XXVII
Metamorfosis Metamorfosis
R.lis, Edmar Esgu, Inoniel, Ana publinsky, Kuranes. letrasdereserva@hotmail.com
METAMORFOSIS Una característica primordial en los seres vivos, es la capacidad de evolucionar para sobrevivir. Entonces no es extraña la metamorfosis, pues es ahí donde podemos ser tanto como nuestros anhelos y sueños nos permitan. En ciertas ocasiones experimentamos cambios, a un ser desconocido o construido; somos alados, bichos y acuáticos. Como lo dice nuestro manifiesto: “Somos lo que somos porque lo queremos ser”. Letras de Reserva te invita a esta trasformación, pasa la hoja y descubre una a una, diferentes formas de nuestro poder imaginativo. ¡Que lo disfruten! • Letras de Reserva
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Impune A.R Ávila
¡Un día más se acabó y quedo impune!
Como absoluta gobernante de mi miseria De mi gloriosa soberbia
Una mirada “optimista” culpa a un somero análisis como potencial responsable de mi “desgano”. Y los caminos inmaculados y solitarios, así como las posibilidades se tornan de vez en vez más livianos, cual partícula de polvo pausada en un océano de aire que es irrespirable.
Abrojos de seres invisibles perforan el silencio, mi voz es sólo otro eco que decora un rincón de cualquier sitio.
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Basta un abrazo grave y tu mirada que es siempre exacta, para atarme de nuevo a los planes y a las voluntades. Te culpo, desesperada y agradecida por salvarme (porque crees que hay algo que salvar) Y duermo, y te hago el amor y como y festejo, Y me importas Y me importo Y me quedo.â?§
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Un suspiro del sueño Alus Jota
“Me retuerzo entre los gusanos para ser proclamado mariposa” Aleteo, Bushido
Este es el lugar más obscuro sobre la tierra, día o noche da igual; las malas lenguas dicen que desde aquí se parte hacia la eternidad, que se descansa en paz, sabemos que no, aquí dentro hiede, el calor y los gases que despide un cuerpo en putrefacción no son cosa divina. La temperatura se eleva a partir del día en que lo colocan aquí abajo, grado a grado va subiendo proporcional a la barriga y otros miembros del individuo. Estalla. Miles de pequeñas vidas van andando en este primer paraíso, comida abundante, hogar seguro, amigos, muchos amigos iguales. Hoy cenarán vísceras, mañana músculos, semanas y semanas de nervios y ligamentos. Así ahora, así al día siguiente, así ayer. Se acaba la comida y la familia es grande, nadie pensó que la amabilidad reproductiva de la humedad y el encierro traerían la catástrofe. La individualidad de los diminutos habitantes de
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traje beige hace su aparición. El infierno tiene forma de traición. Los pequeños, sí, los aún más pequeños caen primero, adiós a las esperanzas de formar una crisálida y renacer como mariposa; había quien tenía la ilusión. Dios abandona a sus criaturas a la supervivencia del más fuerte. Unos se rinden, otros dan la espalda y son tragados por los que miden el doble o el triple. Está el que devoró a su madre y a sus cien hermanos mientras dormían. Viene caminando solo. Se arrastra entre los huesos, ha comido hasta que no quedó nada, el excremento también. Se ve de único en un nuevo mundo de sesenta por doscientos centímetros, la altura es incalculable en su posición. Conserva su insignificante alma en un cuerpo milimétrico y mira. El camino es seco, se le atora la cola, la tela y los gusanos nunca han llevado buena relación. Pierde peso, se diría que es tan minúsculo como los primeros que se comió, pero más delgado, confundiríase con los hilos que se han soltado del traje. Últimamente hay mucho polvo, la agonía se ha prolongado, no le queda casi alma. Es consciente, ¿se puede?, de su condición de gusano y vive el minuto que le queda, extendido en todo su largo. El último suspiro en el verdadero final de la vida. ¿Y el alma? ¿Alguien vio quién se la comió?❧
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Para que todos cambien… Manuel Madera
En lluvia de sonrisas y tormentas de anhelo; que nos envuelvan en papel y nos sumerjan en silencio para que no seamos los mismos. Que nos saboreé el sol que nuestras cenizas las acoja una estrella y nos guíe al corazón del universo. Que nos pongan a flotar que se nos tiña en mil colores que nos pongan a secar en el vacío para resurgir en olas. De una vez por todas las veces que nos sobran. ¡Que se acabe todo!
