BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
HISTORIA CRITICA Y SOCIAL DE LA
CIUDAD DE SANTIAGO 1541
— 18 68
SEGUNDA EDICIÓN
E D I T O R I A L Ahumada
125
—
N A S C I Santiago.
M E N T Ó Chile,
1924
A LAS
SEÑORAS
DOÑA
CARMEN
MACKENNA
Y DOÑA MAGDALENA
dos seres quienes
queridos
VICUÑA DE
que el amor
el culto de mi alma es
y de ternura
por todo lo que
reúne
hay
de
su
formas
del lenguaje,
efímeras
nombre,
inñnifa
puro, consagra guardan
VICUÑA
SUBERCASEAUX
en un solo
una ofrenda
en el alma de la mujer y de la madre, bajólas
DE
de
y
para
admiración
de noble,
de
esfas
páginas,
austeras
sublime que,
enseñanzas,
hijo BENJAMÍN. Santiago,
Diciembre
31 de
1868.
R
NOTA DEL EDITOR
Nuestra de
Casa
Vicuña
de las obras mín
de
Vicuña
Iniciamos
su
ahora
ilustre
verdadero
servicio
quirir
obra,
esta
los lectores
escritor
a las muchas
personas
hace
que se interesan
edilicios
o monumentos
Conviene
por
que y
que por
de
en general
edi-
de
ad-
un
a
de las
todos
tradiciones
costumbres,
algún concepto
a
prestar
han tratado
la conservación a
con-
la 2 .
posible,
seguros
agotada,
terminó
que el texto
con la edición
tuvo por
lugares,
guardan
relación
base
una
sean
descubiertos los
sello peculiar,
como
época,
con
comparable
cuantos
penetrante;
ayudado
vacíos fruto
que
amplísima
elementos por
publicado,
investigación
Es cierto
si entonces
que
guar-
ahora
se noten,
estuvieron
sus condiciones
investigadispuesto
pero
cuales-
ella conserva
privilegiado,
habilidad
histórica'
esa
se hubiera
con posterioridad;
de un cerebro
extraordinaria
ahora
anterior.
en el año 1868.
ser aún más completa,
reunió
Benja-
al público,
sido
referentes
establecido
de los antecedentes que
algunas don
patria.
dejar
obra
años
crónicas
conformidad
que su autor
ha
Estamos
desde
con la historia
entregando que
de Santiago.
y de aquellas
quiera
Subercaseaux
reimprimir
y eminente
cometido
el esmero
sociales
ción pudo
de
'
todo
de la Historia
Esta
Victoria
encargo
esposo
nuestro
con
da plena
de Ja señora
el honroso
Mackenna.
feccionado ción
ha recibido
Mackenna,
que,
en
y con un esfuerzo al alcance de gran
de escritor.
su
su su invista
10
BENJAMÍN
El momento oportuno,
en qne la obra
como
lo hace
cuña Mackenna: ticular,
VICUÑA
era
y a levantar
producirse
y los perfiles que
de la ciudad
Santiago
imprimir
Vi-
adelantarse
sido
a sus
do quiera
el bosquejo, para
desde
supo
los años
la fecunda
valorar
creciente
después
Imprenta
la
hubiese
fuera
rápido,
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cumbre
azada*.
y el cuadro
de
de su fundación,
el tinte y genial
debidamente
lo demuestra
de agotada
del Mercurio; ha sido
día más difícil Santiago,
bajo
maestra
desde
que antes
aunque
que se conservaran
de mano
par-
colonial
y colorido
que
imaginación
lo
quedó
de
sabía Vicuña
,
El público su mérito
obras
a la iniciativa
la ciudad
que desaparece
resultaron había
Mackenna.
la obra
más
DEL NATURAL, con todo
moldeado
olvido
ser señor
un palacio
sin demora,
Las pinceladas
no pudo el mismo
ya «a transformar
un MOGINETE>. A su juicio debía
acometida
en su Prefacio
necesario
que comenzaba
sus cimientos
fué
notar
MACKENNA
la edición
y antes
buscada obtenerla
Setiembre
dada
al contrario,
con profundo aún a precios de
¡a Historia
el hecho
1924.
de
de Santiago
no haber
caído
a luz en 1869 por en estos
interés,
últimos
haciéndose
exorbitantes.
y en la años cada
P R E F A C I O Propósitos.—Plan—Fuentes
E s opinión de algunos que el mejor prólogo de las o b r a s modernas dadas al público, es no poner ninguno, porque indisputablemente más aprovecha al escritor lt> que calla s o b r e el monto
de
trabajo y los nobles motivos de crítica o los propósitos de enseñanza, no menos que de solaz y amenidad que hayan precedido a su labor, que cuanto pudiera decir por lisonjear a sus lectores o a sí mismo con su enumeración prolija; consejo de o r o , particularmente en esta tierra en que es fama la han ganado tantos con solo vivir y morir callados! C o n todo, se nos perdonará digamos unas cuantas palabras en beneficio de los que este libro lean, explicándoles las tres
cosas
más substanciales que sus páginas significan o contienen' a s a b e r : 1
1.°, su propósito; 2.°, su forma filosófica y literaria; y 3.°, las fuentes de que ha sido derivado. S o b r e lo primero tenemos muy p o c o que decir, porque las varias cuanto sanas intenciones que este libro encierra, irán
apare-
ciendo a la mente de cada uno a medida que avance en su lectura, y su desapasionado concepto, no el nuestro, será el que venga a calificar el espíritu de esta empresa, cuyo argumento, c o m o el de toda historia local, es sumamente delicado.
12
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
Oportunamente el frío observador de nuestro modo de ser político y social, o puramente doméstico, c o m o pueblo, c o m o
comu-
nidad, c o m o familia, decidirá, por consiguiente, si el retrato de nuestro actual S a n t i a g o
es una copia fiel de su original, y si han
sido agrupados con desgreño o fortuna los singulares matices de raza y costumbres, vicios y grandezas, virtudes y preocupaciones que en el transcurso de los siglos han venido acumulándose en el vasto lienzo de nuestra presente sociabilidad. S o l o entonces también podrá formarse cabal concepto el crítico sagaz s o b r e si el S a n t i a g o de hoy día, brillante, opulento, beato, chismoso, eternamente asomado a la ventana del vecino, nobilísimo de sangre, valiente, aristocrático en todo, y más que ninguna otra c o s a , llamada mérito o defecto, parsimonioso de su hacienda, es el mismo S a n tiago que fundó P e d r o de Valdivia con su hueste de extremeños, es el mismo del cual los vizcaínos se hicieron absolutos dueños en ¡os siglos del coloniaje, y por último, el mismo que de los mástiles del corsario Aíacama
divisó venir sobre nuestras playas las naves
de P a r e j a . . . No debemos, sin embargo, omitir el señalar separadamente dos motivos que nos han impulsado más inmediatamente a esta tarea. El uno es solo de urgencia, porque en los momentos que el trigo convertido en oro, y el o r o trocado en ladrillos y en b r o c a d o s , transforman la ciudad colonial desde sus cimientos,
levantándose
un palacio do quiera que antes hubiese un mogineíe,
hace indis-
pensable un bosquejo, siquiera rápido, que conserve la sombra y los perfiles de la ciudad que desaparece b a j o la azada para no volver, c o m o el hombre y la luz, a ostentarse s o b r e la tierra. El otro es de pura honra, o si se quiere de vanidad local, porque mientras en Europa hasta las más humildes villas tienen su historia escrita y las capitales de S u d América sus libros especiales de estadística y descripción, las más hermosas y la más rica de aquellas, cual sin disputa es S a n t i a g o , no posee otro guía que los almanaques pobres y efímeros en que se apuntan los aniversarios de los, santos, junto con la hora en que sale el sol y se pone c a d a día. E s t o en cuanto a los propósitos. Respecto
de la lorma del presente libro, nos referimos también
al público indulgente c o m o a juez. Nosotros no podemos decidir
HISTORIA
DE
13
SANTIAGO
si hemos acertado o no en la concepción general del plan, en la distribución de sus detalles, en su colorido, en su compaginación. L o único que podríamos anticipar es que hemos buscado con ahinc o el acierto, tratando de combinar lo ameno con lo severo, la enseñanza útil con él deleite pasajero. N o s ha parecido por esto preferible un estilo llano y corrido cual conviene a esta historia exclusivamente doméstica narrada a la gran familia chilena por uno de sus más humildes miembros, no menos que el empleo de notas complementarias para descartar el
texto en lo posible de materias extrañas a la unidad de su
argumento. P o r lo demás, este, c o m o todos nuestros pobres ensayos, está escrito al correr de la pluma, bien que s o b r e materiales preparados cuidadosamente después de un largo estudio y de investigación
laboriosa y paciente, cual
siempre lo
hemos
acostum-
brado. P o r esto hemos llamado crítica
la presente historia, pues en rea-
lidad lo es, y porque, en otro sentido, concebimos que en el presente estado de las ciencias de investigación y de la literatura, sería una avanzada presunción, casi una petulancia, escribir un libro histórico sin apuntar prolijamente
cada uno de los
orígenes
y
c o m p r o b a c i o n e s de los hechos que en él se mencionan, de los caracteres que se recuerdan, de las pasadas acciones que se alaban o vituperan, de las imposturas, en fin, que cual la del seudopalacio de Valdivia y otras muchas de diversos géneros, se persiguen y esclarecen. T o c a m o s , pues, al tercero y último punto de este prefacio y creemos que la mejor manera de cumplir el deber que nos impone es agregar simplemente a continuación una nómina tan completa c o m o nos es posible de los libros y papeles
inéditos de
con-
sulta que nos han servido, ( l )
( l ) l.a Carfas de Pedro Valdivia a Carlos V.—I.Serena, setiembre4de 1 5 4 5 . — II. Lima, junio 15 de 1548.—III. Concepción, ocfubre 15 de 1 5 5 0 . — I V . Concepción, noviembre 2 5 de 1 5 5 1 . — V . Santiago, octubre 2 6 de 1552. 2.a Libro becerro del cabildo de Santiago.—(Acias de 1541 a 1557). 5.a Historia de Chile desde su descubrimiento hasta el año de 1575, compuesta por el capitán Alonso Góngora Marmolejo. 4.a Información de los sucesos de la guerra de Chile hasta el año 1598 y el aviamienfo que se dio aquel año al general don Gabriel de Castilla.
14
BENJAMÍN
Después
de a g r a d e c e r
ción a todos los que han
VICUÑA
MACKENNA
debidamente su desinteresada tenido la
bondad
coopera-
de ofrecérnosla,
nos
será permitido a g r e g a r las siguientes advertencias que c r e e m o s convenientes para mejor consultar la parte crítica del presente estudio, a saber: 1.
a
Las obras
citadas
en
la
nota
anterior,
hasta el
número
11, pertenecen a la selección de historiadores chilenos impresa en S a n t i a g o , y a esta
edición
se refieren las citas del texto, en que
s o l o se pondrá, para abreviar, el nombre del autor y la 2.
a
L a s o b r a s o documentos que s e haya omitido
página.
insertar en la
5.a Hechos de don García Hurlado de Mendoza, por Cristóbal Suares de Figueroa. 6.a Crónica del Reino de Chile escrita por el capitán don Pedro Marino de Lovera, reducida a nuevo método y estilo, por el padre Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesús ( 1 5 9 5 ) . 7.a Relación de los servicios que hizo a Su Majestad don Alonso de Sotomayor, por el licenciado Francisco Caro de Torres. 8.a Guerras de Chile, causas de su duración y medios para su fin por el maestre de campo Santiago Tesillo. 9.a Vista general de las continuadas guerras: difícil conquista del gran reino y provincias de Chile, por Luis Tribaldos de Toledo. 10. Historia de Chile, por el maestre de campo don Pedro de Córdoba y Figueroa ( 1 4 9 2 - 1 7 1 7 ) . 11. Historia Militar, civil y sagrada de lo acaecido en la conquista y pacificación del Reino de Chile, por Miguel de Olivares, de la Compañía de Jesús. 12. Histórica relación del Reino de Chile por Alonso de Ovalle de la Compañía de Jesús (Roma 1647). 13. Oviedo y Valdés.—Historia General y Natural de las Indias (Madrid 1855). 14. Herrera.—Historia General de los hechos de los castellanos. 15. Eyzaguirre.—Historia Eclesiástica, Política y Literaria de Chile (Santiago 1857). 16. El Chileno Instruido en la Historia Topográfica, civil y política de su País, por el reverendo padre J o s é Javier Guzmán (Santiago 1834-35). 17. Gay.—Historia de Chile (París). 18. Feuillée.—Journal des observations physiques maíhémafiques et bofaniques dans les Indes occidentales (París 1714). 19. Relation du voyage de la mer du sud aux cotes du Chili ef du Pérou 1 7 1 2 1714, par M. Frezier, ingénieur ordinaire du roi (París 1716). 20. Premier voyage de Pamirai Byron a la mer du sud (Berlín 1799). 21. Voyage de découverte a l'océan Pacifique du nord et au tour du monde par le capiíaine George Vancouver (París 1799). 22. La Perouse.—Voyages au tour du monde (París 1797). 23. Histórica! narrafive of (wenty years, residence in South America, by W. B . Stevenson (London 1829). 24. Travels in South America during íhe years 1819, 2 0 , 21 by Alexander Caldcleugh (London 1825). 25. Journal of a residence in Chili by a young American, deíained in that country, during {he revolutionary scenes of 1817, 18, 19 (Boston 1823). 26. Sketches of Buenos Aires, Chile and Perú, by Samuel Haigh, Esq. (London 1831).
HISTORIA
enumeración
que
antecede,
15
D E SANTIAGO
se
citarán
por s e p a r a d o en el
lugar
oportuno. 3.
a
C o m o el autor no pretende en manera alguna h a c e r de la pre-
sente o b r a
un trabajo
ostentoso
de erudición,
anticipa
mente, c o m o lo ha verificado siempre, la c o r r e c c i ó n de error de detalle cometido, y a g r a d e c e r á todo género ciones o ampliación
de noticias,
de
humildecualquier rectifica-
pues es natural suponer
un libro que a b r a z a una era de más de trescientos
que en
años, no le ha
sido posible llenar todos los vacíos de un período tan largo c o m o obscuro.
27. Travels in Chile and la Piafa by John Miers (London 1826). 28. Journal of a residence in Chile during 1822 by Mary Graham (Londres 1824). 29. Sforia delle missione aposfoliche dello sfafo del Chile di Guiseppe Sa'lusfy. 30. Basil Hall.—Journal wrifíen on íhe coast o Chile, México etc. 1 8 2 0 - 1 8 2 1 . 31. T. Sufcliffe.—Sixíeen years in Chile and Perú 1822-37. 32. Walpole.—Four years in the Pacific on board fhe Collingwooa 1844-49. 33. Félix Maynard.—Voyage et aventures au Chili. 34. Gusíave Aymard.—Le grand chef des Aucas. 35. Cordillera and pampa, mounfain and plain, sketches of a journey in Chile and the Argenfine provinces in 1849, by lieuf. Isaac G . Sfrain (NewYork 1853). 36. The U. S . Naval astronomical expediíion to fhe southern hemisphere during fhe years 1849, 50, 5 1 , 5 2 by lieuí. J . M. Gilliss (Washington 1855). 37. Three years in Chile (New York 1863). 3 8 . Periódicos, folletos, memorias y todo género de publicaciones de diferentes épocas. , 3 9 . Historia General de Chile, Flandes indiano por el padre Diego de Rosales (M. S . ) . 4 0 . Historia de Chile, por el capitán don Vicente Carvallo y Goyeneche (M. S . ) 41. Historia de Chile, por el capitán don J o s é Pérez García (M. S . ) 42. Archivo inédito del cabildo de Santiago desde 1557 a 1868. 43. Papeles inéditos del virrey don Ambrosio O'Higgins, conservados en poder de su nieto don Demetrio O'Higgins. 44. Papeles inéditos del secretario del virreinato don Judas T. de Reyes, que conserva su hijo don Ignacio. 45. Papeles inéditos del famoso corregidor de Santiago don Luis de Zañarfu en poder de don Javier Luis de Zañarfu. 46. Papeles del obispo Rodríguez que con muchos otros preciosos documentos conserva el señor don Ignacio Víctor Eyzaguirre. 47. Diversos papeles y documentos inéditos examinados personalmente por el autor en la Biblioteca Real de Madrid y en varias ciudades de España; en el Museo británico de Londres y las bibliotecas públicas de Lima,Buenos Aires y Santiago. 48. Diversos documentos existentes en el archivo de! Ministerio del Inferior, Casa de Moneda y otras oficinas públicas. 49. Cartas de diversas épocas que nos han sido franqueadas por particulares o funcionarios públicos e informes verbales recogidos (de personas competentes y autorizadas. 50. Archivo de la Real Audiencia de Chile conservado en las secretarías de la Corte de Apelaciones de Santiago.
BENJAMÍN
4.
A
VICUÑA
16
MACKENNA
El autor se reserva el derecho de completar en breve esta
o b r a con un Guia
minucioso de S a n t i a g o , al que el presente libro
servirá de punto de partida, y por lo tanto se reserva sobre él todos los derechos que le confiere la ley. 5.
A
P o r último, que tocándose estrechamente la vida colonial
de S a n t i a g o con la de Valparaíso, que fué solo un arrabal
de
aquella C o r t e , se seguirá pronto al presente libro, como su inseparable gemelo, otro con el siguiente título: Historia y puerto
de
de la
ciudad
Valparaíso.
Y dicho todo esto en pro de! público amigo y bien intencionado, c o m o los antiguos caminantes de nuestra tierra que al llegar a un río caudaloso acostumbraban persignarse en la frente y en el pecho, los asientos de! cuerpo humano donde residen las potencias generatrices de los malos como de los buenos libros, nosotros a su ejemplo, fijos los ojos en lo alto, firme la brida entre las manos, henchido el corazón de sanas esperanzas, nos lanzamos al tormentoso piélago de ios años que fueron, de las
generaciones
que pasaron. D i o s ha de consentir, por tanto, lleguemos a la opuesta orilla, salva al menos la vida; que en cuanto a las aguas turbias, que sin remedio han de salpicarnos en el trance, será suficiente reparo arrojar de los hombros de la ancha capa, de tela burda pero impermeable, y así desembarazados seguiremos para empezar de nuevo otra jornada, escribir
el camino
o t r a s historias y
pasar más adelante otros r í o s . . . hasta ahogarnos algún día en la nada de los tiempos. S a n t i a g o , diciembre de 1868.
,
EL AUTOR.
CAPITULO
I
El campamento de San Cristóbal Origen del nombre de Santiago.—El campamento de San derivación de este nombre.—Itinerario de Valdivia hasta
Cristóbal.—Probable el valle del Mapo-
c h o . — «El camino del Inca».—Razones que motivaron la elección del valle del Mapocho para fundar a Santiago.—Población indígena del valle. — Influencia del dominio de los Incas.—Vestigios lengua. — Notable
del quichua y del araucano en
nuestra
agricultura de los aborígenes en el valle del Mapocho.—
Frutos naturales, cosechas y preparaciones culinarias.—Ventajas militares que ofrecía la planta de la ciudad.—La Chimba.—¿Por llamado Chile?—Parlamento
qué a Santiago se le ha
de caciques.—Aplazamiento característico de la
rebelión hasta después de las cosechas.—Fundación de Santiago.
Al declinar la farde del día 19 de enero de 1540 drilla de ciento y cincuenta lucidos
caballeros
una cua-
penetraba en la
Catedral del C u z c o en actitud reverente y a la vez altiva. Iban desnudos de sus c a s c o s
y celadas,
pero llevaban
espadas y seguían con la vista el pendón
en
alto las
de Castilla que por
delante de la columna, desplegado al viento, llevaba un capitán de guerra. Introducidos los conquistadores en el templo, un soldado de rostro varonil y de arrogante
porte se
adelantó hacia el
en que el obispo de aquella iglesia, y el primero de la América
del
S u r , fray
sitial
que lo fuera
Vicente Valverde, presidía la ce-
remonia religiosa, y en sus manos, en presencia del estandarte real, depuso la promesa solemne, por sí y sus compañeros, de que en la conquista que iban a emprender desde la madrugada
18
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
siguiente, su primer cuidado sería fundar una ciudad bajo la invocación del apóstol de los caballeros españoles, y edificar en el lugar más previlegiado de su recinto una iglesia consagrada a la asunción
de la Virgen M a r í a .
El capitán que
hacía
aquel
voto llamábase
Pedro
de V a l -
divia. Al siguiente día, 2 0 de
enero de 1540,
los ciento cincuenta
conquistadores emprendían su marcha con rumbo al S u d . O n c e meses después los peregrinos del C u z c o se detenían a orillas de un río de corto caudal
y de aguas
cristalinas,
que
corría al pie de un cerro que entonces no tenía nombre ni lo tuvo por muchos años, pero que hoy es conocido por el de S a n Cristóbal. (1) A la margen meridional de ese río resolvió el caudillo de los aventureros echar la planta de la ciudad que había ofrecido al apóstol-soldado, así c o m o eregir en su circuito
la iglesia
pro-
metida a M a r í a . E s e fué el origen del nombre de la capital de Chile, llamada desde su fundación S a n t i a g o del Nuevo
Extremo,
porque P e -
dro de Valdivia, c o m o muchos de sus compañeros de conquista, era extremeño. ' E s e fué también el origen de nuestra
Catedral,
consagrada
todavía hoy mismo a la asunción de M a r í a , por cuya causa se ha tallado el año último su colosal efigie en lo más prominente de su altar mayor. L a s razones que aconsejaban, al sagaz y 'experimentado capi( l ) En lodos los documentos del siglo XVI en que hemos visto mencionado el cerro de San Cristóbal se habla de él solo como de «el cerro grande que está a la otra banda del río» u otra designación semejante. Hubo después muchos capitanes del nombre de Cristóbal, tan común entonces como el de Alonso, pero nos parece que el verdadero origen de la denominación del nuestro es la leyenda católica que atribuye a San Cristóbal la virtud que los paganos asignaban al gigante Atlas, representándolo generalmente llevando en sus espaldas el peso del mundo que soporta el niño Jesús (a quien el santo lleva a cuestas) en una mano. De aquí proviene que los españoles llamasen con frecuencia algunas de sus montañas con el nombre de San Cristóbal. Así, por ejemplo, llámase un cerro que domina a Badajoz y también el pico más alto de las montañas de Ronda, que sirve de punto de mira a los navegantes del estrecho de Gibraltar. En Chile un cerro alto que domina la villa de Yumbél llámase también San Crísíóbal.
HISTORIA
DE
19
SANTIAGO
íá.n extremeño la elección de aquel sitio para edificar la
capital
de un reino, honran en alto grado su previsión y su criterio. L a hueste invasora había venido, en
efecto, hasta aquel pa-
raje, y una vez que hubo montado por su espalda
setentrional
los Andes chilenos, recorriendo un país agrio, quebrado, estéril, sin terrenos aprovechables para el cultivo ni
para
la alimenta-
ción de un vecindario considerable. D e C o p i a p ó había
pasado
•al Huasco, en seguida a C o q u i m b o , y uno en pos de otro, en seguida, los cinco valles que corren en nuestro territorio norte desde A c o n c a g u a al último nombrado; y en ninguno de ellos se había echado de ver el aprovechamiento que necesitaba el porvenir de una gran
ciudad.
P o r consiguiente, P e d r o de Valdivia, siguiendo siempre el derrotero de su
predecesor D i e g o
de Almagro, había torcido
brida de su comitiva en la subida
del valle de
por la parte de él que hoy se llama distrito aurífero de M a r g a - M a r g a ,
la
Cancanicagua,
Quillota; y atravesando
en el que su antecesor
el
había
hecho lavar con ingrata suerte algunas bateas de mineral de o r o , •descendió sobre Melipilla por la cuesta llamada al presente de Ibacache, pasando antes por el asiento que
ocupa
Casablanca
y después por Talagante y los Cerrillos hasta llegar a la falda del S a n Cristóbal,
(l)
Era pues, la basta planicie del M a i p o y las márgenes de! valle del M a p o c h o no comprimidas, cual los del norte, por enormes montañas, el sitio que la naturaleza ofrecía de preferencia para el asiento y regalo de los nuevos p o b l a d o r e s . C o m o razón topográfica, la elección
del adelantado
no tenía reproche; pero es preciso añadir que en esto
español obedecía
también a las sabias providencias que s o b r e la erección de p o ( l ) El camino de Almagro y de Valdivia no pudo ser sino el del Inca, del que existen todavía visibles huellas en muchas partes de nuestro territorio setentrional y especialmente en la provincia de Copiapó, como lo demostraremos prolijamente en otra obra que tenemos preparada sobre Diego de Almagro. El único autor que habla del itinerario de éste (Oviedo), cita después de Coquimbo el valle de Lúa, que no pueda ser sino el de la Ligua. Cay menciona, al hablar de la marcha de Valdivia, el de Longoíoma,' que corre cuatro leguas al norte del de la Ligua, y describe después su ruta al sur por Tapihue y Talagante, a cuyo último punto descendió, según él, por la montaña llamada hoy de Zapata. Parece, empero, más natural que hubiera sido por Ibacache, como sucede hoy, bien que esa cadena es la misma que mas al oriente se llama de Zapata.
20 blaciones
BENJAMÍN
en América
TICUNA
había
MACKENNA
dictado C a r l o s V muchos anos-
hacía, ( l ) En otro sentido, lo que los castellanos buscaban casi exclusivamente en el Nuevo M u n d o , eran estas dos c o s a s supremas: — o r o y gentiles a quienes convertir a las creencias de C r i s t o ; y c o m o no les era dable alcanzar lo uno y lo otro, sino donde existiesen masas considerables y sumisas de indígenas, allí d o n de las encontraban, ponían sus reales y su altar. A h o r a bien; ese agrupamiento indispensable existía entonces en Chile solo en el valle del M a p o c h o , que en lengua índica quería decir país (mapu) de la gente (che). Al norte de este río y su c o m a r c a , refiere el mismo Valdivia en su primera carta a C a r l o s V , que en siete valles no había encontrado más de tres mil aborígenes, y éstos exparcidos, aislados, viviendo c a d a parcialidad casi ajena a la existencia de su vecina. En el valle del Mapuche,
al contrario, los primeros historia--
dores, con su acostumbrada exageración, afirman que los pobladores llegaban a ochenta mil. U n a sana crítica aconseja, sin embargo, reducir esta cifra inverosímil a una expresión racional, y c o m o tal el número de o c h o mil no nos parece ni corto ni excesivo para empadronar los aborígenes de nuestro valle. (2) (1) Ordenanzas de 1523. (2) Jerónimo de Quiroga y Marino de Lovera se fijan en esfa cifra: pero es preciso advertir que el último descubre su exageración de una manera asombrosa. Hablando, por ejemplo, de la indiada que derrotó a Valdivia en el llanode Tucapel. dice que se componía de cíenlo clncuenía mil combatientes (pág. 115) y la que batió a Villagrán en seguida en la cuesta de Marihueno perdió en muertos cien mil, pereciendo solo noventa y seis españoles. El mismo autor, que fué corregidor de Valdivia, asegura que en este distrito, y diez leguas a su circunsferencia, había quinientos mil indios, y el jesuíta Escobar, que amplió su obra hasta 1595, asegura que en medio siglo de guerra iban ya muertos dos mi— llones de ellos. El padre Ovalle acepta también el número de 8 0 , 0 0 0 pobladores indígenos.— «Al pie de este cerro, dice, (pág. 152) hallaron los castellanos poblado gran suma de indios que según refieren algunos de los autores, llegaban a ochenta mil, y pareciendo al gobernador Pedro de Valdivia que supuesto que los naturales de la tierra habían poblado en este lugar, sería sin duda el mejor de todo el valle>. Pero basta fijarse en las circunstancias de topografía que hemos señalado, lo pobreza de los cultivos, la escasez de agua para los regadíos, el sistema aislado de valle o volle que existía forzosamente en la época indígena, por la carencia de animales de transporte, para imaginarse que el solo valle del Mapocho, situado en--
HISTORIA
DE
21
SANTIAGO
U n a alta inspiración de política a c o n s e j a b a
además al con-
quistador extremeño echar los cimientos de la c a b e c e r a del f u turo reino en aquella localidad. El M a p o c h o era a la verdad la frontera meridional del v a s t o imperio incarial que Yupangui y sus
sucesores habían g a n a d o
p o r el mediodía durante un siglo de lentas subyugaciones, según -era su-política, y cuya gran nacionalidad a c a b a b a
de d e r r i b a r
en su propio centro F r a n c i s c o Pizarro y D i e g o de Almagro. Hasta aquel río y a lo más hasta el C a c h a p o a l los incas tenían foaces eníre las planicies áridas de Colina y de Maipo.aún tomando en cuenta la frugalidad habitual d J indígena americano, pudiese alimentar más de diez mil individuos. Pero hay, además de estas razones de inducción, datos evidentes que disminuyen esta misma última cifra de un modo considerable. Carvallo, por ejemplo, dice que él vio una iniormación hecha en 1558 (28 años después de la fundación de S a n íiago) por un vecino llamado Ñuño Hernández; y de ella resulta que el número de indios que existía entre el vallecifo de Colina y los cerrillos de Apochame (hoy cerrillos de Espejo) no pasaba de diez mil. Olivares dice que los mapuches eran solo ocAo mil. pero sospechamos que es error de copia, porque en otra parte asegura que Valdivia dio a Francisco Villagrán un repartimiento de treinta mil indios en Maquehua (donde jamás habrá habido dos mil) y otro de doce mil a P e dro Olmos de Aguilera en la Imperial (Olivares, pág. 129.) Pero además del dato auténtico de Carvallo, resulta que el mismo Valdivia, en su tercera carta a Carlos V en 1546, (cinco años después de la fundación) asegura que era tan escaso el número de los indios, que habiéndolos repartido en •encomiendas a sesenta vecinos, se había visto obligado a reducir los últimos a íreinta, a fin de que sus dueños sacaran algún provecho. Carvallo añade que los indígenas que ayudaron a edificar a Santiago bajó su primera planta, contando con los yanaconas peruanos que trajo Valdivia, llegó a seis mil. Góngora Marmol e j o , que.tiene la autoridad de un contemporáneo y era testigo de vista, afirma por su parte que en el primer encuentro que sostuvieron los españoles con I03 mapuches solo quedaron trescientos de éstos en el campo, lo que prueba que, aunque los indígenas habían venido en masa desde el Maule a Aconcagua, no podían pasar de cuatro a cinco mil combatientes. Por último, el jesuíta Escobar, •que escribió en 1595, apunta que en los términos de la jurisdicción de Santiago, que se extendía entonces del río Choapa al Maule, no existían ni siete mil indios, bien que ya había hecho en ellos considerables estragos la viruela y oíros males •anexos a la conquista. En vista de todos estos antecedentes, creemos que el valle del Mapocho no podía tener más de diez mil pobladores por ningún concepto. Bien notoria es, además, la inaudita ponderación de los primitivos historiadores para creer, como cree también Prescoít, por ejemplo, que Hernán Corté peleó en Otumba contra doscientos mil guerreros mejicanos y que en el Perú alzaban ta! grita las masas de indios al pasar el Inca en sus viajes, según refiere Ondergando, que con el estruendo caían aturdidos los pájaros. El mismo Valdivia .llevado de un propósito de acreditar sus conquistas, escribía al rey en 1551 que la tierra ce Chile era «toda un pueblo y una cimentera y una mina de oro, y si las casas no s e ponen una sobre otra, no pueden caber en ella más de lo que tiene». Pero esta es la poesía del lenguaje de los conquistadores. Ya hemos visto cuál « r a la realidad.
22
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
por suya la tierra. L o s indígenas eran sus tributarios y por tanto se mantenían sumisos, autoridad. S u lengua (el quichua) ción que más cuesta
laboriosos
y
(miíamaes)'
sujetos
a su
y hasta su religión, la institu-
implantar en una conquista, imperaba en
g r a n ' m a n e r a en todos esos distritos ( l ) . Almagro
había encon-
( l ) El padre Rosales en su famosa historia inédita de Chile (que tuvimos ocasión de examinar en Valencia en 1860 mediante la complacencia de su. actual poseedor señor Salva), dice que en Colina existía un templo dedicado al Dios de los peruanos Pachacamac. Frente a la estación de la Calera, en el f e rrocarril de Santiago a Valparaíso, hay una cuesta que separa el valle de Quillofa del de Ocoa y que se llama también Pachacama y en cuyas faldas existió* íalvez un templo bajo el mismo nombre del que existe todavía en el valle de Lurín a cinco leguas de Lima, maravillando al viajero en sus portentosas ruinas. Por otra parte, el idioma quichua estaba ya de tal modo divulgado entre los aborígenes de Chile, que al menos hasta el valle del Mapocho, puede decirse, que la lengua de la raza conquistadora era la misma de la raza conquistada. Aun hoy mismo, por la tradición que han ido perpetuando de una en una lasnodrizas indígenas de los primeros hijos de los conquistadores, existen palabrascuya legitima etimología estaba ya borrada en tiempo de la conquista, pues lo» mismo se decía huaina (joven), chasque (expreso), {ambo (posada), en el Cuzcoque en Santiago. Y aquí es digno de observarse que esta mezcla de palabrasinvadió de tal modo la propia lengua de los conquistadores por Ja asimilación de las razas, que aun conservamos, sin fijarnos, infinidad de voces quichuas o chilenas, que se aplican precisamente a personas, cosas y condiciones en un: sentido familiar y frecuente. Así, por ejemplo, tenemos respecto de las personas huaina por mancebo; huacho por bastardo, che por gente, y entre otras las p a labras chape y chascas (ambas quichuas y araucanas a la vez), aplicadas a Ioscabellos. Para designar ciertas enlermedades quedan también algunas palabras, como chavalongo, chava, dolor; lonco cabeza; arestín por sarna, pahua por hin— cnazón, y de aquí pahuacha, potra o potroso y otras; como objeto de uso, además de las muchas denominaciones indígenas, conservamos las de poncho, chano, chamanto, para designar un solo articulo o sus variedades, siendo der notarse la semejanza de otras que tienen analogía de significado, como huasca (soga), huaraca (honda), huirá (mimbre), huincha (lazo o cinta delgada). En l a labranza se mantienen muchos nombres (fuera de los de animales, insectos,, yerbas, flores, aves, todos indígenas), como el de lampa por pala o azada, pirca, por tapia, chancho por puerco, debiendo hacer notar que entre los indígenas de Chiloé solo se da el nombre de cocA; a este animal. Por último, hasta pera d e signar ciertas condiciones del cuerpo y del espíritu usamos cada día expresiones genuinameníe bárbaras y aborígenes, como por ejemplo guara por gracia, donaire. Tuturutú es una palabra esencialmente quichua y en el mismo malicioso» sentido la usan en Lima, en Arequipa, en el Cuzco y en Santiago. Otro tantapuede decirse del huaso o huasa, palabra quichua y araucana a la vez, que.significa espalda, ancas y de acuí fué que a los hombres que los indios veían, sobre la espalda o ancas de los caballos comenzaron a llamarlos huasos, p o r lo que la genuina expresión tan popular no es propiamente hombre de campo, sino hombre de a caballo. El estudio de las etimologías quichuas y araucanas es sumamente curioso y llegará a ser tema de serias investigaciones cuando los espíritus se preocupen; de estudios serios también. Por ahora solo conocemos los calepinos quichuas, de Torres—Rubios y González—Olguín, y la gramática araucana del jesuíta? Tebres; pero aun con estos pobres elementos una persona medianamente sagaz;
HISTORIA
trado año
en su camino
de los
más de doscientos mil p e s o s ,
tras dos pellas 16.
el tributo
El mismo
maes
de
que explotaban
los delegados
halló
aquel
del Inca.
Esta
sino
un noble
valle b a j o
valía como
y la
otra
una colonia de
mita-
11
libras
de
las reducciones
en breve veremos,
Cuzco
cada mues-
la disciplina inmediata de
El jefe político
del
que
llamado
un
Vitacura
del
cacique
(l).
circunstancia era, pues, de una importancia definitiva para
Valdivia,
puesto
conveniente
que le permitía
para
emprender
del M a u l e
maucaes
rio se proponía verá más punto
la una
en T a l a g a n t e
M a p o c h o , no era t a m p o c o , c o m o indígena,
chilenos,
y del que apartó
que p e s a b a
oro
Valdivia
23
D E SANTIAGO
de
hacer
después
y los Araucanos
pie contra
no era para
en un
sitio
los b e l i c o s o s
pro-
del B i o b í o ,
llevar en breve sus a r m a s .
adelante,
seguro
Valdivia
a cuyo
Santiago,
territo-
según
se
un fin: era a p e n a s
un
iniciativa.
podría hacer una descomposición de nuestro idioma familiar, casi tan curiosa e interesante como la que algunos filólogos españoles han hecho estudiando las raíces árabes del castellano, que en realidad, en las cosas que significan progreso, poesía, imaginación es árabe puro. Nuestro estudio filológico sería tanto más curioso cuanto que hay palabras como gaucho, por ejemplo, derivadas hasta del latín, de gaudeos, gauderios, nombre que se daba a la gente alegre en las Pampas y en Montevideo. (1) El valle del Mapuche estaba cultivado por milamaes del gobernador orejón Vitacura, quien dio permiso a Valdivia y lo recibió con buen semblante. «Por esta causa no menos que por la grande anchura, fertilidad y sanos aires de este valle, que es de lo mejor de las Indias y aun de la cristiandad, determinó el general de hacer aquí asiento y aun de dar trasa de undar una ciudad lo más breve posible». (Marino de Lovera, página"45). Nos parece oportuno advertir aquí que durante la conquista se llamaban mitimaes a los indios tributarios de los Incas del Perú, como lo eran a la sazón los chilenos. Los españoles llamaban yanaconas a sus indios de servicio, fueran peruanos o chilenos, y a los yanaconas por extensión los llamaban mitimaes o indios de encomienda o repartimiento. También los llamaban a todos los indígenas indistintamente conas o anaconas cuando estaban subyugados y servían. La palabra encomienda tenía su origen en la fórmula hipócrita del título en qu; se imponía la esclavitud al aborígena, pues por ella se encomendaba éste a la conciencia y cuidado de su amo. El repartimiento, era la distribución por cabezas, que según las localidades se hacia dé~tós fñdiós , y de aquí vino lo que se llama hoy inquilinaje, que no es sino una modificación del repartimiento y de las encomiendas, ebolidas en Chile solo a fines del pasado siglo por el ilustre O'Higgins. (Véase la obra titulada: Entretenimientos de un prisionero en el Río de la Plata por el barón de Juras Reales. Barcelona 1828). Como estas palabras son de frecuente uso en toda obra que se ocupe de la era colonial, nos ha parecido conveniente explicarlas en este lugar.
24
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
En otro sentido, aquellos indígenas, si bien sujetos a una influencia
extranjera, no podían considerarse c o m o b á r b a r o s . T e -
nían cierta agricultura especial enseñada por los peruanos, que los convertía en colonos
de
idioma nos han quedado,
las nociones de su labranza. ellos denominaban cajis, davía chácaras
inmediata utilidad.
su propio
Tenían
en efecto sementeras que
y sus heredades que hoy llamamos to-
en las cjue cultivaban el maíz,
judía llamada fréjol
En
c o m o ya insinuamos, las palabras y
( l ) y la papa,
una
especie de
tres producciones
indígenas
de América y la última con especialidad de Chile, donde todavía crece salvaje. Cultivaban también la quinua,
semilla amarga
pero sana y nutritiva importada del Perú, en cuyos valles interiores se cultiva todavía; el t a b a c o (puíer) venirles desde más
cuya simiente debió
lejos, y Antonio de Herrera
especie de avena que llamaban
habla de una
de la que hacían
teca,
harina
moliéndola entre dos piedras (2). Aprovechaban además los frutos naturales, c o m o los del arrayán, del cohuil, del pangue nalcas), garia
el guiliave, el maqui, el quilo y la s a b r o s a frutilla Del maíz y del grano del molle hacían
chilensis).
espirituosas para su
(las (fra-
chichas
regalo y b o r r a c h e r a s . Poseían un conoci-
miento aventajado de irrigación, c o m o que sus maestros habían sido los admirables ingenieros hidráulicos de la N a s c a y C a j a marca, y cual
lo
llamamos el Salto
atestigua
todavía
del
y a
agua;
el
notable acueducto que
la verdad que en agricultura
tenían por añejas los b á r b a r o s de hace tres siglos ciertas c o s a s que hoy nosotros c o n o c e m o s
solo
como
novedades,
pues en
algunos de sus valles usaban, c o m o ahora, el huano del lo que hacía que los maizales nista de Indias,
«tan altos c o m o lanzas»
sus sementeras domésticas
nos
todavía regalan nuestro paladar. los indios) y la chuchoca,
Perú,
de C o p i a p ó fueran, según un crohan
(3);
al
paso que en
dejado preparaciones
L a s humifas
(humintas
c o m o condimentos, del choclo
que
decían o grano
(1) Frísol dicen los primitivos historiadores: poroíos los llaman todavía las genfes del pueblo, ñl valle de Purutum es todavía lamoso por el excelente cultivo de sus porotos. (2) El jesuíta Febres habla de otra semilla famosa llamada nuegen en su Arte de la lengua chilena. (3) Herrera, libro I, Decada VII.
HISTORIA
•del maíz, el chuño (hulpo)
del
liuío
DE
25
SANTIAGO
y de la papa,
el s a b r o s o
hurpo
tan frugal c o m o agradable, están probando que los ga-
lopines castellanos tuvieron algo que aprender de las cocineras indígenas, madres y abuelas de las que
hoy
todavía
paran y sazonan cada día la cazuela y el huachalomo, indispensables de la vitalidad orgánica del chileno. •del M a p o c h o sobresalían especialmente maíz, del que
según
el
nos presímbolos
Las
indias
en las preparaciones del
jesuíta Febres
conocían no menos de
seis variedades, entre las que no debe olvidarse la curahüa deliciosa harina (el llalli)
y su
cuya tuesta ha dado nombre a uno de
los barrios más populosos de S a n t i a g o :
«La
villa del CóbiU .
En cuanto a sus habitaciones, y aunque Valdivia las pondera •de «muy bien hechas y fuertes,
con grandes tablasones
y mu-
c h a s muy grandes, y de a dos, cuatro y o c h o puertas» sería acertado juzgarlas superiores
a
( l ) no
los mismos ranchos
que
sus descendientes han continuado fabricando hasta hoy día ninguna mejora visible,
como
sucede
también
con
las
sin rucas,
que dan abrigo todavía al araucano, y que forman la principal fisonomía
de los arrabales de nuestros pueblos, desde S a n t i a g o
a Angol de los Confines. Fuera de estas consideraciones
generales,
poderosamente en la balanza de la
que debían
mente al conquistador de Chile y a sus capitanes, los que eran hombres graves
pesar
elección, ocurríase naturalmuchos de
y de seguro consejo, c o m o más
•adelante veremos, otros de estrategia y de conveniencia militar, que no podían
escaparse
a la mente de soldados, muchos
de
ellos encanecidos en la guerra con los b á r b a r o s de América. P o r aquella época, en que las mieses se ostentaban en todo su esplendor,
presentaba
en
efecto
la
planta
en que hoy la
capital de Chile luce las galas de su opulencia, el aspecto de una meseta de mediana elevación
sobre
M a p o c h o , que dividiéndose, al tocar fuerte del cerro de S a n t a Lucía, en
por dos
las
barrancas del río
el oriente el contrabrazos paralelos, cir-
cundaban aquel montículo, y después de apartarse por considerable distancia, iban a reunirse en dirección al poniente (2). (1) Carla al rey de 2 5 de septiembre de 1551. (2) El siíio de bifurcación de los dos cauces del Mapo:ho era evidenfemeníe el
26
BENJAMÍN: VICUÑA
Por
consiguiente,
existía
una especie
no era una isla longitudinal) l a d a por mentos que
dos corrientes
de salubridad
existía
hermoseaba refugio Bien
maduros
día de su llegada Chimba
un c o n s e j o
convocó
fuera
de guerra
a todos
propiamente
Chile
los
mayor,
en
su de
rocallosa
al p a s o
que
serviría
Valdivia,
del
margen
de
situado, el
primer
derecha
o
la
a la
población
citó a sus
capitanes
con a p r o b a c i ó n de é s t o s ,
territorio
que prescribían
desde
asiento
de Huelen,
(3) a un parlamento,
tuvo las solemnidades
colina
área,
peligrosas,
y en seguida,
caciques
ele-
dentro de su cavilosidad, que
Mapocho,
estrictamente
ais-
defensa y de
militar ( l ) .
era
susceptibilidades al
que
el panorama,
de una adversidad
que
de
aquella
admirable
todos sus planes
(si es
y a la vez
de que la
de
(2), frente a la que servia
indígena, llamada a
y aseo,
de península
espaciosa
servirían
extremidad
y de su s e c r e t o
no despertar
bastante
que le
de una manera
en el c a s o
era mucha, por
en una
MACKENNA
llamado
entonces
que fué el primero que
las pragmáticas reales.
que se llama todavía las CajUas de Agua, y era en ese punto generalmente donde rompían, buscando su antiguo nivel, las diversas inundaciones que han asolado a Santiago, según en su lugar veremos. En cuanto al punto de confluencia de les dos cauces, no sabríamos decir ahora si ésta tenía lugar por algún bajo del barrio de Yungay, evidentemente situado en inferior nivel a la ciudad antigua, o si siguiendo la dirección de las chácaras de Chuchunco iba la Cañada a tocar otra vez el Mapocho en los bajos de Pudahuel. Nos inclinamos sin embargo a la primera opinión. (1) La importancia esfpatégica del cerrillo de Santa Lucía, que para el vulgo fué generalmente la gran causa determinante de la elección de Valdivia, tuvo en ella, a nuestro entender solo una influencia muy subalterna, porque la arma más poderosa de los castellanos y la más temida de los indios era el caballo, que necesita terreno desembarazado. Y así aconteció que en la primer batalla que ocurrió con los indios, los que la decidieron fueron los jinetes que salieron a campo raso afuera de las palizadas. Siglos más farde Marcó del Pont y su consejero militar el Iraile Martínez demostraron con sus curiosos castillos que el Santa Lucía podía servir para asolar o Santiago más no para defenderle. (2) Chimba es una palabra quichua que quiere decir simplemente al otro lado del río. Este nombre se ha conservado en los pueblos de Copiapó, Ovalle, Santiago y algunos oíros valles donde existen ciudades, lo que es todavía una prueba de la influencia filológica de la lengua indígena que dejamos señalada en otro lugar. (3) No pertenece a esta obra el dilucidar la interesante y curiosa cuestión del origen verdadero del nombre de Chile ni tampoco de la extensión que tenía este territorio. Algunos han creído, sin embargo, que ese nombre se aplicaba estrictamente solo al valle de Aconcagua, lo que es un error, porque según Oviedo, que escribió teniendo a la vista relaciones auténticas de Almagro, de quien era amigo personal y adicto partidario, nos demuestra que el país llamado Chile era propiamente el que ocupa hoy ¡as provincias de Santiago, Colchagua y Curicó, incluso el valle de Aconcagua.
HISTOBIA
DE
27
SANTIAGO
Historiadores hubo que nos conservaron los nombres de las principales reducciones presentes en aquella junta política celebrada a cielo raso al pie de! S a n Cristóbal, M a r i n o de Lovera, que militó T)a]o~fas"' banderas de Valdivia, menciona a los c a c i ques de Colina, Lampa, rrillos
de
Apochame,
Buíacura,
Talagante,
Apoquindo, C e -
(Batuco?) Melipilla
y
otros,
hasta el
C a c h a p o a l . Carvallo añade los nombres de Millacura, cacique de la reducción montuosa del M a i p o , Huara-Huara, cacique de la D e h e s a y el más importante de todos, ¡iuelén-Huala,
señor
del sitio en que iba a edificarse la nueva ciudad, pues aquí e s preciso decir que la colina misteriosa, a cuyo
derredor estaba
agrupado el vasto caserío indígena, llamábase Huelen, que en indio quiere decir dolor, lo fué para los
suyos,
pues
desdicha de
y
nombre
que harto grande
ellos solo quedan hoy c o m o
memoria, a manera de colosales lápidas, sus áridos peñones. Hízose la ceremonia con todos los aparatos que el h o m b r e gasta cuando
para
engañar
sin
remordimientos comienza p o r
engañarse así mismo. S e leyó la fórmula
de
algarabía mística
y regia escrita del doctor P a l a c i o s R u b i o s , en que, a título de toma de posesión para D i o s , el R e y y el P a p a , se consumaban los despojos. C o m o era de estilo, se repartieron a b r a z o s y re" «Anduvo, dice de Almagro, (íomo 4.°, página 2 7 3 ) personalmenfe visitando la provincia de Chile y la de los Picones su comarcana, las cuales ambas confernán hasta cíenlo sesenta leguas (españolas) de largo poco más o menos». Hemos anticipado esta observación únicamente para dar razón del hábito popular que hasta la fecha hace dar el nombre 'de Chile a la ciudad de Santiago, aun entre los habitantes del mismo valle de Aconcagua, y la explicación de esto para nosotros está indudablemente en que se consideró a Santiago desde su fundación como el núcleo habitado y principal del territorio de Chile, nombre que se usaba en contraposición al territorio de Copiapó, Coquimbo, Penco, etc., que formaban especie de reinezuelos separados, a virtud del sistema federativo que existía en nuestra era aborigene, y cuyos vínculos se pusieron todos a la vez en juego para repeler !a conquista. No fueron, sin embargo, los indígenas los que comenzaron a llamar a Santiago Chile sino los criollos y las razas intermedias. Los indios llamaban a Santiago Cara-AAspuche, ciudad del Mapocho, como llamaban a Concepción 'Cara-Penco. El nombre de Chile aplicado a Santiago rige todavía en las provincias meridionales como un hábito inveterado. En 1810 el general O'Higgins y el doctor Rosas denominan Chile a Santiago en su correspondencia privada. Benavides, que era natural de Quirihue, nunca le dio otro nombre en sus comunicaciones oficiales; y hasta un oficial, subdito de Rancagua, que hizo la campaña de la restauración del Perú en 1839, cuando le preguntaban en los salones de Lima en qué lugar de Chile había nacido, solía contestar con adorable candor: «En un pueblo que está 2 5 leguas más allá de Chile».
28
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
•galos, tronó el cañón, se dispararon al aire los viejos
arcabu-
c e s , y por último dejó a los invadidos por único legítimo derec h o , el de pedir a la embriaguez
de sus
el s o p o r de
chichas
su ira impotente o de su fingido abatimiento. Fué entre tanto c o s a evidente, según el
testimonio de todos
los contemporáneos, certificada después por los hechos, que los c a c i q u e s c o n v o c a d o s y en especial Huelén-Huala tenían resuelto en juntas sigilosas oponerse a
la ocupación de la tierra y ha-
cer salir de ella a Valdivia de grado o por fuerza, c o m o hicieran abandonarla en virtud solo de su taima, seis años antes, al Adelantado Almagro. P e r o hemos dicho que por aquellos días las mieses estaban todavía en los campos, y sus cautos dueños resolvieron
aguardar
hasta
tenerlas
en sus trojes para dar el
grito de guerra. Medida de sabiduría y de ha hecho tradicional,' pues
desde
aquellos
hoy corre, ¿cuándo se viera los chilenos y mapuches
estómago,
que
se
años hasta el que en
especial
a
los
correr a las revueltas en tiempo de trillas y sandías?
Afinidades que llamaremos de temperamento, porque nadie consentiría de buen grado en que la llamásemos de raza! P e d r o de Valdivia, lo tenemos ya dicho, era un capitán prudente, y empleó dos
meses
cabales
en todos sus aprestos de
apoderamiento pacífico del territorio, pues aunque no consta el día en que sentó su campo en la ribera del M a p o c h o , propias cartas dejó a ñ o de 1540.
él
referido
que
en sus
había sido a últimos del
Imaginámonos a veces que el día exacto de aquel
s u c e s o fué el 13 de diciembre en Lucía, y de aquí talvez vino advocación en el cerrillo
la
de este
que
se conmemora a S a n t a
erección de
la
ermita de esa
nombre, que desde entonces
lo tuvo. H á c e s e preciso advertir, sin embargo, que
las colinas
altas que en forma de anfiteatro rodean la espalda de la S e r e na llámanse también de S a n t a Lucía; de otra ermita
semejante
que hubo allí ( l ) . Al fin, el día 12 de febrero de 1541
Valdi-
via mandó a su escribano extender la acta de fundación de la nueva ciudad (2).
Pero
solo doce días
más tarde, esto es, el
( 1 ) Esfa úlíima circunstancia y el ser conocida vulgarmente Santa Lucía como abogada de la vista, nos induce a sospechar que se diera su nombre a tales eminencias por las deleitosas vistas que desde ellas se disfrutan. (2) La acta de fundación de la ciudad, cuyo original se quemó en el asalto qua
HISTORIA
DE
2 4 de febrero tomó la posesión
29
SANTIAGO
real
del
sitio, cuyas dos cir-
cunstancias diversas armonizan claramente dos fechas que s o l o han podido ser irreconciliables para espíritus p o c o reflexivos. Entre tanto, toda la noticia descriptiva que nos ha
quedado
del ceremonia! empleado en aquella coyuntura es la de esa eterna ostentación española llamada publicación
del
bando,
escol-
tada de tropa armada y salvas de cañón, el pregón de un escribano y todo «acompañado, c o m o dice el b u e n padre Guzmán, refiriéndose a esta propia volantes por los aires»
ocasión,
de
muchos
vivas y g o r r a s
(l).
en breve dieron los indios a la ciudad, dice así en el trasunto de ella que hay en el //¿ro becerro. «A 12 del día del mes de febrero,.año de mil e quinientos e cuarenta e un años, fundó esta ciudad en nombre Dios, y de su bendita madre, y del apóstol Sanfitgo, el muy magnífico señor Pedro de Valdivia, teniente de gol ernador y capitán general por el muy ilustre señor don Francisco Pizarra, gobernador y capitán general en las provincias del Perú por S . M. Y púsole nombre la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, y a esta provincia y sus comarcanas, y aquella fierra de que S . M_ íuere servido que sea una gobernación, la provincia de la Nueva Extremadura» (1) Guzmán, f. 2.°, pág. 7 8 1 .
CAPITULO
II
Huelen Ordenanza real sobre la plañía de las ciudades en América.—La distribución de las aguas decide de la dirección de las calles principales.—Delincación primitiva de la ciudad.—La Cañada y la Cañadilla.—Nomenclatura
de sus calles.—Ere:-
ción de la plaza de armas.—Pedro Valdivia edifica sus casas en un ángulo de ella.—Manifiéstase que el titulado palacio de don Pedro de Valdivia es solo una superchería.
H a c e atribuido generalmente al ingenio del fundador de S a n tiago la delincación de la planta de la cindad, y aun de sí mismo dice, en una de sus famosas cartas al emperador,
que él dio el
trazo de ella. P e r o es lo cierto que ese sistema de cuadrángulos o manzanas,
peculiar
a la
América española
desde
Méjico
a
B u e n o s Aires, había sido adoptado muy de antemano por disposiciones reales.
* Y cuando
hagan la planta del lugar, había
o r d e n a d o C a r l o s V en 1523 a los descubridores del Nuevo Mund o , repártanla por sus plazas, calles y solares a cordel y
regia,
comenzando desde la plaza mayor y sacando desde ellas las calles a
las puertas y caminos principales,
y dejando
tanto
compás
abierto cuanto que aunque la población vaya en gran crecimiento, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma» (1). ( l ) Estos preceptos fueron incorporados más farde en la ley 1.a, til. 7,o, libro 4 . o de la Recopilación de Indias. En ella se añadían además mandatos (on cuerdos como los siguientes: «Procuren tener el agua cerca y que se pueda conducir al puebla y heredades, derivándola, si fuese posible, para mejor aprovecharse de ello, y los materiales ne-
32
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
L a demarcación de S a n t i a g o , como la de Lima, que se tomó por modelo, debió, pues, comenzar por el diseño de la plaza principal, esto es por el centro de la casi-isla elegida por el conquistador entre la Cañada
( l ) del M a p o c h o y su cauce permanente,
pues el lecho de aquella, que se niveló gradualmente con el transc u r s o de siglos, debía hallarse a la sazón
más
cercano al de
la última. El historiador P é r e z G a r c í a , que en esto c o m o en todo c o p i a a otros y en especial a Olivarez, y a su ejemplo el padre G u z mán, que reprodujo sólo los traslados que aquél dejara, refieren que la planta primitiva de la ciudad comprendía diez calles de oriente a poniente desde la falda occidental del S a n t a Lucía, y o c h o de norte a sur entre la C a ñ a d a y el rio, lo que parece e x a c t o , porque el mayor espacio del terreno y las ventajas del declive e irrigación daban mayor ensanche a la ciudad en su suave descens o hacia el oeste. E ! primer plano científico de S a n t i a g o , dibujado en 1712 por el ingeniero francés Frezier, nos confirma en esta suposición, pues las ochenta manzanas que Valdivia delineó para poblar, cen distribuidas en diez calles que
apare-
corren en ese rumbo, mien-
tras que las calles de norte a sur escasamente comprendida la llamada hoy de las Ramadas,
llegan a o c h o ,
qué por su tortuo-
sidad y su propio nombre no parece haber entrado en la planta primitiva. Habría de creerse que fuera la intención de Valdi via el dar precesarios para edificios, (ierras de labor, cultura y pasto, con que excusarán el mucho trabajo y costos que se siguen de la distancia. No elijan sitios para poblar en lugares muy altos, por la molestia de los vientos y dificultad del servicio y acarreto, ni en lugares muy bajos, porque suelen ser en ermos: fúndense en los medianamente levantados, que gocen descubiertos los vientos Norte y Mediodía, y si hubiera de tener sierras y cuesfss, sean por la parte de Levante y Poniente.* Nadie podrá negar que la mayor parte de estas condiciones fueron consultadas en la fundación de Santiago. ( i ) Sabido es que ¡os españoles llaman cañadas las hondonadas del terreno, como quebradas, cauces secos de rios. etc. Esto mismo se estila en Méjico y el Río de la Plata, usándose la denominación genérica de quebrada solo en el Perú y Chile. La Cañadilla era otro cauce enjuto del Mapocho, pero menos pronunciado que el que hoy ocupa nuestra hermosa Alameda. Sin embargo, en la inundación de 1827, el rio salió en esa dirección buscando su nivel, por lo que fué preciso trabajar un pretil de cal y ladrillo, como siglos antes se habían hecho los tajamares cerrando el cauce de la cañada grande.
HISTORIA
DE
33
SANTIAGO
ferencia para la morada de los vecinos a las calles que corrían de sur a norte, y que son las que no sin cierto ingrato desdén llámanse hoy día atravesadas,
porque esto habría permitido una más con-
veniente distribución de la sombra y de la luz, del calor y del aire, no sólo dentro de las habitaciones, que hoy sufren una cruel desigualdad en las horas que alumbra
el
sol, sino en la con-
veniencia de la vía pública, inundada ahora en los meses de verano por una resolana fatigosa que ha forzado a los habitantes o distinguir marcadamente como dos zonas geográficas, (y no sin ciertas buenas razones de higiene), las casas de las veredas sol y las opuestas de la Pero
esas condiciones,
del
sombra. que sólo la ignorancia de las reglas
más vulgares de la salubridad pública podría desdeñar, hubieron de subordinarse a una necesidad más vital y más preciosa de la localidad: tal era la admirable
distribución de sus
aguas para
usos públicos y domésticos que, atravesando cada manzana por su centro en la dirección de su declive natural, deberían convertir en breve la naciente población en un verjel, al paso que le suministrarían para un tiempo venidero, que sólo hoy llega, una ventaja higiénica, digna de ser envidiada, una vez convenientemente establecida, por las más opulentas capitales de Europa. L o s acueductos de regadío que todavía existen con sus primitivos nombres de acequias
interiores,
fueron, pues, coetáneos con la delincación de
la ciudad, y aun hay motivos para creer que la precedieron, pues hemos dicho que los indios conocían el arte de la irrigación artificial. Era, por tanto., natural regasen con las aguas de la vega, las sementeras que se extendían al pie del Huelen, sirviéndose de las acequias que hoy mismo se ven cavadas y corrientes a su falda. S e ñ a l a d o el circuito de la plaza, el alarife
( l ) que nuestra prosaica
nomenclatura civil ha convertido hoy del árabe, en lo que se llama director
de
obras
públicas,
procedió a tirar sus cordeles hacia
los cuatro vientos para dar cabida a los ochenta
cuadrángulos
que debía contener la población. Según se deja ver hoy día
no
( l ) El primer alarife de Santiago llamóse Pedro de Gamboa y fué electo por el cabildo con el sueldo de 5 0 0 pesos, el 18 de Marzo de 1541, esto es, un mes después de fundada la ciudad.
BENJAMÍN
34
p a r e c e , sin e m b a r g o , que diseñadas todas
las
VICUÑA
en
calles
esa
que
MACKENNA
primitiva distribución
hemos
dicho
quedaran
debía c o m p r e n d e r
aquella. S u p o n e m o s , en efecto, que por el oriente la delincación a cordel •comenzó s ó l o
en la que hoy s e
denomina
calle
de
las
Claras,
pues desde la vereda oriental de ésta, hasta las p a r e d e s del c e r r o , s e extendían h a c i a
el oriente s o l a r e s informes e irregulares, según
s e denotaba todavía en los primeros a ñ o s del último siglo. Esa
misma
que hoy llaman vieron, ras
cinos
de
tres c u a d r a s
están
alarife
delineación
probando
terminaba
Teafínos,
por
al poniente que
sino el c a p r i c h o
en
por
lo
mismo
unos b e a t o s
de la plaza,
en la
que en
pues sus
su perfil no intervino
del tiempo y el de sus
calle
ella
vi-
curvatu-
la regla
del
primitivos
ve-
(l).
( l ) Es un estudio sin duda nimio pero curioso el de la actual nomenclatura de esas vías que son las arterias de nuestra vida social, y a las cuales todos vivimos más o menos asociados por un grato recuerdo o por lo que liga todavía más estrechamente el alma, por un dolor. Pero puede asegurarse que esa averiguación ha quedado muy empobrecida por la incuria de nuestros primeros ciudadanos y sus sucesivas generaciones. Las calles de la capital no tuvieron en verdad nombre en los dos primeros siglos de su fundación, con excepción íalvez de la llamada del Rey, y que, de la independencia acá, ha comenzado a llamarse del Esíado. En todos los títulos privados, en los asientos del cabildo y en las mercedes de solares, jamás se daba nombre a calle alguna, porque lo cierto era que no lo tenían. La fórmula invariable era en esas épocas: <e! solar tal, que está a espaldas, o seguido o contiguo del solar cual», y así se decía de las casas y de las calles, fijándose siempre en las más conspicuas de aquellas, sistema incurable que rige todavía con pasmo de los extranjeros, únicos que saben el número de la casa en que habitamos desde que vimos la primera luz ¡del sol que todavía alumbra nuestra inercia. Por no aprender un número damos aún las señas de un modo capaz de llenar una página de este libro, y esto que nosotros mismos, en la mayor parte de los casos, no las entendemos, a lo que se agrega que dándolas todos a un tiempo como es costumbre universal, resulta que un forastero entienda tanto de las señas de Santiago como de las de Pekin o del Cairo. Y esto es tan antiguo y tan inmutable, que en la hora que corre podría asegurarse, como un dato de estadística, que de cien moradores de Santiago solo uno sabe el número de su casa, y ese uno ias más veces lo da equivocado, a no ser que lo lleve apuntado en su tarjeta, bien que a su vez la tarjeta, como medio de comunicación e indicación de domicilio, es una cosa que está todavía muy en ciernes. Mientras Santiago lué una triste villa, y tal lo fué por más de un siglo, acontecíale, pues, lo que a nuestras villas de hoy, cuyas calles.no tienen rótulos, y si lo tienen pintado en alguna tabla, nadie se los aplica. Mas, andando los años, y creciendo el vecindario y el tráfico, el pueblo, este gran bauíizador de sus propias obras, comenzó a dar nombres permanentes a las calles públicas. Como era natural, el ritual eclesiástico prevaleció, y de aquí el origen monástico de nuestros más opulentos barrios. Otras tomaron su fe de bautismo de la opulencia antigua de sus moradores, como la de Ahumada, por el capitán don Valeriano de Ahu-
HISTORIA
Dase,
DE
35
SANTIAGO
pues, naturalmente por sentado que,
apremiados
los
conquistadores, en vista de los a s o m o s del invierno, que en la é p o c a de la fundación se hallaba ya cercano,
solo levantaron
mada que habitó a principios del siglo XVII, una casa recientemente frasformada (la del Senador Maffe); ¡a de Morandé, por ciertos vecinos de Concepción, hijos de un marino francés a quien el amor trajo a Chile y el orgullo a Santiago-, la de Bretón, del nombre de otro extranjero que vino a mediados del último siglo en el navio Oriflama, y puso en Santiago y en esa calle el primer billar que se viera •en esta tierra de (rucos, situado en extramuros; por último, como la de Galvez, Duaríe, Mesías, etc., que no tienen, por supuesto, diverso origen de las que hoy se laman de Lira, de Dávila, de Villavicencio, de Castro, etc. Prevaleció también en la imaginación popular, la idea de los signos exteriores •de algún patio o jardín primitivo, y de aquí los nombres del Mosquelo, del Chirimoyo, del Peumo, del Sauce, dados a calles subalíemas, algunas de las que se han hecho más tarde principales. Otras debieron su origen a circunstancias más especiales, y algunas de ellas no carecen de cierta curiosidad, La de San Antonio, por ejemplo, llámase así a consecuencia de un santo de esa advocación que hay en un altar de San Francisco, frente a frente de la vía cuando se abre su puerta lateral; la de la Ceniza tomó el suyo de ¡as borras y cenizas que se arrojaban hasta en los primeros años de este siglo de jas jabonerías que allí hubo, y la de la Bandera recibió este nombre casi en una época contemporánea, pues antes de 1820 conocíanla con el nombre de calle atravesada de la Compañía, y así consta de los libros de cabildo del último siglo; mas, como un honrado comerciante, que aun existe, (el señor don Pedro Chacón Morales), acostumbrara enarbolar una bandera en su tienda, situada en •esa calle, cada vez que había realización o martillo, comenzó el pueblo gradualmente a cambiarle su primera denominación. Hubo también nombres de calles que se han alterado en tiempo algo más remoto, como las de Huérfanos, que se llamó de la Moneda vieja en una época, por •estar en ella la casa en que se sellaba, mientras que en la que hoy lleva el último nombre llamábase Calle real, hasta que se edificó en ella el actual palacio de •gobierno. La calle de la Nevería llamóse también por muchos años de la Pescadería, pues solo allí se permitía la venta de mariscos, y hubo otras calles que tuvieron nombres diversos, pero cuya localización sería hoy difícil establecer. Los libros del cabildo hablan, por ejemplo, de una calle llamada del Bachiller, a principios de siglo pasado, que debió ser una d_- las más centrales, pues se gastaron en una vez quinientos pesos en su acomodo, y parécenos que no puede ser otra que hoy se denomina del Puente, porque en su remate seíentrional se levantó más tarde éste. Como se ve, la pila bautismal de nuestra capital es bastante humilde, sobre todo si se la compara con la pomposa Buenos Aires; pero por lo menos es ían característica en sus apelativos conventuales, como lo era, digámoslo de paso, la nomenclatura de una aldea de Inglaterra (Cirencesler) en la que el que esto es-cribe habitó largos días y de cuyas únicas cinco calles, llamábase una ColdStreet, otra Silver Sf, y la tercera Dollar Sí. o sean las calles del Oro, de la Plata y de! Peso fuerte, todo lo cual no puede negarse que es esencialmente inglés. Hay también en nuestros nombres patronímicos cierto estiramiento y formalidad •que acusa nuestro origen gallego-vizcaíno, pues no tenemos como la andaluza Lima ninguna calle que se llame de los Polvos azules, La faltriquera del diablo, De siete jeringas. De chupa jeringas, De las divorciadas y de Ya parió... y otras por el estilo. Lo único que ofrecería alguna semejanza con estas, es la de Santa Rosa que hasta fines del último siglo se llamó calle de las Matadas o de las Matadoras. Fué también especial nuestra nomenclatura en la continuidad de un solo nombre aplicado a la serie de cuadras de una sola calle, que solo la plaza inte-
36
BENJAMÍN
algunas rucas
palizadas
indígenas.
VICUÑA
y ranchos El
mismo
( l ) de totora, Valdivia
•Nos hicieron nuestras c a s a s les
MACKENNA
a semejanza
dice
en
de
su primera
de madera y paja
las
carca:
en la traza
que
dí>. M a s c o m o a c o n t e c i e r a , según
a l z a d o s en maza quemaron provisional,
hubo
de
en breve veremos, que los indios
y a r r a n c a r o n hasta
construirse
de nuevo
no (1542) con materiales
de adobón
mandato
fin
de
Valdivia,
a
el suelo esa aldea
en el próximo
y teja, según
(2)
de ponerla
a cubierto
vera-
expreso
de
nuevos
incendios. El núcleo la primera
de la p o b l a c i ó n hora
h a b í a r o d e a d o de
de la fundación, una palizada
ligro constante de un súbito verdad esta habrían
disposición,
perecido
que les dio
había
todos
sitio.
«Les ganaron
sitio
donde e s t a b a n » ,
toda
en
para
sin
la plaza
embargo,
los
no h a b e r s e
españoles
a los
pocos
en
tomado la
meses
desde
principal,
ofrecer algún
que
se
reparo al
alzamiento. Y tan a c e r t a d a
que a
Michimalonco
estado,
en
fué a
la
tiempo,
sangrienta
batalla
de elegido
la ciudad, sino fué solamente
pe-
el
dice un historiador c o n t e m p o r á n e o , y
aquel poco lúe-
rrumpía al contrario de la que se usa en Méjico, Lima y Buenos Aires en que cada cuadra tiene un nombre di erenie. Algunas también ,o tuvieron antes en S a n tiago como la que se llama hoy del Estado, que era llamada de San Agustín, el Rey, Pescadería, Caridad y el Basural. El sistema español puro prevaleció, pues, en nuestro primitivo bautizo y ha sido imposible desarraigarlo a iuerza de decretos, de placas en las esquinas, y de avisos en los periódicos, lo que es una prueba más de nuestro espíritu progresista y eminentemente innovador. Debe consolarnos, empero, el que nosotros hayamos podido dar un nombre siquiera a una sola calle de España, pues una de las mejores de Cádiz llámase Ca//e del conde del Maule, por nuestro buen paisano don Nicolás de la Cruz, que allí vivió opulento en los primeros años de este siglo. En Madrid misrao, y a la mitad del paseo de la Fuente Castellana, alguien vio en 1859 una villa llamada La chilena, que sería íalvez todo lo que los madrileños sabían de Chile, antes de tener noticia del traspaso del Covadonga y del traspaso de Pareja. (1) No es esfa una expresión americana, como pudiera creerse, sino una aplicación de la palabra rancho, que los militares españoles usaban por comida; y como ésta la encontraban los conquistadores o la preparaban en las habitaciones de los indígenas, le dieron este nombre. Ranchear en las historias antiguas es por esío sinónimo de forrajear. Las casas de los indios llamábanlas rucas; y así se denominan todavía en Arauco. En Méjico llaman rancho las haciendas, como las llaman hatos en Venezuela, injenios en el Perú, estancias en el Plata, etc.. potreros en Valdivia, campanarios en la Unión, etc. ( 2 ) Los indios no conocían propiamente el adobe, que es de origen árabe (elatob.) pero usaban lo que todavía se llama adobón y lo empleaban como los indios del Perú en sus casas y templos, según se ve ahora en todas las admirables ruinas de los últimos, principalmente en los valles de Chincha y de Cañete.
HISTORIA
DE
37
SANTIAGO
g o añade que hicieron pedazos a dos cristianos q u e era donde se peleaba»
«en la
pieza,
(l).
P o r esto fué que cuando Valdivia reparó lo destruido dice él mismo:
«determiné hacer un c e r c a d o de estado y medio de alto,
d e mil y seiscientos pies en cuadro que llevó doscientos
mil
(?)
a d o b e s de a vara de largo y un palmo de alto», añadiendo que •él mismo ayudó con sus manos a preparar los materiales y c a r g a r l o s en sus hombros para ejemplo (2). L a localización de este fuerte es materia que ha atormentado l o s cerebros
de muchos
antiguos historiadores.
U n o de ellos
•comparativamente moderno ( C ó r d o b a Figueroa) dice que fué en «1 cerro de S a n t a Lucía, opinión tan fuera de camino, que aún •el mismo padre Guzmán reciente
la encuentra descabellada.
(Carvallo) afirma que
Otro más.
«el fortín dominaba la nueva po-
blación y descubría toda la ribera del M a p o c h o » . P e r o ateniéndonos únicamente a lo que dicen los contempor á n e o s y especialmente M a r m o l e j o , que fué uno de los primitiv o s fundadores, el sitio fortificado no pudo ser sino la que e s hoy todavía nuestra plaza principal. Aquel cronista la señala p o r s u nombre:
en
la plaza
dice, c o m o
a c a b a m o s de
verlo.
Las
dimensiones que da Valdivia al recinto fortificado cuadran adem á s ajustadamente al suyo y no a otro; la opinión de C a r v a l l o , que fué prolijo en sus consultas, se concilia,
porque ese sitio,
abierto entonces, dominaba la ribera del M a p o c h o , y por último «1 pueblo, ese gran libro de todas las averiguaciones dudosas, llama todavía aquel lugar con el nombre primitivo que sus fundadores
le dieron: La plaza
llamado la plaza
mayor,
de
la plaza
armas. del
rey,
Nadie hasta aquí la ha que es la designación
común de esos lugares en las ciudades españolas, en cuyo país llámanse solo plazas
de
armas
las
ciudades fronterizas o forti-
ficadas, c o m o B a d a j o z , Figueras, Pamplona, S a n t o ñ a , etc. En un ángulo de ese recinto así protegido, P e d r o de V a l d i via puso pues por su propia mano la primera piedra de la igles i a que al salir del C u z c o había ofrecido al culto de M a r í a , y c o m o era de costumbre y de ley en todas las fundaciones, hizo ( 1 ) Góngora Marmolejo, pág. 8. ( 2 ) Carla primera cilada.
38
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
edificar en su inmediación su propia morada. L a casa de
Pedro
de
Valdivia,
estaba
o
palacio-
por consiguiente situada en el
ángulo fronterizo al de la Catedral, y es la misma que, reedific a d a dos o tres veces, ha estado sirviendo
de mansión a l o s
capitanes generales de la colonia y a los presidentes de la r e pública ( l ) .
( l ) Calculamos que esta aseveración, que destruye por su base un error vulgar y por tanto acariciado, va a causar en ciertos críticos una impresión lastimosa,, quizá de grita y de difamación. Vamos por tanto a dar clara y perfecta razón de como lo que se ha llamado el Palacio de Pedro Valdivia en el barrio oriental de: Santa Lucía, donde se ha consagrado a su memoria un hermoso templo, es solo una superchería que no resiste al criterio más superficial. Ya queda evidentemente demostrado que Valdivia jamás estableció su campo ere la falda oriental del Santa Lucía, y menos tuvo el pensamiento absurdo de edificar allí una ciudad en el pedregal estrecho que dejaban dos brazos de rio destinados a lavarlo en todas sus creces. Este solo argumento sería concluyente; pero está históricamente demostrado que las casas de Valdivia tuvieron únicamente la localización que hemos apuntado. Gay, por ejemplo, dice (f. l.o, pág. 140) hablando de la construcción de la iglesia: «También construyeron en en un costado de la plaza lacasa de Pedro Valdivia, algo más desembarazada ésta que las demás» y esfa a s e veración no es antojadiza, porque el mismo Valdivia tratando de aquellos mismos edificios que hemos dicho, era de ley edificar contiguos, dice a Carlos V en su. tercera carta datada de Concepción el 13 de octubre de 1350: «Atendí a que se hiciese la iglesia y casas.» Ahora bien, de estas mismas casas dice el procurador de Santiago Francisco M i ñez, en los capítulos o solicitudes que puso a Valdivia en 9 de noviembre de 1552, que están citas en la plaza y que habiéndolas vendido Valdivia al rey por medio de. su mayordomo Martín de Alba, estaban ya ocupadas por los oficiales reales y t e nían allí su oficina de cuentas y tesorería. (Libro becerro de Santiago, año de 1 5 5 2 ) . Del mismo libro consta que cuando Valdivia fué electo gobernador popularmente, a los pocos meses después de undada la ciudad, se salió de la sala o {ambo en que estaba funcionando el cabildo abierto, «se entró a su cámara, dice la acta, que estaba allí junta.• Esfa misma versión ha acogido el señor Amunátegui en su interesante libro sobre el descubrimiento de Chile. Pero, aparte de todo esto, que no puede ser más concluyente para desfruir el engaño, podemos añadir que el padre Ovalle, que escribió en 1640, asegura que al irse él en su juventud al colegio de Córdoba (1618), esto es, ochenta años después de la fundación de Santiago, no existía población ni una sola casa en la parte oriental del Santa Lucía. Frezier, que levaníó el plano de Santiago 9 4 años másfarde todavía ( 1 7 1 2 ) no señala tampoco un solo edificio en esa localidad, que atravesaban solo dos cauces solitarios de agua para los usos de la población. Y lo más curioso todavía es que no mencionando la tal casa ningún historiador digno» de respeto, haya sido el buen padre Guzmán en sus consejas a su sobrino Amadeo el primero que la haya consignado doscientos noventa y cinco años ( 1 8 3 3 ) después de edificada aquella. «Y así más probable me parece que esfe fuerte (dice f- 2., pág. 7 3 3 ) fuese una casa que aún se conserva el día de hoy con el nombre de palacio de don Pedro Valdivia...* Pero aún fuera de estos claros antecedentes históricos, hay otros no menos indisputables de arqueología que contradicen la autenticidad de esa absurda r e liquia.
HISTORIA
L o s demás s o l a r e s yeron
que
hacían
frente
entre los principales p o b l a d o r e s .
ellos t o c ó primera
al
alcalde J u a n
casa
de altos
perdió en breve Para
palacio
la vida,
distribución
lles
este a oeste,
éstas, siendo todas tado, t o c á n d o s e verse todavía aristocrática
de 4 0 varas
por
éste los
de la ciudad,
glos,
los terremotos
mar y a hacer
inconocible
es en el perteneció
de P a s t r a n a , en
su
lugar
que
lo
diremos. ca-
frente de las
ca-
y de aquí la preferencia
de
con
manzanas las casas
los o t r o s ,
cual
de la parte solariegas,
las subdivisiones
y de las herencias
L o s sitios se concedían
en él la
que
de frente y de 7 5 varas de c o s -
donde
entrado todavía en el lote de
uno de
edificó
Otro,
por c a d a
unos
en algunas p o c a s
distribu-
de los habitantes s e dividió
solares, cuatro
de
se
arzobispal,
como
da manzana en o c h o que corren
plaza,
que
en C h i l e .
de ciudad Antonio
junto con
la acertada
a la
En c o n s e c u e n c i a ,
Dávoilos Jufré
conocida
que se levanta hoy el suntuoso al primer procurador
39
D E SANTIAGO
que con
ha de venir a
suele
central y no
han
los
si-
transfor-
nuestra cuna. gratuitamente
al que
los solicitaba
a
Puede asegurarse, sin íemor alguno de que la preocupación salga a desmentirnos, que no hay en Santiago muralla alguna de adobe que tenga más de doscientos años de antigüedad: pues si todos los templos, la mayor parte de cal y ladrillo, de cal y canto y aún de piedra de sillería, han sido reedificados dos, tres y hasta cuatro veces, en trescientos años, cómo se habría podido mantener de pie aquella pobre pared? El argumento jefe que hay en esta cuestión y el que nos ha guiado para encontrar la verdad eñ este problema no son, sin embargo, las consideraciones anteriores sino una simple cuestión de buen sentido. Lo que queda de la casa llamada palacio ele Pedro Valdivia es un macizo de cuatro varas de frente y de seis u o ho de costado, con un altillo o sobrado cue apenas permite estar de pie a un hombre de buena estatura y al que se sube por una escalerilla miserable y oscura. Ahora bien, suponiendo que lo que ha desaparecido del palacio :uese otro tanto de lo que existe o diez tantos más, ¿pudo ser jamás tal edificio, la morada (las casas como él mismo las llama, pues por íuerza habían de ser muy espaciosas) de un hombre tan fastuoso y arrogante como Pedro Valdivia, que se complacía en llevar hasta en la guerra una numerosa servidumbre desde mayordomo a paje y palafrenero? Es uera de duda que ese pequeño edificio tiene una antigüedad bástente considerable como lo demuestra la ;orma especial de sus tejas en extremo angostas y acanaladas y sus vigas de canelo sin labrar, que se focan encima del sobrado; pero esto no podrá inducir a ninguna persona sensata a atribuir a esa¡ construcción otro origen que el que en realidad es evidente tuvo, esto es, el de una casa quinta, chácara o bodegón de algún honrado vecino que la quiso hacer resistente a los temblores, y esta conclusión la sacamos del hecho de que basta echar una mirada por algunos de nuestros arrabales rústicos (especialmente en la Chimba) para encontrar construcciones análogas y casi tan antiguas como
40
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKBNNA
{ííulo de vecino, y aún se les d o n a b a más de uno con la sola obligación de cerrarlo en uso y sabían mos,
por haberla
meses, p a s a d o
con- tapia
construir
de a d o b ó n
los
introducido
el cual s e
(que
era la que
indios y a n a c o n a s , en
el P e r ú )
denunciaban por
en
según
digi-
de
seis
el plazo y se
vacos
tenían
ya
daban
a
otros. Tal y
fué la primitiva planta
tal cual
la
trazó el
de
cordel
Santiago,
del
desnuda de Pedro
alarife
J u z g a d a su distribución por la crítica
de
edificios Gamboa.
moderna, p a r e c e c í a un evi-
dente error el que entonces no se hubiese d a d o
más
sus vías públicas
las plazas
tios de r e c r e o
de los
callejones
extensión
de la que nos tendrían
abiertas
m o r i s c o s de
y que
las últimas
derecho
a
y si-
hombres- que
de G r a n a d a ,
tuvieron
nuestra
para
espacio
es preciso c o n -
para
Sevilla y
ha reservado
tampoco
para
pero en justicia
eran en demasía
C á c e r e s y de Trujillo,
cia. No
más lugares
de la población;
fesar que aquellas venían
ni señalado
mucha
imprevisora
acusar
de
mayor codi-
a aquellos
de
la apócrifa de que damos cuenío. Las vigas de canelo bruío no es tampoco argumento de una extrema antigüedad, pues casas hay en Santiago, y no pocas habitadas todavía por familias opulentas que tienen esa clase de madera como soportal en su techumbre. La casa, por ejemplo, que fué de don Jerónimo Medina en la tercera cuadra de la calle de la Compañía y que hoy reedifica la familia Ovalle Vicuña, tenía únicamente vigas de canelo sin labrar, y aún ahora mismo podrían usarlas nuestros arquitectos, pues se encuentra en abundancia en la hacienda de San Miguel y otras vecindades de San Francisco del Moníe, que fué de donde acarrearon aquellas, y de aquí su nombre. En las haciendas vecinas de Santiago, como en Pirque, por ejemplo, los campesinos, cuando pueden, no usan otra clase de vigas quí la de canelo, porque les ahorra el trabajo de labrarlas, bastándoles el quitarle las cortezas. Ni aún a preíesfo de que ese entresuelo fué no ya palacio sino la casa de campo de Valdivia podrá revindicarse, pues está averiguado que la chácara que Valdivia se asignó a si mismo, estaba situada al pie del San Cristóbal, donde fuvo su primer campamento y por la que corrían entonces no menos de (res acequias, en una de las cuales dio permiso para levan ar un molino a uno de sus capitanes seis meses aníes de su mueríe (Libro becerro.—Actas del cabildo de 1553.) Entre íanío, no por que hayamos desvanecido este error, que solo prueba las puerilidades que sirv:n muchas veces a lo que se llama criterio, tradición, historia, etc., pretendemos disminuir el mérito de los hombres bien intencionados que en aquel sitio levantaron una bonita iglesia espiaíoria. Lo único que podríamos decir sin agravio de nadie, es que el (uno que por vengarse de Pareja, apedreó la lápida que daba razón a la impostura, manifestó más instinto histórico que aquellos san'os varones. Oportunamente y cuando hayamos de dar cuenta de la adquisición por el Estado de este famoso palacio, acabaremos de comprobar nuestra opinión (si (odavia es preciso) con la escritura de compra a la vista.
HISTORIA
DE
41
SANTIAGO
mezquinos ¡os que después de haber tolerado la calle que ciertamente
Angosta,
no fué delineada por los conquistadores,
a h o r a haciendo vías públicas de veinte
varas
están
de claro por res-
petar en los suburbios de la ciudad que tiene mejor planta natural en el mundo, la triste parsimonia de los particulares.
CAPÍTULO
III
Los fundadores Notable carácter de la hueste que trajo Valdivia y su origen extremeño.—Sus principales capitanes.—Sus más notables vecinos. — Juan Gómez y Juan nández de Áldereíe.—Los adalides
de la
Fer-
conquista.—Los primeros clérigos
y frailes.—Doña Inés de Suárez.—El primer verdugo.—Nómina de los fundadores de Santiago.—Fundación de su primer cabildo.
El mayor número de los compañeros de P e d r o Valdivia, aunque aventureros y hombres de guerra, drillas castellanas que
a diferencia de J a s cua-
habían hecho conquistas en otras
partes
de la América, eran soldados de mediana pro y algunos de mucho respeto. O t r o Almagro, de la noble gente quistadores de
Chile,
llanos,
tanto había sucedido con los camaradas de
cual dicen los historiadores fué la más lucida y
de guerra que militó
bajo el pendón de los
del nuevo mundo, salvo que los almagrisfas
cono
los
como se les llamó más tarde, eran casi todos caste-
c o m o su caudillo, mientras
que los secuaces del nuevo
Adelantado eran en su mayor número hijos, c o m o él, de la varonil y selvática Extremadura ( i ) , ( l ) Todos los historiadores de crédito, Oviedo, Herrera, Góngora, Lovera, etc.. están de acuerdo en esto, asi como en que la hueste de Valdivia era aún de más lustre que la de Almagro, porque aquellos vinieron casi todos a su costa (pues Valdivia era personalmente pobre), mientras que Almagro empleó toda su parte de botín en los tesoros de Alahualpa y del Cuzco en alistar su banda, cuyas deudas ingentes perdonó a cada uno, como es sabido, con su proverbial prodigalidad, al entrar a Copiapó. No puede decirse otro tanto de los refuerzos qne trajeron en seguida Monroy.
44
BENJAMÍN
N o quiero decir por res fueran de más
VICUÑA
MACKENNA
esto que los orígenes de nuestros mayo-
alta alcurnia que los de otras ciudades,
en
que las generaciones han dado menos valor a los blasones; porque puede asegurarse que de los soldados de Almagro y de los de Valdivia solo quedó entre nosotros la memoria.
D e los pri-
meros porque no volvieron ya a la tierra después del descubrimiento, y de
los últimos porque el mayor número
pereció, a
ejemplo de su jefe, en las lanzas del indio b á r b a r o . En los libros tradicionales del cabildo de S a n t i a g o solo queda,
en verdad,
vieron
noticia de tres o cuatro capitanes que sobrevi-
a los desastres, y de ellos, por sus servicios señalados,
tomaremos nota más adelante. L o s verdaderos
fundadores de nuestra nacionalidad, sin dis-
puta excepcional en la América española, vinieron, según tomamos compromisos de demostrarlo en debido lugar, de otra vincia de España, más análoga
a la nuestra
pro-
en clima, en pro-
ducciones y en otras semejanzas de topografía y panorama, que hoy día mismo al viajero nacido Chile, cuando recorre Vizcaya,
en los valles y gargantas de
los valles y
parécele tener a la vista,
niatura, el molde en que se
desfiladeros
montuosos de
bien que en pintoresca mi-
hubiera
diseñado la grandiosa to-
pografía del lejano suelo patrio. P o r ahora bástenos sólo dejar sentado, c o m o único
timbre
de nobleza digno de ser a c o g i d o
p o r un pueblo civilizado, la circunstancia harto especial y extraña en aquellos siglos de que de los ciento y sesenta ros de P e d r o
de Valdivia,
más
de
la
sabían leer y escribir. Noventa de ellos sí y por los que no de
mitad
de
firmaron,
compañesu número
en efecto, por
podían hacerlo, el acta de nombramiento
gobernador propietario en la persona de su caudillo el
de J u n i o de 1541, y así consta del libro
becerro,
verdadera nobleza santiaguina, no de la que fué comprada tarde con el
fruto de los
potreros y de las
10
ejecutoria de la más
ramadas de ma-
tanza. Villagra y el mismo Valdivia, cuando regresó del Perú. D e estos últimos, dice el palentino Fernández, Historia del Perú, pág. 129, «había algunos que habían sido desterrados del Perú y otros a galera por culpados en la rebelión de Gonzalo Pizarro.> El tercio que trajo Hurtado de Mendoza era también compuesto de muchos de los rebeldes de los Jirones y Contreras.
HISTORIA
DE
45
SANTIAGO
C o m o P e d r o de Valdivia era un capitán prestigioso y popular, probado en las guerras de Italia, de Venezuela y del Perú, donde
los
Pizarro lo consideraban
como
su brazo
derecho,
acompañábanle hombres de mucha cuenta
en
la guerra, tanto
en las hazañas c o m o en el consejo. Eran
de éstos sin disputa
los más notables J e r ó n i m o de Alderete, un caballero ya entrado en años natural de O l m e d o en Castilla la Vieja; Aguirre,
soldado
de mucho valor oriundo de
Francisco de Talavera de la
Reina; Francisco Villagra, esforzado aventurero, hijo de ga,
Astor-
en el reino de León; R o d r i g o de Quiroga, el patriarca
S a n t i a g o y su verdadero fundador civil, gallego de y por último Alonso de Monroy,
el amigo más leal y más a b -
negado del caudillo extremeño, c o m o que la vida. Tenían entre tanto, los
de
nacimiento,
cuatro
en su servicio rindió
primero? tan altos títu-
los en la consideración de sus compañeros y en la de Valdivia mismo, que unos por un principio y oíros por otro, fueron sus sucesores en el mando; y a c a s o el último lo habría sido en primera línea, por la naturaleza de sus servicios y lo probado de su lealtad, si la
muerte no hubiese
cortado
su
carrera antes
que la de su señor. Entre estos entendidos capitanes
Valdivia
había
distribuido
el mando de las armas desde su salida del C u z c o . A AAonroy lo había hecho su sargento
mayor,
empleo que en cierta mane-
ra equivalía al que s e llamó después de
cuartel-maestre y hoy
jefe de estado mayor en los ejércitos. A J e r ó n i m o de Alderete confió una compañía de caballería y la otra a Francisco de Aguirre, A Francisco de Villagra dio la de arcabuceros y a Rodrigo de Quiroga la de los piqueros dados que peleaban de
y
ballesteros
y rodeleros
o sol-
a pie con lanzas y broqueles. P a r a el
mando conocido en seguida po, designó a un caballero
con
el título de maesfre de cam-
de S a l a m a n c a llamado P e d r o
Gó-
mez de don Benito, del que no ha quedado en la crónica más huella que
la de su pomposo nombre, por lo que debió morir
o abandonar la tierra de temprano. P o r último entregó la bandera de la conquista, con el
título
de alférez
real,
que era el
cuarto título en la jerarquía militar entre los descubridores ( l ) , ( l ) Adelantado,
maestro de campo, sargento mayor, alférez real.
«Adelanta-
46
BENJAMÍN
a un soldado joven
y
VICUÑA
MACKENNA
animoso llamado P e d r o de Miranda, y
el mismo cuya tradición ha recogido la historia con una melancólica simpatía
por
las
aventuras
singulares que
en el valle de C o p i a p ó a su regreso, al Perú, Monroy,
y más que por esto por haber
sido
experimentó
en compañía de victima del pri-
mero y extraño crimen doméstico que consignan nuestros anales, según en época oportuna hemos de contar. Habrase
visto que aquellos capitanes tenían nacionalidad di-
versa en la nomenclatura política de España,
tan/'hondamente
marcada en esa época; pero de los soldados jóvenes, dicen los cronistas
que
en
su
éstos hacíase notar el
mayor
número eran extremeños, y entre
brillante D i e g o
G a r c í a de C á c e r e s ,
a
quien encontramos todavía entre los proceres de la capital cuarenta años después de su fundación. Otros
de los notables eran
Antonio de Ulloa y G a s p a r de
O r e n s e , emisario el uno de Valdivia y el otro señalado aquel por su fea traición, c o m o
de Villagra,
tan
el último por su leal-
tad acendrada; P e d r o de Villagra, natural de Colmenar de Arenas, pariente del primer Villagra y su sucesor en el mando; J u a n B o h o n , el verdadero fundador de la S e r e n a , Antonio de P a s t r a na y J u a n Godinez, el primero
y último procurador de ciudad
de entre los pobladores originarios, el capitán Rodrigo de Araya, que puso al
pie del S a n t a Lucía el primer mplino
en S a n t i a g o ( l ) y P e d r o de G a m b o a que su primer alarife;
que
corrió
hemos ya dicho
fué
1
M á s alta jerarquía que el último tuvieron J u a n Fernández Aldereíe, y J u a n G ó m e z
que algunos llaman de
porque, c o m o el Adelantado don
Diego,
Almagro,
talvez
era oriundo de aquel
pueblo de Castilla. do» llamaban en España a los gobernadores militares de las provincias fronterizas de los moros, y de aquí vino que se aplicase con propiedad a los descubridores de América, cuya vida era adelantar siempre la conquista. ( l ) Este molino ha existido, bien que mejorado, en su sitio primitivo, que es el que hoy ocupa la panadería de Stuven, en el ángulo sud-oesíe del cerro de Santa Lucía. El segundo se fabricó en el costado opuesto donde todavía existe, y fué hasta hace poco propiedad de un señor Collao. Levantólo el vecino fundador Bartolomé Flores, natural de Nurembergy, cuyo verdadero apellido debía por tanto ser el de Blumen. El tercer molino lo levantó el capitán Juan Dávalos Jofré en terrenos de Valdivia al pie del San Cristóbal, y el cuarto fué construido por Rodrigo de Quiroga en el barrio de la Chimba.
HISTORIA
Era
DE
47
SANTIAGO
J u a n Fernández hombre de
«muchas canas y de p e c h o
•varonil en cualquier lance>, según dice alguien que le conociera ( l ) al referir la enérgica resistencia que opuso a Francisco de V i l l a g r a cuando
se negó
a entregarle los caudales del rey sen-
tándose s o b r e la caja que los contenía, pues era tesorero. Llegó por tanto a ser
uno
de los vecinos
más respetables de S a n -
tiago y fué él quien levantó a sus expensas la hermita que dio n o m b r e al peñón de S a n t a Lucia. J u a n G ó m e z , cuyo nombre conserva todavía una de las queb r a d a s de Valparaíso, en cyo fondo y laderas estuvo el puerto primitivo, era al contrario tan terrible y cruel c o m o Alderete
Fernández
pasaba por cristiano. Tuvo el primero la vara de la
justicia c o m o alguacil mayor, y su implacable severidad con los indios; particularmente en el asiento de Valparaíso, a donde le llevó la averiguación de un levantamiento, g o s que •ocasión la
a c a s o ejecutó entre
y los crueles casti-
aquellos infelices pescadores,
a que su nombre quedara
dio
para siempre recordado en
comarca. Entre
los simples caballeros que seguían el pendón de
Val-
divia tan solo por el amor a las aventuras y al peligro en aquella edad~vecína de las cruzadas,
contábanse J u a n de C e p e d a ,
Luis de T o l e d o y dos brillantes paladines llamados D i e g o O r o , natural de M a y o r g a , en •oriundo de Milán. d a d o s su reputación
Castilla
Tan bien
la
Vieja, y Vicencio
Monti,
sentada debieron tener estos sol-
de valor y de
lealtad, que ellos
figuran
entre los trece compañeros que eligió Valdivia para su empres a contra G o n z a l o Pizarro, y entre los que iban hombres c o m o Alderete, don Antonio Beltrán, y el capitán J u a n D á v a l o s J o f r é , •el primer alcalde que tuvo Santiago, y sin disputa el primero de sus
vecinos, en el sentido honroso
que se da en el día a este
íítulo, si no hubiese existido Rodrigo de Quiroga. E s digno, por otra parte, de notarse en este estudio de nombres
seculares, que aunque muchos de los vecinos fundadores
de S a n t i a g o comenzaron a llamarse capitanes desde los primer o s años de la conquista, solo aparecen firmados en las primer a s actas con el título preciado de Don, ( l ) Marino de Lovera, pág. 174.
tres caballeros llamados
48 Don
BENJAMÍN
VICUÑA
Antonio de Beltrán, Don
MACKENNA
Francisco P o n c e de León y
Don
Martín de Solier, a quien empero no le valió su alcurnia, pues fué el primero a quien
Valdivia hizo cortar
con cuatro de sus parciales, por
adictos al
la
cabeza,
junto
bando de los A l -
magristas. E s también curioso saber que solo a su regreso del Perú, cuando Valdivia vino provisto de gobernador por el licenciado título de Don
L a G a s e a , comenzó a darse
que antes no había tenido, c o m o no lo tuvieron
Pizarro y Almagro, que de un
propietario
a sí propio el
lo compraron
con
el
descubrimiento
mundo. Hoy solo cuesta el sobrescrito de una carta, y
esto solo es una señal da los tiempos, y de tal modo, que ya comienza a ser un lujo el dejar el Don les. L a
era de la ssmecracia
sea de
nombres-••
A más
de los
queda
soldados
olvidado en los pape-
ya iniciada, aunque
vinieron, c o m o aconteció
solo
entonces
en todas las conquistas, algunos sacerdotes animosos entre los que ¡a historia ha conservado los de B a r t o l o m é González M a r moiejo, natural de C a r m o n a en Andalucía ( l ) , hombre bueno y prudente, aficionado a la cría de dió ser
un exelente
cura
caballos, lo
de nuestra
que no le impi-
primera
parroquia y el
primer obispo de S a n t i a g o , siendo digno de curiosidad que uno de los motivos por especialidad al
que el gobernador le
rey para la
ductor de unas cuantas l o s . colonos. D e los llamábase el uno arrojadísimo,
yeguas que
otros
dos
Juan Lobo,
que
recomendó con
mitra, fué el de
en viendo
fueron de gran servicio a
clérigos que natural de
indios
más
haber sido intro-
se
él
vinieron
S a n Lucar,
con
hombre
ponía el breviario
de
coraza, y empuñando lanza se entraba entre ellos, c o m o s u c e dió el día de la primera batalla del M a p o c h o , donde, dice uno de sus contemporáneos. (2) «anduvo entre ellos c o m o lobo entre pobres ovejas.» nada excepto su
Llamábase el otro D i e g o Pérez, y de éste,
nombre y un pleito
por
que hablan las actas de cabildo, se ha moria. Vinieron
cobro
de pesos de
conservado c o m o
también dos notables frailes
mercedarios,
mein-
signes misioneros y de los que hay motivo para creer que uno ( 1 ) Marino de Lovera, dice que era de Consfanfina. (2) Góngora Mermolejo, páj. 8 .
—
'
~—
HISTORIA DE
49
SANTIAGO
al menos, Antonio de Rendón, expedicionó por puro celo apostólico con D i e g o de Almagro. El otro llamábase rrea, era natural de R o m a y fué el
Antonio
Co-
verdadero fundador de su
orden entre nosotros. Q u é d a n o s solo por recordar
en- esta nómina de
los
funda-
dores de la capital, dos nombres de mujer que la crónica
con-
servaría con profundo acatamiento, si la memoria de la una no hubiese sido afeada con una calumnia necia, puesto que ventaron en su honra, y porque
la otra fué víctima
la in-
de un te-
rrible drama de familia, en parte a c h a c a d o a la violencia de su carácter. Fué la primera doña
Inés de S u a r e z , esposa
nerable R o d r i g o Quiroga, castellana
cia y de quien dicen los historiadores casóse laga, aunque no
del ve-
esfo rzada, hija de Plasendespués en M á -
esclarecen si fué Q u i r o g a su
Fué esta la primera mujer que formara
primer marido
-
su hogar en este suelo
de dulces hogares; y aquello que ha n contado del degüello que hizo de siete caciques por su pro pia mano, no es sino uno de esos plagios de escritores pedantes mo Judiíh, esta caricatura
que quisieron
divinizada de
la
pintarla
co-
mujer, cuando fué
solo dechado de virtudes privadas y sociales. E ra la otra doña Esperanza de Rueda, mujer de J e r ó n i m o de Alderete, que viuda de éste, c a s ó en
seguida con el infeliz P edro
de Miranda
y pereció con él al filo de la espada de un deudo D e b e m o s señalar todavía dadores de
S a n t i a g o el del
ingrato.
en la última jerarquía d e que
representaba
una
los funinstitución
esencialísima en toda comunidad española: la del verdugo. L l a móse el primero de este oficio Ortun J e r e z , dor Carvallo, y le nombró
el cabildo
en
según el historia-
1547,
esto
es,
seis
a ñ o s después de la fundación, época sin duda en la que si los primeros colonos de Santiago hubiesen habrían creído
venido de otro
la más oportuna para n o m b r a r un
suelo,
maestro de
escuela... Tal es, tan completa como nos ha
sido posible formarla, la
nómina de los más notables entre los primitivos pobladores de Santiago (l). ' ( l ) Como nos parece digno de consignarse en una obra como la presente los nombres de los primeros vecinos y fundadores de Santiago, los apuntamos en s e guida, copiándolos de la acta del cabildo del 10 de Junio de 1541, en que el pue-
50
BENJAMÍN
C o n o c i d o s los
VICUÑA
nombres
hechos que una prolija pero traído a
MACKKNNA
de los s e c u a c e s y aquellos de sus de suyo
tardía
investigación
nuestra noticia, cúmplenos dar cuenta del caudillo.
vamos a hacerlo en seguida
considerándolo, no
ha Y
c o m o capitán
ni adelantado, ni siquiera c o m o a cualquiera de los demás con-
blo eligió gobernador a Pedro de Valdivia, y cuyo documento firmaron todos los que sabían escribir. Los nombres que aparecen de cursiva son los de aquellos conquistadores de que ha quedado alguna memoria cualquiera. Los d;más son aquellos de quienes se conservan únicamente los nombres. Hé aquí esa nómina: ALCALDES Y REGIDORES.—Francisco de Aguirre, Joan Davalo Jufrc, Joan Fernández Alderele, Don Martín de Solier, Joan Bohon, Francisco de Villagra, Jerónimo Alderete, Gaspar de Villarroel, Joan Gómez, Antonio de Pastrana ( l ) . VECINOS. — Alonso de Chinchilla, Antonio Tomé Vasano. Gabriel de la Cruz, Garci Dias, Bartolomé Márquez, Joan Negrete, Joan Bolaños, Alonso de Córdoba, Francisco Carretero, Pereztebah, Joan Ruiz, Joan Ortiz, Joan Galaz, Martín del Castro, Pedro Martín, Joan Gutiérrez, Diego Núñez, Pascual Ginoves, Lope de Landa, Pedro González, Francisco de León, Juan Carreño, Joan Xeres, Rui García, Salvador de Montoya, Santiago Pérez, J o a n Jufré, Rodrigo de Quiroga, Gil Gregorio Dávila, Joan Pinel (escribano de S. M.), Joan Crespo, J o a n Cabrera, Joan de Cusbano, Alonso del Campo, Luis de la Peña, Pedro Domínguez, J o a n de Vera, Jerónimo de Vera, Pedro de Gamboa, Joan Godinez, Pedro de Miranda, Marcos Veas, Don Francisco Ponce de León, Alonso Salguero, Joan de Chavez, Francisco de Arteaga, Santiago de Acosa, Rodrigo de Araya, Martin de Ibarrola, Gaspar de las Casas, Pedro de León, Joan Pacheco Rodrigo González ¿(clérigo), Bartolomé Flores (2), Hernando Vallejo, Pedro Gómez, Juan Lobo (clérigo), Antón Hidalgo, Lope de Ayala, Gabriel de Zalazar, Diego de Céspedes, Antonio de Ulloa, Bartolomé Muñoz, Pedro de Villagra, Joan de Cuevas, Antón Díaz, Francisco Galdámez, Alonso Sánchez Joan de Funes, Joan de la Higuera, Diego Pérez (clérigo). Luis de Toledo, Alvar Núñez, Alonso Pérez, Pedro Zisíernas, Francisco de Riberos, Joan Alvarez, Giraldo Gil, Francisco de Randona, Pedro Gómez (maestre de campo). Creemos digna de consignarse en este lugar la acta de la erección del primer cabildo de Santiago, cuyo tenor es el siguiente: 'Lunes, siet; días del mes de marzo de 1541, nombró el dicho señor Pedro de Valdivia, teniente de gobernador y capitán general, los alcaldes, regidores, mayord o m o , procurador de la ciudad p a r a que los alcaldes administrasen la justicia en nombre de S . M., como es uso y costumbre, y los regidores proveyesen en lo focante ai Tejimiento della; y el mayordomo y procurador procurasen el p r o e utilidad della. Y señaló p o r escribano público e del consejo de ella, a mi, Luis de Carfajena, que entendiese en la fidelidad e asiento de cabildos y guarda del libro en que se asentasen, y en todo aquello focanfe y perteneciente al dicho oficio; conviene a saber, a los magníficos y muy nobles señores Francisco de Aguirre y Juan Dábalos J o f r é p o r alcaldes ordinarios, e a Juan Fernández Alderete, e Juan Bohon, e Francisco de Villagra, e don Martín de Solier, y Gaspar de Villarroel y Jerónimo Alderete, por regidores, y por mayordomo a Antonio Zapata, e p o r procurador a Antonio de Pastrana. Pasó ante mí, Luis de Caríajena.» (1) En la copia publicada en la Colección de historiadores se dice equivocadamente Gómez. (2) Ya hemos dicho que este conquistador era alemán y su apellido por consiguiente era distinto.
HISTORIA
aquistadores, sino
simplemente
DE
51
SANTIAGO
como
al
primitivo fundador
de
S a n t i a g o , pues no debe echarse un instante en olvido el c a r á c ter exclusivamente local de esta narración, a fin de ponernos a cubierto del cargo que pudiere hacérsenos ñecido
de propósito
la talla
de haber
verdaderamente
empeque-
encumbrada
del
b r a v o hidalgüelo de Extremadura. P e r o antes narremos algunos de los •de su gobierno.
s u c e s o s más esenciales
CAPITULO
IV
La conspiración de Pastrana Heroísmo y admirable constancia de los fundadores batalla que le dan los indios.—El clérigo
de Santiago.—Sorpresa y
Lobo y Francisco
de
Aguirre.—
Aparición del apóstol Santiago, quien decide la batalla.—Miseria en que queda la colonia.—La primera siembra
de trigo.—Las minas
de Marga-Marga. —
Envía Valdivia a Monroy por refuerzos con el primer oro que saca de ellas.— Conspiración de los Almagrisfas.—Atolondramiento de Chinchilla,
impruden-
cia de Pastrana y su suplicio.—Mal éxito característico del primer empréstito levantado en Santiago.—-Valdivia ocurre en consecuencia al despojo y se d i rige furtivamente al Perú.—Dudas sobre la lealtad de Valdivia a la
corona
•de España.—Severo juicio sobre los primitivos conquistadores.
