Aproximaciones a Rayuela Luis Raul Leyva
En Algunos pareceres de Nietzsche, Jorge Luis Borges escribió: Siempre la gloria es una simplificación y a veces una perversión de la realidad. No hay hombre célebre a quien no lo calumnie un poco su gloria. El Diccionario de Autoridades se refiere a ella como el bien extrínseco que consiste en la dilatada noticia de algún hecho heroico o singular, que al paso que se conoce se alaba, porque la alabanza es consecuencia de la virtud. Reputación, fama y honor que resulta de las buenas acciones y grandes calidades, según la Real Academia Española. Para Julio Cortázar y su Rayuela me interesa más la derivación de la gloria en la simplificación y, por la alabanza, la calumnia. Parafraseando a Borges, Julio Cortázar sería, primordialmente, el autor de Rayuela, aunque Rayuela no sea, en los códigos de su gloria, la rapsodia de El amor, las mujeres y la muerte o el evangelio para matones referido por Bernard Shaw en el ensayo de Borges de 19401. La gloria es atributo que terceros imputan a otros en razón de determinadas cualidades, sean éstas de orden heroico o se aprecien como algo fuera de lo común. Así, la gloria invoca y esparce su estela de unanimidad pareciera que por un efecto del paso del tiempo, si nos atenemos a la primera definición. Sea como fuere, y a pesar de ella, la gloria reúne a fanáticos y coléricos, entusiastas y escépticos; la desvirtúan la obstinación y la intolerancia. Rayuela, a cincuenta años de su primera edición, atrae sus apasionamientos, sus efusiones, y hasta sus paroxismos. Adolece de otras simplificaciones, de otros simplismos. Aun su pretendida gloria no ha sido codificada en una rapsodia o en un evangelio. Que sus fervientes seguidores o algún editor fuera de todo propósito no incurran en semejantes deformaciones. Algunas ideas se escribieron en el cincuentenario de Rayuela acometiendo su fama o, más bien, sus celebridades narrativas. Este manojo de retóricas no hizo más que postular un dualismo ramplón que la redujo a buena o mala, aburrida o maravillosa, pedante o erudita, y otros antagonismos semejantes. Anotemos algunas: <<Ahora en un par de ocasiones he intentado releerlo y ya me resulta antipático. Leído no ya como una Biblia, sino como un buen libro de un gran escritor, la experiencia comienza a ser porosa. Horacio Oliveira y su panda de amigos se parece demasiado a muchos conocidos de quienes he preferido alejarme justo por su pedantería, su hedor a hedonismo, su pretendida superioridad, su digámoslo en palabras odiosas hipsterismo (Felipe Soto Viterbo)2.>> <<Leí Rayuela en un ataque de fanatismo. Esto es la literatura en serio, pensaba>> (Héctor Castellani). <<Lo que más me incomoda es la muerte del bebé y cómo la Maga lo deja morir, literalmente. La Maga, mujer emblemática para muchos, comete ese descuido y también los amigos que ocultan tranquilamente la tragedia en la reunión, mientras hablan y discuten intelectualidad tras intelectualidad, en espera de que la madre se de cuenta por sí misma que el bebé con 39 grados de temperatura ya está muerto en el otro cuarto. Eso me hace recordar que Julio Cortázar no tuvo hijos y quizá por eso escribió tan fríamente esa escena, como también al mismo tiempo esta escena puede ser una crítica a la insensibilidad de otras personas>> (Juan José Rodríguez). <<Si me preguntan por Rayuela tengo que decir que es parte de mi educación sentimental y literaria. Hoy puede que ya no me interese como entonces, igual que muchas cosas que 1
Para América y para España, Arturo Schopenhauer es primordialmente el autor de El amor, las mujeres y la muerte: rapsodia fabricada con fragmentos sensacionales por un editor levantino. De Friedrich Nietzsche, discípulo rebelde de Schopenhauer, ya observó Bernard Shaw (Major Barbara, Londres, 1905) que era la víctima mundial de la frase bestia rubia y que todos atribuían su renombre y limitaban su obra a un evangelio para matones (Ficcionario, pág. 143). 2 Esta y las siguientes citas en www.sinembargo.mx/30-06-2013/670479.
