umm TRADICIONES DE AHORA CUARENTA
Aテ前S
POR
DANIEL BARROS GREZ Vo
1
.
.
1
SANTIAGO DE CHILE.
IMPRENTA
F K A N K L
I
N
,
INSTITUTO
1876.
JUAN CEPEDA.
A.
EDITOR
2 6 C
ADVERTENCIA PRELIMINAR «Fuerza es que seamos
orijinales: te-
nemos dentro de nuestra sociedad todos elementos para serlo, i para convertir a nuestra literatura en la espresion auténtica de nuestra nacionalidad.»
los
J.
V. Lastarria.
— {Discurso
ante una sociedad literaria.)
Debo una manifestación de gratitud a
las personas
que
me han
honra de pedirme de viva voz i por escrito la continuación del HuÉRFx\.NO, novela que, por circunstancias ajenas de mi voluntad, no ha podido publicarse hasta su conclusión. Para corhecho
la
responder a tan inmerecido favor, he hecho todos los esfuerzos de
que
soi capaz,
a fin de dar a esta obra un remate digno de sus lec-
tores en jeneral,
i
especialmente de las personas que han querido
favorecerla con su benévola aprobación.
No
agradezco menos las
oportunas indicaciones que muchos lectores bien intencionados, se
han servido hacerme,
merced a las que se ha purgado la obra de algunos de los defectos que adolecía. Querer depurarla del todo seria una vana pretensión, que yo estoi mui lejos de abrigar. Por otra })arte, hai defectos que se derivan de la naturaleza misi
—
ma
del objeto })ropuesto, hasta el
seria desfigurarla obra.
})resenta
— Por
punto de que
el quitarlos del todo,
ejemplo: la historia del
un gran número de digresiones sobre
política,
Huérfano que a veces
debilitan la acción, pues quitan a las situaciones su interés
drama-
—6— Esto es evidente;
para no empalidecer la naracion, se la ha despojado de muchas de esas digresiones que la entorpecian, acortico.
i
tando otras que era imposible quitar del todo.
Porque, como
queda indicado antes, cada asunto tiene sus inconvenientes propios que no pueden evitarse por completo sin desnaturalizar el asunto
mismo,
el
cual es en el caso presente, las costumbres politícas, a
con las prácticas
-i
una
usos puramente civiles.
Se ha tratado de pintar las costumbres sociales de una época de transición en que Chile pugnaba,
como pugna todavía por
tuirse bajo el sistema republicano, sistema
por
el
consti-
acababa de
cual
pelear en los campos de batalla.
En
épocas
tales, la política lo
mandatario hasta hasta
el
el
cuartel del
hogar doméstico; desde
invade todo, desde
el
gabinete del
soldado; desde la plaza pública la
tribuna del representante del
pueblo hasta la cátedra sagrada del Espirita Santo. Por consiguiente, el
cuadro jeneral habría quedado imcompleto sin
las dispara-
tadas elucubraciones políticas de un maniático, encarnación de las ideas
i
prácticas absurdas, que se oponían al establecimiento defi-
nitivo del verdadero sistema republicano.
Para abarcar en un solo conjunto las diversas costumbres de una época tan móvil como aquella, ha sido necesario multiplicar los episodios; i hé aquí otro inconveniente inevitable que nace déla naturaleza
No
misma
del asunto.
es posible conocer
una
sociedad, sino estudiándola bajo todas
sus faces, no olvidando a veces ni aun los pequeños detalles, pue suele acontecer que los detalles ínfimos, son los que
mas
s
bien mar-
can e iluminan la fisonomía social de una época. Esto es lo que se
ha tratado de hacer; i a fin de que el interés de la narración se mantenga, se ha combinado los diversos puntos de vista, de modo que resulte unidad en el cuadro en jeneral. No dudo de que se puede quitar en éste, muchos de los elementos que lo forman, sin perjudicar grandemente el interés de la narración. Episodios hai allí
que podrían desaparecer, sin que su
ausencia entorpeciera o desfigurara por completo al conjunto jeneral.
En
toda obra de arte se verifica comunmente lo mismo.
puede embellecer un paisaje, con sim])lificarlo; ya sea disminuyendo el número de rocas; ya entresacando algunos árboles; ya desnudando otros de los cortinajes de enredaderas con que
Talvez
se
están vestidos sus troncos; ya dando otro curso al torrentq, que se
despeña de la montaña para seguir ondulando por entre
los arbus-
.
tos del valle; ya, en fin, haciendo desaparecer ranchas de las aves
qne revolotean sobre
las
ramas, o
debajo de los matorrales; pero
que se arrastran
los reptiles si el
pintor (juiso represent
país especial, su cuadro, no obstante de ganar
podria perder en exactitud, o bien
jía,
La necesidad de
(jac.' ir
en claridad incompleto.
i
rvorr
e
..
e:-
•
representar todas las faces sociales, ha reque-
empleo de gran número de personajes, cada cual con su carácter propio, según el rango que ocupa en la narración. Todos rido el
que inspirar
tienen
el
interés
multiplicidad de perfiles
de
i
correspondiente; pero esa situaciones
diversas,
que un personaje descuelle siempre sobre falta
un protagonista único;
i
se
misma opone a
demás. Así, pues,
los
confieso que, a pesar
de mis esfuer-
no he podido evitar este defecto, si lo es. Entre las observaciones que se me ha hecho (i que agi'adezco de corazón, hasta aquellas que no parecen del todo justas) está, la de falta de verosimilitud en el carácter de uno de los principales personajes del Huérfano. Este personaje es un maniático, en cuya boca se ha puesto tan gran número de majaderías, que ha «No existe en ninguna sociedad ún hecho decir a algunos: hombre como ese.»— Afortunadamente, así es la verdad; i yo creo también que la pintura de don Simpliniano pecaría por lo recargada, si esta figura representara simplemente un tipo social. Pero don Simpliniano, sobre ser un loco (lo que le permite decir los mayores disparates, siempre que éstos conduzcan al fin propuesto) no es ni puede ser el retrato de tal o cual individuo, sino, como se ha indicado antes, la encarnación típica de las ideas principales de todo un partido político. Por muchos i grandes que sean los disparates del maniático; por absurdas que parezcan hoi sus preocupaciones, todo cuanto se ha puesto en su boca, no es mas que la espresion de las ideas que allá en lo antiguo dominaban entre aquellas personas tenidas por las mas cuerdas i sesudas. Se ha tenido especial cuidado en que el loco no emita ninguna idea que no tuviera en esa época sus ardientes defenzos,
—
sores;
i
lo
que es mas, sus sacerdotes prácticos
sistemáticos;
de
los
que
por consiguiente,
me han
lo
tal
que toca a
como
propagandistas
yo hubiera seguido
pedido hacer callar a don
que el cuadro jeneral, dado incompleto.
Ahora por
si
i
lo tenia
el
consejo
Simpliniano,
creo
imajinado^ habría que-
la inverosimilitud de
algunas escenas
i
de diversas situaciones fisiolójicas de los personajes, diré: que unas
—8— mas que
cuando no la copia, de sucesos realmente acaecidos. Puedo decir que casi todos los hechos narrados son, en cierto modo, históricos; consistiendo la parte novelezca solamente en la combinación de los sucesos, para dar unií
otras no son
la imitación,
dad, verdad e interés, al tejido de la narración.
Con todo, me parece que no a pocos de los lectores que no estén mui al corriente de las ideas que en aquella época dominaban, se les hará duro el creer en la verdad relativa de muchas de las escenas que se relata; i creo esto con tanto mayor razón, cuanto que yo mismo que soi el que las narro, necesito hacer un esfuerzo, i trasportarme a aquella época para encontrar en ellas la verosimi-
Hé
litud relativa.
aquí,
porque he creido necesario imponer
lector de los antecedentes históricos de
Hai hechos
fisiolójico-sociales,
mi
al
narración.
han
que, por ciertos que sean,
menester (pasado algún tiempo) de estar suficientemente autorizados para ser creídos con entera
fe.
Así pues, la novela histórica.
Pelucones, servirá de testificativo a la novela del Huérfano. En la primera encontrará el lector Pipiólos
cedentes,
i
i
en consecuencia, la razón
que en la segunda
llos hechos,
le
i
sociolójica los
ante-
la esplicacion de todos aque-
parezcan increíbles, o talvez in-
comprensibles.
Desde que dado
se trataba de
elejir la época,
una narración
esplicativa,
no
me
era
pues la elección habia de depender de la na-
Por consiguiente, la época de la acción de Pipiólos i Pelucones, no puede ser otra que aquella de la reacción monárquica contra las ideas republicanas, fenómeno de un interés palpitante, verificado poco mas o menos a un mismo tiempo en varias de las repúblicas nacientes de la América esturaleza de las cosas
.
pafiola.
Fuera de otra época
los
mas
entonces fué
tiempos de la lucha de la Independencia, interesante de la historia política de
Chile, pues
un yugo que no ideas monárquicas disfrazadas bajo el manto de
cuando
conocía: el de las
no hai
el
país cayó bajo el peso de
El pueblo no conocía otro despotismo que el despotismo real, franco í lójico en medio de su barbarie, i al cual habia vencido en los campos de Chacabuco i de Maipú. Faltábale todavía que vencer al despotismo ilójico, traidor í solapado, tanto mas temible, cuanto que peleaba engañosamente cobijado bajo el tricolor la democracia.
de la libertad.
Poner de manifiesto,
fiel
i
sencillamente esta reacción de las
^9— ideas del coloniaje, que monarquizaron en el fondo a nuestros
go-
que el nombre de república: Pelucones, cuya continuación será
biernos, no dejándole al país otra cosa tal es el objeto
de Pipiólos
i
((El Huérfano.))
Ademas
no menos
del fin antedicho, esta novela tiene otros de
utilidad práctica.
No puedo
me ha movido
nacionalidad,
negar que un sentimiento íntimo de a escribirla, venciendo en
mí
el
natu-
mis fuerzas. Por un lado, el deseo de popularizar esta parte, la mas importante de la historia contemporánea de Chile, por las enseñanzas que envuelve; Letras, es i por otro, la convicción de que el cultivo de las Bellas un podrosísimo elemento de morijeracion social; me han empujado ral
temor que debe inspirarme
la escasez de
de una manera tan enérjica, que no ha estado en mi
me
mano
resistir-
a emprender una obra que requiere un injenio mejor preparado
que
el
mió.
Estoi íntimamente convencido, no dirá de la utilidad de
las
Bellas Letras, sino aun mas, de la necesidad que todo pueblo tiene
de cultivar su literatura; pues de otro modo, no adquirirá jamas la independencia de espíritu que ha menester para adelantar por
camino de la civilización. He dicho su literatura, porque a ningún país le es dado aspirar a la autonomía intelectual, si no cultiva una literatura propia hija de su clima; que retrate su cielo; que dé el perfil de sus montañas; que dibuje sus bosques que ponga de manifiesto todo el esplendor de su i sus valles, i sí
mismo en
el
,
naturaleza para lo bello.
despertar en el corazón de los hombres el
Los esfuerzos hechos por
sísimos ejemplos
ante los ojos
la industria
que, presentados
oportuna
el arte
i
i
amor a
son podero-
convenientemente
del pueblo, 2)orla literatura, lo incitan a
imitar lo
que es bueno.
Para alcanzar bles
el
la constancia
engrandecimiento de la i
la enerjia en el bien obrar;
otra existirán jamas en sus deberes
i
})atria,
un pueblo que carezca
i
del
son
indispensa-
ni la
una ni
la
sentimiento de
de sus derechos, es decir, de la conciencia de su vida
intelectual.
Yo
no concibo otro elemento mas eficaz para desarrollar aquellos sentimientos, que una literatura propia, fundada en la naturaleza de las cosas; que ilustre i eleve el espíritu del pueblo, creando en su alma la necesidad de pensar; que pinte sus goces i sufrimientos; que traduzca sus justas aspiraciones, i que retrate sus
costumbres
i
su manera de ser; ya cantando sus glorias; ya llorando
—
de que sirvan de lección para
sus desaciertos, a fin I i
—
10
tan cierto es esto, que hasta la
reí ij ion
porvenir.
el
misma, reviste su doctrina
sus consejos de formas literarias para impresionar enérjica
chosamente
ánimo de
el
los
Es indudable que nuestro tumbres
campo
al cultivo
i
i
de bien decir.
clima, nuestro suelo, nuestras cos-
nuestra vida política, presentan un vastísimo
de una literatura propia. Nuestra espléndida na-
digna de ser cantada en
turaleza es
prove-
hombres. La Biblia será siempre una
fuente inagotable de modelos de elocuencia
sociales
i
lira
de oro.
La
trajedia, la
no necesitan mendigar asuntos estraños, cuando tenemos en nuestra historia una multitud de hechos intecomedia, la novela,
etc.,
cuya simpleVepresentacion, ya sea plástica, ya narrativa, entraña provechosas lecciones.
resantísimos,
i
no solo creo que la literatura esté llamada a representar un rol puramente nacional. Esta esfera de acción, por importante que sea, es todavía estrecha para un elemento de tan poderoso alcance como fecundo en resultados. Si me fuera dado espresarme así, diI
ría:
que la alta misión de
la literatura es internacional.
Me
refiero
especialmente a las repúblicas hispano -americanas. Hijas de una
mismo tiempo, hablando un mismo idioma, i persiguiendo un mismo ideal; es menester que estén animadas siempre de análogos sentimientos. La forma de la espre-
misma
nacidas en un
idea,
sion social, tiene que ser la la literatura
misma;
i
hé aquí, un gran vínculo que
está llamada a fortificar entre nuestras
Hermanas jemelas por hermanas por sus
sus antecedentes,
victorias,
repúblicas.
hermanas por sus dolores,
hermanas por sus propósitos
i
sus as-
piraciones ¿pueden no serlo en literatura, es decir, en la espresion
de esos dolores, de esos
memente que
me
triunfos
i
de esas aspiraciones? Creo
fir-
no.
cumpla con su misión rejeneradora entre nosotros, debe ser eminentemente fraternal, fortificando i estrechando los vínculos de unión que han de Por esto
parece, que para que la literatura
ligar a. nuestras repúblicas.
píritus progresistas,
i
Solamente
preparar a los
así,
pLie])los
podrá
el arte
crear es-
para gozar de la ver-
dadera libertad, que es aquella que garantiza en vez de amenazar la del
pueblo vecino.
