Manimal pierre castro

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Pierre Castro

MANIMAL CUENTO


MANIMAL Autor: Pierre Castro© Alcalde de Lima: Luis Castañeda Lossio Gerente de Eduación y Deportes: Francisco Gavidia Arrascue Subgerente de Educación: Alfredo Gonzales Avila Jefe de Proyecto: Alex Alejandro Vargas Asesor Legal: José Antonio Alarcón Cuidado de Edición: Martín Galarza Diseño y diagramación: Leonardo Collas Foto de Portada: http//sstatic.pexels.com MUNICIPALIDAD METROPOLITANA DE LIMA Gerencia de Educación y Deporte Subgerencia de Educación Programa Lima Lee Jr. Conde de Superunda 169 5to Piso - Edificio CONFINA, Cercado de Lima Teléfono: (01) 632 1300 Anexo 1625 Correo Electronico: buslima@munlima.gob.pe

Edición Digital, Noviembre 2015


Pierre Castro

MANIMAL CUENTO

Programa Lima Lee


Agradecimiento especial al autor por la autorización de publicar su obra en el marco del proyecto de promoción de la lectura “BUS DE LA LECTURA”.


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n el colegio tuve dos profesores de Biología. El profesor Chinchayán era el oficial pero no fue del que más aprendí. De hecho, la única de sus clases que recuerdo fue aquella en la que tuvimos que diseccionar a un cuy. Como yo no conseguí el cuy, llevé un conejo blanco como salido de un cuento, y Mónica, que amaba los conejos casi tanto como yo la amaba a ella, me desbarató a puteadas cuando el profe cargó al bicho de las patas traseras y, de un karatazo en el cogote, lo mató. Luego no me quedó más 5

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que abrirlo, verle las tripas llenas de hierba y anotarlo todo en mi cuaderno mientras ella me descuartizaba con la mirada. Del trauma me olvidé de la biología y, además, me vino tal aflojada de huacha que ya ni siquiera estuve seguro de si mi corazón pertenecía al aparato circulatorio o al digestivo. Mi pata Juano, que me vio más desnucado que el conejo, me dijo: tranquilo huevas, si es solo un conejo; además, eso le pasa por cachero. ¿Sabías que estos bichos pueden hacer más de mil crías antes de morir? Ese conejo ha culeado más de lo que tú soñarás en tu vida, ¿por qué te palteas? De tiernos no tienen nada. Si mean a la coneja para marcarla, la mean desde lejos, así como pistolita, y si la hembra los chotea, se ponen como locos a escarbar la tierra. Puta, pero si aparece un rival, conchesumare, lo quieren castrar a mordiscos. A la franca, yo preferiría que me desnuquen a que me castren a mordiscos. ¿Tú no? LIMA LEE | Bus de la Lectura

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De cómo se veía el conejo abierto ya me olvidé, pero de esa clase maestra que Juano me dio, jamás. Y no fue la única. Como yo no escarmentaba, otro día me encontró mirando a Mónica con cara de huevonazo y me dijo: Hermano, esa mujer te está comiendo vivo. Es tu mantis religiosa. ¿No sabes, no? Mira, cuando el macho de la mantis anda templado como tú, la mantis viene y le mete la lengua hasta el buche, pero no de romántica sino que le va chorreando ácido para disolverle las tripas. Mientras él la hace feliz, ella se lo va jameando y lo deja pura cascarita. ¿Así te quieres quedar tú, compadre? No pe’, no seas huevón, tú tienes que ser como los machos de las arañas. Esos también la tienen jodida porque su hembra es grandaza y siempre se los quiere almorzar después del cache, pero ellos son sapos pe’. Por ejemplo, hay un macho que le trae de regalo insectos envueltos, así mientras se la tira, ella tiene qué comer. Pero hay otro que es más pendejo 7

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todavía. Viene y le hace cosquillas un ratazo hasta que la araña entra en trance y se queda panza arriba. Entonces aprovecha y al toque con su telaraña le amarra todas las patas a unas ramitas. Qué Kamasutra ni qué huevada. Cuando la araña se despierta dice: ¿oe, qué?, ¿qué chucha pasa? Pero ya es muy tarde porque ya la tiene adentro y puuuta, mientras se desata, el macho ya le hizo choque y fuga. Aprende, huevón. Cosquillas. La risa es un arma poderosa porque nadie la ve venir. ¿Qué haces acá mirándola como baboso? Anda cuéntale un chiste. Hazla reír y ya verás. La técnica de Juano me funcionó tan bien que hasta me atrevería a decir que esa fue una de las razones por las que empecé a escribir cuentos. Cada vez que una chica me choteaba, yo escribía una historia divertida. A veces, incluso, era la propia historia de mi amor choteado. Y cuando te ríes de tus propias desgracias, estás así de cerca de LIMA LEE | Bus de la Lectura

