EL
S EÑOR
BATATA Textos:
Marta
Giménez
Pastor Ilustraciones:
Héctor
Borlasca
Para
María
Luisa
Santa
María
Les
presento
a
un
amigo La
c iudad
en
que
v ivo
t iene
muchos
ba-‐ rrios. Algunos
con
c asas
bajas,
otros
con
a ltos
edificios
de
muchos
pisos;
a lgunos
con
vere-‐ das
t ranquilas
y
a rboladas
y
otros
con
a nchas
avenidas
y
vidrieras. Todos
son
lindos,
pero
el
más
lindo
¡es
el
mío!. Me
gusta
porque
en
él
está
mi
casa,
la
de
mis
abuelos,
la
de
mis
amigos
y
también…
¡la
casa
del
señor
Batata! ¿No
lo
conocen?
¡Cómo…!
Él
vive
allí
en
la
es-‐ quina,
detrás
de
la
verja
blanca
con
jazmines,
detrás
de
las
ventanas
con
cortinitas
rojas,
de-‐ LA PLUMA ENCANTADA
5
trás
del
humo
con
olor
a
sopa,
que
sale
bailando
por
su
chimenea.
6
LA PLUMA ENCANTADA
Es
conversador,
simpático
y
bajito
como
mi
tío
Aníbal,
el
que
vive
frente
a
la
plaza.
Sin
em-‐ bargo,
a
mí
me
parece
alto
porque
para
hablar-‐ le,
todavía
tengo
que
mirar
para
arriba
y
a
pesar
de
la
estatura,
mi
papá
dice
que
el
señor
Batata
es
una
gran
persona. En
el
barrio
todos
lo
quieren.
No
sólo
por
la
sonrisa
con
que
saluda
a
los
vecinos,
cada
mañana,
las
miguitas
que
les
reparte
a
las
palo-‐ mas
del
campanario
y
los
platitos
de
leche
que
les
ofrece
a
los
gatitos
paseanderos.
Lo
quieren,
también,
por
sus
simpáticas
y
graciosas
distrac-‐ ciones. —¡Pero
don
Batata!
Usted
siempre
pen-‐ sando
en
los
angelitos…
—le
dice
Paco,
el
alma-‐ cenero,
cada
vez
que
el
señor
Batata
se
va
del
negocio
sin
esperar
el
vuelto
o
se
lleva
el
changuito
de
una
vecina
en
lugar
de
su
pe-‐ rro
Pirata,
que
lo
acompaña
a
todas
partes. —Yo
digo
que
el
señor
batata
debe
estar
enamorado,
¿no
les
parece?
¡Miren
que
salir
a
la
calle
con
un
zapato
negro
y
otro
marrón…!
—comenta
Luli,
la
señorita
del
quiosco
de
golo-‐ sinas. LA PLUMA ENCANTADA
7
El
señor
batata
es
un
madrugador
como
los
pajaritos. Por
las
mañanas
bien
temprano,
lava
su
vereda
con
una
manguera
verde.
Entonces
toda
la
cuadra
se
adorna
con
pompas
de
jabón
tor-‐ nasoladas
y
los
gorriones
aprovechan
para
ba-‐ ñarse
en
los
charquitos
que
quedan
junto
a
la
puerta. —¡Adiós
señor
Batata!
—le
dicen
los
chi-‐ cos
que
pasan
corriendo
para
la
escuela
de
la
señorita
Teodora. —
¡Buen
día,
buen
día
niñitos!
Tomen,
aquí
tienen
un
regalito
para
el
recreo…—y
les
da
un
caramelo
de
dulce
de
leche
a
cada
uno.
Un
caramelo
gordo
envuelto
en
papel
celofán,
ϐ Ó dejan
hablar,
ni
reírse,
ni
bostezar. Pero
los
chicos
no
esperan
el
recreo
y
se
lo
ponen
en
la
boca
apenas
doblan
la
esquina. —¡Buenos
días,
niños!—
les
dice
la
señori-‐ ta
directora
al
verlos
llegar. —¡Blugñññmmmñita…!
—le
contestan
los
chicos
con
las
caras
gorditas,
por
culpa
del
cara-‐ melo
que
tienen
entre
los
dientes. 8
LA PLUMA ENCANTADA
LA PLUMA ENCANTADA
9
—¡Ah!
¡Otra
