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©2010 Editorial Peniel Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida en ninguna forma sin el permiso escrito de Editorial Peniel. Las citas bíblicas fueron tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión Internacional, a menos que se indique lo contrario. © Sociedad Bíblica Internacional.
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Spurgeon, Charles H. De mañana oiré su voz. - 1a ed. - Buenos Aires : Peniel, 2010. 368 p. ; 21x14 cm. Traducido por: Renata Viglione ISBN 10: 987-557-166-0 ISBN 13: 978-987-557-166-2 1. Devocionario. I. Viglione, Renata, trad. II. Título CDD 242
Impreso en Colombia / Printed in Colombia
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1 de enero
“Desde ese momento dejó de caer maná, y durante todo ese año el pueblo se alimentó de los frutos de la tierra” Josué 5:12
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srael había terminado su peregrinaje agotador, había alcanzado el descanso prometido. Ya no tendría que mover las tiendas, ni enfrentar las serpientes feroces, ni a los temibles amalecitas, ni tampoco a la rugiente soledad del desierto. Los israelitas habían llegado a la tierra donde fluye leche y miel. Y comieron de los productos de la tierra. Quizás este año, querido lector cristiano, este puede ser tu caso o el mío. La perspectiva es el gozo, y si la fe está en práctica activa, producirá deleite puro. Estar con Jesús en el descanso previsto para el pueblo de Dios es, sin duda, una esperanza alentadora, y esperar esta gloria tan pronto, es una doble felicidad. Nos estremecemos con incredulidad frente a las aguas ondulantes del Jordán que está todavía entre nosotros y la tierra prometida. Pero descansemos con la seguridad de que ya hemos sufrido mayores males que los que la muerte pueda causarnos. Dejemos que todo pensamiento de temor se desvanezca, y regocijémonos con gran gozo ante la expectativa de que este año comenzaremos a estar “con el Señor para siempre” (1 Tesalonicenses 4:17). Este año una parte del pueblo quedará rezagada acá en la tierra, sirviendo al Señor. Si esa es nuestra porción, no hay razón por la cual el texto de Año Nuevo no sea verdad: “En tal reposo entramos los que somos creyentes” (Hebreos 4:3). El Espíritu Santo garantiza nuestra herencia (Efesios 1:14), nos da “gloria que ya comenzó acá” (de un himno de Wesley). En el cielo están seguros, y lo mismo nosotros, los que estamos preservados en Cristo Jesús. Allá ellos triunfan sobre sus enemigos, y nosotros también logramos victorias. Los espíritus celestiales disfrutan de la comunión con su Señor, y a nosotros no se nos niega. Ellos descansan en su amor, y nosotros tenemos perfecta paz en Él. Ellos lo alaban con himnos, y también es nuestro privilegio bendecirlo. Este año nosotros cosecharemos fruto celestial en la Tierra, donde la fe y la esperanza han cambiado el desierto en algo semejante al jardín del Señor. Los hombres comieron pan de ángeles, y ¿por qué no iba a suceder ahora? Y ¿por qué no, por gracia, comer de Jesús, y por lo tanto comer del fruto de la tierra? ¡Que este año, por gracia, nos alimentemos de Jesús y que, por lo tanto, comamos del fruto de la tierra de Canaán!
