Tribus Urbanas

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TRIBUS URBANAS

Una guía para entender las subculturas juveniles de la actualidad

María José Hooft

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La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en comunicación cristiana que satisfaga las necesidades de las personas, con recursos cuyo contenido glorifique a Jesucristo y promueva principios bíblicos.

TRIBUS URBANAS Edición en español publicada por Editorial Vida – 2009 Miami, Florida

©2009 por María José Hooft Edición: Laura Bermúdez / Eliezer Ronda Pagán Diseño de Cubierta e Interior: Emanuel Ivaldi • imanol@imanolstudio.com Adaptación de interior: Josué Mercado • www.jmvdesigns.com Cubierta adaptada por: Good Idea Productions Inc. RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTARIO, EL TEXTO BÍBLICO SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL. ©1999 POR LA SOCIEDAD BÍBLICA INTERNACIONAL. ISBN: 978-0-8297-5735-4 CATEGORÍA: Vida cristiana / Temas sociales IMPRESO EN ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA 09 10 11 12

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Contenido

Introducción...........................................................................11 Parte 1: Generalidades 1. Definiendo los términos...................................................19 2. Y ahora: Tribus urbanas...................................................41 3. Breve reseña de algunas tribus.......................................57 4. Las cinco ‘P’ del alma.....................................................71 5. La acción de la postmodernidad en la gestación de tribus urbanas..................................................................89 Parte 2: los cinco pilares 6. Pilar número 1: Estética.................................................103 7. Pilar número 2: Música..................................................121 8. Pilar número 3: Lenguaje...............................................145 9. Pilar número 4: Lugares.................................................161 10. Pilar número 5: Ideología...............................................181 Parte 3: Reflexionemos juntos 11. Necesitamos una teología urbana.................................213 12. Necesitamos un cambio de paradigmas.......................235 13. Sugerencias para la evangelización y pastoreo de subculturas juveniles.........................................................................257 14. Necesitamos una revolución de oración por nuestros hijos ............................................................................273 Epílogo................................................................297. Apéndice 1: la identidad del creyente.................299 Apéndice 2: Guía para el estudio........................301 Notas...................................................................305 Bibliografía...........................................................316

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Introducción Acabábamos de salir de una conferencia cristiana –se había anunciado como una Conferencia con mayúsculas–, sin embargo, fue una de esas reuniones en las que ante un escaso grupo de jóvenes discutimos y enseñamos técnicas y estrategias para evangelizar a los perdidos; qué hacer, qué no hacer, qué nos dice La Palabra acerca de nuestra responsabilidad como creyentes, y mucho más. La verdad es que había sido un evento más, de esos que llenan la mochila del intelecto pero que no logran alcanzar el corazón. Al terminar la Conferencia había decidido con mi familia quedarnos unos días más en el lugar para descansar. Antes de salir esa mañana, hablé con mi esposo respecto a la frustración que sentíamos y luego hicimos una fatal oración: “Señor, realmente queremos cambiar las cosas, muéstranos cómo ves a la juventud”. Recorrimos unos pocos kilómetros sin rumbo hasta encontrar un hermoso paisaje al que decidimos mirar más de cerca: era un camping. De pronto, comenzamos a ver cientos y cientos de chicos y chicas con la onda más loca: rastas, aritos por todas partes, tatuajes, etc.; también empezamos a oler algo raro… Era una Convención Internacional de Arte Callejero –esta también con mayúsculas– y había miles de ellos por todas partes. El paisaje se mezclaba con esos jóvenes manifiestamente rebeldes a los códigos de la sociedad, otro mundo desconocido para mí. Esta vez eran ellos los que nos miraban a nosotros, ¡nos sentíamos como “la familia Ingalls”! Nos acercamos a hablar con el organizador, quien nos dio los detalles de la magnitud del evento y nos invitó muy amablemente a quedarnos; nos dijo que todos los malabares y acrobacias los hacían para hacer sentir bien a la gente. Allí nos dimos cuenta, entre otras cosas, que la mayoría de los malabaristas con los que uno se topa en un semáforo, no hacían sus gracias solo por las monedas, sino que había algo más, una 11

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filosofía de vida, tan fuerte como lo es el cristianismo, pero muchas veces vacía y con urgente necesidad de ser redimida. No fue sino a través de esta experiencia impactante que caí en la cuenta de que además de “mi mundo” existían “otros mundos”, tan amplios, tan reales y tan válidos como el mío, pero lo único que necesitaban era ser permeados por el amor de Cristo. Por supuesto, esto dio vueltas en mi cabeza por mucho tiempo y generó una reconceptualización de mi evangelio. Mientras hablaba con una amiga estudiante de Humanidades, yo insistía sobre la necesidad de que los cristianos dejemos de ser una subcultura (porque así me sentí aquel día) para pasar a ser una contracultura –esta era la palabra que yo había escuchado en el ámbito evangélico de labios de personas muy renombradas y asumí que era el término correcto. Yngrid dijo, casi sin darse cuenta: –No, los cristianos no debemos ser una contracultura, porque una contracultura choca con la otra y la destruye. El cristianismo debe ser más bien una transcultura, que la atraviesa y modifica sin aniquilar su personalidad. ¡Wooow! Ésta es la mejor definición que oí en mi vida, y la que mejor representa lo que el Espíritu de Cristo quiere hacer hoy entre los jóvenes alrededor nuestro. ¡Eso es redimir! Seguí observando un poco más y noté que había muchas de estas subculturas o “mundos” entre la juventud –también las habrá entre los adultos– y que ellas se basaban en tres o cuatro ejes: la música, el deporte, el arte y la educación. También pude ver que, como un hilo conductor que las abarca a todas, las drogas y el sexo ilícito están siempre presentes para destrucción; algunas clases de drogas se asocian más con ciertas actividades y el mal uso del sexo en diferentes formas se asocia con otras. Esa experiencia impulsó este libro. En un período de dos años aproximadamente (de 2004 a 2006), leí todo lo que me vino a la mano, libros académicos, notas en diarios y revistas, y navegué cientos de horas por Internet en busca de información que me sirviera de referencia (en 12

