El senor Batata

Page 1



EL

S EÑOR

BATATA Textos:

Marta

Giménez

Pastor Ilustraciones:

Héctor

Borlasca


Para

María

Luisa

Santa

María


Les

presento

a

un

amigo La

c iudad

en

que

v ivo

t iene

muchos

ba-­‐ rrios. Algunos

con

c asas

bajas,

otros

con

a ltos

edificios

de

muchos

pisos;

a lgunos

con

vere-­‐ das

t ranquilas

y

a rboladas

y

otros

con

a nchas

avenidas

y

vidrieras. Todos

son

lindos,

pero

el

más

lindo

¡es

el

mío!. Me

gusta

porque

en

él

está

mi

casa,

la

de

mis

abuelos,

la

de

mis

amigos

y

también…

¡la

casa

del

señor

Batata! ¿No

lo

conocen?

¡Cómo…!

Él

vive

allí

en

la

es-­‐ quina,

detrás

de

la

verja

blanca

con

jazmines,

detrás

de

las

ventanas

con

cortinitas

rojas,

de-­‐ LA PLUMA ENCANTADA

5


trás

del

humo

con

olor

a

sopa,

que

sale

bailando

por

su

chimenea.

6

LA PLUMA ENCANTADA


Es

conversador,

simpático

y

bajito

como

mi

tío

Aníbal,

el

que

vive

frente

a

la

plaza.

Sin

em-­‐ bargo,

a

me

parece

alto

porque

para

hablar-­‐ le,

todavía

tengo

que

mirar

para

arriba

y

a

pesar

de

la

estatura,

mi

papá

dice

que

el

señor

Batata

es

una

gran

persona. En

el

barrio

todos

lo

quieren.

No

sólo

por

la

sonrisa

con

que

saluda

a

los

vecinos,

cada

mañana,

las

miguitas

que

les

reparte

a

las

palo-­‐ mas

del

campanario

y

los

platitos

de

leche

que

les

ofrece

a

los

gatitos

paseanderos.

Lo

quieren,

también,

por

sus

simpáticas

y

graciosas

distrac-­‐ ciones. —¡Pero

don

Batata!

Usted

siempre

pen-­‐ sando

en

los

angelitos…

—le

dice

Paco,

el

alma-­‐ cenero,

cada

vez

que

el

señor

Batata

se

va

del

negocio

sin

esperar

el

vuelto

o

se

lleva

el

changuito

de

una

vecina

en

lugar

de

su

pe-­‐ rro

Pirata,

que

lo

acompaña

a

todas

partes. —Yo

digo

que

el

señor

batata

debe

estar

enamorado,

¿no

les

parece?

¡Miren

que

salir

a

la

calle

con

un

zapato

negro

y

otro

marrón…!

—comenta

Luli,

la

señorita

del

quiosco

de

golo-­‐ sinas. LA PLUMA ENCANTADA

7


El

señor

batata

es

un

madrugador

como

los

pajaritos. Por

las

mañanas

bien

temprano,

lava

su

vereda

con

una

manguera

verde.

Entonces

toda

la

cuadra

se

adorna

con

pompas

de

jabón

tor-­‐ nasoladas

y

los

gorriones

aprovechan

para

ba-­‐ ñarse

en

los

charquitos

que

quedan

junto

a

la

puerta. —¡Adiós

señor

Batata!

—le

dicen

los

chi-­‐ cos

que

pasan

corriendo

para

la

escuela

de

la

señorita

Teodora. —

¡Buen

día,

buen

día

niñitos!

Tomen,

aquí

tienen

un

regalito

para

el

recreo…—y

les

da

un

caramelo

de

dulce

de

leche

a

cada

uno.

Un

caramelo

gordo

envuelto

en

papel

celofán,

ϐ Ó dejan

hablar,

ni

reírse,

ni

bostezar. Pero

los

chicos

no

esperan

el

recreo

y

se

lo

ponen

en

la

boca

apenas

doblan

la

esquina. —¡Buenos

días,

niños!—

les

dice

la

señori-­‐ ta

directora

al

verlos

llegar. —¡Blugñññmmmñita…!

—le

contestan

los

chicos

con

las

caras

gorditas,

por

culpa

del

cara-­‐ melo

que

tienen

entre

los

dientes. 8

LA PLUMA ENCANTADA


LA PLUMA ENCANTADA

9


—¡Ah!

¡Otra

vez

los

caramelos

del

señor

Batata…!

