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Presentación
prEsEntación
La poesía de Alejandra Pizarnik manifiesta una sensibilidad inusual, una dolencia que evoca la fragilidad, el manso movimiento del que se entrega. Hay algo intangible e indefinible en su lírica, algo que no podemos asir, pero sí sentir. Hablo de una suerte de carga emotiva que tiene el don de brillar en la oscuridad más profunda. O mejor, hablo de una oscuridad que deslumbra, y tanto, que no se le puede ver de frente, porque ciega, aunque el ojo sea interior. Por eso quien lee a Pizarnik tiene que ser paciente, como quien contempla el negativo borroso de una fotografía: aunque en éste lo importante es la luz, las sombras aportan la forma, la profundidad, el contorno. Cuando la poeta afirma ocultarse en el lenguaje, entra en el espacio que tejen sus palabras. Y en esta poesía de ocultamiento, su lector se adentra con ella. Es así como la representación del verbo y su materialidad quedan demostradas en la legitimidad de una lectura cómplice. En esta suerte de reciprocidad luctuosa, nos sentimos partícipes de un espacio personal. Éste sería uno de los rasgos más singulares de su obra poética: convertirse en refugio, en zona, en dominio. Vagamos a través de jardines, bosques, noches, árboles, silencios. Erramos junto a ella, pero nunca de su mano. Y si osáramos pensar que hemos transitado por dichos dominios, que ya los hemos asido, de vuelta surge el fantasma, el negativo borroso: no eran tales, sino quizás sólo su ausencia. Entonces se escucha un aullido desolador. La voz poética de Pizarnik nace de este aullido, que no es otro que la interrogación inquebrantable a la palabra. Hace un reclamo al lenguaje como si éste fuera un Dios oscuro que no atendiese sus plegarias y la obligara a un desgarrado
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proceder silencioso, desafiante, que la lleva, que nos lleva, más allá de la tristeza o el duelo, al terreno de la emoción viva, pura. El libro que tenemos entre manos sabe todo esto, sabe que Pizarnik es porque escribe y que aun cuando no puede escribir, escribe. Sabe que, en su poesía, la relación vida y lenguaje es fuerte y vigorosa como el trazo de un cuadro de Willem de Kooning. Y en esto precisamente radica su valor propositivo. Me explico. Desde que existe, la crítica de Pizarnik ha resaltado la importancia de las vanguardias en su obra. Efectivamente, existen un sinfín de estudios que se han dedicado a explorar las relaciones entre la argentina y el surrealismo. Esto no es gratuito. La conexión es evidente e innegable. También es fácilmente comprobable: los epígrafes surrealistas en varios poemarios, la alusión directa a sus imágenes, su abierto interés por el movimiento, sus traducciones de André Breton y Antonin Artaud, entre otros. Nadie pretende negar esto, pero como se sugiere en este libro, buscar en esta relación la explicación de su poesía, o sus raíces, sería no sólo problemático y limitado, sino además erróneo. El presente trabajo pertenece a la vertiente crítica que considera a Pizarnik, en esencia y principalmente, una poeta vanguardista. Lejos de entrar en conflicto con estudios previos, los continúa a modo de constelación o enredadera, pero partiendo de una semilla diferente: la expresionista. Recordemos que el expresionismo se definía, muy a grandes rasgos, por un rechazo categórico a la realidad exterior y por la creación de una realidad subjetiva con fuerte peso emotivo. Recordemos también que cuando se habla de vanguardia en Pizarnik no nos estamos refiriendo a su pertenencia o adscripción a alguno de estos grupos en su acepción estricta, sino a vanguardista en el sentido de espíritu. Un espíritu que se derivaría de la ya mencionada actitud hacia el lenguaje junto con su visión de mundo. Después de situar la obra de Pizarnik en el contexto de las vanguardias europeas, el autor se adentra con la poeta en sus dominios y presenta su propuesta de lectura. La reflexión gira en torno a su conciencia escritural, habla del rigor, de la búsqueda de exactitud en la palabra poética, y la explica a través de esa relación conflictiva con el lenguaje que expresé renglones más
arriba: la de fantasma, pero también la de reclamo, la de interrogante. Se plantea así una lectura que considera la escritura poética de Pizarnik, ante todo, como pulsión emotiva. Una pulsión que es inseparable de sus objetos, que se funde con ellos en un intento por aprehender esa visión dolorosa del mundo y que, efectivamente, la acerca a las preocupaciones expresionistas. Un expresionismo que, cabe mencionar, no está desconectado de lo fenomenológico: la poeta penetra en su casa del lenguaje, en su lenguaje-objeto, se oculta en él y lo resignifica para extraer su esencia emotiva. De este modo, el autor nos presenta la defensa de un mundo interior, su reverso del mundo. Su poesía como la irrealidad de la propia poeta, una quimera sin la cual ella misma no existiría. En este sentido, hasta la propia Pizarnik tendría que estar de acuerdo con una de las máximas del libro: para la argentina, la poesía era la única manera de crear vida o de poder vivir. Y sin este espacio “vital”, ya sólo restaría la muerte.
Dra. Inés Ferrero Cándenas Universidad de Guanajuato