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Introducción

Internet solamente se calcula que hay no menos de cinco mil artículos sobre subculturas juveniles y tribus urbanas en castellano, lo que la vuelve verdaderamente un laberinto en donde no es difícil perderse). Además empecé a estudiar, a frecuentar bibliotecas, a elaborar encuestas para líderes y jóvenes en mis talleres, a hacer entrevistas con preguntas atrevidas a chicos y chicas inmersos en las tribus urbanas, y hasta me contacté con autores reconocidos en la materia. Pero por sobre todo me dediqué a orar. Oré mucho para que Dios me diera su visión, porque comprendí que la mía era parcial y estaba afectada por prejuicios que me impedían ver con claridad. Le pedí al Señor que me diera un corazón como el suyo, para ver detrás de los pelos de colores, los tatuajes exuberantes y los aritos que perforan no solo el cuerpo sino también el alma. El libro está dividido en una primera parte teórica, una segunda mucho más práctica, en donde veremos el corazón del asunto e ilustraremos las enseñanzas con ejemplos y testimonios de distintas subculturas urbanas* como los punks, rollingas, darks, murgueros, mareros, arte callejero y góticos, entre otros, y una tercera sección de reflexión, oración y acción de nuestra parte. Tal vez sientas la tentación de ir directamente a lo que más te interesa (o quizá ya lo hiciste) empezando por alguna subcultura que te despierta más curiosidad), pero no es aconsejable porque te perderías todo el marco conceptual que a veces es un poco tedioso, pero muy necesario. El campo de la investigación es principalmente las tribus urbanas de la Argentina, país en donde vivo, y lo que más veo en las calles, pero también contiene referencias sobre lo que sucede en otros países de Latinoamérica, salvando las diferencias en cuanto a nominación, ubicación geográfica y otros datos. Por ejemplo, lo que en la Argentina se conoce como pandilleros o pibes chorros, en El Salvador y Guatemala se los llama mareros (integrantes de las maras), en Brasil favelados (de las favelas), en México cholos y en Colombia sicarios o perches, pero en la mayoría de los casos las * En el presente libro se usarán indistintamente las denominaciones subculturas juveniles o tribus urbanas como sinónimos, aunque en realidad, y por razones que explicaremos detalladamente más adelante, algunos estudiosos hacen una distinción (si no formalmente, al menos en la práctica), atribuyéndole a la última expresión una connotación más de pandilla o grupo violento.

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generalidades se mantienen, y mucho más con la globalización que vino de la mano de la tecnología. Donde surgen algunas diferencias conceptuales es en las subculturas de Europa y Estados Unidos, ya que debido a su trasfondo socioeconómico y a otros factores, asumen características particulares. Paradójicamente es de allí de donde obtenemos más información sobre estos temas, ya que hay mayor producción literaria, conocimiento y estudio debido a la antigüedad e historicidad de algunos de estos movimientos. Por otra parte, es necesario dejar en claro que debido al constante cambio, fusión y subdivisiones de las subculturas juveniles, el material aquí presentado puede quedar obsoleto en pocos años, por lo que, quienes trabajamos con jóvenes, debemos estar actualizándonos casi a diario. Quiero aclarar que yo no soy profesional en ninguna de estas ramas de la ciencia: psicología, sociología o antropología, sino simplemente alguien que ha leído y busca interpretar y aplicar los conocimientos de quienes son expertos en la materia. Por eso me valgo mucho de sus conclusiones e informaciones y cito constantemente a otros autores. Mis cartas de presentación son las antedichas: un profundo amor por nuestra juventud cristiana y una ardiente pasión por alcanzar a quienes todavía no conocen al Señor. Además, cuento con una considerable experiencia en lo referente a juventud y junto a mi marido hemos dedicado nuestras vidas a este respetable ministerio de liderar, aconsejar, guiar y motivar a los jóvenes a vivir una vida radical en Cristo. Otro de los motivos por los que decidí escribir este material es porque en una encuesta que realicé entre aproximadamente trescientos jóvenes y líderes juveniles cristianos, el 48% de ellos manifestó que no se animaba a acercarse a los integrantes de tribus urbanas por desconocimiento, un 21% manifestó sentir temor y un 18% no lo intentaba porque los consideraba diabólicos. Solo un 13% admitió que se sentía libre de acercarse a ellos. Interesante, ¿no? La propuesta, entonces, a través de este material dirigido a pastores, líderes, padres y jóvenes en general, es conocer juntos esas subculturas, 14

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Introducción

pero con una mirada diferente. No una mirada condenatoria sino una mirada amplia y compasiva, no como alguien que busca cambiar al otro a la fuerza, sino de aquel que pretende “entresacar lo precioso de lo vil”. Por supuesto, no vamos a hacer apología de lo malo, sino simplemente nos vamos a informar para conocer a fondo las subculturas, con el objetivo de poder alcanzarlas mejor. Después de todo, esto fue lo que hizo Cristo al dejar su mundo glorioso, el Reino de los cielos, y venir a encarnarse en un cuerpo humano para identificarse con los hombres, con el único fin de llevarles redención a través del mensaje del Evangelio. Es una propuesta audaz, lo sé, pero vamos a pedirle a Dios que nos dé sus ojos para mirar. El mundo ha cambiado mucho, los jóvenes han cambiado mucho, y si nosotros no evolucionamos también, lamentablemente, no vamos a poder alcanzarlos, y en definitiva eso es lo que queremos. Vas a ver que luego de conocer qué sienten, cómo piensan y por qué hacen lo que hacen, tu corazón va a moverse a misericordia en vez de a juicio y tus pies a la acción en vez de al temor.

