tú te encuentras en ese cruce ahora, Hazel. Hazel miró otra vez a cada entrada que se arremolina: una guerra de semidioses, la destrucción de Argo II, desastre para ella y sus amigos.- Todas las opciones son malas. -Todas las opciones tienen riesgos, -le corrigió la diosa.- ¿Pero cómo es tu meta? -¿Mi meta? -Hazel miro impotente las puertas.- Ninguna de estas. El perro Hécuba gruñó. Gale la comadreja se deslizó alrededor de los pies de la diosa, expulsando gases y rechinando los dientes. -Ustedes podrían ir hacia atrás,- Hécate sugirió- volver sobre sus pasos a Roma... pero las fuerzas de Gea están esperando eso. Ninguno de ustedes va a sobrevivir. -Entonces, ¿qué estás diciendo? Hécate caminó hacia la antorcha más cercana. Ella recogió un puñado de fuego y esculpió las llamas hasta que sostenía un mapa en relieve de Italia en miniatura. -Se puede ir hacia el oeste. -Hécate llevo su dedo lejos de su mapa ardiente.Vuelvan a América con su premio, el Athena Parthenos. Con sus compañeros de vuelta a casa, griegos y romanos, se encuentran al borde de la guerra. Vete ahora, y es posible salvar muchas vidas. -Podría, -repitió Hazel.- Pero Gea se supone que despierta en Grecia. Ahí es don-


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de los gigantes se están reuniendo. -Es cierto. Gea ha fijado la fecha del primero de agosto, la Fiesta de Spes, diosa de la esperanza, de su ascenso al poder. Al despertar en el Día de la Esperanza, tiene la intención de destruir toda esperanza para siempre. Incluso si ustedes alcanzan Grecia para entonces, ¿podría detenerla? No lo sé. -Hécate trazó su dedo a lo largo de las cimas de los Apeninos de fuego.- Se puede ir hacia el este, a través de las montañas, pero Gea hará que les impidan cruzar Italia. Ella ha alzado a sus dioses de la montaña en su contra. -Ya lo notamos –dijo Hazel. -Cualquier intento de cruzar los Apeninos significará la destrucción de su nave. Irónicamente, esto podría ser la opción más segura para su equipo. Preveo que todos ustedes sobrevivirían a la explosión. Es posible, aunque improbable, que todavía puedan llegar a Epiro y cerrar las puertas de la muerte. Usted puede encontrar Gea y prevenir su ascenso. Pero para entonces, serían destruidos ambos campamentos. No tendrías ningún hogar al que regresar. -Hécate sonrió.- Lo más probable, la destrucción de su nave en la cadena montañosa. Significaría el final de su búsqueda, pero te salvaría a ti y a tus amigos de mucho dolor y sufrimiento en los días venideros. La guerra contra los gigantes tendría que ser ganada o perdida sin ustedes. «Ganada o perdida sin nosotros». Una pequeña parte culpable de Hazel encontró el atractivo. Ella había estado deseando tener la oportunidad de ser una chica normal. No quería más dolor o sufrimiento para ella y sus amigos. Ya habían pasado por muchas cosas. Ella miró detrás de Hécate en la entrada media. Ella vio a Percy y Annabeth tumbados desvalidamente antes de aquellas puertas negras y plata Una forma masiva oscura, vagamente humanoide, ahora surgió sobre ellos, su pie levantado como si fuera a aplastar Percy. -¿En cuanto a ellos? -Hazel preguntó, con voz entrecortada.- ¿Percy y Annabeth? Hécate se encogió de hombros.- Al oeste, al este o al sur... ellos mueren. -No es una opción, -dijo Hazel. -Entonces ustedes tiene sólo un camino, a pesar de que es el más peligroso. El dedo de Hécate cruzó los Apeninos en miniatura, dejando una línea blanca que brilla intensamente en las llamas rojas.- Hay un paso secreto aquí en el

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norte, un lugar donde tengo influencia, donde Aníbal cruzado una vez cuando marchó contra Roma. La diosa hizo un gran lazo... para la parte superior de Italia, hacia el este hasta el mar, luego hacia abajo a lo largo de la costa occidental de Grecia.- Una vez atravesado el paso, debería viajar al norte de Bolonia, y luego a Venecia. A partir de ahí, navegaran por el Adriático hasta su meta, aquí: Epiro en Grecia. Hazel no sabía mucho acerca de la geografía. No tenía idea de lo que el mar Adriático era. Nunca había oído hablar de Bolonia, y todo lo que sabía sobre Venecia era historias vagas sobre canales y góndolas. Pero una cosa era obvia.Eso está muy lejos del camino. -Es por eso que Gea no esperará que tomen esta ruta, -dijo Hécate.- Yo puedo ocultar su progreso algún tiempo, pero de ti, Hazel Levesque dependerá el éxito de su viaje. Debes aprender a usar la niebla. -¿Yo? –El corazón de Hazel pareció caer por su caja torácica.- Usar la niebla, ¿Cómo? Hécate extinguió su mapa de Italia. Ella sacudió su mano sobre al perro negro Hécuba. La niebla se alzó alrededor del labrador hasta que ella estaba completamente oculta en un capullo de color blanco. La niebla se despejó con un audible ¡poof! Dónde estuvo el perro se encontraba un gato negro de aspecto contrariado con ojos dorados. -Mew – se quejó. -Yo soy la diosa de la niebla, -explicó Hécate.- Soy la responsable de mantener el velo que separa el mundo de los dioses del mundo de los mortales. Mis hijos aprenden a utilizar la niebla para su provecho, para crear ilusiones o influenciar la mente de los mortales. Otros semidioses pueden hacerlo así. Y por lo tanto tú lo harás, Hazel, así les vas a ayudar a tus amigos. -Pero... -Hazel miró al gato. Ella sabía que era en realidad Hécuba, el labrador negro, pero no podía convencerse a sí misma. El gato parecía tan real.- No puedo hacer eso. -Tu madre tenía el talento, -dijo Hécate.- Hay aún más. Como hija de Plutón, que ha regresado de entre los muertos, entiendes al velo entre los mundos mejor que la mayoría. Puedes controlar la niebla. Si no lo haces... bueno, tu hermano Nico ya te ha advertido. Los espíritus le han susurrado, le hablaron de tu futuro. Al llegar a la casa de Hades, te encontrarás


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con un enemigo formidable . Ella no puede ser superada por la fuerza o la espada. Solo tú la puedes derrotar, y va a requerir magia. Hazel sentía sus piernas tambaleante. Recordó la expresión sombría de Nico, sus dedos se clavaban en su brazo. “No se lo puedes decir a los demás. Todavía no. Su valor ya se estira hasta el límite”. -¿Quién? -graznó Hazel.- ¿Quién es este enemigo? -No voy a decir su nombre –dijo Hazel.- Eso la alertara de tu presencia antes de que estés lista para enfrentarla. Ve hacia el norte, Hazel. Al viajar, practicar en convocar la niebla. Al llegar a Bolonia, busca a los dos enanos. Ellos te llevarán a un tesoro que te puede ayudar a sobrevivir en la casa de Hades. -No entiendo. -Mew, -se quejó el gatito. -Sí, sí, Hécuba. -La diosa movió su mano de nuevo, y el gato desapareció. El labrador negro estaba de vuelta en su lugar. -Lo vas a entender, Hazel, -prometió la diosa.- De vez en cuando, voy a enviar Gale para comprobar tu progreso. La hurón siseo, sus ojos rojos pequeños y brillantes estaban llenos de malicia. -Maravilloso –murmuro Hazel. -Antes de llegar a Epiro, ustedes deben estar preparados, -dijo Hécate.- Si tienen éxito, entonces tal vez nos volveremos a encontrar... para la batalla final. «Una batalla final», pensó Hazel. «Oh, qué alegría». Hazel se preguntó si podría evitar las revelaciones que ella vio en la niebla (Leo cayendo a través del cielo, Frank tropezando en la oscuridad, solo y herido de gravedad, Percy y Annabeth a merced de un gigante oscuro). Odiaba los enigmas de los dioses y sus consejos poco claros. Estaba empezando a despreciar la encrucijada. -¿Por qué me estás ayudando? -Preguntó Hazel.- En el campamento Júpiter, dijeron que estuviste del lado de los Titanes en la última guerra. Los ojos oscuros de Hécate brillaron.- Porque soy una hija de los titanes Perses y Asteria. Mucho antes de los olímpicos llegaran al poder, Yo gobernaba la niebla. A pesar de ello, en la primera guerra Titán, hace miles de años, me puso del lado de Zeus contra Cronos. Yo no era ciega a la crueldad de Cronos. Tenía la esperanza de Zeus probaría ser un mejor rey.

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Ella soltó una pequeña risa amarga.- Cuando Deméter perdió a su hija Perséfone, raptada por tu padre, guie a Deméter por la noche más oscura con mis antorchas, ayudando en su búsqueda. Cuando los gigantes se levantón por primera vez, de nuevo del lado de los dioses. Luché contra mi archienemigo Clitio, hecho por Gea para absorber y derrotar toda mi magia. -Clitio. -Hazel nunca había oído ese nombre- Cli-ti-o, -pero decirlo hacía que sus miembros se sintiesen pesados. Echó un vistazo a las imágenes de la puerta norte (la oscura forma masiva que se cernía sobre Percy y Annabeth).- ¿Es la amenaza de la Casa de Hades? -Oh, espera por ti, -dijo Hécate.- Pero primero debes derrotar a la bruja. A menos que manejes esto…. Ella chasqueó los dedos, y todas las puertas se oscurecieron. La niebla se disolvió, las imágenes se habían ido. -Tenemos todas las opciones de frente, -dijo la diosa.- Cuando Cronos se levantó la segunda vez, cometí un error. Yo lo apoyé. Me había cansado de ser ignorada por los llamados dioses principales. A pesar de mis años de fiel servicio, desconfiaban de mí, me negaron un asiento en el salón… La comadreja Gale chillo furiosa -No importa ya. -la diosa suspiro.- He hecho las paces con el olimpo. Incluso ahora, cuando ellos son acostados… sus personajes griegos y romanos luchando entre sí, les ayudaré. Griega o romana, yo siempre era sólo Hécate. Los ayudaré contra los gigantes, si demuestran ser dignos. Así que ahora es tu elección, Hazel Levesque. ¿Va a confiar en mí... o me vas a rechazar, como los dioses del Olimpo han hecho demasiado a menudo? La sangre rugía en los oídos de Hazel. ¿Podía confiar en esta diosa oscura, que había dado a su madre la magia que arruinó su vida? Lamentablemente, no. A ella no le gustaba mucho el perro de Hécate o la comadreja gaseosa, tampoco. Pero también sabía que no podía dejar morir a Percy y Annabeth. -Iré al norte, -dijo.- Tomaremos el paso secreto atravez de las montañas. Hécate asintió con la cabeza, con el menor atisbo de satisfacción en su rostro. -Habéis elegido bien, aunque el camino no será fácil. Muchos monstruos se levantarán contra ti. Incluso algunos de mis siervos se han puesto del lado de Gea, con la esperanza de destruir el mundo de los mortales. La diosa tomó sus antorchas de sus soportes.


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-Prepárate, hija de Plutón. Si tienes éxito en contra de la bruja, nos volveremos a encontrar. -Voy a tener éxito, -prometió Hazel.- ¿Y Hécate? No voy a elegir uno de sus caminos. Estoy haciendo mi propio camino. La diosa arqueó las cejas. Su hurón se retorcía, y su perro gruñó. -Vamos a encontrar una manera de detener a Gea, -dijo Hazel.- Vamos a rescatar a nuestros amigos del Tártaro. Vamos a mantener a la tripulación y el barco juntos, y vamos a detener al campamento Júpiter y al campamento Mestizo de ir a la guerra. Vamos a hacerlo todo. La tormenta aulló, los muros negros de la nube de embudo giró más rápido. -Interesante, -dijo Hécate, como si Hazel fuera un resultado inesperado en un experimento científico.- Eso sería magia digna de ver. Una ola de oscuridad borro el mundo. Cuando volvió la vista de Hazel, la tormenta, la diosa y sus secuaces habían desaparecidos. Hazel estaba parada sobre una colina a la luz del sol matinal, sola en las ruinas excepto por Arión, que paseaba a su lado, relinchando con impaciencia. -Estoy de acuerdo, -dijo Hazel el caballo.- Vamos a salir de aquí. -¿Qué pasó? -Preguntó Leo cuando Hazel subió a bordo del Argo II. Las manos de Hazel todavía temblaban de su charla con la diosa. Ella echó un vistazo sobre la barandilla y vio el polvo de la estela de Arión que se alejaba a través de las colinas de Italia. Tenía la esperanza de que su amigo se quedara, pero no podía culparlo por querer escapar de ese lugar tan rápido como fuera posible. El paisaje brillaba con el sol de verano golpeando el roció de la mañana. En la colina, las ruinas quedaron en blanco y en silencio (no hay señales de caminos antiguos, o diosas, o comadrejas gaseosas). ¿Hazel? -Pregunto Nico. Sus rodillas se doblaron. Nico y Leo la sostuvieron de los brazos y la ayudaron a caminar por la cubierta de proa. Ella se sintió avergonzada, (derrumbándose como alguna doncella de cuento de hadas) pero su energía se había ido. El recuerdo de esas escenas brillantes en el cruce la llenaba de pavor. -Conocí a Hécate, -se las arregló. Ella no les dijo todo. Recordó lo que Nico había dicho: “Su valor ya se estira hasta el límite”. Pero les dijo sobre el paso secreto del norte a través de las montañas y el desvío que Hécate describió que podría llevarlos a Epiro.

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Cuando terminó, Nico tomó su mano. Sus ojos estaban llenos de preocupación.Hazel, encontraste a Hécate en una encrucijada. Eso es… eso es algo a lo que muchos semidioses no sobreviven. Y los sobreviven nunca son los mismos. ¿Estas segura de que esta…? -Estoy bien, -insistió. Pero ella sabía que no lo estaba. Recordó cuan audaz y enojada que sentía, diciéndole a la diosa que encontraría su propio camino y tener éxito en todo. Ahora su jactancia parecía ridícula. Su coraje la había abandonado. -¿Qué pasa si Hécate nos está engañando? -Preguntó Leo.- Esta ruta podría ser una trampa. Hazel negó con la cabeza.- Si fuera una trampa, creo que Hécate hubiera hecho el norte fuera una ruta más tentadora. Créeme, no lo hizo. Leo sacó una calculadora de su cinturón de herramientas y marcó algunos números.- Eso es... algo así como trecientas millas de camino para llegar a Venecia. Entonces tendríamos que retroceder hasta el Adriático. ¿Y dijiste algo acerca de salchichas enanas? -Enanos en Bolonia, -dijo Hazel.- Creo que Bolonia es una ciudad. Pero ¿por qué tenemos que encontrar enanos ahí?... no tengo ni idea. Tienen una especie de tesoro que nos ayudara con la búsqueda. -Eh, -dijo Leo.- Quiero decir, yo soy todo un tesoro, pero… -Es nuestra mejor opción. -Nico ayudó a Hazel a ponerse en pie.- Tenemos que recuperar el tiempo perdido, viajar tan rápido como nos sea posible. Las vidas de Percy y Annabeth podrían depender de ello. -¿Rápido? -sonrió Leo.- Puedo hacerlo rápido. Se apresuró a la consola y empezó a mover de un tirón los interruptores. Nico tomó el brazo de Hazel y la condujo donde no los escucharan.- ¿Qué más dijo Hécate? Cualquier cosa sobre… -No puedo. -lo corto Hazel. Las imágenes que había visto casi la habían abrumado: Percy y Annabeth indefensos a los pies de las puertas de metal negro, el gigante oscuro que se cernía sobre ellos, Hazel atrapada en un laberinto de luz brillante, incapaz de ayudar. “Debes derrotar a la bruja” Hécate había dicho. “Sólo tú puedes derrotarla. A menos que manejes esto…” «El fin», pensó Hazel. «Todas las puertas de enlace cerradas. Toda esperanza


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extinguida». Nico le había advertido. Se había comunicado con los muertos, les oía susurrar pistas sobre su futuro. Dos niños del Inframundo entrarían en la casa de Hades. Ellos se enfrentan a un enemigo imposible. Sólo uno de ellos llegar a las puertas de la muerte. Hazel no podía mirar a su hermano a los ojos. -Te lo diré más tarde, -prometió, tratando de mantener su voz firme.- En este momento, hay que descansar mientras podamos. Esta noche, cruzamos los Apeninos.

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ANNABETH Nueve días. Mientras caía, Annabeth pensó en Hesíodo, el antiguo poeta griego que había especulado que se requería de nueve días para caer de la tierra al Tártaro. Esperaba que Hesíodo estuviera equivocado. Había perdido la cuenta del tiempo que ella y Percy había estado cayendo… ¿horas? ¿Un día? Se sentía como una eternidad. La había tomado de la mano desde que se dejó caer en el abismo. Ahora Percy la atrajo hacia sí, abrazándola con fuerza mientras caían en la oscuridad absoluta. El viento silbaba en los oídos de Annabeth. El aire se hizo más caliente y agobiante, como si estuvieran cayendo en picado en la garganta de un dragón enorme. Su tobillo recientemente roto palpitó, aunque no podía decir si estaba aún envuelto en telarañas. Ese maldito monstruo Aracne. A pesar de haber sido atrapada en su propia telaraña, aplastada por un coche y caer al Tártaro. La mujer araña había conseguido su venganza. De alguna manera la seda tenía enredada las piernas de Annabeth y la arrastró a la fosa, con Percy de remolque. Annabeth no podía imaginar que Aracne aún estaba viva, en algún lugar debajo de ellos en la oscuridad. Ella no quería encontrarse a ese monstruo de nuevo al llegar a la parte inferior. En el lado positivo, siempre había una parte inferior, Annabeth y Percy probablemente serían aplastados por el impacto, las arañas gigantes era la menor de sus preocupaciones. Ella envolvió sus brazos alrededor de Percy y trató de no llorar. Ella nunca había esperado que su vida fuera fácil. La mayoría de los semidioses morían jóvenes a manos de terribles monstruos. Esa era la forma en que había sido desde la antigüedad. Los griegos inventaron la tragedia. Ellos sabían que los más grandes héroes no llegaban a tener finales felices. Sin embargo, esto no es justo. Ella había pasado por tantas cosas para recuperar la estatua de Atenea. Justo cuando ella había tenido éxito, cuando las cosas habían estado mejorando y se había reunido con Percy, había caído a sus muertes. Incluso los dioses no podían concebir un destino tan retorcido. Pero Gea no era como los demás dioses. La Madre Tierra era mayor, más cruel,


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más sanguinaria. Annabeth se podía imaginar su risa mientras caía en las profundidades. Annabeth apretó los labios a la oreja de Percy.- Te quiero. No estaba segura de que pudiera oírla, pero si iban a morir quería que aquellas fueran sus últimas palabras. Trató desesperadamente de pensar en un plan para salvarlos. Ella era una hija de Atenea. Se había probado en los túneles bajo Roma, paso toda una serie de desafíos con sólo su ingenio. Pero no se le ocurría ninguna manera de revertir o incluso ralentizar su caída. Ninguno de ellos tenía el poder de volar, no como Jasón, que podía controlar el viento, o Frank, que podría convertirse en un animal alado. Si llegaron al fondo a velocidad terminal... bueno, ella sabía la ciencia suficiente para saber que sería el final. Ella se preguntaba seriamente si se pudiera crear un paracaídas de sus camisetas (tan desesperada estaba), cuando algo en su entorno cambio. La oscuridad tomó un tinte gris-rojizo. Se dio cuenta de que podía ver el cabello de Percy mientras lo abrazaba. El silbido en sus oídos se convirtió en más de un rugido. El aire se puso intolerablemente caliente, impregnado de un olor a huevos podridos. De repente, el túnel por el que habían estado cayendo a través dio a una inmensa caverna. Tal vez de media milla por debajo de ellos, Annabeth podía ver el fondo. Por un momento ella estaba demasiado aturdida para pensar correctamente. Toda la isla de Manhattan pudo caber dentro de esta caverna, y ella ni siquiera podía ver toda su extensión. Nubes rojas colgadas en el aire como la sangre vaporizada. El paisaje (al menos lo que podía ver) eran llanuras rocosas negras, salpicadas de montañas escarpadas y abismos ardientes. A la izquierda de Annabeth, la tierra bajaba en una serie de acantilados, como pasos colosales que conducían más adentro en el abismo. El hedor a azufre hacía difícil concentrarse, pero se concentró en el suelo directamente debajo de ellos y vio una cinta de un brillante líquido negro: un rio. -Percy, -gritó en su oído.- ¡Agua! Ella hizo un gesto frenéticamente. La cara de Percy era difícil de leer en la tenue luz roja. Estaba aterrorizada y en shock, pero asintió como si le entendía. Percy podía controlar el agua (suponiendo que era agua lo que había debajo de ellos). Podría ser capaz de amortiguar su caída de alguna manera. Por supuesto

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Annabeth había oído historias horribles sobre los ríos del inframundo. Podrían quitarle sus recuerdos, o quemar su cuerpo y el alma reducirla a cenizas. Pero decidió no pensar en eso. Esta era su única oportunidad. El río se precipitó hacia ellos. En el último segundo, Percy gritó desafiante. El agua entró en erupción en un géiser descomunal y los tragó enteros.


CAPITULO VI

ANNABETH El impacto no la mató, pero el frío casi lo hizo. El agua congelada conmocionó al aire justo fuera de sus pulmones. Sus miembros se volvieron rígidos, y perdió el control sobre Percy. Ella comenzó a hundirse. Extraños sonidos de lamentos llenaron sus oídos (millones de voces con el corazón roto, como si el río estuviera hecho de tristeza destilada). Las voces eran peores que el frío. Ellas la sobrecargaron y la hicieron entumecerse. «¿Cuál es el sentido de la lucha?» le dijeron. «Estás muerta de todos modos. Nunca vas a dejar este lugar». Ella podría hundirse hasta el fondo y se ahogaría, dejar que el río se llevara su cuerpo de inmediato. Eso sería más fácil. Ella sólo podía cerrar los ojos... Percy agarró su mano y sacudió su espalda trayéndola a la realidad. Ella no podía verlo en el agua turbia, pero de repente ella no quería morir. Juntos nadaron hacia arriba y salieron a la superficie. Annabeth jadeó, agradecido por el aire, no importa que estuviera sulfuroso. El agua se arremolinó alrededor de ellos, y ella se percató que Percy creaba un remolino para sostenerlos encima de. Aunque ella no podía entender su entorno, sabía que era un río. Los ríos tenían orillas. -Tierra, -dijo con voz ronca.- Ve hacia un lado. Percy parecía casi muerto de cansancio. Por lo general, el agua lo revitalizaba, pero no esa agua. Controlarla debe haberle tomado cada pedacito de su fuerza. El remolino comenzó a disiparse. Annabeth enganchó un brazo alrededor de su cintura y lucho a través de la corriente. El río iba en contra de ella: miles de voces llorosas susurrando en sus oídos, metiéndose en su cerebro. «La vida es desesperación», dijeron. «Todo es inútil, y luego te mueres». -No tiene sentido, -murmuró Percy. Sus dientes castañeteaban de frío. Él dejó de nadar y comenzó a hundirse. -Percy –chilló Annabeth.- El río está jugando con tu mente. Es el Cocito, el río de la lamentación. ¡Está hecho de pura miseria! -Miseria, -él estuvo de acuerdo. -¡Lucha!

