ELOGIOS PARA MATRIMONIO REAL Gracias a Mark y Grace por su extraordinaria transparencia y puntuales perspectivas bíblicas. Sea que usted esté comprometido o recién casado, o que su unión marital haya durado mucho tiempo, Matrimonio real le servirá como un recurso invaluable. Recomiendo altamente esta obra. Andy Stanley, autor de La gracia de Dios y pastor principal de la Iglesia North Point Community
Con más y más parejas que viven más como socios comerciales que como amigos, no necesitamos otro libro bueno e inofensivo sobre el matrimonio. Necesitamos un punto de vista directo, compasivo y realista de lo que es el matrimonio, de lo que puede ser y cómo podemos fraternizar con nuestro cónyuge durante toda la vida. Mark y Grace nos han ayudado a disfrutar frenéticamente de nuestros cónyuges a todos quienes hemos jurado «sí». Darrin Patrick, pastor principal, The Journey, St. Louis, Missouri
Matrimonio real es brutal y a veces dolorosamente sincero. Además es franco y directo al enfocar gran cantidad de importantes asuntos maritales. En ocasiones es probable que usted se sienta incómodo con la lectura. También es posible que no esté de acuerdo con todo lo que Mark y Grace Driscoll exponen. Nosotros no lo estamos. Sin embargo, este es un libro que con mucho gusto usaremos y recomendaremos a otros que también se interesan por matrimonios saludables y bíblicos. Creemos que tanto esposos como esposas serán bendecidos y se beneficiarán desde el inicio. A Mark y Grace se les debe elogiar por escribir un libro que les desnuda el alma y, más importante aun, que señala el poder redentor del evangelio en este pacto sagrado llamado matrimonio. Charlotte y Daniel Akin Southeastern Baptist Theological Seminary
Matrimonio real brinda una poderosa y clara perspectiva acerca del matrimonio para todas las parejas, sean solteras o casadas. Miles McPherson, pastor principal de Rock Church
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¡Vaya! Este es el libro más delicado sobre matrimonios que alguna vez hayamos leído. Su sinceridad lo dejará sin aliento. Mark y Grace exponen su relación (su sufrimiento y pasión) para todos aquellos que les interese descubrir los rudimentos del matrimonio real. No le sacan el cuerpo a los temas difíciles. No se andan por las ramas en cuanto a temas arriesgados. Los Driscoll irrumpen con total desinhibición, el resultado es un libro franco pero no vulgar, práctico pero no pedante. Si usted está casado o planea casarse algún día, hágase un favor y lea cada página de este libro. Doctores Les y Leslie Parrott Fundadores de RealRelationships.com y autores de Love Talk
¡Al fin un libro sobre el matrimonio que equilibra la compasión pastoral con el denuedo profético! Las preguntas tabúes que toda pareja quiere hacer en secreto se confrontan valientemente sin comprometer la Palabra de Dios o el placer marital. Mark y Grace han llevado el tema del matrimonio a un lugar sin precedentes de verdadera transparencia, practicidad profunda, y solidez bíblica… lugar en que debería estar todo matrimonio. Bob Coy, pastor principal Calvary Chapel Fort Lauderdale
Mark y Grace han escrito un libro extraordinario caracterizado por la compasión hacia una generación desconcertada que no ha captado el significado del matrimonio ni del pacto de amor, con la convicción de que la gracia de Dios y la verdad proporcionan sanidad y guía, y también valor para ir donde pocos se atreverían. Los autores hacen esto mientras al mismo tiempo muestran una transparencia suntuosa y nada egoísta. Terry y Wendy Virgo New Frontiers y Church of Christ the King, Brighton, Inglaterra
Una de mis más grandes preocupaciones es que la cultura sea la que defina y redefina continuamente qué es y qué no es el matrimonio, y que la iglesia tan solo se dedique a sentarse en el banquillo y reaccionar en lugar de tratar realmente de llegar a ser proactiva enseñando de forma confiada lo que la Biblia tiene que decir acerca del tema. Por eso es que estoy sumamente agradecido de que Mark y Grace Driscoll escribieran este libro. El enfoque que ellos le dan al matrimonio, y sus
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beneficios y desafíos, son transparentes y retadores. Sinceramente creo que toda pareja casada que se dedique a seguir las pautas que brinda este libro, no solo tendrá un matrimonio que sobreviva en este mundo sino que más bien florecerá en él. Perry Noble, pastor principal Iglesia NewSpring
Aunque algunas secciones serán controversiales, este libro como un todo constituye una guía sabia, perspicaz, bíblica y alarmantemente sincera hacia un matrimonio feliz. Mark y Grace Driscoll señalan de manera correcta las consecuencias perdurables del pecado sexual, indican el camino hacia un matrimonio sumamente feliz en obediencia a Dios, y enfocan con valentía cuestiones que casi nunca se plantean en un ambiente de iglesia. Estamos felices de poder recomendar este libro. Wayne y Margaret Grudem Seminario Phoenix, Phoenix, AZ
Nuestro agradecimiento a Mark y Grace Driscoll, que han servido a esta generación con su ejemplo sutil aunque valiente, enfatizando los problemas puntuales que enfrentan los matrimonios reales. Mediante la inmutable Palabra de Dios y la misericordia divina actuando en su propio matrimonio, han llenado cada capítulo de esta obra con invalorable ayuda. Este libro es un instrumento poderoso, bíblico, útil y sanador para los matrimonios heridos. Su lectura ha sido muy fructífera para mi esposa y nuestros hijos adultos. Doctor James MacDonald, pastor principal de Harvest Bible Chapel y maestro de Biblia de Walk in the Word
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MATRIMONIO
REAL LA VERDAD ACERCA DEL SEXO, LA AMISTAD Y LA VIDA JUNTOS
MARK
GRACE
DRISCOLL
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© 2012 por Grupo Nelson® Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América. Grupo Nelson, Inc. es una subsidiaria que pertenece completamente a Thomas Nelson, Inc. Grupo Nelson es una marca registrada de Thomas Nelson, Inc. www.gruponelson.com Título en inglés: Real Marriage © 2012 por On Mission, LLC Publicado por Thomas Nelson, Inc. Publicado en asociación con Yates & Yates, LLP, www.yates2.com Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— excepto por citas breves en revistas impresas, sin la autorización previa por escrito de la editorial. A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la Santa Biblia, Versión Reina-Valera 1960 © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina, © renovado 1988 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usados con permiso. Reina-Valera 1960® es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia. Citas bíblicas marcadas “dhh” son de La Biblia Dios Habla Hoy, 3era. Edición®, © 1996 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso. Citas bíblicas marcadas “ntv” son de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usadas con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Citas bíblicas marcadas “nvi” son de la Nueva Versión Internacional ® nvi® © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usada con permiso. Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Citas bíblicas marcadas “rvc” son de la Santa Biblia, Reina Valera Contemporánea® © Sociedades Bíblicas Unidas, 2009, 2011. Usada con permiso. Editora General: Graciela Lelli Traducción: Ricardo Acosta Adaptación del diseño al español: Grupo Nivel Uno, Inc. ISBN: 978-1-60255-711-6 Impreso en Estados Unidos de América 12 13 14 15 16 QG 9 8 7 6 5 4 3 2 1
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CONTENIDO Prefacio: Lo que no debe hacer al leer este libro ix Introducción xi
Primera parte: El matrimonio Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5
Nuevo matrimonio, mismo cónyuge Amigos con beneficios Los hombres y el matrimonio La esposa respetuosa Cómo sacar la basura
Segunda parte: El sexo Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10
Sexo: ¿un dios, una inmundicia o un regalo? Vergüenza y gracia El sendero pornográfico Amantes egoístas y amantes siervos ¿Podemos __________ ?
