Merced de umbral

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Wilfredo Carrizales http://www.letralia.com/ed_let/merced

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Colección Poesía Internet, julio de 2009


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Escribir es un arte pero también es un oficio y una profesión. El poder de llevar la creatividad al nivel de una obra maestra encaja en la primera definición; el manejo apropiado de herramientas en la segunda; corresponde a cierto carácter de escritores intentar que la tercera se desarrolle en un esquema que no interrumpa al arte ni al oficio. Uno de los objetivos últimos de la literatura —obviamente, no el único— es publicar. Ver el propio nombre impreso puede ser alimento para el ego, pero también es la culminación de un proyecto que tuvo en un principio sus planos y coordenadas como cualquier otro. Pero el mundo está cambiando y el papel no es soporte suficiente para la inquietud humana. En un lapso relativamente corto, el nuevo medio de comunicación que es Internet ha entrado en nuestras vidas y las ha revuelto, provocando rupturas en las fronteras de los paradigmas y concibiendo novedosas manifestaciones en todos los órdenes. La literatura no ha escapado a ello. Para respaldar la obra de los escritores hispanoamericanos, la revista Letralia, Tierra de Letras, ha creado la Editorial Letralia, un espacio virtual para la edición electrónica. La Editorial Letralia conjuga nuestra concepción de la literatura como arte, oficio y profesión, y la imprime sobre este nuevo e intangible papiro de silicio. Los libros que conforman las colecciones de la Editorial Letralia en los géneros de narrativa, poesía y ensayo son en su mayoría inéditos. Se acompañan con magníficas ilustraciones de artistas contemporáneos, muchos de ellos también inéditos. Pueden ser leídos en formato de texto o en HTML, y cada uno tiene su propio diseño. La tecnología le permitirá no sólo leer el libro que seleccione, sino además comentar con el autor o con el ilustrador sus impresiones sobre el trabajo. La Editorial Letralia imprime sus libros desde la pequeña ciudad industrial de Cagua, en el estado Aragua de Venezuela. Nació en 1997 como un proyecto hermano de la revista Letralia, Tierra de Letras y es la primera editorial electrónica venezolana. Reciba nuestra bienvenida y siéntase libre de enviarnos sus sugerencias y opiniones. A los escritores que nos visitan, les animamos a participar de esta iniciativa con toda la fuerza de sus letras.

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I Después del lobo cae la leyenda inspirada en la práctica del renegado. La visión de las centurias se acomoda a la simpleza de la luna. ¿Podrá el viento respirar por sus posesiones? En las llamadas de los bosques otras complicaciones se precisan y por la claridad de la desolación brinca un número que lo anuncia todo. La emergencia tarda, pero la variedad plasma la inclusión en las secciones.

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II El suicidio de una caverna incluye al acto entre piedra y manantial. Luego los recuerdos de aquí a una era sin silencios serán códigos para nunca descifrarlos. Aprenderán los ríos que sus cuencas se establecen bajo el acuerdo de límites. La belleza y el análisis le obsequian preponderancia a su existir. Si el ensayo para mojar la materia incluye un rango y una aseveración, entonces el esquema no requiere de ningún esbozo.

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III Los pájaros ahorcan sus nidos para fundar los territorios que comprendan a los dioses. Cualquier luz no es aceptada hasta tanto las semillas indiquen los parámetros. Se escribe a sí misma la muerte por razón de trascendencia y antes de que se marchite su momento se engalana y atrasa su partida. El fin y los montes lejanos o los pinos enredándose en el plenilunio comportan un paisaje que no tolera observación. Lo elusivo resulta capturado en la variada tradición.

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IV El futuro revela la prosecución de sus prácticas antagónicas e inefables. ¿Un anciano se merece la indagación de las andanzas? ¿El barreño y el esguince? La sucinta perfección del amanecer causa incertidumbre y no pocas alteraciones. Nadie en época alguna ha escuchado la discusión de los sapos insomnes. Representar los traslados requiere maniobras al mejor estilo sanitario. Viaje y perfección dedicada se complementan en la pureza de la forma exquisita.