María José A. de Hooft marzo de 2009

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Los jóvenes ponen de manifiesto con más intensidad y variedad que otras generaciones los cambios culturales, y es el plano de la cultura, antes que el de la política o el de la economía, el que evidencia las nuevas modalidades que asume la juventud actual. Sensibles a las nuevas tecnologías y al predominio de la imagen, los jóvenes encuentran en esta un ámbito propicio para capturar y expresar la variedad cultural de nuestro tiempo y orientar, más en el nivel de los signos que en el del accionar sobre el mundo, su apetito de identidad. —Mario Margulis Sociólogo argentino

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Definiendo los términos

fin de acordar criterios a la hora de hablar de subculturas juveniles y tribus urbanas, es necesario hacer una presentación más formal de las dos expresiones para referirnos a estos grupos homogéneos. Como mencioné en la introducción, a raíz del episodio en la Convención Internacional de Arte Callejero, en donde desperté a la existencia de las distintas tribus urbanas, comencé a interiorizarme sobre las subculturas y toda su terminología, a fin de encontrar lo que pensaba que era la manera de Dios para relacionarnos con esos jóvenes. De allí me surgieron interrogantes como: ¿las tribus urbanas son lo mismo que las subculturas juveniles?, ¿estamos hablando de un fenómeno nuevo propio de las grandes ciudades?, ¿a qué responde la formación de estos grupos?, ¿qué dicen los expertos en el tema? En las páginas que siguen trataré de responder a todas esas preguntas de la forma más comprensible y sencilla posible. El tema que estamos explorando es bastante complejo, y los expertos –como ser sociólogos, antropólogos y psicólogos– lo estudian desde hace muchos años y han producido excelente material al respecto; no es mi intención trivializarlo simplificándolo excesivamente, pero tampoco dificultarlo todavía más. 19

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La cultura y toda su familia Si hemos de hablar de subculturas, se hace necesario desglosar el término cultura para obtener una mejor comprensión de su significado. Por lo tanto, comenzaremos viendo lo que significa la “madre” de todas estas palabras con las que vamos a familiarizarnos y que encontraremos a lo largo de todo el libro. Se necesita una dosis de conocimiento para no morir en el intento de descifrar el trabalenguas de la familia de palabras que surge del término cultura (¡uf!). Bromas aparte, no podemos menos que empezar haciendo una breve referencia sobre el significado de la palabra cultura. Una definición sencilla dice: “Cultura es todo lo que el hombre hace”. En un sentido más amplio, hace alusión tanto a las creencias, valores, costumbres e instituciones que caracterizan a un grupo en particular. Analicemos una más compleja: Sistema de significados, actitudes y valores compartidos, así como de formas simbólicas a través de las cuales se expresa o se encarna.1 –Burke, Cultura popular en la Europa moderna. Ahora bien, las culturas no son intrínsecamente malas ni buenas: son necesarias, ya que imponen leyes y valores que hacen posible la supervivencia del grupo. El Dr. Ed Murphy, en su Manual de Guerra Espiritual, afirma que enco las naciones existen componentes culturales que desde el punto de vista bíblico pueden clasificarse como compatibles con la fe cristiana, incompatibles con ella o simplemente neutrales. Por ejemplo: la forma de vestirse, siempre que no sea ofensiva, es un componente neutral, como así también la comida típica y el lenguaje. Y otros aspectos son perfectamente compatibles, como los valores morales, el amor a la familia, la protección de los hijos, etc. Pero en el caso de inmoralidad sexual, odio y rivalidades hacia otros grupos sociales y algunas prácticas 20

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espirituales nocivas, son claramente incompatibles u opuestas al mensaje del evangelio. Es allí donde debemos saber cómo tratar eficazmente con esa cultura para llevarla a los pies del Señor. Debemos descubrir el mejor enfoque para alcanzarla con el evangelio.2 Al respecto, el Dr. Peter Wagner comenta: Las diferencias culturales, en su forma más pura, no son ni buenas ni malas. Desafortunadamente, todas las culturas han sido corrompidas en un grado u otro por el pecado de la raza humana y por fuerzas diabólicas que han entrado. Sin embargo, los patrones de comportamiento en sí mismos son simplemente reglas neutrales que sirven para traer orden a la sociedad. Los japoneses, por ejemplo, comen con palillos, se quitan los zapatos antes de entrar a la casa, compran y venden con yens, y manejan sus autos por la derecha del camino. ¿Cuál es la correcta? La cultura japonesa es correcta para los japoneses, la cultura americana es correcta para los americanos.3 Podemos afirmar, entonces, que la cultura que nos atañe en el presente material es sin dudas la cultura juvenil. A continuación analizaremos qué abarca el término juventud.

Cultura juvenil: ¿Qué es la juventud?

El concepto de subculturas juveniles se compone de dos partes centrales: cultura y juventud. Ambos son conceptos muy abarcativos, con una infinidad de acepciones dependiendo del punto de vista desde el cual se analicen. La definición más clásica de juventud es la siguiente: Etapa juvenil se considera, habitualmente, al período que va desde la adolescencia (cambios corporales, relativa madurez sexual, etc.), hasta la independencia de la familia, formación de un nuevo hogar, autonomía económica (…). Un período que combina una considerable madurez biológica con una relativa 21

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inmadurez social. (…) Desde luego que la diferenciación social, las distintas clases y segmentos sociales configuran diferentes juventudes.4 Es por la existencia de esas “diferentes juventudes” que se configuran en la combinación de distintos factores, que los estudiosos actuales rechazan el concepto tradicional y proponen uno más flexible. El sociólogo Mario Margulis, en la introducción del libro La juventud es más que una palabra, explica: Juventud es un concepto esquivo, construcción histórica y social y no mera condición de edad. Cada época y cada sector social postula formas de ser joven. Hay muchos modos de experimentar la juventud, y variadas oportunidades de presentar y representar la persona en las múltiples tribus que emergen en la estallante socialidad urbana.5 Es decir, no debemos categorizar dentro de esta franja solamente a la edad, intervienen otros factores como las distintas situaciones sociales, culturales, generacionales, de género, que influyen en el acortamiento o la prolongación de la etapa juvenil.