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Tercera parte: El último día
Capítulo 11 Cambie totalmente el diseño de su vida y su matrimonio 209
Reconocimientos Acerca de los autores Notas
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PREFACIO Lo que no debe hacer al leer este libro
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ste es un libro costoso. A muchas parejas les costó bastante aprender las duras lecciones que nos han comunicado para que podamos contárselas a usted. Nos costó muchísimo aprender de nuestros errores y pecados para que pudiéramos tener algo de qué hablar. Le costó a Jesús su vida, al morir por nuestros pecados y brindarnos una nueva existencia juntos, lo cual incluye nuestra familia y nuestro ministerio. Y le costará a usted. Le costará tiempo para leerlo, emoción para considerarlo y energía para discutirlo e implementarlo. Como pastores, mi esposa y yo, queremos de veras que Dios utilice este libro para ayudar a la gente. Esta es la clase de obra que hubiéramos querido leer a inicios de nuestro matrimonio, y que hubiéramos deseado entregar a aquellos a quienes servimos en el ministerio. Así que escribimos un libro que esperamos que sea bíblicamente fiel, emocionalmente esperanzador, prácticamente útil, sociológicamente factible y personalmente sensitivo. Antes de que lea nuestra obra le queremos mostrar algunas maneras de no hacerlo: No la lea como un mirón que trata de entender nuestra vida sexual. Grace y yo somos francos a lo largo del libro, esperamos que pueda confiar en nosotros y que sea sincero con su cónyuge y con otros en quienes usted confía. Nuestro deseo es ayudarle a enfocarse en usted mismo y en su matrimonio, no en nosotros y nuestro matrimonio. No lea como un crítico que intenta hallar en qué podríamos equivocarnos. Aunque tratamos de ser fieles a la Biblia, nuestro libro no es la Biblia y, al igual que usted, somos imperfectos; por lo que habrá errores. Agarre todo lo bueno que encuentre y siéntase con libertad de desechar el resto. No lea las secciones del libro para decirle a su cónyuge: «Te lo dije». Esta obra no pretende ser un montón de piedras que ustedes se lancen entre sí con amargura. No diga: «Ya lo intenté [o lo intentamos] y no resultó». Si algo se basa en la sabiduría bíblica, siga intentándolo hasta que dé resultado o hasta que usted muera. Trate de hacerlo mejor, de manera habitual o de forma diferente. ix
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x P REFACIO
No se ponga a pensar en toda la gente que debería leer este libro. Léalo primero para usted, no caiga en la trampa religiosa de ignorar su propio crecimiento espiritual leyendo siempre para otros y no para sí mismo. No sea perezoso ni reacio en cuanto a cumplir lo que este libro requiere. No lo escribimos tan solo para darle otro texto sobre matrimonio, ni para que lo amontone en su librero, sino más bien para proporcionarle la oportunidad de que el Espíritu Santo le brinde algunos asuntos en los cuales trabajar duro en cuanto a su vida y a su matrimonio. No lea este libro viendo como vigas los defectos y pecados de su cónyuge, y como pajas los propios. Las pequeñas pajas están en el ojo de su cónyuge y las vigas en el de usted. No se engañe creyendo que usted es la excepción debido a algunas circunstancias atenuantes de la vida. No lea este libro tratando de encontrar una manera de tener un matrimonio «bastante bueno» (pero no grandioso). Así es, si analiza verdaderamente los problemas de su matrimonio, es probable que deba vencer temporadas de crisis y caos antes de llegar a una posición superior. Pero eso es mucho mejor que fingir, como hacen muchas parejas. Los buenos momentos no llegan a pesar de los malos tiempos; vienen después de estos, si usted trata con ellos. No solo lea este libro; coméntelo frecuentemente con su cónyuge, capítulo por capítulo. Al hacerlo no deje que la lengua se le salga de control. Proverbios 18.21 afirma: «La muerte y la vida están en poder de la lengua». Proverbios 12.18 asegura: «Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada». Hable simplemente la verdad con amor y ore por su corazón y por sus palabras, de tal manera que no ataque, no instigue ni mienta. No copie nuestros métodos. Los principios en este libro son más importantes que los métodos. Los principios son eternos e inmutables. Los métodos varían de matrimonio a matrimonio y de persona a persona. Muchos libros sobre este tema se enfocan demasiado en métodos que dieron resultado para algún matrimonio, pero que quizás no resulten en el suyo puesto que usted y su cónyuge son únicos. Así que, por favor, no confunda principios con métodos. Aférrese a los principios bíblicos y manténgase flexible y dócil con relación a los métodos para su matrimonio. En conclusión, gracias por sacar tiempo para leer nuestro libro. Para nosotros, como pareja ministerial, significa mucho que podamos servirle en alguna manera. Pastores Mark y Grace Driscoll
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INTRODUCCIÓN
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a primera vez que se vieron, los dos eran cristianos consagrados y vírgenes. Cuarenta años después sus rostros mostraban el sufrimiento del matrimonio. Mientras me hablaban durante nuestra sesión de consejería pastoral en mi oficina, ambos bajaban la cabeza en señal de soledad y sufrimiento. No había habido adulterio. No se habían divorciado. Tampoco habían tenido amistad. A pesar del gran trabajo que habían hecho juntos, se habían divertido muy poco. Con sus hijos ya criados y el hogar vacío, había desaparecido lo que una vez los unió y se habían reducido a vivir casi como compañeros asexuales. En el momento más dolorosamente incómodo de la conversación pregunté a la mujer qué quería de su esposo. Ella manifestó que todas las noches durante cuarenta años se había sentado en el sofá queriendo tan solo tenerlo a su lado por veinte o treinta minutos. Pero el hombre casi nunca lo hizo. En realidad, veinte o treinta minutos no es mucho tiempo. Pero cuando esos minutos se han perdido casi todos los días durante cuarenta años, la deuda acumulada representa entre cinco mil y siete mil horas. El esposo intentó defenderse, hablando de los momentos valiosos que experimentaban, en un esfuerzo por excusar la poca cantidad de tiempo. Pero la mujer mostraba su desacuerdo mientras poco a poco dejaba ver su amargura y su soledad. ¿Qué razonamiento podría apaciguar el dolor causado por un matrimonio agonizante? Luché con esa pregunta mientras aconsejaba a esta pareja, se me hizo obvio que habían perdido el verdadero diseño de Dios para el matrimonio y el sexo. Y, además, que se hallaban muy solos en sus luchas. Cuando mi esposa Grace y yo dictamos conferencias matrimoniales, acude a nosotros una enorme cantidad de personas de toda edad con las más desgarradoras historias de soledad, infidelidad marital, maltrato infantil y preguntas muy detalladas acerca de sexo, tales como: «¿Podemos hacer esto o aquello?» Muchas veces la vergüenza les impide obtener la ayuda que necesitan en sus matrimonios. Además, nuestra iglesia Mars Hill, en Seattle, está compuesta por gente de todas las edades y etapas, pero es una congregación joven con muchos individuos menores de cuarenta años, bastantes solteros, y un porcentaje más alto de lo normal de muchachos. En consecuencia, hemos pasado más de quince años aconsejando a xi
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xii I NTRODUCCIÓN
individuos solteros en cuanto a la manera de vivir como cristianos en una cultura tan entregada al sexo, acerca de qué es correcto (desde una perspectiva bíblica) hacer en la cama una vez casados, y sobre cómo tratar con los aspectos íntimos durante toda la vida marital. Para Grace y yo esos asuntos no fueron extraños. Como pareja joven debimos tratar con las consecuencias del pecado sexual antes de nuestro matrimonio, no tuvimos a nadie a quién acudir en busca de ayuda. Las secuelas se manifestarían con los años en dolorosas y frustrantes maneras, como usted podrá leer más adelante en este libro, pero por la gracia de Dios hemos podido superar la confusión, y hemos emergido como los mejores amigos y amantes en la forma que Dios quería. Para un problema tan importante diríamos que, en el interior de la iglesia, la mayor parte de las enseñanzas acerca de sexo son inadecuadas; y fuera de ella son pervertidas. Por fortuna, Dios tiene mucho que decirnos respecto al tema del sexo y el matrimonio. Él los planeó y nos los dio como regalos maravillosos para disfrutarlos. En este libro expresaremos verdades bíblicas acerca de los asuntos matrimoniales que usted podría enfrentar, incluyendo cómo ser el mejor amigo de su cónyuge, cómo tratar con la adicción a la pornografía, cómo vencer los ataques sexuales, cómo evitar ser un amante egoísta y, sí, incluso esas preguntas relacionadas con el sexo que a usted le avergonzaría mucho hacérselas a alguien, especialmente al pastor de su iglesia. Oramos porque este libro sea de bendición para su matrimonio.