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Ella pateó y forcejeó, intentando mantener a ambos a flote. Otra broma cósmica de Gea para reírse: “Annabeth muere tratando de evitar que su novio, el hijo de Poseidón, se ahogara”. «No va a suceder, bruja», pensó Annabeth. Abrazó a Percy fuertemente y lo besó.- Háblame de Nueva Roma, -exigió.- ¿Cuáles eran tus planes para nosotros? -Nueva Roma... para nosotros... -Sí, sesos de alga. ¡Tú dijiste que podría haber un futuro allí! ¡Dime! Annabeth nunca había querido dejar el Campamento Mestizo. Fue el único hogar que jamás había conocido. Pero hace días, en el Argo II, Percy le había dicho que él se imaginaba un futuro para los dos entre los semidioses romanos. En la ciudad de Nueva Roma, los veteranos de la legión podrían establecerse con seguridad, ir a la universidad, casarse, incluso tener hijos. -Arquitectura, -murmuró Percy. La niebla comenzó a borrar de sus ojos.- Pensé que te gustaría las casas, los parques. Hay una calle con todas estas fuentes frescas Annabeth comenzó avanzar contra la corriente. Sus miembros se sentían como sacos de arena mojada, pero Percy estaba ayudándola. Podía ver la oscura línea de la costa como a un tiro de piedra de distancia. -Universidad, -jadeó.- ¿Podríamos ir juntos? -S… sí, -él estuvo de acuerdo, con un poco más de confianza. -¿Qué vas a estudiar, Percy? -No sé, -admitió. -La ciencia marina, -sugirió.- ¿Oceanografía? ¿Surfing?, -se preguntó. Ella se rió, y el sonido envió una onda de choque a través del agua. Los lamentos se desvanecieron al ruido de fondo. Annabeth se preguntaba si alguien alguna vez se había reído en el Tártaro antes (sólo una risa pura y simple de placer). Ella lo dudaba. Ella usó sus últimas fuerzas para llegar a la orilla del río. Sus pies se hundieron en el fondo arenoso. Ella y Percy se arrastraron a sí mismos en tierra, temblando y jadeando, y se desplomaron sobre la arena oscura. Annabeth quería acurrucarse junto a Percy e irse a dormir. Quería cerrar los ojos, esperaba que todo eso fuera sólo un mal sueño, y se despertara para encontrarse


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de nuevo en el Argo II, a salvo con sus amigos (bueno... tan seguro como un semidiós puede estar). Pero, no. Estaban realmente en el Tártaro. A sus pies, el río Cocito pasó rugiendo, una avalancha líquida de miserias. El aire sulfuroso picaba pulmones de Annabeth y le erizó la piel. Cuando ella miró sus brazos, vio que ya estaban cubiertas con una agresiva erupción. Ella trató de incorporarse y jadeó de dolor. La playa no era arena. Estaban sentados en un campo de irregulares astillas de vidrio negro, algunas de las cuales estaban ahora incrustadas en las palmas de Annabeth. Así que el aire era ácido. El agua era miseria. El suelo era de vidrios rotos. Todo había sido diseñado para herir y matar. Annabeth respiró irregularmente y se preguntó si las voces en el Cocito tenían razón. Tal vez la lucha por la supervivencia era inútil. Estarían muertos en una hora. A su lado, Percy tosió.- Este lugar huele como mi ex padrastro. Annabeth esbozó una sonrisa débil. Nunca había conocido a Gabe el maloliente, pero había oído suficientes historias. Amaba a Percy por tratar de levantarle el ánimo. «Si hubiera caído en el Tártaro sola», pensó Annabeth, «habría sido condenada». Después de todo lo que había pasado por debajo de Roma, la búsqueda de la Athena Parthenos, esto era simplemente demasiado. Ella se hubiera acurrucado y llorado hasta que se convirtiera en otro fantasma, fundiéndose en los Cocito. Pero ella no estaba sola. Tenía a Percy. Y eso significaba que no podía darse por vencida. Ella se obligó a hacer un balance. Su pie todavía estaba envuelto en una escayola provisional de madera y plástico de burbujas, enredado con telarañas. Pero cuando movió el pie, este no le dolió. La ambrosia que había comido en los túneles debajo de Roma debió arreglar su hueso finalmente. Su mochila se había ido (perdida en la caída, o tal vez arrastrada por el río). Odiaba perder el portátil de Dédalo, con todos sus programas fantásticos y datos, pero tenía problemas peores. Su daga de bronce Celestial faltaba (el arma que había llevado desde que tenía siete años de edad). La realidad casi la derrumbo, pero ella no podía permitirse pensar en ello. Tendría tiempo para llorar después. ¿Qué más tenían? No hay comida, no hay agua... básicamente sin suministros en absoluto.

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Sip. Un comienzo prometedor. Annabeth miró a Percy. Se veía bastante mal. Su pelo oscuro estaba pegado en la frente, la camiseta trizas. Sus dedos se raspados por aferrarse a esa cornisa antes de caer. Lo más preocupante de todo, él estaba temblando y sus labios estaban azules. -Tenemos que seguir adelante o vamos a tener hipotermia, -dijo Annabeth.¿Puedes levantarte? Él asintió con la cabeza. Ambos se esforzaron por ponerse en pie. Annabeth puso su brazo alrededor de su cintura, aunque no estaba segura de quien sostenía a quién. Recorrió sus alrededores. Por encima, ella no vio ni rastro del túnel por el que habían caído. Ni siquiera podía ver el techo de la caverna, sólo nubes de color sangre que flotan en el aire gris brumoso. Era como mirar a través de una mezcla fina de tomate y el cemento. La playa de arena negra se extendía hacia el interior a unas cincuenta yardas, y luego caía por el borde de un acantilado. Desde donde estaban, Annabeth no podía ver lo que había debajo, pero el borde brilló con luz roja, como si fuera iluminada por grandes incendios. Un recuerdo lejano tiró de ella, algo sobre el Tártaro y el fuego. Antes de que pudiera pensar demasiado en ello, Percy respiró hondo. -Mira. -Señaló aguas abajo. A unos cien pies de distancia, un coche italiano azul celeste de aspecto familiar se estrelló de cabeza en la arena. Se veía como el Fiat que había caído sobre Aracne enviándola a su caída al abismo. Annabeth esperaba que ella estaba mal, pero ¿cuántos coches deportivos italianos podría haber en el Tártaro? Una parte de ella no quería ir a ninguna parte cerca de ella, pero tenía que saber. Agarró la mano de Percy, y fueron tropezando hacia los restos. Uno de los neumáticos del vehículo había salido y estaba flotando en un remanso remolino del Cocito. Las ventanas del Fiat se habían destrozado, cubriendo la playa obscura de cristales brillantes como el glaseado. Bajo el capó triturado yacían los restos andrajosos y brillantes de seda de capullo gigante de la trampa que Annabeth había engañado a Aracne para que tejiera. Sin lugar a dudas estaba vacía. Las marcas en la arena hacían un camino río abajo... como si algo pesado, con múltiples piernas, se hubiera hundido en la oscuridad.


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-Ella está viva. -Annabeth estaba tan horrorizada, así como indignada por la injusticia de todo, tuvo que reprimir las ganas de vomitar. -Es el Tártaro, -dijo Percy.- La casa de los monstruos. Aquí abajo, a lo mejor no pueden ser asesinados. -Dio a Annabeth una mirada avergonzada, como si se diera cuenta que no estaba ayudando a la moral del equipo.- O tal vez ella está gravemente herida, y se arrastró a morir. -Vamos a ir con eso, -coincidió Annabeth. Percy aún estaba temblando. Annabeth no se sentía más cálida tampoco, a pesar de que el aire era caliente y pegajoso. Los cortes de cristal en sus manos aún estaban sangrando, lo cual era inusual para ella. Normalmente, ella sanaba rápido. Su respiración se hizo más y más dificultosa. -Este lugar nos está matando, -dijo.- Quiero decir que, literalmente, nos va a matar, a menos que... “Tártaro. Fuego”. Ese recuerdo lejano entró en foco. Ella miró hacia el interior del acantilado, iluminado por las llamas de abajo. Era una idea completamente loca. Pero podría ser su única oportunidad. -¿A menos que qué? –La animo Percy.- Tienes un plan brillante, ¿no es cierto? -Es un plan, -murmuró Annabeth.- Yo no sé si sea brillante. Tenemos que encontrar el río de fuego.

CAPITULO VII

ANNABETH Cuando alcanzaron el borde, Annabeth estaba segura de que ella había firmado su sentencia de muerte. El acantilado caía a más de ochenta pies. En la parte inferior se extendía una versión de pesadilla del Gran Cañón: un río de fuego cortaba una ruta a través de una grieta irregular de obsidiana, la corriente de rojo brillante proyectaba horribles sombras en las paredes de los acantilados. Incluso desde la parte superior del cañón, el calor era intenso. El frío del río Cocito no había salido de los huesos de Annabeth, pero ahora sentía el rostro curtido y quemado por el sol. Cada respiración tomó más esfuerzo, como si su pecho estuviera llenó de cacahuates de espuma de polietileno. Los cortes en las manos sangraron más en vez de menos. El pie de Annabeth, que había sido casi curado, parecía volver a lesionarse a sí mismo. Se había quitado la escayola improvisada, pero ahora se arrepintió. Cada paso le hizo dar una mueca de dolor. Suponiendo que pudieran llegar al rio, lo cual dudaba, su plan era una locura. -Uh... -Percy examinó el acantilado. Señaló una pequeña fisura en diagonal que iba desde el borde hasta el fondo.- Podemos tratar por ese borde. Podríamos ser capases de bajar. No dijo que sería una locura intentarlo. Se las arregló para sonar optimista. Annabeth estaba agradecida por ello, pero también preocupada de que ella lo estaba llevando a su perdición. Por supuesto, si se quedaban allí, morirían de todos modos. Las ampollas se habían comenzado a formar el sus brazos debido a la exposición al aire del Tártaro. Todo el ambiente era tan saludable como la zona de una explosión nuclear. Percy fue primero. El borde era apenas lo suficientemente ancho como para permitir un punto de apoyo. Sus manos agarraban cualquier grieta en la vidriosa roca. Cada vez que Annabeth hizo presión sobre su pie malo, quería aullar. Había arrancado las mangas de su camiseta y utilizaba la tela para envolver sus manos ensangrentadas, pero sus dedos seguían resbaladizos y débiles. A pocos pasos debajo de ella, Percy gruñó mientras tomaba otro asidero.- Así que... ¿es este río de fuego se llama? -El Flegetón, -dijo.- Debes concentrarte en bajar.


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-¿El Flegetón? -Él trepó a lo largo del borde. Habían hecho casi un tercio del camino por el acantilado (todavía estaban lo suficientemente alto para morir si se caían).- Suena como a un maratón para lanzar bolitas de papel. -Por favor no me hagas reír -dijo ella. -Solo trato de mantener las cosas en claro. -Gracias, -gruñó ella, casi pierde el piso con su pie lastimado.- Voy a tener una sonrisa en mi cara mientras me desplomo a mi muerte. Siguieron adelante, un paso a la vez. Los ojos de Annabeth se llenaron de sudor. Sus brazos temblaban. Pero para su sorpresa, finalmente llegaron a la parte inferior del acantilado. Cuando llegó al suelo, ella tropezó. Percy la agarró. Ella estaba alarmada por lo febril que su piel se sentía. Forúnculos rojos le habían estallado en la cara, por lo que parecía ser una víctima de la viruela. Su propia visión era borrosa. Su garganta se sentía llena de ampollas, y su estómago se apretó más fuerte que un puño. «Tenemos que darnos prisa», pensó. -Hacia el rio, -dijo Percy tratando de ocultar el pánico en su voz.- Podemos hacerlo. Se tambalearon sobre los bordes de vidrio pulido, alrededor de enormes rocas, evitando las estalagmitas que los habrían empalado al menor tropiezo. Sus ropas andrajosas despedían vapor por el calor del rio, pero siguieron adelante hasta que pusieron de rodillas en la ribera del Flegetón. -Tenemos que beber, -dijo Annabeth. Percy se tambaleó, con los ojos medio cerrados. Tardó tres segundos en responder.- Uh... ¿beber fuego? -El Flegetón fluye desde el reino de Hades hacia abajo al Tártaro. -Annabeth apenas podía hablar. Su garganta se cerraba por el calor y el aire ácido.- El río se utiliza para castigar a los malvados. Pero también... algunas leyendas lo llaman el Río curativo. -¿Algunas leyendas? Annabeth tragó saliva, tratando de mantenerse consciente.- El Flegetón mantiene a los malvados en una sola pieza, para que puedan soportar los tormentos de los campos del castigo. Creo... que podría ser el equivalente del inframundo de la ambrosía y el néctar.

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Percy se estremeció mientras cenizas pulverizadas del río, se arremolinaban alrededor de su cara.- Pero es fuego. ¿Cómo podemos nosotros…? -Así. -Annabeth metió las manos en el río. ¿Estúpido? Sí, pero estaba convencida de que no tenían otra opción, si esperaban más, se habría acabado y estarían muertos. Era mejor probar algo absurdo y esperar que funcionara. Al primer contacto, el fuego no fue doloroso. Se sentía frío, lo que probablemente significaba que estaba tan caliente que estaba sobrecargando los nervios de Annabeth. Antes de que pudiera cambiar de opinión, ella tomó el líquido ardiente en sus manos y se la llevó a la boca. Ella esperaba un sabor como la gasolina. Era mucho peor. Una vez, en un restaurante en San Francisco, había cometido el error de probar un chile fantasma que venía con un plato de comida india. Después de apenas picar, ella pensó que su sistema respiratorio iba a implosionar. Beber del Flegetón era como tragar un batido de Chile fantasma. Sus senos se llenaron de fuego líquido. Su boca se sentía como si estuviera siendo frita. Sus ojos derramaban lágrimas hirvientes, cada poro de su rostro reventó, Se desplomó, náuseas y arcadas, todo su cuerpo temblaba violentamente. -¡Annabeth!, -Percy la agarro por los brazos y consiguió que dejara de rodar hacia el rio. Las convulsiones cesaron. Tomó aliento entrecortadamente y logró sentarse. Se sentía terriblemente débil y con náuseas, pero su siguiente respiración se hizo más fácil. Las ampollas en sus brazos estaban empezando a desvanecerse. -Funciono, -dijo con voz ronca.- Percy, tienes que beber. -Yo… -Sus ojos se pusieron en blanco y cayo contra ella. Desesperada, ella tomó más fuego en la palma. Ignorando el dolor, derramo el líquido en la boca de Percy. Él no respondió. Lo intentó de nuevo, echando un puñado entero por su garganta. Esta vez farfulló y tosió. Annabeth lo sostenía mientras él temblaba, el fuego mágico pasaba a través de su sistema. La fiebre desapareció. Sus furúnculos se desvanecieron. Se las arregló para sentarse y golpearse los labios. -Ah, -dijo.- Picante, sin embargo repugnante. Annabeth se rió débilmente. Estaba tan aliviado que se sentía mareada.- Sí. Eso más o menos resume todo...


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-Nos has salvado. Por ahora, -dijo.- El problema es que todavía estamos en el Tártaro. Percy parpadeó. Miró a su alrededor como si acabara de darse cuenta del lugar donde estaban.- Santa Hera. Nunca pensé... bueno, no estoy seguro de lo que pensaba. Tal vez que el Tártaro era un espacio vacío, un pozo sin fondo. Pero este es un lugar real. Annabeth recordó el paisaje que había visto mientras caían, una serie de mesetas que conducían siempre hacia abajo hacia la oscuridad. -No hemos visto todo, -advirtió.- Esto podría ser sólo la primera minúscula parte del abismo, como los escalones de la entrada. -El tapete de bienvenida, -murmuró Percy. Ambos miraron hacia las nubes de color sangre que se arremolinaban en la bruma gris. De ninguna manera iban a tener la fuerza para volver a subir el acantilado, incluso si quisieran. Ahora sólo había dos opciones: río abajo o río arriba, bordeando las orillas del Flegetón. -Encontraremos una forma de salir, -dijo Percy.- Las puertas de la muerte. Annabeth se estremeció. Recordó lo que Percy había dicho justo antes de caer en el Tártaro. Había hecho que Nico di Angelo prometiera liderar al Argo II hasta Epiro, el lado mortal de las puertas de la muerte. “Nos vemos ahí”, había dicho Percy. Esa idea parecía aún más loca que el fuego potable. ¿Cómo podrían los dos pasear por el Tártaro y encontrar las puertas de la muerte? Apenas habían sido capaces de tropezar cien yardas en ese lugar venenoso sin morir. -Tenemos que hacerlo, -dijo Percy.- No sólo por nosotros. Si no por todos los que amamos. Las puertas tienen que ser cerradas por ambos lados, o los monstruos sólo seguirán llegando. Las fuerzas de Gea invadirán el mundo. Annabeth sabía que tenía razón. Sin embargo... cuando ella trató de imaginar un plan que podría tener éxito, la logística la abrumó. Ellos no tenían ningún modo de localizar las puertas. No sabía cuánto tiempo tomaría, o incluso si el tiempo pasaba a la misma velocidad en el Tártaro. ¿Cómo podrían sincronizar una reunión con sus amigos? Y Nico había mencionado una legión de los monstruos más fuertes de Gea custodiaban las puertas en el lado Tártaro. Annabeth y Percy no podía lanzar precisamente un asalto frontal. Ella decidió no hablar de nada de eso. Ambos sabían que las probabilidades

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estaban mal. Además, después de nadar en el río Cocito, Annabeth había oído suficiente quejas y lamentos para toda una vida. Se prometió a sí misma no volver a quejarse de nuevo. -Bueno. -Ella tomó una respiración profunda, agradecida, al menos, que sus pulmones no le dolían.- Si nos quedamos cerca del río, vamos a tener una forma de sanarnos a nosotros mismos. Si vamos rio abajo… Todo sucedió muy rápido, Annabeth habría muerto si hubiera estado sola. Percy fijos los ojos en algo detrás de ella. Annabeth se dio cuenta de que una forma oscura enorme se precipitó hacia ella con un gruñido, una gota monstruosa con las piernas flacas de púas y los ojos brillantes. Tuvo tiempo para pensar: «Aracne». Pero estaba congelada de terror, sus sentidos asfixiados por el enfermizo olor dulce. Entonces oyó el SHINK familiar del bolígrafo de Percy transformándose en una espada. Su espada barrió sobre su cabeza en un arco de bronce brillante. Un grito terrible resonó a través del cañón. Annabeth se quedó allí, aturdida, mientras un polvo amarillo (los restos de Aracne) llovía a su alrededor como si fuera polen de árbol. -¿Estás bien? -Percy escaneó los acantilados y rocas, alerta para más monstruos, pero nada más apareció. El polvo de oro de la araña se instaló en las rocas de obsidiana. Annabeth se quedó mirando a su novio con asombro. La hoja de bronce celestial de Cortacorriente brillaba aún más en la obscuridad del Tártaro. Mientras pasaba por el espeso aire caliente, hizo un silbido desafiante como el de una serpiente irritada. -Ella... ella me habría matado, -balbuceó Annabeth. Percy pateó el polvo en las rocas, con una expresión sombría e insatisfecha.- Murió con demasiada facilidad, teniendo en cuenta la cantidad de torturas que te hizo pasar. Se merecía lo peor. Annabeth no podía discutir eso, pero el tono duro en la voz de Percy la hizo sentirse intranquila. Ella nunca había visto a alguien tan enojado o vengativo en su nombre. Casi le hizo feliz que Aracne muriera rápidamente.- ¿Cómo te moviste tan rápido? Percy se encogió de hombros.- Nos cuidamos las espaldas del otro, ¿verdad? Ahora, ¿decía... abajo?


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Annabeth asintió, todavía en un sueño. El polvo amarillo se disipó en la costa rocosa, volviéndose a vapor. Al menos ahora sabía que monstruos podrían morir en el Tártaro... aunque no tenía ni idea de cuánto tiempo permanecería muerta Aracne. Annabeth no pensaba quedarse el tiempo suficiente para averiguarlo. -Sí, rio abajo, -logró decir.- Si el río proviene de los niveles superiores del inframundo, debe fluir más profundo en el Tártaro… -Por lo tanto, conduce a un territorio más peligroso, -finalizó Percy.- Lo que es probablemente que conduzca hasta las puertas. Tenemos suerte.