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V Una manta, un cuenco roto, una sola oraci贸n. Rendido al conocimiento del tono profundo del devenir el peregrino apalea a las nubes y exaspera su materialidad. Al confundir cena con raci贸n u otra merienda, ordena el tiempo y presenta la inconfundible reclusi贸n de su alma. De rango en rango el ejemplo de la torpeza propaga la cera de los vitrales.

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VI Tan pronto como el hogar se traslada al pie de la montaña, la pintura intenta describir el recitativo de los muertos. Las estrellas se enquistan en un celebrado país y lo esencial de su muchedumbre transfigura el ejercicio de la majestad. Junto a la habilidad se promete una absoluta composición de palabras, un servicio de merecimiento y huesos y una tácita particularidad que evalúa lo que está más allá de la soberbia.

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VII Ya casi no duermen las noches y sus hijos remedan lo que pudieran ser los imposibles sueños. Siguen en la renuncia las luchas por extender las labores a la greda y a la quema. No hay disciplina que produzca anónimas versiones de un arte, sano en lo ilusorio. La cabellera refleja la aspiración del aforismo: se eleva ayudada por los vientos y luego no sabe dónde descender y de qué manera y dedicación. Al templar los polvos la sorpresa de un instante se admira de su fallo prontamente endurecido.

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VIII La lluvia se atemporaliza demasiado y toca los bordes de la espera. Metaforiza la espontaneidad al rival de los fuegos en el trabajo. A despecho de la sobrevivencia la inspiración enaltece la rúbrica oficial. Las vías de la tormenta desembocan en no convencionales descalabros. Más tarde hay que agregar sentidos únicos, alas en rotación y el habla de las centellas que se relacionan entre sí. Se ofrece en la profundidad un aserto singular y por las ermitas un catálogo de ecos y malos montajes.

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IX La eufonía conlleva el rigor y la marca entusiasta de los labios en su hartazgo. Raramente se pronuncia una vaguedad que no contenga la capacidad de suplir los sonidos. La garganta o la sugestión o la oreja. En la confluencia de las cuerdas el agrado se hace precario. A falta de una indicación para los dichos, buenos serán unos versículos al alcance de la mano.

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X La nave amariza y se excede en los cordajes. En apariencia, una pieza de la veranda sugiere un agua afilada. Hacia el oriente se confunde el éxito con la excusa. Los universos buscan bronca aunque el enemigo no se vea por ningún lado. A la geografía la vaguedad le va acortando un tanto. ¿Luego, qué? ¿Evocaciones, ríspidos enlaces o una monotonía sin acento? Congeladas las inscripciones hay que admitir que lo inexorable empuja la carga.

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XI Flotan los bulbos sobre la escena que se detiene. Los niños idealizan sus platos y excavan en los atributos de los diagramas. Una campana de cartón señala la premisa de las horas menos zanjadas. El primer encuentro con el escabel ocurre en ausencia de testigos. Los anillos se encubren bajo el decorado, mas la remoción que merecen vendrá tras un asalto. Después, sólo se hablará de botines y de hipos en los rincones.

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XII Las costumbres y los gobiernos y las maneras propulsan diversas misceláneas, a veces, imposibles de traducir. Esas cosas que se presentan como guías exhiben una réplica artificial y, por mucho que depositen entradas y salidas, terminan por dañar los entusiasmos. Con pocas brazadas se nada en el líquido frágil de las abreviaturas y la insignificancia del acento contemporáneo se evidencia por el despojo.

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XIII Los travesaños del peligro emplean sus recursos entre tajo y tajo. Se ahueca la tierra y los demonios hacen ejercicio de estómago. Bajo otras circunstancias un portero contrae esponsales y luego su mujer mezcla lana con vino dulce en el umbral a su merced. ¿El canto de un vano será audible en el mundo resquebrajado de la madera? En la gota de sudor que resbala de prisa van en pelea un piojo y un grano de comino y la parcialidad levanta un trance para que se desenrede la trama. Al arrastrar las sombras el hombre se las lleva a la cintura y de ahí a los pantalones. Con candelabro o artificio de sebo contorsiona a la onda del extravío y al laberinto que lo compacta.

