El beso de la Inmortalidad Alice Moon 1er capitulo

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Alice Moon Amor de sangre - El beso de la inmortalidad



Alice Moon

Amor de sangre EL BESO DE LA INMORTALIDAD


El beso de la inmortalidad. Libro 1 de la serie Amor de sangre Título original: Kuss der Unsterblichkeit. Blood Romance 1 © Alice Moon © de la traducción: Carmen Villa Menéndez © de esta edición: Libros de Seda, S.L. Paseo de Gracia 118, principal 08008 Barcelona www.librosdeseda.com info@librosdeseda.com

Diseño de cubierta y maquetación: Pepa y Pepe Diseño Imágenes de la cubierta: Loewe, Depositphotos, Thinkstock Primera edición: abril de 2013 Depósito legal: B. 8613-2013 ISBN: 978-84-15854-09-8 Impreso en España — Printed in Spain Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo públicos. Si necesita fotocopiar o reproducir algún fragmento de esta obra, diríjase al editor o a CEDRO (www.cedro.org).


Solo tenemos una hora. Y cuando una hora es feliz, es mucho. Theodor Fontane



Capítulo 1 Sé que es un milagro, aunque la verdad es que no creo en los milagros. Hace tanto que no veo a mi padre así… apenas logro acordarme. Tiene un aspecto relajado y satisfecho. Se me saltan las lágrimas. Pero no son el tipo de lágrimas que duelen, sino lágrimas que lavan el dolor, que hacen desaparecer la niebla que me rodea desde hace meses, que por fin me dejan ver con claridad, que me hacen la vida visible de nuevo. Lloro solo para mí. Un llanto silencioso, para que no se despierte. Aún tiene que cuidarse, debe recuperarse. Lo ha logrado, esta vez estoy segura. No le volveré a dejar solo jamás. Nunca más. Parpadea, abre los ojos. Sus ojos marrones, descansados. Unos ojos que durante largo tiempo han permanecido 7


cerrados sin ver la luz. Me sonríe y le devuelvo la sonrisa. Ahora todo irá bien. Podré escuchar su cálida voz y abrazarle, sentir su olor de hogar, de felicidad y de plenitud. Me dirijo hacia él despacio, no quiero estropearlo. Con cuidado, alargo mi mano hacia la suya. Está caliente y viva. Es auténtica, es de verdad. No ha sido una ilusión. Esta vez no…

Dustin se apresuró por el oscuro pasillo hasta la escalera. No encendió la luz, con la escasa claridad nocturna podía ver de sobra. La noche le atraía, lo llamaba, y él seguía su voz. Ansiaba el aire libre, anhelaba ese silencio aterciopelado y oscuro. Por precaución, había decidido no llevar zapatos. Era poco probable que le oyese alguien a las cuatro de la mañana allí, en la parte abandonada de la residencia; sin embargo toda precaución era poca. Dustin no quería llamar la atención ni en su nuevo instituto ni en la pequeña ciudad de Rapids. Pero, sobre todo, no quería encontrarse con nadie antes de lo necesario. Las últimas horas para él solo eran siempre un regalo. Eran horas en las que, por un breve espacio de tiempo, el pasado perdía peso y el futuro se extendía aún inmóvil ante él, como un mar en calma. 8


Horas intactas en las que no había nada decidido, que aún no revelaban nada del mañana que se acercaba inexorable. Horas de expectación, llenas de promesas, que albergaban posibilidades y milagros, y que no estaban envenenadas por ninguna decepción… Las contadas horas vírgenes antes de un nuevo comienzo. Dustin disfrutaría esas horas tanto como pudiese, intentaría descomponerlas en partículas más pequeñas, en minutos y segundos, para saborearlas hasta la última gota. Quizá lo consiguiera, aunque ya no contemplaba toda la incertidumbre que tenía ante él con la misma alegre excitación y curiosidad de antes. Había demasiado en juego, conocía ya las reglas demasiado bien. Sentía desasosiego. Estaba nervioso, nada sorprendente después de todo lo que había pasado en las últimas semanas. Pero quizá allí pudiera reponerse un poco. Se había decidido expresamente por la aburrida ciudad de provincias de Rapids cuando unos días antes había tenido que abandonar precipitadamente Chicago. Y es que lo que necesitaba Dustin era tranquilidad. Además, Canyon High era uno de los pocos institutos que contaba con una residencia en la que se alojaban los estudiantes que cursaban allí un año de intercambio o cuyos padres estaban de viaje a menudo. Esto le había ahorrado a Dustin la pesada búsqueda de alojamiento. Afortunadamente, le habían asignado una habitación 9