CAPITULO VIII

ANNABETH Habían sólo viajaron unos pocos cientos de yardas cuando Annabeth oyó voces. Annabeth anduvo con paso lento, medio en estupor, tratando de formar un plan. Ya que ella era una hija de Atenea, los planes se suponían que eran su especialidad, pero era difícil de formar estrategias con el estómago gruñendo y la garganta reseca. El agua de fuego del Flegetón puede que la haya sanado y dará fuerza, pero no podía hacer nada por calmar el hambre o la sed. El río no estaba hecho para hacerte sentir bien, Annabeth adivinado. Sólo mantenerte vivo para experimentar un dolor más insoportable. Su cabeza empezó a caer de cansancio. Entonces ella les escuchó (voces femeninas que tenían una especie de discusión) y su puso inmediatamente alerta. -¡Percy, abajo! -susurro. Ella tiro de él hasta detrás de la roca más cercana, estaba tan cerca de la orilla del rio que sus zapatos casi tocan el fuego del río. Al otro lado, en el estrecho camino entre el río y los acantilados, las voces gruñían, cada vez más fuerte a medida que se acercaban desde rio arriba. Annabeth trato de regular su respiración. Las voces sonaban vagamente humanas, pero eso no significaba nada. Ella asumió que el Tártaro era su enemigo. No sabía cómo los monstruos no los habían detectado ya. Además, los monstruos podían oler a los semidioses (especialmente a los poderosos, como a Percy, hijo de Poseidón). Annabeth puse en duda que ocultar tras de una roca sirviera de al cunado los monstruos detectaran su olor. Sin embargo, mientras los monstruos se acercaban, el tono de sus voces no cambiaba. Sus pasos eran desiguales (chatarra, pisada fuerte, chatarra, pisada fuerte) no avanzaban más rápido. -¿Pronto? -Preguntó una de ellas con una voz ronca, como si hubiera estado haciendo gárgaras en el Flegetón. -¡Oh dioses! -dijo otra voz. Esta parecía mucho más joven y mucho más humana, como la de una adolecente mortal exasperada con sus amigas en un centro comercial. Por alguna razón, ella le sonaba a Annabeth.- ¡Ustedes son realmente molestas! Te lo dije, es como a tres días a partir de aquí. Percy agarró la muñeca de Annabeth. Él la miró con alarma, como si reconociera


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la voz de la de la chica del centro comercial también. Hubo un coro de gruñidos y refunfuños. Las criaturas (tal vez media docena, Annabeth adivinó) se habían detenido justo al otro lado de la roca, pero todavía no daban indicios de haber capturado el aroma de los semidioses. Annabeth se preguntó si los semidioses no olían igual en el Tártaro, o si los otros olores allí eran tan poderosos, que enmascara el aura de un semidiós. -Me pregunto, -dijo una tercera voz, áspera y antigua como la primera-, si tal vez no sabe el camino, jovencita. -Oh, cierra el hocico, Serephone, -dijo la chica del centro comercial.- ¿Cuándo fue la última vez que te escapaste al mundo mortal? Estuve allí hace un par de años. ¡Conozco el camino! Además, se a lo que nos enfrentaremos allí. ¡No tienes ni idea! -¡La Madre Tierra no te hizo jefa! -Gritó una cuarta voz. Más silbidos, riñas y salvajes gemidos (como gigantes gatos callejeros de combate). Por fin la llamada Serephone gritó-: ¡Basta! El forcejeo cesó. -Vamos a seguir por ahora, -dijo Serephone.- Pero si no nos llevas bien, si nos encontramos con que has mentido acerca de la llamada de Gea… -¡Yo no miento!, -Espetó la chica del centro comercial.- Créeme, tengo una buena razón para entrar en esta batalla. Tengo algunos enemigos para devorar, y ustedes podrán deleitarse con la sangre de los héroes. Solo déjenme a un bocado especial para mí… el llamado Percy Jackson. Annabeth reprimió un gruñido de su cuenta. Se olvidó de su miedo. Quería saltar sobre la roca y reducir a los monstruos a polvo con su cuchillo... excepto que ella no lo tenía. -Créanme, -dijo la chica del centro comercial.- Gea nos ha llamado y nos vamos a divertir mucho. Antes de que acabe la guerra, mortales y semidioses se estremecen al oír mi nombre… ¡Kelli! Annabeth casi gritó en voz alta. Ella miró a Percy. Incluso en la luz roja del Flegetón, su rostro parecía de cera. -Empousai, -pronunció.- Vampiros. Percy asintió con gravedad. Recordó Kelli. Hace dos años, en la orientación de estudiantes de primer año de Percy, él y su amiga Rachel Dare había sido atacado por Empousai disfrazadas

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de porristas. Una de ellas había sido Kelli. Más tarde, la misma empousa los había atacado en el taller de Dédalo. Annabeth la había apuñalado en la espalda y la envió… allí. Al Tártaro. Las creaturas arrastraban los pies, sus voces eran más débiles. Annabeth se arrastró hasta el borde de la roca y se arriesgó a mirar. Efectivamente, cinco mujeres se tambalearon a lo largo sobre piernas desiguales (la izquierda mecánica de bronce, la derecha lanuda y con pezuña hendida). Su pelo estaba hecho de fuego, su piel tan blanca como el hueso. La mayoría de ellas llevaban antiguos y andrajosos vestidos griegos, a excepción de la líder, Kelli, que llevaba una blusa quemada y desgarrada con una falda corta plisada… su traje de porrista. Annabeth apretó los dientes. Se había enfrentado a un montón de monstruos malos en los últimos años, pero ella odiaba a las empousai más que la mayoría. Además de sus garras y colmillos desagradables, tenían una poderosa capacidad de manipular la niebla. Podían cambiar de forma y camuflarse, engañando a los mortales para que bajaran la guardia. Los hombres eran especialmente susceptibles. La táctica favorita de las empousai era hacer que el tipo se enamorase de ella, y luego bebía su sangre y devoraba su carne. No era una gran primera cita. Kelli casi había matado a Percy. Ella había manipulado al viejo amigo de Annabeth, Luke, haciéndolo cometer actos cada vez más en el nombre de Cronos. Annabeth realmente deseaba que tener todavía su daga. Percy se levantó.- Se dirigen hacia las puertas de la muerte, -murmuró.- ¿Sabes lo que eso significa? Annabeth no quería pensar en ello, pero por desgracia, este equipo de horrorosas mujeres carnívoras carnívoras podría ser lo más cercano a la buena suerte que iban a tener en el Tártaro.


CAPITULO IX

LEO Leo pasó la noche luchando con una Athena de cuarenta pies de altura. Desde que habían traído la estatua a bordo, Leo había estado obsesionado con averiguar cómo funcionaba. Estaba seguro de que tenía poderes a priori. Tenía que haber un interruptor secreto o una placa de presión o algo así. Se suponía que debía estar durmiendo, pero él no podía. Pasó horas arrastrándose sobre la estatua, que ocupaba la mayor parte de la cubierta inferior. Los pies de Athena estaban atascados en la enfermería, por lo que tuvo que apretujarse para pasar por los pies de marfil si quería algo de Advil. Su cuerpo se extendía a lo largo del corredor, su mano extendida que se adentra en la sala de máquinas, que ofrece la figura de tamaño natural de Nike que se encontraba en la palma, como, “¡Toma un poco de la victoria!” El rostro sereno de Atenea ocupaba la mayor parte de los establos para pegasos de popa, que estaban afortunadamente desocupados. Si Leo fuera un caballo mágico, él no habría querido vivir en un establo con una diosa de la sabiduría de gran tamaño mirándolo. La estatua fue encajada firmemente en el pasillo, así que Leo tenía que subir a la cima y se arrastran bajo sus miembros, en busca de palancas y botones. Como de costumbre, no encontró nada. Había hecho algunas investigaciones sobre la estatua. Él sabía que estaba hecha de un armazón de madera hueca cubierta de marfil y oro, lo que explica por qué era tan ligera. Estaba en muy buena forma, teniendo en cuenta que tenía más de dos mil años de antigüedad, había sido robada de Atenas, llevada a Roma, y en secreto almacenada en la caverna de una araña la mayoría de los últimos dos milenios. «La magia debió mantenerla intacta», Leo pensó, «combinado con muy buena mano de obra». Annabeth había dicho… bueno, trató de no pensar en Annabeth. Todavía se sentía culpable por que ella y Percy cayeran en el Tártaro. Leo sabía que era su culpa. Tendría que haber llegado a todos con seguridad a bordo del Argo II antes de comenzar asegurar la estatua. Debería haberse dado cuenta que el suelo de la caverna era inestable. Aun así, abatido no iba a traer a Percy y Annabeth de vuelta. Tenía que concentrarse en solucionar los problemas que pudiera arreglar.

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De todos modos, Annabeth dijo que la estatua seria la clave para derrotar a Gea. Podría cerrar la brecha entre los semidioses griegos y romanos. Leo imagino que tendría que ser algo más que un simple símbolo. Tal vez los ojos de Athena disparaban rayos láser, o la serpiente detrás de su escudo podía escupir veneno. O tal vez la pequeña figura de Nike cobraría vida y realizaría algunos movimientos al estilo ninja. Leo se le ocurrió todo tipo de cosas divertidas que la estatua podría hacer si él la había diseñado, pero cuanto más la examinó, más frustrado se sentía. La Athena Parthenos irradiaba magia. Aún podía sentir eso. Pero no parece hacer nada más que lucir impresionante. La nave se viro hacia un lado, realizando maniobras de evasión. Leo resistió el impulso de correr hacia el timón. Jasón, Piper y Frank estaban en servicio con Hazel ahora. Podían manejar lo que estaba pasando. Además, Hazel había insistido en tomar el timón para guiarlos a través del paso secreto que la diosa de la magia le había mencionado. Leo esperaba que Hazel tuviera razón sobre el largo desvió al norte. No se fiaba de esta señora Hécate. El no veía por qué una espeluznante diosa de repente decide ser útil. Por supuesto, él no confiaba en la magia en general. Es por eso que él estaba teniendo muchos problemas con la Athena Parthenos. No tenía partes móviles. Hiciera lo que hiciera, al parecer operaba con hechicería pura… y Leo no apreciaba eso. Quería que tuviera sentido, como una máquina. Finalmente se sintió demasiado cansado como para pensar con claridad. Se acurrucó en una manta en la sala de máquinas y escuchó el suave zumbido de los generadores. Buford la mesa mecánica se sentó en la esquina en modo de suspensión haciendo pequeños ronquidos vaporosos: Shhh, pfft, shhh, pfft. A Leo le gustaba su camarote, pero se sentía más seguro allí en el corazón de la nave, en una sala llena de mecanismos que sabía cómo controlar. Además, tal vez si pasaba más tiempo cerca de la Atenea Parthenos, él finalmente lograría sumergirse en sus secretos. -Es tú o yo, Gran Dama, -murmuró mientras tiraba de la manta hasta la barbilla.Vas a cooperar con el tiempo. Cerró los ojos y se durmió. Desafortunadamente, eso significaba sueños. Estaba corriendo por su vida a través del antiguo taller de su madre, donde había


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fallecido en un incendio cuando Leo tenía ocho años. No estaba seguro de lo que lo estaba persiguiendo, pero sentía que lo alcanzaba rápido, algo grande y oscuro y lleno de odio. Tropezó con mesas de trabajo, derribado cajas de herramientas, y tropezó con los cables eléctricos. Vio a la salida y corrió hacia ella, pero una figura se alzaba frente a él (una mujer con ropas de tierra seca arremolinada, con el rostro cubierto por un velo de polvo). “¿A dónde vas, pequeño héroe?” Preguntó Gea. “Quédate, y conoce a mi hijo favorito”. Leo se lanzó hacia la izquierda, pero la risa de la Diosa de la Tierra lo siguió. “La noche en que murió tu madre, te lo advertí. Le dije las Moiras que no permitiría que te mataran. Pero ahora has elegido tu camino. Tu muerte está cerca, Leo Valdez”. Se encontró con una mesa de dibujo (la antigua estación de trabajo de su madre). La pared detrás de él estaba decorada con dibujos de lápices de colores de Leo. Él lloró con desesperación y se volvió, pero lo que lo perseguían ahora estaba de pie en su camino (un coloso está envuelto en sombras, su forma vagamente humanoide, con la cabeza casi raspando el techo de veinte pies más arriba). Las manos de Leo estallaron en llamas. Él atacó al gigante, pero la oscuridad consumió el fuego. Leo cogió el cinturón de herramientas. Los bolsillos estaban cosidos. Trató de hablar (para decir cualquier cosa que pudiera salvar su vida), pero no podía emitir un sonido, como si el aire había sido robado de sus pulmones. “Mi hijo no va a permitir cualquier fuego esta noche”, dijo Gea, desde el fondo de la bodega. “Es el vacío que consume toda la magia, el frío que consume todo el fuego, el silencio que se consume toda palabra”. Leo quería gritar: “¡Y yo soy el tipo que se larga de aquí!” Su voz no funciona, por lo que utilizó sus pies. Corrió hacia la derecha pasando por debajo de la sombra de las manos del gigante, y corrió por la puerta más cercana. De pronto, se encontró en el campamento Mestizo, excepto que el campamento estaba en ruinas. Las cabañas eran cáscaras carbonizadas. Los campos quemados ardían bajo la luna. El pabellón del comedor se había derrumbado en un montón de escombros blancos, y la Casa Grande estaba en llamas, sus venta-

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nas brillaban como los ojos del demonio. Leo siguió corriendo, ya que la gigantesca sombra seguía detrás de él. Él paso alrededor de los cuerpos de los semidioses griegos y romanos. Quería comprobar si estaban vivos. Quería ayudarlos. Pero de alguna manera sabía que se estaba quedando sin tiempo. Corrió hacia las únicas personas vivas que vio (un grupo de romanos de pie en la fosa de voleibol). Dos centuriones se inclinaron casualmente en sus jabalinas, charlando con un chico rubio, alto y delgado con una toga púrpura. Leo tropezó. Era ese monstruo Octavian, el augur del campamento Júpiter, que siempre estaba pidiendo a gritos la guerra. Octavian se volvió hacia él, pero parecía estar en trance. Tenía unas facciones flojas, los ojos cerrados. Cuando habló, lo hizo en la voz de Gea: “Esto no se puede prevenir. Los romanos se mueven al este de Nueva York. Avanzan a tu campamento, y nada puede frenarlos”. Leo se sintió tentado de golpear a Octavian en la cara. En vez de eso siguió corriendo. Subió la colina Mestizo. En la cumbre, un relámpago había astillado el pino gigante. Vaciló hasta detenerse. La parte posterior de la colina fue despojada de distancia. Más allá, todo el mundo se había ido. Leo no vio nada, pero muy por debajo de las nubes… una alfombra de plata laminada bajo del cielo oscuro. Una voz fuerte-, ¿Y bien? Leo dio un respingo. En el árbol de pino roto, una mujer se arrodilló en una entrada de la cueva que se había abierto entre las raíces del árbol. La mujer no era Gea. Ella parecía más una Athena Parthenos vida, con las mismas ropas de oro y los brazos desnudos de marfil. Cuando se levantó, Leo casi tropezó en el borde del mundo. Su rostro estaba majestuosamente hermoso, con los pómulos altos, grandes ojos oscuros y cabello de color regaliz trenzado en un peinado griego elegante, ajustado en una espiral de esmeraldas y diamantes, por lo que le recordó a Leo un árbol de Navidad. Su expresión irradiaba puro odio. Su labio curvado. Su nariz arrugada.


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-El hijo del dios manitas, -se burló.- Tú no eres una amenaza, pero supongo que mi venganza debe empezar en alguna parte. Haz tu elección. Leo trató de hablar, pero estaba a punto de salir arrastrándose de su piel por el pánico. Entre esta reina de odio y el gigante que lo perseguía, no tenía ni idea de qué hacer. -Estará aquí pronto, -advirtió la mujer.- Mi amigo oscuro no te dará el lujo de elegir. ¡Es el acantilado o la cueva, muchacho! De repente, Leo entendía lo que quería decir. Estaba acorralado. Podía saltar por el acantilado, pero eso era un suicidio. Incluso si había tierra en esas nubes, moriría en la caída, o tal vez él sólo seguiría cayendo para siempre. Pero la cueva... Se quedó mirando la oscura abertura entre las raíces de los árboles. Se olía a podredumbre y a muerte. Oyó cuerpos arrastrándose adentro, voces susurrando en las sombras. La cueva era el hogar de los muertos. Si iba allí, nunca regresaría. -Sí, -dijo la mujer. Alrededor de su cuello colgaba un extraño colgante de bronce y esmeralda, como un laberinto circular. Sus ojos estaban tan enojados, Leo finalmente entendió por qué loco era una palabra para chiflados. Esta mujer había accionado las turcas por el odio.- La casa de Hades espera. Serás el primer roedor insignificante a morir en mi laberinto. Sólo tiene una oportunidad de escapar, Leo Valdez. Tómala. Hizo un gesto hacia el acantilado. -Estás loca, -se las arregló. Eso era lo que no debía decir. Ella agarró su muñeca. -Tal vez debería matarte ahora, ¿antes de que llegue mi amigo oscuro? Pasos sacudieron la ladera. El gigante se acercaba, envuelto en sombras, enorme y pesado y empeñado en asesinar. -¿Has oído hablar de morir en un sueño, muchacho?, -Preguntó la mujer.- ¡Es posible, a manos de una bruja! El brazo de Leo empezó despedir humo. Tacto de la mujer era ácido. Trató de liberarse, pero su agarre era como el acero. Abrió la boca para gritar. La forma masiva del gigante se cernía sobre él, oculto por capas de humo negro. El gigante levantó el puño, y una voz, entró en su sueño. -¡Leo! -Jasón estaba sacudiendo su hombro.- Hey, hombre, ¿por qué estás abra-

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zando a Nike? Los ojos de Leo se abrieron. Sus brazos estaban envueltos alrededor de la estatua de tamaño humano en la mano de Atenea. Debió de haberse revuelto en sueños. Se aferraba a la diosa de la victoria, como él solía aferrarse a su almohada cuando tenía pesadillas cuando era pequeño. (Hombre había sido tan vergonzoso en los hogares de acogida.) Se desenredó y se sentó, frotándose la cara. -Nada, -murmuró.- Estábamos abrazados. Um, ¿qué está pasando? Jasón no le tomo el pelo. Eso era algo que Leo apreciaba de su amigo. Los ojos azul hielo de Jasón estaban fijos y serios. La pequeña cicatriz en su boca se torció como siempre lo hacía cuando tenía malas noticias para compartir. -Logramos atravesar las montañas, -dijo.- Estamos llegando a Bolonia. Debes unirte con nosotros en el comedor. Nico tiene nueva información.


CAPITULO X

LEO Leo había diseñado las paredes del comedor para mostrar escenas en tiempo real desde el Campamento Mestizo. Al principio había pensado que era una idea bastante impresionante. Ahora ya no estaba tan seguro. Las escenas de casa (las canciones a coro en la fogata, las cenas en el pabellón, los juegos de voleibol fuera de la Casa Grande) sólo parecían tener a sus amigos tristes. Cuanto más lejos llegaron iban de Long Island, peor se era. Las zonas horarias iban cambiando, por lo que Leo sentía la distancia cada vez que miraba a las paredes. Allí en Italia el sol acababa de salir. En el campamento Mestizo era la mitad de la noche. Antorchas chisporroteaban en las puertas de las cabañas. La luz de la luna brillaba sobre las olas del estrecho de Long Island. La playa estaba cubierta de huellas, como si una gran multitud acababa de salir. Con un sobresalto, Leo se dio cuenta de que ayer… la última noche, (lo que sea) había sido el cuatro de Julio. Ellos se habían perdido la fiesta anual en la playa del campamento Mestizo con sus impresionantes fuegos artificiales preparados por los hermanos de Leo de la cabaña nueve. Decidió no mencionarlo a la tripulación, pero esperaba que sus amigos en casa tuvieran una buena celebración, necesitaban algo para mantener el ánimo, también. Recordó las imágenes que había visto en su sueño (el campamento en ruinas, lleno de cuerpos, Octavian de pie frente a la fosa de voleibol, casualmente hablando con la voz de Gea). Bajo la mirada hacia sus huevos con tocino. Deseo poder apagar las pantallas de la pared. -Entonces, -dijo Jasón-, ahora que estamos aquí… Se sentó a la cabecera de la mesa, un poco de forma predeterminada. Desde que perdieran a Annabeth, Jasón había hecho todo lo posible por actuar como el líder del grupo. Después de haber sido pretor del campamento Júpiter, probablemente estaba acostumbrado a eso, pero Leo podía decir que su amigo se destacó. Tenía los ojos más hundidos de lo habitual. Su cabello rubio estaba extremadamente desordenado, como si hubiera olvidado peinarse. Leo miro a los demás en la mesa. Hazel tenía cara de sueño, también, por su-

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puesto ya que había estado despierta toda la noche guiando la nave a través de las montañas. Su pelo color canela rizado estaba recogido en un pañuelo, que le dio un estilo de comando que Leo encontró algo ardiente… y entonces inmediatamente se sintió culpable. Junto a ella se sentó su novio Frank Zhang, vestido con pantalones negros de entrenamiento y una camiseta romana para turistas que decía: CIAO (¿era aún una palabra?). La antigua insignia de centurión de Frank estaba fijada en su camisa, a pesar del hecho de que los semidioses del Argo II eran ahora los enemigos públicos del 1 al 7 del campamento Júpiter. Su expresión sombría solo reforzó su desafortunado parecido al de un luchador de sumo. Luego estaba el medio hermano de Hazel, Nico di Angelo. Diablos, este chico le daba a Leo una extraña sensación. Se reclino en su chaqueta de aviador de cuero, su camiseta negra y pantalones vaqueros, con el anillo de plata con un cráneo malvado en su dedo, y la espada de acero estigio a su lado. Sus mechones de cabello negro pegados en rizos como alas de murciélago bebé. Sus ojos tristes y un poco vacíos, como si hubiera visto las profundidades del Tártaro (algo que había hecho). El único semidiós ausente era Piper, que estaba tomando su turno en el timón con el entrenador Hedge, su acompañante sátiro. Leo deseaba que Piper estuviera allí. Tenía el poder de calmar los ánimos con ese encanto Afrodita de ella. Después de sus sueños la noche anterior, Leo podría necesitar algo de calma. Por otra parte, era mejor que estuviera en cubierta acompañando a su acompañante. Ahora que estaban en las antiguas tierras, tenían que estar constantemente alerta. Leo estaba nervioso de dejar al entrenador Hedge solo. El sátiro era un poco gatillo fácil, y el timón tenía un montón de brillantes y peligrosos botones que podrían causar que los pintorescos pueblos italianos por debajo de ellos hicieran ¡BOOM! Leo estaba tan sumido en sus pensamientos que no se dio cuenta que Jasón seguía hablando. -…La Casa de Hades, - estaba diciendo.- ¿Nico? Nico se inclinó hacia adelante.- Ayer por la noche hable con los muertos. Lo dijo tan sereno, como si estuviera diciendo que recibió el texto de un amigo. -Tuve la oportunidad de aprender más acerca de lo que vamos a enfrentar, -continúo Nico.- En tiempos antiguos, la Casa de Hades era un sitio importante para


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los peregrinos griegos. Ellos iban a hablar con los muertos y a honrar a sus antepasados. Leo frunció el ceño.- Suena como el Día de Muertos. Mi tía Rosa tomaba esas cosas en serio. Recordó como era arrastrado por ella al cementerio local de Houston, donde limpiaban las tumbas de sus familiares y ponían ofrendas de limonada, galletas y caléndulas frescas. Tía Rosa lo obligaba a pasar un día de campo, como si salir con personas fallecidas fuera bueno para abrir el apetito. Frank gruño.- Los chinos también hacen eso, rendir tributo a sus antepasados, barriendo las tumbas en primavera. –Miro a Leo.- Tu tía Rosa se hubiera llevado bien con mi abuela. Leo tuvo una aterradora imagen de su tía Rosa y de una vieja mujer china en trajes de luchador, caza de ballenas uno a uno con palos con púas. -Sí, -dijo Leo.- Estoy seguro de que habrían sido las mejores amigas. Nico se aclaró la garganta.- Muchas culturas tienen tradiciones de temporada para honrar a los muertos, pero la Casa de Hades está abierta todo el año. Los peregrinos en realidad podían hablar con los fantasmas. En griego, el lugar fue llamado el Necromanteion, el Oráculo de la Muerte. Harán su camino a través de diferentes niveles de túneles, dejando ofrendas y bebiendo pociones especiales. -Pociones especiales, -murmuro Leo.- Yum. Jasón le lanzo una mirada del tipo: “Amigo, suficiente”.- Nico, continúa. -Los peregrinos creían que cada nivel del templo te acercaba más al inframundo, hasta que los muertos aparecían ante ti. Si ellos estaban satisfechos con su ofrenda, podrían responder a tus preguntas, tal vez incluso te dirían el futuro. Frank golpeo su taza de chocolate caliente. -¿Y si los espíritus no estaban contentos? -Algunos peregrinos no encontraron nada, -dijo Nico.- Algunos se volvieron locos, o murieron después de salir del templo. Otros perdieron su camino en los túneles y nunca se les volvió a ver. -El punto es, -Jasón dijo rápidamente-, Nico encontró alguna información que nos puede ayudar. -Sí. –Nico no parecía muy entusiasmado.- El fantasma con el que hable anoche… él era sacerdote de Hécate. Me confirmo lo que la diosa le dijo ayer a

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Hazel en la encrucijada. En la primera guerra contra los gigantes, Hécate lucho del lado de los dioses. Ella mato a uno de los gigantes (que había sido concebido como el anti-Hécate). Un tipo llamado Clitio. -Un tío obscuro. –Adivino Leo.- Envuelto en las sombras. Hazel se volvió hacia él, con los ojos de oro estrechados.- Leo, ¿Cómo lo sabes? -Un tipo de sueño. Nadie pareció sorprendido. La mayoría de los semidioses tenían pesadillas vividas acerca de lo que estaba pasando en el mundo. Sus amigos prestaron mucha atención cunado Loe se los explico. Trato de no mirar las imágenes de la pared del campamento Mestizo cuando describió el lugar en ruinas. Les hablo del gigante obscuro, y la extraña mujer en la colina mestiza, ofreciéndole una muerte de opción múltiple. Jasón aparto su plato de panqueques.- Así que el gigante en Clitio. Supongo que nos estará esperando, guardando las puertas de la muerte. Frank enrollo uno de los panqueques y comenzó a masticar, no era un tipo que dejara que una muerte inminente le impidiera disfrutar de un buen desayuno.- ¿Y la mujer en el sueño de Leo? -Ella es mi problema. –Hazel pasaba un diamante entre sus dedos en un juego de manos.- Hécate menciono a un enemigo formidable en la Casa de Hades, una bruja que no podía ser derrotada, sino por mí, usando magia. -¿Sabes usar magia? –pregunto Leo. -Todavía no. -Ah. –Trato de pensar en algo positivo que decir, pero recordaba los ojos de la mujer enojada, la forma en que su agarre férreo hizo humo su piel.- ¿Alguna idea de quién es? Hazel negó con la cabeza.- Solo que… -Ella miro a Nico, y algún tipo de argumento en silencio pasó entre ellos. Leo tuvo la sensación de que los dos habían tenido conversaciones privadas de la Casa de Hades, y no estaban compartiendo todos los detalles.- Solo que no será fácil de derrotar. -Pero hay una buena noticia. -dijo Nico.- El fantasma con el que hable me explico cómo Hécate derroto a Clitio en la primera guerra. Ella uso sus antorchas para dejarle el pelo en llamas. El murió quemado. En otras palabras, el fuego es su debilidad. Todo el mundo miro a Leo.