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XIV De repente, la c贸lera relampaguea. Las cuentas caen en todo. Alguien mejorar谩 sus espantos a fuerza de resonancias. Un sable demasiado dispendioso pone en libertad a olvidados prisioneros. Los pies se levantan de un salto y se funden en destellos. Con cierta inmunidad ganan lo genuino que hay en espacios deshabitados desde tempranas eras. La limpia voz encendi贸 la linterna. Ayud贸 a curar las desgracias de la felicidad. Las buenas intenciones obtienen permiso para echarse sobre las cosechas de primera.

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XV Pero no las manos. No cabrían en la obra terminada. Su delicada belleza sería dragada e iría a parar a la catálisis de la tierra. En las grietas se notaría un equilibrio que delataría lo previsto. ¿Habría disposición homogénea? El sistema tomaría forma. Administraría los distritos, donde las lenguas, y no los puños, impondrían la integridad para los repartos, los objetivos circunstanciales y la premura de las cargas. ¿Qué mejor pertrecho que la propia conciencia? Se terminarían las provisiones debido al desalojo de las bodegas por parte de los señores con frutos en el ojal.

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XVI En papel de calco arreglo los momentos transitorios. Las hembras están de parto y se aproximan las mociones. Se levantan concordancias a una hora que se traga la medianoche. Todo ocurre; la sed deja su condado. Una edad densa cava cerca un pozo. Círculos de urgencia acuden a los mercados. Leen los manuales y no toman decisiones. La práctica clínica se pierde entre las jeringas. Adyacente a los quejidos un intrincado rumor denota la justeza de la despedida. Saltando algunos grados el diagnóstico se pone en cuarentena y recula hasta un rincón.

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XVII La aleta caudal del pez que me traga en sueños está hecha de banderines o flecos decolorados. Yo ostento un rótulo que despliego en cada derrota y que me sirve como insignia cuando despierto sobre un mástil. Las sábanas de mi cama flamean, manchadas, a los vientos que proceden de las torres. A la distancia, ¿quién no diría que se trata de peces vela? Me comunico con los buzos por medio de banderolas. Ellos soplan caracolas y me nombran portaestandarte. ¡No sé qué hacer con tanta agua salada y tanto cementerio de barcos!

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XVIII Invento o creo mi propia biogénesis. Mi tasa de crecimiento se aproxima a la media permitida. Conozco que me puedo parir dentro de aceite crudo. Puedo nacer y crecer y desarrollarme en cuestión de lustros. Puedo estimular mi naturalidad hasta límites insospechados. Profeso una vitalidad que se mide por los granos de arroz que devoro. ¡Que nadie me desentienda! ¡Soy factor de crecimiento! Hablo con la aspereza de las hormonas y me empleo a fondo con lo planeado. Si asimilo la ecología es debido a la distancia que hay entre mi organismo y los parásitos del cielo.

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XIX La red, infusa, permite que escapen los hipocampos y las almejas, pero en sus mallas queda atrapado el pegostoso cuerpo de la justicia. Lo retiene a perpetuidad. En vano: siempre se le escapa la mitad de la vida. Se olvida de sĂ­ misma la red y va y viene y honra con su visita a los tribunales y a los jueces. Con su calzado de mallas la red captura los sobornos y los disfraza de leyes. Luego derrocha mĂĄs de lo habitual y cuando vuelve la vista atrĂĄs una raqueta de tenis le agujerea su figura expandida.

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XX El reloj de cáscara esconde un renacuajo que da la hora por él. Como un sonido hueco cae el tiempo dentro del estanque. Nadie lo oye y se ahoga. El renacuajo sufre la enfermedad de la timidez. Recurre a la máscara y se introduce en el harén. Da cabezadas para despertar a las odaliscas. Éstas chocan entre sí. Todas quieren dormir con el galán encantado. Somnoliento, regresa el renacuajo a su escondite. Lleva grabada las horas entre las ancas y la boca se le hace agua. Se decide entonces por la clepsidra y comienza su postrer goteo.

