Escritura de Talleyrand

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ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA ESCRITURA DE

T! J J I\1D !\l D 11tLLL 1.1\ll1'i Por D. Carlos' RAMOS GASCON "Cosas como éstas nos encantan, nos ganan tan fácilmente. La marquesa de Crequi deciá, yo soy tan frívola que amo el estilo. "No es por la verdad que pueda entrañarla frasepor lo que nos atrae, sino por cierta dejadez digna, como cierta cosa dejada caer, sin pensarlo mucho, y que después, lejos de arrepentimos, se subraya con una sonrisa" (LezamaLima: Algunos Tratadosen La Habana).

Hay diversas clases de genios. Mozart lo fue de la música, Picasso de la pintura. Talleyrand lo fue de la intriga y de las relaciones humanas.

l.

Pocos pol1ticos han suscitado tanta ambivalencia, cuando no un sincero rechazo, entre sus biógrafos; alguno, como Crane Brinton, (1) ha intentado rehabilitarle. A mi -he de confesarlo inmediatamente- me inspira una intensa simpatia, quién sabe por qué. De la vida de Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord, principe Talleyrand, puede decirse cualquier cosa menos que no hubiese sido variada: clérigo malgré lui, declarado cismático (se reconcilió con Roma antes de morir), revolucionario, bonapartista (luego instigó secretamente a Alejandro 1 y Fouché contra Napoleón), legitimista, orleanista...Se dirla que no hay escala de la vida que no haya recorrido Talleyrand. Sobre su capacidad para salir a flote en las más diversas circunstancias, algunas de ellas peligrosas y contradictorias, da idea la siguiente anécdota: en 1.830, después de prestar juramento de 3


lealtad a Luis Felipe, el rey observó, no sin ironía, que Talleyrand también había jurado lealtad a otros amos a lo largo de su vida. "Se ñor, respondió Talleyrand - ¡sois el décimotercero!" (2) Mucho se ha escrito sobre la tendencia al engaño de Talleyrand; puede que así sea, pero considero necesario matizarIo. Más que nada era, como iremos viendo, un posibilista en todos los sentidos y por supuesto, en el político; un relativista moral que por encima de todo -y ahí radica el rechazo que suscita en las mentes bien pensantes- amaba el estilo. Podía salir derrotado, incluso con su autoestima secretamente herida, pero en ningún caso perdía la compostura, la elegancia personal, ese imponderable que nos obliga a reconocer con admiración: "Sí, pero... tiene clase". Tan es así que al comienzo del congreso de Viena le escribía a Mme. de Stael: "Adiós; no sé lo que realizaremos aquí, pero puedo prometerle un noble lenguaje". Lamentablemente, el documento sobre el que se realiza el análisis grafológico deja mucho que desear en cuanto a su reproducción y me sentiría agradecido si algún lector benévolo pudiera proporcionarme otro más completo y de mejor calidad. Algo, sin embargo, sacaremos. La primera consideración que me viene a la mente es la de comparar la escritura de Talleyrand con la de Napoleón. Qué diferencia... Todo lo que la de Napoleón tiene de impulso avasallador, de fuerza dominadora de su entorno, tiene la de Talleyrand de modulación y adaptación a las circunstancias. La fuerza de Napoleón se puede equiparar a la del fuego que destruye 10 que encuentra a su paso; en cambio, la de Talleyrand se basa en su debilidad, es como el agua, sin forma definida y que cede todo 10 necesario ante el obstáculo, hasta acabar removiéndolo. IITodo 10 que es exagerado, es insignificantell, dijo en cierta ocasión este aventajado discípulo de Maquiavelo. Y a decir verdad, su escritura hace honor a la sentencia. Dentro de sus irregularidades, sobre todo el inquietante ondular de las líneas, se aprecia un claro sentido de la proporción, tanto en las crestas como en los mis mos pies y particularmente en el cuerpo central de la escritura, que varía armoniosamente (como el suave subir y bajar de una escala) entre el tamaño pequeño y mediano; las "s" de fin de palabra, casi siempre sueltas y apenas algo más grandes, pero sin salto, contribuyen a enriquecer el conjunto de cada palabra. La inclinación dextrógira, con frecuentes oscilaciones, habla de su sensibilidad y capacidad de tacto. Todos estos rasgos grafológicos, unidos a una escritura desligada, señalan al hombre dotado de una gran capacidad de sugestión personal (presión aterciopelada, con cierto relieve), por su tino e intuición. Esta atracción no se basa en dotes oratorias(au-