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-Oh, -dijo.- Está bien. Jasón asintió alentadoramente, como si eso fuera una gran noticia (como si esperara que Leo caminara hacia una masa imponente de obscuridad, disparara algunas bolas de fuego, y problema resuelto). Leo no deseaba derrumbarlo, pero aun podía escuchar la vos de Gea: «Es el vacío que consume toda la magia, el frio que consume todo el fuego, el silencio que consume toda palabra». Leo estaba bastante seguro de que tomaría más de unos pocos encuentros para dejar a ese gigante en llamas. -Es una buena ventaja. -Insistió Jasón.- Al menos sabemos cómo matar al gigante. Y esa bruja… bueno, si Hécate cree que Hazel puede derrotarla, entonces yo también. Hazel bajo la mirada.- Ahora solo tenemos que llegar a la Casa de Hades, abrirnos camino a través de las fuerzas de Gea… -Además de un montón de fantasmas. -añadió Nico sombríamente.- Los espíritus en ese templo no serán amables. -…Y encontrar las puertas de la muerte, -continuo Hazel.- Suponiendo que de alguna manera podamos llegar al mismo tiempo que Percy y Annabeth y rescatarlos. Frank se tragó un bocado de panqueque.- Podemos hacerlo. Tenemos que. Leo admiraba el optimismo de grandullón. Ojala lo compartiera. -Así que, con este desvió, -dijo Leo-, Estimo cuatro o cinco días para llegar a Epiro, suponiendo que no haya retrasos para… ya saben, ataques de monstruos y cosas así. Jasón sonrió con amargura.- Sí, aquello nunca pasa. Leo miro a Hazel.- Hécate te dijo que Gea estaba planeando su “Gran despertar” el primero de Agosto, ¿no? ¿La Fiesta de… lo que sea? -Spes, -dijo Hazel.- La diosa de la esperanza. Jasón tomo su tenedor.- En teoría, eso nos deja tiempo suficiente. Es solo Julio quinto. Debemos ser capaces de cerrar las puertas de la muerte, y luego encontrar la sede de los gigantes y evitar que Gea despierte antes del primero de Agosto. -En teoría, - Hazel estuvo de acuerdo.- Pero me gustaría saber cómo vamos a

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abrirnos camino a través de la Casa de Hades sin volvernos locos o morir. Nadie aporto ideas. Frank dejo el rollo de panqueque como si de repente no supiera tan bien.- Estamos a Julio quinto. Oh, cielos no había pensado en eso… -Hey, Hombre, está bien, -dijo Leo.- Eres canadiense, ¿no? No esperaba que consiguieras un presente del Día de la Independencia ni nada… a menos que quieras. -No es eso. Mi abuela… ella siempre me dijo que el siete era un número de mala suerte. Un número de fantasmas. A ella no le gusto cuando le dije que había siete semidioses en nuestra búsqueda. Y Julio es el séptimo mes. -Sí, pero… -Leo golpeó los dedos nerviosamente sobre la mesa. Se dio cuenta de que estaba haciendo el código Morse para “Te quiero”, como solía hacer con su madre, habría sido bastante embarazoso si sus amigos entendieran el código Morse.- Pero eso es sólo una coincidencia, ¿verdad? La expresión de Frank no lo tranquilizo. -En China, -dijo Frank-, en los viejos tiempos, la gente llama al séptimo mes, el mes fantasma. Era entonces cuando el mundo espiritual y el mundo mortal se acercaban. Los vivos y los muertos podían ir y venir. Dime que es una coincidencia que estamos en busca de las puertas de la muerte durante el mes fantasma. Nadie hablaba. Leo quería pensar que una vieja creencia china no podría tener nada que ver con los romanos y los griegos. Totalmente diferente, ¿verdad? Pero la existencia de Frank era una prueba de que las culturas se unían entre si La familia de Zhang recorrió todo el camino de regreso a la antigua Grecia. Habían encontrado su camino a través de Roma y China, y por último a Canadá. Además, Leo seguía pensando en su encuentro con la diosa de la venganza Némesis en el Gran Lago Salado. Némesis lo había llamado “la séptima rueda, el tercero en discordia en la búsqueda”. Ella no quería decir que en el séptimo fantasma, ¿verdad? Jasón apretó sus manos contra los brazos de la silla.- Vamos a centrarnos en las cosas a la que podemos hacerles frente. Nos estamos acercando a Bolonia. Tal vez vamos a tener más respuestas, una vez que nos encontremos con estas enanos que Hécate… La nave se sacudió como si hubiera golpeado un iceberg. El plato de desayuno de Leo se deslizó sobre la mesa. Nico cayó hacia atrás de la silla y se golpeó la


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cabeza contra el aparador. Se desplomó en el suelo, con una docena de copas mágicas y platos estrellándose encima de él. -Nico -Hazel corrió a ayudarlo. -¿Qué…? -Frank trató de levantarse, pero la nave viro en la otra dirección. Tropezó en la mesa y se fue de bruces contra el plato de huevos revueltos de Leo. -¡Mira! -Jasón señaló las paredes. Las imágenes del Campamento Mestizo parpadeaban y cambiaban. -No es posible, -murmuró Leo. De ninguna manera los cuadros podrían mostrar nada que no fuera el campamento, pero de repente una enorme cara torcida llena toda la pared de babor: los dientes amarillos torcidos, una rala barba roja, la nariz verrugosa, y dos desiguales ojos (uno mucho más grande y alto que el otro). La cara parecía estar tratando de abrirse camino a la habitación. Las otras paredes parpadeaban, mostrando escenas de la cubierta superior. Piper se puso a la cabeza, pero algo iba mal. A partir de los hombros hacia abajo que estaba envuelto en cinta adhesiva, con la boca amordazada y sus piernas unidas al panel de control. En el palo mayor, el entrenador Hedge fue atado y amordazado de forma similar, mientras que una criatura de aspecto extraño (una especie de combo de gnomo y chimpancé con un pobre sentido de la moda) bailaba a su alrededor, haciendo con el pelo del entrenador pequeñas trenzas con ligas de color rosa. En la pared, junto a babor, la enorme y fea cara retrocedió para que Leo pidiera ver toda la criatura, otro gnomo chimpancé, con ropa aún más loca. Éste comenzó a saltar alrededor de la cubierta, metiendo cosas en una bolsa de arpillera (la daga de Piper, controladores de Wii de Leo). Luego curioseo la esfera de Arquímedes de la consola de comandos. -¡No! -Gritó Leo. -Uhhh, -Nico gimió desde el suelo. -Piper, -exclamó Jasón. ¡Monos! –grito Frank. -Monos no, -se quejó Hazel.- Creo que esos son enanos. -¡Robar mis cosas! -Gritó Leo, y corrió hacia las escaleras. mágicas y platos estrellándose encima de él.

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-Nico -Hazel corrió a ayudarlo. -¿Qué…? -Frank trató de levantarse, pero la nave viro en la otra dirección. Tropezó en la mesa y se fue de bruces contra el plato de huevos revueltos de Leo. -¡Mira! -Jasón señaló las paredes. Las imágenes del Campamento Mestizo parpadeaban y cambiaban. -No es posible, -murmuró Leo. De ninguna manera los cuadros podrían mostrar nada que no fuera el campamento, pero de repente una enorme cara torcida llena toda la pared de babor: los dientes amarillos torcidos, una rala barba roja, la nariz verrugosa, y dos desiguales ojos (uno mucho más grande y alto que el otro). La cara parecía estar tratando de abrirse camino a la habitación. Las otras paredes parpadeaban, mostrando escenas de la cubierta superior. Piper se puso a la cabeza, pero algo iba mal. A partir de los hombros hacia abajo que estaba envuelto en cinta adhesiva, con la boca amordazada y sus piernas unidas al panel de control. En el palo mayor, el entrenador Hedge fue atado y amordazado de forma similar, mientras que una criatura de aspecto extraño (una especie de combo de gnomo y chimpancé con un pobre sentido de la moda) bailaba a su alrededor, haciendo con el pelo del entrenador pequeñas trenzas con ligas de color rosa. En la pared, junto a babor, la enorme y fea cara retrocedió para que Leo pidiera ver toda la criatura, otro gnomo chimpancé, con ropa aún más loca. Éste comenzó a saltar alrededor de la cubierta, metiendo cosas en una bolsa de arpillera (la daga de Piper, controladores de Wii de Leo). Luego curioseo la esfera de Arquímedes de la consola de comandos. -¡No! -Gritó Leo. -Uhhh, -Nico gimió desde el suelo. -Piper, -exclamó Jasón. ¡Monos! –grito Frank.


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LEO Como si Leo fuera a regresar. Claro el esperaba que di Angelo estuviera bien, pero el tenia dolores de cabeza de los suyos. Leo subió los escalones, con Jasón y Frank detrás de él. La situación en cubierta era aún peor de lo que había temido. El entrenador Hedge y Piper estaban luchando con sus ataduras de cinta adhesiva, mientras que uno de los demoniacos monos enanos bailaba alrededor de la cubierta, recogiendo en su bolsa todo lo que no estaba atado a adherido. Tenía tal vez cuatro pies de alto, incluso era más corto que el entrenador Hedge, con las piernas arqueadas y los pies de chimpancé, con la ropa tan estridente que a Leo le dio vértigo. Sus pantalones verdes a cuadros estaban unidos en los puños, y los sostenían unos tirantes de color rojo brillante sobre una blusa de mujer a rayas de color rosa y negro. Llevaba media docena de relojes de oro en cada brazo, y un sombrero de vaquero con estampado de cebra con una etiqueta de precio colgando del borde. Su piel estaba cubierta con parches de piel roja desaliñada, aunque el noventa por ciento de su pelo corporal parecía estar concentrado en sus magníficas cejas. Leo se estaba formado el pensamiento: «¿Dónde está el otro enano?» cuando oyó un chasquido detrás de él y se dio cuenta de que había llevado a sus amigos a una trampa. -Pato -El golpeo la cubierta mientras la explosión arruinaba sus tímpanos. «Nota mental», pensó Leo aturdido. «No dejes cajas de granadas mágicas donde los enanos puedan encontrarlas». Al menos estaba vivo. Leo había estado experimentando con todo tipo de armas basadas en la esfera de Arquímedes que habían recuperado en Roma. Había construido granas que podían rociar acido, fuego, metralla o palomitas con mantequilla recién hechas. (Hey nunca se sabe cuándo te dará hambre en mitad de una batalla) A juzgar por el zumbido en los oídos de Leo, el enano había detonado una granada de flash-BANG que Leo había llenado de un raro frasco de la música de Apolo, extracto líquido puro. No era mortal, pero hizo que Leo se sintiera como si acabara de darse un planchazo contra la pared. Trato de levantarse. Sus miembros eran inútiles. Alguien estaba tirando de su

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cintura, ¿Tal vez un amigo tratando de ayudarlo a levantarse? No. sus amigos no olían como una jaula de monos muy perfumada. Se las arregló para darse la vuelta. Su visión estaba borrosa y con un tinte rosado, como si el mundo se hubiera sumergido en gelatina de fresa. Un sonriente y grotesco rostro se cernía sobre él. El enano de pelaje marrón estaba vestido aun peor que su amigo, con un sombrero de hongo verde como el de un duende, pendientes colgantes de diamantes, y la camiseta de un árbitro de color blanco y negro. El mostro el premio que acababa de robar (el cinturón de herramientas de Leo) y luego bailo lejos. Leo trato de agarrarlo, pero sus dedos estaban entumecidos. El enano retozaba sobre la ballesta más cercana, en la cual su amigo de pelaje rojo estaba a presto para el lanzamiento. El enano de pelaje marrón salto sobre el proyectil como si fuera una tabla de skate, y su amigo lo disparo hacia el cielo. El rojizo hizo cabriolas sobre el entrenador Hedge. Le dio al sátiro una bofetada en la mejilla, y luego salto a la barandilla. Hizo una reverencia a leo, quitándose el sombrero de vaquero de piel de cebra, e hizo una voltereta hacia atrás por la borda. Leo logro levantarse. Jasón ya estaba de pie, tambaleándose y ejecutando las cosas. Frank se había convertido en un gorila de espalda plateada (¿Por qué, leo no estaba seguro, tal vez para estar en comunión con los enanos mono?), pero la granada de fogueo, lo había golpeado con fuerza. Estaba tirado en el piso con la lengua fuera y los ojos de gorila girados hacia su cabeza. -Piper –Jasón se tambaleo hacia el timón y con cuidado le saco la mordaza de la boca. -No pierdas el tiempo en mí, -dijo.- ¡Ve tras ellos! En el mástil, el entrenador Hedge murmuro, -¡hhhmmmmm-hmm! Leo pensó que eso significaba: “¡Mátalos!” Traducción fácil, ya que la mayoría de las sentencias del entrenador implicaban la palabra matar. Leo miró a la consola de control. Su esfera de Arquímedes no estaba. Se llevó la mano a la cintura, donde su cinturón de herramientas debería haber estado. Su cabeza empezó a aclararse, y su sentimiento de indignación llegó a su punto de ebullición. Los enanos habían atacado su barco. Ellos habían robado sus posesiones más preciadas. Debajo de él se extendió a la ciudad de Bolonia, un rompecabezas de edificios


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de tejas rojas en un valle cercado de colinas verdes. A menos que Leo pudiera encontrar los enanos en algún lugar de ese laberinto de calles... Nop. El fracaso no era una opción. Tampoco podría esperar a que sus amigos se recuperaran. Se volvió hacia Jasón.- ¿Te sientes lo suficientemente bien para controlar los vientos? Necesito un ascensor. Jasón frunció el ceño.- Claro, pero… -Bueno, -dijo Leo.- Tenemos a algunos tíos monos que atrapar. Jasón y Leo aterrizaron en una gran plaza bordeada de edificios gubernamentales de mármol blanco y cafés al aire libre. Bicicletas y Vespas obstruían las calles de los alrededores, pero la misma plaza estaba vacía a excepción de las palomas y algunos hombres de edad avanzada que bebían café expreso. Ninguno de los locales parecía darse cuenta del enorme buque de guerra griego flotando sobre la plaza, o el hecho de que Jasón y Leo acababa de llegar al suelo, Jasón blandiendo una espada de oro, y Leo... bueno, Leo casi con las manos vacías. ¿A dónde? -Preguntó Jasón. Leo lo miró fijamente.- Bueno, no sé. Déjame sacar rastreador GPS de enanos de mi cinturón de herramientas… ¡Oh, espera! No tengo rastreador GPS de enanos… ¡o mi cinturón de herramientas! -Bien, -murmuró Jasón. Levantó la vista hacia el barco como orientándose, y luego señaló al otro lado de la plaza.- La ballesta disparó el primer enano en esa dirección, creo. Vamos. Se metieron a través de un lago de palomas, y luego maniobraron en una calle lateral de tiendas de ropa y tiendas de helados. Las aceras estaban llenas de columnas blancas cubiertas de graffiti. Algunos mendigos pedían cambio (Leo no sabía italiano, pero captó el mensaje fuerte y claro). Siguió palmeando su cintura, esperando que su cinturón de herramientas reapareciera mágicamente. No lo hizo. Trató de no enloquecer, pero había llegado a depender de ese cinturón para casi todo. Se sintió como si alguien le había robado una de sus manos. -Los encontraremos, -prometió Jasón. Normalmente, Leo se habría sentido tranquilizado. Jasón tenía talento para mantenerse sensato en una crisis, y había conseguido sacar a Leo de un montón de líos. Hoy, sin embargo, Leo solo podía pensar era la estúpida galleta de la fortuna

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que había abierto en Roma. La diosa Némesis le había prometido ayudarlo, y él la había conseguido: el código para activar la esfera de Arquímedes. En ese momento Leo no había tenido más remedio que usarlo si quería salvar a sus amigos, pero Némesis le había advertido que su ayuda tendría un precio. Leo se preguntó si ese precio nunca se pagaría. Percy y Annabeth se habían ido. La nave estaba a cientos de millas de su curso, en dirección a un reto imposible. Los amigos de Leo contaban con él para vencer a un gigante aterrador. Y ahora ni siquiera tenía su cinturón de herramientas o su esfera de Arquímedes. Estaba tan absorto en sentir lástima por sí mismo que no se dio cuenta de donde estaban hasta que Jasón lo agarró del brazo.- Mira esto. Leo miró hacia arriba. Habían llegado en una plaza pequeña. Cerniéndose sobre ellos estaba una gran estatua de bronce de un Neptuno completamente desnudo. -Ah, cielos. -Leo apartó la vista. Él realmente no necesita ver a una santa ingle tan temprano en la mañana. El dios del mar se encontraba en una gran columna de mármol en medio de una fuente que no funcionaba (parecía un poco irónico). A ambos lados de Neptuno, pequeños cupidos con alas estaban sentados, del tipo relajado, como diciendo, ¿Qué paso? Neptuno mismo (evitaba la ingle) estaba lanzando su cadena a un lado con un movimiento a la Elvis Presley. Agarraba su tridente holgadamente en su mano derecha y su mano izquierda estirada como si estuviera bendiciendo a Leo, o tal vez intentando hacerlo levitar. -¿Una especie de pista? -Preguntó Leo. Jasón frunció el ceño.- Tal vez, tal vez no. Hay estatuas de los dioses por toda Italia. Me sentiría mejor si nos encontráramos a Júpiter. O Minerva. Cualquiera menos Neptuno, la verdad. Leo subió a la fuente seca. Puso su mano sobre el pedestal de la estatua, y una oleada de impresiones surgió a través de sus dedos. Sintió engranajes de bronce celestial, palancas, resortes mágicos, y pistones. -Es mecánica, -dijo.- ¿Tal vez una puerta de entrada a la guarida secreta de los enanos? ¡Ooooo! -Gritó una voz cercana.- ¿Una guarida secreta? -¡Quiero una guarida secreta! -Gritó otra voz desde arriba. Jasón dio un paso atrás, con la espada preparada. Leo casi se lastimo el cuello tratando de buscar en dos lugares a la vez. El enano de pelaje rojo y sombrero


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vaquero estaba sentado a unos diez pies de distancia en una mesa de un café cercano, tomando un café expreso sostenido en sus pies de mono. El enano de pelaje marrón con sombrero de hongo verde estaba sobre un pedestal de mármol a los pies de Neptuno, justo encima de la cabeza de Leo. -Si tuviéramos una guarida secreta, -dijo pelaje rojo-, me gustaría un poste de bomberos. -¡Y un tobogán de agua!, -Dijo pelaje marrón, que estaba tirando herramientas al azar del cinturón de Leo, dejando a un lado llaves, martillos y la pistola engrapadora. -¡Deja de hacer eso! -Leo trató de agarrar los pies del enano, pero no pudo llegar a la parte superior del pedestal. -¿Demasiado bajo? –pelaje marrón simpatizo. -¿Estás llamándome chaparro? -Leo buscó algo para tirar, pero no había nada más que palomas, y dudaba que pudiera coger una.- Dame mi cinturón, estúpido… -A ver, a ver, -dijo pelaje marrón.- Ni siquiera nos hemos presentado. Yo soy Akmon. Y mi hermano allá… -…¡Que es el guapo! -El enano de pelaje rojo levantó su expreso. A juzgar por los ojos dilatados y su sonrisa maníaca, no necesitaba más cafeína.- ¡Passalos! ¡Cantante de canciones! ¡Bebedor de café! ¡Ladrón de cosas brillantes! -¡Por favor! -Gritó su hermano, Akmon.- Yo robé mucho mejor que tú. Passalos resopló.- ¡Siestas, tal vez! -Sacó un cuchillo (el cuchillo de Piper) y empezó a recoger sus dientes con el. -¡Hey! -Gritó Jasón.- ¡Ese es el cuchillo de mi novia! Él se abalanzó sobre Passalos, pero el enano de pelaje rojo era demasiado rápido. Se levantó de su silla, rebotó en la cabeza de Jasón, hizo una voltereta y aterrizó junto a Leo, sus brazos peludos rodearon la cintura de Leo. -¿Me salvas? -Declaró el enano. -¡Fuera! -Leo trató de empujarlo, pero Passalos dio un salto mortal hacia atrás y cayó fuera de su alcance. Los pantalones de Leo cayeron rápidamente alrededor de sus rodillas. Se quedó mirando a Passalos, que ahora estaba sonriendo y sosteniendo una pequeña franja zigzagueada de metal. De alguna manera, el enano le había robado la cremallera derecha de los pantalones de Leo.