Una
que se encerrara dentro de los líndtes de su propio país, no haria comprender en toda su es tensión al ciudadano, sus deberes de hombre libre. Una poesía que solo sabe cantar a la libertad de la patria, i carece de notas para incitar a los demás literatura
— pueblos
un
Seria
cumplimiento
al
arte fatal,
i
—
11
su debei'; no nos enseña a ser libres.
ele
solamente conozco otro peor: aquel que cree
inspirar el verdadero patriotismo, escitando rivalidades
diendo la discordia entre
una condición Bellas Letra? no les
cuya unión,
j^aises,
dispensable para su progreso. No: a las
encen-
i
in-
es
es
dado hacer jerminar las bajas pasiones sin renunciar a su alta misión de ennoblecer^ embelleciendo
uno de
los principales fines de
i
enriqueciendo
el espíritu;
nuestra literatura, debe ser
el
i
ense-
ñarnos, que nuestra libertad no consiste en la esclavitud ajena;
que nuestros adelantos no estriban en
podemos
desear,
confesar
i
ensalzar
paises, sin dejar de ser patriotas.
el
el atraso del vecino;
que
engrandecimiento de otros
— Peruana, en
Perú; Mejicana,
el
Provincias Unidas del Plata;
en Méjico; Arjentina, en las
i
etc., es
menester que sea americana en todas partes, porque este caráctar de fraternidad, no es ni puede ser un impedimento para que arte se manifieste aquí, allá
clima,
i
a los usos
i
mas
allá,
con
el aello
el
peculiar a cada
costumbres de cada nación.
i
Lejos de producir discordancias, esa diversidad de maneras para
mismas aspiraciones, constituirán una verdadera como los diferentes instrumentos de una orquesta,
espresar las
ar-
monía, así
sin
dejar de sonar, cual corresponde a la naturaleza de cada uno, ar-
monizan sus voces para concurrir a un
solo
fin.
cada instrumento puede entonar aparte, himnos propia voz. Cuando toro
brama en
corral; el perro el
buei mujo
ción,
i
i
lo
empieza a asomar
la aurora
I sin
embargo,
cantatas con su
i
por
el
oriente, el
escondido del bosque; las ovejas balan en
que las cuida ladra, poniéndose ájilmente de
marcha lentamente concluyendo de rumiar su
los pájaros trinan sobre las
el
pié;
ra-
copas de los árboles, cuyo follaje
bramidos, ladridos, mujidos, trinados i colores, no son mas que un solo saludo al sol que despunta ya sobre el horizonte, una sola aspi se
va tiñendo de mil colores con
ración a gozar de la luz diversas secciones
i
la
luz del alba. Todos esos
del calor de sus rayos:
americanas,
cada
cual,
con
así
su
también, las
voz peculiar,
i
valiéndose de los elementos de su propia naturaleza, deben saludar
a la libertadjincitándose •mutuamente a gozar en beneficios.
común de
sus
CAPITULO
I
SANTIAGO POR LA MAÑANA
«Eulojio leyó esta carta, I mil veces la leyó
Dando
A
besos repetidos,
prenda de su amor. Sus líneas bálsamo fueron, la
Que
su angustia mitigó;
Rocío que dio la vida Al marchito corazón.» S.
Era en
los
Sanfuentes.
— (El Campanario.)
primeros días del mes de abril de 1829,
en que allá en
los
a la hora
antiguo tenia costumbre nuestra capital de
lo
vantarse de la cama, es decir, la hora de asomar
vada cresta de
i
el sol
le-
sobre la ne-
Andes; porque es cosa averiguada, que nuestros
padres madrugaban mucho mas que nosotros. Santiago comenzaba, pues, a desperezarse: abríanse de par
las casas;
i
en par los zaguanes de
por las anchas puertas coronadas de sendos escudos
hechos pedazos por la revolución, se veía
greñadas cocineras con
el
i
a las viejas
canasto de la recota al brazo,
de algodón en la cabeza; un zapato zapatos en los pies,
salir
envueltas en
i
medio,
el clásico
i
el
i
des-
pafiuelo
a veces dos medios
rebozo de lana.
— Bien echara de ver
el
vista de los susodichos
minaban hacia
la
—
14
sagaz lector que, atendida la hora,
i
en
canastos, todas aquellas cocineras se enca-
Recova con
fin
el
de comprar las provisiones
diarias para la casa. Pocas de estas mujeres iban solas,
i
la
mayor
parte marchaban seguidas del dueño de casa, quien queria siempre
por sus pro})ias manos, la mejor carne para
elejir
mas gorda para
gallina para
charquican o
el
\2^
cazuela^
el
i
el valdiviano.
I
sus fámulas, limpiándose los ojos
i
puchero, la
el
charque mas bien preparado
mientras caminaban tras de
concluyendo entre bostezo
i
bostezo las oraciones de la mañana, solian algunos ver con verdadero sentimiento que otros hablan madrugado
mas
i
ganádoles
el
quien vive¡ pues ya venian de vuelta con sus canastos llenos de todo
que Dios
lo
A
medida que
mando mas las
crió.
calles
el
la escena
al
se elevaba sobre el horizonte, íbase ani-
sol
con las j entes de a caballo que trotaban por
son de sus inmensas espuelas. Eran de ver los som-
breros guarapones de proverbial anchura, los chamantos curiosa-
mente
monturas llenas de adornos de plata i los fabulosos estribos, para cuya construcción se necesitaba, según es fama, de un buen tronco de sauce. Aumentábase poco a poco, el ruido matinal con los silbos i gritos de las parvadas de muchachos que iban a la escuela, con los desentonados cantos de los
la])oreados, las gruesas
vendedores ambulantes, los agudos chillidos de las carretas;
los cacareos de las gallinas, los ladridos de los perros,
nos con que, hasta
saludaban
los asnos
i
los
al astro del dia,
rebuz-
después
de haber pasado la noche entretenidos en pasearse (a falta de otra localidad
mas abundante) en
aquellos lugares de lodo
pedregal del Mapocho, o bien, en
el
de basura que hoi con justo título se
i
llama Paseo de las Delicias. ¡Cuánto no han cambiado las cosas desde aquel entonces hasta la fecha!
Ajeno al parecer a cuanto en una idea fija, bajaba por litar,
le
rodeaba,
la calle de la
i
pensamiento Compañía, un joven mipuesto
el
cuyo uniforme mostraba pertenecer a uno de nuestros cuer-
pos de infantería de línea.
Era
este
simpático,
mado,
i
mozo como de ojos,
barba
i
veintidós años de edad; de rostro pálido
cabellos negros;
de andar airoso,
i
un
cualidad se manifestaba en la
de cuerpo alto, bien for-
no es resuelto. Esta misma mirada varonil de sus ojos negros, si
es
prontos a airarse; pero que en su estado normal revelaban un espíritu
tranquilo. Cierto tinte melancólico de
que estaba impreg-
—
—
15
nado su semblante, revelaba que su alma no era estraña al dolor; i su tez tostada manifestaba que había sufrido los rigores de la intemperie, i que no llevaba por simple i puro adorno, la espada que colgaba de su cintura.
Poco antes de llegar a
una casa de modesta miradas a todas
las
la calle del
apariencia,
se
paró enfrente de
después de interrogar con sus
ventanas de aquella casa, que permanecieron
contestarle ni con el
cerradas sin
i
Peumo,
mas
lijero
temblor de sus hojas
verdes, siguió su camino, no sin volver la vista hacia atrás dos o tres veces. Cualquier observador habria
echado bien de ver, que
el
joven militar esperaba algo de aquellas porfiadas ventanas que no querían abrirse; pues, apenas se hubo separado una cuadra de la
cuando cambió de frente, i empezó a subir por la calle, volviendo a pararse en el mismo punto en donde hizo alto la primera casa,
Entonces vio que las verdes hojas de una de temblaron sobre sus alcayatas, i se entreabrieron.
vez.
El
oficial
fué todo ojos; pero nada vio, j^orque
de
ventanas
puertas vol-
las
vieron a cerrarse prontamente de tras de sus gruesas
las
i
tupidas rejas
fierro.
Casi al
mismo tiempo
que lo abrazaban por detras cumanos, mientras qne una voz chillona i
sintió
briéndole los ojos con las
contrahecha
le
preguntaba:
—¿Quién Adivina, Anselmito! — ün animal! contestó enérjicamente soi?
trariado
Era
i
dándose vuelta hacia su
éste
un hombrecito
chico,
el
joven,
sumamente con-
orijinal interlocutor.
rechoncho, colorado, ñato, ojos
pequeños i penetrantes, i labios gruesos entreabiertos qué dejaban ver dos filas de dientes blanquísimos. De fisonomía alegre i semi burlona, dejaba ver en sus Ujeros movimientos no sé qué mezcla de malignidad i truhanería. Venia vestido de pantalón grises vivos,
ancho que
le caía
sobre unos zapatos
muí puntiagudos: chaqueta
de paño azul con alamares, un pañuelo a cuadros en torno del cuello,
capote de barragan
i
sombrero de paja. Cuando hubo oído
contestación de Anselmo, soltó
guntó
una estrepitosa
carcajada,
i
le
la
pre-
sin dejar de reír:
—¿Con qué no me hombre de Dios? Já! — Al contestó Anselmo con marcado mal humor: mi contestación una prueba de que — ¿Con qué me eh? —Al momento de verme tomado de ese modo por espalda, conociste,
jál jal
contrario, le es
Já! já! jal!
te conocí.
conociste,
la
I
— lépense en que no podía ser otro que Catalino Gacetilla, fué que te contesté
i
por esto
un animal. Jál j!á! jáü jáü Vivo de jenio como siempre. Pero dos amigos no deben reñir por tan poco. Yo soi así...! Me gusta la broma, sobre todo con los amigos a quienes aprecio; ya me conoces... I qué :
—
hacias aquí parado?
—Yo? nada —¿Andabas
hombre: andaba paseándome. paseando la leche, sin duda? dijo malignamente don Catalino... Buena manera de pasear tienes, quedándote plantado como una estaca enfrente de la casa de don Marcelino. Hasta luego Catalino, le interrumpió Anselmo, tendiendo la mano a su importuno amigo i dando muestras de querer marcharse prontamente de allí. No te vayas, hombre. Platiquemos un ratito, replicó Gacetilla Ya que tú no me quieres decir nada, yo te diré la noticia que acabo de saber...
—
—
—Estoi mui de prisa: Adiós, militar yéndose. —Es una noticia mas grande que de Moneda, decia Gasiguiendo a su amigo. — Bueno, bueno: después me contarás. —Es santos trata de del Sur, hombre, por todos que tropas de ¿Qué — preguntó Anselmo prontamente volviéndose hamayor que casa de Moneda —No decia que díjole el
la cavsa
cetilla
la
noticia
las
los
:
se
Prieto...
dices?
cia Gacetilla.
la noticia es
te
Catedral juntas!
Yo no me
la
desdigo de lo dicho
jando la voz, dijo con su hablar chillón
— Se habla de revolución en
i
al oido
I luego,
la
ba-
de Anselmo:
los lados del sur!
Quiso Anselmo seguirla conversación; pero, cambiando evidentemente de parecer,
dijo a
don Catalino:
— Por ahora no podemos hablar
Ya
ves; estamos aquí en la
Espérame dentro de dos horas en almorzaremos juntos i hablaremos.
calle... allí
el
Café de la Nación:
— Sin — Sin — Pues, hasta luego. falta? falta.
—Hasta Dicho
luego.
esto,
Anselmo
torció por la calle de Teatinos hacia la ala-
meda, mientras que don Catalino dientes;
¿En qué pasos andará
se
quedó
allí
el militarcito?
diciéndose
entre
Qué haría aquí en-
—
—
17
frente de la casa de don Marcelino de Rojas?... Si andará tras de la
Pues a fe de Catalino Gacetilla, quiero que no lo sé antes de que cierre la noche.
niña?... oreja,
si
me
corten
una
Después de formulado este juramento, que encerraba un propósito, eclió
a andar con sus cortos
ajitados pasos hacia la plaza.
i
Anselmo apenas hubo andado dos cuadras, dobló sobre su derecha, i
haciendo un rodeo, volvió
Afortunadamente
mismo punto
al
la calle estaba sola,
i
del anterior encuentro.
con sus ojos de enamo-
rado pudo ver que la ventana habia vuelto a entreabrirse. Al pa-
un papelito doblado, por una mano tan delicada, que habría hecho
sar por enfrente de ella, vio caer a sus pies
arrojado a la calle
adivinar a cualquier hijo de
vecino,
la belleza del rostro oculto
tras de la cortina de la ventana.
En
cuanto a Anselmo, no tenia necesidad de ser adivino para
saber de qué Deidad
tomarlo
el joven
le
habia caido aquella merced. Caer
ya debia
ser
i
fué todo uno; pero no se vio mas, porque la venta-
na volvió discretamente a militar, grandes
el papel,
cerrarse,
tentaciones
aquella
de
i
aunque
dirijir la
mano) no
tuyo
le vinieron, sin
duda, al
palabra a la niña, (cu-
mas que
conformarse,
i
haciendo de necesidad virtud, se alejó de la casa a largos pasos,
encaminó hacia la plaza de Armas. No pudiendo resistir al deseo de ver el billete, sacólo del llo adonde precipitadamente lo habia metido, i se puso a
i
se
bolsileerlo
mientras andaba.
Tan embebido iba en su
lectura,
que
al atravesar la calle de
la
Bandera, no vio al curioso Gacetilla que, en dicha calle se habia
quedado en observación, no, hizo
«Ya
claro;
El
un jesto con
que, viéndolo pasar con
cierto
que
sé de lo
i
un papel en
la
ma-
meneito de cabeza que significaba bien
se trata!»
billete decia así
Anselmo:
((Mi querido
«Perdóname que Lucinda solamente
te escriba
para darte una mala noticia. Tu
cpierria decirte cosas capaces
de darte contento
Te escribo con las lágrimas en los ojos. ¿Qué podrá liacer una pobre mujer sino lk)rar su cruel desdicha? Nuestra desgracia es cierta, i mi corazón me lo estaba diciendo. Mi tatita se opone a nuestra unión; i para mayor desdicha mia, quiere (|ue dé mi corazón a otro hombre, cuando es tuyol Perdona Anselmo mió, a mi padre: perdónalo por Dios, como yo lo perdono, pero
el cielo lo
quiere de otro modo.
8
— porque no sabe que
sufro, estoi
el
i
me
causado. Ah!
segura de que se apiadarla de su
mi mamita. Ella
desde que
—
me ha
dolor que
de uuestro amor no cabia en car a
18
lo
ha
mi
pecho,
te estima,
dicho, la
i
lo
Anselmo:
si él
hija.
te
ella te
amo mas. Yo no
acepta por hijo,
creia poder
a
Todavía no conozco
el
marido que
se
me
El secreto
he tenido que comuni-
mi mamita de lo que la queria; pero desde que ama, yo siento en mi corazón que la adoro.
mas
supiera lo
sé
querer
que ella
destina; pero cualquie-
ra que sea ¿qué podrá valer para mí, comparado con tigo que llenas
mi corazón? Me preguntas si te amo? Si te prefiero a otro? cómo puedes tú preguntar esto a tu Lucinda que solo piensa en
todo I
que vive muriendo desde que no
ti,
te ve,
i
que
si
no fuera por que
tú vives, quisiera morir?.
A fuerza
de rogar a mi mamita, ha consentido en que tendremos
una entrevista
me
esta noche a las ocho en esta ventana.
Mi corazón
dice que vendrás.
Mi mamita ^a/?Ya
me
estará conmigo.
llama...))
No puedo
escribir
mas porque mi
CAPITULO
IT
EN LA PLAZA DE ARMAS
«Puede carecer de ideas pero de Su locución es inagotable causa vértigo Aquel lo no palabras, jamas ;
es facilidad de hablar, sino dificultad de
guardar silencio.» F. Velasco.
La antigua plaza de Armas^ hoi de la Indej^endencia í una de las mas bellas de Su d- América, rodeada de ricos edificios i jardines,
veredas e hileras de árboles por entre cuyos chorros
saltar los brillantes
follajes se ve
de los surtidores, no era en la época
de nuestra historia,
mas que un cuadrado
modidad
destinado al parecer, a las paradas
según
i
adorno,
lo indica
quedan
allí
del costado no,
llamado
i
desprovisto de toda co-
aquel nombre, sinónimo de
Campo
militares,
de aquel tiempo otros edificios que la Catedral norte, en las (7a;V/„9,
donde
se
encontraba
el
palacio
por contenerse dentro de
él
No
de Marte. i
los
del Gobier-
el tesoro
de la
nación.