vez
los
caramelos
del
señor
Batata…!
Me
imagino
que
como
niños
bien
edu-‐ cados
se
habrán
acordado
de
decirle
“gracias,
señor”… Pero
como
los
chicos
siguen
sin
poder
tra-‐ gar
el
caramelo,
sólo
mueven
la
cabeza
de
arriba
hacia
abajo
y
vuelven
a
decir: —Blugñññmmmñita…!—y
se
van
llenos
de
ǡ ϐ Ǥ Por
eso
mis
amigos
y
yo,
y
los
gorriones
y
los
gatitos,
estamos
seguros
de
que
el
barrio
no
sería
tan
alegre
si
allí,
en
la
esquina
de
la
escue-‐ la,
no
viviera
el
señor
Batata
con
su
perro,
sus
jazmines
y
sus
cortinitas
rojas
en
las
ventanas.
10
LA PLUMA ENCANTADA
ϐ Como
ese
día
el
sol
brillaba
mucho,
don
Batata
se
levantó
más
temprano
que
de
costum-‐ bre
y,
cuando
salió
a
colgar
la
jaula
del
loro
en
el
clavito
del
patio,
vio
que
el
cielo
parecía
una
enorme
margarita
que
se
abría
sobre
su
cabe-‐ za. —Mmmm…
Demasiado
sol…
-‐comentó
y
corrió
a
ponerse
los
anteojos
oscuros.
LA PLUMA ENCANTADA
11
12
LA PLUMA ENCANTADA
Así
fue
como
con
los
anteojos
que
no
lo
de-‐ jaban
ver
bien,
el
sueño
que
demoraba
en
irse
y
la
distracción
que
nunca
se
le
iba…
el
señor
Batata
llenó
de
agua
la
regadera
y
regó
con
en-‐ ϐ Ǥ Luego
se
quedó
mirando
la
pared
empapelada
con
un
lindísimo
motivo
de
árboles
otoñales. —No
entiendo…
¿Por
qué
será
que
estas
ϐ -‐ ciosas
y
en
cambio
esa
enredaderita
no
brota
nunca?
¡Debe
estar
seca!
—
y
sin
pensarlo
dos
veces
se
acercó
y
¡crachsh!,
arrancó
una
tira
del
lindo
papel
de
la
pared. Luego
se
dispuso
a
hacer
su
paseo
matinal,
pero
antes,
como
era
su
costumbre,
quiso
ave-‐ riguar
la
temperatura
del
día,
para
de
acuerdo
con
eso,
ponerse
el
sobretodo
o
no. Muy
decidido
se
acercó
al
almanaque
que
tenía
sobre
el
lado
derecho
de
su
cama,
en
lugar
de
ir
hacia
el
termómetro
que
estaba
del
lado
izquierdo. —Veamos…
veamos…
Temperatura
de
hoy…
¿21
de
septiembre?
No
entiendo
esa
tem-‐ peratura…
¿Será
bajo
cero?
¡Claro…
debe
ser
LA PLUMA ENCANTADA
13
así!
21
grados
bajo
cero…
¡Un
frío
atroz!
¡Me
abrigaré! Y
diciendo
esto
corrió
a
ponerse
dos
cami-‐ setas,
cuatro
pulóveres,
medias
de
lana,
gorro
de
piel,
sobretodo,
bufanda
y
guantes. ¡
Y
así
salió
a
la
calle!
14
LA PLUMA ENCANTADA
Naturalmente,
como
era
un
precioso
día
de
primavera,
apenas
había
caminado
unos
pasos
empezó
a
sentir
calor
y
más
calor
a
medida
que
avanzaba
por
la
vereda. Al
llegar
a
la
esquina
estaba
colorado
como
un
tomate
y,
al
cruzar
la
calle,
se
vio
obligado
a
comprar
un
diario
en
el
puesto
de
don
Matías,
para
echarse
fresco. Y
entonces
fue
cuando
se
le
acercó
su
veci-‐ na
Gertrudis. —¡Pero
amigo
Batata!
¿Qué
hace
de
so-‐ bretodo
y
gorro
de
piel? —
¡Por
el
frío,
doña
Gertrudis,
por
el
frío! ¿O
no
se
ha
enterado
de
que
hoy
hace
21
grados
bajo
cero? —¿Qué
dice
vecino?
¿21
grados?
¡No!
21
de
septiembre,
don
Batata…
¡Día
de
la