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2 de enero
“Dedíquense a la oración” Colosenses 4:2
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s interesante observar cuán gran porción de La Sagrada Escritura se ocupa del tema de la oración, ya sea al proporcionarnos ejemplos, cumpliendo preceptos o proclamando promesas. Apenas abrimos La Biblia leemos: “Entonces se comenzó a invocar el nombre del Señor” (Génesis 4:26), y justo cuando estamos por cerrar el libro, el “amén” de una súplica ferviente llega a nuestros oídos. Los casos son abundantes. Acá encontramos a un Jacob luchador, a un Daniel que oraba tres veces al día y a un David que con todo su corazón clamó a su Dios. En la montaña vemos a Elías, en el calabozo a Pablo y Silas. Tenemos gran número de mandamientos y miles de promesas. ¿Qué nos enseña esto sino la sagrada importancia y la necesidad de orar? Podríamos estar seguros de que cualquier cosa que Dios haya destacado en su Palabra, lo ha hecho porque desea llamar la atención sobre eso. Si Él dijo mucho sobre la oración, es porque sabe que tenemos mucha necesidad de ella. Nuestras necesidades son tan profundas que hasta que estemos en el cielo no debemos dejar de orar. ¿No deseas nada? Entonces creo que no conoces tu pobreza. ¿No tienes necesidad de pedirle misericordia? Entonces que la misericordia del Señor te muestre tu miseria. Un alma que no ora es un alma sin Cristo. La oración es el balbuceo del creyente niño, el grito del creyente luchador, el requiem del cristiano que, moribundo, puede quedarse dormido en Jesús. Es el aliento, el lema, el consuelo, la fortaleza, el honor de un cristiano. Si eres un hijo de Dios, busca el rostro del Padre y vive en su amor. Ora para que este año seas santo, humilde, celoso y paciente. Ora para que tengas una comunión más cercana con Cristo, y para que entres con mayor frecuencia en “la sala del banquete” (Cantares 2:4) de su amor. Ora para que seas un ejemplo y una bendición para los demás, y para que puedas más y más vivir para la gloria de tu Señor. Que el lema de este año sea: “permanece constante en la oración”.
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3 de enero
“Y haré de ti un pacto para el pueblo” Isaías 49:8
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esucristo mismo es la suma y sustancia del pacto, y es uno de sus dones. Él es propiedad de cada creyente. Por ello, ¿no puedes tú estimar lo que tienes en Cristo? “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo (Colosenses 2:9). Piensa en la palabra “Dios” y en lo infinito de la misma. Medita luego acerca del “hombre perfecto” y de toda su belleza, porque todo aquello que Cristo, como Dios y como hombre siempre tuvo o vaya a tener, es nuestro. Así es y de pura y absoluta gracia. Gracia que nos ha sido transmitida como nuestra herencia para siempre. Nuestro bendito Jesús, como Dios, es omnisciente, omnipresente y omnipotente. ¿No es de gran consuelo saber que todos estos atributos grandes y gloriosos son nuestros? ¿Tiene Él poder? Ese poder es nuestro para alentarnos y fortalecernos, para vencer a nuestros enemigos y para preservarnos incluso hasta el fin. ¿Tiene Él amor? Bien, no hay una gota de amor en su corazón que no sea nuestro. Podemos sumergirnos en el inmenso océano de su amor y podemos decir: “Es nuestro”. ¿Tiene Él justicia? Puede parecer un atributo exagerado, pero incluso eso es nuestro, porque Él, mediante su justicia, hará que todo lo que nos ha sido prometido en el pacto de gracia lo tengamos asegurado. Y todo lo que Él tiene como hombre perfecto es nuestro. Como un hombre perfecto el deleite del Padre está sobre Él. Fue acepto ante Dios, porque, ¿no sabes acaso que el amor que el Padre tuvo por su Hijo perfecto ahora lo tiene por nosotros? Porque todo lo que Cristo hizo, es nuestro. Esa justicia perfecta que Jesús alcanzó por medio de su vida sin manchas, guardando la ley y honrándola, es nuestra y se nos atribuye. Cristo está en el pacto. “Dios mío. Soy tuyo. ¡Qué consuelo divino! ¡Qué bendición saber que el Salvador es mío! Triple gozo en el Cordero celestial y por eso mi corazón danza al escuchar su nombre”.