Pero ninguno de estos mencionados relación con nuestra verdadera historia,
Café de plaza; es
la Nación, decir,
en
edificios tiene tan estrecha
como
el
llamado entonces
situado en el centro del costado oriente el
de la
lugar que hoi ocupa la entrada del pasaje
—
20
—
Mac-Clure. Allí era donde se reunialo
mas
escojido de la capital:
allí
era donde se charlaba de riñas de gallos, de política, de carre-
ras,
de matrimonios, de ]3rocesiones
Cuando Anselmo, después de saborear mejor
el billete
i
de cofradías.
liaber hecho
un gran rodeo para
de su amada, llegó a la plaza, daban las
A esa hora animadísimos con esa alegre vida del menudo comercio, mientras que mil grupos diseminados
nueve
ya
i
tres cuartos en el reloj de la torre de las Cajas.
los baratillos del portal estaban
por la plaza, representaban variadas escenas.
Aquí
se hacia
un contrato de
frutos del país; allá conversaban
dos jóvenes al través de las rejas de una ventana;
mas
un grupo de bulliciosos muchachos jugaba al tejo o a la Tayuela; acá, una alegre moza se entretenía en lanzar dichos agudos a los conocidos que pasaban por la calle, o en arrojar sobre la vereda cascaallá,
ras de fruta j^ara ver resbalarse a los transeúntes; acullá, varios
aficionados rodeaban a
un chalan que probaba ante
todos, el caba-
que quería vender, mientras que otros grupos de viejos mas
llo
pacíficos,
mataban
el
tiempo con mayor gravedad, hablando de
las
últimas carreras o peleas de gallos.
En uno
estos diversos grupos,
llamaba especialmente
la atención
compuesto de diez o doce jóvenes reunidos en torno de un hombre que parecía estar situado al frente del Cafecito de la Nación,
haciendo algún interesante
i
relato, tal era la atención con
que
todo's
lo miraban.
Anselmo dirijíó sus pasos, i desde lejos pudo muí bien conocer, que el hombre a quien escuchaban con tan marcado ínteres, era el mismo don Catalino Gacetilla en persona, cuyos ojitos grises i gruesos labios, se animaban estraordinari amenté a medida que hablaba. I hablaba el hombre con ojos, boca, narices, Allí fué donde
píes
i
manos, accionando
i
jesticulando apasionadamente, pero sin
escapársele nada de lo que pasaba entre los demás.
lumbró a Anselmo, hízole
sin cesar de hablar,
En
cuanto co-
una seña para que
se acercara.
—Es
está pintada: lo sé sijílo...
don Catalino. La revolución del sur de l)uena tinta, í me lo han contado con mucho
la xjura verdad, decía
Por esto encargo a Uds. que guarden
el secreto,
pues seria
peligroso...
En
aquel
momento
de la Catedral
el
se
oyó sonar una campanilla. Era que
salía
coche del Santísimo Sacramento. Todos los gri-
tos, conversaciones
i
cuchicheos cesaron como por encanto,
í
en un
—
21
—
instante se vio la plaza cubierta de jente ai-rodillada
(j[ue
rezaba
un Padre-nuestro por el alma del que iban a auxiliar, mientras la comitiva del Sacramento pasaba por en medio de todos, arrastrado el coche por dos muías negras que un caballero de nota conduela de la rienda, i acompañado por un cortejo de esclavos de la Cofradía, con sendos faroles en las manos. La guardia de la cárcel le hizo los honores a tambor batiente, i las campanas de la iglesia no cesaron de repicar hasta que la procesión se perdió de vista. Entonces todo el mundo se puso de pié, i el movimiento i las conversacioses principiaron de nuevo.
— Seria mui
peligroso, prosiguió
Gacetilla enhebrando su dis-
que nos oyeran decir que teníamos noticias de tales acontecimientos. Es menester guardar un profundo secreto, porque curso, esto de
ya saben Uds. que en boca cerrada... están Uds?... Anselmo, hijo mió: te estaba esperando para almorzar.... Ya tengo pedido un pollito en aceite, con su cebollita: unos huevos pasados por agua; un charquican frito; un... Basta, basta hombre, le interrumpió Anselmo entrando en el Café mientras se deshacía el grupo de la calle. Todo, todo esto será remojado con una botella de mosto de Concepción, decia Gacetilla sobándose las manos de contento. ¡He trabajado tanto toda la mañana! No he parado, amigo mió... Como ya sabes que tengo entrada en el ministerio; he sabido cosas... cosasas... de las cuales no he hablado una palabra, porque las noticias gordas las reservo para los buenos amigos... Mozol mozo: tráenos el almuerzo que te encargué! Sentados a la mesa, comenzaron a despachar ambos las suculentas raciones que el criado traia. Don Catalino comia sin dejar de hablar, i hablaba sin dejar de comer; cuando parándose de repente del asiento, se acercó a una de las ventanas que daba al
— —
patio de entrada
i
esclamó:
—Ah! señor don Pablo! tanto bueno por tengo hambre de platicar con Ud... Aquí — Ya contestó una voz de afuera.
aquí...
estol con
Venga acá que un amigo.
voi!
— ¿No
es
el
italiano
Motiloni? preguntó Anselmo... Creo que
esa es su voz.
— El los
mismo, contestó don Catalino, engullendo uno tras otro huevos pasados por agua. Lo vi al pasar por enfrente de la
ventana,
—No
i
como
este gringo es tan...
es gringo sino italiano, le interrum[)ió riendo el joven.
— como
-Tanto vale lo uno
22
—
lo otro.
Para mí todos
los estranjeros
son gringos...
— Pues como
don Pablo, me gasta por lo sabido i noticioso que es. Bebe, pues, hombre: el mostito está de chuparse los bigotes. Es un pozo de ciencia el hombre; i qué memorión tiene! Sabe como un libro, i habla latin como el Papa. te iba
a
decir, este
.
Cierto es que tiene
sus puntas
mí me gusta mucho
menos... a
Anselmo, hacia
al parecer
de hereje; pero herejía
mas
o
platicar con él...
poco caso de la palabrería de su ami-
go, quien según su costumbre, prosiguió hablándoselo todo, sin
dejar por ello de mascar.
— Hacia bastante tiempo que yo no
lo veia,
porque has de saber
don Pablo es mas raro que un cuartillo de cruz. A veces se pierde sin que nadie sepa dónde ha ido; i ni aun yo mismo he podido averiguar este misterio... Sin embargo, ya sabes que a mí se me escapan pocas... Lo he aguaitado; pero ni por esas he dado en el quid,,. Este hombre tiene para mí ciertos mishombre, que
este
terios que...
Pero aquí viene... Cállate boquita...
I
como para taparse
la
boca
e
impedirse a
sí
mismo
el
seguir
hablando, don Catalino ahogó las últimas palabras con un vaso de mosto, que se bebió de un sorbo.
En éste
momento entraba a la un hombre como de cincuenta i aquel
sala
don Pablo Motiloni. .Era
cinco años de edad, alto, seco,
mirada penetrante, nariz aguileña, labios delgados
i
frente espacio-
coronada por los rubios cabellos de una peluca primorosamente
sa,
alisada. tes,
Apenas
se podia distinguir el color de sus ojitos centellan
detras de los anteojos verdes que llevaba sobre sus enormes
En
narices.
nuantes
;
i
cuanto a
lo
demás, sus maneras eran francas e
a primera vista se echaba de ver en ellos
insi-
ese aire dis
•
tinguido que caracteriza a las personas que han frecuentado una escojida sociedad.
Motiloni salado
cordialmente a Gacetilla, quien lo presentó a
Anselmo.
mutuos cumplimientos de regla, los que don Catalino interrumpió con su acostumbrada locuacidad. Cumplimientos a un lado, dijo: vamos a lo que importa. ¿Quiere almorzar, señor don Pablo? Nó, amigo mió: yo almuerzo mas temprano. Entonces, siéntese i caéntenos algo... ¿Qué ha oido de nuevo? Hiciéronse les saludos
— — —
i
— —Eso
mismo
le
23 --
Yo me
iba a preguntar a Ud.
como he estado
atrasado de noticias, pues
cama, apenas sé lo que pasa en
—Entonces ¿no sabe nada de —Ni una jota,
muí
encuentro
cerca de quince di as
en
la calle.
acontecimientos del sur?
los
.
-
—Es
que dicen que Prieto ha traicionado...
—¿Cómo? —No: no digo
esO;
porque Prieto es demasiado caballero para
haber traicionado ya Solo pues,
según
—
I quién
que piensa traicionar
creo,
al
Gobierno^
los díceres...
puede creer en esos díceres, interrumpió don Pablo
sonriéndose imperceptiblemente.
—
I en caso de
que así
Anselmo,
sea, dijo
tiene bastantes
la lei
defensores para castigar al traidor.
—Eso mismo digo la oigo;
—
¿I
la sé de
i
con qué
yo,
buena
agregó
Gracetilla.
.Yo cuento
la cosa
como
tinta.
cuenta para hacer la revolución? pre-
elementos
guntó Motiloni.
— Con —Pero
el ejército
de
la frontera.
aquí en Santiago
Tiene
mas
de tres mil soldados.
Ud. que tendrá apoyo entre
¿cree
la
jente de valer?
— Yo creo que
sí,
porque según
lo
bres de pro están descontentos con
—Los Ud.
decir,
Un al
serviles
enemigos de
el
que he oído hablar,
los
hom-
Gobierno.
la libertad
i
de la República debiera
esclamó con calor Anselmo.
lijero
temblor
ajitó la afilada
barba de Motiloni, quien miró
joven de un modo particular.
—-Eso
es:
carcajada.
Yo
los
una
serviles, dijo Gacetilla, soltando
cuento las cosas
al pié
de la letra,
estrepitosa
las doi
i
como me
las dan.
—En
cuanto a serviles
Motiloni con un
i
pi})iolos, allá se
marcado acento
italiano.
las
Yo
campaneen,
soi
estranjero
dijo i
no
debo meterme en estos asuntos.
En
este
momento
carta en la mano,
i
entró al comedor el patrón del Café con
una
dirijiéndose a Motiloni, le dijo:
— Señor don paraíso,
—¿Ya
me
Pablo; un caballero que acaba de llegar de Valha entregado esta carta para Ud.
llegó? dijo
prontamente Motiloni.
Déme
la carta... usté-
— me
24
— mal
mí, pues me de dejar tan grata conversación. Adiós señor don Anselmo: cuente con un servidor mas, en Pablo Motiloni... des
veo en
dispensarán caballeros
;
pero
el
la necesidad
Hasta luego, amigo Gacetilla. Dicho esto, salió a largos pasos de
la sala.
es para
CAPITULO
III
UN ESPAÑOL ILUSTRE. <(r
Tanto es
lo
que valia
lo
i
Ser hijo de un marques... S.
que
vale,
!"
Sanfuentes. (El campanario.)
—¿De quién será esa carta? refunfuñó sordamente don
Catalino,
mientras se bebia los últimos tragos del chocolate que se hizo servir al fin del almuerzo.
Lo he de averiguar por que me ha picado
Mira Anselmo, prosiguió asomándose por una vengringo como se dirije al cuarto del rincón, en donde
curiosidad...
la
tana,
mira
al
ha alojado el caballero de la carta... I la va leyendo!... Qué caballero será ese? Algún asunto que este gringo tiene entre manos; i no me habia dicho nada, cuando yo se lo cuento todo... I mucho que se tiene por amigo mió! Pero ya veremos sino lo des-
sin
duda
cubro
se
al, fin.
Aburrido Anselmo de la chachara de Gacetilla, llamó al mozo, pagó el almuerzo, encendió un cigarro se despidió de su amigo i salió del Café;
probablemente para
ir
a leer por la trijésima vez
el
billete de Lucinda.
Don
Catalino se quedó
sobre la
mesa
lijéro, versátil,
allí
sentado en una
silla,
con los codos
apoyada en ambas manos. Este hombre novelero, truhán, amigo de saberlo i de hablarlo
i
la cara
4
— 26 — no se daba jamas un instante de reposo. Era
movimiento perpetuo de la curiosidad, i aguijoneado por su pasión, jamas se daba por vencido. En ese momento pensaba en el modo cómo descubrir aquel asunto de don Pablo, que tan preocupado lo tenia; pero tan profundo meditar, lo hizo quedarse dormido en menos de diez minutos, cosa que le solia pasar a menudo, como sucede todo,
con todo espíritu
En por
el
el
lijero.
cuanto a Motiloni, tan luego como recibió la carta, preguntó cuarto del recien llegado
i
se dirijió allí.
— ¡Deo gracias! golpeando suavemente puerta del cuarto. — Por siempre! contestó de adentro una voz hueca cascada. la
dijo,
i
I luego apareció en la
puerta un hombrecito
chico,
flaco,
de
rostro amarillento, de piernas torcidas, cuya edad debia frisar en los sesenta años.
—¿Es señor don Meliton Canales de Cerda a quien tengo honor de hablar? preguntó —Sí Canales de Cerda, Sandoval Rojas, Oyarzun la
el
el
Motiloiii.
la
señor:
i
Pozo Hondo, caballero de Santiago
i
en Barce-
socio corresponsal
i
lona de...
— La Compañía de Jesús, concluyó don Pablo, viendo que faltaba aliento Cerda. señor Canales de —Eso un servidor de Ud.,dijo quinándose de cabeza
le
la
al
el
la
éste,
es:
una especie de bicoca negra con que tenia cubierto
el
pelado
cráneo.
—Yo
lo sol
de usted, contestó Motiloni. Encargado por
Hipocreitía para esperar a usted en este Café, voi al ticiparle su llegada.
¿Qué
le
el
padre
momento a
par-
digo de su importante salud?
del — Que fuera de un poco de tos que me molesta cómo pasa su Reverencia? constante achaque de mis —Muí bien por ahora, gracias a —¿Siempre ocupado, eh? — Oh! en cuanto a eso un modelo: no vive para otra cosa Señor! Viña que para trabajar en — ¡Pobre apóstol de mi alma! Dígale usted que no moleste en estoi bien,
i
ojos. ¿I
Dios.
es
la
del
se
venir a verme; que yo estaré luego en su celda. ¿Todavía vive en el
convento de San Francisco?
— Sí
señor.
Marche Ud. por
esta
calle
hacia
el
Sud,
i
luego en
saliendo a la cañada...
—Descuide usted. I
aun cuando no
Há mas
de dos años que conozco las señas...
las supiera;
quien boca tiene a
Roma
llega.
— 27 — Dentro de dos horas estaré en el convento. Muí bien, señor: con el permiso de usted, voi a ver a su reve-
— —Vaya usted con Dios, amigo,
rencia.
la
mano
dijo el señor de la
Cerda dando
a Motiloni con aire de superioridad.
Salió éste del Café,
Ya don
alameda.
i
por la calle del Estado hacia la
se dirijió
Catalino habia despertado,
i
saliendo al patio,
vio a don Meliton de pié en la puerta de su cuarto.
—Este para
sí.
mos a
debe ser
Qué facha
ver
Dicho
viejecito
si se
tiene!
recien llegado de Valparaíso, se dijo
el
Parece sacristán de parroquia pobre. Va-
puede sacar algo de
él.
acercando poco a poco al viejo, como cazador
esto, se fué
que marcha con cautela para que
el
ave no se
le
escape
;
cuando
i
hubo tenido a tiro de palabra, se la dirijió, haciéndole al mismo tiempo una cortesía. Dígame, señor, i perdone: ¿mui malo está ahora el camino de Valparaíso? Según creo ¿usted viene del puerto? Así es, dijo don Meliton, contestando al saludo con cierta gravedad que chocó a Gacetilla. Por su acento se nota bien que usted es estranjero, agregó
lo
— —
— acercándose mas. — Soi español, contestó con un movimiento de dias que he llegado a Cerda, no hace aun de quiero —Yo también español... éste
orgullo
la
diez
i
esto es,
soi
de un español neto...
