Silbando bajito
L
legó en el tren de carga que pasaba por el pueblo los sábados a las 11 de la mañana. Traía su pipa y la vieja valijita que siempre lo acompañaba en sus viajes por el mundo. Silbando bajito y sin apuro, avanzó por el andén que olía a pastos verdes. Los lugareños lo miraron con curiosidad y comentaron: —Bueno…Ha llegado un forastero al pueblo. —Con tal que sea gente seria y de trabajo… —Veremos…veremos. Tiene un rostro simpático ¿no les parece? 1
En eso, el jefe de la estación se asomó por una ventanita y le dijo: –¡Eh, abuelo…! ¿Quiere acercarse? Por aquí, venga por aquí, a mi oficina, que tengo que tomar sus datos. Es una costumbre del pueblo ¿sabe? –¿Los datos? ¿Qué datos quiere usted saber de mí?– preguntó el señor de la pipa. –Bueno…su nombre… su profesión y esas cosas… –¡Qué raro! ¿A quién le puede importar eso? En ninguna parte me lo han preguntado. –Está bien…pero aquí siempre lo hacemos porque éste es un pueblo de gente muy, muy seria y no nos gustan las sorpresas con los desconocidos, ¿me comprende? Vamos a ver, primero… su nombre: –Juan Sin Tiempo –¿Ocupación? –Trotamundos… –¡Ah…! ¿Con que trotamundos? Así que siempre de aquí para allá, sin hacer nada… –¡No…! ¿Cómo sin hacer nada? ¡Señor jefe, yo soy un contador! –¿¿Contador?? Discúlpeme, Don, pero eso si que no lo creo. Cómo me va a decir que un profesional, va a andar así, perdiendo el tiempo… 2
—Pero es que yo no pierdo el tiempo. ¿No le digo que trabajo de contador? —Mire, señor, ¡yo nunca he visto que un contador, en lugar de hacer sus cuentas y sus números, ande paseando en un tren de carga! —¡Ahhh…!Ahora entiendo. Lo que pasa es que usted está confundido, señor jefe. Yo no soy un contador de números… ¡Yo soy un contador de cuentos! —¿“Contador de cuentos”? ¿Qué disparate es ése? Cuentos… cuentos… –murmuraba por lo bajo el jefe de la estación, mientras revolvía un cajón lleno de papeles y papeletas–. Cuentos… A dónde se ha visto... –¿Qué pasa? ¿A usted no le gustan los cuentos? Si quiere puedo contarle alguno. — ¿A mí…? ¡No, amigo…! Éste es un pueblo de gente seria. Esas cosas son para los chicos. Yo tengo que trabajar y no puedo desperdiciar mis minutos oyendo un cuento. ¿Qué ganaría con eso? —¡Felicidad, señor, felicidad! ¿Quiere probarlo? —Y bueno…probemos. Total hasta dentro de dos horas no pasará otro tren. ¡Pero uno sólo! ¿Eh…? Entonces el contador de cuentos se sentó en un 4
banco del andén, encendió su pipa y comenzó: —Había una vez…hace muchos años… un príncipe y una princesa… Y ocurrió que a medida que nombraba los personajes, el humo de la pipa los iba dibujando en el aire que olía a pasto, mientras el verde los iba hamacando…y el viento los lloraba, sin deshacerlos, por las calles, por los techos, por los patios. Y la gente del pueblo se hizo amiga del príncipe, de la princesa, del gigante y del flautista de Hamelín. También los chicos se acostumbraron a jugar con Caperucita, con los duendes y con las hadas que hacían rondas en la plaza del pueblo. Pasaban los días y la gente seria, muy seria, se sentía tan contenta con la visita del contador de cuentos, que le pidieron que se quedara con ellos para siempre. Han transcurrido ya muchos años y Juan, el contador, vive allá todavía, en ese pueblo donde todos lo quieren. Durante el día trabajaba como jardinero. Cuida las flores y los pastos verdes hasta el atardecer, hora en que guardaba su rastrillo, su tijera y se sienta a esperar, en la puerta de la casa. 6
Entonces llegan los vecinos, desde los más viejitos hasta los más pequeños. Se sonríen, lo rodean y Juan sin Tiempo comienza a contar los cuentos de su buena pipa, que nunca se acaban.