Que nos escampe un rayo y que el aire siempre sea el aire.❧
Eduardo Torrijos Sรกnchez, Metamorfosis hecha caricia
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Verde
Marianna Stephania
1. El primer paso para la transformación es guardar silencio. Callarse es fundamental si se busca dejar de ser humano. El sonido que provoca el hablar es igual de desagradable que el que producen las gallinas o los roedores cuando están hambrientos. La palabra escrita es igualmente desafortunada, es silenciosa pero su persistencia me parece estúpida. Confieso que escribo porque me da miedo el desvanecimiento que he sufrido en estos días. No quiero hacerlo, pero sé que pronto no será posible.
2. Cada día que pasa como menos y me siento frágil, no muestro ningún especial gusto por los alimentos. Bebo mucha agua y me siento cómodamente frente a la ventana cuando está el sol. Ninguna emoción. Me concentro en un punto y mi mente deja de portarse como un animal ciego que golpea insistente una y otra vez contra una puerta cerrada. Estoy habitada por la sangre que me recorre. Mi cuerpo humano empieza a ceder al calor. La luz me penetra.
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3. La despedida es inminente. Llamo a mi madre y me pide que vuelva, me pregunta dónde estoy, quiere verme. La languidez de mi cuerpo me traiciona, contesto con torpeza pero el teléfono se me cae de las manos. Los dedos se han adelgazado de manera notoria, pero son débiles y con dificultad me son útiles. Intento una segunda llamada. Su voz es lo único que perturba la paz de los últimos días. Me pregunto si podré sentir amor de nuevo, tal vez amor de verdad, hermoso por no ser humano. Él dice mi nombre, casi lo había olvidado. Intento hablar, por fin me he quedado sin voz.
4. Hace días que me encerré en mi habitación. La piel se ha convertido en otra cosa, algo delgado y rasposo. Salir es imposible ahora. He experimentado un estado nuevo y fascinante. Ya no hay diferencia entre el sueño y la vigilia, no sé si sigo durmiendo o si no me he despertado. Las cosas se han vuelto contornos, dejo de reconocer los detalles. Sólo veo grandes formas de luz que se mueven sutilmente. Los árboles afuera cantan.
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5. Escucho las voces de los seres que son como yo. No es como este sonido burdo que tienen las palabras de los hombres. Su voz es como el rocío cayendo sobre campanas diminutas. No hablan, murmuran y en las noches secretean sobre los seres que rondan en los jardines o en los parques. No gustan mucho de los vientos en las madrugadas, por eso platican tan de cerca y tratan de acurrucarse unas sobre otras.
6. Hoy es el último día que escribo. La transformación está casi completa. Escribir se ha vuelto una tarea cansada e incomprensible. Ya no tengo miedo de lo que viene. Cerca de la ventana es el lugar adecuado para crecer y ya no tener que moverme. La sed persiste y saciarla con los brazos abiertos dando un beso al cielo no basta. Mi cuerpo busca al sol con un afán que va más allá del sentimiento provocado por la consciencia de estar vivo. Ya no tengo memoria y por lo tanto escribir ya no sirve de nada. Debajo de lo que resta de mis dedos hay pequeños botones. Floreceré en silencio, ebria de lluvia y de luz.❧
Autorelato R.Lis
En insomnio en penumbra escribe esa lombriz escondida de sí misma con temor a salir. Inmersa bajo las hojas cual testículo en escroto describe su sentimiento con la tinta de su ojo. Temerosa del tiempo añorando su juventud piensa en el sueño eterno en podrirse con la luz. ¡Píntame en pavimento! ¡Rostízame con el sol! Reza la oruga sin tener amo, dios o señor. ¡Adiós pútrida vida! Abandono la soledad me convierto en mierda No quiero existir más. Termina la rastrera sin cambio ni identidad siendo la misma muere esperando mutar. “Toda reacción química tiene un estado de transición”❧
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Consideración Frizia Guerrero
Aleteo estimulante. Soportable afirmación. Periferia animada, coloreada, activa. Reflejos largos, cálidos, energéticos. Fortalecen hacinamientos atómicos. Cuatro o seis elementos imprescindibles. Complexión en el interior de la forma con ángulos de 72 grados. Jadeo, vuelo, descenso al jardín del eremita. Progresión despejada. Sujetar la más álgida tendencia al canto, la que corta sentencias: Oración de nubes. Escupir incoherencias en dirección al mar pretendiendo endurecerlo y dibujar sobre él. Ejes invariables para encuadrar la desolación. Estrangular millones de sombras: Surgir. Llega tarde mi tiempo, la vida que hubo de ser; sin más arrebata mis trazos.
