Por los ciclos de los ciclos.

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Crónica del diluvio. Córdoba, 19 de febrero de 2015 Las palabras del lenguaje, el saber exquisito, las piedras, el olvido se lo lleva el río.

En la mañana del domingo 15 de enero de 2015 tomé la decisión de viajar a Villa Cabana, unos 40 kilómetros aproximadamente de la ciudad de Córdoba. Llovió toda la madrugada y cerca de las 8 hs el cielo está celeste, limpio y profundo. Me espera una caminata con muletas de 4 kilómetros, pero antes debo comprar provisiones en el supermercado. A tan sólo 500 metros del punto de partida vuelve a nublarse e inmediatamente comienza a llover. En pocos minutos la llovizna se transforma en tormenta con fuertes ráfagas de viento, lluvia torrencial y truenos. Camino por una importante avenida de la ciudad de Córdoba. Comúnmente esta zona es demasiada sucia, pero las constantes precipitaciones de los últimos días dejaron limpia las veredas e ideal para pisar descalzo y seguro. Los últimos 1000 metros antes de llegar a la parada del autobús se vuelven muy difíciles. Hago una pausa para descansar mientras espero que cese el temporal. Este trayecto lo hice muchas veces y tengo contado el tiempo y distancia necesario para tomar el autobús que me lleva a Cabana. Por ese motivo siempre tomo la precaución de partir de mi casa varios minutos antes. Cien metros antes de llegar a la parada veo cómo se aleja el anhelado colectivo. Es absurdo intentar alcanzarlo. La poca gente que transita bajo la lluvia mira mi extraña despedida a nadie. Al parecer el chofer decidió salir antes por las condiciones meteorológicas. Decido perseguir mi boleto al objetivo planeado. Freno un taxi y subo rápidamente pidiendo al conductor que alcance el autobús colorado que desaparece en la cortina de agua. Las intensas lluvias en la ciudad convierten las calles en una piscina olímpica de varios kilómetros. El autobús parece un catamarán que navega sobre el río y nosotros una lancha que golpea las olas que va dejando la embarcación. Después de tres largos kilómetros de persecución frenamos en un semáforo hasta alcanzar la puerta derecha del autobús. Pregunto al chofer si puedo


subir. La respuesta positiva detona la adrenalina y salgo a toda velocidad a enfrentar la lluvia y la calle inundada. Con la mano izquierda pagué al taxista y con la derecha rescaté una de mis ojotas que se escapa por el torrente de la banquina. Luego, apoyé firme el pie sano, tomé la mochila, las ojotas y las muletas para adentrarme en una carrera de corta distancia con un solo pie. En 6 saltos llegué hasta el autobús, tres para subir los escalones y uno para acomodarme en el asiento que está detrás del conductor. En mi mente repito varias veces la frase ¡Llegué sano! Mientras imagino con alegría el almuerzo que compartiré con amigos de Cabana. Segundos después, el pensamiento desaparece al escuchar un fuerte trueno y varias estampadas de agua en el parabrisas. Somos 4 personas arriba del autobús y ninguno tiene noticia del temporal. El río Suquía es alimentado por las calles que parecen arroyos. El agua que escurre por el canal es de color café con leche y supera el ancho completo de la costanera. En media hora cruzamos en dirección al norte la mitad de la ciudad. Hago cambio de ropa y apoyo los pies en la parte superior del motor para recuperar el calor corporal. La lluvia no cesa, por el contrario se vuelve más intensa. No es posible distinguir la vereda de la calle y lo único que puedo observar en la superficie acuosa son brotes de aguas verdosas que emanan de las alcantarillas. Líquido por todas partes y en todas direcciones: de un costado al otro, de arriba hacia abajo y abajo hacia arriba. Uno de los pasajeros comenta que anoche fue a una fiesta en un pueblo y que fue suspendida por el mismo temporal. No es la primera vez que en la provincia de Córdoba se suspenden los carnavales de esta época debido a esta clase de eventos meteorológicos. Después de viajar por más de una hora, pregunté al chofer su nombre. Se llama Mario e inmediatamente lo apodo “Capitán”. Un pasajero se persigna cada vez que llegamos a una esquina y con voz fuerte culpa a todos los mortales. “Esto pasa porque los hombres se portan mal. Algunos, como yo, hacemos bien las cosas pero somos los menos”. Después del sermón, saca una golosina de su bolso, consume el contenido y tira el papel al caudal inconmensurable. La escena la veo en cámara lenta mientras el papel revolotea por aire hasta que es tragado por una boca de tormenta que hace gárgaras de basura y agua. Nos movemos lentamente para no sofocar el motor del autobús. Los vehículos detenidos tienen agua hasta las ventanillas y se amoldan como turba al costado de las viviendas. Entre tantas cosas flotantes veo un casco azul que parece una boya de pesca anticipando un accidente de


