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Colección Poesía Internet, febrero de 2012
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Escribir es un arte pero también es un oficio y una profesión. El poder de llevar la creatividad al nivel de una obra maestra encaja en la primera definición; el manejo apropiado de herramientas en la segunda; corresponde a cierto carácter de escritores intentar que la tercera se desarrolle en un esquema que no interrumpa al arte ni al oficio. Uno de los objetivos últimos de la literatura —obviamente, no el único— es publicar. Ver el propio nombre impreso puede ser alimento para el ego, pero también es la culminación de un proyecto que tuvo en un principio sus planos y coordenadas como cualquier otro. Pero el mundo está cambiando y el papel no es soporte suficiente para la inquietud humana. En un lapso relativamente corto, el nuevo medio de comunicación que es Internet ha entrado en nuestras vidas y las ha revuelto, provocando rupturas en las fronteras de los paradigmas y concibiendo novedosas manifestaciones en todos los órdenes. La literatura no ha escapado a ello. Para respaldar la obra de los escritores hispanoamericanos, la revista Letralia, Tierra de Letras, ha creado la Editorial Letralia, un espacio virtual para la edición electrónica. La Editorial Letralia conjuga nuestra concepción de la literatura como arte, oficio y profesión, y la imprime sobre este nuevo e intangible papiro de silicio. Los libros que conforman las colecciones de la Editorial Letralia en los géneros de narrativa, poesía y ensayo son en su mayoría inéditos. Se acompañan con magníficas ilustraciones de artistas contemporáneos, muchos de ellos también inéditos. Pueden ser leídos en formato de texto o en HTML, y cada uno tiene su propio diseño. La tecnología le permitirá no sólo leer el libro que seleccione, sino además comentar con el autor o con el ilustrador sus impresiones sobre el trabajo. La Editorial Letralia imprime sus libros desde la pequeña ciudad industrial de Cagua, en el estado Aragua de Venezuela. Nació en 1997 como un proyecto hermano de la revista Letralia, Tierra de Letras y es la primera editorial electrónica venezolana. Reciba nuestra bienvenida y siéntase libre de enviarnos sus sugerencias y opiniones. A los escritores que nos visitan, les animamos a participar de esta iniciativa con toda la fuerza de sus letras.
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In memoriam Chity Díez Taboada, que, en tiempo más feliz, nos acompañó a Las Médulas y al Lago.
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Índice A manera de prólogo ................................................................................................................................... 7 I. Ruina móntium ...................................................................................................................................... 13 II. Luiserne, la sarracena ............................................................................................................................ 17 III. La caída ............................................................................................................................................... 21 IV. Lago de Carucedo ................................................................................................................................. 23 V. Lucerna, dónde ...................................................................................................................................... 25 VI. La ventosa ............................................................................................................................................ 27 VII. La leyenda ........................................................................................................................................... 29 VIII. Hic et nunc ........................................................................................................................................ 31 IX. Memorias de Lucerna .......................................................................................................................... 33 Nota ........................................................................................................................................................... 35 Nota biobibliográfica ................................................................................................................................. 37 Paz Díez Taboada ...................................................................................................................................... 39
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A manera de prólogo Lucerna Ventosa, quae dícitur Karcessa, urbs munitíssima..., est in valle víridis...1
Estas palabras de la Crónica del Pseudo-Turpín2 se refieren a la legendaria «Lucerna Ventosa, también llamada Carcesa, muy fortificada ciudad» sarracena que se suponía sita en el «camino francés», la más larga y famosa de las rutas a Compostela o Camino de Santiago por antonomasia. Tratando de precisar su situación, la Crónica añade que est in valle viridis, o sea, «en el valle verde», pero, ¿en cuál de los verdes valles del norte de la Península Ibérica por los que discurre el mítico Camino? Cuenta la Crónica que un día llegó ante Lucerna Carlomagno con sus pares y mesnadas, la sitió y atacó, pero las rojas murallas de la ciudad infiel resistían los envites de los francos, por lo que el Emperante —así lo llama el Romancero Español— elevó sus ruegos a Jacob Bonaerges, el Hijo del Trueno, solicitando un milagro. Escuchó Santiago al cristiano y un fiero e impetuoso turbión rompió las murallas y arrolló casas y habitantes, hundiendo para siempre a Lucerna en un lago tranquilo y misterioso, en donde, convertidos en ágiles y ondulantes peces negros, nadan los sarracenos. Y la misma leyenda se narra en Anseïs de Carthage (h. 1200) y Guy de Bourgogne (p. 1211), dos chansons de geste del ciclo carolingio que aluden al rojo encendido de las murallas de la legendaria Lucerna: «Li mur... plus vermeil ke charbons en foyer» y «Murs vermeils...», respectivamente; porque era frecuente que la épica medieval explotara asuntos 1.
