Los Nazarenos de Marcelo Lalama

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Los Nazarenos Marcelo Lalama

Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa PĂłlit & Editorial Planeta (2000) Premio de Literatura JoaquĂ­n Gallegos Lara (2001)



Marcelo Lalama

LOS NAZARENOS Novela

Casa de la Cultura Ecuatoriana

2014


Los nazarenos © Marcelo Lalama Primera Edición–CCE–2014 ISBN: 978-9978-62-793-8 Diagramación: Fernando Murgueitio Corrección de pruebas: Flor de Té Chiriboga Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión Dirección de Publicaciones Avs. 6 de Diciembre N16–224 y Patria Telfs.: 252 7440 Ext.:138/213 gestion.publicaciones@casadelacultura.gob.ec www.casadelacultura.gob.ec Quito–Ecuador


Marcelo Lalama

LOS NAZARENOS Novela

* Premio Nacional de Literatura Aurelio Espinosa Pólit Pontificia Universidad Católica del Ecuador Editorial Planeta Año 2000 * Premio de Literatura Joaquín Gallegos Lara Distrito Metropolitano de Quito Año 2001



Humilde tributo al siglo XVII quiteĂąo, el mĂĄs pintoresco de nuestra cultura



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ios, nuestro amado Señor Jesucristo me guarde y proteja, por las noticias que voy a dar como testimonio de mi estancia y misión en San Francisco de Quito, que parecerían querer afectar la honra de mis hermanos religiosos de esta villa, pero que en honor a la verdad buscan hacerles buen servicio, tal y como nuestro soberano, que Dios guarde, espera de un hijo de nuestra Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Soy monje mendicante de los hermanos predicadores de Santo Domingo y cumplí este servicio por orden de nuestro Rey y señor don Carlos II. No puedo dejar de lamentar, que por esa época reinaba en España, el más desgraciado e infortunado de todos nuestros soberanos: el Hechizado o el Impotente, como se lo quiera juzgar. Era voz generalizada que venía desgobernando por largos años y afirmaban las noticias que por ese entonces llegaban desde la península, que no era bueno para nada, ni siquiera para embarazar a la reina. Imagen pobre, pobrísima, la de nuestro soberano. No daba para más. Pobre de ingenio, escaso de intelecto, carente de equilibrio, el reino se deshacía bajo el manoseo de válidos y cortesanos tan incompetentes como él. Su raza estaba podrida de tanto enredarse entre pares, pero era mi señor y estaba a su servicio y había jurado honrarle y serle fiel. ¡Dios guarde a Su Majestad! Todo comenzó a finales de siglo, en La Recoleta de Nuestra Señora de la Peña de Francia, una casa de retiro en las goteras de Quito, a orillas del río Machángara, durante un frío invierno, en el año del -9-


Señor de mil seiscientos noventa y nueve. Aquella tarde, fue necesario suspender mis meditaciones, para recibir a un mensajero. Mi sorpresa fue mayor cuando se me informó se trataba de un correo del Rey, en ruta desde Cartagena de Indias. -Eminencia, tengo órdenes expresas de entregarlo en vuestras manos y ser testigo de su lectura -se apresuró a decir el viajero. Lucía cansado, sin duda estropeado por lo largo y tortuoso del camino. Suponía que un asunto grave se ponía entre mis manos. Dubitativo, hice lo único posible en esas circunstancias, abrir el paquete lacrado que se me había entregado. “Nos, Carlos II, por gracia de Dios Soberano de España y de las Indias, por ésta os ordenamos a vos, fray Bartolomé de Matamoros y Quesada, que abandonéis vuestras obligaciones y deberes en el lugar donde se os encuentre, para que en forma presta e inmediata toméis a vuestro cargo, la doble condición de Visitador e Inquisidor general en la villa de San Francisco de Quito, sita en las montañas de los Andes, en las Indias Occidentales, en el virreinato de Lima. Durante largos años, nos han llegado noticias de las costumbres díscolas de sus pobladores, de la liviandad de los frailes que en ella moran, de la virulencia de sus naturales, del abuso de oidores, encomenderos y corregidores. Vuestra función será investigar, descubrir y castigar, si fuera la circunstancia, toda alteración de la vida correcta que deben llevar los habitantes de aquella provincia. Deberéis poner particular atención a los asuntos y negocios de nuestra Santa Madre Iglesia y de todos sus miembros, desde el obispo hacia abajo. Noticias abundantes nos dan a entender, que suceden hechos insólitos, y lo que es más grave, a espaldas y sin obediencia de la autoridad civil. La salud y supervivencia de la Audiencia se encuentran en franco entredicho, debido al crecimiento exagerado del número de religiosos y sus fundaciones, cuyo enriquecimiento se ha dado a expensas del tesoro real. Aprovechando de su condición de exentos de pagar impuestos, tasas o cualquier clase de obligaciones, han ido aumentando escandalosamente sus haberes y acaparando las mejores tierras, cultivos y ganados. Villorrios de 100 habitantes tienen hasta ochenta religiosos. -10-