Diferencias de percepción ¿Y de qué manera influyen estos factores? Por ejemplo, a una chica proveniente de un sector marginal que queda embarazada, la juventud, como tiempo de gozar de cierta libertad y de la falta de responsabilidades para con la vida, se le acorta antes que a otra proveniente de otra clase social que puede seguir con su vida normal. Es decir, la percepción está asociada a la realidad social. En una encuesta realizada por el sociólogo Norberto Elbaum, ante la pregunta: “¿Hasta qué edad crees que puedes ser considerado joven?”, los habitués de las bailantas respondieron que más o menos hasta los 15 y los 18 años (debido a la necesidad de trabajar o de formar una familia), mientras que sus pares concurrentes a las discotecas afirmaron que se es 22

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joven hasta los 27 o 30 años, dependiendo de la “onda” de cada uno.6 En otra encuesta, esta vez formulada por la Fundación Odisea, en la que hicieron la misma pregunta, es notable ver que “los jóvenes que pertenecen al segmento ABC1 [los de clase socioeconómica alta o mediaalta] son los más propensos a extender los límites etarios, probablemente porque son también los que perciben que tienen mejor acceso al bienestar que brinda contar con una buena cobertura médica o mantenerse jóvenes pagando una cirugía estética”.7 En cuanto al género, la maternidad también es un factor que produce una diferenciación para con los varones de la misma edad. No es igual tener 20 años que 35, siendo hombre o siendo mujer. Además, las mujeres, al madurar un poco antes que los hombres, en general no se permiten ciertas licencias en cuanto a vivir sin responsabilidades por demasiado tiempo, por lo que la juventud como tiempo de disfrute sin compromiso se les acorta antes que a los hombres. Las diferencias generacionales en la percepción de la duración de la juventud también son distintas; preguntémosle a nuestros abuelos a qué edad comenzaban a trabajar y a asumir responsabilidades en el hogar. Lo mismo si tomamos en cuenta a los jóvenes de diferentes edades, como ser los de treinta, los de veinte y los teenagers [adolescentes]; tenemos tres decenios reunidos en un mismo momento. En conclusión: el sector abarcado por las subculturas juveniles no es una franja delimitada estrictamente por la edad.

Adolescencia extendida Más allá de la autopercepción de los límites y fronteras de la juventud, lo cierto es que los estudiosos coinciden en que hay una suerte de alargamiento de los años de la adolescencia/juventud. Creo que todos los que observamos un poco los cambios sociales estaremos de acuerdo con esta afirmación.

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Hoy en día es común ver a padres e hijos que comparten el fanatismo por ciertas bandas de rock, ir juntos a un concierto de su grupo favorito –ambos con cerveza en mano– , volver borrachos a altas horas de la madrugada, en una especie de “Livin’ la vida loca” (como canta Ricky Martin). Como también es normal ver a madres e hijas –ambas con celulares y otros gadgets [artefactos tecnológicos] en mano– pasear juntas por un shopping mall y comprarse la ropa en el mismo local. Y no precisamente en negocios de ropa adulta o formal. Una nota de un importante periódico local apoya esta noción de límites borrosos: Aparecieron los tweens (niños con comportamientos de adolescentes) los kidults (adultos desaliñados que no parecen terminar de madurar), y cambió el concepto de juventud, que hoy tiene más que ver con la actitud de la persona que con la edad. Los límites no existen porque aparecen consumos asociados entre padres e hijos, y un caso muy preciso es el de la ropa.8 Pero ¿cuáles son las causas de que la juventud (noción que recién se empezó a tener en cuenta como tal después del siglo xix) se alargue más de la cuenta? La psicóloga Ana Isabel María, consultora del Consejo de Niños y Adolescentes de la Ciudad de Buenos Aires, enumera entre otros factores la mayor longevidad existente, con mayores posibilidades de vida; el mayor grado de instrucción logrado, con el consecuente retraso de ingreso al mercado laboral; y el aporte de las crisis económicas, con la incertidumbre generada entre los jóvenes al ver al mundo de los adultos como un lugar hostil. No solo que el final se prolonga, sino que además su comienzo se inicia antes de lo habitual. Vemos a niños con comportamientos, y hasta lenguaje de los grandes, sin la suficiente madurez para enfrentar los desafíos de la vida adulta. El psicólogo Rolando Martiñá, miembro del Programa Nacional de Convivencia Escolar del Ministerio de Educación de la Nación, afirma: 24

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Los niños de sectores urbanos tienen comportamientos adolescentes por la temprana exposición a imágenes y temas de adultos y por la ampliación del campo de experiencias, mientras que los jóvenes quieren permanecer lo más que puedan en una etapa llena de experiencias excitantes y carente de compromisos.9 Según un estudio realizado por la Asociación Argentina de Psiquiatría y Psicología de la Infancia y Adolescencia, hoy encontramos tres etapas dentro de la “categoría juvenil”: la adolescencia precoz (de diez a quince años), la adolescencia media (de quince a veinte años) y la tardía (de veinte a veinticinco años o más). Me pregunto ¿es saludable esta “adolescentización” de la sociedad? ¿Cómo se verán reflejadas sus consecuencias de acá a diez o quince años? ¿Cómo afectará esta falta de compromiso social, político y económico por parte de quienes hoy están sentando las bases para la sociedad del mañana? Datos de la encuesta “¿Hasta qué edad se es joven?”, realizada por la Fundación Odisea en 2007.10 • 27% señaló como edad límite los 30 años. • 19% dijo que se es joven hasta los 40 años. • 18% opinó que la juventud dura hasta los 25 años. • 16% arriesgó “más de cuarenta”. • 13% sugirió que se era joven hasta los 35 años. • 6% declaró que era hasta la mayoría de edad, o sea los 18 años.