Repele mis versos un torpe anhelo de ejercer la muerte a placer. Estoy en lo oculto, contigo. Soy partícipe al mirarte. Veo desde afuera: Tu adentro. Sin estar. Siendo contigo nadie más que quien observa. Sin que ninguno lo note. Estamos siendo. Más allá del signo y de nuestras hazañas: Disociados coautores de homicidio. Asidua, la caída arriba, perdura: Es elíptica. Hemos roto todo rastro. No hubo Tlalocan, no hubo Hades, no hubo sitio del cual querer salir o del cual sentirnos oriundos. Indigentes definitivos sujetos a lo que un retrato parece. Fotografía deteriorada de lo que no será. Sin embargo, ensayo en un templete adosado con estrellas de ficción: Mi personaje.❧
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Lucy Inoniel Lucy no sabía el porqué de las risas de sus compañeros. Su mejor amiga, Jacinta, le decía barbaridades que tampoco entendía, porque ella también se reía, aunque intentaba disimularlo. Incluso, su hermanito Gil se soltó a llorar al verla. Vamos mocoso—le dijo —déjate de bromitas. Pero las lágrimas de Gil eran reales, miraba a la pobre Lucy con miedo. Le habían crecido antenas. “Debe ser por estar siempre en la calle jugando en los lodazales, por no obedecer a tu madre, eso te pasa por no ir a misa, cien planas por ser diferente” y muchas otras cosas le decía la gente. Su mamá la llevó con el peluquero para que le cortaran esas feas cosas que le brotaban de la cabeza. Pobre Lucy, pensó que le dolería muchísimo. Le habían empezado a gustar, hasta había aprendido a moverlas a voluntad. En la peluquería pataleó, gritó, mordió, pero aun así de un simple tijeretazo sus antenas estaban en el piso. Lucy siguió con su vida, como si nada hubiese ocurrido, pero a los pocos días notó que las antenas volvían a salir, esta vez no le contó a nadie, mucho menos a Jacinta que era conocida por lengua larga. Se inventó todo tipo de peinados y looks graciosos para esconder esas dos cositas que salían de su cabeza. Oye Lucy, como que se te ven los ojos más grandes y la nariz más aguilucha —le dijo una tarde Pablo. Al verse al espejo se dio cuenta que Pablo no mentía, convencida de que se trataba de la pubertad, no hizo mayor caso, creyendo que a esta edad las niñas se ponen más bonitas. Era la época en que todas las niñas de su salón empezaban a crecer, algunas ya hasta llevaban corpiño, otras empezaba mover sus caderas como las cantantes de pop. Pero Lucy seguía con su fisonomía enclenque, no cambiaba a excepción de sus ojos cada vez más grandes, su nariz fina y sus antenas que ahora medían un metro de largo.