7
El Paraguas de María
M
aría tiene un paraguas. Se lo regaló la abuelita para el cumpleaños, ¡y es de lindo! Tiene el mango marrón y el toldito es verde con pequeñas f lores blancas. Por eso, cuando está abierto, el paraguas de María parece un arbolito en primavera. ¡Eso! Un limonero florecido. ¡Lástima que desde que lo tiene no llueve y no llueve…! A pesar de que cada noche ella cruza los dedos, cierra los ojos y repite tres veces seguidas “que llueva que llueva, la vieja está en la cueva”, no cae ni una gota. —¡Qué lástima…! —se lamenta María cuando, al levantarse por la mañana, ve al sol asomándose bien 9
risueño, por un costado de su ventana. Después toma el paraguas que ya había dejado preparado junto a la puerta, lo vuelve a dejar en el perchero y se va a la escuela refunfuñando. Y así pasan los días. Con el cielo celeste, sin una sola nube que anuncie lluvia.
—Mmmm… me parece que este asunto de que “ los pajaritos cantan y las nubes se levantan” no me da ningún resultado, —se dijo una tarde María, ya impaciente por el fracaso de su pedido—. Mejor haré como me dijo mi amiga Luli. Y sin perder tiempo, buscó un pañuelo, le ató tres nudos y lo tiró hacia atrás por arriba del hombro izquierdo diciendo: “Poncio Pilato un nudo te ato si mañana no llueve, no te desato.”
Pero, con gran desencanto, al día siguiente ¡ta mpoco llovió! Por el contrario, esa mañana el sol se asomó más redondo y más amarillo que de costumbre. 10
María ya estaba por resignarse a la idea de no poder estrenar su paraguas por largo tiempo, cuando por la noche, al acostarse, se dijo: —¡Pero si todavía me falta el Ángel de la Guarda! ¡Cómo no se me había ocurrido! ¡Seguro que esta vez no me falla! —fue hasta el perchero, trajo el paraguas, lo apoyó en el costado de la cama y rezó: “Ángel de la Guarda dulce compañía que llueva y que llueva de noche y de día.” ¡Y por fin, el Ángel le hizo caso! A la mañana siguiente, el cielo apareció cubierto de nubarrones oscuros, oscurísimos. Después se oyó un trueno y enseguida comenzaron a caer unas gotas que hacían clip, clip, clip sobre los vidrios de la ventana. -Mami… ¡Llueve! ¿Viste? Voy a poder estrenar el paraguas —y corrió a tomar ligerito el desayuno. —María… le dijo la mamá—. Me parece que hoy no es el día más apropiado para estrenarlo. Además de la lluvia, sopla un fuerte viento y, como tu paraguas es muy chiquito, se te puede dar vuelta. 12
Mejor hoy te ponés las botas y el piloto. Otro día lo estrenás, ¿eh? Otro día que no sople viento… Pero María protestó, frunció la nariz, movió los brazos y las manos de arriba abajo y contó lo del Ángel. —¡Ah!, en ese caso, si ha intervenido el Ángel, la cosa es distinta –dijo sonriente la mamá— y al fin María salió con botas, piloto, capucha, ¡y el paraguas con florcitas! Pero ¿qué pasó…? Pasó que apenas caminó unos pasos, el viento sopló fuerte, tan fuerte que el paraguas se levantó… y salió volando, llevándose a María por el aire. Voló y voló haciendo piruetas como un paracaidista, mientras la mamá corría por la vereda tratando de alcanzarla. Voló y voló y, al llegar a la puerta de la escuela, se encontró con una gran sorpresa. Las maestras y los chicos estaban detenidos en la entrada. ¡No podían avanzar hacia las aulas porque el patio se había convertido en un verdadero lago…! —Qué barbaridad! –decía, alarmada, la direc13
tora, que se había subido a una silla para no mojarse los zapatos que eran nuevos—. Tendríamos que conseguir un bote o una balsa, para que puedan entrar los niñitos…! ¡Pronto, pronto, busquen una balsa! Al oírla; María tuvo una gran idea. Puso su paraguas al revés: el toldito para abajo, flotando sobre el agua y el mango para arriba como si fuera el mástil de una embarcación. —¡Un bote… un bote…! –dijeron entusiasmados los chicos y de un salto ya estuvieron adentro. Enseguida se pusieron a jugar a los marineros, usando las reglas como remos. Después de un largo rato, la lluvia pasó y los chicos comenzaron a correr y a hacer rondas en el patio, mientras el paragüitas de María se secaba, abierto bajo el sol que, nuevamente brillaba entre las pocas nubes que paseaban por el cielo. Llegó la hora de la salida. —Bueno… Hasta mañana niñitos, dijo la maestra. —Hasta mañana, señorita… —dijo María y dando saltitos fue a buscar el paraguas que la esperaba junto a los canteros del fondo. Y allí estaba, ¿pero saben cómo? 14
Pues… ¡cubierto de gorriones! —¡Ohhh! –exclamó María al verlos— ¡Lo han confundido con un arbolito…! Y ahora ¿qué hago con ustedes? ¿Vienen conmigo o se quedan? —Priirr… -le contestaron los gorriones y enseguida levantaron vuelo escondiéndose entre las plantas. Por la vereda soleada se fue María. Con su lindo paraguas florecido. ¡Igual que un arbolito en primavera!
