No sirvo para nada - Sharon Jaynes

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La casa de los espejos “Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad”. 3 Juan 4

De pie ante el espejo del baño, Carrie se dio los últimos toques de maquillaje antes de salir corriendo a la feria de diversiones con sus amigas. Un poco de brillo labial, una cepillada más a su cabello y ¡lista! Carrie escuchó la bocina del auto que se detuvo frente a la puerta de su casa, tomó su suéter y le gritó a su mamá que todavía estaba en la cocina. —Adiós, mami, regreso a las once. —Cuídate, hija —respondió su mamá. Carrie, Katy, Clara y Megan se detenían en los puestos atraídas por el llamado de sus dueños. Observaban que los jóvenes se sentían humillados cuando no atinaban a los patos de metal con un rifle o al intentar meter la pelota en una reducida canasta de baloncesto o golpear con un martillo gigante para ver quién era más fuerte. Las chicas probaron suerte tratando de reventar globos con dardos, ensartar anillos en botellas de leche y meter pelotas en canastas torcidas. Después de comerse un dulce de algodón pegajoso color rosa, siguieron caminando entre las diversas atracciones. “Vengan, vengan todos”, decía el puestero. “Pase y véase como nunca antes se había visto. Esta es la casa de los espejos, llena de entretenimiento y asombro. Pasen, pasen”. 7


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—Pase jovencita —dijo a Carrie el hombre de piel oscura, cabello negro y sonrisa que mostraba todos los dientes. Ella se estremeció y quiso dar media vuelta y salir corriendo. —Entremos —dijo Katy. Será divertido. Carrie siguió al grupo y entró al primer cuarto con espejos. Se vieron frente a un curioso reflejo y luego vieron versiones de sí mismas más altas y más delgadas. En el siguiente cuarto rieron el doble al verse con piernas cortas y gruesas, grandes torsos y mejillas abultadas. Hicieron diversas poses para ver las diferentes versiones achicadas de sí mismas. Luego pasaron a un tercer cuarto, pero Carrie se quedó atrás. Estaba muy callada y absorta al observar la figura que estaba frente a sus ojos. Entonces comenzó a ver varias palabras en su pecho que aparecían con diversos tipos de letra y desaparecían. No vales, nadie te ama, fea, tonta, eres inaceptable, nadie te puede perdonar, sucia, infeliz, eres un fracaso, no eres suficientemente buena. ¿Se trataba de una broma? ¿Podían ver las demás lo que ella veía reflejado en el espejo? ¿Cómo podía alguien saber todo eso acerca de ella? Al estar ahí parada comenzaron a rodar las lágrimas por sus mejillas cuando recordó varios eventos de su vida. “Carrie, ¡vamos!”, gritó Megan al final del pasillo. “Vamos a los autitos chocadores”. Carrie inhaló profundamente, se puso una máscara alegre y se limpió los ojos. Nadie notó que el rímel se le había corrido por las mejillas ni que sus ojos estaban hinchados de llorar. Como siempre, …nadie lo sabía.

La casa de los espejos

Cursaba el sexto grado de primaria cuando entré por primera vez a una casa de espejos en la feria de diversiones en mi pueblo natal. Como Carrie, mi grupo de amigas alegres corrían de puesto en puesto decididas a pagar lo que fuera con tal de jugar en todo tipo de atracciones. Por horas les dábamos nuestro dinero a personajes carnavalescos, esperando ganar una serpiente de peluche


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morada con puntos, osos gigantes de peluche con corbatas de colores o un par de dados de peluche para colgar del espejo retrovisor del auto. En lo personal, a mí me gustaba jugar a pescar patos. Era seguro que ahí podría ganar algún premio. Nos gustaba subirnos a la rueda gigante para ver las luces encendidas de todo nuestro pueblo, entrábamos a la casa de las brujas con nuestro mejor amigo y luego nos subíamos a la montaña rusa con los brazos levantados. Pero, de todas las atracciones del parque, la que más me atraía era la casa de los espejos. Así como a Carrie y sus amigas, nos gustaba caminar a través de los pasillos en forma de laberinto y reírnos de las imágenes distorsionadas de nosotras mismas. Veía varias versiones de mi persona y trataba de decidir cuál era la que más me gustaba. Pero muy en el fondo, en un lugarcito que ni siquiera sabía que existía, una parte de mí en verdad buscaba la versión real de mi ser. No me gustaba la que conocía. Porque no tenía idea de quién era yo en realidad. Ahora sé que muchas mujeres crecen con una imagen distorsionada de su persona. Miran al espejo de la productividad y siempre ven la palabra insuficiente. Luego ven el espejo del valor y leen sin valor. Buscan el reflejo del éxito y todo lo que encuentran es fracaso. Al asomarse al espejo de la competencia lo que encuentran es inferioridad, inseguridad e incapacidad. Viven en una casa de espejos creyendo la interpretación distorsionada de lo que son… y todo ello es mentira.