Mi madre también
estos reinos.
decir:
paisanos... Se podría
que
soi hijo
era hija de españoles:
de modo que no tengo un rasguño de sangre india
mui bien llamarnos
señor
el
i
podemos
preguntar sin indiscre-
ción de qué familia es usted?
Don Meliton
hizo
un marcado
jesto de disgusto, al notar
la
im-
portuna familiaridad con que aquel hombre principiaba a
tratarlo.
Sin embargo,
de
orgullo de dar a luz en Chile su letanía
el
nom-
bres, le hizo contestar:
— Soi Canales de — Qué casualidad!
la
Cerda,
etc.
esclamó Gacetilla sobándose
las
manos: yo
también soi Oyarzun por parte de madre... Lo que son las cosas! Quién le habia de decir a usted, que aquí se iba a encontrar a las pocas lloras de llegar a Santiago con un pariente?
—Pariente! esclamó don Meliton (quien por todo habría
menos porque
la
pasado
pura sangre de su familia se hubiese mezclado con
sangre americana) Parientel Sepa usted amigo, que
ningún Ovar-
—
28
—
zun de mi familia ha venido a América,
i
que yó
soi el
primero que
pisa estas playas.
Después de dichas estas palabras con todo caracterizaba a los españoles de la época,
bruscamente la conversación,
jas cortó
i
el
el
orgullo de raza que
señor Sandoval
entró a su
Ro-
i
cuarto despi-
diendo a su interlocutor con una seca inclinación de cabeza,
i
dici-
mismo tiempo Vaya Ud. con Dios.
éndole al
— —
I
quédate tú con
el diablo, viejo
cara de pescado seco, refunfu-
ñó desde afuera Gacetilla. Miren no mas hasta en cuentra
Pues
el orgullo!
te
ha de
agregó retirándose del cuarto
i
costar bien caro tu descortesía...
has perdido! Siendo cortés
i
discreto,
q\\é
momia se
en-
saliendo a la calle.
No
sabes lo que
yo te liabria dado a conocer
por toda la ciudad como un cumplido caballero; mientras que ahora
no
te
has de escapar de mi lengua a pesar de tu docena
apellidos... Já, ja, jajá! esclamó, la calle a
-^Qué cosa? preguntó el otro. Que acaba de llegar al Café, un
ñor don Meliton Canales de la
media de
encontrando en ese momento en
uno de sus compinches. ¿Sabes
—
i
lo
que
hai,
hombre de Dios?
godo que se llama el seCerda, Sandoval i Rojas, Oyarzun viejo
Pozo Hondo... ¿Nada mas? Todavía mas, pero no me acuerdo. Dice que por la prisa con que salió de España, solo pudo traer la cuarta parte de los apellilos que tiene... Si vieras tú al vejete! Merece ponerlo en la Catedral debajo de una mesa del altar enfrente del esqueleto de Santa del
— —
Feliciana.
CAPITULO IV PASEO DE LA CANADÁ
EL
(cEn el hoyo está la bola, Crúzanse todas las chuecas; I enfrente los unos de otros, Se aprontan a la pelea.
Ya la T
bolita salió,
por esos aires vuela
Zumbando como una bala
Y
amenazando cabezas. Todos con'cu se apiñan, i
agarran i se enredan í por pegarle a la l)ola. Unos en otros tropiezan. Las marcornas por el suelo. Caen i se cachetean; Mientras otros con la bola. Allá van que se las pelan. Mas si en tanto ir i venir, l^a bola atascada queda; En el momento aro! aro! (Irita toda la caterva.» I se
{Corrido del jmíjo de chueca)
Si el benévolo
i
discreto
lector, tiene la
complacencia de seguir-
nos con la imiijinacion al convento de San Francisco, conocerá allí
a uno de los héroes
mas importantes de nuestra
Pero vayase con tiento
pavimentadas
i
:
no tropiece en
bordadas de bellos
el
edificios
historia.
camino, pues las calles
que hoi conducen a
alameda, estaban en aquel tiempo tan cubiertas de hoyos
i
la
malos
— 30 — pasos^ que para no quebrarse un tobillo en
ellos, era
menester ser
baqueano.
La
falta de
truían
el
alumbrado^
i
la sobra de basuras
paso, hacían p>or de
mas
i
escombros que obs-
aquel camino. Cuando se
difícil
tenia que atravesar de noche esta parte de la ciudad, era menester
reunir las
cualidades de valiente
de baqueano; pues ademas de
i
los inconvenientes apuntados, aquel era
drones de
menor cuantía para
curidad que
allí
lugar
el
el ejido
por los
la-
ejercer su oficio, pro tejidos por la os-
reinaba. Esto sucedía en la noche: a la luz del sol
era otra cosa. Eji cuanto el Señor echaba sus luces, veíase invadida
alameda por una multitud de muchachos de todas edades í condiciones que amenizaban la localidad con sus juegos de chueca o de 'colantin^ o bien, corrían montados en los viejos burros que pillaban, servidores inválidos, abandonados a la ventura en aquella especie la
de tierra neutral.
Cerca de dos horas después de
las escenas
narradas en
el
capítulo
empeñábase en la alameda una sería partida de chueca entre una multitud de muchachos harapientos que pululaban como un enjambre de abejas. Los jugadores divididos en dos bandos, pugnaban por echar a la respectiva raya la bola de madera que iba í venía como una pelota impulsada por los golpes de los sendos palos corvos que cada cual llevaba. Los gritos, insultos, juramentos i palal)ras soeces se dejaban oír por todas partes, í mien-
anterior,
tras
unos se entretenían aquí en quitarse
a brazo partido,
ca en la
i
mas allá mil
mas
otros
mano para hacerla rodar
la bola, otros allá la
esperaban con su chue-
hacía su raya, o bien para recibir-
la en el aire parándola con el corvo instrumento,
venir
De
zumbando como una bala sobre como
los gritos
cesaron en
atravesaba
el
los fusiles de
ambas
campo de
un
ejército
líneas.
la refriega
marchaba con su cabeza
i
se pararon.
que presenta
Era
un
descubierta,
cuando
la vieren
sus cabezas.
repente los jugadores gritaron: aro!
se alzaron
peleaban
las
que, en aquel
fraile i
Las chuecas armas,
momento
de grave andar,
con su sombrero
í
en la
que
ma-
no. Casi todos los circunstantes que tenían sombrero se lo quitaron
saludando a su paternidad con cierta devota cortesía,
i
esperaron
que éste hubiese pasado para comenzar de nuveo su diversión. Dirijióse el fraile hacía la portería de San Francisco, que estaba cerrada, i golpeó con ima gruesa llave que sacó de su manga. Abrió el lego portero, i entró su reverencia, volviéndose a cerrar otra vez la puerta del convento.
—
31
—
un hombre como de sesenta años de edad, alto, seco, i al parecer ájil i vigoroso todavía: de mirada severa i escrutadora; pero cuyo rostro simpático i un aire un tanto distinguido,
Era
el
fraile
predisponía en su favor.
CAPITULO V EL PADRE HIPOCREITIA
Quiero ver de los vientos, furia desatada; I del ^'olcall horrendo, Correr la ardiente lava. Quiero de un eoeodrilo Yer la enorme garganta, ce
La
O
sentir los halagos,
De algún Todo El aseo
Que
tigre de Hircánia.
lo sufro, i
menos,
crueles ansias;
estúpidos serviles.
Causan en mis entrañas.»
(El Liberal, num.
La primera cosa que se presentó a luego como pisó el claustro ñié, dos
los ojos del frailes
2.)
reverendo tan
jóvenes que daban
muestra de estar por demás empeñados en una seria discusión. Distraidos por la cuestión que los entretenía, enardeciéndolos, no acertaron a ver al recien venido, quien pasó cerca de ellos sin obtener
No
un
saludo, en cambi(; de la venia que él les hizo al pasar.
debia tener
mui buen
jénio su lieverencia, porque volviéndose
—
33
—
bruscamente a -los disputantes que ya llegada, les preguntó con
habían apercibido de su
se
un tono entre meloso
i
—Díganme sus paternidades: —¿Prohibe por San Francisco —Nó, reverendísimo, contestó uno de
sarcástico:
acaso la regla de
el ser corteses?
que que reciba lecciones de otro que no los otros frailes; lo
me sea
prohibe a
mi
mí
la regla, es
prelado.
— Chúpate
esa,
dijo
el
otro fraile entre dientes,
pasaba por entre
ojos mientras
i
bajando los
los dedos las llagas de la
cuerda
azul que cenia su cintura.
—Edificante humildad un esclavo
vertencias
es esa
con que recibe las caritativas ad-
del seráfico
i
glorioso
Padre!
dijo el viejo
dirijiéndose al que le habia contestado. Acuérdese, frai Eustaquio,
prosiguió; de que aunque no soi su prelado ni pretendo serlo, ten-
go encargo del padre Provincial para velar por
En
esta virtud le ruego que, considere,
didas, si ese tono de orgullo
edad, dignidad
i
si
el
orden de la casa.
falta de respeto a sus
i
gobierno, sientan bien a
de s come-
las respuestas
superiores en
un sacerdote que ha he
cho voto de humildad.
Dicho
esto,
les, i se retiró
saludó con una inclinación de cabeza a ambos frai-
una
diciéndoles con
falsa sonrisa
que tenia mucho
de punzante:
— Beso a sus paternidades
la
mano.
Frai Eustaquio se quedó ardiendo,
aun no acertaba a alzar fluencia de la poderosa
—Ya
te
mató
el
los ojos,
mirada
convento...
al si
ver a su compañero que
aim estuviera bajo
Como
la in-
del viejo, esclamó:
padre Hipocreitía con una palabra!
mosca! Por eso es que este el
como
i
fraile intruso
hace cera
i
Alma
de
pabilo de todo
encuentra con liombres de lana, tiene a toda
la casa dominada...
—No eso hombre! sino — Calla boca, Antonio: en cuanto pusiste padre a Se conoce que tú no sabes este que —Ya que un conoce hasAntonio. Eso en modo de mirar. — pero como hace poco tiempo que has llegado a Casa es
que...
la
tiritar!
lo
sé
ta
viste al
si
es
jesuíta, dijo frai
es
te
fraile.
se
el
Si;
la
Grande, no lo sabes todo, como yo que no he cesado de observar al
padre Vizcaíno.
—¿Es Vascuense? — aun he descubierto Sí;
i
por medio de un paisano suyo, que 5
_
— lia sido jefe
— —Es
—
de los je¿?uitas de Valencia, después de haber preten-
Mira
serlo de los de IVIadrid.
dido
34
el
tono de autoridad que gasta.
Parece que nos mirara como a subditos.
ante
él
que nosotros tenemos
como
mando. De Valencia
la pasión del
no
las llaves del cielo, ¿I
porque nos doblegamos
culpa,
según es
lo
hombre
se fué a Rcima,
qué prerogativas del Santo Padre.
sé
—
la
fuera nuestro prelado. Este
si
A
él le
tiene sin
duda
en donde obtuvo
parece que tiene
que cacarea sus prerogativas.
por qué no se quedó en Roma,
si
tan bien
fué con el
le
Papa?
— Porque
no perdía
esperanza de ser
el jefe del
convento de
Sociedad establecida en Madrid, a donde se volvió tan pronto
la
como obtuvo
dignidad de parte del jeneral de la Orden. Pero
la
vino la espulsion, i
la
llegó a Chile
todos
i
entonces tuvo que echar a correr para América,
como
si
de aquí no los hubiesen también lanzado a
ellos.
— Sin embargo, a pesar de
la espulsion,
tenemos bastantes en
el país.
—-Sí; los hai de corazón, aunque no iniciados en la Orden, como sucede con nuestro prelado actual.
—Es
verdad que no tiene San Ignacio de Loyola un discípulo
mejor.
Eustaquio. — embargo, no de Orden, Antonio. repuso — Pero dejaría quemar por — por eso encontró tan buena acojida en convento padre fraí
servirla,
se
•
dijo frai
la
es
I sin
el
el
I
Hipocreitía.
Es
mas atendido
el consejero
del prelado,
i
hasta los
padres graves del honorable Definitorio están debajo de él, pues basta que él diga una cosa para que se le crea contra toda la Casa
Grande. ¿Te parece justo esto?
—De ningún modo. —Por me da rabia que eso
este fraile intruso se lleve las aten-
mismos que trata de avasallar. Yo no soi así, i creo que la humildad tiene sus límites. Yo tengo bien aguaitado a este fraile. A él le tocan los sermones mas lucidos, i se ha hecho predicador de moda .. Lo que son aquí!... i... Sin embargo
ciones de los reverendos
te
aseguro que no
me
gusta
lo
que predica.
—Tiene mucho sonsonete,..
—Pero, dale con que predica corte
i
lo
elevan a las nubes...
bien; Sí!
i
hasta las beatas
no habré oído
lo
le
hacen
la
que dicen en
— Todas
la calle...
mas
rio es el
ellas
35
—
desean tenerlo por confesor,
concurrido,
como
sn confesona-
absoluciones del fraile godo
las
si
i
fueran las únicas que borraran los pecados.
Antonio. — Cosas de mujeres! esclamó — también son cosas de hombres, amigo mió.. ¿Te parece que riendo, frai
I
posee pocos amigos entre los caballeros principales?
este fraile
Pues sabe que tiene bastantes protectores... Ayer no mas, vino un ricacho a pagarle cien pesos por unas misas de San Gregorio. Lo sé por la esposa misma del dicho caballero... I atiende a qne
mi confesada. De modo que no
ella es
— das ajenas? — Qué —Debe — para
se le
escapan ni
los
mnridos de las confesa-
dijo sonriendo frai Antonio.
han de escaparl
se le
ser hábil.
A
hacer su negocio.
Sí,
fuerza de artimañas ha conse-
guido hacerse amigo del presidente de la república;
mando
inmenso ¿quién sabe si se que puede llegar a ser Ministro de Estado?
seo de
—No seas — Qué
es
loco,
hombre de
le
i
como su
pasea por
el
de-
cerebro
Dios!
qué calabaza! El padre Hipocreitía, amigo mió, no dejará jamas de ambicionar el mando; i ya que le es imposible loco, ni
obtener
un
Es como
provincialato,
i
el
corazón. El se cree nacido para
a pesar del velo de humildad con que suele cubrir
aspiraciones
jamas
estuviera viendo
si le
dominar,
desea siquiera alcanzar un ministerio.
sus
del tono meloso con que habla, yo no le ayunaré
i
las vijilias.
— Sin embargo, yo creo que malo para enemigo. — yo también. —La prudencia aconseja conocer hombre sin mostrarle mala es
I
al
cara.
—No
mi
es ese
sistema, esclamó el ardiente frai Eustaquio.
cuando conozco a un hombre malo,
le liaofo la p'uerra.
Yo
Yo
veré a
este hipócrita de cien dobleces, cuando...
— Pues por
mismo que
lo
mismas armas,
i
es hipócrita, es preciso jugarle con las
de lo que se
a])arenta,r delante de él lo contrario
piensa.
—Eso como robar para mi madre, donde encuentro — Pero yo es
de
])ersegu¡r al ladrón.
i
lo
No
es así el hijo
se las canto clarito.
creo...
— Clarito
hombre,
clarito
como
el
agua! Por eso
el fraile
me
—
f>/i
6
aborrece,
i
no pierde ocasión para ponerme mal con
me han
sabes que por su influencia
vento para dárselos a su hechura, a de tiene los lojía.
ojos,
i
el prelado.
Ya
quitado los sermones del confrai Nicolás,
que no sabe don-
a quien trata de hacer hasta Lector de Teo-
.