Por nuestra autoridad y bajo la mirada del Consejo de Indias, deberéis poner en su lugar y devoción a todos los miembros del clero, usando para ello de preferencia vuestro celo, dotes e inteligencia y sólo cuando fuese necesario, el brazo secular de la Iglesia, aún a costa de la vida de los más rebeldes. Para ello se os da plena autoridad en la Audiencia de Quito, cuyo obispo-presidente ha sido informado por igual y simultáneo correo, de vuestra prelación en estas causas, así como en todas las que tengan que ver con la moral y salvación de estos pueblos. Informaréis al Consejo de Indias, exclusivamente, sobre la suerte de vuestra misión, o le pedirás consulta oportuna cuando la gravedad del caso lo justifique. Por ninguna manera podréis tener relación de dependencia con la Santa Sede de Roma o cualquier orden religiosa. Vos responderéis exclusivamente a quien os manda: vuestro Soberano, y en mi representación, al Consejo de Indias. Motivo particular de vuestro celo deberán ser los padres de la Compañía de Jesús, que conozco, han creado otra audiencia al interior del real. Conocéis bien, la astucia, sabiduría y empeño de éstos, vuestros hermanos en Dios. Deberéis ser particularmente inquisitivo con ellos, cuidando de evitar su participación en los negocios seculares de esa ciudad”. Recordaba en todo momento, las acusaciones que se hacían contra los religiosos de la iglesia quitense: “Corrupción, insubordinación, subversión, negociados indignos, usura, doctrinas horribles, estado dentro del estado, relajación de los votos, retraso con respecto a los tiempos, libertinaje, insubordinación”. Poco pesaban por estas tierras las sentencias sobre corregidores, oidores y más funcionarios regios de importancia, pues, más eran los años que tardaban en ser dictadas, que el tiempo que aquellos necesitaban para revertir los cargos y volver a sus empleos, puesto que sus redes de amigos y parientes, intrigando en la península, les restituían con creces. Por cierto, la horca nunca había llegado tan alta por estas latitudes. En Quito, el cuello del español todavía no conocía la soga del verdugo, menos aún el fuego del Inquisidor. ¿Qué decir de los padres de la Iglesia? Pertenecían al grupo de intocables. Nadie había logrado investigarles, porque en el peor de los casos se acogían a sa-11-


grado, o recurrían a los fueros especiales que les tornaban inmunes a la autoridad civil. -¡Solo pueden ser juzgados por sus superiores! -se decía- confinando sus delitos, liviandades e irregularidades al interior de sus propios conventos u órdenes. Vestí el hábito de monje con los padres predicadores de Santo Domingo y desde muy joven fui destinado a estudiar leyes y cánones con ilustres doctores, porque en esos días había gran necesidad de frailes de mi orden, que conocieran este oficio, pues era notoria la influencia que habían tomado los dominicos en audiencias, juicios, tormentos y autos de fe. Nunca fueron de mi agrado estas chamusquinas, pero a instancias de mis superiores y de importantes funcionarios reales, al fin decidí, que siendo aquellos tiempos de desafío para nuestra Santa Madre Iglesia, era poco, el mucho esfuerzo que uno solo de sus humildes hijos podía hacer contra los herejes. El horizonte estaba atiborrado de judaizantes, moros, cristianos nuevos y otros descarriados del camino del Señor, hecho peligroso en extremo, por lo contagiosa que es la herejía. Qué decir de las atrevidas costumbres, ahora diseminadas, de adorar animales, de invocar a los muertos, o de hacer pócimas para embobar a la gente y abusar de ella, y hasta de bestialismo atroz, como es el caso de mujeres que se van al lecho a hacer el amor con el mismísimo Belcebú. Agobiado por la angustia de ser hombre de Dios e Inquisidor al mismo tiempo, obtuve la aprobación de mis superiores, para retirarme a cumplir mis deberes como religioso en el Monasterio de Toledo. Pronto pude apreciar, que para hacer realidad mi anhelo, debía alejarme lo más posible de aquellas tierras y conflictos. Fue así como llegué hasta las Indias. Hasta entonces no había podido desarrollar mi vocación de misionero y evangelizador, siempre impedido por los conflictos de mis hermanos de comunidad. La espera en La Recoleta llevaba más de dos años, y entonces, de pronto, mi vida cambio de la noche a la mañana. La limpieza de sangre había agostado lo noble y distinguido de los rangos al interior de los claustros, permitiendo que gente rural, sin historia, sin lustre ni brillos, ejerza las mayores responsabilidades. -12-