individual en el recinto del instituto, una habitación ubicada en el ala oeste y, por tanto, en la parte antigua de la residencia. —Bueno, joven, se te ha hecho un poco tarde para la solicitud —le había dicho disculpándose un bedel de pelo canoso cuando Dustin se sentó al otro lado del escritorio de su despacho—. Este año todos los demás alumnos se han cambiado al nuevo edificio. Si hubiera sabido que aún vendría alguien más, seguramente habría podido arreglarlo de alguna forma, pero ahora ya... En fin, quizá surja algo durante el semestre y puedas cambiarte. Dustin había asentido. —Pero también tiene sus ventajas —había murmurado el viejo—. Al fin y al cabo, tienes toda el ala oeste para ti solo. Como mucho, alguna vez pasará allí la noche algún que otro ponente invitado o padres que vengan de visita. Eso sí, mejor que no seas un gallina. —El bedel había mirado a Dustin con una sonrisa torcida—. Aunque a mí me pareces bastante sensato. —En serio, no es ningún problema —Dustin había contestado educadamente y escuchado las instrucciones respecto al reglamento interno. —Y también hay otra cosa a la que deberás prestar especial atención —había explicado el viejo antes de dejarle dos llaves en la mano—. Esta grande es la de tu ha10


bitación. Y la más pequeña es para la entrada principal al edificio nuevo. Utilízala cuando entres y salgas del edificio, ¿capito? Después de las diez la puerta debería estar siempre cerrada. Dustin había hecho un gesto afirmativo mientras el hombre proseguía. —Antes la entrada principal de la residencia estaba en el ala oeste, pero desde las reformas esa es ya solo una salida de emergencia y no puede cerrarse nunca. Además, está estrictamente prohibido merodear por la vieja escalera. Si veo a alguien fumando tendrá problemas. Eso también vale para ti, aunque creas que como único ocupante del ala oeste tienes todas las libertades. Mantente lejos de la escalera y utiliza la nueva entrada principal, como todos los demás. Dustin había asentido de nuevo, sintiéndose como un niño pequeño al que se le manda a la cama a las siete y que no coma ningún dulce después de lavarse los dientes. —Bueno, y ahora viene algo un poco más complicado. —El bedel había sacado otra llave con una cinta azul atada y lo miraba con seriedad—. Esta de aquí es la llave de la nueva puerta de seguridad entre el edificio actual y el viejo, donde está tu habitación. Ven, te la mostraré. Habían subido al primer piso del edificio nuevo y desde allí habían recorrido un largo y solitario pasillo hasta una gran puerta de cristal. 11


—Esa de ahí es la vieja ala oeste, ahí está tu habitación —había explicado el viejo mientras señalaba hacia el otro lado del vidrio—. Ahora en el piso de abajo hay almacenes. Espero que el primer piso esté bien. El resto solo puede utilizar esta puerta protectora en caso de emergencia, y únicamente se puede abrir desde esta parte. —Giró el picaporte y abrió la puerta, y después dejó que se volviera a cerrar—. Desde tu parte solo hay un pomo, para que nadie pueda entrar a robar en el edificio a través de la salida de emergencia. Así pues, debes abrir siempre con llave cuando quieras atravesar el edificio nuevo. Y para eso necesitas esta llave. Pruébala. Dustin había ido obediente al otro lado de la puerta y la había abierto desde allí. El bedel había asentido satisfecho. —Bien, y esta llave no se la dejes a nadie. A continuación le había llevado por fin a su pequeña habitación amueblada. Dustin se había sentido más que aliviado: imposible haber encontrado algo mejor. En otro tiempo no hubiera pensado lo mismo, y no habría dejado piedra sin remover hasta conseguir estar en el centro de todo, en el meollo. Pero de momento así era perfecto: tenía todo el ala para él, no parecía probable que los demás fueran a abandonar voluntariamente su moderno y lujoso edificio con expendedores de chocolatinas, salas comunes y 12