— conseguirá, porque como —Eso mientras tenga de I lo
tiene de su cuenta al padre Pro-
vincial...
la oreja al provincial,
es:
que
lo
se le
Ni
antoje...
los
conventos de monjas se
Ayer supe que andaba haciendo porque
]3an...
ha de hacer
cambiara
se
esca-
le
el
ca-
pellán de las Claras.
—¿No digo yo? esclamó en
vivo,
lo
porque
frai
Antonio, a quien esta noticia hirió
dicho capellán era su amigo íntimo. ¿Con
el
Yo
qué también anda intrigando por ese lado?
se lo advertiré al
clérigo.
— Para
que veas
el
si
convento, en las monjas, en
hombre
deja de meterse en algo: en el
el ministerio,
no hai parte donde no meta la mano. I talvez para sacarla untada, dijo
— —Ahora anda mui
didato en
que
lo
el
en la Curia eclesiástica,
frai
Antonio riendo.
para obtener jDartidarios para su can-
solícito
capítulo que viene; porque con todas las cualidades
adornan ¿cómo no ha de ser capitulero?
Ya
le tiene el tal
candidato metido en la cabeza al padre provincial.
—Si nos gana esclamó —Ya
el capítulo,
lo creo!
jar
i
wo^ friega, dijo
frai
el j)adre
Antonio.
Eustaquio. Por esto es preciso traba-
sudar la gota gorda por que no lo gane.
Ya
yo tengo hecho
algo con la mayor parte de los definidores... El capítulo será reñido,
En
i
nos veremos las caras.
esto estaban de la conversación,
el claustro a
un
viejo
que no era otro que don Meliton Canales de
la Cerda, guiado por un
— Venga usted por rendo Hipocreitía —¿Quién será
cuando vieron aparecer en
hermano
aquí, señor,
lego,
deciael lego :1a celda del reve-
está en el segando claustro. este
pajarraco que lo busca? dijo
entonces frai
Eustaquio mirando de hito en hito a don Meliton. Talvez será algún viejo usurei'o, porque he sabido que para todas sus maniobras gasta
mucha
— Con padre.
plata. la plata todo se alcanza,
interrumpió suspirando
el
otro
CAPITULO VI LA ENTREVISTA
ctA las monarquias se les ha pasado su tiempo. La monarquía lia sido i será siempre en América la conjuración, la persecución implacable, la insurrección, la proscripción, la guerra civil»
M.
L.
Amunátegui.
— (Dictadura do O'Higglns. Int.)
Mientras ambos frailes proseguiaii su caritativa tarea de comentar la vida del padre Hipocieitía, éste, de pié
celda,
esperaba a don Meliton,
en
la
puerta de su
quien desde que divisó a su reve-
paso para abrazar cuanto antes a su amigo. Saludáronse ambos con marcadas muestras de regocijo; i después de rencia,
apuró
el
pasados los primeros trasportes, que
el
lego miraba con asombro,
pues, según dijo después al portero, jamas habia visto tan contento,
risueño
i
espansivo a su reverencia, entraron a la celda. El })adre
entonces sentó a don Meliton en la cerró discretamente la ])uerta,
i
silla
de lionor: despidió
dijo a su
amigo:
—Estamos podemos hablar con entera confianza. — esa ventana? observó don Meliton, indicando con solos
i
¿I
uíia
al lego:
ventana entreabierta.
el
dedo
—
38
—
— Cae a un pequeño patio cerrado que me pertenece, contestó padre. malo porque... — Sin embargo, no —Tiene Ud. razón, amigo mió, pues nunca están demás pre-
el
cerrarla,
seria
las
No
cauciones tratándose de asuntos que pueden comprometer.
crea
Ud. agregó, cerrando la ventana i abriendo un pequeño postigo superior para alumbrar la celda; no crea Ud. que a mí no se me habia ocurrido cerrarla, al contrario, la he dejado abierta de propósito.
— Comprendo: su paternidad queria saber con vejez me bia vuelto niño. — Cabal! Pero veo con alegria que prudencia ha echado honla
si
har-
la
das raices en Ud., amigo mió,
i
que
años no enriquecen sola-
los
mente de canas, sino también de cordura, virtuosos
i
la cabeza de los varones
eminentes.
—Oh! mi reverendo amigo, dejémonos de vanidades vamos a que importa. padre sentándose —Tiene Ud. razón: vamos grano, i
lo
dijo
al
en otra
silla
puesta enfrente de la del
el
señor Canales de la Cerda.
Desde que por sus últimas cartas supe que, a
la desgracia de per-
der su digna esposa...
Dios — amigo mió: Dios me su voluntad! —Habia seguido de ver desaparecer la dio,
Ai!
i
la quitó!
cúmplase
sus riquezas...
la
— Oh!
me
arruinado! completamente arruinado! esclamó don Meli-
ton tomándose la cabeza con ambas manos.
He
tenido necesidad
de toda mi filosofía para no caer anonadado por este golpe... sé
cómo he podido
gran fortuna;
i
Yo,
resistir a tal desgracia...
el
No
dueño de una
verme...
—Dios da Dios — Pero a mi edad; la
i
la quita!
cúmplase su voluntad,
dijo el pa-
dre.
esto es fatal, padre mió.
a la mañana abandonado de mis amigos,
i
Verme de
la
noche
sin poder sostener el
rango de mi alcurnia! Vaya, no hablemos de eso. Al contrario, hablemos, dijo el padre. Es preciso tener
— creer que quien quita bienes de fortuna, puede —Amen! don Meliton, con un tono de amargo desconsuelo, que embargo dejaba entrever esperanza. rayo de —Yo tengo continuó padre, en que Dios volverá a Ud. fe...
i
darlos.
los
dijo
sin
cierto
fe,
el
lijera lo
a su antiguo estado. Talvez Ud. no empleaba sus riquezas en
el
— divino
sei'vicio,
Ud. menos
ellas
cuando
al cielo
con una
he aquí por que fué desposeido de
pensaba.
lo
—Quién
i
—
39
don Meliton mirando
sabe! esclamó
espresion indefinible.
—No bien supe su última desgracia, cuando formé proyecto de llamarlo. — yo venido: yo he de Esj)aña porque no podia el
I
salido
lie
vivir
me
pobre entre las mismas jentes que
Me
habian visto poderoso.
he venido de vergüenza! Apenas he podido concebir
la
esperanza
de que podría cambiar de suerte. digo a Ud., que Dios nos ha venido a embargo^ yo — —Hable Ud. padre: hable su paternidad. —Antes de dígame con que encargué tan encarecidamente? don Meliton sacan —Vea Ud., me olvidado de sin
I
le
ver.
todo,
si
do de
recibí
su carta, corte^,
me
i
i
fui a
pasándoselos al padre.
Madrid,
conseguí que
el
i
valiéndome
Gobierno de S. M.
encargado secreto en estos reinos de América, a
de estudiar los medios de hacer que estas error,
le
dijo
un paquete de papeles
de mis relaciones en la
me nombrase
algo,
lie
la faltriquera
Tan luego como
sigo lo
¿trae
rej iones
fin
reconocieran su
volvieran los ojos al seno de la Metrópoli, de donde se
han
separado como la rama que se troncha del tronco para caer al suelo
i
secarse.
Sonrióse
padre sin contestar;
el
i
mientras tanto, examinaba los
papeles que habia recibido del señor Sandoval
—Ahí
verá, prosiguió éste, las cartas de
traido de varios grandes de España,
nos del Perú
i
i
Rojas.
recomendación que he
dirijidas a otros de estos rei-
Chile.
—Aquí contestó padre. Son buenas; pero ninguna vale que —¿Cuál? — Esta que viene señor don Marcelino de Hojas. —¿Es algún hombre importante? ^ — Importantísimo, sobre todo para nosotros, por relación que proyecto que he formado. —¿Es noble? —^Vaya ¿No ve Ud. que su apellido Hojas? — — Posee inmensas riquezas una dechado de las
lo
veo,
el
ésta.
dirijida al
*
la
tiene con. el
si lo es!
es
Si; pero...
i
hija únirn,
belleza,
— virtud
i
honestidad, que a
hablado con
mi
el
40
—
mi juicio,
es
mui buen
partido...
señor don Marcelino a favor de Ud.,
i
Ya he
ha aceptado
indicación.
—Oh! en cuanto a seguro dígame Ud. noble? que —Nobilísimo: palabra de honor. He visto — Pero yo creo que caballeros de ultramar, de no deben estar mui en — Dígole a Ud. que de mismos Kojas de España. Amé— Sin embargo, yo que ninguno de ha venido a — aun cuando no agregó padre, no debe Ud. pereso
sí;
¿está
pero...
de.,
es
los títulos.
estos
los títulos
regla. es
los
sé
estos
las
ricas.
así
I
fuera,
el
der la oportunidad que se le presenta para hacerse de un capital
mas de
de
doscientos mil duros, con el cual quedaría Ud. en dis-
muchos bienes. muchos bienes!
posición de hacer
— Oh! —Mientras que ahora, ¿qué saca Ud. con tener buena voluntad para hacer una obra buena, poder para —Es verdad, padre mió; pero mientras no sepa que esta famisí,
si le
falta el
ello?
lia es noble...
— Déjese de esos
:
si
escrúpulos! esclamó el padre;
i
atienda a que,
pierde esta oportunidad, se hace no solo indigno de las mercedes
.
divnas, sino que también en cierto modo, responsable de lo qu^^^
por falta de medios, deje de hacer para la honra de Dios
i
prove-
cho del prójimo!
—No me
padre mió,
es posible,
resistir
a su sabiduría, dijo don
Meliton. Prometo a su paternidad casarme con esa rica niña, aun
cuando no corra sangre
ilustre por sus venas. Seré
de los ocultos fines del cielo,
mi
i
un instrumento
espero que Dios tomará en cuenta
Cúmplase su santa voluntad! Al decir esto, don Meliton bajó los ojos con un aire de inimitable gazmoñería: así fué, que no pudo ver la fina sonrisa que se dibujó en los labios del reverendo. Por otra parte, aunque la hubiese visto, no habría sido comprendida por la estupidez del mojigato el
agravio que hago a
sangre:
viejo.
—Admiro su
cristiana disposición, dijo el padre, para resignarse
mas que un instrumento de que el Altísimo se vale para alcanzar sus santos fines. En Ud. mismo tiene la esperiencia de lo que digo. Ayer no mas se encona
los decretos del cielo.
traba Ud. pobre
i
El hombre no
desamparado,
i
es
hoi se
le
abre un porvenir. Es-
— toi
41
—
seguro que Ud. sabrá aprovecharse de la suerte, a fin de llegar
a'ponerse en disposición de poder servir a nuestra perseguida Orden,
como
— Oh!
lo
hacia en otro tiempo.
en cuanto a
eso,
no dude
su paternidad que lo harél
Cuanto yo tenga estará siempre a disposición de la Compañía.... ¡Quién sabe, agregó don Meliton, con un candor admirable: quién sabe, si Dios me quitó mis riquezas de ayer para enseñarme a ha-
me
da.
—No va Ud. fuera de camino
en
cer mejor uso de las que hoi
que piensa, dijo el padre; i puede mui bien suceder, que Ud. no haya hecho los anteriores beneficios con entera abnegación i desprendimiento.
—Puede
ser
que
así
haya
lo
sido; pero bastante
castigado estoi.
Desde ahora prometo no considerarme sino como un depositario de los bienes que reciba... No importa que la niña no sea noble, porque, ¿quién la conoce en Valencia? Una vez que yo establezca allí nuevamente mi casa como corresponde a mi alcurnia... ¿Qué? le interrumpió el padre: ¿piensa Ud. volver a Valen-
— —Yo —Lo que Ud. debe creer
cia?
creía que...
es
que hai necesidad de sus servicios
en este reino. Ud. debe establecerse aquí, porque así conviene a los santos intereses de la Orden...
— Cuyo esclavo concluyó don Meliton inclinándose ante su reverencia. — Si yo he hecho pedir en España esas cartas de recomendasoi,
le
ción,
es
para que se establezca aquí.
los intereses de S.
En
podrá servir a
este reino
M. mucho mejor que en España, en donde no
puede recojer mas que la vergüenza de su bancarrota, mientras que aquí... Pero Ud. debe estar un poco fatigado: hagamos un paréntesis
para tomar un traguito que
le
vendrá bien, según
creo.
Aquí
tengo, prosiguió el padre levantándose de su asiento,
una botellita enviado de regalo la Madre Abadesa de las monjas Agustinas. Bueno es, prosiguió sonriendo, que Ud. princide Pisco que
me ha
pie a gustar de los productos de estas
bellas rejiones americanas.
Diciendo esto, se acercó allí
una
botella
i
el padre a un armario; abriólo, sacó de una bandejita colmada de biscochos que puso so-
bre la mesa. Llenó dos copas, e invitó a beber a don Meliton, quien tomó maquinalmente la suya, enfrascado como estaba en sus reflec-
Pero no Iñen hubo bebido un trago, cuando hombre.
ciones.
se
sintió
otro
—
—Esa
de S. M...
i
i
mejor a
en atención a mis leales servicios, bien
puedo esperar que, andando
—Muí
—
es la verdad, dijo: desde estos reinos podré servir
los intereses
tro rei
42
el
tiempo, sean premiados
por nues-
Señor.
mui noble es esa esperanza, dijo el padre. Ahora hablemos de la manera cómo debe ser x)resentado a la casa cristiana
i
Ya
del Señor de Rojas. i
le
también Sandoval i Rojas. Es una equivocación, padre; ningún Sandoval ha venido a Américas. Aunque así lo crea Ud., no debe contradecir a don Marcelino,
lo cree a pie
jun tillas, pues
— — porque... — Pero... — ¿Quiere Ud. mismo las
he dicho a éste que Ud. es su pariente,
ser
él se cree
un inconveniente a su
pro2)io
estable-
cimiento en estos reinos? Olvídese de alcurnias por ahora, que todo
Lo importante
eso es vanidad.
es adquirir los
elementos necesarios
para servir a la honra de Dios.
—Estoi dispuesto a obrar como su reverencia me —Después tendrá tiempo de pensar en noblezas.
indique.
que tengo esperiencia de estos mundos.
cayendo cuando no está apuntalada por
Créame por La nobleza por acá va de-
el
dinero;
en que
po, agregó el padre con tono profético,
llegará un tiem-
i
el
dinero
será el
principal elemento de nobleza en estas tierras!
— Ohl qué cristiano
i
tierras!
esclamó don Meliton horrorizado ¿qué hombre
honrado podrá vivir en un mundo en donde
cian los sagrados títulos de la sangre, i
el lustre
i
se mir¿i
despre-
se
como nada
el
honor
de la ascendencia?
— Cada país
amigo mió; i país por país: acuérdese Ud. que acaba de salir de España porque le ñiltaba dinero. I a propósito de dinero, creo que Ud. no estará mui abundante. Demasiado cierto es eso por desgracia. I como es preciso que Ud. se presente en la casa de su futura con la mayor decencia posible, yo trataré de buscar lo necesario... tiene sus usos,
— — padre mío! En mí en— ¡Cuánto agradezco sus buenos contrará un obediente, un esclavo sumiso. interrumpió sentenciosamente — Solo Dios tiene oficios,
hijo
esclavos!
fraile
levantándose de su
cuando a El
le
tiempo, porque
mundos;
i
el
aí^iento,
del que resista su voluntad
i ai!
Ahora es preciso no perder como dicen por estos nuevos
place darla a conocer! el
yo digo:
tiempo es plata, el
tiempo es
el
árbol del bien
i
del nuil.