16
Osito
detective
O
sito
detective
vive
en
Villa
Nudito.
Ese
pueblo
se
llama
así
porque
todos
sus
habitantes
son
tan
distraídos
y
tan
olvidadizos
que
siempre
andan
con
nuditos
en
los
pañuelos
o
en
las
colas
para
acordarse
de
algo. Naturalmente,
allí
las
cosas
se
pierden
con
mucha
facilidad,
y
por
eso,
Osito
Detective
está
recargado
de
trabajo. Se
pasa
el
día
buscando
lo
que
pierden
sus
veci-‐ nos,
por
lo
que
se
ha
visto
obligado
a
instalar
una
Dz ϐ dz las
cosas
sin
dueño;
y
por
allí
pasan
sus
clientes
a
toda
hora,
sin
darle
descanso. 17
—¡Osito
detective!
Se
me
perdió
mi
zapato
iz-‐ quierdo
y
mi
guante
derecho,
¿usted
no
los
en-‐ contró? —Vea,
señora
Ratona…
Yo
no
he
encontrado
ni
su
guante
ni
su
zapato,
pero
en
cambio,
podría
ofrecerle
una
media
de
lana
y
una
f lauta.
¿Qué
le
parece? Y
como
doña
Ratona
era
muy
conformable
y
además
nunca
había
tenido
en
sus
patitas
una
media
de
lana,
tomaba
lo
que
le
daba
el
osito
y
se
iba
lo
más
c ampante
a
su
c asa. —¡Osito,
Osito…
por
favor!
—gritaba
la
ardilla—
Yo
dejé
un
pedacito
de
pan
aquí,
justito
aquí… !pero
a hora
no
está!
¿Usted
no
lo
v ió? Ȅ ǥ ǡ ǡ ǡ señorita
A rdilla,
pero
para
reemplazarlo
le
pue-‐ do
d ar
u n
l indo
p edazo
de
p apel
de
c hocolatín,
para
que
pueda
adornar
su
cuevita
con
un
útil
espejo. ¡La
a rdilla
salía
encantada
con
el
c ambio! —¡Osito
detective!
¡Socorro,
ayúdeme! —¿Qué
son
esos
g ritos?
¿Qué
le
ocurre,
señora
Abeja? —¡Es
que
no
encuentro
a
Florinda,
la
menor
de
19
mis
hijitas!
¡Es
así,
así
y
así…!
¿No
pasó
por
aquí?
¿Usted
no
la
vio? —Tranquilícese,
señora
Abeja…
A
su
hijita
así,
así
y
así…
la
acabo
de
ver
arriba
de
una
margarita
en
el
fondo
del
jardín. —¡Ah!
¡Qué
traviesa!
A
ver
si
se
cae…
¡Qué
cui-‐ dado
hay
que
tener
con
estos
chicos…!
Gracias,
gracias,
Osito,
usted
es
un
gran
detective.
Tome,
en
reconocimiento
a
sus
servicios
le
regalo
este
pompón
de
lana
que
acabo
de
encontrar
en
la
plaza. Ȅ ǥ Ǥ vendrá
a
buscarlo
esa
distraída… Y
así,
Osito
agregaba
una
pieza
más
a
su
desor-‐ denada
montaña
de
objetos
perdidos. Ó ǡ ǡ × ϐ Ó ǡ ϐ Ǥ —¡Señor
detective!