Espejos rotos

¿Cómo sucedió eso? ¿De dónde provienen las mentiras? ¿Por qué es más fácil creer las mentiras respecto a quienes somos, que creer la verdad de lo que somos? ¿Qué es la verdad? Vamos a considerar todas estas y muchas más preguntas a través de nuestro estudio juntas. Pero déjame decirte algo: todo comenzó en un jardín. En el sexto día de la creación, Dios vio todo lo que había hecho


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y dijo: “Es bueno”. Pero algo no estaba bien. El enemigo se metió sigilosamente en el mundo perfecto de Dios y engañó a las criaturas que llevaban su imagen y semejanza. Y aunque el plan redentor de Dios ha restaurado todo lo que la serpiente destruyó, el enemigo sigue mintiéndonos hasta el día de hoy. Nos dice que carecemos de valor, que somos irremediables fracasos y que no servimos para nada, que carecemos de inteligencia o que no somos lo suficientemente competentes como para triunfar. Y por supuesto que no es verdad. Cuando Dios creó el mundo y llenó los mares de seres vivos y los cielos con criaturas voladoras, cuando encendió las estrellas en la oscura noche y colocó el sol para iluminar el día y la luna de noche, lo hizo por medio de su palabra. “Y dijo Dios…” y fue así (Génesis 1:3-26). Dios habló y lo que no existía fue hecho. Por la palabra del SEÑOR fueron creados los cielos, y por el soplo de su boca, las estrellas (Salmo 33:6).

Para sorpresa nuestra, Dios hizo al ser humano a su imagen y semejanza dándonos el poder de la palabra. Él no entregó su palabra a los monos, cebras o elefantes. Él le dio el lenguaje al hombre. Nuestras palabras también tienen potencial creativo. La Biblia nos dice que “En la lengua hay poder de vida y muerte” (Proverbios 18:21). Nuestras palabras pueden ser el espejo en el que los demás se reflejan a sí mismos. Nuestras palabras afectan a los niños, esposos, amigos y a todo el mundo. Pero las palabras más poderosas que decimos son las que nadie puede oír… es decir, las palabras que nos decimos a nosotras mismas. Podemos hablar y comunicarnos vida, y también podemos hablarnos muerte. Nuestra mente tiene la capacidad de pensar 130 palabras por minuto y nuestra boca (de las mujeres) puede expresar unas 25.000 palabras al día. Eso es mucho. Una gran cantidad de esas palabras nos las decimos o las pensamos para nosotras mismas. La mayoría de ese diálogo interno es inofensivo como ¿qué voy a hacer de cenar? o ¿dónde dejé mi cepillo? Pero otras son muy destructivas.


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Si nos decimos, soy una estúpida, soy una idiota o nunca seré lo suficientemente buena, podemos crear hábitos y patrones destructivos de pensamiento que pueden llegar a paralizarnos. Si repetimos una y otra vez las percepciones negativas que tenemos de nosotras mismas, pondremos una etiqueta en nuestra mente acerca de quiénes somos y llegará a hacerse realidad en nuestra vida. Si repites suficientes veces una creencia errónea o una mentira, comenzarás a creerla. Por ejemplo, nadie me ama, no tengo ningún amigo o soy fea, podrían convertirse en tu realidad… aunque esta sea una realidad falsa. Tú puedes quedarte atrapada en la casa de los espejos viendo un reflejo distorsionado de quién eres en realidad. Las mentiras negativas y destructivas del enemigo son muy perniciosas. Cuanto más las contemples, las tengas en mente y las creas, más se vuelven tuyas. Cada vez que decimos una mentira acerca de nosotras mismas, más nos enredamos con ella. “Porque cual es su pensamiento en su mente, tal es él [o ella]” (Proverbios 23:7 RVA).