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XXI Tuerzo la lámpara y no se tuerce la candela. Acerco un ojo y quedo tuerto. Me echo el aceite y poco a poco me curo. Mecha hay para rato y pabilo y papel retorcido por la mala escritura. ¿Quién me ampara entre tanta oscuridad? La lámpara sube hasta el techo y me hace tragar la mucosidad. Torcido me sobo el pecho; arrodillado me da por rezar. Tengo cordeles en los dedos; contorsión en la lumbar. Por una pajuela pondría mis manos en acción. ¡Que se me quemen las mucosas! Necesito antorchas de a dos. Si giran las agujas, los hilos entrarán por su tensión.

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XXII Siento espinas en la espalda. Soy un ser atareado. Tengo un rudo carácter. Diríase que espinoso. Quien me ve, corre; huye de mí, como flojo del trabajo. A veces estoy nervioso e inquieto. Hozando tierra, nadie osa molestarme. En el lomo siento innumerables espinas. Camino con lentitud, mientras me balanceo. Me tomo un rato libre en medio de tanta ocupación. Tomo un refresco o lavo mi rostro en un aguamanil. Me doy prisa si hay reunión de paisanos. Sólo así. Espinas siento no sólo en la espalda: todo el cuerpo está lleno de ellas. Ahora me convenzo que soy un puercoespín.

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XXIII Adelgazo cuando noto el orden de las cosas. Los preceptos y los tabúes no están hechos para mí. Me distancio de los asuntos sagrados e integro la mundanidad a mi cartera de viaje. Clasifico los utensilios de acuerdo a su sonido. Después los utilizo a discreción y con brisa suave. Sin maquillaje ni actuación canto arias con voz de falsete. Averiguo a los ocupantes del piso superior y los encuentro delincuentes ocultos. Me aseo como los renegados. Me limpio los colmillos. ¿Para qué quiero llegar al meollo de ningún asunto, si el plato ha sido servido con poca grasa y mucho aspaviento?

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XXIV Por la piel me cae un sol de tres renglones. Me quito el traje recién comprado para evitar que se manche. En caso de quemadura acudiré a los consejos del Diablo. Amanecí despellejado, semejante a un botalón. Mis chancletas sufrían por mi desconsuelo. Tomé un revólver y erré el tiro. ¡Maldita sea cuando soy cegato! Ahora estoy dislocado; omitido; salteado. Ya ni tengo pelos en la lengua; ya ni remolco mis barbas. He demorado demasiado para tomar una decisión: escaparé de mí, porque soy el único peligro evidente.

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XXV En la yema floral me siento a gusto. Me descubro próspero, polen de noticia fresca, recuperado. Gozo del paisaje hollado por pies descalzos. El júbilo sube hasta la desembocadura de las nubes. Me complace saber que las magnolias bajaron sus cabezas ante los hombres de mandil. ¡Cuánta disposición de ánimo que conducirá a un insólito jardín! Trabajo duro y no acepto palabras mordaces. Paso revista a las diferentes enfermedades de la corola. Me alivia el fugaz vuelo del colibrí debido a que con él acaba el flamante reino del desparpajo.

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XXVI El conejo sabio se moja y lucha denodadamente contra su artritis. Sus condiscípulos lo consideran poseedor de una virtud ejemplar. Sin embargo, a alguno se le escapa la risa. Ese día no habrá zanahoria para él, ni recuperación de objetos extraviados. Un paso en falso puede ser motivo de acuartelamiento. La formación pedagógica comienza en la pradera. Los hijos de los padres roedores sacan lecciones del fondo de las madrigueras. En el futuro habrá ingenieros de túneles, veterinarios a domicilio y corredores de bienes y raíces, comestibles o no. Cuando los conejos caen al agua, se sienten dueños de su estado.