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4 de enero
“Crezcan en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” 2 Pedro 3:18
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rezcan en la gracia”. No en una gracia particular, sino en toda gracia. Crezcan en fe, enraizada en gracia. Crean las promesas con más firmeza de lo que lo han hecho antes. Permitan que la fe aumente en plenitud, constancia y simplicidad. Crezcan también en amor. Pidan que su amor se extienda, sea más intenso, más práctico y que influya cada pensamiento, palabra y obra. Crezcan, además, en humildad. Busquen mantenerse ocultos y conocer más de su pequeñez. Y a medida que crecen hacia adentro en humildad, busquen también crecer hacia lo alto, y tener acercamientos más próximos con Dios en oración y más comunión íntima con Jesús. Que Dios, el Espíritu Santo, les permita crecer “en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo”. Aquel que no crece en el conocimiento de Jesús, rehúsa ser bendecido. Conocerlo a Él es “vida eterna”, y avanzar en el conocimiento de Él es aumentar la felicidad. Aquel que no anhela conocer más de Cristo todavía no sabe nada de Él. Aquel que ha probado este vino tendrá sed de más, pues aunque Cristo sí satisface, es tal la satisfacción que el apetito no se sacia, sino que se estimula. Si conocemos el amor de Jesús entonces, “cual ciervo jadeante en busca del agua” (Salmo 42:1), así buscaremos nosotros corrientes más profundas de su amor. Si no deseamos conocerlo mejor, entonces no lo amamos, ya que el amor siempre clama: “Más cerca, más cerca”. La ausencia de Cristo es el infierno, pero la presencia de Jesús es el cielo. No descansemos contentos sin tener un creciente conocimiento con Jesús. Busquemos conocer más de Él en lo que respecta a su naturaleza divina, su humanidad, su obra acabada, su muerte y resurrección, su gloriosa y actual intersección y en su futuro regreso como rey. Aferrémonos a la cruz y busquemos el misterio de sus heridas. Una de las mejores maneras de probar el crecimiento en la gracia es el aumento en el amor a Jesús y una comprensión más perfecta de su amor hacia nosotros.
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5 de enero
“Dios consideró que la luz era buena y la separó de las tinieblas” Génesis 1:4
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ien puede considerarse buena a la luz, ya que esta surgió de aquel mandato de bondad: “¡Que exista la luz” (Génesis 1:3). Nosotros, que somos quienes la disfrutamos, deberíamos estar más agradecidos por la luz de lo que estamos, y ver más de Dios en ella y por ella. Salomón definió la luz física como dulce, pero la luz del Evangelio es infinitamente más preciosa, ya que esta revela asuntos eternos y ministra a nuestra naturaleza inmortal. Cuando el Espíritu Santo nos da luz espiritual y abre nuestros ojos para que contemplemos la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo, vemos el pecado en sus colores verdaderos y a nosotros mismos en nuestra posición real. Vemos al Dios Santísimo tal como se revela a sí mismo, al plan de misericordia tal como lo propone y al mundo venidero en lo que La Palabra describe. La luz espiritual tiene muchos rayos y colores prismáticos, pero ya sean conocimiento, gozo, santidad o vida, todos son divinamente buenos. Si la luz recibida es por consiguiente buena, qué será entonces la luz esencial y cuán glorioso debe ser el lugar en el cual Él se revela a sí mismo. Oh Señor, ya que la luz es tan buena, danos más de ella. Y más de ti mismo, la luz verdadera. Ni bien hay algo bueno en el mundo se hace necesaria una división. La luz y las tinieblas no tienen comunión. Dios las ha dividido, entonces no las confundamos. Los hijos de la luz no tienen que tener comunión con las obras, las doctrinas o los engaños de la oscuridad. Los hijos de la luz deben ser sobrios, honestos y valientes en la obra de su Señor, dejando las obras de la oscuridad para aquellos que habitarán en ella para siempre. Nuestras iglesias deberían, por obediencia, dividir la luz de las tinieblas, y nosotros deberíamos, por nuestra clara separación del mundo, hacer lo mismo. Debemos discernir entre lo precioso y lo vil en nuestras evaluaciones y acciones; y también al escuchar, al enseñar, al asociarnos y mantener, además, la gran separación que hizo el Señor en el mundo desde el primer día. Oh Señor Jesús, sé tú nuestra luz a lo largo de todo este día, pues tu luz es la luz de los hombres.