Una tarde sentía unos bultitos en la espalda, al principio no les dio importancia, pero al notar que se hacían cada vez más grandes, no tuvo otro remedio que decirle a su mamá y para sorpresa de ambas, le estaban brotando alas. Los médicos y sacerdotes se peleaban por encontrar solución. Incluso el dueño de un circo, que pasaba por el pueblo, se interesó en Lucy, quien con engaños logró que formara parte de su caravna. Las alas que ahora tenía, eran tan grandes que las personas estaban dispuestas a pagar muchísimo dinero para verlas de cerca. Qué bonitos colores —le decían — qué envidia, ¿Puedes volar? Lucy impactaba a cualquiera que la viera con su peculiar fisonomía, que para sorpresa de todos, era hermosa. Con el tiempo había reducido su tamaño, tanto que cabía en las manos. Así que la transportaban en un frasco de vidrio, con sus respectivos agujeros en la tapa. Lucy ya no era Lucy, tampoco se le podía llamar humano, pero sus pensamientos y capacidad de raciocinio seguían intactos. Lo que hacía que cada noche llorara por haber perdido su libertad, extrañaba a Jacinta, salir a dar la vuelta con sus amigos, quería regresar a la normalidad. Con el paso del tiempo, las personas perdieron interés en ella, es una simple mariposa en un frasco —gritaban— no tiene pinta que antes haya sido una niña, y dejaron de pagar por verla. Al notar esto, el dueño del circo perdió todo interés en ella, abandonándola en medio del campo, sin tener la atención de liberarla de aquel frasco que la apresaba. Pasaron varios días, cuando un niño la encontró, antes que se diera cuenta estaba rodeada de una familia como la que alguna vez tuvo. Sabía que tenía que regresar a su vieja casa, entonces se esforzó en mover sus alas y volar por primera vez, dándose cuenta que estaba sujeta a un cuadro con alfileres enterrados en sus alas y cuerpo. Sin comprender la necedad de los humanos en apresar a seres vivos he indefensos, fue como poco a poco fue sintiendo debilidad e iba perdiendo la conciencia, hasta que dejó de moverse definitivamente. Lucy había muerto.❧
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Quimera de la noche
Kuranes
Vampira bendita que espera de mi sangre un derroche. Deidad furtiva, acechándome cual loba hambrienta. Acercándose sigilosa como mamba en la noche. Mancillando las sombras matándolas lenta. Dama galante con olores a caoba y sonrisa fugitiva fuego de noviembre que lentamente me desarma. autor intelectual, de mis muertes inventiva. que me trae a la noche y la utiliza como arma. Bestia, quimera, invasora de la noche, ¡ay de mí que soy tu presa!, filtro de amor, hechicera, embrujo delicado enséñeme el cielo, el infierno, la sorpresa. por sus plumas, escamas, y caderas es que me declaro humildemente mancillado.❧
A esta hora, no somos mรกs que sombras, 2009, Edmar Esgu
Mañana será otro día
a., 2011, Edmar Esgu
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… José Israel Ocampo
Llevaba tres largos años de intenso consumo de hierba, la droga de moda entre mis amigos de la colonia y compañeros de escuela. El tipo que por primera vez me la dio a probar, me dijo: Es hierba, con ella no hay ningún problema, llevo siete años consumiéndola y no se me ha hecho vicio, es natural —gritó, extendiendo los brazos y mirando al cielo — lo del agua al agua, esta frase final se me quedó bien pinche grabada, “Lo del agua al agua”. Fumaba día y noche, cuando despertaba, el mañanero, para hacer hambre, para el desempance, para el prendidón, para el bajón, y así, hasta llegar al dormilón, todo el día andaba pachequísimo. Esto me sirvió para irme relacionando con fumetas de todos los niveles sociales, fresas, clase medieros y hasta con los chacas; relacionándome con éstos últimos comenzó la transformación. Honestamente no era muy grato fumar con estos cabrones, siempre se trataba de competir, se creían Sansón para la marihuana y yo me iba transformando de igual manera. Cuando menos me di cuenta ya hablaba como ellos, cada vez los frecuentaba más, en una de esas, fuimos a néctar café a una zona súper fea, toda la colonia estaba en obra negra, la cantidad que nos dieron por el intercambio de dinero fue muy generosa y la calidad era muy buena. Me llevaron a fumar por unos campos de futbol llanero, después a un terreno baldío, pasamos por un puente oscuro, luego un rio de aguas negras, al cruzarlo llegamos a una casa abandonada de lámina. Habían sillones rotos, viejos y mal olientes, se sentaron como en la sala de su casa, yo los imité. Me dijeron que de regreso por el puente, tuviera mucho cuidado, pues varios cuates habían resbalado y jamás los habían vuelto a ver. Prendieron el primer toque, fumamos y fumamos, claramente yo ya no podía más, sin embargo mi orgullo me empujaba a continuar fumando a su ritmo, nos terminamos entre los cuatro toda la mota que compramos, tosíamos