Aunque el latín escrito no tiene tilde para indicar la sílaba tónica de las palabras, las escribimos con ella para que puedan pronunciarse correctamente los vocablos latinos. Además, téngase en cuenta que, en el latín clásico, «c» ante «e, i» se pronunciaba «k»: Lukerna; que «ll» eran dos eles: val-le; que «g» ante «e, i» se pronunciaba suave —no como nuestra «j»—; y que, en los grupos «qu» + vocal, se pronunciaba la «u»: quae > cuae.
2.
Crónica latina que se creyó escrita por el franco Turpín, arzobispo de Reims (Francia), en el siglo IX. Es la parte IV del «Líber Sancti Iacobe», contenido en el códice que los gallegos llaman O Calistiño, o sea, el Códex Calixtinus (s. XII), se guardaba en la catedral de Santiago de Compostela, de donde ha desaparecido recientemente, y cuya autoría se atribuyó, falsamente, al papa Calixto II.
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ya tratados en las crónicas; aunque también, a veces, sucedía a la inversa. A principios del siglo XX, el medievalista Joseph Bédier rastreó exhaustivamente el oculto camino de esta leyenda que, como todas, está ligada a una tierra concreta y basada en hechos históricos que la memoria colectiva retiene, aunque confundidos y amalgamados por la imaginación popular, que en ellos se proyecta. Descubrió Bédier que Ventosa era el nombre que recibía, desde la Alta Edad Media, la ciudad céltica Bérgidum, apellidada Flávium tras la conquista romana, que estaba ubicada en el cerro llamado aún hoy Castro de la Ventosa, próximo al pueblo de Pieros, en la comarca leonesa de El Bierzo — término que deriva, precisamente, del nombre de la citada ciudad céltica—; y averiguó también que Karcessa o Carcesa era topónimo derivado del antiguo nombre del río Cárcere, que discurre por un estrecho y sombrío valle al que da nombre, el Valcarce.3 Más le costó al estudioso francés precisar cuál era el valle víridis, pero, en «De la Santa Iglesia de Astorga», tomo XVII de la monumental obra España Sagrada del padre Enrique Flórez de Setién, encontró que Santa Marina de Valverde era el antiguo nombre de la parroquia de Corullón, pueblo berciano próximo al Castro y al Valcarce. Sin embargo, ¿de dónde brotó el turbión que arrolló a la pagana y opulenta Lucerna?, ¿cuáles eran los picachos en que los peregrinos franceses creyeron ver las ardientes murallas de la mítica ciudad?, ¿cuál el lago en que fue anegada..? Y quién sabe si aún nadarán allí los sarracenos que el Bonaerges convirtió en peces negros por su contumaz resistencia a las mesnadas cristianas... Pues, sí... Y ahora la leyenda nos retrotrae a un tiempo más lejano y al más bello lugar de la comarca berciana. Hemos de caminar hasta Las Médulas, con sus rojos picachos que, desde lejos y al fulgor del ocaso, semejan muros devorados por un incendio o flamantes torres de una ciudad en llamas. El espectáculo, aún hoy, es impresionante, asombroso. Y con asombro lo han contemplado, desde hace más de mil años, los ojos atónitos de tantos peregrinos santiagueros, atentos al misterio y expectantes del prodigio. Fue la insaciable codicia del pueblo-rey —como denominó a Roma el Vizconde de Chateaubriand— la que proyectó la ruina móntium que dio origen a Las Médulas. Desde los imponentes Montes Aquilianos, cuya cumbre más elevada es La Aguiana (< Aquilana), diversos carriles tallados en la roca viva hacían confluir las aguas de lluvias y neveros en los túneles que el sudor de los esclavos —los humillados amos y señores de aquellas tierras vencidas— había abierto en las entrañas del monte, y por aquellos túneles se colaba el turbión, arrollando a 3.