cibercafés para pasar el rato por ahí. Así podría, en primer lugar, tratar de recobrarse y, cuando quisiera o cuando le urgiese, salir al exterior sin ser visto a través de la desierta escalera. El muchacho había guardado la llave de la puerta de seguridad en el cajón de su escritorio, para tenerla siempre a mano cuando quisiera salir a través del edificio nuevo. Pero esperaba que el bedel tuviera cosas mejores que hacer que estar pendiente de por qué puerta salía de la residencia. A pesar de la prohibición utilizaría la salida de emergencia de la escalera del ala oeste… sobre todo cuando tuviera que salir por las noches. De esa forma nadie le haría preguntas estúpidas sobre sus ocasionales salidas y, además, podría escabullirse más fácilmente de las fiestas de la residencia y las rondas de cervezas furtivas. Tan solo unos años antes era Dustin el que organizaba ese tipo de juergas, y era conocido como anfitrión de las fiestas más populares. Todo el mundo se pegaba, por así decirlo, por hacerse con una invitación de Dustin, el rey de las fiestas, el garante del éxito de las veladas, el anfitrión perfecto y pródigo, que siempre estaba de buen humor y a cuyos pies caían rendidas las muchachas. Habían sido buenos años, sin preocupaciones ni inquietudes. Años sin hambre voraz, sin presentimientos amenazadores y sin la terrible verdad. Estos sombríos 13


acompañantes se habían ocultado hábilmente de Dustin durante mucho tiempo, aunque siempre se hubieran mantenido cerca de él y hubiesen aguardado en oscuros rincones a su gran salida a escena. Y cuando salieron arrastrándose de sus escondrijos y se rieron en su cara con malicia trajeron consigo la eternidad. Y desde entonces se habían quedado. No volverían a perder de vista a Dustin… como tampoco lo haría ELLA. Pero él había aprendido la lección. Y por ello en esa ocasión trataría de pasar lo más desapercibido posible. Al menos hasta que conociera el alcance de su transformación. Aún no podía saberlo con exactitud, en casos como el suyo pasaban al menos un par de días hasta que su estado se volvía a estabilizar. Sin embargo, temía que el impacto fuera esta vez muy fuerte. Tenía que esperar un poco más, tenía que contar con cambios en su carácter y en su cuerpo. Cuando Dustin salió al exterior y respiró hondo el aire de la noche, sintió cómo iba reduciéndose un poco la tensión de las últimas semanas. Con el paso del tiempo, la oscuridad se había convertido en protectora, en confidente y en hogar. En un segundo mundo silencioso que había llegado a conocer casi tan bien como la vida de la que antaño no se cansaba nunca, saturada de colores chillones y ruidos estrepitosos, risas engañosas y palabras inútiles. Una vida que tantos otros vivían a su 14


lado, pero que no vivían con él. Una vida que, aunque es cierto que le sedujo con horas, días, semanas y años, le ocultó el valor del tiempo. Una vida llena de aburrimiento... Dustin notaba cómo sus sentidos se adaptaban a la noche: se aguzaban, ganaban en intensidad. Aunque no hubiera sabido que era final de septiembre habría podido adivinar la época del año con exactitud. Sentía el olor del verano agonizante, podía identificar claramente cada desnivel y cada mala hierba entre los adoquines del recinto escolar y percibía con precisión cada crujido y chasquido de los árboles y habitantes del bosque de Canyon Forest, situado a unos doscientos metros del recinto y lindante con él. Sí, sus sentidos habían experimentado una clara mejora, lo cual era un indicio de que se había acercado más al otro lado. Y eso significaba al mismo tiempo que había vuelto a perder un pedacito de sí mismo. Ya al principio de esa noche lo había sentido, cuando se habían disipado los últimos efectos de su crimen, cuando su corazón se había vuelto más y más tranquilo y cansado, como si quisiera echarse a dormir. La niebla se había vuelto a cernir sobre Dustin como una capa sucia y helada, solo que más pesada y densa de lo habitual. Ya entonces había sospechado que el precio pagado esta vez había sido muy alto. 15