prima-‐ vera!
¿Acaso
no
oye
cómo
cantan
los
pajaritos? —¡Ahhh…!
¡Con
razón…!
—dijo
el
señor
Batata
y
se
fue
corriendo
a
su
casa. ϐ -‐ lapa
de
su
sobretodo.
LA PLUMA ENCANTADA
15
Diluvio
en
el
colectivo El
señor
Batata
se
disponía
a
hacer
algu-‐ nas
diligencias
en
los
bancos… A
punto
de
salir
de
su
casa
recordó
que
de-‐ bía
tomar
su
pastilla
para
la
tos.
Fue
a
la
cocina,
llevó
un
vaso
con
agua
y
luego
salió
a
la
calle
con
el
vaso
en
la
mano
y
la
pastilla
en
el
bolsillo.
LA PLUMA ENCANTADA
17
Se
detuvo
en
la
esquina
y
subió
al
colec-‐ tivo
que
venía
casi
completo.
Se
notaba
que
el
conductor
iba
atrasadísimo
porque
el
colectivo
avanzaba
a
toda
velocidad
y
dando
saltos
de
cuando
en
cuando. El
señor
Batata,
como
todos
los
que
iban
parados,
debió
sujetarse
fuertemente
del
pasa-‐ manos
para
no
caerse.
Entonces
levantó
la
mano
en
la
que
llevaba
el
vaso
y
¡zas!,
derramó
agua
en
el
piso
y
salpicó
a
los
que
lo
rodeaban.
18
LA PLUMA ENCANTADA
—¡Eh…!
¿Qué
pasa?
—gritó
un
pasajero—
¿Llueve
adentro
del
coche? —¡Eso!
¡Eso
mismo
digo
yo!
¿Dónde
se
ha
visto
un
colectivo
con
goteras?
—
¿Qué
clase
de
empresa
es
esta,
tan
desconsiderada
con
los
pasajeros?
—agregó
enojadísimo
don
Batata. —Pero
escuche…
—trató
de
decir
el
chofer
sorprendido
con
el
reclamo. —¡Nada
de
peros,
señor!
—le
contestó
don
Batata—.
¡Adentro
del
colectivo
llueve!
¿Y
eso
que
quiere
decir?
¡Que
en
el
techo
hay
goteras! —
Pero
si
afuera…
—intentó
continuar
nuevamente
el
conductor. —¡Claro!
¡Usted
me
dirá
que
afuera
está
lloviendo…!
¿Pero
desde
cuándo
el
agua
debe
entrar
en
el
coche?
—le
reprochó
Batata
ges-‐ ticulando
con
el
vaso
y
salpicando
más
agua
so-‐ bre
los
pasajeros
que
no
entendían
qué
estaba
pasando. —
Pero
si
no… —
¡Pero
le
digo
que
sí!
¡Mire,
hombre,
cómo
estamos
todos
mojados!
¡Esto
es
una
verdadero
diluvio!
Mire,
mire
cómo
le
han
quedado
los
ru-‐ los
a
esta
pobre
señora… LA PLUMA ENCANTADA
19
Y
sin
soltar
el
vaso
ni
atender
razones,
se
bajó
y
corrió
a
refugiarse
debajo
de
un
balcón. Por
suerte,
en
la
misma
cuadra
había
un
negocio
que
vendía
paraguas.
Don
Batata
ca-‐ minó
ligerito
contra
la
pared
y
entró
a
com-‐ prarse
uno. —¡Ahora
sí
que
no
me
cae
ni
una
gota!
—dijo
mientras
avanzaba
por
la
vereda
con
su
ϐ Ǥ Cuando
le
faltaba
un
corto
trecho
para
lle-‐ gar
nuevamente
a
su
casa,
le
salió
al
encuentro
la
señorita
Sedalina,
la
de
la
mercería. —
Don
Batata,
¿qué
hace
con
ese
paraguas
abierto
si
no
está
lloviendo?
—No
está…
pero
estuvo,
señorita.
¡Llovió
a
cántaros! —
¡Ahhh…!
Ni
me
di
cuenta…
¿Y
el
vaso,
don
Batata? —¿Este
vaso
dice…?
Ah…
ahora
me
acuer-‐ do
que
era
para
tomar
mi
pastilla.
¡Pero
qué
dis-‐ tracción…! Y
diciendo
esto
sacó
una
moneda
de
su
bolsillo
y
se
la
tragó
con
el
último
poquito
de
agua
que
le
quedaba
en
el
vaso. 20