¡Venga
rápido
por
favor
que
me
ha
ocurrido
algo
terrible,
espantoso,
nunca
visto! Ó× À despierta
y
comprendió
que
algo
grave
le
pasaba. Rápidamente
se
calzó
la
gorra
y
salió
a
atenderla. —¿Qué
se
le
ofrece,
señora? —¡Se
me
ofrece
que
no
he
dormido
en
toda
la
noche! 20
ȄǬ × ǫ Ǭ ± ǫ ǩ ǡ Ó -‐ ra
eso
quiere
decir
que
debe
estar
muy
enferma!
Tendrá
que
ir
al
médico
enseguida… —¡No…!
Eso
quiere
decir
que
he
perdido
el
sueño
y
que
usted,
como
buen
detective
que
es,
tiene
que
en-‐ contrarlo,
pues
una
marmota
sin
sueño,
no
sirve.
—Bueno…
le
diré
que
buscar
un
sueño
perdido
ǡ Ó Ǥ ϐ ǥ -‐ dose
de
una
vecina
tan
buena
como
usted
que
nun-‐ ca
molesta
para
nada,
pues
duerme
y
duerme
todo
el
día…!haré
lo
que
pueda! —¡Oh,
gracias,
señor
detective!
¡Ya
decía
yo
que
usted
era
un
gran
osito!
Ahora…yo
no
sé
cuanto
tendré
que
pagarle
por
su
atención,
pero
de
todas
maneras
como
yo
no
tengo
plata,
le
pagaré
con
tra-‐ bajo-‐
¿Le
parece
bien?
¿Qué
quiere
que
le
haga? —Eso
es
una
brillante
idea,
doña
Marmota.
Mientras
yo
salgo
a
buscar
su
sueño
por
el
pueblo,
usted
hará
el
favor
de
poner
en
orden
mi
embo-‐ chinchada
montaña
de
objetos
perdidos. -‐Vaya
tranquilo,
don
Detective…
Vaya
tranquilo,
que
a
su
regreso
encontrará
todo
en
perfecto
orden. Osito
tardó
tres
horas
en
registrar
Villa
Nudito
22
de
arriba
para
abajo
y
de
adentro
para
afuera. Miró
con
lupa
todos
los
rincones,
se
subió
a
los
techos
y
se
trepó
a
los
árboles.
Miró
debajo
de
las
mesas
y
detrás
de
los
roperos,
pero
por
ninguna
parte
encontró
nada
que
se
pareciera
al
sueño
de
Ǥ ϐ ǡ × ϐ Ǥ ǩ Ǩ Ȃ Ǧ Ǭ ± -‐ lusión
se
va
a
llevar
doña
Marmota
cuando
le
diga
que
no
encontré
su
sueño!
Esta
noche
tampoco
dormirá… × ǡ abrir
la
boca
del
tamaño
de
una
sandía. !Encontró
todo
lavado,
planchado,
pulido
y
cepi-‐ llado!
La
montaña
de
objetos
perdidos
lucía
impe-‐ cablemente
ordenada
sobre
una
mesa,
con
sus
cor-‐ respondientes
cartelitos
indicadores:
23
× ϐ Ǥ ȄǬ × ǫ Ȅ Ǥ ǡ amabilidad,
comenzó: —Oh,
qué
maravilla,
señora
Marmota!
Esto
está
Ǥ ǩ ǡ À Ǩ Ǭ ǫ Yo
siento
mucho
decirle
que…
¿Me
oye,
doña
Mar-‐ mota?
Caramba,
no
la
veo…
¿Dónde
está?
¿Dónde
se
ha
metido?
Doña
Marmoooootaaaa!
Ya
estoy
de
vuelta
y
tengo
que
decirle
algo… À Ǥ À À y
más
que
el
osito
gritara
porque
…
¿saben
dónde
estaba?
¡Adentro
de
un
cajón
de
la
cocina,
dur-‐ miendo
profundamente! Ȅǩ ± Ǩ Ȅ × ǡ Ó À al
verla—.
Me
pregunto,
¿cómo
habrá
hecho
para
encontrar
su
sueño?
Creo
que
es
la
primera
vez
que
en
Villa
Nudito,
alguien
encuentra
algo
sin
mi
ayuda… Y
se
fue
a
atender
a
los
otros
clientes
que
ya
estaban
esperándolo
en
la
puerta.
$ 24
El
pescador
de
estrellas
C
uando
Tomi
terminó
primer
grado,
le
dijo
a
sus
padres
que,
como
ya
sabía
leer
y
escribir,
había
decidido
trabajar. —¡Oh,
qué
bien,
qué
bien!
