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Las Cuatro Campañas DE
La Guerra del Pacífico Por
FRANCISCO A. MACHUCA (CAPTAIN) TENIENTE CORONEL RETIRADO Relación y crítica militar de Captain, autor de La Guerra Anglo-Boer, de La Guerra Ruso-japonesa, y de La Gran Guerra Mundial de 1914 -1917.
TOMO III.
1929 Imprenta VICTORIA, Valparaíso Casilla 163.
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A la memoria del General
Don Manuel Baquedano Vencedor en Los テ]geles, Tacna, Arica, San Juan, Chorrillos, Y Miraflores
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LAS CUATRO CAMPAÑAS DE LA GUERRA DEL PACIFICO I. TARAPACÁ, II. TACNA, III. LIMA, IV. LA SIERRA. ____________ Tomo Tercero. Campaña de Lima. _____________ Índice: Capítulos. I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX. XX. XXI. XXII. XXIII. XXIV. XXV. XXVI.
Materia. La situación del Perú después de la toma de Arica…………….. Situación de Bolivia después de la toma de Arica……………… La Confederación Perú – Boliviana…………………………….. Expediciones secundarias después de la toma de Arica………… Operaciones Navales……………………………………………. La Guerra en Santiago………………………………………….. La Expedición Lynch…………………………………………… En el ejército de operaciones……………………………………. Vergara y Baquedano……………………………………………. La Guerra en el Exterior…………………………………………. Preparativos para la tercera Campaña……………………………. Reorganización de los servicios anexos………………………….. La mediación norteamericana…………………………………….. Las Conferencias de Arica………………………………………… La nación en armas………………………………………………… En la Escuadra……………………………………………………… Preparativos bélicos de los aliados…………………………………. Movilización de la 1ª División……………………………………… Nubarrones allende Los Andes……………………………………. La Vanguardia estratégica………………………………………… Embarco del grueso del Ejército…………………………………. El gran convoy…………………………………………………… Marcha de la Brigada Lynch…………………………………….. El desembarco en Curayaco……………………………………… Concentración en Lurín…………………………………………… El ejército Peruano………………………………………………..
018 028 037 054 068 079 089 110 124 136 153 167 176 186 202 215 225 239 251 260 274 286 298 308 321 333
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XXVII. XXVIII. XXIX. XXX. XXXI. XXXII. XXXIII. XXXIV. XXXV. XXXVI. XXXVII. XXXVIII.
Reconocimientos de las líneas enemigas…………………………. Posiciones del Ejército Peruano…………………………………… Últimos preparativos en el ejército Chileno………………………. Orden de batalla del Ejército Chileno…………………………….. En demanda del enemigo………………………………………… San Juan………………………………………………………….. Chorrillos………………………………………………………… Al día siguiente de las batallas…………………………………… La línea de Miraflores…………………………………………… Batalla de Miraflores……………………………………………. Entrada a Lima; ocupación del Callao………………………….. Fin de la tercera Campaña……………………………………….
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343 353 362 376 394 404 416 425 434 443 457 470
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BIBLIOGRAFÍA. (Continuación de los Tomos I. y II.) LA GUERRA ENTRE EL PERÚ Y CHILE (1879 – 1883), por el Mariscal don Andrés Avelino, Cáceres. – Editora Internacional. Madrid, Berlín, Méjico, Buenos Aires. 1928. MANUAL DEL SOLDADO, por el teniente coronel don Carlos Lluncar. Litografía e Imprenta T. Scheuch, Calle Amazonas 183, Lima. 1927. LITERATURA MILITAR, por Hermógenes Pérez de Arce. Imprenta y Litografía, Esmeralda. Santiago 1901. CHILE EN LA GUERRA DEL PACIFICO, por el R. P. Benedicto Spila de Subiaco. Tipografía Antigianelli de San Giuseppe. Roma. 1887. IL PERÚ E I SUOI TREMENDI GIORNI, por E. Perolari – Malmignati, secretario de la Legación Italiana en Lima. (Durante la guerra). Roma. 1884. VIAGGIO DELLA GARIBALDI, por el doctor R. Santini, médico de la nave. (Durante la guerra). Roma. 1885. GLOSARIO ETIMOLÓGICO, por fray Pedro Armengol Valenzuela, arzobispo de Gangras. Dos volúmenes. Imprenta Universitaria. Santiago. 1918. MEMORIAS MILITARES DEL GENERAL DON ESTANISLAO DEL CANTO, con un prólogo de don Carlos Silva Vildósola. Imprenta La Tracción. Santiago. 1927. CORRESPONDENCIA DE DON ANTONIO VARAS, SOBRE LA GUERRA DEL PACIFICO. Imprenta Universitaria, Santiago. 1918. RECUERDO DE UNA MISIÓN EN EL EJERCITO CHILENO, por el teniente de navío de la Marina Francesa, Agregado al Estado Mayor General del Ejército Chileno, en la campaña de Lima.Paris 1880. CRÓNICAS DE LA MARINA CHILENA, por el Almirante D. Alberto Silva Palma. Santiago.Talleres del E. M. G.- 1913. REPLICAS A LA PSICOLOGÍA DEL MILITAR PROFESIONAL, DE A. HANNON, por Raimundo Ibarra y Pedro Onetti.- Montevideo. Imprenta del Siglo Ilustrado.- 1907. CUADRO GENERAL PARA EL TERMINO DE DISTANCIA JUDICIAL, CIVIL Y MILITAR, DENTRO DE LA REPUBLICA Y AUN DEL EXTRANJERO, por don Segundo Briceño y Salinas – Lima, 1927. MEMORIA DEL EX MINISTRO DE LA GUERRA, DON JOSÉ FRANCISCO VERGARA.Santiago.- Imprenta Nacional.- 1881.
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Juicios Críticos relativos a Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacifico Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico Por Francisco A. Machuca (Captain) Teniente Coronel retirado Nada es más interesante para nosotros que la lectura de asuntos guerreros en mar o en tierra; nada es más digna de admiración que la vida de los próceres de la independencia; nada es más grandioso que el recuerdo de los héroes. Nuestra actitud, de suyo pacífica y eral ientos a, no tarda en transformarse en pugnaz actitud cuando hay algún resquemor antipatriótico. Nuestro amor a la Patria es inmenso. Está en la sangre, y ello, es herencia de nuestros antepasados. Gústanos escribir historias y las leemos con fruición, y esto es también tradicional y legendario: Ercilla, con su “Araucana”, nos trazó el camino; de lo cual resulta que Chile es el país de América más fecundo en historiadores; la constelación es considerable: entre tantos, se destacan con más brillo y magnitud Barros Arana, Amunátegui, Vicuña Mackenna, Crescente Errázuriz, Búlnes, Sotomayor Valdés y Medina, que es el insigne polígrafo viviente de la Historia Hispanoamericana. Las bibliotecas y archivos nacionales registrados han sido con empeño singular, con lecturas frecuentes, con la compulsa más minuciosa de innúmeros documentos, a la clara luz de las disquisiciones y de la cronología; pero, ¡cuánto queda aún por investigar, cuánto por decir, cuánto por rectificar! Ahora ha comenzado el examen de valores en la historia: se hacen nuevas investigaciones, se descubren nuevos documentos, resaltan nuevas figuras, que estaban menoscabadas en sus reputaciones o enredadas en el telar de ciertos historiadores acelerados. Razón hay, y grande, para leer, ineludiblemente, las nuevas obras históricas que salen de las estampas tipográficas, ya en América, ya en España, porque todas se aúnan y se compenetran, formando el común acervo historial político, civil, religioso, idiomático y racial, Estas y otras reflexiones nos hemos hecho, al terminar la lectura de los dos primeros tomos de “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, por don Francisco A. Machuca, quién, a pesar de su avanzada edad y de haber trabajado tanto en el Ejército, en el profesorado, y en el periodismo, se consagra ahora a escribir esta obra de mérito enorme y de interés trascendental para la República. Como avezado militar y veterano del 79, como actor y testigo ocular en el teatro mismo de la guerra del Pacífico, desde más de 30 años atrás ha venido, con sagacidad y paciencia de benedictino, leyendo, investigando y acumulando materiales para su obra, no obstante de publicar, en diversas ocasiones, otros trabajos de relación y crítica militar, firmados con el seudónimo de Captain, autor de “La Guerra Anglo Boer”, de “La Guerra Ruso – Japonesa” y de “La Gran Guerra Mundial de 1914 a 1917”.
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La obra que nos ocupa en esta bibliografía está dedicada a S. E. el Presidente de la República, general don Carlos Ibañez del Campo. Los dos tomos son voluminosos, de nutrida lectura y exornados con muchos mapas y planos estratégicos; estos últimos hechos de ex profeso, para esta publicación por el inteligente y distinguido capitán de navío en retiro don Wenceslao Becerra Soto Aguilar, habiendo sido impresa con esmero en los talleres de la Imprenta “Victoria” de esta ciudad. El señor Machuca ha sido todo honradez, todo gratitud, todo prudencia al citar, las fuentes de sus informaciones históricas. Sus dos bibliografías comprenden 67 obras de consultas, que tratan de la Guerra del Pacífico, fuera de muchos manuscritos y documentos inéditos que ha reunido en su larga labor investigadora. Comienza por hacer la historia del límite que había entre Chile y el Perú, que era el desierto de Atacama. Se remonta al año 1740, en que el rey de España ordenó levantar la carta de las costas de Chile entre los grados 38 y 22 de latitud sur. Reseña minuciosamente los tratados y convenios hechos en diferentes épocas hasta la víspera de la declaración de la guerra al Perú y Bolivia. Conocedor perfecto de nuestro idioma, como que ha sido profesor de castellano y de latín, el señor Machuca escribe con toda corrección, empleando un estilo cortado, conciso, pero vivo y pintoresco. Narra los preparativos de la guerra, ya de parte de Chile, ya del Perú y Bolivia, la ocupación de Antofagasta, la toma de Calama, los preparativos bélicos y la organización del ejército; pero las páginas más emocionantes del libro son las que dedica a relatar y describir el combate naval de Iquique. ¡Con qué sencillez y claridad nos pinta a la imaginación aquel vasto escenario en el mar, en el amanecer del día 21 de Mayo, que fue terso y brillante, bajo un cielo de purísimo azul, sobre la esplendente llanura de las aguas, que apenas ondeaban en leve murmullo! Parecía que la Naturaleza ostentaba sus más ricas galas para presenciar el heroísmo y el sacrificio de Prat y sus intrépidos compañeros en tan magno combate homérico, “que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros”, recordando la célebre frase cervantesca. Esas páginas no pueden leerse sin sentir la más honda emoción y sin que las lágrimas furtivas asomen a los ojos. Ese combate, naval, que trazó el camino de nuestras victorias y de nuestras más puras glorias, causó asombro en el mundo, y el mundo nos ensalzó y nos hizo justicia en la noble causa que defendíamos con nuestros débiles barcos y con nuestra tajante espada; y, sin embargo, no ha mucho, un mal hijo de la América libre tuvo la avilantes de ofendernos por este glorioso triunfo, ¡y así fue su castigo para vergüenza suya! El resto del libro se ocupa de las operaciones marítimas chilenas y peruanas, de la batalla de Angamos, del asalto a Pisagua, hasta terminar la cruenta campaña de Tarapacá. Su autor a veces rectifica errores geográficos, dice las desavenencias que había entre algunos jefes, los vaivenes de la política del Gobierno de entonces y de los partidos, juzga a hombres y acontecimientos con miras elevadas y justas, y ameniza el relato, en ambos tomos, con dichos del pueblo, de soldados en campaña, con anécdotas divertidas, en que el folklore campea a cada paso a flor de labio.
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En el tomo segundo, hallará el lector mayor interés en el relato, y gran acopio de documentos, que en verdad asombra la acucia del autor en la búsqueda y reunión de tantos curiosos pormenores que los va entretejiendo en la malla prodigiosa de su obra. Después de 48 años, aquellos sucesos aparecen ahora narrados con suma viveza y colorido. En ninguna de sus páginas se encuentra la aridez de la historia documental de Ahumada Moreno, ni el tecnicismo, ni la disconformidad de datos del coronel asimilado, y pro eral de la Academia de Guerra señor Eckdahl. El señor Machuca narra, pues, con llaneza la situación en que se hallaba Chile ante el conflicto Perú – boliviano: de encontrarse indefenso, casi sin ejército, sin escuadra eficiente, en presencia de la superioridad bélica del enemigo; cuenta los trabajos que originó la reorganización del ejército y de las unidades navales; la sangrienta expedición sobre Pacocha y sus espléndidos resultados para las armas chilenas; pero ¡ay! Con las pérdidas irreparables de Thompson, de Goicolea, de Ramírez, Garretón y Cuevas, cuyos restos fueron traídos a Valparaíso, y, en seguida, llevados a Santiago, con el homenaje más grandioso y solemne ¡que merecieron aquellos héroes. Muchos discursos se pronunciaron en sus inhumaciones. Don Benjamín Vicuña Mackenna dijo en aquella ocasión, estas frases elocuentes: “¡Héroes de Chile! En la cima del monte y de la ola, luce la estrella de la Patria ausente, que al morir vosotros, destelló en la bóveda del cielo el rayo, de luz que hacia él todavía os guía. ¡Héroes de Chile! ¡Sea vuestra memoria enaltecida más allá! De la montaña… más allá de los siglos!”. Son muy interesantes las páginas que dedica a la batalla de Los Ángeles, en las cuales estudia el plan estratégico y la actitud que asumió entonces el general Baquedano, tomando como suyas las apreciaciones científicas y profesionales del coronel Eckdahl. En seguida intercala el acalorado debate que se suscitó en la Cámara de Diputados en 1880, con motivo de haber presentado el Supremo Gobierno un proyecto de ley que concedía al Ejército y la Marina, el uso de una medalla por las campañas de Tarapacá y Tacna. En aquellas sesiones se oyó, con indecible emoción, la palabra cálida, elocuente, arrebatadora de don José Manuel Balmaceda, de nuestro ex Presidente Mártir. Ningún chileno podrá jamás olvidar esta parte de su discurso: “¡Cuántos episodios guerreros en aquel día de imperecederos recuerdos! ¡Ah, señores, si en vez de escribir los hechos a grandes rasgos, los hiciera desfilar en detalle, acaso se despertaría junto con nuestra gratitud toda la admiración que los buenos tributan a las buenas acciones! Evocaré algunos. Ramírez acomete al enemigo, al frente de su regimiento. Una bala le destroza un brazo; bañado en sangre, continúa mandando, como si el dolor no afligiera su espíritu y como si la sangre no postrara sus fuerzas. Herido nuevamente, cae de su caballo, más no cae de su energía; continúa mandando y continúa combatiendo. Arrastrado a un edificio donde se hace fuerte con algunos soldados, exhorta a sus gentes, les estimula al sacrificio, y acompañado de sus bravos y hasta de sus cantineras, perece en medio de las llamas, cuyos resplandores alumbran para siempre aquella figura inmortal… ¿Son éstas las páginas que se querría arrancar de nuestra historia? Si el sacrifico de Prat y compañeros fijó a nuestros marinos el rumbo
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del heroísmo, la pujanza, el indomable brío de Ramírez y sus compañeros mostraron al Ejército el camino de la gloria… Puede matarse a nuestros soldados, puede abrasarse en llamas a nuestros jefes, puede aniquilarse a nuestro Ejército; pero a los soldados de Chile, no se les vence, ni se les derrota jamás!...” Para abreviar, decimos que el segundo tomo termina con los capítulos sobre “La batalla de Tacna”, “Después de la batalla” y “El asalto de Arica”. Como corolario de la campaña de Tacna, agrega los capítulos “Reminiscencias históricas” y “Abnegación y caridad”. En el primero, señala el señor Machuca muchos errores históricos hace rectificaciones y ataca ciertas apreciaciones de algunos historiadores. En el segundo, lamenta la destrucción del archivo del Tribunal de Cuentas, de “incalculable valor histórico, en especial respecto al movimiento de fondos durante la campaña”; trata de la movilización de las ambulancias chilenas, peruanas y bolivianas; de la actitud que asumió la Masonería durante la guerra; de la madre chilena, que motiva conmovedores episodios; y pone un broche de oro final a su relato con la inserción del hermoso artículo de Vicuña Mackenna: “¡No soltéis el Morro!” Además, hace completa justicia a Escala, Arteaga, Williams, Stuven y otros jefes de nuestro, Ejército: resaltan sus figuras, sus actividades, su valentía, su patriotismo. Para la mujer chilena tiene párrafos que conmueven: se distingue por la belleza, bondad, valor en las horas de peligro, de lucha, de sacrificio, siempre amante del esposo y de sus hijos, con sublimes abnegaciones. No olvida tampoco al clero chileno, que le correspondió desempeñar un papel importantísimo en aquellas prolongadas y sangrientas campañas: ahí se ve al sacerdote ejemplar, lleno de fe, de sentimiento humanitario, de sagrada unción evangélica, asistiendo a los heridos e infundiendo valor a las huestes defensoras del honor y de la libertad de la patria. Nada, nada absolutamente ha olvidado el autor en sus extensas narraciones. Con su peculiar estilo, ora enérgico y vibrante, como descarga de artillería; ora delicado y tierno, como el canto quejumbroso del ave, cuando el asunto lo requiere; narra, describe, diserta, censura, rectifica, ensalza, glorifica. En todo, el relato hay vida y movimiento, proyectos en acción, hechos inesperados, órdenes y cambios de jefes, la balanza de la política en el Gobierno y en el Ejército, que sube y baja, en continuo vaivén, en medio de inquietudes y zozobras, conmoviendo o entusiasmando al país, tal como decía un poeta de que “¡el hombre es un péndulo entre una sonrisa y una lágrima!”. En resumen, esta historia, estas “Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”, que está escribiendo don Francisco A. Machuca, cuyo segundo tomo acaba de ver la luz pública, es obra altamente recomendable y digna de ser leída por chilenos y extranjeros y de ocupar sitio de preferencia en toda biblioteca, particular y pública, porque es la historia sucinta y verídica de aquella guerra, en que, por parte de Chile, tiene todo el esplendor de una epopeya, admirada ya por el mundo entero y cantada por los poetas; porque es una de las grandes glorias de “¡este noble Chile, como dijo Montalvo, el egregio pensador ecuatoriano, tan digna de la simpatía de los buenos, tan singular en honra, orden, valor y más virtudes!”.
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Leonardo Eliz. Valparaíso, a 26 de junio de 1928.
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico. (De “La Mañana”, de Iquique). Acaba de publicarse el II tomo de esta interesante obra, de que es autor el Teniente Coronel don Francisco A. Machuca. El expresado comandante hizo todas estas campañas y con una documentación acumulada durante varios años, de paciente labor, ha formado un cuerpo sólido de verdad histórica, que pone de relieve hechos ignorados o desvanece prejuicios tenidos hasta la fecha como artículos de fe. El II tomo abarca el período comprendido entre la conquista definitiva de la Provincia de Tarapacá y la caída de Arica, hecho culminante que entregó a las armas de la República, el dominio absoluto de la provincia de Tacna, desbaratando la Alianza Perú – Boliviana con la derrota de sus fuerzas en el campo de la Alianza. En 37 capítulos narra el autor en estilo fácil y sencillo las peripecias de esta importante época de nuestra historia nacional en que Chile entero, la nación en armas, hizo el esfuerzo necesario para destruir a los ejércitos del almirante Montero y del coronel Camacho, comandados por el generalísimo don Narciso Campero. Numerosos planos ilustran este tomo y en especial los de las principales acciones de guerra y algunas ilustraciones de hechos culminantes como la fotografía tomada el día siguiente de la batalla de Tacna, de un piquete chileno encargado de enterrar muertos, amigos y enemigos, caídos en la acción del 79. Esta fotografía destruye la falsa acusación hecha por la prensa peruana de que el ejército chileno, no se preocupó de dar piadosa sepultura a los cadáveres que sembraban el campo de batalla y que sirvieron de pasto a las aves de rapiña. Este II tomo hace una relación detallada de los importantes servicios prestados por la sanidad militar, de incalculable valor. Se da también a conocer los trabajos de la masonería para mitigar los horrores de la guerra y de la conducta fraternal de los masones de Chile, con respecto a los miembros de la Orden que se batían en las filas de la alianza. El libro está dedicado a su excelencia el Presidente de la República, cumpliendo el autor un deber de gratitud para con el primer magistrado, merced a cuya benevolencia ha podido publicarse este libro. Adorna a la portada un acabado retrato de su Excelencia el General Ibañez, hecho a varias tintas por los talleres de la Imprenta Victoria, editora de la obra. Dada la importancia de “Las Cuatro Campañas”, no dudamos que este segundo tomo tendrá la misma aceptación que el primero que se hizo acreedor a calurosos y lisonjeros aplausos de los profesionales, que han calificado el libro del comandante Machuca, como una obra de crítica militar.
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Señor Francisco A. Machuca. Viña del Mar. Mí estimado compañero de armas y amigo: Quiero empezar ésta manifestándole mi más vivo reconocimiento por haberme proporcionado el placer de saborear su obra “Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico”. Permítame, ahora, darle de grosso modo, la impresión que me ha dejado la lectura, hecha de un tirón, sin soltar el libro de las manos, a causa del interés más y más creciente que ella me producía. Así como Manuel Concha levantó un monumento a la historia patria, Ud. Mi amigo, honrará las letras nacionales con su trabajo tesonero, por su dedicación laboriosa de juntar materiales durante veinte años. Al leer los primeros capítulos, me imaginé que se trataba de una crónica minuciosa y detallada de la situación producida por la declaratoria de guerra del Perú y Bolivia: la narración tan viva y animada que hace su pluma, trasporta a esos instantes inolvidables, verdadera explosión de patriotismo que conmovía todos los corazones de norte a sur de la República. Pero poco a poco el autor se va deslizando en la historia general de la guerra, con hechos bien circunstanciados y documentos. En narraciones sobrias, con vigorosas pinceladas, narra el avance de nuestras tropas en el territorio enemigo, exponiendo los acontecimientos con toda verdad. El asalto a Pisagua, las marchas en el desierto, la concentración en Dolores, la acción de Germania y las batallas de San Francisco y Tarapacá, están referidas en todos sus detalles y relieves y con juicio técnico, profesional, a tal punto que la creo la mejor exposición hecha hasta el presente, de la odisea militar de 1879 con la más absoluta imparcialidad. Esto proviene, de que el autor narra lo que vio y observó personalmente; lo que oyó decir y comentar al calor de los hechos recientemente ocurridos por los mismos actores, en los comentarios de los campamentos; a lo que ha agregado documentos valiosos, como las órdenes del día de los comandos y los diarios de campaña de algunos jefes y oficiales, redactados íntimamente como meros recuerdos, sin pretensiones de publicidad. El lector encontrará aquí muchos detalles que servirán para aclarar puntos oscuros o dudosos cuya explicación no se encuentran, ni en documentos oficiales, ni en los historiadores de la campaña; especialmente Búlnes que no es justo con los jefes del ejército que actuaron en la guerra, concretándose al panegírico de S. E. don Aníbal Pinto, en torno del cual todo se mueve armónicamente, cuyas memorias le han hecho cambiar la realidad de los hechos. A esto debe agregarse el papel o actuación siempre perturbadora y en momentos nefasta, del elemento civil enviado con grados elevados o simplemente de intrusos al amparo superior. Y naturalmente, estos perturbadores, trataron de sincerarse en sus
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diarios de campaña, de los males efectivos hechos al ejército, y al país, documentos que forman la base de la historia del señor Búlnes. Por lo que he leído, considero al compañero Machuca, como el más exacto historiador de la campaña; y lo felicito por el doble motivo, de comprovinciano y de oficial del Coquimbo. Su libro es digno de los antecedentes de Captain, tan conocidos en el país por los artículos militares de la Gran Guerra, la ruso japonesa y la Anglo Boer. Guillermo Arroyo. General en retiro. Santiago, Marzo de 1928.
Las Cuatro Campañas de la Guerra del Pacífico Por Francisco A. Machuca (Captain). Veterano del 79, Teniente Coronel Retirado, Ex –Inspector del Liceo de La Serena.
Hace muchos años que conozco al coronel Machuca, tantos que yo no tenía más de once. El era inspector de internos del Liceo de La Serena, y yo alumno de la segunda de preparatoria. El me castigó duro varias veces, y yo… no escarmenté. Penetramos en tiempo más de seis años y se nos vino encima la guerra. Yo no pude ir a ella: no quiso admitirme en el Coquimbo Nº 2 su jefe, ex vice rector, don Bernardo Argomedo. “Muy chico y muy enfermo, me dijo en el cuartel de Ovalle. Váyase por aquí a su casa y acuéstese”; y me empujó afectuosamente hacia la calle. Machuca, que no tenía buena salud pero sí una tenacidad de acero, ya se había ido a la guerra y en ella peleó hasta el fin; y así pudo escribir su historia como testigo o muy poco menos de lo que relata, como lo acabo de comprobar leyendo en su libro la marcha del ejército de Pacocha a Tacna, trayecto que anduve y desanduve diez años más tarde, y no en busca de enemigos con quien pelear, como el autor de esta historia, sino de plata, oro y cobre, que eran pocos, y de carbón, que era mucho y de muy buena calidad y que serpentea desde Moquegua hasta las goteras de Arequipa. ¡Qué distinto de otros historiógrafos del mismo tema, que no vieron nada de lo que relatan y que si no anduvieron los campos de batalla en medio de las balas, como Machuca, tampoco se dignaron hacerlo después! No es Machuca como, los historiadores a que me refiero arriba sin nombrarlos, y por no serlo, entra en materia como Pedro por su casa, como quien está familiarizado con el tema: antecedentes, teatro y hechos, aunque no tanto con las personas. El debió actuar por los campos de batalla desde los veinticinco años de su edad, muy poca para tratar de cerca o íntimamente a los grandes macucos que iban a la guerra.
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Refiere esa historia cómo la guerra se nos vino encima ostensiblemente, sin ningún recato de los propagandistas, particularmente de la prensa, y le salimos al encuentro en mangas de camisa, tomándoles Antofagasta. Y si no lo hubiéramos ocupado, pocos días después, no bien Chile hubiese declarado, la guerra, el Perú habría traído allí su escuadra, dando tiempo a Bolivia a que moviese sus tropas hacia su único puerto hábil y las operaciones militares habrían tomado un sesgo muy diverso. En este caso, el 21 de mayo, habría acontecido en Antofagasta; pero la “Independencia” no habría tenido en qué encallar. Estas conjeturas y reflexiones no se contienen en la Historia en comento; nos las hacíamos menos de diez años más tarde en La Paz, con el general Zapata, jefe político del litoral cuando la toma de Antofagasta. Afirmado el Perú en el litoral boliviano, habría sido difícil para Bolivia hacérselo abandonar. Tal vez habría habido un cambio por otro puerto de más al norte y sin salitre, Arica, sin duda. No hay que olvidar que Daza era el dictador de Bolivia, y que con el cable que le anunciaba la guerra en el bolsillo, no interrumpió la orgía del Carnaval. El Perú tenía no pocos estadistas, los que, aunque pervertidos por el salitre y el guano, aun veían más lejos que los nuestros, que en seis años ni siquiera vislumbraron el tratado Perú boliviano del 73, no ignorado por ningún político de fuste peruano o boliviano ni por muchos, muchísimos argentinos, como es sabido. Por recobrar del Perú su puerto, no habría Bolivia hecho más de lo que hizo para quitárselo a Chile: poco más que nada. Hace cuarenta años que periódicamente amenaza al Paraguay con hacer un estraga en él si no le devuelve ciertas tierras que disputan. En 1889, recién llegado a La Paz, leí en “El Imparcial”, diario de los Ascarrunes redactado por Zoilo Flores, dos artículos de fondo: uno maldiciendo al Araucano porque había violado a la Virgen de América, y el otro amenazando a los paraguayos con el exterminio por haber puesto la mano en la misma virgen. Han pasado cuarenta años y la expedición punitiva prometida no se ha columbrado por los guaraníes. Por este lado, tampoco. Cosa parecida, aunque con mayor fundamento, habría sucedido con Antofagasta si no hubieran el Perú y Bolivia celebrado, el pacto del 73, o le hubiera aquel país considerado nulo después del 74, como lo quería Prado; pero convencido el Perú que el monopolio del salitre valía la pena de vencer a los chilenos, no quiso la paz sino guerrear con ellos. Todo eso lo cuenta, explica y comenta con claridad, concisión y lógica el Señor Machuca, porque, parece, que en el cuartel aprendió a razonar y olvidó raciocinar que es enredar y estorbar, como en el régimen parlamentario sin freno. En consecuencia, un extranjero que desee imponerse pronto y bien de los orígenes de esta guerra, la mejor fuente es la historia del Señor Machuca. No necesitaría más de dos horas de lectura del primer tomo. Toldo lo que el autor afirma lo prueba, y lo que niega también. “Libro de tesis” llama a esta historia el Señor Araya Bennett, y no le falta razón, como tampoco carece de ella el Señor Machuca al inclinarse con poco pudor a los militares. Si Captain hubiese escrito su libro, palpitante aún la Guerra, no le habría
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cargado la mano a los civiles, que desde entonces acá se han hecho querer tanto, que al país no se duele de que los militares se hayan posesionado del Poder. Hemos andado en el tiempo casi medio siglo, y los militares crecido mucho por obra de la Revolución del 91, de la labor de Körner y cooperadores y continuadores, y por el no contenido empequeñecimiento de los civiles, sobre todo del XXI acá, hasta culminar en la imprescindible asunción al poder de los militares. Envuelto en esta atmósfera ha escrito su obra Machuca. El ejército de línea cuando estalló la guerra era proporcionado al país, a su población y recursos: poca cosa. ¿Había uno que otro oficial instruido en Europa y alguno que olió la pólvora allá mismo? Perfectamente; pero para trasmitirle su instrucción y experiencia a sus subalternos, habrían necesitado mucho tiempo, escuelas y campos adecuados, armamento moderno, etc.; y en cuanto a la práctica, mejor la tenían los aliados en sus revoluciones y quimeras que nosotros con los araucanos, ya que no podían enseñarnos el valor, común a todos los chilenos, indios o no. Siendo tan poca la ciencia militar de nuestro ejército en aquella sazón, no es de sorprendernos de que los civiles, pertenecientes también a la misma raza heredera de la ciencia infusa, quisiesen manejar la guerra en su propio teatro, y planeasen campañas, batallas y escaramuzas; pero como quiera que fuese la intervención de los civiles en las operaciones bélicas, desde los dirigentes más copetudos abajo, tenía necesariamente que ser inferior a la de los militares, porque más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena porque estaban o debieron estar en su elemento; y todavía, en aquellos tiempos, la cordura de los civiles estaba muy perturbada por la politiquería, a lo menos en las alturas, y hasta por las divergencias religiosas. A Riveros y a Escala, por ejemplo, se les empequeñeció, desairó y anuló porque querían divinizar demasiado lo humano, lo que en campaña no era aceptable, según aquellos civiles. La guerra, provocada con tanta alharaca por los peruanos, y no vista más a tiempo por la miopía chilena, nos sorprendió al natural, sin aderezo alguno y, por cierto aspecto, en paños menores: a los civiles, con su idiosincrasia mestiza, y a los militares... con la misma, y todos ponderados por el choque eléctrico del patriotismo. Entre los aliados acontecía cosa parecida, aunque el ruido militar era más fácil de producirse en ellos por la frecuencia con que se iban a las manos los bandos políticos, que improvisaban himnos y cantatas de los que encabritan los nervios e irritan las meninges hasta alborotar los más dormidos instintos. Ellos habían hecho mucho más uso de la pólvora que nosotros, que no habíamos de proveer de ella a nuestro secular enemigo, el indio araucano para que matase a nuestros soldados con menos peligro y con más expedición. Teníamos que preferir el arma blanca: lanza, bayoneta, sable y corvo. A tantos años de la guerra que historia, con más de setenta a cuestas, encorvada la espalda, pálido el rostro y casi cubierto de nieve, y los ojos tristes y mirando tanto por adentro como por de fuera y con no se qué indefinible ansia interrogante, Machuca se restriega las manos con fruición y se relame, el mostacho al describir una carga de caballería, un ataque a la bayoneta o una arremetida a corvo. Eso, era lo decisivo, lo que daba indubitablemente el triunfo, lo que ajustaba a plena satisfacción de nuestros
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soldados las grandes cuentas pendientes con sus enemigos. Todo modo de pelear que no fuese leal se vengaba durante la acción a sable, bayoneta o corvo. Con la poca cultura militar que alcanzábamos, con un enemigo que no nos presentaba batallas campales y con el que jamás peleamos a la defensiva, la estrategia ni la táctica debieron de ser geniales. Acá, en nuestra América, no cabían genios ni hacían falta; no había una sola célula de que pudiese brotar un Napoleón. Más tarde, mucho más tarde la inconmensurable infatuación mestiza quiso forjar algunos genios del tipo napoleónico, agrandándolos y desfigurándolos con astillas arrancadas al Coloso; pero nosotros, los chilenos, a lo menos hasta terminada la guerra del 79 no incurrimos en esa insensatez; sólo después de la Revolución y en el período funesto que se inició en 1921, hubo mentecatos que con estirarse a hurtadillas el copete frontal, después de disolver una huelga, creían que se parecían como un dedo al otro, al Gran Genio. Siendo el medio inadecuado, los generales no podían superarlo: no podía dar peras el olmo. Si los peruanos o los bolivianos hubiesen tenido alguno superior a su época, es decir, a su medio, que era tal como el nuestro, desde el comienzo de nuestra campaña de Tarapacá nos habrían despedazado; y les conquistamos esa provincia porque Escala y coronel Sotomayor, por donde se les mirase, eran superiores a Buendía, Villegas y Suárez. En la ocupación de Tacna y Arica aconteció otro tanto: Baquedano, que no sabía de grandes concepciones estratégicas e ingeniosas jugadas tácticas, como cualquier caballero medieval, se puso al frente de sus huestes y avanzó sobre el enemigo hasta rendirlo. ¡Qué hermoso modelo de guerrero nacional fue Baquedano! A él deparó la suerte a nuestro país para que lo salvase; él fue derecho, imperturbable a la victoria, despreciando miserias, desviando con la suela de la bota las zancadillas; sordo a los gruñidos de los lobos y zorros y, sobre todo, a las venenosas caricias de las alimañas domésticas que lo rodeaban para que los cobijara bajo su ala inquebrantable. Serio, a veces hasta adusto; de poquísimas palabras, infatigable, de probidad no igualada por ninguno, hasta rayar en la honradez absoluta, sólo sabía vencer, y para alcanzar la victoria, peleó como se sabía pelear en su país. Si los aliados hubiesen tenido un general como, Baquedano, nos habrían detenido, por lo menos, en nuestra marcha triunfal hacia el norte. Es una necedad jactanciosa y pueril decir que nuestros enemigos fueron cobardes. Sáquese la cuenta de las bajas que tuvieron en las batallas que pelearon con nosotros y se verá que fueron iguales y aún mayores que las de las grandes batallas europeas entre los primeros generales y soldados del mundo. Pues bien: a ese gran soldado, cuyo nombre debe pronunciarse con veneración, los civiles, palpitante aún el vencimiento del Perú, le regatearon en sus barbas la gloria. A Baquedano, que no tenía ambiciones, por más que los conservadores trataron de atizárselas para oponerlo a Santamaría, le dijeron en su cara que su espada la habían manejado ellos desde Santiago. San Martín y O’Higgins, precursores de Baquedano, hicieron bien en expatriarse después de la victoria.
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Cuando discurro, como lo estoy haciendo es porque le doy la razón a los historiógrafos de la Guerra del Pacífico que se inclinan a los militares, porque, en resumidas cuentas, fueron armada y ejército los que la ganaron en constante cooperación con los civiles, que no observaron siempre el decimoprimero mandamiento: NO ESTORBAR. En fin, señor Captain, esa Guerra del Pacífico en que Ud. Peleó, la hicieron contra peruanos y bolivianos todos los chilenos, civiles y militares, y se desarrolló con todas las tachas añejas a países atrasados, no con relación a sus colegas de Ibero América, sino a la Europa Central. Pero, como en guerra entre estos países, Chile se desempeñó por modo insuperable. No se olvide que estábamos desprevenidos, desarmados, pobres, y que desde el primer momento hasta Huamachuco, hizo Chile una guerra ofensiva por caminos y climas de los peores del mundo. Los errores cometidos por los victoriosos son bien poca cosa comparados con sus aciertos. Supieron vencer, y la Patria, sin hacer distingos póstumos, debe saber agradecer. Valparaíso, Julio 28 de 1928. PEDRO LEÓN PARODI (P. Lyon)
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CAPITULO I La situación del Perú después de la toma de Arica. Los derrotados peruanos se dirigieron por diversos caminos, a Puno, ciudad designada para la concentración de los fugitivos del Campo de la Alianza, en virtud del acuerdo del Consejo de Guerra celebrado en Tarata. Otros grupos, más pequeños, tomaron la dirección de Moquegua y Arequipa, a voluntad, porque no hubo disciplina para la unidad de la marcha. El almirante Montero distribuyó dos reales por cabeza a los jefes, oficiales y tropa, último estrujón a la Caja de la Comisaría de Guerra. Antes de abandonar a Tarata, el general en jefe del I Ejército del Sur, cumple con el penoso deber de comunicar al Supremo Gobierno, el desastre de las armas aliadas el 26 de mayo. Con franqueza y lealtad, eleva a la Secretaría de Guerra, el parte oficial de la batalla, sin comentarios, ni recriminaciones de ninguna especie. No culpa a nadie del mal éxito de la jornada. Expone: “El desgraciado resultado del 26 no se debe a la mala calidad de nuestras tropas, sino al excesivo número de nuestros enemigos. Tan cierto es que el ejército peruano ha luchado con bizarría, que de los doce batallones que tenía bajo mis órdenes, han muerto seis primeros jefes y un comandante general, cuyos nombres guardará con orgullo la historia patria”. El señor Montero estaba en la verdad. Cayeron sobre el campo, el jefe de la IV División coronel don Jacinto Mendoza; los comandantes de cuerpo, coronel don Samuel Luna, de los Cazadores del Misti; coronel don Julio Barriga, del Huáscar, Nº 13; coronel don Víctor Fajardo, del batallón Rimac; comandante don Carlos Llosa, del Batallón Zepita; (el 1º Jefe, coronel Cáceres mandaba la División); el comandante don Julio Mac-Lean, del Arica Nº 13; y el comandante don Samuel Alcazar, de la Columna Para. Muy distinta conducta observa el Prefecto don Pedro Alejandrino del Solar, al noticiar directamente a su amigo el Dictador Piérola, el resultado de la acción. Con ánimo ligero, echa sombras sobre la dirección superior de la batalla y culpa de la derrota al ejército boliviano, por su defección en pleno campo. Talvez el señor del Solar procedería por ofuscamiento, pues sus aseveraciones con respecto a la conducta de los jefes, oficiales y tropa del ejército del coronel Camacho son enteramente contrarios a la verdad. El mariscal Cáceres se encarga de desmentir, en sus Memorias, esta temeraria afirmación: “Nunca podrá decirse que en esta batalla faltó decisión y valor por parte de peruanos y bolivianos, pues todos igualmente cumplieron la misión honrosa que la Patria les encomendara, distinguiéndose los batallones Zepita y Colorados, que parecían rivalizar en denuedo, escribiendo así una nueva y memorable página en sus gloriosas tradiciones”. (“Guerra entre el Perú y Chile”, por el Mariscal Andrés Cáceres, pág. 73 y 74.- Editora Internacional)
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He aquí la comunicación del señor Prefecto del Solar: “Tarata, mayo 26 de 1880. (Reservada). En el campo han peleado nuestras fuerzas con valor heroico; pero los cuerpos bolivianos se dispersaron ante de los 10 minutos, de una manera incontenible; yo los he hecho lacear y he tratado de contenerlos a riendazos, y con revólver en mano; era imposible, nos hacían fuego. A un mayor boliviano llamado Marcial, después de abofetearlo para hacerlo regresar al combate, se arrodilló suplicándome que no lo obligara, ni lo matara; le hice arrancar las presillas que conservo en mi poder. Pero hay algo mucho más grave; cuatro días antes del combate, practicó el enemigo un reconocimiento bastante atrevido, y desde ese día mandó el general Campero llevar su equipaje y algunos víveres a Palca. El día del combate, él y los suyos, la primera orden que dieron, fue poner a salvo sus carpas y equipajes y hacerlos conducir en esa dirección. Terminado el combate, ha abandonado el campo antes que yo y muchos otros; y cuando llegué a la población, todo su empeño era salir en esa dirección. Designó primero el Alto de Lima, luego Pocollay; cuando estuvieron ahí, Pachía, y al llegar a este punto, me manifestó su resolución de irse a Bolivia, por Palca; entonces me separé de él, y seguí mi camino, con la fuerza que llevaba, para Tarata. Dos jefes lo acompañaron; hoy han regresado de Palca, y ambos me afirman que cuando llegó Campero, lo esperaban sus mozos con un magnífico equipaje y buenas provisiones. Las tropas bolivianas han hecho un saqueo devastador; por donde han pasado, se han llevado brigadas enteras, cargadas con cuanto encontraban y hacían fuego a los que se defendían. La segunda edición de San Francisco, corregida y aumentada. La opinión unánime en el ejército, y la mía, y la de todos, es no volver a pelear más juntos con los bolivianos”. Tan pronto como el señor de Piérola tiene cabal conocimiento de los hechos, se apresura a lanzar una ardiente proclama para levantar el ánimo de los ciudadanos y estimular el patriotismo de la Nación. Entresacamos de este documento, las partes más esenciales: “Conciudadanos: Nuestro patriotismo acaba de experimentar un severo golpe. El inesperado rechazo sufrido por nuestro I Ejército del Sur, originado por una serie de errores, que solo pueden explicarse por la impaciencia de nuestro ejército para encontrar al enemigo, ha dado a éste, con grandes pérdidas, la inútil ocupación de Tacna y Arica, después de la más heroica y memorable resistencia.
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Un pueblo firme y severo que siente que merece el triunfo, recibe con orgullo, como lo hace el Perú, estos golpes que solo desalientan a los débiles. Está bien. Con el pesar con que contamos nuestras víctimas, se forjará la espada de la justicia con la cual expulsaremos a nuestros invasores. La sangre derramada clama venganza y la tendrá amplia y completa. El ejemplo de nuestros mártires hará brotar soldados a millares por todas partes, y no hay uno solo en el Perú, que no se sienta orgulloso de ello. …………………………………………………………………………………………….. Que quemen, que arrasen nuestras indefensas poblaciones, que talen nuestros campos, si pueden; estamos resueltos a todo, no renunciaremos la vindicación de nuestro derecho, no cederemos una pulgada de nuestro suelo, no aceptaremos la paz que nunca serán capaces de imponernos. Compatriotas: Me habéis confiado la recuperación de los derechos nacionales pisoteados sin siquiera pretexto. Mi deber es por lo tanto, perseguir la recuperación de nuestros derechos sin descanso, perseguirlos a cualquier costa, perseguirlos hasta obtenerlos. Me sostienen 6.000.000 de hombres, y cuando yo caiga, la fortuna, que me podrá impedir presenciar el triunfo de mi país, no me podrá impedir, no, el derecho de morir en su defensa. La justicia está de nuestra parte. La victoria jamás abandona a los que, combatiendo por su honor y su patria, se hacen dignos de ella, por su resolución y sacrificio. Lima, junio 13 de 1880.Nicolás de Piérola. La palabra del Dictador ejercía influencia en las masas populares, que le creían predestinado a lavar la vergüenza de las derrotas, arrojando del suelo patrio al odiado invasor. Los pierolistas, proscritos del poder durante algunos años, se agrupaban en torno del jefe; alababan su patriotismo, su actividad, y su bravura nunca desmentida; y el clero, veía en él, la sólida columna del partido conservador, por lo cual lo ensalzaba desde el púlpito, llamándole padre del pueblo y salvador de la Patria. El Dictador no se da un momento de reposo, para levantar tropas, adquirir armas, municiones y dinero para sostener la guerra y dictar medidas destinadas a levantar el sentimiento nacional. Por decreto especial, crea el Gran Libro de la República, para consignar en él los hechos más notables, realizados por los hijos del Perú; en sus páginas se estamparán sus nombres, por orden cronológico, con expresión de las condiciones personales de los agraciados y el motivo de la distinción. El 28 de julio de cada año, se publicarán solemnemente en todas las ciudades del país, los nombres de los personajes inscritos, junto con los más notables precedentes.
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Los alumnos de las escuelas del país, leerán las efemérides en las respectivas fechas, y aprenderán de memoria las más notables; y los pedagogos tomarán de preferencia sus ejemplos en el Gran Libro para la educación de la juventud. Mientras tanto, los retratos de Miguel Grau, Elías Aguirre y Enrique Palacios, se conservarán en la sala de Sesiones de La Legión Peruana, condecorados, el primero con la cruz de acero de 2ª clase y los dos últimos, con la de primera; y se acuerda cruz de acero de tercera clase, al entonces capitán de fragata don Melitón Carvajal. Al término del proceso, se resolverá respecto a los tripulantes. La prensa, especialmente la limeña, secunda calurosamente la acción del ejecutivo para levantar la moral del pueblo y excitarlo a continuar la guerra, hasta obtener la victoria. La Patria de Lima de 2 de junio, decía en un editorial titulado ¡Adelante!: “Tal es la consigna del patriotismo retemplado con el valor de los reveses. Aún hay millares de hombres ansiosos de batirse con el más pérfido de los enemigos, de la patria; aún hay multitud de corazones capaces de los grandes sacrificios; aún hay ejércitos, en fin, que arma al brazo han esperado con impaciencia del patriota la hora suprema del peligro. Chile no puede soportar la prolongación de la guerra; sino le faltan recursos, le faltan hombres; y hombres y recursos le sobran al Perú para llevar la guerra o hasta el triunfo definitivo o hasta su desaparición completa. ¡Qué! ¿La generación presente no será digna de la generación pasada? ¡Adelante! Hagamos ver al mundo que los desastres no sirven sino para darnos lecciones en el camino de la victoria”. El Nacional de Lima se expresa con mayor energía en su editorial del 8 de junio. Después de exponer las desgracias ocurridas en el sur, agrega: “Cualquiera que sean nuestros presentimientos, no debemos dejarnos anonadar, ni ofuscar por ellos. Chile vencedor y poseedor de todo el departamento de Tacna, nos exigiría la paz: la paz, con el desmembramiento del territorio nacional; con el desmantelamiento de nuestras fortalezas; con la entrega o el desarme de los pocos buques que nos quedan; con el deber de pagar una indemnización; con la ocupación del territorio que se reconociese nuestro y, por sus soldados, como garantía del cumplimiento del tratado; el tutelaje, en fin de Chile ejercido sobre el Perú, hasta que nuestros nietos, después de 50 años de haber arrastrado las cadenas de una esclavitud ignominiosa, se decidiesen a recomenzar la lucha de hoy. Si nuestro país está destinado a sucumbir, sea en buena hora; pero que sucumba defendiendo su vida y su honor y no suscribiendo el mismo su sentencia de muerte. Que sucumba, después que Lima, Arequipa, Cuzco, Puno, y los otros grandes centros de la República hayan sufrido, como los departamentos de Tarapacá, Tacna y Moquegua. Que sucumba, cuando estemos reducidos verdaderamente a la nada”.
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El Dictador había anunciado públicamente, su intención de ponerse a la cabeza del ejército, en caso que los chilenos continuaran su avance hacia el norte. Ante del evento, dispone por decreto de 22 de mayo, que le subrogue como Jefe del Poder Ejecutivo, el ciudadano que él designe, asistido por los Ministros del Despacho. Si no le fuera posible hacer esta designación, la harán los Secretarios de Estado, dentro de las 24 horas. En caso de vacancia, se apelará al voto popular. Este decreto lleva la refrendación de los Ministros señores Pedro J. Calderón, de Relaciones y Culto; Nemesio Orbegoso, de Gobierno y Policía; Federico Panizo, de Justicia e Instrucción; Miguel Iglesias, de Guerra; Manuel A. Barinaga, de Hacienda y Comercio; y Manuel Mariano Echegaray, de Fomento. El mismo día, la Secretaría de Guerra promulga un decreto, por el cual se priva a don Mariano Ignacio Prado, del título y derechos de ciudadano del Perú y se le condena a la degradación militar pública tan pronto como sea habido. Dispone igualmente que los señores general Ramón López Lavalle, coronel José Rueda, capitanes de fragata Antonio Guerra y Antonio Pimentel, queden borrados del escalafón militar, separados del servicio e inhábiles en adelante para él. Las pensiones a que tenían antes derecho le serán pagadas en la lista civil. Así mismo separa perpetuamente del ejército nacional y borra del escalafón militar como indignos de pertenecer a la Institución, por cobardía, a los coroneles Manuel Velarde, Manuel A. Prado y Manuel E. Mori Ortiz, quedando privados de las pensiones y derechos de que gozaban, sin lugar a reparación. Por otro decreto, une a su carácter de jefe supremo, de la República, el de Protector de la Raza Indígena, título y funciones que llevará y ejercerá en adelante. Los individuos y corporaciones de esta raza tienen derecho para dirigirse directamente al Jefe del Estado, de palabra o por escrito y para denunciar todo atropello que le irroguen las autoridades o particulares. Además de los medios usuales de publicación, los párrocos darán lectura solemne a este decreto, a lo menos tres veces, en sus respectivas doctrinas. Además, se traducirá y repartirá en las lenguas quechua y aimará. El Dictador no desperdicia un momento para poner al país en estado de defensa. Ordena por telégrafo al almirante Montero que se traslade a Lima, entregando las tropas a sus órdenes al coronel don Justo Pastor Dávila. Efectuada la transmisión del mando, el almirante cruza el Titicaca en uno de los vapores del lago, y desembarca en Puno. De esta plaza continúa la marcha a la capital, por los departamentos del interior, en muchos de cuyos pueblos recibe tan marcada hostilidad, que las autoridades necesitan dar fuerte escolta a su persona. El Coronel Dávila llega a Puno como con 500 hombres, de los cuales 200 cargan insignias de jefes u oficiales. De estos, los veteranos, reciben orden de continuar viaje a Lima, por Cuzco, Huancayo y Oroya; el resto, con la tropa siguen por ferrocarril a Arequipa, en donde se les da de alta en el II Ejército del Sur.
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Piérola no hace distinción como antes, del color político de los jefes. A medida que arriban a la capital, les coloca en el ejército en puestos de confianza. Llama al coronel Cáceres apenas entra a Lima, le recibe cordialmente y le comunica su nombramiento para el comando de una División que se organiza en Huaral, al norte de Ancón, destinada a resguardar a Lima por esa zona. Cáceres se pone a la cabeza de la División, y durante cuatro meses organiza y disciplina esas tropas, hasta ponerlos en condiciones de batirse con éxito. Los coroneles Iglesias, Suárez y Dávila, veteranos que se baten desde el Departamento de Tarapacá, reciben sendas Divisiones, encargados de cerrar a los chilenos el camino de Lima. El ejército activo trabaja sin descanso; el Dictador se apresta para movilizarlo. Para ello, necesita ante todo dejar guarnecidas las plazas de Lima y Callao, libres de un golpe de mano. Decreta la formación de una Reserva, para esta tarea, a la cual dota de elementos bélicos suficientes para resistir cualquiera agresión. Empieza por declarar a la provincia de Lima en estado de Defensa Militar. Llama al servicio a la reserva movilizable y sedentaria, de dicha provincia. Los peruanos existentes en ella que no han cumplido sesenta años, ni sean menores de diez y seis, sin distinción de condición, clase o empleo, proceden a reconocer jefe, en el improrrogable término de quince días. Los individuos pertenecientes a la reserva movilizable y sedentaria, vacan diariamente y de hecho a toda ocupación ordinaria desde las 10 a.m. hasta las 2 p.m., debiendo presentarse de uniforme y en los lugares designados por sus respectivos jefes, con el fin de consagrarse durante dos horas a la instrucción y ejercicios militares correspondientes. Los talleres y oficinas de industria y tráfico comercial cierran de las diez a las dos de la tarde. Se exceptúan de este ejercicio, los clérigos, médicos, farmacéuticos, practicantes y empleados en el servicio de los hospitales, casas de beneficencia y sanidad militar. Así mismo los empleados de la administración pública correspondientes a las Secretarías de Guerra y Gobierno, y a la Prefectura del Departamento y subprefectura de la provincia. Los físicamente incapacitados para la toma de armas, serán dados de baja, posteriormente, por el tribunal de calificación que se establecerá al efecto. Los que no cumpliesen con reconocer batallón en el término prefijado o rehuyesen el cumplimiento de los deberes anexos al servicio a que son llamados, pasarán inmediatamente al ejército activo. Los extranjeros residentes en la provincia de Lima son invitados a constituirse y organizarse en cuerpos de la guardia urbana, destinada a guardar el orden y la propiedad mientras los ciudadanos se emplean en el servicio de defensa militar, pudiendo para ello, escoger y proponer los jefes y oficiales que deban comandarlos. Ningún habitante podrá dejar la capital ni salir fuera de la provincia de Lima, sin el respectivo pasaporte expedido por la autoridad militar, a menos de ser proveedores o
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transportadores de víveres, registrados como tales y provistos de la boleta correspondiente. Todo poseedor de armas está obligado, a presentarlas, en el preciso término de 15 días, ante la Prefectura, recibiendo por ellas un documento que acredite su entrega, a fin de recobrar iguales armas o su valor tan pronto como pasen las circunstancias actuales.Los que no cumpliesen con entregarlas o declarar su existencia en ajeno poder, serán considerados como traidores a la República y sujetos a las penas correspondientes a estos. Las fuerzas de defensa de Lima que no pertenezcan al ejército activo o a la reserva movilizada, usarán por uniforme blusa azul ceñida por cinturón de cuero, con tahalí y cartuchera, gorra también de paño azul, de visera derecha, y con el número del batallón en metal amarillo. El uniforme de los oficiales será el mismo, con la sola diferencia de llevar vivos blancos en la gorra y blusa y el número del batallón en metal blanco. Las insignias de clase en estos, será de paño rojo en los hombros y botamanga. La espada en tahalí, al cinturón. La tropa y oficiales de artillería llevarán vivos rojos, siendo blancos las insignias de clase en los oficiales; todo conforme a los modelos, que suministrará el Estado Mayor, de estas fuerzas. El señor Piérola está resuelto a formar un gran ejército para la defensa de la capital, cuyo sostenimiento exige fuertes desembolsos. Empieza por convertir en dinero las propiedades del Estado y Municipalidades, y los objetos muebles de fácil enajenación. Después, el Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, don Pedro José Calderón, se dirige al Arzobispado, solicitando en préstamos los tesoros de la Iglesia, con el único fin de cooperar a la defensa nacional, y bajo la solemne promesa del Gobierno de que esta deuda sagrada se pagará de toda preferencia y tan pronto como termine la presente guerra. Al efecto, dice el señor Ministro: “Urgidos de acumular nuestros recursos naturales, y no obstante los que nos vengan de otras fuentes, cree el Gobierno, que antes de apelar a los ciudadanos, debía dirigirse a V. S. Ilustrísima y Rdma., y en su persona al clero nacional, para demandarle la cooperación que inmediatamente puede darle con el tesoro de la iglesia, cuyo empleo en este caso no se apartaría de lo prescrito por sus propias leyes en casos tales”. El Ilustrísimo y Redmo., señor arzobispo, don Francisco Orueta y Castrillón, contesta en el mismo día, 27 de junio de 1880, manifestando que la convicción del Gobierno de que la Iglesia se desprenda de sus tesoros para salvar a la Patria, es también la del Arzobispado, la de los ilustrísimos obispos residentes en Lima, y de las más altas representaciones del clero de la capital, consultados por S. S., por lo cual “la Iglesia ofrece las joyas de sus templos, como tiene la seguridad de que las señoras ofrecerán las suyas, y los acaudalados una parte de su fortuna, todos algo, por pequeño que sea, para conservar limpia la frente de la Patria, y circundarla de nuevos laureles al fin de la jornada”.
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Después de haber conferenciado con los obispos del Cuzco y Arequipa, con el Venerable Capítulo Metropolitano, los curas rectores de la capital, los superiores de los conventos religiosos, y distinguidos miembros del clero, el señor Arzobispo decreta que los curas rectores, párrocos, superiores de conventos de ambos sexos, rectores de iglesias particulares, cofradías, asociaciones piadosas, entreguen al Gobierno, en calidad de préstamo, la parte de los objetos preciosos que no sea necesaria para la celebración decorosa del culto divino. La extenuación de los objetos necesarios o innecesarios, se hace por una comisión compuesta de los canónigos doctor don Manuel S. Medina, don Pablo Ortiz y cura del Sagrario doctor don Andrés Tobar. Dicha comisión recibe y avalúa los tesoros de la Iglesia peruana, la más rica de América, y los entrega bajo inventario al señor Antonio Berlín, delegado del Gobierno. Obtenidos los tesoros de la Iglesia, el Dictador se incauta de los legados del ex arzobispo doctor don José Sebastián de Goyeneche y Barreda, a favor de las ciudades de Lima y Arequipa. El señor arzobispo, por testamento de 31 de diciembre de 1871, protocolizado por el escribano público don Claudio José Suárez, deja 150.000 pesos a la ciudad de Arequipa y 50.000 a la ciudad de Lima, para obras de beneficencia y culto. El señor Piérola establece que el Jefe Supremo de la República, autorizado con facultades omnímodas, tiene por lo mismo las de legislador, al cual corresponde, en casos como el actual, declarar la voluntad interpretativa de los testadores, cuyas últimas disposiciones no han sido ejecutadas, y aún dar a las mismas una aplicación equivalente a la expresada en ellas, o que conduzca a mejor fin, tomando por norma el fin de la sociedad, que es la regla suprema a que todo debe estar en ella subordinado, mucho más si se propone hacer más tarde la aplicación específica de las mencionadas disposiciones, ordena hacer efectivos inmediatamente los 200.000 pesos de los legados, computándose en metálico, según el valor de la circulación monetaria en la época del testamento. Por esta razón, los albaceas entregaron cerca de medio millón de pesos de buena moneda. Los prefectos siguen en provincias el ejemplo del Dictador; recaudan los dineros de la iglesia y lanzan, en cambio, proclamas patrióticas para levantar el ánimo de los pueblos. Piérola trabaja con fe y comunica su febril entusiasmo a cuantos le rodean. El Perú se convierte en un inmenso campamento, en que todos los individuos hábiles, sin distinción de clases, ingresan a las filas. Dentro de su patriotismo, acepta los proyectos más descabellados, con tal que tengan visos de éxito. Concede recursos al capitán de ingenieros y antiguo oficial de la armada, don Pedro J. De Beauxjour, para fabricar un torpedo de su invención, que el inventor considera infalible para echar a pique a la armada chilena. Ensayado el artificio, falla por sus cuatro costados, como se dice familiarmente, se “chinga”, según la expresión de don José Joaquín Pérez.
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Alguien propone al Gobierno aumentar el andar de los transportes por medio de disparos no interrumpidos hacia delante de la proa, por tres cañones de retrocarga, bajo la línea de flotación. Desarrollando el proyectil con su movimiento una corriente de agua que sigue la misma dirección del buque, este encuentra mayor facilidad para moverse. El aparato no alcanza a funcionar, fracasa en los ensayos. Otro proyecto muy viable, consistía en someter a 100 voluntarios de cada batallón, a un entrenamiento especial de tiro, por cuatro o seis horas diarias, para que al entrar el batallón en combate, estos tiradores escogidos, a cubierto en fila exterior, apunten con tranquilidad, procurando echar por tierra un enemigo, cada cinco minutos. Se ejercitan estos voluntarios rifleros; se baten en Chorrillos y Miraflores; ignoramos con que resultados. Algunos agentes europeos, deseosos de obtener buenas primas, le comunican que en Francia se encontraban dos fabricantes del fuego griego, descubierto por unos frailes de Constantinopla en el siglo VI, y con el cual el ingeniero Asirio Colínico quemó con aquel líquido, al que daba mayor pábulo el agua, la flota de los sarracenos en tiempo de las cruzadas; agregaban que se podían adquirir los libros en que figuraba la receta de fabricación de tan terrible invento. Piérola ordena al representante financiero del Perú en Europa, don Toribio Saenz, radicado en París, Avenue d`Iena, 52, que le envíe algunas toneladas de dicho líquido, o al menos la receta de los frailes bizantinos, o al hombre o mujer que pudiera ejecutarla, pues le habían comunicado que existía una cierta viuda llamada Becoines, fabricante de semejante líquido. La siguiente nota oficial del Agente Financiero, comprueba la verdad de esta mistificación del Dictador, de parte de algunos explotadores que le vendieron el secreto: “Agencia Financiera del Perú en Europa, París, julio 31 de 1880. Señor Secretario: Oportunamente recibí la comunicación que se sirvió V. S., dirigirme el 18 de mayo último, y desde entonces me he ocupado de ejecutar lo que por él me ordena V. S. Con gran dificultad he logrado la obra en la librería a que V. S., se refería; la remito por el presente correo. Todas las medidas adoptadas hasta hoy, que no han sido pocas, no han dado a conocer la existencia del señor Beaume, ni de la viuda de Becoines; se les busca en Marsella, en donde se dice residían, informaré a V. S., del resultado de esa averiguación, así como de las que continuaré haciendo. El comité que se formó para propagar el descubrimiento a que V. S., se ha referido, no existe ya, y en los Ministerios respectivos no han podido darme ninguna noticia sobre Beaume. No dude V. S., que si logro ponerme en contacto con éste, trataré de ejecutar lo que V. S., ha ordenado, tan luego que posea los medios de hacerlo. Dios guarda a V. S., señor Secretario. Toribio Saenz. Al señor Secretario de Guerra. Lima”.
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Se cree que el libro enviado por el señor Saenz, comprado naturalmente a peso de oro, era uno publicado por M. Labaune en 1840; o el de los señores Fané y Reinaud, que apareció cinco años más tarde. Ambas obras tratan de la materia; pero no arriban a resultado práctico alguno.
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CAPITULO II Situación de Bolivia después de la toma de Arica. El general Campero, consumado el desastre del 26 de mayo, se dirige al interior, acompañado de los señores Pedro Alejandrino del Solar, Prefecto de Tacna, y coronel Manuel Velarde, con los cuales pasa por los pueblos de Pocollay, Calana y Pachía, sin detenerse a reunir dispersos, ni menos intentar una defensa contra el enemigo, que naturalmente debía destacar fuerzas tras los fugitivos. Sigue camino a Bolivia, dando por terminada la campaña y perdida la provincia de Tacna. La comitiva llega a San Francisco, en la misma tarde del 26. El general se separa de los señores Solar y Velarde: éstos toman rumbo a Tarata, por Calientes; y el general a Palca, en donde existía una concentración de víveres remitidos por el gobierno boliviano, para sus tropas acantonadas en Tacna. Llega a Palca a las 6 p.m.; ordena confeccionar rancho para los dispersos y descansar la noche. Había hecho una dura jornada de 60 kilómetros de Tacna a Palca, en tres horas, por caminos ásperos y quebrados, especialmente desde San Francisco al oriente. No obstante tan rápida marcha, cierto número de jefes y oficiales le habían precedido. He aquí lo que dice un oficial de Los Colorados: “Una vez en Tacna, contribuyo con otros oficiales de diversos cuerpos, a impedir que los dispersos bolivianos y peruanos, se fusilen mutuamente y sigo hasta Pocollay, donde tengo la suerte de encontrar una mula aparejada que marcha suelta. Monto en ella y desde ese momento –cinco de la tarde- no me detengo hasta Jarapalca, al amanecer del día siguiente. Encontré allí tres coroneles y dos tenientes coroneles que habían llegado en las primeras horas de la noche anterior, entre los cuales se encontraba un deudo mío, el coronel X”. (Daniel Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”. Imprenta y Litografía. Americana. Valparaíso. 1919) El señor Campero, se dirige a Jarapalca, en las primeras horas del 27; en este poblacho establece el cuartel general, y la concentración de los derrotados; prohíbe con severas penas el avance de los fugitivos al interior, donde sembrarían la alarma en las poblaciones del tránsito. De este punto envía a la Convención Nacional reunida en la Paz el 25 de mayo, el parte oficial de la batalla. Establece con verdad la derrota del ejército aliado, y promete ampliar su comunicación al regresar a la capital. Como hubiesen quedado en San Francisco dos cañones Krupp, salvados abnegadamente del campo de batalla, comisiona al coronel don Lucio Padilla, para trasladarlos a Jarapalca, lo que este jefe efectúa con extremado celo.
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Organizados los restos del ejército en este poblacho, emprende la marcha por el paso del Tacora, rumbo a Corocoro, mineral de recursos al otro lado de la cordillera, en donde podía con seguridad refrescar la gente. Mientras tanto, la expectación en Bolivia es terrible. La Convención Nacional, reunida en la Paz el 25, se concreta a aprobar el statu quo gubernativo, es decir, el funcionamiento del presidente provisorio en Tacna; y en La Paz, el secretario general don Ladislao Cabrera, investido del poder supremo, en tanto dura la ausencia del primer magistrado. La Convención continúa en funciones, para la resolución de múltiples asuntos de gobierno, y en especial, para estudiar la nueva Constitución Boliviana. El 30 de mayo la Convención se reúne presurosa, pues corren rumores alarmantes respecto al ejército unido acantonado en Tacna. El doctor Ladislao Cabrera, encargado del Poder Ejecutivo, se presenta a la Asamblea y expone que por oficios recibidos a las 11 p.m., tiene conocimiento de que los pasajeros Spidie, Bler y otros, dan en Chililaya la noticia de que el ejército aliado ha sido derrotado en Tacna. Un telegrama del Prefecto de la Paz confirma la noticia. Añade el señor Cabrera que el general Campero se encuentra en Jarapalca. El presidente de la Convención señor Belisario Salinas, poniéndose de pie, se dirige al señor Cabrera, y le dice: “Conmovida escucha la Convención el parte que acabáis de darnos. Bolivia se presentará a la altura de su patriotismo, confiado en que el orden interno no será alterado; os puedo asegurar que mantendrá el orden inalterable. Hago votos porque la Providencia permita retemplar nuestro espíritu, para ponernos a la altura de la tremenda situación porque atravesamos; nuestro mal se remediará, señor secretario, y la Convención secundará todos vuestros propósitos.” El señor Cabrera asegura que se han tomado todas las medidas para asegurar el orden público; y se retira. La Convención Nacional continúa sesionando, con el objeto de darse un gobierno provisorio, o declarar en vigencia alguna de las constituciones anteriores de la República. Después de largas y acaloradas discusiones, se declara vigente la constitución del año 1878; y se suspenden los trabajos. Reabiertos a las 9:40 p.m., se procede a efectuar la elección de presidente de la República, y para ponerse de acuerdo sobre tan grave materia, se acuerda sesionar secretamente. A las 11 p.m., se reabre sesión pública para la elección de Presidente y dos Vicepresidentes de la República. El señor Presidente.- “Permitidme que haga uso de la palabra; vais a elegir a tres individuos que formen el poder; que Dios ilumine vuestras conciencias y El os pida cuenta de este acto.” Se nombran escrutadores a los señores Aguirre y José Manuel Gutiérrez. Votan 64 convencionales en esta forma: Por el señor general D. Narciso Campero 46 votos Por el señor doctor D. Aniceto Arce 08 votos Por el señor doctor Ladislao Cabrera 06 votos
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Por el coronel Eleodoro Camacho 03 votos Por el doctor Mariano Baptista 01 votos A las 11:35 p.m., la Convención proclama presidente de la República al general don Narciso Campero. Se procede a la elección de primer vice-presidente, y después de cinco votaciones repetidas, y cuatro anuladas, el escrutinio da el siguiente resultado: Por el doctor Aniceto Arce 44 votos Por el doctor Ladislao Cabrera 20 votos A las 2:15 de la mañana se proclama al doctor Arce Primer Vicepresidente de la República. Sigue la elección de segundo Vicepresidente, y después de tres votaciones, el escrutinio arroja este resultado: Por el doctor Belisario Salinas 47 votos Por el doctor Mariano Baptista 12 votos Por el doctor Ladislao Cabrera 05 votos A las tres de la mañana, el señor Belisario Boeto, primer secretario de la Convención, proclama segundo Vicepresidente al doctor Belisario Salinas. El Señor Presidente.- (Poniéndose de pie).- Señores: Quedo anonadado por el alto como inmerecido honor que acabáis de hacerme. Bolivia, señores, nuestra querida patria, no está sobre un lecho de flores; hay que levantarla, esa es nuestra obra. Si la vice presidenta fuera simplemente un puesto de honor, la renunciaría en este momento; pero como es de sacrificio, para salvar a nuestra patria, la acepto. (Aplausos y vivas en el auditorio). El 1º de junio sesiona nuevamente la Convención para proceder a la investidura de los señores 1º y 2º Vicepresidentes, bajo la presidencia del señor Belisario Salinas. Apenas abierta la sesión, el señor Presidente manifiesta que en ese momento recibe el parte del general Campero, datado en Jarapalca el 27 de mayo; anuncia que el ejército unido fue derrotado, no obstante que por momentos la suerte balanceó el triunfo; pero tuvieron que ceder al número de enemigos y a la superioridad de las armas. La impresión es dolorosa; muchos convencionales y asistentes a la barra derraman lágrimas abrasadoras, al tenerse confirmación oficial de la derrota. Se levanta la sesión por algunos minutos. Reabierta, el señor Salinas toma juramento al señor Aniceto Arce, y le dice: “Señor Vicepresidente, en los momentos más supremos me cabe el alto honor de investiros del poder. A nombre de la ley y del pueblo boliviano os invisto de las insignias; levantaos a la altura de la situación, haceos digno de ella, y de merecer la gratitud de vuestros compatriotas.” Después da las gracias al Secretario General señor Cabrera, encargado hasta entonces del gobierno, por su comportamiento como guerrero y patriota; y le rinde un voto de complacencia por su conducta, a nombre de la Convención. El señor Arce responde al Presidente en los siguientes términos: “El deber me impone esta terrible situación; acepto, mientras el señor Campero se restituya a ésta; acepto el poder en medio de la más terrible como azarosa situación; mi programa será el
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más sencillo en lo transitorio de mi gobierno: sumisión completa a la ley para devolver con honra estas insignias.” La Convención nombra en seguida presidente ad-hoc al señor Mariano Baptista, para recibir el juramento del señor don Belisario Salinas, que hasta ese momento presidía la Asamblea. Tomado el juramento, el señor Baptista manifiesta a los señores vicepresidentes que jamás se había visto elección hecha con más confianza y seguridad; que la misión de ellos se reduce a propender a la reconstitución del país; que la reconstitución moral y política del país debe ser el testamento de los padres, el encargo y legado de las madres, el pensamiento que germine y crezca en el corazón de los niños, de esos patriotas que deben vengarnos. Le da lectura al parte del general Campero, y se acuerda nombrar una comisión que vaya a su encuentro y ponga en sus manos el nombramiento de Presidente de la República, y le manifieste que tiene fe en sus actos y está segura de su conducta; y que interpretando el sentir del pueblo boliviano, ha acordado un voto de confianza y gratitud al ejército de la patria, por su bizarro comportamiento en la batalla campal del 26 de mayo último. Componen la Comisión los doctores señores Emilio Fernández Costa, Fernando E. Guachalla y Melchor Chavarría, bajo la presidencia del primero. Aprueba igualmente el envío a Tacna de cuatro médicos y seis practicantes, para ayudar a la atención de los heridos. Hemos dicho que el general Campero, reunidos los dispersos en Jarapalca, emprende marcha al paso del Tacora, el 29 de mayo, por fragoso camino de herradura, a 4.030 metros sobre el nivel del mar. No obstante el cansancio de la tropa, alimentada únicamente con maíz tostado, hace una jornada de 30 kilómetros en ese día. El horroroso frío del Tacora aumenta los sufrimientos de los derrotados muchos de los cuales van heridos. El capitán argentino don Florencio del Mármol, alistado voluntariamente en el ejército boliviano, relata los sufrimientos de esta marcha, con notable colorido. “Como a las 3 a.m., dice, llegamos a San Francisco. Hallamos reunidos unos 100 hombres, jefes, oficiales y soldados; había también dos piezas de artillería boliviana, salvadas con toda abnegación. En la madrugada del 27, continuamos la marcha, empezando el ascenso de la gigante cordillera. ¡Que marcha! ¡Que fríos! ¡Que noches! ¡Que alimento! Éramos verdaderos derrotados. En el paso del Tacora, dos o tres jóvenes amanecieron duros. Hubo necesidad de machacar sus brazos a golpes de puño, de restregar con fuerza todo su cuerpo para conseguir la circulación de la sangre. En esta retirada, atacado diariamente por la terciana, siempre a la intemperie, sin más comida que maíz tostado y chancaca, la marcha no podía ser muy placentera.
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Había algunos que inspiraban compasión. Un joven gravemente afectado del pulmón, murió sin amparo a pocas leguas del Tacora, después de haber pasado a mi lado la noche anterior. Otro joven llegó a la Paz con los pies enteramente llagados, cada paso le originaba un terrible martirio. Había pasado las aguas del camino con medias y botines; y no había tenido la precaución de secarlos oportunamente. El cuero del botín se encogió; la media se pudrió y los pies se hincharon y llagaron horriblemente”. (Florencio del Mármol. “Recuerdos de Bolivia”. Buenos Aires.) El 29, el general continuó la marcha del Tacora, a 4.230 metros sobre el nivel del mar, a Copas, 4.130 metros, lo que acusaba el descenso de la cordillera. Se hicieron 25 kilómetros. El 30, jornada de Copas a Charaña, 4.038 metros, en la cual se ganaron 25 kilómetros. Los fugitivos pisan ya el suelo patrio; expresan su contento con vivas a Bolivia y a su general. La marcha resulta más fácil; se efectúa por el camino carretero del Mineral de Corocoro, en las siguientes jornadas: 31.- De Charaña a Río Mauri, 4.026 metros, 25 kilómetros. 1º de junio.- De Río Mauri a Estancia, 25 kilómetros. 2 de junio.- De Estancia a Tambo, 25 kilómetros. 3.- De Tambo a Calacato, 33 kilómetros. 4.- Descanso. 5.- De Calacato, 3.807 metros, a Corocoro, 22 kilómetros. El general acampa un día en este mineral para dar descanso a la tropa, proveerla de víveres y atender a la delegación enviada por la Convención Nacional, portadora de su nombramiento de Presidente de la República. Los restos del ejército boliviano formaron en batalla en la plaza del pueblo, para recibir con los honores correspondientes a la Comisión de la Convención Nacional que venía a saludar a los gloriosos tercios del ejército que combatió como bueno en el Campo de la Alianza. La Comisión avanza hacia el centro de la línea, y su presidente, doctor Emilio Fernández Costa, en un brillante discurso saluda a S. E., el Presidente de la República general don Narciso Campero, a los jefes, oficiales y tropa que se batieron en el campo de batalla, cumpliendo como buenos su deber. Hace entrega al general de su nombramiento de Presidente, que la concurrencia saluda con entusiastas hurras. En el mismo sentido hablan los delegados Guachalla y Chavarría. El general responde conmovido en un breve discurso, que se resume en estas palabras: “Volvía hoy al seno de mi familia para consagrarle mi postrer momento. Pero venís vosotros honorables señores, y me decís que la representación del pueblo boliviano me pide mis últimos días. Sea. Decid a esos ilustres patriotas, que mi vida, que mi voluntad y mi brazo pertenecen a la patria; que quiero morir por ella, y que acepto el nuevo deber que hoy me imponen.
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Pronto conocerá el país cómo han cumplido su deber los defensores de sus derechos. Y vosotros, señores jefes, oficiales y soldados, no olvidéis las palabras que os dirige el pueblo boliviano; constancia y fe, que os recomendé en estas otras: subordinación y fe.” Terminadas las salutaciones, el general continúa su marcha hacia la capital. Día 7.- De Corocoro a Comanche, 31 kilómetros. 8.- De Comanche a Coniri, 24 kilómetros. 9.- De Coniri a Viacha, 23 kilómetros. 10.- De Viacha a la Paz, 30 kilómetros. El 10 de junio, el general don Narciso Campero entra a la Paz, a la cabeza de sus tropas, unos mil hombres, con dos cañones, aclamado por el pueblo, que le recibe con los honores de general victorioso. El 19 del mismo mes, el Presidente de la Convención don Belisario Salinas, le inviste del poder supremo con el ceremonial de estilo. Durante la investidura, se cambian conceptuosos discursos, entre los señores Salinas y Campero, impregnados en el más puro patriotismo. S. E., después de exponer su programa de gobierno, aprovecha la circunstancia para proclamar enfáticamente la continuación de la Alianza, o sea la guerra con Chile. El nuevo gobierno inicia sus labores con el siguiente Ministerio: Doctor don Juan Crisóstomo Carrillo, ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Doctor don José María Calvo, ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto. Doctor don Antonio Quijarro, ministro de Hacienda. Doctor Belisario Salinas, 2º Vice-presidente de la República, ministro de Guerra. Mientras los señores Carrillo, Calvo y Quijarro se posesionan de sus carteras, encarga interinamente del despacho de ellas, a los señores Genaro Sanginés, Belisario Boeto y Eleodoro Villazón, en los respectivos ramos. Reina la más perfecta tranquilidad política; pero una fuerte oposición se prepara seriamente para cruzar los planes del ejecutivo. No todos los bolivianos apoyan la orientación de los negocios extranjeros, hacia una lucha sin cuartel con Chile. Hay dos partidos: el de la paz inmediata y el de la continuación de la guerra. Se da sotto voce como caudillo del primero, al señor Aniceto Arce, primer vicepresidente de la República. El señor Campero encabeza el partido de la guerra. “En aquellos tiempos, dice el señor Daniel Ballivián, como ahora y como siempre, la opinión pública boliviana estaba –en lo que a política internacional se refiere- dividida en dos bandos contrarios: el chilenófilo y el peruanófilo. Elementos diplomáticos extranjeros acreditados en el país, alentaban con hábil e insólita audacia, la tendencia de aquellos, cuyo objetivo era poner término inmediato a la alianza Perú – boliviana; la segunda, por su parte, se agrupaba en torno del gobierno.
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Suerte grande ha sido para Bolivia, en verdad, que nuestras relaciones con el Brasil, la República Argentina y el Paraguay no hayan llegado a complicarse más de lo que lo están o de lo que estuvieron, porque ello nos ha librado de tener en vez de dos, cinco partidos políticos con otras tantas orientaciones internacionales, y como lógica consecuencia, un número igual de exóticos cucharones enteramente metidos, con o sin nuestra voluntad, en la marmita en que cocemos nuestra magra sopa. Porque debemos convencernos, de que somos el pueblo más original de la tierra. El único tal vez, que para saber lo que quiere, lo que le conviene, ha necesitado que se lo digan los de afuera, los extraños”. (Ballivián. “Los Colorados de Bolivia”.) Para limpiar de estorbos el camino, y desarrollar su política belicosa, el gobierno declaró el territorio de la república en estado de sitio, en 3 de julio de 1880. Algunos jefes y oficiales no hacen misterio de su hostilidad al gobierno; y aún tratan de levantar actas de adhesión, a favor de algunos prominentes hombres públicos, en quienes cifraban sus esperanzas de bien público. Ante tales rumores, el Presidente de la República manda publicar en la orden del día, una Orden General dictada el 22 de marzo de 1860, no derogada, que decía así: Orden General.- Ministerio de la Guerra.- La Paz, julio 1º de 1880. Artículo 1º.- El señor General Presidente de la República manda que se publique y de conocimiento al ejército, del texto de la Orden General dictada el 22 de marzo de 1860, cuyo contenido es el siguiente: “”S. E., el Presidente de la República, que conoce el ardor y entusiasmo del ejército, y de sus dignos jefes y oficiales, no puede dejar de estimar tan laudables sentimientos conociendo de lo que son capaces los militares de la república, cuando se trata de defender la nacionalidad de la patria; sin embargo, sentando muy mal en el soldado la deliberación en público, cuando por su carácter sólo le toca obedecer y obrar, y correspondiendo únicamente en guerra a dos naciones amigas, se dispone: Artículo único.- Es prohibido a todo jefe del ejército publicar en su nombre, ni en el de sus subordinados, actas, protestas, proclamas u otros escritos. Los jefes que quieran una de estas manifestaciones, recabarán antes la autorización de esta Secretaría, o Ministerio de la Guerra. Lo que se comunica en la Orden General para conocimiento del ejército. El General en Jefe.” La Convención Nacional aprueba algunos proyectos de ley, que pasa al Ejecutivo para su sanción y promulgación, de trascendental importancia. Uno de ellos priva al general Daza de la calidad y derechos de ciudadano boliviano y lo declara indigno de tal nombre. Lo borra igualmente del escalafón militar, condenándolo a degradación pública cuando sea habido, sin perjuicio de las demás penas a que fuere condenado por las leyes o resolución que dictare la Convención Nacional, referentes a los delitos de peculado que hubiere cometido. Una media docena de diputados fogosos, presenta la siguiente moción, que con mejor acuerdo, detuvo la prudencia de la Comisión de Guerra de la Cámara.
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“La Convención Nacional, decreta: Siempre que con motivo de la presente guerra que sostiene el país con Chile, tuviere lugar una defensa o ataque contra el enemigo, los soldados, jefes u oficiales que abandonaren el campo cobardemente, previa una sumaria información de dos testigos idóneos, serán pasados por las armas, dándoseles fuego como a traidores por la espalda. Artículo 2º.- La sentencia se pronunciará, cuando más, en el término de cuatro horas, contadas desde la terminación del juicio. Artículo 3º.- Los jueces que conozcan en la causa, serán aquellos que designa el Código Militar en los asuntos verbales. Artículo 4º.- Tan luego como se vaya a iniciar la defensa o el ataque contra los enemigos exteriores de Bolivia, el jefe de las fuerzas, cualquiera que sea, hará jurar a todo el ejército con esta fórmula: “¿Juráis por Dios y la cruz de vuestra espada (y el soldado por vuestra arma) que habéis de defender palmo a palmo, el santo suelo de la patria, sellando vuestra misión con la victoria, o con la muerte, sin volver paso atrás?” Contestará: “Sí, juro”; y el jefe: “si así lo hicieses, Dios os ayude, y si no, él, la Patria, y la ley os lo demanden”. Artículo 5º y último.- Sin perjuicio de lo que prescribe el anterior artículo, el Ejecutivo, después de organizar cualquiera fuerza, la obligará a que preste igual juramento, despidiendo inmediatamente a los que se resistieren. Comuníquese al Poder Ejecutivo para su sanción, en La Paz, junio 25 de 1880”. La Convención Nacional despacha varias leyes de subsidios, destinadas a proporcionar fondos al Presidente para la continuación de la campaña. Por una, se autoriza al Ejecutivo para hipotecar o vender los bienes nacionales. Se autoriza igualmente a las municipalidades para la venta o hipoteca de sus bienes y los de Instrucción Pública y entrega del producto al gobierno, en calidad de préstamo. Por otra, se autoriza al Ejecutivo para emitir obligaciones del Estado por la suma de 500 mil bolivianos (pesos), con carácter de empréstito forzoso, y 10 por ciento de interés. Las oficinas fiscales quedan obligadas a recibir estas obligaciones en pago de la contribución sobre la renta, y la extracción de la quina. Se faculta al gobierno para hacer nuevas emisiones por la cantidad que crea necesaria, señalando nuevas garantías. El funcionario que impida o eluda la aplicación de los impuestos destinados a la amortización de las obligaciones, será reputado reo de defraudación, quedando reatados sus bienes y los de sus cómplices como hipoteca legal al pago de las obligaciones no amortizadas, sin que tal hipoteca pueda extinguirse por prescripción. Una tercera ley impone el pago de un peso por semestre a todo boliviano o extranjero residente en el país, que no sea indigente o tenga más de 60 años de edad.
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Quedan eximidos de la capitación los individuos de tropa en servicio activo y las mujeres. Por fin, el ministro de Hacienda don Eleodoro Villazón, se dirige a S. S., el Arzobispo de la Plata, proponiéndole la clausura del Monasterio de Santa Mónica, que tiene sólo seis religiosas, y la enajenación de la propiedad y fincas anexas, para subvenir a los gastos de la guerra, por vía de préstamo al tesoro nacional. Con fondos suficientes para los gastos públicos, el general Campero decreta la organización de cuerpos cívicos en los departamentos vecinos a los territorios ocupados por las fuerzas chilenas, como auxiliares de las tropas de línea. Todos los bolivianos de 18 a 50 años quedan obligados a enrolarse: La Paz organiza tres cuerpos: uno de propietarios, comerciantes y empresarios de industrias; otro de empleados de justicia, de instrucción y otros ramos; y el tercero de los artesanos. Oruro y Potosí, dos cada departamento: uno de empleados, abogados y estudiantes, y otro de artesanos. Quedan exceptuados los eclesiásticos y los empleados de los ministerios del estado, de la prefectura, correos y hospitales. Los ciudadanos que dejaren de alistarse serán enrolados en el ejército de línea. Se designa el 1º de agosto como fecha para la inscripción. La Convención decreta igualmente algunas recompensas por servicios importantes: Asciende al grado de General de Brigada al Coronel don Eleodoro Camacho. Concede una medalla de honor y título de benemérito de la patria al ciudadano don Ladislao Cabrera, por la heroica defensa de Calama y sus relevantes servicios. Una medalla de honor a don Belisario Salinas, por su comportamiento patriótico. Declara que los defensores de Arica han merecido bien de la Alianza, por haber sucumbido heroicamente en defensa de sus derechos; y que el coronel Bolognesi quede inscrito en el escalafón militar boliviano, con igual graduación de que goza en el ejército del Perú. Y por fin, declara traidor a la patria, al boliviano que inicie, haga o proponga la paz con Chile sin la concurrencia de la república aliada. No obstante hechos tan crudos, queda todavía en Chile un grupo de políticos influyentes, que creen hacedero un tratado de paz con Bolivia, sin intervención del gobierno del Perú.
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CAPITULO III La Confederación Perú-Boliviana. El pueblo chileno, enardecido con las victorias de Tacna y Arica, lanza un solo grito, de norte a sur de la República: ¡A Lima! Todas las clases sociales estaban de acuerdo en que el Perú no se allanaría a firmar un tratado de paz oneroso, mientras tuviera numerosas fuerzas, en las plazas, de Lima y Callao, que aumentaban día a día bajo la férrea dirección del doctor Piérola, que sabía levantar el ánimo de sus connacionales, con la promesa de no firmar tratado alguno que cercenara la integridad territorial. Piérola se muestra infatigable; reduce a dinero las propiedades del Estado y de la Iglesia, dobla y triplica las contribuciones; adquiere armas, municiones y equipo, que le llegan en abundancia por la vía de Panamá, cuyo Gobernador subvenciona el Gobierno del Perú. El reclutamiento, voluntario y forzado, aumenta considerablemente sus fuerzas, a punto que considera asegurada la defensa de la capital. El Dictador obra en la conciencia de que el ejército enemigo avanzará sobre Lima; conoce por la prensa de Chile el estado de la opinión pública, que unánime manifiesta la convicción de que la paz debe imponerse en la capital del Perú, resultando ineficaces otros medios para llegar a este fin, toda vez que Piérola se muestra infatigable en sus aprestos de lucha, y el pueblo le acompaña entusiasta. Piérola reúne todas las condiciones de un conductor de pueblos; se impone a las masas por la palabra, por el valor, por la energía para la lucha, y más que todo, por la enseña que despliega ante el país, de morir y hundirse combatiendo al invasor, antes que entregar una pulgada del suelo patrio, como imposición de guerra. Y mientras agrupa importantes fuerzas en Lima y Callao, persigue entre bastidores la unión de los destinos del Perú y Bolivia, por medio de una Confederación, al estilo de la que el general Búlnes deshizo en los campos de Yungay. Antes que se decidiera la suerte del I Ejército aliado en Tacna y Arica, el Dictador había entrado en tratos con el Gobierno boliviano, hasta el extremo de nombrar ambos presidentes Delegados especiales para estudiar las bases capitales del negociado. El Gobierno de Bolivia envió a Lima en misión especial, al doctor don Miguel Terrazas; y el Perú comisionó para entenderse con él, al doctor don Pedro José Calderón, Ministro de Relaciones Exteriores. Los señores Terrazas y Calderón estudian detenidamente la Confederación PerúBoliviana en todos sus detalles, y echan los fundamentos de la fusión de ambos Estados, con plena aceptación de las altas partes contratantes, los señores Piérola y Campero. Una vez terminada la misión especial del doctor Terrazas, e doctor Ladislao Cabrera, encargado accidental del Poder Ejecutivo en Bolivia, retira a su Ministro en
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Lima doctor don Zoilo Flores, y le reemplaza por el doctor Terrazas, en carácter de Ministro Plenipotenciario. La recepción de este caballero en su elevado carácter de representante boliviano en Lima, reviste aparatosa ostentación militar en el palacio de los virreyes. Los discursos cambiados en la importante ceremonia, anuncian la próxima fusión de ambas repúblicas, envueltas ahora por las sombras de una dolorosa adversidad; pero que Chile, dice Terrazas, sin haberlo previsto y a despecho suyo, va a ser el providencial resorte del nacimiento y grandeza de los Estados Unidos del Pacífico, a la vez que el factor predestinado de su propia expiación. El señor Piérola se regocija que en breve se verán borrados los linderos políticos existentes, para volver a estrecharse en el íntimo abrazo de la Unión Federal, los pueblos del Alto y Bajo Perú, bajo el estandarte victorioso de los Estados Unidos PerúBolivianos. El 16 de junio de 1880 el señor Piérola se presenta personalmente al Consejo de Estado a leer el Mensaje, en el cual da cuenta de los protocolos elaborados por los Ministros Plenipotenciarios ad hoc, para la formación de la Confederación de los Estados Unidos del Pacífico. “S. E., encarece al Excmo. Consejo la aprobación de ambas piezas, pues ellas constituirán en adelante una sola entidad nacional, o lo que es lo mismo, las dos fracciones del pueblo que el acto puramente político de 1824 dividió, debilitándolas, volverán a reunirse; pero no por la absorción de la una en la otra, sino por el hermoso abrazo de la libertad, duplicando así una y otra, su personalidad y su poder, por el hecho solo de su unión.” Después de demostrar las ventajas de la fusión de ambos países bajo el régimen federal, agrega el Dictador: “Nuestros padres nos hicieron libres. A nosotros nos toca hacernos grandes. Después de la Independencia, yo no conozco empresa igual a la que acometemos en los días que corren”. El Ilustrísimo señor Arzobispo, presidente del Consejo de Estado, contesta a S. E., de que la Corporación, considerando los graves e importantes objetos sometidos a su consideración, deliberará lo que fuere conforme a las exigencias del patriotismo, a los intereses de la Alianza y al triunfo de las armas nacionales. He aquí las piezas en estudio: PROTOCOLO. Sobre las Bases Preliminares de la Unión Federal del Perú y Bolivia. En Lima, capital de la República peruana, a los once días del mes de junio del año de mil ochocientos ochenta, reunidos en el salón de audiencia pública de la Secretaria de Relaciones Exteriores y Culto, los infrascritos plenipotenciarios del Perú y Bolivia, y después de haberse manifestado sus respectivos poderes y de haberlos hallado
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suficientes y en buena y debida forma para proceder y acordar y estipular lo que mejor convenga al propósito de estrechar los vínculos de fraternidad que la naturaleza y los hechos históricos han creado entre ambas Repúblicas; de consolidar su paz interior y proveer a su seguridad exterior; de asegurar el bienestar general de sus habitantes y hacer más amplios los beneficios de la independencia y de la libertad para las presentes y futuras generaciones; de promover, en fin, la prosperidad y el engrandecimiento a que, por común destino, están llamadas las ricas y hermosas regiones comprendidas en sus vastos territorios, de conformidad con las aspiraciones generalmente manifestadas por la opinión en los dos estados, respecto a la necesidad de adoptar una nueva organización política que, modificando su actual constitución interna, y uniendo al mismo tiempo sus fuerzas y elementos en una sola nacionalidad, responda de una manera amplia y eficaz a los expresados fines, convinieron, a nombre de sus Gobiernos, y para que sean sometidos previamente a la aprobación de los pueblos del Perú y Bolivia, en las siguientes bases de unión de ambos países: I.- El Perú y Bolivia formarán una sola nación denominada “Estados Unidos perúbolivianos”. Esta unión descansa sobre el derecho público de América, y es formada para afianzar la independencia y la inviolabilidad, la paz interior y la seguridad exterior de los estados comprendidos en ella, y para promover el desenvolvimiento y la prosperidad de éstos. II.- Los actuales departamentos de cada una de las dos Repúblicas, salvo las modificaciones que sancione la Asamblea Constituyente, se erigirán en estados autónomos, con instituciones y leyes propias, pero que no se opongan a la constitución ni a las leyes de la Unión. Sin embargo, los departamentos de Tacna y de Oruro, de Potosí y de Tarapacá, formarán los Estados denominados “Tacna de Oruro” y “Potosí de Tarapacá”. Las regiones del Chaco y del Beni, en Bolivia, y la llamada de la Montaña, en el Perú, lo mismo que otros territorios que se hallen en condiciones análogas, formarán distritos federales, sujetos a un régimen especial y al Gobierno directo del de la Unión. III.- Los Estados reglarán su soberanía conforme a los principios del sistema representativo republicano, a las declaraciones y garantías de la constitución nacional, y a las leyes de la Unión que aseguren su administración de justicia, su régimen municipal, la educación primaria y el progreso material, costeado todo con sus propios recursos. IV.- La Unión de los Estados es indisoluble por el mismo principio de su institución. Por consiguiente, ninguno podrá separarse de ella. V.- Los Estados son iguales en derechos. El de ciudadanía es común a todos ellos. VI.- No podrá erigirse un nuevo Estado en el territorio de otro u otros, ni formarse uno solo de dos o más, sin el voto de las legislaturas de cada uno de los Estados interesados, y sin la sanción del Congreso Nacional, expedidas en dos legislaturas, cuyo personal haya sido enteramente renovado. VII.- Los Estados no pueden celebrar tratados entre sí, sino para fines de administración de justicia, de intereses económicos y trabajos de utilidad común, con
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consentimiento del Congreso Nacional. Los Estados no gozan entre sí del derecho de asilo. VIII.- Los Estados no ejercen el poder delegado a la nación. Por consiguiente, no pueden representarla ante otras potencias, ni expedir leyes sobre comercio o navegación exterior, ni establecer aduanas, ni acuñar moneda, ni crear bancos de emisión sin autorización del Gobierno Nacional, ni alterar los códigos que el Congreso sancione para la Unión, ni dictar leyes sobre ciudadanía y naturalización, ni armar buques de guerra o levantar ejércitos, salvo el caso de invasión o de peligro inminente exterior, dando cuenta inmediata al Gobierno Nacional. IX.- Un Estado no puede declarar o hacer la guerra a otro Estado. Sus quejas serán sometidas al juicio y decisión de la Corte Suprema federal. Cualquiera hostilidad de hecho es acto de guerra civil, que el Gobierno Nacional debe sofocar y reprimir en uso de sus atribuciones. X.- Los gobernadores de los Estados son agentes naturales del Gobierno Nacional, para hacer cumplir la constitución y las leyes de la Unión. XI.- Es obligatorio a los Estados dar el contingente que les corresponde para componer la fuerza nacional, en tiempo de paz o de guerra. XII.- El Gobierno Nacional residirá en el Poder Legislativo, en el Poder Ejecutivo, y en el Poder Judicial de la Unión. XIII.- Un Congreso compuesto de dos cámaras, una de diputados de la nación, y otro de los senadores de los Estados, ejercerá el Poder Legislativo Nacional. XIV.- La Cámara de Diputados se compondrá de representantes elegidos directamente por los ciudadanos de los Estados, que se considerarán, para este fin, como distritos electorales, determinándose el número de aquellos en razón de la población. El mandato de los diputados durará cuatro años. XV.- El Senado se compondrá de dos senadores de cada Estado, elegidos por sus respectivas legislaturas. Cada senador tendrá un voto y sus funciones durarán seis años. Las funciones del Senado son permanentes. XVI.- El Congreso Nacional se reunirá ordinariamente cada año. Sin embargo, podrá ser convocado por el Ejecutivo extraordinariamente y para asuntos determinados. XVII.- El poder Ejecutivo Nacional será desempeñado por un ciudadano con el título de Presidente de los Estados Unidos perú bolivianos, asistido de Ministros de Estado; y, a falta o por impedimento de aquel, por un vicepresidente, que lo será el presidente del Senado, el cual no tendrá voto, a no ser en los casos de empate. Las funciones del Presidente durarán cinco años, y no podrá ser reelecto sino después de igual período. El Ministerio se formará de ciudadanos de las dos Repúblicas unidas, a lo menos durante dos períodos presidenciales, consultando, en lo posible, la igualdad de representación. XVIII.- El Presidente de la Unión será elegido en votación directa por los ciudadanos de los Estados, conforme a sus leyes peculiares; pero cada uno votará por dos ciudadanos, debiendo ser uno del Estado y otro fuera de él.
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En el caso de que ningún ciudadano hubiere obtenido mayoría absoluta de sufragios, el Congreso federal hará la elección entre los tres que hubieren obtenido la mayoría relativa. XIX.- El Poder Judicial de la Unión será ejercido por una Corte Suprema de Justicia y por los tribunales especiales que el Congreso estableciere para la nación. XX.- Las atribuciones y los límites de los altos poderes de la Unión serán fijados por la constitución nacional, conforme a los principios de este sistema de gobierno, consagrado por la práctica de las naciones que lo han adoptado. XXI.- La Asamblea Constituyente designará el lugar del territorio que deba ser Capital de la Unión, y que estará inmediatamente sometida a la autoridad del Presidente de los Estados Unidos. XXII.- El Gobierno Nacional provee a los gastos de la Unión con los fondos del tesoro, que se formará del producto de los derechos de importación y exportación; del de la venta o locación de tierra de propiedad nacional; de los productos naturales del suelo nacional; de la renta de correos; de las contribuciones generales indirectas, y de cualesquiera otros recursos votados con tal objeto por el Congreso Federal. El impuesto sobre la renta y las contribuciones locales corresponderán al tesoro de los Estados o de sus municipios. XXIII.- El Gobierno Nacional no intervendrá en el territorio de los Estados sino para hacer respetar la constitución y las leyes federales, y a requisición de sus autoridades constituidas, para sostenerlas o restablecerlas, si fuesen amagadas por la invasión de otro Estado o depuestas por la sedición. XXIV.- En el interior de la República es libre de derechos de circulación de los efectos de producción o fabricación nacional, así como la de los géneros y mercancías que se despachen en las Aduanas de la Unión. No se comprenden en esta franquicia los impuestos municipales, cuya creación será, no obstante, sometida a la aprobación de la legislatura del Estado. XXV.- Gozan de igual exención los carruajes, los buques o las bestias en que se transporten los artículos expresados en la base anterior, los útiles y materiales para vías de comunicación terrestre, fluvial o telegráfica entre los Estados, así como los ganados que pasen por el territorio de un Estado a otro. XXVI.- La representación exterior de la Unión corresponde exclusivamente al Poder Ejecutivo federal, el cual invitará a los países amigos a la revisión de los pactos que respectivamente tienen celebrados con el Perú y con Bolivia, para renovarlos y unificarlos. XXVII.- El Perú y Bolivia no se adeudan entre sí suma alguna por razón de los gastos que la guerra de ambas repúblicas contra Chile le hubiese ocasionado hasta la fecha de la Unión. En fe de lo cual, los infrascritos plenipotenciarios, autorizados ad hoc por sus respectivos Gobiernos, firmaron y sellaron el presente Protocolo, en la fecha y lugar que
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arriba se expresan. Por duplicado.- Pedro José Calderón, Secretario de Relaciones Exteriores y Culto, autorizado ad hoc. (L. de S.) Melchor Terrazas, Ministro Plenipotenciario de Bolivia, autorizado ad hoc. PROTOCOLO Complementario de las Bases Preliminares de la Unión Federal del Perú y Bolivia. En Lima, capital de la República peruana, a los once días del mes de junio del año de mil ochocientos ochenta, reunidos los infrascritos plenipotenciarios en el salón de audiencia pública de la Secretaría de Relaciones Exteriores y Culto, con el propósito de complementar las bases de la Unión federal del Perú y Bolivia, que tienen acordadas y estipuladas en esta misma fecha, con otros puntos de carácter accesorio o transitorio, para obviar así los inconvenientes que pudieran oponerse a la más pronta y conveniente realización de aquel acto tan importante para ambas repúblicas, convinieron lo siguiente: I.- Las bases preliminares de unión serán sometidas a la aceptación de los pueblos del Perú y Bolivia, sin la cual no tendrán efecto. II.- Esta aceptación, expresada en la forma que permitan las circunstancias, contendrá además la declaración de si ha de procederse desde luego al establecimiento del régimen federal. III.- En caso afirmativo, y mientras se sancionan la constitución y las instituciones federales por la Asamblea Constituyente, que se reunirá en la ciudad de Arequipa el 9 de diciembre de 1881 (salvo que motivos provenientes de la guerra obliguen a una anticipación o un aplazamiento mayor, que será acordado con el voto del Senado provisorio) se establecerá un régimen federal provisorio sobre las siguientes bases: 1ª.- El Gobierno federal quedará formado por los Jefes Supremos de las dos naciones, con el carácter de Presidente el uno y Vicepresidente el otro de la Unión. No siendo posible la elección popular de dichos magistrados en el estado inicial de la Unión, y atentas razones de común conveniencias, se asigna el primer cargo al Jefe Supremo del Perú y el segundo al de Bolivia. 2ª.- Un Senado provisorio, compuesto de 10 representantes designados por el Perú y de igual número por Bolivia, se encargará de preparar la constitución federal y las leyes orgánicas de la Unión, especialmente la electoral para diputados a la Asamblea Constituyente, y servirá además de cuerpo consultivo al Gobierno central. 3ª.- Quedarán desde luego suprimidas las aduanas entre el Perú y Bolivia, y plenamente establecida la Unión política y económica de ambas Repúblicas. 4ª.- El Senado provisorio formulará proyectos de leyes federales sobre postas y telégrafos, sobre aduanas, sobre moneda e instituciones bancarias, sobre ferrocarriles de la Unión, sobre presupuesto de la misma, sobre propiedad artística y literaria, sobre servicio militar obligatorio y sobre otras materias de interés general.
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5ª.- La constitución federal regirá provisoriamente, desde su promulgación, por cinco años, dentro de cuyo tiempo se harán las enmiendas y reformas que aconseje la experiencia. La última legislatura de ese quinquenio la pondrá definitivamente en vigencia, no pudiendo hacerse en ellas reformas posteriores, sino con arreglo a las prescripciones establecidas en la misma sobre la materia. 6ª.- Los Estados serán regidos y administrados, provisoriamente, mientras se sancionan la constitución federal y la propia de cada uno de ellos, por gobernadores designados, respectivamente, por los Jefes Supremos del Perú y Bolivia, para los departamentos que se erijan como tales Estados en ambos países; y de común acuerdo para los de Tacna, de Oruro y Potosí de Tarapacá. Estos gobernadores estarán sujetos a las leyes vigentes en la actualidad en los respectivos departamentos y a las disposiciones que dicte el Gobierno provisorio de la Unión. En los Estados de Tacna, de Oruro y Potosí de Tarapacá, el Gobierno de la Unión, con el voto del Senado, proveerá lo que convenga en los casos de conflicto por oposición entre las legislaciones de los dos países de que formaban parte los departamentos componentes de dichos Estados. La substitución y reemplazo de los gobernadores, una vez designados, será hecha por elección del Senado provisorio. 7ª.- Una comisión mixta se encargará de fijar la deuda pública del Perú y Bolivia en sus diversas categorías. 8ª.- Otra comisión igualmente mixta, estudiará y propondrá la más conveniente demarcación territorial de los Estados para someterla a la aprobación del Congreso dentro del período de la constitucionalidad provisoria. 9ª.- El escudo de armas de los Estados Unidos perú-bolivianos será de forma germánica: llevará en su centro un sol color de oro, rodeado de estrellas del mismo color, sobre fondo purpúreo; y en la parte superior un cóndor posado sobre él y asiéndole con las garras. La bandera de guerra de dichos Estados tendrá la figura de un rectángulo, cuyos lados contiguos estarán en la proporción de uno a dos tercios, y llevará en el centro el mismo sol y las mismas estrellas que el escudo, sobre fondo idéntico al de éste. La bandera de comercio será de la misma figura que la de guerra, y los dos colores, púrpura y oro, se verán en ella alternados en 13 bandas paralelas y horizontales, de las que siete ostentarán el primero y seis el segundo color. 10.- En caso de que faltaren el Presidente o Vice-presidente provisorio, éste será reemplazado por elección del Senado, la cual será hecha, votando cada miembro de él por dos ciudadanos, uno de origen peruano y otro boliviano. Los modelos del escudo y de las banderas irán adjuntos a este Protocolo. En fe de lo cual, los infrascritos plenipotenciarios lo firmaron y sellaron en la fecha y lugar que arriba se expresan. Por duplicado.- Pedro José Calderón.- Melchor Terrazas. El Honorable Consejo envía los protocolos en informe a la Comisión Diplomática, compuesta de los señores José Antonio Riveyro, José I. Loaysa.
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La Comisión da cuenta de su cometido en sesión de 8 de julio, celebrada bajo la presidencia del señor Arzobispo, con asistencia de los consejeros señores Arenas, Riveyro, Elcobarrutia, Benavides, Orbegoso, Loaysa, Palacios, Gallagher, Alarco, Roca, Pino y el secretario. El informe, después de altas consideraciones, condensa así el dictamen: “Las dificultades que ofrece nuestra condición, ahora que estamos empeñados en una guerra sin tregua, hacen ineficaces los expedientes empleados para las elecciones populares; en este caso no hay otro recurso que el voto directo de los ciudadanos que tengan el derecho de sufragio, y no otros, abriéndose un libro en las municipalidades, donde se registre la opinión de cada sufragante bajo la fórmula de acepto o no acepto el sistema de la confederación ajustada con Bolivia. Así se consigue perfectamente la indagación de la voluntad nacional, sin los azares que acompañan a las asociaciones numerosas y sin acertada dirección. El optar por este medio no traería peligros, no se contrariarían los principios del sistema representativo; y, al contrario, nos acercaríamos todo lo posible a la fuente de la soberanía nacional. Fundados en estas razones, nuestra comisión es de sentir: “que se emplee este medio, desde que otro no es hacedero ni expedito, y desde que en nada se ofenden los derechos preestablecidos por nuestro vigente régimen político y nuestro estado actual de cosas”. Puesto en discusión el informe y después de una detenida discusión en que toman parte los señores Arenas, Benavides y miembros de la Comisión, quedan aprobadas las conclusiones del dictamen en el sentido de que se abra un registro en las municipalidades donde los ciudadanos que tienen derecho a sufragio, pongan su firma, manifestando antes su opinión sobre la idea de la Confederación con las expresiones acepto o no acepto. La prensa peruana se encarga de dar auge al voto del Excmo., Consejo de Estado, y se propaga en el país la conveniencia de la federación como único medio de rechazar la invasión extranjera y librar al país de los horrores de una lucha encarnizada. La colonia peruana residente en La Paz, bastante numerosa, e influyente en el movimiento comercial de la capital, se reúne en La Paz, el 5 de julio de 1880, para rendir un voto de eterno reconocimiento al Excmo., señor Nicolás de Piérola, por haber iniciado el gran pensamiento de la Confederación del Perú y Bolivia. Firman el acta una cincuentena de residentes peruanos de expectable representación en La Paz. S. E., el general Campero, por su parte, pasa a la Convención Nacional los protocolos Terrazas-Calderón, los cuales son enviados en informe a una comisión especial de diez miembros. Mientras la Comisión expide el informe, surge en el seno de la Representación Nacional una cuestión que parecía olvidada, pero que encierra grandes intereses para el fisco boliviano, conocida en los anales parlamentarios con el nombre de Concesión Bravo, la cual apasiona los ánimos de los legisladores, de la opinión pública y de la
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prensa del país, a tal extremo, que amenaza relegar a segundo término la resolución de los protocolos Terrazas-Calderón. El Ministro Carrillo, adversario de la Federación, lanza bajo cuerda este torpedo, a la discusión parlamentaria. El asunto se remonta al año 1879, en que el señor Francisco Javier Bravo, español de nacimiento, radicado en Montevideo y servidor allí del Partido Colorado adicto al Brasil, presentó al general Daza un proyecto de colonización de grandes proyecciones. Solicitaba la región del Amazonas y del Plata, con inclusión del Departamento del Beni; las provincias de Guarayas y Chiquitos, del Departamento de Santa Cruz; y toda la región del Chaco Boliviano, que según la cancillería de este país, le pertenece, quedando eliminados los derechos seculares del Paraguay. El señor Bravo ofrece a Bolivia regalías de consideración, como construcción de carreteras, establecimientos de vías fluviales a vapor, cruzamiento de la zona por ferrocarriles y telégrafos, y anualidades de buena suma en dinero, como compensación de la semi-soberanía que los concesionarios ejercitarán sobre los terrenos enunciados. El 8 de febrero de 1879, el señor Bravo presenta su solicitud, y Daza estuvo a punto de resolver sobre tablas; pero el Ministro don Julio Méndez, que temía la acción del Brasil tras de la concesión, demoró la resolución con trámites informativos. En esto viene la guerra, y la solicitud duerme en la carpeta ministerial. Méndez hace salir del país a Bravo, por considerarlo amigo de Chile, y agente del Brasil en comisiones especiales durante la guerra del Paraguay. Asegura que las instrucciones forenses de Bravo vienen redactadas por el ex ministro uruguayo señor Lamas, gran devoto del Emperador don Pedro II. Sin embargo, se alcanzaron a conceder a Bravo derechos espectaticios permitiéndole emprender estudios y las diligencias legales para la tramitación del negocio, aplazando la resolución de la propuesta para el próximo Congreso. Bravo regresa a Buenos Aires, al lado de su amigo íntimo, el Ministro boliviano en esa capital, doctor Quijarro, acompañado del ingeniero Mr. Minchin, al servicio de Bolivia, que demarcó los límites con el Brasil en un sentido favorable a éste; y ahora, interesado en la negociación. La lectura de los antecedentes del asunto Bravo en la Asamblea, alarma al Ministro del Perú, señor Juan S. Lizárraga, que reclama ante la Cancillería boliviana, y se traba una larga discusión, durante la cual quedan preteridos los pactos de la Convención. Los peruanos son hábiles políticos, pero los bolivianos les aventajan con creces. El Ministerio resistía los pactos de la Confederación, pero no se atrevía a disgustar al Perú, su aliado. Lanza al tapete la cuestión Bravo, y el Ministro Lizárraga se engolfa en este lío, cayendo en la trampa de la Cancillería boliviana, que desea ganar tiempo. El Ministro de Relaciones señor Carrillo contesta la reclamación de Lizárraga y le da la seguridad de que la Empresa Bravo no recibirá la aprobación de la Convención mientras no sea consultado y escuchado el Gobierno del Perú.
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Los agentes de Bravo, proceden con rapidez, con poderosos valedores. El señor diputado don José R. Gutiérrez figura como principal abogado de la Empresa. Los legisladores debían tratar del asunto el 16 de agosto. En esta misma fecha, el Ministro del Perú llama la atención del Gobierno boliviano de que la Empresa Bravo pretende derechos semi soberanos sobre 45.000 leguas cuadradas en los territorios del Chaco y el Beni, que por la unión perú-boliviana deben constituir territorios federales, como el de la Montaña, del Perú, lo que afecta los intereses de la futura Confederación. Por otra parte, la concesión abarca 700.000 kilómetros cuadrados, superficie superior a los 500.000 kilómetros de la parte poblada y soberana de Bolivia. La línea divisoria y el territorio mismo solicitado comienzan en las regiones amazónicas del Perú y Bolivia, y pueden llegar a ser litigiosos entre el concesionario y el Perú. La cuestión Bravo nació en la Cancillería boliviana; lógico es llevarla al acuerdo del Perú, para entregarla después al voto legislativo de ambos países. El Ministro Carrillo contesta a Lizárraga, que si la magnitud y extensión de las concesiones solicitadas por la Empresa Bravo, pudieran afectar los intereses de Bolivia y del Perú, llegando a revivir en América el sistema de las antiguas colonias, con trascendencia a constituir una asociación autónoma capaz de figurar en el continente con relaciones internacionales, el Perú debe estar seguro de que por propio interés y por razón de dignidad, el Gobierno de Bolivia, no se prestará a autorizar dentro de su territorio la organización de una Compañía desligada del imperio, de las leyes nacionales, y de la intervención constante de los poderes públicos. Deferente el Gobierno de Bolivia a la generosa nación peruana, el señor Carrillo promete poner la nota del señor Lizárraga y su contestación, a la Convención Nacional. El señor Carrillo esquiva el cuerpo a la cuestión, enviándola al Poder Legislativo, que se engolfa en ella, dejando de mano a la Confederación. El señor Lizárraga sospecha el juego del canciller boliviano y vuelve a la carga con mayor tenacidad, para demostrarle el peligro que encierra una concesión, superior en superficie a la cabida de muchos países europeos y aún americanos. He aquí el cuadro demostrativo: Proposición Bravo……………….. Chile……………………………… Paraguay......................................... Ecuador........................................... Uruguay.......................................... Centro América.............................. Francia............................................ Imperio Alemán………………….. Austria Hungría………………….. España……………………………
751.530 km. 343.450 km. 150.000 km. 493.280 km. 186.920 km. 418.351 km. 528.577 km. 544.450 km. 622.560 km. 507.045 km.
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Gran Bretaña…………………………… 313.566 km. Italia……………………………………. 297.455 km. Portugal................................................... 91.013 km. Grecia...................................................... 52.189 km. Suiza........................................................ 41.418 km. Países Bajos……………………………. 32.841 km. Bélgica…………………………………. 29.455 km. Japón…………………………………… 370.000 km. Bolivia…………………………………. 1.315.022 km. Una nación secesionada del modo propuesto, argüía el señor Lizárraga, crea un desequilibrio, tanto interno como externo. Interiormente, crea un Estado superior dentro del Estado inferior; exteriormente, traza el mapa de una nacionalidad futura, en época más o menos próxima. La independencia es el fin de toda colonización. Las colonias internacionales son sugestionadas y servidas para lograr su independencia por las demás naciones interesadas en debilitar a la metrópoli. Los colonos se tornan en enemigos dispuestos a la insurrección, durante la sumisión, y se entregan a la rivalidad y competencia con la metrópoli después de la independencia. Colonizar es adherir territorio; y la proposición Bravo se propone una colonización y viabilidad sobre territorio segregado por un pacto de semi soberanía. Quedan así preparados la nueva soberanía, su reconocimiento y protección por otras naciones. Si los más grandes poderes del mundo han sido impotentes a detener la independencia de colonias propias, y por consiguiente guardadas por su fuerza moral y material. ¿Con qué poder y recursos realizaría Bolivia la retrocesión de lo que desprende de su soberanía real, y ha de hallarse por períodos semi-seculares bajo fuerzas morales y materiales extrañas a los suyos? El señor Lizárraga pone el dedo en la llaga, al terminar la reclamación entablada, a nombre del Perú, en los siguientes términos: “A la víspera de una transformación constitucional e internacional semejante, ha sido informado el infrascrito de que los protocolos de junio han sido subordinados a las resultas de la proposición Bravo. El señor Carrillo responde calmadamente que el protocolo complementario de junio determina que las bases sean “sometidas a la aceptación de los pueblos del Perú y de Bolivia, sin la cual no tendrán efecto, debiendo declararse en dicha aceptación si ha de procederse desde luego al establecimiento del régimen federal.” Mi Gobierno, agrega, tan pronto recibió los protocolos de Lima, los pasó a la Convención Nacional, donde con los respectivos informes, se hallan en estado de próxima deliberación. No comprende el infrascrito a que acto oficial ni a cual de los poderes del Estado se refiere la afirmación “de que los protocolos de junio han sido subordinados a los resultados de la proposición Bravo”.
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Si esta reclamación la motiva el orden de materias designadas para las discusiones de la Cámara, el asunto corresponde únicamente al régimen interno de la Legislatura y a medidas reglamentarias ajenas a la intervención de otros poderes. No hay exactitud en aseverar que los protocolos de junio hayan sido subordinados a las resultas de la proposición Bravo: la simple precedencia en la discusión de este asunto, no puede modificar ni alterar la alta significación del pacto confederal, que considerado antes o después de cualquiera proposición, permanece en toda su plenitud, conservando su natural importancia”. Batido en toda la línea el señor Lizárraga, que no pudo obtener contestación alguna del señor Carrillo sobre el fondo de la cuestión, se apersona a éste, y después de una larga conferencia, el Ministro del Perú, envía al Gobierno boliviano una nota, en que da por finiquitada la reclamación. Termina la nota con esta importante declaración: “Reproduciendo por el presente oficio las satisfacciones que verbalmente tuvo a honra dirigirle con ocasión de su contenido (dos notas del señor Carrillo) y aceptando las explicaciones de S. E., el infrascrito termina reconociendo la alta lealtad, ilustración y patriotismo con que S. E., el Ministro de Relaciones Exteriores de Bolivia, ha tenido a bien responder a las observaciones del aliado”. La Comisión informante de los pactos, celebra varias reuniones, que estudia la Constitución de la Confederación Perú-Boliviana, y manifiesta que la idea tiene general aceptación. En tanto, la Convención, que no puede permanecer ociosa, aprueba algunas leyes de régimen interno, que el Ejecutivo se apresura a sancionar. Las más importantes son: Responsabilidad de los Ministros de Estado y Secretarios generales del ex presidente Daza ante las Cámaras de 1881. Premios a los jefes y oficiales del ejército que concurrieron a la campaña. Nueva ley de montepío. Se reconoce montepío a favor de las viudas, huérfanos y padres de los que mueren en guerra extranjera, en combate, en campaña o a consecuencia de ella, o como prisioneros de guerra. El montepío consiste en el sueldo de un año, pagadero de una sola vez, correspondiente a la graduación que tuvo el finado. El orden de preferencia será el siguiente: 1º la viuda e hijos menores de 21 años, siendo varones, y en toda edad, siendo mujeres, mientras no tomen estado; 2º en efecto de hijos, la viuda que no hubiere contraído segundas nupcias; 3º los hijos naturales a falta de legítimos; 4º en último lugar, la madre o padre del finado, notoriamente indigente. Desde la fecha de esta ley (1º de septiembre de 1880) no se conceden más jubilaciones, pensiones, ni montepíos, que los establecidos por la presente ley. Los que gocen de jubilaciones, pensiones o montepíos, por leyes preexistentes, quedan sometidos a esta ley. Quedan suprimidas las pensiones de pura gracia.
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Los establecimientos del Estado o municipalidades darán educación gratuita en el internado a los hijos de los que mueran en conformidad al inciso primero de esta ley. Fuera de las medallas concedidas por la campaña, se concede una especial a los jefes y oficiales y una placa a la tropa del Batallón Loa y a todos los bolivianos presentes en la batalla de Tarapacá. Autorización a los ciudadanos bolivianos para prestar sus servicios en el ejército del Perú. Autoriza al Presidente de la República para castigar a los reos de rebelión, como traidores a la patria; y extrañar fuera del territorio de la República a todo individuo que intente trastornar el orden público, previa declaración del estado de sitio. En virtud de la ley de 16 de agosto de 1880, que establece un empréstito forzoso de 500.000 pesos, el Presidente de la República distribuye esta carga entre los departamentos en la siguiente forma: La Paz……………. Potosí…………….. Cochabamba……… Chuquisaca……….. Oruro……………… Tarija……………… Santa Cruz………… El Beni…………….
120.000 110.000 90.000 80.000 60.000 20.000 15.000 5.000
El Gobierno se obliga a pagar el empréstito en el plazo de dos años, con 10% de interés, garantizado con el impuesto adiciona a la renta, el de la exportación de las quinas, y el 10% de contribución predial sobre predios urbanos o rústicos. El ciudadano acuotado en el empréstito pagará su cuota a los tres días de su notificación y en caso de resistencia, se hará apelar por la vía coactiva de apremio y pago. Los Consejos Municipales formarán las listas de ciudadanos con sus cuotas respectivas. Por fin, la Comisión encargada de estudiar el pacto de Federación, presenta un informe de mayoría, firmado por los señores José María Santibáñez, Jorge Oblitas, N. Aguirre, R. Carvajal, Félix Reyes Ortiz, Luís Pablo Rayuellas, Donato Vásquez, Pascual Sainz, E. Fernández Costas y Manuel Aguirre; el señor José E. Gutiérrez presenta por su parte, un informe en minoría. La comisión acuerda discutir el proyecto de ley de mayoría, que dice así: La Convención Nacional decreta: Artículo 1º.- La Convención Nacional acepta la Unión Federal perú-boliviana; y consulta al pueblo para su sanción definitiva, de conformidad con el artículo 1º del Protocolo Complementario firmado en Lima en 11 de junio último.
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Artículo 2º.- Los consejos y juntas municipales someterán, en el término de diez días contados desde el en que reciban la presente ley, a la decisión de los ciudadanos inscritos en los registros cívicos, la siguiente cuestión: Si aceptan o no la Unión federal de los estados perú-Bolivianos. Una ley expresa reglamentará la forma del sufragio. Artículo 3º.- Manifestada que sea la voluntad nacional, el Ejecutivo convocará a la Convención a efecto de proclamar el voto de los pueblos y ratificar, en su caso, el pacto de Unión federal. El señor Gutiérrez, en minoría, rechaza la consulta directa en forma plebiscitaria; propone que se convoque una nueva Convención ad hoc para la deliberación de este asunto. Además, no encuentra lógico restringir el plebiscito a los ciudadanos con voto activo; el plebiscito implica sufragio universal. La Convención boliviana celebra sesiones muy laboriosas, en que los oradores se engolfan en múltiples cuestiones de detalle, y en la determinación de si la Convención será o no competente para aprobar los protocolos y llamar al pueblo a dar su veredicto. Al fin se aprueba por unanimidad el siguiente proyecto de ley que se apresura a sancionar al ejecutivo: Artículo 1º.- En prosecución de las gestiones pendientes sobre el pacto de Unión federal, ajustado en Lima el 11 de junio de 1880, y de conformidad con el artículo 1º del protocolo complementario de la misma fecha, se somete dicho pacto a la deliberación del pueblo boliviano. Artículo 2º.- La consulta del pueblo se verificará por medio de asambleas departamentales, cuya organización y procedimientos se reglamentarán por el Ejecutivo. Artículo 3º.- El Ejecutivo convocará la representación nacional, determinando el tiempo en que ésta debe reunirse simultáneamente con las Cámaras de la nación aliada para resolución definitiva. Con motivo de la promulgación de esta ley, se cambian efusivas notas de felicitación entre los Gobiernos aliados; pero como no se lleva a efecto la consulta popular, todo el castillo de naipes de la Confederación se reduce a nada, con gran desagrado del señor Piérola, que veía en su obra un monumento imperecedero. Mientras tanto, la Convención Nacional clausura sus trabajos el 19 de octubre, con asistencia de S. E., el Presidente de la República, el Cuerpo Diplomático y consular residente en La Paz y las corporaciones civiles, religiosas y militares. El Presidente de la Convención, don Mariano Baptista, se dirige al general Campero para manifestarle que la Convención pone término a sus trabajos con la conciencia de haberse inspirado únicamente en los sentimientos del más acendrado patriotismo. Y termina su largo discurso con estas promesas: “Os seguiremos al campo de honor con las nuevas legiones que han de vengar nuestros pasados desastres. La patria que nos legaron nuestros padres, no podemos trasmitirla humillada a nuestros hijos”. El señor Presidente responde que el pueblo boliviano debe estar orgulloso de sus diputados de 1880, que le han representado en la Convención, por su fructífera labor. En
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cuanto a él, agradece las amplias facultades que se le han concedido, y asegura que no abusará jamás de esas facultades, y que su divisa será la justicia, como verdadera fuerza del poder. El señor Piérola comprende que los políticos bolivianos se lo han fumado; pero no abandona la idea de formar los Estados Unidos del Pacífico para aplastar a Chile, en lucha larga y tenaz. Le halaga la idea de que un cambio de Gobierno en el altiplano puede favorecer sus planes. Pide al Ministro Lizárraga un memorial, confidencial y secreto, relativo a los partidos en que se divide la opinión boliviana, y un análisis de los hombres destacados en política, que pueden influir en la viabilidad de la Confederación. El señor Lizárraga cumple tan espinosa comisión, y de su informe extractamos los puntos capitales. Partidos: Puesto que el Partido Conservador de Bolivia, llamado impropiamente Rojo, es el único perfectamente organizado y enriquecido con la vida pública, nos corresponde apresurar el advenimiento del partido contrario por medio de la evolución federal aislada de Bolivia, o unida a la del Perú. El Partido Rojo se declara unitario y halla tradiciones de adhesión y afinidades futuras con Chile; el Partido Federalista será liberal y se vinculará indefectiblemente al Perú, obrando aisladamente y de un modo invencible e interno, realizándose la Unión Federal. En resumen, nos corresponde representar la idea federal en Bolivia. Los Caudillos: El Presidente Campero incurre en la grave contradicción de nombrar Gabinete opuesto a su escuela política. El es adicto a la Alianza, es federalista de antigua data; y su Ministerio es amigo de la paz aislada con Chile y es unitario. El Perú debe acariciar la personalidad del general Camacho, a quien retiene Chile por la lealtad que ha encontrado en aquel general para con el Perú. Pero como este personaje no podrá volver a Bolivia, antes de que concluya definitivamente la guerra, hay que pensar en la Constitución del Gobierno en este país. Sería conveniente exigir del general Campero la constitución de un Gabinete que fuere homogéneo a su política de fidelidad a la Alianza y de tendencia federal. Continuando el señor Campero con el sistema de contemporizaciones con el pueblo que le contradice, podría pensarse en el caudillaje del coronel Rufino Carrasco, uno de los raros jefes que conservan reputación de valor indisputable. Acompañó a Melgarejo en el asalto de las barricadas al Palacio, en que murió Belzu. Ha tenido el mando de la vanguardia sobre Calama dos veces; ascendió sin apoyo alguno.
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Don Casimiro Corral.- Se encuentra en su hacienda de Iquico, en las faldas del Illimani; Corral viene cansado y desvalido; su partido está disuelto por la persecución de tantos años. No es un hombre a quien debemos repulsar a priori. El general don José Manuel Rendón.- Prefecto y comandante general de este departamento. Figuró en la cuádruple candidatura presidencial de 1873, con Adolfo Ballivián, Casimiro Corral y Quintín Quevedo. Enemigo de Daza, figuró en 1879 en un movimiento revolucionario en Cochabamba, contra el prefecto Gómez, que no surgió. A la caída de Daza, el Presidente Cabrera le llamó a la Comandancia de Armas de La Paz. Tiene amigos en el sur. Es demasiado ambicioso y conspirador. Don Aniceto Arce, Vice-presidente.- Accionista principal de las minas de Huanchaca, en que las demás pertenecen a chilenos; accionista también en otras minas muy ricas (Colquechaca), es la encarnación del localismo del sur y del partido rojo, en lo que tiene de minero y bancario. Espíritu obstinado, de escasas facultades intelectuales, dirigido por don Belisario Peró, agente de Chile cerca de los pasados Gobiernos Ballivián, Frías y Daza. Arce quiere la paz aislada con Chile; es unitario anti peruano. Su órgano en esta ciudad es La Patria. Don Nicanor Flores.- El general de brigada don José Nicanor Flores tiene un antecedente personal doloroso. Ayudante de Belzu y corre de gabinete ante Castillo, se presentó con la medalla de Ingavi, en el Palacio, lo que le acarreó un duelo con el comandante don Juan Cornejo, en que salió herido. Emigrado con el general José Ballivián y doctor José María Linares, fundó con ellos el partido rojo. Está anulado por su matrimonio y residencia en Salta. Prestó sus servicios patrióticos en Tacna; se disgustó con Daza y le tocó presenciar la batalla de San Francisco, en que sin mando, tomó la Artillería, hizo fuego al enemigo y procuró cortar la dispersión. Penetró a Bolivia, se reconcilió con Campero, que le dio el mando de una VI División. Flores es valiente, patriota leal; opuesto a la dilapidación y a la embriaguez; y de una rigidez en la disciplina hace tiempo olvidada en el ejército boliviano. Único defecto: carácter en extremo violento e indócil. Renunció la 6ª División por que había falta de energía para hacer la guerra a Chile. He ahí un rojo enemigo del invasor. Ascenderá a general de División. Doctor Ladislao Cabrera.- Aspira a la presidencia del partido federalista. Industrial salitrero en la costa, cuenta pocas relaciones en el interior. Es el más adicto al Perú en cuantos aspiran a la Presidencia. Don Mariano Baptista.- El primer orador del país, aspira a la Presidencia. Es por esto opositor a la Unión Federal. Tomará la palabra en el debate, y según colijo, procurará eludir la Unión Federal, sosteniendo su lejano aplazamiento, haciendo en tanto venia de consecuencia a la idea. Favorece a la Empresa Bravo, y ha propuesto discutir este asunto, antes que los protocolos de 11 de junio. El inspira y maneja al Ministro Carrillo. Después de esta cruda exposición, el señor Piérola se convence de que no hay en Bolivia un hombre para Presidente, que apoye convencido la confederación de las
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Repúblicas del Pacífico. Renuncia a propiciar una revolución en Bolivia que favorezca sus planes y resuelve quedar a la expectativa, prescindiendo del aliado.
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CAPITULO IV Expediciones secundarias después de la toma de Arica. El general Baquedano permaneció algunos días en Arica, dedicado a establecer los servicios civiles en el puerto. Fue secundado con entusiasta laboriosidad, por el coronel don Samuel Valdivieso, gobernador y comandante general de armas de la plaza. El General presenció la evacuación de los heridos, tanto chilenos, como aliados; el enterramiento de los muertos y la apertura del hospital bajo la dirección de nuestro servicio sanitario. Restablecida la normalidad, y nombrada la planta de los empleados de aduana, se inicia el movimiento comercial, dando entrada libre a los productos de Chile; y a los extranjeros, con el mismo gravamen de los demás puertos de la República. El General concede permiso para que los paisanos de Bolivia entren a Tacna con sus recuas de llama, a surtirse de mercaderías, especialmente harina, azúcar, alcohol, pescado seco, etc.; trayendo en retorno, minerales de cobre y plata, quina, coca, pieles, lana y otras materias primas nobles para el comercio de exportación. A fines de junio, el General se traslada a Tacna con el Estado Mayor; establece las oficinas en el edificio de la Prefectura. Deja en Arica al comandante Salvo con una brigada de artillería para el servicio de las baterías de la costa y del Morro; y la mayor parte de la caballería se dispersa en los potreros de los valles de Lluta y Azapa. El resto del ejército establece sus campamentos en la línea del río Caplina, desde Tacna hasta la cordillera. El coronel Barbosa recibe el comando del cantón Pachia-Calientes, vigilando los caminos a Puno y La Paz, con los regimientos 3º de línea, Zapadores, Lautaro y el batallón Cazadores del Desierto y una compañía de Carabineros de Yungay. El coronel Amunátegui comanda el sector de Calana, con el regimiento 4º de línea, el de Artillería de Marina, y los batallones Chacabuco y Coquimbo. El comandante Canto queda a cargo del cantón Pocollay, con los regimientos 2º de línea, Santiago y batallón Atacama. El coronel Amengual desempeña la jefatura del Alto de Lima, con los regimientos Buin y Esmeralda, y batallones Chillán, Navales y Valparaíso. Este último marchó poco después al sur. El Búlnes hace la policía de Tacna y el servicio de los establecimientos públicos; el 1º Escuadrón de Carabineros de Yungay, da la guardia al Cuartel General. La Artillería Nº 2, menos la Brigada de Salvo, ocupa los cuarteles situados dentro de la plaza. La línea Pacocha-Hospicio la cubre el coronel don Lucio Martínez, con los batallones Valdivia y Caupolicán en el puerto, y el 2º Atacama en Hospicio.
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El primer comandante de esta línea, coronel don Gregorio Urrutia, regresó a Arica, tan pronto como esta plaza cayó en nuestro poder, a reasumir su cargo de Delegado de la Intendencia General del Ejército y Armada. El comando de Pacocha formaba parte del ejército de operaciones. Las guarniciones de Tarapacá dependían directamente del Ministerio de la Guerra. El general don José Antonio Villagrán tenía a sus órdenes los batallones Aconcagua Nº 2 y Concepción, y un escuadrón de Carabineros de Maipú, con los que resguardaba la línea Pisagua-Dolores. El batallón Colchagua, comandante Soffia, hacía la guardia de Iquique y cantones del interior; en caso necesario, podían movilizarse los batallones cívicos de la ciudad. El Gobierno nombró jefe político y militar de Iquique, a raíz de la rendición de la plaza, al capitán de navío graduado don Patricio Lynch. En consecuencia, ejercía los cargos de Comandante General de Armas y Gobernador Civil. El coronel don Marco Aurelio Arriagada guarnecía a Antofagasta, con los batallones Aconcagua Nº 1 y Melipilla, un escuadrón de Carabineros de Maipú, y una brigada de Artillería del Regimiento Nº 1. El Aconcagua servía el destacamento de San Pedro de Atacama, con tres compañías. Los jefes de las guarniciones, además de la instrucción de la tropa, velaban por la seguridad en las fronteras, amagadas a menudo por montoneros reclutados por cabecillas enviados del interior, para mantener en alarma a los chilenos y procurar golpes de mano sobre destacamentos aislados. Los Comandantes Generales de Armas ordenaron fusilar a todos estos merodeadores, que asolaban los pueblos de la sierra, imponiendo contribuciones, aprorrateando ganado y exigiendo víveres y forraje. Se distinguía por su audacia en estas correrías, un cubano que hizo la guerra en su patria contra las autoridades españolas, llamado Juan L. Pacheco de Céspedes. El Gobierno peruano le nombró teniente coronel y le confió el mando de las guerrillas de Tacna, después del abandono de Tarata por el general Montero y la dispersión de sus tropas. El prefecto de Tacna, don Pedro Alejandrino del Solar, al retirarse a Puno, delegó el mando del Departamento, en el prefecto titular de Tarapacá, coronel don Luís F. Rosas, que desde entonces tomó el título de Coronel Prefecto-Comandante General del Departamento de Tarapacá y accidental de Tacna. Este jefe de tantos títulos mandaba unos veinticinco soldados, reclutados en Tacna; tomó a sus órdenes a Pacheco, para enviarlo en exploración al valle de Lluta, con un oficial y cuatro soldados. Pacheco era hombre prudente; cruzó el río Lluta al pie del Tacora, donde naturalmente no podía divisar chilenos; siguió el curso del río hasta Socoroma, pueblo situado en la confluencia de este río con el Lluta, a cuarenta leguas de Arica, por caminos de herradura, cortados por quebradas profundas. Ahí da término a la
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exploración y vuelve a Tarata el 20 de junio contando proezas, con algunos dispersos recogidos en la expedición. En esta plaza se junta con el coronel Rosas y el comandante Leoncio Prado, jefe de Los Guerrilleros de Vanguardia, que operan en las punas, en acecho de golpes de mano, contra pasajeros indefensos o piquetes del ejército chileno enviados en comisión. La vida de los campamentos fuera del servicio, carecía de distracciones, especialmente en Calana, Pachía y Calientes. Las guarniciones de Pocollay y Alto de Lima, dada su vecindad a Tacna, disfrutaban de las comodidades y pasatiempos de la ciudad. Los oficiales de los cuerpos dependientes del comando Barbosa, vecino a la cordillera, ocupaban los días festivos en la caza de huanacos y aún de vicuñas, en los macizos nevados del camino a Bolivia. En una de estas cacerías, Prado y Pacheco, ocultos tras una muralla rocosa, esperan que los cazadores, oficiales del Lautaro, capitán don Bernabé Chacón, teniente don Ramón Luís Álvarez y cirujano don Moisés Pedraza, penetren a un rancho para almorzar. La partida precipitada de un niño infunde sospechas al cirujano; sale, divisa al enemigo, recibe una descarga, y a pesar de tres heridas, monta a caballo y escapa en dirección a Pachía. Los oficiales Chacón y Álvarez, rodeados por 150 hombres, se rinden a los Flanqueadores de Vanguardia de Prado y montoneros de Pacheco. El doctor Pedraza lleva la noticia al campamento; el coronel Barboza manda inmediatamente al alférez Juan de la Cruz con 50 Carabineros y al alférez Juan Esteban Valenzuela con 25 Granaderos, en persecución de la montonera. El Cuartel General le ordena a perseguir al enemigo. Al alba del día siguiente 19, emprende la marcha con 500 hombres del Lautaro, el 2º batallón, a cargo del comandante don Eulogio Robles; dos piezas de artillería de montaña del teniente don Guillermo Nieto; y una sección de la 4ª ambulancia, servida por los cirujanos señores Hermógenes Ilabaca y Senén Herrera del Villar, y el practicante Luís A. Arellano. Lleva como ayudantes, al mayor don Francisco Subercaseaux Latorre; los capitanes Hermógenes Camus, Pedro Fredericksen y Alejo San Martín. Sirve de guía el capitán del Lautaro don Pedro Pardo. El coronel parte de Calientes sobre Pallagua a las 5:30 a.m., distante seis y media leguas de Pachía; llega a su destino a las tres y media de la tarde. Aquí se le reúne la caballería destacada el día anterior. A las 6:30 p.m., sale la División de Pallagua, para ascender la empinada cuesta de este nombre, por un camino de cabras al borde de un abismo profundo, cuyo peligro no mide la tropa por no salir aún la luna. Los artilleros llevan las piezas desarmadas a pulso; y los jinetes conducen sus caballos de tiro para evitar que se despeñen y se maten en el fondo de la sima. Cinco horas demora la subida de la cuesta, durante la cual hombres y bestias sufren los efectos de la puna. A las 11 p.m., se alcanza la meseta de la Pacheta, con temperatura bajo cero. Se ordena alto; cada cual se tira sobre la dura roca; pero es imposible dormir, por el intenso frío. Se encienden fogatas con árboles secos abatidos por la tempestad; las fogatas son dobles, para recibir calor por pecho y espalda.
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No obstante, la estada se hace insoportable, por la crudeza de la temperatura. El coronel levanta el campamento a las 3 a.m., del 20, para pisar la cumbre al amanecer, a 3.940 metros. Viene el descenso; gran contento, que dura poco. Pasada la quebrada, sigue otra cuesta tan agria y encumbrada como la anterior; después otra y otra, y muchas más, hasta llegar al riñón de la cordillera, por mesetas que fluctúan entre los 3.796 y 4.516 metros, desde las cuales se contemplan las nubes que el viento arrastra sobre los estrechos valles. Se marcha toda la mañana para calentar el cuerpo, acampando a las doce en la quebrada de Huacane. El pueblo, situado en el fondo, se encuentra no obstante a 2.290 metros sobre el nivel del mar, y la gente sufre bastante por la dificultad de la respiración. Con agua abundante, leña a discreción, y algunas reses tomadas por la caballería, se confecciona un abundante rancho. A la puesta de sol, adelante, para acampar a media noche en la Pampa de Estique. El jefe quiere bajar al pueblo, situado dentro de la quebrada, para rodearlo y evitar que alguien lleve aviso a Tarata, localidad en donde se concentra el enemigo, en número de 600 hombres, pues se encuentran reunidos todos los efectivos del coronel Rosas y comandantes Núñez del Prado y Pacheco de Céspedes. El descanso dura tres horas mortales, con cuatro grados bajo cero, sin poder encender fuego, por la cercanía del enemigo, a quien se quiere sorprender. A las 3 a.m., en cuanto se oculta la luna, el coronel ordena el descenso, rodea el pueblo con muchas precauciones, y efectúa la entrada sorpresiva al amanecer. No hay un alma. Los peruanos de Tacna habían avisado por chasquis a los tarateños, la salida y objeto de la expedición. Barboza no se detiene en Estique; sigue a Tarucachi, a dos horas de camino, edificado sobre una altura rocosa, que domina los senderos que conducen a ese pueblo. La guarnición ha huido; sin embargo, se toman cuatro prisioneros, con seis rifles de precisión, último sistema. El coronel continúa la marcha hasta el portezuelo de la Muralla, legua y media de Tarata, cuartel general del enemigo. Refrescada la tropa, emprende el ataque. La caballería y dos compañías del Lautaro van a vanguardia; a mil metros sigue el grueso. A poco andar, la descubierta recibe una descarga, y después otra, desde las faldas de Quebrada Blanca, de parte del enemigo invisible, parapetado en la cima. Barboza ordena que la vanguardia se pegue al barranco, para cubrirse del fuego enemigo, en tanto una compañía del Lautaro sube por el flanco, y cae de improviso sobre el enemigo, con fuego de salva. Los guerrilleros Flanqueadores de Vanguardia y la caballería de Pacheco, tomados de sorpresa, se desbandan, dejando 27 muertos y heridos, y 24 prisioneros, entre éstos, el comandante don Leoncio Prado, que se bate rifle en mano, en retirada, después de dar muerte a un lautarino que fue el primero en atacarlo.
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Prado, rodeado, se entrega prisionero; nuestra tropa respeta su vida, admiradora de la valentía con que el jefe peruano cumple su deber. La guarnición de Tarata, testigo de la derrota de los Flanqueadores, abandona el pueblo y se retira a Ticaca, soberbia altura a tres leguas de Tarata. Al alba del 22, Barboza ordena escalar el macizo, cuya pendiente es tan parada, que los caballos no pueden avanzar; y revientan en sangre por ojos y narices, por efectos del soroche. Sin embargo, la infantería sube rápidamente; una hora después de emprendido el ataque, sin disparar un tiro, nuestra bandera ondea en la cúspide de esa fortaleza natural, donde un puñado de valientes puede dar cuenta de un regimiento, con solo arrojar las rocas de que está sembrada la cima, llamadas galgas por los naturales. El coronel Rosas y Pacheco arrancan en dirección a Puno, dejando limpia de montoneros la zona de Tarata. Termina la expedición: la infantería regresa como tropa montada, caballeros los soldados en sendos pollinos serranos, de alta utilidad en esa región, de fragosas veredas cordilleranas. Conjuntamente con Barboza, don Wenceslao Búlnes, comandante accidental de Carabineros de Yungay, por encontrarse en el sur el primer jefe don Manuel Búlnes, sale de Tacna, camino a Sama, sigue por el río Cinto, afluente del Locumba, y sube a la cordillera a cortar el camino entre Tarata y Torata, por donde el General supone que huya el coronel Rosas con su montonera. Búlnes llena cumplidamente su comisión, no obstante los pésimos caminos, el soroche y el frío que le hielan cinco caballos en una sola noche. Sin embargo, hace la guardia, hasta que recibe orden de volver a Tacna. Dos meses más tarde, el General envía al comandante de Cazadores don Feliciano Echeverría, con un escuadrón de su cuerpo, a la plaza de Moquegua, para limpiarla de montoneros que salen a tirotear al 2º Atacama acampado en Hospicio, y aún se aventuran hasta los valles cercanos a Tacna. El comandante del Atacama don José María 2º Soto, hombre bravo a carta cabal, al rechazar una intentona de sorpresa del coronel Jiménez, jefe de los Gendarmes de Moquegua, le persigue, le hostiga rudamente, ocupa a Conde y habría seguido tras él hasta Moquegua, pero un seco telegrama del coronel don Lucio Martínez, jefe del cantón, le ordena regresar a su campamento. Esta retirada envalentona a los moqueguanos, que continúan en sus correrías por los ríos de Locumba y Sama, e inundan los valles con carteles en que ofrecen 20 soles fuertes de plata al desertor que se presente con su rifle y 10 al que no lleva armas. Muy contados individuos abandonan las filas, por el cebo de los soles de plata; buen número de los que se pasan al enemigo, son paisanos, llegados en los vapores de la carrera en busca de granjerías. Muchos de estos bellacos visten con los deshechos de la tropa y cubren sus fechorías con el uniforme. Perseguidos por los jefes de cuerpo y castigados con rigor, se refugian en el campo enemigo, haciéndose pasar por individuos en servicio activo.
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He aquí un fragmento de correspondencia publicada por El Atacama, diario de Copiapó: “El paisanaje chileno que sigue al ejército, chusma de lo peor de nuestro bajo pueblo, se permite cometer desacatos y no pocas maldades. Esa gente a que me refiero, especie de buitres que siguen a cada batallón, suelen vestir traje militar, desde la bota hasta la camisa, de cualquier cuerpo que sean, y cuando se les toma en flagrante delito, dicen que pertenecen a tal o cual batallón, haciendo caer así una fea mancha sobre esa unidad. Y aún cuando se les aplica un castigo muy duro, no es bastante para ejemplarizar a los demás. En días pasados tuvo uno la audacia de decir que era del 2º Atacama. Llevado a presencia del cuerpo, resulta ser un pillo sin padre, ni madre, ni perrito que le ladre, que ha hecho de las suyas en Iquique, Pisagua, y últimamente en Ilo y Pacocha. Recibe un vapuleo de lo lindo, dado por un brazo robusto, que daba como ofendido”. (Correspondencia de Pen, fechada en Pacocha, el 11 de mayo de 1880, y publicada en el diario “El atacameño”.) La ración para los rateros fluctúa entre 100 y 200 y aún 300 palos; pero a los reincidentes y salteadores se les envía con un piquete a la pampa, se les hace cavar la sepultura, pum, cuatro paladas de tierra y adiós. Estos peines eran los desertores de que hacía alarde la prensa de Lima, que les llenaba de aplauso. Hemos dicho que el General comisionó al coronel Echeverría para dirigirse a la plaza de Moquegua, a limpiarla de montoneros, e imponerles una pesada contribución como castigo. Además, dicha ciudad tenía pendiente una deuda, que el General no olvida: la traición cometida por el pueblo, encabezado por el coronel Flores, al atacar al alférez Letelier, matándole varios soldados. El comandante Echeverría tenía miedo a las ánimas; en Conde divisa a los montoneros de Jiménez, unos cincuenta a lo sumo. Llegada la noche, aparecen tantas ánimas como riscos ostentan las faldas de la sierra del Bronce, que flanquea por el sur el valle de Ilo. Vuelve bridas, regresa a Tacna y comunica al General que Moquegua está resguardada por tropa, a la que no pudo atacar con solo carabina y sable. Furioso el General, le ordena dirigirse nuevamente a Moquegua, como descubierta. Envía por mar al comandante Salvo, para que tome en Pacocha la guarnición de infantes ahí destacada, y opere contra Moquegua. Por tierra marcha desde Tacna el mayor Rafael Vargas con el 2º Escuadrón de Carabineros de Yungay y una batería de artillería de montaña, a reunirse con Salvo en Hospicio. Salvo llega a Pacocha en el Paquete de Maule, a las tres de la mañana; a las seis desembarca y en la tarde parte al interior con la siguiente tropa: Batallón Valdivia, 300 hombres, con tres capitanes, tres tenientes, siete subtenientes, un cirujano y un practicante. Jefe, el mayor don Joaquín Rodríguez. Batallón Caupolicán, 275 hombres, al mando del capitán ayudante don Telésforo Infante.
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El bagaje, de 37 mulas, con agua, víveres y municiones, con 34 artilleros de la batería destacada en Pacocha. Jefe, el 1º Miguel Orellana. La División acampa en Loreto, a orillas de un riachuelo, el día 2, el 3, en marcha. El comandante Salvo nota que el Caupolicán marcha flojamente, pierde las filas y se atrasa demasiado. Hace formar al batallón en cuadro, lo arenga e invita a dar un paso al frente a los que no tengan fuerzas para soportar los rigores de una caminata por el desierto. Salen 34 soldados y un cabo, que regresan a Pacocha sin municiones, a cargo del subteniente Callejas, imposibilitado para andar por un fuerte ataque al hígado. La columna hace alto a las 3:30 p.m., en plena pampa de arena caldeada por el sol; se reparten 22 cargas de agua, cuyas acémilas regresan a llenar los odres a Loreto. Salvo, descansada la tropa, cruza el desierto desde temprano, y a las 12:30 p.m., alcanza a Hospicio, punto designado para la conjunción con la fuerza salida de Tacna. A las cuatro de la tarde, entra al campamento el mayor Vargas con el 2º Escuadrón de Carabineros y una batería Krupp de montaña, mandada por el teniente don Guillermo 2º Nieto. El capitán del bagaje don Feliciano Encina conduce 130 mulas con barriles para agua y cajas de munición, y 29 bueyes en pie para el suministro. Un pelotón de Carabineros baja por la Rinconada, explorando el valle; divisa algunos jinetes moqueguanos, los carga Vargas, sablea algunos, los demás desaparecen. La División entra a Conde a las 2 p.m. Las tropas vivaquean en la estación del ex ferrocarril. El Caupolicán cubre la guardia, con el siguiente santo: Valor; moralidad; sobriedad. Poco después se dicta la Orden del Día: “Se recomienda a los señores jefes y oficiales el particular empeño para que nadie se separe de las filas bajo pretexto alguno, a fin de evitar que la tropa se introduzca en las casas de camino, porque los abusos que de esto nacen, tienen origen frecuentemente en la lenidad o incuria de los que mandan”. El capitán Encina del bagaje, presenta al Comandante al arriero Ismael Rodríguez, que extraviado con un carabinero, fue tomado prisionero y conducido a Moquegua, en donde el alcalde Vernal y Castro, lo puso en libertad en tanto remitió a Arequipa al carabinero David Merino. Comunica que no hay guarnición ni montoneros en la ciudad. Salvo llega a Moquegua el 6 a medio día; la caballería ocupa las afueras del pueblo y el resto de la división acampa en el Alto de la Villa, a donde mandó citar a los notables del pueblo para una reunión, al día siguiente 7 a las 12 m. A la hora indicada, asisten a la Prefectura el comandante Salvo, con sus ayudantes, mayores señores Rafael Vargas, y José Miguel Alcérreca, y como cuarenta notables de la localidad, entre los que se encuentran los municipales señores Juan David Navarrete, doctor en leyes, síndico de la corporación, y los regidores señores José Manuel Rodríguez y Fernando Góngora. El comandante Salvo, en vista de la fuga de las autoridades, les hace presente que deben nombrar un representante para tener con quien entenderse. La asamblea designa al síndico, señor Navarrete, como alcalde de Moquegua.
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El jefe chileno expone que de orden superior, impone a la ciudad una contribución de 100.000 soles plata, o su equivalente en moneda chilena, que debe cubrirse en el plazo de 24 horas; y además, en el término de 48 horas, deben entregar 50 animales vacunos, 20 quintales de arroz, 30 id., de harina, 10 id., de azúcar, y 5 de café. El impuesto puede satisfacerse también en alhajas o pastas metálicas, avaluadas por una comisión mixta de vecinos y oficiales chilenos. Después de alguna deliberación, el doctor Navarrete expone que la situación de los vecinos es muy triste; sin ferrocarril, víctimas de los impuestos forzosos de las fuerzas, etc., etc. El señor Salvo reduce la contribución a 60.000 soles, pagadera a las 7 p.m., del día 8. Salvo entra a Moquegua, al día siguiente, a la cabeza de sus tropas. Una numerosa concurrencia lo recibe a las puertas de la ciudad. La respetable dama, doña Dominga Llosa de Durán, a nombre de las señoras moqueguanas, le dirige la palabra, solicitando un lugar de refugio para ellas y sus hijos: “Señor, le dice, acongojados semblantes más bien que nuestras palabras demostrarán a Ud., la tristísima situación en que nos encontramos. Tiene Ud., la fuerza, y con ella la suerte de este pueblo, su fortuna y su vida; pero esperamos de su corazón magnánimo y generoso, que inspirándose en nobles sentimientos, en el recuerdo de su esposa e hijos, conceda un lugar de refugio para la vida de nuestros hijos, para el honor de nuestras hijas. Hemos dado todo cuanto tenemos: el dinero destinado a nuestro alimento, las alhajas que conservábamos con cariño. Estamos dispuestas a dar más, todo lo que tengamos, nuestras propiedades y nuestros muebles. Pero que el honor y la vida de los inocentes y débiles, quede salvaguardada de los desórdenes de la tropa. Pedimos un lugar de asilo para nuestros hijos. Pedimos mayor plazo para cumplir la obligación impuesta al pueblo, y todo esto pedimos por lo más santo y más sagrado que haya en su corazón”. El comandante Salvo oye respetuoso el discurso, y contesta: “Señora: He escuchado con profundo respeto y emoción las nobles palabras que Ud., a nombre de las distinguidas señoras de esta ciudad, me acaba de dirigir. Representante, no de mi voluntad, sino de una voluntad superior, no soy aquí sino el mero ejecutante de las disposiciones del Gobierno de Chile. Tengo el honroso mandato del Gobierno de mi patria, y dejando a un lado los impulsos personales que pudieran moverme a alterar mi línea de conducta, me es doloroso, profundamente doloroso, no poder acceder a todo lo que ustedes, señoras, me piden. Las hostilidades del gobierno de Chile se dirigen contra los que hacen hostilidades en daño de Chile, no contra las mujeres, niños y hombres indefensos. Al hacerlas efectivas, las propiedades y las casas deben servir para satisfacerlas, no las personas. Puedo asegurar a ustedes, señoras, que ni un caballo de persona alguna de este pueblo será tocado por nuestros soldados, ustedes pueden reposar tranquilas. No necesitan lugar alguno de asilo.
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En cuanto a prorrogar el término para el pago de la contribución, me es absolutamente imposible hacerlo. He fijado un término fatal: no está en mi ánimo alterarlo. Lo siento, pero no puedo hacer más.” Las señoras no se dan por vencidas. Quieren a toda costa arrancar al Comandante la designación de un lugar de refugio, para pregonar después por la prensa de que los jefes chilenos no tienen confianza en la disciplina de sus tropas. La señora María Noel de Tizón toma a su vez la palabra: “Es justo, es necesario, señor, agrega, que ya que usted significa que se harán hostilidades en la población, si no se alcanza a cumplir el impuesto, es indispensable que usted indique que hará. Tenemos el derecho de saberlo, porque, como madres, tenemos la obligación de cuidar de nuestros hijos; trataremos de ponerlos en salvo. Espero se sirva contestarme, qué hará usted?” El comandante responde con toda cortesía: “Repito, señora: No tienen ustedes que preocuparse de la seguridad de las personas; su vida y su honor están seguros bajo las armas de Chile”. La comisión de señoras se retira, dirigida por el cura párroco don Vicente era, mientras la Junta de Vecinos entra a la sala municipal, lugar designado para la entrega del cupo impuesto a la ciudad. El peso y avalúo de las especies demanda bastante tiempo; el comandante amplía el plazo para la recepción, que se efectúa en esta forma: Día 8………………………. Día 9………………………. Día 10……………………… Día 12……………………… Día 13……………………… Total…………………
27.420,50 soles de plata. 13.347,25 soles de plata. 3.101,25 soles de plata. 1.022,33 soles de plata. 13.900,00 soles de plata. 60.478,93 soles de plata.