LA PLUMA ENCANTADA
LA PLUMA ENCANTADA
21
Un
león
llama
a
la
puerta Aquella
tarde
en
que
el
sol
se
asomaba
ϐ ǡ señor
Batata,
olvidándose
de
que
su
amigo
Ci-‐ riaco
le
había
prometido
una
visita,
decidió
dar
un
paseo
por
el
barrio. Rápidamente
se
peinó
frente
a
un
espejo,
acomodó
su
corbata
y
adornó
el
bolsillo
de
su
saco
con
un
pañuelo
de
seda. Hasta
aquí
todo
iba
bien,
pero
cuando
ya
se
disponía
a
descolgar
su
sombrero
del
perche-‐ ro,
oyó
sonar
el
timbre
de
la
puerta
de
calle:
Riiiiinnnnn…! —Caramba,
alguien
viene
a
interrumpir
mi
paseo,
¿Quién
será?
—se
preguntó
con
dis-‐ LA PLUMA ENCANTADA
23
gusto,
habiendo
olvidado
la
visita
prometida
por
su
amigo,
mientras
se
encaminaba
hacia
el
televisor
en
lugar
de
dirigirse
a
la
puerta. —¿Quién
es?
—preguntó
acercándose
a
la
pantalla
del
aparato. Como
naturalmente
no
recibió
respuesta
alguna,
movió
la
perilla
del
encendido
como
si
se
tratara
del
picaporte
de
la
puerta. Impaciente
al
oír
que
el
timbre
volvía
so-‐ nar,
contestó: —¡Ya
va…Ya
va…!
—mientras
seguía
dando
vueltas
a
la
perilla
de
aquí
para
allá
y
protestan-‐ do
contra
la
mala
calidad
de
las
cerraduras. ϐ × ǡ un
enorme
y
melenudo
león,
desde
la
película
que
estaban
pasando
en
el
canal
11,
le
dijo:
—
¡Gggrrraaafffgggghhh…! En
el
primer
momento,
el
pobre
Batata
se
quedó
paralizado
por
el
susto,
pero
enseguida
reaccionó
y,
con
rápido
impulso,
accionó
varios
botones
hasta
oscurecer
la
pantalla. Convencido
de
haber
cerrado
la
puerta,
corrió
al
teléfono:
24
LA PLUMA ENCANTADA
LA PLUMA ENCANTADA
25
—¡Hola!
¿Con
la
policía?
Llamo
para
avisar-‐ les
que
por
mi
barrio
anda
un
león
suelto… ¿Cómo
por
dónde?
¡Por
la
vereda,
señor,
acabo
de
verlo
en
mi
puerta
¡No,
no
son
fantasías
ni
estoy
soñando!
¡Estoy
seguro
y
les
aviso
para
evitar
una
desgracia…! Hizo
una
pausa
porque
el
timbre
volvía
a
sonar
¡Triiinnnn…!
Y
continuó
diciendo: —Ahora
se
va
a
convencer…
¿Usted
oyó
ese
timbre
que
acaba
de
sonar?
Bueno,
sepa
que
es
el
león
que
está
llamando.
¡Mire,
agen-‐ te,
si
no
me
quiere
creer
no
me
crea,
pero
des-‐ pués
no
diga
que
no
le
avisé…!
¡Llamaré
a
los
bomberos! Pero
cuando
estaba
marcando
nueva-‐ mente,
vio
que
por
debajo
de
la
puerta
tiraban
un
papel
con
un
mensaje
escrito. Con
cautela
se
acercó
a
levantarlo
y
leyó:
“Querido
amigo
Batata:
vine
a
visitarlo,
tal
como
le
había
anunciado,
pero
como
no
lo
encontré
en
casa
volveré
mañana.
Ciriaco”. Don
Batata
volvió
al
teléfono
y
llamó
nue-‐ vamente
a
la
policía:
—Tengo
la
prueba
en
mi
mano…
Un
men-‐ 26
LA PLUMA ENCANTADA
saje
que
me
ha
dejado
por
debajo
de
la
puerta…
Se
llama
Ciriaco
y
¡¡me
amenaza
con
volver
ma-‐ ñana!!
¿Qué
le
parece?
¡¡Ya
ni
en
la
propia
casa
uno
puede
estar
tranquilo!!
LA PLUMA ENCANTADA
27
ƒ Ď?‹‡•–ƒ †‡ …—Â?Â’ÂŽÂ‡ÂƒĂ“Â‘Â• Nuestro
 