Me

imagino

que

como

niños

bien

edu-­‐ cados

se

habrán

acordado

de

decirle

“gracias,

señor”… Pero

como

los

chicos

siguen

sin

poder

tra-­‐ gar

el

caramelo,

sólo

mueven

la

cabeza

de

arriba

hacia

abajo

y

vuelven

a

decir: —Blugñññmmmñita…!—y

se

van

llenos

de

ǡ ϐ Ǥ Por

eso

mis

amigos

y

yo,

y

los

gorriones

y

los

gatitos,

estamos

seguros

de

que

el

barrio

no

sería

tan

alegre

si

allí,

en

la

esquina

de

la

escue-­‐ la,

no

viviera

el

señor

Batata

con

su

perro,

sus

jazmines

y

sus

cortinitas

rojas

en

las

ventanas.

10

LA PLUMA ENCANTADA


ϐ Como

ese

día

el

sol

brillaba

mucho,

don

Batata

se

levantó

más

temprano

que

de

costum-­‐ bre

y,

cuando

salió

a

colgar

la

jaula

del

loro

en

el

clavito

del

patio,

vio

que

el

cielo

parecía

una

enorme

margarita

que

se

abría

sobre

su

cabe-­‐ za. —Mmmm…

Demasiado

sol…

-­‐comentó

y

corrió

a

ponerse

los

anteojos

oscuros.

LA PLUMA ENCANTADA

11


12

LA PLUMA ENCANTADA


Así

fue

como

con

los

anteojos

que

no

lo

de-­‐ jaban

ver

bien,

el

sueño

que

demoraba

en

irse

y

la

distracción

que

nunca

se

le

iba…

el

señor

Batata

llenó

de

agua

la

regadera

y

regó

con

en-­‐ ϐ Ǥ Luego

se

quedó

mirando

la

pared

empapelada

con

un

lindísimo

motivo

de

árboles

otoñales. —No

entiendo…

¿Por

qué

será

que

estas

ϐ -­‐ ciosas

y

en

cambio

esa

enredaderita

no

brota

nunca?

¡Debe

estar

seca!

y

sin

pensarlo

dos

veces

se

acercó

y

¡crachsh!,

arrancó

una

tira

del

lindo

papel

de

la

pared. Luego

se

dispuso

a

hacer

su

paseo

matinal,

pero

antes,

como

era

su

costumbre,

quiso

ave-­‐ riguar

la

temperatura

del

día,

para

de

acuerdo

con

eso,

ponerse

el

sobretodo

o

no. Muy

decidido

se

acercó

al

almanaque

que

tenía

sobre

el

lado

derecho

de

su

cama,

en

lugar

de

ir

hacia

el

termómetro

que

estaba

del

lado

izquierdo. —Veamos…

veamos…

Temperatura

de

hoy…

¿21

de

septiembre?

No

entiendo

esa

tem-­‐ peratura…

¿Será

bajo

cero?

¡Claro…

debe

ser

LA PLUMA ENCANTADA

13


así!

21

grados

bajo

cero…

¡Un

frío

atroz!

¡Me

abrigaré! Y

diciendo

esto

corrió

a

ponerse

dos

cami-­‐ setas,

cuatro

pulóveres,

medias

de

lana,

gorro

de

piel,

sobretodo,

bufanda

y

guantes. ¡

Y

así

salió

a

la

calle!

14

LA PLUMA ENCANTADA


Naturalmente,

como

era

un

precioso

día

de

primavera,

apenas

había

caminado

unos

pasos

empezó

a

sentir

calor

y

más

calor

a

medida

que

avanzaba

por

la

vereda. Al

llegar

a

la

esquina

estaba

colorado

como

un

tomate

y,

al

cruzar

la

calle,

se

vio

obligado

a

comprar

un

diario

en

el

puesto

de

don

Matías,

para

echarse

fresco. Y

entonces

fue

cuando

se

le

acercó

su

veci-­‐ na

Gertrudis. —¡Pero

amigo

Batata!

¿Qué

hace

de

so-­‐ bretodo

y

gorro

de

piel? —

¡Por

el

frío,

doña

Gertrudis,

por

el

frío! ¿O

no

se

ha

enterado

de

que

hoy

hace

21

grados

bajo

cero? —¿Qué

dice

vecino?

¿21

grados?

¡No!

21

de

septiembre,

don

Batata…

¡Día

de

la

prima-­‐ vera!

¿Acaso

no

oye

cómo

cantan

los

pajaritos? —¡Ahhh…!

¡Con

razón…!

—dijo

el

señor

Batata

y

se

fue

corriendo

a

su

casa. ϐ -­‐ lapa

de

su

sobretodo.

LA PLUMA ENCANTADA

15



Diluvio

en

el

colectivo El

señor

Batata

se

disponía

a

hacer

algu-­‐ nas

diligencias

en

los

bancos… A

punto

de

salir

de

su

casa

recordó

que

de-­‐ bía

tomar

su

pastilla

para

la

tos.