Los 478,93 soles sobrantes se descuentan al impuesto de víveres, convenido con la Junta en las siguientes cantidades: 50 vacunos………….. 5.000 soles. 20 quintales arroz…… 240 soles. 30 de harina…………. 150 soles. 10 de azúcar………… 240 soles. Total………………… 5.880 soles. Sobran 3.000 soles en víveres, que el comando regala a la beneficencia. Durante la permanencia de la tropa en Moquegua, no ocurre otro incidente que la alarma provocada por la noticia de que se acercan tropas procedentes de Arequipa. Salvo sale sigilosamente a batirlas en la noche, por el camino de Tarata. No había novedad; los vecinos de esta aldea propalaron la noticia, en la esperanza de que los chilenos se retiraran.
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No contaban con la firmeza de Salvo, que envía a Tarata al mayor Alcérreca, en comisión punitiva. Rodeado el pueblo, este jefe le impone una multa por embusteros, de 25 reses, 10 caballos, un piño de llamas y otro de animales menores. La fuerza chilena había aumentado; el comandante Echeverría, que debió servir de descubierta, llega el día 8, tranquilamente, con Granaderos y 31 infantes del Búlnes, en mulas. El Comando lo envía sobre la marcha a Horno, mucho más allá de Tarata, a vigilar la zona peligrosa, por donde pueden llegar fuerzas de Arequipa o Puno. Aunque Salvo no cree en los amagos del enemigo, comunica la noticia a Pacocha, y de ahí, la transmite el coronel Martínez a Tacna. El General, en previsión de lo que pueda ocurrir, envía de refuerzo al coronel Lagos con el regimiento Santiago. El coronel recibe noticias tranquilizadoras en el camino; deja al Santiago en Sama, y avanza con su escolta a Conde, en donde encuentra a la División de regreso, después de infligir el consiguiente castigo, a la ciudad, foco de montoneras. Los jefes se separan en Pacay. Lagos se dirige a Pacocha con la infantería, y Salvo con los cuerpos montados a Tacna, llevando el tesoro y 420 animales requisados en el camino. Antes de abandonar el valle de Ilo, de orden del Cuartel General, se reducen a cenizas las propiedades de los cabecillas de montoneras, coronel don Pedro Flores, autor del asesinato de la escolta del alférez Letelier, don César Chocano, doña Petronila Vargas de Zavalaga, don Domingo Vargas, en Pacay; y don Gaspar Zapata, en Rinconada. El General ordena poco después el abandono de Pacocha; la guarnición se traslada por mar, a formar parte de la línea del Caplina. Antes de la evacuación, se procede a trasladar a Pisagua e Iquique, los materiales del ferrocarril, utilizables en la sección Negreiros-Pozo Almonte, para unir los ferrocarriles de aquellos puertos, por el interior. En consecuencia, se conducen a bordo, las existencias de la vía férrea, la maestranza de Pacocha, estación, locomotoras, carros de pasajeros y carga, tornamesas, rieles, y demás materiales de valor. Terminan las expediciones en la zona de Tacna; pero se emprende otra en la provincia de Antofagasta, cuya oportunidad, muy discutida, da origen a crueles censuras de la opinión pública, cuya suspicacia cree divisar intereses particulares comprometidos en la cuestión. No hay datos que comprueben o nieguen, los cargos que entonces se hicieron a la Compañía Minera de Huanchaca, cuyos accionistas eran chilenos, a excepción de don Aniceto Arce, vicepresidente de Bolivia. La Compañía estaba representada por un Directorio, residente en Valparaíso. El Comandante General de Armas de Antofagasta, coronel don Marco Aurelio Arriagada, recibe orden del Gobierno de enviar una expedición destinada a ocupar a Huanchaca, apoderarse de los elementos de movilidad allí existentes, y en ellos bajar los ricos minerales de plata allí acumulados, propiedad de la Compañía.
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Arriagada da el mando de la División de las tres armas, al comandante don Ambrosio Letelier, militar de reconocido mérito. Calama era entonces un pago de indios, muy distinto de la floreciente ciudad de hoy. Sus principales edificios consistían en la iglesia con techo de fajina, la comandancia de armas y el cuartel, enormes ranchos de quinchas de chilca, muy abundante en los alrededores y techos de coirón bravo cordillerano. Al tomar posesión de la plaza, nuestro ejército no encontró sino dos familias visibles, cuyos jefes eran extranjeros: el señor Mathews, inglés; y el señor Cerrutti, italiano. Dos familias criollas tenían representación: los Carrazanas y los Abaroas. Los indios habitaban chozas, sumidos en la más espantosa abyección, siempre víctimas de la tiranía y codicia de los blancos, que los empleaban de arrieros, pastores, mineros y domésticos, con salarios irrisorios. A pesar de sus sufrimientos, los indios habitaban ahí, de padres a hijos, pues jamás se despegan del pago de sus antepasados. Letelier apera la columna, compuesta de 500 hombres, del Batallón Melipilla, un grupo de artillería de dos Krupp de montaña y el Escuadrón Carabineros de Maipú. El 18 de mayo sale de Calama en dirección a Santa Bárbara, veinte leguas aguas arriba del Loa. Los meses de mayo y junio son los más bravos en esas cordilleras, por los fríos horribles de la noche y las tempestades de viento y nieve y rayos propias de la estación. En este caserío permanece seis días, en espera del convoy de cien carretas, arrendadas a la casa Artola Hnos., a razón de diez pesos diarios por vehículo, con la cláusula de que los desperfectos corren por cuenta del arrendatario. El jefe chileno empieza la ascensión de la cordillera el día 23, frente a los volcanes San Pedro y San Pablo, centinelas avanzados que anuncian al viajero con sus picos cubiertos de nieves perpetúas, la entrada a la región del frío y de la puna. El comandante Letelier se asegura, por continuos reconocimientos, de la ausencia de espías, que puedan denunciar su avance al general don Nicanor Flores, comandante en jefe de la VI División boliviana, reclutada en el sur del país. Ignoraba que el Gobierno de Bolivia tenía conocimiento de la expedición desde el momento en que con todo sigilo fue decretada en Santiago. Hemos dicho que Letelier salió de Calama el 18 de mayo; pues bien, once días antes se recibían en La Paz, los siguientes telegramas: Buenos Aires, mayo 7 de 1880.- Parte oficial al Gobierno argentino avisa haber salido ejército de 2.000 chilenos a Huanchaca, para apoderarse del mineral; manden chasquis ganando horas Huanchaca y Potosí.- N. N. Tupiza, mayo 15 de 1880. Señor Prefecto.- Potosí.- El coronel Letelier salió con 2.000 hombres para invadir Huanchaca y apoderarse de todos los recursos que halle.- A. Quijarro. Buenos Aires, mayo 26 de 1880.- Recibido en junio 1º de 1880.- Señores Trigo, Hermanos.- Invasión chilena salió de Calama el 22 del corriente con un total de 700
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hombres; traen caballería, seis cañones y una ametralladora; avisen Huanchaca por chasqui.- F. Uriburu. Un propio enviado directamente de Calama, dice al Prefecto de Potosí: Hay en Chiu Chiu 150 hombres de caballería del Maipú; el comandante es un señor Ambrosio Letelier; 90 granaderos con cuatro piezas de artillería de poco portado; el jefe, un tal Almeyda. El batallón Melipilla, acantonado entre Calama y Chiu-Chiu, su jefe Pedro A. Quiñez. Esperan dos batallones para marchar, dicen ellos; pero yo no les creo; según mi cálculo, no saldrán más de 700 hombres; advertiré que tienen 400 mulas y 300 caballos; el plan es marchar por fracciones. Piensan dar el ataque a Huanchaca, del modo siguiente: Huanchaca está en una quebrada muy honda; para tomar los dos cañones que la defienden, hay que mandar por los lados para distraerlos, y tomarse los dos cañones situados en el cerro. Dueños de Huanchaca, dicen que irán a Potosí; yo me río de las fanfarronadas de éstos. Le recomiendo que cuando asomen estos bandidos por esos mundos, matarlos como a perros. El día que sea la marcha de estos bribones, le enviaré aviso; pero para evitar alarmas, lo mandaré cuando los vea salir. En fin, alerta, alerta; denles el castigo merecido a estos rotos; si el amigo Carrasco está por esos mundos, un millón de afectos.- N. N.- (Boletín Oficial.- Potosí, 22 de mayo de 1880). El jefe político y militar de los Departamentos del sur, coronel don Nicanor Flores, en vista del avance de los chilenos, pide desde Potosí refuerzos a Sucre; el prefecto se excusa de mandárselos por temor a una revolución. Mientras envía a Trapichal una avanzada de cien rifleros, a cargo del comandante don Evaristo Cazorla, los jefes del Escuadrón Rifleros de Honor de Potosí, señores Arístides Moreno y Manuel María Jordan, reúnen a los principales vecinos en el colegio de Pichincha, y proponen que estando el enemigo a las puertas, se pongan sobre las armas cincuenta jóvenes de la primera sociedad, por sorteo. Efectuado éste, se acuartelan los 50 designados y 30 más, para reemplazo de enfermos o inaptos para el servicio de las armas. Mientras tanto, Letelier prosigue su marcha, ajeno a la tempestad que provoca su expedición, que marcha lentamente, debido al soroche de las alturas. Salido de Calama, a 2265.70 metros sobre el nivel del mar, en Santa Bárbara se encuentra a 3.223 metros. De este alojamiento, se pone en dos días en Polapi, diez leguas al interior, entre las nieves de la cordillera, a 3772.70 metros. Ahí encuentra el comandante buena agua, bastante leña, y una extensa vega, con mucho pasto, para refrescar la caballada. Después de un descanso reparador, corta el primer ramal de la cordillera; continúa hasta Ascotán, diez leguas adentro, a 3.956 metros, punto culminante de los Andes. Atraviesa la costa oriente del lago Ascotán, riquísimo en borato de cal, en estado de
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pureza, y se aloja en la posta de las carretas de la Compañía de Huanchaca, con buena agua y bastante leña. Avanza con precauciones. Por los prisioneros tomados en las vecindades, toma conocimiento de que el general Flores tiene una avanzada de 100 hombres, en Trapichal. Asciende por el norte del cerro del Azufre, y baja al oriente de la aguada de Ramaditas, a cinco leguas de Ascotán. El Trapichal dista 25 leguas de Ascotán, por el camino que sigue la expedición. Desde las vecindades de Ascotán el tiempo se hace más y más frío, especialmente en la noche, en que la temperatura baja de cero grado. El cuatro de junio, al anochecer, la columna entra a la posta de Tapaquilcha, de donde fuga una avanzada de 15 hombres de caballería. En previsión de un ataque nocturno, el comandante amuniciona la tropa y establece las centinelas de rigor. La artillería recibe orden de alistar algunas granadas, quitándoles el corcho que cubre la boquilla y colocando en su lugar la espoleta correspondiente. Al efectuar la primera operación, estalla una granada, matando a un artillero, e hiriendo a dos sargentos, que pronto quedan fuera de peligro, mediante las atenciones del cirujano del Melipilla, don Mamerto del Campo. Una legua más allá de Tapaquilcha se encuentra el portezuelo de Los Cuatro Linderos, que marca el divortia ajuarum de la cordillera boliviana; hacia el oeste corre el río Tapaquilcha; al oriente, el río Vizcachillas. Tapaquilcha, a doce leguas de Ascotán es de por sí una importante posición militar, que domina los caminos de Huanchaca y Quetena, cubriendo por la derecha a San Pedro de Atacama y Chiu-Chiu, y por la derecha el abra del Miño, que conduce a Santa Bárbara y Huatacondo. La división se encuentra, pasado Los Cuatro Linderos, sobre la Pampa que se extiende desde Ollagüe hasta Oruro, con muy poca diferencia de nivel, cerca ya de San Cristóbal, capital de Nor-López. Ollagüe se halla a 3.696.20 metros; San Cristóbal a 3.678.60 metros, Uyuni (entrada a Huanchaca) a 3.659 metros y Oruro a 3.694.40 metros. El general Flores ocupa a San Cristóbal; pero los naturales aseguran que avanzará a Vizcachillas, ocho leguas al interior. La expedición sale de Vizcachillas el día 6. De Cuatro Linderos avanzan 50 melipillanos montados y 25 carabineros de Maipú, a las órdenes del capitán del Melipilla don Manuel F. Chacón. El grueso sigue a la vista, a retaguardia. Precaución inútil. El general Flores había evacuado con tiempo la importante posición. Pero queda el destacamento del Trapichal, situado en el Boquete, angosta quebrada, especie de agujero, por donde pasa el camino. El Comando envía al teniente don Rufino Matta, con 20 carabineros a reconocer la fuerte posición; pero el comandante Cazasola había fugado al interior, dos días antes. Partidas volantes exploran el terreno.
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Partidas volantes exploran el terreno. Una de estas, de cuatro hombres, llega a San Cristóbal y trae prisionero al gobernador de la Provincia de Lipez, don Marcelino L. Baptista, con gran copia de llamas cargadas, en viaje a Tupiza. Por él sabe el Comando que el general Flores huye a Tomave, al noroeste de Huanchaca, camino de Potosí. Letelier se prepara para seguir a Ununi y Huanchaca, distantes apenas 141 kilómetros, por pampa llana, cuando recibe la orden de regresar inmediatamente, desde el punto en que se encuentre. La orden repentina se debe a la grita del Congreso, de la prensa y de Chile entero, que protestan de una expedición en pleno invierno, en el riñón de la cordillera, destinada a proteger los intereses de los accionistas de una sociedad particular. La orden llega muy a tiempo. Desde el día anterior reina una furiosa tempestad de agua, nieve y viento, entrecortada por lluvias de rayos, tan imponentes como peligrosas. Se enfundan los rifles, yataganes, sables y cañones; los jinetes ocultan los frenos y espuelas en las alforjas, pues los rayos caen en descargas cerradas, haciendo temblar la tierra. Por fortuna, estas cóleras celestes duran poco, pero se repiten tres o cuatro veces por día. La tropa soporta el espantoso frío de la noche; prefiere caminar a dormir; el termómetro marca 18 grados bajo cero. El autor de estas líneas, durante el año y medio que residió en Uyuni, como cónsul de Chile, constató 14 grados centígrados bajo cero, en los meses de mayo y junio. El agua se congelaba en el lavatorio, a pesar de la estufa que permanecía encendida. Una noche, un simpático viejito compatriota, que vivía de la industria de las empanadas de horno, no alcanza a llegar a su domicilio; queda a la intemperie, por haber cargado demasiado el gorro de dormir. Al día siguiente amanece convertido en piedra. Se le sepulta en un cajón cuadrado. La División baja por Ascotán y Palapí, con el tremendo temporal. Los soldados suplican al comandante que no les de rancho, ni haga alto, para combatir el frío con el movimiento. El viento huracanado arroja las mulas unas contra otras, y las tumba sobre la nieve; varios caballos del Maipú se apunan y perecen helados. Sin un jefe tan experto y calmado como Letelier; sin un cirujano tan enérgico y valiente como el doctor del Campo, las bajas habrían sido dolorosas. Únicamente tres soldados murieron helados. Por fin, después de un mes de penalidades y sufrimientos continuos, la expedición entra a sus cuarteles de Calama, a reposar de las fatigas de una campaña que puso a dura prueba la resistencia y disciplina del soldado chileno, y de las inclemencias de las altas cordilleras, cuyo paso, hoy, en ferrocarril, es penoso para los pasajeros.
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CAPITULO V. Operaciones Navales. Hemos referido, en el tomo II, los bombardeos de la escuadra sobre el Callao, en los días 22 de abril y 10 de mayo, y el combate entre las torpederas “Janequeo” e “Independencia”, en que ambas se hundieron en leal contienda. La escuadra continúa la monótona y sacrificada vida de bloqueo, a sabiendas de su ineficacia, dada la escasez de buques para cubrir la extensa costa enemiga, por cuyos puertos y caletas se hace un comercio activo con el exterior. Los bombardeos habían caído también en vana ostentación de hostilidad; el almirante carecía de suficiente número de cañones de largo alcance, y el enemigo multiplicaba de día en día las obras de defensa, en torno de las fortalezas seculares de la plaza. Además, los proyectiles de grueso calibre elaborados en la maestranza del ferrocarril y otras particulares de Valparaíso, carecían de precisión técnica para un eficiente resultado. No habría justicia en criticar la producción de nuestras usinas, dada la carencia de máquinas para la fabricación y calibración de proyectiles de grueso calibre, y la dificultad de encontrar obreros hábiles, para nuestras industrias rudimentarias. Se hizo cuanto se pudo, en su tiempo. Los marinos veían desfilar el tiempo, en la dura faena del bloqueo; los buques largaban ancla durante el día en el fondeadero de San Lorenzo; en la tarde, salían a cruzar la boca de la rada, quedando en la bahía la nave de guardia y la torpedera “Guacolda”. En junio aumentó el número de buques: llega el “Loa”, con los heridos enviados desde Arica; la torpedera “Fresia”, de 22 millas de andar, recién comprada en Inglaterra, a cargo del teniente don Ramón Serrano Montaner; y por fin, la “Tucapel”, otra torpedera, que con la “Guacolda” y “Fresia” podían tener a raya a la flotilla enemiga compuesta de las torpederas “Independencia”, “Urcos”, “Arnos” y “Lima”. Desocupados de Arica, ingresan sucesivamente a la escuadra bloqueadora, el “Cochrane”, comandante Latorre, y la “Magallanes”, capitán Gaona. El dictador Piérola contrarresta en lo posible la actividad de la flota chilena, y aún persigue la destrucción de sus buques, en especial del “Huáscar”, cuya bandera aborrecida irrita sus nervios. Organiza dos divisiones especiales de torpedistas; una, bajo la dirección del Ministerio de Fomento, compuesta de ingenieros especialistas de distinta nacionalidad; la otra, dirigida por la Subsecretaría de marina formada por ingenieros y oficiales de la armada. Ambas comisiones se dedican a sembrar de minas la bahía, a despachar torpedos a la deriva, hacia el fondeadero de Riveros, en San Lorenzo; y a procurarse un momento propicio para aplicar un torpedo a una de las naves chilenas.
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Nuestros marinos hunden a cañonazos los torpedos que desfilaban a flor de agua en la boca del puerto; varias minas estallan al chocar contra la costa sur de San Lorenzo. Los destrozos de los acantilados de la playa, revelan la enorme carga de explosivos que encierran. Con el objeto de adormecer la desconfianza de los chilenos, echaban fuera de la bahía botes y lanchas cargadas con víveres frescos, en dirección a las caletas vecinas; los tripulantes, perseguidos activamente, huían en ligeros botes a la playa, abandonando embarcación y carga, siempre bien recibida ésta por los marinos alimentados a ración seca. Los peruanos observaron que las presas capturadas eran conducidas al costado del “Blanco”, para su registro; se preparan para echar a pique al buque almirante, merced a una estratagema hábilmente urdida. El ingeniero señor Manuel Cuadros dispone una lancha, en cuyo fondo coloca un torpedo; sobre él construye un piso falso, bastante cercano al fondo de la lancha, apoyado sobre resortes. Carga en seguida la balandra con canastos de plátanos, granadillas, naranjas, gallinas, patos, un saco de lentejas, cuatro fréjoles, dos de arroz; y a popa y proa, derrama una cantidad de camotes a granel. Por conducto seguro, S. E., el Presidente Pinto, tuvo conocimiento de la confección de este aparato. Con fecha 3 de junio, envía al comandante don Patricio Lynch, por cable, la siguiente comunicación: “En Ancón prepara el joven Manuel Cuadros un torpedo. He oído decir que es de esta manera: Se compone de una lancha a vela, cargada con comestibles y carneros; al quitarse el último bulto, hay un resorte para reventar el torpedo.” El almirante recibe el aviso, enviado por precaución, por el comandante Lynch, por dos conductos. Inmediatamente, el señor Riveros comunica el aviso a los jefes de nave, en la siguiente nota: Comandancia en jefe de la escuadra. Nº 783.- Callao, junio 22 de 1880. El Comandante general de armas de Iquique, con fecha 4 del presente mes, me dice lo que sigue: “En primera oportunidad comunique a Riveros: En una carta de Lima se dice lo siguiente: En Ancón, preparando el joven Manuel Cuadros, un segundo torpedo, a pesar de haber tenido un fin desgraciado el primero. He oído decir que el torpedo es de esta manera: se compone una lancha de vela, cargada con comestibles y carneros, y al quitar el último bulto, hay un resorte para reventar el torpedo. Lo que trascribo a usted para su conocimiento y demás fines.” Y yo, a V. S., para que tome las medidas del caso.- Dios guarde a U. S.- Galvarino Riveros.- Al comandante de la corbeta “O’Higgins”. Hemos dicho que el torpedo estaba destinado al “Blanco” por la razón siguiente: El buque de guardia, cuando reconocía una embarcación, mandaba un bote al insignia; y cuando se trataba de uno pequeño, se le remolcaba lisa y llanamente al lado
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del “Blanco”. Había ordenado el almirante que se anunciara siempre buque a la vista; entonces el insignia echaba “reconocer”. El 2 de julio en la noche, una balandra cargada de víveres frescos, corderos, aves, y frutas diversas, abandona la bahía del Callao, pegada a la costa; cubierta por la densa camanchaca burla la vigilancia de los bloqueadores. Cobradas unas ocho millas, la tripulación la abandona con las velas flotantes y se dirige a la costa en botes. Sujeta al ancla, la balandra se balancea el día 3. Al divisarla, cerca de las 4 p.m., echa el “Loa” la señal 4651, que no tiene significación, por estar en blanco en el Código; a las 4:10 se le echa del “Blanco”, el Nº 63, que dice: “No se entiende la señal”. El “Loa” contesta con inteligencia, siguiendo a toda máquina rumbo al norte, con el número 4651 en el penol de estribor y la inteligencia en el penol de babor. No habiendo comunicado al insignia buque a la vista, éste no pudo ordenar “reconocer”. Cerca de la balandra, el comandante Peña, detiene su buque y manda a reconocerla al teniente Pedro N. Martínez. Los oficiales de a bordo sospechan que la tal lancha encierra peligro. El teniente Martínez, temeroso de que el ancla encierre o sostenga algún mecanismo, hace cortar el cabo por un marinero. Después, le da remolque. Al acercarse al costado del “Loa”, los tenientes Leoncio Señoret, 2º del buque y Martínez, manifiestan sus sospechas al comandante; lo mismo se permite insinuar al oficial de guardia, piloto 2º señor Stabel. El señor Peña era porfiado y testarudo; sus órdenes, tuertas o derechas, debían cumplirse al pie de la letra; y muchas veces con resultados absurdos. Por esta causa, no gozaba de la estimación de sus subordinados, ni del respeto que infunde el saber profesional. El comandante manda aclarar la lancha, y que el contador tome nota de la carga, por inventario. Ocurre lo que debía suceder. Al levantar el último bulto, el torpedo estalla; avienta a los marineros encargados de la faena del trasbordo; hiere y mata a varios tripulantes que observan la operación desde la borda; el mismo comandante queda herido, manando sangre en abundancia. No obstante, sube el puente de mando, para disponer que se dispare un cañonazo de alarma y auxilio, lo que no se efectúa por la posición vertical que toma la nave. El agua inunda los departamentos de popa y máquinas, no obstante los mamparos, por la rotura de 14 pies de largo por dos de ancho; y a los cinco minutos se hunde de popa, poniendo la proa al cielo. La gente era nueva, recién embarcada en Valparaíso, y en su mayoría grumetes. Corren en desorden a los botes, que están destruidos, a excepción de la segunda falúa a la cual se lanza la gente, volcándola por el exceso de carga; la segunda canoa recibe a los ingenieros 2º y 3º y a 11 individuos que llegan al “Amazonas”; el chinchorro se da vuelta con el doctor y cuatro individuos que se mantienen sujetos a la quilla. La tripulación permanece en el agua, al cerrarse el crepúsculo; son ya las 5:40 p.m.
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El comandante, que permanece hasta el último en el puente, se hunde con su buque. La “Fresia” acude a tiempo, y con los botes de los buques de guerra neutrales, recorren el lugar de la catástrofe, en la densa oscuridad. El “Amazonas” avanzaba a toda máquina; renace la esperanza; cerca del lugar del suceso, para las máquinas, por miedo a los torpedos: no salva un solo náufrago. La conducta del teniente Riofrío, su comandante, mereció acres censuras de sus compañeros de armas y del país. La explosión alarmó a los marinos británicos que estaban de estación con sus naves en la rada del Callao y comprendiendo lo sucedido, pues habían estado observando la maniobra de remolcar la balandra hasta el transporte chileno, largaron inmediatamente sus botes hacia el sitio de la explosión, llegando a tiempo para salvar a cincuenta y tres hombres que se debatían con las olas y con el remolino que formaba el buque hundido. Los tripulantes chilenos, entre los cuales había equipajes y oficiales fueron trasladados a las naves británicas en las que se les prodigaron solícitas atenciones, medicamentos y hasta ropa. Esta acción es la que anualmente recuerdan los sobrevivientes del “Loa” residentes en Valparaíso, efectuando una visita de gracias al cónsul de S. M. B., en dicho puerto. La dotación del transporte ascendía a 182 plazas, de capitán a grumete: salvaron 63, contando a ocho que andaban en comisión en el “Lamar”, en demanda de víveres. Estos afortunados fueron el aspirante Enrique Guimpert, el ayudante de contador Enrique Prieto Zenteno, el maestro de víveres Juan 2º Cortes y cinco marineros. Perecieron, en consecuencia, 119 individuos, ahogados o comidos por los tiburones, abundantísimos en esos parajes. Orden de batalla del transporte “Loa”. Comandante, capitán de fragata don Guillermo Peña. Oficial del detall, teniente 1º don Leoncio Señoret. Teniente 2º don Pedro Nolasco Martínez. Guardias marinas, señores Juan E. Fierro, Luís Oportus y Manuel Huidobro. Aspirantes don Florencio Guzmán y don Enrique Guimpert. Cirujano 1º don Demetrio Zañartu. Contador 2º, don Demetrio Bordalí. Ayudante, don Enrique Prieto Zenteno. Jefe de la guarnición, subteniente don Víctor Aquiles Bianchi. Piloto 2º, señor Pedro E. Stabel. Ingeniero 1º en Comisión don Emilio Cuevas. Ingeniero 1º don Santiago Wylie. Ingeniero 2º don Juan Craig.
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Ingeniero 3º don Andrés Duncan. Ingeniero 4º don Samuel Searer. Perecieron, en consecuencia los siguientes oficiales: Comandante, don Guillermo Peña. Guardias marinas, señores Luís V. Oportus, Juan E. Fierro y Manuel Huidobro. Ingeniero 1º don Emilio Cuevas. Ingeniero 4º don Samuel Searer. Debe consignarse aquí la valerosa conducta del guardián 2º Valentín Valdés y marinero 1º Donato, a quienes debieron su salvación cinco oficiales y varios marineros. Después del desastre del “Loa”, el bloqueo continúa cansado y aburridor, sin novedades de importancia. Nuestros marinos dan pruebas de paciencia y de vigor, para soportar las penalidades de tan cruda campaña, en un clima endemoniado: mañana helada de espesa camanchaca, mediodía tórrido, tarde cerrada con llovizna y noche oscurísima, en que la guardia necesita ojos de Argos para evitar los ataques nocturnos y los torpedos flotantes. Hay que añadir a las penurias del oficio, la falta de alimentación fresca, debido a los deficientes medios de transporte para aprovisionar a la escuadra y a la poca práctica de los encargados de estos servicios en la Intendencia General. Un cañoneo más aparatoso que práctico rompe la monotonía, a fines del mes de agosto. El gobierno quería desquitarse de la pérdida del “Loa”, echando a pique a los buques encerrados en la dársena, “sin exponer nuestras naves”, se entiende, como eran las órdenes de costumbre. El almirante dispone que el “Angamos” pruebe el cañón de largo alcance enviado por la casa Armstrong, la proveedora de nuestro gobierno desde largos años. Vino con el cañón un técnico de la casa, Mister Stater, distinguido caballero eximio en su profesión. El 30 de agosto, a las 10:30 a.m., el “Angamos” rompe sus fuegos contra los buques asilados en la dársena, cuya superficie es de 320 áreas. Al sexto tiro se ordena cesar el fuego, por haberse cerrado el puerto con una densa neblina. El 31, a las 12:45 p.m., se inicia el bombardeo, hasta las 3:33 p.m.; se disparan 25 proyectiles. El 1º de septiembre, de 10:40 a 12:40, se recomienza el fuego. Se lanzan 19 bombas. Una de éstas hunde al “Callao”, barco depósito de torpedos; otra revienta en el interior de la “Unión”. En la tarde se disparan trece tiros más, no tan buenos como los anteriores, por haberse empezado a usar municiones fabricadas en Valparaíso; las granadas hechas en el país, rara vez conservan su salero en la trayectoria, lo que hace variar la exactitud y alcance del tiro. El comandante dedica el día 2, al examen y estudio del cañón; y a llenar granadas y cartuchos con carga máxima. Las impresiones muestran algunas excoriaciones en la pared superior de la recámara, de 0.02 de pulgada, que a juicio del técnico no eran de
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consideración, pero convenía vigilar. Se reconoce el oído y se cambian las dos piezas que constituyen el grano, porque estaban completamente inutilizadas. El 3 se rompen nuevamente los fuegos; a las 12:35 salen de la dársena cuatro lanchas a vapor, la “Lima” al mando del teniente don Santiago Torrico; la “Urcos” comandada por el teniente señor Otoya; la “Arnos” a cargo del teniente señor Sánchez Carrión y la “Capitanía”, a las órdenes del capitán de puerto. Como se acercan haciendo fuego sobre el “Angamos” con cañoncitos de largo alcance, se adelanta la “O’Higgins” y las dispersa a cañonazos. Los fuertes entran en acción para sostenerlas; envían sus gruesos proyectiles la Batería 17 de marzo, La Punta, Elías Aguirre, Ayacucho, La Merced y Pacocha. El “Angamos” disparó en los cuatro días 50 granadas comunes inglesas, 28 granadas chilenas, 12 granadas Pallicer, con un consumo de 4.220 kilógramos de pólvora. Después de tanto ruido, sigue el pesado bloqueo, poniendo a prueba la atención de los marinos, pues se recibe aviso de que los individuos Pedro Beausejour y Aquiles Courti, habían formado una comunidad, para echar a pique buques chilenos, con las siguientes primas: 600.000 soles oro por cada blindado. 1.000.000 soles papel por el Huáscar. 800.000 soles papel por cualquiera otra nave. Mientras la comunidad trabaja por su negocio, el subsecretario de marina don Leopoldo Sánchez continúa sus experiencias con la división de voluntarios a sus órdenes, en la que se distinguen el capitán Cortínez, el teniente de marina Oyagüe, el ingeniero Cuadros, y otros entusiastas jóvenes patriotas. Esta división construye en el Callao un botecito, gallardo y vistoso, que conduce una noche cerrada por espesa camanchaca, a Chancay, el práctico de la matrícula de este puerto, Julio Sosa. El teniente Oyagüe hace el trayecto por tierra, entrando a Chancay en la mañana del 9 de septiembre, dispuesto a utilizar el bote torpedo. El almirante ordena al comandante de la “Covadonga” por nota del 21 de agosto que se dirija a Chancay, a relevar en el bloqueo al crucero “Amazonas”, quien le hizo entrega de los documentos e instrucciones dadas por la Comandancia en General de la Escuadra para el mejor éxito de su comisión. En la misma nota, el almirante dice al capitán Ferrari, que acaba de pasar de 2º de la “O’Higgins” a Comandante de la “Covadonga”: “Recomiendo a V. S., evite todo tráfico de trenes entre Ancón y Chancay y los trabajos de fortificación que el enemigo trate de llevar a cabo. Las embarcaciones menores deberán ser destruidas cada vez que sea posible”.
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El 1º de septiembre el almirante ordena al capitán Ferrari tomar carbón del “Lamar” y dirigirse a Chancay, a relevar a la “Pilcomayo”, de cuyo comandante recibirá los documentos concernientes al bloqueo. Entre los documentos figuran las órdenes de la Comandancia en jefe de la escuadra, en especial las siguientes: 4 de julio.- El telegrama de S. E., relativo al bote torpedo que preparaba en Ancón el ingeniero Cuadros. 7 de julio.- Prohibición a los buques de guardia de reconocer embarcaciones menores. Deben conducirlos a dos cumplidos de buque de la nave almirante. 25 de julio.- No dejar acercarse a ninguna embarcación, sea cual fuere la bandera que enarbole, salvo que reconozca bote de la armada. En caso contrario, ordenará se detenga a los 1.000 metros y enviará a reconocerla con un bote convenientemente armado, preparándose al mismo tiempo para moverse y rechazar cualquier ataque. Con tales recomendaciones, el capitán Ferrari inicia el bloqueo. El 13 de septiembre, entre 12 y 1 p.m., entra la “Covadonga” a la ensenada de Chancay en demanda de un puente de ferrocarril que debía destruir; no existiendo tal puente, concentra los fuegos, sobre una lancha que echa a pique, sin lograr acertar a una canoa. El comandante manda arriar el chinchorro, para que el aspirante don Melitón Guajardo y el calafate José María Ávila, destruyan el bote después de extraerle lo útil, encargándoles que lo reconozcan y “que tengan cuidado con las trampas”. El aspirante y calafate aseveran que nada encuentran sospechoso. Con tales seguridades, el comandante ordena: “No destruyan el bote, sáquenlo lejos y reconózcanlo bien”. Mientras se preparaban los apoyos para izarlo, el segundo del buque, teniente 1º don Enrique T. Gutiérrez, manifiesta la conveniencia de registrar el cajón de popa del escudo. El comandante aprueba la observación; pero como el bote había sido reconocido sin encontrarle nada sospechoso, ordena izarlo. El teniente Merino sube al puente y observa al oficial de guardia, teniente González, la necesidad de reconocer el cajón de aire de popa, herméticamente cerrado, que podía contener algunas libras de dinamita. El teniente González, después de comunicar estas sospechas al 2º comandante, ordena suspender la izada del bote, en el momento mismo en que el contramaestre daba con el pito la voz de “listo”, a la cual, como es costumbre, la gente en las tiras cobra lo que había en banda, y al instante tiene lugar la explosión que produce el siniestro. Se siente un horroroso estampido; el bote salta al aire en mil menudos pedazos. Una bocanada de llamas y humo abrasa a los que están cerca que quedan ciegos o ensordecidos con el ruido de la detonación. La “Covadonga” herida de muerte comienza a hundirse. Se apela a los botes, para salvar a la gente. Desgraciadamente, sólo estaba servible la canoa en que se embarcan 29 personas; la segunda chalupa se inutiliza con la
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explosión y el chinchorro se da vuelta al arriarlo; la primera chalupa se encuentra sobre el puente en compostura y el primer bote trincado a los pescantes, para evitarle averías, al hacer fuego la colisa de a 70. La canoa no podía contener más gente; un individuo más, la haría zozobrar, e irían al agua sus 29 tripulantes. El teniente Gutiérrez ordena desatracar y bogar firme; un minuto más, y serían arrebatados por el remolino. La lancha pone proa a Ancón. Alejada unos mil metros, del lugar del naufragio, se divisa por la punta sur un bote a cuatro remos que avanza en demanda de la canoa. Eran las 3:30 p.m. Salidos a alta mar, fuera de la punta de Chancay, la canoa recibe de lleno el violento choque del viento y del oleaje. Los perseguidores ganan terreno; deciden entonces los náufragos, poner proa al suroeste, prefiriendo recibir por el costado el embate de las olas, antes que caer en manos del enemigo. La canoa no tenía timón. El teniente Merino guiaba a los remeros: ¡Hala más estribor! ¡Halando menos a babor! Cuando alguna montaña amenazaba tragar la embarcación y era necesario poner proa al mar. No era posible relevar los remeros, porque se habría desestibado la embarcación; pero, aunque los tripulantes iban acurrucados y encogidos, la canoa embarcaba agua; el teniente Carrasco organiza un servicio de desagüe con las gorras de los marineros, al mismo tiempo que los tripulantes arrojan al mar las ropas mojadas, para disminuir el peso. Eran las 5:30 p.m.- La chalupa enemiga se encontraba a 800 metros de la canoa chilena. Suena un disparo; un peruano, de pie, apunta sobre la canoa; otros, se preparan a imitarlo. Sigue después una descarga. Los bogadores flaquean instintivamente; los oficiales les alientan; primero morir que caer en manos del enemigo. Sigue la caza del enemigo. La distancia disminuye a 600 metros, después a 300. Entre las 5:15 y las 5:30 el enemigo se pone a 200 metros de la canoa fugitiva. Pero el viento arrecia; el mismo peligro corren los contendientes; la chalupa peruana vuelve a tierra; la chilena sigue luchando con la mar. Durante cuatro eternas horas, es decir, hasta las 10 p.m., continuaron sosteniendo una constante lucha con los enfurecidos elementos. El ventarrón apenas los dejaba a veces maniobrar, y era necesario tener mucho cuidado con el gobierno a fin de no extraviarse en medio de la oscuridad. Por fin a las 10, habiendo recorrido unas siete millas desde su salida de Chancay, divisan a lo lejos la “Pilcomayo”. Entonces les asaltan nuevos temores. ¿Serían reconocidos por sus compañeros? Antes de oír sus voces ¿no los considerarían torpedo enemigo y los echarían a pique en el instante? Algunos en vista de este inesperado escollo, eran de opinión que se aguardase la llegada del día para darse a conocer. Pero al considerar la congojosa situación de sus
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compañeros y el peligro que quizá en ese mismo instante corrían, se determinó afrontar esta nueva alternativa con la misma decisión que las anteriores, aunque tomando todas las precauciones imaginables a fin de no ocasionar una terrible equivocación. Continuaron remando en dirección a la cañonera chilena, y un cuarto de hora más tarde se encontraba frente a su costado a distancia suficiente para ser oídos. Se marcaron entonces uno... dos... tres tiempos y en seguida las 29 voces reunidas dieron a toda fuerza el grito de ¡Pilcomayo! Parece que a pesar de esto, no fueron oídos o que ellos no percibieron la voz del centinela que les gritaba ¡al bote! Lo cierto es que éste le largó un disparo y dio en seguida la voz de alarma, anunciando haber avistado un bulto sospechoso. Resonó en la “Pilcomayo” el toque de zafarrancho, al mismo tiempo que los náufragos, marcando nuevamente los tiempos para dar un grito unísono, pronunciaban el nombre del comandante ¡Moraga! Esta vez fueron oídos, pero se sospechó en la “Pilcomayo” que aquel inusitado reclamo podía ser una estratagema de los torpedistas enemigos, que quizá conocían el nombre del nuevo comandante de la cañonera ex peruana. Los náufragos se pusieron también en este caso, y al mismo tiempo que avanzaban con lentitud iban gritando al mismo compás el nombre del segundo: ¡Fernández!, y el de los tenientes ¡Zegers y Silva!. Nuevas sospechas a bordo de la “Pilcomayo”, de que también los peruanos podían conocer los nombres de los oficiales del buque, y nuevo acuerdo de los náufragos para suponer esa probabilidad. Se les evocó entonces con los nombres familiares de los compañeros de confianza, y así principiaron a gritar: ¡Pato Silva!, al teniente de este nombre, y ¡Popín!, a Zegers, no sin que algunos prorrumpieran en sendas risotadas al ver en aquellos momentos tan extrañamente mezclado lo ridículo con lo trágico. Al oír estas nuevas demostraciones se convencieron los tripulantes de la “Pilcomayo” de que eran amigos los que llegaban. El comandante Moraga dio, sin embargo, la voz de ¡alto!, a la canoa, y estalló un diálogo para saber qué motivos la traía. Después de escuchar la tremenda noticia de la pérdida de la “Covadonga”, hizo arriar un bote y mandó recoger los náufragos. Sólo al ver las caras amigas y los cuerpos entumecidos y desnudos pudieron todos convencerse de la realidad de la terrible desgracia. Mientras la canoa se desprende de la “Covadonga”, el comandante permanece en su puesto. Lava con su vida la pérdida de la nave. La tripulación, que en los primeros momentos se arroja al agua, asida a las maderas que flotan, vuelve al buque, y se refugian en la arboladura. Apenas ocurre el suceso, se desprenden de la costa embarcaciones con tropa, y toman prisioneros a los náufragos, en número de 47, entre ellos, el aspirante Guajardo, mal herido.
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Orden de batalla de la cañonera “Covadonga”. Comandante.- Capitán de corbeta graduado don Pablo S. de Ferrari. Oficial de detall.- Teniente 1º don Enrique Gutiérrez. Tenientes 2º.- Señores Manuel L. Carrasco, Froilán González y Vicente Merino. Guarnición.- Teniente don Manuel 2º Blanco. Aspirantes.- Señores Juan V. Villa y Melitón Guajardo. Contador 2º.- Don Francisco 2º Leyton. Cirujano 1º.- Don Manuel Espinosa. Ingeniero 1º.- Don Cipriano Encina. Ingeniero 2º.- Don Francisco Guzmán. Ingeniero 3º.- Don Ramón Rebolledo y Ángel Feite. Y 133 oficiales de mar, fogoneros, etc. Armamento de la cañonera. 2 cañones de 70 rayados, antiguos. 1 cañón de 70 moderno. 3 cañones de a 9, antiguos. 1 cañón ametralladora. 50 rifles Comblain. 35 sables. 11 hachas. 12 puñales corvos. 12 revólveres. 160 bombas para cañón de 70 moderno. 60 bombas para cañón de a 70 antiguo. 40 balas rasas, para cañón de 70 antiguo. 534 libras de pólvora en barriles. 18 saquetes de pólvora para el cañón de a 70 moderno. 98 saquetes de pólvora para el cañón de a 70 antiguo. 21 saquetes de pólvora para el cañón de a 70 antiguo. 30 id., de 9 id. Triste congoja y honda irritación produce en los marinos la fatal noticia. El almirante convoca a Consejo a los jefes de naves, a los cuales lee sus instrucciones. Nada puede hacerse sin consultar a la Moneda, aunque todos en su fuero interno, especialmente Moraga, querían hacer sentir al enemigo el peso de un bombardeo general de la costa. El almirante despacha el “Angamos” a Arica, con comunicaciones para el gobierno, quien, lejos de ordenar una enérgica represalia, dispone un ridículo ultimátum, que hace reír a nuestros enemigos y les da pie para una sangrienta burla.
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El almirante, cumpliendo las órdenes del gobierno, pasa una nota al comandante en jefe del Callao, capitán de navío señor Germán Astete, conminándolo para entregar la “Unión” y el “Rimac”, bajo pena de bombardeo de algunos puertos en caso de negativa. El comandante de la plaza del Callao, responde a la intimación, con la siguiente nota: Callao, septiembre 21 de 1880. Señor Jefe de las fuerzas navales de Chile, presentes en este puerto. Señor: Acuso a V. S., recibo de su nota de la fecha. Mi Gobierno, en cuyo conocimiento puse el contenido de su citada comunicación, es de sentir, que teniendo V. S., al frente y en las mismas aguas a los buques peruanos “Unión” y “Rimac”, puede V. S., venir a tomarlos, si le acomoda; y el bombardeo de poblaciones indefensas como Chorrillos, Ancón y Chancay, es digno de la manera como Chile hace la guerra; sin que esto pueda tomarlo el Perú de nuevo, pues se ha hecho ya fuego, sobre Ancón; y Chancay fue bombardeado diariamente, antes de la destrucción de la “Covadonga”. El hundimiento de esta nave, llamada por V. S., alevosa celada, no ha sido más que la condigna pena que reciben los salteadores, en mar y en tierra: ser castigados por su propio crimen. Queda de esta manera contestada la vergonzosa intimación de V. S., extrañando de mi parte, que debiendo conocer los quilates del noble corazón peruano, se haya avanzado a suponer, que pudiera pasar por tan indigna propuesta. De las naciones civilizadas y grandes en carácter, es luchar con lealtad, y no ensayar su saña con poblaciones desarmadas. Honroso sería para V. S., avanzar sobre las fortalezas de esta plaza, y no hacer el simple papel de espectador, en el largo espacio de cinco meses, transcurridos desde el establecimiento del bloqueo.- Dios guarde a V. S.- L. Germán Astete. El almirante, obedeciendo el mandato de la Moneda, ordena el bombardeo de Chorrillos por el “Cochrane” y “Toltén”; el de Ancón, por el “Blanco” y el “Princesa Luisa”; y el de Chancay por la “Pilcomayo”. Los diplomáticos extranjeros protestan contra estos bombardeos sobre plazas indefensas; pero el día fijado, nuestros buques inician el bombardeo de los lugares designados. Las poblaciones de material ligero, sufren mínimos perjuicios; las balas sólidas atraviesan los tabiques de bambú, sin reventar, ni provocar incendios. Los buques perdieron el siguiente consumo: “Cochrane”.- 84 granadas. “Blanco”.- 140 granadas. “Pilcomayo”.- 100 granadas. Total, 424 bombas, de calibres comprendidos entre 70 y 250. Después de este desperdicio de municiones, nuestros marinos vuelven nuevamente al acostumbrado tedio del bloqueo.
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CAPITULO VI. La Guerra en Santiago. El Presidente señor Pinto leyó ante las Cámaras el mensaje de costumbre el 1º de junio de 1880. S. E., hizo una justa exposición de los hechos ocurridos durante el año, tanto en la guerra como en la administración del país. Presentó la situación general de los negocios como muy satisfactoria. Las entradas y gastos ascendieron en 1879: ENTRADAS. Ordinarias y extraordinarias…………………………..
$ 27.693.087,74
SALIDAS. No comprendiendo las cuentas pendientes en Europa… $24.777.300,12 Hubo pues un superávit de cerca de tres millones de pesos. El movimiento comercial ascendió en el mismo año a… $59.360.226.Correspondían a la exportación………………………... $36.620.226.Y a la importación……………………………………… $22.740.000.La balanza comercial nos era favorable en cerca de 14 millones de pesos. El cambio estuvo en enero y febrero a 38/4. Con motivo de la ocupación de Antofagasta y rumores de guerra descendió a 34; y a la época de la declaratoria de guerra, 5 de abril de 1879, cerró a 34/2 y siguió descendiendo paulatinamente. Sin embargo, las victorias obtenidas en mar y tierra entonaron nuevamente el cambio, que cerró en enero a 36/4, en febrero a 35/2, en abril a 32, en mayo a 32/2, mes de la victoria de Tacna. La situación financiera del Estado tenía que resentirse por el estado de la guerra contra dos naciones. Sin embargo con la emisión de algunos millones de papel moneda, y el expendio de salitre fiscal acumulado en Iquique. El primer remate efectuado en Valparaíso produjo 200.000 pesos. El guano empezó también a dar buenas entradas, merced al arreglo con los tenedores de bonos. La guerra sostenía a la guerra. El mensaje presidencial, sobrio y verídico, recibió el beneplácito de la opinión pública. Se echó sin embargo de menos alguna palabra que indicara, o al menos dejara vislumbrar el pensamiento gubernativo respecto a la continuación de la campaña. El pueblo sabía que el primer magistrado fue a la guerra forzado por el Ministerio Prats, que contra su voluntad se hicieron las campañas de Tarapacá y Tacna, y con tales
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antecedentes, el pueblo se preguntaba con inquietud cual sería el pensamiento del señor Pinto. Los diarios reprodujeron un telegrama peruano fechado en Chancay el 27 de mayo, antes de conocerse los resultados de la batalla de Tacna. Decía dicho telegrama: Señor Prefecto, Lima. Vapor Lontué fondeó a la una p.m. Las principales noticias de que es portador son las siguientes: Ministro de la Guerra en Campaña Sotomayor falleció repentinamente. Chile suspenderá las operaciones de la guerra sin triunfar en Tacna, así lo quieren los principales círculos políticos en Santiago. Los peruanos estaban en lo cierto, pues los diarios El Mercurio de Valparaíso y Los Tiempos de la capital habían acogido este rumor, salido de la Moneda. Los Ministros se manifestaron desagradados por tales rumores y Gandarillas los calificaba como infamia inventada ad hoc por dichos diarios en carta dirigida al Intendente General, señor Dávila Larraín. De nada servían las negativas oficiales. El secreto a voces había subido hasta la representación diplomática acreditada en Santiago. El Ministro de Estados Unidos en Chile Mr., Osborne comunicaba con fecha 13 de mayo a su colega en Lima, Mr., Christiancy: “Prevalece aquí muy extendida entre la gente bien informada, la impresión de que después de la batalla que se librará en los próximos días en Tacna, si el resultado de ésta fuera favorable a Chile, se abrirán negociaciones entre los beligerantes con el objeto de llegar a la paz. El Gobierno no ha desmentido oficialmente la manifestación de este sentimiento y estoy informado por conductos dignos de crédito, que el Presidente ha manifestado que después de esta batalla se someterán al Perú proposiciones en este sentido”. La victoria de Tacna produjo grande excitación en el sentimiento nacional. Entre los gritos de entusiasmo el pueblo vociferaba en masa: “A Lima”, “A Lima”, exclamaciones que disgustaban al Presidente y más aún al señor Santa María, que apoyaba decididamente el pensar de su Excelencia. El asalto de Arica renovó las manifestaciones populares. Los gritos ¡A Lima! ¡A Lima! Resonaron en la plazuela de la Moneda entre los himnos de las bandas y los vítores de una muchedumbre embriagada por el éxito de nuestras armas. Este grito a Lima fue unísono de norte a sur del país: encarnaba la aspiración nacional, el sentir de grandes y pequeños, ricos y pobres, mujeres, niños y viejos. Se oponían al sentimiento nacional, únicamente el Presidente de la República, sus Ministros y el Círculo Palaciego, que rodeaba al jefe del Estado. Al día siguiente de la toma de Arica, 8 de junio, el diputado don Carlos Walker Martínez, formula en la Cámara el siguiente proyecto de acuerdo: “La Cámara de Diputados acuerda un voto de admiración y de gracia a los jefes, oficiales y soldados vencedores en Tacna y Arica, y les anuncia que la opinión pública de Chile les señala a Lima como corona y término de sus heroicos sacrificios”. Combaten la proposición los diputados don Jorge Huneeus y Francisco Puelma, el primero por inconstitucional; el segundo, porque estando el Perú vencido, podría Chile ofrecer la paz sin desdoro. Walker Martínez replica con gran violencia, y se tercia un acalorado debate.
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Por fin, el Vice-presidente don Demetrio Lastarria, propone este otro voto, que la Cámara aprueba por unanimidad: “La Cámara de Diputados acuerda un voto de felicitación y de aplauso a los jefes, oficiales y soldados vencedores en Tacna y Arica y les anuncia que la opinión pública confía en que sabrán con nuevos sacrificios asegurar a la República una paz honrosa y digna”. Chile entero recibe con aplauso el voto de los diputados, que traduce fielmente sus aspiraciones. Tres días después, el 11 de junio, cuando la administración sigue su curso natural, el Ministerio presenta su renuncia. ¿La causa? La cuestión presidencial, en primer término: la guerra, en segundo. Mientras vivió don Rafael Sotomayor, las intrigas políticas por la candidatura oficial no ofrecían campo a los candidatos para obtener la voluntad del Presidente de la República. Los íntimos de este magistrado tenían la convicción de que el señor Sotomayor contaba con las simpatías del Jefe del Estado. Santa María no se descuidaba, y desde su puesto de Ministro del Interior tejía la madeja con la designación de funcionarios completamente adictos a su candidatura. El tercer candidato, se dibujaba en el general vencedor que después de entrar a Lima y Callao, volviera radiante de gloria a la cabeza de sus huestes triunfantes. Este candidato innominado quitaba el sueño y el apetito al señor Santa María. La muerte de don Rafael Sotomayor, aclara el camino; queda Santa María dueño del campo; sin pérdida de tiempo, se esfuerza en halagar y complacer a don Aníbal Pinto, en sus deseos de acabar la guerra. El Presidente cree que la continuación de las hostilidades no tiene razón de ser: 1º Chile es dueño de Tarapacá, la prenda destinada a resarcir los gastos de la campaña; 2º Lima no es la paz, porque Piérola podía retirarse a la sierra y continuar la resistencia; 3º Chile tenía a Tacna y Arica, cuyo ofrecimiento podría obligar a Bolivia a separarse del Perú y firmar la paz aisladamente; 4º el gasto que origina la continuación de la guerra, superaba la potencia financiera del país. Había todavía una razón más poderosa mantenida en secreto por S. E. Consideraba irremplazable a Sotomayor en el puesto de Ministro de la Guerra en campaña; y consideraba incapaz a Baquedano y demás altos jefes del ejército para una operación tan vasta como la campaña de Lima. De ahí su resistencia para emprenderla. Santa María lo apoyaba con calor y entusiasmo, por doble motivo: se ganaba la buena voluntad presidencial y terminada la guerra, no se forjaba el general vencedor capaz de disputarle la banda. Pero no todo el Ministerio comulgaba con la candidatura Santa María; la mayoría le era desafecta, especialmente Gandarillas y Amunátegui.
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Don Augusto Matte cansado de la lucha interna, presenta su renuncia por motivos de salud. El Presidente quiere parchar el Ministerio, pero sin Santa María, ni Gandarillas, a quien el señor Pinto propone la idea, la creen viable. Viene la crisis total, y con ella las recriminaciones de uno y otro bando. Gandarillas fue franco; dijo que el Ministerio se había ido, porque había uno que quería la idea y estaba dispuesto a desorganizar y a irse a fin de que todos se marcharan. Santa María, aludido de frente, niega el hecho rotundamente. El 16 de julio S. E., y Santa María organizan el siguiente Ministerio: Interior: don Manuel Recabárren. Relaciones Exteriores: don Melquíades Valderrama. Hacienda: don José Alfonso. Justicia e Instrucción Pública: don Manuel García de la Huerta. Guerra y Marina: don Eusebio Lillo. Santa María designó a los señores Lillo, Alfonso y García de la Huerta; el Presidente a los señores Recabárren y Valderrama. Santa María triunfaba en toda la línea. Pero hubo un entorpecimiento. El señor Lillo, que no había sido consultado, rechazó el cargo cuando tuvo conocimiento de su designación. Además no era partidario de los Ministros de Guerra en campaña y hacia poco había dirigido a Santa María una carta sobre el particular, manifestándole los males que originaban, los delegados del Gobierno para el buen desarrollo de las operaciones. Santa María y los radicales que dominaban la situación, hicieron esfuerzos poderosos para quebrantar la decisión del señor Lillo, que se mantuvo inflexible en su determinación. El mismo señor Pinto no tuvo éxito en sus gestiones privadas. Lillo declaró con toda franqueza, que en primer lugar no estaba preparado para el cargo; y en segundo, que era enemigo de los Ministros de Guerra en campaña, destinados a entorpecer y entrabar las facultades privativas de los directores, el General en Jefe y el Almirante de la Escuadra. Antes de aceptarse la renuncia del señor Lillo y cuando apenas faltaban tres o cuatro días para su llegada a Santiago, el Gabinete toma una resolución que importaba una ofensa para este distinguido hombre público, la de enviar un mensaje al Senado, proponiendo el ascenso a generales y coroneles de altos jefes del ejército, con la firma de don Manuel García de la Huerta, Ministro suplente. El 9 de junio a raíz de los triunfos de Tacna y Arica, el Gobierno concedió al General Baquedano el generalato divisionario, que el Senado aprobó por unanimidad, el 9 de julio. El 2º mensaje propone como generales de brigada a los coroneles don Pedro Godoy, don Manuel José Prieto, don Cornelio Saavedra y don Emilio Sotomayor; y a coroneles a los tenientes coroneles señores Manuel José Ortiz, comandante del Buin, Ricardo Castro del tercero de línea y al coronel de guardias nacionales y antiguo teniente de ejército don Martiniano Urriola, jefe de Navales.
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Quedan preteridos, para el generalato, el coronel don Pedro Lagos, captor de Arica; y para coronel el graduado, don Jacinto Niño, que desempeño brillante papel en Tacna, a la cabeza del Valparaíso; el comandante don Francisco Barceló, jefe de la II División y el comandante del Atacama, el bravo don Juan Martínez, etc., etc. Llegado a Santiago, don Eusebio Lillo, se vio asediado por sus amigos políticos para que desistiera de su renuncia, el mismo Presidente le pide con instancia, que le acompañe en el Ministerio. Lillo se muestra inflexible. El Presidente obtiene no obstante que acepte el cargo de Delegado del Gobierno ante el ejército y armada; Lillo, dada su amistad con Baquedano y Riveros, se allana a desempeñar el puesto, para que el Gobierno no nombre otra persona que pueda llevar la desorganización a las tropas del Norte. Baquedano y Riveros reciben con gusto este nombramiento, pues conocen el talento, discreción, y abnegación del autor de la canción nacional. El Congreso trabajaba y aprobaba todos los proyectos de ley enviados por el Ejecutivo. Se encontraba en discusión la autorización al Presidente de la República, para emitir 10 millones de pesos en billetes de curso forzoso, cuando la noticia de la pérdida del Loa viene a caldear la atmósfera. En sesión del 10 de julio, el diputado don Luís Jordan interpela al Ministerio, sobre las medidas tomadas por el Gobierno en represalia de la felonía peruana. El señor Recabárren contesta “que el Gobierno haría guerra activa y enérgica”; el diputado por Carelmapu, don José Manuel Balmaceda apoya al señor Jordan, y en un patriótico discurso prueba que la paz debe conquistarse en Lima, solo en Lima. El Gabinete procura ganar tiempo; no contesta la interpelación, esperando el resultado de las conferencias celebradas en la Moneda, ante el Presidente y los políticos más destacados, a quienes aquel procura convencer de la poca conveniencia de expedicionar sobre Lima. El señor Jordan en sesión del día 13, llama seriamente la atención a la conducta del Gabinete y manifiesta de que es tiempo que se haga sentir una acción bélica más eficaz. El señor Alonso, único Ministro presente a la sesión, expresa que el Gobierno tiene el firme propósito de “hacer la guerra con la mayor energía”. La desleída respuesta ministerial no satisface al señor Jordan, que lanza una patriótica filípica contra la atonía ministerial. Sigue en el uso de la palabra el diputado don José Manuel Balmaceda; pronuncia un conceptuoso discurso que hace eco en la Cámara, resumiendo su pensamiento en estas palabras: “La paz posible está en Lima, no está en ninguna parte. Quiéralo o no el Gobierno, désele o no el ejército, los acontecimientos más poderosos que los hombres, y sus preocupaciones, nos obligarán a ponernos en marcha sobre Lima”. Termina proponiendo el siguiente proyecto: “La Cámara acuerda nombrar una comisión de siete miembros de su seno para que, tomando en cuenta las necesidades de la guerra, proponga todos los arbitrios dirigidos a obtener los recursos que se necesitan para llevarla a término”.
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El Ministro de Guerra suplente no concurrió a la sesión del 13. Irritado por el desaire, el señor Jordan propone que se suspenda el debate sobre subsidios. Después de una discusión entre los señores Mac-Iver, Errázuriz Echaurren y Tagle Arrate, se determina celebrar sesión secreta a segunda hora, la que preside el señor Demetrio Lastarria. Toma la palabra el señor Huneeus y apoya a los que creen que es temprano para pensar en ir a Lima. Cree que Chile debe continuar con actividad, con decisión, y con energía las operaciones marítimas, manteniendo en continuo movimiento a nuestra gloriosa escuadra, intentando desembarques en donde podamos hacer sentir al enemigo los efectos de la guerra; privándole de sus elementos de riqueza; arrancándole contribuciones donde ello le fuera posible; y aún si así persistieran en no ceder, arrasándole una población cada mes, cada quince días, cada ocho días, si ello fuese menester, para hacerle comprender que deben someterse a la dura ley del vencido. El señor Balmaceda modifica su indicación y la del señor Jordan, proponiendo un aplazamiento de seis días, que la Cámara rechaza por cuarenta y dos votos contra doce. Por fin, en sesión del 29 de julio, se aprueba la emisión de 6 millones de pesos, pedida por el Ejecutivo, que pasa al Senado para su revisión. Relataremos ahora los incidentes parlamentarios a que da origen el reemplazo del señor Lillo por el señor Vergara. Los conmilitones políticos del Ministerio creen necesario dar un reemplazante a Lillo, que naturalmente debería salir de las filas del partido radical. Santa María, hombre precavido y macuco de alto vuelo, se adelanta a los acontecimientos, y tras de algunas conferencias íntimas, obtiene la adhesión a su candidatura de don José Francisco Vergara, ayuda poderosa, dado su prestigio, la independencia de su situación y la vehemencia de su carácter para perseguir los fines que se proponía. Ya no hubo dificultades por encontrar reemplazante en el Ministerio de Guerra y Marina; el señor Vergara fue ungido secretario de Estado en estos departamentos el 15 de julio. El nombramiento de don José Francisco Vergara, como Ministro de la Guerra, causa viva alarma en el país que lo considera como un brulote para hacer saltar al general Baquedano, imposibilitándolo para continuar en el mando del ejército. Los opositores a la candidatura Santa María veían en el señor Vergara la influencia ministerial puesta al servicio de este caudillo, que teje la madeja y envuelve en ella a los principales funcionarios de la administración. Todos recuerdan la retirada de Vergara después de la batalla de Tacna, conducta censurada por el Presidente, por el Ministro Santa María, por el Intendente General del Ejército y muchos otros dirigentes del Gobierno, amigos del señor Vergara. El general Baquedano y el coronel Velásquez, en la indignación del primer momento, quieren enviar la renuncia de sus cargos, como una protesta por tal
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nombramiento. Más, en una reunión tenida con el secretario general don Máximo R. Lira, éste les manifiesta la irregularidad de una protesta, que tal cosa significaba la renuncia contra una atribución constitucional del jefe del Estado, libre para nombrar a sus secretarios. Además, dichas renuncias ocasionarían las de todos los jefes del ejército, creando con esto una situación anormal, incompatible con la disciplina legendaria de las tropas de Chile. El secretario señor Lira, viendo calmados a los señores Baquedano y Velásquez, se traslada a Iquique a conferenciar con S. E., a quien envía con fecha 23 de julio, la siguiente comunicación: “Tacna 23 de julio de 1880.- Señor don Aníbal Pinto.- Santiago. Distinguido señor: Estimo como un deber de lealtad y previsión, comunicar a usted lo que por acá ocurre desde ayer y aprovecho para ello la demora del vapor que ha de conducir la correspondencia. El nombramiento de don José Francisco Vergara para Ministro de la Guerra ha causado en el ejército el efecto de la explosión de una bomba y ha venido a perturbar profundamente la tranquilidad de que estábamos gozando. Y como presumo que usted no conoce las causas de esta agitación, voy a comunicárselas aquí, aunque sea brevemente. Estábamos sitiando a Arica, cuando principiaron a llegar de a bordo noticias de la inquietud que habían causado en el sur las noticias que el señor Vergara había trasmitido y comunicado verbalmente sobre la batalla de Tacna y sus resultados. Exagerando mucho, sin duda, como sucede siempre en estos casos, se le atribuían palabras y conceptos destinados a herir profundamente el amor propio de los principales jefes del ejército. Resumiendo la impresión dejada por las que se decían revelaciones del señor Vergara, se aseguraba que Tacna había sido un segundo Tarapacá. Tomado Arica, las diversas personas que iban bajando a tierra confirmaban estos rumores; y después, las cartas que llegaban del sur venían a robustecer la creencia de que el señor Vergara había procurado empequeñecer la acción de Tacna. Puso el sello a esta impresión la correspondencia de El Mercurio, que se creyó inspirada por el mismo caballero, con quien hizo su viaje al sur el corresponsal de aquel diario. Le advierto que soy en este momento simple relator de lo que he visto y he oído, y que no exagero ni atenúo nada. Hubo, con ese motivo en el ejército un verdadero alboroto, que se tradujo en murmuraciones violentas y en censuras acres contra los cucalones, nombres que se complacían en dar al señor Vergara. Sin embargo, aquello pasó sin dejar huellas al parecer. Pero viene ahora su nombramiento de Ministro, y he aquí que han renacido todas las quejas y todas las censuras con mayor violencia que antes.
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El general dice que se retira porque es incompatible con su dignidad su permanencia en el puesto que ocupa, siendo Ministro el señor Vergara. El coronel Velásquez se propone hacer lo mismo y dice que lo acompañarán los artilleros que fueron –son sus palabras- los más indignamente calumniados por el señor Vergara. ¿Cuántos jefes acompañarán a éstos? No lo se aún, porque la noticia no es conocida de todos, pero si temo que sean algunos. ¿Sería posible dominar esta tormenta que amenaza traer una desorganización funesta en las actuales circunstancias? Por el momento no, porque la irritación es muy grande. Se dará una idea de ella el telegrama que le ha dirigido en la mañana de hoy el general Baquedano, de acuerdo con el coronel Velásquez! Atenuada en lo posible la dureza de las expresiones y disfrazado cuanto era dable su pensamiento fundamental, siempre ha quedado algo que bien pudiera traer una crisis, cuya solución no veo. “Era el único hombre, oigo decir a cada momento, que no podía ser Ministro de la Guerra, porque nos había injuriado”: Aunque se den explicaciones, la mala impresión que alcanzó a robustecerse, se ha hecho indeleble”. El nombramiento del señor Vergara tampoco goza de buen ambiente en la Cámara. El primer día que se presenta ante esta rama legislativa, el señor Segundo Molina, diputado por Vichuquén, que nunca había tomado parte en las luchas parlamentarias, y cuya tranquilidad y modestia le acarreaban la simpatía de sus colegas, sorprende a la Cámara con la presentación del siguiente proyecto, del que nadie tenía conocimiento: “La patria tiene derecho a exigir de sus hijos no solo el sacrificio de su sangre sino también la ejecución de todos aquellos actos que la conduzcan por un sendero de paz y prosperidad. Impulsado por estas consideraciones, me permito proponer el siguiente proyecto de acuerdo: La Cámara de Diputados cree inconveniente para la marcha de la presente guerra la designación del señor José Francisco Vergara como secretario de Estado en los departamentos de Guerra y Marina”. El proyecto, o más bien, interpelación, era antiparlamentario; hay que convenir en ello; pero su autor la hizo impulsado por patriotismo, sin segunda intención, atingente a la política o a la persona del señor Ministro. El señor Ambrosio Montt, pide el aplazamiento de la discusión; a lo que se opone el Ministro señor Vergara, que no acepta quedar bajo el peso de semejante censura. La Cámara se constituye en sesión secreta. Dice el boletín oficial de esta sesión: “Contestó el Ministro señor Vergara, y comenzó expresando ser duro para él tener que iniciarse en la vida pública con una cuestión de carácter personal. Afirmó enseguida que el hecho de su desacuerdo con los jefes del ejército era completamente falso, calumnioso, rumor de calles, de club o de corresponsales de diarios, que lamentaba fuera recogido y traído hasta el seno de la Cámara”.
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“En consecuencia de estas explícitas declaraciones, el señor Molina retiró su proyecto de acuerdo, manifestando, sin embargo, que él había sido presentado honradamente en virtud de aseveraciones públicas, notorias y persistentes”. El señor Molina estaba en la verdad y no lo estaba el señor Ministro. Salvo este incidente, el señor Vergara se encontró obligado a terciar en la interpelación del diputado don Luís Jordan, ampliada por el señor Balmaceda. El país se mostraba hondamente conmovido. Las discusiones de la Cámara repercutían en la prensa, en los clubes, en las oficinas, en las calles, en fin, en donde se encontraban dos ciudadanos. La efervescencia, lejos de calmarse, iba en aumento. El Presidente se oponía con tenacidad a que el ejército marchara sobre Lima; se sentía apoyado por el Ministerio y su círculo personal. Fuera de ahí, todo el país pensaba lo contrario de S. E. Don José Francisco Vergara vio comprometida la situación ministerial. Entró de su cuenta y riesgo sin conocimiento de sus colegas y menos del Presidente, en plática con los conservadores, a quienes el señor Pinto había alejado sistemáticamente del Gobierno, no obstante que contaban con fuerzas respetables en el Congreso y habían secundado patrióticamente la acción del Ejecutivo. Los conservadores nada pedían para si sino para el país. Estaban llanos a salvar del naufragio al Ministerio, si el señor Vergara declaraba que el ejército iría a Lima. El empecinamiento del Gobierno rayaba en la obstinación. Consideraba enemigos a todos los que no pensaban como él. El señor don José Alfonso, Ministro de Hacienda, caballero mesurado y tranquilo, escribía a Altamirano: “¿La toma de Lima significa la paz? Yo digo que no. No cabe más, entonces, que hacer una guerra que asole al enemigo, que no le de posibilidad de tomar una revancha, sin imponernos por nuestra parte sacrificios de consideración.” Entre tanto, los patrioteros, los bullangueros y la turba que los sigue, guiándose por palabras sonoras, gritan: ¡a Lima! ¿Qué le corresponde hacer al Gobierno? Seguir por su parte a esta corriente de.... (aquí una palabra gruesa) o procurar encaminar la dirección de los negocios en el interés verdadero del país? Altamirano y Dávila Larraín, que residían en Valparaíso, palpaban la realidad de las cosas y temían que el orden público se perturbara por la exasperación que culminaba en todas las clases sociales por la testarudez del Gobierno para mantener inactivo al vencedor ejército del norte, en espera de una paz propuesta por el enemigo. El Gabinete y la Cámara acuerdan y celebran tres sesiones secretas para discutir la debatida cuestión de la marcha sobre Lima. Abierta la primera sesión, el señor Errázuriz Echaurren se dirige al Ministro de la Guerra, en esta forma: “¿Ha determinado ya el Gobierno la expedición sobre Lima y el Callao?” Ante este exabrupto, el señor Vergara contesta que aunque no podía señalar con toda precisión las operaciones militares que debieran emprenderse, por depender estas de circunstancias muy complejas, podría sin embargo, declarar que el Gobierno se
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proponía dar a las operaciones bélicas una dirección activa, rápida, enérgica, persiguiendo sin tregua al enemigo por todos los medios posibles y llevando la guerra adonde tuviera sus fuerzas vivas y su último soldado. Alrededor de este tema, se hicieron diversas consideraciones. La segunda sesión se celebra en la noche; el señor Balmaceda explaya en ella “la necesidad de ir a Lima, apoyando que después de haber estado en Buenos Aires, y de oír las opiniones de sus hombres de Estado, creía que la intervención argentina podía venir en forma de mediación, que rechazada, provocaría un conflicto”. El diputado por Elqui, don Jorge Huneeus, rebate la opinión sustentada por el señor Balmaceda, y juzga la cuestión de una manera enteramente contraria; y termina manifestando “que si el Gobierno declara que hará la expedición a Lima, perdería su confianza y la de muchos señores diputados que no quieren dicha expedición”. La noche se pasa en trajines. Las conferencias entre los dirigentes de los diversos grupos políticos acarrean una componenda, ignorada del Ministerio, pero que revienta al día siguiente. Apenas abierta la sesión, el diputado Balmaceda pregunta: “¿Entra en los planes de guerra del Ministerio la expedición a Lima?” Vergara toma la palabra: “Se proponía, dijo, hacer guerra efectiva y enérgica, atendidos los recursos y elementos del país, y que si nuestros medios de acción eran suficientes y después de madurada la expedición a Lima, se encontraba ventajosa, se haría esta expedición. Para ello el Gobierno aumentaba el ejército y preparaba los elementos necesarios a fin de operar cuando fuera posible y oportuno, atacando al enemigo donde estuviere: En Lima, si allí estaba.” Balmaceda se declara satisfecho; don Isidoro Errázuriz, en brillante improvisación, explaya la declaración de Vergara y aplaude la decisión ministerial de emprender la campaña de Lima. Vergara había sellado un compromiso entre el Congreso y el Ministerio. Este no podía retroceder. S. E., recibió con profundo disgusto la noticia del compromiso contraído por Vergara. Hizo que éste reuniera un consejo de generales residentes en Santiago, excluyendo naturalmente a don Justo Arteaga, que no era grato a los señores Pinto y Santa María. Como conocían el modo de pensar de S. E., se declararon contrarios a la expedición a Lima, por unanimidad; en cambio echaron la soga al cuello del Presidente, recomendando la elevación del ejército a 25.000 hombres. Esta resolución costaba más cara al erario que la expedición a Lima, cuyo gasto amedrentaba al Ministerio. El Presidente hubo de rendirse ante lo irremediable. Santa María resistió hasta el último, pues temía un competidor en el general vencedor. Al fin le convencen los señores Altamirano y Dávila Larraín, que atendían a los intereses del país, más que a los cubiliteos de don Domingo, que se rinde a discreción. La campaña a Lima queda resuelta. __________________________
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CAPITULO VII. La Expedición Lynch. El Presidente de la República desde el principio de la contienda, creía con toda buena fe que el Perú procuraría acercarse a la paz, haciéndole sentir los horrores de la guerra, por medio de expediciones volantes que recorrieran su dilatada costa, imponiendo contribuciones a los vecinos, destruyendo las propiedades fiscales necesarias al comercio y a la industria, como muelles, aduanas, ferrocarriles, puentes y demás obras de valiosa utilidad. Propuso la idea al general Arteaga que la rechazó sin tomarla en consideración; repitió la tentativa con el general Escala, quien contestó que el ejército de Chile hacia la guerra como beligerante regular, no como montonero. Los jefes del ejército seguían las inspiraciones de estos dos altos dignatarios y admitían tales expediciones como sentencias punitivas por felonías del enemigo, contrarias a los usos constitudinarios de la guerra. Algunos allegados a S. E., sustentaban principios análogos a los del señor Pinto; por fortuna se encontraban en minoría. El señor Alfonso, Ministro de Hacienda, escribía a Altamirano, que su convicción era “hacer una guerra que asole al enemigo, que no le de posibilidad de tomar la revancha, sin imponernos de nuestra parte sacrificios de consideración”. El diputado por Elqui, don Jorge Huneeus, creía que nuestras victorias imponían al Perú la necesidad de hacer la paz, y que si se resistía, debíamos hacerle sentir el peso de la guerra con contribuciones, o arrasándole poblaciones cada mes, cada quince días, cada semana, hasta someterle a la dura ley del vencido. Los historiadores señores Búlnes y Eckdahl consignan que por este tiempo el comandante don Patricio Lynch, jefe político y militar de Iquique, envió a S. E., un plan completo de operaciones de esta naturaleza. Dudamos de la efectividad de la afirmación. El comandante Lynch, jefe ilustrado y pundonoroso no podía caer en semejante inusitado renuncio, enteramente contrario a las costumbres militares. Ni entonces, ni hoy, ni nunca, un jefe destacado al frente del enemigo, se permitiría sugerir planes de hostilidades al Generalísimo, sin serles solicitados. Como el documento existe, creemos dentro de la correcta y esmerada circunspección del comandante Lynch, que el jefe del Estado, su amigo personal, le pidiera reservadamente un plan de operaciones para una división independiente y que el comandante se apresurara a desempeñar su cometido. La exposición del señor Lynch, fechada en Iquique el 26 de junio de 1880, dice así: La situación presente.
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En la actual situación de las partes beligerantes, solo dos soluciones se divisan sin la paz: o marchamos sobre Lima con el grueso de nuestro ejército, o nos quedamos en statu quo. En el primer caso, nuestro ejército encontraría concentrada en sus alrededores todas las fuerzas de que dispone el Perú, haciendo más difícil la expedición. Si sucediera lo segundo, tendríamos: 1º Que se prolongaría indefinidamente la guerra. 2º Que la continuación, también indefinida del bloqueo del Callao, a consecuencia de la prolongación de las hostilidades, destruiría nuestra escuadra hasta inutilizarla. 3º Que durante este tiempo no causaríamos al enemigo mayores daños de los que hasta aquí ha sufrido, alejando, por consiguiente, las probabilidades de paz, desde que no había una nueva causa que determinara al Perú a pedirla; y 4º Que el espíritu público y el del ejército no encontrarían en nuestro país por el tiempo del statu quo nada que lo alimentara, libertándolos del fastidio e indisciplina que naturalmente produce una paralización semejante. Para allanar estos inconvenientes, sea que se piense en la ida a Lima, o en el statu quo, creo que bastaría con la realización de este proyecto: La idea de Lynch. Mi proyecto en globo se reduce a marchar con una división ligera, compuesta de cuatro batallones de infantería, una batería de artillería de montaña, y un escuadrón de caballería, a operar diversos desembarques en la costa, al sur y norte del Callao. Estos desembarques tendrían por objeto: 1º Distraer las fuerzas concentradas en Lima, llamando la atención a distintos puntos. 2º Imponer contribuciones de guerra en los pueblos próximos a la costa y algunos del interior, para atender con ellos en parte, al mantenimiento de nuestro ejército. 3º Producir el pánico de la guerra en las poblaciones más comerciales del Perú. 4º Mantener el espíritu público en Chile, y provocar en Lima, talvez una resolución con los cargos que la impunidad de nuestras operaciones harían nacer en contra de la previsión del Gobierno de Piérola; y 5º Hacer sentir las consecuencias de la guerra a los acaudalados del norte del Perú, que hasta ahora muy poco o nada han sufrido. Se evitaría todo combate con fuerzas superiores para tener siempre la seguridad del éxito, y procuraría en todo caso, no alejarse de la costa sino lo necesario para estar cierto de la impunidad. La parte ofensiva de la expedición se reduciría a imponer contribuciones de guerra y a batir las fuerzas que se opusieran a mi proyecto. De ninguna manera comprendería su objeto causar daños que no nos reportarán provechos directos; nada de incendios ni de destrucciones vandálicas; con operaciones de esta naturaleza, lejos de alcanzarse el
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fin racional de la guerra, se obliga al enemigo a negarse a toda transacción, porque con ello se hace nacer la desesperación de una lucha sin término, ni cuartel. Realización de la idea. La primera condición del proyecto sería la reserva absoluta con que se prepararía y zarparía la expedición, de manera que ni los jefes, oficiales, ni soldados supieran a donde se les lleva antes de partir. Para llenar esta condición, los vapores Itata y Copiapó embarcarían en Antofagasta al batallón 1º de Aconcagua, en Iquique al Colchagua, en Arica al Búlnes, un escuadrón de caballería y una batería de artillería, y en Pacocha el segundo Atacama. Los dos transportes serían convoyados por una de nuestras corbetas. El primer punto objetivo sería Pisco, desembarcando a sus espaldas en la magnífica caleta de Salinillas, sin ser sentidos para apoderarse del material del ferrocarril que conduce a Ica, capital del departamento de su nombre y de las más importantes poblaciones del Perú. Apoderado de su material, se marcharía inmediatamente sobre Ica, unida al puerto por ferrocarril, que está a diez o doce leguas de Pisco, y que atraviesa un valle sano y abundante en recursos de todo género. En Ica se detendría solo el tiempo necesario para hacer efectiva la contribución de guerra que se impusiera; Ica y Pisco soportarían fácilmente 150.000 soles de contribución. No habría peligro alguno, porque no hay en estos lugares fuerzas que pudieran oponer resistencia a las de la división, porque no podrían ser auxiliadas por tropas salidas de Lima antes de diez días, después del desembarque. De Arequipa no puede ir auxilio alguno a Ica, porque dista 166 leguas. El desembarque en Salinillas o en Pisco se realizaría sin correr el menor riesgo. Tan pronto como se cumpliera el plan en Ica, la división se dirigiría a Pisco a embarcarse a la aproximación de las fuerzas venidas de Lima. Estas tropas no podían ser sino una gruesa división que andaría a marchas forzadas y que probablemente dejarían una parte de guarnición en Pisco para evitar un nuevo desembarque; con esto se habrían distraído unos cuatro o cinco mil hombres del ejército de Lima y se habría producido un verdadero pánico en la capital, que no sabiendo a que atribuir el desembarque, creería que él hacía relación con la anunciada expedición al corazón del Perú. Invasión del Norte. La expedición se dirigiría enseguida al norte del Callao, a Chimbote o Santa, para caer sobre Trujillo o Huaraz. Por distar Huarmey solo dos leguas de Chancay, término del ferrocarril de Lima al norte por la costa, y mediar una distancia de 20 leguas de Huarmey a Huaraz, si se viera
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algún peligro para la internación de la división, se dirigiría sin perder tiempo a Chimbote, para desembarcar en ese magnífico puerto, que sirve hoy al comercio de Lima y Callao, y después de imponerle la correspondiente contribución de guerra, marcharía por la costa sobre Trujillo, que dista quince leguas de Chimbote, pasando por Virú y Moche, puertos que cuentan con toda clase de recursos. Con las operaciones sobre estos puntos sucedería cosa idéntica que con la de Ica. Saldrían fuerzas de Lima en protección de esas poblaciones, se interrumpiría el comercio que hoy se hace por Chimbote, y se debilitaría aún más el ejército que defiende la capital. Expedición. La división marcharía después a Paita, para seguir sobre Piura. A estos lugares podrían imponérseles con tranquilidad las contribuciones convenientes, sin que durante mucho tiempo hubiera peligro para la división. S. E., consultó este memorandum con sus amigos, que lo aprobaron en todas sus partes. Resolvió entonces llevarlo a efecto y se puso a cavilar respecto al jefe a quien debería encomendar tan delicada empresa. Ello significa que el señor Lynch no fue el autor de la idea, sino el confeccionador del plan. El señor Pinto hizo llamar a don José Francisco Vergara, y después de explicarle el plan le ofreció el puesto de comandante de la división. Buscaba a un movilizado para conferirle tan honrosa misión, en vez de designar a un profesional caracterizado, capaz de llevarla a efecto sin complicaciones internacionales, tan peligrosas en las actuales circunstancias. El señor Vergara tuvo el buen juicio de no aceptar este comando para bien propio, y felicidad del país, por las graves reclamaciones diplomáticas que debía originar. Era aún Ministro de la Guerra el señor Lillo y se esperó su llegada para resolver tan espinoso asunto. Pero éste no entró jamás en funciones, de suerte que cuando integró el Ministerio el señor Vergara, no había resolución al respecto, no obstante que el señor Pinto había consultado a Lynch acerca de la persona a quien creía más idónea para el cargo. El comandante se abstuvo, con su reconocida prudencia, de emitir opinión, ni dar nombre. De acuerdo con S. E., el nuevo Ministro de la Guerra nombra jefe de la División independiente, al capitán de navío graduado don Patricio Lynch. Con fecha doce de agosto, el señor Ministro comunica al almirante la próxima expedición encomendada al comandante Lynch, para que le de una de las corbetas para custodia del convoy y proporcione a sus jefes todos los datos recogidos hasta la fecha, referentes a la zona que debe invadir. Con fecha 24 de agosto, el señor Vergara envía al señor Lynch algunas instrucciones relativas a su nuevo comando: 1º La división se compondrá del Buin Nº 1 de línea, Colchagua, Talca, un grupo de artillería y dos compañías de caballería.
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2º Dos buques de guerra cuidarán el convoy. 3º Para comunicarse con nuestra escuadra, los transportes deben quedarse fuera de vistas de tierra. 4º El primer desembarco se efectuará en Paita. Se internará lo estrictamente necesario para atacar o perseguir las fuerzas que defiendan el puerto; tomar los acopios de víveres u otros artículos de utilidad para nuestro ejército; destruir el material rodante de los ferrocarriles del Estado; perseguir las remesas de armas que se hayan desembarcado; recoger ganados e imponer contribuciones de guerra a sus habitantes. 5º Terminadas las operaciones en Paita hará rumbo a Chimbote, donde ejecutará las mismas operaciones. Pasará algún tiempo más al norte para ocupar a Trujillo e invadirá el país hasta Lambayeque. Seguirá después al sur del Callao a tomar los valles de Cañete, Ica, etc., hasta Vitor, estacionándose en Quilca; de ahí dará aviso al General en Jefe y esperará órdenes. El pago de las contribuciones de guerra lo exigirá en metálico o especies como azúcar, arroz, algodón, alcoholes, etc. Fijará prudencialmente la cuota, y la hará efectiva con todo rigor, apelando, si es necesario, a la destrucción de la propiedad para compelir a los particulares y autoridades a cubrir las cantidades exigidas. 6º Se evitará en cuanto fuere posible todo daño a los bienes de los neutrales, pero si se hicieren amparadores de los del enemigo, se les harán sentir con todo rigor las leyes de la guerra. El señor Lynch se traslada a Arica a organizar la división, cuyo frente de batalla queda en esta forma: Comandante en jefe capitán de navío graduado don Patricio Lynch. Secretario, señor Daniel Carrasco Albano. Jefe del Estado Mayor teniente coronel don Roberto Souper. Ayudantes: Sargento Mayor don Juan Francisco Larraín; capitanes don Patricio Larraín Alcalde y don Belisario Campos; teniente don Domingo de Sarratea. Ingenieros: Teniente coronel don Federico Stuven; sargentos mayores don Marcos Latham y don José Guellart. Jefe del Servicio Médico: doctor don Daniel Herrera. Sanidad: 2ª ambulancia: jefe, doctor don Antenor Calderón. A este personal sanitario se unieron los servicios de los cirujanos y practicantes de cuerpo, entre los que figuraba el doctor don Clotario Salamanca, del Buin. Ejecutivos: Infantería: Regimiento Buin 1º de línea, teniente coronel don Juan León García, segundo jefe, por hallarse en el sur el 1º………………………800 plazas. Batallón Talca, comandante teniente coronel don Silvestre Urizar Gárfias…………………………………………………………………550 plazas. Batallón Colchagua, comandante teniente coronel don Manuel J. Soffia……………………………………………………………… 550 plazas.
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Artillería: un grupo de tres piezas Krupp de montaña, capitán don Emilio Contreras……………………………………………… 30 plazas. Caballería: dos compañías a las órdenes del teniente coronel don Francisco Muñoz Bezanilla. La compañía de Granaderos, capitán don Amador Larenas y la de Cazadores, capitán don Vicente Montauban………………………………………………… 200 plazas. Suman los efectivos……………………………………2.130 plazas. El Buin y la artillería, se embarcan en el transporte Copiapó; el comandante en jefe, ayudante, servicios anexos y demás tropas, en el transporte Itata. El Abtao debía convoyar a estos dos buques desde Arica; pero se desiste de esta nave, por su poco andar, a causa del mal estado de las calderas. Una acababa de desprenderse únicamente con el peso del agua. A las 8:35 p.m., el Itata y Copiapó hacen rumbo a Mollendo, cuyo comandante don Oscar Viel suspende el bloqueo y las custodia hasta las islas de las Hormigas, según orden del Ministerio de Marina. Al amanecer del ocho, la Chacabuco se dirige al Callao, con comunicaciones del comandante Lynch para el señor Riveros, en que le anuncia la idea de desembarcar primero en Chimbote, porque los cargamentos de armas bajarán a tierra en Paita, Chimbote y Supe. Vuelve la Chacabuco en la tarde; el almirante aprueba el desembarco en Chimbote y pone a disposición del convoy a la Chacabuco y anuncia que en breve enviará a la O’Higgins. El convoy estuvo siempre lejos de tierra para evitar que el enemigo se percatara de su presencia y así desembarcar en Chimbote de improviso. ¡Tonta inocentada de los dirigentes de la Moneda! Los peruanos tenían conocimiento de la expedición hacia ya tres meses. Don Dinisio Dearteano en carta fechada en Lima el 27 de octubre de 1880, al señor don Juan C. Carrillo, Ministro de Relaciones de Bolivia, se expresa así: “Señor Ministro: La presente comunicación tiene por objeto manifestar a V. E., mi reconocimiento por los términos de la nota que con fecha 1º del presente ha dirigido V. E., al señor Ministro residente de los Estados Unidos en Bolivia, con motivo de la destrucción de mi hacienda Puente por algunos cuerpos del ejército de Chile. Tan arraigada estaba en mi ánimo esta convicción (violencia ajena a operaciones militares) que a pesar de haber sabido que en Chile se consultaba si podría pagar una contribución de 10.000 libras esterlinas para salvar mi fundo y de haber recibido con tres meses de anticipación multiplicados avisos de la expedición que se proyectaba, no traspasé mi propiedad como pude hacerlo y se me aconsejó...”
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No es extraño, pues, que el 10 de septiembre, a las 7 a.m., cuando echaron ancla las naves de la división, las autoridades y vecinos principales estuvieran en el interior y las familias asiladas en los buques, fondeados en la bahía. Desembarca el Buin: a las 8:45, todo el regimiento está en tierra. Acampa en la estación del ferrocarril, donde encuentra cinco locomotoras, y grandes cantidades de licores, lanas, azúcar, sal, maderas y fierro. A las 2 p.m., el señor Lynch con sus ayudantes y el Colchagua marcha a Palo Seco, la gran hacienda del señor Derteano, en donde anuncian al administrador don Arturo Derteano, hijo del propietario, que el fundo debe pagar una contribución de 100.000 pesos fuertes, a lo cual éste se allana, como asimismo su señor padre, con quien se comunica por telégrafo. El 13, el mismo señor don Arturo manifiesta al comandante Lynch la imposibilidad de abonar la cantidad señalada, en virtud del siguiente decreto expedido por el Dictador, comunicado telegráficamente a las autoridades: Lima, septiembre 11 de 1880. Visto el presente telegrama que quedará archivado en la secretaría de Gobierno, y no pudiendo ser considerado el pago de 100.000 soles sino un auxilio dado al enemigo del perú, lo que constituiría delito contra él, sin que obste la amenaza de destruir el fundo mismo, que no es lícito evitar por aquel medio; se prohíbe absolutamente el envío de dicho despacho telegráfico y se recuerda que la entrega de toda suma al enemigo por el hacendado de Puente, cualquiera que se la forma en que se verifique, será perseguido y penado como delito de traición a la República. Se declara además, ipso facto de la pertenencia del Estado toda propiedad en la que se suministrare al enemigo dinero o especies que no tomase a viva fuerza y por si mismo. Téngase esta resolución como regla general para los casos de igual naturaleza, dándose copia de ello y del telegrama de su referencia a los interesados, si lo demandasen. Publíquese y regístrese.- Rúbrica de S. E.- Orbegoso. Habiendo comunicado don Arturo Derteano que su señor padre acataba el anterior decreto, el comandante Lynch, para evitar que tuviera cumplimiento en territorio sometido a la ley marcial del ejército de Chile, una disposición del Jefe Supremo del país invadido que no tenía precedente en la práctica de las naciones civilizadas, ni en los principios de derecho internacional, castigando con la confiscación de sus bienes al que pagara las contribuciones impuestas por el ocupante, dispuso que se tratase a las propiedades del señor Derteano con el más severo rigor de la guerra. En consecuencia, los ingenieros hacen saltar con dinamita las piezas vitales de la maquinaria. A las 2 p.m., el incendio se encarga de la destrucción total de los edificios. El comandante Sofría da libertad a 300 chinos esclavos y se abren las puertas de la cárcel para 200, confinados ahí por el patrón, muchos de ellos atados con grillos y cadenas.
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Las pipas de aguardiente, ron y chicha al estallar abrasan el edificio de la destilación. La hacienda estaba avaluada en un millón de libras esterlinas, junto con los ingenios Rinconada y Puente, que también fueron destruidos. Llega la O’Higgins y comunica que en Supe hay mucha carga en tierra; Lynch con el Buin se traslada a dicho puerto. Eran rifles, 7.000 Peabody, que iban camino al interior; Lynch desembarca, persigue al enemigo hasta la hacienda de San Nicolás, en donde se adueña de 200.000 tiros a bala, que destruye, conjuntamente con las casas, el ingenio y las maquinarias de la finca. Después de embarcar buena cantidad de azúcar, ganado, etc., se procede a destruir las locomotoras del ferrocarril y se incendia la aduana, después que los extranjeros sacan las mercaderías de su propiedad. La tropa trabaja rabiosa en la destrucción, pues el vapor del sur trae la noticia de la voladura de la Covadonga. El 17 a las 8 a.m., la escuadrilla sale de Chimbote rumbo al norte, en demanda del vapor Islay de la P. S. N. C. Registrada la nave se extraen 24 cajones consignados al Gobierno del Perú con 7.200.000 soles de la nueva emisión y 375.000 en estampillas internacionales. El 18 la escuadrilla visita la isla de Lobos y el 19 entra a Paita. Se impone un cupo de 10.000 pesos, se destruye la aduana, se apresa el vaporcito Isluga y se incendia parte del material rodante del ferrocarril. Se traslada en seguida al Departamento de Lambayeque, cuyo prefecto no solo se niega a pagar la contribución de 150.000 pesos, sino que anuncia una resistencia tenaz y vigorosa. Desembarca la tropa, ocupa la ciudad, cuyo prefecto huye a la cordillera, como asimismo los pueblos de Eten, Monsefú, Chiclayo, Pimentel, Lambayeque y Ferreñafe, a los que impone contribuciones moderadas. Se destruye bastante material del ferrocarril, los edificios fiscales de Chiclayo, y algunos particulares, cuyos dueños se niegan a cubrir las debidas contribuciones. Del departamento de Lambayeque pasa la división al de la Libertad. Visita las haciendas de Ucupe y Cayaltí, y las poblaciones de Pueblo Nuevo, Guadalupe, San José, Chefren, San Pedro y Pacasmayo, cuyas contribuciones entregaron los pueblos con toda solicitud. El 16 de octubre la División entra al rico valle de Chicama, en donde la espera el coronel don Adolfo Salmón con 800 hombres en buenas posiciones. Desplegada nuestra gente para emprender el ataque, Salmón y los suyos arrancan hasta la sierra, poniendo por medio algunas decenas de leguas. En Paijan, Ascope y Chocope, se aplican las respectivas contribuciones. En este último pueblo recibe el comandante Lynch orden de reembarcarse y dirigirse al puerto de Quilca.
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Al pasar por el Callao envía al almirante la Chacabuco y el Isluga, noticiándole a la vez su nuevo rumbo. Durante su excursión por los departamentos de Eten y Libertad, cae sobre el comandante una lluvia de reclamaciones de los Ministros extranjeros residentes en Lima, algunas amenazantes, que pedían se respetaran propiedades que aseguraban ser de sus connacionales. Antes de iniciar sus operaciones el comandante Lynch recibe una nota del Ministro americano en Lima Mr., I. P. Christiancy, en que le anuncia que los beligerantes aceptan la mediación de Estados Unidos para llegar a la paz. Le agrega que los Ministros extranjeros lamentan las depredaciones, y si éstas se traducen en contribuciones forzadas sobre propiedad privada que resulta de neutrales, fácil es ver que surgirán muchas complicaciones y reclamaciones. Y como el Perú acepta la mediación de Estados Unidos, como la aceptó Chile, le da a entender que la expedición no se habría realizado si hubieran podido anunciar la aceptación de aquel país. Le sugiere que lo prudente y favorable a la pronta conclusión de la paz sería evitar toda depredación y causas de encono, que no sean obligatorias por sus órdenes. Como el señor Lynch no recibe orden de su Gobierno, sigue adelante. Dividiremos, para más fácil comprensión, las reclamaciones por orden de nacionalidad. Reclamaciones británicas. El doce septiembre de 1880 el Ministro inglés en Lima envía al señor Lynch la siguiente nota: Señor: He sido informado por la casa inglesa de los señores Graham Rowe y Cía., que se han recibido telegramas de Chimbote, diciendo que si no se paga una contribución de 100.000 soles plata, será destruida la maquinaria de Palo Seco. Me permito llamar su atención al hecho de que una casa inglesa ha hecho fuertes adelantos al señor Derteano, constituyendo como seguridad el azúcar que produce la que está toda consignada a ella. Seriamente pido a V. E., que ponga a salvo tanto como le permitan sus instrucciones los valiosos intereses de esta casa inglesa. Tengo el honor de ser señor de usted su atento servidor.- Spencer St. John, Ministro de S. M. B. Al día siguiente llega otra nota tan seca como la anterior. Enumera los siguientes establecimientos que califica de británicos: Puente y Palo Seco, de don Dionisio Derteano, hipotecados a un súbdito francés y a Graham Rowe y Cía. San José de Nepeña, hipotecado a la misma casa inglesa.
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San Jacinto, de propiedad de la señora Swayne e hijos, viuda la señora de Mr. Enrique Swayne, inglés. Mr. Watson, fuerte acreedor del ferrocarril de Chimbote. Galindo, en el valle de Santa Catalina, propiedad del ciudadano chileno Mariano Bacareza, explotado por don José Pascual de Vivero, por cuenta de la casa inglesa Bates, Stakes y Cía. Al otro día 14, llega carta confidencial. El Ministro hace presente que el ferrocarril a Eten es totalmente de extranjeros; y termina la comunicación con la siguiente amenaza: “Cualquier daño que se haga a esta propiedad, expondrá a usted (ya no lo trata de V. E.) a las más serias reclamaciones, que serán sostenidas por el Gobierno de S. M. B.” Don Patricio permanece siempre dueño de si mismo; frío, tranquilo y mensurado, responde al honorable Saint John en los siguientes términos: Comandancia en jefe de la División de Operaciones en el norte.- Vapor Itata, en la rada de Eten, septiembre 24 de 1880.- Señor Ministro: Por conducto particular he recibido a estimable carta de V. E., de fecha 14 del corriente, en la cual se sirve prevenirme, que el ferrocarril de Eten pertenece exclusivamente a ciudadanos extranjeros; que por tal circunstancia esa propiedad, está bajo la protección de V. E., y que debo en consecuencia abstenerme de hacerle daño alguno, porque expondría a mi Gobierno a las más serias reclamaciones, que serían apoyadas por S. M. B. La forma confidencial en que V. E., se ha servido hacerme tan grave prevención, de la cual daré cuenta inmediata a mi Gobierno para que a su vez la de al de S. M. B., y la generalidad con que V. E., manifiesta estar dispuesto a proteger las propiedades de todos los extranjeros avecindados en el Perú, sin tomar en consideración su nacionalidad, la conducta que hayan observado en la presente guerra, o la naturaleza de la propiedad a que se refiere su protección, me hacen suponer que V. E., al escribirme su estimable carta, no ha deseado hablar a nombre de S. M. B., sino solo en el de V. E. Si el Gobierno de S. M. B., sancionara el modo de pensar de V. E., se haría completamente ilusorio el derecho de la guerra y daría lugar a que existiera el extraño caso de que no pudiera atenderse a la conservación y mantenimiento de un ejército, que ocupa victoriosamente una considerable parte del territorio enemigo, cuando para ello se opusiera el interés particular de un extranjero que ha usufructuado en épocas normales de todos los beneficios que para su bienestar le ofrece el territorio invadido. Mi Gobierno profesa el principio, señor Ministro, de que en la guerra debe ser protegida la propiedad privada y protegida la de los neutrales, siempre que ese respeto y tal protección no sean incompatibles con las exigencias imperiosas de las operaciones militares. Este mismo principio ha sido y es observado por S. M. B., y por casi totalidad de las naciones civilizadas. Recordando esta regla de derecho moderno de la guerra, es que me ha sorprendido el modo de pensar de V. E., manifestando en su ya citada estimada carta.
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Como Comandante en Jefe de una División del Ejército de Chile, estoy dispuesto, señor Ministro, en prueba de deferencia a las cordiales relaciones que mi Gobierno cultiva con el de S. M. B., a proteger en cuanto me sea posible los intereses que los súbditos de S. M. B., tengan en los lugares que ocupen las fuerzas de mi mando; pero no puedo prometer a V. E., que ellos serán protegidos en absoluto. Concretándome ahora a la propiedad a que se refiere especialmente V. E., en su comunicación privada de fecha 14 del que rige, me permito hacer presente a V. E., de que con respecto a ella ha sido V. E., mal informado. El ferrocarril de Eten a Ferreñafe y ramificaciones, muelle y puerto de Eten, etc., en el Departamento de la Libertad, pertenecen, no a ciudadanos extranjeros como V. E., lo cree, sino a una sociedad anónima nacional peruana. Es posible que en esa sociedad tengan valiosos intereses ciudadanos extranjeros; pero esa circunstancia no altera en manera alguna la nacionalidad de la persona jurídica a que pertenece el ferrocarril a Eten. Para manifestar a V. E., la equivocación que padecen los informes que le han sido suministrados, voy a permitirme trazarle a la ligera la historia de la propiedad protegida por V. E. Por supremo decreto de julio 3 de 1867, el Gobierno del Perú concedió privilegio a don José Antonio García y García por 25 años para establecer y explotar un ferrocarril entre Eten y Chiclayo, que pasara por el pueblo de Monsefú, pudiendo prolongar la línea desde Chiclayo hasta Lambayeque sin privilegio alguno, y establecer ramificaciones bajo la misma condición. La anterior concesión fue ampliada hasta llevar la línea a Ferreñafe, por supremo decreto de agosto 19 del mismo año. Estando autorizado don José Antonio García y García, por el artículo 18 de su petición de privilegio, aprobada por superior decreto de julio 30 de 1867 para organizar una sociedad anónima, que se encargara de realizar la constitución de la obra mencionada, y para transferir su privilegio a esa sociedad, previo conocimiento y consentimiento del Gobierno del Perú, a solicitud del interesado, por supremo decreto de octubre 19 del año, se resolvió: 1º Que se daba por organizada la sociedad enunciada. 2º Que se concedía permiso a don José Antonio García y García para transferir su contrato a la expresada sociedad, la cual, agregaba el expresado decreto ya citado, como asimismo la empresa que representa, no podrá cambiar jamás su carácter permanente de sociedad nacional ni recurrir en ningún caso a reclamaciones diplomáticas. Y como para afianzar más todavía el propósito de dar el carácter exclusivo de nacional a la sociedad indicada, concluía dicho supremo decreto con las siguientes palabras: “Pase al Ministerio de Hacienda a fin de que por el actuario de la Tesorería General se proceda a otorgar la correspondiente escritura de transferencia, previa aceptación de este decreto por todos y cada uno de los miembros de la expresada sociedad, sin cuyo otorgamiento se tendrá por no hecha la transferencia”.
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Bajo tales bases, solo el 7 de octubre de 1869 se organizó la referida sociedad, denominándosela Compañía del Ferrocarril de Eten, la cual fue reorganizada, siempre con iguales bases, en 30 de junio de 1871. Con lo que ya he relacionado sobre la propiedad protegida por V. E., creo que sea suficiente para que V. E., comprenda la equivocación de los informes que le han sido suministrados por ella, y espero que impuesto V. E., del contenido de esta nota, suspenda su valiosa protección a una propiedad permanentemente peruana. Para que V. E., se imponga del objeto de las operaciones militares que se me han encomendado y de las reglas a que ajustaré mi conducta de Comandante en Jefe, aprovecho la ocasión para remitirle copia de la nota que con esta fecha he pasado al prefecto de Chiclayo. Reciba, señor Ministro, las consideraciones de alta estimación con que tengo el honor de suscribirme de V. E., muy atento seguro servidor.- Patricio Lynch.- A S. E., el Ministro de Gran Bretaña en el Perú. El 25 llega a Eten el buque de guerra inglés Penguin. Su comandante Mr. A. C. eral, anuncia a Lynch que su venida tiene por objeto llamar su atención al gran número de propiedades británicas que hay en las cercanías, de propiedad exclusivamente extranjera. El comandante chileno responde a su colega de la Penguin que sobre este asunto ha contestado al representante de S. M. B., en Lima; y que a mayor abundamiento, la nacionalidad de la Compañía de Eten, según disposiciones vigentes en el Perú, no puede cambiar jamás su carácter permanente de Sociedad Peruana, ni recurrir en ningún caso a reclamaciones diplomáticas, aún cuando la totalidad de sus accionistas sean extranjeros. Con lo cual terminan las reclamaciones británicas. Reclamaciones italianas. El señor G. P. Viviani, Ministro de Italia en Lima, comunica al comandante Lynch, que el conde Giuseppe Canevaro, súbdito italiano residente en Florencia, es propietario absoluto de las dos terceras partes del ferrocarril de Eten a Ferreñafe y Pátapos, lo mismo que de su material movible, y de las dos terceras partes del muelle de Eten. La otra tercera parte pertenece a la casa inglesa de Graham, Rowe y Cía. En consecuencia, dice el señor Ministro, “el ferrocarril y muelle de Eten tienen derecho a la protección de las legaciones de Italia e Inglaterra en el Perú, cuyas legaciones no podrán menos de hacer recaer en el Gobierno chileno la responsabilidad de todos los daños que se ocasionen tanto al muelle como al ferrocarril y su material, propiedad neutral. Esta Real Legación se reserva expresamente los derechos de los ciudadanos italianos que recibieren perjuicios, no menos que la acción del Gobierno del Rey”. El señor Lynch contesta al señor Viviani:
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Comandancia en jefe de la División de Operaciones del norte.- Chiclayo, septiembre 28 de 1880.- Señor Ministro: He tenido el honor de recibir la comunicación de V. E., fechada en Lima el 16 del presente mes, en la cual cree de su deber hacerme presente que el señor conde de Canevaro, súbdito italiano, es dueño absoluto de dos terceras partes del muelle y línea férrea conocido todo por el nombre de Ferrocarril de Eten, y que la propiedad de la otra tercera parte corresponde a la casa inglesa de Graham Rowe y Cía. Se sirve prevenirme además V. E., en su mencionada comunicación que el muelle y ferrocarril de Eten se encuentran, por las circunstancias enunciadas, protegidas por la legación de Italia y de Inglaterra en el Perú, las cuales harán pesar sobre mi Gobierno la responsabilidad de todo daño que se cause a las indicadas propiedades, con ocasión de las operaciones militares que se me han encomendado. Me hace presente por último V. E., que en la costa y poblaciones en que probablemente va a operar la división, con cuyo mando me ha honrado mi Gobierno, los súbditos italianos tienen valiosos intereses que debo respetar, porque de otra manera el Gobierno de S. M., el Rey de Italia exigirá las respectivas indemnizaciones. Muy grato me es señor Ministro, aprovechar la oportunidad que me ofrece la nota de V. E., que tengo el honor de contestar para manifestar a V. E., los benévolos propósitos de que estoy animado para proteger y amparar la propiedad que posean los ciudadanos neutrales en general en el territorio enemigo ocupado por las fuerzas de mi mando. Pero por mucho que sea mi deseo de libertar a los extranjeros de los daños de la guerra, creo no podré cumplir del todo mis propósitos, porque algunos de ellos no solo se empeñan por ocultar las propiedades del enemigo, sino que se esfuerzan por auxiliarlos en sus actos de hostilidad. Aún cuando la comunicación de V. E., no hace limitación alguna a la protección que dispensa a todos los súbditos italianos que residen o tienen bienes en el territorio hostilizado por las fuerzas de mi mando, supongo que con ello no ha pretendido V. E., establecer como principio que los súbditos del Rey de Italia pueden impunemente ocultar las propiedades del enemigo u hostilizar a mis fuerzas, porque de otra manera se haría completamente ilusorio el derecho de la guerra. Si se aceptara como prescripción del derecho moderno de la guerra, que debe ser respetada toda transferencia de propiedad hecha a un neutral por un ciudadano enemigo en los momentos en que debe soportar las imperiosas exigencias de la guerra para libertarla precisamente de esas exigencias, y que, cubierta ya la propiedad con una real o ficticia transferencia, puede servir ella para hostilizar al enemigo victorioso, sin que se le pueda dañar, los actos de la guerra se convertirían, señor Ministro, cuando mucho en una contienda de abogados. No necesito empeñarme en dar latitud a estas consideraciones para que el ilustrado criterio de V. E., me reconozca el perfecto derecho con que considero conveniente castigar al ciudadano neutral, cualquiera que sea su nacionalidad, que
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pretenda burlar con tales manejos las operaciones militares que me ha confiado mi Gobierno. Refiriéndome ahora a la propiedad mencionada en la comunicación de V. E., de fecha 16 del presente mes, me permito hacer presente a V. E., dos órdenes de observaciones: unas relativas a la nacionalidad de su dueño con relación a ella, y otras referentes a la conducta hostil observada por su representante. Según los informes que tiene esta Comandancia en Jefe, el ferrocarril y muelle de Eten fueron construidos a virtud de la concesión que por decreto del Gobierno del Perú de julio 3 de 1867, se hizo a don José Antonio García y García. Por ese supremo decreto, dictado a virtud de la ley del Perú de 8 de noviembre de 1804, se concedió privilegio exclusivo por 25 años a dicho caballero para establecer y explotar la línea férrea que es hoy conocida con el nombre de ferrocarril de Eten. La mencionada concesión se extendió hasta permitir al señor García y García la transferencia de su privilegio con el previo conocimiento y consentimiento del Gobierno, consentimiento que obtuvo en octubre 19 del mismo año; pero con la expresa condición enunciada en la cláusula 18 de su petición de privilegio de 9 de marzo de 1867 de que la sociedad que se hiciera cargo del ferrocarril, como asimismo la empresa que lo representara, no pudiera cambiar jamás su carácter permanente de sociedad nacional peruana, ni recurrir en ningún caso a reclamaciones diplomáticas, condición que debía ser aceptada primeramente por los adquirientes de sus derechos, porque de otra manera deberían entenderse que no se ha efectuado transferencia alguna. Con tales bases generales el ferrocarril de Eten ha sido transferido en varias ocasiones, perteneciendo últimamente a los señores Derteano, Candamo y Canevaro, como únicos accionistas. El señor Luís López, gerente de la empresa y representante de dichos señores, refiriéndose a la invasión de mis fuerzas, les decía en carta oficial de fecha 13 del presente mes, de la cual tengo copia auténtica en mi poder, lo que transcribo a continuación: Invasión.- Como ustedes sabrán ya, el viernes de la semana pasada han desembarcado por Chimbote 2.800 hombres del ejército enemigo, que no dudo vendrán hasta aquí. Mi intención es retirarme oportunamente con todo el material rodante hasta Pátapos y una vez en ese punto, quitarle a cada locomotora una pieza para que no puedan hacer uso de ellas. Desgraciadamente no es posible tomar ninguna otra medida. Como es probable que quieran imponerle a la empresa alguna contribución de guerra, so pena de incendiar la estación, carros, etc., se sirvan decirme que debo hacer llegado este caso. A la carta del gerente de la empresa contestaron los señores empresarios, remitiéndole un certificado de V. E., de fecha 15 del presente mes y otro del Ministro de S. M. B., en los cuales se declara que las dos terceras partes del ferrocarril de Eten pertenecen al señor conde de Canevaro, súbdito italiano y la otra tercera parte a la casa inglesa de Graham Rowe y Cía.
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En el copiador de cartas de la empresa que tengo en mi poder, aparecen las explicaciones de las transferencias de última hora, hechas al señor conde de Canevaro y a la mencionada casa inglesa, explicaciones que indudablemente han sido ignoradas por V. E. Ya que de este negocio estoy imponiendo a V. E., no estaría demás que le haga presente la siguiente reveladora circunstancia: Aparece del indicado copiador de cartas que el gerente de la empresa tan pronto como recibió los mencionados certificados, escribió a la casa Graham Rowe y Cía., reconociéndola como empresaria, y con fecha posterior el mismo gerente continúa dando cuenta del movimiento diario de la empresa a los antiguos dueños señores Derteano, Candamo y Canevaro. Los hechos expuestos son por si solos demasiado elocuentes para que sea necesario agregar a V. E., consideración alguna. Pero con relación a la empresa protegida por V. E., hay algo más todavía. Después de tener noticias sugerentes de la transferencia enunciada, voluntariamente destruyó en el muelle los elementos de desembarque para evitar ganáramos tierra: empleó el material del ferrocarril en transportar fuerzas enemigas y por último llevó todo el material a la hacienda de Pátapo, término de la línea y allí desarmó las locomotoras. Por los hechos relacionados, V. E., puede comprender que estoy en el más perfecto derecho para imponer una contribución de guerra a la empresa protegida por V. E., para castigarla en caso que no acepte mi requerimiento. Confío en que las consideraciones y hechos expuestos sean bastantes para que lleven al ánimo de V. E., el convencimiento de que debe suspender su valiosa protección a la empresa del ferrocarril de Eten. En cuanto a los demás intereses y propiedades que V. E., me recomienda en su estimable comunicación de fecha 16 del presente, puede V. E., estar cierto de que su protección y conservación quedará sometida a los principios expuestos en esta nota. Aprovecho la ocasión señor Ministro, para manifestarle la más alta estimación con que tengo el honor de subscribirme de V. E., atento y seguro servidor.- Patricio Lynch. A S. E., el señor Ministro de Italia en el Perú. Terminaron también las reclamaciones italianas. Reclamaciones norteamericanas. El señor I. P. Christiancy, Ministro de los Estados Unidos en Lima pasa al señor Lynch, para los efectos de su comisión, la siguiente lista de propiedades norteamericanas. Hacienda Luchiman, a 300 millas de Chimbote, en la línea férrea ChimboteHuaraz, propiedad exclusiva del señor Edwards C. Dubois. Hacienda azucarera Chichin y hacienda Arriba, situadas en la provincia de Trujillo, de Mr. John W. Grace.
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Hacienda Lache, en el valle de Chicama, provincia de Trujillo, de los señores Henry Stanope, Prevost y Charles Agustín Prevost, con sus maquinarias y dependencias. Hacienda Palmilla, la Viña y Santa Clara. La cancha de caña dulce es propiedad de los mismos señores. Además, los señores W. E. Grace y Cía., 87 Wall Street, New York, compuesta de W. R. Grace y Charles R. Flindt, son dueños de cuatro locomotoras, tres carros de lastres de 2ª, y tres de carga del ferrocarril de Salaverry a Trujillo, que no han sido pagados. El comandante Lynch manifiesta al señor Christiancy que no irá por ahora a Salaverry y por lo tanto el ferrocarril de esa localidad queda exento de contribución. Respecto a las haciendas de Chichin y Arriba, la situación es la siguiente: En una reunión de los hacendados del valle de Chicama que tuvo lugar en presencia del secretario general de la división de mi mando en la hacienda de Casa Grande, de propiedad del distinguido ciudadano alemán don Luís G. Albrecht, con el objeto de acordar entre ellos la cuota que a cada cual corresponde en la contribución de guerra impuesta a las haciendas del valle, se presentó don Carlos A. Ugard como representante del señor John W. Grace, pidiendo que no se consideraran para los efectos de la distribución de los impuestos a Chichin y Hacienda Arriba, por la consideración que me ha hecho presente V. E. La petición del señor de Ugard fue combatida por la totalidad de los hacendados presentes y por el señor Vicecónsul de los Estados Unidos de América, en Lambayeque, don S. C. Montjoy, quienes sostuvieron que aún cuando aparecía de una certificado de propiedad expedida por V. E., que las dichas haciendas eran del señor Grace, en realidad de verdad, esos fundos habían sido y continuaban siendo del dominio exclusivo del ciudadano peruano don Vicente Alzamora. A esa afirmación agregaron los señores hacendados al secretario general de la División, que en el caso improbable de que se eximiera de contribución a Chichin y Hacienda Arriba, ellos no respondían por la cuota que les correspondía a esos fundos y que protestaban desde luego por los daños que de ello les proviniera. Como razón de su protesta los señores hacendados manifestaron al señor secretario que no era justo que ellos se perjudicaran por la oportunidad con que el señor Alzamora había ocurrido al expediente de ocultar sus bienes por medio de una transferencia a un ciudadano neutral, porque si tal cosa fuera conducente y digna, a ellos habría sido muy fácil ocurrir al mismo expediente. Las razones de los señores hacendados y del señor Vicecónsul Montjoy, hicieron que la mencionada asamblea no excluyera a Chichin y Hacienda Arriba del pago de la contribución de guerra impuesta; y se fijó a ambas como cuota la cantidad de 1.500 libras esterlinas, que aseguro a V. E., serán cobradas y pagadas o en caso contrario castigadas las mencionadas haciendas.
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Reclamaciones de los Ministros Francés y Alemán. El Ministro de Francia Mr. E. De Vorges, recomienda al señor Lynch en nota especial, la hacienda de Puente y Palo Seco, hipotecada a los señores Dreyfus Hnos., en 80.000 libras esterlinas; reclama asimismo su atención a las haciendas de Lurifico, cerca de Pacasmayo; Cerro Prieto, en el valle de Chicama; y Almendral, cerca de Eten. Los tres fundos son propiedad de Mme. Dreyfus, esposa de Mr. Dreyfus, banquero de París. El Ministro alemán recomienda la hacienda de San Nicolás, de don Domingo Laos, traspasada al súbdito alemán Oscar Heeren, de Lima. La contribución impuesta a la hacienda de Cayaltí da origen a incidentes. Esta propiedad pertenecía a los hermanos Ramón, Ismael y Antero Aspillaga, los primeros residentes en Lima y el último en el fundo. Al iniciarse la expedición Lynch, los dos primeros estudiaron la manera de ponerse a cubierto, por un traspaso simulado de la propiedad a la casa Prevost y Cía., americana. Los hermanos Ismael y Ramón escriben sobre el asunto a don Antero, quien repudia el traspaso como indigno subterfugio, en la hermosa carta que sigue: Septiembre 13 de 1880. Queridos hermanos: Se confirma la invasión de los chilenos y dicen que ya están en el valle de Chicama. Dicen las noticias que vienen de Chiclayo que su objeto es destruir haciendas; y que pidieron 100.000 soles plata a la hacienda Puente de Derteano, que habían muerto al administrador, tomado las máquinas del ferrocarril y que son 2.800 hombres de las tres armas al mando del capitán de navío señor Lynch. De todo eso creemos poco, pues se exagera mucho; creemos lo más razonable. De todos modos, estamos ya con el enemigo encima y esperando todos sus atropellos. Respecto al deseo de los señores Prevost sobre esa declaración, eso no se puede llevar adelante, a no ser que primero estén los intereses que el honor de nosotros. Correremos la suerte de nuestra pobre patria; pero sucumbiremos si ella sucumbe y nada más. ¿Qué se diría de nosotros mañana? Además, los de acá, los mismos nuestros, nos harán daño mañana; eso es inaceptable, ni se puede discutir. Dios cuidará de protegernos, como hasta hoy contra todo mal. Por lo demás, aquí cuidaremos de hacer frente a todos los peligros con el mayor tino, cortando las violencias y cuanto nos pueda traer algún mal. Aspillaga Hnos. De la noche a la mañana, aparece en la hacienda el señor don Antero Aspillaga como representante de la casa Prevost y Cía., americana, y propietaria de Cayaltí. Así, pues, cuando se presenta el secretario del señor Lynch don Daniel Carrasco Albano a notificarle una contribución de 600 qq de azúcar puestos en Chérrepe y 1.000 libras esterlinas, el señor Aspillaga labra una protesta ante los señores William
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Tromsend, American Citizen; H. Marquis, American Citizen; William Hutchisjou, British Subdit; Mariano Ferrada, súbdito español; Pedro de Lira, súbdito español. El secretario provee: “Señor Administrador: A pesar de su protesta cumpla usted en el término prevenido, con el requerimiento que he hecho a usted bajo el apercibimiento que he tenido a bien indicarle”. El señor Aspillaga paga, no obstante el siguiente telegrama: “Pacasmayo, octubre 4 de 1880. Señor Kauffman, Cónsul americano: Su telegrama recibido. Aviso por propio a Cayaltí que por vapor manda legación americana, por conducto del Cónsul Fry (inglés) documentos que comprueban ser ese fundo propiedad americana. Urge conteste. Prevost y Cía. Terminada su comisión, el señor Lynch se dirige a Quilca, en donde tiene orden de desembarcar y esperar órdenes. El día 3 ancla en dicho puerto, y envía parte a Arica, en donde ya se encontraba el señor Vergara, Ministro de la Guerra. Este se propuso el 11 de este mismo mes “hacer una diversión sobre Arequipa, para llamar la atención del enemigo hacia esa parte y obligarlo a hacer un movimiento que nos hubiera permitido tal vez derrotar las tropas que defendían a esta ciudad”. (Memoria del Ministerio de Guerra.- 1880.- Edición Oficial.) En consecuencia, imparte al comandante Lynch orden de desembarcar, elegir buenas posiciones y atrincherarse en ellas, de manera de poder resistir a un enemigo superior, defenderse hasta recibir esfuerzos, para lo cual despachará al sur los transportes Angamos, Itata y Copiapó, para remitirle tropas suficientes para aplastar al enemigo. El comandante Lynch desembarca con suma dificultad. De sus exploraciones resulta la imposibilidad de establecer un campamento en conformidad a las instrucciones ministeriales. Informa en tal sentido al señor Ministro, quien le ordena regresar a Arica, en donde fondea el 20 de noviembre. ¿Qué habría sucedido si Lynch encuentra terreno adecuado para el atrincheramiento de su división? ¿Y si las tropas de Arequipa hubieran bajado a atacarlo? Se habrían enviado refuerzos; habrían ocurrido combates y quien sabe con que sucesión de incidentes en los momentos en que se concentraban y alistaban las tropas para marchar sobre Lima. Nada más descabellado que tal operación secundaria, que por fortuna no se realizó. Como complemento de la expedición, traducimos a número los resultados obtenidos por ella: Ingresos. Contribuciones pagadas en dinero: Ferrocarril a Eten………………………………….. Hacienda Cayaltí…………………………………… Molino Pacasmayo y Hacienda Puente……………..
3.250 libras 1.000 libras. 550 libras.
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Pueblo de Chepen………………………………… Puerto de Pacasmayo……………………………… Ciudad de San Pedro………………………………. Ferrocarril de Pacasmayo…………………………. Hacienda Laredo y Pamache……………………… Hacienda Chiquitai……………………………….. Hacienda Chichin…………………………………. Hacienda Chicamita………………………………. Hacienda Pampas…………………………………. Hacienda Farola…………………………………… Hacienda Tulape…………………………………… Hacienda San Antonio…………………………….. Hacienda Loche y Santa Ana……………………… Hacienda Mocan…………………………………… Hacienda Santa Clara y Licape……………………. Hacienda Trapichito……………………………….. Hacienda Arriba…………………………………… Hacienda Gazñape………………………………… Hacienda Farías y Tutuman………………………. Hacienda Bazan…………………………………… Hacienda Viñita…………………………………… Hacienda La Viña…………………………………. Hacienda Santa Elena y Carmelo…………………. Hacienda Salamanca………………………………. Hacienda Santo Domingo…………………………. Hacienda Ciudad de Trujillo……………………… Hacienda Menocucho…………………………….. Hacienda Mocallape………………………………. En total………………………..
100 libras. 100 libras. 1.000 libras. 4.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.000 libras. 1.500 libras. 1.000 libras. 500 libras. 500 libras. 500 libras. 500 libras. 500 libras. 500 libras. 500 libras. 110 libras. 110 libras. 110 libras. 3.000 libras. 110 libras. 110 libras. 29.050 libras.
Ciudad de Chiclayo……………………………….. Hacienda Combo………………………………….. Pueblo de Ascope…………………………………. Ciudad de Lambayeque……………………………. Ciudad de Ferreñafe……………………………….. En total…………………………
1.923 soles de plata. 500 soles de plata. 4.000 soles de plata. 4.000 soles de plata. 1.000 soles de plata. 11.428 soles de plata.
Billetes peruanos. Hacienda Talamba………………………………….
5.000 soles billetes.
Valores. Billetes extraídos del vapor Islay………………….. 7.290.000 soles.
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Estampillas de Correos…………………………….
375.000 soles.
Propiedades destruidas cuyos dueños no quisieron cubrir las contribuciones: Valor en Soles plata: En Chimbote……………………………………… 2.600.000.En Supe…………………………………………… 600.000.En Paita…………………………………………… 500.000.En Chocope………………………………………. 500.000.En Puente de Chicama……………………………. 500.000.Total……………………. 4.700.000.Las poblaciones ocupadas costearon el rancho de la tropa y pagaron algunos cupos en especies. Se recaudaron: 2.618 sacos de azúcar. 843 sacos de arroz. 516 pacas de algodón. 58 zurrones de cascarilla. 885 marquetas de concreto. 40 fardos tabaco. 40 cajones de aceite de comer, y muchos otros artículos de consumo. De las maestranzas y ferrocarriles se extrajo buena cantidad de herramientas, útiles y materiales para el servicio de los buques de la armada, como ser: barras de acero, atados de fierro, barras de bronce, cajones de tubos, cañones de fierro, faroles de color y reverberos, empaquetadura de patente, aceite de colza, clavos de cobre, barriles de azafrán, limas surtidas, vidrios, juegos de tarrajas, madera de pino, etc., etc. Una comisión nombrada por el comandante Lynch recibió el producto de los requerimientos y contribuciones exigidas a las poblaciones y haciendas recorridas por la expedición. Componían dicha comisión los señores Silvestre Urizar Gárfias, comandante del Talca; Francisco Muñoz Besanilla, 2º comandante de Granaderos a caballo; Manuel Soffia, jefe del Colchagua; Federico Stuven, comandante de Ingenieros; Luís Pomar, capitán de fragata graduado; Daniel Carrasco Albano, secretario general y Eloy T. Caviedes, corresponsal de “El Mercurio”. Esta comisión hizo el inventario de la chafalonía en oro y plata, monedas de plata, y joyas que en ocho cajones sellados y lacrados fueron depositados en la caja del contador don J. R. Lira del vapor “Itata”. Distribución de los cajones. Uno de oro chafalonía y piedras preciosas. Cuatro de plata. Tres de plata chafalonía.
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Y ocho barras de plata. Todos estos valores ingresaron al tesoro nacional; pero de mayor importancia resultó la labor diplomática del comandante Lynch para evitar toda intromisión de parte de los ministros extranjeros, en nuestras operaciones bélicas. Con talento, finura y energía mantuvo a raya las pretensiones del cuerpo diplomático residente en Lima, que a toda costa deseaba intervenir en la contienda. Una curiosidad para terminar: El Dictador Piérola decreta que a la mayor brevedad, el Ministro de Gobierno y Policía señor Orbegoso abra proceso contra todos los hacendados que pagaron contribución al comandante Lynch, lo que se efectúa inmediatamente. Pero resulta que la hacienda de Mocan de propiedad del señor Ministro, cae bajo la sanción por haber pagado contribución el administrador de ella. El señor Orbegoso no puede procesarse asimismo; se encarga al Ministro de Hacienda y Comercio, la diligencia de incoar causa contra su colega de Gobierno. Después de mucha bulla, todo queda en nada.
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CAPITULO VIII. En el ejército de operaciones. El general Baquedano, en las charlas de comedor, decía en Yaras que un mes después de la destrucción del ejército aliado y de la toma de las plazas de Tacna y Arica, marcharía sobre Lima, antes de que Piérola agobiado por el desastre del ejército de Montero, aglomerara mayores defensas alrededor de Lima. Dos días después de la caída de Arica el general envió a este puerto a su secretario don Máximo R. Lira a telegrafiar al Ministro suplente de la guerra señor Gandarillas, el siguiente despacho: “Reclutas para llenar las bajas sufridas por varios cuerpos querría el General tener luego en buen número para disciplinarlos oportunamente. ¿Vendrán?”. El señor Ministro contestó a su vez: “En cuanto a las bajas del ejército hay aquí más de mil hombres listos, que se irán enviando a medida que haya transporte para su remisión. En Iquique hay algunas tropas veteranas de las que vienen de Ilo por enfermos. El número de los que están en estado de volver a sus cuerpos, lo sabrá usted por el señor Lynch, de quien puede usted tomar el dato”. El comandante Lynch desempeñaba a la sazón la jefatura política y militar de Iquique. Pendiente de la expedición a Lima, el general Baquedano, solicita reclutas para proceder cuanto antes a su instrucción: ordena a la Delegación de la Intendencia General, desempeñada aún por el coronel Urrutia, activar los pedidos de víveres, calzado y ropa para surtir los almacenes: y se muestra incansable para poner las fuerzas de su mando en pie de la eficiencia necesaria para embestir una plaza fortificada como Lima, sostenida por un ejército numeroso, defensor de sus hogares. El General, como siempre, se levanta con el alba; trabaja todo el día, dedicando dos o tres horas a su laboriosa oficina y el resto a la visita de los campamentos, a la revista de los cuerpos y a los ejercicios divisionarios, de brigada o tiro al blanco. Perfectamente secundado por el doctor Allende Padín, consigue un promedio de enfermos bastante débil, en una zona de pésimos antecedentes, por las enfermedades infecciosas endémicas en los valles de Lluta y Azapa. Como dijimos en la página 101 del tomo II, los cirujanos del ejército sentaron el principio de que la malaria o paludismo se transmite de individuo a individuo por un vehículo que transporta el microbio desde su origen a la víctima. De ahí que ya no se preocupan de la desinfección de ropas y equipajes los pestosos se tratan sin temor de contagio de parte de los enfermos. La malaria o paludismo es la presencia y desarrollo en la sangre de un parásito que ataca los glóbulos rojos; produce fiebre, generalmente intermitente, otras veces remitentes, continuas, perniciosas, en muchas circunstancias graves y hasta mortales,
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anemia, aumento del brazo, lesiones crónicas en otros órganos, etc. (Doctor Conrado Ríos. “Arica, en el Presente y en el Porvenir”. Santiago de Chile. Imprenta Ilustración 1914.) Los zancudos o mosquitos, vehículos de la malaria, pertenecen a la familia de los culicidas que comprenden 24 géneros con 250 especies. De aquellos géneros, el de los anofeles con 40 especies, sólo nueve llevan el microbio de hombre a hombre o del foco al hombre. De ahí, que no hay paludismo sin anofeles. Tacna unida por ferrocarril a Arica, no sufre de paludismo, por la carencia de mosquitos de esta clase. Los marjales de los ríos Lluta y Azapa constituyen inagotables focos de anofeles; y precisamente la tropa de caballería, artillería y bagaje que transita cotidianamente por ellos, pues el ganado forrajea en ambos valles, provistos de agua y pasto en abundancia, es la más expuesta a las infecciones. No pudiéndose impedir el tráfico por la zona peligrosa, los cirujanos se concretan a dictar estas reglas, cuya observancia estricta aleja en gran parte el peligro: 1º El tráfico debe hacerse de sol a sol, evitándose en absoluto de noche, porque los anofeles son zancudos nocturnos; trabajan desde la caída de la tarde hasta el alba. 2º La luz queda proscrita de las cuadras, habitaciones, carpas, etc., porque los atrae. 3º Los mosquitos gruesos con antenas barbudas son machos inofensivos. 4º Las hembras tienen las antenas peladas; mucho cuidado con ellas; constituyen el grave peligro de la enfermedad. 5º Los anofeles viven fuera de las habitaciones; cerrando herméticamente las puertas se evitan sus visitas. 6º Los recipientes artificiales de agua quedan inmunes de los huevos; los depositan únicamente en los charcos pantanosos. Además de estas medidas precautorias, el Servicio Sanitario ataca el mal en la raíz, destruyendo los criaderos de larvas, cubriendo las superficies de las charcas con petróleo. El agua para la bebida se mezcla con aceite de eucaliptos. La quinina constituye el remedio eficaz para atacar la malaria. Los cirujanos la usan también en su calidad preventiva, en pequeñas dosis mañana y tarde de clorhidrato al 81%, de suerte que una porción de alcaloide circule siempre por las venas. En cuanto a los enfermos rebeldes al tratamiento químico, se les embarca para Iquique, de donde se les envía a la Noria y ahí recuperan en breve la salud. Por fortuna, no se presentó ningún caso de fiebre amarilla, epidemia que azotó terriblemente en época pasada las ciudades de Tacna y Arica. Las autoridades administrativas de ambas plazas secundan admirablemente la labor sanitaria. El jefe político y militar de Arica, coronel don Samuel Valdivieso, emplea a los vagos y especialmente a los chinos sin ocupación en el saneamiento del puerto que de inmundo y pestilente toma poco a poco la faz de ciudad limpia y fresca. En Tacna, el jefe político don Máximo R. Lira primero y después su reemplazante don Eusebio Lillo, hacen regar y barrer diariamente las calles, en tanto los vecinos
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reciben órdenes estrictísimas de proceder al aseo de la parte interna de las propiedades particulares. Los cirujanos extreman las precauciones, pues se acercan los meses de calor y con el ascenso de la temperatura, se inicia la madurez de las deliciosas frutas del riquísimo valle de Azapa, perniciosas muchas de ellas a los extranjeros. Los soldados son niños grandes que no se abstienen de la fruta verde, origen de disentería y fiebres palúdicas por los desarreglos intestinales. Las naranjas abundan en tal grado que se citan naranjos que producen anualmente cuatro, cinco y aún ocho mil naranjas de sabor delicado. Las chirimoyas, guayabas, ciruelas rojas, plátanos, sandías, melones, damascos, limones dulces y ácidos se producen con increíble profusión. Se agregan a estos productos las sabrosas aceitunas, la chancaca y la miel de caña dulce; toda clase de verduras y vigorosa producción de camotes, papas y zapallos enormes y dulces, y se tendrá un cúmulo de tentaciones si falta vigilancia moderadora. Todavía la Sanidad debe precaverse del enemigo terrible que baja por la costa desde la América Central. Nos referimos a la fiebre amarilla que en 1868 causó estragos espantosos en Tacna y Arica. Por fortuna la costa se mostraba limpia, sin peligro de la introducción del temido flagelo. El estado sanitario de la guarnición de Arica se presenta más o menos regular: el de Tacna bastante favorable, debido a la suavidad del clima, a la ausencia de pantanos en la vecindad y a los trabajos de saneamiento emprendidos por el señor Lillo que se propuso despejar los arrabales de las enormes masas de basuras acumuladas desde los tiempos coloniales, denominadas huacas. Ordena que los presos de cárcel remuevan las basuras, las mezclen con azufre traído en gran cantidad de las solfataras del Tacora y les pongan fuego; día y noche se desprenden densas columnas de humo de los hacinamientos de mugres acumuladas a través del tiempo, pues el Perú confiaba a los gallinazos el aseo de las poblaciones. Hubo casos de neumonía, pero aislados: sucumbió a esta enfermedad el comandante don Juan Antonio Vargas Pinochet, del Chillán. El capellán mayor presbítero don Florencio Fontecilla, escapó después de desesperada lucha con la muerte. Los atacados de enfermedades sociales van a los baños termales de Calientes de donde regresan renovados, después de breve tratamiento. El satisfactorio estado de salud del ejército depende en gran parte del buen rancho, confeccionado por la misma tropa en cada cuerpo. El General vigila personalmente la buena calidad de los artículos de consumo; no transige con la más pequeña incorrección. Visita constantemente los campamentos, recorre las cuadras, el galpón de la cocina, las pipas para la provisión del agua potable y en especialidad los jardines que se cubren de cal viva dos veces por semana, construidos en locales señalados por el propio Dr. Allende Padín, superintendente del Servicio de Sanidad.
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Los comandos divisionarios establecen un servicio intensivo para el adiestramiento general de los cuerpos y la instrucción de los numerosos reclutas llegados del Sur. El horario de las divisiones difiere muy poco. El siguiente regía en la II, acampada en Calana: Golpes............................. 4:30 a.m. Diana............................... 5:00 a.m. Lista y parte……………. 5:30 a.m. Café……………………. 5:40 a.m. a) ejercicio por compañía 6:00 a.m. b) instrucción de reclutas 8:00 a.m. Descanso………………. 8:00 a.m. Llamada redoblada.- Ejercicio de compañía e instrucción de reclutas………………… 8:30 a.m. Redoble para descanso.... 9:30 a.m. Golpes............................. 9:40 a.m. Asamblea. Relevo de guardia 10:00 a.m. Fajina (rancho)………….. 10:30 a.m. Golpes…………………… 1 p.m. Llamada y lista………….. 1:30 p.m. Ejercicios por Compañía o batallón e instrucción de reclutas………………. 1:40 p.m. Descanso.......................... 3:30 p.m. Tropa................................ 4:00 p.m. Ejercicio por batallón…… 4:10 p.m. Fajina (rancho)…………. 5:30 p.m. Golpes………………….. 7:30 p.m. Retreta………………….. 8:00 p.m. Lista, estudio de toques, leyes penales, deberes del centinela, soldado, cabo y sargento………………… 9:00 p.m. Silencio…………………. 9:30 p.m. Notas: a) Los sábados, revista de armamento, vestuario y equipo desde la lista de llamada hasta los golpes para retreta. b) Los domingos misa a las 8:30; puerta franca después del relevo de guardia. Permiso para ir a Tacna después del café. c) Los jueves impares, ejercicio por división; los jueves pares tiro al blanco.
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d) Una vez por semana desde el rancho de 10:30 hasta el de 5:30 p.m. los capitanes llevan su compañía con todos los oficiales al lavado de la ropa en el río Caplina. e) Los capitanes sin perjuicio de la instrucción, pueden dar permiso a la tropa para pescar o cazar. El valle abunda en aves y el río alimenta peces variados y sabrosos. Por disposición superior, cada cuerpo dispone del terreno abandonado, al frente de su campamento, para cultivo de verduras que se dan primorosas tres veces al año. Los fréjoles siete semanas sembrados en Calana en la segunda quincena de agosto, dieron abundante cosecha de porotitos tiernos a fines de septiembre, consumidos en ensaladas frías y calientes, tortillas, puchero, etc. Se hizo también abundante recolección de cebollas y ajos, pimentones, ajíes, choclos, zanahorias, coliflores, repollos y de cuanto se sembró, porque la bondad de la tierra es inextinguible. Falta únicamente el agua, para convertir el valle en un emporio de delicias. Los batallones del norte, el Atacama y el Coquimbo, en cuyas provincias se conoce el valor del regadío, llevan profesionales en sus filas llamados “camayos” (Glosario Etimológico, por Fr. P. Amengol Valenzuela, arzobispo de Gangra, Imprenta Universitaria. Santiago 1918.), que trabajan de noche y distribuyen con tanta destreza el agua que no pierden por derrames parte alguna del líquido. El General ordena aumentar la ración de harina y carne en los días sábados, para que la tropa haga sus extras una vez por semana. El domingo siguiente, varios cuerpos saborean empanadas de horno y pan caliente de mujer al uso de la tierruca. La fabricación de un horno para el abastecimiento de una compañía exige apenas medio día. Se hincan fuertemente en tierra cuatro horcones, cuidando que queden enteramente verticales: se ponen entre las puntas superiores dos maderos firmes; sobre éstos se dispone una cama de madera horizontal en ángulo recto con los sostenes. Encima de la cama se extiende barro bastante cargado de paja larga o pelo de caballo; y sobre la capa de barro, se colocan a nivel ladrillos viejos. Terminado el piso, falta únicamente la bóveda. Se forma un armazón de leña de diez a quince centímetros de largo, y medio metro de alto, figurando la base de un cono; sobre la leña se hacina fajina delgada y se redondea la parte superior con chamizas cortas, bien secas. Terminada la faena se reviste el armazón con piedra y barro disminuyendo el diámetro hasta la altura de medio metro; después se aboveda la construcción con la misma clase de material. Al concluir la base del cono se deja al frente la puerta; a la derecha, otra más pequeña o cenicero, y en la cúspide también a la derecha, la tronera o chimenea. Frente a la puerta se levanta un poyo de piedra y barro para colocar los trastos con la masa; al pie del cenicero, se cava un hoyo espacioso, para los carbones y ceniza.
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La puerta y el cenicero se tapan con una tabla cubierta con arpillera mojada; y la tronera con una piedra envuelta también en arpillera. Los utensilios necesarios para un horno decente son la pala de madera, el hurgonero, la escoba y el rastrillo. Concluida la faena, se enciende la leña; el calor seca el barro, aprieta las piedras y el horno queda listo para sus importantes servicios. Ese domingo, las compañías en sendos hornos, gozan con las empanadas calientes, picantes y caldúas. Los días festivos y feriados abren sus puertas los teatros. Algunas compañías representan dramas de alto coturno, como “La vida es sueño”, “El Puñal del Godo”, “Lorenzino”, “El Mercader de Venecia”; había también teatritos de arrabal para autores de segundo orden como Camprodon, cuyas producciones “Flor de un día” y “Espinas de una flor” atraían numeroso público. El Coquimbo goza de justa fama por su circo, que recorre los campamentos desde el Alto de Lima hasta Calientes. El 4º de línea, tiene una tropa lírica que propina esquinazos que dan miedo. El Chacabuco se enorgullece con sus palladores, uno abajino y otro arribano, que sacan la noche con pallas a lo divino y a lo humano. El negro Espejo muy conocido en las ciudades del norte, hace la delicia de los campamentos, con sus títeres celebrados en todas las faenas mineras. La ruda campaña no había disminuido su gracia y buen humor. Los oficiales del Atacama cuentan que en cierta ocasión, don Alfredo Ovalle Vicuña, después de gran auge minero, había quedado en mala situación financiera por el broceo de la mina Vizcachas en Vallenar. Ocurre que en estas ocasiones algunas familias santiaguinas veranean en la ciudad, pueblo de pocas distracciones y de menos comodidades. Deseoso el señor Ovalle de divertir a sus amiguitas, contrata una función con el negro Espejo, previa promesa de no salir con desentono alguno. La noche de la función, la sala rebosa de juventud alegre y bulliciosa. El negro estuvo en su cuerda; después de algunas escenas divertidas que provocan la hilaridad de la concurrencia, aparece una cuadrilla de bandidos que desvalijan a los mineros que bajan a pasar el 18 en Vallenar. ¿De qué faena vienen ustedes? Interrogan a un grupo de mineros. De la mina Dichosa, responden. ¡Ah! El patrón tiene la riñonada tapada. Se echan sobre los mineros y les quitan su alcance. Después de buena cosecha de pesos fuertes, entre paseantes de minerales vecinos llegan dos pobres apires a presencia del jefe de la banda. Este les pregunta: ¿De qué faena vienen? De las Vizcachas, señor. ¿De la mina de don Alfredo Ovalle Vicuña? De la misma, señor.
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¡Pobrecitos! Suéltenlos, exclama el jefe. Denles algo de comer. Ese caballero está tan arruinado que deben venir muertos de hambre. (Grandes aplausos) Tomen un par de pesos y vayan a comer a Vallenar; el señor Vicuña no tiene ni para la ración. (Más aplausos y carcajadas). Pero mi capitán, dice uno de los bandidos; el señor Vicuña está en vísperas de sacar la tripa de mal año. ¿Cómo así? ¿Alcanzó en las Vizcachas? No, mi capitán; pero anda persiguiendo a una de las señoritas llegadas de Santiago que dicen que es ricaza. Don Alfredo no aguanta más. Salta al proscenio bastón en mano, pero el negro Espejo había escurrido el bulto, eso si con el valor de las entradas en el bolsillo. Las carreras de caballos atraen numerosa concurrencia al hipódromo de Tacna; las de mulas son muy celebradas por los extranjeros, en Arica, en donde se lucía el ganado de los artilleros de montaña; pero se llevan la palma las de burro, en Calana. Los serranos llaman pie ajeno y por contracción piajeno a los amigos asnos que les conducen con paciencia jobiana por centenares de leguas a través de las agrias cordilleras andinas. Los burros del Coquimbo tenían fama de corredores, no obstante que los había de primera clase en los otros cuerpos de la división, el 4º de línea, Chacabuco y Artillería de Marina. Pero andaba maula en el asunto o más bien ingenio en la preparación de los borricos. Todos los días iban asistentes o rancheros a Tacna a comprar víveres o aliños para la mesa: los jinetes suprimían la ración de los piajenos desde el día antes; los borricos marchaban a la ciudad de mala guisa; pero volvían hambreando, primero, como los mocitos de los portales; tomaban después un galopito corto que se transformaba en rápida carrera en la pampa oeste del campamento. Sabían los muy pillines que en el pesebre les esperaba abundante ración. Pues bien, la susodicha pampa servía de cancha de carrera los domingos. Se partía del occidente, la meta se hallaba al oriente. Los picadores entrenaban a los rucios destinados a las carreras durante la semana; los llevaban en ayunas; los trabajaban duro y parejo, pero a la vuelta gozaban de abundante pienso. Acostumbrados a la buena comida regresaban a galope tendido. Las carreras tenían lugar en la tarde; los corceles ayunaban desde el viernes. Se les ponía en la pista; el juez de partida daba el chas de reglamento y los piajenos salían disparados; los del Coquimbo llegaban a la meta a la punta, pero los jinetes no podían contenerlos. Volaban hasta el surtido pesebre del campamento. Así pasa el tiempo; la instrucción de los batallones se encuentra en magnífico pie; la disciplina se mantiene en todo su vigor. Los extranjeros admiran la tenida de la tropa y el continente de los oficiales.
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El doctor Santini, cirujano de la “Garibaldi”, corbeta de guerra italiana que permaneció en la costa del Pacífico durante toda la campaña, se expresa en estos términos respecto a nuestro ejército: “Yo llegué a Pacocha, dice el Doctor, casi al día siguiente del desembarco y desde el puente de mi buque veía las bandas de músicos de los batallones que tocaban alegres sinfonías, como si estuvieran en Valparaíso o Santiago, mientras se presentaba a mi vista el campamento entero con sus muchas tiendas al pie de la montaña y en la ribera del mar. Habiendo visto por tanto tiempo en Lima las tropas peruanas me dio ganas de ver las chilenas, que no me fue posible observar en Valparaíso, estando todas en el teatro de la guerra. Los jefes del ejército, con mucha cortesía pusieron a nuestra disposición no sólo los caballos sino también una escolta de caballeros, que nos hicieron visitar el campamento en todas direcciones. La impresión que todos recibimos fue muy superior a la idea que, después de la vista del ejército peruano, teníamos formada de antemano de su rival. Era muy fácil para nosotros extranjeros, y en consecuencia más que neutrales, formar un juicio sobre las fuerzas de los combatientes y un juicio enteramente desapasionado desde que ningún interés particular, nos ligaba a Chile, ni al Perú, aunque los mayores intereses que tiene en éste nuestra colonia y los necesarios vínculos más y más estrechos con los hijos del país, el más grande prestigio y la más declarada simpatía que ahí gozamos, pudieran inclinarnos a favor del Perú. Pues bien, fieles al principio: la verdad ante todo, nosotros no pudimos vacilar un momento en reconocer la indiscutible superioridad del ejército chileno sobre el peruano, sea en cuanto a la robustez y hermoso aspecto del soldado, sea en cuanto al uniforme e instrucción, como también por el orden, la disciplina, el armamento. Parecerá una fruslería y sin embargo, es cosa bastante interesante, especialmente para el que conoce la dificultad de la marcha continua por terrenos arenosos, el excelente calzado del soldado chileno, que consiste en sólidas medias botas de cuero de color natural, en las cuales introduce el pantalón. En el ejército chileno se cuida mucho la manutención y el aseo del soldado, el que nacido, en climas más fríos es naturalmente más alto, más robusto, de mejor aspecto que el cholo crecido en el eterno y enervante verano del Perú. El soldado chileno es muy disciplinado: a nuestro paso (vestíamos de uniforme) no hubo un solo centinela que no presentara las armas, ni un soldado que no saliera de su tienda para plantarse en posición de saludo. La oficialidad no tiene por cierto la instrucción de la de Europa; es empero relativamente más instruida y es más que superior a la peruana, pues no faltan oficiales, especialmente en la artillería, que han hecho sus estudios militares en Europa. En cuanto a modales, los oficiales chilenos son muy distinguidos: lo que no puede extrañarse si se atiende a que ellos son en gran parte de las mejores familias de Chile, y en Santiago y Valparaíso no paseaban jóvenes elegantes, pues estaban todos bajo las armas, mientras de Lima apenas habían salido algunos y los más no habían querido enlutar la ciudad patria con su partida. En el ejército chileno se ve mucha escasez de coroneles, mientras que en el peruano son más numerosos y perjudiciales que las langostas.
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El joven elegante de Santiago vive satisfecho con el grado de teniente o alférez; y en este grado vi yo en Pacocha al hijo del Ministro de Hacienda y al sobrino del presidente de la República. Nosotros fuimos objeto de muchas atenciones”. (Dr. Santini. “Viaggio eral Garibaldi”, pagina 172. Roma) El ejército a las órdenes del general Baquedano entre los meses de julio y agosto, constaba de las siguientes plazas: Infantería……………… Artillería………………. Caballería……………… Total de fuerza presente… Fuerza efectiva………… Falta para el completo……
14.184 980 1.496 16.588 plazas. 22.265 5.677
El general pedía con instancia las cinco mil y tantas plazas que le faltaban, originadas por el clima o el plomo de las batallas; juzgaba que con 22.265 hombres tenía suficiente para ir a Lima. Para las guarniciones de Tacna, Iquique y Antofagasta creía suficiente 4.000 hombres. El coronel don Gregorio Urrutia escribía a su colega don Cornelio Saavedra: “Baquedano sólo piensa en ir a Lima; tiene esta idea clavada en la cabeza”. El Presidente mira de reojo la expedición a Lima; ni siquiera permite hablar de ella a los allegados de palacio. El Gobierno, para ganar tiempo, ordena al general que reorganice el ejército como para entrar en campaña y le envíe un plan de la expedición que proyecta. El señor Pinto, por su parte, en la post data de una carta de 25 de junio, dice al general: “Después de escrita ésta recibí la tuya del 12. Me hablas en ella de la expedición a Lima, supongo que habrás pensado en este asunto y desearía me dieras tu plan. ¿Qué fuerza deberíamos llevar, especificando las armas? ¿Qué número de caballos y mulas? ¿Qué fuerza debería quedar en los departamentos de Tacna y Moquegua, Tarapacá y Antofagasta? ¿Qué número de transportes necesitaríamos para llevar el ejército expedicionario con los víveres, bagajes, pertrechos y animales? Tú conoces los transportes que tenemos y sería oportuno indicar lo que cada uno puede conducir. Es preciso también tener presente que el bloqueo del Callao no podría levantarse y que no debemos contar con los buques ocupados allí. ¿En qué puerto desembarcaríamos? A este respecto es preciso tener presente que Lima está unida por ferrocarril con Chorrillos. En fin, desearía que me enviases un plan de operaciones desde la salida de Arica”.
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En cuanto a la orden de reorganizar el ejército, Baquedano reúne un Consejo de Guerra para estudiar la cuestión, compuesto de los coroneles señores José Velásquez, Pedro Lagos, José Domingo Amunátegui, Orosimbo Barboza, Martiniano Urriola, el comandante don Francisco Barceló y el secretario don Máximo R. Lira. Después de una corta deliberación, y en vista de encontrarse el ejército perfectamente organizado en cuatro divisiones, con los servicios anexos al día, determina que no cabe más reorganización que elevar a regimientos los batallones movilizados que quedarían de guarnición en Tacna. Este acuerdo se comunica al Supremo Gobierno el 2 de julio. El día 8 el general ordena al secretario señor Lira que envíe al Gobierno la siguiente comunicación relativa al pedido que le hace de un plan de operaciones sobre Lima. “Cree el General que basta el ejército que tiene actualmente a sus órdenes contando con los batallones que hay en Pacocha y llenando todas las bajas. Efectivamente, así se completarían más de 18.000 hombres, que bastarían para batir a los 22 ó 23 mil que componen el ejército bisoño de Lima. Esos 18.000 hombres se descomponen así: 6 regimientos de línea……………. 7.200 2 regimientos cívicos…………….. 2.400 12 batallones de 600 plazas cada uno 7.200 Caballería………………………… 1.200 Artillería…………………………. 800 Total…………….. 18.800 Es cierto que no todos los batallones constan de 600 plazas; pero como hay algunos que tienen mayor número, la compensación dejaría la cifra redonda de 18.000 hombres. Para la conducción de víveres y equipaje bastarían 600 mulas. Nuestros medios de transporte marítimo son enteramente insuficientes para conducir un ejército que tenga esa fuerza y la dificultad sube de punto al no disponer de los buques que bloquean al Callao, y habiéndose perdido el “Loa”. Llevando buques de vela a remolque, desaparece esa dificultad en parte, pero siempre será cierto que el ejército íntegro no puede ir en un solo viaje; había pues necesidad de organizar la expedición de manera que ella pueda hacerse en dos jornadas, como la de Pisagua a Pacocha. Esta circunstancia ha de influir de un modo decisivo en la elección del punto de desembarco. Tomándola en cuenta, quedan condenadas todas aquellas caletas que se encuentran demasiado próximas al enemigo, y también las que carecen de agua, porque, si hubiéramos de llevarla, la operación se complicaría mucho más.