mucho pero no deteníamos el consumo. Todo olía a mota, comencé a marearme, a estar prendidísimo, a no disfrutarlo como con mis otros vales, ellos tenían una vibra muy especial, parecía que se comunicaban a señas y se burlaban de mi “¿Cómo estas pinche güerito? ¿Quieres más? Podemos ir a comprar más si quieres heee”. Reían de todo, su risa era burlona, se miraban y me volteaban a ver, se reían más, comencé a sentirme muy incómodo. Llegó la hora de marcharnos, al llegar al puente dijeron a una voz: Tu primero güero. Respiré hondo e inicié la caminata. Mi pie izquierdo sintió una descarga eléctrica que recorrió del dedo gordo hasta el talón una y otra vez, es la tensión, pensé, al entrar al puente los calambres llegaron a mi columna, sentía que me iban a empujar, sentía sombras por encima de mí, estaba todo oscuro. Caminé más rápido, pensaba que me iba a caer. “Me voy a rajar toda mi madre, jamás volveré a comer, a coger, a leer” apreté el paso hasta que salí del puente lleno de horror, una vez fuera me sentí victorioso. Pinches nacos —les quería gritar— lo logré. Me despedí de ellos pues su vibra era insoportable. Las descargas continuaban y ahora con mayor intensidad. Al estar en la parada del autobús, vi como mi pierna se estaba transformando en una planta de mota ¡Noo! —grité — no puede ser. La quise apoyar y caí. La planta cedió y mi pierna volvió a ser normal. Tomé el autobús llorando, los calambres llegaban a mi brazo, por momentos toda la zona izquierda de mi cuerpo era una planta de mota, ¡Noo!, grite nuevamente, los pasajeros me miraron asombrados, una señorita comenzó a llorar, un pasajero le gritó al operador: Este chavo huele a pura mota, bájalo. El chofer llegó hasta mi asiento y me gritó: bájate cabrón que ni siquiera haz pagado. En un parpadeo me encontraba en mi recamara marcándole a Miguel, mi único amigo: necesito que vengas cabrón, esto es urgente, en minutos seré una planta. Los calambres continuaban. Por debajo de las ropas blancas, ya todo era planta, lo único que continuaba sin transformación era mi cabeza. Miguel llegó a tiempo, yo estaba en mi cama. No hay tiempo que perder —le dije—necesito que me plantes inmediatamente en la maceta grande de la zotehuela, en unos minutos seré una planta. Se tomó el rostro con ambas manos, lloró. Pero ¿qué te está pasando? —preguntó. Pues ¿qué no vez re-cabrón? Me estoy transformando en una planta de mota, insolente, haz lo que te digo y cada vez que fumes de mí, podremos comunicarnos por telepatía “Lo del agua al agua”. Así lo hizo, y después de siete años que llevo de transformación, Miguel y yo podemos comunicarnos, es así como he podido dictarle este pequeño relato de mi desventura.❧
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Volátil Eduardo Torrijos Sánchez
... Y cuando todo terminó no era más una materia inútil, ahora se elevaba con el aire, lejos de la prisión terrenal...❧
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Ruiseñor Enrique Ramírez
Escucho tu risa que se come mis sombras cuando caigo en los charcos de agua de caño veo mi constelación roja. Antares dislocando el cielo caminamos escuchamos silencios no siento el tiempo no siento más aves muriendo en el esmog el ruiseñor le canta a la oscuridad el ruido de la ciudad no puede con él se posa en el loto del estanque lindo ruiseñor que ella escuche la música que surge de la embriagues del pecho el cuerpo tiembla cuando viene a ti. Alma alma mía todos te habitan y nunca más sentirás enjaulada tu ave que conversara con otras saltando de árbol en árbol buscando ramas para su abrigo bucea las nubes, fúmatelas ruiseñor porque nunca serás prisionero en el tiempo en el espacio en el no ser en las ventiscas opresoras juro que te daré licor para que nunca mueras juro no jurar en nombre de ninguna mujer cuando un día te poses en su entrepierna dando tu canto.❧
Terminal (Manifestación Annunaki) ARTURO DUBEY
Concentrado y extrañado, desgarro la piel de mis brazos, cuando un murmullo incomprensible me distrae. ¾¿Qué dices? ¾ Imagino tu mirada fijamente sobre mi nuca y tu rostro apesadumbrado con unas cuantas lágrimas escurriendo por tus pómulos. Continúo quitando mi piel sin dolor alguno, tocando y observando mis nervios y venas. ¾ Que ya no te quiero ¾ Tu voz resquebrajada resuena muy diferente a esa tonalidad femenina que a diario me decía lo contrario, este cambio grotesco me aparta de mí delicada y extraordinaria acción de despellejarme. Examino la pared carcomida de la decadente habitación, para así evitar verte a los ojos. ¾ Si, está bien ¾ En este dantesco y misterioso tiempo, preocupa más saber ¿por qué mi piel cambia? ¿Por qué tu voz cambia? ¿Por qué la humanidad cambia? ¾ ¿Sólo así? deje de quererte ¿no dirás nada más? ¾ Una voz aguardentosa y maligna me estremece, no quiero voltear, pensar que ya toda tu has mutado me abarrota de pánico. Un incómodo y violento silencio invade la situación. Súbitamente el sonido de una gran cantidad de sirenas y disparos rompe con el sigilo. ¾ No puedo pensar con todo esta catástrofe ¾ No se me ocurre otra cosa por decir. Me introduces al conflicto entre descubrir el albarazo que me ataca y lo sentimental, que por ahora no pasaba por mi mente.