Pero quizás aún no estaba todo perdido, quizá quedaba todavía algo de él. Lo suficiente como para seguir viviendo con ese resto. Vivir… Dustin resopló con desdén. De algo sí estaba seguro: ya no se recobraría tan rápido. Incluso era posible que no lo lograse nunca. Necesitaba una pausa para asimilar lo ocurrido. Para conjurar esas horrorosas imágenes de su memoria. Esa delicada cara, esos ojos que lo habían mirado llenos de miedo y con una súplica muda hasta el final. Hasta que todo había acabado. Dustin se estremeció. Había cometido un error, lo tenía claro. Un enorme e imperdonable error, que no se podía repetir bajo ninguna circunstancia. Fue demasiado ingenuo, a pesar de los años había pecado de irresponsabilidad. Tenía que estar alerta, en guardia. En guardia por él mismo y, por supuesto, por ELLA. ELLA le encontraría. Antes o después volvería a descubrirlo. Y él debía estar preparado para ello. En todo momento y en todo lugar, porque ELLA era poderosa y fría. Dustin sintió hambre por primera vez desde el incidente. Una sensación desagradable, urgente y punzante. Ya era hora de ponerse en camino y reponer fuerzas. Necesitaría estar fuerte para superar bien el primer día. Porque los primeros días eran siempre los más duros. Aunque tenía ya práctica y, siempre que cumpliese rigu16


rosamente las reglas que se había impuesto para su estancia en el Canyon High, no tenía nada que temer. Unas reglas que en ese caso eran más importantes que todos los propósitos del pasado. Otro error le podría costar a Dustin lo poco que aún le quedaba. Se volvió lentamente con los ojos cerrados, aguzando el olfato, como si quisiera seguir un rastro. El bosque vecino, el Canyon Forest, era otro punto a favor del nuevo hogar de Dustin. Allí encontraría siempre sin problemas y sin llamar mucho la atención algo que calmase por un breve espacio de tiempo su hambre, aunque no así su deseo. Sería suficiente para no hacerse notar y no cometer ninguna estúpida imprudencia. Ni un paso en falso más. Ni desvaríos ni palabras bonitas. Ni promesas precipitadas. Sin hacer ni el más mínimo ruido, Dustin se puso en camino. Con su paso ligero y ágil casi parecía deslizarse por el bosque en medio de la noche. En lo que no reparó fue en la figura que le observaba desde una ventana de la otra ala de la residencia y que más tarde se dirigió a través de la oscuridad hacia el ala oeste...

Me hace bien sentir el calor de su cercanía. Pero me doy cuenta de que es suficiente por el momento; no solo para él, también para mí. Ya sé que ahora todo va bien, que todo 17


irá bien… como antes. De pronto volvemos a tener tiempo. Tiempo valioso, que merece la pena vivir. Aún debe dormir un poco, tiene que descansar. Sonrío a mi padre por última vez, quiero soltarme suavemente pero su mano no me deja. Me sujeta. Más y más fuerte. Sus dedos se vuelven fríos, fríos y huesudos como los de un esqueleto, y agarran mi mano como una mordaza. No puede ser, no es posible, debo de estar equivocada. Esto no está pasando, no es verdad. ¿Dónde están sus ojos? Busco sus dulces ojos marrones para que me digan: «Todo está bien, no te inquietes, cálmate, estos son solo los últimos confusos mensajeros de tu propio miedo…». Pero en vez de eso veo dos cuencas oscuras en un rostro flaco y exangüe. ¡Fuera, fuera, quiero salir, volver a mi niebla! Allí donde todo es brumoso, impreciso y calmado. No quiero ver esto, no quiero volver a vivirlo, otra vez no. «Tú estabas aquí, papá, tú aún estabas aquí, ¡estabas de verdad, eras tú!», quiero gritar, pero de mi garganta no sale ni un sonido. En vez de gritar, lo siento. Siento cómo se acerca sigilosamente, cómo me cerca, cómo se desliza dentro de mí. Este indescriptible y terrible frío contra el que nada puedo hacer. El frío que se abre camino sin piedad por todas mis venas hasta que alcanza mi tembloroso corazón, que rodea 18


con su mano fría y comprime hasta que este deja de defenderse y se transforma en un pedazo de hielo inmóvil. Entonces grito por fin…

Sarah se sobresaltó por su propio grito. Respiraba con dificultad; estaba sentada en la cama y tenía el camisón húmedo y pegado al cuerpo. El corazón le latía con fuerza en el pecho, como si quisiera estar seguro de que ya estaba por fin despierta y que había ahuyentado la pesadilla que se había colado en su sueño para robarle la calma. Que vivía y respiraba. Sí, estaba despierta. Estaba viva. Ella sí. Sentía en la boca un sabor metálico, dulce. Debía de haberse mordido la lengua. Junto con la sangre y la saliva, trató de tragar también a través de la garganta seca las terribles imágenes de la noche. Pero esta vez necesitaría más tiempo del habitual para calmarse. Esta vez había estado más cerca de él que nunca... Qué crueles, qué engañosos podían ser los sueños. Recitó mentalmente el alfabeto al revés. Se concentraba en inspirar durante tres letras y expirar otras cuatro letras. Eso ayudaba. Hacía más de un año que le ayudaba. Desde que su madre y ella se habían mudado de Chicago a la pequeña casita de Rapids, una ciudad de 19