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sencia de gestos ampulosos y escasas ligaduras), sino sencillamente en la facilidad de palabra que caracteriza al conversador ameno que sabe hablar suave y amablemente a media o baja voz. Muchas son las reflexiones en las que nos sume la escritura de Talleyrand. - Sinuosidad de las lineas. - Escritura sistemáticamente desligada; la firma, en cambio, aparece ligada. La inclinación dextrógira, como queda dicho, y además vibran te, con frecuentes oscilaciones tanto en crestas y pies como en el cuerpo central del grafismo. - La presión vertical, a veces firme, otras torsionada, sobre todo en los pies de la "g"; asimismo, con cierto relieve, aterciopelada y con algunas pastosidades. - El tamaf\o, con las fluctuaciones ya apuntadas, entre pequef\o

y mediano.

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- Irregularidades en el tratamiento de crestas y pies; particularmente, las crestas de las lid" tienen en su mayoría un bucle escasamente desarrollado, alguna ligeramente inflado (caso de "décembre", 2í1 linea). Tanto las unas como los otros se hallan siempre des ligados de la letra siguiente. - Los puntos de la "j" e "i", de altura variable, generalmente pesados. Velocidad moderada. Escritura curva. Rúbrica ondulante. Como muy característico, las rayas entre palabras, como un "rasgo del procurador" interior al texto. Todo ello, en el marco de un nivel de la forma medio alto, por más que algunas particularidades grafológicas quieran hacerlo aparecer como de nivel inferior. Este conjunto de rasgos nos hace pensar en un hombre difícilmente clasificable, tanto por la existencia de algunos contrastes definidos, como por la riqueza de matices que contribuyen a darle un sello muy personal. Nos encontramos ante alguien que sabe adaptarse a cualquier circunstancia sin perder de vista sus objetivos, ni su sentimiento de identidad. Sus dotes de observación e intuición le hacen ser un psicólogo nato a la hora de juzgar los móviles sociales de quienes le rodean: capta rápidamente los puntos fuertes y débiles de su interlocutor; por lo mismo tiene una rara virtud para sintonizar con cualquier grupo humano y manipular las situaciones en función de sus propios intereses.


En efecto, al poner su fina sensibilidad al servicio de la razón, su fuerza radica en la habilidad para establecer contacto sin comprometerse: su capacidad de cálculo y astucia le convierten en un temible especulador de la realidad. Se ha hablado de la falta de idealismo de Talleyrand; Brinton, uno de sus mejores biógrafos, se refiere concretamente a su falta de idealismo moral (3). A la luz de la Grafología aparece como un hombre que puede entusiasmarse por un objetivo concreto (en realidad es un apasionado circunspecto, valga le expresión), a cuyo servicio moviliza todas las energías, dirigidas por el radar de su intuición. No es egoísta, ni tampoco especialmente generoso, aunque pue de ser una u otra cosa según las circunstancias; en cualquier caso~ lo será de forma suave, unas veces con fina mordacidad, otras mostrándose incluso afectuoso. Como explicaré más adelante al tratar de su faceta amorosa, seria injusto calificarle de inmoral; más bien, ponía la moral a su servicio. Pero efectivamente, la abstracción que implica un "ideal moral" se halla fuera de la órbita de quien así escribe: dado su alto nivel intelectual, podrá concebirlo, incluso comprenderlo fácilmente, pero no se sentirá conmovido por él. Hay, por ai1adidura, otro aspecto. Ya he mencionado antes las dotes psicológicas de Talleyrand en la medida que fue un sutil conocedor de la dinámica social de sus semejantes. De Talleyrand podrá predicarse todo, excepto que fuese un ingenuo. Mas no era un psicólogo del tipo profundo, capaz de captar en toda su dimensión la interioridad humana. Su escritura, entre mediana y pequei1a, las numerosas rayas intercaladas en el texto, la exactitud con que coloca muchos puntos, nos hacen pensar en un observador .muy exacto en su consideración horizontal de la condición humana, más que en su sentido vertical. Según vengo observando en mi práctica grafológica, de acuerdo con ensei1anzas recibidas de mi maestro Mauricio Xandró, la tendencia a la escritura pequei1a junto a la inclinación desigual de las letras es común en las personas que espontáneamente saben aparentar una madurez humana, afectiva, que en realidad no poseen. Se tra ta de introvertidos que, merced a un buen nivel de inteligencia y plasticidad personal, funcionan como extravertidos, exhibiendo una curiosa facultad para amoldarse a cualquier tipo de situaciones y caer siempre de pie. Ya digo que no suele tratarse de fingidores conscientes y voluntarios, sino de gente con un estilo de representación que les brota naturalmente, y cuyas causas permanecen inconscientes para ellos mismos. Sin embargo, esta actitud la pagan con una tendencia a relaciones más bien inestables y poco profundas, como si tuviesen un cierto sentimiento de desarraigo. El caso de Talleyrand no ofrece dudas. Técnicamente -además de las interpretaciones anteriores- si nos fijamos en la fluctuación de las líneas, observaremos algo curioso: los renglones son ascenden-