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¾ Cobarde, siempre fuiste un maldito cobarde ¾ Un pellejo de pared se desprende y desciende a 60 cuadros por segundo, y pienso en los años de desgracia, de miseria, traiciones y carencias que has pasado a mi lado, siempre firme, nunca abandonaste mi homicida indigencia. En la vida que siempre me pareció un lastre. En los individuos que supuestamente consientes, han puesto al proletario género humano en esta coyuntura, si, ellos con sus estupideces de civilización y progreso, ¿Lo divino? si existiese, pues nos encaminaron a no pensar y meditar sobre ello, pero por todo lo que hice, no estaría mal rezar un poco y pedir perdón por la monumental vileza que produje y escupí en mi existencia, y en este momento, que todo se consume, me da por usar la pocas neuronas que nunca use para cambiar, ni siquiera ahora que razono, puedo hacer o decir algo para que sigas queriéndome, que no te vayas y que enfrentemos juntos esta alteración de la realidad. Mierda, que difícil es tomar conciencia. De pronto se manifiesta un terremoto, no fue un pellejo de pared, esta vez era gran pedazo de concreto el que se desprendía y planeaba caer sobre mí, intento levantarme muy deprisa, pero algo escamoso y baboso me atrapa del cuello y me levanta vertiginosamente. Peleo por los aires intentado quitarme lo que me estrangula, mi cuerpo gira 180 grados y te observo, quedo petrificado por el terror de descubrirte, parada en el umbral, distorsionada, con unos ojos negros y verdosos que miran fulminantemente, con tu lengua de sierpe, gigantesca y repugnante que me carga e intenta ahorcarme. Todo el cuarto se derrumba, me acercas a ti y al mirar fijamente la pandora y brillante maldad en tus ojos de reptil, descubro que no padecemos de una metamorfosis. Siempre fuimos unos monstruos.❧
Ocho Años
25 Kuranes
Se detuvieron en un sucio y triste motel de paso. Él estaciona el automóvil y gira lentamente las llaves para silenciar motor y, acto seguido, mira hacia la recepción buscando algún letrero que anuncie que existen cuartos vacantes. Al mismo tiempo, ella parece muy interesada en la joven pareja que se pierde a la distancia sujetándose del brazo y platicando agradablemente. Ambas miradas no eran más que pretextos. Pues los dos tenían tantas cosas en la cabeza, preguntas que realizarse, pero inexplicablemente solo había silencio absoluto. Ocho años habían pasado después de la última vez que se vieron, de la última vez que sus miradas se comunicaron en un puente de iris a iris. Ella voltea a verlo, mientras él saca las llaves del coche y piensa en decirle: “¿Cómo te fue en tu largo viaje, lo que llevaste en tu equipaje siguen siendo sueños o ya son realidades? ¿Conociste a muchas mujeres, alguna te recordó el olor de mi cabello?”. Él gira la cabeza y se encuentra con la mirada de su compañera y piensa: “¿Sigues haciendo lo que amas o tus padres testarudos por fin terminaron por domar tu atrevido corazón? ¿Algún hombre descubrió el lugar preciso de tu cuello para liberar a la bestia?”. Pero en lugar de expresar aquellas preguntas solo se miran en silencio y dibujan una sonrisa tímida en sus rostros. Pasan directo a la habitación del cutre hotel. Ella se sienta en la cama que rechina delatando los años de uso, y él mira por la ventana observando que no fueran vigilados, prende un cigarrillo, al tiempo que quita su mirada del exterior y la dirige hacia el piso. Ella sentada en la cama mira el cuarto, como perro desconcertado olfateando un lugar nuevo. Todo en el lugar presenta tonos opacos, verde, amarillo, café, obscurecidos por el tiempo. Aquel parecía el cuarto de una viejecita que quizá murió olvidada escuchando la radio. Antes de llegar siquiera a la mitad del cigarro lo tira y pisa con su zapato,
