— ¿Qué es un Rey? —preguntó Mentor. —Un rey es la sangre de su pueblo —respondió el Rey. — ¿Para qué se hace un Rey? —Para morir sirviendo. — ¿Cuál es la mayor gloria de un Rey? —Que le recuerden por los buenos actos. La encapuchada figura de Mentor se levantó pesadamente. Sus movimientos denotaban cierto cansancio y pesadumbre. Se dirigió a la ventana para contemplar la noche azulada bajo la luz de Raell, el astro de los años fríos. —Me muero, Mentor, y no hay magia en el mundo que pueda evitar eso. Les he guiado, les he servido durante cincuenta y cinco años, y ahora he de partir. La enorme figura de la ventana permaneció inmóvil. Desde allí podía ver la inmensidad del Castillo de las Tres Órdenes, y en derredor suyo, el extenso pueblo zarkaniano. Aunque él veía mucho más allá. Su mirada traspasaba océanos de tiempo hacia una época dónde el castillo era distinto, donde sus moradores eran otros y donde no todo estaba perdido. —No como ahora… —susurró, con la mirada perdida. El Rey, a su espalda, se levantó. Era dos cuartas más bajo que su acompañante, aunque para los estándares de Nailoor era bastante alto. —Nunca antes había necesitado tanto de tu guía como ahora, Mentor. No sé qué hacer. —“Jereck es Zarkania, y Zarkania es Jereck”. Tu nombre y tus actos te llevarán más lejos de lo que nunca imaginaste. Tú eres ya parte de este mundo. —Pero el Imperio ha muerto. Se han separado. Nunca más volverá la gloria de antaño, el poder del Imperio Zarkaniano que hacía temblar la tierra. Y era cierto. Los cinco reinos eran ahora independientes. Unidos por antiguos tratados y juramentos de lealtad. Pero los reyes que firmaron esos tratados hacía tiempo que habían muerto, y su recuerdo se había diluido en la memoria. La figura de la ventana se giró de forma repentina. Jereck pudo ver el intenso brillo de sus ojos bajo el perenne manto que siempre la cubría. Era intenso, los ojos dorados bajo escamosas cejas fijos en los suyos. Sintió un fuego en el pecho. —Jereck de Nailoor, escucha mis palabras. Partirás de este mundo a los salones del Arcano. Nunca un Rey ha hecho tanto por su pueblo como has hecho tú. Nunca un hombre ha logrado tanto en su vida como has logrado tú. Cimentaste la base de este Imperio de manera tan sólida que no importa el nombre que lleven los cinco reinos: siempre serán parte de Zarkania. Antes
de partir darás una última orden, crearás una última ley: el Concordato de Nailoor, que atará a Reyes, Altos Jueces y Santos Lectores por igual. Los mantendrá unidos en tu nombre. Jereck se removió inquieto mientras escuchaba estas palabras. Una sombra de duda asomó a su mente, que se iba convirtiendo en certeza con rapidez. —Maniria se opondrá. La Tríada de los Iluminados es demasiado poderosa. —Hay otros —replicó Mentor—, enviados como yo a velar por la seguridad de los hombres. Hablarán con la Tríada, y la Tríada accederá como accederás tú. No hay otro camino. La fiera determinación de Mentor contagió a Jereck. Bien, si debía hacerse así, así se haría. Los consejeros del mundo inferior siempre habían servido bien a los gobernantes zarkanianos y sus intereses. —Está bien, crearé el Concordato de Nailoor. Mañana mismo reuniré al consejo. Sé bien a qué te refieres. Confía en mí, el Concordato será muy claro. Mentor se giró de nuevo hacia la fría noche. Jereck se encaminó hacia la puerta. Las audiencias con Mentor nunca eran demasiado largas, y esta estaba llegando a su fin. Ahora tenía un objetivo. Había obtenido su guía. —No volveremos a vernos, sire. El camino a las profundidades es demasiado largo como para que a mi regreso continúes morando entre los vivos. —Cierto, amigo. Las voces del pasado así lo afirman —constató Jereck de forma pausada—. Me has servido bien, Mentor, aunque… en esta audiencia tardía permíteme una última licencia. Mentor se giró a medias. —Lo que me pidas, sire. —No permitas que ensucien mi nombre. Mentor asintió. La puerta se cerró y él se quedó solo en la estancia. «El último Rey verdadero que habrá en estas tierras» pensó para sus adentros el anciano kaldrain. —“Jereck es Zarkania, y Zarkania es Jereck” —murmuró de nuevo, antes de retirarse a las sombras.