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XXVII Un arriate hundido salió en defensa de su castillo. Con abundantes flores podridas le devolvió su desplazado rostro guerrero. Los buitres se enteraron y forraron sus picos con hierbas que fallecían de improviso. Las estaciones del año cambiaron las estrellas que se suponía las acompañaban. Entre montañas de desechos las sustancias cósmicas se encaprichaban con los malabarismos estacionales. (Un vapor o señal de niebla anunciaba su estilo más usual.) Del occidente al oriente se levantó un arrebol. Las fachadas de las almenas lucieron guirnaldas para los héroes que nunca surgieron.

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XXVIII De las siete a las nueve de la noche, el policía olfatea al perro. De las diez y media a las doce menos cuarenta, el perro monta a la mujer del policía. De las doce a las doce y media, el rolo del policía golpea las pulgas. A partir de la una todo queda en silencio. Dicen que los perros modifican los adverbios. (Siento vergüenza de no más pensarlo.) En las fiestas nacionales, durante los desfiles, los canes cultivan su moralidad. Levantan una de las patas traseras y mean sobre la base de los pilares que sostienen el techo de la patria. Luego bajan la cabeza para olisquear. Generalmente salen condecorados y con el derecho de formar jaurías.

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XXIX En el cuerpo menos voluble la muerte se extiende hacia todas las concavidades y verifica la teologĂ­a de la presencia que desintegra. PĂłstumamente aquel cuerpo se lleva una camisa blanca para proyectar su pasada vida triste. Otros cuerpos se mantienen en equilibrio al cultivar un ascenso en una batalla de victoria inalcanzable. Robustos y nervudos acaban en la enmienda de sus contrarios. Tienes a tu cuerpo aquĂ­ y no logras verlo. Tratas de mostrarlo a un comprador y desaparece ante tus ojos. Uno mismo, personalmente dicho, organiza la trayectoria de vida para hacerse cargo de los experimentos del cuerpo.

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XXX El reptil reproduce su quehacer cotidiano en la arena que, prolija, se desplaza zigzagueante tras los vientos. Se le hincha la piel y debe hacer una concesión a los túmulos del desierto. ¿Cuántos de sus congéneres quedaron tapiados bajo las dunas? Realiza los cálculos el reptil y pide perdón por los venenos trasfundidos. Disipa una duda la serpiente y termina enroscándose en sí misma. Un terrón lanzado por un camello la saca del profundo sueño. Quiere ella morderle las patas al cuadrúpedo, pero descubre que ha quedado ciega. Se pega a la sombra del camello cuando éste decide avanzar. Quienes la ven reducida en su condición piensan que es un malentendido entre los dos animales.

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XXXI La bruja venida a menos cambió de una carreta a una barca para huir del hazmerreír. Llegó a la orilla opuesta del río y salvó un muro trepándolo. Extrajo de sus enaguas un mapa. Escuchó un rugido y se dispuso a negociar con el tigre su retiro del mundo. Entró en la cueva de la bestia, ya dueña del refugio. Con el tiempo la bruja amplió su territorio y no se avenía con nadie. No dejaba pasar a ningún mortal sin antes desollarlo. Su industria iba en ascendente progreso. Para la posteridad ella fue conocida como «La tigresa que concedía alivio» y los montañeses la convirtieron en tema para sus canciones.

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XXXII Hincados en la acequia los tajadores le ajustaban las cuentas a los avellanos. (Un sendero levantado en medio de los campos constituía el linde entre el enojo y la paciencia.) Las hachas querían actuar por su cuenta sin medir el riesgo. La madera dura ingresaba por las puertas siempre abiertas. Luego eran travesaños y las casas se empequeñecían en el encierro. La oscuridad resultaba minuciosa o más advertida. Un golpe de lluvia le sacaba delantera al soplo del viento. Entonces, la privilegiada porción de terreno se regalaba un herbazal exuberante, pero los grillos desfiguraban esa verdad.