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Primera parte
EL MATRIMONIO
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1 NUEVO MATRIMONIO, MISMO CÓNYUGE He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. —Apocalipsis 21.5
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ómo es su vida amorosa? ¿Es usted un soltero o una soltera que espera conocer a alguien y vivir felizmente a partir de entonces? ¿Está saliendo con alguien y piensa casarse? Quizás ustedes estén recién casados y disfrutan aún de la felicidad conyugal, o tal vez sean una pareja tan agobiada por las constantes exigencias del trabajo y la crianza de los hijos que su matrimonio esté declinando. Podrían estar tambaleándose por un pecado devastador en su matrimonio. O los dos podrían aun estar enamorados y yéndoles muy bien, pero no quieren terminar como otras parejas que conocen, que no se llevan bien y hasta es posible que se divorcien. Tal vez como padres de hijos emancipados han comprendido que en gran medida estos ya no unen a su familia, y ustedes no tienen una íntima amistad ahora que los chicos están fuera de casa. ¿Es usted un padre o un abuelo preocupado por el matrimonio de su hijo o su nieto? ¿Es usted alguien divorciado tratando de entender qué salió mal y cómo no volver a soportar ese dolor? ¿Es usted un líder que intenta ayudar a personas que batallan con problemas de relación? Sea que usted o alguien que conozca esté atravesando un problema matrimonial, o que intente evitarlo, tanto mi esposa Grace como yo esperamos ser de ayuda. Queremos servirle por medio de este libro. Por tanto, seremos sinceros respecto a nuestros propios defectos, pecados, errores y sufrimientos. Hasta un pastor y su esposa llegan al matrimonio con problemas y confusiones. Pero Dios ha sido fiel con nosotros y confiamos que también lo sea con usted. Creímos que sería conveniente relatar nuestra historia con la esperanza de que usted nos conozca un poco, y así aportar cierto contexto para lo que escribimos en este libro, esperando ganarnos su confianza.
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4 El matrimonio
¿Puede imaginarse de pie en un escenario frente a miles de personas, contestando las preguntas más íntimas acerca del sexo y las relaciones? Eso es lo que yo (Grace) enfrenté hace un par de años cuando mi esposo estaba predicando acerca de Cantar de los cantares en nuestra iglesia. Al final de su enseñanza me uní a John en el escenario, donde nos sentaríamos mientras los miembros de la congregación nos mandarían mensajes de texto que aparecerían en una enorme pantalla a nuestro lado. Mi esposo y yo nos turnamos para contestar de todo, desde «¿cuánto tiempo debo esperar para que mi novio se comprometa conmigo?» hasta «¿por qué debería dejar de acostarme con mi novia cuando hemos estado juntos por cinco años?» Durante años yo había orado respecto a si debía enfrentarme a esto junto a Mark en el escenario. ¿Qué pasaría si alguien me preguntara algo demasiado incómodo de responder? ¿Y si yo contestara algo que pareciera ridículo? ¿Iría la gente a creer que Mark y yo pretendíamos saber todas las respuestas? Al final tomé la decisión de dar un paso de fe. No, no sabemos todas las respuestas, pero hemos estudiado por años lo que Dios dice sobre temas como sexo y matrimonio. Y sin duda gran parte de lo aprendido ha sido de la manera difícil. Igual que muchas personas, entramos al matrimonio con un montón de hábitos, secretos y prejuicios que pudieron haber acabado con nuestra relación. En mi caso, las semillas para la destrucción potencial de mi matrimonio fueron plantadas desde niña. Como hija de pastor cedí a la presión de fingir que todo era perfecto, por lo que evitaba parecer pecadora. Por desgracia, es común para hijos e hijas de pastores creer que no pueden ser ellos mismos por temor a arruinar de alguna forma el ministerio de la iglesia. Así es como muchas veces practicábamos el «tratamiento del silencio» cuando mis hermanas y yo nos sentíamos molestas, en vez de tratar de manera franca y amable con los asuntos pecaminosos. Por tanto, aprendí a ocultarles mis pecados a mis padres y a los demás, pues además temía al conflicto y al riesgo necesario para solucionar cosas como esas. Yo tenía la idea errónea de que el cristianismo solo consistía en tener buenos valores y la actitud correcta «por fuera», pero no entendía el verdadero arrepentimiento del cambio interior. A menudo sentía vergüenza cuando pecaba, pero no sabía cómo superar la situación, cómo confesar mi pecado, cómo pedirle perdón a Dios y a la persona a quien había ofendido, cómo recibir ese perdón ni cómo pedirle a Jesús que me ayudara a alejarme de esa falta con el poder del Espíritu Santo.
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Mi hermana mayor y yo tuvimos una relación difícil en nuestra crianza, recuerdo muchas veces haberle pedido perdón, pero no que me hubiera sentido mal por haberla ofendido. Más bien mis palabras eran como un libreto que leía para seguir adelante y salir del «aislamiento» de mi habitación. Ahora cuando peco siento realmente el impacto de pecar contra un Dios santo y contra quien se involucre, lo cual es motivado por el Espíritu Santo. De haber comprendido el evangelio de modo más profundo, habría sabido que el arrepentimiento evita la vergüenza de condenarnos, debido a que Jesús murió y menospreció la vergüenza.a Aunque el arrepentimiento es humillante, hay cierta libertad al permitir que Jesús reemplace el pecado con su dádiva de justicia. Por desgracia, me volví experta en mentir y fingir que era una buena persona. No entendía a cabalidad mi naturaleza pecadora ni mi necesidad del Jesús que murió por mis pecados. Al entrar a la secundaria todavía me faltaba confianza, por lo que pasé dos años muy difíciles creyendo que no valía nada. Aunque era cristiana, aún no comprendía que mi identidad debía estar en que Dios me creó a su imagen y en que Jesús me otorgó su justicia. Me iba bien en el colegio y empecé a hacer amistades, pensaba que me estaba yendo mejor que antes, pero no le daba crédito a Dios por darme las habilidades para tratar con las cosas. Fue entonces cuando conocí a un joven apuesto llamado Mark.