Cualquiera que sea el prisma de luz por el que la posteridad snire hacia atrás para medir la edad tenebrosa de la conquista. y por más que la
filantropía
condene
sus
bárbaras
crueldades
o la razón desahucie sus absurdos, no será dado a ningún ánimo •severo negarse a la admiración que inspira la constancia, la imponderable tenacidad, el sufrimiento inconmensurable de aquellos hombres. P o r el hecho sólo de haber venido a la tierra de Chile
des-
p u é s de lo cmal infamada> que la dejaran Almagro y sus secuaces,
los de Valdivia
habían
dado muestras de una resolución
h e r o i c a que el transcurso de los
s u c e s o s y del tiempo vino a
•confirmar sometiéndola a durísimas pruebas. Hemos dicho ya, en efecto, que repartidos aceleradamente
los
.solares y construidos algunos pajizos techos, a que apenas diera
54
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
lugar la penuria del invierno, pasado en seguida éste con t o d a s sus e s c a s e c e s , único refrigerio de hueste tan fatigada por lo largoy lo e s c a b r o s o de una travesía antes no transitada, vinieron s o b r e ella de s o r p r e s a y de noche los indios c o m a r c a n o s
como
una
ola humana. P e d r o de Valdivia, poseído desde la primera hora de la fiebre de conquistas, que bulló en
su cerebro
sensatez y a la muerte, había apenas
hasta
llevarlo a la in~
trazado la planta
de
la
ciudad, cuando montó de nuevo a caballo y con sesenta de l o s suyos se partió ha hacer descubrimientos por el sud. El expertoM o n r o y quedó a c a r g o
de la naciente colonia con los noventa
restantes. D e esa ausencia y de la división de fuerzas se aprovechó el caudillo de los rebelados, que todos designan con el nombre
de
Michimalonco, sin decir de qué distrito era señor. Esta parte d e nuestra historia es oscura y tócase de cerca con la era de la fábula» pues en el incendio que redujo a cenizas la
colonia, pereció e^
libro que Valdivia había traído en blanco y en el que se hicieron los primeros
asientos de la ciudad. P e r o
la mayor parte
los historiadores señalan el día 11 de Septiembre de 1541
de y la
hora, las tres de la mañana; c o m o el instante elegido por l o s b á r b a r o s para c a e r s o b r e los desapercibidos cristianos. Llegaroncon grandes alaridos, origen del chivateo
en nuestras .tropas, y
con teas incendiarias que aplicaron a sus endebles habitaciones
y
a sus palizadas provisorias. L a refriega duró nueve horas, pues los asaltadores sólo saron
repa-
el río enteramente dehechos a las d o c e de la mañana s i -
guiente. E x c u s a d o es decir que los conquistadores hicieron prodigios dedenuedo. Esta era su costumbre, y el matar indios era para ellos más que una profesión, un hábito consuetudinario. P e r o guióse, según la opinión Lobo
de
los
cronistas,
distin-
aquel clérigo J u a n
de que ya dimos noticia con las pintorescas
expresiones
de uno de sus camaradas, y el valeroso cuanto membrudo
caba-
llero Francisco de Aguirre. D e la lanza con que saliera el última a decidir en campo raso la obstinada contienda dice un soldadoque tenía «tanta madera c o m o sangre», y que tan arrebatado había s i d o su ardimiento que (añade aquél) aconteció el c a s o singular
HISTORIA
55
D E SANTIAGO
y sin duda ponderado de que durante veinte y cuatro horas no pudo el caballero soltar el asta de la crispada mano, hasta que hubieron de aserrarle aquella en dos extremidades para barazarle de su peso.
desem-
N o hay -tampoco para que contar
aquí
la aparición del apóstol S a n t i a g o en un caballo blanco, acogida por casi todos los cronistas eclesiásticos desde E s c o b a r a Olivares, y a la que el buen padre Ovalle consagra una lámina especial, recordanto este propio c a s o . Y a la verdad que no emprendemos esto,
porque si hubiéramos de contar todos los milagros de
que hay constancia
como
auténtica
la batalla del apóstol hasta el ánima
ocurridos en la capital desde (1851), habría
de la artillería,
materia para llenar tantos volúmenes cuantos son cristiano,
sin embargo, de.que
los del
año
todavía no se ha registrado en él
ningún milagro de Chile. Valdivia, llamado entre tanto con angustia, volvió
acelerada-
mente al destruido pueblo, y entonces fué cuando levantó aquel reducto o plaza
de armas
que ha sido el forum
de nuestra his-
toria civil y que el arte ha transformado hoy día en un vergel de flores, cuyos muros son palacios. P e r o alzados los indios y huidos los de servicio con los vencidos, por el temor del castigo que mereciera su complicidad, la miseria sorprendió que solo habían
a los españoles en su propia victoria. Aun-
muerto cuatro cristianos
entendido que Valdivia habla primero
y tres caballos
(bien
de los últimos contando
al monarca sus penalidades, pues en esos días una bestia
de
guerra valía más que un buen soldado de pelea) la mayor parte de los últimos habían fué tan completa,
quedado heridos,
y la destrucción del sitio
que según la famosa relación del
dor de la colonia solo encontró a su regreso
goberna-
«dos porquezue-
las, un cochinillo, y una polla y un pollo y hasta dos almuerzas de trigo» ( l ) . C o n esa provisión, que hoy es
la ración
diaria de una es-
cuadra de soldados y su c a b o , la hueste de Valdivia debía sustentarse por lo menos durante los meses que tardarían en madurar las sementeras, fuera
de que los b á r b a r o s , por un rasgo
de diabólica magnanimidad, quemaron sus propios acopios y se ( l ) Carta primera de Valdivia a Carlos V.
56
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
echaron a alimentarse de raíces y cebolletas silvestres que crecían en los campos, a fin de
aumentar con
su
hambre
la de
sus voraces y aborrecidos usurpadores. L a s miserias
que
padecieron aquellos
infelices soldados se
hallan, pues, fuera de toda ponderación durante los dos primeros años de la fundación de su pueblo, y nadie las ha con más animación de propio
lenguaje
y atractivo
capitán en sus admirables
recordado
de forma que su
epístolas, dignas de
correr
b a j o la misma cubierta que las más famosas del conquistador de M é j i c o . V e í a n s e obligados ellos mismos a labrar el campo con sus caballos, y a la par que el
arado
llevaban en las manos la
espada desenvainada, porque los indios vivían en alzamiento que no daba treguas
ni
siquiera
un temeroso
al sueño
de los
pobladores C u a n d o una cuadrilla dormía la otra velaba o
eje-
cutaba las labores del campo. Al hambre añadíase la desnudez, porque
no llegaban s o c o r r o s de
ningún género y los c o l o n o s
que hacía p o c o ostentaban sobre sus cotas de pelea exquisitas s e d a s y terciopelos, vestían ahora miserables túnicas de de perro,
dice Lovera, o simplemente de andrajos,
cueros
ateniéndonos
a la expresión de Valdivia. L o s animales más inmundos vinieron a ser en ocasiones su alimento regalado, y si alguno tenía diez granos de maíz o un puñado de trigo
«no lo molía por no per-
der el salvado» ( l ) . Tan
a c e r b o se hizo
al fin aquel sinnúmero de calamidades,
( l ) Afrecho.—Caria primera de Valdivia. «Y vino su calamidad a tal grado (dice Marino de Lovera pág. 7 0 ) que el. que hallaba legumbres silvestres, langosta, ratón y semejantes sabandijas le parecía que tenía banquete». En una reclamación hecha 2 6 años más tarde a la Real Audiencia de Lima sobre liberación de subsidios (agosto 3 0 de 1567) por el cabildo de Santiago, el procurador de ciudad Juan Godinez, que había sido uno de los vecinos fundadores, decía estas palabras. «Padecimos tantas hambres que nuestro manjar eran cigarras del campo». (Cay.—Documentos para la historia de Chile, tomo 1.o. página 237). Según Marino de Lovera no quedó en la colonia más trigo que unos cuaren'a granos que se encontraron entre unas balanzas que un soldado había traído de Lima. Pero ateniéndonos a la relación auténtica de Valdivia, parece que ese es un error o que el autor confunde lo que aconteció en Méjico, donde efectivamente el primer trigo que se plantó, se halló entre unos cuantos puñados de arroz que llevaba un negro cocinero en el ejército de Cortés. El trigo se introdujo en la América del Sud en un canfarito que Humboldt dice haber visto a fines del siglo último en el convento de San Francisco de Quito, de allí lo llevaron a Lima y la primera sementera la hizo en su jardín en 1535 doña María Escobar de Chavez. (Síevenson.— Twenty years residence in South América.)
HISTORIA DE
57
SANTIAGO
aumentadas por el rigor de tres inviernos, uno de 1544) fué tal cual ni los indios más
de Jos cuales (el
ancianos lo recordaban,
•a no ser c o m o memoria de otro de que hablaban sus
antepasa-
dos, que al fin llegaron a hacer alguna mella en el alma forjada •de acero del mismo guerrero extremeño; la guerra, invictísimo
C é s a r , decía
a
«porque los trabajos de
su rey con cierto amargo
•orgullo, puédenlos pasar los hombres, por que loor es al soldado morir
peleando;
pero
los del hambre, más que hombres
d e ser para sufrirlos.» de oro en que
Añadíase
se hallaba
la
han
a todo esto la suma escasez
tierra contra las expectativas más
ardientes de Valdivia y de los nuevos pobladores, porque si bien •el metal no era en escala
realidad e s c a s o , su explotación
dependía de
en
grande
la abundancia del trabajo manual; y c o m o
los indios andaban fugitivos y alzados por todo el país, no quedóle al gobernador otro recurso que enviar a las minas de M a r g a Marga,
(únicas que
1555) ( i ) los
como
hemos
pocos yanaconas
dicho visitara
peruanos que
les, y de quienes dice él mismo al rey M a s c o m o las minas
podían
le quedaban
fie-
«eran nuestra vida».
labrarse solo
.se hallaban más de treinta leguas distantes del tiago, érales preciso
Almagro en
en el invierno y asiento de S a n -
a los conquistadores no sólo vigilar perso-
nalmente a los operarios
sino acarrearles los víveres, que ellos
propios sacaban del cultivo en el lomo de sus caballos. Y a pesar
de estos sacrificios
y de los alzamientos parciales
de
los
operarios, como aconteció una vez en C o n c ó n y otra en el mismo mineral, acumulábase el oro
con tanta lentitud que en una
parte de sus cartas dice Valdivia ción juntar 2 0 0 o 3 0 0 ma que
«consideraría como la salva-
mil castellanos, y en otra (carta 3, ) afir-
«cada peso de oro les
A
c o s t a b a cien
gotas de
sangre
y doscientas de sudor». Y
así,
peleando y agotando
fuerzas
solo
pudo
reunir
al
( l ) Pasando accidentalmente en 1851 por los campos eriazos en que están situadas las diversas hijuelas de Marga-Marga (una de las que en esa época era propiedad del célebre pintor trances Monvoisin) tuvimos ocasión de maravillarnos con las inmensas escavaciones que se hicieron para lavar oro en aquellos parajes durante la conquista. Los aficionados podrían todavía cerciorarse con facilidad de la magnitud de esos trabajos, pues los lugares explotados quedan a corta distancia hacia el sud-oeste de la estación de la Peña Blanca en el ferrocarril de S a n tiago a Valparaíso.
58 cabo
BENJAMÍN
VICUÑA
de dos años de residencia
MACKENNA
unos sesenta
mil castellanos,,
con los que despachó a M o n r o y a hacer alistamientos de genteen el Perú. P a r a da sagacidad, exactitud el
a
este propósito, su
ocurriendo a su a c o s t u m b r a -
«prudencia
vulpina»
malogrado Bello ( l ) ,
fundió
c o m o la llama el oro en
estribos y en platos macizos, haciéndolos forrar de
cuero para
burlar la suspicacia de los indios; y encargando a los ros que solo
los
ostentasen en
donde debían hacer recluta esto quería, dice
los tambos
de nuevos
con.
forma de mensaje-
y en los pueblos
pobladores,
el jesuíta E s c o b a r haciendo un
pues
con.
estudioso
re-
truécano literario, que era el gran arte del lenguaje en esa época «con solo platos
hacer plato
a
todo el mundo y que
estribasen tan solo en los estribos de Monroy
todos-
y sus cinco com-
pañeros» . L a s desdichas de los
fundadores
de S a n t i a g o
no terminaron,
aquí, porque tal vez en fuerza de su mismo rigor brotó el descontento
en los ánimos. Y en el
enfado no
tardaba
en ser
pecho
de. aquellos
hombres, el
seguido de violencia y de la
rebe-
lión. Residía,
en efecto, en
procurador de
ciudad
la colonia y con el elevado
rango de
un anciano caballero que hemos
dicho
llamábase don Antonio Pastrana; y fuera que mantuviese algunasecreta afección y connivencia con los partidarios de Almagro, que por aquel tiempo
vengaron su sangre matando en Lima
F r a n c i s c o Pizarro; fuera que el
genio
de Valdivia le acarrease algún disgusto íntimo, comenzó quinar contra el gobierno del último, y pues en la América de entonces
a,
arisco y p o c o conciliadora
ma-
a c a s o contra su vida,
tanto valía
lo uno
como
la
otro. Secundábanle secretamente en la empresa uno de sus c o legas en
el
cabildo llamado
don Martín de
regidor, y su propio yerno Alonso de liente
pero atolondrado, natural
su suegro, y cuya firma hemos
Solier.
que era
Chinchilla, un mozo v a -
de Medina del C a m p o ,
coma
visto estampada en seguida de
la de éste en la lista ya publicada de los pobladores. U n o de los levantamientos
de los yanaconas
de las minas de
( l ) Biografía de Pedro de Valdivia por Juan Bello.—Anales de la Universidad, febrero de 1862.
HISTORIA
Marga-Marga,
DE
59
SANTIAGO
en que estuvo al perecer el capitán que allí pre.
reparo en el desorden; y los secretos conjurados
meditaron apro-
vecharse de su ausencia para realizar su intento. M a s el aturdido Chinchilla, dando ya por lograda
la empresa, salió a la plaza
(en uno de cuyos ángulos o por lo menos en su inmediata vecindad tenía su solar su propio suegro) ( l ) y revolviendo su caballo por todo su circuito, comenzó a denostar con voces descompuestas a los que se
mostrasen partidarios del
Adelantado
ausente. El alguacil mayor de la ciudad, cuyo nombre ya dimos, no era hombre que tolerase
aquellos
desmanes,
y en el acto, con su
altivez genial, que por eso le eligió Valdivia para agente de justicia, le encerró en su propia casa, pues a la sazón cárcel, y arrestó en otra al suegro del culpable. Valdivia, y c o m o se empeñara en descubrir dadera culpa en la jactancia
temeraria
no había
Regresó a poco
lo que había de ver-
del hijo y en el c a r á c t e r
caviloso del padre, logró sorprender a aquel, por medio del alguacil mayor, una carta que le escribiera
el último. Iba el papel,
según Marino de Lovera, único historiador que da los detalles de este curioso lance, dentro de la comida que de su casa mandaban al preso, y aunque el alguacil logró arrebatárselo de las manos, el último más presto o esforzado, se la llevó a la b o c a y se la tragó entera, sin que se descubriese su contenido. Aumentadas
con esto las sospechas y la cólera de Valdivia,
resolvió por escarmiento quitar la vida a todos los procesados, y sin
más
diligencia
mandó
a Juan
plaza mayor al viejo Pastrana, Solier, un soldado
G ó m e z que
ahorcase en la
a Chinchilla, a don Martín
de
de Sevilla llamado Rodrigo Márquez y un
quinto cómplice cuyo nombre no ha llegado hasta nosotros. Hermoso estreno de la vida civil y de la fraternidad comunal entre los pobladores de nuestro suelo! Mientras
los colonos a
quienes llevó al destierro su fe y su respeto por la eficacia de la ( l ) La casa y solar de los Pasírana parecen haber sido la que hoy ocupan las lamillas Campino y Echeverría en la primera cuadra de la calle de la Compañía, La última fué en este siglo propiedad de don Tomás O'Higgins y más farde se albergó en ella el conocido Café de la Independencia.
60
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ley, lo firmaban p o c o s años más tarde como la base de su ciación política el célebre Compací del May Flower,
aso-
de unión y de amor a bordo
antes de desembarcar en la r o c a de Plymouth,
nuestros mayores sellaban sus tratos degollándose entre sí. N o de otra
suerte habían disuelto su compañía Almagro y Pizarro, B a l -
b o a y su suegro Arias Dávila, y no tendría tampoco en breve otra solución la que firmaron el mismo P e d r o de Valdivia y P e d r o S á n c h e z de la Hoz, cuando su lugarteniente, Francisco de Villagra,
lo hizo degollar en la plaza pública de S a n t i a g o !
P e r o faltaba aun a la mísera colonia
una desventura mayor
todavía que las apuntadas hasta aquí: tal fué el viaje furtivo y la traición verdaderamente indigna que
hizo
a
sus subditos y
•amigos el mismo P e d r o de Valdivia, llevándose al Perú todo el •oro que aquellos habían juntado con su sangre y su sudor, para de esta suerte hacerse valedero en el ejército que a la
sazón
(1547) llevaba el licenciado L a G a s e a contra el rebelde G o n z a l o Pizarro. Este episodio es demasiado conocido, pues por característico le cuentan con proligidad de detalles todos los historiadores; ( l ) p e r o para el propósito que desarrollaremos en el próximo capítulo hácese necesario que el lector le tenga muy en la memoria, pues él
demuestra la poca conciencia y honradez personal del
soldado cuyo retrato ocupa el hueco de un altar en un templo consagrado a su memoria, no
menos
que
el p o c o amor con
que siempre miró, esta ciudad de quien algunos le han llamado «padre» . Y no habíamos hecho acuerdo de esta primera incidencia de ( l ) La suma de que se apoderó Valdivia a pretesfo de enviarla registrada al Perú, pasó de ochenta mil pesos, según su propia confesión, y fué ta! la desesperación que se apoderó de algunos de los despojados, que un infeliz soldado llamado Espinel, que tenía dos hijas en Granada y a las que llevaba un dote de seis mil pesos, se ahorcó de despecho. Algunos historiadores' dicen que Valdivia a su regreso ( 1 5 4 9 ) devolvió fielmen'e el dinero usurpado, pero oíros lo niegan. Marino de Lovera cuenía a este propósito una curiosa anécdota, según la cual un soldado de ingenio vivo y pronta palabra llamado Francisco Camacho, recordó a Valdivia el lance en una fiesta o saínete que representaban años más tarde en Concepción, diciéndole que tenía merecido dos veces el nombre de Pedro, una vez por haberle recibido en la pila, y otro por haberlo conquistado en la rada ele Valparaíso, donde, como el apóstol, echó la red, y sacó de entre los incautos ¡os •ochenta mil dorados (nombre de un pescado) con los que se había marchado al Perú.
HISTORIA. D E
!a
curiosa
y
siempre
61
SANTIAGO
caracterísíica
historia
pecuniaria de la
ciudad de Santiago, si no fuera que ella ilustra un rasgo esencial de nuestra
manera
de ser social de
siempre, y que vamos a referir,
este el segundo capítulo de la difamación, el primero Pedro
habrá
de
sido
el
ahora, de ayer,
de
aun a riesgo de que se llame pues entendemos que
haber difamado el palacio
de
Don
Valdivia.
Es el c a s o ,
pues, que
el despojo hecho por el gobernador,,
del oro de los primitivos santiaguinos, tuvo su razón de ser en la
obstinada
mezquindad
de
éstos para prestarle buenamente
un solo tomín de aquel metal,
talvez porque esto de prestar a
los gobernantes, cuando no hay B a n c o s que privilegiar y bonos, que
vender
con
antes ni después
premio, es c o s a que en Chile jamás se viera, de dos
dice un historiador
siglos.
contemporáneo hablando de este empréstito..
le quiso prestar cosa
ninguno
de su caudillo quisieron fiar Rasgo
las
«Y aunque lo procuró mucho,,
vidas,
el oro*
alguna
(l).
«Y los que
confiaban
dice otro no menos maravillado, no le
(2).
peculiarísimo del país cuyo emblema financiero estaba
representado entre los indígenas por dos sobrevivido, la coima
y la yapa,
palabras que les han
y que después un gran hom-
bre de estado que conocía profundamente el carácter nacional, españolizó economía Por
en este grato lema esculpido en una ínfima moneda es
riqueza!
lo demás, era tan
mediocre
el sentimiento de la virtud:
y de la lealtad entre aquellos nuestros padres, que solo se habla de ellos para contar sus recíprocas traiciones. C o m o Francisco Pizarro había traicionado a su socio D i e g o de A l m a g r o y como su hermano G o n z a l o traicionara ahora a su rey, así Antonio de Ulloa, emisario íntimo de Valdivia, le traicionó a su vez.
Cuan-
do el último, a su turno, dejara provisoriamente por su sucesor a
Francisco
la
cabeza a Hoz (3) en homenaje a la lealtad que debía a su.
de Villagra, resultó que al paso que
hacía cortar
0 ) Diego Fernández.—Historia del Perú, parte 1.a, libro 2.0, capítulo 35. (2) Jerón imo de Quíroga.—Compendio histórico de la conquista de Chile. Semanario Erudito de Valladares, í. 23, pág. 171. Sánchez de la Hoz era un aventurero que había logrado llamar la atención en España, donde gasfó en poco íiempo cincuenta mil pesos que llevó del Perú, lo-
G2
BENJAMÍN
poderdante,
él mismo
ma a fin de usurpar que
algún
con
su
al
pueblo.
escribía
cartas de
favorable
buen jesuíta
tristes
para
la
tanco
a Chile
es
dobles a España que era delegado,
le permitiese la memoria
dar
de nobleza
todas las veces me p a r e c e
por la mayor parte
y a
Li-
en c a s o
en el
suelo
de esto lo que hizo
Escobar (1595) estas
ejecutoria
<Verdaderamente,
manos semejantes hazañas, quistó
MACKENNA
el mando
amigo (l), Talvez
estampar cierto
accidente
VICUÑA
palabras
moral
por
de nuestro
que me vienen a las
que esta gente
que
de ella tenía tomado
de las maldades, desafueros, ingratitudes,
conel es-
b a j e z a s y exhor-
bitancias».
que le permitió casarse con una noble y bella dama llamada doña Agionar de Aragón. Provisto de una real cédula que le daba mejor derecho para descubrir en Chile, es conocida la dejación formal de su título que hizo por escritura pública a Valdivia. Mas, encontrándose pobre, y ausente aquel en el Perú, intentó un alzamiento como el de Chinchilla, y lué descubierto en el denuncio hecho en el confesonario al clérigo Lobo por uno de los cómplices. Villagra le encontró en su habitación la bandera que iba a enarbolar (como a Esponda en 1814), y sin más auto, le mandó degollar junto con un tal Romero, que era su confederado. ( l ) El mismo Valdivia no estuvo exento de la fea nota de hacer un papel doble en la guerra de sus antiguos amigos los Pizarro contra el rey, al menos si hemos de atenernos a lo que a propósito de esta misma coyuntura dice de él su contemporáneo, Fernández el Palentino. Refiriendo éste, en efecto, en el capitulo 9 4 de su historia, tan preciosa como rara, la detención que La Gasea impuso a Valdivia, a solicitud de muchos agraviados, «pusieron éstos, dice, ciertos capítulos por escripto y querellas contra Pedro de Valdivia luego que llegó con Pedro de Hinojosa, (su captor por orden de La Gasea) en que le acusaban del oro que había tomado, de personas que había muerto y de la vida que hacía con cierta mujer, y aun de que hñbía sido confederado con Gonzalo Pizarro, y que su salida de Chile habla sido para servir en la rebelión y de otras muchas otras cosas». Tratando del propio asunto en el capítulo 8 5 , el mismo historiador añade esta aseveración: «Y aun quiero decir (y así es) que había recibido cartas de Gonzalo Pizarro, lo cual disimuló Pedro de Valdivia como si nada supiera». Sin embargo, en sus cartas a Carlos V, Valdivia llama só\o¿ hombrezuelo a Gonzalo Pizarro o le traía con otros epítetos denigrantes. Lo más probable es que él fué al Perú a ponerse del lado del más_duerfe.
CAPÍTULO
V
Pedro de Valdivia, fundador Pedro de Valdivia considerado como hombre de guerra y como colonizador.—Su insaciable ambición de conquistas.—Funda a Santiago sólo como un punto de partida. — Motivos verdaderos de la fundación del hospital y de la El verdadero propósito de Valdivia era
Dehesa.—
establecer el centro de su gobierno
en la Araucanía.—Su retrato fisico.—Poca gratitud que le debe Santiago.— Su decidida preferencia por las ciudades del sud.
Considerado en su índole y en su carrera de Pedro
de
Valdivia
es
conquistador,
sin disputa una de las eminencias del
nuevo mundo. C o m o hombre de guerra su talla puede medirse, sin exponerla a desaire, delante de los más grandes capitanes, sin exceptuar Alvarado
y
ni a
a
Hernán Cortés y Benalcazar, ni P e d r o de
Pizarro.
Como
estratégico
y
disciplinario no
tenía ningún rival, y por esto La G a s e a le dijo cuando llegó al Perú
con solo diez
un ejército,
al
caballeros que su presencia
paso
que
el avieso
valía pnra él
Carvajal exclamaba en el
•campo de Xaquixuana observando la disposición de las tropas pacificadoras:
cel diablo o Valdivia anda entre ellos». L o s
Pi-
zarro y el mismo Almagro le rindieron siempre el homenaje de reconocerle c o m o la primera cabeza de sus huestes. M a s , estudiado en su misión de colonizador,
el fundador de
•Santiago desciende hasta confundirse con la mediocridad y aun con
la
quistas,
insensatez. se
le
Arrebatado de su ciega ambición
encuentra
de con-
siempre inquieto, impaciente, versátil,
fundando un pueblo más adelante del
otro sin cuidarse de los
64
BENJAMÍN
que dejaba atrás
VICUÑA
MACKENNA
y aun arruinando
a éstos para conseguir la
prosperidad de los más nuevos. Imprevisor, caprichoso, injusto, llegó
hasta
el
para realizar
crimen y la infidencia, c o m o dejamos c o n t a d o ,
sus miras ambiciosas, fundadas de preferencia en
su propia gloria más que en el bienestar y felicidad de ¡os que le habían confiado su destino. S i P e d r o de Valdivia
hubiera sido solo vulgarmente pruden-
te, habría comenzado, en efecto, por
solidificar sus conquistas
haciendo pie firme en la ciudad que había fundado c o m o c a b e za
de sus dominios,
hacia el mediodía,
y
de esta suerte,
avanzando
lentamente
sin sangre, sin sacrificios de oro y de mu-
c h a s vidas, sin exceptuar la propia habría podido llegar a gloriosa senectud una colonia Pero
su
dejando
organizada. sed
insaciable
achaque común
de
descubrimientos
de
y
conquistas,
de todos los aventureros del nuevo mundo, le
precipitó desde su primera hora en empresas allí vino
temerarias, y de
que para ejecutar lo que habría sido la o b r a
pocos años
desgracias;
una
fundada, si no una nación próspera,
se han necesitado
tres siglos de guerra y
encontrándose todavía incompleta
un error originario
hizo
paciente
colosal y que está
esa empresa
de que
causando todavía
males sin cuento a la república. En
un sentido puramente civil nada tiene, pues, que agrade-
cer la capital de Chile a su fundador, sino su nombre, en cumplimiento de un
voto
militar y supersticioso, y la elección for-
zada y aun prescrita por leyes anteriores que hizo de la hermosa planicie en que hoy se ostenta. En todo lo demás, S a n t i a g o no fué deudora a su primer g o bernador
sino
de violencias,
afrentosos saqueos, c o m o dorados
de
desaires, cadalsos y, por último,
el ya recordado de
los ochenta
mil
C a m a c h o . Lejos de considerar aquel sitio c o m o la
c a b e c e r a de su conquista, c o m o la b a s e siquiera de sus operaciones militares, fué solo para el como
la ciudad, o más bien, la aldea del M a p o c h o batallador
había sido S a n
extremeño una especie de
posada,
Miguel de Piura en el P e r ú para Piza-
rro, donde sus tercios encontrarían alojamiento cuando llegasen de refuerzo, y donde, a costa de sus moradores pacíficos e industriosos,
viniesen
los
turbulentos
soldados
del
mediodía a
65 pasar los meses de forzosa vierno. V e r d a d es c o m o propios jeto
a
que
inacción deníro de cuarteles de in-
que dotó a la ciudad de un
las fierras era
que
destinada,
él
égido dándole
Iiamó la Dehesa,
por el o b -
esto es, la crianza de caballos, y
verdad es también que fundó un pobre hospital en un
arrabal
del pueblo que había delineado, dándole una tierra en
Chada
y un indio de encomienda; pero de estos actos puramente militares y de los que el vulgo ha querido hacer una corona
cívica
a Valdivia, sólo se deduce que jamás se apartaba de su mente el pensamiento capital de
su existencia aventurera:
la
gue-
rra. Quería tener hospitales para daba dehesas para
curar
sus soldados, como fun-
tener caballos en que montarlos, pues en la
conquista de la América
el soldado de infantería figuraba
más
entre el bagaje que en las filas de la gente de pelea. Un c a b a llo valía dos mil pesos y un soldado de a pie podía conseguirse por la mitad de ese valor. P a r a estos mismos hizo un gran cercado en los alrededores de llamó potrero, cuidado de
por
fines
Valdivia
la ciudad,
que se
los potros que echó en su recinto
un albetfar pagado
por
la
bajo el
ciudad, y es
curioso
s a b e r que de allí vino el nombre que se dio después a ¡os c a d o s de nuestros campos, ros
los sitios de
cultivo es
bien que el hecho de llamar
cerpotre-
una lógica fácil de comprender en
nuestro suelo en que hay tantas c o s a s , tantos nombres y tantos hombres
al
revés.
Es
curioso también volver a recordar que
el criar potros era también en esos años una excelsa recomendación para obtener
del
Rey
y
del
Papa
una mitra de pastor
cual la alcanzó González AAarmolejo. El pensamiento y el alma de Valdivia estuvieron siempre más allá del M a p o c h o ,
más
allá de! Maule, más allá
y del Cautín. En sus cartas a C a r l o s V
del B i o b í o
sólo habla del Estre-
c h o de Magallanes (que no hacía mucho fuera descubierlo) c o m o el límite
posible de sus conquistas y de su ambición,
sus hechos confirman que tal era
y todos
su gigantesco sueño. Antonio
de Herrera ( l ) asegura, a la verdad, que fundó a Valdivia c o m o ( l ) Historia general de los hechos de los castellanos decada VIH, libro Vil. Aunque esto es demasiado cierto, creemos que Mr. Burncy, en su célebre Recopilación de viajes y descubrírmenos en la mar del sur, ha llevado demasiado
66 que
BENJAMÍN
allí debía encontrarse
dado su nombre a aquella miras.
VICUÑA
el
MACKENNA
centro
de su reino, y el haber
población descubre sus
orgullosas
M a r i n o de Lovera, que militó a su lado y debió morir
con él, salvándose por un a c a s o de acompañarle a la fatal jornada de Tucapel, se queda algo más atrás porque, dice, (pág. que llegando al valle del Imperial «determinó de edificar
126)
en él una ciudad que fuese cabeza la
ficción
del
de las c a b e z a s de águila,
reino*
y de aquí y de
remedo del Capitolio de
R o m a , resultó su pomposo nombre. L o que él quería, por tanto, no era pobladores pacíficos sino hombres descubrimiento, y por esto no c e s a b a platos de
de
guerra y de
de pedir con estribos y
oro, incautos que le siguieran,
«porque lo demás que
venimos a buscar, decía a C a r l o s V en su tercera carta, c o m o gente no falte, ello s o b r a r á con el despoblaba
a S a n t i a g o para
ayuda de D i o s » . Y por esto
fundar a C o n c e p c i ó n con mayor
número de vecinos y en seguida despojaba a ésta para echar la planta
de la Imperial ( l ) . Tan levantados eran ciertamente sus
pensamientos que el mismo gobernador afirma haber fundado a Villarrica, al pie de los Andes y en un sitio que hasta hoy parece
inaccesible, porque
creyó que allí estaba el
paso del mar
lejos su suspicacia cuando atribuye a Valdivia el propósito de encontrar la boca del estrecho por el lado del Pacifico con el innoble objeto de embarcarse por ese rumbo a España llevándose, como Cambiaso en 1552, todos los tesoros propios u usurpados que pudiese acopiar, con el objeto de comprar en España la posesión definitiva de estos dominios. Burney, Discoveries in the South Sea. — Londres, 1823, vol. l.o Sin embargo, es preciso confesar que el procedimiento empleado con los vecinos de Santiago cuando regresó Valdivia al Perú, da alguna razón de ser a •esta conjetura. ( l ) Hemos dicho que Valdivia fundó a Santiago en 1541 con sesenta vecinos encomenderos, los que después redujo a treinta. Ahora bien, ninguna de las ciudades de arriba lué iundada por él con menor número y sí al contrario las más •con uno superior. Concepción en 1550 con cuarenta vecinos, la Imperial, en marzo de 1551, con ochenta. Valdivia en enero de 1552 con cien y Villarrica en abril con cincuenta. Qué dato para estimar la importancia que atribuía a Santiago su propio fundador! Pidiendo algunas gracias a favor de Santiago su procurador de ciudad se expresaba, a este mismo propósito en 1552 en los términos siguientes: «Ha más Ae doce años que es poblada esta ciudad y en todo este tiempo ha padecido como padecen: y con el favor y socorro de ellos han sido las ciudades de Concepción, Imperial, Valdivia Villarrica y Serena, pobladas y se susíenían.*—(Acta del cabildo, 13 de noviembre de 1552.)
HISTORIA
DE
67
SANTIAGO
Atlántico, que era el límite oriental de sus concesiones reales, y que
los
indios le persuadieron no estaba por ese
rumbo m á s
-distante de cien leguas. L o s propios atributos morales del
conquistador
y hasta
su
complexión física, sanguínea y robusta, están acusando de una manera inequívoca que aquel hombre no había nacido para los ejercicios pacíficos y blandos de los fundadores de pueblos, sino para
la
carrera de aventuras y temeridades a
p a g ó ' el tributo de su sangre.
las que al
fin
«Era hombre de buena estatura
dice uno de sus contemporáneos ( l ) de rostro alegre, de c a b e z a grande
conforme al cuerpo, que se había hecho gordo,
dudo; ancho de pecho, hombre de buen
entendimiento,
espalaunque
de palabras no bien limadas, liberal y hacía mercedes graciosamente. E r a
generoso en todas
sus c o s a s , amigo de andar bien
vestido y lustroso, y de los hombres que lo andaban, y de c o mer y beber bien, afable y humano
(?) con t o d o s » .
O t r o soldado que militó bajo sus banderas nos ha conservado del
conquistador un
-como hay motivo para
retrato análogo y que,
a ser
semejante,
creerlo, debió representar en gran mane-
ra la fisonomía adusta, concentrada y altiva que debemos a la fácil munificencia
de una
ex-reina.
«Su estatura
nos dice el capitán M a r i n o de Lovera y
el
era
mediana,
cuerpo membrudo
y fornido, el rostro alegre y grave; tenía un señorío en su pers o n a y trato que parecía de linaje de príncipes»
(2).
(1) Góngora Marmolejo. (2) Según el capiíán Góngora Marmolejo. Valdivia íenía, sin embargo, dos defectos capitales que acusan al aventurero y al plebeyo. Uno de ellos era que «aborrecía a los hombres nobles» y el otro que era dado al trato ilícito de mujeres, vicio que sus biógrafos describen con palabras tan jenuinamenfe castellanas, que no nos atrevemos a reproducir. Marino de Lovera añade, por su parte, que era un desaforado jugador, y en tan gran escala, que en una ocasión había apostado en una parada catorce mil pesos, jugando con el capitán Machicado. El jesuíta Escobar no se asusta, con todo, de esta apuesta, porque por esos años era corriente en Potosí y otros lugares ajusfar paradas de 2 5 mil y más pesos. En una ocasión (1589) un caballero apostó a ofro en aquella villa un ingenio que valía 4 0 , 0 0 0 pesos delante de la justicia del lugar, el regidor don Pedro Sores de Ulloa. Preciso es, sin embargo, añadir que el regidor se escandalizó de aquella enormidad y sé opuso a que se tirara el dado. Rasgo de heroísmo y de escrúpulo que no se ha visto más tarde •cuando la misma justicia era la que ponía la carpeta y daba sus propios puestos por. paradas perdidas o ganadas...
68
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
O t r a circunstancia, derivada no solo del carácter sino de l a s providencias- de gobierno, que pone en evidencia la poca afición que Valdivia tuvo por índole y sistema al valle del M a p o c h o e s la de que no residió en él sino forzado y casi como
un cau-
tivo. Verdad es que pasó o c h o de los catorce años de su g o bierno falta
al pie del S a n t a Lucía,
pero fué
tan
sólo porque su
de recursos y la necesidad de procurárselos acumulando-
o r o le forzó a ello; y esto es P e r ú , cuando Gasea
tan
cierto, que a
su regreso del
vino provisto de gobernador propietario por L a estuvo escarbando la tierra de impaciencia p o r
(1548)
continuar su ruta al sud con los soldados que había traído de refresco. Y aunque le derribó el caballo en esta ocasión,
que-
brándole una pierna, accidente que le puso a dos dedos de su tumba,
no fué todavía dueño de enfrenar su
ansia
y se hizo
llevar hasta el B i o b í o en una litera, a hombros de indios. de entonces sólo en una ocasión
vino
a
estos valles,
Desy
fué
únicamente para s a c a r nuevas levas de reclutas y enviar oro al Perú para que le trajeran otros. En sus
propios
asuntos personales
y domésticos no menos
que en sus negocios de Estado descubre Valdivia la poca
afi-
ción a la ciudad que ha levantado monumentos a su memoria, porque, aun a nombre
de
diferencia de Francisco Pizarro, que
un
blasón de sus armas, (marqués dor o
de los
Afacillos),
de Chile solicitó el título de marqués
tras
eligió a Quillota (Cancanicagua)
granjerias, y aclaró
raíso para su taria al
eligió
el
distrito vecino de Lima para inscribirlo en et el conquista-
de Arauco;
y mien-
para tener sus haciendas
un sitio en la playa b o s c o s a de V a l p a -
recreo, en S a n t i a g o sólo reservó una chácara soli-
otro lado del M a p o c h o . Hasta
las propias c a s a s que
edificó para su morada en nuestra plaza pública las vendió por especulación a los tesoreros del Rey, según en otra parte contamos, y esto ahorra toda ociosa discusión. S u casa de C o n c e p ción fué al contrario muy lucida, allí se instaló con su familia, celebrando en sus aposentos en 1553 con pompa inusitada el matrimonio de su propia cuñada, doña Catalina
de G a e t e , con un
caballero llamado don Lorenzo S u á r e z de Figueroa. De Ilagra
esta misma c a s a , dicen los historiadores, que cuando Videsamparó
a
Concepción
p o c o s meses después de la
HISTORIA
DE
69
SANTIAGO
muerte de Valdivia, quedaron en ella «hechas las camas y colg a d a s las tapicerías»,
lo
que demuestra que
<Ie lujo, c o m o la de S a n t i a g o había sido
era una mansión
sólo
una
residencia
mezquina y provisoria. L o s méritos de Valdivia c o m o fundador están, pues, muy a b a j o •del nivel de
su fama merecida de soldado; y si bien es cierto
que le causara un g o c e intenso el oir, c o m o cuenta la tradición, «1 llanto de los niños
criollos que habían nacido en Chile,
.si es más cierto que amó su propia gloria
y
vinculada a la gloria
de nuestro suelo, ( l ) nosotros, escribiendo c o m o nos cumple en •esta vez, .actos
sólo una historia local, hemos tenido que apreciar sus
para dejar evidenciado c ó m o fué que esta colonia, en la
•que el a c a s o había Ja
acumulado tantos elementos de prosperidad.
blandura del clima, la
fertilidad de la
tierra,
la
pureza de
J o s aires, la abundancia de la gente, la excelencia de las aguas y de los arbolados, la incomparable regularidad de las estaciones,
estuvo condenada a vegetar miserablemente b a j o la mano
<de su fundador, y c ó m o parecido
fué, así mismo, que después
éste, arrastró todavía una
medio siglo, sin poder levantarse condición
de
una
vida lánguida
en tan dilatado
de desa-
por más
de
tiempo de la
aldea inferior en mucho a las que
hoy se
•encuentran a cada paso a lo largo de nuestras sendas públicas •o en los recodos de nuestros fértiles valles (2), Bien que entonces, cuando S a n t i a g o comenzó a ostentarse con J a s • galas de
una ciudad
mediana, un terremoto cual no se re-
(1) Pérez García.—Historia de Chile, M. S. En una de sus cartas a Carlos V, decía Valdivia con varonil franqueza, que •aunque tuviera un millón de ducados, no compraría un palmo de fierra en E s paña, pues solo pedia que se le concedieran reales mercedes en Chile «para que j e ellas gocen mis herederos y quede memoria de mí y de ellos para adelante.» Noble ambición, que fué cumplida por la espada y el martirio, y a la que no defraudamos aquí sino lo que ha tenido de postizo! (2) En el libro becerro ha quedado consignado cfro dato sobre la mala volunt a d de Valdivia para con Santiago, o por lo menos, de su preferencia decidida por las ciudades que había fundado ultra Maule. Habiendo solicitado en efecto «1 procurador de ciudad de aquella, Francisco Miiñez, el 9 de noviembre de 1552 que se le adjudicase por límite meridional a la ciudad de Santiago, a fin de que tuviesen sus vecinos mayor número de indios de encomiendas, el río Ifaía «por ser la primera (decía el pedimento) que se fundó y estar los vecinos de ella tan •adeudados y con tan poca fierra», se negó a otorgarlo redondamente el gobernador.
70 cuerda
BENJAMÍN
otro en
VICUÑA
MACKENNA
América, la postró en un solo
minuto
por ef
suelo toda entera, El nombre fatídico de la colina a cuyo pie se había edificado* correspondió a sus destinos, y la ciudad del Huelen fué duranted o s siglos la ciudad del dolor.
CAPÍTULO
VI
La colonia Primeros progresos de la colonia.—El clima de Sanfiago según Valdivia.—Repártese en chácaras el valle del Mapocho.— Cuidadosa distribución de las aguas. —Propagación d é l o s animales domésticos.—Castigos terribles de los que les hicieran daño.—Enorme precio de los caballos.— Primera rifa autorizada en Santiago.—Permítese la crianza de cabras en los solares de la ciudad, y se les expulsa.'—Peste de la caracha.—Ordenanzas
de Valladolid y primeros acuer-
dos locales del cabildo de Santiago.-—Numerario.—Multas y prohibiciones.— Conservación de los bosques. — Maderas Sanfiago.—Los primeros
que
sirvieron a la construcción de
molinos.—Idilio de Pérez García sobre el regocijo
de Valdivia al notar los progresos de Sanfiago.—Precios fabulosos de los primeros artículos de consumo.-—Primeros buques que vienen a la colonia.—Tiranía con que se reglamenta el comercio.—Origen del
«regateo».—Aranceles
municipales de los gremios.—Origen del tríanguez o mercado
público.—Por
qué se dice todavía «dar plata para la plaza».—Aspecto de la aldea primitiva. — L a iglesia parroquial.—Hermifas
del ^Socorro y de Santa Lucía.— Primeras
medidas de policía de aseo.—Acequias
inferiores.—Diferentes cafegorías de
pobladores.—Encomenderos, vecinos y moradores.—Vida
diaria.—La
queda.—
S e prohibe dormir fuera de la ciudad bajo pena de la vida.— Excesiva pobreza de los habitantes durante los primeros veinte años.—Curiosos arbitrios de que se vale el cabildo para mandar hacer una puerta y escaños, para su u s o . — Expedientes para conservar el único herrero que había en la colonia.—Cómo y con qué se pagaban los empleados de la ciudad.—Llega a Santiago la noticia de la muerte de Valdivia.
S i bien fué obstáculo poderoso al desarrollo rápido de la c o lonia del M a p o c h o el carácter duro y belicoso de su fundador, era
de suyo
tan generoso su suelo, tan templado y fecundante
su clima, que por sí solo el terrazgo que labraban los conquista-
72
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
dores con su sangre y sudor b a s t a b a a almuerzas
de
con esmero en del
su sustento ( l ) . L a s dos
trigo que escaparon al asalto de 1541, sembradas los
solares del pueblo, produjeron en el verano
año subsiguiente no
menos
de
doce {anegas. No tuvieron
menos rápida y copiosa distribución los p o c o s animales domésticos
que con infinito cuidado había
traído desde el
Cuzco a
lomo de caballo el Adelantado. P o r su orden también, y medido por el alarife
comenzóse a
distribuir a los vecinos todo el valle irrigado del M a p o c h o ,
que
comprendía entonces según parece la jurisdicción de Nuñoa, es
sin duda por esto que en esa
y
dirección existen todavía las
más antiguas heredades rústicas del país (2). D á b a s e el nombre de chácaras
a esas pertenencias, porque tal era el nombre que
tenían los lotes de cultivo de los indios del C u z c o , de una palabra quichua
que, según dijimos, quiere
decir heredad o patri-
monio de labranza. L a s primeras c h á c a r a s de S a n t i a g o un frente o cabezada
de siete u o c h o cuadras s o b r e el
un fondo proporcionado a la distribución de ciento ciento
cincuenta
lotes en que
tenían río y
cuarenta o
se dividió toda la campiña sus-
ceptible de aprovechamiento. C o m o la riqueza de
estos fundos dependía sólo del goce
la agua, por la ardentía del
dima_, establecióse
estrictez su reparto equitativo mediante reglas y turnos que el
cabildo
1551 a
dio
al alarife. P o r un acuerdo del 2 2 de Diciembre de
aquella corporación impuso multas de tres
todo
de
con la mayor
pesos de oro
el que atajase las aguas en su curso para aprovechar-
las a escondidas en su heredad (3). S e permitía también el sembradío dentro de los solares de
de hortalizas y legumbres
las c a s a s , que por lo común estaban
vacíos, siendo tan reducido el número de los pobladores, y sólo (1) «Tiene esta fierra cuatro meses de invierno, no más, que en ellos, sino es cuando hace cuarto de luna que llueve un dia o dos, todos los demás hacen tan lindos soles que no hay para que llegarse al luego. El verano es tan templado y corren fan deleitosos aires, que todo el día se puede el hombre andar al sol, que no le es importuno».—(Primera carta de Valdivia a Carlos V.) (2) La medida aplicada por el alarife, eran 125 a 130 varas de frente, siendo cada una de estas varas de 2 5 pies castellanos. (3) El agua se distribuía por bateas en lugar de regadores. En 1577 (junio 2 5 ) entre 2 6 vecinos que tenían chácaras disponían de 1453 bateas, fodas, por supuesto, de la escasa agua del Mapocho.
HISTOKIA
cuando
ya
la aldea
ayuntamiento y
otras
legumbres
incremento
contaba ocho
prohibir
73
D E SANTIAGO
a ñ o s de existencia
la plantación
en el recinto de la ciudad, para
de las chácaras
sub-urbanas
C o m o era entonces costumbre cosechas
principal dispuso piensos
de
forraje
los hurtos de
en todo gobierno
que cuando no focasen
los los
cincuenta azotes para por a
lo común
los infelices
y del daño
las bestias
aborígenes,
agraviado
de cien para
d o b l a d a s todas como
debía pagar seis p e s o s
comunal,
se
proteger Como
del
el
maíz, se
fuesen a traer
los
bajo
de
la pena
el negro,
las penas
para manifestar
ellos.
el
para
tierna
o mazorcas,
el indio y
se aplicaban
fomentar
de animales.
la c a ñ a
indios o los negros choclos
había seres más infelices que español
era
el
maíz
(l).
e s t a b l e c i e r o n reglas, a falta de cierros y deslindes, las
acordó
de los fréjoles, papas,
S i el que hacía
a
al
que
impuestas éstos
que
el daño
era
a la ciudad y a b o n a r
aquel
al
(2).
(1) Acuerdo del 13 de octubre de 1 5 4 8 . (2) Art. 4 0 de la Ordenanza dictada para Santiago por Carlos V a requisición de Jerónimo de Alderete en Valiadolid el 10 de mayo de 1554. Este curioso documento, del que existía una copia entre los papeles de don Judas Tadeo Reyes, ha sido publicado íntegramente por Gay en el f. 2.o, pág. 187 de sus Documentos históricos. Como una muestra de los primeros reglamentos que la ciudad dictó para su policía, copiamos en seguida un acuerdo del cabildo, que sólo es cuatro años posterior, a su lundación, y dice así: «En la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, lunes, cinco días del mes de enero de 1 5 4 5 años, en las casas del muy magnífico Pedro de Valdivia, electo gobernador, se juntaron a cabildo y ayuntamiento, conviene a saber, el dicho señor G o bernador, y los magníficos y muy nobles señores Francisco de Aguirre y Pedro Alonso, Alcaldes ordinarios y Juan Gómez, alguacil mayor, Juan Dávalos Jufré e Juan Fernández Alderete y Salvador de la Moníoya e Jerónimo de Alderete e G a briel de la Cruz, Regidores, e así juntos por ante mí Luis de Caríajena, escribano de este ayuntamiento acordaron y mandaron los dichos señores que se guarden y apregonen las ordenanzas siguientes: Que ninguna persona eche su caballo o caballos a pacer sin los poner guarda; e que ninguna persona tome caballo ni yegua de otro español que ande paciendo, sin licencia de su dueño, so pena de diez pesos de oro para los propios de esta ciudad, y que se le pueda pedir dicho caballo por el de hurto y que esté diez días en la cárcel.—Otro sí que ningún vecino ni morador de esta ciudad mande hacer ni haga adobes, dentro de su solar sino estuviere cercado. Y no lo haga en parte alguna sino luere adonde está señalado por el alarife P e dro de Gamboa, e silo hiciese en otra parte en solar ajeno, que sea obligado a los arrar con tierra y no con estiércol ni con paja. Y que pague de pena por cada vez que lo tomasen haciendo los tales adobes, sino luere donde lo está mandado y señalado, fres pesos de oro para los propios de esta ciudad y perdidos :os adobes para la iglesia mayor de esta ciudad.—Otro sí, que ningún español ni otra persona, entre ni mande entrar en solar ajeno ni en la chácara ni en huerta que
74
BENJAMÍN
En los
VICUÑA
MACKENNA
primeros años del asiento
también mantener
los
de la colonia se permitía
e s c a s o s ganados dentro de los solares,
donde, por lo "menos, se les recogía de
noche
de la vega del
río o de otros terrenos que los vecinos disfrutaban en común. A n dando el tiempo se
prohibió; sin
embargo, este sistema y
lo
único que se consentía a los pobladores era que tuviesen a lomas seis c a b r a s en sus solares para aprovechar su leche, hasta que surgiendo muchos disgustos por los males que hacían a q u e llos animales sueltos en los c e r c a d o s se les mandó recinto ( l ) . Rigió sólo la excepción para las /lamas de la tierra» (chilihueques
echar
decían los indios) que llevasen a l o s
vecinos el pasto para sus cabalgaduras y también el sebo, la ordenanza de
1554,
del
o «carnerosdice
que talvez emplearían en el alumbrado
de sus habitaciones. L a multa para el que faltase a estas disposiciones era de dos tomines de oro, porque es preciso advertir que en esos años no~corría moneda alguna sellada, en cuya virtud los pagos se hacían c o m o hoy en billetes de B a n c o ,
que
algunas veces por escasez de papel eran escritos en cueros de carnero, s o pena de que el que no concediese crédito tenía que llevar consigo las balanzas de pesar en el bolsillo (2). Para
el incremento de los animales útiles y especialmente de
oíro fenga sembrada para fruta ni hortaliza ni otra cosa alguna, sin tener primero licencia de sú dueño, so pena que el que lo contrario hiciese, cargue en pena de éstos, d i z días en la cárcel y de seis pesos de oro para la obra de la iglesia mayor de esfa ciudad; e si fuere esclavo o Anacona el que entrase o se probase, les sean dados cien asofes por las calles acostumbradas de esfa ciudad como a público ladrón. — Oíro si, que todas las p rsonas que tuviesen medidas, así varas de medida como medias ¡anegas y celemines y todas las demás medidas, que las traigan a sellar para ante los señores Francisco de Aguirre, Alcalde y Gabriel de la Cruz, Regidor, so pena que si dentro de un mes próximo siguiente no las trajesen, paguen de pena 5 0 pesos de oro para los progresos de esfa ciudad y que les mandarán que vean las medidas que.no se ¡halaren selladas y darlas por falsas, y se pondrán en la picota de esfa ciudad. Y de como lo acordaron, ordenaron y mandaron los dichos señores, lo firmaron de sus nombres.—Pedro de Valdivia.— Juan Fernández Alderele.—Juan Dávalos Jufré.—Francisco de Aguirre.—Juan Gómez.—Jerónimo Alderele.—Salvador de Monloya.—Gabriel de la Cruz.—Pasó ante mí Luis de Car/ajena'. (1) Acuerdo del 27 de enero de 1557. (2) La moneda más ínfima usada era el íomín de oro, y generalmente, se hablaba de castellanos que entonces valdrían fres pesos de nuestra actual moneda cada uno. El peso de oro valía 16 reales, esto es, dos pesos de nuestra moneda y el ducado algo como cinco reales. Preciso es advertir que el precio del oro en aquellas épocas, era muy superior al valor inírínsico y comercial que hoy tiene.
HISTORIA DE
75
SANTIAGO
los caballos, hemos dicho que se formó un potrero, y se nomb r ó un albeitar. A p o c o , los chacareros
comenzaron a usar mar-
c a s de fuego y a registrarlas en el libro del cabildo, donde todavía se conserva su
tosca
estampa en más de una de sus
pá-
ginas. Establecióse además en el cascajal del río y en el sitio según parece que hoy
día es nuestro principal mercado un re-
cinto c e r c a d o que se llamó corral ban los a
sus
del consejo
( l ) ; allí se lleva-
animales aparecidos o dañinos para imponerles multas dueños o
venderlos en pública subasta cuando no
los
tenían. L a pena del daño en un c e r c a d o ajeno era un tomín de oro
por cabeza, si aquel se ejecutaba de
día
y dos si era de
noche. P a r a el cómputo se equiparaban cinco animales menores a uno mayor, y la prueba requerida se
valorizaba por testigos
equivaliendo dos negros a un español, y tres indios a dos negros (2). C o n estos prolijos cuidados de los que era ájente celoso el ayuntamiento, creció de tal modo el capital agrícola de los p o bladores que en 1545 ya se contaban en la D e h e s a de la ciudad cincuenta yeguas de
vientre; se esperaba
para el mes de
diciembre una c o s e c h a de diez o doce mil fanegas de trigo, y de maíz «sin número», según tas de Valdivia. D e los
las palabras de una de las car-
puercos, decía también, el último con
(1) Por acuerdo del 19 de octubre de 1556, el cabildo dispuso que el próximo día de San Andrés, se hiciese un rodeo en la plaza pública para contar los animales, examinar sus marcas, etc. Algunos años más tarde ( 1 5 6 8 ) el cabildo planteó de su cuenta una vaquería en la estancia de Pudahuel. (2) Ordenanza citada de Valladolid, art. 4 1 . Por una ordenanza de 5 de enero de 1553 se estableció la bárbara pena de cortar la mano, al indio u anacona que apedrease o flechase una yegua, medida atroz que sólo se comprende en vista del enorme valor de los caballos. Juzgúese de éste al tenor de un permiso otorgado por el cabildo el 7 de abril de 1553 al capitán Gaspar de Orense para rilar públicamente un potro, una yegua, un macho y una muía en tres mil pesos, siendo esta la primera rifa autorizada por el cabildo de Santiago. Años más farde vemos registrada en los libros de cabildo una pena, si bien más leve, no menos característica de la dureza de los conquistadores: tal era la de trasquilar a los carreteros que atravesasen la ciudad sin ir delante de los bueyes (Acuerdo del 6 de setiembre de 1566). Debe tenerse entendido que esta era una pena muy rigorosa, porque entre los indígenas como entre los chinos, era cosa de gran afrenta cortarles-el chape o trenza. Hoy mismo llevan ésta todavía algunos campesinos en las haciendas remofas, y es signo de consideración. Es un hombre de chape dicen por un hombre de respeto.
76
BENJAMÍN
evidente doce
VICUÑA
exageración, que
mil, por
manera
MACKENNA
en esa época llegaban ya a diez o
que se
habían
granos del trigo; y de las gallinas
reproducido c o m o
los
asegura que eran abundan-
íes «como la y e r b a » , todo lo que está demostrado que la lengua del conquistador no se quedaba corta. T o d a s estas
precauciones no impidieron,
sin
embargo,
peste desgraciada que el libro de cabildo llama
una
carac/?a._cuya
crudeza extinguió en 1549 toda la cría de ovejas que
existía a
la sazón en la colonia ( l ) . C o m o del agua
de las sementeras y
de la
propagación de
las bestias, cuidaba también el ayuntamiento de los bosques, y aun cuando la planta de c h a s leguas a tenaz
al hacha,
troncos no ha
la ciudad estuviese rodeada por mu-
la redonda de un que
espeso monte de espino (tan
la tradición cuenta se veían todavía sus
un siglo en el
recinto de la
plaza),
impúsose
multa severísima al que corlase sin licencia y al que teniéndola no dejase el retoño de horca
y pendón
que disponían
las orde-
nanzas españolas. L a multa por cada pie de árbol así derribado
era de dos pesos de
notarse que
oro (2).
hasta los vecinos más
Y s o b r e esto ilustres
es digno de
y opulentos, c o m o
J u a n J o f r é y el mismo R o d r i g o de Q u i r o g a , tenían que recurrir por permiso escrito al ayuntamiento
cada vez que necesitaban
enviar al bosque a cortar maderas de construcción (3). L a abundancia
de las
c o s e c h a s dio en
breve fomento a la
industria de los molinos de trigo, pues este cereal se molía s o (1) El procurador de ciudad, Gonzalo de los Ríos, solicitó del cabildo por petición fecha 27 de enero de 1550, que se mandase matar una que otra oveja que hubiese quedado viva, para impedir la propagación del contagio. (2) Acuerdo del l.o de julio de 1549. (3) Uno de estos permisos concedidos a Pedro de Miranda, Rodrigo de Quiroga y Alonso Escobar, consta del acta del cabildo de 23 de noviembre de 1551. Parece que el primer bosque de que se echó mano para edificar a Santiago fué del de la Dehesa, donde existían árboles seculares muy corpulentos y especialmente canelos que crecían en e! río y se empleaban exclusivamente para vigas. Carvallo habla de un monte del valle de Maipo que al tiempo de la entrada de Valdivia pertenecía al cacique Millacura; pero creemos que se referirá a las inmensas selvas de San Francisco del Monle que sirvieron para redificar a Sanfiago en el siglo XVII. Dícese también por tradición que la enorme viga que sostiene el arco toral del presbiterio de San Francisco, fué extraído de un árbol que crecía en la Granja de los padres (hoy Alameda de los Monos) pero nos parece esto infundado, pues esos terrenos iueron siempre eriazos como todo el llano de Maipo que comenzaba entonces en la barranca sur de la Cañada. Más exacto nos parece que
HISTORIA
lo a usanza de
DE
77
SANTIAGO
los indios, entre dos piedras gordas y a fuerza
de brazos, c o m o algunos lo ejecutan todavía en nuestros
cam-
pos para tostar harina. Hízose la primera concesión, según dijimos, el 2 2 de agosto de 1548 ga y se le señaló sitio en
al capitán R o d r i g o de Q u i r o -
la extremidad del S a n t a
c a e sobre la Alameda, y no por cierto en la cumbre
Lucía, que de esta c o -
lina, c o m o lo hace decir absurdamente al sabio G a y el pedantesco e insufrible compilador de sus apuntes, que de esta suerte los malogró lastimosamente para la historia,
desparramándolos
en seis volúmenes, como preciosas semillas entre arenas muertas e infecundas ( l ) . P r e c i s o es también advertir que, según lo declara el mismo señor G a y , su política de
historia solo se ocupa de la parte
la colonia, por manera que_ la mayor parte de los
datos estadísticos, sociales
o puramente
domésticos r e c o g i d o s
por aquel investigador se conservan todavía inéditos. P o r esa misma época se hizo otra merced a Bartolomé Flores en el sitio Valdivia
que dijimos; y con fecha 2 2 de junio de
permitió al rico vecino J u a n
1553,
Dávaios Jufré, o Jofré,
aprovechase el caudal de la acequia de su c h á c a r a de S a n Cristóbal para poner otras dos máquinas. (2) Y es digno de notarse que
ya en esa
sazón corrían no
menos de
tres acequias,
c o m o antes referimos, por la falda de ese cerro, lo que prueba la industria de los vecinos, o lo que nos parece más exacto, ¡a de los habitantes indígenas de! valle que habían aprendido aquel se trajera de la Granja o convento de San Francisco que los Irailes tenían y conservan en la que es hoy día la aldea de! Aioníe o de otra que conservan en la vecindad de la hacienda del Peral. Según Marino de Lovera, o más propiamente su comentador el jesuíta Escobar, que escribió en 1595, las maderas del Maule se emplearon en los edificios de Santiago desde los primeros años de la conquista. «Entre otras cosas, dice, (pág. 49) que ayudaron a edificar brevemente esta ciudad, no fué la de menos comodidad la abundancia de maderas del valie que está en la ribera del gran río AAaule, donde hay robles de que hacer navios». (1) Gay, f. l.o, pág. 200. (2) Es curiosa la ceremonia de toma de posesión que hizo Jufré y que consta del acta del cabildo de 15 de septiembre de 1553. «Y el dicho capitán Jufré, dice, se anduvo paseando por dicha fierra, íomando e continuando la dicha posesión, y en señal d; ello, cortó árboles y ramas y echó piedras en dicha acequia, y mandó a los dichos señores del cabildo que presentes estaban que salieran de las dichas tierras». Los abusos de los primeros molineros debieron ser tan excesivos como lo han sido los de ios últimos, pues la ordenanza de Valladolid ya citada de 1554 consagra una buena parte de sus disposiciones o reglamentar esa industria. Según ella (arf. 3 0 ) , el trigo debía recibirse y entregarse en romana y el que no tuviese ésta,
78
BENJAMÍN
TICUNA
MACKENNA
arfe de los hijos de los Incas, sus señores feudatarios y sus primeros maestros en las artes de la civilización. Tal era el estado de la colonia en los días de Valdivia, y al llegar a esta parte no queremos defraudar a
nuestros
lectores
de la candorosa aunque desaliñada pintura que hace de historiador del siglo
pasado (Pérez
García),
imprimirle mayor animación la é p o c a g r e s a b a del Perú en
ella un
que escogió para
en que el gobernador re-
1549.
«Colmado fué el gusto de don P e d r o de Valdivia, dice, ver que en los solares de sus españoles no hubiesen otras hortalizas y frutas que las traídas de Europa, en cumplimiento de la prohibición de que se sembrasen llos, que solo debían
cultivar
maíz, fréjoles, papas y zapa-
los indios c o m o
país. S a b o r e ó s e con el rico pan de trigo,
frutos
de
su
comprado a dos pe-
s o s la fanega. P a l a d e ó s e con el generoso vino que ya daban las viñas en Chile. D i o buenos piensos de c e b a d a
a sus caballos,
viendo vender a doce reales la fanega. Llenó su regocijo de ver las campiñas que él halló desiertas cubiertas de animales, siendo alegre el país para la vista el
bramido del
borrico,
buey, el
y dulce la melodía para los oídos; relincho del caballo, el rebuzno
del
el berrido de la c a b r a , el valido de la oveja, el gruñido
del cerdo, el miau
del gato, el ladrido
del perro y el salto del
c o n e j o . M i r ó , en fin, llenas las c a s a s de europeas aves que le gustaban, más que sus s a b r o s a s carnes, sus c a c a r e o s ,
arrullos y
graznidos. M a s lo que le llenaba más el contento entre tantos gustos, era ver muchachos y llorar niños, hijos de sus españoles, saliendo de sí
donde los veía, haciéndoles
casados estremo-
s a s caricias, c o m o que los creía seminario perpetuo de españoles que aseguraban su conquista». C o m o la pequeña colonia
del M a p o c h o creciera en produc-
ción y la fama de su oro, ponderada por la maña de Valdivia,
debía pagar 50 pesos de multa. La maquila consistiría únicamente en almud y medio por fanega o su equivalente en oro (art, 3 1 ) . La disposición 32.a estaba concebida en estos curiosos términos: «Ordenamos y mandamos que de aquí adelante ningún molinero sea osado de tener ni tenga en los tales molinos ni en sus circuitos y distritos, gallinas, ni patos, ni puercos*. Este delito se castigaba con tan severas penas que a la tercera infracción se suspendía al molinero el ejercicio de su industria. La razón que daba Carlos V para esa severidad, era la' de que las gallinas picaban los costales y derramaban el trigo...
HISTORIA
DE
79
SANTIAGO
•cundiera en el Perú, comenzaron a venir de aquella c o s t a ávidos mercaderes esperanzados en cuadruplicar su fortuna, lo que n o era difícil conseguir, Chile cuatro
tantos
pues los objetos más usuales valían en
más de lo que en el Perú. D e esta suerte no
podía comprarse una camisa en menos de veinte pesos, un par de .zapatos (borceguíes)
por otro tanto, mientras que la a r r o b a de
vino se p a g a b a hasta en setenta pesos ( l ) . El mercado de Santiag o iba, pues, a ser un pequeño California
para
los navieros del
Pacífico. El primer buque que vino a nuestras
costas después de la en-
trada de Valdivia fué despachado de Lima por un aventurero
si-
ciliano llamado
en
Juan
Alberto, quien encontró a
los colonos
tanta miseria, que parecían salvajes, pues era entre ellos un
lujo
•andar vestidos con cotas de cuero. S u c e d í a esto dos años
des-
pués del asiento de la ciudad, y por consiguiente
los
provechos
del especulador debieron ser considerables. L a segunda y no menos oportuna remesa llegó en setiembre de 1543 en un b a r c o que, a fuerza de empeños y de fianzas, logró hacer d e s d e el «puerto de
Arequipa»
despachar M o n r o y
(Islay, probablemente) a un
comerciante llamado L u c a s Martínez de V e g a z o ,
rico
vecino de aque-
lla ciudad, y cuyo valor, especialmente en ropa y armas,
importa-
ba más de sesenta mil pesos. El tercer navio que ancló en Valparaíso llegó en julio de 1544 y era mandado por el noble y c a b a lleresco jenovés J u a n Bautista Pastene, sinteresado
el amigo más fiel y de-
de Valdivia. Antes que él vino
una expedición
aventureros que naufragó por impericia del práctico ta del norte,
pereciendo todos
los
tripulantes
a
de
en una calemanos de
los
indios (2). Aquel primitivo comercio estaba, sin embargo, sujeto a corta- . (1) Acta del cabildo de 14 de diciembre de 1547.—En los primeros años el vino fué fan escaso, que en 1555 se mandaron comprar por el cabildo las uvas de los parrones particulares para hacer dos botijas de vino que sirvieran a la celebración de la misa (acuerdo del 9 de marzo de 1555). Poco después el vino se hizo nuestro primer artículo de exportación durante todo el siglo XVI. (2) A un negro que venía entre los náu Vagos, a quien al principio los indios respetaron, maravillados de su extraña complexión, le mataron también cuando se persuadieron, después de haberle lavado con agua hirviendo y corontas de maíz, que su color era natural. Entre el valle de Quilimarí y el de Chuapa, hay una hoya p o unda que cae sobre el mar y que se denomina todavía la quebrada del negro, circunstancia que induciría a creer había sido en esas vecindades el sitio del naufragior
80
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
pisas tan absurdas y brutales, que hace suponer, o que los que l o ejercitabrn eran avezados malhechores o que nuestros mayores tuvieron las mismas opiniones económicas que todavía reinan sus hijos. Nadie, por ejemplo, era dueño de comprar
un
entre carga-
mento o parte de él sin que el buque en que venía despachado estuviera anclado en el puerto, so p : n a
de perder la tercera
parte
de su propiedad ( l ) . P o r otra parte, si un mercader compraba un mismo artículo de tres diferentes manos, constituía esío un c o n a t o de monopolio que se castigaba con la pérdida (2).
Pero
esto
era comparativamente
de la mercadería
benigno
con
ción que tenía todo mercader al menudeo [regatón)
la
obliga-
de poner su
mercadería en exhibición y venta forzosa durante nueve días, siendo arbitrario a cualquier otro del gremio el comprarla por el mismo precio que él había pagado, con tal únicamente que no fuera para su uso particular y sí para el del público. Quería alejarse de esta suerte todo peligro del estanco de los les, c o m o el jabón, la cera y «las c o s a s
menesteres más usua-
de comer y beber»
(3),
dice Ja Ordenanza de Valladolid; pero no se hechaba de ver que con todos esos gravámenes se hacía el comercio imposible, o por sus riesgos, los que traficaban en él doblaban sus precios y provechos. Fuera de esto, los regatones
debían tener a las puertas de
sus tiendas sus aranceles
por el escribano con
cios de venta.
Y
era
firmados
el empeño por
mantener
los pre-
el arancel del
mercader y el afán de hacerlo bajar, lo que dio origen a ese rioso y eterno diálogo de nuestros portales que se llama
cu-
regatear,
arte en el que se señalan de continuo labios cantados de poetas, no menos que las grandes damas que llegan arrastrando sedas y porfían una hora por un cuartillo en vara del propio lienzo que tiran después dentro de su espléndido e q u i p a j e . . . P e r o , en fin, s e deja ya ver que esto no es de hoy, sino costumbre
histórica y
(1) Ordenanza ciíada, arí. 53. (2) Id: arí. 5 1 . (3) Además se reservaba el cabildo el derecho de ccnlar y poner precio a los aríículos de consumo cuando encarecían demasiado, cuya operación económica se llamaba hacer caía y lasa. En los libros de cabildo hay consíancia de un caso de esta naturaleza, ocurrido en 1567 (marzo 11) a consecuencia de haber encarecido la zarzaparrilla, el aceite, jabón y cera, artículo el último tan indispensable y de tanto consumo en los fres siglos de la colonia por altares, procesiones, etc., como lo es, por ejemplo, el papel de imprenta en la actualidad.
HISTORIA
DE
81
SANTIAGO
chilena, y digo lo último, porque una señora amiga mía, a quien se le ocurrió
regatear
en las tiendas de París, le pusieron tan
mal ceño por el insulto, que quedó para siempre curada de su achaque O t r o tanto sucedía en los gremios encargados de las pequeñas industrias urbanas. C o n frecuencia el cabildo no solo, según dijimos, hacía cata
y tasa
de los víveres y alimentos, inventarian-
do y poniendo precio fijo a cada cosa, sino que asignaba la tarifa de cada profesión y de cada artículo. Un sastre, a virtud de esto, no podía pedir, bajo la pena de cien pesos de oro, más de tres pesos por la hechura de una capa
llana, otro tanto por
una gorra de terciopelo, cuatro pesos por una saya (basquina)
de
mujer, dos pesos por un manto e igual suma, si la saya o el s a yo eran para niños menores de diez con los herreros, los espaderos
años. O t r o
y los zapateros,
tanto
sucedía
que eran
los
otros tres gremios oficialmente reconocidos. Un juego de herraduras valía tres pesos, cien clavos veinte reales, una hoz
(echo-
na) doce reales y un azadón con mango cinco pesos. El aderezo 1" de una espada costaba seis pesos, y dar filo a un cuchillo o un par de tijeras cuatro reales, y otro tanto la hechura de un par de zapatos para niños, o el doble si el zapatero suministraba el cuero. L o s zapatos de hombres en la misma proporción
costaban
el doble ( l ) . P r e c i s o es además advertir que estos precios iban bajando
gradualmente, al punto de que en el arancel de 2 2 de
noviembre de 1 5 5 2 , cuatro años posterior a aquel,
encontramos
algunos de estos precios reducidos casi a la mitad. En este último es digno de observarse que los cerrojos de las puertas de calle valían hasta seis pesos, precio que entonces no se considerado
exorbitante
habría
si se hubiese previsto que todavía en
ciertas c a s a s se conservaría su uso, trasmitido el utensilio de inventario en inventario, al través de diez y siete testamentarías
o
generaciones... L a s medidas subalternas de higiene, policía y orden
económi-
c o de la población y de las c a s a s corría parejas con este sistema que había dejado de ser español para convertirse en jenuinamente chileno, y a tal punto, que parecería originaria de su suelo: tan (1) Arancel de 2 2 de febrero de 1548.
82
BENJAMÍN
profundamente arraigado
VICUÑA
MACKENNA
está en las entrañas de la tradición de
las familias y del p u e b l o ! — E l
español era el señor y legislaba.
AI indio se le azotaba por una mirada, por una palabra siniestra por una sospecha.
Al negro, que políticamente era inferior al
indio, se le quemaba vivo o se le sometía a un suplicio más bárb a r o y casi increíble ( l ) . Sin embargo, en beneficio indirecto del indio y del plebeyo en general, establecióse a los doce años de fundada la colonia una feria semanal, como las que hasta ahora mismo se celebran en algunas ciudades de M é j i c o (donde las hemos visto en 1558), y eran conocidas con el nombre azteca de frianguez. ma denominación solicitó del cabildo
C o n esta mis-
el procurador de ciudad
Francisco Miñez el 9 de noviembre de 1552 se permitiera la reunión diaria de los indios en la plaza pública para que celebrasen los
cambios
existencia. Entre
menudos
que hacía
otras razones
funcionario municipal daba
para
indispensable su mísera esta acertada petición, el
la de que de esta manera, acercán-
dose periódicamente los indígenas a la iglesia parroquial, inmediata
a la
cual tendría lugar
la feria, adquirirían
alguna noción
práctica de lo que era el cristianismo. Comunicándose los indios de las diversas servidumbres de que dependían, se podría, por otra parte, descubrir con más facilidad sus maquinaciones secretas, y, por último, sus mismos amos tendrían ocasión de ponerse en más estrecho contacto con la raza dominada y de cuya explotación vivían. El pensamiento fué aceptado, y en esta virtud la plaza públic a se convirtió en ciertos días de la semana en un mercado, si no
( l ) Consistía éste en una operación quirúrgica que no nos atrevemos a nombrar, pero que se ejecutaba por mano vil y por el cuchillo del verdugo. Ha quedado constancia de este género de castigo en el acta del cabildo de 27 de noviembre de 1551 en que tratando de imponerse castigo a un negro que había abusado de una indiezuela, llamaron a la sesión a fres mercaderes que habían residido en Lima, cuyos nombres eran Juan Pérez, Juan de Rojas y Rodrigo.Vega; y habiendo declarado éstos que la Audiencia de Lima solía aplicar el castigo que insinuamos, en casos análogos, sin más diligencia entregaron al verdugo al infeliz aldeano cual si hubiese sido un potro salvaje. De quemas de negros en la hoguera trae un caso Alonso de Ovalle ocurrido probablemente entre 1650 y 40, porque él mismo dice le confesó y le acompañó a la hoguera, donde ocurrió todo el pueblo. Su delito había sido del mismo género que el anterior aunque más soez y brutal. Recientemente hemos visto castigado este último con un año de prisión.
HISTORIA
DE
83
SANTIAGO
abundante y vistoso, no sin cierto interés local que le hace digno de ser señalado en un país en que los actos de sociabilidad pública son de tan reciente data. E s también c o s a digna de nota qué del establecimiento de esos íríangues
en la plaza principal
date la costumbre doméstica arraigada entre mar jamás sino la plaza o recova.
nosotros de no lla-
lo que debiéramos designar por
C o m o las dueñas
sus yanaconas a la plaza
a hacer sus compras diarias, nosotros
todavía cada noche dejamos sobre el velador la piafa plaza,
mercado
de los conquistadores mandaban para
la
que es nuestra vida cotidiana, y por cuya carencia estable
se dice
se han perdido
tantos
matrimonios y sucedido otros
percances íntimos no menos lamentables. Y así seguirá sucediendo por desgracia mientras plaza
en
el
lenguaje doméstico de S a n t i a g o ,
y estómago continúe siendo una sola c o s a ( l ) .
P o r lo que llevamos referido de los acuerdos municipales que imperaron en Santiago durante los primeros quince años de su -existencia (pues se habrá observado que nuestras
citas de los
libros capitulares sólo llegan a 1554), es fácil darse cuenta cabal de lo que sería aquella comunidad, triste, pobre,
taciturna, im-
plantada de improviso en medio de una nación bárbara y en un sitio que se reputaba como el último rincón del mundo, «el fin ( l ) Por la ordenanza citada de Valladolid se reglamentó en 1554 la celebración de estos íríangues sujetándolos a ciertas prohibiciones en obsequio de los indios, como la de que los negros sólo pudiesen comprar de ellos para sus amos y no para su propio uso, bajo la pena de cien azotes. Proponianse con esto evitar que los africanos, más astutos y corrompidos que los indios, los engañasen en sus tratos. Por el mismo principio, al negro que fuese osado de hacerse servir por un indio o india, recibiria doscientos azotes por el desafuero, y si llevasen armas, se les castigaría con diez dias de cárcel. Respecto de los indios, aunque más humanos, los conquistadores les trataban con extrema dureza, persiguiendo sus taquis o borracheras (acuerdo del 31 de julio de 1551) quebrándoles sus {¡najas, esparciéndoles sus chichas y azotándolos, cosa que hoy día no ha dejado de practicarse y con tal escándalo, que ha venido a ser uno de los graves negocios del Estado. Las supersticiones de los indígenas eran perseguidas sin conmiseración, y en 21 de enero de 1552, se acordó por el ayuntamiento que cada seis meses se nombraría un juez de ambicamayos y de hechizos para perseguir los brujos que hacían daños u ojeaban a las gentes que querían mal, y aunque se quemaron vivos algunos de esos hechiceros por el implacable alguacil Juan Gómez, el Zañarfu del siglo XVI, no se ha logrado en trescientos y freinfa años agotar a fondo esa barbarie. Todo lo que se ha conseguido es que los ambicamayos modernos anden vestidos con polleras o sotanas. Aquellas se llaman todavía médicas y curan por la orina. El último ambicamayo de sotanas, a nuestro humilde entender, fué el que inventó el buzón de ¡a virgen.
84 de
la
BENJAMÍN
VICUÑA
cristiandad», c o m o solía
MACKENNA
llamarse por aquellos . años al
cristiano Chile ( l ) . L a ciudad presentaba, c o m o era inevitable, un aspecto si bien ameno por la grandiosidad natural de sus panoramas y la g r a titud con que la tierra había pagado todos los cultivos caseros,, a virtud de una admirable red de acequias vecinales, monótono, solitario y casi lúgubre en todo lo demás. S u s calles eran s o l a hileras de paredones oscuros o de palizadas de espino sin p a vimento ni veredas (que éstas fueron invenciones de ayer), con una acequia abierta a tajo herido por el centro, lo que las tenía convertidas permanentemente en c h a r c o s de agua. Ni las humildes moradas de los pobladores simetría de nuestras actules
presentaban
villas,
pues
siquiera la pobre
el mayor
número de
aquéllas se hallaban edificadas dentro de los solares, c o m o en la previsión de una sorpresa, y en su derredor crecían algunos árboles de frutas importados de Europa, o se cultivaban las menestras del consumo diario de la familia. Por
razones de extrategia militar y de extrategia divina, las
c a s a s de los más pudientes se hallaban situadas diaciones, de la plaza
de
armas,
en
las
inme-
porque allí estaba el fuerte y
allí la iglesia parroquial, allí la espada y la cruz. Dijimos en otra parte que el mismo Valdivia había
cargada
en sus hombros la piedra angular de la humilde iglesia c o n s a grada a la Virgen en un rincón del sitio que hoy ocupa nuestra suntuosa catedral. D o c e años tardaron el cabildo y los carpinteros en levantar sus muros y aderezar
su
techumbre,
gastán-
dose en su fábrica 12,500 pesos b a j o la dirección de un maestro mayor llamado Gálvez (2). ( 1 ) Talvez no se creerá fuera del caso recordar aquí que Valdivia dio a Chile el nombre del Nuevo Extremo no tan sólo por recordar su provincia natal, sino porque en realidad los conquistadores consideraban esta parte del territorio de la América como su último confín, exactamente como en el siglo XIII se había considerado la provincia de Extremadura, la Extrema Ora, esto es, la última y más lejana conquista de Alonso IX. ( 2 ) La mayor parte de este gasto se hizo con oblaciones de los vecinos, porque el cabildo no tenía nada que dar. En noviembre 9 de 1552 el procurador de ciudad Miñes, ya citado, se presentó solicitando tres mil pesos para rematar la obra de la iglesia, que llevaba hasta esa fecha- 9,000 pesos de costo. El cabildo prometió dos mil pesos (pues nunca tuvo otro caudal que promesas y buenas palabras) de los diezmos del año venidero, cosa que por lo menos prueba que el déficif es una institución nacional tan antigua como nuestra vida. Pocos días más farde
HISTORIA
L o que sería aquel primer
DE
85
SANTIAGO
templo
de
c o n el dinero que cuesta hoy un buen
la
capital, construido
granero, y por un car-
pintero soldado, es c o s a fácil de imaginarse.
S a n L á z a r o , que
e s en el dia, no un homenaje sino una burla hecha a D i o s y a su pueblo, habría sido un tabernáculo puesto a la vista, de aquél, a lo que se agregaba que sus sombríos muros estaban rodeados p o r un campo santo, en cuyo centro una tosca cruz recordaba a
los conquistadores su terrenal destino. N o debe tampoco olvi-
darse que la plaza pública
era
en
esa
é p o c a una especie de
p á r a m o atravesado por una ancha acequia y cortado por innumerables pozos y lagunatos, pues en su recinto se habían cortado los a d o b e s que habían servido para levantar
las
murallas
d e la iglesia. Algunas medidas de policía urbana dictadas en aquellos a ñ o s n o s llevan a otro género de congeturas sobre el aspecto que debiera ofrecer nuestra gran ciudad cuando se hallaba todavía envuelta
en
sus pañales. U n a providencia del cabildo de 19 de
E n e r o de 1554 prescribía que no se embarazase con
cavas y es-
c o m b r o s las salidas de la ciudad por las barrancas que la rodeaban; y se comisionó a dos regidores para deshacer esos obstáculos. S e prohibía también hacer
tacos en las acequias
p o r el centro de las calles, con el objeto de los solares, y se ordenaba
de
que
corrían
regar el interior
que los cauces que atravesaban
é s t o s se trabajasen de cal y ladrillo, medida
que
sólo se rea-
lizó en el transcurso de siglos. Prescribíase, además, que entre una casa y otra se pusiese una reja de rayo
fijo,
idea que s e
ha llevado a c a b o y vuelto a revocar tantas veces cuantas se les ha ocurrido a nuestras autoridades locales,
desde el magnífico
C a r l o s V , que dictó la ordenanza municipal que recordamos, hasta F r a n c i s c o Echaurren, el C a r l o s V de S a n t i a g o , que ha dictado las últimas s o b r e regadíos y nivelación de acequias. S o b r e la limpieza e higiene pública sólo queda constancia de un acuerdo celebrado por el cabildo el 5 de Noviembre de
1550
(acuerdo del 2 8 de noviembre de 1552) el mismo ayunfamienío resolvió conceder 5 0 0 pesos más, fuera de su contraía al maestro Gálvez, para construir el arco de la capilla mayor. Y de esta generosidad no se admire el discreto lecfor ni nos culpe de inconsecuencia por dejarla aquí apuntada, pues esa es una largueza esencialmente santiaguina, sobre todo en aquellos tiempos en que se dejaba de heredera únicamente o a su alma o a los jesuítas, que todo era lo mismo.
86
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
en el cual se dispone que cada vecino está obligado a barrer el frente de su casa por medio de sus esclavos y E s t a disposición una multa de dos
hacer
yanaconas.
fué sancionada en la ordenanza de 1554 pesos
con
por cada infracción, por lo que no de-
jará de parecer extraño que habiendo adelantado el vecindario en caudal y en aseo de
una manera que no tiene medida, sólo s e
exija ahora una cuarta parte a los que delinquen, c o s a que a s e n tamos por mera novedad, sin decir por esto que sea ello señal de atraso o de progreso. Tenían además los e s c a s o s fieles, que vivían en medio de un pueblo tenaz e idólatra, otros dos santuarios tremidades de la falda del S a n t a Lucía, ciudad. En la del sud se había
situados a las ex-
que miraban sobre la.
erigido a expensas del cabildo y
de Valdivia una ermita en que se custodiaba el busto en miniatura de la Virgen del S o c o r r o , compañera inseparable del c o n quistador, que vino a ser por tres
siglos el ídolo de S a n t i a g o
y la patrona de nuestras armas, hasta que declarada goda,
como
lo fué nuestra señora del R o s a r i o , patrona de las armas reales, vino a reemplazarla Patria
«nuestra señora del C a r m e n » , madre de la
(l).
El otro edificio sagrado
era
una
ermita consagrada
por
la;
piedad del viejo tesorero J u a n Fernández de Alderete a la virgen ciracusana S a n t a Lucía, y que aunque de humilde aspecto parece ocupó un sitio prominente del declive del cerro (parécenos que el que hoy ocupa una c a s a con jardín que domina la actual calle de la M e r c e d ) y en la veneración de los conquistadores. Aquellas dos humildes ermitas fueron la cuna de dos conventos, (San Francisco y la M e r c e d ) cuya historia será más adelante la historia de la colonia,
según
lo
haremos
notar
S a n t i a g o , visto c o m o ensayo de colonia, pasemos
cuando de al
Santiago
conventual, esto es, cuando lleguemos a su gran edad de capítulos, de intrigas, de testamentos,
de
escándalos, de amores y
sacrilegios. C o n tan e s c a s o s elementos de sociabilidad y desarrollo la vida ( l ) La virgen del Socorro que írajo Valdivia en el arzón de su silla, y que tiene el tamaño de una muñeca mediana, es la misma que se reverencia en el alfar mayor de San Francisco. En otra ocasión hablaremos de ella, probablemente con, más detención y reverencia.
HISTORIA
de la capital de la Nueva
DE
87
SANTIAGO
Extremadura no podía ser sino profun-
damente triste. Durante el gobierno de Valdivia, puede pasaron por sus hogares c o m o transeúntes más dores; pero en los primeros
de
decirse,
mil pobla-
años su vecindario permanente se
compuso de sesenta capitanes y hombres de guerra, tres clérigos, dos frailes y una mujer, la ya afamada doña Inés de S u á r e z , mujer de heroicas virtudes. Aquel puñado de gentes, condenado al duro
servicio de las
armas y a la par al de la tierra, aislados por sus ocupaciones y rodeados de una masa de población inerte, servil, desconfiada y en el fondo su más acerva enemiga, inspira al observador cierta piedad innata por
su
suerte. M a s , a poco, fueron
alterándose
las c o s a s con algún favor. Valdivia, que había poblado la ciudad con sólo sesenta vecinos sedentarios, comenzó a permitir, a virtud de la concesión
gradual de los solares del pueblo, la clase m á s
numerosa de vecinos llamados moradores
(l).
L a vida diaria de aquella desventurada todo ser más escasa de placeres.
gente no podía
No había niños, ni
con
mujeres,
ni familia. P o r consiguiente no había hogar, y con esto queda pintada su mísera condición. En el día buscaban el sustento. En la noche la campana de la parroquia
tocaba
la
queda,
poco
después de las oraciones, y ya nadie podía transitar por las desiertas calles sino el alguacil o su ronda, el alcalde y su patrulla. S i un español, para el cual la queda
s o n a b a un poco más tarde, se
aventuraba a desobedecer ese precepto, perdía sus armas, y si el infractor era negro perdía como de costumbre su pellejo, pues debían aplicársele cien azotes (2).
(1) El vecindario noble de las ciudades españolas de Chile se componía principalmente de dos clases. A la primera pertenecían los encomenderos, es decir, los que tenían repartimiento de indios y los empleaban en labrar sus tierras o en sus minas. Estos eran, con mucho, los más importantes, los más ricos y los que tenían más privilegios y menos cargas. Por lo general, eran todos conquistadores o sus hijos y descendencia directa, en la que aquel título y la encomienda anexa constituían una especie de leudo o mayorazgo. Los segundos componían el mayor número de habitantes y formaban como la burgesia de la colonia. Una y otra clase, separada hondamente como hasta aquí por ridiculas preocupaciones, tenia en el cabildo una representación diversa, pues uno de los alcaldes se titulaba de encomenderos y era en cierta manera-el delegado de ¡a aristocracia. El alcalde de vecinos representaba al pueblo más directamente. Sólo a fines del último siglo encontramos que estas diferencias comenzaron a desusarse. (2) Acuerdo del 31 de julio de 1551. Acta del cabildo.
88
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
En cuanto a salir del recinto del pueblo en las horas vedadas, exponiéndose a las acechanzas de los indios, e r a , una culpable temeridad que se p a g a b a con la cabeza. ninguna condición,
decía
«Ninguna persona de
un acuerdo celebrado por el ayunta-
miento el 2 3 de Diciembre de 1549, sea o s a d o de salir de esta ciudad para dormir fuera de ella con sus pies o ajenos so de
la
pena
vida*.
O t r o de los caracteres más penosos
de aquella comunidad,
era su extremada e irremediable pobreza. N o había moneda ni c o s a que lo valiese. Y a hemos visto que los propios
del cabildo
se componían de una hacienda, de un potrero, y de un corral que lejos de producir acarreaban gastos, y las multas,
por
lo
mismo que eran crecidas y no había con qué pagarlas, se hacían ilusorias, según nos cuenta el señor Amunátegui en su brillante crónica del Descubrimiento visto que sólo
En cuanto a los arbitrios,
figuraba en ellos
la esperanza
ya hemos
de tenerlos ( l ) .
B a s t a decir que el ayuntamiento no tenía casa donde reunirse, y sólo doce años después de instalado (1552) vino a conseguir de Valdivia le asignase un aposento
de las c a s a s
que
había
edificado en la plaza y vendido al rey. Y todavía, cuando obtuvieron techo, resultó que carecían de escaños
en que sentarse
y mesa sobre que escribir. E s tan curioso y especialísimo el remedio que el ayuntamiento encontró a esta singular penuria que no podemos menos de reproducirlo íntegro, hoy que hasta nuestras más humildes autoridades se sientan bajo doseles y
que
los
porteros
mismos
tienen para descanso divanes y poltronas. «Este dicho día, dice el acuerdo capitular del 8 de Abril de 1552, estando en su cabildo los dichos señores, habiendo visto que los carpinteros que residen en esta
ciudad
han
incurrido
en la pena que estaba impuesta que no cortasen madera alguna sin licencia o mandado de los s e ñ o r e s del cabildo,
dijeron:
que mandaban e mandaron a Sebastián de S e g o v i a , carpintero, haga a su costa unas puertas y una ventana de c a s a del cabildo, e dos b a n c o s para la dicha casa, que sea cada banco de ( l ) Como es sabido, propios llamaban los municipios españoles sus rentas fijas, como fierras, censos, efe; arbitrios eran las confribuciones, deramas, efe.
HISTORIA
DE
diez pies en largo y dos palmos en d a r traídos
en la
casa
del
89
SANTIAGO
ancho; los cuales han de
cabildo. E asimismo
mandaron a
B a r t o l o m é Flores, vecino de esta ciudad, por cuanto incurriere €n la dicha pena, qne
mande
hacer e haga dos escaños
para
la dicha casa, cada uno de a doce pies en largo y en ancho d o s palmos y medio ( l ) ; los cuales sea obligados de dar y entregar en la dicha c a s a . Y que de hoy en adelante ninguna persona s e a o s a d o de cortar madera alguna en el dicho monte, sin licencia de los señores del cabildo, s o pena de pérdida y la dicha pena que está puesta; y la que tuvieran cortada, vengan a manifestar s o pena que cada uno que la
quisiere
la
susodicho, hagan las dichas obras para
pueda tomar;
la
c h o s carpinteros dentro de un m e s . — R o d r i g o de Fernández cual
de
N o es
de
Aldereíe.—Juan
Ibazefa,
de
y lo
dicha casa los diAraya.—Juan ante mí
Pas-
un episodio
que
Cuevas.—Pasó
escribano público y del c o n s e j o » .
menos ilustrativo de
ocurrió poco más tarde con el
esta situación único
que había en el
herrero
pueblo y cuyo nombre era R o m e r o . Intentó éste irse no
sabe-
mos si a Concepción o fuera del país; pero, al saberlo, se reunió alarmado el cabildo, (Enero 31 de 1553) y le prohibieron se ausentase, bajo
una multa de 500
irán tras de él, dice el acta de ese
pesos
de oro
«y más
día, y lo volverán
que
a esta
ciudad a su propia c o s t a » . L a s escaceses de los míseros
colonos
llegaron a tal grado,
que a haber vivido bajo el régimen actual, es más que seguro se les habría recogido como a mendigos y hospicio,
bien que
encerrádolos
en el
harto menos dura habría sido su suerte si
hubiesen vivido c o m o los menesterosos de hoy. Hay un caso curioso
que esto ilustra y vamos a recordarlo
teniendo a la vista los libros de cabildo. Dijimos en uno de los capítulos
de esta
historia que en el
primer mes de la instalación del ayuntamiento ( M a r z o de
154l)
había sido nombrado alarife para la repartición de las aguas y el (1) En cuanto a la mesa de que hemos dicho, carecía el ayuntamiento, la había solicitado por un pedimento expreso el procurador de ciudad Gonzalo de los Ríos un año antes (acta del 2 6 de enero de 1551), y es probable que ya por la época de los escaños estuviese hecha; pues de otra suerte los venerables ediles se la habrían procurado a cuenta de multas.
90
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
alineamiento de las calles el vecino P e d r o G a m b o a con un s a l a rio de 5 0 0 pesos,
de manera
que
cumplido el primer año d e
su servicio ocurrió al cabildo por su sueldo. M a s , como no hubiese un maravedí en las arcas, hubo de contentarse
con una
promesa de que se le pagaría una suma redonda de 1.200 en el término de fres ai'ios, que debería durar su
comisión,
com-
prometiéndose los regidores a pagarlos, junto con los vecinos, en el c a s o que el cabildo no tuviese fondos en la época
obligada
(Acuerdo del 9 de M a y o de 1542). P e r o cumpliéronse los tres años y el paciente alarife, que n o había recibido ni un castellano de oro, volvió a ocurrir por s u s sueldos insolutos. La providencia que puso el
ayuntamiento
es
peculiar.
fecha de 2 9 de Diciembre de 1543, ordenó que su
Con
mayordomo
(tesorero municipal) Antonio Zapata le entregase ese dinero del producto de las multas
«y si no los hay, decía el acuerdo, que
hasta que haya oro y la ciudad c o b r e y se le pague»...
espere
¿ S e le pagó alguna vez por
el
cabildo o por los
vecinos?
Nada menos que eso. En las actas del cabildo de 1550,
esto
es, siete años después, se encuentra (sesión del 2 2 de A g o s t o ) una solicitud judicial del mismo infeliz e insistente G a m b o a , en que pide mandamiento de embargo nada menos que contra el primer capitalista de la colonia J u a n D á v a l o s J o f r é y contra e l clérigo D i e g o Pérez, que no debía ser de los más pobres, p o r cien
pesos,
que todavía le estaban adeudando de sus servicios
de alarife, a virtud de una capitación que se había hecho entre los pobladores el 2 6 de Abril de D o s años antes, empero, las acequias su 1548 le
1547.
el pobre
destino, pues
nivelador
vemos que el
había tirado a
i.° de
M a y o de
había reemplazado un individuo llamado L o r e n z o M i -
ñes. Fué también un signo característico de aquella edad el que el nuevo alarife, más práctico que su antecesor, se convino en recibir, en lugar de dinero, ciento y cincuenta fanegas de víveres y menestras
que
debían proporcionarle los
chacareros
en
remuneración de su trabajo ( l ) . ( l ) Treinta años más larde era alarife y juez de aguas de Santiago Pedro M a r tín, y su sueldo consistía en dos fanegas de cosechas que debía pagarle cada
HISTORIA
DE
91
SANTIAGO
En esta lastimosa situación, cuya pintura hemos
hecho cuan
fiel y cuan prolija nos ha parecido posible, ocurrió una novedad que vino a poner el sello a tantos infortunios. El
10 de Enero de 1 5 5 4 , penetraba jadeante en la plaza de
S a n t i a g o un caballero de que
había
renombre entre los
conquistadores y
corrido desde C o n c e p c i ó n en el brevísimo espacio,
para aquellos tiempos, de once días, *Era G a s p a r de Orense, que traía al M a p o c h o la nueva de que P e d r o
abatido
vecindario del
Valdivia había perecido con
sesenta de los suyos, la flor y lustre de los conquistadores, en una e m b o s c a d a ingloriosa. La obra unipersonal de tantos años veníase al suelo con un s o l o golpe. La gran rebelión de la Araucanía comenzaba en toda su pujanza, y en breve los infelices labradores de
la vega del
A l a p o c h o , convertidos en soldados, irían a escuchar la corneta de
Lautaro,
del fuerte
que
Penco
venía
la Nueva Extremadura. tan profunda como vecindario
a
marchando sobre Santiago,
La consternación del pueblo fué, pues,
súbita;
tiago, no sólo porque Azocar,
dijo
al proponerlo,
persona tan valerosa
se
cabildo,
convocóse al
sucesor del Adelantado al
popular
tomasen
en
cuenta
sus
méritos de
el procurador de ciudad, S a n t i a g o de «por ser con
tierra está tan bien quista, queje»,
el
encontró más remedio a su
Rodrigo de Quiroga, el patriarca venerable de S a n -
guerra, sino como e
reunióse
sesión pública y no
desdicha que nombrar por y honrado
dueño ya
y virtualmente señor de todo el territorio de
c o m o es, caballero
quien todo
que
no
el
hijodalgo
pueblo y toda la
hay persona que de él se
(l)
G r a n elogio por cierto y casi único entre los conquistadores del nuevo mundo y en especial del Nuevo Extremo! chacarero. (Acuerdo del 12 de octubre de 1577.—Gay, Documentos, v. 2.o, página 7 5 ) . ( l ) Acta del 11 de enero de 1554.
C A P Í T U L O VII
Los primeros feudos Competencias entre los sucesores de Valdivia.—Villagra se apodera del gobierno por la fuerza.—Desinterés de Rodrigo de Quiroga —Penetra en Santiago con gente armada
Hernando de Aguirre.—Arbitraje del licenciado Las Peñas.—
Llega Hurtado de Mendoza y prende a Villagra y a Aguirre.—Concluyen los feudos.
P e d r o Valdivia
al
morir
sólo dejaba
a sus sucesores una
c o r o n a de espinas. P e r o apenas la vieron caída sobre y
de
la
muerte,
lanzáronse
el
campo de la derrota
sobre ella
sus principales lugar-
tenientes, porque, al fin, era una corona. Fueron que vivía
los principales
contendientes
Francisco de Aguirre,
en una especie de feudo en L a S e r e n a , ciudad que
él había poblado,
Rodrigo
de
Quiroga,
electo
popularmente
por el cabildo de S a n t i a g o , y F r a n c i s c o de Villagra, que tenía en A r a u c o el mando de las armas. C a d a cual alegaba su derecho c o m o preferente; y las dispu. t a s e interregnos que su porfía iba a ríodo
igual
al
que había
atraería sobre la infeliz colonia M a p o c h o todas
a c a r r e a r durante un pe-
gobernado fundada
Valdivia en
(1554-1568),
las márgenes del
las angustias y los atrasos de una guerra de
bandos. Indisputablemente quien tenía mejor derecho herencia
de Valdivia
ausente en la época
era
el
valeroso
para recoger la
Francisco
de la muerte de aquel
de Aguirre,
en las provincias
94 del
BENJAMÍN
Tucumán
VICUÑA
MACKENNA
(parte integrante del territorio de Chile a la sa-
zón), porque había sido
instituido heredero
por
el testamento
de aquel. El honrado Q u i r o g a sólo tenía el timbre de su merecida popularidad. P e r o Villagra, el menos digno por su c a r á c ter a la vez caviloso premo
y sanguinario,
disponía
del derecho su-
sobre todos los demás derechos en aquellos siglos: el
de la fuerza. El,
por
tanto,
sería
de
hecho
el
sucesor
de P e d r o V a l -
divia. Y es de notarse a ofrecer
nuestra
la peregrina coincidencia que ya comienza temprana historia
sobre la influencia militar
del sur, que vino a extinguirse sólo ayer en el
arenal de Lon-
gomilla, y que estuvo imponiendo durante tres siglos completos (1550-1850) la ley del sable menos digna
de
a
la
república.
No
es tampoco
nota esa federación espontánea y casi innata
que la topografía impuso por sí sola a nuestro gobierno territorial, presentando, como en su cuna, las tres grandes divisiones coloniales que caracterizaban el reino
de
hasta la época
Chile
de la unificación de la república; esto es, C o q u i m b o , S a n t i a g o y el < fuerte
Penco»
(l).
La primera contienda por la rivalidad del mando tre Villagra
y
Quiroga,
pues
ya
hemos
dicho
estaba ausente, que a no estarlo, el negocio mucho más complicado. tiago
En
diputase al sud al
Cáceres.
estalló enque Aguirre
se habría hecho
vano fué que el cabildo de S a n -
prudente caballero Diego G a r c í a de
Villagra y sus soldados no querían oir sino la entre-
ga inmediata e incondicional
del
poder.
Y
aunque rotos con
gran estrago en la batalla en que fueron a buscar de Valdivia y apostrofados c o m o viles por una
la venganza
mujer que ha
inmortalizado el estro de Ercilla por su aturdimiento para abandonar sus hogares soldados
y
a
los b á r b a r o s ,
vecinos hasta
el
(2)
viniéronse
en
tropel
M a p o c h o , desamparando cuanto
(1) Ya desde 1554 se hablaba del territorio de ultra Maule con la denominación tradicional de las ciudades de arriba.—Acta del cabildo del 9 de agosto de 1554 (2) Doña Mencia de los Nidos, que llamó a Villagra hombrecillo cobarde porque desamparó a Concepción después de su terrible derrota de Marihueno.— Araucana, Canto VIL—Doña Mencia era natural de Cáceres, en Extremadura, (Góngora Marmolejo, pág. 5 3 ) .
HISTOBIA
había
poblado
DE
95
SANTIAGO
Valdivia, incluso los tambos
que, a usanza de
los Incas, servían de hospedaje en la rula,
al derredor de cu-
y o s pajizos recintos creciendo con los años, fueron
formándose
í o d a s nuestras actuales ciudades y villas mediterráneas. El cabildo de Santiago, fiel a su afecto por Quiroga, querido resistir a
los intrusos
del sud,
pero éstos
había
«se fueron,
•dice alguien que presenció la escena ( l ) , a la puerta del ayuntamiento
con
palabras
íemor para que
bravas y fieras que hacían,
recibieran
a
poniéndole
Francisco de Villagra contra su
voluntad y c o m o hombre p o d e r o s o » . Distinguíanse entre los insolentes aquel capitán Alonso quiriría tan menguada fama
de R e y n o s o ,
por
Caupolicán, y de quien dice otro Lovera, pag.
174) que
«entró en
el
que más
suplicio
vil
testigo de
tarde ad-
que diera
a
vista (Marino de
la casa capitular eon mucha
gente hablando palabras altas y desabridas». Y no obstante,
aquellos vecinos, más acostumbrados al torneo
que a los debates, sólo cedieron en presencia de los a r c a b u c e s por la mayoría de un voto en el acuerdo tumultuoso, y ese voto, fué el del magnánimo Rodrigo
de Quiroga,
que nunca mostró
afición al mando sino para hacer el bien. L o s vecinos de Santiago, aunque por caridad
recibieron
con
benevolencia a los emigrados fugitivos de Concepción (2), no se resignaban de buen grado a soportar el yugo de
Villagra,
s ó l o atendía a sus soldados y por lo cual le contemplaban gran descontentamiento»
(3). No fué por
y el que,
«con
cierto parte a calmar
éste el apoderamienío violento que hizo Villagra rey, que importaba más de cien mil pesos,
que
del tesoro del
según antes
dijimos,
distribuido con prodigalidad entre los soldados,
con-
(1) Góngora Marmolejo, pág. 53. (2) Con la mucha caridad de la genfe de es(e pueblo, cuyos moradores salieron gran trecho a recibirlos y los hospedaron en sus casas» (Marino de Lovera, página 173). La hospitalidad de los vecinos de Santiago no debía ser, empero, de larga duración, porque en el libro becerro se encuentra una acta de 11 de octubre de 1555, mandando dar pregón para que en ocho días saliesen de la ciudad y pasar e n el Maule bajo la multa de 2 0 0 pesos los vecinos de Concepción y dentro de diez días los de Ango!, Imperial y Valdivia. Otro tanto hubo de verificarse respecto de los vecinos de Concepción tres siglos ..después (1819) a consecuencia de la despoblación de las comarcas del sud. (3) Góngora Marmolejo, pág. 53.
96
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
tribuyó a ganarle nuevos prosélitos y a
afianzar el ánimo de los
que había traído. M a s apenas encontró término la reyerta con ocho
meses después de
1 5 5 4 ) , cuando
Quiroga, a los
la muerte 3e~VaIdivia
se presentaba en el
(Setiembre
Francisco de Aguirre. S a b e d o r de lo que pasaba,
había volado
de las pampas argentinas, donde le alcanzó la nueva, al de
su
de
campo a entablar la suya asiento
gobierno feudatario de La S e r e n a , y despachado en el
acto a su hijo don
Hernando con
diez
exigir de Villagra y del cabildo que el
y seis soldados para testamento de Valdivia
fuese cumplido en su persona. El joven emisario,
aturdido o
fiado
de su buen derecho, pe-
netró en S a n t i a g o en son de guerra con
su corta
cuadrilla, y
aun se dijo que sus arcabuceros, que eran seis, se presentaron con las mechas encendidas,
apostándose en
las gradas
de la
iglesia parroquial (Enero 7 de 1555). Pero
Villagra
amago. Y
era
demasiado
el imprudente
poderoso
para
temer
aquel
capitanejo fué desarmado, junto con
sus secuaces, en presencia de
los
doscientos
soldados
ague-
rridos que rodeaban a Villagra. Aguirre, más hondamente agraviado por
este desacato, con-
tinuaba por su parte avanzando sobre la capital con los soldados que trajera del Tucumán, y aun
llegaron sus avanzadas a
estar a la vista de las de Villagra, cuando uno y otro celebraron una curiosa transacción, mediante el influjo, según se dijo por algunos, del venerable cura González Marmolejo, quien se interpuso como mutuo amigo cuando ambos partidos íbanse ya a las manos. Consistió el avenimiento de los
pretendientes en un arbitraje
sometido a un cierto licenciado
llamado
de L a s P e ñ a s , el pri-
mero de su especie que vino a
nuestras
costas
y cuya
triste
efigie moral, por lo que se dijo de él, no seria difícil encontrar en esta hora debajo de
muchas
togas.
El historiador G a y , o
más bien, el que caricaturó su historia, lo llama
«un
juriscon-
sulto eminente;»
pero a la verdad que su conducta fué sólo la
de un eminente
pillo,
porque
para sentenciar pidió
anticipado y le dieron las partes entonces pareció
cuatro
honorario
mil pesos, suma
una enormidad sin nombre,
c o m o hoy
que sería
HISTORIA
DE
97
SANTIAGO
sólo una migaja. Fuera de esto,
no quiso
firmar su sentencia
sino cuando estuvo metido en un buque surto en Valparaíso y con sus velas ya cargadas por la brisa, todo lo que prueba que de antemano tenía la conciencia de su iniquidad. Y así era lo cierto, porque sentenció injustamente a favor de Villagra, que era a
quien más le temía y el que más le había
dado, ordenando que gobernase mientras la R e a l Lima resolviese te que pagó
definitivamente
la
Audiencia de
disputa, prevaricato
después con una rotura de narices
flagran-
y una paliza
que le hizo dar el agraviado cuando años más tarde su pobreza le trajo de nuevo a Chile, poniéndole en manos de Aguirre ( l ) . En consecuencia, los dos rivales retiraron sus campos, y cada cual fué a encerrarse en el respectivo asiento de su corte. V i llagra en la de Santiago y Aguirre en la de la S e r e n a , que los traviesos de ingenio llamaban entonces la ciudad pecados
mortales,
porque
sólo
había tenido
de los
siete
siete
pobladores
P a r e c e r í a que en esto se hubiese querido perpetuar la predisposición congenial y la gracia indisputable de los hijos de aquel herm o s o suelo en la inventiva de los refranes y especialmente en el uso de los sobrenobres. Hallábanse así ambos caudillos en pacífica posesión
de sus
dominios, cuando de improviso se presenta un tercero que los reduce a ambos a una profunda paz. E r a éste don G a r c í a Hurtado de Mendoza, un adolescente de veinte años que, a l a cabeza de trescientos
hombres,
venía
del Perú enviado
virey su padre a poner en orden a aquellos viejos
por el
turbulentos,
pues a la sazón Villagra tenía cincuenta años y Aguirre
talvez
más. E n c o n t r á b a s e Villagra en la capital desapercibido de toda z o zobra y oyendo tranquilamente una mañana la misa
conventual
en S a n Francisco, cuando le entregaron una carta de un estanciero del norte en que le daba aviso que un capitán de guerra p a s a b a a prenderle. Y así era la verdad, porque habiendo desemb a r c a d o en la S e r e n a don G a r c í a , había metido en un b a r c o a Aguirre
y
despachado por tierra al capitán J u a n Ramón con.
( l ) Marino de Lovera, pág. 175.
98
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
gente armada para que asegurase la persona de
Villagra.
El
cauto mancebo quería hacer la justicia de S a l o m ó n . Villagra, que era astuto y disimulado, recibió al emisario con buen talante y le entregó su mando y su persona, por manera que cuando su émulo le vio llegar bajo custodia al propio buque en que le tenían prisionero hubo de decirle por vía de reconciliación y de s a l u d o . — «Mire vuesa merced, señor general, qué son las c o s a s del mundo: que ayer no cabíamos los dos en un reino tan grande y hoy nos hace don G a r c í a caber en una .tabla»
(1).
D e allí les llevaron al Perú, donde
vivieron libres y amigos
en la corte del virrey, pues su destierro no había sido sino una medida precautoria y harto
blanda en aquellos días en que la
precaución más en voga era cortar a su enemigo la c a b e z a . mismo Villagra había degollado y tan sólo por una palabra
a
El
P e d r o S á n c h e z de la H o z ,
descompuesta
hizo aplicar garrote
a su propio alférez real, el capitán J i n o j o . Concluyó dé esa suerte el primer feudo de los conquistadores •y el primer interinato político en el gobierno de la colonia; y ciertamente que no fueron aquellos escándalos militares y forens e s a propósito para dar estímulo y vitalidad a la precaria colonia, que se mecía en su cuna a la sombra j o s en la vega del M a p o c h o .
{ l ) Marino de Lovera, pág. 197.
de humildes corti-
CAPITULO
VIII
Los dos Villagra Carácter de don García Hurtado de Mendoza y de su gobierno.—Viene tiago sólo como transeúnte.—Extraña manera como Francisco Villagra brado gobernador propietario.—Su solemne
a Sanes nom-
entrada en Santiago.—Su
carác-
ter y su muerte.—Pedro de Villagra y su gobierno esencialmente militar.—El virrey del Perú nombra a Rodrigo de Quiroga en su lugar y violencias a que aquel se entrega.—Entran las tropas del Perú a la capital en son de guerra.— Establécese la real audiencia en Concepción.—Gobierno
de Bravo de Saravia.