—le
dijo
el
papá—
¿Y
de
qué
vas
a
trabajar?
¿Serás
escritor,
maestro,
ingeniero…? —Todavía
no
lo
sé.
Lo
voy
a
pensar
—contestó
Tomi,
mientras
se
alejaba
galopando
en
un
palo
de
escoba. —Nuestro
hijo
quiere
trabajar
—le
dijo
el
papá
a
su
señora,
que
en
ese
momento
estaba
terminando
de
pintar
un
cuadro
con
mares
azules
y
barcos
color
canela. 25
Ella
levantó
su
pincel
como
si
estuviera
por
pintar
el
aire
y
preguntó: —¿Trabajar…?
¿En
qué?
Tal
vez
quiera
ser
pin-‐ tor…
o
cocinero
o
zapatero…
o
músico.
¿Qué
será? —No
lo
sabe
aún.
Dice
que
lo
va
a
pensar. —Ah…
—dijo
la
mamá
y
continuó
pintando
no-‐ che
en
el
cielo
de
su
cuadro. Tomi
pensó
y
pensó.
Algunos
trabajos
le
gus-‐ taban
y
otros
no. ϐ ǡ ± À ×ǣ —Ya
sé
en
qué
voy
a
trabajar. —¿A
ver,
a
ver?
—dijo
la
mamá
dando
la
úl-‐ tima
pincelada
en
la
cresta
blanquecina
de
una
ola—.
¿En
qué
vas
a
trabajar? Ȅ Ȅ ϐ Ǥ ȄǬ ǫ ǩ ǡ ǥǨ un
niño
que
sólo
ha
terminado
primer
grado.
¿No
lo
crees?
—comentó
su
papá. Ȅǩ ǥǨ ǩ mar!
—agregó
la
mamá. —No
pescaré
en
el
mar
—les
contestó
Tomi. —Bueno…
digamos
en
el
río
—aclaró
su
papá. —No.
Tampoco
en
el
río…
ni
en
el
lago,
ni
en
la
laguna… 27
—¿Tampoco?
¿Cómo
es,
entonces? —Seré
pescador
de
estrellas… —¡Ohhhh…!
Eso
debe
ser
bonito…
—opinó
su
mamá,
mientras
sumergía
sus
pinceles
en
un
Ǥ Ȅ ǥ ǩ ± ǥǨ Toda
la
tarde
trabajó
Tomi,
preparándose
una
red
con
una
vieja
cortina
que
le
regaló
su
tía
Laura
y
con
los
primeros
cantos
de
los
grillos,
se
sentó
a
la
orilla
del
estanque
a
esperar
que
las
estrellas
aparecieran
en
el
agua. ǡ ǡ ± -‐ naga.
Después,
Las
Tres
Marías…
La
Cruz
del
Sur,..
las
Siete
Cabritas. ϐ ǡ ǥ Ǥ Tomi
espera
que
lleguen
otras
y
otras
más. ¡Muchas
estrella
que
titilan
como
chispitas
de
plata,
como
lucecitas
de
Bengala…
como
farolitos
encen-‐ didos
dentro
del
estanque! El
agua
se
mece. Las
estrellas
también
se
mueven
y
ruedan
como
pequeñas
monedas
de
plata. Tomi
alza
la
red
y
la
arroja
sobre
el
agua. Las
Tres
Marías
se
desordenan,
la
Cruz
del
Sur
se
28
desarma
y
el
Lucero
se
apaga. El
muchachito
frunce
el
ceño
y
se
dispone
a
sacarla. Al
hacerlo,
agita
el
agua,
los
grillos
enmudecen
y
las
estrellas
no
se
dejan
atrapar. Ȅǩ ǥ ǥǨ Ȅ Ȅ ǥ No
me
quedó
ni
una… Ǥ ϐ Ǧ ϐ Ǥ Cataplín
las
vigila…
las
cuenta,
las
cuida.
Se
las
imagina
en
el
techo
de
su
habitación
en
los
vidrios
ǡ ϐ À ǡ cuadro
que
pinta
mamá… ǩ À Ǩ Las
estrellas
se
le
han
ido
y
siguen
brillando
en
la
ϐ Ǥ —No.
..
Me
parece
que
este
trabajo
no
sirve.
Es
ϐÀ Ǥ Ó ± Ǥ ǡ o
titiritero… Tomi
ya
no
piensa
más
en
las
estrellas
y
se
va
a
dormir.