Subcultura Ya hemos visto bastante sobre cultura juvenil, que es de lo que trata este libro. Pero podemos decir que las culturas a su vez están compuestas por diferentes subculturas que, como el prefijo lo indica, están debajo o se desprenden de la cultura mayor. Ahora bien, que esta sea la definición tradicional, elaborada con el fin de graficar y comprender mejor la dinámica, no nos da derecho a 25

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interpretarla peyorativamente a la luz del prefijo sub, como si fueran culturas inferiores, marginales o peligrosas (y como si todos los que no forman parte de una subcultura sean habitantes de una supracultura). Por otra parte, hay tantas subculturas pululando en nuestra sociedad, que si las juntáramos a todas, sin dudas el grupo minoritario sería la cultura dominante. En este libro no nos referiremos a todas las subculturas juveniles existentes, que son numerosísimas (como por ejemplo: los practicantes de algún deporte en especial o los estudiantes de una determinada rama del saber, que bien entrarían en la categoría de subcultura por cumplir todos los requisitos), sino veremos aquellas más sobresalientes por su rareza o por ser más cerradas y porque más nos cuesta acceder, ya sea por su pensamiento particular o por su hermetismo. Una subcultura, en términos de los expertos, es un “Sistema de significados procedentes de una cultura más general”.11 Las personas que participan de las subculturas no viven de la misma forma que las otras, y esto se debe a que tienen un sistema de significados, actitudes y valores diferentes. Tampoco comparten necesariamente una edad, tal como vimos, o nivel socioeconómico. Otra definición de subcultura, más sencilla, la encontré en Wikipedia, la enciclopedia online y dice así: En sociología, antropología y estudios culturales, se entiende por subcultura el grupo de personas con un conjunto de comportamientos y creencias que los diferencian de la cultura mayor de la cual son parte. La subcultura puede distinguirse por la edad de sus miembros, o por su raza y/o género, y las cualidades que determinan una subcultura como distinta, pueden ser estéticas, políticas, sexuales o una combinación de todos esos factores. Las subculturas generalmente se definen por su oposición a los valores de la cultura mayor a la cual pertenecen, aunque esta definición no es universalmente aceptada por los teóricos.12 26

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Para ayudar a expandir aun más la noción, el profesor Carlos Cadavid, de Colombia, publica en su blog personal: Las formas de expresión subculturales (o bien contraculturales) […] se realizan en primer momento como refutatorias de la visión oficial, es decirle a la sociedad: ‘¡también existe esto!’ La primera característica de la subcultura es así su forma ‘destructiva’ de los valores tanto éticos como estéticos de la cultura oficial, por eso es que la actitud que esta última tiene hacia la subcultura es siempre de rechazo.13 Cabe preguntarnos aquí, y con una mano en el corazón, ¿somos los cristianos una subcultura más? ¿Nos movemos con códigos subculturales? Y por último, y más importante, ¿es la voluntad de Dios que así sea? Tristemente, creo que en muchos casos lo somos. Cuando veamos en detalle más adelante los pilares sobre los que se apoya una subcultura, es decir, los hábitos compartidos como ser lenguaje, vestimenta y estética, lugares que los representan y filosofías de vida, caeremos en la cuenta que así es. O al menos así somos percibidos por los demás. Basta ir por la calle un domingo a la mañana, para identificar a los cristianos tradicionales que concurren a la iglesia: con saco y corbata (cuando en realidad los domingos todo el mundo se saca la corbata y se pone ropa cómoda), la hermana con pollera negra y camisa blanca (seguramente que es ujier) y La Biblia bajo el brazo (me pregunto por qué esa manía de llevarla así). No digo que no esté bien que los hermanos vayan adorar al Señor por la mañana y se vistan formalmente, pero ¿por qué tenemos que ser reconocidos a cien metros de distancia por la forma de vestirnos y no podemos serlo, en cambio, por el testimonio de las proezas que estamos haciendo en una ciudad? Otro ejemplo: estamos en el colectivo, atestado de gente, cuando de pronto escuchamos la siguiente conversación: –¡Hola fulanita! ¿De dónde vienes? –Vengo de la guerra (por guerra espiritual). 27

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–¡Qué bueno! Yo me acabo de encontrar con una oveja (una discípula del Señor, no un animal), que me dijo que el monte (por el grupo o monte de oración) estuvo buenísimo. Batallaron mucho, pero finalmente el coludo (el enemigo, el diablo) se fue. Tuvieron una “intersección” (no una esquina, sino una intercesión, de oración) muy poderosa. ¿Quiénes son? Dos integrantes de la subcultura evangélica, ¡adivinaste! Y la parodia sigue, pero para qué continuarla, si a esta altura los que viajamos en el asiento de al lado estamos todos transpirados deseando que no nos reconozcan y se desate el diálogo con nosotros. Este sentir, generalizado en muchos líderes juveniles y otros que están a la vanguardia, de estar conformando una subcultura religiosa cuando en realidad ese no es el propósito original del Señor, también es compartido por Bono, el líder de la banda irlandesa U2 (quien se reconoce como creyente en Cristo). Steve Stockman, capellán presbiteriano de la Universidad de Queen, en Belfast, y compilador del libro U2, El peregrinaje espiritual, afirma lo siguiente sobre el fracaso de los creyentes en permear la cultura reinante a través de la música y sobre la razón por la cual la banda prefirió mantenerse al margen de la subcultura evangélica: Muchos otros jóvenes cristianos han tratado de lograr algo en el mundo de la música y han fracasado por muchas razones. Pero no es necesariamente la visión del cristianismo el obstáculo, sino la subcultura aislada que la Iglesia ha creado. Los creyentes de U2, nuevos, jóvenes, fervientes, no estaban dispuestos a ser arrastrados por la fuerza a ninguna subcultura eclesiástica.14 El pastor juvenil guatemalteco y autor de La generación emergente, Junior Zapata, no vacila ni un instante en afirmar categóricamente lo que venimos sospechando. Al hablar sobre la venta de nuestros productos (porque es cierto que tenemos un amplio merchandising) en nuestros círculos comerciales, asegura: “No nos engañemos, solo porque algo es popular con nosotros eso no lo hace efectivo fuera de nuestra subcultura”.15 Y continúa poniendo de manifiesto nuestra incapacidad 28