Fue

a

la

cocina,

llevó

un

vaso

con

agua

y

luego

salió

a

la

calle

con

el

vaso

en

la

mano

y

la

pastilla

en

el

bolsillo.

LA PLUMA ENCANTADA

17


Se

detuvo

en

la

esquina

y

subió

al

colec-­‐ tivo

que

venía

casi

completo.

Se

notaba

que

el

conductor

iba

atrasadísimo

porque

el

colectivo

avanzaba

a

toda

velocidad

y

dando

saltos

de

cuando

en

cuando. El

señor

Batata,

como

todos

los

que

iban

parados,

debió

sujetarse

fuertemente

del

pasa-­‐ manos

para

no

caerse.

Entonces

levantó

la

mano

en

la

que

llevaba

el

vaso

y

¡zas!,

derramó

agua

en

el

piso

y

salpicó

a

los

que

lo

rodeaban.

18

LA PLUMA ENCANTADA


—¡Eh…!

¿Qué

pasa?

—gritó

un

pasajero—

¿Llueve

adentro

del

coche? —¡Eso!

¡Eso

mismo

digo

yo!

¿Dónde

se

ha

visto

un

colectivo

con

goteras?

¿Qué

clase

de

empresa

es

esta,

tan

desconsiderada

con

los

pasajeros?

—agregó

enojadísimo

don

Batata. —Pero

escuche…

—trató

de

decir

el

chofer

sorprendido

con

el

reclamo. —¡Nada

de

peros,

señor!

—le

contestó

don

Batata—.

¡Adentro

del

colectivo

llueve!

¿Y

eso

que

quiere

decir?

¡Que

en

el

techo

hay

goteras! —

Pero

si

afuera…

—intentó

continuar

nuevamente

el

conductor. —¡Claro!

¡Usted

me

dirá

que

afuera

está

lloviendo…!

¿Pero

desde

cuándo

el

agua

debe

entrar

en

el

coche?

—le

reprochó

Batata

ges-­‐ ticulando

con

el

vaso

y

salpicando

más

agua

so-­‐ bre

los

pasajeros

que

no

entendían

qué

estaba

pasando. —

Pero

si

no… —

¡Pero

le

digo

que

sí!

¡Mire,

hombre,

cómo

estamos

todos

mojados!

¡Esto

es

una

verdadero

diluvio!

Mire,

mire

cómo

le

han

quedado

los

ru-­‐ los

a

esta

pobre

señora… LA PLUMA ENCANTADA

19


Y

sin

soltar

el

vaso

ni

atender

razones,

se

bajó

y

corrió

a

refugiarse

debajo

de

un

balcón. Por

suerte,

en

la

misma

cuadra

había

un

negocio

que

vendía

paraguas.

Don

Batata

ca-­‐ minó

ligerito

contra

la

pared

y

entró

a

com-­‐ prarse

uno. —¡Ahora

que

no

me

cae

ni

una

gota!

—dijo

mientras

avanzaba

por

la

vereda

con

su

ϐ Ǥ Cuando

le

faltaba

un

corto

trecho

para

lle-­‐ gar

nuevamente

a

su

casa,

le

salió

al

encuentro

la

señorita

Sedalina,

la

de

la

mercería. —

Don

Batata,

¿qué

hace

con

ese

paraguas

abierto

si

no

está

lloviendo?

—No

está…

pero

estuvo,

señorita.

¡Llovió

a

cántaros! —

¡Ahhh…!

Ni

me

di

cuenta…

¿Y

el

vaso,

don

Batata? —¿Este

vaso

dice…?

Ah…

ahora

me

acuer-­‐ do

que

era

para

tomar

mi

pastilla.

¡Pero

qué

dis-­‐ tracción…! Y

diciendo

esto

sacó

una

moneda

de

su

bolsillo

y

se

la

tragó

con

el

último

poquito

de

agua

que

le

quedaba

en

el

vaso. 20

LA PLUMA ENCANTADA


LA PLUMA ENCANTADA

21



Un

león

llama

a

la

puerta Aquella

tarde

en

que

el

sol

se

asomaba

ϐ ǡ señor

Batata,

olvidándose

de

que

su

amigo

Ci-­‐ riaco

le

había

prometido

una

visita,

decidió

dar

un

paseo

por

el

barrio. Rápidamente

se

peinó

frente

a

un

espejo,

acomodó

su

corbata

y

adornó

el

bolsillo

de

su

saco

con

un

pañuelo

de

seda. Hasta

aquí

todo

iba

bien,

pero

cuando

ya

se

disponía

a

descolgar

su

sombrero

del

perche-­‐ ro,

oyó

sonar

el

timbre

de

la

puerta

de

calle:

Riiiiinnnnn…! —Caramba,

alguien

viene

a

interrumpir

mi

paseo,

¿Quién

será?