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-¡Dame… estúpida... cremallera! -Leo tartamudeó, tratando de sacudir el puño y levantarse los pantalones al mismo tiempo. -Eh, no es lo suficientemente brillante. –Passalos la tiró a la basura. Jasón arremetió con su espada. Passalos se lanzó hacia arriba y de repente estaba sentado en el pedestal de la estatua al lado de su hermano. -Dime que no tengo movimientos, -se jactó Passalos. -Está bien, -dijo Akmon.- No tienes movimientos. -Bah, -dijo Passalos.- Dame el cinturón de herramientas. Quiero verlo. -¡No! -Akmon le dio un codazo alejado.- Tienes el cuchillo y la bola brillante. -Sí, la pelota brillante es agradable. -Passalos se quitó el sombrero de vaquero. Como un mago a un conejo, sacó la esfera de Arquímedes y comenzó a juguetear con los antiguos relojes de bronce. -¡Detente! -Leo gritó.- Eso es una máquina delicada. Jasón llegó a su lado y miró hacia los enanos.- ¿Quiénes son ustedes dos, de todos modos? -¡Los Kerkopes! -Akmon entrecerró los ojos ante Jasón.- Apuesto a que eres un hijo de Júpiter, ¿eh? Siempre puedo decirlo. -Al que igual Black Button, -Passalos estuvo de acuerdo. -¿Black Button? -Leo resistió el impulso de saltar a los pies de los enanos de nuevo. Estaba seguro de que Passalos iba a arruinar la esfera de Arquímedes en cualquier segundo. -Sí, ya sabes. -Akmon sonrió.- Hércules. Le llamamos Black Button porque solía ir por ahí sin ropa. Se puso tan moreno que su parte trasera, bien... -¡Por lo menos, tenía sentido del humor! - Passalos dijo.- Él iba a matarnos cuando le robamos, pero nos dejó ir porque le gustaban nuestras bromas. No como a ustedes dos. ¡Gruñón, gruñón! -Hey, tengo sentido del humor -Leo gruñó.- Devuélveme nuestras cosas, y yo te contaré una broma con un buen remate. -¡Buen intento! -Akmon sacó una llave de trinquete del cinturón de herramientas y lo hizo girar como un objeto que hacer ruido.- ¡Oh, muy bien! ¡Definitivamente he decidido quedarme con esto! ¡Gracias, Blue Button! -¿Blue Button? Leo miró hacia abajo. Sus pantalones se habían deslizado alrededor de sus tobillos de nuevo, revelando sus calzoncillos azules.- ¡Eso es! -Gritó.- Mis cosas.


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Ahora. O te voy a mostrar lo divertido es un enano en llamas. Sus manos se incendiaron. -Ahora nos entendemos. -Jasón clavó su espada en el cielo. Las nubes oscuras comenzaron a reunirse sobre la plaza. Un trueno retumbó. -¡Oh, miedo! -Akmon chilló. -Sí, -Passalos acordó.- Si tuviéramos una guarida secreta para ocultarnos -¡Ay!, pero esta estatua no es la puerta de entrada a una guarida secreta -Akmon dijo.- Tiene un propósito diferente. El estómago de Leo se retorció. El fuego murió en sus manos, y se dio cuenta que algo andaba muy mal. Él gritó-, ¡trampa! -Y se lanzó de la fuente. Desafortunadamente, Jasón estaba demasiado ocupado convocando su tormenta. Leo rodó sobre su espalda mientras cinco cuerdas doradas salían disparas de los dedos de la estatua de Neptuno. Una casi alcanzo los pies de Leo. El resto se posó en Jasón, envolviéndolo como a un becerro del rodeo y tirando de él hacia arriba. Un rayo cayó en los dientes del tridente de Neptuno, este envío arcos de luz arriba y abajo de la estatua, pero los Kerkopes ya habían desaparecido. -¡Bravo! -Akmon aplaudió desde una mesa de café cerca.- ¡Haces una piñata maravillosa hijo de Júpiter! -¡Sí! -Passalos estuvo de acuerdo.- Hércules nos colgó boca abajo una vez, ya sabes. ¡Oh, la venganza es dulce! Leo convocó una bola de fuego. Él se la lanzo a Passalos, que estaba tratando de hacer malabares con dos pichones y la esfera de Arquímedes. pichones volaran. -¡Es hora de irse! -Akmon decidió. Él inclinó su bombín y saltó lejos, saltando de mesa en mesa. Passalos miraba la esfera de Arquímedes, que había rodado entre los pies de Leo. Leo convocó otra bola de fuego. -Pruébame, -gruñó. -¡Adiós! -Passalos hizo una voltereta hacia atrás y corrió detrás de su hermano. Leo cogió la esfera Arquímedes y corrió hacia Jasón, quien todavía estaba colgado boca abajo, completamente atado a excepción de su brazo armado. Él estaba tratando de cortar las cuerdas con su espada de oro, pero no teniendo suerte. -Espera, -dijo Leo.- Si puedo encontrar un interruptor de liberación

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-¡Sólo ve! -Jasón gruñó.- Te seguiré cuando salga de esto. -Pero… -¡No los pierdas! Lo último que Leo quería era un tiempo a solas con los enanos monos, pero los Kerkopes ya estaban desapareciendo alrededor de la esquina de la plaza. Leo dejo a Jasón colgado y corrió tras ellos.


CAPITULO XII

LEO Los enanos no se esforzaron en perderlo, lo que se le hizo sospechoso a Leo, Se quedaron justo en el borde de su visión, corriendo por los tejados de tejas rojas, derribando jardineras, chillando y gritando y dejando un rastro de tornillos y clavos del cinturón de herramientas de Leo (casi como si quisieran que Leo los siguiera). Corrió tras ellos, maldiciendo cada vez que sus pantalones caían. Dobló una esquina y vio dos torres de piedra antigua que sobresalían en el cielo, lado a lado, mucho más altas que cualquier otra cosa en el barrio (¿tal vez atalayas medievales?) Se inclinaban en distintas direcciones, como los cambios de marcha de un coche de carreras. Los Kerkopes escalar la torre de la derecha. Cuando llegaron a la cima, subieron a la parte trasera y desaparecieron. ¿Habían entrado? Leo pudo ver algunas pequeñas ventanas en la parte superior, cubiertas con rejillas de metal, pero dudaba que eso detuviera a los enanos. Él miró por un minuto, pero los Kerkopes no volvieron a aparecer. Lo que significaba que Leo tenía que subir hasta allí a buscarlos. -Genial, -murmuro. Sin su amigo que lo llevara volando hasta arriba. El barco estaba demasiado lejos como para pedir ayuda. Podría improvisar una plataforma de la esfera de Arquímedes, o algún tipo de dispositivo de vuelo, tal vez, pero solo si tuviera su cinturón de herramientas (el cual no tenía). Echo un vistazo a los alrededores, tratando de pensar. Media manzana más abajo, un conjunto de puertas dobles de cristal se abrieron y una anciana salió cojeando, con bolsas plásticas de compras. ¿Una tienda de comestibles? Hmm... Leo se palpó los bolsillos. Para su asombro, todavía tenía algunos billetes de euros de su estancia en Roma. Esos estúpidos enanos habían tomado todo excepto su dinero. Corrió hacia la tienda tan rápido como sus pantalones sin cremallera le permitieron. Leo recorrió los pasillos, en busca de cosas que podía utilizar. No sabía el italiano de “Hola, ¿dónde están los productos químicos peligrosos, por favor?” Pero eso

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era probablemente lo mejor. No quería acabar en una cárcel italiana. Afortunadamente, no fue necesario leer las etiquetas. Él podía decir si un tubo de pasta dental contenía nitrato de potasio. El encontró carbón de leña. Encontró el azúcar y el bicarbonato de sodio. La tienda vendía fósforos, repelente para insectos y papel aluminio. Casi todo lo que necesitaba, además de un cable de lavadora que podía usar como cinturón. Añadió a la canasta un poco de comida chatarra italiana, solo una tapadera de sus compras más sospechosas, para luego arrojar sus compras a la caja registradora. Una cajera con los ojos muy abiertos le pregunto algunas cosas que no entendía, pero se las arregló para pagar, conseguir una bolsa y salir corriendo. Él se metió en la puerta más cercana desde donde mantener un ojo en las torres. Empezó a trabajar, convocando fuego para secar los materiales y hacer un poco de cocina que de otra manera habría tardado días en completarse. De vez en cuando echaba un vistazo a la torre, pero no había ni rastro de los enanos. Leo solo podía esperar que todavía estuvieran allí. Hacer su arsenal tomo solo unos minutos (lo cual era muy bueno), pero se sintieron como horas. Jasón no se presentó. Tal vez todavía estaba enredado en la fuente de Neptuno, o recorriendo las calles en busca de Leo. Nadie más del barco vino a ayudar. Probablemente les tomaría mucho tiempo conseguir quitar todas las bandas elásticas de color rosa del pelo del entrenador Hedge. Eso significaba que Leo sólo se tenía a sí mismo, su bolsa de comida chatarra, y unas pocas armas altamente improvisadas hechas de azúcar y pasta de dientes. Ah, y la esfera de Arquímedes. Eso era algo importante. Esperaba no haberla arruinado al llenarla con polvo químico. Corrió a la torre y se encontró la entrada. Empezó a subir la escalera de caracol en el interior, sólo para ser detenido en una taquilla por algún cuidador que le gritó en italiano. -¿En serio? -Preguntó Leo.- Mira, tío, tienes enanos en tu campanario. Soy el exterminador. -Levantó la lata de repelente de insectos.- ¿Ves? Exterminador Molto Buono. Squirt, squirt. ¡Ahhh! –Él hizo una pantomima de un enano terrorífico derritiéndose, que por alguna razón el italiano no parecía entender. El hombre sólo ofreció su palma para el dinero. -Demonios, hombre, -gruño Leo.- Acabo de gastarme todo mi dinero en explosivos de fabricación casera y todo eso. –Rebusco en sus bolsa de compras.- ¿Supongo


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que no aceptaras… eh… lo que sea que sea esto? Leo levanto una bolsa de color amarillo y rojo de comida chatarra llamada “Fonzies”. Supuso que eran una especie de papitas. Para su sorpresa, el vigilante se encogió de hombros y tomo la bolsa.- Avanti. Leo siguió subiendo, pero hizo una nota mental para abastecerse de Fonzies. Al parecer, eran mejor que el dinero en Italia. Las escaleras siguieron, y siguieron, y siguieron. Toda la torre parecía ser nada más que una excusa para construir una escalera. Se detuvo en un rellano y se desplomó contra una estrecha ventana enrejada, tratando de recuperar el aliento. Estaba sudando como un loco, y su corazón latía contra sus costillas. Kerkopes estúpido. Leo imaginado que tan pronto como llegara a la cima, saltarían antes de que pudiera usar sus armas, pero tenía que intentarlo. Él siguió subiendo. Finalmente, las piernas las sentían como fideos cocidos, llego a la cima. La habitación era del tamaño de un armario para escobas, con ventanas con barrotes en las cuatro paredes. Empujados contra las esquinas estaban los sacos de tesoros, las chucherías brillantes estaban derramadas por todo el suelo. Leo vio el cuchillo de Piper, un viejo libro encuadernado en piel, unos dispositivos mecánicos interesantes a futuro, y el oro suficiente para darle al caballo de Hazel un dolor de estómago. Al principio, Leo pensó que los enanos lo habían abandonado. Luego alzo la vista. Akmon y Passalos colgaban boca debajo de las vigas sostenidos por los pies de chimpancés, estaban jugando póker antigravedad. Cuando vieron a Leo, tiraron las cartas como confeti y estallaron en aplausos. -¡Te dije que vendría! –Akmon grito de alegría. Passalos se encogió de hombros y se quitó uno de sus relojes de oro y se lo entregó a su hermano.- Tú ganas. No pensé que fuera tan tonto. Ambos cayeron al suelo. Akmon llevaba el cinturón de herramientas de Leo (estaba tan cerca que Leo tuvo que resistir el impulso de lanzarse a por el). Passalos enderezó su sombrero de vaquero y abrió de una patada la reja de la ventana más cercana.- ¿Qué debemos hacer que siga subiendo, hermano? ¿La cúpula de San Luca? Leo quería estrangular a los enanos, pero consiguió una sonrisa forzada.- ¡Oh,

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eso suena divertido! Pero antes de que se vayan, se les olvidó algo brillante. -¡Imposible! -Akmon frunció el ceño.- Fuimos muy cuidadosos. -¿Estás seguro? -Leo levantó la bolsa de compras. Los enanos se acercaron más. Como Leo había esperado, su curiosidad era tan fuerte que no podían resistir. -Miren. -Leo sacó su primera arma (un bulto de sustancias químicas secas envueltas en papel de aluminio) y lo encendió con la mano. Él sabía lo suficiente como para darle la espalda cuando estallara, pero los enanos estaban mirando directamente. La pasta de dientes, el azúcar y el aerosol no eran tan buenos como la música de Apolo, pero sirvieron un flash-bang bastante decente. Los Kerkopes gemían, arañando sus ojos. Ellos tropezaron hacia la ventana, pero Leo partió sus petardos caseros (chasqueando alrededor de los pies descalzos de los enanos para mantenerlos fuera de balance). Luego, por si acaso, Leo giro el dial en su esfera de Arquímedes, que desató una columna de falsa niebla blanca que llenaba la sala. Leo no fue molestado por el humo. Siendo inmune al fuego, él había estado de pie en hogueras humeantes, soportaba el aliento de dragón, y limpio ardiente forja un montón de veces. Mientras que los enanos carraspeaban y silbaban, agarró su cinturón de herramientas de Akmon, con calma convocado unas cuerdas elásticas, y atado a los enanos. ¡Mis ojos! -Tosió Akmon.- ¡Mi cinturón de herramientas! ¡Mis pies se queman! -Gimió Passalos.- ¡No es brillante! ¡No es brillante en absoluto! Después de asegurarse de que estaban firmemente atados, Leo arrastró a los Kerkopes a una esquina y comenzó a rebuscar en sus tesoros. Sacó la daga de Piper, algunos de sus prototipos de granadas, y una docena de otros cachivaches que los enanos habían tomado del Argo II. -¡Por favor! -gimió Akmon.- ¡No tomes nuestros tesoros! -¿Hacemos un trato? -sugirió Passalos.- Te damos el diez por ciento si nos dejas ir. -No temo que no, -murmuro Leo.- Todo es mío. -El veinte por ciento. En ese momento, un trueno retumbo por encima, Cayo un rayo, y la barras de


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metal de la ventana más cercana chisporrotearon, fundiéndose en pedazos de acero. Jasón voló como Peter Pan, la electricidad chispeaba a su alrededor y su espada de oro humeaba. Leo silbo con admiración.- Hombre, acabas de hacer una entrada impresionante. Jasón frunció el ceño. Se dio cuenta que los Kerkopes estaban atados.- ¿Qué dem…? -Todo por mí mismo, -dijo Leo.- Soy especial de esa manera. ¿Cómo me has encontrado? -Uh, el humo, -consiguió Jasón.- Y oí ruidos de explosiones. ¿Tenías un tiroteo aquí? -Algo por el estilo. -Leo le arrojó la daga de Piper, y luego siguió hurgando en las bolsas de tesoros de los enanos. Recordó lo que Hazel le había dicho sobre la búsqueda de un tesoro que les ayudaría con la búsqueda, pero no estaba seguro de lo que estaba buscando. Había monedas, pepitas de oro, joyas, clips de papel, envoltorios de papel de aluminio, gemelos. Él seguía volviendo a un par de cosas que no parecían pertenecerle. Uno de ellos era un viejo dispositivo de navegación de bronce, como un astrolabio de un barco. Estaba muy dañado y parecía faltarle algunas piezas, pero Leo aún así lo encontró fascinante. -¡Tómalo! -Ofreció Passalos.- Odiseo lo hizo, ¿sabes? Tómalo y váyanse. -¿Odiseo? -Jasón le preguntó.- ¿Cómo, “el” Odiseo? -¡Sí! -Chilló Passalos.- Lo hizo cuando era un anciano en Ítaca. ¡Una de sus últimas invenciones, y robamos! -¿Cómo funciona? -Preguntó Leo. -Oh, no, -dijo Akmon.- ¿Algo sobre un cristal que falta? -Él miró a su hermano en busca de ayuda. -“Mi mayor que pasa si”, -dijo Passalos.- “Debería de haber tomado un cristal”. Eso es lo que murmuraba en sueños, la noche que robamos. -Passalos se encogió de hombros.- No tengo idea de lo que quería decir. ¡Pero el brillante es tuyo! ¿Podemos irnos ahora? Leo no estaba seguro de por qué quería el astrolabio. Obviamente, fue roto, y él no tuvo la sensación de que esto era lo que Hécate quería ellos encontraran. Aun así, se lo metió en uno de los bolsillos mágicos de su cinturón de herramientas.

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Volvió su atención a la otra extraña pieza de botín (el libro encuadernado en piel). Su título era con hoja de oro, en un idioma que Leo no podía entender, pero nada más sobre el libro parecía brillante. Los Kerkopes no figuraban para grandes lectores. -¿Qué es esto? -Él se movió hacia los enanos, que estaban todavía con los ojos llorosos por el humo. -¡Nada! -Dijo Akmon.- Sólo un libro. Tenía una cubierta de oro bonito, así que tome de él. -¿Él? -preguntó Leo. Akmon y Passalos intercambiaron una mirada nerviosa. -Un dios menor, -dijo Passalos.- En Venecia. Realmente, no es nada. -Venecia. -Jasón frunció el ceño a Leo.- ¿No es que se supone que debemos ir ahora? -Sí. -Leo examinó el libro. No podía leer el texto, pero tenía un montón de ilustraciones: guadañas, diferentes plantas, una imagen del sol, un equipo de bueyes que tiran de un carro. El no veía cómo nada de eso era importante, pero si el libro había sido robado de un dios menor en Venecia (el próximo lugar que Hécate les había dicho que tenían visitar), entonces eso tenía que ser lo que ellos estaban buscando. -¿Exactamente dónde podemos encontrar este dios menor?, -preguntó Leo. -¡No! -Gritó Akmon.- ¡No se lo pueden devolver a él! Si se entera que lo robamos…


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-Él los destruirá, -adivinó Jasón.- Qué es lo que vamos a hacer si no nos dices y estamos mucho más cerca. -Presionó la punta de su espada contra la peluda garganta de Akmon. -¡Está bien, está bien! -Gritó el enano.- ¡La Casa Nera! ¡Calle Frezzeria! -¿Eso es una dirección? -preguntó Leo. Ambos enanos asintieron vigorosamente. -Por favor, no le digan que lo robamos, -suplicó Passalos.- ¡No es bueno para nada! -¿Quién es él? -Preguntó Jasón.- ¿Qué Dios? -Yo…yo no lo puedo decir, -balbuceó Passalos. -Más te vale… -advirtió Leo. -No, -dijo Passalos miserablemente.- Quiero decir, realmente no puedo decirlo ¡No puedo pronunciarlo! Tr…tri ¡Es muy difícil! -Truh, -dijo Akmon.- Tru…toh ¡Demasiadas sílabas! Ambos se echaron a llorar. Leo no sabía si los Kerkopes les estaban diciendo la verdad, pero era difícil estar enojado con enanos llorones, por muy molestos y mal vestidos que fueran. Jasón bajó la espada.- ¿Qué es lo que quieres hacer con ellos, Leo? ¿Enviarlos al Tártaro? -¡Por favor, no! -Gimió Akmon.- Eso haría que nos tomara semanas volver. -Suponiendo Gea incluso nos lo permita -sollozó Passalos.- Ella controla las puertas de la muerte ahora. Ella estará muy molesta con nosotros. Leo miró a los enanos. Había luchado un montón de monstruos antes y nunca se sintió mal por disolverlos, pero esto era diferente. Tuvo que admitir que sentía especie de admiración a estos pequeños individuos. Ellos les jugaron bromas frescas y le gusta las cosas brillantes. Leo podría relacionarse. Además, Percy y Annabeth estaban en el Tártaro en ese momento, de esperar aún con vida, caminando hacia las puertas de la muerte. La idea de enviar a estos chicos monos gemelos para que se enfrentaran el mismo problema de pesadilla… bueno, no le parecía bien. Imaginó a Gea riéndose de su debilidad, (un semidiós con demasiado buen corazón para matar a los monstruos). Se acordó de su sueño sobre el Campamento Mestizo en ruinas, cuerpos griegos y romanos esparcidos por los campos. Recordó a Octavian hablar con la voz de la Diosa de la Tierra: «Los romanos

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se mueven al este de Nueva York. Avanzan a tu campamento, y nada puede frenarlos». -Nada puede frenarlos, -reflexionó Leo.- Me pregunto… -¿Qué? -Preguntó Jasón. Leo miró a los enanos.- Vamos a hacer un trato. Los ojos de Akmon se iluminaron.- ¿Treinta por ciento? -Les dejaremos todo su tesoro, -dijo Leo,- excepto las cosas que nos pertenece, y el astrolabio, y este libro, que le devolveremos al tío en Venecia. -¡Pero nos va a destruir! -Gimió Passalos. -No vamos a decir dónde lo conseguimos, -prometió Leo.- Y no los vamos a matar. Vamos a dejarlos libres. -Uh, ¿Leo…? -Jasón le preguntó nerviosamente. Akmon gritaba de alegría.- ¡Yo sabía que eras tan inteligente como Hércules! ¡Te llamaré Black Bottom, La secuela! -Sí, no, gracias, -dijo Leo.- Pero a cambio de que perdonemos sus vidas, tienen que hacer algo por nosotros. Voy a enviarlos a un lugar para robar a algunas personas, acosarlos, hacer la vida más difícil para ellos de la forma que pueda. Usted tiene que seguir mis instrucciones exactamente. Usted tiene que jurar por el río Estigio. -¡Los juramos! -Dijo Passalos.- ¡Robar a las personas es nuestra especialidad! -Me encanta el acoso -acordó Akmon.- ¿A dónde vamos? Leo sonrió.- ¿Han oído hablar de Nueva York?