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para relacionarnos y triunfar fuera de ese círculo reducido que es nuestra subcultura evangélica. Pero hay algo más, el movimiento de contracultura. ¿Qué hay acerca de él?

Contracultura “Si la subcultura se caracteriza por una oposición sistemática a la cultura dominante entonces se denomina contracultura”16, dice otra vez la Wikipedia. Otra definición presentada es la siguiente: “La contracultura es un movimiento de rebelión contra la cultura hegemónica, que presenta un proyecto de una cultura y una sociedad alternativas.”17 Es sabido que el movimiento de contracultura se originó en los Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, en la década del ‘60, y se afianzó con los hippies. Sus banderas eran el amor y el sexo libre, la pacificación y el uso de drogas experimentales. En la actualidad, algunas de las subculturas juveniles existentes en el fondo son movimientos contraculturales, es decir, protestan contra los valores sociales y los modos de vida establecidos y proponen soluciones alternativas. Ejemplos de ellos son el movimiento hip-hop, la cumbia villera, punks, góticos, skinheads y otros. Ahora, todos los que de un modo u otro nos relacionamos con la juventud, ya sea como líderes, consejeros, pastores o padres, debemos plantearnos sinceramente qué tipo de abordaje es el más eficaz para alcanzar a las subculturas juveniles. Cuando conversaba con Yngrid, la estudiante de Humanidades que conté en la introducción, yo le decía que tristemente muchas veces veía al cristianismo como una subcultura más y que quería verlo como una contracultura, ella me respondió que contraculturizar era neutralizar a la cultura conquistada, anulando su personalidad. Casi al descuido me presentó este concepto de transculturizar, un término muy usado en la jerga misionera, y ahí entendí que eso mismo era lo que estaba buscando. 29

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Al igual que los individuos, las subculturas tienen una especie de “personalidad” o ADN (también las naciones lo tienen); eso lo descubriremos más adelante al estudiarlas a fondo. Cada subcultura, no solamente no es intrínsecamente mala, oscura y diabólica, sino que además puede ser redimida y convertirse en un medio para manifestar la grandeza de Dios. El punto es el siguiente: se dice que el cristianismo es una contracultura, y en cierto modo lo es, por sus características revolucionarias y por su oposición al sistema mundano corrupto. Hasta ahí mayormente estaremos de acuerdo. Pero, si juzgamos la connotación del prefijo “contra” (y no solo gramaticalmente, sino fundamentalmente por el efecto apreciado en la práctica), una contracultura da la idea de algo que choca contra los opuestos con el fin de destruirlos. Ahora, ¿creemos nosotros que esta aniquilación de la personalidad de una subcultura es el método más eficaz para los tiempos posmodernos? ¿Creemos que el cristianismo como contracultura debe darse en una oposición violenta a la cultura reinante, atacando sus efectos visibles antes que sus raíces internas? Y si es así, en qué aspectos: ¿en lo moral?, ¿en lo espiritual?, ¿o nuestra oposición debería centrarse en los aspectos externos de las subculturas juveniles, como ser la vestimenta, el lenguaje y el comportamiento, tal como venimos haciendo? No propongo aquí un acomodamiento del cristianismo a lo mundano, ni siquiera a las nuevas tendencias culturales -perennes o temporariasen pro de modernizar la fe para hacerla más atractiva a nuestros jóvenes. Tampoco sugiero diluir las verdades contenidas en la Palabra de Dios. De ningún modo: los códigos y principios del evangelio eterno no están en juego en el siglo xxi como nunca lo estuvieron. Lo que me gustaría hacer juntos es lograr un replanteo de nuestra estrategia de ataque, si hubiera una. ¿La de contracultura es la más efectiva, correcta y bíblica o habrá otro abordaje más aconsejable? Para facilitar la comprensión llevémoslo por ejemplo al plano de lo personal (ya que las subculturas están compuestas por individuos que 30

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tienen ciertas características en común). Pongamos, por ejemplo, el caso de una jovencita seguidora del movimiento hip-hop. Ella llega a la iglesia y luego de entregar su corazón a Jesús y dar una serie de pasos necesarios en la comunidad local (bautizarse, asistir a un grupo pequeño de discipulado, concurrir a las reuniones juveniles, etc.) ¿qué es lo primero que le instruimos? ¿No es acaso sugerirle que no pase tanto tiempo con esos amigos, que ya no escuche esa música, que abandone la plaza donde suelen juntarse a bailar, que se saque los pantalones holgados y se vista más femenina, etc.? Al hacerlo, estamos arrancando la identidad que ella eligió asumir al volcarse a esa tendencia musical y no a otra. Lo que nosotros llamamos “evangelicalizar” (atención: no “evangelizar”, que es un mandato divino) se llama en realidad contraculturizar. Ahora bien, no estoy afirmando que sea bueno o malo, simplemente estoy planteando –porque yo misma me lo he preguntado a la luz de los resultados obtenidos en estos años de servicio en el área juvenil­–si eso es acaso lo más efectivo. Aguarda, no te precipites con tus argumentos… Veamos ahora la noción de transcultura.

