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Las nuevas luchas de clase Denis Maillard

La nueva lucha de clases

Denis Maillard

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ILUSTRACIONES DE BANSKY

¿Y si la epidemia fuera el gran revelador de las fracturas sociales al hacer pasar a la primera fila a todos los trabajadores invisibles de la sociedad de servicios? Es la hipótesis que acá plantea el ensayista Denis Maillard, ya contaminado… y muy molesto con los que aprovechan elconfinamiento con negligencia.

Frente a la pandemia, el presidente de Francia finalmente le declaró la guerra al virus y llamó a la movilización general. Los trabajadores de hospitales, los de la seguridad civil, los de la medicina en la ciudad... pero también los de los demás servicios de salud y los de los refugios de ancianos... son los combatientes de esta guerra moderna; secondados es cierto por el ejército y las fuerzas del orden; están en primera línea con los enfermos que comienzan a pagar un pesado tributo. Cada noche a las 8, los ciudadanos no se equivocan amontonándose cada vez más numerosos en las ventanas y balcones para aclamarlos, aplaudirlos y animarlos. Habría pues un frente, el del hospital. Pero también estarían las masas de los soldados de infantería

que esperan confinados en casa que el diagnóstico les caiga como una orden: ¡enfermo! Dirección el frente... Es en todo caso de esta manera cómo las personas actualmente afectadas por el Covid-19 –como es mi caso–escrutan la variación de sus síntomas. Si la opresión en el pecho y la respiración corta, se sienten desde hace algunos días y está empeorando, ¿debo ir también yo al hospital? ¿Tengo suficiente fortaleza para ocupar mi sitio en el seno de la tropa de choque?...

Si la metáfora guerrera tiene alguna utilidad –ella permite la movilización de todos–, también posee sobre todo un defecto: es impropia para dar cuenta de lo que está pasando realmente en la sociedad en este momento. Y especialmente lo que se juega en el otro «frente», igualmente esencial en caso de guerra: la retaguardia. Pues contrariamente a la imagen que nos mandan los «diarios de confinamiento» de simpáticos burgueses que se fueron a ocultarse al borde del mar o a la campiña en sus fincas o en casas de campo alquiladas para la ocasión, disertando sobre la inefable belleza de la primavera o sobre los encantos de la torta de duraznos con pistachos,

contrariamente a esas imágenes sulpicianas pues, la sociedad no se ha detenido. Incluso podríamos decir que la infraestructura económica de la sociedad de los servicios y sus nuevas divisiones de clases, disimuladas en tiempo normal, aparecen esta vez a plena luz del día. Marx definía las clases sociales en función de su lugar en las relaciones de producción. En momentos en que el proletariado industrial en parte ha sido deslocalizado y en los que la burguesía capitalista se ha diseminado por el «espacio-mundo» de las finanzas, una nueva fractura toma forma en el seno de cada sociedad entre lo que he propuesto llamar, en mi libro Une colère française, el «back office» y el «front office». La autonomía del trabajo y un menor esfuerzo –es decir la posibilidad de escoger los lugares, las horas y las modalidades de su labor– son de acá en adelante los marcadores de la diferencia social entre, por un lado, los cuadros y las profesiones intelectuales (el «front office») y, por el otro, todos esos sostenes del «back office»; todos esos trabajadores de la retaguardia que mantienen la sociedad, que hacen que ella continúe a pesar de todo, que siga cada mañana como un milagro invisible renovado cotidianamente.

El «back office» al frente

Ahora bien, a la hora del confinamiento, precisamente, todo ocurre como si, el «front office» se hubiese retirado a «sus aposentos», y el «back office» subiera al primer rango, a «frente»: son todos los que continúan cada noche y cada mañana trabajando en los centros de abasto u organizando las góndolas en los supermercados, transportando o entregando miles de productos que los ciudadanos confinados van a consumir el resto de la jornada: logísticos, montacargistas, manipuladores de todo tipo, choferes, repartidores, cajeras, muchachos del domicilio… están ahí, fieles al puesto y con el miedo en la tripa. Por dos veces en Francia estos últimos años, ese «back office» se ha revelado a plena luz; una primera vez con la crisis de los «chalecos amarillos» cuando la

revuelta subía directamente de los territorios periurbanos donde viven esos trabajadores; y una segunda vez en la gran huelga de diciembre–enero pasado, que ha hecho patente la existencia de esos trabajadores. En efecto, el «back office» no tele-trabaja y tiene, a pesar de todo y contra viento y marea, que ir a su trabajo. Y una vez más, en momentos de la epidemia, tienen que hacer presencia así escasee el transporte, mientras el resto de la sociedad se repliega y se confina.

El frente no pasa pues por las solas líneas que los massmedia nos dan a admirar, los héroes que hay que aplaudir no son únicamente los trabajadores de la salud. Si estos últimos están mal armados (sin suficientes máscaras, ni geles, etc.), el «back office» está igualmente desprotegido; se ha declarado la guerra al virus sin explicarle que su movilización se requería y que él se iba al frente con aún menos información y protecciones que nuestros héroes de bata blanca. Que no nos sorprendamos entonces de que las plataformas logísticas y la gran distribución tengan dificultades en motivar a sus asalariados, que hacen valer su derecho al retiro o que amenazan con ir a la huelga... Tengan dificultades digo de enrolar millares de independientes, de artesanos y de intermediarios que gravitan en torno. Amazon recluta, Lidl ofrece una prima excepcional, las agencias de trabajo temporal enganchan a toda marcha y el gobierno parece descubrir que el país sólo funciona económicamente gracias al «back office». ¡Ya era tiempo! Más que nunca, la crisis revela fracturas y diferencias sociales; ahora Ud. las tiene a la vista. Cada vez que un empleado, un comerciante, un domicilio le entregue con qué vivir durante el confinamiento, es con un héroe, frecuentemente con una heroína, con el que Ud. está teniendo que ver.

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