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6 de enero
“Depositen en él toda ansiedad, porque él cuida de ustedes” 1 Pedro 5:7
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na forma agradable de minimizar la tristeza es sentir que “Él cuida de nosotros”. Cristiano, no deshonres la religión teniendo siempre un rostro preocupado, ve y entrega tu carga al Señor. Estás tambaleando bajo un peso que tu Padre no sentiría. Lo que a ti te parece una carga aplastante sería para Él una insignificancia. No existe nada más dulce que “descansar en las manos del Señor, y conocer solo su voluntad”. Tú, hijo del sufrimiento, sé paciente. Dios, en su providencia no te ha pasado por alto. Él, que es quién alimenta a los gorriones, también te dará lo que necesitas. No te desesperes. Mantén alta tu fe, siempre. Toma las armas de tu fe contra el mar de problemas, y tu oposición dará fin a tus angustias. Hay alguien que se preocupa por ti. Sus ojos están sobre ti, su corazón late con compasión hacia tu dolor, y su mano omnipotente te traerá la ayuda que necesitas. La nube más oscura se dispersará en lluvias de bendición. La noche más oscura va a dar lugar a la mañana. Él, si tú eres uno de su familia, va a vendar tus heridas y sanar tu corazón herido. No dudes de su gracia por causa de tu tribulación, más bien cree que Él te ama tanto en los tiempos de problemas como en los tiempos de felicidad. ¡Qué vida tan serena y tranquila podrías llevar si dejaras la provisión en manos del Dios de la providencia! Con un poco de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro Elías sobrevivió a la hambruna (ver 1 Reyes 17:12), y tú harás lo mismo. Si Dios se preocupa por ti, ¿para qué tienes que preocuparte tú también? ¿Puedes confiar tu alma a Él y no tu cuerpo? Él nunca se rehusó a llevar tu carga, nunca desmayó bajo su peso. Ven alma, da fin a tus lamentos y deposita todos tus temores en las manos de un Dios fiel.
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“Porque para mí el vivir es Cristo y el morir es ganancia” Filipenses 1:21
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l creyente no siempre vivió para Cristo. Comenzó a hacerlo cuando Dios, el Espíritu Santo, lo convenció de pecado, y cuando por gracia fue llevado a ver al moribundo Salvador haciendo una propiciación por su culpa. Desde el momento del nuevo y celestial nacimiento el hombre comienza a vivir para Cristo. Jesús es para los creyentes esa perla de gran precio, por quien estamos deseosos de compartir todo lo que tenemos. Él ha ganado nuestro amor de manera tan completa, que late solo por Él. Viviríamos por su gloria y moriríamos en defensa de su Evangelio. Él es el modelo de nuestra vida y el ejemplo por el cual podemos esculpir nuestro carácter. Las palabras de Pablo significan más de lo que la mayoría de los hombres piensan. Suponemos que el propósito y fin de su vida era Cristo. No. Su vida misma era Jesús. En las palabras de un antiguo santo, comió, bebió y duerme la vida eterna. Jesús mismo era su aliento, el alma de su alma, el corazón de su corazón, la vida de su vida. ¿Puedes decir como un cristiano profesante que vives de acuerdo a esta idea? ¿Puedes decir honestamente que para ti el vivir es Cristo? Tus negocios: ¿los haces para Cristo? ¿No son hechos para tu propio engrandecimiento y para ventaja de tu familia? Te preguntas: ¿es esa una razón importante? Para el cristiano la es. Él profesa vivir para Cristo, ¿cómo puedes vivir para otro objetivo sin cometer adulterio espiritual? Hay muchos que en alguna medida se apartan de este principio pero, ¿quién se atreve a decir que ha vivido santamente para Cristo como lo hizo el apóstol? Aún así, solo esta es la verdadera vida de un cristiano, su recurso, su sustancia, su modo, su final, todos agrupados en una palabra: Cristo Jesús. Señor, acéptame, acá me presento, y oro para vivir solamente en ti y para ti. Permite que sea como el buey, ya sea para el arado o para el altar, ya sea para trabajar o ser sacrificado, y permite que mi lema sea: “Estoy listo para ambas cosas”.