 amigo
 
 Batata
 
 salió
 
 muy
 
 contento
 
  de
 
 la
 
 jugueterĂa
 
 donde
 
 habĂa
 
 comprado
 
 el
 
 rega-Ââ€? lo
 
 de
 
 cumpleaùos
 
 para
 
 su
 
 sobrino
 
 Sinforosito. Era
 
  un
 
  telÊfono
 
  alcancĂa,
 
  de
 
  plåstico
 
  colo-Ââ€? Â”ÂƒÂ†Â‘ÇĄ ‡Â?˜—‡Ž–‘ ‡Â? —Â? Ž‹Â?†‘ ’ƒ’‡Ž …‘Â? Ď?Ž‘”…‹–ƒ•Ǥ En
 
  la
 
  esquina
 
  tomó
 
  el
 
  colectivo
 
  y
 
  cuando
 
  iba
 
 mås
 
 o
 
 menos
 
 a
 
 mitad
 
 del
 
 camino,
 
 mirando
 
  distraĂdamente
 
  por
 
  la
 
  ventanilla
 
  y
 
  pensando
 
  vaya
 
 a
 
 saber
 
 quÊ
 
 cosas,
 
 se
 
 sorprendió
 
 de
 
 pronto
 
  al
 
 oĂr
 
 el
 
 timbre
 
 que
 
 un
 
 pasajero
 
 hacĂa
 
 sonar
 
 para
 
  descender. Miró
 
 hacia
 
 los
 
 costados
 
 sin
 
 saber
 
 de
 
 dónde
 
  provenĂa
 
  el
 
  ruido,
 
  cuando
 
  nuevamente
 
  el
 
  tim-Ââ€? bre
 
 hizo
 
 ¥Triinnn! Don
 
  Batata,
 
  ya
 
  algo
 
  molesto
 
  por
 
  la
 
  insis-Ââ€? LA PLUMA ENCANTADA
29
30
LA PLUMA ENCANTADA
tencia
del
llamado,
comenzó
a
desenvolver
rá-‐ pidamente
el
paquete
que
llevaba
en
sus
rodi-‐ llas
mientras
protestaba
en
voz
alta: —¡
Qué
barbaridad!
¡Por
lo
visto,
nadie
oye
el
teléfono!
Y
levantando
el
tubo
de
plástico
colorado
se
lo
acercó
al
oído
diciendo: —¡Hola…hola!
¡Hable…!
Parece
que
cor-‐ taron… Entonces
su
compañero
de
asiento
le
dijo
suavemente
tratando
de
explicarle: —No,
señor,
es
la
puerta… —¿La
puerta,
dice?
¡
Ah
caramba…!
¿Y
por
qué
no
abrirán?.
Permítame
señor,
lo
haré
yo. Y
enseguida
el
señor
Batata
comenzó
a
ϐ -‐ ros
amontonados
en
el
pasillo,
y
acercándose
a
la
puerta
delantera,
se
dirigió
muy
amablemente
a
los
que
aún
estaban
abajo,
a
punto
de
subir: —¡Adelante!
¡Pasen
amigos…!
Segura-‐ ϐ sobrinito,
¿no?...
¡Pasen
por
aquí!
¡Están
en
su
casa!
Pónganse
cómodos…
¡A
ver,
traigan
unas
sillas
para
estos
amigos! —Pero,
señor…
¡¿Qué
hace?!
¡No
interrum-‐ LA PLUMA ENCANTADA
31
pa,
deje
pasar!
—gritó
nervioso
el
colectivero
ante
la
sorpresa
de
los
pasajeros. —¡Pero,
hombre,
si
eso
es
lo
que
estoy
ha-‐ ciendo…!
¡Haciendo
pasar
a
la
gente!
—respondió
impaciente
Batata. —¡Bajen
por
la
puerta
de
atrás!
—volvió
a
gritar
el
chofer. —¡¿Cómo
bajen?!
—protestó
el
señor
Batata
¡pero
qué
disparate
oigo?
¡De
ninguna
manera…ustedes
se
quedan
¡Son
los
invitados
a
ϐ ǥǨ ǩ Ǩ ¿Cómo
se
van
a
ir…?
¡Por
favor
señora,
vuelva…
no
le
haga
caso
a
este
desatento! Y
diciendo
esto,
se
bajó
corriendo,
para
al-‐ canzar
a
la
pasajera
que
miraba
atónita,
mien-‐ tras
el
colectivo
continuaba
su
marcha. —Oh…
deberían
haberme
avisado
que
À ϐ ǥ Ǭ parece,
señora? ¡Y
allí
nomás
se
tomó
un
taxi
para
alcanzar
el
colectivo!
32
LA PLUMA ENCANTADA
Un
clavito
en
el
zapato El
señor