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Esto ha hecho pensar en la conveniencia de desembarcar al sur del Callao; y Chilca es como hasta ahora el punto que parece preferible. Si el mar fuera allí bueno no habría otro más aparente. Desde luego, el río Lurín está a un paso; y en seguida parece que el mismo río que corre muy encajonado, es una fortaleza natural que permitirá a una división de 9.000 hombres defenderse contra fuerzas triples, más del tiempo necesario para que llegase el resto del ejército. Por ese lado el enemigo no tiene tampoco movilidad fácil; el viaje marítimo sería para nosotros más corto; sólo habría que hacer una jornada de cinco leguas sin agua, lo que, para este ejército no es ya una dificultad. Ahora bien, conducir por mar 9.000 hombres con los elementos que tenemos agregándoles algunos buques de vela, es operación relativamente fácil, sobre todo si se la organizase bien, y para eso ha de servirnos la experiencia adquirida en las anteriores campañas. ¿Cuántas fuerzas quedarán resguardando este departamento’ Eso depende de la línea de frontera que se escoja, pero creo que en ningún caso se necesitarían más de 4.000 hombres. También depende de la actitud que asuma Bolivia; aunque será conveniente calcular tomando en cuenta nuestras solas fuerzas y considerando vigente la Alianza.” Si el Gobierno escucha al General, la expedición contra la capital del Perú se habría realizado seis meses antes y Piérola no habría tenido tiempo para acumular tropas y elementos de defensa para proteger la capital. S. E., no se dignó contestar esta comunicación; ni siquiera acusó recibo, como se estila entre altas autoridades. El General no se descorazona; convencido de que tarde o temprano impondrá la paz en las orillas del Rimac, toma las medidas conducentes para el éxito de la operación. Hace construir en Arica un espacioso muelle para el embarco de tropas. Demanda a la Intendencia lanchas planas de desembarco. Nombra una comisión técnica para que examine los buques arrendados o comprados por el gobierno y forme un presupuesto de las reparaciones que los habilite para la conducción de tropas. Pide a los comandantes de cuerpo las propuestas de jefes y oficiales para llenar las vacantes por muerte o enfermedades. Más todavía; en lugar de tener inactivas las tropas de su mando, propone al gobierno expedicionar sobre la Paz con una división de tres o cuatro mil hombres a cargo del comandante de Ingenieros don Arístides Martínez. El General tenía seguridad de que Bolivia firmaría la paz antes de ver la capital ocupada por el enemigo; en caso contrario, sufragaría los gastos de la expedición a Lima con fuertes cupos en dinero y especies. El gobierno guarda silencio ante la proposición de General; los políticos creen todavía atraerse a Bolivia por bien, cuando sus gobernantes se aferran cada día más a la Alianza. El Presidente resiste a los deseos del ejército, del Congreso y del país; considera a Baquedano incapaz de conducir al ejército, y no encuentra un civil de la talla de
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Sotomayor, para asesorarlo. Olvida S. E., que el General no necesitó tutor para obtener las victorias de Ángeles, Tacna y Arica, obras eminentemente suyas. El señor Búlnes dice al respecto: “Pinto apreciaba a Baquedano como un oficial de honor; disciplinario corriente en sus relaciones con los demás. Alababa su buen carácter, frase que se encuentra siempre en su correspondencia, cuando se refiere a él. Lo conocía lo bastante desde largos años, para saber que no era un talento y lo estimaba más por sus cualidades negativas, como ser la falta de ambición y la modestia. (Búlnes, “Guerra del Pacifico”, Tomo II, pagina 572.) Parecerá osadía rectificar al señor Presidente de la República; pero creemos que estaba equivocado. Seguramente creía a Baquedano falto de talento, porque no era abogado, ni orador, ni escritor, ni palaciego, ni figurón político; porque había dedicado la vida a la noble profesión de las armas, ajeno a las intrigas de los políticos y a sus bastardas maquinaciones. Así y todo dirigió con tino y prudencia, el ejército más poderoso que ha tenido Chile durante su vida independiente; lo condujo a la victoria después de planear y dirigir personalmente las batallas de Los Ángeles, Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores. Y cuidado. Jamás permitió que nadie se mezclara, ni reformara sus planes de batalla; ni que sus órdenes se variaran en lo menor y cuando un General no cumplió llanamente lo ordenado, lo separó ipso facto, del alto puesto de Comandante Divisionario. El juicio de S. E., de la incapacidad de los jefes chilenos, traspasa la frontera y de ello se hace eco para denigrar a Chile, el abogado Tomás Caivano, a sueldo del Perú, en su libro “Storia Della guerra d’mérica”. Comentando tan falsa aseveración, el R. P. Spila emite a su vez este juicio: “En cuanto a la pericia de los capitanes chilenos ¿es realmente cierto que hayan sido pusilánimes e incapaces de concebir y llevar a cabo el más sencillo plan de batalla como dice Caivano? Esta inculpación no la hemos leído tan sólo en la historia del señor Caivano, sino que los mismos diarios de Chile han criticado repetidas veces a los jefes del Ejército. El tiempo de guerra es el más a propósito para aquellos escritores que tienen la ingrata misión de llenar cotidianamente las columnas de los diarios; en aquellas circunstancias la materia es abundante y muy propicia la ocasión para lucir su habilidad. Lejos de los horrores de la guerra, puesta a salvo la piel de los ataques enemigos a la sombra de los gabinetes de estudio y rodeados de diarios y libros, tal vez adversarios pero inofensivos e inertes, pueden trazarse cómodamente magníficos planes de batalla, y en seguida censurar a su antojo a los que no ejecutaron con perfección, más, en el campo de batalla en vista del lampo del cañón, bajo granizos de plomo, en medio de los estragos de las metrallas es cosa muy distinta; hay tanta diferencia entre lo primero y lo segundo como entre hablar de muerte y morir. Mas, lo repetimos, ¿se ha probado realmente la impericia de los jefes y oficiales chilenos? Dejando a los instruidos de la ciencia militar, las doctas y brillantes disertaciones, nos permitimos afirmar que la
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habilidad y pericia en los campos de batalla se reducen a disponer sus ejércitos de modo que demostrado en la presente guerra, que en todos los combates el ejército chileno ha derrotado al enemigo, ha ocupado sus posiciones, se ha apoderado de sus ciudades y pasando intrépido por sobre las trincheras, sobre las minas, sobre las fortificaciones ha entrado triunfalmente en la capital enemiga, ha impuesto la ley del vencedor; luego tenemos derecho para deducir que los capitanes chilenos han sido eminentemente peritos”. (Padre Benedicto Spila De Subiaco. “Chile en la Guerra del Pacifico”. Tipografía Astiglianelli de San Giuseppe. Roma 1887.) El señor Pinto se creía naturalmente muy superior al General; escribe a Baquedano una carta que se hizo célebre por las lecciones que le da para el buen desempeño del puesto de General en Jefe. Dice así el documento, fecha 9 de junio: “Con la muerte de nuestro inolvidable amigo Sotomayor, la responsabilidad que pesa sobre ti ha aumentado considerablemente, Sotomayor compartía contigo las responsabilidades de la campaña y era además para ti, colaborador infatigable. Bueno es que tú tengas presente la situación que te ha creado ese tristísimo incidente. Como General en Jefe tienes tú tres clases de deberes que cumplir. El primero y más importante es el de mantener en el ejército la buena armonía, la disciplina y la subordinación. De nada sirve tener buenos jefes, oficiales y tropa sino hay entre ellos armonía, unidad de miras, cordialidad y al mismo tiempo si falta la disciplina y la subordinación. Estoy seguro que nuestras tropas vencerán siempre que se encuentren en presencia del enemigo. Lo que puede sernos más falta que el enemigo es la discordia. Evitar ésta, tener el ejército en paz, en buena disciplina y subordinación es la parte más difícil de tu misión. Tu buen carácter te favorece para desempeñar esta parte de tu cometido. Has sabido mantenerte siempre bien y estimado por tus compañeros de armas. Si consigues seguir manteniendo el ejército hasta el fin de la campaña en buena armonía, subordinado y disciplinado habrás conseguido algo más difícil que las victorias de Tacna y Arica. El segundo deber es vigilar que la administración militar marche con la debida regularidad. Es preciso que el ejército cuente con todo lo que necesite en materia de municiones, víveres, forraje, vestuario, etc. Sería imperdonable que un cuerpo de ejército grande o pequeño se mueva sin la seguridad de que en la expedición no le ha de faltar alguno de los elementos necesarios para vivir o para vencer. Para esto tienes tú buenos colaboradores en el Estado Mayor y en la Intendencia del ejército. Es preciso que estés constantemente al habla con el jefe del Estado Mayor, Intendente de Ejército, jefe de División, y te impongas de lo que puede faltar para pedirlo con la debida anticipación. El tercer deber es dirigir bien nuestras tropas en las acciones de guerra. A este respecto nada tengo que decirte, porque veo que te estás portando como un gran capitán. Como te lo he dicho en mis anteriores, lo primero en que debes pensar es en organizar el ejército, que con la campaña y las batallas debe haber quedado algo descompuesto.
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Tendrás que llenar vacantes, pasar oficiales de un cuerpo a otro. Para esto debes inspirarte en la justicia y las necesidades del buen servicio. Habrá como sucede de ordinario pretensiones para ascender al pariente y al amigo”. El señor General lee las lecciones militares de la levita a la casaca y calla; en cumplimiento de lo ordenado envía las propuestas para llenar las vacantes de oficiales ocurridas en los cuerpos que reclaman las exigencias del servicio. Sucede lo que nadie puede imaginar: El Gobierno encarpeta las propuestas enviadas a su requerimiento, y ni siquiera contesta la nota oficial de remisión. Ya se dibuja el plan del grupo político de Santa María: hacer saltar a Baquedano, para evitar que con nuevas victorias arroje sombras a la candidatura presidencial tan tesoneramente elaborada por don Domingo. ¿Y el país? Preguntarán los lectores. ¡El país! ¿Y cuándo lo toman en cuenta los políticos de oficio?
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CAPITULO IX. Vergara y Baquedano. El Ministerio Recabárren aunque en su fuero interno rehuía la campaña a Lima, en conformidad a los deseos de S. E., procedía armando a la nación y preparándola para tal evento, de acuerdo con las declaraciones hechas en la cámara, urgido a la vez por el clamor público y la opinión unánime de la prensa del país. El 17 de junio decreta que los batallones movilizados Valdivia, Atacama Nº 1 y 2, Coquimbo Nº 1, Chillán, Melipilla, Colchagua, Aconcagua 1 y 2, Talca, Rengo, Curicó y Concepción aumenten su dotación en cincuenta hombres por compañía; y los batallones Cazadores del Desierto y Chacabuco, eleven su efectivo a seis compañías, de 150 hombres cada una. El 26 de junio se mandan organizar los cuerpos cívicos, sedentarios Atacama, Coquimbo, Aconcagua, Valparaíso, Santiago, Colchagua, Curicó, Talca, Maule, Linares, Ñuble y Concepción. El 5 de julio se organizan los batallones cívicos de San Felipe y Los Andes, con un efectivo de 1.282 plazas de comandante a tambor. El 15 de julio entra en funciones el Ministro de la Guerra don José Francisco Vergara, y se redoblan las actividades bélicas. El 21 de este mes se declara que los batallones movilizados Valdivia, Atacama Nº 1 y 2, Coquimbo Nº 1, Chillán, Caupolicán, Melipilla, Colchagua, Aconcagua Nº 1 y 2, Talca, Rengo, Curicó, Concepción, Cazadores del Desierto y Chacabuco, deben constar de seis compañías de 150 hombres cada una y su plana mayor correspondiente. El 29 se crean los regimientos Valparaíso y Linares, ambos con la siguiente dotación: Un primer jefe de la clase de coronel o teniente coronel; un segundo jefe teniente coronel; un tercero, sargento mayor, dos capitanes ayudantes, un subteniente abanderado, un sargento segundo, un cabo primero, y diez cornetas o tambores. La 1ª y 2ª compañía de cada batallón consta de un capitán, un teniente, dos subtenientes, un sargento 1º, 6 segundos, 6 cabos 1º y 6 segundos y 130 soldados. Las 3ª y 4ª compañías tienen la misma dotación, con sólo 129 soldados. El 2 de agosto se eleva a regimiento el batallón movilizado Chacabuco. El mismo día se moviliza el batallón Victoria, sobre la base de la Brigada Cívica de San Bernardo. El 6 de agosto se pone sobre las armas el batallón Cívico de Quillota. El 11 se eleva a regimiento el batallón cívico sedentario de artillería Valparaíso. El 12 se eleva a regimiento el batallón movilizado Curicó. El 14 se disuelve el batallón Cazadores del Desierto, y sus efectivos pasan a llenar las bajas de otros cuerpos del ejército de Tacna. El 16 se eleva a regimiento el batallón movilizado Atacama; se disuelve el Nº 2, cuya fuerza pasa al regimiento. El 31 se eleva a Regimiento el batallón movilizado Coquimbo.
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El 20 de septiembre se moviliza el batallón Quillota. El 29 se moviliza el batallón Rengo Nº 2. En la misma fecha se organiza el Ejército de Operaciones en tres Divisiones, cada una con dos Brigadas, con sus Estados Mayores correspondientes, y con efectivos de las tres armas. No hay otra novedad, que las cuatro divisiones de Baquedano se reducen a tres. También en este día, se organiza una Compañía suelta de Artillería en Santiago. El 30 se crea el Ejército del Centro, con un efectivo de 10.000 plazas, a las órdenes del General don Luís Arteaga. El 2 de octubre, se moviliza en Santiago el batallón cívico Portales, a las órdenes del coronel don Mauricio Muñoz. En este día se embarca en Valparaíso con destino al norte el señor Ministro de la Guerra; pero no por eso cesan los aprestos bélicos. El impulso está dado. Las provincias corresponden con creces el llamamiento del gobierno. Los voluntarios corren a las capitales de la respectiva provincia para enrolarse en los regimientos locales, o llenar las bajas de los ya movilizados que se encuentran en el teatro de la guerra. Al grito de ¡A Lima! Se despueblan las villas, las aldeas y los campos; en el norte muchas minas quedan abandonadas y en el centro y sur los fundos sufren la suspensión de las faenas. El gobierno comprende ahora que el reclutamiento regional hace maravillas; en lugar del reclutamiento en práctica hasta entonces por enganche a 14 pesos para el soldado y dos para el enganchador. Los subdelegados con este sistema rancio, hicieron su agosto en sus ínsulas: practicaban rodeos de carne humana, engrillaban a los futuros voluntarios y los enviaban al jefe del reclutamiento con la respectiva planilla de pago para el V.º B.º. Que de venganzas y que de infamias! Todos los abusos terminan con la conscripción provincial; sobran voluntarios. El 5 de octubre se organiza en Colchagua el batallón movilizado San Fernando. Con esta misma fecha se manda levantar en Rancagua un regimiento y se nombra comandante al teniente coronel de guardias nacionales don Lisandro Lastarria. También en esta fecha se crea en Vichuquén un batallón de seis compañías, con 150 plazas cada una. El 6 de octubre se forma en la provincia de Talca el batallón movilizado Lontué; y en Santiago una brigada movilizada de artillería Nº 1. El 7 de octubre se moviliza el batallón Ñuble, en la provincia de este nombre; y el batallón Maule, en su provincia, a las órdenes del comandante don Wenceslao Castillo. El 9 de octubre se crea en la provincia de Bío-Bío el batallón movilizado Ángeles, de 900 plazas. El 14 se moviliza en Concepción el batallón Carampangue. El 15 de octubre se dispone que los escuadrones 1º y 2º de Carabineros de Yungay formen un regimiento, comandado por el teniente coronel don Manuel Búlnes.
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El 18 se crea el escuadrón cívico de caballería Freire. El 20 se movilizan en Rancagua, Chillán y Los Ángeles, sendas compañías, para llenar las bajas de los cuerpos de sus respectivas provincias. Con la misma fecha se moviliza el batallón Arauco, a las órdenes del teniente coronel don Zenón Martínez Rioseco. El 25 se moviliza el escuadrón de caballería Nacimiento, comandante don Pascual Cid. Un decreto del 30 de octubre declara en campaña al Ejército del Centro, compuesto de los siguientes cuerpos movilizados: Artillería.- Brigada Nº 1 Santiago. Caballería.- Escuadrón Freire. Infantería.- Regimientos Portales, Maule y Rancagua; batallones, Rengo Nº 2, San Fernando, Vichuquén, Lontué, Ñuble, Ángeles, Carampangue y Arauco. El 15 de noviembre de eleva a regimiento el batallón Carampangue, comandante el coronel don Luís José Ortiz, y segundo el teniente coronel don Enrique Coke. El 20 de noviembre se eleva a 900 plazas la dotación del batallón Angol. Con la misma fecha se aumentan a seis compañías las cuatro de que constaba el batallón Santa Lucía. El 29 de noviembre se moviliza el escuadrón de caballería Bueras, y el 30 el escuadrón Nº 1 de Mulchen. Con la misma fecha se manda organizar una compañía cívica de artillería en cada uno de los puertos de Tocopilla y Mejillones, a cuyas plazas se dota de cañones de grueso calibre. El 17 de diciembre se movilizan tres compañías en cada una de las provincias de Colchagua, Maule, Concepción, Arauco y Llanquihue, con dotación completa de oficiales y 131 hombres por compañía. Estas compañías llenan las bajas del ejército del centro. Un decreto de 18 de diciembre dispone que las compañías mandadas movilizar en Rancagua, Curicó, Talca, Linares, Ñuble y Bío-Bío forman parte del Ejército del Centro; otro decreto del 30 de diciembre hace ingresar a este ejército el Cuerpo de Reclutas y Reemplazos establecido en la capital. Era imponente el aspecto de la nación en armas, para la defensa de sus derechos. Las fuerzas se distribuían en ejército de línea, guardia nacional movilizada que hacía el servicio de campaña como la tropa de línea, alcanzando un alto grado de disciplina y moralidad con las victorias en que figuró con brillo; y la guardia nacional sedentaria, que hacía ejercicio los días domingos y festivos, y aún permanecía acuartelada para su instrucción algunos días de trabajo en la semana. El Ministro señor Vergara arrastró al gobierno con sus declaraciones en el Congreso, a la expedición a Lima; y se puso a la acción con entusiasmo, laboriosidad y actividad incansable. El Presidente había sido contrario a esta operación de guerra; pero hay que hacerle justicia, de que en cuanto la determinó el ministerio, puso en juego toda su autoridad y
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prestigio para llevarla a cabo con éxito, lo que obligó a los ministros a secundarlo con leal decisión. El último en rendirse a la voluntad nacional, fue don Domingo Santa María, que miraba receloso el acrecentamiento de la figura de Baquedano que nuevas victorias podían convertirle en el héroe popular, relegando a la penumbra su candidatura, laboriosamente trabajada por espacio de dos lustros. Pero, hubo de poner buena cara al temporal, para no enajenarse la voluntad del país. Da orgullo relatar estos hechos, que traducen la potencia de la raza, el entusiasmo por defender a la patria y el espontáneo desprendimiento para entregar a ella, la fortuna y la sangre de sus hijos. Las damas eran las más entusiastas para obtener voluntarios para el norte; iban a llenar bajas jóvenes de toda clase, rango, fortuna y estado. Los estudiantes de cuarto, quinto y sexto año de humanidades abandonaban las aulas y se enrolaban de soldados; los seminaristas de órdenes menores se teñían la corona con corcho y acudían a los cuarteles. El R. P. Spila estaba entonces en Chile y a él se deben estos recuerdos: “La dama chilena es el tipo de madre. A ella se deben las virtudes cívicas y morales, que forman el decoro de los individuos y el más sólido sostén de las familias y de la sociedad; estos principios no se infunden en el corazón del hombre, con los fríos preceptos del maestro, no; es la madre iniciadora del porvenir, la que los comunica con la leche, los nutre con la enseñanza y los fortalece con el ejemplo; y cuando la leche brota de pechos inflamados por el amor santo, cuando las enseñanzas son inspiradas en las doctrinas del evangelio, cuando los ejemplos esparcen el perfume de las virtudes cotidianas, el porvenir venturoso del hijo está asegurado y la sociedad se regocija. Es la madre, la que como ángel de la familia, cubre con sus alas la querida prole, estudia sus inclinaciones, cuenta los latidos de su corazón, y escudriña los más secretos movimientos de su alma, y amante más que nadie de la felicidad de su hijo, lo educa, lo guía, lo dirige con aquella dulzura y tino, cuyo secreto sólo la madre conoce, y graba tan profundamente en aquel tierno corazón, los gérmenes de la religión, de la virtud y del patriotismo, que en vano se esforzará en arrancar la mano cruel de las sectas antisociales. En Chile, no falta por desgracia la moda del liberalismo volteriano que ha infeccionado todas las naciones; allí también se hallan incrédulos, y no escasean en las aulas de la Universidad y de los Liceos. Si a pesar de esta propaganda, se conservan en la mayoría de la población las virtudes cívicas, es gloria de las mujeres chilenas que tienen la energía de conducir a los hijos a la práctica de los deberes religiosos y sociales, acompañándolos en los tortuosos senderos de la vida con la luz de sus consejos y previniéndolos con la fuerza del buen ejemplo. Las damas de la capital fundaron “La Protectora”, esto es, una institución en que debieran brillar la caridad, la filantropía, el amor patrio de todas las clases de la sociedad; en que debía darse una prueba más solemne del hermoso corazón del pueblo
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chileno; pues con generosas ofertas, en las que se admiró una gala de emulación, se socorrió a las madres, a las viudas, a los ancianos, y a todo infeliz que hubiera tenido la desgracia de perder un deudo querido”.(Padre Benedicto Spila De Subiaco. “Chile en la Guerra del Pacifico”. Tipografía Astiglianelli de San Giuseppe. Roma 1887). Más explícito es el doctor Santini, cirujano del buque de guerra italiano “Garibaldi”, que recorrió las costas de Chile y el Perú durante toda la contienda. He aquí como se expresa: “La mujer chilena, sin ir al campo de batalla, fue uno de los más poderosos elementos de guerra material y moral. Son las señoras de la alta sociedad las que inician y llevan, como vulgarmente se dice, viento en popa ricas suscripciones, que ejecutan conciertos de beneficencia, que imponen y exigen pingües contribuciones mediante los bazares, en los cuales se entra pagando sólo veinte centavos y se sale con un ramillete que puede costar sesenta pesos. Desde el día que el gobierno chileno prohibió sabiamente que llevaran sus mujeres al campamento, para no condenarlas –como sucede a las esposas de los soldados peruanos y bolivianos- a sepultar a los muertos o a morirse de hambre, en las chilenas se ha encendido más y más el entusiasmo guerrero. Puede uno no participar del exceso de su entusiasmo, pero es forzoso inclinarse admirado delante de aquellas niñas hermosas, amantes y amadas que renuncian tal vez para siempre, a los felices momentos de un amor envidiado, y lanzan a sus prometidos al campo del honor para defender la patria amenazada. Los prometidos de las señoritas más hermosas y elegantes de Santiago y Valparaíso fueron los primeros en ofrecer a la patria su tributo de sangre. Por lo demás, el mejor lado de este entusiasmo exagerado, era el que se relacionaba con la caridad pública. La santa obra de la filantropía derramaba a profusión sus beneficios y socorría con celo guerrero a las consecuencias de la guerra. Los heridos fueron acogidos espléndidamente y atendidos con afectuoso cuidado, viéndose la caridad de abrazar con igual cariño a amigos y enemigos; pues, se prestaban a los peruanos y bolivianos los mismos cuidados que a los chilenos. El comité de la Cruz Roja había plantado allí también su benéfica bandera, y prestaba, como en todas partes, espléndidos servicios”. (Doctor E. Santini, “Viaggio eral Garibaldi”, pagina 94. Roma). Descendamos de tan bello pedestal para ocuparnos de algunas incidencias que por fortuna permanecieron ignoradas del país, y que pudieron arrastrar al ejército y a la nación a un abismo. Don José Francisco Vergara entró al gobierno como ministro de la Guerra y Marina, el 15 de julio de 1880. Ante el voto de censura del diputado señor Molina, declaró que sus relaciones con el General en Jefe, el jefe del Estado Mayor, y demás jefes del ejército eran en todo cordiales. La cámara hizo honor a su palabra de caballero y el Ministerio recibió el apoyo parlamentario, traducido en la aprobación de todos los proyectos de ley llevados a su discusión; pero el señor Vergara no estaba en la verdad.
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El señor Ministro tenía pasión por el trabajo, salud para la fatiga, entusiasmo para llenar sus deberes y energía para vencer los obstáculos. No era hombre de rodear, sino de romper las vallas que se le presentaran para alcanzar el éxito deseado, atropellando cuanto se oponía a su valor –porque era valiente hasta la temeridad- para surgir a la cabeza, el primero, y decir: Este soy yo. Noble emulación para servir a la patria; mas, dejaba a un lado a los colaboradores, y miraba muy por encima del hombro a cabezas dirigentes, que ya habían prestado brillantes servicios al país, y que tenían también derecho, como chilenos, a participar de las tareas y del sacrificio que la situación imponía a todos, generales y soldados. Cuantos mayores laureles se habrían segado, en amigable consorcio, y en grata camaradería, aunando las fuerzas en el mismo ideal que todos perseguían. Desde su entrada al Ministerio, el señor Vergara cortó toda relación con el Comando Supremo del ejército del norte. El General propuso la marcha a Lima con los 18.000 hombres que tenía una vez llenadas las bajas; envió numerosas propuestas para jefes y oficiales, pues deseaba que los cuerpos completaran su dotación dirigente; solicitó un depósito de artículos bélicos en Arica; envió una minuta de las reparaciones que debían hacerse en los buques de vela para habilitarlos como transportes de tropa; pero el Ministerio, no atendió los pedidos, ni siquiera acusó recibo de las comunicaciones. Y cosa rara; más tarde todo lo propuesto por Baquedano se llevó a cabo, eso si, no como idea del General, sino del Ministerio. Como la prensa del sur daba resuelta la expedición a Lima, el General quiso alistar los transportes; envió la siguiente nota: Señor Ministro de Guerra Nº 114.- Arica, 14 de agosto de 1880.- Acompañó a V. S., un informe que me pasa el ingeniero don Federico Stuven, sobre los arreglos que es necesario hacer en los buques que expresa, para ponerlos en estado de servir mejor al ejército, en caso de un movimiento sobre el norte. Como dos de esos buques están arrendados, no he creído conveniente autorizar los gastos que su reforma demandaría y he preferido enviar a V. S., los antecedentes, a fin de que resuelva lo que juzgue más acertado encareciéndole la urgencia del asunto.Dios guarde a S. S.- Manuel Baquedano. Esta nota no tuvo siquiera el acuse de recibo correspondiente. A fines de agosto, días después de ocupar el señor Vergara la secretaría de guerra, llega al Comando Supremo la primera nota ministerial, fecha de 19 de este mes. El señor Vergara ordena al general en jefe la instrucción de un sumario para descubrir al autor de un artículo publicado en un periódico de Tacna, en que se trataba de un modo inconveniente al señor Ministro. Agregaba la nota, que descubierto el autor, se le castigara. El asunto era pueril; pero el General lo trató con su seriedad acostumbrada. Responde al señor Vergara que apenas publicado el artículo, llamó al editor del diario y lo apercibió seriamente para que en adelante se abstuviera de amparar tales comunicaciones; y si reincidía, le aplicaría rigurosamente la ley militar.
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Y agrega el General a guisa de comentario, que no le parecía muy equitativo usar de excepcional aunque justa severidad, con una publicación que carece de importancia, cuando entran al campamento libremente los acreditados diarios del sur, que contienen frecuentemente artículos subversivos de la disciplina militar y calculados para desprestigiar ante sus subalternos, a los jefes del ejército. Si los autores de esas publicaciones, que encuentran eco entre los soldados, han de quedar y quedan impunes porque no alcanzan hasta los pueblos del sur las rigurosas disposiciones de la Ordenanza, no parece lógico castigar solamente a otro, que tiene tal vez menor culpa, porque escribe en esta ciudad, siendo así que la criminalidad de un acto debiera ser la misma en todas partes. Otro incidente viene a perturbar pronto la tranquilidad del Cuartel General. El comandante de armas de Arica le comunica el arribo del transporte “Copiapó” y la llegada a su bordo del corresponsal de “El Mercurio”, don Eloy T. Caviedes. El General ordena que se le detenga a bordo del “Abtao”, y se incoe sumario sobre estos dos puntos: 1º Cómo obtuvo dicho señor los partes oficiales de la batalla de Tacna que publicó “El Mercurio”, diario de Valparaíso, de que es corresponsal, antes de que llegaran a poder del gobierno. 2º Con qué permiso viaja a bordo de un buque destinado exclusivamente al servicio del Estado. El 30 de agosto, el señor Caviedes ingresó al “Abtao”; el 9 de septiembre llega un cable del Ministerio de Guerra, que pide explicaciones por la detención del señor Caviedes. Esta es la segunda comunicación del Ministerio al General. Este informa al señor Ministro que supuso que el señor Caviedes venía subrepticiamente en el “Copiapó”, porque en los transportes sólo viajan las personas que lo hacen por razones y exigencias de servicios públicos; más todavía, constándole que el finado Ministro Sotomayor se negó a permitirle que viajara en los buques que paga el Estado, para sus asuntos particulares. El mismo señor publicó en el diario de que es corresponsal, los partes oficiales de la batalla de Tacna, antes que llegaran a poder del gobierno; y como está prohibido a los jefes entregarlos a la publicidad, supone que se ha hecho reo de sustracción de documentos que es necesario pesquisar y castigar. Y agrega textualmente el señor General: “Por ambas razones lo reduje a prisión y lo mandé procesar. El sumario no está terminado aún; y aunque de él resulta que viajaba en los trasportes con permiso de V. S., ignoro si será igualmente responsable del segundo de los delitos mencionados. Si del sumario resulta que no es culpable, lo pondré en libertad. En todo caso, no le permitiré el acceso, a los campamentos de este ejército, porque reputo su presencia en ellos como perniciosa para la buena disciplina. Un individuo que se ha empeñado en publicaciones llenas de datos falsos, y de apreciaciones apasionadas, en desprestigiar a los jefes principales de este ejército, no puede venir a sembrar con su propaganda gérmenes de discordia.
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Para adoptar esta medida, he hecho abstracción completa de mi persona, y me he fijado solamente en que el primero y más elemental de mis deberes de General en jefe, es impedir que se quebrante la unión y las disciplina de las tropas que me están confiadas, y que constituyen la fuerza de la nación”. Da pena recordar estas miserias. El señor Vergara pido un castigo para un periodista anónimo de Tacna que se expresó irrespetuosamente del señor Ministro y sin embargo, ampara oficialmente, al corresponsal que denigra al General en jefe, y a sus dignos colaboradores en la batalla de Tacna. Lo pasado, pasado. Pero conviene recordar una declaración del señor Caviedes, en la correspondencia publicada en “El Mercurio”, el 17 de julio de 1880. “Terminarnos esta larga relación oyendo de los ciegos adoradores del éxito, y de los que, o mezquinos o ilusos, parecen no comprender que las invencibles legiones de Chile pueden obtener una victoria contra enemigos como los peruanos sin que un Napoleón dirija las batallas. Cual si el indomable espíritu de nuestros jefes y oficiales y el irresistible empuje del soldado chileno no fueran más temibles que los atrincheramientos de arena o de granito, quieren a toda costa inscribir en nuestras crónicas militares nuevos nombres de héroes y semidioses que, llegado el caso de un serio encuentro con enemigos varoniles, darían tan tristes resultados como aquellas reputaciones que la imaginación popular había creado al principio de la guerra. Quien duda de nuestras narraciones creyéndolas inspiradas por el estrecho espíritu de localismo; quien las trata de inexactas mirando desde aquí los hechos; quienes las consideran poco patrióticas porque no seguimos como esclavos tras el carro de los triunfadores; quienes, por fin, esgrimiendo el chisme como la más manejable de sus armas, aseveran que siendo el editor de “El Mercurio” pariente del General en jefe de la reserva, (Villagrán) no pueda el corresponsal hablar nada bueno mientras éste no lo ejecute”. Y rara coincidencia. El señor General Villagrán era el candidato del señor Ministro de la guerra, para suceder al general Baquedano en el cargo de general en jefe del ejército de operaciones. Reina nuevamente la calma. En los primeros días de Octubre, el señor Vergara pregunta al General si tiene algún inconveniente grave para el nombramiento del señor general Villagrán como jefe de una de las divisiones del ejército. El General contesta que no puede pronunciarse de algo de que no tiene conocimiento, por tanto, no se avanza a pronunciarse sobre un detalle desconociendo el conjunto. De esta manera termina la correspondencia entre el Ministerio de la Guerra y el Cuartel General. Los diarios del sur llegan dos veces por semana; el ejército, de capitán a paje, se impone de las actitudes del gobierno relativas a la campaña.
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Pero el General y su jefe de Estado Mayor se hayan a oscuras acerca de la nueva organización de las tropas; de la reorganización del servicio sanitario; de la transformación de la Intendencia; de la creación de nuevas secciones relativas al Parque y Bagajes, con autonomía propia, independientes del General en jefe. Baquedano, en presencia de tales hechos que le trasforman completamente las fuerzas a sus órdenes, sin siquiera consultarlo, ni menos oírlo, se dirige al gobierno pidiendo el esclarecimiento de la situación, en la siguiente nota: Señor Ministro de la Guerra.- Nº 139.- Tacna, 2 de Septiembre de 1880. Por el correo llegado ayer he recibido la trascripción de varios decretos supremos relativos a la nueva organización que se está dando al ejército que tengo la honra de mandar. Versan, ellas sobre trasformación en regimientos de antiguos batallones, disolución de cuerpos como el batallón Cazadores del Desierto, nombramientos de jefes, ascensos, etc., etc., A estas noticias oficiales se agregan otras, que aún no lo son para mí, pues este Cuartel General es el último que las conoce, de las cuales se deduce que el Supremo Gobierno tiene ya concebido un plan para la prosecución de la campana, y acordada la manera de llevarlo a efecto. Me he apresurado, como era de mi deber, a ejecutar todas las órdenes del Gobierno, aun aquellas que carecen del requisito esencial de ser trasmitidas por conducto competente. Así, por ejemplo, puse en posesión de su empleo de comandante del batallón Caupolicán al teniente coronel don José María del Canto, hace más de dos meses, a pesar de que hasta ahora no se me ha comunicado su nombramiento; y he hecho reconocer en sus nuevos grados a varios jefes que han merecido ascenso, y cuyos despachos les han sido enviados directamente, sin dar de ellos ni siquiera noticias al General en jefe. No me parecía prudente hacer hincapié en estas omisiones, involuntarias sin duda, porque si bien es cierto que todo buen régimen se relaja y quebranta cuando no se le mantiene en toda su integridad, juzgaba que la atención de V. S. preocupada de tan altos intereses, no podría contraerse a todos los detalles de la administración. Sin embargo, hay en esas omisiones algunas que debo señalar a la consideración de US. Y del Supremo Gobierno, en cumplimiento de mi deber y en resguardo de mi propia responsabilidad. Dije a US. Que el activo movimiento de trasformación de este ejército que está operando por efecto de importantes resoluciones supremas, hacía presumir que hay algo ya acordado respecto de la prosecución de la campaña. Fuera de esta suposición, autorizada también por noticias privadas, ningún acto oficial me induciría a creer que se piensa adelantar las operaciones militares. No se me ha pedido opinión ni sobre la conveniencia de continuar hostilizando activamente al enemigo, ni sobre los puntos de su territorio en que convendría operar, ni sobre la manera de poner en práctica el plan que se acordara. Al gobierno, corresponde sin duda alguna, decidir si la guerra ofensiva ha de continuar; pero es a los jefes del ejército que han de hacerla, a quienes toca inmediatamente preparar las operaciones de manera que el éxito sea seguro. Es lo que se hace donde quiera que hay guerra y ejércitos con jefes responsables y dignos de la
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confianza de su gobierno. Es lo que se ha hecho anteriormente en esta misma campaña con mis honorables antecesores, que nunca dejaron de ser consultados sobre todo aquello que deben conocer mejor que nadie por necesidad de su puesto y de su profesión; de otra manera sucedería que llegado el momento de ejecutar un plan de guerra, en cuya confección no ha intervenido, el General en jefe se encontraría en la imposibilidad de hacerlo, so, pena de cargar con una responsabilidad derivada de errores ajenos, pero que pesaría exclusivamente sobre sus hombros. US. Comprenderá también que en la alta posición de un General en jefe, con deberes tan arduos y con tan enormes responsabilidades como son las que le afectan, aquella situación sería inaceptable. Las mismas observaciones se aplican a la reorganización del ejército. Son sus jefes inmediatos los que conocen de cerca su modo de ser, las aptitudes especiales de los subalternos, su índole propia, y otras mil circunstancias que no por ser pequeñas, dejan de influir en el éxito, lo que están en situación de hacer mejor y con más acierto ese trabajo, siempre delicado. Por el olvido de cualquiera de esas circunstancias puede suceder que en un cuerpo disciplinado se introduzca la discordia y la desmoralización con jefes que podrían prestar buenos servicios en otra parte. En fin, es esa una operación que debe hacerse estudiando, muy de cerca las cosas y los hombres y consagrando a los detalles minuciosa atención. Pues bien, señor Ministro, sobre ese trabajo de reorganización que me había sido recomendado especialmente por S. E., el Presidente de la República, y que me corresponde naturalmente, tampoco he sido consultado. El ha sido hecho en su mayor parte, si es que no está completo; y yo que debo responder de la disciplina, del acierto y del éxito, no se todavía como ha quedado, o como va a quedar compuesto el ejército de mi mando. Todos conocen cuales son los deberes, cuales las atribuciones, cuales las facultades y cual la responsabilidad de un General en jefe de un ejército en campaña. La ley ha puesto en sus manos una suma enorme de poder, porque el cumplimiento de grandes deberes supone poderosos medios de acción, y porque no cabe responsabilidad, cuando en la preparación de los hechos de que se deriva no ha habido libertad y uso de facultades propias. Con esa responsabilidad estoy cargando de derecho ante la ley, ante la conciencia del país y ante el Supremo Gobierno, desearía no declinarla porque eso no me parece propio de un soldado sino que era fuera completa. Si han de afectarme las consecuencias de los hechos que hayan de producirse más tarde es natural y lógico que yo deba intervenir en su preparación. Espero que usted lo comprenderá así y que no dará a esta nota otra significación que la que naturalmente se desprende de su contexto, y es la siguiente: Si he de continuar siendo General en jefe de este ejército, porque el Gobierno sigue dispensándome su confianza, debería serlo en condiciones que no afectaran en nada ni mi dignidad, ni mi responsabilidad. Dios guarde a usted.- Manuel Baquedano. Todos creían en el ejército que el General Baquedano sería relevado: 1º por sus malas relaciones con el Ministro de la Guerra; y 2º porque Santa María veía en él un
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competidor temible, si entraba a Lima y se apoderaba del Callao, después de deshacer el ejército de Piérola. Y hay que tener presente, que el señor Vergara entró al Ministerio una vez que se afilió a la candidatura de Santa María. El General era hombre serio y digno. Cansado de la guerra sorda que se le hacía, quiso saber a que atenerse para presentar su renuncia antes de que alguna humillación resonante le hiciera partir violentamente al sur. Envía a Santiago al Jefe de Estado Mayor, coronel don José Velázquez, para que en audiencia especial, obtenga de S. E., el Presidente de la República una declaración franca de su situación. La siguiente carta del señor Velázquez al General, traduce el resultado de la conferencia tenida con S. E. “Septiembre 12.- He hablado largamente con don Aníbal Pinto, y me he convencido que este señor es un buen amigo de usted y que sigue con espíritu levantado los asuntos de la guerra; creo que usted está garantido con él y por más que hagan los politiqueros del día, el General Baquedano será el que lleve el ejército a Lima, si es necesario ir allá. Mi llegada no pudo ser más a tiempo. A usted se le consultará sobre los nombramientos de jefes de divisiones, y en todo lo concerniente a la dirección de la guerra. No se dividirá la Artillería. En una palabra, las cosas tomarán un aspecto muy distinto al que tenían en el momento de mi llegada”. Oigamos al respecto la autorizada palabra de don Eusebio Lillo, Delegado del Gobierno ante el General en jefe y el Almirante de la escuadra, de quien ha dicho el historiador señor Búlnes: “Había residido largos años en Bolivia, luchando por conseguir el pan de la existencia, porque era pobre; pero luchando en buena lid, sin dañar a nadie, sin dejar caer la menor sombra sobre su reputación de hombre de bien, y en esa lucha tenaz había conseguido ganarse la consideración del país, que le había proporcionado la hospitalidad. Relacionado con la mejor sociedad de Bolivia, le llegaba ahora su turno de servirla, e impulsado por este generoso anhelo, Lillo se entregó de corazón a la política de aproximación de ambos pueblos con la sinceridad iluminada de poeta que guiaba todos los actos de su vida. Declarada la guerra, corrió a tomar un puesto de peligro, y lo vemos desafiando valerosamente los cañones de Angamos primero, y después los del Callao. Mezcla generosa de idealismo, de sencillez, de valor personal, Lillo tiene un conjunto moral muy atrayente. (Búlnes, “Guerra del Pacifico”, tomo II, pagina 408). Este eminente ciudadano escribe a S. E., desde el teatro de la guerra, en los siguientes términos: “Tacna, 28 de agosto de 1880.- Señor don Aníbal Pinto.- Estimado Presidente: En los primeros días de mi llegada a Tacna comenzamos a tener conocimiento extraoficialmente de las medidas acordadas para organizar el ejército, de los nombramientos de nuevos jefes para los cuerpos, de los ascensos otorgados y de todas esas medidas relativas al ejército que debían ponerse oportunamente en conocimiento del General en Jefe. Ha sucedido aquí en más de una ocasión el caso de presentarse un
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jefe haciendo saber que tenía nombramiento para el mando de un cuerpo, a fin de que se le pusiera en posesión de su destino, sin que el General tuviera constancia oficial del hecho, y ha sido muy frecuente el presentarse aquí tenientes coroneles y coroneles con la insignia de sus nuevos grados sin que Baquedano tuviera aviso de esos cambios. Esto es, señor, lo que ha motivado las observaciones de Baquedano y las mías, hechas a usted en cartas confidenciales, procurando siempre que no se trasluciera lo que sucedía. Con sentimiento, etc.- Eusebio Lillo. Asegurado en su puesto por decisión del Presidente de la República, el General capea otro temporal, nacido en Santiago, con fines fáciles de comprender. En nota pasada al señor Vergara había expresado su voluntad de no aceptar en el norte la presencia del corresponsal señor Caviedes, por considerarlo desquiciador de la disciplina. Formada la expedición Lynch, el señor Ministro le proporciona pasaporte oficial para acompañarla; eso si, que en Arica se cuidó el señor Caviedes de permanecer a bordo. De vuelta Lynch, el señor Caviedes regresa al sur, en donde sus correspondencias provocan una tempestad de ira y de vergüenza en todo el país, por la crudeza con que narra la destrucción de propiedades, el incendio de edificios, los cupos cubiertos a la fuerza con joyas y especies. El ejército semeja una tropa vandálica. La indignación del gobierno sube de punto por los comentarios de la prensa extranjera. El gobierno busca un culpable, pero no lo encuentra, por hallarse en el Gobierno mismo.
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CAPITULO X. La Guerra en el Exterior. La declaratoria de guerra del 5 de abril coincidió con el bloqueo de Iquique por la escuadra chilena; ya había tenido lugar la ocupación de Antofagasta y la toma de Calama. El 12 de abril, el comandante Latorre batió con felicidad a los buques enemigos “Unión” y “Pilcomayo”, y las operaciones navales tendían a una mayor actividad. El 24 del mismo mes de abril, el Ministerio de S. M. B., en Lima pasa al Ministerio de Relaciones Exteriores la siguiente nota: Legación Británica.- Lima.- Abril 24 de 1879.- Señor Ministro: El Secretario de Estado en el despacho de Negocios Extranjeros me ha ordenado informar al gobierno del Perú de que el gobierno de S. M., por demás ansioso de evitar un rompimiento de hostilidades entre Chile y el Perú, desea ofrecer sus buenos oficios, si éstos son aceptables; el señor Pakenham, ministro residente de S. M., en Santiago, entiendo que ha recibido instrucciones semejantes, con la esperanza de que este paso, dado por el gobierno de S. M., propenda a establecer la paz y un arreglo de las diferencias entre los países. No dejará V. E., de notar en las palabras de la comunicación, que este despacho telegráfico fue enviado de Inglaterra antes de que se supiese que habían empezado las hostilidades. Repetiré ahora lo que ya de palabra he declarado antes, y es: que el gobierno de S. M., está sumamente ansioso de aprovechar cualquiera oportunidad que se presente para ayudar a restablecer las relaciones de paz entre las dos repúblicas. Nada más agregaré a esta comunicación, sino el vivo deseo que siento de secundar hasta donde me sea posible cualquiera tentativa que pueda hacerse para llevar a cabo el objeto que el gobierno de S. M, tiene en mira. Acepte V. S., señor Ministro, la seguridad de mi más alta consideración. Spencer St. John.- Ministro Residente de S. M. B. El Ministro peruano don Manuel Irigoyen contesta al plenipotenciario inglés agradeciendo los esfuerzos del gobierno de S. M. B., para el establecimiento de las buenas relaciones entre el Perú y Chile. Desgraciadamente, acentúa el señor Irigoyen, Chile ha comenzado las hostilidades con todos los caracteres de la barbarie; los propósitos del gobierno de S. M., llegan cuando no pueden producir sus humanitarios efectos; los intereses y el amor patrio se hallan comprometidos y el espíritu nacional alta y justamente indignado. Además, un pacto solemne impone al Perú la obligación de hacer causa común con Bolivia. El Perú resuelve entregar la contienda a la decisión de las armas.
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El Presidente de Chile, en su mensaje al congreso en 1º de junio de 1879, da cuenta a los legisladores que el señor Ministro de Gran Bretaña había comunicado a nuestro gobierno el deseo de S. M., de evitar la guerra y que estaba autorizado para ofrecer sus buenos oficios. El señor Pinto se creyó obligado a dar respuesta favorable a tan elevados propósitos; pero cuidó de significar al señor Ministro que no podía anticipar su formal aceptación, sin conocer previamente los términos y condiciones en que la mediación habría de ejercitarse. S. E., termina su exposición en esta forma: “El Gobierno del Perú, a quien se hizo igual ofrecimiento, se negó a aceptarlo, y esta circunstancia detuvo las gestiones iniciadas por el gobierno de S. M. B”. Nuestro país mantenía en Europa una sola legación, acreditada ante los gobiernos de Londres y París, desempeñada por don Alberto Blest Gana, cuyo secretario era don Carlos Morla Vicuña. Ministro y secretario llenaban complicadamente la ruda labor de satisfacer los múltiples pedidos del gobierno en armamento, vestuario, equipo, municiones, material de sanidad, etc., etc., que demandaba una guerra sorpresiva que nos tomaba desarmados. El material llegado de Europa despachado por nuestra legación, no obstante las dificultades con que le cerraban el camino los agentes peruanos, revela el enorme trabajo realizado por ella. He aquí los cargamentos consignados a la Intendencia General: Junio de 1879.- Vapor “Zena”, 2.000 rifles Snider y 868 carabinas Winchester. Julio... (de contrabando) 360 sables de caballería. Agosto.- Vapor “Glenelg”, 16 cañones Krupp de campaña, 144 rifles Comblain, 4.000 Gras y 740 sables de caballería. Septiembre.- Vapor “Genovese”, tres cañones Nordenfeld de marina, 1.102 rifles Comblain y 2.412 Beaumont. Octubre.- Vapor “Maranhense”, un cañón de marina de 8, tres ametralladoras Hotchkiss, una Nordenfeld, de marina, 1.624 rifles Comblain, 2.592 Beaumont y 295 sables de caballería. Diciembre.- Vapor “Hilton Castle”, dos cañones de marina de 40, dos id., de a 70, y dos de costa Armstrong de a 18, cinco ametralladoras Hotchkiss y 1.272 rifles Gras. Abril de 1880.- Vapor “Kielder Castle”, cuatro cañones de marina de 70, cuatro de costa Armstrong de a 70, cuatro de costa Krupp de a 21, dos cañones Armstrong de campaña, seis Armstrong de montaña, cuatro ametralladoras Hotchkiss, 840 rifles Comblain, 4.960 Beaumont. Junio.- Vapor “Saint-Mary”, 1.000 sables de caballería. Noviembre.- “Bernard Castle”, dos cañones de marina de 11½ toneladas, dos id., de a 70, veinticuatro cañones Krupp de campaña, cuatro ametralladoras Gatling, 2 Hotchkiss, 11.033 rifles Gras, 2.500 sables de caballería.
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Febrero 1881.- Vapor “Almvick Castle”, cuatro cañones de marina de 9, 2 de costa Armstrong, dos id., Krupp de 12 toneladas, cuatro ametralladoras Gatling, dos Hotchkiss, 8 Nordenfeld, 198 rifles Comblain, 6.767 Gras, 1.952 Krospatchek de marina y 500 carabinas Winchester. Mayo.- “Barca Mörve”, 1.008 fusiles Gras. Total: Cañones, 78 Ametralladoras, 36 Rifles, 41.904 Carabinas Winchester, 4.868 Sables de caballería, 9.495 No damos aquí la lista del armamento venido de contrabando, a consignación de comerciantes y particulares; ni tampoco el equipo y municiones, que sumaron muchas toneladas. La legación, a la vez que atendía los pedidos del gobierno, se daba tiempo para perturbar los trabajos de los agentes peruanos, denunciando los embarques de armas y pertrechos, en contravención a las leyes de neutralidad. El Ministro del Perú en París, señor Goyeneche, entró en tratos con el gobierno francés, por medio de un agente que se decía nicaragüense, para la adquisición del acorazado “Gloire”, que en unión del “Solferino” habían sido dados de baja en la armada francesa. La negociación estaba en vías de perfeccionarse, cuando el señor Blest Gana hace saber al Ministro de Marina, Mr. Waddington, con documentos probatorios, el subterfugio puesto en juego para la adquisición del barco. El señor Ministro ordena suspender la venta, al instante. El señor Goyeneche entra después en relaciones con algunos agentes turcos, para la compra de uno de los mejores blindados de la flota del Sultán. Se trataba de un negociado de palaciegos, encabezados por el banquero del sultán, el griego Infiri, que buscaban dinero por este medio, ya que las arcas del tesoro imperial estaban vacías; se presenta un agente que se decía del Japón, interesado por adquirir el “Felhz- Balend”, acorazado de trece millas de andar, 500 caballos de fuerza, doble hélice, 2.500 toneladas y blindaje de nueve pulgadas. Hobbart-Bajá, marino británico, mandaba en rango de almirante, la armada del Sultán; naturalmente, se resistía a deshacerse de una de sus mejores naves, en circunstancias que se divisaban nubes por el lado de la frontera moscovita. El seudo agente japonés se presentaba con 250.000 libras esterlinas en dinero sonante, suma tentadora para los palaciegos que activaban el negocio, sin sospechas de parte del Sultán. Blest Gana tiene noticias del complot; despacha inmediatamente a Constantinopla al capitán de navío don Luís A. Lynch, que se avoca con los palaciegos, de quienes
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obtiene el disentimiento mediante una prima de 3.000 libras esterlinas al contado y 3.000 a plazo. Recibido el dinero, los cómplices denuncian el negociado al Sultán, que prohíbe la venta y descarga su cólera sobre el impudente banquero. Vencidos con felicidad los peligros que se presentaron por entonces en Europa pasamos a nuestro continente. Diez días después de declarada la guerra, es decir, el 15 de abril de 1879 el gobierno de Colombia, por medio de su Ministro de Relaciones Exteriores señor M. Ancizar, se dirige al de Chile, ofreciendo sus buenos oficios “a fin de que si se juzgan oportunos, vayan como una mediación fraternal para que no se ocurra, sino cuando todo otro medio de avenimiento se haya frustrado, al uso de las armas por aquellas dos repúblicas tan estrechamente unidas en intereses sociales y políticos”. Contesta nuestro Ministro de Relaciones don Domingo Santa María, en comedida nota; agradece muy sinceramente los elevados y fraternales móviles a que obedece el ilustrado Gobierno de Colombia, y añade: “Antes de llegar al estado de guerra, Chile vio con sentimiento agotarse todos los medios conciliatorios, que su amor a la paz le hizo poner en ejercicio, para obtener que Bolivia respetara los tratados que se había obligado a cumplir e hiciera justicia a nuestros fundados reclamos. Entre esos arbitrios amistosos figuró, señor Ministro, el que V. E., con tan sólidas razones recomienda; desgraciadamente, el gobierno de Bolivia se negó a aceptar el arbitraje que Chile le propuso y con su negativa desapareció toda esperanza de avenimiento”. El buen amigo Ecuador acreditó un Enviado Extraordinario ante nuestro gobierno, en la persona del señor José María Urbina, para ofrecer “al ilustrado gobierno de Chile y su digno gobierno, los buenos oficios que al Ecuador le autorizan a poner en ejercicio las relaciones igualmente fraternales que le unen con los pueblos y gobiernos del Perú y Bolivia”. Después de las notas de estilo, se conviene en celebrar una conferencia entre los señores Urbina y Jorge Huneeus, a la sazón Ministro de Relaciones Exteriores de nuestro país. Resulta de ella un protocolo labrado el 30 de junio de 1879 en el cual, después de buscar diversos medios para hacer viable una mediación, el señor Urbina propone, la reunión en Quito, de sendos delegados de los beligerantes, premunidos de poder suficiente para pactar un arreglo, suspendiéndose entre tanto las hostilidades; el señor Huneeus queda de consultar al gobierno y dar una pronta contestación. El 12 de julio el señor Huneeus da al plenipotenciario ecuatoriano la respuesta convenida, resumida en los siguientes puntos: 1º Que el arbitraje propuesto demandaría un lapso tan considerable que el desarrollo de las operaciones bélicas habría podido cambiar la disposición de los beligerantes, en los momentos en que los plenipotenciarios llegaran a ponerse de acuerdo.
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2º El gobierno tiene datos de que el Perú y Bolivia exigirían la desocupación de Antofagasta, condición previa para entrar en negociaciones, lo que es inaceptable por parte de Chile. 3º Si fuese inexacta la noticia de esta exigencia del Perú y Bolivia, y aceptada la mediación del Ecuador sobre la base de que Chile mantendrá la ocupación del territorio entre los grados 23 y 24, sería entonces posible abrigar la esperanza de que las negociaciones alcanzaran un éxito favorable. Convencido el señor Urbina de que la desocupación de Antofagasta era un escollo insuperable, para los beligerantes, da por terminada su misión y regresa a su patria. El Gobierno de Chile había nombrado Ministro en el Ecuador al señor Joaquín Godoy, que tan brillante papel desempeñara en Lima; debía procurar la alianza ecuatoriana, dada la cuestión de límites que tenía divididas a las cancillerías de Quito y Lima. Godoy gozaba buen ambiente en la capital amiga, cuyos habitantes nos eran afectos; no así en Guayaquil, donde la influencia peruana echó hondas raíces, debido a la corriente comercial. No obtuvo el señor Godoy la alianza, pero si una neutralidad definida, dentro de la más amplia corrección; fue mucho conseguir porque el señor Veintimilla necesitaba de la amistad de Piérola para sostenerse en el poder. Los emigrados ecuatorianos constituían una fuerza poderosa en el Perú, tanto intelectual como económica; podían en cualquier momento cruzar la frontera y hacer tambalear el poder omnímodo del Presidente, divorciado de la opinión pública en el país. Don Emilio Bonifaz, fino y sagaz limeño, representaba al Perú como Ministro plenipotenciario y gozaba de la confianza de Veintimilla, debido a una estrecha amistad de largos años; y a la solemne declaración de “que el gobierno del Perú, jamás apoyará conspiración alguna de los emigrados ecuatorianos”. En tan buena situación, el Ministro peruano se franqueó con el General Veintimilla respecto a la conducta que seguiría el Ecuador en caso que Chile abriera campaña sobre Lima, y alguna nave de su nacionalidad recalara en Guayaquil. El Presidente le aseguró que se observaría la más estricta neutralidad, conforme a los principios del derecho internacional, respecto a lo cual se habían impartido instrucciones al General Sánchez Rubio gobernador de dicho puerto. No paró aquí la actividad del señor Bonifaz; en conferencia oficial, le interrogó sobre estos dos puntos importantes: víveres y carbón. El General Vernaza le manifestó que víveres se entregarían; carbón, no. Bonifaz consideró esta última afirmación como una gran victoria; a juicio del mismo, según las prácticas internaciones, podía, sin violar la neutralidad, suministrárselo en cantidad limitada. Don Domingo Godoy, designado Ministro en Colombia, no pudo desempeñar el cargo. El Dictador Piérola lo hizo extraer del vapor “Ayacucho”, a su paso por el Callao. El Ministro y su secretario don Belisario Vial, contra las prescripciones del Derecho
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Internacional, fueron sacados de un vapor neutral, y confinados en Tarma, al otro lado de la cordillera. Don Francisco Valdés Vergara, su sucesor, llega a Bogotá cuando el ministro peruano don Manuel María Rivas, tenía conquistada buena parte de la administración pública, y más aún, le apoyaba sin condiciones el señor Casorla, Presidente del Estado Soberano de Panamá. Este funcionario, por sus simpatías hacia el Perú, recibe la promesa de regalo de una ametralladora, de las que pronto llegarían al istmo, con destino al Perú. No es, pues, extraño que el gobierno de Colombia reglamentara el paso de artículos de guerra, por el istmo, en forma enteramente satisfactoria para el Perú. Establece el decreto del Gobierno Federal, las siguientes declaraciones: A.- El ferrocarril de Panamá servirá al comercio de tránsito universal sin limitación alguna, en atención a la procedencia, clase y destino de las mercaderías. B.- No se permitirá el tránsito de tropas beligerantes por el territorio de la Unión, ni el depósito dentro de sus puertos de botín cuyo apresamiento no esté consumado, ni el desembarco de prisioneros, salvo el caso que sea para restituirles la libertad. C.- No es lícito a los ciudadanos de Colombia el comercio directo con los beligerantes, de armas, municiones, naves y otros elementos inmediatamente aplicables a los usos de la guerra. D.- Es permitido en los puertos colombianos el embarque de sal, agua víveres y toda clase de artículos de lícito comercio con destino a los países que están en guerra, siempre que no se dirijan a puertos bloqueados o se destinen a abastecer los buques de guerra de alguno de los beligerantes. E.- Es absolutamente prohibido auxiliar con tropas a los beligerantes y consentir que sus buques se coloquen en las bahías, ensenadas y golfos colombianos, con el objeto de acechar las naves enemigas o de enviarles sus botes a apresarlas. F.- En los casos de duda, los agentes del Gobierno aplicarán con preferencia las estipulaciones vigentes de los tratados que ha celebrado la República, y a falta de éstos, los principios del derecho internacional. El señor Casorla, entregado de lleno a la causa peruana, temía que Chile, terminada la contienda, ejercitase acción violenta contra Colombia. Exigió a los cónsules Vallarino y Márquez, su palabra de honor de obtener del gobierno peruano, que al terminarse la guerra entre el Perú y Chile, se estableciera como condición sine qua non en las estipulaciones o convenio celebrado para estipular la paz entre los beligerantes, que Chile no podría en ningún caso, ni por motivo alguno, entablar reclamación contra los Estados Unidos de Colombia, por razón de las armas que para el Perú y Bolivia, y cualquiera otra potencia aliada de estas repúblicas, hayan pasado o pasen por el Istmo; o por cualquier otro acto ejecutado en Colombia, o por su gobierno, que pueda interpretarse como hostil a Chile durante la actual guerra. El señor Larrabure, Ministro de Relaciones del Perú, se apresuró a ratificar el compromiso de sus cónsules, en nota de 11 de junio de 1879.
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Una revolución depone al señor Cazorla; le sucede en la Presidencia del Estado de Panamá el señor Gerardo Ortega. El señor Cazorla, reducido a condición de particular, no precisa ya la tal ametralladora; el gobierno del Perú autoriza a su cónsul don Luís E. Márquez, para entregar al señor Cazorla la suma de 10.000 francos oro, en cambio del arma ofrecida. El señor Ortega muestra al principio completa imparcialidad; pero un baile dado en celebración del aniversario del Perú, al cual concurrieron distinguidas y hermosas damas limeñas, le hace cambiar de conducta. Las damas peruanas desempeñaron entonces el mismo patriótico papel que no hace mucho ejercitaron en las conferencias de Arica. El cónsul Márquez, en comunicación reservada a su gobierno, se expresa así: “De acuerdo con el cónsul don Román Vallarino, del diputado peruano don Manuel María Gálvez y de otras personas respetables, se invitó al Ministro del Perú en Centro América, don Tomás Lama, y a don José A. Lavalle Ministro en el Brasil, ambos accidentalmente en Panamá, a la sociedad y al Gobierno, a una tertulia en el salón del Gran Hotel, cuidando de invitar a los simpatizadores de Chile. El éxito político de esta reunión ha sido espléndido. Basta decir a V. S. que el Presidente del Estado y su secretario de gobierno, se han comprometido a permitirme el embarque de nuestras armas, no sólo sin obstáculo de su parte, sino contando con toda su protección; y que hoy son amigos nuestros y han brindado por el triunfo del Perú los que ayer nos eran completamente contrarios”. Los peruanos tuvieron carta blanca en Panamá para el traslado de armamentos y municiones y demás artículos bélicos, desde este puerto a los de su país. El gobierno de Colombia, para cohonestar el mal efecto que podría causar en Chile el decreto de libre tránsito por el istmo de artículos de guerra, designó enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante el gobierno de la Moneda, al eminente ciudadano don Pablo Arosemena. Aprobada la designación por el Senado, el señor Arosemena se embarca para Valparaíso el 9 de julio, con sus secretarios señores Roberto Suárez y Enrique Goena. Chile carecía de representación diplomática en Centro América. Don Tomás Lama, ministro del Perú, tuvo campo libre, para procurarse armas en estas repúblicas y permiso para pasar las adquiridas en Estados Unidos, por los puertos centro americanos. El gobierno de Costa Rica debía al del Perú la cantidad de 100.000 pesos facilitados por éste, cuando el gobierno costarricense, se vio amagado por el filibustero William Walker, que dueño y señor de Nicaragua, amenazaba la independencia de las repúblicas de Centro América. El peligro se hizo inminente cuando Walker se preparaba para invadir a Honduras; pero habiendo caído el aventurero en manos de la marina inglesa, ésta lo entregó a las autoridades, que lo juzgaron en corte marcial, le condenaron y ejecutaron el 1º de septiembre de 1860.
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Aunque Costa Rica había abonado algunos intereses, la deuda, después de trece años y dos meses, alcanzó el 30 de junio de 1879, a la suma de 152.000 pesos. El gobierno costarricense tenía 6.000 rifles sin uso, marca Remington, sistema español, liviano y apto para el combate por su alcance y duración. El Ministro Lama los adquirió. Como el gobierno de Costa Rica, no quisiera aparecer violando la neutralidad, se conviene en una cancelación disimulada. El contrato se perfeccionó en un protocolo, firmado el 27 de junio de 1879, entre don Salvador Lara, Ministro de Hacienda y Comercio de Costa Rica, y el señor Tomás Lama, plenipotenciario del Perú. Se acordó cancelar la deuda, en la siguiente forma: 27.454,37 pesos en efectivo, al contado; y el resto, en dos pagarés, uno de 32.700 pesos, con vencimiento el 31 de enero; y otro por 32.700 para el 30 de septiembre. El saldo de 48.028, en un tercer pago que se haría efectivo en octubre, quedando cancelada la deuda. Pero la verdadera forma de la cancelación fue otra: El Presidente, general Guardia, proporciona al representante del Perú 5.500 Remington, calibre 43, bayoneta triangular, al precio de 19 pesos oro americano cada uno; y 1.159.000 tiros a bala del correspondiente calibre, al precio de 35 pesos el millar. Fue condición sine qua non que ambas partes guardaran absoluto silencio. Los rifles se entregaron al señor Lama en dos partidas, una de 1.000 y otra de 4.500 en Panamá, el 10 de septiembre, en 270 cajas, rotuladas con la marca L. M. Terminado este negocio, el señor Lama, se traslada a Honduras, donde adquiere 1.000 Remington. Una tentativa para comprar 1.000 rifles nuevos al Salvador, fracasó desde un principio, porque su gobierno no quiso quebrantar la neutralidad. El Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Miguel Luís Amunátegui protestó de estos actos ante los gobiernos de Costa Rica y Nicaragua, en notas de 23 de agosto y 12 de noviembre, respectivamente. El Ministro de Relaciones de Costa Rica señor Rafael Machado y el de Nicaragua don Vicente Navas aseguran en notas expresivas que ambas repúblicas observan la más estricta neutralidad y que la seguirán observando durante la contienda. Obtenido esto último, ya que no podía remediarse lo pasado, el señor Amunátegui da por terminado el incidente. Nuestro gobierno nombró Ministro plenipotenciario en el Brasil y Montevideo, al distinguido publicista don José Victorino Lastarria, caballero de talento y vasta ilustración, pero de carácter poco flexible para las exigencias diplomáticas. Además, sus ideales de política radical, y su republicanismo intransigente, le distanciaban de la corte imperial de Río Janeiro tanto, como le acercaban a la juventud de la capital del Uruguay, cuyo ambiente saturaba la trilogía libertad, igualdad, fraternidad importada desde París, sin beneficio de inventario. El señor Lastarria no se sentía bien en Río, pero se mecía a sus anchas en Montevideo. Recibido con toda cortesía por el Emperador don Pedro II, quedó muy satisfecho de la declaración del gobierno fluminense de 27 de mayo de 1879, comunicada a los presidentes de provincias, en que manifestaba enfáticamente su resolución de
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mantenerse en la más estricta neutralidad “en el conflicto surgido en la costa del Pacífico”. Don Pedro Luíz Pereira de Souza desempeñaba el cargo de Ministro de Negocios Extranjeros; pero los asuntos externos corrían a cargo del director de Relaciones Exteriores don José Tomás de Amaral, barón de Río Frío. El Emperador conservaba inalterable la tradición de la cancillería; los embates de la política no alcanzaban al Director, que se mantenía inamovible a través de los cambios ministeriales. Este funcionario era, pues, el verdadero ministro; y a él se dirigió el señor Lastarria, y en una conferencia franca y leal, solicitó para su país la alianza brasilera, en el evento de que la Argentina tomase las armas, a favor del Perú y Bolivia. La cancillería brasilera manifestó con toda franqueza que no entraría en un conflicto continental; pero, si, que guardaría estricta neutralidad. El señor Lastarria se mostró satisfecho, y se dirigió a Montevideo. El secretario de nuestra legación, don Caupolicán Lastarria, tomó sobre si la tarea de exponer las causas de la contienda del Pacífico en los diarios de Río que en breve interesaron a nuestro favor a la opinión pública, que se orientó certeramente, merced a las informaciones del secretario Lastarria, y a notables artículos de su pluma, bastante conocida en el periodismo. El gobierno peruano designó a don José Antonio de Lavalle, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en el Brasil, nuestro conocido de principios de la guerra, escogido para negar la existencia del tratado secreto perú-boliviano. Después de un largo rodeo llega a su destino. El 22 de junio desembarca en Guayaquil; el 29 de julio se encuentra en Nueva York, el 5 de agosto toma pasaje para el Brasil, con su secretario don Javier Melicio Casos y el agregado militar. Llegado a Río Janeiro a fines de agosto, da principio a sus tareas con una visita a S. E., el Ministro de Relaciones Exteriores, don Pedro Luís Pereira de Souza, con quien traba intimidad en una atmósfera de cordial simpatía. No podemos resistir a comunicar a nuestros lectores la impresión del señor Lavalle. “Don Pedro Luís Pereira de Souza es un joven que contará a lo más 35 a 38 años. De mediana estatura, algún tanto grueso, muy moreno, con abundantes caballos negros y poblada barba, nariz afilada y ojos negros, vivos y brillantes, es si se quiere, un hombre hermoso, aunque carece totalmente de elegancia y distinción”. Cosa muy limeña en una nota oficial. Agrega el señor de Lavalle: “En la única entrevista que con él he tenido, me ha hecho el efecto de un joven inteligente, afable y cortés, carácter vivo y abierto y cosa singular en el Brasil, franco. En suma, me ha sido extremadamente simpático”. El 22 de mayo tuvo con el señor Ministro su primera conferencia, que duró más de una hora, en la cual el señor Lavalle hizo al señor Ministro una relación circunstanciada de la contienda. Al término de la conferencia, se habló de mediación; el señor Pereira manifestó que sabía por López Neto, Ministro brasilero en Montevideo, que los beligerantes
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pedirían la mediación del Brasil; pero que Chile no la aceptaría, sino se le garantizaba la propiedad de toda la costa de Bolivia y la provincia peruana de Tarapacá. El señor Lavalle aseguró que ningún gobierno del Perú aceptaría jamás semejantes condiciones. Y se separan muy amigos. Fue después el señor Lavalle a conferenciar con el verdadero Ministro de Negocios Extranjeros, el Director General, don Tomás de Amaral, barón de Río Frío. Parece que la melosa facundia del diplomático peruano no produjo efecto en el señor barón, a quien Lavalle califica de “especie de esfinge animada, de logogrifo viviente, hipócrita, falso, incapaz de ir nunca por el camino recto, meticuloso, formulista, quisquilloso, hombre que no tiene palabra mala ni obra buena, y que anulará todas las buenas cualidades que tiene el señor Pedro Luís Pereira”. El señor Lavalle había ido tras la alianza brasileña, como su colega en el Plata, de la Argentina; pero después de tres conferencias que tuvo con el Emperador, perdió completamente la esperanza en el éxito de su misión. En la primera, pudo convencerse de que S. M., el Emperador estaba fuertemente prevenido a favor de Chile; que Bolivia había hecho mal en poner contribución al salitre; que Chile estuvo en su derecho al declarar caduco el tratado; y que el Perú, ligado a Bolivia por un tratado secreto, que podía llevarlo a la guerra, debía haber vigilado a Bolivia, para evitarle medidas que pudieran provocar el rompimiento. Desencantado el señor Lavalle, asiste a la recepción de palacio, el 12 de junio, con los Ministros de Francia y Alemania, y los encargados de Negocios de Estados Unidos y Uruguay. Las conversaciones se tienen de pie por turno. El diálogo entre S. M., y el Ministro Lavalle, fue el siguiente: Malas noticias de su país. ¿no? No tengo más que lo que registran los diarios (las victorias de Tacna y Arica) que son de fuente chilena y ciertamente no son buenas. Parece que ha habido una gran batalla y mucha mortandad. Así parece, señor. ¿Y la paz? ¿cuando se hace? Cuando los chilenos tomen a Arequipa primero; Lima después, Trujillo más tarde, y el gobierno del Perú esté establecido en la frontera de V. M. Me gusta, me gusta, ver que usted no se desanima. No hay por que señor. Y su hijo ¿estuvo en la batalla? Ignoro señor, en donde se halla. Cuando tenga noticias de él, comuníquemelas y venga a verme sin ceremonia; estas audiencias son muy diplomáticas; no se puede conversar. Tendré siempre mucho honor y placer en visitar a V. M., siempre que así lo desee y espero sus órdenes. Cuando quiera, cualquier día, a las 5 p.m.
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Y el Emperador pasó al diplomático que seguía. El señor Lavalle, sale trinando, con el alma atravesada por la flema del emperador. La segunda conversación tuvo más o menos la misma sustancia. ¿Tiene usted noticias del Perú? Si, señor, recibí ayer periódicos por la vía de San Thomas, hasta el 15 de mayo. ¿Su familia buena? Buena, señor. ¿Y su hijo? Bueno, también. Tengo la satisfacción de decir a V. M., que ha ascendido a capitán. Me alegro. Felicítelo. ¿Y de la guerra? Buenas, igualmente, señor. ¿Cómo buenas? Me parece que el señor Lavalle es algo optimista. No es esa, sino lo contrario, la tendencia de mi espíritu; pero no es extraño que V. M., me juzgue optimista, dado que respecto a la guerra del Pacífico no se saben aquí más que las noticias que Chile quiere darnos. Chile es dueño del telégrafo y no tengo noticias del Perú, sino escrita, que me llegan con mucha posterioridad. Pero para que V. M., juzgue más correctamente la marcha de los sucesos, me permito traerle el último número que he recibido de la “Revista de Noticias”, correspondiente al 15 de mayo. Lo leeré con mucho interés; pero no se como puede tener noticias posteriores a las que aquí tenemos. La última revista fue generalmente bonachona. V. M., pidió noticias de la guerra e inquirió el estado de salud del capitán su hijo. El señor Lavalle, no pudo resistir su mal humor por el fracaso de sus gestiones. Hizo indeclinable renuncia de su puesto, que le fue aceptada por el señor Piérola, con fecha 16 de julio. Su desagrado aumentó con la tempestad de artículos de la prensa, que daba noticias siempre favorables a Chile. Tal conducta le indignó haciéndole perder la calma y serenidad diplomáticas. En nota oficial de 28 de enero de 1880, expresa el siguiente juicio respecto al diarismo fluminense: “No se preocupe V. S., de lo que a favor o en contra nuestra diga la prensa del Brasil. La estimo en tan poco que si me autoriza V. S., a comprar todos sus órganos lo que no me costaría mucho dinero, le diría que todas ellas juntas puestas a la devoción del Perú, no valían el prest mensual de un soldado más que tuviéramos para su defensa”. Los hombres públicos y el pueblo brasilero no salen mejor librados. El señor Lavalle perdió por completo los estribos. Dice que conoce por su mal, el carácter normal del país y el de sus hombres públicos (excepción hecha del Emperador): si el Perú triunfa, estarán con él; si no, con los vencedores. Nuestras relaciones con la Argentina se hallaban algo tirantes, a causa de la delimitación de las fronteras.
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A fines de 1878, se creía inminente la ruptura entre ambos países. En esta delicada situación nos sorprendió la guerra contra el Perú y Bolivia, aliados. La escuadra Argentina se encontraba concentrada en el río Santa Cruz y la chilena en Talcahuano, ambas alistándose para el choque que se veía venir. Los nubarrones obscurecían el cielo internacional con tal intensidad, que el Perú creyó oportuno ofrecer sus buenos oficios a la Argentina, para evitar el rompimiento que se veía inevitable. El Ministro peruano en Buenos Aires, don Aníbal Víctor de la Torre, dirigió una nota en tal sentido al ministerio argentino en los últimos días de 1878. El Ministro don M. A., Montes de Oca, agradece la gentileza peruana, y habría aceptado la mediación, “si la antigua y complicada cuestión de límites entre las repúblicas argentina y chilena, no se encontrará felizmente en vías de arreglo, merced a los esfuerzos de una política conciliadora”. En efecto, había firmado la Convención, Fierro-Sarratea, que establecía un modus vivendi que auguraba la paz y confiaba al arbitraje la solución de las cuestiones pendientes. El senado chileno aprobó dicho pacto; a su vez lo discutía la cámara de diputados. En la Argentina tenía, al contrario, muy fuerte oposición, y se auguraban agrias discusiones en el Parlamento. Viene la ruptura con Bolivia y la ocupación de Antofagasta, hechos que repercuten hondamente en la opinión pública argentina, en donde existía un partido que combatía rudamente los arreglos con Chile. Don José Manuel Balmaceda llegó a poco a Buenos Aires, como enviado extraordinario, con la misión de obtener la aprobación del pacto Fierro-Sarratea, que aplazaba la cuestión de límites por algunos años, cosa altamente beneficiosa para Chile, comprometido ya en sus relaciones con Bolivia, seguidas con la declaración de guerra, a las repúblicas del “Perú y Bolivia”, el 5 de abril. El señor de la Torre desplegó singular actividad en cruzar la acción de Balmaceda, entorpeciendo los arreglos pacíficos y procurando sembrar la discordia entre Montes de Oca y el plenipotenciario chileno. Se puso en contacto con los dirigentes del comité pro-patria que enarbolaba la enseña de la posesión de la Patagonia y del Estrecho: ni una pulgada al norte de Punta Arenas. Figuraban en esta sociedad patriótica personalidades eminentes, como el General Guido, el ex ministro don Bernardo de Irigoyen, y la juventud universitaria, que movía la opinión con mítines y ardientes artículos en la prensa. Aún antes de romperse las hostilidades, de la Torre había tentado la codicia argentina, ofreciéndole la zona boliviana del Pacífico con aditamento de lo que podía recortar a Chile en la provincia de Atacama, por el norte. Se abría para la Argentina un vasto horizonte, con los puertos de Tocopilla, Cobija, Mejillones, Antofagasta y quizás Paposo y aún Caldera. Los argentinos recibieron complacidos la proposición, que no se tradujo en una realidad, por no haberse allanado los bolivianos a la cesión, temerosos de
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que el Perú para contrabalancear la preponderancia argentina, se adueñara de los departamentos de La Paz, Oruro, etc., por vía de equilibrio. Y esta distribución de tierras ajenas hacia la cancillería peruana, en circunstancias que el señor Lavalle ofrecía en Santiago los buenos oficios para dirimir las diferencias chileno-bolivianas. Desde la declaratoria de guerra, el gobierno argentino se sentía presionado por los mítines de la juventud y las incitaciones belicosas de la prensa, que abrazaron con entusiasmo la causa de la alianza. El Enviado del Perú tenía gran partido entre los periodistas. Comunicaba complacido, a su gobierno, “que había recibido telegramas por la vía de Tupiza, que arreglados convenientemente, los había hecho publicar en los diarios de más circulación como correspondencias suyas”. La llegada del Ministro boliviano el 1º de mayo constituyó una fiesta en Buenos Aires. Más de mil personas recibieron al señor Quijarro en la estación del ferrocarril, con vivas al Perú, a Bolivia y a la Argentina. Las mismas demostraciones se le prodigaron en Salta, Tucumán y Rosario. A las 8 p.m., una comisión fue a invitar al señor de la Torre al domicilio del Ministro boliviano; doscientas personas visibles de la sociedad ocupaban los salones; y como unas tres mil se agitaban en la calle. Habló don Santiago Estrada y algunos otros entusiastas; contestaron los señores de la Torre y Quijarro. La multitud pasó después a los domicilios de los señores General Mitre y Félix Frías, a quienes aclamaron con entusiasmo. Varios oficiales solicitaron pasajes de ambas legaciones para marchar a prestar sus servicios en las filas aliadas; otros como el capitán del Mármol y el señor Roque Saenz Peña, que contaban con recursos, costearon los gastos, de su peculio particular. Con motivo de los bombardeos de algunos puertos peruanos por la escuadra chilena, se desarrolló una interpelación al gobierno en la Cámara de Diputados, que pudo barajar el Ministro Montes de Oca. El señor de la Torre no dormía; instaba al gobierno argentino para entrar a la alianza o a lo menos para que se posesionara del Estrecho y de la Patagonia, tomando así la prensa en disputa, o en último caso, que no ratificara el pacto Fierro-Sarratea, ni ninguno otro, que dejara a Chile libre de cuidados por la frontera oriental. Las negociaciones entre Montes de Oca y Balmaceda continuaban, pero dejando de lado el convenio Fierro-Sarratea; las conversaciones se concretaban a buscar una fórmula que alejara la tormenta, y satisficiera a los dos países. La tal fórmula no se encontraba. El señor Montes de Oca reunió entonces en la sala de su despacho, al señor Costa, vice-presidente de la República, los generales Mitre y Sarmiento, y al doctor Rawson, para encontrar la solución deseada. Se resolvió en la conferencia, a propuesta de don Bartolomé Mitre, que se prolongara el statu quo por diez años. Después de este lapso, la Argentina sería tan poderosa, que la cuestión se resolvería sola.
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Esta resolución transcendió al público, que protestó ruidosamente en mítines e interpelaciones en la Cámara. Por fortuna, llega el telegrama del combate naval de Iquique, con la noticia de la pérdida de la “Independencia”, lo que contribuye a calmar grandemente los ánimos en Buenos Aires. El parlamento había aprobado una partida de un millón quinientas mil libras para la compra de dos acorazados, fuera del “San Martín”, encargado ya a los astilleros ingleses. Pero la construcción de estos buques requería bastante tiempo. Chile, con la victoria del 21 de mayo, podía dividir su escuadra, quedando cada fracción superior a las escuadras del Perú y Argentina. El primero quedaba reducido a dos buques de guerra, “Huáscar” y “Unión”. El poder naval de la segunda era el que aparece en la página 130. Corriendo el tiempo, sube Piérola al poder. El activo de la Torre envía su renuncia, originada por el cambio de gobierno. El Ministro de Relaciones, dicta la siguiente providencia: “Lima, febrero 26 de 1880.- Estando reemplazado el oficiante, archívese la presente renuncia”. Tal fue el desenlace de las actividades del señor de la Torre en Buenos Aires. Le sucedió don Evaristo Gómez Sánchez, cuyas instrucciones eran: 1º Esforzarse en conseguir la alianza argentina. 2º Ofrecer a esta república el decidido apoyo del Perú en las cuestiones de límites con Chile, gestionando con Bolivia la cesión a la Argentina, por el lado del desierto de Atacama, de la parte del territorio que Melgarejo cedió a Chile por el pacto de límites de 1866. 3º Si mereciese objeciones la alianza pública, hacerla secreta mientras la Argentina completa sus preparativos; si esto no fuera aceptado, promesa de efectuarla, una vez que la Argentina se encuentre preparada. 4º Procurar por un intermedio, la adquisición de armas y especialmente de buques. 5º Proveer al ejército del sur por la frontera argentina, por Puno o el Tacora. 6º Autorización para celebrar contratas ad referéndum de provisión al ejército. 7º Facultad de nombrar provisoriamente cónsules ad honorem. 8º Encarecer al Ministro peruano en el Brasil la necesidad de obtener la neutralidad del Brasil, aún en el caso de que la Argentina tome parte en la actual contienda contra Chile. El señor Gómez Sánchez no alcanzó ningún resultado concreto. El señor Montes de Oca, en conformidad a lo acordado en la reunión celebrada en el Ministerio, firma con Balmaceda un pacto, por el cual se prorroga el modus vivendi por diez años, quedando en tanto neutralizado el Estrecho. El convenio remitido al Congreso levanta inmensa polvareda. No obstante la defensa de don Domingo Faustino Sarmiento, el mensaje es rechazado en el senado por dieciocho votos contra siete.
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Balmaceda, en vista de este resultado, regresa a Chile, dejando al secretario don Adolfo Carrasco Albano, en carácter de Encargado de Negocios. No cerraremos el presente capítulo, sin hacer un recuerdo cariñoso de la Madre Patria, cuyo gobierno guardó una neutralidad hidalga y correcta no obstante las intrigas del gobierno peruano. Sabido es que con motivo de la campaña de la escuadra española en el Pacífico, las repúblicas de Chile, Perú, Ecuador y Bolivia celebraron un tratado de alianza ofensivo y defensivo. Después del combate del 2 de mayo, el almirante Méndez Núñez regresa con su escuadra a la Península, quedando suspendidas las relaciones diplomáticas. El Perú, deseoso de sacar provecho de la paz con España, recomienda el asunto a su Ministro en París, don Juan M. De Goyeneche. Este maniobra de tal manera, que el 14 de agosto de 1879, queda firmado el protocolo del tratado de paz y amistad entre ambas naciones, por los plenipotenciarios, marqués de Molins, en representación de España y don Juan M. De Goyeneche, del Perú. El gabinete de Lima había dado estas instrucciones a su representante: “La República no tiene urgencia para firmar el tratado. Si consagra atención preferente a este asunto, es con la esperanza de que España le de en venta uno de los blindados de la escuadra española; e igualmente le proporcione, seis, ocho o doce cañoneras de las 40, de fuerte blindaje y poderosa artillería que posee. Saldrían del Perú los comandantes y oficiales que se encargarían de los buques para conducirlos a su destino”. El plenipotenciario peruano no consiguió la promesa de venta de naves, ni armamento, pero si, la declaración de tolerancia para aprovisionar y reparar los buques de nacionalidad peruana en los puertos de la península. El congreso peruano ratificó el tratado, como asimismo las Cortes españolas, por lo que se procedió al canje de ratificaciones en París. Los señores Frías, Ministro de Bolivia en París y el marqués de Molina, Embajador de S. M. Alfonso XII, en la misma capital, firman también un pacto cuyo resumen se traduce en el olvido de lo pasado, y el restablecimiento del tratado de amistad y comercio que antes de los sucesos de 1865 y 1866, existía en vigor entre las dos naciones. El Perú hizo una última tentativa para comprometer la neutralidad de España. Pidió a su gobierno el envío de una escuadrilla al teatro de la guerra, para la protección de los súbditos españoles; como dicha escuadrilla no podía tocar en los puertos chilenos por la suspensión de relaciones, echarían ancla en los puertos peruanos, en donde recibirían toda clase de agasajos. S. M. Don Alfonso no sólo rechazó tales insinuaciones, sino que ordenó al duque de Tetuan, Ministro de Relaciones, que hiciera saber al Ministro chileno en París, señor Blest Gana, por medio del embajador en esa capital, que el gobierno no permitiría adquisición alguna de armas u otros artículos bélicos en la península, destinados a
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aumentar el poder de alguno de los beligerantes, en la cruenta y dolorosa guerra que ensangrentaba a dos países que antes habían estado estrechamente unidos a la Metrópoli. La hidalguía castellana cerró las puertas a las sugestiones de nuestro enemigo.
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CAPITULO XI. Preparativos para la tercera campaña. S. E., el Presidente de la República, los Ministros del despacho y los hombres de influencia en la Moneda se oponían tenazmente a la campaña de Lima; pero cedieron ante la opinión unánime del pueblo, de la prensa y de la mayoría de parlamentarios que en ambas Cámaras clamaban ¡A Lima! ¡A Lima! El señor Pinto y el círculo de sus amigos siguieron la corriente, que nada resistía. Por fin, se resuelve marchar sobre la capital enemiga, idea que Baquedano, decía el coronel Urrutia a su colega Saavedra, tenía clavada en la frente; y como el General, pensaba el ejército entero, deseoso de entrar como el 23 y el 38 a la ciudad de los virreyes e izar el querido tricolor en el Palacio de Pizarro. Conviene consignar, en honor de la verdad, que resuelta la expedición, el Presidente y sus Ministros dedicaron todas sus energías a dar cima al atrevido proyecto. Se llenan las bajas originadas por las balas y el clima en el ejército de operaciones; y se crean nuevos cuerpos provinciales destinados a la tercera campaña o a las reservas. El pequeño batallón Valparaíso, compuesto de la policía de este puerto, regresa al Sur a relevar al Cuerpo de Bomberos que hacía el servicio de seguridad con abnegación ilimitada. En su reemplazo, se moviliza el regimiento Valparaíso, organizado sobre la base del batallón porteño Cívico Nº 2. El señor Vergara, Ministro de Guerra y Marina, descollaba por su actividad y entusiasmo para levantar el numeroso ejército expedicionario; guarnecer las zonas de Tacna, Iquique y Antofagasta; crear una poderosa reserva en el centro del país como medida de precaución; y vigilar la cordillera de los Andes, porque en la otra banda seguía encapotado el cielo de la cuestión de límites. El Gobierno resguarda igualmente la frontera del Bío-Bío, pues los indios aprovechan las circunstancias para mostrarse insolentes en la alta y baja frontera. Se necesitó una poderosa fuerza de cuerpos movilizadas para custodia de las ciudades sureñas. El batallón Valparaíso arribó a la ciudad de su nombre el 11 de agosto de 1880. El Intendente Altamirano, el comandante general de marina contralmirante Goñi con el personal de ambas reparticiones, la Ilustre Municipalidad, las corporaciones civiles, religiosas, y en una palabra, la ciudad entera se dio cita en los malecones para saludar a los esforzados adalides de Tacna. Desembarcado el cuerpo, se pone en marcha en dirección a la plaza de la Intendencia, precedido por una compañía del regimiento Valparaíso y su banda de músicos y escoltado por otra compañía del regimiento de Artillería Cívica, también con su respectiva banda. El batallón se forma frente a la estatua de Cochrane, en cuyas gradas se encuentran el Intendente, el Municipio y respetables vecinos de la localidad.
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Estruendosos aplausos y vivas saludan el estandarte que los bravos soldados vienen a devolver a la autoridad, cubierto con los laureles del triunfo. El coronel Niño, sumamente conmovido, hace la entrega en breves palabras. El señor Altamirano responde en estos términos: Señor coronel, oficiales y soldados del heroico Valparaíso: Recibido con profunda alegría, con patriótico orgullo, esta bandera, emblema augusto de antiguas y recientes glorias. Cuando hace un año la Ilustre Municipalidad resolvió mandaros a los campos de batalla a representar en ella a este pueblo patriota y viril, os entregó antes de partir, éste que era su más precioso tesoro. Aquí, en este mismo sitio, jurasteis defenderlo y no permitir que un ultraje empañara su brillo, mientras quedara en vuestras venas una gota de sangre. Un año ha corrido, y en este momento os presentáis delante de vuestros jueces, y jueces bien severos por cierto, para fallar en causas de heroísmo y de honor militar, porque son los jueces que han fallado las causas de Arturo Prat, de Condell, de Ramírez, y de los leones que en cincuenta minutos rindieron a Arica. Pues bien, nuestra sentencia está escrita en estos semblantes y su fórmula se expresa con estas palabras: Señor coronel, señores oficiales y soldados del Valparaíso, habéis merecido bien de la Patria. Pasarán los siglos y el recuerdo del episodio que os concierne en la gran batalla de Tacna, no se borrará jamás de la memoria de los chilenos. El Valparaíso, desplegado en guerrilla a cien metros delante de sus hermanos, resiste solo el empuje de la izquierda enemiga. Allí, los defensores de este estandarte caían como caen las espigas cortadas por la guadaña del segador, y vosotros seguíais impávidos despreciando la muerte; y esta bandera tremolaba orgullosa e invencible en medio de las balas. Este episodio debe ser eternizado por el arte. Los vecinos de Valparaíso y la Municipalidad os pagarán con tributo de gratitud. Es preciso que millares de hermosos grabados se repartan por doquier y vengan a ser el más preciado adorno de nuestros hogares: Así os admiraremos y os bendeciremos siempre. Y ahora entrad a nuestra ciudad y llevad con vosotros esta bandera que habéis elevado a la categoría de emblema de honor nacional y del heroísmo del soldado chileno. No queremos separarnos de ella tan pronto. Señores, gritad conmigo: ¡Honor y gloria al batallón Valparaíso! ¡Viva el Valparaíso! Después de una semana de fiestas y jolgorios, jefes, oficiales y tropa vuelven a sus ordinarias tareas de guardianes del orden en la ciudad. El Ministerio de la Guerra es el centro del febril movimiento bélico, que agita al país.
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La actividad, energía y tesón para el trabajo no tienen límites en el señor Vergara, que se retira de la Moneda a altas horas de la noche, para regresar a veces con las primeras luces del alba. Desgraciadamente, no admite colaboraciones. Da a sus obras el sello de su personalidad. A lo sumo, cuando recibe informes o ideas ajenas, las guarda para transformarlas después en producciones propias. Nadie es perfecto: los más grandes hombres tienen sus debilidades. Para darse cuenta cabal de las dificultades, que presentaría la destrucción del ejército enemigo acantonado en Lima, envía a esta ciudad al mayor movilizado del Cuerpo de Ingenieros, don Holger Birkedal, natural de Dinamarca, avecindado en Chile. Lleva como misión, estudiar el sistema defensivo de Lima y sus alrededores; el armamento, las baterías, atrincheramiento, y el estado moral de la tropa y habitantes. No debe escribir nada, confiando sus observaciones a la memoria, ingeniándose como pudiera en cuanto a su manera de proceder. Birkedal tenía un amigo bien establecido en Lima, con el cual trabajó en el ferrocarril de Pacasmayo a Cajamarca. Resuelve ir en su busca, y demandar sus buenos oficios para encontrar ocupación. Se embarca en Valparaíso a bordo del “Lontué”, capitán Potts. Durante el camino se entretiene en dibujar los variados paisajes de la costa; en Pisco le denuncian por telégrafo y en Chilca le extraen del vapor y le conducen a Lima perfectamente custodiado. Pasa 17 días de martirio, incomunicado en sucios calabozos; y como no le encuentran papel alguno, que denuncie su oficio, le ponen en libertad. Salido de la cárcel, se le unen como amigos dos espías del Gobierno encargados de vigilarlo; dos peines que comen y beben de gorra cuando encuentran a un extranjero bobalicón. Le explotan a maravilla, haciendo vida regalona, a costa del buen gringo provisto de gorda cartera. Le inventan paseos por los alrededores: a Chorrillos, a Surco, a Miraflores, al Callao. Así no le es difícil darse cuenta de las obras militares vecinas a la capital, cuyas observaciones almacena cuidadoso. En la segunda semana de octubre, completa su labor. La cuestión ahora se reduce a salir de Lima, cosa difícil en aquellas circunstancias. Un accidente casual favorece sus planes. El Dictador había ordenado un reclutamiento general; se le propone su ingreso al ejército, a lo que se niega, invocando su carácter de neutral. El Intendente de Policía ordena su expulsión y le da 14 horas para trasladarse a Chilca, a embarcarse en el vapor de la carrera rumbo a Panamá. En Chilca da una noche 17 libras a un italiano para que le conduzca a alta mar en un bote velero de su propiedad, a cortar el vapor de la carrera que no toca en Chilca. Hecho el trato, parten favorecidos por la camanchaca, con tan buena suerte, que en la mañana los toma el “Angamos” que efectuaba el crucero de la costa.
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Conducido a la escuadra, el almirante lo envía a Arica, en donde se encuentra el Ministro de la Guerra. Sus trabajos prestan bastante utilidad al Estado Mayor General. El Gobierno, después de ímproba labor, contó en diciembre de 1880, con fuerzas suficientes para los múltiples servicios: ejército expedicionario sobre Lima; reservas en Tacna, Tarapacá y Antofagasta; cuerpos en instrucción en provincias; ejército de la frontera. He aquí la distribución de estos efectivos: EJÉRCITO EXPEDICIONARIO. Infantería. Regimiento Buin 1º de línea……………….. Regimiento 2º de línea……………………… Regimiento 3º de línea……………………… Regimiento 4º de línea……………………… Regimiento Zapadores de línea…………….. Regimiento Santiago de línea………………. Regimiento Artillería de Marina de línea…… Regimiento movilizado de Atacama…………. Regimiento movilizado Coquimbo…………… Regimiento movilizado Aconcagua………….. Regimiento movilizado Valparaíso………….. Regimiento movilizado Chacabuco………….. Regimiento movilizado Esmeralda……………. Regimiento movilizado Lautaro……………… Regimiento movilizado Colchagua……………. Regimiento movilizado Talca………………… Regimiento movilizado Chillán………………. Regimiento movilizado Concepción………….. Regimiento movilizado Curicó………………..
1.075. 961. 1.121. 1.131. 1.368. 1.055. 399. 1.092. 988. 918. 938. 950. 1.073. 1.080. 900. 1.160. 1.104. 690. 1.150.
Batallón movilizado Navales…………………. 933. Batallón movilizado Valdivia………………… 923. Batallón movilizado Caupolicán…………….. 499. Batallón movilizado Quillota………………… 571. Batallón movilizado Victoria………………… 600. Batallón movilizado Melipilla……………….. 800. Guardia Municipal Búlnes…………………… 496. Suma la infantería……………………..
19.159
23.531.
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Artillería. Regimiento Nº 1……………………………. Regimiento Nº 2…………………………….
740. 1.200.
1.940
684. 462. 425.
1.571
Caballería. Regimiento Granaderos…………………… Regimiento Cazadores……………………… Regimiento Carabineros de Yungay…………
Total del ejército de operaciones…………………….. RESERVA EN TACNA. Infantería. Regimiento movilizado Maule…………….. Regimiento movilizado Linares……………. Regimiento movilizado Rancagua………….. Regimiento movilizado Ángeles……………. Regimiento movilizado San Fernando……… Regimiento movilizado Carampangue………. Total………………………
1.098. 1.057. 1.074. 900. 888. 1.093. 6.110.
Artillería. Regimiento Nº 1………………………………
240.
Caballería. Escuadrón movilizado Maipú……………….. Total de la reserva de Tacna……
248. 6.598.
RESERVA EN IQUIQUE. Infantería. Batallón Rengo Nº 1……………………….. 721.
27.042.
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Artillería. Regimiento Nº 1…………………………… Caballería. Escuadrón movilizado Freire, una compañía… Total de efectivos en Iquique……
107. 826.
RESERVA EN ANTOFAGASTA. Infantería. Batallón movilizado Rengo Nº 2……………..
600.
Caballería. Escuadrón movilizado Freire, una compañía… Total en Antofagasta……………..
103. 709.
RESERVA EN SAN FELIPE. Infantería. Regimiento movilizado Portales……………..
400.
RESERVA EN SANTIAGO. Infantería. Batallón movilizado Santa Lucía…………… Batallón movilizado Campo de Marte……… Cuerpo de Reemplazos……………………… Total de infantería………………
300. 300. 500. 1.100.
Artillería. Brigada de Reemplazos Nº 1…………………
300.
Caballería. Escuadrón Reemplazos Bueras………………
250.
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Total en Santiago……………….
1.650.
RESERVA EN CURICO. Infantería. Regimiento movilizado Vichuquén………….
200.
LÍNEA DE FRONTERA. Infantería. Batallón movilizado Lontué………………… Batallón movilizado Bío Bío……………….. Batallón movilizado Angol…………………. Batallón movilizado Ñuble…………………. Batallón movilizado Arauco………………… Total de infantería………………
549. 686. 896. 896. 718. 3.745.
Caballería. Escuadrón movilizado Angol……………….. Escuadrón movilizado Frontera…………….. Escuadrón movilizado Nacimiento…………. Escuadrón movilizado Mulchen…………….. Total de Caballería…………….. Suma del Ejército del Sur………
232. 232. 149. 246. 659. 4.404.
RESUMEN. Ejército de operaciones……………………… 27.042. En Tacna…………………………………….. 6.598. En Iquique…………………………………… 828. En Antofagasta………………………………. 709. En San Felipe………………………………… 400. En Santiago………………………………….. 1.650. En Curicó…………………………………….. 350. En la Frontera………………………………… 4.404. Total…………………………….. 41.981. El General en Jefe no tenía más conocimiento de las actividades del Gobierno, que las publicadas por los diarios, que no se percataban de proporcionar informaciones completas al enemigo.
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Por fin, el Cuartel General recibe este telegrama: “Valparaíso, octubre 20 de 1880.- (A las 8 p.m.). Al señor Alfonso, Iquique. Diga V. S., a Baquedano para ejército expedicionario: Jefe de la I División, general Villagrán, dividida en dos brigadas, mandada la primera Lynch y la segunda coronel Amunátegui. II División al mando del general Sotomayor: la primera brigada, a las órdenes de Barboza; y la segunda coronel Gana. III División, mandada por Lagos: la primera brigada, teniente coronel Barceló, y la segunda por Urriola. Jefe de Estado Mayor General, el general Maturana; y comandante general de artillería, coronel Velázquez. Voy a esa por vapor “Valdivia” con generales Saavedra, Villagrán y Sotomayor; los coroneles Gana y Arriagada, y tenientes coroneles Barceló, Letelier y Holley.- “Vergara”. El ejército de operaciones al mando de Baquedano, constaba de Divisiones autónomas desde el 13 de enero de 1880, fecha del decreto del señor Ministro en campaña, don Rafael Sotomayor, con la respectiva dotación de las tres armas y los Jefes y Estados Mayores correspondientes. Las Divisiones tenían nueve meses de existencia; los oficiales generales conocían las aptitudes de los jefes de cuerpo, éstos las de sus capitanes, y los capitanes respondían de la educación y disciplina de los oficiales y tropa de su unidad. Los jefes divisionarios tomaron el pulso a su gente en las jornadas de Tacna y Arica y continuaron el cultivo de sus buenas disposiciones con ejercicios semanales de División. Los regimientos y batallones hacían vida de familia: vivían en común en los acantonamientos y estrechaban sus relaciones de amistad con el contacto diario. Este espíritu de confraternidad llevado hasta el campo de batalla, alienta en los momentos difíciles, con la seguridad de que los camaradas acuden presurosos en auxilio. La fuerza de cohesión así adquirida constituye un valor moral importante, que duplica las fuerzas del efectivo material; por esta causa, el general pidió únicamente que se llenaran las bajas y se aumentara la dotación de los cuerpos, para conservar intactos los lazos espirituales cada vez más sólidos de las Divisiones, en nueve meses de dura campaña con sus penurias consiguientes. Los jefes insisten en recomendar a los capitanes la educación de las compañías e inculcar a sus oficiales, clases y soldados el cumplimiento del deber, en el respectivo puesto de cada cual. No deben olvidar que el ejército es un organismo vivo, en que todos desde el más grande hasta el más pequeño, desempeñan una función para el movimiento del conjunto; no es una máquina, que se paraliza por la ruptura del caldero, o la quebradura del eje. Todos deben cooperar al objetivo del General en Jefe, la victoria. Para llegar a ella se precisa el choque, la batalla, en que prima la organización sólida y fuerte de la unidad, cualquiera que sea el número de individuos que la forman, división, regimiento, compañía, pelotón, escuadra.
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La batalla es el desorden ordenado, en que el individuo se debe a la colectividad. El mayor reemplaza al comandante que cae, el teniente al capitán, el sargento al oficial, sin que se relaje el impulso del conjunto. Mientras reste un pequeño núcleo, esa escuadra continuará la obra eficiente de la compañía, como ésta la de su batallón, como éste la de la brigada. Para llegar a este resultado, los capitanes cultivan el espíritu militar de sus subordinados, es decir, el culto del deber, basado sobre dos principios fundamentales: la disciplina y el honor. Así talla sus efectivos elevando el poder de sus fuerzas morales, fundamento más sólido para el éxito, que la fuerza bruta de la masa numérica. Nuestros combatientes tomaron siempre la ofensiva táctica, en número inferior al enemigo y vencieron debido al empuje moral. Al grito de Viva Chile, crujen todas las fibras del patriotismo, y las huestes se lanzan al asalto, seguras, completamente seguras del triunfo. Cae uno; que importa; vencen los demás. Por fortuna, el ejército tuvo un jefe que inculcó tan bellos principios en sus subordinados. El general Baquedano demostró con su ejemplo, ser el tipo de la disciplina y del deber. Jamás quebrantó a la primera, porque era el primero en acatarla; en cuanto al segundo, nadie osó jamás empañar el límpido cristal de sus acciones. Los civiles del Gobierno no comprendían, no podían comprender la fuerza misteriosa que identifica al ejército en un todo moral que se eslabona desde el general al tambor. Tal enseñanza se adquiere en las filas. El Ministerio dispuso la formación de Divisiones con regimientos y batallones que no se conocían, con oficiales superiores que veían por primera vez a los jefes comandados. El General, en cumplimiento de las órdenes recibidas, disloca las antiguas unidades divisionarias y concentra las nuevas en campamentos provisorios cercanos a Tacna, cuyo ferrocarril utilizará la movilización para su embarque en Arica, base de operaciones sobre Lima, según disposición del Comando Supremo. El Gobierno, por su parte, acelera los aprestos con singular actividad. Las oficinas de la Intendencia del Ejército tenían un trabajo abrumador; su acción se extendía no solo al ejército y armada expedicionarios, sino a las guarniciones de los territorios ocupados en el norte, a la reserva diseminada en el centro del país, para su organización y disciplina, y al ejército de la frontera, en combate diario con los indios alzados allende el Bío Bío. Los señores Vicente Dávila Larraín, Intendente, y Juan de Dios Merino Benavente, Comisario, desempeñan una ardua labor, silenciosa, pero de alta responsabilidad, para equipar, alimentar y transportar el ejército más numeroso de Sudamérica, en la escuadra más poderosa en Pacífico del Sur, conocidos hasta entonces. Resuelta la expedición a Lima, la Intendencia acumula elementos necesarios para tan vasta empresa.
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El traslado de tropas y elementos bélicos desde el sur hasta Arica requiere mayor número de transportes de los que dispone la Intendencia; se adquieren los suficientes por compra, arriendo o fletamento por viaje. Los vapores de la Compañía Sudamericana pasan en la totalidad al Gobierno; igualmente las mejores naves de la Compañía de Lota y Coronel. Unidos estos vapores a los fiscales “Amazonas”, “Angamos”, “Toltén”, suman once transportes a vapor, insuficientes aún para la movilización marítima. Se fletan buques de vela, y se les hacen los arreglos del caso en Valparaíso y Arica; quedan en breve tiempo disponibles los veleros “Elvira Álvarez”, “21 de Mayo”, “Norfolk”, “Exelsior”, “Humberto I”, “Inspector”, “Elena”, “Giuseppe Murzi”, “Avestruz”, “Julia”, “Orcero”, “Lota”, “Herminia”, “Dordrecht”, “Juana” y “Wilhelm”, con capacidad de 16.907 toneladas para carga; con departamentos especiales para el transporte de hombres, caballos, mulas y bueyes, con estanques de madera y fierro para el abastecimiento de agua dulce. Se precisan más vapores para remolcar veleros durante el viaje. La Compañía de Lota y Coronel paraliza sus labores marítimas y pone a disposición del Gobierno los barcos “Carlos Roberto” y “Luís Cousiño”. El fisco adquiere además los vapores “Chile” y “Paita”, que unidos al “Pisagua”, de su propiedad, y “Barnard Castle”, arrendado, aumentan a diez y siete el número de naves a vapor, capaces de remolcar otros tantos buques a vela, dejando en libertad a las naves de guerra, para las funciones propias de la armada. El desembarco de tan crecido cuerpo de tropas, en las costas inseguras del Perú, exige numerosas y sólidas embarcaciones de pequeño porte. Se construyen en Valparaíso 36 lanchas planas de veinte toneladas, capaces de conducir a tierra cada una, cien hombres, dieciocho caballos, o dos piezas de artillería; en total, 3.000 hombres con doce cañones en un solo viaje. Se fabrican en el breve espacio de 52 días, con un costo de 30.600 pesos, a razón de 850 pesos cada una. Equipadas con sus respectivos remos, anclas y cadenas, largan sucesivamente su única vela provisional, rumbo a Arica, a donde llegan todas sin el menor contratiempo. La armada contaba con los botes a vapor de los buques y cuatro vaporcitos para el remolque de las lanchas de desembarco, “Toro”, “Lautaro”, “Laura” y “María Luisa”, que no daban abasto; se compraron tres más, el “Gaviota”, el “Valparaíso” y el “Rápido”. La Intendencia acumuló en Arica los víveres y forraje necesarios para la expedición, como asimismo bueyes para el suministro de carne fresca en cantidad suficiente para las necesidades del ejército. La magnitud de la campaña exigía una nueva organización de la Delegación de la Intendencia General, en campaña. El Decreto Supremo de 26 de octubre de 1880 la reorganizó con los empleados y sueldos que se expresan: SECCIÓN DE CONTABILIDAD.
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Contador Jefe de la sección de sucursales y almacenes de depósito, con sueldo mensual de…………………….. Tenedor de libros……………………………………….. Oficial primero…………………………………………. Oficial segundo………………………………………….. Oficial tercero…………………………………………… Oficial cuarto……………………………………………. Oficial quinto…………………………………………….
$350.$200.$150.$125.$116.$110.$100.-
SECCIÓN ALMACENES. Guarda almacén 1º……………………………………….. Guarda almacén 2º……………………………………….. Guarda almacén 3º……………………………………….. 6 ayudantes con el sueldo mensual, cada uno de…………
$250.$200.$150.$100.-
SECCIÓN PROVEEDORA. 3 proveedores de División, con sueldo mensual, cada uno de… $250.25 proveedores de regimiento, cada uno con……………….. $125.SECCIÓN MARÍTIMA DE EMBARQUE Y DESEMBARQUE. Primer jefe………………………………………………… 2º jefe……………………………………………………… 6 ayudantes con sueldo mensual cada uno de……………..
$200.$150.$100.-
SECCIÓN DE CORREOS. Administrador…………………………………………….. 2 ayudantes con sueldo mensual, cada uno de…………….
$125.$80.-
Los guarda almacenes y los ayudantes, los proveedores y empleados de la sección marítima, gozaban la ración de tropa correspondiente. Para el servicio de la Reserva de la línea Arica-Tacna, se crean los siguientes empleados: PROVISIÓN. Un proveedor de División con sueldo mensual de…………. 6 proveedores de Regimiento, cada uno con………………..
$250.$125.-
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ALMACÉN DE ARICA. Un guarda almacenes con sueldo mensual de……………… $180.4 ayudantes de almacenes, cada uno con sueldo mensual de… $100.ALMACÉN DE TACNA. Un guarda almacén con………………………………….. 4 ayudantes de almacén, cada uno con sueldo mensual de….
$180.$100.-
SECCIÓN DE DESEMBARQUE. Un desembarcador con………………………………….. . 4 ayudantes, cada uno con sueldo mensual de……………
$150.$100.-
Más tarde se suprimieron los puestos de proveedores de División, los cuales pasaron a inspectores subdelegados, cuando el ejército se fraccionaba en distintos cantones. Desempeñaban en pequeño las funciones correspondientes al Delegado, bajo la responsabilidad de éste. El señor Pérez de Arce llega a Arica a reemplazar al Delegado, coronel don Gregorio Urrutia, nombrado jefe de Estado Mayor de la II División; trae amplios poderes para reorganizar los servicios a voluntad, sin intervención alguna de otros poderes, pues su estatuto orgánico le desligaba del Comando Supremo del Ejército. Más, el señor Delgado reunía a su competencia y honorabilidad, el tacto caballeroso de alto empleado público y la abnegación del patriota. Lejos de permanecer distanciado de la Superioridad Militar, se pone en contacto con el Estado Mayor General. De acuerdo con él, reemplaza los procedimientos hasta entonces usados en la provisión del ejército, por otros más prácticos y expeditos. Pero antes de tomar ninguna providencia, expide la siguiente orden del día para los empleados de su dependencia: “Obligación General.- Todos los empleados de la Intendencia del Ejército tienen la obligación de ocuparse en cualquiera comisión que se les encargue por el Delegado, o su representante, sin poder alegar en ningún caso que no es de su deber. El que se negase a cumplir la comisión que se le encargue, será separado de su puesto, sin perjuicio de ponerlo a disposición de la autoridad militar, para que lo procese por los males que se hayan originado en la falta de cumplimiento por parte del empleado.- H. Pérez de Arce”. El señor Delegado unía a su versación administrativa el espíritu de trabajo que comunicaba a sus subordinados con el ejemplo. Dado el gran movimiento de las operaciones de Valparaíso, el Intendente produjo modificaciones en su funcionamiento. Hasta la fecha, la Intendencia comprendía dos grandes ramas principales, con varias secciones cada una: la adquisitiva y la distribuidora. La primera, o sea la Comisaría General, corría con la dirección de los almacenes de víveres, forrajes,
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vestuario, equipo, etc., efectuaba las compras y los pagos, y como oficina de cuenta y razón, llevaba la contabilidad de la escuadra y del ejército. La segunda, denominada Delegación, recibía las especies y las distribuía en las diversas reparticiones del Norte. Don Juan de Dios Merino Benavente desempeñaba las funciones de Comisario General; don Hermógenes Pérez de Arce ocupaba el puesto de Delegado. El señor Dávila Larraín, dado el abrumador trabajo de la Comisaría, la eximió de la adquisición y almacenamiento de especies, dejándole la delicada tarea de controlar las entradas y gastos originados por la guerra. El señor Merino Benavente había desempeñado puestos y comisiones del Gobierno de alta responsabilidad. Pertenecía a la vieja escuela de servidores rígidos, probos y trabajadores; inflexible en el cumplimiento del deber, no atendía recomendaciones ni influencias desquiciadoras. Los abastecedores de artículos para el ejército le cobraron mala voluntad por el celo excesivo con que velaba por los intereses fiscales; pero le respetaban a la vez, porque era igual y parejo con chicos y grandes. Por sus manos pasaron muchas decenas de millones de pesos y murió pobre, dejando por herencia un nombre pudo y sin mancha. Los figurones políticos, los grandes terratenientes con asiento en el Consejo de Estado, en las Cámaras y en la tertulia de la Moneda, creyeron encontrar en la Comisaría cierta benevolencia para la entrega de artículos de calidad inferior a la estipulada. El Comisario permaneció inflexible, a pesar de las quejas de los políticos que llegaron hasta el Gobierno. Para que los lectores juzguen acerca de la lucha que el señor Merino tuvo que sostener con la oligarquía, copiamos la siguiente contestación dada a un alto personaje: “Mi estimado amigo: No extrañe usted que la Intendencia del Ejército haya calificado de mala la muestra del pasto que le remitió, desde que en dicha muestra se encuentra con gran abundancia la ballica y la hualputa, componentes que ella no admite en el pasto que recibe y remite al ejército del Norte. Adjunto encontrará usted copia del informe expedido por la comisión examinadora, el cual no puede calificar de parcial e injusto, porque yo mismo me hice presentar la muestra, y fui del mismo parecer. Todo pasto que no es alfalfa pura o que contiene a la simple vista más de un cinco u ocho por ciento de materias extrañas, es invariablemente rechazado por la comisión, porque tales son mis instrucciones. Y en esto tiene su amigo mucha razón, pues es preciso concluir y creo ya haber concluido, con los abusos que hacendados poco escrupulosos cometieron con esta Intendencia, entregándole pasto seco común, yerbas y piedras en lugar de alfalfa pura, que ella había comprado durante el curso activo de la guerra. Pero usted, querido amigo, conocedor del mundo, más ignorante de lo que pasa en esta Intendencia, cree que si su pasto ha sido rechazado, puede ser debido a simpatía de mis empleados por otros vendedores. Siento infinito que usted no haya tenido antes de ahora negocios con esta Intendencia, porque aparte del gusto que esto me habría causado en entenderme con
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usted, habría tenido usted oportunidad para conocer que estos empleados, si bien humildes en su modesto hogar y en su trato social, son bien orgullosos y de carácter levantado para no dejarse dominar por sentimientos extraños a su natural altivez. Además la mayor parte de ellos son padres de familia y no irían a comprometer por una ganancia o dádiva pasajera su reputación y su destino. Esto es lo que ha pasado, créame usted; no hay más culpable que el pasto mismo, que parece ser del primer corte y no haberse puesto en él el menor cuidado. Pasto análogo al suyo lo he rechazado al señor Llona, y a mi amigo don José Arrieta y a varios otros, porque colocado en el puesto que ocupo, solo me inspiro en lo que conviene al Estado y de ninguna manera en lo que conviene a mis amigos, sean ellos los que sean. Pero en lo que no encuentro razón a usted, mi estimado amigo, es en creer que su pasto mejoraría, sometiendo yo el abastecimiento de este artículo a la licitación; y en licitación, porque negocios de la magnitud de los de la Intendencia, no pueden ser hechos por contratos o compras privadas. Dejando para ser tratada en otra ocasión esta bella teoría, que solo ha podido avanzar al correr de la pluma y en medio de sus quehaceres del día, solo me resta pedirle que me mande pasto del segundo corte, limpio y distinto del que me ha remitido, para ver modo de entrar en contrato con usted, por algunos miles de quintales. Le advierto, si, que usted tendría que guardarme el pasto en Valparaíso, porque carezco de bodegas y no quiero ni pagar guardadores ni estar sujeto a la disminución del peso o pérdida parcial de la mercadería. En resumen, estimado amigo, estoy a la disposición de usted, con la mejor voluntad y lleno de reconocimiento por todas sus bondades, las cuales dispensa en este momento a mi mujer. Suyo afectísimo y S. S., y amigo.- J. De D. Merino Benavente”. La Comisaría quedó con el trabajo asaz laborioso de controlar los gastos de la guerra y formar el ajuste a cada uno de los expedicionarios, tanto del ejército como de la marina. Los cuerpos constaban al principio de cuatro compañías, después de seis, en seguida pasaron a regimientos de ocho compañías, que bajaron a seis, después de la toma de Lima. La cuenta de los individuos de tropa presentaba otras varias dificultades. Algunos cuerpos daban a los enfermos o heridos como presentes; otros como ausentes en el sur; otros como en el hospital; otros los daban lisa y llanamente de baja. Restablecidos esos soldados, la Comandancia General de Armas respectiva los devolvía a sus cuerpos, los enviaba a los depósitos o los agregaba a otros cuerpos. El ajuste final se hacía difícil, especialmente si el individuo tenía asignaciones, que no se sabía a que cuerpo o depósito cargar. No obstante, la Comisaría efectuó la liquidación de los gastos de la campaña, a entera satisfacción del Gobierno.
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CAPITULO XII. Reorganización de los servicios anexos. La Delegación de la Intendencia, de acuerdo con el Estado Mayor Ge eral, reorganizó, los servicios de aprovisionamiento del ejército, en conformidad a las necesidades originadas por el incremento de las fuerzas en campaña. Al efecto, con fecha 6 de Noviembre de 1880, expide un decreto respecto al servicio de almacenes y proveedores, cuyas partes substanciales se resumen en los siguientes puntos: En cada sección territorial ocupada por nuestro ejército establecerá un Depósito Central para proveer de víveres, equipo y vestuario a los cuerpos que estén a su alcance. El Almacén Central tendrá sucursales en los campamentos que se alejen del centro, y destinará una especial a toda fuerza que se segregue del ejército. Cada cuerpo dispondrá de un proveedor para el pedido de las raciones diarias, en el almacén más inmediato. El servicio sanitario tendrá un proveedor especial como igualmente las secciones Bagaje y Parque, conjuntamente. Los proveedores, además de recibir las raciones, vigilarán su empleo en las cocinas y repartición de rancho a la tropa. Para esto, el proveedor residirá en su cuerpo, y le seguirá en sus marchas. Los almacenes despacharán los pedidos de los hospitales, con el V.º B.º correspondiente. El Estado Mayor y Delegación determinarán como harán los pedidos de sus secciones. Los pedidos de forraje, vestuario y equipo, se despacharán con el V.º B.º del General en jefe, del jefe de Estado Mayor General o de personas designadas especialmente por ellos. Queda suprimido el servicio de proveedores de División, y los nombrados para este cargo, prestarán sus servicios como inspectores, guarda almacenes o en cualquiera otra comisión que la Delegación determine. Un reglamento determinará el modo y forma como los guarda almacenes y proveedores llevarán sus libros de contabilidad. REGLAMENTO PARA LA ADMINISTRACIÓN Y CONTABILIDAD. Almacenes. 1º Los guarda almacenes de los almacenes centrales recibirán los artículos de los desembarcadores y darán su recibo a la Delegación o a quien la represente, en vista de
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las guías de remesa de Valparaíso u otro lugar de que proceda, anotando las diferencias si las hubiere. 2º Darán igualmente recibo de los artículos que se compren en plaza. 3º Las entradas o salidas de almacenes se comprobarán con órdenes recibidas, giradas en conformidad con el citado decreto y el recibo correspondiente puesto a continuación de la misma orden. 4º Cada guarda almacén llevará tres libros: de entradas, salidas y Mayor. 5º El Almacén Central abrirá además del Mayor una cuenta especial a cada sucursal o almacén de campaña. 6º Los almacenes centrales y sucursales pasarán semanalmente a la Delegación un estado de entradas y salidas de artículos y la existencia que queda. Proveedores. Los proveedores dejarán recibo en los almacenes de las raciones recibidas; y anotarán en un libro rayado las raciones que reciban cada día. Semanalmente pasarán a la Delegación un resumen de las raciones y especies recibidas. Disposiciones varias. El guarda almacén podrá entregar, raciones calculadas por algunos días a. los proveedores cuyos cuerpos se encuentren a gran distancia del almacén. Siempre que por ocurrencias inesperadas fuera necesario proveer al ejército sin subordinarse a este reglamento, se certificará el hecho por acta firmada ante varios jefes o testigos, de que se dará cuenta por escrito a la Delegación. En caso que la provisión se haga por contratista, el proveedor cuidará de que se cumplan estrictamente las condiciones del contrato, vigilando la cantidad y calidad de los alimentos. Distintivos. Los empleados de la Intendencia usarán en tierra una cinta blanca con la inscripción “Intendencia del Ejército” en el sombrero. Este distintivo lo usarán siempre que estén en funciones; en las expediciones por mar o tierra, es de obligación el distintivo. Los empleados que usan actualmente alguna clase de insignia militar, se abstendrán de usarla en lo sucesivo. Los maestres de víveres llevarán a bordo, la misma cinta de la Intendencia, pudiendo agregarle un ancla; y los proveedores, una estrella. Instrucciones para embarcadores y desembarcadores de una expedición.
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Al desembarcar una expedición atenderán en los primeros momentos al desembarco de la tropa y desembarque de animales y equipo, cuidando con esmero las embarcaciones menores para evitar desgracias o pérdidas. Después, se procederá al desembarque de víveres, forraje, etc. Pedirá guardia para evitar pérdidas, cuando lo necesite. La descarga de lanchas se hace en conformidad a la papeleta del ayudante de a bordo. Concluido el desembarco, prestarán sus servicios en otra repartición. Los embarques se efectúan por entregas, bajo recibo, a los maestres de víveres. En tierra se formarán rumas por especies y marca, en buen orden. Los embarcadores cuidarán de la buena estiva de los buques, dando cuenta de las infracciones a la Delegación. Instrucciones al guarda almacenes de una División. El guarda almacenes tan pronto salte a tierra, buscará casa segura para depositar las especies a su cargo; pedirá al Comando se le ponga en posesión de dicho inmueble. Pedirá guardia cuando sea necesario. El guarda almacenes dará recibo al maestre de víveres por las especies que reciba y hará inventario que enviará a la Delegación. El guarda almacenes proveerá de víveres al contra maestre de un buque que zarpa. En caso de faltar algo para el consumo diario, el guarda almacenes dará cuenta con tres días de anticipación, a lo menos. Servicio sanitario. El servicio sanitario fue reorganizado por el señor Ministro de la Guerra. Quedaron los cirujanos de buques, ambulancias y un hospital volante; pero se suprimieron los cirujanos de cuerpo. Esta disposición que nada puede disculpar, produjo resultados funestos y originó la pérdida de numerosas vidas. Los cirujanos y practicantes de cuerpo iban en la línea de fuego para la atención de los caídos; los heridos leves, fajados por los practicantes, pasaban a retaguardia; los más graves, recibían una primera curación; y en los muy graves intervenía el cirujano: para impedir las hemorragias o efectuar una operación necesaria para combatir un peligro inminente, mientras llegaban los camilleros. La falta de este servicio de primera intención, acarreó dolorosas pérdidas. Figuran entre ellas, el teniente don Juan R. Alamos, del 4º de línea, víctima de una hemorragia arterial. A juicio de los médicos habría salvado con la oportuna intervención de profesionales. Algunos cirujanos se resistieron a dejar sus cuerpos, ingresando a ellos como cirujanos voluntarios, sin sueldo; o como oficiales. Así lo hizo el cirujano del regimiento Coquimbo, don David Perry, que ascendió el Morro Solar al lado del jefe del cuerpo, teniente coronel don José María Soto. A
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medio camino, recibe el comandante un balazo de Peabody en el pecho; el proyectil atraviesa el pulmón derecho y sale por la espalda, destrozando dos costillas. El doctor recibe al señor Soto en sus brazos, lo cura, detiene la hemorragia, y lo envía con cuatro soldados a la playa, donde lo toma un bote del “Cochrane”. Merced a la oportuna asistencia, el jefe del Coquimbo, comandante Soto, desfiló en Santiago a la cabeza del regimiento en la entrada triunfal del ejército. El doctor Teodosio Martínez Ramos, pasó, como mayor ayudante, divisionario. Fue una desgracia que el Ministro de la Guerra elaborara un plan de organización, que más habría cuadrado a la Comisión Técnica de profesionales que funcionaba en Santiago, desde la declaratoria de guerra, bajo la presidencia del doctor don Wenceslao Díaz. El Intendente General del ejército hubo de dictar el decreto; pero en resguardo de su responsabilidad, lo hizo preceder de la siguiente frase: “en virtud de las instrucciones recibidas del Ministro de la Guerra”, decreto, etc. Este decreto disuelve desde el 1º de Noviembre de 1880 el Servicio Sanitario del ejército en campaña, en la parte relativa a las cinco ambulancias y a los servicios especiales de regimientos y batallones. Se nombra jefe del servicio ad honorem al doctor don Ramón Allende Padín, a quien se encarga de la reorganización, bajo las siguientes bases: 1º El servicio será enteramente civil y conforme a lo establecido por la Convención de Ginebra. Será obligatorio para todos los individuos que la componen el uso del distintivo de la Convención, consistente en un brazal blanco con cruz roja, de diez centímetros de ancho, que se llevará sobre el brazo izquierdo, quedando absolutamente prohibido a los mismos el uso, por ningún motivo, de uniformes o insignias militares. 2º El servicio sanitario del ejército expedicionario queda dividido en cuatro hospitales y un hospital volante. Material. Cada ambulancia recibió una dotación de 600 camas con todos sus útiles y el material necesario, conforme a las listas formuladas por el jefe del Servicio Sanitario, en concepto a ese número de heridos. El hospital volante recibió 500 camas con todos los útiles necesarios para atender igual número de enfermos. Para la movilización desde Arica, se puso, a las órdenes del doctor Allende Padín, el vapor “Paquete de Maule”, para conducir el personal y material, con sus carpas, carros, acémilas y cabalgaduras. Personal.
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Se nombra la siguiente dotación, con los sueldos siguientes, sin derecho a ninguna otra gratificación: Dirección. Un Superintendente ad honorem. Un ayudante ad honorem. 2º ayudante, sueldo, mensual………………………. Secretario…………………………………………… Estadístico………………………………………….. Farmacéutico mayor……………………………….. 2 ayudantes, cada uno……………………………… Contralor general…………………………………… Ayudante de id……………………………………… Mozo………………………………………………… Carpintero armador………………………………….
$500.$200.$150. $250.$ 75.$300.$100.$ 75.$410.-
Ambulancias. Personal de cada ambulancia: Cirujano mayor……………………………………… $500. 6 cirujanos primeros, cada uno……………………… $250. 12 cirujanos segundos, cada uno……………………. $150. Contralor……………………………………………. $100.5 practicantes farmacéuticos, cada uno…………….. $75.25 practicantes de cirugía, cada uno……………….. $75.80 mozos, cada uno………………………………… $20.1 cocinero………………………………………….. $40.2 ayudantes de cocinero, cada uno…………………. $20.1 lavandero…………………………………………. $40.2 ayudantes de id., cada uno……………………….. $20.2 capataces, cada uno……………………………… $40.2 arrieros, cada uno………………………………… $40.Un ayudante de id………………………………….. $20.Un caballerizo……………………………………… $20.Un mariscal herrador para atender las cuatro ambulancias $40.Hospital Volante. Un médico jefe…………………………………….. 3 médicos segundos, cada uno…………………….. 6 practicantes, cada, uno……………………………
$400.$150.$75.-
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Un farmacéutico…………………………………… $100.1 ayudante de id…………………………………… $75.Un contralor………………………………………. $100.Un mayordomo…………………………………… $50.Un cocinero………………………………………. $40.Un lavandero………………………………………. $40.25 mozos, cada uno………………………………… $20.Los mozos de ambulancia y hospital tenían derecho a ración de tropa. Se establecieron, además, tres hospitales fijos en Antofagasta, Iquique y Pisagua, con la siguiente planta de empleados: Antofagasta. Médico jefe administrador………………………… Cirujano 1º…………………………………………. Dos cirujanos segundos, cada uno…………………. Contralor estadístico……………………………….. Farmacéutico, y guarda almacenes………………… Farmacéutico 2º……………………………………. Practicante…………………………………………. Capellán ad honorem, para rancho…………………. Mozos, cada uno…………………………………….
$300.$200.$140.$100.$100.$80.$77.$30.$18.-
Iquique. Médico jefe y de plaza……………………………… Id. segundos, cada uno……………………………… Cirujano 2º, cada uno……………………………….. Practicantes, cada uno……………………………….. Administrador………………………………………… Capellán (para rancho)……………………………….. Cocinero de hospital………………………………….. Cocinero, del lazareto…………………………………. Ayudantes de cocina, lavado y mozos, cada uno………
$400.$230.$115.$75.$115.$30.$40.$25.$18.-
Pisagua. Médico en jefe y de plaza…………………………….. Cirujano 2º……………………………………………. Contralor……………………………………………… Farmacéutico…………………………………………. Practicante, cada uno………………………………….
$240.$115.$115.$115.$75.-
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Capellán (para rancho)……………………………….. Cocinero del hospital…………………………………. Cocinero del lazareto…………………………………. Lavanderos, mozos, veladores y ayudantes de cocina, cada uno……………………………………….
$30.$30.$25.$18.-
La Comisión Sanitaria de Santiago, que tan buenos servicios prestara en las campañas de Tarapacá y Tacna, cesó en sus funciones. Pero antes de cerrar sus trabajos, pasó al Gobierno por conducto de la Intendencia General, la siguiente nota, elocuente protesta por la descompaginación de un servicio establecido, con personal adiestrado con la experiencia de las campañas. Dice la protesta: Santiago, Octubre 22 de 1880.- Señor Intendente General del Ejército: Ha recibido esta Comisión Sanitaria solo el 13 del corriente los decretos Nº 232 y 233 de 28 de Septiembre próximo pasado, de los que ya tenía conocimiento por las publicaciones en la prensa diaria y por el decreto de 20 de Septiembre del Ministerio de Guerra que mandó a la Comisión entregar el material de ambulancias y hospitales, y que transcribí a V. S. con fecha 20 del pasado. Al recibir la trascripción oficial de los expresados decretos, acordó, esta Comisión, a indicación de uno de sus miembros, llamar la atención de V. S. sobre los vacíos e inconvenientes de la reorganización del Servicio Sanitario que ellos determinan, no con el objeto de que adopten sus indicaciones, pues no se le ha pedido informar, a pesar de haber sido ella la que estudió y organizó tal servicio, sino para procurar el mejor servicio, y para cumplir así con el deber del patriotismo que se ha impuesto desde el comienzo de la guerra. La organización que ya podemos llamar primitiva, se hizo conforme a la que tienen los países más adelantados – los Estados Unidos, Prusia y Bélgica – modificando solamente aquellos que eran indispensables para, adaptarla a nuestro, país y teniendo apenas en cuenta, preciso es confesarlo, la economía, con que en todos los servicios se empezó la guerra. Contenía aquel un servicio de cuerpo o regimiento; uno de ambulancia u hospitales ambulantes, proporcional a un diez por ciento del ejército en campaña; otro de hospital fijo o de evacuación de las ambulancias y finalmente otro de hospitales de término, sin olvidar que los heridos pudieran ser conducidos, como en Prusia, hasta los pueblos de donde partieron a la campaña. De este modo el soldado era inmediata y primeramente asistido en su propio cuerpo, y si después el caso lo requería, en la ambulancia, en los hospitales fijos de Pisagua, Iquique y Antofagasta, o en los de Copiapó, Valparaíso, Santiago, etc. De este modo también los cuerpos de tropa tenían un servicio en los vivaques, en los destacamentos, en las guarniciones, en las reservas, sin necesidad de recurrir a las ambulancias, destinadas principalmente a la batalla. En todo caso, como lo sabe la Intendencia, que proveyó, igualmente a todo, no se omitió medio alguno; estudio, previsión, encargos a Europa de útiles de medicina o
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instrumentos, construcción en el país, desde el saco y cartuchera de ambulancia hasta la última cantina de farmacia, de cirugía y administración. Se dotó a las ambulancias de medios propios de locomoción para que no estuvieran sujetas al Estado Mayor; pero llegan las batallas de Tacna y Arica de nuevo no hubo otro servicio, que el de regimiento y las ambulancias siempre fallaron. Acerca de este acontecimiento, la Comisión Sanitaria llamó la atención del señor Ministro de Guerra y de esa Intendencia General en notas de 1º de junio y 2 de julio último, que se dieron en la prensa, y solicitó que se instruyera un sumario para indagar su causa. Nada se hizo, y sin embargo, se ha suprimido el servicio regimentario para no dejar más que el de ambulancias, y esto invocando la experiencia, que como dejo expuesto y que como a esa Intendencia le consta, dice diametralmente lo contrario. Omitiremos probar que en el ejército prusiano existe servicio de cuerpo, pues ello es una verdad que conoce cualquiera, no digo que haya estudiado, que haya leído someramente algo sobre la organización de los ejércitos modernos. El servicio médico quirúrgico planteado por el citado reglamento, no ha sido nunca mixto ha sido siempre civil. No está organizado conforme a la ordenanza militar. Su jefe es civil. Como aparece de lo expuesto, no ha habido, señor Intendente, muchas razones para la reorganización del Servicio Sanitario. Mucho menos las había para suprimir el servicio de regimiento, que siempre fue útil, para fundirlo en el de ambulancia, que siempre llegó tarde. Por otra parte, suponiendo que el servicio regimentario o de cuerpo que lo tienen todos los ejércitos bien organizados, fuera un servicio ambulante militar, ¿qué razón había para suprimirlo? Las ambulancias del servicio reorganizado representan el 10% del ejército en campaña, proporción admitida en casi todos los ejércitos de Europa, y que quedó baja en la batalla de Tacna. ¿Con qué se va a hacer entonces el servicio excedente? ¿Con qué el servicio de la reserva, de las guarniciones de Calama, Cobija, Tocopilla, Pisagua, Dolores, etc.? ¿Cómo se hará el servicio de destacamento, de avanzada y de caballería, con ambulancias que marchan a pie y sin material ligero? Si las ambulancias reorganizadas son completas y ordenadas, ¿cómo es posible desordenarlas y descartarlas, para hacer el servicio de guarnición, de destacamento, de avanzada, que por otra parte le será imposible, porque no llevan sacos de ambulancia, ni mochilas de caballería? La guerra que en la edad actual se presenta en todos sus servicios como el triunfo de la inteligencia sobre la fuerza, está muy lejos en el servicio sanitario de representar ese triunfo. Y si el ejército de Chile ha de ser alguna vez un ejército regular, como el de las naciones que marchan a la cabeza de la civilización, fuerza es que tenga un servicio como el de aquellas.
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Para no alargar más esta nota, omitiremos otras consideraciones, que el tiempo vendrá a patentizar; pero esta Comisión no puede menos de llamar la atención de V. S. sobre el hecho de no ver figurar entre los 151 antiguos empleados del Servicio Sanitario que ahora forman parte de los 231 nuevamente nombrados, algunos que han hecho, la campaña, que merecieron distinciones de sus jefes, y que hasta tuvieron la gloria de ser heridos en el combate.- Dios guarde a V. S.- Wenceslao Díaz”. Las predicciones del doctor Díaz y demás colegas de la Comisión se realizaron, por desgracia, en las batallas de Chorrillos y Miraflores. Por fortuna, se reaccionó enseguida contra la disparatada supresión de cirujanos de cuerpo que se restablecieron poco después, dados los importantes servicios que prestan en destacamentos, expediciones ligeras o guarniciones lejanas. Por fortuna, la marina escapó, a esta reorganización y continuaron en servicio los cirujanos de buques. El nuevo personal del servicio sanitario partió al teatro de la guerra en los días 28 y 29 de Octubre, entrando al desempeño de su humanitaria misión el mismo día de su arribo a Arica.
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CAPITULO XIII. La mediación norteamericana. El 3 de mayo de 1879, los agricultores ingleses se dirigieron al Ministro de Relaciones de S. M. B., conde Salisbury, haciéndole presente los perjuicios que les acarreaba la guerra del Pacífico, que les privaba de los abonos del guano y del salitre, indispensables para su industria. Se les unieron los armadores, en demanda de protección contra la escuadra chilena, por la destrucción de los elementos de embarque y la prohibición de cargar a los buques fletados con tal objeto. Salisbury aceptó las reclamaciones, declarando que la guerra se hacía de una manera irregular e inhumana; pero cambió en breve de parecer, al recibir un cablegrama del almirante inglés en aguas del Pacífico, que aseguraba el buen proceder del almirante chileno, para con los neutrales, cuya rectitud se complacía en reconocer. Las instrucciones dadas por el Ministro en campaña don Rafael Sotomayor a los jefes de la armada y ejército chilenos; y los sucesos de Mollendo que abultó la prensa chilena, dieron origen a un cambio de notas entre las cancillerías de Londres, París, Berlín y Roma. Una comisión compuesta de Mr. Jorge Browne y H. W. Lowe, que representaba a los perjudicados ingleses, se presentó al Ministerio, con una solicitud netamente intervencionista. Pedían que el Gobierno requiriese al de Chile permiso para reconstruir los muelles y maquinarias para embarcar guano; que no se prohibiera el carguío a los buques ingleses; que reclamara indemnizaciones por daños y perjuicios; y que enviara fuerza suficiente para proteger como se debe los intereses de los armadores británicos. En junio de 1880, Gladstone, jefe del Gabinete inglés, solicitó de las grandes cancillerías de Europa y Washington, una acción conjunta para poner término a la guerra por la fuerza, reconociendo, sí, los derechos de las victorias de Chile. Francia contestó aceptando, si también aceptaban Italia y Alemania. Italia prestó su aprobación, más no Alemania. Bismarck declaró que la expedición no pagaba los gastos, y por tanto no era aceptable. Tenía razón en su fuero interno, pues no podía desdecirse de su aforismo sostenido en Versalles de que la victoria confiere derechos. Estados Unidos respondió que consideraba la medida intempestiva en el actual momento y no tomaría parte en una intervención cualquiera que pudiese menoscabar los derechos de los beligerantes. Era lógico el proceder de Mr. Evarts, Ministro de Relaciones; Estados Unidos no acepta compañía en los asuntos de América, pues persigue con infatigable tesón el reconocimiento de la doctrina Monroe, unilateral, en la cual nada tienen que ver las repúblicas americanas. Las victorias chilenas no interrumpidas, paralizaron la acción de las cancillerías europeas y Chile escapó a la imposición extranjera. Pero Estados Unidos velaba en
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conformidad a la declaración “América for Americans”, es decir, en cruda traducción, América para los norteamericanos. Representaba a la Unión en nuestro país, Mr. Tomás A. Osborne, caballero de prestigio, por su prudencia y talento. Presidente del Senado de Kansas a los 23 años, Vice Gobernador a los 26, fue elegido Gobernador a los 28 años. El Presidente Hayes le nombró Ministro en Chile, en circunstancias que el Estado de Kansas le reelegía casi por unanimidad. Su colega en Lima era Mr. I. P. Christiancy, caballero de respeto, de 70 años de edad, ex juez de la Suprema del Estado de Michigan, y ex miembro del Senado de la Unión. Viudo y con hijos ocupados en la administración, se casó en segundas nupcias con una jovencita de quince, que se aburrió de la vida conyugal y de su estada en Lima, y se marchó a Estados Unidos, en donde entabló juicio de divorcio. Mr. Charles Adams desempeñaba el puesto de Ministro en Bolivia, diplomático que tuvo intervención pasiva en los hechos que ocurrieron en seguida. Mr. Adams había sucedido en la plenipotencia de La Paz a Mr. Peter, quien, después de su relevo, quiso visitar a Chile, de regreso a su patria. En Santiago, en el calor de los festejos, soltó ciertas palabras que presumían la intervención de los Estados Unidos. Ellas produjeron alarma en los círculos de Gobierno, y comunicadas a Washington, provocaron una explícita declaración de Mr. Ewarts, quien aseguró con énfasis que Peter había hablado sin autorización del Gobierno; que si en algunos círculos subsiste alguna idea desfavorable, ha recomendado a Mr. Osborne que diga al Gobierno chileno que la cancillería ni se propone, ni intenta unirse a una intervención amigable, a menos que sea solicitada por los tres países en lucha. Los Ministros extranjeros residentes en Lima, sondearon a Piérola respecto a la celebración de la paz. El Dictador debió aceptar en principio, pues los Ministros se comunicaron con sus colegas de Santiago, que lo eran Samminiatelli, de Italia; Dàvril, de Francia; y Packenham de Inglaterra; y les pidieron que solicitaran del Presidente Pinto, las condiciones para un avenimiento, agregándoles que Piérola trataría en condiciones aceptables para Chile. El 27 de julio Dàvril y Samminiatelli se apersonaron a S. E., y le manifestaron que el Perú anhelaba la paz y que si Chile tenía los mismos deseos, sería fácil un acercamiento. S. E., se mostró igualmente conciliador y les expresó que sería conveniente conocer las bases generales aceptables por Piérola. Esto fue todo. El Presidente llamó a don Jorge Huneeus, y le comisionó para inquirir si las sugestiones arrancaban su base del Gobierno peruano; y le hizo un resumen de las exigencias de Chile para un arreglo definitivo. Huneeus cumplió su encargo; Samminiatelli declaró que obraba por insinuaciones de Lima. El personero del Presidente largó con ingenuidad las bases sobre que se edificaría el futuro tratado de paz: 1º Cesión de Tarapacá, sin indemnización de guerra.
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2º Devolución del Departamento de Moquegua, ocupado por nuestras armas. 3º Libre tránsito al comercio de Bolivia por el puerto de su elección. Los Ministros europeos en Santiago comunican las bases a sus colegas de Lima, y éstos las hicieron conocer a Piérola. Este las guardó sin responder nada. El Dictador sabía a que atenerse sin compromiso alguno de su parte, merced a la complacencia del Presidente de Chile, que andaba a caza de la paz, para esquivar la expedición a Lima. La cancillería del Rimac hizo saber a los diplomáticos intermediarios, que si había conferencia, era mejor no hablar antes de condiciones de paz. La diplomacia peruana se reía como siempre, de la candidez chilena. Mientras se desenvolvían estos tejemanejes, Osborne, que conocía la repugnancia del Presidente Pinto para enviar el ejército a Lima, creyó que podría tener buena acogida una insinuación de mediación o siquiera de buenos oficios. Estados Unidos excluiría cualquiera intromisión europea; América para los americanos. Con fecha 10 de mayo dio a conocer su idea a Mr. Ewarts, quien contestó inmediatamente aceptándola y ordenando a sus Ministros en Lima, La Paz y Santiago, la propusieran a sus respectivos Gobiernos. Mr. Osborne había husmeado algo de los trajines de sus colegas europeos en el cuerpo diplomático; y como se le hiciera saber que Huneeus tramitaba la negociación, se dirigió a él en demanda de noticias, quien no tuvo inconveniente en ponerle al corriente de la situación. Osborne, naturalmente, celoso de la doctrina Monroe, contestó a Huneeus que creía que el Perú no entregaría a Tarapacá, ni Bolivia se resignaría a solo franquicias comerciales. El 29 de julio llega a los Ministros americanos ante los beligerantes la orden de proponer la mediación de Estados Unidos. Con tal autorización Osborne celebra una conferencia con el Presidente Pinto, el Ministro Valderrama de Relaciones y don Jorge Huneeus, el 6 de agosto, en el Palacio de la Moneda. Después de una detallada exposición del Ministro americano, S. E., acepta la mediación, y cree que el Gobierno será también de su opinión, si aceptaba el Perú. Las conferencias se efectuarían a bordo de un buque de guerra americano. Como tenía que consultar al Gabinete, el señor Pinto queda de contestar en breve. En efecto, el 10 de agosto, el señor Huneeus lleva al Palacio de la Legación americana la aceptación del Gobierno de Chile, que queda perfeccionada en una pro memoria redactada por los señores Valderrama y Osborne, y comunicada por el cable a la cancillería de Washington. Nuevamente Chile se compromete sin conocer el pensamiento de los Gobiernos del Perú y Bolivia. Aquello era andar mendigando la paz, como vencido; no imponiéndola como vencedor. El 20 de agosto recibe Osborne por cable, la aprobación de Mr. Ewarts. En tales circunstancias, Mr. Christiancy, abandonado por su consorte, resuelve un viaje de distracción a Chile. Obtiene del almirante americano en aguas del Callao la cañonera
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“Wachussett”, y se embarca rumbo al sur, sin despedirse de nadie, ni dar siquiera noticia al Gobierno ante el cual se halla acreditado. Llega el 26 a Valparaíso, el 27 a Santiago, y el 28 pasa a conferenciar con su colega Osborne. Allí lo encuentra Huneeus, encargado de buscarlo de parte de S. E., que cree traiga algo concreto del Gobierno peruano respecto a la paz. Christiancy asegura a Huneeus la aceptación de la mediación por Piérola, y que Bolivia seguiría lo aprobado por éste; que estaba seguro de la paz, sobre la base de las condiciones comunicadas por Osborne. Esto mismo asegura en una conferencia celebrada con S. E., en presencia de Valderrama, Huneeus y Osborne. El señor Pinto no podía dudar de la palabra de un representante de Estados Unidos. El señor Isaac P. Christiancy se embarcó el 31 de agosto, rumbo al Callao con escala en Arica. La venida de este plenipotenciario levanta enorme polvareda en Chile, que cree ver en él al portador de la mediación. Nada más lejos de la verdad; viene a desechar penas de amor. Y a pesar de no tener poderes, en representación de nadie, trata con nuestro Gobierno, que acepta los buenos oficios de Estados Unidos, en los primeros días de agosto; y tan de ligera procede, que el 10 de septiembre quedan nombrados, como representantes a las futuras conferencias, los señores Manuel José Irarrázaval, Domingo Santa María y Jorge Huneeus; pero ninguno de los tres acepta la brasa de fuego. El señor Irarrázaval, por decoro; S. E., había prescindido durante toda la guerra del partido conservador, que no obstante colaboraba con todo patriotismo a la acción gubernativa; el señor Santa María, por enfermedad; siempre que se le atravesaba una circunstancia difícil, le bajaba una maldita reuma, que lo relegaba a sus habitaciones; y el señor Huneeus, porque el pueblo le echaba en cara su oficiosidad para producir la mediación y frustrar la expedición a Lima. La opinión pública se exalta en toda la extensión del país; la prensa traduce el sentir unánime de la nación. El Ferrocarril, diario que presumía de serio, y navegaba en las aguas mansas ministeriales, juzgando la situación, decía que S. E., no quería la campaña a Lima y que los aprestos militares que se hacían con tanto aparato, tenían por objeto contentar al pueblo. Que el Gobierno esperaba solución en la acción diplomática; o en las depredaciones del coronel Lynch; o en una revolución en Lima; o en la paz separada con Bolivia; que en todo confiaba, menos en la eficacia de las armas y en la acción del ejército. El 13 de septiembre llega la noticia de la pérdida de la “Covadonga”, en circunstancias que el diputado de Carelmapu, don José Manuel Balmaceda, interpelaba al Ministerio desde el día 11, dirigiéndole las siguientes preguntas: 1º ¿Hay iniciadas negociaciones de paz?
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2º Si hay iniciadas negociaciones de paz, ¿quiénes son los negociadores y cuál el desenvolvimiento que han tenido? 3º ¿Cuál es el estado presente de las negociaciones? 4º ¿Qué elementos de guerra se han organizado después del asalto de Arica y cuál es el objeto a que se destinan? El Ministro de Relaciones señor Valderrama se presenta a la Cámara en la sesión del 14 y en un breve discurso, declara respecto a la primera pregunta: “Desde luego puedo decir que no hay gestión alguna oficial sobre este punto; y aunque esto me excusa de dar mayores explicaciones, voy sin embargo a ser más explícito. Se han dado pasos extraoficiales dirigidos a saber en que disposición se encontraba nuestro Gobierno y ha contestado lo que siempre ha dicho, es decir, que no se hace la guerra por simple espíritu de guerrear; y que si los Gobiernos del Perú y de Bolivia se deciden por la paz, el Gobierno de Chile está dispuesto a oír las proposiciones que consideren aceptables”. Con respecto a las preguntas segunda y tercera, agregó: “Estas dos preguntas se encuentran contestadas en la primera, pues no existiendo hasta el presente negociaciones, sino simplemente los pasos oficiosos de que he hablado, el Gobierno no ha podido ocuparse de nombrar negociadores. Ello sería inoportuno y extemporáneo”. A la cuarta pregunta replica: “Esta pregunta que corresponde a una situación que todavía no se ha producido, no puede tener una contestación concreta y determinada. Si la situación a que alude la pregunta llega a producirse, el Gobierno verá lo que más convenga a la honra e intereses del país”. Con respecto a la quinta pregunta, el señor Ministro declara que se han comprado algunos transportes, que el ejército aumenta considerablemente; y sino se extendía más en estos detalles, ello era debido a la circunspección que exige la materia. Ni el señor Balmaceda, ni la Cámara se sienten satisfechos, en especial, en aquella en que el señor Ministro obra en doble carácter, oficial y privado. Balmaceda resume su pensamiento en las siguientes líneas: “Su Señoría, Ministro de Relaciones Exteriores, gestor de la dignidad y del interés de Chile en el mundo civilizado, no puede hablar en carácter privado con los representantes autorizados de su país enemigo. Su Señoría puede comunicarse pública y privadamente con ella; pero en carácter privado, o de tal naturaleza que escape a su posición oficial, es imposible”. Agrega el señor diputado: “Chile necesita en Tarapacá su compensación pecuniaria; pero Chile necesita para su bienestar futuro, para su prestigio en el mundo, para su seguridad de siempre, aniquilar, no al Perú, lo que sería excesivo; pero si el poder militar del Perú en el corazón de su más robusta existencia”. Es preciso que el Perú quede sin escuadra que perturbe el pacífico dominio de nuestras naves; es preciso que las fortalezas y cañones del Callao desaparezcan. Es indispensable que no quede ningún puerto artillado, y que no puedan artillarse en cinco años a lo menos.
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Esta es la seguridad futura, esta la precaución inevitable para todo género de emergencia. Todo puerto fortificado en el perú puede ser un asilo de grave peligro para la seguridad del estado. El interpelante termina proponiendo el siguiente proyecto de censura; “La Honorable Cámara de Diputados, inspirada en la gravedad de la situación exterior de la República, declara la necesidad de organizar el Ministerio de modo que corresponda a la confianza del país y al régimen parlamentario”. Balmaceda representa la opinión del liberalismo chileno más acentuado; le siguió en el uso de la palabra el señor Zorobabel Rodríguez, jefe de los conservadores de la Cámara, y en un brillante discurso anatematiza las intenciones de paz por mediación. Al terminar el discurso, condensa su pensamiento en estos términos: no me gozo en la idea de la humillación y ruina de los enemigos de Chile; pero obedezco a la lógica de la situación en que los acontecimientos nos han colocado. Esa situación es temible y hay que salir de ella a filo de espada, despedazando y reduciendo a la impotencia a nuestros enemigos de hoy, que han sido nuestros enemigos tradicionales desde la época de la independencia, y que si no los reducimos a la impotencia, continuarán con la rabia en el corazón, acechando el día de procurarse sangriento desquite. Con enemigos como esos, no se negocia la paz, se la impone. El señor Rodríguez termina con el siguiente proyecto de acuerdo: La Cámara de Diputados declara que, en su opinión, no ha llegado aún para Chile la oportunidad de entrar en negociaciones de paz y mucho menos de ofrecerla. A continuación el señor Huneeus expresa: “Declaro de la manera más enfática y categórica: 1º Que el señor Christiancy no ha venido a Chile con misión alguna del señor Piérola y que no ha iniciado proposición alguna de paz a nombre del Gobierno peruano. 2º Que el señor Christiancy ha venido a Chile simplemente a conferenciar con el señor Osborne, a fin de dar cumplimiento a encargos de su Gobierno referentes a cuestiones que han llamado la atención del Gabinete de Washington”. El señor Huneeus decía estrictamente la verdad y lo que todos sabían; pero calló, precisamente, lo que la Cámara investigaba y deseaba conocer. En la sesión del 16, el señor Luís Aldunate defiende al Ministerio; el señor Luís Urzúa lo ataca; y tercia el señor Vergara, Ministro de la Guerra, que tuvo un incidente personal con el señor Arteaga Alemparte, arreglado buenamente después de la sesión. La sesión del 26 fue bastante acalorada; el fogoso diputado don Carlos Walker Martínez, lanza una tremenda filípica contra el Presidente de la República, a quien acusa de oponerse a la expedición a Lima. Dijo: “Pues bien, el Presidente de la República es el único obstáculo que encuentra la expedición a Lima. Todos los Ministerios han escollado en esta roca presidencial. (Aprobación). Por eso he querido poner el dedo en la llaga sin detenerme en ninguna consideración. Hay quienes se atreven a decir que es falta de patriotismo hacer estas
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acusaciones al Ministerio; al contrario, señor, la falta de patriotismo será la indiferencia y el silencio; sería dejar que continuasen esas miserables negociaciones de paz, que todo Chile rechaza. (Aprobación). Fruto de las observaciones que ha hecho, es el proyecto de acuerdo que va a someter a la Cámara, a nombre de alguno de sus amigos políticos. Si hiciera una indicación a su nombre, sería la de que el Congreso se reuniera para procurar dar vida a un cadáver, o bien para arrojar por la borda un fardo inútil. (Vivos movimientos en los bandos de los diputados; agitación profunda en la sala; manifestaciones reprimidas en las galerías). El proyecto es el siguiente: “La Cámara pasa a la orden del día, declarando que en su opinión el Gobierno de Chile no debe negociar, ni celebrar la paz, sin haber obtenido antes el desarme completo del Callao y el aniquilamiento del poder militar y marítimo del Perú”. El Presidente de la Cámara, don Miguel Luís Amunátegui, hizo la siguiente declaración con respecto a S. E., el Presidente señor Pinto: Yo declaro que el Presidente de la República no ha sido jamás un obstáculo a la guerra activa, enérgica y gloriosa. Esa es la verdad; el Presidente de la República ha trabajado incansablemente en la guerra activa y enérgica; no ha sido jamás un obstáculo y por eso el honorable diputado que deja la palabra no ha debido juzgarlo como lo ha hecho. Entra a la lid el brillante orador don Isidoro Errázuriz. Con elocuencia demosteniana empieza por conceder todo lo que la Cámara deseaba, para en seguida recoger el fruto de sus concesiones, a favor del Ministerio. Al fin, el señor Recabárren, Ministro del Interior, manifiesta con toda llaneza su pensamiento: “Se ha dicho, expresó al terminar su discurso, aunque no ha llegado la oportunidad, o más bien la época oportuna de las proposiciones de paz y que las operaciones bélicas no deben detenerse hasta que hayamos aniquilado el poder militar del Perú, y reducido a la impotencia. Pienso de la misma manera”. Grandes aplausos saludan la declaración ministerial, tanto de la Cámara como de las galerías. El señor Rodríguez pide se suspenda por algunos minutos la sesión y el presidente accede. Reabierta, el señor Augusto Matte propone el siguiente proyecto que la Cámara aprueba, por 70 votos contra 6: “Retirados todos los proyectos de acuerdo presentados con motivo de la interpelación pendiente, la Cámara pasa a la orden del día”. El país había triunfado. Iríamos a Lima. Grandes demostraciones de júbilo saludan al Ministerio y a los diputados a la salida del Congreso, que se extienden a las provincias, una vez que el telégrafo transmite la grata nueva, tan intensamente deseada. Hemos dicho que el 31 de agosto regresó Mr. Christiancy al norte a bordo de la “Wachussett”. El 4 de septiembre la cañonera entra a Arica; el señor Ministro envía una
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nota a su colega en La Paz, Mr. Adams, dándole cuenta de la mediación, y que notifique a Bolivia la concurrencia de sus delegados. El 10 de septiembre desembarca en el Callao, y pone en conocimiento de Piérola la aceptación de Chile para una conferencia de delegados, que deben reunirse conjuntamente con los plenipotenciarios americanos de Lima, La Paz y Santiago. El 14 de septiembre, Piérola, después de ponerse de acuerdo con el Ministro de Bolivia en Lima, comunica a Mr. Christiancy que acepta la mediación, ya aceptada por Chile, únicamente por deferencia al Gobierno de los Estados Unidos. Y termina la nota, “no obstante la actual y dolorosa evidencia de que estamos en lucha con quien de tal manera conculca las leyes de la civilización y los respetos que los pueblos cultos se deben así mismos”. Esto y más merecíamos, por andar solicitando la paz como vencidos. Bolivia acepta la mediación, pero su Ministro de Relaciones hace firmar a Mr. Adams un protocolo, en el cual se estatuye que si los plenipotenciarios no llegan a entendimiento, entraría Estados Unidos, a obrar como árbitro, y que Estados Unidos, no ha ofrecido sus buenos oficios para la mediación simplemente por cumplimiento, sino con el deseo fijo de terminar la guerra; por eso que en cualquier caso, la decisión debe ser final y absoluta. El Perú tuvo conocimiento del protocolo que establecía el arbitraje forzado, por cuyo motivo iba a las conferencias con aire de vencedor. Nuestro Gobierno, aceptó, claramente, sin lugar a interpretaciones, la mediación, en forma de buenos oficios; y que las conferencias se celebraran en Arica, a bordo de un buque de guerra americano, y en presencia de los Ministros de Estados Unidos señores Thomas A. Osborne, Isaac V. Christiancy y Carlos Adams, con su secretario intérprete Mr. Carlos S. Rand. Los beligerantes nombraron los siguientes delegados: Chile, señores José Francisco Vergara, Ministro de Guerra y Marina; Eusebio Lillo, jefe político de Tacna; y Eulogio Altamirano, Intendente de Valparaíso, Secretario, señor Domingo Gana. Perú, señores Antonio Arenas, presidente de la Corte Suprema y presidente del Congreso Americano de Juristas; y Aurelio García y García, capitán de navío de la armada peruana. Consejero, doctor don Mariano N. Valcárcel; secretario intérprete, don Alejandro Garland y prosecretario don Julio Arenas; y ayudantes a los capitanes de E. M., de Reserva Octavio García y Carlos Álvarez Calderón. Bolivia, señores Juan Crisóstomo Carrillo y Mariano Baptista. Secretario, don Avelino Aramayo. Los plenipotenciarios chilenos esperan en Arica, a sus colegas aliados, que se encuentran en Mollendo, para definir la sede de las conferencias, no obstante lo estatuido de que las reuniones se efectuarían en Arica. Los delegados del Perú, una vez en Mollendo, declararon que tenían instrucciones precisas de que las conferencias tuvieran lugar, únicamente en un puerto de la costa peruana no ocupado por el enemigo.