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“El pecado en que ellos incurran al dedicar sus ofrendas sagradas” Éxodo 28:38
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ué velo se levanta por estas palabras y qué revelación se obtiene! Va a ser humillante y a la vez provechoso para nosotros hacer una pausa y ver esta visión lamentable: las iniquidades de nuestra alabanza pública, su hipocresía, su formalidad, su falta de pasión, su irreverencia, el desvío de nuestro corazón y el olvido de Dios, ¡que abundancia encontramos allí! Nuestro trabajo para el Señor, su emulación, egoísmo, negligencia, descuido, incredulidad, ¡cuánta impureza se encuentra allí! Nuestros devocionales privados, su laxitud, frialdad, abandono, somnolencia y vanidad, ¡qué mortandad hay allí! Si miramos esta iniquidad más atentamente, encontraríamos que es mucho más grande de lo que parece a primera vista. El Dr. Payson, cuando le escribió a su hermano dijo: “Mi iglesia, como así también mi corazón, se parecen mucho al campo del perezoso (ver Proverbios 24:30) y lo que es peor, encuentro que muchos de los deseos para la mejora de cualquiera de los dos proceden ya sea del orgullo, de la vanidad o de la indolencia. Observo estas malezas que sobreabundan en mi campo, y tengo el deseo sincero de erradicarlas. Pero, ¿por qué? ¿Qué provoca mi deseo? Puede ser que yo salga y me diga a mí mismo: “con cuánta prolijidad mantengo mi jardín”. Esto es orgullo. O puede ser que sus vecinos miren por encima de la verja y digan: “Qué bello como florece su jardín”. Esto es vanidad. O puede ser que yo desee la erradicación de las malezas, porque estoy agotado de arrancarlas. Eso es indolencia. Entonces, incluso nuestros deseos en busca de la santidad pueden estar contaminados por motivos malos. Los gusanos se esconden debajo de los terrones más verdes. No necesitamos mirar demasiado para descubrirlos. Qué alentador es el pensamiento de que en el momento en que el Sumo Sacerdote cargó las iniquidades de las cosas santas, llevaba sobre su frente las palabras “Santo para el Señor” (ver Éxodo 39:39). Y cuando Jesús carga nuestro pecado, presenta ante el Padre no nuestra falta de santidad, sino su santidad. ¡Que por gracia veamos a nuestro Sumo Sacerdote con los ojos de la fe!
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“Yo seré su Dios” Jeremías 31:33
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ristiano! Acá está todo lo que necesitas. Para ser feliz querías algo que te diera satisfacción, ¿no es esto suficiente? Si no puedes verter esta promesa en tu copa, no podrás afirmar como lo hizo David: “has llenado mi copa a rebosar” (Salmo 23:5), tengo más de lo que el corazón puede desear. Cuando esta promesa, “Yo seré su Dios”, se cumple, ¿no eres poseedor de todas las cosas? El deseo es insaciable como la muerte, pero aquel que puede llenarlo todo puede satisfacer el deseo. ¿Quién puede conocer la medida de nuestros, deseos sino la inmensurable riqueza de Dios que puede rebasarla? Te pregunto: ¿Te sientes incompleto aún cuando Dios es tuyo? ¿Deseas algo aparte de Dios? Si todo lo demás fallara, ¿no alcanzaría la completa suficiencia de Dios para satisfacerte? Pero tú querías más que serena satisfacción, deseabas deleite en extremo. Ven, alma, aquí en tu porción existe música digna del cielo, pues Dios mismo ha creado el cielo. No toda la música ejecutada con dulces instrumentos, ni proveniente de seres vivientes, puede entregar una melodía semejante a la de esta dulce promesa: “Yo seré su Dios”. Encontramos aquí un profundo océano de gozo, un infinito océano de deleite. Ven, baña tu espíritu en él, nada prolongadamente y no encontrarás la orilla, sumérgete en la eternidad, y no encontrarás el fondo. “Yo seré su Dios”. Si esto no hace que tus ojos brillen y que tu corazón palpite aceleradamente con gozo, tu alma no está sana. Pero tú deseabas más que los placeres actuales, anhelaste algo por medio de lo cual pudieras ejercitar la esperanza, y ¿qué más puedes desear excepto que se cumpla esta gran promesa?: “Yo seré su Dios”. Esta es la obra maestra de las promesas. Disfrutarla es tener el cielo en la Tierra, y hará también que sea el cielo allá arriba. Sumérgete en la luz del Señor, y permite que tu alma sea siempre satisfecha con su amor. Extrae el tuétano y la grosura que esta porción te entrega. Vive de acuerdo a sus privilegios y regocíjate con gozo indecible.