Batata
iba,
lo
más
campante,
cami-‐ nando
por
la
vereda,
cuando
de
pronto
¡zas!,
pisó
algo
que
le
hizo
decir:
¡Ayyy!
LA PLUMA ENCANTADA
33
¡Era
un
clavito
que
le
estaba
pinchando
el
talón! —¡Qué
incomodidad!
¿Tendré
que
sus-‐ pender
el
paseo? Trató
de
caminar,
pero
apenas
dio
tres
pa-‐ sos,
tuvo
que
detenerse,
justo
frente
a
la
escuela
de
la
señorita
Teodora. —Entraré
a
pedir
una
tenaza.
De
paso
será
una
buena
oportunidad
para
conocer
a
esta
se-‐ ñorita
tan
simpática
—pensó
el
señor
Batata
y
entró,
saltando
en
un
solo
pie. Cuando
la
señorita
directora
Teodora
lo
vio,
creyó
que
era
el
señor
inspector
que
venía
a
comunicarles
que
en
las
escuelas
se
debería
caminar
así,
para
no
gastar
los
dos
zapatos
juntos,
y
rápidamente
salió
a
recibirlo
con
el
mismo
paso. Lo
saludó
y
sin
darle
tiempo
para
decir
ni
“a”,
se
lo
llevó
a
visitar
los
salones,
diciendo
que
el
señor
Inspector
venía
a
dar
una
clase
modelo
sobre
el
ahorro
y
el
arte
de
cuidar
los
zapatos. Imagínense
la
cara
de
la
señorita
de
San
Nicolás
cuando
los
vio
entrar
a
los
dos
saltan-‐ do
en
un
pie…
Casi
se
larga
a
reír,
pero
inme-‐ 34
LA PLUMA ENCANTADA
LA PLUMA ENCANTADA
35
diatamente
y
gracias
a
una
seña
que
le
hizo
la
señorita
Teodora,
se
dio
cuenta
de
que
ella
tam-‐ bién
debía
caminar
así.
Esto
les
encantó
a
los
chicos
y
todos
se
pararon
a
saludar
en
un
solo
pie
y
después
pasaron
a
leer,
a
decir
versos
y
a
hacer
cuentas
en
el
pizarrón
parados
como
las
cigüeñas. En
eso
sonó
el
timbre
del
recreo,
y
como
ya
se
había
corrido
la
voz
de
que
el
inspector
quería
que
un
solo
par
de
zapatos
sirviera
para
dos
alumnos…
¡¡todos
salieron
al
patio
saltando
en
un
pie!! Entonces
la
señorita
Farolera
tuvo
una
idea
genial: —¿Qué
les
parece
si
aprovechamos
para
jugar
a
la
rayuela? —¡Bieeeennn…!
—gritaron
los
chicos. —¡Sí!
—dijo
el
señor
Batata,
muy
conten-‐ to. —¡Vivaaa…!
—aplaudieron
las
maestras,
y
así,
jugando
a
la
rayuela,
se
pasó
aquella
mañana
en
la
escuela,
¡gracias
al
clavito
en
el
zapato!.
36
LA PLUMA ENCANTADA
La
invasión Doña
Lolita
llegó
a
las
9
en
punto
y
se
dis-‐ puso
a
hacer
la
limpieza
general
de
todos
los
lunes.
El
señor
Batata
ya
estaba
tomando
el
de-‐ sayuno
y
la
saludó
con
su
habitual
cortesía: —Buenos
días
doña
Lolita…
Dichosos
los
ojos
que
la
ven.
¿Qué
la
trae
por
acá? —
¿Cómo
qué
me
trae,
señor
Batata?
Ven-‐ go
como
todos
los
días,
a
trabajar…
¿O
no
lo
re-‐ cuerda? —¿Pero
sí…
¡Como
no
lo
voy
a
recordar,
doña
Lolita…!
¿En
qué
me
dijo
que
va
a
traba-‐ jar? En
las
tareas
domésticas,
don
Batata… —¡Ah…!
Eso
es.
Lo
había
olvidado…
En-‐ tonces
¿qué
le
parece
si
empieza
por
la
cocina
y
LA PLUMA ENCANTADA
37
me
prepara
un
buen
plato
de
sopa
de
pelitos
de
ángel,
