El expresionismo poético de Alejandra Pizarnik

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Presentación

L

a poesía de Alejandra Pizarnik manifiesta una sensibilidad inusual, una dolencia que evoca la fragilidad, el manso movimiento del que se entrega. Hay algo intangible e indefinible en su lírica, algo que no podemos asir, pero sí sentir. Hablo de una suerte de carga emotiva que tiene el don de brillar en la oscuridad más profunda. O mejor, hablo de una oscuridad que deslumbra, y tanto, que no se le puede ver de frente, porque ciega, aunque el ojo sea interior. Por eso quien lee a Pizarnik tiene que ser paciente, como quien contempla el negativo borroso de una fotografía: aunque en éste lo importante es la luz, las sombras aportan la forma, la profundidad, el contorno. Cuando la poeta afirma ocultarse en el lenguaje, entra en el espacio que tejen sus palabras. Y en esta poesía de ocultamiento, su lector se adentra con ella. Es así como la representación del verbo y su materialidad quedan demostradas en la legitimidad de una lectura cómplice. En esta suerte de reciprocidad luctuosa, nos sentimos partícipes de un espacio personal. Éste sería uno de los rasgos más singulares de su obra poética: convertirse en refugio, en zona, en dominio. Vagamos a través de jardines, bosques, noches, árboles, silencios. Erramos junto a ella, pero nunca de su mano. Y si osáramos pensar que hemos transitado por dichos dominios, que ya los hemos asido, de vuelta surge el fantasma, el negativo borroso: no eran tales, sino quizás sólo su ausencia. Entonces se escucha un aullido desolador. La voz poética de Pizarnik nace de este aullido, que no es otro que la interrogación inquebrantable a la palabra. Hace un reclamo al lenguaje como si éste fuera un Dios oscuro que no atendiese sus plegarias y la obligara a un desgarrado [ 11 ]


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