tránsito. El camino no muestra indicios de vida humana y pocos metros después vemos una moto sumergida en el centro de la calle con sus luces encendidas. Estamos por ingresar a la siguiente localidad y el autobús comienza a rugir con vaporosas aceleradas. Desde los asientos delanteros asomo la mirada hacia la puerta donde contemplo la infatigable compañía de una ola que es causada por la enorme rueda del autobús. Nos acercamos al mediodía y parece que va a anochecer ocho horas antes. Las primeras presencias humanas son de un pequeño grupo de hombres que intentan cavar una zanja por debajo de las vías del tren para desagotar el agua que inunda sus viviendas. Aún no vemos asistencia de defensa civil, bomberos y/o policías . Cruzamos las localidades de Villa Allende y Mendiolaza sin grandes problemas. El camino es transitable aunque el río Saldán muestra creciente con arrastre de árboles, piedras y pedazos de asfalto. Las dificultades para avanzar surgen en Unquillo, en la zona central conocida como doble avenida. En ese instante y lugar comprendo que la noche anterior se intentó celebrar el carnaval porque veo guirnaldas, aerosoles, vasos y cosas de cotillón flotando por todas partes. Esos colores de artificios mezclados con las piedras y el barro generan una extraña sensación de alegría y terror a la vez . La caída de gotas sobre la superficie de las calles de Unquillo parecen infinitas esferas que explotan en sonidos de millones de aplausos. La lluvia no cesa y aún faltan 5 kilómetros de sinuoso camino. Cruzamos un alud que toma amplitud conforme avanzamos. Las enormes piedras rodantes van dejando a su paso estelas de agua que advierten los lugares por donde no hay que pasar. A tan solo tres kilómetros acepto la crisis que estamos viviendo y doy por perdido mi encuentro con amigos. Algunos pasajeros se lamentan y lloran desconsoladamente. Llegamos a la entrada de Cabana y un vecino nos informa que es imposible pasar. Luego nos invita a mirar el río que está a nuestra izquierda. Desde ese costado vemos un torrente como si fuese el inmenso torso de dragón penetrando en la tierra y arrastrando todo lo que se interpone a su paso. El torrente dragón es de color negro y se alimenta con cientos de afluentes que bajan por los cerros. El cause causa. Causa miedo y asombro. Es un movimiento hipnótico de destrucción. Hay pedazos de pared, heladeras, árboles enteros, etc. Los vecinos que construyeron sus casas al costado del vado están perdiendo en este instante absolutamente todo y la lluvia no cesa. Antes de girar por el camino abnegado, una vecina nos advierte sobre la gravedad del asunto y


consulta nuestra situación. A la señora la acompaña su perro que parece una enorme rata mojada que sacude el barro dentro del autobús. Hace una hora que el frío y la humedad han penetrado nuestros cuerpos. Uno de los pasajeros tiembla y estornuda desde hace buen rato. Capitán habla por teléfono con sus compañeros y luego nos comenta que es imposible llegar al final del recorrido o regresar por donde vinimos. Estamos atrapados. Las noticias de radio indican lo siguiente: puentes dañados, arrancados y tapados por el agua. Partes de la nueva ruta de Mendiolaza completamente destruidas. Villa Allende inundada. Los caminos que conducen a las rutas más importantes están tapados con agua y material. Unquillo con las calles llenas de barro. Hay autos, camiones, casas, puentes, veredas, comercios y espacios públicos completamente destruidos. El daño material es inestimable. Nuestro único remedio es esperar en una zona alta hasta que se detenga el temporal, algo que no ocurre desde hace más de 6 horas. Nos refugiamos en una estación de servicio que sirve de puerto para los autobuses y autos. Afortunadamente tomamos algo caliente. La región está sin luz desde esta mañana. Por la ventana de la estación veo algunos autos enterrados en la calle y como son bordeados por grupos de personas que marchan con bolsas en sus cabezas. Ellos son los damnificados que han perdido sus hogares y buscan un lugar alto para protegerse. Cada una hora, algún chofer sale en búsqueda de información y soluciones. Las imágenes que nos llegan por mensajes muestran zonas terriblemente afectadas. Algunos lugares por donde pasamos esta mañana son un desastre total. En algunas partes el río subió hasta 9 metros tapando y/o arrancando enormes estructuras. Me genera una enorme tristeza pensar en todas esas personas que habitan cerca de los ríos, arroyos y canales de la región. El ciclo del agua genera otros ciclos, esta vez de destrucción . Capitán sugiere pernoctar en el autobús. Cerca de las 18 hs comienza a cesar el temporal pero aún sigue lloviendo. Defensa Civil aparece en escena e informa lo siguiente: Cabana estará cerrada las próximas 48 horas. Resulta imposible ingresar a la siguiente localidad. Están intentando despejar uno de los vados de Mendiolaza. Cuatro horas más tarde subimos a otro autobús que es conducido por otro chofer y volvemos a la ciudad de Córdoba. Desde la ventanilla pegada a mi hombro derecho veo un manto completamente negro. Llegamos al centro de la ciudad de Córdoba y sigue lloviznando. Veo a muchos jóvenes que disfrutan de la noche cordobesa. Esas caras con gestos risueños me generan un contraste con las miradas de horror que observé horas atrás en el