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No aceptaban ir a Arica. Para alcanzar el cambio de sede, el señor Baptista se dirigió a Tacna, a solicitar el cambio, de las autoridades chilenas. Este fue el objeto aparente de su viaje; pero el motivo encubierto era tratar con Lillo acerca de un tratado de paz, separadamente, entre Bolivia y Chile, respecto a lo cual habían mediado comunicaciones, de las cuales tenían conocimiento el señor Arce, en Bolivia, y el Presidente Pinto y don Domingo Santa María, en Chile. Tal proceder no correspondía a la lealtad, ni a la seriedad de personas altamente colocadas, en circunstancias que iban a iniciarse en conjunto negociaciones de paz. Chile quedó bien castigado por tan feo negocio. Baptista, conversaba mañana y tarde con Lillo, sin que nada resultara de positivo. Los bolivianos no entregan jamás el cuerpo; son los políticos más ladinos del continente. Baptista conoció a fondo el pensamiento del Gobierno de Chile; y no pudo dar luz alguna del sentimiento de Bolivia, puesto que no representaba el partido de los hombres de Gobierno, sino el de la fracción disidente de Bolivia. Para que hubieran producido fruto los negociados de Tacna, se necesitaba un cambio de Gobierno, derribando a Campero. Y tal situación se presentaba muy verde. El Gobierno de Chile se negó a cambiar el lugar de las conferencias; Mr. Osborne declaró que ellas tendrían lugar en Arica, y no en otra parte. En consecuencia, la “Lackawana” y el “Chalaco” fondearon en este puerto. Antes de exponer lo tratado a bordo del buque americano, conviene tener conocimiento de las instrucciones que traían los delegados aliados. Los peruanos tenían las siguientes, precedidas de una larga exposición, de la que tomamos algunos párrafos: “Persuasivamente excitado por los Estados Unidos de América del Norte, después de la aceptación de Chile, a conferenciar con los representantes de éste acerca de la cesación de la guerra, no podíamos, ni debíamos negarnos a ellos, y acudimos ahora a dichas conferencias con la clara conciencia de nuestros derechos y la resolución inquebrantable de mantenerlo en todo campo y sin otro interés que la justicia. Objeto de todo género de ultrajes llevados hasta un extremo que parecían hacer imposible la civilización y el progreso alcanzado por los pueblos, necesitamos ciertamente dominar nuestra indignación y el legítimo deseo de castigar con nosotros mismos a sus autores. Podemos, sin embargo, hacerlo sin desdoro, y así lo ejecutamos. En consecuencia de las precedentes consideraciones y llamados V.V. S.S., a formular las demandas del Perú en las próximas conferencias, pedirán como base de un convenio de paz: 1º La desocupación inmediata del territorio del Perú y Bolivia, ocupado por Chile y la reposición de las cosas al estado en que se hallaban el 14 de febrero del año anterior. 2º La entrega de nuestras naves de guerra, el “Huáscar” y la “Pilcomayo”. 3º Indemnización de los daños causados por Chile, y de los gastos que nos ha ocasionado una guerra temerariamente injusta por su parte. Las instrucciones agregan, que si para llegar a un resultado, fuera necesario hacer concesiones, el límite de estas sería:
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La supresión de indemnizaciones por daños y gastos y la devolución de nuestros elementos de guerra en poder del enemigo; así como por el sostenimiento o arbitraje de la cuestión originaria entre Chile y Bolivia, pudiendo V.V. S.S., convenir en que las cosas queden en el estado en que se hallan; pero a condición inevitable de que el territorio ocupado sea devuelto, condición sin la cual ningún avenimiento es posible. En caso que tal exigencia no fuere satisfecha, o en el de que Chile formulase cualquiera otra, la de pago de gastos de la guerra, por ejemplo, cualquiera que fuese su monto, la declararán V.V. S.S., inaceptable y propondrán como medio de solucionar el problema en debate, el sometimiento de él a la decisión arbitral del Gobierno de los Estados Unidos de la América del Norte. Notas: la proposición de arbitraje, como medio de solución, debe ir precisamente acompañada de la designación del árbitro. Para evitar todo litigio en este orden, he llamado la atención de V.V. S.S., hacia la inolvidable necesidad de no enunciar la proposición de arbitraje sino acompañada de la designación del Gobierno de Estados Unidos. Es entendido que en caso de arbitramiento no será jamás por nuestra parte materia de él, ni en forma alguna, la adquisición por Chile de territorio nacional. Muy de preverse es que al iniciarse las negociaciones, se trate de la suspensión de hostilidades. V.V. S.S., no consentirán en la suspensión sino muy a pesar suyo y en caso extremo. La suspensión solo a nosotros puede dañar y tenemos perfecto derecho de oponernos a ella. Como los propósitos de Bolivia son iguales a estas disposiciones, los plenipotenciarios de nuestro aliado no discreparán en lo menor respecto a V.V. S.S., en las próximas conferencias. Adición a las instrucciones: En telegrama de 29 de octubre, el señor Pedro Calderón, Ministro de Relaciones del Perú reitera a los Delegados las siguientes informaciones: 1º Que propongan en primera oportunidad el arbitraje, designando al mismo tiempo como árbitro a la potencia mediadora, que da todas las garantías apetecibles de justicia en la sentencia que hubiere de pronunciar y de su puntual y estricta ejecución. 2º Propuesto el arbitraje (lo que parece inminente) tendrán muy particular cuidado de expresar que someten al árbitro la decisión de si debe o no haber indemnizaciones entre los aliados y Chile, y en supuesto de haberlo, quien debe pagarlo. El propósito de esta prevención en que no se entienda de modo alguno que lo que se somete en semejante materia al fallo arbitral, es si solo los aliados o uno de ellos deberán estar o no sujeto al indicado pago, dando por supuesto que Chile no lo esté en ningún evento.
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CAPITULO XIV. Las conferencias de Arica. El 26 de octubre de 1880 se abrieron las conferencias de Arica a bordo de la “Lackawana”, buque de guerra de los Estados Unidos, surto en las aguas de este puerto, después de muchos esfuerzos de los delegados aliados para obtener un lugar no ocupado por las armas de Chile, para sede de las reuniones. Presidió la asamblea Mr. Thomas A. Osborne, Ministro de los Estados Unidos en Chile, en compañía de los señores Isaac Christiancy, Ministro en Lima y el general Carlos A. Adams, Ministro en La Paz. El presidente de la Delegación Americana, nombra secretario intérprete al señor Carlos R. Rand. Concurren a esta asamblea los siguientes plenipotenciarios: Por parte de Chile, los señores José Francisco Vergara, Ministro de la Guerra en campaña; Eusebio Lillo y Eulogio Altamirano. Secretario, don Domingo Gana. Por parte del Perú: los señores Antonio Arenas y Aurelio García y García. Secretario don Mariano N. Valcárcel. Por Bolivia: El señor Mariano Baptista, secretario don J. Avelino Aramayo. No pudo asistir el otro delegado boliviano don Juan Crisóstomo Carrillo, víctima aún del mareo, pero concurrió a las sesiones siguientes. El señor Osborne abre la asamblea con un hermoso discurso de bienvenida y concordia; manifiesta que Estados Unidos tiene vivo interés por los tres países beligerantes, a los cuales desea que vuelvan a la vida normal de prosperidad y de trabajo; abriga la esperanza de que antes de cerrar las sesiones, se habrá establecido una paz honrosa y duradera. Agrega que los representantes americanos no tomarán parte alguna en las discusiones; las bases sobre las cuales pueda celebrarse la paz son materia exclusiva de los plenipotenciarios, pero se hallan dispuestos y deseosos de ayudar a los negociadores con su amistosa cooperación siempre que ella sea estimada necesaria. Termina con las siguientes palabras: “Os ruego, señores, os suplico que trabajéis con anhelo para consecución la paz; y espero, en nombre de mi Gobierno, que vuestros esfuerzos os conducirán a ese resultado”. Se procedió a la presentación y canje de los poderes, que se encuentran en forma. El señor Baptista presenta los del señor Carrillo, seriamente indispuesto por su permanencia en el mar. El señor Osborne abre la sesión y ofrece la palabra. El señor Altamirano.- En su nombre y en el de sus colegas se apresura a cumplir el primer encargo del Gobierno de Chile, manifestando que los nobles y desinteresados esfuerzos de los dignísimos representantes de la Unión Americana, para poner término a los sacrificios de la guerra, empeñaban la gratitud del Gobierno y del pueblo chileno.
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Viniendo a la grave cuestión del momento, manifestó que las circunstancias les imponían como deber indeclinable el procurar el desenlace inmediato, buscando el procedimiento más adecuado para alcanzar este fin, creyeron necesario agrupar en una minuta las proposiciones que según sus instrucciones deben formar la base del Tratado, a fin de que, considerándolas en conjunto, puedan los Excelentísimos Representantes del Perú y Bolivia, indicar si podrían abrir las discusiones sobre esa base. El señor Arenas.- Después de agradecer a Estados Unidos su patriótica actitud, entra de lleno a la cuestión. Cree como el Excelentísimo señor Altamirano que es necesario precisar los puntos discutibles y en este sentido acepta la forma propuesta para el procedimiento, que debe seguirse; pero es necesario tiempo para estudiar las bases presentes y ruega que se les acuerde el tiempo indispensable para estudiar el asunto ofreciendo por su parte avisar al Excelentísimo señor Osborne tan pronto como los plenipotenciarios estén expeditos para que se sirva citar a una nueva sesión. El señor Baptista.- Acepta la moción del señor Altamirano, que entendía que no era una simple minuta de cuestiones, sino una serie de proposiciones, porque solo así se facilitaría nuestra labor; y en este sentido, acepta por su parte el procedimiento. Antes de concluir, se convino en que el Excelentísimo señor Arenas indicaría por conducto del señor Osborne el día de la segunda reunión, una vez que se hubiera estudiado la minuta presentada por el Excelentísimo señor Altamirano, que se acordó insertar en el acta. MINUTA. Presentada por los plenipotenciarios chilenos: 1º Cesión a Chile de los territorios del Perú y Bolivia que se extienden al sur de la Quebrada de Camarones y al oeste de la línea que en la cordillera de los Andes separa al Perú y Bolivia hasta la Quebrada de la Chacarilla, y al oeste también de una línea que desde este punto se prolonga hasta tocar en la frontera argentina, pasando por el centro del lago Ascotán. 2º Pago a Chile por el Perú y Bolivia, solidariamente de la suma de veinte millones de pesos, de los cuales cuatro millones serán cubiertos al contado. 3º Devolución de las propiedades de que han sido despojados las empresas y ciudadanos chilenos en el Perú y Bolivia. 4º Devolución del transporte “Rimac”. 5º Abrogación del tratado secreto celebrado entre el Perú y Bolivia el año 1873; dejando al mismo tiempo sin valor, ni efecto alguno las gestiones practicadas para procurar una confederación entre ambas repúblicas. 6º Retención por parte de Chile de los territorios de Moquegua, Tacna y Arica, que ocupan las armas chilenas hasta tanto se hayan dado cumplimiento a las obligaciones a que se refieren las condiciones anteriores.
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7º Obligación por parte del Perú de no artillar el puerto de Arica cuando le sea entregado, ni en ningún tiempo y compromiso de que en lo sucesivo será puerto exclusivamente comercial. El señor Osborne convoca a segunda conferencia el 25 de octubre. Asiste la totalidad de los Delegados. Abierta la sesión a la 1 p.m., se lee y se aprueba el acta de la sesión anterior. El Excelentísimo señor Osborne consulta acerca de la forma en que debe firmarse el acta y se acuerda que la subscriban todos los plenipotenciarios y los tres representantes de los Estados Unidos. En consecuencia proceden a firmar cuatro ejemplares, de los cuales uno queda en la secretaria de los Excelentísimos Ministros mediadores, otro se destina a Bolivia, el tercero para Chile y el restante para el Perú. A continuación el Excelentísimo señor Arenas expresó que los representantes del Perú habían estudiado detenidamente el documento presentado por el Excelentísimo señor Altamirano, en el cual propone a nombre de su Gobierno las condiciones bajo las cuales puede obtenerse la paz; que prescindía de las palabras que sirven de título a ese documento, porque alguna de ellas aparece inconveniente, cree que ha sido empleada sin un designio preconcebido; que tampoco hará mención de los motivos que ha producido la guerra, ni de las razones que se han aducido para justificarla, porque una discusión sobre estos puntos sería estéril en la actualidad y alejaría los espíritus de la región serena en que debe tratarse la grave cuestión que ha dado lugar a la conferencia. Expresó el Excelentísimo señor Arenas que en cuanto a las bases presentadas por el Excelentísimo Plenipotenciario de Chile, le han causado una penosa impresión, porque cierra las puertas a toda discusión razonada y tranquila; que la primera de ellas, especialmente, es un obstáculo tan insuperable en el camino de las negociaciones pacíficas, que equivale a una intimación para no pasar adelante; que Chile ha obtenido ventajas en la presente guerra, ocupando militarmente, a consecuencia de ella, algunos territorios del Perú y Bolivia, sobre los cuales jamás alegó derecho de su parte; pero habiéndolos ocupado después de varios combates, hoy cree haberse convertido en dueño de ellos, y que su ocupación militar es un título de dominio; que tal doctrina fue ciertamente sostenida en otros tiempos y en lejanas regiones, pero en la América Española no ha sido invocada desde la Independencia hasta el día, por haberla considerado incompatible con las bases titulares de las instituciones republicanas, porque caducó bajo la acción poderosa del actual sistema político y porque es peligrosa en sumo grado para las repúblicas sudamericanas. Pasando de estas consideraciones generales, que se refieren a los intereses y al reposo de los Estados de esta parte de la América examina S. E., con relación al Perú, la primera de las bases de la paz formulada por Chile. La República peruana, dice, por sus ideas dominantes, por los principios que profesa y por los sentimientos que animan a todas sus clases sociales, es incapaz de consentir en que se le despoje de una parte de su territorio y menos aún del que constituye en la actualidad la fuente principal de su riqueza; que no desconoce que los estados, por carecer de un juez supremo que decida sus contiendas, regularmente las resuelve en los campos de batalla, exigiendo el
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vencedor que ha obtenido la victoria definitiva, el cual no existe en la presente guerra, que la parte vencida y sin medios para continuar resistiendo, ceda a las pretensiones que motivaron las hostilidades; que en el Perú están arraigadas estas ideas en la conciencia pública, siendo a la vez las que profesa y respeta la América republicana; y que por esto cree que, dadas las actuales condiciones de los beligerantes, una paz que tuviera por base la desmembración territorial y renacimiento del caduco derecho de conquista, sería una paz imposible, que aunque los plenipotenciarios peruanos la aceptaran y la ratificase su Gobierno, lo que no es permitido suponer, el sentimiento nacional la rechazaría, y la continuación de la guerra sería inevitable; que si se insiste en la primera base, presentándola como condición indeclinable para llegar a un acuerdo, la esperanza de la paz debe perderse por completo, viendo así esterilizados los esfuerzos que se hacen actualmente, y con perspectiva de nuevas y desastrosas hostilidades para los beligerantes; que finalmente, los representantes del Perú deploran este resultado, más que como patriotas, como americanos y como amigos sinceros de la humanidad, sin que sea imputable culpa alguna a ellos y su Gobierno, porque si fracasan las negociaciones, será por el influjo de ciertas pasiones que se han inflamado para presentar como necesarias la prosecución de una lucha de exterminio, cuyas consecuencias sino se miden hoy, se sufrirán mañana. El Excelentísimo señor Altamirano preguntó si alguno de los representantes de Bolivia tenía a bien agregar algo al discurso del Excelentísimo señor Arenas, a fin de que su respuesta comprendiese en conjunto las razones aducidas con los aliados. El Excelentísimo señor Baptista hizo presente que prefería oír la respuesta de alguno de los representantes de Chile al plenipotenciario del Perú que acaba de hablar, y que después haría la alegación que conviniese a los derechos de Bolivia. El Excelentísimo Altamirano expone: que no acierta a explicar la impresión que le ha causado el notable discurso del Excelentísimo señor Arenas. Es en parte impresión dolorosa, porque después de ese discurso toda esperanza de paz inmediata se ha perdido; pero es también en parte grata, porque se apresura a declararlo, hay en ese mismo discurso toda la claridad, toda la firmeza, toda la honrada franqueza que debe gastar el hombre de estado cuando trata del honor y del porvenir de su patria. Por su parte, agrega el Excelentísimo señor Altamirano, va también a manifestar la opinión de su Gobierno, perfectamente conforme con la de su país y procurará, imitando al Excelentísimo señor Arenas, expresar esa opinión con perfecta claridad y franqueza. Ante todo, declara que al redactar la minuta, ni él, ni sus colegas tuvieron el propósito de emplear palabra alguna que pudiera parecer inconveniente a los Excelentísimos Representantes del Perú y Bolivia, y pide que se tome nota de esta manifestación. Aquel fue un simple apunte, que, según la intención del primer momento, no estaba destinado a figurar entre los documentos de la conferencia. Hecha esta declaración que espera sea aceptada, se ocupará de la cuestión principal, como lo desea el Excelentísimo señor Baptista; y al hacerlo, no se apartará por consideración alguna del firme propósito de no contribuir a que el debate tome un giro
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inconveniente. Persiguiendo este fin, no recordará el origen y las causas de esta guerra; ello podría traer recuerdos y recriminaciones dolorosas, pero sí, deja constancia de que su Gobierno ha sostenido que no le son imputables los hechos que han puesto en armas a tres naciones que debían ser hermanas, y que hoy derraman a torrentes la más preciosa sangre de sus hijos. Aceptando como una necesidad dolorosa, Chile se lanzó a ella sin pensar en los sacrificios que le imponía; y por defender su derecho y el honor de su bandera, ha sacrificado a sus mejores hijos y gastado sin taza sus tesoros. En esta situación, su Gobierno ha aceptado con sinceridad la idea de poner término a la guerra, siempre que sea posible llegar a una paz sólida, reparadora de los sacrificios hechos, y que permita a Chile volver tranquilo al trabajo que es su vida. Su Gobierno cree que para dar a la paz estas condiciones, es indispensable avanzar la línea de frontera. Así procura compensar en parte los grandes sacrificios que el país ha hecho y asegurar la paz del porvenir. Esta exigencia es para el Gobierno de Chile, para el país y para los Plenipotenciarios que hablan en este momento en su nombre, indeclinable, porque es justa. Los territorios que se extienden al sur de Camarones, deben en su totalidad su desarrollo y su progreso actuales al trabajo chileno y al capital chileno. El desierto ha sido fecundizado con el sudor de los hombres de trabajo, antes de ser regado por la sangre de sus héroes. Retirar de Camarones la bandera y el poder de Chile, sería un abandono cobarde de millares de conciudadanos y renovar, reagravándola, la antigua e insostenible situación. El Excelentísimo señor Altamirano continúa diciendo que no se explica como ha podido afirmar el Excelentísimo señor Arenas que esta pretensión de Chile choca con los principios aceptados y con las prácticas establecidas. La historia de todas las guerras modernas contradicen a S. E., y en América los casos de rectificación de frontera son numerosos y pertenecen a la historia contemporánea. En la pretendida conquista de Chile solo hay una novedad, y es la de tratarse de territorios que, como lo decía hace un momento, deben lo que son al esfuerzo y al trabajo chilenos. Lo repito una vez más: Chile no puede sacar sus banderas de esos territorios. Los plenipotenciarios chilenos no pueden suscribir un pacto que eso ofreciera, y si los subscribieran, el Gobierno y el país le negarían su aprobación. El Excelentísimo señor Arenas no refutará punto por punto, según expresa, al Excelentísimo señor Altamirano, porque esa refutación sería estéril, puesto que a juzgar por el discurso que acaba de escuchar, Chile no ha de ceder de sus pretensiones. Puede haber, sin embargo, a juicio de S. E., un medio que, sin comprometer el porvenir, conduzca a la paz honrosa y permanente: cree que los pueblos de este continente tienen afinidades sociales y políticas, que los odios nacidos de la lucha del momento no han de ser eternos y de aquí deduce la necesidad de resolver esta cuestión con altura de miras y abnegación de sentimientos.
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El Excelentísimo señor Christiancy indicó: que así como los plenipotenciarios chilenos habían sometido a los del Perú y Bolivia ciertas proposiciones que han sido combatidas en esta conferencia, acaso podrían estos presentar a su vez una proposición o serie de proposiciones tendentes, en su concepto, a zanjar la controversia; podría quizás demostrarse por este medio que las diferencias no son tan irreconciliables como aparecen a primera vista, y que puede alcanzarse todavía un resultado que sea a la vez pacífico y favorable. El Excelentísimo señor Baptista dijo: las declaraciones categóricas del Excelentísimo señor Altamirano parecen cerrar el camino a la discusión. Estimo por otra parte, la franqueza y cortesía con que ha procedido. Procuraré mantenerme acorde con esa nobleza en las formas y claridad en el fondo de las ideas. Valga mi exposición cuando no como otra cosa, al menos como constancia de nuestras opiniones. Ella tendrá dos partes: la una será la expresión colectiva de nuestro voto; y la otra la apreciación individual mía. Los Plenipotenciarios de Bolivia nos hallamos en perfecta conformidad con las explícitas declaraciones del Excelentísimo señor Arenas sobre el punto fundamental de adquisición de territorio, se le llama avance, sesión, compensación o conquista; y así pensamos, inspirándonos en el origen y desenvolvimiento de la vida política de nuestra América. Obedecemos a ese su primer impulso que, hace 50 años, la ha lanzado en una pendiente marcada y hasta ahora incontrastable. Quizás hubo error en no obedecer estrictamente desde un principio la dirección que imponía a nuestros hombres públicos el sentido genuino del porvenir continental. Hijos de una madre común, refundidos en un mismo elemento de vida, formadas con la misma sangre, enlazados por el mismo culto, animados por esa fuerza de la metrópoli, única que salvó en sus decadencias el ayuntamiento; divididos a lo más, en secciones locales, parece que la expansión de la vida pública debiera haber sido entre nosotros más común, única de nuestra independencia, en que hemos obrado como una sola familia, sin distinción de pabellones, empujados por el Plata, confundidos en Chile, agrupados en una sola fuerza en el Alto y Bajo Perú. En la hora de liberación parece, pues, que nos debiéramos haber constituido en una grande autonomía, dividida seccionalmente, lejos de romperla con nacionalidades celosas que pudieran llegar a ser hostiles, merced a esas combinaciones artificiales. Así lo sintieron nuestros grandes hombres y desde luego se esforzaron por volvernos a nuestra primitiva fuente de expansión. Pero trataron de hacerlo desde Bolivia, por vía de declaraciones y decretos ineficaces, que no pasaron de ser para nuestra vida real otra cosa que simples aspiraciones. Pensaron entonces los hombres de previsión que las reacciones deseadas debieran buscarse por otros procedimientos más prácticos y más ajustados a estos grandes propósitos. Tratar de unir sucesiva y gradualmente nuestras diversas nacionalidades con el aliciente de sus mutuos intereses, llevarlas a unificar los económicos y los fiscales, avanzar sucesivamente por pactos que nos estrechen más y más, fueron el objeto y el deseo de todo pensamiento y de todo sentimiento verdaderamente americano. Así lo comprendió mi Gobierno y con ese fin trató de desenvolver su política nacional con el
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pacto de alianza que le une al pueblo peruano. Lástima es que lo inesperado y violento de los acontecimientos hubiese falseado el comentario natural y verdadero de ese Tratado. Intrínsecamente considerado, estudiado en su sentido propio, no es otra cosa que un primer acuerdo, una primera base de solidaridad americana. Significa paz en la frontera, estipulación abierta para que intervinieran todos a satisfacer esta primera necesidad. Se invitó a la República Argentina y en los consejos de mi país se creyó entonces mismo muy natural y muy asequible hacer igual invitación a la República Chilena. Otro movimiento que denota en ambas repúblicas el de Confederación tiene los mismos móviles y lleva a satisfacer los mismos deseos. Por eso hay en Bolivia dos partidos que por un momento se separaron en la cuestión de métodos y se acercaron por fin en rechazar toda acción tumultuaria, toda agitación plebiscitaria, y el diferir a la conciencia pública prudentemente investigada, al criterio de los vecindarios tranquilamente consultados, el estudio y la aceptación del nuevo proyecto, cuya deliberación debía arrancarse del medio bélico en que estamos colocados y llevársela con despacio y con estudio a su verdadero terreno que es el de la paz, no pudiendo ser por su propia naturaleza instrumento de guerra, sino prenda de conciliaciones sucesivas. Esto que digo no es una digresión, sino un antecedente necesario para la consideración que voy a emitir. Nos hallamos en un momento de crisis que nos lleva a desviarnos de estos precedentes especiales y de esa corriente histórica que debe modelar y caracterizar los rasgos propios de nuestra vida americana. Una gran desviación y única hasta ahora fue la del Paraguay, que ha ofuscado la conciencia pública y de algunos hombres de Estado. La América no podrá resistir quizás a un segundo y más extenso ejemplar. Oscilaría en sus caminos de un modo irremediable. No depositemos en su seno una causa perpetúa de malestar. No fijemos en la frontera de sus repúblicas poderes suspicaces y celosos que se estén espiando recíprocamente, la savia de los pueblos. La expansión propia nuestra a la que tenemos derecho, es la de la industria, la de la comunicación, la del capital fecundo, en los que se extenderá más el pueblo que tenga más poder. Vencidos y vencedores sufriríamos igualmente con un estado anormal que deja para los unos el sordo trabajo de desquite, y para los otros el experimentador y costoso de impedirlo. El comentario del Excelentísimo señor Altamirano, para fundar la necesidad de su primera proposición, quedaría satisfecha con ventaja con la investigación de otro medio que me permito indicar como simple consideración mía personal. Declaro francamente que debe reconocerse y aceptarse los efectos naturales del éxito. En el curso de esta campaña corren las ventajas de parte de Chile. Tomaríamos nuestras resoluciones en la serie y en el sentido de los acontecimientos bélicos ya consumados. Podría, pues, decirse que hay lugar a una indemnización a favor de Chile. Posea como prenda pretoria el territorio adquirido y búsquese medios equitativos que satisfagan con los productos fiscales de ese mismo territorio, las obligaciones que pudieran imputársenos. Este procedimiento resguardaría y garantizaría los intereses de todos y se complementaría con otros que asegurasen satisfactoriamente la propiedad y las industrias de Chile.
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Estamos en perfecto acuerdo con el Excelentísimo señor Arenas en reconocer y respetar la intención elevada que ha guiado el Excelentísimo señor Altamirano en la redacción de sus proposiciones. Con su leal explicación desaparece el sentido ambiguo de ciertas frases como aquella de “Condiciones esenciales que exige Chile” que a primera vista parecían oponerse al ingreso en una discusión libre entre los plenipotenciarios. Repito que no hay lugar a detenerse un momento más en el accidente. En resumen, no aceptamos la apropiación del territorio como un simple efecto de la acción bélica, cualquiera que sea el nombre que consagre ese apoderamiento. Pero espero aún que pueda presentarse un terreno de discusión donde tengan cabida los medios conciliatorios. El Excelentísimo señor Altamirano expone que se ve obligado a volver a la discusión porque no podía dejar pasar sin observación de su parte lo expuesto por el Excelentísimo señor Baptista. En su elocuente discurso defendiendo la política de los Gobiernos de su patria, E. S., ha presentado el tratado que en 1873 unió a Bolivia y al Perú en un propósito común como una manifestación franca y honrada del empeño que ponía Bolivia en acercar a estos pueblos, por desgracia hoy divididos, y que debían marchar unidos, si recordaran que fue el mismo su origen, que juntos hicieron la campaña de su Independencia y que es el mismo destino que les reserva el porvenir. Reconoce, agregó el Excelentísimo señor Altamirano, que al discurrir sobre el significado y alcance del tratado de 1873, el Excelentísimo señor Baptista ha evitado con asombrosa habilidad todos los escollos; pero S. E., le permitirá que sin calificar aquel acto de política internacional y sin recordar cual fue la intención que llevaba escondida entre sus líneas, alce aquí su protesta y vuelva a repetir con su Gobierno que en ese pacto está la justificación de la actitud de Chile y de sus exigencias. Por lo demás, se asocia con entusiasmo a las nobles y elevadas miras del Excelentísimo Plenipotenciario de Bolivia, cuando pide para estos países la unión que es la fuerza y en el porvenir la única fuente de su grandeza y responsabilidad ante el mundo. Pero hablando en presencia de americanos, no necesitan recordar los representantes de Chile cual ha sido el empeño de su Gobierno, y cuales y de que valor las ofrendas que ha llevado al altar de la unión y de la fraternidad americana; menos necesita hacer esos recuerdos delante de peruanos y bolivianos eminentes, que conocen la historia de su patria, porque son precisamente los que con sus actos han hecho esa historia. Pueden, pues, descansar tranquilos los representantes de Chile; no se acusará a su Gobierno, ni a su país de haber hecho política de odios, ni buscado su engrandecimiento en la ruina de los que llamaba hermanos. Las soluciones de este asunto no son infinitas. Acaso no hay más que dos: la indicada por Chile y la que ha tenido a bien sugerir el Excelentísimo señor Baptista. Si declaró por su parte el Plenipotenciario de Chile en la primera conferencia que la base propuesta era indeclinable, y lo repite ahora, fue porque su Gobierno considera que la segunda combinación es deficiente e inaceptable. Es bien triste, dice al concluir, tener
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que resistir a llamamientos como los que acaban de hacernos los Excelentísimos señores Arenas y Baptista; pero si el adelanto de la frontera es obstáculo insuperable para la paz, Chile no puede, no debe levantar ese obstáculo. El excelentísimo señor García y García hace presente que no habría pronunciado una sola palabra después de los brillantes conceptos emitidos por sus colegas, los Excelentísimos señores Arenas y Baptista, que todo lo explican y abarcan en defensa de los inconmutables derechos del Perú y Bolivia, si ciertas doctrinas que acaba de desarrollar el Excelentísimo señor Altamirano, no hicieran indispensable una rectificación que el prestigio de la América reclama y que, sacada de sus tradiciones, y de su historia, exhibe los sentimientos del Perú y su leal política internacional de todas sus épocas. Procurará al mismo tiempo S. E., desenvolver una idea ya enunciada, ofreciendo así la prenda más pura del espíritu recto con que han venido a estas conferencias. Que prestó mucha atención, continúa el Excelentísimo señor García y García, al discurso del Excelentísimo señor Osborne cuando en la sesión inaugural dijo: que el Gobierno de los Estados Unidos tenía hacia el mundo ciertas responsabilidades en relación con las repúblicas del nuevo continente, emanadas de los principios políticos y sistema de Gobierno, que con su ejemplo habían implantado aquellas y que por ninguna causa debían desacreditarse. Estas fraternales declaraciones tienen indudablemente su apoyo en el gran pensamiento lanzado, como notificación a la faz del universo por uno de los presidentes más ilustres de la Unión y llevado a la práctica hasta hoy por todos sus dignos sucesores. “América para los americanos”, dijo en ocasión solemne el Presidente Monroe; y al dar vida a esa inmortal sentencia, estableció las bases del nuevo derecho público americano que, matando toda esperanza de usurpación, alejó para siempre el nuevo continente a los señores del derecho divino, tan enseñados a la conquista como el medio más expedito para ensanchar sus territorios. De aquí que como la moral y el derecho son unos, los mismos para el de afuera que para el de casa, los derechos de soberanía territorial en América solamente pueden levantarse del espontáneo consentimiento de los Estados, sancionado por la aprobación de los respectivos pueblos. Si, por desgracia, estas prudentes máximas se violentasen o contrariaran, quedaría entonces esparcido el germen de luchas interminables que, a semejanza de las que con harta frecuencia se repiten en el viejo continente, obligarían a cada Estado, como lo ha dicho muy bien el Excelentísimo señor Baptista, al mantenimiento de esos grandes ejércitos y escuadras, guardianes insaciables de lo que por allá se ha dado en llamar la paz armada o equilibrio europeo, que no es otra cosa que la precaución que cada uno toma para no ser desmembrado o absorbido por su vecino. De la observación de tales principios americanos no hace méritos el Perú, ni han despertado en él por efecto de las contrariedades experimentadas en la actual lucha. Esa fue su moral invariable cuando provocado a una guerra temeraria en 1858, dominó con su entonces poderosa escuadra toda la costa e islas ecuatorianas y ocupó con su ejército la floreciente provincia de Guayaquil. Ocasión tentadora habría sido esta para un
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ambicioso. Nada más fácil que posesionarse de aquel rico apostadero de carena naval, que tan útil podía ser al Perú; pero antes que su interés se hallaba el respeto a la integridad territorial de las naciones constituidas al formarse la América Republicana; y ya se sabe, recuerda S. E., que después de satisfecho y dejando muchos bienes detrás de si, salió el Perú de estas playas sin llevar ni muestra de sus arenas. No le es posible tampoco al Excelentísimo señor García y García, según lo hace constar, pasar por alto uno de los fundamentos que el Excelentísimo señor Altamirano alega como título singular para el dominio que Chile pretende tener sobre los territorios de Tarapacá. Recuerda que el Excelentísimo señor Plenipotenciario de Chile sostuvo que siendo chilena la totalidad de la población de esa provincia, así como fueron chilenos los capitales y brazos que formaron sus industrias, es a ellos a quienes corresponde su posesión territorial. Prescinde S. E., de la extensión de totalidad que el Excelentísimo señor Altamirano ha dado a sus palabras, porque siendo totalmente contrarias a los hechos, no cree que pretenda sostenerla, ni haya abrigado esa intención; no silenciará, sin embargo, la expresión de su natural sorpresa que le ha causado oír tan extraño razonamiento a una persona, cuya ilustración y elevada talla política lo hacen una figura americana que siempre se ha complacido en admirar. Pero su sorpresa es mayor aún al contemplar que tales conceptos han sido vertidos en presencia de los tres Excelentísimos Ministros mediadores, cuyo gran país debe su desarrollo precisamente al capital y brazos extranjeros que día a día penetran en su suelo. Con cuanta hilaridad, exclama, no sería mirada en los círculos políticos de Washington la pretensión que enunciara el Canciller de Bismarck para anexar al imperio germánico algunos de los nuevos estados del oeste, cuya base de población es alemana, o que S. M., la Reina Victoria intentara con parecidos títulos, apropiarse de New York que cuenta en su seno con una gran masa de irlandeses. Traídos a la memoria los principios políticos de que ha hablado ligeramente y que son el único fundamento estable de la paz en América; hecha la mención histórica que acaba de recordar, y a la cual no acompaña otros datos de la misma índole por no extenderse demasiado, agrega que aplaude la rectitud de miras en que, como no ha podido dejar de suceder, abunda el Excelentísimo señor Baptista; pero, juzgando indispensable dar a esas ideas una forma por decirlo así tangible, que lleve a los hombres desapasionados que, contemplan a estas repúblicas el convencimiento de nuestra buena fe que satisfaga el decoro común, y oculte las exageraciones que sugieren los respectivos países, propone, que todos los puntos de esa diferencia, a que el Excelentísimo señor Baptista ha hecho alusión, y que se precisan en discusiones posteriores, sean sometidas al fallo arbitral e inapelable del Gobierno de los Estados Unidos de la América del Norte, pues a ese gran papel lo llama su alta moralidad, su posición en el continente, y el espíritu de concordia que revela por igual a favor de todos los países beligerantes aquí representados.
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El Excelentísimo señor Arenas agrega, por su parte, apoyando al Excelentísimo señor García, que el arbitraje que propone es la solución más práctica y decorosa a que puede llegarse, saliendo por este medio del sendero tortuoso a que han sido colocados estos países con motivo de la guerra. Suplica una vez más a los Excelentísimos señores Representantes de Chile que piensen y mediten sobre las funestas consecuencias de una determinación contraria. El Excelentísimo señor Vergara: no entra en su propósito, al hacer uso de la palabra, seguir al Excelentísimo señor García y García en las diversas consideraciones que ha expuesto en el discurso que se acaba de oír. Esto lo juzga enteramente innecesario, atendidos los términos en que está planteada la discusión. Sólo se ocupará de la proposición del arbitraje que se presenta al debate, para declarar perentoriamente, en nombre de su Gobierno y de sus colegas, que no la acepta en ninguna forma. Chile ha profesado una decidida predilección por este racional y equitativo procedimiento para resolver las cuestiones internacionales, tanto por considerarlo como el más conforme con las tendencias de la civilización moderna, cuanto porque es el que más conviene a sus propias tendencias. Testimonio de ello ha dado en todos sus desacuerdos con otras naciones y muy especialmente en la cuestión que ha traído la presente guerra. Antes de empuñar sus armas y de apelar a la fuerza, propuso reiteradas veces que se entregara a un árbitro la decisión de la desavenencia. Su voz no fue oída, y muy a su pesar se vio arrastrado a la guerra. Lanzado Chile en esta vía, que le ha impuesto enormes esfuerzos y sacrificios, ha conseguido colocarse con los triunfos respectivos de sus armas en la ventajosa posición que le permite exigir una paz que le garantice el porvenir y le compense los daños que ha recibido y los sacrificios que se ha impuesto. Así como ha corrido todos los riesgos de la guerra, exponiéndose a las desastrosas consecuencias de los reveses de la fortuna, así también debe aprovechar su incuestionable derecho para hacer valer las ventajas que le dan la prosperidad de los sucesos. Chile busca una paz estable, que consulte sus intereses presentes y futuros y que esté a la medida de los elementos y poder con que cuenta para obtenerla, de los trabajos ejecutados y de las fundadas esperanzas nacionales. Esa paz la negociará directamente con sus adversarios cuando éstos acepten las condiciones que estime necesarias a su seguridad, y no hay motivo ninguno que a obligara a entregar a otras manos, por muy honorables y seguras que sean, la decisión de sus destinos. Por estas razones, declara que rechaza el arbitraje propuesto. El Excelentísimo señor Lillo no había pensado tomar parte con su palabra en esta solemne conferencia; pero la proposición de arbitraje introducida por el Excelentísimo señor García y García, le obliga a faltar en su propósito. Cree de su deber asociarse de lleno al rechazo que de esa proposición ha hecho ya su honorable colega el señor Vergara. Acepta y comprende el arbitraje cuando se trata de evitar una guerra y es ese el camino más digno, más elevado, más en armonía con los principios de civilización y de
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fraternidad que deben tomar los pueblos cultos, principalmente los que por sus antecedentes y sus estrechas relaciones forman una sola familia; pero el arbitraje tuvo una hora oportuna, y esa por desgracia, ha pasado para las negociaciones de paz que hoy nos ocupan. El arbitraje después de la lucha y después de la victoria no puede ser una solución aceptable para Chile. ¿Qué iría a pedir al árbitro? ¿Qué estimase los sacrificios hechos por Chile en una guerra a que fue provocado? ¿Qué pusiese el precio a la sangre de sus hijos? ¿Qué calculase las indemnizaciones debidas a sus esfuerzos? ¿Qué fuese a prever todo lo que necesita en el porvenir para no encontrarse en la dolorosa situación de tener otra vez que tomar las armas en defensa de su tranquilidad y de sus derechos? Soluciones semejantes después de victorias costosas y sangrientas, solo puede y debe darlas la nación que ha consumado con fortuna tan grandes sacrificios: Se ha invocado por alguno de los Excelentísimos Plenipotenciarios de Bolivia la fraternidad americana y la necesidad de no hacer figurar en la solución de esta contienda antecedentes que puedan establecer en el derecho público de estos países la idea de conquista. Como el que más, acepta y aplaude las ideas de fraternidad invocadas; pero la guerra será más difícil en el porvenir a medida que los sacrificios que ella imponga, sean mayores para los que intenten provocarla. Chile no quiere ni consentirá jamás en establecer el derecho de conquista; lo que pide es la justa compensación de sus esfuerzos en esta fatal contienda; es la protección de poblaciones esencialmente chilenas, que no aceptarían el hecho de verse abandonadas cuando hoy viven y se desarrollan al amparo de su bandera. Las cesiones de territorio después de grandes ventajas obtenidas en la guerra, son un hecho que se ha reproducido con frecuencia en los tiempos modernos y en la América republicana. Las naciones que así obraron, no han tenido por qué arrepentirse, puesto que buscando justa compensación de sus esfuerzos, llevaron el progreso y la riqueza a las regiones que le fueron cedidas. El arbitraje, y el arbitraje en manos de la gran nación que es modelo de las instituciones republicanas, sería siempre aceptado por Chile con popular aplauso; pero pasó el momento oportuno y en estas circunstancias, el consentirlo sería para su país un acto de vacilación y de debilidad que nadie podía ya aceptar. Comprende que pudiera tomarse en cuenta la solución indicada por el Excelentísimo señor Baptista. Según ella, Chile fijaría su indemnización de guerra y sus condiciones, conservando los territorios que ocupan sus armas en el Perú, como prenda mientras obtenía la satisfacción de sus exigencias. Comprende, repite, esa solución; pero no es ella la que les imponen las instrucciones de su Gobierno; y aunque personalmente juzgue atendible esas indicaciones, tiene que mantenerse en el límite de las instrucciones recibidas. El Excelentísimo señor Carrillo: las graves y terminantes declaraciones que se han hecho sobre la principal de las proposiciones representadas, dejan casi extinguida la esperanza de una solución pacífica. Sin embargo, es tan grande la idea, tan grande el
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interés de las cuestiones sometidas a los acuerdos de esta respetable asamblea de plenipotenciarios, que considera indispensable ver si es posible aún encontrar una fórmula de solución aceptable, que si no fuese aceptada inmediatamente por ser inconciliable con las instrucciones recibidas, podría ser consultada por los Excelentísimos Plenipotenciarios a sus respectivos Gobiernos. Acaba de proponerse el arbitraje y en este medio altamente conciliatorio puede hallarse la solución de la paz. No podemos desconocer que las deliberaciones de la presente Asamblea llaman en estos momentos la atención del mundo civilizado. En ella se ha de decidir no solamente de la suerte y porvenir de tres repúblicas, sino también de los grandes intereses de la América; van a formularse las prácticas del nuevo derecho público sudamericano, que por lo especial de sus condiciones no puede menos que separarse de las doctrinas europeas. Allí las tradiciones de predominio, la diversidad y la tendencia de raza a su unificación, establecen la lucha permanente entre el pasado y el progreso. La Europa se halla todavía, a pesar de sus nobles aspiraciones, contenida en un círculo de hierro del cual no se desembarazará. Entre tanto, la América, formada de pueblos nacidos a la vida política por sus comunes esfuerzos, y establecidos bajo las mismas instituciones, no tiene otra tradición que el haber luchado contra la conquista y las dominaciones de la fuerza de que se ha apartado para siempre. Las guerras de preponderancia no tienen razón en ella y hasta las prácticas de la guerra tienen que ser menos desastrosas y crueles. Así los desacuerdos internacionales, por graves que sean entre pueblos ligados estrechamente por su origen y su común destino, deben con preferencia zanjarse por medios conciliatorios, como el arbitraje propuesto. El arbitraje, Excelentísimos señores, como solución honrosa es la suprema aspiración de las naciones y no hay cuestión delicada y difícil que no pueda llegar por este medio a la solución más satisfactoria. La única objeción que se ha propuesto contra el arbitraje consiste en que, en concepto del Excelentísimo señor Lillo, la República de Chile no puede permitir que la sangre de sus hijos y sus sacrificios sean tasados por un tercero. No hallo bastante solidez en este razonamiento. La palabra misma empleada, tasar la sangre, no es mi juicio la más propia. El juez árbitro en su alta imparcialidad apreciará las exigencias de la República de Chile, en atención a sus sacrificios, a la sangre derramada y a las ventajas obtenidas hasta aquí en su acción bélica. Si estas exigencias son justas, si la sangre derramada confiere derechos a un beligerante para alcanzar concesiones, si la seguridad de la paz demanda sacrificios de los otros estados hasta la modificación de sus fronteras internacionales y si todo esto es conforme con los derechos de la guerra, la potencia amiga constituida por la común confianza en tribunal arbitrario, lo decidirá así: su resolución consultará lo más equitativo y lo más conveniente al restablecimiento de la paz duradera. Si este precedente es digno para todos, no hay razón para dudar que el juez árbitro consideraría los intereses de Chile en el estado en que actualmente se halla la guerra. Esta decisión vendría de las altas regiones de la imparcialidad, sería la palabra
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serena, emanada de la justicia y traería consigo la conciliación y la verdadera paz, demasiado honrosa para Chile y aceptable sin humillación para las otras repúblicas. Si el arbitraje fuese adverso a los intereses de Bolivia y el Perú, si por este medio se declarase la necesidad de concesiones territoriales, las repúblicas aliadas aún en ese caso se resignarían a ello, en respeto a esta suprema justicia de las naciones. Por primera vez y después de una guerra de más de un año, demasiado prolongada para repúblicas nuevas que sacrifican su población y sus recursos, se ha invocado por una nación americana la voz de la razón en lugar de la fuerza, para resolver la cuestión del Pacífico. El único medio que queda es el arbitraje; con él pueden salvarse los intereses americanos y las instituciones republicanas. Del fondo de la Europa, donde frecuentemente cambian las fronteras internacionales en contradicción a los progresos del derecho, donde una raza o una potencia domina hoy a la otra para ser perturbada a su vez mañana; desde allí las más altas inteligencias, los pensadores más notables ven a la América como la verdadera patria del derecho, de la igualdad y de la fraternidad de los pueblos. Desde aquel continente viene la inmensa luz del progreso y de la justicia a realizarse sin obstáculo en la América. La República de Chile, que ha alcanzado antes que las demás un progreso notable, y que por lo mismo está llamada a ponerse al frente de este movimiento. ¿Introduciría en la política americana las prácticas que en la Europa se imponen por razones adversas al progreso? Recuerdo otro argumento opuesto al arbitraje: “que solo pudo ser aceptado antes de la guerra”. El arbitraje, Excelentísimos señores, que concilia toda diferencia aceptable en mi concepto al principio de la guerra para cortarla; en el curso de ella para hacer cesar sus estragos y hasta el fin de la lucha en honra del vencedor que tuviese la alta previsión de dejar la imposición de condiciones al arbitrio de una potencia neutral respetable. La victoria asegura entonces sus ventajas y la paz sin el odio del vencido. Por lo demás, el arbitraje internacional es distinto del que se emplea en cuestiones privadas. En estas, el juez se limita a resolver sobre la cuestión originaria, sin que se altere sus términos. Los desacuerdos internacionales se aprecian con toda amplitud y según el estado de las partes o de los beligerantes y conforme a los derechos que vienen de la guerra. La proposición de mi Excelentísimo colega, el señor Baptista, ha sido expresada como opinión particular; de mi parte la apoyo y me persuado que en obsequio de los grandes intereses internacionales, sería aprobada por el Gobierno de mi Patria. Así, la renuevo en esta forma: Statu quo de territorio ocupado por las fuerzas de Chile, mientras la decisión del Tribunal Arbitral propuesto sobre todos los desacuerdos. Solución franca y americana. Al concluir estas palabras, creo oportuno manifestar que cuando se ofreció en Bolivia la respetable mediación del Excelentísimo Gobierno de los Estados Unidos de América, mi Gobierno y la opinión nacional se persuadieron de que la paz era un hecho,
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porque esa mediación estaba acompañada de otra palabra: el arbitraje, que significa justicia y honra para todos sin humillación de nadie. En ese sentido y con una política franca han venido a estas conferencias los Plenipotenciarios bolivianos. El Excelentísimo señor Osborne: Le parece oportuno, así como a sus colegas, hacer constar aquí que el Gobierno de los Estados Unidos no busca los medios de hacerse árbitro en esta cuestión. El cumplimiento estricto de los deberes inherentes a tal cargo le ocasionaría mucho trabajo y molestias, y aunque no duda que su Gobierno consentiría en asumir el cargo en caso de que le fuese debidamente ofrecido, sin embargo, conviene se entienda distintamente que sus representantes no solicitan tal referencia. El Excelentísimo señor Altamirano expone que después del brillante alegato que acaba de hacer el Excelentísimo señor Carrillo a favor del arbitraje, propuesto por el Excelentísimo señor García y García, tiene que molestar a la Conferencia una vez más con sus palabras. Resistir a una indicación de arbitraje, negarse a aceptar un juez tan altamente colocado y tan noblemente inspirado como el Gobierno de los Estados Unidos, es muy doloroso para él y sus colegas, y lo será indudablemente para su Gobierno. Es preciso, pues, dejar bien establecido que el arbitraje es la bandera que Chile ha levantado siempre en sus cuestiones internacionales y sobre todo es indispensable recordar que para evitar esta guerra sangrienta, ofreció también apelar a los jueces antes que a la espada. Entonces era el momento; y es bien deplorable que no se hubiese aceptado. Según el Excelentísimo señor Carrillo, si esta conferencia terminara aceptando el arbitraje, se daría un día de gloria a América, e inauguraría para el porvenir una política culta, elevada y noble. El Excelentísimo señor Altamirano piensa como S. E., tratándose de levantar el arbitraje a medio único y obligatorio para dirimir diferencias entre naciones; pero si en el caso actual fuera aceptado por los Plenipotenciarios de Chile, serían justamente acusados y justamente condenados en su país como reos de abandono de deberes y casi de traición a los más claros derechos e intereses de su patria. Apoya, pues, calurosamente a sus colegas en el rechazo que han hecho de la indicación del Excelentísimo señor García y García, y como esto dejaría la palabra si no tuviera que dirigir una sola al mismo señor García y García. Rechazando indignado en nombre de la civilización el derecho de conquista invocado por Chile, S. E., ha recordado que el Perú victorioso en Guayaquil se retiró sin llevar ni el polvo de sus arenas y dejando el recuerdo de muchos beneficios. El señor Altamirano no quiere hacer un curso de historia, porque no quiere contribuir por su parte a que cambie el tono, hasta ahora tranquilo y digno de estas discusiones; pero si lo hiciera, podría encontrar ejemplos y rectificación de fronteras en la misma línea que separa al Perú del Ecuador; pero esto es inútil, y a nada conduciría después de las declaraciones hechas.
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El Excelentísimo señor Osborne pregunta si alguna otra persona quiere hacer uso de la palabra, y no habiendo ningún señor que hiciera uso de ella, indica que aplaza la conferencia para el 27, a las 12 p.m., y levanta la sesión a las 4 p.m. La tercera conferencia tiene lugar en la fecha y hora antes indicada. Asisten todos los delegados. Se lee y aprueba el acta de la sesión anterior. El Excelentísimo señor Osborne manifiesta en seguida que está dispuesto a escuchar las sugestiones que se crea conveniente hacer. Se dirige después a cada uno de los Excelentísimos Plenipotenciarios chilenos, preguntándoles si tenían algo que exponer con relación a la materia que se ha discutido. Los Excelentísimos Plenipotenciarios de Chile manifestaron que conformándose a sus instrucciones, no les era posible hacer modificación alguna en la base formulada. El Excelentísimo señor Osborne invita en seguida a cada uno de los Excelentísimos Plenipotenciarios del Perú a que expongan si lo estiman conveniente sus ideas sobre el asunto. Los Excelentísimos Plenipotenciarios del Perú declaran en respuesta que insistiendo Chile en la subsistencia de la primera condición y no habiendo aceptado el arbitraje propuesto por ellos, no les era lícito seguir en el examen de las otras bases; que todas las puertas les han sido cerradas, haciendo necesario la continuación de la guerra, y que la responsabilidad de sus consecuencias no pesará sobre el Perú, que ha indicado un medio decoroso de llegar a la paz. El Excelentísimo Osborne invita a su vez a los Excelentísimos Plenipotenciarios de Bolivia a que hagan conocer sus ideas, y éstos exponen que por su parte consideran clara y definida la situación. Hay una condición, la primera presentada por los Excelentísimos Plenipotenciarios de Chile como indeclinable, que los aliados no pueden aceptar; hay otra indicación, la del arbitraje, sugerida por los Excelentísimos Plenipotenciarios de las repúblicas aliadas y rechazada por los de Chile; y hay, por último, una tercera que ha sido propuesta aisladamente por los representantes de Bolivia y que tampoco ha sido acogida. Consideran, en vista de este resultado, que la negociación ha llegado a su término, y lamentan que la situación política de los respectivos países no haya permitido arribar a un acuerdo común. El Excelentísimo señor Osborne declara que él y sus colegas deploran profundamente que la conferencia no haya dado resultados pacíficos y reconciliadores que se tuvieron en vista, y juzgan que la misma impresión causará en el Gobierno y pueblo de los Estados Unidos, cuando allí se tenga noticia de que la amistosa mediación de los Estados Unidos ha sido infructuosa. Con lo que se declaró cerrada la conferencia; en fe de lo cual firmaron.- J. F. Vergara.- E. Altamirano.- Eusebio Lillo.- M. Baptista.- Juan C. Carrillo.- Antonio Arenas.- Aurelio García y García.- Tomás A. Osborne.- I. P. Christiancy.- Charles Adams.- Domingo Gana.- Secretario de los Plenipotenciarios de Chile.- J. Avelino Aramayo.- Secretario de la Delegación Boliviana.- M. N. Valcárcel.- Secretario de los Plenipotenciarios del Perú.- Carlos F. Rand.- Secretario intérprete de los mediadores. ______________________________
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CAPITULO XV. La nación en armas. El Ministro de la Guerra en campaña se constituye en Tacna, el 10 de octubre, en un edificio espacioso de la calle de Zela. Una bandera azul con estrellas blancas indica la ubicación de esta importante oficina militar. El General envía un ayudante a dar la bienvenida al señor Ministro y poco después pasa a saludarlo personalmente. La conferencia se desarrolla en un ambiente de correcta etiqueta, y la conversación se reduce a las banalidades de una primera entrevista. Al día siguiente, el señor Vergara, acompañado de don Eusebio Lillo, se traslada al Cuartel General, a tratar de los asuntos relativos a la expedición. Antes de entrar al terreno del trabajo, Vergara manifiesta a Baquedano, que viene animado del mejor espíritu y entusiasmo para dar cima a la nueva campaña, olvidándose las antiguas diferencias. El General, con su carácter llano y leal, contesta al Ministro: Usted Ministro; yo, General en Jefe; lo pasado, pasado. Y cumplió su palabra, concretándose al alistamiento del ejército, única facultad que le deja el Gobierno, sin darse por entendido del cercenamiento de otras facultades inherentes a su puesto, encomendadas ahora al Ministro de la Guerra en campaña. La Intendencia General del Ejército obra con entera independencia del Comando Supremo; así mismo el Servicio de Sanidad, el de transportes, el de correos y telégrafos, etc., etc. El señor Ministro había comunicado por telégrafo la creación de las nuevas divisiones por decreto supremo de 29 de agosto de 1880; el Cuartel General se apresuró a dar cumplimiento a la orden, agrupando los cuerpos en campamentos apropiados a los efectivos de las unidades recientemente creadas. ORGANIZACIÓN DEL EJÉRCITO. I División. Comandante, General de División don José Antonio Villagrán. Jefe de Estado Mayor, coronel don Gregorio Urrutia. 1ª Brigada de Infantería. Jefe, capitán de navío don Patricio Lynch.
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Cuerpos: Regimientos 2º de línea, Atacama, Talca y Colchagua; y batallón Quillota. 2ª Brigada de Infantería. Jefe, Coronel don José Domingo Amunátegui. Cuerpos: Regimientos 4º de línea, Chacabuco, Coquimbo y batallón Melipilla. Caballería Divisionaria. Regimiento Granaderos a caballo, comandante don Tomás Yávar. Artillería Divisionaria. Comandante, teniente coronel don José de la Cruz Salvo. Dos brigadas, una de campaña y otra de montaña, con 30 cañones y 3 ametralladoras. II División. Jefe, General de Brigada don Emilio Sotomayor. Jefe de Estado Mayor, teniente coronel don Baldomero Dublé Almeida. 1ª Brigada de Infantería. Jefe, coronel don José Francisco Gana. Cuerpos: Regimientos Buin 1º de línea, Esmeralda y Chillán. 2ª Brigada de Infantería. Jefe, coronel don Orosimbo Barboza. Cuerpos: Regimientos 3º de línea, Lautaro y Curicó y batallón Victoria. Caballería Divisionaria. Regimiento Cazadores a caballo, comandante don Pedro Soto Aguilar. Artillería Divisionaria. Comandante, teniente coronel don José María 2º Novoa. Dos brigadas, una de campaña y otra de montaña con 26 cañones y 3 ametralladoras.
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III División. Jefe, coronel don Pedro Lagos. Jefe de Estado Mayor, teniente coronel don José Eustaquio Gorostiaga. 1ª Brigada de Infantería. Jefe, teniente coronel don Martiniano Urriola. Cuerpos: Regimientos de línea Zapadores y Aconcagua y batallón Navales. 2ª Brigada de Infantería. Jefe, teniente coronel don Francisco Barceló. Cuerpos: Regimientos de línea Santiago, Valparaíso y Concepción; batallones Búlnes, Valdivia y Caupolicán. Caballería Divisionaria. Regimiento Carabineros de Yungay, comandante don Manuel Búlnes. Artillería Divisionaria. Comandante, el teniente coronel don Carlos Wood. Dos brigadas, una de campaña y otra de montaña con 24 cañones y 2 ametralladoras. El Comando Supremo da estricto cumplimiento a la orden gubernativa; pero este orden no fue el de batalla en Chorrillos y Miraflores. En Lurín, el Orden de batalla constó de tres Divisiones y una Reserva; además, se agruparon los dos regimientos de artillería en una sola masa, bajo la dirección única del coronel don José Velázquez, comandante general del arma. El mismo decreto de 29 de septiembre, organizó los demás servicios, en esta forma: Estado Mayor General. El personal del Estado Mayor General del Ejército de Operaciones, constará de un jefe, un ayudante, secretario general, seis primeros ayudantes y doce segundos. El jefe del Estado Mayor General será de la clase de general o coronel; el ayudante general, de la de coronel o teniente coronel; los primeros ayudantes, de teniente coronel o sargento mayor; y los segundos de la clase de capitán hasta la de subteniente inclusive.
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Cada División del Ejército tendrá un Estado Mayor, compuesto de un jefe, un ayudante general, tres primeros ayudantes y tres segundos. El jefe del Estado Mayor Divisionario tendrá rango de coronel o teniente coronel; el ayudante general el de teniente coronel o sargento mayor; los tres primeros, el de sargento mayor o capitán; y los tres segundos, el de capitán, teniente o subteniente. Los jefes de Estado Mayor Divisionario debían ser nombrados por el Presidente de la República, a propuesta de los jefes de ellos; y los ayudantes, a propuesta del jefe de Estado Mayor respectivo. Jefes Divisionarios. Los jefes de división tenían cinco ayudantes de campo de la clase de coronel a teniente inclusive. Los jefes de brigada, dos ayudantes de campo de la clase de sargento mayor a subteniente. Como se ve, el General en Jefe carecía de injerencia en estos nombramientos. Otros servicios. Cada división tenía para su servicio: Un jefe de parque. Un comandante de bagajes. Un intendente proveedor. El general en jefe quedaba facultado para asignar el personal de empleados del jefe del Parque y del Comandante de bagajes, sometiéndose los nombramientos a la aprobación suprema. La Intendencia General designaba al Intendente proveedor fijando la dotación de los empleados de su dependencia y remuneración que debían gozar. El Parque General quedó con el siguiente personal: Un jefe de la clase de coronel o teniente coronel; dos sargentos mayores; dos capitanes; dos tenientes y dos alféreces. El General quedaba facultado para algunos nombramientos, sujetos a la aprobación del Gobierno, o sea, del Ministro de la Guerra en campaña. En cambio, el Intendente General extendía nombramientos y fijaba sueldos a su arbitrio. El General en Jefe, antes de proveer la enorme cantidad de jefes y ayudantes de los servicios enunciados, hubo de pasar al ministerio la siguiente nota, para evitar la escasez de oficiales que se produciría en los cuerpos, ya diezmados por los rigores de la campaña: “Señor Ministro de la Guerra Nº 194.- Tacna, 20 de octubre de 1880. Por el decreto de organización del ejército se conceden cinco ayudantes de campo a cada jefe de división, dos a cada jefe de brigada y se aumenta el número de ayudantes del Estado Mayor General.
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Y se da a cada uno de los Estados Mayores divisionarios un jefe y siete ayudantes. Habrá, además, un parque general que dará ocupación a 9 oficiales. No son, pues, menos de cincuenta los jefes y oficiales que van a emplearse en los nuevos destinos creados por aquel decreto, y si V. S. tiene en cuenta que hay cuatro jefes de brigada que van a dejar vacantes en los cuerpos que mandan, comprenderá que nos vamos a hallar en serios conflictos para encontrar el considerable número de jefes y oficiales que se necesitan para llenar todos esos puestos. Lo que va a suceder, sin duda, es que se sacarán de los cuerpos muchos jefes y oficiales para ayudantes de campo y Estado Mayor; pero eso salva una dificultad creando otra, cual es la de dejar en esos cuerpos muchas vacantes que no será tan fácil llenar. En esta situación, me permito llamar la atención de V. S., sobre el particular e insinuarle la idea de que si no convendría reducir un poco el número de ayudantes de campo de los jefes de división y de los Estados Mayores particulares. Cualquiera reducción que se acordara sería importante, porque salvaría alguna parte, a lo menos, de una dificultad que me parece grave. Me apresuro a someter este asunto a la consideración de V. S., porque ya el decreto de mi referencia ha principiado a tener aplicación.- Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano. No era acertada la intromisión del señor Ministro en los servicios técnicos del ejército. Las guarniciones de Tacna, Iquique, Antofagasta y centro de Chile, continuaron disciplinándose en sus respectivos cantones, para acudir, en caso necesario, a reforzar el ejército de operaciones en cualquier quebranto. El ejército de la Frontera, declarado en campaña, a consecuencia de las incursiones de los indios, azuzados por algunos caciques indómitos y por comerciantes inescrupulosos que aprovechaban la revuelta, para realizar ganancias usurarias, realizó una labor pesada e intensa y tan útil como la del ejército de operaciones. La declaratoria de guerra al Perú y Bolivia exigió el relevo de los cuerpos de línea que custodiaban la frontera, por guardia nacional movilizada, o que aumentó la soberbia de las tribus levantiscas, en acecho siempre de oportunidad para sus depredaciones. Abandonaron, sucesivamente, las líneas de fuertes, los batallones Buin 1º de línea, comandante don Luís José Ortiz; 2º de línea, comandante don Eleuterio Ramírez; 3º, comandante, don Ricardo Castro; una brigada de Zapadores, comandante don Ricardo Santa Cruz; Granaderos a caballo, comandante don Tomás Yávar; Cazadores a caballo, comandante don Feliciano Echeverría; y una compañía del regimiento de artillería, capitán don Lorenzo Herrera. El Cuerpo de Ingenieros Militares destacó al teatro de la guerra a los mayores señores Arístides Martínez, Baldomero Dublé Almeyda y Francisco Javier Zelaya; al capitán don Juan de Dios León y al teniente don Enrique Munizaga. Fueron destinados a las fortificaciones de la costa los tenientes coroneles señores Tomás Walton y Benjamín Viel, y el sargento mayor don Raimundo Ancieta.
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La Guardia Nacional movilizada cubrió las líneas de la Alta y Baja Frontera, en el siguiente: ORDEN DE BATALLA. Comandante en Jefe.- Varios distinguidos jefes desempeñaron el Comando Superior de la Frontera, en especial, antes de la toma de Lima, el coronel don Cornelio Saavedra; y después, el coronel don Gregorio Urrutia. Ayudantes de Campo.- Sargento mayor don Felipe Urizar Gárfias; tenientes don Ismael Guzmán y don Enrique Muñoz Godoy. Jefe de Estado Mayor General.- Teniente coronel don Manuel M. Ruminot. Ayudantes.- Sargento mayor don Manuel Romero H.; capitanes señores José Santos Lavín, Manuel Larraín, Juan N. Ossa; tenientes señores Jacinto Muñoz, Roberto Urizar C., Juan Alberto Arce C., y Luís Sarratea. Cuerpos. Batallón Angol. Coronel, don Alejandro Larenas. Sargento mayor, don Wenceslao Cuitiño. Capitanes ayudantes, señores Manuel Emilio Arís y Félix Antonio Carvacho. Capitanes, señores Juan Grant, Alberto Larenas, Pedro Filemón Zapata y Elizaldo Guzmán. Abanderado, don Alejandro Santander. Tenientes, señores Santiago García, José Tomás Arriagada, Juan Eudomilio Godoy y Daniel 2º Sepúlveda. Subtenientes, señores José Antonio Morales, Francisco Peña, Amador Candía, Armando Terán y Luís Zilleruelo. Batallón Bío Bío. Comandante, teniente coronel don José Manuel Garzo. Sargento Mayor, don Gumecindo Soto. Capitanes ayudantes, señores Temístocles Castro, Próspero García y Juan Buenaventura Yáñez. Capitanes, señores Telésforo Carrillo, Santiago Scott, Adrián Vargas, Francisco Bascuñán V., Rafael Ordóñez y Domingo Vicuña. Tenientes, señores Pedro León Oyarzún, Alejandro Ugarte, Marcos Riveros, Fidel Acuña y Eleodoro Ugarte.
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Subtenientes, señores José del Carmen Cáceres, Ibon S. Many, Olegario Parada, Alberto Muñoz T., Julio Videla, Sebastián G. 2º Quezada, Víctor Antonio Arce, Ricardo Roas, José Luís González, Manuel Aldunate N., y Rodolfo Zorrilla. Batallón Ñuble. Comandante, teniente coronel don Manuel Contreras Solar. Sargento Mayor, don Luís Enrique Gómez. Capitanes ayudantes, don Carlos Dañín y Rafael Contreras. Capitanes señores Polidoro Saenz, Julián Hernández, Filamir Lagos Soto y Antonio Elías Poblete. Tenientes, señores Pascual B. Pérez, Santiago La Fuente y Rubén Bustos. Subtenientes, señores Miguel A. Casanueva, José Mercedes Palma, Abelardo Acuña, José del P. Urrejola, Moisés Hernández, Ramón Lira, Pedro Valdebenito, Abraham Contreras y Enrique C. Reyes. Batallón Arauco. Comandante, teniente coronel don Daniel García Videla. Sargento Mayor, don José Faustino Monsalves. Capitanes ayudantes, señores Santos Altamirano y Mardoqueo Fernández. Capitanes, señores Juan Harriet, José Antonio Monsalves y Liborio Ruiz. Tenientes, señores Lizardo Oñate, Francisco de la Guarda, Filemón Orellana C., y José de la Luz Echeverría. Subtenientes, señores Pablo Carrasco, José Román Ossa, Juan de Dios Despott, Milciades Lucar, José Miguel Huerta, Luís Urrutia M., Emilio Vivanco, Lincoln Garín, Abraham Acuña y Benjamín Vizcarra Donoso. Escuadrón Carabineros de Angol. Comandante, teniente coronel don Emilio Donoso. Sargento Mayor, don Bernardo Muñoz Vargas. Capitán ayudante, don Darío Espinosa. Porta estandarte, don Amador Marín. Capitán, don Domingo A. Rodríguez J. Tenientes, señores Enrique Riveros M., y Eladio Sepúlveda. Alféreces, señores Alberto Barros O., Nemecio Sánchez, Joel Caravantes y Samuel Vargas. Escuadrón General Cruz. Comandante, teniente coronel don Rafael Vargas.
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Sargento mayor, don Nicomedes Gacitúa. Capitán ayudante, don A. Ramírez Herrera. Capitanes, señores Rafael Salcedo e Idilio Zúñiga. Tenientes, señores José I. Méndez y Roque Hernández. Alféreces, señores Rogelio Pezoa, Roque 2º Fernández y Emilio Jiménez. Efectivos. Batallón Angol………………………………… Batallón Bío Bío………………………………. Batallón Ñuble…………………………………. Batallón Arauco……………………………….. Escuadrón Carabineros de Angol……………… Escuadrón General Cruz……………………….. Total………………………….
529.410.602.571.180.217.2.562 plazas.
Chile hizo un esfuerzo gigantesco para poner sobre las armas alrededor de 45.000 hombres, a que ascendían los cuerpos activos, armados, equipados y con la instrucción suficiente para entrar en combate. Quedaba todavía la Guardia Nacional sedentaria, que se adiestraba con entusiasmo en las armas, para el caso que hubiera de movilizarse, como ocurrió en algunas ocasiones. Un telegrama del Gobierno ordenaba movilizar algunas compañías; antes de veinticuatro horas salían a campaña. La Guardia Nacional sedentaria constaba, a fines de diciembre de 1880, de 67 cuerpos de las tres armas, con la siguiente dotación: Jefes………………………….. 77.Capitanes…………………….. 167.Ayudantes mayores………….. 59.Tenientes…………………….. 233.Subtenientes…………………. 346.Sargentos Primeros…………… 220.Sargentos Segundos…………… 950.Cabos Primeros……………….. 981.Cabos Segundos……………… 1.006.Tambores y cornetas………….. 243.Soldados……………………… 15.381.Total……… 18.781.Los sedentarios ardían por ser llamados al servicio de actividad. A consecuencia de algunos rumores de amenaza, por parte del general Flores, comandante de la VI División Boliviana, por el lado de San Pedro, el coronel Arriagada,
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comandante general de armas de Antofagasta, moviliza por telégrafo dos compañías del batallón cívico Caracoles. Al día siguiente salen a la frontera, 250 hombres de este cuerpo, al mando de su comandante teniente coronel don Enrique Villegas Encalada, camino de San Pedro de Atacama. El señor Ministro llegó a Tacna con aparatoso séquito de militares y civiles. Figuraban entre los primeros, el general don Marcos 2º Maturana, jefe de Estado Mayor General, su secretario el teniente coronel don Adolfo Silva Vergara, y el ayudante coronel graduado don José Antonio Bustamante; el general don Cornelio Saavedra, inspector delegado del ejército; y los siguientes jefes de unidades: De la I División, general don José Antonio Villagrán; de la 1ª Brigada, capitán de navío don Patricio Lynch; de la II División, general don Emilio Sotomayor; de la 1ª Brigada, coronel don José Francisco Gana. Formaban la lista civil, los señores Isidoro Errázuriz, secretario del Ministro; Eulogio Altamirano, secretario del general en jefe; Adolfo Guerrero, auditor de guerra; y Joaquín Godoy, plenipotenciario, a los que siguen después varios otros, con empleos creados, ad hoc. Figuraban también en la comitiva los corresponsales de diarios, con permiso especial del Gobierno, señores Eduardo Hempel, de El Ferrocarril; Daniel Riquelme, de El Heraldo; y Eloy T. Caviedes, de El Mercurio. La situación era violenta; el cielo estaba cargado de nubes y la atmósfera saturada de electricidad. Era voz general en el ejército que el Ministro traía al general Villagrán para ocupar el Comando Supremo, por la exoneración de Baquedano. El negro Espejo, que daba esa noche una función de títeres, caracterizó la situación, con esa picardía bonachona de nuestro pueblo. El teatro, o sea la enorme bodega del ferrocarril, se hacía estrecho para la numerosa concurrencia; figuraban en primera fila los recién llegados. La función mereció nutridos aplausos; el negro estuvo en su cuerda, con gracia no muy cruda para los chistes. Al final, desfilan varias columnas de monos de palo, en traje militar, con profusión de plumas, galones y entorchados. ¿Señor?, pregunta Federico, ¿qué significan tantos entorches? Esos entorches, Federico, son los dragoneantes... ¿Dragoneantes a qué, don Cristóbal? A general en jefe, Federico. Silencio general. Aparecen después varios grupos de civiles con los consabidos sombreros cucalones. Nuevas preguntas de Federico, que exclama asombrado: Señor don Cristóbal, ¿y tantos caballeros? Esos tantos caballeros, Federico, son cucalones. Ya lo veo, señor...
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Es decir, los futuros vencedores de Lima y Callao, que se llevarán la gloria de la campaña y la riqueza de Tarapacá. Silencio absoluto; nadie respira. Por fortuna, don Eusebio Lillo estaba presente; hombre de talento, sin pretensiones, ni vanidades, suelta una sonora carcajada. La risa se hace general y termina alegremente una situación embarazosa. El negro Espejo, hombre padecido, escurre el bulto y va a rematar en la misma noche a Calientes, último campamento del ejército, al pie de la cordillera. Al día siguiente, los cantones estuvieron de gran fiesta, con el reconocimiento de los jefes, oficiales y sargentos en sus nuevos grados, cuyos ascensos había pedido el General y reclamado los despachos con tenacidad sin conseguirlos. Las alegres dianas se sucedían en los campamentos, y ese contento era obra del señor Ministro que había traído los despachos. El ejército se dedicó a ultimar los preparativos de marcha, gozoso de la reconciliación de las dos cabezas dirigentes. Así se apresuraría la salida de la expedición, sueño dorado de las tropas desde la captura de Arica. Pero la procesión andaba por dentro. El Gobierno había nombrado secretario del general en jefe, al distinguido hombre don Eulogio Altamirano, sin tener siquiera la cortesía de consultar al general, ya que se trataba de un puesto de confianza. Como consecuencia, el señor Vergara llama a don Máximo R. Lira, titular del empleo, y le comunica la orden de regresar a Chile, por haber sido reemplazado. Baquedano manifestó que su secretario permanecería a su lado; a esto se unió que el caballeroso Altamirano significara al Ministro que no era correcto desempeñar este puesto de confianza contra la voluntad del General. Lira queda en su puesto; Altamirano recibe el nombramiento de secretario general del ejército, lo que le permite continuar en el norte, para bien del país, pues en unión de Lillo, mantenía la paz entre el Ministerio y el Cuartel General. El señor Vergara tenía una antigua enemistad con el comandante don Diego Dublé Almeyda, desde el tiempo en que aquél desempeñaba la comandancia general de caballería. El diario Los Tiempos de Santiago, editado por los hermanos Arteaga Alemparte, publicó un artículo que dejaba mal parada la competencia militar del coronel Vergara. Este llama a Dublé para preguntarle si era el autor de la comunicación; el comandante responde que no, pero que está perfectamente de acuerdo con las ideas desarrolladas en la publicación. Pocos días después de la llegada del señor Vergara, tiene lugar en el Hotel San Carlos una comida íntima de jefes caracterizados. A la hora del champagne se brinda por el éxito de la próxima campaña, por el general en jefe, por el ejército, etc., etc. Dublé Almeyda, en un fogoso discurso, saluda a la institución militar, cuyas glorias alcanzadas en brillantes acciones de guerra, nadie podrá arrebatarlas.
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El señor Ministro cree ver una alusión en su juicio sobre la batalla de Tacna; llama a Dublé y le ordena marchar al sur a disposición del Supremo Gobierno. La orden no pudo cumplirse, porque necesitaba el consentimiento del General, que se negó a otorgarlo. El decreto de 29 de septiembre distribuyó la artillería en las divisiones, bajo las órdenes directas de los comandos divisionarios; la maestranza, que formaba parte del regimiento Nº 2, fue anexada al Parque General; creó otra maestranza para el ejército, que existió únicamente en el papel. Con esta medida, el coronel Velázquez, quedaba sin artillería, ni maestranza. El cargo estaba demás; el coronel, en cesantía, debía regresar a Chile. El General ordena que las brigadas de artillería divisionaria dependan siempre de la Comandancia General del arma en su régimen interno; y la orden del día 11 de diciembre dispone que la maestranza quede separada del Parque General y puesta nuevamente a disposición de la Comandancia General de Artillería, dado el desbarajuste que origina la disposición del Ministerio de la Guerra. Los ataques a Lira, Dublé Almeyda y Velázquez, eran golpes encubiertos contra el General en Jefe, de quien, estos caballeros gozaban de su confianza. El Ministro se contuvo, debido a la sana intervención de los señores Lillo y Altamirano, que anteponían el bien de la patria a las miserias del amor propio, o antipatías personales. La tregua trajo positivos bienes al alistamiento de la campaña, pues el señor Vergara tenía altas cualidades de trabajador infatigable, de organizador activo y tesonero. Comunicaba su entusiasmo a cuantos le rodeaban y les hacía trabajar con decisión y empeño. Eso sí, en segundo término; un sol único resplandecía en el sistema planetario del norte; a su alrededor, solo giraban satélites. El Ministerio toma la buena medida de llamar a Arica al Intendente General del Ejército, don Vicente Dávila Larraín, que había surtido ya al ejército de víveres, municiones, equipo, etc., para llenar con creces las necesidades de la campaña; y organizado la flota de transportes, capaz de conducir al ejército con todas sus impedimentas. En la página siguiente publicamos el cuadro de transportes concentrados en Arica: Quedaban por reorganizar dos servicios: el Parque General y el Bagaje. El Ministerio encomienda al Estado Mayor General la elaboración de un plan completo de reorganización de ambos servicios, en reemplazo de la organización existente. El Ministerio quiere un servicio completo, basado en los últimos adelantos de los ejércitos europeos. El general Maturana cumple su cometido al pie de la letra; presenta un proyecto interesante, para ser llevado a cabo paulatinamente en tiempo de paz, por exigir numeroso personal y elementos con los cuales no podría contarse en los momentos actuales.
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El Parque General propuesto constaba de tres parques divisionarios y uno de reserva. Aseguraba a cada soldado una provisión de cien tiros en la canana, cien en el parque divisionario y cien en la reserva. Su movilización requería 200 monturas, 336 arneses para carros, 960 aparejos de carga, 84 carros, 336 mulas para id., 960 mulas de carga, 100 id., de silla, 100 caballos mansos y 79 mulas de repuesto. El personal pertenecía al ejército activo, con la correspondiente dotación de jefes y oficiales. Cuerpo de Bagaje. El personal pertenecía también al ejército. El material se dividía en tres secciones divisionarias y una reserva, comprendiendo: 44 estanques para agua, 50 carretones, 804 barriles, 376 arneses, 652 aparejos, 100 sillas de montar, 652 mulas de carga, 376 id., para carretones, 50 id., de silla, 145 id., de repuesto, 50 caballos. Resumiendo, ambos proyectos exigían 150 caballos y 2.698 mulas y un enorme tren, imposible de fabricar a última hora, sin contar con la gente que había de extraerse de las filas activas del ejército. El Ministerio queda encantado con la belleza de ambos proyectos, que pasan al señor General para su aprobación, quien los reduce a sus justos límites por falta de personal y material. Desde luego, ordena que el servicio continúe como hasta entonces, con arrieros; fijó en 1.000 la dotación de acémilas con un repuesto de 200, que quedaría en Arica. Continuó a la cabeza del Bagaje el comandante don Francisco Bascuñán Álvarez; como segundo, el capitán don Segundo Fajardo, con 7 empleados, 17 capataces y 226 arrieros, lo que hace un total de 252 plazas, que fueron las que entraron en acción. De esta manera se economizaron jefes, oficiales y tropa, necesarias en las filas. El teniente coronel don Raimundo Ancieta fue nombrado jefe del Parque, con un ayudante, tres jefes y seis oficiales para los tres parques de las Divisiones. Los demás empleados continuaron siendo capataces y arrieros. Ambas reparticiones funcionaron correctamente, a lo pobre, sin el excesivo tren de jefes y oficiales que demandaba la aparatosa reforma a la europea, ordenada por el señor Ministro, propia del tiempo de paz y de una lenta educación del personal.
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CAPITULO XVI. En la Escuadra. El Ministro de Guerra llama al puerto de Arica al almirante Riveros, para acordar con él la movilización del ejército por la vía marítima. La escuadra permanecía durante siete meses frente al Callao, sufriendo los rigores de un clima infernal, cuyas variaciones de temperatura diaria influían poderosamente en la salud de los equipajes. La mezquindad del Gobierno para atender debidamente a la marina, imponía a las tripulaciones sacrificios innecesarios hasta llegar el caso de servir las guardias nocturnas con camisa de lienzo. Largos ocho meses habían transcurrido desde la notificación del bloqueo -10 de abril- luchando día y noche contra las arteras asechanzas del enemigo. Ello no importaba mucho a nuestros esforzados marinos; lo que dolía era la falta de buena alimentación para reponer las fuerzas agotadas por el excesivo trabajo. La carne fresca y las verduras figuraban en el rancho allá por la llegada de un transporte carbonero. El almirante pide en reiteradas notas, víveres frescos; la comunicación del 26 de julio de 1880, es angustiosa. Tiene existencia apenas para ocho días y solicita que se le envíen siquiera quincenalmente. Las tripulaciones permanecen en constante actividad, en especial de noche; el enemigo procura juzgar alguna mala pasada a los bloqueadores, tan pronto se presente la oportunidad. El comandante Lynch, de regreso de su expedición, pasa frente al Callao, a dejar a la “O’Higgins” y al “Isluga”, que recibe el nombre de “Caupolicán”. El 30 de septiembre llega el “Huáscar” a reforzar la división bloqueadora; el 3 de octubre zarpa el “Amazonas” a cruzar las aguas colombianas. El almirante recibe el 7 de octubre una nota del señor Ministro de la Guerra en campaña, en que le ordena dirigirse a Arica con todas las naves a sus órdenes, dejando únicamente el “Huáscar” y la “Pilcomayo” para mantener el bloqueo. El mismo día 7 parten rumbo a Arica la “O’Higgins” y el “Angamos”; el 8 la “Pilcomayo”, “Magallanes” y transportes “Barnard Castle” y “Santa Lucía”. El primero de éstos lleva en cubierta el vaporcito traído por el “Carlos Roberto”, ahora innecesario; y el segundo remolca al “Gaviota” y “Caupolicán”, que prestaron después muy útiles servicios en el remolque de lanchas. El almirante reemplaza a la “Pilcomayo” con el “Cochrane”, para servir el bloqueo, con el “Huáscar”, los torpederos “Fresia”, “Guacolda”, “Colocolo” y “Tucapel”; y los vaporcitos armados “Toro” y “Lautaro”, antes “Princesa Luisa”. El almirante toma la determinación de dejar al “Cochrane” en lugar de la “Pilcomayo”, porque este buque y el “Huáscar” constituían una fuerza bloqueadora
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deficiente, para mantener encerrada a la “Unión” y los cuatro transportes peruanos armados en guerra y listos para hacerse a la mar. Además, un golpe feliz contra el monitor, importaba la pérdida total de toda la escuadrilla; también los buques bloqueadores abastecían de agua a los transportes y a la guarnición de la isla de San Lorenzo, aprovisionamiento que el “Huáscar” y la “Pilcomayo” no podían llenar. El almirante zarpa en la noche del 8 con el “Blanco”; navega a vista de costa, por si divisa a la división Lynch. Durante el comando de Latorre, la “Pilcomayo” hunde un brulote, disfrazado de inocente balandra; el “Toltén” cañonea una lancha que avanza entre aguas; tocada por un proyectil hace explosión con horroroso estruendo. Antes de su partida, el almirante ordena al “Huáscar” disparar contra la dársena y batería de a mil, operación que se suspende al tercer disparo por la rotura de los pernos que sujetan los ajustes de la cureña y el tope en uno de ellos. Este accidente ocurrió también en Valparaíso, en los ejercicios de prueba y sin embargo el buque zarpó para el Callao, sin remediarse la falla. La gente de a bordo ejecutó las reparaciones necesarias en el “Huáscar”; colocó dos cañones de a 70, de largo alcance en la “O’Higgins”; varó y limpió los fondos a la “Fresia”. El excesivo trabajo, el cambio de estación y la carestía de víveres frescos quebrantan la salud de la tripulación y se produce un notable aumento en la enfermería. El “Blanco” fondea en Arica. El 15 de noviembre el almirante recibe orden de trasladarse a Iquique y proceder en dicho puerto a la limpia de los fondos del blindado. ¿Por qué el señor Ministro aleja al almirante de la base de operaciones? Sencillamente, para tomar el mando de la escuadra. El Ministro se dirige a Pisco con la primera división. Desde este puerto llama al “Cochrane” y lo reemplaza con la “Chacabuco” que lleva escasa dotación de municiones y pólvora, y que carece de condensadores suficientes para surtir de agua a los buques pequeños de la división y a la guarnición de la artillería de marina, destacada en la isla de San Lorenzo. El “Matías Cousiño”, con víveres para la escuadra y pólvora y proyectiles para la “Chacabuco”, en viaje de Valparaíso al Callao, fondea en Arica; el Almirante le ordena por telégrafo desde Iquique, que transborde algunos artículos al pontón “Valdivia” y siga directo al Callao. El Ministro da contraorden y el transporte recibe un batallón y se dirige a Pisco. El señor Vergara se substituye al Almirante; envía a la “O’Higgins” al norte y llama a la “Pilcomayo”, fondeada en Iquique al lado del “Blanco”, a tomar órdenes en Arica. Todo este movimiento de naves se hace sin conocimiento del Almirante, y sin siquiera notificarle, por cortesía. Ordena al jefe subrogante de la escuadrilla bloqueadora del Callao, capitán Viel, el bombardeo de la dársena en donde se refugia la “Unión”, porque ha sabido que ese
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buque se alista para un crucero en demanda de transportes con tropas, muchos de los cuales navegan sin escolta. Encarece la necesidad de inutilizar a la corbeta enemiga o a lo menos, impedirle la salida. El señor Ministro desarrolla con actividad sus disposiciones náuticas: El 2 de diciembre envía desde Pisco al Callao, a la “Magallanes”, al transporte “Matías” y al remolcador “Gaviota”; y devuelve a Arica a los vapores “Chile” y “Huanay”, con el velero “Humberto I” a remolque. Conocida por el Almirante la orden de bombardear la dársena del Callao, envía al señor Vergara un plano de la bahía con las explicaciones consiguientes. Explicando el plano, expone el señor Riveros que la posición de los buques peruanos es inexpugnable a los ataques de artillería y torpedos, pues se encuentran defendidos, de aquella, por una doble muralla de piedra reforzada con otra de sacos de tierra, que los cubre hasta medio palo, y de éstos, por una serie de palizadas, boyas y otros obstáculos que los hacen inaccesibles para aquellos, que no conocen los canales que conducen a la dársena. “Por estas circunstancias, termina el señor almirante su nota de 10 de diciembre, y por la experiencia adquirida en las diversas veces que se ha disparado, el que subscribe espera bien poco de los ataques que últimamente se ha ordenado hacer sobre la escuadra bloqueadora y cree que ello contribuirá al descrédito de la marina y de la oficialidad, pues el público solo atribuye a torpeza o ignorancia lo que es debido puramente a la causa que dejo indicada. Así, El Ferrocarril, uno de los diarios más nombrados de la República, en su número 7.808, no trepidó en calificar la falta de éxito de nuestros torpedos, “únicamente a la absoluta falta de estudio y pericia que requiere el manejo de estos instrumentos de terror y destrucción, produciendo con esto un desaliento, muy justificado, en los oficiales que desde años atrás y sin estímulo alguno, se han dedicado al estudio de esta arma, pues ven que lejos de recibir los aplausos de sus compatriotas, única recompensa a que hasta ahora han aspirado, se ven obligados a soportar su censura, tanto más odiosa, cuanto más injusta”. Con el objeto de evitar, pues, que en el ánimo del Gobierno se produzca un efecto semejante, con la ineficacia de los ataques que se han hecho y los que nuevamente se han ordenado hacer, me apresuro a remitir a V. S., el plano a que hago referencia, con la esperanza de conseguir lo que dejo dicho”. El señor Almirante recibe orden de volver a Arica; apenas fondeado, tanto para evitar alguna catástrofe en la armada, como para conservar incólume la dignidad del cargo, pasa al señor Ministro la siguiente comunicación: Arica, diciembre 10 de 1880. Señor Ministro: Con esta fecha elevo una solicitud al Supremo Gobierno haciendo renuncia del mando de la escuadra, a causa del mal estado de mi salud. Como esa solicitud, para ser tramitada convenientemente, demorará mucho tiempo, lo que será en perjuicio de mi salud, solicito de V. S., que se sirva otorgarme el
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permiso correspondiente para poder marcharme en el vapor de la carrera que pasa mañana para el Sur. Dios guarde a V. S.- Galvarino Riveros. El Ministro no se atrevió a cargar con la responsabilidad de permitir el alejamiento del Almirante, en circunstancias que en cuatro días más, partiría de Arica el convoy más numeroso que jamás surcara las aguas del Pacífico, operación que requería un jefe experto y prestigioso. Tercian como intermediarios los señores Lillo y Altamirano. El Almirante, patriota y abnegado, suspende su viaje al sur, pero con la expresa declaración que él era el jefe de la armada, único responsable ante la ley, el Gobierno y el país, por lo cual no consideraba lícita ninguna extraña intromisión en el servicio interno de la escuadra, privativa de su alto puesto. Mientras ocurren en Arica tales incidencias, se desarrollan en el Callao operaciones de importancia dignas de mención. Casi todas las noches se cruzan balas entre las lanchas de ronda enemigas. Los peruanos buscan oportunidad de echar a pique algunas de nuestras naves, especialmente al “Huáscar”, al que tenían ley, como vulgarmente se dice. Las torpederas chilenas tampoco permanecen a la defensiva; en muchas ocasiones se acercan a la dársena y a los muelles. Ocurren entonces crudos combates nocturnos. Con motivo de la partida al Sur del “Cochrane”, queda de jefe de bahía el comandante don Oscar Viel, comandante de la “Chacabuco”. Tiene a sus órdenes al “Huáscar” y la “Magallanes”, los vaporcitos “Toro” y “Princesa Luisa”; y las lanchas “Fresia”, “Guacolda”, “Colocolo” y “Tucapel”. Estas dos últimas llegaron el 12 de octubre, convoyadas por el transporte “Pisagua”; pero, (causa pena decirlo) llegan peladas, como simples lanchas de carga. No se les ocurrió a las autoridades de Valparaíso armarlas en guerra y enviarlas listas para el combate. El Comando, con las maestranzas de a bordo y la dotación de ingenieros y mecánicos, las ponen en estado de servicio, con personal y material extraído de los demás buques. Al amanecer del 5 de diciembre, la “Fresia”, comandante teniente primero don Álvaro Bianchi Tupper, y la “Guacolda”, teniente segundo don Recaredo Amengual, se ocultan tras el dique, en acecho de las torpederas de ronda enemigas que, en su crucero entre la dársena y la Punta, pasan cercanas al dique. Tienen orden de vigilar la salida de buques enemigos, perseguirlos y hacer señales de anuncio; no deben buscar combate, pero, si, defenderse. Los comandantes quedan en libertad de acción para casos imprevistos. El mayor de órdenes del Callao, capitán de navío don Emilio Díaz, al despachar las rondas, recomienda al jefe de ellas, teniente primero don Antonio Gimeno, la vigilancia de las cercanías del dique, pues había notado que los chilenos se acercaban hacia ese punto, deslizándose por entre los buques de guerra fondeados en la bahía. El “Arno” sale a su ronda, acompañado de la lancha torpedo “Resguardo”. El vaporcito “Arno” tiene un cañón de a cuarenta, de retrocarga; otro de a 32, dos ametralladoras y 150 hombres de tripulación.
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Lo comanda el teniente 1º don Antonio Gimeno, con dos oficiales, el alférez de navío don Juan Francisco Balta y el aspirante don Ernesto Flores. El “Arno” divisa a las lanchas chilenas a las 5 a.m., y se va sobre ellas, rompiendo fuego de cañón; pero al notar el botalón de las embarcaciones enemigas que avanzan, se retira vivamente al abrigo de los fuertes. La artillería de tierra entra en acción, a la vez que las guarniciones hacen descarga sobre la “Fresia” y “Guacolda”, que retroceden ante la viveza del fuego enemigo. El “Arno” y el “Resguardo” inician la caza, en unión de las torpederas “Urcos” y “Capitanía”. Viran la “Fresia” y la “Guacolda”, reforzadas a la vez por la “Colocolo” y “Tucapel”, que acuden al combate. El espantoso cañoneo de tierra aumenta en intensidad al acercarse el “Huáscar” y la “Pilcomayo” a sostener a las lanchas. Los fuertes de tierra silencian sus cañones para rectificar las alzas; minutos después una lluvia de bombas de grueso calibre cae alrededor del monitor, sobre el que se concentra la zaña enemiga. El corresponsal de un diario limeño dice al respecto: “Los proyectiles de los cañones de la dársena obtuvieron un gran alcance. Algunos pasaron sobre el monitor enemigo. Ya no hay tiros cortos. Dos disparos de cañones de a mil, de la batería de la Punta, cayeron cerca del “Huáscar”. Los artilleros peruanos ofuscados por el ardor del combate, no se preocupan de las naves neutrales. Una granada pasa sobre la “Garibaldi”, que inmediatamente despliega el velamen; otra roza al “Hussard”; una tercera cae por la proa de la “Lackawana”, y la “Ariadna”, alemana, abandona el fondeadero. En lo más recio de la pelea, una granada de a cuarenta del “Arno”, perfora, de babor a estribor la popa de la “Fresia”; estalla y destruye parte de la lancha, cortando los guardines del timón y los cables eléctricos de los torpedos de costado; pide remolque a la “Guacolda”, pero se corta la espía. Bianchi trabaja con calma; antes de recibir una segunda espía, desconecta el timón de proa y alista el de popa para manejarlo con la caña de respeto. La lucha sigue recia hasta las 7:30 de la mañana. El “Arno” con sus lanchas gana la dársena; las nuestras se repliegan a la “Chacabuco”, a donde la “Fresia” transborda sus bajas; el aspirante don Juan A. Morel herido a bala, en estado agónico; el capitán de altos Juan Cárdenas, herido grave; y el timonel Adolfo Muñoz, muerto por los casos de la granada. Terminada esta faena, la “Fresia”, gravemente averiada, se dirige al fondeadero de San Lorenzo a vararse o sumergirse en poco fondo. Como hace mucho agua, el teniente Bianchi tapa con estopa y masilla las pequeñas vías y con coyes y colchones las aberturas de entrada y salida de la granada. Pero el agua sube; se arrojan al mar la cocina, el carbón y demás pesos inútiles; la embarcación pierde el gobierno y la máquina deja de funcionar. El comandante hace
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apagar los fuegos y abrir las válvulas, para evitar la explosión; el “Toro” le da remolque y le pasa cabos por los fondos para sostenerla. Las demás lanchas acuden y la aclaran de cuanto objeto portátil pueden transbordar; salvan así la ametralladora con sus útiles, los rifles y proyectiles, torpedos, baterías eléctricas, galvanómetros y demás objetos de utilidad. Las bandas no son bastante resistentes y la lancha se hunde en el fondeadero, en diez brazas de agua, llevando consigo al aprendiz mecánico, bajado a cerrar una vía de agua. El Comandante en Jefe ordena sumario al fiscal, capitán de corbeta graduado don Carlos E. Moraga. Este funcionario resume la vista en los siguientes términos: “Está perfectamente comprobado que la porta torpedos “Fresia” se hundió por efecto de una granada que el enemigo consiguió alojar en su casco y que ésta es una de tantas contingencias de la guerra en que estamos empeñados, y que debe esperarse, atendido el servicio tan cerca de las fuerzas enemigas que hacen estas embarcaciones. Está así mismo bien probado, que el comandante Bianchi Tupper cumplió hasta el último instante su deber, ordenando y manejándose en su embarcación como un oficial experimentado, valeroso y muy experto, pues fue el último que abandonó su buque y cuando no tenía ya nada sobre la superficie del agua”. Los trabajos para reflotar a la “Fresia” principian inmediatamente y con todo éxito, pues en la noche del 22 se consigue sacarla a flote. Achicada convenientemente, se encuentra la máquina en buen estado, el caldero en su puesto, la hélice y timón sin daño alguno. Refaccionados los departamentos interiores y reemplazadas las planchas averiadas por la granada, la “Fresia” entra al servicio 10 días después. Las demás naves no reciben perjuicio en el material, ni bajas en el personal. El “Huáscar” efectuó 10 disparos con los cañones de la torre; con carga común siete, tres con carga reforzada y cinco con los cañones de cuarenta libras. El “Arno” sufrió algunas averías, tuvo cuatro heridos, dos de ellos muy graves. Consumió los siguientes proyectiles: 30 con el cañón de a 40. 30 con el de a 32. 10 tarros de metralla. 6 tarros de prestón. Orden de batalla de la porta torpedos “Fresia”. Comandante, teniente primero don Álvaro Bianchi Tupper. Aspirante, don Juan A. Morel L., muerto. Ingeniero 2º, don Juan de la Cruz Vial. Aspirantes mecánicos, señores Juan Hanckock, muerto y Liborio Moreno. Capitanes de altos, Natalio Ramírez y Juan Cárdenas, herido.
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Timonel, Adolfo Núñez, muerto. Marinero 1º, Toribio Salazar. Marineros 2º, Alejo González y José González. Fogonero 1º, Juan Ávalos. Fogoneros 2º., Pedro García, José Valdés y Zenón Cárcamo. Soldados, José M. Campillay, José D. Veas, Marcelino Bascuñán y Santos Núñez. Nota: El ingeniero don Juan de la Cruz Vial fue recomendado especialmente en el parte oficial. El Gobierno ordena que el “Angamos” bombardee constantemente la dársena, para herir a la “Unión”, o a lo menos para estorbar sus preparativos de viaje, que al decir del Gobierno, era inminente. Recibida la orden por el comandante Viel, jefe del bloqueo, dispone que el “Angamos” de cumplimiento desde el día siguiente, disparando 10 a 12 tiros diarios. El buque se acompaña de la “Pilcomayo”, cuyo comandante don Carlos E. Moraga, de alta fama artillera, pasaría al crucero a dirigir el fuego. La “Chacabuco” llevaría el control del tiro, cuyos resultados anunciaría en esta forma: Buen tiro: Bandera al tope mayor. Tiro corto: Bandera al tope de trinquete. Tiro largo: Bandera al tope de trinquete y de mayor. Invisibilidad del proyectil: Ninguna señal. Si saliesen los buques enemigos, se retiraría el “Angamos” fuera del alcance de sus fuegos, para atraerlos fuera del círculo de acción de los tiros de las fortalezas. El comandante del “Angamos”, don Luís A. Lynch, toma colocación de combate el 9 a la una y media de la tarde, y dispara contra la dársena con su cañón de largo alcance. Envía doce granadas y trece el día siguiente 10; el capitán Moraga apunta personalmente la pieza. Al tercer día, continúa el bombardeo, en buenas condiciones; al cuarto disparo los comandantes Lynch y Moraga notan que el “Atahualpa” sale de la dársena, con dos lanchas a los costados y dos a popa, a interrumpir las faenas del “Angamos”. Moraga se dirige a la “Pilcomayo” y rompe los fuegos. El teniente 2º artillero del “Huáscar”, don Tomás Pérez, había ido al crucero con el objeto de inspeccionar el cañón, los proyectiles y espoletas, para averiguar por qué reventaban algunas granadas, apenas salidas del cañón. El teniente Pérez ocupa el puesto de Moraga, y al segundo disparo, que fue magnífico, la pieza desaparece, dividida en dos trozos: uno arrojado adelante cae al agua, a 50 metros del buque, sin causar daño alguno; el otro, la culata del cañón, corre hacia atrás, y mata al teniente Pérez, al timonel Juan de la Cruz Fagurto y causa 13 contusos y sollamados leves. Esta parte choca con la plancha de la compresa, que dobla y quiebra; sale por el costado, dejando una abertura de dos metros de largo por un metro setenta centímetro de ancho.
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El cañón estaba cargado con una granada Pallicer, de las venidas de Europa, con carga de noventa libras de pólvora; la bala cayó al lado del “Atahualpa” y en la cureña, intacta, queda únicamente el anillo de los muñones. La vida de la pieza alcanzó a 321 tiros, 271 disparados en Chile, y 50 en Inglaterra. El “Huáscar” y la “Pilcomayo” entraron en combate seguidos de la “Chacabuco”, “Toro” y “Lautaro”. El primero hizo 18 disparos con los cañones de la torre y uno con el de 40 libras de estribor. La cañonera disparó a su vez: Cañones de 70 libras CC. Tiros con carga máxima…………………. Tiros con carga ordinaria………………… Granadas doble…………………………… Granadas Pallicer………………………… Granadas, comunes………………………
23. 21. 1. 11. 32.
Cañones de cuarenta libras C.C. Cargas ordinarias………………………… 14. Granadas comunes……………………….. 14. Cañón de a 6 libras C.C. Cargas ordinarias………………………… 9. Granadas comunes………………………. 9. Ametralladoras………………………….. 56. No hubo novedad en el resto del personal ni en el material. El comandante Viel, tan pronto como ocurre el accidente, nombra una comisión encargada de su estudio. El accidente ocurrido al “Angamos” estaba previsto. El técnico de la casa Armstrong, constructora del cañón, don Nataniel Slater, vino a Chile a pedido de nuestro Gobierno, a revisar todos los cañones de este tipo adquiridos para nuestra marina. Después de una prolija inspección, el señor ingeniero encontró que el grano del oído se encontraba en mal estado; que el cañón podía hacer unos 8 disparos más, sin peligro, pero que después no era prudente hacerlo, por temor a consecuencias desgraciadas. El Gobierno tenía conocimiento del defecto del oído, cuyas impresiones en caucho había remitido el Almirante; conoció el informe de Mr. Slater, pero nada se hizo,
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por las necesidades del servicio urgente, y por la ignorancia de los Ministros civiles de marina que prestaban poca atención a las repetidas reclamaciones del señor Riveros, a quien consideraban demasiado meticuloso como si los principios científicos admitieran componendas o demora. En el bombardeo del 10 de mayo, se notó que la pieza del oído se había deteriorado notablemente por los grandes escapes de gas que por ahí desahogaba el cañón. Se pidió repuesto con urgencia; pero la pieza no llegó hasta el día del accidente. Los proyectiles fabricados en Valparaíso, granadas comunes con espoleta Peetman, resultaron de mala calidad. Cada vez que el “Blanco”, “Pilcomayo” y “Angamos” usaron estos proyectiles para los nuevos cañones Elwicks, de último sistema, los resultados dejaron mucho que desear. Nuestra industria no estaba capacitada para la fabricación de tales proyectiles, y era economía mal entendida construirlos en el país. Los civiles creían fácil cosa hacer balas; para eso bastaban las fundiciones nacionales. El platillo destinado a dar movimiento giratorio al proyectil, se desprendía a pocos metros de la salida de la boca del cañón, debido en gran parte a la mala aleación de la masa metálica. La mala dirección impresa a los proyectiles, acusaba poca homogeneidad en el peso y densidad de la masa, cualidades estas muy difíciles de obtener en el país por la falta de elementos y de instrumentos para cerciorarse si el metal está igualmente repartido alrededor del eje del proyectil. Estos defectos hacen perder todas sus ventajas a los nuevos cañones, pues disminuye su alcance y trayectoria y la mala dirección del proyectil les hace inferiores a los antiguos. La responsabilidad de la poca eficiencia de los bombardeos caía sobre los jefes y oficiales de marina; se había dotado a los buques de piezas modernas, última palabra en la materia, y sin embargo, no se obtenía el provecho apetecido. El público y la prensa clamaban contra tal contrasentido; la marina permanecía muda por patriotismo. Nuestras lanchas usaban torpedos Mac Ewy. Como la dotación encargada a Europa bastaba apenas para contingencias muy contadas, el almirante solicitó se renovara el pedido; y que en tanto se fabricaran en Valparaíso 25 del tipo A, y 100 del tipo B, cuyos diseños y modelos se enviaron oportunamente. Estos aparatos podían emplearse en las lanchas como torpedos de costado, que no necesitan ser de doble efecto por no poderse aplicar por el choque. De esta manera quedarían reservados los torpedos Mac Ewy, para botalones de proa solamente, en donde se aprovecharían con ventaja; pero el gobierno no atendió la solicitud. Desde julio, pedía el almirante con urgencia el envío de cañones de largo alcance para bombardear al Callao desde la isla de San Lorenzo, y la correspondiente dotación de artillería de marina. A fines de este mes, y a principios de agosto reitera la nota. Allá en septiembre llega al Callao una compañía de artillería de marina y la decisión del Ministro señor Vergara, de que no es partidario de bombardear al Callao
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con cañones en batería fija, lo que indudablemente habría sido muy acertado, pues los cañones de a 70 de retrocarga dominaban por completo la dársena y la ciudad. El almirante mandó 25 hombres de guarnición a la isla, completó las dotaciones de a bordo, relevó los enfermos y devolvió al sur un oficial y 56 soldados restantes. En octubre, cuando ya se planeaba la expedición sobre Lima, el Ministro de Marina interino don Manuel García de la Huerta, envió tres cañones de a 70, de retrocarga, en el “Barnard Castle”, con la oportunidad de las vírgenes necias. Dichas piezas quedaron almacenadas en la bodega, con sus montajes, explanadas, plataformas, parapetos, etc. Inutilizado el cañón del “Angamos” y devuelto al sur para el servicio de transporte, correspondía al “Huáscar” continuar el bombardeo. Pero el comandante Viel, jefe de la escuadrilla, suspende la orden, por haber notado algunos desperfectos en los nuevos cañones de la torre del monitor. Después de los disparos contra el “Atahualpa”, en el combate del 11, se resintieron las muñoneras del cañón de la derecha, apareciendo dos rasgaduras en cada una de ellas, lo que hacía peligroso el uso de las piezas antes de cambiar los desperfectos. En el cañón de la izquierda se presentaban también indicios de rasgaduras. En consecuencia, el comandante Viel suspende los bombardeos parciales, hasta la llegada de las muñoneras de repuesto. Por otra parte, el “Huáscar”, no obstante usar cargas máximas, tiene que ponerse dentro del círculo de fuego del enemigo, pues la colocación de los nuevos cañones es tal, que solo pueden elevarse a 9½ grados, y con esa altura, el alcance del proyectil llega de 6.000 a 6.500 metros de distancia, inferior al alcance de las grandes piezas enemigas. “A mi juicio, dice el comandante Viel, no se debe exponer al monitor, haciéndole bombardear la dársena: 1º porque los proyectiles enemigos pueden herirle sin que él lo consiga, sino de un modo muy problemático al alcanzar el fin que se propone; 2º porque para ejecutar esa operación, es absolutamente necesario usar carga máxima, y mientras experiencias profesionales no demuestren claramente que no hay peligro, no debe usarse de ellas, sino en caso indispensable. Un accidente dentro de la torre del “Huáscar”, como el ocurrido en el cañón del “Angamos”, sería en ese buque de terribles consecuencias”. La escuadra sigue desempeñando las funciones de bloqueo; para evitar alguna intentona de escapada de la “Unión”, el “Huáscar” se estaciona de noche en el punto donde se hundió el “Loa”.
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CAPITULO XVII. Preparativos bélicos de los aliados. EN EL PERÚ. El Dictador don Nicolás de Piérola, con fecha 27 de junio de 1880, pone en pie de defensa militar a la ciudad de Lima y provincia del mismo nombre. Llama a las armas a la guardia nacional movilizable y a la sedentaria de la metrópoli. Los varones de estas dos clases, de 16 a 60 años de edad, sin distinguir condición, clase o empleo, deben reconocer jefe, en el plazo improrrogable de 15 días. Los individuos comprendidos en esta disposición vacan diariamente de 10 a.m., a 2 p.m., debiendo presentarse uniformados a los lugares que designan los jefes, para una instrucción militar, a lo menos de dos horas. Por tal motivo, los talleres y oficinas de industria y tráfico comercial, cerrarán desde las 10 a.m., hasta las 2 p.m. Se exceptúan de este servicio los clérigos, médicos, farmacéuticos, practicantes y empleados en los hospitales, casas de beneficencia y sanidad militar; igualmente, los empleados de la administración correspondientes a las secretarías de Guerra y Gobierno, y Prefectura y Subprefectura de la capital. Un tribunal calificador dará la baja a los físicamente imposibilitados; y pasará inmediatamente a los remisos a las filas del ejército activo. Se invita a los extranjeros a formar una Guardia de Orden para la custodia de la ciudad. Se establece el pasaporte para entrar y salir, tanto de Lima como de la provincia. Los poseedores de armas las entregarán bajo recibo, so pena del castigo impuesto a los traidores a la Patria. Esta Reserva, para distinguirse del Ejército Activo y Reserva Movilizada, usará uniforme de blusa azul, cinturón de cuero con tahalí y cartuchera, gorra de paño azul con visera derecha y número del batallón en metal amarillo. Los oficiales llevarán vivos blancos en el kepí, número blanco y espada en el tahalí del cinturón. Los conscriptos formarán diez divisiones de infantería, una de artillería y otra de caballería y las inscripciones serán improrrogablemente, para los días comprendidos entre el 11 y el 17 inclusive, del mes de julio. Los conscriptos acudirán por gremios a reconocer cuartel, en los lugares designados por los jefes respectivos. He aquí el personal y constitución de las Divisiones de la Reserva Movilizable: Coronel comandante en jefe, el señor don Juan Martín Echenique. Jefe de Estado Mayor General, el coronel don Juan Tenaud. Este Estado Mayor queda dividido en las siguientes secciones: Servicio General, coronel Alcalá. Infantería, coronel Bedoya.
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Artillería, coronel Castañón. Caballería, coronel Salazar. Administración, coronel Cáceres (Fabricio). Contabilidad, coronel Rivera. Ingenieros, coronel Paz Soldán. Justicia, coronel Rivera (Pedro). Infantería. I División.- Coronel don José Unanue. Local, Palacio de Justicia.- Inscripción de los señores vocales o jueces, abogados y bachilleres, empleados judiciales, procuradores y escribanos amanuenses de abogados y escribientes. II División.- Coronel don Pedro Correa y Santiago. Local, plaza de San Pedro.- Propietarios, banqueros, jefes de casas de comercio, almaceneros, empleados y dependientes. III División.- Coronel don Serafín Orbegoso. Local, Claustro de la Universidad.- Profesores, estudiantes y demás maestros. IV División.- Coronel don Juan de Aliaga y Puente. Local, plaza Santa Ana.- Arquitectos, empresarios de obras públicas, carpinteros y albañiles. V División.- Coronel don Juan Peña y Coronel. Local, Plazuela San Agustín.- Sastres, sombrereros, zapateros, talabarteros y trenzadores. VI. División.- Coronel don Ramón Montero. Local, Plazuela Bolívar.- Plateros, hojalateros, maquinistas, herreros, caldereros, fundidores y molineros. VII División.- Coronel don Dionisio Derteano. Local, Plaza Principal.- Empleados de administración pública y beneficencia, periodistas, tipógrafos y demás empleados de imprenta. VIII División.- Coronel don Juan Arrieta. Local, Plazuela del Teatro.- Dulceros, bizcocheros, pasteleros, panaderos, sirvientes de casas y dueños de fondas y chinganas. IX División.- Coronel don Bartolomé Figari. Local, Plazuela Santo Domingo.- Tapiceros, pintores, empapeladores, barberos, mercaderes ambulantes y demás oficios que no están especialmente determinados en esta resolución. X División.- Coronel don Antonio Bertín. Local, Plazuela Monserrate.- Empleados, operarios y peones del ferrocarril, tranvías, empresas de gas y del agua, plomeros y gasfiteros.
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Artillería. Brigada única.- Coronel don Adolfo Salmón. Local, Plazuela Micheo.- Bomberos de Lima, Compañía Cosmopolita, carreteros, carroceros y aparejeros. Caballería. Brigada única.- Coronel don Juan Francisco Elizalde. Local, Plazuela San Lázaro.- Aguadores, dueños y peones de caballerizas, albéitares, cocheros y camaroneros. Los ingenieros y ayudantes forman una columna aparte, a disposición del Estado Mayor General. El alcalde don Rufino Torrico declara fiesta nacional el día 11 de julio, en que se abren las inscripciones. Los vecinos embanderan los edificios y adornan las fachadas; el fuerte de Santa Catalina dispara una salva de 21 cañonazos y las bandas recorren las calles tocando marchas guerreras. Los conscriptos acuden a los locales designados a sus gremios, en donde se les fija y se les cita a ejercicios diarios de 3:30 a 5:30 p.m. La ley se aplica sin contemplaciones a faltos y remisos; se condena a los primeros a multa de diez a mil incas; los segundos ingresan como penados a los cuerpos de línea. La población rural de la provincia de Lima queda dividida en doce zonas de individuos movilizables, destinados a hostilizar al enemigo en caso de desembarco. Cada zona comprende un núcleo de haciendas, que operan bajo la dirección de un jefe, designado por el Generalísimo. He aquí los núcleos: 1º Supe; 2º Huacho; 3º Chancay; 4º Carabayllo; 5º Lurigancho; 6º Magdalena; 7º Ate; 8º Chorrillos; 9º Junín; 10º Chilca; 11º Cañete; 12º Lunahuaná. La Caja Fiscal de Lima necesitaba dinero, mucho dinero, para atender a la movilización. Piérola recuerda los cuantiosos tesoros acumulados por la iglesia y se dirige al señor Arzobispo en solicitud de las alhajas innecesarias para el culto divino, cuyo valor devolverá el Estado con preferencia a toda otra deuda de guerra. El Metropolitano, doctor don Francisco Orueta y Castrillón, contesta en el mismo día la nota del señor Ministro del Culto, don Francisco García Calderón, poniendo a disposición del Gobierno las joyas de la Iglesia. Dicta un auto, autorizando al Venerable Cabildo, párrocos de la arquidiócesis, superiores de los conventos de religiosos de uno y otro sexo, a los Rectores de Iglesias particulares, a las cofradías u otras asociaciones piadosas, para entregar al Supremo Gobierno, en calidad de préstamo, los objetos preciosos que no sean necesarios para la celebración decorosa del culto divino. El Arzobispo nombra una comisión tasadora compuesta de los canónigos señores doctor don Manuel S. Medina y don Pablo Ortiz, y cura rector del sagrario doctor don Andrés Tobar.
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El Gobierno designa para la recepción al señor don Antonio Bertín. Fundida y amonedada la chafalonía, produce 1.200.000,18 soles fuertes de plata. El señor Piérola se echa en seguida sobre el legado Goyeneche. El doctor don José Sebastián de Goyeneche, obispo de Arequipa y después arzobispo de Lima, dejó en su testamento 150.000 soles a la beneficencia de Arequipa y 50.000 a la de Lima. El Dictador, dice el señor Piérola, revestido de facultades, omnímodas, tiene por lo tanto, las de legislador, y le corresponde declarar la voluntad interpretativa de los testadores, y aún dar a los mismos una aplicación equivalente, tomando por norma el bien de la sociedad, resuelve: “Que los 150.000 soles legados a favor de la ciudad de Arequipa y los 50.000 legados a favor de la de Lima, en el testamento del doctor don José Sebastián Goyeneche y Barreda, se hagan efectivos inmediatamente, computándose en metálico, según el valor de la circulación monetaria en la época del testamento y se apliquen a las necesidades de la guerra por vía de préstamo. Notifíquese al representante de los herederos del testador, a fin de que ponga a disposición del Gobierno, dentro del tercero día, en oro, plata sellada o en buenas letras sobre Londres, los 200.000 pesos a que asciende el valor de ambos legados”. No obstante los apuros del tesoro, el Gobierno atiende los haberes de los prisioneros residentes en Chile, por conducto de las legaciones británicas en Lima y Santiago, que gozaban de los siguientes emolumentos mensuales en moneda de 48 peniques: Coroneles................................ 1.560 incas. Tenientes coroneles................ 1.200 incas. Mayores……………………. 870 incas. Capitanes…………………… 510 incas. Tenientes……………………. 370 incas. Subtenientes………………… 330 incas. Soldados y paisanos…………. 148 incas. El inca era una moneda nueva creada por Piérola, a la cual asignó un valor de 48 peniques, o sea, un sol fuerte de plata. El inca se dividía en cinco pesetas; la peseta en dos reales; el real en dos medios de real; y cada medio de real valía cinco centavos. Las monedas se sellaron en plata y cobre. Se emitió un empréstito interno por cinco millones de incas oro, emitiendo incas con interés de 3% anual, redimibles por mensualidades de 50 mil incas. Quedaban afectos como garantía de esta emisión: Los valores metálicos del Gobierno en Europa. La mitad de los derechos de Aduana La mitad del impuesto a la renta. La mitad del valor de todos los bienes del Estado no gravados.
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Se fijó el valor del inca papel en diez soles papel, para las transacciones al menudeo. Un decreto del Ministerio de Hacienda dispuso que los derechos de exportación del azúcar, lanas y algodón, se pagasen en buenas letras sobre Europa, como asimismo los cargamentos de guano que pudieren despacharse, burlando la vigilancia de los buques chilenos. El Dictador, desde que tuvo conocimiento de la derrota del Alto de la Alianza, se ocupó de formar un ejército para la defensa de Lima, compuesto de todas las fuerzas de línea diseminadas en el centro y norte del país, a la que añadió la Guardia Nacional Movilizada, refundida en el ejército activo. Estas tropas llamadas Ejército del Norte, se encuadraron en cinco divisiones, escalonadas desde Lima y Ancón, hasta Huaral, frente al puerto de Chancay. Piérola confió el mando de este ejército al general don Ramón Vargas Machuca, que llamó a su lado como jefe de Estado Mayor, al coronel don Guillermo Billinghurts. Primer Ejército del Norte. I División Coronel don Mariano Noriega. II División Coronel don Manuel Rufino Cano. III División Coronel don Pablo Arguedas. IV División Coronel don Buenaventura Aguirre. V División Coronel don Andrés Avelino Cáceres. El 27 de junio llega a Chicla el doctor coronel don Luís Milón Duarte, rico afincado de la Concepción, con una división indígena, compuesta de los batallones Tarija, Concepción, Tarma y Manco Cápac, que hizo solemne entrada a Lima el 6 de julio, con gran contentamiento de la ciudad, profusamente embanderada. Estos cuerpos forman la I División del nuevo Ejército del Centro, que fue comandado por el coronel don Juan Nepomuceno vargas, militar de la Independencia. La II División queda a cargo del coronel don César Canevaro y la IV del coronel don Lorenzo Iglesias. La III División, de las cuatro de que debe constar el Ejército del Centro, se encuentra aún en formación. El señor Piérola organiza la Reserva sedentaria de los departamentos de la costa, bajo el mismo pie que la de Lima. Autoriza a los Prefectos para demarcar las zonas y las épocas de instrucción. Desde el día 18 de julio, todo trabajo cesa en la capital a las 3 p.m., a los ecos de un repique de la gran campana de la catedral. Es la hora en que los reservistas se dirigen a sus cuarteles a iniciar a las 3½, las dos horas de ejercicios diarios. El Consejo de Estado presta su aprobación a un mensaje del Jefe Supremo para crear en el sur, una Autoridad Superior Delegada del Supremo Gobierno, para proveer rápida y eficazmente a las necesidades de la guerra, y dar unidad de acción a las autoridades sureñas, para rechazar u hostilizar al enemigo.
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La Delegación comprende los departamentos de Arequipa, Apurímac, Cuzco, Puno, Moquegua, Tacna y Tarapacá; y nombra para que sirva tan alto cargo, al señor don Alejandrino P. del Solar, con fecha 27 de septiembre. El agraciado pasa a Dictador en miniatura, por las muchas atribuciones ajenas al cargo. Enumeraremos los más importantes: Dar a los Prefectos y Comandantes Generales de Armas las órdenes que sean necesarias para la mejor defensa del país. Comando en jefe de todas las fuerzas del sur, de línea y guardias nacionales. Suspender a funcionarios y empleados civiles, judiciales y militares y nombrarles reemplazantes. Suspender y mandar enjuiciar a cualquier funcionario; nombrar los jueces militares que han de juzgarlos y los Consejos de Guerra. Arbitrar recursos para las cajas fiscales o comisarías del ejército. Ejercer en circunstancias extraordinarias y difíciles aquellas facultades que no estén detalladas en este nombramiento, con cargo de dar cuenta al Gobierno. Los decretos, resoluciones y órdenes de este Jefe Superior, aún cuando se expidan ad referéndum o necesiten la aprobación suprema, serán obedecidos por los funcionarios y empleados de todo orden, que se encuentren en los departamentos del sur, acatándolos como si emanaran del mismo Gobierno. La primera medida del Jefe Supremo del sur, fue lanzar altisonantes proclamas al ejército y a los pueblos de su jurisdicción. Como el coronel don Segundo Leiva, jefe de la guarnición de Arequipa, se consideró autorizado para levantar un empréstito voluntario de 75.000 incas, el señor Solar lo separa del puesto, le envía a Lima a disposición del Supremo Gobierno, y nombra en su lugar al coronel don José de la Torre. El Delegado Supremo señor del Solar resuelve castigar a los vecinos de Moquegua por haber pagado la contribución de guerra impuesta a la ciudad por el comandante Salvo. El hecho de haber favorecido al enemigo, da derecho, dice el señor del Solar, para exigir igual sacrificio a favor del ejército de la Patria. En consecuencia, impone a la ciudad una contribución forzosa igual a la que pagó al enemigo. (600.000 soles fuertes de plata). Los pobres moqueguanos se encontraban entre dos fuegos. El 16 de diciembre, el señor Solar, apurado de dinero para el mantenimiento de la guarnición de Arequipa, crea un impuesto sobre las propiedades rústicas de su extensa Delegación, la que recae sobre poderosos terratenientes o dilatadas comunidades indígenas, en forma ascendente, según el número de topos de la propiedad. El topo es una medida lineal de legua y media peruana, que sirve para abonar el leguaje de las postas o salario de los chasquis. De a 5 a 10 topos…………………. De 11 a 20 topos…………………. De 21 a 40 topos…………………. De 41 a 60 topos………………….
1 sol fuerte por topo. 2 soles fuertes, por topo. 5 soles fuertes, por topo. 7 soles fuertes, por topo.
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De 61 a 80 topos…………………. De 81 a 100 topos……………….. De 101 a 200 topos………………. De 201 a 500 ó más topos………..
10 soles fuertes, por topo. 15 soles fuertes, por topo. 20 soles fuertes, por topo. 30 soles fuertes, por topo.
El señor del Solar hace efectiva esta contribución con mano de fierro, sin contemplaciones de ninguna especie. El Ministerio de la Guerra en 23 de noviembre efectúa algunas reformas en las Reservas de Lima, relativas a su organización. La totalidad de los efectivos pasan a constituir dos Cuerpos de Ejército de infantería, una División Volante, una Brigada de caballería, un Batallón de Zapadores y tres secciones de artillería. Cada Cuerpo de Ejército comprende dos Divisiones, cada División cuatro Batallones, y cada Batallón, cuatro compañías activas y una de depósito. La plana mayor divisionaria queda con dos jefes y cuatro tenientes ayudantes. La plana mayor del batallón se compone de un coronel, primer jefe; un teniente coronel, segundo; un mayor, tercero; un capitán y un teniente, ayudantes; y un subteniente abanderado. La dotación de la compañía comprende un capitán, dos tenientes, dos subtenientes, un primero, tres sargentos segundos, 17 cabos primeros y segundos y 150 soldados. Las compañías de Depósito no forman parte de la unidad táctica batallón; quedan destinadas a la instrucción para llenar bajas, con una plana mayor de dos jefes y dos ayudantes. La División Volante queda formada con las columnas de la Guardia Civil de la capital, toda gente veterana. Los fuertes y baterías de las defensas de Lima, constituyen tres grupos autónomos, Norte, Centro y Sur, a las órdenes de un comandante general, dependiente del comandante en jefe del ejército de Reserva, coronel don Juan Martín Echenique. La plana mayor de cada fuerte consta de un coronel, primer jefe; un teniente coronel, segundo; un mayor, tercero; otro mayor, jefe del polvorín y dos ayudantes. Este decreto de reorganización nada innova respecto a la Comandancia en Jefe y Estado Mayor General, el Cuerpo de Ingenieros Militares y la Compañía de Zapadores. La reorganización de la Reserva de Lima alcanza también a la de Arequipa, que queda reducida a cuatro Divisiones y una Columna de Zapadores. En las Divisiones se decretan las siguientes innovaciones, en las I y IV. La I queda con la dotación primitiva, más los empleados y operarios de los ferrocarriles. Pasan a la IV los labradores y sastres, extraídos de la I; el batallón Guanaguara y el excedente del batallón Inmortales. Se designa al coronel don Ignacio Olazábal, comandante de esta División.
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La columna de Zapadores se reorganiza con los arquitectos, albañiles y carpinteros, bajo la inmediata dependencia del Cuerpo de Ingenieros Militares. El ejército activo de Arequipa, constituye los siguientes efectivos: Infantería. I División.- Batallones Ayacucho, Apurímac y Huaylas. II División.- Batallones Junín y Dos de Mayo. III División.- Batallones Libres del Cuzco y Tarapacá. IV División.- Batallones Legión Peruana, Piquiza y Piérola. V División.- Batallones Paruro y Andahuaylas. Artillería. Una Brigada. Caballería. Dos escuadrones. Sanidad. 1ª Ambulancia.- Doctores Pardo, Lacaos y Zegarra; farmacéuticos, Emilio Nieves y Luís Gallegos. 2ª Ambulancia.- Doctores Morales, Alpaca, Zamudio y Delgado; farmacéuticos E. Vinalio y M. Oviedo. El 2 de diciembre, el Dictador cambia la administración de la ciudad de Lima. Crea el puesto de Alcalde Municipal, como único poder, encargado de los intereses locales, tan pronto como las fuerzas de policía ingresen al ejército activo y se dirijan a los campamentos. El Alcalde ejercerá su autoridad con la cooperación de los vecinos no combatientes; queda facultado para invertir los fondos municipales, promulgar disposiciones de buen Gobierno, dictar sanciones y aplicar penas contra los perturbadores del orden público y atentadores contra personas y propiedades, para lo cual constituirá tribunales ad hoc para el rápido juzgamiento y represión de los delitos y faltas. El alcalde don Rufino Torrico entra en el pleno ejercicio de estas lateras funciones el 27 de diciembre, con su secretario don Antonio de la Lama. El 9 de diciembre tiene lugar una gran fiesta patriótica, con motivo de la bendición de la bandera nacional en la fortaleza del cerro San Cristóbal, poderosamente artillada. La ciudad amanece embanderada, hasta los últimos suburbios.
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Desde temprano, las calles se divisan cuajadas de batallones, cuyas armas relucen a los rayos del sol canicular. Una enorme muchedumbre se dirige al cerro de San Cristóbal. A las 8 a.m., se encuentran en el Palacio de Gobierno los funcionarios políticos, militares, civiles y eclesiásticos e importantes corporaciones invitadas a la ceremonia. Media hora después, desfila el concurso en esta forma: Cuatro batidores, agentes fiscales, jueces de primera instancia, subprefectos, Universidad Mayor de San Marcos, Consejo Municipal, Corte Suprema, Prefecto del Departamento, Tribunal Mayor de Cuentas, Subsecretarios de Estado, Capítulo Metropolitano, Corte Suprema de Justicia, Consejo de Estado, obispos sufragáneos e impartí bus, una dignidad en representación del señor Arzobispo, ausente por enfermedad, S. E., el Jefe Supremo, con los secretarios de Estado, el Vicario General Castrense, los edecanes de servicio, el cuerpo de edecanes de S. E., el Estado Mayor General, los generales sin mando, y la escolta presidencial, compuesta de medio batallón de marina. La salida de Palacio se hace por la puerta de la Plaza de Armas, siguen por la calle del Arzobispo hasta la esquina de la Caridad; de ahí, al costado de la plaza de Viterbo, para atravesar el puente de Balta. A la izquierda de éste, se alza una espaciosa galería, con asientos cómodos, para la comitiva oficial. S. E., y demás acompañantes siguen por el Paseo de Aguas, y ascienden al San Cristóbal. Las fuerzas de las guarniciones vecinas asisten a la ceremonia, a las órdenes del general don Pedro Silva, jefe de Estado Mayor General, de gran parada, con numeroso séquito de ayudantes. La formación se extiende en este orden: Ejército del norte, al mando del general don Ramón Vargas Machuca; Ejército del Centro, coronel don Juan Nepomuceno Vargas; Reserva de Lima, coronel don Juan Martín Echenique. A las 9:45 llega S. E., al cerro de la Cruz con sus ayudantes. Se encuentran ya ahí los estandartes del ejército con sus respectivas escoltas, frente al altar. Las bandas de músicos se sitúan sobre el camino nuevo, en el espacio que media entre el fortín al altar, hasta la plataforma principal. Toma la palabra el Capellán Castrense, doctor don Antonio García, y después de una cruda filípica contra Chile se dirige al ejército en estas sentidas palabras: “Pelead sin desmayar, pelead sin descanso, pelead hasta morir; Dios y la Patria os lo mandan. Obedeced ciegamente a vuestros jefes y superiores. No olvidéis ni un momento que la desobediencia es un crimen y la cobardía una traición. Dios y la Patria premiarán vuestro valor. Yo, vuestro vicario y pastor, os exhorto en nombre de la religión y de la Patria; yo que conozco vuestro valor y ardimiento, os exijo que pongáis todas vuestras fuerzas, y todo vuestro aliento y vuestra vida misma, para alcanzar la victoria.
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En nombre del Dios tres veces santo; en nombre del Señor de los ejércitos y de las naciones; en nombre del que es la fuerza y la vida misma, os bendigo a todos; bendigo a nuestro jefe, al jefe de la nación que rige los destinos del Perú en tan difíciles momentos”. Concluido el discurso, procede el mismo señor vicario Castrense, a bendecir las armas de los ejércitos; en seguida pasa el concurso, del lugar en que está la Cruz, al fuerte principal. En el tránsito, el mismo señor vicario devuelve al Jefe Supremo su espada, que también había sido bendecida. En la plataforma procede a bendecir los fuertes y el pabellón de la República, que fue izado y saludado con una salva de veintiún cañonazos, habiéndose disparado el 1º a las 10:40 a.m., cuya salva contesta el Callao y las baterías de Chorrillos y Miraflores, ejecutándose al mismo tiempo la canción nacional. Terminada la ceremonia, las tropas regresan a sus acantonamientos a los acordes de himnos marciales. El Ministro de Guerra refrenda varios decretos el 22 de diciembre, que revelan la firme voluntad del Dictador de hacer una seria defensa alrededor de la capital. Por el primero, el señor de Piérola toma el mando en jefe, con el título de Generalísimo del Ejército. Nombra ayudante al señor Julio Lucas Jaime; da de alta, reincorpora, y corta los procesos a los señores contralmirante don Lizardo Montero, general don Juan Buendía, y coronel don Manuel Velarde, este último había sido borrado del escalafón. Se requisan todos los caballos de la capital sin excepción alguna; se suspende el servicio de tranvías; el personal va a las filas y el ganado y material utilizable queda decomisado por el Gobierno; se declaran las vías férreas en servicio militar, cuyo tráfico se reduce a un solo viaje de ida y vuelta para el abastecimiento de la capital. Por último, refunde los dos ejércitos del Norte y del Centro, en cuatro Cuerpos de Ejército en la forma siguiente: I Cuerpo de Ejército al mando del Ministro de la Guerra, coronel don Miguel Iglesias. Efectivo: Divisiones 1ª, 2ª y 3ª del ex ejército del Centro. El Dictador ordenó acuartelar a la Reserva, el 6 de diciembre. El acuartelamiento empezaba a las 8 p.m., y terminaba a las 8 a.m. Los conscriptos recibían en la noche instrucción teórica; y en la mañana, de 6 a 8 se ejercitaban prácticamente. Salían francos a las 9 de la mañana previo un diario de diez centavos plata por individuo. Los Reservistas pasaban todo el día en la calle, en sus quehaceres ordinarios; y concurrían al cuartel al toque de retreta a las 8 p.m. El 25 de diciembre sale la Reserva a campaña. Todas las clases sociales se confunden en la aspiración única de salvar a la Patria. “No necesitará combatir la Reserva” dicen los soldados del servicio activo. “Los de línea no conquistarán solos la victoria” responden los reservistas. A las doce empieza el desfile a la Plaza de Armas, lugar de la concentración. A las 2 p.m., parten de la Plaza a la estación del ferrocarril de Chorrillos, por la calle de Mercaderes por entre millares de espectadores que les dan alegres adioses.
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Los cuerpos salen en diversos trenes que los dejan en los campamentos de Miraflores, en donde el Estado Mayor los distribuye en los distintos fuertes y reductos. El ingeniero electricista señor San Martín ha terminado la unión de los campamentos por telégrafo; y las enramadas de cañas y carrizos les resguardan de los ardores del sol. La noche se pasa en plácida calma; a la mañana siguiente empiezan los ejercicios. La provisión reparte un buen rancho; la carne y el pan grande (torpedo), abunda. El soldado come mejor que cualquier limeño de mediana posición. Además, recibe un diario de tres soles para extras. Después de la Orden General y de cuerpo, los capitanes leen a sus compañías formadas en rueda, la pastoral que S. S., Ilustrísima y Reverendísima ha expedido el día anterior, con motivo de la movilización de la Reserva. Dice la pastoral: “El enemigo del Perú se encuentra a las puertas de Lima. Su defensa está confiada al esforzado valor de nuestro ejército y a la incesante actividad y abnegado patriotismo del Jefe del Estado, que todo lo ha previsto y todo lo dirige al anhelado fin de coronar de inmarcesibles laureles la frente de la Patria. Pero, mientras nuestros soldados van a medir sus armas con las del enemigo, y a ofrecer su sangre generosa en holocausto por la honra e integridad de la nación, hasta sacar triunfante su nobilísima causa y su gloriosa bandera, es deber nuestro humillarnos en la presencia del Señor Dios de los Ejércitos, para pedirle, deshechos en lágrimas, arrepentidos de nuestras culpas y reconociendo su soberano dominio sobre todas las cosas, que tenga misericordia del Perú; que no mire la gravedad de nuestros pecados, sino los merecimientos de los innumerables santos que han florecido en esta ciudad, y que por la intercesión de Santa Rosa de Lima, de nuestro glorioso predecesor Santo Toribio de Mogrovejo, de San Francisco Solano, y los bienaventurados Martín de Porres y Juan María, deje caer en nuestro campo la palma de la victoria, en el inminente combate que va a librarse contra el ejército chileno”. Después de esta invocación, S. S., ordena exponer el Santísimo Sacramento en la catedral y demás iglesias de la arquidiócesis, que se haga una novena a Santa Rosa, con las letanías de los santos y ejercicios de vía crucis; un ayuno para el día de los Santos Inocentes; y una misa por la gravísima necesidad que padece el país. Y termina S. S., pidiendo al cielo la victoria sobre los enemigos de su pueblo. El señor Piérola continúa los trabajos de defensa con incansable actividad. El 2 de enero quedan instalados todos los telégrafos y teléfonos que unen los distintos campamentos; y el 9 el comandante don Manuel A. Villavicencio termina de montar el último cañón de grueso calibre, una pieza de a 70 de la corbeta “Apurímac”. El 10 por la mañana recorre el Generalísimo las líneas de Chorrillos y Miraflores, contento y satisfecho de hallarse listo para recibir al enemigo, con armas y municiones en abundancia.
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El 30 de diciembre recibió un gran cargamento de material bélico, por la vía de Ancón, que vino a rellenar los parques de proyectiles, tanto de artillería, como de armamento menor. EN BOLIVIA. Hemos dejado al general Campero instalado en la Presidencia de la República, por designación unánime de la Convención. Hizo un Gobierno de trabajo y de orden, con sus Ministros señores Belisario Salinas, Juan C. Carrillo y J. M. Calvo, que cooperaron leal y patrióticamente a la labor de reconstrucción del país, emprendida por S. E. La Convención continuó en funciones hasta el 18 de octubre de 1880, día en que en asamblea solemne cerró sus sesiones, hasta nueva convocatoria, o elección de miembros de las Cámaras para la legislatura de 1881. Antes de declararse en receso, la Convención dicta varias leyes, que el Presidente se apresura a promulgar. Enunciaremos algunas de las más importantes: 1º de septiembre.- Ley de jubilaciones y montepíos. En virtud de ella se reconoce montepío de un año de sueldo pagado de una sola vez a las viudas, huérfanos y padres de los que mueran en guerra extranjera, sea en combate o en calidad de prisioneros, en campaña o a consecuencia de ella. Quedan suprimidas las jubilaciones; y las existentes, se reformarán conforme a la de montepíos. Se suprimen las pensiones de gracia. 4 de septiembre.- Se acuerda una medalla y una placa de honor, la primera a los jefes y oficiales y la segunda a la tropa del batallón Loa; y a los demás bolivianos que hubieren concurrido a la jornada de Tarapacá. Decreto de 9 de septiembre.- El ejecutivo hace el reparto del empréstito forzoso de 500.000 bolivianos, entre los departamentos de la República; se obliga a pagar el empréstito en el plazo de dos años, con 10% de interés. Queda garantizado con los siguientes impuestos: Adicional a la renta; exportación de quinas, y un décimo de la contribución predial. 9 de octubre.- Se autoriza a los bolivianos para prestar sus servicios en el ejército del Perú. 13 de octubre.- Se declara “que los reos de rebelión serán castigados como traidores a la patria”. El ejecutivo podrá extrañar del territorio, en estado de sitio, a todo individuo que intente trastornar el orden público. 16 de octubre.- Los juzgados de Potosí son competentes para la tramitación de los juicios que queden en el departamento de Cobija, ocupado por el enemigo.
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El 16 de diciembre, encontrándose la República reorganizada y en paz, en funcionamiento regular la administración, y en buen pie el servicio externo, el Ministerio presenta su renuncia, para dejar al Presidente de la República en libertad para elección de nuevos colaboradores, haciendo presente al primer magistrado que continúa apoyando la política desarrollada por su Gobierno. Se organiza este nuevo Gabinete: Don Belisario Boeto, Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores. Don Eleodoro Villazón, Ministro de Hacienda e Industria. Don Bernardino Sanjinés, Ministro de Instrucción Pública, Justicia y Culto. Coronel don Nataniel Aguirre, Ministro de la Guerra. El Gobierno continúa organizando el ejército en pie de guerra, noticia que es recibida con júbilo en Lima, adonde llegan las protestas de amistad boliviana y su inquebrantable devoción a la Alianza. Esta conducta hace que el Dictador Piérola acepte una solicitud de Campero para modificar el artículo 8º del tratado de comercio en el sentido de que los alcoholes peruanos, paguen dos bolivianos por derechos de internación, en lugar de 50 centavos, que estatuía el tratado, porque este dinero estaba destinado al sostenimiento de las fuerzas armadas. En tanto los camperistas estaban en cordialísimas relaciones con el Perú, la fracción boliviana afecta a los señores Arce y Baptista seguía en amistoso coloquio con el círculo de don Domingo Santa María y amigos íntimos del Presidente Pinto, por intermedio de don Eusebio Lillo, jefe político de Tacna. Los dirigentes santiaguinos seguían en la ilusión de separar a los aliados y traer a Bolivia a nuestra causa. Para tener gratos a los políticos del altiplano, el Gobierno chileno puso en libertad a buen número de prisioneros bolivianos, sin condición alguna. Permitió el libre comercio entre Arica y La Paz, vía Tacna, como en tiempos normales. Dio libertad al doctor don Casimiro Corral, de profesión revolucionario, para regresar a su patria, creyendo que haría labor de acercamiento entre los dos países. Llegado a La Paz, el revoltoso doctor se presenta al general Campero, se declara su leal servidor, y predica calurosamente la guerra contra Chile en público y en privado. No obstante sus protestas, los políticos le miran con prevención; el Presidente lo aleja, nombrándolo Ministro en el Ecuador. Desde Arequipa, mientras busca medios de llegar a su destino, envía a sus amigos una circular, condensando su programa de trabajo en cinco puntos, de los cuales los dos primeros dicen así: 1º.- Hacer la guerra inexorable a Chile, sin tregua, ni descanso, hasta reivindicar nuestros territorios usurpados y obtener amplias satisfacciones por las ofensas y ultrajes que hemos recibido de su perfidia y alevosía.
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2º.- Robustecer y consolidar por todos los medios posibles, los vínculos de la Alianza con el Perú, cumpliendo con honor y lealtad los deberes sagrados que hemos contraído. Bolivia continúa guardando el equilibrio. Hace protestas ardientes al Perú, pero no le envía un solo cuerpo de ayuda, en las solemnes circunstancias de la defensa de Lima, ni hace siquiera una demostración pequeña sobre la línea de Tacna-Arica, que habría demandado a Chile el envío de tropas de refuerzo, distrayéndolas de otro servicio. Con respecto a sus relaciones con Chile, el Gobierno del general Campero acepta la situación creada por la tregua tácita, que le permite abastecerse de los artículos de primera necesidad por Tacora, por donde trafican recuas de mulas y llamas en cantidad enorme, como en su propia casa. Bolivia se deja querer, encerrada entre las breñas del altiplano. Espera la victoria de cualquiera de los contendientes, para obrar después sobre seguro; pero no muestra su juego, y navega como siempre, entre dos aguas.
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CAPITULO XVIII. Movilización de la I División. El señor Ministro de la Guerra, convencido de que el ejército estaba en situación de marchar a la primera voz de orden, se traslada a Arica, para activar la movilización de las tropas. Tres colaboradores entusiastas tienen en este puerto para acelerar sus tareas. Don Hermógenes Pérez de Arce, Delegado de la Intendencia General del Ejército, en reemplazo del coronel don Gregorio Urrutia, que pasa a ocupar un alto puesto en las filas del ejército; el señor don Alberto Stuven, inspector de transportes, ingeniero voluntario, encargado de transformar los buques de carga, en barcos aptos para la conducción de hombres y ganado; y el capitán de fragata don Baltasar Campillo, comandante general de transportes, a cargo de las reparaciones técnicas que deben efectuarse, de la alimentación y rol de las tripulaciones, y de expedir las órdenes de partida de dichas naves, a las múltiples comisiones a ellas encomendadas. El señor Vergara ocupa una garita en el muelle, y desde ahí manda sin contradicción de nadie. El general se encuentra en Tacna y el almirante en Iquique. Prescinde de ambos y toma en sus manos la dirección de las operaciones de mar y tierra, teniendo sí, cuidado, de comunicar diariamente por cable sus disposiciones, que al día siguiente el gobierno distribuye por telégrafo a intendentes y gobernadores para conocimiento del país. El gobierno había prescindido por completo del general Baquedano; no le remitió sino los víveres, vestuario y equipo estrictamente necesarios; no existían reservas de ninguna clase; los almacenes de Arica se encontraban vacíos. Los señores Pérez de Arce, Campillo y Stuven se ponen a la obra. El primero calcula lo que falta, y pide por cable a la Intendencia del Ejército en Valparaíso, cuanto exige la movilización. Primeros pedidos: 20.000 vestuarios completos, 20.000 piezas de equipo, toda la existencia de munición en almacenes. El capitán Campillo calcula la capacidad de cada buque, para el transporte de la tropa, ganado, municiones, equipo, víveres y agua. El Inspector señor Stuven transforma los buques de carga, en transportes para hombres y animales, con los víveres y agua suficientes. En consecuencia, coloca ventiladores, entrepuentes para el ganado, toldillas para resguardo de la tropa del sol del norte, mesas y servicio para comedor, tanto de oficiales, como de tropa. Demanda especial cuidado la confección de jardines en las bandas de cada nave, para el descanso de los soldados, hacinados por necesidad, como sardinas. Los buques reciben una transformación completa.
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La provisión de agua presenta las mayores dificultades, por la falta de estanques y vasijas; los veleros no tienen más depósitos que los necesarios para sus reducidas tripulaciones. Los cálculos debían basarse sobre la cantidad de agua necesaria para 25.000 hombres y 4.000 animales durante diez días. Estableciendo como base un consumo diario de tres litros por hombre, para su comida, bebida y aseo, y 30 por bestia, se tenía un consumo diario de 275 toneladas métricas, o sean 2.750 para los diez días. En previsión de contingencias, se eleva el consumo a cinco días más, lo que aumenta el total a 3.675 toneladas métricas, cantidad muy superior a todos los recursos de que puede echar mano la Intendencia, si la expedición marcha en un convoy único. La división en dos convoyes simplifica la cuestión, y como la I División va únicamente hasta Pisco, disminuye la marcha en cinco días. Necesitan los 8.000 hombres y 300 caballos y mulas, únicamente 400 toneladas. De los 70 estanques de media tonelada empleados en la campaña de Tacna, se recogen apenas 17, en buen estado. Se encargan estanques a Valparaíso, y se compran en Iquique, Pisagua, Tacna y Arica, todas las pipas halladas a mano. Merced a estas medidas, el agua no faltará durante la navegación de los convoyes. El Inspector señor Stuven tiene a su cargo la traslación del agua desde los estanques de Arica hasta los buques. Pasa noches enteras sin dormir, ocupado únicamente en el transporte del líquido. El capitán Campillo efectúa el cálculo de víveres y forraje que debe llevar cada nave, en conformidad a la tropa y ganado de a bordo. Cada buque tiene al costado un número de orden bastante visible. El capitán posee una tarjeta, con la especificación de hombres, animales, víveres, forraje y agua que conduce su barco; los jefes de cuerpo tienen otra tarjeta igual, para evitar equivocaciones al dirigirse a bordo. Para el mejor servicio, cada nave lleva un maestre de víveres, encargado del control y distribución de las raciones. Se destina un buque especial cargado con víveres para dos días para la totalidad de la tropa, en previsión de escasez en tierra, durante los primeros días del desembarco. Otro buque conduce una reserva de raciones para toda la expedición, durante quince días. Además del rancho seco, todas las naves reciben ganado en pie, para la provisión de carne fresca durante la navegación. Otro buque lleva un repuesto de 30 bueyes, para desembarcar junto con las primeras tropas, por si no se encuentra carne en el territorio enemigo. Embarcado el carbón para el consumo de los vapores y la confección del rancho, se dota a las naves de lanchas, balsas, botes aguadores y remolcadores para el servicio diario y desembarco.
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El Estado Mayor General confecciona un cuadro, con los siguientes detalles: transportes, tropa, caballos, mulas, artillería, parque, víveres, agua, forraje, lanchas de desembarco, herramientas de pontoneros, id., de mineros, dinamita, bagajes, empleados de la Intendencia y Sanidad. Se sacan tres ejemplares, uno para el Estado Mayor, otro para el General en jefe y otro para el Ministro de la Guerra. El jefe de Estado Mayor general hace esfuerzos sobrehumanos para surtir el parque de la munición suficiente, para una o dos acciones de guerra de alto vuelo. Consigue al fin, dotar a cada infante con 300 tiros; de éstos cada soldado lleva 100 en la canana, 100 en el parque divisionario y 100 en la Reserva General. La misma dotación tiene la tropa montada para carabina Winchester. Asegura a la artillería 38 cartuchos para cada una de las 160 piezas destinadas a entrar al fuego. El general Maturana quiere acrecentar aún más las municiones, para responder a cualquiera contingencia. Con fecha 4 de noviembre, pide por telégrafo a Santiago, 2.316.000 tiros Fusnot, 2.903.000 Backman, 985.000 Gevelot, 170.000 Winchester, percusión central, 2.000 fulminantes para espoletas de granadas Krupp, modelo 79, más 2.000 id., id., del 67 y 78, junto con 2.000 clavijas para los mismos cañones de campaña, 2.000 para id., de id., de montaña, y 10.000 estopines para el mismo sistema de cañones. Todos estos artículos existen en el parque y maestranza de la capital. En Arica y Tacna se trabaja duro y parejo; se aprovecha bien el tiempo. No obstante tales antecedentes, el 30 de octubre llega al señor Vergara una nota telegráfica de la Moneda, en que pide la salida de la expedición, lo antes posible. “Cada día que ganemos en celeridad para poner a las puertas de Lima todos nuestros elementos militares, importa, cualesquiera que sean los gastos que con tal objeto se hagan, una verdadera economía, una probabilidad más de acierto y evitar nuevas dificultades”. La última frase subrayada se refiere a noticias reservadas, obtenidas por nuestro gobierno, de que la Argentina quería intervenir en los negocios del Pacífico, para lo cual buscaba la aquiescencia del Brasil. El gobierno precipita ahora la expedición a Lima, que tanto combatiera meses atrás. Los señores Búlnes y Eckdahl no mencionan este hecho sugestivo; en el capítulo siguiente nos ocuparemos de materia tan interesante. El día 6 del mes de noviembre se celebra un Consejo de Guerra, en el salón del Cuartel General de Tacna. Preside el general Baquedano; concurren el jefe de Estado Mayor General, general Marcos 2º Maturana, el Inspector General del Ejército, general don Cornelio Saavedra; el jefe de la I División, general don José A. Villagrán; el de la II, general don Emilio Sotomayor; el de la III, coronel don Pedro Lagos; el Ministro de la Guerra, don José Francisco Vergara; Ministro Plenipotenciario, señor Eulogio Altamirano; don Eusebio Lillo, el secretario del Ministro, y el secretario del general en jefe, don Máximo R. Lira. Después de una razonada y tranquila deliberación, se acepta la opinión manifestada por el señor Baquedano, el 8 de julio próximo pasado, de enviar al ejército en dos secciones.
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La primera tomaría tierra en Pisco, estableciéndose fuertemente ahí, a esperar el resto del ejército que desembarcaría en algunas de las caletas cercanas al valle de Lurín. Durante el Consejo, el General pregunta dos veces al señor Ministro de la Guerra, y con insistencia, si cree que basta una sola de las Divisiones para operar en Pisco como vanguardia estratégica, sin peligro, en el supuesto que el ejército enemigo se desprenda de Lima para atacarla. El señor Ministro afirma que cualquiera de las Divisiones del ejército puede acantonarse en Pisco, y permanecer allí mucho tiempo sin peligro. En mérito de la explícita declaración del señor Vergara, opina el Consejo que marche la I División. El General prepara inmediatamente las instrucciones para el jefe de ella, general don José Antonio Villagrán. INSTRUCCIONES COMUNICADAS AL GENERAL VILLAGRÁN AL PARTIR DE TACNA, PARA AVANZAR POR TIERRA DESDE PISCO A CHILCA. Nº 200.- General en jefe del ejército de operaciones del norte.- Tacna, noviembre 12 de 1880.- Señor: Resuelta, de acuerdo con el señor Ministro de la Guerra en campaña, la marcha de la División del mando de V. S., hacia un puerto más próximo al teatro de las futuras operaciones militares, y hallándose ya V. S., en aptitud de partir, paso a dar V. S., las instrucciones generales a que ajustará sus procedimientos en la expedición que se le confía. I. Como el punto convenido para acantonar las fuerzas de su mando es el puerto de Pisco, el desembarque, que no es siempre fácil ahí, lo verificará V. S., en la bahía de Paracas, que ofrece mayores comodidades para esta operación, o en ambos puertos a la vez, si así lo estimara V. S., posible y conveniente. II. Estando unido el puerto de Pisco con la ciudad de Ica por un ferrocarril de que es necesario apoderarse, y siendo tal vez, más fácil conseguir ese objeto desprendiendo de la División una fuerza ligera de caballería y artillería que amagara a Ica por retaguardia, por lo cual se lograría también que no se internasen los recursos de la costa, V. S., hará desembarcar, siempre que ello sea fácil y pertinente al objeto indicado, la caballería y artillería de montaña en alguna de las caletas que hay al sur de Paracas y más próximas a la desembocadura del río Ica, para aprovechar los recursos de ese valle. III
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El avance de la División que V. S., manda no tiene por objeto abrir desde luego las operaciones de la campaña activa que en breve emprenderá todo el ejército; por consiguiente V. S., se limitará a mantenerse a la defensiva, eligiendo para ello, apenas desembarque, las posiciones más adecuadas a su objeto, fortificándolos y adoptando las demás providencias necesarias para ponerse a cubierto de cualquier ataque que pudiera intentar el enemigo con fuerzas superiores. Naturalmente, pudiendo V. S., operar con ventaja sobre fuerzas enemigas en puntos que no disten mucho de sus posiciones, lo hará. Queda esta resolución sometida exclusivamente a la discreción de V. S., que apreciará la circunstancia con arreglo a los consejos de su inteligencia y patriotismo, y a la responsabilidad que trae consigo, la suerte de una gran parte del ejército confiado a su prudencia y celo. En caso de ser agredido por fuerzas muy superiores, V. S., cuidará de anunciarlo con toda presteza a este Cuartel General por medio del buque de guerra que quedará en Pisco, para enviarle refuerzos oportunamente. IV. Para apoderarse de los recursos del enemigo en los valles próximos a Pisco, V. S., desprenderá de su División fuerzas ligeras de caballería que las recorran en todas direcciones con todas las precauciones que V. S., juzgue necesarias y que creo inútil recomendarle. V. Respecto de otras operaciones que se relacionen con el plan general de los que va a ejecutar el ejército reunido, V. S., esperará la orden que se le impartirá oportunamente. No entro en mayores detalles porque, repito a V. S., que tengo fe en su inteligencia y celo, y por ello creo inútil hacerlo. Agregaré solamente que del acierto en la operación confiada a V. S., depende en mucha parte el éxito de las que se emprenderán más tarde. Dios guarde a V. S., Manuel Baquedano.- Al señor general en jefe de la I División. El viernes 12 de noviembre empieza en Arica el embarco de la 1ª Brigada de la I División, dirigido por su jefe, el capitán de navío don Patricio Lynch. El primer convoy de Tacna llega a las 9 a.m., con el regimiento 2º de línea y el primer batallón del regimiento Atacama, que pasan de la estación al muelle grande, a tomar las lanchas planas que los remolcadores conducen al costado de los transportes. Los expedicionarios prorrumpen en hurras y vivas a la Patria al dirigirse a bordo; el público responde desde tierra con entusiastas aclamaciones. El espectáculo resulta conmovedor; semeja al embarco de Antofagasta, al partir las primeras huestes chilenas al campo de acción. La alegría se retrata en los semblantes;
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el ejército marcha a Lima, a dar el último golpe al enemigo y terminar las rudas labores de una fatigosa campaña. Continúa el embarque del ganado de la artillería y de los pertrechos del parque, por pescantes especiales. En la tarde llega el 2º batallón del Atacama, que pasa inmediatamente a bordo. Durante la noche siguen las faenas, sin un momento de interrupción. El sábado 13, temprano, continúa el embarco de tropas, bajo la dirección del comandante don Juan José Latorre, jefe de bahía. En tres trenes llegan los demás cuerpos de la I División, que se embarcan sin contratiempo de ninguna clase, a excepción del regimiento 4º de línea que permanece en Tacna en espera de su turno. Sigue la actividad durante la noche del sábado y el domingo 14, en que se embarca el 4º, los equipajes, la Intendencia, la ambulancia, el ganado del bagaje y el ganado en pie de la provisión. Los sobrantes de los cuerpos, perfectamente embalados, se depositan en los almacenes de la Intendencia, bajo su custodia. A las 3:00 p.m., llegan dos compañías de Artillería de Marina, a reforzar la guarnición de los buques de guerra. Pasan a bordo, una vez desocupadas las lanchas que transportan a la Artillería, con su ganado, municiones y maestranza. Al ponerse el sol, la I División se encuentra completamente instalada en la flota de transportes. El general en jefe, llegado a medio día del 12, atiende a las faenas de embarque, desde la Aduana, en donde funciona la Comandancia General de Armas. El Ministro de la Guerra, por su parte, se estaciona en el muelle, para intervenir personalmente en todos los trabajos y activar las tareas de la gente. La Orden General del día 13, además de las disposiciones para el embarco de tropas, servicio de plaza, y algunos nombramientos, consigna la siguiente disposición: “Se prohíbe estrictamente a todo civil, que forme parte del ejército, cualquiera que fuere su condición, seguir a éste en sus operaciones de guerra, bajo la pena de ser severamente castigado al que infrinja esta disposición”. A pesar de este mandato categórico, el señor Ministro, lleva a bordo del “Itata”, buque de su alojamiento, a los corresponsales de “El Ferrocarril”, de “El Heraldo” y de “El Mercurio”, este último amigo íntimo del Ministro, llamado por el ejército “fabricante de héroes cucalones”. El 14, el Cuartel General reparte profusamente la siguiente proclama: AL EJÉRCITO. Las aspiraciones del país y los deseos del ejército empiezan a realizarse. La I División se pone en marcha para abrir la nueva campaña y herir en la cabeza al aleve conspirador contra la paz y prosperidad de Chile.