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pasarles por encima. Años después, cuando ya habíamos salido del colegio, vi a Juano por la calle. Venía de la mano de una chica guapísima a la que traía muerta de risa. Juano también me descubrió desde lejos y aceleró el paso hacia mí. Nos abrazamos con fuerza. ¿Qué es de tu vida, cauuusa?, me preguntó. ¿Cómo estás? ¿Ya dejaste la paja? Jajaja. Mira, Marta, le dijo a su novia, este era mi pataza del cole, lo malo es que siempre andaba templado y yo tenía que andarlo desahuevando. Oe, ¿te acuerdas de cuando lloraste por el conejo desnucado? Noseasssspendejo. Jaaaaajajajaa. Y ahí, mientras nos reíamos y nos resumíamos los años e intercambiábamos teléfonos para un futuro encuentro que nunca se dio, yo miraba a su novia y pensaba en cómo habría hecho para enamorar a una chica tan guapa. Y entonces recordé cada una de las historias de amor animal que me había contado en el 9

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colegio. Y cuando las recordaba, imaginaba a Juano y a Marta en ellas. Primero los veía dándose de zarpazos como tigres arrechos, o los alucinaba cayendo en picado tomados de las garras como hacen las águilas de cabeza blanca antes de copular. También los imaginé tirando con el pesado y lento amor de los cocodrilos o traspasándose la epidermis con ácidos dardos como hacen los caracoles de jardín. Imaginé a Juano emperifollándose como un ave del paraíso, o poniendo flores y música en su casa como esas aves que construyen bellísimos nidos para atraer a sus parejas. Sin embargo, ninguna de esas historias me parecía que les calzaba bien. Solo cuando ya nos habíamos despedido y yo volteé a darles una última mirada, vi a Juano que seguía haciendo reír a su novia, y vi, sobre todo, esa gran sonrisa suya que se expandía sobre ella como una telaraña. LIMA LEE | Bus de la Lectura

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La casa de Steve olía a caca de gallo. Su papá criaba gallos de pelea y tenía el patio lleno de jaulas. Steve siempre llegaba temprano al colegio porque los gallos cantaban apenas olían el sol y lo despertaban. Steve llegaba temprano y luego se quedaba dormido a mitad de la clase. A veces pasábamos por su casa al salir del cole y él nos llevaba al patio para ver a los gallos. Las jaulas eran de madera con delgados barrotes de fierro y tras ellos veíamos unos bichos terroríficos, mitad pájaros mitad velociraptores, que aleteaban como llamaradas de fuego. Steve llevaba varios meses pidiéndole a su papá que le regalara uno. Un gallito que él pudiese entrenar desde joven y fuera su gallo peleador. Pero su viejo ya le había dicho que era todavía un niño y que le regalaría uno cuando acabase la primaria. Le ofreció a cambio comprarle un perro. Steve no quería saber nada de perros, así que siguió insistiendo, e insistió tanto que su viejo acabó 11

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por regalarle uno. No un gallo, por supuesto. Un verdadero gallo de pelea podría haberle sacado un ojo a Steve. Le regaló un pollo y le dijo que así eran los gallos al comienzo. Que tuviera paciencia. Y Steve le creyó. A la franca, al principio nosotros también le creímos. Steve nos dijo que era un gallo adolescente y que tenía que entrenarlo y esperar la metamorfosis. Se llama Maicol, agregó orgulloso. Algunos días íbamos a su casa después del colegio y veíamos cómo Steve entrenaba a su pollo con ahínco. Lo correteaba. Lo agarraba de la pechuga y lo balanceaba de atrás hacia delante acercándolo a otros pollos. Los bichos tenían cara de no saber qué diablos estaba sucediendo. Poco a poco fuimos perdiendo la fe y le dijimos que ese gallo o estaba muy verde o no tenía vocación de asesino. Steve se enojó, levantó a Maicol y se metió a su casa. Después de eso nos acostumbramos a LIMA LEE | Bus de la Lectura