provincias no muy lejos de Madison. Desde que la acechaba ese horrible sueño. También en otro tiempo le había resultado de ayuda cuando notaba que sus emociones se desbordaban de nuevo; cuando amenazaba con explotar, con ponerse a dar gritos; cuando en su estómago se cernía una oscura nube que luchaba por salir a la superficie. —Sin duda ese carácter temperamental lo has heredado de mi padre —le decía siempre su madre cuando la tomaba con ella. Sarah se había sentido orgullosa, y es que había admirado mucho a su abuelo. Había sido investigador y había conseguido grandes logros en su vida—. Y eso —afirmaba la madre de Sarah— porque era un hombre que vivió con pasión. Que era generoso y tolerante, pero también orgulloso. Disfrutaba de las cosas más pequeñas como un crío y con el mismo fervor se enfadaba por tonterías. Y en ocasiones podía ser bastante rencoroso… Sarah tenía ahora su carácter temperamental bajo control, o mejor dicho, estaba cada vez más y más dormido, y salía a la luz solo en contadas ocasiones. Quizá porque los sentimientos eran demasiado duros y perturbadores. Los sentimientos significaban que uno se sublevaba contra algo, se rebelaba, apostaba por una cosa, por una persona, luchaba por sus derechos, pues algo era importante para uno. Los sentimientos requerían fuerza. Igual 20


que la risa cuando lo que a uno le apetece es llorar. Y ella carecía de esa fuerza. La había perdido el día que su padre había muerto. Sarah sintió cómo su corazón se calmaba y encogía, el latido se apaciguaba. Con dedos húmedos, palpó buscando el interruptor de su mesita de noche y encendió la luz. Echó una mirada al despertador y vio que ya eran más de las seis y, por tanto, demasiado tarde para volver a dormirse. De todos modos, en media hora ya sería la hora de levantarse y vestirse, de aparecer de buen humor para desayunar y de regalar a mamá un aspecto radiante que le hiciera creer que todo estaba bien. De momento, así era como mejor funcionaba. Así lo habían acordado. Después se subiría en el bus y se dirigiría al inicio de un nuevo curso. «Al menos ya es martes, así que será una semana corta», pensó Sarah. Y por lo demás, ese primer día tras las vacaciones sería también más fácil que el del último año. Sarah se estremecía al recordar el momento en que el director le dio la bienvenida ante todo el mundo y todos los ojos se dirigieron hacia ella. Pero hoy podría ahorrárselo. Ella no sería una de los novatos. Ya no la mirarían boquiabiertos todos los jugadores de fútbol, los empollones y las animadoras, que con afán sensacionalista querían descubrir a qué grupo se uniría Sarah, con quién pegaba y por qué se había cambiado de insti21


tuto. Esta vez la dejarían en paz. Estaba catalogada como agradable, callada, difícil de conseguir para los muchachos y aún más difícil de encasillar. Tildada como apéndice ocasional de la pandilla en torno a la guapa de Carol y como amiga de la singularmente reservada May. Como asistente poco habitual de fiestas, nunca inclinada a los besuqueos ni al alcohol. Como una alumna bien vista, aceptada, pero que nunca se echaba de menos de verdad. Sarah bostezó. ¿Había alguna descripción mejor de «aburrida»? Tomó un trago de agua del vaso medio lleno que reposaba junto a su cama. Estaba tibia y se había ido todo el gas, pero aun así le sentó bien, y es que tenía la punta de la lengua áspera como papel de lija. Con cierta vacilación, palpó después en busca del sobre que estaba bajo su almohada. Hoy era su cumpleaños. Hoy hacía diecisiete años que su padre y ella se habían mirado por primera vez a los ojos. «Hola, pequeña Sarah. Yo soy tu papá. Y esto de aquí es el mundo, tu nuevo hogar.» Esas fueron las primeras palabras que Sarah oyó de su padre. Y él se había acordado en cada uno de sus cumpleaños y había afirmado que Sarah le había mirado entonces con los ojos muy abiertos y respondido con una sonrisa de comprensión. Ya desde su duodécimo cumpleaños, cuando venían sus amigas a casa, a Sarah la historia le sacaba de 22