— S u retrato según Góngora Marmolejo.—Es nombrado gobernador propietario Rodrigo de Quiroga.—Inmenso
regocigo con que es recibida esta noticia.
D o n G a r c í a Hurtado gobernó en 1561) pero en Santiago, como
Chile
casi
cuatro años; (1557-
todos los
presidentes
siglo X V I y del siguiente, gobernó sólo días. S a n t i a g o capital del reino en el papel y en co»
lo era de hecho, a virtud del
los
mapas. El
gobierno
era
del la
<íuerfe P e n -
civil y de las ar-
mas. E r a don G a r c í a un mozo taciturno, austero, devoto y valiente. Le mandó el virey su padre para que conquistase temprana fama y por s a c a r del Perú todos los hombres que habían quedado
flotando
sobre su suelo, como las espumas después de la
borrasca, a la postre de las rebeliones J i r o n e s . P a s ó en consecuencia
su
vida
celebrando misas y procesiones, torneos los días que le dejaban
ociosos
de en
Contreras y de los los
y justas
campamentos, de guerra en
las batallas. S u gobierno
por
esto pertenece más bien a la epopeya qué a la historia, y si la
100
BENJAMÍN
Araucana,
VICUÑA
MACKENNA
que cantó la gloria de uno de sus secuaces ocultó-
la suya, fué en desquite de una violencia s a b i d o que hizo sentenciar a muerte
de
a don
porque en una fiesta de caballeros s a c ó la
mozo, porque e s Alonso de
Ercilla
espada en su pre-
sencia estando todos a caballo en la plaza de la Imperial. Fué preciso por esto que un escritor cortesano (Suárez de Figueroa) pintara
después
con
ponderación
su
carácter y
sus
hechos,
omitidos o rebajados por la poca magnanimidad del poeta y camarada. Partía el adolescente gobernador su afición a las armas el culto de la virgen, y vivía rodeado de
frailes
que le
con había
dado su padre por guardianes y tutores. Antes de cada encuentro oía misa de rodillas; y un encomendero de Chile escribía a o t r o su amigo en el Perú en carta
que
publica el biógrafo
de
aquel, ( l ) que nunca le vio sin que llevara en la mano su r o s a rio. N o bebía vino y huía de las mujeres c o m o del pecado, bien que entonces en Chile no había ese género de tentaciones, en la que
cayeron
más
tarde
tan opuestos
gobernadores
desde
Alonso de Rivera al caballeresco C a n o . Tenía, sin embargo, la figura
y la edad de los paladines felices. " E r a , dice un contem-
poráneo, (2) de buena estatura, blanco y las b a r b a s
le
salían
negras, los o j o s grandes, bien hablado y se preciaba de ello, honesto en su vivir». Y lo último era tan cierto, que aunque traj o veinte mil pesos de sueldo, los renunció porque no había de dónde
pagárselos y despidió todo
el
boato
de
mayordomos,
maestre-salas y palafreneros que trajo consigo de la corte vicereal, quedándose solo con un escudero y un mozo de espuelas que se las calzara cuando hubiese menester. B a s t á b a l e a su virtud y a su entereza la ración de hambre que se pagaba en e s o s años a los gobernadores de Chile, dos mil pesos, harto inferior salario al que tiene hoy un jefe de escuadrón (3). Habitó, c o m o dejamos dicho, de continuo en C o n c e p c i ó n don-
( 1 ) Suarez de Figueroa, pág. 7 8 . ( 2 ) Góngora Marmolejo, pág. 9 1 . (3) «Por esfe respecto (la suma pobreza del país) despidió alabarderos y criados, que, aunque tenía Yeinte mil pesos de salario, no los cobraba porque no había tanto dinero en las cajas del rey de que se pudiese pagar» .•—Góngora Marmolejo, páfl. 9 0 .
HISTORIA
DE
101
SANTIAGO
de fabricó un palacio a manera de fortaleza ( l ) y en S a n t i a g o tuvo por lugar-teniente a un licenciado Santillana que no
debió
s e r de la alegre familia de Le S a g e , porque a un soldado llamado
Ibarra a quien
sorprendió escribiendo anónimos
contra
don G a r c í a lo mandó ahorcar sin otro trámite que el de la s o g a y el nudo, pues tal era la ley de imprenta que regía en esos años. A m a b a don G a r c í a más a sus soldados y a sus frailes que a l o s prosaicos vecinos de las villas, y si es cierto que en S a n t i a g o fué bien quisto, c o m o cuentan algunos, debióse sin duda a que •es común achaque de los
por
consiguiente de los
pueblos preferir aquellos que los gobiernan
hombres y
desde lejos, lo que
p o r lo menos prueba que toda autoridad es de suyo p o c o amable y que el mejor mandatario es aquel que menos se c o n o c e o que impera desde mayor distancia. Entre el licenciado Santillana y don G a r c í a , los pobladores de S a n t i a g o era seguro que preferían al último. P o r esto, cuando al fin de su gobierno vino a Santiago, que aun no conocía, le recibieron sus vecinos con inusitados a g a s a j o s y le ayudaron con buen ánimo a levantar, en el sitio de la parroquia,
cuya
iglesia solo sirvió veinte y seis años,
mera catedral de piedra
que tuvo S a n t i a g o .
L a capilla
la priparro-
quial que edificó P e d r o de Valdivia hemos dicho fué de t o s c o s adobes. Estando en estas prácticas devotas y oyendo talvez su diaria •misa c o m o Francisco de Villagra recibió una mañana el manceb o cierta nueva que conquistó su alma y al parecer amilanó su -espíritu esforzado. P o r una de aquellas cosas
del mundo,
que F r a n c i s c o de Agui-
rre había recordado al de Villagra, cuando se encontraron cautivos por órdenes de don a h o r a provisto por
G a r c í a , el último de aquellos volvía
el rey g o b e r n a d o r de
Chile. Anunciábanle
pues a don G a r c í a que aquel c o m o agraviado venía a despojarle. Aconteció para esto el c a s o singular d e s p a c h a d o desde Chile a España
que
a aquel
habiendo Villagra capitán G a s p a r de
( l ) «Había mandado labrar un palacio que en tiempo de necesidad podía servir de fortaleza, con un cuarto sobre el mar de mucha vista y recreación-.—Suarez de Figueroa, pág. 7 5 .
102
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
O r e n s e , (el mismo que según dijimos trajera a S a n t i a g o la noticia
de la muerte de Valdivia) para pedir mercedes, naufragó el
b u q u e que navegaba a la vista de las costas de España, y entre los fragmentos del naufragio que la r e s a c a echó a la playa de S a n L u c a r encontráronse las peticiones que el viejo capitán dirigía
con humildad y maña al s o b e r a n o . Llevaron aquellas a
un clérigo llamado Cisneros, hermano de la mujer de Villagra, y c o m o siempre ha sido c o s a de gran aprovechamiento el tener dejidos tonsurados, y el influjo sacerdotal fué generalmente p o deroso en todas las c o s a s de gobierno, vínole la provisión real que le restituía su gobierno. Al saber tan extraordinario a c a s o , turbóse, pues, don ya desazonado con la pérdida del
padre; repartió
su
García menaje,
inclusa su vajilla, entre sus amigos y sus monjes, metióse en S a n F r a n c i s c o , casi c o m o un
penitente,
y
en secreto fué a embar-
c a r s e para Lima y para España en un b a r c o que se hallaba surto en el
«puerto de la Ligua»
(Papudo).
P o c o s días después se presentaba en los suburbios de S a n t i a g o , y viniendo por tierra desde C o q u i m b o , montado en un mac h o negro de mediano porte, el nuevo
gobernador propietario.
L o s vecinos le recibieron c o m o a hombre que le temían y que al propio tiempo,
por
sus
prodigalidades
tenían afición de camaradas. Formaron a pie, colega
que por
ser de honor
del
tesoro
ajeno le
dos compañías, una de
mandó el licenciado Altamirano,
del de las P e ñ a s , y que tuvo después altas c o m i s i o n e s
de gobierno, y otras de lanzas y adargas, y con esta escolta y más de mil indios salieron los principales vecinos a su encuentro. Habían aderezado por dentro la ciudad
con lo mejor que
tenían aquellos pobres ediles. «En la calle principal, (cuenta uno que dice fué cierto «porque me hallé presente») por donde había de entrar hicieron unas puertas grandes, a manera
de
puertas
de ciudad, con un chapitel alto encima y en él puestas muchas figuras
que lo adornaban; y la
calle
toldada de tapicería,
con
m u c h o s a r c o s triunfales hasta la iglesia; por todos ellos muchas letras y epítetos que le levantaban en gran manera, dándole muc h o s nombres de honor»
(l).
( l ) Góngora Marmolejo pág. 93.—Villagra (raía esa mañana un rico íraje
de
HISTORIA
El que el
ayuntamiento
quedóse
de estilo se mantenía nuevo
abiertos
mandatario en una mesa
lo carmesí,
D E SANTIAGO
a
la parte de afuera
cerrada
sobre
luego
palio, c o m o
los
y
unos
cubierta
su
negro
la
su
que
lleváronle
a
se
hallaban
tapiz de
la
mientras
por la brida,
puerta
juramento
terciope-
en los príncipes» dice
regidores
macho
de
recibió
un lujoso
se h a c e con los santos,
conduciendo
allí
evangelios
con
«como es costumbre
lejo ( l ) . Y
103
Marmo-
iglesia
bajo
un alcalde cosa
que
de
seguía hoy
se
después
el
haría s o l o por los dioses. ¡Veleidades pobre
de
Villagra
su c a s a
ller B a z á n ,
hallábase
el
cuerpo.
consejo
del médico
en S a n
Francisco, día
Había pietario
sentado
de
que se obstinó
todo
en
un
le dieran,
una
años
silla
curandero
Causáronle de
Dos
desesperado,
en curarle
el agua
santo
grandeza!
hidrópico,
en manos
dida, que al b e b e r s e
1563.
humana
de C o n c e p c i ó n ,
lo que es peor,
gue en
la
con éstas
de su devoción,
el
infiltraciones una sed
en el a c t o . el
15
en
moribundo,
llamado
una ampolleta
expiró
de baqueta
que Le de
tan
y
bachide azodesme-
contra
el
enterraron Julio
de
de su muerte. nacido
de Chile,
Francisco
de Villagra,
en A s t o r g a
en
medio
tercer gobernador de las b r e ñ a s del
proreino
terciopelo negro con franjas de oro «y guarnecidp de martas», según aquel historiador, y tal era su hábito ordinario, porque siendo natural del reino de León, debía pagar su tributo a la charrería que es peculiar de los habitantes de esa parte agreste y pintoresca de España. El charro es en León lo que el manólo en M a drid, y el majo en Andalucía, el lacho en los campos de Chile y el siútico en S a n tiago. Villagra lué, pues, el primer charro, o si es permitida la transposición, el primer siútico de Santiago. De León nos ha venido también la moda de todo ese recargo de bordados, recortes y demás zarandajas usadas todavía en las provincias, en sábanas, almohadas, etc. ( l ) No apuntan los primitivos historiadores la fórmula de este juramento en el caso de Villagra, pero respecto de Bravo de Saravia, que entró en Santiagocomo gobernador siete años después (1568), Góngora Marmolejo consigna el siguiente: «VS. jure poniendo la mano en estos evangelios (teniendo el libro abierto) que guardará a esta ciudad todas las libertades, franquezas, exenciones que hasta aquí ha tenido y por los demás gobernadores antecesores de V S . le han sido dadas y guardadas». Es digno de observarse por el respeto que aún aquellos rudos soldados, hijos empero, muchos de ellos, de los comuneros de Castilla, tenían por las fórmulas de la libertad, que mientras no se pronunciaba el juramento, las puertas figuradas de la ciudad permanecían cerradas, y se abrían de par en par sólo después que el gobernador había prestado aquel pleito homenaje. Sólo se recuerda de un c a pitán general, el terco Ibañez, que se negara a prestar aquel juramento, o que dio lugar a graves escándalos, como en su lugar veremos.
104
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
de León, que es fama imprime en sus naturales la genial aspereza
de sus sierras. Era su padre un comendador, pero siendo
ilegítimo, llevó sólo, a estilo
de
materno, y murió c o m o P e d r o
Francisco Pizarro, el nombre de Valdivia,
a los cincuenta y
seis años. «Era, dice de él uno de sus camaradas página 1 18), de mediana estatura, el rostro cha gravedad
y
(Marmolejo.
redondo
con mu-
autoridad y las b a r b a s entre rubias, el color
del rostro sanguíneo, amigo de andar bien
vestido, y comer y
b e b e r y enemigo de p o b r e s » . Fué
en esto distinto del popular Valdivia y en todo inferior
a este ilustre capitán. Era violento, pero c o m o hombre de guerra pasó por el más degraciado de los conquistadores. A V a l divia, ni los castellanos ni los indios le vencieron nunca,
y en
su primera
como
derrota,
que
fué
sólo
una
celada, pereció
soldado. Villagra, al contrario, en todas partes fué deshecho y él enseñó a los indios a vencer. D e s d e los balcones
cubiertos
de macetas que rodean la encantadora cuanto hospitalaria mansión de Loía divísase casi a tiro de cañón la famosa cuesta de Marihueno, en que Villagra perdió sus jornada, salvando
baterías
en la primera
la vida gracias sólo al admirable
«castaño»,
cuya pintura con mano maestra trazó Eroilla, y a cuyo pie pereciera de una lanzada en la b o c a y con
el
caballo
caído por
el suelo en un segundo encuentro su propio hijo P e d r o de V i llagra, bizarro adolescente. Tenían los gobernadores
de
Chile,
como
los
príncipes, el
derecho de nombrarse sucesor, y a ejemplo de aquellos, designaban
por ¡o
común
a sus parientes. P o r esto Villagra,
había perdido ya a su hijo, dejó nombrado a su primo
que
Pedro
de Villagra, que algunos confunden con aquel ( l ) . Era don P e d r o un soldado de fortuna, hijo de un escribano que tenía oficio en Colmenar de Arenas en el reino de G r a n a da. M o z o vino a! Perú con los Pizarros, casándose en el C u z c o con una
señora
de
nota llamada
doña Beatriz de Santillana.
Allí le inquietó Valdivia y le trajo consigo
como
soldado
de
( l ) La familia de Villagra fué en la conquista la que la de los Larrain, o de los Ochocientos, en la de la independencia. Hubo Francisco de Villagra y su hijo Pedro, muerto en Marihueno. Gabriel de Villagra que fué un capitán distinguido, era fío de don Francisco, y por último don Pedro, que era su primo.
HISTORIA
-valor, y dióle
más
DE
105
SANTIAGO
tarde e! título de su maestre-sala y un re-
partimiento en Tirua de más de veinte mil indios, E r a , según éste, alegre
de
.bien dispuesto, de buen rostro, casi aguileno,
corazón,
tipo a c a b a d o
dice Lovera.
amigo
de hablar, aficionado a
del soldado
y
del conquistador,
mujeres»,
según se deja
ver; y por lo tanto los suyos le adoraban, Arrastrado por éstos, vínose a invernar a S a n t i a g o con •disgusto del vecindario, que n a d a de las ciudades
de
aborrecía
gran
la soldadesca desenfre-
pues alborotaba el pueblo con
arriba,
sus escándalos y su ocio, al paso que sus exorbitancias y sus pagas sangraban sus pobres a r c a s . A ejemplo de su primo, el buen don P e d r o tiró a la recogida los dineros del rey; y hubo soldado a quien cupo en el reparto hasta setecientos pesos, caudal de príncipe a la sazón entre consecuencia Capua
los moradores
de S a n t i a g o , que en
no se escapa de ser llamada con este
motivo la
del ejército por el severo y casi adusto M a r m o l e j o .
L o s e x c e s o s de los tercios fronterizos traían tan disgustado al vecindario, que todos los ojos se volvían c o m o a una esperanza hacia el noble y prudente R o d r i g o de Quiroga, t o n c e s de los
conquistadores; y c o m o
por
una
decano en-
rara
ventura
sucediese que por esa época vino al Perú un nuevo virrey natural •de G a l i c i a (don G a r c í a de C a s t r o ) , fué fácil a los descontentos g a n a r su voluntad en favor de Q u i r o g a , que
era gallego
tam-
bién. N o es difícil de concebir, desde que en España, después •de D i o s , está el
paisano.
P a r a realizar sin alborotos aquel cambio, el ejército de doscientos
soldados aguerridos,
nes y caballos; y a la
virrey alistó un
provisto
de caño-
c a b e z a de ellos desembarcó un día en
•el puerto de V a l p a r a í s o el general don Miguel de Costilla, (que otros llaman de Castilla), y el quien
cuenta G a r c i l a s o
descubrimiento niño,
con
que
mismo
esforzado caballero, de
habiendo venido con Almagro
al
de Chile, le vio él mismo en el C u z c o , cuando
los dedos enjutos
y
sin un aspor el
rigor de las
nieves. Costilla,
haciendo
alarde de prudencia
y de imparcialidad,
quedóse en Valparaíso con su gente; mas c o m o
el
turbulento
Villagra supiese que estaba carteándose en secreto con
Rodrigo
de Quiroga, sus soldados soplaron su ira, y fuese una mañana
106 con
BENJAMÍN
VICUÑA
treinta de ellos a prender al
MACKENNA
último
en
su
propia c a s a ,
situada en un costado de la plaza. Quiroga, que era tan bravocomo
medido,
encerróse en ella para
defenderse, y c o m o no
quisiese salir a los requirimientos de su émulo,
enfurecido é s t e ,
mandó traer dos barriles de pólvora para volar las puertas. Alguien, sin embargo,
le disuadió del
loco intento, y
como
Costilla viniese a a c e r c á n d o s e a la ciudad con su tropa,
todos
los parciales de Q u i r o g a salieron al campo a reunírsele, entrando
al siguiente día
calle
a
con él en el pueblo, donde,
manera de alarde, llevando delante
bronce y mucha arcabucería, vinieron a parar cipal al romper el día,
se habían
fuesen
reunido
el cabildo y sostenían allí el buen
tu-
derecho^
decían que éste había sido provisto por la
R e a l Audiencia, que era Lima.
a la plaza prin-
(l).
Entre tanto, los parciales de Villagra de su jefe; porque
piezas de
con estandarte tendido, c o m o si
a entrar a alguna batalla» multuariamente en
«pasando la
cuatro
superior autoridad a la del virrey de
«Mas c o m o veían doscientos h o m b r e s » , dice otro de Ios-
capitanes que nos cedieron luego por
ha dejado memoria de esas turbulencias (2), un
voto y admitieron las provisiones vice-
reales que les presentaba Costilla en la punta de su espada, y en las que Q u i r o g a era tercera vez, Mendoza
pues
ha
se embarcó
nombrado
de casi
advertirse
gobernador interino por la que
cuando
Hurtado
furtivamente en el P a p u d o , dejó
de a
aquel con el mando superior. E x c u s a d o es añadir que Villagra fué, c o m o su Aguirre y c o m o había sido el mismo Valdivia
primo,
como
desde A t a c a m a
por órdenes de L a G a s e a , bajo partida de registro a dar cuenta de sus
hechos a la corte de Lima, porque esto que tanto n o s
asusta ahora
de acusar ex-presidentes, fué tan usual en la c o -
lonia, que los que no pasaban por la residencia y sus resultas (1) Marino de Lovera, pág. 2 9 6 . (2) Góngora Marmolejo, pág. 139. Esfe escritor, fan rudo como sagaz, dice a este propósifo que era el sistema de todos los gobernadores de Chile el propiciarse e! cabildo, como que era el Congreso encargado de revisar sus nombramientos y proclamarlos, práctica que no parece muy desacertada, desde que se ha perpetuado por más de fres siglos... «Que era una cautela (dice Góngora de la participación del cabildo en las elecciones) que los que gobernaban a Chile en aquel tiempo (¡y ahora!) tenían; pues como hacían las elecciones, procuraban granjearse a los del cabildo y fenedlos propicios para casos semejantes».
HISTOKIA
era
únicamente
porque
les
DE
107
SANTIAGO
habían
dado garrote o muerto a
puñadas de antemano c o m o le aconteció
a
los dos A l m a g r o s
y a dos de los Pizarros. R o d r i g o de de
la
Quiroga,
quietud,
como
si bien era un pacífico vecino, amigo
soldado
tenía
p o c o s parecidos, y
así,
aunque ya viejo, montó a caballo y fuese a medir su lanza con los indios. En esto estaba cuando la corte de España, que no dejaba
un
solo
error
bárbaros
una
real
por
cometer,
audiencia
envió para domar aquellos
compuesta
de dos togados q u e .
fueron a embrollar todo a C o n c e p c i ó n donde formaron tribunal (l).
Y
como
A g o s t o de
si esto
1568 otro
no
bastase, vino para reemplazarles en
oidor
que
había pasado
toda su vida
b a j o los doseles de Ñapóles y Lima, y que a una salud
infeliz
y a un ánimo pusilánime añadía la c a r g a agoviadora de setenta años (2). El
gobierno de don M e l c h o r B r a v o de S a r a v i a (3),
gobernador en propiedad
y
cuarto
presidente de la colonia, fué sólo
una serie de desastres militares en las fronteras, por lo cual la narración de aquel no c a b e dentro de nuestra historia esencialmente
local; pero como las más veces un retrato físico o mo-
ral basta para
caracterizar una época, vamos a reproducir aquí
el curiosísimo que de este gobernador nos ha
dejado el agrio
M a r m o l e j o , quién, como que le c o n o c i ó de cerca, dibujarlo
de
cuerpo
entero.
«Era
se propuso
de mediana estatura, dice
aquel soldado, angosto de sienes, los ojos pequeños y sumidos, (1) Llamábanse uno de ésfos don Juan de Torres y el otro fenía por nombre un refruécano. Egas Venegas. Como es sabido, esfa audiencia sólo duró un corío tiempo, porque se notó que no había hecho sino empeorar los negocios públicos del país y especialmente los de la guerra. (2) Bravo de Saravia fué el primer Presidente de Chile porque, como es sabido, estos luncionarios tomaron ese título de la Real Audiencia que presidían. Antes se llamaban Adelantados o simplemente Gobernadores, distinguiéndose marcadamente los propietarios, esto es, los que eran provistos por el rey, de los interinos que eran nombrados por testamento, por el cabildo, por las Reales Audiencias de Santiago o Lima y por último por el virrey. El titulo de Adelantado sólo lo hemos encontrado en los nombramientos de Almagro, Valdivia y Jerónimo de Aíderete, que no llegó a recibirse del mando. (5) Bravo de Saravia era natural de la villa de Soria en Aragón y allí existe todavía su casa solariega, cuyo vínculo o mayorazgo disfrutan todavía sus descendientes en Chile, pues es sabido que él fué el fundador del marquesado de la Pica que heredó su hijo Ramiviañez Bravo de Saravia. Don Melchor gobernó 7 años desde el 16 de agosto de 1568 hasta el 2 0 de enero de 1575.
108
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ia nariz gruesa y roma, el rostro caído s o b r e la b o c a , sumido .-de
pechos, giboso un p o c o y mal proporcionado, porque
más
largo
de
la
cintura
arriba
que
de
era
allí a b a j o ; pulido y
a s e a d o en su vestir,
amigo de andar limpio y que su c a s a lo
estuviese; discreto y
de
buen entendimiento: aunque la mucha
edad que tenía no le daba lugar a aprovecharse del; cudicioso en gran manera y amigo de rescebir todo lo que le daban. «Y era tanta su codicia, proseguía (pág. 211), que
mandaba
a su mayordomo metiese delante del cuantos cubiletes de vino cabían en una botija, teniendo
cuenta cuanto
se gastaba c a d a
día a su mesa, en la cual solo él bevia vino, aunque valía barato, para saber cuantos días le había de durar; y porque vido un día unas gallinas que comían un p o c o de trigo que estabaai sol enjugándose para llevarlo a el molino, y era el trigo suyo las mandó matar; y c o m o
después supiese
que eran suyas, habiéndolas repartido
a
del mayordomo
algunos
enfermos, lo
trató mal de palabra. Decían ansimismo que no veía y para el efecto traía un antojo ría ver alguna c o s a se aquella
manera
colgado del pescuezo, lo ponía en los ojos,
que
diciendo que de
via, y era cierto que sin antojo
que un hombre de buena
vista
podía ver
cuando queveía todo lo
cuando quería, que
una sala todo el largo della via un paje meterse a la faltriquera de las calzas una pierna de capón, lo cual yo vi y me hallé presente»
(l).
C o m o sus
antecesores, B r a v o de S a r a v i a había fijado de pre-
ferencia el asiento de su gobierno en la ciudad de C o n c e p c i ó n , que oscurecía
ya en mucho a su
rival del M a p o c h o , (2) por-
que además de ser plaza de guerra y puerto
de comercio, los
( 1 ) Es preciso confesar que ésfe no es un retrato trazado por mano amiga, y asi era la verdad, porque el mismo autor nos descubre con ruda franqueza de soldado que le quería mal porque siendo viejo y estando pobre, le negó el empleo de defensor de naturales o protector de indios que tenía 6 0 0 pesos de renta por preferir a un mercader rico, llamado Francisco Lugo, de quien era amigo, postergando asi a un benemérito conquistador. Por esto parécenos justo copiar aquí otra miniatura de aquel personaje que encontramos en otro autor contemporáneo: «Era don Melchor, dice, el capitán Marino (pág. 3 3 4 ) menudo de cuerpo, muy sano de complexión, muy templado en el comer, muy recto en las cosas de su oficio, al dicho de todos, muy celoso en el servicio de Su Majestad y amante de su real hacienda*. (2) A tal grado era esto, que Bravo de Saravia llegó a solicitar que de hecho quedase la capital instalada en Concepción. 'A los oficiales propietarios (decía
HISTORIA
gobernadores
la preferían de
DE
109
SANTIAGO
tal suerte que en
ia primera no
tenían c a s a donde alojarse sino de prestado y en verdad no la tuvieron hasta más de un siglo adelante ( l ) , Fué por esto en todo insignificante para nuestro propósito el período de mando de aquel gobernador,
que
duró siete años.
V e j e t a b a , a la verdad, tristemente la colonia b a j o su débil y encogida mano, sufriendo con los reveses de las armas y con las tiranías de las levas y requisiciones de víveres
y
porratas,
cuando llegó una noticia que colmó todos los ánimos de g o z o . El rey había nombrado del pueblo,
gobernador
al esclarecido Quiroga.
al
propietario Llegada
patriarca
y publicada esta
nueva, dice alguien que a la sazón residía en la propia capital, fué tanto el contento que en la ciudad de Santiago se recibió, que andaban los hombres tan regocijados y alegres, que parecía totalmente tener su remedio delante. Era de ver
el
repique
de campanas, mucha gente de a caballo por las calles, damas en las ventanas, que las hay muy hermosas en el reino de Chile; infinitas luminarias que parecía c o s a del cielo» (2). T o c a m o s , pues, a un período
verdaderamente interesante de
la historia de nuestra metrópoli, porque si Valdivia fué el que e c h ó en la vega del M a p o c h o las piedras y la
sangre que le
sirvieron de cimiento. Rodrigo de Q u i r o g a debe ser considerado c o m o su verdadero fundador civil. al rey en carta datada en Concepción el 8 de mayo de 1569) me parece residen en esfa ciudad, que es la más rica del Reyno, aviendo paz donde está la Audiencia» . (Gay.—Documentos vol. 2.o, pág. 9 9 ) . (1) En electo, habiendo vendido sus casas Pedro de Valdivia, según en otro lugar dijimos, los gobernadores cuando venían a Santiago se hospedaban en la residencia de algún vecino pudiente y amigo. Francisco de Villagra residió por esto en casa de Juan Dávalos Jufré, y cuando llegó Saravia, el último puso a su disposición y a la de su familia todos los aposenlos alios de su casa situada en la plaza y que por lo tanto parecía ser espaciosa y de dos pisos. Esto último tenía lugar como hemos dicho en 1568. (2) Góngora Marmolejo, pág. 2 0 9 .
CAPITULO
IX.
Santiago e n el siglo X V I . Carácter benéfico del gobierno de Quiroga.—Su notable influencia en el cabildo desde la fundación de Santiago. — Error de Gay sobre el valor histórico de los archivos municipales en Chile.—Descúbrense ricas minas de oro en Choapa y Villarrica.—Establécese la primera carnicería pública en Santiago.—Comienza a exportarse el trigo en pequeñas cantidades.—Valor de las chácaras y de los solares en Santiago.—Manera eomo se confirió la vecindad.—Armas
de San-
fiago.—Precio de los materiales de construcción.—Primera casa de portales en la plaza.—Empedrados, tajamares y proyecto de traer a la ciudad el agua de R a món.—Plazas públicas.—La primera botica.—El hospital y los primeros médicos. — S u singular honorario.—El cabildo examina la primera matrona.—Los primeros hogares.—Remesas de damas en busca de maridos.—La viuda de Valdivia. — D o ñ a Esperanza de Rueda.—El primer crimen social.—El primer sospechoso de heregía.—Terremoto de 1575.—Fiestas de los pobladores.—Toros.—Alejamiento sistemático del pueblo en los pasatiempos de los colonos.—Muere Rodrigo de Quiroga.—Su elogio.
Cuando das
el buen R o d r i g o de Q u i r o g a
de la colonia, que tantas
tomó de firme las rien-
veces había regido sin
ambición
y con virtud p r o b a d a ,
c o n t a b a ya S a n t i a g o treinta y cinco años
d e existencia; y c o m o
quiso concederle
pues vivió hasta los ochenta, puede nuestro pueblo días
se
consagróle
Súber,
pueblo
meció en sus b r a z o s ,
la mitad cumplida.
de G a l i c i a ,
Dios
decirse
larga
que la
y que
Había
de sus
nacido
y feneció en S a n t i a g o
existencia, infancia
en
en
de
nobles 1500
1580,
en
larga
c u e n t a de vida para un conquistador castellano, pues fué él uno de aquellos c o m p a ñ e r o s
de P i z a r r o
entre
quienes, dicen los his-
112
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
toriadores, solo el llamado M a n s i o S e r r a , que fué el que jugóel sol macizo del templo del C u z c o en
un tiro de dados, mu-
rió en su cama c o m o cristiano. L a influencia personal de
R o d r i g o de
Q u i r o g a en los desti-
nos y en el gobierno económico de la colonia se hace evidente desde
los
dustrioso,
primeros días de su fundación, ya c o m o vecino inya
c o m o uno de los más laboriosos
cabildo. M u c h a s de
las
medidas que
miembros del
dejamos
recordadas en
páginas anteriores pertenecían a su iniciativa y más comunmente a su desinteresada ejecución, según se deja ver en los l i b r o s antiguos de aquella corporación. P e r o cuando la estampa de es desde el momento (Enero de 1554,
en
su espíritu se hace más visible,
que,
llamado a suceder a
Valdivia,
época en que llegamos en el capítulo IV, mar-
c a n d o los progreso
materiales
de
Santiago)
pudo
adueñarse
c o m o jefe de! ánimo y de la adhesión de sus co-vecinos. Fué esto a ta! punto que, reunirse solo
acostumbrado
una vez por mes
el
ayuntamiento a
(y por tiempo tan de tarde en
tarde, que pasaron años completos sin que se celebrase un s o l a acuerdo) don
Rodrigo
consiguió
convocarlos
cada semana y
aun con más frecuencia en ciertos c a s o s ( l ) . Bien que es deber este
género
de
inusitado de
imparcialidad hacer actividad entraba
p'resente que en
por
mucho c o m o
( l ) Examinando las acias del cabildo de Santiago durante los doce años del gobierno de Valdivia ( 1 5 4 1 - 1 5 5 3 ) , resulta que en ese largo trascurso se reunió solociento cincuenta y siete veces en esta forma: trece sesiones en 1541; una en cada uno de los años de 1542, 43 y 44; seis en 1545; una en 1546; ocAo en 1547; diez en 154S: veinte y tres en 1549; diez y nueve en 1550; diez y seis en 1551 veinte y fres en 1552 y treinta y siete en 1553; total ciento cincuenta y siete sesiones en doce años. Ahora bien, en e! año que entró a gobernar Quiroga, el cabildo celebró sesenta y cinco sesiones, o casi la mitad de las que habían tenido lugar en todo el período anterior. No ofrece, sin embargo, el estudio prolijo de los libros del ayuntamiento el interés histórico que por algunos se les ha atribuido. Para que la acción de los cabildos coloniales hubiese sido fecunda se habría necesitado rentas y libertad, cosas ambas de que carecían en lo absoluto. Por esto casi la totalidad de sus acuerdos se reducían a medidas insignificantes de mera política local y más comunmente al registro de sus libros de títulos, de empleos, propiedades y profesiones, concesiones de sitios a los vecinos y otros insignificantes procedimientos de régimen inferior. Cuando la influencia del cabildo viene a hacerse seníir de una manera poderosa en nuestra localidad es desde la independencia acá, en que alcanzó uno de sus elementos más indispensables; la libertad, y especialmente de freinta años a esfa parte.
HISTORIA
DE
SANTIAGO
113
móvil secreto y principal, el mismo que hoy parece precidir todavía s o b e r a n o en casi todos los a c t o s de nuestras asambleas deliberantes—la política. P o r manera que lo que más pudo en el cabildo de S a n t i a g o en el siglo X V I fué la discordia de los caudillos de que sus miembros eran parciales, observación fácil de verificar
hoy día, y que está probando que el corazón hu-
mano es a prueba de siglos y más inmutable en su eterna esencia que las r o c a s y los continentes. J u n t o con la aparición ostensible de R o d r i g o de Quiroga en la escena pública,
alcanzó también S a n t i a g o
un beneficio que
hasta entonces le había negado el destino, siendo esto la causa eficiente de su
atraso. P o r el año de 1 5 5 7 , poco antes de la
venida a Chile de don G a r c í a Hurtado de Mendoza, se descubrieron al norte de la provincia de S a n t i a g o , y en los términos de su jurisdicción, las ponderadas minas de oro de C h o a p a , que son
todavía, aunque disminuidas, el sustento principal de aquel
distrito, y las no menos opulentas de Villarrica, que produjeron el oro más puro del nuevo mundo, celebrado en Europa misma con
el nombre de oro de
Valdivia,
por el del puerto de su ex-
portación. El famoso mineral de Ponzuelos, sobre e! que corren hasta hoy tantas fábulas, y a cuyos veneros debió su engrandecimiento la ciudad de O s o r n o , fundada por Hurtado, no tardó tampoco mucho en hacerse c o n o c e r ( l ) . Hacia el año de 1 5 6 1 , en que comenzó a disponer de! que íodavía era más esencial—las renías. Por esío padece en nuesíro concepto un profundo error el señor Gay cuando dice en su historia (t. 3.°, pág. 3 3 2 ) estas palabras: «Estamos persuadidos de que ¡a mejor historia de Chile sería una recopilación bien redactada de sus cabildos y especialmente del de su capital.» Tan evidente nos per-ce nuesíro juicio en esta parte, que mucho mayor cantidad de materia de estudio aprovechable para esfe libro hemos encontrado en el archivo del ministerio del inferior, donde existen diseminados algunos fragmentos de los papeles de la antigua capitanía general, que en el archivo del cabildo conservado íntegro desde su fundación. Debemos también recordar en esfa parte que nuestras citas de los acuerdos de esa corporación a que nos referiremos en adelante corresponden a sus libros originales, pues las actas publicadas sólo llegan hasta 1557. (1) Las venas auríferas de Choapa y Villarrica se descubrieron al parecer coetáneamente por los años de 1561, pues Góngora Marmolejo que escribía en 1575, decía que en catorce años se había sacado de ambas localidades «grandísimo número de pesos de oro.» Según ci licenciado Juan de Herrera, que tuvo ingerencia notable en los negocios públicos de Chile, se habían pagado al rey er. los cuarenta, años corridos desde 1541 a 1581 solo 8 0 mil pesos por derecho de quintos, es decir, lá quinta parfe que debía a la corona la producción del oro, a virtud de una ley vigenfe en Casulla y en las Américas. Y de aquc-Ila suma 60 mil pesos había 8
114
BENJAMÍN
un vecino de
VICUÑA
MACKENNA
S a n t i a g o , llamado F r a n c i s c o M o r e n o , natural de
Sevilla, encontró en un cerro
llamado
Lamillo,
no lejos de la
ciudad (pero cuya localización no nos es posible fijar con exactitud), una mina de oro tan copiosa que, según el capitán Mariño de Lovera (pág. 180), produjo en sólo una faena de diez y seis meses, no menos de medio millón de pesos. Con
estos inesperados elementos
Mapocho,
que
había
de
riqueza, la colonia del
arrostrado durante los primeros veinte y
cinco años de su menor edad una existencia tan trabajosa, sembrando dentro de sus propios cortijos poblador para su diario
lo
que necesitaba c a d a
sustento, comenzó a tomar
vuelo
de
una manera rápida en todos los demás ramos de producción
a
que se prestaba la generosidad privilegiada de su suelo y de su clima. El ganado mayor se había propagado de una manera tan prodigiosa, que un historiador habla de una arria de dos que llevaba en 1558,
mil
vacas
esto es, diez y o c h o años después de la
fundación de S a n t i a g o , por la quebrada de Q u i a p o , uno de los lugar-tenientes
de Hurtado de Mendoza, el general don Miguel
de V e l a s c o , que en esa coyuntura fué atacado por los araucanos, codiciosos de tan pingüe botín ( l ) . Diez años más tarde poníase por cuenta del propio ayuntamiento, según ya dijimos, una ^estancia de vacas»
en los terrenos llamados de
Pudahuel (2).
P o r esta misma época se había conseguido también
regulari-
zar el expendio de la carne en la ciudad, que antes se hacía de una manera incierta en los íriangues
semanales. D e s d e I 5 Ó 6 c o -
menzó a venderse en un puesto fijo. Fué el primero de esa larga y robusta familia de abasteros,
que con el tiempo ha venido a
llevado Jerónimo de Alderete a España y los oíros 2 0 mil el mismo Herrera a Lima. Pero nadie dejará de comprender que los quintos se pagaban a la corona lo mismo que se pagaban después los diezmos a la iglesia y que tampoco los oficiales reales ^instituidos para aquel objeto) podían responder de desfalcos y voluntariedades de los Adelantados; de lo que liemos visto varios casos durante el gobierno de Valdivia y de los dos Villagra. Respecto de la calidad comerciable del oro de Chile, el jesuíta Ovalle refiere que él llevó a España en 1640 algunas pepas en bruto del producido en Villarrica y alcanzó en todos los ensayes una ley de 23 quilates. (1) Marino de Lovera, pág. 222.—Parécenos, sin embargo, que en esto hay una desmedida exageración, pues tememos mucho que los cronistas de la conquista contasen las vacas con la misma aritmética con que contaban los indios. (2) Acuerdo de 3 0 de abril de 1368.
HISTORIA
formar Cuadro,
una ciudad propia
DE
115
SANTIAGO
y peculiar en el barrio llamado del
un individuo llamado F r a n c i s c o M o r a l e s , y su compro-
miso con el cabildo tuvo tal singularidad, que por sí solo revela la infinita miseria de nuestros ya remotos mayores. se obligaba, en efecto, a s e m a n a (miércoles por un año,
y
y
matar por lo menos dos
sábado),
Morales
veces a la
pero su pacto era forzoso sólo
de éste se reservaba un mes libre en que
era
dueño de dar o no de comer al vecindario, y además estipuló con el ayuntamiento que sería facultativo en él el dar a los parroquianos carne de cordero cuando le pidiesen de vaca y viceversa ( l ) .
Y de
aquí
vendría sin duda lo
mal enseñados y lo
d e s p ó t i c o s que han sido los miembros de este respetable gremio hasta la hora que corre. C o m e n z ó s e también a producir en no mediocre proporción el trigo y otros cereales. Y a desde enero de 1 5 5 6 este cereal
se
vendía por tarifa a dos pesos la fanega y la cebada a un peso y medio (2), C u a n d o
el doctor B r a v o
de S a r a v i a regresaba a
Lima en 1575, había elegido para su trasporte un buque que s e bailaba anclado en la b o c a del Maule, c a r g a d o con tas fanegas
cuatrocien-
de trigo que se exportaban para Lima y que des-
graciadamente se malograron
por haber naufragado el b a r c o en
su propio fondeadero. P o r este dato se ve cuan antiguo es este «destino
manifiesto», que ha hecho de Chile un país esencial-
mente exportador y náufrago, c o s a s que hoy suelen tomarse con tanta novedad cuando suceden. C o m o era de esperarse, las c h á c a r a s mismas de lo suburbios, que antes se regalaba un conquistador a otro como una narigada de rapé, comenzaron a tomar un valor comerciable, y otro tanto vino a suceder con los sitios de la ciudad que al principio, por no levantar un tapial a su frente, dejaban sus dueños desamparad o s . En los libros de cabildo de 1556
encontramos un asiento
por el cual el 14 de Diciembre de ese año el regidor Francisc o Miñez vendió a la corporación una c h á c a r a de su propiedad, sita en la C a ñ a d a , por la suma de cien pesos, y hay otro de igual género del 5 0 de Abril de
(1) Acuerdo de 2 4 de diciembre de 1566. (2) Arancel de 18 de enero de 1556.
1568,
según
el cual
el escri-
116
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
b a ñ o del cabildo recibía de ésíe en pago de sueldos atrasados,, que importaban 8 4 0 pesos, una cuadra
de
Sania
Lucía,
dice el'
libro, en lo que parece dar a entender que se trataba de una. de las manzanas
vecinas a este collado ( l ) .
AI propio tiempo que los intereses generales de la colonia tomaban un desarrollo tan rápido c o m o era posible, atendida la sangre que corría en las dos razas matrices de su población; la planta misma de la ciudad adquiría b a j o la vigilancia del c a b i l do una regularidad bienhechora que aumentaba la amenidad de
( l ) Durante iodo el siglo XVI, esto es. hasta 1600, o al menos muy cerca de esta fecha se concedían gratis los sitios de la capital, sin más condición que la deque el solicitante se hiciese vecino y que lo cercase dentro de cierto tiem¡,o. La concesión del derecho de vecindario confería ciertas cargas y derechos, por lo cual se daba un título y se dejaba transcripción en los libros del ayuntamiento. Estos procedimientos eran muy numerosos en los primeros años de la existencia deSantiago y ocupan casi la totalidad de los libros capitulares, pues estos constituían como una especie de registro público de los títulos de propiedad. El trámite para otorgar la vecindad era con todo muy sencillo. S e presentaba el solicitante verbelmenfe, por escrito o de palabra manifestando que se proponía r e sidir perpetuamente en la ciudad, en tal industria o profesión, <,ue era casado o se proponía serlo, etc., etc., comprobado lo cual se mandaba extender la concesión, que por lo común contenía ésfa3 o semejantes palabras: «Y como es muy provechoso en la república (dice un título de vecindad de 15 de junio de 1568 que tenemos a la vista) el dicho individuo y vive virtuosamente (?) y es muy necesario en ella: por tanto le admitían e admitieron e habían y habrán por vecino de esta ciudad de Santiago, y como a tal mandaban y mandaron que agora y de aquí en adelante sea y le hayan todos por vecino de esta ciudad, y como a tal le sean guardadas lasprominencias, fueros y libertades que se deb:n guardar a los vecinos de esta ciudad e ansy lo proveyeron.» S e ve, pues, que la palabra vecino no tenía como ahora solo un titulo de cortesía social que no impone otra obligación que la muy liviana de una visita de b a rrio, sino que constituía una posición municipal y política determinada. El vecino era por consiguiente elegible y tlecfor, pagaba contribución, tenía derecho a ciertas, exenciones, etc., era, en fin, ciudadano activo en la comunidad. Nada de esto correspondía al forastero, o al vecino de otra ciudad, y especialmente de las de arriba, y de aquí ese provincialismo tan hondo y tan radicado que ha existido en todos nuestros pueblos y que aun se ha traducido en actos de hostilidad abierta, no diré entre una provincia y otra, pues esto ha sido ¡recuente, sino entre dos p o blaciones vecinas, como San Felipe y los Andes, y aun de un barrio a otro barrio como sucedió hasta hace poco entre Santiago y la Chimba. En cuanto a los títulos y constitución, la propiedad de los solares en los tiempos en que éstos se daban de regalo, y que por lo que se ve hoy día fueron días de verdadera promisión, he aquí una muestra que copiamos al acaso de los libros de cabildo: «En este día el dicho (7 de abril de 1553) Pedro Hernández Perín por una petición pidió en el cabildo un solar en esta ciudad, cual él señalare. Los señores del cabildo mandaron que el señor Pedro Gómez, Alcalde y Juan G ó mez, Regidor, vean el solar que pide Pedro Hernández y se le señalen y amojonen para que sea suyo propio, el cual cerque dentro ds ocho meses despuésque se le señalare, y no lo cercando quede vaco este solar.»
HISTORIA
:su incomparable en
el concepto
•entendidos, del universo, río,
sus
clima y
117
D E SANTIAGO
el cúmulo
de
ventajas
naturales
que,
de todos los viajeros serios y de los
geógrafos
la constituyen en una de las ciudades más
hermosas
considerada
vergeles,
sus
en
su conjunto,
montañas,
sus
su valle, su cielo,
brisas,
y,
sobre
su
todo
•esto, sus hijas. Ya
desde
otorgado
1554
nada
Santiago
menos que
había
declarado
mino,
que c o n
muy
noble
mal
de tiempo
leal
título de Carlos
V,
en un pedazo
gusto
el Adelantado
su parte el ayuntamiento,
•eficaz, dictaba
el p o m p o s o
el emperador
y muy
unas armas de
•envió desde Valladolid con Por
tenía por
ciudad, que la
de perga-
y peor inventiva
nos
Alderete ( l ) .
en una esfera
más
modesta
en tiempo medidas que contribuían
y a!
( l ) Tenemos en nuestro poder un calco que hicimos en la Biblioteca Real de Madrid (en 1 8 6 0 ) de las armas de Santiago, que se ven grabadas en la magnífica colección titulada Tea'.ro eclesiástico del Perú, por el cronista real Gil González Dávila, en que se hallan también las de las demás ciudades de América. El escudo de la Imperial es mucho más elegante que el nuestro, que solo tiene un león pesado en el centro y una coronación o chapitel sin significación alguna, mientras que en aquel se ostentan las águilas imperiales de dos cabezas y algunos emblemas militares bastante bien distribuidos. De buena gana habríamos reproducido en este libro uno y otro emblema, si tuviéramos la idea de que en nuestro país existiesen veinte personas capaces de apreciar ese género de estudios en lo que realmente significa para el arte y para la historia. Pero nuestra convicción es demasiado triste a ese respecto; y •a la verdad que a veces nos admiramos de cómo estamos imponiéndonos la fatiga de escribir este libro que falvez nadie leerá sino para indagar sus lunares, que no serán pocos. Nuestra única disculpa es exclamar con el poeta: But why fhen publish? There are no rewards O f ame or profif when fhe world grows weary Y ask in íurn-why do you play at canda? Why drink? why read No siendo, pues, posible reproducir las armas imperiales de Santiago, copiamos su descripción de los ibros del cabildo, así como la fecha en que !ué proclamado patrón de la ciudad el apóstol de las batallas. «En este día 2 2 de junio de 1555, dice el acta respectiva, se presentó en este cabildo el privilegio de las armas que Su Majestad hizo merced a esta ciudad de Santiago del Nuevo Extremo, que son un escudo con un campo de plata y en él pintado un león de su mismo color con una espada desembalada en la mano y ocho veneras del señor Santiago en la borda a la redonda. "Y n! principio del privilegio está pintado el señor Santiago y arriba de todo el privilegio las armas reales de su majestad. También se presentó en este cabildo el real título que su majestad le da a esta ciudad para que se intitule noble y leal ciudad. Y así todo visto se juntó y mandó archivar.» Nombróse al sagrado apóstol Santiago patrón de la ciudad y se mandó que su víspera y día se paseara el real estandarte (que también vino de España) con solemnidad, y se dio principio a ella el año de 1556 siendo el primer alierez real Juan Jufré..
118
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
adelanto material de la población, después de todo lo que había estatuido la ordenanza de Valladolid de 1554 y las diversas providencias del gobierno de Valdivia que dejamos en otra parte consignadas. D e s d e 1557 los
(acuerdo del 2 9 de Enero) se había impuesto a
materiales de
construcción
ún precio
de reglamento,
y
es
curioso observar que el de la teja fuese más o menos el misma que hoy conserva, esto es, veinte pesos el millar. M á s adelante observamos (Octubre 2 9 de 1577) que se manda p o r pregones c e r c a r
t o d o s los solares que
no tuviesen tapias,
en el término de treinta días, s o pena de darlos por vacos, y al mismo tiempo
(Febrero
15 de 1577)
se concede permiso a.
un vecino llamado don P e d r o Alderete para que edifique en la plaza una c a s a con portales, destinados al uso del público, q u e midiesen doce varas de claro, es decir, el ancho tuales
calles, lo que en realidad sería
de nuestras a c -
un admirable progreso,
hoy mismo que nuestros alarifes andan añadiendo por pulgadasla capacidad de nuestras estrechas veredas. L a severidad del director de obras públicas en aquellos a ñ o s había llegado a tal punto que, habiendo una señora c a s a d a
con
un tal F r a n c i s c o Llanes teñido la fantasía de edificar su c a s a en el espacio que hoy ocupa la vereda setentrional de la A l a m e d a , al desembocar en la calle de Estado, obstruyendo
así la línea
recta de la vía en dos direcciones, el cabildo mandó echar a b a j o el edificio el 15 de J u n i o de 1573, sin necesidad de que hubiesen discursos
gigantescos s o b r e los peligros de la expropia-
ción pública ni por la responsabilidad civil. D e esta suerte, y aunque despoblado, se cuidaba más del porvenir en estos tiempos de a t r a s o que lo que se deja ver en este siglo de las luces, en que continuamente se ve vender para edificar localidades que los pulmones del vecindario están
pidiendo
a gritos para solazarse. C o s a s extrañas y dignas de un especial estudio! En
1574 los ediles de S a n t i a g o le habían asignado cuatro pla-
z a s públicas, cuando la ciudad toda era una área vacía, Y hoy que las gentes comienzan a aglomerar sus viviendas, las unas s o b r e
HISTORIA
DE
119
SANTIAGO
las otras, se les niega espacio, es decir, aire y luz, que es la salud, que es la vida ( l ) , El empedrado de las calles, que solo vino a realizarse de una manera considerable a fines del pasado siglo, y por un sistema que se aproxima a lo racional,
a
fines
del que va corriendo,
o c u p ó también el pensamiendo del cabildo, en el gobierno de R o drigo
de
Q u i r o g a , a que se
refiere
la mayor parte
de estas
mejoras. P o r un acuerdo de 27 de Mayo de 1578 se comisiona, en efecto, al alcalde Alonso de C ó r d o v a y al regidor Alvaro de los R í o s para que manden empedrar ciertas calles principales, y en el mismo día surge el primer proyectos de los tajamares dando comisión al
corregidor J u a n de
Cuevas y al capitán M a r -
c o s V e a s para que emprendan las obras que las lluvias hacían necesarias en el rio, a fin de proteger a la ciudad, autorizándolos para imponer contribuciones, o derramas, entonces, con
harto disgusto y horror de
como se llamaban los vecinos de S a n -
tiago (cosa en lo que no ha habido la más mínima innovación), todo desembolso hecho en el pro comunal. P e r o lo traer el
que fué
agua de
al año que
más
Ramón
a c a b a m o s de
F e b r e r o de 1577,
digno de notarse
es
que la idea de
a la ciudad había sido anterior aún apuntar, pues con fecha
de
15 de
el ayuntamiento había pedido propuestas para
construcción de una acequia de una vara de ancho y media de profundidad, que debía conducir el agua del manantial de Jaba
Toba-
(pues aun G a r c í a Ramón no había dado su nombre a aque-
( l ) Según un asiento de los libros capitulares de 5 de noviembre de 1574, se colije que a la sazón existían cuatro plazas públicas en Santiago. Era la primera la que hemos llamado plaza de armas, y que allí se designa como la que sirvió para cortar los adobes de la parroquia. La segunda estaba situada en el mismo sitio que ayer sólo fué vendido (Cancha de gallos) ( l ) y comprendía una buena parte de la manzana situada entre la calle del Aíosqueío y la de Tres Motiles, pues se jugaban en ella cañas y se hacían paradas y otros ejercicios militares. Había otra plaza más pequeña que se llamaba de Sania Lucía, cuya localización no aparece clara, pues sólo dicen los libros de cabildo que «está junto a las heredades de Andrés Hernández». La cuarta era o'ra plaza o espacio de consideración llamada plazoleta de Juan Godinez «situada entre el solar del canónigo Alonso Pérez y el de Juan Lepe». ( 1 ) E s un c o m p e n s a t i v o d e e s t e i n c a l i f i c a b l e a b s u r d o el q u e el c o m p r a d o r h a y a s i d o d o n E n r i q u e M e i g g s p o r la s u m a de 1 8 , 3 5 0 p e s o s . — - S i n o t e n e m o s p u e s u n a p l a z a m á s , t e n d r e m o s d e s e g u r o algo que n o s i n d e m n i c e de su p r i v a c i ó n , y s o b r e todo que liberte a Santiago del p a d r ó n d e i n f a m i a q u e r e p r e s e n t a b a e s e e d i f i c i o , d e s t i n a d o a un p a s a t i e m p o t a n b á r b a r o c o m o repugnante.
120
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
lia vertiente) hasta la fuente de la plaza, por la gran
necesidad
de agua clara que tiene la ciudad, dice el acuerdo citado Para
(l).
que ese pensamiento llegase a ser un hecho permanente,
ha sido preciso
que transcurriesen
doscientos ochenta
y ocho
años! La salubridad pública no había nunca sido desatendida; verdad era que los recursos que había para conservarla
eran
úni-
camente los admirables de la naturaleza. Diez y seis años después de fundado S a n t i a g o había ya una botica regentada por un farmacéutico llamado don Francisco B i l b a o ; pero puso tales precios a sus drogas, que el vecindario se presentó al cabildo
denun-
ciando el fraude y en consecuencia se mandó abrir información para que el desafuero tuviese su remedio. Dijimos en otra parte que P e d r o de Valdivia
había fundado
un hospital, que después de su fallecimiento quedó bajo la vigilancia del cabildo hasta por más de medio siglo. Fué su pri mer médico, con título de ta!, un Alonso de Villadiego,
que si
su voluntad para curar era c o m o su ciencia, habría sido en todo digno
de su emblemático apellido. Había nombrado el cabildo
el 3 0 de J u l i o de 1 5 6 6 , pero encontramos que un mes después ¡(Agosto 3 0 )
le
señala
como
reemplazante a
don Alonso del
Castillo, a quien a c a b a m o s de nombrar con motivo del proyecto secular del agua potable. El trato ajustado por el doctor es digno de curiosidad para el público, para el protomedicato y en especial para los enfermos. Era su principal obligación asistir por lo menos dos veces al día a! hospital y cuantas o c a s i o n e s fueren necesarias, sin exceptuar las noches, imponiéndose por cada inasistencia una multa de dos pesos oro,
es decir,
que enton-
c e s los médicos pagaban cuando no iban, la misma suma que hoy se les paga cuando van, lo que no puede
negarse
es de
estricta justicia retributiva. P e r o lo que no lo parecía ciertamente, era que el salario pactado, que ascendía solo a doscientos treinta pesos al año, se le pagase en víveres de los que se contribuía para e! sustento
de la c a s a ; de modo que mientras el mé-
dico se le pagaba con choclos y zapallos, él exibía sus
multas
( l ) La acequia debía llegar hasía la casa de Alonso Castillo que era a sazón el médico de la ciudad y falvez por su consejo quería emprenderse la obra.
HISTORIA
DE
121
SANTIAGO
#en lejos de oro ( l ) . Tal era entonces el grado de importancia que tuvo la medicina y sus profesores! . D e s p u é s diremos cuánto tiempo duraron estos absurdos y quién vino a ponerles fin. V e r d a d es también, y esto se nos olvidaba decir, que del Castillo era un digno émulo en
Alonso
de aquel bachiller B a z á n
que
1 5 6 3 curó la hidropesía de don F r a n c i s c o de Villagra con
frotaciones de azogue, esto al menos, si hemos de atenernos a una querella que 1563
interpuso contra
él
el
6
de N o v i e m b r e de
el procurador de ciudad Martín Hernández de los R í o s ,
denunciándolo c o m o un charlatán que no sabía dice
el
pedimento,
fuera
curar indios, porque se querían Hubo
de
que
se
decía que estos
obstinaba en no querer se morían sólo
«cuando
morir...»
también en esa misma época otro doctor llamado B a r -
tolo Ruiz, que era un verdadero Sangredo :se descubrió luego que simple
«ni de llagas»-
no
del Gil B l a s , porque
tenía más aptitudes que las de un
b a r b e r o . El cabildo, lo había recibido de médico, cons-
tituido en
proíomedicato y con el
certificado del doctor Villa-
diego, quien lo declaró apto bajo juramento. L o s alcaldes limitaron
sin
embargo su
.acta respectiva,
práctica dándole
«para que
no
cure
autorización, dice
de c o s a s
pertenecientes
el a
a cabeza, ni del cuerpo., ni de fratura» ( 2 ) . Alguien
entre los descendientes
fdesea s a b e r cuál
de los conquistadores talvez
fué la primera y feliz profesora axaminada de
•obstetricia que recibió en sus manos los primeros chilenos que vieron la luz de la
vida bajo techos cubiertos de tejas. Llamá-
b a s e Isabel B r a v o
y su marido D i e g o V a l d é s , Vino de Lima,
•donde había hecho su práctica, y el cabildo la dio el
22
de
Octubre
mente
los
ediles
de
lo que
1 5 7 S , después se necesitaba
de
por recibida
preguntado
«para
grave-
que la criatura
(1) El primer legado hecho al hospiíal consistió en el molino que hemos dicho babía iabricado el alemán Bartolomé Flores y del cual le hizo cesión el 13 de enero de 1567. al tiempo de morir, imponiéndole por único gravamen el de •que se le mandasen decir dos misas por semana, las que serían pagadas con una anega de harina amasada al sacerdote que las dijese. Flores recomendaba en s cláusula testamentaria, que se prefiriese a los padres de San Francisco, pero no dice si era por una devoción especial o porque considerase a esos frailes más aficionados al pan que a los otros. (2) Cabildo del 3 0 de julio de 1566. n
122
BENJAMÍN
saliese
entera
y
viva,
VICUÑA
así c o m o
MACKENNA
cuántas
maneras
había
de
partos». Y a la verdad que la profesora había llegado en tiempo! C o m e n z a b a el clima privilegiado de la colonia, cuyos misteriosos componentes superiores
ni
producir con
de reproducción no han tenido hasta aquí
siquiera
paralelos en
usura los frutos
la
etnografía
humana,
a
que le son propios y a fundarse
nuestra sociedad por el más dulce de sus atributos, el hogar,
la
familia. Hemos
recordado
que la primera
pisó nuestro suelo era
doña
y venerable
Inés de S u á r e z ,
matrona
o Juárez,
que coma
alguien la llama, y aunque por su edad parece no tuvo en Chile descendencia, formó con todo a su
alrededor el primer c e n t r a
social y doméstico, asociada a una joven, hija de la edad juvenil de
su
esposo,
a
quien
quería
éste
entrañablemente
y
que
c a s ó s e en breve con un soldado vizcaíno de esclarecido valor, el general tarde
don Martín Ruiz de G a m b o a , sucesor que fué m á s
a usanza
de príncipes, de su propio
suegro
Rodrigo de
Q u i r o g a , en el mando de la colonia. V i n o en seguida otra señora, si no de gran distinción, su
cuna
había
sido
humilde
las
damas de esta tierra.
honrada cual lo fueron
L l a m á b a s e doña
esposa de P e d r o Valdivia, en cuyo honor La Serena,
pues
Marina de dio
este
tal era la patria de aquella en
y no la suya ( l ) . Hízose acompañar doña M a r i n a
porque siempre Gaete,
nombre a
Extremadura de su pro-
pia hermana doña Catalina, que fué, según en otra parte dijimos, la primera novia
que honró nuestros altares, sin verse obligada
a que su amante la corriera en veloz caballo, cual era la práctica
de la tierra, y cual continúa siendo en
entonces
el territorio
b á r b a r o y aun en nuestros campos, que a la verdad nunca ha dejado de serlo. Llegaron estas como
damas a S a n t i a g o
en 1 5 5 3 , c a s ó s e la última,
dijimos, en Concepción, y viuda la primera los p o c o s me-
ses de su arribo,
vino a
S a n t i a g o a encerrarse en
la soledad
( l ) Valdivia era nacido propiamente en Casfueras, una de las diez y seis villas que componen la dehesa o territorio de la Serena, de la cual Villanueva es otra de aquellas, y en esta última parece nació doña Marina.
HISTORIA
DE
123
SANTIAGO
del dolor, haciendo al morir ofrenda de su fortuna a esa misma poética y tierna significación. L a primera viuda ilustre de
San-
tiago, que lo fué la de su fundador, dejó establecido el culto de la
Virgen
de
que todavía tiene un
¡a Soledad,
templo erigido
en su nombre, bien que son raras sus sacerdotizás. En los primeros años de la conquista si bien, como en breve veremos, quías
había
del
iglesias
por
demás y santos
de
todas jerar-
año cristiano, carecíase por completo de manos que
los vistieran.
La
soltería
mente desconocida,
era una institución
porque
femenina
entera-
encontrándose la población
en un
orden enteramente inverso al que hoy arroja
un fastidioso cen-
s o que deja al bello sexo en una abrumadora mayoría, disputábanse
los
tiempos
de Troya y California. Conserva la historia
de
conquistadores
una de estas
primeras
ras, compuesta de una gran dama para
las
primeras
Elenas como en los
encantadoras
remesas de poblado-
«seis señoritas nobles, proporcionarles
recuerdo
que
estado.
trajo
consigo
Ignoramos si la
piadosa y casamentera señora, que en la una y otra calidad ha tenido tantas herederas, se viera forzada a someter sus pupilas al curioso procedimiento que nos contó en un jurado el
en
lengua
y
charla portuguesa
célebre coronel C o r r e a D a
c o m o el más usado en S a n F r a n c i s c o ; pero
es
lo
Costa,
cierto que
apenas habían desembarcado en Valparaíso, ya había demanda por la posesión de sus blancas manos españolas.. Hános
tam-
bién referido nuestro buen amigo el ilustre historiador G a y que entre-sus preciosos papeles, aún por el señor de
dicha
no esplotados por
López y otros camaradas embardunadores de his-
toria, existen algunas curiosas peticiones
al
rey
por mercedes
en que, apuntándose los servicios en cuyo nombre se piden, s e acompañan listas de haber
importado en el país tantas vacas,
tantas ovejas, tantas damas, etc., todo para el consumo de los c o l o n o s y para el cumplimiento de aquel precepto del Evangelio que el linaje humano, no
s a b e m o s por
repugnancia en dejar cumplido. Crescife Dijimos también en otro lugar que
qué, ha tenido et
menos
multiplicamíni.
desde los primeros años
de la conquista se había establecido en
la
capital
otra señora
de tan gran nombre, entre los conquistadores de Santiago c o m o d o ñ a M e n c í a de los Nidos lo había sido entre
los de la C o n "
124
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
cepción, o c o m o fué en breve la heroica Inés de Aguilera entre los de la Imperial.
E r a aquella doña Esperanza de R u e d a ,
que. viuda, p o c o después de la de Valdivia, •de éste, J e r ó n i m o da Alderete, muerto má a su regreso férez real que
en
del sucesor legal la bahía de P a n a -
de E s p a ñ a ( 1 5 5 4 ) , c a s ó s e con el brillante al-
habia venido
del C u z c o con los primeros con-
quistadores y cuyo nombre antes dijimos,
era
don
Pedro
de
Miranda. Y no se tenga a mal s e a m o s prolijos en esta enumeración genealógica, porque vamos a
contar
a su propósito el
m á s antiguo de los crímenes sociales que han enlutado las páginas domésticas
de S a n t i a g o y que por fortuna
no ha tenido
después otro parecido. Tenía don P e d r o de Miranda,
como
Rodrigo
de Q u i r o g a .
a m b o s c a s a d o s con viuda, una hija llamada doña Catalina, que no s a b e m o s le habría dado la bendición de un sacerdote o era sólo el fruto de sus mocedades, de las cuales p o c o s si alguno de los conquistadores, se hallaban exentos. Vivía doña Catalina en e! recato
de las canas
de su padre y de la virtud de su
madrastra, cuando pidióla en nupcias un caballero llamado don B a r t o l o m é M e g í a , en cuyo nombre, aunque
se dice era vecino
de la Concepción, hemos encontrado inscrito uno de los res de S a n t i a g o .
Concediéronsela
fué la esposa de un
apuesto
sala-
los padres, y doña Catalina
¿roldado,
de
quien
luego
con-
cibió. Hallábase en este estado cuando una tarde de noviembre invitóla su madrastra, que también iba a ser madre, para ir a la iglesia a vísperas de difuntos. M a s la joven, a quien su marido por celos u
otro
motivo
que no apunta la
crónica, le
había
prohibido aquellas salidas, negóse a complacerla, Insistió la s e ñora con enfado en que había de acompañarla, y c o m o la otra a su vez porfiase, salieron a la vez los dos esposos, el de doña Esperanza y el de doña Catalina, a querella
E r a A4egía
participar
en la femenina
áspero de genio e iracundo de corazón, y
mantuvo su prohibición de una manera terminante, por exaltada
la señora díjole
«algunas palabras
decir las mujeres cuando están bravas» ( l ) Marino de Lovera. pág. 3 2 6 .
(l).
lo que
de las que suelen
HISTORIA
DE
125
SANTIAGO
B a s t ó esto para la consumación de un horrendo crimen. Fuera de sí el contrariado marido s a c ó la espada que llevaba al cinto, y atravesándola por
el pecho
de
la matrona,
dejóla
allí mismo muerta a presencia de su esposo y de su hija; y luego arremetiendo contra éstos, sin cuidarse de la preñez última, los asesinó cobardemente a su turno, a un huésped de
la
casa
matando
de
la
también
llamado don Francisco de S o t o que
vino a socorrerlos, por manera que
en un minuto el monstruo
enloquecido se bañó en la sangre de seis criaturas, cometiendo un cúmulo de crímenes domésticos que autorizó a la no s a b e m o s si al
justicia, y
pueblo, para descuartizarlo allí mismo aque-
lla tarde, c o m o lo ejecutaron,
«cumpliéndose en aquel procedi-
miento (que recuerda la ley Lynch de los pueblos del norte) dice el historiador que ha dejado constancia minuciosa de este hecho, siete muertes con
la
suya,
pues parece
andaban
sueltos
los
siete pecados capitales». P r e c i s o es, sin embargo, para valorizar concienzudamente e s tos errores, que no era siempre la dulzura el arma
de persua-
ción de la mujer en esa época, sino el orgullo y la altivez que heredaron dos veces del godo y del á r a b e . P o r esto, sin duda dice el jesuíta E s c o b a r , trágicos
sucesos le
escribió
( 1 5 9 5 ) que eran
mujeres españolas servicio que
que
poco
después
P
de estos
tantas las gollerías
de
las
«que cada una quería tener treinta indias de
estuviesen
lavando
y
cosiendo como a prin-
cesa» . C o n s t a de los libros
de
cabildo otro c a s o extraño y miste-
rioso casi contemporáneo del anterior,
y según
el cual un po-
deroso vecino llamado don P e d r o Lisperguer, alemán de origen y deudo remoto,
según decían de C a r l o s
V , estuvo
excomul-
gado por la iglesia, pues habiendo sido electo alcalde discutióse largamente sobre si se le recibiría o nó.
resultando
que lo fuera, porque no se trataba de negocio de heregía, de penitencia
canónica.
ai
fin sino
V e r d a d es que aparece también que ni
ésta había cumplido el alto caballero, lo que pone de manifiesto o su poderoso influjo personal
o el
poco
c a s o que harían
de las excomuniones los soldados, que por lo común formaban el ayuntamiento de S a n t i a g o . E s t e suceso ha quedado, sin embargo,
envuelto
entre
som-
126
BENJAMÍN
b r a s , c o m o muchos
otros
VICUÑA
MACKENNA
de su género, pues ningún historia-
dor lo menciona, y apenas consta
de una acta del cabildo la
tenue alusión que dejamos recordada ( l ) . Aconteció también por estos años una calamidad de otro nero y consecuencias
que produjo gran
gé-
espanto en el ánino de
los colonos, tal fué el terremoto de 17 de M a r z o de 1575, el primero de que han
conservado
memoria los
historiadores,
pués que los castellanos entraron en Chile, y que, por lo inició
esa
serie
de
cataclismos
casi
periódicos
destanto,
que han
ido
marcando con sus e s c o m b r o s cada uno de los siglos de nuestra existencia. El terremoto de 1575
fué el cataclismo del siglo X V I .
El más famoso del 13 de M a y o de 1647 el del siglo X V I I . El de 3 de J u l i o
de
1730 el del siglo X V I I I . En cuanto
lleva ya pagados
al
nuestro
dos tributos en el 19 de Noviembre de
1822 y
el 2 0 de Febrero de 1835,
y es de esperar que no toque a nues-
tras generaciones la tercera prueba. Q u e otras la tendrán y terrible, es duro pero irremediable vaticinio. N o causó,
empero,
estragos
de
consideración
miento en la ribera del M a p o c h o ni en los
este sacudi-
valles mediterráneos,
porque el mayor empuje de su violencia cargó a la parte
del
sur, como el de 1861 que arruinó a M e n d o z a vino por el oriente, y los terríficos de 1868 han estallado hacia el norte. S a l i ó el mar en
la costa
ríos hasta
de
Valdivia, penetrando por la
tres leguas al interior, quedando el
marea de los
cauce de
éstos
s e c o s en la baja, según lo vio por sus o j o s el capitán M a r i n o de Lovera, corregidor a la sazón de aquella ciudad, y quien porque lo vio
lo cuenta. C o n c e p c i ó n
quedó arruinada «porque salió la
mar de sus límites bramando más que leona, y entrándose p o r la tierra, hizo estragos en los rastros de las fábricas, y a la misma tierra dejó
hecha
laguna». En
Santiago
fué al
principio
suave el vaivén, según uno de sus vecinos que a la sazón escribía en su
propio
añade (pág. 210),
recinto su «tomó
tanto
famosa historia ímpetu, que
(2);
pero luego
traía las
edificios con tanta braveza, que parecía a c a b a r s e
casas y
todo el pue-
blo». (1) Acta del ayuntamiento del 14 de diciembre de 1568. (2) Góngora Marmolejo residía en Santiago en 1575 y en ese mismo año dice él acabó su relación.
HISTORIA
DE
127
SANTIAGO
S u c e d i ó esto a las diez de la mañana del J u e v e s S a n t o del a ñ o recordado, a p o c o de haber tomado el mando Rodrigo de Quiroga. Según Pérez García c o l e s de Ceniza de 1570,
ocurrió
este
terremoto el Miér-
pero en esta versión hay evidentemente
error. N o todo, empero, era ultrajes, escándalos, misterios y convulsiones de la tierra, tristes s o m b r a s
que cobijaron nuestra cuna,
p a r a los pocos venturosos pobladores de S a n t i a g o . A la afición innata de los españoles a las fiestas y al alegre pasar de la vida y de los años, se había juntado el amor invencible a la ociosidad y a la somnolencia del
alcohol
que en todas
partes
ha
caracterizado a la raza indígena de América; y así sucedía que mientras los indios vivían en la perpetua orgía de sus taquis en la bacanal de sus chinganas,
los españoles corrían
y
estafermo,
jugaban cañas y alcancías, o se ejercitaban en su arte y ciencia favorita de la tauromaquia,
en la que es preciso confesar no han
tenido superiores, desde el C i d C a m p e a d o r a Montes, el primero y el último torero de España. L a s corridas de toro comenzaron a pública pues
se
tener lugar en la
desde el primer gobierno interino de conserva
•que hacía veinte
un documento de 1574 años
se
corrían;
y
tan
en el que se serio era
c i o , que el 15 de J u l i o del último año recordado hildo
dice
el nego-
se celebró
ca-
para a c o r d a r c ó m o se deberían cerrar ese año las
abierto
esto es, el anfiteatro de las lidias.
barreras,
plaza
Quiroga (1554),
Antes se hacía, al
parecer, por un empresario de cuenta de los vecinos; más como éstos
se
manifestasen
reunión construirlas por casa
los
pocos
satisfechos,
sí mismos,
trayendo
maderos y asientos que le
miento que espectáculos
se hizo. públicos
P o r manera
resolvieron
cada uno de su
tocaron según el reparti-
que
se asistía entonces a los
con mucha más comodidad
que en el día, desde que cada cual llevaba su palco disponía en todo a su s a b o r y lo hacía hombros
de sus indios, sin que
en esta
y
holganza
consigo, lo
conducir de nuevo en
todo esto le costase un
solo
maravedí. L o s días de tabla para estos regocijos populares eran las fiestas de S a n J u a n , S a n t i a g o y el Carmen, y esto explica el cai i l d o abierto celebrado el 15 de J u l i o , víspera del último.
128
BENJAMÍN
No
tenían iguales privilegios los
VICUÑA
fin los unos eran los amos y
MACKENNA
infelices
naturales, pues al
poseían hasta el
monopolio
del
placer. En los asientos de! cabildo se encuentra un acuerdo del' 24
de J u l i o
de 1 5 6 6 , disponiendo que saliese un regidor a c a s -
tigar las borracheras
de los indios, quebrándoles sus vasijas y
azotándoles, El regidor fué sustituido después por un que se llamaba de los borrachos,
carretón
creación única entre todas las-
ciudades del mundo, y que ha estado probando hasta hace pocola abyección moral de nuestro pueblo y la sus
clases ilustradas la
miraban
sistsmático del bajo pueblo de todas sin embargo,
indolencia con que
perpetuarse.
El
alejamiento
las fiestas españolas fué,
una c o s a peculiar a Chile, y apenas ha venido a
ser una conquista del pueblo mismo en los regocijos nacionalesde la independencia. En España, al contrario, el pueblo es a m o en todos sus pasatiempos, y en el anfiteatro de toros el puebloes rey. Tales
habían sido los principales rasgos
de la política,
de[
gobierno de la ciudad y aún de la sociabilidad íntima del pueblo y las familias, que habían caracterizado la vida de la colonia hasta
el año 1 5 8 0 , en que a los 4 0 años de su fundación
murió su quinto gobernador de
su vida. Larga
dencia
don R o d r i g o de Q u i r o g a a los
80
y honrada existencia, que tal suele la Provi-
concederla a ips que llevan una alma limpia dentro de
un pecho varonil! Era,
c o m o dijimos en otra página
don R o d r i g o
higarejo de S ú b e r , en Galicia, vastago que esto era hechos, su
natural del-
un hombre oscuro,,
propio de los conquistadores, hijos todos de sus-
llamado Hernando
nombre,
de
pues
fué
de
común
C a m b r a , que ni siquiera le dio en
esos años llevar indiferente-
mente el de la madre, y aún el del pueblo o heredad en que se había nacido. V i n o a la América con los Pizarros, y fué cornohemos de
visto, uno de los capitanes de
Valdivia.
S u s proezas le habían
armas que hecho
ya
trajo tan
Pedro
meritorio
c o m o su prudencia, a lo que se añadía que era el único de los conquistadores
que había venido a
Chile
trayendo consigo a
su esposa. En c o n s o r c i o primeros
con ésta fué por tanto don Rodrigo, desde los
años, el verdadero padre de los colonos, según
habrá
HISTORIA
ido descubriéndose antes
de todo
DE
por el tenor de esta
la
caridad, y como,
relación.
Distinguíale
merced a su industria, se
había hecho el más rico de los vecinos citaba en grande escala. Dicen
129
SANTIAGO
los
de Santiago, la
ejer-
historiadores que cada año
se amasaban en su casa de o c h o a diez mil fanegas de harina para el sustento de los pobres, y de su renta, treinta mil pesos, no reservaba un solo invertía en limosnas para mera iglesia de
el
la M e r c e d
que ascendía a
maravedí, pues todo lo
culto o los menesterosos. La prique tuvo la
capital se
edificó en
unos solares que él regaló a los fundadores de la orden,
ayu-
dándoles después generosamente en su fábrica, por cuyo motivo y como fué el único gobernador que en cerca de un siglo m u rió en la capital, diéroníe sepultura en aquel templo. Era a d e m á s dueño de
muchas propiedades que legó para
instituciones pia-
dosas, y entre otras dio a los padres de la orden de predicadores todo el terreno que se llamó después Llano mingo
que hoy forma el barrio
de
la
de
Chimba
Sanio
Do-
y una red de
propiedades rústicas cuyo valor excede de millones. D e cada uno de los más culminantes conquistadores de Chile han tenido bien y mal que decir
los más imparciales cronistas
pero de don R o d r i g o de Quiroga sólo encontramos alabanzas. «Era de
buena
estatura, dice
uno ( l ) , moreno de
b a r b a negra, cari aguileno, nobilísimo de neroso,
amigo
en extremo
grado
ayudaba en lo que hacía y su
de
casa
pobres, y ansi Dios le era hospital
y mesón de
todos los que la querían. No se le conoció vicio suerte de c o s a , ni lo tuvo, tanto fué
rostro, de
condiciones, muy ge-
amigo de
en la
ninguna
virtud».
Y
otro, que también le conoció personalmente,
nos ha dejado no
menos honroso retrato de su alma en estas
sencillas
•Fué hombre
de
muy buenas
palabras:
partes, c o m o fueron sobriedad,
templanza y afabilidad con t o d o s » . ( 2 ) . Excusado
sería decir
cicio de todas ésas de Suárez, si el
que fué participe principal en el ejer-
virtudes
hacerlo
no
su
noble
compañera,
doña Inés
sirviera como una protesta de la
historia contra aquella fábula del degüello de siete caciques que
(1) Góngora Marmolejo, pág. 156. ( 2 ) Marino de Lovera, pág. 3 9 5 .
130
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ha atribuido a su mano la temeridad inconsiderada de algunos cronistas de la presente y más viejas edades ( l ) , M u r i ó don R o d r i g o vigor
de
sus
el
27
de
Enero
de 1 5 8 0 en todo
el
facultades, y entró a sucederle, por derecho de
nombramiento, según
ya dijimos, su propio yerno
don Martín
Ruiz de G a m b o a , que le había ayudado en su senectud a llevar el peso del gobierno civil de la colonia y especialmente el de las armas.
( l ) La casa habitación de Quiroga estaba en la plaza, según dijimos; pero tenía una quinta en la Chimba en el sitio que se conoce todavía con el nombre de su esposa—la calle de Juares. En el desierto de Afacama existe también un jagüel o aguada que esa admirable mujer, tipo feliz de tantas otras en nuestra tierra, hizo .abrir a su paso con Valdivia y se llama todavía el jagüel de doña Inés.
CAPITULO
X
La g u e r r a y los tributos El gobernador Martín Ruiz de Gamboa.—Curiosa ceremonia con que se recibe del mando.—Los gobernadores de guerra Sofomayor y Loyola.—Levas y contribuciones que imponen a Santiago.—Característica y enérgica resistencia que oponen sus vecinos.—Envían éstos un regidor a Lima y obtienen exenciones de la Real Audiencia.—Detalle de las erogaciones que hacen para la guerra.—Clamores sobre su pobreza y su ruina.—Los araucanos matan a Loyola.—Plagas, epidemias y broceo de las minas a fines del siglo.—Triste condición de Chile al terminar el siglo XVI.—Escasos progresos.—Suntuosidad de las iglesias.
L a muerte de R o d r i g o de para Santiago, como
Quiroga fué una calamidad pública
la del inquieto y belicoso
Valdivia había
s i d o casi una ventura. L o s sucesores de aquel dieron, en efecto, punto a la breve tregua de paz y de gobierno civil que p o r su
aquel
ancianidad y su carácter había mantenido durante
últimos años de su vida
los
(1575-80).
Martín Ruiz de G a m b o a , su hijo y heredero de hacienda y de mando, era sólo un soldado, vizcaíno de nacimiento, y por tant o pertinaz y testarudo. Fué el que llevó las armas españolas a mayor
distancia
en
nuestro territorio, fundando la ciudad
C a s t r o , en honor del virrey que había hecho bernador de Chile, a virtud de un trato también a
Chillan,
otra plaza
militar,
a su suegro
gallego,
(l)
de go-
y fundó
en honor de su propio
nombre, pues denominóla S a n Bartolomé de G a m b o a ,
costum-
( l ) Así lo dijo don García de Castro cuando los oidores de Lima que habían nombrado a Pedro de Villagra le reconvinieron por haberlo destituido.
132
BENJAMÍN
b r e tradicional, que dad nueva
VICUÑA
MACKENNA
no ha concluido todavía en que toda
ha de llamarse por
un apellido, c o m o antes
ciuhabía
de ser forzosamente por un santo. Hay un rasgo que caracteriza al sucesor de R o d r i g o de Q u i roga y su gobierno, por lo que vamos a recordarlo. C u a n d o murió don Rodrigo, encontrábase en Chillan su s u c e s o r ocupado
de negocios
militares;
nueva, corrió a tomar posesión de
pero apenas le llegó la
su destino. En el intervalo-
habíale desempeñado en calidad de lugar teniente un licenciadodel nombre de A z o c a r , que tuvo la cortesía de salir a! encuentro del nuevo gobernador, había
con
tenido algún disgusto,
y
quien,
no
sabemos
como al tiempo
de
levantara por esta causa entre ellos algún altercado, ron luego, dice M a r i n o
de Lovera (pág.
por qué, versé se«se a p e a -
4 0 7 ) el capitán
Juan
de Lisama, Nicolás de Q u i r o g a y otros soldados, y dieron con él muía abajo y lo llevaron Tales
medio
arrastrando
a
la c i u d a d » .
eran los cumplimientos oficiales con que se saludaban
entonces los gobernadores entrantes y salientes, que no es distinto
del que suelen
una mansa
muía
darse hoy día, bien que no los bajan
sino del trono
de
un poder omnímodo
de que
apenas alcanzan a sacudir titánicas batallas. Inútil es añadir que el buen doctor A z o c a r fué a pagar
a Lima su corto interinato
después del porrazo que le dieron de su muía. Extraño
destino
de los togados! A L a s P e ñ a s le dieron una paliza, a A z o c a r lo arrojaron
de la
muía; pero ellos lo
llevaron en santa pacien-
cia, pues su época había de llegar. La R e a l Audiencia no tardaría en llegar a Chile. N o e s c a p ó , empero, a su turno, mejor librado su perseguidor; pues habiendo llegado tres años
más tarde su sucesor propie-
tario, el ilustre S o t o m a y o r , le tomó rígida residencia tantas las exorbitancias,
«y fueron
dice el escritor que a c a b a m o s de citar,
tan desaforadas las sin razones, tan patentes las injusticias, tan graves las
atrocidades
d o s o castigo cortarle
que se le acumularon, que parecía piadiez c a b e z a s si diez
tuviera».
Oh
hom-
bres! hombres que gobernáis o qve sois gobernados ¿cuándo o s habréis convencido de que la justicia política es sólo una c o s a de guo
ultra-tumba?... P o r
esto sin duda fué que el cronista anti-
que citamos terminó su juicio con estas reparadoras pala-
HISTORIA
Iras...
«Como quiera que en
.muy bien coronas»
DE
tenerlas (las diez
133
SANTIAGO
realidad de verdad
cabezas) para
le estuviera
recibir en ellas diez
(l).
Fué don Alonso de S o f o m a y o r , sexto gobernador propietario -del reino de Chile, un esclarecido capitán que en Flandes y en E s p a ñ a misma alcanzó levantada fama por sus hazañas y talent o s militares. E r a extremeño c o m o los Pizarras, c o m o Cortés y c o m o P e d r o de Valdivia, lo que se recuerda como para los primitivos conquistadores mero oriundos de
aquella
provincia
refuerzo de seiscientos hombres, íamente de España
de
un alto timbre
Chile, en su mayor núárida y
fuerte. Trajo
un
los primeros que venían dírec-
y constituían el
contingente
más
eficaz y
poderoso que se enviara a A r a u c o , pues el de don G a r c í a había .sido sólo la mitad de ese número, y a más
gente bisoña y re-
v o l t o s a (2). La C o r t e de Madrid se había apercibido al fin de que la cuestión
de Arauco,
como se le llama todavía, era un negocio serio,
y mandaba uno de sus mejores tercios y un capitán afamado para ponerle fin. Don
Alonso
venía,
pues,
no . a gobernar, sino a hacer la
guerra, y en ésta ocupó con suerte varia pero con ánimo siemp r e esforzado los nueve años cumplidos de su gobierno ( 1 5 3 3 1 5 9 2 ) . S u corte y su cuartel general eran la Concepción, reedificada p o r la segunda vez de sus
ruinas, entre las agrestes
colonias
que la dominan, en medio de las cuales yace todavía oscuro y olvidado el viejo P e n c o . La capital verdadera del reino estaba, pues, en la vecindad del B i o b í o , y S a n t i a g o era lo que Valdivia había querido que fuese, esto es, una dehesa de caballos, un hospital para inválidos, una p o s a d a para l a s - t r o p a s que llegasen de refresco,
pidiendo pan
y forraje, y por último, cuando más, un sitio ameno y tranquilo en que los viejos capitanes fuesen a reposar sus canas y a morir bien con D i o s y con la virgen, entre las plegarias de sus monjas, siendo en seguida sepultados en sus silenciosos claustros y en( 1 ) Marino de Lovera, pág. 3 9 6 . (2) Según el historiador español Laluente, Sofomayor fué el correo de gabi neíe, enviado por Felipe II a Flandes con los despachos en que nombra a A Icjan •dro Farnesio sucesor de don Juan de Austria.—(Lafuenfe, f. 14, pág. 8 5 ) .
134
BENJAMÍN
VI&UÑA
MACKENNA
comendadas sus almas a D i o s por los
fieles.
Don
Alonso sólo,
venía a S a n t i a g o cuando necesitaba víveres, caballos,
soldados,
dinero; y entonces, sin apearse casi de su montura, golpeaba l a s puertas del ayuntamiento, daba sus órdenes, y lanza en mano volvía otra vez a las fronteras. N o se condujo de otra suerte su sucesor don
Martín
Oñez.
de Loyola, séptimo gobernador propietario. S o b r i n o de S a n Ignacio, y vizcaíno c o m o él , había nacido
doblemente soldado,
p o r la tierra en que viera la primera luz y por la cuna en q u e mecieran su infancia. El Loyola de Chile no tuvo, empero, el capitán de Pamplona,
la
inspiración salvadora
de
como
dejar la
espada por el claustro, cuando recibiera en la carne el primer bautismo del fuego. Y a mal le estuvo, porque su venida a Chile l e c o s t ó la vida. E r a Loyola b e l i c o s o en estremo, y c o l o c ó a S a n t i a g o
en
eí
último estremo de su empobrecimiento y desventura con las c o n tribuciones
de sangre y oro que
le
impuso,
cuando
ya
don
P r e c i s o es advertir aquí, por la segunda vez, que si hay
algo
A l o n s o de S o t o m a y o r parecía haberlo dejado exhausto. que los santiaguinos hayan aborrecido intensamente los herejes,
es el impuesto;
el grito en el cielo
después
y así nunca han dejado
de
de
poner
cuando se les ha pedido sea un millón de
pesos, sea una camisa. D e
aquí
el
odio
ingénito al
decir, al gobierno con cara de alcabalero, y de esto dan
físco.
es
testimo-
nio todos los hombres de pensamiento de que ha quedado memoria desde P e d r o de Valdivia, que para sacarles plata, se las r o b a b a , hasta don D i e g o Portales, que no dejó r o b a r a nadie, s o pena de los
carros.
Así, desde los primeros años, vemos al cabildo dé S a n t i a g o órgano
legítimo de su población,
dispuesto
con
puños
apre-
tados a s o s t e n e r los fueros de sus hijos en cuanto corrían peligro sus heredades o personas. Y a hemos recordado algunas d e estas antiguas protestas y a la vista tenemos otra que a la fecha de que nos ocupamos c o n t a b a ya veinticinco años, en cuya virtud, el procurador
de
ciudad J u a n Godinez pedía misericordia
para
el patrimonio de sus representados, disminuido, según sus palabras, en más de 400
mil pesos en las guerras que se habían sucedido
HISTORIA
DE
135
SANTIAGO
desde Valdivia hasta B r a v o de S a r a v i a ( l ) . M á s tarde hubieron de pedir amparo a la Real Audiencia de Lima, cuyo
tribunal,
sensible a dádivas y a empeños, les o t o rg ó la franquía de no suministrar levas ni subsidios para el ejército de las ciudades arriba
de
( 2 ) . L a teoría santiaguina era entonces la de que la guerra
debía de hacerse por las ciudades que había poblado Valdivia a costa suya y con su sangre, pues ya habían crecido lo suficiente para vivir sin el materno sostén. P e r o el sobrino de S a n Ignacio, que c o m o tal no entendía en c a s o s de pequenez, mandó cumplir la ley militar, y por lo menos pidió a los empecinados santiaguinos que alojaran
los
contin-
gentes que le llegasen de Lima y les proveyesen de caballos para seguir su marcha a la frontera. M a s pedirles esto entonces era c o m o pedirles dos siglos después que se suscribieran al c o r s a r i o Afacama. V a m o s a la prueba de la historia. P o r el año de 1 5 9 7 llegó a Valparaíso un refuerzo de ciento cuarenta
soldados al
c a r g o del general
tilla, y aunque Loyola había
prevenido
don Gabriel al
de C o s -
corregidor de S a n -
tiago Nicolás de Q u i r o g a (el mismo que derribó de la muía al doctor y
Azocar) que tuviese prevenidos reclutas, víveres, dinero
caballos
rocines
desde
útiles
un
año hacía, sólo juntó 4 2 5 pesos y seis
entre los
sangre y de jure,
transeúntes. Aquella suma sirvió frenos,
lo
que
es decir, los santiaguinos
vecinos,
y 6 0 pesos entre los moradores, sólo
parecería c o s a de
de
es decir, los
para comprar
cincuenta
burla, desde que no había
c a b a l l o s a que ponerlos ( 3 ) . (1) Reclamación de Juan Godinez de 3 0 de agosto de 1567, publicada por Gay.—Documentos f. 2.°, pág. 237.—El mismo Bravo de Saravia decía al rey en carta de 8 de mayo de 1569 que se necesitaban re'uerzos de gentes, porque los pocos españoles que quedaban «estaban pobres y cansados». Las palabras de G o dinez son dignas de reproducirse: «por ello, dice, estamos adeudados y pobres que no ha quedado casa ni hacienda que no la hemos empeñado y vendido. Y como no nos queda cosa con que sustentar los gastos de esta guerra sino el ánima, deseamos darla a Dios de quien la recibimos, porque es cierto que de los conquistadores que en esta ciudad somos vecinos, no hay fres que puedan (ornar las armas, porque están todos viejos, mancos y constituidos en todo extremo de pobreza». (2) Real provisión de la Audiencia de Lima el 2 6 de abril de 1595. (3) Consúltese sobre estos curiosos y característicos incidentes, el documento publicado en el f. 2.° de la Colección de historiadores chilenos con el título de «Relación de la guerra de Chile hasta 1798», cuyo manusccifo existe en la Biblioteca Nacional.
136
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
AI fin una aciaga mañana (Noviembre 2 5 de 1 5 9 8 ) los indios cayeron en la solitaria quebrada de G u a d a v a s o b r e el campamento de Loyola que, estando la tierra de paz,
viajaba desa-
percibido y confiado en su humillación. E x c u s a d o es le cortaron sus
la cabeza y bebieron
en su cráneo
decir que
la sangre en
orgías infernales, c o m o habían bebido cuarenta
y
cuatro
a ñ o s antes en el cráneo de Valdivia. Aquel
acontecimiento,
que debía
ejercer
en
la
capital del
reino una influencia local, semejante a la que tuvo el desastre Según esíe interésame expediente, que se compone de informaciones de testigos mandadas levantar por Loyola para probar la mezquindad de los vecinos de Santiago, resulta que desde 1596 él había mandado a Santiago desde Concepción al capitán Miguel de Silva para que se aprontasen recursos en el verano de ese año, en lo que aquellos no consintieron, premunidos con la provisión de la Audiencia de Lima ya citada. En el verano del año siguiente, cuando de seguro esperaba el re uerzo que traía don Gabriel de Castilla, ordenó el gobernador que se acopiasen en la Ligua, 1,000 lanegas de trigo en Santiago, 5 0 0 carneros, cecinas, caballos, monturas, etc., focándole a las ciudades de arriba 4 0 0 caballos y 5 0 0 vacas. Ordenó también, con fecha 7 de octubre de 1597, que fodo vecino de Santiago que fuese capaz de montar a caballo, saliese a campaña bajo severas penas, y que los que por su edad no pudiesen tomar el campo, socorriesen la tropa de CastiJa con dinero y cabalgaduras. Ya hemos dicho cuánto de los dos últimos recursos se juntaron, pero es curioso añadirla nomenclatura délas contribuciones para que se tenga idea de la manera cómo entonces se distribuían las proratas. Los partidos de Lampa y Colina contribuyeron con ocho potros cada una, el de la Angostura con diez y siete, el de Pomaire (Melipilla) con seis, el de Aconcagua con veinte y ocho, el de Quillofa con trece. Ei corregidor de Rapel envió además veintiún potros y veinte y siete «aparejos de arria», y tres vecinos de Santiago, llamados Alonso de Riveros, Alons o de Córdova y Juan Godinez (aquel mismo que en 1567 reclamaba contra las gavelas y que a la sazón debía ser más que ocfojenario, pues vino con Valdivia y es el último que sobrevivió de los conquistadores), dieron por su parte cincuenta vacas y ciento sesenta carneros. Según se ve, Loyola había pedido caballos y sólo le enviaron potros, y éstos tan chucaros y tan inservibles, que al llegar a la Angostura los soldados de C a s tilla tuvieron que abandonarlos y alquilar yeguas cerriles, según la declaración que prestó el capitán don Juan Pérez de Cáceres que vino con el refuerzo de Castilla. No dice, sin embargo, el capitán si entre las últimas irían algunas de la cría de 'la yegua de Orlando*, aunque el que popularizó le última tuvo estancia donde compraron aquellas. Debemos también advertir que al requirimienfo de Loyola para tomar en masa las armas, respondieron un vecino y dos mercaderes, y de éstos últimos resultó que ambos habían ido por sus negocios a las ciudades de arriba. Hay una cosa notable que señalar aquí, y es la protesta que aludiendo a estos mismos sucesos y oíros posteriores, hace el padre Ovalie sobre la generosidad con que los santiaguinos sostenían la guerra «acudiendo a ella, dice (pág. 160) con sus haciendas, con sus hijos y vecinos, sin que haya habido tiempo en que no esté o con las armas en la mano o socorriendo al real ejércifo, con dinero, caballos, comida y jen'.e..." Pero hay otra cosa que tenemos también que advertir, y es la de que el buen padre Ovalie era santiaguino... y a más, jesuíta.
HISTORIA
DE
137
SANTIAGO
-de su primer gobernador, encontró a su vecindario en la lánguida
y abatida
disposición
que la hallara
veinte años de guerra que habían seguido al de R o d r i g o de Quiroga,
no
sus
la misma lucha que
fuerzas agotadas en
gobernadores,
los
misma
el último. L o s
gobierno pacífico
habían podido menos que postrar sostenía con los
capitanes y los soldados mismos por defen-
d e r sus cortos provechos. Así es que las pinturas
que nos han
quedado de esa época, están c a r g a d a s de tintes sombríos. «Por todo
lo cual, decía un acuerdo del cabildo en tiempo del go-
bernador S o t o m a y o r , protestando contra la recluta -éste hacía, esta ciudad, hitantes
y jnoradores,
y ha-
de ella y su jurisdicción están muy afligidos y
claman
sobre
ello en las p l a z a s . . .
y las
mujeres en
las
y los predicadores
calles,
en los pulpitos;
c a r g a d a s de sus hijos, lloran y
piden a D i o s justicia por ello, por
los daños que reciben»
S o b r e v i n o por este mismo tiempo una plaga de dicen
forzosa que
y esíaníes
vecinos
algunos
ponderativos historiadores
ratones
se comían
(i). que
hasta los
niños en las cunas, y en seguida ( 1 5 9 0 y 9 1 ) una terrible epidemia de viruelas, especie de cólera morbus asiático en la époc a en que era desconocida ción
de la
la vacuna, y que diezmó
América desde
particularidad de que
no
la pobla-
C a r t a j e n a a la Patagonia,
con la
acometía a los mayores de treinta y
cinco años y a los nacidos en España. En los naturales, y especialmente entre los araucanos, fué donde más cruelmente cebó
el azote, siendo entre estos últimos
se
el mejor aliado que
pudieron encontrar los conquistadores fronterizos. S i n duda en esa
época
o
poco
más
tarde
( 1 6 1 1 ) , sería cuando aquellos
b á r b a r o s mataron en Lebu a unos pobres soldados que llevaban unas botijas con
lentejas, porque dijeron que iban a sembrar las
viruelas en sus tierras... Con
la escasez de
operarios, por el gran número de indios
q u e perecieron ( 2 ) , comenzaron a declinar las minas de oro que (1) Poder que dio el cabildo de Santiago al regidor Francisco de Zúñiga con fecha 17 de setiembre de 1591 para que recabase de la Real Audiencia de Lima la exención recordada de gabelas. Parece que Zúñiga se trasladó a Lima y allí obtuvo la real provisión que hemos mencionado anteriormente. (2) «Han venido en tanta disminución los indios (1595), que donde había mil indios, apenas se hallan ahora cincuenta; y por esta causa está la tierra muy adel-
138
BENJAMÍN
eran todo
el ser
VICUÑA
de la colonia,
MACKENNA
porque
en vano era
producir
trigos y ganados desde que no había cambios para exportarlos. C i t á b a s e c o m o ejemplo de esta decadencia, que las encomiendas de J e r ó n i m o
de Alderete,
ranza de Ruedas
dían. 3 , 0 0 0 en 1 5 9 5 , neo,
que apunta
que heredó
su esposa doña
Espe-
con una producción de 2 0 , 0 0 0 pesos, no este
«por lo que, dato
dice el cronista c o n t e m p o r á -
( l ) , los
conquistadores s e mueren
de hambre ellos y sus hijos, sin dejar
a
sus
herederos ni un
tomín que no es deuda. Y ha venido el negocio a tanta ria,
que lo están ahora los hijos
ren-
mise-
de los que ganaron la tierra
con tanto extremo, que hay muchas huérfanas hijas de conquistadores comer
y
descubridores
por
casas
ajenas
estaban por nacer cuando cubriendo
y
del
reino
que andan
y sirviendo los pobres
conquistando estos
a
los
a que
hombres
reinos
por
buscar
de
en E s p a ñ a
andaban muchos
des-
años y
con muchos trabajos, derramando su sangre.» Y de todas estas angustias, guerras, terremotos y desolaciones venía, que después de sesenta años de existencia, S a n t i a g o apenas tuviese el aspecto de una aldea, si bien de grande extensión y de hermosos arbolados, tan escasamente poblada, que debía reinar en ella la soledad de los cementerios—pues en el último año del siglo X V I no contaba con más de quinientos h a b i t a n t e s españoles, hecho significativo
y desconsolador
del
que
podrá
formarse alguna idea teniéndose presente que C a s a b l a n c a hoy dos mil, y que Angol,
asiento de ayer,
tres
veces
tiene aquel
número ( 2 ) . P o b r e Chile! E r a el vergel de la América por su clima, su feracidad, la blanda índole de sus habitantes, y destinándolo para tan grandes fines, consentía
entonces
Dios
que hasta s o l d a d o s
mercenarios repudiasen su suelo y aún le mirasen con insoportable horror!
«Cosa, cierto, de gran ponderación, exclama
por
esto con justicia el buen padre E s c o b a r , ya tantas veces citado gazada, pobre y miserable, y finalmente sin otro remedio sino la esperanza del cielo». — Marino de Lovera, pág. 4 4 8 . ( 1 ) El jesuíta Escobar. (2) «Verdad es que con hacer cincuemta y cinco años que se conquistó esta tierra, no ha crecido mucho el número de la gente española, pues los de esta ciudad de Santiago, con ser cabeza del reino, no pasan de quinientos habitantes». —Marino de Lovera.
HISTORIA
c o m o comentador
DE
139
SANTIAGO
de M a r i n o de Lovera, que los que viven en
la tierra más templada, más sana, lada y deleitable de las
del
más
abundante,
más
rega-
mundo, estén los más desventura-
dos, más pobres,
más
ella,
por el ansia con que todos huyen de entrar
cuanto
que
tristes y más descontentos
allá, teniéndose ya por cuco a
vivir en
para amedrentar a los facinerosos,
y estando ya introducido por proverbio: guardaos, rán
de
que os
envia-
Chile*.
C o m o una
compensación
colonia, recréanse
de
este
los primitivos
lamentable
estado de la
cronistas en trazarnos la pin-
tura deleitosa de lo que era la capital de Chile a la sazón, pues hasta de sus acequias, de que hoy se huye con a s c o , decía uno de aquellos ( E s c o b a r ) que
«tenían
sus
orillas hechas
de arrayán, a l b a h a c a y rosas y otras varias
vergeles
yerbas y flores; y
tanto es el número de sus arboledas, que las camuezas que en E s p a ñ a son de mayor gusto,
se
echan
a c á a los puercos en
grande suma», Habíase hecho con todo algunos progresos en el orden e c o nómico de la ciudad y en la riqueza agrícola de sus campiñas. En 1 5 9 5 se regulaba
que
había en la provincia
de
Santiago
más de ochocientas mil ovejas. Existían al propio tiempo algunos obrajes
de telares en que los indios, tan entendidos en t o d o s
los oficios que requieren prolijidad de manos y paciencia,
tra-
bajaban jergas, frazadas y aun paños, que no tenían el pulimiento conveniente,
porque
los
preparaban
con
manteca a falta
de
aceite. El jesuíta E s c o b a r habla también c o m o testigo ocular «de ingenios de azúcar que abastecen toda la tierra», pero no hemos conservado otra noticia de este género de industria que la del
Inge-
nio que existió hace p o c o en el valle de la Ligua y que lleva desde entonces ese nombre. Pérez G a r c í a , refiriéndose en su
compen-
dio a esta época malhadada de nuestra historia, afirma también que la Audiencia de Lima despachó real provisión autorizando
al
cabildo
(Enero 2 2
de
1 5 9 7 ) una
de S a n t i a g o para hacer
una derrama entre los vecinos a fin de traer a la ciudad la agua de Ramón, porque la del río, dice con claridad castellana el viejo capitán, «enferma de c á m a r a s . . . » P e r o en lo que S a n t i a g o había hecho ya por esa é p o c a prog r e s o s verdaderamente maravillosos, era en la erección de igle-
140
BENJABIÍN
VICUÑA
MACKENNA
s i a s y capillas, conventos y monasterios, llevando
e!
celo exa-
gerado de estas fundaciones al punto de que toda la ciudad podía considerarse sólo c o m o un vasto claustro, pues hubo algunos de éstos que el jesuíta Ovalle llamó ciudades. M a s , tan especial es este asunto en una historia de la «Roma americana», así llamada por el número de sus iglesias y otras causas,
que le consagraremos un estudio
próximo capítulo.
por
separado en el
CAPITULO
XI
La R o m a de las Indias Las hermifas del Socorro Francisco
y Sanfa
Lucía sirven de base a la erección de San
y de la Merced.—Dispufas,
excomuniones y violencias que ocurren
con esfe motivo.—Transacciones que se celebran.—El eapiíán Esquivel se retira del mundo y da el sifio en que se funda Sanio Domingo.—Tribulaciones que pasan los Agustinos
por
aníes de fundar su orden.—Sordas hostilidades del
vecindario.—Milagros que les proporcionan el solar
que hoy ocupan.—Sus
perseguidores incendian su primera iglesia.—Algunas damas viudas de los conquistadores fundan el monasterio de Agustinas.—Erígese
en obispado la parro-
quia de Sanfiago y construyese su primera catedral de piedra.'—Su descripción.—Primeras procesiones y celo religioso.—Santos patrones de Santiago.— Desafueros eclesiásticos y energía con que los reprime el prudente Rodrigo de Quiroga.—Comienza la gran era conventual de Santiago.
En
los primeros años de la conquista, los p i a d o s o s
res de S a n t i a g o s ó l o tuvieron para su culto y sus
fundado-
censos,
disputas teológicas y sus capellanías, la iglesia parroquial tenemos
dada
ya noticia y las
dos
hermitas
fundadas,
ya dijimos, por el fervor de Valdivia y de uno de sus la una con el título Santa
del
Socorro,
ya
de
nombrada,
según
capitanes,
y la otra
Lucía, erigida por el anciano tesorero J u a n
sus que
de
Fernández d e
Alderete. De
estos dos humildes oratorios,
de templo católico nando
que no tenían
que el que les diera una
un techo pajizo, nacieron
tosca
más
dos de los suntuosos
tos que, si no puede decirse adornan
nuestra
aspecto
cruz
moderna
coro-
convencapital.
142
BENJAMÍN
le dan todavía
ese
aire
VICUÑA
solemne
MACKENNA
de
misticismo y de reposo,
que le ha hecho merecer el nombre de «Roma de las Indias». El gobernador Valdivia, agradecido en efecto al celo y abnegación con que le habían
acompañado en su empresa algunos
entusiastas frailes mercenarios, cuyos nombres hemos apuntado con honor en otra página, les confió el cuidado del templo de su devoción personal,
consagrado a la advocación
que, c o m o soldado, había elegido
desde
sus
de
la
virgen,
primeras armas,
c o m o era costumbre en esa edad de caballeresco
fanatismo, y
a la que, según ya contamos, estaba anexo el hospital, que también él había fundado. P o r su parte, el tesorero Alderete,
sintiéndose ya anciano y
c o m o hombre de cuentas, inclinado a dejar arregladas
en
buena
hora las de la eternidad, había traspasado el dominio de su hermita a unos cuantos frailes franciscanos que, bajo la dirección
de
los padres Martín de R o b l e d a y Cristóbal de Ravaneda, llega ron a S a n t i a g o diez o doce años después de su fundación. Tiene la escritura en que se celebró este pacto fecha
3
de O c t u b r e
de 1 5 5 3 , y en ella se imponía por única condición de parte del cesionario la conservación cuidadosa del recinto segrado, unas cuantas misas de ánimas y el que
después de sus días se pu-
siese en la sacristía una tableta con su nombre para que encomendasen su alma al cielo los sacerdotes y los fieles. L a futura iglesia de la M e r c e d iba,
pues, a edificarse en el
sitio que al comenzar la antigua Cañada,
ocupa hoy S a n Fran-
c i s c o , y por lo opuesto, éste iba a fundarse en el actual
sitio
de aquella. P e r o una
de
esas peripecias
eclesiásticas
exclusivamente el tejido y los relieves
de
la
que
forman
vida
S a n t i a g o , vino a cambiar temprano y de súbito
casi
colonial de
aquellas
pers-
pectivas. L o s padres mercenarios,
impelidos de un noble celo, habían
seguido a Valdivia en sus empresas militares y dejado su hermita a cargo de un fraile ya anciano llamado Antonio de O l m e do, que, por sus años, a c a s o
no
podía ejercer
su
ministerio
entre los b á r b a r o s . M a s aconteció que éste muriera a p o c o de haber los franciscanos S a n t a Lucía.
entrado en posesión
de
la
hermita de
HISTORIA
Q u e d ó por lo tanto emergencia
DE
143
SANTIAGO
acéfala la capilla del S o c o r r o , en cuya
reclamaron su posesión a la vez el cabildo, en re-
presentación de su fundador y patrón P e d r o de Valdivia, que a ;ia sazón a c a b a b a de perecer, y el cura de la parroquia,
Gon-
zález M a r m o l e j o , quien, habiendo recibido del obispo del C u z c o el título de visitador,
tenia cierta jurisdicción privativa s o b r e los
n e g o c i o s eclesiásticos de la colonia. D e esta encontrada pretensión surgió una acalorada disputa, y hubo protestas, amenazas, excomuniones y hasta vías de hecho entre el cura y el cabildo por una parte, y entre
los
clérigos
dependientes de aquél y los franciscanos. Había resuelto, en efecto, el cabildo
poner en posesión de la
hermita vacante del S o c o r r o a los frailes franciscanos que cuid a b a n de la de S a n t a Lucia, y que talvez se encontraban hallados en la última
más
espaciosa
ronlo el visitador y sus colegas,
al
historiador ( l ) , hubieron de echar clérigos», cosa
que
no
era
difícil
localidad; punto
de
«a fuerzas
pero que,
de
mejor
resistiésegún un
brazos a los
sucediese desde que entre
é s t o s estaba aquel famoso J u a n L o b o que
tan
buenas suertes
d e lanza solía echar entre los indios. En despique, cuenta otro historiador ( 2 ) el cura M a r m o l e j o y el bachiller Calderón e x c o tnulgaron al cabildo por aquella invasión violenta de sus inmunidades. N o se cuidaron de
esto
los
a u t o r último citado, hicieron y R a v a n e d a con fecha M a r z o
capitulares, y, según el mismo
escritura con los padres
Robleda
1 7 de 1 5 5 4 , dos meses después
d e la muerte de Valdivia, cediéndoles a perpetuidad la hermita d e l gobernador difunto e imponiéndoles
la obligación de dirigir
preces por su alma, consagrando un altar especial a la virgen del •Socorro y erigendo otro monumento a la memoria de Valdivia, -que coronaría su busto. El cabildo, que no parecía obrar en esto por parcialidad sino movido de la gratitud y del buen servicio de los fieles, ordenó también que se separase el hospital de la hermita y mantuvo su d e r e c h o exclusivo para intervenir en él.
