La pancita del gato MARTA GIMÉNEZ PASTOR
Serie para escuchar y para hablar 1
La pancita del gato MARTA GIMÉNEZ PASTOR Ilustraciones de KITTY LOREFICE DE PASSALIA
La pancita del gato
Leopoldo es negro pero tiene la cola y las patitas blancas. También tiene los bigotes largos, la lengua rosadita y los ojos verdes. Y tiene además… una costura en la pancita, porque Leopoldo, ¡es el gato de trapo de Marcela! Marcela anda todo el día de aquí para allá con Leopoldo a cuestas. Lo alza, lo estruja, la zamarrea, lo abraza, lo besa y lo hace dormir a su lado. Seguramente fue por eso… por tanto moverlo que un día, un hilo hizo ¡plic! y a Leopoldo se le abrió un agujero en la pancita. —¡Leopoldo! ¿Qué te pasó? —gritó Marcela a punto de dormirse—. Ahora vos también tenés un agujerito en la panza igual que yo… —y se levantaba el camisón para que el gatito lo viera—. ¡Uyyy…! Mirá, tenés la panza llena de algodón… —le decía mientras metía el dedo por el pedacito descosido y lo sacaba lleno de hilachas grises. ¿Sabés Leopoldo? Se me ocurre una cosa: ¡¿Dale que vos sos una alcancía?! —y sin esperar la aprobación del gatito buscó una moneda que tenía en el pantalón vaquero y la metió por el agujerito. Al día siguiente buscó las tres monedas que tenía en su carterita de jugar a las visitas y también las metió en la pancita de Leopoldo, y cuando las monedas se acabaron metió el lápiz de labios de mamá, los geme-
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los de papĂĄ, el dedal de la abuelita, un cigarrillo del abuelito, cuatro botones, algunos tornillos, tres boletos capicĂşa y un puĂąadito de tierra con piedritas que trajo de la plaza. ÂżPiedritas? No‌ eran unas semillitas que andaban volando por ahĂ. Y ellas fueron las causantes de la sorpresa. DespuĂŠs de algunos dĂas, mamĂĄ encontrĂł a Leopoldo sobre la alfombra y al levantarlo vio la pancita descosida. —¥Oh pobre! TenĂŠs un agujerito‌ y la panza llena de cosas raras‌ ÂĄQuĂŠ Marcela ĂŠsta! MamĂĄ sacudiĂł a Leopoldo hasta que cayeron todas las cosas raras: Todas, menos las semillitas, que sin duda estaban muy cĂłmodas y calentitas entre el algodĂłn. DespuĂŠs volviĂł a cerrar el agujero con varias puntadas. Le mirĂł las patitas y dijo: —Estas patitas estĂĄn muy sucias, Leopoldo‌ Te voy a baĂąar —y lo baùó y lo colgĂł al sol para que se secara. Y asĂ fue lo que pasĂł. Con tanto sol en la terraza y la tierrita que se habĂa quedado adentro y los lindos dĂas de septiembre que se asomaban en el cielo‌ las SLHGULWDV VHPLOOLWDV VH LQĂ DURQ VH DEULHURQ \ ÂŁÂŁ D /HRpoldo le apareciĂł una planta en la pancita!! La plantita se estiró‌ el hilo de la costura se volviĂł a cortar y el Ăşltimo dĂa de septiembre, justo el Ăşltimo, a Leopoldo le DVRPy XQD Ă RU FHOHVWH SRU OD FRVWXUD GH OD SDQFLWD Cuando Marcela lo vio‌ abriĂł grandes los ojos‌ GHVSXpV LQĂ y ORV FDFKHWHV GHVSXpV IUXQFLy HO FHxR arrugĂł la nariz y gritĂł mientras abrazaba al gatito: ³£0DPLLLLÂŤ ¢$ PL WDPELpQ PH YD D VDOLU XQD Ă RU en la pancita?
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Las horas
Las horas son traviesas como enanitos. siempre llenan mi almohada de bostecitos. Y cuando el sol se asoma por la ma単ana, se me escapan saltando por la ventana.