Como en otros casos, al unirse el apócope de «valle», val, al nombre del río que por él discurre, aquél acabó dando nombre a éste; así Val del Cárcere > Valcarce; Val del Oza > Valdoza > Valdueza; Val del Orna > Valdorna > Valduerna; Val del Avia > Valdavia, etc. Editorial Letralia
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su paso piedra y tierra, hasta llegar a unos desaguaderos y cribas situados más abajo, en donde se escogían y lavaban las pepitas de oro. Luego, abriendo unas compuertas, se dejaba que aguas, barros y limos siguieran la pendiente hasta remansarse en lo que es hoy el Lago de Carucedo. Así, horadado como un queso de Gruyère y atravesado una y otra vez por la furia del agua, el monte acabó por derrumbarse, mostrando desde entonces sus rojizas entrañas descarnadas. Y, en el sereno Lago de formación artificial, nadan unos delgados peces negros que los lugareños conocen bien: los pescan y se los comen. Pero lo que no pudo averiguar Bédier —fue explícito al rendirse ante el misterio— y que nadie ha desvelado todavía es en dónde estaba Lucerna, la ciudad que el Pseudo-Turpín identificaba con Ventosa y Carcesa en las tierras del Valverde; Lucerna, la ciudad que el ciclo carolingio soñó como la sarracena Luiserne, bien defendida por sus rojas murallas pero hundida para siempre en un extraño lago por el ruego airado del Emperador Carlomagno y por obra y gracia del Apóstol Santiago. A despecho de desecaciones y otras salutíferas modernidades, en las tierras del Noroeste español había y aún hay muchos lagos y lagunas en donde se supone que está asolagada una ciudad pagana y perversa que fue castigada por poderes sobrenaturales. Es la vieja leyenda de La Ciudad Sumergida que atraviesa toda Europa, de este a oeste, y cuyo más antiguo testimonio se encuentra en el Timeo de Platón (s. V a.c.). Así, en Galicia, Doniños, Cospeito, Antela...; Saliencia, en Asturias; Isoba y Ausente, en León... o Villalverde de Lucerna, en el oscuro Lago de Sanabria, la más famosa de todas las ciudades sumergidas españolas gracias a Unamuno que, conocedor de la Crónica latina, la rebautizó Valverde de Lucerna. También en el mar hay ciudades sulagadas; por ejemplo, en la costa lucense, la de Estabañón (del gr. stephanionen), frente a la playa de Area (en Faro). Y, como en la bretona Is, de la que habló el francés Renan, la ciudad sumergida —cualquiera que ella sea y en dondequiera que se halle— vive en las aguas una vida misteriosa, como en sueños, de la que da señales a ciertas horas y en ciertos días del año: al amanecer del de San Juan o a las doce de la noche del 31 de diciembre. Sin embargo, de todas las ciudades sumergidas, ninguna más inquietante que la proteica Lucerna, que fue Ventosa asentada en el viejo Castro céltico, y Carcesa oculta en el Valcarce; que enseñoreó el locus amœnus del Valverde e irguió sus muros llameantes en Las Médulas; que duerme para siempre el sueño del misterio bajo el cristal del Lago de Carucedo... Y que aún, arropada en la leyenda, avanza por el Camino de Santiago, discurre, una y diversa, por las páginas de nuestra literatura —Gil y Carrasco, Unamuno, Casona, Cortezón...— y vive, imperecedera, en la memoria de las gentes del Noroeste... http://www.letralia.com/ed_let
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Ruina móntium Cuando mandó Antonino a sus agrimensores para fijar las millas del Imperio, se alzaba sobre el cerro, urbs munitíssima, la gran Bérgidum Flávium. Nuevos amos asientan sus deidades lascivas donde antaño Rodianus lanzó sus llamaradas. El caldero dorado rueda por la ladera y Lug camina tras el sol poniente. Hacia los montes áureos, los señores del roble avanzan en la cuerda que, crueles, azuzan roncas voces latinas. Por las calles resuena el chasquido del látigo que golpea sañudo el vigor de las duras espaldas atezadas. Arañando la sacra piel de la tierra madre, horadando su entraña, penetrando en la hondura, quebrantando el solemne empaque de la piedra, la insaciable codicia de la lejana Roma proyectó la locura de violar las montañas. Caerán —cayeron miles— bajo el bronco grito rudo del torpe legionario. cayeron, confundida su derrota con el derrumbamiento de los montes. Rojo queda el semblante de la tierra http://www.letralia.com/ed_let
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del furor y la sangre de sus hijos. Con los huesos de astures y galaicos se cimentaron, imperecederas, las vĂas del Imperio. ÂĄVae victis!
