La herida como inscripción mística y poética: Purgatorio y Anteparaiso, de R. Zurita
Jacqueline Guzmán Magaña
U
na herida es la transgresión dolorosa de la superficie cutánea. Atraviesa la profundidad de la piel quebrando la estructura de los tejidos orgánicos, y vulnerando al cuerpo frente a su entorno. Al suspender la clausura del espacio anatómico, el cuerpo sangrante pierde sustancia y se debilita. Cuando no es mortal o definitivo el corte, se inicia un proceso de curación que culmina en la reconstrucción de los tejidos; queda entonces una cicatriz en memoria de la agresión sufrida. Espacialmente, la incisión abre un intermedio que divide el organismo. Si la herida hace vulnerable al cuerpo, la autolaceración violenta, además, el estado mental del individuo. En ese intermedio, donde aflora el dolor y el desvarío, es donde Raúl Zurita comienza su escritura. En 1975, el poeta encerrado en un baño se quemó la mejilla con un fierro ardiente, había sido detenido y humillado por una patrulla militar de la dictadura chilena. Cuatro años después publicó Purgatorio (1979), uno de sus primeros libros de poemas. Algo similar se repite en vísperas de la escritura de Anteparaíso (1982): el poeta se quemó los ojos con ácido, con intención de cegarse. La herida del poeta no es un corte suicida, es un corte empeñado en dejar una marca tangible. El sometimiento voluntario del poeta chileno a experiencias dolorosas (en público o en privado), que posteriormente [ 13 ]