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“Me espera la corona de justicia” 2 Timoteo 4:8
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ú que dudas, que has dicho con frecuencia “temo que no iré al cielo”, no tengas temor. Todo el pueblo de Dios entrará al cielo. Me gustan los dichos inusuales de un hombre moribundo, que exclamó: “No tengo temor de ir a casa. Todo lo he enviado ya, y el dedo de Dios está en el picaporte de mi puerta, y estoy listo para que entre”. Pero, dijo otro: “¿No tienes temor de perder tu herencia?” “No –respondió–. Hay una corona en el cielo que el ángel Gabriel no puede usar, no quedará bien en ninguna cabeza excepto en la mía. Hay un trono en el cielo, en el cual el apóstol Pablo no puede acomodarse, pues fue hecho para mí, y voy a tenerlo”. Cristiano, ¡qué pensamiento gozoso! Tu porción está segura. “Queda todavía un reposo especial” (Hebreos 4:9). Pero, ¿puedo perder el derecho? No, es transmisible a los herederos. Si soy un hijo de Dios, no lo perderé. Es tan mío como si estuviese allí. Ven conmigo cristiano, sentémonos en la cima del monte Nebo y observemos la tierra prometida, incluso Canaán. ¿Ves ese pequeño río de muerte brillando bajo el sol y más allá los pináculos de la ciudad eterna? ¿Distingues el placentero país y todos los felices habitantes de él? Conoce entonces, que si puedes volar hasta allá verás escrito en una de las tantas mansiones: “Esta está reservada para alguien, y solo para esa persona particular. Ascenderá hasta acá para habitar para siempre con Dios”. Tú, pobre incrédulo, contempla la herencia, es tuya. Si crees en el Señor Jesús, si te has arrepentido del pecado, si tu corazón ha sido renovado, eres parte del pueblo de Dios, y hay un lugar reservado para ti, una corona y un arpa especialmente previstas para ti. Nadie más tendrá tu porción, está reservada en el cielo para ti, y tú la poseerás pronto, pues no habrá tronos vacantes en la gloria cuando todos los elegidos se reúnan.
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“No tienen raíz” Lucas 8:13
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lma mía, examínate a ti misma esta mañana a la luz de este texto. Tú has recibido La Palabra con gozo, te has conmovido y, como resultado, quedó una gran impresión. Pero recuerda que una cosa es escuchar La Palabra con nuestros oídos, y otra muy diferente es recibir a Jesús en tu alma. Sentir de manera superficial con frecuencia se asocia a la dureza interior del corazón. Una impresión entusiasta respecto de La Palabra no es siempre una impresión duradera. En la parábola, la semilla cayó, en uno de los casos, sobre un terreno pedregoso cubierto por una fina capa de tierra. Cuando la semilla comenzó a echar raíz, el crecimiento fue detenido por la dura roca y entonces tuvo que crecer hacia arriba, tan alto como pudo, pero sin tener humedad interior proveniente de la nutrición de la raíz, por lo que se marchitó. ¿Es este mi caso? ¿He estado aparentando en la carne sin tener la correspondiente vida interior? El buen crecimiento es, al mismo tiempo, tanto para abajo como para arriba. ¿Estoy enraizado en sincera fidelidad y amor a Jesús? Si la gracia no riega ni hace fértil a mi corazón, la buena semilla podrá germinar por una estación, pero al final se marchitará, pues no puede florecer sobre un corazón de piedra, sin quebrantar y sin santificar. ¡Que con temor reverente anhele yo una santidad de crecimiento rápido y deseosa de fortaleza como la calabacera de Jonás! (ver Jonás 4:6). Déjenme calcular el costo de seguir a Jesús pero, sobre todo, permítanme sentir la energía de su Espíritu Santo, y entonces poseeré una semilla perdurable y duradera en mi alma. Si mi alma permanece tan obstinada como era por naturaleza, el sol de la prueba la secará, y mi corazón duro ayudará a arrojar el más terrible calor sobre la semilla mal protegida. Mi religión morirá pronto y mi desesperación será terrible. Por lo tanto, tú, maravilloso sembrador, árame primero y luego moldea la verdad en mi interior, y permíteme producir una abundante cosecha.
