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JUAN SEVILLANO CASAMITJANA Letras Urbanas

Columna escrita por. Juan

Sevillano C.

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realidad del otro sentirán”. En el año 489 de un pequeño punto de un planeta de otra realidad, existía una situación de pueblos vecinos. Uno de ellos estaba situado en una montaña donde siempre llovía además de hacer sol a la vez. A veces granizaba, pero “eso solo pasa una vez cada cien años” se decía. SHLBERT.

El otro pueblo estaba situado justo al lado del final del terreno del vecindario anteriormente nombrado. Hacía mucho sol y la gente parecía ser feliz aunque sería injusto no agregar que tenían impartida la discreción, según la CPU central del universo. ASHBERT

Wilfred era de Shlbert, Wilfred era de Shlbert, era un ciudadano aceptable, pues era un gran cultivador pero a los Shlbertianos siempre les tuvo preocupados el exceso de discreción el cual llevaba, no era por nada, simplemente, no estaba bien visto, aunque se llegaron a aceptar el pueblo y el sujeto puesto que uno no mordía y el otro no mañana vamos a comprarnos vestidos nuevos, mira tú vestido, ya no es tan morado y brillante, el blanco está empezando a ser amarillo monitor. Dimerita soltó una carcajada y le dijo:

-¡Que exagerada eres Flora! atacaba. Wilfred solía ir a relajarse un rato a la parte más alta de la montaña y escribir bajo un árbol, pues la lluvia le inspiraba, estaba trabajando en algo titulado “Cuando el cielo llora”. Al igual que cada día, había un momento en el que le entraba una sensación muy extraña que hacía que todo el vello de su cuerpo se le erizase, esa misma sensación que tenía todos los días al subir a ese lugar. Como siempre, ponía su vista al frente, donde se veía gran parte del poblado de Ashbert y sus preciosas viviendas sacadas de otra realidad, pero, sin embargo, no veía nada... Dimerita era una persona muy feliz, estaba encantada viviendo en su gran Wigwam de color dorado y ganándose la vida solucionando problemas de los monitores. Los monitores eran parecidos a los pc, pero, en vez de haber evolucionado con la tecnología que nosotros conocemos, fueron construidos según la evolución en la talla de árboles de los Ashbertianos. Era un negocio el estar solucionando virus provocados por la gran internet. Frecuentemente, Dimerita solía ir con amigos del pueblo al fresco. El fresco era un lugar situado casi al final del pueblo que, visto desde arriba, solo se veía una mezcla de los colores morado y azul que tenía toda la vegetación de ese sitio. de ese sitio. Había lugares donde se servían comida y “sprays de momentos felices” que producía risas y visiones de cosas alegres. Alguna vez, Dimerita escribía los versos de algo titulado “Cielo alegre”, aunque no llegaba a las cincuenta palabras, pero le gustaba hacer eso de vez en cuando. Un día, la chica decidió contarle un secreto a una amiga suya. Podía sonar una tontería pero, cuando iba al fresco notaba un escalofrío muy extraño que le erizaba todo el bello. -Esos son los momentos felices, seguro que es bueno- dijo la amiga entre risas. Dimerita descartó la posibilidad ya que, cuando notaba esa sensación, el efecto de los sprays se le quitaban por unos segundos...

-...y no sabría explicarte el motivo, pero en esa situación me da por mirar el horizonte- finalizó.

-¿Y qué ves?

-Nada, solo las casas del pueblo vecino y las rocas antes de llegar a la parte más alta de Shlbert, tenemos que volver ¿Que tal mañana? Hace mucho tiempo que no vamos.

-Y un huevo de fénix querida- dijo la amiga simulando estar ofendida y levantando su dedo índice a modo de autoridadmañana vamos a comprarnos vestidos nuevos, mira tú vestido, ya no es tan morado y brillante, el blanco está empezando a ser amarillo monitor. Dimerita soltó una carcajada y le dijo: -¡Que exagerada eres Flora!

-Lo sé- respondió soltando una risa

Bueno va y volviendo al tema que te preocupa, ¿Por qué crees que te sucede eso de la extraña sensación que te eriza el vello?