Transcultura La Real Academia Española dice sencillamente que algo transcultural es toda cosa “que afecta a varias culturas o a sus relaciones”.18 Y otra vez, según el prefijo podemos deducir que la palabra trans nos habla de atravesar, de afectar, de abarcar, de cambiar. Si no, piensa en los ejemplos que conoces: transformar, transportar, transmitir. El término transculturación fue inventado en 1947 por Fernando Ortiz, un etnógrafo cubano, para describir el fenómeno de fusionar y converger de las culturas. En simples palabras, refleja la tendencia natural de la gente (en general) para resolver conflictos en el tiempo en vez de exacerbarlos. Concluimos en que transculturación es “El proceso de insertarse dentro de una cultura ajena y adoptar rasgos o gran parte de ella”.19 Si bien esta terminología se aplica mayormente en resolución de conflictos raciales y sociales, a nivel secular, también podemos 31

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apreciar que se adapta a la clase de proceso que deseamos lograr con las subculturas juveniles. Es decir, la transculturación tiene un valor de transformación, en el que se reconocen y respetan los rasgos comunes sin pretender, como en el caso del abordaje de contracultura, que todas las diferencias se unifiquen y masifiquen en una cultura dominante. Por esta causa, el concepto de transculturizar se aplica también ampliamente a la literatura sobre misiones. Y la metodología no consiste en “convertir” a un grupo étnico o religioso anulando sus prácticas y costumbres externas –sean buenas o malas indistintamente–, sino de presentar el evangelio del Señor y dejar que La Palabra haga su obra interna selectiva. El misionero, como alguien de afuera, no es capaz de comprender a cabalidad el rol que juega cada componente cultural, ni de proponer un sustituto para él, por lo que es mejor que presente La Palabra y deje que el mismo grupo vaya implementando los cambios convenientes. Y aunque nos acostumbramos a la idea de la transculturación cuando hablamos de misiones hasta el fin de la Tierra, tenemos serias dificultades a la hora de ver las subculturas juveniles como campo misionero que precisa ser alcanzado. Al respecto, Junior Zapata vuelve a decir: Cómo es posible entonces que estemos dispuestos a ofrecer a nuestros hijos y jóvenes enviándolos al campo misionero de los musulmanes, pero no al campo misionero del mundo del arte y la cultura pop. Nadie tiene problemas con que nuestros misioneros se expresen de una forma tal que la cultura donde están los entienda, ya sea a través del lenguaje, el vestido o aquellas costumbres diferentes a las nuestras.20 De modo que debiéramos empezar a ver las subculturas juveniles como una oportunidad de misiones transculturales, porque de hecho lo son, y debemos alcanzar a esos jóvenes con el mensaje del evangelio del mismo modo en que nos esforzamos por alcanzar a cualquier habitante de un país remoto. Me aventuro a decir que la Iglesia no solo debería aceptar este 32

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tipo de misión como válida, sino además formar obreros especializados (o al menos permitirles que se formen en la cultura urbana) y sostenerlos al enviarlos. ¿Y qué es transculturizar sino permear la cultura dominante, influyendo en todos los estratos de ella, como ser el arte, la educación, la moda, los distintos deportes, la cultura en su amplitud, etc.? En La Palabra tenemos sobrados ejemplos de este tipo de acción: Jesús habló de ser sal y luz, habló de ser levadura; estos tres elementos permean, se infiltran, y hacen lo suyo para transformar el medio que los rodea. Tan sencillo como eso. Que nuestros jóvenes se unan a un grupo de rapperos con tanta excelencia y creatividad como ellos, pero con letras que transmitan vida y alegría en vez de la queja y enojo que caracterizan a esa tribu. Que se vistan de negro si es necesario y que compongan poesías de vida para entregarles a sus amigos góticos en cambio de la exaltación de la muerte que predomina en ese círculo. Que aprendan a hacer graffitis (en muros permitidos) y que decoren la ciudad con palabras positivas. Que le dejen el ritmo pegadizo al reggaetón o la cumbia villera, y en sus letras haya un mensaje de paz y esperanza en medio de tanta rebeldía a la autoridad y odio por la marginación. En una palabra, eso es transculturizar. Eso es que la cultura de Cristo penetre y transforme las subculturas juveniles sin aniquilarlas. A continuación se brindan siete consejos sobre actitudes que nos ayudan a adaptarnos a otra cultura. Fueron escritas pensando en misiones foráneas, pero estoy segura que sabremos adaptarlas y sacarles provecho en nuestro campo de acción.

Siete ideas para desarrollar actitudes de adaptación transcultural 21 1. Aprende el lenguaje para utilizarlo. El lenguaje es la llave para envolverte mejor en la nueva cultura. Aunque no puedas hablar perfectamente la lengua, tus esfuerzos por intentar comunicarte son

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y van a ser muy apreciados. Aprender una lengua requiere repetir, preguntar para que expliquen y pronuncien, y volver a comprobar. Estate atento. Está despierto y dispuesto a aprender; no asumas que conoces todo y que dominas todas las situaciones. Escucha, observa detenidamente, presta atención a la comunicación no verbal. Suspende y elimina todo tipo de juicios y etiquetas. Nuestra tendencia es etiquetar todo como bueno o malo. Observa y describe, acepta y evalúa, pero que esto no sea impedimento para entender y participar plenamente en la nueva cultura. Trata de empatizar. Significa ponerse en el sitio de la otra persona e intentar mirar a las situaciones bajo o desde su perspectiva. Reconoce y acepta que la ansiedad es algo natural y normal. Cuando intentamos comunicarnos dentro de otra cultura y con otra lengua las cosas no suelen ser fáciles. En el proceso de comunicación se van a producir momentos de estrés debido al propio ejercicio de comunicar y entender. Sé abierto, ríete de tus propios errores, no te importe correr riesgos... todo esto te ayudará a aceptar y minuspotenciar la ansiedad. Sé honesto. Si estás confundido o no has entendido, es mejor admitirlo que pretender que todo está bien. Trata de envolverte en la cultura. Muestra deseos de aprender sobre la gente y su cultura, participando en su vida diaria, en su comunidad. Aprovecha las oportunidades para compartir sobre tu trasfondo, sobre ti mismo. Aprovecha e involúcrate en actividades que puedan mostrarte formas de comportamiento que te ayuden a involucrarte más en la comunidad (probar su comida, bailar con sus bailes, etc.).