tes, aunque algunos de ellos presentan descenso final; más importante aún es caer en la cuenta de que las palabras arqueadas son frecuentes a lo largo de todo el texto. predominando las de arco descendente. Si a esto le añadimos la diferencia de altitud en el tratamiento de los puntos (otra modalidad de fluctuación en este notable escrito), sacaremos fácilmente la conclusión: Talleyrand es un ciclotimico; un hombre que a lo largo del día presenta frecuentes variaciones en su estado de ánimo. Relacionado con lo anterior, podemos dar un paso más en la comprensión de este noble personaje: tiene una marcada labilidad afectiva y consecuentemente, débiles relaciones objetales (fluctuaciones ya mencionadas, inclinación oscilante, torsiones, escritura des ligada, rúbrica sinuosa...) hasta tal punto que forzosamente tiñe y condiciona su concepción del mundo, de la política, de las relaciones humanas en general y del amor en particular. Es' ésta una de las principales limitaciones de Talleyrand que él, maestro de paradojas, logra convertir en uno de los motivos de su encanto personal. Todo esto queda realzado por cierto descuido gráfico, propio de la persona que no se siente condicionada por la opinión ajena, de quien pasa por el mundo con cierto aire de nonchalance, pero sin perder

el sentido de las buenas maneras.

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de NaPole6n

C07no E7nperador.


Tanto la estructura global del texto como la particular de las palabras nos explican las características intelectuales de Talleyrand. Se trata de un gran intuitivo, con un nivel elevado de inteligencia, cuya lucidez mental se mantiene en cualquier situación. Esta claridad de ideas le permite meterse en los mayores enredos sin desconcertarse (de ahí su impasibilidad, que tanto admiraba a sus contemporáneos); antes bien, será él quien enrede a los demás. La escritu ra pequeña, en algunos casos discretamente gladiolada, unida a un espacio gráfico bien aprovechado y con equilibrio entre la masa escritural y el fondo blanco del papel, nos habla de una mente aguda, observadora hasta los más mínimos detalles, pero sin perder la visión de conjunto. El desligado sinuoso, la puntuación desigual y las rayas interiores nos recuerdan la atención libremente flotante del psicoanalista (abordaje flotante de lo real): quien así escribe tiene el don de la reserva, de la consideración analitica de las cosas, así como de la réplica dada en el momento oportuno. Por otra parte, sus cualidades de presión, inclinación y linealidad revelan sus aptitudes para la apreciación estética, tanto plástica como musical.

frío.