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Las otras Divisiones seguirán pronto a la I para consumar juntas la gran obra de castigo y de gloria que principió en Antofagasta, y tendrá término en la capital del Perú. Que alisten sus armas, es la única recomendación que hago a mis compañeros del ejército. Los caminos de Lima y la victoria son bien conocidos de los soldados chilenos. Guiarlos por ella será un deber fácil y una alta honra para el general en jefe.- Manuel Baquedano.- 13 de noviembre de 1880. El convoy queda listo en la tarde del 14. Entre los efectivos de ambos cuadros hay una diferencia de 102 hombres, que forman la dotación de la compañía de desembarcadores. A las nueve de la noche, el señor Ministro acompañado del General Villagrán, y los señores Eulogio Altamirano e Isidoro Errázuriz, pasa a despedirse del General Baquedano, y se embarca en el “Itata”. Minutos antes de dirigirse a bordo, el señor Ministro envía al General la siguiente nota: Arica, noviembre 14 de 1880.- La operación que va a emprender la I División del ejército expedicionario colocará a esta fuerza a pocas jornadas del grueso del ejército enemigo y la capital peruana, centro de sus recursos militares y de su resistencia. Mientras el resto del ejército, se alista para acudir a reunirse a la primera División y asumir una enérgica ofensiva, parece aconsejado por la prudencia y el interés de nuestras armas que se refuerce a aquella con alguno de los elementos de que V. S., dispone desde luego, a fin de habilitarla para mantenerse con ventaja en las posiciones que está destinada a ocupar. En esta virtud, creo de mi deber indicar a V. S., la urgente necesidad de que haga embarcarse, con toda la brevedad que la situación lo permita, con dirección a la bahía de Paracas, adonde se encontrarán las naves que conducen a la I División, una brigada de infantería y dos baterías de artillería de campaña, provistas de las piezas de último modelo llegadas recientemente a este puerto. Para esto, tendrá V. S., a su disposición el vapor “Chile”, que llegará en cuatro días más a Arica y que puede conducir 1.200 hombres y 120 caballos; el vapor “Abtao”, en el que pueden embarcarse 1.000 hombres; y el vapor “Bernard Castle”, que es capaz de contener 1.200. En pocos días más, se hallará igualmente en esta bahía, listo para conducir tropa, el vapor “Matías Cousiño”. Fuera de estas naves, que podrán hacer la conducción de tropas con rapidez relativa, tiene V. S., a su disposición en la bahía los buques de vela “Elvira Álvarez”, “Dordrech”, “Elena”, “Juana”, “Lota” y “José Murzi”; y para hacer escoltar el convoy los buques de guerra “Pilcomayo” y “Magallanes”. Partiendo de Arica a bordo de estas naves, en seis o siete días mas, las brigadas de infantería y artillería destinadas a sostener la primera División, llegarían al puerto que dejo indicado más arriba, en tiempo oportuno para cooperar al rechazo de cualquiera intentona del grueso de las fuerzas enemigas.
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Recomiendo encarecidamente a V. S., el cumplimiento del importante encargo de que es objeto esta comunicación, y llevo en el ánimo la confianza de que cualquier dificultad de ejecución cederá al celo vigoroso y patriótico de V. S.- Dios guarde a V. S.- J. F. Vergara. El General llama al ayudante de servicio, capitán don José Alberto Gándara, y le entrega la nota para ponerla en manos del señor Ministro, con estas palabras: “Mi General me ordena decir a V. S., que devuelve a V. S., esta nota; que no estando conforme con los hechos, no podrá recibirla, o debería contestarla, protestando”. El señor Ministro no el envío de la nota, que habría producido el rompimiento que se temía, desde la llegada del señor Vergara. Cabe aquí declarar, para honra de las fuerzas armadas, que los mismos generales que trajo en su séquito el señor Ministro, se pusieron lealmente al lado de su General en Jefe, en resguardo de sus fueros, que eran los de la Institución, como lo probaron los consejos de guerra, en que apoyaron a su General, votando en contra de los proyectos del señor Ministro. El señor Vergara había ordenado que el convoy partiera al amanecer del 15; pasa la mañana, y los buques permanecen inmóviles. El General no había dado el “zarpe” por la razón siguiente: El capitán don Oscar Viel, jefe del convoy, da parte al General que los cabos no dan seguridad para remolques dobles, pues los vapores deben remolcar a los veleros y éstos a un vaporcito, o lancha de quilla. Las lanchas planas se atrincaron a los costados de los buques. El General, temeroso de una desgracia durante la marcha, hizo requisar cuantos cabos existían en el puerto y aún adquirió algunos entre las naves neutrales al ancla en la bahía. Subsanada la dificultad, las naves comienzan a maniobrar a medio día; a las 3 p.m., organizado el convoy, se pone en movimiento, rumbo al oeste, en el siguiente orden de marcha. Primera fila. Izquierda: “Limarí”, con el “Excelsior” a remolque, éste remolca al “Valparaíso”. Centro: “Lamar”, con el velero “Julia”, que remolca al “Laurita”. Derecha: “Itata”, con el “Norfolk”, que remolca al “Rápido”. Segunda fila. Izquierda: “Carlos Roberto”, que remolca al “Orcero”, y éste a una lancha de quilla. Centro izquierdo: “Santa Lucía”, con el “21 de mayo”, y éste con una lancha de quilla. Centro derecho: “Copiapó”, con el “Inspector” y éste con una lancha de quilla. Derecha: “Angamos” con el “Humberto I”, y una lancha de quilla.
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Retaguardia. El vapor “Huanay”, con la 1ª Ambulancia, a cargo provisoriamente del doctor don Diego San Cristóbal, 2º jefe del servicio sanitario. Buques de Guerra. A la derecha, a la altura de la 2ª fila, la corbeta “Chacabuco”, comandante don Oscar Viel, con la insignia de comandante del convoy; a la izquierda, a la misma altura, la corbeta “O’Higgins”, comandante don Jorge Montt. Total: Dos corbetas; ocho transportes a vapor; siete a vela; tres remolcadores; cuatro lanchas de quilla; y veintitrés lanchas planas, atrincadas a los costados de los buques de mayor calado. A las 4 p.m., el General envía a la Moneda, el siguiente telegrama: Arica, noviembre 15 de 1880.- Señor Presidente: A las 2 p.m., empieza a desfilar el convoy con la I División. Diez buques a vapor, siete de vela.- Baquedano. El señor Ministro de la Guerra había comunicado la noticia en la mañana del día anterior, en los siguientes términos: Arica, noviembre 14 de 1880.- Señor Presidente: Al amanecer de mañana se pondrá en movimiento el convoy que conduce la I División del ejército de operaciones, para abrir la tercera campaña de la presente guerra. Marchamos a hostilizar al enemigo en el centro mismo de su poder militar y de sus recursos. La operación de embarque se ha hecho con regularidad y sin haber sufrido el más leve accidente. El espíritu de la tropa no deja que desear, y no es una presuntuosa confianza la que nos hace esperar con tranquilo corazón el éxito de esta jornada, emprendida con la inquebrantable decisión que sea la última de la guerra. En una hora más estaré a bordo, y si la fortuna no nos es contraria, en cinco días habremos llegado al teatro de las futuras operaciones. ¡Que Dios nos siga siendo propicio! J. F. Vergara. Este telegrama circula por todo Chile, dirigido por S. E., a los Intendentes y gobernadores. El delegado de la Intendencia don Hermógenes Pérez de Arce marcha en el convoy, para velar por el buen servicio en la alimentación de la tropa. Le acompañan, el secretario don José María Oyarzún; el jefe de la sección contabilidad don Álvaro F. Alvarado; los inspectores señores Buenaventura Cádiz y Gustavo Redón; los desembarcadores señores Timoteo Campaña, Pedro A. Torres y los proveedores correspondientes a los cuerpos en marcha.
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La Intendencia lleva víveres para seis días de viaje; para dos días en tierra después del desembarco; y un repuesto para trece días sobre un total de 10.000 hombres, conducidos a bordo del “Limarí”, como lo demuestra el estado de la página 213: Para el cálculo del consumo, la Intendencia dispuso la siguiente ración a bordo: Carne o charqui........................................................................... 230 gramos. Fréjoles........................................................................................ 350 gramos. Frangollo; o arroz para oficiales y enfermos…………………… 66 gramos. Galleta. (A los oficiales ración de harina para confeccionar pan)… 400 gramos. Harina tostada................................................................................ 200 gramos. Grasa................................................................................................ 50 gramos. Ají…………………………………………………………………. 3 gramos. Sal………………………………………………………………….. 20 gramos. Azúcar……………………………………………………………… 25 gramos. Café…………………………………………………………………. 10 gramos. Cebollas……………………………………………………… en proporción. Para el ganado se fijó la siguiente ración: Pasto seco picado……………………. Cebada………………………………. Agua (comprendida la limpieza)…….
6 kilógramos. 3 kilógramos. 50 litros.
Al caer la tarde, el convoy se aleja de la boca del puerto, rumbo al oeste, con cielo sin nubes, mar tranquila y suave brisa que apenas hace balancear los mástiles. Se aleja en correcta formación tal como lo demuestra el siguiente diagrama: Limarí Excelsior
Lamar Julia |
Valparaíso
Itata Norfolk Laurita
Rápido O’Higgins Carlos Roberto | Orcero | Lancha
Chacabuco Santa Lucía | 21 de mayo | Lancha
Copiapó | Inspector | Lancha
Huanay. ________________________________
Angamos | HumbertoI | Lancha
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CAPITULO XIX. Nubarrones allende Los Andes. El Ministro Recabárren, antes apático, poltrón y desafecto a expedicionar sobre Lima, cambia bruscamente de actitud y se convierte en entusiasta propulsor del avance sobre la capital peruana. Un telegrama firmado por los señores ministros Manuel Recabárren, Adolfo Valderrama, José Alfonso y Manuel García de la Huerta, dice al ministro Sr. Vergara, con fecha 30 de octubre, “que cada día que ganemos en celeridad para poner a las puertas de Lima todos nuestros elementos militares, importa, cualesquiera que sean los gastos que con tal objeto se hagan, una verdadera economía, una probabilidad más de acierto, y obviar nuevas dificultades”. ¿Qué dificultades debíamos obviar, apresurando el ataque al enemigo, defensor de Lima y Callao? Oscuros nubarrones se acumulaban en el cielo internacional, con aspecto peligroso, al otro lado de los Andes. La República Argentina proponía al Brasil una acción conjunta, en el conflicto del Pacífico, ya que habían fracasado las conferencias de Arica, celebradas a bordo de la “Lackawana”. Pensaba el gobierno argentino, que sería conveniente renovar la mediación propuesta por gobiernos ligados a los beligerantes por vínculos simpáticos y respetables. En consecuencia, ordena al Ministro de la Argentina en Río de Janeiro, señor Luís L. Domínguez, que proponga esta idea a S. E., el señor Ministro de Relaciones Exteriores del Brasil, señor Pedro Luís de Souza Pereira. Con fecha 10 de noviembre de 1880, el señor don Bernardo Irigoyen, Ministro de Relaciones de la Argentina, da al señor Domínguez, la pauta para iniciar sus conferencias con el señor Ministro del Brasil, resumida en las siguientes bases: “El carácter que toma la guerra es alarmante bajo diferentes puntos de vista. Las hostilidades se hacen con una dureza que no está ciertamente de acuerdo con los principios moderadores que prevalecen en las guerras modernas; y empiezan a producirse observaciones y protestas que, como la del Cuerpo Diplomático residente en Lima, merecen una seria consideración por parte de los gobiernos. Aseguraré también que la negociación, iniciada por la benévola mediación de los Estados Unidos, no ha tenido éxito, a causa de la exigencia del gobierno chileno sobre definitiva cesión de la provincia de Tarapacá, y de otros territorios que no se determinan en la correspondencia. Se agrega que los plenipotenciarios de Chile han rehusado la posesión de Tarapacá como prenda pretoria hasta el pago de las indemnizaciones que los aliados se disponían a reconocer, y no necesito manifestar a V. E., todos los peligros que estos hechos encierran para el reposo y la buena inteligencia de los estados americanos.
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Si las hostilidades continuaran asumiendo el carácter violento que han tomado, podrían producirse complicaciones internacionales, que a los gobiernos comprometidos y a todos los de esta parte del mundo conviene evitar. En cuanto a la cesión definitiva de Tarapacá, no puede ocultarse a V. E., las impresiones que ella produciría en la opinión de la América. La República Argentina y el Brasil profesan principios que no se armonizan seguramente con las pretensiones atribuidas al Gobierno de Chile en las negociaciones de Arica; y esos principios los han hecho efectivos ambas naciones en momentos solemnes y muy favorables para ellas; me refiero a los tratados que se celebraron con el Paraguay, después de la guerra en que los aliados quedaron vencedores; no creyeron éstos que la victoria les daba derecho a exigir cesiones territoriales, ni aún para resolver bajo la preponderancia de las armas, las cuestiones de límites preexistentes entre el Paraguay, el Imperio y la República Argentina. El señor Presidente de la República desea que V. E., en la conferencia que debe proponer, entre prudentemente en las consideraciones indicadas en la presente, y que V. E., se servirá desenvolver, si, como lo creo, tienen aceptación de parte del gobierno imperial. Conviene que V. E., procure hacer sentir en sus conversaciones oficiales y particulares, que este gobierno no tiene otro interés que el de la paz y la armonía de las repúblicas del Pacífico. El éxito de la guerra que las divide, no tendrá influencia alguna en la solución de la cuestión de límites con Chile; ella será resuelta por el reconocimiento y aplicación de los principios y del derecho que nos asiste; el gobierno de Chile reconocerá en más o menos tiempo, la razón que nos acompaña”. El señor Irigoyen participa al Ministro argentino en Lima, don José E. Uriburu, las gestiones iniciadas con el gobierno brasileño; y le insta, para que, sin darlas a conocer, se asocie a toda iniciativa del cuerpo diplomático, en el sentido de suavizar las calamidades de la guerra, y de reducirla a los límites prescritos por el espíritu del siglo; le participa igualmente, que el Ministro de Relaciones del Imperio, ha desautorizado la especie circulada de alianza con alguna república sudamericana. (Chile). En vista de sus instrucciones, el señor Domínguez pasa una nota al señor Pedro Luís Pereira de Souza, Ministro de Relaciones del Imperio, dándole conocimiento de las ideas de su gobierno, respecto de la guerra del Pacífico y solicitando día para tratar el asunto. El señor Pereira de Souza designa el 26 de noviembre, a las 3 p.m., para la celebración de la conferencia. El señor Souza se había medido ya con el ladino don José Antonio de Lavalle, Ministro del Perú, a quien fue sumamente simpático, por lo franco y buen muchacho. El señor Lavalle rectifica su opinión, cuando se da cuenta de que el joven ministro le cruza sus planes y de que la Cancillería Imperial se abstiene de toda intervención a favor del Perú, y más bien manifiesta simpatías por Chile.
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El señor Lavalle se enfurece, pierde la calma y se ensaña contra el señor Souza de quien hace la siguiente pintura, en nota reservada a la cancillería del Rimac, muy distinta por cierto de su juicio anterior: “Don Pedro Luís Pereira de Souza, mucho más conocido en este país por su nombre de pila, que por el apellido de su familia, nacido de pobre, y oscura familia, hizo con buen éxito sus estudios de derecho, y se recibió muy joven de abogado, sin dedicarse por eso a la práctica del foro. Su vocación parecía ser las bellas letras, y como poeta erótico y sentimental comenzó a llamar sobre si la atención pública. Su varonil hermosura y su aureola de poeta, le atrajeron especialmente la de una joven hija de un opulento fazendero, del interior, que, con su más o menos blanca mano, entregó también una cuantiosa fortuna, al joven adepto de las Musas. Parece que la riqueza material extinguió en él la inspiración, pues desde que fue rico, el señor don Pedro Luís no ha vuelto a escribir más endechas, ni baladas, dirigiendo sus esfuerzos a alcanzar otros laureles que los que se cortan en el Parnaso. Apenas casado y rico, se dirigió a Europa con el intento de prepararse a una nueva vocación. Permaneció muchos años en el viejo mundo, y volvió a su patria hablando el francés en notable facilidad y con la fama de haber rehecho sus estudios legales, harto imperfectos y deficientes hoy mismo en el Brasil y de haberse dedicado muy seriamente al estudio de las ciencias político-sociales. Afiliado al partido liberal, su reputación, y más quizás que ella sus riquezas, le llevaron pronto a la Cámara de Diputados, elegido por uno de los municipios interiores de esta vasta provincia de Río de Janeiro, en que están ubicadas las vastas propiedades de su esposa. En el Parlamento se ha distinguido como orador verboso, abundante, pero ligero y superficial; y cuando se organizó el 28 de marzo último el gabinete presidido por el señor Saraiva, fue llamado al Despacho de Negocios Extranjeros, más sin duda por ciertas condiciones personales y de fortuna, que por su importancia política”. Este es el reverso de la pintura que el señor Lavalle hiciera del Ministro Imperial, antes de darse cuenta de que Pedro Luís lo había engatusado con su franqueza y simpatía. Le toca ahora batirse con el experimentado político argentino, don Luís L. Domínguez, de alta talla en el campo de la diplomacia. El 26, a las 3 p.m., se efectúa la conferencia en el Ministerio. El señor Domínguez empieza por exponer cual es el objeto del gobierno argentino al solicitar el concurso del gobierno del Brasil para interponer una mediación amistosa que ponga término a la guerra. El señor Souza pregunta al señor Domínguez si el gobierno argentino tiene acordadas algunas bases sobre el modo de operar y hacer efectiva esta mediación, pues hay dos modos de proceder en este caso: o proponiéndolas los mediadores; o dejando que vengan de las partes interesadas. El señor Domínguez responde que no las conoce; pero “que cree que el gobierno argentino ha de proponer la adopción de principios que condenen o impidan los horrores de una guerra que está haciéndose de un modo contrario a lo que exige la civilización
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moderna; y el abandono de toda pretensión a la conquista de territorio ajeno, sin que esto obste a reivindicación de derechos y a la indemnización de perjuicios”. El Ministro Imperial manifestó que acepta con gusto la idea, por el propósito humanitario que envuelve y el interés que S. M., tiene por la conservación de la paz en el continente americano. Al terminar la conferencia, el Ministro argentino pregunta si el gobierno imperial tiene algo que proponer al respecto; el señor Pereira de Souza, contesta que nada y que espera conocer el pensamiento de la cancillería del Plata, que toma la iniciativa. Con fecha 25 de diciembre, el señor Domínguez remite a la cancillería fluminense, las bases de mediación recibidas de su gobierno: Bases de la mediación y el modo como podría ser ofrecida a los gobiernos beligerantes. Empezaría por nombrar plenipotenciarios ad hoc, uno por cada gobierno mediador, provistos de instrucciones concordantes. En vista de la urgencia, estos enviados diplomáticos podrían ser, por parte del Imperio, uno de sus agentes diplomáticos acreditados cerca de aquellos gobiernos; y por nuestra parte, el Ministro Plenipotenciario que el gobierno argentino tiene en el Perú. Por vía telegráfica se puede averiguar de los gobiernos beligerantes si aceptarían la mediación que los del Brasil y Argentina les ofrecen con intención decidida de propender, con los medios compatibles con los deberes de naciones amigas e imparciales, a poner término a la guerra por arreglos equitativos y honorables. Si como es de desear, la mediación es aceptada, los Ministros mediadores propondrán la reunión de plenipotenciarios de los beligerantes en un buque de la armada Imperial, si lo hubiere en el Pacífico, o en otro neutral que los mediadores pedirían a alguna de las divisiones navales que se estacionan en aquellas costas. Reunidos los plenipotenciarios, los Ministros mediadores solicitarían la recíproca presentación de proposiciones de paz, y concurrirían a su examen y discusión con espíritu conciliador hasta arribar al resultado que se anhela. Apoyarán todas las proposiciones que tiendan a obtener la paz, con la sola excepción de las que pudieran herir el honor nacional de los interesados, o privar a cualquiera de ellos de su derecho de soberanía y propiedad sobre territorios no disputados. Como toda proposición de esta clase sería naturalmente inadmisible para los beligerantes, los mediadores aconsejarían su retiro a quien la hiciese y promoverían discretamente su sustitución por otras que no imposibilitaran el desenlace pacífico que se busca. El gobierno de Chile, después del malogro de la mediación interpuesta por los Estados Unidos, declaró solemnemente en la circular que ha pasado a los gobiernos extranjeros, dándoles parte de las conferencias de Arica, que lo pretende como resultado de la guerra en que está empeñado, es: 1º obtener garantías de paz para el porvenir; 2º indemnización de los perjuicios y gastos originados por la guerra. Sobre estas dos bases
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hay ancho campo para tratar y fundada esperanza de que el ofrecimiento de los buenos oficios no sea estéril. Suponiendo que alguno de los beligerantes rehúse concurrir a una conferencia diplomática, los ministros mediadores solicitarán de éste las bases que podrían conducir a una solución pacífica y las presentarán a la otra parte, absteniéndose solamente de servir de conducto a exigencias de cesiones territoriales, como queda antes indicado. Si alguno de los beligerantes las hiciera, en este caso, los mediadores le pedirán que sean reemplazadas por otras que puedan producir una paz duradera como se desea, y no obteniéndolo, los ministros mediadores declararán que no les es permitido transmitirlas y darán por terminada la mediación. En el caso de que los beligerantes se negasen decididamente a presentar en conferencias o por escrito proposiciones que puedan servir de base a la discusión, los ministros mediadores podrán ofrecer, por su parte, algunas, como las siguientes: Pago de los gastos originados en la guerra, que serían determinados por comisiones mixtas. Devolución de propiedades y bienes particulares. Indemnización de perjuicios causados por la guerra. Garantías para la conservación de la paz y para el pago de las sumas que se adeudan. Sometimiento a arbitraje de una potencia imparcial de todas las cuestiones que dieron lugar a la guerra y de las que se originen con motivo de los tratados de paz. Si, lo que no es de esperar, la mediación no fuera admitida, los gobiernos mediadores declararán que creen haber llenado un deber impuesto por los más elevados sentimientos que proclama la civilización de este siglo y por el espíritu fraternal que ha prevalecido generalmente en las relaciones de los estados sudamericanos; y deplorando los obstáculos que hayan encontrado para la realización de sus sanas intenciones, librarán al juicio imparcial de los pueblos civilizados la apreciación de los hechos que sobrevengan. Si V. E., con mejor criterio, tuviera algunas modificaciones que hacer a estas bases, que el infrascrito solo presenta como la expresión fundamental de su gobierno, no duda que podrá ponerse de acuerdo con V. E. Parece inútil recomendar la urgencia con que debe tratarse este negocio; basta fijar la atención en la rapidez con que los sucesos se precipitan en el teatro de la guerra por las noticias que llegan por el último vapor. Lima debe estar embestida en estos momentos; pero aún cuando se hubiese dado una batalla, y cualquiera que fuese su resultado, la mediación conjunta del Brasil y la República Argentina, podría ser útil para moderar el furor de la contienda, y para evitar nuevos desastres. Rogando por esto a V. E., se sirva prestar a este asunto la inmediata atención que merece, el abajo firmado se complace en reiterar a V. E., la expresión de su más alta y distinguida consideración.- Luís L. Domínguez.- A. S. E., el señor Pedro Luís P. de Souza, Ministro de Negocios Extranjeros.
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El señor Irigoyen quería, por bien o por mal, impedir que Chile obtuviera el legítimo provecho de sus victorias; y aún, después de las sangrientas batallas de Chorrillos y Miraflores y de la ocupación de Lima y del Callao. Y para llevar adelante sus planes proditorios, se esforzaba por obtener el concurso del Brasil. El gobierno imperial guarda absoluto silencio respecto de las bases de mediación presentadas por el ministro argentino, en nota fechada el 25 de diciembre. Alarmado por la demora, el señor Domínguez, inquiere en el Ministerio de Negocios Extranjeros la causa del retardo. El Director General le informa que como el Ministerio piensa dimitir, no se ocupa de asuntos tan serios como el de la mediación propuesta; y además, la expectativa de una próxima batalla, podía influir en la situación de los beligerantes. Por fin, el 29 de enero, el señor Pereira de Souza, responde a la citada nota de 25 de diciembre, en los siguientes términos: Ministerio de Negocios Extranjeros. (Traducción). Río de Janeiro, enero 29 de 1881. Señor: El señor don Luís E. Domínguez, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la República Argentina, se sirvió comunicarme por nota de 25 del mes próximo pasado, las bases formuladas por su gobierno para la mediación que él y el del Brasil concordaban en ofrecer a Chile, al Perú y a Bolivia. Estuve impedido de responder inmediatamente aquella nota, por las circunstancias de la política interna del Brasil, que el señor Domínguez bien conoce; y los acontecimientos se precipitaron de tal modo entre los beligerantes, que aunque el gobierno imperial hubiese podido entenderse inmediatamente con el de la República Argentina, llegaría tarde el ofrecimiento de ambos para el fin que tenían en vista. A ser ciertas las noticias recibidas del Pacífico por el telégrafo, y parece que lo son, ya no hay beligerantes en condiciones de oír consejos de paz y de discutir medios de llegar a ella de modo conveniente para ambas partes, sino vencedores que consiguieron completamente el resultado de sus esfuerzos, y vencidos llevados a extremidad de no poder prolongar la resistencia. Aún más; no hay en el Perú gobierno con quien puedan tratar las potencias deseosas de ayudarlo en su infortunio. Mudadas así enteramente las circunstancias, en vano discutirían los gobiernos del Brasil y de la República Argentina las bases de su humanitario procedimiento, como antes lo esperaban, y si el gobierno argentino juzga todavía practicable algún acto semejante, será necesario que lo adapte al caso presente. Habiendo tomado él la iniciativa, aguarda el gobierno del Brasil la manifestación de su pensamiento. Tengo el honor de reiterar al señor Domínguez las seguridades de mi más alta consideración.- Pedro Luís P. de Souza.- Al señor don Luís E. Domínguez. La cancillería fluminense no se preocupa ya de la mediación, dados los hechos ocurridos en Lima, cuya ciudad ocupaba el ejército chileno. Pero el Ministro señor Irigoyen no se descorazona; oficia nuevamente al señor Domínguez para que vuelva a ponerse al habla con el señor de Souza, y le manifieste
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que la cancillería del Plata teme que las dificultades entre las naciones beligerantes se prolonguen, dadas las pretensiones desenvueltas por el gobierno de Chile. Si la resistencia del Perú continúa, si Bolivia se dispone también a resistir, la guerra puede prolongarse a pesar de las ventajas obtenidas por Chile. Por esto, cree que la mediación conjunta puede llegar todavía en momentos de prestar servicios importantes al gobierno de Chile, a los gobiernos aliados y a los intereses generales de esta parte del mundo. Ordena también a su representante que “cuide de renovar las declaraciones acerca de las seguridades que nos acompañan de que nuestra cuestión de límites con Chile será resuelta pacíficamente, años más o menos, por el reconocimiento de nuestros claros derechos, y que en esta convicción no fundamos, ni fundaremos jamás esperanza alguna en las dificultades de estados vecinos, que sinceramente deploramos”. El señor Domínguez retarda comunicar estas declaraciones al Ministro de relaciones del Brasil, por acontecimientos acabados de ocurrir, que habían producido harto desagrado en el Imperio. “El Nacional” de Buenos Aires noticia que el comandante Fontana ha partido a efectuar un reconocimiento en el territorio de Misiones, en actual disputa entre el Brasil y Argentina, acerca del dominio de estas tierras. Además, la prensa fluminense pública la sensacional noticia de que el vapor argentino “Avellaneda” ha insultado el pabellón brasileño, disparando algunos tiros de cañón sobre el vapor mercante “Inca”, incidente que en esos momentos preocupa al público, que pide la destitución del capitán Bormann, del “Avellaneda”. Las gestiones de mediación permanecen, en statu quo. Por fin, el 9 de abril, es decir, tres meses después de la ocupación de Lima por el ejército chileno, el ministro señor Domínguez vuelve a llevar al Ministerio de Negocios Extranjeros de Río, la manoseada mediación. Le comunica que su gobierno le ordena renovar cerca del gobierno imperial la proposición de interponerse entre los beligerantes, llevándoles de acuerdo, la palabra de conciliación y el sentimiento de paz. El señor Domínguez no cree que sea un obstáculo el establecimiento de un gobierno establecido en Lima bajo el amparo del gobierno chileno; al contrario, la coexistencia de dos autoridades en la República, puede crear mayores dificultades para una solución pacífica, tanto más, cuanto que ese gobierno no cuenta con la adhesión de Bolivia, aliada del Perú. Las bases indicadas el 25 de noviembre son las mismas que el gobierno argentino propone nuevamente. El 15 de julio contesta la cancillería imperial la nota anterior, es decir, después de un lapso de tres meses y ocho días. La causa de la demora se debe a que antes de recibir la nota de 9 de abril, el Ministerio había recibido de Londres la noticia de que Francia, Gran Bretaña e Italia iban a emplear sus buenos oficios para el restablecimiento de la paz, según lo aseveró en la cámara de los comunes, sir Charles Dilke, subsecretario británico de Negocios Extranjeros.
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De aquí surgía una complicación. La mediación propuesta por el ministro argentino tenía que ser ofrecida a los tres beligerantes e iba a encontrar la de tres potencias europeas solicitada por uno de los aliados, según parece, sin previo asentimiento del otro. Había que esperar; y se sabía que dieron instrucciones sobre ello a sus representantes en el Pacífico, y que reconocerían la autoridad del señor García Calderón, tan pronto como Chile manifestase que trataría con él. Por otro lado, el gobierno boliviano pidió la mediación del gobierno del Brasil, declarando que el acuerdo del Perú no le era indispensable, pues la presión que ejercía Chile sobre el gobierno peruano, autorizaba al gobierno de Bolivia a hacer lo que su criterio y lealtad aconsejasen. Las circunstancias actuales habían cambiado. El gobierno imperial pensaba en buenos oficios y suponía solamente la existencia de su ofrecimiento; ahora pide Bolivia mediación, y se presentan tres gobiernos procediendo conjuntamente a pedido de otro aliado, sin saberse si éste negociará por su cuenta, o si consultará también los intereses de Bolivia, como ella se muestra resuelta a hacerlo. En estas circunstancias, la prudencia aconseja el ofrecimiento de simples buenos oficios. Si la acción de las potencias amigas y neutrales se ha de ejercer por las dos partes simultáneamente, con mayor facilidad podrán los aliados entenderse para que haya alguna armonía en sus condiciones. El gobierno imperial tiene la intención de comunicar por telégrafo al de Bolivia el compromiso que ha contraído con la república Argentina, y decir al mismo tiempo que juzga conveniente que la acción conjunta se limite a buenos oficios. Pero no responderá definitivamente al pedido que se le ha hecho, sino de acuerdo con el gobierno argentino, si éste concuerda con las siguientes bases: 1º Ofrecer solamente a Bolivia y a Chile, en vez de mediación, simples buenos oficios, si la intervención de las tres potencias europeas hubiese sido aceptada por la segunda de aquellas repúblicas y fuese limitada a la paz entre ella y el Perú. 2º Ofrecer simples buenos oficios a los tres beligerantes, si la intervención europea no hubiese sido aceptada por Chile. 3º Autorizar por telégrafo a los agentes diplomáticos del Brasil y de la república Argentina en La Paz y en Santiago, y según las circunstancias, también en Lima, a ponerse en comunicación por el medio más breve para informarse mutuamente de la aceptación de sus buenos oficios y proceder a ejercerlos en el lugar y por la forma que se convenga, considerando la autorización telegráfica como poder suficiente, sin perjuicio de la confirmación por el modo ordinario, pero sin que la demora de ésta impida la marcha y conclusión de la negociación. 4º Declarar los plenipotenciarios brasileños y argentinos que sus gobiernos no ofrecen las condiciones de la paz, y apenas por medio de ellos, procuran traer a los beligerantes a acuerdos razonables y honrosos para todos.
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5º Aceptada la redacción de las comunicaciones telegráficas, son ellas expedidas simultáneamente por los gobiernos brasileño y argentino. Mientras el señor Domínguez consulta a su gobierno sobre las nuevas bases, recibe, con fecha 10 de agosto, una adición a la anterior nota del 15 de julio. En esta adición, el señor Pereira de Souza noticia al señor Domínguez que el Brasil ha recibido el siguiente telegrama del gobierno de Bolivia: “Bolivia admite acción conjunta para conciliación beligerantes en la forma y con potencias que Brasil juzgue conveniente. Mediación europea aún no ofrecida a Bolivia; solamente gobierno de Lima. Este invitó Bolivia próximas negociaciones paz; Bolivia declaró no poder concurrir por causa dualidad gobiernos Perú. Piérola pide mediación brasileña conducto Bolivia”. Como había ya dos gobiernos en el Perú, y Bolivia procedía separadamente, la cancillería de Río de Janeiro mantuvo indefinidamente en suspenso la proposición de los buenos oficios, librando al gobierno de Chile de tener que responder a una invitación, que aunque amigable, tal vez no fuera grata ni a las autoridades chilenas, ni al país. Nuevamente el señor Pereira de Souza dio muestras de alta sagacidad para no caer en la tentación que con tanto artificio le tendía el señor Irigoyen. El gobierno imperial cumplió lealmente la declaración de mantenerse neutral en la contienda del Pacífico, neutralidad a la cual quedaron altamente agradecidos el gobierno y el pueblo chileno, que guardan por el pueblo brasileño los más intensos sentimientos de cariño y fraternidad.
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CAPITULO XX. La Vanguardia estratégica. El 15 de noviembre de 1880, a las 3:30 p.m., el convoy del comandante Viel, abandona la rada de Arica, con rumbo al sur 78º oeste, para alejarse de la costa. Cerrada la noche y enmendado el rumbo, se encuentra a las 11 a la altura del Morro de Sama, sin viento y mar bonancible. El martes 16, el oficial de guardia toma la altura, hace sus cálculos y anota la distancia de 111 millas de Arica. Como el “Carlos Roberto”, viene quedándose atrás, el comandante ordena por señales a la “O'Higgins” que tome el remolque del “Orcero”. Se anda a razón de cinco a seis millas por hora. El 17 sopla suave brisa del Sur; los buques largan sus velas. A las 12 m., la distancia a Arica sube a 122 ½ millas; rumbo norte 72 oeste. Con mar siempre sosegada y horizonte despejado las naves pasan a las once de la noche frente al Morro de Chala. Amanece el 18; se le saluda con alegres dianas; el mar continúa como taza de leche. Todo es contento y alegría. Las conversaciones picantes y las chanzas se mezclan con los cantos y los acordes de los bailes. A las 12 m., 142 millas separan al convoy de su punto de partida. A la 1 p.m., se lee la orden del día, en la cual se inserta la proclama del Comando de la División que transcribimos en seguida: PROCLAMA DEL GENERAL DON JOSÉ ANTONIO VILLAGRÁN A LA DIVISIÓN A SUS ORDENES. Soldados de la I División: El ejército encargado por Chile de resguardar su honor y su derecho va a comenzar su tercera y última campaña contra el enemigo de la Patria. A vosotros os ha tocado el honor de formar la vanguardia de las fuerzas chilenas. En pocas horas más vuestras plantas victoriosas hollarán el suelo de una de las más hermosas y ricas comarcas del Perú y os encontraréis instalados firmemente como señores a pocas jornadas de la ciudad de Lima, centro de la resistencia y de los recursos del enemigo, que el ejército chileno tiene encargo de rendir y someter. Soldados de la I División: Antes de que hayan transcurrido muchos días habrán acudido a sosteneros en el avance contra la orgullosa y muelle ciudad de los virreyes vuestros compañeros de la II y III División. Antes de muchos días el poderoso ejército que ha hecho surgir del suelo el patriotismo inquebrantable de la nación chilena, se hallará unido y en aptitud de marchar
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con paso rápido a poner a la guerra un término digno de los sacrificios y de las glorias de Iquique y de Pisagua, de Ángeles, de San Francisco, de Tarapacá, de Tacna y de Arica. Entretanto la I División vivirá de los abundantes recursos que le brinda la fértil región enemiga que pronto ocupará; y su general, lo mismo que el Gobierno y el país, esperan de ella que mientras llega la hora de los combates, sepa dar al ejército ejemplos dignos de disciplina, de moralidad y de cultura. Nada de destrucciones insensatas de la propiedad que a nadie aprovechan y que redundarían en esta ocasión en daño de nosotros mismos. Nada de violencias criminales contra personas indefensas e inofensivas. El ejército de Chile se halla obligado por la grandeza de sus hechos pasados, a manifestarse tan humano en el campamento como es irresistible en el campo de batalla. Soldados: En vísperas de nuevos esfuerzos y de nuevos triunfos, os saluda a nombre de la nación de Chile y del Gobierno, Vuestro General. A la 1:30 de la tarde se adelantan a toda fuerza la “Chacabuco”, “Angamos”, “Itata” y “Limarí” con rumbo a Paracas, con intenciones de entrar al amanecer a esta cómoda bahía. Los expedicionarios extreman su alegría por ser la última noche de a bordo. Un oficial que navega en el “Copiapó”, escribe a su familia residente en La Serena: “Ha llegado la noche del 18; parece que la gente ha enloquecido. La banda toca zamacueca y la zapatean; se largan después a cantar la canción de Yungay con entusiasmo loco. En el salón sucede lo mismo; los oficiales tienen un concierto infernal de voces humanas y notas de piano. La alegría sube de punto; bailan, cantan, aplauden, se divierten. En lo mejor de la fiesta el corneta de la guardia toca silencio. La música cesa, las voces se apagan. Un rato después todo el mundo duerme, soñando con la entrada a Lima, aspiración dorada de general a tambor. No ha habido un desacuerdo, una disputa, un desorden. Todo se traduce en alegría, felicidad, por la entrada a la vida activa de campaña”. El 19, al amanecer, la flotilla penetra en el Boquerón, o sea en el canal formado por tierra firme y la isla Sangallan (Sangalla, en indígena, árboles caídos). La “Chacabuco” reconoce la bahía y a las 8 a.m., la flotilla larga anclas. El comandante Viel envía inmediatamente a tierra una compañía de Artillería de Marina, que para tal objeto lleva a bordo a cargo del capitán don Juan Rojo; el capitán toma tierra, despliega la compañía en guerrilla y se lanza al trote camino de Pisco. Siguen después dos lanchones con una batería Krupp de montaña, con el ganado, atalaje y municiones, en tanto el “Angamos” conduce un parlamentario a Pisco, a exigir verbalmente la rendición incondicional de la plaza.
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El teniente don Adolfo Rodríguez lleva el mensaje al comandante militar coronel don Manuel Antonio Zamudio, que contesta inmediatamente por escrito en los siguientes términos: “Pisco, noviembre 19 de 1880.- En contestación a su intimación verbal de la rendición de esta plaza, digo a V. E., que puede proceder a tomarla a viva fuerza y que ni un solo peruano arriará el pabellón a las huestes invasoras.- Manuel A. Zamudio.- Al jefe de las fuerzas expedicionarias de Chile”. El comandante del “Angamos”, toma conocimiento por familias extranjeras asiladas en un velero italiano fondeado en la bahía, de que la guarnición ascendía a tres mil hombres y que había minas en la costa y en la bahía. El coronel Zamudio, para demostrar que tenía buenos medios de defensa, hace estallar dos minas durante el regreso del “Angamos”, una en Pisco y otra en la playa del poblacho de San Andrés, sin beneficio ni provecho alguno. El comandante de la División, para evitar pérdidas desembarcando en Pisco frente a un enemigo atrincherado, ordena que toda la División tome tierra en la bahía de Paracas, nombre quechua que significa torbellino; y en mapuche, ráfaga de viento con turbión de agua. (P. Armengol Valenzuela. Glosario Etimológico. Tomo II, pagina 148). Dichos vientos dieron nombre al puerto. Doblando por el norte la Península de Paracas, el saco de la bahía de este nombre, corre al sur por tres y media millas y una anchura de dos, ofreciendo un surgidero magnífico de buen tenedero, que semeja una laguna por su mansedumbre. El fondo es de fango y bastante somero hasta media milla de tierra. Tiene Paracas dos y media millas de boca, igual distancia entre los senos S. E., y S. O. 5½ kilómetros de fondo: un cuadrado de lados casi iguales y paralelos respectivamente. Hacia el ángulo S. E., hay un pozo de agua dulce y algunas palmas; su seno se llama Aguada. En el ángulo S. O., otro seno que entra más en la pampa de arena: se llama Flamenco. Algo al norte de la Aguada existe una ranchería de pescadores. La bahía de Paracas sirvió de recalada a diez transportes de la escuadra chilena que conducía la expedición chileno-argentina mandada por San Martín el 8 de septiembre de 1820. Sirvió igualmente de estación a la escuadra del almirante Pinzón después de la captura de las islas de Chincha. Cuatro y medias millas al norte, se encuentra el pueblecito de San Andrés, de miserable aspecto. Se designa con el nombre de Boquerón el paso que resulta entre la playa occidental de Paracas y la isla Sangallan. Es un canal profundo y limpio, el más expedito para entrar o salir de Pisco por el sur en naves o vapor o vela. Tiene 27 millas de ancho sobre el paralelo, indicándose solo aproximación principal a la península, que con una milla de resguardo no ofrece el menor peligro. La isla de Sangallan forma con la costa el Boquerón. Tiene esta isla 2,3 millas de largo y una de ancho con un picacho al norte que se divisa desde Pisco.
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Generalmente un manto brumoso envuelve la isla dejando apenas visible sus relieves más salientes; pero la paraca limpia la bruma, de que sólo quedan hilos de niebla, erizados sobre la cima a manera de penachos. Ese haz de niebla indica la aproximación del viento. “Sangallan se ha puesto el gorro” dicen las gentes de mar allí avencidada y la frase equivale a “Viene la paraca”. Empieza el desembarco en las lanchas planas, bajo la dirección de los señores Francisco Álvaro Alvarado y Pacífico Álvarez, industriales prácticos reconocidos en asuntos de mar y manejo de embarcaciones menores. Aquí se conoció la previsión de la Intendencia, que enganchó 102 fletadores y pescadores de la costa desde Valparaíso a Arica, contrariando al señor Ministro de la guerra, partidario de que las faenas de desembarco se hicieran con tropa del ejército, ignorante en absoluto de este delicado trabajo. La Intendencia con su compañía de bogadores diestros desembarcó toda la División con sus impedimentas, ganado, parque y bagaje, rápidamente, sin dificultades de ningún género, del convoy pesado que fondeó en Paracas a las doce del día. Los pobladores de Pisco abandonan el pueblo en dos convoyes del ferrocarril, con destino a Ica, capital del departamento. Quedan únicamente los extranjeros y uno que otro nativo que no dan crédito a las atrocidades que se dicen cometidas por los chilenos. El coronel Zamudio, jefe del sector de Pisco, cuenta con los siguientes cuerpos: Columna San Martín, Ica Nº 1; Batallón Concordia, Pisco Nº 2; Batallón Naval, Pisco Nº 3; Batallón Zunampe, Chincha Nº 4; Batallón Granaderos, Chincha Nº 5; Columna Zapadores, Chincha Nº 6. Caballería: Regimiento Lanceros de la Independencia, Humay Nº 1; Regimiento Carabineros, Chincha Baja Nº 2; Escuadrón Tiradores, Ica Nº 3. Jefe del Estado Mayor, coronel don Juan José Pinilla. El coronel Zamudio pensó defender la plaza: cavó fosos en la playa y estableció atrincheramientos de sacos de arena. Colocó tres poderosos torpedos de fierro enterrados a dos metros de profundidad; uno bajo el muelle, otro cuarenta metros hacia el sur y el tercero a cien metros del primero. Los hizo conectar por una guía con la estación eléctrica situada en una loma a 800 metros al interior. Defendían la estación otro torpedo y tres minas de pólvora gruesa y dinamita. Los torpedos de fierro tenían una carga de 120 kilógramos de pólvora negra y dinamita. El comandante Souper encargado de reconocer el terreno avanza con la compañía del capitán Rojo. El coronel Zamudio concentra la infantería en la plaza principal de Pisco y envía la caballería en reconocimiento al sur. Se avistan las vanguardias. La compañía de Rojo avanza sin disparar; los peruanos la reciben con fuego de salva. Al oír silbar las balas, los cucalones que acompañan a Souper las empluman a retaguardia, encabezados por don Isidoro Errázuriz.
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Souper y los artilleros de marina avanzan; la “Chacabuco” y “Pilcomayo” lanzan algunas granadas que revientan en medio del enemigo. No se necesito más para el desbande de los jinetes, que a toda brida desaparecen en dirección a la cordillera. El coronel Zamudio juzga a salvo el honor nacional. Se retira al Molino, 18 kilómetros de Pisco, al pie del cerro de Tiza. No se considera seguro aún, y retrocede hasta San Ignacio, 24 kilómetros aguas arriba del río; y por fin establece su campamento en Humay, a 54 kilómetros de Pisco. El capitán de puerto, comandante Portal, fuga con Zamudio llevando la máquina telegráfica; envían a Lima una heroica descripción del combate sostenido con los invasores, no obstante el feroz bombardeo de la escuadra chilena. El general Villagrán entra a Pisco el 20 a las dos de la tarde, armas a discreción y establece en esta plaza la base de operaciones. Parte de las tropas acampa en el pueblo Pisco Alto; la otra, en el puerto, en magníficos cuarteles: la subprefectura, aduana, almacenes de depósito y casas particulares abandonadas. El comando iza su guión en la Capitanía de puerto. El general Villagrán despliega gran actividad. Ordena al jefe de Pontoneros, capitán Arturo Villarroel, la limpia del puerto. Este recoge los torpedos y minas y los depósitos de explosivos que el enemigo no supo o no quiso utilizar. Terminada la operación, la escuadrilla se traslada de Paracas a Pisco, que es una de las bahías más extensas y abrigadas del litoral, no obstante la frecuencia con que refrescan en ella las virazones que toman el nombre de paracas. La bahía y península de este nombre se hallan barlovento y por esta causa, parece que las virazones especiales de la bahía se originan en esos lugares. La recalada puede hacerse en viaje del sur o del norte. En el primer caso, se aconseja reconocer cerro Carretas, rectificar ahí rumbo sobre Sangallan y entrar a la bahía por el Canal del Boquerón. En viaje del norte, se navega en demanda de la isla Chincha y una vez rebasada ésta, se navega libremente sobre el puerto. Pisco (de picu, ave, pájaro) es un puerto antiguo, en uso antes de la llegada de los españoles. Las más viejas crónicas lo designan con el nombre de Sangalla. Se halla a poco más de 4,5 kilómetros al sur de la boca del río e indican su situación el muelle y las torres de la matriz del pueblo, que distan poco más de un kilómetro de la ribera. Es conveniente escoger fondeadero un poco a barlovento del andar del muelle y a uno y medio o dos cables del cabezo, salvo que se trate de nave de gran calado, en cuyo caso será preciso fondear algo más afuera. Hay fondos de 4 a 6 brazas, en fango. La tasca, o sea la faja que ocupa la reventazón de las olas, ocupa casi dos cables; pero el muelle sale mucho más. Es un muelle en esqueleto, con columnas, baos y vigazones de fierro y plataforma de madera a cuatro metros sobre el nivel del mar. Mide 666,66 metros de largo por 10 metros de ancho; y tiene hacia el cabezo en donde ya no revienta la mar, escalas y pescantes que facilitan el tráfico. Una cañería de agua llega hasta el cabezo.
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A la salida del muelle hay un edificio a cada lado, que sirven de oficinas a la Capitanía del puerto y al resguardo. El cabezo del muelle tiene una torre con luz propia y firme de 11/5 metros sobre la plataforma, pintada de blanco, en el cual se enciende una luz todas las noches. Existe fondeada una boya con la parte superior del enjaretado en forma de pirámide cuadrangular; la cual indica el fondeadero de los vapores de la P. S. N. C. Esa boya se encuentra en la enfilación del muelle con la catedral y a 700 metros de la extremidad de aquel. El único inconveniente que presenta este puerto es consecuencia de la marejada que levanta la paraca la que llega a paralizar el tráfico con vasijas frágiles como las botijas y piscos en que se embarca el aguardiente. En cuanto a las naves mismas, no corren ningún peligro, especialmente contando con buenas amarras. El puerto cuenta con los recursos de los próximos valles, Cóndor, Chuchanqui, Chincha, Huama, Ica, etc. El tráfico de pasajeros se hace por botes y el de carga por lanchas; concluido el trabajo, éstas fondean a sotavento del muelle y próximo a él. En la playa, o sea en el Puerto Pisco, hay extensas bodegas de depósito, cómodos hoteles y casas de buen aspecto. Una línea de tranvías lo comunica con Villa Pisco, a dos kilómetros al interior. Un ferrocarril de trocha ancha, construido en 1868, une el puerto con la ciudad de Ica, capital del Departamento. Tiene una extensión de 71 kilómetros en su mayor parte sobre pampa arenosa, hasta entrar al valle. Estaciones: La Milla 18, a 29 kilómetros de Pisco con un pozo cercano de buena agua; Guadalupe, a 62 y en el kilómetro 71 Ica. La potencia productiva de Pisco se basa en su riqueza agrícola. Los valles de Cóndor y Chuchanqui, cuyos ríos forman el de Pisco, son extensos, fértiles y de regadío. La hacienda de Caucato, en el valle Cóndor, goza de renombrada fama por sus vinos, piscos y azúcar; los campos cubiertos de caña, el ingenio y magníficas casas se divisan desde la bahía. Una línea telegráfica une al puerto con la capital del Departamento, con Lima y otras ciudades del interior y del sur. Ica, capital del Departamento con 7100 habitantes, a 488 metros de altura sobre el nivel del mar, goza de buen temperamento; pero desde su fundación en 1563, ha sido destruida varias veces por terremotos. La provincia de Ica es de una fertilidad asombrosa, no obstante que el río no es permanente, por lo que se echa mano de pozos artificiales. Hay viñedos que producen sin menoscabo desde hace más de tres siglos. De clima cálido, pero sano, los habitantes no sufren las endemias de otros lugares de la costa. Produce en abundancia cochinilla, algodón, algarroba, vino, aguardiente, ají, fréjoles, exquisitas frutas, verduras y legumbres. Abunda el ganado, y las aves de corral tienen precios ínfimos.
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El río Pisco desemboca dos y media millas al norte del puerto; en verano arrastra buen caudal, pero en invierno se seca casi por completo. Con mucho agua, la corriente se hace peligrosa. El general había dejado en Paracas al Regimiento 4º de línea, una batería de artillería y el Regimiento Granaderos a caballo. Esta fuerza, a las órdenes del coronel don José Domingo Amunátegui, parte en las primeras horas de la mañana del 21 a ocupar la estación Milla 18, sigue después a Guadalupe y entra a Ica, capital del Departamento, el 23, a las 2 p.m. El comando divisionario nombra superintendente del ferrocarril a don Alberto Stuven, que efectúa el arreglo de las locomotoras y de la vía con tal presteza, que a las 48 horas se establece el servicio de trenes entre Pisco e Ica. El 21 sale de Pisco un piquete de Granaderos, a cargo del teniente Padilla, a quien acompañan los señores Eulogio Altamirano e Isidoro Errázuriz, en dirección a la hacienda de Caucato, verdadero paraíso situado en el fértil valle del Cóndor. El 22 vuelve la expedición con 230 vacunos para el consumo de la tropa y algunas cargas de verduras y frutas. Varios otros destacamentos recorren las vecindades y sus comandantes anuncian que los valles están en plena producción y que el ejército se resarcirá de las escaceses anteriores. El 22, el señor Manuel Vicuña hace funcionar los hornos portátiles de que era concesionario y los cuerpos reciben como ración una telera caliente de 16 onzas. Desgraciadamente, el sistema de hornos fracasa, y el señor Vicuña que creía levantar millones, vio desvanecidas sus ilusiones. El jefe de los pontoneros don Arturo Villarroel efectuó el arreglo de los pescantes del muelle, escaleras y caminos de rieles del muelle, inutilizados por el enemigo. Merced a este trabajo, la Intendencia desembarca su enorme y pesado material; establece sus oficinas en el Resguardo y Capitanía del Puerto. El Ministro de la Guerra que guardaba los billetes peruanos capturados por Lynch, los reparte como suple a razón de diez soles por peso. Los oficiales reciben mil soles y los soldados ciento. Como en Pisco circula la moneda peruana por su valor legal, las mercaderías salen a huevo, dada la diferencia del cambio. El calor es insoportable; y su fuerza arrecia de día en día. Los jefes y oficiales obtienen permiso del general Villagrán para usar sombreros de pita, abundantes y baratos en la provincia. Era de ver el contento con que se lucían las chupallas, se entiende, fuera de los actos del servicio. El general se incauta de la hacienda de Caucato y la designa como depósito de la Intendencia General, a cargo de un empleado superior. Allí pastan en hermosos potreros, bueyes, corderos, cabras, cerdos, etc., etc., requisados en las vecindades. Con respecto a verduras y menestras el general ordena comprar al contado a los indios que no caben de gusto al recibir soles nuevecitos, en
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cambio de sus mercaderías; se apresuran a traer cuantas provisiones frescas encuentran a la redonda. He aquí los precios en soles peruanos (10 centavos chilenos): Saco de papas, 6 soles; bueyes, 150; vaca parida, 100; saco de camotes, 17; arroba de aguardiente de uva, 14 soles. La colonia china, allí numerosa y bien colocada en el comercio, recibe al ejército con los brazos abiertos; pues saben que ha dado la libertad a numerosos esclavos de su nacionalidad, trabajadores en los valles de Sama, Locumba y Moquegua. Y como los soldados chilenos compran con buenos soles en sus almacenes, tiendas y cafés, se traban en sinceras relaciones de amistad, muy útiles al Estado Mayor, porque la colonia proporciona guías expertos y seguros, conocedores de los caminos y valles del Departamento. Pronto llegan numerosos asiáticos libertados por nuestros destacamentos, en las haciendas de Ica, Caucato, Cóndor, Humay, Chincha y demás ricas y fértiles fincas cubiertas de caña, algodón, vid, etc. La tropa hace dibujos con el suple de los soles. El sol (diez centavos de nuestra moneda) vale diez reales de a diez centavos el real. Pues bien, en los cafés se sirve un plato de buen picante a razón de un real o sea un centavo chileno. La tropa se harta con guisados baratos aunque a veces aparecen ratones en el puchero; pero es bien conocida la respuesta china: Caldo pa vos, latón pa mí. Una de las principales casas de comercio chinas pertenecía a don Quintín Quintana, caballero de cierta ilustración, extraído de china traidoramente y vendido a un rico hacendado de la vecindad, simulando la esclavitud con un contrato de arrendamiento de servicios por 20 años, a dos soles anuales. Quintana, redimido por su trabajo, tenía gran ascendiente entre los suyos; había edificado a sus expensas una pagoda que visitaron algunos oficiales amigos con respetuosa circunspección ante la estatua de Buda, en cuclillas en el retablo del fondo. El 25 sale a campaña el señor Ministro de la Guerra con dirección a Chincha Alta y Tambo de Mora. Llevan 200 granaderos a cargo del comandante Yávar y 200 infantes del 2º de línea. Mientras el señor Vergara marcha por tierra, el “Angamos” transporta a Tambo 250 hombres de Artillería de Marina, a cargo de Vidaurre, para ocupar el puerto. En Chincha cae prisionero don Agustín Matute, subprefecto de Pisco, caballero patriota; inconsolable por la fuga de Zamudio, se degüella en la prisión con una navaja de barba. El señor Ministro regresa a Pisco el 29 y el 2 de diciembre se embarca con rumbo a Arica. El 15 de noviembre, no bien parte la I División, el general Baquedano regresa a Tacna, en donde convoca en la tarde del mismo día a reunión, al jefe de Estado Mayor General, general don Marcos 2º Maturana; al comandante general de Artillería, coronel don José Velásquez y al jefe del Parque General, comandante don Raimundo Ancieta, con el objeto de tomar conocimiento exacto del armamento, municiones y equipo disponibles en Arica, para alistar a la I Brigada de la II División; y pide al delegado de la
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Intendencia, señor Pérez de Arce, que no pudo concurrir a la reunión, un estado de las existencias de las bodegas de Arica y a bordo de los transportes. Con estos datos, se procede a equipar a la 1ª Brigada, pues el general es esclavo de la disciplina, y como se impuso por la nota devuelta al Sr. Ministro de que era resolución gubernativa la partida de la 1ª Brigada de la II División a Pisco, resuelve enviarla cuanto antes. Quita a varios cuerpos los artículos de equipo que faltan, en especial caramayolas, tan necesarias en el desierto; y así desnuda a un santo, para vestir a otro. Todos los obstáculos se salvan. El 25 se encuentran listos en Tacna, la artillería, parque, bagajes, ambulancias, el regimiento Buin 1º de línea y los movilizados Esmeralda y Chillán, comandados respectivamente por los tenientes coroneles Juan León García, Adolfo Holley y José Antonio Guíñez, este último en reemplazo del comandante Vargas Pinochet, fallecido de neumonía en Tacna. La caballería queda en la plaza para marchar con la 2ª Brigada. La movilización y embarco en Arica se efectúa durante los días 26 y 27. A las 2:20 p.m., del 27 de noviembre zarpa de Arica el segundo convoy, rumbo a Pisco, compuesto de los vapores “Chile”, “Matías Cousiño”, y “Huanay” y los veleros “Elvira Álvarez”, “Elena”, y “Dordrech”. Sirven de escolta el “Abtao” y la “Magallanes”; el capitán don Aureliano Sánchez iza la insignia de jefe del convoy en el “Abtao”. Los cuadros de las páginas 233 y 234 demuestran la distribución de las tropas a bordo y los víveres de que dispone la expedición. El general regresa tranquilo y satisfecho de la jornada a su alojamiento; ahí se encuentra con una serie de telegramas de la Moneda cuyo contenido jamás sospechara. Reuniremos en pocas palabras dichas comunicaciones; o más bien, posiciones mandadas absolver por el Ministro de la Guerra interino don Manuel García de la Huerta. Diga (el general) como ha obtenido la prensa los pormenores de la expedición Lynch. Diga como los mismos diarios han obtenido las informaciones de la Conferencia de Arica. Diga que destino se ha dado a los billetes peruanos capturados por el comandante Lynch. Diga como han podido publicar los diarios de Santiago y Valparaíso la noticia de la ocupación de la provincia de Pisco. Bien sabía el gobierno que el general no tenía arte ni parte en los asuntos consultados; que el señor Vergara daba al señor Caviedes los documentos publicados por “El Mercurio”, que los corresponsales iban a bordo con pasaporte fiscal, contra las expresas disposiciones del Cuartel General. Pero el gobierno quería descartarse de las censuras del Congreso y del país, por las indiscreciones de los diarios. El Presidente y el Ministerio conocían el patriotismo del General; tenían seguridad que las injusticias no provocarían su renuncia.
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El alejamiento del General habría provocado un cataclismo en el ejército, que tenía fe profunda en su jefe, a cuyas órdenes creía segura la victoria por más trincheras, minas y cañones que aglomerara Piérola. Los soldados le miraban con respetuoso cariño cuando recorría los campamentos; ahí va, decían, el que soba la badana a los peruanos. Los jefes y oficiales participaban de la misma convicción, de la misma seguridad en el triunfo. Baquedano impuso su influencia con su proceder correcto y justo, su trabajo diario y tesonero, su cuidado por el bienestar de la tropa y su inalterable calma en el campo de batalla, para seguir el desarrollo gradual de la acción sin apresuramiento, ni precipitación. En Tacna, los ayudantes divisionarios se sucedían pidiendo municiones; él las hacía llevar hasta con los Cazadores de su escolta y por sus propios ayudantes. Pero cuando llegaban azorados en demanda de refuerzos, contestaba imperturbable: “a su tiempo; a su tiempo”. Y cuando el enemigo abandona las trincheras para perseguir a nuestra primera línea en retirada, envía al fuego a la III División y hace avanzar la reserva, que no alcanza a disparar un tiro, y que cargue nuestra izquierda sobre la derecha enemiga. Ahora era tiempo. Baquedano no pronunciaba discursos, ni escribía en los diarios, ni adulaba a los corresponsales, ni enviaba telegramas bombásticos para la exportación, pero sabía conducir tropas y ganar batallas. Más todavía, tenía la virtud de gobernarse así mismo; y en vez de justa cólera, manifestaba la ironía campesina de la raza, en lo que se asemejaba a don José Joaquín Pérez. No es de extrañar que enviara al Gobierno la siguiente contestación a los telegramas recibidos: Arica, noviembre 27 de 1880 (a la 1:40 p.m.).- Al señor Ministro de la Guerra.Moneda. Ayer recibí varios telegramas de V. E., que no contesté con la urgencia del caso, porque estaba ocupado en el despacho del convoy que llevará al norte la III División. No se que documentos sean los que haya publicado últimamente la prensa del sur, y cuya divulgación parece a V. E., inconveniente. Por la misma razón no sabría tampoco contra quien proceder por ese delito. La expedición del coronel Lynch fue mandada sin que yo tuviera conocimiento alguno ni de su objeto, ni de su destino. La arregló el Supremo Gobierno en Santiago, con la absoluta prescindencia del General en Jefe. El coronel Lynch a su regreso daría cuenta probablemente a quien le envió, del resultado de su comisión; no me la dio a mí porque no estaba mientras ella duró, sujeta a mi jurisdicción. Así, pues, yo no se que documentos relativos a esa expedición sean aquellos a que V. E., se refiere ni puedo sospechar quienes sean los responsables de su publicación; además V. E., sabe que la
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acompañaron corresponsales de diarios, que obtuvieron permiso directo del gobierno para formar parte de ella. Lo mismo digo a V. E., respecto a las noticias referentes a las negociaciones de paz; yo las conocí en globo mucho después de terminadas las conferencias, y sus detalles, por las publicaciones de los diarios del Perú. Me ha sucedido con ellas lo que con algunas operaciones proyectadas en Santiago, cuyas primeras noticias me han llegado por los periódicos. Del paradero de los billetes y demás objetos traídos por la expedición Lynch, tampoco tengo conocimiento. Creo, sí, haber oído al señor Ministro de la Guerra en campaña que él dispuso de los billetes para que sirvieran en la expedición sobre Lima. El parte sobre el desembarque en Pisco fue transmitido por el Ministro Vergara, directamente a S. E., el Presidente, y no se como ha podido suceder que esa noticia llegara primeramente a conocimiento del público. Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano. ¡Qué lección más fina y respetuosa para el Gobierno! Como hemos dicho, el señor Ministro de la Guerra se embarca en Pisco el 2 de diciembre con rumbo a Arica. En la tarde encuentra el convoy del comandante Sánchez y le da instrucciones para que llegado a Pisco, despache hacia el Callao a la cañonera “Magallanes”, el transporte “Matías Cousiño”, y vaporcito “Gaviota”; y para Arica al vapor “Chile”, dando remolque al “Humberto I”, y vapor “Huanay” que navega solo por su poca fuerza para utilizarlo como remolcador. El comandante Sánchez cumple exactamente estas órdenes, ninguna de las cuales le había llegado por el conducto regular del Almirante, su superior jerárquico. El señor Vergara vuelve a Arica algo desagradado con el general Villagrán, quien no lo tomó en cuenta para las diversas operaciones desarrolladas en la ocupación de la provincia de Ica. Además, creyó ver en la proclama del general una encubierta censura de la política bélica del gobierno. Todas las expediciones que quiso organizar el señor Ministro estaban ya encomendadas a los oficiales subalternos. Mucho se comentó una salida del general en una charla de sobremesa, en que el señor Ministro, visto que no podía ponerse a la cabeza de ninguna fuerza, para tener oportunidad de sacar el sable, decía a los comensales, ¿a qué ha venido, entonces, el Ministro? El general le contesta riendo: Ha venido como turista. La broma le costó después bastante cara al señor Villagrán. En el sur se desaprobaba también la intromisión tan activa del señor Ministro en la dirección de las operaciones. Sus mismos amigos personales y políticos censuraban su conducta. “El Heraldo”, diario del partido del señor Ministro y en cuyo sostenimiento había gastado buenas sumas, decía en su editorial del 3 de diciembre: “El público ha extrañado que el señor Ministro de la Guerra, que es el Delegado del Supremo Gobierno y el director de la campaña, se encuentre en Pisco a vanguardia del ejército y muy lejos del Cuartel General. El puesto que le corresponde no es ese. Se
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nos ocurre que su presencia en Arica habría sido muy útil, mucho más, que lo que puede ser en Ica y Tambo de Mora. El general Villagrán es suficiente autoridad para gobernar acertadamente la División que está a sus órdenes”.
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CAPITULO XXI. Embarco del grueso del Ejército. Despachada la 1ª Brigada de la II División, el General pide a los jefes de servicios anexos un estado general de existencias para alistar cuanto antes la 2ª Brigada de la II División y la III División. De los informes de los señores Pérez de Arce, delegado de la Intendencia, Ancieta, jefe del Parque y Bascuñán Álvarez, comandante del Bagaje, resulta que falta de todo, y en gran cantidad para la movilización del grueso del ejército. El señor Ministro de la Guerra había informado erróneamente al gobierno, al asegurarle que tenía todo listo para iniciar la tercera campaña, en su deseo de buscar cuanto antes al enemigo. El General, ordena al Jefe de Estado Mayor, general Maturana, que exponga al Gobierno la situación con entera franqueza; solicite a Santiago las especies necesarias, y trate de remediar las faltas con las existencias de los almacenes de Antofagasta e Iquique; y más aún, que haga abrir los cajones con sobrantes de los cuerpos que ya habían partido, para remediar las necesidades más urgentes, mientras las autoridades del sur proveían los pedidos. Grande fue la sorpresa y el desagrado del gobierno al recibir los telegramas de Maturana, cuando creía que nada faltaba para la movilización; pero haciendo cumplido honor a la decisión de definir la contienda en Lima, el Ministerio realiza prodigios para satisfacer las solicitaciones del Estado Mayor; igual conducta observa la Intendencia General, que removiendo toda clase de dificultades, se apresura a embarcar mulas, caballos, víveres, vestuario, herramientas, y arneses para el servicio del bagaje. He aquí el resumen de los principales telegramas del General Maturana: Noviembre 20.- Solicita de la Intendencia General 500 caballos, o aunque sean 200, para la remonta de la caballería; y 200 para la artillería. 22.- Ordena al jefe del Parque en Arica, que prepare los siguientes elementos de movilidad para la 1ª Brigada de la II División, que ha marchado sin ellos: 3 carretones, 20 caballos, 146 mulas, de estas 124 aparejadas, para conducir 310.000 tiros para 3.100 infantes. Las carretas van destinadas para municiones de artillería, caballería y material de repuesto. 22.- Se necesitan 15.000 caramayolas para el completo del ejército. (Intendencia General). 22.- (En la tarde) Al comandante del Parque, orden para alistar el completo del Parque de la II División, para 2.200 infantes con rifles Comblain, 220.000 tiros; para 4.000 con Gras, 400.000; para 12 piezas Krupp de campaña, modelo 72, tiros 1.200;
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para 12 id., de montaña, de ocho siete, 1.200; y para 400 de caballería, 20.000 tiros Winchester de percusión central. 23.- A la Intendencia.- 800 aparejos chilenos. 24.- Con urgencia para la II y III Divisiones: 800 mulas, 300 barriles vacíos de dos arrobas, y 300 arneses para carretones. 25.- Al Ministro de la Guerra, Santiago: Los 800 aparejos son indispensables. Los 300 caballos son para remonta. También se necesita. 200 sables de caballería con tiros, dragonas, ganchos de banderolas; 500 porta-mosquetones, 600 sudaderos, 600 pares de espuelas, 200 frenos, 200 cabezadas, 200 riendas largas, 200 cortas, 500 correas de valija, 500 de capas, 400 mantas de caballo, 1.300 dormanes, 2.200 blusas de paño, 2.600 pantalones de paño, 3.300 calzoncillos, 1.200 camisas, 3.300 frazadas o mantas, 4.000 morrales para víveres, 4.000 porta-capotes, y 150 arrieros con sus monturas. 27.- Al Intendente General.- Son indispensables y urgentes las mulas y aparejos pedidos. Terreno no es aparente para carretones. 27.- Al Ministro de la Guerra.- Intendente Dávila me dice que no puede, en plazo corto, mandarme 800 mulas y 800 aparejos que necesitamos. Tales elementos son indispensables. Sin ellos, el ejército no puede andar. La Brigada que embarcamos hoy no los lleva; ni los tiene tampoco el resto del Ejército. US., comprenderá la urgencia del caso. Con igual urgencia necesitamos vestuario y equipo, sin los cuales las tropas que tenemos acá no pueden moverse. 30.- A los comandantes de Armas de Iquique y Antofagasta.- Sírvanse remitirme, primer transporte, al puerto de Arica, todas las municiones Gras que hayan en esa, dejando ahí las Comblain. 1 de diciembre.- Delegado Intendencia.- Arica.- Hay que equipar como 6.000 hombres de los nuevos cuerpos que deben ingresar al Ejército de operaciones; deben pedirse, por lo menos, vestuarios para éstos. 4.- Comandante Armas de Iquique.- Sírvase enviarme, primer transporte, los 100.000 tiros ametralladoras que hay en esa plaza. 5.- Al Delegado Intendencia.- Sírvase remitirme los 16 cajones vestuario que dejó el “Chacabuco”. 6.- (Por cable directo). Al Ministro de Guerra, Santiago.Anoche se han aumentado las fuerzas de las Divisiones con la agregación de algunos cuerpos al ejército de operaciones. Con este aumento, no bastan ya las 800 mulas que he pedido. No han llegado las que debieran venir de Antofagasta. Faltan ahora 150 mulas, para enterar el número que se necesita, con arreglo a las fuerzas que marchan. 6.- Al Delegado de la Intendencia.- Sírvase mandarme hoy mismo los cajones con sobrantes de los cuerpos movilizados de la Primera División, Atacama, Talca, Colchagua, Chacabuco y Coquimbo.
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6.- Al jefe del Parque, Arica.- Necesito saber con urgencia cuando estarán arreglados el Parque de la 2ª Brigada de la II División, III División y Parque General, para dar contestación precisa al señor General en jefe, que me la pide con urgencia. 6.- Para el arreglo de los Parques debe tener presente que los regimientos Valparaíso y Concepción, con 1.000 plazas cada uno y los batallones Quillota, Victoria y Melipilla, con 600 hombres cada uno, han sido anexados al ejército de operaciones; por consiguiente, debe Ud., calcular las municiones para esos cuerpos, a fin de dar con más exactitud el dato que se le acaba de pedir. 8.- Señor Ministro de la Guerra en Campaña y Delegado Intendencia.- Remito a V. S., el estado de las fuerzas que marchan y distribución en los buques. Dichas fuerzas se componen de 100 jefes, 600 oficiales, 12.900 individuos de tropa, 1.800 animales; y el servicio sanitario, con 172 individuos, entre cirujanos, practicantes y sirvientes, con 171 animales. 11.- Subdirector Maestranza, Santiago.- Los cañones 8,7 de campaña llevan sólo 99 tiros por pieza. Es indispensable contar con 100 más por pieza; remita primera oportunidad esta clase de municiones.- Comunique el telegrama al Ministro de la Guerra. Como había que esperar algunos días para recibir de Valparaíso y otros puertos de la costa, los artículos solicitados, el General aprovecha los servicios de dos vapores desocupados, al ancla en Arica. Envía al “Bernard Castle” al Callao con carbón para la escuadra, escasa de combustible; y el “Paita” al sur, por mandato del gobierno, con los enfermos de Tacna y Arica, para evacuar completamente el hospital y ambulancias expedicionarias. El Señor Ministro arriba a Arica el 4 de diciembre, de regreso de la expedición a Pisco. Ocurre entonces algo increíble, en un país organizado. El señor Vergara comunica directamente a S. E., las novedades de la ocupación del departamento de Ica, y deja completamente a oscuras al General en Jefe, respecto a la suerte corrida por su vanguardia estratégica. Con fecha 20 de noviembre, el señor Ministro de la Guerra anunció al Presidente desde Pisco, que, después de una navegación excelente ha ocupado este puerto, y en breve, la capital, Ica. Que por noticias que tiene, cree que el enemigo no disputará la posesión del Departamento; que fuera de 200 hombres, el resto, hasta enterar 600, se compone de milicianos, incapaces de hacer la guerra; que no cree probable que el dictador peruano se decida a desprender de Lima doce o quince mil hombres para venir a desalojarlo. Con fecha 22 de noviembre, el señor Vergara da cuenta nuevamente al señor Pinto de la ocupación tranquila del Departamento. Y agrega: “Los cuerpos se han instalado en cuarteles tan espaciosos como no los han tenido en ninguna parte. El país es sano y abundante. Tenemos forraje y provisiones para satisfacer las necesidades del ejército. Mañana se dará pan fresco a la tropa, y de una libra por hombre, lo que espero establecer como ración normal en el resto de la campaña, haciéndolo trabajar en hornos portátiles.
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En los campos vecinos se encuentran papas, camotes, ganados a bajo precio, porque he preferido pagarlos a tomarlos por la fuerza. Ha quedado a nuestro servicio, en perfecto estado, el muelle de este puerto que trataron de volar con algunas minas, pero no pasó todo de una tentativa pueril. El ferrocarril de Ica está en buen estado; la vía interrumpida solo en dos o tres partes, pero es muy escaso el material movible y casi inútil por el mal estado de las locomotivas. Si tenemos que transportar tropas, tendremos que ingeniarnos para aprovechar lo que existe. Ica ha sido abandonada por sus autoridades y hasta ahora no tengo noticias de que quede ningún hombre en armas en el departamento. Luego que llegue la Brigada que debe haber salido de Arica, el domingo pasado, se emprenderán movimientos que nos pongan en posiciones que no sólo contribuyan a la subsistencia del ejército, si no que nos darán con que cubrir alguna parte de los gastos que nos ocasionan. Si el Perú se manifiesta tan rebelde a las ideas de paz, que soporte con todo su peso las consecuencias de la guerra. Salud y moral de la División excelentes. Mi secretario Errázuriz va a esa por unos pocos días y dará a V. E., más informes.- Vergara.” Estas noticias las envía el gobierno por circular telegráfica a los intendentes y gobernadores, y el pueblo aplaude la actividad del Ministro que dirige la campaña. El lector reposado, que lee estas losas ministeriales, se preguntará naturalmente: ¿Y el comandante de la I División qué hace? ¿Dónde está el general Villagrán? ¿Por qué el Ministro toma la dirección de las operaciones? La verdad desnuda era que el señor Ministro venía disgustado con la conducta del general Villagrán, a quien llevó al ejército de operaciones como presunto sucesor de Baquedano. Le desagradó en sumo grado la proclama repartida a bordo, antes de tomar tierra en Paracas, en la que se leían pasajes como éste: “Nada de destrucciones insensatas, de propiedad que a nadie aprovechan y que redundarían en esta ocasión en daño de nosotros mismos”. El señor Ministro cree encontrar en este pasaje, una cruda alusión a la expedición Lynch, tan censurada en el ejército y por la opinión casi unánime del país, que repudiaba esta guerra de montoneros a que tan afecto se mostró siempre S. E., y que rechazan con altivez los generales Arteaga y Escala, y la habría repudiado también Baquedano, si hubiera sido consultado. La expedición Lynch nos atrajo la antipatía de Sudamérica y la mala voluntad de las cancillerías europeas. El ministro se mostró vivamente disgustado con el general en jefe, por no encontrar listo el grueso del ejército y por haber dispuesto de dos transportes, uno para enviar carbón a la escuadra, y otro, por orden del gobierno, para conducir los enfermos de Tacna y Arica al sur, para alivianar la movilización del servicio sanitario. Llegó a culpar del atraso de la salida de la expedición al General en jefe, el más interesado en realizarla.
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A este respecto, dice el señor Búlnes: “Vergara culpó a Baquedano del atraso que experimentaba el embarque del resto del ejército. Esta apreciación no es exacta. Aún en el supuesto de que todos los buques se hubieran encontrado en Arica a la llegada de Vergara, la expedición no hubiera podido apresurarse más”. (Búlnes, “Guerra del Pacifico”. tomo II. Pagina 610). El señor Ministro desahoga su mal humor en una nota ultimátum, que envía al general: le notifica que el ejército debe embarcarse el 10 de diciembre y que le mande inmediatamente el plan de operaciones que hubiera elaborado para esta decisiva campaña. El sargento mayor don Daniel Cuervo, secretario privado del señor Vergara, lleva esta misiva al General, que se encuentra en su gabinete de trabajo, rodeado de sus colaboradores. Lee la nota de pie; y sin perder su habitual serenidad, dice al ayudante Cuervo: “Mayor, diga al señor Vergara que esto no se contesta; y que tenga muy presente, que soy el General en Jefe”. La noticia de la ruptura corre como reguero de pólvora por los campamentos. Jefes y oficiales de la guarnición acuden al Cuartel General en demanda de novedades; corren las noticias más inverosímiles; se anuncia como un hecho que el Ministro irá empaquetado al sur, vivo o muerto; todos se creen poseedores de secretos más o menos fantásticos. El futre Vergara, como le apodaba el ejército, recibía las más fuertes invectivas por el desacato cometido con el señor General, ultraje que el ejército hacía suyo. En la tarde, centenares de oficiales venidos de los acantonamientos vecinos, llenan los hoteles y casas de sus relaciones. Llegan ansiosos de conocer los hechos. La efervescencia es grande; predomina la idea de agruparse en torno de su general, y poner término a la dictadura de los civiles. El Ministro no carecía de ardeliones que le tenían al corriente de la situación; se formó la convicción de que el general no renunciaría, que la destitución podía acarrear complicaciones cuyos resultados no podían calcularse. Los oficiales de artillería, de guarnición en Arica, a quienes el Ministro tenía distanciados y que le correspondían con creces su mala voluntad, se encontraban reunidos en el hotel del puerto, y no hacían misterio de sus sentimientos hostiles al Ministro; llegaron voces amenazadoras para la persona del representante del gobierno. Por fortuna, había dos hombres de corazón, tranquilos, patriotas y abnegados, que midiendo el abismo próximo a abrirse, hablaron al Ministro en nombre de los altos destinos del país, y después de una patriótica disertación, los señores Eusebio Lillo y Eulogio Altamirano obtuvieron del señor Ministro la autorización para retirar la malhadada nota, que se tendría por no enviada. Se dirigen a Tacna a ponerse al habla con el General en Jefe, quien les recibe con la afabilidad de costumbre. Los plenipotenciarios atacan al General por su lado débil: la expedición a Lima y la necesidad que tiene el ejército de su dirección para obtener la victoria; que el país cifra sus esperanzas en él, y que no es posible defraudarlas.
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Después de una conversación tranquila, desterrada de etiqueta, el General manifiesta, que hace abstracción de su persona, pero debe velar por el honor del puesto que desempeña; que si el Ministro reconoce su yerro y retira la nota, olvida como siempre, estas amarguras del oficio y las cosas seguirán como antes. Y como la palabra de su amigo Lillo le merece alta estima, le pide que estos bochornosos incidentes no se repitan, a lo que accedió don Eusebio solemnemente. Se acuerda que el próximo 7 de diciembre se reúna, en el local de la Aduana, en cuyos salones el General despachaba cuando iba a Arica, un Consejo de Guerra, presidido por él, en que se estudiaría el plan de operaciones elaborado y que deseaba conocer al señor Ministro. Y calma la tempestad, por fortuna de nuestra buena estrella. En virtud de lo convenido, el 7 de diciembre se reúne el Consejo de Guerra en el salón de trabajo del General en Jefe en la Aduana de Arica, bajo su presidencia. Asisten: el jefe de Estado Mayor, general don Marcos 2º Maturana; el Inspector del Ejército, general don Cornelio Saavedra; el jefe de la II División, general don Emilio Sotomayor; el de la III División, coronel don Pedro Lagos; el Ministro de la Guerra en campaña, don José Francisco Vergara; los Ministros Plenipotenciarios y Enviados Extraordinarios, señores Eusebio Lillo y Eulogio Altamirano. El general Baquedano expone que su plan de operaciones era el mismo enviado al gobierno hacía ya más de medio año y que se resumía así: 1º Trasladar una parte del ejército a Pisco, para ocupar el Departamento de Ica, a distancia suficiente de Lima, para evitar que el ejército de Piérola se viniera sobre esta vanguardia estratégica. Ya estaba ahí la I División y la 1ª Brigada de la II División. 2º Embarcar el grueso del ejército con rumbo a Chilca, donde desembarcaría el día 22 de diciembre. 3º Hacer marchar por tierra a la I División hacia Chilca, a cuyo punto debía de llegar precisamente, el 22, para proteger el desembarco del grueso. 4º Dejar en Pisco la 1ª Brigada de la II División, que sería reembarcada tan pronto quedaran disponibles los transportes conductores del grueso. 5º Dejar en Pisco hasta última hora una pequeña guarnición, encargada de enviar víveres frescos y ganado al ejército. El señor Ministro de la Guerra objeta la marcha de Villagrán por tierra, pues tenía su plan de operaciones para el caso de que Piérola hiciera avanzar su ejército hacia el sur y esperar al nuestro en el valle de Lurín. En tal caso, convenía reembarcar la I División, llevar todo el ejército a Ancón y atacar a Lima indefensa, tomarla y batir después al enemigo que retrogradaría a defender la capital. Interrogado el señor Vergara acerca de la suerte que correrían la artillería y caballería, de la I División, expuso que se reembarcaría la de campaña y la de montaña con la caballería, haciendo un rodeo por el oriente, en forma de semicírculo en torno de Lima, iría a unirse por el norte con el ejército desembarcado en Ancón. Los presentes se miran asombrados, ante tal concepción estratégica, que no tuvo más respuesta que el silencio.
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Tomada la opinión de los presentes, los militares y los señores Lillo y Altamirano prestan su aprobación al plan de Baquedano; el único voto en contra fue el del señor Ministro de la Guerra. El General, una vez terminada la reunión, hace salir un buque para Pisco, llevando las siguientes instrucciones, claras y precisas, al general Villagrán: Nº 365.- General en jefe del Ejército de operaciones del norte. Tacna, diciembre 7 de 1880. Debiendo ponerse próximamente en movimiento el resto del ejército de mi mando, para operar contra las plazas de Lima y el Callao, paso a dar a V. S., las instrucciones necesarias para el movimiento de su División. I. Siendo el puerto de Chilca el elegido para desembarcar el grueso del ejército, V. S., se pondrá en marcha por tierra en dirección a ese puerto, a la mayor brevedad que le sea posible, no saliendo en ningún caso de Pisco después del día 14 del corriente. II. Para que la marcha de sus tropas no le sea muy fatigosa, y teniendo en cuenta las dificultades del camino, V. S., la arreglará de manera que recorra la distancia que media entre Pisco y Chilca, en el plazo máximo de ocho días. III. V. S., llevará consigo toda la División de su mando, exceptuando únicamente la artillería de campaña, que deberá quedar en Pisco para ser reembarcada. IV. Se unirá a la División de V. S., y marchará con ella el regimiento de Artillería de Marina. V. Dejará V. S., al coronel don José Francisco Gana para que haga embarcar en los buques de vela que haya en esa bahía, prefiriendo el que tenga donkey, la artillería de campaña, previniéndole al mismo tiempo que tenga lista la brigada de su mando para reembarcarla en el momento oportuno. Excusado me parece advertir a V. S., que debiendo operar la División del mando de V. S., en combinación con las que saldrán de Arica para desembarcar en Chilca, el buen éxito de la operación depende del cumplimiento exacto de estas instrucciones.
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Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano.- Al señor General en Jefe de la I División. El señor Ministro de la Guerra aprovecha el mismo buque para escribir privadamente al general Villagrán, que su marcha por tierra se determina contra su voto, por decisión del General en jefe y los demás generales asistentes a la reunión, aviso que tendía a provocar desazones, cosa poco en armonía con la corrección y la disciplina militar, y más en campaña. Hay que tomar en cuenta que Villagrán era más antiguo que Baquedano, en el empleo de general de división; y superior jerárquico de los de brigada señores Maturana, Saavedra, Sotomayor y coronel Lagos. He aquí la comunicación: Arica, 7 de diciembre de 1880. Mí estimado General: Ya está decidida la partida para ir a buscar el desenlace de nuestra contienda. El viernes principian a embarcarse las tropas y calculo que el lunes al amanecer podremos darnos al mar. Aunque yo considero muy penosa la marcha por tierra de toda una División, la opinión del General y de sus otros compañeros prevaleció sobre la mía y aceptamos que Ud., avanzara por tierra para reunirnos en Chilca. Temo que tenga que sobrellevar algunas penurias; pero con buen ánimo todo se soporta y no dudo que Ud., sabrá superar todas las dificultades. Use las mulas para auxiliarse y para conducir agua en las travesías. El “Carlos Roberto” y la “Magallanes” en caso de apuro, podrían llevarle auxilios a Cerro Azul. En caso necesario Ud., puede dar las órdenes del caso. El “Quillota” quedará en el puerto esperando el convoy que va con el grueso del ejército. Deseándole fortuna y salud, se despide de Ud., su afectísimo y seguro servidor y amigo.- J. F. Vergara. Sobre el mismo tópico escribe a S. E., el Presidente de la República. Le manifiesta que no es partidario del envío de la División Villagrán por tierra. Es partidario de enviar solo la caballería, con la artillería y un regimiento de infantería, fáciles de embarcar, para el caso de ir a desembarcar en Ancón, por estar ocupado Lurín por fuerzas de Piérola. “Pero, agrega desconsolado el señor Vergara, esto requiere mucha precisión en los movimientos y serenidad en los jefes para no dejarse turbar. Estamos condenados a no hacer más movimientos que los elementales, porque toda maniobra un poco compleja no se concibe, ni hay probabilidades de que pueda ejercitarse bien. Así es que tenemos que correr el riesgo de encontrarnos con el enemigo a los pocos pasos del punto de desembarco y librar una batalla antes de habernos organizado convenientemente, y de poner en orden el material y los servicios del ejército”. El señor Vergara tenía una alta idea de su técnica militar; y miraba con lástima a los generales y jefes, ¡pobres analfabetos! El General ordena que los cuerpos acantonados en el valle del Caplina se concentren en Tacna; el ferrocarril los lleva escalonados a Arica en donde se trasladan a los transportes designados en las tarjetas, que el Estado Mayor repartió a los jefes de cuerpo, a los capitanes de los transportes y de los vaporcitos remolcadores y a los empleados de la Intendencia General de la sección embarcadores.
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El Ministro designa como jefe de bahía al comandante don Juan José Latorre, bajo cuya vigilante mirada pasan los cuerpos de los muelles a las lanchas, y de éstas a bordo. Los señores Vergara y Latorre se estacionan en el malecón; no abandonan un instante su puesto, desde las primeras luces del alba hasta altas horas de la noche, bajo los ardientes rayos de un sol abrasador, que produjo insolación en algunos empleados. Como hemos dicho en varias ocasiones, el señor Ministro se mostraba infatigable en el trabajo. El día 10, arriba el “Blanco Encalada”, llamado por el señor Vergara. Como ya lo hemos referido, en cuanto larga anclas el blindado, el Almirante envía su solicitud de permiso para embarcarse al día siguiente, en el vapor del sur, con destino a Valparaíso. Hemos referido las causales que movieron al Almirante a dar este paso, a las que se agregaron las órdenes dadas al comandante Sánchez, del “Abtao”, para enviar buques al norte y sur de Pisco, sin conocimiento alguno del señor Riveros. Por fortuna, los señores Lillo y Altamirano calmaron los ánimos, y establecieron la concordia entre el jefe de la armada y el representante del Gobierno. El embarco de las tropas continúa sin novedad. El Almirante se preocupa de organizar el convoy, para lo cual reparte a los comandantes y capitanes de naves que lo forman, un croquis y las siguientes: INSTRUCCIONES. División.- 1º Los buques del convoy formarán dos divisiones (1ª y 2ª) y tomarán la colocación que se indica en el croquis adjunto. Listo.- 2º A medida que todo buque de guerra o transporte este listo para zarpar, izará la bandera de salida. Partida.- 3º Un cañonazo del buque de la insignia “Blanco Encalada”, será señal para que todos los remolcadores tomen a sus remolcados y se pongan en franquía. 4º Un segundo cañonazo del “Blanco Encalada” será la señal para salir del puerto y tomar cada uno la colocación que se le ha señalado en el croquis. 5º Una vez fuera del puerto, y cada buque en el puesto que se le ha señalado, se mantendrán todos con el menor andar posible y proa al oeste, hasta que el “Blanco Encalada”, que será el último en zarpar, tome su colocación y de la señal de partida, que será un tercer cañonazo. Andar.- 6º El andar del convoy será de cinco millas. Si algún buque no pudiere mantener ese andar, lo avisará por señales. Alineación.- 7º La alineación de los buques se hará en la 1ª División por el “Copiapó” y en la 2ª por el “Lamar”. Distancia.- 8º La distancia entre la 1ª División y la 2ª será de una milla, y entre buque y buque de una misma división será de cuatro cables. Gobierno.- 9º Los buques de la 2ª División tendrán especial cuidado de gobernar como se indica en el croquis y nunca seguirán las aguas de los de la 1ª.
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Variar el andar.- 10º Si hubiese necesidad de parar o disminuir el andar del convoy, los buques que van atrás lo disminuirán primero y enseguida los de adelante. Luces.- 11º Los buques llevarán las luces de costado, una de estribor y otra por la popa. Señales.- 12º Las señales generales se harán por el Código Internacional, y el “Cochrane” y la “O'Higgins” las repetirán, a fin de que sean visibles para todos. Cambiar el rumbo.- 13º Si hubiese necesidad de cambiar de rumbo en la noche, se avisará oportunamente señalando la hora aproximada; pero no se cambiará hasta que el buque almirante lo anuncie por dos cohetes, que repetirán el “Cochrane” y la “O'Higgins”. Perder el convoy.- 14º En caso de que algún buque se atrase o perdiese el convoy, se dirigirá con toda prontitud al rendez-vouz, cuyo plano se acompaña en un sobre y que sólo se abrirá en alta mar. PREVENCIONES GENERALES Neblinas.- 1º Sobreviniendo neblina, todos los buques harán sonar el silbato de la máquina de minuto en minuto y disminuirá el andar hasta mantener sólo el necesario para poder gobernar, conservando siempre el mismo rumbo. Falta de remolque.- 2º Si faltase algún remolque, el vapor remolcador lo avisará inmediatamente por señales y el convoy disminuirá el andar todo lo posible, a menos que no se ordene lo contrario. Si el accidente ocurriese de noche, el vapor remolcador encenderá una luz de Bengala en parte visible e izará una luz blanca en el tope de un palo. Reparada la avería, el vapor remolcador lo avisará haciendo sonar el pito de la máquina y disparando a la vez un cohete. Abordaje.- 3º Cuando haya peligro de abordaje, los capitanes de los buques observarán las reglas establecidas en el artículo 1º del Reglamento para evitar abordaje. Avería.- 4º Si ocurriese algún accidente en uno de los buques del convoy, el “Cochrane” prestará los auxilios necesarios. Reconocimiento.- 5º Si el buque de la insignia tuviera que hacer un reconocimiento que lo obligase a separarse del convoy, lo anunciará antes, si es de día, izando la letra B del Código Internacional; y de noche, quitando la luz de popa. Ataque del enemigo.- 6º En caso de ser atacado el convoy por el enemigo, ningún buque remolcador largará su remolque ni desviará su rumbo. Reconocimiento del fondeadero.- 7º A la recalada, los buques de guerra del convoy, deben tener sus embarcaciones de remo y de vapor listas para arriarlas y con todos los elementos necesarios para reconocer si el fondeadero está libre de torpedos. Los botes de cada buque de guerra irán a cargo de un teniente y con su correspondiente dotación de aspirantes.
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Jefe del desembarco.- El jefe de transportes, capitán de fragata don Baltasar Campillo, auxiliado por el capitán de corbeta don Wenceslao Frías, teniente 1º don Leoncio Señoret y los ayudantes del señor Ministro de la Guerra en campaña, quedan encargados del desembarco de la expedición, para cuyo efecto, el referido comandante de transportes recibirá las órdenes que tenga a bien impartir el comandante en Jefe de la escuadra, de acuerdo con el señor General en Jefe del Ejército. A bordo del “Blanco Encalada”, diciembre 13 de 1880. Los efectivos de las Divisiones aumentaron, por disposición ministerial, en esta forma. I División.- Batallón Melipilla y regimiento Artillería de Marina. II División.- Batallones Victoria y Quillota. III División.- Regimientos Concepción y Valparaíso. La Artillería de Marina y el Quillota venían en el “Itata”, y se reunieron al convoy en Pisco. El transporte conducía también al Intendente General del Ejército, don Vicente Dávila Larraín, cuya presencia fue de suma utilidad para el movimiento de las diversas secciones del servicio. El 14 a las 11 a.m., termina el embarco de la tropa; y a la 1 p.m., el embarque de las impedimentas. El General da el “zarpe”, no obstante que faltan mil caramayolas para la tropa, prenda indispensable para marchar por el desierto. Las había a bordo; pero no se pudo averiguar en que buque se habían depositado. A la 1:15 p.m., el “Blanco” dispara un cañonazo; los vapores toman sus remolques con la colocación designada en el gráfico del convoy. La bahía presenta un aspecto inusitado. Los buques se mueven de un lado a otro, al decir de los profanos, sin orden, ni concierto. Sin embargo, todo obedece a un plan determinado con anticipación. Los Directores del Ejército comunican al Jefe del Estado, la partida de la expedición. El señor Vergara, en un telegrama de la mañana, participa a S. E., la terminación del embarque con toda felicidad, y enumera y recomienda a sus colaboradores. A las 2 p.m., remite este segundo cablegrama: Arica, diciembre 14 de 1880.- Señor Presidente: La gran jornada está principiada; la flota se pone en franquía, y en pocas horas más, se pondrá en movimiento. Si la justicia, la fuerza y la energía humana deciden de los sucesos, Chile no tardará en ver premiados con la victoria los potentes esfuerzos de su voluntad. El convoy se compone de 25 naves incluyendo los dos blindados y la “O'Higgins”, que lo custodian; recalará en Pisco para que se incorporen los buques que están allí, llevando a su bordo las tropas que habían partido antes, con excepción de la I División, que tiene orden de avanzar por tierra para proteger el desembarco del grueso del ejército.
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Arribaremos a las playas próximas a Lima con 7 buques de guerra, 13 transportes de vapor y 16 naves de vela, conducidas a remolque. El bloqueo del Callao continuará sostenido por la “Chacabuco”, el “Huáscar” la “Pilcomayo” y el “Angamos”. Veintiséis mil soldados, bien armados y equipados, provistos abundantemente, y con el corazón lleno de amor a su patria y con la conciencia del sentimiento de sus deberes, auxiliados por 100 cañones de los más perfectos sistemas, por 4.000 caballos y un material tan completo como cuantioso, llevarán a la capital del Perú la prueba de lo que puede un pueblo que sabe unir la libertad con el trabajo, y que posee en su alma la justa noción del amor y del derecho. Que los votos del país y de V. E., se realicen por completo.- Dios guarde a V. E.- J. F. Vergara. El General telegrafía en los siguientes términos: Arica, diciembre 14 de 1880.- Señor Presidente: Acabo de dar la orden de marcha; dejo atrás al “Amazonas” que llegó esta mañana de Iquique, y me seguirá luego. Esperaré en Pisco al “Itata”. Tengo la seguridad de que este ejército, por su disciplina y espíritu que le anima, corresponderá, a los deseos del país y de V. E.- Dios guarde a V. E.- Manuel Baquedano. A las 2:30 p.m., el señor Vergara se embarca en el “Cochrane” con los señores Lillo y Altamirano, secretarios, ayudantes y agregados del Ministerio. Instantes después aparece en el palo mayor del blindado una hermosa bandera chilena, insignia del Ministro de Guerra y Marina desplegada ya en la expedición a Pisco. El “Blanco” pone señales al “Cochrane” de arriar dicha insignia, que es bajada inmediatamente. Un historiador extranjero relata en esta forma lo ocurrido: “Un incidente especialmente desagradable, a pesar de no llegar a exteriorizarse en forma que llamara la atención, tuvo lugar cuando el Almirante Riveros hizo arriar un estandarte fantástico que el Ministro había izado en el “Cochrane”, como insignia del Comando del Delegado del Gobierno, que llegó a causar observaciones irónicas por parte de los comandantes de los buques de guerra extranjeros, que no se explicaban esa insignia desconocida”. (Eckdahl. Historia Militar de la Guerra del Pacifico. Tomo III. Pagina 39-40. Santiago. Imprenta del Ministerio de Guerra.)
A las 3:30 p.m., pregunta el “Blanco” por señales si hay alguna novedad. La “Nordfolk” iza bandera anunciando que carece de agua para las tropas a bordo. El Almirante ordena al “Valparaíso” remediar la omisión y continúan las faenas de salida de puerto. A las 5 p.m., el General, Estado Mayor y ayudantes se embarcan en el “Chile”. A las 6 en punto, cañonazo del “Blanco”, que se mueve a tomar la cabeza del convoy; las demás naves ocupan la colocación definitiva. Se inicia lentamente la marcha, rumbo al noreste, entre las aclamaciones de la multitud, que ocupa los muelles y cima del Morro. Una hora después, desaparecen las naves al apagarse el crepúsculo de la tarde. ____________________
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CAPITULO XXII. El gran convoy. Al amanecer del 15, las bandas saludan el nuevo día, con alegres dianas. El sol alumbra en cielo puro y despejado; la mar, tersa y tranquila. El convoy se desliza suavemente a razón de 6 millas por hora en correcta formación, conforme al gráfico repartido por el Mayor de la Escuadra. He aquí el orden de marcha. El “Blanco” a la cabeza. En la tarde llega el “Angamos” y se coloca a retaguardia tres cuartos a babor. Sigue la primera fila de vapores a cuatro cables de distancia de banda a banda, cada cual con un velero a remolque. De izquierda a derecha: “Chile” con el “Humberto I”; “Paita” con el “Julia”; “Copiapó” con el “Nordfolk”; “Limarí” con el “Excelsior”; y “Santa Lucía” con el “Juana”. Segunda fila, de izquierda a derecha: “Pisagua” con “Avestruz”; “Bernard Castle” con “Giuseppe Murzi”; “Lamar” con “Orcero”; y “Amazonas” con “Wilhelm”. Este transporte se unió al convoy al medio día; había quedado embarcado a los Navales. El “Cochrane” custodia el ala izquierda, a una milla de distancia, a la altura de la segunda fila; la “O'Higgins” cubre la derecha, en la misma forma, con el “Otto” a remolque. La única novedad del día y de toda la navegación consiste en la caída de una plataforma de madera construida en la cubierta de la fragata “Loa”, con 200 aconcagüinos hacinados en ella. No hubo desgracias, todo se redujo a vueltas de carneros y ligeras contusiones. El “Cochrane” sin interrumpir la marcha transborda esos 200 hombres para aclarar al “Loa”. El convoy se compone de cuatro buques de guerra, diez vapores y once veleros, sin contar los remolcadores. La flota conduce 3 generales, 89 jefes, 643 oficiales, 13.439 soldados, 2.023 caballos, 360 mulas, con 36 piezas de artillería, el agua necesaria para las vicisitudes de la navegación y víveres para el racionamiento diario. En las bodegas, la Intendencia almacena provisiones suficientes para la campaña. El gráfico da más clara idea de la situación de las naves
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Blanco Chile Paita Cochrane | 4 cables | 4 cables a HumbertoI Julia una milla Pisagua B. Castle | | Avestruz Lota
Angamos Copiapó Limarí Santa Lucía | 4 cables | 4 cables | O’Higgins Norfolk Excelsior Juana | Otto Lamar M. Cousiño Amazonas a | | | una Orcero Murzi Wilhelm milla Paquete de Maule
Memorandum de la Intendencia General. Para el rancho diario, lleva en el entrepuente: 48 bueyes, 141 líos de charqui, 243 sacos de fréjoles, 73 de frangollo, 11 de arroz, 940 de galletas, 21 de harina flor, 112 de harina tostada, 102 kilos grasa, 158 ají, 45 de sal, 10 sacos de azúcar blanca, y 19 de prieta, 17 quintales de café, 1.900 fardos de pasto y 500 sacos de cebada. Como repuesto van en bodega: “Nordfolk”.- Víveres en abundancia para ocho días. Tiene sobrante de la anterior expedición: 12 cajones velas de composición, 979 sacos de harina y 22 fardos de sacos. “Julia”.- Parque de la II División. Víveres y forraje para ocho días. “Excelsior”.- Víveres y forraje para ocho días. “Orcero”.- Víveres y forraje como el anterior. “Humberto I”.- Víveres y forraje como el anterior. Caballos de los jefes de la III División. “Lota”.- Víveres en abundancia para 10.000 hombres durante ocho días; y además, maderas y artículos navales. “Juana”.- Bagajes con sus carretas, aparejos, etc., víveres y forraje de la III División. “Giuseppe Murzi”.- Víveres para 1.100 hombres durante ocho días. Además, raciones para 14.000 hombres durante un día, las cuales deben desembarcarse en el primer momento de la llegada para tenerlas en tierra al tiempo del desembarco de la tropa. Lleva, además, este buque: 600 fardos de pasto, herramientas para ferrocarril, herramientas para zapadores, 600 palas, id., zapapicos, etc., etc.; 100 catres de ambulancia, 4 máquinas de lavar, 38 carretones, 19 sacos con monturas. “Avestruz”.- Parque general. Víveres para 800 hombres para ocho días. Y el siguiente sobrante del viaje anterior: 400 sacos de fréjoles, 471 de harina, 317 de frangollo, 119 líos de charqui, 234 sacos de harina tostada, 1.003 de galletas y 740 fardos de pasto.
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“Chile”.- 420 sacos de harina flor, 20 cajones tabaco, 8 id., papel, 12 cajones grandes velas de composición, 29 id., velas de sebo, 30 id., jabón, un cajón martillos y serruchos, 3 romanas, 25 barriles azúcar refinada. “Dordrech”.- Fondeado en Pisco completamente cargado de víveres. “Copiapó”.- 2.568 sacos de cebada. Buques con carbón.- “Orcero” 250 toneladas carbón inglés; “21 de Mayo” 400 toneladas carbón chileno; “Lamar”, “Pisagua”, “Bernard Castle” y “Amazonas” 600 toneladas. Buques con bueyes.- Cada uno lleva de 2 a 10 según la gente, y el “Amazonas” 94 de desembarque. Buques con forraje.- “Copiapó”, “Avestruz” y “Murzi”. Buques con parque.- “Avestruz”, parque general; “Inspector”, parque de la I División (en Pisco) “Elvira Álvarez”, parque de la 1ª Brigada de la II División; (en Pisco) “Julia”, parque de la 2ª Brigada de la II División; “Juana”, parque de la III División, “Herminia”, fondeada en Paracas con dinamita, pólvora, grúas, herramientas y útiles de minas. El estado Mayor General continúa su labor con igual intensidad que en tierra. Desde luego, se apresura a transcribir al señor Almirante y a los comandos divisionarios las instrucciones del General para el desembarco de las tropas. INSTRUCCIONES generales a que debe someterse la marcha del convoy que lleva la II y III Divisiones: I.- El Convoy se dirigirá primero a Pisco donde debe embarcarse para formar parte de él, la 1ª Brigada de la II División. II.- De Pisco, esperando en todo caso la orden que se dará para la marcha, en vista de las noticias que allí se adquieran, se dirigirá al puerto elegido para el desembarco, que es el de Chilca. III.- El desembarco, no habiendo enemigos que pretendan impedirlo, se hará en este orden: Regimiento Buin 1º de línea que va en el “Inspector”. Cien hombres de Cazadores a caballo, “Orcero”. Regimiento Esmeralda, “Abtao” y “Elena”. Cien hombres de Cazadores, “Excelsior”. Una brigada de artillería (II División) con diez cañones de montaña, “Wilhelm”. Regimiento “Chillán”, “Angamos” y “Magallanes”. 3º de línea, “Barnard Castle”. Una brigada de artillería (II División) con seis cañones de campaña, “Copiapó”. Regimiento Lautaro, “Murzi”. Id. Curicó, “Paita”. Batallón Victoria, “Paita”. Resto caballería de la II División, “Excelsior” y “Orcero”.
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Regimiento Zapadores, “Lamar”.
Batallón Navales, “Amazonas”. Cien Carabineros de Yungay, “Julia”.
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Regimiento Aconcagua, “Lota”. Una brigada de artillería, III División, “Itata”. Primer batallón del regimiento Santiago, “Copiapó”. Segundo batallón del regimiento Santiago, “Luís Cousiño”. Regimiento Valparaíso, “Nordfolk”. Batallón Búlnes, “Chile”. Resto de Carabineros, “Humberto I”. Batallón Valdivia, “Pisagua”. Batallón Caupolicán, “Santa Lucía”. Una brigada artillería III División, “Itata”. Regimiento Concepción, “Limarí”. Batallón Melipilla, “Itata”. IV.- En caso que el enemigo pretendiera oponer resistencia al desembarco, como esta operación debe hacerse protegida por la I División que debe llegar por tierra al puerto indicado, al mismo tiempo que el convoy, y por la artillería de la escuadra se dará preferencia a las tropas de infantería de la II División, desembarcando los cuerpos en el mismo orden indicado más arriba. V.- Oportunamente y en vista de las noticias que se adquieran en Pisco de la actitud que adopte el enemigo en Chilca, si lo hay, se dictarán otras disposiciones. Cuartel General, 14 de diciembre de 1880. El Estado Mayor al transcribir las expresadas instrucciones, hace la siguiente Adición: Este orden se observará para desembarcar en caso que el enemigo no presente resistencia; pero si la hubiere, solo desembarcará la infantería en el orden que queda designado, sin alteración, y la artillería y caballería se alistarán a bordo de sus respectivos buques, hasta nueva disposición. A bordo del vapor “Chile”, en alta mar, diciembre 16 de 1880. DISPOSICIONES PARA EL DESEMBARCO. El mismo día 16, el Estado Mayor dicta las siguientes disposiciones reglamentarias: 1ª.- Llegado el convoy al puerto de su destino, se proveerá a los cuerpos que desembarquen, de víveres con ración de marcha para dos días, debiendo llevar también sus caramayolas con agua y prepararse para saltar a tierra con su equipo. Si hay enemigos en tierra, se dispondrá que se aumenten en 50 tiros las municiones que actualmente lleva el soldado. En esta disposición aguardarán la orden de desembarco que será comunicada por el buque almirante.
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2ª.- Dada la orden de desembarco, si no hay enemigos en tierra, se ejecutará este en el orden que está prevenido en las instrucciones del 14 del presente, y en caso contrario, con las precauciones que oportunamente se indiquen. 3ª.- A medida que las fuerzas vayan llegando a tierra y dado el caso de que no hubiese resistencia, pasarán a acamparse en los lugares que oportunamente se designarán a las Divisiones por el Estado Mayor General. En caso de haber enemigos, las tropas, al saltar a tierra, tomarán la colocación que el jefe que manda les señale en la línea de batalla. 4ª.- Con anticipación, el Delegado de la Intendencia del ejército que se halla a bordo del transporte “Amazonas”, hará alistar las lanchas necesarias para la provisión de víveres y agua de las fuerzas que desembarcan, tomando para el efecto una cantidad de barriles que viene a bordo de la “Humberto I”. 5º.- Del mismo modo, el Jefe del Servicio Sanitario hará alistar el personal y elementos del caso para que desembarque y atienda a las primeras curaciones de los heridos en tierra. 6ª.- A bordo de uno de los buques se establecerá un hospital para traer allí los heridos y enfermos, una vez practicada la primera curación. 7ª.- La “Dordrech” servirá de hospital para reunir en ella todos los enfermos de los buques durante la navegación y los que resulten de la 1ª Brigada de la II División, reembarcados en Pisco. MEMORANDUM del jefe del Estado Mayor General, al señor Almirante y Comandos Divisionarios. DESEMBARCO EN CHILCA. El puerto de Chilca es el mejor y más a propósito para un desembarco, si se quiere atacar a Lima por el sur. No se puede pensar en desembarcar en Chorrillos, porque este puerto además de estar muy cerca de la capital y ligado a ella por el ferrocarril, debe suponerse bien artillado y guarnecido y su bahía cruzada de torpedos fijos y su playa minada. Tampoco pueden hacer desembarcos de tropas numerosas en la caleta de Lurín, ni en la playa de Conchán, porque la mar es brava y las olas revientan a alguna distancia de la playa, haciendo difícil y peligrosa la marcha de los botes de desembarco. Además, se debe suponer también que habrá en tierra algún núcleo considerable de fuerzas dispuestas a oponerse a un desembarco, estando como está Lurín a solo seis o siete leguas de Lima. El puerto de Chilca ofrece un excelente desembarcadero, hallándose además situado siete leguas al sur de Lurín y separado de aquel valle por medanales y cerros que dificultan su rápida comunicación. EL EJÉRCITO ENEMIGO.
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Es posible creer que el ejército que defiende a Lima no se atreva a avanzar más al sur de Lurín, porque avanzando con grandes fuerzas hasta Chilca, debilitaría considerablemente las defensas de la capital, dejándola expuesta a ser tomada por un golpe de mano, que el invasor, disponiendo libre y exclusivamente de la vía del mar, podría emprender ejecutando un rápido desembarco por el norte del Callao y cayendo sobre Lima, antes que el ejército establecido en Chilca hubiera tenido el tiempo suficiente de replegarse sobre la capital y acudir a su defensa. Un ejército de 10.000 hombres necesitaría emplear cuatro buenas jornadas para replegarse desde Chilca a Lima. PRECAUCIONES. Si, pues, sucediera como puede esperarse, que el puerto de Chilca esté indefenso, el ejército chileno desembarcará allí con entera libertad; pero previamente conviene siempre echar a tierra cuatro o cinco piquetes de zapadores, al mando de un oficial cada piquete provisto de herramientas, y encargados de recorrer y examinar prolijamente la playa y sus inmediaciones, hasta asegurarse completamente de que no hay minas, esta arma traidora, tan en boga y uso entre los peruanos. Si las hay, las destruirán cuidadosamente y una vez libre de tales obstáculos la playa, se procederá al desembarco. No estará demás prevenir que antes de acercarse los buques que llevan el ejército, a tomar su fondeadero, debe hacerse por los botes un prolijo y cuidadoso reconocimiento de la bahía, para cerciorarse de que no hay torpedos y destruirlos si los hay. DISLOCACIÓN DE LAS TROPAS. A medida que desembarca el ejército, se distribuirá entre las escasas haciendas del valle, extendiendo su línea al oriente, y enviando una parte de su caballería al norte, para reconocer hasta el valle de Lurín; y otra al sur, para apoderarse de los pocos recursos que ofrece el valle de Mala y sus pobres haciendas, hasta Bujama, en donde hay crianzas de ganado vacuno. SUPOSICIONES. Suponiendo que el desembarco en Chilca no pueda hacerse libremente por haber fuerzas enemigas en tierra, ocurrirá entonces un de estos dos casos: 1º.- Que las fuerzas que pretendan oponerse al desembarco sean escasas o que su número no pase de 10.000. 2º.- Que su número sea mayor que la fuerza indicada. En el primer caso, la flota se establecerá en el puerto, aguardando que la División del general Villagrán ataque al enemigo por tierra, a fin de aprovechar el momento de
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efectuar el desembarco y ayudar a aquel ejército y acabar con los restos vencidos del enemigo. En el segundo caso, si las fuerzas enemigas son bastante numerosas para resistir el ataque de las fuerzas de Pisco, se reforzará este ejército con las tropas de a bordo, desembarcando en las caletas de Mala o de Asia las suficientes para formar un ejército capaz de arrollar al peruano que defiende a Chilca. El resto marchará en la flota y se establecerá en el puerto, como en el caso anterior, listo para ejecutar el desembarco en el momento oportuno. Si el ejército enemigo en Chilca fuese numeroso y bien armado y equipado será éste un indicio seguro de encontrarse la capital muy debilitada, y entonces se puede tentar un golpe de mano sobre ella con las tropas que lleva la flota, mientras la División del general Villagrán mantiene en jaque al peruano de Chilca para que no pueda replegarse al norte en auxilio de la capital. Este plan sería en el caso propuesto el más acertado, y para llevarlo mejor a efecto se pueden tomar algunas tropas de las que tiene el general Villagrán para reforzar la flota, dejando a este general solamente las fuerzas necesarias para sostenerse al frente del enemigo, eligiendo buenas posiciones defensivas en uno de los valles de Cañete, Asia o Mala. Si el ejército peruano que debe defender a Chilca se avanza más al sur para detener al general Villagrán en alguno de los valles de Mala, Asia o Cañete, se detendrá al frente del enemigo, sin ofrecerle combate, eligiendo posiciones ventajosas para la defensiva. El ejército que va a bordo de la flota marchará rápidamente a desembarcar en Chilca o en la caleta más próxima y conveniente, a espaldas del ejército enemigo, desde la cual ejecutará un movimiento retrógrado para venir a colocar al enemigo entre dos fuegos y darle batalla en combinación con el ejército que va por tierra desde Pisco. De todo lo expuesto se desprende que la marcha de la División Villagrán por tierra, desde Pisco al norte, debe hacerse en combinación y comunicación con la flota, a fin de acordar en cualquier momento en que se tenga noticia de encontrarse el enemigo cercano, el plan más ventajoso para atacarlo y destruirlo de modo que no pueda en ningún caso efectuar una retirada sobre la capitana. Marcos 2º Maturana. La marcha continúa sin incidencias, y como la mar se muestra siempre propicia, el servicio se hace con la misma regularidad que en tierra, durante el día. Llegada la tarde, las bandas alegran los ánimos con sus alegres tocatas y se inicia el baile en todos los buques. Se alternan los compases de la mazurca la “Victoriosa”, tan en boga en aquellos tiempos, con los chispeantes acordes de la zamacueca el “Diez y nueve”, que jamás termina. Se enarbolan los pañuelos, se trenzan las parejas sobre cubierta, y se cierra un tupido baile con tamboreo y huifa. Los jefes ordenan tocar silencio más tarde, para que la gente se divierta: aparecen guitarras y se suceden los esquinazos con las tonadas de pata en quincha, con coplas solo para hombres. La gente se solaza contenta, feliz, como quien marcha a una fiesta (¡que fiesta!) hasta que la prolongada nota final del silencio pone punto final a la verbena. El 17 a las 12 m., el convoy enfrenta al Morro de Challa, 300 millas distante de Arica y 180 de Pisco.
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A las 2 p.m., se adelanta el “Cochrane”. El señor Ministro desea cerciorarse el primero de las novedades ocurridas a la División Villagrán. La bonanza del tiempo continúa el 18. El Almirante, en atención a que el día siguiente el convoy arriba a Pisco, y con el objeto de asegurar el movimiento correcto de las naves de su dependencia, perturbado a veces por disposiciones del Ministerio comunicadas directamente a los comandantes de buque, pasa al señor Ministro copia de la circular que ha expedido a los jefes de barcos, hecho reproducir en la Orden del Día. Dice el documento: CIRCULAR. En la mar, 18 de diciembre de 1880. Considerando: 1º Que últimamente se han hecho cambios en las fuerzas que componían la División bloqueadora del Callao sin conocimiento del comandante en jefe de la escuadra; que todo buque de la escuadra desempeña comisiones cuyas instrucciones emanan directamente del comandante en jefe; que es perjudicial al buen servicio y disciplina que esos mismos buques reciban órdenes contrarias de distintas autoridades, y teniendo en vista lo dispuesto en los artículos 1º y 2º del título 5º, tratado 2º de las Ordenanzas Generales de la Armada, he acordado y decreto: 1º.- En adelante los comandantes de los buques de la escuadra no obedecerán orden alguna dada por cualquiera otra autoridad que no sea la del comandante en jefe, salvo los casos previstos en los artículos 155 y 160, título 1º tratado 3º 105 al 108 del título 5º tratado 2º y los 93, 94 y 95 del título 7º tratado 6º de las Ordenanzas Generales de la Armada. 2º.- Cualquier comandante que contraviniese a las disposiciones anteriores será sometido a juicio. Dése en la Orden del Día y circúlese a los comandantes de los buques de la escuadra.- Galvarino Riveros. A las 2:30 p.m., se desprenden del convoy, según instrucciones, la “O’Higgins”, el “Chile”, el “Paita” y el “Amazonas” con sus respectivos remolques. Esta vanguardia fondea en Pisco a las 11 p.m. Ahí se encontraba ya el “Cochrane”. El Almirante con el grueso del convoy, avanza a 5 millas por hora para fondear en la mañana del 19. El General desembarca temprano; en la cabeza del muelle le saludan los jefes de la guarnición. Durante la charla se manifiesta intranquilo; a lo lejos divisa individuos de uniforme y sombrero. Envía al ayudante Gándara a inquirir que significa aquello. Vuelve Gándara diciendo que eran arrieros de la Intendencia; más previene a sus compañeros del peligro, pues los ensombrerados eran oficiales. Estos echan a correr, y
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en el camino comunican a los demás que el general averigua que significan unos individuos con chupalla, las cuales desaparecen inmediatamente. Buena escapada; por lo menos habrían ido a un pontón con centinela de vista los infractores de la Ordenanza. Graves incomodidades esperan al General en Pisco. El Comandante de la I División, que debía estar en viaje hacia Chilca, se encuentra aún en Tambo de Mora, a una jornada de Pisco; la Brigada Lynch se mueve en esos momentos sobre Cañete. Las órdenes no se han cumplido; y la situación se presenta grave, por la nota contestación del general de la I División a las instrucciones que el General le envió desde Arica el 27 de diciembre. Dice esta comunicación, que el Comando Supremo recibe al tomar tierra en Pisco: “Pisco, diciembre 10 de 1880.- Al General en Jefe: Acabo de recibir su nota, fecha 7 del actual, enviada por el transporte “Carlos Roberto” en la que V. S., me da sus instrucciones para la marcha por tierra de la División de mi mando. En cumplimiento de esas instrucciones he dispuesto mi marcha para el 13 del actual, sin embargo de carecer completamente de los elementos necesarios para hacer una travesía de doce a catorce leguas sin agua. Algunos cuerpos de la División de mi mando carecen de caramayolas, pues V. S., sabe que en Tacna no se pudo proveer de ellas por no existir. Procuraré salvar estas dificultades como me sea posible, quedando mi responsabilidad a salvo de los desastres de mi División, por falta de elementos. Dios guarde a V. S.- J. A. Villagrán. El señor Villagrán refuerza el pesimismo de la nota precedente, en una carta dirigida al coronel don José Francisco Gana, signada en Tambo de Mora, a 17 de diciembre de 1880. Enumera en ella las dificultades que tendrá que vencer por la falta de agua entre Tambo y Cañete; pero, a su juicio, son mayores las que presentará el trayecto de Cerro Azul a Mala. Por fin, el camino de Chilca a Lurín, presenta además del peligro de la carencia de agua, el de encontrar aquí al enemigo; “pues, dice textualmente, tengo plena seguridad de que el enemigo, una vez que sepa que nuestro ejército desembarca, hará avanzar el suyo hasta Lurín, donde nos disputará ese elemento en posiciones ventajosas para ellos y difíciles para nosotros”. “Yo permaneceré en Cerro Azul hasta esperar el resultado de mis indicaciones”. Y para conocer el pensamiento del señor General o del señor Ministro, pide al coronel Gana que les de conocimiento de la carta a su llegada a Pisco. El General desaprueba la conducta del jefe de la I División y le manifiesta “que se ha visto obligado a cambiar el plan primitivo de operaciones, corriendo el grave riesgo, sino de un fracaso, al menos de sacrificar estérilmente un número considerable de vidas”.
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Y agrega: “que no es aceptable la salvedad que hace en resguardo de su responsabilidad”. “Responsable de las consecuencias de una orden, es únicamente el General en jefe que la imparte, sin que tenga el ejecutor de ella el derecho de calificarla, puesto que cumple con su deber limitándose a obedecerla”. El Comando Supremo cambia el plan de concentración. Dispone: 1º.- Que la 1ª Brigada de la II División se embarque en Pisco y se agregue al convoy fondeado en el puerto en la mañana del 19. Los efectivos de esta brigada ocuparan el “Edmond” a remolque del “Carlos Roberto”; “Elena” a remolque del “Itata”; “Inspector” a remolque de la “Magallanes”; “Elvira Álvarez” a remolque del “Angamos”; y el “Abtao”. 2º.- Que regrese a Pisco el general Villagrán con la 2ª Brigada de su División. 3º.- Que siga adelante la 1ª Brigada, a cargo de su jefe el coronel Lynch en demanda de Chilca, a proteger el desembarco del grueso del ejército. Y da cuenta al Ministerio de la conducta del general Villagrán. Inmediatamente empieza el embarco de la Brigada Gana. A las 3 p.m., se encuentran a bordo el regimiento Chillán, tres compañías del Esmeralda y los dos tercios de la caballada. Hubo de suspenderse la faena por la paraca, que empieza a soplar con fuerza; pero continúa con todo ardor el amanecer del 20. A las 4 p.m., el convoy se encuentra listo, engrosado por el “Itata” que entra del sur.
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CAPITULO XXIII. Marcha de la Brigada Lynch. El Almirante Riveros zarpa de Arica el 14 de diciembre, para tocar en Pisco el 19 y echar anclas en Chilca el 22. El general Villagrán, saliendo de Pisco el 13, ocupará a Chilca por tierra en la mañana del 22, para proteger el desembarco de las tropas del gran convoy. Tal era la combinación estratégica del Comando Superior. El 17 al amanecer rompe marcha el coronel Lynch con la 1ª Brigada de la I División, rumbo al norte, iniciando la travesía de 300 kilómetros entre Pisco y Lurín, por caminos infernales y pampas arenosas desprovistas de agua. La movilización de la Brigada pone de manifiesto la desgraciada organización del servicio sanitario, al suprimir los cirujanos y practicantes de cuerpo. La primera ambulancia se encontraba en Pisco, accidentalmente a cargo del doctor don Diego San Cristóbal, subdirector de sanidad. Para atender a los enfermos de la I División se fundaron hospitales en tierra y en el buque “21 de Mayo”, con elementos para atender 100 enfermos cada uno. Como aumentaran éstos se arregló otro hospital de 125 camas, en Pisco Alto; y se abrió un lazareto de 8 camas para variolosos. La movilización de la I División exigía el respectivo personal sanitario para la marcha, ya que los cuerpos carecían de él. Se realizan los pronósticos patentizados por la Comisión Sanitaria de Santiago, por medio de su Presidente doctor don Wenceslao Díaz; hubo que descabalar la 1ª Ambulancia para dar servicio móvil a la I División. Se nombró jefe al cirujano don José Arce, que llevó consigo a los cirujanos primeros Domingo Grez y Juan Kidd y los segundos Crisólogo Molina, Ismael Merino y Emilio Moreno, y a seis practicantes; todos cumplen abnegadamente con sus deberes. Durante la expedición, atienden a varios enfermos y a cuatro heridos que llegaron en buen estado al término del viaje. El día 24, los cirujanos primeros asisten de parto a una mujer que acompaña al segundo de línea. Se la condujo en camilla hasta Curayaco, a hombro de los soldados 2º, que se disputaban el turno de cargar la camilla. La enferma y la guagua llegaron perfectamente a Curayaco. Los Granaderos marchan a ocupar a Tambo de Mora, para asegurar comunicación marítima y telegráfica. El comandante Yávar, dueño de la plaza, desprende un piquete de 25 hombres, al mando del alférez Daroch, a tomar posesión de la Aguada Jaguay, en la desembocadura del río Topara.
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El 29 de diciembre, el comandante Vidaurre llega al río San Juan, vecino a Tambo de Mora, con dos compañías de Artillería de Marina, en sostén de los Granaderos de Yávar. Yávar y Vidaurre tienen orden de posesionarse de Tambo de Mora, por la circunstancia especial de que es peligroso abordar el desembarcadero con botes de los buques; hay que usar las embarcaciones de la localidad, grandes chalupones usados por los nativos, que se requisan para comunicarse con la escuadra. La playa, baja, arenosa, corrida, hace un ligero seno abierto, fondo de fango, con tres y media brazas, a cinco cables mínimum. Fondeadero desabrigado pero seguro, la paraca agita el mar de leva y las olas, y fustiga desde medio día hasta las primeras horas de la noche. La tasca es laboriosa, especialmente con mar agitada, lo que origina sensibles pérdidas de vida. Los valles vecinos de Chincha Alta y Baja, producen en abundancia azúcar, vinos, cereales, verduras, frutas, ganado, aves, etc.; el jefe de Estado Mayor, cuyo cargo desempeña accidentalmente el ayudante general de la División, comandante don José Vicente Dávila, ordena requisiciones de raciones frescas, que se envían a los buques en las lanchas del puerto, adecuadas para esta faena. Se entiende, después de proveer con abundancia a la Brigada. Lynch acampa en la margen sur del río San Juan, sobre la alta planicie, a algunos kilómetros del puerto, junto al cual desemboca el río. El coronel Lynch establece un riguroso servicio de seguridad, porque sabe que vienen fuerzas de Lima, a cerrarle el paso. En efecto, Piérola comisiona al coronel don José Sevilla para resguardar el camino de Pisco a Lurín, con su regimiento Cazadores del Rimac, organizado en Lambayeque con gente de campo sana y robusta. Acompañan al coronel 100 infantes montados, a cargo del coronel don Victorino Arciniega, y la columna montada Guerrilleros de Cañete mandados por el opulento agricultor don Celestino Conde. Tuvo lugar aquí un incidente desagradable, que consignamos únicamente para restablecer la verdad. Mientras el coronel Lynch baja al puerto a estudiar sus recursos y reconocer el embarcadero, le subroga el comandante del regimiento Atacama, coronel don Juan Martínez. La Orden del Día ordena que no salga del campamento soldado alguno sin permiso de sus jefes; y prohíbe tomar animal alguno que no sea de su exclusiva propiedad. Termina la Orden haciendo responsables a los jefes, de los delitos cometidos por individuos de su cuerpo. Esta última parte suena mal al comandante Canto, del 2º de línea, conocido en el ejército por su carácter levantisco y enredoso. Invita a sus colegas don Silvestre Urizar Gárfias y Manuel J. Soffia, para reclamar, ante Lynch. El coronel les recibe secamente,
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pues vienen en cuerpo, actitud prohibida por la Ordenanza, y les manifiesta que la orden se mantendrá. Canto se sulfura y presenta la renuncia de jefe del 2º de línea, agregando que deja desde luego el mando del regimiento; Lynch le responde que haga lo que quiera. Canto anuncia que se quejará al Comando Divisionario; Lynch le contesta que vaya a quejarse al diablo, si se le ocurre. El comandante Canto, furioso, se dirige a su cuerpo, hace tocar llamada de oficiales, les comunica la ofensa recibida, su renuncia y su retiro a Pisco. Los oficiales se pliegan a su jefe; le seguirán y se irán con él. Es una sublevación cruda, castigada con todo rigor por la Ordenanza. Canto se asusta del movimiento, arenga a sus oficiales y les promete volver después de presentar su reclamo al general, jefe de la División. El comandante Canto pide audiencia a Villagrán, quien, en posesión de los hechos y previa consulta a Lynch, ordena aclarar lo que está claro, con la siguiente. Adición a la Orden: “La Orden de la Brigada, dictada ayer por el señor coronel Jefe accidental de ella, no afecta en absoluto la responsabilidad de los jefes, más allá de lo que determina la Ordenanza General del Ejército.- “De orden del jefe, Guarda”. El señor comandante Canto refiere en las “Memorias”, que publicó en 1927, el incidente de una manera distinta, y le da proyecciones que hieren la reputación del señor Lynch. No haremos la defensa del señor Comandante de la 1ª Brigada, de la I División; no la necesita. Bien vindicada queda su memoria con la trascripción del relato del señor Canto, en que se atreve a decir que el señor Lynch le pidió perdón, cosa fuera de tino. Dicen las Memorias: “Como a las ocho de la noche de ese mismo día, se me presentó un ayudante de la Brigada para decirme en nombre del coronel Lynch, que tuviese la bondad de ir. Cumplí con lo ordenado y en el acto de llegar me encontré con que también habían sido llamados los comandantes Urizar y Soffia. El coronel toma entonces la palabra y dice que la Orden sería reformada en el sentido que a los comandantes de cuerpo afectaría, solo la responsabilidad de ordenanza y dirigiéndose a mí, me confesó su imprudencia, que jamás había tenido intenciones de ofenderme; que recordase que éramos amigos desde tantos años y que, si me daba por satisfecho, no insistiese en mi renuncia; y que, por el contrario, si lo perdonaba por el mal rato que lo había hecho pasar, le diese un abrazo y continuásemos tan amigos como antes. No tuve inconveniente para darle el abrazo, y perdonarlo, en vista de las satisfacciones que me daba en presencia de los dos mismos jefes que habían presenciado las ofensas. Tuvimos un rato de tertulia y después nos retiramos a nuestros campamentos". (Canto. Memorias Militares. Santiago. Imprenta “La Tracción”. Tomo I, pagina 125) El capitán de Pontoneros don Arturo Villarroel, sale de Tambo de Mora a Jaguay, con cuatro individuos de su cuerpo y algunos chinos voluntarios, el día 16.
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Los chinos se declaran ardientes partidarios de los chilenos, que dan libertad a los esclavos de su nacionalidad, comprados por los hacendados en Lima, a mil soles por cabeza. Los pobres esclavos vivían en corrales inmundos, vestidos con la arpillera con que se retoban las marquetas de chancaca, alimentados con arroz en exigua cantidad; salían al trabajo bajo la dirección de un mayoral que guasca en mano, los hacía trabajar de sol a sol. Por la más ligera falta, se les engrillaba y dormían en el cepo. Si alguno desesperado, se suicidaba para ir a resucitar en Cantón, no tenía siquiera este consuelo; los administradores ordenaban la cremación del cadáver, para evitar la trasmigración y el alma del suicida quedaba condenada a vagar por las sombras del espacio. Los verdugos extinguieron el suicidio, explotando las creencias religiosas de los pobres chinos. Los libertos siguieron a los expedicionarios, sin imponer el menor gasto, pues se alimentaban con las sobras de las raciones de la tropa. Las patas, cabeza e intestinos de las reses consumidas constituyen suculentos banquetes para ellos. Serviciales, ligeros y comedidos daban noticias de los caminos, de los recursos y de los fundos que tenían provisiones de animales de servicio; servían de asistentes a las clases y soldados, les llevaban el rollo, les aseaban la ropa, les acarreaban agua y naturalmente les buscaban en las vecindades cositas apetitosas de beber y comer, en lo que eran eximios rebuscadores. Adoraban al capitán Villarroel, que les hablaba en su lengua, pues en sus peregrinaciones, había estado en Manchuria trabajando minas; y fue el primer descubridor de yacimientos de cobre en el Celeste Imperio. Desgraciadamente, un mandarín ávido de riqueza, ordenó degollar en una noche dada, a todos los extranjeros residentes en el mineral. Los trabajadores que le tenían gran cariño, consiguieron transportarle oportunamente a la costa, en donde le embarcaron para América. Villarroel marchaba a Jaguay a ensanchar uno o dos pozos que cavaron Yávar y Vidaurre, en las cercanías del que existía en la localidad. Durante la noche, estuvo a punto de ser víctima de los montoneros, pero se impuso con sus cuatro hombres y algunos chinos armados, hasta la llegada de 160 artilleros de marina que le sirvieron de custodia. Jaguay es una caleta desconocida cerca del cauce del río Topara, llamado Río Seco por los naturales, que separa las áridas pampas de Cañete y Chincha o Ñoco. Los marinos reconocen la localidad por una triple palmera distante 150 metros de la playa, a cuya sombra existe un pozo de agua dulce de excelente calidad. La palmera es una sola, pero a la distancia parece triple, porque nacen tres árboles del mismo tronco. La aguadita de Jaguay tenía tres centímetros de diámetro; y de agua, siete centímetros de espesor. Villarroel desmonta un frondoso grupo de palmas, y crea de madera y con solidez, una aguada, en forma de baño de natación, de 14 metros de largo por tres metros 20 centímetros de ancho. Amanecía con 70 centímetros de agua clara y buena, para los
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regimientos 2º, Talca, Granaderos a caballo, sección de artillería, Artillería de Marina, y como para mil cabalgaduras. El agua disminuía hasta 24 centímetros. Construye en seguida otra aguada de 4 por 3 metros, que queda al retirarse las tropas con 60 centímetros de mejor agua que la anterior. El señor coronel Lynch se pone en marcha para Jaguay a las 6 p.m., del 17, con sus fuerzas en dos escalones, con intervalo de una jornada. Conduce personalmente el primer trozo, con el siguiente orden de marcha: Granaderos a caballo, Artillería de Marina, 2º de línea, Talca, una batería de artillería de montaña, la ambulancia, el parque y el bagaje. El segundo escalón compuesto del Atacama y Colchagua, y una batería de montaña a cargo del coronel don Juan Martínez. Tras cada escalón marchan las legiones de chinos, cuidando los bueyes, las mulas del rancho, la sección del parque y bagaje, y las recuas de burros de la tropa, requisados en cantidad suficiente para la conducción de los rollos y cananas de munición. El desfile se hace a reloj; una hora de camino, veinte minutos de descanso. Lynch ocupa a Jaguay a las tres de la mañana, con la gente fresca, sin un solo rezagado. Los soldados se hartan de agua y a dormir. La Brigada lleva gratos recuerdos de Tambo, cuyas familias se mostraron muy hospitalarias; los hacendados dieron espontáneamente a la Intendencia, las reses y víveres necesarios para el racionamiento. Por su parte, jefes, oficiales y tropa, tratan a la población con toda deferencia. Los habitantes de Jaguay quedan también muy reconocidos, por la apertura de los pozos, tan necesarios en esa costa estéril y desolada. Antes no contaban sino con el de la palma solitaria, que apenas bastaba para la bebida; ahora podían sembrar sus ricas tierras. Lynch se prepara en Jaguay para la travesía del desierto, que separa a este pueblo de Cañete. A las 3 p.m., las bandas tocan llamada, y las tropas se alistan para la travesía. Un cuarto de hora después, desfilan Granaderos que deben avanzar sin detenerse a ocupar el valle de Cañete. Siguen después, cuatro carretones con barriles y tinas para dar de beber al ganado; en seguida Artillería de Marina, Regimiento 2º de línea, artillería de montaña y regimiento Talca. Pasan a vanguardia 50 mulas con 100 barriles de agua para distribuirla a la mitad de la pampa. A las cinco de la tarde, después de los 20 minutos de descanso, la media brigada penetra al desierto, teniendo a la izquierda el abismo a cuyos pies revientan las olas; a la derecha, la línea del telégrafo. El viaje continúa sin novedad, con el descanso reglamentario de hora en hora. Al quinto descanso, se encuentran las mulas con los 100 barriles de agua que se reparte a la tropa. El coronel recibe aquí un parte del comandante Yávar; le anuncia que su cuerpo llegó a las 10 p.m., a la ceja sur del valle, y que acampó en espera de la salida de la luna.
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El regimiento se hallaba desmontado; de súbito fue sorprendido por un intenso fuego de fusilería salido de un foso por la izquierda y de una pared por la derecha. Yávar destaca dos guerrillas hacia los lugares en que aparecen los fogonazos, en tanto el regimiento enfrena y monta. Después de un fuego recíproco en la oscuridad más intensa, Yávar se retira. Lynch se queda tranquilo, después de la lectura del parte. Son asaltos de montoneros, dijo, que escapan enseguida. Y así era. Terminado el descanso, en dos jornadas más, llega cerca del valle de Cañete, en donde recibe un segundo parte de Yávar. El enemigo ha vuelto a tirotearlo debido a la oscuridad, aumentada por una espesa camanchaca que impide ver a cuatro pasos. El comandante agrega que los asaltantes no pasarán de 250, dada la flojedad de los fuegos. Lynch no quiere fatigar su tropa; marcha con la regularidad de costumbre, hasta pocas cuadras del valle, en donde encuentra a Yávar, que ha perdido un hombre y varios caballos. Lynch espera que suba la camanchaca; alista las tropas para combate; la Artillería de Marina dispersa una compañía exploradora; sigue el cuerpo igualmente en guerrilla, con la artillería de montaña; a retaguardia, avanzan en columnas por compañía, el 2º y el Talca. El teniente Eckers, que manda la compañía de descubierta, comunica que no hay enemigos; después de rebuscar entre matorrales encuentra un soldado con rifle Remington y suficiente munición, que remite al coronel, alojado en el fundo Herbay Bajo a la sombra de un precioso bosque, a cuatro cuadras de la playa. La tropa arma pabellones en espera del rancho. Son las 10 a.m., Los peruanos dan al tiroteo de Hervay las proporciones de un combate. El coronel Sevilla, jefe de las fuerzas, comunica por telégrafo al Dictador, a las 2 de la mañana, del 19, “que después de un sostenido fuego por ambas partes, que duró cerca de una hora, los invasores cedieron el campo, retirándose precipitadamente”. Un segundo telegrama a las 6:35 a.m., dice que comenzó un nuevo ataque a las 5 de la mañana. En fin, a las 11:50 p.m., envía un detallado y sabroso parte. Según él, después de una hora de fuego, el enemigo se retira, lo que es vergonzoso, pues las “fuerzas que vinieron sobre nosotros es cerca de cuatro a cinco mil hombres de las tres armas y se han retirado apresuradamente”. “Los chilenos han abandonado en su campo algunos barriles de agua, vino y ron, cuartos de carne, aves y otras provisiones además de muchos otros diferentes objetos, robados a personas particulares, como silletas, hamacas, ropa, ollas, útiles de cocina, etc., etc.” “Nuestra guardia avanzada tomó una bandera del campamento y una bandera chilena con su asta, sillas, etc.” “Nuestras pérdidas de anoche son tres heridos de tropa, un caballo muerto, y tres heridos de caballería”. “La 1ª Brigada de caballería ha tenido un comienzo brillante; excelente tropa”.
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La respuesta no se hace esperar: Telegrama de Palacio.- Diciembre 19.- Señor Subprefecto: Me complazco en saber que han recibido las hordas filibusteras una lección del patriotismo nunca desmentido del coronel Sevilla y de V. S.- Que corra sangre pues así la regeneración es un hecho real.- Peña y Coronel. Interrogado el prisionero por el coronel Lynch, noticia que el coronel Sevilla comanda las fuerzas compuestas del regimiento Rimac de 365 plazas, un batallón de infantería con 200 hombres, a las órdenes del coronel Arceniega, y otras tropas más que no conoce. El coronel Zamudio no estuvo en la pelea; quedó en Cañete. Desde la hacienda Hervay Bajo, se divisa el inmenso valle de Cañete, cubierto de espléndida vegetación. Al otro lado del río se perciben tres pueblos, que parecen estar en línea paralela desde el mar al interior: el primero, es el puerto de Cerro Azul, el segundo Cañete Viejo y el tercero, Cañete Nuevo, sede de la Subprefectura. La riqueza del valle feraz de Cañete constituye la característica de la zona. Poco antes de la guerra, producía once mil toneladas de azúcar y cerca de dos millones de litros de alcohol. Su superficie se extiende en todas direcciones matizada de vegetación, de casas blancas y elevadas chimeneas. La abundancia de agua y lo cálido del clima facilitan admirablemente los cultivos, especialmente de la caña de azúcar; el algodón, y la vid se producen también en abundancia, la yuca, papas, camotes, fréjoles, toda clase de frutas menestras y hortalizas. Abunda el ganado mayor y menor, las aves de corral y cuanto han menester los moradores del valle, sobrando gran cantidad para la exportación. La cría y ceba de cerdos está muy adelantada. Produce buen aceite extraído de la pepa del algodón. La villa de Cañete, con 120 habitantes, capital de la provincia, dista 161 y medio kilómetro de Lima; 61 y medio de Tambo de Mora, y 61 y medio de Chincha Alta. El canal que surte de agua a gran parte de las haciendas, fue labrado por los indios, antes de la llegada de los españoles. El coronel ordena descanso, aseo personal, lavado de la ropa, en las cristalinas aguas del río y bajo los coposos árboles de la villa. Se establece un acantonamiento cómodo, con buen rancho y abundantes frutas y verduras. A las dos de la mañana, Lynch levanta el campo en dirección a Cerro Azul, adonde envía por la costa a Granaderos. Antes de salir, recibe un propio del coronel Villagrán, anunciándole que hará el viaje por mar, y que siga adelante. En la tarde ocupa la hacienda peruana de Unanue, a la que impone una contribución de reses para el rancho. El administrador no las tenía, pero se avino a dar una letra por veinte mil soles contra la casa Graham, Rowe y Cía., de Valparaíso. De Unanue la expedición pasa a Montalván, a las 11 a.m., donde jefes, oficiales y tropa hacen un saludo de honor al ilustre prócer Don Bernardo O’Higgins, que cerró ahí los ojos, después de cruel ostracismo.
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En honor al gran chileno, se da libertad a todos los chinos, muchos de los cuales llevan hasta cinco años de grillo y cadena. La División atraviesa de noche el Pueblo Viejo, cuyos callejones se hallan completamente inundados. Con el barro a la cintura y a veces hasta el cuello, llegan a media noche a Cerro Azul. El coronel ocupa el puerto, no por su importancia que es insignificante, sino porque hay oficina telegráfica, facilidad para obtener provisiones frescas y oportunidad de poderse comunicar con la escuadra, en caso de recalar algún transporte. Tiene bodegas espaciosas, un muelle como de 100 metros sobre pilares de hierro, con pescantes, donkey y ferrocarril de trocha angosta. A las 7 A. M., el Comando establece sus campamentos en Cerro Azul; a las 12 M., llega el coronel Martínez con el segundo escalón. A medio camino de la pampa encuentra una recua de mulas con 100 barriles de agua enviada desde Hervay por el coronel Lynch, lo que le permite atravesar sin penalidad el desierto. Lynch revista las tropas y las prepara para atravesar el despoblado de Cerro Azul a Asia, arenoso, caldeado por el sol, sin agua y sin un solo árbol para guarecerse. El coronel envía a Granaderos hasta el pueblo de Mala como escolta de la recua de mulas con barriles de agua, y del capitán Villarroel con sus pontoneros y herramientas, encargado de habilitar un pozo que hay en Asia, para surtir de agua a la Brigada. Yávar, dejando a Villarroel en Asia, sigue adelante a ocupar el valle de Mala. En previsión de que se oculten montoneros en los bosques, acompañan a la caballería 25 infantes montados del 2º de línea. El Coronel emprende la marcha desde Cerro Azul a las 4 p.m., para atravesar en la noche las ocho leguas de desierto, 50 kilómetros, que lo separan de Asia. Fue ésta una travesía modelo; caminando con la regularidad acostumbrada, y refrescada la tropa con agua en mitad del camino, la Brigada recorre la distancia, sin incidencias ni rezagados, y acampa en Asia a las 9:30 a.m., del 22. Allí encuentra agua en el pozo habilitado por Villarroel, con sus pontoneros y chinos. Los Granaderos salidos de Asia, tienen que atravesar el fundo de Bujama, para embocar al valle de Mala. Bujama es una hacienda de rulo, boscosa, con abundantes aguadas. El camino a Mala culebrea en la montaña, por entre cañaverales y tupidas plantaciones de bananeros. El coronel Sevilla, se oculta en el bosque con todas sus fuerzas, más una numerosa montonera dirigida por el coronel don Joaquín Retes, con lo que los efectivos de Sevilla se elevan a dos mil quinientos hombres. Sevilla recibe a Yávar con nutrido fuego; éste despliega los 25 infantes del 2º que penetran bravamente al monte; el enemigo se hace humo. El coronel Lynch se preparaba para levantar el campamento, cuando recibe el parte del comandante Yávar, de que el enemigo se presenta en buen número. Cuatro leguas separan a los jefes, pero de camino árido y arenoso; después del rancho, toma el
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coronel a la Artillería de Marina y la batería de montaña y se dirige a Bujama, dejando orden para que el resto de la fuerza le siga una vez salida la luna. A medio camino encuentra al alférez Almarza, que con 25 cazadores, atraviesa por entre las montoneras en armas, burla al coronel Sevilla y carga a Granaderos, creyéndolos caballería enemiga. Trae nota del General en jefe, que recomienda a Lynch su pronta llegada a Curayaco, cuatro leguas al norte de Chilca. Lynch, con infatigable tenacidad, continúa su camino. Sale de Bujama al amanecer del 23, en dirección a Mala, diez kilómetros al norte. Sevilla lo espera a pocas cuadras, sobre una eminencia. Una compañía de Artillería de Marina que va de descubierta, y algunas granadas Krupp, deshacen al enemigo, que desaparece. Poco más allá, al desfilar por un callejón, con potreros cuajados de platanares a uno y otro lado, la Brigada recibe descargas por derecha e izquierda. Nuevo despliegue de compañías, persecución y huida del enemigo. Cuadras más adelante, otra emboscada contra el Talca, causándole la muerte de un soldado. Lynch llega al pueblo de Mala a las 9:30 A. M., sufriendo el continuo tiroteo de enemigos ocultos durante el trayecto. No se detiene sino los veinte minutos reglamentarios y sigue a San Antonio, ocho kilómetros al norte. Para llegar a este pueblo, necesita pasar el río, dividido en tres brazos, que corren entre tupidos bosques que llenan la caja. El camino angosto y sombrío culebrea entre cañaverales, sauces, maitenes y enormes árboles tropicales. Cierran la retaguardia 40 hombres del 2º de línea. Pasado el grueso, reciben éstos una granizada de balas, que no hace daño, por las punterías demasiado altas. En castigo, el Comando ordena el incendio de San Antonio. La División hace alto en la Rinconada, a las 11:30 A. M., hasta las 2:30 P. M., lugar abundante en pasto y agua, después de un ligero tiroteo en que cae prisionero un fornido paisano, armado con carabina Winchester. Se le fusila como combatiente irregular. La tropa recibe buen rancho en todas estas localidades. En Asia, que se decía pueblo miserable, tuvo abundancia de camotes, choclos y sandías en cantidad inagotable; y forraje verde para el ganado del ejército y los 500 burros en que la tropa carga con sus trebejos. A las 2:30 A. M., del 24, parte la división en silencio, para atravesar un desfiladero de 30 cuadras de rocas cortadas a pique a ambos lados. Por fortuna no había montoneros. A las 6:30 a.m., la columna pasa por Pueblo Viejo, caleta de pescadores; después de salvar arenales caldeados, entra a Chilca a las 9:30 a.m., saludado por los repiques de la campana de la Iglesia. En la tarde del 24, Lynch alza tiendas; a las 4 de la mañana hace alto frente a Curayaco, en donde continúa el desembarco de tropas e impedimentas; sigue de largo y llega a Lurín en la tarde del 25 sin un solo rezagado.
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Desfila en columna frente a los campamentos, entre alegres dianas, aplausos y hurras, para ir a tomar su colocación en la I División, cuyo comando acaba de otorgársele, como un premio a su admirable marcha, a través de crudos desiertos y de fuerzas enemigas numerosas. Durante el trayecto no tuvo rezagados, ni bajas por enfermedades. Las que les hizo el plomo enemigo, consistieron en las siguientes: Estanislao Carrizo, granadero, prisionero; Olegario Reyes, soldado del Talca, muerto; Juan de Dios Herrera, cabo del 2º de línea, muerto; y dos soldados del 2º heridos leves.
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CAPITULO XXIV. El desembarco en Curayaco. Dada la demora del general Villagrán para marchar por tierra a Chilca, y los inconvenientes que divisa para su ejecución, por falta de elementos y carencia de agua en el camino, el General cambia inmediatamente su plan estratégico; y dispone: 1º El embarco en Pisco de la 1ª Brigada de la II División en los transportes “Edmond”, remolcado por el “Carlos Roberto”, “Abtao”, “Elena”, remolcado por el “Itata”, “Inspector” remolcado por la “Magallanes” y “Elvira Álvarez”, por el “Angamos”. 2º El regreso a Pisco del general Villagrán con la 2ª Brigada de la I División. Esta orden se le comunica por telégrafo a Tambo de Mora. 3º El inmediato movimiento a Chilca de la 1ª Brigada de la I División a cargo de su jefe, el coronel (capitán de navío) don Patricio Lynch, con toda la artillería y caballería de la División. Y da cuenta de los hechos al Ministerio de la Guerra en campaña. El convoy pesado, al cual se ha unido el “Itata”, de regreso del sur, se encuentra al ancla en Pisco desde la mañana del 19. La 2ª Brigada de la II División comienza a embarcarse a medio día. A las 3 P. M., están a bordo el “Chillán”, tres compañías del “Esmeralda” y los dos tercios del ganado; pero se pronuncia la paraca que obliga a suspender la operación, la cual continúa rápidamente en la mañana del 20. El “Blanco” dispara un cañonazo a las 2 P. M.; los transportes se ponen en movimiento a tomar sus remolques, salen a la boca del puerto y ocupan el lugar designado en el gráfico repartido por el Mayor de Ordenes de la escuadra. Al atardecer, queda organizado el convoy; el “Blanco” dispara otro cañonazo y la flota toma rumbo al oeste, en el siguiente orden de marcha: Blanco Magallanes | Inspector
Valparaíso
Angamos | Elvira Álvarez
Primera fila. Chile | 4 cables Humberto I
Paita | 4 cables Julia
Copiapó Limarí | 4 cables | 4 cables Norfolk Excelsior
Santa Lucía. | Juana.
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Segunda fila.
Cochrane | Una milla
Pisagua | 4 cables Avestruz
B. Castle | 4 cables Lota
Carlos Roberto | 4 cables Edmond
Lamar | 4 cables Orcero
M. Cousiño Amazona | 4 cables | O’Higgins. Murzi Otto | Wilhelm Tercera fila. |
Abtao
Itata | 4 cables Elena
una milla
Paquete de Maule. El aspecto es grandioso; jamás surcará el Pacífico una flota tan numerosa, conduciendo un ejército de todas armas, equipado con inmenso material de guerra, en demanda de la victoria para la bandera de la Patria. Los jefes permiten después del rancho de la tarde, un rato de jolgorio y expansión; pero como el día siguiente será de ruda tarea, se toca silencio a las 9 P. M. Momentos después, el silencio más profundo reina a bordo; el ejército de desembarco duerme en el mejor de los mundos; se oyen únicamente breves voces de mando de los oficiales de marina, en su puesto, de capitán a grumete. De vez en cuando, luces fugaces, destellos rápidos se cruzan de buque a buque en las tinieblas de la noche; después, calma y oscuridad; apenas se percibe el golpe de las hélices y el sordo rumor de la ola que bate los flancos de la nave. Las precauciones se hacen pocas, pues el convoy navega cerca del Callao de donde pueden salir impunemente por el Boquerón, la “Unión”; los transportes armados en guerra y los cinco torpederos, a tentar un golpe de mano, arrojándose en medio de la escuadra a matar y a morir. Los marinos temen un acto de heroísmo o de desesperación de parte del enemigo ya que va a jugarse a una carta la suerte de la contienda. Amanece; pero el sol no alumbra; los buques siguen su ruta envueltos en espesa camanchaca, que impide distinguir la silueta de los barcos vecinos. La niebla se disipa a las 10 de la mañana; las naves ocupan sus lugares sin faltar una sola; el convoy conserva el orden de la tarde anterior; la isla de Chilca se destaca a proa. El “Blanco” y los buques de guerra aumentan el andar, penetran al puerto y echan los botes al agua, que recorren y examinan la bahía, y la playa, a caza de minas y torpedos. El pueblo de Chilca se encuentra entre la punta de su nombre por el norte, y el morro de la Calavera, punta Llalla, por el sur, (Chilca, del aymará, cólera, hiel). Un islote que se desprende de la costa hacia el norte le da abrigo, sin ofrecer peligros insidiosos.