CAPITULO XIII

PERCY Percy había llevado a su novia en algunos paseos románticos antes. Esto no era uno de ellos. Siguieron el río Flegetón, tropezando sobre el vidrioso terreno negro, saltando grietas y escondiéndose detrás de las rocas cuando las chicas vampiro frenaban frente a ellos. Era complicado mantenerse lo suficientemente lejos para evitar ser vistos, pero lo suficientemente cerca para mantener a Kelli y sus compañeras a la vista a través del oscuro aire brumoso. El calor del río cocía la piel de Percy. Cada respiración era como inhalar fibra de vidrio de esencia de azufre. Cuando necesitaban un trago, lo mejor que podían hacer era tomar un poco de refrescante fuego líquido. Sip. Percy definitivamente sabía como hacer que una chica parara un buen momento. Al menos el tobillo de Annabeth parecía haber sanado. Apenas cojeaba en absoluto. Sus diversos cortes y raspaduras se habían desvanecido. Ella había atado su cabello rubio hacia atrás con una cinta de mezclilla desgarrada de su pantalón, A la luz de fuego del río, sus ojos grises parpadeaban. A pesar de ser maltrecha, cubierta de hollín, y vestida como una persona sin hogar, ella se veía genial para Percy. ¿Y qué si estaban en el Tártaro? ¿Y qué si había una pequeña posibilidad de sobrevivir? Estaba tan contento de estar juntos, él tenía el ridículo impulso de sonreír. Físicamente, Percy se sentía mejor, aunque su ropa parecía que había pasado por un huracán de vidrios rotos. Tenía sed, hambre y miedo de perder la cabeza (aunque él no iba a decírselo a Annabeth), pero se había sacudido la fría desesperanza del río Cocito. Y tan desagradable como el aguardiente era, parecía continuar con su camino. El tiempo era imposible de juzgar. Siguieron caminando, siguiendo el río, mientras cruzaban el duro paisaje. Afortunadamente, las empousai no eran caminantes rápidas. Ellas arrastraban sus desiguales pies de bronce y piernas burro, silbando y luchando entre sí, al parecer no tenían prisa por llegar a las puertas de la muerte. Una vez, los demonios aceleraron de emoción y rodearon algo que parecía un

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cadáver varado en la orilla del río. Percy no podía decir lo que era (¿un monstruo caído? ¿Un animal de algún tipo? Las empousai atacaron con gusto. Cuando los demonios se trasladaron, Percy y Annabeth llegaron al lugar y encontraron nada, excepto unos pocos huesos astillados y brillantes manchas secas con el calor del río. Percy no tenía ninguna duda de que las empousai devorarían semidioses con el mismo entusiasmo. -Vamos. -Llevó suavemente a Annabeth lejos de la escena.- No queremos perderlas. Mientras caminaban, Percy pensó la primera vez que había luchado contra la empousa Kelli en la orientación de estudiantes de primer año de la escuela secundaria Goode, cuando él y Rachel Elizabeth Dare quedaron atrapados en el salón de la banda. En ese momento, parecía una situación desesperada. Ahora, él daría cualquier cosa por tener un problema así de simple. Por lo menos, habían estado en el mundo de los mortales. En este caso, no había ningún lugar al que correr. Wow. Cuando empezó a mirar hacia atrás en la guerra con Cronos como en los viejos tiempos (que triste era). Seguía esperando que las cosas mejoraran para Annabeth y él, pero sus vidas eran cada vez más peligrosas, como si las tres Morías estuvieran hilando su futuro con alambre de púas en lugar de hilo sólo para ver lo mucho que dos semidioses podían tolerar. Después de unas cuantas millas, las empousai desaparecieron sobre una cresta. Cuando Percy y Annabeth la alcanzaron, se encontraron al borde de otro enorme acantilado. El río Flegetón se derramaba sobre el lado de capas irregulares en una cascada de fuego. Las damas demonio estaban cogiendo su camino por el acantilado, saltando de saliente en saliente como cabras montesas. El corazón de Percy se deslizó por su garganta. Incluso si él y Annabeth llegaban al pie de la roca vivos, ellos no tenían mucho de que alegrarse. El paisaje por debajo de ellos era sombrío, una llanura gris ceniza erizada de negros árboles, como los pelos de un insecto. El suelo estaba salpicado de ampollas. De vez en cuando, una burbuja podría hincharse y reventar, vomitando un monstruo como la larva de un huevo. De repente Percy no tenía hambre. Todos los monstruos recién formados se arrastraban y renqueaban en la misma dirección, hacia un banco de negra niebla que se tragó el horizonte como un frente de tormenta. El Flegetón fluía en la misma sentido hasta la mitad de camino por la


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llanura, donde se cruzaba con otro rio de negra aguas (¿tal vez el Cocito?) Las dos crecidas se combinaban en una catarata de cocción al vapor y fluían como una hacia la negra niebla. Mientras más miraba Percy hacia la tormenta de obscuridad, menos quería ir allí. Podría estar escondiendo algo (un océano, un pozo sin fondo, un ejército de monstruos). Pero si las puertas de la muerte estaban en esa dirección, era su única oportunidad de llegar a casa. Se asomó por el borde del acantilado. -Ojalá pudiéramos volar, -murmuró. Annabeth se frotó los brazos.- ¿Recuerda los zapatos alados de Luke? Me pregunto si todavía están por aquí en alguna parte. Percy recordó. Esos zapatos habían sido hechizados para arrastrar a su portador al Tártaro. Casi se habían llevado a su mejor amigo, Grover.- Me conformaría con un ala delta. -Tal vez no sea una buena idea. -Señaló Annabeth. Por encima de ellos, obscuras formas aladas entraba y salían en espiral de las nubes de color rojo sangre. -¿Furias? -Preguntó Percy. -O algún otro tipo de demonio, -dijo Annabeth.- El Tártaro tiene miles. -Incluidas la especie que come alas delta, -supuso Percy.- Muy bien, así que escalamos. Ya no podían ver a las empousai por debajo de ellos. Habían desaparecido detrás de una de las cordilleras, pero eso no importaba. Estaba claro que él y Annabeth tenía que ir. Al igual que todos los monstruos gusano arrastrándose sobre las llanuras del Tártaro, debían dirigirse hacia el horizonte oscuro. Percy estaba lleno de entusiasmo por ello.

CAPITULO XIV

PERCY Cuando empezaron a abajor del acantilado, Percy se concentró en los desafíos que los ocupa: mantener el equilibrio y evitar desprendimientos de rocas que alertarán a las empousai de su presencia, y por supuesto, asegurarse de que él y Annabeth no cayeran en picado hacia su muerte. A mitad de camino hacia el precipicio, Annabeth dijo,- Detente, ¿de acuerdo? Sólo un pequeño descanso. Sus piernas temblaban gravemente, Percy se maldijo por no llamar a un descanso antes. Se sentaron juntos en una repisa junto a una cascada de fuego rugiente. Percy puso su brazo alrededor de Annabeth, y ella se apoyó en él, temblando por cansancio. Él no estaba mucho mejor. Su estómago se sentía como si se hubiera reducido al tamaño de un caramelo. Si se encontraban más cadáveres de monstruos, tenía miedo de que atrajera a las empousai e intentara devorarlo. Al menos tenía a Annabeth. Ellos encontrarían una manera de salir del Tártaro. Ellos tenían que hacerlo. No creía la mayor parte de los destinos y las profecías, pero sí creía en una cosa: Annabeth y que se suponía que deberían estar juntos. No habían sobrevivido a tanto sólo para morir ahora. -Las cosas podrían estar peores, -aventuró Annabeth. -¿Sí? -Percy no veía cómo, pero él trató de sonar optimista. Se acurrucó contra él. Su pelo olía a humo, y si cerraba los ojos, casi podía imaginar que estaban frente a la fogata en el Campamento Mestizo. -Podríamos haber caído en el río Leteo, -dijo.- Perdidos todos nuestros recuerdos. La piel de Percy se erizo de sólo pensarlo. Él había tenido bastantes problemas con amnesia para toda una vida. Sólo el mes pasado, Hera había borrado sus recuerdos para ponerlo entre los semidioses romanos. Percy había tropezó con campamento Júpiter sin tener ni idea de quién era o de dónde venía. Y unos años antes, había luchado con un Titán en las orillas del Leteo, cerca de Palacio de Hades. Había arruinado al Titán con el agua de ese río y borrado totalmente su memoria.- Sí, el Leteo, -murmuró.- No es mi favorito.


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-¿Cuál era el nombre de Titán? -preguntó Annabeth. -Uh... Japeto. Dijo que significaba el Empalador o algo así. -No, el nombre que se dio después de que perdió su memoria. ¿Steve? -Bob, -dijo Percy. Annabeth consiguió una risa débil.- Bob el Titán. Los labios de Percy estaban tan resecos, que le dolía sonreír. Se preguntó qué había pasado con Japeto después de que lo dejaran en el palacio de Hades… Si estaba todavía contento siendo Bob, amable, feliz, y despistado. Percy lo esperaba, pero el inframundo sacaba a relucir lo peor de todo el mundo (monstruos, héroes y dioses). Miró a través de las llanuras de ceniza. Los otros Titanes tenían que estar allí en el Tártaro (tal vez atado con cadenas, o vagando sin rumbo, o escondidos en algunas de esas grietas oscuras). Percy y sus aliados habían destruido el peor Titán, Cronos, pero incluso sus restos podrían estar aquí en alguna parte (un billón de enojadas partículas del Titán flotando entre las nubes de color sangre o al acecho en la oscura niebla). Percy decidió no pensar en eso. Besó la frente de Annabeth.- Tenemos que seguir adelante. ¿Quieres un poco más de fuego para beber? -Ugh. Paso. Lucharon con sus pies. El resto del acantilado parecía imposible de bajar (nada más que un rayado transversal de pequeñas salientes) pero seguían bajando. El cuerpo de Percy pasó a piloto automático. Sus dedos apretados. Sintió ampollas apareciendo en los tobillos. Se sentía débil por el hambre. Se preguntó si iban a morir de hambre, o si el aguardiente lo mantendría funcionando. Recordó el castigo de Tántalo, que había estado atrapado permanentemente en un charco de agua bajo un árbol frutal pero no podía alcanzar alimento o bebida. Por Dios, Percy no había pensado en Tántalo en años. Ese tipo estúpido había sido puesto en libertad condicional brevemente para servir como director en el Campamento Mestizo. Probablemente estaba de vuelta en los campos de castigo. Percy nunca había sentido lástima por el idiota antes, pero ahora estaba empezando a compadecerlo. Podía imaginar como sería, tener más hambre y más hambre hasta eternidad, pero nunca poder comer. «Hay que seguir bajando», se dijo.

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«Hamburguesas», respondió su estómago. «Cállate», pensó. «Con papas», se quejó de nuevo su estómago. Un billón años más tarde, con una docena de nuevas ampollas en sus pies, Percy llegó al fondo. Ayudó a Annabeth a bajar, y se desplomó en el suelo. Delante de ellos se extendía millas de desierto, rebosante de monstruosas larvas y grandes árboles-pelos de insecto. A su derecha, el Flegetón se dividía en ramas que grababan la llanura, ampliándose en una delta de humo y fuego. Hacia el norte, a lo largo de la ruta principal del río, el suelo estaba lleno de entrada de cuevas. Aquí y allá, agujas de roca sobresalían como puntos de exclamación. Bajo la mano de Percy, el suelo se sentía alarmantemente cálido y suave. Trató de agarrar un puñado, y luego se dio cuenta de que bajo una fina capa de suciedad y residuos, el suelo era solo una gran membrana... como piel. Estuvo a punto de vomitar, pero se obligó a no hacerlo. No había nada en su estómago sino fuego. No se mencionó a Annabeth, pero comenzó a sentir que algo estaba observándolos (algo enorme y malévolo). No podía concentrarse en él, ya que la presencia estaba a su alrededor. Observándolos era la palabra incorrecta, también. Eso implicaba ojos, y esta cosa era simplemente consiente de ellos. Las crestas por encima de ellos ahora se parecían menos a escalones y más como filas de dientes enormes. Las agujas de roca parecían costillas rotas. Y si la tierra era la piel... Percy se obligó a hacer un lado esos pensamientos. Ese lugar lo estaba volviendo loco. Eso fue todo. Annabeth estaba parada, limpiando el hollín de su rostro. Ella miró hacia la oscuridad en el horizonte.- Vamos a estar totalmente expuesto, cruzando esta llanura. Un centenar de yardas por delante de ellos, una ampolla estalló en el suelo. Un monstruo arañó su salida… un brillante telkhine con la piel resbaladiza, un cuerpo como impermeabilizante, y atrofiados miembros humanos. Se las arregló para arrastrarse unas yardas antes de que algo saliera disparado de una la cueva cercana, tan rápido que Percy sólo pudo registrar una cabeza de reptil color verde oscuro. El monstruo atrapo al telkhine chillando con sus mandíbulas y lo arrastró en la oscuridad. Renacer en el Tártaro durante dos segundos, sólo para ser comido. Percy se preguntó si ese telkhine surgiría en algún otro lugar del Tártaro, y el tiempo que se


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tardaría en volver a formarse. Se tragó el sabor amargo de aguardiente.- Oh, sí. Esto va a ser divertido. Annabeth le ayudó a ponerse en pie. Echó una última mirada a los acantilados, pero no había vuelta atrás. Él habría dado mil dracmas de oro para tener Frank Zhang con ellos en este momento (el bueno de Frank, que siempre parecía aparecer cuando era necesario y podría convertirse en un águila o un dragón para volar a través de este estúpido páramo). Comenzaron a caminar, tratando de evitar las entradas de las cuevas, pegando cerca de la orilla del río. Sólo estaban bordeando una de las agujas cuando un destello de movimiento llamó la atención de Percy (algo como dardos entre las rocas a su derecha). ¿Un monstruo que le seguían? O tal vez era sólo un villano al azar, en dirección a las puertas de la muerte. De repente recordó porque habían seguido ese camino, y se quedó paralizado en seco. -Las empousai. -El agarro el brazo de Annabeth.- ¿Dónde están? Annabeth hizo un escaneo de trecientos sesenta grados, sus ojos brillaban con alarma. Tal vez las mujeres demonio habían sido atrapadas por ese reptil de la cueva. Si las empousai todavía estaban por delante de ellos, deberían haber sido visibles en algún lugar de las llanuras. A menos que se escondieran… Demasiado tarde, Percy sacó su espada. Las empousai surgieron de las rocas a su alrededor (cinco de ellas formando un anillo). Una trampa perfecta. Kelli cojeaba hacia adelante en sus desiguales piernas. Su cabello de fuego ardía sobre sus hombros como una cascada miniatura del Flegetón. Su andrajoso traje de porrista estaba salpicado de manchas de color marrón oxido, y Percy estaba bastante seguro de que no era kétchup. Ella lo miró con sus brillantes ojos rojos y enseñó los colmillos. -Percy Jackson, -susurró ella.- ¡Qué impresionante! ¡Ni siquiera tengo que volver al mundo mortal para destruirte! al vez las mujeres demonio habían sido atrapadas por ese reptil de la cueva. Si

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las empousai todavía estaban por delante de ellos, deberían haber sido visibles en algún lugar de las llanuras. A menos que se escondieran… Demasiado tarde, Percy sacó su espada. Las empousai surgieron de las rocas a su alrededor (cinco de ellas formando un anillo). Una trampa perfecta. Kelli cojeaba hacia adelante en sus desiguales piernas. Su cabello de fuego ardía sobre sus hombros como una cascada miniatura del Flegetón. Su andrajoso traje de porrista estaba salpicado de manchas de color marrón oxido, y Percy estaba bastante seguro de que no era kétchup. Ella lo miró con sus brillantes ojos rojos y enseñó los colmillos.


CAPITULO XV

PERCY Percy recordó cuan peligrosa había sido Kelli la última vez que habían luchado en el laberinto. A pesar de esas piernas desiguales, podía moverse tan rápido como quería. Había esquivado sus golpes de espada y le hubiera comido la cara si Annabeth no la hubiera apuñalado por la espalda. Ahora tenía cuatro amigas con ella. -¡Y tu amiga Annabeth está contigo! -Kelli silbó a carcajadas.- Oh, sí, me acuerdo totalmente de ella. –Kelli toco su propio esternón, por donde había salido la punta del cuchillo de Annabeth cuando la apuñalo.- ¿Qué te pasa, hija de Atenea? ¿No tienes tu arma? Que decepción. La habría usado para matarte. Percy intentó pensar. Él y Annabeth estaba hombro con hombro, como lo habían hecho muchas veces antes, dispuestos a luchar. Pero ninguno de ellos estaba en buena forma para la batalla. Annabeth estaba con las manos vacías. Ellos estaban irremediablemente superados en número. No había ningún lugar para correr. No había ayuda en camino. Brevemente Percy pensó en llamar a la señorita O’Leary, su perra del infierno que podría viajar por las sombras. Incluso si ella lo escuchaba, ¿podía hacerlo en el Tártaro? Este era el lugar donde los monstruos iban cuando morían. Llamarla para que acudiera podría matarla, o regresarla a su estado natural como un feroz monstruo. No… no podía hacerle eso a su perra. Por lo tanto, no había ayuda. Luchar era una posibilidad remota. Eso dejó lugar a las tácticas favoritas de Annabeth: engaño, charla, retardo. -Así que… -comenzó,- Supongo que te estarás preguntando qué es lo que estamos haciendo en el Tártaro. Kelli rió.- En realidad no. Sólo quiero matarte. Eso habría hecho, pero Annabeth intervino. -Es una lástima, -dijo.- Debido a que ustedes no tienen idea de lo que está pasando en el mundo de los mortales. Las otras empousai de círculo, miraban a Kelli esperando una señal para atacar, pero la ex-animadora sólo gruñó, agazapada fuera del alcance de la espada de Percy. -Sabemos lo suficiente, -dijo Kelli.- Gea ha hablado.

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-Te estás dirigiendo hacia una gran derrota. -Annabeth sonaba tan confiada, incluso Percy estaba impresionado. Echó un vistazo a las otras empousai, una por una, y luego señaló acusadoramente a Kelli.- Ella les dice que las está llevando a una victoria. Está mintiendo. La última vez que estuvo en el mundo de los mortales, Kelli estaba a cargo de mantener a mi amigo Luke Castellan fiel a Cronos. Al final, Luke lo rechazó. Él dio su vida para expulsar a Cronos. Los Titanes perdieron porque Kelli falló. Ahora Kelli las quiere llevar a otra catástrofe. Las otras empousai murmuraban y se movían inquietas. -¡Basta! –Las uñas de Kelli se convirtieron en garras largas y negras. Ella miró a Annabeth como si estuviera imaginando cortada en trozos pequeños. Percy estaba bastante seguro de que Kelli había tenido algo que ver con Luke Castellan. Luke tenía ese efecto en las chicas (incluso en las patas de burro vampiras) y Percy no estaba seguro de que traer a su nombre a la discusión fuera una buena idea. -La chica miente, -dijo Kelli.- Así que los Titanes perdieron. ¡Muy bien! ¡Eso solo era parte del plan para despertar Gea! Ahora, la Madre Tierra y sus gigantes destruirán el mundo de los mortales, ¡y nos daremos totalmente un festín de semidioses! Las otras vampiras rechinaban sus dientes en un excitado frenesí. Percy había estado en medio de una escuela de tiburones mientras el agua estaba llena de sangre. Eso no era tan temible como las empousai listas para comer. Se dispuso a atacar, pero ¿cuántas podía despachar antes de que lo abrumaran? No sería suficiente. -¡Los semidioses se han unido! -Gritó Annabeth.- Será mejor que lo piensen dos veces antes de atacarnos. Romanos y griegos lucharán juntos. ¡No tienes ninguna posibilidad! Las empousai retrocedieron nerviosamente, silbando, -Romani. Percy adivinado que habían tenido experiencia con la Legión XII antes, y no había salido bien para ellas. -Sí, seguro Romani. -Percy desnudó su antebrazo y les mostró la marca que había conseguido en el campamento Júpiter (la marca SPQR, con el tridente de Neptuno).- ¿Mezclas de griegos y romanos, y sabes lo que tienes? ¡Ustedes conseguirán BAM! El estampo su pie y las empousai se revolvieron retrocediendo. Una se cayó de la


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roca donde había estado posada. Eso hizo que Percy se sintiera bien, pero se recuperaron rápidamente y se cerraban de nuevo. -Valiente charla, -dijo Kelli,- para dos semidioses perdidos en el Tártaro. Baja la espada, Percy Jackson, y voy a matarte rápidamente. Créeme, hay peores maneras de morir aquí. -¡Espera! -Annabeth lo intentó de nuevo-. ¿Las empousai no son las siervas de Hécate? Kelli frunció los labios.- ¿Y? -Que Hécate está de nuestro lado ahora, -dijo Annabeth.- Ella tiene una cabaña en el Campamento Mestizo. Algunos de sus hijos semidioses son mis amigos. Si luchan contra nosotros, estará enojada. Percy quería abrazar a Annabeth, era tan brillante. Una de las otras empousai gruñó.- ¿Es eso cierto, Kelli? ¿Ha hecho nuestra ama la paz con Olimpo? -¡Cállate, Serephone! -Gritó Kelli.- ¡Dioses, serás molesta! -No me le voy a cruzar a la Dama Oscura. Annabeth tomó la abertura.- Será todo mejor si siguen a Serephone. Ella es mayor y más sabia. -¡Sí! -Gritó Serephone.- ¡Síganme! Kelli golpeó tan rápido, Percy no tuvo la oportunidad de levantar su espada. Afortunadamente, ella no lo atacaba. Kelli arremetió contra Serephone. Durante medio segundo, los dos demonios eran un borrón de garras y colmillos. Luego se acabó. Kelli estaba triunfante sobre un montón de polvo. Desde sus garras colgaban los restos destrozados de vestido de Serephone. -¿Algún otro problema? -Kelli espetó a sus hermanas.- ¡Hécate es la diosa de la niebla! Sus caminos son misteriosos. ¿Quién sabe qué lado realmente favorece? Ella es también la diosa de las encrucijadas, y espera que tomemos nuestras propias decisiones. ¡Elijo el camino que nos llevará a la sangre más semidiós! ¡Elijo a Gea! Sus amigas le silbaron en señal de aprobación. Annabeth miró a Percy, y vio que ella no tenía más ideas. Había hecho lo que podía. Había conseguido que Kelli eliminara a una de los suyas. Ahora no quedaba nada más que luchar.

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-Durante dos años me he revuelto en el vacío, -dijo Kelli.- ¿Sabes lo completamente molesto que es ser vaporizada, Annabeth Chase? ¿Poco a poco re-formándote, con plena conciencia, en el abrasador dolor durante meses y años, como tu cuerpo vuelve a crecer, y finalmente rompes la corteza de este lugar infernal y arañas tu camino de regreso a la luz del día? ¿Todo porque una niñita te apuñaló por la espalda? Sus funestos ojos se dirigieron a Annabeth.- Me pregunto qué pasa si un semidiós es asesinado en el Tártaro. Dudo que alguna vez haya ocurrido antes. Vamos a ver. Percy saltó, acudiendo a Cortacorriente en un enorme arco. Cortó a una de las demonios por el medio, pero Kelli esquivó y cargo contra Annabeth. Las otras dos empousai se lanzaron contra Percy. Una lo agarró del brazo de la espada. Su amiga saltó sobre su espalda. Percy trató de ignorarlas y se tambaleó hacia Annabeth, decidido a ir a defenderla si era necesario, pero Annabeth lo estaba haciendo bastante bien. Ella cayó hacia un lado, evadió las garras de Kelli, y se acercó con una piedra en la mano, que estampo en la nariz de Kelli. Kelli se lamentó. Annabeth recogió la grava y la arrojó a los ojos del empousa. Mientras tanto Percy goleó de un lado a otro, tratando de deshacerse de su autoestopista empousa, pero sus garras se hundieron más profundamente en sus hombros. La segunda empousa sujetaba su brazo, impidiéndole usar a Cortacorriente. Por el rabillo del ojo, vio la estocada de Kelli, rastrillando sus garras en el brazo de Annabeth. Annabeth gritó y cayó. Percy tropezó en su dirección. El vampiro en su espalda clavó los dientes en su cuello. Un dolor punzante recorrió su cuerpo. Sus rodillas se doblaron. «Mantente en pie», se dijo a sí mismo. «Hay que derrotarlas». A continuación, la otra vampira le mordió el brazo de la espada, y Cortacorriente cayó al suelo.


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Eso era todo. Su suerte finalmente, se había agotado. Kelli se cernía sobre Annabeth, saboreando su momento de triunfo. Las otras dos empousai rodearon a Percy, sus bocas babeantes, listo para otro bocado. A continuación, una sombra cayó sobre Percy. Un profundo grito de guerra surgió desde algún lugar por encima de ellos, haciendo eco a través de las llanuras del Tártaro, y un Titán cayó en el campo de batalla.