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me impresionaron en mi juventud me impresionan hoy menos, pero no sabría decir si es porque Rayuela ha envejecido o si soy yo el que lo ha hecho>> (José Ovejero). <<Yo también detesté el libro. De principio hasta donde el hastío se volvió insuperable, odié cada palabra y presunción de Cortázar, que más parece que nos narra cuán magnífico es su talento y lo variado que es su léxico.>>3 <<El primer verso de la novela decía: ‘¿Encontraría a la Maga?’, la puta madre. Todo era críptico, prometedor, maravilloso. Me acuerdo que pensé: si me leo este libro, si lo diseco y lo metabolizo en mi porvenir, voy a ser un genio inalcanzable. Después, pasaron las lecturas múltiples de Rayuela, después pasaron los años y el libro me empezó a parecer ingenuo, esnob e insoportable (…) Hasta que finalmente llegó el día en que negué a Cortázar tres veces” (Fabián Casas)>>.4 Y por último este párrafo a manera de resumen de las críticas que Rayuela acumuló al paso de los años: <<Hubo voces que se alzaron contra los “capítulos prescindibles” del libro, a los que consideraron auténticamente prescindibles, otras contra las morellianas (pedantes y aburridas, según estos lectores), contra el “exhibicionismo” de la erudición sobre el jazz, lo “efectista” de sus novedades. Así, para muchos, Rayuela fue quedando confinada al mismo rincón de los anaqueles donde descansan las novelas de Herman Hesse o ciertos relatos de Jack London: libros que se deben leer durante la adolescencia o la primera juventud. “Lo que Cortázar nos dejó son sus cuentos”, se escucha repetir a quienes consideran que Rayuela fue un impacto importante en su época, pero que hoy se ve demasiado afectada por los achaques de la vejez.>>5 Amén los limitados recursos argumentales, dedicados más a enumerar estados de ánimo, sentimientos y reacciones simplistas, tal clase de conjeturas no sirven para estimar el legado de Rayuela a cincuenta años, y mucho menos son útiles para aniquilarla.6 Mi intención es otra, diversa a aquellos resúmenes, otra que acumular más hojarasca vestida de tesis literaria con las citas bibliográficas del caso. Si bien elementales, esas opiniones revelan una situación. Algo nos mueve a entender el trasfondo de tales discrepancias. Acerquémonos, pues, a Rayuela, auxiliados por Alfonso Reyes (Apolo o de la literatura)7 para intentar clarificar las causas y los efectos de la apreciación de esta novela cuya tensión se asienta en los extremos de tal manera que a consecuencia de éstos sólo podemos condenarla o sujetarla a alabanza. Toda obra literaria posee un significado en el que subyace la intención del escritor de comunicar una realidad subjetiva desentendida del suceder real. Esta experiencia busca ser comunicada, esta es su naturaleza: la cabal comunicación de la pura experiencia es el verdadero fin de la literatura. Además de su valor semántico, la expresión de la obra literaria (con su significado adjunto) fluye o se comunica mediante el lenguaje, al que don Alfonso lleva incluso a la categoría de Logos: sustento de la literatura es el Logos, el lenguaje; lenguaje escrito, de aquí que la palabra literatura sea ya un derivado de ‘letra’, de lenguaje escrito. A partir de las anteriores premisas, tomemos bajo análisis la recepción del hecho estético de la obra literaria en el lector. 3
Esta cita en unlibroaldia.blogspot.mx/2010/04/grandes-decepciones-rayuela-de-julio.html. www.letraslibres.com/blogs/polifonia/rayuela-una-senora-dignisima. 5 Cristian Vázquez en http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/rayuela-una-senora-dignisima. 6 Caso curioso el de la nota de Gonzalo Garcés publicada en la página web de Letras Libres en 2004, a veinte años de la muerte de Cortázar. Otra revisión flamígera. Vale la pena leer esta suerte de descreimiento: http://letraslibres.com/revista/letrillas/instrucciones-para-criticar-cortazar. Esta nota está referida en la de Cristian Vázquez. 7 La experiencia literaria, tomo XIV de las Obras Completas, FCE. 4
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El primer rasgo, el principal, acaso, expresa la fragilidad de una relación maravillosa, particularísima. Entre el libro y el lector se abre un microcosmos, un universo con sus leyes y principios. Aprehendido el texto en la callada lectura, este primer rasgo sería aquel en donde la belleza misma viene a ser así, un subproducto; o mejor, un efecto; efecto determinado, en el que recibe la obra, por aquella plena o acertada comunicación de la experiencia pura. Un segundo rasgo sería aquel expresado por una fractura —aquí ya una fractura— en la comunicación de esta experiencia pura (o la experiencia contenida en la literatura): Entre la expresión del creador literario y la comunicación que él nos transmite no hay una ecuación matemática, una relación fija. Nunca se insistirá lo suficiente en la verdad de este principio. A manera de resumen de estas dos tesis, hagamos una paráfrasis a un ejemplo de don Alfonso: no sé si la Rayuela que veo y percibo es exactamente igual a la tuya, ni si una y otra ajustan del todo dentro de la Rayuela que sentía, expresaba y comunicaba Julio Cortázar. Este último rasgo parece que es el que más le conviene al conjunto de opiniones que transcribí líneas arriba. Pero si miramos de cerca, lo trivial de aquellos desatinos no encaja en la correspondencia que se tiende entre la obra literaria y lo que ella nos transmite, aunque la correspondencia signifique una ruptura y por eso, precisamente. Ni por sus términos, ni por sus