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El invierno
Señor invierno, nariz mojada: ¿Qué lleva en esa bolsa tan arrugada? /OHYR XQD ÁRU GH OOXYLD larga y plateada y un espejo redondo de agua escarchada. Señor invierno, nariz helada: ¡No pise mi vereda recién nevada! Me pondré zapatillas bien abrigadas para que no se manche con mis pisadas.
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El cuento del “agua fría”
El topo Rufino, maestro de la escuela del bosque, se despertó sobresaltado con el ruido que llegaba desde la calle. —¡Pero niños! ¡Niños!... ¿Se puede saber qué desorden es éste? ¿Acaso ha sonado el timbre del recreo? —¡Pero señor!... ¿Cómo va a sonar el timbre del recreo si estamos en vacaciones? —¿Ah sí? —dijo el topo con cara de sorprendido—. Entonces más razón para que me dejaran dormir tranquilo —y se volvió muy apurado a la cama. La murga volvió a cantar y hacer ¡tachín, chin, chin! \ 'RQ 5XÀQR YROYLy D DVRPDUVH —¡Pero niños! No les acabo de decir… —Pero es que hoy es domingo, señor topo… —Justamente por eso, porque es domingo, tengo ganas de dormir. ¿Entendido? —Pero es domingo de carnaval, señor… —¿Domingo de carnaval??? ¡¡¡Niños, a mí eso no me interesa!!! No me gusta el carnaval. Nuca me ha gustado, y menos ahora que tengo sueñooooo… —Lo que pasa es que nosotros queríamos avisarle que el corso… —¡Ah! ¿También eso? Pues, les aviso que se ten-
drán que ir solos al corso porque lo que es yo… ¡Me voy a dormir! —Y diciendo esto se dio media vuelta y ¡zas! se zambulló en su cama. Pero no había alcanzado a cerrar los ojos, cuando oyó que la murga terminaba la frase interrumpida diciendo: —… ¡Que, el corso pasa por esta calle, señor! Al oír esto, el señor topo se levantó de un salto y, dispuesto a impedirlo, comenzó a vestirse mientras decía: —¡No lo permitiré de ninguna manera! Llamaré a los bomberos para que los mojen y les arruinen esos trajes mamarrachos que se han puesto! Todo esto lo decía mientras buscaba la ropa medio dormido. Y así medio dormido, fue como el señor Topo no advirtió que en lugar de su lindo pantalón negro se ponía el pantalón de su piyama verde con lunares colorados, y en lugar de su discreta camisa blanca se ponía un traje de baño a rayitas azules y
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amarillas, y en lugar de su sobrio saco sport…¡la salida de baño anaranjada! Cuando creyó que estaba listo abrió la puerta para salir, pero como se dio cuenta que le faltaba el sombrero, volvió y diciendo —¡Qué suerte…aquí está! —Se calzó hasta los bigotes la pantalla del velador. Una lluvia de aplausos y papel picado cayó sobre Don Topo, cuando éste apareció en la vereda y enseguida todos lo rodearon diciéndole ¡Muy bien!...!Muy bien!...!Viva Don Topo, la mejor mascarita del corso…!! Los chicos lo rodearon, lo alzaron en sillita de oro y le tiraron serpentinas de todos colores. Corriendo llegaron los señores del jurado y después de colgarle muchas medallas por todos lados lo proclamaron rey del corso. El premio fue una bolsa de frutas abrillantadas que a los topos les encanta. Y así terminó este cuento, en un día que llovía… y por eso le hemos puesto “El cuento del agua fría…”
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¿Será cierto?
¿Será cierto que en la luna funciona una guardería, donde se esconden, de día, las estrellas? ¡Y será verdad que el sol, tiene una melena rubia. que se le destiñe toda, con la lluvia? ¿Y que la noche es un duende que pasea por el cielo con fosforitos prendidos, en el pelo?
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La semana
Seis dĂas de la semana se mueven como hamaquitas pero el domingo parece una enorme margarita. Siete dĂas se metieron adentro de una manzana y un gusano distraĂdo se ha tragado la semana.