—se

preguntó

con

dis-­‐ LA PLUMA ENCANTADA

23


gusto,

habiendo

olvidado

la

visita

prometida

por

su

amigo,

mientras

se

encaminaba

hacia

el

televisor

en

lugar

de

dirigirse

a

la

puerta. —¿Quién

es?

—preguntó

acercándose

a

la

pantalla

del

aparato. Como

naturalmente

no

recibió

respuesta

alguna,

movió

la

perilla

del

encendido

como

si

se

tratara

del

picaporte

de

la

puerta. Impaciente

al

oír

que

el

timbre

volvía

so-­‐ nar,

contestó: —¡Ya

va…Ya

va…!

—mientras

seguía

dando

vueltas

a

la

perilla

de

aquí

para

allá

y

protestan-­‐ do

contra

la

mala

calidad

de

las

cerraduras. ϐ × ǡ un

enorme

y

melenudo

león,

desde

la

película

que

estaban

pasando

en

el

canal

11,

le

dijo:

¡Gggrrraaafffgggghhh…! En

el

primer

momento,

el

pobre

Batata

se

quedó

paralizado

por

el

susto,

pero

enseguida

reaccionó

y,

con

rápido

impulso,

accionó

varios

botones

hasta

oscurecer

la

pantalla. Convencido

de

haber

cerrado

la

puerta,

corrió

al

teléfono:

24

LA PLUMA ENCANTADA


LA PLUMA ENCANTADA

25


—¡Hola!

¿Con

la

policía?

Llamo

para

avisar-­‐ les

que

por

mi

barrio

anda

un

león

suelto… ¿Cómo

por

dónde?

¡Por

la

vereda,

señor,

acabo

de

verlo

en

mi

puerta

¡No,

no

son

fantasías

ni

estoy

soñando!

¡Estoy

seguro

y

les

aviso

para

evitar

una

desgracia…! Hizo

una

pausa

porque

el

timbre

volvía

a

sonar

¡Triiinnnn…!

Y

continuó

diciendo: —Ahora

se

va

a

convencer…

¿Usted

oyó

ese

timbre

que

acaba

de

sonar?

Bueno,

sepa

que

es

el

león

que

está

llamando.

¡Mire,

agen-­‐ te,

si

no

me

quiere

creer

no

me

crea,

pero

des-­‐ pués

no

diga

que

no

le

avisé…!

¡Llamaré

a

los

bomberos! Pero

cuando

estaba

marcando

nueva-­‐ mente,

vio

que

por

debajo

de

la

puerta

tiraban

un

papel

con

un

mensaje

escrito. Con

cautela

se

acercó

a

levantarlo

y

leyó:

“Querido

amigo

Batata:

vine

a

visitarlo,

tal

como

le

había

anunciado,

pero

como

no

lo

encontré

en

casa

volveré

mañana.

Ciriaco”. Don

Batata

volvió

al

teléfono

y

llamó

nue-­‐ vamente

a

la

policía:

—Tengo

la

prueba

en

mi

mano…

Un

men-­‐ 26

LA PLUMA ENCANTADA


saje

que

me

ha

dejado

por

debajo

de

la

puerta…

Se

llama

Ciriaco

y

¡¡me

amenaza

con

volver

ma-­‐ ñana!!

¿Qué

le

parece?

¡¡Ya

ni

en

la

propia

casa

uno

puede

estar

tranquilo!!