(1) Marino de Lovera, pág. 6 5 . ( 2 ) Carvallo, Historia M. 5 .
144
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
Unos piadosos vecinos del apellido de O r f i z - E s c o b e d o ron luego en auxilio de los franciscanos, solares de su propiedad,
obsequiándoles
vinie-
algunos
mediante lo cual y las limosnas
que
entonces era tan fácil recoger para fines del culto, c o m o lo
es
en el día, pudieron preocuparse de eregir iglesia y levantar s u s claustros. Pusieron,
en
efecto,
la
primera piedra
de
aquélla bajo
advocación de la Santísima Trinidad, según lo apunta nica y un letrero sús puertas
que se lee todavía
en
la
la
cró-
uno de los a r c o s de-
laterales, el 5 de J u l i o de 1 5 7 2 , y esta venerable
iglesia, la más antigua de Chile y la única
que
conserva
sus
muros primitivos (cual es fácil persuadirse desde la primera mirada) quedó terminada en 1 6 1 8 , después de medio siglo de constante trabajo ( l ) . La religión franciscana tuvo el honor de recibir los primerosneófitos criollos,
hijos
de
los
conquistadores,
pues en 1 5 5 8 ,
esto es, diez y o c h o años después de la fundación de la colonia, ya recorrían sus claustros, calada la capucha, coristas
nacidos
en S a n t i a g o ( 2 ) . Tuvo también poco más tarde aquella orden otra gloria mucho más encumbrada y digna de emulación
entre los servidores de
Cristo. S u provincial, J u a n de T o b a r , fué uno de los mártires de G u a d a v a el 2 5 de Noviembre de 1 5 9 8 , pues era uno de l o s que venía en la comitiva de O ñ e z de Loyola. L o s desposeídos esto su derecho,
y
frailes de la M e r c e d cuando
uno
de
no
los
cruzada en la Araucanía, el padre C o r r e a , referido, fué a Lima y regresó años
abandonaron
por
que sobrevivió a su según
ya
tenemos
después trayendo consigo
once compañeros, ocurrieron al gobernador que a la sazón regía la colonia (que lo era ,el prudente R o d r i g o de Quiroga) reclamando su antiguo sitio. El pleito
iba
a
ser
(1565),
ruidoso y a
concluir talvez con otro escándalo de fuerza c o m o el que cuenta (1) He aquí esta inscripción (al cual.se lee en la puería interior de San Francisco: 5 e puso la primera piedra de esta iglesia el sábado 5 de julio de 1572. Colocóse el santísimo sacramenlo en los dos fercios de ella que se acabaron dia de San Lino papa en 23 de enero de 1597. Y acabóse de iodo punió dicha iglesia el año de 1618, cuarenta y seis años después que se comenzó. (2) Eizaguirre, t. l.o, pág. 137.
HISTORIA
Lovera, pero intervino
aquel
DE
145
SANTIAGO
noble
funcionario y las c o s a s se
transaron amistosamente. El mismo don R o d r i g o obsequió a los padres unos solares
que
tenía contiguos a la vieja hermita de
S a n t a Lucía, y allí fundaron
su
iglesia, echando sus cimientos
el 1 0 de A g o s t o de 1 5 6 6 , bajo la invocación de la propia venerable esfigie que hoy traída de Lima
de
San J o s é y
adorna su altar mayor,
por C o r r e a y reconocida
a b o g a d a de pestes y
de sequías en S a n t i a g o . N o se hizo, con todo, esa erección en
el
sitio
que
actual-
mente ocupa su bonita iglesia, que es sólo de fines del pasado siglo, sino al pie del cerro donde estaba
sin
duda la hermita
de Alderete. D o s años después, según consta de un asiento de los libros de cabildo de Septiembre 9 de 1 5 6 8 , el cabildo cedió a los padres la manzana fronteriza
de su iglesia, a
condición
de cercarla, y ésta es la que ocupa hoy día, por manera el convento
que
de aquella orden vino a ser uno de los más estensos.
El padre Ovalie vio en su recinto, a principios del siglo X V I I , d o s molinos que movían las aguas traídas por la falda de S a n t a L u c í a y que disfrutaron hasta
hace p o c o junto con los padres
agustinos ( l ) . La apertura de la calle, que aisló su área actual, e s o b r a de recientes años. En cuanto a la dificultad con los franciscanos, quedó definitivamente transada por un acuerdo celebrado ante el escribano de cabildo,
según el cual el día
de
la
conmemoración de la
virgen del S o c o r r o , los mercenarios dispondrían
como
dueños
del altar y del pulpito de S a n Francisco, concesión enorme para aquellos tiempos y que prueba el buen derecho de los que alcanzaron la ventaja. N o tuvieron que pasar por tantas pruebas y turbulencias los hijos de D o m i n g o de Guzmán
y
de T o m á s
de
Aquino para
fundar su claustro y su escuela, revestida desde el principio del prestigio del saber. Autorizados
para
trasladarse a Chile por real cédula fecha
en Valladolid el 4 de Septiembre de 1 5 5 1 , llegaron a S a n t i a g o tres miembros de la orden con el padre Gil González, un año más ( l ) Esías acequias son las mismas que corren hoy por las dos avenidas laíerales de la Alameda, aumeníando su caudal con el de olra que hasía principios de esfe siglo corría por el centro de la Cañada. 10
146
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
tarde; y habiéndole proporcionado sitio un capitán anciano que quería sólo llorar culpas en una celda solitaria, después de h a b e r hecho cruda guerra a los infieles en el Perú y en A r a u c o , fundaron su iglesia en el sitio que hoy ocupa en 1 5 5 2 , dando el hábito de lego a su generoso bienhechor, cuyo nombre era J u a n de Esquivel. O t r o tanto hicieron años nos
con
el
una opulenta
más tarde los francisca-
capitán don T o m á s T o r o S a m b r a n o , fundador de familia
de
la
colonia y de la república y cuyo
retrato se ve todavía en uno de los pórticos del claustro.
Quince
años más tarde, esto es, el 7 de Enero de 1 5 6 7 , encontramos una acta del cabildo en que se dona a aquellos
religiosos los
solares que forman su vasto claustro, y ya dijimos que al morir Q u i r o g a en 1 5 8 0 , les propiedades.
legara
además algunas
C o m o los franciscanos
albergado en sus claustros
los
se
de sus pingües
jactaban
de
haberse
primeros novicios de la tierra,
la orden de S a n t o Domingo podía enorgullecerse habiendo salido de sus
aulas
los
primeros
profesores
criollos. El
historiador
Eyzaguirre cita con elogio c o m o el primero de éstos a N i c a s i o de Naveda, natural de S a n t i a g o . La menos feliz de todas las órdenes
en
su
establecimiento
en la conventual colonia del M a p o c h o , fué la última en llegar, la de nuestro padre S a n Agustín. S e a que los santiaguinos creyesen tener ya bastantes claustros con haberles mitad del área de la ciudad, fuese por otros
cedido casi la
motivos que nos
son desconocidos, lo cierto es que, a pesar de haber asignado a los últimos el gobernador Loyola, en cuyo tiempo entraron,
un
sitio c ó m o d o c e r c a de la plaza, los vecinos les pusieron pleito, y les obligaron a ir a refugiarse en el sitio que hoy ocupa su legio,
Co-
y que a su vez ha venido a ser en el día otro r e f u g i o . . .
D e s d e allí, sin embargo, los prudente padres diéronse trazas para no vivir en el desaire de un arrabal, y con gros que refiere por menudo el historiador Carvallo
ciertos
mila-
consiguieron
que una piadosa señora llamada doña Catalina Riveros y sus d o s hermanos les cedieran el famoso sitio que hoy ocupan, y que algunos juzgan c o m o cortado de molde para edificar en él la
extin-
guida Compañía y sus apéndices. S u c e d i ó esto en 1 5 9 5 , y los milagros de que se conserva memoria fueron, el uno
el
haber
entrado a pedir limosna a la c a s a de doña Catalina
un
naza-
HISTORIA
reno que
DE
147
SANTIAGO
llevaba las mangas de los agustinos, el otro la apa-
rición de un b a s t o de S a n Agustín
que
se
halló una mañana
en el jardín de la casa, y el tercero el que no existiendo cuerv o s en S a n t i a g o se viera un
día
una
bandada de ellos en el
tejado de la misma casa, lo que, teniendo en cuenta que el traje •de la orden es oscuro, lo tomó la buena señora por una •del cielo
para ceder
el
sitio a los hijos desposeídos
orden
de
San
Agustín ( l ) : No fué, empero, de gran duración este asomo de prosperidad, porque la sorda guerra que desde su entrada les hacían, o c a s i o n ó a los padres el dolor de ver su iglesia provisoria incendiada p o r mano enemiga y arrasados después los e s c o m b r o s de su claustro, a causa de un turbión de agua que en una noche tempestuosa, desbarrancando una de las grandes acequias que entonces surtían la ciudad y el convento crueles enemigos.
•notable historia religiosa bre los nombres "tiempo
del
mismo, echaron de propósito
sus
Asegura el ilustrado señor Eyzaguirre en su de
de
Chile, que se supo con
los autores
corregidor ya
de
este
certidum-
crimen, ocurrido en
nombrado don Nicolás de Q u i r o g a
( 1 5 9 6 ) ; pero el haberla silenciado hasta
aquí
la
historia,
está
probando o que fueron personas de alta suposición las que lo perpetraron, o que ha habido culpable pusilanimidad en ocultarlos. L o cierto es que después padres
de
estos
encontraron gran favor
ciudad de Lima, que contribuyó
no
desastres, los perseguidos sólo
con
en
Chile
gruesas
sino en la
sumas, y tal ha
s i d o su creciente prosperidad, que hoy es la más rica de nuestras órdenes monásticas, pasando sus rentas de más de cuarenta mil pesos. Fué su fundador el padre Cristóval de V e r a y cuatro adjuntos que le acompañaron desde Lima, que era entonces el almacigo de donde se traía por b a r c a d a s a S a n t i a g o la semilla de J e s u c r i s t o . Muy anterior a esta institución de monjes fué la clausura de •mujeres, que tenía su mismo nombre y seguía las reglas de su fundador. S u c e d í a esto porque la guerra de A r a u c o hacía muchas viudas, que
anhelaban
por
el
retiro, el silencio y la oración,
sublimes lenitivos del dolor, y porque (1) Carvallo, M. 5 .
por
otra
parte
crecían
148
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
las hijas de los conquistadores y era preciso
educarlas en l o s
claustros, c o s a que no debe maravillarnos, pues hoy mismo ¿ a c a s o son
otras
que
monjas
las
directoras
de
la educación de la
mujer? T r e s damas viudas, doña Isabel de Zúñiga, doña Beatriz de M e n d o z a y doña A n a de C á c e r e s , nobles apellidos todos entre los conquistadores, fundaron el monasterio que existía hace p o c o s años distante dos cuadras
de
es hoy una vasta ferretería.
la
plaza y cuya iglesia
secular
Ayudóles en la empresa el caudal
de una señora llamada doña Francisca de Guzmán, que había vivido en celibato, no menos que la piedad ilustrada y siempre generosa de R o d r i g o
de
Quiroga,
quien, después de algunas
dificultades que allanó el Pontífice G r e g o r i o XIII, a consecuencia de haberse hecho las primeras profesiones sin licencia, tuvo el placer de dejarlas
ya establecidas
y
profesas
cuatro
años
antes de su muerte, esto es, en 1 5 7 6 . Refiere Carvallo que s e hizo su instalación el 2 1 de Septiembre de aquel año con tas suntuosas, cual jamás se había visto
antes
en
fies-
Santiago y
con asistencia de toda la nobleza, que había mirado el instituto c o m o suyo. Del acta de cabildo de 1 7 de Septiembre de aquel año consta también que habiéndose presentado ese día el a r c e diano y gobernador del obispado don Francisco P a r e d e s solicitando la venia de aquel cuerpo para la instalación del monasterio con las damas que dejamos mencionadas,
«dijeron
los
señores
capitulares que su parecer es que se reciban las dichas
monjas
por ser personas de calidad y viudas». El primitivo asiento del monasterio
consistía sólo en un cuadro de cincuenta
el resto de los solares que corrían
hasta
la
Cañada
varas, era
y un
viñedo ( l ) . En un capítulo anterior hemos hablado del obispado de S a n tiago cuando sólo llevamos consignados los recuerdos del buen cura M a r m o l e j o y de la p o b r e iglesia parroquial construida por el '¡ maestro Gálvez y otros carpinteros que así sabían
de su
oficio
; c o m o el párroco de arquitectura. P e r o es tiempo ahora de decir
que
en
fuerza de las r e c o -
( l ) Carta del síndico de las monjas a£usfinas don Ignacio enero 2 4 de 1868.
Moran.—Santiago,
HISTORIA. D E
149
SANTIAGO
•mendaciones de Valdivia, fué el buen Marmolejo nombrado primer obispo de S a n t i a g o por el papa P í o I V el 2 7 de J u l i o de 1 5 6 1 , y convertida su humilde casa parroquial en el asiento de nina vasta diócesis, según las reglas del obispado del C u z c o ( 1 5 6 3 ) . En consecuencia, la iglesia de a d o b e s de los primeros conquista•dores fué sustituida por una catedral que, de cantería y de tres naves, llegó
a
trabajada de piedra
ser considerada c o m o la
mejor de Sud-América. P u s o la primera piedra de este nuevo templo, según en otro -capítulo dijimos, don G a r c í a Hurtado de M e n d o z a en 1 5 6 1 , dando •de su caudal una suma considerable,
además de 2 4 , 0 0 0
pesos
c o n que contribuyó el vecindario ( l ) . Fué el director de la o b r a por contrata el maestro J u a n
de
L e z a m a durante doce años, y en 1 5 7 3 le dieron por auxiliar (se^ ú n consta del acta capitular del 9 de Enero) al maestro
Mayor-
-quín con tres pesos diario de salario. L a o b r a de las murallas marchó al principio lentamente, pues •en 1 4 de J u n i o de 1 5 6 6 , seis años después de comenzada, s e quejaba el constructor al cabildo de la carencia •especialmente
de la piedra.
En
dejmateriales,
1 5 6 8 autorizaba el cabildo a
J u a n D á b a l o s J u f r é para hechar una nueva derrama de tres mil p e s o s en el vecindario, y sin embargo, cinco
años
más
tarde
( 1 5 7 3 ) aun no estaban cerrados los a r c o s . N o m b r ó s e por
este
motivo para apurar el trabajo al mensionado Mayorquín, pues le angustiaba al cabildo y al virtuoso obispo Barrionuevo, que había sucedido a Marmolejo (fallecido muy anciano en 1 5 6 4 ) el sustituir la vieja parroquia ya inutilizada, al grado forzoso
de
que había sido
pasar la eucaristía a la M e r c e d ( 1 5 7 3 ) . Al fin, el tra-
b a j o se terminó dos o tres años después, y c o m o .subsistió hasta
el
gran
esta
iglesia
terremoto -de M a y o de 1 6 4 7 , su exis-
( l ) «Trató, dice el biógrafo de don García (Suarez de Figueroa, pág. 7 6 ) , que .se hiciese allí mismo una catedral principal, juntándose a este fin en tres demandas <[ue se hicieron veinte y cuatro mil escudos. Comenzóse este templo suntuoso en su íiempo, poniendo él mismo la primera piedra, siendo ahora el mejor que hay en aquellos reinos». Córdova Figueroa describe este mismo templo en las siguientes palabras (pág. .53): «Era de tres naves y de pulido maderamen su techumbre, con dos órdenes de •arquería de fina cantería de piedra».
150
BENJAMÍN
íencia, desde
que
fué
VICUÑA
consagrada,
MACKENNA
alcanzó a más de setenta
años. Tenía este templo la fachada principa! al norte, mirando hacia la que es hoy calle del Puente, y probablemente sus torres, si las tuvo, estaban c o l o c a d a s en
su
parte posterior, según
era
costumbre. S u altar mayor quedaba por consiguiente en el sitia' que a h o r a ocupa la
capilla
del
S a g r a r i o , y desde su muralla
trasera corría un pequeño patio, en una de cuyas paredes una. puerta estrecha daba a c c e s o al palacio del obispo. El suntuoso templo metropolitano que hoy tenemos, y que
es el cuarto en
el orden de sus construcciones, fué por consiguiente concebido^ b a j o un plan enteramente distinto del de aquellos, c a m b i á n d o s e su antiguo c o s t a d o en su principal fachada. Tales
eran
principales
entre
iglesias
tanto las cinco que
órdenes monásticas y las-
adornaban a S a n t i a g o en los
últimos
años del siglo de su fundación. Y c o m o se dejará notar, ni su clero ni sus monjes, ni su vecindario habían sido remisos ni escatimadores en aparejar dignamente el culto de D i o s y de sus santos.
No
faltaban
tampoco
ruidosas novenas, procesiones,
penitentes, reñidos capítulos y ardientes competencias, pues éstassurgieron de la c a b a misma de nuestros cimientos, c o m o si su semilla hubiese venido en la sandalia de nuestros primeros p r e lados, según lo hemos de ver más adelante ( l ) . L a gran era c o n ventual de S a n t i a g o aun debía
tardar algunos años, y de ello-
( l ) Las procesiones comenzaron en Santiago junio con su fundación, y ésfaseran ya fan formales, que diez y seis años después, esfo es, el 2 de mayo de 1556, ordenaba el cabildo a los gremios que sacasen en el próximo corpus fodas sus insignias e invenciones. Otro lanío observamos en 1568, con la p a r ticularidad de una democrática peíición que en esíe último (junio 18) hizo al c a bildo el herrero Sebastián Hernández para que se le permitiese llevar pendón junto al sacramento. Ya por ese mismo tiempo estaban distribuidos los diversos patronos que tuvoSantiago, y que, según Pérez Garcia, aunque no los apunta todos, eran los siguientes fuera del apóstol, que lo era de la ciudad y nuestra señora del Socorro, que lo era de las armas y en general de la conquista): San Saturnino, abogadode los temblores; San Antonio, de las inundaciones; San Lucas, de la langosta; San Lázaro, de la sarna y carachas; San Sebastian, de las pestes, y la visitación de Santa Isabel de las lluvias, a la que vino a destronar el labrador deMadrid cuando le hicieron su iglesia. «A este modo, dice a su vez el padre Ovalle, hablando de la devoción de los primeros pobladores de Santiago en la página 155 de su historia, los españoles conquistadores de las Indias, cuidando tan poco de sus casas y viviendas, comenzaron luego desde el principio las fábricas de las iglesias con fan grande:
HISTORIA.
habremos
de
ocuparnos
151
D E SANTIAGO
m á s por estenso al hablar de sus
dezas y de sus increíbles
escándalos
en el siglo próximo
grany en
el subsiguiente ( l ) . Bástenos
por a h o r a
enunciar que no se haría
ofensa alguna
a
la exactitud filosófica de nuestra historia colonial con dividirla b a j o e s t o s d o s grandes temas. En
lo m a t e r i a l . — E t e r n a
guerra
de conquista,
cuyo asiento es
Arauco. En lo espiritual.—Eterna y ruidosos
capítulos
guerra
frailescos,
de competencias con
su
asiento
eclesiásticas inmutable
en
Santiago.
aplicación y cuidado, que las que hoy se ven ( 1 6 4 7 ) no parecen edificios hechos, como lo son de cien años a esfa parfe, sino heredades como en otras partes de los gentiles o fabricados de muehos siglos». ( l ) El cuerdo y moderado Rodrigo de Quiroga fué el primero en levantar la mano contra los desmanes eclesiásticos, sosteniendo con su autoridad a la Real Audiencia que en aquellos años se estableció transitoriamente en Chile, pues ésta amparaba a los particulares contra las usurpaciones y tiranías del gobierno espiritual. En una carta al rey fecha febrero 2 de 1 5 7 6 (que publica Gay entre los documentos de su historia t. 2,o, pág. 1 0 6 ) don Rodrigo, hablando del amparo contra las últimas, se expresaba en efecto con estos términos: *Los jueces eclesiásticos hacen fuerzas a los legos, de tal suerte que la Audiencia tenía tanto trabajo con algunos de ellos sobre el alzarlas, aconteciendo algunas veces no obedecer las primeras provisiones, a cuya causa han molestado y afligido con descomuniones y delaciones contra los legos». Y más adelante en esa misma pieza se felicitaba de que de esas providencias no hubiese apelación, porque si la hubiera, dice, sería «dar ocasión a que los jueces eclesiásticos se saliesen con todo lo que quisiesen». D o s años después el mismo Quiroga, de cuya acendrada piedad hemos visto tantas pruebas, daba cuenta de encontrarse en choque con el obispo del Imperial, que quería nombrar doctrineros y curas sin su anuencia, Pero el gobernador con una laudable energía, a pesar de sus años, había cortado radicalmente el conflicto, ordenando que no se pagase salario a ninguno de los que no se eligiesen conforme a lo establecido por la ley. Esos no hay inconveniente que todos los días vemos puestos por la mano del Presidente de la República en los nombramientos de los curas por el Ordinario, datan, pues, desde aquellos años.
CAPITULO
XII
Las levas Carácter calamitoso del siglo XVII en Santiago.—Alarma que despierta en E s paña la muerte alevosa de Loyola.—Se aumenta el ejército permanente y viene Alonso de Rivera de gobernador.—Sistema
miserable
en que descansa
la
guerra de Arauco.—Guerra defensiva y sus absurdos.—Creación de las Fronteras y los tercios.—Malocas —Miserable organización y la Albarrada.—-Paces
o entradas a la fierra.—Origen de.las rabonas.
del ejército y su afeminamienío.—Las Cangrejeras de Baides y reconocimiento de la independencia de
los Araucanos.—Juicio acertado de Jerónimo de Quiroga sobre este inconcebible error.—Fraudes inauditos.—Plan de Lazo de la Vega para poner fin a la guerra.—Placarte de 1 6 0 8 . — E l pago de Chile.—-Superioridad
de los reclutas
y caballeros de Santiago para la guerra.—Tenaz resistencia que los sanfiaguinos oponen a las levas.—Bajada go.—-Conferencia que celebra
del gobernador Lazo de la Vega a Santiacon los vecinos
para
procurarse recluías.—
Dosobediencia de los principales de aquellos y su prisión.—Generosa reconciliación de Lazo.—Nuevas quejas del cabildo.—Felipe IV ordena que no se hagan levas en Saníiago sino cada diez años.
El siglo X V I , que m a r c a había cuanto
la admirable
sobrellevarlos. mero
la era de la fundación
sido una edad de prueba y de
tan
de
grandes
Saníiago, infortunios,
constancia de sus primeros hijos pudo s ó l o
L a muerte por la lanza de los b á r b a r o s
y del último de sus g o b e r n a d o r e s
del pri-
no había sido el mayor
d e aquellos. No
obstante,
la era subsiguiente
jarle. El siglo X V I I
es todo entero
la verdad que, desentrañando sóficas
que las generaciones
estaba
destinada a s o b r e p u -
una c r ó n i c a
de horror, y a
de sus a r c a n o s las enseñanzas filovan transmitiéndose
entre
sí,
llega
154 a comprenderse
BENJAMÍN
VICUÑA
esa peculiaridad de
MACKENNA
nuestro carácter
que nadie negará es sufrido en el dolor y constante
nacional,, contra l a s
adversidades. Inundaciones, guerras continuas, terremotos que iban; hacinando ruinas s o b r e las ruinas que habían
dejado anteriores
trastornos, presidentes enloquecidos, c o m o M e n e s e s , otros infatuados y dominados por mujeres, c o m o Acuña, pestes h e d i o n d a s en el país de los aires puros, hambres en la tierra de la tura, incendios y saqueos
de
piratas;
alborotos
har-
y motines de
soldados; alborotos o motines de frailes y aún de monjas
con,
escalamientos de murallas; asedios puestos a los conventos confuerza armada;
duelos a cuchilladas en las gradas de los tem-
plos; disputas puramente de p u l p i t o , que terminaban en el engriIlamiento de los deanes o en la fuga de un obispo; y, por último, hasta la negra mano de la inquisición arrimando los tizones d e sus hogueras en nuestras principales ciudades; tal es el d e s c a r nado resumen de lo que fué para Chile, y en especial para su. centro político y social, que era S a n t i a g o , , el siglo X V I I , al m e n o s hasta su último tercio. V e r d a d es que el vulgo ha encontrado dos compensativos esa serie no interrumpida de calamidades, esto es, la Real
a
Audien-
cia, que debió traer el orden y el equilibrio de la justicia a la nación y el Real
que
Situado
de su comercio y el buen
debió
producir la prosperidad
régimen de su economía administra-
tiva. P e r o tomamos desde luego s o b r e nosotros, y para cumplirlo en breve, el compromiso de evidenciar que estos mismos elementos de prosperidad, c ó m o plantas traídas de fuera y c o l o c a d a s en terreno agrio y enmalezado, absorverían
su veneno y crecerían
sobre él solo para prestarle una s o m b r a funesta. Cúmplenos entre tanto recorrer muy a la ligera una de
las
causas más graves de aquel profundo malestar, la guerra, que e s todavía, como entonces,
la llaga más dolorosa, más antigua y
peor curada que aqueja la constitución de la república. Al saberse en efecto en España la muerte aleve del g o b e r n a dor O ñ e z de Loyola cuando hacía p o c o Ercilla había publicado su ponderado canto ensalzando la gloria de un pueblo para encumbrar más alto la de los propios,
bárbaro
comprendióse
por
HISTORIA
DE
155
SANTIAGO
la primera vez en la corte que la guerra
no era asunto
de Arauco
de campamentos ni de octavas reales sino un grave negocio de E s t a d o . P o r otra parte, la víctima de G u a d a v a era un sobrino de S a n Ignacio. L o s jesuítas comenzaban a ser poderosos en el viejo mundo, y ya en Chile
habían entrado protegidos por la
espada de aquel caudillo. Hízose aquella, en consecuencia, a d e más de cuestión de Estado, alta cuestión político-eclesiástica, y por consiguiente tuvo la magnitud que entonces recibía todo lo que en aquellas edades pasaba al nuevo mundo por doble
ca-
mino de M a d r i d y de R o m a . En vista de esto, ordenóse por el rey que el ejército de A r a u c o se hiciese subir a 2 , 0 0 0 plazas
veteranas,
cuando
antes
sólo
había tenido a lo sumo 6 0 0 soldados colecticios; se despacharon 1 , 0 0 0 hombres de España que vinieron por B u e n o s trajo
Aires
con el capitán M o s q u e r a .
G a s p a r de Villarroel
300
M é j i c o y hasta de Lisboa
s a c ó una compañía de caballería el
de
capitán don Francisco Rodríguez del M a n z a n o , fundador de la familia de Ovalle, influyente en la colonia.
Y
aún
más
tarde
marchó también con toda diligencia, con poderes amplísimos, y lo que era más eficaz, con libranzas que importaban un millón de ducados ( l ) un soldado tanto o más ilustre que don A l o n s o S o t o m a y o r , y formado, guerras
de
como
éste, en la gran
Flandes. Hemos nombrado
al
escuela de las
célebre
gobernador
A l o n s o de Rivera, figura militar de primera magnitud destinada a
ocupar
Alonso
un
de
pedestal
prominente
Sotomayor. García
entre
Pedro
de
Valdivia,
R a m ó n y don Francisco
Lazo
de la V e g a , los cinco grandes batalladores del primer siglo de la colonia. L a guerra
de
Arauco
no era en sí misma una empresa de
gigantes, pero la habían hecho tal la tenacidad de algunos c a pitanes c o m o Valdivia y los Villagras; fiesta de los que iban a dar
batallas
la
incompetencia mani-
envueltos
en
sus
togas
de curiales c o m o B r a v o de S a r a v i a y los oidores de la primera Audiencia; y por n e g o c i o , el vil
último, y lo
negocio
( l ) Carvallo, Historia M. S .
que
que se
perpetuó
hizo
por
sus
estragos, el
todos,
presidentes.
156
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
oidores, soldados, clérigos, hasta mercaderes de tráfico público, medíante la prosecución de un ardid que
era
llamado
guerra,
porque en ella intervenían lanzas y cañones, pero que consistía sólo en una especulación organizada en todos sus detalles para lucrar por una parte con el salario y la sangre de dos, y por la otra, con la sangre y la esclavitud
los de
solda-
los indí-
genas de A r a u c o . Alonso de Rivera puso al principio algún rigor; pero enamorado a escondidas
de
una
bella chilena, hija de una
(doña Inés Fernández de C ó r d o v a cuya madre
fué
heroína
doña
de Aguilera, la salvadora de la guarnición de la Imperial), sin licencia real, lo que le valió su desgracia, y aunque
Inés
casóse le suce-
diera un hombre tan entendido c o m o él mismo y aun más antiguo en el arte de guerrear con los a r a u c a n o s (Alonso
García
R a m ó n ) metiéronse de por medio los jesuítas con sus utopías de misiones
y de fundación de pueblos y de estancia
a la manera del P a r a g u a y .
Y
cuando
iba
de
la
conversión
guerra a tener
a c a s o su último desenlace puesta en manos vigorosas, Luis de Valdivia trajo desde España dentro de su gabán de clérigo una real cédula que era un legado de tres siglos de combates la república. Tal fué el famoso plan de guerra
dado por la C o r t e , y que vino a dar a los indios
para acor-
defensiva
su primera
gran victoria política y de hecho. «Fué la guerra defensiva providencia para eternizar la guerra, dice uno de sus propios capitanes; fué pararse en medio de la carrera y fué, en fin, en los indios, la posesión
de la fierra
que hasta hoy gozan»
(l).
Datan desde entonces lo que se ha denominado malía inexplicable las Fronteras, Reino
por una
dentro del territorio
ano-
mismo
y de la República, porque quedó acordado que el
del
Biobío,
separaría en adelante el país libre y reconocido por tal de los bárbaros, del que se hallaba sometido a la E s p a ñ a . Aquella fué la primera
abdicación
de
la
\ conquista.
Formá-
ronse entonces dos tercios de tropas que se mantenían más en observación que en campaña, y se situaron, el uno en Yumbel, punto estratégico de la Alta Frontera con el nombre de
Tercio
( l ) Jerónimo de Quiroga, que fué duranfe 17 anos maesfre de campo en Fronteras en el último tercio del siglo XVII.
las
HISTORIA
de
San
Felipe
era el tercer
de
157
SANTIAGO
a cargo
Austria,
oficia!
DE
del
sargento
del ejército fronterizo
inmediatamente de la instrucción del soldado, y el tercio co,
en la B a j a Frontera, bajo la mano
o segundo jefe después del capitán
que
mayor,
y se o c u p a b a
del maestre
más
de de
Araucampo,
general, y se componía
por
lo común de caballería, a virtud de hallarse más en la vecindad de los indios. Sin embargo, como aconteció que en breve los neófitos de los jesuítas mataron a lanzadas y a traición a sus apóstoles y echaron las cruces de la conversión al fogón de sus malones, rompióse el absurdo artificio de la guerra
fundada
defensiva
por
fraile fanático y presuntuoso, por más que su virtud personal le hiciera llamar el Las C a s a s de Chile. Hubo en consecuencia de volver de su destierro a pelear de nuevo y a morir en breve el valiente Alonso de Rivera ( 1 6 1 7 ) . S u s huesos yacen todavía donde fué la antigua Concepción, al lado de los de su sucesor en d o s ocasiones el no menos ilustre G a r c í a Ramón. C o r r i ó desde entonces la guerra más de doce años con suerte varia, por entre las manos de unos cuantos que con el título de interinos
hombres
(el más funesto
de
mientos administrativos de la colonia transmitido nosotros) se contentaban con hacer tierra,
los
vulgares procedi-
íntegro
hasta
cada año su entrada
a
la
nombre técnico que se daba a la campaña de cada año.
Q u e m á b a n s e en ellas de paso unos cuantos
ranchos y semen-
teras, hacíanse cautivos unos p o c o s centenares
de piezas,
que
iban a ser vendidas como esclavos en Lima y en Potosí; y en seguida volvíanse los capitanes a invernar a C o n c e p c i ó n y con más frecuencia
a
Santiago,
seguidos
de
una
soldadesca
vil,
viciosa, cobarde, reclutada entre la hez de los mestizos y cholos del Perú, que convertían nuestras ciudades, según el testimonio unánime de los cronistas antiguos, en sucias madrigueras de hurto y disolución. C u a n d o al verano o maloca
de
costumbre,
los
siguente tercios
volvían a la
entrada
arrostraban consigo una
turba de mujeres indias o mestizas que iban a participar de los despojos de los saqueadores en el territorio
indígena. D e aquí
el origen de esa institución verdaderamente
bárbara e inmunda
que se practica todavía
en
nuestro
ejército
con
asombro de
158
BENJAMÍN
europeos y que rabonas
es
VICUÑA
conocido
con
MACKENNA
el
nombre peculiar
de las
(l).
P e r o en medio de esa molicie y de esa corrupción del ejercicio de las armas en que había degenerado el primer heroico vigor de la conquista, los indios cruzaron sorpresa las imaginarias Fronteras
en
una ocasión de
y vinieron a dar una completa
derrota al tercio de Yumbel, en el vecino estero de las jeras
Cangre-
(Mayo 1 5 de 1 6 2 9 ) . Fué en esa famosa batalla, triste es-
caramuza diaria de nuestras armas modernas,
donde cayó pri-
sionero aquel famoso capitán, adolescente entonces, don F r a n c i s c o B a s c u ñ á n , que nos ha contado su cautiverio
feliz en un grueso
volumen, monumento inmensurable de majadería literaria. Fué preciso que llegara a Chile un hombre de la fama y de los talentos militares de don Francisco Lazo de
la
Vega
(Di-
ciembre 2 3 de 1 6 2 9 ) para que la guerra adquiriese su antiguo equilibrio. L a gran batalla de la Albarrada, ganada por el tercio de A r a u c o el 1 2 de Enero de 1 6 5 1 , dejó vengado el desastre de las Cangrejeras. Empero, para que se juzgue de esa guerra bajo su verdadera luz, no se eche en olvido que Lazo no tenía en ese combate sino 8 0 0 hombres b a j o su mando,
y
que ha-
biéndoles muerto 8 1 2 y capturado 5 2 0 de los indios, sólo perdió un
soldado.
L a z o de la V e g a gobernó cerca de diez años, c o m o habían g o b e r n a d o S o t o m a y o r y Rivera, y c o m o ellos, no se había apeado del caballo ni había visitado a S a n t i a g o sino para pedir auxilios y reclutas (según e n s u lugar veremos), hasta que al fin,
domada
( l ) Uno de los fiscales de la primitiva Real Audiencia, en un despacho fecho en 1610, se queja altamente da las fechorías de los soldados y de la impotencia para castigarlos porque por R. C. de 2 de diciembre de 1608, el conocimiento de todas las causas militares correspondía exclusivamente al gobernador, esto es, al general en jefe del ejército. Según este mismo togado, cuando los soldados volvían a las Fronteras, después de invernar en Santiago, se llevaban más de trescientas indias robadas, y de aquí las rabonas. El estado del ejército en sí mismo no era menos lastimero según este autor. De las compañías de cabellería había una sola que tenía cincuenta plazas y de la infantería otra cien. Las demás se encontraban vergonzosamente incompletas. La mayor parte de los capitanes eran mozos sin esperiencia, y se reformaba cada año un número considerable de capitanes, que iban a vivir de holgazanes en Santiago, a fin de dar entrada en las filas a los designados por el Tavor. Los escándalos en la provisión de los víveres eran tan •exorbitantes, que el trigo se vendía en esa época (1610) a los soldados a cuatro pesos la fanega y la cebada a dos pesos.—(Informe del oidor Celada a Felipe III. -Santiago, enero 6 de 1610. Documentos vol. 2.o, pág. 194).
HISTORIA
DE
159
SANTIAGO
p o r su brazo de fierro la cerviz del indio, su sucesor, que era tan •cauto en el gobierno, corno aquél fuera duro y obstinado en el -ejercicio qués
de
de
las armas (don F r a n c i s c o López de Zúñiga, mar-
Baides) celebró
l l a m a d a s paces
de Baides
las primeras paces
(1649)
generales
por el nombre de su autor. L a s últimas
-de ese género que se celebraron durante el coloniaje tuvieron lugar .siglo y medio más tarde bajo el ilustre O Higgins en el famoso Parlamento
de
Negrete
( 1 7 9 3 ) , donde se echaron definitivamente
l a s b a s e s de la existencia política propia que hasta hoy hemos rec o n o c i d o a la Araucanía ( l ) . Tal
era la guerra
colonial
considerada
rápidamente y sólo
-en su esencia. L a historia, empero, nos ha conservado r a s g o s de ella que la a c a b a n de pintar
en
toda
su
algunos fea
des-
nudez. R e s p e c t o de su parle económica, por ejemplo, que es en lo • que más directamente interesada tración local de S a nti a go ,
se
aparece la crónica y adminis-
descubre que lo que se llamaba
•guerra servía sólo de pretexto o de excusa para una dilapidación escandalosa y una cadena de saqueos que comenzaba en L i m a o en P o t o s í , de donde partía el situado •(1604)
fué
sólo
de
100,000
ducados
y
(que al principio subióse en breve
2 1 2 , 0 0 0 ) e iba a terminar en los fuertes de las fronteras,
a
donde
los soldados a quienes aquella cuantiosa suma estaba destinada vivían hambrientos y vestidos de andrajos. C u a n d o hayamos de ocuparnos del comercio de la colonia, es •decir, del comercio de Santiago en estos años, contaremos más ( l ) Esíe primer parlamento, origen de fanfos ofros que han sido la causa principal de la prolongación de una guerra inconcebible, se celebró en los llanos de -Quillin a cuatro o cinco leguas de Purén, el 6 de enero de 1641, asistiendo como toqui de los araucanos el lamoso Putapichón, señor de Tomeco, el Lautaro del siglo XVII, y el marqués de Baides en persona con 2 , 3 5 0 soldados que era el mayor número de tropas acopiadas hasta entonces en la Irontera. Baides llevaba en su séqui'o más de siete mil personas y los indios se presentaron en mayor número. Las principales bases de la paz fueron: 1.a reconocimiento dé la independencia de los araucanos: 2.a permiso otorgado por éstos para reconstruir los antiguos fuertes y colonias: 3.a alianza de las dos naciones; 4.a canje de prisioneros, lo que equivalía a otros fanfos absurdos y miserables condescendencias, porque. • como dice con sobrada razón Jerónimo de Quiroga, esperto como el que más en aquellos asuntos, «todo no fué otra cosa que perdonar a los indios los pasados desórdenes, dejarlos en la posesión de la tierra y darles comodidad y facultad para •correrías, muertes y robos».
160
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
prolijamente lo que era el situado
y sus resultados
financieros,
civiles y aún sociales. B á s t e n o s decir por ahora que habiendo fundado con sus aprovechamientos G a r c í a R a m ó n una
los
gobernadores Rivera y
estancia de vacas llamada de Cafentoa,
orillas del Longomilla,
que
llegó a contar
la mantención del ejército, y otra
1 2 , 0 0 0 vacas
a para
hacienda de sembradíos y de
ovejas, que tuvo 1 8 , 0 0 0 de las últimas, produciendo hasta 7 , 0 0 0 fanegas de trigo (la estancia de Buena Florida)
en
una y otra,
cuando
pocos
Lazo de la V e g a no encontró sino existido aquellos
cerca de la
Esperanza,
la
caudales ( i ) . Fuera
años más tarde llegó noticia
de
que habían
de ésto, la deuda
de
la
empobrecida colonia subía en esa coyuntura a más de 2 5 0 mil pesos. Felizmente el avisado presidente entró al mando con d o s situados en la mano (el de 1 6 2 8 y
el
pagó 9 0 mil pesos de atraso y gastó
de
1 6 2 9 ) con lo cual
180
mil
en
reclutas y
reposiciones ( 2 ) . L o s sueldos del ejército, que
jamás
se
pagaban en dinero,
sino en ropa y víveres, por el cuadruplo de sus legítimos p r e cios, corrían parejas con aquel sistema de derroche y monopolio, al punto de que el general en jefe campo) g a n a b a entonces algo menos
del ejército (el maestre del
prest
de
de
un jefe d e
batallón en estos tiempos de orden y de baratura en la mantención en cuartel y en la compra de arreos militares ( 5 ) . Y c o m o los sueldos que se pagaban guarniciones
por
reglamentos a l a s
del Perú y de C o s t a firme eran dos o tres
veces
superiores al de Chile, repugnábase por toda la gente de guerra que tenía algún valimiento el venir a comer las migajas del situadoen el presidio
de
Chile,
c o m o se llamaba entonces
este
suelo-
(1) «Falía todo sin que haya más que la memoria». (Carta de Lazo de la< Vega al rey. Yumbel, abril 27 de 1630).—Gay, Documentos, vol. 2.o. Rivera estableció también una fábrica de jarcia en Quillota para utilizar el magnífico cáñamo de aquel valle, y en Melipilla un obraje de telares para iabricar paños burdos de tropa; pero una y otra habían desaparecido en el desgobiernode sus sucesores. (2) Informe del doctor don Lorenzo de Álmén sobre el gobierno de Lazo dela Vega, fechado en Concepción el 16 de marzo de 1634 y publicado por G a y en su segundo volumen de documentos. (3) Según el primer reglamento del ejército que trae Carvallo en su historia manuscrita y que se promulgó en 1608, componíase aquel de quince compañíasde infantería de a cien hombres cada una, siete de caballería con setenta plazas y cuarenta capitanes reformados que hacían la guardia del gobernador y con los-
HISTORIA
DE
161
SANTIAGO
en el lenguaje de la contaduría militar. Y de tal manera era esto,, que el pago
de Chile
refrán, hasta
que
comenzóse a hacer materia de mofa y de:
quedó perpetuo y c o m o un lema o extigmai
nacional, cuando la colonia, convertida en a pagar los servicios
de
república, comenzó'
sus más eminentes ciudadanos como-
aquella había pagado sus tercios. D e aquí, pues, otro de los tristes caracteres de la guerra d e A r a u c o hecha con gente mercenaria y descontenía; de aquí el que no progresaran jamás las armas; de aquí el que se mirara el ejercicio de éstas c o m o una mengua, y por último, que el ejército mismo en campaña no fuese sino una aglomeración confusa de aventureros forzados que en gran manera autorizaban el nombre de presidio
que se daba a sus cuarteles. «Es tan poca
la
seguridad que se tiene de esta gente (escribía al rey el gobernador G a r c í a Ramón desde C o n c e p c i ó n el 1 2 de Abril de 1 6 0 7 ) por andar tan descontentos, que prometo a V . M . que no hay b a r c o que ande con ella ni pueda estar en puerto ninguno, porque luego le arrebatan y huyen con
él»
(l).
«No
ha
habido
cuales se completaban los dos mil hombres del ejército permanente. Los sueldos principales eran los siguientes por mes: El maestre de campo Sarjento mayor Auditor de guerra Veedor o comisario general Capitán de infantería Alférez : Sargento Soldado
$ 137 68 33 165 68 27 16 11
4 rs. 6 ,, 5 ,, 1 ,, 6 ,, 4 „ 4 ,, 4 „
( l ) Gay, Documentos, vo!. 2.o Había llegado a tal punto la miseria y desolación de Chile por estos años, y eran tantos los gastos improductivos en sangre y oro, que aún llegó a pensarse (según algunos autores) en despoblar el reino y dejarlo a merced de sus primeros habitantes, pensamiento que se habría llevado a cabo si no se hubiese tenido en cuenta que la guerra de Arauco suministraba anualmente una buena provisión de cautivos de complexión robusta, que eran desfinados a las minas de Potosí y Guancavélica, cuyos horribles trabajos no podían soportar los naturales del Perú. Felipe III, en efecto, por R. C. de 2 6 de marzo de 1608, había declarado esclavos, como los negros, a los indios que se hiciesen prisioneros. Al hablar de los últimos años del siglo XVI, dijimos que se había hecho un refrán en el Perú el decir por cualquier desacafo: Guárdate que te mandarán a Chile; así comenzó a hacerse adagio en los primeros años del siguiente de lo que se llamaba el pago de Chile, principalmente desde que se promulgó el plucarte o plan de sueldos de 1608, del que hemos dado ya algunas cifras capitales paro probar su exigüidad. De aquí vino que cuando a un oficial o soldado de la opu11
162
BENJAMÍN
VICUÑA
MACEENNA
agujero en el reino, añadía otro capitán de aquella época, por donde se hayan podido ir los que están
a c á que no lo hayan
intentado» ( l ) . Este mismo celoso soldado pedía ai rey que no s e enviasen más al ejército de Chile gente vil y aún presidarios rematados de Lima, según
era
entonces la costumbre. P o r lo
regular, componíase el mayor número
de
aquel de cholos,
es
decir, indios peruanos que venían a continuar, indígenas contra indígenas, la guerra de conquista que había comenzado un siglo antes de la entrada de los españoles
el
inca
del
Cuzco Yu-
pangui ( 2 ) . H a b r a s e por esto hecho juicio de lo que era el personal del que se llamó por más de dos siglos ejército
de
la frontera,
y
e s preciso oir a sus propios caudillos para saber c ó m o se hacían aquellas guerras que tuvieron tantos poetas y cronistas. «Es menester, dice el gobernador J a r a Q u e m a d a ya citado ( 3 ) , que el soldado de a caballo lleve tres soldados, uno para que le traiga yerba y otro que le lleve la comida y cama y esto el menorete
y le haga de comer,
porque hay muchos que meten quince o veinte
c a b a l l o s y seis yanaconas y el infante su trigo y piedra que todos los más las llevan, con que alojan y se levanta
de
moler,
todas las veces que se
el campo parece que se funda o se muda
una ciudad». Y si esto hacían los menoretes;
¿cuál sería el regalo y holganza
cte los capitanes? El mismo L a z o de la V e g a , siendo
tan
sol-
d a d o c o m o era, necesitaba, según su propio maestre de campo lenfa Lima le enviaban a esta colonia por castigo u otra causa, decian de él que recibía el pago a sueldo de Chile, y éste y no la ingratitud pública es el origen del re rán. La ingratitud ha sido sólo su sanción republicana, Sin embargo, alguna aplicación tenía ya el pago de Chile como apotegma moral en los siglos coloniales, pues hablando Olivares (citado por Carvallo) de la ingratitud con que el rey pagó los servicios del ilustre chileno Pedro Cortés, cuya hoja de guerra tenía la inscripción de cíenlo diez y nueve batallas, dice «que lo que ganaban los valientes y animosos, lo comían los poltrones». (1) El gobernador J a r a Quemada.—Carta al rey, de Santiago, enero 2 9 de 1611 (Gay, Documentos, voi. 2.o) (2) Hablando de la composición del ejército fronterizo, el Capitán prisionero de las Cangrejeras, asegura que todas las levas se hacían en el Perú, «siendo así, dice, que son de más utilidad y provecho cuatro hombres de Chile que ciento de los que suelen traer y han (raído en estas últimas tropas, pues las más veces llegan sin camisas ni espadas, que en lugar de dar. algún cuidado y temor a los enemigos, los menosprecian y hacen burla y chanza de ellos». (Bascuñán, Cau'.iverio feliz). (3) Inlorme al rey de l . o de mayo de 1611.
HISTORIA
DE
«don S a n t i a g o Tesillo, doscientos personal, que
de
163
SANTIAGO
caballos
para él y su séquito
capellán a cocinero c o n s t a b a de diez y seis
personas. El equipo de caballos,
arrha
tan
poderosa de guerra en la
subyugación de las razas de América, no era mejor que la calidad de los jinetes. AI contrario, mientras los indios se habían h e c h o dueños en menos de cincuenta años de las mejores c a b a llerías de este tanto
afán
continente, la decadencia de las crías que
había
establecido
Valdivia,
había
con
llegado a tanta
postración, que en los primeros años del siglo X V I I ( 1 6 1 1 ) no h a b í a en todo el reino seis -de haberse
tratantes de caballos por la razón
c o n s a g r a d o todos
los
estancieros a la crianza de
muías, que iban a vender a precios subidísimos a P o t o s í y o t r o s Ticos asientos de minas. A tal grado llegó esto, que en el año último citado el presidente de Chile -comprar
se
vio
forzado a mandar
caballos al P a r a g u a y para la remonta del ejército, y
•cuando llegaron •o cerriles.
éstos se encontraron inservibles por
El primer importador
de
forasteros, llamados después cuyanos,
estas arrias
de
chucaros caballos
fué el capitán P e d r o M a r -
tínez de C a v a d a . Tal era la llamada guerra
de
Arauco,
despojada de orope-
les, de poemas y de frailerías de crónica, tales sus principales -elementos de acción, de movilidad, de triunfo, de gloria
y
de
negocio. ¿ Q u é mucho entonces
que
durara
fuera el más grave y el
más
influyente
trescientos
vida colonial y de la existencia misma todo
financiera
Talvez
años
y
que
asunto público de política,
civil
y
la
sobre
de la capital?
prolijos
en
demasía
hemos
sido
en
esta
reseña,
pero hacíase ella indispensable para entender con claridad muc h o s de los s u c e s o s posteriores de la vida local que vamos narrando, y en la cual las Fronteras
de
Santiago
no eran
como
b o y no una raya imaginaria o un nombre histórico, sino c o m o •las murallas misma de la ciudad. Y en efecto, si no se ha echado en olvido que los principales si no todos los gobernadores de la colonia eran exclusivamente nombrados en atención a su carácter y antecedentes militares, adversos
por consiguiente al desarrollo pacífico
de. las
164
BENJAMÍN
VICUÑA
ciudades puramente agrícolas ya a
serlo
y
mercantiles,
como
comenzaba)
S a n t i a g o ; si se recuerda que muchos de
no conocían la
ciudad
sino de
hallada a medio camino, y por del año si bajaba dades
MACKENNA
nombre o
aquellos
c o m o una
último que
posada
durante una
parte
(esta era la palabra consagrada) de las
de arriba la soldadesca viciosa y
desenfrenada
guarnecía era solo para traerle el contingente de sus escándalos, se
comprenderá
de
ciu-
que las-
sus vicios y
que la guerra
de
Arauco
fuese una causa secular del atraso, de la tristeza social, de la pobreza del tráfico, de la esterilidad de la tierra, de la miseria del pueblo, de la paralización, en colonial que en todos sentidos
fin,
completa
observamos
del
progreso-
durante
el malha-
dado siglo X V I I . P o r otra parte, y por estas propias razones, ya hemos viste» de qué manera áspera, enojosa y egoísta contemplaba el vecindario del M a p o c h o aquella guerra culpable y funesta,
fundada
en el predominio de las ciudades australes y en la mina directa del asiento político del reino. D i m o s ya cuenta del
disfavor
con que siempre miraron los primeros pobladores las empresas desatentadas de Valdivia y su
constante repulsa de
de soldados, que al fin amparó contra Loyola cia de Lima
Audien-
(1597).
O t r o tanto aconteció en los primeros guiente con
auxilios y
la Real
el
severo
Jara
años del
Q u e m a d a y el
F r a n c i s c o L a z o de la V e g a . Maldecía
el
siglo
subsi-
caballeresco
primero
pachos, la guisa de soldado antiguo y regañón,
y
don
en sus d e s denunciaba
al rey la poltronería de los santiaguinos, y especialmente de los capitanes que a título de dada»
reformados
( l ) , no querían consentir
en
quiera los tres meses de verano que guerra activa de cada
y «con una militar
en
duraba la
la
patente maí frontera, si-
campaña
o la
que producía
San-
año.
Eran tenidos, sin embargo, los soldados
tiago en mucha cuenta, no sólo porque eran de suyo animoso y sufridos, pues hasta hoy mismo es acreditada opinión que no hay pueblo de la república que
contribuya
con
mejores reclu-
( 1 ) Caria citada de J a r a Quemada al rey, de Concepción, 1 . ° de 1611. ¡
marzo de:
HISTORIA
y de esta idea, c o m o
tas,
•caballos y con .sud viniesen gente
de sangre
Hizo cisco casa
armas
de tarde
Lazo
que
tarde
salían siempre
venía a
que
pedirle
obligado
en dos o c a s i o n e s el incansable
de la V e g a ,
rrida
obtuvo
viniendo
rico e influyente
ningún
a poco
.aunque
para
no ocurrió
bandera
un
solo
siguió s a c a r
mosa
individuo
to estará guerra do
en Noviembre
plazas ( 2 ) con victoria
al reino
de enganche
ifuerza de dinero y gastando
treinta
del
contin-
pues nunca
(junio 2 3 de
su llamado.
un mediano
ejército
moverse
de Maipo
fácil
si en fiemp oportuno
primera
y dio pregones
el que a p o c o
cuan
en su
tuvo
otra
visita
ocu-
(l).
Sin
dos situados de un s o l o
de la Albarrada
probando
a
don Fran-
el c a s o a h o s p e d a r s e en
vecino,
éxito voluntario
de su entrada
puso
buenos
los generales
su
¡mansión que el lienzo de su tienda de c a m p a ñ a No
en
y acero.
esta demanda
de algún
la de
escogidas, en
165
D E SANTIAGO
de
1 6 3 0 ) pues de
guerra,
embargo,
a
golpe c o n setecientas
consiguió
la fa-
de la conquista, y es-
habría sido dar cima
se hubiese puesto
a
aquella
en ella el
debi-
empuje ( 3 ) .
(1) Según Tesillo, Lazo de la Vega mandó construir una casa de piedra para su residencia, pero esto no pudo tener lugar sino en Concepción. Hasta principios del siglo XVIII los capitanes generales no tenían residencia fija en Santiago, pues la que había sido casa de Valdivia en el ángulo nordeste de la plaza estuvo ocupada, según dijimos, por los tesoreros reales y sus oficinas. Sin embargo, en los últimos años del gobierno de Lazo de la Vega y durante «1 período de su sucesor el marqués de Baides, parece que los presidentes solían habitar también las Cajas reales, pues hablando de este edificio el tesorero Miguel de Lerpa en carta de 2 3 de mayo de 1647, dice: «donde solía vivir el gobernador cuando bajaba a esta ciudad». Con todo, el palacio que fué de los presidentes hasta 1 8 4 6 y la mudanza de las Cajas reales al edificio que todavía lleva su nombre, son hechos que pertenecieron al siglo XVIII, según ha de verse •oportunamente. (2) Carvallo.—M. S . (3) Lazo de la Vega, como todos los hombres de honradez y de inteligencia de la colonia que se ocuparon de la cuestión de Arauco en un sentido purament e militar, pensaba como piensan todavía los hombres honrados e inteligentes de l a república. Ateniéndonos a lo que refiere su propio maestre de campo Santiago Tesillo, buen soldado, natural de las montañas de Santander, que escribió sobre los medios de poner fin a aquella inconcebible contienda. Lazo propuso a la corí e el concentrar en una sola campaña enérgica y decisiva todas aquellas entradas -a la fierra de pillaje y asesinato. Para esto pidió que viniesen de España dos mil hombres veteranos y aguerridos: que se gastase en un solo año los situados <de cuatro, que se ocupasen de una manera permanente cuatro puntos esfra égic o s de las ¡ronteras, fundándose en ellos pueblos socorridos entre sí, y por último, que se emprendiese contra los bárbaros por las fronteras del Biobío y las de Valdivia.
166
A
BENJAMÍN
su regreso
la V e g a
a la capital
el fruto que debía
reino, solicitó con
en el invierno
Inútiles fueron sus
aquel
o f r e c e r en a r a s de la patria palabras,
que
reuniones
de
cordamos,
entonces
ta del c o r a z ó n Pero
Lazo
copiosas,
palabras!
humano
contra
otro
en s a c a r d e
la pacificación
la
contingente sólo
en
dan salida
la prensa,
palabras!»,
lo
adver-
que
que
el
fuera,
de
las
lo privado de según
a sus
ya
las re-
manifestacio-
la tribuna
según
del
coope-
inveterada todo
más en el p u l p i t o ,
así c o m o hoy a p e n a s
«Palabras!
para
pueblo a
vertían
familia o c u a n d o
tan vivas c o m o
tings.
se
1 6 3 1 , orgulloso-
de los vecinos una eficaz
ruegos
de
de
por lo mismo
producir
más ahinco
sión y los fundadores
nes,
MACKENNA
con su victoria y empeñado
ella todo
ración.
VICUÑA
y ios
mee-
decía el gran
poe-
hombres
hoy,,
(l).
de la V e g a
no era
como
los
de
q u e a las v o c e s de los unos contestan con las v o c e s de los o t r o s , A
la grita de los santiaguinos
la c á r c e l , metiendo res feudatarios
de
el
en ella a los Santiago,
airado
capitán
más e n c o p e t a d o s
que rehusaban
contestó de los
empuñar
la
con> señolanza;
No fué tampoco ofro el plan del ilustre don Ambrosio O'Higgins 150 añosdespués, y ¿acaso es diferente el que persiguen hoy después de otro siglo mal gastado los jóvenes capitanes de la República? ( l ) «What do you read mylord? Words, words, words!' Shakespeare, Hamlef, acto II, esc. II. Según Tesillo, el gobernador llevó un memorial escrito a la junta de vecinosque celebró con el objeto de pedirles subsidios, haciéndoles presente la urgencia de hacer levas desde que durante la época de su gobierno no habia venido un solo soldado de fuera. «Y aunque en esta ciudad, decia el general en su escrito, y sus contornos conocidamente hay grande número de hombres mozos vagabundos 3Ín ejercicios, ante facinerosos y delincuentes, todos se retiran en esta o c a sión de la que les ofrece la guerra con la gloria militar; y este es el punto en que V. S . ha de emplear lo ardiente de su celo, lo severo de su justicia, poniendo singulares diligencias en sacarlos». Dirigiéndose en seguida a su propio auditorio, añadía: «Diferente senda pretendo seguir con la nobleza de esta ciudad de Santiago. No es mi invento valerme del poder sino de la suavidad».—(Tesillo, pág. 9 5 ) . Preciso es también tener aquí presente, en abono de la resistencia de los santiaguinos, que éstos no se consideraron del todo seguros contra los indios que habitaban dentro de la jurisdicción de Santiago y en la ciudad misma sino en el ú l timo siglo, Durante el propio gobierno de Lazo, los araucanos, aliados con los pehuenches, llegaron por los valles de las cordilleras hasta los limites de la> provincia de Aconcagua (como en el tiempo de los Pincheira) y tuvieron tan apurado al gobernador, que habiendo salido éste a cortarles el paso a la ligera, le llevaron hasta su casaca de paño grana y un inmenso botin, según cuenta Jerónimo de Quiroga.
HISTORIA
DE
167
SANTIAGO
por seguir meciendo el pacífico arado o las yuntas de sus caras
sub-urbanas y de sus estancias
H u b o con este motivo serios
chá-
de ganados.
alborotos en la tranquila capi-
tal, y tomó la voz por todos en defensa de los fueros del pueblo una orgullosa
matrona llamada doña Isabel Guzmán por la pri-
sión de su hijo don Antonio E s c o b a r . G u a r d ó a éste quince días en la sala del cabildo de S a n t i a g o (que era de ordinario la prisión de la gente noble) el enojado don Francisco, y sólo le suelta a influjos del provincial de los jesuítas, y porque
el
bo además de su madre tenía poderosísimos parientes. de éstos don F r a n c i s c o Fuenzalida, hermano de doña
dio
manceE r a uno
Isabel
de
Guzmán y persona a la sazón de mucha cuenta, según ha de notarse en la relación de un suceso social lleno de interés
dramáti-
c o y que en breve hemos de narrar. L o s agraciados ocurrieron a la Real Audiencia invocando las cédulas del tiempo de O ñ e z de L o y o i a y otra posterior en que el rey ordenaba no se hiciesen
de
1612
levas en S a n t i a g o sino en
c a s o de extrema necesidad. D o n Francisco, por su parte, amparo a la Audiencia de Lima, y ésta dio sentencia
pidió
a su favor
U s a n d o , empero, de una magnanimidad p o c o común entre los ter. eos conquistadores de aquellos siglos, cuando don Francisco
hu-
b o humillado el orgullo de los aristócratas de la colonia, les invitó a un paseo de campo que tuvo lugar en una quinta vecina a S a n t i a g o , y allí entre abrazos y brindis se selló la reconciliación de los ánimos y obtuvo el gobernador
de la sagacidad y buen
trato lo que no había conseguido con rigor. N o duró, por
esto, mucho tiempo
la armonía ni el éxito de)
g o b e r n a d o r , porque no se ha conocido pueblo alguno, con excepción talvez de los viscainos, más persistente para defender s u s haberes
y sus fueros que el
de
Santiago, retoño
genuino, es
verdad, y el más lozano de cuantos se plantaron en A m é r i c a la encina
de
Guérnica. El
cabildo, en efecto, según
ocurrió directamente al rey después de estos sucesos,
de
Carvallo, haciéndole
presente que en desobedecimiento de sus reales órdenes de 1 6 1 2 , los g o b e r n a d o r e s no habían cesado de hacer dad, siendo que ésta
«no tenía en las
levas en su ciu-
doscientas
y
cincuenta
c a s a s que formaban su vecindario cuatrocientos cincuenta hombres de armas y en las
ochenta
leguas
de
su disfrito no
se
168
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
contaban setecientos». En esta virtud Felipe I V ordenó só|o quecada diez años pudiesen
levantarse
fuerzas
en
S a n t i a g o y su
distrito ( l ) . Tales habían sido hasta c e r c a de la medianía del siglo
XVII
los amargos frutos de una guerra tan insensata por la manera de producirla que tuvieron
los
caudillos
militares c o m o crimi-
nal por lo que toca a las granjerias y lucros ilícitos que todos, y especialmente los fronterizos arrancaban de ella. Llegado ya, en consecuencia, el tiempo de ocuparnos de una de las más poderosas medidas que para regularizar que era la
vida consuetudinaria
de la colonia, y la
la guerra, existencia
civil del pueblo, que era sólo un accesorio, dictaron los reyes de
España, esto es, la reinstalación de
la Real Audiencia en
Chile, suceso de una influencia trascendental en la historia local de nuestro pueblo. ( l ) R. C. de San Lorenzo, noviembre 2 de 1638.
CAPITULO
XIII
La Real Audiencia -Regocijo de los sanfiaguinos por la reinstalación de la Audiencia.—Los primeros oidores.—Solemne recepción que les hace el pueblo.—Enfra el real sello bajo de palio.—Fiestas y torneos en la plaza.—Lamentable estado de Santiago al establecerse la Audiencia.—Condición comparativa de las otras ciudades del reino.—Extinción casi completa de los indígenas de encomienda.—Miserable condición de la agricultura.—Inutilidad de aquel tribunal y hondos males sociales y políticos que atrae.—El espíritu de litigio se apodera de los vecinos.— Famosos libros de Ginés de Lillo y curiosa noción para
traducirlos.—Influencia
perniciosa de la Audiencia en las costumbres.—Lujo y desigualdad de condiciones.—Caballeros y mulaíos.—El cones.—Lamentaciones
del padre
moño y el copete.—Los
primeros pelu-
Ovalle sobre el fasfuo introducido por la
Audiencia.—Impotencia de ésta para favorecer el desarrollo :su propio regente.—Comienzan
las competencias
del país, según
entre las autoridades.—In-
moralidad personal de los oidores.
La JCVI,
Real
Audiencia,
restituida
ensayo en C o n c e p c i ó n a cijo.
a
Chile a
fué recibida por los c o l o n o s , Era
una
cosa
fines
nueva, y
solio, la aclamaran
L o desconocido
su
del precedente, con venía
por la que los habitantes de S a n t i a g o , blecer su
principios del
después de
con
además
intenso
rego-
lejos,
razón
donde venía ahora
a esta-
y suntuosas
fiestas.
Víctores
de
siglo
malogrado
es siempre para los que sufren
una
parte de
la
^esperanza, y es preciso confesar que los santiaguinos tenían derec h o a esperar, en razón de lo que habían sufrido. Las
fiestas
de instalación
guiente de una magnificencia
del real
tribunal
fueron por
inusitada. Hallábase de
consi-
presidente
170
BENJAMÍN
VICUÑA
MACEBNNA
en propiedad el maestre de campo G a r c í a Ramón, y había jado
ba-
a la capital únicamente con el objeto de dar la bienvenida
a los oidores. Eran éstos el doctor don Luis Ajerio de la Fuente,, persona que ha dejado testimonios de su prudencia y sabiduría, cuando ocupó interinamente el puesto supremo,
y los licencia-
dos don Francisco Talaverano Gallegos, don J u a n C a j a l y don Gabriel C e l a d a , de cuyo último no ha que la de un papel en que consigna que era S a n t i a g o en la é p o c a
de
quedado
ciertas
otra memoria
noticias s o b r e
regente, los otros tres los miembros vitalicios del tribunal. primer fiscal vino también de fuera y llamábase don M a c h a d o , famoso en é p o c a s Llegaron estos magnates marcha el lunes 7 de a b o g a d o que debió
Su
Hernando-
posteriores. a
Valparaíso, pusiéronse luego en
septiembre
suburbios de S a n t i a g o ,
lo-
su judicatura. M e r l o era el
de
1 6 0 9 se detenían en Ios-
hospedándose en la casa-quinta de un.
vivir
orgulloso
c o m o de una consulta
de
tan insigne honor. P a s a r o n allí la noche los doctores
refrescando
la fatiga de-
una jornada hecha a lomo de caballo, pues el rodado neficio de tardíos años; y a la mañana siguiente encuentro el gobernador y lo mejor
del
saliéronles al
pueblo en vistosa c a -
balgata. Allí el último funcionario colgó de real,
fué b e -
su cuello
el
sello
emblema de la autoridad de la Audiencia, que venía den-
tro de una pequeña caja de fierro dorado y sostenida por una cinta de tafetán encarnado ( l ) . C o n el silencio
de
una
profunda
reverencia llevaron aquel
signo de la autoridad del monarca a un aposento
del claustro-
de S a n Francisco que se había tapizado de seda y otras ricas telas, levantándose a más un solio ostentoso,
al pie
de cuyos-
cortinajes se c o l o c ó un rico cojín de terciopelo. S o b r e éste d e positó el gobernador el venerado signo,
y después de haberlo
cubierto el regente, en presencia de los testigos, con un pañuelode tafetán rosado
«cuajado de muchas flores de seda de todos
c o l o r e s » , sobre el que se puso una corona de plata (de la q u e ( l ) El real sello era un timbre seco esférico y de una circunferencia considerable, falvez de quince centímetros. S e estampaba generalmente sobre cera lacre, y en muchos expedientes de aquella época se conserva más o menos deterioradopor el tiempo o los ratones; que en esto pararon tantas grandezas!
HISTORIA
DE
171
SANTIAGO
para el c a s o despojaron sin duda las sienes de alguna virgen), retiráronse todos con gran compostura. El regente M e r l o quedó personalmente encargado una
compañía
de
de
la
infantería,
custodia del sello, asistido de
ceremonial y precauciones
todas
dictadas por el ardid de los cortesanos de una impostura regia, que por lo mismo era preciso rodear de misterios para hacerla temer de un pueblo avasallado y supersticioso. E s t o s habían sido solo los preliminares. A
la
mañana
siguiente hízose la entrada triunfal del cofre,
llevándolo en procesión bajo de palio desde S a n Francisco a las C a j a s reales, situadas en un ángulo de la plaza, y siguiendo en e! tránsito la vía oficial de todas las ceremonias públicas de la colonia, que lo era la calle
del Rey,
hoy del
Esíado.
Después
de s a c a d o el depósito con gran pompa religiosa, se le c o l o c ó sobre un
hermoso caballo overo,
c o m o si hubiera querido de-
cirse que la justicia iba a tener en Chile dos colores, enjaezado, empero,
«con
gualdrapas
ricamente
de terciopelo negro». El
gobernador marchaba a un lado de la bestia, llevando la derecha, c o m o era de rigoroso
estilo en todo ceremonial, y el re-
gente al costado opuesto. T o d a s las corporaciones, que, según un documento de la época, se hallaban representadas por ciento ochenta y seis oficios sujetos a la jurisdicción de la Audiencia ( l ) , seguían en pos con continente grave y respetuoso, marchaba en seguida la escolta compuesta de tres compañías de a pie y dos de caballos, únicas fuerzas regimentadas
que
existían a
la sazón en la capital, y por fin, el pueblo, o c o m o comenzaba ya a llamársele,
la
compuesta de unos p o c o s indios y
plebe,
algunos más mestizos. En vista, en efecto, de la desnudez de los últimos y de sus andrajos, por lo e s c a s o y caro que era entonces todo aparejo de vestirse, y por el contraste que ofrecía lo vistoso de los trajes de
los
señores,
recamados de oro y de
seda, de terciopelo y encajes, acostumbraron éstos o denominar a aquellos con el nombre nacional que todavía conservan:
los
rotos. Llegado el convoy a las C a s a s
reales, que eran las mismas
( l ) Noticias sacras y reales de los dos Imperios de las de la Calle.—M. S . de la Biblioteca Real de Madrid.
Indias por Juan Diez
172
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
de Valdivia, quizá algún tanto modificadas, subieron todos escaleras,
dice la relación
contemporánea
tenemos a la vista ( l ) , lo que al
obispo,
ceremonial
las que
prueba que ya aquella mansión
tenía un segundo piso: y allí todos desde el gobernador
del
los
que
funcionarios del reino, lo era entonces el fraile
P é r e z de Espinosa, de turbulenta memoria, prestaron juramento de obediencia al s o b e r a n o y a los delegados de su justicia, b e s a n d o el sello y llevándoselo a la c a b e z a . La Real Audiencia de
Chile,
suelo con diferencia de meses,
que
debía
dos
siglos
de 1 6 0 9 a abril de 1 8 1 1 ) quedó desde instalada, y el gobernador a
presidente, real
virtud
acuerdo en
de
todos
existir
ese
día solemnemente
de Chile elevado a la los
en nuestro
c a b a l e s (septiembre la categoría
inmunidad privativa de presidir graves
negocios
de el
administrativos o
políticos que por las leyes de Indias le estaba conferida. Siguióse después de las ceremonias oficiales un
torneo mili-
tar celebrado en la plaza por los principales caballeros en honor de los magistrados, y sucediéronse las fiestas y los regocijos públicos los unos en pos de los otros, con tanta magnificencia que para atender a los gastos que aquellos ocasionaron, (cuyo monto pasó de dos mil pesos) el cabildo, que no tenía un solo maravedí
disponible,
hubo
de
empeñarse
en
un
déficit
casi
secular ( 2 ) . E s digna de un especialísimo estudio la acogida y la influenc i a que tuvo en la colonia aquella institución, porque este libro, según dijimos en su prefacio, no está del todo c o n s a g r a d o a la amenidad de fútiles recuerdos, sino que tiende en lo posible a encontrar la causa y a descubrir la
filiación
directa de muchos
males sociales y políticos que hoy todavía nos aquejan c o m o si se encontraran en su primitivo vigor. P a r a medir la extensión del poderío moral de aquella autoridad que se hacía tributar los mismos honores que a la majestad divina, paseándose bajo el palio de los altares, y por cuyo homenaje caía en ruinas el mismo municipio que hasta aquí hemos visto tan parsimonioso de sus haberes, hácese preciso he(1) Acta de la fundación de la Real Audiencia.—Gay.—Documentos vol. 2 . ° , pág. 189. (2) Carla citada de J a r a Quemada al Perú.
HISTORIA
DE
173
SANTIAGO
c h a r una mirada sobre lo que era la capital entonces,
la con-
dición de su vecindario y el grado de desarrollo y prosperidad que hubiese podido hacer necesaria la planteación de aquel tribunal que iba a servir de emblema en nuestro suelo hasta hoy mismo al poder y al misterio de D i o s . Al narrar los asuntos
del último
decenio del
siglo X V I
hi-
cimos una triste pero verídica y c o m p r o b a d a pintura de la deplorable condición de la colonia que había Valdivia a orillas
del
Mapocho.
existencia había alcanzado solo
y
que
fundado P e d r o en
el aspecto
sesenta
y
los
de
años de
recursos de
una espaciosa villa rural. Después no habían sido mejores sus destinos durante el primer decenio del siglo subsiguiente, en que la Real Audiencia vino a sentarse en sus sillones de oro y de terciopelo. Según uno de los propios miembros del augusto tribunal ( i ) , S a n t i a g o constaba entonces sólo de doscientas c a s a s , c o m o aglomera más de cinco mil. Aquellas eran
pobres,
aspecto que hoy tienen las mansiones antiguas llas de provincia, fuera de que a la tristeza
hoy
bajas,
de
del
nuestras vi-
de sus
muros s e
añadía su soledad, por lo diseminado de su caserío y la e s c a sísima población que lo animaba. A la verdad, y para que se juzgue lo que era en su conjunto el país que con tanta pompa castellana de Chile» (como se llamaba «reino»
denominaban el
«reino
el de Murcia y el de J a é n
en la lejana península), nos bastará recordar que las otras cuatro únicas ciudades que tenía a
la
sazón todo nuestro territo-
rio poseían en su totalidad menor número de habitaciones que el poblachón del M a p o c h o . C o n c e p c i ó n contenía sólo setenta y seis casas, de ellas treinta y seis de paja; Chillan o c h o de teja y treinta y nueve de paja; la S e r e n a cuarenta y seis, de las que solo once tenían cobertor de teja, y, por último, C a s t r o taba, para adquirir el derecho de ser llamada ciudad,
osten-
doce ran-
c h o s pajizos. En cuanto a Valparaíso, no sustentaba todavía en su opulenta playa sino un gran galpón de ramas y horcones
y
la
capilla
ruinosa que hacía cuarenta años saqueara el pirata D r a k e . ( l ) El fiscal Gabriel de Celada.—Informe citado.
174
BENJAMÍN
VICUÑA
L o s pueblos que hoy embellecen
MACKENNA
nuestras fértiles
s e albergan entre las grietas de ricos
veneros
cepción de algunos miserables fuertes de la posteriores, y aun los últimos, para contener
formados
frontera,
de simples
un siglo palizadas
el caballo y la lanza del indio, encerraban sólo
c h o z a s . U n o de
los
más importantes de estos
posición estratégica era Nacimiento, expresión de
llanuras o
son, con la ex-
doña
últimos por su
y sin embargo estando a la
Catalina de Erauzo (la monja
fué soldado de su guarnición)
alférez,
que
«todo en él, excepto el nombre,
e r a muerte». P o r otra parte, la despoblación de la colonia cundía de una manera alarmante, pues a la par que la guerra devoraba la flor de los pobladores castellanos, las epidemias, las fatigas de las faenas y la exportación de brazos esclavos para Potosí y liuancavelica y otros distritos mineros del Alto y B a j o Perú, diezmaban cada año los restos de la población indígena, de tal suerte, decía el mismo oidor antes citado,
«que habiendo sido esle
reino uno de los más poblados de Indias, pues hubo encomiendas de dos y tres mil indios, no hay al mienda que pase de cien, y casi todas
presente ( 1 6 1 0 ) encode
cuarenta,
cincuenta
y sesenta indios, y se han apurado y consumido, de modo q'.:e no ha quedado en todo el distrito de esta ciudad dos mil o c h o cientos indios tributarios, y de éstos más de dos mil son (araucanos) cogidos en la guerra» En la proporción que se aniquilábase la industria de riqueza sino de sustento
agotaban los
los
campos,
para los
aucaes
(l). medios única
productores
fuente,
míseros c o l o n o s .
no de
No había
( l ) Según el mismo oidor Celada, enlodas las demás ciudades del reino reunidas no había a la sazón fres mil indios de encomienda, y ha de fenerse presente que si los siete mil indígenas de encomienda que los cronistas asignan a la jurisdicción de Sanfiago en los últimos años del siglo XVI estaban reducidos a sólo una cuarta parte, era contando con algunas tribus que venían anualmente a prestar sus trabajos gratuitos a los encomenderos de Santiago desde más allá del Maule. Condolido el presidente García Ramón de la suerte de los indios de Cauquenes, que eran obligados a servir ocho meses del año a los encomenderos de Santiago, solicitó del rey en carta datada del Ester de Vergara (donde a la sazón tenía su campo) el 9 de marzo de 1608 que los últimos se agregasen a las encomiendas de Chillan, a fin de ahorrarles las miserias de un penoso viaje. Por esta sola circunstancia, fuera del trabajo de las minas dentro y fuera del país, se comprenderá como bastó apenas un siglo para la extinción casi completa de la raza indígena al norte del Maule y su sustitución por la casta mestiza conocida hoy con el nombre de huasos en los campos y rotos en las ciudades.
HIST0KIA
175
D13 S A N T I A G O
•exportación y por consiguiente el valor de los
frutos era pura-
mente nominal. Según Carvallo, valía el trigo en tiempo del gob e r n a d o r G a r c í a Ramón,
un
peso la fanega, otro
tanto
una vaca, dos reales un carnero y rea! y medio una
valía
oveja.
N o era esto de extrañarse desde que en las matanzas,
la gran
ffaena rural de aquellos años, sólo se aprovechaban (dice el padre O valle) las lenguas y los huachalomos •cueros para las suelas y cordobanes
para
salazones, J o s
que iban
a
buscar mer-
c a d o en C u y o y el Alto Perú, y por último las gorduras que reducidas a c e b o servían para iluminar los
palacios
de la corte
de Lima y las humildes moradas de los chilenos. T o d o más se quemaba en las estancias
lo de-
para no infestar el aire con
las podredumbres o se e c h a b a por el cauce de los ríos a perderse en el mar. A este estado de c o s a s , que hacía llamar
«reino
-a este pedazo de la tierra por uno de sus propios
miserable» gobernado-
res ( l ) , al paso que adquiría el título oficial de presidio
de los
virreyes de Lima, añadíase en seguida que su mar, única esperanza de desarrollo y
de
engrandecimiento para
vitalidad, se hallaba infestado de
corsarios,
su
mientras
espirante que
su
puerto de salida era saqueado e incendiado casi periódicamente, siendo su último bombardeo,
que
a todos
por lo cobarde ha
parecido único, el quinto o sesto de la serie. P o r últtmo, en el preciso año de una súbita crece
la
instalación de
la Audiencia
había ocurrido
del M a p o c h o , en el último día de la
de Pentecostés de 1 6 0 9 , que había
asolado
los
pascua
campos y la
•ciudad haciendo perecer ciento y veinte personas y no menos de veinte mil c a b e z a s de ganado. Y fué en estos precisos momentos cuando la
Real
Audien-
cia vino a instalarse con una pompa de príncipes y de sacerdotes, y cuando la ciudad de suyo arruinada contrajo una deuda ingente para festejarla! ¿ C u á l iba en consecuencia a ser la misión,
el prestigio y la
a c c i ó n salvadora de aquel cuerpo fastuoso y arrogante que lleg a b a de esa suerte a una infeliz colonia moribunda de
hambre
y de tristeza? Q u é intereses iba a representar, cuando no los ha( l ) J a r a Quemada, carta citada.
176
HISTORIA
DE
SANTIAGO
bía de ningún género? Q u é graves cuestiones de justicia, de d e recho o de Estado debía solucionar, cuando la única preocupación del pueblo consistía en procurarse una tela para cubrirse
arran-
cándole al monopolio de los mercaderes de Lima, en cambio deunos cuantos líos de charqui y algunos centenares
de
lenguas
s e c a s ? P o r último, que impulso social, político o puramente ral iban a dar a la comunidad aquellos graves doctores,
mo-
a quie-
nes por leyes especiales estaba prohibido todo (rato y vinculo familiar y casi hasta el derecho del habla con sus g o b e r n a d o s ? La Real Audiencia
fué, pues, una de esas
creaciones
ficticias
del enfermizo sistema administrativo de España, y a la vez una. de esas sinecuras cómodas y distantes con que se pagaba en Corte
el
ocio impertinente y la. adulación
tenaz
la
de los p a l a -
ciegos. S u s frutos inmediatos y seculares amargo
s a b o r para la
naciente
fueron en consecuencia d e
colonia y hasta ahora
mismo-
traen las generaciones en sus fauces las agrias heces de la primera simiente. Fué el primero y el más contagioso
de aquellos
el que
tros mayores, que hasta allí habían vivido tranquilos mildes heredades, de nadie codiciadas, recurriendo
nues-
en sus h u apenas a la
barata y experta justicia de los alcaldes, se hiciesen todos, p o r novedad los unos, por lucro los otros, por manía muchos, y después todos por derecho de herencia o de contagio, que ha llegado intacto hasta nosotros,
insignes litigantes y embrollones.
aquí esa corte de curiales que de
tragina
todas nuestras
De
veredas;
aquí esas legiones de a b o g a d o s que han sido en la socie-
dad almacigo de todas las discordias y en la política el cáncerde todo lo recto y de todo lo justo; de aquí, en fin, ese s i s t e ma social y doméstico que ha hecho de la almohada de
cada;
padre moribundo la primera página del cuerpo de autos en que,, bajo el nombre de particiones,
testamentarias,
compromisos,
efe,,,
han inscrito las familias su ruina y sus discordias. Y porque no se crea que estamos
haciendo una
pintura de-
fantasía o moderna del amable gremio a que de derecho p e r t e necemos, registre el que se sienta tentado de acusar este pasaje de difamación
(que a fe no han de faltar) en el archivo del'
cabildo los libros que se llaman de J i n e s de Lillo, el primer
agri-
HISTORIA
DE
177
SANTIAGO
mensor de tierras que vino a nuestro país, y verá en ellos que apenas se estableció la Audiencia surgieron tal número de liti. gios sobre los predios y heredades de la conquista que fué preciso a aquel perito rehacer el mapa de la ciudad y de su campiña para dejar más embrollados que
antes a sus dueños, y dar
así materia de que ocuparse a los oidores. S i g l o s más tarde un buen señor propuso al C o n g r e s o Nacional que se descifrase esos libros de títulos primitivos, pero felizmente no tuvo curso su moción, que llegar a otro desenlace, habría sido como
abrir
la
caja
de P a n d o r a en la plaza de O HigginS; donde mora hoy día la justicia en un recinto de palacios ( l ) . O t r a de las creaciones inmediatas de la R e a l
Audiencia
fué
la alteración en las costumbres de los pobladores, al principio sencillas y casi niveladoras, desde que por lo próceret
común eran
los
de cada comunidad aquellos capitanes de guerra que
sin preferencia de cunas habían alcanzado respetabilidad por sus c a n a s y sus fatigas de soldados. L o s oidores fueron vastago del á r b o l alimentado éste
genealógico
por
la
de
sangre azul
el primer
la aristocracia de Chile,
y
de sus hijos, vino a dar
s o m b r a más tarde a los condes y mayorazgos que vilipendiaron todos los nobles ejercicios de la inteligencia
y
del trabajo, al
punto de hacer, por ejemplo, de la carrera del escritor público u n a simple cuestión de ridículo, y de la carrera del artista una simple cuestión de oprobio, levantando a la pereza y a la igno_ rancia, al ocio y a la insolencia, los templos en que todavía s e las venera de rodillas. N o
fueron verdaderamente
oidores
los
que llegaron a fundar sobre la nieve y los c a m p o s yermos de la Nueva Inglaterra la república que ha sido grande solo porque ha honrado
el
trabajo, que, cualquiera que haya sido su
forma, grande o humilde, es siempre fecunda. D e aquella -misma fuente vino otro mal social que palpita fo( l ) El 4 de julio de 1837 el señor diputado don 'José Agustín Seco presentó a la Cámara de que era miembro un proyecto de ley para que se hiciesen traducir los libros sibilíticos de Jinés de Lulo, por el único paleógrafo que en aquella época era capaz de entenderlos, el anciano don N. del Fierro; pero la moción no pasó más adelante. Jinés de Lillo debió llegar a Chile en los primeros años del siglo XVII, puescuando entró la Real Audiencia en 1609, ya era capitán de uno de los tercios de la milicia. Su compañía fué precisamente la que quedó custodiando el selloreal en San Francisco la víspera de la instalación del tribunal. 12
178
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
davía en nuestras entrañas y las devora—el l u j o . — L a
primera
c a r r o z a que rodó en S a n t i a g o , donde hoy los c o c h e s por fortuna, y con gran fastidio de los grandes,
comienzan a degenerar
en una institución plebeya, fué la carroza de los oidores, y a su p a s o todos eran obligados a descubrirse en señal de reverencia; la primera peluca que se
empolvó
en
nuestros salones fué la
peluca de los oidores, estos genuinos fundadores de esa clase m á s social de política que todavía llevan el nombre de nes,
peluco-
sinónimo de aristocracia y predominio. Llevaban los oido-
res s o b r e la frente un peinado especial, regulado por leyes reales, que
lo
habían
forma el copete,
establecido
en monopolio, llamado por su
pues era una especie
de
levantado sobre la frente. D e aquí vino, a toda familia de pro
penacho de cabello en consecuencia, que
se le llamase por ese nombre de barbe-
ría y que aquellos a honra esclarecida lo tuvieron.
Todos
demás
esto es, la
eran
rotos,
es decir, p l e b e y o s . — E l siútico,
los
de la colonia, fué una transacción que los magnates
burguesía
a c o r d a r o n a la época en que el poncho por el levita y la chupaya
comenzó a
cambiarse
por el f i e l t r o . — «No falta quien llore,
dice a este respecto el c a n d o r o s o
padre
Ovalle,
que escribió
cuarenta años después de fundada la Audiencia (1647), que ésta ha atrasado
el reino en la riqueza a que hubiera llegado si sus
vecinos hubieran proseguido pasando con la llaneza
que antes
.acostumbraban, vistiéndose de los paños que se tejían en la tierra y
ahorrando de tantas libreas y galas supérfluas, c o m o las que
b o y usan»
(l).
En lo que la Real Audiencia, c o m o
poder
regulador,
pudo
p o n e r algún remedio y prestar un mediocre servicio a la colonia fué en moderar con oportunos castigos los desafueros de la sold a d e z c a , que invadía todas hogar
mismo
de
las
las prerrogativas civiles y hasta el
ciudades,
y de S a n t i a g o
especialmente,
c u a n d o después de sus desmoralizadoras correrías entre los bárb a r o s venían a invernar, c o m o b á r b a r o s de otra especie, en sus cuarteles, P e r o por uno de
los
absurdos de aquellos tiempos,
.según ya dejamos escrito, los soldados estaban exentos de toda Jurisdicción que no fuera la de sus propios jefes, propensos na( l ) Ovalle.—Histeria de Chile, pág. 157.
HISTORIA
DE
179
SANTIAGO
turalmente a proteger sus desacatos. E r a éste un procedimiento tan contrario al buen orden de la república, que el propio magistrado fundador de la Real Audiencia se veía obligado a confesar dos
años
escasos
después
éste, lejos de haber puesto país lo había reducido a
de instalado el tribunal, que
reparo a los males que afligían ai
«peor estado que otro alguno de los
o t r o s reinos», de que era señora la E s p a ñ a en el Nuevo Mund o (1). E s una condición inseparable de todo poder
humano y que
acusa la frágil arcilla en que reposa su existencia terrena, la de ser invasor. Y más pronunciada es esta tendencia, cuando, siendo una fuerza colectiva, necesita más pábulo y presenta menos responsabilidad individual en sus desmanes. Tal era el elemento •constitutivo
de
la
Audiencia,
hasta el último día de
su
y así fué que desde el primero
existencia c o m o cuerpo político, no
dejó un instante de preocuparse
de la absorción de todos
los
p o d e r e s . D e aquí fué que cuando ella misma no gobernaba, había de designar de alguna manera al presidente aquí esas interminables competencias de
de hecho, y de
autoridad que forman
casi por completo la tela de nuestra historia colonial, y que le representa eternamente en pugna o con el obispo o con el c a bildo eclesiástico, con el capitán general o con el ayuntamiento, •con todo, en fin, lo que por las leyes o la constitución civil de los pueblos está llamado a tener una participación más o menos directa en la
administración
del
poder público. P o r esto uno
•de los primeros actos de la Real Audiencia, casi coetáneo con s u establecimiento, fué su ruidosa querella con
el fraile obispo
P é r e z de Espinosa, de que a su turno daremos cuenta. P o r esto, -doscientos años más tarde, vemos a
la misma R e a l
Audiencia
h a c e r del último presidente español (el brigadier G a r c í a C a r r a s co) un manequí de su agonizante omnipotencia, y poner en manos de Figueroa,
cuando
aquella
ya
iba
a escapársele
para
( l ) Instrucciones del regente de la Audiencia Merlo de la Fuente al gobernador J a r a Quemada de 19 de febrero de 1611. «Dejando con ello, (dice en consecuencia de la prohibición impuesta a la Audiencia para conocer en asunto de fuero militar) estas afligidas provincias con guerra continua de tantos años, cuyos males pretendía remediar con la fundación de dicha Audiencia, en peor estado •que otro alguno de los demás de sus reinos».
180
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
siempre (bien que habría de resucitar bajo otra forma) la espalda y el pendón de los conjurados. P e r o ni siquiera en las costumbres privadas a las que, según las leyes de Indias, debían pagar tributo de tanta sumisión, Iosoidores de América prestaron con su ejemplo el eficaz c o r r e c tivo encargado a su misión pública. Funcionarios hubo tan relajados,
que
en medio de sus
excesos
domésticos hubieron
de
sufrir ignominiosa destitución y otros pagaron con su honra loque habían usurpado al fraude o al c o h e c h o , fuera de que casi siempre se les encuentra envueltos a ellos o a sus deudos (que contra la ley los tenían en tal número, que podía decirse eran los arbitros absolutos de la sociedad) en cuanta querella doméstica nos ha conservado la crónica de aquellos tiempos. Progresivamente el lector irá
asistiendo al desarrollo de ese
panorama judicial, cuya tela aun hoy día vemos
deslizarse d e -
lante de nuestros o j o s con no pequeños escándalos. P o r aflóranos limitamos a exhibir una de sus más ruidosas ticas
peripecias,
y caracterís-
del todo, empero, perdida hasta aquí para l a
tradición y para la historia. Tema será ese del próximo capítulo.
CAPÍTULO
XIV
Una pendencia en el siglo X V I I -Feudos de la arisfocracia colonial de Sanfiago.—El doctor Jiménez de Mendoza y su parentela.—Don Pedro Lisperguer y sus parciales.—Gonzalo de los Ríos—Oposición al Corregimiento de Santiago.—Un diálogo característico bajo los portales de la Audiencia.—Un chisme y un denuncio.—Los parientes del doctor Mendoza resuelven acuchillar a
Lisperguer en la plaza pública.—El día
-de San Quintín.—Aspecto de la plaza y de los conjurados Asaltan a don Pedro al salir de la Catedral.—Su
en la mañana.—
valiente defensa y
generosi-
dad.—Auxilio que le llevan don Diego Montero y otros caballeros.—La
pen-
dencia se hace general.—Estratagema indigna del alcalde de la Sania Hermandad.—Desarme
y prisión de Lisperguer y sus amigos.—Los
liberta
Gonzalo
<le los Ríos y el pueblo.—Juicio de los Conjurados.—Sentencia de la Real Audiencia.—Reflexiones.
Habían corrido apenas cinco a ñ o s
desde
la solemne instala-
ción de la Real Audiencia y regía el segundo g o b i e r n o de Alons o de Rivera, quien, como de costumbre, habitaba en C o n c e p ción
sin
cuidarse
de la otra
y legítima capital de la
colonia.
G o b e r n a b a n en consecuencia la ciudad los oidores y más especialmente
el corregidor,
-doctor don
que por
esta é p o c a
Andrés J i m é n e z de M e n d o z a ,
parentela, de carácter
imperioso,
( 1 6 1 4 ) lo era el
magnate de extensa
tan a c o s t u m b r a d o ,
en conse-
-cuencia, al influjo c o m o al mando. Hallábase relacionado con las principales familias de la colonia y en especial con los Fuenzalida, los Guzmán. los E s c o b a r , l o s C u e v a s y otros que sonaban c o m o los más c o n d e c o r a d o s en •el preciado libro de las alcurnias. Tenía además
un hijo de su
182
BENJAMÍN
VICUÑA
propio nombre, mozo que ya
MACKENNA
figuraba
en los
estrados, y dos.
yernos de vasta influencia social, pues el uno era nada menosque alcalde
de
¡a Sania
Hermandad,
título que equivalía a ser
la segunda persona de la Inquisición y aun del rey, desde que Felipe II había tenido a honor el llevarlo. Llamábanse estos pers o n a j e s don B a l t a z a r Díaz de Carvajal y don Alonso S á n c h e z . de la C a d e n a . El último era el alcalde No
toda
la aristocracia
de la hoguera.
de la colonia estaba, sin embargo,,
sometida de buen grado al poderoso doctor J i m é n e z de M e n doza.
Antes, al contrario, crecían los feudos^en el vecindario,
dividiéndose las familias en parcialidades, c o m o era costumbre en esos siglos y c o m o es costumbre todavía. S a n t i a g o ha sidoesencialmente familisía,
si es permitida la expresión; y c o m o en
1 8 1 0 tuvo por c a b e z a de bando a los Carreras («los O c h o c i e n t o s » ) , en el
y a los
siglo X V I I disputábanse alternativa-
mente el poder y la influencia social los Capuleíos legones
Larraín
y los
Mon~-
de la é p o c a .
E r a el caudillo del partido opuesto a los M e n d o z a el g e n e r a l don P e d r o Lisperguer, nieto de aquel edil alemán que por s o s p e c h a s de heregía negábase a recibir el cabildo de S a n t i a g o afines del pasado siglo, e hijo del ilustre capitán J u a n
Rodulfo
Lisperguer que había perdido gloriosamente la vida guerreando c o n los b á r b a r o s en los primeros años del presente. D o n Pedroe r a mozo, valiente, pendenciero ( l ) , orgulloso de su estirpe semiregia, a su decir, no menos que d é l o s servicios prestados p o r su abuelo y por su padre en la conquista del Perú y en la de C h i l e . Habíase c a s a d o , además, hacía p o c o con la hija del o i d o r
( l ) En el interrogatorio del doctor Mendoza se encuentra esta sangrienta pre-gunía: «Digan si don Pedro es acostumbrado a cometer muchos y muy graves delitos y a tener muchas pendencias, y es muy mal quisto en esta república». Lostestigos se refieren sólo a dos prisiones que había sufrido Lisperguer, la una en la sala de cabildo y la otra en la cárcel, pero no dicen la causa. Indudablemente aquellas fueron el resultado de su genio orgulloso y atrevido, no de delito que deshonre, pues tenía tan honorables y decididos amigos. El mismo confiesa que ha tenido algunas pendencias. «Digan si es quieto y pacífico ni acostumbrado amover riñas, porque si algunas ha tenido ha sido en defensa de las juntas y alevosías que contra él han cometido, como lo hizo en esta ocasión defendiéndose del dicho doctor Mendoza y demás de treinta parientes que le acompañaban».—(Interrogatorio de Lisperguer) Lisperguer tenía el mismo nombre de su abuelo.— S u madre era doña Águeda de Flores, hija o nieta del capitán alemán que vino, con Valdivia—Don Pedro, el primer Lisperguer, era también de Nuremberg.
HISTORIA
DE
183
SANTIAGO
don P e d r o S o l o r z a n o , que había comenzado a peinarse el c o p e t e en
nuestra
corte
hacía sólo un año
(Julio 1.° de
1 6 1 3 ) (l)..
E r a por otra parte cuñado de Lisperguer el genera! don G o n zalo de los R í o s , hijo o más probablemente nieto
del
famoso*
capitán de idéntico nombre que vino con P e d r o de Valdivia y estuvo al perecer en el alzamiento de indios de M a r g a - M a r g a , , que en su lugar dejamos r e c o r d a d o . P o r desgracia del doctor M e n d o z a , había concluido su 1614
hubo
de
resignar
su
período legal,
y a mediados d e
puesto en manos del capitán don¡
F r a n c i s c o de Zúñiga, encargado de tomarle
residencia.
V a c a n t e el corregimiento, los dos bandos hostiles de la ciudad' se lanzaron en su demanda, pues el que hubiera de contar COK su vara llamada de la justicia Presentábanse al
sería el señor de los otros.
parecer c o m o
los principales aspirantes afc
puesto del doctor M e n d o z a , su cuñado don Luis de las C u e b a s . y don G o n z a l o de los R í o s , hermano político de Lisperguer ( 2 ) . C o r r í a el juicio de contradicción
al oficio,
c o m o se llamaban
las diligencias previas para alcanzar el título de rey, cuales eran las informaciones
de testigos
ante la Real
Audiencia, las cre-
denciales de servicios propios o de antepasados, las tachas de los títulos opuestos y otros prolijos ardides. C o n los trámites de
los últimos, encendíase
el calor así de
los opositores c o m o de sus s e c u a c e s ; y en consecuencia veíase c a d a día el pórtico de la Real Audiencia atestado de c a b a l l e r o s que
ocurrían,
los unos en pro de la causa de los
Ríos,
ios
otros en favor del de las C u e b a s . (1) Solorzano es el primer oidor que figura en la lisfa que frae Pérez García de los miembros de la Real Audiencia en el t. 11., cap. 21 de Historia Manuscrita. Hubo oíro oidor del mismo nombre, Alonso de Solorzano y Velazco hijo falvezdel anterior, que lomó posesión de la garnacha el 7 de enero de 1659. Esíe apellido es esencialmente curial en la historia de América, pues además del famoso Solarzano y Pereira, el Tostado de América, que fué oidor del Perú, encontramos en Chile en 1670 otro oidor con el nombre de Francisco Cárdenas y Solorzano. Este último no figura en la lista de Pérez García, que además de incompleta, tiene errores garrafales en la ortografía de los nombres. Hállase en un apunte mucho más curioso que se encuentra en los manuscritos de la Biblioteca vol. 3 5 in folio. (2) Del expediente auténtico que tenemos a la vista no aparece con toda claridad la causa anterior del conflicto de que vamos a dar cuenta, pues aquel consta únicamente del cuaderno de prueba, y aún éste se halla mutilado, comenzando en la pág. 2 4 5 y terminando en la 3 8 9 . Sin embargo, el legajo, tal cual se conserva en el archivo de la Real Audiencia, arroja una luz completa sobre todas las incidencias posteriores del negocio.
184
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
En una de estas ocasiones ocurrió un por otro nombre, más c a s e r o que tuvo terribles
chisme,
lance de palabras, o
y más exacto, dióse lugar a un
consecuencias,
y s o b r e el que va a
desarrollarse todo el argumento de este característico episodio. Conversaban una mañana (la del s á b a d o 9 de A g o s t o de 1 6 1 4 ) bajo
el
pórtico
del tribunal, que lo
es hoy el de la casa de
c o r r e o s , don G o n z a l o de los R í o s y su hermano d o n ' P e d r o Lisperguer sobre los incidentes del juicio de contradicción, cuando alguien vino a decirles que don Luis C u e b a s . el mozo, sobrino del doctor M e n d o z a , había presentado a los estrados un escrito injurioso contra sus personas. Irritado don G o n z a l o , y sin cuidarse de que lo oyeran, comenzó a proferir denuestos contra el artificioso
inspirador de sus rivales.
«De ello
tiene
la
culpa,
dijo en alta voz, el doctor Mendoza, y me la ha de pagar, y le tengo de poner muchos capítulos en la residencia
que se le está
tomando», acompañando todo esto con las interjecciones conocidas de todos y que parecen inseparables de toda provocación castellana. D o n P e d r o , más irascible todavía le
hizo
c o r o añadiendo
verdaderamente brutales:
con
y menos parlero,
irónico desprecio estas
palabras
«A Mendozilla no hay que ponerle ca-
pítulos sino darle muchas c o c e s y quitarle cuanto diente y muelas tiene, porque es hombre de burla»
(l).
Este lenguaje era característico de los hombres de la é p o c a y de la contienda, y por esto
fielmente
lo
copiamos;
al
paso
q u e revela el grado de enojo a que habían llegado los ánimos y la cortesía con que acostumbraban tratarse los caballeros en s u s feudos. Alguien, empero, oyó aquel áspero diálogo,
y llevó el chis-
me al doctor M e n d o z a . O t r o testigo más prudente se contentó c o n dar aviso, por temor de malas resultas y para prevenirlas, al oidor don J u a n C a j a ! ,
uno
de
los
cuatro
primitivo tribunal. Había sido aquel discreto y ciante el
capitán
don
Miguel de
Zamora,
fundadores
del
previsor denun-
procurador de ciu-
dad. P o r la rabia de Lisperguer y de su deudo, y lo crudo de las (1) Estas son las palabras textuales atribuidas a Ríos y a Lisperguer por el doctor Mendoza. Consta de la tercera pregunta del interrogatorio del último a f. 2 6 0 .
HISTORIA
DE
185
SANTIAGO
p a l a b r a s de uno y otro, podrá concebirse la el pecho del doctor
M e n d o z a al oir
cólera que
el relato de
su
ganó
afrenta,
hecha en agravio de su reciente autoridad y de una manera tan pública. Fuera de sí, y aunque anciano y ya tes, resolvió tomar
una
sangrienta
con p o c o s
venganza,
pidiendo
diena don
P e d r o con las armas en la mano satisfacción de sus injurias. P a r a dar seguro logro a su propósito púsolo te en noticia de sus dos hijos políticos ya
inmediatamen-
nombrados, de sus
sobrinos don J u a n y don Luis de las C u e b a s , llamado el último el mozo
por llevar el propio nombre
que su
padre,
y de
su hijo que tenía también su mismo nombre ( l ) . E s t o s a su vez lo comunicaron a sus parientes y amigos más fieles, y entre todos combinóse a la
ligera un plan
dirigido a
•quitar la vida al soberbio rival del ex-corregidor, o por lo menos, a infligirle un castigo público y tremendo. E r a además de los ya nombrados el alma
del
complot dos
jóvenes de alta posición y de altiva índole llamados don Franc i s c o (2) y don
Andrés
Fuenzalida;
y
a
juzgar por la parte
principal que tomaron en el asunto, es de creerse fueron d o s o, por lo menos, relaciones íntimas del
doctor
deu-
Mendoza.
P a r e c e que por aquella época habían perdido a su padre, pues los cronistas de la Compañía de J e s ú s hablan Fuenzalida que en 1611
de
un
capitán
les legó una de sus c a s a s , en que ellos
fundaron, en la plazuela de su propia
iglesia,
el primer
infer-
nado de estudios literarios. Vivía, empero, su viuda doña A n a de Guzmán, arrogante señora,
madre
de
aquellos
Tenía también esta dama dos hijas, doña Beatriz bel, que usaban solo el apellido de su madre, tar en uso
en las
mujeres, y
esta última
mancebos. y doña
como
Isa-
solía es-
era c a s a d a con
un
joven caballero del nombre de Alonso de E s c o b a r y Villarroel. A título de hermano, entró éste también de
buen
grado
en la
(1) Era mucho más naíural y sentaba mejor esta manera de distinguir a los hijos de los padres que con el leo núm. 2.o que hoy se usa cuando hay nombres repetidos. Don Pedro Palazuelos Astaburuaga había adoptado el sistema trances, llamándose Pedro Palazuelos hijo, cada vez que se firmaba en un documento público. (2) Este es el mismo personaje que en 1631 levantó después la voz contra las levas del presidente Lazo de la Vega, por defender a su sobrino don Antonio Esc o b a r , hijo de su hermana doña Isabel.
186
BENJAMÍN
VICUÑA
aventura, y a título de esclavo ciaron al intento a un
animoso
MACKENNA
de S á n c h e z de la C a d e n a mulato
llamado
aso-
Tomás
Car-
celen, Llegaba a diez de esta manera el número de los conjurados, parientes o amigos del doctor Mendoza, aunque Lisperguer cía pasar de treinta solo los primeros.
Formaban
ha-
aquel núme-
ro fres hijos y dos sobrinos del doctor M e n d o z a , tres hijos de doña Ana de Guzmán, el mismo ofendido
y el
mulato
de su
servidumbre. P a r e c e fuera de duda que los
conjurados
no
se
proponían:
matar a don P e d r o , sino vengar en su sangre la injuria de su; deudo. Plan determinado no se descubre
que
tuvieran, y a la-
verdad no era posible lo meditaran, porque ni resolución daba lugar, ni siendo ésta,
como
la
era,
prisa un
de la:
arranque
de irreflexiva cólera, parecía c o s a fácil concertar las miras. E r a el día siguiente al del diálogo del pórtico de la R e a l Audiencia festivo, y además doblemente solemne por ser el día del bienaventurado S a n Lorenzo y el aniversario de la famosa b a talla que Felipe II había ganado a los franceses el 10 de agosto de 1557
en S a n
Quintín.
Era, pues, apropiado día para tener una
de
San
Quintín;
y-
a fin de darle mayor escándalo y renombre, eligióse c o m o campo de batalla la plaza pública y aun las gradas de
la
iglesia
catedral. Convino, en efecto, el
doctor
Mendoza
y sus s e c u a c e s en
a c e c h a r en aquella mañana al desapercibido don P e d r o
cuando
viniese a la misa de la iglesia mayor, según solía, y aprovechar aquel propicio momento para afrentarle a la mitad del día y en presencia de todo el pueblo. C o n este propósito, el doctor debía aguardar a su émulo c e r c a de ta puerta principal de la iglesia,
salirle de
improviso al
encuentro, y poniéndole al pecho la espada, pedirle
cuenta de
sus ultrajes de la víspera. L o s deudos del agraviado debían al propio tiempo encontrarse esparcidos en el circuito de la plaza formando corrillos, c o m o en
casual
conversación (cual se usa
todavía después de la misa de moda) o en los pequeños establecimientos públicos, que en esos remotos
años existían en el
circuito de aquella. N o consistían éstos sino en
una
barbería.
HISTORIA
DE
187
SANTIAGO
cuyo fígaro llamábase P e d r o P o z o , y una sala este nombre se daba entonces al más tarde c o m o el de
juego
de
de {rucos,
bolas,
que
afrancesado
billar.
D e s d e temprano todos
los comprometidos en el escarmiento
estaban en sus puestos, y el doctor M e n d o z a , según su hábito y el de todos los caballeros de esa época, habían montado su caballo rucio c a s gualdrapas
(dice el proceso), cubiertas sus a n c a s con las ride seda y
terciopelo, en que estribaba el lujo
de los jinetes. C o m o era día de invierno, lloviznaba, y el enojado doctor, después de
rondar un
rato
por
la calle en
que
habitaba su enemigo (y cuyo nombre, así c o m o el de las otras, no se da en los autos, pues todas carecían todavía de él), fué a ponerse a cubierto bajo el pórtico de las C a j a s reales, que, según hemos repetido en varias ocasiones, fueron antes las cas a s de Valdivia y después el palacio de los presidentes y sucesivamente cuartel de b o m b a s y de guardias nacionales. El pórtico de
este
edificio, así c o m o , el de la
cabildo, que era todo desde ese
ángulo
un
de la
cuerpo,
Real
Audiencia y el
corría a manera
de portal
plaza hasta la sala del ayuntamiento,
que en más de tres siglos no ha
mudado
de
domicilio, talvez
por creerse el dueño de la ciudad. P o r fortuna del doctor Mendoza, y para
mejor disfrazar su
temeraria empresa, acertó a pasar por allí el padre J u a n Alvarez de T o b a r , y pusiéronse a m b o s a
conversar de c o s a s inde-
ferenles. L a s sospechas de su intento quedaban así veladas. Entre tanto, habían dado las once de la mañana, y el
general
Lisperguer ( l ) salía tranquilamente de su casa, vestido con
un
traje de paño pardo, con valona en la camisa, cuello de encajes, una ropilla
o
casaca
ceñida al cuerpo en forma de
leco, con anchas mangas para dejar sueltos
los
cha-
brazos, y sin
llevar más arma que su espada de caballero cantoneada de plata. El c a s c o y la cota de la conquista estaban ya relegados a la frontera y a los torneos militares. T r a s de él, y más c o m o lujo que por precaución, m a r c h a b a un esclavo llamado B l a s Carrillo ves( l ) Preciso es que se común a iodo capitán u paña y más comúnmente bido, llamábase a todos
fenga présenle que el nombre de general se daba por lo oficial que hubiera tenido mando de alguna tropa en cama los ex-corregidores.—Maestre de campo, como es s a los que habían tenido el título de alcaldes o regidores.
188
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
tido con librea de paño negro, ciñendo espada al cinto, a guisa de escudero. bién
Alguien en
una "pistola, lo que,
el p r o c e s o declara que le viera a ser cierto, habría
probado
tamúnica-
mente que en aquellos tiempos no había otra policía de seguridad en la capital de Chile que la que cada cual llevaba en sus bolsillos. Entre tanto, Lisperguer, ajeno
enteramente
al
eco
siniestro
que habían tenido sus desmedidas palabras de la mañana precedente, penetraba en llamaba del perdón;
la catedral por la puerta que entonces
se
y c o m o le dijeran que ya la misa estaba con-
cluida, dirigióse hacia las gradas exteriores, parándose en el ángulo del cementerio y de las C a j a s reales, pues la iglesia estab a edificada en el sitio que hoy ocupa la capilla
del
Sagrario,
hacia la medianía de la plaza. El resto, en la extensión de un s o lar, lo ocupaba el campo santo cavado por Valdivia, N o lejos de él, y a la puerta de la iglesia, estaban
conversan-
do en amistoso grupo el licenciado don Francisco Pastene, sin duda del ilustre jenovés amigo de Valdivia
y primo
nieto
hermano
del jesuíta historiador Alonso de Ovalle, el capitán don P e d r o del Castillo V e l a s c o , que a c a b a b a de hacer su comunión en
Santo
Domingo, y don Diego González M o n t e r o , a quien debía
caber
más tarde ( 1 6 6 2 y 1 6 7 0 ) el insigne honor de ser el primero y el único
de los presidentes criollos que tuvo Chile en la larga serie
que comienza en Almagro y a c a b ó en el brigadier G a r c í a C a r r a s c o . D e b í a ser a
la sazón muy joven, pues mediaron 5 6 años
entre este episodio y su último gobierno. El momento que Lisperguer descendía las gradas de la
iglesia
fué el elegido por el doctor Mendoza para consumar su atentado Apeándose con presteza del caballo, arrojó al suelo sus guantes, y desenvainando la espada, precipitóse sobre
su rival saludán-
dole por su nombre y cubriéndole de denuestos ( l ) . N o era don P e d r o Lisperguer hombre que se turbase en tales lances, ni sería aquella la última de sus aventuras de dar y recibir cuchilladas, c o m o no era tampoco la primera. Así fué que, desnudando a su vez la espada,
paró el golpe de su adversa-
( l ) Dice el proceso que al acercársele sólo le dijo:—¡Señor don Pedro! y luego muchas palabras injuriosas, a las que Lisperguer confiesa que le contestó con otras mayores.