Quien
— lo a^^rovecha
sube
43
quien
al cielo;
— baja al abismo... Ahí
lo pierde,
esclamó paseándose a largos trancos por la celda; si el gobierno español no hubiera perdido miserablemente su tiempo, todavía
el
dueño de estos bellos paises, mientras que ahora... I ahora, preguntó don Meliton. ¿Cree su paternidad imposible restablecimiento en estas Américas del gobierno paternal de
S.
M?
seria
—
con—Tanto por menos, como sacar una alma padre admirado de candidez de pregunta. —Sin embargOj yo he hablado con ministro con varios perdel infierno,
lo
la
la
testó el
el
sonajes de la corte,
me
hizo
el
todos, hasta el
i
i
mismo
rei
en persona, quien
honor de darme una audiencia de despedida, rae mani-
festaron la esperanza que tenian de llegar a sujetar estas rej iones
a su dominio
La España
vasallaje.
i
tiene
armas
i
soldados to-
davía...
El padre no contestó,
i
solo hizo
un jesto de profundo despre-
cio.
—Imbéciles! refunfuñó entre
dientes. ¡Creer
que podrán subyu-
gar por medio de las armas a unos paises enorgullecidos con victorias recientes!
Luego prosiguió en voz alta, dirijiéndose a don Meliton: amigo mió: las armas españolas no podrán hacer nada en América. Las verdaderas armas aquí son la diplomacia, a fin de conseguir algo siquiera. Tratar a estos paises como enemigos declarados es una locura. De estos pueblos con mas atrevimiento que ciencia, de estos gobiernos inestables i ciegos, no se podrá obtener jamas ningún acomodo, sino por medio de esa lenta
— Óigame,
mas fácil engañarlos en el gacampo de batalla. Ud. comunicará
acción de la diplomacia, porque es binete,
que vencerlos en
estas ideas a S.
M.
2)or
— — Dirále Ud. que Sí, le escribiré
i
el
medio del señor Ministro.
se lo diré todo.
el oficio
de la espada ha concluido,
nos queda otra infiuencia que la de la palabra,. la
i
que no
No debemos
hacer
guerra de enemigos, sino la de amigos. ¿Entiende Ud?
—^Perfec tame n
— Muí
bien.
te
Valor
i
constancia
para merecer
el
premio, dijo
el
padre.
—Amen, contestó don Meliton. — Vamonos ahora; Ud. me esperará tras yo
voi a casa de
o\i
un amigo a pedirle
su alojamiento el
dinerillo
mien-
que necesi-
—
44
—
tamos.
—Dios guie
sus pasos, dijo
señor de Sandoval levantándose;!
el
tomando su sombrero.
Ambos amigos la
salieren del convento
se dirijieron al
i
Nación. Mientras seguian su camino,
Meliton:
Café de
padre dijo a don
el
•
amigo mió. olvidado advertir a Ud. una — Se me dispuesto a seguir —¿Qué cosa? Su paternidad sabe que sus —Es que persona que espera a üd. en —El señor Motiloui? cual debe usted un amigo íntimo mió, cuanto — porque misma virtud en persona. Es un digno — Todo eso he conocido ver a ese cumplido en —Aunque parezca a primera vista un hombre cosa,
liabia
estoi
consejos.
la
el Café...
lo
Si; es
i
diga,
creer
al
le:
italiano.
es la lo
caballero.
al
relajado,
do es un siervo de Dios. fesado.
Muchas
modestia
i
veces,
es posible
prendas viviendo en Sí!
al
fon-
conozco como a mi mismo; es mi connotar su
devoción, su relijiosidad, su
su decisión por la honra de Dios,
mo: ¿cómo
—
TjO
el
me
mí mis-
he dicho a
que pueda un hombre conservar estas bellas
el siglo?
Hai hombres
hai hombres privilejiados! esclamó
privilejiados!
como un eco don Me-
liton.
Llegados
al Café, el
señor de la Cerda entró a su cuarto,
se dirijió hacia el rio por la calle del Puente.
de San Pablo, dobló hacia su izquierda
respondiendo a los saludos que al paso.
le
i
Al
llegar
i
el
padre
a la calle
prosiguió su marcha, cor-
hacían las jen tes que encontraba
CAPITULO
Vil
LA CASA VIEJA. uV.Te enfadas
i
haces nial jesto?
Perdóname, dueño mió.
Yo
quiero tu conversión,
que quedemos amigos. Si mudares de conducta,
I
De
dicho
lo
(Aunque
me
desdigo
hombre formal) Pues veo que hablé mui mal.» soi
(El Padre Ociosa dilijencia seria
el tratar
C.
Henríquez.)
de dar a conocer a nuestros
lec-
San Pablo; esa calle célebre en la historia de nuestras revueltas políticas, campo de batallas allá en lo antiguo, de las interesantes escenas de poncho i cuchillo, que es como si dijéramos tores la calle de
de ca-pa
i
espada, lugar de reunión de la jente de cascara amarga,
de esa que mira a todo
no tiene nada; hablaba
recio;
calle,
el
mundo como
precisamente porque
repetimos, donde se andaba con garbo; se
miraba de soslayo,
se
suyo,
i
se escupía
por
el
colmillo
donde se entremezclaban los gritos de los muchachos con el cantar de las chinganas con el vocear de los amigos del alegre dios de i
los
pámpanos
i
de las vendimias;
i
donde^ en
tin,
sus habitantes
— parecían haber resuelto
el
—
46
problema
social de la propiedad,
que cada cual tomaba
era la confianza con
según
que pertenecía a
lo
otro.
Pues
donde nuestro buen padre Hipocreitía, que ya va conociendo el lector, echó a andar a pasos rápidos con el sombrero en la mano i la calva al aire, según tenia de costumbre. Después de haber andado un buen trecho, paróse enfrente de una casa de miserable aspecto, situada a una o dos bien, por esa calle fué por
cuadras de distancia de la plazuela de San Pablo: porque el cronista que recojió las noticias que
han servido de base a
esta histo-
no dice precisamente cuál era dicha distancia, contentándose advertirnos que la casa, conocida en el barrio con el nombre de
ria,
(•on
Casa Vieja, ocupaba una esquina de la manzana, i era a su vez ocupada por varios arrendatarios pobres. I a fe, que si es cierta la descripción que de ella hace el curiosísimo cronista, el tal edificio merecía muí bien su nombre de Casa Vieja.
La
puerta de
calle,
desnivelada hacia
el
era
oriente,
un gran
boquete casi cuadrado, que se cerraba con dos hojas compuestas de
mal
tablones de roble
acepillados, sujetos con clavos de
laboreadas cabezas de cobre, todo cuanto pasa.ba en
i
i
por entre cu3^as junturas se divisaba
el patio.
A
la izquierda
ocupados por un bodegón,
tos sucios
enormes
ta cochera, que era lo úuico que
i
se veía
la derecha,
unos cuar-
una enorme puer-
quedaba en pié, pues todo lo demás había caído a impulsos del tiempo que, así atierra la torre de granito como la humilde habitación de adobe. Coronaba la puerta principal, por consiguiente, lo que en otro tiempo fué edificio, un frontón triangular adornado con un escudo hecho pedaallí
i
zos,
que estaba manifestando a
las claras
la
nobleza
e
hidalguía
del primitivo dueño. Allí fué
donde
el
de la frente, tosió
i
padre
llegó: sacó su
pañuelo,
se limpió el
entró al patio con cierta hesitación, que el lec-
tor disculpará cuando le
digamos que
el tal patío,
no era mas que un
basural rodeado por un lado de edificios al caerse,
i
por
el otro,
de
El olor que allí se dejaba senno era tampoco para recrear a nadie. Por manera que el padre,
las paredes de edificios tir,
sudor
caídos.
con toda la lijereza que sus años dirijió
le
permitían, atravesó el patío
i
se
a los cuartuchos situados a lu izquierda. Grolpeó una puer-
como por eucanto, apareun hombre de mezquino aspecto, que al ver al
ta de color indefinible, la cual se abrió
ciendo en
el
dintel
padre esclamó'
— — Oh! qué dicha la mia!
al
47
—
ver en mi pobre morada al honor de
nuestra iglesia, a la columna de nuestro sacerdocio, al heredero de las virtudes apostólicas, al...
— Basta, don Policarpo, interrumpió secamente padre. No ahora para perder tiempo: vengo a un asunto que que en su reverencia mi inutilidad para —Aquí el
le
urje.
estoi
servirle
tiene
me
lo
considere útil... Pero, pase para adentro, prosiguió con melosa
En
afabilidad don Policarpo: siéntese su reverencia...
esa silla nó,
porque está en tres pies... aquí, aquí en la mia que es blandí ta. La he hecho empajar no há muchos días. Estas dos sillas, una mesa de madera blanca, un escaño de lo
mismo, i sobre una tarima, un armario de gruesos tablones con una gran chapa de ñerro i un candado por añadidura, eran los muebles de aquel cuarto, en cuyas paredes blanqueadas con cal, así como en las vigas del techo, tejían pacíficamente sus telas, un gran nú-
mero de
Don
arañas.
Policarpo Tragan tilla, era un digno habitante de aquella
lúgubre morada. Aunque no era bloroso, su jibado cuerpo,
amarillento, seco
i
sus
manos huesudas
afilado, sus carrillos
gas de su frente, evidenciaban cotidianamente. Al notar
el
Su andar tem-
viejo, parecíalo así.
hundidos,
las fatigas
modesto,
el
que
i i
las
aipiel
manso
i
su rostro
flacas,
hondas arru-
hombre
casi
apagado mi-
rar de este hombre, cualquiera inesperto podría haberse do,
i
tomádolo por un ser perseguido por
sufría
la pobreza, o
equivoca-
entregado
a los rigores de una dura penitencia.
Nada de
honor de j)resentar al lector, no tenia nada de pobre ni de penitente. Si ayunaba, si vivía siempre en perpetua cuaresma, era por no menoscabar su riqueza;
i si
esto: el personaje
miraba
i
que tenemos
el
hablaba compunj idamente, era porque así se lo
aconsejaba su hipocresía, con la cual hacia su lucrativo negocio de
prendero.
Don
Policarpo, no era, pues, otra cosa (pie la
personificación de
la avaricia.
—Estoi ansioso de saber en qué puedo a su reverencia, Tragantilla mirando padre con su carita de garduña. —Ya Ud. luego a amigo mío... Ha llegado época en que Ud. puede pagarme mis buenos para con Ud. — Estoi pronto a hacerlo, padre mío. A su paternidad, desser útil
dijo
al
la
saberlo,
oficios
pués de Dios, debo la pecpieña holgura en que
go holgura, nó porque
me
])osea riquezas, sino por...
encuentro
:
i
di-
— —Necesito un poco de
48
—
dinero, le interrumpió
padre,
el
me
i
he
acordado de Ud.
—Ahí Dinero...
yo
sí...
creia...
Dígame ¿cómo cuánto
será lo
que su paternidad necesita?
—Poca
unos seiscientos pesos,
cosa:
i
como üd.
es
mi mejor
amigo, he acudido aquí.
— Seiscientos
pesos! Padre por Dios, su reverencia está soñando!
¿Cómo ha podi
esclamó con un repentino temblor don Policarpo. do creerme poseedor de tan tamaña suma?
—No perdamos tiempo, don Policarpo: necesito esa suma, no me voi de aquí — Pero acuérdese padre, de que no hace un mes que entregué el
i
sin llevarla.
le
que
los últimos doscientos pesos
tenia... ¡Si su
paternidad supiera
cómo están los tiempos! Para ver cien pesos reunidos
es preciso ha-
blar con la Vírjen.
—No se trata ahora de
hablar con los santos, mi buen amigo, sino de cumplir con esta ol)ra de caridad. Ud. sabe que yo no pido •
nada para mí. Oh! sí ya
que su paternidad no pide sino para hacer — Üd. buen corazón... — como —Buen corazón pero. — Un corazón de Dios yo — Si pudiera darle mi sé
el bien.
tiene
I
.
:
oro...
corazón!...
es testigo...
se lo diera:
pero plata!
—Por eso he venido a
verlo...
— Ha hecho mui bien... digomal; no ha hecho
esto
tampoco sino que, quiero
decir;
bien...
Nó: no
es
que su reverencia habría hecho
mejor viniendo en otras circunstancias,
—¿Quiere
Ud. que venga a
pedirle dinero cua,ndo
yo no
lo ne-
cesite?
— Nó es me, ¿no
eso,
mi
se podría
padre...
Vaya! no acierto a esplicarme... Díga-
remediar la necesidad con cien pesos? Puede ser
que trajinando por aquellos cajones
se alcanzasen a reunir...
Cien
pesos fuertes ¿qué le parece?
—Nó, amigo mío. —Ni con ciento cincuenta? —Tampoco: ya he —Vaya padre, no hablemos lo
dicho...
mas, dijo
el ava.ro
haciendo un es-
fuerzo: voi a darle cuatrocientos pesos, aun cuando tenga que sa-
— 49 — car de
un dinero ajeno que
me han mandado
guardar; pero- por su
paternidad...
— Hombre! interrumpió padre: ya he dicho a Ud. que son que he menester por ahora. pesos — Por ahora! esclamó avaro tomándose cabeza entre manos con una angustia porque después, — por ahora, inexorablemente seiscientos
le
el
le
los
la
el
las
indecible.
dijo
Sí,
el fraile,
creo necesitar mas.
Don
Policarpo no contestó,
i
madera como un liombre a quien
se dejó
caer
sobre
le faltan las fuerzas:
escaño de
el
sacó su des-
pedazado pañuelo de algodón limpióse el sudor que corria en gruesas gotas por su arrugada frente, i contestó con una especie de ;
quejido:
—Eso imposible! —Pues nada hai mas hacedero, es
replicó tranquilamente el fraile.
El avaro miró fijamente a su interlocutor, cuya firmeza lo tenia dominado. Habia en aquella mirada una mezcla de odio, de dolor, i
de impotente despecho.
No parecía
rido don Policarpo traspasar el
sino que con ella hubiese que-
alma de su
no hizo mas que resbalar por sobre
frió interlocutor;
la coraza
pero
de hielo de que éste
parecía estar vestido.
— Le he
dicho, prosiguió el padre,
posible, es la cosa
razones.
Don
En primer
lugar, el
Policarpo hizo
—¿Podria los
mas hacedera un
que
lo
mundo, dinero que Ud. del
que Ud. llama un imi
para
tiene
tengo mis
ello
me
debe a mí.
lo
jesto que significaba: «es verdad».
Ud. negar esto? Por mis empeños ha adquirido Ud. de tres monasterios de monjas...
sindicatos
Ya
sabe cuánto
hubo, que trabajar contra el capellán de las Claras para que lo
nombrasen a Ud. de síndico... Yo sé que este negocio le deja anualmente a Ud. algunos miles de patacones... I qué diremos de la recaudación de los diezmos? ¿A quién le debe Ud. eso, sino al padre Hipocreitia? Acuérdese ademas, de que lo he librado mas de
ima vez de persecusiones por contrabando. Mala memoria
— Oh!
estoi, estoi
mui reconocido a
con la voz mas tranquila,
cómo pagar tantos
el
sus favores, padre mió! dijo
miserable:
beneficios...
tiene TJd.
me
acuerdo de todo; no sé
Aquí está mi persona... Pídame
la vida; 2^ero...
— Pero no
no
dinero, agregó el padre entre dientes. Sin embargo,
es su vida lo I luego
que necesito.
pensó para
sí:
7
—
—
50
•
—Al he menester que viva para que me reúna dinero, para único que que miserable. — Conqueren qué quedamos/mi buen amigo? prosiguió en voz contrario,
es
lo
sirve este
¿Me da los
alta el reverendo
seiscientos pesos, o busco otra persona
menos ingrata que Ud. a quien favorecer. Oh! mi santo amigo i benefactor! esclamó don Policarpo -
—
apresuradamente: ¿puede su paternidad creer que hallará otro que estime como yo sus beneficios?