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Luiserne, la sarracena Li murs... plus vermeils ke charbons en foyer... Anseïs de Carthage (h. 1200)
Cuenta el Pseudo-Turpín —y es cosa cierta— que llegó a la ciudad grande y dorada, al pie de las murallas de Lucerna, Carlos el Emperante con sus fuertes y rubios capitanes. Peregrinos a la siempre soñada Compostela, marchaban por la ruta que en la altura con luz de las estrellas está escrita. Mas ansiaban la gloria y tomar al asalto aquellos muros rojos —carbones encendidos. Sus corazones fieros, cerrados en las cotas, deseaban trocar el gris en oro. —¡Bonaerges, escucha desde tu trono! Mira cómo resiste terca la ciudad el envite de mis mesnadas, cómo los viles sarracenos defienden la dorada Lucerna del empuje de mis mejores capitanes. Nadie, ni Roldán ni Oliveros, ha logrado franquear los portillos, alcanzar las almenas, ni derribar un tanto de sus flamantes muros infernales. Atiende mi clamor, Hijo del Trueno. http://www.letralia.com/ed_let
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Lanza tu rayo y hiere, quema y derruye. Brote el vengador turbión que para siempre hunda y anegue en las malditas aguas la oscura terquedad de la cerrada ciudad del oro y de la luz, Lucerna. Y Santiago, el señor del más bello camino, escuchó la oración del Emperante, y un hambriento turbión que bajó de La Aguiana asolagó por siempre la ciudad de los sueños bajo el cristal del lago, sin salida.
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La caída Lo susurran las hojas de los árboles, lo murmuran los ríos y las fuentes, lo comentan en corro, bajo la parra augusta, los campesinos de melados ojos. Lo clama, sucesiva, la ondulante fila de peregrinos en mil lenguas: ¡Cayó, cayó Lucerna, la dorada! Se hundió en el blando barro de los sueños. La arrastró hasta el olvido el turbión que, furioso, derrumbó con estrépito la majestad del monte.
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Lago de Carucedo Un aire leve ondula y riza el lago, donde duerme Lucerna su existencia dorada. Las luces del ocaso irisan sus fulgores en los temblores curvos de la hondura. En el fluir sin cauce de las aguas vagan los sarracenos; sus perfiles son comas y arabescos con que el tiempo escribi贸 en el misterio de las ondas un quebrado rengl贸n de interrogantes. Emergen claridades. Como tela ondulada se agita la corriente. Las airosas agujas de las torres ocultas de la ciudad perdida hieren el aire de la tarde. El cielo se enrojece de sangre del viejo dios que muere.
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V
Lucerna, dónde Lucerna, aquí o allí. Lucerna, dónde. Allá, en el Castro airoso, batido por los vientos, humillado su orgullo en los muros enanos de lo que fue una vez Bérgidum Flávium. Lucerna, allí, bajo la sombra humilde de los chopos lanzales, junto al fluir del Cárcere, encerrada entre llantos y susurros del sombrío y doliente valle víridis. Quizá Lucerna aquí, en la hondura glauca de las aguas, en donde reina el ágil garabateo de los peces negros, durmiendo para siempre su leyenda en el barro del Lago. Asolagada.
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VI
La ventosa Por las laderas arduas se derraman las vides hasta arraigar al pie del Castro, coronado por un fosilizado anillo de sillares que el tiempo y la derrota carcomieron. En la cima los vientos orean las heridas de Bérgidum, la altiva ciudad celta, apellidada Flávium por la garra de Roma. Esta urbs munitíssima, que codicia el Imperio, se alza airosa y dorada por un halo de pámpanos, señora de los claros horizontes. Castro de la Ventosa, dulcis ara del rubio norte que se emboza en brumas, en ti descubre, sin cansarse, el tiempo el fiero acoso de la sed sureña. Castro de la Ventosa, rodeada de vides y cercada por los vientos, tú, la del viejo nombre transmutado, ¿estuvo en ti Lucerna?