189
HISTORIA DE SANTIAGO rio, y le a t a c ó con vigor, que
en
tanta
resolución,
sostenido por su juvenil
unos cuantos pasos de armas le trajo al suelo.
N o quiso matar el
caballero
al anciano, y al contrario, repri-
miendo su saña, cuenta él mismo que le dijo: «Levántate, viejo, que yo no acostumbro matar a rendidos» ( l ) . Al ver a su deudo a los pies de Lisperguer y a su merced, los mozos apostados, que eran sus hijos y sobrinos, en su s o c o r r o de todos
los puntos
de la plaza donde
corrieron estaban
puestos en a c e c h o . Alonso de E s c o b a r y el hijo del doctor encontrábanse en aquel instante
en
la
sala
de trucos,
y se
precipitaron
en la plaza
blandiendo sus aceros; pero antes que ellos habían llegado
los
dos Fuenzalida, Luis C u e b a s el mozo y Baltazar Díaz, por manera que casi a la vez emprendieron todos a cuchilladas sobre el valeroso don P e d r o y su escudero. El partido era desigual en extremo, pero consintió la estrella del agredido que estuviesen tan cerca y fueran sus parciales y sus íntimos
amigos
aquellos
caballeros
M o n t e r o y el capitán Castillo, con el a b o g a d o Pastene
a
que
don
hemos
Diego
dicho
González
conversaban
la puerta de la iglesia. C o n
noble
ánimo, aunque sorprendidos, echaron éstos mano a sus armas, y mientras ellos en
su
compañero de toga se daba a correr, metíanse
la refriega
defendiendo
al que más necesitaba su s o -
corro. Era con todo tan considerable el número de los cuadrilleros, que un grupo de ellos,
interponiéndose entre Lisperguer y sus
amigos, estorbó en gran manera el auxilio que éstos le llevaran. Fueron de estos últimos Alonso de E s c o b a r y Andrés de M e n doza, que, c o m o hemos dicho, habían salido de la sala de fru( l ) Estas palabras dolían más al doctor Mendoza que sus cadenas, cuando se le sometió a juicio, e hizo cuanto estuvo de su parte por contradecirlas. Afirmaba que Lisperguer no le había derribado, pues no le había acertado ningún mandoble ni estocada, y que si había caído al suelo era por efecto de una pedrada que le había disparado en el momento de la riña un hombre del pueblo llamado el Carnicero, focándole en el muslo. Sin embargo, los testigos que abonan el dicho de Lisperguer declaran afirmativamente en esfa forma: «En la cual actitud (cuando estaba el doctor en el suelo) pudiéndole matar el dicho don Pedro por haberlo derribado a sus pies de una cuchillada, no lo quiso, antes con gran reportación le dijo que se levantase, mandando a Blas Carrillo en alfas voces que no le hiciese mal>.—(Sesfa pregunta del interrogatorio de Lisperguer de 14 de setiembre de 1614 fs. 2 4 3 vuelta,).
190
BENJAMÍN
VICUÑA
e o s , y el mulato T o m á s Carcelen,
MACKENNA
que a t a c a b a de preferencia
a don D i e g o González, con ánimo, al parecer, de darle muerte. Q u e d ó el combate, en consecuencia, trabado en dos parcialidades, no siendo menos de veinte fuera de muchos
las espadas desenvainadas,
advenedizos que iban llegando y que a Taita
de armas arrojaban piedras, principalmente contra los acometedores, llevados de! instinto popular, casi siempre justo y generoso. V i n o en esta coyuntura, llamado por los gritos y el ruido de l a s armas,
el
teniente
del alguacil mayor, J u a n Rodríguez de
M á r q u e z , llevando en alto la vara del rey, y comenzó a pedir a los combatientes en su nombre la paz
y la concordia.
Pero
los enfurecidos caballeros no hicieron otra demostración de obediencia que dar de empellones
al
oficial real a fin de que se
retirase ( l ) . Continuaba ya el combate por un largo rato, manteniéndose firme sobre su puesto don P e d r o y sus amigos, y aunque don D i e g o había recibido una ancha herida pitán Castillo un tajo en el cuello,
en
la cabeza y el ca-
que les traía desatentados,
la destreza y la serenidad del primero le permitía todavía hacer frente en todas direcciones y a pesar de batirse con seis u o c h o d e sus agresores juntamente. En tan crítica coyuntura, un ardid puso fin al combate y dio todas las ventajas a los cuadrilleros, con excepción
de las de
la honra. C u a n d o los acometedores más encarnizados
de
don
P e d r o , es decir, los dos Figueroa, Baltazar D í a z y Luis de C u e bas, secundados por el mismo doctor M e n d o z a ,
ya r e c o b r a d o
•de su golpe, desesperaban talvez de rendirle, a c e r c ó s e
con di-
simulo por un costado el alcalde de la Hermandad S á n c h e z de la C a d e n a , y apellidando a la Inquisición
y
al Rey ( 2 ) , cogió
a don P e d r o el brazo y la espada, intimándole que era su reo. En este momento, y estando ya desarmado, le hirieron a la vez (1) «Impidieron al dicho alguacil dándole de rempujones y poniéndole las espadas a los pechos que no se llegase».—(Interrogatorio de Lisperguer).—El fenienfe de alguacil, que era a la vez alcaide de la cárcel, dice en su declaración que aunque iníeníó prender a los asalíanfes «eran tañías las cuchilladas y espadas desenvainadas, que no pudo arrestar a ninguno». (2) Sus palabras fueron.— 'Aquí del rey! con nombre de alcalde de la Hermandad» . dice el proceso.
HISTOKIA
DE
191
SANTIAGO
dos Fuenzalida, el uno en el cuello, en el hombro el otro,
tos
¡mientras que el propio alcalde, no contento con su innoble estratagema, le hacía un tajo con su daga en las narices. Rendido así. cubierto de sangre, con su
ropa
desgarrada y
su sombrero desbaratado por los golpes, arrastraron sus émul o s a Lisperguer a la cárcel vecina, haciendo irrisión de su pers o n a y dando así color de legalidad a sus procedimientos, porque
su
propósito
meditado
era suponer que el alcalde de la
Hermandad había visto por a c a s o la
riña y
había prendido a
Lisperguer c o m o a su autor más responsable. S u cialidad quedaba sin
embargo
descubierta
fingida
impar-
en demasía por su
intimidad con los agresores y porque llegando a la cárcel injurió al rendido con palabras infames, siendo a más tan exaltada su cólera, que, quitando su muleta a un hombre natural de S a lamanca que por allí estaba, la tiró c o m o un desantentado contra la puerta de la prisión en que estaba ya encerrado su enemigo. D e s a r m a d o de aquella suerte Lisperguer, sus dos
generosos
•compañeros no tardaron en sucumbir. Herido en el cuello don P e d r o del Castillo, habría talvez perecido a manos de •de E s c o b a r , si un caballero
llamado
Alonso
don J u a n Ruiz de León
no se hubiese interpuesto ofreciendo que él mismo lo conduciría a la prisión. En cuanto
a
don D i e g o ,
continuó defendién-
d o s e en retirada hasta que pudo lograr asilo en el dintel de la iglesia, cuyo sagrario nadie era o s a d o violar. L o s cuadrilleros habían salido mejor librados: Alonso de Esc o b a r con una cuchillada en una mano, el doctor M e n d o z a con su golpe ignominioso y Luis de C u e b a s con una pedrada que, según su declaración, le dejó aturdido en el suelo. S e g ú n se ve en este proceso, la una importancia capital en las
riñas
piedra de
comenzaba a tener
Santiago, y esto que
todavía la plaza no estaba empedrada ni se había hecho cuestión de la piedra
de
Ayala...
Entre tanto, la voz de la pendencia
(este era el nombre jurí-
dico que se le daba) había corrido por la ciudad, llenando de pavor a las familias, pues había sido aquel un torneo de la flor de los caballeros de S a n t i a g o . La plaza era toda una especie de •campo de batalla, en que entre la plebe, los indios, los esclavos
192
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
y la servidumbre corrían las facciones de los M e n d o z a por un-, lado y la de los Lisperguer por el opuesto. Uno ] de los más apresurados en llegar había sido el general 1
G o n z a l o de los R í o s , y al saber el lance de su cuñado, ardiendo en ira, había hecho abrir las puertas de la cárcel y llevádoloa
la catedral, donde iban ganando asilo
tomado parte en la zambra
todos los que habían
de espadachines armada
con tanto-
escándalo en la plaza pública. Había subido a tal grado la justa cólera de don G o n z a l o , que a voces levantadas gritaba a susesclavos mataran a aquellos asesinos; y habríase talvez renovado el alboroto entre los escuderos y las gentes de servicio, si en esa tardía coyuntura no hubiese llegado el oidor C a j a l a la c a beza de la fuerza armada, disponiendo cuáles debían ir libres a curarse a sus c a s a s y cuáles debían ser sometidos a los fallosde la justicia del rey, cuyo representante era su persona. D e s p u é s del crimen debía venir el p r o c e s o , como después d e la herida la venda. Había sido aquel un delito público e infraganti, y por tantono había medio de escapar a la vindicta de la ley. Mientras L i s perguer, M o n t e r o y Castillo se curaban
de sus
heridas en su
c a s a , M e n d o z a y sus parciales se mantenían en consecuencia encerrados en la cárcel pública, sometidos a los lentos trámites de la c a u s a . S o l o el alcalde S á n c h e z
de la C a d e n a tuvo, a virtud
de su título sacrosanto, la inmunidad de su persona, aunque no se libertó de fianzas, pues vemos que para ausentarse del pueblo hubo de
pedir
permiso
a
los oidores. El esclavo
Tomás
Carcelen se mantuvo también fugitivo hasta que, capturado a su vez le cargaron de prisiones a ruegos de don D i e g o M o n t e r o , que le a c u s a b a de haber sido el más empeñado en asesinarle, asegurando que habría conseguido su intento si no le
hubiesen
aturdido de una pedrada ( l ) . Entre tanto, el 16 de septiembre de 1614,
esto es, treinta y
seis días después del atentado, se dio punto a la sumaria y s e abrió el término de prueba. Durante el curso de la última, los reos se esforzaron en enredar la verdad con tergiversaciones, tachas, denegaciones y tantos ( l ) Solicitud de Montero del 21 de octubre de 1614.
HISTORIA
y tan abultados familia a familia,
cargos que
DE
hechos a
193
SANTIAGO
de
individuo
a individuo, de
ser ciertos en su más mínimo signifi-
c a d o , habríase persuadido el historiador moderno que nuestros mayores tuvieron una manera de ser social más hostil y enconosa que la actual, si tanto c a b e . El principal ardid del doctor M e n d o z a consistía en dejar establecido el increíble subterfugio legal
de que
Lisperguer
había
sido el agresor y él la víctima, y por este tenor cada cual se esforzaba por poner en limpio su inocencia. Luis Cuevas
ase-
guraba, por ejemplo, que él no había participado en lo menor del delito, porque al entrar a la plaza le derribaron de una pedrada que le dejó sin conocimiento. L o s dos hijos políticos de M e n d o z a sostenían que habían oído misa tranquilamente
en la
catedral y dirigídose después a !a iglesia de la M e r c e d en compañía del sargento mayor don
Antonio
Recio,
c o s a que
éste
afirmaba, y nada tenía de extraño, desde que la mañana había dado lugar a aquellas y otras precauciones. Alonso de E s c o b a r y el propio hijo del doctor aseguraban a su turno que estaban viendo jugar a los trucos y apostando en
las
paradas, cuando
entró un indio diciendo que había cuchilladas
en la plaza y a
la bulla salieron.
Por
último, los dos Figueroa
probaban
que
habían almorzado con perfecto apetito en c a s a de su madre doña A n a de Guzmán, y la testigo que esto a b o n a b a , doña María de los Reyes,
viuda de un capitán, lo a s e g u r a b a con
pero no bajo su
firma,
pues
juramento,
siendo tan gran s e ñ o r a no sabía
escribir, como el descortés curial lo puso por
diligencia en el
proceso. T o d o era en balde, entre tanto, porque además de la pública notoriedad del lance, había testigos contestes que lo habían presenciado hasta en sus últimos detalles. Eran
los principales de
éstos, sin contar los propios ofendidos, el alcaide de la c á r c e l ya nombrado, el sacristán mayor de la catedral, Gregorio Bernal del M e r c a d o , un negociante llamado Alonso R e y Barrueta, que por a c a s o se encontraba aquella mañana en su tienda bajo los portales, y por último un individuo del nombre de Fernando G a bria, que, estando preso en la cárcel, h a b í a visto desde una ventona toda la pendencia. El 2 7 de enero de 1 6 1 3 , esto es, cinco meses después del atenía
194
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
íado, la R e a l Audiencia pronunció al fin su fallo y los principales reos fueron condenados a las penas y mullas que reza la siguiente sentencia, que por breve desciframos de los autos que la contienen en su foja 3 7 2 : «En la causa criminal del general don P e d r o Lisperguer y el capitán don D i e g o González M o n t e r o con el doctor Andrés G i ménez de M e n d o z a , capitán Andrés y Francisco de Fuenzalida, Alonso de E s c o b a r Villarroel, Alonso S á n c h e z C a d e n a ,
Baltazar
D í a z de Carvajal, Luis de la C u e b a el mozo, Andrés de Mendoza y J u a n de C u e b a , sobre la pendencia que tuvieron en la plaza de esta ciudad con los dichos don P e d r o Lisperguer y don D i e g o González, visto, etc., fallamos que por la culpa que contra el dicho doctor M e n d o z a y demás consortes resulta, que los debemos condenar
y condenamos:
al dicho
doctor en cuatro
años de destierro de esta ciudad y sus términos y en cuatrocientos patacones; y a
los
dos
capitanes
Fuenzalida en otros dos años
Andrés y F r a n c i s c o
de destierro,
de
todos precisos de
esta ciudad y sus términos, y en otros doscientos patacones a cada uno de los susodichos, y no lo quebranten los unos ni los otros, pena de cumplirlo doblado; y así mismo condenamos a dicho Andrés Ximenes ( l ) en dos años de destierro de esta dicha ciudad, los cuales salga a cumplir cada ( 2 ) que por esta
Real
Audiencia le fuere mandado y en cincuenta patacones; y a todos ¡os demás reos contenidos en la causa de esta nuestra sentencia así mismo les condenamos
a cada
uno de ellos en
veinte
patacones, que unos y otros aplicamos para la C á m a r a de S . M . y gastos de estrados por mitad y en las armas con que delinquieron, que aplicamos conforme a la ley, que por esta
nuestra
sentencia definitiva así lo pronunciamos, e mandamos con costas. «El licenciado, Hernando El licenciado, Juan
Talaverano
Uallegos.
Caja!.
«Dieron y pronunciaron esta sentencia los señores
presidente
y oidores de esta Real Audiencia que en ella firmaron sus nombres estando haciendo audiencia pública en la ciudad de
San-
tiago de Chile en veinte y siete días del mes de henero de mil seiscientos y quinze a ñ o s . ( 1 ) El hijo. (2) Falló quizá la palabra vez.
HISTORIA
Balfazar
DE
195
SANTIAGO
Maldonado*.
¿Cumplióse esta sentencia, cuya lenidad salta a la vista y al •criterio? L o ignoramos. Lisperguer y Montero, que habían sido proceso, tuvieron la
magnanimidad
la
parte
civil en el
de desistirse de su acusa-
ción, cuando, promulgada la sentencia, se vio por ella quiénes habían sido los acometidos y quiénes los p e r p e t r a d o r e s . — «Juramos a D i o s , decían ambos en su escrito de desistimiento dos •días posteriores a la sentencia,
y por esta "{* que este aparta-
miento no es de malicia ni por temor de que se nos haga
jus-
ticia, sino por el servicio de D i o s y del rey». El juicio, sin embargo, prosiguió su curso. Apelaron del fallo los delincuentes en recurso de revista, y confirmólo la Audienc i a ; pero el mayor número de aquellos prisión.
El
había salido
ya de su
doctor M e n d o z a habíase refugiado en Concepción.
S á n c h e z de la C a d e n a se encontraba atendiendo tranquilamente a sus negocios en el valle de Quillota
y muchos de los otros
s e habían ido bajo fianzas de resultas a sus c a s a s . E r a aquel asunto una inminente dificultad social y talvez terminó en el olvido impotencia de de generosidad
y la reconciliación
de los espíritus y en la
la ley para dominar su fiereza o sus arranques y de perdón, antes que por los respetos o el
temor de un tribunal que no había sabido prevenir el escándalo, a pesar de un oportuno aviso, c o m o no había sabido después castigarlo, a la postre de un largo p r o c e s o . P a s a m o s ahora a presentar el prestigio de la Real Audiencia bajo faces muy diversas en su aspecto exterior pero uniformes •en su significado histórico y moral.
CAPITULO
XV
Oidores y obispos Tendencia invasora de las autoridades coloniales y especialmeníe de las eclesiásticas.—Primera competencia entre el obispo del Imperial y el de Santiago.— Rara mansedumbre del obispo Medellin.—El terrible fraile Juan Pérez de Espinosa.—Su primera disputa de jurisdicción.—Entrométese en la administración del hospital,—Ardiente querella con los oidores por la precedencia en los perges.—Los
As-
oidores le intiman arresto y él los excomulga, saliéndose de la
ciudad.—Santiago en entredicho.—La quebrada del Obispo.—Triunfo definitivo de Pérez de Espinosa.—Disputas de Lazo de la Vega sobre el beso del evangelio.—Prudencia con que zanjan estos alborotos el obispo Villarroel y el marqués de Baides.
D e c í a m o s en el capítulo de esta historia que precede al anterior,
que uno de los caracteres más señalados del poderío de
la R e a l Audiencia en nuestro d e otros miento,
suelo
poderes y su omnímoda
fué su tendencia invasora
aspiración a su engrandeci-
ya se tratase de
una fútil ceremonia, ya de una cues-
tión vital de jurisdicción.
Prometíamos también comprobar ese
.sistema cuyo desarrollo y peripecias ocupa casi por entero, junto •con la guerra de A r a u c o , la era colonial, y en cumplimiento de esa promesa vamos a recordar algunos interesantes c a s o s ocurridos en la primera mitad del siglo de que nos ocupamos. S e observará por su sola enunciación que ese afán febril de prerogativas era un achaque universal de todas las autoridades y a civiles, ya militares, ya eclesiásticas, y de las últimas principalmente, porque nada hay más metido en las c o s a s terrenales •de nuestros mayores que el cielo y sus representantes. V a m o s a
198
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ver salir por consiguiente al proscenio de estos ruidosos dalos, oidores con sus garnachas esposas
y copetes,
escán-
obispos con
sus
y sus excomuniones, presidentes calzados de espuelas y
ceñidos de la banda ofrecida por la mano del rey, inquisidores y sus tizones, canónigos con sus controversias de c o r o , alguaciles llevando en la mano la vara de la justicia para poner la paz entre los bandos, monacillos metidos en cuestiones de asperges, frailes eternamente envueltos en tremebundos capítulos, que terminaban en cismas o en abiertas rebeliones, y por último, un p o c o más adelante, por las calles,
las monjas mismas corriendo
despavoridas
y a los graves oidores tras de ellas, y m u c h a s
otras ocurrencias por el estilo de las que hoy mismo a c o n t e c e n . C o m e n z a r e m o s por la primera querella entre la audiencia y el metropolitano. A todo señor todo honor. Habían sucedido al pacífico y prudente cura y obispo G o n z á lez M a r m o l e j o .tres frailes franciscanos tendencias misma
tan opuestas,
cogulla
hubiese
que
de índole diversa y d e
apenas podría
ocultado
creerse
conciencias
tan
que una
hondamente
separadas. Había sido el primero fray Fernando de Barrionue\ o-,, natural de G u a d a l a j a r a de España, que ha dejado memoria de santo, pero que no obstante pagó tributo a su edad poniéndose a disputar con su colega el obispo del Imperial, s o b r e si el territorio comprendido entre el M a u l e y el Nuble correspondía a su jurisdicción, pleito,
empero,
de hermanos que la Audiencia
de Lima sentenció el 3 de Diciembre última
T o m ó el fraile
de
1568
en favor de la.
diócesis. b á c u l o a la muerte de
franciscano natural de
aquel manso prelado, otro-
Lima y que había sido
guardián
del S o c o r r o en la capital. Llamábase fray D i e g o de Medellín, yc o n s a g r ó s e obispo en 2 8 de J u n i o de 1574.
Fué un varón hu-
milde, tranquilo, misionero, gran visitador de sus fieles, y cuéntase de él que era tanto su amor a la pobreza, que observando en una de sus visitas, a las que salía acompañado de un s o l o lego
(gloriosos tiempos de un
sencillo
cristianismo!) que
llevaba dos pequeños vasos de cristal para
éste
beber, le obligó a
dar uno de limosna, diciéndole que para apagar la sed b a s t a b a con el otro. Fué este obispo el que estableció la costumbre que rige
hasta
esta hora
misma en nuestra catedral, de tocar las
HISTORIA
campanas que
al tiempo de
DE
199
SANTIAGO
consagrar en la misa mayor, a fin de
los indígenas formaran
un respetuoso
concepto de aquel
a c t o augusto, pues todos los fieles eran obligados a arrodillarse, fuera en sus c a s a s , fuera en la vía pública. Fué fray P e d r o de Azuaga el tercero s a c a d o s todos de una sola celda,
de aquellos religiosos,
lo que prueba
la gran pre-
potencia de los claustros, en un siglo que había comenzado por la prepotencia de un fraile, el ilustre Cisneros, y terminaba en otro en que otro fraile era desde el confesonario el rey de E s paña (Froiián D í a z ) . M a s c o m o Azuaga muriera sin c o n s a g r a r s e antes de comenzar el nuevo siglo
(1597),
entró a gobernar la
diócesis otro fraile, también de S a n F r a n c i s c o . Era éste vaciado en un molde que todavía parece conservarse no del todo mutilado por la acción de los siglos y por más que su b o r r a s c o s a vida
le llevase
a morir en un
clauslro solitario, en
su
suelo
natal, del cual talvez le habría estado mejor no salir. E r a este prelado el célebre don J u a n Pérez de Espinosa, castellano de cuna y de alma, que pasó los años de su gobierno pastoral en una ardiente batalla con todos los que en demanda suya tenían una suma cualquiera de poder. V e r s ó la primera
disputa
que de este
obispo
se
s o b r e una persona de fuero eclesiástico (un sacristán
recuerda talvez) que
había sido arrestado por el corregidor de la ciudad, y sin más diligencia fulminó sobre el último, (que lo era talvez el ya conocido doctor Mendoza) el arma más terrible de la edad que recorremos, la
Hubo, empero, de humillarse el c o -
excomunión.
rregidor, que por lo común no era ante D i o s ,
gente que se humillaba ni
y, mediante la interposición de un eclesiástico pru-
dente, el funcionario civil fué perdonado. P o c o después armó pendencia el
mismo prelado con el go-
bierno local, a consecuencia de alegar derecho al hospital, que dependía
directamente
intervinieron en
del
ayuntamiento.
Pero
oportunamente
esfa vez dos jesuítas, que, aunque su
entrada
en el país era reciente, tenían ya una influencia colosal, pues no hay terrazgo en el mundo que haya dado con mejor rendimiento la semilla de Loyola que el del valle del M a p o c h o . El tercero y el más sobrevenir
en
ruidoso de sus
tiempo que
gobernaba
altercados no fardó en el
caballeresco
García
200
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
R a m ó n , y aquí es preciso confesar
que fué la R e a l
Audiencia
la que dio el primer paso del escándalo. A c o s t u m b r á b a s e en esa época en el ritual de la iglesia ofrecer en las
fiestas
de tabla o de asistencia
c o m o se llamaba técnicamente, ¡os
asperges,
el agua bendita, a
los
o
canónigos
antes que a los oidores, y éstos, que no podían sufrir tamaño desacato, ocurrieron al rey pidiendo justicia y reparación. El C o n s e j o de Indias, que siempre manifestó un espíritu ilustrado y conciliatorio en todas aquellas nimiedades, que llegaban a su acuerdo abultadas de escándalos, dispuso que se a Ja
costumbre,
frase
ambigua
que nada
estuviese
resolvía y que
en
España se usaba de continuo en las más arduas c o m o en las más fútiles consultas del gobierno de las Indias. P a r a contentar, empero, de alguna manera a los oidores por el desaire de hecho de su pretensión, resolvió al mismo tiempo el Real C o n s e j o rebajar la soberbia del obispo, ordenándole que cuando
asistiese
a la Catedral por funciones de tabla llevase su cauda un solo paje... P e r o los oidores no pudieron resignarse a que los canónigos mojasen primero que ellos sus dedos en el hisopo de los monacillos, y resolvieron, después de un profundo acuerdo, no entrar a la iglesia sino después que hubiesen D e aquí la cólera del obispo,
concluido los asperges.
y s o b r e la
cólera,
la excomu-
nión, c o m o el rayo en pos del trueno. Los
oidores
con
todo
(cosa extraña!)
copete delante de la primera
prueba,
razón al airado pastor, le intiman
y
no abaten su altivo para hacer entrar en
orden de arresto
dentro de
su propio palacio. Sin embargo, para hacerle saber el vejatorio rescripto, el alguacil mayor, encargado de notificárselo, de
rodillas a
púsose
fin de leérselo, c o m o los condenados a muerte,
que así oyen la sentencia de su suplicio. N o era hombre que
se paraba en
soberbio fraile castellano, y haciendo furtivamente de su edificada;
casa, pues
y después
c o s a s de p o c a cuenta el ensillar su muía, salióse
la obispaldía no estaba todavía
de declarar la
ciudad en
entredicho,
es
decir, suspendida la validez y administración de todos los s a c r a mentos, fuese a esconder su cólera y a esperar la sanción de su omnipotencia en una garganta profunda de la c h á c a r a del
Salto
HISTORIA D E
201
SANTIAGO
propiedad entonces de los descendientes del capitán Rodrigo de Araya, que fué su primitivo dueño ( l ) . Llámase todavía por la •gente del lugar aquel agreste sitio la Quebrada
del
Obispo.
S u s cálculos no fallaron esta vez al terco prelado. El pueblo, teniendo
no
dónde
oir misa ni quién se
la dijera, comenzó a
murmurar, a hacer corrillos, a lanzar gritos: y ios oidores, que •los
escuchaban
desde
sus ventanas, estrechados
entre su so-
berbia y su miedo al peligro del cielo que les amenazaba, consintieron en humillarse. R e v o c a r o n en consecuencia sus autos y fueron a recibir prosternados al triunfante obispo, saliendo a su encuentro hasta el arrabal de la C h i m b a . En España quedaban, sin embargo, todavía sucesores de aquel rey llamado por excelencia el católico •de Ñapóles ahorcase
que, mandó a su virrey
los cursores del P a p a
si no andaban en
•quietud, y años más tarde en desagravio de la paz pública, ordenaron
a Pérez de Espinosa
se
trasladase a España,
donde
murió humillado en una celda de su antiguo convento de Sevilla, legando, a pesar
suyo, su fortuna, qué p a s a b a de sesenta
mil pesos, a la catedral de la colonia que tanto había agitado •con su insaciable codicia de mando.
Todo
el bien que
había
hecho a su diócesis era fundar el primer seminario que tuvo el reino ( 2 ) . Siguióse a este gran escándalo otro de menor cuantía y entre -análagos personajes.
L o s oidores solicitaron
asiento de prefe-
rencia sobre toda otra autoridad dentro de la iglesia, pues dec í a n ser los representantes directos del rey, mas en esta materia quiso
el
último (Felipe III, el piadoso)
dar la razón al repre-
sentante directo de D i o s . En pos de esta desavenencia tocó su turno al propio capitán -general, que lo era a la sazón nada menos que el valeroso don F r a n c i s c o L a z o de la V e g a . Habríase creído un hombre de su •altura y de su fama, superior a las nimiedades frailescas de su época, pero no obstante que vivió siempre con la espada des(1) Por esto en manuscritos antiguos se habla del Salto de Araya, que no es • como el Salto de Alvarado. sino el despeñadero del agua. (2) Establecióse éste al parecer en la cuadra que va de la plazuela de Santa Ana a la calle de la Compañía. El padre Ovalle marca en la mediania de aquella .un edificio eclesiástico que llama San Ángel, y éste era probablemente el seminario lundado por Pérez Espinosa.
202
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
envainada entre los b á r b a r o s , y a pesar de gobernar la iglesiadurante el mayor tiempo de su mando militar el b o n d a d o s o o b i s po don F r a n c i s c o S a l c e d o , entabló querella en una de sus raras b a j a d a s a la capital por dos capítulos harto singulares. E r a el primero porque los diáconos no le presentaban a besar el evangelio después de
dársele lectura sobre la mesa del altar, y el
segundo porque no
venían
los monacillos hasta su silla presi-
dencial a incensarlo con oloroso zahumerio. En a m b a s pretensiones salió con todo desairado el ¡lustre capitán, pues el
hijo
de Felipe II, de quien se ha dicho había nacido más para fraile que para rey, tenía resuelto el c a s o en favor de la iglesia por una
real
cédula dada en Balsain
el 5 de setiembre de 1 6 0 9 .
Sucedieron, no obstante, al presidente y al obispo, dos hombres de temple superior, que cortaron de raíz una de aquellas necias disputas con asistencia al
una sola y mutua cortesía.
templo del marqués de
Baides,
En la primera
sucesor de Lazo-
de la V e g a , el ilustre obispo Villarroel, que tomó el puesto de S a l c e d o ( 1 6 3 8 ) , ordenó que se llevase el evangelio al presidente, y éste, rehusando aceptar el honor después de concedido, libertó a todos los presidentes futuros de una ceremonia que era una simple cuestión de fastidio, y esto porque el marqués de Baidesfué, según las propias palabras de su muy enemigo
de punios*
émulo,
«gran c a b a l l e r o ,
(l).
P e r o aun nos queda por contar el más grave y el más interesante de los episodios de aquella edad de controversias, cuyo
(1) El ilustre Villarroel, como es sabido, dedicó al presidente de Chile su f a mosa obra destinada, bajo el título significativo de los Dos cuchillos o.gobierno eclesiástico pacífico, a poner fin a aquellas insensatas reyertas, que duraban ya cerca de medio siglo. Hablando precisamente del incidente aquí recordado, el eminente prelado, se expresa en estos propios tiempos: «Fué don Francisco de Zúñiga, conde de Pedroso y marqués de Baides gran caballero, muy enemigo de puntos, apacibilísimo en la condición, terror de los indios, alivio de los vasallos, de grandísimas cortesías y grande reverenciador de la iglesia, estaba mejor que yoen las ceremonias: asistió a una fiesta: celebré yo de pontifical: mandé al canónigo que habia cantado el evangelio que le llevase el libro y no lo quiso admitir: hice grandes diligencias desde el alfar y no fué posible recabarlo con él: con que q u e dó ejecutoriado, que a los gobernadores no se les ha de bajar el libro de los evangelios. Quedó él conocido por religioso y cortesano, edificado el pueblo de la cortesía del obispo y yo quedé sin escrúpulo de haber torcido algo la ceremonia, p o r que es muy justo que en obsequio de su rey, use el obispo de alguna dispensación en el rígido del ceremonial».—(¿os dos cuchillos).—Tomo II. pág. 192, Madrid, 1738.
HISTORIA
fuego escondido
DE
203
SANTIAGO
suele todavía echar súbitas llamaradas, ya al
pie del solio civil, ya al de los altares. Y c o m o este c a s o es a la vez característico de la época en que tuvo lugar y del carácter de los hombres que en él tomaron parte, va a sernos perdonado el que
lo
refiramos con
alguna
detención y en capítulo separado, tanto más cuanto que una rara fortuna
puso en
nuestras
manos
minuciosos de su desarrollo.
los testimonios
auténticos
y
CAPITULO
XVI
La Inquisición y la Audiencia Espantosa miseria de España durante el reino de Felipe II y de su hijo.—Saqueo de los galeones de América por orden del rey.—Felipe IV, por economía, ordena que la Inquisición de América viva de rentas propias y manda suprimir ocho canongías.—El obispo Salcedo dispone cumplir la real cédula de la supresión.— El cabildo eclesiástico de Santiago.—El
deán don Tomás de Santiago.—Los
oidores.—Los dos Machado de Chavez.—Controversia sobre la supresión de canongías.—El deán Santiago se avoca al juicio como comisario de la Inquisición de Lima.—Recurso de fuerza de los canónigos
a la Audiencia.—Triunfo
del cabildo.—Nueva cuestión sobre la herencia del judío Manuel Bautista Pérez, quemado en Lima.—Vuelve el comisario a reclamar su jurisdicción.—Desfierra bajo partida de registro del canónigo Valenzuela.—La Audiencia sostiene a los canónigos.—El comisario ocurre a los inquisidores de Lima, y altivas instrucciones que éstos le envían.—En consecuencia, excomulga al gobernador del obispado y publica la bula de Pablo V.—Terror del pueblo y desaliento de la Audiencia.—Remífense los autos en caso de concordia al virrey de Lima.—El comisario continúa sus cobranzas a nombre de la Inquisición.—Episodio de Coquimbo.— Llega a Chile el venerable obispo Villarroel.—Su severidad con los agentes de la Inquisición en la Serena.—Desaire que le hace el comisario a la vuelta de su visita y castigo sumario que le impone.—El gobernador del obispado lo prende dentro de la iglesia y le embarga su vajilla.—Refugiase el deán en San Agustín, (orna el hábito y prosigue sus sumarios contra el cabildo eclesiástico y el obispo. Angustias del pueblo y rogativas públicas que se hacen por la restitución de la paz.—El obispo solicita el auxilio del brazo secular y se apodera del deán, trasladándolo en una silla a Santo Domingo.—El canónigo Machado le remacha grillos.—Terribles severidades del obispo,—Humíllase al fin el comisario.—La codicia de la Inquisición es la única causa de estos alborotos.—Reflexiones.— Avenimiento prudente del obispo Villarroel y del presidente Baides.—Única
de-
savenencia del cabildo con Villarroel.—Publica éste su célebre obra Los dos cuchillos y la dedica al último.—Carta del marqués de Baides al obispo,
El reinado de Felipe II había sido de tanta prodigalidad c o m o de insondable miseria.
Al
paso que edificaba el Escorial, este
206
BENJAMÍN
V e r s a l l e s de sombrío moles y de oro, a
VICUÑA
granito,
Santa
y
MACKENNA
levantaba en R o m a , de már-
M a r í a la M a y o r , c o m o rival de las
basílicas de los pontífices, no
tenía, según cuenta Michelet, ni
el rey ni su ministro el cardenal Granvella con que costear un expreso urgente durante la guerra de Flandes. En consecuencia, el rey se había hecho salteador, c o m o que todos los reyes más o menos lo son un p o c o ,
y
había llegado su temeridad a tal
punto, que mientras sus alguaciles
embargaban a los labriegos
hasta sus humildes arados, su hermana
la
princesa de P a r m a
hacía saquear los galeones que llegaban a Cádiz c a r g a d o s del o r o de las Indias para vaciarlo en el exhauto tesoro ( l ) . N o fué menos infeliz y menesteroso el reinado de Felipe III, que sólo cuidó de mantener gordos bien provistas
y opulentos a sus frailes,
las despensas de sus monjas y mantenidos con
explendor los santos ministros de la santa Inquisición. D e s e a n d o , con todo, su hijo Felipe I V , un tanto más ilustrado y libertino, aliviar su erario del grave peso que le imponía el sustento de esta
última
iniquidad,
que
su abuelo Felipe II
había establecido en América en el siglo X V I , dispuso que la sostuviesen sus mismo, que
propios
subditos ultramarinos, o lo que es lo
los americanos pagasen por ser
quemados
vivos.
O r d e n ó con este motivo S . M . por real cédula de 1 4 de abril de 1 6 3 3 que se suprimiese una canongía de cada una de las o c h o catedrales que existían entonces en la América del S u r , a fin de aplicar su salario a la hoguera ( 2 ) . (1) La Puente.—Historia de España, tomo 13, pág. 5 3 . — «Os represento, escribía la princesa al rey, el agravio y gravísimo daño por venir, sobre habérseles tomado tantas veces (el oro) y tan gran suma y estar los mercaderes tan quebrados y las personas y vecinos de las Indias tan escandalizados, y a términos que sería totalmente acabarlos de destruir». (2) Toda la relación que va a seguir está fundada en papeles autógrafos que una casualidad nos proporcionó en Lima en 1860 y que conservamos originales. Consisten principalmente en una serie de cartas del deán de nuestra caledral, don Tomás de Santiago, comisario de la Inquisición en Chile, al inquisidor mayor de la misma en Lima, Juan de Mañosea, y que abrazan un período de más de diez años ( 1 6 3 5 - 1 6 4 6 ) . El que desee consultar estos sucesos con más detención, puede leer el discurso de nuestra incorporación a la facultad de filosofía y humanidades de la Universidad de Chile el 27 de agosto de 1862 con el título de Lo que fué la Inquisición en Chile. Respecto de las otras competencias eclesiástico-civiles y en general todo lo relativo a la iglesia chilena, puede estudiarse con mucho fruto la notable historia del señor Eizaguirre.
HISTORIA
DE
207
SANTIAGO
C u a n d o tocó su término a S a n t i a g o , g o b e r n a b a la iglesia el b o n d a d o s o S a l c e d o , y convocando en el acto a su cabildo (junio 1 6 de 1 6 3 4 ) , prestó inmediata obediencia al real rescripto. Allí mismo
ordenó
que
tan luego c o m o falleciera uno de los
canónigos quedase suprimida su prebenda y aplicada su renta, que consistía en una parte de los diezmos, al sostén de la Inquisición de Lima. Mantenía ésta sólo tres estériles sucursales en nuestro suelo, a saber:
en la S e r e n a , C o n c e p c i ó n
E r a el comisario de esta
última
y Santiago.
el misericordioso obispo S a l -
cedo. Sin embargo, antes que ninguno dos,
de
los robustos prebenda-
desapareció del mundo el anciano obispo ( 1 6 3 5 ) .
-consecuencia a sucederle como comisario
de la
Entró en
Inquisición el
deán don T o m á s de Santiago por nombramiento del tribunal de Lima. En cuanto al obispado,
quedó en sede vacante por tres
•años, hasta qué' vino provisto desde España el ilustre fraile agustino G a s p a r de Villarroel, En el intervalo fué nombrado provisor y gobernador del obispado uno de los canónigos de más influencia por sus altos entroncamientos, llamado don J u a n M a c h a d o de Chávez, que años más tarde ( 1 6 5 0 ) fué obispo de Popayán. Eran los oíros miembros del
cabildo
.seno van a nacer estas agitaciones,
eclesiástico,
además
en
cuyo
del deán de S a n -
t i a g o , don Lope de Landa Butrón (arcediano), don D i e g o López de A z o c a r (chantre), don J u a n de Pastene (tesorero) y los prebendados don J e r ó n i m o
Salvatierra,
don J u a n
Aranguez V a -
lenzuela, don P e d r o C a m a c h o y don Francisco Navarro, todos •criollos, oriundos de Chile, con la sola excepción del provisor M a c h a d o avencidado en S a n t i a g o desde
1 6 0 9 , en que vino con
-el oidor su padre, y del deán T o m á s de S a n t i a g o , que se había trasladado de España a la edad de doce años, y los más, c o m o P a s t e n e , Landa Butrón y Pérez de A z o c a r , pertenecientes a las más nobles y antiguas familias de la colonia. El provisor M a c h a d o era además hermano del oidor don P e dro M a c h a d o de Chávez, a cuya influencia sin duda debió su nombramiento, pues era el último un caballero de grandes campanillas, emparentado además con otro de los oidores llamado el doctor don J á c o m o A d a r o y S a n
Martín,
quien, a su vez.
208
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
tenía relaciones de consanguinidad con el tercer oidor don P e dro González de G ü e m e s ,
Y
téngase presente lo antigua que
es esta cuestión de parentela en nuestro suelo, aun en los másaltos cuerpos
del
Estado,
y
por allí podrá s a c a r s e la conse-
cuencia de muchos fenómenos tristes o miserables
que con f r e -
cuencia se suceden. El único oidor que no parecía estar implicado por estas conexiones de sangre, a virtud talvez de estar recién llegado era • el llamado don P e d r o Gutiérrez de L u g o ( l ) . Hecho este elenco de los personajes del drama, vamos a a s i s tir a sus peripecias. A poco de haber llegado a S a n t i a g o la real orden de supresión de prebendas, uno de los canónigos, don Francisco Navarro agoviado a c a s o por el peso de los años, asilóse, c o m o e r a de costumbre y casi de moda en esa edad, desde el retiro de C a r los V al claustro de Yuste. en una celda del convento de S a n F r a n c i s c o para morir allí, lejos del bullicio y de los pecados del mundo. J u z g ó s e l e , por tanto, muerto civilmente, y se consultó a Ta C o r t e s o b r e si debería considerarse c o m o suprema la prebenda que disfrutaba, resolución que fué aprobada por real ordenel 3 1 de agosto de 1 6 3 5 . Hasta aquí la Inquisición de Lima y su delegado en S a n t i a g o no tenían' derecho de queja, porque mientras más aprisa
viniese
a sus cofres la renta suprimida, más de su a g r a d o sería la diligencia de su comisario. En cuanto a que el
canónigo
muriese
en una cama recamada de encajes o en la tarima de una celda, era c o s a de poca sustancia con tal que muriese pronto. ( l ) Los dos Machado eran hijos de aquel llamado Hernando Machado, que vino de fiscal de la primera Audiencia en 1609, y quien, como fal, acluó en la c a u sa Lisperguer-Mendoza en 1614. Don Pedro, que parecia ser su hijo mayor y haber venido nacido de Lima o de Europa, enfró a su fumo en la fiscalia el 14 de mayo de 1632 y recibió los garnachos de oidor el 19 de diciembre de 1635. Después le encontraremos desempeñando importantes comisiones civiles y aún militaresen el reino. Adaro era oidor diez años antes que Machado, pues vino de fiscal en 1622, y González de Güemes y Gutiérrez de Lugo eran los más modernos, datando el empleo del primero, de mayo de 1 6 3 5 y el del segundo de abril de 1636. En cuanto al canónigo don Juan de Pasfene, debía ser hermano del licenciado' don Francisco, que fan pocos ánimos y tan buenas piernas mostró en la pendencia, de San Quintín en 1614, y nieto del almirante jenovés don Juan Bautista Pasfene. Primo hermano, en consecuencia, del historiador Ovalle. Los otros eran apellidos conocidamente criollos, y el de Azocar y Lando Butrón, de gente que guardaba pergaminos.
HISTORIA
DE
209
SANTIAGO
N o pensaban, Sin embargo, de la misma manera los c a n ó n i g o s criollos de Santiago, que no podían mirar con buenos ojos
la
disminución de la renta de su c o r o en obsequio de un tribunal extranjero, y que, sea laicos y eclesiásticos,
dicho
en
honor
nunca miraron
de
todos los chilenos
con apego aquella abomi-
nación del infierno. Vieron por esto desde lejos, y jamás en el suelo de la patria, el humo de sus tizones. P o r esta razón sin duda, y por ganar tiempo, habían promovido y consultado la supresión de la renta del canónigo Navarro, pues estando éste vivo, podía reclamar, hacer pleito, resistir de hecho, y de esta suerte retardar por algunos anos la consumación del despojo, pues en esto de expedientes y chicanas eran tan diestros nuestros abuelos c o m o lo son sus hijos, que al fin de ellos lo heredaron. P o r desgracia, y casi al mismo tiempo en que volvía de E s paña aprobada de
Navarro,
la consulta sobre la
murió otro de
supresión de la prebenda
los canónigos,
el llamado
Salva-
tierra. Y de aquí el conflicto. El cabildo eclesiástico, con el gobernador del obispado a sur c a b e z a y a su espalda la Real Audiencia, a virtud de Navarro era nula y quedaba
paren-
sin efecto por haber fenecido
de hecho otro de los canónigos; y al efecto claustro a voz de capítulo la
del
precisáronse a sostener que la supresión de la prebenda
tesco,
de parentela)
hicieron salir del
(voz tan poderosa en S a n t i a g o c o m o
y tomar su asiento en
el c o r o a su anciano
colega, a fin de certificar con el hecho la verdad de su reclamo. M a s el comisario de la Inquisición, que era en todo digno de ella
y especialmente en su
feroz,
sostuvo
temerario orgullo y en
con evidente injusticia que no era
difunto Salvatierra, sujeta todavía
en su
su avaricia la renta del
percepción a
trámites
demorosos, sino la de Navarro, cuyos escudos sin duda ya estaban pasando por su mano, la que
debía declararse válida y
subsistente. D e aquí el escándalo. Corrió
la controversia
algunos
meses levantando de punto,
día por día, hasta que en una sesión solemne del cabildo eclesiástico, el obstinado comisario de los inquisidores, que hemos 14
210
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
dicho era también deán de aquella corporación, solicitó saliese de
la sala el canónigo Navarro,
(Agosto
19 de 1 6 3 6 ) ;
dispuesto
en las
que se
hallaba
allí presente
y una vez así ejecutado, a virtud de lo
leyes capitulares, pidió
aquél
diese en el acto cumplimiento a la real orden
con
altivez se
que había
dado
por supresa la canongía del canónigo vivo y que se hallaba en el recinto de cuerpo presente. P o r toda respuesta, el arcediano L a n d a de Butrón, envalentonado t a b a la Audiencia al cabildo,
con la mano fuerte que pres-
tomó en su mano la real cédula
aludida, y poniéndola sobre la cabeza, después de haberla besado
con profunda reverencia, dijo
decía
c o m o cédula y carta de su señor y rey natural, pero en
cuanto
a su
cumplimiento, no
ha
«que la obedece lugar,»
y la
obe-
fórmula preciosa de
aquellos tiempos del embrollo que hasta hoy día no se a c a b a n ! P e r o una c o s a era el Rey
y otra la Inquisición;
y el esforzado
deán, tomando el nudo por su cuenta, cortólo de un golpe, declarando que embargaba
la renta
absoluta y universal jurisdicción tenía
c o m o representante
del
de Navarro en mérito de la sobre
vidas
y haciendas que
S a n t o Oficio de Lima, del cual
S a n t i a g o era una remota dependencia. El remedio del cabildo estaba muy cerca, y c o m o T o m á s A . B e c k e t , arzobispo de Cantorbery, fuese entonces un santo muy p o c o conocido en nuestra tierra, pues era santo inglés, ocurrió en
el acto
a la Audiencia,
del comisario: Lima,
diciendo de fuerza en el e m b a r g o
«Y así, escribía este mismo a sus comitentes de
en A g o s t o de 1 6 3 6 ,
se presentaron a la Audiencia
por
vía de fuerza, y c o m o tiene el canónigo Navarro al oidor M a c h a d o de
esta Audiencia, y éste
q u e se hacen la
barba
trae las
y el copete
voluntades de otros
por sus
dependencias, lo
jian querido apoyar por este camino, por espantarme, que soy p o c o espantadizo». Y en seguida, dando razón de su personalidad
y de la de
sus émulos en el cabildo, c o m o daba la de
s u s oidores, decía en esa misma epístola estas palabras verdaderamente notables c o m o e c o de aquellos siglos:
«Me han que-
rido comer vivo todos mis compañeros, a que se junta ser recién entrado en el
Deanato
de esta
S a n t a Iglesia,
y pedir y
requerir a dichos compañeros me dejasen usar y gozar de todas las
preeminencias
que
los deanes
mis antecesores tuvieron y
HISTORIA
211
D E SANTIAGO
^gozaron. D e esfa suerte es que c o m o iodos son criollos, y yo de
España, aunque criado en esfa
fierra desde doce años, s e
han aunado todos contra mí, que no pongo c o s a en el cabildo que la
quieran
tratar,
con ser muy justa, obligándome a re-
nunciar» . Excusado
es
entre
•amparo al cabildo,
tanto
decir que la Audiencia prestó su
y que al fin el rey dio la razón al último,
•declarando (abril 6 de 1638) suprimida la canongía
del difunto
Salvatierra y subsistente la inmortal de Navarro. P e r o no era el deán S a n t i a g o hombre que se dejase vencer ni por el cabildo eclesiástico,
ni por la Audiencia,
ni por el
mismo rey. Mientras tuviese en las manos un fragmento siquiera •del pendón del S a n t o Oficio, él continuaría reclamando su o m nipotencia y su venganza. N o tardó en presentársele
propicia ocasión
para ejercitar la
una y la otra. P o r el mismo tiempo en que llegaban la confirmación real de Ja sentencia
que absolvía
al prebendado Navarro, cuya resu-
rrección civil había causado tan malos ratos al vengativo comisario, recibía éste órdenes perentorias de sus poderdantes para •embargar las mercaderías de un negociante de S a n f i a g o llamado P e d r o Martínez G a g o que había resultado deudor de un infeliz millonario
portugués, a quien, por rico,
inquisidor mayor,
Juan
de M a ñ o z c a ,
declaró judaizante
el
y c o m o a tal lo quemó
en un auto solemne el 2 3 de Enero de 1639 ( l ) . D e b í a ser Martínez G a g o fuste de su
uno de los comerciantes de m á s
é p o c a , el Lataste y el B e s a
•como decía el comisario
contestando a
embargo de los inquisidores,
«no
de su siglo, porque, los mandamientos
hay oidor,
de
ni canónigo, ni
provisor, ni clérigo, ni fraile que no esté enredado en estos bienes de P e r o Martínez G a g o . »
P o r manera que el rencoroso s a -
yón iba a tener c o m o tomar cuenta y represalia de todos y cada uno de los que se habían
mostrado sus enemigos, los oidores.
Jos canónigos y el previsor. «Y así, decía el mismo en la carta
( l ) El célebre Manuel Bautista Pérez, dueño de la casa llamada de Pilatos, •que se muestra todavía cerca de San Francisco en Lima, y a quien se confiscaron más de seiscientos mil pesos.—(Véase mi opúsculo Francisco Aloyen).
212
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
q u e a c a b a m o s de citar, al mejor tiempo que
se podía pedir
a
b o c a , vinieron las comisiones». C u a n d o éstas llegaron para
la cobranza
y
ejecución
había
muerto el mercader Martínez; pero los inquisidores, que no omitían precauciones
ni para el fuego ni para el despojo, ordena-
ban a su delegado que procediera en ese c a s o contra del deudor,
el suegro
don J e r ó n i m o de la V e g a , embargándole una f a c -
tura de efectos traída por el difunto de E s p a ñ a que veintiocho
mil
importaba
pesos. E s t a s mercaderías debían depositarse en
manos del rico naviero J u a n de Heredia, que hacía el
tráfico-
entre V a l p a r a í s o y el C a l l a o . La deuda ejecutiva
del S a n t o Oficio contra
la
sucesión
P é r e z G a g o era sólo de dos mil pesos; pero c o m o de testamentaría, que, c o m o
las
esta tierra deudas de humo o necen
de
concurso,
era
suelen
de granito, (porque o
de
deuda ser en
se desva-
o porque son eternas) a fin de evitar percances
y escri-
turas de dudoso origen (que las hay!), el mañoso deán
resolvió
avocarse el conocimiento de la eclesiástica
y de su privativo
causa a derecho
título de
jurisdicción
s o b r e todo lo creado.
A l e g a b a además, c o m o fundamento para constituirse en juez d e su propia causa, el hecho de testamentaría
tener alguna participación
de Martínez G a g o
los canónigos don
en la
Francisco-
C a m a c h o y don J u a n Aranguez de Valenzuela, con quienes el comisario tenía cuentas antiguas por supresa.
el negocio de la canongía-
L a deuda de C a m a c h o era sólo de 4 0 pesos, y aunque
ignoramos cual fuera la ingerencia de Aranguez en este negocio, fué tal la perversidad y el odio del comisario, que le obligó
a
ir hasta E s p a ñ a a justificarse ante el supremo tribunal del S a n to Oficio de sus denuncios o
calumnias
que,
muy parecidas y por lo general una sola. D e
son
dos
nada
cosas
había va-
lido al infeliz prebendado que la Audiencia y el Presidente, que lo era, según dijimos, don Francisco L a z o de la V e g a , a su perseguidor con grandes suspendiese
sumisiones
la orden de que el
(dice
pidiesen,
el mismo deán)'
tal canónigo pareciese ante el
tribunal supremo ( l ) .
( l ) Esfa orden fué confirmada por los inquisidores de Lima Andrés Juan G a i tán y Antonio de Castro el 8 de octubre de 1642.
HISTORIA.
DE
213
SANTIAGO
T o d o esto emprendía el comisario don
Tomás
de
Santiago
p o r hacerse pago de dos mil pesos y por vengarse de sus enemigos. P e r o los demás acreedores de la testamentaría tínez
G a g o , que eran muchos y personas de
•consentir en que por
tales motivos
se
de M a r -
valer, no podían
hiciese
eclesiástico
un
juicio a todas luces de jurisdición civil, y por lo tanto entablaron competencia al deán- y le ganaron el pleito. z a n con la Audiencia, escribía el
«Y me amena-
comisario al inquisidor
Ma
ñozca, que en todo se quiere meter hasta los c o d o s » . C u a n d o la nueva de la osada competencia
llegó a los oídos
•de los esbirros de Lima, exaltóse su furor, y en el acto ocurrieron al arbitrio supremo que anonadaba como el rayo todas las dificultades, a la excomunión.
El astuto deán
•en muchas de sus cartas que en S a n t i a g o cerse pagar con censuras
que con
les había escrito
«era más fácil
ha-
ejecuciones». ¡Trastornos de
los tiempos! ¿Quién podría escapar hoy al más mísero alguacil? .¡Y cuantos creen, c o m o niones
no
tienen
Napoleón
el Grande, que las excomu-
más poder que un cañonazo
disparado con
pólvora! ¡Oh perversidad de los tiempos y de los hombres que tienen deudas! D i o , pues, órdenes M a ñ o z c a los oidores, al cabildo
a su
satélite de excomulgar a
eclesiástico y al
obispado, si de cualquier
manera
se
mismo gobernador del oponían a
la c o b r a n z a .
«Y si les parece a esos señores de la Audiencia,
le decía en
-epístola del 8 de Febrero de 1 6 3 8 , que autógrafa tenemos a la vista, que podían
usar con
•eclesiásticos, se engañarán que S u •cuidado.
Majestad
Ud.
c o m o con
malamente
y
los demás
levantarán
ordena y manda, que después
jueces
contra
lo
podrá darles
Y si le echan de esa tierra, no es mala é s t a » .
C o n estas medidas de alto coturno subieron •grado de fermento, que, habiendo
las c o s a s a tal
llevado el comisario su inso-
lencia hasta leer las cartas de M a ñ o z c a en plena Audiencia, le •amenazaron
sus ministros con meterle
en un buque y echarle
por díscolo del reino. C o n todo, algo flaquearon sus delante del resplandor siniestro del A c h o .
espíritus
«Algo han amainado,
escribía, en efecto, el comisario a los inquisidores, viendo mi resolución de que digo que me embarquen, y yo los
dejo
exco-
214
BENJAMÍN
mulgados si me
VICUÑA
MACKENNA
embarcasen, y veremos quién los absuelve, si.
no es V . 5 . y los demás s e ñ o r e s » . El pérfido deán, c o m o hombre cauto, consultaba sin embargoa sus señores en esta propia carta, datada en Valparaíso, si debería excomulgar sólo a los oidores que le eran adversos, o a toda la Audiencia, «porque dicen que si dejo uno con la jurisdicción de la Audiencia, les escribía, éste uno que deje me mandará que absuelva a los demás, y luego andarán las opiniones de los frailes de estar excomulgados y no estar excomulgados,, y andar en cisma.»
En esta misma carta leíanse estas palabras-
que encierran una profunda y c o n s o l a d o r a
filosofía
para el his-
toriador que pasea la vivida linterna de la verdad por aquellosdías tenebrosos:
«Toda esta tierra (Chile) está por conquistar y
no conocen al S a n t o
Oficio,
y
por
esto
y
h a c e r a su señoría y demás señores una gran decir, un solemne auto
de
hasta
que
veart-
demostración,*
es
fe.
P e r o la c o s a no paró aquí.
El deán
había doblegado a la¡
Audiencia, P e r o faltábale postrar a sus pies al propio g o b e r n a nor del obispado,
de
quien
se
mostraba
desembozado rival.
P a r a el deán S a n t i a g o era corta ambición sucederle en el mandoaccidental de la iglesia Chilena ( l ) . El comisario, en consecuencia, excomulgó al gobernador del obispado en nombre de
la
Inquisición, y el gobernador
5
exco-
mulgó al comisario a nombre de la Iglesia. Y tanta era la exaltación de los ánimos, que el deán hubo de llamar en su auxilio al presidente Lazo de la V e g a , que, ocupado de los b á r b a r o s , había parecido mantenerse en estricta neutralidad durante aquella querella que no era de cañones
sino
de
cánones.
«Escribí af
gobernador, dice S a n t i a g o en una de sus cartas a Lima, sobre-
( l ) En la conducía del deán Sanfiago había a la verdad fanío de orgullo y decodícia como ambición de mando. En íodas sus carias a Juan de Mañozca concluía deseándole el arzobispado de Lima, sólo por adularle; en oirás le hacía p r e sente el envío de «plumeros, orejones, lenguas y lomos de vacas» (que esos eran los únicos presentes de la íierra) hasfa que en una caria de 19 de marzo de 1637, descubriendo su miseria, le decia esias palabras, a propósifo del nombramiento en propiedad del obispo que debía suceder a Salcedo: «Y siendo el elecío algunode los de esa ciudad (Lima), y no habiendo de venir ían presto, se sirva hacerme merced de pedirlo para mí el gobierno del obispado, que no lo hago tanto por la codicia de mandar, cuanto porque el provisor que al presente es, hace mil injusticias» .
HISTORIA
DE
215
SANTIAGO
estas c o s a s , diciendo que estos señores (los oidores) no guardaban cédulas de S . M . gran
ni las querían obedecer, y como a tan
lo llamaba para que me diese todo favor y ayu-
príncipe
da; y c o m o el previsor de este obispado es hermano del oidor M a c h a d o , y el señor oidor A d a r o está emparentado con el dicho oidor Güemes, por el casamiento que dicen ha hecho, se hacen la b a r b a y el copete unos a otros, con la mano del dicho provisor, el cual me excomulgó
de parficipanfis
y por incurso en
la bula de la C e n a , habiéndole excomulgado querer entrometerse a c o n o c e r
yo
primero,
por
de una causa de los bienes de
P e d r o Martínez G a g o , s o b r e unos desacatos que tuvo el c a n ó nigo Francisco C a m a c h o , canónigo de esta iglesia, por haberle embargado unos cuarenta pesos que debía a los bienes de dicho P e d r o Martínez
Gago.»
P e r o al fin era preciso que aquellos escándalos inauditos que traían desquiciada la sociedad creencias cinco años
y los de
caudales, incesante
en
tuviesen agitación.
sus ejes más esenciales,
las
algún término, después de El
propio
temerario deán
había ya dado la última campanada de arrebato publicando por bando la terrible bula de P í o V , que era el estado la iglesia,
«para aterrar la plebe del pueblo,»
de sitio
de
decía el d e s b o c a -
do sayón. M a s , fuera que este atentado colmara el último límite de la tolerancia, fuese que interviniese el presidente Lazo de la V e g a con su autoridad, o,
lo que es más probable, que el prestigio
o el mandato del obispo
nuevamente electo y recién llegado a
la capital, fray G a s p a r de Villarroel, tuviese algún valimiento en los ánimos, fué lo cierto que el alboroto se disipó en gran manera, o por lo m e n o s quedó aplazado,
remitiéndose todos
cuerpos de autos, las cobranzas como las excomuniones, en de
concordia
los caso
al virrey de Lima, que lo era a la sazón don Luis
Fernández de C a b r e r a , conde de Chinchón. Importaba esto talvez un pasajero triunfo para
la
indómita
arrogancia del comisario del S a n t o Oficio: pero su hora le h a b í a al fin llegado, y quien le haría purgar todas sus culpas y des a c a t o s sería un fraile humilde, que con su sabiduría y su
ca-
ridad llenó de duradera gloria el hasta entonces oscuro asiento
216
BENJAMÍN
•de nuestra
diócesis.
No
VICUÑA
MACKENNA
necesitamos volver a nombrar a fray
G a s p a r de Villarroel. D e s p u é s de concluidos o aplazados los pleitos ejecutivos de la testamentaría de P e d r o Martínez G a g o ,
había
continuado,
en
-efecto, el codicioso c o b r a d o r persiguiendo a los infelices deudores del S a n t o Oficio (quien se instituía heredero s o b r e los hijos y deudos de los mismos que quemaba), haciendo pagar a unos con
«seiscientos quintales de sebo,> a otros con
cobre,»
«doscientos de
a otros, en fin, con zuelas y cordobanes. El Reino
no
d a b a más, y por esto talvez fué que no tuvimos hogueras; que si C o p i a p ó se descubre doscientos años antes, más de uno de nuestros abuelos habría pasado a la otra vida c o m o los portug u e s e s ricos de Lima. P e r o no contento con sus depredaciones personales, aquel insaciable esbirro mandó agentes a L a S e r e n a , y con tales exigencias, que hubo de armarse partido en el pueb l o , andando la gente amotinada por las calles gritando los unos Aquí
del rey!
y los otros Aquí
de la Inquisición!
(l).
P o r fortuna, encontrábase a la sazón en aquel pueblo,
hacien-
d o su visita pastoral, el ilustre Villarroel, y no pudiendo s o b r e llevar con
paciencia tantos
desmanes, hizo
castigar con exce-
sivo rigor y aun con vapulaciones a los esbirros del deán S a n tiago, sin cuidarse si
alguno
de
ellos
•eclesiástico. D e él mismo potentado aquellos que era
«un deanejo de
tuviese
no carácter
que los enviaba, díjoles a
burlas»,
rigo su delegado, cuyo nombre era
o
amenazando
b a alborotando las gentes lo haría volver a S a n t i a g o 3a cola de su caballo» B a j o tan
ominosos
al clé-
Ampuero, que si continua«atado a
(2). auspicios
s ó el obispo a la capital
para el soberbio deán, regre-
y llegó
a
su palacio en la víspera
del día de S a n Andrés, en el verano
de 1 6 3 8 . Fuéronle a re-
cibir al c o r o todos sus canónigos;
más tardó
el deán en pre-
(1) Véase sobre esfe episodio el discurso universitario citado. (2) Carta del deán Santiago al receptor general del Santo Oficio de Lima don Pedro Oiorio de Lodio, fecha en Santiago el 2 2 de enero de 1639. El deán dice en esta carta que Villarroel hizo poner en el cepo al clérigo Ampuero y que lo azoaron de tal modo que le pusiéronla espalda «como un sombrero negro». Por no incurrir en repeticiones y no prolongar en demasié esfe episodio, recurrimos desde esta parte a la relación que antes teníamos hecha de estos notables sucesos.
HISTORIA
DE
217
SANTIAGO
-sentarse, siendo que a él le cumplía llegar primero, pues c o m o a la más alta dignidad entre los prebendados, érale privativo el •citarlos para
congregarse". Disimuló
el obispo
la punzada que
le d a b a aquel desaire; más tan luego c o m o llegó el deán a su presencia, reconvínole con aspereza, cortesía,
en
razón
de su falta de
multándole en cuatro pesos p o r la estudianda tardan-
za que había puesto en
llegar. Amostazóse el deán con aquel
recibimiento y dijo a su prelado que apelaba de la multa, porque el inquisidor era insigne litigante c u r s o s del oficio. P e r o el
obispo,
se quedaba, por lo mismo, en
y
entendía todos
los re-
si no sabía de leyes, jamás
medio
del
juró por su consagración, dice el mismo
camino, deán
y así
en la
«me
carta ci-
tada, aludiendo a los cuatro pesos de multa, que me los había de llevar, con grande soberbia.» juraba en falso,
le
aumentó
Y
para
hacerle
ver
incontinenti la multa
que no
hasta
cien
pesos. Volvió a apelar el deán,
«una, dos y tres veces», de aquella
sentencia de menor cuantía, y su superior mandó a allí mismo preso al
estallando entonces la cólera de
sus clérigos y prebendados que hiciesen
temerario subalterno, que así
desobedecía
su autoridad. D e b í a pasar todo esto en la sacristía de la catedral, porque el deán refiere el lance c o m o si hubiera tenido lugar fuera del recinto de la Iglesia,
«pues yo, cuenta
ror de dicho señor obispo y su
el mismo,
no me prendiesen y fui huyendo hacia calle, y dicho
viendo el fu-
cólera, dije a los clérigos que el c o r o para irme a la
señor obispo mandó que me prendiesen, y don
J u a n M a c h a d o (el famoso provisor) llegó a mí con sus criados, -diciendo que después se vería eso, y fuese p r e s o » . Condujeron
entonces
mismo obispo, y allí
al
destronado
los canónigos
deán a
encerraron
la
capilla
Inquisición, que muy pronto se vería reducido, bajo las de su propio pastor, a la condición de
del
al l o b o de la manos
sumiso cordero de la
grey sacerdotal. Aquella misma noche mandó el obispo al
provisor
Machado
que fuese a casa del comisario y descerrajase sus armarios secretos, estrayendo
todos
los papeles de
s i e m p r e temía que aquel ministro de
la
Inquisición,
pues
escondidas venganzas es-
218
BENJAMÍN
VICUÑA
íuviera fraguando alguna contra
MACKENNA
su
persona. Llevóse
sor todo el archivo del comisario y una cuantas jilla de plata, (botín del
santo
el p r o v i -
piezas de v a -
oficio) hasta completar el
valor
de la multa de cien pesos que el obispo había impuesto al deán. P a r a aumentar la ignominia de éste, dejó M a c h a d o preso en el cepo
a uno de
sus
mayordomos,
porque no quiso de pronto'
entregarle las llaves. Al otro día, que era el de la
festividad de S a n Andrés,
el
obispo, sin declenicar en su saña, hizo venir a su presencia al comisario, que tampoco s e s g a b a en lo menor por su haciéndole sentar en una silleta
parte,
y
forrada en cuero de vaca, cosai
que tuvo a gran afrenta el deán, acostumbrado talvez a los mullidos terciopelos del c o r o , le tomó su
confesión,
asesorándose
con dos letrados, sin que faltara el oidor M a c h a d o a la entre-vista, pues era
la infeliz suerte del comisario de la Inquisición
que si e s c a p a b a de las manos de un hermano, iba, sin remedio, a estrellarse en las del otro, siempre oprimido entre los dos poderes, el civil y el eclesiástico, que él
había
osadamente p r o -
vocado y que ahora, a su vez, le caían encima de consuno. D e s p u é s de aquel trámite de humillación, el al doctor S a n t i a g o se por
cárcel,
en
mantuviese en su
castigo
de su
obispo
ordenó'
c a s a , la que le
desacato, señalándole
daba,
para
su-
guarda dos criados de la propia servidumbre de su Ilustrísima, a quienes el mismo reo
debía pagar cuatro pesos diarios, por-
que espiasen todos sus p a s o s . Resignóse el enfurecido comisario a d e v o r a r nes,
fingiendo
sus
humillacio-
apariencias, pero a escondidas púsose a fraguar
sus terribles sumarias, llamando munión mayor, para que
testigos,
declararan
sus
bajo pena
de
exco-
desavenencias con el
obispo. M a s , no tardó éste en saberlo, y aquí el conflicto tocó a su término, porque era fuerza que uno de los meterse a obediencia y a la paz que de los ánimos, puestos ya, desde más
exigía
el
había
de
el estado
so-
violento
de tres años atrás, p o r
culpa de un clérigo desatentado, en la más O r d e n ó , en consecuencia,
dos
obispo que
aflictiva
ansiedad.
prendieran
al c o -
misario en su domicilio, resuelto, sin duda, a ejecutar en su
per-
sona un ejemplar castigo. P e r o súpolo en tiempo el astuto deám
HISTORIA
DB
219
SANTIAGO
por dos familiares que se lo avisaron, y púsose en salvo, asilándose en S a n Agustín, donde pidió el hábito para sustraerse por de pronto a la inevitable jurisdicción y a la justa
saña
de su
prelado. P e r o , ¡cosa singular! no por esto
aquel hombre, cuya porfía
rayaba en el frenesí, dejó de proseguir, c o m o el mismo lo a s e vera, sus tramas secretas contra el obispo y su clero en la celda en que se había asilado, y hacía llamar ahi testigos para adelantar su prueba,
conminándoles con
excomunión si
sus secretos; pero el obispo no tardaba y levantando la excomunión del S a n t o
revelaban
en llamarles a su vez, Oficio, y poniendo por
amenaza la de los cánones, arrancaba la
verdad de las decla-
raciones. N o era ya dable que aquel estado de alarma y provocaciones se prolongase por más tiempo. El pueblo se veía sumergido en a más azarosa inquietud. El obispo había
excomulgado al co-
misario y éste a sus dos provisores. Hacíanse c a s porque se restituyese
rogativas
públi-
la paz a la iglesia, y el mismo pre-
lado encomendaba a los fieles desde el pulpito que rogasen a D i o s porque volviese al buen camino
el extraviado deán.
Más
todo era inútil. La resistencia de aquel parecía indestructible. Resolvióse entonces el obispo a pedir auxilio al brazo s e c u lar, y dióselo la audiencia de buen grado, comisionando a uno de los alcaldes con vara
de justicia, para
deán sobre todos los fueros de S a n Agustín, que era,
sin
obispo Villarroel, pues por
que aprehendiese al
la Inquisición y del hábito de
embargo, el
mismo que llevaba
humildad nunca
se vistió
de
el
otra
manera. «Al fin me aprehendieron, dice el deán, y me llevaron a S a n to Domingo en una silla, con mucha gente.»
P e r o no por esto
dejó de excomulgar al alcalde que puso en ejecución su captura, conminándole con la multa de dos mil pesos. M a s nada valía ya al infeliz deán, cuya
omnipotencia de
quisidor había caído por los suelos, delante
in-
de la mitra y del
copete, Al p o c o
rato de encontrarse
S a n t o D o m i n g o , cuyo
en una
celda
o
prior era fray Bernardino
pariente de los dos M a c h a d o de Chaves,
calabozo de
de
Albornos,
se presentó uno
de
220 éstos
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
«y me echó, dice el prisionero, dicho provisor, unos grillos
muy bien remachados y dormí toda
aquella
noche
con ellos,
que es la primera c o s a que ha sucedido en las Indias ni en todo el mundo. Y de esta manera la R e a l Audiencia, el cabildo el capitán
general,
el
todas las víctimas
desventurado
del furor
Manuel
eclesiástico,
Bautista Pérez
y
inquisitorial quedaron, al fin, con-
dignamente vengadas. P e r o aun faltaba algo más para la espiación. En pos del c a s tigo
debía
venir
la humillación. AI
o b i s p o se presentó en
el
siguiente
día,
cnando
el
claustro de S a n t o D o m i n g o , salió a
su encuentro el a c o n g o j a d o deán y «me eché a sus pies, cuenta él mismo, y le dije que en qué
le había ofendido,
rase que el canónigo Aranguez de Valenzuela,
demás prebendados se querían vengar de mi», y otras que por este estilo añade el deán en su
que mi-
con todos
los
lástimas
carta citada a los in-
quisidores. Levantóle el obispo del suelo y
ordenó
grillos y los hábitos de fraile agustino cargándole se fuese
tranquilamente
que a
se
le
quitaran
llevaba
los
puesto, en-
su iglesia, haciéndole a
la vez presente con estas significativas palabras
lo
que
podía
mportarle su conducta en adelante. En su lengua
y en su
pluma
esfa
su
vida!
Y , sin embargo, cuan p o c o se cuidaba el rencoroso inquisidor delegado de
aquel c o n s e j o !
En
la misma carta en que lo
r e c o r d a b a decía a sus comitentes de Lima, que el obispo «era el diablo»
y les pedía que, c o m o
a su comisario, lo inhibiesen
de la jurisdicción de aquel, sin duda para volver a las lencias de que aun no se veía libre. P a r a
hacer cabal
turbujusticia
al comisario de la Inquisición, debemos añadir que al pedir las penas de sus enemigos al S a n t o Oficio, se expresaba en estos blandos rantir.
términos, cuya sinceridad
no
«Si bien de mí soy compasivo*
sona lo tengo remitido, mas el dignidad que
nos
atreveríamos a ga-
y lo que toca a mi per-
agravio que se
ejerzo no es mío sino de V . S . y esos
del tribunal y así con misericordia pido a V . S . res se haga justicia lante.»
ha hecho a la
blanda
para
la
enmienda
y
señores
esos seño-
de lo
de ade-
HISTOBIA
DE
221
SANTIAGO
El enérgico prelado de la diócesis, después de aquel s u c e s o iba, con todo, reduciéndole a su
deber, y
que hubo de postrarle en el abatimiento, el propio reo en su última carta a
los
tanta
dureza, día
dice
inquisidores, que tiene
la fecha de junio 2 3 de 1 6 4 0 ) me hace de cabeza, y estoy amilanado,
con
«pues cada amenazas
del zepo y
e impide por debajo de cuerda
cada día estas comisiones (las cobranzas), diciéndome sus palabrasdas asi de esos señores (los inquisidores) c o m o contra mí, y c o m o es prelado, soporto con paciencia y prudencia, y digo a todo que tiene razón y c o m o s o m o s de sangre y carne se siente, y a la menor palabra, me dice: borrachón acuyá,
acá y
y lo padezco por ese S a n i o Tribunal
borrachón
y trescientos
pe-
s o s que me ha llevado de multas». Y nunca anduvo más acertado el deán Santiago que al juntar el S a n t o Oficio con su multa de trescientos pesos, pues misión que él y sus delegantes
tuvieron
en
toda la
Chile
fué el más
afrentoso peculado, porque, c o m o hemos visto, sin
ningún o b -
jeto de fe, sino del despojo de unos cuantos
infelices,
ponían
a todo el reino en alboroto, violando leyes y cometiendo todo género de desacatos. Consuela, empero, saber en definitiva que el botín
de aque-
llos sacrilegos especuladores fué harto e s c a s o , porque en su última carta el comisario dice amargamente esíos
tres años
no se ha cobrado
a
sus
señores:
En
blanca.
T a l e s fueron algunos de los sucesos político-religiosos de la primera mitad del siglo X V I I , cuya significación moral se presta a graves meditaciones del filósofo y del
hisioriador, porque
al menos están probando que la base de nuestra existencia c o lonial, c o m o fondo
y c o m o forma, c o m o principios externos y
como
fué
vida íntima,
esencial
y
exclusivamente
eclesiástica.
C o n s i s t í a por esto el orgullo de las más altas familias criollas en tener sus representantes en el clero, componiéndose el c o r o de S a n t i a g o , cien años después
de
su fundación, casi
entera-
mente de hijos de su pueblo. E s al propio tiempo digna de una o b s e r v a c i ó n especialísima por
su
aplicación
local,
la circuns.
222
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
íancia de que el móvil principal que agitaba siempre las pasiones de las autoridades, de las gerarquías y del pueblo, era esa tradicional e
irremediable parsimonia, que es el tipo
distintivo
de nuestro pueblo, en cuyo corazón, mientras todo ha pasado, ha quedado siempre inmóvil c o m o la
colina
ostenta en su centro, y tan eterno c o m o nías que gravitan casi todos
sus
de
r o c a s que se
los censos y capella-
solares, aquella idolatría que
M o i s é s encontró arraigada en su pueblo después de haber dict a d o el decálago. C o n todo, llegaron, puede decirse, a su apojeo por aquellos a ñ o s los furores de la controversia y la codicia, porque vino a aplacarlos un hombre sabio
y
desinteresado, a quien,
murió con la dignidad de uno
de
los
primeros
de la América,, le encontraron por todo caudal y cia
seis
reales de
plata
en
el
bién cuando este mismo hombre
bolsillo.
Fué
eminente
o b r a ya citada con el título los Dos
cuando
arzobispados toda
heren-
entonces
escribió su
tam-
célebr.e
destinando dos
cuchillos,
volúmenes, monumentos de investigación y de paciencia, a deslindar pacíficamente conforme a la ley y a la justicia los fueros de la Iglesia y del Estado. En prenda de jimos, dedicó aquel enorme trabajo
buena
fe, según di-
a la autoridad civil del rei-
no, con la cual partiera de hecho el
poder
y
la
equidad.
tan a maravilla tuvo el último aquella paz entre ambos nos, quedando cada cuchillo,
el civil y
el
eclesiástico,
de su vaina, que en la carta en que aceptó la cíale estas palabras: día tantas
«Veo que se abrazan en otros no ha excomulgado
ocasiones,
oidor pero ni alguacil*
dentro
dedicatoria de-
los magistrados y los obispos, y en esta de V . S . cada
Y
gobier-
gobiernos
ofreciéndose
V . S . no
sólo
(l).
( l ) Carta de don Francisco López de Zúñiga, marqués de Baides, al obispo Villarroel.—Concepción, mayo 3 0 de 1646. Sin embargo, Villarroel en una ocasión pagó también en el principio de su gobierno, tributo a su siglo con motivo de la procesión del apóstol Santiago en 1639, Según refiere Carvallo, acostumbrábase basta ese año que cargaran el anda del apóstol dos canónigos y dos regidores. Ocurriósele al obispo suprimir los hombros de éstos y poner los de cuatro prebendados. Enojóse en consecuencia el cabildo, y al año siguiente (1640) celebró la procesión del patrono en San Francisco.
HISTORIA
DE
223
SANTIAGO
Así corría entre tanto su triste y lánguida
vida
la
colonia.
D o s eran sus grandes y casi únicas faces. En las fronteras los b á r b a r o s . En el centro los oidores,
los canónigos y los inqui-
sidores que no eran sino otra especie de b á r b a r o s . liz presidente escapando de las lanzas de
ios
unos
Y el infepara
ser
•ensartado en las plumas y en los hisopos de los otros, veíase -obligado cuando bajaba
a Santiago a
escuchar
sus
absurdos
y sus desmanes sin tener para dirimirlos otro poder que el de sus espuelas. P o r esto, sin duda, decía el maestre de campo de L a z o de la V e g a , don S a n t i a g o Tesillo,
«que
no
ha
habido
•gobernadores de más atormentados oidos que los de C h i l e » . Tiempo es,
pues, de
volver en otra
dirección la vista, que
los o j o s también sufren tormento de la monotonía. V a m o s por consiguiente a ocuparnos
del
crecimiento
mate-
rial del pueblo cuya múltiple historia nos empeñamos en trazar. A
bien que no p o c o s argumentos y
c a s o s eclesiásticos hemos
de encontrar todavía en nuestro camino y en el propio siglo a c u y a primera mitad hemos llegado.
CAPITULO
XVII.
La m i t a d d e u n siglo El siglo XVII es una era de dolor para Sanfiago.—Ruina de las
siete
ciudades
y emigración de viudas y menesterosos que recibe Sanfiago.—Intentan los indios de servidumbre levantarse, y se salva la ciudad por un refuerzo inesperado de tropas.—Gran avenida de 1609.—Construcción de los primeros tajamares por Ginés de Lillo.—Agua de Ramón.—Abolición
de las encomiendas y su reem-
plazo por e! tributo personal,—La mita y los mingacos.—Pobreza
indecible de
Sanfiago.—Única renta de su cabildo en 1611.—Padrón de la ciudad en 1615. —Segunda inundación de 1618.—Espantosa epidemia de viruelas.—Muere de pesadumbre el gobernador Lope de Ulloa.—Desarrollo de la ciudad de 1618 a 1626.—El primer plano de Santiago.—Idea de los demás que ha tenido hasta la fecha, sus vistas panorámicas, paisajes, etc.—Adelanto de las calles, arquitectura, empedrados. - Nuevas plazoletas de San Saturnino y de Sania A n a . — Fundación de las parroquias de Santa Ana y San Isidro. — Aspecto general de la plaza de armas, sus edificios públicos y privados.—El
palacio arzobispal y
sus litigios.—La Cañada.—Una vista de las cordilleras según el padre Ovclle. —Abundancia de mantenimientos en Sanfiago.—Baratura prodigiosa del mercado en 1654.—Escasa población de la ciudad y crecido exceso de las mujeres. —Efectos sociales de esfa desigualdad.—Aspecto solitario de las calles.—Ex_ fraordinario número de negros y cómo son quemados vivos.—Singular fecundidad de las familias patricias.—Costumbres domésticas, (rajes.—Lujo, presentes de boda.—Indignación
del jesuíta Ovalle contra los quitasoles.—Milicias ur-
banas de la ciudad.—Ostentación en el culto.—Innumerables procesiones de s e mana Santa.—La mecánica aplicada a los santos.—Horribles turnas llamadas de sangre.—Procesión
procesiones noc-
de la Vera Cruz. — Ejecutoria de noble-
za que imprimía su alumbrado.—Origen de esfa hermandad y del Cristo que todavía se venera.—Festividades de Corpus.—Competencia curiosa entre el C a bildo y la Audiencia sobre si debería ser la virgen del Socorro o la de la Victoria paírona de Sanfiago.—Triunfa la Audiencia.—Transformación de una Dolorosa en San Juan Bautista.—Mudanza de los siglos.
El siglo X V I I se inició
para
Sanfiago,
b a n a vamos a' entrar de nuevo más 15
en cuya crónica ur-
especialmente,
con
funes-
226
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ios augurios. U n a de aquellas calamidades que a haber tenido lugar en los pueblos
clásicos
de
la
antigüedad, habría
dado
noble tema a las artes, a la poesía y a la historia del mundo, había sido la alborada de
aquella edad que en otra
parte he-
mos dicho fué de tan crueles pruebas. Tal fué la ruina de llas siete ciudades de arriba, a un árbol fuera de sazón, habia esparcido en el
aque-
que, c o m o los retoños arrancados la
territorio
mano
imprudente de
araucano,
Valdivia
alimentándolos
con
la sangre, el oro, y, c o m o era natural, con la aversión de S a n tiago. En la misma madrugada en que los b á r b a r o s del sueño y de la
niebla quitaron la vida al
yola y a toda su comitiva en la ladera
del
a
la
Guadaba,
enfurecidas que el odio y el secreto de una vasta habían disciplinado,
cayeron sobre
las
sombra
gobernador
ciudades
Lo-
hordas
conjuración de
Valdivia
Villarrica, O s o r n o , la Imperial, A r a u c o , Cañete y Angol, y con la tea y el hacha las redujeron en una misma hora L a s dos primeras ciudades, yeron de un
a cenizas.
opulentas entonces con su oro, ca-
solo golpe, sorprendidas en el sueño,
notarse que en Valdivia,
puerto de
la
siendo de
otra, mataron
más
de
cuatrocientos cristianos, persiguiéndolos hasta las naves surtas en el río, donde algunas familias desnudas se refugiaron. Muéstrase todavía la pintoresca colonia en forma de cuchilla, dominando en su graciosa vuelta el Calle-Calle, donde existió la primitiva ciudad, y
compréndese
cómo
los
entero, sin dejar otra salida donde muchos perecieron ( l ) .
a
indios los
pudieron
cristianos
En O s o r n o ,
rodearla por
que
que era
la del río, ciudad de
mucho más cuenta y ta.lvez tan importante c o m o S a n t i a g o , si ha ( l ) El botín de la ciudad fué inmenso. Algunos, como Molina, que escribió en gran manera de memoria, lo hacen subir a dos millones de pesos, p^ro según J e rónimo de Quiroga. no pasó de cuatrocientos mil pesos, lo que era enorme para esa época. De los (res buques que salvaron con gente, dos de ellos, los de los maestres Balfano y Rojas, hicieron rumbo a Valparaíso. El tercero, del capitán Villarroel, se dirigió al Callao. Como la sorpresa fué más completa en Valdivia que en ninguna de las otras ciudades, los indios se apoderaron de los caballos y de las armas de los españoles, aprovechándose de aquellos y escondiendo as últimas en los bosques. Tenemos en nuestro poder un precioso arcabuz de aquella época, que, rosando un bosque hace cinco años, a pocas leguas de Valdivia, encontraron los labriegos enterrado en una espesura, y cuya posesión debimos a la generosa cortesía del señor tesorero don Francisco Adriasola, quien lo usaba para trancar la puerta de la
HISTORIA
•de consultarse .el plano que
DE
nos
227
SANTIAGO
ha
quedado de
sus
ruinas,
incendiadas todas las c a s a s , pudieron ganar el fuerte algunos c a balleros con sus esposas y sus hijos, y saliendo por sus
mura-
llas «como leones hambrientos», dice el maestre de campo J e r ó n i mo de Quiroga, contuvieron
la
b á r b a r a canalla,
defendiéndose
treinta y dos meses con heroica constancia, hasta que, s o c o r r i d o s , escaparon en demanda de Chiloé, trayendo por guía un
crucifijo
que todavía se reverencia en una de las iglesias de S a n t i a g o
(Las
Claras). O t r o tanto hicieron los vecinos de Angol y la Imperial,
los úl_
timos bajo la dirección de doña Inés de Aguilera, heroína,
como
mujer, c o m o esposa y c o m o madre. En cuanto al pueblo de las Infantas que menciona un cronista, no se tuvo jamás noticia ni ha podido después marcarse sobre el mapa el sitio de sus ruinas,
(l)
El mismo O s o r n o estuvo por más de dos siglos sepultado bajo la sombra
de los bosques
que
crecieron
sobre sus claustros,
c u a n d o a fines del último debióse su noticia a la indiscreción
y de
un indio, costóle la cabeza, pereciendo a manos de un pueblo en •que el odio a los cristianos es una segunda vida. Ahora bien,
los fragmentos
de
aquellas siete ciudades que
escaparon a su destrucción, vinieron a posarse sobre la infeliz Santiago. L a s ramas del antiguo tronco, arrastradas por el turbión, volvían a su primitivo asiento para vivir de su savia, y si bien es
cierto que aquella segunda
inmigración (después de la
que había tenido lugar en la primera ruina que atrajo la muerte de Valdivia) aumentó el número de los pobladores de S a n t i a g o , dio ésta también
creces a sus desdichas y a su pobreza,
por-
que los que llegaban eran sólo menesterosos, niños y desamparadas viudas.
T o d o s los que
habían
sabido o podido
sucumbieron en la porfiada y sublime resistencia.
pelear
«Redujéronse
a la mendicidad ilustres familias, dice hablando de estas adversidades un prolijo cronista; muchas salieron del reino, otras se esparcieron por él y no pocas quedaron prisioneras» (2). tesorería. Pesa al menos tres arrobas y es de puro cobre preciosamente occidado. (1) Jerónimo de Quiroga. No debe confundirse ¡as Infantes con los Infantes, llamados también Angol y los Confínes. (2) Córdova Figucroa, pág. 184.—Cerca de medio siglo después (1641), el marqués de Baides rescató algunos de aquellos infelices cautivos, y entre oíros
228
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
P e r o ni el propio pueblo de S a n t i a g o , a pesar de su lejaníade! teatro del levantamiento, de su y del
hábito de la
obediencia
sumisión ya casi completa,
y del látigo, dejó de participar-
de aquella conmoción que puso a todo el país en la ladera deun abismo.
Temeroso el vecindario de que, c o m o en los tiem-
pos del primer Villagra, otro Lautaro viniese en demanda de la capital del reino, el alcalde M e l c h o r J o f r é del Águila, hijo sinduda del conquistador y patricio J u a n J o f r é , levantó bandera de enganche para
correr la
tierra hasta el
desarrollo de la insurrección.
Maule
y observar el
S ó l o veinte vecinos
respondieron
a su voz y con ellos partió a galope para el sur. D e esta ausencia, tal vez imprudente, quisieron aprovechárselos mapochinos,
c o m o sus mayores lo habían
ejecutado en la
primera salida de Valdivia, y fuese de m®tu propio, fuese por instigaciones venidas de allende el
B í o b í o , resolvieron
aquellos
romper su penosa servidumbre y hacer con los vecinos de S a n tiago lo que sus compatriotas habían hecho con las S i e t e Ciudades. D e j ó s e ver,
por fortuna,
el peligro antes de
explosión, y la pequeña hueste que había día,
tuvo
lugar
dice J e r ó n i m o hizo varear
la hora de la
ido hacia
de regresar en tiempo oportuno. de
Q u i r o g a , que casi
( l ) la ciudad, retirar
fué
un
el medio
«El alcalde,
contemporáneo,
las familias a
un recinto y
ponerse todos a la defensa, con temor de perderse si no eran socorridos». Fuéronlo, sin embargo, de una manera casi milagrosa, por la. columna
de sesenta portugueses que había traído de L i s b o a a
la noble familia de don Pedro Méndez dcSofomayor. La mayor parte de los descendientes de los españoles, sin embargo, y especialmente las mujeres, se negaban tenazmente a volver a la vida civilizada. ( l ) Esta es la palabra que usa Quiroga, según un manuscrito de su obra que existe en la Biblioteca Nacional y que parece fué propiedad .del doctor Vera. Pero en el texto de la publicación hecha por Valladares en el Semanario' erudiío, tomo 23. pág. 212, se lee barrear, esto es, defender con barreras o trincheras la ciudad. Por lo demás, la edición de Valladares, aunque dice que es copia fíe! del que escribió Quiroga, ofrece frecuentes variantes con el texto manuscrito de la Biblioteca, y a nuestro juicio en demérito del último. Queremos citar un solo ejemplo. Hablando del gobernador Quiñones, Quiroga lo caracteriza enérgicamente en estas dos palabras: Era un caballero rispido y rico. La edición de Valladares dice: Era un caballero de resolución v rico, lo que tiene un significado muy diverso.
HISTORIA
DE
229
SANTIAGO
B u e n o s Aires don Francisco Rodríguez Ovalie del M a n z a n o , y •que el gobernador de B u e n o s Aires, tío del último capitán, había despachado a toda prisa, temeroso del rumbo que llevaban los s u c e s o s de Chile. Sentíanse, pues, todavía hondamente en la capital los efectos •de aquella calamidad, cuyos pobladores así pagaban otra vez la insensatez de su fundador, cuando una nueva desgracia
pública
vino a poner de nuevo su temple a prueba. Fué ésta la primera y terrible
inundación del M a p o c h o , de que hemos hablado en
-otra ocasión para recordar sus y que
ocurrió
el último
estragos en vidas y haciendas,
día de
la P a s c u a
1 6 0 9 , es decir, en pleno otoño y en
lo
de P e n t e c o s t é s de
más sazonado de las
mieses. Tan considerable fué el destrozo de la avenida, que hubo de bajar
de las
fronteras el g o b e r n a d o r G a r c í a
R a m ó n a " poner
remedio. A c o r d ó s e esto con la fabricación de los primeros tajamares que espacio
cubrieron la población
que hoy se extienden
-de gallos y el Puente agrimensor general Chile,
de
abierto
el maestre de
corrían en el
cal y canto.
Cancha
Fué su constructor el
J i n é s Lillo, el d e c a n o de los ingenieros de
a quien el pueblo, el
en cabildo
y que parece
entre la plazuela de la
dieron
gobernador y el obispo
reunidos
autorizaciones suficientes, junto con
campo J u a n de
Quiroga,
«sin
más
diligencia,
autos ni espacio alguno de p a p e l o t e s . , dice el cronista C a r v a l l o . En p o c o s años quedó concluida la o b r a , y fué tan bien ejecutada, que según aquel historiador, muerto a
principios de este
siglo, (y en un hospital de B u e n o s Aires, puesto que fué historiador), nos dice que a fines del último «se miraban todavía sus vestigios y admira
su solidez». Hoy mismo el agua suele d e s -
cubrir algunos de sus derruidos cimientos en la parte que h a c e frente a la plaza
del mercado.
Fué también sin duda por este tiempo cuando
volvió a me-
•ditarse el traer a la ciudad el agua llamada de R a m ó n , y que sin duda
recibió
esfe
bautismo del nombre de aquel goberna-
dor, pues antes y aún después se la llamaba de Viíacura,
por el
g o b e r n a d o r peruano que gobernaba en el M a p o c h o a la entrada
BENJAMÍN
230
de Valdivia, talidad, No
pararon
declaraba
bién indios
los indios r e b e l a d o s
aquí las d e s g r a c i a s
esclavos
a título de guerra
a los mitayos de cédulas,
vivido s ó l o
a
corpas,
anaconas
Santiago,
egoísta
sultados,
al virrey
de E s q u i l a c h e ,
colonia
porque-
en su origen del
Perú
cupo
altamente don
de
del
tamyugo
E s t e fué un golpe d e
de
sus
que hasta
ahí
encomiendas.
decretada desde
1601,.
humanitaria en sus r e -
Francisco
la gloria
fronterizos,,
(llamados
del M a p o c h o ,
del sudor y del tributo
como
indios
y yanaconas)
la conquista.
C u p o el honor de plantear esta medida, y si bien
los
o indios de encomienda
muerte para la perezosa
hace
de
a ñ o s de este siglo, ( 1 6 0 8 ) , al p a s o que Felipe III
servil que les había impuesto
había
(l).
de los vecinos
de su total ruina que no tardaría en llegar,
los primeros
libertaba
MACKENNA
y al que, por el delito de ofrecer al último h o s p i -
mataron
precursoras en
VICUÑA
su
de B o r j a , ejecución
príncipe definitiva
a p e n a s ochenta a ñ o s al ilustre don A m b r o s i o O ' H i g g i n s ( 2 ) . .
(1) El señor don Joaquín Tocornal, muy conocedor de la crónica local de Santiago, y que en sus últimos años no bebía sino del agua de aquella fuente, en cuya vecindad tenía su chácara, aseguraba que la verdadera denominación de las vertientes era de Rabón, pero no recordamos que diese alguna razón de estenombre, al parecer poco fundado. (2) Lo que dio principalmente origen a la abolición, o más bien, reglamentación de la mila fué la alarmante disminución de la raza indígena, y por c o n s e cuencia la creciente escasez de operarios para las minas de Potosí y de Huancavélica que en gran número se sacaban de Chile, según en otro lugar dijimos. Renovóse la prohibición del trabajo forzado por R. C. de 8 de diciembre de 1610, y por último, planteóse en Chile por R. C. de 2 3 de julio de 1620, a cuyofin se constituyó en visitador el oidor don Hernando Machado, ya tantas veces nombrado. No llevó éste a cabo su comisión sin graves escándalos (como había, sucedido por igual motivo en el Perú en tiempo de Gonzalo Pizarro y después en el de los Jirones) según refiere Carvallo. En un libro existente en la biblioteca de Lima, con el título de Tratados de confirmaciones reales de encomiendas por el licenciado Antonio de León, (el c é lebre bibliógrafo americano), relator del consejo de Indias, impreso en Madrid en 1639, es decir, casi contemporáneamente, y que puede considerarse como un r e sumen del derecho público de los americanos en esa época, se cuenta en los términos siguientes la manera como se verificó la reforma entre nosotros: «En el reino de Chile, dice (pág. 112), se prohibió el servicio personal y se tasaron los indios por el virey del Perú, príncipe de Esquilache, don Francisco de Borja, que acabóen su tiempo lo que muchos de sus antecesores desearon, no sólo en ésta, sino en otras gravísimas materias, que dispuso y resolvió con el acierto que se esperaba del gran talento, inteligencia y cuidado que mostró en aquel virreinato. ¡¡De lo que vamos tratando, de Chile hizo ciertas ordenanzas que, enviadas por el consejo, con poca reformación se confirmaron y publicaron por ordenanzas reales. Enellas se tasó el tributo de los indios de las ciudades de Santiago, la Concepción, San Bartolomé de Gamboa y la Serena y sus términos a ocho pesos y medio cada, año, los seis para el encomendero, peso y medio para la doctrina, medio para e!¡
HISTORIA
DE
231
SANTIAGO
Dijimos ya en uno de los capítulos precedentes pobre caserío de S a n t i a g o en 1 6 1 0 ( l ) ,
cuan era el
inferior 'talvez al que
hoy tiene C a s a b l a n c a , y para formarse concepto de la opulencia edil del pueblo, nos bastará recordar que cuando llegó un a ñ o más tarde el gobernador J a r a Q u e m a d a a este miserable
reino,
c o m o lo llamaba en sus despachos al rey, lo ciudad sólo tenía de renta 6 0 0 pesos que le producía un derecho s o b r e el s e b o y el j a b ó n . D e s e s p e r ó s e de tal suerte el p o c o sufrido g o b e r n a d o r , que venía del regalo de Lima,
donde
fuera
como
gentil hombre del
marqués de M o n t e s C l a r o s , al encontrar la ciudad llena de viudas,
según refiere él mismo, y de soldados o c i o s o s ,
vagamundos
e indisciplinados, que pidió al rey le s a c a s e cuanto antes de sus penas llevándole a cualquier gobierno de C o s t a Firme o donde S . M . quisiese hacerle merced. P o c o más tarde una nueva invasión del río ocurrida en tiempo del timorato gobernador don L o p e de Ulloa
( 1 6 1 8 ) vino a
aumentar las z o z o b r a s y pesadumbres del amilanado vecindario. P a r e c e que esta vez el turbión rompió
por
su
antiguo
cauce
de la C a ñ a d a , porque cuenta J e r ó n i m o de Q u i r o g a que las monjas C l a r i s a s se refugiaron en la Catedral, comenzando
así sus
eternas peregrinaciones que las han dado un asiento diverso en c a d a siglo. Y el cielo, no contento con este nuevo eslabón añadido a la cadena de males que oprimía al pueblo, envió en pos una desastrosa
peste de viruelas de la que murieron en el reino, se-
gún el cronista citado, más de 5 0 mil almas, esto es, un tercio de la población total del reino. corregidor y medio para el profecfor. El de los indios pampas de las ciudades de Mendoza, San Juan y San Luis de Loyola medio peso menos, los de Casfro y Chiloé a siete pesos y dos reales». Además del inquilinaje y los pueblos de indios, ha quedado un recuerdo vivo de lo que era la mita en los mingacos, como se llama todavía a los conchavos (otra palabra indígena) que se hace para Iss trillas, siembras y otras operaciones rústicas. La mita se llamaba también minga y de aquí al mingaco. Véase el prefacio de las Memorias secretas de Juan de Ulloa, don David Barry y la Memoria del Illmo. obispo Salas, leída en la sesión solemne de la Universidad de Chile el 2 9 de octubre de 1848 sobre el servicio personal de los indígenas y su abolición. (1) Según un censo formado en Santiago en 1613 por el oidor constituido en visita, Hernando de Machado, existían en la jurisdicción de la ciudad 1717 blancos o españoles, 8 , 6 0 0 indios y 3 0 0 negros. (Pérez García).
232
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
El mismo gobernador Ulloa y Lemus
sucumbió
íantas aflicciones, muriendo, según opinión
al
peso de
común, más de me-
lancolía del alma que de enfermedad de la carne. L a ciudad, con todo, algo crecía, y según
el padre
Ovalle
(que en todo lo de S a n t i a g o debe tomarse con cautela, pues era •sanfiaguino)
fué tan rápido su desarrollo en esa época, que ha-
biendo estado o c h o años ausente en el colegio de C ó r d o b a ( 1 6 1 8 1626)
«cuando volví,
dice
(pág.
1 6 1 ) hallé que la ciudad se
había extendido de manera que estando plantada a la falda del cerro, a la parte occidental, le hallé todo
rodeado
de
casas
y
con buen fondo hacia la parte oriental y lo mismo proporcionadamente por los otros lados» compás
estos
adelantos
traer
(l). a
P r e c i s o es para
medir a
la vista el curioso mapa de
S a n t i a g o que publicó de memoria el buen jesuíta en R o m a en 1 6 4 7 y que, por tanto, es el más antiguo de los que se conocen ( 2 ) . Según su disposición, que consiste sólo en haber llenado una página en folio de cuadrifos de ajedrez con una colina dibujada en el centro, resulta que la aldea de S a n t i a g o era en el año de su total destrucción ( 1 6 4 7 ) una ciudad tan grande c o m o es hoy París o Pekin.
P o r este tiempo también y talvez
para
consolarla del cúmulo de sus infortunios, Felipe I V había con-
(1) Según Ovalle (página 153) en el (iempo de su viaje a Córdova ( 1 6 1 8 ) San Lázaro era únicamente una capilla de campo situada fuera de la ciudad; a su regreso en 1826 la encontró incorporada en la población. Este dato nos confirma en la opinión que emitimos en el segundo capitulo sobre que la primitiva delincación del alarife de Santiago sólo llegó hacia el poniente hasta la calle llamada hoy de Morandé. (2) Los planos de Santiago que conocemos son los once siguientes, hasta el día. l . ° El del padre Ovalle, 1647. 2 . ° El de Frezier, sin disputa el más exacto de todos en la época colonial, 1712. 3.o El del geógrafo López, ( 1 7 5 6 ) que es sólo una reproducción abreviada del anterior, con alguna más extensión dada a los barrios de la Chimba. 4.° El del autor anónimo de la historia italiana de Chile, atribuida al jesuíta Vidaurre y publicada en' Bolonia, (1686?) en el que se nota algún mayor desarrollo en los suburbios del sud. 5.o El de Pedro Schmidtmeyer, 1822. 6.o El de John Miers, 1825. 7.o El de Gay, 1835. 8 . ° El de don Juan Hervage, 1841. 9.o El de don Pedro Dejean, 1855 lO.o El de Gilliss, 1856. 11.o El de Pioretti, 1866.
HISTORIA
DE
233
SANTIAGO
cedido a nuestro pueblo el título de muy fiel, otorgándole a más la facultad de dictar sus propias ordenanzas ( l ) . El aspecto de la ciudad había adquirido algún mediano embellecimiento a pesar de la lentitud extraordinaria con que crecía el número de sus habitantes, de tal manera que un siglo después de su fundación podía considerársela c o m o uno de los asientos de primer orden de las posesiones españolas de la é p o c a . S u s s o lares, que al principio quedaban en
cada
cuadra,
se
habían
holgados
a
razón de cuatro
subdividido en 1 6 4 0 en diversos
lotes, según el testimonio de uno de sus propios vecinos. Alonso de Ovalie, que había nacido en 1 6 0 1 y que dejó en aquel año la ciudad
de
su claustro
y
de
su
amor 'para no volverla a
ver. Algunas de sus calles se hallaban ya toscamente empedradas, con una acequia
de
agua corriente por su centro, c o m o
se conservaban hasta ayer, y con calzadas de piedra, angostas, mal ajustadas, pero sobrepuestas s o b r e el nivel del pavimento, a manera de veredas, para el uso de los transeúntes: y así se conservaron
hasta
que
siglo y medio más tarde el presidente
O'Higgins las sustituyó por nuestros c ó m o d o s enlosados. Existían entonces, además de las plazas que antes mencionamos y que talvez habían sido ocupadas parcialmente por las demasías del caserío, una llamada de S a n Saturnino, donde existía una capilla consagrada al patrón de los temblores, y cuyo solar, cuando fué después demolido, de recogidas, que
es
la
sirvió
misma
que
para hoy
construir una c a s a existe
destinada
a
cuartel de guardias cívicas, y de la cual tomó nombre la calle
En cuanto a las vistas panorámicas de Santiago, son innumerables, como las de Gay, Gillis, Hervage, Miers, María Graham, Baxley, etc. Las más curiosas nos parecen las de Schmidfmeyer, pues a más de no carecer de cierta exactitud y de un atractivo colorido, fueron muchas de ellas dibujadas por el general y médico Paroissien, edecán del general San Martín. El pintor de esfilo Molinelli ha publicado también últimamente (1855) en Europa una hoja panorámica de Santiago, tomada, como casi todas las anteriores, desde el cerro de Santa Lucía, que es un admirable punto de mira. El paisajista francés Charíon, el hábil colorista escosés. Gellaty y la mayor parfe de los arlisfas y amaleurs que han visitado a Santiago en el presente siglo, han trabajado vistas de la ciudad y de su adyacente panorama, sobre todo del lado de la cordillera, muchas de las que serían dignas de ser reproducidas por el lápiz del litógrafo y aún unas pocas por el buril del grabador. ( l ) Real cédula de Madrid, marzo 16 de 1628.
234
BENJAMÍN
que todavía
lo lleva.
Otra
el sitio que hoy ocupa L a plaza principal diano aspecto, caían
pero
VIÜUÑA
plaza m a r c a
la iglesia
estaba eran
rodeada
nordoeste,
la cancillería
el centro,
y la c a s a
de cabildo
barandas
estaban
y balcones,
la ciudad
asistían
a
donde
los torneos
u otras
solían
algunas ciudades
principales con
edificio,
lo
destinado
plebeyos
por
común
aristocráticas,
baratillos,
cerse simpáticos
que sólo a nuestros
de
otro
la
en;
cuyos
como
en
de
en
portales
rodeada
de
hombres
de
lides
de
presidentes
graves
se o b s e r v a
fines
la
todavía en
y especialmente en G a de
la
bóveda
a la vivienda
su
que
reales,
y a las
entradas
y para
tras
paños
Audiencia
gentiles
ni los suntuosos por
casas
extremo. L o s
y
de E s p a ñ a todo
Ovalle
los
las
de c a b a l l e r o s
hacerse,
de (l).
de una azotea,
reales,
sin empedrarse,
licia. N o se escondían
y de personas
al
las damas
días de juras
ocasiones
o sala
coronados
toros, que en los
plaza se mantenía
Ana
de edificios b a j o s y de me-
el primero
el ángulo
día
el mapa
de S a n t a
de ladrillo y arquería
al norte y sur, o c u p a n d o
del medio
MACKENNA
de los
almacenes
nombre
compatricios
de
( 2 ) . El
han
aquel
oidores ni
los
podido
ha-
centro
del
co-
(1) Según el plano de Prezier, que es 6 6 años posterior ( 1 7 1 2 ) y mucho más correcto, el sitio que ocupaba la primitiva iglesia de Santa Ana. edificada según Ovalle en 1646, era el que hoy tiene el monasterio de las monjas Rosas. Este último, que entonces era sólo un beaterío, se hallaba situado en el solar que hoy ocupa la familia Orfúzar Ovalle, en el ángulo sudoeste en que farman esquina las calles de Santo Domingo y del Peumo. Aunque según Ovalle la parroquia de Santa Ana fué fondada en 1646, consta de los libros de bautismo que se conservan todavía en la parroquia, que se administraba aquel sacramento desde 1 6 4 1 . La primera partida que se registra es del 2 de agosto de 1641, por el doctor Diego Ordoñez Delgadillo, su primer cura. Santa Ana era entonces una parroquia sub-urbana y casi rural como la de San Isidro, que se fundó 4 6 años más farde como una parroquia de campo. S e gún los libros conservados en su archivo, fundó esta última el obispo Humanzoro en 1686, y su primer bautizo fué celebrado en ese año por su primer cura don Diego de Tapia. Según la tradición, Santa Ana ha sido reconstruida dos veces, después de dos incendios. En cuanto a la iglesia actual, como a la de San Isidro, cuya iglesia es también la tercera, hablaremos oportunamente más adelante. Constan estos datos de cartas que han tenido la bondad de dirigirnos los actuales curas de estas parroquias, los dignos señores don Estanislao Olea y donMiguel Ángel Ortega, cuya oficiosidad nos complacemos en agradecer, tanto más cuanto que sus contestaciones figuran entre las poquísimas que hemos recibidode las personas a quienes hemos pedido datos. (2) Una de estas casas era dedos pisos, según en otra parte dijimos, y a principios del siglo XVII la habitaba doña Balíazara de Jufré, hija del célebre ca-
HISTOBIA
DE
235
SANTIAGO
mercio era en aquellos años la calle
del
rey
en
¡a vecindad
del convento de S a n Agustín, cuya iglesia, dice O v a l l e , se hallaba rodeada de tiendas de comercio. Estas, del
siglo
no
pasaban
de una docena,
que al principio
llegaban, según aquel
cronista, a cincuenta en la é p o c a en que escribió su historia. D e los otros dos costados de la plaza o c u p a b a la medianía del poniente la catedral de piedra que tado de M e n d o z a ,
y
había
comenzado Hur-
cuya torre debió hallarse situada más o
menos en el sitio que hoy ocupa
el
campanario de la actual.