—Como veo que Ud, no buena memoria, dárselo todo cada vez que vengo a —Yo! mala memoria! Le aseguro que sus tiene
es preciso recor-
i
pedirle algo... visitas
jamas de -
la imajinacion, dijo
injénuamente
—Ya lo creo; sobre todo cuando
no se
me
borran
el avaro.
como
las visitas son
la presen-
eh?
te,
—
ISTó;
plata. I
no
es
por eso: no es por
aun cuando
lo tuviera;
el dinero.
. .
me parece
Yo no que
tengo apego a la
tiano para considerar que los que tenemos algo, no
unos depositarios de lijera
somos mas que
los pobres!
— Bien pensado; evanjélícamente pensado, lando una
bastante cris-
soi
asomó a sus
sonrisa que
dijo el fraile, disimu-
labios.
Si los ricos no
dan, no deben pensar en su salvación.
— Oh! padre mió! no por que yo procure lograr algo para de por mi salud —Por que mas que un camello de una que un pase por Yo vivo he no verdad cuanto —Condéneme
subsis-
tir,
trabajar
dejo
eterna.
eso dice la Escritura, aguja,
el ojo
Dios,
en
el siglo
fácil
como
pegando de todo
si
si
rico se salve.
es
le
no perteneciese a
lo terreno,
i
es
la vida
él.
Me
dicho.
voi poco a poco des-
solitaria es
ya para mí una
pasión.
— Cada dia está mas necio
este pobre diablo, dijo para sí el frai-
Ahora tiene la pretensión de engañar a un jesuíta! Luego agregó en voz alta: Advierto a Ud. don Policarpo, que ya tengo cinco empeños para los sindicatos que, como Ud. sabe, no son dignos de des-
le.
—
precio.
—Vaya
si
lo
fadado conmigo
sé!
Pero creo que su paternidad no
porque no tengo
el
se
habrá en-
completo del dinero en este
momento...
—En cuanto a
las capellanías, de cuyos beneficios
goza Ud., per-
tenecen de derecho a un amigo mió, según la opinión de un abogado.
— T>.
*adre mió!
—
—
no joorque carezca de dinero por ahora, deje de
ner amigos. Le prometo que disposición,
51
aun cuando para
mañana
te-
estará toda la cantidad a sn
ello tuviera
que venderme yo mismo.
comprar un avaro que ya le pertence al diablo? Pero ya le lie dicho, continuó con voz firme, que
I quién habia de
pensó
el jesuíta...
la necesidad es urjente.
—Urjente! tan que — I tanto,
urjente! si
üd. no
me
da pronto esa suma, voi a sacarla a
como me pueden cobrar un
Ud.
saldría per-
—Ya veo: yo tendría que pagarlo todo después. ha de hacer mañana, mejor hacerlo — Cabal.
hoi, dijo el
interés,
i
interés subido,
judicado. lo
Si lo
padre poniéndose de
es
pié.
Alzóse también de su asiento don Policarpo,
i
haciendo un esfue-
zo soberano, dijo a su interlocutor:
—Está caja.
bien, padre mió.
Le daré
Sígame su paternidad.
del dinero ajeno que tengo en
CAPITULO
YIII
EL ALMACÉN DE PRENDAS
dTodas estas divisiones estaban llenas de objetos tan diversos, que daban a aquellas piezas el aspecto de un verdadero bazar.»
M. Palma.
—
(Secretos del
Pmhlo.)
Diciendo esto, pasaron ambos a un cañón de piezas inmediatas,
que era
el
almacén del avaro. Figúrese
el lector
carpo
mas
objetos que revelaban el oficio
ejercia.
Era aquello una
sala sucia,
un sinnúde prendero que don Poli-
de paredes ennegrecidas, colgada de telarañas,
mero de
una gran
i
llena de
especie de arca de Noé, en donde
corto es decir lo que faltaba, que lo que allí liabia encerrado
en confuso desorden. El suelo estaba cubierto de esteras, mesas, catres,
colcliones
jas, alfombras,
suecos
i
arrollados,
pailas
rotas,
canastos de ropa usada, sillas vie-
instrumentos de labranza,
i
rumas de
zapatos usados. Pendientes de la pared, se veia miles de
de atados dispuestos en hileras, todos numerados
i
rotulados,
i
que contenían ropa hecha, sombreros, capas, ponchos, lazos espuelas, correas, í muchos otros artículos que seria cansado enumerar. Suponga el lector que a todos los ladrones de la ciudad se les ocurriera un dia reunir sus robos en un gran salón, i que, a esto se agre-
^
—
53
gase todas las mercaderías que los coraerciantes llaman hueso. Suponga en seguida, que una mano intelijente i pacienzuda, arregla i
clasifica
por familias aquella multitud de objetos,
pola muebles viejos
colección tan variada
luego les inter-
trastos inútiles, cubriendo por fin todo aque-
i
con una capa de polvo. Pues bien, aun
llo
i
así,
completa como la que
i
el
no resultaría una
almacén del avaro
presentaba.
Pero entre esta multitud de desordenados objetos cubiertos de tierra, i por los cuales se oía andar verdaderas lej iones de ratas, siguió el padre a
don Policarpo, quien marchaba como de mala ga-
En
hombre era llevado al suplicio por su mismo verdugo, por que ¿cabe mayor suplicio para un avaro, que ir a contar por sus propias manos el dinero que va a salir de su caja para no producir nada, ni volver a entrar jamas a ella? ¿I qué otra cosa es para él, sino un verdugo, la persona que lo oblige na
i
suspirando.
realidad, el
De
a hacer tan duro sacrificio?
esta sala pasaron a otra que
daba
adonde estaban las prendas de venta; es decir, aquellas cuyos dueños se habían olvidado de pagar el valor del empeño. a la
calle,
que servia de despacho
i
don Policarpo
Dirijióse
rosa
mano la llave en la
que, de pié enfrente de
mirada una verdadera
i
de una mesa: metió con temblo-
al caj()n
cerradura; él,
al avaro. Allí era
i
tirando del cajón, miró al padre,
no desplegaba
Era aquella
los labios.
última súplica; pero un jesto del inexora-
ble fraile lo hizo apresurarse a
consumar
como por un movimiento nervioso
la
el
mano
sacrificio;
metiendo
i
dentro del cajón, empe-
zó a contar apresuradamente el dinero, que dispuso en pilas de a cien
pesos sobre la mesa. Concluida la operación, dijo al padre con un jesto imposible de describir:
—Ya —Haga voz melosa, —Ah!
está. al servisio i
meta
por completo, mi don Poli, dijo
la plata en
— es
^Eso nó:
tan...
me
habia olvidado...
Pero aquí está
que falta puedo venir a buscar
Como
ten-
¿Quiere su pater
el saco.
tengo bastante confianza en Ud.,
—Es verdad,
padre con
un saquito
dice bien su paternidad!
go ahora mi cabeza nidad contar?
el
i,
como ademas,
si
el resto...
don Policarpo con rabia concentrada; puede resto... En ese caso, agregó entre dientes: mejor
dijo
venir á buscar el
es ahorrarla visita. Vea,
mi
padre, prosiguió en voz
mas
alta: voi
—
54
—
a echar otros veinticinco pesos mas, por
me
si
hubiera equivocado
en la cuenta.
Diciendo dinero en
esto, contó los veinticinco pesos,
i
los
metió con
el otro
el saco.
Miserable avaro! refunfuñó
manteo
i
disponiéndose a
tomando
éste,
el
saco debajo de su
luego agrego:
salir, i
a don Policarpo; —Ya sabe Ud. que yo no puedo dar hará por mí nuestro amigo, don Pablo Motiloni. pero avaro — Don Pablo Motiloni, despegar sus recibo, dijo
lo
repitió el
sin
manto
del bulto que el saquito hacia debajo del
—Adiós don Poli,
Hasta mas
dijo éste.
ver.
ojos
del fraile.
Doi a Ud.
las gra-
cias.
—Adiós mi padre, contestó
el
avaro con angustiosa voz.
punto de donde habia venido, mientras don Policarpo, de pié en la puerta de su despacho veia alejarse su alma metida en un saco de brin, Salió el padre a la calle,
i
se dirijió al
—Adiós, dinero mió! esclamó: hasta
el
valle de Josafat! Pensar
en que esta plata vuelva a mi caja, es como pensar en la venida del Mesias.
Cerró en seguida la puerta,
i
dirijióse
ños cerrados de rabia. Malditas sean tus artimañas,
—
cial
fraile sin
esclamó paseándose por su cuarto
puños cerrados. I
a su habitación con los pu
yo, necio de mí,
que
i
entrañas
amenazando
me
i
sin concien-
al aire
con los
he dejado dominar! Pero
¿quó hacer? Estoi entre sus garras!... ¡Seiscientos pesos caídos
agua en un
rato!
Como
si
no costara nada ganarlos...
como
A estos
al
frai-
demonio que no se llena nunca!... Nunca! nunca! nunca!... ¿Para qué querrá dinero? El mismo dice que con su pié de altar tiene lo suficiente... I mientras tanto ya me lleva pedidos mil i trescientos pesos en lo que va corrido del año. .. ¡No es vida la que me hace pa-
les les parece
que ganar la plata
sar este demonio.
Ave
María!
tavo sesenta' mil pesos,
me
. . .
es
En cuanto
separo de
él...
decir misa! I este
adquiera unos Cierto es que
cincuen-
me
da a
que con su apoyo me ha hecho rico; pero el placer de ver llegar a mis manos un millón de duros, no es comparable con el dolor que me causa el separarme de cincuenta! Esto es horroroso! Tan embebido estaba don Policarpo en sus reflecciones, que no vio parada en la puerta que daba al j)atio interior, a una niña como
ganar,
i
de doce años, cuya fisonomía
Después de un corto
la
denunciaba por hija del avaro.
rato, dijo la
niña a su padre:
—
55
—
—Tatita, dice mi mamita que ya — Con qué estabas picaronaza,
es
ahí,
clamó colérico espian.
Vete de
el viejo:
no digo
i
yo!
hora de no
a tomar mate.
me habias
dicho nada! es-
Hasta en mi misma casa
me
ahí!
Ketiróse la niña medio llorando, mientras
paseándose por
ir
el
el cruel
avaro siguió
cuarto con Ja rabia elevada a la quinta potencia.
Cinco minutos después, se oia la clara e imperiosa voz de doña Estefanía, su mujer, que gritaba desde adentro:
—Don Policarpo! Don nue se enfria
el
mate.
Policarpo!
Hombre
orejas de paila rota!
CAPITULO IX ANSELMO «Era siempre el joven pensativo i melancólico que conocimos entonces; solo sí, que han arrojado una nueva sombra sobre su frente, los recuerdos de
una juventud prematura i desgraciada. Su palidez se ha hecho mas notable, i sus grandes i hermosos ojos parecen velados por una lijera capa de tristeza que, si en algo disminuye su fuego i viveza naturales, le da ese tinte simpático, que tanto interesa al alma ansiosa
de conocer el drama interno que se revela a medias en las miradas profundas.»
Guillermo Blest Gana.
—{El Número
trece,
Capitulo
1
)
El benévolo lector conoce ya de vista al oficial que hemos llamado Anselmo, i de oídas a don Marcelino de Rojas, i a su hija Lucinda.
Habiendo muerto
los
padres de Anselmo, seguía éste su carre-
ra militar en Santiago,
en donde se consolaba de la pérdida de
sus padres con la vista de su querida hermana, Anjelina,
profesa en
el
convento de las Capuchinas.
monja
—
—
57
El noble corazón de Anselmo, su valor i discreción, junto con su puntualidad en el cumplimiento de sus deberes, le hablan granjeado
el
cariño de sus superiores, así
los cuales era
mirado con
como
el
de sus compañeros, entre
El
cierto respeto, a pesar de su juventud.
joven liabia sabido captarse la estimación de que gozaba, respetuoso, sin humillación; digno
i
siendo
pundonoroso, sin altanería;
i
que jamas llegase a rayar en una familiaridad peligrosa. La severidad de sus costumbres que podían servir de modelo, i las franco, sin
su familia había sufrido, daban a su
desgracias que en
carácter
de melancolía, que nada tenía de rechazante. Al con-
cierto tinte
compañeros
buscaban por la franqueza de su trato i la amenidad de su conversación. Sobre todo, tenia ese raro valor para espresar con entera franqueza sus opiniones, cualesquiera que fuesen las circunstancias en que se hallara. Nacido en los tiempos de trario, sus
lo
de la independencia americana, habia abierto los ojos
la guerra
tambor de alarma. Actor él mismo en los combates que su patria habia tenido que sostener contra la España, su alma se habia fortificado con ese vigor que solo en los campos de batalla se adquiere, cuando se pelea por defendvrr una causa
oyendo
el
ruido del
justa, antes
que por espíritu de partido o de granjeria; siendo nota-
ble que
mismo
el
valor que había manifestado siempre con
espada en la mano, seguía mostrándolo en sus acciones
Jamas
se desdecía;
i
como
era
amigo verdadero de
la
palabras»
i
la libertad
i
de
un constante defensor. De aquí nacía esa especie de respeto con que lo miraban sus compañeros, aun aquellos de mas edad que él. Escuch aban sus palabras con marcada atención, i no era estraño ver que hasta sus mismos jefes seguían sus consejos. Por otra parte, sus convicciones en política eran tan profundas, que por nada en el mundo
la justicia, las
buenas ideas encontraban siempre en
él
dejaba de espresarlas con ese tono firme del que, creyendo la justicia
i
la verdad, se cree
también con
el
derecho
i
el
amar
deber de
defenderlas.
El carácter i los principios liberales de Anselmo, lo habían hecho afiliarse en ese partido que nacía con la aurora de nuestra libertad política.
nían
al
Enemigo de
los vicios
i
prácticas del coloniaje que se opo-
establecimiento del gobierno verdaderamente republicano,
no cesaba Anselmo de combatirlos con su palabra i con su ejemplo. Severo eu sus costumbres privadas, lo era también en la manera
como atacaba
los
males de
patria, siendo de notar
(pie (¡ueria
ver despojarse a su querida
que sus palabras, bruscas
í
duras a veces, 8
— no
concitasen enemigos.
le
contentaba con llamarle nes decían de
él
:
cees
un
el
—
58
-
La mayor Censor,
i
parte de sus compañeros se
en algunos círculos de peluco-
Pero no iban
pipiolito irreducible.»
mas
allá.
A la época Anselmo
el
del coronel
Una
en que comienza esta parte de nuestra historia, tenia
grado de alférez de infantería,
don G-uillermo De Yic-Tupper, en
órdenes
servia a las
i
el
batallón ccPudeto.j)
una 'corta licencomo ha visto el lec-
caída de a caballo le había obligado a pedir
cia para restablecerse del golpe, licencia que, tor, sabía
aprovechar nuestro enamorado militar.
Anselmo
era jeneralmente poco comunicativo,
mucho, algunos de sus amigos
se
í
como no
visitaba
empeñaban por descubrir
la cau-
sa de su retraimiento, sin echar de ver que la habrían encontrado,
estudiando
el
carácter del joven.
—¿Estará enamorado? preguntaban, —¿De quién estará? — Pero no en ninguna —Es muí su rompe cabeza. — hombre: yo dónde Yo creo que ninguna —Anselmo incapaz de nació — Qué sabes Anselmo como todo de vecino! Vénganme con —Yo digo mismo. se
lo
visita
parte.
escéntrico.