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“Y ustedes son de Cristo” 1 Corintios 3:23
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ú eres de Cristo por dádiva, pues el Padre te entregó al Hijo. Eres suyo porque fuiste comprado por sangre y porque Él pagó el precio por tu redención por medio de su entrega, porque te has consagrado a Él. Por relación, porque recibiste su nombre y fuiste hecho hermano suyo y coheredero. Trabaja activamente para mostrarle al mundo que eres el siervo, el amigo, la novia de Jesús. Cuando seas tentado por el pecado, responde: “No puedo hacer esta gran maldad, pues soy de Cristo”. Hay principios inmortales que prohíben que el amigo de Cristo peque. Cuando tengas la oportunidad de ganar dinero mediante pecado, di que eres de Cristo, y no lo toques. ¿Estás expuesto a dificultades y peligros? Mantente firme en el día malo, recordando que eres de Cristo. ¿Estás en un lugar en el cual los demás están ociosos y sin hacer nada? Trabaja con todas tus fuerzas, y cuando el sudor de la frente te tiente a perder el tiempo, clama: “No, no puedo detenerme porque soy de Cristo”. Si no hubiese sido comprado por sangre, sería como Isacar “echado entre dos alforjas” (Génesis 49:14), pero yo soy de Cristo, no puedo holgazanear. Cuando el seductor atractivo del placer te tiente para apartarte de la senda del bien, contesta: “Tu seducción no me atrae, yo soy de Cristo”. Cuando la causa de Dios te llame, entrega tu yo y tus bienes, porque eres de Cristo. Nunca ocultes lo que profesas. Sé uno de esos cuyos modales son cristianos, cuyo lenguaje es como el del Nazareno, cuya conducta y conversación tienen tanta fragancia celestial que todos aquellos que te vean, sepan que perteneces al Salvador, pues reconocen en ti los rasgos del amor y el rostro de santidad del Señor. En la antigüedad decir: “Soy romano” implicaba integridad. Razón suficiente entonces para permitir que un argumento de santidad sea decir: “Soy cristiano”.
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“Por esos días Josafat construyó una flota mercante para ir a Ofir por oro, pero nunca llegaron a zarpar, pues naufragaron en Ezión Guéber” 1 Reyes 22:48
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os barcos de Salomón regresaron a salvo, pero la flota mercante de Josafat nunca llegó a la tierra del oro. La providencia prospera a unos y frustra los deseos de otros, en el mismo asunto y en el mismo lugar, y aún así, el Gran Gobernador es tan bueno y sabio en una ocasión como en la otra. ¡Qué hoy tengamos gracia al recordar este texto, para que bendigamos al Señor por los barcos que naufragaron en Ezión Guéber, como también por las embarcaciones cargadas con bendiciones temporales! No tengamos envidia hacia los más exitosos, no murmuremos ante nuestras pérdidas y pruebas como si fuéramos particular y especialmente probados. Como Josafat, podemos ser preciosos a los ojos del Señor, a pesar de que nuestros planes se frustren. La causa secreta de la pérdida de Josafat bien vale la pena mencionarse, pues es la raíz de muchos de los sufrimientos del pueblo de Dios: es su alianza con una familia pecadora, su comunión con los pecadores. En 2 Crónicas 20:37 se nos dice que el Señor envió un profeta a declarar: “Por haberte aliado con Ocozías, el Señor destruirá lo que estás haciendo”. Este fue un castigo paternal, que fue de bendición para él, ya que en el versículo que sigue a nuestro texto matinal, vemos que él se rehúsa a permitir a sus siervos zarpar en los mismos barcos con los siervos del rey pecador. ¿Será que Dios por medio de la experiencia de Josafat advierte al resto del pueblo de Dios que eviten unirse en yugo desigual con el impío? Una vida de miseria es, con frecuencia, la parte que le toca a aquellos que se unen, en matrimonio o en otro tipo de unión que elijan, con hombres del mundo. Que por el gran amor de Jesús, y como Él, podamos ser santos, pacíficos, puros y permanecer separados de los pecadores, porque de no ser así, podemos anticipar que oiremos con frecuencia que “el Señor destruirá lo que estás haciendo”.