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El vendedor ambulante
En esta esquina, señores, voy a instalar mi negocio: soy vendedor ambulante ¡Solito, sin ningún socio!
y otras con agujeritos, como ojos de cerradura para ver como se escapa la infancia, cuando madura.
Para vender lo que vendo no necesito ayudantes porque yo vendo ilusiones como los juglares de antes.
Para las señoras gordas, hay fantasía en frasquitos y bigotes de ilusión, SDUD VHxRUHV ÁDTXLWRV
Ilusiones de colores, blancas, celestes o rosas para poner en la almohada de las nenitas mimosas.
Soy vendedor ambulante, pregonero de la suerte… ¡Yo le vendo un sueño azul para cuando usted despierte!
Ilusiones enmarcadas, con su vidrio y su ganchito, para colgar en el alma como si fueran cuadritos
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El sombrerito colorado
Aquella mañana hacía frío y además corría un fuerte viento que hacía hamacar las ramas de los árboles. Titina, la ardilla, iba muy apurada camino a la escuela, cuando de pronto pasó una ráfaga de viento haciendo ¡sszzzuuuummm…! Y le arrebató su sombrerito de lana colorada. —¡Eh…! ¡Mi sombrero! —gritó Titina, pero el viento no le hizo caso y se lo llevó muy lejos. La ardillita corrió detrás de él, pero cuando ya estaba por alcanzarlo, otra ráfaga hizo ¡shhhfff…! y el gorrito volvió a escaparse y fue a quedar enganchado en la rama de un almendro. —¡Por suerte es una rama baja! —pensó Titina y parándose en puntitas de pie, trató de alcanzarlo, pero no lo logró. —Seguramente dando un saltito lo alcanzaré –pensó la ardilla-, ¡A la una…a las dos… y a las…! ¿Qué pasó? ¿A dónde se iba su sombrero volando como si tuviera alitas?... ¡Claro! ¿Saben lo que había pasado? Un gorrión se lo llevaba colgando en el pico hacia las ramas más altas. —¡Oiga, señor gorrión! ¡Ése es mi sombrerito! —gritó, pero como el gorrión no le contestara ni pi, Titina
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decidió treparse al almendro. Como las ardillas tienen mucha práctica en eso, rápidamente llegó a la parte más frondosa del árbol y allí… ¿saben con qué se encontró? ¡Con cuatro pichones bien acurrucaditos en su sombrero colorado, como si fuera un nido! Titina fue a protestar, pero mamá gorriona le pidió disculpas, le dio toda clase de explicaciones y le regaló los cascarones de los huevitos recién abiertos para que jugara a la rayuela con sus compañeras de escuela. —¡Está bien! —dijo Titina—. Pero cuando llegue la primavera y tus hijitos ya no pasen frío me lo devolvés —y muy contenta se bajó para seguir a la escuela. Al momento sintió frío en las orejas, pero como las ardillas siempre encuentran una solución para estas cosas, se sacó los escarpines peluditos que llevaba puestos y se calzó uno en cada oreja. —¡Ya están bien abrigadas! ¿Y en las patitas?...!Dos lindos zapatitos de cáscara de huevo! ¡Qué bien me quedan…! ¡Y todavía me sobran dos para jugar a la rayuela con las chicas, en el recreo!
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Vigilante barriga picante
¿Qué buscará el vigilante caminando en cuatro patas por detrás de ese camión? ¿Se le habrá perdido un guante o será que anda siguiendo las huellas de algún ladrón? Él, que siempre está elegante… ¡Miren cómo se ha embarrado las manos y el pantalón! Estaba lo más campante y de repente se ha puesto furioso como un león… Pero ignora el vigilante que nunca podrá encontrar al sinvergüenza ratón, Que pasándole delante le ha gritado a toda voz ¡Adiós, barriga picante…!