deja su lugar junto a la ventana para sentarse justo a lado de la dama aún en silencio. Ella se limita a girar un poco su cabeza para mirar al joven. Parece que él por fin va a dejar escapar una palabra pero otra idea cruza por su mente y vuelve a guardar silencio, ella advierte el intento y lo mira fijamente a los labios esperando por fin después de ocho años una respuesta… Silencio y más silencio. Él se levanta de la cama, apaga la luz al tiempo que la toma por la cintura y la acerca a su pecho en medio de la obscuridad, recuerda que no era tan prominente, que cuando sus destinos bifurcaron, aquella cintura cabía perfectamente entre sus manos. Ella lleva sus pequeñas manos hacia sus mejillas y recuerda que la barba de su compañero no era tan abundante y que las entradas de su cabello hace ocho años no eran tan pronunciadas. En medio de la espesa negrura se besan y acarician con la premura de ocho años, con una cariñosa desesperación, como queriendo robar la esencia de la que se enamoraron tiempo atrás, la misma que hoy parece tan lejana. Él toca la cicatriz que dejó la cesárea de su segundo hijo y piensa:” ¿Le habrá puesto mi nombre? ¿Lo educaría como siempre platicamos que se deberían de educar a los niños aquellas tardes en que el sol era moribundo?” Ella en medio de la contienda amorosa jala su cabello con firmeza y él se estremece completo mientras la dama cavila: “¿Habrá vencido por fin su miedo a volverse sedentario, o finalmente logró encontrar la razón o la persona de veras importante para quedarse en algún lugar?”. Ninguno se atreve a realizar sus preguntas. Continúan, entregándose uno al otro sin decir una palabra comunicándose con su cuerpo, con sus fluidos, aferrándose a sus figuras idealizadas, tratando de eliminar las distancias, de alinear de nuevo sus sentidos, embriagándose de saliva, de sudor, de esperanzas marchitas. Así los sorprenden las tres, las cinco de la madrugada. Descansan plácidamente uno junto al otro, aún tomados de la mano. Mirando el techo, sonriendo satisfechos, se giran un poco escuchando rechinar una vez más el viejo colchón. Están a punto de decirse la primera palabra y por fin romper el silencio, desarmar el idilio, pero como antes, se detienen en el último segundo y solo se acarician de nuevo, él alisa su cabello y ella delinea los labios con sus dedos pues saben que a pesar de la metamorfosis de sus cuerpos y de sus vidas, a pesar del inclemente revoloteo y mutabilidad del camino; en esta habitación, triste, muerta, de colores cenicientos con la luz apagada y en completo silencio: Nunca pasaron ocho años.❧
El Gran Ciclo
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Arturo de la Barrera Rodríguez
No fue ningún elegido, de ninguna noble cuna. Su familia era normal (observando lo relativo de la palabra). Era simple, común. Su educación fue regular, no pasó hambres ni maltratos, no se le exigió de más ni se le hizo de menos. No quiso desde pequeño escuchar la religión y poco a poco se alejó. Al principio no tenía fe, después la creó a base de su lucha, intento y error; creó la fe tan sólo en sí. Siempre dudó de todo; siempre todo se cuestionó. Cuando cesó de dudar de sí, comenzó a esperar de los demás, pero comprendió que la espera no era buena compañera; el esperar implicaba desear algo a cambio, depender. Cuando más solo se sintió quiso buscar amigos y alguna pareja. Trató de amar y encajar, pero surgían dudas: ¿Se ama por soledad, por necesidad, por esperar algo a cambio, por atracción física, por complementarse, por recibir, por dar? No encajó, no pudo. Se le hacía demasiado egoísta, repetitivo, costumbrista, primitivo, animal. Y comprendió que la soledad lo hacía egoísta y si buscaba ser sincero consigo sólo se tenía que soportar. Casi al final le surgió la capacidad de desfragmentar su realidad: desligó concepto, palabra, forma y esencia. Un día pudo ver realmente un carro, era tan extraño o mejor dicho era un simple objeto, una nave, una armadura alrededor de alguien, una cosa compuesta por más cosas haciendo algo por ese que la maneja y que aparte lo podía hacer sentir mejor -o peor- por estar en uno de esos de mayor o menor valor o estatus. Así poco a poquito siguió desvalorizando todo, hasta las palabras y frases, y descubrió que – ¡Chinga tu madre! - podía ser una ofensa o 7 notas musicales, 7 sílabas, o tan sólo, balbuceos o la mejor forma de decirle adiós a alguien.