LA PLUMA ENCANTADA

27



ƒ Ď?‹‡•–ƒ †‡ …—Â?Â’ÂŽÂ‡ÂƒĂ“Â‘Â• Nuestro

 â€¨â€Šamigo

 â€¨â€ŠBatata

 â€¨â€ŠsaliĂł

 â€¨â€Šmuy

 â€¨â€Šcontento

 â€¨â€Š de

 â€¨â€Šla

 â€¨â€ŠjugueterĂ­a

 â€¨â€Šdonde

 â€¨â€ŠhabĂ­a

 â€¨â€Šcomprado

 â€¨â€Šel

 â€¨â€Šrega-­â€? lo

 â€¨â€Šde

 â€¨â€ŠcumpleaĂąos

 â€¨â€Špara

 â€¨â€Šsu

 â€¨â€Šsobrino

 â€¨â€ŠSinforosito. Era

 â€¨â€Š un

 â€¨â€Š telĂŠfono

 â€¨â€Š alcancĂ­a,

 â€¨â€Š de

 â€¨â€Š plĂĄstico

 â€¨â€Š colo-­â€? Â”ÂƒÂ†Â‘ÇĄ ‡Â?˜—‡Ž–‘ ‡Â? —Â? Ž‹Â?†‘ ’ƒ’‡Ž …‘Â? Ď?Ž‘”…‹–ƒ•Ǥ En

 â€¨â€Š la

 â€¨â€Š esquina

 â€¨â€Š tomĂł

 â€¨â€Š el

 â€¨â€Š colectivo

 â€¨â€Š y

 â€¨â€Š cuando

 â€¨â€Š iba

 â€¨â€ŠmĂĄs

 â€¨â€Šo

 â€¨â€Šmenos

 â€¨â€Ša

 â€¨â€Šmitad

 â€¨â€Šdel

 â€¨â€Šcamino,

 â€¨â€Šmirando

 â€¨â€Š distraĂ­damente

 â€¨â€Š por

 â€¨â€Š la

 â€¨â€Š ventanilla

 â€¨â€Š y

 â€¨â€Š pensando

 â€¨â€Š vaya

 â€¨â€Ša

 â€¨â€Šsaber

 â€¨â€ŠquĂŠ

 â€¨â€Šcosas,

 â€¨â€Šse

 â€¨â€ŠsorprendiĂł

 â€¨â€Šde

 â€¨â€Špronto

 â€¨â€Š al

 â€¨â€ŠoĂ­r

 â€¨â€Šel

 â€¨â€Štimbre

 â€¨â€Šque

 â€¨â€Šun

 â€¨â€Špasajero

 â€¨â€ŠhacĂ­a

 â€¨â€Šsonar

 â€¨â€Špara

 â€¨â€Š descender. MirĂł

 â€¨â€Šhacia

 â€¨â€Šlos

 â€¨â€Šcostados

 â€¨â€Šsin

 â€¨â€Šsaber

 â€¨â€Šde

 â€¨â€ŠdĂłnde

 â€¨â€Š provenĂ­a

 â€¨â€Š el

 â€¨â€Š ruido,

 â€¨â€Š cuando

 â€¨â€Š nuevamente

 â€¨â€Š el

 â€¨â€Š tim-­â€? bre

 â€¨â€Šhizo

 â€¨â€ŠÂĄTriinnn! Don

 â€¨â€Š Batata,

 â€¨â€Š ya

 â€¨â€Š algo

 â€¨â€Š molesto

 â€¨â€Š por

 â€¨â€Š la

 â€¨â€Š insis-­â€? LA PLUMA ENCANTADA

29


30

LA PLUMA ENCANTADA


tencia

del

llamado,

comenzó

a

desenvolver

rá-­‐ pidamente

el

paquete

que

llevaba

en

sus

rodi-­‐ llas

mientras

protestaba

en

voz

alta: —¡

Qué

barbaridad!

¡Por

lo

visto,

nadie

oye

el

teléfono!

Y

levantando

el

tubo

de

plástico

colorado

se

lo

acercó

al

oído

diciendo: —¡Hola…hola!

¡Hable…!

Parece

que

cor-­‐ taron… Entonces

su

compañero

de

asiento

le

dijo

suavemente

tratando

de

explicarle: —No,

señor,

es

la

puerta… —¿La

puerta,

dice?

¡

Ah

caramba…!

¿Y

por

qué

no

abrirán?.

Permítame

señor,

lo

haré

yo. Y

enseguida

el

señor

Batata

comenzó

a

ϐ -­‐ ros

amontonados

en

el

pasillo,

y

acercándose

a

la

puerta

delantera,

se

dirigió

muy

amablemente

a

los

que

aún

estaban

abajo,

a

punto

de

subir: —¡Adelante!

¡Pasen

amigos…!

Segura-­‐ ϐ sobrinito,

¿no?...

¡Pasen

por

aquí!

¡Están

en

su

casa!

Pónganse

cómodos…

¡A

ver,

traigan

unas

sillas

para

estos

amigos! —Pero,

señor…

¡¿Qué

hace?!

¡No

interrum-­‐ LA PLUMA ENCANTADA

31


pa,

deje

pasar!

—gritó

nervioso

el

colectivero

ante

la

sorpresa

de

los

pasajeros. —¡Pero,

hombre,

si

eso

es

lo

que

estoy

ha-­‐ ciendo…!

¡Haciendo

pasar

a

la

gente!

—respondió

impaciente

Batata. —¡Bajen

por

la

puerta

de

atrás!

—volvió

a

gritar

el

chofer. —¡¿Cómo

bajen?!