La
red
queda
tendida
sobre
el
pasto. A
la
mañana
siguiente,
papá
lo
despierta
diciéndole: —Hoy
es
domingo,
hijo…No
tienes
que
trabajar,
30
ni
yo
tampoco,
así
que
nos
iremos
a
pasear. Ȅǩ ǥǨ contentísimo. Mientras
toma
el
desayuno
mamá
le
dice: —¡Sabes
una
cosa?
Anoche
mientras
dormías
ter-‐ miné
de
pintar
mi
cuadro.
Allí
está…¿Te
gusta? Tomi
lo
observa
detenidamente.
Cuando
ter-‐ mina
de
comer
la
tostada,
se
acerca
a
la
tela
y
con
suavidad
toca
el
barco,
las
velas,
la
espuma
de
las
olas…
31
Ȅǩ Ǩ Ȃ la
madre. Después
desliza
su
dedo
sobre
las
estrellas
y
di-‐ ce
sorprendido: —¡Son
las
que
estaban
en
el
estanque…!
¿Cómo
hiciste
mamá,
para
pescarlas?
Seguro
que
las
sacaste
con
tus
pinceles. —¡Claro
Tomi!
Con
los
pinceles,
una
por
una. En
eso
apareció
el
papá. —¿Listo?
Vamos…
—dijo
y
los
tres
se
fueron
a
ver
una
función
de
títeres.
32
Un
avestruz
en
el
bosque
P
arado
muy
tieso
sobre
un
grueso
tronco,
el
avestruz
movía
la
cabeza
de
un
lado
a
otro,.
oyendo
los
comentarios
que
provocaba
su
inespe-‐ rada
presencia
en
el
bosque. ȄǬ ± ǫ Ǭ × salido?
—preguntaba
inquieta
la
tortuga. —No
se
sabe…
Nadie
la
conoce
—murmuraban
los
escarabajos. —Yo,
con
los
años
que
llevo
aquí,
no
he
visto
nunca
un
vecino
con
esas
patas
tan
largas
ni
con
esa
rara
cola
de
plumas
enruladas…
—comentaba
un
mono. —¿Y
qué
me
dicen
del
ruido
que
hace
al
cami-‐ nar?
Ninguno
de
nosotros
comete
esa
impruden-‐ cia
—agregó
una
rana. 33
Ȅ ǥ Ǥ -‐ sos
—opinaba
un
pajarraco
colorinche
que
lo
ob-‐ servaba
desde
una
rama. —Y
yo
me
pregunto,
compañeros:
¿será
terrá-‐ ǫ ǩ tan
raro…!
¡Oh,
eso
sería
terrible!
¡Oh,
Ohhh!
—
ǡ cabeza. Entonces,
el
avestruz,
al
oír
tantos
disparates,
perdió
la
paciencia
y,
campechano
como
era,
se
largó
a
decir: —¡Qué
oh
ni
oh…!
¡Qué
planeta
ni
que
ocho
ǥǨ Ȃ À -‐ ciendo
tintinear
en
su
buche,
tapitas,
botones
y
demás
cachivaches
que
se
había
tragado. Esto
asustó
muchísimo
a
los
loros,
que
en
segui-‐ da
se
alejaron
hacia
las
ramas
más
altas
y
desde
allí
le
hablaron: —Eh
amigo!
Disculpe,
pero
nos
parece
que
us-‐ ted
se
ha
equivocado
de
rumbo
y
por
error
ha
veni-‐ Ǥ À casa. —¡Chocolate
por
la
noticia!
Bien
sé
que
éste
no
es
mi
pago… 35
Ȅǩ ǥǨ Ȃ se
quedaron
mirándose
unos
a
otros
hasta
que
un
mono
preguntó: —¿Y
por
qué
no
dice
cómo
se
llama
y
dónde
vive?
Aunque
nosotros
no
hemos
salido
nunca
de
este
bosque,
¿quién
le
dice?,
a
lo
mejor
podemos
ayudarlo… Ȅ Ǥ ȄǬ ± ǥǫ Ȃ qué
era
eso.
Querían
saber… —Bueno…
les
diré
que
el
campo
es
como
un
cielo.