sus casillas y se avergonzaba de su padre. Pero hoy le habría gustado escuchar la historia de su nacimiento y en particular aquellas primeras palabras. Las primeras palabras... Sarah respiró hondo. ¿Acaso no era su cumpleaños una buena ocasión para abrir la carta? ¿A qué esperaba? Sintió cómo su corazón volvía a agitarse. No, aún era muy pronto. Una vez hubiera leído la carta ya estaría todo dicho. A esas líneas no les sucedería nunca ni una sola palabra. Sarah quería guardarse esas últimas palabras de su padre, no quería devorarlas con los ojos y malgastarlas. Dejaría pasar más tiempo. De todas formas, su vida no podía ser más aburrida, estaba formada por ratos interminables… ¿Qué significado tenía ya el tiempo? Sarah acarició el sobre con cuidado y escuchó los pasos de su madre acercándose. —Sarah, cariño, ¿estás despierta? —dijo antes de llamar a la puerta, como siempre más fuerte de lo necesario. —Mmmm… —¡Ya puedes ir al baño! Sarah apartó lentamente la manta. Antes siempre había tenido un baño para ella sola, sin embargo ahora compartía con su madre un espacio minúsculo con ducha, lavabo y azulejos de flores. Su madre lo encontraba muy acogedor, pero Sarah se golpeaba continuamente en los codos con todo, así que siempre tenía moratones. A veces envidiaba a su amiga May, quien, como ella, ha23


bía llegado a Canyon High el año anterior. May tenía una habitación en la residencia, no especialmente grande, pero espaciosa de sobra. Y, sobre todo, tenía un baño para ella. El día anterior May le había contado por teléfono que desde el traslado al nuevo edificio tenía aún más espacio. —Quizá puedas subalquilarle la ducha a alguien —había dicho ella riendo. Pensar en May le hacía más fácil levantarse. Ella y la muchacha guapa y callada, con sus mechones rubios y sus radiantes ojos azules, se habían entendido bien desde el principio y sin demasiadas palabras. May no era una de esas cotorras que se le cuelgan a una del brazo y acosan a preguntas para averiguar cualquier detalle privado, solo para después soltar la historia de su propia vida, «mucho más interesante». May era introvertida, respondía siempre con amabilidad cuando le preguntaban, pero por lo demás no contaba mucho sobre sí misma. De hecho, a Sarah esto le iba muy bien, porque así tampoco ella tenía que exponerse más de la cuenta. Cuando May le preguntó por qué se había mudado su familia a Rapids, le había bastado con su breve respuesta: —Fue idea de mamá. Si hubiera sido por mí, nos habríamos quedado en Chicago, pero tras la muerte de papá quería a toda costa un cambio de escenario y salir de la gran ciudad. 24


May se había estremecido durante un breve instante, aunque después había asentido y no había vuelto a preguntar. Así pues, Sarah no le había tenido que hablar del asesinato en su barrio, otro de los motivos por los que su madre había decidido mudarse y un tema que Sarah no volvería a mencionar motu proprio. Las terribles fotos del muchacho asesinado, que mostraban en las noticias día tras día, la seguían acompañando, e incluso se colaban por las noches en sus sueños. Ella también había sido breve sobre su propia historia, y únicamente le había contado a Sarah que sus padres viajaban a menudo al extranjero por trabajo y nunca se quedaban demasiado en un mismo lugar. May les había acompañado durante un tiempo por el mundo, pero después se había hartado del continuo cambio de colegio. Por ese motivo ahora sus padres le pagaban la habitación en la residencia. Sarah suponía que la familia de May debía de ser bastante rica, pero si eso era cierto su amiga no alardeaba en absoluto. Era modesta y nunca iba excesivamente emperifollada ni llevaba ropa de diseño, como Carol y Anna. Un vapor sofocante la golpeó al abrir la puerta del baño. —Mamá, ¿no podrías ventilar cuando salgas de la ducha? —¡Se me ha pasado! 25