CAPITULO XVI

PERCY Percy pensó que estaba alucinando. Simplemente no era posible que una enorme y plateada figura, pudiera caer del cielo y aplastara a Kelli, pisoteándola hasta reducirla a un montón de polvo. Pero eso era exactamente lo que paso. El Titán tenía diez pies de alto, el cabello plateado al estilo Einstein, ojos de plata pura y brazos musculosos que sobresalían de un rasgado uniforme azul de conserje. En su mano había una escoba a gran escala. La etiqueta con su nombre, aunque pareciera increíble, decía BOB. Annabeth grito y trato de arrastrarse lejos, pero el gigantesco conserje no estaba interesado en ella. Se volvió hacia las dos empousai restantes, que estaban sobre Percy. Una de ellas era lo bastante tonta como para atacar. Se lanzó con la velocidad de un tigre, pero nunca tuvo oportunidad. Una punta de lanza sobresalía del extremo de la escoba de Bob. Con un solo golpe fulminante, él la redujo a polvo. La ultima vampira trato de huir. Bob lanzo su escoba como si fuera un boomerang descomunal (¿Había tal cosa como un boomerang?). Corto al vampiro y regreso a la mano de Bob. -BARRER -El Titán sonrió con placer e hizo un baile de la victoria.- ¡Barrer, barrer, barrer! Percy no podía hablar. Él no se atrevía a creer que algo bueno había ocurrido en realidad. Annabeth lucia muy sorprendida. -¿Co…cómo…? -tartamudeó. -Percy me llamo, -dijo el conserje felizmente.- Si, lo hizo. Annabeth se arrastró un poco más lejos. Su brazo estaba sangrando mucho.¿Te llamo? Esp…espera. ¿Tú eres Bob? ¿El Bob? El conserje frunció el ceño cuando vio las heridas de Annabeth.- Owie Annabeth se estremeció mientras se arrodillaba a su lado. -Está bien, -dijo Percy, aún aturdido por el dolor.- Él es amable. Recordó cuando había conoció a Bob. El Titán había curado una herida grave en el hombro de Percy con sólo tocarlo. Efectivamente, el conserje tocó el antebrazo de Annabeth y se reparado inmediatamente. Bob rió, satisfecho de sí mismo, y luego saltó hacia Percy y sanó su cuello san-


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grante y el brazo. Las manos del Titán eran sorprendentemente cálidas y suaves. -¡Mucho mejor! -Declaró Bob, sus misteriosos ojos de plata arrugados con el placer.- ¡Soy Bob, el amigo de Percy! -Uh… sí, -logró Percy.- Gracias por la ayuda, Bob. Es muy bueno verte de nuevo. -¡Sí! -El conserje estuvo de acuerdo.- Bob. Ese soy yo. Bob, Bob, Bob. -Revolvió todo, obviamente, satisfecho con su nombre.- Estoy ayudando. Escuché mi nombre. Arriba, en el palacio de Hades, nadie llama a Bob a menos que haya un desastre. “Bob, barrer estos huesos. Bob, limpiar estas almas torturadas. Bob, un zombi explotó en el comedor” Annabeth le dio a Percy una mirada de asombro, pero él no tenía explicación. -Entonces oí a mi amigo llamando -El Titán sonrió.- ¡Percy dijo, Bob! Agarró el brazo de Percy y lo levantó de un salto. -Es increíble, -dijo Percy.- En serio. Pero, ¿cómo…? -Oh, habrá tiempo para hablar más tarde. -La expresión de Bob se puso seria.Tenemos que irnos antes de que te encuentren. Ellos vienen. Sí, por supuesto. -¿Ellos?, preguntó Annabeth. Percy oteó el horizonte. No vio acercarse monstruos, nada más que el marcado páramo gris. -Sí, -Bob estuvo de acuerdo.- Pero Bob sabe el camino. ¡Vamos, amigos! ¡Vamos a divertirnos!

CAPITULO XVII

FRANK FRANK Frank se despertó como pitón, le que lo dejó perplejo. Cambiar a un animal no era confuso. Lo hacía todo el tiempo. Pero nunca había pasado de un animal a otro en su sueño antes. Estaba bastante seguro de que no había dormido como una serpiente. Por lo general, se dormía como un perro. Había descubierto que él consiguió pasar la noche mucho mejor si él se acurrucaba en su cama, en la forma de un bulldog. Por alguna razón, sus pesadillas no le molestan tanto. Los constante de gritos en su cabeza casi desaparecieron. No tenía ni idea de por qué se había convertido en una serpiente pitón reticulada, pero no explicó su sueño de que tragaba lentamente una vaca. Su mandíbula estaba todavía dolorida. Se preparó y cambió de nuevo a su forma humana. Inmediatamente, su dividido dolor de cabeza volvió, junto con las voces. «¡Lucha contra ellos!» gritó Marte. «¡Toma este barco! ¡Defiende Roma!» La voz de Ares gritó: «¡Mata a los romanos! ¡Sangre y muerte! ¡Grandes armas!» Las personalidades romana y griega de su padre gritaban de ida y vuelta en la mente de Frank con la banda sonora habitual de ruidos de batalla (explosiones, fusiles de asalto, motores a reacción rugientes) todo palpita como un subwoofer detrás de los ojos de Frank. Se sentó en su litera, mareado por el dolor. Como hacia todas las mañanas, él respiró hondo y miró fijamente a la lámpara de su escritorio (una pequeña llama que ardía noche y día, alimentada por aceite de oliva, la magia de la sala de suministros). Fuego… El mayor temor de Frank. Mantener una llama en su habitación le aterraba, pero también ayudó a concentrarse. El ruido en su cabeza se desvaneció a un segundo plano, lo que le permitió pensar. El había mejorado en esto, pero hace días había sido casi inútil. Tan pronto como estalló el conflicto en el Campamento Júpiter, dos voces del dios de la guerra comenzaron a gritar sin parar. Desde entonces, Frank había estado dando tumbos aturdido, apenas capaz de funcionar. Había actuado como un tonto, y él estaba seguro de que sus amigos pensaban que había perdido sus canicas.


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Él no podía decirles lo que estaba mal. No había nada que ellos pudieran hacer, y de escucharlos hablar, Frank estaba bastante seguro de que no tenía el mismo problema con sus piadosos padres gritando en sus oídos. Sólo la suerte de Frank, pero tenía que tirar juntos. Sus amigos lo necesitan (sobre todo ahora, con Annabeth ausente). Annabeth había sido amable con él. Incluso cuando estaba tan distraído que había actuado como un bufón, Annabeth había sido paciente y servicial. Mientras Ares gritaba que no se podía confiar en los hijos de Atenea, y Marte le gritaba que matara a todos los griegos, Frank había llegado a respetar a Annabeth. Ahora que estaban sin ella, Frank era el siguiente mejor estratega militar del grupo. Ellos lo necesitan para el viaje por delante. Se levantó y se vistió. Afortunadamente se las había arreglado para comprar algo de ropa nueva en Siena hace un par de días, en sustitución de la ropa que Leo había enviado volando en Buford la mesa. (Larga historia). Levanto algunos Levi’s y una camiseta verde militar, luego tomó su suéter favorito antes de recordar que no lo necesitaba. El clima estaba muy caliente. Más importante aún, no necesitaba los bolsillos más para proteger la pieza mágica de la leña que controlaba su vida. Hazel lo mantenía a salvo por el. Tal vez debería haberse puesto nervioso. Si la leña ardía, Frank muria: fin de la historia. Pero confiaba en Hazel más de lo que confiaba en sí mismo. Sabiendo que estaba salvaguardando su gran debilidad le hacía sentirse mejor (como si se hubiera abrochado el cinturón de seguridad para una persecución a alta velocidad). Se colgó el arco y el carcaj sobre su hombro. Inmediatamente se transformó en una mochila normal. A Frank le encantaba. Nunca hubiera sabido sobre el poder de camuflaje del carcaj si Leo no se había dado cuenta de él. «¡Leo!» Marte rabió. «¡Él debe morir!» «¡Estrangularlo!» Ares gritó. «¡Estrangula a todo el mundo!» ¿De quién estamos hablando otra vez?» Los dos comenzaron a gritar el uno al otro de nuevo, sobre el sonido de las bombas que estallan en el cráneo de Frank. Él se apoyó contra la pared. Durante días, Frank había escuchado esas voces que exigían la muerte de Leo Valdez. Después de todo, Leo había comenzado la guerra con el campamento Júpiter

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por el disparo de una ballesta en el Foro. Claro, que había estado poseído en el momento, pero todavía Marte exigía venganza. Leo hizo las cosas más difíciles por la constante burla hacia Frank, y Ares exigió que Frank tomara represalias por cada insulto. Frank mantuvo las voces a raya pero no fue fácil. En su viaje a través del Atlántico, Leo había dicho algo que seguía atascado en la mente de Frank. Cuando habían sabido que Gea la diosa de la tierra del mal había puesto una recompensa sobre su cabeza, Leo había querido saber por cuánto. «Puedo entender que no valga tanto como Jasón o Percy», había dicho, «pero valgo, como, ¿dos o tres Franks? Solo era otra estúpida broma de Leo, pero el comentario había golpeado demasiado cerca de casa. En el Argo II se sentía como el JMP (jugador Menos Valioso). Claro, él podía convertirse en animales. ¿Y qué? Su mayor logro hasta el momento había sido convertirse en una comadreja para escapar de una taller subterráneo, e incluso había sido idea de Loe. Frank era mejor conocido por el “Fiasco del Pez Dorado Gigante” en Atlanta, y ayer mismo, por convertirse en un gorila de doscientos kilos solo para ser noqueado por una granada flash-bang. Leo todavía no había hecho ningún chiste del gorila. Pero era solo cuestión de tiempo. «¡Mátalo!» «¡Tortúralo! ¡Luego mátalo!» Las dos caras del dios de la guerra parecían dar patadas y puñetazos el uno al otro en la cabeza de Frank, usando sus senos nasales como una estera de lucha. «¡Sangre! ¡Armas de fuego!» «¡Roma! ¡Guerra!» «Silencio», Frank ordenó. Sorprendentemente, las voces obedecían. «Bien, entonces», pensó Frank. Tal vez por fin pudo poner a esos molestos gritos mini-dioses bajo control. Tal vez hoy sería un buen día. Esa esperanza se hizo añicos en cuanto se subió a cubierta. -¿Qué son? -Preguntó Hazel. El Argo II estaba atracado en un muelle ocupado. A un lado se extendía un canal


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de navegación de alrededor de medio kilómetro de ancho. Por el otro la extensión de la ciudad de Venecia (techos de tejas rojas, cúpulas metálicas de iglesia, torres de campanarios y edificios blanqueados por el sol en todos los colores de San Valentín: dulces corazones de color rojo, blanco, ocre, rosa y naranja). Por todas partes había estatuas de leones (en la parte superior del pedestal, sobre las puertas, en los pórticos de los edificios más grandes). Había tantos, Frank pensó que el león debía ser la mascota de la ciudad. Donde las calles deberían haber estado, canales verdes grabadas su camino a través de los barrios, cada uno atascado con lanchas. A lo largo de los muelles, las aceras estaban atestadas de turistas que iban de compras en los quioscos de camisetas, desbordando las tiendas, y descansando en hectáreas de terrazas de los cafés al aire libre, como manadas de leones marinos. Frank había pensado que Roma estaba llena de turistas. Este lugar era una locura. Hazel y el resto de sus amigos no estaban prestando atención a nada de eso, sin embargo. Se habían reunido en la borda de estribor para mirar a las decenas de raros monstruos peludos pululando entre la multitud. Cada monstruo era del tamaño de una vaca, con una inclinación trasera como un caballo herido, enmarañado pelaje gris, patas delgadas y negro cascos hendidos. La cabeza de las criaturas parecía demasiado pesada para sus cuellos. Su largo hocico hormiguero como caído al suelo. Su melena gris hierba le cubría completamente sus ojos. Frank vio como una de las criaturas pasaba pesadamente por el paseo marítimo, resoplando y lamiendo el pavimento con su larga lengua. Los turistas pasaban alrededor de él, indiferente. Algunos incluso lo acariciaron. Frank se preguntó cómo los mortales podían estar tan tranquilos. Entonces la aparición del monstruo parpadeó. Por un momento se convirtió en un viejo y gordo beagle. Jasón gruñó.- Los mortales creen que son perros callejeros. -O mascotas deambulando por allí, -dijo Piper.- Mi padre dirigió una película en Venecia una vez. Recuerdo que me decía que había perros por todas partes. A los venecianos les gustan los perros. Frank frunció el ceño. Seguía olvidando que el padre de Piper era Tristán McLean, Una estrella de cine. No hablaba mucho de él. Ella tenía los pies bien puestos en la tierra para ser una niña criada en Hollywood. Eso estaba bien para Frank. La última cosa que necesitaba en esta búsqueda eran paparazis tomando fotos de

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todas las épicas fallas de Frank. -Pero, ¿qué son?, -Se preguntó, repitiendo la pregunta de Hazel.- Se ven como… hambrientas, vacas lanudas con pelo de perro pastor. Esperó a que alguien le iluminara. Nadie se ofreció ninguna información. -Tal vez son inofensivas, -sugirió Leo.- Están haciendo caso omiso de los mortales. -Inofensivas -rió Gleeson Hedge. El sátiro llevaba sus pantalones cortos habituales de gimnasio, camisa deportiva y silbato de entrenador. Su expresión era tan ruda como siempre, pero aún tenía una banda de goma de color rosa pegada en el pelo de los enanos bromista en Bolonia. Frank le daba un poco de miedo de mencionárselo.- Valdez, ¿cuántos monstruos inofensivos conocemos? ¡Sólo debemos apuntar con las ballestas y ver qué pasa! -Uh, no, -dijo Leo. Por una vez, Frank estaba de acuerdo con Leo. Había demasiados monstruos. Sería imposible apuntar a una sin causar daños colaterales en las multitudes de turistas. Además, si las criaturas entraban en pánico y creaban estampida… -Vamos a tener que caminar a través de ellos y espero que sean pacíficos, -dijo Frank, odiando la idea.- Es la única manera que vamos a localizar al dueño de ese libro. Leo sacó el manual encuadernado en piel de debajo de su brazo. Él había puesto una nota adhesiva en la tapa con la dirección que los enanos en Bolonia le habían dado. -La Casa Nera, -leyó.- Calle Frezzeria. -La Casa Negra, -traducido Nico di Angelo.- Calle Frezzeria es la calle. Frank intentó no estremecerse cuando se dio de qué cuenta Nico estaba en su hombro. El tipo era tan tranquilo y melancólico, casi parecía desmaterializarse cuando él no estaba hablando. Hazel podría haber sido la que regresó de entre los muertos, pero Nico era mucho más fantasmal. -¿Tú hablas italiano?, -Preguntó Frank. Nico le lanzó una mirada de advertencia, como: “Mira las preguntas”. Habló con calma, sin embargo.- Frank tiene razón. Tenemos que encontrar esa dirección. Y la única manera de hacerlo es caminar por la ciudad. Venecia es un laberinto. Vamos a tener que correr el riesgo de las multitudes y las… lo que sean. Un trueno retumbó en el cielo claro de verano. Ellos habían pasado por algunas tormentas de la noche anterior. Frank había pensado que eran más, pero ahora no


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estaba seguro. El aire era tan espeso y caliente como sauna de vapor. Jasón frunció el ceño ante el horizonte.- Tal vez debería permanecer a bordo. Perdimos a los venti en la tormenta de la noche anterior. Si se deciden a atacar a la nave de nuevo… No le hacía falta terminar. Todos ellos habían tenido experiencias con espíritus del viento enojados. Jasón era el único que tenía mucha suerte luchando contra ellos. El entrenador Hedge gruñó. - Bueno, yo estoy fuera, también. Si los pastelitos compasivos va a dar un paseo por Venecia sin siquiera golpear a los animales peludos en la cabeza, olvídenlo. No me gustan las expediciones aburridas. -Está bien, entrenador. -Sonrió Leo.- Todavía tenemos que reparar el mástil de proa. Entonces necesito su ayuda en la sala de máquinas. Tengo una idea para una nueva instalación. A Frank no le gustaba el brillo en los ojos de Leo. Desde que Leo había encontrado la esfera de Arquímedes, había estado probando un montón de “nuevas instalaciones.” Por lo general, explotaron o envían humo que se elevaban lentamente hacia arriba, hacia el camarote de Frank. -Bueno… -Piper movió sus pies.- Quien vaya debe ser bueno con los animales. Yo, eh… voy a admitir que no estoy muy bien con las vacas. Frank pensó que había una historia detrás de ese comentario, pero decidió no preguntar. -Yo voy, -dijo. No estaba seguro de por qué se proponía voluntario, tal vez porque estaba ansioso de ser útil para variar. O tal vez no quería que nadie lo golpeara con el punzón. “¿Animales? ¡Frank puede convertirse en animales! ¡Envíenlo!” Leo le dio una palmada en el hombro y le entregó el libro encuadernado en piel.Increíble. Si pasa una ferretería, ¿me podría conseguir algunos tablones y un galón de alquitrán? -Leo, -Hazel reprendió,- no es un viaje de compras. -Voy con Frank, -ofreció Nico. Los ojos de Frank comenzaron a crispar. Las voces de los dioses de la guerra se elevaron a un crescendo en la su cabeza: «¡Mátalo! ¡Graecus escoria!» «¡No! ¡Me encanta Graecus escoria!» -Uh… ¿eres bueno con los animales?, -le preguntó.

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Nico sonrió sin humor.- En realidad, la mayoría de los animales me odian. Ellos pueden sentir la muerte. Pero hay algo en esta ciudad… -Su expresión se volvió sombría.- Hay mucha muerte. Espíritus inquietos. Si voy, puedo ser capaz de mantenerlos a raya. Además, como te has dado cuenta, yo hablo italiano. Leo se rascó la cabeza.- Mucha muerte, ¿no? Personalmente, estoy tratando de evitar un montón de la muerte, ¡pero ustedes tienen la diversión! Frank no estaba seguro de lo que lo asustó más: Monstruos vaca-lanudas, hordas de fantasmas inquietos, o ir a un lugar a solas con Nico di Angelo. -Voy a ir también. -Hazel deslizó su brazo a través de Frank.- Tres es el mejor número para una misión semidiós, ¿no? Frank trató de no parecer demasiado aliviado. No quería ofender a Nico. Pero miró a Hazel y le dijo con los ojos: “Gracias, gracias, gracias”. Nico se quedó mirando los canales, como si se preguntara qué nuevas e interesantes formas de los espíritus malignos podrían estar al acecho allí.- Muy bien, entonces. Vamos a encontrar al dueño de ese libro.


CAPITULO XVIII

FRANK A Frank le hubiera gustado Venecia si no hubiera sido verano y la temporada turística, y si la ciudad no estuviera invadida por grandes criaturas peludas. Entre las hileras de casas antiguas y los canales, las aceras estaban ya demasiado estrecha para la multitud, empujándose unos a otros y parando para tomar fotos. Los monstruos empeorar las cosas. Se mezclan un poco con la cabeza hacia abajo, chocando con los mortales y olfateando el pavimento. Uno parecía encontrar algo que le gusta a la orilla de un canal. Mordisqueó y lamió una grieta entre las piedras hasta que desprendió una especie de raíz verdosa. El monstruo aspiro feliz y anduvo arrastrando los pies. -Bueno, son herbívoros, -dijo Frank.- Es una buena noticia. Hazel deslizó su mano en la suya.- A menos que complementan su dieta con los semidioses. Esperemos que no. Frank estaba tan contento de estar sosteniendo su mano, las multitudes y el calor y los monstruos de repente no parecían tan malos. Se sintió necesario (útil). No es que Hazel necesita su protección. Alguien que la hubiera visto cabalgar en Arión con su espada desenvainada sabría que podía cuidar de sí misma. Sin embargo, A Frank le gusta estar al lado de ella, imaginando que era su guardaespaldas. Si alguno de estos monstruos trataran de hacerle daño, Frank con mucho gusto se convertiría en un rinoceronte y los empuja hacia el canal. ¿Podría hacer un rinoceronte? Frank nunca lo había intentado antes. Nico se detuvo.- Hay. Se habían girado hacia una calle más pequeña, dejando el canal detrás. Delante de ellos había una pequeña plaza llena de edificios de cinco pisos. La zona estaba extrañamente desierta (como si los mortales pudieran sentir que no era seguro). En el centro del patio de adoquines, una docena de vacas-lanudas estaban husmeando alrededor de la base de musgo de un viejo pozo de piedra. -Una gran cantidad de vacas en un solo lugar, -dijo Frank. -Sí, pero mira, -dijo Nico.- Pasado ese arco. Los ojos de Nico debían haber sido mejor que los suyos. Frank miró. En el otro extremo de la plaza, un arco de piedra tallada con leones llevaba hacia una calle estrecha. Justo después de pasar el arco, una de las casas de la ciudad fue pin-

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tada de negro (el único edificio negro Frank había visto hasta ahora en Venecia). -La Casa Nera, -supuso. El agarre de Hazel se apretó.- No me gusta esta plaza. Se siente… fría. Frank no estaba seguro de lo que quería decir. Él todavía estaba sudando como un loco. Pero Nico asintió. Estudió las ventanas de la casa señorial, la mayoría de las cuales estaban cubiertas con persianas de madera.- Tienes razón, Hazel. Este barrio está lleno de lemures. -¿Lemures? -Frank preguntó nerviosamente-. ¿Supongo que no te refieres a los pequeños peludos de Madagascar? -Fantasmas enojados, -dijo Nico.- Los Lemures se remontan a la época romana. Cuelgan en torno a una gran cantidad de ciudades de Italia, pero nunca he sentido tanta gente en un solo lugar. Mi madre me dijo… -Vaciló.- Ella me contaba historias sobre los fantasmas de Venecia. Nuevamente Frank se preguntó sobre el pasado de Nico, pero tenía miedo de preguntar. Él llamó la atención de Hazel. «Adelante», parecía estar diciendo. «Nico necesita práctica hablando con la gente». Los sonidos de rifles de asalto y las bombas atómicas se hicieron más fuertes en la cabeza de Frank. Marte y Ares estaban teniendo una competencia para ver quien cantaba más fuerte con “Dixie” y “El Himno de Batalla de la República”. Frank hizo todo lo posible para empujar eso a un lado. -Nico, tu madre era italiana, -se supuso.- ¿Ella era de Venecia? Nico asintió a regañadientes.- Conoció a Hades aquí, allá por la década de 1930. La Segunda Guerra Mundial se acercaba, ella huyó a los EE.UU. con mi hermana y yo. Quiero decir… Bianca, mi otra hermana. No recuerdo mucho de Italia, pero todavía puedo hablar el idioma. Frank trató de pensar en una respuesta. “Oh, eso es bueno” no parecía correcto. Estaba paseando no con uno, sino con dos semidioses que habían sido sacados de su tiempo. Ambos eran, técnicamente, unos setenta años mayores que él. -Debe haber sido difícil para su madre, -dijo Frank.- Creo que vamos a hacer algo por alguien que amamos. Hazel le apretó la mano con admiración. Nico se quedó mirando los adoquines.Sí, -dijo con amargura.- Creo que lo haremos.