—protestó

el

señor

Batata

¡pero

qué

disparate

oigo?

¡De

ninguna

manera…ustedes

se

quedan

¡Son

los

invitados

a

ϐ ǥǨ ǩ Ǩ ¿Cómo

se

van

a

ir…?

¡Por

favor

señora,

vuelva…

no

le

haga

caso

a

este

desatento! Y

diciendo

esto,

se

bajó

corriendo,

para

al-­‐ canzar

a

la

pasajera

que

miraba

atónita,

mien-­‐ tras

el

colectivo

continuaba

su

marcha. —Oh…

deberían

haberme

avisado

que

À ϐ ǥ Ǭ parece,

señora? ¡Y

allí

nomás

se

tomó

un

taxi

para

alcanzar

el

colectivo!

32

LA PLUMA ENCANTADA


Un

clavito

en

el

zapato El

señor

Batata

iba,

lo

más

campante,

cami-­‐ nando

por

la

vereda,

cuando

de

pronto

¡zas!,

pisó

algo

que

le

hizo

decir:

¡Ayyy!

LA PLUMA ENCANTADA

33


¡Era

un

clavito

que

le

estaba

pinchando

el

talón! —¡Qué

incomodidad!

¿Tendré

que

sus-­‐ pender

el

paseo? Trató

de

caminar,

pero

apenas

dio

tres

pa-­‐ sos,

tuvo

que

detenerse,

justo

frente

a

la

escuela

de

la

señorita

Teodora. —Entraré

a

pedir

una

tenaza.

De

paso

será

una

buena

oportunidad

para

conocer

a

esta

se-­‐ ñorita

tan

simpática

—pensó

el

señor

Batata

y

entró,

saltando

en

un

solo

pie. Cuando

la

señorita

directora

Teodora

lo

vio,

creyó

que

era

el

señor

inspector

que

venía

a

comunicarles

que

en

las

escuelas

se

debería

caminar

así,

para

no

gastar

los

dos

zapatos

juntos,

y

rápidamente

salió

a

recibirlo

con

el

mismo

paso. Lo

saludó

y

sin

darle

tiempo

para

decir

ni

“a”,

se

lo

llevó

a

visitar

los

salones,

diciendo

que

el

señor

Inspector

venía

a

dar

una

clase

modelo

sobre

el

ahorro

y

el

arte

de

cuidar

los

zapatos. Imagínense

la

cara

de

la

señorita

de

San

Nicolás

cuando

los

vio

entrar

a

los

dos

saltan-­‐ do

en

un

pie…

Casi

se

larga

a

reír,

pero

inme-­‐ 34

LA PLUMA ENCANTADA


LA PLUMA ENCANTADA

35


diatamente

y

gracias

a

una

seña

que

le

hizo

la

señorita

Teodora,

se

dio

cuenta

de

que

ella

tam-­‐ bién

debía

caminar

así.

Esto

les

encantó

a

los

chicos

y

todos

se

pararon

a

saludar

en

un

solo

pie

y

después

pasaron

a

leer,

a

decir

versos

y

a

hacer

cuentas

en

el

pizarrón

parados

como

las

cigüeñas. En

eso

sonó

el

timbre

del

recreo,

y

como

ya

se

había

corrido

la

voz

de

que

el

inspector

quería

que

un

solo

par

de

zapatos

sirviera

para

dos

alumnos…

¡¡todos

salieron

al

patio

saltando

en

un

pie!! Entonces

la

señorita

Farolera

tuvo

una

idea

genial: —¿Qué

les

parece

si

aprovechamos

para

jugar

a

la

rayuela? —¡Bieeeennn…!

—gritaron

los

chicos. —¡Sí!

—dijo

el

señor

Batata,

muy

conten-­‐ to. —¡Vivaaa…!

—aplaudieron

las

maestras,

y

así,

jugando

a

la

rayuela,

se

pasó

aquella

mañana

en

la

escuela,

¡gracias

al

clavito

en

el

zapato!.

36

LA PLUMA ENCANTADA


La

invasión Doña

Lolita

llegó

a

las

9

en

punto

y

se

dis-­‐ puso

a

hacer

la

limpieza

general

de

todos

los

lunes.

El

señor

Batata

ya

estaba

tomando

el

de-­‐ sayuno

y

la

saludó

con

su

habitual

cortesía: —Buenos

días

doña

Lolita…

Dichosos

los

ojos

que

la

ven.

¿Qué

la

trae

por

acá? —

¿Cómo

qué

me

trae,

señor

Batata?

Ven-­‐ go

como

todos

los

días,

a

trabajar…

¿O

no

lo

re-­‐ cuerda? —¿Pero

sí…

¡Como

no

lo

voy

a

recordar,

doña

Lolita…!