alcances, tales opiniones poseen la altura argumentativa para expresar lo variable, pero sobre todo mudable, que pudo ser la percepción de Rayuela en el transcurso de los últimos cincuenta años. Sospecho que los años moldearon un efecto imputable a una serie de lectores anticipados por Borges8, los cuales entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Tales lectores que buscan tecniquerías que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles. Cierta estirpe de lectores en el que todos son críticos potenciales. Un tercer rasgo que delinea muy bien la fragilidad entre la intención semántica y su expresión estética y, por otra parte, la percepción de la obra literaria, es aquel que erige en dogmas las propias reacciones. Considérese cualquiera de las ideas citadas y el resultado comprobará la certeza de este matiz. Pasemos al último: La sentimentalidad y la inhibición, la extrema facilidad o la extrema resistencia ante el movimiento que el poeta trata de imprimir en nuestro ánimo, son errores más frecuentes de lo que parece, que exageran o borran los rasgos de la figura literaria. El rechazo a los Capítulos prescindibles, lo insoportables que pueden llegar a ser Oliveira y la Maga, la proliferación de las citas de jazz, de música clásica, de artistas, científicos y escritores de distintas épocas y estilos, las frases en francés, alemán, el Tablero de dirección mismo, han conocido sus adversarios cuya actitud ha sido siempre la de desairar injustamente la calidad del texto. ¿Los lectores que gustan de Rayuela están bajo una suerte de alucinación colectiva? ¿Sus detractores, simples apóstatas? Ni lo uno ni lo otro. La crítica es necesaria dentro de los cauces del pensamiento. Disentir es connatural de la percepción de la experiencia literaria. El contenido de la literatura no es un dogma y tampoco debe leerse como un canon. El hecho de que la percepción de la literatura sea distinta de un lector a otro no sólo comprueba un relativismo con pilares en aquella fractura entre la expresión del escritor y lo que nos comunica, sino que aquel microcosmos no merece la 8
La supersticiosa ética del lector, ensayo recogido en su libro Discusión (1932).
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trivialidad y el dato común y corriente. La creación literaria y la lectura no son ejercicios vulgares. Hay temas que hacen que Rayuela sea Rayuela. Son el resultado del gusto literario o de las miradas de la crítica, el ente fluido señalado por Alfonso Reyes que sedimentaron los años. Oliveira y la Maga, Talita en los tablones, el glíglico del 68, la enumeración infinita de las calles de París porque hay ciudades que encierran un infinito, el Club de la Serpiente, aquel capítulo 7, el 62 que dio el título a otra novela con la misma intención de los capítulos susceptibles de intercalación, las imágenes del absurdo del 56 y bebé Rocamadour, el ingenio del capítulo 34 que narra dos historias distintas, una en cada línea, Berthe Trépat y Octavio Paz en el 149 y la ironía de los epígrafes que nadie ha explorado —me parece—. No son todas, por supuesto, pero ni Oliveira, ni la Maga, ni Talita en los tablones del 41, ni bebé Rocamadour, ni Berthe Trépat, ni el Club, ni el capítulo 7, ni el 34, ni París son Rayuela, no son su destino y no son la justificación del libro. Esta es toda una simplificación, lo sé, y toda una petición de principio. Quizá las miradas que hicieron corte de caja al legado de Rayuela llegaron a las conclusiones transcritas debido a que su enfoque se centró en las escenas más celebradas por la crítica a lo largo de cincuenta años. Esta perspectiva tiene una limitación evidente. Dejó de lado tantas otras cosas que formaron a Rayuela desde su origen, lo que la novela tiene por razón de su diversidad, innovación y riqueza de significados. Una novela de la naturaleza de Rayuela no puede ser apreciada con semejante limitación de recursos. Me parece que uno de los momentos de Rayuela que mejor sugieren un punto de partida, o mejor, que trazan un camino, un vislumbre para seguir y alcanzar el hilo del sentido o el significado del edificio narrativo de Rayuela, son estas líneas del capítulo 141: No llevaba muchas páginas darse cuenta de que Morelli apuntaba a otra cosa […] Morelli se daba el gusto de seguir fingiendo una literatura que en el fuero interno minaba, contraminaba y escarnecía. De golpe las palabras, toda una lengua, la superestructura de un estilo, una semántica, una psicología y una facticidad se precipitaban a espeluznantes harakiris. ¡Banzai! Hasta nueva orden, o sin garantía alguna: al final siempre un hilo tendido más allá, saliéndose del volumen, apuntando a un tal vez, a un a lo mejor, a un quién sabe, que dejaba en suspenso toda visión petrificante de la obra. Y esto que desesperaba a Perico Romero, hombre necesitado de certezas, hacía temblar de delicia a Oliveira, exaltaba la imaginación de Etienne, de Wong y de Ronald, y obligaba a la Maga a bailar descalza con un alcaucil en cada mano. Acaso el espíritu de Rayuela —uno de ellos— sea el Zeitgeist, el espíritu del tiempo y el ansia de búsqueda y de encuentros. El amor de Oliveira por Pola es profundo, y es relatado con una prosa marcadamente poética. El espíritu del tiempo y Oliveira vencido por el tedio y la cotidianeidad de su vida absurda, incomprensible, insoportable. Terminarla resignándose a vivir de este lado y no cruzar nunca la rayuela, y nunca impulsar el tejo de una casilla a otra, de la tierra al cielo. Agosto de 2013.
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