departamento Colón. No tengo bronca por eso, tampoco por no haber llegado a almorzar con mis amigos. No obstante, tengo impotencia de no haber podido ayudar. Todo esto resuena en mi cabeza y me hace pensar mientras camino por el mismo lugar de esta mañana. Las últimas imágenes de la noche es el craquelado mojado del asfalto que refleja las luces naranja de la calle. Al llegar a mi casa no puedo dormir por la conmoción. A la mañana siguiente el ardor del sol genera una insoportable humedad. Voy temprano a Villa Allende y acompaño a unos amigos a donar colchones, sábanas y ropas. Para hacer llegar la ayuda es preciso ir por el costado de la ciudad y por lugares altos alejados del arroyo Saldán y del canal Seco. El calor está descomponiendo rápidamente los alimentos perdidos, las plantas y animales muertos. Todo es un caldo de cultivo infeccioso acumulado en la ciudad. La calle principal está cortada y no podemos ingresar. Cientos de vecinos están colaborando con la limpieza de las veredas utilizando palas, carretillas, rastrillos y las propias manos. El fin de semana se iba a celebrar el “Festival de la Solidaridad”, un evento de música, baile y teatro que se realiza de forma ininterrumpida desde hace más de 20 años. En medio del caos, la solidaridad es literal. Las iglesias funcionan como centros asistenciales y de evacuación. Según me informan algunos vecinos que colaboran en la zona, algunas personas saquearon cargas con ayuda humanitaria, además ocurrieron muchos robos domiciliarios. ¿Será que esta clase de eventos expone y magnifica las virtudes y miserias humanas? Pienso que la desesperación obliga a hacer cosas impensadas. Otra situación particular que comentan los vecinos es el oportunismo de algunos partidos políticos que a pocos meses de las elecciones hacen campaña donando cosas con insignias políticas. Al igual que ayer, lo poco que tengo a mi alcance es pensar. Recibo y envío mensajes de seres queridos damnificados. Muchos de ellos perdieron todas sus pertenencias. En estas circunstancias los más vulnerables son los niños, enfermos y ancianos. Hasta ahora el número de víctimas es de 12 personas. Al día siguiente, me levanto temprano para volver a intentar llegar a Cabana. Villa Allende sigue abnegada. El centro de la ciudad continúa cortado. La actividad es similar a la de ayer pero con la asistencia de maquinaria pesada. Cruzar por un costado de la ciudad es un gran avance para las familias que necesitan ser evacuadas. El Barrio de La Costa quedó devastado. Los paredones de algunas casas antiguas fueron arrancados. El calor continúa descomponiendo la materia obstructora. Mi recorrido en


autobús termina en la entrada de Unquillo y comienzo a cruzar el centro caminando. La doble avenida es un enorme estanque de barro que fragua rápidamente. Al igual que Villa Allende, desde hace más de 24 horas las personas hacen sus mayores esfuerzos. Algunos comerciantes apilan la basura y las cosas rotas en la vereda. El centro también está cerrado y no hay calle que no haya sido afectada. Desde lo alto y a varios metros de altura escucho con miedo el rugido del torrente dragón. Camino durante más de una hora y frena un vehículo. El señor maneja un auto prestado para transportar alimentos. A pesar de haber perdido su casa él agradece de no haber extraviado a sus seres queridos como uno de sus vecinos cercanos que encontró a su hijo muerto atrapado en la rama de un árbol. Todas las personas que encuentro por el camino están sufriendo las consecuencias del temporal. Freno en la entrada de un vado. En mis condiciones me resulta imposible cruzar. Por suerte, pocos minutos más tarde frena otro vehículo y me acerca un buen trecho. Más encuentros de lamentaciones. Estoy a pocas cuadras de llegar a mi destino y siguen las señales del diluvio. Llego a mi destino y observo con miedo una nueva condensación de nubes grises. A las 16 hs comienza a llover intensamente durante una hora y media. Al día siguiente sigue lloviendo hasta las dos de la tarde. En cada chaparrón brota el agua y el pánico social.


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