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Frank no estaba seguro de lo que estaba pensando Nico. Él tenía un tiempo difícil imaginando a Nico di Angelo actuando por amor a nadie, excepto tal vez Hazel. Pero Frank decidió que había llegado tan lejos como pudo con las preguntas personales. -Entonces, los lémures… -Tragó saliva.- ¿Cómo podemos evitarlos? -Ya estoy en ello, -dijo Nico.- Estoy enviando el mensaje de que deben permanecer lejos y nos ignoren. Esperemos que eso sea suficiente. De lo contrario… las cosas podrían ponerse problemáticas. Hazel frunció los labios.- Vamos a seguir adelante, -sugirió. A mitad de camino a través de la plaza, todo salió mal, pero no tenía nada que ver con los fantasmas. Fueron bordeando el pozo en el medio de la plaza, tratando de dar a los monstruos vaca cierta distancia, cuando Hazel tropezó con un pedazo suelto de adoquines. Frank la atrapo. Seis o siete de las grandes bestias grises volvieron a mirarlos. Frank vislumbró un ojo verde brillante bajo la melena, y al instante fue golpeado con una ola de náuseas, lo que sentía cuando comía demasiado queso o helado… Las criaturas hicieron sonidos profundos punzantes en la garganta, como sirenas enojadas. -Bonitas vacas, -murmuró Frank. Él se puso entre sus amigos y los monstruos.Chicos, estoy pensando que deberíamos irnos de aquí poco a poco. -Soy tan torpe, -susurró Hazel.- Lo siento. -No es tu culpa, -dijo Nico.- Mira a tus pies. Frank miró hacia abajo y se quedó sin aliento. En sus zapatos, los adoquines se movían… zarcillos espinosos estaban presionando hacia arriba por las grietas. Nico dio un paso atrás. Las raíces serpenteaban en su dirección, tratando de seguirlo. Los tentáculos se hicieron más gruesos, exudando un vapor verde humeante que olía a col hervida. -A estas raíces parece gustarles los semidioses, -señaló Frank. La mano de Hazel se desvió hacia la empuñadura de la espada.- Y a las criaturas vaca les gustan las raíces. Toda la manada estaba mirando a su dirección, haciendo gruñidos de sirenas y estampado sus pezuñas. Frank entendía el comportamiento animal lo suficien-

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temente bien como para hacer llegar el mensaje: “Usted está de pie en nuestra comida. Eso los hace enemigos”. Frank trató de pensar. Había demasiados monstruos para luchar. Algo en sus ojos ocultos bajo las crines hirsutas… Frank se había enfermado con solo un vistazo. Tenía un mal presentimiento de que si esos monstruos hacían contacto visual directo, podría empeorar mucho sus náuseas. -No los miren a los ojos, -advirtió Frank.- Voy a distraerlos. Ustedes dos vayan hacia delante lentamente hacia la casa negro. Las criaturas se tensaron, listas para atacar. -No importa, -dijo Frank.- ¡Corran! Al final resultó que, Frank no podía convertirse en un rinoceronte, y perdió un tiempo valioso tratando. Nico y Hazel corrieron hacia la calle lateral. Frank se puso delante de los monstruos, con la esperanza de mantener su atención en el. Él gritó con toda la fuerza de sus pulmones, imaginándose a sí mismo como un rinoceronte temible, pero con Ares y Marte gritando en su cabeza, no podía concentrarse. Permaneció siendo el viejo Frank. Dos de los monstruos vaca-lanudos salieron de la manada para perseguir a Nico y Hazel. -¡No! -Frank gritó tras ellos.- ¡Yo! ¡Soy el rinoceronte! El resto de la manada rodeaba a Frank. Ellos gruñeron, gas verde esmeralda salía de sus fosas nasales. Frank dio un paso atrás para evitar las cosas, pero el hedor casi le derribó. Muy bien, así que no un rinoceronte. Algo más. Frank sabía que tenía sólo unos segundos antes de que los monstruos los pisotearan o envenenaran, pero él no podía pensar. Él no pudo contener la imagen de un animal el tiempo suficiente para cambiar de forma. Luego miró a uno de los balcones de la casa señorial y vio una talla de piedra, símbolo de Venecia. Al instante siguiente, Frank fue un león adulto. Rugió en desafío, entonces saltó desde la mitad de la manada monstruo y cayó ocho metros de distancia, en la parte superior del antiguo pozo de piedra. Los monstruos gruñeron en respuesta. Tres de ellos saltaron a la vez, pero Frank estaba listo. Sus reflejos de león fueron construidos para la velocidad en combate.


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Convirtió los a dos primeros monstruos en polvo con sus garras, y luego hundió sus colmillos en la garganta de un tercero y la arrojó a un lado. Había siete a la izquierda, además de los dos perseguían a sus amigos. No eran grandes dificultades, pero Frank tenían que mantener a la mayor parte del rebaño se centrada en él. Rugió a los monstruos, y se alejó. Eran más numerosos, sí. Pero Frank era un depredador tope de la cadena. Los monstruos manada sabían. También acababa de ver como envió a tres de sus amigos al Tártaro. Presionó su ventaja y saltó al pozo, aun enseñando los colmillos. La manada se retractó. Si pudiera maniobrar alrededor de ellos, y a continuación, girar y correr detrás de sus amigos… Lo estaba haciendo bien, hasta que tomó su primer paso hacia atrás, hacia el arco. Una de las vacas, o la más valiente o la más estúpida, tomó esto como una señal de debilidad. Ella cargo y atacó Frank en la cara con gas verde. Redujo al monstruo a polvo, pero el daño ya estaba hecho. Se obligó a no respirar. De todos modos, podía sentir la piel quemar del hocico. Sus ojos ardían. Se tambaleó hacia atrás, medio ciego y mareado, apenas consciente de Nico gritando su nombre. -¡Frank! ¡Frank! Trató de concentrarse. Estaba de nuevo en su forma humana, con arcadas y tropezando. Su cara parecía que se estaba despegando. Frente a él, la nube verde de gas flotó entre él y la manada. Los monstruos vaca restantes lo miró con cautela, probablemente preguntándose si Frank tuviera más trucos bajo la manga. Miró hacia atrás. Bajo el arco de piedra, Nico di Angelo estaba sosteniendo su espada negra de hierro estigio, gesticulando para que Frank se diera prisa. A los pies de Nico, dos charcos de oscuridad colorearon el pavimento (sin duda los restos de los monstruos vaca que les habían perseguido). Y Hazel… estaba apoyado contra la pared detrás de su hermano. Ella no se movía. Frank corrió hacia ellos, olvidándose de la manada monstruo. Él pasó junto a Nico y agarró los hombros de Hazel. Su cabeza cayó sobre su pecho. -Le lanzaron una ráfaga de gas verde en la cara, -dijo Nico miserablemente.- Yo… yo no fui lo suficientemente rápido. Frank no podía decir si estaba respirando. La rabia y la desesperación luchaban

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en su interior. Siempre había tenido miedo de Nico. Ahora quería lanzar de un puntapié al hijo de Hades en el canal más cercano. Tal vez eso no era justo, pero a Frank no le importaba. Tampoco los dioses de la guerra que gritaban en su cabeza. -Tenemos que llevarla de vuelta a la nave, -dijo Frank. La manada de vacas monstruo merodeaba con cautela más allá del arco. Ellos bramaban sus gritos sirena. De las calles cercanas, respondieron más monstruos. Los refuerzos pronto tendrían a los semidioses rodeados. -Nunca llegaremos a pie, -dijo Nico.- Frank, conviértete en un águila gigante. No te preocupes por mí. ¡Llévala de vuelta al Argo II! Con su rostro ardiendo y las voces gritando en su mente, Frank no estaba seguro de poder cambiar de forma, pero iba a tratar cuando una voz detrás de ellos dijo:Tus amigos no pueden ayudarte. No conocen el remedio. Frank se volvió. De pie en el umbral de la Casa Negra estaba un hombre joven en pantalones vaqueros y una camisa de mezclilla. Tenía el pelo negro y rizado y una sonrisa amable, aunque Frank dudaba que fuera amable. Probablemente ni siquiera era humano. Por el momento, Frank no le importaba. -¿Puede curarla?, -le preguntó. -Por supuesto, -dijo el hombre.- Pero es mejor darse prisa, adentro. Creo que te has enfadado a cada katobleps en Venecia.


CAPITULO XIX

FRANK Apenas se había metido dentro. Tan pronto como su anfitrión echo los cerrojos, los monstruos vaca bramaron y se estrellaron contra la puerta, lo que la hizo temblar sobre sus goznes. -Oh, no pueden entrar, -el hombre de mezclilla prometió.- ¡Ahora están a salvo! -¿A salvo? -Exigió Frank.- ¡Hazel se está muriendo! Su anfitrión frunció el ceño como si no apreciara que Frank arruinar su buen humor.- Sí, sí. Tráiganla por acá. Frank llevó a Hazel mientras seguían al hombre. Nico se ofreció a ayudar, pero Frank no lo necesitaba. Hazel pesara nada, y el cuerpo de Frank zumbaba con la adrenalina. Podía sentir los escalofríos de Hazel, así que al menos sabía que estaba viva, pero su piel estaba fría. Sus labios habían adquirido un tono verdoso (¿o era sólo la visión borrosa de Frank?) Sus ojos aún ardían por el aliento del monstruo. Sus pulmones se sentían como si hubiera inhalado una col en llamas. No sabía por qué el gas le había afectado menos de lo que había afectado a Hazel. Tal vez ella había inalado más de lo mismo en sus pulmones. Habría dado cualquier cosa por cambiar de lugar si eso significaba salvarla. Las voces de Marte y Ares gritaban en su cabeza, instándole a matar a Nico y al hombre en jeans y a cualquier otra persona que pudiera encontrar, pero Frank luchaba por acallar los ruidos. La habitación principal de la casa era una especie de invernadero. Las paredes estaban cubiertas con tablas de bandejas de plantas bajo luces fluorescentes. El aire olía a solución de fertilizante. ¿Tal vez venecianos hicieron el jardín interior, ya que estaban rodeados por agua en lugar de tierra? Frank no estaba seguro, pero no paso mucho tiempo preocupándonos por ello. El cuarto de atrás parecía una combinación de garaje, dormitorio de la universidad, y laboratorio de computación. Contra la pared izquierda brillaba un banco de servidores y portátiles, los protectores de pantalla destellaban imágenes de campos arados y tractores. Contra la pared derecha estaba una cama individual, un escritorio desordenado y un armario abierto lleno de ropa vaquera adicional y una pila de instrumentos de la granja, como horcas y rastrillos.

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En la pared del fondo había una enorme puerta de garaje. Estacionado junto a ella estaba un carro de color rojo y oro con un carruaje abierto y un único eje, al igual que los carros con los que Frank había competido en el Campamento Júpiter. Lo que brotaba de los lados de la caja del conductor eran alas de plumas gigantes. Envuelto alrededor de la llanta de la rueda izquierda, un manchado pitón roncaba ruidosamente. Frank no sabía que las pitones pudieran roncar. Esperaba que él no hubiera hecho eso mismo en forma de pitón anoche. -Pon a tu amiga aquí, -dijo el hombre de mezclilla. Frank poso a Hazel suavemente en la cama. Sacó su espada y trató de hacer que ella se sienta cómoda, pero estaba tan floja como un espantapájaros. Su tez sin duda tenía un tinte verdoso. -¿Que eran esas cosas vaca? -Exigió Frank.- ¿Qué hicieron con ella? -Katoblepones, -dijo su anfitrión.- Singular: katobleps. En español, significa abajo-Bravo. Llamadas así porque... -Siempre están mirando hacia abajo. -Nico se golpeó la frente.- Cierto. Recuerdo haber leído acerca de ellos. Frank lo miró.- ¿Ahora te acuerdas? Nico bajó la cabeza casi tan bajo como los katobleps.- Yo, eh… se utiliza para jugar a este juego de cartas estúpidas cuando era más joven. Mitomagia. Los katobleps fue una de las cartas de monstruo. Frank parpadeó.- Jugué Mitomagia. Nunca vi esa carta. -Estaba en la cubierta de expansión Extreme Africanus. -Oh. Su anfitrión aclaró su garganta.- ¿Ustedes dos terminaron, ah, frikis, como se diga? -Bien, lo siento, -murmuró Nico.- De todos modos, los katoblepones tiene aliento venenoso y una mirada venenosa. Creo que sólo vivían en África. El hombre de mezclilla se encogió de hombros.- Esa es su tierra natal. Fueron accidentalmente importados a Venecia cientos de años atrás. ¿Has oído de San Marcos? Frank quería gritar con frustración. No vio cómo todo esto era relevante, pero si su anfitrión podía sanar a Hazel, Frank decidió que tal vez sería mejor no hacerlo enojar.- ¿Santos? No son parte de la mitología griega.


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El hombre de mezclilla se rió entre dientes.- No, pero San Marcos es el patrono de esta ciudad. Murió en Egipto, Ah, hace mucho tiempo. Cuando los venecianos se volvieron poderosos... bueno, las reliquias de los Santos fueron una atracción turística importante en la edad media. Los venecianos decidieron robar los restos de San Marcos y llevarlos a su gran iglesia de San Marco. Sacaron su cuerpo en un barril de piezas de cerdo encurtidas. -Eso es asqueroso, -dijo Frank. -Sí, -el hombre estuvo de acuerdo con una sonrisa.- El punto es, no puedes hacer algo así y no tener consecuencias. Los venecianos contrabandearon sin querer otra cosa fuera de Egipto, los katoblepones. Ellos vinieron aquí a bordo de una nave y han estado desde entonces criándose como ratas. Les encantan las mágicas raíces venenosas que crecen aquí (terreno pantanoso), plantas fétidas que se arrastran para arriba de los canales. ¡Hace la respiración más venenosa! Generalmente los monstruos ignoran a los mortales, pero a semidioses… especialmente semidioses que se meten en su camino… -Ya, -corto Frank.- ¿Se puede curar? El hombre se encogió de hombros.- Posiblemente. -¿Posiblemente? -Frank tuvo que usar toda su fuerza de voluntad para no estrangular al tipo. Puso su mano bajo la nariz de Hazel. Él no podía sentir su aliento.- Nico, por favor, dime que está haciendo esa cosa de muerte-trance, como hiciste en la jarra de bronce. Nico hizo una mueca.- No sé si Hazel pueda hacerlo. Su padre es técnicamente Plutón, no Hades, así que… -¡Hades! -gritó su anfitrión. Retrocedió, mirando a Nico con aversión.- ¡Eso es lo que huelo! Niños del inframundo. ¡Si lo hubiera sabido, nunca los habría dejado entrar! Frank se levantó.- Hazel es una buena persona. ¡Prometió que le ayudaría! -No prometí. Nico sacó su espada.- Ella es mi hermana, -gruñó él.- No sé quién eres, pero si usted la puede curar, tiene que, o así me ayuda por el rio Estigio... -Oh, bla, bla, bla. -El hombre agitó su mano. De repente donde Nico di Angelo había estado parado ahora estaba una planta en maceta de unos cinco pies de altura, con caídas verde, penachos de seda y media docena de maduras y amarillas

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mazorcas de maíz. -Allí, -el hombre resopló meneando su dedo en la planta de maíz.- ¡Los hijos de Hades no me pueden ordenar todo! Deberías hablar menos y escuchar más. Ahora por lo menos tienes orejas. Frank tropezó con la cama.- ¿Qué hizo… porque? El hombre levantó una ceja. Frank hizo un ruido chillón que no fue muy valiente. Había estado tan concentrado en Hazel, se había olvidado de lo que Leo les había dicho acerca del hombre que estaban buscando.- Usted es un dios, -recordó. -Triptólemo. -El hombre hizo una reverencia.- Mis amigos me llaman Trip, así que no me llames así. Y si eres otro hijo de Hades -Marte, -dijo Frank rápidamente.- ¡Hijo de Marte! Triptólemo olfateó.- Bueno… no es mucho mejor. Pero quizás mereces ser algo mejor que una planta de maíz. ¿Sorgo? El sorgo es muy agradable. -¡Espera! -suplicó Frank.- Estamos aquí en una misión amistosa. Hemos traído un regalo. -Muy lentamente, se metió la mano en su mochila y sacó el libro encuadernado en piel.- ¿Esto es tuyo? -¡Mi almanaque! -Triptólemo sonrió y cogió el libro. Él hojeó las páginas y empezó a saltar sobre las puntas de sus pies.- ¡Oh, esto es fabuloso! ¿Dónde lo encontraste? -Um, en Bolonia. Hay encontramos a esos… -Frank recordó que no debía hablar de los enanos- monstruos terribles. Arriesgamos nuestras vidas, pero supe que era importante para ti. Así que ¿podrías, ya sabes, devolver a Nico a la normalidad y curar a Hazel? -¿Hmm? -Trip levantó la vista del libro. Estaba feliz recitando líneas a sí mismo, algo acerca de los horarios de plantación de nabos. Frank quería que Ella la arpía estuviera allí. Ella se llevaría muy bien con este tipo. -¿Oh, curarla? -Triptólemo chasqueó con desaprobación.- Estoy agradecido por el libro, por supuesto. Definitivamente puedo dejarte libre, hijo de Marte. Pero tengo un problema de larga data con Hades. Después de todo, le debo a mis poderes divinos a Deméter. Frank se devanaba los sesos, pero era difícil con las voces gritando en su cabeza y el veneno del katobleps lo mareaba. -Uh, Deméter, -dijo,- la diosa de las plantas. Ella, que no le gustaba Hades porque… -De repente recordó una vieja historia que había oído en el Campamento


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Júpiter.- Su hija, Proserpina… -Perséfone, -corrigió Trip.- Prefiero el griego, si no te importa. «¡Mátalo!» Marte gritó. «¡Me encanta este tipo!» Ares gritó. «¡Mátalo de todos modos!» Frank decidió no ofenderse. Él no quería quedar convirtió en una planta de sorgo.Está bien. Hades secuestró a Perséfone. -Exactamente, -dijo Trip. -Así que… ¿Perséfone era una amiga tuya? Trip resopló.- Yo era un príncipe mortal en aquel entonces. Perséfone no me había notado. Pero cuando su madre, Deméter, fue en busca de ella, recorriendo toda la tierra, y no mucha gente le ayudo. Hécate iluminó su camino por la noche con sus antorchas. Y bueno… cuando Deméter vino a mi parte de Grecia, le di un lugar para quedarse. La consolé, le dio alimento y le ofrecí mi ayuda. No sabía que ella era una diosa en ese momento, pero me pagó por mi buena acción. Más tarde, ¡Deméter me recompenso haciéndome el Dios de la agricultura! -Wow, -dijo Frank.- La agricultura. Felicitaciones. -¡Lo sé! Bastante impresionante, ¿verdad? De todos modos, Deméter nunca se llevó bien con Hades. Naturalmente, tú sabes, estoy del lado de mi diosa patrona. “Los hijos de Hades” ¡Olvídalo! De hecho, uno de ellos, este rey escita llamado ¿Lynkos? Cuando traté de enseñar a sus compatriotas acerca de la agricultura, ¡mató a mi pitón derecho! -¿Tu… pitón derecho? Trip marchó hacia su carro alado y saltó dentro Él tiró de una palanca, y las alas comenzó a aletear. El manchado pitón en la rueda izquierda abrió los ojos. Empezó a retorcerse, enrollándose alrededor del eje como un resorte. El carro zumbó en marcha, pero la rueda derecha se quedó en su lugar, por lo que Triptólemo girar en círculos, el carro batiendo sus alas y saltando arriba y abajo como un defectuoso carrusel. -¿Lo ves?, -Dijo mientras daba vueltas.- ¡No está bien! Desde que perdí a mi pitón derecho, no he sido capaz de correr la voz acerca de la agricultura, al menos no en persona. Ahora tengo que recurrir a la impartición de cursos en línea. -¿Qué? -Tan pronto como lo dijo, Frank lamento haber preguntado. Trip saltó del carro, mientras todavía daba vueltas. La pitón se desaceleró a una parada y volvió a roncar. Trip corrió a la línea de computadoras. Golpeó los tecla-

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dos y las pantallas despertaron, mostrando un sitio Web en granate y oro, con una imagen de un granjero feliz en una toga y una gorra de John Deere, de pie con su guadaña de bronce en un campo de trigo. -Universidad de Agricultura Triptólemo, -anunció con orgullo.- En sólo seis semanas, puedes obtener tu título de licenciatura en la emocionante y vibrante carrera del futuro, ¡la agricultura! Frank sintió una gota de sudor deslizándose por su mejilla. Él no se preocupa por este loco dios o su carro de serpientes de poder o de su programa de grado en línea. Pero Hazel estaba volviéndose más verde a cada momento. Nico era una planta de maíz. Y él estaba solo. -Mira, -dijo.- Trajimos el almanaque. Y mis amigos son muy agradables. No son como los otros hijos de Hades que conoces. Así que si hay alguna manera… -¡Oh! -Trip chasqueó los dedos.- ¡Ya veo a dónde vas! -Uh… ¿enserio? -¡Por supuesto! Si curo tu amiga Hazel y vuelva al otro, Nicholas… -Si lo vuelvo a la normalidad… Frank vaciló.- ¿Sí? -Entonces, a cambio, ¡te quedas conmigo y te dedicas a la agricultura! ¿Un hijo de Marte como mi aprendiz? ¡Es perfecto! El portavoz que serás. ¡Podemos batir espadas en rejas de arado y tendremos tanta diversión! -En realidad… -Frank trató desesperadamente de llegar a un plan. Ares y Marte gritaban en su cabeza, «¡Espadas! ¡Armas de fuego! ¡Ka-boom masivo!» Si él declinaba la oferta de Trip, Frank pensó que sería ofender al tipo y terminar como sorgo o trigo o algún otro cultivo comercial. Si era la única manera de salvar a Hazel, entonces seguro, él podía aceptar las demandas de Trip y convertirse en un agricultor. Pero eso no podía ser la única manera. Frank se negó a creer que había sido elegido por el Destino para ir en esta búsqueda sólo para poder tomar cursos en línea en el cultivo del nabo. Los ojos de Frank se posaron en el carro roto.- Tengo una mejor oferta, -le respondió.- Yo puedo arreglar eso. La sonrisa de Trip se desvaneció.- ¿Arreglar… mi carro? Frank quería patearse a sí mismo. ¿En qué pensaba? No era Leo. Ni siquiera podía entender a una estúpida trampa china. Apenas podía cambiar las baterías en un control remoto de TV. ¡No podía arreglar un carro mágico!


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Pero algo le decía que era su única oportunidad. Ese carro era lo único que Triptólemo podría realmente querer. -Voy a encontrar una manera de arreglar el carro, -dijo.- A cambio, usted cura a Nico y Hazel. Nos vamos en paz. Y…y nos dará toda la ayuda que pueda para derrotar a las fuerzas de Gea. Triptólemo rió. - ¿Qué te hace pensar que puedo ayudar con eso? -Hécate nos dijo que podrías, -dijo Frank.- Ella nos ha enviado aquí. Ella…ella decidió que Hazel es una de sus favoritos. El color desapareció del rostro de Trip.- ¿Hécate? Frank esperaba no haber exagerado las cosas. No necesitaba a Hécate enojada con él también. Pero si Triptólemo y Hécate eran amigos de Deméter, tal vez eso convencería a Trip a ayudar. -La diosa nos guio a su almanaque en Bolonia, -dijo Frank.- Ella quería que te lo devolviéramos, porque… bueno, Ella debe haber sabido que tenía un poco de conocimiento que nos ayude a conseguir atravesar la Casa de Hades en Epiro. Trip asintió lentamente.- Sí. Ya veo. Yo sé por qué Hécate te envió a mí. Muy bien, hijo de Marte. Ve a buscar una manera de arreglar mi carro. Si tienes éxito, voy a hacer todo lo que pides. Si no… -Lo sé, -se quejó Frank.- Mis amigos mueren. -Sí, -dijo alegremente Trip.- ¡Y tú vas a hacer un precioso pedazo de sorgo!


HEROES DEL OLIMPO LA CASA DEL HADES Se imprimio en: Criba Taller Editorial, S. A. de C. V. con domicilio en calle 2 No. 251 Col. Agricola Pantitlan, Deleg. Iztacalco, Mexico, D.F. C.P. 08100 en el mes de enero de 2016


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