En las extremidades levantábase hacia la d e r e c h a con un portal b a j o de a r c o s de ladrillo, avanzado s o b r e la plaza, el palacio de los obispos, construido recientemente ( 1 6 2 0 - 3 0 ) s o b r e un sitio que compró con su propio peculio el ilustrísimo S a l c e d o ( l ) . D i c e de esta residencia el padre Ovalle, que tuvo un curioso jardín, y antes de la demolición de su fachada, que se ejecutó sólo en 1 8 3 0 , se hizo una m a n s i ó n
histórica por haber residi-
do en ella el ilustre S a n M a r t í n . P e r o el sitio clásico de la c a p i t a l nuestra Alameda, el más hermoso
era
de
entonces, c o m o hoy,
los p a s e o s públicos del
mundo, si ha de valorizarse c o m o panorama. N o p o d r í a m o s por esto privar a nuestros lectores
de
una
descripción minuciosa
que de ella hace uno de sus propios vecinos, que tiene a la vez el atractivo y el respeto de un transcurso de más de dos siglos. «En esta Cañada,
dice
el
jesuíta
Ovalle, que parecía tenerle
particular afición, pues se educó en una de sus veredas (en el piíán don Juan Jufré. que hemos dicho la había consíruído. Esía señora se había casado con un hijo de la desgraciada doña Esperanza de Rueda y del no menos inleliz Pedra de Miranda, cuyo írágico fin contamos en otra parte. Tuvo doña Balfazara tres hijas, doña María, doña Eufrasia y doña Esperanza (del nombre de su abuela) todas las que fueron monjas agusíinas. ( l ) La propiedad de este solar, es lo que ha dado lugar, si no hemos sido mal informados, al ruidoso pleito sostenido entre el cabildo de la catedral y su metropolitano y que ha retardado por cerca de veinte años la construcción del roníispicio del palacio arzobispal que hoy se termina. Como Salcedo había comprado el solar (que según.dijimos fué probablemente déla lamilla delin'eliz Antonio Pasfrana, el procurador de ciudad decapitado por Valdivia) con su propio dinero, unos parientes suyos que residían en Salta, cobraron el valor del terreno al cabildo de la Catedral. Hubo pleito, perdiólo el último y pagó el valor, que era de 12,000 pesos. De aqul_el fílulo de la iglesia a esa casa. La mitra lo reivindicó sin embargo, como derecho propio, a virtud del uso y otros antecedentes qus ignoramos, hasta que un tribunal compuesto de los demás obispos de la república (con excepción del de Chiloé) y el vicario de Santiago, ha dado el título legítimo al último.
236
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
noviciado de S a n B o r j a s ) absolutamente el mejor sitio del lugar, donde corre siempre un aire tan fresco mayor fuerza del verano
y
apacible, que en la
salen los vecinos que allí viven a to-
mar el fresco a las ventanas y puertas de calle, a que se añade la alegre vista que de allí se goza, gente que perpetuamente una
y
otra
pasa
parte: y una
como
así
por
el
gran
trajín y
por la salida que hay a
hermosa alameda de sauces con un
arroyo que corre al pie de los árboles desde el principio hasta el fin de la calle; y el famoso convento de S a n Francisco, que está ilustrando y santificando aquel sitio con una famosa iglesia de piedra blanca echa de sillería, y una torre a un lado de lo mismo
tan
alta
que de muy lejos se da a la vista a los que
entran de fuera: es de fres cuerpos con sus corredores y remata el último en forma de pirámide, es muy airosa, y de lo alto de ella se goza por todos
lados
de
bellísimas vistas que son de
grandísimo recreo y alegría» . Era a la verdad tan espléndido el panorama, que ofrecían en su derredor o a la distancia todos aquellos lugares, que el mismo sencillo fraile, de cuyo ingenua relación la C a ñ a d a ,
describe
en
copiamos primores de
estos términos, no del todo privados
de una simpática elocuencia, las grandezas de los Andes,
cuan-
do desde el valle divísanse sus altas
alba,
esplendente
flecadura
del
cumbres
cortinaje del cielo.
como
«Entonces, dice,
rayando el sol en aquella inmensidad de nieves empinadas
laderas y blancos
la
y
en aquellas
costados y cuchillas de tan dila-
tadas sierras, hacen una vista que aún a los que nacemos y estamos acostumbrados a ella nos admira
y
da
alabanzas al criador, que tal belleza pudo criar» Descendiendo ahora de la magnificencia los humildes haberes del
cortejo,
he
de
la
pagaba
por
su
diaria
«Abunda tanto, dice aquél,
de
(l). naturaleza
a
aquí c o m o otro cronista
contemporáneo refiere de qué hacían su puchero cuánto
allí
motivos
subsistencia
los vecinos y
cada
familia
(2).
la capital del reino en las m e j o r e s
gallinas del orbe, que no valen más de a real, y el mejor c a p ó n real y medio, dos o tres pollos
un
real y un
grueso
(1) Ovalle, pág. 169. (2) El cronista de Indias Tribaldos de Toledo, que escribió en 1 6 3 4 , tada, pág. 8.
cordero
obra ci-
HISTORIA
DE
237
SANTIAGO
olro, y el cabrito al mismo precio: el mejor carnero que puede haber, dos reales y el que más dos y medio; y
a
esta causa
no hay carnicería pública en la ciudad; de manera que son tantas las excelencias que hay en este buen temple, que se pueden en suma encarecer con decir que hasta los ratones en los campos
se
comen
que
se crían
y estiman por mayor regalo que en
España los mejores conejos de ella.» «Es el sitio de esta ciudad, añade otro
contemporáneo
ha-
blando de su excelente asiento topográfico, capaz de innumerables vecinos y no tiene quinientos: abundante de mantenimientos regalados. S u s habitadores son nobilísimos y de
ánimos
gene-
r o s o s , muy honradores de forasteros, hombres valerosos., en el o c i o galanes
y
corteses.
Ejercítense a caballo y son general-
mente todos excelentes y fortísimo jinetes de ambas sillas.» El
vecindario
de
(l).
S a n í i a g o en la época de que nos ocupa-
mos y contado ya un siglo
de
existencia,
no
pasaba,
según
testimonios contemporáneos de seiscientos vecinos, bien que por una razón inversa
de
las
primitivas
condiciones
sociales
que
presidieron a la planteación de la colonia, existiese a la sazón un triple número de mujeres ( 2 ) . La guerra, en efecto, no hacía sino viudas y huérfanas, de
suerte
que
para
cada
varón
en
estado do desposarse, sobre todo en las clases superiores, había al menos seis o más doncellas. Y de este hecho curioso y c a racterístico vinieron dos fenómenos
sociales,
uno
de
los
que
subsiste todavía en todo su auje, a saber, el extraordinario desarrollo de los monasterios de M o n j a s , que mienío, y el desprestigio injusto,
vulgar,
va
pero
ya
en
decai-
característico y
(1) El montañés Tesillo, obra citada, pág. 3 1 . Tesillo era natural de las montañas de Santander, y por tanto muy aficionado a nuestro país. «Oh! Chile, exclama en una parte de su curioso libro. Oh! provincia la más agradable sin duda, de toda la América». Por este mismo tiempo (marzo 16 de 1634) escribió desde Concepción don Lorenzo Almen su informe ya citado sobre el gobierno de Lazo de la Vega, y en él encontramos los siguientes conceptos sobre Santiago y especialmente sobre los Sanfiaguinos. «Es la ciudad de Santiago población de 5 0 0 vecinos, el sitio capaz de diez mil y el valle amenísimo, el temple escogido, los mantenimientos muchos y buenos, y la más parecida a España en todas de cuantas hay en las Indias occidentales; pero como está compuesta de maestres de campo, capitanes y soldados y son sucesores de los conquistadores primeros que tuvo esfe reino, a la milicia se inclinan poco». (2) Tribaldos de Toledo (1634).
238
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
profundamente arraigado en nuestras costumbres,
del
celibato
femenino, preocupación que sólo la cultura y engrandecimiento de la mujer
por
la
mujer misma ha podido ir dominando en
Europa y especialmente en la América del Norte. D e b í a s e a esta circunstancia, que se presta nes muy interesantes
sobre
cierto aspecto físico de suma pital. L a s mujeres no
a
consideracio-
nuestra actual organización social, tristeza que
pesaba sobre la c a -
salían jamás de la casa, y los hombres,
apenas cuando iban a
caballo
a sus c h a c r a s o a sus diarias
ocupaciones ( l ) . L a s rivalidades sociales que habían comenzado a los oidores y especialmente tan altos sus moños, bién a despertar esa
sus
introducir
soberbias esposas, que traían
como aquellos su copefe,
comenzaron tam-
incurable
emulación
de
madre inagotable de estos dos
monstruos
derrocadores de
paz de las familias que y que son de origen tan
se llaman
nuestras calles,
todavía el lujo
antiguo, que ha
y el
la
chisme,
llegado a mirárseles
c o m o instituciones sociales y aun domésticas. Y a hemos visto c o m o el apostólico
padre
Ovalle, que
era
hijo de un rico mayorazgo y de la ilustre estirpe de los P a s í e ne (2) se escandalizaba de los estragos que había hecho en la (1) Era de íal modo desierto el aspecto de la ciudad, que habiéndose asomado a la portería de la Compañía un jesuifa recién llegado de Europa a principios del siglo, exclamó al ver tanta soledad. Aparení rare nantes in jurgite vasío. (2) Don Francisco de Ovalle, el capitán que dijimos trajo el socorro de los portugueses a Santiago, se casó con una nieta de Juan Bautista de Pasíene, y don Alonso lué su segundo hijo. Como un ejemplo del desarrollo genealógico da las familias de Santiago en esa época vamos a citar lo que dice Ovalle de la de Escobar, que era una de las más distinguidas de la colonia, según en otro lugar dijimos, a propósilo de la participación de uno de sus miembros en la pendencia de los Mendoza y de los Lisperguer, y de la prisión de otro por don Francisco Lazo de la Vega. El capitán don Cristóval de Escobar vino a Chile en 1546 o 1547. Tuvo por hijo a don Alonso de Escobar, que se estableció en Chile y debió ser el suegro de la tantas veces nombrada doña Isabel de Guzmán. Ahora bien, entre hijos, nietos y bisnietos de este último, el padre Ovalle dice haber conocido antes de su salida de Chile en 1640 no menos de óchenla y siete personas, y de éstos un tronco de familia, el general don Luis de las Cuebas, que se había presentado con ocho hijos armados de punta en blanco a ofrecer sus servicios para la guerra. Entre estos ocho debían ir aquel don Juan y aquel don Luis Cuebas eí mozo de 4jue tenemos dada ya noticia. No es dilerenfe la savia que hoy alimenta en nuestro suelo el árbol frondoso de las familias. Conocimos un caballero que, habiendo muerto en 1849, dejó once hijos y éstos en 1855 habían juntado ciento cuatro nietos, de los que sesenta eran
HISTORIA
DE
239
SANTIAGO
..simplicidad de las costumbres la introducción de las pompas de la Audiencia, y aquí debemos añadir que en cuantas ocasiones s e le presentan no deja
de
arrojar sobre ellas
«porque los que antes, dice, vestidos con la templanza gente más noble, no
salían
que usaban los
pueden hoy
vestidos de seda, o paño
de
sus
censuras,
muy honrados a
la plaza
más principales y la
parecer en público sino con
Castilla,
que
aun
suele
costar
más, porque una vara vale de doce a veinte reales de a o c h o . Ni puede
parecer
decente quien
tiene
opinión
algún
caudal,
menos que con criados vestidos de librea, más o menos,
con-
forme tiene cada uno el posible, y de algunos años a esta parte han dado en usar
quitasoles de
mucho precio, y si b i e n ' a l
principio comenzaron por la gente de
primera clase, hoy deja
de usarlos solamente quien no puede, y aunque parecen son de mucha autoridad Ja salud;
y mayor
pero en fin es
mayor
bien y
comodidad y provecho para cargo y gasto y aumenta los
forzosos que trae consigo el vivir en c o r t e » . Critica también amargamente el buen padre la moda que entonces, según él, se había
introducido
y que
en
realidad
re-
monta a los zarcillos de R e b e c a , de
los regalos nupciales. «Y
han dado, dice (pág.
ricos
1 6 9 ) en
hacer
presentes a las no-
vias a las primeras vistas después de hechas las capitulaciones y yo los he visto hacer de mucho valor, como ser de esclavos ( l ) vestidos, estrados (alfombras) y escritorios llenos de preseas y joyas de oro y piedras preciosas». mujeres y cuarenta y cuatro varones. Hoy mismo conocemos un joven de 3 2 años que cuenta setenta y dos sobrinos vivos, hijos todos de hermanos, y por último un caballero que apenas tiene cuarenta, encierra ya en los colegios de la capital once hijos, fuera de los que van a la escuela y de los que se están criando o por nacer en la casa... Bendito sea el charquicán! ( l ) Por este tiempo era muy considerable el número de negros que existía en Chile y a ellos especialmente se aplicaba el título de esclavos, pues los indígenas no lo eran ni podían legalmente serlo. Venían entonces en grandes partidas en tránsito para el Perú después de haber sido trasportadas directamente de Cuyo y Guinea a Buenos Aires, y en seguida a través de las pampas y cordilleras, para ahorrar así el costo ingente de trasporte por el istmo y las enfermedades de aquellas zonas, que disminuían su número. Es un hecho curioso y desconocido que el ilustre general Las Heras viniese a Chile en su juventud (1800) a cargo de una de estas arrias de ganado humano, como empleado de una casa especuladora de Buenos Aires, hecho que él mismo contaba y que ofrecía un singular contraste con su gloriosa carrera de libertador. En 1640 pasaba de 4 0 0 el número de negros que existía en Santiago, según el padre Ovalle, lo que constituía casi la mitad de la población de hombres blan-
BENJAMÍN
240
VICUÑA
MACKENNA
Si esto era en lo privado, en lo público y ostentoso los s a n tiaguinos no dejaban nunca de
pagar su tributo a su vanidad,
cuando la fiesta, entiéndase bien, era pagada por
el tesoro pú-
blico, pues no hay memoria de un pueblo al que le haya g u s tado divertirse gratis
tanto c o m o el nuestro; y es esta talvez la
razón porque la ilustre municipalidad tiene hasta hoy cedido tis su teatro, que en esto es distinto también más teatros del universo. A
cada entrada
gra-
de todos los de-
de
gobernador
santiaguinos hacían, pues, la misma locura que habían
los
hecho en
la recepción de la Real Audiencia en 1 6 0 9 , esto es, dejar que el municipio se arruinase día de solaz.
con
tal que los vecinos
«Son en aquel reino muy
lucidas
pasasen
un
estas acciones,
dice de la recepción de L a z o de la V e g a su maestre de c a m p o Tesillo, seos»
aunque
no se proporcionan
las
fuerzas
con
los d e -
(l).
P e r o donde se ostentaba con todo su esplendor la suntuosidad y la gala de la comunidad santiaguina escénico
de su culto. N o había
eclesiástico
agua
en
nuestra
no había una sola marqueta
en
era
en el aparato
aquel siglo eminentemente
ciudad que no estuviese bendita, de
cera
que no estuviese consa-
grada a los altares, no había un retazo de tisú de oro que no sirviese para vestir santos, así como era raro y casi deshonroso que exisliese una gran familia sin un provincial de su sangre,
o
por lo menos sin contar con un asiento en el coro de la catedral, dignidad, empero,, inferior en
mucho a la que imprimía el
triunfo y el escándalo de un gran capítulo conventual. eos de la ciudad. Tanta era, en efecto, su desproporción, que el presidente marqués de Baides llegó a temer por la seguridad de la población si llegaba a emplearse en las Tonteras las cortas milicias que guarnecían a aquella. «Y por estar tan poco habitada de españoles, dice de ella, en carta al rey de noviembre 14 de 1639 (Gay, documentos vol. 2.o, pág. 4 1 0 ) y tan disipado de naturales, si de él se hubiese de proveer el real ejército de gente, sería dejar las casas sin habitadores, los campos sin labranza, y las mujeres, niños y viejos eclesiásticos e impedidos en poder y albedrío de indios y de negros, gente poco segura y mal contenta» . — Las fuerzas que tenía Santiago en 1640, según Ovalle, consistían, en una compañía de capitanes reformados que constituía la guardia del presidente, otra de vecinos encomenderos, que servía como de lujo y adorno urbano, cual nuestra actual guardia nacional: dos compañías de caballería, lundada probablemente por los labradores y chacareros del valle, y fres de infantería, compuesta de las diferentes clases de la población. Contendrían en su totalidad de 150 a 2 0 0 individuas de tropa, de los que sólo una tercera parte sería capaz do tomar las armas. ( l ) Tesillo, pág. 32. La recepción de Lazo tuvo lugar el 23 de julio de 1 6 3 0 ,
HISTORIA.
DE
241
SANTIAGO
A fin de ofrecer un e s c a s o trasunto de las pompas católicas de esa ra de
edad, queremos
únicamente hacer la descripción some-
las que teñían lugar durante
la
semana
santa.
comparación con las que se practican en el día podrá
D e su
deducirse
la diferencia de las é p o c a s . Iniciábanse
las solemnidades
c o m o se acostumbra todavía el
miércoles santo; y en ese día tenían lugar tres procesiones racterísticas, de las que nuestras
devotas
no
conservan
ca-
en el
día la más débil tradición. S a l í a la primera de la iglesia de la Compañía y componíase exclusivamente de negros, hombres y mujeres, que llevando sobre unas andas la imagen de la V e r ó n i c a , iban a tomar su puesto en la plaza, frente a la Catedral. La segunda
era la procesión de los mulatos, y pertenecía a
S a n Agustín, donde
tenían
su
cofradía. Vestían
éstos túnicas
negras y cargaban la imagen del Cristo agobiado con el peso de la cruz. O p e n a s a s o m a b a el último cortejo, desembocando en la plaza por la calle del Rey, adelantábase de la
Verónica,
a su encuentro la procesión
y ésta por medio de secretos resortes, que mo-
vían debajo de los
paños
del
a c e r c a b a al
anda,
rostro
del
Cristo un lienzo blanco y le enjugaba la sangre y el sudor. Esta éste el preciso momento
en
que
la tercera
procesión,
llegando de la M e r c e d , hacía su aparición en el recinto y completaba el paso
y la emoción de los cristianos y el pasmo
fundo
indios,
de
los
en
cuya
edificación eran
pro-
principalmente
a c o m o d a d o s aquellos espectáculos. Llamábase la última la procesión
de los Nazarenos. Vestían éstos túnicas rojas
y condu-
cían en sus hombros una anda en que se veía a la virgen sumida en profunda consternación y a su sobrino S a n J u a n Bautista mostrándole la compasión
de
la
Verónica, y consolándola
con aquel tierno lance. Al día siguiente tenían lugar las procesiones llamadas de gre
en las que no se escuchaba ^por
pavoroso alarido de los penitentes, de rosetas,
toda
la
ciudad
san-
sino el
los golpes de las disciplinas
las caídas de los aspados,
y todo
esto
en
medio
del lúgubre canto de los frailes y de los gremios y de los gemidos y sollozos con que las damas corrían, seguidas de toda 16
242
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
su servidumbre, de una iglesia en cias de las
otra, ganando las indulgen-
estaciones.
En las primeras horas de la noche de este día recorrían las calles dos procesiones plebeyas, que salían, la una, compuesta exclusivamente de indios, de S a n renos de S a n t o Domingo, diversos conventos
e
F r a n c i s c o , y la otra de mo-
iban recorriendo las calles y los
y monasterios, donde salían a recibirle las
comunidades y cofradías con cirios encendidos en las manos e invitándolos a hacer allí estación.
A la mañana siguiente, podía
marcarse en el pavimento por los c h o n o s de sangre el itinerario
que
habían recorrido aquellos grupos fanatizados hasta el
martirio, hasta el frenesí. P e r o daban las doce de la noche, y a esa hora precisa, las puertas de la M e r c e d se abrían, rechinando en el silencio más profundo, para dar paso a la más solemne, a la más triste y, a la vez a la más imponente y aterradora de aquellas ceremonias. E r a ésta la famosa procesión llamada de la
Vera
Cruz,
que tenía todavía lugar a principios del presente siglo, y a la que en nuestro propio tiempo
se
ha erigido una hermosa ca-
pilla, junto al anónimo palacio
que se ha llamado de Valdivia.
Era esta procesión compuesta exclusivamente de caballeros,
y
tenía por objeto honrar la imagen del Cristo histórico que hoy se ve sobre el altar mayor de la iglesia erigida a su invocación y que hasta entonces se conservaba
con
gran acatamiento en
la M e r c e d ( l ) .
( l ) La devoción de la Vera Cruz, sobre cuyo origen se conservan en nuesíro pueblo vagas y confradicíorias versiones, arranca desde los tiempos heroico supersticiosos del Cid Campeador y de Alonso II, cuando hizo su entrada solemne en Toledo (1087), llevando en sus manos una cruz, formada con dos ramas verdes que cortaron de un árbol, y que debía sostituir a la odiada media luna. Desde ese dia acostumbróse en las ciudades principales de España conmemorar aquel hecho clásico de la historia nacional organizándose cofradías con el nombre de la Vera Cruz, a las que e! pontífice Gregorio VII concedió indulgencias extraordinarias. Estas instituciones pasaron a América con la oonquista, y de aquí el nombre de la Vera Cruz, dado por Cortés a la primera (ierra que pisó en Méjico. Pizarra la inauguró en Lima en 1540, y el obispo Loaiza hizo sus constituciones en 1570, época en que probablemente pasó a Chile. En este país, como en el Perú, esta cofradía desapareció con el frastorno profundo de la independencia; sin embargo, en 1835 tenía todavía en Lima 148 hermanos que pagaban 3 0 pesos de incorporación y 3 pesos anuales. Dícese por algunos que. el crisío de !a Vera Cruz lué obsequiado a la ciudad
HISTORIA
DE
243
SANTIAGO
Era asunto de las más graves deliberaciones del cabildo, de agravios políticos, de celos profundos, de enemistades y hasta de intrigas
tenebrosas,
la
designación que se hacía cada año
de la persona que debía llevar en sus manos el venerado leño, así c o m o la del que sostendría
el
guión y aún la de los más
inmediatos acompañantes. Hacíase esa elección por sufragios, y generalmente cabía su honor al más rico, y por tanto, al más influyente de los vecinos; y no podía ser de otra suerte, porque el elegido debía costear el sermón, la orquesta vocal e instrumental
de
la
función,
y los médicos y auxiliares encargados
durante el curso de la procesión, de s o c o r r e r a los tes,
y
aspados
manso
y
demás
L a procesión de la
Vera
de
Cruz
era tal el rigor de los castigos los ánimos, que dice que se matan
que formaban el cortejo del
penitentes
humilde S a l v a d o r
un
disciplinan-
los
hombres y de sus penas.
era esencialmente de sangre, a
testigo de vista:
y otros que se abren
y
la carne y la contrición de «he visto a algunos
las carnes*
( l ) . Cuánta bar-
barie humana en nombre del cielo! P o r lo demás, aquella fiesta era exclusivamente aristocrática. No podían alumbrar en ella sino los caballeros,
y
en
conse-
cuencia cada cirio, que era de cera barnizada de verde en memoria de las ramas de Toledo y de un grosor extraordinario, valía talvez el salario
de
pueblo. Disputábanse
por
muchos esto
meses
aquel
de
insigne
un
hombre
honor
lo
del más
selecto del vecindario, y entre nuestros mayores era una ejecutoria de nobleza d e c i r : — «Mi padre o mi abuelo alumbraba en la V e r a Cruz.> de Sanfiago por Felipe II, y no falla quien suponga de pre erencia que es el que hizo venir de Burgos, copiado del famoso crisfo milagroso que se venera en su catedral, el virey Hurtado de Mendoza, en desagravio del que se suponía habia echado al agua y escarnecido el pirata Hawkins en la bahía de Valparaíso, en 1591, episodio que pertenece a la historia de esta última ciudad. Era un hecho cierto que el cristo vino a Chile, que se le hizo una procesión da desagravio en 1594 y se le colocó en un altar de la Merced, pero la esfigie de la Vera Cruz e.5 muy diferente del de Burgos, que vimos y examinamos en su propio altar en 1660. Concluida la devoción y la cofradía de la Vera Cruz, los frailes de ¡a Merced arrojaron su crucifijo al de profundis de los santos viejos, y de alli le sacó y restituyó a su altar, que le habia usurpado la virgen del Carmen, el procurador de ciudad don Ignacio de Reyes, actual contador mayor. De allí le llevó a su residencia actual el ilustrado misticismo del intendente don Miguel de la Barra, como oportunamente contaremos. ( l ) El padre Ovalle, pág. 167.
244
BENJAMÍN
C o m o en ios dos
días
VICUÑA
MACKENNA
anteriores,
el
viernes
lugar dos procesiones a cuál más lúgubre que no eran propiamente de la Piedad
sangre.
santo
tenían
y melancólica, aun-
Llamábase la primera de
y se había instituido sólo
a
principios del siglo en
S a n t o D o m i n g o . Consistía en una serie de andas en cada una de las cuales iba la pasión, y cuyos
un
ángel llevando uno de los emblemas de
alumbrantes
asistían
vestidos
con
túnicas
moradas. La segunda salía por la noche de S a n Francisco un profundo silencio. C o n o c í a s e con el nombre de la
en
Soledad,
porque la cofradía que la celebraba tenia una capilla bajo esta denominación junto a aquella iglesia,
la
que,
según
creemos,
debió su origen a la piedad y al dolor de la viuda de P e d r o de Valdivia, y es la misma que hace algo más de veinte años restableció con sus cucuruchos don P e d r o Palazuelos
C o m e n z a b a la ceremonia, descendimiento
de
la
y su sepulcro el devoto auditor
Astaburuaga. como
Cruz,
se
practica todavía, por el
«sin que se oyera, dice el padre
Ovalie, a quien debemos la mayor parte de estos detalles, otra cosa que los golpes del martillo
y
los
de
los pechos de los
fieles.» Recorría la procesión la calle del Rey y la plaza, volviendo en seguida por su actual itinerario a la S o l e d a d , donde se recibía del sepulcro y de su precioso cadáver, a c o m o d a d o con esquisito primor, la angustiada
imagen
de
la
madre del Redentor.
«Y allí, dice el autor antes citado, hablando c o m o testigo presencial, desenvolviendo
un
delicado
lienzo
que llevaba en las
manos, le aplicaba al rostro c o m o quien llora, y luego abriendo los brazos los enlazaba en la cruz, y arrodillándose a su pie, la besa una y otra vez y vuelve a abrazarla y a hacer otras demostraciones de dolor y sentimiento, y todo esto con tan gran primor y destreza,
que parecía persona viva.»
Llevamos en cuenta durante tres días de la S e m a n a S a n t a no menos de o c h o procesiones hasta la noche del viernes, y antes de amanecer el s á b a d o ya recorrían las calles o el claustro otras cuatro do estas fiestas, copiadas del culto verdad, en los presentes
días,
por
cada
pagano, y que, a la destello de divinidad
que las alumbra, tienen mil otros mundanos, acopio
abundante
245 para el cesto del confesionario, aún
entre
las
más tímidas de
las deidades que las presiden. Tenía lugar la primera de aquellas en los claustros de S a n t o Domingo, que a la sazón eran los más hermosos de la ciudad, que se hallaban recién construidos ( 1 6 4 7 ) , y la celebraban únicamente los caballeros,
es decir, los encomenderos y los vecinos
nobles que llevaban tal título por ser descendientes de los primitivos conquistadores.
En todo lo demás, era esta fiesta sim-
plemente un contraste de la que se celebraba con tan lúgubre pompa en la media noche del jueves santo. C a d a asistente se esmeraba en llevar sus más ricas galas para escoltar el paseo de los emblemas de la resurrección. Las otras tres salían a la hora del alba
de S a n
Francisco,
S a n t o Domingo y la Compañía, y eran celebradas por las cofradías
o gremios que tenían respectivamente sus fundaciones
aquellas iglesias.
La
procesión
de
la
en
última pertenecía a los
indios, y tenía de curioso que el niño Dios, de cuya imagen hacían un pagano emblema, los indígenas y al son
era paseado
vestido con el traje de
de sus monótonas cantinas, tamboriles y
flautas de cañas de melancólico tañido. Tales
eran
únicamente las
fiestas
de las calles
públicas en
los últimos días de la cuaresma, pues se habrá notado que no hacemos mención de ninguna de las pomposas ceremonias
que
tenían lugar en el recinto de los templos. Habráse, entre tanto, de formar
idea
de
su
magnitud
y del
contraste
de aquella
época con la presente, recordando que de la primera sólo nos queda un vestigio en las
dos
procesiones
resucitado por un espíritu
Sepulcro,
ñor Resucitado
llamadas de!
Santo
exaltado, y en la del .Se-
que ha venido a ser únicamente una devoción,
o más bien, un entretenimienlo matinal de cocineras y gañanes. O t r o tanto Corpus
puede
decirse
ha
sucedido
con
las funciones de
que en aquellos años, en que el almanaque era sólo el regis-
tro de las festividades de misa de guarda, de ayuno y jubileo, ocupaban un mes entero, siendo la festividad predilecta de los indígenas,
según se observa todavía en algunas localidades de
la república, especialmente también
fiestas
peculiares
en el Norte, L o s negros celebraban el día de reyes, en que salían
dos con los trajes y las armas
de
vesti-
las tribus de África a que
246 habían pertenecido y rendían culto a la Virgen
diputándole un
rey que para el caso elegían entre los esclavos de más cuenta en las casas solariegas de la ciudad. Fué también por estos mismos años ( 1 6 4 5 ) , cuando una orden, en que se ordenaba rendir cuito por el devoto Felipe IV, disputa tan grave
y
despertó
especial
entre
los
idolatría.
la
real
Virgen
santiaguinos una
calorosa c o m o las que hoy mismo tienen
lugar por otras deidades de la tierra que tienen punto
a
alguno
de
contacto
con
«Se recibió real orden,
dice
en nuestro juicio no
el
cielo,
a no ser su
el historiador Carvallo,
contando este suceso, dada en Madrid a 1 0 de mayo de 1 6 4 3 para
que
se
erigiese
Virgen M a r í a suceso
de
y
las
se
una le
advocación
hiciese
armas.
fiesta
nuestra
señora la
El Ayuntamiento eligió la del S o c o r r o ,
que se venera en S a n Francisco,
y
la
fuese Nuestra S e ñ o r a de la Victoria
y
en la Catedral»
de
anualmente por el buen Audiencia se
mandó que
celebrase
la fiesta
(l).
«A consecuencia de esta resolución de la Audiencia se celebró
cabildo
abierto
minó hacer
fiesta
Socorro,
costa
a
en
en
28
San
de
abril
de
Francisco
de
1645 y Nuestra
se
deter-
S e ñ o r a del
de los capitulares, y se continúa hasta
hoy
esta devota determinación. El rey costea otra en desagravio de los ultrajes qne
se
hicieron
en
cierto tiempo al Augusto S a -
cramento del Altar y se celebra el día de S a n ¡Qué tiempo y qué contrastes!
Andrés.»
No llegaba a Chile a princi-
pios del siglo buque ni comerciante que no trajera
ricas colec-
ciones de imágenes de bulto para adornar los altares, fuera de las
que
se
trabajaban
con
notable
talento
país, una de cuyas obras, el famoso Señor dado
como
un
verdadero
aterrador que presidía
en
monumento las
por de
del
artífices del ha
Mayo,
que-
espíritu lúgubre y
concepciones religiosas,
Y
hoy
vemos que en S a n t i a g o mismo caen en falencia los que especulan en santos y en casullas, fuera de provincia un amigo nuestro
vio
a
que
en
un pintor
una
ciudad de
quiteño
ocupado
( l ) Según Gay, el moíivo de esfa elección fué que la imagen venerada en la Catedral era íac símile de la que había sido rescatada de los moriscos de Granada por Felipe II, y de la que este rey había mandado distribuir copias entre sus posesiones de ultramar.
HISTORIA
en transfigurar una virgen
DE
247
SANTIAGO
de D o l o r e s en un S a n J u a n Bautista,
por medio del apéndice de los bigotes: tan e s c a s o había llegado a ser fuera de la capital el repertorio
de
las
imagines! El
pueblo, sin sentirlo, se ha hecho iconoclasta, Por
cuanto
llevamos
dicho
tumbres, las fiestas religiosas tiago, se habrá
encontrado
sobre la y
los
arquitectura, las cos-
progresos
talvez justificada
ediles de S a n nuestra
aserción
hecha al principio de este capítulo, y según la cual la
humilde
colonia del M a p o c h o , que su fundador había
dejado
por pajizos techos, comenzaba
siglo después de
a
tomar
un
cobijada
nacida el aspecto de una ciudad más que mediana, a pesar de haberla visitado casi año por año todas las plagas que pueden afligir a la humanidad. Faltábale
todavía
sufrir
hasta hoy tenga memoria, antes de para
describir
completar
el mayor y
ya
de
los
estragos
esta hora se
hecho tan aciago, hácese forzoso
el cuadro
de
el bosquejo de sus órdenes
la
de
la
instalación de
otras, así c o m o de sus templos,
sus claustros y hermifas, único género de construcciones c a s que entonces tenía voga y esplendor. eil formarse más cabal idea a transformar desde
del
la
Nuevo
públi-
Así será menos difí-
del espantoso cataclismo
sus cimientos
conquistadores, la Santiago
Mas,
detenerse
ciudad, trazando a la ligera
monásticas,
las unas, del progreso de las
de que
acercaba.
antigua Extremo.
capital
que iba de
los
CAPITULO
XVIII
Los claustros en el siglo XVII Los primitivos jesuítas.—La creación de San Ignacio es un paso de infinito progreso.— Comienza el desenfrailamienfo
de los claustros.—Indisputables servi-
cios que su introducción trajo a la colonia.—Respeto con que son recibidos en Santiago.—Se hospedan en el convento de los dominicos.—Reunión para asignarles solares.—Sagacidad
popular
del padre Baltazar de Pinas.—Compran
un sitio de preferencia y central.—Edifican una iglesia provisional bajo la invocación de las Once mil vírgenes.—Abren
cátedras de enseñanza
Escuelas primarias.—-Echan en el Convictorio de San miente del actual Instituto
pública.—
Francisco Javier la si-
Nacional.—Edifican el noviciado de San
Borja.—
Construcción de la primera iglesia de la Compañía.—Fundadores y bienhechores.—Expléndido
don del
portugués Madureira.—Decléranse
los jesuítas de
Chile independientes de la provincia de Lima.—Progreso de los claustros de regulares a pesar de la oposición civil de los gobiernos.—La misión de los frailes perteneció más a la conquista que al coloniaje.—Los dominicos fundan la universidad pontificia de Santo Tomás, sus grados y su plan de estudios.— Ruidosos capítulos y su lucha por hacerse independientes.—Frailes célebres de San Francisco.—El capitán Toro Zambrano.—El siervo de Dios Juan de C a ñ a s . — Curiosa noticia del presidente Fernandez Córdova sobre el estado de las órdenes regulares en 1 6 2 7 . — P r o d i g i o s o desarrollo de las monjas Agustinas.— Las siete hijas del capitán
Molina.—Las Clarisas de Osorno se instalan en
Santiago.—Sus aventuras y sus reliquias.—Templos de Santiago antes del gran terremoto de 1 6 4 7 . — L a Compañía.—Miguel de Telena.—La
Catedral y sus
principales altares y capillas.—Santo Domingo y la Merced.—El Señor Mayo.—El
de
almirante Gallego.—Lameros lega a los agustinos la hacienda de
Longofoma.—La orden hospitalaria de San Juan de Dios, su iglesia y su hospital.—Aspecto lúgubre y conventual de Santiago en
Al
1647.
proseguir la historia de los claustros de S a n t i a g o ,
inte-
rrumpida a la postre del último siglo, sin disputa, el puesto de
250
BENJAMÍN
VICUÑA
honor pertenece a la Compañía
MACKENNA
no sólo por el orden
de Jesús,
cronológico, pues llegaron a nuestro suelo en los últimos años de aquel ( 1 5 9 3 ) , sino por el mérito de
la justicia, en atención
a los insignes varones que produjo, a su misión altamente civilizadora y a
los
eminentes servicios que prestó a la república
antes que, degenerando de sus primitivas y severas instituciones, se hubiesen entregado sus miembros a delirantes ambiciones y a la culpable
codicia de bienes terrenales, que sobre ellos trajo
aparejados
su desprestigio moral y su ruina c o m o instituto ecle-
siástico. Ninguna orden
civil y monástica había nacido, en efecto, de
orígenes más humildes ni remontádose a mayor altura en el orbe cristiano
por aquellos días que la de jesuítas.
pierna en el sitio de Pamplona
Herido en
una
un simple capitán de tropa, la
lectura de un libro místico que hiciera sólo por solazar las horas de su curación, exaltó su espíritu enfermizo a tal grado, que, dejando
el lecho y la casa
paterna y rompiendo
con una dama de Castilla, arrojó la espada ñando en su
sus
amores
del cinto; y empu-
lugar una cruz y una muleta, fuese por las provin-
cias de su patria a buscar prosélitos de su exaltado misticismo. No los halló, y antes bien perseguido c o m o iluso por los inquisidores, buscó el fruto de su propaganda
en
el
destierro.
Y
asi, pobre, oscuro, perseguido, cojo y viajando a pie, fué sucesivamente a París, a R o m a , a Jerusalén, las tres grandes capitales de la
humanidad
años de lucha,
moderna, hasta
que a los
diez y siete
reúne siete secuaces. Ignacio de Loyola podría
muy bien no ser un santo, después de esta y prodigios, pero indudablemente
vida
de aventuras
era un grande hombre,
como
lo fué P a s c a l , por ejemplo, el más terrible- de los impugnadores de su formidable mado loco,
creación, y que no porque
le hayan
lla-
(y a la verdad que. lo fué un p o c o ) í d e j ó de ser una
de las más altas lumbreras de la humanidad. Al fin se promulga en R o m a la famosa bula Regimíni fis ecclesioe
(setiembre
2 7 de
1 5 4 0 ) . La orden estaba
militanfundada.
L o s jesuítas comenzaron a dispersarse por el mundo. D í g a s e lo que se quiera en contra de los
principios de aque-
lla orden, que, así como su organización posterior y desnaturalizada nunca encontrará las simpatías de los espíritus ilustrados,
251
HISTORIA DE SANTIAGO fué grande,
útil y oportuna en su iniciativa. Fué una necesidad
del siglo y del espíritu humano, una transacción entre el y el presente, el primer paso que la sociedad desenfrailamiento monacal
en su sentido
pasado
moderna daba al
estricto de soledad y
de contemplación, de aislamiento y de egoísmo, de superstición ciega en el alma y de atraso radical en los espíritus. La pañía de
J e s ú s , tal cual
la concibió su ilustre
cual se desarrolló en su primera edad, hermandad de claustro, tad mundana. S u s
Com-
fundador y tal
no era propiamente una
era una institución mitad religiosa, mino debían
vivir reclusos sino en
medio de la sociedad, de sus combates,
miembros
de sus peligros y por
lo mismo de sus tentaciones al mal y al placer, por
el conta-
gio de las pasiones. Ignacio de Loyola fué para el catolicismo lo que Martín Lutero para la reforma, y tan cierto es esto, que el principal móvil del osado fundador guipuzcoano fué salir al encuentro al temerario
reformador
el último era fraile, lo poltrona de monjes
solitarios, fué
como sinónimo del nombre pas, una sociedad,
alemán. S o l d a d o aquel,
que Loyola creó
en fin,
no fué una
una
milicia,
como
comunidad
una
compañía,
que se da a cierta reunión de tropara que viviese activa en medio de
la sociedad del mundo, y de aquí sus diversos nombres siempre homogéneos
en su
de J e s ú s , Sociedad
significado mundano de J e s ú s , Regimíni
y militante.
militantis
Compañía
ecclesice
como
dice la Bula de su erección. Y esta manera de ver y de juzgar la institución religiosa que más influencia en nuestro nuestro escritores
política y social y más poder
pueblo
durante
humilde criterio. que con
dos siglos, no
«Ignacio de
y riquezas
es sólo
ganó
propio de
Loyola. dice uno de los
más conciencia y más imparcialidad se ha
ocupado de esta célebre orden ( l ) , no quiso
que su compañía
se pareciera a ninguna de las órdenes religiosas existentes, porque era también otro su objeto y su fin. Así, ni siquiera le dio traje particular, sino el ordinario de los sacerdotes seglares de cada país, c o m o a hombres destinados a vivir dentro de la sociedad. A los frailes, como desfinados a la vida contemplativa, c o m o a gente apartada del mundo, se les prescribía la soledad, ( l ) Lafuenfe.— Historia de España, vol. 12, pág. 175.
252
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
la oración, el ayuno, el silencio, las mortificaciones, oficios divinos, el c o r o : esta
era la base de su
institución.
L o s jesuítas,
destinados a ser una milicia activa y laboriosa, y no un cuerpo ascético,
necesitaban otra
clase de
ejercicios y de
alimentos,
más de estudio que de contemplación espiritual, más de conocimiento
del
corazón
humano
que de
maceraciones
corporales
más de lectura que de c o r o , más de política social que de claustral
retiro: y para su
admisión se
prefería a los que tuviesen
buena salud, constitución robusta y hasta físico agradable, porque para correr
de
un c a b o del mundo al
otro era
menester
robustez y fuerzas. «Siendo uno mas
de sus principales
con habilidad
y con
fines catequizar y ganar al-
destreza, tenía
principales medios apoderarse
que ser uno de sus
de la educación de la
juventud,
de la dirección de las conciencias y la enseñanza pública.
Para
esto necesitaban ellos estudiar mucho, y saber mucho para poder desempeñar con ventaja el magisterio, el confesionario y la predicación.
Necesitaban también los conocimientos profanos y
la instrucción amena para influir en todas
las clases de la
so-
ciedad. P o r eso se dedicaban al estudio de las lenguas, de la poesía, de la retórica, de
la física, de
las
matemáticas,
como
al de la filosofía, de la teología, de la historia eclesiástica y de la sagrada
escritura-.
Volviendo
de nuevo a atar
el hilo de los sucesos, observa-
mos que Ignacio de Loyola es electo primer general de los jesuítas en el mismo año y por los mismos días en que P e d r o de Valdivia era proclamado gobernador
de Chile (abril de
1541).
y para mayor coincidencia, sus discípulos entran en Chile cuando su sobrino, Martín de Loyola. llega a gobernar la colonia. Fué su
introductor el padre
Baltazar de Pinas, anciano
de
grandes respetos y que en el mundo había tenido el título de B a rón. D e s e m b a r c ó en C o q u i m b o , después de un grueso
huracán,
con siete de sus compañeros, entre los que venía fray Miguel de Telena, el arquitecto constructor de la primera y suntuosa iglesia de la Compañía. Atemorizados la S e r e n a
del mar, los
padres vinieron por tierra desde
regalados en todo por
su entrada pública
aquellos
el lunes santo, 1 2
vecinos, e hicieron
de Abril de 1 5 9 3 , hos-
HISTORIA
pealándose
DE
253
SANTIAGO
provisoriamente en el convento de S a n t o
Domingo,
que en breve debía ser, bajo ciertos conceptos, rival del suyo. El pueblo los recibió con tan singular alborozo, que apenas hubieron
pasado las
festividades de P a s c u a ,
se
congregó en
cabildo abierto para arbitrar los medios de dar a los bien venidos un asiento permanente en la localidad, señalándose
solar
en que edificaran su iglesia. El sagaz Pinas declaró, sin embargo, en aquella reunión, que ni él ni sus compañeros querían gravar en lo menor al pueblo de Santiago, empobrecido por cuarenta años de guerra, y afirmó que el ánimo de la orden «era no tener lugar fijo en Chile sino recorrer todas las c o m a r c a s » . — «Esta conducta mente
política
(t.
de
los
jesuítas,
dice el
historiador
eminenteEyzaguirre
pág. 99) les concilio aun en más alto grado la benevo-
lencia del pueblo». P e r o éste no quiso aceptar por motivo alguno aquella manifestación de sincero o fingido desprendimiento. Y luego al punto cuenta el padre Alonso de Ovalie, uno de los primeros neófitos de la orden en Chile (pág. 3 3 7 ) . diciendo y haciendo juntaron entre todos la limosna que bastó para comprar una de las c a s a s más principales del lugar, distante una cuadra de la plaza y de la Catedral,
a que el mismo dueño acudió con ochocientos pe-
sos que remitió de su valor, y aunque no costara entonces más de otros tres mil y seiscientos,
se estimaría
en tiempo de paz,
según lo advierte el historiador, en diez mil. Edificóse, en consecuencia, en el solo espacio de seis semanas, una capilla provisoria en el centro del claustro, y se puso bajo la invocación de una reliquia que los jesuítas habían traído consigo. de
Era ésta la cabeza de una de las Once
Colonia, Pero
según los primitivos historiadores
antes que a su
iglesia
provisoria,
mil
vírgenes
de la orden ( l ) .
los jesuítas habían
atendido a cumplir el más fecundo y el más noble de sus preceptos, la enseñanza pública. Tres meses después de su llegada a Santiago, el padre Gabriel de V e g a había abierto (Agosto 15 ( l ) Por evitar más prolijas investigaciones intercalamos aqui algunos párrafos de una Reseña histórica de-la iglesia de la Compañía, que publicamos anónima en el Mercurio de Valparaíso por el tiempo de su horrorosa destrucción en diciembre de 1863.
254
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
de 1 5 9 3 ) las cátedras de
filosofía
y de teólogos que después
produjo para la república de las letras a los Olivares y a los Vidaurre, a los Molina y a los Lacunza. Fueron los estudiantes fundadores de aquellos cursos once coristas de S a n t o
Domingo,
seis de S a n Francisco, unos p o c o s de la M e r c e d y algunos jóvenes de las familias más ilustres de la capital. Alonso de O v a lie fué uno de los últimos. Fundaron también una o dos escuelas de instrucción y los
Viernes
de cada semana
hacían venir en
primaria,
la tarde, por
vía de disciplina, los alumnos de las p o c a s aulas de particulares que
existían en el pueblo, cada cual
presidida de su ban-
dera, a ejercitarse en certamen público bajo la superintendencia de los padres. D e aquí el origen de aquellos bandos de que encendía la
y Roma, nocivo
rivalidad
talvez al corazón pero
batallas
de banca
escolástica con
Caríago
un ardor,
no a la inteligencia, y a cuyas
a banca, muchos contemporáneos
asistimos
en la primera niñez. No contentos con estos primeros ensayos, los jesuítas, regidos por un ilustrado provincial, fray D i e g o de Torres, fundaron en 1611
un internado que bajo el nombre de Convictorio
Francisco
Javier,
fico Instituto. había
de
San
iba a ser la cuna de nuestro actual y magní-
Aceptando la donación que en otra parte dijimos
hecho a la orden en ese
año el capitán Fuenzalida, de
una casa de su morada sita en la plazuela de
su propia igle-
sia, y en cuyo solar se edificó .más tarde (después de la expulsión) el actual palacio
de Justicia
( l ) , abrióse allí una aula de
estudios para laicos y eclesiásticos, a cuyo fin se le incorporó más larde el Seminario, fundado poco hacía por Pérez de Espinosa.
Veinte y cuatro años más tarde ( 1 6 3 5 ) volvió a sepa-
rarlos el obispo S a l c e d o
y desde, entonces, con un corto inte-
rregno, ambos establecimientos conservaron cia en que viven hasta
la feliz independen-
hoy día ( 2 ) ,
( 1 ) Fué. según Carvallo, el primer rector de esla casa el padre Juan de Umanes con 4 adjuntos como prolesores. Consérvanse todavía los nombres de los primeros colegiales, y lueron éstos: Alonso Zelada, Pedro Zagarra, Juan González Chaparro, Pedro Azocar, Valeriano Ahumada. Alonso Merlo, Ascensio G a liano, Juan del Pozo. Antonio Molina. Pedro Medina, Juan de Rivadeneira, Pedro de Córdova. Juan de Gamboa y Ambrosio de Córdova. (2) El Convictorio de Sun Francisco Javier, ü la expulsión de los jesuítas en
HISTORIA
DE
255
SANTIAGO
Sin duda por el mismo tiempo, los jesuítas fundaron su propio noviciado en el c o s t a d o sur de la C a ñ a d a , bajo la invocación de San grandeza
Francisco
de
de Borja,
España,
que
no
barón ilustre, de la más alta hacía
mucho había ganado al
claustro la vista del cadáver de una reina que fué hermosa, encerrada en su ataúd. P e r o si hemos de creer al historiador C a r vallo, no edificaron la
Iglesia de aquel
con 3 3 mil pesos que obsequiaron a
nombre sino
la orden dos
en 1 6 4 6 caballeros
de S a n t i a g o , que tomaron el hábito (don G o n z a l o y don Francisco
Ferreira),
Baides,
y don
J o s é de
Zúñiga. hijo
que después de la gloriosa
del marqués de
muerte de su padre, vino
de novicio desde España. El colegio
máximo,
como se denominaba la Compañía
que t o d o s
hemos conocido, así c o m o su iglesia, fué puesto bajo el patrocinio de S a n A'liguel Arcángel, L a s ofrendas, por lo demás, habían sido tan numerosas como espléndidas, a contar desde el día que los padres pisaron el suelo de S a n t i a g o , siempre blando y prolífico bajo la sandalia. D o s viejos capitanes. Andrés de Torquemada y Agustín Briseño, juntaron su caudal, y por escritura que lleva la fecha de
pública
1 2 de O c t u b r e de 1 5 9 . 5 lo oblaron a la
orden, comprometiéndose a más a crearle durante su vida una renta anual de 3 0 0 pesos. Torquemada cumplió exactamente su palabra hasta 1 6 0 4 en que fundador,
murió,
y
por esto
fué
declarado
Briseño, enredado en pleitos, sólo alcanzó a entregar
1767 lué convertido en el tamoso Colegio carolino o colorado, como se llamaba popularmente por el traje de sus alumnos. En 1813 la independencia suprimió el nombre y lo cambió en Instituto, que hoy conserva, con menos propiedad gramatical que la que fuera de desear en una corporación de estudios, pues nuestros abuelos lo copiaron del InsíHufó de Francia que tiene diverso propósito, como llaman el Panteón a nuestro cementerio, siendo que éste no estaba consagrado a la gloria, sino simplemente a los hu sos de los moríales. El Seminario llamábase el Colegio azul por la ropa de sus educandos. Ambos ocuparon más farde un edificio que construyeron los jesuítas en la calle de la Catedral, a tres cuadras de la plaza y en cuyo solar se edificaron (res de un mismo orden en los primeros años del presente siglo, y son loa que hacen ángulo al suroeste, entre la calle del Peumo y la de la Catedral. Parece que toda esa manzana iué de los jesuítas, porque Carvallo dice: «Tenían comprada una manzana a distancia de 7 5 0 varas de 'a plaza mayor para edificarla con todas las comodidades necesarias a fin de que los colegiales no saliesen a la calle ni a las casas de sus padres, has a concluir sus estudios». Cuando Salcedo separó el S e minario, se estableció éste probablemente en la calle atravesada de Santa Ana a la Compañía que estaba allí vecina y falvez con comunicación interior. Este era el edificio que el mapa de Ovalle señala con el nombre de San Ángel, y que. según Eyzaguirre, era sólo una cas'a alquilada, probablemente a los mismos jesuítas.
256
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
al tesoro de S a n Ignacio 6 , 7 0 7 pesos; y en consecuencia únicamente el título de
alcanzó
bienhechor.
M á s adelante, \m caballero portugués muy rico y muy devoto, llamado don Domingo Madureira y Monterroso vino en auxilio de la orden
con
cuarenta
talegos de a mil pesos,
y
cambió
además el grave título de alguacil del S a n t o Oficio por la humilde sotana
de J e s ú s . O t r o de los bienhechores
de la C o m -
pañía fué don J e r ó n i m o B r a v o de Saravia, y su hijo don Francisco, primer marqués de la Pica, que erogó
1 0 mil pesos de
sus rentas del mayorazgo de S o r i a en Aragón, feudo actual de esa familia, según en otra parte dijimos. Esta lluvia de o r o , así como sus servicios
positivos a la ciudad
y al reino, fueron levantando la prepotencia de los jesuítas con tal rapidez y pujanza, que a los 3 0 años de su establecimiento comenzaron a pensar en constituirse en provincia independiente. Hasta esa época
habían
prestado
obediencia a la de Lima, y
aunque en 1 6 1 0 , según el oidor C e l a d a , sólo
contaban
veinte
sacerdotes en sus claustros, en 1 6 2 7 su número debió ser mucho más considerable, pues en ese año se consumó la separación de las dos provincias. La era de la grandeza mundana y por lo tanto perecedera y funesta
de
los
jesuítas
iba a comenzar en gran
manera desde ese propio día. No se observaba en los otros claustros de la capital un progreso ni tan rápido ni tan provechoso habían sido los grandes obreros
al
pueblo.
L o s frailes
místicos de la conquista, sol-
dados y apóstoles a la vez, bautizando a los gentiles con una mano y acuchillándolos
con ¡a otra. S u espíritu de cuerpo, su
disciplina y su obedecimiento
ciego a la voluntad de un supe-
rior, les había hecho los más aptos y eficaces propagandistas en el Nuevo Mundo. P e r o entrados en el pacifico y soñoliento ciclo del coloniaje, su ocio, sus disturbios dalos en las costumbres
disciplinarios y sus escán-
comenzaron a crear
embarazos a los
gobernantes civiles. Ocurrieron los últimos más c o m o precaución que como
remedio, a restringirles los permisos de fundaciones
que antes se los concedía con la mayor
liberalidad.
«También
a veces se levantan hermilas, decía el marqués de Montes C l a r o s , virey del Perú en 1 6 1 5 . tratando de aleccionar a su sucesor en estas propias dificultades, en que yo he procedido (y conviene ir)
HISTORIA
DE
257
SANTIAGO
con mucho recato, mayormente cuando lo intenta alguna religión, porque si, hecha la hermita, le van arrimando aposentos, en dos dias ya es c a s a fundada»
(l).
E r a con todo la orden de los dominicos, según hablar de su instituto en el pasado siglo, la que
notamos al se
había la-
brado más títulos al aprecio público por su amor a la difusión de las luces. En
1 6 1 9 había obtenido, en efecto, del papa P a -
blo V una bula creando
una
especie
que daba grado de bachilleres,
de
universidad
sofía y de doctores en teología y cánones. Llamóse versidad
pontificia
siglo a la Real
de
Santo
Universidad
Tomás de
pública
maestros y licenciados en filo-
San
ésta
Uni-
y precedió por más de un Felipe,
que sólo tuvo otro
siglo de existencia ( 2 ) . No obstante, los frailes dominicanos pagaban su tributo a la tendencia de la época por emanciparse de la tutela
extranjera,
a que habían vivido sometidos. C o m o los jesuítas, sólo contaban en 1 6 1 0 veinte cofrades; pero ya antes de esa fecha habían iniciado turbulentas gestiones
con
el
propósito
de
conseguir
aquel objeto, por manera que dos años más tarde ( 1 6 1 2 ) , el general de la orden Alejandro Seneusi les otorgó el lleno de sus deseos, declarándolos segregados de la provincia de Lima. R e sistió, empero, el cumplimiento de aquel
mandato el provincial
Cristóval de V e r a , allegado sin duda al bando de la dependencia de Lima, con el pretexto de que aquel no había obtenido el pase del C o n s e j o de Indias, según estaba mandado por una real orden de 8 de Enero de 1 6 1 0 . Levantóse contra
esta
estraña
(1) Memorias de los virreyes del Perú, t. l.o, pág. 6. ( 2 ) El ilustrado sacerdote don Ignacio Víctor Eyzaguirre conserva original la bula de Pablo V. que creó este cuerpo docente tan poco conocido. Según el plan de estudios que en su virtud se planteó en Santo Domingo y que subsistió hasta 1810 y aún después, el bachillerato en filosolía se obtenía después dedos años de estudio dando examen de metafísica y lógica. Tres años de estudio bastaban para hacer un licenciado, y eran maestros los que habían soportado un examen general. La teología se estudiaba en cuatro años por el texto de Santo Tomás, el santo de la invocación de la Universidad. En el primer año se estudiaba la Pars prima.—En el segundo la Prima secondce.—En el tercero la Secunda secondee y en el cuarto la Teríia pars. Necesitamos sólo añadir que toda esta algarabía, que era la misma que nuestros abuelos llamaban sabiduría, se estudiaba en latín, lo que equivale a decir, que ni maestros ni discípulos entendían lo que enseñaban ni lo que aprendían. 17
258
BENJAMÍN ,VICUÑA
MACKENNA
resistencia un padre definidor llamado Bartolomé Montero, y sus adeptos lo hicieron provincial independiente. D e aquí una serie
de
desafueros y
parcialidades, hasta que en 1627,
alborotos
entre a m b a s
el propio año de la indepen-
dencia de los jesuítas, U r b a n o VIII les dejó libre de constituirse a sü albedrío,
a
condición de
que
sus
claustros
encerrasen
ochenta religiosos. La condición no era de difícil nada, los vencedores de Espinosa; pero
eligieron
los
con
gran
recalcitrantes
lidad, y así corrieron ya a los unos y a
cumplimiento,
y una vez
regocijo
a
volvieron a
los capítulos con
los otros, durante
lle-
Baltazar
decir de nu-
alternativas favorables,
todo
un
siglo, o c o m o
es más propio decir, durante todo el coloniaje. Análoga suerte habían corrido las órdenes de S a n S a n Agustín y la M e r c e d . Habíase el primero por su
más crecido
distinguido,
número, que
el doble de los otros, por la santidad monjes,
de
los que trae larga
que
se
atribuía a
las murallas
rable claustro, y el único que merezca tal, vénse aún pintados por p o c o
hoy
un
Perú y en Chile, a donde pasó en su esposa doña Baltazara de
los retratos
X e r e s de Extremacapitán en el
habiendo
1593,
desatendió
de sus hijos, tomó el hábito el 3 0 de abril del reverendo una
su vene-
el nombre de
turbulento
Astorga,
milagro
sus que
bisabuelo del C o n d e de
la conquista, un caballero noble natural de dura, que después de haber sido
de
día
verídica b r o c h a
del padre T o m á s de T o r o Z a m b r a n o ,
origen, que alargó por
embargo,
era generalmente
nómina el padre Guzmán,
es preciso decir era franciscano. En
en el año subsiguiente; el
Francisco,
sin'
perdido a los
ruegos
de 1630,
y murió
fray J o r g e , inglés de
viga que
había
quedado
corta en la iglesia de la S e r e n a y dio su nombre a la hacienda que aún lo lleva en la b o c a del río Limarí, del lego fray J u a n de B u e n a
don P e d r o de O s o r e s , el de fray Antonio del convento del Monte, Chimeros, que tenía especialmente
el
y por
Ventura, sobrino
que murió
en
del
último,
Gutiérrez, fundador
1602,
el
lego
el místico don de hacer bajar los
Cachapoal,
neros recogidas de limosna,
para
el
presidente Pedro ríos
y
pasar las manadas de car-
prerrogativa
inapreciable
que
en
HISTORIA
estos años de aluviones, de
DE
259
SANTIAGO
contratistas
de
ferrocarriles y de
ríos crecidos y sin puentes, habría valido millones ( l ) . 1
Tan a parejas
corrían
los
claustros de las diferentes que ocupándose de ellos
disturbios
conventuales
órdenes regulares en
una sola ocasión
un
«qué habiendo
recibido
en
años
los
gobernante
de Chile en carta al rey de E s p a ñ a (2), le dice de nicos
en
en aquellos años,
pasados
los domi-
un visitador,
después le levantaron la obediencia y obligaron a que se fuese con algunos escándalos» .De los agustinos el año
pasado grandes
discusiones
que
«habían tenido
y escándalos, negando
obediencia a su provincial». Y, por último, de los
la
mercenarios
que «tenían también algunas relajaciones, y si no fuera
la
pru-
dencia de su visitador, hubieran los alborotos y escándalos que otras veces ha tenido esta religión». Y finalmente, para completar este cuadro de efervescencia y anarquía eclesiástica, decía en esa misma epístola el presidente al rey,
que el
obispo
de S a n t i a g o había celebrado un sínodo
sin hacerlo saber al gobierno,
«disponiendo las
cosas
contra
lo que debiera mirar». El único claustro que había e s c a p a d o al
furor de
las
mu-
danzas en la primera mitad del siglo X V I I , era el de las monjas agustinas, que siempre
continuaban entregadas a la pacífica
tarea de enseñar oraciones y la manera de trabajar dulces de pasta y de alcorza a las hijas de los nobles, única enseñanza de la mujer de esa é p o c a . S u número, por tanto, se había aumentado de una
manera
prodigiosa. Asegura
el padre Ovalle que
en 1 6 4 6 existían 5 0 0 mujeres en aquella c a s a de
reclusión ( 3 ) ,
(1) Véase las inscripciones que los retratos mencionados tienen al pie. Entre estos es notable por su ingenuidad el siguiente: «El siervo de Dios fray Juan de Cañas, estando ocupado en la obediencia, se ahogó en el rio Maipo, y después de un día se halló su cadáver en la orilla custodiado de una multitud de pájaros que no le habían tocado su carne. Lo trajeron aquí para sepultarlo, y al entonarle el responso le comenzó a salir sangre de narices como si estuviera vivo». Según estas mismas inscripciones, el padre Pedro Hernández «cerró la plana de su vida con la dorada rúbrica de una muerte preciosa». (2) El presidente don Luis Fernández de Córdova a Felipe IV.—Concepción, lebrero 1.° de 1627, publicada por Gay.—(Documentos, f. 2.°, pág. 3 4 7 ) . (3) Según el obispo Villarroel, había en 1647, 4 0 0 monjas, pero no distingue entre profesas, legas, sirvientes, etc. En 1610 su número había sido sólo de 80,
260
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
lo que explica el lento crecimiento de la población de la ciudad, y de aquellas, 3 0 0
eran monjas y las demás Sargentas, legas o
amas de servicio. Un solo vecino, el Molina,
como
sus muros ocho tro
la
hija
de
Juan
capitán don Jufré,
Jerónimo
encerró
dentro
de de
de sus hijas, resolución p o c o meditada, a nues-
juicio, pues más habría importado
biese ofrecido a aquellos
hijos,
ocho
contamos, había presentado
por
a
la
república las
que según
esa misma
en otro
época
el
hulugar
capitán
don Luis de las C u e v a s , armados de punta en blanco para servir en la guerra. S i g l o s después ocurrió, sin embargo, un c a s o semejante con el célebre superintendente de la C a s a de M o n e d a , don J o s é S a n t i a g o Portales, que dotó los monasterios de S a n tiago
con nueve jóvenes de su extirpe,
precaución
de
distinguirlas
otras tantas para
el
bajo
bien
diversos
cuidado de la casa
que éste tuvo velos
y
la
y dejar casi
conservación
del
nombre. C o m e n z a b a a rivalizar con esta prichos de la moda,
otra
religión, a virtud de los ca-
casi tan antigua c o m o aquella, pero
que había venido de lejos y era el segundo monasterio de monj a s establecido entre nosotros. U n a dama llamada doña Isabel
de Plasencia, había fundado
en O s o r n o en 1573,
esto es, dos años antes que otras damas
viudas
Santiago
fundaran en
un claustro de Clarisas
el monasterio de las
Agustinas,
b a j o la invocación de S a n t a Isabel, y
aquella piadosa señora había sido su primera abadesa. S i n emb a r g o , parece
que
su fundador originario fué el
clérigo J u a n
D o n o s o , que para este efecto hizo donación por escritura de 7 de febrero de 1678 de Ponzuelo
de dos barras de oro
del opulento mineral
que estaba entonces en todo su auge.
Rescatadas
con
acerbas
penalidades
aquellas infelices reli-
giosas de la destrucción que padecieron las siete ciudades, llegaron a
S a n t i a g o en 1604,
doña Francisca de Ramírez, hospitalidad
bajo la
dirección
y mientras se
adecuada: se mantuvieron
de S a n F r a n c i s c o del Monte. una iglesia en
la
parte
refugiadas en
septentrional en S a n t i a g o
la
de la C a ñ a d a en
Lima,
la
aldea
sus celdas y
nombre de Palma, y
abadesa
proporcionaba
Edificaron después
tios donados por unas señoras del mosnas que recogieron
de
les
y en sicon li-
donde
uno
HISTORIA
piadosos caballeros oblaron inducidos por el
fervor
DE
en
261
SANTIAGO
su obsequio treinta mil pesos,
del conde
de M o n t e - R e y que
gober-
naba a la sazón en el Perú. El rey de España, por cédula de 1.° de febrero de 1 6 0 9 , les otorgó además una suma dé o c h o mil pesos y un subsidio anual de cuatrocientos. S u número era entonces de sólo veinte y cuatro hermanas ( l ) , Al poco tiempo de su llegada a S a n t i a g o pudieron, pues, las pobres
peregrinas c o l o c a r en
sus
Cristo, que las había guiado entre
altares los
la
famosa
efigie de
bárbaros y una
de la Virgen que habían azotado los indios
:
imagen
por escarnio, pero
que pudo recuperar un animoso lego de S a n F r a n c i s c o llamado el hermano L u c a s . Una y otra reliquia
existen
todavía
en sus
respectivos tabernáculos. El obispo Pérez de Espinosa, que regía al
tiempo de su in-
greso a l a diócesis de S a n t i a g o , las dejó, al partir para
España,
sujetas a las reglas de S a n
la obe-
diencia
de su provincial,
F r a n c i s c o y sometidas
que vivía allí vecino y
a
podía cuidar
de ellas. C a ñ a d a de por medio. Fué, no obstante, esta medida de tan poco acierto, que trajo
más tarde
un cisma y una re-
belión por consecuencia. En la mitad del siglo que r e c o r r e m o s , las clarisas habían alcanzado, padre Ovalie dice en
sin
embargo, todo su auge. El
su historia que comenzaban a
da§ con más favor en el vecindario que y de ellas añade
e! obispo
Villarroel
consejero A r o y Avellaneda,
que
calzas para representar a lo
vivo
el
desavenencias
y
ser mira-
las agustinas en
«sólo les
su
mismas;
famosa carta a]
faltaba andar des-
monasterio
imperial
de
Madrid* i Tantos alborotos,
narradas, no habían sido
obstáculo,
cada religión construyese en
porfías c o m o quedan ya a pesar
de todo, a
que
parte privilegiada de la ciudad y
en los sitios en que levantaron sus primeras humildes hermitas, un suntuoso templo, hecho, en rivalidad las unas de las otras y c o m o el monumento que
atestiguara
el predominio especial de
c a d a una sobre l o s fieles. C o m o era natural, la C o m p a ñ í a había sido por el arte y por el lujo la más grandiosas
de
( 1 ) Carta citada del oidor Celada,
aquellas construcciones. 1610.
«Fuese
262
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
trabajando, dice el jesuíta Olivares, a toda
costa, y se
levantó
una iglesia de cal y canto muy capaz y honrosa, cubierta cinco paños, llena toda de tos. La
artesones, primorosamente
capilla mayor quedó
con
dispues-
con mucha capacidad, se levantó
sobre cuatro robustas y bien proporcionadas columnas y cuatro a r c o s torales: se cubrió con una media naranja dé madera, bien enlazada y ajustada y firme, al parecer de todos». Treinta y seis años tardó la construcción de la primera pañía
( 1 5 9 5 - 1 6 3 1 ) , y su costo pasó de ciento
cados. S ó l o
su
tabernáculo,
dice
el
Com-
cincuenta mil du-
historiador
Eyzaguirre,
valía treinta y dos mil pesos, y esto sin tomar en cuenta el trab a j o gratuito que
ofrecían los obreros y gañanes y
las
dona-
ciones abundantes de materiales de construcción y otros artículos con que contribuían la piedad de
los vecinos.
«El hermano
Miguel de Telena, dice a este respecto el P a d r e Ovalie, contemporáneo de los fundadores de la orden
de J e s ú s ( l ) , que
murió
después de haber trabajado muchos años en la iglesia que tenemos hoy de piedra, con grande edificación
y ejemplo, me solía
contar que aquellos vecinos antiguos tenían un modo unos con
otros, sobre quien
favorecía
tanto grado, que se sentía cada
más a
uno de
de celos,
la Compañía, en
que se
acudiese pri-
mero que él, otro ninguno.» S e g u í a s e , sino en magnificencia, en categoría, la catedral que en otra parte digimos había
fundado el
ascético
Hurtado
de
M e n d o z a . La nave principal era de piedra de cantería con vistosos a r c o s y por ambos lados corrían dos alas cometido el error de edificar de adobe,
bien
que se había
que
sus
muros
se hubiesen apoyado en tan sólidos estribos (tres por cada parte), que un contemporáneo los llamó montes
(2). Formaban es-
tas naves laterales quince capillas, entre las que sobresalían las de S a n J o s é , la de S a n Antonio, a b o g a d o nes,
que se reverenciaba para
evitar las
del
de
las
inundacio-
Mapocho,
el de
la virgen de la Victoria, ya nombrado en otra parte, que tenía en sus costados dos hermosos bustos de S a n P e d r o y Santiago,
los apóstoles de R o m a y de nuestra capital, y por
(1) Historia, pág. 3 3 9 . ( 2 ) El obispo Villarroel, carta citada.
último
HIST0KÍA
DE
263
SANTIAGO
la capilla llamada de S a n Francisco de Ovalle, que este c a b a llero, ya muy anciano en la época a que llegamos (1647), había fundado y sostenía.
Distinguíase
este
tabernáculo
famoso Cristo de busto que don Francisco había
por un
hecho
venir
de Lima. D e los conventos
de regulares,
el
que más sobresalía era
S a n t o D o m i n g o . El prior, J u a n de la R o s a , minar una hermosa iglesia de cal y ladrillo
acababa de
de
arquería
tery de
tres naves, que contenían quince capillas y a la que daba a c c e s o una gradería de piedra, dice el obispo Villarroel, cual no la había más suntuosa en el palacio-convento del Escorial. La M e r c e d era la construcción de más humilde tre los edificios conventuales, pues se había
aspecto en-
fabricado sólo de
adobes; S a n Francisco tenía, al contrario, una famosa torre, ya descrita por el padre Ovalle y que otro eclesiástico de su é p o c a llama
«la mejor de las Indias» ( l ) .
P o r último, los Agustinos hacía sesenta
años a que se o c u -
paban de levantar un templo de grandes proporciones. taba del todo terminado todavía,
y en 1647
ros
techumbre.
trabajaban
en
rematar
su
N o es-
numerosos Pero
ya
obredesde
hacía 4 0 años (1606) guardaba bajo sus bóvedas las más prec i o s a s de nuestras reliquias
sagradas si no hubiera existido la
virgen del S o c o r r o , queremos decir el famoso Cristo nía,
llamado más comunmente el Señor
de Mayo,
de la
ago-
que sin ser
ensamblador construyó en aquel año. y dicen que por milagro, el lego agustino P e d r o Figueroa. Había sido también de gran auxilio a los padres un valioso legado
que les
dejara en
aquel
mismo año, y por
pública otorgada en el C u z c o , con neral del mar del sur Hernando
escritura
fecha 9 de agosto,
Lamero
Gallegos.
el ge-
Consistía
éste en la hacienda de Longotoma, que corría de mar a cordillera por un fértil valle, y que don Alonso de S o t o m a y o r había regalado a aquel caballero hacía quince pérdidas de o r o , verdaderas
o
fingidas,
años
por
ciertas
que experimentó
V a l p a r a í s o cuando el saqueo del pirata Hawhins. T o d a
en
la con-
dición que puso el magnífico donador fué el que se le otorga(l) Villarroel, carfa diada.
264
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
ra perpetuamente sepultura gratuita para él y sus desceneientes en todas las iglesias de la orden, espléndida permuta de cinco pies de tierra por un valle grande y hermoso c o m o un pequeño reino! D e las iglesias menores contábase la de clarisas, la parroquia
de S a n t a
Ana,
que
las agustinas y las a c a b a b a de
narse, la antigua capilla de S a n Saturnino, la la del colegio de S a n
Borja
de
reciente
bajo la dirección de Gabriel
ruego de de
termiLázaro,
construcción, y
último, la de S a n J u a n de D i o s , pues los den habían venido en 1 6 1 7 a
de S a n
frailes
de
Alonso
de
por
esta orRivera y
Molina ha hacerse cargo
del
antiguo hospital del S o c o r r o ( l ) . En el sitio en que había exis" tido la primitiva capilla de este
nombre
edificaron
mayor al santo de su institución, quitando así a
éstos
aquella
otra vene-
rable c a s a su antiguo y legítimo nombre. Existían, por consiguiente, en S a n t i a g o
por el año de 1 6 4 7 ,
y cuando tenía s ó l o trescientas c a s a s de moradores, no menos de doce iglesias, capillas y monasterios, que ocupaban con sus muros talvez un
tercio
del
circuito
capital un aspecto de lúgubre y desierto de sus calles, la sombra
poblado.
solitaria crecida
Adquiría así la
solemnidad, de sus
que
lo
huertos,
lo
encerrado de sus edificios y el aire de tristeza y de austeridad que era congenial a aquel siglo, contribuían a revestir de cierto melancólico
encanto.
P e r o ai! T o d o aquel conjunto de nobles mansiones y de elevados tabernáculos iba a desplomarse al impulso de un
soplo
y en la hora misma en que con más profunda confianza se entregaban las familias al dulce reposo de sus techos. L a hora del espantoso terromoto de 1 6 4 7 iba a
sonar!
( l ) Esfe Gabriel de Molina era manchego. como don Quijote, pero hombre de mucho seso y autoridad. Tanta era ésta que, en una disputa que el ya célebre deán Santiago tuvo con el obispo Salcedo, ignoramos por qué motivo,, le nombraron ambos mediador. Fué también célebre entre los hospitalarios fray Francisco de Velazco, que nunca se firmó sino fray Francisco Pecador. Cuando enfermó de muerte fué preciso que el obispo Villarroel le ordenara bajo precepto de obediencia el que comiera carne. A su entierro asistieron en cuerpo el cabildo eclesiástico y al capitular de la ciudad.
CAPÍTULO
XIX
El gran t e r r e m o t o Las primeras horas de la noche del 1 3 de mayo de 1647.—Insíaníaneidad súbita y terrible con que llega el terremoto.—Sus principales caracteres físicos, y manera como se hace sentir en Concepción, en Mendoza y en Arica, donde sale el mar de su lecho.—Su duración.—Ruina completa de la ciudad.— Estragos en los templos
y su valorización.—Comparativa
conservación
de
San Francisco, San Saturnino y San Juan de Dios.—Los edificios públicos. —El terror embarga a los
presos y no huyen.—Número
exfraordinnrio
de
muertos, particularmente entre los niños.—Manera de sepultar los cadáveres. - Heroicidad del obispo Villarroel y lances que le ocurrieron.—-Doña Ana de Quiroga.—Don Lorenzo
de Moraga el emplazado.—Milagros.—La
mañana
siguiente.—Patética descripción de la Audiencia.—Celo de sus miembros por el orden público.—Ahorcan a un negro que se decía hijo del rey de Guinea. — S o n trasladadas a la plaza las imágenes del Socorro
y del Señor de mayo.
—Establécese la cofradía de San Nicolás de la penitencia
y la rogativa pú-
blica que todavía se conmemora.—Pánico al caer la noche del 14.—Sermón del obispo e inaudito alcance
de su voz.—Tranquilízanse los ánimos.—Me-
didas que adopta el cabildo para proveer de víveres y desaterrar la ciudad. —Construyese en la plaza una iglesia provisional.—Gran
reunión
que cele-
bran en ella las autoridades y vecinos y voto solemne que hacen y no cumplen.—Plan de mudanza de la ciudad a otro asiento.—Sesiones
públicas del
11 y del 16 de octubre sobre el particular.—Triunfan los que están por conservar la planta antigua.—Noble empeño del cabildo por la reapertura de las escuelas públicas.—Influencia local y social del terremoto.—Tendencia de profundo misticismo que imprime a los espíritus.—Reflexiones.
E r a la noche del para siempre memorable 1 6 4 7 . El aire estaba Trío
como
asomo
atmósfera se ostentaba pura y diáfana,
del con
13
de
invierno, esa
mayo
de
pero la
transparencia
266
BENJAMÍN
VICUÑA
profunda que es sólo peculiar a
MACKENNA
nuestro clima.
La luna ilumi-
naba con serena luz la ciudad, que se dormía entre los murmullos de su campiña y de la brisa. S ó l o el hombre velaba. Había corrido ya un largo transcurso desde que el esquilón de la catedral había tocado la hora de la queda, cialmente los
niños
y
la
servidumbre,
y las familias, espe-
habíanse
entregado al
sueño cuotidiano. En las c a s a s de más concurso, y
en
salas se recibían visitas, iban sentándose a la
de la su-
culenta cena que acostumbraban timo reposo, de los varios con
mesa
cuyas
nuestros abuelos antes del úlque,
a
pausas,
se
cada día. Eran las diez y media de la noche ( l ) ,
regalaban
hora
tardía
pero feliz en aquellos tiempos, la hora del corazón, de las confidencias,
de los
adioses
mudos, de esas
hacen del pecho del hombre un templo vulgo, la noche comienza
con el
mil
de
sueño.
emociones
misterios.
Para
que
P a r a * e!
las almas
que
guardan la eterna vigilia de la esperanza, las s o m b r a s son luz, y de cada grieta cavernosa de la tierra, c o m o de cada de los astros, se desprenden emanaciones
luminosas
destello
que mar-
can el rumbo de la tenebrosa vereda de la vida. En medio de todos esos cuadros del pasar
doméstico,
revelaban, sino una ventura envidiable, la paz de los cuando las diversas generaciones que
constituían
que
hogares,
cada
familia
habían perdido hasta la reminiscencia de los súbitos trastornos que inquietaron a los primeros pobladores, hacía
ya
setenta y
dos años ( 1 5 7 5 ) . vino súbito, callado, sin presagio el más leve y con un fragor tan instantáneo c o m o
espantoso
un
sacudón
volcánico de la tierra, que postró la ciudad entera por el suelo cual si fuera solo un montón de e s c o m b r o s rodados escombros.
«No hubo sino
un
instante entre
el
de
caer>, dice el obispo Villarroel en la relación clásica que ha dejado de aquel suceso que puso en evidencia ble carácter ( 2 ) . «Cayó tan
a plomo
la
ciudad,
otros
temblar y el su
nos
admira-
y con
tanto
( 1 ) Carvallo dice las 1 0 y 3 9 minutos. (2) Carta del obispo Villarroel al presidente del Consejo de Indias, García Haro de Avellaneda, de 9 de junio de 1647, publicada en el tomo 2.° de la obra Los dos cuchillos ya citada, y de las qne se han hecho varias ediciones por separado.
HISTORIA
DE
267:
SANTIAGO
silencio, añaden otros testigos no menos autorizados, que nadie creyó sino que en su casa había sólo sucedido» Semejante 1861,
el
en
esto
cataclismo
al terremoto que asoló de
(l). a
M e n d o z a en
1 6 4 7 diferencióse de la mayor parte
de los sacudimientos subterráneos
que han sido
el
azote
de
nuestro suelo, en que no vino precedido de ese ruido hueco y subterráneo las
que
ciudades.
sirve tantas veces de saludable advertencia a
P o r su instantaneidad, por su fuerza propulsiva,
que vomitó los cimientos
«cual si
ciertos fenómenos que se
observaron
volados en
por minas»
y por
la manera de verifi-
carse sus estragos ( 2 ) , es de creerse que nuestra capital fué el foco en que la oscilación alcanzó el máximum de su intensidad y de su desnivel, c o m o se supone ha sucedido en Arequipa el año aciago que a c a b a de pasar.
Sintióse en
vén muy apagado en la Concepción, y los que
en
efecto su vai-
hombres
ancianos
en ella habitaban hicieron instantáneas congeturas
de que
algo de extraordinario ocurría hacia el setentrión, juzgando así talvez por la naturaleza
y
el
rumbo
de
las oscilaciones que
allí se experimentaron. D e la otra parte de los Andes la repercución fué mucho más esforzada, se daban batalla los unos sía los oidores en su carta
a
los
«pareciendo, que los montes otros», dicen con ruda p o e -
ya citada. Hacia el
occidente
hin-
chóse el mar con un lento terror, y desatándose en seguida con furia nunca vista, fué azotándose de costa en costa y de paraje en paraje, c o m o si de un solo envión quisiera salirse de su lecho. Y hubo en ésto de singular que su mayor violencia a estallar en la fatídica costa de Arica, talvez
por
el
fué
recodo
que hacen allí los perfiles angulares del continente ( 3 ) . L a s olas echaron a considerable navio San
Nicolás,
distancia
sobre
que hacía p o c o
las
enjutas playas al
había llegado del P a p u d o
con un cargamento de trigo valorizado
en
doscientos
mil pe-
(1) Caria de los oidores a Felipe IV, de 12 de julio de 1648, publicada por Gay.—Documentos, fomo 2.o, pág. 457. (2) Villarroel dice que una de las piedras de la catedral, del peso de 10 quintales, saltó un tejado y fué a caer en el patio de la obispalía, sin haber dañado una sola teja, «cual si hubiese sido disparada por un cañón de crugía». (5) Según Carvallo, el terremoto de 1647 fué general en toda la América, como ha parecido serlo el último de 1868 y otros que oportunamente iremos mencionando.
268
BENJAÍMN
sos. Perdiéronse en él en
VICUÑA
MACKENNA
catorce vidas, y fué de maravillarse que
el C a l l a o no se tuviera noción alguna del suceso. O c u r r i ó
sólo que, cuando llegó la aterradora noticia, al tierra, lo
que
hizo
un
buque,
tiempo de
meses más tarde, llevando echar
el ancla, tembló en
decir a algún ingenioso que el
terremoto
«había ido e m b a r c a d o » . En cuanto
a
su
duración,
discrepan p o c o los recuerdos y
los testimonios. D e b i ó ser con exactitud nutos,
porque
de tres a cuatro
el tesorero real Zerpa afirma
zarse en el intervalo del sacudimiento
hasta
mi-
que pudieron retres
credos; uno
de los oidores aumenta el número a cuatro ( l ) . Entre tanto, la destrucción de S a n t i a g o
había
sido comple-
ta, irremediable, verdaderamente horrible, c o m o que delante de esa calamidad
empalidecen todas
sin exceptuar las de
nuestras aflicciones públicas,
eternas llamas del
horrendo 8 de Diciembre
1863.
T o d o s los edificios privados, sin la
excepción
quedaron hechos escombros, y por consiguiente inhabitables. Igual suerte más
corrieron
los
de uno solo, completamente
edificios públicos,
sólidos c o m o los frágiles, los antiguos como los de
reciente creación. En la Catedral contra los dra; la
embates
se
mantuvieron de pie
del terrífico choque algunos a r c o s de pie-
Compañía fué arrasada
Domingo, que
sólo
los más
acababa
hasta sus cimientos; en S a n t o
de entregarse
al
culto,
no quedó ni
una celda que diera albergue a sus frailes, y otro tanto sucedió en la parroquia de S a n t a
Ana, que era también de fábrica re-
ciente; el edificio inconcluso
de S a n Agustín
cayó
sobre
sus
( l ) El regente Santillana, carta al rey de junio 7 de 1647,—Carvallo dice siete' minutos, pero hay en esto sin duda exageración. El escribano del cabildo, Toro Mazóte, habla de un cuarto de hora y otros hasta de media hora. Bajo el rubro de Subseso rraro misericorDioso, asentó aquel en efecto en el libro del cabildo, legajo 32, pág. 284, una curiosa pieza que comienza de la manera siguiente y que hemos copiado del original: «SUBSESO RRARO Y MISERICORDIOSO.» En trece de mayo de 6 4 7 día lunes a las diez y media de la noche (siendo gobernador, e'.c.) para mostrar Dios nuestro señor su infinita misericordia tembló la tierra unos dicen que media hora y otros de un cuarto (somos del último parecer) mas en tanto estruendo, luerza y movimiento que al punto que comenzó a temblar comenzaron a caer los edificios que se habían erigido en el curso de más de cien años».
HISTORIA
propios andamios, del S e ñ o r de
sin
DE
269
SANTIAGO
perdonar, c o m o
se ha creído,
el
altar
la agonía, porque el milagro no estuvo en que la
imagen sostuviera su propio tabernáculo, sino en que, habiendo caído todo, éste
no fué derribado de la cruz. Q u e d ó ,
trario, la esfigie
firme
en ella y sin
que
al con-
se apagaran dos bu-
gías, que a esa hora tardía de la noche, dicen, le había encendido su que
el
propio artífice, que
aún vivía. En una relación vemos
Cristo se sostuvo sólo por un brazo, pero nada encon-
tramos en ésta sobre el pasmoso milagro de la corona de espinas caída de la cabeza al
cuello, donde
la
conserva todavía.
D e todas suertes, el templo que lo guardaba destrozado,
fué de tal
«que la máquina de él que quedó,
dice
manera
Villarroel,
no sirve a los religiosos sino de horror y espanto». La Merced,
como
das sus murallas,
hundiéndose
hubo en este templo var las fórmulas
iglesia de adobe, se desplomó sobre tola
con
ellas
particularidad
consagradas de
la
la
techumbre; pero
de haberse podido saleucaristía, lo que fué de
inmenso consuelo para la angustia de los fieles. L o s monasterios de
monjas, celdas y templos, cayeron todos
y en el de Agustinas habría ocurrido una pérdida considerable de vidas, si no hubiera estorbado un salida de las madres, porque los
accidente
la
instantánea
corredores que rodeaban
los
claustros se derribaron aníes que ¡as celdas, y a haber andado aquellas con más prisa, habrían sido sepultadas entre sus maderos. Notóse
también que ni la iglesia de S a n Francisco, con ser
la más antigua, ni la de S a n J u a n de D i o s , que era de adobes, ni la de S a n Saturnino, ya muy deteriorada por los años, padecieron grave detrimento, en la inmediación
y la circunstancia de hallarse las tres
de la base rocallosa dei S a n t a Lucía habría
dado lugar a alguna curiosa investigación geológica, si la destrucción completa del monasterio de Clarisas, que está allí inmediato, no hiciera aparecer el hecho c o m o de mera casualidad. D e S a n Francisco cayó sin embargo su esbelta torre, desplomándose s o b r e el coro,
que hundió hasta el suelo, haciendo en él
completo destrozo y quitando la vida a un lego que en esas horas estaba allí en oración.
En S a n Saturnino escapó ilesa la imagen
del santo que el obispo Villarroel había traído hacía poco de
270
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
Lima, y es la misma, según creemos, que se reverencia todavía en el templo de su nombre, que es hoy parroquia de
Yurigay.
D é b e s e a su inmunidad y a haber sido declarado a b o g a d o de la ciudad contra los temblores el que se le asocie
hasta hoy en la
solemne rogativa que todos los años se ofrece al S e ñ o r
de la
agonía, al que esta fiesta espiatoria está más especialmente consagrada. R e s p e c t o de los edificios profanos, esto es, la corrida de a r c o s que sustentaba en el costado norte de la plaza las C a j a s reales, la Audiencia, el Cabildo y la C á r c e l , anexa al último, cayó toda entera, cual si hubiera sido un solo muro. En la tesorería escaparon sólo los libros y la caja; en la Real Audiencia creyóse al principio que se hubiesen mantenido en pie algunos aposentos, porque, c a r g a d a s cierto aspecto
las puertas que daban a la plaza, presentaban
de conservación;
mas cuando se abrieron
se vio
que por dentro todo era ruina. O t r o tanto tuvo lugar en el C a bildo y en la C á r c e l ,
escapando el precioso archivo de aquella
corporación por tenerlo en su casa el escribano,
que lo era el
después célebre don Manuel de T o r o M a z ó t e . Fué digno de sorpresa que ninguno de los presos, cuyo número llegaba a veinte, se aprovechó de la turbación de aquella noche para
huir, por lo que se dio suelta a los más bajo de fianzas,
poniéndose en el cepo a los reos de alguna gravedad. El m e n o s c a b o de las fortunas privadas equivalió a la ruina de la república, que, aunque en sí era corta, fué completa e insubsanable. L o s oidores calculan
en dos millones de pesos el valor
de los destrozos, suma enorme para aquella época, y el obispo tasaba las pérdidas de las iglesias y conventos en más de 7 0 0 , 0 0 0 ducados ( l ) . ( l ) He aquí un esíracío de las cantidades que Villarroel Catedral Compañía San Francisco San Agustín.... Santo Domingo Agustinas Claras Total
s '.
asigna a cada iglesia:
3 0 , 0 0 0 ducados. 100,000 30,000 100,000 200,000 200,000 • 50,000 710,000
ducados.
S e observará que esta suma corresponde sólo a las grandes iglesias y conventos. Villarroel no computa la ruina de la Merced, Santa Ana y otras iglesias.
HISTORIA.
Í)E
271
SANTIAGO
Las pérdidas de vida fueron enormes, c o m o lo requería tan súbita c o m o completa destrucción, catástrofe. Perecieron casi
no menos que la hora de la
todos los niños de la ciudad y el ma-
yor número de los domésticos. La cifra oficial de muertos, según el cómputo del ayuntamiento,
fué de seiscientos,
pero J e r ó n i m o
de Quiroga lo hace subir al doble en todo el reino, y la
Real
Audiencia a mil. Hubo c a s a donde perecieron hasta trece personas, y por varios días estuvieron
acarreando los cadáveres a un
campo santo improvisado, habiendo ordenado el obispo que no se cobraran derechos, para hacer las inhumaciones más expeditas. Bajo
de la propia ramada que construyeron para habitación de
aquel prelado enterraron, según éste, catorce
cadáveres, y en un
solo día personas incógnitas dejaron expuestos sobre los escomb r o s de la Catedral mo. Traían
otros diez, que fué preciso sepultar allí mis-
los cuerpos muertos por las calles en
de a seis en seis, c o m o los troncos
parcialidades
humanos recogidos de la
Compañía, y su vista aterraba a los vivos. «Entraban, oidores, a carretadas, mal amortajados,
dicen los
terriblemente monstruo-
s o s los difuntos a buscar sepultura». L o s incidentes que de cada uno se contaban eran a cuál más lastimero. - El obispo, que fué sin disputa el más heroico de los moradores de Santiago, pasó también por uno de los más felices. En1
contrábase sentado a la mesa de su parca cena, acompañado de un fraile llamado Luis de L a p o , que parecía ser su
coadjutor,
pues él sólo le llamaba «su compañero» cuando le nombra, y le rodeaba una parte de su servidumbre, que, tan humilde c o m o era aquel noble pastor, pasaba,
según su propia
relación, de
treinta personas, encontrándose entre éstos dos pajes, hijos corregidor de C o l c h a g u a ,
don Valentín
de C ó r d o v a .
del
Cuando
vino el terremoto, el anciano intentó huir, pero estorbáronle en gran manera el paso sus familiares, sus pajes de servicio y los «muchachos que por los rincones se quedaban atravesar
dormidos». Al
un pasadizo cayóle encima una viga y le postró en
el suelo b a ñ a d o de sangre; pero asegura el santo
obispo
que
no perdió el sentido ni la fe, antes bien, encomendándose a su santo favorito, que lo era S a n Francisco Javier, cuenta él propio con su exquisita y tierna ingenuidad que le decía: «Javier, ¿dónde
272
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
está nuestra amistad?» — E s c u c h ó su plegaria aquel celeste amigo, y un paje que iba por delante y que también había caído, llamado L e o n a r d o de Molina,
logró
farol que aún pendía del zaguán,
recobrarse, y arrancando el llamó
s o c o r r o y sacaron de
los e s c o m b r o s al noble pastor, el cuerpo
todo
ensangrentado,
pero lleno de su espíritu de celestial unción. Constituido en la plaza y con una mala c a p a que le ofreció un criado, noche dictando medidas de salvación
pasó la
espiritual para los
fieles,
dando consuelos, oyendo confesiones y exhortando con su ejemplo a cuantos le rodeaban. D e otras personas de alta categoría llenos también
de
doña Ana
Quiroga,
de
social
referíanse lances
patético dolor. Una señora heroica
había logrado salvar
entrando y saliendo a sus
llamada
aposentos,
uno en pos de otro a nueve de sus diez
hijos, pero al penetrar en busca del último,
la
sublime madre
no volvió a salir. D e otro caballero contaban un c a s o verdaderamente extraño, y que, apartándolo del cúmulo de patrañas ventaba o creía, (como la de un Cristo ojos, la de un indio
que
había
parecidas), vamos a recordar,
que
que
profetizado
cada cual in-
había la
vuelto los
ruina, y otras
porque no lo contradicen ni Vi-
llarroel ni los oidores, y antes lo afirman. Llamábase éste don Lorenzo de M o r a g a , calidad, a quien por lo soldado nadie
se
«hombre le
de
gran
adelantó en este
reino». P o r alguna falta en el servicio, azotó en uno de aquellos días a cierto esclavo suyo, llamado M a t e o , «que tendría de noble algún retazo»,
dice
el
obispo,
porque de allí a los tres días
murió de pesadumbre, emplazando a su amo
para
ante el tri-
bunal de D i o s en un día fijo, c o m o P e d r o y J u a n Carvajal lo habían hecho con Fernando I V de España, llamado por esto el emplazado
y c o m o el templario
D e M o l a y lo hiciera con Cle-
mente V para pedirle cuenta de sus crímenes. Atemorizóse el capitán con aquella
profecía, y c o m o el em-
plazamiento se cumpliera aquel día. víspera de S a n
Bonifacio,
confesóse temprano y recibió la comunión. Encontrábase por la noche de tertulia en la casa del capitán Andrés de Neira, y en una torrecilla o mirador que éste había
levantado, por manera
que cuando surgió el arrebato de la tierra, aturdido aquél con
HIST0BIA
DE
la cita .del mulato, saltó por una mento. Y de esta
273
SANTIAGO
ventana y cayó
en
el
pavi-
suerte, si bien no perdió la vida, su sangre
quedó estampada al pie del muro,
como
señal
de
Aquella mancha era la sombra del emplazamiento,
su
caída.
que debería
perseguir eternamente al azotador ( l ) . P e r o los horrores de aquella noche de eterna memoria y de eterna advertencia para los hijos
de
Santiago,
no
allí. Habíanse abierto grietas sulfurosas en varias
terminaron partes de la
ciudad, y despedían éstas exhalaciones tan pestilentes, que infestaban el
aire; el polvo
de
los
escombros,
tan
caídos, había entoldado el cielo y extinguido, voroso eclipse, la claridad diáfana de desventura sobrevino
de
la
violentamente
como en un pa-
luna; y para
hacia las cuatro de l a . m a ñ a n a ,
se ha observado siempre en estos c a s o s
(descubriendo
colmo como alguna
secreta afinidad eléctrica aún no descifrada entre todos los elementos), una copiosa lluvia que, acompañada de un viento recio y glacial,
a c a b ó con las últimas fuerzas de un pueblo que va-
g a b a desnudo y desesperado
por
entre
las
sepulturas de sus
hijos y de sus fortunas. Fué el despertar de aquella noche horrenda una angustia mayor que todas
las
que
se
habían ido
sucediendo hora por hora, minuto por minuto en su prolongado transcurso, y nadie nos ha dejado de aquella escena
una pin-
tura más viva, patética y desgarradora que sus propias víctimas. «Y siendo el llanto común, dicen los oidores tada, y remontándose,
acaso
sin
elocuencia del dolor, ninguno
dejó
saberlo, de
en
al
llorar,
su
carta ci-
pináculo
de
la
concurriendo a
diversas horas del día y de la noche (a las prácticas religiosas), cuando daban lugar las faenas de enterrar los muertos, consolar los agonizantes, curar los estropeados, detener los que furiosamente se arrojaban sobre resucitar huérfanos
con que
bramidos
los como
simplemente
cadáveres los
preguntaban
rosos y los que peleando con los
inertes,
leones
sus
por
promontorios
queriéndolos cachorros;
sus
los
padres, llo-
altos de tierra
( l ) Villarroel cuenía que Moraga había referido el emplazamiento del esclavo antes del terremoto a varias personas, y entre otras al capitán don Luis de las Cuevas (que era quizá el que antes habíamos llamado el mozo) y a su compañero, fray Luis de Lapo. Este mismo caso cuenta el cronista Gil' González Dávila en su Teatro eclesiástico del Perú, 18
274
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKBNNA
que cubrían sus hermanos, sus hijos, sus jaban
los oían suspirar,
se les hubiese
amigos, se les anto-
presumían llegar a tiempo de que no
apartado el alma, y los hallaba
truos, destrozados, sin orden sus miembros,
hechos
mons-
palpitando las en-
trañas, y c a b e z a s divididas». Cuál más terrible y más verdadera U n a cosa consoladora y
descripción!
noble hubo,
es
preciso
confesarlo
al hacer memoria de aquella catástrofe tan infausta, y es la de que los vecinos de Santiago, «y
especialmente
espirituales y civiles se mantuvieron
a la
sus autoridades
altura
del
infortunio
con que los había visitado el cielo. AI romper la lenta luz de la mañana siguiente, veíase en el
centro de la
plaza arrimado
a un fogón que de maderos rotos había encendido uno de los mayordomos del obispo, a este ilustre prelado transido de frío y humedad, con su frente desangrando
y sin más
reparo
que
un lienzo con que lo atara el capitán J u a n Rodulfo Lisperguer, hijo del conocido don P e d r o y nieto campo cuyo propio
del
valeroso maestre
nombre llevaba. P e r o el generoso
de
anciano
no estaba solo. Acompañábale toda su clerecía y los regulares de todas las órdenes, a
cuyo
mayor
número
(de
cuarenta a
cincuenta dice el obispo) había habilitado para confesores. L o s miembros de la Audiencia y los de! Ayuntamiento
se
alterna-
ban también con él en las disposiciones que era preciso tomar, a fin de poner el posible remedio a
tan gran cúmulo de ines-
perados desastres. P o r el tiempo que recorremos ya no
existían o habían sido
promovidos a más altas cancillerías aquellos oidores que tanto habían sonado en los disturbios
del siglo.
Solo
González de
Güemes, ya muy anciano, conservaba su puesto, y en 1647 el decano del tribunal. A
los A d a r o , a
L u g o habían sucedido el doctor don y C e r d a (junio
de 1640),
de
Santiago,
Bernardino
de
Figueroa
cuatro años más tarde don N i c o l á s
P o l a n c o de Santillana, regente a la orden
era
los M a c h a d o y a los
sazón
y caballero
de
la
y por último, don Antonio Fernández de
Heredia, hidalgo manchego, el 12 de mayo de 1646. E r a fiscal el doctor don J u a n de Huerta. aquellos
celosos
funcionarios acor-
daron, fué la seguridad del pueblo,
L a primera medida
que
porque
es
preciso no oí-
HISTORIA
vidar que los habitantes de
DE
Santiago
aquel siglo y aún una parte del bra de un alzamiento de
275
SANTIAGO
vivieron siempre durante
siguiente, en la perenne zozo-
castas, principalmente de indios y de
negros, por el excesivo número de aquéllos y la insolencia congenial de los últimos. En
ausencia del gobernador, que lo era
don Martín de Mujica
Buitrón
y
y que se hallaba, c o m o de
costumbre, en Concepción, el oidor Heredia hizo s a c a r aquella misma noche las armas del sitio en que se las custodiaba y se distribuyeron entre los vecinos para
evitar los
robos y
desór-
denes por medio de rondas y patrullas. Fué, sin embargo, c o s a de maravillar que en una muchedumbre c o m o ha sido la de S a n t i a g o ,
fiel
innatas del aborígene y del negro, no sucedió hurto que pasase
tan dada a la ratería,
en esto a las
propensiones
de que aquella trae origen,
de cuatro palos y seis clavos de
los vertidos por las calles y sin dueños, según refieren los oidores. Tan grande era
el espanto
de
los ánimos, que así como
hoy cada remezón de tierra es juzgada ocasión propicia de ladrones, en aquel terremoto nadie
se
cuidaba
sino de restituir
lo ajeno, creyendo que luego comparecerían a donde no habían de necesitar ni lo propio ni lo
hurtado.
En cuanto a los des-
manes de otro género, se hizo a los tres carmiento ahorcando en la plaza a menzó a darse título y aire de rey
de
viandades, dice la Real Audiencia, se gancias de un natural
furioso,»
días un
terrible
un negro osado,
que
esco-
«y que con li-
Guinea divertía
a
hablar arro-
apellidándose al propio tiempo
hijo de rey. P a r a ofrecer a las afligidas familias, había convocado en la plaza,
cuyo mayor número se
otro orden
de consuelos, se di-
jeron aquella mañana (la del 14 de mayo) muchas misas al libre y teniendo los escombros por ristía del tabernáculo de la
Merced,
aire
altares; condújose la eucadonde
según dijimos ca-
sualmente se había conservado ileso, y se acomodó en una cajilla de plata, bajo unas cortinas de damasco que se arrancaron a la cama del obispo; los frailes
franciscanos trajeron también
en procesión hasta la plaza a la virgen del S o c o r r o , patrona de la ciudad, y los de S a n Agustín cargaron en sus propios hombros la imagen
de
su
cristo
milagroso.
Salióle
a
recibir el
obispo, y con los pies descalzos le acompañó buen trecho, co-
276
BENJAMÍN
locándole, que se
así c o m o
había
cen
los demás
improvisado.
lemne espectación
«y su
los que lo vieron,
que su rostro cielo,
inspira
que c a u s a b a
tristísimo», Entre
tanto
semblante
como
tutelares,
y
acertó
a
robados
espanto
y
sobre
muchos
sobrecogidos
todavía)
todo aquel
día
tesón.
continuó
Cuenta
un
altar
días en
so-
ser tan triste (didel
los
místico ojos
respeto,
terror
hacia
el
tenebroso
(la de los oidores) a
metereológicos,
temblando,
Carvallo
en veinte y tres
tiempo desarrollóse
ricos y
santos
Allí estuvo por
el mirarle
senta sacudimientos
propio
MACKENNA
y
(l)
ble y desesperante
autoridad,
VICUÑA
días,
trescientos
que
con
llegando, en
incansa-
ocurrieron
un
otra
año,
y al
una variedad de fenómenos
que
preocupó
intensamente
se-
según
atmosfélos
espí-
ritus (2). Al
caer
indecible
la noche,
se a p o d e r ó
arreciaron de la
los
sacudimientos
muchedumbre.
No
se
y un veían
pánico sino
( 1 ) Desde eníonces dala la procesión y rogativa llamada todavía del Señor de Mayo que costea la ciudad. En los primeros años lué una procesión de sangre muy solemne y sangrienta que tenía lugar a las diez y media de la noche de cada aniversario, con asistencia del presidente, los oidores, todas las autoridades y principales vecinos, que concurrían con cirios rojos. La ciudad entera se confesaba y comulgaba en ese día. El obispo Villarroel estableció también ana cofradía bajo la invocación del Cristo de la agonía y con el nombre de Jesús María y San Nicolás de la Penitencia, que bajo ofra denominación creemos existe todavía y es la que se hace cargo de los aprestos de la novena y de la procesión. El 2 3 de marzo de 1 6 7 2 (según una escritura pública que existe en una de las secretarías de la corte de apelaciones, citada por el erudito bibliófilo don Ramón Briseño) el capítulo de San Agustín, siendo provincial fray Juan de Toro Mazóte, ofreció a Carlos II el íítuto de patrono de aquella memoria, pero no sabemos si el diablo que aquel pobre rey tuvo en el cuerpo consintiera en que aceptase un don venido de tan lejos y de balde... (2) Los antiguos recordaban entre éstos una nevazón de tres días que cayó aquel invierno en Santiago y una inundación que tuvo lugar en el Tinguiririca, un mes cabal después del terremoto, en la que perecieron más de sesenta mil cabezas de ganado. La Real Audiencia da también cuenta al rey en su carta citada de un fenómeno extraordinario que ocurrió por estos mismos días (el 16 de junio de 1647) -Como a las seis de la tarde, dicen los doctos jurisconsultos, de una nube negra que cubría un girón del cielo, se despidió una luz como fuego, con la respuesta que pudiera dar un tiro de mosquete, y rompiéndose en el aire de la primer región centelleó pabezas como un cohete y se volvió a la nube, donde quedando formado en planeta como cometa de fuego, se desvaneció poco a poco sin dejar rastro». El lector habrá comprendido que se trataba de un simple aereolito o de una bola de fuego como se llama vulgarmente este fenómeno sencillísimo. Los ruidos subterráneos continuaron por más de un mes. «Se oían truenos como de artillería, dicen los oidores, y en acabando temblaba».
HISTORIA DE
semblantes desencajados surcados lenadas corriendo en pos de
de lágrimas,
madres desme-
los hijos y de los esposos; seres
fanatizados hasta el delirio que golpeaban las carnes,
277
SANTIAGO
con desgarradores
cubriéndose
de
sangre,
alaridos se
mientras
otros
oraban en el desmayo de ]a agonía y los más animosos pedían misericordia golpeándose los pechos, rrían las más insensatas
voces
gían c o m o ciertos, porque
y
puestos de
rodillas. C o -
presagios, y todos los aco-
el dolor es crédulo y supersticioso.
C u a n d o era ya de noche se precipitó sobre la plaza un tropel confuso de seres trera absolución,
enloquecidos
porque
alguien
a abrirse la tierra, y al oir
pidiendo había
aquel
junto al obispo, para el que se
gritos
la pos-
pronosticado
que iba
clamor
había
a
desmayáronse
fabricado
allí
casi
una ra-
mada, un fraile de S a n Francisco y la mujer del capitán O r o s c o . Exaltado entonces por un santo
e irresistible fervor
prelado, no enflaquecido por la fatiga, el hambre y el subióse sobre una mesa y púsose a desvanecer los
temores quiméricos
predicar ( l ) .
insomnio,
Empeñóse en
que surgíam entre los infe-
lices moradores, y arrebatado de su propia e intensa esforzó tanto la voz, que
el anciano
él mismo asegura haberle
agitación, escuchado
claramente en el silencio de la noche, un religioso del claustro de S a n t o Domingo. Pudo esto no ser una ilusión, porque la distancia no es excesiva, pero sin duda fué cosa de abultada ponderación y a c a s o de lisonja, lo que añade el mismo predicador, que tres capitanes y un hidalgo le oyeron pulpito», encontrándose a cinco
«como si estuvieran al pie del cuadras
ma que habiendo absuelto por tres
de distancia, pues afir-
veces a todos los que de-
bían diezmos a la iglesia desde hacía diez años
«a cada
abso-
lución- doblaban la rodilla», cosa que nos parece imposible suceder, a menos que
los capitanes
de la masa d e c i m a l . . .
Llamábanse
fueran éstos
gruesos
don
de
deudores
Nicolás
Flores
Lisperguer, don F r a n c i s c o C o r t é s y don J o s é de Guzmán, cuyos opuestos
y
encumbrados
apellidos
recuendan
los
feudos
( l ) Todo lo que el obispo había comido aquel día eran unos panecillos que le dio un capifán llamado Árcaya. Una mujer del pueblo le presentó también dos huevos. Otra un pollo, lo que para la ocasión era un banquete. Sin embargo, a cada momento el obispo repetía que no cambiaría su diócesis por el arzobispado de Toledo, pues encontraba ocasión de imitar a los primeros pastores de la iglesia.
278
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
domésticos de la ciudad, que sólo dudaron hasta
aquella hora
tremenda y niveladora. El cabildo, por su parte, se
reunía diversas
día al aire libre para deliberar sobre lo que
ocasiones en el
más urgía
después
de la ruina, esto es, la sepultura de los muertos y la curación sustento de los vivos. Acordaron se
desde el primer
y
momento que
pusiesen corrientes los molinos y se soltase el agua de las
calles para atender a los
menesteres domésticos; se
y tasa, es decir, inventario del trigo,
hizo cata
del maíz y del vino añejo
que existía en la ciudad, fijándose precio a cada artículo, y se escribió a todos los
ganaderos comprendidos entre el M a u l e y
el Limarí, que no reservasen sus carneros para las matanzas y engordas, sino que
los condujesen
a la
capital, donde se les
pagaría por sus justos precios. S ó l o dos semanas después del terremoto reunirse bajo techo, y esto en los portales
pudieron los
exteriores del cabildo
«por haberse asolado las c a s a s y corredores» que es la primera que está asentada en
ediles
los
y en esta
sesión,
libros después
del
cataclismo, corresponde al 3 de junio ( l ) . Reuniéronse la
primera
vez
don Francisco de Urbina, que
(junio
14) en casa del
ya había sido un tanto
y quedó acordado en esta sesión «que el mayordomo
capitán reparada
del cabil-
do, que lo era el capitán don Felipe Díaz, procediese a demoler los altos de la casa consejil con cuatro
peones
y un albañil,
que
era todo el número de operarios que habían logrado reunir los regidores. Dispúsose también que con desenterrase la campana del esquilón la falta que sin duda
la ayuda para
de aquellos
hacía a las distribuciones
cuotidianas de
una ciudad que no tenía otro reloj desde el alba a la Tratóse también de consultar un letrado s o b r e timo suspender las alcabalas dad pagaba a la
entrada
de
llamadas los
del
se
hacerla refundir, por queda. si sería legí-
viento, que la ciu-
caminos por
sus alimentos,
combustibles, jabón y otros enseres de uso diario e indispensable, así c o m o que se levantase el pago de los censos que gravaban casi
(1) Legajo número 3 2 que comprende desde 1643 a 1649.—^Archivo del cabildo).