como
a
mí
me
gusta?
—¿Sopa
a
esta
hora
señor?
Si
son
apenas
las
9
de
la
mañana.
Me
parece
mejor
comenzar
con
la
limpieza
de
los
vidrios. Está
bien.
Haga
su
gusto,
doña
Lolita… Limpie
los
vidrios
que
la
sopa
me
la
puedo
ha-‐ cer
yo. Y
allá
se
fue
a
la
cocina
el
señor
Batata,
sa-‐ boreando
la
última
tostada
que
le
quedaba
del
desayuno. Entre
tanto
doña
Lolita
corrió
las
corti-‐ nas,
levantó
las
persianas
y,
parándose
sobre
un
38
LA PLUMA ENCANTADA
LA PLUMA ENCANTADA
39
banquito,
comenzó
a
pasar
enérgicamente
un
bollo
de
papel
mojado
por
el
vidrio
de
una
de
las
ventanas. Mientras
lo
hacía,
cantaba:
“Aquí
la
traigo
colgada,
cataplín,
cataplín
cataplero…
Aquí
la
traigo
colgadaaaa,
del
fondo
del
jardííín!
Del
fon…do…
del…jar…”
Y
se
quedó
con
el
canto
interrumpido
y
la
boca
abierta
por
el
asombro,
pues
por
el
vidrio
medio
jabonoso,
acababa
de
ver
algo
así
como
un
objeto
raro
que
cruzaba
volando,
la
calle.
40
LA PLUMA ENCANTADA
Inmediatamente,
otro
lo
seguía
en
la
misma
di-‐ rección. Asustada
bajó
del
banco
y
apoyó
la
nariz
contra
el
vidrio
para
ver
mejor. —¿Y
eso…?
¿Qué
será
eso
que
ven
mis
ojos?
—se
preguntó
en
voz
bajita.
Pero
en
seguida,
en
voz
bien
alta,
dijo: —¡Ohhh!
¡Ahora
me
doy
cuenta,
son
pla-‐ tos
voladores!
¡Señor
Batata,
venga,
mire
por
favor…
nos
están
invadiendo!
¡Socoooorro! Al
oírla,
el
señor
Batata
dejó
de
preparar
la
sopa
y
corrió
en
su
ayuda. —¿Pero
qué
le
pasa
doña
Lolita?
¿Quiénes
nos
están
invadiendo? —¡Los
platos
voladores!
—gritaba
la
se-‐ ñora
Lolita
señalando
hacia
la
ventana. Ȅǩ ǡ ϐÀ ǡ À × Ǩ ¿Lo
vio? —Si
lo
vi
y
no
me
cabe
la
menor
duda
de
que
usted
tiene
razón,
no
puede
ser
otra
cosa.
¡Qué
barbaridad! —¡Ohhh,
ahhh!
¡Acaba
de
pasar
otro
con
unos
cables
colgando!
Deben
estar
por
aterrizar
don
Batata.
¿Qué
hacemos? LA PLUMA ENCANTADA
41
—Hay
que
avisar
a
las
mamás
para
que
re-‐ tiren
a
sus
niños
de
la
escuela.
En
una
situación
tan
delicada,
será
mejor
que
estén
en
sus
casas.
¡Vaya
uno
a
saber
con
qué
sorpresa
se
vienen
estos
invasores! —¡Serán
marcianos,
don
Batata?
¿Qué
le
parece…?
A
mí
me
gustaría
verles
los
cuerni-‐ tos… —No
lo
sé,
no
lo
sé,
señora…
Pero
eso
que
usted
quisiera
ver,
no
son
cuernitos,
son
ante-‐ nas,
doña
Lolita.
Hay
que
expresarse
bien
decía
don
Batata
mientras
marcaba
y
marcaba
los
números
telefónicos
de
las
vecinas. Después
de
varias
comunicaciones,
los
dos
salieron
rápidamente
rumbo
a
la
escuela.
Cuando
llegaron,
las
mamás
ya
estaban
en
la
dirección
haciendo
un
revuelo
terrible
sin
que
la
directora
entendiera
ni
jota
de
lo
que
pa-‐ saba. Entonces
el
señor
Batata
entró
como
un
torbellino
diciendo: —¡Estas
señoras
tienen
razón,
señorita
Te-‐ odora!
¿O
usted
no
se
ha
dado