Sarah suspiró. Típico de su madre, siempre con el pensamiento en algún otro lugar. Hizo bascular la pequeña ventana del baño y se quitó el camisón por encima de la cabeza. Con una toalla limpió el espejo empañado y se observó. —¿Por qué siempre llevas vaqueros y esas aburridas camisetas? —le había preguntado Carol al final del curso anterior—. Sácate partido, eres superguapa. Apuesto a que podrías tener detrás de ti a un montón de tíos buenos si alguna vez te pusieras una falda corta y te pintases los ojos. Así tienes un aspecto demasiado pálido. Sarah cerró los ojos con fuerza. Esos ojos color avellana con largas pestañas oscuras y las cejas tupidas se los debía a su padre. Una vez, estando sentada en el bus y con su rostro reflejado en la ventana cubierta de lluvia, Sarah había creído por un instante que su padre la miraba desde fuera. Por entonces llevaba un par de días muerto y aún no se había hecho a la idea de que nunca regresaría con ella. Había cerrado la puerta a la verdad como si de un perro travieso se tratase. Un perro que sabemos que espera fuera, que está sentado ante la puerta y ladra hasta que ya es imposible no hacerle caso. Su piel había adquirido en las vacaciones un bonito tono ligeramente bronceado y solo en las zonas donde no llegaba el sol se dibujaba su habitual tono más claro. Su madre tenía razón, las vacaciones en la casa de vera26


neo de la Costa Este les habían venido bien a las dos. No solo su madre tenía mejor aspecto, ella misma lo notaba también, ya no estaba tan delgada como el curso anterior. En las caderas incluso había aumentado un poco, así que la cintura le destacaba más y su figura resultaba más bonita, ya no parecía un poste andante. En cierto modo, se había vuelto más femenina, más suave… y eso le gustaba. Su pelo castaño claro, que con el sol había adquirido unas mechas doradas, había crecido bastante y ya le caía por debajo de los hombros. Sarah se alejó de su imagen reflejada. De hecho, ya le iba bien si no llamaba mucho la atención, ya fuera con o sin maquillaje. Nunca había necesitado tener a mucha gente a su alrededor, tampoco en su anterior instituto. Allí únicamente estaba con sus dos mejores amigas, Mona y Jill, a las que conocía desde la guardería. Aparte de ellas, solo tenía un par de conocidos. Los muchachos le habían interesado poco hasta entonces, aunque ello se debía más bien a la falta de oferta. Excepto Dan… De él se había prendado como un año y medio antes en las competiciones de deporte de verano. Sí, Dan... Sarah había sentido más que simpatía por él. Pero no era la única que pensaba así, y que a él también le gustase y quisiera quedar con ella había sido una sorpresa. Tenía que reconocer que la había desbordado. Quién sabe qué habría pasado si Mona y Jill no le hubiesen dado tanto la lata, 27


si no hubieran insistido sin cesar. Quizá no habría aceptado su invitación a aquella cita. —Venga, Sarah, al muchacho le gustas. Ahora no seas tonta y no dejes que se te escape. Ya va siendo hora de que empieces algo con un tipo. Y Dan está buenísimo, no es para nada uno del montón. No todas tenemos una primera oportunidad increíblemente sexy servida en bandeja de plata. —Sarah aún podía oír las palabras de sus amigas. Se había dejado más o menos convencer para salir aquella tarde con Dan. No es que no hubiera sido agradable, aunque Sarah tampoco sabría decir si de ahí hubiese podido surgir una auténtica relación. Es cierto que Dan se había molestado mucho por ella más tarde y que la había llamado varias veces, pero ella no había querido hablar con él. No después de lo que había pasado aquella noche mientras se besaban. ¡Nunca se lo perdonaría a sí misma! Y así, su historia con él se quedó en nada. ¡Mierda, ojalá pudiera borrar por completo de su memoria todo aquel asunto! Sarah se sacudió, como si así pudiera librarse de aquel recuerdo. A continuación se metió en la estrecha cabina de ducha. Cerró los ojos y sintió cómo su cuerpo se relajaba lentamente bajo la capa de chorros de agua y se iba lavando la opresión que aún persistía del miedo de la noche. «Ojalá tú, horrible pesadilla, pudieras desaparecer para siempre por ahí, por el desagüe», pensaba Sarah. Sin 28


embargo, sabía que siempre regresaría. Quizás en otro traicionero disfraz, pero lograría abrirse camino de nuevo en sus sueños y volvería a embaucarla con sus engañosas palabras y rostros, la cegaría y le haría tener esperanza, solo para después lanzarla dolorosamente de vuelta a la realidad, acompañada por terribles imágenes.

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