El ejemplo de Jesús Y me pregunto ahora: ¿no fue esto lo que hizo Jesús al hacerse hombre y venir a la Tierra? Él, siendo una supracultura 22, siendo divino, alguien 34

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por encima de toda cultura humana y no humana, en su designio supremo, afectó a la humanidad sin destruirla, la atravesó con su mensaje sin desposeerla, permitiendo que las individualidades propias de la raza persistieran y las debilidades de ella fueran redimidas. Al encarnarse para traernos la redención a nuestra raza caída, Jesús hizo un esfuerzo transcultural. Aquí me gusta poner un ejemplo que recuerdo de una clase dominical. La maestra nos desafió con la siguiente consigna: “Supongan que alguien viene y les encarga la misión suprema de sus vidas: tienen que ir a comunicar un mensaje a las hormigas, ¿cómo lo hacen?”. Inmediatamente surgieron las ideas más disparatadas. Uno dijo que se disfrazaba de hormiga y entraba por el hormiguero y aprendía a hablar como ellas. Todos se rieron. Otro aventuró que escribiría un mensaje en un papel, lo haría un rollito y lo metería por el agujero del hormiguero. Todos se rieron otra vez. Las ideas eran tan descabelladas, que a poco de pensar e idear estrategias y darse por vencidos, alguien exclamó: “¡La única manera es hacerse hormiga! Solo así podemos entendernos con ellas”. ¡Y es la pura verdad! No hay otra manera, como no hubo otra forma de que nuestro Señor, que habitaba en los cielos vestido de gloria y magnificencia, con una mente superior e infinita y todos sus atributos divinos, pudiera comunicarnos a los hombres el mensaje de la cruz. Tuvo que habitar entre los hombres, hacer lo que ellos hacían, pensar como ellos, sentir como ellos (sin concebir pecado) y finalmente morir como los peores y más bajos de ellos lo hacían, en una cruz. Eso es el ejemplo de la más perfecta transculturación: Dios mismo hecho hombre y alcanzando a la humanidad. El ejemplo de Cristo, así como está expresado en Filipenses 2:5-11 dice: La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios [supracultural] como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y 35

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haciéndose semejante a los seres humanos [transcultural]. Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.

Las culturas y el evangelio Llegamos al punto en el que, luego de toda la exposición de conceptos, se hace necesario arribar a la conclusión de cómo queremos acercarnos a nuestras subculturas juveniles para alcanzarlas con el mensaje del evangelio. Repasemos entonces lo presentado hasta el momento. Primero, vimos el significado de cultura como un sistema mayor de creencias, valores, costumbres e instituciones que caracterizan a un grupo en particular, en este caso la cultura juvenil. Afirmamos que las culturas no son malas en sí mismas, pero que poseen algunos componentes que a la hora de enfrentarse con la Palabra de Dios, irremediablemente resultarán incompatibles. Segundo, analizamos lo que es una subcultura, como un sistema de significados que se distinguen y por lo tanto desprenden de la cultura general. Sus rasgos compartidos son aquellos como la música que escuchan, la forma en que se visten, los lugares a los que asisten, etc. Entonces vimos que algunos de estos grupos surgen muchas veces como movimientos contraculturales, es decir que se oponen a los valores de la cultura mayor y la rechazan, y a la vez son rechazados por ella. El evangelio en sí mismo es contracultural, en tanto denuncia y combate de forma intransigente esos aspectos de la cultura que son negativos o contrarios a la voluntad de Dios. Es inevitable que cuando una cultura o subcultura entra en contacto con las normas de Dios, se produzcan cambios en la misma, ya que el evangelio indefectiblemente desafiará a esa cultura. Eso es normal y hasta cierto grado positivo. Pero los cristianos muchas veces hemos fallado en distinguir esos componentes contrarios de los que no lo 36

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son, aniquilando el alma de la cultura. ¿Será estrictamente necesario que el chico se saque el piercing que tiene en la nariz o la lengua y que no trae consecuencias profundas? ¿O es en todo caso más importante que deje de visitar las tumbas (en el caso de un gótico) y contemplar la muerte como bella, relacionándose así con espíritus de oscuridad que pueden invadir su alma eternamente? ¿Será tan urgente que se baje la cresta rojo furioso de su cabeza (si fuera un punk) como que deje de tragar odio y rivalidad con cada estribillo que canta (en el caso de un hip-hopper)? Por eso, en la jerga misionera –y alcanzar las subculturas juveniles es una misión con todas las letras– se habla de transculturizar, que es un proceso de inserción en una cultura ajena, en el cual se reconocen y respetan los rasgos propios de esa cultura pero se busca redimirlas, como es el plan divino. Ejemplo de esto nos dio Cristo al encarnarse e identificarse con la humanidad con el fin de salvarla, yendo en contra de todo lo destructivo –el pecado, el mundo, el diablo– pero permitiéndonos conservar las características con las que nos había creado. Por todo esto, concluimos que tenemos un gran desafío por delante. Debemos pedirle a Dios sabiduría y estrategias para alcanzar a esos jóvenes teniendo en cuenta sus características culturales. Debemos hacerlo con excelencia, pero con amor. El amor será la medida de nuestro éxito en el ministerio juvenil.

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