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Anita en el circo
Anita era así de chiquita, es cierto, sin embargo ella quería a toda costa trabajar en un circo. Por eso un día se fue corriendo hasta la carpa que se había instalado cerca de su casa y habló con Don Joaquín, el empresario: —¿Puedo ser su ayudante? —le dijo. Don Joaquín la miró, se sonrió, y luego habló: —Los empresarios no necesitan ayudante, ¿sabés…? Pero, a lo mejor, podría ser que alguno de los artistas… Entonces Anita, my contenta, se acerco al domador y ya le iba a preguntar cuando de pronto el león hizo ¡Aaagrruuooo…!! Abriendo tan grande la boca que Anita cambió de idea y se acercó al equilibrista que en ese momento hacía saltos mortales en el trapecio. Desde abajo, Anita se dispuso a hablarle, pero apenas le gritó “!Eh, señor trapecista!”, el señor trapecista se distrajo y ¡pláfate!, se vino abajo y cayó hecho un ovillo sobre la red. Anita se dio cuenta de que no era el momento oportuno para ofrecer sus servicios y se alejó sin mirar hacia atrás. Ante el fracaso de su primera búsqueda, ya se volvía a su casa cuando oyó que alguien decía:
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—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda…! ¡Alguien que me ayude…! —¡Esta es mi oportunidad! —dijo Anita, y de un salto estuvo junto a Pepino el payaso que estaba todo anudado por una maraña de pañuelos de colores. —¡Qué barbaridad! ¡Miren lo que me ha pasado…! —¿Cómo fue, Pepino? —Los pañuelos del mago Troc estaban colgados en la soga y yo, sin darme cuenta, pasé por abajo… Anita luchó un buen rato por desanudarlo, pero todo fue inútil porque los pañuelos eran mágicos. —No hay caso… Esta noche no podré actuar… —¿Cómo? ¿Dónde se ha visto un circo sin payaso? ¡Yo te voy a reemplazar! —Y sin esperar más se metió dentro de un traje todo remendado que encontró encima de una silla y se calzó unos enormes zapatones. Quedó tan graciosa que los chicos y los grandes la recibieron con carcajadas y aplausos. Ella saludaba y se paseaba por la pista como si siempre hubiera trabajado de payaso, y todo parecía que iba a andar muy bien hasta que, de pronto, el león que estaba esperando que llegara su número, aburrido en su jaula bostezó: ¡Aaaahhhgggrrrruuuoooo! Al oírlo, Anita, dejó de sonreír, se puso pálida y con una tremenda cara de susto salió disparando de la carpa. —¡El león, el león…! ¡Me come el león! —gritaba mientras el público la aplaudía creyendo que eso era parte de su actuación. Por suerte, afuera la esperaba Papá, que había venido en su busca. Papá que le dijo “!upa!” y la llevó de nuevo a casa.
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Margarita del campo
Margarita que creces cerca del río, ¡déjame que te cure de tu resfrío! Con un te quiero mucho poquito y nada voy a darte un remedio como no hay muchos: “Una aspirina azul tamaño cielo y un helado de sol en cucurucho”.
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El sol
Una vez leí un libro que decía, que por el cielo, el sol, viaja en tranvía. ¡Y qué suerte que tiene...! ¡Qué maravilla...! Siempre puede sentarse junto a la ventanilla.
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La casa
Vengan a ver cómo se trabaja en el andamio que sube y baja.
y a Doña Brocha TXH FRQ VX ÁHTXLOOR pinta que pinta sobre un ladrillo.
Vengan y oigan a Don Serrucho: cuando lo hamaco rezonga mucho.
Vengan, les muestro mi casa nueva, ya no me importa que afuera llueva.
Vengan y vean a Don Martillo que zapatea sobre un tornillo
pues tengo techo, puerta y balcón y un timbre loco que hace ¡Ron…roooon!