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El puerto tiene solo tres cables de bocana y cinco de saco; el mejor surgidero se encuentra al este del islote, en nueve y veinte metros de profundidad; la parte austral del saco del puerto es algo baja, pero con buen desembarcadero. El pueblo de Chilca se encuentra a una milla al anterior, pequeño y de pocos recursos, con agua de pozo, por no haberla corriente. Los pobladores explotan la sal, fabrican artículos de paja, sombreros, cigarreras, hamacas, etc., y en los meses de enero y febrero siembran chácaras que les proveen con abundancia por todo el año. La marea eleva el agua en las sigzigias hasta 1:20 metros y el establecimiento del puerto tiene lugar a las 5:30 de la mañana. Los transportes se aguantan sobre las máquinas durante el registro de la rada por las embarcaciones menores. En tierra no se perciben enemigos, pero tampoco se divisan las avanzadas de la Brigada Lynch. El Almirante, después de cerciorarse de que la bahía está limpia, envía al “Cochrane” a reconocer la costa de Lurín, al sur del río de este nombre, pues los oficiales del buque de guerra “Garibaldi” comunicaron que el enemigo tenía guarnición en el valle. Esta noticia reavivó los deseos del señor Ministro de la Guerra de desembarcar en Ancón, flanquear a Lima e interponerse entre la capital y el ejército de Piérola. El señor Vergara sustentaba de buena fe esta fantástica concepción estratégica, que consideraba infalible, según las doctrinas del mariscal von Moltke. Vuelve el “Cochrane” con la nueva de que no existen enemigos en la costa, y el desembarco en Ancón se desvanece. El Almirante hace un prolijo reconocimiento al norte de Chilca, examinando varias caletas no marcadas en las cartas, estudio que le sugiere la conveniencia de desembarcar en Curayaco, veinte y cuatro kilómetros al norte de Chilca, evitando a la infantería este trayecto de arena muerta sin agua. El General y sus ayudantes recorren en vano con los anteojos los lugares de acceso por el sur; Lynch no aparece. Impaciente por la tardanza, envía un ayudante a Cazadores a pedir al comandante el oficial más alentado del regimiento. Poco después llega el alférez don Agustín Almarza, que se cuadra ante el General. Baquedano no hace discursos; va derecho al grano. Alférez, le dice, toma usted veinte y cinco hombres, desembarca, parte al sur, encuentra a Lynch y le entrega esta nota. Bien, mi General, responde Almarza. Saluda, da frente a retaguardia y parte. Oiga, alférez, agrega el general. El coronel Sevilla anda por ahí con su regimiento Húsares del Rimac... Bien mi General. Y este regimiento tiene 460 plazas fuera de la infantería montada y algunas tropas sueltas. Muy bien, mi general. Almarza saluda y se va. El ejército entero presencia el desembarco del piquete. Los Cazadores ensillan, cabalgan, saludan con los kepís al aire y parten tierra adentro. Un hurra vigoroso,
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escapado de todos los buques, aclama a esos esforzados jinetes, que pronto se desvanecerán en los arenales del horizonte. Una vez en la pampa, Almarza instruye a su tropa de la honrosa comisión que llevan, y les exhorta a cumplirla debidamente. Si hay que batirse, nadie mire atrás; seguir adelante hasta encontrar al coronel Lynch es la consigna. Con uno que llegue, basta. Entre la tropa lleva un mocetón de apellido Reyes, que desde niño residió con sus padres en el Callao, hasta que la guerra les hizo volver a la patria. Se enroló en Antofagasta. Imitaba admirablemente a los peruanos, en el acento, en los giros, en el modo. Los cuerpos lo pedían prestado para hacer el papel de cholo en las funciones teatrales. Almarza lo comisiona para interrogar a los paisanos, y entenderse con los montoneros que se topen por el camino. Nadie más habla; sabido es que en cuanto abre la boca, el chileno denuncia su nacionalidad. El piquete pertenece al regimiento Libres de Trujillo, que lleva despachos para el coronel Sevilla, le enseña su alférez. Almarza pasa en la noche por el pueblo de Chilca, donde Reyes se informa del camino, y obtiene algunas botellas de fuerte para combatir el frío de la noche. Al amanecer del 22, atraviesan por la Rinconada, pueblecito en donde pernocta una montonera de Cañete. Don Reyes se da a conocer a varios soldados francos, que le informan del camino. El piquete descansa en un bosque, con agua y pasto, durante la siesta del 22. En la tarde alcanza el pueblo de San Antonio, donde hay un destacamento. El centinela grita el quien vive, se adelanta don Reyes, da las explicaciones de la comisión, y mientras dicho centinela llama al cabo y se forma la guardia, el piquete pasa, perseguido por los tiros de Peabody, que alcanzan cerca de 2.000 metros, hasta meterse en los bosques del río San Antonio. Entrada la noche penetran al pueblo de Mala, infestado de montoneros y cuartel de la infantería montada. Cruzan el callejón; don Reyes va adelante gritando, somos los Libres de Trujillo, llevamos despachos del Presidente Piérola, puis, ¡viva el coronel Sevilla, puis! ¡vivan los Húsares del Rimac! ¡No me baleen, compañeritos!... La guarnición se atolondra; los invasores vienen del sur y el piquete del norte; los Libres de Trujillo es un regimiento peruano; dan vivas al coronel Sevilla y aclaman a los Húsares. Pronto cesa el estupor; silban las balas; pero los Cazadores van ya lejos. Salidos del pueblo, toman el compás de marcha, para no cansar los caballos, en una dilatada pampa que se extiende al frente Como a la 1 P. M., divisan una gran fuerza de caballería, cuya descubierta se repliega al grueso a galope corto. Son los Húsares del Rimac, del coronel Sevilla. El regimiento avanza las alas para rebasar el piquete y meterlo en un embudo.
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Almarza reúne a su gente, “Cazadores, les dice, el regimiento no puede recibir una mancha de nosotros. El ejército está en peligro y debemos salvarlo. Ante todo, la Patria. Vamos a cargar; el que pase, siga al sur a buscar al coronel Lynch”. Y luego ordena: Cazadores, por cuatro a la derecha; saquen el sable, al trote!... ¡al galope! ¡a la carga!... Los cazadores parten como el rayo, al grito de ¡Viva Chile! Con el estruendoso chivateo de la tierra araucana. Un jinete se desprende de las filas contrarias. Alto, Cazadores, grita. Somos los Granaderos, ¡Granaderos! ¡Granaderos! Repite el regimiento. Era tiempo. Alcanzaron a toparse. Lynch envía los Granaderos a vanguardia, y en la tarde coronan las alturas de Chilca. La primera Orden General dada en Lurín a la llegada de Lynch, dice así: “Dada la conducta del alférez don Agustín Almarza, de Cazadores a caballo, y no obstante no haber vacante en el cuerpo, se le nombra teniente agregado hasta que obtenga su empleo de planta”. El General arde en deseos de tener noticias de tierra. En el “Chile” viaja el comandante de ferrocarriles don Federico Stuven, hombre valiente y emprendedor. Se le ofrece al General para ir a reconocer las vecindades de la caleta. Baquedano acepta, pues conoce a Stuven desde la expedición a Moquegua, en la cual organizó el servicio ferroviario, y dirigió personalmente el movimiento de los convoyes. Stuven desembarca con 25 hombres del Búlnes. Se dirige al pueblo de Chilca, cuyo gobernador se rinde a discreción; la guarnición se replegó con tiempo sobre Lima. Stuven regresa a media noche, con la noticia de la rendición de Chilca, en cuyo cercado existen tres pozos de agua potable, de superior calidad. El General de acuerdo con el Almirante resuelve efectuar el desembarco en la caleta de Curayaco, el 22 a primera hora, tan pronto como suba la camanchaca. A las 8:30 bajan a tierra los cuerpos designados en las Instrucciones del Comando Supremo, llevando cada soldado ración de fierro para dos días y la caramayola llena. El Buin debía desembarcar primero; no pudo hacerlo; carecía de caramayolas, que la Intendencia prometió repartirle a bordo, ofrecimiento no cumplido porque los empleados no recuerdan en que buque vienen los cajones con este artículo. Para evitar pérdida de tiempo, el General reemplaza al Buin, por el 3º de línea; desembarca la infantería por Curayaco, la caballería por Chilca, la Intendencia y Bagaje por Cruz de Palo y la artillería de campaña y maestranza por caleta Pescadores, llamada también Lurín, por la cercanía al río de este nombre, la cual había reconocido el capitán Flores, por mandato del coronel Velásquez. Ninguna de estas caletas figuraban en las cartas peruanas y chilenas; pero nuestros marinos las reconocieron y recomendaron su utilización. Curayaco, aunque caleta pequeña, presta suficiente abrigo para las embarcaciones menores. La playa es generalmente accesible. Cerros altos llegan hasta la ribera, que a
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primera vista parece obstruida por los arrecifes. Hace, sin embargo, canal, por el que penetran las embarcaciones menores a una especie de ría, donde se efectúan las operaciones de embarque o desembarque con la mayor comodidad. Las naves grandes quedan sobre la costa corrida. La caleta Santa María, una milla al norte de Curayaco, presenta desembarcadero, más o menos utilizable. Dos millas más al norte de Santa María se encuentran la caleta Cruz de Palo. La costa forma un accidente, al abrigo de la punta Jaguay, con fondo en nueve brazas de arena. Cuatro millas al norte de Cruz de Palo, se halla la caleta Pescadores, escotadura de 1.500 metros de boca por 500 de saco, en costa de arena, muy acantilada. La tasca es contingente; el tenedero está en cinco brazas de agua, fondo de arena, a una milla de la playa. Penetra la mar de leva muy molesta para los buques y se hace insidiosa por destacar rompientes hasta tres cables afuera. La comisión desembarcadora nombrada por el Almirante en sus Instrucciones compuesta del comandante don Baltasar Campillo, del capitán de corbeta don Wenceslao Frías y del teniente 1º don Leoncio Señoret cumple afanosamente su laboriosa tarea. La Intendencia, por su parte, pone a su disposición a los señores Pacífico Álvarez, Francisco Álvaro Alvarado, Alberto Stuven, Timoteo Campaña, Pedro A. Torres, y la compañía de desembarcadores, peritos de mar, que secundan con entusiasmo los trabajos de la comisión. A las oraciones, el coronel Gana dispone en tierra de 3.700 infantes y 300 jinetes, con suficientes víveres, municiones y forraje. El general Maturana, con fecha 20, a bordo del “Chile”, designó a los siguientes ayudantes de Estado Mayor General, para marchar al valle de Lurín, tan pronto como pisaran tierra las primeras tropas: Teniente coronel don Ambrosio Letelier; id., de guardias nacionales, don Hilario Bouquet; mayor, don Florentino Pantoja; capitanes, señores Santiago Herrera, Manuel H. Maturana y Pedro N. Letelier; y teniente, don Ricardo Walker Martínez. El reconocimiento se efectúa con felicidad; Letelier presenta sus observaciones, condensadas en los siguientes puntos: 1º.- El valle es una posición excelente, abundante en agua, forraje, leña y variados recursos agrícolas. 2º.- Presenta una defensa fácil: el río pasa bordando los cerros por el lado norte del valle, de manera que se impide con facilidad el acceso al agua a un enemigo que avance del mediodía. Es cierto que hay al sur agua independiente del río; pero se forma con los derrames de regadío, que una vez cortados, secan aquellas vertientes. 3º.- Un cordón de cerros baja de la cordillera hasta el oriente de Lurín; este pueblo se encuentra al pie occidental de dicho cordón y después queda hacia la costa un valle abierto de más de dos leguas de ancho.
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4º.- La situación estratégica pone al valle a cubierto de captura. Ahora que está en nuestro poder, las dificultades tiene que vencerlas el enemigo. 5º.- El interior se encuentra cubierto de bosques, en terreno quebrado, muy propio para el desarrollo de montoneras. 6º.- Hay una jornada a Lima para gente de a pie; no dos como se aseguraba. En la noche del 22 y mañana del 23 continúan las faenas a bordo, para trasladar a tierra soldados, caballos, mulas, cañones, víveres, forrajes, parques, maestranzas, material sanitario, carretones, etc., etc. La marina se muestra infatigable; y todavía, con guardia permanente de dos buques destacados mar afuera, por si la “Unión”, los cuatro transportes armados en guerra, y las cinco torpederas defensoras del Callao, tienen la audacia de caer, protegidas por la camanchaca, en medio de los transportes. Todo es posible en la guerra; y el comandante Villavicencio, de la “Unión”, tenía dadas pruebas de poseer altas cualidades de mando. Podía zafarse del Callao por el Boquerón, caer en medio de la flota de transportes y producir considerables daños antes de que nuestros buques de guerra hundieran la corbeta. El Almirante, hombre avezado, temía esta intentona del enemigo; las tripulaciones pasaban listas durante la noche, y tomaban por turno pequeños descansos cuando se deshacía la camanchaca. Este trabajo agobiador dura cuatro días con sus noches, en cuyo lapso el Almirante pone en tierra, hostigado por la camanchaca, la mar de leva y la paraca de la tarde, un ejército numeroso, con todas sus impedimentas, sin pérdida de un solo hombre, de un solo caballo, de una acémila, de un bulto. El único incidente digno de mención ocurre en la “Elvira Álvarez”, a las nueve de la mañana del 23. Una de las hornillas en que se caldea el fondo para el rancho de la tropa, estaba sobre una gruesa capa de ladrillos; en seguida de ésta, venía otra de calamina; pero el fuego permanente desde las cuatro de la mañana hasta la noche, hizo que el gran calor de los ladrillos comunicados a la calamina, incendiara la madera del buque. Notado el fuego, el capitán de la nave con la gente a bordo y el mayor Manuel J. Jarpa con los artilleros que navegan en la “Elvira”, lo extinguen en breves momentos. No se alcanzó a dar la alarma en la escuadra. La batalla ganada por la Marina vale tanto, proporcionalmente, como las victorias de Chorrillos y Miraflores. La tensión nerviosa constante y el recargo de trabajo, quebrantan la salud del Almirante, alterada desde meses atrás. Los facultativos le someten a régimen severo, a pura dieta de leche, caldo de ave y pollos asados. Más, ocurre que la vaca, a pesebrera en el “Blanco”, disminuye la producción desde varios litros a un vaso apenas; y en las gallinas, una peste arrasa con ellas y los pollos.
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El Almirante se alarma; el médico de abordo declara que el cólera infesta el gallinero; y el veterinario de Cazadores certifica que la vaca pierde la leche por la alimentación seca. El enfermo comunica su inquietud a los amigos que le visitan. Se traen javas de gallinas y pollos desde Pisco, y la epidemia recrudece. Su camarero que oye los lamentos, sonríe socarronamente, lo que sulfura al señor Riveros. ¿Qué sonrisas son esas? Le dice airado el Almirante. Si Vuestra Señoría me permite... Te permito. Me atrevería... Atrévete, trompeta. No creo en meicos; contimaz… Al grano, tunante, al grano, antes que te haga atrincar a una pieza. Y me den cincuenta chicotazos; pero con ellos, ni aumenta la leche, ni las gallinas dejan de torcer el rosquete. ¿Y tú puedes remediar la cosa? Hoy mismito, si Vuestra Señoría me escucha. ¿Pero no ves que pierdo la paciencia de tanto escucharte? Es que, Su Señoría, pongo por caso de que la vaca esté buena y las gallinas sin peste. ¿Qué hay, entonces, qué hay? ¿Qué se hace, mi Almirante, cuando se quiere que una persona no hable con nadie, ni nadie se le acerque? Se le pone con centinela de vista. A eso iba, mi Almirante. Centinela de vista a la vaca y a las gallinas y verá su Señoría. El Almirante reflexiona; se acuerda de que fue aspirante y cadete y de las veces que desaparecía el pan de la despensa, los cigarrillos de la cámara de tenientes y el vino de la mesa del Director de la Escuela Naval, a bordo de la vieja “Esmeralda”, que ahora duerme en su lecho de laureles en las aguas de Iquique; y recuerda también, que tiene a bordo una veintena de aspirantes y una decena de guardias marinas. La vaca y las gallinas pasan a reos con centinela de vista. La primera produjo a la mañana siguiente los diez litros de antes, y en el gallinero reina el contento y la alegría. El Almirante llama al camarero y le dice: Lo de la leche, comprendido; pero; ¿y la peste de las gallinas? El camarero saca del bolsillo una calavera, resto de las diarias cazuelas de las difuntas que se ordenaba arrojar al mar. La tal calavera tenía atravesada una gruesa aguja de coser. Las aves no morían de cólera; caían víctimas de congestión cerebral.
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Pues bien, cuando más agobiado de trabajo se encontraba el Almirante, que se desvelaba por terminar cuanto antes el desembarco del ejército, le llega la siguiente nota, a guisa de estímulo: Ministerio de la Guerra y Marina en Campaña.- A bordo del “Almirante Cochrane”, 23 de diciembre de 1880. La lentitud con que se está operando el desembarco del ejército confiado a la dirección de V. S., me obliga a llamar su atención a las gravísimas consecuencias que puede tener para el éxito de nuestras armas un atraso tan inmotivado, y que hace pesar sobre V. S., una responsabilidad tan considerable. Debo, además, prevenir a V. S., que el agua se ha agotado en algunos buques y en otros está por agotarse; que la División Villagrán espera en Pisco los buques que deben ir a buscarla y que su presencia aquí es de urgente necesidad; por fin, que si se retarda el regreso de los transportes que se esperan en Valparaíso para reforzar las guarniciones de Arica y Tacna, corren serio peligro estas guarniciones de ser atacadas por fuerzas superiores. Espero que V. S., dictará las medidas que juzgue más convenientes para remediar el mal que le indico.- Dios guarde a V. S.- J. F. Vergara.- Al señor comandante en jefe de la escuadra. Nada más irritante e inoportuno que la nota anterior. Se habían desembarcado, en playa abierta y desabrigada, cuatro mil hombres, con sus armas, municiones, útiles, víveres, con 300 caballos y su respectivo forraje. El Ministro quería hacer saltar al Almirante, que se había atrevido a prohibir a los comandantes de buque recibir órdenes directas del señor Ministro. Tomaba la revancha. Por fortuna, el Almirante tuvo fuerza de voluntad para contestar tranquilamente el brulote ministerial. Nº 4.- Comandancia General de la Escuadra.- Caleta Curayaco, 23 de diciembre de 1880. Señor Ministro: Penetrado de la importancia de la operación de guerra que está ejercitándose bajo mis órdenes, he concretado todos los elementos de que dispone la escuadra, al mejor desempeño de esta operación; y si el desembarco no se efectúa con mayor rapidez, ello es debido puramente a que los elementos con que se cuenta no permiten obrar con mayor ligereza. Las lanchas de desembarco están todas en uso, pero su número muy limitado es una de las causas principales de que el desembarco no se haga con mayor presteza; y si no se han traído en mayor número, no es culpa del que suscribe. Las embarcaciones de todos los buques del convoy, tanto de guerra como mercantes están dedicadas a esta operación, y me sea permitido llamar la atención de V. S., hacia el hecho de que los botes a vapor son muy reducidos, y esto ha obligado a remolcar las lanchas con tropas, con embarcaciones de remo, ocasionando así un retardo que no estaba en mi poder evitar, y por cierto, que si carecemos de este elemento, no es culpa del que suscribe.
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A mi juicio, el desembarco se está llevando a efecto con una presteza admirable, si se toman en cuenta los elementos con que contamos; y en efecto, en el día de ayer se desembarcaron no menos de 4.000 hombres, 300 caballos, pertrechos, forrajes, a pesar de haberse perdido varias horas en proveer de caramayolas a algunos batallones, que habían salido a campaña sin ellas, lo que no es culpa mía, señor Ministro. A fin de conseguir mayor resultado en esta operación, el que suscribe hubiera deseado en cuanto fuera posible, ver un perfecto acuerdo entre los directores de esta campaña, pero desgraciadamente no ha sucedido así, a pesar de los esfuerzos del que suscribe, y esto ha contribuido, naturalmente, al retardo de las operaciones. Por fin, señor Ministro, y antes de concluir de contestar el primer párrafo de su nota de hoy, me sea permitido hacerle presente que, aprovechando yo del mejor modo posible los elementos de que dispongo, la responsabilidad de las consecuencias recaerá en aquellos que no proveyeron como debieran a esta expedición. Respecto a la carencia de agua de que V. S., dice, se está sintiendo, debo advertir a V. S., que ignoro completamente cuales son los recursos de que se dispone para proveer al ejército de este elemento, porque parece que se ha considerado este asunto enteramente ajeno a las atenciones de la escuadra. Dios guarde a V. S.- Galvarino Riveros.- Al señor Ministro de Guerra y Marina en campaña. Las personas allegadas a los estados mayores creyeron que aquí terminaba la danza; pero el señor Ministro vuelve a la carga por un asunto esencialmente baladí. Con motivo de la pérdida del cañón del “Angamos”, el señor Vergara, no obstante de tratarse de una cuestión de servicio interno, nombra una comisión compuesta de los señores capitán de navío don Juan José Latorre, del de fragata don Luís Uribe, y de los graduados de corbeta don Luís Ángel Lynch y don Juan Simpson, para recoger todos los datos relativos al hecho e informar al Ministerio sobre el resultado de sus investigaciones. Esta comisión necesita decreto del Comando Superior de la Escuadra para entrar en funciones. El Almirante observa al señor Ministro que le había remitido con oportunidad el informe de los peritos nombrados por el capitán Viel, a raíz del acontecimiento, para inquirir la causa de la catástrofe. La comisión compuesta del comandante del “Huáscar”, don Carlos Condell, del “Angamos”, don Ángel Luís Lynch, y del ingeniero 1º de este buque don David Glover, llega a la conclusión de que el cañón ha fugado y caído al mar; y que ningún estudio técnico puede hacerse, sin tener la pieza a la vista, una vez extraída. Agrega el Almirante que cuando ocurra esto último, será oportunidad de nombrar una comisión, para la cual, con conocimiento del personal de la armada y su larga práctica, se cree capacitado para designar a los más competentes para dar mayores luces, sin aminorar en lo menor la competencia profesional de los señores nombrados por el señor Ministro. El señor Vergara se pone furioso, y habría tal vez cometido alguna violencia, sino contiene sus ímpetus el señor Altamirano, reforzado ahora por el señor Errázuriz, vuelto
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de una secreta comisión al sur, y del señor don Joaquín Godoy, nuestro Ministro Plenipotenciario en Ecuador, llegado en el “Amazonas”. El 25, ya en tierra el señor Ministro, envía al almirante este ultimátum, cuyas partes pertinentes dicen: “Hoy se pone V. S., en abierta desobediencia a una orden de este Ministerio, apoyándose en su larga experiencia de los hombres y de las cosas de la marina, como si en algo se pusiese en duda esa experiencia cuando se le pide que comisione a cuatro jefes, cuyas opiniones quiere conocer el Gobierno. En conclusión, debo decir a V. S., que ni las circunstancias son para emplear el tiempo en estas contestaciones, ni se puede concebir el buen servicio con una resistencia obstinada a los actos del Gobierno, y que si esto continúa así, me veré obligado a usar de la autoridad que represento para poner una vez término a esta situación”. El almirante no se arredra por la amenaza de destitución; rebate las afirmaciones del señor Ministro en una larga nota, la última de este incidente. Empieza el señor Almirante haciendo conocer al señor Ministro las Ordenanzas de Marina vigentes en la Armada, las cuales le hacen únicamente responsable; y que para esta responsabilidad tendrá mando universal en bajeles e individuos, sin limitación y única jurisdicción. El hecho de que el señor Ministro imparta órdenes como representante del Gobierno, no altera en nada la responsabilidad del Comandante en Jefe de ella. Estas órdenes del señor Ministro venían haciéndose perjudiciales para el buen servicio, y peligrosas para el éxito de las operaciones marítimas. Agrega el señor Riveros: “El 7 de noviembre próximo pasado recibí orden de V. S., de suspender los bloqueos, menos el del Callao, que debía seguir sostenido por el “Huáscar” y la “Pilcomayo”. Estimando el que suscribe que esa fuerza era para el objeto y que la orden era dada sin un conocimiento perfecto de los medios de ataque que tiene el enemigo en ese puerto, cosa muy frecuente en toda guerra, creí de mi deber modificar la orden citada, y dispuse que quedase el “Cochrane” con el “Huáscar”, lo que comuniqué a V. S., y al Gobierno. Por esa misma época, la corbeta “Chacabuco”, con una escasa provisión de pólvora y proyectiles, fue mandada a sostener ese bloqueo, reduciendo así a la División bloqueadora a una situación crítica delante del enemigo, pues, aparte de otros inconvenientes, los condensadores de esos buques no podían dar abasto al consumo de agua de la guarnición de la isla de San Lorenzo, y a las lanchas portatorpedos. En esos días llegaba a Arica el “Matías Cousiño” en viaje para el Callao, con pertrechos navales para la escuadra, y dispuse desde Iquique que dejara parte de estos pertrechos en el pontón “Valdivia”, tomara una cantidad de pólvora y proyectiles para la “Chacabuco”, que desde el Callao los pedía con urgencia y se dirigiera a este puerto. Cuando se ejecutaban estas órdenes, el señor General en Jefe, ordenó por disposición de V. S., suspender ese trabajo, tomar tropas a su bordo y zarpar para Pisco.
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La “Pilcomayo” recibía también orden de zarpar para Arica y la “O'Higgins” hacía un viaje al norte. Estos hechos me obligaron a dar la orden de 18 del corriente, que dará un buen resultado en el servicio. Paso ahora a contestar el párrafo de la comunicación de V. S., que se refiere a la nota que dirigí a V. S., en contestación a aquella en que me hacía presente la lentitud con que se efectuaba el desembarco del ejército. Es difícil, señor, contestar este párrafo de su nota, con la mesura debida y con las consideraciones que estoy resuelto a guardar a toda persona que invista carácter oficial, muy particularmente en estas circunstancias y cuando ese carácter es tan elevado como el de V. S. No creo que jamás el Supremo Gobierno haya usado expresiones semejantes, ni para reprender a un subalterno, y así, permítame, señor Ministro desentenderme de esa parte de su nota, que no pudo aceptar ni como hombre, ni como funcionario público, y que si no fueran dictadas por V. S., creería eran encaminadas a producir un conflicto”. El señor Almirante demuestra que el desembarco en Curayaco ha sido rápido, tres días; cuando el embarco en Arica, con buen muelle, más elementos, etc., etc., demoró cinco. Por fin, el Almirante termina su nota, con este párrafo: “En cuanto a la última parte de la nota de V. S., debo manifestarle que al ser honrado por S. E., el Jefe Supremo de la nación, con el mando de las fuerzas navales de la República, había creído que la admisión de tal cargo, no me obligaba a aceptar las faltas de consideración que creo se guardan para el que suscribe; y si así fuere, me sería difícil permanecer en él, a pesar de las circunstancias presentes”. Intervienen de nuevo los señores plenipotenciarios, que al principio no se sabía que papel desempeñaban en el ejército; pero los hechos ocurridos den razón al presidente de la República. Eran verdaderos plenipotenciarios entre los poderes militar y naval, responsables, y el Dictador civil, irresponsable. Hemos dicho, que el General, en cumplimiento de su deber, da cuenta al Ministerio del fracaso de la marcha de la I División a Chilca, y acompaña copia de la nota al Comando Superior y de la carta al coronel Gana, El Ministerio procede breve y sumariamente. En nota fechada en Curayaco el 24 de Diciembre, dice al general después de una lata disertación relativa a la guerra y a la conducción de los ejércitos: “Como no es compatible con las leyes de la milicia y el buen servicio la tolerancia de hechos como los manifestados por V. S. en el oficio precedente, proceda V. S., a separar del mando de la I División al señor general Villagrán, ordenándole, que se traslade a Santiago a ponerse a la disposición del Supremo, Gobierno. Quedará a cargo de la I División el señor coronel don Patricio Lynch, jefe de la 1ª Brigada; y comandante de esta Brigada, el señor coronel don Juan Martínez”. Todo el ejército desaprobaba la acción del general Villagrán; se pensaba en la aplicación de una medida disciplinaria, por vía de sanción y adelante.
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Muchos creyeron que la separación fuera simple formalidad, y que el General en jefe no le daría curso, considerándola muy dolorosa para un antiguo compañero de armas. Mas, los que conocían a Baquedano, esclavo del deber y de la disciplina, aseguraban de que la orden del Ministro se cumpliría al pie de la letra. Si el Ministro hubiera ordenado el juzgamiento en Consejo de Guerra verbal, y éste lo hubiera condenado a la última pena, Baquedano habría puesto el cúmplase a la sentencia y la ejecución del general Villagrán se habría efectuado sobre la marcha. El elemento militar no extrañó, pues, el siguiente decreto, publicado en la orden del día: Nº 288.- General en jefe. “San Pedro de Lurín, 25 de Diciembre de 1880. Hoy he decretado lo que sigue: Vista la nota, que precede del señor Ministro de la Guerra en campaña, decreto: Se separa del mando de la I División del Ejército al general don José Antonio Villagrán, quien marchará a Santiago a disposición del Supremo Gobierno. Anótese, comuníquese, y dése cuenta al Supremo Gobierno para su aprobación. Lo transcribo a V. S. para su conocimiento y demás fines. Dios, guarde a V. S.Manuel Baquedano. Al señor General de División don José Antonio Villagrán”. Por la misma Orden del Día se nombra provisoriamente jefe de la I División, al capitán de navío don Patricio Lynch, y jefe de la 1ª Brigada de la misma División, en reemplazo del señor Lynch, al coronel don Juan Martínez.
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CAPITULO XXV. Concentración en Lurín. El General expuso su plan de concentración sobre Lurín en la reunión celebrada en Arica el 6 de Diciembre de 1880. Asistieron a la asamblea presidida por el Comando Supremo, los generales, los plenipotenciarios, el Ministro de la Guerra y los coroneles divisionarios. Era el mismo recomendado al Presidente da la República, hacía ya seis meses. La simplicidad auguraba una fácil ejecución. La escuadra llevaría una División hasta Pisco, desde donde emprendería marcha al norte, por tierra. Las otras dos Divisiones se embarcarían en Arica, en viaje directo a Chilca; la flota anclaría ahí, en el momento preciso en que la vanguardia de la División de tierra avistaba al puerto. Todas las contingencias estaban previstas, se desprendiera o no de Lima una División a chocar contra la nuestra que iba por tierra, o simplemente se concretaba a repeler el desembarco. Si, lo primero, la División peruana sería superior o inferior a la nuestra. Si ocurría lo último, se la combatía; si era superior, la nuestra tomaba buenas posiciones defensivas y esperaba los refuerzos de a bordo. El general, según las circunstancias, elegiría el lugar del desembarco y el número de tropas para esta operación secundaria. El refuerzo sería directo, para empeñar acción; o indirecto, desembarcando a retaguardia del enemigo, para coparlo. Si Piérola establecía tropas en Chilca para disputar el desembarco, éste se efectuaría bajo los fuegos de la escuadra en conjunción con la División terrestre, atacante por el sur. Quedaba una tercera circunstancia: que el ejército peruano se situara en Lurín, ya en parte, ya en su totalidad. Si lo primero, todo el valle quedaba bajo las granadas de nuestros buques, y el ejército marcharía unido sobre Lurín desde Chilca. Si lo segundo, se estudiaría las conveniencia de efectuar el desembarco en Ancón o Chancay, haciendo retrogradar a la División al sur, en la seguridad de que el enemigo no abandonaría sus campamentos para ir a batirla, pues se alejaba bastante de su base de operaciones, Lima, que desguarnecida, quedaba expuesta a un golpe de mano por el norte. El ¡Ministro de la Guerra prefería ir directamente a Ancón; tres veces propuso la idea, que no encontró más voto favorable que el suyo. Baquedano necesitaba tropas en tierra que facilitaran el desembarco; la experiencia demostraba cuanta sangre demanda desembarcar contra enemigos parapetados, como en Pisagua, en que un puñado de gente decidida causa mucho daño. No hubo necesidad de forzar la entrada; Piérola dejó la puerta abierta, con el abandono de la costa desde Chilca a Lurín, concentrando todos sus efectivos en los campos atrincherados de Chorrillos y Miraflores.
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El día 21, pasa en preparativos, pues todos creen que el enemigo disputará la playa. A las 2 P. M., se lee en los cuerpos la Orden General, y las de la División y de la Brigada. Los Jefes de cuerpo añaden una corta recomendación a la tropa, llamándola al cumplimiento del deber y al sacrificio por la patria. La siguiente es la orden del cuerpo leída al Regimiento Carabineros de Yungay; las demás eran más o menos de igual tenor: Soldados: Vamos a desembarcar; y por consiguiente, a acercarnos a la última decisiva jornada de esta larga guerra. La orgullosa Lima; la antigua y opulenta ciudad de los virreyes sentirá muy en breve resonar en las calles el ruido de las pisadas de nuestros caballos victoriosos. Con eso quedará también terminada la obra gloriosa que la patria ha confiado a vuestro valor y a vuestro patriotismo. Poco tengo que recomendaros para ese momento decisivo: os recomiendo, sí, la unión y disciplina en el combate; no separarse jamás de las filas, como os recomiendo, también para después de la victoria, esa moderación de que habéis dado ya muchas pruebas. Soldados: Chile entero tiene hoy día los ojos fijos en vosotros. Os considera sus mejores hijos y como a tales os entrega su bandera, os confía su gloria y su porvenir, lo mismo que la defensa de sus derechos en el duelo a muerte que sostiene con un país ingrato y aleve. La frente augusta de la patria se cubriría con el rubor de la vergüenza si supiera, si pudiera presumir, que aquellos a quienes dispensa tan alto honor podían entregarse al desaliento y a la infamia. Los sacrificios que la campaña impone, sobrellevados con constancia; los peligros que arrastra, afrontados con valor, serán otros tantos títulos a su reconocimiento; y agradecida, sabrá recompensaros. Para vuestro jefe sería premio suficiente de sus fatigas y desvelos, poder, al regresar, decir a Chile: “Os devuelvo el brillante Regimiento que me confiasteis, puro, glorioso y más digno que nunca de vuestro cariño y de vuestra admiración. Faltan algunos de sus miembros; pero, esos han caído mutilados por el plomo enemigo, con el sable en la mano, defendiendo a su patria y el honor de su estandarte y de sus armas. Envidiémosles en vez de compadecerles”. No os dirigiré ya la palabra hasta después de la batalla. Espero dirigírosla para enviaros mis felicitaciones, para ensalzar vuestro valor, vuestro comportamiento, vuestra disciplina y vuestra moderación. Adelante, pues, soldados de Carabineros de Yungay. Lleváis un nombre muy glorioso, recuerdo de grande o inmortal jornada. Como a tales, el ejército os mira, la patria os contempla, y mucho tiene derecho a esperar de vosotros vuestro comandante.Manuel Búlnes.- Aguas de Chilca, 21 de Diciembre de 1880.
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Hemos dicho que el 22 temprano empezó el desembarco: el “Chillán” y el “Esmeralda”, tan pronto bajan a tierra, se despliegan en guerrilla y ocupan los cerros vecinos a la caleta; en la tarde se les une al 3º de línea y 200 Cazadores a caballo. Al anochecer, marchan 50 Cazadores hacia el norte de descubierta; y cada batallón de infantería establece una avanzada de 75 hombres a su frente. A las 4 A. M., del 23, el general Sotomayor levanta el campamento, camino de Lurín, con los Cazadores a vanguardia. A las 10 A. M., Lurín a la vista. Un piquete de caballería desciende al valle; se tirotea con una pequeña descubierta que huye, y regresa a dar cuenta de no divisarse tropas enemigas en toda la extensión del frente. La entrada a Lurín se efectúa a las 11 A. M. sin disparar más tiros que los de descubierta. Se establece el campamento, y las tropas descansan de la fatigosa marcha por arena muerta, en terreno ondulado, cortado por innumerables quebradas formadas por los aluviones de verano. El Almirante, tan pronto como Sotomayor inicia su avance, destaca a la “O'Higgins” que sigue al norte, costeando, lista para proteger la marcha de las tropas, en caso de que hubiera presentado resistencia algún cuerpo enemigo. A las 3 P. M. se da orden de alistarse para la noche, a 200 Cazadores, dos compañías del “Esmeralda” a las órdenes del mayor don Saturnino Retamales, y dos del 3º de línea, a cargo del mayor don Gregorio Silva. Esta tropa sale a las dos de la mañana del 24, al mando del jefe de Estado Mayor de la II División, don Baldomero Dublé Almeyda, con un guía de la localidad. Se emprende la marcha, en absoluto silencio, con prohibición de encender fósforos, ni hacer sonar las caramayolas. Se anda de hora en hora con diez minutos de descanso. A las 4 A.M. se atraviesa por el pueblo de Pachacamac, enteramente deshabitado; sus moradores se refugiaron en Lima. El guía se pierde con la espesa camanchaca; cae a un bosque de platanares y cañas, sauces, maitenes etc. y pasa después dos brazos del río. Al otro lado, los Cazadores entran a un desfiladero en donde el enemigo los recibe con descargas a boca de jarro. Avanzan en protección los terceros y se traba un combate a corta distancia, resuelto por la fuga de los enemigos, que dejan en el campo una decena de muertos y tres prisioneros. Por nuestra parte, quedan heridos el mayor Silva y un soldado del 3º y muerto otro del Esmeralda. El 23 continúa el desembarco de la infantería en Curayaco. El 24 baja la artillería y caballería en la caleta de Pescadores frente al pueblo de Lurín, ahorrando, el trayecto de seis leguas de arenales, por entre mamblas movedizas. El ganado de las armas montadas va al agua y toma a nado la costa, en donde se agrupa un señuelo con los caballos de jefes y oficiales de Estado Mayor, para atraerlo. La
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caballada no emplea media hora en ganar la costa; a los caballos siguen las mulas del parque y el ganado, de la Sanidad. El general Maturana se dirige al valle en la tarde a recibir, distribuir y alojar los cuerpos en los campamentos provisorios designados a sus respectivas Divisiones. Se establece en Lurín, poblacho feo y sucio, habitado en gran parte por asiáticos. Abre las oficinas del Estado Mayor General en un caserón semi arruinado, en la plaza de armas: ahí empiezan sus labores las distintas reparticiones. El “Blanco” fondea en Santa María; poco, al norte se encuentra la caleta Cruz de Palo. Los vaporcitos remolcan a ambas caletas los buques conductores del parque. El Almirante hace bajar esta preciosa carga, a su vista, de los siguientes buques “Avestruz”, el Parque General; “Inspector”, el de la I División; “Elvira Álvarez”, el de la 1ª Brigada de la II División; “Julia”, el de la II División; y “Juana”, el de la III División. El “Herminia”, completamente lleno de dinamita, guías, fulminantes, pólvora y herramientas para minas, fondea lejos, aislado de la flota. El Almirante selecciona trozos de gente perita de a bordo para bajar este delicado cargamento. Terminado en Curayaco el desembarco de la gente, continúa el desembarque de víveres y forraje. Los siguientes buques envían lanchas con elementos de rancho: “Murzi”, “Norfolk”, “Julia”, “Excelsior”, “Orcero”, “Humberto I” y “Juana”, cada uno raciones para ocho días para todo el ejército; vapor “Copiapó”, 3000 sacos de cebada; vapores “Lamar”, “Pisagua”, “Bernard Castle” y “Amazonas”, carbón y “Lota”, víveres para ocho: días. Llenadas las necesidades del primer momento, la Intendencia regulariza los pedidos para que no escasee la alimentación. El comandante don Francisco Bascuñan Álvarez recibe en playa esta enorme cantidad de artículos diversos, en sacos y cajones, muchos de estos de exagerado volumen. Hace dividir los bultos en otros más pequeños para trasportarlos a mula. El comandante Bascuñan organiza sus piaras en tres turnos de ocho horas cada uno; cada capataz jefe de piara trabaja durante un turno, descansa en el siguiente y reanuda la tarea en el tercero. De este modo, la hilera de piaras no cesa entre Curayaco y Lurín, con estricta regularidad. El buen servicio del Bagaje permite a los almacenes de la Intendencia establecidos en San Pedro de Lurín, surtir a los proveedores de la ración completa para el rancho diario, café por la mañana con la respectiva telera, fréjoles y pan a medio día y puchero y pan en la tarde. El Intendente don Vicente Dávila Larraín atiende en persona la distribución de víveres, efectuada por el almacenero general, el infatigable don Alberto Stuven. Hay que dejar constancia del orden implantado por el comandante Bascuñan en la remisión de bultos; cada capataz lleva la correspondiente guía escrita a tinta de lo que conduce la piara; la entrega en Lurín al almacenero señor Stuven, quien recibe las piaras y pone el conforme en las guías una vez revisado el cargamento.
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El Delegado de la Intendencia don Hermógenes Pérez de Arce quedó en Arica encargado de recibir las naves llegadas del sur para despacharlas a Curayaco. Desde el 15 de Diciembre hasta el 7 de Enero dirige a esta caleta los siguientes veleros: “Federico” y “Valdivia”, con caballos y mulas para el ejército, y las ambulancias; “Unión”, “Isabel”, “Darío”, “Colcura”, “Vitalia” y “Bice”, con víveres y forraje. El Delegado zarpa de Arica a reunirse al ejército conduciendo 280 bueyes en el “Itata” y 70, en el “Copiapó”, fuera de la carga completa de víveres de ambos barcos, el último de todos. El Almirante tiene orden de traer a la mayor brevedad a la 2ª Brigada de la I División; el 23 manda a Pisco los vapores “Angamos” y “Barnard Castle” a reembarcar a la Brigada y transportarla a Curayaco. Para seguridad de los trasportes destaca al día siguiente como escolta a la “Magallanes”. El batallón Quillota queda de guarnición en Pisco, para evitar que los montoneros perturben la retaguardia del coronel Lynch y remitir reses y víveres frescos al ejército expedicionario. El comandante don José Ramón, Echeverría, jefe del Quillota y de la plaza, hace numerosas y abundantes remesas a la pasada de los trasportes. Los montoneros, envalentonados porque en Pisco no queda sino un batallón, se acercan en sus excursiones hasta cuatro leguas del puerto y casi copan una patrulla de Granaderos. El comandante Echeverría se propone castigar estos atentados; deja en su reemplazo a su segundo, mayor don Cruz Daniel Ramírez y emprende la persecución de los montoneros con doscientos hombres de su cuerpo y catorce Granaderos a caballo, al mando del alférez don Desiderio García, llevando como guía al gobernador marítimo don Rafael Gana. El 1º de Enero, a las dos de la tarde, sale de Pisco; a las 6 P. M. hace alto en la hacienda de Manríquez, en el riquísimo valle del Cóndor. Al amanecer del 2, levanta el campamento por las faldas de los cerros que cierran el valle por el norte. En la Hacienda Casa Concha se tirotea con el enemigo que se retira por el bosque. A las 8 A. M. la expedición descansa a una legua de Humay, en cuyo pueblo se atrincheran los montoneros, sostenidos por guerrillas ocultas en las viñas del flanco derecho. Echeverría manda media compañía contra el enemigo del frente, parapetado tras numerosas murallas, al mando del capitán don Ricardo Gutiérrez; mientras una compañía a cargo del capitán Moisés Ovalle, baja al valle a batir al enemigo metido en el bosque. Ambos capitanes se expiden a satisfacción; Gutiérrez se toma las trincheras por asalto y Ovalle limpia la boscosa caja del río con buena mortandad de montoneros. Declarado en derrota el enemigo, el comandante Echeverría lo persigue hasta los mismos contrafuertes de la cordillera, por donde huye disperso, seguido por el capitán Ovalle y alférez García con los Granaderos e infantes montados.
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El coronel Lucio Gutiérrez, comandante de la montonera, y un señor Ojeda su segundo, salvan cruzando el río a nado. Los montoneros reciben una dura lección. Los expedicionarios vuelven a Pisco el 4, arreando 500 vacunos que se remiten a Curayaco, con gran cantidad de verduras y cereales del riquísimo valle del Cóndor. ORDEN DE BATALLA DE LA EXPEDICIÓN. Jefe, Teniente coronel don José Ramón Echeverría, comandante del Quillota. Ayudantes, capitán don Jorge Parra; tenientes señores Rodolfo Díaz Villar y Andrés 2º Jiménez. Guía, don Rafael Gana, Gobernador Marítimo de Pisco. Compañía de Granaderos Capitán, don Moisés Ovalle. Teniente, don Abel Arredondo. Subteniente, don Jorge León. Compañía de Cazadores Capitán, don Ricardo Gutiérrez. Teniente don Ricardo Núñez. Subtenientes, señores Guillermo Caldera y Ramón A. Mesa. Caballería Alférez don Desiderio García. Nuestras bajas ascendieron a dos muertos, entre ellos el capitán don Ricardo Gutiérrez; y tres heridos de tropa. Total, cinco. El 12 de Enero al amanecer fondea el vapor “Carlos Roberto”, con orden de conducir a la guarnición al norte. En vista de ello, el comandante convoca a los cónsules y vecinos más caracterizados y les hace entrega de la plaza. Estos se dan por recibidos y firman por duplicado la siguiente acta: “Los abajo suscritos declaran que se reciben de la población de Pisco con su muelle y edificios públicos. Declaran igualmente que la desocupación de la población se ha hecho con todo orden y regularidad, sin que ninguno de los pobladores tenga que lamentar daño alguno. Para constancia firman dos de un tenor de la presente acta, en la sala del despacho, a 12 de Enero de 1881.- J. Ramón Echeverría, Bartolomé Morfrín, Román Pasarín, A.
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Picano, agente consular de Italia Joaquín Martínez, A. Pradinet, vice cónsul de Francia; José Canas.” Pocos momentos después zarpa el “Carlos Roberto”. El Quillota alcanzó a desembarcar en Chorrillos, muy a tiempo para tomar parte en la batalla de Miraflores. Venían asimismo en el trasporte 300 enfermos y convalecientes que ingresan inmediatamente a sus cuerpos, deseosos de batirse. Desembarca también una sección del Servicio Sanitario que presta oportunos servicios. El General, una vez en tierra toda la infantería, caballería y gran parte de la artillería, desembarca en Curayaco, acompañado de don Eulogio Altamirano, don Máximo R. Lira y sus ayudantes. Inmediatamente se dirige al valle y establece el Cuartel General en los altos de las casas de la Hacienda de San Pedro; la Intendencia ocupa la planta baja, con buenos corredores para la recepción y distribución de víveres y forraje. Al amanecer del día siguiente recorre los campamentos, elegidos por el Estado Mayor General; vuelve a las oraciones y dicta en la Orden la colocación definitiva de las tropas, en conformidad a la topografía del terreno y a los caminos de acceso del lado enemigo. El río Lurín nace en las montañas de Huanchirí; corre de oriente a poniente hasta el mar, dando, vida al valle de su nombre, bastante rico en productos agrícolas. Este valle en la vecindad del mar tiene un ancho de siete a ocho kilómetros; al oriente se hace más y más angosto, hasta llegar a la parte boscosa, cubierta de árboles seculares y matorrales de difícil acceso. (Véase la carta). Entrando por el sur, camino real a Lima, se encuentra el poblacho de Lurín, de unos 800 habitantes en su mayoría asiáticos. Las calles son angostas y las casas ranchos pajizos de triste aspecto; la iglesia amenaza venirse al suelo. De Lurín por el mismo camino real se alcanza a cuatro kilómetros la hacienda de San Pedro, propiedad colonial de los Padres de este Instituto, que fundaron ahí un gran colegio cuyas ruinas acusan su importancia. Quedan en píe los claustros de dos pisos circundados de corredores; y al lado, las ruinas de la iglesia que debió ser monumental. Se conserva aún parte del retablo del altar mayor, con figuras esculpidas en madera finísima y algunas imágenes talladas en cedro. A ambos lados del camino se extienden verdes plantaciones de caña dulce y potreros sembrados de camotes, papas, yucas y zapallos. No faltan tampoco, verduras como zanahorias, betarragas y rábanos. Don Vicente Silva, su actual propietario, explota un ingenio de azúcar con chinos esclavos, ahora muy felices por su libertad. Al oriente, a unos tres kilómetros, sobre una eminencia, se nota la hacienda de Buenavista, gran caserón edificado por un señor de notable estirpe que hacía ahí vida de horca y cuchillo. La mayor parte del edificio está en ruinas. Siguiendo siempre al Este cinco, kilómetros, se encuentra el villorrio de Pachacamac, cabeza de un célebre santuario, anterior a la dominación incásica. Ahí recibía el culto de los fieles el dios Pachacamac, que significa “el que anima y da vida al universo”.
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Cuenta la tradición que este valle no fue conquistado, sino que su jefe hizo alianza con los generales del Inca, y los habitantes conservaron el culto de sus mayores. Las ruinas acusan una grandiosidad soberbia. Los rebuscadores de antigüedades han destruido las construcciones para llevar las joyas de una civilización extinguida a los museos del viejo mundo. De San Pedro y Pachacamac arrancan sendas carreteras hacia Lima; la primera cruza el río por un magnífico puente de hierro y la segunda por uno de madera bastante sólido situado en la hacienda la Venturosa. A la derecha de esta ruta se divisan las haciendas de Obando, Cuatro Bocas, Malamocas, Casa Blanca, Germina, Manzano y Pan de Azúcar, todas al sur del río, separadas por frondosas alamedas. A la banda derecha del río, pasado el puente se halla la hacienda La Palma, junto a unas antiquísimas ruinas de un derruido templo pre incásico. Al oriente se extienden otras dos fincas de importancia, Picapiedra y Manchay, de cañaverales y pasto. Cerca de San Pedro, entre un hermoso bosque encontraron las tropas un extenso vivero, abundante en peces delicados para los sibaritas de Lima. El general establece los campamentos en este lindo valle, aprovechando la pureza del agua, la abundancia de la leña, el forraje fresco y las variadas verduras para él rancho. El Cuartel General se instala a firme en los altos de la Hacienda San Pedro; los bajos se reservan para la Intendencia del Ejército. El Estado Mayor General queda definitivamente en Lurín, en el viejo edificio de la plaza de armas. La Sanidad levanta sus tiendas en la Hacienda Bellavista; el correo ocupa una casa frente al Estado Mayor General y las tropas establecen sus vivaques en esta forma: Pasado el río, al norte del puente de hierro, entre el mar y las ruinas de las construcciones pre incásicas, la 2ª Brigada de la I División (Amunátegui); al sur de dicho puente, la 1ª Brigada de la misma División. (Martínez). La II División separa sus brigadas: la 1ª (Gana), se establece al sur de la Brigada Martínez, y la 2ª (Barbosa) vivaquea en el caserío de Pachacamac, cubriendo nuestra ala derecha. La III División queda entre la Hacienda de San Pedro y el pueblo de Lurín. Tras ésta, acampan el parque, la maestranza y la artillería de campaña; la de montaña se embebe en las filas de sus respectivas divisiones. La caballería se acomoda en los potreros para utilizar los pastizales dejados por el enemigo. Los cuerpos, tan pronto corno terminan el aseo personal, inician los ejercicios diarios, alistándose para la próxima batalla; en la tarde, los jefes de Brigada maniobran con sus regimientos a la vista del jefe divisionario. Cada cual llena cumplidamente los deberes de su cargo, procurando excederse así mismo; todos comprenden que de la acción común depende el éxito del choque cercano.
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El señor Ministro de la Guerra había desligado de la jurisdicción del Cuartel General, los servicios de Intendencia, incluso el Bagaje y la Sanidad, cercenando las facultades del General en Jefe. Baquedano, divisa un peligro en el funcionamiento independiente de estos organismos en circunstancias que se necesita la más perfecta unidad de control. Llama a una conferencia a los señores Dávila Larraín y Allende Padín, quienes a la primera insinuación se ponen incondicionalmente a sus órdenes, pues sienten la necesidad de una dirección única en tan solemnes momentos. El Capellán Mayor, presbítero don Florencio Fontecilla recibía desde Tacna las órdenes directas del Estado Mayor General, como el correo y el telégrafo. El General se siente feliz porque reúne en su mano todas las fuerzas vivas del ejército, como lo dispone la Ordenanza; así también asume toda la responsabilidad aneja al Comando en jefe. Quedan por dar solo toques de detalle, para acometer la empresa anhelada por el ejército, el gobierno y el pueblo de Chile: conquistar una paz duradera, después de arrollar al ejército enemigo que resguarda las plazas de Lima y el Callao. El General cuenta para ello con los siguientes elementos: Estado que manifiesta las fuerzas embarcadas en Arica, para la campaña de Lima. PLANA MAYOR Nombres de las diferentes Gen. Jefes Oficiales Soldados Caballos Mulas Cañones Ametralladoras Secciones del Ejército. Cuartel General………….. 1 10 4 22 35 2 Estado Mayor General…… 1 11 12 24 40 20 Inspección del Ejército en campaña……………… 1 1 2 2 6 Comandancia General de Artillería.-……………….. 1 3 2 12 2 Comandancia General de Caballería………………... 1 3 2 3 2 Intendencia General del Ejército………………….. 2 6 Servicio Sanitario………. 10 99 222 104 24 Bagajes…………………. 1 9 130 60 500 Parque General…………. 4 6 117 19 460 3 41 144 530 279 1.010 -
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1ª DIVISIÓN Nombres de las diferentes Gen. Jefes Oficiales Soldados Caballos Mulas Cañones Ametralladoras Secciones del Ejército. Cuartel General………. 1 1 4 12 8 Estado Mayor………… 5 3 7 16 16 Comandancia de brigadas… 2 4 Cuerpos que la componen Regimiento 2º de línea……. Id. Atacama………... Id. Talca……………. Id. Colchagua………. Id. 4º de línea……… Id. Chacabuco…….. Id. Coquimbo……... Batallón Melipilla… Id. Quillota……….. Artillería………….. Caballería(Granaderos)...... 1
3 35 3 32 3 33 3 26 3 36 3 29 3 40 2 23 2 33 3 19 3 29 39 346
940 1.139 1.158 825 949 922 1.000 426 553 500 491 8.910
7 9 7 10 8 7 12 7 6 200 565 878
20 44
30 30
3 3
4 10 -
25 29 10
6 12 -
-
-
3 40 1.032 3 38 1.046 3 33 1.021 3 42 1.100 3 45 1.141 3 38 984 2 26 595 3 16 415 3 25 440 31 319 7.788
17 18 17 17 16 4 6 170 450 779
18 36
26 26
3 3
10
7
-
-
2ª DIVISIÓN Cuartel General…………. 1 Estado Mayor…………… Comandancias de brigadas Cuerpos que la componen: Regimiento Buin………… Id. Esmeralda…... Id. Chillán……… Id. 3º de línea…... Id. Lautaro……. Id. Curicó…….. Batallón Victoria……. Artillería………………… Caballería (Cazadores)…. 1
1 2 2
4 8 4
3ª DIVISIÓN Cuartel General………… -
3
2
6
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Estado Mayor…………… Comandancias de brigadas Cuerpos que la componen: Regimiento Zapadores… Id. Aconcagua… Id. Valparaíso… Id. Santiago….. Id. Concepción… Batallón Navales…….. Id. Valdivia……. Id. Caupolicán… Id. Búlnes……… Artillería………………… Caballería (C. de Yungay) Tropa suelta: Artillería de Marina…….. -
2 2
4 4
3 39 3 46 3 31 3 42 3 35 2 34 2 30 2 31 2 18 3 18 3 20 36 354 2 38
18 372
7 -
15 8
10 -
-
-
1.050 1.100 851 1.100 678 910 530 435 490 400 440 7.997
14 8 8 20 4 10 8 6 5 150 463 731
18 35
24 24
2 2
341 8.338
5 736
35
24
2
30 26 24 80
3 3 2 8
RESUMEN POR SECCIONES Plana mayor…………… 1ª División…………….. 2ª División…………….. 3ª División…………….. Total………
3 41 144 1 39 346 1 31 319 - 38 372 5 149 1.181
Rebajando de esta suma los empleados la Intendencia del Ejército, los de las ambulancias y los de bagajes que son……….. Tenemos………………. 5
13
5,310 279 1.010 8.910 878 44 7.788 779 36 8.338 736 35 25.565 2.672 1.125
114
361
164
524
-
-
136 1.067
25.205
2.508
601
80
8
80 80
8 8
RESUMEN POR ARMAS Infantería………………. Artillería……………….. Caballería……………… Total……………..
2 90 910 9 53 9 74 2 108 1.037
22.350 393 1.315 520 1.371 1.480 25.036 2.393
59 56 115
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Y agregando los individuos militares de la Plana Mayor del ejército que comprende 3 28 30 Tenemos………….15 136 1.067
169 115 25.205 2.508
Foto Nº 2
______________________________
486 601
80
8
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CAPITULO XXVI. El Ejército Peruano. El Dictador Piérola, con febril actividad, pone al país en estado, de defender eficazmente el suelo patrio. Sabe inflamar el sentimiento nacional y desde los remotos confines de la República acuden jóvenes a alistarse bajo las banderas. Cuenta con bastante materia prima para levantar un poderoso ejército. Tiene artículos bélicos en profusión; atraviesa el Istmo de Panamá, con el desenfado de quien dispone de casa propia. Rifles y municiones llegan en gran cantidad a los puertos situados al norte del Callao, cuyo bloqueo no afecta en absoluto la provisión de armas. Cañones se fabrican en abundancia bajo, la dirección de técnicos extranjeros que cumplen honrosamente sus contratas. Los establecimientos de Bellavista y Piedra Lisa cuentan con sobrados elementos para surtir al ejército. Los más caracterizados jefes, escapados al naufragio del 26 de Mayo, reciben orden de seguir por tierra a Lima. Se embarcan en el ferrocarril de Puno a Juliaca; y de esta estación siguen por el ramal a Santa Rosa. Continúan viaje a caballo por Cuzco, y Ayacucho hasta Oroya, para tomar ahí el ferrocarril a Lima. El coronel don Pedro Alejandrino del Solar, ex prefecto de Tacna, y a la sazón Prefecto y Comandante de Armas de Arequipa, incorpora a los contingentes escapados de Tacna, al Ejército de Arequipa. Algunos cuadros de tropa veterana y escogida siguen a la capital; después de una marcha larga y penosa, se presentan a la guarnición de Lima, y se les incorpora a los cuerpos que se instruyen para la defensa. Merced a tesonero trabajo, energía y patriotismo, el Dictador consigue formar núcleos de buenas tropas, organizadas en esta forma: Jefatura Suprema Jefe Supremo de la República. Secretaría General. Un general, un ayudante. Cuerpo de edecanes: 18 jefes de diversas graduaciones. Estado Mayor General General jefe. Un sub jefe.
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Un jefe de la Sección de Servicios. Secciones de Infantería, Caballería, Artillería, Administración, Ingenieros, Contabilidad, Telégrafos, justicia Militar, Historia Militar, Sanidad Militar. Un cuerpo de Señaleros. Una columna de exploración. Una vicaría General Castrense. Composición del Ejército Los efectivos en armas, constan de cuatro Ejércitos: El del Norte, del Centro, de Lima y de Arequipa. Ejército del Norte Este Ejército se compone de: Un Comandante en jefe, General don Ramón Vargas Machuca. Un jefe de Estado Mayor Regional. Un sub jefe. Secciones de Servicios de Infantería, Caballería, Artillería, justicia Militar y Contabilidad. Y cinco Divisiones I Coronel don Mariano Noriega. II Coronel don Benigno Cano. III Coronel don Pablo Arguedas. IV Coronel don Buenaventura Aguirre. V Coronel don Andrés Avelino Cáceres. Ejército del Centro Jefe, Coronel don Juan M. Vargas. Tiene la misma composición del Ejército del Norte con cinco Divisiones: I Coronel don justo Pastor Dávila. II Coronel don César Canevaro. III Coronel don Miguel Iglesias. IV Coronel don Belisario Suárez. V Coronel don Fabián Merino. Los generales señores Javier de Osma y Francisco, Diez Canseco, fueron relevados por coroneles más jóvenes. El señor Piérola tiene la íntima convicción de que los chilenos desembarcarán en Ancón, siguiendo las huellas del general don Manuel Búlnes, para atacar a Lima por el norte.
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Conoce el Dictador por sus espías que tal idea encarna el pensamiento del Ministro de la Guerra don José Francisco, Vergara, y como, se hace siempre lo que éste manda, aunque deje en el aire al General en jefe, da por sentada la invasión por Ancón, y procede como si este plan estuviera determinado a firme. Tanto es así, que el coronel Cáceres, a su llegada a Lima, acogido cariñosamente por el Dictador, va de comandante a la V División del Primer Ejército del Norte, acampado en Huaral, vivac de concentración militar, situado a las orillas del río Chancay, poco al norte de Ancón. He aquí lo que dice el coronel Cáceres acerca de este asunto, “El Dictador señor Piérola, impuesto de mi llegada a Lima, me hizo llamar por conducto del jefe de Estado Mayor, general Silva. El jefe Supremo, a cuyo, despacho acudí sin pérdida de tiempo, me manifestó que estaba acordando mi nombramiento como jefe de la División acantonada en Huaral, la cual después de organizada, debía encargarse de impedir el desembarco del ejército enemigo, en la bahía de Ancón. La seguridad con que el señor Piérola emitiera este concepto, que desde luego, no estaba en armonía con el que yo me había formado de la situación militar general, me obligó a manifestarle mis ideas al respecto, en vista de que no era probable que el enemigo llevara a cabo un ataque por Ancón. La existencia del ferrocarril de Lima a este puerto y el aislamiento en que hubiera quedado respecto de su escuadra el ejército invasor, no lo daban la seguridad del éxito, y por consiguiente no era presumible que el mando chileno pretendiera atacar a Lima por ese lado. Piérola me replicó que él tenía datos precisos y seguros sobre el plan enemigo de atacar a Lima por Ancón, agregando: y es necesario vigilar ese puerto. No obstante la orden terminante que acababa de recibir, y dándome completa cuenta de la gravedad de la situación por la que atravesaba la defensa de la capital, insinué al señor Piérola la idea de preparar la defensa por el lado sur de Lima, exponiéndole las razones que me asistían para pensar de este modo, y pidiéndole pusiera a mis ordenes las fuerzas de esa región, a las cuales agregaría la división cuyo mando se me acababa de confiar. Con estas tropas juzgaba yo poder contener el avance enemigo por ese lado, mientras el grueso del ejército marchaba al encuentro decisivo. El Dictador me dijo entonces que precisamente había dispuesto lo conveniente para tal objeto, y había nombrado al coronel Sevilla para vigilar esa zona”. (“La Guerra entre Chile y el Perú”, por Andrés A. Cáceres, mariscal del Perú. Pág. 84 y 85. Imp. Internacional. Buenos Aires.). Piérola esperaba a Baquedano por Ancón, es decir, por donde quería expedicionar el señor Ministro Vergara. En consecuencia, los ejércitos del Norte y Centro, vivaqueaban en torno de ese puerto, desde Huaral, a orillas del río Chancay, hasta el río Chillón, principal defensa de una invasión salida de Ancón, camino a Lima. El paso es estrecho y difícil, siguiendo los accidentes del camino real o la trocha del ferrocarril; al lado de la cordillera, se alza una serie de montes, desde 500 a 800 y a 1.100 metros de altura. En la banda sur del río se iniciaron obras de fortificación pasajera.
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La convicción del Dictador de la venida de Baquedano por esa ruta, le hace perder de vista el valle de Lurín, cuya defensa preconizan varios jefes de alta talla, especialmente el coronel Cáceres, que en varias ocasiones, trata de inclinar su ánimo en este sentido. Sin embargo, los ingenieros de Estado Mayor General, coroneles señores Gorbitz y Siebert, y sus ayudantes señores Samuel Palacios Mendiburo y Arístides Cárdenas, más tarde coroneles, según entendemos, recorrieron el valle y río de Lurín, hicieron estudios para la defensa, como el mejor y más efectivo modo de repeler la invasión. Informaron que debía establecerse la línea peruana en Guatacondo, poco al sur del río Lurín, informe que fue desestimado, como un error táctico, pues el río quedaba a retaguardia de la defensa. Algunos jefes alegan hoy que la línea de batalla debió establecerse al norte del río, cuyas altas y arenosas colinas eran sinuosas y escarpadas, para un enemigo cansado, por la travesía de 28 kilómetros de un terreno árido y sin agua. El Estado Mayor del Dictador también estudió este sector, y se pronunció en contra del establecimiento al norte del Lurín, por estimar serio tropiezo para la provisión del ejército, la extensión desierta y accidentada que separaría al ejército de los almacenes proveedores de Lima. El general Baquedano contaba con que el enemigo disputaría la posesión del valle de Lurín, y de ahí sus instrucciones reiteradas para que la 1ª División marchara por tierra hasta la altura de Chilca, para proteger el desembarco, operar la concentración de las tropas y marchar en son de combate sobre Lurín. No hubo necesidad de conquistar el valle por la fuerza; tanto mejor, pues se ahorraron las pérdidas de una acción más o menos vigorosa. Con respecto al plan del general Baquedano de asestar el golpe al ejército de Lima por el sur, daremos a conocer un hecho curioso. En junio de 1910, el entonces teniente coronel del ejército peruano don Alejandro Montani, expresó lo siguiente, en una conferencia dada en el Estado Mayor General: “Los generales chilenos, si bien es cierto, que fijaron desde el Cuartel General en Santiago, como punto de desembarco, Lurín, no por eso dejaron de estimar riesgoso el intento, hasta el extremo de quedar muy angustiados, por sus posibles consecuencias, el mismo Gobierno y el pueblo chileno. Séame permitido aquí, hacer una declaración, que acaso, sorprenderá a más de uno, de mis oyentes. La Carta de Campaña del Estado, Mayor Chileno, marcaba como punto de desembarco, Lurín, desde Abril de 1879, es decir, a raíz de la declaratoria de guerra. Esa carta, sus estudios correspondientes y el sondaje de la costa, comprendía un folleto de 150 páginas, más o menos, y había sido mandado imprimir por el Ministerio de Guerra, bajo la vigilancia del ingeniero don Alejandro Bertrand, de la sección Hidrográfica de Chile. En mi visita por aquél país, en los años de 1896 al 97, conseguí el mismo ejemplar que había servido de itinerario al teniente coronel Letelier; y en mi afán de que él fuese conocido y estudiado, por nuestros jóvenes alumnos de la Escuela Militar de Chorrillos, lo puse en manos de nuestro distinguido General Clement, para que lo enviase a la Biblioteca de ese Instituto. Siento por tal motivo no haberlo traído a
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la mano, para robustecer mi disertación en lo que precisa mi concepto de que la única defensa de Lima, para un enemigo venido del sur, es y debe ser en todo tiempo Lurín. No hay en toda nuestra acantilada costa lugar más apropiado para un desembarco sin muelle”. (“La Campana de Lima”, por el teniente coronel don Alejandro Montani. Boletín del Ministerio de Guerra, Lima 1910, 30 de Junio.). El plano, y las explicaciones, empastadas para más comodidad en un folleto, fueron confeccionados por la Oficina Hidrográfica, bajo la dirección de su jefe, capitán de fragata don Francisco Vidal Gormaz. La principal de estas publicaciones se titula Geografía Náutica del Perú para el uso del Ejército y Armada en campaña, que fue distribuida profusamente entre jefes y oficiales. En la carta están marcados, Lurín, Chilca y Pisco, como buenos lugares de desembarco para nuestro ejército. Vidal Gormaz, estuvo de estación en los últimos puertos, como oficial de detall del vapor Maipo, capitán don Onofre Costa, en circunstancias que el almirante don Juan Williams Rebolledo, comandaba la escuadra chileno peruana, en la campaña de 1866 contra la escuadra del almirante Méndez Núñez. El desembarco de Villagrán en Pisco, la marcha de Lynch por tierra, y la aparición de la armada chilena en Curayaco, revelan al Cuartel General peruano, la verdad de las intenciones chilenas. Piérola cambia inmediatamente de plan. Refunde los dos Ejércitos del Norte y Centro, en cuatro Cuerpos de Ejército, a los que confía la primera línea de defensa de la capital la reserva ocupará la 2ª línea. I Cuerpo de Ejército Comandante en jefe, coronel don Miguel Iglesias. Un jefe de detall. Un comisario de línea. Y tres Divisiones. 1ª División. Comprende la lª División del ex Ejército del Norte, coronel don Mariano Noriega. Un jefe de detall. Un jefe de Administración. Un compañía de Ingenieros. Una compañía de Sanidad. 2ª División. 2ª División del ex Ejército del Norte, coronel don Manuel R. Cano. La misma composición de la primera.
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3ª División. La 3ª División del ex Ejército del Norte, coronel don Pablo Arguedas. La misma composición de las Divisiones anteriores. II Cuerpo de Ejército Jefe, coronel don Belisario Suárez. Un jefe de detall. Un comisario de línea. Y dos Divisiones. 1ª División. La IV División del ex Ejército del Norte, coronel don Buenaventura Aguirre. La misma composición de las Divisiones del Primer Cuerpo de Ejército. 2ª División. La V División del ex Ejército del Norte, coronel don Benigno Cano. La misma composición de las Divisiones anteriores. III Cuerpo de Ejército Jefe, coronel don justo Pastor Dávila. La misma composición de los demás Cuerpos de Ejércitos, con dos Divisiones 1ª División. La III División del ex Ejército del Centro, coronel don César Canevaro. La misma composición divisionaria. 2ª División. La V División del ex Ejército del Centro, coronel don Fabián Merino. Composiciones igual a las otras Divisiones. IV Cuerpo de Ejército Jefe, coronel don Andrés Avelino Cáceres. La misma composición de los demás Cuerpos de Ejército, con tres Divisiones.
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1ª División. La II División del ex Ejército del Centro, coronel, don Domingo Ayarza. La misma composición divisionaria. Por una diferencia con el coronel Cáceres, Canevaro, fue relevado a otro Cuerpo de Ejército. 2ª División. La IV División del ex Ejército, del Centro, coronel don Manuel Pereira. Igual composición divisionaria. 3ª División. Unidad nueva, comandante el coronel don Lorenzo Iglesias, hermano, del Ministro de la Guerra. El efectivo de los cuatros Cuerpos de Ejército, inclusos jefes y oficiales, asciende a 20.000 hombres en números redondos. I Cuerpo…………………… II Cuerpo………………….. III Cuerpo………………… IV Cuerpo………………….
6.000 plazas 4.000 “ 4.500 “ 5.500 “ 20.000 plazas
División Volante Compuesta de los Batallones de Guardias Nacionales Camaleros Nº 60 y Pachacamac Nº 14, Columna Guías, Batallón Depósito y de Guarnición, Columna de Honor y Batallón Nº 2 Canta, con 500. La Policía de Seguridad de la capital forma parte de la División Volante; pero en los últimos días se la agregó al II Cuerpo de Ejército, cuya dotación era deficiente. Tiene tres Batallones: 1º Batallón, columnas B. y D. Primer Jefe el Comisario de la Columna B. segundo, el Comisario de columna D. 2º Batallón, Columnas C, y E. Primer jefe, el Comisario de la Columna C. segundo, el de la columna E. 3º Batallón, la columna A. Primer jefe, el Comisario del distrito; segundo, el comandante de la columna. Efectivo………………….. 600 plazas Total de Infantería
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Cuatro Cuerpos de Ejército…….. Columnas de Policía……………. División Volante…………………
20.000 plazas 600 plazas 500 plazas
Artillería Esta arma constaba de las siguientes fuerzas: Una Brigada de artillería de campaña, de 4 Batallones. Una Brigada de artillería Volante con 3 Escuadrones. Un Regimiento de artillería de plaza con tres batallones. Más o menos 1.000 hombres. Caballería Dos Brigadas organizadas en esta forma: Un comandante, un jefe de detall, un adjunto, un ayudante. Cada Brigada consta de dos escuadrones, que pueden aumentarse, según las necesidades del servicio. Tiene cada escuadrón el siguiente personal: un primer jefe, uno segundo, dos capitanes, cuatro tenientes, cuatro alféreces, un teniente ayudante y un alférez porta y 150 hombres de tropa, incluyéndose en este número la respectiva dotación de clases. La Brigada dispone también para su servicio de una compañía de administración. Con el Escuadrón Escolta de S. E. el efectivo alcanza a 737 sables. Total General Infantería…………………………… Artillería……………………………. Caballería……………………………
21.100 1.000 737 22.837
Estos efectivos aumentaron sucesivamente hasta el día de la batalla. Reserva Se encarga su organización al achacoso servidor de la Independencia, coronel don Juan M. Vargas. Su ancianidad no le permite desempeñar activamente el cargo; se lo reemplaza por el coronel de guardias nacionales don Juan B. Echeñique. Consta la reserva de dos Cuerpos de Ejército, I Cuerpo de Ejército Comandante en jefe, coronel don Juan M. Echeñique. Jefe de Estado Mayor General, coronel don julio Fernández.
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Se compone de dos Divisiones, con cuatro batallones cada una. 1ª División. Jefe, coronel don Dionisio Derteano. Efectivos: Batallón Nº 2, coronel don Manuel Lecca. Id. Nº 4, coronel don Ramón Ribeiro. Id. Nº 6, coronel don Narciso de la Colina. Id. Nº 8, coronel don Juan D. Ríos Rivera. 2ª División. Jefe, coronel don Manuel Francisco Benavides. Efectivos: Batallón Nº 10, coronel don José M. León. Id. Nº 12, coronel don Manuel Montero. Id. Nº 14, coronel don A. Ramos. Id. Nº 16, coronel don N. Ramírez y Sánchez. II Cuerpo de Ejército Jefe, coronel don Serapio Orbegoso. Jefe de Estado Mayor General, coronel don julio Thenaud. Tenía una organización y efectivo igual al I Cuerpo. Las cuatro Divisiones de los dos Cuerpos, comprendían un total de 16 batallones; pero se creó una División de tres batallones, como reserva de la Reserva. Esta contaba entonces de 19 Batallones. Ejército de Arequipa Comandante, coronel don Pedro Alejandrino del Solar, Prefecto de los Departamentos del sur. Efectivo: 13.000 hombres, enrolados en 5 Divisiones. 1ª División: Batallones Ayacucho, Apurímac y Grau. 2ª Batallones, Lima y Dos de Mayo. 3ª Batallones Libre de Cuzco y Tarapacá. 4ª Batallones Legión Peruana, Pequiza y Piérola. 5ª Batallones Panero y Andahuayla y la Artillería, Caballería y dos Ambulancias. El cuadro de las tropas destacadas en Miraflores, pasado a S. E. el señor Piérola, con el Vº Bº del jefe de Estado Mayor General don Pedro Silva, no difiere en mucho de
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los efectivos anteriores; pero hay que tener en cuenta que los jefes peruanos disminuyen mucho el número de sus combatientes, a la vez que aumentan los efectivos chilenos. Estado de presente de los generales, jefes, oficiales y tropa: Generalísimo. Generales. Jefes. Oficiales.
Cuartel General………. Dr. D. Nicolás de Piérola Generales sin mando…. Estado Mayor General…. I Cuerpo del Ejército…… II Cuerpo del Ejército….. III Cuerpo del Ejército…. IV Cuerpo del Ejército…. Refuerzos de la División Volante………………….
1 -
4 1 -
1
5
Tropa.
Total.
18 14 32 16 17 21
41 164 96 152 141
164 5.836 3.888 4.331 5.338
18 1 4 220 6.000 4.000 4.500 5.500
5 123
25 619
1.000 1.030 20.657 21.273
Resumen por armas Jefes Infantería…………… 83 Artillería…………… 24 Caballería……………. 16 123
Oficiales 458 97 64 619
Total…………………………..
Tropa 19.120 800 737 20.657 21.273.
Artillería
I Cuerpo………………… II Cuerpo……………….. III Cuerpo……………….. Total………..
Cañones 36 12 20 68
Caballos y Mulas
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Foto Nº 3 __________________________
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CAPITULO XXVII. Reconocimientos de las líneas enemigas. Una vez ocupado el valle de Lurín, el General ordena una serie de reconocimientos con el objeto de estudiar el campo que separa los ejércitos contendores y la ubicación de las líneas enemigas. El 23 la brigada Gana se establece a firme, al norte de las casas de San Pedro; el 24 sale la primera expedición que ya hemos referido, a explorar el terreno, al norte del valle, al mando del comandante don Baldomero Dublé Almeyda. El general Baquedano tiene por norma obtener de la Caballería el máximo de la eficiencia del arma, ya para cubrir el ejército, para reconocer las posiciones enemigas, o para cargar en el campo de batalla. El 24 marchan en reconocimiento 150 Cazadores a caballo, y 4 compañías de infantes de la Brigada Barboza, a recorrer el camino sur del río Lurín desde Pachacamac a la hacienda Cieneguillas; y la de Manchay, al otro lado del puente de su nombre. Después de un pequeño tiroteo en Manchay Alto, (el destacamento vuelve a su campamento con los siguientes datos: Camino a Cieneguillas, malo. Camino Manchay al norte, regular; hay pasos angostos que el enemigo puede fortificar fácilmente. Carece de agua. El 25, el Comandante General de caballería don Ambrosio Letelier, con un escuadrón de Cazadores a caballo, pasa el puente de la Venturosa, cruza la carretera de La Tablada, en dirección a la playa de Conchán, para observar la hacienda de Villa. Cerca de la playa, encuentra de guardia al Batallón Callao con el escuadrón Lanceros de Torata, que cierran el paso. Se cruzan unos pocos tiros. Otro piquete independiente opera por el sureste, en dirección al llano que hay entre Villa y San Juan. Se topa con otro piquete; después de un cambio de tiros, el mayor don Manuel Rodríguez, jefe del destacamento, regresa con un oficial prisionero, hecho en la persecución. Los informes de Letelier y Rodríguez constatan la presencia de fuertes contingentes enemigos en el Morro Solar y en los Cerros de San Juan. El 27, un pelotón de caballería explora el río Lurín., aguas arriba de Cieneguillas, en dirección a Sisicaya, pasando por Huaycán y Chantay. En una acalorada refriega con los montoneros, le matan cuatro caballos y regresa con un soldado herido. El camino es malo, entre altas cumbres, con agrios desfiladeros. El 28, el coronel Lagos, comandante de la III División, efectúa un reconocimiento hacia Villa hasta la distancia de un tiro de fusil. El coronel estudia los lugares de acceso a dicha hacienda y hace levantar croquis.
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En la noche anterior ocurren novedades en nuestra ala derecha. El coronel Barboza, ocupando a Pachacamac con su Brigada, extiende sus avanzadas hasta el Manzano, y Pan de Azúcar, y corta el camino real de Cañete a Lima. El coronel don Pedro José Sevilla, que como hemos dicho, hostilizaba a la Brigada Lynch en su marcha al norte, recibe orden del Dictador de replegarse a la capital, antes de quedar copado por el enemigo, con su Regimiento Cazadores del Rimac, fuerte de 330 plazas, de gente veterana y escogida. Consta el cuerpo, de dos Escuadrones, uno, de flanqueadores de carabina y sable y otro de lanceros, de lanza y sable. El coronel Sevilla se dirige por el pié de las serranías al valle de Lurín, para entrar a Lima por Cieneguillas. Se le había prevenido que tropas peruanas ocuparían el valle y defenderían especialmente el río. En Chilca, sabe que los chilenos se preparan a desembarcar; se corre a la derecha hasta el pueblo de Calango, 23 Km. de la costa, valle de Mala, en demanda del camino de Cieneguillas, por las serranías. Por fin, el 27 emprende la marcha por las lomas del Manzano, para caer al valle en la noche. Viene en orden de marcha: a vanguardia, la banda; después el escuadrón de lanceros, y en seguida los flanqueadores, de carabina Remington. Sevilla avanza en la convicción de que tropas peruanas le esperan en el río. Barboza sabe por una estafeta del Regimiento Rimac, prisionero, que Sevilla pasará por la quebrada del Manzano, ocupada por una compañía del Curicó, capitán don José M. Barahona. A las 6 P. M. del 27, Barahona anuncia que sus vigías apostados en la cumbre de los cerros, divisan al regimiento enemigo en marcha. Barboza envía de refuerzo, el resto; del Regimiento Curicó y ocupa los flancos del camino con tres compañías del 3º de línea. El resto del 3º, el Lautaro, el Batallón Victoria y la Brigada de Artillería quedan sobre las armas, por si cayeran de sorpresa fuerzas de Lima. El camino es áspero y pedregoso, rodeado de cerros. Al terminar se halla una pequeña pampa, de donde salen dos caminos, uno a Pachacamac, otro a Cieneguillas. Este buscaban los Cazadores del Rimac. Cierra la noche, y a la oscuridad se agrega una espesa camanchaca; no se divisa a veinte pasos. La banda del Rimac se estrella con los centinelas curicanos y rompe el fuego. Barahona contesta con salvas, a la voz, durante quince minutos. Barboza, temeroso de la oscuridad, ordena por corneta cesar el fuego. El Curicó había tenido tres bajas, entre ellos el 2º jefe, comandante Olano, muerto, por dos balazos. A los veinte minutos, el Rimac, ataca, para forzar el paso, y es rechazado, e igualmente en dos cargas sucesivas. Tomado entre tres fuegos, retrocede y se dispersa. A las 3 A. M. del 28, Barboza, hace coronar todas las alturas vecinas, y corta la retirada con su caballería y un piquete de Carabineros de Yungay enviado por el Cuartel General, puesto en cuidado por el nutrido, fuego que se siente en el silencio de la noche.
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En la mañana se rinden los dispersos, que tuvieron trece muertos, entre ellos el 2º jefe comandante don Baldomero de Aróstegui, y una quincena de heridos. Caen prisioneros, el coronel señor Sevilla, 2 mayores, 3 capitanes, 2 tenientes, 5 alféreces, 2 practicantes, 1 telegrafista, y 97 individuos de tropa. Se recogen 100 Carabinas Remington, 100 sables y 100 lanzas; 120 caballos y 1.000 animales entre vacunos, lanares y cabríos. El instrumental de la banda pasa a Carabineros. El general se traslada al amanecer a Pachacamac, felicita a la tropa y a la vuelta da la siguiente adición a la orden del día. “La 2ª Brigada de la II División sorprendió a las 8 P. M. una fuerza de caballería enemiga que venía del sur a incorporarse al ejército, de Lima. Venciendo grandes dificultades, operando en caminos intransitables, algunas tropas de esta brigada logran capturar al jefe, varios oficiales y más de cien individuos de tropa. La persecución duró, toda la noche y continuaba la mañana de hoy. En celebración de este acontecimiento, que inicia la campaña de un modo feliz, los jefes de los cuerpos dispondrán que inmediatamente las bandas de músicos toquen el himno nacional al frente de sus respectivos campamentos”. Las tropas saludan con grandes vivas la canción, cuyos ecos no oían desde la tarde de la batalla de Tacna. Sabido es que no se podía tocar nuestro himno sino por orden expresa del Comando Supremo. El comandante don Jorge Wood sale al alba del 31 de Diciembre, a un quinto reconocimiento. Le acompaña el mayor don Guillermo Lira, 100 Cazadores a caballo y 50 Carabineros al mando, del capitán Montauban. Wood, toma el camino del Lurín a Pachacamac y de aquí a la hacienda de Cieneguillas, en donde se reparte rancho a la tropa y forraje a la caballada, durante una hora. Atraviesa el río de Lurín en la conjunción de los caminos de Pachacamac y Cieneguillas, frente a la Hacienda de la Rinconada. Se traba en combate la descubierta de Lira con avanzadas enemigas, en tanto, el comandante Wood recorre los cerros y dibuja sus croquis. Terminada la faena, se retira por las alturas de la Hacienda la Molina al camino de Manchay y Pachacamac. A las 10 P. M. se encuentra de vuelta en el Cuartel General. Según su informe, en Cieneguillas hay buena agua, abundante forraje, pero el camino es impracticable para la artillería de campana y muy difícil para la de montaña. En cuanto al camino de Manchay, es una carretera, sin agua en toda su extensión, hasta llegar al río de Surco, pues todos esos terrenos antes de riego, se convirtieron con el tiempo en arenales caldeados y estériles. El camina da paso a la artillería; pero cerros altos lo estrechan tanto que en algunas partes se transforma en garganta angosta, de peligroso tránsito. El ejército descansa el día de año nuevo. Bien necesitaba interrumpir las diarias tareas, para el lavado de la ropa y el aseo personal.
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Se celebra solemne misa de campana por brigadas, y los capellanes exhortan a los cuerpos al cumplimiento, del deber para con la patria. Recuerdan junto con la decisión, para el combate, la piedad para con el enemigo rendido, y el respeto por los heridos, a los cuales debe socorrerse en lo posible. Los capellanes siguieron en sus alocuciones, los cristianos preceptos encerrados en la preciosa carta dirigida al General, por el arzobispo electo de Santiago, prebendado don Francisco de P. Taforó, circulada en la orden del día anterior. Tan interesante documento dice así: Santiago, Noviembre 28 de 1880. Señor General de División don Manuel Baquedano. Mí querido General: Presumo que en pocos días más entrará Ud. a Lima Con su ejército triunfante. Dios ha bendecido a Ud. y a sus valientes compañeros, dándoles victorias sobre victorias. ¡Cuánta gloria para Ud. y para Ellos; pero al mismo tiempo, qué inmensa deuda de gratitud para Aquel que se ha dignada dispensarles la fortaleza y el valor! Yo no dudo, convencido de sus sentimientos religiosos, que sabrán corresponder les dignamente, y que lejos de engreírse con sus triunfos, se postrarán agradecidos ante el Señor de los ejércitos, árbitro soberano del destino de las naciones. Permita Ud., mi General, a su viejo amigo hacerle en estos momentos solemnes una humilde súplica. Comprendo toda la angustiosa situación de una ciudad tomada por las fuerzas de las armas; y cuando pienso en la suerte de tantas familias menesterosas que por falta de recursos habrían tenido que permanecer dentro de sus muros, de tantas vírgenes consagradas al señor, que preferirían, no lo dudo, la muerte antes de quebrantar su clausura; de tantos ancianos, de tantos inválidos, de tantos huérfanos desamparados y de tantos enfermos atados a su lecho de dolores, mis entrañas se conmueven y mis ojos se inundan de lágrimas. Es, pues, por estas víctimas inocentes, de las pasiones humanas, y de los yerros de los gobiernos, por quienes demando hoy, amigo mío, toda su compasión. No desconozco las dificultades de poder contener al soldado en medio del ardor de la batalla, sediento de venganza y de botín. Pero también conozco por experiencia, el corazón del chileno; indomable, si se quiere, por el rigor, pero fácil a ceder a la compasión cuando una voz autorizada y amiga sabe inspirarle sentimientos de humanidad; recordándole sobre todo, los objetos queridos que ha dejado en su patria, como una madre, una hija y una esposa que pudieran algún día encontrarse en iguales circunstancias, que las familias de esos pueblas vencidos. Confieso a Ud. que si Consideraciones muy poderosas no me lo impidiesen, volaría gustoso al lugar del peligro, y allí conjuraría, suplicaría, rogaría a nuestros soldados y hasta me postraría a sus pies para pedirles a nombre del cielo, compasión con los vencidos, respeto sagrado a los ministros del señor inmunidad para los santuarios, y todos los objetos del culto, y finalmente, inviolabilidad para la débil mujer. ¡Ah, qué gloria tan pura no sería para ellos y para el nombre Chileno, vencer a los demás y saber vencerse a sí mismo! Cuando volviesen a su patria coronados de laureles,
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jamás el remordimiento turbaría su reposo, ni alguna acción menos digna empañaría sus glorias. Me despido de Ud., mi digno amigo, pidiéndole perdón por mi atrevimiento, perdón, que estoy cierto, me concederá su noble corazón, al penetrarse de los móviles que han inspirado esta carta. Ud. comprenderá que para el sacerdote católico, el mundo entero es su patria, y todos los hombres cualquiera que sea su nacionalidad o creencia, son hermanos; que nuestra misión sobre la tierra es de paz y reconciliación, por cuyo motivo ofrecemos diariamente sobre el altar la Víctima Divina que un día en el calvario se sacrificó por la salvación del género humano y, cuya última plegaria sobre la cruz en que agonizaba, fue a pedir perdón a su eterno padre por sus mismos verdugos. Con sentimientos de respeto y de verdadera estimación, se ofrece de Ud. este su amigo y humilde servidor. Francisco de Paula Taforó. El 2 de Enero hubo dos reconocimientos importantes, uno por tierra y otro por mar. Dirigió el primero el General en persona, para observar la ruta seguida por Wood, hasta divisar La Rinconada de Ate. El General oía todas las opiniones, pero gustaba de estudiarlas sobre el terreno, no en el papel, sobre todo, cuando la carta elaborada por la Oficina Hidrográfica, muy buena y exacta en la costa, adolecía de vacíos en el interior del país, por falta de datos para confeccionarla. A las 4:30 A. M., el general emprende la marcha acompañado del jefe de Estado Mayor, general Maturana, de los señores Ministro de la Guerra y algunos otros jefes invitados. Forman la escolta, 50, Cazadores a caballo y 100 infantes montados. La comitiva sigue el camino de Cieneguillas hasta su conjunción con el camino de Manchay, al norte del río Lurín. Poco, más allá de este punto, la avanzada de caballería cae bajo un vivísimo fuego de las alturas vecinas, tras las cuales se parapetan numerosas descubiertas enemigas. El General y el jefe de Estado Mayor recorren con la vista las gargantas y desfiladeros que dan entrada al portachuelo de Ate, y estudian la calidad del único camino de acceso a dicho valle. Entrada la noche regresa la comitiva al campamento por el camino de Manchay. En la misma mañana del 2, el capitán de corbeta Riofrío, recorre la costa hasta el Callao, a bordo del vaporcito Gaviota, para estudiar las posiciones peruanas por el lado del mar. Este reconocimiento demuestra que el Morro Solar es atacable por los cañones de la escuadra. El 3 de Enero, el coronel Lagos con sus ayudantes estudia el frente de San Juan. Avanza por el camino real de Pachacamac a Lima, que corta la quebrada de Atacango. El día 4 se embarcan en la Magallanes, en la caleta de Jaguay, el coronel don Pedro Lagos, el capitán de navío don Patricio Lynch, el secretario del General don Máximo R. Lira, y varios ayudantes de Estado Mayor. La cañonera pone proa al norte, en reconocimiento de los campamentos enemigos. He aquí el resumen de las observaciones, hasta el Callao.
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El cerro San jerónimo se encuentra fortificado, a lo menos con dos gruesas piezas. Las fortificaciones del San Cristóbal, coronan la cúspide; 500 metros al norte de Miraflores, a orillas del mar, existe una fortificación con un cañón cuyo calibre no baja de 200 libras. En el morro occidental de Chorrillos, y en su cumbre, se alza una fortaleza que mira al N. O., con cañones cuyo calibre no pasará de 70 libras. Estas piezas, por su altura, no pueden ofender la playa, que sigue al sur y desde la cual hay caminos para subir a los fuertes. Esa playa, aunque no buena, es accesible. Siguiendo al sur, al enfrentar el valle de Villa, se divisa el campamento enemigo. El valle es angosto; todas las eminencias de ambas orillas están coronadas de trincheras. Por el lado norte en dirección a Chorrillos, estas trincheras son dobles. A distancia de 3.500 metros del campamento, medida a sextante, el escandallo acusa 10 brazas de agua. De modo que las posiciones del valle y las de todas las colinas están al alcance de la artillería de la escuadra. No se descubren en este sector, obras de fortificación para artillería. El 5 se efectúan nuevos reconocimientos por mar. El almirante Riveros, en el Toro, observa la costa hasta el Morro Solar, y confirma las observaciones de la Magallanes. El coronel Barboza marcha hacia Manchay a reconocer la quebrada de Picapedreros. Le acompaña su ayudante, el mayor don Francisco Subercaseaux y 23 cazadores a caballo, al mando del alférez Urrutia. Entre dos eminencias blancas y arenosas, que forman un angosto desfiladero, se ve una casita de igual color a las lomas que la rodean. Para no cansar los caballos, deja el piquete junto a la casita, y sube al cerro con su ayudante, dos cazadores y el corneta. Apenas en la cima, reciben la descarga de un destacamento de siete hombres que le acechan. Los dos cazadores contestan los enemigos cargan; uno cae atravesado de un balazo; el corneta toca a la carga; los cazadores del piquete suben por el flanco, y toman la ofensiva; el enemigo, vuelve bridas, pero nuestros jinetes cortan a tres que se rinden. El oficial y dos soldados consiguen escapar. El herido peruano que cayó antes de la carga, fue recogido y transportado a Pachacamac pero, luego deja de existir. El coronel interroga a los prisioneros separadamente; declaran que las tropas peruanas forman una extensa línea desde Villa hasta Ate, pasando por San Juan, Monterrico Chico y Monterrico Grande; hay además una segunda línea, que parte de Chorrillos al oriente. Las líneas están defendidas por atrincheramientos y fortificaciones. El 6 de Enero, con las primeras luces del alba, parte de San Pedro el General, acompañado del general Sotomayor, los coroneles Lynch, Lagos y Velásquez, el Ministro de la Guerra, los señores Altamirano, Errázuriz y Dávila Baeza, ayudantes de campo, oficiales de Estado Mayor, y una docena de oficiales de los Estados Mayores Divisionarios. Escoltan a la comitiva
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300 Granaderos, al mando de Yávar, Muñoz y Marzán. 109 Cazadores, a las órdenes del comandante Vargas. 100 Buines montados. 4 piezas de campaña, dos Armstrong y dos Krupp, una del Regimiento Nº 1 de 75 y otra del Nº 2, de 87, vigiladas por los señores Velásquez y Wood, y a las órdenes de los oficiales Gana, Besoian, Flores y Jarpa. La comitiva avanza sobre el camino de Villa, por la línea del telégrafo a Chorrillos, línea que uniéndose a la de Pachacamac, conduce directamente a la Hacienda de San Juan, situada en la primera línea de vegetación, marchando de Lurín al oeste. Orden de marcha: Vanguardia, 100 Buines, con el coronel García y el mayor Vallejo. Grueso, Cazadores y Granaderos, y Artillería, cada pieza con 10 parejas de caballos, y 10 de reserva. A las 8 A. M., alto a quince kilómetros del Cuartel General, dejando Villa a dos kilómetros a la izquierda. Los jefes se dispersan tomando las alturas vecinas, desde donde se divisan el Morro Solar, el estrecho sendero que pasa a sus pies, la serie de lomas que se extiende al N. E., sobre las cuales se alzan los campamentos enemigos, la población de Chorrillos, y allá en los confines del horizonte, las torres de Lima y el altivo San Cristóbal. Al frente se notan avanzadas enemigas, cubiertas por buenos parapetos. Los enemigos disparan un cañonazo; debió ser una señal, pues todos los mogotes y altozanos vecinos se coronan de tropas. A las 9 A. M. un tiro de nuestras piezas; corto. Un segundo, largo. Un tercero, corto. Un cuarto, largo, Los tiros cortos reciben entusiastas salutaciones, gritos y algazara de parte del enemiga; pero la quinta granada revienta en medio de los alegres espectadores, que se dispersan al reventar, las siguientes en el mismo punto, hasta el número de 27 disparos. El enemigo había hecho sólo cuatro tiros, a media carga, siguiendo la misma táctica del reconocimiento de Tacna, en que encubrieron el alcance de su artillería con algunos tiros cortes. Tres tiros, bien dirigidos, saludan a un piquete de Cazadores que baja a las lagunas de Villa, con el doctor, sargento mayor de Guardias Nacionales, don Teodosio Martínez Ramos, encargado de recoger algunas botellas de agua, para analizarlas, y determinar su grado de potabilidad. No obstante este fuego de artillería y haberse desplegado una guerrilla al frente, el doctor Martínez Ramos, se desmonta, hace llenar algunos barrilitos de agua, y se retira bajo el fuego para ir a analizarla en el campamento de San Pedro. Mientras se saludan a bala, las avanzadas contendoras, el General con los jefes superiores, estudia él terreno a la vista, e instruye a los jefes divisionarios de la actuación que les corresponde en este escenario: que se despliega al frente.
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A las 11 A. M. regresa la comitiva; a la 1 P. M. entra a San Pedro. Al día siguiente 7, el general Maturana con todo el personal del Estado Mayor, efectúa un reconocimiento por Santa Teresa, entre Villa y San Juan. La operación demora todo el día, durante el cual los ayudantes se entregan a la confección de los croquis de las diversas zonas. El General no satisfecho aún, con los reconocimientos ya efectuados, de descubierta, de patrullas y de flanqueo, tanto para el estudio de la topografía, de los recursos y de la situación del enemigo, dispone que el día 9, el coronel Barboza efectúe un reconocimiento ofensivo sobre el ala izquierda del enemigo, hasta el valle de Ate, por cuyo punto, el señor Ministro y sus amigos creen que puedo intentarse un golpe de manos, audaz y afortunado. Tratándose de un reconocimiento ofensivo, el coronel Barboza, alista a sus tropas para combate, y en esta formación avanza en demanda del enemigo. Lleva a sus órdenes: 6 compañías del 3º de línea. 1 compañía montada del Buin. 500 hombres del Lautaro, al mando del comandante Robles. 100 Granaderos a caballo, con el comandante Marzán. 4 piezas de montaña a las órdenes del comandante don Napoleón Gutiérrez. La expedición llega a la salida del valle a las 7 P. M.; allí acampa hasta que la luna se oculta por occidente. A la 1 P. M., en completa oscuridad, marcha la división en el siguiente orden; Buin, artillería, caballería, 3º de línea, Lautaro, el coronel con sus ayudantes y escolta de 23 hombres, una sección de ambulancia, con los cirujanos, 1º José M. Ojeda y Germán Valenzuela, algunos practicantes y dos cantinas de campaña. A las 5 A. M. la línea se detiene a la entrada de un paso, estrecho, verdadera boca de lobo. Este semi túnel, entre dos altos cerros, tiene una cuadra de largo y 5 metros de ancho; sigue un cajón pedregoso, de cinco kilómetros de largo, rodeado por cordones de cerros, que distan 1 kilómetro a lo sumo por ambos flancos y a cuya cabeza se divisan las trincheras enemigas. Marchan los Granaderos a la descubierta; estallan algunas minas, pero no divisa al enemigo que permanece oculto. Avanza la compañía del Buin a ocupar una quebrada. Se emplaza la artillería a 3.500 metros del enemigo. Tres compañías del 3º marchan a ocupar las cumbres que dominan las posiciones contrarias; y el resto permanece de reserva. La artillería bombardea los atrincheramientos durante una hora, pero los peruanos se mantienen silenciosos. Bajan dos compañías del 3º, se unen a la del Buin, e inician el avance hasta una distancia de 600 metros de los parapetos. La infantería enemiga, rompe fuego sostenido; las tres compañías chilenas siguen fuego en avance en dos líneas paralelas.
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La primera hace fuego y se tira al suelo; avanza la segunda, dispara y al suelo y así alternándose las filas, estrechan la distancia. En tales momentos, un escuadrón de caballería enemiga sale a espaldas de las trincheras con dirección a los cerros, ignorante de que por ese lado vigila una compañía del 3º. Defiende la posición peruana el coronel don José Manuel Vargas, con un batallón de infantería y 150 hombres de caballería. Tan pronto como divisa la descubierta chilena, pide refuerzos; pero el Estado Mayor le contesta que la gente observada es tropa encargada de la vigilancia de ese sector. El coronel Vargas queda abandonado a sus propias fuerzas; si le mandan refuerzo, habría podido atacar a Barboza metido, en el desfiladero, causándole un mal rato. La caballería peruana que trata de evolucionar hacia el cerro, se topa con la compañía del 3º que le cierra el paso con fuego de salvas. Los jinetes retroceden, campo atraviesa, haciendo reventar las minas de que está sembrado el campo. Se encuentra cerca el Batallón Nº 14 de la Reserva; Vargas pido su concurso, pero el jefe contesta que necesita la venia del comando. Distinta conducta observa el comandante Millán Murga, a dos kilómetros del lugar; al sentir el fuego, se dirige rápidamente al lugar amagado y entra en acción, sosteniendo, a Vargas. Al ver huir la caballería, Barboza ordena cargar a los Granaderos, que cortan un grupo de 25; de ellos, dos oficiales. El alférez Nicanor Vivanco, y sus Granaderas, dan breve cuenta de los 25, a sable limpio. Los jinetes enemigos fueron exterminados al arma blanca. No quedó uno solo. Vivanco recibió su ascenso por la Orden del Día. La infantería asalta las trincheras al son de carga; Vargas abandona la posición y se refugia en Vásquez. Sólo entonces el Estado Mayor Peruano ordena a los coroneles Dávila y Velarde, que se sostengan en el campo de Vásquez, cuando ya Barboza ha conquistado las alturas de Melgarejo y la Molina. El coronel observa que las quebradas y desfiladeros están sembrados de minas, muchas de las cuales estallan al paso de la caballería. A las 11 A. M. el coronel deja descansar a la gente, en tanto, estudia el campo y recibe respuesta del general, a quién consulta acerca de si conserva la posición. El General ordena regresar al campamento; se pone en marcha a la 1 P. M. sin que el enemigo intente hostilizarlo. Todavía, al día siguiente 10, el General ordena varios otros reconocimientos por diversos destacamentos, frente a las líneas enemigas de San Juan y Chorrillos. Esta duodécima y última excursión permite llegar a la certeza de estos cuatros puntos capitales 1º Que el enemigo ha abandonado la capital y ocupa una línea fortificada que apoya su ala derecha en Villa y su izquierda en Monterrico Chico.
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2º Que la parte más fortificada de la línea se halla entre Villa y San Juan, interceptando el acceso a Chorrillos. 3º Que el enemigo tendrá un efectivo de 30.000 plazas, más o menos. 4º Que el ejército peruano se parapeta de día en día, con fosos y trincheras de sacos de arena para resguardar los puntos más accesibles; y que ha sembrado el frente de sus líneas con enorme cantidad de minas automáticas, que estallan a una ligera presión. Terminados estos estudios, el General se ocupa de preparar la marcha en demanda del enemigo y dar la batalla. El Dictador señor Piérola presenció los dos reconocimientos del general Baquedano. El primero desde el cerro del ala derecha del sector del general Cáceres, que instaba al Secretario General señor García y García, para obtener la venia y salir a perturbar los planes del enemigo. El señor García le contesta: “Hay que conformarse con las disposiciones del Dictador”. El señor Piérola tampoco tomó medida alguna en el segundo reconocimiento, presenciado desde el cerro de Pamplona, con todo su séquito, entre los que se contaban los generales Buendía, Vargas Machuca y almirante Montero. Cáceres propuso salir con una División; pero el señor Piérola no aceptó, para no desenmascarar sus posiciones, y en especial la artillería y las minas automáticas sembradas en toda la extensión del frente de batalla.
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CAPITULO XXVIII. Posiciones del Ejército Peruano. Las tropas de línea acuarteladas en la capital salen a ocupar los campamentos del sur el 23 de Diciembre, tan pronto como el Dictador tiene conocimiento del desembarco del ejército chileno en Curayaco. El Comando Supremo elige para línea de batalla la cadena de cerros que baja, norte a sur, desde Monterrico Chico hasta el abra de Atacango, entre esta cadena y la de Pamplona, también rumbo norte - sur. –l cordón de Pamplona continúa hasta el abra de San Juan, que la separa del sistema montañoso de su nombre. Estos cerros, enfrentan las casas de Santa Teresa y rematan en el portachuelo de Villa, que da entrada al extenso valle cultivado, comprendido entre el mar, por occidente, y el grupo de cadenas de montes ya nombrados por el oriente. Pasado el portachuelo, sigue una serranía de altas cumbres, que girando a la derecha en ángulo recto, camina de sur a norte, hasta topar con el mar y morir entre la Punta Chorrillos y el balneario de su nombre. Monterrico Chico se eleva 248 metros sobre el nivel de la superficie; los cerros que corren al sur forman una serie de colinas de poca altura. Los sistemas de Pamplona y San Juan, en una longitud de dos kilómetros el primero y de tres el segundo, ostentan montes de 260, de 184, de 176 y de 168 metros, de flancos arenosos de difícil acceso. El abra de San Juan, a 26 metros sobre el nivel del mar, se encuentra entre dos cumbres, de 150 metros de alto. Los caminos de Villa al valle del Rimac serpentean entre alcores y mogotes, difíciles de escalar por el sur, dado el corte perpendicular de sus flancos, cubiertos en su mayor parte de arena movediza. Una alta serranía corre desde la Punta del Fraile, al sur de la bahía de Chira, hasta la Punta de Chorrillos; empieza en la cuesta de Villa, con colinas de 25, 30 y 50 metros, que torciendo a la derecha, ganan bruscamente altura, en extensión de cinco a seis kilómetros. Esta serranía ostenta tres cumbres acantiladas por el lado del mar, áspera y peñascosa por el lado de tierra, con senderos agrios y tortuosos para alcanzar la cima; la del sur, Morro Solar, con 280 metros de elevación; la del centro, Marcavilla, con 260; y la del Norte, Salto del Fraile, con 262. Los tres mochos forman plazoletas en el ápice, aptas para el emplazamiento de artillería y la construcción de abrigos atrincherados para guarnición de infantes. Volviendo nuevamente a recorrer la línea descrita, la cadena de Monterrico, Chico limita por occidente con la pampa del Cascajal y al oriente por onduladas mamblas de arena muerta.
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Los cerros de Pamplona deslindan por el oeste con los terrenos cultivados del río Rimac, llamados La Poblada; y al este con Pampa Grande, árido mar de arena surcado de colinas entrelazadas. El sistema de San Juan tiene al poniente las productivas haciendas alimentadas por el río Surco, como San Juan, Santa Teresa y San Tadeo; y al naciente, la Pampa de La Tablada, que se extiende hasta el río Lurín, distante catorce kilómetros. La Tablada, sembrada de altonazos y collados, sin orden ni concierto, entre quebradas y profundas hendiduras cavadas en las dunas por aluviones de verano, presenta grandes dificultades de orientación al viajero, pues la vista no alcanza un horizonte de más de cien metros, entre las caprichosas ondulaciones. Al sur de la serranía de Santa Teresa, se extienden los extensos cañaverales dulces de la hacienda de Villa, cuyo ingenio produce grandes cantidades de azúcar, ramo que constituye la riqueza de su propietario. El jefe de Estado Mayor, general don Pedro Silva, distribuye personalmente las tropas de línea, en las anteriores posiciones. El coronel don Andrés Avelino Cáceres, jefe del IV Cuerpo de Ejército, en las alturas comprendidas entre San Juan y Santa Teresa. Este Cuerpo consta de las Divisiones, 1ª a la derecha, coronel, don Domingo Ayarza, con los batallones Lima, Nº 61; Canta, Nº 63; y 28 de Julio (Zepita) Nº 65; 2ª al centro, coronel don Manuel Pereira, con los batallones Pichincha, Nº 73; Piérola Nº 75; y Lamar, Nº 77; y 3ª a la izquierda, coronel don Lorenzo Iglesias, con los batallones, Arica, Nº 79; Manco Cápac, Nº 81; y Ayacucho, Nº 83. Haremos notar que los cuerpos de línea tienen numeración impar; y par, los de la Reserva. Total de efectivos de infantería del IV Cuerpo: 5.500 hombres. El coronel don Miguel Iglesias, del I Cuerpo de Ejército, tiende sus tropas a la derecha de Cáceres desde Santa Teresa, inclusive, hasta el Morro Solar, cuya cima, a 280 metros sobre el nivel del mar, se encuentra fortificada; y la población de Chorrillos. Este primer Cuerpo consta también de tres divisiones: Derecha, 1ª División, coronel don Mariano Noriega, (con frente a Villa). Batallones, Guardia Peruana Nº 1, Cajamarca Nº 3, y 9 de Diciembre Nº 5. Centro, 2ª División, coronel don Manuel R. Cano, Batallones, Tacna, Nº 7, (Tarapacá), Callao, Nº 9 y Libres de Trujillo Nº 11. Izquierda, coronel don Pablo Arguedas. Batallones, Junín, Nº 13, Ica, Nº 15 y Libres de Cajamarca, Nº 21. Esta División toma contacto con la primera de Cáceres en el abra de Santa Teresa, sobre la planicie oriente; y destaca para cubrirse, dos cuerpos a Villa. Total de efectivos 6.000 plazas. A la izquierda de Cáceres forma el III Cuerpo, coronel don justo Pastor Dávila, desde San Juan exclusive hasta Pamplona inclusive. Consta de tres divisiones:
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Derecha, 1ª División, coronel don César Canevaro. (Este oficial general del IV Cuerpo al III, por diferencias con el coronel Cáceres). Batallones, Piura Nº 67, 23 de Diciembre, Nº 69 y Libertad, Nº 74. Centro, 2ª División, coronel don Fabián Merino. Batallones, Cazadores de Cajamarca, Nº 85, Unión, Nº 87 y Cazadores de Junín, Nº 89. Izquierda, División Volante, coronel don Mariano Bustamante. Columnas A. B. C. D. E. de la Guardia Civil y el Batallón Nº 40, de la Guardia Nacional movilizada. Total de efectivos: 6.000 combatientes, con la División Volante, el Escuadrón de Honor y otros cuerpos que reforzaron el ala. El general Silva dispone que el II Cuerpo, coronel Belisario Suárez sirva de reserva, a retaguardia, sobre la hipotenusa del triángulo Chorrillos - Barranco – Surco. Consta esta reserva de dos divisiones. 1ª División, coronel don Buenaventura Aguirre, con los Batallones Huanuco, Nº 17, Paucarpata, Nº 19 y Jauja, Nº 23. 2ª División, coronel don Benigno Cano, con los Batallones Ancash, Nº 25, Concepción, Nº 27, y Zuavos, Nº 29. Total de efectivos: 4.300. Fuera de estas tropas se envían a ciertos puntos de importancia algunos cuerpos sueltos, con misión especial; pero dependientes del III Cuerpo. El Batallón Pachacamac y el de reserva Nº 14, a la Rinconada. Una Columna de la Guardia Civil se estaciona sobre el camino que viene de San Pedro de Lurín y Pachacamac a Chorrillos, entre el cerro denominado la Papa y las lomas de San Francisco. Se encuentra en línea, la siguiente infantería, incluso jefes y oficiales: I Cuerpo…………………. II Cuerpo………………… III Cuerpo……………….. IV Cuerpo………………..
6.000 hombres 4.300 hombres 6.000 hombres 5.500 hombres 21.800 hombres.
Quedan todavía, disponibles, como tropas independientes para comisiones especiales, los batallones Guías y Depósito. Unos mil quinientos hombres, más o menos, que aumentan los efectivos. Cuatro Cuerpos de Ejército…….. Cuerpos independientes…………
21.809 plazas 1.100 plazas 22.900 plazas
Colocadas en sus posiciones estas fuerzas de infantería de línea, el activo jefe de Estado Mayor General, procede a distribuir la artillería.
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Las tropas de esta arma, constituyen una División General, a cargo del coronel don Joaquín Torrico que se compone de tres cuerpos: 1º Regimiento de artillería a lomo, coronel don Pedro Lapuente, con tres escuadrones y un efectivo de 800 plazas. 2º Regimiento de artillería rodada, de campaña, coronel don Exequiel de Piérola, con 400 hombres. 3º Regimiento de artillería de plaza, coronel don Arnaldo Panizo, con tres batallones y 300 hombres. Total, 1.500 artilleros. El coronel Panizo, ocupa las alturas del Morro Solar y sus vecindades en donde se emplaza artillería gruesa, como comandante en jefe de todas las baterías. Dispone del siguiente personal: Mayor, señor Manuel Hurtado y Haza, 1º jefe de las baterías. Mayor don Manuel Alegre, 2º jefe de las baterías. Capitán don Manuel R. Cornejo, jefe de pieza. Capitán don Nicanor Luque, jefe de pieza. Teniente don David León, jefe de pieza. Subteniente don Enrique Abasolo, oficial de pañoles. Subtenientes, señores Manuel Forcelledo, y Belisario Beunza, ayudantes de las baterías. Cirujano de 1ª clase, doctor don Julio Becerra; practicante y farmacéutico, señores Manuel A. Gale y M. Guzmán. Ayudantes del coronel Panizo, subtenientes señores Gerardo Lorria, Alberto Panizo y Abel Ayllán. Sección de ingenieros: tenientes Eulogio Carlín, Benjamín Barraza, Juan M. Balcarol; subteniente Torcuato, Ramírez y alférez José Guerrero. Agregado, coronel don José Ruesta; y varios otros oficiales que se replegaron de la línea de batalla. Este personal sirve las siguientes piezas, distribuidas en el I Cuerpo de Ejército. Entre la eminencia del extremo sur de la bahía de Chorrillos, y al comenzar la altura llamada Marcavilca, se establecen dos baterías. La primera, denominada Mártir Olaya, en la planicie más elevada del Morro de Chorrillos. En ella se montan dos cañones Parrott, de a 70, en cureñas correderas, sobre una plataforma de madera y con un intervalo de ocho metros entre ellas. Los cañones giran en círculo completo, de suerte que barren tanto el mar como la campiña, en un radio, de 5.000 metros. El perímetro de la plataforma, rectangular, está cubierto con filas de sacos de arena. En la pendiente que sólo mira al mar, y sin poder ofender al valle, sobre plataforma de madera, se monta una pieza de 500 libras, sistema Rodman; y más abajo, al pié del corte vertical que limita con el mar, otra pieza sistema Witworth, de a 9, sobre cureña de marina.
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La segunda batería, llamada Provisional, se sitúa en una meseta que avanza al valle, quedando oculta al mar, por retaguardia; domina toda la campiña y caminos que conducen de San Juan y Villa a Chorrillos; recibe dos piezas de a 32, sobre cureñas de marina. Pueden ofender en un radio de 3.500 a 4.000 metros. Entre ambas baterías media una distancia de mil metros. La caleta de la Chira, situada al sur de estos fuertes, queda oculta por una eminencia llamada Marcavilca. Desde su cima se domina y defiende no sólo la caleta nombrada, sino todos los arenales limitados por el valle y el más recóndito repliegue, en todas las direcciones del círculo, a una inmensa distancia; constituye, pues, la llave de las baterías; importaba colocar ahí otra batería de menor calibre, que a más de ofender a larga distancia al enemigo, impidiera todo desembarco por Chira. Por un camino angosto sobre la cuchilla que alcanza hasta la cumbre, se subieron dos piezas Clay, de a 32 y una ametralladora Nordenfelt. A la derecha se coloca otro cañón de a 9 y sobre la cima del Morro Solar, otro, en la planicie ocupada por la División del coronel Noriega, del I Cuerpo de Ejército. Ambas piezas de a 9, pertenecen a la dotación de la artillería de campaña, del Regimiento del coronel don Exequiel de Piérola. Al pié del Morro Solar, sobre los alcores situados en arco, entre la punta y la planicie oriente del abra de San Juan, tras buenos atrincheramientos, se emplazan 26 piezas de a 9, del mismo Regimiento de campaña; de éstas 15 White, 4 Grieve, 4 Walzeley, 1 Armstrong y 2 Vavasseur. (Según el señor Reynaldo Pizarro: el parte original de la Batalla de San Juan firmado por el General Pedro Silva, Jefe del Estado Mayor del Ejército Peruano, dice: “…….. 4 cañones de acero: 1 Blakely, 1 Armstrong y 2 Vavasseur, uno de estos de cargar por la boca”)
El coronel Cáceres ocupa el centro de la línea peruana, a caballo sobre el camino real Lurín - Pachacamac a Santa Teresa, de donde se dirige por el pié del Morro Solar a Chorrillos. Santa Teresa se une también a San Pedro por un buen camino que corta el río Surco, a la mitad de su longitud. Al oeste del camino Lurín – Santa Teresa, el Estado Mayor General coloca en dos fuertes, sobre mogotes de 90 y 176 metros, cuatro cañones White, 12 Grieve y 2 Selay, (El nombre verdadero es Soulsby, no Selay, quien fue el Ingeniero de la Factoría Naval de Bellavista, en el Callao) de la factoría de Bella Vista. Estos dos últimos de montaña. A la izquierda del citado, camino, en un fuerte de 176 metros, que domina gran extensión, 8 piezas White y 2 Grieve; y más a la izquierda en un reducto perfectamente cubierto, con foso a vanguardia, y resguardado por atrincheramientos de sacos de arena, 11 White y 2 Grieve. En el III Cuerpo, coronel don justo Pastor Dávila, se colocan en un cerrito del ala derecha, 11 White y 2 Grieve; en el cerro de Pamplona 4 Grieve, y a la izquierda de éste, 4 Vavasseur. En Monterrico Chico se sitúa una batería de ocho White de montaña, y 4 en la Rinconada. Total de bocas de fuego: I Cuerpo de Ejército
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a) Grueso calibre…………………….. b) De campaña……………………….. II Cuerpo…………………………….. III Cuerpo……………………………. IV Cuerpo…………………………….
10 piezas 56 piezas 10 piezas 16 piezas 33 piezas 125 piezas Debe agregarse a estas bocas de fuego, veinte ametralladoras de oscilación, diseminadas en toda la longitud del frente de batalla. Efectivo de la artillería, 1.500 hombres. La caballería está fraccionada en dos núcleos; pero el señor general los refunde en una sola División y dispone que permanezca en los potreros de retaguardia, a disposición del Estado Mayor General, para hacerla operar en masa bajo su mando. Todo el llano detrás de la línea de defensa, está cortado por tapias de un metro a un metro veinte centímetros de alto y cuarenta centímetros de espesor, para dificultar el avance de la infantería. El río Surco, derivación del Rimac, alimenta un gran número de pequeños canales de irrigación que se ramifican en medio de campos de caña de azúcar y de praderas, algunos bordeados de setos, tras los cuales pueden prepararse fáciles emboscadas. Comanda la caballería ahí concentrada, por derecho de antigüedad, el coronel Remigio Morales Bermúdez, jefe de la 5ª Brigada del arma. Como el Estado Mayor, dispone de algunos batallones auxiliares, no encuadrados en los Cuerpos de Ejército, envía una columna de Guardia Civil independiente, a cubrir el camino de Lurín y Pachacamac a Chorrillos, que pasa por entre el cerro denominado Papa y las lomas de San Francisco. Manda igualmente otras dos columnas independientes de la Guardia Civil hacia Monterrico Chico; y la refuerza con la Columna de Honor, a las órdenes del coronel don Manuel Velarde, indultado por el Dictador y honrado con el comando de esta Columna, formada por jefes y oficiales sin colocación en las filas. Ordena custodiar la artillería emplazada en la Rinconada, con los batallones Pachacamac y Nº 14 de la Reserva, para evitar un ataque enemigo por el camino de Ate. El Batallón Callao, comandado por el coronel Rosa Gil, recibe la honrosa misión de guardar el frente del abra de Santa Teresa, desplegándose en guerrilla para tomar mayor extensión de terreno, y denunciar a tiempo el avance de los chilenos. El Parque General se establece en el pueblo de Barranco, en dónde abre sus oficinas su comandante, el coronel señor Carrillo y Ariza, con su segundo, el teniente coronel don Marcos H. Suárez. Apenas toma posiciones el ejército peruano, empiezan los trabajos de zapa, para aumentar el poder defensivo de la línea de batalla. Se cubre todo el frente de parapetos de metro y medio de alto, reforzados los desmontes, con hiladas de sacos de arena. Todavía más a vanguardia se cavan fosos, que debieran tener dos metros de profundidad; pero que los zapadores terminaron sólo en parte.
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Efectivo sobre la línea de batalla, el 13 de Enero de 1881. Infantería……………….. 22.300 Artillería………………… 1.500 Caballería………………. 737 24.537 Listos los atrincheramientos e instaladas las tropas en sus respectivos sectores, veamos el terreno por el que debe acercarse el ejército chileno. Para llegar a Villa, los atacantes, salidos del valle de Lurín por el puente de fierro, atraviesan por la costa la playa de Conchán, inaccesible para toda clase de embarcaciones; si siguen el camino trillado Lurín – Villa a la derecha de las ruinas de Pachacamac, necesitan cruzar en toda su extensión, La Tablada de Lurín, vasta planicie arenosa, sembrada de montículos movedizos, que originan millares de quebradas que se cortan irregularmente, al extremo de hacer muy difícil la orientación del viajero que pierde la huella, pues el horizonte no alcanza a veces a cien metros. Cerca de Villa, terminan los arenales, y se suceden los potreros de alfalfa y hortaliza. De Villa, parten dos caminos a Chorrillos; uno por el pié del Morro Solar, otro por el abra de Santa Teresa, entre callejones sombreados por alamedas de coposos árboles, que marcan los límites de las heredades cultivadas. A la derecha va otro camino a San Juan. Al salir de la Tablada, por el sureste, el camino a Villa se bifurca sigue por la pampa, hasta llegar a un semicírculo de cerros de 50 de 70 y de 80 metros de altura, de arena suelta que dan paso a Santa Teresa, de donde inclinándose al este, se junta con el camino de Villa a Chorrillos en la misma abra. Otro camino sale de Pachacamac, por el puente de madera, frente a la hacienda de Las Palmas, en dirección al portachuelo de Atacango, pasa por La Tablada, y continúa hasta San Juan, donde arrancan dos buenas calzadas, una a Chorrillos, otra a Surco. Más a la derecha, partiendo también de Pachacamac, hay otro camino por la quebrada de Picapiedras, accesible únicamente a indios de a pié. Por último, más al oriente, se encuentra el camino de Manchay a Rinconada de Ate, notable por un angosto desfiladero de un kilómetro de largo, entre altos cerros a pique, difíciles de escalar. Tanto por La Tablada como por Atacango, se llega al abra de San Juan, 26 metros sobre el nivel de la planicie, a la cual domina a vanguardia y a retaguardia. Antes de llegar a las posiciones de Dávila, se encuentra Pampa Grande, separada de La Tablada, por una serie de altozanos arenosos. A la izquierda, por retaguardia, se extiende la Pampa del Cascajal, hasta Monterrico Chico. El río Surco agota aquí su caudal de agua, distribuido en una serie de canales y acequias de regadío. Respecto a este río, debernos rectificar una afirmación del señor coronel Eckdahl. Dice el señor coronel “De las alturas de Santa Teresa nace el río Surco que corre a lo largo de la pendiente occidental de la serranía Santa Teresa - San Juan, para cruzar en seguida la llanura rectamente al norte hasta juntarse con el Rimac, al norte del portezuelo de la
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Rinconada. Este río trae poco caudal y es vadeable en toda su extensión”. (Eckdahl, “Historia Militar de la Guerra del Pacífico”.- Tomo III., Pág, 77.) El error del distinguido profesor proviene del estudio sobre malas cartas, y del desconocimiento del terreno. El río Surco es un brazo desprendido del Rimac, al igual de la Cañada de Santiago, brazo del Mapocho, que antes salía con bastante agua al oriente del cerro Santa Lucia. Decir que Surco es afluente del Rimac, es como fijar el nacimiento de nuestra Cañada en Peñaflor, hacerla remontar hasta las Cajitas de Agua y vaciarlas en el Mapocho. El Generalísimo establece en la hacienda de Santa Teresa, el Cuartel General, con numeroso cuerpo de edecanes y ayudantes, entre los que figuran generales y almirantes y un centenar de jefes y oficiales. La oficina central de telégrafos abre sus servicios en la misma hacienda, y en la del lado, San Tadeo, arma sus carpas la 1ª Ambulancia. Al lado del Cuartel General funciona el Estado Mayor, con su primer jefe el general don Pedro Silva, y subjefe, el coronel don G. Ambrosio J. del Valle. Figuran como primeros ayudantes, catorce coroneles y una cincuentena de jefes y oficiales. Desde Santa Teresa a Monterrico Chico, los ingenieros construyeron una línea telegráfica, cuyos postes tienen faroles tricolores eléctricos, para alumbrar instantáneamente la línea al noticiarse el avance de los chilenos. Los fuertes están dotados de cohetes de colores, para propagar la alarma. Al lado del Morro Solar existe otro más bajo, llamado del Faro, que sirve para comunicarse con los Cuerpos de Ejército, por medio de destellos luminosos, sistema Morse. Para el estudio de las acciones de San Juan y Chorrillos, acompañamos el plano rectificado, pues los que han servido a los diversos historiadores, son copias del trabajo del entonces capitán don Enrique Munizaga, después coronel, con el V.º B.º del general don Marcos Maturana, jefe de Estado Mayor General del Ejército chileno de operaciones. El plano del ingeniero señor Munizaga es magnífico en cuanto a la topografía; pero adolece de inexactitud en la ubicación de las tropas peruanas, pues levantó la carta en virtud de las indicaciones del primer momento, confusas y erróneas, cuando se ignoraban las últimas disposiciones del alto Comando Peruano. Nuestro Estado Mayor olvidó después hacer las rectificaciones en la carta, imprimiéndose en 1881, por la Oficina Hidrográfica, tal como se confeccionara en los primeros momentos. No es extraño que varios autores, como, los señores Eckdahl y Búlnes en Chile, y el mayor de la Escuela Superior de Guerra del Perú señor J. F. Mindrau, después general, hayan inferido conclusiones erróneas, debidas, únicamente, a las incorrecciones de la carta primitiva, en la cual figuran cuatro Brigadas en la línea peruana de batalla, que no existieron. Piérola estableció cuatro Cuerpos de Ejércitos, Iglesias, a la derecha; Cáceres al centro; Dávila, a la izquierda y Suárez de reserva. En la carta en referencia no figura reserva peruana alguna.
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La distribución de la línea ordenada por el jefe de Estado Mayor General, verdadero general en jefe, pues el Dictador Piérola delegó en él las facultades inherentes al Comando Supremo, merece algunas observaciones; pero antes, nos referiremos a la división de los efectivos en dos grandes agrupaciones, una en Chorrillos, otra en Miraflores. El señor general Silva, seguramente cree rechazar al ejército chileno en la poderosa línea de Chorrillos - San Juan - Pamplona, pues confía en las fuertes defensas, calificadas como inabordables por altos jefes de marina extranjeros, que las visitaron. O bien, no quiere arriesgar todos los efectivos en una sola batalla, dejando para una segunda, la Reserva, perfectamente parapetada en el campamento atrincherado de Miraflores, a la cual se unirían, la guarnición del Callao y las tropas salvadas de la línea de Chorrillos. Contaba así con una masa fresca para contrarrestar a un enemigo fatigado, por la primera batalla. Si tal fue el pensamiento del general Silva, estuvo en contradicción con el precepto napoleónico de que “el general que conserva parte de sus tropas para servirse de ellas al día siguiente, está perdido”. Veamos ahora las críticas que los técnicos militares peruanos hacen a la constitución de su propia línea de batalla. El primer defecto, dice el mayor Ballesteros, (Batalla de San Juan, por el Mayor don E. J. Ballesteros.- Boletín del Ministerio de Guerra.- Lima.- 1910.- Página 72.), que presenta, es su longitud desproporcionada en el efectivo de tropas destinada a ocuparla. En efecto, el total de las tropas peruanas allí, ascendía a 16.000 hombres (24.000) distribuidas en una extensión de 12 kilómetros, o sea aproximadamente un hombre por metro. Semejante línea era demasiado débil, que el más pequeño esfuerzo del atacante podía romper en cualquier punto, como en efecto sucedió. Está admitido, en principio, que se necesita de cuatro a seis hombres por metro de línea de defensa; luego, la línea peruana no ha debido ser mayor de cuatro kilómetros, como límite máximun, para los 16.000, soldados, disponibles o debió acumularse en esa extensa línea toda Reserva dejada en Miraflores sin objeto práctico alguno; para custodiar esta segunda línea, dicho sea de paso, demasiado alejada de la primera, hubieran bastado unos tres batallones. También debió llevarse al campo de batalla los 3.000 soldados dejados en el Callao, cuya defensa quedaba asegurada con las guarniciones de sus fuertes. Segundo defecto, continúa el señor Ballesteros; no aseguraba una buena defensa, ya por tener a su frente alturas que la dominan, ya por dejar grandes ángulos muertos, ya por haberse construido los parapetos sobre la misma cresta topográfica, lo que les hacía visibles desde larga distancia. Tercer defecto, No permitía tomar la ofensiva, por que todos los pasajes estaban sembrados de minas automáticas, cuyo emplazamiento preciso ignoraban las tropas de la defensa y tenían temor a sus efectos. En estos tres puntos se resume la crítica del mayor Ballesteros. _______________________
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CAPITULO XXIX. Últimos preparativos en el Ejército Chileno. El General no conoce la fatiga; trabaja con el jefe de Estado Mayor General y Comandantes Divisionarios, hasta tarde de la noche; desde el amanecer recorre los campamentos e inspecciona los diversos servicios. El ejército está listo: tocar tropa, formar y emprender la marcha. Igualmente los servicios anexos que ahora se mueven bajo su mano. El Parque General, a cargo, del coronel don Raimundo Ancieta, cuenta con una existencia de 10.029 cajones de municiones para rifle que a razón de 500 cartuchos por cajón, suman 5.014,500, tiros. La artillería tiene un repuesto de 727 cajones que a ocho por cajón arrojan un total de 5.816 granadas; por fin 71 cajones de balas para carabina con 35.500 cartuchos; y 771 cajones de pólvora y dinamita. El General se muestra satisfecho con la excelente provisión de municiones. El comandante del Bagaje, teniente coronel don Francisco Bascuñán Álvarez, dispone de 1.200 mulas de carga aparejadas, con las 609, recién llegadas a Curayaco a bordo de los buques “Federico” y “Valdivia”. Como únicamente se transportará la mitad del parque con el ejército, el General ordena que quede el subteniente don Pedro Nolasco 22 Letelier a cargo del excedente, que remitirá paulatinamente a los campamentos de Chorrillos, tan pronto como vuelvan las recuas que descargarán en el campo de batalla. El día 10, el General revista las ambulancias y el cuerpo de Capellanes, acompañado del doctor don Ramón Allende Padín, Superintendente del Servicio Sanitario, y del presbítero don Florencio Fontecilla, capellán mayor del Servicio Espiritual. El señor Allende Padín presenta su personal en formación de marcha tal como debe ir a retaguardia; empeñada la acción, las ambulancias pasan al orden de combate. Para la atención de heridos en los primeros momentos se alistan cantinas de farmacia y de cirugía, 15 carpas, 120, camillas armadas, y gran copia de materiales, como hilas, vendas, algodón, sábanas y frazadas de repuesto, alcohol, glicerina y ácido, fénico, cuyo material se conduce a lomo de mula. El presbítero señor Fontecilla queda en el cuartel general; divide a sus capellanes en tres grupos: en la I División 3 capellanes; en la II 2 y a la III 3. Existen cuatro capellanes más, de cuerpo. Tras los capellanes marcha el convoy de carros, a las órdenes de su jefe don Antonio S. de Saldivar, con herramientas, útiles, materiales, repuestos y demás impedimentas pesadas. La Intendencia General del Ejército y Armada, estableció sus depósitos en Curayaco, bajo carpas, a las órdenes del delegado don Hermógenes Pérez de Arce, depósitos de tránsito para el traslado de los bultos desembarcados a Lurín.
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El Intendente abrió sus oficinas y bodegas en el primer piso de las casas de la hacienda de San Pedro, cuyos altos ocupa el general en jefe. El señor Alberto Stuven, que tan importantes servicios prestó en Arica transformando buques de vela en transportes, y en Pisco, como Superintendente del ferrocarril a Ica, recibe el nombramiento de Inspector General de Víveres, tanto para la alimentación diaria del ejército, como para la formación del stock que debe acompañar a las tropas, por si las funciones de guerra se prolongan. No obstante, cada individuo lleva ración de fierro para dos días. Las existencias son más que suficientes para arribos abastecimientos; los remanentes quedarán en bodega a cargo del señor Buenaventura Cádiz, uno de los inspectores más celosos del ramo. Se habilitan algunas piezas para el hospital de enfermos graves, imposibilitados para la marcha, que son pocos; antes de cualquiera acción, se dan de alta cuantos pueden tenerse en pié y aún marchan algunos sostenidos por sus compañeros. Tanta era la sed de encontrar cara a cara al enemigo. De acuerdo con el General, el señor Intendente dispone que el señor Pérez de Arce continúe en Curayaco que el 12 en la noche parta en el “Itata” a estacionarse frente a Chorrillos durante el 13; si el desenlace resulta favorable a nuestras armas, vuelve a Curayaco y ordena que todos los transportes se dirijan a Chorrillos, unos remolcados y otros a la vela, especialmente el “Huanay” repleto de víveres, la “Avestruz”, con parque de municiones de reserva, el pailebote “Herminia”, con dinamita, pólvora, guías, estopines y herramientas para minas, y los veleros “Unión”, “Isabel”, “Darío”, “Colcura”, “Vitalia” y “Rice”, recién llegados de Valparaíso, y al ancla, con sus cargamentos intactos de víveres y municiones. El General prometió en Tacna, al comandante Canto, del 2º de línea, ponerle en posesión del Estandarte de Regimiento, perdido en Tarapacá, y recuperado en la iglesia parroquial tacneña, merced a la sagacidad del capitán de ingenieros don Enrique Munizaga y de uno de los capellanes castrenses. El comandante Canto, escribió a Chile, solicitando la venia de algunas distinguidas personas, para que apadrinaran la bendición de la preciada reliquia. Los padrinos designados fueron: El señor General don Manuel Baquedano y señora doña Eulogia Echaurren v. de Errázuriz. El señor Federico Varela y señora doña Juana Ross v. de Edwards. El señor Benjamín Vicuña Mackenna y señora doña Victoria Subercaseaux de Vicuña M. El coronel don Pedro Lagos y señora doña Juana Lagos de Lagos. Como las personas residentes en Chile se encuentran imposibilitadas para trasladarse a Lurín, nombran representantes para la ceremonia. La señora Echaurren de Errázuriz se hace representar por el General en jefe; la señora Ross de Edwards por el señor Eulogio Altamirano; don Francisco Varela por el señor don Eusebio Lillo; don
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Benjamín Vicuña y señora por don Estanislao del Canto; y la señora de Lagos por su señor marido. El 10 de Enero, a las 9 A. M., forma el 2ª de línea en batalla, frente al Cuartel General. Siguen a retaguardia, destacamentos de todos los cuerpos del ejército; y a uno y otro lado del altar portátil del capellán don Esteban Vivanco, gran número de jefes y oficiales francos. El capellán, termina la misa, bendice el estandarte, y sin despojarse de las vestiduras de ceremonia, toma la reliquia en la diestra, y dirige al Regimiento la siguiente alocución: Permitidme, señor General, que antes de entregaros este glorioso estandarte, lo estreche sobre mi corazón, y calme un tanto las emociones que me produce la suerte de haberlo colocado de nuevo, sobre el altar sagrado y de implorar para él las bendiciones del Dios de los Ejércitos. Permitidme que lo abrace en mi nombre y el de mis compañeros de trabajo, y en el de mis hermanos de ministerio en Chile, y sobre todo, en el de un venerable anciano que desde los márgenes del Bío - Bío contempla y sigue con sincera simpatía hasta los más pequeños incidentes de esta guerra colosal. A un obispo chileno que rodeado de su cristiana y solícita grey, medita y ora por el feliz éxito de esta contienda. Este estandarte ha sido profanado por las manos sacrílegas de nuestros enemigos; pero de ninguna manera humillado o rendido. Bien lo sabéis, General; en la gloriosa, aunque desgraciada batalla de Tarapacá, los héroes que defendían con esta simbólica insignia la honra de la República, cayeron agobiados por el número, hacinados a su alrededor, y los enemigos no pudieron gloriarse de poseer tan preciosa reliquia, sino despedazando cadáveres y destrozando músculos ya sin vida. Hoy nuestra Madre Iglesia reconcilia este estandarte e implora del cielo un nuevo esplendor que no se borrara jamás, para que así, General, lo entreguéis a los vengadores del ultraje. Señores jefes, oficiales y soldados del 2º de línea; vais a recibir por segunda vez vuestro querido estandarte; las bendiciones del cielo han caído sobre él; y lo vais a recibir de las manos del simpático y valiente General que ha venido conduciendo nuestras huestes a la victoria. Ramírez, Vivar y toda su pléyade de bravos que perecieron gloriosamente bajo la sombra de esta insignia, contemplarán vuestra actitud en el combate desde la mansión sublime de la inmortalidad. ¡Mengua eterna si olvidáis sus nombres! ¡Gloria infinita si imitáis su ejemplo! El señor General, con el estandarte en la diestra, llama al comandante Canto, le hace subir la escalera hasta el corredor en que se encuentra rodeado de los altos jefes y funcionarios del ejército, y con voz vibrante se expresa así: “Señor Comandante: En nombre del Supremo Gobierno de Chile y en nombre también de toda la nación, os entrego este estandarte, que es el emblema de la Patria;
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vos, los señores jefes y oficiales, y todo el Regimiento 2º de línea que comandáis, me responderán de esta sagrada insignia”. El comandante Canto, recibiendo el estandarte, contesta en los siguientes términos: “Mi General: Bien conocemos todos los del Regimiento 2º de línea los deberes que tenemos para custodiar nuestra bandera: tenemos vivo el heroico ejemplo que nos han legado los comandante Ramírez y Vivar, los oficiales y tropa sacrificados en Tarapacá, en defensa de este precioso emblema; si por desgracia se volviera a perder, no lo busquéis en poder del enemigo, sino que haréis remover en el campo de batalla el más alto hacinamiento de cadáveres del 2º de línea, y en su base encontraréis el estandarte cubierto con los defensores”. Y volviéndose al Regimiento, grita: “Señores jefes, oficiales y tropa ¿prometéis defender esta bandera, insignia sagrada de la Patria?”. Sí, prometemos, contesta el Regimiento. Pues bien, señores del Regimiento, en prueba de que así juramos. ¡Viva Chile! Un viva Chile unísono, ensordecedor, cuyo, eco fue retiñendo de cerro en cerro, hasta perderse en la distancia, atruena el espacio, lanzado por el 2º, los piquetes asistentes y la enorme concurrencia presente a la ceremonia. El comandante pone el terciado y coloca el regatón de la bandera en la cuja, al subteniente don Filomeno Barahona, hermano del abanderado que rindió la vida empuñando a dos manos el asta, en Tarapacá. La nueva escolta, porque la antigua se acabó, en esta batalla, pasea el estandarte frente al Regimiento, que presenta armas, mientras la banda tocaba la marcha triunfal de Yone. Una vez que la escolta toma su colocación, los señores Eulogio Altamirano, Isidoro Errázuriz y Máximo R. Lira, dirigen a la concurrencia brillantes y patrióticos discursos, cuya elocuencia conmueve profundamente a los presentes. Terminada la ceremonia, el 2º se dirige a su campamento a los acordes del himno, de Yungay, escoltado por los destacamentos de los demás cuerpos. Compone la nueva escolta los sargentos Jasé Dolores Gonzáles, Justo Urrutia, Cipriano Robles; y los cabos Tiburcio Torres, Juan de la Cruz Oses, Justo Pérez, Aniceto Muñoz y Pascual Reyes. Todos son antiguos segundos; marchan orgullosos y radiantes, aunque saben que van condenados a muerte. Honra a ellos. En la tarde se celebra una exótica fiesta impregnada de patriotismo y sentimiento religioso. Quintín Quintana, chino afincado de Ica y comerciante con tiendas surtidas en Ica y Pisco, recibió a los chilenos con la gratitud que inspiran los libertadores de sus compatriotas, sumidos en la más cruel servidumbre en los cañaverales, y víctimas de un tratamiento cruel e inhumano.
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Quintana hospedó en su casa a los jefes chilenos, los agasajó, sirvió de guía a los destacamentos e hizo cristiano a sus hijos. El coronel Amunátegui sirvió de padrino a uno de ellos. Al evacuarse a Ica, no puede quedarse en la población; los nativos le habrían hecha pagar caro su chilenismo. Envía a bordo a su familia, y él a la cabeza de sus hermanos libertos, sigue a la División Lynch, prestándole importante servicios, en la conducción de bagajes, transporte de heridos, y provisión de agua, leña y verdura para el rancho de la brigada. Se internan centenares de kilómetros en los valles vecinos en busca de víveres; algunos no vuelven; unos chinos menos, y nada más. Durante el trayecto, se pliegan los esclavos de las haciendas de caña, riquísimas en aquella zona, de suerte que Lynch llega con unos 1.500 a Lurín, a donde acuden más compatriotas de las heredades vecinas. Quintín implanta en sus subordinados la más estricta disciplina; divididos en centurias y decurias, obedecen militarmente a los decuriones y centuriones que a su vez siguen ciegamente a su general. El 10 de Enero en la tarde, les reúne en las ruinas del templo de Pachacamac Nuevo, cercano del campamento de Barboza, en número de unos 2.000. Después de una peroración oída con religioso respeto, se procede a las complicadas ceremonias de juramento de fidelidad a Chile, en el altar de los sacrificios, en el cual se inmola un gallo, se bebe la sangre caliente aun y se presta el juramento, que es terrible y sólo, se exige en circunstancias muy solemnes. El perjuro queda sujeto a la suerte del gallo, a que su sangre sea bebida por los concurrentes. Con la mano derecha en alto, los chinos juran seguir a Quintín Quintana, servir al General en jefe, y obedecer ciegamente “si se ordena trabajar, trabajar si matar, matar; si incendiar, incendiar; si morir, morir”. Terminada la ceremonia se dirigen en perfecta formación, en filas de a cuatro, a ratificar su promesa ante el General en jefe, que se presenta en los balcones a recibirlos. Quintín sea adelanta y dirige al señor General esta alocución: “Mi General: He vivido durante veinte años en el Perú; he conseguido por mi trabajo y acierto, los medios de vivir; los caballeros se han portado bien conmigo y mi familia; no tengo ningún odio personal; pero me lleva a sacrificar mi fortuna y hacer lo que hago, mi cariño por estos infelices cuyos sufrimientos no podría nadie imaginar. Hay aquí hermanos que durante ocho años han estado cargados de cadenas sin ver el sol, y los demás han trabajado como esclavos. No quiero para ellos nada más que la comida y la seguridad de que no sean abandonados en esta tierra maldita; que el general los lleve donde quiera, que yo los mando a todos”. El General les hace saber por su ayudante, teniente don Domingo Sarratea, que tendrán todo lo que desean. Los chinos reciben esta declaración con gritos de alborozo; luego forman en la plaza, dirigido por su Jefe Supremo, Quintín, un segundo, cuatro divisionarios, doce centuriones y veinte jefes de decurias.
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Se procede en seguida al reparto del personal para los diversos servicios: 500 de los más jóvenes y resueltos pasan a los pontoneros del capitán Villarroel, destinados a hacer saltar las minas, bombas automáticas y cortar los hilos de las baterías eléctricas. Esta sección saluda con entusiasmo al nuevo jefe, que les habla en su lengua nativa. 300 van a las ambulancias para ayudar al transporte de heridos en el campo de batalla. 900 al parque destinados a embalar municiones. 100 al bagaje para distribuir forraje y cuidar del ganado. 300 a la Intendencia General, para formar cargas para las mulas, transportar bultos, coser sacos y demás trabajos propios del movimiento interno de bodegas y almacenes. El resto al mando de Quintana, disponibles, a las órdenes de las autoridades superiores. Muchos pasan a ayudantes de los asistentes y aun de asistentes titulares de clases y soldados. Y todos contentos y felices, con kepí y uniforme de brin, y botas de tropa, proporcionadas por la Intendencia. Antes de ponerse el sol, el General recorre la banda izquierda del río Lurín, desde la playa hasta el puente de Manchay, recogiendo el parte de diversos piquetes de las tres armas, que cruzan el río, en diferentes partes, apuntando en sus libretas la profundidad de las aguas, la fuerza de la corriente y la naturaleza del lecho. Este reconocimiento se hace desde el día primero, lo que le dio el conocimiento exacto de diversos vados, de fácil paso a las tropas y con más razón al ganado. Algunos críticos, tanto chilenos como peruanos, hacen al General el grave cargo, de no haberse preocupado de construir puentes sobre el río, para el caso de una retirada. Tal censura es injusta; sobre todo tratándose de un jefe tan celoso como previsor. Había tres puentes sobre Lurín; el de fierro, por el camino de Lurín a San Juan; el de madera de Pachacamac a San Juan, por la Palma; y otro, de madera de Pachacamac a Atacango, por la Venturosa. El de fierro se resintió bastante con el peso de las piezas de campaña en el reconocimiento del día 6, ejecutado personalmente por el General; de ahí la orden de reconocer los vados del río por piquetes de las tres armas, que encontraron no menos de 8 vados para la infantería, dos muy buenos al oeste del puente de fierro, para la artillería de campaña y carretas pesadas, y numerosos para la caballería. ¿Necesitaba de puentes en caso de retirada, cuando las tropas podían desfilar por cualquier vado, en correcta formación? El día 11, el General cita a una reunión para las 4 P. M, a los principales jefes y funcionarios civiles en el salón de trabajo del Cuartel General. Concurren el Ministro de la Guerra don José Francisco Vergara, el jefe de Estado Mayor don Marcos 2º Maturana, el Inspector General del Ejército don Cornelio Saavedra, el jefe de la II División, general don Emilio Sotomayor, el de la I, capitán de
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navío don Patricio Lynch, el comandante General de artillería, coronel don José Velásquez y los señores Eulogio Altamirano, Eusebio Lillo y Joaquín Godoy, Ministros Plenipotenciarios y el secretario del General don Máximo R. Lira. No asistió por encontrarse en cama, con fiebre, el jefe de la III División coronel don Pedro Lagos. El señor General expone que ha convocado a esta reunión, para manifestar a los presentes que ha resuelto llevar el ataque a las posiciones enemigas de frente, procurando, partir la línea contraria por Santa Teresa o San Juan o, por ambos puntos a la vez, para adueñarse del puerto de Chorrillos, indispensable para avituallar al ejército. Se funda en las siguientes razones que expone con laconismo y claridad. 1º Conocimiento del terreno. La Tablada de Lurín ha sido recorrida y estudiada minuciosamente. Avanzando por ahí se llega a las posiciones enemigas por terreno conocido. 2º Mantenimiento de un lugar seguro en caso de retirada. Marchando por La Tablada, se podría en el peor de los casos, sufrir un contraste; pero no una derrota. Retirado el ejército al sur de Lurín, se reforzaría rápidamente por mar. 3º El apoyo de la escuadra. El flanco izquierdo queda sostenido por la escuadra. Ocupando a Chorrillos, tiene el Ejército asegurado su aprovisionamiento y sus municiones, a la vez que la evacuación de heridos. 4º Extensión de la línea enemiga. Los reconocimientos comprueban las muchas probabilidades de romper el frente contrario, demasiado alargado, desde el Morro Solar, hasta la Pampa oriental del cerro de Pamplona. 5º Las aptitudes de nuestra tropa. Las tres cuartas partes del ejército, se compone de reclutas, con pocos meses de instrucción. Las maniobras complicadas pueden traer confusiones en cuerpos novicios. El ataque frontal es sencillo de dirigir, aprovechando la índole de irresistible empuje de nuestro soldado para la embestida. El señor Ministro de la Guerra manifiesta que cree más segura la victoria, llevando un ataque envolvente por la Rinconada de Ate, lo que permite al ejército tomar a Lima sin efusión de sangre, y atacar al enemigo por el flanco, inutilizando sus atrincheramiento y fuertes. Agrega que el camino de Ate no es difícil, según se lo comunicó el ingeniero señor Murphy, tomado prisionero por Barboza en el reconocimiento del 9. El señor General Maturana no dio opinión alguna. Algunos historiadores le consideran partidario de la opinión del señor Vergara, fundándose en un memorandum firmado en Lurín, con fecha 9 de Enero, en que analiza la posibilidad de éxito mediante un ataque por Rinconada. Este trabajo le fue encomendado por el señor Ministro, y en cumplimiento de su deber, lo elaboró como jefe del servicio técnico. Hay que fijarse en el encabezamiento, que dice: “Plan de operaciones sobre Lima presentado, al señor Ministro de la Guerra en campaña, por el General don Marcos Maturana, jefe de Estado Mayor General”. Sabido es que ninguna oficina presenta trabajo sobre materias determinadas al superior jerárquico, sino es requerido por él.
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El General Saavedra insinúa la idea de que talvez convenga aumentar los efectivos, trayendo las reservas de Iquique, Pisagua y Tacna; pero, sin hacer indicación en este sentido. El señor coronel Velásquez rebate la Opinión del señor Ministro, fundándose en los siguientes hechos: 1º El avance por Ate tiene que efectuarse por terreno desconocido, expuesto a asechanzas y sorpresas, debido, al sinnúmero de quebradas y desfiladeros vecinos. 2º En caso de contraste, estos desfiladeros, en parte estrechísimos, cerrados por alturas difíciles de escalar, permite al enemigo cortar la retirada hacia las primitivas posiciones de Lurín, ocupando esas angostas sendas, si un revés obliga al ejército a retroceder para rehacerse. 3º Si el ejército se separa de la costa, su base natural de operaciones, pierde su punto de apoyo y se desprende del auxilio poderoso de la artillería de los buques. 4º El avance de flanco, obliga a la tropa a caminar demasiado, durante dos días a lo menos, en desierto de arena, sin agua. 5º La marcha por flanco, de todo el ejército, por un solo camino angosto, en parte sólo de 4 metros, con sus parques, bagajes y demás impedimentas, expone a esta columna de varios kilómetros de largo, a ser cortada en cualquier parte, por un atrevido ataque de una ligera división enemiga. 6º El camino de Picapiedras es inaccesible para tropas. Lo constató el coronel Urrutia, que casi cae prisionero de un destacamento enemigo, por la dificultad de su escolta para trepar hasta las alturas, desde la fragosa quebrada. El señor General cierra la reunión, manifestando que siente estar en desacuerdo con el señor Ministro; ello es natural, porque ambos persiguen tópicos distintos: el señor Vergara, la toma de Lima y Callao; pero el objetivo del Comando en Jefe es lisa y llanamente, la destrucción del ejército enemigo, donde lo encuentre. La ocupación de ciudades, cosa secundaria, vendrá por sí sola a su tiempo. Todos los presentes, militares y paisanos, por unanimidad, prestan su aprobación al plan del General; la proposición del señor Ministro queda como una idea individual. Más tarde, después de medio año de los acontecimientos referidos, el señor Vergara, simple ciudadano por haber dejado la cartera de Ministro, publica la Memoria de Guerra correspondiente al último año parlamentario. En ella se encuentra un alegato, de bien probado, en favor del ataque por Ate; pero esto después de ocurridos los hechos, como razonamiento a posteriori, con premisas que no se expusieron en la reunión del 11. Las razones expuestas por el señor Vergara en favor de su tesis del ataque por Rinconada de Ate, en su Memoria al Congreso, de junio de 1881, están perfectamente desarrolladas y revelan razonamientos técnicos, que desgraciadamente el señor Ministro no expuso en la reunión del 11 de Enero; según se dijo en los corrillos de las cámaras, por los políticos de lengua larga, un distinguido militar tenía mucha parte en la confección del documento oficial en referencia. (Los políticos repetían sotto voce, el nombre del teniente coronel de Ingenieros don Tomás Walton.).
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Es una lástima, que el distinguido, profesor de la academia de Guerra, coronel Sr. Eckdahl haya tomado este alegato postrero, como base de estudio, porque él no responde a la situación militar dilucidada en la reunión. En la mañana del 11, el señor General expide tres decretos, exigidos por el buen servicio, para remediar algunas deficiencias contrarias al funcionamiento correcto del mecanismo interno. El primer decreto dispone la formación de un segundo Regimiento de Artillería, llamado Nº 2, compuesto de todas las Baterías de Campaña, que operará en masa a las órdenes del coronel don José Velásquez. Las baterías de montaña continúan distribuidas en las Divisiones, para combatir embebidas en las filas de infantes. Forman este 2º Regimiento, dos baterías de a seis piezas de cada una de las Divisiones I, II, y III y dos baterías reservadas para refuerzo de las anteriores, de cuatro cañones, una inglesa y otra Krupp, sistema antiguo. Total, 44 piezas de campaña. Quedan en las Divisiones, seis baterías de montaña, de a seis piezas, a excepción de una de a cinco. Total, 35 de montaña. La artillería constaba, pues, de 79 bocas de fuego, no incluidas, naturalmente, las ametralladoras. Un segundo, decreto organiza la Reserva General, con los Regimientos 3º de línea, Zapadores y Valparaíso, y nombra comandante al teniente coronel de Ingenieros Militares don Arístides Martínez. Por fin, un tercer decreto reúne bajo la dirección del Comandante General de Caballería, don Ambrosio Letelier, a los tres Regimientos de esta arma. La Orden General de este mismo día, dispone que los cuerpos pasen revista de Comisario, por papeleta, a primera hora del 12; y que los jefes divisionarios, brigadieres y de cuerpo concurran al Cuartel General a las 6 P. M. del mismo 11, conjuntamente con el jefe de E. M. G. Efectuada la reunión, los señores jefes reciben las últimas instrucciones del General conjuntamente con un croquis, que demarca el frente de las posiciones enemigas y su sector de ataque. Cada individuo, de tropa llevará en la canana 150 tiros; y el parque 50 tiros por plaza para ser colocados en la primera línea de reserva, más o menos un millón de cápsulas. Se ordena también que los cuerpos vistan desde el día siguiente 12, ropa de paño; y estén listos a la hora que se indique para marchar sobre el enemigo. El sobrante de los cuerpos se entregará a la Intendencia General; y se prohíbe a persona alguna llevar burros, cuyos animales se entregarán a la conducción de bagajes. Muchos soldados que tenían demasiado apego a sus piajenos nuevos y gorditos, prefieren comérselos en la noche, antes de entregarlos a otras manos, menos compasivas quizás. La conferencia dura más o menos una hora; se analiza con detenimiento la acción que corresponde a cada División, a cada Brigada y a cada Regimiento, dentro del plan General de la batalla, que tiende a romper el frente enemigo, sea por Santa Teresa, sea por San Juan.
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Después de recomendar buena y discreta dirección en la batalla, el General termina con estas palabras: Creo, que será la última acción de la campaña; por consiguiente, mano firme. Al día siguiente 12, nueva reunión de jefes en el Cuartel General, para tomar conocimiento del resultado de la Revista de Comisario, que arroja el siguiente total de efectivos: I División 1ª Brigada Regimiento 2º de línea……………………. 924 hombres. Regimiento Atacama……………………… 1.078 hombres Parte de R. Artillería de Marina…………... 377 hombres Batallón Melipilla………………………… 400 hombres Regimiento Talca………………………… 1.054 hombres Colchagua………………………………… 773 hombres 2ª Brigada Regimiento 4º de línea…………………… 882 hombres Regimiento Chacabuco…………………… 923 hombres Coquimbo………………………………… 891 hombres Infantería de la 1 División……………….. 7.302 hombres Artillería…………………………………. 417 hombres Caballería, Granaderos………………….. 462 hombres Total de la I División……………… 8.241 hombres II División 1ª Brigada Regimiento Buin, 1º de línea…………….. 984 hombres Regimiento Esmeralda…………………… 966 hombres Regimiento Chillán………………………. 1.032 hombres 2ª Brigada Regimiento Lautaro………………………. 1.111 hombres Regimiento Curicó……………………….. 968 hombres Batallón Victoria………………………… 569 hombres
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Infantería de la II División……………… 5.630 hombres Artillería………………………………… 374 hombres Caballería, Cazadores…………………… 401 hombres Total de la II División……………
6.405 hombres
III División 1ª Brigada Regimiento, Aconcagua……………….. Batallón Naval………………………….
1.064 hombres 877 hombres
2ª Brigada Regimiento, Santiago………………….. Batallón Búlnes………………………… Batallón Valdivia……………………… Batallón Caupolicán…………………… Regimiento Concepción……………….. Infantería de la III División…………… Artillería……………………………….. Caballería, Carabineros……………….. Total de la III División………….