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VII
La leyenda No se sabe si un fuego de la altura devoró la ciudad de la leyenda, si una riada la inundó, envolviendo templos y casas en el rojo limo, como pidió a Santiago el Emperante. Nadie sabe si está —si nunca estuvo— junto a los ricos montes arruinados por la sed acezante del Imperio, si su huella se encuentra confundida con la escoria dorada de Las Médulas. Quizá fue castigada por el viento, viajero por los Montes Aquilianos, y sus fuertes murallas, acosadas, rodaron en el polvo del Camino. ¿Qué fue de ti, Karcessa, prisionera en el verde lamento del Valcarce? ¿Qué fue de ti, Lucerna, asolagada en el áureo fluir de la leyenda?
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VIII
Hic et nunc Donde se cruza el ancho camino de la historia con el sendero oculto y arduo de la leyenda, donde el paso triunfante de legión y mesnada se paró ante la ruta temblorosa del mito; donde el viajero inane, donde el turista huero no encuentran en el mapa nombre ni carretera, ahí es, en el punto en que estrellas y montes, valles, ríos y lagos enlazan sus perfiles. Al lado y lejos, más allá y aun antes, donde los ojos ya no ven y nada oye el oído. Donde suelo y cielo se confunden y cierran. En el hondo, frío seno del lago del olvido, yace Lucerna, la ciudad del oro.
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Memorias de Lucerna Al pronunciar tu nombre, evoco aquel paisaje de sombra, que se pierde en un recodo íntimo del corazón. Temblando contra el ocaso cárdeno, late el sueño entrevisto en la hondura del agua. Oh azules, prisioneros entre barro y castaños, rodantes con las horas, atados en el viento. Ondulante y oscura marea de memorias que fluye bajo el halo dorado de la tarde. Atrás quedan, inanes, varadas en la umbría, las palabras ocultas de un ayer olvidado; pero, en el horizonte, un viejo sol que muere entre nubes escribe con su sangre tu nombre.
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Nota En Caminar conociendo, revista del Ayuntamiento de Las Navas del Marqués (Ávila), cuando con tanto entusiasmo y tesón la dirigía el maestro nacional y bibliotecario José María Amigo Zamorano, se publicaron, con variantes respecto de la versión actual, el artículo-prólogo, titulado «Lucerna», y el poema «La caída» (núm. 5, 1996, págs. 20-21); y, al año siguiente, los poemas «Lago de Carucedo», «Lucerna ¿dónde?», «La Ventosa» y «La leyenda» (núm. 6, 1997, pág. 33). En libro, Lucerna fue publicado por primera vez en Málaga, 1998, núm. XII de la colección de poesía «vizland & palmart», en edición no venal al cuidado de Carmen Peralto.
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Nota biobibliográfica Paz Díez Taboada nació en Vigo (Galicia, España), fue niña en Compostela, la ciudad de su memoria sentimental y poética, y reside en Madrid desde hace muchos años. Licenciada en Filología Románica y doctora en Hispánica, es profesora universitaria de Literatura Española y autora de diversos trabajos propios de su quehacer profesional. Ha editado obras de Gil y Carrasco, Bécquer y Valle-Inclán y, en colaboración con su marido, Miguel Díez R., ha publicado Literatura Española. Textos, crítica y relaciones (dos tomos, Alhambra, 1980 y 1984), Antología de la poesía española del siglo XX (Istmo, 1991), La memoria de los cuentos. Un viaje por los relatos del mundo (Espasa Calpe, 1998; nuevo título: Relatos populares del mundo, 2007), Antología comentada de la poesía lírica española (Cátedra, 2005), Cincuenta cuentos breves. Antología comentada (Cátedra, 2011). Aunque escribe poesía desde su adolescencia, sólo tardíamente ha publicado los poemarios Voces tomadas (plaquette, ed. particular, 1990); El fuego oscuro (plaquette, Valencia, 1991 y 1993); El curso de la sombra (Madrid, 1994, y Málaga, 1997); Rumor de vida (Málaga, 1996); Lucerna (Málaga, 1998) y Caída libre (Las Palmas de Gran Canaria, 2003). Estos poemas sobre la mítica «Lucerna», que ahora se editan por segunda vez, son muestra de su afición a mitos y leyendas y de su amor a las tierras del Noroeste español y al Camino de Santiago.
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