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Un trencito por el cielo
De pronto el trencito hizo chuf…chuf… chuffff… se salió de la caja y se puso a dar vueltas por toda la casa. Después dijo piii…, echó humo y se fue, chaca, chaca, chaca... hasta el patio. Cruzó el jardín en dirección a la calle y cuando Blanquita y Miguel salieron corriendo a la vereda para sujetarlo, no pudieron, porque el trencito empezó a levantar vuelo como si fuera un gorrión y subió… subió hasta el cielo y desapareció en los túneles de las nubes. —¡Pero señor… usted nos ha vendido un tren inservible…! —Imposible. Toda mi mercadería es de muy buena calidad. —Sin embargo, funciona mal… —¿Qué le pasa? —Le pasa que en vez de volar… ¡vuela! —¿Vuela? ¡No puede ser…! ¡No puede ser…! Ustedes deben estar soñando… ¿O les habré vendido un avión? Los chicos se quedaron largo rato mirando el cielo.
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De pronto pasó una bandada de golondrinas. Iban una detrás de otra… —¡Señor, señor…! Mire, allí va… —¿Allí va, quién? —El tren… por el cielo. ¿Vio que era cierto? —¿El tren?... ¡Ah!... cierto, tienen razón… ¡Allí va! —¿Y los ángeles, señor? —¿Qué pasa con los ángeles? —Se habrán pegado un susto tremendo, ¿no? —No… los ángeles nunca se asustan. —Ah, porque tienen alas… ¿no es cierto, señor? —¡Seguro! Las alas quitan el miedo. Esa noche, por la ventana abierta del dormitorio, entró el trencito. Sobre los árboles paseaba una luna grande y los chicos dormían. La maquinita dijo piii… De su chimenea salió un hilo de humo plateado y …chac… chaca… chaca, se fue a meter nuevamente a la caja. Anita y Miguel se levantaron despacito a juntar las estrellas que se habían desparramado por todas partes. Después se volvieron a la cama.
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Canci贸n del astronauta
Para ser astronauta no necesitas m谩s que un trozo de alambre y unas alitas. Con el alambre haremos una escalera para ver si la luna es verdadera. Sabremos si es de vidrio, o de madera o si s贸lo es la tapa de un tetera. Cruzaremos tus valles luna lunita cabalgando caballos de calesita porque en el cielo hay parques de diversiones para los astronautas de vacaciones.
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Mi sombra ¿Por qué será que mi sombra no se mueve de mi lado? ¿Tendrá miedo que otro chico se la lleve, equivocado? Si alguna vez, en la plaza yo de mi sombra me olvido, le tengo dicho a una gorrión que me la guarde en su nido; no vaya a ser que la noche, con tanta luna y rocío, le humedezca el corazón y se me pesque un resfrío. A veces yo me pregunto: ¿De que está hecha mi sombra? ¿Será tejida al crochet, o bordada en punto sombra? ¿Será amasada con nube o modelada con cielo? ¿O será un retrato mío con baño de caramelo? Mi sombra es un papelito de celofán, recortado, con la forma de mi alma siempre en silencio a mi lado.
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El concierto de la calandria
Un concierto a Groenlandia se fur a dar una calandria, pero ¡pobre! le fue mal porque al teatro sólo fue a escucharla un esquimal. Los pingüinos se opusieron y los osos…!No quisieron! Y una foca que la oyó desde el fondo del salón ¡A carcajadas se rió! Doña Calandria, enojada y hasta el pico sonrojada, preparó sus maletines y se volvió hacia sus pagos de trigales y jazmines.
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Palmira la gallina
Cada vez que Palmira, mi gallina, se pone a discutir con si vecina, arma ¡tal alboroto! que en seguida aparece un vigilante en moto y con mucha razón… ¡La pone en penitencia en un rincón!