972 hombres 479 hombres 493 hombres 416 hombres 665 hombres 4.966 hombres 519 hombres 388 hombres 5.873 hombres
Reserva Regimiento 3º de línea………………… Valparaíso……………………………… Zapadores………………………………. Total de la Reserva……………….
1.079 hombres 828 hombres 703 hombres 2.610 hombres
Total General……………………. 23.129 hombres Distribución por armas Artillería……………………………….. 1.370 hombres Infantería………………………………. 20.508 hombres Caballería……………………………… 1.251 hombres 23.129 hombres
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A este total debe agregarse el batallón Quillota, embarcado en Pisco, que alcanzó a batirse en Miraflores, con 500 plazas, lo que sube el número de combatientes a 23.629, de general a tambor. La segunda reunión de jefes en la mañana del 12, fue más breve. Después de los últimos toques al plan de ataque, el General pide a los asistentes que amolden sus relojes al suyo, y se despide afectuosamente. “Esta tarde a las 6, dice, marchará todo el ejército para caer sobre el enemigo, antes de aclarar; espero que todos cumplirán con su deber. Somos chilenos y el amor a Chile nos señala el camino de la victoria. Adiós, compañeros. Hasta mañana, después de la batalla”. Y cada cual se dirigió a ocupar su puesto. Todo el mundo está pendiente de la Orden General; se expidió antes de almuerzo. Orden del Día Campamento de Lurín, 12 de Enero de 1881. Cada División nombrará respectivamente su jefe de día. La Reserva la compondrán los regimientos 3º de línea, Zapadores y Valparaíso y la artillería destinada con este objeto. Se nombra comandante en jefe de la Reserva al teniente coronel don Arístides Martínez. En este Centro quedarán dos compañías del Regimiento Curicó; y 50 hombres de artillería con sus respectivos oficiales. Cien hombres de Cazadores a caballo, formarán la escolta del General en jefe. Se nombra capellán de la I y II División al R. P. don Marco Antonio Las Divisiones se pondrán en marcha, según lo ordenado, a las 5 P. M. de hoy. El señor General en jefe con esta fecha, ha expedido los siguientes decretos: El capitán de corbeta don Alejandro Walker M. prestará sus servicios, como agregado en la comandancia de artillería. El subteniente agregado al Regimiento Aconcagua, don E. Stuven Rojas prestará sus servicios, como agregado, al Estado, Mayor General. El teniente 2º de marina, don Luís Artigas, prestará sus servicios como agregado al Regimiento Nº 2 de Artillería. Se nombra aspirantes a subtenientes a los sargentos 2º del mismo cuerpo, señores R. Tres, J. Julián, Manuel Manterola y Rafael Zúñiga. Se nombra provisoriamente sargento mayor de Ejército al capitán del 3º de línea don Ricardo Serrano. Vista la nota que precede, decreto Teniendo presente la conducta digna de elogio del alférez del Regimiento Granaderos a caballo, don Nicanor Vivanco, en el reconocimiento practicado el 9 del presente (en Ate) nómbrasele teniente en el mismo campo de batalla.
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Cada cuerpo dará veinte soldados y una clase para llevar del ronzal a las mulas que conducen las municiones que marchan con los cuerpos. De orden del Jefe, Borgoño. Santo, Seña y Contraseña.- Enero 12 de 1881. Mano - Fuerte - Muchachos. La lectura de la orden provoca un entusiasmo loco. Las vivas a Chile, al General, a los Jefes, se repiten a grito herido. Las bandas rompen con entusiastas dianas y los acordes del himno de Yungay. El contento sube de punto cuando las compañías, en rueda, armas terciadas, oyen de sus capitanes la lectura de la siguiente. Proclama A los señores Jefes, oficiales, clases y soldados del ejército. Vuestras largas fatigas tocan ya a su fin. En cerca de dos años de guerra cruda, más contra el desierto que contra los hombres, habéis sabido resignaros a esperar tranquilamente la hora de los combates, sometidos a la rigurosa disciplina de los campamentos y a todas sus privaciones. En los ejercicios diarios y en las penosas marchas a través de las arenas quemadas por el sol, donde os torturaba la sed, os habéis endurecido para la lucha y aprendido a vencer. Por eso habéis podido recorrer con el arma al brazo todo el territorio de esta República que ni siquiera procuraba embarazar vuestro camino. Y cuando habéis encontrado ejércitos preparados para la resistencia detrás de fosos y de trincheras, albergados en alturas inaccesibles, protegidos por minas traidoras, habéis marchado firmes, imperturbables y resueltos, con pasos de vencedores. Ahora el Perú se encuentra reducido a su capital, donde está dando desde hace meses el triste espectáculo de la agonía de un pueblo. Y como se ha negado a aceptar en hora oportuna su condición de vencido, venimos a buscarlo en sus últimos atrincheramientos para darle en la cabeza el golpe de gracia y matar allí, humillándolo para, siempre, el germen de aquella orgullosa envidia, que ha sido la única pasión de los eternos vencidos por el valor y generosidad de Chile. Pues bien, que se haga la que ha querido; si no lo han aleccionado bastante sus derrotas en mar y en tierra, donde quiera que sus soldados y marinos se han encontrado con los nuestros, que se resigne a su suerte y sufra el último, y supremo castigo. ¡Vencedores de Pisagua, de San Francisco, y de Tarapacá; de Ángeles, de Tacna y Arica, adelante! El enemigo que aguarda es el mismo que los hijos de Chile aprendieron a vencer en 1839, y que vosotros, los herederos de sus grandes tradiciones, habéis vencido también en tantas gloriosas jornadas.
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¡Adelante! A cumplir la sagrada misión que nos ha impuesto, la Patria. Allí, detrás de esas trincheras, débil obstáculo para vuestros brazos armados de bayonetas, os esperan, el triunfo y el descanso; y allá en el suelo querido de Chile, os aguardan vuestros hogares, donde viviréis perpetuamente protegidos por vuestra gloria, y por el amor y el respeto de vuestros conciudadanos. Mañana, al aclarar el alba, caeréis sobre el enemigo, y al plantar sobre sus trincheras el hermoso tricolor chileno, hallaréis a vuestro lado a vuestro General en jefe, que os acompañará a enviar a la patria ausente el saludo del triunfo, diciendo con vosotros. ¡Viva Chile! Manuel Baquedano.
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CAPITULO XXX. Orden de batalla del Ejército Chileno. Cuartel General General en jefe, señor Manuel Baquedano; Secretario general del ejército señor Eulogio Altamirano; Secretario del señor general en jefe, señor Máximo R. Lira; Auditor de guerra, señor Adolfo Guerrero; Plenipotenciario del Ecuador, señor Joaquín Godoy. Ayudantes: Coronel Graduado, señor Samuel Valdivieso Tenientes Coroneles, señores Jorge Wood, Rosauro Gatica y Wenceslao Búlnes; Sargentos Mayores señores J. Carlos Valenzuela, Alejandro Baquedano, Belisario, Campos, Guillermo Lira, y Francisco Aristía Pinto; Capitanes señores Domingo Sarratea y Daniel Caldera; Teniente, José Santos Jara; Capellán General del ejército señor Florencio Fontecilla; Comandante de transportes, Capitán de Fragata, señor Baltasar Campillo. Estado Mayor General Jefe del Estado Mayor General, General de Brigada, señor Marcos 2º Maturana; Secretario General, Teniente Coronel, señor Adolfo Silva Vergara; Ayudantes Tenientes Coroneles, señores J. Waldo Díaz y Ambrosio Letelier; Sargentos Mayores, señores J. Javier Zelaya, José M. Borgoño, Florentino Pantoja y Francisco Villagrán; Capitanes, señores Juan José Herreros, Fidel Urrutia Agustín Barros M., Alfredo Cruz, Enrique Munizaga, Manuel H. Maturana G., José Santiago Herrera, Alberto Gándara y Enrique Tagle C. Comandante General de Equipajes, Teniente Coronel, señor Francisco Bascuñán A. Agregados Coronel señor, José A. Bustamante; Tenientes coroneles, señores Roberto Souper e Hilario Bouquet; Sargentos Mayores, señores Eleodoro Guzmán, Pedro N. Letelier, Juan de la Cruz Saavedra, Augusto Orrego, Agustín 2º Zelada y J. R. Mac Cutcheon; Teniente, señor Diego Miller A.; Subtenientes señores, Eduardo Hurtado y Luís Silva Miquel; Práctico en los caminos de Lima, ciudadano señor León Herquinigo. Auxiliar encargado de trabajos de minas y compostura de caminos, señor Arturo Villarroel. Oficiales de Marina extranjera, comisionados por sus jefes respectivos para observar el movimiento y operaciones del Ejército, y que concurrieron a las batallas de Chorrillos y Miraflores: Marina Inglesa, Capitán de Fragata, señor, Williams Ackland. Marina Norte Americana, Capitán de Corbeta, señor Mallend.
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Marina Francesa, Teniente 1º señor, E. L. León. Marina Italiana, Teniente 1º, señor Effisia Ghíghoth. Ministerio de Guerra y Marina Ministro de Guerra, señor José Francisco Vergara. Secretario, señor Isidoro Errázuriz. Ayudantes, Sargento Mayor, señor Daniel Cuervo; Capitán de Fragata, señor Luís Pomar, Capitán de Corbeta, señor Javier Barahona; Capitanes, señores Guillermo Carvallo y Juan G. Matta; Alférez, señor Francisco Cabezón. Inspección Delegada General de Brigada, señor Cornelio Saavedra; Ayudante, Teniente Coronel, señor Federico J. Bunster. Parque General Parque General, Teniente Coronel, señor Raimundo Ancieta Sargento Mayor, señor Ramón Miquel. Primera División, Teniente, señor Aníbal Achurra. Segunda División, Sargento Mayor, señor Juan Félix Urcullu; Capitán señor Pedro del Canto y Teniente, señor Belisario Zelada. Tercera División, Sargento Mayor, señor Emilio Contreras; Capitán señor, Domingo Cruzat y Teniente señor Juan Agustín Santibáñez. Comandancia General de Artillería Coronel, señor José Velásquez; Ayudantes, Sargento Mayor, señor Alberto E. Gormáz; Capitanes, señores, Emilio Vieytis, Roberto Ovalle, Salvador Larraín, Elías Lillo y Juan Brown; Capitán dé Corbeta, señor Alejandro Walker M. 1ª División Comandancia en jefe, Capitán de Navío, señor Patricio Lynch; Ayudante, Teniente Coronel, señor Roberto Souper; Sargentos Mayores, señores Juan N. Rojas y José A. Braga; Capitanes, señores Elías Yáñez, Felipe Urizar y Alfredo Cruz; Teniente 1º de Marina, señor Alberto Silva P.; Tenientes, señores Eduardo Guerrero B. y Ricardo Walker M.; Aspirante, señor Carlos C. Herrera. Estado Mayor
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Jefe Coronel, señor Gregorio Urrutia; Ayudante, Teniente Coronel, señor José V. Dávila; Sargentos Mayores, señores Rafael Guerrero, Juan de D. León y Francisco Pérez; Capitán, señor Enrique del Canto; Tenientes, señores Alberto Fernández y Julio Pinto Agüero; Subteniente, señor Miguel Urrutia. 1ª Brigada Comandante, Coronel, señor Juan Martínez; Ayudantes, Sargento Mayor, señor Marcos Lathan; Capitán, señor Reinaldo Guarda. 2ª Brigada Comandante, Coronel, señor Domingo Amunátegui; Ayudantes, Capitanes, señores Benjamín Lastarria e Ismael Beytia; Subteniente, señor Evaristo Sanz. Capellanes Presbíteros, señores Javier Valdés Carrera, Esteban Vivanco y Luís Montes Solar. Parque Tenientes, señores Enrique Aldunate y Aníbal Achurra. 1ª Brigada Regimiento 2º de Línea Comandante, Teniente Coronel, señor Estanislao del Canto; Segundo jefe, Teniente Coronel, señor Miguel Arrate Larraín; Sargento Mayor, señor Eleuterio Dañín; Capitán Ayudante, señor Joaquín Arce; Capitanes, señores Francisco Inostrosa, Manuel Baeza, José de la C. Reyes Campo, Elías Beytia, Federico A. Garretón, Salustio Ortíz, Carlos Gaete V. y Francisco Lagos Z.; Tenientes, señores, Manuel Larraín, Manuel L. Olmedo, Pedro M. Párraga, Julio Gutiérrez, Aarón Maluenda, Alejandro Fuller, Juan Astorga P., Domingo Solar, Manuel Vinagre, Emilio Herrera D., Pedro Segundo Pardo y José E. Anabalón; Subtenientes, señores Aurelio Rojas, José L. García, Carlos E. Mayorga, José E. Rodríguez, Artemen 2º Cifuentes, José A. Monreal, Carlos E. Marks, Guillermo Vijil, Edmundo Arcillen, Marcos E. Larenas, Alejandro Gacitúa, Víctor Goicolea, Rafael Correa V., Emilio Penjean, Filomeno Barahona, Camilo Valdivieso, Enrique Ewer, Miguel C. Pérez, Guillermo Chaparro, Martín Orrego, Pedro P. Barraza, Ricardo Wormald, Manuel J. Necochea y aspirante Mario Salvatici. Regimiento Atacama
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Comandante, teniente coronel, señor Diego Dublé Almeyda; segundo jefe, sargento mayor, señor Rafael Zorraindo; tercer jefe, sargento mayor, señor Anacleto Valenzuela; capitanes ayudantes, señores Juan Ramón Soto y Juan A. Fontanes; capitanes, señores Elías Marconi, Juan 2º Álvarez, Remigio Barrientos, Antonio 2º Garrido, José M. Puelma, Ruperto Álvarez, Francisco E. Figueroa, Adolfo Jenequel, Gregorio Ramírez y Antonio M. López; tenientes, señores, Pedro Hernández, Enrique A. Bodecker, José del C. Ampuero, Abraham Becerra, Federico Martínez, Hermenegildo Doralea, Edmundo E. Villegas y Justo Labbé Tagle; subtenientes, señores Enrique Lavergne, Pedro Antonio Martínez, Manuel A. Guajardo, José 2º Zelada, José Luís Rojas, José 2º Rojas, Eduardo Frits M., Enrique Ramos, José 2º Olivares, Arturo Ruiz Tagle, Guillermo Hoppin, Guillermo A. Toro, Cesáreo Huerta, Baldomero Castro, Eugenio Martínez C., Luís Villegas, Alejandro Silva, Carlos Escuti O., David Patiño, Domingo 2º Silva, Polidoro 2º Valdivieso, Roberto Readid y Juan L. Rojas; aspirantes, señores Anastasio Abinagoitis, Pedro N. Martínez, Manuel A. Francke y Benito Vallejo. Regimiento Colchagua Comandante, teniente coronel señor Manuel J. Soffia; 2º comandante, teniente señor Telarco Trujillo; 3º jefe, sargento mayor, señor Avelino Villagrán H.; capitanes ayudantes, señores, Adolfo B. 2º Krug y Parmenion Sánchez; capitanes, señores Andrés Soto I., Pedro Antonio Vivar, José 2º Pumarino, Pedro Nolasco Gajardo, Bernardo Latorre y Juan Benigno Reyte; tenientes, señores Edmundo Cristi, Pedro Y. Aravena, Onofre White, Alfredo Jaramillo, Pedro J. Ascui, Manuel J. Carrasco, Cayetano Maturana y Demetrio Sotomayor; subtenientes, señores Wenceslao Gómez, Ignacio Núñez, Clorindo Gómez, Manuel A. Palacios, Luís Sotomayor, Telésforo Valenzuela, Santiago O'Ryan, José María Villarreal, Francisco Iturriaga, José Dolores Ríos, José León Lara, Alfredo García R. y Jenaro Molina. Regimiento Talca Comandante, teniente coronel, señor Silvestre Urizar Galfias, segundo comandante, señor Carlos Silva Renard; sargento mayor, señor Alejandro Cruz; capitanes ayudantes, señores Ramón Villalobos y Dionisio San Cristóbal; capitanes, señores R. Eleodoro Vergara, Alberto Chaparro W., Julio Zacarías Mesa, Eneas Fernández, Alejandro Concha, José Domingo Urzúa, Clodomiro, Pradel y M. Fernando Parot; tenientes, señores Rudecindo Concha, Ricardo Torres, Agustín Donoso, Ruperto Donoso, Jacinto 2º Rojas, Carlos Rojas A., Waldo Báez, Romelio Azócar y Luís E. Novoa; subtenientes señores Víctor Letelier, Víctor M. Pamplona, Gregorio Salgado, Arístides Villalobos, Luís 2º Jarpa, Arturo Rojas, Alejandro Villalobos, Carlos M. Fernández, Carlos Whiting, Francisco R. Wormald, Abelardo San Cristóbal Francisco A., San Cristóbal, Guillermo 2º White, Diego A., Pozo, Edmundo Armas.
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Batallón Melipilla Comandante, teniente coronel señor Vicente Balmaceda; sargento mayor, señor Nicolás González A.; capitán ayudante, señor Nicanor Plaza; capitanes, señores Albercio Vial, Antonio Martínez P., Pedro A. León y Alberto Pérez O.; tenientes, señores Alfredo Calderón, Carlos Valdivieso, Eduardo 2º Infante, Marcelino E. Brito, Belisario Villagrán y Abraham Saravia; subtenientes, señores Carlos Herrera H., Arturo Contador, Arturo Villagrán, Manuel 2º Negrete, Florencio Barros, Daniel Portales L., Rogelio Urzúa, Miguel Cuevas, Francisco Martel, Víctor M. González, Manuel Jiménez y Federico Valdivieso. 2ª Brigada Regimiento Artillería de Marina Comandante, teniente coronel, señor José Ramón Vidaurre, segundo comandante, teniente coronel señor Maximiliano Benavides; sargento mayor, señor Francisco M. Carvallo O.; capitanes ayudantes, señores Luís Sánchez Jalier y Pablo A. Silva Prado; capitanes, señores José Gregorio Díaz, Antonio D. Hurtado, Pío Guerrero B. Arturo Ruiz, Francisco Amor y Luís Fierro B.; tenientes, señores Eduardo Moreno Velásquez, Benjamín Gómez, Ricardo Eckers, Ramón Patiño Luna y Cirio Miranda; subtenientes, señores Jenaro Caupolicán Melcherts, C. José 2º Aravena Villaseca, Juan Pablo Suazo, Nicodemes Aravena, Belisario Ibáñez, Leobardo Hernández B., Amador 2º Montt, Guillermo L. Hidalgo, Eduardo 2º Zegers, Lorenzo 2º Beytia, Antonio Sánchez Massén, Ramón Fernández, Mariano 2º Lorca, Alejo 2º Santiago y Luís A. Campillo. Regimiento 4º de Línea Coronel, jefe de la 2ª Brigada de la 1ª División, señor José D. Amunátegui; teniente coronel, señor Luís Solo Saldívar; sargento mayor, señor Miguel Rivera; capitanes ayudantes, señores Pablo Marchant y Juan Urrea; capitanes, señores Emilio A. Marchant, José A. Contreras, Luís U. Gana, Ricardo Gormáz, Casimiro Ibáñez, Carlos Wermald, Martín Bravo y Juan B. Riquelme; tenientes, señores Jenaro Alemparte, Samuel Meza, Vicente Videla, Juan. L. Alamos, Salvador L. Torres, Arcides Vargas, Marco A. López y Ramón S. Contreras; subtenientes, señores José Y. Bustamante, Manuel. O. Prieto, Carlos Aldunate, Ángel C. Corales, Emilio Aninat, Celedonio Moscoso, Julio P. de la Sotta, José Antonio Montt, Toribio Wolleter, José Antonio Roa, Miguel Bravo, Evaristo Sanz, Carlos H. Bon, Blas Almarza, Pedro W. Gana, Víctor Almarza, Carlos Jervis, Severo Santa Cruz, Roberto Morán, Ricardo Pinto, Samuel Vicente Díaz, Francisco Silva V., Guillermo Rashausen, Jorge Cruz Vergara, José A. Luco Lynch, Francisco Silva B. y José Eusebio Pérez.
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Regimiento Chacabuco Coronel jefe, señor Domingo Toro Herrera; teniente coronel, segundo jefe, señor Belisario Zañartu; sargento mayor, señor Pedro J. Quintavalla; capitanes ayudantes, señores Carlos Campos y Benjamín Silva; Capitanes, señores Luís Sarratea, Francisco Javier Lira, Rafael Errázuriz, Camilo Ovalle B., José Francisco Concha, Ramón Soto Dávila, Arturo Salcedo, Otto von Moltke; tenientes, señores Víctor Luco, Marcos Serrano, Pedro Fierro L., Ignacio Carrera P., Francisco Herrera, Esteban 2º Carverlotti, Alberto Herrera y Federico Sullivan; subtenientes, señores, Enrique Prieto Zenteno, Enrique Prenafeta, Onofre Montt, Ricardo Soffia, Filomeno Jiménez, Carlos Valdés, Luís de la Cruz G., Arturo Echeverría, Carlos Vergara, Carlos Carnstens, Enrique Celis, Francisco de B. Valenzuela, Juan A. Cruz Cortés, Eleorodo Elgueda, Waldo Villarroel y Arturo, Pérez Canto; aspirantes, señores José Dolores Correa y Silvestre Elguera. Regimiento Coquimbo Comandante, teniente coronel señor José María Soto; segundo comandante, teniente coronel, señor Marcial Pinto Agüero; sargento mayor, señor Luís Larraín Alcalde; capitanes ayudantes, señores Antenor Orellana y Ramón H. Soto,; Cirujano voluntario, David Perry; capitanes, señores Juan Marcial Páez, Marcelino Iribarren, Ramón E. Beytia, Juan de Dios Dinator, Manuel A. Garín y Julio Caballero; tenientes, señores Juan R. Jofré, Francisco de P. Novoa, Nicanor Ibáñez, Francisco A. Machuca, Rafael Varela S., Pedro M. Latapiatt, José del C. Soza y Roberto Rashausen; subtenientes, señores José Agustín Pizarro, Eduardo Allenk E., Leonidas Valdivieso, Manuel F. Muñoz, Francisco S. Rubio, Guillermo Arroyo, Pedro Carrión, José L. Salinas, Tomás V. Mericq, Sinforoso Ledesma, Domingo Espinoza, Alberto Morales M., Antonio Urquieta, Absalón Gutiérrez, Pedro J. Covarrubias, Daniel 2º Mascareño, Ismael Concha O., Juan F. Cisternas, Guillermo N. Eaton, Caupolicán Iglesias, José M. Zúñiga, Antonio Varela C., Carlos Luís Ansieta y Juan F. Concha. Batallón Quillota (Entró el 15, a la Batalla de Miraflores) Comandante, teniente coronel señor José R. Echeverría; sargento mayor, señor Cruz Daniel Ramírez; capitanes ayudantes, señores Nicomedes Gacitúa y Jorge Porras; capitanes, señores Moisés Ovalle, Juan J. Balbontín, Domitilo González L., Pedro Pablo Benavides y Pragmacio Vial; tenientes, señores, Rodolfo Díaz Villar, Ricardo A. Núñez, Heriberto A. Arredondo, Ramón Rojo, Andrés 2º Jiménez, Enrique Vicencio y Natalio Manares; subtenientes, señores Francisco A. Figueroa B., Colombo Montefinale, Jorge León, Bernardo Balbontín V., Enrique Mateluna, Julio Engelbach, Belisario Bustos, Guillermo Allende, Rogelio Pesoa, José Timoteo Méndez, Víctor M. de la Rivera,
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Guillermo Caldera y Ramón A. Meza; aspirantes, señores José Tomás Pellissa, Ramón 2º Varas, José D. Cienfuegos, Fortunato Valencia y Eduardo Laiscelle. II División Estado Mayor Comandante en jefe de la División, General de Brigada, señor Emilio Sotomayor; ayudantes del comandante en jefe; sargentos mayores, señores Hermógenes Camus, Eladio Carvallo, Manuel Rodríguez y Bernabé Chacón; capitanes, señores Julio P. Moraga y teniente señor Juan García V. Jefe del Estado Mayor, teniente coronel, señor Baldomero Dublé A.; ayudantes, capitanes, señores Ramón Rojas Almeida, Pedro Frederickson y Alejandro Delgado; tenientes, señores Ignacio Toro y Francisco Bascuñán V. Jefe de la 1ª Brigada, Coronel señor Francisco Gana; ayudante, capitán, señor José A. Infantas V. y subteniente, señor Maximiliano Portales. Jefe de la 2ª Brigada, coronel, señor Orosimbo Barboza; ayudante, sargento mayor, señor, F. A. Subercaseaux; capitanes, señores Alejo San Martín y Amador Ramírez H.; capellán, presbítero, señor Eduardo Fabres. Jefe del Parque, sargento mayor, señor Juan Félix Urcullu; ayudantes, capitán, señor Pedro del Canto y teniente, señor Belisario Zelaya. Comandante de Bagajes, señor Pablo Vigneaux; ayudante de bagaje, señor Juan Helstrelk. 1ª Brigada Regimiento Buin 1º de Línea Comandante, teniente coronel, señor Juan León García; sargentos mayores, señores José E. Vallejos y Enrique Valenzuela; capitanes ayudantes, señores Francisco L. Fuentes y Juan Ramón Rivera; capitanes, señores Luís Pérez Valenzuela, Salvador Mora, Leonidas Urrutia V., Tristán Plaza M., José Luís Araneda, Ruperto Salcedo y Juan Manuel Donoso; tenientes, señores Juan, Francisco Ibarra, Pedro del Pilar Pérez, Lucas Lucio Venegas, Lucindo Bysivinger, Manuel Delfín, José María Alamos, Benjamín Villarreal, José del C. Velásquez y José Anguita; subtenientes, señores Juan 2º Meyerohlz, Nicanor Donoso, Jacinto Tadeo Sánchez, Belisario Athas, Tristán Calderón, Belisario Gutiérrez, Luís Fuenzalida Silva, Juan C. Castro C., Felipe 2º Geisse, Caupolicán Niño, Benjamín Collins, Julio Hernández, José Manuel Montiel, Santiago Carrillo, Eduardo Ramírez, Alejandro Tinsly, Daniel Venegas, Julio C. Garmendia, Alejandro Salvo, Ismael Guzmán, Manuel F. González, Ernesto Aguayo, Francisco Ramos y Amador Elgueta.
383
Regimiento Esmeralda Comandante, teniente coronel, señor Adolfo Holley; segundo comandante, teniente coronel, señor Fernando Lopetegui; sargentos mayores, señores Saturnino Retamales R. y Federico Maturana; ayudante mayor, señor Fortunato Rivera; capitanes, señores Elías Casas Cordero, Pedro P. Alvarado, Joaquín Pinto C., Juan Aguirre M., Florencio Baeza, Manuel Aguirre, Patricio Larraín A., Vicente Calvo, Eduardo Lecaros; tenientes, señores, Germán Balbontín, Miguel Ureta, Juan de Dios Santiagos, J. Amador Balbontín, José A. Echeverría, Lorenzo Camino, Julio Mourguez y Jacinto Holley; subtenientes, señores Carlos A. Pancetti, Rodolfo Lange, Pedro José Ortega, Alberto Retamales, Luís Ureta, Ramón Jofré, Desiderio Ilabaca, Alberto del Solar, Arturo Infante, Mateo Bravo Rivera, Arturo Marín, Eduardo Sierralta, José E. Carmona, Juan R. Aguirre, José C. Larraín, José Valazé, Manuel A. Jarpa, Rodolfo Gálvez, Joaquín Contreras, Juan C. Aburto, Marcos Pancetti, Tulio Padilla, Eugenio Nef y Pedro Ahumada. Regimiento Chillán Comandante, teniente coronel, señor Pedro Antonio Guiñes; sargentos mayores, señores Jacinto Valdés y Nicolás 2º Jiménez; capitán ayudante, señor José Félix Villarroel; capitanes, señores Salvador Rondizzoni, Adrián Vargas, José A. 2º Zúñiga, Honorindo E. Arredondo, Ernesto J. González, J. Enrique Lorca, Francisco Javier Rosas, Miguel J. Vargas y Luís Sotomayor; tenientes, señores Neftali Arredondo, J. Herminio Dodds, Juan B. Sepúlveda, Recaredo Morales, Roberto Siredey B., Lucas Vial, Manuel Jesús Arratia y Felipe Zúñiga; subtenientes, señores Temístocles Bustos, Martín Urbina, Mauricio Venegas, Yerdecides Harbin, Gamatiel Ortiz, Eucarpio Figueroa, eral Ángel Barrera, Félix Antonio Gálvez, Francisco A. Rodríguez, Florentino Rodríguez, Juan de Dios Galecio, Luís Villet Lanz, Abel Reyes Bazo, Samuel Vargas, Aníbal Arredondo, Enrique Acuña y Rafael Vargas. 2ª Brigada Regimiento Lautaro Comandante, teniente coronel, señor Eulogio Robles; segundo comandante, teniente coronel, señor Ramón Carvallo Orrego; sargento mayor, señor Exequiel Villarreal; capitanes ayudantes, señores José A. Echeverría, José Zárate e Ignacio Díaz Gana; capitanes, señores José 2º Espinoza, Vicente C. Hidalgo, Domingo Chacón, Clodomiro Pérez, Leonor Ávila, Alberto N. Nebel y Guillermo L. Garrido; tenientes, señores Carlos Calvo, Narciso 2º Sepúlveda, Rómulo Correa, Manuel del Fierro, Natalicio Acuña, Luís Briceño, Abraham E. Guzmán B., Juan N. Mutis y José del C. Barrios; subtenientes, señores Ramón L. Álvarez, Juan F. de la Guarda, José M. Carrillo,
384
Francisco A. Benavides, Pedro A. Jaraquemada, Diego A. Almeida, Carlos Raigada, Juan H. Portus, Pedro L. Munita, Eusebio Latham, Luís A. Fuenzalida, José J. González, José 2º Moreno, José N. González, Anacleto Goñi, Delfín Sandoval, Juvenal Cortés, Zenón Navarro Rojas, Francisco L. Molina, Clodomiro Hurtado, Arturo Benavides, Manuel 2º Salas, Pedro M. Caun, Fidel López Martín A. Castro y Santiago L. Bevan. Regimiento Curicó Comandante, teniente coronel, señor Joaquín Cortés; segundo comandante, teniente coronel, señor Rubén Guevara; sargento mayor, señor Virgilio Méndez; capitanes ayudantes, señores Francisco Merino y Nicanor Molinare; capitanes, señores Marco A. Mujica, César Muñoz Font, David Pelloni, Antonio M. Torres, Anselmo Blanlot, José María Barahona; tenientes, señores José del C. Contreras, Fidel Leighton Hoodemont, Casimiro Inostrosa, Eduardo Pérez, Miguel Luís Semir, Daniel Salas E., Bartolomé Marín y Timoteo Cabezas; subtenientes, señores Agustín Bravo E., Jacinto Muñoz, Justo Pastor Garrigó, Luís Pérez Montt, Manuel Luís Cuvera, Julio Montt, Manuel Torres, Santiago Wormald, Elías Ruiz, José Manuel Sepúlveda, Justiniano Polloni y Félix Montero. Batallón Victoria Sargento mayor, señor Exequiel Soto Aguilar; capitanes ayudantes, señores Félix Pérez E. y Francisco S. Cañas; capitanes, señores Narciso Castañeda, Santiago 2º Márquez, Roberto Márquez L., Pedro N. Tapia O., Nemeroso Valdivia A. y Tristán Maturana; tenientes, señores José Santos Pino, Salvador Sanfuentes, Manuel T. Vargas C., Aníbal Sotomayor, Arsenio Gajardo y José Corvalán Julio; subtenientes, señores Santiago Rojas, Carlos León, Francisco S. Vásquez, Juan León del Río, Estanislao Aslequi H., Demófilo Martínez, Elías Reselot, Norberto 2º Guajardo, Víctor E. Besoaín M., Maximiliano Durán, Ramón L. Arriagada, Aurelio Maluenda, Víctor Mujica, Aníbal Tapia O., Santiago Vial y Francisco A. García. III División Comandante en jefe de la División, coronel, señor Pedro Lagos; ayudantes de campo, sargentos mayores, señores Julio Argomedo y Teodosio Martínez Ramos; capitanes, señores Enrique Salcedo y Roberto Bañados y teniente, señor Orlando Lagos. Estado Mayor Jefe, teniente coronel, señor José Eustaquio Gorostiaga; ayudante del Estado Mayor, sargentos mayores, señores Matías González, Carlos Pozzi, Telésforo Infante y Félix Briones; teniente, señor Rolán Zilleruelo y subteniente, señor Pedro A. Carreño.
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1ª Brigada Jefe, coronel, señor Martiniano Urriola; ayudante, teniente, señor José Antonio Fontecilla y subteniente, señor Manuel Ortiz; capellán Frai Elciario Treviño. 2ª Brigada Jefe, teniente coronel, señor Francisco Barceló; ayudante, capitán, señor Pedro Emilio Aris; tenientes, señores Manuel Castañón, Rodolfo, Serrano M. y Ramón Saavedra S.; capellán Fray Juan C. Pacheco. Parque Jefe, sargento mayor, señor Emilio Contreras; ayudantes, capitán, señor José D. Cruzat y teniente, señor J. A. Santibáñez. 1ª Brigada Batallón Cívico de Artillería Naval Comandante, teniente coronel, señor Francisco J. Fierro B.; sargento mayor, señor Loredano Fuenzalida; capitanes ayudantes, señores Rómulo Vega C. y Daniel Martínez; capitanes, señores Enrique Escobar S., Ramón Luís Opaso, Julio E. Jeanneret, Guillermo Doll, Pedro A. Dueñas y Roberto W. Simpson; tenientes, señores Santiago Bleakley, Antonio B. Dueñas, Alberto C. Lemm, Carlos Escobar S., Ruperto Larraín, Luís Enrique Valdivia, L. Miguel Valdivieso, Manuel A. Guerrero, Manuel 2º Rengifo, Gustavo Prieto Z. y Evaristo Gatica; subtenientes, señores Carlos A. López, Neftali Beytia, José Tomás Montt, Galo Irarrázaval, Ramón Lara, Arturo Álvarez, Máximo Cardemil, Pedro C. Astorga, José Manuel de la Sota, José María Urriola, Carlos A. Bernard, Benjamín Beytia, Víctor Vizcaya y Gerardo Rodríguez. Regimiento Aconcagua Comandante, teniente coronel, señor Rafael Díaz Muñoz; segundo comandante, teniente coronel, señor Juan A. Bustamante; sargento mayor, señor Sebastián Solís; capitanes ayudantes, señores, Manuel Jesús Narváez y Augusto de Nordhenflicht; capitanes, señores Juan Agustín Campos, Juan Agustín Torres, Abraham Ahumada, Rómulo Castro, Luís Ricci, Venancio González, Francisco M. Caldera, José Vicente Otero, Flavio Luna y Marco Antonio Otero; tenientes señores Alejandro Mascayano, Cristóbal González, Alberto Herrera, Miguel E. Letelier, Juan Ramón Olivo, Benigno Caldera, José Gabriel Guerrero y Daniel Pérez Gacitúa; subtenientes, señores Francisco J. Vargas, José D. Domínguez, Alberto Bruce, Belisario del Canto, Florindo Bisivinger,
386
Alberto A. Palacios, Justo Abel Rosales, Paulino Narváez, David 2º Izquierdo, Luís Fierro, Manuel R. Tornero, José María Bari, Ramón 2º Bari, Francisco Ordóñez, Rafael 2º López, Pedro N. Molina, José M. Viancos, Federico Otto Herbage, José Javier Luque, Dionisio Arancibia, Andrés Cabrera y Ernesto Marín. 2ª Brigada Regimiento de Línea Santiago Comandante, teniente coronel, señor Demófilo Fuenzalida; segundo jefe, sargento mayor, señor Anacleto Lagos; mayor, señor Lisandro Orrego; capitanes ayudantes señores Daniel Briceño y Juan Manuel Sandoval; capitanes, señores Domingo Castillo, Fernando Pérez, Carlos Gatica, Pedro Gatica, Pedro P. Toledo, Nicolás Vilugrón, Antonio Silva del C., Francisco Monroy, Emiliano Gómez H., y José Domingo Terán; tenientes, señores José S. Hinojosa, Manuel R. Escobar, Luís Leclerc, Osvaldo Ojeda Claro, José Ríos, Ricardo Espínola y Juan C. Castro; subtenientes, señores Ignacio Silva Varela, Luís A. González, José del C. Retamal, Juan de D. Caamaño, Adolfo Lagos, Francisco E. Ramírez, José Antonio Jaramillo, Hilario Calabrano, Domingo Olalqueaga, Manuel Jiménez, Manuel 2º Brito, Edmundo Pinto, Daniel E. González, Belisario López, Benigno Ruiz, Manuel A. Correa, Arnaldo Calderón, Pedro P. Muñoz, Daniel Orrego, César León Luco, Elías Garay, Ernesto Sepúlveda, Eladio J. San Martín, José M. Lucero y Desiderio, Huerta Solís; aspirantes, señores, Juan Ortega, José Dolores Zenteno, José D. Escobar, Galo González Chávez, Juan de D. Briceño y Pablo Morales. Batallón Búlnes Comandante, teniente coronel, señor José Echeverría; sargento mayor, señor Lucas Valero; ayudantes, tenientes, señores Francisco Abel Silva y David Núñez; capellán, Fray Juan C. Pacheco; capitanes, señores Ramón Corei, Juan C. Martínez, José Ramón Lira y Manuel Álvarez; tenientes, señores, Aurelio Castillo, José G. Santander, José Chacón y Eugenio Bravo; subtenientes, señores, Hilario Gómez, Manuel F. Bisquertt, José Orellana, Manuel Cerda, Pedro Nolasco Carvallo, Jorge Flavio Meneses, Alejandro Arenas, Víctor Estivil, Leonardo Aguayo y Alejandro Cáceres Martínez. Batallón Valdivia Comandante, teniente coronel, señor Lucio Martínez; sargento mayor, señor Joaquín Rodríguez; capitanes ayudantes, señores Horacio de Nordenflich y Roberto Souper; capitanes, señores Ramón Prieto Correa, Ernesto Gómez, Alberto Arco, Luís Aros, Belisario Troncoso y Tomás Guevara; tenientes señores Manuel Aldunate, Carlos Lalanne, Belisario Valenzuela, Elías Cruz Cañas, Jorge Carvallo y Arturo Brieva; subtenientes, señores Francisco J. Guevara, Francisco J. Ulloa, Manuel Lara, Rafael
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Anguita, Miguel de los Santos, José R. Robles, Segundo S. Bravo, Rodegundo Rojas, Justino Fontealba, Angenor García, Ricardo Vera y Enrique Soto. Batallón Caupolicán Comandante, teniente coronel, señor José M. del Canto; sargento mayor, señor Ramón Dardignac; capitanes ayudantes, señores Valentín Torres y Daniel León Prado; capitanes, señores Agustín Bascuñán L., Manuel A. Pereira, Juan Orbeta, Vicente Palacios B., Juan de Dios Prieto y Eduardo Bernales; tenientes, señores Roberto Pradel, Eduardo Kinast, Ismael Sotomayor, Alfredo Soruco, Carlos S. Lemm, Marcial Novoa y Alfredo Valdés; subtenientes, señores F. A. Montenegro, Luís A. Soto Aguilar, Zacarías Acuña, Víctor M. Bascuñán T., Natal E. Vega, Rafael Pemjean, Amador Orrego, Felipe Beraud, Agustín Peña, Ramón Aguirre Olivares, Ismael Pérez T. y Roberto López Castro. Regimiento Concepción Comandante, teniente coronel, señor José Seguel; segundo comandante, teniente coronel, señor Herminio González; sargento mayor, señor Enrique N. Astorga; capitanes ayudantes, señores Luís A. Saldes y Pedro José Vera; capitanes, señores Luís dell'Orto, Régulo Fernández, Alejandro Binimelis S., Juan Gregorio Tejeda, Manuel García C., José del R. Figueroa, Wenceslao Villar E. y Francisco Terro; tenientes, señores Emilio Moreno, Rodolfo Letelier, Celedonio Rodríguez, Rafael Benavente, Manuel M. Hodges, José María Pinto, José A. 2º Pradena y Juan Bautista Wornes; subtenientes, señores Salvador Montiel, Pedro A. Barra, Tomás de la Peña, Carlos Urrejola, Alfredo Cruzat, Nicolás 2º Gómez, Emilio Riesco, José María Olaro, Waldo Estrada, Daniel Novión, Alejandro Rosselot, Ricardo M. Vivanco, Juan Adaneson, Francisco Yuseff y Juan Bautista Espinoza; proveedor, señor Luís P. Alexander. Reserva General Comandante en jefe, teniente coronel, señor, Arístides Martínez. (Ayudantes, los de su cuerpo). Regimiento 3º de Línea Comandante, teniente coronel, señor José A. Gutiérrez; segundo comandante, teniente coronel, señor Federico Castro; sargento mayor, señor Gregorio Silva, capitanes ayudantes señores Pedro A. Urzúa y Pedro Novoa Páez; capitanes, señores Salvador Urrutia, Leandro Fredes, Ricardo Serrano M., Marcos José Arce, Rodolfo Wolleter, Avelino Valenzuela y Luís A. Riquelme Lazo; tenientes, señores, Luís F. Camus, Domingo Lais, José A. Silva O., Belisario Acuña, Oreste Vera, Adolfo González,
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Ramón Jiménez S. e Ismael L Larenas; subtenientes, señores Elías Arredondo, José Y. López, Francisco Meyer, Pedro N. Wolleter, Emilio Merino, Félix Vivanco Pinto, Francisco Lizana, Antonio, S. Fuller, Manuel Figueroa, Nicolás Opazo, Esteban 2º Barrera, José Agustín Pedraza, Valentín Cruzat, Ricardo Jara Ugarte, Emilio Bonilla, Lorenzo 2º Joffroy, Quiteria Riveros, Jovino E. Orellana, Alfredo Smith, José del R. Ulloa, José R. Santelices y Justiniano Boza. Regimiento de Línea Zapadores Comandante accidental, teniente coronel, señor Guillermo Zilleruelo; sargentos mayores, señores Manuel Contreras, José U. Urrutia, José Saavedra y Demetrio Carvallo; capitanes ayudantes, señores Abel Luna, Leandro Navarro y José Fidel Bahamondes; capitanes, señores Rafael Granifo, Juan José Gamboa, José de las N. Venegas, José Hilarión Gaspar, José María Villarreal, Carlos S. Barrios, Marco A. Valenzuela y Fenelón González; tenientes, señores Amador Moreira, Froilán Contreras, Ricardo Canales, Juan A. Maldonado, Césareo Muñoz, Isidoro Labra, Marco A. Almeida y Federico Weller; subtenientes, señores Pedro Pablo Toro, José Ignacio Contreras, Claudio Reyes, Manuel García L., Diego T. Urbina, Efraín Gallegos, Rodolfo Castro, Eduardo R. Wencire, Justo Pastor Salinas, Alberto Hurtado, Alejandro Ramírez, Alberto Saint-Ges, Eleazar Harbin, Luís R. Sotomayor, Julio Machicao, José Ignacio Prieto, Clodomiro Moreno y Ramón 2º Mascayano; aspirantes, señores Teodocio Aguayo, Juan José Canales y Luís Alberto Avaria. Regimiento Valparaíso Comandante, teniente coronel, señor José A. Marchant; segundo comandante, teniente coronel, señor Rafael de la Rosa; sargento mayor, señor Eugenio Pérez; capitanes ayudantes, señores, Néstor S. Ramos, José M. Saldivia, Javier Pérez Font, y Randolfo Goñi; capitanes, señores Roberto B. Rodríguez, Luís Fenovich, Braulio Lorca B., Ismael Gajardo, Alberto Prieto Zenteno, Arturo Gigovich, Santiago Benites y Enrique Pérez; tenientes, señores José M. G. Duguet, Juan O. Astorga, Benjamín P. de Vera, José Antonio Tornero, Federico 2º Barahona, Manuel M. Carmona, Eduardo A. Rojas y Carlos A. Redolés; subtenientes, señores Alfredo Baigual, Juan Antonio Silva, Justino Zelaya, Luís 2º Wargny, Narciso Celis Marín, Enrique Pollmann, José Daniel Tornero, Alberto Valdivia, Carlos D. Gana, Juan Dueñas, Carlos Escala, Guillermo Maldini, Norberto Pérez, Santiago Pollmann, Luís A. de Ferrari, Luís Alberto Garín, Daniel del Pozo, Arturo Condell y Jorge Herrera; aspirantes, señores Guillermo Lanyón, Juan Jullian, Ramón Frez, Rafael Zúñiga N. y Manuel Manterola. Artillería Regimiento Nº 1
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Comandante, teniente coronel, señor Carlos Wood; sargento mayor, señor, Ramón Perales; capitán ayudante, señor Benedicto Silva; aspirante, señor Luís Díaz Cruz. 1ª Brigada Capitanes, señores Arsenio de la Torre G. y Juan F. Riquelme; tenientes, señores Manuel Saavedra y Luís A. Díaz M.; alféreces, señores Nicanor de la Sota, Francisco Ravest, Rafael Bari, Alejandro, Ortiz L., Julio Frías, Aníbal Arriagada y Luís A. Plaza. 2ª Brigada Teniente coronel, señor Antonio R. González sargento mayor, señor José Lorenzo Herrera; capitanes señores Francisco A. Ruiz y Germán Rohde; tenientes, señores Rafael Casanova Z., Luís León Caballero y José Manuel Jofré; alféreces, señores Zócimo Arangua, Enrique Gándara, Luís Lecaros Neil, Samuel 2º Saavedra, Luís Sánchez F., Manuel A. López, Emilio Mujica, Ramón E. Gaete y Eduardo Gutiérrez; agregados, teniente, señor Julio Medina y subteniente, señor José Santos Ossa. Regimiento Nº 2 Comandante, teniente coronel, señor José Manuel 2º Novoa; segundo comandante, teniente coronel, Grdo. señor Santiago Frías; sargentos mayores, señores Emilio Gana, Manuel Jesús Jarpa, Eulogio Villarreal, Abel Gómez y Abelardo Gallinato; capitanes ayudantes, señores José Joaquín Flores, Filomeno Besoain, Gumercindo Fontecílla y Eduardo Sanfuentes; capitanes, señores José A. Errázuriz, Pablo de Montauban, Jorge Koeller Banner, Emilio F. Ferreira, Aníbal Wilson, José Manuel Ortúzar, Guillermo 2º Nieto y José María Díaz; tenientes, señores José Joaquín Aguirre, Jenaro Fredes, Lorenzo Sir, Juan B. Cárdenas, Caupolicán Villota, Santiago Faz, Juan Benzán, Alberto J. Sánchez, Roberto Silva R. y teniente de Marina, señor Luís Artigas; alféreces, señores Víctor Aquiles Bianchi, Arturo Castillo M., Pedro N. Vidal, Rodolfo G. Prat, Eduardo E. Sánchez, Zacarías Torreblanca, Armando Díaz, Virgilio 2º Sanhueza, Aníbal Fuenzalida, Isidoro Herrera, Manuel Caldera, Guillermo Flores, Federico Videla, Guillermo 2º Amstrong, Luís H. Alamos, Ricardo Aguilera, Reinaldo Boltz, José M. Benavides, Jorge Boonen R., Nicanor Bacarreza, José Antonio Riesco, Ricardo A. Venzan, Ricardo Donoso, Eusebio 2º Lillo, Laureano L. de Guevara, Santiago Solo Saldivar, Leandro 2º Becerra, Manuel J. Saldivar, Martín Ortúzar, Julio Albelo, José M. Luco O., Guillermo Mandioca, Arturo Ayala L., Carlos A. Muñoz, Julio C. Retamales, Julio Poisson, Moisés Jarpa M., Enrique Cardozo, José N. Calderón, Manuel Errázuriz, Pedro Campos, Roberto Goñi S., Manuel Arismendi, César López, Roberto Urizar, José Alberto Bravo y aspirante, señor Ernesto Cisternas. Caballería
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Regimiento de Cazadores Comandante, teniente coronel, señor Pedro Soto Aguilar; segundo comandante, teniente coronel, Grdo., señor José Francisco Vargas; capitanes ayudantes, señores Alberto Novoa G. y Sofanor Parra; capitanes, señores Vicente Montauban, Antonio León, Belisario Amor y Juvenal Calderón; tenientes, señores Gonzalo Lara, Rudecindo Palacios, José Miguel 2º Ríos, Abel P. Ilabaca, Agustín Almarza, Francisco A. Labra; alféreces, señores Rafael Avaria, José Tomás Urzúa, Luís Armarza, Carlos Souper, Federico Harrington, Ignacio Urrutia, Álvaro Alvarado, Ramón Araya, Pedro José Palacios, Benjamín Allende, Aníbal Muñoz, Enrique Valdés V., Francisco Cousiño. Agripino Vargas, Rafael Doren H. y José Antonio Aguirre. Regimiento de Granaderos Comandante, teniente coronel, señor Tomás Yávar; segundo comandante, teniente coronel, señor Francisco Muñoz Bezanilla; sargento mayor, señor David Marzan; capitanes ayudantes, señores Emilio Donoso y Rodolfo Villagrán; capitanes, señores José Luís Contreras, Amador Larenas, Mateo Carlos Doren, Temístocles Urrutia, Federico Yávar y Waldo Guzmán; alféreces, señores Ernesto Garzón, José F. Balbontín, Demetrio Polloni, Martín Larraín L., Benjamín Vergara, Pedro N. Hermosilla, Eduardo A. Cox, Abelardo Urizar, José M. Varela V., Nicolás Yávar J., Alejandro Rodríguez, Belisario 2º Daroch, Roberto Polhamm, Fernando 2º Ibarra, Jacinto 2º Urrutia, José F. Validebenito, Juan Ignacio García V. y Ángel C. Humeres. Regimiento Carabineros de Yungay Comandante, teniente coronel, señor, Manuel Búlnes; segundo comandante, teniente coronel, Grdo., señor José Alzérreca; sargentos mayores, señores Manuel R. Barahona y Julio García Videla; capitanes ayudantes, señor Roberto Bell y José A. Soto Salas; capitanes, señores José del C. Jiménez, Alejandro Guzmán, Ramón Terán y Severo Amengual; tenientes señores Aníbal Godoy, Daniel J. Hermosilla, Manuel Fornés y Francisco J. Herreros; alféreces, señores Filidor Martínez, Manuel Zúñiga, Tristán Stephan, Emilio Dueñas, Moisés Malvendas, Carlos Larraín, Idelfonso Alamos, Enrique Fornés, Enrique Sotomayor, César Montt Salamanca, Vicente del Solar L., Rodolfo Ovalle, Rafael H. Martínez y Miguel Ángel Reyes; aspirantes, señores Víctor Labbé y José Mateo Donoso. Comisaría del Ejército Comisario, señor Alfredo Christie; oficial mayor, señor Joaquín L. Gajardo; oficial 1º, señor Alfredo Montt y 3º, B. Ruiz Tagle.
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Comandancia de Bagajes Comandante, señor Francisco Bascuñán A. capitán, señor Segundo Fajardo; empleados, señores Pablo Vigneaux, Feliciano Encina, Benito Alamos, José Pinto Loche, Ernesto Cabrera, Juan Heskerth y Abraham Cabrera. Cuerpo de Sanidad Superintendente, Doctor, señor Ramón Allende Padín; secretario, señor Marcial Gatica; adjunto, doctor, señor Diego San Cristóbal; farmacéutico mayor, señor Exequiel Allende O.; Estadístico, señor, Eugenio R. Peña; Contralor general, señor Ambrosio Rodríguez; ayudantes, señores Daniel Riquelme, Ignacio Silva R., Elías Moreno R., Enrique Ramos, Salvador Castro, José M. Besoain, Juan R. Gaete y Basilio Romero Roa. 1ª Ambulancia Cirujano mayor, Dr., señor José Arce; farmacéutico, señor Amador Araoz; contralor, señor Manuel González G.; cirujanos primeros, señores, José del C. Contreras, Clodomiro González Vera, Juan Kidd, Salvador Feliú Gana, Ismael Rubilar y Domingo A. Grez; cirujanos segundos, señores Salvador Silva, Dositeo Oyarzún, Pedro C. Molina, Emeterio Letelier, Ismael Merino, Germán Valenzuela, Moisés Pedraza y Eustorjio Díaz; practicantes, señores Ismael Díaz, Jerónimo Guerrero, Vicente Rosende, Arturo Delfín, Romelio Pizarro, Ramón Barrientos, Nicanor Ugalde, Evaristo Hinostroza, Tomás Tovar, Cirilo Quinteros, Pablo Díaz, Vicente Soto, Ramón de la Paz, Manuel A. Fernández, Moisés Zúñiga, Eduardo Arrau, Arístides Mesa, Ernesto Pedraza, Carlos Reyes, José Venegas y Manuel A. Galán; practicantes de farmacia, señores Juan D. Cuevas, Eduardo Olivares, Lorenzo Miranda, Carlos Breberach, Efraín Aravena y David Herrera. 2ª Ambulancia Cirujano mayor, doctor, señor Ramón Gorroño; farmacéutico, señor Pedro P. Castillo; contralor señor Valentín Carvallo; cirujanos primeros doctores, señores Matías Aguirre, Pastor Álvarez, Federico Gacitúa, eralrio Salamanca, Víctor Alcérreca y José M. Ojeda; cirujanos segundos, señores Erasmo Castro, Juvenal Olivares, Emilio Aguayo, Augusto Lezaeta, Clodomiro Pérez C., Alfonso Klickmann, Fernando Orcastegui, Pedro Fierro Beytia, José del C. González, Emiliano Sierralta y Efraín Ferrada; practicantes, señores Juan de D. Guerrero, Marcelino Urbina, Pascual Vidal, Juan Rojas, Abdón Quezada, Belisario Bisquett, Víctor Salinas, Floro del C. Cáceres, Abel Pumarino, Guillermo Chueca, Juan N. Boza, Jenaro Marabolí, Justo P. Ramírez, Manuel González M., Ramón Bravo, Víctor Díaz, Pantaleón Cristi, José M. Aguirre,
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Adolfo Urzúa, Francisco J. Bravo y Francisco Pacheco; practicantes de farmacia, señores Manuel J. Cato, Juan E. Castro, Manuel Juárez, Anselmo Fuenzalida y Ramiro Rodríguez. 3ª Ambulancia Cirujano mayor, doctor señor Absalón, Prado, farmacéutico, señor Aureliano Oyarzún; contralor, señor Carlos Fagalde; cirujanos primeros señores, doctores Agustín Gana U., Manuel Sanhueza, David Tagle A., Francisco Ferrada; Juan de D. Pozo, Guillermo A. Soffia y Marcos Castro; cirujanos segundos, señores Mamerto del Campo, Eduardo Solovera, Alberto Araya, Juan P. Rojas, Justo P. Merino, José D. Donoso, Nicolás Palacios, Temístocles Roldán, Eduardo Martínez, Eloi Sandoval y Rodolfo León Lavín; practicantes, señores Wenceslao Pizarro, Manuel Gorigoitía, Salvador Román, José del C. Mansilla, Alberto Adriasola, Ramón Urbina, Hilario Sepúlveda, Eusebio Galdames, Francisco Donoso, Abelardo Herrera, Lindor de los Ríos, José Cicarelli, Moisés Chávez, Ángel 2º Artigas, Francisco Vergara, Manuel Riquelme, Francisco Hernández, Ambrosio Loma y Clodomiro Muñoz; practicantes de farmacia, señores Perfecto Elgueta, José Gregorio Silva, Toribio Barrera, Toribio Maluenda y Bernardino Vergara. Intendencia del Ejército y de la Armada Intendente general, señor Vicente Dávila Larraín; delegado de la Int. Gral. del Ejército y Armada, señor Hermógenes Pérez de Arce; secretario de la Delegación de la Int. Gral., Señor José María Oyarzún. Sección Contabilidad Jefe de la contabilidad, señor Álvaro F. Alvarado, Tenedor de libros, señor Manuel Pérez Izquierdo; Oficiales 1º señores Eliseo Dantón Julio, 2º Augusto Portaluppi, 3º Luís Alberto Ovalle y 4º Carlos Calvo; inspectores de servicios, señores Buenaventura Cádiz y Gustavo Redón; guarda almacenes, señores Aparicio Toro Martínez, Luís Macaya y Tancredo Riobó; ayudantes de almacenes, señores Abelardo Insulsa, Francisco Trujillo, Nazario Valdés, Jerónimo Ramos y Alejandro Besoain. Sección Proveedora Proveedores, señores Carlos Cuadra, José A. Villalón, Jelacio Escobar, Demetrio Muñoz, Arturo Santos, Germán de la C. Navarrete, Rafael Olano, Pedro J. Pardo, Jorge Knauff, Máximo Leites, Rafael Becerra, Pedro A. Gangas, José E. Celis O., Manuel A. Valenzuela, Egidio D. Correa, Santiago Mardones, Carlos Gallardo, Juan Ortega, Eugenio Pérez, José Santiago Calderón, José Santos Espinoza, Benjamín Cornejo, Julio
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Solar, Guillermo Knauff, Luís Próspero Alexandre, Juan M. Zamora, Abel Galeas, Isidro González R., Álvaro H. Alvarado, Ambrosio González, Federico Cuellar, Belisario Díaz, Felipe S. Meléndez, Ernesto Vivanco, José Miguel 2º Bahamondes, Daniel Urzúa y Domingo Quiroz; desembarcador, 1º señor Timoteo Campaña y 2º Pedro A. Torres; ayudantes, señores Luís Frugone, Eduardo Celis O., José Ignacio Contreras y José Luís Vidaurre. Sección de Correos Administrador de Lima, señor Antonio S. de Saldivar, Id del Callao, señor Enrique Herrera; ayudantes, señores Carlos O'Ryan S’, Daniel Escobar y Alberto Pacheco. Empleados Anexos Señor Manuel J. Vicuña, director de las panaderías portátiles; señor Joaquín Santa Cruz, Auditoria de Guerra, señor Eduardo Mars, ayudante del General Lagos; señor Luís E. Castro, jefe del rancho de los heridos y de las Ambulancias; señor José O. Rivadeneira, id., id.
Nº 4
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CAPITULO XXXI. En demanda del enemigo. El entusiasmo del ejército al culminar los preparativos del 12, raya en locura. La tropa se despide de las enramadas echándolas al fuego para apresurar el rancho. La recogida de bestias en los cuerpos de infantería, ordenada por el Estado Mayor, tiene sus ribetes cómicos; los soldados se despiden de sus camaradas burros que los transportaron desde los valles de Pisco y Cañete, en donde se encuentran por millares; otros, por tratarse de asnos jóvenes y gordos, prefieren comerlos antes de sufrir la separación. El rancho resulta sabroso y suculento; muchos asados de lomo y malaya de la plateada, figuran en la mesa de jefes y oficiales; los porotos con chicharrones de pollino hacen la delicia de los comensales. La orden del día dispone que irán únicamente montados los jefes y capitanes ayudantes, en el arma de infantería; de capitán abajo, a pie y rollo a la espalda, caramayola a la izquierda y morral a la derecha. A la s 4:50 se toca tropa; un grito ensordecedor, un sonoro viva Chile, saluda los aires de las cornetas, que dan traspaso a la banda, la cual rompe con alegres dianas. ¡Qué fiesta! ¡Que entusiasmo! ¡Que delirio! A las 5 P. M. en punto atención, derecha y redoblado. Los cuerpos de la Brigada Martínez, de la I División, desfilan por el puente de fierro o de Bellavista, en filas de a cuatro, frente al General, Estado Mayor y ayudantes, situados en la cabeza sur. Los jefes de mitades saludan con la espada y mandan: Vista a la izquierda. La tropa mira a su querido General, pero nadie chista; Manuel, Manuel, como le llaman cariñosamente los soldados, no transige con la disciplina; nadie despega los labios en las filas. Ahí permanece el General, firme, enhiesto, mirando bondadoso a los niños que marchan seguros de la victoria, conducidos por él. La tropa avanza al triunfo, con la fe del carbonero: la fuerza moral de Baquedano significa, éxito, victoria; no cabe duda, ni se admite discusión. Las Divisiones caminan paralelas por las tres carreteras que unen el valle de Lurín con el del Rimac. El camino de la izquierda, sale de San Pedro, recto al oeste, hacia Villa y el portachuelo de Santa Teresa; el del centro, une a Pachacamac, por los puentes de las Palmas y la Venturosa, con el boquete de San Juan y el camino de la derecha, que sale del puente de Bellavista, en dirección noroeste, al abra de Atacango, situada entre los cerros de Pamplona y el sistema de alturas que arranca de este punto hasta Monterrico Chico. Tan pronto como la 1ª Brigada entra a la Tablada, se pliega a retaguardia la 2ª, y el coronel Lynch manda a la División, seguir a paso de camino.
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Una compañía del 4º de línea cubre la vanguardia por la izquierda, en guerrilla; y otra del 2º, en la misma formación, por la derecha. Se toma esta precaución, no obstante que una gran guardia de Granaderos, al mando del mayor don Florentino Pantoja, vigila el frente enemigo desde el día anterior. La División avanza en cuatro escalones: Brigada Martínez 1º Escalón: Regimientos 2º de línea y Colchagua. 2º Escalón: Regimientos Atacama y Talca. Brigada Amunátegui 1º Escalón: Regimientos 4º de línea y Chacabuco. 2º Escalón: Regimientos Coquimbo y batallón Melipilla. Tras la infantería sigue la brigada de artillería del mayor, don Emilio Gana, compuesta de las baterías de los capitanes señores Gumercindo Fontecilla y José Antonio Errázuriz, del Regimiento Nº 2. Lleva como escolta medio batallón de infantes del Regimiento Artillería de Marina. Va a continuación el Parque Divisionario, con 200.000 tiros, en cien cargas de municiones, a cargo del mayor don Pedro Herreros. Cada carga consta de cuatro cajones, con 500 cartuchos por cajón. Marcha después el Bagaje, de 50 mulas, mandado por el capitán don Feliciano Encina. Cierra la cola de la columna, la primera Ambulancia, dirigida por el doctor don José Arce, con los capellanes. Se hace alto a las doce, a 5.000 metros del enemigo, según cálculo prudente, pues faltan puntos de referencia para la orientación; la noche se presenta clara, con luna llena aunque ya baja la masa blanca de la camanchaca, que al amanecer cubre la pampa como un sudario. Sin embargo, a la derecha, a la altura de la 1ª Brigada, se divisa una masa movediza que se confundo con las arenas; son los chinos del capitán Villarroel, que se arrastran, encargados de cortar los alambres de las minas y hacer estallar las bombas. A las 12 ½, el Coquimbo y el Melipilla, se desprenden del grueso; convergen a la izquierda hasta la playa de Conchán, cuyas sinuosidades siguen en dirección al Morro Solar, procurando pasar desapercibidos entre el mar y la guarnición de Villa. Llevan la misión de sorprender el flanco derecho enemigo y posesionarse de algunas cumbres elevadas, para distraer la atención de la División Iglesias, pues la exigüidad del efectivo impide tentar un golpe de más efecto. El comandante Soto, jefe de este escalón, destaca 100 hombres del Melipilla por el lado del mar; y se cubre por el otro con 100 hombres
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del Coquimbo, por el lado de Villa, a las órdenes del teniente don José del Carmen Soza y del subteniente don Alberto Morales Munizaga. Toca su turno a la II División. La 1ª Brigada Gana, pasa el río por el puente de madera frente a las Palmas; y la 2ª, Barboza, se corre desde Pachacamac a la banda norte del río, por el puente de la Venturosa. Reunidas ambas brigadas, el general Sotomayor se dirige al portachuelo de Atacango, en dirección a los cerros de San Juan, cuya línea atacará de frente. Forma en columna por batallones; a retaguardia, la brigada de artillería del mayor don Manuel Jesús Jarpa, con las baterías de los capitanes señores Eduardo Sanfuentes, Emilio A. Ferreira y Jorge von Koeller; las dos primeras por buen camino, la última por cerros y quebradas tortuosas. Sigue a continuación el Parque, comandante el mayor don Félix Urcullu, con 100 mulas cargadas de municiones, es decir, 200.000 tiros. Después, el Bagaje, con 50 mulas, a las órdenes del capitán don Pablo Vigneaux. Cierra la cola la 2ª Ambulancia, cuyo jefe, el doctor don Ramón Gorroño, prodiga sus esfuerzos para avanzar con seis carretones y una centena de burros y chinos, por el posado camino seguido por la División; pero llega a tiempo para atender a los primeros heridos. Y más atrás los capellanes divisionarios. La III División cruza el puente de Buenavista en pos de la I y toma la huella Pachacamac - Lima; a medio camino, se carga al oriente, para desembocar en el portachuelo situado entre los cerros de San Juan y los de Pamplona. El coronel Lagos dispone los cuerpos en columnas por batallón; en primera línea a la 1ª Brigada, coronel don Martiniano Urriola; y en segunda a la 2ª Brigada, comandante don Francisco Barceló. Viene a continuación la artillería, comandada por el teniente coronel don Antonio R. González, con la Brigada del mayor don Lorenzo Herrera, compuesta de las baterías de los capitanes don `Francisco Ruiz y teniente don Manuel Jofré, del Regimiento Nº 1. El General agregó a esta División una brigada de artillería de campaña, del Regimiento Nº 1 de Artillería, a las órdenes del propio comandante don Carlos Wood. Marcha a continuación el Parque, con 100 mulas, a cargo del mayor don Emilio Contreras; y en seguida, el bagaje, 50 mulas con su jefe el capitán don Segundo Fajardo. Cierra la cola la 3ª Ambulancia, jefe, el doctor don Absalón Prado, que conduce sus carretones y burros por la ruta de la artillería; acompañan a la Ambulancia los capellanes divisionarios. Sotomayor y Lagos se cruzan en la Tablada; éste se detiene para dar paso a la II División, que se dirige a los cabezos de San Juan, y luego continúa a rebasar a Pamplona por el portachuelo de Atacango. La Reserva cruza el puente de fierro como a las once; anda a buen paso por la Tablada, hasta ponerse a la altura de Lynch, por la derecha, a las 2 P. M., debido al buen estado de la carretera Lurín -San Juan. Lleva a retaguardia, 100 mulas, con cajones de municiones de artillería, y un completo de infantería; jefe, el mayor don Exequiel Fuentes.
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Después, marchan 50 mulas del bagaje, con útiles, herramientas y repuestos de artillería. Manda la sección el capitán don Benito Alamos. Los capitanes de bagaje cargan los distintivos de tales, para los efectos de la obediencia de sus subordinados, sin figurar en los escalafones del Ejército, ni de la guardia nacional. La artillería de campaña atraviesa el río a ocho cuadras de Bellavista, por un vado prolijamente estudiado con anticipación. Comanda estas fuerzas el Director General de artillería don José Velásquez; de las tres brigadas, desprende una que el general envía de refuerzo al coronel Lagos; con las otras dos, sigue rectamente al norte a la cadena de cerros frente a San Juan, al punto elegido como observatorio por el general en el reconocimiento del 6. Estas brigadas llevan como doscientas mulas de silla y carga, al pelo, para reemplazar bajas de artillería, parque, ambulancia, etc. Tras los cerros del Observatorio se sitúa la caballería, al mando del Comandante General del Arma, comandante don Emeterio Letelier. El General, su secretario y ayudantes, el jefe de Estado Mayor y los suyos; el ministro de la guerra y su comitiva, salen de San Pedro a media noche a trote corto, llega al Observatorio a las 2 ½ A. M. envuelto en una cerrada camanchaca, que impide ver a cuatro pasos. Acompañan también al General los agregados militares extranjeros, en comisión de sus respectivos gobiernos para seguir las operaciones. De Francia el teniente primero don E. León; de Inglaterra, el capitán de fragata don William A. Ackland; de Estados Unidos, el capitán de corbeta don H. Mallend y de Italia, el teniente primero don Effisia Ghighoth. Figuran igualmente en el Cuartel General, el Superintendente del servicio sanitario, doctor don Ramón Allende Padín; el vice, doctor don Diego San Cristóbal; el secretario, don Marcial Gatica; el Intendente General del Ejército y Armada, don Vicente Dávila Larraín y su secretario; y el capellán mayor, presbítero don Florencio Fontecilla. El capitán, don Juvenal Calderón, con 100 Cazadores sirve de escolta al Cuartel General y Estado Mayor. De orden superior, queda de guarnición en Lurín, el capitán don Tristán López, con dos compañías del Curicó; un pelotón de Granaderos, al mando, del teniente, don Enrique Padilla; y otra del parque, con el alférez agregado, don Pedro Nolasco 2º Letelier. Los almacenes encierran valiosas existencias, de la intendencia y parque, para transportar al campo de batalla, tan pronto como descarguen las recuas de las divisiones, para volver a Lurín a establecer un servicio regular de acarreo. Quedan igualmente unos 200 enfermos, incapacitados para la pesada marcha nocturna, a los cuales se les dejan sus rifles y municiones por si necesitan batirse como ocurrió en Yaras, donde los enfermos defendieron el hospital, atacado por los montoneros.
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Consignamos aquí las observaciones de un distinguido militar, relativas al establecimiento de las tropas chilenas en el valle de Lurín, que implican una velada censura al alto Comando Chileno. El 15 de Mayo de 1910, el entonces mayor de ejército del Perú, don Enrique F. Ballesteros, leyó en la Biblioteca Militar un notable trabajo titulado “Estudio de la Batalla de San Juan, librada el 13 de Enero de 1881”. Al terminar el análisis de la composición de las fuerzas de Chile, acampadas en la margen sur del río Lurín, condensa su pensamiento en las siguientes Observaciones: a) ¿Por qué al desembarcar el ejército chileno en la caleta de Curayaco durante los días 22, 23, 24, 25 y 26 de Diciembre, eligió las márgenes del río Lurín, como punto de estacionamiento de sus tropas? Sencillamente porque dicho lugar era el único en las cercanías del desembarcadero elegido, que reunía todas las condiciones indispensables para un vivac. En primer lugar, el río Lurín presenta todos los caracteres de una magnífica posición de combate; en segundo, el valle suministra abrigo contra la intemperie y el sol; en tercero, ofrece recursos de toda especie de las cuales el más importante es el agua. b) El ejército chileno cometió la falta de no fortificar esta línea, de no constituir allí una especie de campo atrincherado. Esta precaución era de la más alta importancia, puesto que el campo atrincherado debía ser la base de operaciones del cuerpo expedicionario. Allí debían ser instalados los almacenes del ejército, los hospitales, los talleres de reparaciones; y allí reunirse, si la suerte de las armas le era contraria, para oponer una última resistencia al enemigo, y embarcarse bajo, la protección de la retaguardia. c) Tampoco se cuidó de asegurarse varios pasajes en el río para el caso no probable de una retirada. Entrañaba peligro combatir con un río invadeable a la espalda, provisto de un solo puente. En la guerra nada se deja al acaso; hay que preverlo todo. El río Lurín era pasaje obligado para el ejército chileno, en caso de una retirada, a fin de ganar su escuadra. Figuraos, pues, cual habría sido la suerte de las tropas chilenas si hubiesen sufrido un serio descalabro en su ataque a la línea de San Juan, si una enérgica reacción ofensiva del ejército peruano le hubiera arrojado sobre el río. Aglomerados sobre el único puente de que podía disponer, era imposible que pudiera salvarlo sin enormes pérdidas; talvez si su destrucción completa hubiera sido el epílogo de la batalla. Hasta aquí las observaciones del señor mayor Ballesteros. Estarnos en completo acuerdo con él, en la bondad del valle de Lurín, para campamento de nuestro ejército. (Observación a). Con respecto a la observación b, el Estado Mayor Chileno se convenció por sus repetidos reconocimientos, de que el adversario no abandonaría sus líneas fortificadas, para empeñarse en un avance aleatorio, desprendiéndose voluntariamente de las ventajas de sus atrincheramientos. En cuanto a la observación c, sentimos que el señor Ballesteros no conozca el terreno de la casa.
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Había tres puentes sobre el río Lurín, los tres utilizados por el ejercito chileno en su avance del 12; el de fierro en Buenavista y los de madera en las Palmas y la Venturosa. Además, nuestros ingenieros encontraron varios vados seguros y cómodos. Nuestra artillería de campaña pasó el río algunas cuadras al oeste del puente de fierro, y las carretas de las ambulancias hicieron otro tanto por vados diferentes. Donde atraviesan cañones y vehículos de dos ruedas, pueden hacerlo con facilidad los infantes, aunque con el agua a las caderas. La claridad de la luna orienta a nuestras divisiones en marcha; después de las 2 A. M. la camanchaca dificulta el desfile, en ese mar sembrado de montículos de arena, cruzado por quebradas, bajos y mesetas irregulares, que se entrelazan y revuelven en todo sentido, extraviando al viajero en ese dédalo de ondulaciones movedizas. Reina un profundo silencio; no se siente el más ligero ruido de caramayolas o yataganes semeja una marcha de fantasmas, con las capuchas del capote caladas; en la espesa masa de la niebla no se percibe el leve movimiento de árboles que agitan sus hojas, ni el suave arrullo de los pájaros, en esa pampa desolada y muerta. El general se muestra contento; espera caer de sorpresa sobre el enemigo para arrollarlo antes de darse cuenta del ataque. Desgraciadamente, un bestia, un mozo del servicio sanitario, llamado Manuel Tapia, cuyo fin se ignora, emprende la marcha atrasado, cruza por entre todas las divisiones, atraviesa las avanzadas de vanguardia, y el cordón de Granaderos de descubierta frente al enemigo y cae estúpidamente en la guardia de Iglesias, apostada frente a Villa. He aquí lo que dice un testigo ocular de lo ocurrido: “La noche del 12, el coronel Lorenzo Iglesias, que estaba de jefe de día se introdujo en el sector de su hermano, el Ministro de la Guerra, para tomar una taza de té en su compañía. Aquí supo aquel jefe que una de las avanzadas establecidas por Iglesias, había capturado un soldado chileno perteneciente a la ambulancia, que se había extraviado. Sometido a un interrogatorio declaró el prisionero que el ejército chileno se había puesto en marcha desde las cuatro de la tarde de ese día con el objeto de atacarnos a la madrugada del siguiente”. Dicho soldado fue remitido a la presencia del Dictador. (Mariscal Andrés A. Cáceres. La Guerra entre el Perú y Chile Pág. 94. Imprenta Internacional, Madrid.) El Generalísimo interroga personalmente al ambulante Tapia y se cerciora del avance del ejército chileno. Comunica la noticia por telégrafo a los comandos de las grandes unidades; se iluminan los postes de la línea de batalla con faroles de colores y los fuertes lanzan los cohetes de señales convenidas para denunciar el avance del enemigo. El Morro el Faro comunica la noticia a los comandos superiores por el telégrafo Morse de luces. Los jefes aprontan las tropas para entrar en combate; los cuerpos abandonan los acantonamientos y pasan a ocupar el lugar designado en las líneas de trincheras, listos
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para romper el fuego; los artilleros cargan las piezas y rabiza en mano esperan la orden de disparar. El incidente malogra la sorpresa y denuncia al enemigo la cercanía del avance chileno; pero como ello constituye un factor secundario, utilizable o no, según las circunstancias, el desarrollo del plan de batalla, se lleva a efecto en conformidad a las instrucciones impartidas a los jefes divisionarios, en las dos reuniones celebradas en el Cuartel General, y en el reconocimiento del día 6, sobre el terreno. El coronel Lynch descansa con su División a 3.000, metros de los atrincheramientos contrarios, para ponerse en marcha a las 3:45 de la mañana. Los capellanes solicitan un momento para confortar espiritualmente a la tropa; Lynch hace estrechar las distancias de las columnas; los capellanes exhortan a media voz a la gente para que cumpla su deber para con la Patria y la religión. Esos hombres, fuertes, enérgicos, valientes, con sus armas rendidas y descubiertos reciben la absolución con emocionante respeto. Y no es para menos en tan solemnes instantes, en que se recuerda a los seres queridos, al hogar de la patria lejana, sin saber si en breve dormirá el sueño del cual no se despierta. Quien asegure que no ha sentido miedo en esos momentos, falta a la verdad. Tener miedo no es cobardía; el valor consiste en dominar, en vencer al miedo; si es oficial, para conducir con calma y seguridad a la tropa confiada a su dirección; sí es soldado, para prestar atento oído a las órdenes de su oficial, obedecerlas ciegamente y cumplirlas sin vacilaciones. A las tres y tres cuartos, el coronel avanza con su División en tres secciones a la misma altura. La derecha, con el 2º de línea en guerrilla y el Colchagua a retaguardia en columnas por compañía para atacar el morro de la derecha de Santa Teresa; el centro, con el Atacama en guerrilla y el Talca en columnas, en segunda línea, destinados a conquistar el morro occidental de Santa Teresa; y la izquierda, con el 4º de línea desplegado a vanguardia y el Chacabuco a retaguardia para asaltar la hacienda de Villa, y el camino real entre el portachuelo de su nombre y los cerros occidentales que se alzan a retaguardia de Villa, como primeros contrafuertes de la serranía comprendida desde Punta del Fraile y Punta Chorrillos. El medio batallón de Artillería de Marina custodia la brigada de artillería Gana, de la División. El Regimiento Coquimbo y el Batallón Melipilla se desprendieron oportunamente del grueso, para deslizarse por la playa, entre Villa y el mar, y atacar los atrincheramientos y fuertes del Morro Solar, o sea, el sector más imponente del I Cuerpo de Ejército del coronel Iglesias, Ministro de la Guerra. A la altura de la División Lynch se destaca la silueta de los buques conducidos por el almirante Riveros, para proteger el ala izquierda de nuestra línea, “Blanco”, “Cochrane”, “O’Higgins” y “Pilcomayo”, que se mantienen sobre la máquina frente a caleta Chira.
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El Dictador Piérola había confiado la organización de la línea de batalla al general don Pedro Silva, jefe de Estado Mayor, perfectamente secundado por su segundo, coronel don Ambrosio J. del Valle. El señor Silva reúne las cualidades requeridas para las altas funciones de su cargo; trabajador activo, infatigable, se esmera en formar un Orden de Batalla bastante sólido, capaz de rechazar los asaltos del enemigo que viene resuelto a conquistar la posición. Se preocupa, en consecuencia, de aumentar la potencia de los atrincheramientos y la eficiencia de las zanjas, reductos y parapetos. Al efecto, toma las siguientes disposiciones: Los comandantes de Cuerpo de Ejército responden, respectivamente, del frente de los suyos, tomando las medidas oportunas en cualquiera emergencia, sin perjuicio de la vigilancia del Estado Mayor, respecto a la parte exterior de la línea. Los jefes de batallón formarán parapetos para aumentar la defensa de las posiciones naturales, remitiéndoles abundante provisión de herramientas y sacos vacíos. Como el enemigo ha de procurar el asalto, en las primeras horas de la mañana, se ordena que todos los cuerpos estén listos para combatir con manta a la cintura, permaneciendo en su lugar de descanso, desde las 4 A. M., todos los días, hasta después de reconocido el campo. Se proporcionarán víveres a la tropa para un rancho adelantado, con la prevención de que concluido de cocinar el segundo de cada día, se proceda inmediatamente a hacer lo mismo con el primero para el siguiente, a fin de que la tropa lo tome antes de entrar en combate y tenga más resistencia para la fatiga. A fin de facilitar el movimiento rápido del ejército, en todas direcciones, los ingenieros, día y noche, abrirán caminos y colocarán puentes. El día 12, ordena pasar revista de armamento, vestuario y equipo, para remediar las deficiencias, especialmente en la dotación de municiones. Juzgando posible que el enemigo intente forzar el paso por la izquierda, abre una zanja en el espacio llano comprendido entre la culata de los morros de San Juan, que ocupa el Batallón Ayacucho Nº 83, y el primero de los de Pamplona, hacia la Palma, y consiguientemente a Miraflores, para lo cual se colocan también piezas explosivas a retaguardia de las enunciadas posiciones de Pamplona, así como en el portachuelo que desciende de los mismos puntos de Pachacamac y Lurín por el abra del Morro de Papa y San Francisco por Tebes. Ocupa la derecha e izquierda de este camino el coronel Negrón, con una fuerte columna de la guardia civil, y 200 hombres escogidos del Batallón Canta, para dominar el abra divisoria del Morro de Papa, de las lomas de San Francisco. Juzgando que el enemigo procure el ataque a medida que la luna toque a su conjunción al amanecer, para aprovechar durante la noche toda su plenitud y poder, para poner en movimiento sus fuerzas, después de haber estado con S. E. el jefe Supremo en Chorrillos, regresa en la tarde a San Juan, y hace consignar en el santo, las significativas palabras siguientes: “Enemigo - Pretende - Sorpresa”.
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Tan pronto como el ambulante chileno se ratifica en el dicho de que el general Baquedano avanza con sus tropas, el jefe de Estado Mayor peruano se comunica con los cuatro comandantes de los Cuerpos de Ejército, les impone de la noticia y les ordena alistarse para recibir al enemigo que se presentará al amanecer. Hace saber la proximidad de la batalla a los jefes de los Ejércitos del Norte y Centro, señores general don Ramón Vargas Machuca y coronel don Juan Nepomuceno Vargas, que se encuentran, el primero, con su jefe de Estado Mayor, don Guillermo Billinghurts, al pié del Morro Solar y el segundo en las vecindades de la Escuela de Cabos. Estos jefes conservan el mando económico y técnico de su ejército; el Comando de los Cuerpos de Ejército, I, II, III y IV, se relaciona únicamente con el mecanismo táctico de las tropas en la próxima acción. El general Silva conferencia personalmente con cada uno de los cuatro Comandantes en jefe, los cuales esperan al enemigo en su puesto, en acecho de que presente blanco, para ordenar romper los fuegos. El día 11, la orden general designa jefe para las agrupaciones de artillería transportable, emplazada en la línea de batalla. La artillería gruesa conserva su antigua organización, a las órdenes siempre del coronel don Arnaldo Panizo. La transportable se refunde en dos regimientos, uno a lomo, mandado por el coronel don Pedro Lafuente, con 800 hombres de efectivo; y otro rodado, comandante el coronel don Exequiel de Piérola, con dotación de 400 plazas. Las agrupaciones quedan, de derecha a izquierda, con los siguientes jefes y piezas de artillería. I Cuerpo de Ejército Marcavilca, dominando la playa de Conchán y adyacentes, 4 Grieve mayor don José Ambrosio Navarro. Chorrillos, cuatro Vavasseur; mayor don Raimundo Arinaga. Retaguardia de Marcavilca, mirando a los cañaverales de Villa y a Chorrillos, cuatro Grieve; mayor don Mariano Vicente Chávez. Derecha de las colinas de Santa Teresa, 15 White, 4 Grieve, 4 Wlagely, 1 Armstrong, 2 Vavasseur; teniente coronel don José R. Puente y mayor don Mariano Casanova. (Anteriormente se explicó lo de los 4 Wlagely) Izquierda alturas de Santa Teresa 4 White, 12 Grieve, 2 Selay; mayor, don Ramón Dáñino. IV Cuerpo de Ejército Derecha de los cerros de San Juan, 8 White, 2 Grieve; teniente coronel don Eloy Cabrera. Cerro del centro de San Juan, 11 White, 2 Grieve; mayor don Daniel Garcés.
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Izquierda de San Juan, 10 Grieve; mayor don Guillermo Yáñez. III Cuerpo de Ejército Cadena de cerros de Pamplona, derecha, 4 Grieve, capitán don José Palomino; izquierda, 4 Vavasseur, teniente coronel don Mericeno Odisio. Además, se emplazan 8 White en Monterrico Chico, a cargo del coronel don Ruperto Delfín, y 4 en la Rinconada. No funcionaron. Durante el avance pausado y silencioso, los soldados se fijan que adelante se mueven bultos blancos, como un hato diseminado que escarba la tierra. Son los chinos del capitán Villarroel que buscan las minas, señaladas por objetos brillantes, cajas de conserva, botellas discos de lata, etc., atados por alambre a cubos de hierro, enterrados a profundidad, cargados con una, dos y a veces diez libras de dinamita, asentados los tales cubos sobre un depósito de bicromato de potasio, cuyo fulminante estalla por la simple presión del pié. Había también minas de grueso calibre, unidas por alambre a los atrincheramientos, de donde se las hacia saltar por contacto eléctrico. Estos chinos prestan muy buenos servicios al entrar en la zona minada. Con la calma propia de los amarillos, ubican las señales y enseguida cortan los hilos conductores; ocurre que no obstante sus precauciones estallan algunas minas; un chino menos; los demás no se preocupan del compañero - talvez lo envidian - pues, irá a resucitar a Cantón porque la primera tarea de los sobrevivientes al otro día, fue sepultar piadosamente a los compañeros, para evitar que su espíritu vague en el espacio, hasta que su cuerpo no repose en el seno de la madre tierra. La II División del coronel Sotomayor vence sumas dificultades para acercarse a los cerros de San Juan; el camino lleno de zanjas, lomas y quebradas de arena movediza, cansan a la tropa, que se ve obligada a prodigar los altos para respirar. Las mulas de la artillería se atascan y otras ruedan con la carga al cruzar las empinadas laderas. Estas dificultades y la pérdida de una media hora que empleó en tomar la huella el batallón Chillán, que se había empampado, contribuyen a que el general Sotomayor no se presente en el momento fijo en el punto designado. La III División necesita recorrer mayor camino que las otras dos; la artillería de campaña demanda rudo trabajo para desenterrar las ruedas perdidas hasta los ejes; las seis y ocho parejas de caballos necesitan el auxilio de yuntas de bueyes para salvar los malos pasos. El coronel Velázquez, previendo, tales accidentes, destina varías yuntas de bueyes para este servicio, y las pesadas piezas de campaña no experimentan retraso. El coronel Lagos, acostumbrado a luchar con la naturaleza, llega a tiempo para ejercitar su acción sobre los cerros de Pamplona y los portachuelos que dan paso a la pampa del Cascajal, que se extiende hasta las líneas fortificadas de Miraflores. El ejército se encuentra a tiro de las tropas adversarias, que bien parapetadas, esperan la voz de mando, para fusilar de mampuesto a los atacantes.
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CAPITULO XXXII. San Juan. La I División chilena contra el I Cuerpo de ejército peruano. La línea peruana permanece en acecho, lista para romper el fuego tan pronto como aparezca el enemigo. El Dictador Piérola, con uno de sus hijos y su ayudante, coronel don Octavio Chocano, recorre, desde las 11 de la noche, la línea de Ate a San Juan, temeroso de que Baquedano se deje caer por la izquierda. Como a las 3 de la mañana, concluye esta inspección, en San Juan, en cuyo frente encuentra al coronel Cáceres, revistando su gente, y ordenándola para entrar en batalla. Media hora después, se sienten los primeros disparos por el lado de Iglesias. El Dictador se traslada a la izquierda de la línea; el general Silva permanece en Santa Teresa, con todo su Estado Mayor, para dirigir desde allí la batalla, pues durante la noche llevó él sólo la dirección del Ejército. Estado Mayor General Jefe, general don Pedro Silva; subjefe, coronel don G. Ambrosio J. del Valle; coroneles, señores Rafael Ramírez, Exequiel González, Felipe N. Huguet, Manuel E. Velarde, Pedro, J. Miota, Enrique Carrillo, jefe de la Sección Servicios, Jesús D. del Valle, jefe de la Sección Artillería, y Federico Solar; tenientes coroneles, señores Juan de Dios Quintana, Manuel Miota, Máximo Benavides, Eduardo Burguens Baldizán, Manuel Benavides, Ricardo de la Hoz, Manuel Merino y Juan de la C. Verástegui; mayores, señores José Rojas, Jenaro Delgado, Samuel Palacios, José Carrillo, Leandro Gómez, Toribio Montoya, José Luís Elcobarrutia, Pedro Risco, Exequiel Llague, Manuel Cavero y Narciso Vidaurre; capitanes, señores Pedro Carrillo, Juan M. Gall, Buenaventura Palma, Fenelón Darvlines; tenientes, señores Estanislao Peña, Arístides Cárdenas, Víctor Venates, N. Farcelledo, Manuel Cisneros, Simón La Mar, Germán Etchecopar; alféreces, señores Carlos Aróstegui, Eulogio Casanova, Juan S. del Campo, Lautaro Ovalle Arrieta, Arístides Ovalle Arrieta, Carlos Pánara y Adrián Aranda. Lynch empieza a moverse en dirección al enemigo, a las 3:30 A. M., desde su último descanso a 5.000 metros del adversario. A las 4 A. M., estrecha la distancia a 2.000 metros. La Artillería de Iglesias rompe los fuegos sobre la I División. Sigue poco después la infantería sin eficacia alguna, pues los rifles Peabody sólo alcanzan a mil ochocientos metros. La camanchaca desciende paulatinamente y cubre los morros que orientan la puntería de los cañones enemigos.
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Lynch avanza hasta los mil metros. Las balas contrarias hacen algunas bajas, pero en general los tiros pasan altos. A esta distancia, Gana emplaza su brigada y las dos baterías contestan a las contrarias situadas al sur del abra de Santa Teresa, y sobre los dos cerros, occidental y oriental, de esta posición. Se traban en duelo las artillerías. El coronel Lynch conduce todavía en silencio, sin preocuparse de los proyectiles enemigos, a las tres secciones de sus fuerzas: A la derecha, el 2º de línea, en dispersión, en primera fila, y al Colchagua, en 2ª, en columna de compañía. Al centro, el Atacama en guerrilla y el Talca en 2ª fila. El coronel don Juan Martínez manda ambas secciones, que pertenecen a su Brigada. A la izquierda, el 4º de línea, en guerrilla, y en 2º fila el Chacabuco, a las órdenes del jefe de la 2ª Brigada, coronel don José Domingo Amunátegui. La otra mitad de esta Brigada, Coquimbo y Melipilla, marchan por la playa a atacar el Morro Solar por el flanco. Cubre el frente de Villa, el coronel Rosa Gil, con el Batallón Callao, que se repliega sobre el grueso, tan pronto como denuncia la aproximación del enemigo. Lynch ordena fuego a los 300 metros. La tropa dispara y avanza sobre las posiciones contrarias. La izquierda de la División se compromete con el coronel don Mariano Noriega, que dispone de los batallones Guardia Peruana Nº 1, Cajamarca Nº 3 y 9 de Diciembre Nº 5 que forman la derecha del I Cuerpo de Ejército. El centro chileno, choca con el coronel don Manuel Rejino Cano, jefe del centro enemigo, con los batallones Tacna Nº 7, Callao Nº 9, Libres de Trujillo Nº 11; y nuestra derecha, con la izquierda peruana, comandada por el coronel don Pablo Arguedas, con los Batallones Junín Nº 13, Ica Nº 15 y Libres de Cajamarca Nº 21. La artillería peruana del I Cuerpo de Iglesias, truena desde las 4 A. M. A las 4 1/2, contesta la nuestra, compuesta de las dos baterías de la Brigada Gana. No obstante su inferioridad, apaga algunas piezas contrarias y destroza los parapetos de Villa, cubriendo el avance de nuestra infantería. La División Noriega, cuenta con doce piezas; cuatro del mayor Navarro, cuatro del mayor Arinaga y cuatro del mayor Chávez. La 2ª División Cano dispone de 26, del comandante Puente y del mayor Casanova. Y la tercera, Arguedas, 18 del mayor Dañino. Total 156 bocas de fuego, de la artillería transportable, con 20 ametralladoras a la que se unen las piezas de grueso calibre del coronel Panizo, con campo de tiro para todas las líneas. El combate se hace rudo por ambas partes. La arena movediza de los flancos empinados del centro e izquierda enemigas, y el nutrido fuego de mampuesto de sus rifles y ametralladoras, dificultan grandemente el
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avance chileno. Amunátegui consigue más ventaja por la izquierda, desalojando al enemigo de las casas de Villa, y arrojándole a las líneas atrincheradas de los collados orientales del morro. Son las 5 ½ de la mañana. La situación de Lynch, se torna difícil, sobre todo, que no siente la acción de la II División Sotomayor, por la derecha. Envía al fuego a la Artillería de Marina, escolta de los cañones de Gana, a sostener el centro, cuyo avance se debilita y comunica al General su situación. Baquedano, que desde el ápice del cerro del Observatorio, sigue las peripecias de la acción, envía orden al comandante Martínez para apoyar a Lynch con la Reserva, antes que lleguen los ayudantes de éste a solicitar apoyo, porque nota que Cáceres desde el centro auxilia la izquierda de Iglesias. El comandante Martínez conduce la Reserva al fuego. El Valparaíso refuerza al Atacama y Talca; el coronel don Juan Martínez, jefe de la Brigada, al sentirse sostenido, ordena cargar a la bayoneta; los tres regimientos se lanzan al asalto, y se traba un combate al arma blanca con feroz encarnizamiento. El coronel Cano cede el campo y Martínez se adueña de los atrincheramientos. Zapadores, entra por la izquierda; Amunátegui, reforzado, hace tocar ataque, y limpia las trincheras de las primeras estribaciones del Morro, sostenidas aun por una segunda y poderosa línea situada más arriba. El 2º y Colchagua, desarrollando el máximun de arrojo y heroísmo, están a punto de dominar las alturas de las Canteras, en donde se concentra numerosa infantería enemiga. Apoyados por el 3º, asaltan las trincheras. Ambos contendores luchan a muerte, en un ciego cuerpo a cuerpo; no se da ni se pide cuartel; aquello se convierte en atroz carnicería. Por fin, los asaltantes, se apoderan de la posición apoyan sus rifles en las trincheras y empieza la caza de fugitivos. Se hace notar por su heroico comportamiento la cantinera del 2º, María Ramírez, prisionera en Tarapacá, libertada en Tacna. Sale de Lurín con un barrilito de jerez con agua, y atiende a los heridos con toda abnegación, hasta que se agota el contenido. Concluido el jerez, al oír el toque de calacuerda, toma el rifle de un herido y se lanza al asalto gritando “¡Síganme, muchachos!”. Terminada la faena de las Canteras, 2º y Colchagua arman pabellones y descansan. Iglesias ve deshecho el centro y las alas, pero no se descorazona. Reúne los restos do sus batallones; hace retirar un Vavasseur del centro y lo envía a Chorrillos, custodiado por el Escuadrón del comandante Barredo, escolta presidencial, que S. E. había puesto a sus órdenes. Forma una línea con los Batallones Guardia Peruana Nº 1, coronel, don Carlos de Piérola; Libres de Trujillo Nº 11, coronel don Justiniano Borgoño; Callao Nº 9, mayor don Juan Ochoa y Tarma Nº 7, coronel don Francisco Mendizábal; y los dispersos de otros y retrograda, batiéndose en retirada, hacia las laderas del Morro, la Calavera y Salto del Fraile, vecinas al balneario de Chorrillos; abandona toda la primera línea de
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Villa y Santa Teresa, cubierta de muertos y heridos entre aquellos, el coronel don Pablo Arguedas, jefe divisionario de la izquierda, caído alentando a los suyos. La 4º sección de Lynch, comandada por don José María 2º Soto, compuesta del Regimiento Coquimbo y Batallón Melipilla, unos 1.409 hombres, se desliza por la playa, sin que le aperciban las descubiertas enemigas de Villa. A las 5 A. M., más o menos, una guerrilla recibe al destacamento de vanguardia, con descargas cerradas, a unos 300 metros de distancia, las que no contesta; sigue al trote y asalta la trinchera, que abandona el enemigo para refugiarse en una segunda. Entra el primer batallón del Coquimbo, bajo un horroroso fuego; Lynch se bate contra las fuerzas de Santa Teresa y Villa; Soto recibe las descargas de la División del Morro. La ascensión es áspera y brava, pero los mineros no desmayan. Reforzado el primer batallón por el segundo y después por el Melipilla a cargo del comandante Balmaceda, consigue, con crecidas pérdidas llegar a la altura vecina del Morro Solar, a las 8:30 A. M. Algunos cuerpos peruanos descienden a la quebrada que separa ambos morros, para desalojar a los asaltantes; pero antes de media hora de enérgica resistencia, abandonan su intento y se ponen a cubierto en la planicie superior del morro Solar. Son las nueve de la mañana. La 1ª Ambulancia, del doctor Arce, entra en funciones a la iniciación de la pelea. El doctor Arce reparte su efectivo en tres trozos, que curan a los heridos, a medida que caen, los colocan en las camillas que llevan armadas, en número de 120, mientras se preparan las de reserva. A las 9 A. M. al cantar victoria, la División, no queda a retaguardia un solo herido sin la primera curación. Después establece grupos de concentración: El primero a cargo del cirujano 1º don Clodomiro González Vera en el lugar donde cayeron los primeros heridos; el 2º a la derecha, donde fue más recia la pelea, a las órdenes del cirujano 1º don Domingo A. Grez; y el 3º, ya en el valle, con los doctores señores Salvador Feliú, Juan Kidd y Juan Manuel Salamanca. Todos ellos se acompañan de sus cirujanos 2º y practicantes correspondientes. La 1ª Ambulancia trabaja hasta las doce de la noche, hora en que habiendo atendido los mil doscientos heridos, salen grupos de ambulantes a recorrer el campo de batalla hasta el amanecer. En la mañana reciben los heridos caldo, carne cocida y té caliente, pues la ambulancia lleva bueyes en pié y los útiles necesarios. La cuarta sección del comandante Soto no lleva servicio de Sanidad, por la descabellada disposición del Ministro de la Guerra, al suprimir los cirujanos de cuerpo. Por fortuna, el cirujano del Coquimbo, doctor David Perry, no abandona al Regimiento de su provincia y se enrola en él como voluntario. Merced a esta abnegación, los heridos del Coquimbo y Melipilla reciben a tiempo la primera curación, antes de ser conducidos a las ambulancias establecidas en el valle.
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Una vez tomadas las alturas de Santa Teresa, el General ordena al comandante Martínez que reorganice y forme la Reserva al lado de las casas de esta Hacienda, en previsión de cualquiera ocurrencia. La II División chilena contra el IV Cuerpo peruano. Las Brigadas 1ª y 2ª de la II División cruzan el Lurín respectivamente, por los puentes de las Palmas y la Venturosa, y operan conjunción en la margen derecha del río. El general Sotomayor toma el camino de Atacango; salva la cuesta agria y fatigosa de este nombre y penetra a la Tablada. Dentro de ésta pampa se encuentra con la III División; el coronel Lagos le cede el paso hacia el cordón de cerros de San Juan, objetivo de Sotomayor. A esta altura del camino, la 1ª Brigada marcha directamente al oeste pero la 2ª, al rodear un montículo de arena, se compromete entre vericuetos, quebradas y colinas de arena muerta que le originan una pérdida de tiempo preciosa y la distancian de la 1ª Brigada que hace alto para esperarla. Reunidas nuevamente, hay que prolongar el descanso, pues la tropa de la 2ª Brigada viene sumamente fatigada, por su laboriosa marcha. Por esta razón, el general Sotomayor levanta su campamento a las 4:45 A. M., cuando Lynch camina en demanda del enemigo desde las 3:45. Sotomayor al sentir cañoneo a su izquierda, hace avanzar rápidamente su División, a la cual buscan diversos ayudantes del Cuartel General, enviados por el Superior Comando sin encontrarla, desorientados por la camanchaca. Precisamente, desemboca su vanguardia en los momentos en que el General ordena al comandante don Arístides Martínez entrar al fuego con la Reserva. El coronel Gana, comandante de la 1ª Brigada, al encontrarse frente a los cerros de su objetivo, despliega en guerrilla al Regimiento Buin, sostenido en segunda línea por los Regimientos Esmeralda y Chillán. Sotomayor dispone entonces que la Brigada Barboza se despliegue a la derecha de Gana, con el Regimiento Lautaro de primer escalón, el Regimiento Curicó de segundo y el Batallón Victoria de tercero. Al desplegarse el Buin bajo una lluvia de balas, resuena un viva Chile, entusiasta y ensordecedor, gritado por la Brigada. Al fin van a pelear los buines, que habían quedado siempre de reserva, cosa que les tenía molestos. Sus compañeros de línea y aun los movilizados distinguidos, como el Atacama y Coquimbo, les interrogaban acerca de cuando las echaría el Buin. El despliegue bajo el fuego merece el calificativo de soberbio, conservando la distancia de hilera a hilera, con la precisión de una parada. El comandante don Juan León García, a caballo en el centro del Regimiento, destaca su figura, como guía de dirección a la línea do batalla.
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El coronel don Andrés Avelino Cáceres, comandante del IV Cuerpo de Ejército, tan pronto como tiene conocimiento de que el enemigo ha salido de Lurín en demanda del ejército peruano, recorre el sector de su mando y prepara la gente para la lucha. El IV Cuerpo, cuenta tres Divisiones: A la derecha, la del coronel don Domingo Ayarza, con los batallones Lima 61, Canta 63 y 28 de Julio 65; al centro, la División del coronel don Manuel Pereira, con los batallones Pichincha 73, Piérola 75 y Lamar 77; y a la izquierda, la División del coronel don Domingo Iglesias, con los batallones Arica 79, Manco Cápac 81 y Ayacucho 83. Estas unidades constituían las Divisiones I, III y IV del ex ejército del centro, comandado por el coronel don Juan Nepomuceno Vargas, achacoso guerrero de la Independencia. Las posiciones de San Juan se hallan defendidas por tres cerros norte a sur, altos los de los extremos, inferior el del medio. Sobre el de la derecha, se emplaza la artillería del teniente coronel don Eloy Cabrera, 8 piezas White y 2 Grieve. El mayor don Miguel Garcés ocupa el cerro del centro, algo avanzado a vanguardia con 11 cañones White y 2 Grieve. El cerro de la izquierda se halla coronado por diez piezas Grieve, a cargo del mayor Guillermo Yáñez. Cuenta, pues, el coronel Cáceres, con 33 bocas de fuego, distribuidas en justa proporción; diez a la derecha, trece al frente y diez a la izquierda. Parapetos y zanjas cubren el frente del IV Cuerpo; a su izquierda se cavó un zanjón para comunicar el cerro norte de la cadena San Juan, con el cerro sur de la cadena Pamplona y ocultar ahí un cuerpo de infantes encargados de sorprender por el flanco a los enemigos empeñados en el ataque frontal del IV Ejército. Esta zanja, de tres metros de alto por otros tres de profundidad, se labró en gran parte por un promontorio desenfilado, que estaba a la vista por la izquierda. Al píe de cada cerro, tanto en éste como en los otros dos Cuerpos de Ejército, se enterraron tubos cargados de explosivos, que al estallar, producían una gran columna roja, visible de todos los campamentos. Tenía por objeto comunicar a los demás fuertes que la posición había caído en poder del enemigo y que debían romperse los fuegos sobre ella desde los fuertes dominantes. El Dictador estuvo como a las 2 A. M. en la meseta central. Después de conversar acerca de la situación, el señor Piérola le pregunta: ¿Cree Ud., que nuestros soldados se porten bien? Si su bravura corresponde a su aspecto exterior de gente robusta y vigorosa, responde Cáceres, y si obedecen a pesar de su escasa instrucción, creo que podemos dar serio trabajo a los chilenos. La contestación satisface al Dictador, que parte a recorrer el ala izquierda con su numeroso séquito, en el que figuran los generales, Buendía y Segura; el contralmirante Montero; el secretario, capitán de navío, don Aurelio García y García, el secretario, don Julio Lucas Jaime, boliviano, y muchísimos coroneles y jefes de distinta graduación.
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Después llega el General Silva jefe de Estado Mayor General, cuando ya se disparaban los primeros tiros en la zona de Iglesias. Son las 4:30 A. M. Se establece en un cerro de la derecha, impartiendo orden, con su ayudante, teniente coronel Benavides, a Cáceres, para que colocado como se hallaba al centro de la línea, atendiese con las fuerzas de su mando a derecha e izquierda, sosteniendo a todo trance sus posiciones. Dispone igualmente, que el Parque, situado en el Barranco, transporte el mayor número de municiones a la línea. Aun no aclara; baja del cerro y envía orden al coronel Suárez de acercarse con la Reserva para acudir más pronto al lugar que reclama su apoyo. El fuego se hace general en la línea; como nota desde el cerro del Observatorio, que el claro entre la culata de los morros de San Juan y Pamplona, puede ser forzado por las fuerzas contrarias, marcha a prevenir al coronel Dávila que envíe dos cuerpos al costado del Ayacucho Nº 83, último batallón de la izquierda de Cáceres, para conservar el contacto. Desde luego, el coronel Dávila envía a dicho puesto al batallón Libertad. Cáceres está bien preparado para recibir a los buines, que en guerrilla empiezan la ascensión, por una empinada loma, sin disparar un tiro; el primer batallón de frente, guía al centro y el segundo envolviendo a la División Ayarza que forma el ala derecha del IV Cuerpo de Ejército. He aquí, como describe este solemne momento, el señor don Julio Lucas Jaimes, secretario privado del Dictador Piérola, testigo presencial de la marcha del Buin. “Al amanecer del día 13, acompañando al Director Supremo, recorríamos nuestras líneas, y cuando la II División de Uds. se desplegaba frente a las nuestras para el ataque, yo estaba en las trincheras de San Juan. Estas trincheras las habíamos preparado con anticipación; todo parecía estar previsto para evitar nos las quitarán; la fosa estaba defendida por una no interrumpida línea de soldados, todos ellos bien armados con fusiles modernos y de largo alcance; municiones, además de las cananas, se habían repartido en cajones abiertos y colocados de trecho en trecho; la artillería emplazada en los lugares más adecuados. En fin, todo nos hacía creer en la imposibilidad de que pudiera llegar hasta allí el ejército chileno, porque tenía que atravesar la prolongada y pendiente pampa, que hacia las veces de glacis a nuestras trincheras. El amanecer sorprendió a la II División de ustedes fuera del alcance de nuestros rifles; pero luego se hicieron ver los soldados y desplegado sus líneas se preparaban para el ataque. Nosotros estábamos persuadidos de que triunfaríamos, dadas las condiciones ventajosas de nuestras posiciones. Terminado el despliegue, una larga línea en formación paralela a nuestras trincheras, marcha hacia nosotros en el más correcto orden de formación. Cuando ya la teníamos a tiro de rifle, rompimos sobre ella un tremendo fuego de toda nuestra línea; la II División, parecía no hacer caso y seguía avanzando; los nuestros redoblaban el ímpetu; pero en nada cambia la situación; esa División con sus famosos
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buines seguía impertérrita; aquellos soldados parecían fantasmas o como que fueran de plomo y que las balas no les hiciesen daño. Siguen y siguen avanzando, hasta que, llegando a los 300 o los 400 metros, rompen el fuego y se nos vienen encima como unos leones. Aseguro a Uds. que ante un ataque como ese, no hay carne que no tiemble y que es bien difícil resistir tal empuje. Llegan, suben, saltan la trinchera; se les derriba, pero otros nuevos los reemplazan y antes de mucho y después de una encarnizada lucha cuerpo a cuerpo, tuvimos que ceder el campo”. (Almirante Silva Palma Crónicas de la Marina de Chile, Santiago 1913 Páginas 197 y 198.) El señor Jaimes describe lo ocurrido tal como sus ojos lo vieron; a fe que su relato se basa en la más estricta verdad. En efecto, el Buin rompe los fuegos a 300 metros, cuando el coronel Ayarza le hace numerosas bajas. Como los buines no cejan, el general Silva se dirige personalmente a la Reserva que se ha acercado al gramadal de San Juan y ordena al coronel Suárez refuerce el centro. Suárez manda al batallón Huanaco Nº 17, que entra con denuedo; pero cae herido su jefe el coronel don Pedro Mas y el cuerpo se desorienta y retrocede. El general Silva ordena entonces al subjefe de Estado Mayor, coronel don Ambrosio J. del Valle, que refuerce el centro con el Paucarpata Nº 19, de la Reserva, que es recibido con nutrido fuego de las tropas chilenas. Cae muerto su primer jefe el coronel don José Gabriel Chariarse; la tropa acobarda, se desbanda y arrastra a gran parte del Huanaco. En el mismo momento es herido el coronel Aguirre, jefe de la División. El Esmeralda y el Chillan desplegados a la derecha del Buin atacan con furia el morro norte del sector Cáceres, cuya defensa sostiene el coronel Lorenzo Iglesias. El general Sotomayor, que ve al Buin bien sostenido en su flanco izquierdo por el 3º y el Valparaíso, desocupados ya de la tarea de Santa Teresa, oblicua la 2ª Brigada de Barboza al abra comprendida entre el IV y III Cuerpo de Ejército, que había mandado reforzar el General Silva con el Batallón Libertad. Al hacerse cargo de esta maniobra, el general Silva corre al portachuelo amenazado y con el Canta refuerza la retaguardia del Ayacucho. Barboza lleva el ataque con tanta rudeza que avienta los batallones Libertad, Ayacucho y Canta, no obstante las numerosas minas que estallan al paso de las tropas; y dispersa a las columnas de la Guardia Civil allí destacadas. Silva no desalienta. Llama al coronel don Augusto Barrenechea y al teniente coronel don Lorenzo Rondón y los envía con sus escuadrones respectivos de caballería, a sostener al coronel Canevaro, que se bate defendiendo la derecha del III Ejército, en los cerros de Pamplona que dan vista al portachuelo amagado. Y todavía, ordena al coronel Morales Bermúdez, que avance con su brigada de caballería a restablecer el orden en dicho portachuelo; pero el coronel nada remedia, porque el abra se encuentra ya en poder de Barboza.
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Cáceres hace prodigios de valor; recorre sus líneas y anima a su tropa. Viendo que se sostiene Ayarza y que Pereira conserva el control del centro, acude a la izquierda, donde el coronel don Lorenzo Iglesias acaba de ser arrollado por los Regimientos Chillan y Esmeralda, cuyo frente despeja el certero fuego de la Brigada Jarpa, que dispara salvas por baterías. Y todavía, se ve enteramente flanqueado por la Brigada Barboza. Cerciorado de que la izquierda está perdida, regresa al centro, que encuentra en poder del enemigo; un oficial le noticia de que también derecha corre en dispersión, una vez caído en su puesto el coronel Divisionario don Domingo Ayarza. El Buin había clavado la primera bandera chilena, en las posiciones enemigas, hazaña que valió el empleo de capitán, al sargento Rebolledo. En menos de tres horas de rudo pelear, el coronel Cáceres veía su IV Ejército enteramente destrozado y sus efectivos en completa fuga en distintas direcciones. Se encontraba impotente ante la situación; sin soldados, con solo sus ayudantes, sobre una pequeña colina, rodeada por el enemigo que por diversos caminos ocupa la Hacienda de Santa Teresa. Logra escapar con su séquito, por un camino de atraviesa en dirección a Surco. Suárez recibe orden de replegarse a Escuela con el resto de la Reserva. Tan pronto como la II División inicia el combate, el jefe de la 2ª Ambulancia, doctor don Ramón Gorroño, hace alto y distribuye sus seis cirujanos primeros y 11 segundos con sus respectivos practicantes, para efectuar las primeras curaciones, en tanto se descargan y arman las camillas, conducidas en seis carretones. Gorroño da orden estricta de no dejar a retaguardia herido alguno, sin la debida curación. En el trayecto, desde el lugar en que empieza el combate, hasta la meseta del portachuelo, se curan, recogen y trasladan en camillas, 313 heridos, los cuales almuerzan dieta caliente antes de medio día. La III División chilena contra el III Cuerpo de Ejército peruano El coronel don justo Pastor Dávila cerraba la izquierda de la línea de batalla, con el III Cuerpo de Ejército, situado en los cerros de Pamplona, limitados al norte, por el camino de Lurín - Pachacamac a Chorrillos, al oeste por la pampa del Cascajal, al sur por los cerros de San Juan, portachuelo de por medio, que separa ambos sistemas de cerros, y al oriente la Pampa Grande, continuación de la Tablada. Entre los cordones de San Juan y Pamplona, el terreno se hace plano en una buena extensión y da salida a una avenida de Lurín a Pachacamac, que pasando en su prolongación hasta la Palma, en la línea de Miraflores, conduce a este balneario y a Lima. En esta abra se cavó la zanja defensiva ya descrita, para contacto de la izquierda del IV Cuerpo con la derecha del III.
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El señor Dávila cuenta con tres Divisiones. Ocupa la derecha el coronel don César Canevaro, comandante de la 5ª División del ex Ejército del centro, compuesta de los batallones Piura Nº 67, Dos de Diciembre Nº 69 y Libertad Nº 71. El coronel don Fabián Merino, jefe de la IV División del ex Ejército del Centro, manda el Centro, con los batallones Cazadores de Cajamarca Nº 85, Unión Nº 87 y Cazadores de Junín Nº 89. Cierra la izquierda la División Volante, coronel don Mariano Bustamante, engrosado por el batallón movilizado Nº 40. Al terminar la cadena de Pamplona, se extiende un portachuelo, cruzado por el camino real de Pachacamac a Lima, a través de la Pampa del Cascajal y la Calera de la Merced. Este camino pasa el boquete entre dos cerros, denominados de la Papa, el del sur y San Francisco, el del norte. Ahí se dio colocación al coronel Negrón, con una columna de la Guardia Civil, con la consigna de defender el portachuelo hasta morir. Esta ala izquierda se alargaba todavía más al norte, pasando por Monterrico Chico, en donde se destacaron dos columnas de la Guardia Civil, y la columna de Honor del coronel don Manuel Velarde, hasta llegar a la Rinconada, defendida por el Batallón Pachacamac y el 14 de la Reserva de Lima. Esta ala, tanto más débil, cuanto mayor era su extensión, tiene poca artillería para su defensa: Cerro sur de Pamplona, 4 piezas Grieve, del capitán don José Palomino. Cerro norte de Pamplona, 4 Vavasseur, del coronel don Mariano Odicio. Monterrico Chico, 4 White, que no entraron en acción. Rinconada, 4 del mismo sistema, que tampoco dispararon. El coronel Lagos, retrasado en la Tablada para dar paso a la División Sotomayor, activa la marcha, hasta entrar a Pampa Grande, situada entre la Tablada y los cerros de Pamplona; hace alto y da descanso a la tropa, dispersando al mismo tiempo una guerrilla enemiga que hace fuego por su derecha. Como debe recorrer mayor camino que las otras dos Divisiones, levanta el campamento a las 3 A. M., atraviesa Pampa Grande hasta colocarse a 800 metros del cordón de Pamplona. Da nuevo respiro a la tropa; ordena al comandante del Nº 1 de artillería poner a su brigada de campaña en batería e iniciar el bombardeo de los atrincheramientos enemigos. Despliega en guerrilla los Navales y el Regimiento Aconcagua como 1ª línea de batalla al mando de Urriola, jefe de la Brigada. Sigue en segunda línea Barceló, con los Regimientos Santiago (de línea) y Concepción, y batallón Búlnes. Se guarda como reserva, bajo su propia dirección, los batallones Valdivia y Caupolicán. Avanza 300 metros más y ordena romper los fuegos a la Brigada de montaña González y lanza los infantes al ataque sobre los cerros de Pamplona.
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La embestida, propia de Lagos, es rápida y audaz. Asalta de frente la línea y en una hora se adueña de las posiciones. Santiago y Concepción, rompen el centro, lo dispersan y se establecen sobre los atrincheramientos; el Búlnes, Victoria y Caupolicán, avientan a la División Volante, rodean la izquierda, rebasan la línea y los defensores encuentran su salvación en la fuga. Canevaro se sostiene más tiempo; pero, tomado entre los fuegos de Barceló y Urriola, abandona el campo y corre en dispersión hacia Miraflores. Los Navales y Aconcagua, desocupados, se cargan a la izquierda, y acompañan a la derecha de Sotomayor a destrozar la División Iglesias, que constituye la izquierda del IV Ejército de Cáceres. Dávila da aquí pruebas de jefe templado; reúne sus tropas, las contiene y se retira con ellas por el camino de Surco en dirección a Miraflores, único punto de refugio que lo resta, dejando buen número de prisioneros, entre ellos el coronel don Fabián Merino, jefe del centro, con algunos ayudantes. El General observa las fases de la acción en todos sus períodos; tan pronto Sotomayor se enseñorea de las alturas enemigas, corre al cerro central de San Juan y desde ahí abarca nuevamente el campo de batalla en toda su extensión. Divisa a Lagos próximo a coronar el cordón de Pamplona; le envía a Carabineros de Yungay para que utilice esta caballería en su oportunidad. Lagos, vencedor, ordena cargar a Búlnes tras las tropas de Dávila que buscan asilo en Miraflores, en tanto el General, hace cargar a Letelier, con Granaderos. Ambos regimientos hacen estragos, destrozando cuantas fuerzas encuentran en la Pampa del Cascajal, hasta enfrentar a Tebes, sobre el camino real a Lima, por Calera de la Merced, bajo los fuegos de la infantería parapetada en las líneas de Miraflores. En una de esas brillantes cargas, el comandante Yávar cae herido de muerte a la cabeza de su Regimiento. Baquedano exige a la caballería toda la eficiencia en el campo de batalla. Manda a Cazadores que atraviese el portachuelo de San Juan, efectúe una conversión a la izquierda y limpie de enemigos los potreros de Santa Teresa, por donde huyen restos do las divisiones de Iglesias y Cáceres, en dirección a Chorrillos, hacia donde había retrocedido la Reserva del coronel don Belisario Suárez. Lagos, militar experto y avezado, reúne sus tropas sobre las posiciones conquistadas, las forma, las revista, y las dispone para entrar nuevamente en batalla. Ordena armar pabellones. La 3ª Ambulancia, salida de Lurín adscrita a la III División, a las órdenes del doctor don Absalón Prado, hace alto tras la artillería de Wood, al sonar los primeros disparos; pero a las 5:30 avanza hasta el lugar de despliegue de la infantería. Iniciada la acción, divide el cuerpo médico a sus órdenes en seis pelotones, al mando respectivamente de los cirujanos primeros, señores Agustín Gana U., Manuel Sanhueza, David Tagle Arrate, Francisco Ferrada, Juan de] Pozo y Guillermo Castro, para efectuar las primeras curaciones y seguir adelante, para no quedar distanciados de los atacantes que avanzan con celeridad asombrosa. Siguen en pos, las cuadrillas de
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camilleros recogiendo los heridos ya curados para conducirlos al lugar de concentración establecido por el doctor Prado tras un fuerte, en las alturas orientales de San Juan. Aquí se descarga el material y se radica la Ambulancia bajo la vigilancia del doctor Gana Urzúa y su sección. Los cinco pelotones restantes, con todo el personal y el doctor Prado a la cabeza, recorren el sector de combate de la III División, gran parte de la II, movilizando heridos hacia la ambulancia, en donde se les atiende con camilla confortable y dieta caliente. La Batalla ha terminado con una espléndida victoria. El General baja a las casas de Santa Teresa, donde se eleva el guión del Comando Supremo. Ordena que la I División permanezca en sus posiciones; que la II baje a Santa Teresa y la III a San Juan, a esperar órdenes.
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CAPITULO XXXIII. Chorrillos. El General, liquidado el enemigo en toda la línea, se impone de la situación táctica de ambos ejércitos. Tiene al frente al coronel Iglesias con efectivos respetables en el Morro Solar, cerro de la Calavera y Salto del Fraile; la Reserva se ha replegado sobre Chorrillos y gran número de derrotados se parapetan en la población, para disputarla al enemigo existe contacto entre la línea fortificada del Morro y Chorrillos los peruanos tienen libre el ferrocarril a Lima, para el transporte de hombres, municiones y víveres; el puerto cerrado con torpedos y minas impide el acceso a la escuadra chilena; y por fin, por el flanco derecho se cierne la amenaza de un ejército atrincherado y fresco, cuyo número se calcula, pero no ce conoce, que puede venirse encima, sea para reforzar a los defensores del Morro Solar y Chorrillos, sea para buscar la revancha de la derrota matutina, en una nueva acción contra tropas naturalmente cansadas y empeñadas en batalla aun no resuelta, en definitiva. Esto, con respecto al enemigo. Con relación a su ejército, el General toma en cuenta las siguientes circunstancias: 1ª La tropa debe haber consumido la ración de fierro que se le repartió para dos días. De todas maneras, necesita avituallar al ejército para el tercer día y siguientes. 2ª El gasto enorme de municiones exige urgente reemplazo. 3ª Los víveres y animales en píe traídos por el Bagaje, los consumen los numerosos heridos, cuyo número supera a los más prudentes cálculos. 4ª La bahía de Chorrillos se halla obstruida por líneas fijas de torpedos y minas. 5ª Esperan frente a la costa de Chira numerosos buques cargados de víveres y municiones, listos para desembarcar una vez conquistado un lugar de acceso. Se impone la conquista de Chorrillos y por lo tanto la del Morro Solar, que domina y defiende la población, donde se atrinchera el enemigo; precisa el levantamiento de las defensas submarinas, para facilitar la entrada de la escuadra a desembarcar los elementos necesarios e indispensables para continuar las hostilidades; hay que arrebatar el dominio del ferrocarril a Lima y una vez establecido sólidamente, se tomarán las medidas conducentes a la destrucción del ejército enemigo atrincherado en Miraflores. Sabido es que el General estudia con calma las situaciones que necesita resolver pero una vez tomada su decisión, la persigue, fija y rectamente; allega al logro de sus fines, cuantos elementos tiene a mano, para su objetivo. Considera indispensable la captara del puerto de Chorrillos, y toma rápidamente las medidas para alcanzarla. Ordena hacer alto a las Divisiones II y III y Reserva en el terreno que ocupan, para que los comandantes organicen sus tropas, las descansen y amunicionen, y que la I
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División continúe la persecución contra Iglesias, acogido a las inexpugnables posiciones del Morro Solar. Concentra la artillería de Velásquez en la Poblada, y la caballería de Letelier en un potrero al norte de Santa Teresa. Varios críticos censuran al Alto Comando la decisión de tomar al asalto a Chorrillos y al Morro, cuando, dicen, podía sitiar a éste y bombardear el puerto, hasta rendir ambas posiciones. De esta manera, agregan, se habría economizado la sangre que costaron estas conquistas. Es fácil y pintoresco trazar batallas y ganarlas en el papel, y hacer comentarios después de ocurridos los hechos. La literatura abundante y copiosa de los estrategas aficionados, mueven los ejércitos, que obran con asombrosa oportunidad. Pero el General decidía en conformidad a la situación táctica del momento y a la necesidad de terminar la acción antes de la llegada de la noche, en un terreno desconocido para él y perfectamente estudiado por el enemigo en sus más ínfimos detalles, con las distancias medidas y los accidentes marcados con anticipación. Más aun, debía atender a las exigencias de curación y alimentación de cerca de dos mil heridos, asilados provisoriamente en las tiendas de las ambulancias, cuyos útiles y medicamentos sólo podían reponerse con las existencias de a bordo. A liquidar la situación, se dice el General. En verdad, correría mucha sangre; pero el éxito ante todo; la esencia del mando consiste en asegurar la victoria. A las nueve de la mañana, Lynch se empeña seriamente en las faldas orientales del Morro. El 2º y el Colchagua trepan por la derecha; el Atacama y el Talca por el centro; el 4º y el Chacabuco por la izquierda. La tropa lleva cuatro horas de continuo pelear; sin dormir la noche anterior, caminando con todo el equipo, sin tiempo para hacer rancho, agobiada por un sol de fuego, asciende alturas inaccesibles, coronadas por fortificaciones que vomitan granadas y metralla y lluvia de balas de ametralladoras y rifle; tanto esfuerzo la tiene cansada, aunque no desalentada. Los jefes y oficiales en primera fila; los coroneles Lynch y Urrutia a la cabeza, sirven de estímulo y entusiasman a la gente. Los peruanos se laten con bravura y se alientan, al ver que por la línea férrea se divisan tropas y un tren blindado hace fuego de cañón. Lynch avanza, aunque pausadamente; consigue tomar dos reductos y algunas trincheras, en que se pelea a bayoneta limpia; y aquí se hace fuerte. Van seis horas de combate. Los infantes disponen de pocos cartuchos y los cañones de Gana cesan el fuego, y retroceden por el agotamiento de municiones. La situación se torna crítica; solicita refuerzos. En tanto, acribillado de frente, determina tocar retirada; la línea retrograda haciendo fuego, con decisión y sangre fría. Iglesias ordena entonces un violento contra ataque; hace bajar al coronel Borgoño, que acomete con violencia, rechazando la línea chilena en una extensión de diez cuadras y procura deshacerla con la potencia del nutrido fuego, especialmente de ametralladoras y artillería.
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El avance peruano resulta brillante; pero es triste consignar, que se mancha con el asesinato de los heridos quedados en el campo, como el del capitán von Molke, conducido en hombros de su asistente y rematados ambos al arma blanca. En tales circunstancias, se sienten sonoros vivas por el sur y un violento fuego de fusilería. El comandante Soto emprende un vigoroso ataque de flanco, tan pronto como el oficial vigía le anuncia la retirada de Lynch. Iglesias detiene los cuerpos que lleva en refuerzo de Borgoño; se vuelve furioso contra Soto y lo agobia con un aluvión de proyectiles arrojados de alto a bajo, de mampuesto. El Coquimbo y el Melipilla, maltrechos, buscan refugio en la altura anterior, para rehacerse. Tres veces repite Soto la atrevida maniobra y las tres fracasa; pero consigue detener a Iglesias. Baquedano, atento al desarrollo de la acción, manda avanzar a la Reserva y la 2ª Brigada Barceló, de la III División; en esos momentos Lynch, hace entrar al fuego al Atacama, ultima fuerza de que dispone y se clava en el puesto. El comandante Martínez, ante la inminencia del peligro, procede de su propia inspiración y acude en sostén de la I División, con los Regimientos Zapadores y Valparaíso, dejando de refuerzo al 3º, de suerte que cuando le llega la orden de reforzar, ya estaba en medio de la pelea. Lynch, respira; Gana surtido de municiones avanza con su Brigada y abre un vigoroso bombardeo sobre el Morro, conjuntamente con las piezas de campaña de Velásquez, que tapan de granadas las mesetas del Morro y atrincheramientos vecinos. El comandante Martínez entra en línea a las 10 ½ A. M. por la derecha de la I División, con vivo fuego de avance. Lynch, apoyado, ordena el asalto general. Mientras tanto, al otro lado de la cadena de cerros del sistema del Morro, se desarrolla una ceremonia impresionante. El comandante Soto toca llamada de oficiales. “Señores, dice, el coronel Lynch, debe estar en retirada; no se siente fuego. Hay que restablecer el combate escalando el Morro. Los tres batallones marcharán de frente, columna de compañía: el Batallón Melipilla a la derecha; el 1º Coquimbo al centro; el 2º a la izquierda. Yo iré veinte pasos al frente, con la bandera del Regimiento; si el enemigo me la quita, ustedes darán cuenta a su provincia”. El viejo comandante forma los tres batallones en columna cerrada; avanza veinte pasos al frente, la espada en la diestra y la bandera en la siniestra, y grita; ¡a la carga! a los acordes de la diana de las bandas de músicos y los sones de calacuerda, de tambores y cornetas. Una horrorosa descarga, cuya primera víctima es el bravo Soto, recibe a los asaltantes; muchos caen; no importa; adelante va la bandera; y los mineros conquistan la meseta a la bayoneta, bravamente defendida por los cuerpos de la División del coronel Noriega, que mueren en su puesto, sin echar paso atrás. En esos precisos momentos resuenan por el norte y oriente los gritos de ¡victoria! ¡victoria! ¡adelante!.... ¡viva Chile! contestan los melipillanos y coquimbanos.
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Es Lynch que llega; dos soldados le sostienen el caballo de la rienda para impedir que ruede por el pino desfiladero. Se forma un círculo alrededor de la meseta, centro de la resistencia enemiga. El coronel Iglesias, Ministro de la Guerra y Comandante del I Cuerpo de Ejército, rinde su espada, para cortar el torrente de sangre derramada. Se ha batido como un león, durante siete horas, sin esperanzas de ser socorrido. El I Cuerpo de Ejército ha llenado heroicamente la misión de defender a su patria, pues entre sus crecidas bajas, figura el coronel don Pablo Arguedas, comandante de la III División; los tenientes coroneles N. Pinto, de administración, Manuel Odicio de artillería, muertos. Heridos los coroneles señores Carlos de Piérola, Justiniano Borgoño, Joaquín Berna], Francisco Mendizábal y numerosos jefes y oficiales. Junto con el coronel Iglesias, se rinden los de igual graduación Guillermo Billinghurts, Arnaldo Panizo, Miguel Valle Riestra, José Rueda y unos cien jefes y oficiales de toda graduación. La artillería continúa su nutrido fuego de granada, ignorante de la rendición del Morro; muchas estallan sobre la cabeza de amigos y enemigos. Un teniente del Coquimbo nota que flamea una gran bandera peruana; sube por el asta, sostenida por los tenientes señores Juan Rafael Jofré, Rafael Varela, y los subtenientes Guillermo Arroyo y Alberto Morales Munizaga; corta la driza con el corvo y baja la gran bandera. Nuestros artilleros acallan los disparos. El Coquimbo se siente orgulloso de este trofeo; hará compañía en la sala de sesiones de la I. Municipalidad, de la Serena, al estandarte del Real Regimiento de Artillería tomado por el Nº 1 de Coquimbo en la batalla de Maipo, que el general San Martín envió al Cabildo de la Serena en recuerdo de la gloriosa conducta de su batallón, en el asalto de las casas de Lo Espejo. Tan bellas expectativas resultan fallidas. Un oficial, que no era coquimbano, lo sustrae furtivamente del cuerpo de guardia y lo regala a la Recoleta Dominica. Por fortuna, después de un sumario incoado acerca del asunto, años después la gloriosa conquista fue enviada al Museo Militar, donde actualmente se conserva. Mientras la Reserva y la 2ª Brigada Barceló, entran a sostener a Lynch y la artillería de Velásquez arrasa los atrincheramientos del Morro, en unión de la Brigada Gana de la I División, el General ordena que Sotomayor marche sobre Chorrillos y la caballería, conducida por Letelier, avance hacia el norte a vigilar el ejército Miraflores. El Dictador, que estuvo en la mañana en el cerro de la Calavera y el Salto del Fraile, desciende a Chorrillos y de ahí a la Escuela de Cabos, en donde da orden al coronel Suárez de retirarse con la Reserva a Miraflores, donde le han precedido, Cáceres y Canevaro, por Barrancos y Dávila por Surco. El Dictador considera perdida la batalla y se aleja también al refugio de Miraflores, por la playa. El general Sotomayor embiste a Chorrillos con la 1ª Brigada Gana de su División, que entra al fuego por la izquierda; y la 1ª Brigada Urriola de la III División por la derecha.
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El coronel Gana despliega al frente al Regimiento Esmeralda, dejando de reserva al Buin y Chillan; Urriola despliega al Aconcagua y lo sostiene con el Regimiento Zapadores y el Batallón Navales. El General quiere terminar pronto. Manda a la 2ª Brigada Barboza de la II División a encerrar a los defensores de Chorrillos, por el camino de Lima. Barboza envía al Lautaro por el norte, se adueña de la línea férrea y de la carretera Chorrillos – Miraflores - Lima, conservando bajo su mano al Regimiento Curicó y al Batallón Victoria. El General aprieta más la mano. Ordena al 3º de línea que permanece a retaguardia, pues el comandante Martínez, lo dejó de reserva, que se traslade al norte de Chorrillos, en sostén de la derecha de Barboza y se una al Lautaro para arremeter a la plaza por el norte. Los peruanos se sostienen con valentía; su número es inferior a la fuerza asaltante, pero se atrincheran en las casas, forman barricadas en las calles, y tiran de mampuesto desde el segundo piso y las azoteas. Los umbrales están minados y las chapas, al ser forzadas, dan fuego, merced a un mecanismo especial, a poderosos torpedos. Sotomayor ordena el asalto, cuando algunos edificios empiezan a arder por efectos de las granadas. Los peruanos se afirman en sus posiciones; se empeña una lucha encarnizada, en las calles, en las plazas, en los patios de los edificios y dentro de las piezas. No se pide, ni se da cuartel. Bastante tropa peruana ocupa las azoteas, inabordables; han cortado las escaleras, y cada puerta es una mina mortífera. El coronel don Isaac Recabárren, jefe de Estado Mayor de la Reserva, cree que puede cambiar la faz de la batalla, sosteniendo a Iglesias. Solicita del Dictador un cuerpo; obtiene el Zuavos (Zepita 29) y lo conduce por la calle de Lima a la línea de batalla. Es tarde; agobiado por el fuego de frente y flanco, cae herido, su cuerpo se dispersa y corre a encerrarse en Chorrillos, donde se atrinchera y es exterminado. Le acompañan el Ancash Nº 25 y el Jauja, Nº 23. Irritados los asaltantes al ver caer a sus compañeros, mutilados por la dinamita, y furiosos por no poder apagar su fuego, incendian los primeros pisos; los defensores de las azoteas, para no morir asados, se arrojan a la calle, en donde los chilenos los pescan al vuelo en la punta de las bayonetas. Después de las doce, el Regimiento Concepción y el Batallón Búlnes, descienden al barrio sur de Chorrillos, por la punta norte del Morro Solar, ya en nuestro poder, y entran en acción por la espalda de los últimos restos peruanos. Pronto termina el combate al arma blanca por falta de enemigos. En la agonía de la plaza, aparece Cáceres con un refuerzo de infantes traídos de Miraflores, y un tren blindado con ametralladoras y artillería, a cargo del capitán don Lisandro Mariategui. El jefe de Estado Mayor, general S eral consigue reunir este contingente y se lo confía a Cáceres, para tentar el último esfuerzo en favor de Iglesias.
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Cáceres cae entro el Lautaro y el 3º; si no se pone en salvo con toda rapidez, allí queda cortado el señor coronel. El tren blindado no ejerce influencia alguna; retrocede más que ligero ante las granadas que tratan de horquillarlo. Además, el activo comandante Stuven, levanta con sus pontoneros, por primera providencia, los rieles de la línea a la entrada de la estación de Chorrillos. Los coroneles Suárez y Cáceres, se encuentran en Barrancos; parece que hubo algún altercado desagradable; he aquí como el segundo refiere el incidente: Al ver que Suárez se retiraba tan tranquilo, no pude contenerme y le dije: “No me explico su retirada encontrándose Iglesias combatiendo en Chorrillos; y sobre todo cuando pide refuerzo”. “El coronel Suárez me respondió que Iglesias había sido cogido prisionero a las 10 del día, y que la División que permanecía en la cima del cerro, se había retirado ya; las fuerzas que se ven allí son de los chilenos y el fuego que se oye es de ellos mismos, que se han entregado al saqueo, rompiendo las puertas de las tiendas y de las casas”. Y agrega Cáceres: “A pesar de esta explicación, continué mi marcha hasta Chorrillos, diciéndole: pues bien, yo voy a cumplir la orden del Estado Mayor. El coronel Suárez continuó su marcha a Miraflores. El Cuerpo de Ejército estaba íntegro a excepción de un batallón que Recabárren condujo por su propia cuenta en auxilio de Iglesias, y que fue deshecho en Chorrillos. Llegué a casa del señor Lafón, ciudadano francés, que me ofreció su mirador para observar el campo, y pude ver con mis anteojos que efectivamente, tropas chilenas ocupaban los cerros cercanos, a la población de Chorrillos. Era la una del día”. (A. A. Cáceres. “Guerra entre el Perú y Chile” Pág. 99.) A las 3 P. M., se tocó llamada redoblada en todos los campamentos chilenos, para reunir las Divisiones en los lugares designados por el Alto Comando que había permanecido entre Chorrillos y San Juan, al sur del camino real. La I División Lynch, acampa cerca de la población de Chorrillos, al pié del Morro Solar, con frente al norte. La II División forma en unos potreros a la derecha de la I; y la III a la derecha de la II, apoyando su ala derecha en San Juan. La caballería forrajea a vanguardia, cubriendo el frente del ejército. La artillería de montaña recobra el lugar correspondiente en las Divisiones, menos la Brigada Ferreira que pernocta en el Morro, con medio Regimiento Coquimbo; y la de campaña se establece a retaguardia, en las cercanías de San Juan. Terminadas las faenas de lista y parte, se distribuye a los cuerpos víveres y municiones. Las recuas del comandante Bascuñán hicieron dos viajes a Lurín, para surtir el Parque, muy debilitado, con las dos acciones sucesivas, y traer raciones para el rancho de la tropa, exhaustas por el rudo trabajo del día. Al atardecer las Brigadas nombran sus grandes guardias y los cuerpos envían a vanguardia sus avanzadas. Después, cada cual se cubre con el capote y duerme de una hebra hasta el toque de diana.
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El Superintendente del Servicio Sanitario, establece dos grandes hospitales en la tarde del trece, uno en San Juan y otro en la Escuela de Cabos en Chorrillos. La 1ª Ambulancia trabaja rudamente durante todo el día y la noche. Se colocan los heridos en camilla, bajo carpas o en las enramadas de los campamentos enemigos. El velero 21 de Mayo fondea en caleta de la Chira, con una sección de Ambulancia, a cargo del cirujano don José de la C. Contreras. Recibió y atendió 70 heridos. La 2ª Ambulancia asiste 313 heridos en la mañana del 13. En la tarde y noche, este número asciende a 653. De éstos, 28 oficiales, 577 individuos de tropa y 50 peruanos, clases y soldados. En la mañana del 14, el doctor Gorroño, transporta los heridos al hospital de San Juan; y se habilita una sala especial de operaciones, en que se efectúan las siguientes: 11 amputaciones de piernas, 17 de muslos; 7 de brazos; 3 de antebrazo; 3 desarticulaciones del hombro y 9 desarticulaciones de dedos. El trabajo se reparte en cuatro secciones; las otras dos, van al hospital de Chorrillos, atestado de heridos. Se trabaja tesoneramente todo el 13. Al amanecer del 14, no hay un solo herido, ni amigo, ni enemigo, en el campo de batalla, de la III División, Asiste a 17 oficiales, entre ellos a los comandantes don Tomás Yávar y don Joaquín Cortés. En la mañana, la ambulancia termina su traslado a las casas de San Juan, muy apropiadas, para hospital de sangre, por sus espaciosas salas rodeadas de jardines y numerosos departamentos para jefes y oficiales. El mismo día, el doctor jefe, señor Absalón Prado, deja aquí dos secciones a cargo de los doctores David Tagle Arrate y Juan de Dios Pozo y con el resto del personal, se traslada a la Escuela de Cabos, transformada en hospital fijo, en la planta baja. Los 500 chinos puestos a disposición del Servicio Sanitario prestan inapreciables servicios en la recolección y transporte de heridos. Sabido es que el soldado, tocado por una bala, busca protección escondiéndose en lo más oculto del campo de batalla, para ponerse a cubierto de nuevos proyectiles, de las maniobras de artillería o de las cargas de caballería. Hay que buscarlos con prolijidad, pues algunos se desmayan por la pérdida de sangre. A falta de perros amaestrados, los chinos desempeñan a maravilla este servicio. Llega a tanta el ansia por alejarse del campo de batalla, que 30 heridos hicieron la caminata a Lurín, a buscar refugio en el hospital volante del doctor Jacinto del Río, quedado ahí con los 200 enfermos incapaces de llevar las fatigas de la marcha hasta el campo de batalla. La Superintendencia levanta este hospital el 3 de Febrero, después de evacuar heridos y enfermos a los hospitales de Lima. Desde las 8 A. M. del 14, nubes de chinos con sus decuriones, recorren trincheras, quebradas, cañaverales, zanjas, sin encontrar heridos. Hacinan después los cadáveres para proceder al enterramiento o la incineración. La Intendencia General procede con toda actividad al suministro de provisiones.
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El señor Dávila Larraín, apenas termina la batalla, dispone que las secciones del Bagaje vuelvan a Lurín en busca de víveres y municiones. Las piaras de mulas hacen tres viajes hasta el amanecer del 14, y traen víveres suficientes para la ración de fierro de este día, y municiones bastantes para el abastecimiento de los parques divisionarios. Deja una sección de 150 mulas para el servicio interno de los campamentos. El Delegado de la Intendencia, don Hermógenes Pérez de Arce, permanece a la expectativa de la captura del puerto de Chorrillos, para conducir a él todos los vapores y buques fondeados en Curayaco. Al efecto, hace reembarcar las existencias acumuladas en este puerto, e incendia los pocos restos que no merecen el trabajo, de reembarque, para evitar que caigan en poder de los merodeadores, que pululan alrededor de los campamentos. Durante el día 13, el señor Pérez de Arce, cruza en el “Itata” frente a la playa, en espera de la decisión de la batalla. Obtenida la victoria, regresa a Curayaco, a disponer la partida de todos los transportes, remolcados o a la vela, a Chorrillos, lugar designado por el General, para la concentración de los transportes, y base táctica de operaciones para después de la batalla. El ejército vencedor descansa de sus fatigas, merced a un sueño reparador, al pié de los pabellones, alumbrado por los resplandores del incendio de Chorrillos, empezado en la tarde, primero por el bombardeo, después por el encarnizado combate trabado dentro de la población. De cuando en cuando se oyen fuertes explosiones, de las bombas ocultas en los edificios, o el chisporroteo de las cápsulas de las cananas de los soldados muertos en la refriega, de uno y otro bando, que consumió el incendio. Los peruanos y algunos periodistas nacionales aseguraron que gran número de tropa desbandada había perecido, entregada a la borrachera y a la orgía. Pura fantasía. Es exacto que soldados dispersos que nunca faltan en una acción de guerra, estimulados por el incentivo del licor, se quedaron dentro de la ciudad y se entregaron a la bebida; pero estos malos soldados fueron pocos. La disciplina durante toda la batalla se mantuvo con extremado rigor. Nadie avanza más allá de la línea; nadie se queda atrás. Conocida es la historia del soldado de un cuerpo, que reprendido por el comandante por haberse quedado rodilla en tierra afirmado en el rifle, sin avanzar, contesta sencillamente: “Dispense, mi comandante, estoy bandeado”. La prensa de Chile, al propagar las exageraciones de los corresponsales, y en especial de los de ocasión, anónimos y sin responsabilidad, hicieron mucho mal al ejército y al buen nombre del país. El enemigo ha tomado pié, de estas informaciones de los diarios chilenos para fabricar los más fantásticos comentarios. El coronel Cáceres, después mariscal, dice en las páginas 100 y 101 de “La Guerra entre el Perú y Chile”.
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“Mientras tanto, Chorrillos ardía y el cielo refleja el color rojizo de las llamas; los disparos y descargas en serie no interrumpida, parecían haber convertido la población en teatro de un combate nocturno, cuya intensidad aumentaba por momentos. Seguro de lo que había pasado y de la soldadesca chilena, entregada sin duda al saqueo y a la borrachera, se encontraba desorganizada completamente, incapacitada de oponer una seria resistencia a un ataque sorpresivo, y enérgico, pensé ser yo quien lo llevara a cabo, y abrigaba la profunda convicción de alcanzar buen éxito. Inmediatamente me dirigí al general Silva y le propuse el plan que acababa de concebir, obteniendo su aprobación, pero agregando éste que no podía autorizarme para tal empresa sin el consentimiento previo del Dictador, a quien debía consultar. Llegado Piérola a las diez de la noche, el general Silva puso en su conocimiento mi propósito, pidiéndole al mismo tiempo su aprobación, y manifestándole la conveniencia de realizarlo. Pero el jefe Supremo desechó, el proyecto, diciendo: “El plan del coronel Cáceres encierra un sacrificio estéril e inútil, porque el ejército chileno se encuentra formado en los alrededores de la población y los que saquean e incendian no son sino unos pocos”. El general Piérola decía la pura verdad; pues desde las alturas que ocupaba el Cuartel General en Miraflores había visto formarse las Divisiones y Brigadas, y tenderse en batalla por cuerpos, en columnas por compañía, desde el pié del Morro Solar, donde se apoyaba la I División, hasta San Juan, a donde alcanzaba la derecha de la III. Si Cáceres se acerca, habría sido abrasado por una descarga general.
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CAPITULO XXXIV. Al día siguiente de las batallas. Al despuntar la aurora, los cornetas del cuerpo de guardia tocan golpes; rompen después las bandas con alegres dianas para la lista. La Orden General, dispone, que terminado el parte, los cuerpos pasen revista de armamento, municiones y equipo. La hoguera de Chorrillos alumbra el occidente; desde los campamentos se divisan rojas llamaradas, entre la negra masa de humo que envuelve los elegantes ranchos del balneario. El fuego toma violencia tanta, que árboles de las avenidas arden como antorchas. Las calles e interior de las casas presentan un cuadro horroroso; el fuego todo arrasa. Se divisan cadáveres carbonizados de los muertos y heridos en los asaltos a las barricadas, que nadie retiró, en medio del infierno de balas brotadas de los edificios, que nuestros enfurecidos soldados toman a fuego y bayoneta. Los peruanos han querido arrojar sombras sobre el ejército, acusando al general en jefe del incendio de Chorrillos a sangre fría. La especie nació de una obra del abogado italiano dan Tomás Caivano, residente algunos años en el Perú, antes de la guerra. Después del tratado de Ancón, vuelve a Lima, donde el gobierno le encomienda la confección de un libro sobre la guerra del Pacífico; le proporciona los documentos oficiales y le recompensa con munificencia. No es extraño que el escritor agradecido se distanciara de la verdad; su Storia della general d'Améric’, constituye desde la primera a la última página, una requisitoria infamante contra nuestro país. Asegura el señor Caivano que en Chorrillos no hubo resistencia, ni mucho menos batalla; que la ciudad estaba desierta, sin un solo soldado peruano; que los odios y rivalidades de las chilenas, contra la aristocracia femenina peruana, incitaron a aquellas a aconsejar a los soldados la destrucción de ciudades; que el saqueo de Chorrillos y Lima fue ofrecido a los militares chilenos al comenzar la guerra; y por fin, que Chorrillos fue destruido y saqueado voluntaria y premeditadamente, porque así, y no de otro modo se quiso. Algunos políticos chilenos cegados por la pasión partidarista, cuando fue un hecho la candidatura presidencial del general Baquedano, le culparon de la destrucción de Chorrillos. Entre esos malos chilenos, figuró, don Manuel Vicuña, que en su Carta Política, se expresa así: “A las dos y media de la tarde cruzaba las calles de la elegante y bonita villa de Chorrillos. Esperábamos al Ministro de la Guerra; no tardó en llegar. Apenas había pasado una hora cuando empezamos a notar un gran desorden; rotura de puertas, saqueos de tiendas y algunas casas ardiendo ya.
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Era el principio de un gravísimo mal, cuyas consecuencias podían parar en una catástrofe nacional. Fácil, muy fácil habría sido contenerlo al principio. Sin embargo, ni el General en Jefe, ni los generales de División, ni los comandantes de Brigada, tomaban ninguna medida. El desorden de Chorrillos había llegado al máximun del desborde, y de la desmoralización. El saqueo y la borrachera, el incendio y la sangre, formaban los cuadros de aquel horrible drama” (Manuel J. Vicuña, Carta Política Pág. 17, Santiago 1881.). Para aquilatar la veracidad de las afirmaciones del señor Vicuña, baste saber que este caballero, llega a San Juan por la Tablada, al anochecer del 13, con los carretones de su propiedad, destinados a la fabricación de pan para el ejército. Mal pudo estar en Chorrillos en la tarde de ese día. Los partes oficiales del General en jefe, del Jefe de Estado Mayor y del Ministro de la Guerra, comprueban que el incendio de Chorrillos provino del bombardeo para rendir su guarnición y del asalto dado por la infantería para combatirla, a fuego y bala. Como estos documentos podrían ser tachados de parciales, buscaremos la verdad en fuente extranjera, enteramente imparcial., El doctor Santini, cirujano del buque de guerra italiano Garibaldi, pasó en aguas peruanas durante el período de la guerra y presenció los hechos ocurridos. De vuelta a su patria, escribe el libro Viaggio della G eralaldi, eral cual relata la mayor parte de las incidencias más salientes de la campaña. Consultó también a los oficiales italianos y de las marinas neutrales agregados a los dos Cuarteles Generales beligerantes acerca de los hechos por él relatados, quienes aseguraron que eran conformes a la verdad. He aquí lo que dice este actor testimonial: “La acción parecía terminada a las 7 A. M., cuando poco a poco empezó a oírse un fuego de fusilería, débil al principio, pero cada vez más nutrido en dirección a Chorrillos. Entre tanto, las granadas lanzadas desde el fuerte situado en la cima de la altura, que sobresale al mar llamado Salto del Fraile, acogían a las primeras fuerzas chilenas que se acercaban a Chorrillos, por el camino de San Juan. Efectivamente, se supo en el Cuartel Chileno, que algunos miles de hombres del ejército enemigo, separados en la fuga de la masa principal, se hallaban en las habitaciones de Chorrillos y en el elevado Morro. Y se añadía que el mismo Dictador Piérola, estaba al frente de aquellos batallones, animándolos a la resistencia. Mientras el señor Piérola, en la fuga, se había adelantado a su ejército y se había guardado muy bien de hallarse en un lugar peligroso. Entonces las fuerzas chilenas, rendidas ya por él cansancio, fueron enviadas al ataque de Chorrillos con aquél cierto desorden con que iban bajando de las demás alturas, de donde había desalojado al enemigo, arrojándolo a la llanura. El ataque emprendido en esta forma y en un terreno boscoso, que el Estado Mayor chileno no había podido reconocer, no tuvo aquel empuje, ni aquella unidad, que había hecho irresistible el de los primeros de la mañana. El duelo de artillería entre las piezas de campaña de los dos regimientos chilenos y los cañones de grueso calibre de las baterías peruanas, apagados por el juego de la fusilería sostenido desde las ventanas de las casas de Chorrillos, duró hasta cerca del medio día, cuando las fuerzas peruanas,
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estrechadas por el incansable enemigo, renunciaron a la resistencia, y arrojando acá y allá las armas, se dieron a desordenada y precipitada fuga (Dr. Santini (Viaggio della G eralldi) Pág. 186.). Veamos también como otro escritor de la misma nacionalidad del Sr. Caivano, contradice las afirmaciones de éste: “En Chorrillos hubo un verdadero combate, y su destrucción fue en parte consecuencia del incendio que comunicaron a las habitaciones las granadas de la artillería chilena, lanzadas contra enemigos que se defendían en las casas de la ciudad. Decimos en parte, porque hallamos en las relaciones de correspondientes que estaban presentes a aquel drama de horror, que muchas casas fueron incendiadas por los soldados chilenos, ciegos de furor y de venganza. Y veamos el motivo. Hemos dicho en otro lugar como Piérola había dispuesto en los alrededores de las fortificaciones de Chorrillos y Miraflores un sembrado de bombas explosivas, dispuestas a estallar a la menor pisada del soldado. Estas noticias, que tomamos antes del libro del señor Caivano, la vemos hoy confirmada en las citadas relaciones, las que revelan además que los peruanos, no perdonando ningún medio, por desleal que fuera, para conseguir una victoria sobre las armas chilenas, habían puesto, torpedos en las mismas cerraduras de las puertas de las casas, donde se habían en cierto modo atrincherado para fusilar a mansalva a cuantos soldados pasasen por aquellas calles. Estos bárbaros medios de destrucción produjeron sensibles perdidas pues, muchos soldados de los que marchaban sobre Chorrillos perecían o quedaban heridos por la explosión de las bombas, y los que forzaban las puertas para desalojar a los enemigos de sus escondrijos, quedaban quemados y muertos en el umbral por el estallido de aquellas armas cobardes. Aconteció también, que penetrando las tropas en el interior de las casas, quedaban hechas el blanco del plomo enemigo, disparado por soldados que subiéndose a los terrados, habían destruido las escaleras, a fin de que los chilenos no pudiesen llegar hasta ellos. En consecuencia, no es difícil imaginar como aquellos soldados, ardiendo de rabia, no hallasen medio más eficaz para vencer aquella imprudente resistencia sino incendiando las casas y haciendo a esos voluntarios sitiados víctimas de las llamas. Ocupada la ciudad de Chorrillos después de una resistencia tenaz, superados los muchos medios de muerte de que hicieron bárbaro uso los peruanos, tomadas las casas a viva fuerza, y con el sacrificio de vida de mucha tropa, en medio del furor de la lucha, no causa ninguna maravilla de que las casas que escaparon de las bombas y del furor de los vencedores, fueran saqueadas y destruidas por soldados ciegos de venganza; como sería de extrañar que después de las privaciones de una larga campaña de aquellos arenosos desiertos, y después de una gloriosa victoria conseguida en el combate más sangriento de aquella guerra, las tropas chilenas no supieran aprovechar de las despensas bien surtidas de esa voluptuosa ciudad y más de uno pagara con exceso el tributo a Baco, hasta comprometer la proverbial disciplina del ejército”. (Padre Benedicto Spila de Subiaco (Chile en la guerra del Pacífico). (Traducción) Páginas 135, 36 y 37. Roma 1887.).
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Basta de pruebas, para dejar en claro, una vez por todas, que la destrucción de Chorrillos se derivó de una operación bélica; los peruanos se atrincheraron en su recinto piara herir a escondidas, y ellos y la ciudad merecieron su suerte. El General, a caballo desde antes de diana, recorre los campamentos, en compañía del jefe de Estado Mayor y ayudantes. Se siente satisfecho. Ha conquistado a Chorrillos, su actual base de operaciones; tal evento estaba previsto; los altos funcionarios de los servicios anexos constituyen en este puerto el centro de sus actividades. El Delegado de la Intendencia don Hermógenes Pérez de Arce reembarca el 12 los víveres, forraje, municiones acumulados en la playa de Curayaco, y alista los transportes para moverse al primer aviso, rumbo a Chorrillos. Los sobrantes que no merecen la pena la conducción a bordo, se entregan a las llamas. En la noche hace en el “Itata”, un crucero por la costa, en espera de los acontecimientos. Terminada la batalla, regresa a Curayaco y el 14, bien de alba, marcha con los transportes, unos a vapor, otros remolcados, otros a la vela. El comandante Bascuñán moviliza el ganado del Bagaje hacia Lurín, en busca de víveres, municiones y material de sanidad, a excepción de 150 mulas aparejadas, necesarias para el servicio interno de las divisiones y ambulancias. Bascuñán, tuvo la previsión de armar sus arrieros con rifles de los heridos, lo que evitó muchas desgracias. Algunos carretones de ambulancias habían quedado atascados en los arenales del camino y ya las vendas escaseaban. Unos peruanos derrotados encontraron a los expresados carretones con sus arrieros. Matan a uno y amarran a los demás, para saquear tranquilamente los vehículos. Tres soldados nuestros, rezagados por enfermedad, llegan al lugar del suceso. Los peruanos eran ocho, resisten; después de algunos tiros, tres muerden el polvo; los restantes huyen desaforados. Se salvó la carga de los carretones, compuesta en gran cantidad de vendas, hilas y ropa. El capitán Villarroel, o sea el general Dinamita, después de ruda labor durante el día y noche del 13, se traslada al amanecer del 14, al fuerte y muelle del puerto, para levantar los torpedos y minas, sembrados allí con profusión. Desde luego, extraen de los cañones la dinamita con que los artilleros rellenaron el ánima, para saltar las piezas. Retira 39 torpedos de presión enterrados en la meseta de la batería, 450 más, diseminados en los caminos de atravieso y en la calzada de Chorrillos a Lima. De las casuchas de la playa quita las baterías eléctricas, destinadas a la explosión de minas submarinas fijas, fondeadas en la bahía. A orillas del mar, se levanta un extenso malecón adornado de quioscos, y una elegante balaustrada. Desde el quiosco se baja a los baños, por una rampla muy pendiente de madera, cubierta por un techo del mismo material. Dinamita la salva del incendio, la limpia y pone a disposición de la Intendencia para depósito de municiones y víveres.