Sólo
que
en
lugar
de
nubes
tiene
trigales
y
pastos
verdes
que
se
mecen
al
soplo
del
viento…
Ȅ Ǥ pudo
seguir
su
tan
poética
descripción
y
tuvo
que
esconder
su
cabeza
en
la
tierra
para
que
no
lo
vieran
lagrimear. Entonces,
movida
por
la
emoción,
la
ardilla
dejó
de
comer
su
bellota
y
dio
la
solución: —¡Tengo
una
idea!
He
oído
que
las
luciérnagas
conocen
ese
lugar.
Muchas
veces,
ellas
me
han
con-‐ tado
de
sus
paseos
por
allí… ǦǬ ǫ Ȃ × × 36
asomaba
tímidamente
por
el
hueco
de
un
árbol. -‐¡Segurísima…!
Así
que
no
habrá
más
remedio
que
esperarlas
y,
a l
a tardecer,
c uando
e llas
l leguen
con
sus
farolitos
encendidos,
les
pediremos
que
nos
ayuden.
¿Qué
les
parece? —¡Bravo!
¡Bravísimo!
Contestaron
los
animales
entusiasmados. Agradecido,
el
avestruz
dejó
de
llorar,
se
incor-‐ poró
y
los
invitó
a
todos
a
treparse
en
su
lomo
para
dar
un
paseo. Junto
con
la
estrellas,
aparecieron
los
bichitos
de
luz,
quienes,
al
enterarse
del
problema,
se
pre-‐ pararon
de
inmediato
para
encontrar
el
camino
Ǥ Y
así
fue
como,
guiado
por
una
nube
luminosa,
el
avestruz
volvió
al
campo. Enseguida
se
echó
a
descansar
entre
unos
yuyos
perfumados
mientras
las
luciérnagas
revo-‐ loteaban
a
su
alrededor
desparramando
chispitas. A
la
mañana
siguiente
todo
volvió
a
la
norma-‐ lidad
para
el
avestruz.
El
sol
brillaba
y
pudo
volver
a
correr
levantando
polvareda
con
sus
largas
y
fuertes
patas,
mientras
¡chungui…
tingui…plin-‐ gui…
tingui!
tintineaban
en
su
buche
los
botones,
las
tapitas,
los
carozos… 38
El
globo
L
ϐ ϐ À Ǥ
Los
chicos
cantaron,
bailaron
y
dijeron
versos. La
señorita
Lilí,
de
jardín
de
infantes
repartió
pa-‐ quetitos
sorpresa
con
moñitos
de
cintas
brillantes. A
Susi
le
tocó
un
peinecito
para
la
muñeca,
a
Luisito
un
trompo,
a
Mariana
una
pulsera
y…¿a
Nicolás? A
Nicolás
una
bolsita
con
globos
de
muchos
colores. —¡Qué
lindo!
¿Los
inflamos?
—le
dijeron
sus
compañeros
rodeándolo. Nicolás
eligió
uno
rojo,
se
lo
puso
en
la
boca
y
sopló
hasta
formar
una
burbuja
redonda
y
roja. 39
Ȅǩǩ ǥǨǨ ǩ ǥǨ Ȃ -‐ ron
los
chicos. Nicolás
aspiró
hondo
y
luego
volvió
a
soplar. El
globo
engordó,
se
estiró…
y
salió
volando
por
entre
los
chicos. —¡Ohhhh…!
—dijeron
todos
estirando
los
bra-‐ zos
para
alcanzarlo. × dirección
a
las
plantas. Allí
se
asentó
sobre
una
ramita
convertido
en
una
rosa
roja. Cuando
vio
que
los
chicos
se
acercaban
corriendo,
× ϐ × la
vereda
escondiéndose
entre
el
follaje
como
una
manzana
madura. ϐ À globo
rojo
dejó
el
árbol
para
ir
a
jugar
con
el
pajarito. La
señorita
Lilí
y
sus
alumnos,
se
acercaron
despacito
para
no
asustarlo. —Miren
que
preciosas
las
plumitas
rojas…
—dijo
la
maestra.
Entonces,
de
una
de
las
alas
del
picaflor,
salió
el
globo
de
Nicolás
y
tomando
la
forma
de
un
corazón,
se
fue
a
posar
sobre
el
41
delantal
blanco
de
la
señorita.
Las
mamás
vinieron
a
buscar
a
los
chicos. La
señorita
Lilí,
desde
el
jardín
les
decía:
—¡Fe-‐ lices
vacaciones…!—,
mientras
el
globo
rojo
subía
al
cielo
para
pintar
las
nubes
del
atardecer.
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