¿En

qué

me

dijo

que

va

a

traba-­‐ jar? En

las

tareas

domésticas,

don

Batata… —¡Ah…!

Eso

es.

Lo

había

olvidado…

En-­‐ tonces

¿qué

le

parece

si

empieza

por

la

cocina

y

LA PLUMA ENCANTADA

37


me

prepara

un

buen

plato

de

sopa

de

pelitos

de

ángel,

como

a

me

gusta?

—¿Sopa

a

esta

hora

señor?

Si

son

apenas

las

9

de

la

mañana.

Me

parece

mejor

comenzar

con

la

limpieza

de

los

vidrios. Está

bien.

Haga

su

gusto,

doña

Lolita… Limpie

los

vidrios

que

la

sopa

me

la

puedo

ha-­‐ cer

yo. Y

allá

se

fue

a

la

cocina

el

señor

Batata,

sa-­‐ boreando

la

última

tostada

que

le

quedaba

del

desayuno. Entre

tanto

doña

Lolita

corrió

las

corti-­‐ nas,

levantó

las

persianas

y,

parándose

sobre

un

38

LA PLUMA ENCANTADA


LA PLUMA ENCANTADA

39


banquito,

comenzó

a

pasar

enérgicamente

un

bollo

de

papel

mojado

por

el

vidrio

de

una

de

las

ventanas. Mientras

lo

hacía,

cantaba:

“Aquí

la

traigo

colgada,

cataplín,

cataplín

cataplero…

Aquí

la

traigo

colgadaaaa,

del

fondo

del

jardííín!

Del

fon…do…

del…jar…”

Y

se

quedó

con

el

canto

interrumpido

y

la

boca

abierta

por

el

asombro,

pues

por

el

vidrio

medio

jabonoso,

acababa

de

ver

algo

así

como

un

objeto

raro

que

cruzaba

volando,

la

calle.

40

LA PLUMA ENCANTADA


Inmediatamente,

otro

lo

seguía

en

la

misma

di-­‐ rección. Asustada

bajó

del

banco

y

apoyó

la

nariz

contra

el

vidrio

para

ver

mejor. —¿Y

eso…?

¿Qué

será

eso

que

ven

mis

ojos?

—se

preguntó

en

voz

bajita.

Pero

en

seguida,

en

voz

bien

alta,

dijo: —¡Ohhh!

¡Ahora

me

doy

cuenta,

son

pla-­‐ tos

voladores!

¡Señor

Batata,

venga,

mire

por

favor…

nos

están

invadiendo!

¡Socoooorro! Al

oírla,

el

señor

Batata

dejó

de

preparar

la

sopa

y

corrió

en

su

ayuda. —¿Pero

qué

le

pasa

doña

Lolita?

¿Quiénes

nos

están

invadiendo? —¡Los

platos

voladores!

—gritaba

la

se-­‐ ñora

Lolita

señalando

hacia

la

ventana. Ȅǩ ǡ ϐÀ ǡ À × Ǩ ¿Lo

vio? —Si

lo

vi

y

no

me

cabe

la

menor

duda

de

que

usted

tiene

razón,

no

puede

ser

otra

cosa.

¡Qué

barbaridad! —¡Ohhh,

ahhh!

¡Acaba

de

pasar

otro

con

unos

cables

colgando!

Deben

estar

por

aterrizar

don

Batata.

¿Qué

hacemos? LA PLUMA ENCANTADA

41


—Hay

que

avisar

a

las

mamás

para

que

re-­‐ tiren

a

sus

niños

de

la

escuela.

En

una

situación

tan

delicada,

será

mejor

que

estén

en

sus

casas.

¡Vaya

uno

a

saber

con

qué

sorpresa

se

vienen

estos

invasores! —¡Serán

marcianos,

don

Batata?

¿Qué

le

parece…?

A

me

gustaría

verles

los

cuerni-­‐ tos… —No

lo

sé,

no

lo

sé,

señora…

Pero

eso

que

usted

quisiera

ver,

no

son

cuernitos,

son

ante-­‐ nas,

doña

Lolita.

Hay

que

expresarse

bien

decía

don

Batata

mientras

marcaba

y

marcaba

los

números

telefónicos

de

las

vecinas. Después

de

varias

comunicaciones,

los

dos

salieron

rápidamente

rumbo

a

la

escuela.

Cuando

llegaron,

las

mamás

ya

estaban

en

la

dirección

haciendo

un

revuelo

terrible

sin

que

la

directora

entendiera

ni

jota

de

lo

que

pa-­‐ saba. Entonces

el

señor

Batata

entró

como

un

torbellino

diciendo: —¡Estas

señoras

tienen

razón,

señorita

Te-­‐ odora!