Yo (Mark) me crié cerca del aeropuerto de Seattle en un vecindario violento antes de que fuera organizado como ciudad. Sin policía, el lugar se parecía al salvaje oeste. En la misma calle de mi casa había muchos clubes de nudismo [striptease], salones de masajes de mala muerte y moteles con tarifas por hora. Las prostitutas recorrían las calles a sus anchas, y eran tan descaradas que me tocaban la ventanilla del auto tratando de «hacer negocio» mientras yo esperaba que el semáforo encendiera la luz verde. Algunas de esas jóvenes mujeres asistieron a mi colegio; y luego asesinos en serie mataron a algunas de ellas. Ted Bundy y el homicida de Green River cobraron muchas de sus víctimas en mi barrio, lanzando incluso al menos dos cadáveres en mi cancha de ligas menores. Los hombres en la familia de mi padre incluyen alcohólicos sin educación, enfermos mentales y agresores de mujeres. Entre ellos está un tío que murió de a. Hebreos 12.2.
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6 El matrimonio
gangrena y sus hijos, más o menos de mi edad, que habían estado presos por golpear a sus mujeres y que aparecieron en el programa de televisión Cops [Policías]. Una de las principales razones para que mis padres se mudaran de Dakota del Norte a Seattle fue alejarse de algunos miembros de la familia cuando yo aún era muy joven. Al crecer, mi objetivo era salir de mi vecindario y disfrutar de una vida nueva y mejor. Recuerdo que de muchacho construía fortines y los trataba como mi propio hogar. No deseaba quedar atrapado por pandillas, drogas, alcohol, crimen o mujeres manipuladoras. Quería tener una educación, ganar dinero, vivir en un barrio mejor, casarme con una chica buena y hermosa, y ser padre. Esa fue mi visión desde temprana edad. Yo no bebía, y hasta el día de hoy nunca he consumido drogas ni he fumado ningún cigarrillo. Me fue bien en los deportes y en el colegio. A mis quince años mentí acerca de mi edad, falsifiqué mi certificado de nacimiento, compré un auto y me puse a trabajar en una tienda 7-Eleven (cerca de los clubes de striptease), donde vendía licores, condones, pornografía y alcohol antiséptico a drogadictos que vivían en los apartamentos vecinos de bajos ingresos. Aproximadamente en ese tiempo empecé a tener relaciones sexuales con una novia. Yo era el «tipo bueno» en mi escuela secundaria. Allí me gradué con las «mayores probabilidades de éxito como presidente del alumnado, hombre del año, editor del periódico escolar y ganador durante cuatro años del reconocimiento en béisbol. Participé en un movimiento para renovar nuestro colegio y fui parte activa en una campaña política estatal. Yo era un muchacho moral y religioso de un hogar católico que, casi siempre, estaba alejado de los problemas a pesar de la poca paciencia, las vulgaridades y el mal temperamento que resultaba de repartir algunos golpes a varios sujetos… casi siempre por lo que estos les hacían a mujeres y niños. En resumen, yo era una buena persona y un tipo rudo, o así lo creía. A los diecisiete años me enamoré de una linda chica llamada Grace, que estaba en un grado superior al mío. Un amigo en común nos presentó y al poco tiempo salimos por primera vez. Grace era hija de un pastor, y aun siendo cristiana había caído en la bebida y las fiestas. Bajo la imagen de «chica divertida», había una joven dolida. Era una situación incómoda para una muchacha. Grace era la menor de tres hijas, además de muy tímida e ingenua, no comprendía el mundo que la rodeaba. La inocencia en un niño es normal y saludable, pero la ingenuidad es creer en cosas o confiar en personas sin siquiera cuestionarlas, lo cual lleva a falta de discernimiento. Inocencia es cuando un niño confía en sus padres, como debería poder
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hacerlo, y cuando es libre para crecer y madurar en sabiduría con la guía de ellos. Por otra parte, la ingenuidad puede ser perjudicial para la persona, si como forma normal de pensar no es consciente de los peligros que la rodean. Por ejemplo, en la universidad, Grace solía caminar sola de noche por sus oscuras y peligrosas instalaciones; sin saberlo, se exponía al peligro con los chicos. Ni Grace ni yo éramos vírgenes cuando nos conocimos; por eso, al poco tiempo salíamos y dormíamos juntos, lo que continuó aun después de que se fue a la universidad y yo terminaba la secundaria. Al graduarme de la secundaria me ofrecieron un viaje de último año gratis a México. El representante de la compañía me dijo que recibiría «tratamiento de persona muy importante» (VIP), lo que incluía mucho alcohol y muchachas con quienes dormir. Unas semanas antes del viaje rechacé la oferta, porque amaba a Grace y no quería arruinar mi relación con ella. Me fui a la universidad y, como cualquier estudiante suspicaz de primer año en una facultad a centenares de kilómetros de Grace, me incorporé a una fraternidad. Nuestra fiesta inicial de camaradería fue el primer fin de semana y, aunque no planeaba beber, planifiqué asistir con la tentación de ver qué podría pasar allí con las chicas. Nuestra fraternidad inundó el sótano con música, cerveza y luces tenues. Al caliente sótano pronto entró un desfile de mujeres jóvenes que distribuyeron lápices fluorescentes a los muchachos invitándolos a hacer dibujos en las camisetas blancas que ellas usaban para que brillaran en la oscuridad. Cuando entré al sótano tuve una fuerte y extraña sensación de que no debía ingresar allí, y no supe la razón. Yo no era cristiano, pero me pareció que si atravesaba esa puerta cambiaría el curso de mi vida; sentí que se suponía que diera media vuelta y me alejara. Así lo hice, y solo después comprendí que fue Dios quien me salvó de mí mismo. La mañana siguiente desperté antes que los demás, ya que no había ingerido alcohol. (Tal vez fui el único en la fraternidad que no bebió.) En la planta baja me topé con una chica de la hermandad aún borracha, confundida y llorando. Estaba casi desnuda, envuelta en una sábana, ignorando qué le había sucedido, a quién despertaba o dónde estaba su ropa. Le pasé un traje para hacer ejercicios mío y la llevé a su casa. La chica se la pasó gimiendo todo el camino y esa mañana decidí salir de la fraternidad, sin haber tocado a ninguna jovencita. Además, extrañaba a Grace. Los miembros de mi clase resultaron siendo arrestados. Pasaron noches y fines de semana encarcelados o cumpliendo servicio comunitario. Me libré a tiempo por la gracia de Dios.