cuenta
de
lo
que
sucede? 42
LA PLUMA ENCANTADA
—¿De
lo
que
sucede
con
qué…?
—preguntó
la
directora. —¡Con
los
platos
voladores!
—contestó
Lolita—.
Los
acabamos
de
ver
por
la
ventana. —Y
parece
que
están
aterrizando
acá
cer-‐ ca,
así
que…rapidito,
rapidito,
los
niños
a
casa
con
su
mamá
y
nada
de
asomarse
a
la
ventana
o
al
balcón
—agregó
don
Batata. —¡Eso!
¡Todo
cerrado
con
llave!
No
sea
que
se
les
vaya
a
meter
un
extraterrestre
y
no
lo
puedan
sacar
más
—explicaba
la
señora
Lolita
ϐ Ǥ Desconcertada,
la
señora
Teodora
volvió
a
preguntar: —Pero…
¿es
cierto
eso
que
está
diciendo? —Tan
cierto
que
usted
misma
lo
podrá
comprobar,
señorita.
¡Mire!
¿Ve?
¡Allí
los
tiene!
—contestó
doña
Lolita
señalando
hacia
el
patio
que
se
veía
lleno
de
chicos
y
“platos
voladores”. —
Pero
es
que
yo
creo…
que
ustedes
están
confundidos…!
Esos
que
andan
por
el
aire,
no
son
platos
voladores,
señores! —¿Ah,
no?
¿Y
que
son
entonces?
Explíque-‐
LA PLUMA ENCANTADA
43
nos
que
son
esos
objetos
voladores
que
cruzan
el
patio. —
¡Son
zapatillas,
señor
Batata!
Son
las
za-‐ patillas
de
mis
alumnos.
Yo
les
di
permiso
para
que
jugaran
al
fútbol
y
usted
ya
sabe
como
son
los
niños.
Siempre
tienen
los
cordones
desata-‐ dos
y
cada
vez
que
patean
la
pelota
¡zas!,
se
les
vuela
una
zapatilla.
Algunos
lo
hacen
con
tanta
fuerza
que
se
les
va
a
la
calle… No
es
nada
más
que
eso. —¡Pero
señorita
Teodora!
Es
una
impru-‐ dencia…
Podrían
caerle
a
alguien
en
la
cabeza
y
hacerle
un
chichón,
¡no
le
parece? —Bueno…
Pero
las
zapatillas
de
los
chi-‐ cos
son
muy
livianitas
y
no
causarían
más
gol-‐ pe
que
la
caída
de
una
hoja,
señor
Batata.
En
cambio
ellos
se
divierten
tanto…
Mire
qué
fe-‐ lices
están
todos.
¿Por
qué
no
pasa
al
patio
para
ver
el
partido? El
señor
Batata
pasó
y
en
un
minuto
se
pu-‐ so
a
jugar
con
los
chicos.
Fue
tal
su
entusiasmo
que
cuando
metió
un
goooool…!,
también
a
él
se
le
voló
el
zapato.
¡Por
un
poquito
nomás
no
fue
a
parar
a
la
vereda
de
la
panadería! 44
LA PLUMA ENCANTADA
┬Р┬Ж┬Л┬Е┬З
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
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┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй
┬атАитАй Les
┬атАитАйpresento
┬атАитАйa
┬атАитАйun
┬атАитАйamigo ┬Р┬Г ╧Р┬О┬С┬Ф ┬З┬Р ┬О┬Г ┬Х┬С┬О┬Г┬Т┬Г Diluvio
┬атАитАйen
┬атАитАйel
┬атАитАйcolectivo
┬атАитАй Un
┬атАитАйle├│n
┬атАитАйllama
┬атАитАйa
┬атАитАйla
┬атАитАйpuerta
┬атАитАй ┬Г ╧Р┬Л┬З┬Х┬Ц┬Г ┬Ж┬З ┬Е┬Ч┬П┬Т┬О┬З┬Г├У┬С┬Х Un
┬атАитАйclavito
┬атАитАйen
┬атАитАйel
┬атАитАйzapato
┬атАитАй La
┬атАитАйinvasi├│n
┬атАитАйde
┬атАитАйlos
┬атАитАйplatos
┬атАитАйvoladores
┬атАитАй
3 9 15 21 27 31 35
× ϐ NDUSTRIA
GRÁFICA
DEL
LIBRO
S.A. Warnes
2383
Buenos
Aires.
Marzo
de
1989