HIST0BIA
DE
279
SANTIAGO
t o d o s los solares de la ciudad, en beneficio, por lo común, de los conventos y obras país. Mediante estos arbitrios y dos mil pesos que había enviado desde Concepción,
acompañado
same, el presidente Mujica, de
de una dolorida carta
de pé-
la infeliz ciudad comenzó a cubrirse
pajizos ranchos, levantados donde hubo antes salas arteso-
nadas y templos magníficos. Y desde aquella época hízose costumbre mantener en el patio interior de las casas un edificio de horcones
que
se
llamaba
el
«rancho»,
y
servía
de
refugio
seguro en los temblores. Una cuadrilla de peones, que se puso b a j o la dirección del capitán don P e d r o G ó m e z ( l ) , construyó dentro de los muros de las Agustinas una serie de
chozas en
que se refugiaron las infelices monjas, mientras que el incansable obispo promovía la erección de una iglesia provisoria construida
de tablas
en un costado de la
plaza y en el sitio que
hoy humedece con diáfanos vapores una de
nuestras
sencillas
y frescas fuentes. El cabildo se suscribió, a petición del alcalde Chacón, las de
con las
cuarenta
propias
tablas
para
aquel
don
edificio,
Antonio sacándo-
ruinas de sus casas, tan grande era y tan
irremediable la común
miseria. P e r o su principal obrero había
sido el almirable Villarroel. Notando que vacilaban los operarios en la
demolición
donde por
las
había
de
los
escombros
mucho que salvar,
vigas y comizas
capa el noble
viejo, y
que
de
la
catedral
antigua,
por temor de ser aplastados no cesahan de caer,
cogiendo un
adobe sobre
arrojó la
sus frágiles
hombros, fué el primero en penetrar en el recinto del
peligro.
Siguiólo, excitado por su ejemplo, el alcalde Chacón, y en seguida todo el pueblo, contribuyendo cada zo,
que
la
capilla
quedó
terminada
cual
con tal esfuer-
en los primeros días de
julio, no obstante la excesiva crudeza del invierno. Tenía la nave provisoria 1 4 0 pies de largo, y durante su contar
con
cuatro
altares
corto
uso llegó a
construidos especialmente
con
las
limosnas de un oidor. Apenas consagrada la nueva iglesia, convocóse el pueblo en su recinto en la mañana del 9 de julio, con el objeto de ofrecer ( l ) Acuerdo del cabildo, de 14 de junio.
280
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
un voto de expiación que aplacara la cólera del cielo.
Asistió
el obispo, la Audiencia, el cabildo, los prelados y los patricios de la ex-ciudad; y después de una solemne deliberación pusiéronse todos de acuerdo en erigir una ermita a la Virgen invocación de la Purísima a su intercesión
Concepción,
el haberse salvado
que así, sin embargo,
b a j o la
talvez porque atribuían
la ciudad
de su nombre,
no pensaran si hubieran de aguardar un
siglo más. «Acordóse, rezan las palabras textuales del acta que conmemoró
aquel
voto, se pidiese a la sacratísima Virgen
de
o s cielos, la Virgen S a n t a María, nuestra señora, y a su gloriosísima natividad un voto de festejarla con sacrificios divinos que se hagan perpetuamente a los trece de mayo», ( l ) En lo que hubo considerable discrepancia de opiniones,
fué
en el local que debería elejirse para levantar la ermita expiatoria. Porfiaban
los
unos que fuese al pie de S a n t a Lucía
«por
la calle que va de la plaza a la M e r c e d » , y otros en el
Basural,
«por la que pasa frente a la catedral en dirección al río»
(que ni
una ni otra se nombra de otro modo
en
el
acta respectiva).
Triunfó la última opinión, por sostenerla un rico e influyente vecino, el
capitán
don
Valeriano
de
Ahumada, que
dio su nombre,
por vivir en ella, a la calle que todavía lo lleva. P a r a su construcción don Valeriano ofreció cien pesos, por mitad, en dinero y en maderas, lo que equivalía
en esa coyuntura a un grueso
caudal. M a s no sabemos si llegó a oblarlos y si el voto corrió la suerte
de tantos
otros, públicos y privados, quedando sólo
estampado en el papel. L a ciudad de S a n t i a g o del Nuevo Extremo, quila
y opulenta
mansión,
cuyas
aquella feliz,
excelencias
poetas y narrado ponderativos cronistas,
habían
presentaba
tran-
cantado ahora
la
imagen de un vasto cementerio. Una tercera parle, si no la mitad de sus moradores, había quedado sepultada bajo sus muros y el resto vivía en toldos o míseras ramadas al estilo de los indí-
( l ) Acta del cabildo, de 10 de julio de 1647, legajo quedó establecida la rogativa de mayo de que hemos bable que por la invocación hecha a la Virgen, se procesión la imagen de los Dolores, junto con la del Saturnino.
3 2 cilado. Desde este dado ya cuenta, y es acostumbre sacar en señor de la Agonía y
día proesa. San
HISTORIA DE
281
SANTIAGO
genas, habiendo huido el mayor número de su miseria y de su horror hacia los campos, ( l ) . Fué en estas circunstancias (agosto de 1 6 4 7 ) , cuando, según el historiador Carvallo, se pensó en mudar la planta de la ciudad, como se practicó ciento y veinte años después con la de C o n c e p c i ó n . Asegura aquel cronista que con tal objeto vino de la frontera el presidente Mujica y que se discutieron y
votaron
los
varios
en
un
cabildo
arbitrios
abierto
sugeridos
para
operar aquel grave cambio. Añade que en consecuencia unos votaron
porque
dase al valle de T a n g o , otros al de Melipilla, mo, al de Quillota, y este último G a r c í a . L o s que estuvieron por embargo, dando por razón haciéndose la variación
se
trasla-
otros, por
últi-
lugar designa también P é r e z la
inamovilidad triunfaron, sin
más eficaz
perderían
las
y
concluyente,
religiones los
de que censos y
capellanías que gravaban el sitio y de cuya renta principalmente subsistían,
«de modo que los monasterios,
que en esta parte seguimos, son dueños
y
ciudad, donde apenas habrá casa que no
dice
el cronista
señores de sea
aquella
censuataria
de
alguno de ellos». N o se equivocaba ciertamente Carvallo en esta sentencia, que era y es por demás verdadera. P e r o nosotros no hemos encontrado en los documentos de
aquella edad una
huella completa-
mente certera que nos guíe en las averiguaciones
de asunto
de
tan trascendental entidad, y nos inclinamos a la duda, desde que el único documento fehaciente, cual es el libro de actas del cabildo en ese año, guarda silencio.
( l ) El cabildo dispuso en acuerdo del 5 de julio que todos los que hubiesen salido al campo se recogiesen a la ciudad bajo la enorme multa de cien pesos. Poco más tarde (setiembre 20), a fin de que no faltase carne a la ciudad, acordó asimismo que los vecinos se comprometiesen por un mes a comprar la del que se presentase a hacer posturas para establecer una carnicería pública. Antes del terremoto no la había porque, como escribía Tribaldos de Toledo en 1604, era aquella tan barata, que cada cual se la proporcionaba del campo a muy poca costa, mucho más las familias considerables que tenían chácaras y casas quintas. En el cabildo de ese mismo día (setiembre 2 0 ) , se acordó proceder a la limpia de las calles y demolición de los muros desplomados, a cuyo fin cada regidor debía elegir un barrio, «porque, dice el acuerdo, no se puede andar por las calles sin la mayor incomodidad y particularmente las mujeres, y en partes hay muchas paredes que amenazan caerse».
282
BENJAMÍN
TICUNA
MACE;ENNA
L o único que aparece claro y cierto de los
legajos del ayun-
tamiento es que en el mes de O c t u b r e de 1 6 4 7 (no en Agosto) el cabildo presentó un pedimento, no de mudanza sino de dificación
de la ciudad, bajo ciertas condiciones
censos y otras que no se dicen, al propio dente Mujica envió desde C o n c e p c i ó n del cabildo llaman el arbitrio,
de rebajas de
tiempo que
un
ree-
plan
que
el presilas actas
sin decir en que consistía.
P a r a deliberar sobre el uno y sobre el otro, juntóse lo prin_ cipal del pueblo el once
de O c t u b r e en casa del capitán
don
Francisco Z a b a l a , y allí se acordó nombrar una diputación compuesta de cuatro miembros del cabildo y de cuatro representantes del vecindario para que
formulasen un proyecto de respues-
ta a las ideas sugeridas por el arbitrio primer lugar
del presidente. C p o u
entre los últimos al venerable don F r a n c i s c o
el
Ro-
dríguez del M a n z a n o y Ovalie, padre del historiador, y su firma, estampada con pulso trémulo en el
acuerdo de aquel día, está
demostrando su provecta ancianidad, pues
hacía medio siglo a
que se había avecindado en nuestro pueblo. C i n c o días después (Octubre
16)
los comisionados presenta-
ron su proyecto, cuya base parecía ser la reedificación con rebaja de los censos; y después de
ser calurosamente
discutido
fué a p r o b a d o por una considerable mayoría. U n o de los votos contrarios fué el del alguacil mayor, Antonio de M a r a m b i o , que se oponía a la más mínima reducción él las g o z a b a .
El voto del
altivo
de censos, talvez porque
don Valeriano
de Ahumada
fué también contrario al proyecto del cabildo, «pues no se conforma, dice, la consignación escrita de su
opinión
de aquel día, de lo contenido en dicha respuesta comisión) y que su parecer es que se nido en el arbitrio*. dijo, por su parte,
El alférez real don
en
el
acta
(el plan de la
confirme todo lo conteFrancisco
de
Prado
«que su parecer lo daría de aquí a mañana,
que no lo tiene visto ni considerado». D e todo esto se colije
claramente a
existió un plan acordado y decisivo de ciones más o menos
nuestro juicio, que
no
mudanza, sino insinua-
persistentes y aisladas que venían, ya de
los particulares, ya de los funcionarios públicos ( l ) . Y nos con(1) Los propios oidores refieren, en efecfo, que luego después del desastre hablaron de este asunto con el obispo, pero sólo como una simple idea de opor-
HISTORIA
DE
283
SANTIAGO
firma en esta opinión la serie de acuerdos del cabildo, que hemos recordado y que datan desde el otro día de la catástrofe, tendentes todas a radicar
la ciudad en su antiguo asiento. E s
digna de un especial y noble recuerdo,
a
este propósito, una
providencia que aquellos hombres beneméritos tomaron en medio de sus angustias (Agosto 2 4 ) para
solicitar auxilios del
dario, con el objeto de restaurar las salas
de
San
vecin-
Francisco
y de la Compañía que servían de escuelas públicas. Rudos pero levantados espíritus que así acudían espíritu, cuando aún no tenían seguro
a favorecer el pan del el
que
debía
sustentar
sus vidas! Tal fué el terrible cataclismo llamado todavía por el pueblo, que
sólo
conoce
los
siglos
grandes dolores, el temblor
y
de
los
mayo.
días
por
Como
la memoria de trastorno
de
la
naturaleza en lo súbito, en lo violento y en la variedad terrible de sus destrozos no ha tenido igual ni parecido en los anales. S u influencia moral y política, religiosa y civil, fué tan profunda c o m o la huella que dejara en las rocas de la tierra que trituró c o m o polvo o hendió en grietas chedumbre y morijeró
insondables.
Aterró a la mu-
no p o c o sus hábitos licenciosos. Alteró
visiblemente la arquitectura de nuestras ciudades, haciendo que no sólo se construyera de nuevo desde el fondo de los cimientos, sino
que
le
imprimió
esas formas pesadas y macizas de que
sólo hoy el arte comienza a emanciparlas, sustituyendo al antiguo horcón de espino la aérea columna de fierro y el mojinete
inconcebible
por una infinita variedad de balcones y de frontispicios.
D i o al propio
tiempo
diverso
y
mejor
temple
al
ánimo del
pueblo, tomado en su conjunto, imponiéndole esa energía, lenta en
hacerse
sentir,
pero persistente y sufrida, que ha sido sin
disputa una de las dotes más características de nuestra nidad civil entre
las
española.
Imprimió,
sociedad,
tan vivo
demás por
del
último,
mismo origen al
espíritu
comu-
en la América
religioso
de
la
en el siglo cuya primera mitad hemos des-
funidad. «Concurrimos a la plaza, dicen, en su caria fanías veces ciíada, con el obispo, donde se confirió largamente el sí y el nó (de la mudanza?) y se resolvió no convenir por entonces sino repararse para el hinvierno. No obstante esto, la idea de la mudanza era una preocupación popular, y nadie pensaba en reedificar su casa hasta que no se resolviese definitivamente aquella duda, respuesta, arbitrio o mudanza, que todos estos nombres se le daba.
284
crito,
BENJAMÍN
un
grado
tal
de
VICUÑA
MACKENNA
preocupaciones
y
misticismo, por
el
ejemplo de lo deleznable de las c o s a s del mundo y de la vida, que
Santiago
estuvo
a
punto
de
ser todo
entero un
vasto
claustro. C r e á r o n s e numerosas instituciones monacales, especialmente
de mujeres, y desde esa é p o c a hizo su aparición
y comenzó a reinar c o m o
potencia,
ese
social
ser raro que todavía
la civilización no ha destronado del todo, mitad mujer y mitad monje,
que
se ha
establecieron
llamado la beata.
colegios,
y
recoletas
sucursales dentro del
pueblo
L o s conventos de frailes a
manera de
jesuítas
levantaron
conventillos
mismo.
Los
c a s a s de ejercicios y de probación y hasta de recreo, fuera de que el país entero iba cayendo
en
sus
manos a título de he-
rencias místicas y piadosas. Y por último, giosos
ya
establecidos,
que
habían
las órdenes de reli-
vivido
desahogadas
en
claustros tan vastos como las plazas públicas, taparon las calles de
la
observa
ciudad
con
todavía
la
prolongación
con los
de
muros,
cual se
las C l a r a s , no haciendo
de
sus
todavía
veinte años desde que las Agustinas fueron obligadas a derribar los suyos. V a m o s , pues, a
dar
cuenta
tan
minuciosa
como
nos
sea
posible, de todo ese movimiento social de nuestro pueblo en la mitad que aún nos queda por andar del duro dividido en dos porciones, o más
siglo que había
bien en dos calamidades de
un análogo tamaño, una calamidad que hasta entonces no había tenido nombre. L a s inundaciones, las guerras, las ruinas de ciudades por el fuego y el cuchillo, las pestes asoladoras, las riñas, los tumultos, los
odios
sociales
y
sangrientos,
los
terromotos inauditos y
tantas otras desgracias públicas que llevamos a la ligera señalados, no habían agotado todavía nuestra comunidad llamada
el
esa
tragedias de otro género deberemos de
los
venideros
capítulos
de
sido sólo un registro de dolor.
gran era
de prueba de
siglo X V I . A contar, pues, sus este
consagrar todavía algunos libro, que hasta aquí ha
CAPÍTULO
XX
Don Francisco de Meneses Los siete años de Nabucodonosor en Chile.—Epidemias que siguieron al terremoto de 1647.—Muere el presidente Mujica con sospechas de veneno.—Le reemplaza don Antonio de Acuña.—Doña Juana Salazar, sus hermanos y sus cuñadas.—Hurtos y depredaciones a que se entregan en las dese el situado.—Segunda
llan y lo
fronteras.—Piér-
rebelión general de los araucanos.—Ocupan a Chi-
destruyen.—El gobernador re refugia en Concepción y el ejército amo-
tinado lo depone, nombrando al veedor Villalobos.—Tristísimo estado del país. —Viene el almirante Porfer de Casanate.—El mulato Alejos.—Muere Porfer y le suceden Montero y Pereda.—La familia del Águila.—Llega provisto propietario el general de artillería Meneses.—Sus
antecedentes y carácter.—Manda
prender a Pereda por un chisme antes de entrar a Santiago, y accidente que le sucede.—Insanidad de Meneses.—Entra en lucha abierta con la Audiencia y el obispo.—Su participación
en los capítulos
conventuales
ocurren entre los dominicanos por una elección
y escándalos
que
doble.—Lo que eran los ca-
pítulos en el siglo XVII.—Violencias de Meneses con los particulares.—Extraordinario galope que obliga a dar a don Juan Gallardo por otro chisme.— Persigue al maestre de campo don Ignacio de la Carrera y lo manda ajusticiar. —Antecedentes de este jefe en Chile.—Desavenencias de Meneses con el veedor Pacheco.—Intenta éste matarle, y perece después' de
ser
vilipendiado.—
—Estado de perpetua alarma en la ciudad.—Meneses pone tienda y carnicería de su cuenta.—Jura
de Carlos II.—Enamórase
Meneses de doña
Catalina
Bravo de Saravia y se casa clandestinamente.—Es destituido por esta causa y terrible expiación que sufre.—Pleito sobre la nulidad de su matrimonio y sentencia que lo confirma.—Juicio sobre Meneses.—Indulgencias de la sangre.— Mejores augurios.
Al grande e irreparable desastre de 1647 sucedieron veinte años que, por su esterilidad y sus plagas, pudieron compararse
286
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
a los siete de N a b u c o d o n o s o r . P o r consecuencia de la intemperie y de la desnudez en que habían quedado los moradores de la infeliz S a n t i a g o , o c o m o decían los oidores en su carta diversas veces citada,
«por los humores que la tierra vomita»
a
causa
del terremoto, sobrevino una epidemia de fiebres tifoideas, que se conocieron con el nombre indígena de chavaloncos
(dolor.de
cabeza). El hambre llegó en seguida c o m o de las cosechas,
y
habiendo
resultado
dado
orden
conde de Salvatierra, que se trajesen para dad mil vacas de Valdivia, (cuya plaza zón después de ocupada por los
no de la mejor librada C o n c e p c i ó n
pérdida
s o c o r r o de la plaga
de
capitán E s p e j o que las de tantas
aflicciones vi-
el gobernador M u j i c a ,
«era gran caballero, gran soldado y gran sucumbió
gustado
ciu-
se restauraba a la sa-
al
arriaba por sus tierras. C o m p a d e c i d o
de 1 6 4 9 ) después de haber
la
holandeses, nueva
aquellos días) quitáronlas los indios
los tres días de haber llegado
de
al virrey del Perú,
cabeza», (l) M a s a violentamente
una
que
ensalada,
y
(Abril no sin
s o s p e c h a s de veneno, por haber descubierto en esos días cierto fraude de uno de los
empleados de
su pariente ( 2 ) . Enterráronlo en la
encomiendas,
que era
catedral provisoria, y cuan-
do a los dos años exhumaron sus
restos, dicen
los
cronistas
que conservaba intacta su mano derecha, de donde el elocuente Villarroel arrancó argumentos
para
ponderar en un sermón
solemne las excelencias de la caridad y los testimonios que de ella da D i o s y la naturaleza. Después de un corto interregno, ocupado por el maestre de campo Alonso de C ó r d o v a (que desde a ese puesto las vacantes de regentes de la Audiencia),
entonces se
gobernador
vino
provisto
asignaron
que antes tenían los para
poner
remedio
un capitán de Flandes, llamado don F r a n c i s c o de Acuña. T r a í a éste por especial misión restaurar cándola de su profunda ruina;
la
pero
desdichada no
hasta el colmo de la desesperación, hasta ( 1 ) Palabras de setiembre de (2) Por esto con sentimiento
hizo
colonia,
sino
sa-
ahondarla
el motín mismo y el
del virrey del Perú conde de Mansera al veedor Villalobos en 2 0 1646.—(Archivo de la Real Audiencia). falvez dice Jerónimo de Quiroga que el justificado Mujica murió de todos, menos de un togado.
HISTOBIA
DE
287
SANTIAGO
desacato contra el rey, de los antes sumisos
colonos. Era, en
efecto, el nuevo mandatario viejo y de endeble corazón, y para su mal y el del país traía una mujer joven, imperiosa y empeñada en acopiar una fortuna
ingente, destinada al lujo de la
ibérica corte. Llamábase doña J u a n a Salazar,
y acompañában-
la dos cuñadas tan codiciosas como ella. A las
plagas
de
la
tierra y del clima iban a agregarse ahora las de la a l c o b a . El pusilánime viejo entregó, pues, su
banda
a
su
dama, y
las otras dos hermanas montaron a caballo en marcha para el sud, siendo sus maridos
don
Juan
y
don
José
nombrados maestre de campo y sargento mayor
de de
Salazar, las
fron-
teras. E x c i t a d o s desde lejos por doña una de las suyas, los dos
J u a n a , y al oído por cada
improvisados caudillos
a hurtar indios, llamados piezas,
porque
como
comenzaron
tales
las
ven-
dían en el mercado de Lima y Potosí y aún en el de Santiago. Alcanzaban aquellos elevadísimos
precios,
rebelión del Portugal ya no venían
desde
negros de
S a c r a m e n t o , que era el surtidero de
que
la
los valles
por
colonia
la del
del
Perú, por
paces
generales
la vía de Valparaíso. L o s araucanos, entre tanto, que
desde las
de B a i d e s ( 1 6 4 1 ) se habían mantenido en una mediana aunque exigente quietud, celebrando parlamentos a la entrada de cada gobernador, tomaron esta vez tratados habían sido Fué éste el segundo
las armas, a la voz de que los
rotos. y famoso levantamiento
Araucanos después del formidable de las sieíe
general de los
ciudades,
que ha-
bía ocurrido hacía cincuenta y siete años. C o m o un torrente desbordado los enfurecidos naturales rompen la valla ficticia que en el papel y maban Fronteras,
en las
crónicas se
incendian a Yumbel, saquean • a
Chillan,
llaju-
gando a la chueca en su plaza pública con la cabeza del cristo de su iglesia principal, y, como
las
huestes de Lautaro
en
tiempo de los Villagrán, amenazan la línea del Maule, es decir, la puerta de Santiago, que no tenía defensa
(l).
Para
mayor
(1) En efecío, existían a la sazón sólo 107 encomenderos en la jurisdicción de Sanfiago, que tenían obligación de dar un hombre armado para la guerra, pues se imponía esfa gabela únicamente a los que tenían más de seis indios de
288
BENJAMÍE
desventura yos
indios,
Van
piérdese
el real
alzados
como
a castigarlos
los
cobarde,
huyendo,
Valdivia
abandonando
la s a ñ a
de los indios,
como asilo
sus
entonces
obediencia
él b u s c a
la
bre
un
tejado,
ésta nombran Villalobos más
La
que
Real
tra aquel
había
el grito
vivido
el uno
en
quieren
traición;
Chile
medroso
y sin
siglo
Niéganle matarle, y
bastón
so-
cuidarse
de
popular,
cincuenta
elección
busca
medio
antes su
caudillo
Curiosa
Tan
de
por
milagro a
y de lanzas.
tercios,
de
un
por
en Y u m b e l ,
vez después
tirando
como
se e s c a p a
río B u e n o .
escuadrones
cu-
náufragos.
el
veedor
a ñ o s y tenía
de jefe
en
tiempo
(l)
Audiencia gobierno
también,
deshecho
los indignados
alborotos!
tos y menos lo
del
en un convento, dando
los
que ha salvado
que ve otra
los amotinados
de O s o r n o , a
y muere
prófugo
a orillas
de
degüellan
Salazar,
otro,
de noventa de edad.
de tantos
en la c o s t a
su mujer,
alturas
vida
situado los otros,
el g o b e r n a d o r ,
en C o n c e p c i ó n ,
coronadas
MACKENNA
ineptos
y el
sus deudos,
VICUÑA
de S a n t i a g o ,
de faldas,
hizo el virrey,
a pesar
no a p r o b ó conde
de su disgusto con-
tan inusitados
de S a l v a t i e r r a .
alboroFormóse
encomienda, a más de que aquellos pobres vecinos «estaban más para ser socorridos que para socorrer».—(Carla del oidor Solorzano al rey.—Santiago, abril 12 de 1657). ( l ) El veedor Juan Fuentes Villalobos es un personaje histórico tan poco conocido, que el señor Amunáfegui en su compendio de Historia de Chile sólo dice de él «un señor Villalobos». En el archivo de la Real Audiencia existe, sin embargo, una curiosa información rendida por este oficial en 1647, siete años antes de estos sucesos, y en que acredita sus servicios por haber escrito al rey el presidente Mujica «en contra de su honor, calidad, partes y servicios». De ella resulta que vino de soldado raso en el tercio que trajo de Lisboa el capitán Mosquera en 1605; que sirvió con García Ramón en las Fronteras, asistiendo a la construcción del fuerte de Moníerei, en el sitio que lleva todavía este nombre a orillas del Biobío, «pisando y haciendo adobes, por no haber peones ni artífices más de la gente de guerra»; que entró hasta la Imperial con Juan Rodulfo Lisperguer cuando este ilustre capitán perdió la vida-, y por haber defendido durante treinta y tres horas un lienzo del fuerte contra innumerables bárbaros, le confiaron la bandera de su compañía, que llevó a Concepción. Retirado por enfermo en 1610 se dedicó al comercio, y tuvo tan buena fortuna con seis mil pesos que le prestó el capitán Alejandro de Candía, que el presidente don Luis de Córdova le nombró capitán proveedor del ejército cuando comenzó la guerra ofensiva ( 1 6 2 6 ) . Hízose, en consecuencia, muy rico, fué alcalde de Concepción, protector de indios, y aún cambiaba cartas directamente con el virrey del Perú y con el rey mismo. D e aquí y de su generosidad en el uso de su hacienda, el prestigio que, a pesar suyo, le hizo ser el sucesor de Acuña, a virtud del motín de Concepción.
HISTORIA
289
D E SANTIAGO
p r o c e s o , casíigóse a los cabecillas, escapó
por sus canas Vi-
llalobos, mientras que el capitán J u a n Rodulfo Lisperguer, envuelto siempre, c o m o su padre don Pedro y sus dos abuelos, en todos
los alborotos
de la colonia, pasó a Lima a dar cuenta de
lo que acontecía. Volvió justificado y con s o c o r r o s de tropa, no así el teniente de veedor y el alcalde de Concepción, que fueron encerrados en prisiones. En medio de un desquiciamiento tan general y profundo, acertó el virrey a nombrar para el gobierno de Chile un hombre
de mé-
rito insigne. E r a éste el almirante don P e d r o Porter de Casanate, uno de los marinos más ilustres de su siglo, «de gran capacidad, genio activo y conocimientos nada comunes en su tiempo con respecto al arte de navegar» ( l ) . Habia sido uno de los descubridores del golfo de California y obtenido en 1640 el privilegio exclusivo de su navegación y de su pesca, pero después de serios contrastes
de fortuna, que le causara la envidia, la presencia de
piratas holandeses en el mar del sur le hizo venir al apostadero del C a l l a o . Hallábase allí prestando sus distinguidos servicios profesionales, cuando, desesperado
el virrey de no recibir de Chile
sino noticias funestas, le rogó pasase a la colonia. Hízolo de buen grado el ilustre marino, e intentó poner en orden las c o s a s y los hombres. A su llegada, el estado del país no podía ser más deplorable. AI cataclismo de la naturaleza había sucedido el de la sociedad y el del gobierno.
' P e r d i d o s los fueríes, dice uno de los oido-
res de aquel período ( 2 ) , dueño el enemigo de la campaña, sin esperanza de poderlo avasallar, con fortuna en sus campeadas, llenos de despojos, y los nuestros
sin
indios amigos, la gente
de más pecho y valor prisioneros, muertos y ausentes, los más que han quedado bisónos y sin reputación, cada día con recelos de que se alcen beldes y soberbios,
los domésticos, que han quedado tan reque por momento
pone en cuidado a la
( 1 ) Hisforia de la marina real de España por March y Labores, tomo 2.0, pág. 5 7 5 . En la Biblioteca marítima española de Fernández Navarrefe (f. 2.o. pág. 6 0 4 ) se encuentran preciosos datos sobre este personaje, no menos ilustre como sabio que como héroe. (2) Don Alonso Solorzano y Velasco. Dice éste, además, en su carta al rey, publicada entre los documentos de Gay, que en 105 años de guerra iban consumidos veinte mil hombres y diez y siete millones de pesos. 19
290
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
Real Audiencia a prevenir que los corregidores de los partidos los desenvalgen y los desarmen». Empeñó el digno almirante todo su esfuerzo en dar solución a un estado de c o s a s tan complicado y calamitoso; pero estorbóselo, por una parte, la tenaz rebelión de los
indios,
atizada
por la defección de famoso mulato Alejos, que por un agravio de cuartel abandonó
sus
banderas, y por la otra, la pobreza
incurable del reino, el estado inquieto de los ánimos, y por último, su propia muerte, ocurrida en 1 6 6 2 . Sucedióle c o m o interino, y con grandes y legítimos regocijos de los Santiaguinos, que al fin tenían un presidente de su seno, aquel honrado caballero don D i e g o González Montero, que tan valienle ayuda prestó a don P e d r o
Lisperguer en la pendencia
de 1 6 1 5 ( l ) , y luego vino de Lima, en calidad terino,
esperando el
nombramiento
en
Ángel de Pereda, un caballero bueno
también de in-
propiedad del rey, don c o m o un ángel y tímido
c o m o un cordero, que, al decir de los cronistas, empleaba siete horas del día en oración oral y mental. No era talvez desencaminada del todo aquella lección, porque siendo entonces un vasto sepulcro, veníale
bien
un
Chile
monje que orara sobre su
lápida. El eco de tantos infortunios había llegado Madrid, y la corte, entretenida don
hasta
en comedias y en autos de fe,
había designado para gobernador neral de artillería llamado
entre tanto
propietario a un famoso
Francisco
ge-
de Meneses, que se
decía descendiente de los antiguos reyes de Portugal, y en cuya guerra, a fin de someter aquel país de nuevo al cetro de C a s tilla, había él hecho
su
ilustre carrera. Traía fama de bizarro
y de valiente, y acreditábalo en su frente una honda cuchilllada, bello adorno en esos años de un rostro varonil. ( l ) Don Diego debía íener a la sasón más de setenfa años, pero se maníenía fan animoso todavía, que se dispuso a salir a campaña contra los indios alzados. Una caída del caballo, que le quebró una pierna, se lo impidió, pero marchó en su lugar su hijo don Diego Montero del Águila seguido de ¡a flor de los caballeros de Santiago, que eran sus amigos o camarades. El segundo apellido del hijo de Montero trae a la memoria el de aquel Melchor Jufré del Águila, que cuando la pérdida de las siele ciudades salió hasta el Maule en protección de Santiago. Probablemente era una sola familia, y, según creemos, es la misma que dio su nombre a un antiguo vínculo que existe todavía en la Angostura de Payne.
HISTOBIA
DE
291
SAÑTÍASO
P e r o el mismo Meneses se encargó de dar un triste desmentido a las esperanzas
que
se
cifraban
en su nombradía, aun
antes de pisar nuestro suelo. Desde Mendoza, y por un simple chisme sobre desfalco a la caja su antecesor, el honrado
del ejército, mandó prender a
P e r e d a , y éste, fan
asustadizo
como
honrado, huyendo del preboste, fuese a asilar a S a n Francisco. M a s c o m o era de noche, y hallase la portería cerrada, inlenfó subir por una muralla, y cayéndose de ella, quebróse
una pier-
na, con lo que quedó más postrado que si le hubieran cargado de grillos. Aquella
medida
brutal
impresionó
tristemente al vecindario
de S a n t i a g o , donde Pereda, que era de Asturias, tenía sólo amig o s y paisanos. N o obstante, por el boato con que se anunciaba M e n e s e s a la cabeza de trescientos soldados veteranos, con un nombre semi-regio y una cédula de que era portador, según la cual los servicios prestados en la guerra de Chile eran equiparados a los que s e prestaban
en
Flandes, resolvieron los des-
consolados habitantes hacerle un recibimiento espléndido. Hasta 1 6 6 3 había tenido el cabildo de Santiago una propina real de mil ducados para festejar a los presidentes en su recepción, pero en los apuros
crecientes del tesoro español
ordenó
Felipe I V (Abril 4 de aquel año) que esa concesión fuese suprimida y que los homenajes se costeasen sólo de los propios
de
la ciudad. N o obstante esta parsimonia, el ayuntamiento de S a n tiago hizo al orgulloso
gobernador
una acogida
tan brillante,
que después de su recepción pasó él en persona a la sala capitular a agradecer el obsequio. Aquella fué, no obstante, gobierno, que
su única y su última cortesía. S u
duró cuatro años, debía ser un perpetuo drama
de escándalos y de arbitrariedades, de cuchilladas y de amores, en cada una de cuyas peripecias el desatentado gobernador iba a
figurar
c o m o el más conspicuo protagonista.
P o s e í d o de un insensato orgullo, arrebatado por el ímpetu de pasiones indomables, irreflexivo, vehemente, atrabiliario en todas sus resoluciones, poseído ponsabilidad,
Meneses
del vértigo del mando y de la irresatropello
sus pasos, fuese autoridad, fuese
cuanto
encontró
delante
de
honor, fuese virtud, fuese si-
quiera venerandas canas. S ó l o una cosa supo respetar, y fué a
292
BENJAMÍN
los s o l d a d o s , dores,
porque
además
su liberalidad, Después Pereda,
las prendas
de su
sobre
esto,
para
llevarlo
sello
que
había
los
real
honores
Buscó fraile
en seguida
Humanzoro,
insultos Pasó
llenos
entrado
la gente de contra
el
pelea. inmaculado
disputándole
el inaudito
ajenas
su juris-
a la suya, y
d e s a c a t o de s a c a r de
privado,
a Santiago
hacía
aquel
venerado
medio siglo
con
a Dios ( l ) .
querella
a los
de los más
ruidosos
que
un cisma,
uno en S a n í i a g o
valor y
al obispo,
no pudiera
que lo era
vencerle,
el
enérgico
le humilló
con
cartas
uno
irreverencia.
en seguida
naciera
ampara-
conocidamente
a un domicilio
y como
de
cómplices
persecución
cometió
tributados
y
por su p r o b a d o
la Audiencia,
que eran
su solio,
bien
que más ama
temeraria
dio M e n e s e s
con
MACKENNA
en ellos e n c o n t r a b a
de que le querían
dicción en c a u s a s no contento
VICUÑA
conventos,
capítulos
de S a n t o
nombrándose
y otro
y tomando
en C ó r d o v a
a
Domingo, la vez dos
dio
en
lugar
a
provinciales,
de Tucumán ( 2 ) .
(1) Informe al rey de los oidores don Gaspar de Cueva y Arce, y don Juan de la Peña Salazar.—Santiago, agosto 1 6 d e J 6 6 8 (Publicado por Gay, Documentos, tomo 2.o, pág. 513).—Cueva y Arce habían tomado su puesto en la Audiencia el 11 de mayo de 1662 y la Peña el 2 0 de noviembre de 1663, un mes antes de la entrada de Meneses, que tuvo lugar el 3 0 de enero de 1664. (2) Tuvo lugar este décimo o centesimo escándalo de las órdenes de regulares de la manera siguiente: Acostumbrábase por aquella época celebrar alternativamente los capítulos conventuales para la elección de prior, ya en la provincia de Santiago ya en la de Córdova, que para este efecto se consideraba una sola. El capítulo correspondiente a la elección de 1 6 6 2 se celebró en Córdova, y allí quedó acordado que el próximo tendría lugar en Saníiago en 1665. Mas el último prior electo, Iray Mateo Abrtu, por el interés de dejar en su lugar a un sobrino suyo llamado Cristóval de Figueroa, se obstinó contra toda justicia en que la elección debía hacerse en Córdova, donde tenía sus parciales. S e hicieron en consecuencia simultáneamente las dos elecciones, y el capítulo de Santiago eligió a fray Valentín de Córdova, como el de la otra parte de la cordillera al sobrino de Ábreu. De aquí el cisma. Ambos provinciales elecios enviaron sus procuradores a Roma para sostener la legalidad de su e'ección, y e! general de la orden. Juan Bautista Marini, dio la razón a'los alborotadores de Córdova, declarando nulo el capiíulo de Santiago, tan sólo talvez por la inercia del emisario del último, que se quedó en Lima. Este (ué el hecho, pero no sabemos por cuál parcialidad estuvo empeñado Meneses. Lo único que dicen sus acusadores es que él atizó la discordia y precipitó el cisma. Poco ¡.rites había ocurrido ( 1 6 5 9 ) otro disturbio parecido en la religión dominicana, a consecuencia de haber violentado el oidor Solorzano y Velasco a los definidores a elegir de prior al padre Pedro Flores Lisperguer, que a más tendría la considerable influencia de su poderosa lamilia. Exacerbados los vencidos, ocurrieron a Roma, pero la resolución de ésta sobre la ilegitimidad de la elección de Lisperguer llegó a Santiago cuando el último había ya cumplido su período.
HISTORIA
Arremetió en pos contra honores que éste
le
DE
el
293
SANTIAGO
cabildo
civil, olvidadizo de los
tributara, y entre otras voluntariedades le
prohibió el paseo del estandarte de S a n t i a g o el día de su festividad, que era prerogativa de la ciudad, y que él, par capric h o , hizo suya. Contra los particulares, sus violencias fueron inauditas. A un caballero llamado
don
Juan
Gallardo,
que
en cierta tertulia
manifestó duda de la celeridad con que
el maestre de campo,
favorito a la sazón
Ignacio de la Carrera
del presidente,
don
Iturgoyen, había levantado un fuerte en Repocura, a orillas del R e n a i c o , le hizo ir, caballero en una muía, más de trescientas leguas, y a cargo del preboste,
a
cerciorarse por sus propios
ojos de la realidad del hecho. Don Francisco uno de esos gobernadores
de A'leneses fué
«de atormentados oídos» de que nos
habla Tesillo, y como a él le atormentaban, así devolvía el tormento. Muy en breve su voluble y atolondrada índole le precipitó a su vez en ardientes gundo en las armas, y
desavenencias contra su propio se-
la Carrera tuvo que huir del fuerte de
S a n P e d r o , donde le tenía preso y condenado a muerte, disfrazado con la
sotana
del
confesor que le prestaba
los
últimos
auxilios, y atravesando el Biobío en una balsa, pudo llevar su queja ante el virrey de Lima, conde de Salvatierra ( l ) . Ni al veedor del ejército, que era un oficial arisco pero honrado, llamado don Manuel
P a c h e c o , perdonó
Meneses
en
su
delirio insano de pendencias; mas el último, que era vehemente y
frenético,
decidió
tomar
suelto a matar a Meneses,
venganza por sí y para salió
furtivamente
todos.
Re-
de Concepción,
«La celebración de capítulos provinciales, dice a esfe propósito el s. ñor Eizaguirre con su ilustrado espíritu, continuó siendo para los religiosos la manzana de la discordia y para el pueblo ¡a piedra de! escándalo. Unidos a los frailes los personajes más respetables de Saníiago por vínculos estrechos de sangre o amistad, no perdonaban arbitrios para elevar a sus deudos a los puestos más elevados en la religión».—Historia eclesiástica, tomo 2.o, pág. 315). ( l ) Esfe don Ignacio déla Carrera Iturgoyen, bisabuelo de don Ignacio de la Carrera y Cuevas, que dio a Chile fres libertadores y fres mártires, existía en la colonia desde muchos años atrás. En 1656 era vecino feudatario de Santiago, caballero de Alcántara y sarjenío mayor del fercio establecido en la isla de Santa María para tener en respeto a los pirafas. Tenía a más un reparfimienío de indios en Malloa concedido por el rey. En aquel año sostuvo un pleito por esas fierras con un Francisco Arévalo Briseño, cuyos autos se encuentran en e! archivo de la Real Audiencia.
294
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
que era el punto de su residencia oficial, y dejando sus cortos bienes a cargo de! maestre de campo
don Fernando de
Mier,
que en vano se esforzó por disuadirlo ( l ) , vínose a la capital; y una tarde, puesto en a c e c h o en la plazuela de S a n
J u a n de
D i o s , acompañado de un escudero, disparó un pistoletazo contra su émulo, que acertaba a pasar aquella tarde dante don J u a n Francisco del Fierro
en
con su ayu-
aquella dirección, to-
mando talvez el siempre grato aire vespertino de la
anchurosa
Cañada. S i n turbarse Meneses, que era tan bravo c o m o ileso de la bala, a t a c ó a los asesinos y mató
al
turbulento, e escudero de
P a c h e c o , escapando éste en aquel momento por haber tomado asilo dentro de la vecina iglesia. ningún género de prerrogativa
Pero
Meneses no
reconocía
divina o humana, superior a su
voluntad; y así el malhadado veedor fué extraído a la fuerza y cubierto de hojas de coles, rapado de la mitad de la barba, las cejas y la cabeza, cabalgando
una
bestia de albarda, fué pa-
seado por la ciudad entre irrisiones y befas. AI otro día amaneció muerto en su
calabozo.
Tal era la vida de
Meneses,
«causando
siempre,
expresión de sus acusadores (los oidores citados),
según la
confusión
a
los vasallos, viéndole acompañado en la paz con ministros de guerra, con armas de fuego y cuerdas encendidas, discurriendo de esta suerte
las
calles,
unos
corriendo a caballo, otros a pie,
quitando- muías y cabalgaduras ensilladas y enfrenadas, sin dar razón por qué se quitaba lo a j e n o » . A prestar cumplido crédito a los denuncios de sus
fiscales,
M e n e s e s a la verdad había descendido desde sus encumbrados e insólitos caprichos, a manejos tan
indignos c o m o
criminales
en su alto puesto, porque, dicen aquellos, que apartando año los mejores fardos del situado,
por su
propia
ponía en un despacho de su dependencia que mercader llamado Francisco Martínez
cada
cuenta, los
administraba un
Argumedo, y ésto con tal
escándalo, que esa granjeria era conocida de todos con el nombre de la tienda
del gobernador.
D í c e s e que hasta la carnicería
( l ) Esfo cuenta Córdova Figueroa (pág. 2 8 7 ) y debía saberlo, porque Mier era su abuelo,
HISTOBIA
DE
295
SANTIAGO
pública la suprimió de propio albedrío, y puso culio, negociación que mal
sentaba
al
que
se
otra de su pedecía
hijo
de
reyes. P e r o - e n t r e el cúmulo de sus desafueros, quedábale a M e n e ses por cometer uno de otra especie,
que aunque a nuestro jui-
cio, el más leve de cuantos le incriminan, costóle al fin el p o der, la honra y la vida. Habían, en efecto, corrido tres años del gobierno
de Mene-
ses, si así puede llamarse el desgobierno en todo, cuando acontecióle un lance que debía completar la cadena de sus extrañas aventuras. C e l e b r á b a s e con los regocijos acostumbrados la jura de C a r l o s II en Diciembre de 1 6 6 6 , y asistía a los torneos de cañas y de sortijas que se jugaba en la plaza bella como recatada.
Era hija del primer
don Francisco B r a v o de S a r a v i a ,
una
dama
tan
marqués de la P i c a
(que antes de este título tenía
el de señor de Almenavar), y de doña Marcela Inestrosa, y tenía por nombre Catalina. Al verla desde su dosel, arrebatado general.
enamoróse de ella perdidamente el
«Y c o m o en aquellos tiempos,
dice el his-
toriador Carvallo, que cuenta el suceso con curiosos de lenguaje,
los
buenos
contemplaban empleados,
soldados si no
arabescos
no se hallaban bien, ni se
trataban de
alguna
conquista,
se alistó en las encantadoras banderas de Cupido y emprendió la rendición de una señora que adornaba de nobleza, discreción y hermosura, no carecía de la virtud de la fortaleza. menester que la poseyese en asaltos
de
tan poderoso
grado
superior
enemigo, cual
para
Bien era resistir los
es un gobernador en
aquellos remotos países. S e dejó poseer de la dulce afición, y fué tan viva y diestramente sorprendido, que entregado la pasión, olvidó las más
serias
porque el amor profano y la ciencia no
pueden contra
tiene la ceguedad por cualidad inseparable de su ser. sado y conducido de aquellos dulces
el que Embele-
desórdenes a que
dan los frondosos mirtos, de que son poblados bosques de Venus, s e
todo a
reflexiones de la racionalidad,
los
convi-
deliciosos
precipitó a la celebración de un
matri-
monio sin la debida licencia del s o b e r a n o » . C e l e b r ó s e éste en consecuencia, si no clandestinamente, en el más
estricto sigilo, ejecutando
la ceremonia
nupcial
un
fraile
296
BENJAMÍN
agustino, tío de la novia,
VICUÑA
llamado
sin más testigos que sus padres, el
MACKENNA
don
Pedro
sargento
de Inestrosa, y mayor don M e l -
chor de C á r d e n a s , el doctor don Fernando de Toledo y el tesorero real don
Jerónimo
Hurtado de
Mendoza,
todos confi-
dentes íntimos del presidente y la familia. En una ciudad c o m o la de S a n t i a g o , ahora y en aquellos tiempos podían guardarse todos los secretos
del
mundo,
con una
sola excepción. Y es ésta la de los secretos de matrimonio, indiscreción que a tal grado ha venido y tan incurable se ha hecho con el trascurso de los años, que las gentiles generaciones que hoy se aman y se casan, cuando el secreto
no
existe, lo
inventan. Hízose, pues, público el
enlace
del
gobernador primero en
los estrados de Santiago, después en los salones de Lima, por último en los palacios de Madrid, y c o m o M e n e s e s
tenía ene-
migos en las cuatro partes del mundo, vínole su destitución violenta por el desacato de no haber pedido la venia del rey. propia del absurdo régimen colonial que quedaran
Cosa
impunes to-
dos sus atropellamieníos e injusticias y le castigaran
sólo
por
la simple omisión de una ceremonia, que no pasaba de ser una ceremonia! P e r o la expiación debía ser tan dura para Meneses c o m o la que él había impuesto a los que no le amaban o no le temían. V i n o secretamente todo un marqués que tenía el
propio
nom-
bre de su victima don D i e g o Avila y P a c h e c o (marqués de Navamorquende) a tomarle su residencia y deponerlo. Fuera aviso, fuera remordimiento, M e n e s e s do se aproximaba a S a n t i a g o su sucesor, barcado
quiso
huir cuan-
súbitamente
desem-
en Valparaíso, pero dióle alcance en el llano de M a i p o
aquel gentil-hombre Gallardo, a quien él mismo enseñara a galopar en el viaje violento que le obligó hacer a R e p o c u r a . jole, en
consecuencia,
el
último
Trá-
fatigado y con escarnio, pa-
seándole por las calles de S a n t i a g o , c o m o él había paseado al infeliz P a c h e c o ; y c o m o le pidiera un vaso de agua
al atrave-
sar la C a ñ a d a , se le hizo dar en un tiesto inmundo y del de la calle pública. L o g r ó fugarse poco
agua
después a M e n d o z a el
proscrito gobernador, y cuando le traían otra vez dias, encontróse en su paso de la cordillera con
bajo
custo-
el justificado
HISTORIA
DE
297
SANTIAGO
Pereda, que iba de gobernador a B u e n o s Aires, que así quiso el destino irle presentando
uno en pos
de otro, como
mas evocados, a todos los que su soberbia
había
fantas-
deprimido!
P o r último, trasladado a Lima, hízole sentir allí su influencia y su enojo su émulo más poderoso, aquel maestre de campo don Ignacio de la Carrera, que había mandado ajusticiar,hasta que, al fin, agoviado de sinsabores y despecho murió,
sin
más amigo
que su noble esposa, desterrado en la Villa de Trujillo ( l ) .
( l ) La autoridad eclesiástica de Santiago dijo de nulidad del matrimonio clandestino de Meneses antes de su salida para el Perú, y se siguió el juicio ante el obispo fray Diego Humanzoro, entre el promotor fiscal, don Diego López de Castro y don Alonso Bernal de Mercado, como curador ad lítem de doña Catalina Bravo de Saravia. El pleito fué resuelto, sin embargo, a favor de la validez del matrimonio por sentencia de 10 de mayo de 1670, cuya parte dispositiva copiamos en seguida de unos papeles de familia.— «Vistos, etc., etc., fallamos, atentos y considerados los méritos de la dicha causa que por cuanto la parte de la dicha señora Catalina Bravo de Saravia e Inestrosa probó su acción y demanda bien cumplidamente, dárnosla por bien probada y que el dicho promotor fiscal, bachiller Diego López de Castro, no probó sus excepciones en cuanto a la clandestinidad del dicho matrimonio por defecto de parrocho, dárnosla por no probadas, en cuya consecuencia debemos declarar y declaramos el matrimonio entre los dichos señores don Francisco de Meneses y doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa haber sido y ser desde su principio válido, y por tal le damos y pronunciamos, atento al cual mandamos que el dicho señor don Francisco de Meneses se vele con la dicha señora doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa, y reciba las bendiciones nupciales dentro de ocho días de la notificación de esta nuestra sentencia. Y en cuanto al defecto de las denunciaciones y su dispensación de quien la podía conceder, declaramos el dicho matrimonio por clandestino y celebrado contra lo dispuesto por el Santo Concilio de Trento, y por haberse celebrado y consumado, omitiendo esta solemnidad con conocimiento de los testigos y personas que intervinieron y asistieron al dicho matrimonio, ocultándolo de propósito, multamos y condenamos a dicho señor don Francisco de Meneses y al maestre de campo don Francisco Bravo de Saravia en mil pesos de a ocho reales cada uno, y a la señora doña Catalina Bravo de Saravia Inestrosa y a doña Marcela de Inestrosa y contador don Jerónimo Hurtado de Mendoza y Quiroga, a cada uno de quinientos pesos de a ocho reales todas las dichas penas, aplicadas por mitad para la Santa Cruzada y fábrica de la santa iglesia catedral de esta ciudad, por lo que resulta de las declaraciones de los susodichos. Y en cuanto al doctor don Fernando de Toledo, reverendo padre maestro fray Pedro de Inestrosa, religioso de la orden del Señor San Agustín, y sargento mayor don Melchor de Cárdenas, por ser difuntos no hacemos juicio con ellos; y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así la pronunciamos y mandamos concertar en que condenamos a los susodichos. —Fray Diego, obispo de Santiago de Chile» . Apelada esta sentencia ante el provisor y juez eclesiástico del arzobispado de Lima, don J o s é Dávila Falcón, la confirmó éste el 2 6 de abril de 1674 cuando ya Meneses había muerto, pero exonerando a los acusados de las multas, que era toda la parte adversa de la sentencia y su única sanción general. En la expresión de agravios que motivó esta resolución decíase que el matrimonio había sido secreto «por la precisa necesidad de que se hiciese sin ceremonias, porque no se hiciese público sino que se hiciese secreto, y porque haciéndose público se impediría el dicho matrimonio, porque no vendrían en él ninguno de los
298
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
Tal fué la vida de don Francisco de M e n e s e s , el más odioso de los tiranos que nos enviara la España, y cuya memoria sólo sus desdichas, su melancólico fin, y más que todo el recuerdo de sus infelices amores,
realzados por la virtud de una mujer,
ha podido revestir hasta aquí de una esquiva simpatía. N o autoriza esto,
sin
embargo, a que, a título
hoy homenajes c o m o a un varón
de
deudos, le
rindan
preclaro, historiadores serios
y por lo demás revestidos de altos merecimientos ( l ) . A la verdad lo más que a nuestro
juicio
pudiera
don Francisco de M e n e s e s es lo que de él
decirse
del
famoso
apunta su contem-
poráneo J e r ó n i m o de Quiroga, a saber que había
«dejado
fa-
ma de ser gobernador de remache y no de tornillo» . El fruto recogido por la
infeliz colonia, de
artera y codiciosa, había sido
entre
tanto
aquella
política
proporcionado a la
magnitud de sus desmanes, por manera que no había injusticia en decir que dos malos gobernantes, cuales habían sido Acuña y Meneses, causaron al país en lo moral y en retroceso tan
considerable
c o m o el
lo
político, un
del terremoto de 1 6 4 7 lo
había causado en todo los demás órdenes de la vida. L a única diferencia estaba en que sólo el espacio de fres credos
cio del pueblo bajo el yugo de los ción veinte años cumplidos
el
último
había
tardado
en consumar su ruina, y el sacrifiotros
llevaba ya de dura-
(1649-1669).
C a n s a d o al fin el destino de no deparar a Chile sino males, permitió que sucesivamente empuñase las riendas de su desgreñado y casi perdido reino y presidio
dos
hombres verdadera-
mente eminentes, el uno por su laboriosidad y talento, por su justicia y su bondad, y que de consumo
el
otro
iba a endere-
contrayentes, ni los dichos sus padres, por la pérdida de los oficios del gobernador y capitán general del reino de Chile que gozaba». ( l ) El señor Eizaguirre, de quien Meneses es quinto o sesto abuelo por la línea materna, se queja en su historia de que Gay haya pintado a aquel gobernador con negros colores «cuando fué (son las palabras de su Historia, tomo 2.o, página 2 0 1 ) hombre de temple nada común, a quien poco asustaba lo que suele llamarse «opinión pública». Es curioso observar que de la rama femenina fundada por Meneses a virtud de su matrimonio con doña Catalina Bravo de Saravia, proceda un hombre tan culminante en nuestra historia como don Diego Portales, así como de la línea directa de su rival don Ignacio de la Carrera Iturgoyen resultasen los tres ilustres Carrera, muertos, como Portales, de una manera fan trágica después de gobernar el país en medio de mil agitaciones.
HISTORIA
DE
299
SANTIAGO
zar el rumbo de la política y de la administración a puerto de salvamento. E s o s altos funcionarios
fueron
el
presidente
don
Juan
de
Henríquez, que gobernó a Chile doce años ( 1 7 7 0 - 1 7 8 2 ) y don M a r c o s J o s é de G a r r o que le sucedió durante otros diez ( 1 7 8 2 1792).
Este nuevo período del siglo X V I I
que
igual extensión a la corrida en el capítulo
abraza
una era de
precedente,
será el
objeto de nuestras investigaciones en el que sigue al presente.
CAPÍTULO
XXI
Don J u a n de Henríquez (SITIO Y ASALTO DE UN MONASTERIO). Reedificación de Saníiago.—Misticismo que predomina en los espirifus.—Rápida reconstrucción de la caíedral.—Nuevas iglesias conventuales.—Fundación de la recoleta franciscana y del distinguido convento chico de San Ildefonso.—Fundación del colegio de San Diego.—Las monjas agustinas y clarisas cierran las calles que las limitan y ocupan cada cual otra manzana.—Don Juan de Henriquez.—Su carrera y notables cualidades de gobierno.—Triste esíado en
que
encuentra la ciudad y la colonia.—Decadencia completa de la agricultura y del comercio.—Censo de 1 6 7 1 . — O b r a s públicas que emprende.—Lo que era el ramo de balanza y su singularidad.—Tajamares.—El primer puente de Santiago. —El agua de Ramón es conducida hasta las cajas de agua.—Contrato
que ce-
lebra el cabildo y los síndicos de San Francisco y las Claras para traerle a la ciudad.—La primera pila de Santiago y su actual tratamiento.—Construcción de veredas.—Inauguración del famoso reloj de la Compañía.—Galería de retratos de los presidentes y su desgraciada destrucción en 1817.—Avaricia y presunta venalidad de Henriquez.—Fundación de las monjas de la Victoria.—Lucha de las antiguas clarisas con los provinciales de San Francisco.—-Son vencidas y obligadas a la obediencia con fuerza armada.—El oidor Azaña y el provincial Cordero.—Las monjas son absueltas por el papa, pero sigue el cisma. — Regio
legado del capitán
Lanfadilla.—Inténtase la fundación de un nuevo
monasterio de clarisas.—Ilustrada oposición del obispo Humanzoro.—Pleito y apelación de las mil y quinientas.—Fundación llamadas monjifas.—Dificultades
de las monjas
de la Victoria
que suscita el carácter invasor del obispo Hu-
manzoro.—Desaire que hace al prior de San Juan de Dios.—Ardieníes desavenencias con los oidores y Henriquez por la celebración del Corpus.—Célebre cuestión entre la cruz alfa y el guión del cabildo.—Cómo puede clasificarse filosóficamente la historia colonial.
Q u e d ó tan decaída y tan postrada por el suelo la fortuna de la capital de Chile desde la terrible noche del 1 3 de M a y o de
302
BENJAMÍN
1647,
la verdadera
VICUÑA
«noche
MACKENNA
triste»
de S a n t i a g o , que para levan-
tar su frente del polvo hubo de recurrir a la limosna. L a s gentes caritativas de Lima le enviaron en los primeros momentos suma de 1 1 , 0 0 0 pesos, que luego subió a 3 0 , 0 0 0 ,
una
preparando
así el -camino de una e s c a s a retribución secular ( l ) . P o r fortuna,
a más de los dos mil pesos erogados de su peculio por el
presidente Mujicá, existían
en la
caja
del cabildo
eclesiástico
unos siete mil pesos de fondos de la Catedral, y con estas sumas,
que hoy formarían sólo una parte del presupuesto de ar-
quitectura de un sólo vecino, se acometió la reedificación de la ciudad. P e r o los
santiaguinos,
antes
de
ocuparse
de
su
morada,
pensaron en la de D i o s . Era esto natural e inevitable. apoderado de la sociedad,
tanto en
sus
familias
c o m o en su muchedumbre, tal desencanto de las vida, que su alma, cual si hubiera
sido
Habíase
privilegiadas cosas
arrancada
de
la
a la mate-
ria por los sacudimientos plutónicos de la tierra, se cernía suspendida en los abismos golpeando con sus alas las esferas del cielo en que estaban fijas todas las miradas. S i la primera mitad del siglo X V I I había sido por
esto
mística
la última sería la era del arrobamiento
tasis del pensamiento, de las revelaciones, de los santos, en fin. El siervo
de
y
conventual,
del espíritu, de los éx-
Dios
los milagros, de
Bardeci
y
sor
Úrsula
S u a r e z , la S a n t a Teresa de S a n t i a g o , iban a ser la encarnación viva de aquella transformación profunda, cuyas
raíces
todavía profundamente asidas
los hogares, a
a
cada
altar, a
se
ven
las conciencias. C o m o era natural, el
primer
templo
de
cuya
preocuparon los vecinos y las autoridades fué
erección
de
la
se
catedral,
e hízóse esto con tanta diligencia, que en julio de
1 6 4 8 , esto
es, c a t o r c e meses después
cortándose
del
terremoto,
en los bosques del sud las maderas que
estaban debían
emplearse en
su fábrica ( 2 ) . Aprovecháronse
los
nuevos
había quedado en pie de
la
constructores
antigua
catedral
(1) Carfa diada de los oidores.—Carvallo. (2) Caria cifada de los oidores, julio 16 de 1648.
de de
la
parte que
Hurtado de
HISTORIA
DE
303
SANTIAGO
M e n d o s a , que consistía en su nave central y arquería dra que no había sido demolida, y esto
forzó
de
tiguo plan de las capillas laterales levantadas de adobes. en la obra de las catedrales (que por patronato eran
reputadas
su
dependencias
pie-
a seguir el an_
culto
Como
especial
reales)
y el
tomaba
parle
todo el pueblo, dividiéndose el gasto
por terceras partes entre
el rey, los vecinos y los indios,
en
que
consecuencia
ban su trabajo gratis ( l ) , adelantó la construcción que dos años y medio después de
presta-
tan
aprisa,
la ruina, esto es. el 2 2 de
marzo de 1 6 5 0 , se hizo la traslación de
los
eucaristía de la humilde iglesia de tablas
erigida en un
altares
y de
la
costa-
do de la plaza. La obra, con todo, no se terminó
enteramente
sino 2 7 años más tarde, porque la techumbre sólo
vino a ter-
minarse en 1 6 7 6 y la inauguración lugar en
solemne
de la iglesia tuvo
1687.
D e una manera lenta
por
la
flaqueza
de
la
fuerza,
pero
constante en razón de los bríos del espíritu y de las creencias, fueron levantándose
todos
los
otros
templos
derribados.
La
M e r c e d , a cuya fábrica dio especial impulso su provincial fray Francisco R o s a s ( 2 ) y el marqués de
Navamorquende,
su corto gobierno, estaba terminada de nuevo la celeridad de su reconstrucción (pues breve espacio en esos lentos siglos), nueva iglesia no aventajaba en humilde adobe. P o r esa
época
muy adelantadas tres naves de cal y provinciales,a pesar de los
treinta
fieros
órdenes
de
la
eran
un
que
anterior
Domingo
la de
tenía
ladrillo, y sus magníficos
capítulos
que
templo
regulares, triunfo
conseguido en nuestros días. D o s
creer
a
Santo
rivalizaban en el afán común de que su mero entre las
años
hemos de
suntuosidad
misma
durante
en 1 6 7 6 , y por
los fuera
que al
dividían, el
pri-
fin
han
oidores que en 1 7 7 6 dieron
cuenta minuciosa al rey de los progresos
monacales
tiago, refieren que ese año ya se celebraban
de
San-
oficios en aquella
(1) Memoria del virrey Moníes Claros, Chácara de la Maníiila, diciembre 12 de 1615. (2) Francisco llama a esíe prelado Carvallo; pero en una carta que ha tenido la bondad de escribirnos el ilustrado provincial de la Merced, fray Benjamín Rencoref, le nombra Alonso. Según el señor Rencoret, esta iglesia era de una sola nave y su modelo se conserva todavía en una celda que se construyó dándole la forma de la iglesia. Esta subsistió hasta el terremoto de 1730.
304
BENJAMÍN
VICUÑA
iglesia, aunque se hallaba lejos
MACKENNA
de estar
terminada
tanto tenía lugar en S a n Francisco, cuya
comparativamente poco, y con S a n Agustín, yó en su forma actual. N o así
(l).
iglesia había
la M e r c e d
Otro sufrido
que se
reconstru-
y Santo
Domingo,
cuyas iglesias son obra comparativamente modernas y casi
de
este siglo. La compañía continuó también levantándose ficencia
con una
magni-
y una solidez tan extraordinaria, que si su primer templo,
siendo reputado
el primero del reino, había
costado a 1 5 0 mil
ducados, el que sus opulentos dueños construían ahora costaría cuatro tantos más, esto es, seiscientos mil ducados (2). L o s que hayan visto por sus ojos c o m o estaban echados sus cimientos, se darán cuenta del explendor con que se habían a c a b a d o sus detalles. Erigiéronse al mismo tiempo
nuevas fundaciones
piadosas, y
ésta es la edad de esos conventos sucursales llamados y de esos fraccionamientos de claustros vía con el nombre de recoletas.
colegios,
que se conocen
toda-
S ó l o la orden de franciscanos,
que se sustentaba únicamente de
limosnas,
estableció
dos
de
estas santas c a s a s . En la Chimba, la recolección que existe en nuestros días, y que bajo la invocación de S a n t a M a r í a de las C a b e z a s se edificó en un sitio
donado
por
don
S a i n a (corregidor de Coquimbo) se esposa doña
Nicolás
de
M a r í a Ferrei-
ra ( 3 ) y en la C a ñ a d a el colegio
de S a n D i e g o , a cuya erec-
ción contribuyó poderosamente el
obispo Humanzoro, que
fraile franciscano legándole su biblioteca después El sitio de la fundación, que
abarcaba
cuatro frentes, lo había donado
una
una piadosa
era
de sus días.
manzana por sus señora
llamada
doña M a r í a de Viera ( 4 ) .
(1) Carta de los oidores don Diego Portales y don Juan de la Peña Salazar de 16 de octubre de 1776. (2) Córdova Figueroa. (3) Según una interesante carta del digno padre recoleto fray Francisco Pacheco de fecha enero 18 de 1868, la primera iglesia tuvo sólo una nave de 6 0 varas de largo y 13 de ancho, al pie de cuyo altar mayor fueron enterrados sus fundadores. El claustro comprendía dos manzanas, y fué su primer provincial fray Buenaventura Oten en 1663, cuyo prelado renunció ser provincial del convento grande por la guardianía de los recoletos. ( 4 ) Carvallo.—Los franciscanos tenían también, según este historiador, un noviciado llamado Convenio chico de San Ildefonso o la Granjilla, que dice es-
HISTORIA
DE
SANTIAGO
305
P e r o donde se hizo más visible la irresistible los espíritus al misticismo
y a
la
propensión de
contemplación
religiosa fué
en el desarrollo de los monasterios de reclusas. D e tal manera creció en la familia aquel proselitismo,
reputado
más seguro arbitrio de la salvación eterna, vieron forzadas, con el permiso del pared corrida la calle de
su
cabildo, a cerrar
próxima manzana
tanto hicieron tres años más tarde
hasta
las
hoy el
que las agustinas se con
una
( 1 6 5 1 ) , y otro
monjas clarisas,
exten-
diéndose aquellas hasta la C a ñ a d a y las últimas hasta la calle del Teatro o S a n Agustín, en la forma
que hoy
cunstancia de tanta mayor significación,
cuanto que
exigidas entonces a las enclaustradas
equivalían
S ó l o el de las agustinas pasaba de 2 , 5 0 0 más tarde, Y sin embargo, no todo
era
existen. a
las un
Cirdotes
caudal.
pesos, y se moderó suntuosidad,
ni
lujo
ni moda en aquellas creaciones. La sociedad estaba herida por un dolor profundo. L a s almas vivían en
una
eterna!
en el temor indecible de la nada y del castigo, que así sea para que el
y
congoja,
es
preciso
observador desapasionado pueda expli-
c a r s e c ó m o un pueblo entero pasó medio siglo edificando claustros, sin cuidarse de sus propios techos ( l ) . T o d o eso, a la verdad, y cuanto existe de humano sobre la costra del orbe, arrancaba tura
entre tanto del corazón
y de sus más recónditas
entrañas,
fuera la barreta del positivismo, que a
su turno
gazo de la sociedad, a c a b a r los muros de grandiosos
y de
aquellas
de la
devora el re-
aquellos
templos
solitarias celdas, se echaría
que la liga que había servido a
cria-
porque si hoy mismo
la trabazón
de sus
de ver
cimientos,
estaba amasada con lágrimas. P o r estos mismos
años
asientan sus iglesias las
habríanse
monjas del
los heridos
en
que hoy
Carmen de S a n t a Teresa,
llamadas por el vulgo Carmen Alto, y las de las de Santa R o sa de Lima que tuvieron origen en un
humilde beaterío,
pero
(aba arruinado a fines del úlfimo siglo. Parécenos que esfe edificio no puede ser ofro que el que Frezier marca en su carfa de Santiago (1712) con el nombre de Noviciados de ¡os Franciscanos en un sitio vecino al que hoy ocupa la capilla de la Purísima en la Chimba. (1) Según un libro publicado en lafin en 1662 (la famosa Geografía ílaviana y su magnífico atlas), no existían en Santiago, que antes del ferremofo había fenido cerca de frescienías casas, sino ochenta. Ocíoginla domicilia privalorum.
20
306
BENJAMÍN
VICUÑA
MACKENNA
de éstas, así c o m o del curioso origen de las antiguas (hoy de la Victoria), verdaderas
peregrinas de
a la que han dado vuelta c o m o si fuera varemos hacer memoria un poco más
el mundo, nos reser-
adelante, a fin de guar-
dar, en lo posible, el orden cronológico de En medio de este estado ya endémico las c o s a s , que la codicia de doña fueros inauditos de
Meneses
llegó por fortuna para
Chile,
no y
los acontecimientos. de
Juana habían en
Monjifas
nuestra ciudad,
los
ánimos
y de
S a l a z a r y los
desa-
hecho
sino
especial de
hombre que, según antes anunciamos,
agravar,
Santiago,
estaba llamado en
manera a reparar males tan antiguos y
que
se
creían
el
gran
ya
de
imposible cura. Era este don J u a n de Henriquez, un oidor que en su
juventud
natural
le envió a
de Lima,
Europa a
hijo
hacer
de sus
estudios y sus armas. D o t a d o de una inteligencia clara y aventajada, de un espíritu fino, perpicaz, disimulado, maleable los metales aquilatados, laboriosísimo
para una
como
época en
el sueño era vida, infatigable en el propósito de
que
allanar dificul-
tades, que es la mejor parte y la más ardua y rara del arte de gobernar; celoso de la hacienda pública
tanto c o m o de la suya
propia, y de ésta lo era mucho; paciente, en fin, tolerante con los hombres, organizador de
las
cosas
de gobierno,
fecundo en
ideas y demás que liberales sentimientos para su época, don
Juan
de Henriquez es la gran lumbrera administrativa del siglo
XVII.
En este sentido, su misión es única entre los gobernadores aquel
sido
y
sólo
comparable
sio O'Higgins. a quien cupo un
a
la
de
del ilustre don Ambro-
puesto
análogo
a
la
postre
del siglo subsiguiente. Como
había
sido
soldado, a la vez
que
jurisconsulto (en
Ñapóles, donde tué logado, y en Lima, donde estaba al mando de las tropas), decían de él sus contemporáneos
que
si c o m o
perito de guerra era distinguido, en la ciencia del derecho p a s a b a por eximio; y
aún
apenas recibido
lo
llaman
profesor.
del mando, que
le
Su
entregó
principal aquel don
conato, Diego
González Montero, a quien cabían por lo común los interinatos, fué en consecuencia, arreglar el ejército de las disciplina
y
organización
económica
fronteras, cuya
se hallaba en un estado
deplorable, desnudo, hambriento y sin pagas. P a r a salir de estos
HISTORIA
empeños
cuenta
DE
307
SANTIAGO
Carvallo que hubo de hacerlo
de
su
vajilla
privada, tal era la pobreza suma en que había caído la colonia. El trigo valía sólo 4 reales la fanega, los ganados en
propor-
ción, y así los demás frutos de la industria, que se reducía a la de los cueros y de los huesillos, el orégano y otras menestras embarcadas para el dispendio de Lima. Era esto de tal manera, que los
fletes
de
mar,
había valido hasta cinco pesos el quintal, estaban
que
antes
ahora redu-
cidos a cuatro y seis reales ( l ) . N o obstante
el
desmayo que era propio de tantas miserias,
Henríquez acometió todo género de obras públicas. Desde
1 6 6 2 , los negociantes de Santiago, que eran por lo
común exportadores de frutos para el Perú, habían en establecer, después de
graves
consultas,
una
consentido contribución
voluntaria, según la cual se cobraría en Valparaíso un cuartillo de
real por cada quintal de frutos que se embarcase, y c o m o
se graduase el impuesto por el peso, llamóse aquél el ramo balanza.
En
esta
calidad
fué
de
aprobado por Felipe IV ( 2 ) , y
aunque su objeto exclusivo era invertir su producto en la fabricación y reparo anual de los tajamares, que de cada cual, es preciso
protegían la casa
convenir que aquel hecho es uno de
los fenómenos más extraordinarios de su siglo. Una voluntaria
en
contribución
era algo tan inusitado e inaudito como
Santiago
el terremoto de que llevamos dada larga y asombrosa
cuenta.
P o r el tiempo a que nos referimos no producía este
arbitrio
(pues tal se llamaba), sino 8 0 0 pesos, y con esa suma habíase construido
algunas
1 6 6 1 , el regidor
cuadras
don
de
pretil en
años anteriores. En
Ignacio de Alrnaza habia levantado una
cuadra de ellos por orden del cabildo con el costo
de
1,676
pesos, y héchose acreedor por su diligencia a un voto de gracias
( 3 ) . El gobernador Meneses
había
vendido
también con
(1) Caria citada de los oidores Portales y la Peña (1676). De un censo formado oficialmente por Jerónimo de Quiroga, con asistencia de escribanos, en 1671 resultó que la población blanca de la ciudad de Santiago (no de su jurisdicción), no llegaba sino a 7 0 0 almas sin contar los menores de 14 años. (2) Cédula del Buen Retiro, julio 20 de 1663. Esta misma contribución volvió a ser aprobada por 10 años por R. C. de setiembre 5 de. 1675, y con algunos intervalos continuó rigiendo hasta principios del presente siglo. (3) Archivo de la municipalidad.
308
benjamín
vicuña
mackenna
este mismo objeto algunas varas de regidores, pues era llegado ya para la exhausta
España la época ignominiosa de la vena-
lidad de los oficios. P e r o el gobernador que después de G a r c í a
Ramón
acome-
tiera de nuevo la empresa de protejer de una manera permanente la ciudad contra las aguas, fué don J u a n de Henríquez,
y en
su tiempo se terminaron aquellos tajamares que había comenzado Gines de Lillo en 1 6 0 9 , y
de
los
que ya
no
quedan
sino
escondidos vestigios. L o s de la muralla que todavía corre paralela
en
ciertos
trechos en los
actuales pretiles, son de fecha
mucho más moderna. L o s que fabricó
Henríquez
fueron
com-
pletamente destruidos en la gran avenida de 1 7 6 8 . La terminación de los tajamares en toda la extensión fronteriza a la ciudad, exigía c o m o un complemento indispensable la construcción de un puente que uniese a ella
el
barrio
C h i m b a , donde los frailes franciscanos a c a b a b a n
de la
de erigir un
claustro de recoletos de su orden. Henríquez hizo también ese puente, y este fué el primero que tuvo
el
M a p o c h o . Según algunos cronistas, era de seis a r c o s
u ojos, c o m o enionces se decía;
según
otros, era de
trece y
hasta de diez y siete ( l ) , y del mismo cuyas ruinas marca Frezier en su carta de S a n t i a g o de 1 7 1 2 . S u s aprovecharon
más tarde
para
derruidos
construir
estribos
se
el que hoy se llama
todavía el puente de palo, en oposición al de cal y canto, por la calidad de sus materiales respectivos. Después de los tajamares y del puente, venía c o m o una derivación lógica el establecimiento
de
una pila
que trajese
al
vecindario el envidiable beneficio de las ricas fuentes de aguas naturales que abundaban en su vecindad, en reemplazo de los turbiones calcáreos y arcillosos del M a p o c h o , cuyos efectos s o b r e el sistema ha calificado con tan poca ceremonia el historiador Pérez
García.
A Henríquez cupo, en consecuencia, el honor de traer el agua de Ramón hasta el centro de la plaza
de
Santiago,
proyecto
( l ) Los oidores Portales y la Peña, como contemporáneos, dicen ocho ojos. Carvallo, que escribió siglo y medio más farde dice frece, talvez porque después recibió aquella obra algún ensanche. Córdova Figueroa. que fué contemporáneo, da la última cifra.
309
HISTORIA. DE SANTIAGO que pendía desde
1 5 9 5 . Encargóse el cabildo de su conducción
hasta el sitio que hasta hoy se llama las cajitas entonces existía un huerto de ciruelos
de
de agua,
y donde
vecino
llamado
un
T o m á s F e b r e s . Y hubo en esto la particularidad de que la piedra con que se cubrió el cauce de cal
y ladrillo,
trabajado
hasta
aquel punto, fué traída de Valdivia, donde es conocida con nombre de cancagua
y despreciada por
su
fragilidad
y
el
poca
dureza. Para
hacer llegar el acueducto del
arrabal
al centro de la
población, celebraron el cabildo y los síndicos de S a n y de las C l a r a s un convenio, según el cual pilas,
una
en
se
Francisco
pondrían
la plaza y una en cada convento, pagando
tres los
estipulantes por terceras partes el costo de la obra ( l ) . Hízose así, empleándose
aquellos antiguos tubos de greda, sepultados
a cinco o seis metros de profundidad, que solían tener las calles de los barrios orientales hechas a m e r o por las excavaciones para repararlas especialmente en la directa del Alto del Puerto a la plaza por donde venía el tubo madre. El
agua
de
Ramón
siguió
corriendo
para el libre abasto
público hasta las cajas de aguas, que se hicieron de este modo un sitio de recreo para los que natural pureza, y de aquí sin
iban
duda
hiciera allí uno de nuestros más
a
bebería
vino el que
toda
su
hermosos paseos suburbanos;
La_ gran inundación llamada todavía la avenida lugar en
en
más tarde se que tuvo
grande
1 7 8 3 , privó a Santiago de este beneficio, que a c a b a de
serle devuelto bajo
una forma que habría
parecido
a
nuestros
abuelos obra de brujería. En aquellos tiempos, modelar y fundir una pila de bronce era una empresa que parecía superior a toda diligencia, pero la del gobernador Henríquez
fué
bastante a procurársela. Hizo venir
(1) Escritura pública celebrada aníe el escribano Matías de Uga el 2 de octubre de 1682, entre J o s é González Manrique, procurador de ciudad, por parte del cabildo, el capitán don Francisco Bardeci, síndico de San Francisco, y don Juan de Toro, que lo era de las Claras. Para más detalles, véase el Registro municipal de marzo 27 de 1828. Allí se dice que en 1.595 el agua de Ramón corría hasta la pila de la plaza pública, pero no hemos encontrado otra huella de esta obra pública. Talvez entonces se (raería por un cauce a herido abierto, lo que ha sido siempre de sencillísima y barata realización. Aún después de esta época y en el siglo subsiguiente, notamos que ocurrían largas interrupciones de años en el suministro de agua pura a l a ciudad, particularmente en 1718.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
310
de las fronteras un excelente armero que entendía de, fundición, y con un mulato albañil de su propiedad, que tenía a su servicio, emprendió la
obra. Existe
ésta todavía en la forma
de
una columna coronada de una elegante tasa en el óvalo de S a n Miguel de la C a ñ a d a , a donde la ha hecho llegar de inmigración en inmigración y de desdén en desdén
el
ignorante
desprecio
de nuestros ediles, desde que fué arrancada del sitio que refrescó durante
cerca
(1771-1836).
de dos siglos en el centro de la plaza pública Una
inscripción
que con
gran
dificultad se lee
todavía en forma expiral en su columa, da todavía
testimonio
de su venerable antigüedad, que en otro país la habría hecho acreedora a la vidriera de un museo, como es hoy adorno de una avenida solitaria y lo será después de un basural. ...GOBERNANDO EL MUY ILUSTRE SEÑOR DON JUAN HEN-
RÍQUEZ
GOBERNADOR
MELÉNDEZ ME FESIT
Y
CAPITÁN
GENERAL. — ALONSO
(sic).
Emprendió también Henriquez la construcción de calzadas
en
las calles que aquel nombre se daba entonces a las veredas, y es digno de fijar la atención
que un hombre tan celoso como
él del adelanto loca!, y por lo tanto tan ilustre, don Ambrosio O Higgins, reemplazara éstas un siglo más tarde con los enlosados que en
aquellas
sustituyeron a los toscos guijarros del
río. Tuvo
también
aquel
funcionario
la
alegría
de escuchar la
primera campanada del reloj que hábiles obreros jesuítas, venidos de Alemania, trabajaron para la torre de la Compañía y es el mismo que se conserva todavía con justa, pero casual estimación, en la torre de S a n t a A n a . D i o su
claro
martinete
el
primer
golpe en la noche intermedia entre el 3 1 de Diciembre de 1 7 7 0 y el 1.° de Enero de
1 7 7 1 , y toda la ciudad estuvo despierta
con el oído atento y el aliento comprimido en las válvulas del pecho
su
primer
latido despertando intensos regocijos. L a era de la queda
hasta que la admirable máquina hizo vibrar
iba a
ser ya una redundancia si no un anacronismo. El gobernador Henriquez había dado cien pesos de los fondos de cabildo para auxiliar aquella máquina, por el beneficio que reportaría a la ciudad. O t r a de las o b r a s que se recuerdan de aquel celoso manda-
311
HISTOBIA DE SANTIAGO tario, fué la conclusión de la casa consejil que habían zado
sus
antecesores,
después
de
la ruina, sin
comen-
poderle
dar
remate por la insondable pobreza en que se había sumergido el reino, y en especial la ciudad. N o era, empero, aquella ni con mucho una obra tan importante c o m o la que hoy
existe, y que es más de un siglo pos-
terior. Tenía obligación
por
todos
estos
de gratitud
motivos el pueblo de S a n t i a g o una
para con su activo reconstructor, y tal
vez por esto cuando se c o l o c ó su retrato, según era costumbre, en la sala de los gobernadores, se le adornó con un letrero en que se recordaban sus principales beneficios ( l ) . P e r o no se crea por esto que Henríquez descuidaba sus propios proventos, porque lo menos que se dice de él
es que de
catorce mil indios que se hicieron cautivos durante su gobierno se adjudicó a sí
mismo
no
menos de ochocientos, los cuales
vendió a los c h a c a r e r o s de S a n t i a g o a razón de 2 5 0 duros la pieza,
pagaderos
en
los
trigos de c o s e c h a .
Y
c o m o éste se
cotizaba a cuatro reales, y el gobernador lo vendía
al ejército
a dos pesos, calculábase que en esta sola negociación el ingenioso
gobernador
había
echado
en
sus bolsillos
ochocientos
mil pesos de provecho neto ( 2 ) . No había descuidado tampoco Henríquez
asistir con la libe-
ralidad que era posible en aquellos años de imponderable estrechez, a la fábrica de los templos, según el espíritu reinante. A su salida del gobierno ( 1 6 8 2 ) la
Catedral se encontraba
conr
(1) Pérez García vio este reíraío en 1781 y hace mención especial de el. Es la misma galería de que habla el navegante inglés Vancouver cuando fué recibido en el palacio por el presidente O ' Higgins, y en la cual figuraba en esa época (1795) el retrato de su huésped como el último de la serie. Tan preciosa colección ué destrozada por las turbas que invadieron el palacio de los presidentes en la noche de la batalla de Chacabuco, y cuando se supo que Marcó lo había abandonado. Esfa desgraciada circunstancia ha hecho que los amantes de la historia nacional hayan perdido una fuente de in ormación en que el arfe, las costumbres, los trajes y los caracteres mismos habrían venido en auxilio de la filosofía que guía en la investigación de aquella. Los peruanos lienen este admirable recurso en su completa galería conservada (con bastante descuido, es verdad) en el Museo de Lima y que se esfiende desde Francisco Pizarro al virrey don Juan Laserna ( 1 5 3 5 - 1 8 2 2 ) . Entre esfa serie se encuentran los retratos de Manso, Jáuregui, O'Higgins y Aviles, que fueron los únicos virreyes y antes presidentes de Chile. ( 2 ) Carvallo. r
r
312
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
pletamente
cubierta; y de su p r o p i o . peculio
había
dado
400
pesos y 6 0 0 tablas, valorizadas a dos pesos c o d a una, al convento de S a n t o Domingo, que continuaba
siendo la orden
vorita de los presidentes. C a s i otro tanto h a b í a d a d o
fa-
un her-
mano suyo llamado don G a s p a r , don B l a s o don B a l t a s a r , alguno cuál.
de
estos
Había
nombres
tenido
largo gobierno de
era,
sin
que
también el gobernador doce
que
importe a la historia limeño durante
años el orgullo de dejar
su
fundado un
nuevo monasterio, porque c o m o en el siglo subsiguiente estuvo de moda el fundar pueblos, de donde nos vino el semillero que tenemos repartido en todo el territorio, así en el siglo cuya crónica estamos por agotar, no se c o n s i d e r a b a período feliz sino aquel en que cada gobernador había c a v a d o los iglesia, o ermita, o capilla, o siquiera
cimientos o de una
hospedería,
mucho
más
un claustro, de nobles doncellas y de venerables viudas. S I T I O Y A S A L T O DE UN M O N A S T E R I O
El lunes 7 " d e Febrero Clarisas
de
abadesa
Sor
la
Úrsula
recien construida
de
C a ñ a d a seis
1 6 7 8 dejaban monjas
A r a o s , e iban
en el
la portería de las
presididas de la antigua a
instalarse en una casa
ángulo nordeste
de la plaza principal,
frente a las c a s a s de cabildo, y ese mismo día, bajo los auspicios del presidente Henríquez y del rey C a r l o s II quedaba dado el real monasterio de Nuestra
Señora
de ¡a Victoria,
última continuaba siendo, junto con la virgen
del
funcuya
S o c o r r o , la
patrona de S a n t i a g o . La historia de esta instalación, que más tenía de mudanza, es digna de ser dad,
porque
es
una
recordada con
página más
agregada a
de cisma que
alguna especialilas
novelescas
peregrinaciones que las desgraciadas monjas de S a n t a C l a r a , a ejemplo de la patrona de su advocación, habían hecho por
la
tierra y por el mar desde su primitiva fundación en O s o r n o . En el lugar correspondiente dijimos que al trasladarse a España el obispo P é r e z de Espinosa, que les había talidad en S a n t i a g o en los primeros años del
dado hospi-
siglo, delegó su
jurisdicción en los provinciales de S a n F r a n c i s c o , por el doble
313
HISTORIA DE SANTIAGO
motivo, sin duda, de la afinidad que existía en ambas reglas y por la proximidad de sus claustros. No admitieron, sin embargo, las madres de buen grado aquella sumisión, y pusieron
pleito a sus
tutores
pretendiendo
no
depender c o m o las Agustinas sino del cayado del ordinario. D e aquí un gran escándalo. ' L a abadesa, dice
Carvallo, a quien
vamos a dejar
referir
este curiosísimo episodio, con la mayor parte de su comunidad pretendió sustraerse
de
la
jurisdicción
del Provincial.
que en su fundación de la ciudad de O s o r n o
Alegó
fueron subordina-
das al Ordinario, y lo mismo en su actual establecimiento en la ciudad de S a n t i a g o . Y que haberlas dejado el ilustrísimo obispo doctor fray J u a n Pérez de Espinosa, cuando abandonó su obispado, bajo la superioridad del
provincial,
fué
lo
mismo
que
nombrar al provincial de S a n Francisco de provisor de su monasterio, cuya superioridad rehusaba, y reclamaba a su legítimo superior. «Siguióse
pleito
y
se
nombraron
por
jueces al ilustrísimo
señor doctor fray Dionisio Cimbrón, obispo de la ciudad de la Concepción,
que a la sasón se hallaba
t r e don Alonso de C ó r d o v a , «Vistos
los
autos,
en la capital, y al maes-
presbítero.
sentenciaron
a favor de la a b a d e s a . El
provincial apeló al Metropolitano (de Lima) y ganó sentencia a su favor y una real provisión del virrey, amparando en la posesión al actual provincial
y a sus sucesores, dirigida a la Real
Audiencia de Chile, para que se le diese «Aquel
tribunal
encargó su ejecución
de Azaña, S o l í s de Palacio, uno
cumplimiento. al doctor don
Pedro
de los ministros que compo-
nían el tribunal. «Para verificarlo dispuso cercar el monasterio con tres compañías
de
milicias conducidas
por su maestre
de campo don
Antonio C a l e r o ; y acompañado del R . P. fray Alonso C o r d e r o , provincial,
con
toda
su numerosa familia religiosa entró en el
monasterio. «Se focó la campana a comunidad, y juntas aquellas
señoras
en la sala capitular, se les intimó la sentencia del Metropolitano y la real provisión del virrey. O í d a protestaron de la fuerza que se les hacía y el recurso al supremo C o n s e j o de Indias y
314 al
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
S u m o Pontífice
y a los
Entonces el doctor Azaña
tribunales
que
más le conviniese.
las ultrajó y lo mismo el provincial
con palabras injuriosas y las amenazaron. •Exasperadas
las
religiosas
por el violento despojo de sus
derechos e intimidadas con las amenazas, con la numerosa comunidad de
religiosas y con la tropa
monasterio,
apelaron a la
fuga.
armada que
La tropa
intentó
usando de violencia, y a empellones y golpes
c e r c a b a el contenerlas
procuraron arre-
drarlas. P e r o algunas de aquellas ultrajadas señoras se escaparon corriendo y las demás quedaron sufriendo el ultraje. S e esparció la triste noticia por toda la ciudad, y los padres, los
hermanos y los
parientes
de aquellas
religiosas corrieron
presurosos a la real andiencia, que se hallaba en su sala, despachando los negocios forenses. Viendo aquel sabio tribunal el riesgo que corría
la quietud pública, salió en cuerpo de tribu-
nal hacia el monasterio:
pero la tropa,
que tenía orden de su
jefe para no dejar entrar persona alguna, le resistió la entrada y tomó el partido de enviar
al escribano de cámara para inti-
mar al doctor Azaña un decreto de suspensión de la comisión. «Mas,
todo fué ocioso,
y aunque el
tribunal
y el
ayunta-
miento precedido de su corregidor don J o s é de M o r a l e s y Negrete, y de sus
alcaldes ordinarios don Valentín Fernández de
C ó r d o v a y don Martín de Urquiza, seguidos de todo el pueblo apellidaron la
voz del rey, no fué bastante para que cediesen,
porque a consecuencia puso a defender
la
mucho se propasa la que
de la
orden que tenía la tropa se dis-
puerta y llegó el c a s o de hacer fuego. A imprudencia,
hubo y estuvieron a punto
contra la tropa y contra la
y fué grande el escándalo
de un rompimiento del pueblo
comunidad de S a n
Francisco.
«Salieron aquellas señoras religiosas con su resolución, porque las mujeres, cuanto tienen de tímidas antes de entrar en un empeño, tienen
de
constantes puestas
ya en los
lances, y se
sustrajeron de la jurisdicción del provincial refugiándose en las Agustinas,
en el monasterio de la Concepción de Nuestra S e -
ñora, donde siguieron su instituto con santa «El
oidor
emulación.
comisionado intentó capitular de
promovedor
de
motín al ayuntamiento, pero este ilustre cuerpo se indemnizó con una
cumplida
información del hecho,
y de su moderación, de
315
HISTORIA DE SANTIAGO
que fué testigo ocular el tribunal de la Audiencia, y de todo se dio aviso
al soberano para
siástico declaró inclusos
su real deliberación. El juez ecle-
en e¡ canon: Leguis
a todos
suadente
los que de la información del hecho que mandó hacer, salieran agresores de los ultrajes inferidos a las religiosas. «Orientado el virrey de todo lo acaecido libró otra real provisión
mandando a
Concepción
de
la señora
Nuestra
abadesa
del
Monasterio de la
S e ñ o r a despidiese de su
casa a sus
venerables huéspedas, y a éstas que volviesen a la suya, dejándolas el derecho a salvo para que ocurriesen a donde más les conviniese y amparando entretanto al provincial en su posesión. Obedecieron estas
señoras agraviadas, y ocurrieron a la curia
romana, y la sagrada
congregación pronunció la siguiente sen-
tencia en 1 2 de febrero de 1 6 6 1 :
«Vistos los procesos y ale-
gatos de una y otra parte por los eminentísimos cardenales, juzgaron todos y sentenciaron que las dichas monjas nunca
habían
sido sujetas a los religiosos de S a n Francisco sino al Ordinario y que a él se debían sujetar y mandaban que a él se sujetasen». «Se subió al P a p a Alejandro VII la decisión de los eminentísimos cardenales, y S u Santidad la confirmó en 2 5 del mismo mes y año por estas palabras: S. Congregaíionis íerium ordinarii
Sanfe
que Clare
in Reyno
jurisdictioni,
teré Regularibus*.
codem
«Alexander auno Chilensi
eí quebeniro Quedaron
con/irmaf
12. Februaríi in ómnibus,
ribesse
senfentiam
censuif
nullumqe
monas-
eí per
omnia
pus
compe-
victoriosas las monjas y salieron
de este caprichoso litis» ( l ) . La victoria quedó, pues, en definitiva por la toca,
y
la
co-
gulla fué humillada. ( l ) Todo esío consla de los acuerdos celebrados por el ayuníamienfo en los días 19 y 20 de diciembre de 1656 y 12 y 13 de enero de 57, que se hallan a I. 175 y siguienfes del libro de provisiones de la capital núm. 14, cuyas son las cláusulas que siguen: «Y temiendo mayores daños en la obediencia y sujeción al prelado regular, se salieron del dicho monasterio, y para impedírselo las acometieron los soldados y personas que habían ido a asistir al dicho señor oidor, ofendiéndolas con las armas y a empellones, arrastrándolas por el suelo, y poniéndoles las manos en los rostros, arrastrándolas de los cabellos, siguiéndolas con otras demostraciones y agravios en la salida que hacían para reducirse al monasterio de la limpia Concepción de esfa ciudad, por las calles públicas, obligándolas a correr, faldas en cinfa, por los golpes y malos tratamientos que les habían hecho, e iban haciendo... de lo cual resultó fan grave escándalo que ha parecido sin ejemplo en le cristiandad*.—(Carvallo M. S . )
316
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
El terrible Azaña fué trasladado a la Audiencia de las C h a r cas,
y suponemos que el no menos formidable C o r d e r o no vol-
vió a ser más provincial de frailes ni de monjas. Mas,
fuera que el provincial tuviera en aquel claustro algunos
partidarios inconsolables,
fuera por otros motivos, la discordia
mal apagada siguió cundiendo en el rebaño, y al fin estalló un verdadero cisma entre los bandos disidentes. Tal vez para calmar esos escándalos ocurriósele a un comerciante casi millonario llamado el capitán don Alonso del C a m po Lantadilla una
nueva
legar seiscientos mil pesos para
casa
de
que se
fundara
Clarisas, que debería denominarse S a n t a
C l a r a del C a m p o , y ocurrió
precisamente este
insólito legado
en la época en que más altos venían los disturbios. P e r o en aquellos años, herencia hoy,
dos c o s a s enteramente
tan ingente,
y embrollo eran, c o m o son
idénticas, y c o m o el caudal fuera
creyeron los oidores que valía más dejarlo en las
manos que los tenían a réditos, porque de esa suerte era más fácil y provechoso cobrar los últimos que los primeros. El obispo que
lo
era a la sazón ( 1 6 7 0 )
el voluntarioso
Humanzoro,
pretendía por su parte, y en esto daba tanta prueba de cordura c o m o los oidores de entender cada uno su negocio, que no se hiciera
fundación
de
monjas
de vida contemplativa, sino una
casa de recogidas de que la ciudad ya necesitaba con por las muchas pecadoras que en ella habían
urgencia
nacido.
Siguióse con este motivo un eterno e intrincado pleito, y hubo al fin de enviarse los autos al C o n s e j o de Indias, no sabemos si en consulta o a virtud Jas mil y quinientas, tre nosotros,
de aquel recurso que se llamaba de
que ha quedado por refrán de tardanza en-
y según el cual
se consignaban mil y quinientos
pesos al tiempo de apelar. Esta vez,
la apelación
duró seis años ( 1 6 7 0 - 1 6 7 6 ) ,
y al fin
vino sentencia contra el obispo y los oidores, mandando que el nuevo monasterio se fundase sin pérdida de tiempo con los bienes del acaudalado
Lantadilla.
C u p o , pues, al presidente Henríquez
la fortuna de dar cum-
plimiento a aquella real cédula. C o m p r ó s e una manzana
entera
anexa a la plaza;- edificóse el monasterio con una iglesia espaciosa, y, c o m o queda dicho, el lunes 7 de febrero de 1 6 7 8 se
317
HISTORIA DE SANTIAGO hizo la traslación. Fluctúa todavía ción
de
que
en el vulgo una vaga tradi-
aquel cambio de domicilio se hizo con los acci-
dentes de una fuga, corriendo
las monjas cismáticas desgreña-
das por las calles, mientras las que quedaban fieles al antiguo escapulario las perseguían
con sendos
torniscones.
Pero
nos parece haber sido una de las muchas abusiones, la palabra inventada por el pueblo más abusionero Tal, fué entretanto,
el origen del
monasterio
esto
que tal es del mundo.
de las monjas
de la Victoria que el pueblo llamó instintivamente las
monjifas,
por ser retoños de un árbol ya viejo plantado en el huerto del solar
contiguo.
El monasterio de la
C a ñ a d a comenzó
mismo a llamarse también desde esa época de Sania
por lo Clara
la
antigua.
Aunque estos b o r r a s c o s o s
sucesos habían precedido en gran
manera a la administración de don J u a n de Henríquez, no careció la última de las tormentas eclesiásticas que fueron la marca de fuego de aquel siglo en que llovió agua bendita. Era el presidente conciliador, afable y aun de trato humilde, a punto de haber dado mérito a un cronista (Pedro de Figueroa citado por Carvallo), para contar que, habiendo ido un día en persona a ver a
un
escribano
para un asunto
urgente, le
halló dormido y no quiso que le despertaran. P e r o , no obstante, hubo de habérselas con un obispo terco, empecinado y quisquilloso, que puso más de una vez a prueba su tolerancia y su cortesía. Era aquél
don D i e g o de Humanzoro,
que había tomado el
báculo de la diócesis casi al propio tiempo que Henríquez empuñaba el bastón del gobierno civil ( 1 6 7 1 ) . Prelado especie de trasunto de
aquel
fraile y franciscano c o m o él, su iglesia
pendenciero
batallador,
Pérez de Espinosa,
tenía tan a pechos los fueros de
y lo alto de sus prerrogativas, que
en una ocasión
mandó arrojar de la iglesia en que se celebraban las honras de Felipe IV, nada menos que al prior de S a n J u a n de D i o s , Nicolás de S a l l e s , tan solo porque, siendo lego, había tomado uno de los asientos destinados a la gente de categoría, desacato tan
318
BENJAMÍN TICUNA MACKENNA
ignominioso c o m o innecesario que le costó al prelado un justo pleito de reparación puesto por el agraviado prior. P e r o su querella
de más
consecuencia
ocurrió con la Real
Audiencia y con Henríquez, c o m o su presidente, y vamos a contarla, porque tales sucesos son la esencia y médula de la vida colonial, en que cabrían sin artificio
estas tres grandes divisio-
nes de la historia. Historia
civil.—Pendencias
de los presidentes con los dioce-
sanos. Historia
de los obispos con los pre-
eclesiástica.—Pendencias
sidentes. Historia
de la Real Audiencia con todo
judicial.—Pendencias
el mundo ( l ) . El resto de la historia se compone de las pendencias con los indios. Era costumbre oidores,
que el octavario
turnándose en el gasto
de Corpus lo costeasen
los
uno en pos de otro cada día
de los o c h o en que aquél se celebraba; y en el que tuvo lugar en 1662
(cuando Henríquez no había llegado todavía a Chile),
tal vez por simplificar engorrosas llos invitar en
ceremonias,
acordaron
aqué-
conjunto al obispo a sus funciones, diputándole
con un recado respetuoso al alguacil mayor, que por lo común era un gran señor del pueblo. P e r o el soberbio mitrado tomó a grave insulto aquella cortesía, y c o m o los oidores no lo levantaran, prohibió a sus clérigos que predicasen durante el octavario, a fin de quitar la mitad del lucimiento a las fiestas del copete. Llegado Henríquez al reino, quiso conciliar los ánimos en las fiestas
del siguiente año, y como presidente del real tribunal fué
en persona a hacer una reverente invitación por sí y sus colegas al
enfadado diocesano.
P e r o ¿sesgó éste en su soberbia?
( l ) No era sólo privativo de Chile esíe perenne desacuerdo de la autoridad eclesiástica y civil, que es uno de los fenómenos más dignos de un especial estudio en la era colonial. El vasto virreinato del Perú era sólo un semillero de ese género de discordias y especialmente Lima. Consúltense las memorias de los virreyes, publicadas por Fuentes, y muy particularmente la escandalosa rivalidad y polémica que sostuvo por esta misma época (1684) el arzobispo Liñén con el duque de la Palata (don Melchor de Navarro y Rocaful). Las cartas de este último al arzobispo, que a su vez había sido también virrey, pueden citarse como un modelo de impasible pero comedida energía.
319
HISTORIA DE SANTIAGO
ni un solo ápice. La alternativa era: o iban los oidores en persona cada día a invitarle para su respectivo turno, o él les negaba su presencia y su cátedra en la iglesia
metropolitana.
Henriquez resolvió entonces con su peculiar sagacidad dar al orgulloso ministro un golpe certero, y para esto dispuso con los suyos, que el octavario se celebraría ese año ( 1 6 6 3 ) en la iglesia privilegiada de S a n t o
Domingo.
Fuera de sí el obispo, y empeñado en deslucir aquellas oblaciones solemnes del catolicismo, que él consideraba c o m o profanas desde miembros
que eran atentatorias a su orgullo, conminó a los
del ayuntamiento con censuras si osaban
con su presencia las
solemnizar
funciones de la Audiencia, admitiendo su
convite. P e r o esta vez volvió a ser vencido
FJ octavario
se celebró
con especial esplendor, y a las amenazas eclesiásticas del obispo la Real Audiencia contestó con una real provisión el 2 7 de mayo de 1 6 6 3 , poniendo a raya sus a b u s o s . O t r o de los alborotos de episcopado
de
aquel tiempo, ocurrido durante el
Humanzoro,
tuvo un
origen más fútil todavía.
V a m o s a contarlo. Hasta siones
1 6 6 0 era de
un hábito
corpus el guión
ya tradicional que en las procede la Municipalidad fuese
llevado
junto al palio, que cargaban los regidores, y que la cruz capitular, símbolo de la autoridad prelaticia, pasos adelante.
P e r o a alguien
marchase unos pocos
ocurriósele en la procesión de
aquel año poner en la misma línea de marcha la cruz y el guión. Terrible escándalo, y como eco un pleito que iría hasta el Consejo solía
de
Indias!
en c a s o s
Falló de
éste, farsa tan pueril de la manera que
excesiva nimiedad, pues hemos
encontrado
una real cédula dada en el Buen Retiro, el 3 de julio de 1 6 6 2 , en la cual se dispone
«que se siga la costumbre
hasta que el
juez eclesiástico decida sobre la propiedad», que era equivalente a no
resolver
nada,
y
esto,
si no era lo más legal, era sin
disputa lo más cuerdo ( l ) . Al fin la muerte ( 1 6 7 8 ) apagó los bríos batalladores
del al-
tanero fraile, y su paciente cuanto hábil domador, don J u a n de (1) Colección de reales cédulas exisfenfes en la Bibliofeca Nacional.
320
Henriquez, fuese
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA a
España
(1682)
C o n s e j o de Indias, que había
a ocupar un puesto en el
dirimido
sus
discordias,
honor
insigne que ni antes ni después de él disfrutó ningún presidente de Chile, mucho más siendo americano. Entre tanto, todo lo que
la
historia
tiene q u e . d e c i r de ese
nombramiento excepcional (aparte la sombra de los ochocientos esclavos vendidos por trigo en yerba
y otras que más adelante
aparecerán en el papel), era excepcionalmente
merecido.
CAPÍTULO
XXII
El t e s o r e r o de la Santa Cruzada El sanio Garro.—Cinco
inundaciones
sucesivas
del
Mapocho.—Pérdida
del
Real Situado,—Viruelas.—Paciencia del santo Garro.—Singular preservativo contra la chismografía de Santiago,—Construcción de tajamares en el barrio de San Pablo.—Inmoralidad, castigo y muerte de los oidores García Salazar y Cueva Lugo.—El TESORERO DE LA SANTA CRUZADA. — Fundación del monasterio del Carmen de Santa Teresa o Carmen Alio.—Fray
Juan
de la Con-
cepción, su vida y su constancia de lundador.—El capitán Bardeci.—El rey autoriza la fundación del monasterio.—Fray
Juan
de
la Concepción
viene de
Guamanga y se traslada a Chuquisaca en busca de monjas fundadoras.—Tráelas el corregidor Gaspar de Ahumada, y reyertas que sostiene con el fraile en el camino.—Fúndase definitivamente el monasterio.—Nuevos
beateríos.—Rui-
dosa causa criminal sobre una herencia del rey,—Los mercaderes portugueses López y P a s o s . — S e establecen en Santiago y cuantiosa fortuna que acumulan. —El tesorero de la Santa Cruzada don Pedro de Torres.—Sus
relaciones con
Pasos.—Mueren los dos mercaderes, y Torres resulta su albacea. — Sus antiguas especulaciones y menoscabo de su fortuna.—Mudanza que se nota y dote fabuloso que da a su hija.—Los condes de Sierrabella y origen de los portales de Santiago.—Misterios.—Legado que se atribuye a Pasos a favor del monasterio del Carmen.—Lo reclama en vano fray Juan de la Concepción.—Resuelve denunciar al tesorero Torres como usurpador de la herencia de los portugues e s . — S e confabula con un fraile hijo de Pasos y lo delata al presidente Henríquez y al oidor más antiguo la Peña Salazar.—Deseníiéndense éstos.—Curioso viaje del hijo de Pasos a Lima, su denuncia al virrey
Rocaful e intrigas
por qué desiste.—Porfía fray Juan de la Concepción y manda a España a su confabulado.—Carlos II ordena que se forme causa criminal al tesorero Torres, —Peripecias de este juicio.—Declaraciones de todos los nobles y ancianos de la ciudad.—Componenda.— Estado inconcluso del proceso.—Sínodo diocesano de 1688.—Temblor de 1690.
S u c e d i ó al feliz e industrioso don J u a n de Henríquez en 1 6 8 2 un buen
caballero
llamado
don
M a r c o s J o s é de G a r r o , que 21
322
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
vino por a s c e n s o del gobierno
del
Tucumán,
como
solía lla-
marse el de B u e n o s Aires; y el pueblo de S a n t i a g o , que siempre ha sido aficionado a los apodos dándolos en reemplazo de nombres y aun de apellidos, a los c o j o s , curcunchos
y los huachos,
a
los tuertos, a los
que estos últimos son apodos de in-
dios, púsole a la conclusión de su gobierno el sobrenombre de Sanio. Y a la verdad que el santo
G a r r o mereció aquel título c o m o
el santo J o b el suyo, porque no
hubo
calamidad física y so-
cial que no aílijese a la colonia durante su período. C i n c o inundaciones del M a p o c h o que arrasaron los tajamares construidos con tanta constancia y oportunidad por el
previsor Henríquez;
la pérdida en un naufragio del real situado,
que
era el maná
del desierto para los chilenos, verdaderos israelistas de la América, entre las tribus que en ella
tuvo
España; profundas dis-
cordias y litigios prolongados en las familias
de S a n t i a g o por
causa de intereses; escándalos de oidores relajados que mueren en el destierro; guerras con los indios, interrumpidas sólo
por
breves treguas de quietud y botín, y por último la propagación ya endémica de la viruela, espectro que hacía su aparición cada primavera: tales fueron las pruebas que consagraron la santidad del paciente mandatario y lo hicieron digno de la canonización, que sin consultar a R o m a le otorgó S a n t i a g o . D e todas aquellas salió a la verdad triunfante. C o m e n z ó por
dar en rostro a la chismografía incurable del
pueblo, especie de inventado todavía la
viruela santiaguina vacuna,
haciendo
para
la cual no se ha
pasear
en unas andas
por los cuatro ángulos de la plaza, y a manera de pregón, unos veinte y cinco mil pesos que constituían toda su fortuna, adquirida lícitamente con sus sueldos en el otro lado de los Andes. A los desbordes de las avenidas opuso nuevos
tajamares, y
su paciencia, que era más dura que el cal y canto.
Como
la
inundación de 1 6 8 3 rompiera hacia los barrios b a j o s de la ciudad, que se llaman hoy de las Capuchinas y 3
a
n
P a b l o , hizo
construir por el espacio de ochocientas varas, esto es, de cinco cuadras ( l ) , el pretil que corre
todavía, bien que reconstruido,
( 1 ) Gay dice ochocientas varas, Carvallo setecientas cincuenta, lo que hace cinco cuadras justas.
323
HISTORIA DE SANTIAGO
desde los a r c o s del puente hasta más a b a j o de S a n P a b l o . En los libros de cabildo encuéntrase además un acuerdo que tiene fecha de septiembre 9 de 1 6 9 0 , llamando a licitación para reparar los destrozos del río durante los años corridos de a
1680
1687. P u s o remedio a la terrible
pérdida
del situado
( 1 6 8 5 ) , que
equivalía casi al hambre y a la rebelión del ejército, solicitando del virrey del Perú, duque de la Palata, que viniese por tierra, y directamente de las cajas de P o t o s í , con lo que se ahorraron comisiones, fraudes sociedad, por
y peligros ( l ) .
acusaciones
que se hacía a grandes personajes
de haber usurpado ingentes una tranquila y prudente
En las desavenencias de la
cantidades
firmeza,
del
según
rey, procedió con
luego
hemos
de ver
con alguna detención. P o r último, reprimió con severa mano el libertinaje desenfrenado a que
solían
entregarse, prevalidos de
su inmunidad, los orgullosos oidores. P a g a r o n el tributo de este merecido castigo por sus e x c e s o s en una sociedad que ha sido siempre tan celosa de
sus
costumbres
como
la de S a n t i a g o ,
dos hombres licenciosos y desventurados que habían llegado a Chile casi junto con el gobernador. Fueron aquellos don J u a n tomado
su
puesto
en
la
de
la Cueva y Lugo, que había
Audiencia
en 1 6 8 2 , y don S a n c h o
G a r c í a S a l a z a r , que lo había hecho en el año subsiguiente. Sin embargo, tan escandalosa fué desde el principio la conducta de ambos, y tan descarados sus amores, sus orgías y depravaciones, que, denunciados por el obispo el ilustrísimo C a r r a s c o , natural de
(que lo era por entonces
Z a n a , en
el
Perú, y autor
de nuestro primer sínodo diocesano, que por aquellos años tuvo lugar), hubo de desterrarlos, al primero a Valdivia y al segundo, c o m o reo de menores culpas, a Quillota. Murió aquí G a r cía S a l a z a r devorado de rubor a los o c h o días de haber llegado con su afrenta a cuestas, al paso que, por un evento singular, su colega, tan infeliz c o m o él, después de haber litigado algunos
( l ) El rey dispuso el 6 de enero de 1687 que se írajese directamente el situado de Potos!, vía Afacama. El duque de la Palata contrarió esta disposición por oficio de 16 de abril de aquel año, pero no sabemos si llegó a alterarse el antiguo itinerario. Suponemos, sin embargo, que se siguió siempre el directo de Lima.
324
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
años sobre la justicia de su destierro en un presidio, obtuvo por gracia que !e destinaran a aquel precioso lugar, y allí no tardó en morir, reuniendo así la muerte en un sólo féretro a los que tantas veces la vida y el placer había asociado en
el
festín y
en la alcoba. Alcanzó también el presidente G a r r o , c o m o su antecesor Henríquez, el envidiado privilegio de hacer la fundación de un nuevo monasterio. Fué éste el llamado Carmen
Alto
de la orden de la
inspirada T e r e s a de J e s ú s , santa moderna y española, que hacía apenas medio siglo había sido canonizada ( 1 6 2 2 ) , por cuya razón hallábase en gran voga en la Península y en América. Habíanse dado los primeros pasos de su fundación en tiempo del presidente Henríquez, según antes
dijimos, y
fué su inicia-
dor un fraile portugués, carmelito descalzo, tan exaltado c o m o apostólico, llamado J u a n de la Concepción. Durante el gobierno del venido a América
el
fraile
presidente
último
nombrado había
lusitano en demanda de cierta he-
rencia que su padre había dejado en las C h a r c a s , y al volverse a su país, vía de B u e n o s Aires,
por donde
había entrado,
el gobernador de aquella colonia, que a la sazón era G a r r o , le impidió que se embarcase, porque siendo portugués el fraile, el buque que debía llevarlo conducía también despachos importantes s o b r e las desavenencias
a
que daba lugar la colonia por-
tuguesa del Sacramento, situada a la embocadura del río de la Plata. El fraile descalzo tenía un espíritu activo, viandante y un fervor religioso
sincero
y profundo, por manera que; a pesar
de sus desventajas de nacionalidad, obtuvo del obispo de aquella diócesis, A s c o n a , que le nombrara cura de la villa de L u j a n , y después de haber edificado allí una iglesia con limosnas, pasó a Chile sin más compañía que un pequeño lienzo del
Carmen
y un cajoncillo de lata para recibir oblaciones. Tuvo tanta diligencia en su misión, y encontró
tan bien dis-
puesta la tierra, a pesar de su pobreza, bien que nunca fué pobre para la alcancía, que el padre forastero presto llenó la de la santa con gruesos patacones.