-Pues no lo sé...

-¿Y no quieres saberlo?

-Tampoco lo sé...

Al día siguiente, Wilfred se levantó animado ya que iba a Phusis, un pueblo situado a trescientas Quordas de Shlbert. No entendía como existían lunáticos que preferían ir a pie, en vez de usar las tazas-mecánicas-automáticas que llevaban a cualquier Shlbertiano a cualquier lugar que quisieran. Sólo se tenía que introducir el lugar en el buscador de la taza y en dos minutos aparecería en el destino indicado. Y así fue, Wilfred llegó a Phusis, un lugar lleno de edificios hechos de una especie de plástico muy resistente. Era considerado el poblado con la mayor defensa de La Nube puesto que esa especie de plástico llamado Gnoma era el segundo material más resistente de los conocidos. No se si se podía encontrar todo aquello que se quisiera. Wilfred siempre iba la zona de los cómics holograma. Esta vez “Las aventuras de Jon Haunter” (una historia del agrado de Wilfred que narraba la historia de un humano que vivía en un lugar lollamado Tierra) había publicado su último número, titulado “La muerte de Jon Haunter”.

(¿No lo encuentras muy gracioso, Flora?) Escuchó Wilfred a lo lejano, esa extraña sensación le volvió a invadir todo el cuerpo. Sin ningún motivo aparente miró hacia arriba por si veía algo, pero solo vio en medio del cielo soleado y limpio los restos de un humo azulado, típico de los mini-barcos voladores que frecuentaban esta zona.

-¿Qué?- dijo Flora poniéndose seria de repente.

-¿Recuerdas esa sensación?- susurró Dimerita, la amiga asintió- pues la estoy teniendo justo ahora.

-¡Diamantes!- exclamó Flora en voz baja y fijándose en uno de los brazos de su amiga- Sí que es cierto que se te eriza el vello...

Dimerita decidió mirar en cualquier dirección y, aleatoriamente, se fijó en el gran cartel de la tienda de cómics-holograma situado a diez filoramas de ella. El cartel rezaba “La muerte de Jon Haunter”

-¿Quién demonios será Jon Haunter?dijo poniendo una expresión de burlaQue nombre más feo.

Tras cansarse de la tienda de cómics holograma, Wilfred fue a una parada en la que dos grandes músicos, acompañados de una gran afluencia de público, podían tocar cualquier pieza musical que se les pidiese.

-Oh! Un hombre vestido con ropajes oscuros pero tupido de una cristalina alma exclamó uno de los músicos al ver acercarse a Wilfred- ¿Quiere que toquemos algo por cuarenta y inas?

-La canción más bonita del mundo- respondió rápidamente el chico, dejando velozmente el dinero en la mano del músico.

-La segunda- respondió- la segunda... El músico habló con su compañero y después se dirigió a la gente, hablando con mucha efusividad.

-¡Amado público presente! La pieza que vamos a interpretar ahora, existe desde el principio de los tiempos. Se desconoce su autoría además de su procedencia...

-Por no decir que nadie tiene ni pajolera idea de cómo ha llegado a nuestra eradijo el compañero, provocando la risa del público.

-La primera vez que esta melodía llegó a los oídos de cualquiera de ustedes, lo hizo sin un título que se conozca, más nunca lo tendrá. Pero todos le pusimos el sobrenombre de “La canción más bonita del mundo”. Dos segundos después, empezaron a interpretar esa melodía que contenía magia en cada una de sus notas. El público, al igual que Wilfred, estaba encantado mientras las notas flotaban hacia oídos más lejanos de la parada... Tras oír a lo lejos su canción preferida, Dimerita soltó un fuerte suspiro y, tras eso, tanto ella como Wilfred volvieron a tener esa sensación conocida y extraña, aunque esta vez ocurrió algo diferente: Al girar ambos la mirada, sin saberlo, los dos sujetos estaban mirando en la misma dirección que el otro. No les importaba todo aquello que veían, estaban guiados por esa sensación que los llevaba más allá de donde cualquier persona podía ver. No sabían describir con palabras lo que sentían, ni siquiera tenían la certeza de que fuera real, pero, no sabían lo que era, sin embargo, para los dos desconocidos ese momento fue...