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“El que tiene poder para salvar” Isaías 63:1
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or medio de las palabras “para salvar” entendemos la totalidad de la gran obra de salvación, desde el primer deseo santo hasta la completa santificación. Estas palabras lo resumen todo. Sin lugar a dudas, toda la misericordia se encuentra contenida en una palabra. Cristo no es solo “el que tiene poder para salvar” a aquellos que se arrepienten, sino que también tiene poder para hacer que los hombres se arrepientan. Él llevará al cielo a aquellos que creen y Él es, más aún, capaz de darles nuevos corazones a los hombres, y hacer que tengan fe. Él es poderoso para hacer que el hombre que odia la santidad la ame, y hacer que aquel que desprecia su nombre doble su rodilla delante de Él. No, este no es todo el sentido, pues el poder divino también se manifiesta en la obra posterior. La vida del creyente es una serie de milagros llevados a cabo por el Dios todopoderoso. La zarza arde, pero no se consume. Él es poderoso como para hacer que su pueblo permanezca en santidad, luego de haberlos hecho santos, y también para conservarlos en su temor y amor hasta que Él consuma la existencia espiritual de todos ellos en el cielo. El poder de Cristo no engaña, haciendo de alguien un creyente y luego abandonándolo a sí mismo, sino que el que comenzó la buena obra, la terminará; aquel que imparte el primer germen de vida en el alma muerta, prolonga la existencia divina y la fortalece hasta que esta quema y separa toda atadura de pecado y el alma se levanta de la Tierra, perfeccionada en gloria. Creyente, acá está una fuente de ánimo. ¿Estás orando por alguien amado? No abandones tus oraciones, pues Cristo tiene “poder para salvar”. Tú no tienes ningún poder para ganar al rebelde, pero el Señor es todopoderoso. Sostente en ese brazo fuerte, y afírmate en él. ¿Tu propio caso te preocupa? No tengas temor, pues su poder es suficiente para ti. Ya sea para comenzar con otros, o para continuar la obra en ti, Jesús tiene “poder para salvar”. La mejor prueba yace en el hecho de que Él te ha salvado. ¡Cuánta misericordia es saber que no lo hemos encontrado poderoso en destruir!
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“Cumple tu palabra” 2 Samuel 7:25
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as promesas de Dios nunca estuvieron destinadas para ser arrojadas al cesto de papeles; por el contrario, la intención es que sean usadas. No es como el dinero del avaro, sino que están hechas para usarse. Nada complace más al Señor que ver que sus promesas son puestas en circulación. Él ama ver que sus hijos las elevan a Él y le dicen: “Señor, cumple tu palabra”. Glorificamos a Dios cuando declaramos sus promesas. ¿Crees que Dios será más pobre por darnos las riquezas que nos ha prometido? ¿Crees que será menos santo por darnos la santidad? ¿Crees que será menos puro por lavar nuestros pecados? Él ha dicho: “Vengan, pongamos las cosas en claro –dice el Señor–. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:18). La fe se sostiene sobre la promesa de perdón, y no se dilata diciendo: “Esta es una promesa preciosa, me pregunto si será verdad”, más bien va directo al trono junto con la promesa y declara: “Señor, acá está la promesa: Cumple tu palabra”. Y nuestro Señor responde: “Que se cumpla lo que quieres” (Mateo 15:28). Cuando un cristiano ha asido una promesa, si no se la lleva a Dios, lo deshonra. Pero cuando se apresura al trono de gracia y clama: “Señor, no tengo nada que me recomiende sino esto: ‘Cumple tu palabra’”, entonces tu deseo será cumplido. Nuestro banquero celestial se deleita en pagar sus propios cheques. Nunca permitas que la promesa se herrumbre. Desenvaina la promesa y úsala con violencia santa. No pienses que Dios va a molestarse porque insistentemente le recuerdas sus promesas. Él ama oír el clamor de las almas necesitadas. Él se deleita en otorgar favores. Él está más deseoso de escuchar que nosotros de pedir. El Sol no está cansado de brillar, ni la fuente de fluir. La naturaleza de Dios es cumplir sus promesas, por lo tanto, acércate al trono y di: “Cumple tu palabra”.
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