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Poco después el Señor me salvó mientras, en mi dormitorio, leía la Biblia que Grace me había regalado. En la secundaria, una vez que ella sospechó que yo no era cristiano, no terminó la relación conmigo (como debió haberlo hecho). Más bien, me compró una linda Biblia de cuero con mi nombre impreso. En realidad, yo no la había leído hasta ese momento, pero la mantenía cerca como cierta clase de amuleto para la buena suerte. Ese día finalmente la agarré. Yo no iba a la iglesia, no había oído una presentación del evangelio, ni había leído la Biblia, ni nadie me guió a Cristo. Entonces leí en Romanos 1.6: «Entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo». Dios destacó esa declaración en mi alma, y de ahí en adelante me pareció evidente que ya no era dueño de mi vida. Le pertenecía a Jesucristo, era como una herramienta en su mano, para cualquier cosa que Él quisiera. Pronto busqué una iglesia, incierto de lo que andaba buscando y temeroso de que pudiera ir a parar a una secta. Por la gracia de Dios hallé una iglesia con sólida enseñanza bíblica en la que me enseñaron acerca de Jesús así como de matrimonio, sexo y familia. Amé absolutamente a mi primera iglesia; las personas allí fueron muy valiosas, me enseñaron acerca de la vida que Dios deseaba que yo tuviera, y lo hicieron sin fingimientos ni reglas legalistas. A menudo agradezco al Señor que mi primera iglesia fuera así de maravillosa, fue una de las mejores épocas de toda mi vida. En primavera asistí a mi primer retiro de hombres con esa iglesia. El pastor nos dijo que pasáramos un tiempo con Dios en oración. Salí a caminar y le pregunté al Señor qué quería que hiciera con el resto de mi vida. Ignorando lo que sucedería, simplemente me dediqué a caminar a lo largo de un río en los bosques de Idaho, hablando en voz alta con Dios, cuando me habló. Yo nunca había experimentado algo como en ese momento. El Señor me dijo que dedicara mi vida a cuatro cosas: que me casara con Grace, que predicara la Biblia, que capacitara hombres y que fundara iglesias. Eso es lo que, por la gracia de Dios, he intentado hacer desde ese día de 1990. Cuando llegué a casa llamé a Grace para informarle lo que Dios me había dicho. Ella estaba sinceramente emocionada por mi conversión y me hizo una cantidad de preguntas respecto de lo que el Señor me estaba enseñando a través de la Biblia. Hablamos durante lo que parecieron horas; mi novia deseaba saber acerca de la iglesia que yo había escogido, así como de los diversos grupos de estudio bíblico en los que me inscribí. Grace volvió a tener una creciente relación con Jesús después de vagar por algunos años bebiendo y parrandeando con amigos. Mientras tanto, Dios me estaba transformando. Tan pronto como pudo, Grace se pasó a mi universidad y comenzamos a asistir juntos a la iglesia.
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Fue allí donde empecé a aprender de la Biblia acerca de sexo y matrimonio. El pastor parecía amar de veras a su esposa, tenían un matrimonio fiel y divertido. La iglesia a la que antes asistí era católica, cuyo sacerdote parecía homosexual y alcohólico; aquel sujeto es la última persona en el planeta a quien quisiera parecerme. Llevar una vida de pobreza, la cuestión del celibato, vivir en la iglesia y usar esa clase de vestuario era para un hombre joven algo más aterrador que ir al mismo infierno, así que dejé de asistir a esa iglesia en algún momento durante la secundaria. Pero el pastor de esta otra iglesia era diferente. Había estado en la milicia, obtenido algunos títulos avanzados y era inteligente. Además, era humilde. Le gustaba la cacería. Tenía relaciones sexuales con su esposa. Conocía la Biblia. Y, sobre todo, no era religioso. En aquella iglesia conocí otros hombres que eran muy piadosos y a la vez masculinos. Había hacendados que amaban a Jesús, cazadores y hasta un sujeto que tenía once hijas y dos hijos con una sola esposa. Tenían una linda familia y a veces nos invitaban a cenar a Grace y a mí. Yo nunca había visto a una familia orar, cantar y, prácticamente, reír y divertirse del modo en que ellos lo hacían. Al observarlos aprendí acerca de la importancia de un papá que ora y juega con sus hijos, que les lee la Biblia y que les enseña a arrepentirse de sus pecados contra otros y a perdonar cuando son otros los que pecan contra ellos. Era asombroso. Al poco tiempo Grace y yo nos ofrecimos, como voluntarios los viernes en la noche, para cuidar de los chicos a fin de que sus padres salieran a divertirse un poco. Además, en ese tiempo Grace y yo dejamos de dormir juntos, experiencia que me pareció decepcionante. En un estudio bíblico universitario un pastor enseñó acerca del pecado de fornicación en la Biblia. A decir verdad, esa palabreja me resultó totalmente nueva. Parecía como si el hombre estuviera afirmando que era malo tener sexo con una novia a quien uno amaba y con la que planificaba casarme. De inmediato pensé: Por supuesto que él no quiere decir eso. Así que lo llamé por teléfono y le dije que tenía un «amigo» del que temía que estuviera fornicando, por lo que quería volver a comprobar de qué se trataba la fornicación. El hombre me llevó a la Biblia, donde me di cuenta de que yo era un fornicario. Para ser sincero, fornicar era divertido. Me gustaba hacerlo. Abandonar esa práctica no fue divertido. Pero finalmente Grace y yo dejamos de hacerlo, nos comprometimos, y nos casamos entre nuestro tercer y cuarto año de universidad. Supuse que una vez casados simplemente seguiríamos la actividad sexual donde la habíamos dejado y que recuperaríamos el tiempo perdido. Después de todo éramos cristianos comprometidos con una relación hecha a la manera de Dios.
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Pero la manera del Señor era un fastidio total. Mi anteriormente libre y divertida novia se convirtió de repente en mi frígida y temerosa esposa. No se desvestía delante de mí, exigía que se apagaran las luces en las pocas ocasiones que teníamos intimidad, se distraía durante la sesión de sexo y experimentaba mucha molestia física debido a que estaba tensa. Al poco tiempo estaba amargado contra Dios y contra Grace. Me parecía como si hubieran conspirado para atraparme. Yo siempre había sido el «chico bueno» que me había negado a tener sexo con mujeres. En mi lógica distorsionada, al haber tenido sexo solo con un par de mujeres con quienes me había estado relacionando, yo había sido bastante santo como para que el Señor estuviera en deuda conmigo. Sentí que Él me había engañado al pedirme que me casara con Grace, y que permitía que ella me gobernara ya que era ella quien controlaba nuestra vida sexual. Amaba a Grace, pero en la alcoba no la disfrutaba y me preguntaba por cuántos años arriesgaría yo mi fidelidad. Grace estaba tan avergonzada y adolorida por las relaciones anteriores, que no confiaba en mi amor por ella, no importaba cuántas veces se lo dijera. Se volvió temerosa de mí y se sentía usada cuando yo trataba de explicar cómo me frustraba sexualmente, lo cual aumentaba su sensación de poco valor. Necesitábamos ayuda urgente, pero no sabíamos a qué acudir, por lo que la amargura y la condenación empeoraron. Al graduarnos empacamos nuestra vieja camioneta Chevy y nos mudamos otra vez a nuestra ciudad natal de Seattle, llorando mientras nos alejábamos de la ciudad universitaria y de nuestra amada iglesia. En Seattle conseguimos trabajos sencillos para pagar las cuentas, vivir en una casa cuidándola mientras los dueños estaban de viaje, ahorrar suficiente dinero para pagar un apartamento, y finalmente asentarnos en una megaiglesia multiétnica suburbana a media hora de distancia, sirviendo como voluntarios en el ministerio universitario. Al poco tiempo dirigíamos ese ministerio y nos mudamos a una casa de alquiler en la ciudad, cerca de las universidades. Allí servimos durante unos años antes de empezar nuestra propia y nueva congregación. Mientras orábamos acerca de dónde iniciar la iglesia, sentimos ir tras lo aparentemente imposible. Seattle era la ciudad con menos creyentes en toda la nación, y los individuos con menos probabilidad de asistir a la iglesia eran precisamente solteros con educación universitaria, en especial hombres. Por tanto, después de ayunar y orar por la decisión decidimos plantar una iglesia donde más se necesitara, aunque el trabajo fuera más duro y menores los recursos. Comenzamos en nuestra casa reuniendo el grupo principal de una docena de personas para empezar