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Campanita del bosque
Todas las noches, antes de acostarse, Campanita se sacaba su nombre y lo colgaba en la ramita de un árbol para que su tintineo no lo molestara mientras dormía. A la mañana siguiente, bien tempranito, pasaba el viento, movía las hojas y un ¡tilín tilín! salía volando por el aire. Entonces el duende se despertaba, sacaba un brazo por la ventana y descolgaba su nombre para ponérselo nuevamente antes de salir de su casa. Pero aquel día ocurrió algo raro: eran las diez de la mañana y Campanita no se había despertado todavía, y si no hubiera sido porque el lechero golpeó la puerta y Perlita, la gata, dijo ¡Miau!, seguramente hubiera seguido durmiendo, porque esa mañana… ¡no había sonado el tilín despertador! ¡Qué raro! ¿No habrá pasado el viento? –pensó el duende y en seguida abrió la ventana—, pero por más que tanteó la rama, sacudió el árbol y se puso los anteojos para revisar el pasto no encontró su nombre por ninguna parte. ¿Dónde se habrá metido? ¡Esto es terrible!... A nadie le gusta que se le escape su nombre y mucho menos a un duende…¿Estará escondido por los alrededores?!Saldré a buscarlo! Y se fue por este caminito y dobló por el otro y después volvió por el de
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mĂĄs allĂĄ y cuando ya cerca del mediodĂa se disponĂa a renunciar a la bĂşsqueda un ÂĄtilĂn tilĂn! bien clarito llegĂł desde el tronco del pino grande, donde funcionaba la escuela de Donto Topo Maestro. —¿Y eso? ÂĄMe pareciĂł oĂr mi nombre! –pensĂł, y saliĂł corriendo en direcciĂłn al pino. Junto al ĂĄrbol estaban todos los alumnos, escarabajos, ranitas, conejos, grillos y WRUWXJDV IRUPDQGR Ă€ODV SDUD HQWUDU D FODVH (O PDHVWUR hizo sonar nuevamente la campanita. ÂĄTilĂn tilĂn! —¥Pero Don Topo! ÂżSe puede saber quĂŠ es esto? —¥Una escuela, niĂąito! – le contestĂł el topo que como era un poco corto de vista no habĂa reconocido al duende. ³£1R 'LJR ¢TXp VLJQLĂ€FD HVWD FDPSDQLWD HQ VX SXHUWD" —¥Ah! Es la campana de mi escuela. Tuve una gran suerte al encontrĂĄrmela! Ahora mis alumnos no llegarĂĄn tarde a clase‌ ÂĄTilĂn tiĂn! volviĂł a decir la campanita y los alumnos entraron. El duende se dio cuenta que hubiera sido terrible para Don Topo Maestro pedirle que le devolviera su nombre y entonces tratĂł de encontrar una soluciĂłn. —¥Ya estĂĄ! ÂĄYa la tengo! –dijo y saliĂł corriendo hasta la casa de ToĂąo, el guardabosque. AllĂ conversĂł con la seĂąora Enredadera de Cerco e inmediatamente volviĂł a alejarse a los brincos con una campanilla celeste prendida en el sombrerito. —¥DespuĂŠs de todo –se consoló— es muy lindo llamarse Duende Campanilla!
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Pobrecita la Luna
Me da lĂĄstima la luna‌ ÂĄSiempre solita en el cielo! Sin jugar con mariposas, ni pajaritos, ni nada; sin tener una mamĂĄ, sentada junto a su cuna, ni una mano de papĂĄ acariciĂĄndole el pelo, ni una abuela que le cuente: HabĂa una vez un hada‌ Y por eso le pido, astronauta, este favor: ¢3RU TXp HQ YH] GH XQ $SROR QR OH OOHYD XQD Ă RU"
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Mi vecino
Mi vecino es un chico tan aplicado que siempre saca diez en el dictado. Sabe escribir conejo, vaca y ratón sin dejar en la hoja ningún manchón. Sabe hacer cuentas largas y otras cortitas borrándoles los ceros de la colita. Pero hoy, la señorita, le dio un deber y mi pobre vecino… ¡No lo supo hacer! ¡Qué raro es que un chico tan estudioso… no sepa con qué letras se escribe “oso”!