Dicen los franceses

que la venganza es un plato que se sirve

¿Era capaz de ello Talleyrand? Desde luego, no encontramos en su escritura el impulso cainita que tan claramente se refleja en la de Nappleón, por ejemplo. Todo lo que en éste es agresividad violenta lo es en Talleyrand el comedimiento. Dicho de otro modo, a Talleyrand parece faltarle el empuje asesino del auténtico vengador. Además, en su biografía se advierte una velada antipatía por la cosa militar (lo que sería comprensible, a la luz de lo que vamos viendo): "Con las bayonetas, sire, le dijo a Napoleón, se puede hacer todo menos una cosa: sentarse sobre ellas" (4). En otra ocasión, se refiere a su adolescencia: "...no tenía medios de defensa, estaba solo y sometido a una presión irresistible, más eficaz porque no empleaba ni amenazas ni violencia" (5). No. La escritura de Talleyrand es, más que nada, la de alguien que cree en la influencia de la palabra, en la capacidad dialéctica como astuto negociador y diplomático que fue. Las letras danzantes, las líneas serpentinas, las rayas interiores, unidas a las barras de la "t" situadas a la derecha (siempre prolongadas, unas veces firmes, otras moderadamente lanzadas), los óvalos discretamente abiertos... nos hacen pensar más bien en el hábil espadachín de salón que avanza y retrocede, desconcertando con su movimiento insidioso, y que lanza certeramente su estocada en el momento más imprevisto, se quita la careta y dirige a su oponente una amable sonrisa.

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Ciertamente, su estilo vengativo tenía que ser muy distinto del de Napoleón: lo que éste trataba de solucionar a cañonazos, Talleyrand lo resolvía mediante una suerte de prestidigitación. Si carecía del impulso avasallador de quien quiso dominar Europa, le quedaban la astucia y elegancia como para hacer honor al dicho: el plato lo servía frío. Cuando la derrotada Francia se vió ocupada por los aliados, los prusianos amenazaron con volar el puente de Jena, en París, si no se le cambiaba el nombre, ya que hacía referencia a una batalla para ellos de amargo recuerdo. Talleyrand accedió gustoso, y a partir de entonces se le llamó Pont de L'Ecole Militaire; los prusianos quedaron satisfechos, sin advertir la ironía atroz que implicaba el cambio de denominación (6). Así lo manifiesta Talleyrand, cuando escribe: "... una designación que satisfizo la salvaje vanidad de los prusianos, y que como juego de palabras es posiblemente una alusión más profunda que el nombre original de Jena". (7). En cuanto a la firma de este documento, merece consideraciones particulares. Lo que sigue es provisional, en tanto no recopilemos más escritos firmados. Decía Max Pulver que la firma IIcontiene una biografía in nuce" si bien, por diversas razones, no puede considerarse como la suma total del carácter (8); la temporalidad, expresada en su evolución y el hecho de que sea frecuente tener dos firmas, una oficial, otra privada, son determinantes. Ya he llamado la atención sobre la particularidad de que las letras del apellido aparecen ligadas, en contraste con el texto desligado (hay que añadir que las dos últimas palabras antes de la firma también aparecen ligadas, como excepción). Tenemos aquí uno de los varios contrastes que nos ofrece este desconcertante hombre. También está ligado el nombre a la rúbrica. Podemos ver en ello, además de las cualidades lógicas concomitantes, una necesidad de coherencia interna que le era tanto más necesaria como contrapeso a la diversidad de su vida. Por otra parte, el serpenteo del apellido, unido a la rúbrica ondulante, le da un no sé qué de escurridizo, reforzando las interpretaciones dadas a propósito del texto. Hay otra cosa igualmente importante. Talleyrand es en el fondo un timido, como la mayoría de los introvertidos que muestran una sociabilidad que no corresponde a su constitución psicológica. Este desfase propio y pudor afectivo suele producir vivencias de inadecuación. En el caso Talleyrand ésta parece concretarse grafológicamente en una firma cuyo cuerpo central es de menor tamano que el del texto.