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la iglesia. En apariencia, nuestro matrimonio parecía bueno. Aún teníamos salidas nocturnas semanales y éramos fieles uno al otro, pero en realidad parecíamos más compañeros que amantes y amigos, con empleos y sirviendo a otros por medio de estudios bíblicos. Todas nuestras pláticas giraban alrededor de otras personas y de cómo servirles y ayudarles. Esa parecía la manera «correcta» de ministrar, pero abandonar el propio matrimonio de ningún modo lo era. Para empeorar las cosas, yo (Grace) me di cuenta de que no había seguido el mandato de Génesis en cuanto a dejar a mi familia y tener ahora a Mark como tal. Seguía llamando a mamá todos los días y me quejaba cuando Mark y yo peleábamos; pasábamos todos nuestros días festivos, cumpleaños y vacaciones con mi antigua familia, en vez de empezar algunas de nuestras propias tradiciones familiares. Mis padres tenían llaves de nuestra casa y nos visitaban en cualquier momento sin anunciarse, por lo que no disfrutábamos de privacidad y lo peor es que yo no veía eso como un problema. Los llamaba «mi familia», lo que hacía sentir a Mark que él y yo no formábamos una. Debí aprender a orar y a ocuparme de nuestro conflicto de modo diferente, a planear algunos de nuestros propios recuerdos y tradiciones, a sentar límites sanos de privacidad, y a referirme a Mark como «mi familia» y a los demás como nuestra «familia extendida». Ministrábamos casi todas las noches de la semana, con unos miles de personas en total pasando por nuestra casa en un año determinado, y hasta con muchas de ellas viviendo con nosotros en varias ocasiones. Yo (Mark) soy un introvertido que prefiere el hogar como refugio, lo cual significaba que mezclar el ministerio con el hogar me estaba matando. Todo el tiempo, sin embargo, nuestra vida sexual iba siendo menos que estelar, y se volvió cada vez más frustrante en los años siguientes cuando dábamos consejería prematrimonial a algunos centenares de parejas. Cada trimestre se amontonaba una nueva clase en nuestra casa para oír, entre otras cosas, mi detallada enseñanza de la Biblia sobre las libertades y los gozos del sexo matrimonial, después de lo cual yo iría a la cama sin disfrutar mucho el sexo. En consecuencia, mi amargura aumentaba. Nuestro matrimonio era funcional pero no muy divertido. Cuando se acercaba la inauguración de la iglesia, Grace estaba embarazada de nuestro primer hijo y padecía dolorosos problemas relacionados con el estrés causado por su empleo en relaciones públicas, lo cual culminaba en que yo me disculpaba por no llevar toda la carga económica de nuestra familia. Ella llegaba alegre del trabajo a casa, y vivíamos con un ingreso muy reducido basado en trabajos ocasionales y cierto apoyo, porque durante los primeros años la nueva iglesia no se podía dar el lujo de pagarme.
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En esa temporada cambiamos a la modalidad de ministerio y familia, dejando de lado nuestra intimidad y sin tratar nuestros problemas. Eso se hizo evidente cuando mi embarazada esposa llegó de la peluquería a la casa con el cabello — antes largo (que me encantaba)— cortado y reemplazado con un corte tipo mamita. Me pidió mi opinión y, por la mirada en mi rostro, se pudo dar cuenta de lo que yo pensaba. Por conveniencia, Grace había puesto una necesidad de mamá por encima del papel de esposa. Entonces lloró. Una noche cuando se acercaba tanto el nacimiento de nuestra primera hija, Ashley, como la inauguración de nuestra iglesia, tuve un sueño en el que vi algunas cosas que me estremecieron hasta la médula. Vi con doloroso detalle a Grace pecando sexualmente durante un viaje de último año que realizó después de la secundaria, cuando empezábamos a salir. La visión fue tan clara como ver una película… algo que en realidad no puedo explicar, pero que es la clase de revelación que a veces recibo. Desperté, vomité y pasé el resto de la noche sentado en nuestro sofá orando con la esperanza de que eso no fuera verdad, y esperando que ella despertara para preguntarle. Le pregunté si eso había ocurrido, temiendo la respuesta. Sí, confesó, todo era cierto. Grace empezó a llorar y a tratar de disculparse por mentirme, sinceramente no recuerdo los detalles de la conversación debido a que estaba traumatizado. Si hubiera sabido este pecado no me habría casado con ella. Pero Dios me había ordenado casarme con Grace, yo la amaba, me casé con ella siendo cristiano, esperábamos un hijo, y yo era pastor de una nueva iglesia llena de gente joven que dependía de mí.
Grace: Mark tenía una ira justificada y se sentía totalmente traicionado. Se preguntaba quién era yo realmente y se sentía atrapado, confundido y perplejo por saber qué debía hacer ahora. Acababa de caer una bomba, ¡y había esquirlas por todas partes! Amado Señor, ¿cómo pude haberles hecho esto a ti y a mi esposo? ¿Cómo pude haber actuado como una buena persona con tal tenebrosidad en el corazón? ¿Cómo podría recuperarme alguna vez por lo que hice? Mark deseaba no haberse casado conmigo; yo, no haberle mentido. Estaba embarazada y él se sentía atrapado. Supliqué que me perdonara pero le dije que tenía todo el derecho de dejarme. Se sintió completamente cegado; sentí vergüenza total. ¿Cómo podríamos superar esto? Mark trató de obtener consejo de otros hombres, pero ellos no sabían qué decir o hacer. Yo no creía que debíamos decírselo a alguien porque estábamos
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plantando una iglesia, pero esa decisión solamente consiguió que el dolor perdurara más para los dos. Debimos haber buscado consejo de alguna persona, pero sencillamente ambos nos sentíamos solos. ¿Dónde estaba la libertad que se supone que yo debía sentir después de confesar finalmente la verdad? ¿Por qué no nos acercamos más en nuestro matrimonio después de sacar a la luz lo que parecía ser el pecado más recóndito? Dios aún debía revelar más; reveló el pecado pero quería que el corazón y el motivo fundamental también fueran expuestos y que hubiera arrepentimiento. De manera fiel y milagrosa el Señor nos mantuvo unidos para que pudiéramos llegar a las siguientes capas de dolor y arrepentimiento, lo que no ocurrió en los siete años siguientes. Lo único que sabíamos era que en 1992 habíamos hecho el pacto delante de Dios de permanecer casados en las buenas y en las malas (creíamos que nada podía ser peor que esto), sin subterfugios, y que Dios le había dicho muy claramente a Mark que se casara conmigo… eso era todo a lo que podíamos aferrarnos. Algunas personas podrían usar esta historia contra Mark y yo, pero queremos hablar de ella para ayudar a quienes también están heridos y desean tratar profundas