El espejo de Dios

Cuando vemos el espejo de Dios, que también es su carta increíble de amor a nosotras y que llamamos la Biblia, descubrimos cuál es la verdad. Dios sí nos ama (Colosenses 3:12). Tenemos toda una nube de testigos que nos animan (Hebreos 12:1). Somos la obra maestra de Dios… una hermosa obra de arte (Efesios 2:10). Somos suficientemente buenas porque Cristo vive en nosotras (Juan 14:20). Somos hijas escogidas, santas y amadas de Dios. Esa es la verdad. Salgamos de la casa de los espejos y comencemos a vernos como Dios nos ve. En una de sus cartas, Juan escribió: “Nada me produce más alegría que oír que mis hijos practican la verdad” (3 Juan 4). Creo que Dios no halla mayor gozo en el mundo que saber que sus hijas andan en la verdad. Cuando andamos en la verdad, las mentiras quedan al descubierto. Podemos reconocer la mentira, rechazarla y reemplazarla con la verdad. Entonces, y solo entonces, podremos ser todo lo que Dios quiere que seamos y hacer todo aquello para


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lo cual nos creó. Podremos experimentar la vida abundante que él siempre quiso que tuviéramos. Creo que Dios tiene grandes planes para todas nosotras, su Palabra promete esa verdad. Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman (1 Corintios 2:9).

Sin embargo, muchas no estamos experimentando la vida abundante porque no sabemos quiénes somos. Hemos creído las mentiras de que nadie nos ama, que no tenemos valor alguno y que no podemos recibir perdón. Hemos estado contemplando espejos distorsionados por mucho tiempo. Dios quiere que nos veamos en el único espejo verdadero; es decir, en la Biblia, la cual nos dice exactamente quiénes somos, lo que tenemos, y nuestra posición como hijas de Dios. Es tiempo de comenzar a creer la verdad. Es tiempo de escuchar a Dios cuando nos dice: “Tú eres mi hija a quien amo y en quien tengo complacencia”. ¿Estás lista para salir de la casa de los espejos de una vez por todas? ¿Estás lista para comenzar a verte como Dios te ve? ¿Estás lista para comenzar a vivir la vida abundante que Dios quiere que goces? Dame la mano y comencemos juntas el viaje de andar en la verdad.


Primera parte:

La batalla por la mente



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Reconoce la verdadera identidad del enemigo El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Juan 10:10 Mientras miraba su reflejo en el espejo del baño, Maribel se cepillaba el cabello que le llegaba hasta los hombros. Parecía que solo ayer había estado columpiándose despreocupadamente en los pasamanos del jardín de su escuela. ¡Cómo extrañaba los días en que su única preocupación era escoger la cinta que usaría en su cola de caballo bien peinada! “Mami, mira esto”. Las palabras resonaron como un eco de recuerdos pasados y distantes. Fiestas de cumpleaños con una vela más que apagar cada año, recitales de danza frente a las cámaras fotográficas de padres de familia, su vestido de graduación y los guapos chambelanes, rutinas de porristas que atraían muchos admiradores, grupos juveniles de la iglesia con sus Biblias abiertas y padres con lágrimas en los ojos que se despedían a la salida del dormitorio de la universidad. Entonces conoció a Bob. “Bob”, musitó al mismo tiempo que las lágrimas corrían por sus mejillas. Bob y Maribel se conocieron en una reunión del ministerio cristiano de la universidad, durante el segundo año de estudios. Él era todo lo que ella había soñado para su esposo: guapo, ambicioso, espiritual y, sobre todas las cosas, atento. Tanto los padres de ella 15


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como los de él se sintieron muy contentos al verlos desfilar por la alfombra roja de la iglesia después de intercambiar sus votos de amor eterno. Quince años después, Maribel y Bob contaban con una hipoteca, tres hijos, un perro, horarios muy apretados y un matrimonio sin amor. Estaban tan ocupados cuidando de las cosas de la vida que olvidaron cuidar de su amor. Entonces apareció Juan en escena. Recordaba muy bien aquel día en que entró corriendo al supermercado a comprar una bolsa de pan. —Maribel, ¿eres tú? —¡Juan! Me alegra verte —dijo al encontrarse con él a mitad del pasillo dándole un fraternal abrazo—. ¿Dónde has estado? ¿Cuándo regresaste a la ciudad? —Estuve trabajando en Europa los últimos diez años —dijo Juan— pero ahora he regresado por algún tiempo. Te ves muy bien. ¿Nadie te dijo que con el paso de los años debemos vernos más viejos? Me encantaría conversar contigo y ponernos al corriente. ¿Tienes tiempo para ir a tomar un café? El corazón de Maribel se sintió inquieto. ¿Cuánto tiempo hacía que alguien le había dicho que se veía bien? No podía recordarlo. —No, mejor no. Necesito regresar a casa. —Bueno, quizá en otra ocasión —dijo Juan—. No puedo creer lo bien que te ves. —Oh, cállate —dijo Maribel—. Siempre fuiste bueno para los piropos. Te veré después. En los meses que siguieron Maribel y Juan se encontraron en varias ocasiones. Es más, ella comenzó a ponerse lápiz labial y a arreglarse el cabello antes de salir de casa por si lo encontraba en la calle. Empezó a soñar despierta con una cena a la luz de las velas con Juan. Se lo imaginaba tomándole la mano o acomodándole el cabello. Muy dentro de su corazón Maribel sabía que esas fantasías no eran correctas. Aquello tenía que parar. Así que planeó una sorpresa especial para su esposo Bob, esperando que una noche romántica