1.0


Aunque no es el único caso, resulta siempre curioso encontrar este sentimiento de desvalorización en una persona cuya superioridad intelectual y brillantez social podrían haberle compensado razonablemente. Pero no. Es posible que una de las explicaciones se halle en un accidente de la infancia, a raíz del cual Talleyrand quedó con una leve cojera de por vida (9). Si bien, como señala su biógrafo Brinton (la) este accidente no parece haber dejado, por sí mismo, ninguna huella negativa en el alma de Talleyrand, sí lo fué su consecuencia. Talleyrand era en realidad el segundo de la familia, pero al morir el primogénito se convirtió en el heredero; en tal caso, lo normal era la carrera de armas, para la cual se hallaba obviamente imposibilitado. Por consiguiente, se obligó a Talleyrand a renunciar a sus derechos de primegenitura en beneficio de un hermano menor, al tiempo que se le introducía en la carrera eclesiástica, cosa también prestigiosa en su tiempo, por lo que a rebours la familia salió ganando. "Pero, escribe Brinton, fue una cosa muy mala para Charles-Maurice. Si existe, o puede imaginarse, un sacerdote ideal, o normal o típico, Talleyrand se halla todo lo lejos de ese sacerdote que permite la lógica o este mundo" (11). Hay que añadir a todo ello que Talleyrand confiesa en sus Me morias, con su peculiar estilo irónico, no haberse sentido querido en su infancia (12). Así pues, vemos cómo desde su infancia la vida de Talleyrand presenta sus fluctuaciones, contrastes, ires y venires: en su caso es completamente cierto, siquiera como metáfora, que la firma es una biografía abreviada. Notemos de pasada, además, el escaso orgullo familiar que se trasluce en la firma, desde la mayúscula hasta la última letra. No demasiada estima por la figura paterna y quizá la fama que tenía la familia de carecer de medios económicos para mantener su posición social, pudieron labrar el sentimiento del joven Talleyrand. También se conocen alusiones que expresan dudas en cuanto a la genealogía familiar, por lo que se recuerda al rey Luis XVIII, quien solía decir que en los títulos de nobleza de Talleyrand había una letra de menos: "Son del Périgord y no de Périgord" (13). El amor. Diversos autores se han ocupado de las similitudes y correspondencias entre el amor y la política. Evidentemente, no tendrá la misma actitud una persona de mentalidad dictatorial que otra de ideas liberales: igual que en otros muchos aspectos de la vida, lo ideológico se filtra y encarna en lo psicosomático. Con todo, no pue do extenderme en tan atractivo tema, abusando de la paciencia del discreto lector, pues rebasaría los límites del presente artículo.

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Bástenos con saber que Talleyrand. según ¡..>w¡.>ia confesión, era partidario de un estilo de gobierno nsage et prudemment tempere (14). y como era de suponer, también en su vida privada hizo gala de su capacidad de adaptación. Dice Vailland en su excelente libro nLaclos. Teoría del liberti:' non (15) que el libertinaje es lo contrario del amor-pasión, de donde se sigue que el libertino no es un don Juan éste se excita indistintamente ante cualquier objeto del sexo opuesto; el libertino es más selectivo y elige libremente el objeto de su pasión ("... lanzó sobre mi la fría mirada del verdadero libertinon) (16). En verdad, nada de esto puede aplicarse a Talleyrand, como no sea matizándolo mucho. Ya hemos visto que su escritura tiene senales de pasión, pero no excesivamente marcadas y en todo caso, compensadas -temperadas- por los rasgos grafológicos de prudencia. Talleyrand a lo largo de su vida tuvo un respetable número de amantes. Si bien es cierto, como he dicho repetidamente, que se adaptaba a cualquier tipo de personas, es de suponer que en los asuntos amorosos buscaba unas afinidades más concretas. De la que acabó siendo su mujer, la indiana Catalina Worlée, confesó que le atraían tres cosas suaves: la piel, el aliento y el humor (17). Brinton (18) afirma que siempre parece haber estado enamorado. A mi juicio, y remito al lector a lo ya dicho sobre la labilidad afectiva de Talleyrand y sus débiles relaciones objetales, aunque no dudo que se haya manifestado así a los ojos de los demás, es difícilmente creíble que este hombre haya estado alguna vez profundamente enamorado, principalmente atendiendo a su evidente incapacidad para una vinculación sexual y afectiva estable. Parece ser que al final de su vida se enamoró perdidamente de una dama, que no le correspondió. Pero en ello hay que ver más bien un desvarío de la senilidad .en un hombre acostumbrado al ejercicio del poder. La realidad grafológica apunta en otro sentido: la inclinación dextrógira, la presión aterciopelada, el desligamiento general (incluyendo los pies, que permanecen en fQrma de gancho, con torsiones y algunas debilidades) y el relativo descuido gráfico... Es más bien el retrato de un amante afectuoso y sensual, no muy fiel. No se tra ta de un inmoral, en la medida que no va en contra de nada: nada más lejos de su intención. Es distinto; se trata del desprendimiento de quien se siente libre de cualquier imperativo categórico: es él el que tiene la moral, no la moral la que le tiene a él. Demasiado práctico y calculador para ser un . don Juan demasiadQ sensible para ser un libertino, esto y no otra cosa parece haber sido Talleyrand: un sagaz posibilista del amor. Su escritura se refiere que al ávido amante poseedor de una libido imperiosa (como era el caso de Napoleón), al oportunista en