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ver a Steve acompañado siempre de su pollo. Incluso lo llevaba a los partidos que jugábamos en la canchita de tierra y él se quedaba en las tribunas entrenándolo. Cuando llegó el campeonato nos pusimos de nombre Los gallos y los dibujamos a Maicol en las camisetas. Era la mascota oficial. Ese año jugamos con más ganas que nunca pero quedamos últimos en la tabla. Como Steve vivía por mi casa, volvíamos juntos después de los partidos. Un día pasamos por la casa de los Saldarriaga, que también eran criadores de gallos. Los chibolos estaban afuera y al ver a Steve con su pollo bajo el brazo, lo empezaron a joder y le preguntaron que cómo lo iba a cocinar. Steve les gritó que no lo iba a cocinar porque era su gallo de pelea. Las carcajadas estallaron. Cuáaaal gallo, oe, si eso no alcanza ni para un estofado. Steve al principio se quedó mudo. Vámonos, le dije y seguí caminando. Pero entonces sentí que él 13

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no se movía y escuché cuando les gritó: ¡Mi gallo descalabra a cualquiera de los tuyos! Recuerdo que los Saldarriaga dejaron de reírse y le respondieron: ¡A ver pues! Nos hicieron entrar a su patio que también estaba lleno de jaulas. Escoge tú el gallo, le dijeron a Steve que ya no parecía tan seguro de su idea. Tal vez sintió a Maicol temblar bajo sus brazos y comprendió por primera vez que su viejo lo había engañado. Que Maicol era solo un pollo. Pero ya era muy tarde para arrepentirse, y con los ojos llorosos de miedo y rabia, señaló cualquiera de las jaulas. Entonces vi que los Saldarriaga sacaban a un gallo de mirada furiosa tan robusto que hubiese hecho correr de miedo a cualquier gato callejero. Lo soltaron en el piso y aleteó como dueño y señor del lugar. ¡Ahora suelta a tu gallo!, exigieron los Saldarriaga. Al ver que Steve no lo soltaba, se lo arrancharon y lanzaron a Maicol al aire. De lo siguiente recuerdo poco, porque LIMA LEE | Bus de la Lectura

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apenas el pollo de Steve cayó sobre el gallo, todo fue un escándalo de aletazos y plumas. También recuerdo las risas demenciales de los Saldarriaga y los gritos desesperados de Steve. El escándalo duró poco porque el papá de los Saldarriaga, probablemente alertado por la bulla, entró a su patio y de un par de patadas separó a los animales. Steve cogió al pobre Maicol que apenas podía con su vida y salimos corriendo mientras el viejo gramputeaba a sus hijos. No dijimos nada camino a casa. Yo escuchaba a Steve comerse las lágrimas y los mocos mientras le acariciaba la cabeza a su pollito. Cuando llegamos a la esquina de su casa, él se metió sin decir nada y yo seguí caminando. Eso fue lo último que supe de Maicol. Steve nunca volvió a sacarlo ni a decir una palabra sobre él. Cuando terminó la primaria, a mí me cambiaron de colegio y no vi a Steve hasta muchísimos años después, en el reencuentro 15

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de aniversario de la promo. Nos sentaron en la misma mesa así que pudimos conversar buen rato y ponernos al día. Hablamos de todo menos de Maicol. Él no lo mencionó y a mí me dio miedo preguntar. Solo cuando nos sirvieron la cena y vi cómo Steve se comía todo el arroz y la ensalada pero apartaba cuidadosamente la presa de pollo a un lado del plato, comprendí que en su corazón todavía temblaba su pobre pollito desplumado. Y fue tan fuerte el recuerdo de aquellas jaulas y los aletazos en medio del olor a caca de gallo, que yo también dejé de comer, y puse mis cubiertos sobre el plato.

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PIERRE CASTRO Sus cuentos han sido publicados en las antologías Maldito Amor Mío, Más cuentos irónicos y Primeras Historias así como en los fanzines Heridita, Marc el Loco y Lithopia. Ha pertenecido a la Escuela de Escritura Creativa de la Católica y ha montado cabezas de pacazos sobre cuerpos humanos. Hace dos años abandonó la publicidad para dedicarse a la literatura y en cambio se dedicó al pan con queso y los dibujos animados.

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