Ejercería como Visitador General, un viejo empleo del Imperio destinado a revisar las cuentas y funciones del presidente y altos funcionarios cesantes, poniéndoles bajo residencia. Personaje de temer en las colonias, obligado a poner en vereda a los más altos representantes del Rey, hombres difíciles de controlar, estos pequeños reyezuelos a la distancia. La visita general servía para recordar a los principales funcionarios de la Audiencia, que su autoridad tenía un límite, determinado por el Rey a través del Consejo de Indias. Se realizaba con el funcionario averiguado en funciones y con el contenido de los testimonios cubierto por el manto del secreto. El Visitador recogía los cargos, averiguaba las denuncias, preguntaba a los testigos a puerta cerrada, contaba el tesoro real, daba oportunidad suficiente a los acusados para responder a los cargos y comunicaba sus conclusiones en forma inmediata y objetiva al Consejo de Indias. Sólo si algún funcionario interfería en la averiguación, podía ser suspendido de su empleo. El Visitador debía tenerlo claro: su papel consistía en recoger evidencias y emitir cargos, en ningún caso podía formular sentencias o sustituir a la Audiencia como tribunal. De la sentencia se encargaría en su momento el Consejo de Indias y el Rey. Su fallo resultaba definitivo e inapelable. En Quito, sería poco lo que podría hacer como Visitador General, pues comenzaba tarde, cuando los actores principales de mi averiguación habían dejado el escenario. En efecto, el presidente a quien debía juzgar estaba bien muerto y algunos oidores y otros principales, igualmente yacían bajo tierra o habían salido con diferentes destinos. Había sin embargo una importante diferencia, ejercería también como Inquisidor. Los principales del Santo Oficio se habían vuelto personajes de importancia. Se trataba de encumbrados prelados de la Iglesia, a los que nadie osaba tocar y menos pedir cuentas. Con esta prevención, los funcionarios reales dudaban antes de escogerlos, sobre todo a los que se destinaban a misiones especiales y en particular a los que debían juzgar a muchos años de distancia, en las lejanas colonias de Indias. Como Inquisidor debía castigar la herejía, la brujería, la apostasía y cualquier otro atentado contra nuestra santa fe católica. -13-


-¿Quiénes podían ser herejes en estos territorios? - me preguntaba. Los naturales no tenían capacidad para comprender la doctrina divina. ¿De qué se les podía acusar? Las noticias señalaban la presencia de un judío acuñador, bien conocido, con permiso de residencia para practicar el agio. No se conocía de otros heréticos, puesto que moros, judíos, luteranos o calvinistas, no vivían por estas latitudes. Nunca, ni de contrabando, podían haber subido a un navío real, los únicos autorizados a recalar en sus costas. En asuntos o delitos contra la fe o nuestra Santa Religión Católica, sería árbitro y juez supremo, dotado de facultades extraordinarias, inclusive para colgar, quemar o mandar descuartizar, a los que reunieran méritos para ser castigados de esta manera.

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LOS NAZARENOS Novela Marcelo Lalama se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2014 en la Editorial Pedro Jorge Vera de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Presidente: Raúl Pérez Torres Director de Publicaciones: Patricio Herrera Crespo


El Quito del siglo XVII aparece dibujado en LOS NAZARENOS como una villa en la que cada acto, individual o público, está unido a la Iglesia y a su poder. Los conventos son el espacio del cotilleo, la maledicencia y la lujuria. Un monje dominico nombrado por el rey de España como Inquisidor, acude a las tierras paganas a poner orden en medio del caos. Encontrará que las formas de vida en el pequeño pueblo andino responden a un ritmo disoluto, lleno de secretos y trampas. Gracias a su conocimiento del lenguaje y la historia de entonces, Lalama, recrea los avatares de un tiempo lejano, en cuyas claves descansa el carácter, la atmósfera moral del Quito que conocemos. Con un tono sobrio donde lo paródica apenas se adivina, la novela desarrolla una intriga con todos los elementos de un drama policial. Las muertes misteriosas, la presencia de una extraña y poderosa cofradía, los juicios a brujas y hechiceros, la confrontación entre órdenes religiosas, sirven a nuestro autor, voz novedosa en la narrativa ecuatoriana, para enfrentar los desafíos de construir una novela histórica, en la cual la anécdota logra consistencia gracias a una meticulosa construcción arquitectónica. Leer Los Nazarenos es un reconfortante ejercicio para azuzar el placer y para no perder la memoria. Mercedes Mafla Simon Pontificia Universidad Católica del Ecuador


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