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XXXIII El niño prodigio meditaba más de noche que de día. Empleaba su tiempo en indagar acerca de los antiguos. Con los brazos cruzados adquiría el porte de un anciano. Se sentaba sobre libros apilados en el piso. Esperaba el amanecer para mirar cómo el gallo tronchaba la aurora. Su mechón de pelo le ahorraba los primeros destellos del día. El niño era zurdo y nada lo hacía volverse hacia ninguna herejía. Compartía su almohadón con un raro arco iris. Se quedaba despierto durante meses y su aposento, en esos casos, se convertía en la sucursal del azar y la providencia.

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XXXIV Quisieron ofrendar carne a los dioses moribundos, sin percatarse de la existencia de ocultos testigos. Actuaron como señores carentes de previsión y lo pagaron a alto costo. La madre estaba enferma de obrar mal. Numerosas trastadas tenía en su haber. Su práctica habitual desembocaba en el tráfico de lenguas, maldecires y conjuros de pacotilla. La casa ardió con espontáneo fuego. Todos los habitantes dormían y soñaban al mismo tiempo con llamaradas. No pudieron abrir los ojos. En su lugar se aposentaron tizones humeantes, viáticos para encontrar tinieblas.

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XXXV La golondrina se congració con el filósofo para que la enseñara a penetrar en los espacios de una manera poco convencional. El filósofo taladraba las nubes y cuando de ellas salía la viscosidad original, la tomaba entre sus manos y se impregnaba el rostro. Luego, la golondrina volaba hasta su hombro. Los dos se sentían compenetrados por un numen exquisito. De frac vistió la golondrina y comenzó a construir su nido en la cortina pintada de fuego. Comió sus copos de avena como quien ve nevar. Después fue precaria su situación y huyó al mar. En una isla barrera copió los vuelos de otras aves. Ahora no sabe ni cómo se llama ni por qué está allí.

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XXXVI Los yernos zumbaban alrededor de la tinaja. Se burlaban del suegro que escondido estaba dentro de ella. Él gritaba, gangoso, que lo dejasen conservar sus verduras. La tinaja comenzaba a rajarse, pero nadie entendía las grietas. Cantó el gallo una madrugada y un vórtice atmosférico atrapó al suegro. La tinaja giró varias veces hasta que volcó. El suegro no quería huir; parecía un tornillo sin fin. Se torció las muñecas y se sintió un alucinado. Cuando los yernos apercibieron el desastre, el suegro ya estaba comido por los gusanos. Sólo se escuchaba una resonancia visceral.

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XXXVII La luna nueva se baña en marea viva. Reluce contra el viento del norte. Muy caliente ella se funde y con su pulso rápido obtiene gran futuro. Un lustre de seda le queda a las esponjas. Los océanos supervivieron y en sus rostros hubo indicios de unidad. El primer día de su incomparable tamaño una humedad que le convenía a la tierra se deleitó en el despliegue. Encontró a los paisajes gratificados y en sazón. En el inminente amanecer las horas chapalean en el aguazal y encomiendan su desdicha al llantén de las orillas. Lo abstruso y misterioso se localiza bajo la barca de los días faustos.

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XXXVIII Ganaron el oficio de comilones con disimulado esfuerzo y fueron favorecidos con galones de seda. Desde entonces las tenias se alojaron en sus destinos. Las comidas corrían por cuentas que levantaban flujos. Chorros de licor rodeaban las mesas en alarde de disipación. Repletos los estómagos reposaban a la luz de los calderos. En sueños resolvían las ecuaciones digestivas y, al despertar, nuevos axiomas de la gula y las magníficas viandas engrosaban los manuales del hartazgo. Los enormes apetitos encontraron las marmitas a su acomodo.

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XXXIX Sobre la piel curtida se eliminan las prácticas que caducan. En lo más profundo de las buhardillas se aglomeran. Con el tiempo se transforman en odres y vinculan a los vinos que provienen de lejanas épocas y algarabías. Se ignora si las pieles curtidas devienen en zapatos, pues su carácter mata en el acto cualquier intento de cambio. En los cueros la naturaleza suele expresarse de muy diferentes maneras: como calendarios de horas levantiscas o parabanes que repiten las sentencias o gabinetes para aislar los fuegos. En todos los casos, la perfección resulta.