En otra ocasión pudo ver en la ciudad, el mundo de los árboles, descubrió sus distintos rostros, formas, cuerpos, raíces, hojas, tonos, humores. Cómo casi en todos lados estaban, cómo todo lo podían cubrir, rodear, abrazar, matar… Pero también observó que aparte de ese coexisten muchos otros mundos: el de los perros sonrientes de la calle; el de las hormigas; de las máquinas que demuestran más vida que quienes las hicieron, teporochos que renunciaron a alguien, payasos autómatas de traje y portafolio, del obrero cansado por sus roles de turno, el lúdico e intocable de los niños, de mujeres a quienes aún les brillan los ojos (y no por su maquillaje), suburbios carcomidos por hambres y violencia; el de los desubicados, utópicos antisociales, que buscan cambiar un mundo cambiando primero el suyo; de la oropelada bajeza de los residentes de las Lomas. Hasta descubrió que él tenía uno propio donde todo iba perdiendo valor, donde intentaba hallar esa chispa o llama interna y natural, ese calor que emana de cada cosa viva; donde ahora simplemente estaba y quizá lo comprendía, pero se había salido tanto -para poderlo ver, analizar y oír de forma neutral- que cuando intentó regresar no pudo, no entró. Ya no le bastó. Vio que ya no pensaba lógicamente, porque lo lógico era imposible. Ya no sentía, tan sólo estaba, permanecía buscando algo. Se miró y estaba solo pero no le importaba, así era, más ya no lo resentía. Se le había pasado el frío y el miedo; la soledad, la tristeza y el vacío. Ahora observaba, callaba, comprendía, digería. Una noche levantó la mirada al cielo y alcanzó de reojo el tenue fulgor de una estrella fugaz. Sintió una oleada interna de calor, miró por última vez su mundo y se elevó; vio cómo su cuerpo quedaba tendido en la tierra y asimiló mientras su esencia continuaba el ascenso infinito. Comprendió. Dejó su prisión orgánica para alzarse como energía pura. Rompió cada límite, su búsqueda fue tan grande que lo desterró. Ahora sería un tipo de astro errante. Y como él había miles de infinitos seres esparciendo su energía por el universo, viajando, recorriendo y buscando otro tipo de conocimiento; muchos con sus roces y choques, nuevos planetas y estrellas habían creado. Una nueva etapa había comenzado. En algún momento también se apagaría, su camino de conocimiento acabaría. Y regresaría él o alguna de sus partículas estrelladas fugazmente, friccionadas por alguna atmósfera o viento estelar, para quedar como estéril roca, resto físico de su conciencia, de su fuerza vital, contribuyendo en cualquier lugar de alguna manera con este gran ciclo.❧
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Deterioro Dante Vázquez http://dantevazquez.wordpress.com/
* Después de dos días degenerativos despiertas. Miras hacia el techo. El colchón sin sábana. La habitación sigue siendo la misma. Las cobijas y la consciencia te pesan, te oprimen. Tienes sed y ganas de fumarte en un cigarro tus errores. Sabes que debes levantarte a limpiar la casa, a bañarte, y a retocarte el alma.
Hay polvo en el piso y en los muebles. Huele a polvo. Siempre hay polvo.
El polvo es señal de deterioro. Cierras los ojos con la esperanza de dormir; el sueño repara, el sueño motiva, el sueño reanima. Poco a poco te desvaneces, caes en el vacío. ** Escuchas que una persona pronuncia tu nombre. Vas al baño. Te arde el estómago, la garganta y la cabeza. Te miras en el espejo y te reconoces detrás de ese semblante -pálido, reseco y triste-; gritando:
¡Necesito ayuda! *** Regresas con los ojos húmedos a tu pequeño refugio. La habitación sigue siendo la misma: Tú ya no.
COLABORADORES: A.R Ávila, Manuel Madera, Alus Jota, Marianna Stephania, Frizia Guerrero, José Israel Ocampo Eduardo Torrijos Sánchez, Enrique Ramírez, Arturo Dubey, Arturo de la Barrera Rodríguez, Dante Vázquez •
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METAMORFOSIS
Metamorfosis Metamorfosis XXVII
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