12


materia de dinero, al refinado gounnet, al hombre que busca segadamente un placer sensual en el que echar raíces.

so-

Este es, en suma, el Talleyrand que hemos encontrado a través de la Grafología; ciertamente, guarda una similitud básica con el que nos presentan sus biógrafos: un hombre con una densidad de matices poco común. La diferencia radica en que precisamente aquellas notas personales que sirvieron para denostarlo, le hacen agradable a mi mirada de grafólogo, porque fueron las armas que le permitieron salir triunfador en muchas circunstancias difíciles, como el famoso congreso de Viena (en el que contribuyó decisivamente a la construcción de la Europa moderna); y más simplemente, porque dan la clave de su atracción humana. Madrid, 25-Nov-86 N O T A S (1) BRINTON, c.: AUSTRAL NQ 1.384.

LAS VIDAS DE TALLEYRAND. ES PASA CALPE, MADRID, 1.945.

(2)

BRINTON,

c.:

OP. CIT.,

P.

(3)

BRINTON,

c.:

OP. CIT.,

PAG.

COLECCION

19. 201.

(4) CITADO POR ORTEGA Y.GASSET, EN ORTEGA Y GASSET, J.: LA REBELION DE LAS MASAS. OBRAS COMPLETAS, TOMO IV. REVISTA DE OCCIDENTE, MADRID, 1.955. P. 233.

(5)

BRINTON, C.:

OP. CIT.,

P. 32.

(6)

BRINTON, C.:

OP. CIT.,

P.

(7)

BRINTON, c,:

IBID, P.

153.

152 S.

(8) PULVER, M.: EL SIHBOLISMODE LA ESCRITURA. ED. VICTORIANOSUAREZ. MADRID, 1.953; P. 178. (9) TALLEYRAND,CH. H.: HISTORIA¡ MADRID, 1.985.

MEMORIAS. ED. SARPE. COL. BIBLIOTECA DE LA P. 57 S.

(10)

BRINTON, C.:

OP. CIT.,

P. 28 S.

(11)

BRINTON, C.:

OP. CIT.,

P. 29.

(12)

TALLEYRAND,CH. M.: OP. CIT.,

(13)

BRINTON, C.:

(14) JUTGLAR, A.: BARCELONA,1.969;

OP. CIT.,

P.

P. 60 SS.

25.

COLABORACION EN LA HISTORIA DEL HUNDO. ED. SALVAT, TOMOVIII, P. 333

(15) VAILLAND, R.: CELONA, 1.969.

LACLOS. TEORIA DEL LIBERTINO. ED. ANAGRAMA,BAR-

(16)

OP. CIT.,

VAILLAND, R.:

P. 44 ss.

(17) TALLEYRAND,CH. M.: OP. CIT., clA TOLOSA, P. 34. (18) (19)

BRINTON, c.:

OP. CIT.,

P. 49. 13

PROLOGODEL TRADUCTORJESÚS GAR-


BIBLIOGRAFIA

CITADA Y CONSULTADA

BRINTON, c.:

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ORTEGA Y GASSET, 1.955.

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PSICOANALISIS y ESCRITURA ¿Puede pslcoanallzarse su escritura?

a una persona a través de la Investigación de

SI nos referimos a la posibilidad de analizar la personalidad y las relaciones con las figuras parentales, los diversos traumas Que se advierten a nivel Inconsciente, no cabe duda Que la escritura los va a detectar y dentro de este terreno podemos clasificar los famosos compleJos freudlanos asi como el estado de IIbldo. Pero, sobre todo, la escritura y la Interpretación grafológlca de la misma puede llevar al psicoanalista a saber cómo va su paciente, porque la letra va a detectar, slmultaneamente, el éxito o el fracaso del tratamiento, los avances reales, lo que realmente sucede en su subconsciente, Que le va a ayudar a modificar conduCtas o métodos operativos, a saber, en definitiva, el terreno que pisa. ¿No es esto algo extraordinario y complementario a la labor terapeutlca del psicoanálisis? C. B. A.

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