Sólo
de los soldados de los
tercios fronterizos, a cuyos cuarteles llegó, recogió 6 8 3
pesos,
a deducir del situado cuando éste se distribuyera. Provisto de una suma de tres a cuatro mil pesos, el carme-
325
HISTORIA DE SANTIAGO lita buscó
como
asociado
a
un
caballero de distinción, que
antes hemos nombrado como síndico del convento de S a n Francisco. Era éste el capitán don Francisco B a r d e c i . P u e s t o s en consorcio, edificaron en el sitio mismo que hoy cientemente
restaurada,
ambos
ocupa su
y que
era
una humilde capilla
claustro y su iglesia redonde
el piadoso B a r d e c i
tenía su morada ( l ) . E c h a d o s estos cimientos, B a r d e c i y el ardoroso portugués o c u rrieron al rey por la licencia de una fundación. Sin graves dificultades
ni
demoras
otorgóselas C a r l o s II por cédula de 1 7
de julio de 1 6 8 4 , con tal que las congruas de las monjas, que en la primera solicitud eran muy e s c a s a s , fuesen mejoradas. A c c e d i ó B a r d e c i , y habiéndose presentado éste a la Audiencia con un pedimento en que decía que el número de las monjas
«era
limitado,
su vestido pobre y humilde, y sus manteni-
mientos p a r c o s y la tierra abundante'de ellos» ( 2 ) , dióle el presidente G a r r o licencia para hacer la fundación
del monasterio.
El incansable fraile se hallaba a la sazón en G u a m a n g a , dentro del corazón de las sierras del P e r ú con su lienzo
y
alcancía;
pero al saber la nueva, vino a Chile lleno de gozo y volvió a marcharse a Chuquisaca, donde existía un convento de carmelitas que debía sumistrar las hermanas fundadoras. A c c e d i ó el arzobispo de las C h a r c a s a la solicitud afanosa del (1) Existe en el archivo de la Real Audiencia un cuerpo de autos que contiene una memoria firmada por fray Juan de la Concepción en Santiago el 17 dt diciembre de 1691, acompañada de un inventario, según el cual el valor de la capilla y de sus enseres llegaba a 6,040 pesos. Entre las diversas partidas del inventario se leen algunas como las siguientes: por el acomodo de la capilla, que se componía de dos aposentos pintados de amarillo con una guarda pintada de colorado, 63 pesos. Por una calzada de piedra trabajada delante de la puerta por donde pasaba una acequia, 2 0 pesos. Por fres imágenes de vestir del Carmen, Santa Teresa y Magdalena, 130 pesos. Por un niño Jesús, 2 0 pesos. Por la hechura de un cristo de naranjo dulce, 117 pesos (y éste talvez lué el cristo por el que las monjas no podían sentir reverencia por haberlo conocido naranjo!). Por último, por cuatro mil tejas qua se habían cortado, a quince pesos el mil, 60 pesos. En una plancha de mármol incrustada en la pared de la iglesia del Carmen Alto, al pie del altar que representa el estasis de Santa Teresa, se lee hoy esfa inscripción: FRANCISCO BARDECI Y BARNAVA DE LA CERDA, CEDIERON SU PROPIA CASA 1690. ( 2 ) Memoria auténtica del capitán Bardeci en los autos arriba citados.
326
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
fraile, apoyada por el presidente G a r r o , y le concedió tres monjas, nombrándolo capellán de ellas. M a s , por escrúpulos u otra causa, no consintió
en
que
vinieran
a
su c a r g o durante tan
larga travesía, y confiólas al cuidado y responsabilidad del capitán don G a s p a r dé Ahumada, hijo de aquel altivo don V a l e riano de Ahumada, de que antes dimos cuenta, y que por razón de política o de negocios se había trasladado a aquel país. Venía don G a s p a r provisto de corregidor de S a n t i a g o , y era un caballero de mucha cuenta; pero agraviado el fraile descalzo por el desaire que jornada de 5 0 0
había
leguas
recibido,
vino
suscitándole
durante toda aquella
todo género de capítulos
para quitarle la conducción de sus monjas. Púsole las primeras dificultades en Potosí,
y
el arzobispo las zanjó en contra del
fraile; pero en llegando a C o p i a p ó , obstinóse de nuevo en que las monjas eran
suyas,
dando
esta
vez por razón que había
concluido la jurisdicción del arzobispo que las confiara a Ahumada. O t r o tanto pretendió en el valle de C o q u i m b o , según lo declara el
último ( l ) ,
pero
todo
en
vano, porque las buenas
madres entraron a S a n t i a g o en la n o c h e del 8 dé diciembre de 1 6 8 9 , bajo la responsabilidad y amparo del corregidor. Tal fué el origen y las aventuras de las primeras monjas del hábito del Carmen que vinieron a Chile, pues las del segundo, o Carmen
Bajo,
c o m o se
llama a las de S a n Rafael, son de
un siglo posterior y tuvieron
una
razóh de ser no menos sin-
gular. El actual monasterio no quedó con todo radicalmente fundado
sino
en
1 7 0 3 a virtud de cierta donación de una
llamada doña A n a i de
señora
Flores, que tuvo la doble opulencia de
la fortuna y de la viudedad, pues antes de desaparecer de este mundo había
visto pasar
al
otro
tres
de sus
maridos.
Fue-
ron éstos el oidor don Manuel Muñoz de Cuevas o C o e l l o ( 2 ) , que había venido provisto en 1 6 6 2 , el tesorero don J o s é G á n dara Zorrilla y don Antonio
Calero
ya citado en el atropello
de las C l a r a s . P o r este mismo tiempo comenzó a echar raíces en el fecun( 1 ) Aníes citado. ( 2 ) Coello dice el señor Eizaguirre en su historia. Cuevas García.
lo llama Pérez
327
HISTORIA DE SANTIAGO do suelo de
Santiago
el
monasterio de S a n t a R o s a de Lima
que hoy existe, y que en sus principios fué para los frailes dominicos lo los
que
había sido el de S a n t a C l a r a la antigua para
franciscanos.
Pero
como
su fundación canónica data del
siglo posterior, siendo conocido en el un siemple
beaterío,
reservaremos
oportuna, A p r o b ó s e también
en
que ahora
para
tiempo
su
corre
noticia
como
la página
del presidente
Garro,
por cédula de C a r l o s II expedida el 2 3 de septiembre de 1 6 9 0 , un hermitaje
fundado
por
León, que logró reunir
una
hasta
beata llamada Inés M o r e n o y
doce
asociadas;
pero c o m o no
volvemos a encontrar noticia de esta institución, suponemos que se disolvería a p o c o de fundarse. Cuando
el
salir del reino,
justificado
presidente
G a r r o se preparaba para
después de un gobierno de diez años,
inicióse
también una causa de gran estrépito social, cuya simiente había dejado escondida su antecesor antes de partir, y c o m o el asunto sobre que aquella versa arroja una luz preciosa sobre el estado de nuestra sociedad al cerrarse el largo siglo X V I I , y trae propio tiempo al escenario
público
a
cumbrados personajes que a la sazón
al
muchos de los más enfiguraban
(algunos de los
que no nos son del todo desconocidos), vamos a presentar de ella y de sus antecedentes un breve trasunto ( l ) . P o r el año de 1 6 3 9 había llegado a B u e n o s Aires un joven portugués llamado don Francisco López Caguinca,
médico
de
profesión, en demanda del lucro que el tráfico de América proporcionaba de seguro a los europeos, y especialmente a los españoles y portugueses, que políticamente formaban con aquellos un solo pueblo, a virtud de la anexión de su
país
al trono de
Castilla. O c u p ó s e al principio el joven mercader en la entre el Brasil y el Plata, y p o c o s años
más
tarde
carrera
( 1 6 4 3 ) le
encontramos al lado del obispo de C ó r d o v a de Tucumán, don M e l c h o r Maldonado, c o m o administrador de sus rentas episcopales, y talvez por esta razón ordenado a más de clérigo.
( l ) Consfan aquellos de un grueso cuerpo de aufos del archivo de la Real Audiencia, que íiene en su carátula el siguiente título: Causa criminal que por especial comisión de S. M. se ha formado contra el capitán Pedro de Torres, tesorero de ¡a Cruzada, sobre la confiscación de los bienes del licenciado Francisco López Caguinca v capitán Francisco Pasos, portugueses de nación.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
328
Nueve años más tarde, y cuando ya el Pontugal era una nación independiente ( 1 6 5 2 ) , trasladóse a Chile y eligió a S a n t i a g o para su residencia. Vino en esta ocasión a s o c i a d o con un compatriota suyo llamado don Francisco P a s o s , que había acopiado algún caudal en el comercio. J u n t a n d o éste, que al parecer no pasaba de diez mil pesos, con el a m b o s una compaña
del médico-clérigo,
de negocios, en
ajustaron
virtud de la cual
Pasos
haría frecuentes viajes a Lima, llevando frutos del país, que trocaría en aquella plaza por mercaderías europeas, pues en esto consistía la suma del comercio en aquellos tiempos. López residiría en S a n t i a g o , donde su diligencia y honradez le adquirieron pronto el título de síndico de las monjas C l a r a s y contador de la Catedral, cuyo deslino análogo había desempeñado en C ó r dova. AI c a b o de los años, los dos traficantes portugueses acopiaron una ingente fortuna y se hicieron arbitros del mercado de S a n tiago. D e las cuentas presentadas por sus albaceas y que auténtentica,
si bien casi ininteligible,
tenemos a la
vista, resultaba
que abarcaban todos los ramos del comercio colonial; compraban cueros
y sebos, daban dinero a interés, recibían prendas,
rescataban oro, y tenían bajo su dependencia hasta una botica con que
les había hecho
hoja con que el grario
y el altar de
sido comprado pados en
pago
un deudor
fallido.
obispo Humanzoro había hecho
El oro en
bruñir el sa-
S a n Antonio de la nueva catedral, había
en la tienda de los portugueses.
Vense estam-
sus libros los nombres más aristocráticos de la ciu-
dad,
sin exceptuar muchos de damas, así c o m o los más humil-
des,,
y entre el cúmulo
de mamotretos que
de los litigios de aquella edad,
forman el archivo
hemos tenido
entre las manos
uno ejecutivo, por el cual el presbítero P a s o s c o b r a b a en 1 6 6 9 la cantidad de 1 , 8 0 0 pesos a un cierto T o m á s Calderón.
Puede
juzgarse de lo crecido de su giro por el hecho de haber venido de Lima en una sola ocasión, a la orden de P a s o s en el b a r c o la Begoña
en 1 6 7 1 , la cantidad de cuarenta mil pesos que en
el acto puso a rédito Gómez
entre diversas personas.
prestóle 1 4 , 0 0 0 pesos,
que así lo
5 . 0 0 0 a un
declara el último én el
A un tal León
Manuel
proceso cuyo
Cabezón,
título hemos
329
HISTORIA DE SANTIAGO recordado, y el
resto a don P e d r o de Torres,
tesorero de la
S a n t a Cruzada. Era éste un, gran señor de la comunidad colonial, especulador atrevido,
rico en ocasiones,
preso por deuda
en otras, y que
entre sus más abultadas negociaciones había hecho la de comprar en 2 5 , 0 0 0 pesos la tesorería de la bula, y esto dará una idea de lo caro que era (hablando católicamente), comer carne en el país en que la carne ríos.
se
echaba por la corriente de los
En uno de sus viajes de comercio a traer
los fardos de
la bula, había conocido en Lima a don Francisco P a s o s , habitado juntos, ara,
prestádose recíprocamente
si no la más sagrada,
la bolsa;
la más indisoluble
y s o b r e esta
entre los hom-
bres, habían fundado una estrecha amistad. La afección del uno por el otro tenía con todo una notoria desigualdad. P a s o s era viejo y el tesorero disfrutaba todavía la plena lozanía de la vida. Entre los años provectos del uno y los vigorosos del otro,
podía caber la lápida
de una tumba y dentro
de su fosa hallarse un testamento o un legado. El tesorero tenía toda la ventaja, y esto no es raro, porque los tesoreros siempre la tienen. Entre tanto,
por el tiempo
presidente Henríquez
en que
comenzó su gobierno el
los dos negociantes portugueses comenza-
ron a recoger sus créditos, fuese con el propósito de ir a morir a su
patria, como algunos lo suponían,
fuese por vivir en
la paz de su caudal, guardado b a j o de la almohada. En 1 6 8 0 hacía ya años que el clérigo López se hallaba lecho,
«baldado de pies
postrado en su
y manos>, dicen algunos de los testi-
gos que le sobrevivieron. P a s o s servía nominalmente en las milicias de Santiago, de bajo un mismo
las que era capitán, y ambos
techo en una casa que
habitaban
había edificado el pri-
mero a su llegada a Chile en el solar de un licenciado llamado don Manuel de T o r o . Habían acordado también los dos amigos por un documento fehaciente el heredarse mutuamente, a fin de prolongar su compañía hasta más allá de la v i d a . . . No es esto acusar a aquellos hombres
de avaricia, pues aunque portugue-
ses (que en América pasaban a la sazón por lo que hoy pasan l o s judíos), eran benéficos con los pobres y aun con el Estado.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
330
C u a n d o las correrías que hizo en nuestras costas el filibustero inglés Bartolomé S h a r p (l 6 8 1 ) , el capitán P a s o s
había oblado
dos mil pesos como contribución de guerra. S e a c o m o fuere,
guardáronse uno
y otro tan estricta
fideli-
dad, que ambos murieron con diferencia de días en los primeros meses del año que a c a b a m o s de apuntar ( 1 6 8 1 ) , y después
de
treinta de residencia en nuestro pueblo. El clérigo, aunque médico, precedió al capitán por
unas pocas semanas en su desaparición,
y no tuvo otra voluntariedad que la de legar c a t o r c e de sus esclavos,
valorizados en seis mil
pesos,
a la Compañía
de J e s ú s ;
¡que ya había llegado el tiempo en que los jesuítas eran los herederos universales de cuantos se morían en el reino! Heredóle, pues, íntegramente su antiguo compañero, y c o m o éste le siguiese de cerca en la jornada, quedó reunida sobre su féretro una
fortuna que el vulgo hacía subir a pilas
fabulosas
de oro. ¿Quién sería el feliz heredero de aquel tesoro? Nadie lo sabía e ignórase todavía a ciencia cierta. L o único que estaba en conocimiento de todos, con a s o m b r o de muchos, con envidia de la universalidad, era que en su última
hora el
mercader portugués
había dejado
de a l b a c e a al
tesorero de la S a n t a Cruzada, don P e d r o de T o r r e s , El caudal de este último cho antes,
enflaquecido
hallábase a la sazón,. y desde mu-
por severas pérdidas.
En
1 6 6 8 había
rematado en pública subasta la provisión de víveres del situado de Valdivia, y c o m o por algún motivo c a s de Lima 3 8 , 0 0 0
le retuvieran en las ar-
pesos, hallóse en tan serios conflictos, que
ocurrió a la caja de la bula,
pagándose, a título de
traspaso
sobre el tesoro del rey, de la mitad de aquella suma. N o aprobó
el tribunal de la Cruzada esta irregularidad,
condenándole
a restituir en el acto el dinero tomado de sus fondos; y c o m o no lo tuviera de pronto, arrestóle en la sala del cabildo el real contador de la Audiencia, don J e r ó n i m o Hurtado de M e n d o z a , el mismo
que en años atrás
vimos
figurar
c o m o testigo en el
casamiento clandestino de! general M e n e s e s . Mas,
a poco
del capitán
de recibidas en secreto
P a s o s , vióse al tesorero
dida de lujo y de dispendio.
las últimas voluntades
hacer una ostenta desme-
331
HISTORIA DE SANTIAGO
C a s ó a su bella hija doña M a r í a de T o r r e s con don Cristóbal de M e s í a s , hijo del presidente de la Audiencia de C h a r c a s , don D i e g o M e s í a s , y le dio cien mil
pesos,
dote
fabulosa
y
hasta entonces inaudita ( l ) . El ponderativo vulgo decía, exagerando las grandezas de aquellas bodas, que la varando lo común en una cinta
del lecho nupcial, que consistía por
de seda atada a los ...cuatro
pilares de
aquél, había sido una cadena maciza de o r o . D e todo esto comenzaba a levantarse sordos y extraños murmullos, pero el testamento era sigiloso, y la última voluntad de los moribundos era declarada
inviolable por las leyes.
terio parecía por esto indescifrable. L o s chismosos
El mis-
de S a n t i a g o
estaban desesperados, sobre todo los que no se habían c a s a d o con la hija del tesorero. Había, sin embargo, querido la mala estrella del opulento T o rres, que el capitán P a s o s
dejara un hijo natural, fraile agusti-
no, llamado don J u a n P a s o s ,
y más que esto,
que al tiempo
de expirar el rico portugués habitase bajo su propio techo y a título de paisano aquel fraile carmelito J u a n de la Concepción, a
quien hemos
visto correr descalzo
solicitando limosnas
la mitad
de la América
para dejar fundado un claustro de su há-
bito. Desde su llegada a S a n t i a g o la celda del padre había
sido
un
descalzo
aposento de la casa de los mercaderes portu-
gueses. D e v o r a d o siempre el corazón del fraile por su ansia de fundador, no fué dueño de reprimirse delante del lecho de muerte del úlúmo de sus caritativos huéspedes, y acechando el postrer instante, cuando el aliento de la vida se detenía en la garganta, apagando la voz con el estertor de la agonía, púsose a su presencia
y preguntóle cuánto dejaba para la
fundación del C a r -
men. El pobre moribundo, según la versión del padre, sólo tuvo fuerzas para levantar su diestra, y doblando sus dedos uno en pos de otro, dióle a entender que le dejaba cinco mil pesos. ( l ) No hemos podido averiguar con exactitud si este matrimonio tuvo precisamente lugar después de la muerte de Pasos, pero no parece que hubiera podido suceder de otra suerte, vistos los quebrantos de fortuna de Torres. De ese Enlace provinieron los condes de Sierra Bella, que edificaron los antiguos portales y poseen todavía los actuales. Parece que algunos de los solares en que están edificados éstos, si no todos, formaron parte de esa dote.
332
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
En cuanto al hijo natural, cuenta en el proceso el reverendo padre definidor de S a n Francisco, fray Antonio encontrándose en la pieza
vecina a aquella
del Valle, que
en que el
capitán
P a s o s estaba moribundo, como le oyese decir que legaba
qui-
nientos pesos para el hospital de S a n J u a n de D i o s , se atrevió a entrar y a decirle
que
por no dejar c o s a s de conciencia ni
litigios hiciera alguna imposición en « C o m o dicen que es mi
hijo>,
favor
del padre
agustino.
respondióle el capitán, le dejo
cierta pensión, de cuyo monto el definidor no se a c o r d a b a cuando prestó su declaración. S o b r e el cadáver del capitán P a s o s , el impaciente fraile J u a n de la C o n c e p c i ó n reclamó en consecuencia del tesorero T o r r e s el mudo legado de los cinco mil pesos, que
pudiera
llamarse
con más exactitud de los cinco dedos; y c o m o aquel tuviera la imprudencia de no contemporizar siquiera virtió al último desde aquel instante en tesorero todavía
reagravó
la
con
promesas, con-
su mortal
enemigo. El
mezquindad con la injuria, rehu-
sando al fraile los pobres ornamentos
del oratorio de la casa,
y aún tratóle de ladrón porque había consentido
en
que unas
mujeres entraran al huerto de los difuntos, donde todavía él habitaba, a s a c a r alguna fruta. En vista de estos ultrajes, el vehemente fraile resolvió tomar una sumaria venganza, y concertado con el padre agustino, se propuso arrebatar de golpe al tesorero su pingüe fortuna, junto con su honra.
S u camino se hallaba muy expedito. L o s testa-
dores eran portugueses, y c o m o su país estaba en guerra con España, habiendo fallecido en territorio enemigo, su herencia de derecho pertenecía a la corona. Añadía además el delator que él por su propia mano había redactado una memoria o comunicado dictado por
Pasos
el
día
antes de su muerte en que
instituía por heredero universal al establecimiento de beneficencia llamado la Misericordia teniendo el testamento un
de Lisboa, de lo que resultaba que, objeto
público,
era más evidente el
derecho de embargo por parle de la real tesorería. C o n esfa luz llevaron ambos frailes el denuncio al presidente Henríquez y al oidor más antiguo don J u a n de
la P e ñ a S a l a -
zar. M a s su primera acusación fué desairada. Hablase vagamente en el proceso de cierto
espléndido y secreto presente recibido
333
HISTORIA DE SANTIAGO
por el primero de aquellos magistrados, c o m o de la escondida causa de su culpable silencio, y bien pudo ser así, porque Henríquez,
c o m o antes hemos dicho, era avaro y por consiguiente
era venal, única fea mancha de su carácter, tan distinguido bajo otros conceptos. P e r o el fraile carmelita, a
quien
hemos visto desplegar una
actividad tan infatigable en la prosecución de
su empresa mo-
nástica, no la tenía menor ni menos obstinada para luchar con dificultades grandes o pequeñas. En el propio buque en que el ex-presidente Henríquez 1683,
se
dirigió
al
C a l l a o , a principios de
despachó al fraile agustino con pliegos y denuncios para
el virrey duque de la P a l a t a . de navegación
del emisario
U n o de los propios
compañeros
(el capitán' don P e d r o de Amaza,
que así lo declara en los autos) refiere que en la embarcación del apostadero que vino al registro del b a r c o , saltó a tierra el fraile, corrió a Lima,
penetró
desalado en el palacio,
imploró
una audiencia urgentísima, y concedida, contó al virrey todo lo que pasaba.
Supo
todo
esto
el
mismo
Amaza de b o c a del
virrey. P e r o el listo fraile no había contado esta vez con sus legítimos huéspedes, cuales eran
los
superiores
salir del -zaguán del palacio, un grupo
de su orden; y ai
de frailes de su hábito
le arrestó de orden del provincial Fulano
de
(al Hijar (que así
lo llaman), dando por razón que había venido a visitar primero al virrey que a su prelado. L o más cierto era, entre tanto, que aquello no pasaba de un ardid del tesorero Torres, que conocía a los frailes, y en especial a los de Lima. Empeñáronse éstos en apartar al fraile chileno del denuncio, porque faltando el vehículo de la acusación, cual era el delator, no había causa ni investigación posible: y poniendo en ello alguna maña, que ésta rara vez falta bajo la capucha, consiguiéronlo al barato precio de unos hábitos nuevos, trescientos pesos en dinero y la promesa de una capellanía de otros dos mil que el tesorero impondría a su favor para que lograse los réditos. Resistióse el agustino a aquel c o h e c h o ,
pero
parecía de ín-
dole blanda, y así c o m o le manejaba en S a n t i a g o fray J u a n de la Concepción, le hizo torcer la voluntad el fraile Hijar. Volvióse a Chile con esta novedad el hijo desheredado y es
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
334
fácil de imaginarse
la
disminuirse sus bríos
cólera
de
su comitente. M a s , lejos de
y sus esperanzas con aquel segundo de-
sengaño, procuróse recursos,
y aleccionando mejor al fraile (a
quien parece no cumplió el tesorero la promesa de la capellanía), lo envió a España para que llevara hasta los pies del trono su denuncio.
El
fraile
descalzo,
entre tanto, quedó en S a n t i a g o ,
jactándose públicamente de que antes de mucho el monasterio de Carmelitas tendría el patrimonio de cien mil pesos por la tercera parte que a él le correspondía del embargo. En tratándose de escudos de Indias, todos los ojos abiertos en la corte y
estaban
todos los oídos eran benignos. Así fué
que el 3 1 de marzo de 1 6 9 0 llegaba a Lima, viniendo por tierra desde Paita, el fraile emisario, siendo portador
de una real cé-
dula firmada por C a r l o s II en Madrid el 8 de septiembre de 1 6 8 9 disponiendo que la Real Audiencia
de Chile procediese inmedia-
tamente, y con el sigilo debido, a levantar la correspondiente sumaria criminal contra el tesorero Torres, a fin de que restituyese los considerables caudales usurpados a la corona. D e esta real cédula, que era el gran triunfo del padre descalzo, arrancó la causa criminal cuya carátula dejamos ya copiada. Ignoramos, empero, su desenlace definitivo, porque desgraciadamente el cuerpo de autos de aquella que vino a nuestras manos en el magnum
mare
del archivo de los oidores, sólo comprende
los cuadernos de prueba y aún éstos están descabalados. D e ellos se colige únicamente que liquidadas las cuentas de la lestamentaría de los dos negociantes portugueses por los papeles que tuvo a bien presentar su albacea, y reducido por tanto el caudal a su más mínima expresión, el
fiscal
puso demanda contra
el tesorero Torres por la suma de 1 3 3 , 8 8 4 pesos l /^ reales. 1
S i la desembolsó o no el acusado y quedó satisfecha la venganza del burlado padre fundador, P e r o inclinámosnos a creer porque de
las
declaraciones
que de
es
asunto
que
saliera a salvo los
ignoramos.
del
conflicto,
principales personajes
S a n t i a g o , amigos más del tesorero que
del
fraile,
aquel se hallaba en una situación tan precaria de fortuna, casi equivalía a la pobreza.
Un solo
individuo
llamado
R o b l e d o , a quien el tesorero entregó 2 4 , 0 0 0 pesos
de
resulta que que José
para com-
prar una cantidad de muías en S a l t a , destinadas al carguío de
335
HISTORIA DE SANTIAGO
Chile a Potosí, donde residía su yerno, se alzó con el dinero, embarcándose
para
España. Otra
pérdida,
aunque de
consideración, tuvo en esa época con la quiebra
menos
de los bode-
gueros de V a l p a r a í s o . P o r otra parte, con fecha de Septiembre 9 de 1 6 9 0 , se encuentra una declaración o protesta suscrita por el padre
Pasos
en que éste manifiesta hacer la aceptación de una capellanía de tres mil pesos impuesta a su favor, tan sólo en fuerza de santa obediencia, lo que da a entender que aquel negocio iba tomando el giro que por lo común
tenían
los
asuntos
públicos de
esa época, particularmente si las talegas de América estaban de por medio: queremos decir, el a c o m o d o . M u c h o menos era esto de extrañar si se tiene presente
que el tesorero
Torres,
como
administrador de la S a n t a Bula, era dueño de aquel arbitrio de espantoso significado contra la moral, la virtud y D i o s mismo, llamada y vendida
todavía bajo el nombre de la Bula de la com-
ponenda. ^-Bulla
compositionis!
Entre tanto, las revelaciones de la
causa,
penetrando
el hogar, hasta la alcoba, hasta el lecho nupcial y su
hasta varanda,
descubren a la vista muchos de los caracteres de la vida social y doméstica de nuestros
más remotos
abuelos.
Fáltanos
sólo
añadir que entre los que ocurrieron a prestar sus declaraciones en el sumario, fuera de frailes y de los
esclavos de
servicio,
partícipes obligados de todo drama doméstico en la edad colonial, figuran los más conspicuos nombres de los caballeros del siglo, y entre otros don Francisco millonario fundador de la
Campo
Victoria, don
Lantadilla,
Juan
hijo del
Rodulfo Lisper-
guer, que lo era de! pendenciero don P e d r o y que ya por otros conceptos nos es muy conocido, don G a s p a r de Ahumada, de cuyo padre dimos también alcalde
antes noticia,
don B l a s
de
Reyes,
del ayuntamiento y primo hermano de la mujer del te-
sorero Torres,
don
Francisco
Bardeci,
hermano del
santo, y
otros menos conocidos de la crónica. Fueron llamados también a prestar
su
testimonio
-ancianos nobles del pueblo, y entre éstos figuran don
todos los Francisco
B r a v o de Saravia, marqués de la Pica, y suegro del desventurado Meneses, que en 1 6 9 4 tenía 6 4 años; el testigo del matrimonio
del
último, don
J e r ó n i m o Hurtado, que
contaba
igual
336
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
número de años; el capitán don Francisco de Avila de 6 5 , que contradice
terminantemente
la
fábula
de
«porque él viera que era sólo de cintas»
la
varanda
de oro,
( l ) ; el maestre de cam-
po, don Andrés de O r o s c o , de 7 6 años, cuya esposa digimos cayó desmayada a los pies del obispo Villarroel en el terremoto de 1 6 4 7 , y por último, don Antonio Zarate y Tello, de ochenta años. En todo lo demás, la causa ha quedado en el misterio, y así permanecerá durante el olvido de los siglos para honra y provecho de quienes corresponda. Entre tanto, la primera pieza de los autos que nosotros hemos consultado
con
fatigosa proligi-
dad es un interrogatorio enviado a C o n c e p c i ó n al c a r g o de su corregidor
don
Alonso
queda descendencia
Velazquez
directa en
de
Covarrubias
Chile) para
que
ciertas declaraciones secretas de importancia.
(del
que
recogiese allí
La última, es un
oficio remisorio del fiscal nombrado por Audiencia de Chile para instruir el proceso (que lo era el doctor
don
Pablo
Vásquez
de V e l a s c o . caballero del hábito de Santiago), en que remite a Lima otras incidencias esenciales de la prueba. O t r o de los negocios de esa época en que anduvieron clérigos y padres, bien que con más justificados fines, fué el sínodo celebrado por el celoso obispo fray Bernardo C a r r a s c o en Enero de 1 6 8 8 y cuyas constituciones y reglas
consultas
son las más
antiguas que nos rigen, no obstante ser aquella la cuarta asamblea diocesana de ese género que se Celebraba en Chile. Era C a r r a s c o un fraile dominico, natural de Z a n a , en el P e r ú , _ que de la provincialía
de su
orden en
Lima
había pasado al
obispado de S a n t i a g o en 1 6 7 9 y héchose recomendable por su dedicación a la obra del templo diocesano, cuya fábrica consagró, erigiéndole además una hermosa sacristía. No parece que el clero de S a n t i a g o mostrase en esa
época
toda la rigidez de costumbres que era de desearse, y debióse a ésto que el fraile-obispo reunión de los mas
convocase en su propia
distinguidos
sacerdotes
de
morada la
una
colonia en
que se dictaron severas penas principalmente contra los abusos ( l ) Entre otros testigos, el llamado Juan Salmerón declara que tiene por fantástico lo de la varanda de oro, y el capitán don Andrés de Gamboa que lo tiene por apócrifo.
337
HISTORIA DE SANTIAGO
de vanidad y regalo de la clerecía. Entre aquellos fueron notables la que declararan pecado mortal pifar clérigos c o m o en los seglares) anles de 2 . , cap.
la que prohibía en
a
dejas,
cópele,
coletos,
la pena de 2 0
primeros el uso de
multa y de
excomunión
(constitución
4 . , cap. 2 . ° ) , así como la de que llevasen calzones
de lama,
a
patos
picados
con alamares
Dictáronse también varias
doble.
providencias
cuya prodigalidad corría
útiles y sensatas so-
parejas
del país, así como relativamente a varios y liturgia, cuyo
espíritu
za-
y sotanas de damasco o terciopelo,
permitiéndose sólo las de tafetán bre el culto,
gue-
y oíros adornos del pelo, bajo
palanganas
pesos de
los
(tanto en los
rapé
comulgar (consíitución
revela
una
con la pobreza
puntos
de disciplina
sencillez antigua, honrosa
para sus autores. P o r lo demás, fueron los principales
cooperadores
del ilus-
trísimo C a r r a s c o en su beneficiosa tarea, el arcediano don Cristóbal S á n c h e z de A b a r c a y el chantre don P e d r o Pizarro que asistieron en el carácter de Acompañados, los más conspicuos Consultores de las órdenes regulares, de S a n t o
Domingo,
figuran
que lo
Cajal,
al paso que entre
los cuatro
provinciales
eran: fray P e d r o
Bustamante
fray J o s é Q u e r o de S a n
Francisco,
fray
D i e g o de Arcaya de S a n Agustín y el padre D i e g o Maíurano, comendador de la M e r c e d . Los jesuítas
estuvieron
representa-
dos por Nicolás de Lillo y el conocido Miguel de Viñas, rector del Colegio máximo. Distinguíase también entre los consultores, cuya mayoría era de frailes y curas, aquel ya célebre padre fray T o m á s M o r e n o , cuyas ardientes
rencillas conventuales
con los
oidores quedan mencionadas en esta historia. Fué visitado Santiago por esta misma
época
(el domingo 9
de J u l i o de 1 6 9 0 ) por un temblor que el obispo C a r r a s c o llama espantoso
y que tuvo lugar a la una del día, antes de cum-
plirse el tercer aniversario del que en 2 0 de O c t u b r e de 1 6 8 7 había asolado a Lima. Sin embargo, no ha quedado de este fenómeno otra memoria que la pastoral de aquel prelado expedida cuatro días después ( 1 3 de Julio), en que llama a los fieles al arrepentimiento y las oraciones
para
aplacar
la
cólera divina.
E s probable por esto que el temblor fuese más alarmante
que 22
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
338
destructor, c o m o el contemporáneo del 2 de Abril de 1 8 5 1 , que fué también seguido de una pastoral del mismo género. O c u r r i ó también a principios del gobierno del presidente G a rro un lance melancólico que puso en
trasparencia
el
orgullo
desatentado con que los oidores de Chile defendían sus prerrogativas, y especialmente la de sus pagas. Acostumbraban girar contra las cajas de
Lima
que en las de Chile se les
por
sus
sueldos,
hiciera su respectivo
ajuste; y de-
seando poner atajo a este abuso el virrey del Perú, la Palata, envió a Chile, en calidad de a un don P e d r o de M o r e d a ,
éstos
sin esperar
visitador
duque de
de hacienda,
«sujeto muy hábil y experimenta-
do, dice el mismo virrey, en las c o s a s de contaduría»
(l).
C o m e n z ó el visitador sus operaciones por las oficinas de V a l divia y C o n c e p c i ó n , a fin de disimular el objeto
verdadero de
su comisión, y no tuvo ningún género de tropiezo
para dar a
aquellas otra planta; mas, apenas se presentó en S a n t i a g o , los oidores, que supieron o sospecharon el motivo de su inspección, le pusieron tantas cortapisas, querellas y contradicciones, que al fin terminaron por su prisión en la cárcel
pública,
«a
donde,
dice, el virrey, el rigor a c a b ó con su vida y la visita». Y esta era una solución casi benigna para quien osara llevar irrespetuosa
mano al
solio llamado
de la justicia, que lo era
sólo del orgullo! El virrey, a más no poder, se contentó con ordenar que no se admitiesen más libranzas de oidores de
Chile
en el tesoro
del Perú, y con llamar en su memoria aquel asesinato sólo un notable
jurídico
exceso.
L o s oidores, por su parte, se limitaron a percibir sus sueldos íntegros en Chile y con
hacer
enterrar
c o m o a reo al infeliz
contador M o r e d a , después de haberlo hecho morir, siendo ellos solos los culpables. Tales fueron las más visibles manifestaciones de la vida colonial durante los días del santo
G a r r o , y ellas, por lo menos, ma-
nifestarán que no todos los que que tenían entre sus manos c o s a s
le
rodeaban, ni aún del
(1) Memoria del duque de la Palaía' pág. 79r
aquellos
cielo, c o m o el tesorero
339
HISTORIA DE SANTIAGO de la sanfa
bula, y los oidores no merecían enteramente aquel
sublime nombre. P o r lo demás, llegamos ya al remate de un parécenos justo que
el
lector nos
prolijo
siglo, y
permita una breve pausa a
fin de mirar hacia atrás el camino recorrido,
con el propósito
de juzgar de la extensión y asperezas del que tenemos todavía delante de los ojos.
CAPITULO
XXIII
El siglo XVII Transición de un siglo a ofro.—Parangón de sus presidentes.—Nómina
de ésfos
durante el siglo XVII.—Circunstancias especiales que influían para hacer honorables a aquellos funcionarios.—Sueldos de los presidentes en diversas épocas. —Sueldos de la Audiencia.—Avaricia general.—Administración de la colonia. —El poder ejecutivo y la capitanía general.—El poder judicial y la Audieneia. :—El poder popular y, el cabildo.—Composición orgánica de éste.—Su elección. —Ceremonial.—Nulidad de los cabildos durante la colonia.—Ejemplos.—Esterilidad de sus archivos.—En qué consistió su ponderada grandeza.—Opiniones del padre Martínez y del señor Lastarria.—Una rectificación de —Los corregidores.—Ramo
de guerra.—Finanzas.—El real
de esta limosna pública.—Su envío y escandalosa
discípulo.
situado.—Reseña
distribución.—Estafas.—
Opasición de los virreyes del Perú a su remesa en dinero.—Estado social a fines del siglo XVII.—Arquitectura doméstica después del terremoto de 1647.—Los mojinetes.—Menajes.—Vajilla.—La piafa asoleada en cueros.—Industrias caseras.—Monografía del charqui.—El charquicán y el
valdiviano.—Servidumbre*
—Reemplazo de las indias por las negras y mulatas.—Curioso litigio entre dos señoras de Santiago por una esclava.—Costumbres.—Prodigalidades del culto. —Supresión de cofradías y gastos supérfluos,—Ociosidad de los dias feriados. —Exaltación mística.—La iluminada Úrsula Suárez.—El siervo de Dios Bardeci.—Lujo de las damas.—Invasión de portuguesas.—Languidez de la agricultura.—El cultivo del trigo considerado como ocupación plebeya.—Prohíbese el plantío de la viña y se manda restablecer,—Iniciase una nueva era. Aunque los tres siglos de la era colonial no pueden mente dividirse, por formar todos ellos social,
político y administrativo,
ha caminado
con
un solo
todo, el
filosófica-
gran
conjunto
espíritu
humano
a través de ellos, siempre hacia adelante, y si bien
eternamente envuelto en las tinieblas, eternamente b u s c a n d o a la vez el e s p a c i o
y la luz, el progreso y la verdad.
342
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
Así vemos que el siglo X V I I se inicia en este apartado y oscuro reino bajo la espada de dos soldados y se cierra bajo la tutela de dos administradores. D e Alonso de Rivera a don J u a n de Henriquez, y de Alonso G a r c í a Ramón a don M a r c o s J o s é G a r r o , hay evidentemente tal
distancia,
que se hace
perfecta-
mente tangible en el curso de las generaciones el desarrollo del progreso bajo su triple forma
social,
política y administrativa.
Y al pasar la vista por la serie de los gobernantes que ocupan esa larga encadenación de años, una observación
inevitable
y profunda asalta al espíritu c o m o una de las causas más sólidas y antiguas de ese decoro y respetabilidad que ha sido una parte esencial del ejercicio de los poderes públicos de la nación, dando nombre de honor y de circunspección a nuestro sistema de gobierno fuera del país y prestigio a la autoridad dentro del propio suelo. Chile ha podido, a la verdad, ser gobernado por un
grave
majadero, solemne y callado,
nunca por un simple
badulaque. P a r a ' u n insensato c o m o el presidente Acuña, por ejemplo, y para un soldado temerario y casi demente
c o m o M e n e s e s , os-
téntase una sucesión de hombres considerables,
próvidos,
vigi-
lantes, c o n s a g r a d o s casi exclusivamente a la honra de su rey y a la suya propia. En las armas habían sobresalido los Rivera, los G a r c í a R a m ó n , don Luis Fernández de C ó r d o v a , señor del C a r p i ó , y especialmente el ilustre don Francisco Lazo de la V e g a , en. que termina (1640), después de un siglo cabal, a la era exclusivamente militar del coloniaje, abierta por la espada de V a l divia en 1541. En el gobierno civil por su talento, su prudencia o su laboriosidad, distinguiéronse entre los gobernadores tarios
propie-
(pues de éstos solo hablamos), el conde de P e d r o s o , el
almirante Porfer, el marqués de Navamorquende y los dos últimos Henriquez y G a r r o , el cuadro de cuyo gobierno de trazar.
N o merece un lugar menos
dislinguido
acabamos aquel
don
Martín de Mujica y Butrón, del cual el virrey, conde de M a n sera, dice era «gran cabeza» y a quien el mismo sarcástico J e rónimo de Q u i r o g a pinta
«como severo político, y en lo secreto
atento y aplicado a ¡a justicia» ( l ) . D e otro gobernador propie( l ) Páretenos conveniente, para mejor inteligencia, poner aquí la lista cronoló-
343
HISTORIA DE SANTIAGO
tario que nos queda por nombrar, don Lope de Ulloa y Lemus, que tuvo el poder sólo dos años ( 1 6 1 8 - 1 6 2 0 ) , cronistas que era
sólo refieren los
«temeroso de Dios, limosnero y e c o n ó m i c o » .
Y este orden de sucederse
unos a otros
hombres
de
tanta
gica de los presidentes propietarios del siglo XVII y de los interinos, que fueron tantos casi como aquellos (14 de los primeros, 11 de los últimos, 2 5 en iodos), con la duración del gobierno de cada uno de los primeros, a saber: Alonso de Rivera 1601 y 1 6 1 2 — ( 1 0 años). Alonso García Ramón 1 6 0 5 — ( 5 años). Lope de Ulloa y Lemus 1 6 1 8 — ( 2 años). Luis Fernández de Córdova y Arce 1 6 2 5 — ( 4 ' a ñ o s ) . Francisco Lazo de la Vega 1 6 2 9 — ( 1 0 años). Francisco López de Zúñiga, conde de Pedroso y marqués de Baides 1659—. (7 años). Martín de Mujica y Butrón 1 6 4 6 — (3 años). Antonio de Acuña y Cabrera 1 6 5 0 — ( 5 años). Pedro Porfer y Casanafe 1 6 5 6 — ( 6 años). Francisco de Meneses 1 6 6 4 — ( 4 años). Diego de Avila Coello y Pacheco, marqués de Navamorquende 1 6 6 8 — ( 2 años). Juan de Henríquez 1 6 7 0 — ( 1 2 años). Marco J o s é de Garro 1 6 8 2 — ( 1 0 años). Tomás Marín de Poveda 1 6 9 2 — ( 8 años hasta 1700). De los interinos del siglo XVII tenemos poco que decir en una historia local como la presente. Merlo de la Fuente, que fué el primero (1610), aunque togado, tuvo buena suerte en la guerra, penetrando vencedor hasta la ciénaga del indómito Puren. J a r a Quemada (1611). natural de Canarias, lué un rígido militar; pero viniendo de los regalos de la Corte de Lima, donde era gentil-hombre del virrey Montes Claros, no pudo avenirse en la triste aldea de Santiago, y se ué a los 14 meses de haber venido. Del oidor Talaverano, que fué el tercero (1617). sólo dice Jerónimo de Quiroga que hizo más mercedes que iodos sus antecesores juntos, lo que no significa, empero, que 'uera dadivoso de lo ajeno, porque cuenta de él Pérez García que, habiendo visto en una ocasión un montón de oro, agradeció al cié o que no hubiera dado a aquel metal el poder de corromperlo. Del cuarto, don Cristóbal de la Cerda (1620), se cuen'a únicamente que, como oidor, quiso imitar en la guerra al regente Merlo de la Fuente, pero Irusfrósele su ambición, porque los indios dieron cuenta de sus empresas militares, y como entonces estaban los últimos de paz, dice el irónico cronista que acabamos de nombrar, se tuvo aquellas operaciones «no por guerra rota, sino descosida». Don Pedro Sores de Ulloa, quinto gobernador interino (1621), era un anciano de ochenta años que había sido corregidor de Potosí y de Huancavélica, trajo un lucido re uerzo de tropas, y aunque tan anciano, desplegó mucha energía durante los tres años de su gobierno, particularmente contra sus propios soldados, aunque dicen de él los cronistas que fué el primero en malversar el situado. El sexto, don Francisco Álava y Norueña (1623), se consagró exclusivamente a negocios de indios, nombrando por teniente general del reino a aquél oidor Hernando de Machado, que tanto figura en esta historia, a la par con sus hijos. De don Alonso de Córdova y Figueroa (1649), ascendiente directo del cronista; séptimo gobernador interino, de Fuentes Villalobos ( 1 6 5 5 ) y don Diego González Montero (1662 y 1670), tenemos dada ya suficiente noticia. El undécimo, don Miguel Gómez de Silva, gobernó sólo dos meses ( 1 6 6 8 ) en los disturbios de Meneses, y sólo sabemos de él que fué un buen soldado.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
344
intrínseca valía, no era un encadenamiento casual, sino forzoso, El reino de Chile, en efecto, compacto, unido por su mar y sus llanuras mediterráneas,
pequeño
comparativamente,
opuesto en
todo diamelralmeníe al vastísimo, diseminado y opulento nato del Perú, era una colonia rable,
virrei-
pobre, oscura, un reino
c o m o lo llamaba el presidente J a r a Quemada,
mise-
donde se
mataban gobernadores a lanzadas, c o m o a Valdivia y a Loyola; donde era preciso vivir la brida en la mano, la espada en otra, las espuelas siempre calzadas, sin oro, sino esparcido en forma de moléculas entre prolijas arenas, sin encomiendas, guidas por la viruela y la guerra, sin rentas,
casi extin-
en
fin.
Porque,
aunque al principio los gobernadores tuvieron dos mil pesos y después disfrutaron o c h o mil, esto apenas bastaba para su sustento, de manera que, faltando al poder
todo
cie o de lucro, era inevitable
viniesen a este
que
sólo
halago de molipobre
suelo aquellos hombres de buen temple, celosos de ganar honra y de señalarse por
servicios
esclarecidos
para
obtener en su
patria alguna alta recompensa. Y tan cierto es lo que decimos, que a mediados del siglo Felipe I V equiparó en méritos y derechos los servicios prestados en la guerra de Chile a los de Flades; sin tomar en cuenta que en el siglo venidero, cuando subió de punto la importancia intrínseca de los hombres que nos gobernaron, la capitanía general de Chile comenzó a ser la escala forzosa del trono del Perú, como lo acreditaron M a n s o y J á u regui, O'Higgins y Aviles. En lo único en que la historia
no
encontrará
sin
duda en
todo superiores a los caudillos cuyo bosquejo a la ligera hemos hecho, es en su fácil tentación para enriquecerse con
los pro-
vechos de una guerra fundada casi exclusivamente en el botín, de lo que vino
su
irremediable duración, y el
que
hasta hoy
mismo corra con extragos, porque no se, ha querido variar radicalmente su vetusto, absurdo y criminal sistema. Y a hemos dicho el destino que diera el presidente Henríquez a los prisioneros y el uso que hacía Meneses del real
situado,
poniendo de su cuenta tienda y hasta carnicería. P e r o aún flaquearon en este sentido hombres
tan eminentes c o m o el señor
del C a r p i ó , que, siendo sobrino de Guadalcazar), salió pobre del
reino,
un
virrey
(el
marqués de
nombrado gobernador de
345
HISTORIA DE SANTIAGO C a n a r i a s , tan sólo porque mucha mercadería»
«se le perdió un navio cargado con
( l ) . El mismo valeroso don Francisco de la
V e g a , dice Quiroga, s a c ó doscientos mil pesos de Chile, los que le confiscaron en Lima, por
no
haber
pagado el
derecho de
quintos a su salida o entrada, de cuyas resultas murió abatido e hidrópico en aquella corte. P r e c i s o se hace, empero, añadir que esta corruptela no tenía por lo común su asiento
en Santiago,
sino
en
las
fronteras,
«donde, dice el cronista que a c a b a m o s de nombrar, muchos de los maestres de campo lograron
el
grado por
dos o tres mil
pesos, sin tener el ejercicio más que dos o tres días y algunos ni una h o r a » . Verdad es que el que esto escribía se encontrab a a la sazón
despechado,
porque
le
quitaron
puesto de maestre de campo de fronteras,
aquel
después
de
propio diez y
siete años de ejercicio, que no por esto le habían cansado del mando, ni de su responsabilidad, ni de su sueldo. Mediante estas circunstancias, la administración pública de la colonia había adquirido cierta regularidad en el curso de aquel siglo, y parécenos oportuno dar una breve idea de sus
princi-
pales ramos, porque es fuera de duda que de aquella
arranca
la base de nuestro actual sistema, con
precisas
las
mudanzas
del tiempo y de la revolución. Fué Chile evidentemente, c o m o colonia, el mejor do de los países
dependientes de España,
administra-
talvez en
razón de
su misma lejanía y del desdén con que se le mirara. Y si hoy. como
República, y cualquiera que sea
su
impulso
puramente
político, posee el país una administración excepcional en el resto de la América, débese en gran manera a sus orígenes. La suprema majestad que era sólo la plebe nobles
residía,
(los rotos
y a los caballeros),
no
en el pueblo
y mulatos
en
ciertamente,
oposición a los
sino en el capitán general, que, a su
vez, así c o m o estaba libre y desembarazado en las c o s a s de la guerra local de Arauco. en lo político, en lo civil, en la parte de jurisdicción eclesiástica que le asignaba el patronato, y en lo militar mismo, en un sentido lato, dependía directa o indirectamente del virrey de Lima, cuyas órdenes, instrucciones o simples ( l ) Jerónimo de Quiroga.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
346
advertencias eran tan imperiosas como las cédulas reales expedidas bajo el sello del monarca ( l ) . El poder judicial residía, en primer término, en los especie de jueces
de
letras, amovibles
del cabildo, y los había de dos clases. mado alcalde
de vecinos
año por elección
El de primer voto, llay que tenía
encomenderos,
sólo sobre éstos, y el de segundo
cada
alcaldes,
voto, o alcalde
jurisdicción
de
moradores,
a cuya esfera pertenecían en un sentido más extenso el resto de los habitantes de la ciudad, incluso el
populacho.
Preciso es no confundir este género de alcaldes con mados de corle
y de barrio,
justicia y administración,
oficiales de jurisdicción
los lla-
mixta,
de
establecidos sólo entre nosotros a fines
del siglo subsiguiente, c o m o nuestros actuales subdelegados. Entendían éstos principalmente en las causas criminales de sus respectivos distritos y se llamaban después de corte o cuando eran oidores, pues aquel
por mera cortesía
título tenían los alcaldes de la
corte de Madrid. En segundo término, la justicia era administrada
por la Real
Audiencia, que se componía de un regente y cuatro ministros, de los cuales uno era el decano u oidor
más
antiguo,
un fiscal y un
canciller, o secretario de cámara. En lo puramente contencioso, la Audiencia era soberana, pero en lo político servía c o m o de una especie de C o n s e j o de Estado a las capitanías generales,
que en tales c a s o s entraban a presidir
su acuerdo, y de aquí su título de presidente, funcionarios
que aquellos altos
legaron a la República. El acuerdo tenía lugar en
todos los c a s o s graves del Estado y especialmente en las cuestiones de competencias,
que solían ser
Audiencia tenía también un alguacil un vecino de muchas
las más graves. La
mayor,
Real
que era por lo común
campanillas, y un protector
de indios,
em-
pleo que se daba a cualquier pobre diablo con tal que tuviera título de licenciado o de doctor ( 2 ) .
(1) «En la hacienda (decía el duque de la Palata en su memoria citada, página 89), guerra y gobierno, está la capitanía general de Chile en iodo subordinada al virrey* (1689). (2) Según Carvallo, los sueldos de la Real Audiencia eran los siguientes: El regente $ 9,700 4,810 Los oidores y el fiscal,
347
HISTORIA DE SANTIAGO
El poder popular, si tal había, estaba exclusivamenle radicado en el cabildo, y especialmente en los alcaldes, que,
junto
con
el corregidor, eran .su parte vital, porque ejercían poder público, y cuya elección, tan turbulenta y disputada en ocasiones
como
la de los priores, tenía lugar el 1.° de Enero de cada año. Practicábase
esta
ceremonia
en
una sesión ordinaria, pero
con ciertas circunstancias dignas de ser ligeramente recordadas. Según los estatutos privativos del cabildo de S a n t i a g o bastaba para que hubiese acuerdo la presencia de uno de y
dos
regidores.
Pero
que habría sala completa. Presidía el del ayuntamiento, y pilar, por
lo
decía
corregidor,
jefe
político
común, el más firme en que
apoyaban sus varas los candidatos a dad. Abierta la sesión
los alcaldes
en aquel día especialísimo era seguro
los
honores de la
aquél: Elección
edili-
y en el
tenemos!
acto el corregidor menos antiguo expresaba nominalmeníe su voto con esta fórmula que iba asentando el
escribano
los demás por orden de antigüedad: Es mi parecer don
y
repitiendo
que sea
alcalde
fulano.
Resuelto
el
capitulo
toda elección) por la
(que
mayoría,
éste era el verdadero nombre de se
oficiaba
al
capitán
general
para la confirmación, y recibida ésta, quedaban proclamados los nuevos alcaldes. Tenía ésto lugar en la sala baja
del
cabildo,
y los electos entraban a saludar al corregidor y a sus amigos. P e r o su instalación efectiva sólo ocurría el sentándose en la sala de los
altos
para
7
de
Enero,
pre-
prestar juramento en
El alguacil mayor 4,860 Relatores y agentes fiscales 800 De modo que podía calcularse que aquel tribunal costaba anualmente al erario algo como 4 0 mil pesos. En cuanto al sueldo de los capitanes generales, varió en diversas ocasiones. Al principio, los gobernadores como Valdivia, los Villagra y Quiroga, tenían sólo dos mil pesos. Hurtado de Mendoza trajo una asignación de 2 0 mil pesos, pero ésta fué sólo una gracia nominal de su padre, que nunca pudo pagársele, por lo que al fin la renunció, Desde Alonso de Rivera aproximativamente se aumentó el sueldo a ocho mil pesos, y por último desde Ibáñez, a principios del siglo XVIII, se hizo subir a diez mil, que era el mismo que tenía Carrasco en 1810, O'Higgins en 1820 y Freiré en 1830. Desqués se le aumentaron otros dos mil y más farde otros seis (1861). El virrey del Perú, fuera de los emolumentos y regalos que se conceptuaban hasfa en ochenta mil pesos anuales, fenía un sueldo fijo de sesenta mil pesos, esto es, seis veces más que el presidente de Chile. Hoy la renta del primer magistrado del Perú es sólo el doble de la de el de Chile.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
348
manos del corregidor. Ocurría esta demora porque era de rigorosa etiqueta que los alcaldes visitasen a los regidores siguiente de la elección
y
al
día
que éstos le devolviesen la cortesía
el día 3 . Mediaban en ambos c a s o s muchos ramilletes y refrescos, siendo celebradas las entradas de cada año con los chismes de cada festín, por manera que, nacidos aquellos en hora temprana,
y
echados
a
la
ostras al fondo del mar, manera
prodigiosa,
ociosidad
de los estrados, c o m o las
crecían
se
dando
y
multiplicaban
de
una
pábulo a las lenguas hasta el año
venidero ( l ) . En cuanto a los regidores, éranlo únicamente los que compraban vara, y tenían por título de perpetuos
(2). Y
tener presente esta otra condición popular
aquí
es
preciso
de los cabildos c o l o -
niales, es decir, la venalidad de sus destinos, que los ponía de esa suerte en manos de los que tenían dinero únicamente. Llamábanse los capitulares maestres
de
aún c u a n d o
campo,
hubieran ejercido estos destinos una sola vez, y tan sólo a título de pomposa etiqueta, porque el mayor número de ellos no había visto otro campo Hase
que el de sus c h á c a r a s .
exagerado en nuestro concepto de una manera injusti-
ficable el poder
de
los
cabildos
partido este error de un doble
en
el sistema colonial y ha
punto
de
perspectiva
falaz
y
engañosa, cual es la comparación con los ayuntamientos de la Península, quien en ciertas
ciudades
y
provincias
imperio casi soberano, y con el cabildo popular tanto predominio obtuvo en
la
cuna
ejercían un
de 1 8 1 0 , que
de la revolución,
mecida
por sus prohombres en el recinto de la sala consejil. P e r o que
así
han
raciocinado,
los
echaron en olvido que los c a b i l d o s
americanos eran siempre asociaciones de vecinos en lodo pasivas, sin iniciativa, excepto en lo que
fuera
meramente
local,
opri-
midas por el poder dictatorial de la Real Audiencia, que miraba con desdeñoso desagrado
una
reunión que, si bien
no
hacía
(1) Esías noticias sobre elección de alcaldes están sacadas de un curioso libro que existe en el archivo de la Municipalidad con este título: Tabla del ceremonial del cabildo de Saníiago, por el regidor perpetuo Juan José de Santa Cruz, procurador en 1670. (2) La vara tenía seis a siete pies de largo y se llevaba en todas ocasiones públicas; de aquí el bastón con borlas de los municipales de ayer, que no eran sino un fragmento de la vara.
349
HISTORIA DE SANTIAGO sombra a su omnipotencia, era por lo común
el
centro de un
elemento antipático al que de continuo imperaba en su composición. Componíanse, en efecto? las Audiencias mente de españoles. En los cabildos
tenían
casi
más
exclusiva-
libre entrada
los criollos, y en éste únicamente estribaba su verdadera importancia, más social que política, más de localidad que de administración. En todo lo demás, los ayuntamientos coloniales no eran sino lo que son las municipalidades de hoy, meras sombras políticas, excepto cuando para fines de actualidad (como lo hacía
notar
Marmolejo desde el tiempo de Valdivia), se endienta
rueda
la
casi siempre inerte, que las liga al gran mecanismo político de! país, y por un corto tiempo la hace girar junto con aquel. V e r d a d es que los ayuntamientos celebraban cas llamadas cabildos ciudadanos
en
la
abiertos, deliberación,
reuniones tenían lugar
casi
sesiones
públi-
porque se daban a c c e s o a los no
siempre
en
el voto, pero aquellas
con
el acuerdo supremo,
tácito o expreso, y se reducían a tratar de asuntos
puramente
locales, como el santo que se declararía patrono de tal o cual festividad, cual arbitrio se adoptaría contra la seca
o la viruela,
o de que manera había de regularse la venta de los trigos en las bodegas del puerto,
cuyo era el nombre local de Valparaíso
hasta hace poco, en que los vecinos de S a n t i a g o le consideraban sólo c o m o uno de sus suburbios. Al cabildo de Concepción, que sobre este último asunto osó tomar una deliberación propia en el último siglo, juzgóle c o m o rebelde la Real Audiencia de Santiago y lo mandó castigar ( l ) . Regístrense, a mayor abundamiento, los ponderados archivos de los cabildos y en especial el de Santiago, único que cerá
el
concepto
mere-
de tal, en las cinco o seis ciudades que lo
tenían, y se encontrará sólo la más desconsoladora c o m o no podía menos de suceder,
no
sólo
por
esterilidad, las
razones
( l ) Sucedió esío en 1794, a consecuencia de haberse intentado establecer, como en Santiago, el ramo de balanza. Opúsose el pueblo en un cabildo abierto el 3 de Julio a la resolución del intendente, apelando contra su proyecto ante la Real Audiencia, y ésta declaró que aquel había sido (el cabildo abierto), un desacato (11 de Agosto de 1794) ordenando además se remitiesen los autos a España para que se castigase a los culpables. La resolución de la Audiencia fué aprobada por la Corte, pero se mandó suprimir el ramo de balanza por innecesario.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
350
políticas
que
dejamos
apuntadas,
sino
principalmente
por la
increíble pobreza de aquellas corporaciones. A penas tenían, en efecto, renta suficiente para pagar su procurador, su alguacil y su portero, y no obstante se encontraban en déficit incurable y permanente, siendo que no había alumbrado público, ni abastos, ni policía de seguridad, ni ramo de aseo, ni ornato ni nada. Ya
hemos
referido
que
para
construir la concha de cal y
ladrillo de la pila de la plaza, el presidente Henríquez tuvo que emplear un albañil de su propia
servidumbre.
D e esos valerosos arranques, de esos e c o s atrevidos de pueblo y de derechos que resonaron por la primera vez en el cabildo de 1 8 1 0 , no se encuentra consejiles de la colonia.
el A
más lo
leve
augurio en los anales
más a que sus
atrevían, era a tímidas insinuaciones,
fuera
capitulares
se
para resistirse a la
fundación de un nuevo monasterio, por lo que alaba con razón el ilustrado historiador Eyzaguirre al cabildo de S a n t i a g o , fuera por
su
resistencia
a
toda
contribución,
bolsa de los vecinos, que era la bolsa
que pesara sobre la
de los propios
regido-
res. Camilo Henríquez llamó gran ciudadano al regidor Luis de Contreras, que combatió con energía la planteación del estanco de tabacos en tiempos del presidente don
Luis
Fernández
de
C ó r d o v a ( 1 6 2 5 ) ; pero de este género de grandezas están llenos los libros del cabildo y de la ciudad, que hasta hoy mismo se mantiene grande, c o m o pueden acreditarlo mes a mes los colectores de la contribución de serenos y alumbrado ( l ) . ( l ) El célebre padre ray Melchor Maríínez decía con exactitud que la misión de los cabildos coloniales era servir de ornato con sus personas en las procesiones. D e idénfica opinión es el señor Lasfarria en su notable Ensayo sobre la influencia del sistema colonial en Chile, en que denomina simulacro ridiculo, fórmula vana, farsas de tiranos, efe, (pág. 62, edición de 1867) aquellas instituciones, reducidas a una completa nulidad después de su antigua omnipotencia, primero por el despotismo devorador de Carlos V y en seguida por las Leyes de Indias. Sin embargo, muchos son los que, deslumhrados todavía por el reflejo histórico del antiguo poderío comunal, y más particularmente por la gran misión revolucionaria del cabildo de 1810, han padecido la ilusión óptica de creer que los ayuntamientos representaban una gran personalidad política, cuando eran sólo un fantasma. Nosotros mismos, nos apresuramos a declararlo, experimentamos, antes de estudiar a 'ondo el coloniaje, esa misma alucinación, como consta de una nota undada en ciertos hechos que pusimos al texto del señor Lasfarria (pág. 48 de la edición de 1865), y que éste, con tanta sagacidad como benevolencia, se ha limitado a llamar (sin negar la exactitud de los hechos) reminiscencias aisladas, y así era la verdad. Perdone, pues, el maestro esta' injusta crítica, y quiera el desfino que fodas sus
351
HISTOBIA DE SANTIAGO Donde
existía
la
verdadera
fuerza
motriz
Santiago, era en el empleo de corregidor,
del
especie
cabildo de
de
lugarte-
niente del capitán general, nombrado por él: por tanto,
era
el
alma de la administración local, a la manera de nuestros actuales intendentes, en especial cuando la frontera. En tales
los
presidentes se hallaban en
casos, los corregidores ejercían un poder
verdaderamente supremo, y tal se observó Azocar,
corregidor
de
Santiago,
desde
aquel
doctor
a la muerte de R o d r i g o de
Quiroga ( 1 5 8 0 ) , a quien el yerno de éste hizo bajar a bofetadas de la muía Manuel
en
que salió a recibirle, hasta el celebérrimo don
Luis de Zañartu, que abofeteó a todo el mundo, y por
•esta y otras particularidades que
en
llamarse el último de los corregidores,
su
lugar
diremos,
con la misma
razón con
que Lamartine llamó a Rienzi el último de los romanos En
lo
eclesiástico y en lo militar,
consistían las
ya
(l).
hemos dicho en que
jerarquías coloniales. Había un obispo
tiago y otro en Concepción y vivían en
pudo
una
ración entre la iglesia y el estado, a virtud de
en
San-
especie de sepalas
oblaciones
directas de los fieles, del rédito de los censos y en especial de la administración propia que el cabildo eclesiástico hacía de los diezmos, rematándolos en su propia sala capitular. En lo militar, el presidente era, como hoy, el general en jefe de las armas, y si no era también almirante, debíase a que no había un solo buque, ya
que los pocos
que
solían
venir
de
España a construirse en Guayaquil se les mantenía en perfecta pudrición en el apostadero
del
Callao.
era el comandante general de fronteras,
El maestre de campo, y el
sargento
mayor,
una comisión múltiple y antigua que participaba del comandante de armas, del jefe de estado mayor y del cuartel maestre general ( 2 ) . divergencias literarias y de ofro género con sus antiguos discípulos encuentren ésta, que nos permitiremos llamar caballeresca solución. (1) En Chile existieron, contando con el de Mendoza, once corregimientos, y eran los siguientes:—El de Copiapó y Huasco; el de Coquimbo; el de Quillota; el de Aconcagua; el de Sanfiago; el de Melipilla; el de Chillan; el de Mendoza y el de Concepción. De éstos, sólo de Quillofa, Rancagua y Melipilla, se proveían directamente por el capitán general. Los otros eran de provisión real, pero en la prácfica se hacían generalmente por el último, pues los corregimientos de Chile no eran como los del Perú, y nadie hubiera querido venir de España a serlo de Chillen o de Colchagua. (2) Además de las fronteras, existían dos gobiernos militares, el de Valdivia y
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
352
El ramo de hacienda dependía a la vez del capitán y de la Real Audiencia, porque se le atribuía una capital, desde que la América entera no
era
general
importancia
considerada
por
los reyes españoles y sus ministros sino c o m o un predio de la corona. En su administración inmediata era, no obstante, servido aquel despacho por dos ministros que se llamaban, c o m o hoy, tesorero y contador, y más comúnmente oficiales
Y tenían éstos
reales.
tal peso en la política y en la sociedad desde el
primer
teso-
rero real, J u a n Fernández Alderete, hasta el último de la escuela antigua, el célebre don
Ramón
V a r g a s y Belbar, cuyo retrato
adorna los muros de la actual tesorería,
que
después
de
los
presidentes y de los oidores, no había en la ciudad vecinos de más cuenta ( l ) . Debíase situado,
esto
principalmente
a
la
administración
del
real
que era el pan cuotidiano del gremio de empleados de
la colonia, y que por su influencia administrativa y local en la capital y en el reino, no
menos que por las peculiaridades de
su inversión y reparto, fué una institución
(y este es el nombre
que con más exactitud le cuadra) digna de que aquí le consagremos un ligero análisis. Habíase decretado esfe subsidio hasta la cantidad de cien mil ducados, según dijimos, por una real cédula dada a Guniel en 1 6 0 4 con motivo del alzamiento general de
los
araucanos
en
tiempo de O ñ e z de Loyola, por lo esquilmada de la tierra, que antes por sí sola había sostenido aquella guerra devoradora de hombres, de caudales y de honras. Aumentóse
en
seguida con las proporciones y desastres de
aquella hasta 2 1 2 , 0 0 0 ducados, y ésta, más
o
menos,
fué
la
Valparaíso, esíe último desde 1682. Chiloé era una dependencia directa del vireinaío del Perú. El presidio militar de Juan Fernández se estableció sólo a mediados del siglo XV1I1 por el presidente Ortiz de Rosas. En las fronteras existía, además, un destino especial de .importancia. Llamábase el empleado que lo desempeñaba el veedor, y era un oficial de comisario general que atendía a los pagos del ejército, a la distribución inmediata del situado, a los asientos de víveres, etc. ( l ) Estos empleos eran perpetuos, aunque hemos encontrado una real cédula de 2 5 de Septiembre de 1674, que dispone se renueve cada fres años los empleados oficiales de América. Este período es el que hoy se esfila para los nombramientos meramente polífico-adminisfraíivos.
35g
HISTORIA DE SANTIAGO
dotación permanente que tuvo Chile de la C o r o n a de Castilla. Y de aquí sin duda el p o c o amor y c a s i e l menosprecio que le merecimos; porque, a la verdad, si en
el
siglo
XVI
se
dejó
poblada esta parte del mundo, no fué por otro motivo sino por lo que la tierra tenía de granero para abastecer las minas y las ciudades del Perú, y por lo que su capital
tenía
de
claustro
para recibir el e x c e s o de la frailería de aquel emporio de la vida monástica, <de cada uno de cuyos conventos podían salir cuatro de los de España, siendo que esta última católica de la cristiandad» Habría país
sido
sin
era
la
nación
más
(l).
duda de gran eficacia aquel auxilio, en un
tan desprovisto de todo género de elementos para impul-
sar su desarrollo, e s c a s o de población, pobre de caudales, con haciendas que parecían provincias,
donde
el
ganado
parecía
salvaje, sin más industria que la de los telares indígenas, hasta
el
jabón
era
pues
traído de M e n d o z a , a donde se enviaban
c o m o artículos brutos nuestros s e b o s (a virtud de que allí había un arbusto que daba más vigor a las legías), y por úllimo la que la moneda sellada era casi
una
en
novedad. P e r o la ava-
ricia de los mercaderes monopolistas de Lima, favorecida por la tolerancia o complicidad de ios virreyes, había desvirtuado por completo
sus buenos resultados, adueñándose aquellos exclusi-
vamente de aquel tesoro, cuyo don, poniéndonos en la condición de pordioseros, nos dejaba después de recibido más menesterosos que antes de poseerlo. C o m o el procedimiento de distribución de aquella renta ilustra los principios de administración y de comercio
que regían por
aquellos años en las colonias españolas, vamos a dar una ligera idea de su mecanismo. L o s doscientos doce mil ducados del situado enviados
de
las
de Chile, eran
cajas reales de P o t o s í a las de Lima por la
vía de Arica, y allí cada año se ponían por el virrey a la disposición del capitán general de Chile, mediante
un
apoderado
estacionario que el último mantenía en aquella corte. Hasta aquí parecía que el negocio marchaba por un camino
( l ) Palabras del virrey del Perú don J o s é de Ármendáriz, conde de Casiel Juerfe. 2S
354
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
regular, pues lo de ir a Lima desde Arica para volver en seguida a Concepción, era una bagatela en esos tiempos. M a s desde que se trataba de la inversión del caudal, salían a la superficie todas las inmoralidades y todas las infamias del monopolio y del c o h e c h o . En lugar de hacer la remesa del dinero a las cajas de Chile, iba al contrario de este país a Lima un oficial llamado el situadista,
provisto no de la autorización
de percibir el dinero y conducirlo, sino de listas
fraguadas en
la capital y en los puertos de la frontera con el fin de invertirlo en la compra de artículos para el vestuario y el consumo de los soldados. D e aquí venía que el situadista se hacía un potentado financiero,
y de acuerdo con el apoderado o procurador
general,
c o m o se llamaba el agente de Lima, dispensaba sus
gracias y
sus
favores a los
principales
P o d r á juzgarse de las
especuladores
prodigalidades
de
hecho sólo de tener el procurador un sueldo siendo que sus funciones apenas
de la
metrópolis.
aquel sistema
duraban
por él
fijo
de 1 , 5 0 0 ps.,
unos
pocos días u
horas ( l ) . Hacíanse las compras por los pedidos de Chile, y aún cuando se fingía el aparato de una junta de almoneda,
demasiado sa-
bido era por el comercio de Lima que esto significaba más un ceremonial que una precaución. D e esta suerte se invertían por cuenta del fisco dos tercios al menos del situado
(2).
El otro tercio, esto es, cincuenta o sesenta mil pesos se empleaban por el mismo situadista
de
cuenta
de
mercaderes de
Chile que giraban libranzas contra él por cantidades que entregaban c o m o suplemento a las c a j a s de Chile. Y éstas, que de-
(1) Despacho del duque de la Palafa. virey del Perú, al rey de España de 2 8 de Noviembre 1682 (Memoria de los virreyes del Perú. vol. 2.°, pág. 183). El íexfo original dice 10,500 pesos, pero este es conocidamente uno de los muchos errores que afean la edición de esa obra, cuyo lujo está sólo en las tapas, el papel y la finta. (2) Según un acuerdo que tenemos a la visfa de 17 de Junio de 1653, celebrado en Concepción, la parfe de situado correspondiente al íerc/o de Arauco, se hallaba invertida de la manera siguiente: 6,000 varas de rúan o lienzo de uso inferior, 2 , 8 0 0 varas de bayeta, 2 0 0 de tafetán, 8 0 pares de medias de seda, 150 varas de damasco de Sevilla, 10 botijas de miel, 10 id. de aceite, 10 id. de azúcar, 1 0 id. de sal y 10 quintales jabón. Lo de 8 0 pares de medias de seda para los soldados de Arauco, hace recordar aquello de los anteojos y de las navajas de barba que los corregidores del Perú obligaban a recibir a los indios, que eran lampiños y no sabian leer.
35o
HISTORIA DE SANTIAGO
bían ir muy mermadas por el abuso, formaban la única entrada efectiva que tenía el Erario de Chile y el mismo ejército
fron-
terizo. L o demás era simplemente un latrocinio. Después de haber barrido el fondo de los almacenes de Lima de todos los rezagos que quedaban de los acopios hechos cada tres años en la gran feria de Portobello (de la que hablaremos en otra ocasión) el situadista, en efecto, c a r g a b a un buque con todos
sus
avios, y pagaba un
flete
que
era
regularmente de
8 , 5 0 0 pesos para conducirlos a Concepción, punto de su destino ( l ) . D e allí iba a
los
fuertes y a
las
guarniciones
de las
fronteras, especialmente a A r a u c o y Yumbel, donde se le distribuía al soldado hambriento y androjoso con un recargo de setenta y hasta de un ciento por ciento, según la expresión autorizada de un virrey, acérrimo defensor de este sistema de inversión de los
caudales públicos ( 2 ) . P o r manera que
el
situado
era sólo un s a c o abierto de escudos, donde todos, excepto aquellos en cuyo beneficio se creara,
metían
ambas manos. Y
con aquellos soldados así tratados con los que quería
era
ponerse
fin a la guerra de A r a u c o ! Negábanse, no obstante, los virreyes dé Lima en sus informes al rey a cambiar de procedimientos cada vez que nuestros c a pitanes
generales reclamaban el envío
directo y en
numerario,
«porque, decía el que a c a b a m o s de citar, el enviar el en dinero al gobierno de entereza y abrirle
Chile, era poner
una puerta
en
situado
gran riesgo su
franca para que con
dinero del
situado se haga mercader». El monopolio de Lima no podía estar mejor guardado, y de aquí las
abominables
consecuencias
que produjo y de que tan animada pintura nos han dejado J u a n (1) El editor de las Memorias de los virreyes (f. 2.°, pág. 87), hace decir al duque de la Palafa que este flete era de 8 0 , 5 0 0 ps., lo que es un evidente absurdo. (2) El duque de la Palafa, despacho citado. Haciase esto con tanto escándalo, que dentro del país mismo, el frigo que se vendía en el comercio a 1 peso lanega, se cargaba al soldado a 4 pesos, según el oidor Celada ( 1 6 1 0 ) . Algunos años más farde, dice Bascuñán en su Cautiverio Feliz que las vacas, cuyo precio en el sur era de 2 0 reales, se vendían al ejército a 6 pesos. Otro tanto comenzó a practicarse poco más farde con el situado de Valdivia, bien que una parte de éste iba de Valparaíso y consistía en algunos centenares de líos de charqui, único alimento de aquella guarnición, inventora lejífima y a título de hambre del sabroso y popular valdiviano.
356
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
y Ulloa, hasta que vino para el Perú el situado
de las
Chin-
chas, que puso todavía las c o s a s de peor condición. L o s s;tuadistas modernos llámanse simplemente consignatarios El rea¡ situado,
del
huano.
no era pues, en realidad, sino el s a b r o s o va-
por de un lejano festín que los miserables regatones de la capital veían levantarse en el horizonte y del que se daban por felices si alguna gota llegaba a condensarse en sus labios siempre sec o s y desheredados. Tal era el sistema de justicia y el sistema de
comercio que
la España había creado en favor del distante, ingrato y menesteroso presidio
de
Chile.
Bendita mezquindad, empero,
que
enjendró en nuestros ma-
yores el duro hábito del trabajo, gracias al que s o m o s hoy un pueblo medianamente
considerado
entre los medianos
pueblos
de la tierra. P o r cuanto llevamos dicho s o b r e
las finanzas y el comercio
de la colonia, será fácil hacerse cargo dad social y doméstica que
habían
del
grado de prosperi-
alcanzado
los
vecinos de
S a n t i a g o , especialmente desde el gran terremoto que había derribado sus hogares. S i el estado, a la verdad, vivía de extran. jera y periódica
limosna, los
ciudadanos
no
alcanzaban
otro
bienestar que el que les retribuyese el sudor de sus sienes. L a s c a s a s de habitación felizmente eran de p o c o costo y de baratos adobes, sin que nadie se atreviera a levantar
sus
mu-
ros sino lo preciso para que en el espacio que dejara el mojinete, entre el umbral y el alero, cupiera el blasón de la familia, si lo había, o un nicho de
mediana
altura en
que c o l o c a r la
imagen tutelar de la morada, cual se ve todavía en algunas fachadas del pasado y anterior siglo ( l ) . Fué esa también la época, en que el terremoto, este gran albañil y arquitecto de nuestras ciudades, cuya ciencia salvadora tememos que S a n t i a g o
haya
olvidado
más de lo preciso, nos
prescribió ese sistema llamado de estribos,
que dan a algunos
de nuestros templos el aspecto de colosales j o r o b a d o s , y que se ( l ) En la íercera cuadra de la calle de la Compañía existen dos de estos nichos, núms. 87 y 116. Otro se ve en la casa que fué del rico negociante español don Nicolás de Chopifea, en la segunda cuadra de la calle de la C a tedral, esquina de la de Morandé.
357
HISTORIA DE SANTIAGO
aplica también a las construcciones más humildes de murallas y de simples tapias en los
campos.
lo común de un solo trozo
menzaron a su vez a multiplicarse creía que así se daba
Las
esquinas,
formados por
de pórfido del S a n Cristóbal, c o desde
entonces,
mayor solidez a los ángulos.
porque se Protegían
éstos al propio tiempo contra los golpes de las carretas, a cuyo fin solía ponerse por delante un macizo de piedra, y después de la guerra de la independencia, algún cañón inservible, c o m o suele encontrarse todavía. Las familias además elegían esa pieza de dos puertas para depositar
y
expender
los
productos de sus
propiedades, fuera por mayor, cuando aquellas eran ricas, fuera al menudeo en c a s o de mediocridad, según se observa todavía en muchos pueblos de provincia, a c a s o más aventajados en el día que lo que S a n t i a g o lo era por entonces. L o s menajes de las habitaciones eran en extremo modestos y hechizos,
esto es, de manufactura
del país. C o m o el comercio
de Europa se hacía exclusivamente por el istmo de P a n a m á , la enorme carestía de los fletes, que duplicaba el precio hasta de las telas más ricas y portátiles, impedía la conducción de muebles europeos, por manera que la Jacaranda era un artículo que se conocía sólo como nosotros c o n o c e m o s hoy el vellocino de oro, y la c a o b a ,
cuando
algunos
buques solían traer algunas
tablas de los bosques de Guatemala, empleábase sólo c o m o enchapado de los más
exquisitos
trabajos de la ebanistería. L a s
selvas de Valdivia eran las que surtían -"sus cujas,
nuestros
aposentos de
o catres colosales de cuatro pilares, de sus taburetes
o banquillos forrados en b r o c a d o s y terciopelos, asiento predilecto de las damas, no menos que los sillones de baqueta, que suelen todavía verse en alguna sacristía de campo, o en la última recámara de la casa. Fué aquel el tiempo clásico en que las esteras de estrado y las petacas, los c a n c o s y las carretas, los lebrillos de P o m a i r e y las ollas de Talagante, los pellones de la Ligua y las alfombras de C h i l l e n , que eran nuestros tapices de G o b e l i n o s , estuvieron en toda su boga, c o m o los frutos
más preciados de la
industria nacional, así como las despensas rimeros de congrio
seco,
costa del norte, del luche
de sartas de locos y cochayuyo
vivían
atestadas de
y de ostiones de la
del Algarrobo y S a n An-
358
BENJAMÍN
fonio, no menos que las c h á c a r a s
del
VICUÑA
orégano,
ayer tenía por símbolos en fuente
la aloja
los
huesillos
y orejones
y de las a r b o l e d a s . E d a d feliz y s a b r o s a al valdiviano
de los P a p a s ( l ) , de las lentejas porotos
MACKENNA
de
y el
de ¡as
de
hasta
alabado
charquicán
monjas
de las C a p u c h i n a s ,
plata
que
y de los
Rosas
del ajiaco
y de
de las C l a r a s , de perfume más exquisito que la trufa y
de s a b o r
más confortable
que
la
sopa
de tortuga,
todo
susti-
tuido hoy día por esos millares de tarros y de f r a s c o s , b o t i c a s del paladar,
de Lambie y de W e i r ,
del c o m e r c i o
directo del estómago
las conservas, y S a n t i a g o ,
estos p r o s a i c o s fundadores entre G l a s g o w , la ciudad de
que s ó l o
lo ha sido de los
conser-
vadores! El uso de ¡os espejos natural en un a c a r r e o
era
casi
desconocido,
por la
quiebra
que solía durar varios años entre el punto
de salida y el de destino, y por la misma razón apenas
llegaban
los cristales finos, a no ser en frasqueras de lujo, que se ostentaban
sobre
como
transparentes
dar c e r c a
la
mesa o
taburete de las cuadras.
de un siglo en entrar en uso, lo mismo
tosas rejas de
fierro
arte de las ferrerías
Los
vidrios,
en el uso de puertas y ventanas, debían tarerizadas de
dibujos,
de V i z c a y a ,
no
que las c o s -
verdaderas
comenzarían
obras
a teñir
de sino
( l ) Aunque válidos entre todos casi como un proverbio aquellas palabras de un Papa que dicen: Beali indiani quia manducan! charquicanis (verdadero latín de cocina), siempre la hemos tenido por un simple refrán de hambrientos monacillos o galopines en las aulas de latinidad que mantenían los antiguos conventos. Sin embargo, por lo que pueda tener de curioso o más propiamente de santiaguino el origen de aquellos dos guisos jefes en la bucólica colonial, vamos a reproducir aquí una relación que nos ha suministrado cierto caballero muy competente en la materia... El uso del valdiviano proviene del rancho que se daba a la guarnición de Valdivia y que hacía parle del real situado. Como no había carne en aquellas localidades, el 1,° de cada mes se distribuía a la guarnición y hasta a los empleados superiores su ración de charqui, traído de Valparaíso, y como el modo más sencillo de prepararlo fuera el cocerlo, los soldados lo condimentaban de esa suerte. D e aquí el nombre de valdiviano, que está hoy desferrado de Valdivia, donde se le conoce sólo de nombre, pues ha sido un verdadero hijo pródigo de la provincia, particularmente en el día, en que se ven en aquella provincia carnicerías mejor montadas que las de Santiago y Valparaíso. En cuanto al charquicán, es indudable que es oriundo de Santiago, como que en parte alguna, según el testimonio arriba mencionado, se le confecciona con más primor. Sobre si lo comió P i ó IX, no lo podríamos empero decir, porque el secretario Sallusfy que escribió los viajes del nuncio Muzi, sólo habla al describir los manjares perennes de su mesa, de los gallinaccios ripicenos, de los porcellefos da late (gallinas rellenas, chanchitos lechones), etc., etc., según con más por menor contaremos más adelante.
359
HISTORIA DE SANTIAGO cuando en el siglo subsiguiente
se
abriera
la
navegación
del
C a b o . L o s maderos trazados en forma de biscochos y los balaustras torneados que suelen verse todavía en alguna puerta o balcón secular, eran el máximum del trabajo de madera aplicado a la arquitectura doméstica que conocieron nuestros abuelos. La creencia vulgar imagínase,
sin embargo, que aquella fué
una edad de oro c o m o es la presente de frágil y deleznable papel, y se habla de que el servicio de plata de las casas grandes se pesaba por a r r o b a s
y
quintales, así como se asoleaba
en cueros la plata sellada. A m b o s
hechos
eran
exactos y no
obstante confirman la comparativa escasez de aquellos días, porque las más ricas vajillas se componían exclusivamente de piezas lisas, labradas a martillo por los artífices del país que apenas cargaban
un
diez
por
ciento sobre el valor del metal. Y de
aquí venía que el uso de la plata fuese en realidad el más económico, el más duradero y el más
barato, fuera de que en sí
mismo constituía una especie de moneda de fácil cambio en el mercado. Un plato de aquel melal
no era sino un peso fuerte
de gran dimensión. En cuanto al asoleo
del dinero en cueros en los patios de las
casas, de que se hablaba no ha muchos años para en la cuna los párpados rebeldes al sueño,
tenía
adormecer
una explica-
ción más sencilla todavía. En la América no se conocía ces otro numerario
que
los
enton-
pesos fuertes o patacones que se
sellaban en las c a s a s de monedas
de
Potosí, de Lima y M é -
xico, y la moneda llamada de cruz o macuquina,
que tenía cier-
ta forma de la crucificación y mas grietas que el Calvario, de lo que tal vez vino el decir de los muy necesitados, y como si la pobreza fuera una heregía: que no tenían En cuanto al ponderado oro de América, gramente a España en polvo o en
Cris/o. era
lingotes, como
remitido íntelos que en-
contraron a su s a b o r D r a k e y Anson al abordar los galeones. Y en esto era digno
de
especial curiosidad que en Chile, de
donde habían salido hasta dos millones de año, no se conociesen las onzas o doblones maba en el siglo X V I I ) sino de nombre
oro
finísimo
cada
(pues así se le lla-
( l ) , lo que se explica
(1) El capifán Pedro Amaza, que había estado en Lima y que en 1690 (enía
860
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
por el mayor valor que el oro tenía c o m o mercadería en el viejo mundo. D e j a d a s , pues, así sin trasiego de dinero amonedado, habían
aquellas masas considerables
naturalmente de oxidarse con la
humedad y el calor, y para limpiarlas, disponían las familias en los días abrigados del invierno, que los esclavos las asoleasen en los patios, sin que en esta operación
faltase algún puntillo
de ostenta y presunción. P e r o en lo que más particularmente cifraban méstico y civil
las
grandes
damas
su orgullo do-
era en su servidumbre de
bruñidas negras y en las alegres y traviesas mulaíillas
de servi-
cio, que eran el adorno de los salones en los días de gala, las libreas en el paseo y ¡as
chinilas
de
en la
alfombras
misa de
todas las mañanas. C r e c i d a s éstas, formábanse de ellas aquellas criadas
de
razón,
eximias en dar los recados, que solían man-
darse pedir prestadas unas amigas a las otras, por
esta espe-
cial gracia, para que echasen sobre las bandejas los sus sacramentales de los regalos.
Desde
merced
este siglo comenzó a mi-
rarse con cierto desdén el servicio doméslico de los indios, sobre todo en el ramo femenino, su
zandunga
e
inteligencia
al
que
las
peculiares
mulatas una
sacaban
con
considerable ven-
taja ( 1 ) .
cincuenta y dos años, aseguró en el proceso del tesorero Torres, que en su vida había visto un doblón y que los conocía sólo de nombre. ( l ) El servicio de una india, o su asiento como se decía entonces, valía doce pesos al año en el siglo XVII, y el de una negra el doble. En el archivo de la Real Audiencia hemos encontrado un curioso litigio por una negra que una señora llamada doña Feliciana Ramírez había dado en empeño a una otra su amiga llamada doña Juana Garcés, ambas viudas de capitanes, y mujeres principales. Debíale la Ramírez a la Garcés unos cuantos pesos, y por esto había sido el empeño, mas, se negaba a devolverlos con intereses, porque decía, y no sin razón, ante nuestro anfi-curial criterio, que el servicio de la negra suplía el importe de éstos. Pero la acreedora alegaba que la esclava había estado enferma, que había gastado en medicinas y en hacerle un faldellín de cordeyante, y por último, que el dinero, cuando se empleaba en sebos, producía el 15 por ciento dos veces al año en las remesas a Lima. La Real Audiencia tuvo opinión distinta de la nuestra (lo que no es extraño), y mandó que doña Feliciana pagase el interés de 5 por ciento y doña Juana 2 0 pesos por el servicio de la negra. Apeló con todo la primera por vía de revista, y hubo confirmación. Sucedía esto en el mes de Diciembre de 1628, y hay de particular en los autos que habiéndose tasado el honorario del procurador de la Garcés en 8 pesos, los reclamó éste en un escrito diciendo que los pedía «porque tenía necesidad y ser víspera de pascua». Los graves oidores pusieron como se pide, y
361
HISTORIA DE SANTIAGO L a s costumbres se amoldaban como,
era natural,
al estado
de c o s a s que hemos descrito y que imprimía aquellas su manera de ser. P o c a s nociones nos
han
quedado
de los hábitos do-
mésticos de ese siglo, fuera de los episodios que de cuando en cuando hemos narrado. Dejando, con todo, para más felices
(no más
ese campo virgen
empeñosos) exploradores,
que aquellos arrojan suficiente
luz
sobre
el
parécenos
estado social de
nuestros mayores. Hemos visto, en efecto, como se dividían en feudos las familias, como se acuchillaban en
la plaza pública,
c o m o se celebraban bodas con varandas de oro, c o m o el pueblo todo se agrupaba a las
migajas
de! siíuado.
como se re-
cogían las herencias de ios millonarios, como el vecindario tomaba parte en la erección de los templos, de la flor de las doncellas saníiaguinas en fin, el cisma
entraba
en
éstos
y
como
se poblaban
los claustros, y c o m o , había toques de rebato,
fugas, excomuniones y disparos de armas en las gradas mismas de los santuarios,
prófugas
las
vírgenes,
con sus velos rotos
por brutales bayonetas. Y de en medio de esta
vitalidad,
lenta en sus pulsaciones,
de un pueblo que va creciendo como dentro de una celda, hemos derivado la consecuencia
filosófica
que el sello predomi-
nante impreso por el siglo X V I I en nuestra sociedad, fué el del espíritu religioso. Llegó, a la verdad, éste a tanta y tan intensa
concentración
en los últimos años del siglo, que según el historiador eclesiástico Eyzaguirre, hubo de intervenir el rey de España para moderar los gastos
de
procesiones,
aniversarios
y
otras fiestas
religiosas, a cuya práctica, así como a la participación en agitados capítulos, vivían entregadas las familias y los hombres de más nota en
el pueblo. Santiago se veía envuelto permanente-
mente en una nube de incienso, y no había ciudad de América que consumiese mayor número de marquetas de valiosa cera en toda la cristiandad. A más de cuanto sobre esta profusión
hemos referido y de
los innumerables días de guarda y de fiesta que entretenían el que sean sólo seis pesos. No dice el auto, sin embargo, si esta rebaja de tasación iué por la Irescura del curial o por otra razón de equidad. Seria (alvez curioso oir sobre esta duda la opinión en consuKa de los abogados modernos.
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
362
ocio del pueblo, y
en
volveremos con mayor
consecuencia
sus
detención
otro
en
vicios (sobre lo que lugar) celebrábanse
procesiones descomunales, en las que se alistaban para alimentar su fausto
en
bandos sivales las damas y los clérigos, los
caballeros y las beatas. del Rosario,
que era
Eran
las
celebrada
más famosas de aquellas la
por los dominicanos, la de la
que pertenecía a S a n Agustín, la de San
Candelaria,
establecida en la M e r c e d , y la de la Concepción,
Lorenzo,
de S a n Fran-
cisco. L a s procesiones puramente diocesanas y que pertenecían a la Catedral, no eran menos numerosas y solemnes que aquellas. El
obispo
Carrasco
en
sus leyes consultas de 1 6 8 9 ya
citadas, menciona entre las instituidas únicamente por votos de a m b o s cabildos (el secular y
eclesiástico)
que se dirigía a S a n Francisco; la de San ced; la de Lucas
San
de San
a S a n Agustín; la de la Visitación Antonio,
que
de San
Marcos a la Mer-
a la capilla de su nombre; la de
Lázaro
Domingo; la de San
la
Sebastián
Saturnino tenía
de Santa
Isabel
San
a Santo
a la capilla de su nombre y la lugar
diocesana. C e l e b r á b a n s e además,
dentro de la propia iglesia
a ejemplo de ésta, innumera-
bles fiestas de santos en las naves de las iglesias o al derredor de los claustros, y algunas, c o m o la del apóstol más adelante contaremos), la de San Concepción,
eran a c o m p a ñ a d a s por
neos de sortijas y cañas, comedias o
Juan
Santiago
Bautista
fiestas
(que
y la de la
profanas c o m o tor-
autos
sacramenlales, re-
presentados por estudiantes, y corridas de toros que hacían una mezcla extraña de paganismo y de barbarie con la majestad y clemencia del culto cristiano. L a s mismas monjas representaban estos saínetes y mojigangas en los días llamados de cual se estilan todavía en la visita de recepción de los íes nuevos,
aguinaldos, presiden-
hasta que enfadado el celoso y casi frenético obispo
Humanzoro, los vedó con excomuniones y hasta la amenaza de un encierro que contumaces.
llegaría a cuatro años, para las desobedientes
Este mismo
prelado fué el que puso fin a la ex-
travagante procesión que acostumbraban s a c a r los padres dominicos, haciendo pasear en la tarde del miércoles santo una anda del niño J e s ú s , que la muchedumbre, en imitación de los judíos, corrían a pedradas por todas las
calles. Cuenta esto último el
grave historiador que a c a b a m o s de recordar.
363
HISTORIA DE SANTIAGO
Mas,
al paso que se
otra. P o r blecióse,
un breve
suprimía
apostólico
una
de
devoción
en efecto, en S a n t i a g o el culto especial
hoy b a j o Fueron
la denominación estos también
de El dulce
los días en
se
2 6 de enero de nombre que
introducía 1 6 7 1 esta-
conocido hasta (l).
empezó a
florecer
el
célebre siervo de D i o s B a r d e c i y la monja iluminada S o r Úrsula Suárez, jado
una infeliz mujer enfermiza y exaltada
la historia de sus propios
no s a b r í a m o s Teresa moniada
decir si merecería
de J e s ú s de
que escribió
1 8 3 8 (la C a r m e n
que los escribieron
desvarios,
que nos
ha de-
y que por lo
estar más c e r c a de la
también sus éxtasis,
que la
Marín) que tuvo graves
tanto
sublime ende-
doctores
por ella ( 2 ) .
(1) Llegó a fal grado el furor de las cofradías por esíos años, que el propio prelado de la iglesia de Saníiago se vio obligado a refundir algunas, según se observa por la siguiente disposición de su sínodo de 1688 (const. 4.a, cap. 7.o) y que por caracferíslica reproducimos: «Por haberse acrecentado el número de Jas cofradías más de lo que puede llevar la pobreza de es/e pueblo y por las razones represenfadas en la junta Synoda!. mandamos que las dos cofradías que esfán fundadas en el colegio de la Compañía de Jesús de esta ciudad la una de los indios nalurales, con la advocación del niño Jesús y la otra de Morenos con la de Nuesíra Señora de Belén se agreguen la de los indios a la de Nuestra Señora de Copacabana, fundada en el convento del señor San Francisco y la de Nuestra Señora de Belén a la de los Morenos, fundada en el convento de predicadores del señor Santo Domingo de dicha ciudad; y desde luego queden agregadas, y unidas o se deshagan». No son menos notables las siguientes disposiciones de la sínodo de 1688. una de las que al menos ojalá hubiera regido en todo su vigor dos siglos más farde y en un día memorable. Ambas dicen así: «Por ser mucha la pobreza de este reino y consiguienfemenfe, la de los monasterios, perdidas muchas renfas y cobrarse mal las corrientes, y no redituar, apenas, para el sustento ordinario: ordenamos y mandamos que las fiestas, que hicieren, assí el común de los conventos; como las monjas particulares, no excedan de cincuenta luces en ellas, y moderen el exceso que hay de fuegos las noches que las proceden: por cuanto Nuestro Señor más se paga de los corazones devotos y ajusfados a la pobreza religiosa que a exterioridades que huelen a vanidad'. (Const. 22, cap. 6.o) «Háse introducido en los monasterios una profanidad de gastos que desdicen de la santa pobreza y de la que cada una de las religiosas experimenta en sí, los días que preceden al nacimiento de nuestro Redentor en los que dicen las Antiphonas de vísperas, que llaman vulgarmente las Oes, en comidas y regalos; tiempo que debía celebrarse más con la abstinencia y ayuno. Y así las prohibimos del todo por constarnos, ser el gasto sobre el posible de las más y que su competencia las empeña en lo que no pueden». (Const. 12, cap. 6.o) (2) Especialmente los doctores Bruner y Carmona. El libro dejado por la Suárez y de que nos da cuenta el señor Eyzaguirre, que parece haberlo consultado original, pues publica algunos extractos de él, tiene este titulo: «Relación de las singulares misericordias que ha usado el señor con una religiosa, indigna esposa suya*.
364
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
Había nacido esta inspirada en S a n t i a g o en 1 6 6 8 , siendo sus padres don Martín S u á r e z y doña M a r í a de E s c o b a r , personas principales. D e s d e pequeña manilestó una exaltación mística tan irresistible, que contra los deseos de su madre, que la destinaba al mundo, fué preciso consentir en que lo abandonase cuando tenía sólo once años.
Eligió
recién fundado de la Victoria,
para
su
de
que
vocación el monasterio por
aquel tiempo
era
síndico un lío abuelo suyo, y allí profesó cuando apenas había cumplido quince años ( 1 6 8 3 ) . C o m e n z ó entonces la serie de visiones, éxtasis, milagros, pláticas con el cielo y apariciones y conjuros del diablo (a quien en una ocasión viera sentado en un columpio frente a
un
es-
pejo), arrobamientos incesantes del espíritu, y por último, enfermedades y penitencias de su cuerpo que le alcanzaron
reputa-
ción de santa. P a r a a c a b a r de explicar las particularidades de su vida, deberemos sólo añadir que el director de su conciencia era un jesuíta catalán llamado Miguel de Viñas, célebre no menos por haber sido uno de los oráculos, según dijimos, del sínodo de 1 6 8 8 , en calidad de rector del C o l e g i o máximo, c o m o por haber iniciado en llamada Escuela
nuestras iglesias la saludable
de Cristo,
enseñanza
que regularizó después el venerable
Alday. En cuanto al venerable siervo Bardeci,
de Dios,
c o m o propiamente se escribía
daremos sólo uno o dos
fray P e d r o Bardesi o su
apellido ( l ) , trasla-
rasgos capitales de su vida, porque,
estando pendiente todavía su secular canonización,
no sea que
no entendiendo el ritual, lo echemos a perder, quedándose S a n tiago sin el único santo de que ya
hay
esperanza,
porque lo
que es del porvenir... ¿sería mucho esperar, esperar m á r t i r e s ? . . . Había nacido el siervo de D i o s en Orduña, plaza fuerte fronteriza entre Vizcaya y Castilla la
Vieja,
atalaya de los cantabrios contra los
cuya
moros,
afamada
divisa
peña,
todavía el
viajero corriendo por la carretera de B i l b a o a Vitoria. Eran sus padres vizcaínos, pero él
propiamente había nacido castellano.
Muy joven pasó don P e d r o
a
América
y fué mercader en
( l ) Así en efecfo lo vemos empleado, y con excelente letra, por su hermano el capitán don Francisco, cada vez que encontramos su firma autógrafa en papeles antiguos.
HISTORIA DE SANTIAGO
365
M é j i c o y minero en P o t o s í . En una ocasión oyó en esfe páramo la voz de la Virgen que donde a la sazón
se
le
decía
construía
se
la
encaminase a Santiago,
R e c o l e t a franciscana, y en
consecuencia dejó la barreta por la cruz. Vino, vistió el hábito el 8 de septiembre de 1 6 6 7
y profesó al año siguiente. Tenía
entonces sólo veinticinco años. C o m e n z ó desde ese día su carrera de prodigios, y según su biógrafo más circunspecto,
«tuvo el don de profecía y milagros»
( l ) . D e estos últimos se cuenta el haber
adivinado que un ca-
ballero llevaba en su caja cierto rapé envenenado para matar a un enemigo; y de aquella que presintiendo el peligro en que se hallaba
una
pobre
mujer llamada Candelaria Isboran de caer
en pecado por una deuda de cuatro pesos, se los llevó tan en tiempo, que estorbó su
consumación.
Murió por fin el 12 de
septiembre de 1 7 0 0 a las cuatro de la 5 9 años, y
se
contaron
mañana, a la edad de
muchos prodigios de su fin. Uno de
ellos fué que se mantuvo los fres días de su especfación ca
públi-
«flexible, con un aspecto de persona viva y de una blancura
singular». Enterráronle en el presbiterio de S a n Francisco, que fué su iglesia posterior,
a
consecuencia de los cismas y capí-
tulos en que también anduvo
envuelto;
que se intentó hacer en 1 8 6 3 ,
no
se
más en la exhumación encontraron ni vestigios
de sus cenizas. S ó l o consérvase de él, pintado con brocha gorda en la pared de su claustro, una esfigie de su persona, que tiene al pie la siguiente inscripción conmemoratoria: dre fray Pedro don Francisco rre,
oriundos
Bardesi, Bardesi de
hijo de esta provincia y doña
Catalina
de
El venerable
y Orduña, Agüinado
pa-
hijo y
da
Vidau-
Vizcaya.
Y con esta brevísima reseña dejamos cumplido un deber, sin faltar a la devoción ni a las esperanzas de los fieles, que con justicia se quejan
de
no
tener
otro
santo que los huesos de
S a n t a Feliciana en una urna de la Catedral,
mientras la peca-
minosa Lima se enorgullece de su S a n t o Toribio y de su S a n t a R o s a , bien que de la última pudiéramos
armarle disputa, pues
está averiguado fué chilena. En lo que había algún lujo y ostentación, fuera de la prodi( l ) Eyzaguirre, fomo 2.o, página 3 6 9 .
366
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
galidad increíble derramada en los aparatos y exterioridades del culto, era en los trajes de las damas y los caballeros, que hacían de las procesiones sus grandes días de gala y de estrenos. Y bajo cierto punto de vista era forzoso que
así fuese, desde
que la seda, el terciopelo y el tisú de oro, o lama,
c o m o se le
llama más comunmente, eran los únicos tejidos finos que venían de las fábricas de España, que tenían este exclusivo monopolio. Llegaban también por a c a s o algunos
fardos de paño de Fran-
cia, pero recargado con el triple de sus precios desde que salía del telar hasta que se entregaba al sastre mayor en la ciudad, por lo
que
el
traje
universal era el de los burdos paños de
Quito. Todavía la práctica y bienhechora Inglaterra no podía enviarnos sus telas cristales
de algodón, sus admirables vajillas
trasparentes
como
de loza,
sus
el agua y baratos c o m o la arena,
así c o m o los mil artefactos de su admirable industria, que en el presente siglo ha puesto al alcance del labriego
las comodida-
des domésticas que antes se hallaban reservadas a los grandes señores. L a s damas se daban,
sin embargo, con alguna profusión al
uso de esas superfluidades
costosas
que a veces arruinan
fortunas con más prisa que los terremotos. L a
Real
las
Audiencia
se creyó llamada a poner algún remedio a este desorden,
que
ya antes de la ruina de 1 6 4 7 tanto afligía el corazón del buen padre Ovalle, y el 3 de agosto de 1 6 8 4 vemos que informó al rey haciéndole ver que
«la mayor profanación consistía (son los
términos del informe) en el uso de puntos
de
Flandes,
y guar-
niciones de hilo de oro y plata que se llevaban en los vestidos y en las acuchilladuras
que usaban las mujeres en sus trajes, y
que sería conveniente prohibir las puntas oro y plata
y que se excusase acuchillar
y blondas
blancas
de
el vestido, en que hay
grave exceso y que se prohiba el uso de seda y cambray a la gente
ordinaria
que sin caudales querían igualarse con las gen-
tes ricas> ( l ) . Fué ésta también la época ( 1 6 8 8 ) en que inundó a S a n t i a g o una plaga de
«muchas mujeres lusitanas
(portugue-
sas) que, en comenzando a cerrar la noche, salían de sus c a s a s ( l ) Cedulario manuscrito de la Biblioteca Nacional.
367
HISTORIA DE SANTIAGO
y se iban a las tiendas de los mercaderes con pretexto de comprar los géneros que necesitan, gastando lo más de las noches, así en las tiendas c o m o en la plaza y calles, en disoluciones y graves ofensas a Nuestro S e ñ o r , de lo que lo religioso y serio del pueblo (decía el
obispo
C a r r a s c o , de cuya Sínodo
copia-
mos este pasaje) está escandalizado». Sin embargo, y para poner remedio a este desenfreno, que daba al hace dos siglos, el aspecto que
hoy
todas las grandes ciudades de la
tiene
humilde Santiago, Madrid o
civilización,
París y
el obispo (auto-
rizado de una real cédula de 7 de noviembre de 1 6 8 2 en que mandaban castigar los pecados
públicos
de esta capital) ordenó
que las tiendas se cerrasen a las nueve de la noche en verano y a las siete en el invierno. L a agricultura del reino, que era la única fuente de desde que la extinción de acopio del gratuitas
oro,
(y
posible
esta
es
la
las encomiendas sólo
había
riqueza
agotado
el
por medio de manos serviles y
única razón por que hoy no se saca
c o m o se s a c a b a antes), languidecía
también,
porque las cose-
chas se podrían en las trojes y el fruto de las matanzas (salvo los cueros, las
lenguas y el sebo) se quemaba por no infectar
el aire. L o s valles circunvecinos de Lima habían producido hasta entonces el trigo que b a s t a b a a sus necesidades, y el poco que salía de nuestras b o d e g a s iba a puertos intermedios y a veces hasta P o t o s í . Habíase también prohibido el cultivo
de la viña,
ordenándose que no se plantasen nuevas ni s e conservasen existentes,
a fin de favorecer
tes y vinos españoles; pero subieron tan los infelices labradores,
que
las
la introducción de los aguardienhubo
alto
los clamores de
de revocarse aquel duro y
brutal acuerdo de finanzas ( l ) .
( l ) S e prohibió la planfación de la viña en Chile en 1654, pero, después de muchos trámites, 3e mandó levantar aquella orden por real cédula de Madrid, a 5 0 de junio de 1671. He aquí los antecedentes de este curioso monopolio, tal cual se contienen en la cédula que lo abolió: «En cédula de 5 0 de Agosto de 1666 se mandó informase la Audiencia de Chile sobre el plantío de viñas sin licencia, en contradicción de lo dispuesto por cédulas, y en respuesta dijo la Audiencia los daños e inconvenientes que hay de que no se componga las que hay y no se planten otras de nuevo, como se ordenó en la cédula del año de 1654. Y visto en el consejo con lo expuesto por el marqués de Navamorquende, presidente interino de la Audiencia, en carta
368
BENJAMÍN VICUÑA MACKENNA
La producción del trigo,
que
hoy desvive al senador c o m o
al gañán, era por otra parte considerado c o m o negocio de poca estima social, siendo los estancieros
de vacas, es decir, los hi-
jos de los conquistadores que se habían repartido el
país, los
que se consideraban c o m o señores feudales. El otro ramo, por lo vil de su precio, qne no pasaba de medio peso la fanega, y lo reducido
del
giro
a
que
se
prestaba, considerábase sólo
c o m o negocio de menudeo, cual se miraría hoy el de criar pollos o cultivar zanahorias. Añadíase a esto las continuas de que dan testimonio
los libros
secas
de cabildo y la falta de irri-
gación artificial. D e las primeras hubo una que duró tres años ( l ) . Q u e d a , pues, establecido que
el
charqui,
bajo sus diversas
aplicaciones, sin exceptuar las culinarias, era una c o s a de suma importancia en
la
colonia.
Durante el primer siglo, al menos,
fué su riqueza, y una especie de institución política, por la cual el centro
manejaba
las
extremidades
(Coquimbo
y
Valdivia)
como el estómago alienta la cabeza y hace andar los pies. trigo vino después. M á s tarde
siguió Chañarcillo. L o s
son de ayer . Y en esta gradación, téngase bien presente, qui, trigo, p i n a y billetes
están escritas
las
El
bancos char-
cuatro grandes eda-
des financieras de Chile. El tiempo del ennoblecimiento del trabajo, esta grandeza primero
clase,
no
conocida
entre tanto a llegar
para
la
todavía
de
en la ociosa España, iba
América, como había llegado ya
para la Holanda, que en un tiempo fuera nuestra gemela; y c o m o en ésta, iba a acelerar los días y la ventura de su santa e inevitable emancipación. C ó m o comenzó a operarse este cambio, y sus primeros pro-
de 16 de agosfo de 1668, y el obispo de la Gefedral de Santiago en otra de 14 de mayo, resolvió S . M. responder no se hiciese novedad en lo que hasta entonces se había ejecutado de siempre plantar viñas en el reino de Chile». ( l ) Así lo decía el comisario de la Inquisición don Tomás de Santiago en 1640 al inquisidor mayor Juan de Mañozca, por cuya razón, añadía, «no se había cobrado blanca». La escasez producida por las secas periódicas y por la incuria, esta seca eterna de la raza a que pertenecemos, había llegado, según en otra parte insinuamos, al punto que en 1624 se había traído trigo de Lima a Chile. En 1626 volvió a pedir este socorro por un despacho urgente el fiscal de la Real Audiencia don Jácome de Adaro a la Real Audiencia de Lima (Bravo de Laguna. Voto consultivo al virrey Manso.—Lima, 1761).
HISTORIA DE SANTIAGO
369
gresos por la labranza y el comercio, serĂĄ el Ăşltimo estudio de esta serie de cuadros de la vida colonial que hemos venido trazando durante el siglo X V I I .
PIN DEL T O M O
PRIMERO