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Un domingo de yapa
Ese día el viento se levantó con muchas ganas de jugar; por eso, después de golpear las puertas, abrir las ventanas y desarmar el diario, entró en el escritorio y ¡fzzz…! de un soplido desparramó todos los papeles y, entre ellos, un montón de hojitas del almanaque: —¡Uy! ¡Qué lío! —dijo, haciéndose el asustado—.. ¡Todos los días por el suelo! Será mejor que me vaya a la plaza a empujar barquitos. Y ¡fffzzz…! Salió zumbando por la ventana. Pero no lo hizo solo, porque detrás de él se fue volando un domingo. Y volando volando cruzó la plaza, dobló la esquina y llegó a la escuela de la señorita Pomidora. Volando volando jugó con los chicos y volando volando se metió en la dirección por la ventana abierta. —¡Ahhh… Ohh… Uhhh…! ¿Cómo ha entrado una paloma en la dirección sin pedir permiso? —dijo alarmada la directora Pomidora. —No era una paloma, señorita Pomidora. ¡Era un simple papel blanco con letras coloradas! —dijo algo ofendida Eleuteria, la secretaria. —¿Un papel? Pero niños ¡niiiñoooos!! ¡Cuántas veces les he dicho que tiren los papeles en el canasto?
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Miren, miren esto… —Pero cuando quiso buscar la hojita del almanaque para mostrarla a los niños no la pudo encontrar ni por aquí ni por allá ni por ningún lado, porque el sinvergüenza domingo se había escondido. ¿Dónde? Allí nomás, en el almanaque de la pared, detrás de un día cualquiera. Ahora que yo les cuento esto, se explicarán por qué aquel miércoles por la tarde, cuando la señorita Pomidora se paró bien derechita al lado de la bandera para despedir a los alumnos formados en el patio dijo: “Hasta pasado mañana niños”. Los chicos, seguros de que el día siguiente era jueves le contestaron: —¡Hasta mañana, señorita directooora! —No no… He dicho “hasta pasado mañana”, porque mañana es domingo. —¿Cóoomo? —preguntó sorprendida la señorita de San Nicolás, maestra de cuarto. —Así como lo oyen. Mañana es domingo… así que se van a pasear y vuelven pasado mañana. ¡Que se diviertan, niños! —Pero… —alcanzó a protestar la señorita Farolera, maestra de primero. —¡Nada de peros, señoritas porfiadas! Mi almanaque dice que mañana es domingo y yo no acostumbro a contradecir a los almanaques. Entonces los chicos saltaron, las maestras bailaron, el portero aplaudió, y todos muy contentos se pusieron de acuerdo para irse de picnic al día siguiente, aprovechando ese domingo de yapa que les regalaba la semana.
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El espejo
Cuando miro mi espejo por la mañana veo una nena comiendo una manzana. Y si vuelvo a mirarlo de tardecita, veo una nena peinando su trencita. Si de noche lo guardo en un bolsillo no veo mi nariz QL WDPSRFR HO ÁHTXLOOR Si lo pongo en el patio de mi escuela, podré ver muchas nenas jugando a la rayuela Lo dejaré en el campo pancita abajo… ¡Tal vez quiera mirarse algún escarabajo!
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El cartero Lisandro
Yo soy Lisandro, el cartero, un servidor paseandero. Caminando, caminando, las cartas voy entregando.
También traigo un sobre blanco para el gerente del banco y una carta color rosa que envía una mariposa,
Con mi cartera de cuero soy el mejor mensajero, llevo abrazos en inglés, español, ruso y francés.
un rayo de sol doblado dentro de un papel lacrado y la Cruz del Sur, pintada sobre una postal plateada.
Si usted quiere, señorita, yo le llevo su cartita desde el fondo del buzón hasta el medio del Japón.
Señor, si algún telegrama, lo hace saltar de la cama, no se asuste sin razón… ¡puede ser un alegrón!
¿Le conté que su vecina, mando una carta a la China y viajando en palanquín yo, se la di a un mandarín?
Porque, Lisandro el cartero, su servidor paseandero, sabe esconder maravillas en sobres con estampillas.
Traigo noticias señora, de su comadre Teodora y una pesada encomienda para el dueño de la tienda.