¿O

usted

no

se

ha

dado

cuenta

de

lo

que

sucede? 42

LA PLUMA ENCANTADA


—¿De

lo

que

sucede

con

qué…?

—preguntó

la

directora. —¡Con

los

platos

voladores!

—contestó

Lolita—.

Los

acabamos

de

ver

por

la

ventana. —Y

parece

que

están

aterrizando

acá

cer-­‐ ca,

así

que…rapidito,

rapidito,

los

niños

a

casa

con

su

mamá

y

nada

de

asomarse

a

la

ventana

o

al

balcón

—agregó

don

Batata. —¡Eso!

¡Todo

cerrado

con

llave!

No

sea

que

se

les

vaya

a

meter

un

extraterrestre

y

no

lo

puedan

sacar

más

—explicaba

la

señora

Lolita

ϐ Ǥ Desconcertada,

la

señora

Teodora

volvió

a

preguntar: —Pero…

¿es

cierto

eso

que

está

diciendo? —Tan

cierto

que

usted

misma

lo

podrá

comprobar,

señorita.

¡Mire!

¿Ve?

¡Allí

los

tiene!

—contestó

doña

Lolita

señalando

hacia

el

patio

que

se

veía

lleno

de

chicos

y

“platos

voladores”. —

Pero

es

que

yo

creo…

que

ustedes

están

confundidos…!

Esos

que

andan

por

el

aire,

no

son

platos

voladores,

señores! —¿Ah,

no?

¿Y

que

son

entonces?

Explíque-­‐

LA PLUMA ENCANTADA

43


nos

que

son

esos

objetos

voladores

que

cruzan

el

patio. —

¡Son

zapatillas,

señor

Batata!

Son

las

za-­‐ patillas

de

mis

alumnos.

Yo

les

di

permiso

para

que

jugaran

al

fútbol

y

usted

ya

sabe

como

son

los

niños.

Siempre

tienen

los

cordones

desata-­‐ dos

y

cada

vez

que

patean

la

pelota

¡zas!,

se

les

vuela

una

zapatilla.

Algunos

lo

hacen

con

tanta

fuerza

que

se

les

va

a

la

calle… No

es

nada

más

que

eso. —¡Pero

señorita

Teodora!

Es

una

impru-­‐ dencia…

Podrían

caerle

a

alguien

en

la

cabeza

y

hacerle

un

chichón,

¡no

le

parece? —Bueno…

Pero

las

zapatillas

de

los

chi-­‐ cos

son

muy

livianitas

y

no

causarían

más

gol-­‐ pe

que

la

caída

de

una

hoja,

señor

Batata.

En

cambio

ellos

se

divierten

tanto…

Mire

qué

fe-­‐ lices

están

todos.

¿Por

qué

no

pasa

al

patio

para

ver

el

partido? El

señor

Batata

pasó

y

en

un

minuto

se

pu-­‐ so

a

jugar

con

los

chicos.

Fue

tal

su

entusiasmo

que

cuando

metió

un

goooool…!,

también

a

él

se

le

voló

el

zapato.

¡Por

un

poquito

nomás

no

fue

a

parar

a

la

vereda

de

la

panadería! 44

LA PLUMA ENCANTADA


┬Р┬Ж┬Л┬Е┬З

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй

┬атАитАй Les

┬атАитАйpresento

┬атАитАйa

┬атАитАйun

┬атАитАйamigo ┬Р┬Г ╧Р┬О┬С┬Ф ┬З┬Р ┬О┬Г ┬Х┬С┬О┬Г┬Т┬Г Diluvio

┬атАитАйen

┬атАитАйel

┬атАитАйcolectivo

┬атАитАй Un

┬атАитАйle├│n

┬атАитАйllama

┬атАитАйa

┬атАитАйla

┬атАитАйpuerta

┬атАитАй ┬Г ╧Р┬Л┬З┬Х┬Ц┬Г ┬Ж┬З ┬Е┬Ч┬П┬Т┬О┬З┬Г├У┬С┬Х Un

┬атАитАйclavito

┬атАитАйen

┬атАитАйel

┬атАитАйzapato

┬атАитАй La

┬атАитАйinvasi├│n

┬атАитАйde

┬атАитАйlos

┬атАитАйplatos

┬атАитАйvoladores

┬атАитАй

3 9 15 21 27 31 35


× ϐ NDUSTRIA

GRÁFICA

DEL

LIBRO

S.A. Warnes

2383

Buenos

Aires.

Marzo

de

1989


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.