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XL Un cerrojo o una aldabilla, de lejos, aseguran las hojas a sus troncos. Muy diferente es el candado que, por su apego al solsticio, va en busca de matorrales. En un apuro las llaves examinan las imágenes en un espejo de bronce y si notan aspectos turbios, cierran todas las portezuelas. Con trucos no se las convence; ni con amagos. Los cerrajeros sacan sus lengüetas y escupen cuatro maldiciones. Ellos llevan resortes en las clavículas para resolver los destinos. Desencadenan tormentas frente a las enormes puertas. Echan las anillas al viento y engavetan las falsías.

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XLI Suponiendo que la liebre suba al puente y enferme. Allí siempre encontrará semillas de cuscuta. O si vomita indebidamente, una cápsula de algodón vendrá en su ayuda. Por muchas razones posee labio leporino y actúa como liebre. Muerta ella, los perros observan duelo. Pero sus semejantes no huyen, aunque puedan aparecer alebrestadas. Las escopetas las llevan a las casas. Los lebrastones roen en las astucias y sus colas se alargan. No tienen sus días contados; en las comidas evaden lo impetuoso. Algunos han visto a la zorra llorar: seguramente cenó lebrato anoche y le produjo hipo.

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XLII Las prostitutas se toman demasiadas confianzas con las mezclas de licores y tragan un sorbo hasta que se les embucha el camarรณn. Los defectos aparecen en medio de tanto esplendor. Tiempos de ocio disfrutan las pezoneras y gozan de un prestigio muy pocas veces visto. No es angosta, ni escarpada la senda de los placeres. ยกHasta los ciegos cogen peces! Una hendidura en la pared nos allega al interior del burdel. Las lรกmparas se encuentran perdidas, pero los diestros ojos todo lo ven. Por doquier se forjan besos y se expenden caricias. La experiencia es tan extensa que se encuentra, cara a cara, con la lujuria.

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XLIII Se les silba a los escorpiones y descansan a la sombra de sus colas. Se les conmina a enmendarse y aplastan lo maligno. ¿Cómo no creer en la benevolencia; en la magnanimidad? Piedad, compasión, dame mi limosna. Me compadezco... Con mi corazón de roble, con lo negro de él, busco al pordiosero leproso o al bribón y le dono un preparado de cebada. Sé que me denunciará ante las autoridades sanitarias. Pero, ¿qué puedo yo hacer? ¿No me obliga mi espíritu salteador? Tal vez lo magnánimo sea una flor magnética, especie de magnolia impura creada por Linneo durante una pesadilla.

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XLIV Aquel bufón cometió suicidio y luego dijo que era una broma. Mas los sesos pegados en el suelo no entienden de burlas. Mientras las palas recogían el revoltijo, el bufón protestaba. El rico atentó contra su fortuna y le sobraron viudas. La doncella intentó desflorarse y nadie le prestó una vela. Realmente el mundo anda ahorquillado como una serpiente. El crótalo suelta sus huesos en mitad de la juerga. Los soldados queman incienso después de matar al santo. El olor de la paga es más fuerte que cualquier arrepentimiento. ¡Qué palabras tan extrañas pronuncia hoy el locutor!

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XLV Diez pichones estaban en fila y las balas eran de salva. Mil piezas de oro desplegaron en el casino y los apostadores dijeron incoherencias. Una mano; un instante; una línea continua. Lo mismo con todo y trato hecho. No tiene vuelta la honda en la boca. Ni vale mi ley en la casa vecina. De un solo corazón hago la mudanza. En distinta tela expreso las preocupaciones de los huéspedes. Unas hojas anuncian mi pronta caída, pero me sostengo. La tendencia que declina no encaja en mi vida. Millones de almas entran en el juego y lo empatan.

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XLVI Brotan los ojos tras las lágrimas. No tienen ocasión de reflexionar. Quedan mojados el testamento, las viejas facturas, las olvidadas cartas... No es necesaria la enumeración. Con milagrosa habilidad se agolpan máscaras en la pared. Se mofan del destino. Frente a ellas lo gigante se torna enano. La armonía de la languidez chorrea. Las luces de las ganancias injustas iluminan los contornos de una pintura sobriamente acabada. Pesca y caza de los brillos. Al aproximarse la noche los trastos de los botines quedan diseminados en las calzadas y los perros los olfatean y huyen.