-Precioso- dijo Wilfred al ser finalizada “La canción más bonita del mundo”. En su cara se podían ver un par de lágrimas que decidieron escaparse cerca de su sonrisa dibujada.

-¡Flora, ahora vuelvo!- exclamó Dimerita dejando absolutamente todo lo que estaba haciendo y echó a correr hacia donde sonaban los aplausos.

-Ha sido un placer amigos, graciasdijo Wilfred a los músicos sin abandonar su sonrisa.

-El placer es del arte mi querido caminante- respondió uno de ellos agachando la cabeza en forma de gratitud.

Tras esto, Wilfred se alejó de la parada para seguir curioseando en este maravilloso pueblo.

Mientras paseaba atisbaba por todas las paradas todo aquello que podía alcanzar: Golosinas de todo tipo, ropajes, nueva tecnología, espectáculos, una chica corriendo desesperadamente a la que no pudo ponerle cara pero sí que le dio tiempo de ver su vestido brillante de color morado y blanco...

“Eh, un momento” pensó Wilfred, se paró y miró uno de sus brazos “El vello... está erizado, ¿tendría esa chica algo que ver?” Se giró para buscarla pero ya no vio rastro de ella.

-¡Perdone, Perdone!- gritó Dimerita al llegar a la parada de los músicos, se paró, respiró erguida un rato, se recompuso y siguió ante la atónita mirada de los dos compañeros- “La canción más bonita del mundo”.

-Usted vea, señorita, la acabamos de tocar hace un momento, no es que no nos guste pero el repetirla podría provocar que la pobre sea aborrecida...

-¿Quién os ha pedido esa canción?

-Un joven de negro ropaje pero cristalina alma, damisela.

-¿Sabrías identificarlo si lo volvieras a ver?

-Eso es un hecho, mujer.

-¿Tienes algo para escribir?

El músico con el que Dimerita estaba teniendo la conversación se giró, busco entre sus pertenencias y le dio a la chica un trozo de papel amarillento y una pluma fina de color azulada. Esta, cogió rápidamente ambas cosas, empezó a escribir, dobló el papel hasta hacerlo pequeño, se lo puso en una de sus manos.

Con la misma mano que contenía el papel, cogió la mano del músico, lo miró fijamente a los ojos y le dijo:

-Por favor, si vuelves a ver a esa persona, dale este mensaje.

-Así sea mi Lady- respondió este sin dejar de mirarle a los ojos.

-Gracias...

Tras hacer muchas cosas variadas en el poblado de Phusis , Wilfred y Dimerita (en sus respectivas vidas) decidieron, de forma distinta, marcharse hacia sus respectivas viviendas.

Wilfred tomó asiento en la taza-mecánica-automática y se dedicó a poner en el buscador la dirección de vuelta a casa.

Dimerita estaba junto a su amiga en el mini-barco volador indicándole al buscador por donde volar y donde bajar. Justo en ese momento, Wilfred y Dimerita volvieron a sentir algo. Ella miró por la ventana, él a lo lejos desde su taza. Cuál fue la reacción de ambos al percatarse de la presencia el uno del otro a una lejanía lo suficiente larga como para no llegar rápidamente, pero, a su vez, corta para distinguir lo que percibe su mirada.

Dimerita y Wilfred hicieron con su cuerpo el intento de salir corriendo hacia la dirección del otro sujeto, pero los dos ya habían introducido la ruta en los respectivos contadores y estaban a dos segundos, uno de salir volando y el otro de desaparecer.

Nació un 18 de junio de 1981. Siempre le atrajeron las artes interpretativas y buscó explorarlas, incluso antes de aprender lo que era una carrera y que podía tener una en dichas artes.

Lleva actuando, cantando, contando historias, escribiendo y más casi toda la vida. Un día fue cuestión de dar un simple paso y elegir hacerlo profesionalmente.

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