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Con el arrojo de los pontoneros, y la paciencia de su batallón celeste, corta los alambres conectados desde los baños a las minas sumergidas; con botes y rastras varan en la playa numerosos brulotes de fondeadero fijo; algunos estallan, con estruendosa explosión. El almirante hace entrar al puerto, a la “Pilcomayo” el comandante Moraga efectúa con toda felicidad la operación de fondeo; tras la estela de su buque, sigue el “Toltén”, vapor de ruedas; el “Huanay” con víveres hasta los topes; el “Avestruz”, con el parque general; y el “Paquete de Maule”, con el material sanitario. El velero “21 de Mayo”, fondea en la caleta de Chira, con personal de ambulancia, a cargo del cirujano primero don José del C. Contreras, que presta atención a 70 heridos, en gran parte peruanos. El almirante ordena desembarcar en la misma caleta a todos los cirujanos de la escuadra, con sus practicantes y ayudantes. Envía a sí mismo a tierra, agua en barriles y víveres suficientes, para las tropas cercanas a la caleta. El señor Pérez de Arce toma posesión de los Baños de Chorrillos, y los convierte en almacenes de depósito; pronto se llenan de víveres y municiones. En este mismo día llega de Pisco el Batallón Quillota; el transporte trae igualmente reses, y gran cantidad de mulas aparejadas y bastantes víveres, a cargo del activo desembarcador don Álvaro F. Alvarado, que inmediatamente entra en funciones. El General después de visitar la Intendencia, pasa a las ambulancias que desarrollan prodigiosa actividad; ordena a Quintín Quintana que con su regimiento de chinos, cave profundas fosas para el entierro de los muertos, y si falta tiempo, amontone los cadáveres enemigos y proceda a quemarlos; se encamina después a los campamentos; revista las Divisiones, llenados ya los claros de los caídos, formada y numerada la tropa, lista para entrar en combate. Mientras el Alto Comando desempeña las tareas propias de su oficio, el señor Ministro de la Guerra, envía en la mañana una delegación a Piérola, compuesta de su secretario don Isidoro Errázuriz, de su ayudante el capitán don Guillermo Carvallo, el alférez Eduardo Cox, y tres soldados de Granaderos, de escolta, a conferenciar con el Dictador, y manifestarle la inutilidad de su resistencia y la necesidad de someterse a las condiciones del vencedor. Acompaña al señor Errázuriz el coronel don Miguel Iglesias, ex Ministro de la Guerra y comandante del I Cuerpo del Ejército, prisionero desde el día anterior, que da su palabra de honor de volver a nuestro campamento, una vez terminada su comisión. Profundo desagrado produce en las altas esferas militares la iniciativa del señor Ministro para llegar a la paz, cuando la lógica impone este paso al vencido. Llegados los señores Errázuriz e Iglesias a 600 metros de las líneas enemigas, sale a su encuentro el coronel señor Julián Arias y Araguez, jefe de ese sector. Conocida la noticia de que el Dictador recorre las líneas y demorará su regreso, se conviene en que el señor Iglesias vaya en su busca y le exponga los deseos del enviado chileno.
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Conviene notar aquí el inocente candor del señor Errázuriz al permitir la ida del señor Iglesias, a conferenciar a solas con su amigo el jefe Supremo del Perú. El coronel Iglesias se encontraba prisionero en la Escuela de Cabos, situada entre las Divisiones I y II del ejército chileno; desde el segundo piso abarca a la simple vista la disposición de las tropas del ejército entero. Para alcanzar a Miraflores, observó el cambio de campamento de los cuerpos de la III División que se mueven hacia el oeste de Barranco. ¿Qué mejor informante podía tener Piérola respecto al número y estado de las fuerzas enemigas? El señor Iglesias, dio la palabra de honor de volver; no de callar. Regresa el señor Iglesias con la contestación de que el señor Piérola, como jefe del Estado, no puede recibir al señor Errázuriz que carece de poderes suficientes de plenipotenciario, otorgado por funcionario competente, es decir, por el General en jefe del ejército en campaña. El señor Errázuriz, hombre de talento, comprende su falsa situación. Al despedirse del coronel Arias con quien había departido amigablemente durante la ausencia de Iglesias, le manifiesta que él no ha venido a entrar en negociaciones, cuya iniciativa debe partir de los vencidos, sino única y exclusivamente con el propósito de hacer ver la inutilidad de una resistencia imposible y de un nuevo derramamiento de sangre, salvando a la vez a Lima de los rigores consiguientes a un combate librado en sus mismas puertas. ¿Qué compromiso secreto se concertó entre los señores Errázuriz y Arias? Nada dicen los documentos oficiales; pero el hecho es, que una hora después, llega el mayor movilizado don Guillermo Lira Errázuriz, con bandera de parlamento, al sector del coronel Arias y Araguez; es recibido en conformidad a los usos de la guerra y conducido a la presencia del comandante Aurelio García y García, Secretario General del señor Piérola, que ahí tenía su despacho. Después de media hora de conferencia privada, el mayor Lira regresa al campamento chileno, con el ceremonial de costumbre. ¿A qué fue este enviado sui generis? Como secreto a voces corre la noticia de que llevó las condiciones bajo las cuales se suspenderían las hostilidades, condiciones pedidas por el Secretario García y García a Errázuriz, por intermedio del coronel Arias. Se agregaba todavía, que dichas condiciones exigían la entrega de la línea de Miraflores y el Puerto del Callao, como medida previa para entrar a formalizar el tratado de paz. ¿Ello es efectivo? Faltan datos para precisarlo. Algunos autores han dado al hecho incidentes cómicos. Vicuña Mackenna dice que Lira se presentó de su cuenta, a pedir la rendición del ejército peruano, fingiéndose parlamentario. Tal explicación carece de sentido común; no se sale de un campamento para entrar a otro enemigo y no se conferencia con el secretario General del jefe del Estado, sin investidura oficial. He aquí lo que dice una relación peruana: “Pasaría media hora, después de la cual volvió a salir (del despacho del G. de E. M. G.) y diciendo en tono quizás poco irónico “caballeros, hasta después”, montó a caballo, le puso un oficial una venda sobre los ojos, tomó un ordenanza la brida de su cabalgadura y atravesó nuestra línea, dirigiéndose al cuartel general chileno”.
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¿Procedería el señor Lira de su cuenta y riesgo? La III División, Lagos, se desprende de Chorrillos y forma los cuerpos en columnas, un poco al norte, a caballo sobre la línea férrea y la carretera a Lima, la 1ª Brigada a la izquierda y la 2ª a la derecha. La III División, se ubica en consecuencia, en dirección al ala derecha de la línea de batalla enemiga. La 1ª Brigada de la I División acampa en unos potreros a pocas cuadras, al pié del cerro Solar; y la 2ª Brigada pernocta sobre el mismo Morro. La II División vivaquea a la derecha de Lynch, sobre la carretera de la Escuela de Cabos a San Juan. El Regimiento Esmeralda cubre la guardia de la Escuela, depósito de prisioneros, el primer piso, y hospital de sangre el segundo. El Batallón Búlnes, alojado en el mercado de Chorrillos, custodia el balneario, y el acceso a los baños, donde se establecen los depósitos de la Intendencia y almacenes del Parque. Los peruanos desarrollan una actividad asombrosa; refuerzan sus atrincheramientos y distribuyen la tropa en posiciones bien abrigadas. Mientras tanto, ocurren en Lima, acontecimientos sensacionales. Los generales José de la Riva Agüero, y Manuel González de la Cotera, predican abiertamente la revolución contra Piérola; el segundo incita a la rebelión a las tropas que se trasladan del Callao a Miraflores. Piérola da orden de prisión; ambos se ocultan. Alguien dice que Riva Agüero se asila en la Legación de Francia; basta esto, para que la policía la allane y registre sin solicitud previa alguna. El Ministro Mr. de Borges pide sus pasaportes, pero el Ministro de Relaciones, le da toda clase de satisfacciones y se queda para hacer frente a momentos solemnes que se temen. El Cuerpo Diplomático protesta en masa. La Cotera y Riva Agüero, asilados en las legaciones de Inglaterra y Argentina, marchan al Callao y se embarcan en buques de guerra neutrales. El 13, la ciudad despierta sobresaltada; pero no hay noticias del campo de batalla. A las 8 A. M. llega a Lima un tren con heridos; una hora más tarde, entran centenares de individuos contusos o levemente heridos, en dirección a sus casas; viene también una centena de desertores, y algunos oficiales, que no manifiestan vergüenza por su negra conducta. Hasta las 5 P. M. llegaron alrededor de 700 heridos al hospital de Santa Sofía y al magnífico edificio de la Exposición, convertido en hospital de sangre. Marineros desarmados montan guardia, en las legaciones y consulados, en los que 800 y aun mil mujeres y niños reciben protección. En las legaciones americana e inglesa no cabe una persona más. El palacio del marqués de Torre Tagle convertido en refugio bajo la bandera de Francia, contiene 2.800 personas, en mayoría mujeres y niños. El capitán Rivel, jefe del asilo, tuvo un trabajo abrumador para albergar con abrigos y alimentos a tanta gente, no acostumbrada a la necesidad, ni al sacrificio.
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La noche del 13, pasa con cierta tranquilidad, aunque se sienten tiros aislados de los desertores. En la mañana del 14, no obstante no ocurrir novedades de importancia, las familias pudientes, de Lima, que habían buscado refugio en los buques de guerra al ancla en el Callao y Ancón, se dirigen en ferrocarril a este último puerto. En la tarde, no menos de 2.000 personas se agrupan a la intemperie en la playa. Los marinos extranjeros desembarcan velas sobre las que puedan recostarse las señoras y niños y organizan un sistema de alimentación sistemático, para calmar el hambre de tanta gente. A las 4 de la tarde se celebra una junta de comandantes generales, bajo la presidencia del señor Piérola. Concurren los generales Montero, Buendía y Segura; y los coroneles Dávila, Montero, Cáceres, Suárez, Iglesias, Noriega, Figari, Pereira, Derteano, Correa y Santiago, La Fuente, Echeñique y varios otros. El Dictador comenzó, por exponerles que los había reunido, no para consultar, sino para inquirir el espíritu de la tropa, y si estaba animada para hacer seria resistencia. Tres o cuatro jefes expresaron que la tropa estaba desalentada, y que no resistiría un reñido combate; los demás fueron de opinión contraria, y se mostraron partidarios de seguir la suerte de las armas. La sesión terminó a las 7 P. M.; la resistencia a todo trance queda resuelta. En la tarde del 14, el Cuerpo Diplomático se reúne en casa del Ministro alemán. Después de breve conferencia, arriban a las siguientes conclusiones: 1º Abrir camino a la paz por suspensión de armas o armisticio. 2º Evitar mayor efusión de sangre. 3º Salvar a Lima, donde se encuentran sus hogares, de los horrores de un combate o bombardeo. La asamblea consulta al Dictador, quien presta su aquerencia a los acuerdos tomados. Se nombra entonces una comisión, compuesta del Decano del Cuerpo Diplomático, don Jorge de Tezanos Pinto, Ministro del Salvador y de los representantes de Inglaterra y Francia. El señor Tezanos Pinto, salteño de nacimiento, es suegro del señor Uriburu, Ministro de la Argentina. La comisión parte a Chorrillos el 14 a las 10 P. M. en tren especial, a conferenciar con Piérola, con quien queda en completo acuerdo. Se traslada en seguida al campamento chileno, pero el general no puede recibirla por encontrarse en cama; cita a los señores Ministros para las 7 de la mañana del día siguiente 15. A la hora fijada, llega a Chorrillos un tren con bandera blanca; el general Maturana espera a los señores Ministros y los conduce a la residencia del General, que los recibe cortésmente. Acompañan a Baquedano el señor Ministro de la Guerra, y los señores Altamirano y Godoy. El señor de Tezanos Pinto, Decano del Cuerpo Diplomático, acreditado en Lima, dijo claramente, al abrirse la conferencia, que el objeto de la comisión era arbitrar
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los medios de proteger las vidas y propiedades de los neutrales avecindados en la capital, para el caso posible de una nueva derrota del ejército peruano. Iniciada la conferencia sobre esta base, surge la idea de evitar mayor derramamiento de sangre. Expresaron, entonces, los señores ministros con toda discreción el deseo de saber las condiciones de paz que impondría el vencedor, para manifestarlas al Dictador, y manifestarle la conveniencia de terminar el estado de guerra. Los diplomáticos chilenos se refieren a las declaraciones del memorandum de Arica, conocido por todas las cancillerías; y el General agrega que como condición previa para entrar en deliberaciones de paz, exige la entrega del puerto del Callao, con sus buques y fortificaciones. Manifiesta así mismo, categóricamente, que nuestro Gobierno ha nombrado Plenipotenciarios a los señores Vergara y Altamirano, para estudiar un tratado de paz con los Plenipotenciarios que nombre el gobierno del Perú, independientes de toda intervención extraña, pues nuestro Gobierno no acepta mediación extranjera de ninguna especie. Los señores ministros expresaron que para estudiar la proposición pedían la suspensión de las hostilidades; un plazo para que el gobierno del Perú haga gestiones oficiosas conducentes a la paz. El General fija el plazo hasta las doce de la noche, ya que el anterior hasta el medio día se encuentra muy angustiado. El General expresa, además, claramente que su compromiso se limita a no romper los fuegos antes de esa hora; en cuanto a movimiento de tropas, conserva su libertad de acción. No se levanta acta ni se firma documento alguno de ese compromiso contraído entre el general en jefe y los ministros diplomáticos. Estos manifiestan que solicitarán la venia del Dictador para la suspensión de hostilidades; pero no dieron después el correspondiente aviso al Cuartel General. Los ministros se trasladan a la tienda del señor Piérola, con quien celebran una larga conferencia; satisfechos con el éxito de su misión, regresan a Lima. El Cuerpo Diplomático tiene una reunión plena a medio día y acuerda trasladarse a Chorrillos a continuar conferenciando con el Dictador, respecto a la paz que se divisa. El señor Piérola almorzaba en esos momentos tranquilamente, con el almirante Sterling de la División Británica, du Petit Thouars, de la francesa y el comodoro Sabrano, del buque italiano Garibaldi. Desgraciadamente, no se realiza la conferencia y las gestiones se interrumpen bruscamente, por haberse roto los fuegos entre ambas líneas.
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CAPITULO XXXV. La línea de Miraflores. (Fotos 384) El Dictador Piérola estableció dos líneas sucesivas de defensa para el resguardo de la capital; en la primera, Chorrillos - San Juan - Pamplona, agrupa al ejército activo con plena confianza en el éxito, dadas las posiciones fortísimas, la numerosa artillería de los atrincheramientos y calidad de las tropas. Para el caso remoto del forzamiento de esta línea, el enemigo iría a estrellarse contra el campo de Miraflores, técnicamente defendido por fortificaciones sólidas, artilladas y con guarnición consciente de sus deberes, pues la formaban ciudadanos de la capital sin distinción de categorías, que habían corrido a las armas, en resguardo de sus hogares amenazados por el invasor. La numerosa Reserva, aumentada por los cuerpos salvados de Chorrillos, formaron una base respetable, capaz de ocasionar un rudo golpe a las huestes chilenas. Los militares peruanos han criticado duramente las disposiciones de Piérola, primero por no haberse establecido en el valle de Lurín; segundo, por no haber tomado la ofensiva cuando Baquedano efectuaba su trabajoso desembarco en Curayaco, Cruz de Palo, Santa María y Pescadores; y tercero, por no haber formado una sola masa con todos sus efectivos, para jugar en una sola batalla la suerte de la Patria. Los críticos olvidan que el señor Piérola era civil; sus ideas carecían de base profesional; y como Dictador omnipotente, no solicitaba, ni admitía observaciones. El Gobierno de Chile seguía las mismas aguas, S. E. el señor Pinto coincidía en el modo de pensar de Piérola, respecto a la conducción de la guerra. El Dictador tenía profunda fe en el sistema defensivo táctico; de ahí sus dos líneas; si fallaba una, resultaba la otra. El señor Pinto, con igual criterio tenía horror a la ofensiva. Juzgaba este sistema eminentemente peligroso, de tal modo que el general Baquedano tuvo que imponerse para marchar contra los aliados, en demanda del Alto de la Alianza. El señor Pinto escribía al Ministro en campaña don Rafael Sotomayor el 1º de Diciembre de 1879: “Siempre es una gran ventaja ser atacado y lo es más ahora por las armas perfeccionadas y de largo alcance y por la naturaleza del terreno en que operamos. Una división que ataca puede ser derrotada no sólo por las balas de los enemigos, sino en un momento dado, porque falten el agua o los víveres”. El 2 del mismo mes, en una segunda carta, explaya más esta idea: “En la guerra, y sobre todo, mientras ella se haga en un territorio desierto, como en Tarapacá, el ejército que ataca tiene muchas probabilidades de ser vencido. El ejército atacado se encuentra en buenas posiciones elegidas de antemano, descansado, con el agua, y los víveres necesarios para el día o días de combate. Sus soldados harán fuego detrás de trinchera y se engañan los que se imaginan que ahora con las armas de
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precisión y de gran alcance se pueden tomar las trincheras a la bayoneta. En cambio, el ejército que ataca exige en su dirección más inteligencia que el atacado. En el momento mismo del combate, el ejército atacador tiene que tomar sus posiciones y ver cuales son las del enemigo, sobre las que, por alguna circunstancia, conviene concentrar el ataque. Esto, requiere de parte del jefe sangre fría y viveza, que no en todos se encuentran”. Todavía, en otra carta del día siguiente 3, S. E. refuerza más su tesis: “Con las armas modernas, con ejércitos poco disciplinados como los nuestros y operando en desiertos, es ventaja inmensa, el ser atacado en las posiciones que hemos elegido de antemano. Nuestra táctica debe consistir en obligar al enemigo a que nos ataque”. Pobre de nuestro ejército, pobre de Chile, si se realizan las ideas militares del señor Presidente y de sus consejeros áulicos. El sistema defensivo es un principio universalmente condenado, toda vez que deja el arbitrio del ofensor, la elección del tiempo y del lugar para dar el golpe de gracia al adversario. Fueren las que fueren las ideas del Dictador peruano, el hecho es que concentra en la línea defensiva de Miraflores sus mayores esfuerzos, haciéndola fortificar en debida forma por la Sección de Ingenieros del Estado Mayor General, cuyo jefe era el coronel Gorbitz, y su segundo el teniente coronel Siebert. El Cuerpo de Ingenieros, edifica 15 reductos en la línea de Miraflores; empiezan cerca de la playa del balneario hasta tocar la margen del Rimac, en Santa Rosa. Las extremidades de este arco de defensas distan seis kilómetros de la capital. El ala derecha se afianza en el mar, cuyos barrancos casi inaccesibles la ponen a cubierto de una embestida violenta de la infantería contraria, el ala izquierda se siente más debilitadas, por ser fácilmente abordable por la topografía del terreno, aunque se halla defendida por buen número de reductos y los fuertes en que se emplaza artillería gruesa. Los ingenieros construyen los reductos de un mismo tipo; damos el facsímile del Nº 1, llamado, reducto Alfonso Ugarte, el más cercano a la playa. Como puede notarse por el diseño, el Reducto Alfonso Ugarte, afecta forma de luneta, a cuyas caras se agregaron flancos casi paralelos a la capital. Se adoptó este trazado para el mejor empleo de las caras, lo que disminuye el sector privado de fuego, y hace más difícil enfilarlas. Los ingenieros dieron a las caras bastante amplitud, para que los defensores quedaran mejor protegidos en una luneta larga y poco profunda, que no en una luneta de porte angosto y de gran profundidad. Los flancos no guardan simetría; el derecho se dobla hacia el interior, para evitar un flanqueo. La gola del reducto, o sea la parte situada al lado opuesto del enemigo, y que tiene menos peligro de ser atacada, queda abierta, sin parapeto alguno, para dar fácil salida a la guarnición en caso de presentarse oportunidad de tomar la ofensiva, contra el atacante rechazado.
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Miraflores defiende a Lima contra todo ejército que amenace a la capital por el sur; domina el núcleo de caminos de que es el centro el balneario; por la costa, al Callao, vía Magdalena; a Lima, por ferrocarril y camino real; a Chorrillos por ferrocarril y por buena calzada; a San Juan, Santa Teresa y Villa, por carreteras; y a Lurín, por la carretera de la Calera de la Merced, que al norte de ésta, se prolonga a Vásquez y Monterrico Chico. Los ingenieros cierran todos estos caminos por reductos, situados a 800 metros de distancia uno de otro, con perfil de dos metros de altura y cinco metros de espesor, precedidos de un foso de siete metros de ancho y dos y medio de profundidad. Entre los reductos median tapias arpilleradas y reforzadas con tierra de las excavaciones del frente; se despeja el campo a vanguardia hasta el alcance de un tiro de rifle, arrasándose la campiña de tapias y árboles, para impedir al enemigo toda protección contra los fuegos. Los ingenieros edifican el reducto Nº 1, Alfonso Ugarte, a 600 metros al sur de Miraflores, para impedir el acceso de la escuadra chilena a la costa y batir el terreno y los caminos de vanguardia. Al efecto, ponen en batería dos cañones de plaza, sistema Rodman y dos Parrott de 3.500 metros de alcance, en un arco desde el estanque de Surquillo, más allá de la Calera de la Merced, hasta el mar; y otra batería de dos cañones Dalhgren, de 11 pulgadas, con una línea de fuego desde Huaca hasta el mar. Después de serios estudios, la ubicación de las piezas de grueso calibre queda resuelta en esta forma: En el Reducto Nº 6, Calera de la Merced, una batería de dos cañones Dalhgren, de 9 pulgadas, con línea de fuego de 3.000 metros, desde el camino de Mendoza hasta el camino de Surquillo, junto a Miraflores. En el cerro del Pino, cuatro baterías. Una interior, de un cañón Dalhgren, de 8 pulgadas, con radio de acción de 3.000 metros, desde el pié de San Bartolomé hasta Beatriz; una segunda línea de 4 piezas de campaña, con alcance de 3.000 metros, desde Quiroz, por la izquierda, a Santa Beatriz por la derecha; una tercera, compuesta de un cañón Voruz de 250, con radio de 5.000 metros, desde la Huaca Grande (izquierda) hasta La Pólvora o Cruz de Matute (derecha), y la exterior, de un cañón Voruz de 7.000 metros de alcance, desde Santa Rosa por la izquierda, hasta la costa por la derecha. En el Molino Vásquez, una batería de dos Voruz, de calibre 250, con alcance de 5.000 metros, con radio desde Santa Rosa, por la izquierda, hasta Santa Beatriz por la derecha. En San Bartolomé, una batería Voruz de 4 cañones, con radio de acción de 10.000 metros, desde Barbadillo, por la izquierda, hasta los caminos de Surquillo, y Santa Beatriz por la derecha. Por fin, la batería de cuatro piezas de a 70, en Encalada, con alcance de 3.500 metros, desde Zavala, por la izquierda hasta el Molino de Vásquez por la derecha. Hasta aquí la distribución de la gruesa artillería; en cuanto a la de campaña, se compone de doce baterías, numeradas de 1 a 12, de cuatro piezas cada una, que se distribuyen en los reductos y los claros que quedan entre ellos.
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Tal era la situación de la línea de Miraflores, en la mañana del 15, en el siguiente orden de batalla, del Ejército de Reserva, dividido en dos Cuerpos. Comandante en jefe, coronel don Juan Martín Echeñique. Jefe de Estado Mayor, coronel don julio Thenaud. I Cuerpo de Reserva Dos Divisiones Comandante, coronel don Pedro Correa y Santiago. Subjefe, coronel don Francisco Luna. Ayudantes, tenientes coroneles, señores Francisco Noriega, José Ugarteche y Pedro Ruiz; capitanes, señores Gabriel Saco Juan Climaco Basombrío; alférez, señor Augusto Olavegoya. Jefe de Estado Mayor, coronel don Juan I. Torrico. Ayudantes, teniente coronel señor Ezequiel Lazarte; tenientes, señores Juan M. Velarde y Jorge Correa. 1ª División Comandante, coronel don Dionisio Derteano. Segundo, coronel don José González. Batallón Nº 2. Jefes: Coronel don Manuel Lecca; teniente coronel don Enrique Cox; mayor, don Aurelio Soria. En el Reducto Nº 1. Batallón Nº 4. Jefes: Coronel don Ramón Riveyro; teniente coronel don Juan Canales Melgar; mayor don Pablo Sarria. En el Reducto Nº 2, junto al camino del ferrocarril. Batallón Nº 6. Jefes: Coronel don Narciso de la Colina; teniente coronel don Natalio Sánchez; mayor don Ambrosio Becerril. En el Reducto Nº 3. Batallón Nº 8. Jefes: Coronel don Juan de Dios Rivera; teniente coronel don Tomás Carvajal; mayor don Aquiles Donaire. En el Reducto Nº 4. 2ª División Comandante, coronel don Manuel F. Benavides. Segundo jefe, coronel don Julio Alcalá. Batallón Nº 10. Jefe: Coronel don José M. León; teniente coronel don Lucas León; mayor don Domingo Almenara. En el Reducto Nº 5. Batallón Nº 12. Jefes: Coronel don Manuel Montero; teniente coronel don Enrique Lembeke; mayor don Pedro Cisnero Rubín de Celis. En el Reducto Nº 6. Batallón Nº 16. Jefe: Coronel don Francisco Ramírez y Sánchez. En el Reducto Nº 7, potreros de la Chacarilla.
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Batallón Nº 14. Jefes: Coronel don Pedro Antonio Ramos; teniente coronel don M. Nemesio Vargas; mayor don David de los Heros. En el Reducto Nº 8, potreros de Mendoza. Artillería gruesa Reducto Alfonso Ugarte. Comandante, mayor don José E. Diez. Jefe del detall, mayor don Ernesto Diez Canseco. Segundo jefe, mayor don Manuel Carrera. Jefes de pieza: capitanes, señores Pedro Odriosola, Ramón Cavero, Gabriel Delgado; teniente don Pedro A. López. Oficial del polvorín, capitán don Alejandro Torres. Oficial de pañoles, teniente don José M. Balaguer. Ayudante, subteniente don Pedro Charlín. Practicante, don Francisco Ramírez. Fortaleza de San Cristóbal Comandante, capitán de navío don Manuel A. Villavicencio. Comandante de la 1ª Brigada de Artillería, coronel don Fernando Palacios. (No se pasó la lista del personal). Agregados, capitán de navío don Gregorio Casanova. Capitanes de Fragata, señores Francisco Pasora y Gregorio Peña. Teniente 1º don Nicolás Chuliza. Fortaleza de San Bartolomé El coronel señor Gorbitz, jefe de la sección de Ingenieros del Estado Mayor General tuvo a su cargo esta batería, con una brigada de ingenieros y artillería. II Cuerpo de Reserva Comandante, coronel don Serapio Orbegoso. Se compone de tres Divisiones; la 1ª y 2ª de cuatro batallones y la 3ª de tres. Estos once Cuerpos se sitúan en los Reductos 9, 10, 11 y 12 en Encalada, sobre la línea férrea a Mendoza. Algunas tropas especiales cubren la extrema izquierda, porque Piérola se muestra receloso de un ataque por este sector, desde el reconocimiento de Barboza el día 9. Como medida de previsión, el señor Piérola dispone que continúen en su puesto las fuerzas destacadas en Rinconada y Monterrico Chico que no tomaron parte en la acción de Chorrillos.
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El coronel don Pedro Delfín queda en Monterrico Chico, con dos baterías White, de cuatro piezas cada una. Se designa como custodia, a los coroneles don P. Cabrera, con el batallón Guardia Civil; y don Manuel Velarde, con la Columna de Honor, compuesta de 80 jefes y oficiales sin colocación en las filas. El Batallón Nº 18 de Reserva con la columna Pachacamac, pasa a la Rinconada, con una columna civil y cuatro piezas de campaña. Las anteriores fuerzas quedan cubiertas por la Brigada de caballería de la Reserva, que tiene por misión la vigilancia de la extrema izquierda de la línea. Manda esta brigada, armada de carabinas Remington, el coronel don Juan F. Elizalde, con su segundo, el teniente coronel don Francisco Velarde. Consta el cuerpo de tres escuadrones, a cargo de los tenientes coroneles, señores don Juan Revoredo y Mariano Borda y del mayor don José Tudela. El coronel don Lorenzo Rondón, con la columna de caballería Huachipa, hace el servicio de avanzada por el sector de Monterrico. Desde las 9 A. M. del 13 empiezan a llegar a Miraflores, los dispersos de la línea Santa Teresa, San Juan y cerro de Pamplona. Muchos rodean a sus jefes y oficiales, pero muchos vienen por su cuenta, en completa desorganización. El coronel Correa y Santiago, comandante del I Cuerpo de la Reserva, hace tocar llamada y distribuye la tropa en los caminos de acceso, para contener a los dispersos e impedirles que lleven la alarma a la capital. Poco después arriban los coroneles Cáceres y Canevaro con algunos centenares de soldados; ya estaba en el pueblo el general Silva, jefe de Estado Mayor General que reunía a la tropa, la hacía formar y le distribuía rancho. Los derrotados, más tranquilos ya, comienzan a organizarse; pero los que pueden burlar la vigilancia de los reservistas, se escapan al interior, camino de la sierra, en busca del pago de la comunidad. El Dictador, entra a Miraflores a las diez de la mañana, y recibe del general Silva la cuenta de las novedades del día. El señor Piérola ordena a su jefe de Estado Mayor, que disponga la formación de batallones con los dispersos, sirviendo de base los cuerpos que llegan con más efectivos, como algunos de la División Pereira, y los tres de la de Suárez que no entraron al fuego, y otros restos considerables de la III División Dávila. El general Silva dispone que se hagan obras defensivas, para emplazar los cañones y ametralladoras que traen algunos oficiales, y que se instale el Parque, tras el Reducto Nº 2, salvado con mucho esfuerzo y energía por el jefe de esta repartición, coronel don Manuel Carrillo y Ariza. Mientras los jefes de unidades reúnen a los dispersos, hasta enterar unas 5.000 plazas, llegan piquetes con precioso material grueso de guerra, el que emplazan los ayudantes de Estado Mayor, una vez que se establecen trincheras con sacos de arena. El coronel don Jesús del Valle y el mayor don José A. Navarro, arrastran dos piezas Grieve, de campaña; el teniente coronel don Francisco Moreno, tres Vavasseur y una ametralladora.
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Vienen igualmente quince piezas White de Lima, que el contratista no había entregado por ciertas dificultades en la remisión de la orden de pago. El Estado Mayor trabaja con toda asiduidad en el emplazamiento de estos cañones. Los Vavasseur quedan montados en la tarde, en el camino real que une a Chorrillos con Miraflores. Entre los reductos Nº 1 y Nº 2 se termina el montaje de una pieza de a 120, v ametralladoras tras tapias arpilleradas. En el Reducto Nº 2 se colocan dos ametralladoras diez, entre los reductos Nº 2 y Nº 3, con dos cañones Grieve de campaña. El Reducto Nº 3, carece de artillería; más, entre éste el 4º, se encuentran las casas de la Palma, de construcción colonial, con sólidos fundamentos, sobre los cuales se montan dos Vavasseur dé a 70. El jefe del Parque pide a Lima toda la munición disponible; el 14 temprano, el coronel Carrillo y Ariza, recibe 2.000.000 de tiros para infantería enviados por el coronel don Nicanor González, jefe de la Administración Militar. Además, mucha tropa de línea resulta amunicionada; y con su dotación completa, la que no entró al fuego. Los Reductos Nº 4 y Nº 5 carecen también de artillería; se montan a su izquierda en las fuertes construcciones de la Calera de la Merced las diez piezas de las quince acabadas de llegar de Lima. El capitán de fragata, don Leandro Mariategui, engancha en una máquina blindada cuatro carros planos de carga, y coloca en ellos sendos cañones de marina de a 12, servidos por equipaje de a bordo. Piérola reconoce los campamentos, aclamado por las tropas. Sus adversarios políticos no pueden negar, su popularidad y su prestigio. Durante el 13, activa la reconstrucción de la infantería de línea; las horas pasan rápidas con tan laboriosas tareas. En tanto, Chorrillos y Barranco envueltos en llamas, se destacan en el horizonte. Desde el 14, al amanecer, los trabajos defensivos prosiguen con mayor actividad. A la lista de diana, se lee la siguiente Orden del día: “Todo individuo se presentará inmediatamente a reconocer Jefe en las fuerzas regulares”. La lectura de la orden se repite en las demás listas, con la agregación de considerarse a los remisos, como desertores en el campo de batalla. El Generalísimo decreta la formación de tres Cuerpos de Ejército con los efectivos regulares. Forman División especial, tres cuerpos escogidos, traídos del Callao por ferrocarril: El Batallón Guarnición de Marina, coronel don Juan M. Fanning; el Guardia Chalaca, comandante el capitán de fragata don Carlos Arrieta; y la Columna Celadores, jefe de la División el coronel Fanning. El mismo decreto nombra al coronel don Andrés Avelino Cáceres, jefe del I Cuerpo; al coronel don Belisario Suárez, del II y al coronel don Justo Pastor Dávila, del III.
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Cada Cuerpo de Ejército cuenta con dos Divisiones, con un efectivo, cada División, de dos o tres batallones. I Cuerpo de Ejército Coronel Cáceres. 1ª División Coronel don Mariano Noriega. Batallones, Jauja Nº 23 y Guardia Peruana, Nº 1. 2ª División Coronel Mariano Cevallos. Batallones, Libres de Trujillo Nº 11 y Callao Nº 9. II Cuerpo de Ejército Coronel Suárez. 1ª División Coronel don César Canevaro. Batallones Lima Nº 61, Canta Nº 63 y 28 de Julio Nº 65. 2ª División Coronel don Lorenzo Iglesias. Batallones Concepción Nº 17 y Paucarpata Nº 19. III Cuerpo de Ejército Coronel Dávila. 1ª División Coronel don Buenaventura Aguirre. (Continua en servicio, no obstante su herida). Batallones, Junín Nº 13, Ica Nº 15, Huanuco Nº 17 y Cazadores de Junín Nº 89. 2ª División Coronel don José María Pereira. Batallones Unión Nº 87, La Mar Nº 77 y Pichincha Nº 73.
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Formados los Cuerpos, el Estado Mayor procede a ubicarlos sobre la línea de batalla determinada por el señor Piérola, que abarca la extensión comprendida entre el mar y el Reducto Nº 8, en la forma siguiente: Derecha del Reducto Nº 1, 1ª División del I Cuerpo, coronel Noriega. Entre los Reductos Nº 1 y Nº 2. División especial del Callao, coronel Fanning. Entre los Reductos Nº 2 y Nº 3, 2ª División del II Cuerpo, coronel Cevallos. Entre los Reductos Nº 3 y Nº 4, 1ª División del II Cuerpo, coronel Canevaro. Entre los Reductos Nº 4 y Nº 5, 2ª División del II Cuerpo, coronel Iglesias. Entre los Reductos Nº 5 y Nº 6, 1ª División del III Cuerpo, coronel Aguirre. A la derecha del Reducto Nº 6, 2ª División del III Cuerpo, coronel Pereira. El Dictador se establece en el centro de la línea, y vuelve a tomar su escolta, a cargo del comandante Barredo, que había cedido en San Juan al I Cuerpo, pero que no fue utilizada. El Escuadrón Escolta, de 105 hombres y el Regimiento Lanceros de Torata, 260 plazas, del coronel don Remigio Morales Bermúdez, era la única caballería de Piérola en Miraflores. El jefe del Estado se muestra satisfecho; cree con profunda fe, en el triunfo, debido a los elementos materiales defensivos y a las cualidades morales de la Reserva. Varios altos jefes extranjeros, entre ellos el almirante Du Petit Thouars, declaran intomables las fortificaciones. El Generalísimo condensa su pensamiento en el siguiente santo, sella y contra seña para la noche del 14: Reserva - dará - triunfo. El señor Piérola confía en la moral de la Reserva, en la cual figura la parte más granada de la sociedad de Lima; miembros de la magistratura, del foro, de la Universidad, de la alta banca, del profesorado, del comercio, etc., etc., acuden a defender la Patria y sus hogares. Pelean ahí notables personalidades como simples soldados. Eran jefe de Batallón don Ramón Ribeyro, jurisconsulto notable, ex Ministro de Estado, ex Diputado y Presidente de la cámara; don Juan Canales Malgar, ex senador, ex Ministro de Estado; don Pablo Sarria acaudalado hombre de negocios. Manda el I Cuerpo de Reserva don Pedro Correa y Santiago, ex Diputado, ex Alcalde de Lima y alto terrateniente; es jefe de la 1ª División don Dionisio Derteano, acaudalado banquero, propietario de varios ingenios de azúcar en el norte de la República. Miraflores cubrió de luto a la alta sociedad Limeña.
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CAPITULO XXXVI. Batalla de Miraflores. El terreno, entre Chorrillos y Miraflores, enteramente plano semeja un tablero de ajedrez, cuyos escaques llenan ranchos, huertos, quintas y potreros perfectamente cultivados. De Chorrillos parten a Lima dos caminos, la calzada para vehículos y peatones, y el ferrocarril; sigue uno al lado del otro, hasta el Barranco, distante tres kilómetros al norte, pueblecito pintoresco, con buenos edificios. Se encuentra a mil metros de la playa, a ambos lados de una cortadura profunda, que, del norte la población, va a morir al mar. Por el fondo corre abundante agua, que se salva con un puente de madera que une los extremos de la calzada. Dos kilómetros separan a Barranco de Miraflores, asentada entre bosques de pino y jardines, a kilómetro y medio del mar. La carretera empieza a separarse de la vía férrea desde Barranco, y cruza un campo áspero y pedregoso. Una muralla gruesa, resistente, de adobones, corona de oriente a poniente, en toda su extensión, la cresta norte de la profunda quebrada de Barranco esta sólida construcción constituye una poderosa defensa de Miraflores. Como sabemos, el coronel Lagos acampa con la III División, en la tarde del 14, al norte de Barranco, frente a Cáceres, a mil metros de sus atrincheramientos, a caballo sobre la línea férrea; la 2ª Brigada Barceló a la izquierda, y la 1ª Urriola, a la derecha. El coronel Velásquez, vivaquea al norte y sur de Barranco con la artillería de campaña. Ordena incendiar el pueblo, tanto para tener buen campo de mira, como para quitar a los soldados la tentación de ir a buscar licor al balneario, abundante en cantinas bien surtidas. Lagos había dado la misma orden. Muy de alba, del 15, el coronel Lagos avanza sus tropas hasta mil metros del enemigo; coloca la 2ª Brigada entre el mar y la trocha del ferrocarril; y la 1ª Brigada, a la derecha de los ríeles. Una vez sobre el terreno, el comandante Barceló tiende sus tropas en batalla; de izquierda a derecha, el Regimiento Concepción, los batallones Caupolicán y Valdivia y el Regimiento de línea Santiago: total 6 batallones. La Brigada Urriola está reducida a Navales; el Aconcagua viene en marcha a ocupar el claro entre los rieles y los Navales; el Búlnes permanece aun en Chorrillos y el Valparaíso forma en la Reserva. Tras los Navales, arma sus baterías la artillería de Wood. Una vez terminada la formación de combate, los cuerpos forman pabellones, enviando a dos cientos metros al frente, tres compañías de guardia.
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La tropa libre de atenciones, se dispersa por los potreros en busca de verduras para mejorar el rancho; unos acarrean leña, otros agua, y gran parte se entrega a un sueño reparador, para engañar el hambre. Los oficiales forman grupos, pasean o charlan. Nadie se preocupa del enemigo, en la confianza del armisticio. Sólo el coronel Lagos, que jamás duerme, recorre los campamentos, observa las líneas enemigas, husmea el aire, como inquiriendo las cercanías de un peligro incierto. Igual cosa ocurre al coronel Velásquez, acampado en el caserón de un molino, en cuyo segundo piso, el oficial observador, capitán don Juan Brown Caces, canta a cada momento: Tren de Lima con tropas; desembarcan tropas; se refuerza la línea enemiga municiones a los reductos. En tales ocurrencias, pasa la mañana; se alejan los Ministros Plenipotenciarios; y corre la noticia del armisticio. El coronel Velásquez en dos ocasiones propone al General, arrasar las fuerzas enemigas, que maniobran en columna; el General no permite, atado al compromiso contraído con los representantes extranjeros. Los avisos del capitán vigía Brown eran exactos; momento a momento llegan trenes de Lima, con tropas, municiones y víveres. En la mañana se trasladan al campamento del I Cuerpo Cáceres, desde el Callao, los Batallones Guarnición de Marina, Guardia Chalaca y Guardia Urbana, que forman División especial, a las órdenes del capitán de navío don Juan M. Fanning. Terminada la conferencia con los diplomáticos, el General dispone que las Divisiones sigan los movimientos ordenados el día anterior. La 1, debe avanzar hasta Barranco por la carretera; oblicuar ahí a la derecha y tomar la línea de la III División. La Reserva queda sobre el camino de hierro, a la altura de la artillería de Velásquez, esperando órdenes. La II División Sotomayor se fracciona; la 1ª Brigada Gana permanece bajo la mano del General en jefe, cercana al guión de mando elevado a inmediaciones de Barranco; y la 2ª Brigada Barboza converge en dirección a la extrema derecha de la 1ª División. El general Sotomayor, además de su 2ª Brigada, cuenta con un núcleo de observación, que el General envía a retaguardia de la II División, para contener cualquier conato de flanqueo propiciado por el coronel Orbegoso, comandante en jefe del II Ejército de Reserva. La caballería toma posiciones a retaguardia de Barranco, en contacto con el Cuartel General. El Regimiento Esmeralda, queda de guardia de prisioneros y heridos en la Escuela de Cabos. Cerca del medio día desembarca el Almirante, a conferenciar con el General; se ponen de acuerdo respecto al papel de los buques de guerra en la próxima acción. Riveros, en previsión del bombardeo do Miraflores envía al Cochrane al Callao y hace venir al Huáscar, para utilizar los nuevos cañones de largo alcance. Precisa batir al
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enemigo desde los cuatro mil metros, porque la línea de Miraflores se defiende del lado del mar, por un barranco de 40 metros de altura, que impide a los buques hacer fuegos cercanos a la playa. Se colocan en fila de norte a sur, Huáscar, Blanco, Toro, Pilcomayo y O'Higgins. El plan del General, comunicado a los jefes de unidades, consiste en enviar a Lynch, contra el centro y a Sotomayor contra la izquierda. La Reserva a retaguardia de la 1ª División, y más retaguardia la caballería. El Alto Comando peruano facilita la labor de su colega chileno, pues divide las fuerzas, hasta formar dos núcleos independientes; el coronel Orbegoso queda en Vásquez, en espera de los acontecimientos, en tanto el coronel Correa y Santiago, jefe del I Cuerpo de Reserva, se bate y cumple con su deber. Pero la falta más seria del Dictador, consiste en establecer dos comandos en jefe, en cada una de las secciones de la línea de batalla. Los Generales de los Cuerpos de Ejército ejercen jurisdicción sobre los cuerpos de línea, establecidos entre los claros de reducto a reducto; y a la inversa, los jefes de Reserva ejercen únicamente jurisdicción sobre los reductos y los batallones de los cuerpos de la Reserva. La dualidad de comando sobre una misma línea acarrea confusiones, con desmedro de la rapidez, en la ejecución de las operaciones. Si Cáceres manda la derecha, Suárez el centro y Dávila la izquierda, lo racional es que todas las fuerzas allí acumuladas obedezcan única y exclusivamente a estos tres jefes. La Reserva chilena desemboca de Barranco a las 12:20 P. M.; queda al noreste del pueblo, avistando a la artillería pesada de Wood, colocada a retaguardia de los Navales. La 1ª División se alista para tomar el rancho a las 12 M. y marchar enseguida a su puesto a la derecha de la III. El general Silva, jefe de Estado Mayor del Ejército peruano, pasa a esa hora revista a los cuerpos de línea; más, en cuanto divisa a la izquierda de Lagos, tomar posiciones cercanas a su frente, y que los barcos chilenos forman en batalla, entre Barranco y Miraflores, suspende la revista y pide órdenes al Dictador, que en esos momentos almuerza con los almirantes, francés e Inglés y comodoro italiano. El señor Piérola ordena que no se dispare; y sigue atendiendo galantemente a sus invitados. El General, con el jefe de Estado Mayor, general Maturana, los señores Altamirano y Godoy y los ayudantes, recorre el campo, observa la línea enemiga y se acerca hasta la distancia de 400 metros. No puede negarse que fue una soberana imprudencia. Después de un rato de observación, el General y comitiva vuelven bridas en dirección al campamento. Un huracán espantoso se desencadena en ese momento; atruena el espacio un ensordecedor fuego de fusilería, de ametralladoras, de artillería; se concentra la lluvia de plomo, sobre el General y su séquito, que se retira rápidamente del lugar amagado, sin bajas, afortunadamente.
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El General, al sentir el zumbido de las balas, exclama: Emboscada infame; yo desconfiaba.
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La III División contesta el fuego y se traba la acción. El General cree que trata de una equivocación, dado el compromiso vigente. Envía orden a Lagos de suspender el fuego; Lagos toca alto el fuego, repiten el toque los cornetas de Brigada, de Regimiento, de Batallón, y los rifles enmudecen. Notable prueba de disciplina. El silencio continúa por un cuarto de hora; pero como el fuego enemigo arrecia fragoroso, Lagos ordena romperlo a su vez. El Almirante había bajado a tierra a ponerse de acuerdo con el General p erala combinación de las fuerzas en la batalla que se preveía; vuelto rápidamente a bordo, los buques toman parte en la acción con las piezas de largo alcance, enviando sus granadas contra el reducto Alfonso Ugarte y los vecinos, que responden con sus cañones de grueso calibre. En vista de la nueva situación táctica, el General cambia inmediatamente el plan de batalla. Ordena a Lagos que se haga fuerte en sus posiciones; a Lynch, que oblicue a la derecha, y en cuanto tenga terreno suficiente, entre en línea contra el centro enemigo. Fracciona a la II División; deja a la 1ª Brigada Gana bajo su mano para ocuparla a su tiempo, en previsión de que en breve necesitará de la Reserva para sostener a Lagos; y envía a Sotomayor a la derecha, por entre potreros y sembrados, en dirección a Tebes, a operar contra la izquierda enemiga. Por fin, forma un núcleo independiente, compuesto del Regimiento Artillería de Marina, Melipilla y la Brigada Gana de artillería, para marchar a retaguardia de Sotomayor, en previsión del flanqueo que teme por nuestra derecha. La artillería de campaña actúa a su vista desde Barranco; y a retaguardia, resguardada por las casas de la población, permanece la caballería en acecho de una carga, pues sabe que el General exige al arma de su predilección el máximo de eficiencia en el combate. El señor Dávila Larraín lleva el personal de la Intendencia al muelle de Chorrillos; suspende la remisión de víveres y la reemplaza por municiones, que envía en las 150 mulas reservadas para el servicio de provisiones, más 200 descansadas traídas de Pisco por el comandante Echeverría; comisiona a don Álvaro F. Alvarado para su distribución en la línea de batalla. Las cuadrillas de fletadores se encargan de echar a tierra el parque almacenado en la Avestruz, con la calma de gente avezada al peligro, no obstante que el buque se encuentra bajo los fuegos de la artillería gruesa del enemigo; una granada que toque a la Avestruz, cargada únicamente de explosivos, sería bastante para hacerla volar por los aires. Los arrieros al igual de los fletadores cumplen bravamente con su deber. Las mulas, tan mañosas como cobardes, tienden a dispersarse al oír el silbido de las balas y, peor si las toca algún proyectil. Es necesario ver a esos hombres como conducen las piaras hasta la misma línea de fuego, sin preocuparse en absoluto de su persona.
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El doctor Allende Padín traslada a Chorrillos a la 1ª Ambulancia del doctor Arce, repartida en tres secciones, para la recepción de los heridos que se le envíen de esta nueva batalla; la 2ª Ambulancia del doctor Gorroño queda a cargo del Hospital de Sangre de la Escuela de Cabos; y la 3ª del doctor Prado, marcha a la línea de combate, con sus cinco secciones, engrosadas por una sexta, llegada del sur, a cargo del señor Guillermo Castro. El doctor Prado establece una sección en Barranco y entra en línea de combate con las cinco restantes. Terminada la batalla, ocupa un chalet en Miraflores, y establece ahí el Hospital de Sangre. El doctor Allende Padín, designa al señor Víctor W. Castro para la confección de dieta caliente para los heridos; después de lo cual, con el Contralor General señor Rodríguez Ojeda y 300 chinos, se dirige al campo de batalla a dirigir personalmente la evacuación de los caídos hacia las carpas de los cirujanos. Otro gran servidor de Chile, trabaja, callado y silencioso, entre las dos filas de combatientes. El capitán don Arturo Villarroel, un pelotón de pontoneros, y 300 chinos se arrastran entre las ondulaciones del suelo, cortando los alambres de las minas, que las unen a las estaciones eléctricas, ubicadas en los reductos; inutiliza decenas de estas minas, algunas bastante potentes para elevar a una compañía entera. En las postrimerías de la lucha, dos tiros de rifle lo tienden al acercarse a un reducto. Llevado a la ambulancia, dice con su sonrisa bonachona de costumbre: Se salvó la técnica; no me habría conformado volar con una mina; un par de balas, pase. El capitán Dinamita queda inválido por toda la vida. El coronel Lagos, al oír el estruendo de la descarga enemiga, con la calma propia del veterano, grita a sus ayudantes: ¡A las armas! Parten éstos en todas direcciones; los cornetas tocan tropa; los soldados corren a sus pabellones; los capitanes forman y numeran las compañías; los sargentos revisan los paquetes de municiones del personal de sus escuadras. Esto bajo un chaparrón de plomo que todo arrasa. Lagos al centro, Barceló a la izquierda y Urriola a la derecha, recorren la línea, animan a la gente con esa serenidad de viejos comandantes, que causa la admiración y arrastra a la tropa al heroísmo. La División se mantiene bien, no obstante que la Brigada Urriola se reduce únicamente a Navales; el Aconcagua no toma aun su colocación y el Búlnes se pone recién en marcha desde Chorrillos, al ruido del cañón. Lagos tiene encima el Cuerpo de Ejército de Cáceres, compuesto de las Divisiones Noriega, Cevallos y Fanning; y la derecha del Cuerpo de Ejército de Suárez, es decir, la Brigada Canevaro, lo que hace la mitad del efectivo de Miraflores, 10,000 plazas, sin contar su poderosa artillería. Hace frente, con 2.446 plazas de la izquierda, así distribuidas: Regimiento Concepción………………. Batallón Caupolicán……………………
665 416
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Batallón Valdivia……………………… Regimiento de línea Santiago…………. Total………………………
493 872 2.446
La derecha consta sólo de los 870 hombres de Navales; una vez en línea el Regimiento Aconcagua, 1.000 plazas, subirá el efectivo a 1.870. El coronel Lagos dispondrá entonces de 4.316 bayonetas, contra las 10.000 de Cáceres. La acción se desarrolla furiosa por ambas partes. Lagos se siente agobiado, a las 3 P. M., no obstante el sostén de la escuadra, que destroza los atrincheramientos vecinos al reducto Alfonso Ugarte, y ya desmontados sus cañones de grueso calibre, con las granadas de a 300 del Blanco. Los buques extienden su acción al balneario; muchos de sus palacios empiezan a incendiarse y amenazan la estación, donde el general Silva ordenó reunir gran cantidad de municiones. Cáceres nota favorable el pulso de la situación. Percibe el claro existente entre la 1ª Brigada y los Navales, encuentra oportuno el momento para un brusco ataque a ese sector, deshacer el Cuerpo que lo defiende, y envolver por el flanco la izquierda chilena. Como jefe experimentado, previene de sus planes a los divisionarios, para iniciar el ataque simultáneo con la totalidad de los efectivos. Cerca de las tres de la tarde, toma la ofensiva; sale de sus atrincheramientos y se lanza adelante en un violentísimo ataque. La tropa le secunda entusiasmada, y con vivas al Perú, asaltan la línea chilena. Suárez, colocado a la izquierda de Cáceres, sigue el movimiento avanza el ala derecha del coronel Canevaro, y estrecha resueltamente a Urriola, que resiste la avalancha con Navales, único cuerpo, de que dispone en ese momento. Cáceres trata de colarse por el claro que separa a Navales de la 2ª Brigada, para envolverla por su flanco derecho, a la vez que la embiste de frente y por el ala izquierda. Lagos firme como un roble, resiste el aluvión de plomo y metralla que le cubre; pero Navales no resiste la masa que le asalta y le circunda de balas. Retrocede lentamente, haciendo fuego en retirada, sin desorganizar las filas, sin perder la tranquilidad. Arrastra en el movimiento retrógrado al 1º Batallón del Aconcagua que acude al cañón, en tanto se despliega el segundo batallón a retaguardia. La artillería de campaña del Nº 1, comandante Wood, situada tras de Navales, engancha y emprende la retirada tanto por el peligro de caer en manos del enemigo con el retroceso de la infantería, como por ir escaseando las municiones. La artillería de Velásquez sigue a pié firme barriendo al enemigo con certeros disparos, situada a retaguardia de la III División. A la izquierda, la brigada Frías; el comandante González, al centro; y a la derecha, la brigada Gómez. En consecuencia, quedan las baterías, en esta forma, de izquierda a derecha: Ortúzar, Flores. Besoaín, Montauban, Fontecilla, Nieto. El fuego enemigo arrecia; las bajas aumentan en las baterías; pero el tiro se mantiene con vigor.
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Una granada cae al centro de la batería Nieto, le pone cinco hombres fuera de combate y un alférez. Otro alférez acaba de recibir herida de rifle. El capitán Flores cae en su puesto, con un balazo en las sienes; la batería de Ortúzar pierde en un momento cuatro oficiales, de los seis de dotación. Lagos cree llegado el momento de pedir refuerzo antes de ser arrollado, envía a sus ayudantes a exponer la situación al General, quien mirando el avance enemigo desde su observatorio de Barranco, ha enviado ya orden a Martínez de entrar con la Reserva. El comandante Martínez avanza con los Regimiento Zapadores y Valparaíso por la izquierda; el 3º de línea por la derecha. Los Navales, con el Aconcagua ya desplegado a la izquierda y el refuerzo del 3º, vuelve al fuego y Urriola recobra sus posiciones. Por el ala izquierda, Barceló, se siente fuerte con los dos nuevos regimientos, y Cáceres fracasa en su maniobra ofensiva. Cáceres y Canevaro tocan retirada y vuelven a su puesto en los atrincheramientos. Son las 4 P. M.; Lagos salva la situación con su heroica defensa. La estrella solitaria, brilla nuevamente con todo su fulgor. El coronel Lynch, al sentir la primera descarga de la línea enemiga, acude inmediatamente al cañón, por la carretera de Lima, hasta el pueblo de Barranco, precisamente en los momentos en que el General, le envía la orden de tomar colocación a la izquierda de la III División. Lynch sigue tranquilo hasta Barranco, donde oblicua a la derecha, por potreros arados, saltando canales y salvando murallas, bajo un chaparrón de proyectiles. De cuando en cuando, un rugido sordo anuncia una bomba de grueso calibre de San Bartolomé, el Pino o Calera de la Merced, que revienta con estrépito atronador. La División avanza armas a discreción; no se divisan sino los reductos y las trincheras. Tan pronto como la 1ª Brigada tiene campo de mira, se despliega de izquierda a derecha, batallón por batallón. Se tienden en guerrilla los dos batallones del 2º de línea; siguen los del Atacama, del Talca y del Colchagua, cuatro buenos regimientos, que dirigidos por el bravo coronel don Juan Martínez, forman una poderosa línea que impone al enemigo. La 2ª Brigada Amunátegui busca a su vez terreno para el despliegue. En esos momentos llega el general Maturana, jefe de Estado Mayor General, aforrado en una bufanda lacre, por encontrarse constipado, sin preocuparse del nutrido aguacero de balas que le cae encima. Ordena al coronel Amunátegui dirigir el ataque en el claro de los reductos Nº 5 y Nº 6, pues se divisan columnas de Suárez que vienen a rebasar el flanco derecho de la línea chilena. Se despliegan los dos batallones del Chacabuco y después los del 4º. El general Maturana conduce personalmente al Coquimbo, que efectúa un brillante despliegue bajo los fuegos de la izquierda de la División Dávila, que avanza con ánimo de rebasar nuestra derecha; y lo coloca paralelo a un callejón, hacia el cual se acerca la Brigada del coronel Barboza con un batallón en guerrilla y los demás en columna.
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Maturana ordena al comandante Pinto Agüero que espere que el enemigo llegue a 300 metros para hacer fuego. Se dirige enseguida a la derecha, a observar la 2ª Brigada Barboza de la II División, que entra en línea, guiada por el general Sotomayor. Tan pronto como los batallones peruanos se encuentran a 300 metros, una descarga cerrada de mampuesto del Regimiento Coquimbo, les detiene súbitamente en medio de un potrero plano; las guerrillas hacen alto; las columnas que siguen, se vienen encima; se forma una masa enorme, en que se apelotona la gente. Los coquimbos no pierden un tiro en ese blanco enorme, que se bate en retirada. Pinto Agüero ordena cargar; el enemigo, ya parapetado tras gruesas murallas, le recibe con mortífero fuego; pero el impulso está dado, el Regimiento llega a la muralla y pone en fuga al enemigo, al que persigue sin tregua, ni descanso. Como en Tacna, el Coquimbo rompe la línea contraria, e inicia la victoria. El General Baquedano, que sigue las peripecias del combate, observa que aparece por la izquierda enemiga, una fuerza de caballería, Piérola había enviado desde Vásquez, al coronel Morales Bermúdez, con su regimiento Lanceros de Torata y la Escolta Presidencial, comandante Barredo, a sostener el flanco de Dávila. Ambos cuerpos forman un efectivo de 365 plazas. Baquedano ordena a Búlnes que los cargue con Carabineros de Yungay, que parten saltando cercos a través de potreros de cultivo. Llegados a campo abierto, Búlnes inicia la carga; los jinetes enemigos tuercen bridas, y ni con alas les habrían dado alcance. Nota entonces el comandante que los dispersos que persigue el Coquimbo, salen a la pampa de San Borja. Para no perder la aviada, cae sobre ellos, los sablea y los extermina. El mayor Jarpa, con las baterías Ferreira y Koeller cañonea vivamente a los fuertes peruanos de grueso calibre, desde la retaguardia de la 1ª Brigada de la 1ª División. La Brigada Gana que con el regimiento de Artillería de Marina y Batallón Melipilla, vigilaba la izquierda enemiga, rompe desde una loma, un nutrido fuego de salvas, para intimidar al enemigo en sus sueños de avance y flanqueo. Todo el ejército chileno está comprometido en la acción; sólo permanece inactiva la 1ª Brigada Gana, de la II División, que el General mantiene a su lado como reserva general. Lagos que rechaza al enemigo merced al refuerzo de la Reserva del comandante Arístides Martínez enviado por el General y del ingreso del Búlnes que llega al trote desde Chorrillos, resuelve a su vez tomar la ofensiva. Ordena a Barceló, Urriola y Martínez hacer fuego en avance; baja la quebrada; sube la ladera norte, y asalta la muralla que sigue las ondulaciones de la ceja de la quebrada donde el enemigo resiste, con valentía, trabándose un entrevero al arma blanca. Lynch, al notar el movimiento de Lagos, ordena a su División hacer fuego en avance, para acercarse a los reductos y trincheras. Sotomayor sigue el movimiento de Lynch; la Artillería de Marina y el Melipilla, avanzan y refuerzan la línea de Sotomayor. La línea entera toma la ofensiva.
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Son las 4 ½ P. M. Los contendores se baten furiosamente. La línea chilena avanza al grito de viva a Chile y la peruana responde a pié firme viva el Perú. La pelea se desarrolla con carácter espantoso; de uno y otro lado se hacen prodigios de valor; el choque se resuelve con ferocidad en los reductos y trincheras a punta de bayoneta. Barceló cae en el avance; le sucede Fuenzalida que cae a su vez; y muere Dardignac, mayor del Caupolicán. Cáceres solicita refuerzos. El general Silva le lleva personalmente al Batallón Unión, coronel Rossel, que entra en apoyo del Guarnición de Marina, casi diezmado. Cáceres y su jefe de Estado Mayor coronel don Manuel Velarde, están en los puntos más amenazados; los coroneles Noriega y Cevallos defienden las alas con energía; pero el centro es exterminado; muere el coronel Fanning, del Guarnición de Marina; muere el comandante Arrieta del Guardia Chalaca y muere también el coronel Arias y Araguez, a la cabeza de su cuerpo. Cáceres pierde dos caballos; cae a su lado el ayudante de Estado Mayor, teniente Castellanos, que trae órdenes; pierde a sus propios ayudantes, Torres, Paz y Retes; pero sostiene su puesto con energía. La Reserva cumple noblemente su deber. El comandante de la 1ª División, coronel don Dionisio Darteano, y su jefe de Estado Mayor, coronel don José González, recorren las filas animando a los combatientes. El batallón Nº 2, defiende el reducto Nº 1, con su coronel, primer jefe don Manuel Lecca; teniente coronel, segundo, don Enrique Cox y mayor don Aurelio Soria, que se baten con singular bravura. El actual presidente del Perú, don Augusto B. Leguía, combate como sargento segundo, en la 4ª compañía de este cuerpo; y el ex ministro de Estado, don Melitón Porras, como subteniente de la 1ª compañía. En honor del Exmo. señor Leguía, damos la Plana Mayor de su compañía : Capitán, don Daniel de los Heros. Tenientes, señores Alejandro Alfaro y Oscar Salcedo. Subtenientes, señores Guillermo Torres y José Luís Eguren. Sargento primero, señor Samuel Giraldino. Sargentos segundos, señores José Maza, A. Maza y Augusto B. Leguía. Cabo, Adolfo Rivera, El coronel don Ramón Ribeyro, defiende el reducto Nº 2, con el Batallón Nº 4. Conviene anotar que este batallón Nº 4, se compone de universitarios, profesionales, miembros de la magistratura y del foro. Rinden ahí la vida el doctor Manuel Pino, vocal de la Corte de Puno y miembro del Consejo de Estado; el profesor de la Universidad don Saturnino del Castillo; el coronel don Manuel Gómez; el de Guardias Nacionales, don Juan Dionisio Rivera; el doctor don Félix Olcay, juez letrado; el ministro de la Corte don Mariano Ramos; y muchos otros patriotas de distinguida posición social.
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Nada detiene el ímpetu de los asaltantes; tomadas las trincheras, entran a los reductos por la gola. Cáceres, destruido su cuerpo de ejército, se corre hacia el centro para continuar la resistencia; una bala de rifle le atraviesa una pierna. El coronel Velarde le hace conducir a Lima. Lagos, dueño del ala derecha enemiga, cambia de frente, para embestir a Suárez, que en esos momentos se ve acosado por toda la 1ª División Lynch, que al seguir el movimiento de la izquierda, lanza sus dos brigadas al asalto. El general Silva se encuentra siempre en lo más recio del combate al constatar la destrucción de Cáceres, ordena al ayudante de Estado Mayor, coronel don Juan C. Verostegui, que se dirija a la estación y ponga fuego al Parque, almacenado en el edificio del ferrocarril. Corre el coronel a cumplir su cometido pero una bala de rifle lo mata en las puertas de la estación. Suárez se encuentra en crítica situación; Urriola, con su brigada y Martínez con la Reserva, le envuelven por la derecha; el coronel Martínez con la 1ª Brigada de la 1ª División le aplasta por el centro; inútilmente, Canevaro defiende el sector del reducto Nº 3; resiste con bizarría hasta que cae gravemente herido, lo que descorazona a la tropa y se desbanda. El reducto Nº 3, resiste heroicamente; los asaltantes de la izquierda de Martínez, no se apoderan de él, sino después de la muerte del coronel don Narciso de la Colina, de su segundo jefe, teniente coronel don Nicanor Castillo, del ayudante don Pablo Bermúdez y de más del tercio del efectivo de tropa. Los cuerpos de la derecha de la 1ª Brigada, guiada por Martínez en persona, atacan el reducto Nº 4 y Amunátegui, con la 2ª Brigada el Nº 5. Contrarrestan el empuje de la 1ª División Iglesias del II Cuerpo de Suárez, y las Divisiones Aguirre y Pereira, del III Cuerpo, de Dávila. El choque es recio. El coronel Martínez, recibe mortal balazo, al frente de su Brigada muere el mayor Zorraindo del Atacama; son heridos el teniente coronel Arrate Larraín, del 2º de línea el comandante Pinto y el mayor Larraín Alcalde del Coquimbo y el comandante Trujillo, segundo del Colchagua. Pero el impulso está dado. La 1ª Brigada rompe las defensas por la izquierda del reducto Nº 4; y la 2ª Brigada, por la izquierda del Nº 5. Ambas dos convergen hacia los flancos y penetran a los reductos por retaguardia y acaban la guarnición al arma blanca. En tales circunstancias, organiza la resistencia el general don Juan Buendía, nombrado jefe de Estado Mayor General sobre el campo y dado a reconocer de orden de Piérola, por el Ministro Orbegoso. El general Silva recibe una grave herida, juntamente con los generales señores, Ramón Vargas Machuca y Andrés Segura, que le acompañan, y el subjefe de Estado Mayor, coronel don J. Ambrosio del Valle. Se pelea brutalmente, con rabia satánica, porque los peruanos acaban de saltar el reducto Nº 5 tomado a la bayoneta por el Coquimbo, felizmente cuando el Regimiento
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evacuaba el fuerte, en persecución de los fugitivos. Sin embargo, algunos soldados vuelan por los aires, lo que motiva la ira de los asaltantes. El general Sotomayor, que siguió el movimiento de avance de Lagos y Lynch, entra en línea por la derecha con la Brigada Barboza, engrosada por el Regimiento de Artillería de Marina, el Batallón Melipilla y la Brigada de artillería Gana. El General, que sigue el movimiento ofensivo de toda la línea, se traslada a Miraflores, con la Brigada del coronel Gana, de la II División, que guarda como Reserva. Nota que la noche se viene encima, y la tropa, ciega en la persecución, grita ¡a Lima! ¡a Lima! Envía a todos los ayudantes a vanguardia a detener a la 1ª División, que era la más avanzada; Lynch retrocede y acampa en el llano, poco al norte de la Calera de la Merced, en previsión de que aun queden minas y torpedos. La línea chilena hace alto a las 6 P. M. Cesa el ruido de rifles, ametralladoras y artillería menor; la escuadra silencia sus cañones de alto calibre; sólo retumban de cuando en cuando, las gruesas piezas de Magdalena, el Pino, San Bartolomé y San Cristóbal que envían sus enormes bombas al campo chileno, como últimos estertores de la agonía de un pueblo. Terminadas las faenas del día, el General y comitiva, regresan a sus alojamientos entre San Juan y Chorrillos, a gozar el merecido descanso después del triunfo. La III División acampa en Miraflores y la II, parte al sur del río Surco, entre la Chacarilla y Magdalena y parte, entre Miraflores y Barranco. El General, los generales Maturana y Saavedra, los ayudantes del Cuartel General y Estado Mayor, se establecen en las estaciones del ferrocarril de Chorrillos, uno de los pocos edificios utilizables; el resto de la población arrasada por las granadas de la escuadra o consumida por las llamas, amenaza convertirse en un montón de escombros, como Chorrillos, Barranco y Surco. A las 6:10 P. M. llega un tren artillado, procedente de Lima; hace fuego a derecha e izquierda, sin objeto práctico alguno. Nuestros soldados le hacen horroroso fuego, desde las tapias que cierran la vía; el convoy se detiene y retrocede a Lima a todo vapor. Y muy a tiempo pues Stuven levanta oportunamente los rieles a la entrada de la estación. A las 7 P. M. se nombran las grandes guardias y avanzadas; a las 8 se toca silencio, y grandes y chicos se entregan al sueño, para olvidar el hambre que araña el estómago, desde hace treinta horas de marcha, carrera, saltos de murallas y trincheras, en absoluto ayuno. El sol se pone en el horizonte; y cosa rara, aparece un soberbio arco iris, cuyos extremos tocan la Calera de la Merced, por el N. E. y el Salto del Fraile por el S. O. En Lima jamás llueve; no hay recuerdo de que un arco iris adorne el cielo de la capital. La fantasía de nuestros soldados, afirma que Dios aplaude nuestras victorias, por la justicia que encierran. Una última palabra, respecto a la batalla de Miraflores. ¿Quién dio la orden de romper los fuegos? El Dictador almorzaba tranquilamente con los Ministros y almirantes extranjeros, cuando sonó la primera descarga.
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Ya antes había negado autorización para disparar, al coronel señor Correa y Santiago, que pedía su venia por venir el enemigo muy cerca. ¿Quién dio la orden? He aquí lo que encontramos en un diario de Lima, que años más tarde, hizo una relación de la batalla. “Más de la 1 P. M., había dado, cuando la izquierda de la línea chilena, que era la parte visible a nuestra vista, avanzaba resueltamente. A la 1:35, llegó a la altura de 500 metros de la posición, que a vanguardia de nuestro reducto y hacia la derecha, ocupaban las tropas regulares del coronel Cáceres. Este, lleno de dudas, presenciaba el movimiento de avance del enemigo; tenía conocimiento de un armisticio y así no podía explicarse la maniobra determinante que empleaba el Estado Mayor contrario. Al fin, el peligro de verse envuelto de un instante a otro, dictó la única resolución posible y racional; se rompió el fuego. Mil hurras sonoras y estruendorosos lanzados por el Nº 4, repercutieron en el espacio. Entraba en acción; iba a recibir su bautismo de sangre. Rompió en descargas tan sostenidas, tan vivas, que en un segundo el reducto parecía rodeado de un círculo luminoso. Correa y Santiago, Derteano, Ribeyro y otros jefes, que se mostraron siempre animosos en el curso de la acción, a gritos aconsejaban hacer los disparos con calma y buena puntería”. (Descripción de un soldado del Batallón Nº 4, compuesto en sus nueve décimas partes, cuando menos, de las clases más selectas de la capital). No tuvo pues, el Dictador, parte alguna en la ruptura del armisticio, como injustamente lo acusó la prensa chilena, durante muchos años. El temor de Cáceres de verse envuelto por el enemigo, o que éste por la demasiada cercanía a sus fortificaciones, le anulara el valor de las posiciones que ocupaba el ala derecha, originaron la orden de éste, de romper los fuegos, a la cual siguió la descarga cerrada, lo que demuestra que toda la línea estaba dispuesta a entrar en acción, esperando únicamente la voz de orden. Un testigo presencial, el señor Pirolari Malmignati, secretario de la legación italiana, explica lo ocurrido en éstos términos: El día después de la batalla de San Juan y Chorrillos, el Cuerpo Diplomático de Lima, por indicación del Ministro italiano, señor Viviani, ofreció al señor Piérola sus buenos oficios, como mediador para obtener un armisticio y, si fuera posible, la paz. Los cuales aceptados, una Delegación compuesta de los Ministros de Francia y de Inglaterra, del Ministro de San Salvador, decano del Cuerpo Diplomático, de su secretario y de éste su seguro servidor, fue enviado al Dictador peruano a Miraflores, y al General Baquedano, jefe del ejército chileno, a San Juan cerca de Chorrillos. Sin entrar en delicados detalles reservados…..diré que en la mañana del 15 (Enero de 1881), fue acordada por el Generalísimo Baquedano una suspensión de armas hasta la media noche. Esta tregua fue aceptada por el señor de Piérola; y, para inducirle más fácilmente a un
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regular armisticio y una sucesiva paz, a las dos y cuarto P. M. fueron donde él, no sólo los delegados, sino todo el Cuerpo Diplomático, los contralmirantes inglés y francés y el comandante de nuestra división naval en el Pacífico. Se estaba conversando tranquilamente, cuando pareció que una lluvia de granizo caía sobre el techo. Más no eran granos de agua congelada los que granizaban; eran balas de fusil y de cañón. Para desvanecerse toda duda cayó una bala que despedazó los vidrios retumbando en torno como los últimos estruendos de un inmenso fuego pirotécnico. ¡On a ouvert le feu! exclamó no se quien. ¡Cela parait imposible, mais c’est vrai! dijo el Dictador peruano y saludando la comitiva, se retiró. Nosotros también nos apresuramos a salir de la casa. No había ya esperanza; el combate era verdaderamente encarnizado. El fuego de fusilería y de cañón se hacía más y más vivo. Ya oímos el silbido de las balas en todas direcciones, y veíamos caer las bombas en la arena. La escena tenía a la vez algo de trágico y de cómico. Una docena de diplomáticos, llegados en ferrocarril para una misión eminentemente pacífica, se hallan a pié, de frac, guantes y tarro en una batalla. ¡Acontecimiento nuevo en los fastos de la diplomacia! (Il Perú e i suoi tremendi gíorni). Es fuera de toda duda, que la ruptura del armisticio no puede cargarse ni al General chileno, ni al Dictador peruano. El fuego partió del I Cuerpo del coronel Cáceres.
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CAPITULO XXXVII. Entrada a Lima; ocupación del Callao. El General Baquedano se retira de Miraflores en la noche del 15, una vez que el ejército queda entregado al sueño, después del toque de silencio. Regresa a su alojamiento, sobre el camino de San Juan, entre las casas de esta hacienda y la Escuela de Cabos. Trabajaba con los señores Altamirano, Godoy y Lira, cuando se le anuncia que el coronel Lagos le envía tres oficiales de marina extranjeros uno inglés, otro italiano y el teniente de navío Robeyot, francés. Este último secretario del almirante du Petit Thouars, llegados en un tren especial de Lima, a solicitar audiencia del General en jefe, para el Cuerpo Diplomático residente en Lima. El General contesta, que por encontrarse recogido, les recibirá al día siguiente, a las 8 A. M. Un oficial regresa a Lima; los otros dos pernoctan en la Escuela de Cabos. El General recorre el campo de batalla, desde las cinco de la mañana. No encuentra un solo herido; todos se hallan hospitalizados bajo techo. Regresa a las 8. El comandante Echeverría le presenta al oficial italiano de la Garibaldi, enviado por los señores ministros acreditados ante el Gobierno de Lima, para manifestarle que el Cuerpo Diplomático solicita una entrevista, pues desean salvar a Lima de la destrucción y garantizar los intereses de los neutrales, ya que en la capital no hay autoridades. El General, despacha al enviado, con la siguiente nota, que en la noche 15/16 había dictado a su secretario: “Chorrillos, 15 de Enero, de 1831. (A las 11 P. M.) Señor Decano: V. E. sabe que a consecuencia de la iniciativa oficiosa tomada por el Honorable Cuerpo Diplomático de Lima en favor de la cesación de las hostilidades contra aquella ciudad, no llevé a efecto en la mañana de hoy, el ataque preparado contra las fuerzas del ejército peruano que defiende a Miraflores. Sabe también V. E. y los señores Ministros de Francia e Inglaterra, que yo en las conferencias que hoy tuvimos, me negaba a ampliar los plazos que se me pedían para interponer sus buenos oficios cerca del Supremo Gobierno del Perú, con el mismo objeto pacífico, y que al fin, cediendo a las repetidas instancias de V. E. y sus honorables colegas y como una prueba de especial deferencia en favor de los neutrales, accedí a esperar, sin que mis tropas tomaran la ofensiva, la respuesta que V. E. debía entregarme a medio día de hoy. Pues bien, el ejército enemigo, cuyos jefes debían tener conocimiento de las gestiones iniciadas por el honorable Cuerpo Diplomático y haber recibido las órdenes convenientes, rompió, hoy a las 2 h. 20 m. P. M. sus fuegos contra el infrascrito, su jefe
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de Estado Mayor General y ayudantes que recorrían el campo para inspeccionar la situación de nuestras tropas. Esta deslealtad del enemigo me obliga a acelerar las operaciones de la guerra. Más, como quiero guardar a los honorables representantes extranjeros todas las consideraciones de deferencia que sea posible, me dirijo a V. E. rogándole se sirva comunicar a sus honorables colegas mi resolución de bombardear desde hoy mismo, si lo cree oportuno, la ciudad de Lima, hasta obtener su rendición incondicional. Con sentimiento de consideración distinguida, soy de V. E. atento y seguro servidor.- Manuel Baquedano”. Mientras tanto, la situación de las familias limeñas, es angustiosa; desde los días 13 y 14, viven en continua zozobra, que aumenta con el estruendo de la batalla del 15. Un telegrama del comandante don Aurelio García y García, ministro de Estado, que acompaña al Dictador, como ayudante, viene a calmar los ánimos atribulados. Asegura el señor García que la situación se presenta bien, que los chilenos han sido rechazados en las líneas de Miraflores, que han sufrido muchas pérdidas y que el general Baquedano se encuentra herido. Pero en la tarde llegan los dispersos; en la noche, recorren las calles disparando sus rifles, provocando desórdenes en los negocios y cantinas y exigiendo licor. La Guardia Urbana, no obstante su disolución ordenada por el gobierno el 8 de Diciembre, se reúne espontáneamente, con el objeto de salvar a la ciudad de los ataques a la propiedad iniciada por la canalla ebria y desenfrenada. El Dictador y el Ministro Calderón abandonaron a Lima el día 15, de suerte que la capital carece de autoridad para el resguardo del orden. El día 16, los dispersos y desertores establecen la Comuna y se apoderan virtualmente de la ciudad. Esta irregular situación hace que don Rufino Torrico, Alcalde de Lima, se dirija al campamento chileno, en unión del Ministro Británico, Saint John, del francés de Vorges, de los almirantes Stirling, de Inglaterra, du Petit Thouars de Francia y del comodoro J. Sabrano, del buque italiano Garibaldi. El general recibe a la comitiva, acompañado del Ministro de la Guerra señor Vergara, de don Eulogio Altamirano y de su secretario señor Máximo R. Lira. La conferencia es franca y cordial. El señor Torrico expone que por el momento es la única autoridad por el abandono de la ciudad por el señor Piérola y demás autoridades. En consecuencia, viene a hacer entrega de Lima, sin condiciones. El General exige la entrega de Lima y Callao, incondicionalmente. El señor Torrico, promete desde luego la de Lima, y se compromete a pedir lo mismo al coronel Astete, comandante de la plaza del Callao. Terminada la conferencia, se procede a firmar la siguiente Acta En el Cuartel General del Ejército chileno en Chorrillos, se presentaron el 16 de Enero de 1881, a las dos de la tarde, el señor don Rufino Torrico, alcalde municipal de Lima; S. E. el señor Vorges, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de
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Francia; S. E. el señor Spencer Saint John, ministro residente de su majestad británica; el señor Stirling, almirante británico; el señor du Petit Thouars, almirante francés; y el señor Sabrano, comandante de las fuerzas navales italianas. El señor Torrico hizo presente que el vecindario de Lima, convencido de la inutilidad de la resistencia de la plaza, le había comisionado para entenderse con el señor General en jefe del ejército chileno, respecto de su entrega. El señor Baquedano manifestó que dicha entrega debía ser incondicional en el plazo de 24 horas, pedido por el señor Torrico para desarmar las fuerzas que aun quedaban organizadas. Agregó que la ciudad sería ocupada por fuerzas escogidas para conservar el orden. (Firmados).- Manuel Baquedano, R. Torrico, E. de Vorges, J. F. Vergara, B. du Petit Thouars, Spencer Saint John, E. Altamirano, J. Sabrano, J. H. Stirling, M. R. Lira, secretario. La comitiva diplomática regresa a la capital y la encuentra sumida en espantoso desorden; el licor produce efecto en el populacho armado. Las pasiones se desbordan; miles de borrachos en armas recorren las calles, echando abajo puertas y ventanas y cometiendo toda clase de excesos y depredaciones. El saqueo de almacenes chinos comienza en la tarde, por la calle de Malambo; muchos de sus dueños caen asesinados en las puertas de sus negocios que pretenden defender; no menos de 200 comerciantes chinos, mueren a mano de las hordas furiosas. Las balas se cruzan en todas direcciones y estallan bombas en las calles. El coronel Astete, prefecto del Callao, llega con dos batallones armados, de marinos y soldados; lejos de procurar el orden, esta fuerza se embriaga y se dispersa, armada y amunicionada. Este nuevo combustible arrojado a la hoguera del comunismo, llega a su colmo a las 7 P. M., hora en que estallan incendios en diversas partes de la ciudad. Unos 300 marineros ebrios recorren las calles disparando sus rifles, robando y destruyendo almacenes. Hombres, mujeres y muchachos cargan lo portátil; otros destrozan los artículos valiosos que no pueden llevar. La chusma pelea por una botella de licor; se ciegan en la lucha y se matan entre ellos mismos. Los bomberos que acuden con su material a extinguir los incendios, son recibidos a balazos; uno muere y tres resultan heridos. Los extranjeros, que en Lima ascienden a 25.000, resuelven imponerse y terminar con el incendio, el robo y el pillaje de las propiedades. Mr. Champeaux, ex capitán de navío de la marina francesa, administrador del muelle dársena del Callao y jefe de la extinguida Guardia Urbana, toma el mando de los extranjeros, que obtienen armas del señor Torrico y salen en patrullas. Varios, desalmados hacen fuego contra estos representantes del orden; pero pronto son exterminados con un vivo fuego de fusilería. Cinco o seis extranjeros pagan con la vida su abnegación; 16 o 20 resultan heridos. De los comunistas, perecen unos 500, que unidos a los 200 chinos asesinados,
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hacen subir como a 700 las víctimas de este insensato levantamiento de la plebe embrutecida por el licor. Las calles de Melchormalo, Bodegones, Palacio, Polvos Azules, Zavala, Capón, Albaquítas, Hoyos y demás situadas abajo de] Puente, fueron teatro de éstas escenas de horror y desolación. Las de Palacio y Polvos Azules quedaron sembradas de cadáveres. Las colonias francesa, norteamericana, inglesa, española, suiza, colombiana y ecuatoriana, forman verdaderos batallones. No menos de 5.000, extranjeros toman las armas piara salvar la ciudad, pues las turbas habían resuelto invadir las calles de Mercaderes, Espaderos y otras centrales ocupadas por el alto comercio. Aquí se libra encarnizada batalla. La colonia ecuatoriana mandada por el caballero don Juan Ballen, tuvo la ruda tarea de apaciguar la calle de Hoyos, en donde se habían concentrado las turbas. Lo consigue, después de un sangriento combate. Se calcula en un millón de soles oro, el valor de los edificios destruidos y en cinco millones el de las especies robadas. El comerciante Kin Ton pierde dos millones en joyas y otros valores. Aterrado el alcalde señor Torrico, por la perspectiva de una segunda noche como la precedente, dada la gran cantidad de dispersos armados, ocultos en los arrabales, en espera de nuevos desórdenes, envía apresuradamente un emisario al general en jefe chileno, previa consulta con el Cuerpo Diplomático, con la siguiente angustiosa comunicación: Municipalidad y Alcaldía de Lima.- Lima, Enero 17 de 1881 Señor General: A mi llegada ayer a esta capital, encontré que gran parte de las tropas se habían disuelto, y que había un gran número de dispersos que conservan sus armas, las que no había sido posible recoger. La Guardia Urbana no estaba organizada todavía y no se ha organizado, ni armado hasta este momento; la consecuencia, pues, ha sido que en la noche los soldados desmoralizados y armados, han atacado las propiedades y vidas de gran número de ciudadanos, causando pérdidas sensibles con motivo de los incendios y robos consumados. En estas condiciones, creo de mi deber hacerlo presente a V. S. para que apreciando la situación, se digne disponer lo que juzgue conveniente. He tenido el honor de hacer presente al Honorable Cuerpo Diplomático esto mismo y ha sido de opinión que lo comunique a V. S., como lo verifico. Con expresión de la más alta consideración, me suscribo de V. S. su atento y seguro servidor.- Rufino Torrico. El General tenía lista una División especial para el ataque de Lima, mientras toda la artillería concentrada al norte de Miraflores, a las órdenes de Velásquez, bombardearía la capital. En vista de la súplica del Alcalde señor Torrico, nombra al Inspector del Ejército, general don Cornelio Saavedra, gobernador militar de Lima, y le comisiona para ocupar inmediatamente la ciudad, con las siguientes tropas:
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Tres baterías de artillería de campaña. Regimiento Buin 1º de línea. Regimiento de línea Zapadores. Batallón Búlnes. Regimiento Granaderos a caballo. Regimiento Carabineros de Yungay. El general Saavedra, a la cabeza de estos cuerpos, llega a la plaza de la Exposición a las 5 P. M., en cuyo lugar, el alcalde señor Torrico lo hace solemne entrega de la capital del Perú, que desde ese momento queda bajo la protección de las armas de Chile. Las fuerzas chilenas, en columnas por mitades, desfilan hasta la plaza de Gobierno, en donde las revista el gobernador militar señor Saavedra y las despide a sus respectivos cuarteles. Gran concurrencia presencia el paso de los soldados chilenos, que rígidos, mudos, la vista al frente, y armas a discreción marchan al son de las bandas, que tocan únicamente aires corrientes de ejercicio, para no herir los sentimientos de una sociedad vencida. El general en jefe proscribió para este acto, la Canción Nacional y el Himno de Yungay, dado al luto nacional que oprime a las familias, que han perdido numerosos deudos, especialmente en la Reserva. Los balcones se divisan atestados de familias extranjeras; en las aceras, forma la Guardia Urbana, la Cruz Roja del Perú, y la marinería de las escuadras neutrales, desarmada, frente a las respectivas legaciones y consulados. Marcha a vanguardia la artillería, con sus relucientes piezas Krupp, arrastradas por seis parejas de escogidos bridones. Sigue la infantería, armas a discreción, armadas las bayonetas, que deslumbran heridas por el sol; el silencio es absoluto; sólo se escucha el acompasado paso marcial de la tropa, que golpea con sus tacos, al son de las bandas de guerra, el duro pavimento del Girón de la Unión. Cierra la marcha la caballería; los jinetes, desenvainado el sable, fríos e inmóviles sobre los briosos corceles, que hieren el suelo adoquinado, con sus herrados cascos, siguiendo el compás de los agudos clarines del Regimiento. El general Saavedra ocupa el Palacio de Pizarro, cuya guardia cubre el Búlnes, que aloja en la Municipalidad; la artillería marcha a Santa Catalina; el Buin, a los edificios vecinos a la Penitenciaría; los Zapadores, al Cuartel de la Guardia Peruana; y los regimientos de caballería a espaciosos cuarteles ahora desocupados, en la puerta de Barbones, situada al oriente. La noche pasa tranquila, sin que el más pequeño incidente perturbe el sueño de los habitantes. Al día siguiente, 18, la II División queda acampada en Vásquez; la III atraviesa la ciudad y se dirige a vivaquear al otro lado del Rimac, a la chacra de Aliaga. Lynch, con la I División hace alto en la plaza de armas; sigue a la del 2 de Mayo y por la calzada de Lima continúa al Callao, que al decir del señor Torrico, no quería rendirse.
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Lynch, nombrado gobernador del puerto, tiene orden de ocuparlo, por bien o por mal. Mientras nuestro ejército se enseñorea de la orgullosa reina del Rimac, el General en su campamento de Chorrillos, trabaja empeñosamente en poner en orden todos los servicios anexos, cuyo correcto funcionamiento hubo de resentirse con las exigencias de tres reñidas acciones de guerra. Todavía el 17, necesitó enviar caballería de refuerzo a Lurín cuya guarnición se empeña en rudo combate contra una gruesa montonera, ávida de los valiosos elementos almacenados en San Pedro, tanto en víveres como en municiones y equipo. La orden general del 12 de Enero, dispuso que dos compañías del Curicó quedaran en Lurín, para custodiar las existencias del Parque, Intendencia y Bagaje, acumuladas en San Pedro, y cuidar de 200 enfermos del hospital, incapacitados para la marcha nocturna en demanda del enemigo, a causa de las tercianas, disenterías, y otras enfermedades propias del clima. Jefe de la guarnición, el capitán don Tristán Domingo López del Curico; segundo el capitán don José Nicolás Mujica, del mismo cuerpo. Pelotón de Granaderos, teniente Enrique Padilla y alférez Polhamer. Jefe del Parque, alférez Pedro Nolasco Letelier. Subteniente agregado, Miguel Luís Márquez. Jefe de Bagaje de la I División, capitán don Feliciano Encina ayudante, don Abraham Cabrera. Empleados superiores de la Intendencia, señores Buenaventura Cádiz, Juan de la Cruz Saavedra y Arturo Santos, En la mañana del 17, se presenta una gruesa montonera, de soldados de línea, fugitivos o desertores de San Juan, que merodean por el valle. Toman y saquean unas carretas cargadas con víveres en la caleta de Lurín. Ensoberbecidos y bien armados, asaltan las posiciones chilenas, de San Pedro; recibidos a descargas cerradas, cambian de dirección para volver a cargar por otro flanco, siempre con mal éxito. En un momento dado, salen los curicanos por dos puntos opuestos, cortan una parte de la montonera, y cargan, Padilla y Polhamer con granaderos. El enemigo huye tras un prolongado combate, completamente derrotado, después de cinco horas de sostenida pelea. Una treintena de cadáveres queda en tierra, sin contar los prisioneros, que reciben el trato de irregulares establecido por la ley. El General entra modestamente a Lima en la tarde del 18, acompañado de su ayudante el mayor don Wenceslao Búlnes y dos o tres oficiales del Cuartel General, sin ninguna escolta. Baja en el Palacio de Pizarro, en la cual se iza la bandera nacional a los acordes de la Canción Nacional e Himno de Yungay. El Batallón Búlnes, presenta armas durante el acto, y 21 cañonazos del cuartel de Santa Catalina, saludan la insignia de la República, que desde ese momento garantiza el orden y la tranquilidad de peruanos y extranjeros. El mismo día 18, se da la siguiente adición a la
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Orden General Hoy, al tomar posesión en nombre de la, República de Chile, de esta ciudad de Lima, término de la gran jornada que principió en Antofagasta el 14 de Febrero de 1879, me apresuro a cumplir con el deber de enviar mis más entusiastas felicitaciones a mis compañeros de armas por las grandes victorias de Chorrillos y Miraflores, obtenidas merced a su esfuerzo y que nos abrieron las puertas de la capital del Perú. La obra está consumada. Los grandes sacrificios hechos en esta larga campaña obtienen hoy, el mejor de los premios en el inmenso placer que inunda nuestras almas cuando vemos flotar aquí, embellecida por el triunfo, la querida bandera de la Patria. En esta hora de júbilo y expansión, quiero también deciros que estoy satisfecho de vuestra conducta y que será siempre la satisfacción más pura y más legítima de mi vida haber tenido la honra de mandaros. Cuando vuelvo la vista hacia atrás para mirar el camino recorrido, no se que admirar más; si la energía del país que acometió la colosal empresa de esta guerra o la que vosotros habéis necesitado para llevarla a cabo. Paso a paso, sin vacilar nunca, sin retroceder jamás, habéis venido haciendo vuestro camino, dejando señalado con una victoria, el término de cada jornada. Por eso, si Chile va a ser una nación grande, próspera, poderosa y respetable, os lo deberá a vosotros. En las dos últimas sangrientas batallas, vuestro valor realizó verdaderos prodigios. Esas formidables trincheras que servían de amparo a los enemigos, tomadas al asalto y marchando a pecho descubierto, serán perpetuamente el mejor testimonio de vuestro heroísmo. Os saludo otra vez, valientes amigos y compañeros de armas, y os declaro que habéis merecido bien de la Patria. Felicito, especialmente a los jefes de División, general Sotomayor y coroneles Lynch y Lagos, por la serenidad que han manifestado en los combates y por la precisión con que han ejecutado mis órdenes; a los jefes de Brigada y a los jefes de cuerpo, por su arrojo y por el noble ejemplo que daban a sus soldados; a éstos, en fin, por su bravura sin igual. Debo también mis felicitaciones y mi gratitud, a mi infatigable cooperador, al general don Marcos Maturana, jefe de Estado Mayor General; al Comandante General de Artillería, coronel don José Velásquez, que tanto lustre ha dado al arma de su predilección; al Comandante General de Caballería y jefes que servían a sus órdenes. Respecto a los que cayeron en la brecha, como el coronel Martínez, los comandantes Yávar, Marchant y Silva Renard; los mayores Jiménez y Zañartu, y ese valiente capitán Flores, de artillería, que reciban en su gloriosa sepultura las bendiciones que la Patria no alcanzó a prodigarles en vida. Cumplido este deber, estrecho cordialmente la mano de todos y cada uno de mis compañeros de armas, con cuyo concurso he podido realizar la obra de tan alto honor y de tan inmensa responsabilidad que me confió el gobierno de mi país. Palacio de Gobierno, Lima, 18 de Enero de 1881.- Manuel Baquedano.
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El Callao sufre también los excesos de la comuna. El 16, partidas de cholos armados, en unión de negras y mulatas ebrias, recorren la ciudad, echan abajo puertas y ventanas, y empieza la orgía en los despachos al por menor; el populacho se ceba en los pobres chinos, mucho de los cuales reciben muerte ignominiosa. Del barrio de los chinos sigue la turba al centro comercial. Arden algunas casas; al incendio siguen los actos de pillaje y el asesinato. Los comunistas obligan a los dueños de vehículos a conducir, las mercaderías robadas; se establece el saqueo del centro y la translación objetos a los arrabales. Los extranjeros se reúnen y se arman para contener talles desmanes, para seguridad de sus familias y propiedades. Se traban en combate furibundo con los saqueadores e incendiarios. La chusma defiende el producto del pillaje y se atrinchera en los edificios. Los extranjeros la desalojan y durante cuatro horas de nutrido fuego, consiguen expulsarla del centro, empujándola a los suburbios. Más de doscientos cadáveres quedan tendidos en plazas y calles; pero la ciudad se salva. Algunas dolorosas pérdidas sufren los defensores del orden, como ser, Mr. Delvoi, distinguido caballero francés y Mr. Henrietta, americano. Un caballero inglés, Mr. Staples, penetró a uno de los castillos y cortó la mecha destinada a volar un depósito de 70 toneladas de pólvora, cuya explosión habría arruinado media ciudad. Si fueron considerables las pérdidas causadas por el populacho, mayores aun lo fueron las originadas metódicamente por las autoridades militares y navales del Callao. El comandante don Germán Astete, antes de su partida a Lima, ordenó a sus subalternos, la destrucción de los fuertes y cuarteles de la ciudad. Los polvorines y cañones, atestados de explosivos, tenían listas las mechas, para que los encargados de la autoridad procedieran a encenderlas. La batería Zepita, emplazada al sur del Callao, vuela con inmenso estrépito; por más de cinco minutos, una columna de humo oscurece todo ese barrio de la población. Sigue la torre blindada Junín, al norte del muelle dársena. De sus dos cañones de a 300, no quedan siquiera trozos. La torre de la Merced, enseguida. Salta la tapa; queda inútil uno de sus cañones, el otro, intacto. Pelotones de la guarnición destrozan los cañones de las baterías Pichincha, Independencia, Abtao y Provisional. De los seis pesados Rodman de a 500 libras, montados en la Dársena, escapan cuatro; los destructores arrojaron uno al agua y destruyen la plataforma y cureña del otro. Los extranjeros se preocupan entonces de cortar las mechas colocadas en los depósitos de explosivos, muchos de ellos acumulados en tan gran cantidad, que al volar habrían originado la ruina de gran parte del Callao. Merced a la diligencia de las colonias extranjeras, se salvan las baterías Ayacucho, Santa Rosa, Piérola, la de 1.000 de la Punta; y los torreones Independencia y Manco Cápac, situados dentro del Castillo del Sol, en el corazón del Puerto.
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Algunos que se creían salvados, vuelan al amanecer del día 18; tenían mechas ocultas de duración, como la batería flotante de la dársena, artillada con cuatro Rodman de a 500 libras y la batería fija Pacocha, ubicada en la parte más septentrional de la bahía. Veamos ahora la suerte reservada a las defensas a flote. El almirante Riveros dividió la escuadra, el 12 de Enero, en tres trozos: uno para vigilar el convoy de transportes, surto en Curayaco y caletas vecinas; otro para cubrir el flanco izquierdo del ejército de tierra en la batalla del 13 y otro para cerrar el Callao e impedir la escapada de los buques enemigos al exterior. El Almirante, de acuerdo con el General y a pedido del coronel Lynch, desembarca oportunamente al teniente don Alberto Silva Palma, para establecer por semáforo, comunicación entre el ejército y la escuadra. Silva Palma, baja a tierra con el aspirante Ernesto Herrera y el grumete Padilla, premunido de una bandera grande para destellos a larga distancia y un juego de banderolas para semáforo, a corta distancia. El maestre de señales Jorge Sibbald, del buque insignia, queda designado para recibir las comunicaciones. Dos veces la escuadra rompe sus fuegos en Chorrillos; pero nuestras tropas estaban tan cerca del enemigo, que se veían expuestas a ser heridas por las granadas de a bordo. El fuego fue detenido por una orden del coronel Lynch, comunicada desde tierra por señales, por Silva Palma y recibidas a bordo por Sibbald. Varios historiadores han censurado la escasa labor de nuestros buques en Chorrillos; ignoran seguramente estas circunstancias. En cambio, en Miraflores, nuestros buques de guerra, secundaron admirablemente al ejército; el éxito de Lagos sobre la derecha de Cáceres se debe en gran parte a su colaboración. Era de ver como las gruesas granadas caían en las trincheras, se enterraban y reventaban, elevando gruesas columnas de materiales, armas, hombres, confundidos, por los aires. La vigilancia del Callao se multiplica, para evitar la fuga de los buques peruanos. El 17 en la mañana, entra el Almirante procedente de Chorrillos; al “Blanco” sigue el “Paita”, remolcando al “Inspector”, con 1.300 prisioneros para la isla de San Lorenzo. Conservan los peruanos en la dársena seis buques en perfecto estado: la “Unión”, “Oroya”, “Rimac”, “Chalaco”, “Limeña” y “Talismán”, fuera de las lanchas torpedos, vaporcitos de servicio, remolcadores, lanchas y botes. Los marinos peruanos, en lugar de tentar la ruptura del bloqueo, ponen fuego a sus naves. Arde primero el “Rimac”, luego el “Oroya”, el “Chalaco”, el “Limeña” y la fragata de madera “Apurímac”, que sirve de depósito a la armada. Al “Atahualpa” y “Talismán” le abren las válvulas y los sepultan fuera de la dársena. La “Urcos” intenta escapar; le cierran el paso la “Fresia” y “Guacolda”; después de un cambio de tiros, vuelve a la dársena, y ahí se hunde, juntamente con las torpederas “Lima”, “Capitanía” y “Resguardo”.
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Nuestros marinos continúan vigilantes, porque entre tantos buques incendiados no figura la “Unión”, cubierta hasta los palos por hiladas de sacos de arena, en el refugio de la dársena. Con las primeras luces del alba del 18, el teniente Bianchi, de la “Fresia”, divisa a la corbeta que se escurre silenciosa y a poca fuerza, a lo largo de la costa norte de la bahía. Se dirige con el teniente Amengual, comandante de la “Guacolda”, a cortar el camino a la veloz corbeta. Al notar la maniobra, el jefe de la “Unión” para la máquina, da atrás, vira a tierra, marcha avante y se vara de proa. Los tripulantes ponen fuego a la nave y la abandonan. El coronel Lynch llega a medio día del 18, a salvar al Callao de los horrores de la plebe, embriagada de licor y sangre. El cuerpo de bomberos, con los rifles terciados, culata arriba, recibe a la I División en el Alto de Lima. Los batallones se dirigen a sus cuarteles; y luego, un bando hace saber a los habitantes, el nombramiento del coronel Lynch, como gobernador militar del Callao. Las torpederas entran a la dársena; se limpia la bahía de torpedos y por fin, nuestros marinos fondean en el puerto después de más de un año de crucero frente al Callao. Los lectores no conocen, no se imaginan lo que significa la vida de bloqueo. He aquí lo que dice un profesional, que hizo toda la campaña marítima. “Casi con ocultarse el sol, el buque almirante, hace señales de levar, y en seguida Nº 28, que quiere decir tomar colocación. Tras de arriar esta señal, los buques se ponen en movimiento, y en cada uno de ellos, se toca zafarrancho de combate. Todo el mundo acude a sus puestos, se abre la Santa Bárbara, se carga la artillería y ametralladoras, se alistan las armas, municiones, y todo lo necesario para rechazar los ataques de torpedos y dejar el buque en condiciones de defensa. El comandante, con sus anteojos y abrigo, se alista para pernoctar en la casa del puente; los oficiales francos, a medio vestir y con su espada en la mano, listos para el primer llamado; la tripulación se recuesta al lado de sus cañones, cubiertos por frazadas y prontos para hacer fuego al menor amago. En estas condiciones, los buques se acercan al puerto; las torpederas hacen el contacto con el enemigo, y los demás buques, de mayor a menor, se extienden hacia afuera, manteniéndose a cierta distancia unos de otros, para llevarse durante la noche, haciendo líneas paralelas y concéntricas con el enemigo. A ningún buque debe vérsele la luz; solo de cuando en cuando, al llegar el momento de virar para cambiar de rumbo, sólo entonces, y rápidamente, se da el número con un farol chico de destellos. A las asechanzas del enemigo, agréguense ahora las corrientes, camanchacas y neblinas tan frecuentes en esta región, y se comprenderá el peligro continuo en que se encuentran, y que hay que afrontarlo con los buques en movimiento.
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Con mucha frecuencia acontecía que por las voces, en medio de la neblina, se conocía la proximidad de un buque amigo; otras veces, casi encima uno de otro, tenían que maniobrar para evitar colisiones. En los ataques o alarmas, para hacer incorporarse a los sirvientes de la artillería y que todo el mundo acudiese a sus puestos de combates, no había necesidad de corneta; con que el oficial de guardia repitiese el toque del telégrafo de la máquina, bastaba para que antes de un minuto estuviesen listos para dar fuego. Con mucha frecuencia, las torpederas en su contacto, provocaban combates con los fuertes o embarcaciones enemigas, a las que había que acercarse para auxiliarlas, por si fuese necesario. Toda la noche había que mantenerse en esta excitación nerviosa, basta que la claridad del día les hacía concentrarse nuevamente e ir a fondear a la isla. Sólo entonces los comandantes podían bajar a sus camarotes, para dar descanso a sus nervios y preocupación de vigilancia”. (Silva Palma.- “Crónicas de la Marina Chilena”.Pág. 156 - 157.). Lima y Callao quedan protegidos por la bandera de Chile; la vida comercial y social interrumpida por las hordas comunistas, sigue su curso natural; el comercio abre sus puertas, las calles toman su cotidiano aspecto de movimiento, los devotos acuden a las iglesias y funcionan los teatros noche a noche. Los escritores peruanos esparcieron la especie de que la entrada de los chilenos a Lima, se caracterizó por el robo y el saqueo y la violencia cometidos por la tropa ensoberbecida. Nada más falso. La ocupación de ambas plazas se realizó con toda tranquilidad, y con el mayor orden y circunspección. El señor Perolari Malmignati, secretario de la Legación de Italia en Lima, describe así la entrada de las tropas, de la cual fue testigo. “El ingreso de las tropas chilenas fue admirable por el orden, disciplina y dignidad. No hubo un grito, ni un gesto. Parecían batallones que volvían de las maniobras. Lo que hacía más viva impresión, era el talante marcial y europeo de los chilenos, tan distintos, siento decirlo, de los soldados indios del Perú, que aunque vestidos y armados a la europea, parecían por lo general, marmotas. “Estos son hombres como nosotros” exclamó un marinero de la Garibaldi; al ver a los soldados chilenos. Esta exclamación explicaba las victorias de Chile”. (Perolari Malmignati.- “Il Perú e i suoi tremendi giorni”.- Pág. 313.) El doctor Santini, no es menos explícito, también testigo de visual: “La conducta de las tropas chilenas al entrar en la vencida Lima, es superior a su fama. Los chilenos entraron no sólo sin actitud de provocación, sino con un porte que no parecía de vencedores; entraban silenciosos, ordenados, serios, modestos, tomando directamente el camino de sus cuarteles”. (Santini.- “Viaggio della Garibaldi”.- Pág. 199.). El ilustrado escritor colombiano don Vicente Holguín, casado con una distinguida dama limeña, y testigo presencial de los hechos, se expresa de esta manera, en un
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artículo publicado en el Repertorio Colombiano, notable revista que en aquel tiempo se publicaba en Bogotá: “General era la creencia de que los vencedores harían ruidosa ostentación de su triunfo, y que el himno nacional chileno y la bandera de la estrella, harían apurar al vencido las amargas heces de la derrota que carecía de esos hechos gallardos y de esos nobles esfuerzos que hacen interesantes al caído y respetable la tumba de los que sucumben; pero el ejército de Chile hizo su entrada con una moderación que ponía de manifiesto la disciplina de los soldados y la sensatez de los jefes, así como sus triunfos habían atestiguado su bien dirigida bravura. Los peruanos, mal de su grado, debieron sentir la superioridad de un enemigo que después de vencerlos, les devolvía la tranquilidad de sus hogares, sin insultarlos siquiera con la risa burlona o la mirada compasiva de los fatuos. ¡Cuán diverso habría sido este cuadro final, si los sucesos de la guerra hubiera abierto las puertas de Santiago a caudillos y periodistas que proclamaban guerra sin tregua, ni cuartel, y a batallones como los que desbandados, incendiaron a Lima”. Antes de cerrar este capítulo, toca desvirtuar una conseja inventada por la tropical fantasía peruana, tan falsa, como el lanzamiento al mar desde el Morro de Arica, del coronel don Alfonso Ugarte. En la página 318, tomo II de esta obra, se comprueba que no hubo tal salto de parte del señor Ugarte, cuyo cadáver, envió privadamente a Lima, el caballero peruano don Carlos M. Ortalaza, años después. La exhumación se hizo en secreto, para evitar el ridículo, pues en el monumento a Bolognesi, en Lima, se ha consagrado en la plancha de uno de los costados, la invención del vuelo. Corre en el Perú, como hecho cierto y comprobado, de que el general Baquedano tenía intención de entregar a Lima al saqueo de las tropas; y que el almirante de la escuadrilla francesa al ancla en el Callao, Mr. Verbosee du Petit Thouars, evitó tal atrocidad, amenazando al jefe chileno, que si tal acto ocurría, sus buques romperían el fuego sobre la escuadra de Riveros, al ancla en San Lorenzo. Salta a la vista la ridiculez de tal afirmación, que los peruanos han propalado después de la muerte de este honorable marino. En dos ocasiones el General recibió a los diplomáticos; en una de ellas se acompañaron de los almirantes francés e inglés y del comodoro italiano. Como se trataba de la rendición incondicional de Lima, ya un hecho inevitable, el alcalde Torrico aceptó las condiciones y firmaron el acta los concurrentes a la reunión. Habría sido un desentono de mal gusto, que el señor du Petit Thouars, saliera con una amenaza en presencia de los ministros extranjeros y de su superior, el representante de Francia, Mr. de Vorges. Además, si tal amenaza hubiera existido, el general Baquedano la habría rechazado. Atacar la escuadra de una nación amiga, poniendo de motu propio, en estado de guerra a dos naciones, es cosa fuera de las facultades de un almirante. Los peruanos se han empeñado en cultivar la leyenda.
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En 1919, el arzobispo de Lima, monseñor Lisson, el ministro de Francia en París, y varios caballeros peruanos, hicieron una visita a la señora viuda del almirante du Petit Thouars, para rememorar el hecho y anunciarle que el Perú agradecido elevaría un monumento en honor del salvador de la perla del Rimac. ¡Oh, loca fantasía…!
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CAPITULO XXXVIII. Fin de la tercera Campaña. El General, tan pronto como llega al Palacio de Gobierno el día 18, hace salir por el ferrocarril de la Oroya, al comandante don Arístides Martínez, con una expedición ligera, a recorrer la vía férrea hasta Chicla, la estación de término en ese entonces. En unión del jefe de Estado Mayor General y jefes de sección, efectúa el cómputo de las pérdidas sufridas por el ejército, en las acciones del 13 y del 15. En la página siguiente va el respectivo Estado. He aquí las cifras de las dolorosas bajas: En Chorrillos. Muertos, 797 jefes, oficiales e individuos de tropa heridos, 2.522. Total: 3.319. En Miraflores. Muertos, 502; heridos, 1.622. Total: 2.124. Resumen General. Muertos, 1.299; heridos, 4.144. Total, 5.443. Esta cifra, sobre 23,629 combatientes, acusa un 23,4 %, entre muertos y heridos. Distribuidas las pérdidas por grado, resulta: Bajas de jefes y oficiales: coroneles 2; tenientes coroneles 15; sargentos mayores 9; capitanes 77; tenientes 53; subtenientes 146; aspirantes 7. Total: 307. Descontada esta cifra de 5.443, resultan para la tropa 5.136 bajas, o sea una relación de 5,977 % entre los jefes y oficiales y la tropa. Nómina de los jefes y oficiales muertos en Chorrillos y Miraflores. Estado Mayor General, teniente coronel don Roberto Souper, teniente don Ricardo Walker. 2ª Brigada id. id., teniente don Baldomero Dublé Almeyda. Regimiento Artillería Nº 1, teniente don Luís Caballero y alférez don Rafael E. Gaete. Regimiento id. Nº 2, capitán don José Joaquín Flores, teniente don Roberto Aldunate. Granaderos a caballo, teniente coronel don Tomás Yávar. Regimiento Buin, 1º de línea, capitán don Juan Ramón Rivera, teniente don José M. Alamos, subtenientes señores Santiago Castillo, Domingo, Menares y Tristán Calderón. Regimiento 2º de línea, capitanes señores José de la Cruz Reyes Campos y Francisco Inostroza; subtenientes, señores Artemón 2º Cifuentes, Juan E. Rodríguez y Enrique Evver. Regimiento 3º de línea, capitanes señores Ricardo Serrano Montaner y Avelino Valenzuela; tenientes señores Domingo Laiz y Luís A. Riquelme; subtenientes, señores Justiniano Boza y José Ramón, Santelices.
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Regimiento 3º de línea, capitán señor Casimiro Ibáñez, teniente don Juan R. Alamos, subtenientes señores Ángel C. Corales, Pedro W. Gana, José Antonio Montt, Samuel Vicente Díaz, Manuel O. Prieto, Miguel Bravo Márquez, Carlos H. Bon y Celedonio Moscoso. Artillería de Marina, teniente don Eduardo 2º Zegers y subteniente don José 2º Aravena. Regimiento Zapadores, teniente don Federico Weber, subteniente don Justo P. Salinas. Regimiento Santiago, capitán don Antonio Silva, teniente don José Antonio Jaramillo, subtenientes, señores Adolfo Lagos, Arnaldo Calderón, Luís Alberto González Fuenzalida y Ernesto Sepúlveda. Batallón de Artillería Naval, capitán don Pedro A. Dueñas, tenientes señores Manuel A. Ganero, Carlos Escobar Solar y Santiago Blackeley, subtenientes señores Ramón Lara y Carlos A. López. Regimiento Esmeralda, teniente señor Juan de Dios Santiago. Regimiento Atacama, coronel don Juan Martínez, sargento mayor don Rafael Zorraindo, subtenientes señores David Patiño, Juan 2º Álvarez y Cesáreo Huerta. Regimiento Chacabuco, teniente coronel don Belisario Zañartu, capitanes, señores Camilo Ovalle B., Ramón Soto Dávila y Otto von Moltke, teniente don Federico Sullivan, subtenientes, señores Onofre Montt, Enrique Prenafeta, Filomeno Jiménez y Eleodoro Elgueda. Regimiento Chillán, mayor don Nicolás Jiménez Vargas, tenientes, señores Manuel J. Arratia y Juan B. Sepúlveda, subtenientes, señores Francisco A. Rodríguez y Abraham Reyes. Regimiento Lautaro, subtenientes, señores Zenón Navarro R., N. Mac Am y José Manuel Ruedas. Regimiento Coquimbo, mayor don Luís Larraín Alcalde, capitanes, señores Marcial Páez y Marcelino Iribarren, teniente don Rafael Varela S. subtenientes, señores José R. Salinas y Daniel 2º Mascareño. Regimiento Valparaíso, teniente coronel don José María Marchant, teniente, señor Juan Guillermo Astorga, subtenientes, señores Carlos Díaz Gana, Luís 2º Warguy, Alfredo Baignol, Juan Jullian, Norberto Pérez y Juan Antonio Silva D. Regimiento Aconcagua, capitán ayudante don Augusto de Nordhenflicht, capitán don Abraham Ahumada, tenientes, señores Benigno Caldera, Cristóbal González y Miguel Emilio Letelier, subtenientes Florindo Bisivinger y Andrés Cabrera. Regimiento Colchagua, capitanes señores Pedro Antonio Vivar y Juan Domingo Reyte; tenientes, señores Manuel A. Palacios Zapata y Manuel J. Carrasco; subtenientes, señores José María Villarreal y Jenaro Molina. Regimiento Talca, teniente coronel don Carlos Silva Runard, capitanes, señores Alejandro Concha y Eneas Fernández, teniente señor Francisco A. Wormald, subtenientes señores Francisco Yussef y José N. Claro.
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Batallón Valdivia, teniente don Belisario Valenzuela y subteniente don Francisco J. Guevara. Batallón Caupolicán, mayor don Ramón Dardignac. Batallón Melipilla, capitán don Alberto Pérez G., subteniente don Francisco Valdivieso Huici, Batallón Quillota, capitán don J. Pragmacio Vial, subteniente don Dionisio Cienfuegos. La escuadra tuvo una pérdida sensible, en la persona del teniente don Avelino Rodríguez, en el bombardeo de Miraflores. Los buques del Almirante Riveros ejercitaron una actuación feliz, contribuyendo en grande parte a la victoria, merced al fuego eficaz de sus grandes piezas. El teniente Rodríguez, acompañado del aspirante Garín y el condestable Vargas, disparaba con rapidez y certeza, una coliza de seis pulgadas, montada en el castillo del “Blanco”. Cuando se ordenó alto el fuego, el teniente avisa que el cañón ha quedado cargado y pide autorización para dispararlo. Se le ordena extraer el proyectil. La pieza era de retrocarga; al extraer el proyectil por la culata, estalla y hiere de muerte al teniente, que no obstante los cuidados de los facultativos, expira al día siguiente. Rodríguez, desempeñó lucido papel el 13, manejando una ametralladora en la lancha a vapor del “Blanco”, contra la derecha de las tropas del coronel Iglesias, jefe del I Cuerpo de Ejército. El enemigo sufre crecidas bajas, cuyo número exacto no se conoce porque el Estado Mayor General no publicó las listas de estilo. Un cálculo prudente eleva sus pérdidas a las cifras siguientes: Muertos, coroneles 17, tenientes coroneles 12, mayores 17, oficiales 180. Total: 226. Heridos, generales 3, coroneles 11, mayores 2, oficiales 120. Total: 136. Resumen: muertos 226; heridos 136. Total: 362. Las bajas de tropa, muy crecidas, no pueden precisarse con exactitud, por falta de listas detalladas. Prisioneros en el campo de batalla: coroneles 14, tenientes coroneles 11, sargentos mayores 12, capitanes 21, tenientes 37, subtenientes 47, marinos 4. Total: 146; y 2.000 individuos de tropa. Presentados en Lima y prisioneros en sus domicilios bajo palabra de honor: General de división I, de brigada 4, coroneles 94, tenientes coroneles 65, sargentos mayores 107, capitanes 140, tenientes 138, subtenientes 70. Total 639. Material de guerra capturado: En el Callao, 57 cañones desde calibre 1.000, a 250; en los campos de batalla, 41 desde 600 a 32; 124 de campaña y montaña. Total: 222 piezas y veinte ametralladoras. Además, 15.000 rifles y 5.000.000 de tiros a bala. Embebido en sus tareas de organización administrativa se encontraba el General, cuando le sorprende la siguiente comunicación del señor Ministro de la Guerra:
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Ministerio de Guerra y Marina en campaña.- Lima 19 de Enero de 1881.- Siendo necesario, para dar cima a la gloriosa empresa que el ejército bajo las órdenes de V. S. se halla a punto de terminar, que se arrebate al enemigo la posibilidad de formar un nuevo centro de resistencia en Arequipa y Puno, creo que ha llegado el momento de alistar los elementos que exigirá una expedición sobre aquellos departamentos. Ordene V. S., en consecuencia, al comandante general de artillería que se traslade con los oficiales que componen su plana mayor a la ciudad de Arica, embarcándose en el vapor “Paita”, que debe zarpar en dos días más del Callao, y que se consagre allí, a preparar dentro del plazo más breve posible, los elementos de su arma que demanda la campaña en proyecto. Dios guarde a V. S. J. F. Vergara.- Señor General en jefe. Sorprendido el General por tan insólita orden, contesta momentos después al señor Ministro en los siguientes términos: Señor Ministro de la Guerra en campaña. Nº 450.- Lima 19 de Enero de 1881.Acuso a V. S. recibo de sus dos notas de fecha de hoy. Voy a pedir al Estado Mayor General una lista de los oficiales que no están en servicio activo para enviarlos al sur según los deseos de V. S. En cuanto a la preparación de los elementos que puedan necesitarse para una probable expedición sobre Arequipa, puedo asegurar a V. S. que ella estará hecha cuando el Supremo Gobierno acuerde realizarla. De entre ellos, como Ud. sabe, la artillería se encuentra aquí; por consiguiente, no hay necesidad de ir a Arica a alistarla. Además, las funciones del Comandante General de Artillería son de tal importancia, que no considero conveniente por el momento su separación del lugar donde se encuentran reunidos los dos regimientos de esa arma. Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano. No termina aquí el incidente. Al otro día, el señor Ministro envía al General esta nueva comunicación: Ministro de Guerra y Marina en campaña. Nº 195.- Lima, Enero 20 de 1881.- Al proyectar una expedición sobre Arequipa, el Supremo Gobierno ha tenido presente la necesidad de ocupar las fuerzas que todavía no han contribuido con su parte de trabajo en el curso de la presente guerra. Con este motivo indicaba a Ud. la conveniencia de preparar para esta nueva campaña en proyecto, las brigadas de artillería que se dejaron en Tacna y Arica con un personal y material capaz de prestar importantes servicios, y si pedía a Ud. el envío del Comandante General de Artillería, que según instrucciones que tengo de S. E. el Presidente de la República, debe trasladarse al sur, era con el objeto de que Ud. conociera esa fuerza por los informes que le enviaría ese jefe antes de marchar a su destino. Pero ya que, a juicio de V. S. no es necesaria la presencia del coronel don José Velásquez en el puerto de Arica; para cumplir las disposiciones de S. E. ordene V. S. a dicho jefe, que en el vapor “Paita” que zarpa mañana del Callao, se traslade a Valparaíso con toda la plana mayor de la comandancia general de artillería a recibir órdenes del Supremo Gobierno. Dios guarde a V. S. J. F. Vergara.- Al General en jefe del ejército do operaciones. La anterior comunicación revela que la tal expedición a Arequipa era un pretexto.
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El señor Vergara descargaba su ira sobre el coronel Velásquez, ya que no podía hacerlo directamente contra el General en jefe. ¿Cuál era la causa de tan duro proceder? Un chisme de bastidores, llevado por ardeliones del séquito del señor Ministro. El 17, antes que el general Saavedra revistara las tropas en la plaza de armas, numerosos cucalones habían entrado a Lima y alquilado las mejores piezas del hotel Maury, haciéndose servir a cuerpo de rey. El Fisco pagaba. Al día siguiente, el coronel Velásquez y algunos jefes fueron a comer al referido hotel, en circunstancias que se encontraban en la mesa común los señores Isidoro Errázuriz, Adolfo Carrasco Albano, Eduardo Hempel, Rafael Gana, Luís Castro y dos o tres caballeros más. La comida se efectúa en grata charla, dentro del general contento de encontrarse los concurrentes en la capital enemiga. El humo del champaña produce su efecto y se enhebran los brindis alegres y festivos. Con general sorpresa, el señor Errázuriz alza su copa en honor de nuestros triunfos y porque no se repita otra guerra, que se dirija embistiendo de frente, sin criterio científico alguno. La alusión al General en jefe era patente. El coronel Velásquez recoge el guante, y brinda porque desaparezcan del ejército los ambiciosos que van a segar laureles ajenos. La atmósfera se caldea. Momento a momento llegan más jefes, que naturalmente se ponen del lado de Velásquez. Errázuriz, que había provocado el incendio, se escurre prudentemente y lleva al señor Ministro la relación del incidente, lo que acarrea la violenta medida de separar del ejército activo al coronel Velásquez y a la plana mayor de artillería. El General contesta al señor Ministro en los siguientes términos: Señor Ministro de la Guerra en campaña. Nº 460.- Lima, 20 de Enero de 1881.Dije a V. S. en nota de ayer, que no consideraba conveniente por el momento la separación del Comandante General de artillería del punto donde se encuentran concentradas las fuerzas cuya dirección inmediata le está confiada. Ahora debo agregar que considero, necesarios sus servicios aquí, porque le tengo confiadas algunas importantes comisiones. Me permitiré también observar a V. S., que enviar un jefe al sur a recibir órdenes del supremo gobierno es el arbitrio que se ha empleado constantemente para castigar una falta, y como yo no sé que el coronel Velásquez haya cometido alguna, y por el contrario, está en la conciencia de todos que en las dos últimas batallas ha prestado servicios muy importantes y muy meritorios, no creo tampoco que la intención de V. S. sea infringirle una pena. Siendo esto así, sólo queda en pié la consideración del buen servicio, que hago presente a V. S. para manifestarle que el coronel Velásquez debe por ahora permanecer en su puesto. Dios guarde a V. S.- Manuel Baquedano.
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El señor Vergara, profundamente desagradado, hace decir al General, por conducto de don Eulogio Altamirano, que, o el coronel Velásquez se marcha inmediatamente al sur o se marcha él. El General le contesta que hiciera lo que creyera conveniente. El Ministro emprende viaje al sur el 22 de Enero; pero no pasa de Arica. En dicho puerto se pone al habla por cable con el Presidente, y naturalmente manifiesta al Gobierno la necesidad de repatriar una parte del ejército, lo que traería como consecuencia el regreso al sur del General en jefe. En diversos cablegramas dirigidos a S. E. avanza el señor Vergara las siguientes informaciones: “He creído de absoluta necesidad venir a este puerto, con el objeto de ponerme al habla con V. E. y mis colegas, para consultar sobre muchos asuntos militares, económicos y políticos, que hay que resolver sin pérdida de tiempo y volver a Lima con instrucciones suficientes para allanar las dificultades que se presenten. La ocupación de Lima con un ejército tan numeroso como el que allí tenemos, ofrece muchos y muy graves inconvenientes. Descontando las bajas habidas en las batallas, que suben a 5.000, entre muertos y heridos y los enfermos que se curan en los hospitales, nos resta aun, incluyendo jefes y el personal administrativo, un total de 20.000 hombres, algo desorganizado y sin la vigorosa disciplina que se requiere, para permanecer sin riesgos en un país enemigo. No tardarán en principiar las enfermedades causadas por los excesos, la falta de residencia sana y la aglomeración de tropas en edificios estrechos. También vendrán luego los conflictos entre los soldados francos y los habitantes, porque ni habrá la severidad bastante para evitar los desmanes, ni será posible hacerlo, mientras haya tanta tropa y tenga que estar acampada fuera de cuarteles seguros”. Espantado el Gobierno con estas lúgubres afirmaciones, muy distintas por cierto de la verdad, confiere al señor Ministro poderes omnímodos para resolver las dificultades que se presenten. Consigue así mismo la eliminación del señor Almirante, con el siguiente telegrama: “Arica, 26 de Enero.- Señor Ministro García de la Huerta: Como la guerra marítima ha terminado en absoluto, es de indispensable necesidad declarar disuelta la escuadra para aprovecha nuestros buques en algunos bloqueos, en servicio de guarda costa y percepción de impuestos. Disuelta la escuadra, el “Blanco” podrá regresar al departamento, quedando en el Callao una división naval, cuya insignia estaría en el “Cochrane”; los demás buques se ocuparían en las comisiones que dejo dichas. Esto es más expedito, y está reclamado imperiosamente por la situación”. Las disidencias entre el General y el Ministro repercuten hondamente en el ejército, que se sentía humillado por la altivez del señor Vergara para con la cabeza visible de la Institución Militar, cuya gloria era tan grande como su modestia.
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En vista de la situación creada, los altos jefes de las fuerzas armadas, acuerdan ofrecer al General una manifestación de simpatía y respeto, a la cual adhieren hidalgamente las reparticiones civiles y los altos funcionarios que acompañan al ejército. Firman la invitación los señores Marcos 2º Maturana, Cornelio Saavedra, Patricio Lynch, Emeterio Letelier, José Francisco Gana, Emilio Sotomayor, José Velásquez, Pedro Lagos, Orosimbo Barboza, Martiniano Urriola y Silvestre Urizar Gárfias. El banquete tiene lugar en el gran comedor del Palacio de Gobierno, el lunes 24 de Enero, a las 2 P. M. Concurren todos los jefes del ejército y reparticiones, a excepción del señor Ministro de la Guerra, ausente en Arica, y el coronel Lagos, retenido en cama, por prescripción médica. La Comisión exorna brillantemente el comedor de honor de palacio, con banderas, flores, cuadros y emblemas alusivos al acto; la banda de Navales, regala a la concurrencia con escogidas piezas. El servicio resulta espléndido, atendido por el Hotel Maury. Al servirse el champagne, ofrece la manifestación el general Saavedra, gobernador militar de Lima, en los siguientes términos: Señor General: Aceptad este modesto banquete que os ofrecen vuestros compañeros de armas. El tiene por objeto manifestar sus simpatías al Jefe que con tanto acierto ha dirigido a nuestro glorioso ejército en los campos de batalla, levantando muy alto el pabellón nacional. General: Que la suerte os siga siempre favoreciendo, para vuestra felicidad y la de la patria, son los votos de vuestros compañeros y amigos. (Grandes aplausos). El General Baquedano, visiblemente conmovido, contesta con el siguiente brindis, que la concurrencia escucha de pié: El General Baquedano.- Gracias, señores, por la demostración que habéis querido hacerme. Si la bandera chilena flamea hoy en Lima, hermoseada por nuestras glorias, a vosotros es debido. Yo, por mi parte, nunca os podré agradecer bastante vuestra valiosa cooperación en la campaña. Bebo esta copa por el ejército que tanto ha dado a Chile y que sabrá, no lo dudo, ser en la paz el más respetuoso, leal y firme, sostenedor de la ley y de las instituciones, como lo ha sido en la guerra del honor nacional. (Estrepitosos aplausos). El señor Altamirano.- Señores: La grande empresa ha terminado, la guerra colosal ha llegado a su última etapa: la victoria. Pero la victoria completa, decisiva, abrumadora; la victoria que es rendición incondicional del enemigo, y que es, al mismo tiempo, la exaltación de nuestro Chile querido a las altas cimas de la grandeza y de la gloria. (Aplausos). Cuando yo pienso en todo lo que habéis hecho, señores, involuntariamente me vuelvo hacia el ilustre jefe que os ha conducido a la victoria y que ha inmortalizado su nombre dando vida a estos cinco hijos, de su valor y de su patriotismo, que se llaman: Ángeles, Tacna, Arica, Chorrillos y Miraflores. ¡Qué hermosa familia! ¿Quién la tuvo igual en América, señores? (Aplausos).
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Pero, al mismo tiempo que me inclino con amor y con respeto delante del jefe nunca vencido, me dirijo también a vosotros que habéis sido los ejecutores, a vosotros que, al frente de nuestros valerosos soldados, habéis atacado a pecho descubierto las formidables barreras que el enemigo oponía a nuestro paso; y os digo que si Chile estima como debe su honor y su gloria, vivirá para bendecir vuestros nombres, ya que con vuestro valor y con vuestro heroísmo habéis rodeado de tanto prestigio y de tanta gloria el augusto nombre de la patria. ¡Por fama inmortal del General Baquedano y de nuestro incomparable ejército! ¡Por vuestra gloria, señores! (Prolongados aplausos). Don Máximo R. Lira.- Señores: Está terminada la gran empresa que se confió al patriotismo y al esfuerzo vigoroso de los hijos de Chile. El camino ha sido largo, penoso y difícil; lo ha regado mucha sangre generosa; son muchas las tumbas abiertas desde Calama hasta Lima; son muchos los compañeros que hemos perdido en estos dos años de lucha contra una naturaleza inclemente y contra enemigos esforzados. Pero al fin hemos llegado y estamos aquí, en Lima, en la antigua residencia de los virreyes españoles, en el mismo Palacio, donde se había decretado que Chile no figuraría en adelante como nación soberana. (Aplausos). Estamos en Lima, cobijados por nuestra bandera, dictando leyes a los vencidos, que se hallan desde hace días al amparo de nuestra clemencia, somos los señores de la mejor parte del suelo peruano, los dueños de su capital y de todas las fortalezas de sus puertos, los árbitros soberanos de su destino (¡Muy bien!). ¡Qué inmensa gloria, señores, para Chile, y para nosotros, porque todo eso es nuestra obra! Ahora que venga la paz. Ella será digna de Chile, porque será impuesta por la victoria; será gloriosa, porque afianzará la grandeza que habíamos soñado para nuestro país; será reparadora, porque nos devolverá la quietud que necesitamos para consolidar con el trabajo las ventajas obtenidas con la guerra. Cuando esa paz se firme restableciendo la buena armonía de estos países, que en mala hora se rompió, volveréis a recibir en gratitud y en bendiciones el premio debido a vuestros servicios. Vuestro regreso será una fiesta en los hogares huérfanos que recobrarán la alegría, en las ciudades que os recibirán como pruebas palpables de nuestra gloria nacional, en el país entero que recobrará inteligencias y brazos necesarios para su progreso. Más, antes de que eso suceda, quiero aprovechar la oportunidad en esta fiesta, que obedece a un pensamiento de justicia, para deciros algo sobre la situación que os va a crear la paz y los deberes que ella os impone. En la vida de campamento que he hecho con vosotros, he aprendido a conocer lo que vale la unión entre los hombres. Os he visto formando con vuestros subalternos y con vuestros jefes, algo como una sola familia, en la que los vínculos de la sangre estaban reemplazados por pensamientos, propósito, aspiraciones y peligros comunes. Esa unión, simbolizada por la disciplina militar, es la que os ha hecho fuertes contra el enemigo. Esa misma unión, mantenida después de la guerra en interés del orden público y del respeto debido a las leyes, hará de vosotros un poder benéfico para la República.
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Yo os pido, que la conservéis; yo os ruego no rompáis nunca los lazos de esta gloriosa confraternidad; yo os suplico que continuéis siendo como ciudadanos lo que habéis sido como soldados; un solo brazo al servicio de una sola idea, el bien del país. (Bravos y aplausos). Así nuestra obra se consolidará y producirá todos sus frutos. Todavía espera Chile de vosotros este nuevo beneficio. Y ¿cómo no? Todas las virtudes de buen ciudadano están comprendidas en esta sola: patriotismo. Esa virtud la poseéis vosotros en grado eminente. Por patriotismo tomasteis las armas, por patriotismo habéis derramado vuestra sangre; el patriotismo os ha dado fuerzas para soportar las fatigas de esta larga campaña y el aliento poderoso que se necesitaba para vencer y dominar a dos pueblos. Vuestro probado patriotismo os otorga el derecho de ejercer como ciudadanos una influencia saludable en los destinos de la nación. Señores y amigos: la guerra cuyo término natural ya divisamos, tendrá un poema por historia. Ante las glorias en ella alcanzadas, casi se eclipsan las glorias de nuestro pasado. Chacabuco y Maipú fueron las proezas de una infancia fuerte; Matucana y Yungay, fueron las hazañas de una adolescencia robusta; Pisagua y San Francisco, Tacna y Arica, Chorrillos y Miraflores, son obra de una sana virilidad. Con las primeras se echaron los cimientos de la Nación; con las últimas se ha coronado el grandísimo edificio que necesitaba brazos de gigante para su elevación. Habéis sido los fundadores de la gran patria chilena y tenéis el deber de consolidar vuestra obra haciéndola indestructible. Yo bebo, esta copa porque seáis en la paz tan buenos ciudadanos como habéis sido en la guerra buenos soldados, y así Chile os deberá su doble grandeza de pueblo guerrero y de pueblo libre. (Aplausos que duran largo rato). El coronel Velásquez.- Brindo por el ejército que tan noble y abnegadamente ha cumplido con su misión; por ese ejercito lleno de hombres de buena voluntad que al llenar el deber que Chile les impuso, no se han preocupado un solo momento, ajenos a toda ambición bastarda y todo propósito político, de otra cosa que de la guerra y de la gloria de la patria. Espero que su ejemplo sea lección para lo, futuro, como es en la actualidad uno de sus mejores timbres de honor. (Aplausos y demostraciones de aprobación). El capellán señor Donoso, dijo: que como chileno se sentía orgulloso por los triunfos obtenidos por el ejército, y que como ministro del Dios de paz, hacía votos por la terminación de la guerra y porque llegara pronto el día en que Chile, Bolivia y el Perú se dieran el abrazo de la fraternidad a la sombra protectora de la cruz. Brindaron en seguida el coronel Barboza, el capellán señor Fontecilla, don Ángel C. Vicuña y el capitán de fragata don Luís Uribe, abundando todos en los más patrióticos sentimientos y siendo entusiastamente aplaudidos. El mayor Martínez Ramos, manifestó que había recibido de su jefe, el coronel Lagos, el especial encargo de saludar al General en jefe, y de manifestarle cuanto sentía encontrarse postrado en el lecho en el momento en que era objeto de una tan justa prueba del cariño que le profesaba el ejército y a la cual él de todo corazón se asociaba.
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El General Baquedano.- Brindo por el distinguido coronel Lagos, cuyos brillantes servicios me hago un deber de reconocer aquí de una manera pública y especial. Brindo también por el que ha enviado en su representación el doctor Martínez Ramos, cuya conducta como médico fue siempre digna de todo elogio, y sólo comparable a su valiente comportamiento de soldado. (Aplausos). El capitán Viel, dijo: que con motivo de no haber llegado a tiempo las invitaciones, muchos de sus compañeros de la marina no pudieron venir a saludar al General, y quo él, en nombre de todos ellos, saludaba al ilustre vencedor de Chorrillos y Miraflores. (Aplausos). Contestó el General brindando por el Almirante y la marina y expresando el voto de que siempre la confraternidad y la armonía reinen entre la escuadra y el ejército de Chile, cuyos comunes esfuerzos habían dado el triunfo a las armas de la República. (Aplausos y vivas a la marina). El señor Altamirano, brindó en el mismo sentido que el General en jefe, y le siguieron en el uso de la palabra el coronel Lynch y el general Sotomayor, manifestando el primero su agradecimiento al ejército, por la aceptación con que le había recibido en sus filas, y pidiendo el segundo una nueva copa por el General Baquedano. La animación y alegría había llegado a su colmo. A las 6 P. M., y antes de cerrar el banquete, el General en Jefe pidió un recuerdo para los que murieron como buenos en las batallas, sellando con su sangre los triunfos de Chile. Toda la concurrencia se puso de pié para saludar con un minuto de silencio a los muertos de la guerra. En seguida el señor Baquedano pidió una copa por S. E. el Presidente de la República y por la actitud firme y decidida que había manifestado durante esta gran lucha. Este brindis fue aplaudido con entusiasmo, y se dio por terminado el banquete. El señor Vergara regresa el 31, e inmediatamente pasa al General la siguiente nota Lima, Enero 31 de 18,81. Con fecha 27 del presente, recibí del señor ministro interino de guerra, el parte que sigue: “La resolución acordada por el gobierno respecto a la indicación hecha por U. S. es ésta: que U. S. puede, apreciando las circunstancias, designar el número de tropas que convenga mantener en Lima y el que debe regresar al país. Consultará U. S. al General en jefe si desea permanecer con el mando de las fuerzas en Lima, o regresar con los cuerpos que se segreguen de ese ejército. Las resoluciones que U. S. adopte en el particular serán aprobadas por el gobierno tan pronto como lleguen a su conocimiento”. Lo comunico a U. S. para su conocimiento y para que se sirva decirme el partido que considere más conveniente adoptar. Antes de tomar una resolución definitiva sobre el número de tropas que deben quedar de guarnición en este territorio, y las que tienen que regresar a Chile, juzgo necesario tener una conferencia con U. S. para acordar lo que consulte mejor la
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necesidad de la situación militar, conferencia que podrá tener lugar mañana, entre 11 y 12 A. M. en mi despacho, en el Ministerio de Relaciones Exteriores, si por parte de U. S. no hay inconveniente.- Dios guarde a U. S. J. F. Vergara. El señor General concurre a la hora fijada al despacho del señor Ministro. Estudiada la cuestión del regreso al país de una parte del ejército, el General, con su acostumbrada franqueza, expone: 1º Que la reducción del ejército no es oportuna por el momento. 2º Que es del caso pensar que el territorio ocupado pague los gastos de manutención del ejército, para lo cual se enviarían cuerpos a ocupar los ricos valles del norte, a vivir de los recursos del país. 3º Para efectuar el licenciamiento, esperar que se despeje el horizonte de la paz. Ajustado un tratado cualquiera, la reducción del ejército podría hacerse sin inconveniente. Además, cree necesario llenar las bajas de los cuerpos de línea antes del regreso de los movilizados al sur. El modo de pensar del gobierno no coincide con las ideas del General; en consecuencia, el señor Ministro le ordena que aliste para partir a Chile, entre el 15 y el 18 de Febrero, los siguientes cuerpos: Atacama, Coquimbo, Artillería Naval, Valparaíso, Quillota, Aconcagua, Chacabuco, Melipilla, Victoria, Colchagua, Curicó, Chillán y Artillería de Marina, con un efectivo de 7.569 plazas, sin incluir jefes y oficiales. Junto con estas tropas, regresarán, todos los jefes y oficiales sin colocación, como los de división y estados mayores o individuos sin puesto fijo en el ejército o en la administración. El General cumple estrictamente las órdenes ministeriales y se prepara a partir conjuntamente con las tropas designadas para el regreso a Chile; quedarse a la cabeza del ejército del norte, habría sido exponerse a una situación incompatible con su dignidad. El General dispone la celebración de unas solemnes honras fúnebres en honor de los caídos en los campos de Chorrillos y Miraflores. Al efecto, comisiona al capellán mayor, presbítero don Florencio Fontecilla Balmaceda, para que obtenga de la autoridad eclesiástica la iglesia metropolitana para esta ceremonia fúnebre. El señor Fontecilla se dirige al Venerable Deán y Cabildo, en solicitud del respectivo permiso; pero la autoridad eclesiástica acuerda no acceder a lo pedido. En virtud de la negativa, el General expide el siguiente decreto: Palacio de Gobierno, Lima, Enero 30 de 1881.- Vista la nota que precede, decreto: El Venerable Cabildo de la iglesia metropolitana de esta ciudad pondrá dicha iglesia, con todos los útiles del culto, a disposición del Capellán Mayor del ejército de Chile, antes del día de mañana. Anótese y comuníquese.- Baquedano. En obedecimiento a lo ordenado, el Secretario del Cabildo don Pablo Ortiz, pone a disposición del señor Fontecilla, la iglesia catedral.
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Dispuestas las honras para el día 3, el Estado Mayor General expide el día 2, la siguiente Orden General Lima, Febrero 2 de 1881. Para la mayor solemnidad posible de las exequias que se celebrarán en la Catedral por los muertos del ejército chileno en las batallas de Chorrillos y Miraflores, se dispone que a las 10 A. M. se encuentren formados en la inmediación de dicha iglesia las siguientes fuerzas: una batería de artillería de campaña y una de montaña, una compañía de cada uno de los regimientos y batallones de infantería con sus respectivas bandas de músicos y un escuadrón de cada uno de los regimientos de caballería. Esta fuerza será mandada por el coronel don Orosimbo Barboza, sirviéndole de ayudantes los de su brigada. Se invita a que concurran a esta ceremonia todos los señores Jefes y oficiales francos de la guarnición, que se reunirán en el Palacio de Gobierno, a las 9 A. M. De orden del Jefe, Zilleruelo. El 3 de Febrero, a las 10:30 A. M. se dio principio en la iglesia Metropolitana, a las honras solemnes mandadas a ejecutar por el General en jefe del ejército chileno, don Manuel Baquedano, en honor de los jefes, oficiales y, soldados muertos en los gloriosos encuentros de Chorrillos y Miraflores. Están ya satisfechos los votos de la nación vencedora, cuyas glorias nadie simboliza con más elocuencia que las ilustres víctimas que vertieron su sangre para darle espléndida victoria. El templo estaba sencilla y elegantemente adornado. Entre el coro de los canónigos y el altar mayor se elevaba una esbelta pirámide que tenía en su cúspide una cruz, símbolo de la esperanza cristiana. Cuatro hermosas estatuas de mármol blanco adornaban los costados de la pirámide y el ángel de la resurrección con sus alas desplegadas, colocado en el centro del catafalco, significaba a la numerosa concurrencia que no es transitoria la gloria de los héroes que sucumben por su patria en el campo del honor. La premura del tiempo no permitió esculpir los nombres de los muertos en los frentes del catafalco, que fue necesario adornar con coronas de laurel. La concurrencia fue por demás escogida y numerosa. Se veían allí, ocupando los asientos de preferencia, al señor General Baquedano, al señor Ministro de Guerra don, José Francisco Vergara; señores Generales Saavedra, Maturana y Sotomayor; a los señores Altamirano y Dávila Larraín, a todos los coroneles, comandantes de cuerpo, ayudantes ido Estado Mayor y, en una palabra, a toda la oficialidad del ejército chileno. La orquesta, compuesta de un numeroso instrumental y de un escogido coro de cantantes, no dejó nada que desear, tanto por la buena elección de la música religiosa como por la esmerada ejecución de los cantantes.
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Cantó la misa el señor presbítero don Florencio Fontecilla, Capellán Mayor del ejército, y le sirvieron de diácono y subdiácono los capellanes señores Montes y Christie. Concluida la misa y antes del responso final, como a las 12 M., subió al púlpito el presbítero don Salvador Donoso y pronunció la oración fúnebre. Tanto a la entrada como a la salida del acompañamiento oficial, todas las bandas de músicos que formaban en la plaza, con una compañía de cada regimiento de las tres armas, tocaron diferentes piezas. En seguida, toda la columna desfiló con orden admirable frente a los balcones del Palacio, para hacer al General en jefe los honores de ordenanza, y se retiraron tocando la canción nacional y marchas triunfales a sus respectivos cuarteles. Las fiestas fúnebres revistieron toda la pompa a que eran acreedores los gloriosos muertos de Chorrillos y Miraflores. La catedral se hizo estrecha para la numerosa y escogida concurrencia de señoras, tanto extranjeras, como nativas, debido a la fama que precedía al orador sagrado. Transcribimos la introducción y peroración de la brillante pieza oratoria del presbítero señor Salvador Donoso, sintiendo no darla íntegra por su extensión. ORACIÓN FÚNEBRE POR LOS JEFES Y OFICIALES Y SOLDADOS CHILENOS MUERTOS EN LOS COMBATES DE CHORRILLOS Y MIRAFLORES. Predicada en la Catedral de Lima el 3 de Febrero de 1881. “Constantes efecti sunt et pro legibus et patria mori parati” Nos dieron ejemplo de constancia y estuvieron siempre prontos a morir por sus leyes y por su patria. (Son palabras de los Macabeos.) “No sé, señores, por qué aberración de la naturaleza humana se viste de duelo y se cubre de fúnebre crespón el templo santo de Dios, donde se paga tributo al heroísmo sublime del amor a la patria. Eterna gloria de los que rinden su vida en defensa del suelo querido que les vio nacer, no es el ángel de la muerte que llora sobre una tumba con sus alas plegadas en testimonio de un dolor inconsolable. ¡Ah no!: es al contrario el ángel de la resurrección, que sube al cielo con rápido vuelo, llevando en sus sienes una aureola do luz, que simboliza la dichosa inmortalidad. He ahí, por qué yo habría cubierto de blancos lirios y de fragantes rosas ese féretro sagrado, y tañendo marchas triunfales, al son de alegres armonías, habría exclamado con los mensajeros del Rey de los ejércitos: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos; y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. La sangre chilena, vertida a torrentes en los reñidos encuentros de Chorrillos y Miraflores, ha sido, señores, un holocausto digno de las espléndidas victorias que la Divina Providencia ha decretado concedernos. El heroico sacrificio de nuestros
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invencibles guerreros no ha sido infructuoso, y ya ellos sellaron de antemano esa ansiada paz, que Chile ofrece gustoso a las repúblicas aliadas en su contra. Muriendo con honor por la hermosa bandera que la patria confiaba a su defensa el día que abandonaron sus hospitalarias playas, han consolidado para siempre su antigua grandeza y le han dicho al morir: ¡Oh dulce patria, asilo sagrado de nuestras madres, de nuestras esposas y de nuestros hijos, antes de exhalar el postrer aliento en tierra extraña, como la última prueba de nuestro inmenso amor, os damos la victoria y os enviamos la paz! Decidme, vosotros, compañeros de armas y de sacrificios, que corristeis el mismo, peligro y visteis caer a vuestro lado a esos valientes y denodados amigos, ¿no sentís en este momento solemne la necesidad de bendecir a Dios y de rogarle que escuche benigno nuestras preces por esas almas ilustres? ¡Ah! ¡Quién pudiera interpretar vuestros votos, encomiando como es debido a esos insignes patriotas! Testigo ocular de tanto arrojo, de tanto heroísmo y de tanta abnegación, lo único que siento, y os lo confieso con ingenuidad, es que mis palabras no expresen fielmente mis deseos y que la vibración de mi voz no sea una armonía tan elocuente, cual corresponde a las proezas que ellos ejecutaron. Pero os diré con sencillez y con ternura lo que vosotros conocéis mejor que yo mismo. “Nos dieron ejemplos de constancia y estuvieron prontos a morir por sus leyes y por su patria”. Recibimos una recompensa adecuada a su grandioso sacrificio y Dios, en su infinita misericordia, escuchara el eco doloroso de la pasión creyente, que a la sombra de la cruz señala a sus soldados el camino del cielo, como el último galardón de la eterna esperanza”. Después de este breve exordio, el orador hace la apología del ejército y marina de Chile y describe la cadena no interrumpida de triunfos que bordan toda la campaña. Se vuelve, después hacia el altar, en que se alza el Salvador del mundo, en gloria y majestad. Con voz tierna y ademán inspirado, eleva la siguiente invocación: “Séame dado, señores, en vuestro nombre y en el mío desde esta cátedra de verdad y ido consuelo, elevar un voto ardiente de humilde súplica al Dios de la misericordia, para que pronto mitigue en los hogares, hoy entristecidos por la muerte, la amarga pena de las madres, de las viudas, y de los huérfanos, que no encuentran a su lado al hijo amante, al tierno esposo y al padre idolatrado. Unamos nuestras preces y con los inefables acentos de la caridad cristiana que en el seno de la iglesia católica forma la gran familia humana, clamemos tina vez más para que la sangro ya vertida detenga el brazo de la justicia de Dios y ponga término a esta guerra fratricida. ¿No visteis, señores, al ponerse el sol del 15 de Enero, un bello iris que vistiendo las nubes de variados colores, caía desde el horizonte de los Andes sobre los hogares de esta ciudad amenazada de horrenda catástrofe? Parece que la Divina Providencia nos anunciaba entonces que era ya tiempo, de envainar las espadas y de firmar la paz. Sí, señores; que la paz Sea con nosotros; que el amor de Jesucristo resuene en todos los
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oídos como resonó en otro tiempo sobre los apóstoles encargados de salvar al mundo: “Paz”. “La paz sea con nosotros”. Anheláis volver cuanto antes al seno de la patria, al dulce cariño de vuestros hogares; tened fe; Dios nos oye y sabrá en su infinita sabiduría inspirar estos nobles sentimientos a los vencedores y a los vencidos. Por la memoria de esa sangre vertida, por el amor y respeto a la ley divina que nos manda olvidar las injurias, por esa palabra de perdón y de reconciliación que resonó sobre la cruz del Mártir Divino del Gólgota, una vez más, clamemos por la paz. Corramos un velo de perpetuo olvido sobre esas escenas de horror y sobre esos campos de duelo, y para que llegue hasta el cielo el acento de nuestra plegaria por el reposo eterno de nuestros hermanos, una y otra vez pidamos la paz. ¡Gran Dios! ¡Monarca Supremo del Universo! que habéis querido os llamemos Padre nuestro, para reconocernos como hermanos a la sombra de vuestra cruz, símbolo augusto de unión y de eterna esperanza, henos aquí, sobre el sepulcro de tantos millares de víctimas inmoladas por el sublime amor a la patria, con la frente en el polvo y el alma fija en vuestra infinita misericordia, pidiéndoos la paz. Concededla, señor, Rey de los cielos y de la tierra concededla por vuestro amor de padre a los muertos y a los vivos. Llamad con vuestra secreta y misteriosa inspiración a los pueblos del Perú y Bolivia y decidles que ya basta la sangre derramada y las víctimas inmoladas para calmar vuestra justicia. Nosotros estamos prontos, no rehusamos tender las manos a los vencidos; no hacemos vana ostentación de nuestros triunfos; no queremos su ruina y su desolación. Queremos que oigan nuestros votos; que se rindan ante el fallo inexorable de vuestra Divina Providencia y que volviendo a la paz de la tierra, para nuestro común bienestar presente, busquemos como hermanos la paz del cielo. Y entre tanto, depositando una lágrima más sobre esos gloriosos sepulcros y deshojando la última flor de nuestros corazones, la siempre viva de la cristiana gratitud, demos a nuestros ilustres muertos el adiós de la paz eterna, Requiescant in pace”. En cumplimiento de las órdenes del Gobierno, regresan a Chile, el General en jefe con el cuartel General, el jefe del Estado Mayor y sus ayudantes; las planas mayores de las Divisiones, Brigadas y Comandancias generales, de artillería, caballería, servicios anexos y los siguientes cuerpos movilizados: Chacabuco, Colchagua, Navales, Valparaíso, Melipilla, Coquimbo, Chillán, Artillería de Marina, Atacama y Valdivia; unas 6.500 plazas, más o menos. Queda en Lima, como comandante en jefe del ejército de ocupación, el general don Cornelio Saavedra; como jefe de Estado Mayor, el coronel don Pedro Lagos y como Delegado Supremo, el señor Vergara, Ministro de Guerra y Marina. La recepción a las tropas fue grandiosa, primero en Valparaíso, después en Santiago y enseguida en las respectivas provincias de su nombre. Cada individuo, al ser licenciado, recibe una gratificación de tres meses de sueldo, en su respectivo grado, y pasaje libre personal, hasta el lugar de su residencia.
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Los oficiales tienen una sorpresa, no muy agradable, pero que se echa a la broma, dado el placer del regreso y de las fiestas, y la juventud, que divisa siempre un porvenir color de rosa. La Comisaría del Ejército les había descontado las prendas pedidas en la campaña; y aun el valor de los objetos más insignificantes, como tabaco, papel alcoy, jabón, etc., que cargó escrupulosamente a sus haberes; y además des contó de la gratificación del rancho, un peso por cada día pasado a bordo, comiendo por cuenta fiscal. Y con los sueldos de aquel tiempo, algunos oficiales salieron casi balanceados. El Almirante, disuelta la escuadra desembarcó con el sueldo y rango de actividad. El señor Baquedano que tiene conocimiento de que el Gobierno no desea su vuelta al Norte, presenta la renuncia del Comando Supremo, con fecha 3 de Mayo, que fue inmediatamente aceptada. Se retira con sueldo y rango de general en jefe en campaña. Con motivo de su alejamiento de las filas, envía al ejército del Norte la siguiente carta de despedida: Al Ejército de ocupación en el Norte. Amigos y compañeros de armas: Con fecha 3 del presente mes de Mayo, elevé al Supremo Gobierno la renuncia de mi puesto de General en jefe del ejército de operaciones del Norte, que aquél tuvo a bien aceptar. Me impulsaron a dar este paso razones de delicadeza personal y la convicción de que estaba terminada la parte más ardua de la misión que se me había confiado. Al separarme de vosotros, leales amigos y queridos compañeros, cumplo con un deber muy grato para mi corazón, dándoos las gracias por la eficaz cooperación que me prestasteis siempre en el desempeño de mis difíciles tareas. Hubiera deseado daros este adiós personalmente; pero ya que las circunstancias me lo impiden, quiero declararos una vez más, que estimo el honor de haberos mandado como el más grande que pudiera recibir, y, que conservaré el recuerdo de los días que vivimos juntos en los campamentos como el más agradable de mi vida. De vuestra disciplina, moralidad y valor da testimonio la colosal empresa que habéis realizado con tanta fortuna; y yo, como vuestro jefe, declaro que nuestra gloriosa República debe estar orgullosa de haber improvisado un ejército que ha podido servir de modelo por la práctica de todas las virtudes militares. Yo espero que habréis de terminar vuestra obra haciendo honor a vuestros gloriosos antecedentes y prestando al digno jefe que me reemplaza en el mando, el mismo concurso eficaz y afectuoso que me prestasteis constantemente. Deseo con todas las veras de mi alma que una paz sólida y honrosa, tal como la necesitaba la seguridad de nuestro porvenir y tal como corresponde a vuestros sacrificios y a los triunfos de vuestras armas, os permita regresar pronto al seno de vuestra patria y de vuestros hogares. Pero si eso desgraciadamente no sucediera; si llegara a ser necesario confiar otra vez la suerte de la Nación al fallo supremo de nuevos combates, yo volvería en cualquier puesto a cumplir con mi deber y a tener el honor de pelear a vuestro lado.
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Entre tanto, repiti茅ndoos su adi贸s, os estrecha cordialmente la mano vuestro General y amigo.- Manuel Baquedano.- Santiago, Mayo 6 de 1881.
FIN DEL TOMO III.