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XLVII El idiota ignora los ídolos del poder moderno. Cree que los iconos son ilusión de los ictéricos. A su imagen y semejanza el idiota ríe con quijada de iguana. Va más allá el imbécil. Su debilidad de idioma le impide redactar su alegato. Algo desconocido le impele a cometer incesto con la momia de su madre. ¿Y si muere de inanición? Arrastrando su neuma el necio entra en escena y neutraliza las neuralgias. Nemoroso, el necio se siente fauno. ¡Tuntún, gente de paz! E ingresa el tonto al redondel. Se topa con el tonel y desde el fondo le anuncian albricias.

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XLVIII La manteca amaneció enmarañada. En nombre de la vaca y la oveja protestó contra el marasmo. Donde el mundo es pañuelo no vale ninguna especie de barniz. Durante las pesquisas se emparentaron las pestañas con las persianas y no hubo compilador que no anotara el hecho. Entonces la estrecha relación se selló con un puchero. Siendo pringoso el presagio la mejor opción resultó hacerle guiñadas al pan ázimo. ¡Que si alguien habló de dislate se debió a que no conoce el hambre y su sentido! Aplomado en su dipsomanía el escribidor pernocta y guarda.

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XLIX Dentro de un esquife el medidor de versos escanciaba. Guardaba cosas delicadas para las horas del ensueño. Su arrojo era como un fuste de columna. Estaba a resguardo de la escarcha y armaba su escapatoria con escalas en flor. Él escandía acomodado en el hueco de la ventana y la forma se correspondía con la de un armario que se aprisiona. Para salir del estorbo de la noche se orientaba sobre los cangrejos y los hacía sangrar. Quitaba las escamas a los peces bajo el influjo de las ondinas. Jugaba a ser timón inútil. El medidor de versos tallaba el escabel con poco ruido y solaz.

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L Cayó la ganzúa y la mascota aulló entre plañidera y mordaz. La reja no era garante de paz. Quien husmeaba al amparo de las sombras parecía tener mal olfato. A hurtadillas arrebataban las yemas de la vid. Por ese camino el zumo nunca llegaría a las sedientas bocas. Era necesario zurrar al malhechor. Cualquier postergación implicaría una deformación del viejo sentido de la tolerancia. Cayó de nuevo la ganzúa, pero esta vez dentro de un hoyo, junto con su manipulador. Los majaron. Sobraron los cabestros para el atajo. Después de tanto julepe el lagar alcanzó la emoción que embriaga.

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LI Sobre la hoja de la espada la lagartija designaba un romance metálico a su conveniencia. Abajo en el cieno pegajoso, la aguardaba una piedra lisa, una piedra pizarrosa. Todos los charcos y los lodos y las aguas contenidas en vasijas esperaban el desenlace que, de cualquier modo, ocurriría. Una primera lágrima vertida por la lagartija fue el indicio del inminente desastre. De ahí pasó a un llanto incontenible y al derrumbe encima de la laja. La espada se volteó y la golpeó de plano. La huella del cuerpo del reptil se solidificó en el légamo y pasaron los días y muchos caminantes y la lagartija se hizo monumento.

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LII Mísero mirar el del miope. Al considerar su onanismo hay que pensar en cuánto lo apena. Un hijo no viene por redundancia. Apenas olvidado por su ombligo, el miope se indigesta con los frutos del olivo y las raíces del olmo. Busca pendencias a cabalidad y a cabalidad recibe azotes y amonestaciones. (Por la prefectura atraviesan las querellas a lomo de tortuga.) No sé para qué se queja tanto de la miopía. ¿Acaso piensa encontrar un querubín en cada esquina o en cada bar? Su destino procede de una ranura y si lo persigue el sabañón, ¡para que se rasque y vea mejor será!

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