áreas pecaminosas en sus matrimonios (o futuros matrimonios). Mi deseo es que el Señor pueda usar toda mi historia para ayudar a otros, incluso en los pecados más difíciles y «secretos». Cada vez que me siento a escribir para este libro oro lo que el Señor le dijo a Pablo en 2 Corintios 12.9: «Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad». Mark: Yo sabía que Grace me amaba, pero oírla admitir que en nuestra consejería prematrimonial decidió no confesar todos sus pecados porque sabía que no me casaría con ella me hizo sentir como un animal furiosamente atrapado. Yo la había idolatrado como un salvador funcional, y al matrimonio y a la familia como un cielo funcional. Cuando descubrí el pecado de mi esposa contra mí y el hecho de que me hubiera castigado con consecuentes años de rechazo sexual y emocional, me sentí como un perfecto imbécil, y mi mundo se deshizo alrededor de mí. Parecía que todo aquello por lo que yo había estado luchando desde niño era en vano. Al idolatrar el matrimonio terminé satanizando a Grace y dudando de Dios. Grace: La mayoría de las personas que me conocen no creerían que yo cometí tan pecaminosa acción, mucho menos que por años se la ocultara a mi marido. Sí, en la consejería matrimonial me instruyeron para que «dijera todo», y el Espíritu Santo me indujo a contar la verdad, pero ciegamente creí la mentira de que si le confesaba a Mark las cosas lo lastimaría mucho, de todos modos aquello había sido una equivocación que cometí una sola vez. También decidí creer la mentira de que
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eso no me afectaría, ni tampoco a Mark, ni a nuestro matrimonio, al ministerio o a otros. Eso nos creó una base indecente que comenzó a alimentar mis temores de que no me lo merecía como esposo y de que era demasiado bueno para mí. Hice cosas para sabotear nuestra relación, como negármele sexualmente, mantenerme distante, y servir de manera obsesiva a las necesidades de otros, creyendo que así me estaría protegiendo para cuando él me dejara. Caí en la trampa del enemigo y fui responsable por hacer que Mark se sintiera muy solo. Yo sabía que algo andaba mal, pero no estaba dispuesta a ver los efectos de mi pecado como la causa de cualquier sufrimiento. Mark: No había tenido contacto con mi antiguo pastor desde la graduación, no había nadie con quien pudiera hablar. Algunos amigos trataron de aconsejarnos, sus intenciones eran buenas e hicieron lo mejor que pudieron, pero finalmente fueron de poca ayuda. Así que bajé la cabeza, me controlé y decidí no caer en pornografía, masturbación ni adulterio. Durante la siguiente década trabajé aproximadamente el doble de horas a la semana, poniendo toda mi energía en el ministerio y en mis hijos, mientras me conformaba con una frustrante y tibia vida amorosa. La identidad de Grace también se volcó al servicio a otros y a la iglesia. Aumentó mi machismo. Nunca había engañado a una novia, pero nunca tuve una novia que no me engañara. Y ahora sabía que eso incluía a mi propia esposa. Así que empecé a desconfiar de las mujeres en general, incluyendo a Grace. Eso afectó mi tono de predicación durante un tiempo, algo de lo que siempre me arrepentiré. No sabíamos cómo tratar esos asuntos tan difíciles sin que nos hiriéramos aun más uno al otro, así que dejamos de hablar completamente de ellos. Pero eso solo me amargó más, e hizo sentir más condenada y quebrantada a Grace, como un fracaso total. De vez en cuando conocíamos a un pastor o consejero cristiano que se suponía ser experto en esos temas, pero nunca les contamos demasiados detalles porque con el tiempo nos enterábamos de que sus matrimonios eran tan malos como el nuestro, o que habían estado cometiendo adulterio, lo que los descalificaba para ministrar. Nos sentíamos demasiado solos y atascados. Grace: Al reflexionar en el pasado quisiera haber escuchado la voz del Señor instándome al arrepentimiento, pero en los años siguientes seguí siendo herida e hiriendo a quienes amaba. Mark y yo nos alejamos aun más en nuestro matrimonio. La comunicación era mala en todo momento, así como nuestra intimidad, y nos volvimos incapaces de servirnos mutuamente sin exigir algo a cambio. Tratábamos de manera muy diferente con el conflicto: él escogió palabras ásperas y yo el silencio.
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Los dos escogimos la amargura. Como es de imaginar, en realidad, nada se resolvió. El temor, las mentiras, el ajetreo y el descontento impedían nuestra intimidad. Mark: En el segundo año de la iglesia tuvimos muchas personas solteras casándose, por tanto, decidí predicar en Cantar de los cantares sobre las alegrías del sexo y de la intimidad conyugal. La iglesia creció rápidamente, muchas personas se casaron, muchas mujeres se embarazaron y mi labor de consejería hizo explosión. Empecé a pasar docenas de horas cada semana tratando con toda clase de problema sexual imaginable. Parecía como si, de alguna manera, a todas las mujeres jóvenes de nuestra iglesia las hubieran asaltado sexualmente; como que todos los hombres estuvieran atrapados por la pornografía y que todas las parejas casadas o a punto de casarse tuvieran una enorme lista de difíciles consultas sexuales. Día tras día, que se convirtieron en años, pasé horas reuniéndome con personas para desenredar las ataduras sexuales de sus vidas, y leyendo cada libro y sección de la Biblia que podía encontrar con relación a las necesidades de ellas. Aunque amaba a nuestra gente y a mi esposa, eso solamente aumentaba mi amargura. Tenía una iglesia llena de jóvenes solteras que me preguntaban cómo podían dejar de ser sexualmente voraces y esperar por un esposo cristiano. Luego me iría a casa a encontrar a una esposa con quien no disfrutaba el sexo a plenitud. Un momento particularmente bajo llegó cuando una pareja recién entregada a Cristo acudió a verme. Oré y luego les pregunté cómo podía servirles. Ella se encargó de la reunión, explicó cómo le gustaba realmente su cuerpo y el sexo, y procedió a sacar una lista de preguntas que tenía acerca de qué era aceptable hacer como cristiana con su esposo. La lista era larga y muy detallada. A medida que yo contestaba cada inquietud, la mujer hacía más preguntas relacionadas y con detalles más específicos. El esposo hablaba muy poco, pero se quedó sentado junto a ella algo incómodo y sonriendo a la mayoría de mis respuestas. Después de que salieran de la cita de consejería para ponerse a trabajar en la lista de actividades aceptables, recuerdo haberme quedado sentado con las manos en la cabeza, gimiendo y preguntándole a Dios: «¿Esperas realmente que yo haga esto como cristiano nuevo, sin un mentor o pastor, en medio de mi matrimonio, y que me mantenga haciéndolo durante los próximos cincuenta años?» Parecía más fácil que Pedro caminara sobre el agua. Por un milagro de la gracia del Señor, Grace y yo nos mantuvimos fieles en nuestro matrimonio, sin infidelidad de ninguna clase. Teníamos unas mediocres relaciones sexuales que finalmente dieron como resultado cinco hijos y un aborto. En realidad nos amábamos y deseábamos vincularnos, pero no lo conseguíamos a