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*VULQP[H UHYPa KL ÅVY
Era una linda mañana de sol. Mamá Coneja despertó a su hijita diciéndole: —¡Arriba, Conejita, arriba, que tu abuelita está enferma y tienes que ir a visitarla y llevarle esta cesta con sabrosos bizcochos de repollo! —¡Zas…! Como la del cuento —pensó Conejita mientras se bajaba de la cama, y haciendo voz de Caperucita, se despidió de la mamá Coneja—: ¡Sí, mamá…! Hasta luego mamá. —¡Hasta luego, hijita! Y Conejita salió a los brincos rumbo a la casa de la abuela, que también, como la otra abuelita, vivía del otro lado del bosque. Corriendo detrás de la mariposa, llegó hasta el pino grande. Junto al tronco, crecían algunas margaritas y allí se escondió la mariposa. Conejita se metió entre las flores. Sólo le quedaban afuera las orejas. —¡Snif…snif…! —olfateó, y cuando se dio cuenta de que la mariposa salía volando por el otro lado, ella asomó la cabeza… ¡con una margarita pegada en el hocico! —¡ Pchist…pchist…pchist…! Estornudó tres veces y se pasó la pata por la nariz para sacársela, pero como
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no pudo se conformó: —¡Bah, me la dejo…! Después de todo es lindo tener una margarita en el hocico. De pronto, en un claro del bosque, observó un extraño objeto que ella no conocía… —¡Oia! ¿A que es el lobo? Pero no. No era el lobo, sino un camión de exteriores del Canal 987021 de Villa Nudito. Conejita se acercó, y en un descuido del director se puso frente a la cámara haciendo toda clase de morisquetas. —¿Qué es eso? ¡Una conejita con nariz de flor!! ¡Qué maravilla! ¡Qué extraordinario! ¡Esto es fantástico! —dijo el dueño del canal. Y así fue como enseguida empezaron a llegar hasta la casa de doña Coneja largas filas de directores, productores y fotógrafos. Conejita no entendía nada y los recibía a todos muy contenta, siempre con la flor en el hocico, mientras ella la rodeaban ofreciéndole los contratos. Por fin su amigo zorro, que entendía mucho de estas cosas, le dijo: —Conejita, ¡yo seré tu representante! Filmarás una gran película y seremos famosos. ¿Cuando empezamos? —¡El 21! —dijo el productor.
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—El 21 —aceptó el zorro. Y esa mañana del 21 de marzo, llegaron todos, la saludaron y la felicitaron. Y ya estaban por comenzar las tomas cuando uno de los pétalos de la margarita hizo ¡plín! Y cayó al suelo…, luego otro y el otro también hasta que la margarita se terminó y apareció nuevamente el hociquito rosado de Conejita. —¿Qué pasó? —gritó el director desesperado. —¿Con qué? —pregunto Conejita. —Con la flor que se cayó…—agregó el pobre. —¿Con la flor? ¡Ah… se secó señor director! ¿No ve que hoy empezó el otoño y todas las flores se secan en otoño? Y se fue muy contenta con su hociquito rosado a correr otra mariposa que pasaba.
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Adiós, me voy
Cuando de viaje me voy a la brújula pregunto: ¿A dónde estoy? Ella contesta: En Japón, piloteando una burbuja de jabón. Si paso por Chivilcoy cambiaré mi sombrero de cow-boy, Me pondré un chambergo gris con ribetes de seda color perdiz. Cuando de paseo estoy, a mi vereda le digo ¡Adiós… me voy! Te dejo mi corazón colgado en una plantita de mi balcón.
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Índice
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La pancita del gato Las horas El invierno El cuento del “agua fría” ¿Será cierto? La semana El vendedor ambulante El sombrerito colorado Vigilante barriga picante Anita en el circo Margarita del campo El sol La casa Un trencito por el cielo Canción del astronauta Mi sombra El concierto de la calandria Palmira la gallina Campanita del bosque Pobrecita la luna Mi vecino Un domingo de yapa El espejo El cartero Lisandro &RQHMLWD QDUL] GH ÁRU Adiós, me voy.