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eliminara o reemplazara los pensamientos que tenía por Juan. Recordaba muy bien lo que sucedió esa noche. Sus hijos iban a quedarse en casa de un vecino, la cena había quedado perfecta y la casa estaba alumbrada por las velas con aroma a lavanda. Maribel se había preparado durante todo el día. Deliberadamente escogió ponerse un vestido especial, sin mencionar lo que llevaba puesto debajo. Se peinó como a él le gustaba, se puso perfume y crema, y anhelaba que él la tocara. —Hola —contestó Maribel cuando sonó el teléfono. —Hola, cariño. Escucha, no voy a poder llegar temprano a casa. Quizá ni llegue. Surgió una reunión de emergencia con los directivos y vamos a estar en sesión hasta la mañana. Parece que está en peligro el negocio de exportaciones a China. No habíamos planeado nada especial esta noche, ¿verdad? —No —fue todo lo que ella respondió. —Bueno, te veré después. Oyó el clic y colgó. No puedo creer que me haya hecho esto. Lo único que le importa es su trabajo. Ya no puedo vivir así. Este no es un matrimonio, no es más que una sociedad. Lo he intentado todo. No ha funcionado. No puedo creer que Dios quiera que viva de esta manera. Yo sé que él quiere algo más para mí. Maribel buscó en su cartera y encontró la tarjeta de presentación en cuyo reverso había escrito un número. —Hola —respondió Juan. —Hola, Juan. Te habla Maribel. ¿Todavía quieres tomar un café conmigo? Hubo muchas salidas y tazas de café después de aquella noche. Tres meses después, Maribel y Juan tuvieron relaciones sexuales. La tentación se convirtió en condenación. El fruto prohibido se arraigó en su alma y quería morir. Esa noche, al observar el frasco de píldoras para dormir que le recetó el doctor, pensó cuán fácil sería terminar con todo… en ese momento, ese mismo día.


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Las artimañas del enemigo

Desearía poder decir que lo anterior es el diálogo de un capítulo de la famosa serie televisiva Esposas desesperadas, pero no lo es. Es una historia que escucho una y otra vez. Los nombres cambian, pero el tema siempre es el mismo. Y me enojo. No contra las mujeres que me abren su corazón, sino contra el enemigo que les miente. El enemigo que les habla al oído diciendo que Dios no es tan bueno; que serían felices si tan solo… Y no es nada nuevo. Es la misma historia antigua que comenzó en el jardín del Edén con el mismo antagonista engañador que miente a la protagonista y la esclaviza en el calabozo de la perdición. Pero me estoy adelantando. Comencemos desde el principio. Cinco días después del principio, el Creador del universo vio todo lo que había hecho y no estaba completamente satisfecho. Sí, al ponerse el sol de los primeros cinco días del calendario del reino de Dios, él dijo: “Es bueno”. Pero algo faltaba. Algo más. Alguien más. El escenario estaba listo para el sexto acto. Se levantó el telón. Todo tenía que estar perfecto para el gran final de Dios. Los ángeles se reunieron cuando Dios anunció la escena final de su gran drama llamado “En el principio”. Dios comenzó con el anuncio: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”. Ese ser sería diferente a todos los demás. Con su cuerpo, alma y espíritu, el hombre entraría en una relación con Dios a nivel personal e íntimo. Sería poco menor que los ángeles y dominaría sobre los animales, aves y peces. El hombre iba a ser el amigo de Dios. Así que Dios se arrodilló en tierra y tomó un puñado de polvo. Lo moldeó y comenzó a formar la creación más asombrosa hasta ese momento. Con la punta de sus dedos Dios hizo la parte interna del hombre: venas y vasos capilares, terminaciones nerviosas, células cerebrales, folículos capilares, pestañas, papilas gustativas. De manera meticulosa e intencional el Artista creó una obra maestra de diseño divino.


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