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menudo. Aún discrepábamos con relación a lo frecuentes que debían ser nuestras relaciones sexuales (yo estaba amargado, y ella en negación, lo que sesgaba la perspectiva), pero ambos concordábamos en que esas relaciones no eran en cantidad saludable como para afianzar un matrimonio amoroso. Manteníamos la cita semanal y revisábamos las casillas de deberes de un matrimonio cristiano respetable que no nos descalificara para ministrar. Estábamos juntos, pero ambos nos sentíamos muy solos. Eso se volvió cada vez más aparente al criar a nuestra primogénita, Ashley. Siempre la he adorado y he disfrutado totalmente de mi hija. Ella, junto con mis otros hijos, ocupa un lugar especial en mi corazón. Grace solía comentar que nunca había visto un papá tan bueno como yo, pero lo decía en forma compungida, anhelando que yo le brindara la misma clase de amor. El inicio de un gran adelanto de lo que el Señor quería hacer llegó cuando me habló directamente, diciéndome que era el Padre de Grace y que me había escogido para la importante misión de rescatar, proteger y amar a su hija. Esa divina tarea parecía muy noble, por lo que comencé a cambiar mi motivación en cuanto a luchar por Grace, porque por primera vez la vi como hija del Padre, el Padre que la amaba como yo a mis propias hijas. Entonces, después de una década de matrimonio, finalmente se reveló un hecho radical. El problema de Grace era que fue víctima de un asalto y que nunca había hablado conmigo ni con nadie más del agravio físico, espiritual, emocional y sexual que había experimentado. Oír los detalles de su violación me quebrantó. Fue sanador revivir su dolor con ella mientras resolvíamos la situación. Sí, me dolió profundamente. Pero al menos la herida era como una cirugía que acabaría con el cáncer. Al perdonar a Grace y caminar con ella comprendí que me había comportado tan prepotente y grosero, tan enojado y áspero, que no había sido la clase de esposo a quien ella pudiera confiarle las partes más dolorosas y vergonzosas de su pasado. Yo era experto en hablar la verdad, pero mis palabras la demolían en vez de levantarla. Le hablaba más como lo haría con un individuo pecador, pero allí donde los hombres se erguían ante mis desafíos, mi esposa caía. Mi amargura había seguido condenando a Grace, por eso se cerraba aun más. En todo eso, Dios nos mostró su gracia y me dio un amor más profundo que nunca por Grace, y a ella le dio la disposición de perdonar y trabajar conmigo. A medida que mi esposa comenzaba a luchar con sus problemas de fondo, yo me daba —física, emocional, espiritual y mentalmente— contra la pared. Había estado trabajando demasiadas horas durante más de una década mientras la iglesia reventaba y se convertía en una de las de mayor y más rápido crecimiento en la
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nación, en medio de una de las ciudades con menor cantidad de creyentes. Escribí libros y dicté conferencias, viajando para obtener ingresos extra a fin de que Grace pudiera quedarse en casa con nuestros hijos. Mi salario aún era bajo, no teníamos ahorros, y habíamos acumulado algunas deudas… en una ciudad donde el costo de vida era elevado. Predicaba hasta siete veces el domingo por más de una hora cada vez, año tras año, casi todas las semanas del año, hasta que las glándulas suprarrenales y la tiroides se me fatigaron, y finalmente colapsé cuando rondaba los treinta y cinco años. Me hallaba exhausto, y parecía que no quedaba ayuda, alivio o compasión para mí. Desapareció mi apariencia de marido duro e independiente sin ninguna necesidad. En realidad necesitaba a mi esposa en maneras que nunca le había dicho y que ella se sorprendió al oírlas. Yo necesitaba una nueva vida. No precisaba un nuevo trabajo sino un nuevo plan para el mismo. También necesitaba un matrimonio nuevo, pero con la misma esposa. Así que limpiamos la iglesia, perdimos alrededor de mil personas debido a cambios en medio de intensas críticas, despedimos a un montón de individuos (muchos de los cuales eran fabulosos), y decidimos que todo cambiaría o nos marcharíamos. Me negué a morir de estrés o a destruir mi matrimonio y mi familia por el bien de la gente «religiosa», y por hacer crecer sistemas organizacionales. Encontré un buen médico e hice lo que me sugirió para recuperar mi salud. Grace y yo cancelamos muchos compromisos, obtuvimos ayuda, incluyendo alguien que la ayudara un día a la semana y otra persona para limpiar la casa cada quince días, y saqué algo de tiempo para trabajar intencionalmente en nuestra relación con Jesús y entre nosotros. A partir de esa época hemos estado progresando. Estamos más cerca que nunca. Disfrutamos una vida sexual muy saludable. Trabajamos muy unidos. Nos arrepentimos y nos perdonamos rápido y de buena manera, por la gracia de Dios. Somos bendecidos al haber podido ser fieles durante todo nuestro matrimonio. A través de lo que hemos sufrido, también hemos aprendido mucho. En una escala de uno a diez diríamos que nuestro matrimonio está en algún punto entre ocho y nueve, cuando en años anteriores no pasaba de tres o cuatro. Escribir este libro ha sido un proyecto absolutamente unificador y restaurador de confianza, por la gracia de Dios. Nos hemos divertido mucho como amigos, y hemos conseguido grandes cosas para la vida y el ministerio. Por la gracia del Señor y el poder del Espíritu Santo tenemos un matrimonio nuevo con los mismos cónyuges y así evitamos convertirnos en otra estadística.
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Transcurría el año 2007 cuando decidimos volver a enseñar basados en Cantar de los cantares, casi una década después de que yo lo enseñara por primera vez. No relatamos a nadie los detalles íntimos de nuestra historia. Sin embargo, contamos los principios que habíamos aprendido usando ese libro de la Biblia como trampolín para emplear otros libros de las Escrituras, para hacer ciertos análisis culturales, establecer algunos de nuestros puntos de vista para aconsejar y para estudiar algunos interesantes datos sociológicos. Yo predicaba los sermones y Grace se me unía para contestar cerca de doscientas preguntas en mensajes de texto durante la serie que titulamos «La princesa campesina».1 Esta serie nos impulsó al primer lugar en iTunes, en el área de religión y espiritualidad, puesto en que el podcast ha estado (o casi ha estado) cada semana desde 2007. La serie nos llevó algunas veces al programa Nightline de ABC, Loveline with Dr. Drew, de CNN, y muchas más coberturas mediáticas. También nos llevó a dictar conferencias en todo Estados Unidos. Yo (Mark) también he predicado partes del contenido de este libro en Inglaterra, Irlanda, Escocia, Sur África, Australia, India y Turquía. Por toda la nación y el mundo, hablando durante horas con cientos de miles de parejas, he esperado las distintas series de preguntas que nos han hecho, a lo que Grace se me ha unido cuando le ha sido posible. Eso, junto con el ministerio en nuestra iglesia y la red de plantación de iglesias, ha llevado según parece a toda clase posible de conversación relacionada con sexo y matrimonio, lo cual nos ha ayudado en gran manera a escribir este libro. Por tanto, después de años de aprendizaje, consejería, enseñanza, arrepentimiento, perdón y oración creemos que es el momento de contar la historia de lo que hemos aprendido y estamos aprendiendo. La historia es sincera, útil, práctica y bíblica. Daremos consejos de citas nocturnas, hablaremos de cómo enaltecer un matrimonio y analizaremos cómo arreglar un matrimonio destruido. Tendremos mensajes mordaces para esposos y esposas, y respuestas para las preguntas sexuales más difíciles del tipo «¿Podemos hacer eso?», además ofreceremos esperanza a personas como nosotros que entramos al matrimonio en total confusión. Y si tiene pecado no confesado o un pasado pecaminoso sexual, incluyendo pornografía, fornicación, abuso sexual, amargura y similares, oramos porque este libro lo conduzca a la sanidad de su alma y de su matrimonio.
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