•
sé
Sí,
es
tiene
eso:
viejo.
niña...
tú!
es
hijo
vejeces!
lo
De
esta
manera
solían platicar lo^' amigos del joven;
porque ha
hombres que no se empeñan tanto en buscar lo que les conviene o desean, como en saber sí los demás lo han encontrado. Uno de estos espíritus veleidosos í noveleros, era don Catalíno Gacetilla, que parecía un duende, en cuanto a lo de estar en todas partes, inquirirlo todo, saberlo todo i publicarlo todo. Creemos no tener necesidad de hacer el retrato moral de este divulgador de noticias, porque los hombres como Gacetilla piensan en alta voz, se retratan a sí mismo, poniéndose de relieve en cuanto dicen. Qué me han de decir a mi, decía esa misma tarde ante algu-
—
nos amigos que hablaban del joven, entre los cuales se hallaba casualidad, don Pablo Motíloní: soi
amigo íntimo de Anselmo...
— conocerlo por esa razón? —Pues no! un tonto por acaso? ha manifestado abiertamente? — Pero, —Yo no tengo necesidad de eso para saber I,
j^or
¿crees
soi
¿se te
la vida
i
milagros de
--some
las personas cou quien
junto...
Anselmo!
tengo retanteado,
lo'
hombre.
—Pero después de
todo, ¿qué es lo
que sabe Ud? preguntó Mo-
mirando fijamente a Gacetilla
tiloni
través de sus anteojos
al
verdes.
—Ah!
don Pablo! estaba Ud. aqui? Este don Pablo es perrito de todas bodas; i si no fuera una herejía, diria que se asemejaba a Dios en esto de estar en todas partes... Por eso me gusta... Allegúese para acá, don Pablo, decirles es
un
i
le contaré,
porque
lo
que tengo que
secreto.
Diciendo esto
eterno parlanchín prosiguió en voz
el
mas
baja;
pero que fué gradualmente elevando, sin reparar que estaba con-
tando un secreto a sus amigos.
— Si
un
es
amigo,
i
yo
sé
secreto que he sorprendido;
que no
de por medio...
mundo
Ya lo
se oculta; pero
como Anselmo
i
gusta que hablen de
le
él,
habiendo amores
dama que de
conocen Uds... Es una
mi
es
todo
el
no de mí, porque he descubierto que está
enamorado.
— ¿qué nos importa taba de — parece a Ud. poco, don
eso? dijo Motiloni...
I,
Yo
creia
que se tra-
otra cosa.
¿I le
hombre no se conAnselmo está ena-
Pablo?... Este
tenta con ninguna noticia por gorda que sea.
morado al remate. ¿De quién está enamorado? preguntó uno.
— —De de don Marcelino de Rojas. — Lucinda? —La misma. Yo he a Anselmo frecuentar mucho —Bonita razón! esclamó — no sabes mas que eso? la hija
visto
la casa.
otro.
¿I
—Vaya
a
mí
se
si
me
sé
mas!
escapa...
Yo lo sé todo, hombre... He visto billetitos...
es señalada la
que
— ¡Anselmo con de amor! ¿Estás — hombre... Mi lavandera lava también en casa de don Marbilletes
loco?
Sí,
celino,
según
i
un dia me
me
dijo,
en
un papelito doblado que habia encontrado, bolsillo de uno de los vestidos de Lucinda...
llevó el
— Qué hombre —¿No digo, que yo tengo suerte para descubrir este!
Era una esquelita de amor, i la letra se parecía mucho a la de Anselmo. Por último, les diré, que esta mañana vi que Anselmo venia de te
noticias?
aquel lado por la calle de las Monjitas, leyendo otro billete...
— 60 — hecho. —Entonces —¿Pues no ha de Ademas, hai es uji
ser?
otras cosas que yo
sé, i
que
dejo en el tintero porque yo también sé callar cuando conviene.
Don
Catalino mentia evidentemente, porque
si
algo
mas hubiese
sabido, lo habria dicho.
—
Si eso es cierto,
me
alegro,
porque
la
niña vale
lo
que pesa,
dijo uno.
agregó otro puede esperar una dote magní—Caramba! El negocio es bellísimo. —Yo hablo del mérito personal de Lucinda. que para mí — yo del mérito que Motiloni sen— cada cual mira cosas a su manera, tenciosamente. — Cabal! En cuanto a mí, habré de decir que me casarla hassi
vale,
:
fica.
es lo
rentístico,
I
dijo
las
Sí:
vale.
te
ta con el
Una
mismo don Marcelino con
tal
de atrapar la dote.
estrepitosa carcajada iniciada por don Catalino, fué la con-
testación que obtuvo esta necia
i
chabacana ocurrencia.
CAPITULO X DON MARCELINO DE ROJAS,
«Ves aquel señor magnate.
De mole mui Que jamas Aunque el
esponjada.
se le
da nada
diablo se desate?»
(El Nuevo Maquiavelo, Núm.
En
1)
mas de la mitad de lo que Gacetilla habia dicho era cierto. Anselmo i Lucinda se amaban como ya lo sabe el curioso lector. Don Marcelino de Rojas era un antiguo i rico comerciante que efecto,
se habia retirado a la vida privada a gozar pacíficamente de sus rentas,
i
vivia metido en su casa en
compañía de su mujer doña Tri-
nidad Serrano, i de su hija Lucinda, niña adornada de todas las dotes naturales que constituyen el encanto de una mujer,
i
a la cual su
madre habia educado con esmero. Era ésta una buena señora, cuya única pasión, fuera del amor de su familia, consistía en los ejercicios devotos a que se entregaba cotidianamente. Huérfana desde la mas tierna edad, habia quedado a cargo de un tio materno, quien, enamorado de la capacidad que don Marcelino manifestaba para hacer dinero, se valió de toda la autoridad de que entonces se revestía
a un tutor, para darle a su pupila en matrimonio:
i
todo a pesar
—
62
—
de la repugnancia que la niña manifestaba por aquella unión, pues
su corazón estaba interesado en favor de un joven primo de I,
como
con
el
joven amante no tenia mas que su amor, venció
el
ella.
el viejo
poderoso elemento de la riqueza. Con las bendiciones, prin-
una vida de martirio: la memoria de su amante no se separaba un solo momento de su imajinacion, a lo cual contribuían no poco las brutales maneras del esposo, i vivia en medio de la abundancia como si todo le faltase. Sin embargo, la desgraciada esposa no dio que hablar, ni aun a sus amigas mas intimas, pues no solo era verderamente virtuosa hasta el sacrificio cipió la pobre niña
de sus mas tiernos afectos,
que también parecía
sino
serlo;
i
si
conservó siempre la memoria del antiguo elejido por su corazón, es
porque
completo olvido de
el
lo
que verdaderamente se ama, es
Bastaba mirar a doña Trinidad, profundas huellas que el martirio habia impreso en
a las fuerzas humanas.
superior
para notar las
su fisonomía, dulcificada por la resignación, ese último refujio del dolor impotente.
La pobre
señora, con el corazón hecho pedazos, se habia echado
en brazos de la
relijion
ba de hacerse creer a
sí
i
entregada a los ejercicios piadosos, trata-
misma que merecía
hacia por engañarse, teniéndose por
quezas
i
feliz
su fatal suerte; o bien
con la posesión de las
ri-
de las comodidades físicas de que estaba rodeada. Pero
inmenso vacío de su corazón que nada podía llenar; i solo le quedaba la dicha de refujiarse en la relijion i elevar su pensamiento a Dios, diciendo: «Cúmplase, Señor, tu santa voluntad.» Su primera i única hija, Lucinda; si bien no le hizo olvidar, a lo menos mitigó un tanto su continua pesadumbre. Desde que fué madre comprendió lo importante de esta santa misión; i dedicóse con una tierna solicitud al cuidado i educación de su hija. Las gracias de la niña pagaban con usura los cuidados de la amorosa madre, quien día i noche pedia a Dios bendijese a su querida hija, e hiciese caer sobre aquel ánjel la felicidad de que ella no había gozado ni gozaría ya en este mundo. En cuanto a don Marcelino, jamas se había preocupado por la bien pronto caía en la realidad, porque sentía
educación de su
hija, ni
el
por otra cosa, fuera de hacer producir a sus
capitales.
Aunque
testigo de la guerra de la independencia,
parte en ella por encontrar i
el
negocio poco lucrativo,
porque ademas, sus principios
nunca tomó
como
lo inclinaban al realismo.
él
decía
Al
veri-
— ficarse la independencia, se
como jentes dustria
i
díscolas
de pensar,
revoltosas,
i
i
miraba a
los
liberales
enemigas del comercio, de
Don Marcelino
de la relijon.
mas
unió al partido retrógrado como
modo
análogo a su monárquico
—
63
creia
como misterio de
la infe,
que
no habia liberal honrado, i cuando doña Trinidad solia recordarle que los liberales eran también sus prójimos, i que era prohibido hablar de ellos con tan poca caridad, él contestaba enojadísimo, tocándose la frente
—Qué me claven aquí
que se salve! Cuando don Marcelino hubo reunido una buena renta i construido su casa, quiso coronar también su puerta de calle con un escudo, según era la usanza en Chile de la nueva nobleza de entonces. A este efecto, solicitó i obtuvo, a fuerza de enviar patacones a España, un título que
el
al liberal o el pipiólo
tantos otros. El escudo de su casa fué demolido
mas ¿Cómo habia
como
sable republicano hizo caducar después,
de mirar con buenos
ojos,
como todos
los de-
don Marcelino, a
la re-
pública, ni a todo cuanto oliese a liberalismo?
Si
Anselmo visitaba
la casa
por algún tiempo, fué porque
ven habia sido recomendado a la señora, por
el
jeneral don
el jo-
Ramón
Freiré, del cual ella era pariente.
En un
don Marcelino no hizo caso de las visitas del mozo, i como él juzgaba de los demás por lo que pasaba dentro de sí mismo, no pudo jamas imajinarse, que una niña bien nacida se llegase a enamorar de un pobre diablo que, sobre no tener donde caerse muerto, era pipiólo por añadidura. Tampoco creia que cupiese en el alma de Anselmo tanto atrevimiento para elevarse hasta pensar principio,
en la hija de un noble. Pero cuando, a pesar de la cortedad de sus
no era de su mismo parecer, i que ya habia dispuesto de su corazón en favor del joven militar, no tuvo límites su cólera, i al momento prohibió a Anselmo que siguiera visitando a su familia, echando ademas, un largo sermón a doña Trinidad i a su hija, sobre lo poco en que miraban el lustre alcances, se apercibió de que la niña
de su noble apellido.
Don Marcelino no habría
llegado a tanto,
pulsado por otra persona a quien sideración que a su padre.
Era
el
si
no hubiese sido im-
trataba con
mas
i
con-
padre Hipocreitía, su amigo
ínti-
él
respeto
mo, su consejero, el confesor de la señora, i una especie de jefe de la casa. El padre, cuyas miras entorpecía el amor de los jóvenes, fué el que decidió a don Marcelino a arrojar al pretendiente de la casa a pesar de la voluntad de la señora, que sin decir nada
— a
sil
hija,
había ya consentido
Ansebno. Guiada por su amor de madre, de Lucinda, habia estudiado
al
—
64
interiormente
i
mas
sin
joven,
i
norte que la felicidad
encontrado en
dades que podia apetecer para su yerno. dó, fué de la
en sn unión con
pobreza de su recomendado.
De
lo
él las cuali-
que menos
se acor-
CAPITULO XI
MADRE
E
HIJA
«Lágrimas del dolor! ofrenda santa Que cual místico incienso en nube pura Desde el ara hasta el cielo se levanta! Al peso de su cruz, la criatura
A
veces siente resbalar su planta I cae i llora»...
E. Bello.
No
pasaron miiclios días sin que Lucinda abriese su corazón a
su madre. llorosa echándose en brazos de —Amo a Anselmo, —Ya habia adivinado, hija mia, contestóle también llorando le
dijo
i
los
ésta.
lo
bondadosa doña Trinidad. ¿Qué podrá ocultarse al corazón de una madre que solo desea la felicidad de su hija? Pero tu padre se opondrá a tal unión, i aun ya me ha signiñcado que te tiene elejido el marido que te conviene. El marido que me conviene! esclamó Lucinda con una exaltación que jamas se habia notado en ella. Nó mamita, por Diosi Jamas me casaré con otro que con Anselmo. Ruéguele su merced a mi tatita... Nó, nó: le rogaré yo de rodillas, i si no accede...
la
—
9
—
—No —Pues bien
66
—
accederá... lo conozco demasiado, le interrumpióla señora. ;
no accede,
si
me
meteré en un convento para siem-
una arrogancia
pre! dijo enérjicamenté la niña, enderezándose con
que hizo bajar los ojos a su madre. Lucinda estaba bellísima en aquella posición. De pié junto a una mesa, sobre la cual tenia medio apoyada la mano izquierda, elevaba la derecha casi a la altura de su linda cabeza que tenia
echada
atrás.
Estaba pálida como
zada por sus sedosas pestañas
i
el
mármol,
ojos negros,
i
i
su palidez era real-
por sus cabellos del
mismo color, que en ondulantes trenzas, le caian sobre su espalda. Su mirada clavada en el espacio era brillante; i en sus labios medio crispados por la emoción, se veia pintada la sonrisa del dolor. Fija,
i
sin movimiento,
como una
estatua, parecia desafiar todos
No lloraba,
pero
las huellas de las lágrimas
que
que se opusieran a su
los inconvenientes
aun conservaba en sus mejillas
felicidad.
acababa de verter.
Por un momento producida por las
miró su madre con una amarga congoja, palabras que la niña acababa de proferir sobre la
su determinación de asilarse en un monasterio, la voluntad de su padre.
si
Luego con una voz que
no podia vencer salia de lo íntimo
de su alma, dijo a su hija:
—¿Qué
es lo
que has dicho Lucinda, hija mia? ¡Cuan
fácil te es
formar la resolución de meterte en un convento estando viva tu
madre! Ah!
te atreverías a dejar sola
vieja que te dio
el
ser,
que
te crió
en
el
mundo
en sus faldas, que te prodigó
siempre todos sus cuidados, que solo ha vivido
que no desea en
el
mundo
a esta pobre
i
vive para
tí, i
otra cosa que tu felicidad, porque tu
felicidad es la suya?...
—Mamita! mamita!
¿He dicho yo eso? contestó la niña echándose a los pies de su madre i abrazando sus rodillas. Perdóneme por Dios! Yo no he dicho; yo no he querido decir eso... Soi muí loca; el dolor me ha hecho hablar de ese modo... Perdóneme su merced! Moriré a su lado, decia llorando la pobre niña.
— ¡Que
te
perdone, ánjel de mis entrañas! esclamó abrazándola
doña Trinidad: me pides que
te perdone,
cuando
me
haces la
mas
de las madres!
feliz
I luego agregó, sentando a su hija sobre sus rodillas
i
besándola
con efusión
—
alma mia! tú tienes que perdonarme ahora el que haya dicho que soi feliz, cuando te veo sufrir de ese modo. ^Al contrario,
te
— —No misma, —
—
67
merced, que yo sufra ahora: he vuelto sohre
crea, su
mí
Lucinda acariciando a su madre. ^Ah! tú no me engañas: yo sé lo que es eso, contestó dona Trinidad con un acento tan doloroso, que Lucinda no pudo menos de dijo
mirarla fijamente. niña. yo concibiera —¿Cómo puede su merced saberlo? un dolor tan cruel como que su merced habia podido por esperiencia propia, balbuceó doña —No digo que dijo la
¡Si
sufrir
lo
te
el de...
I
sé
Lo he oido contar a personas que se han encontrado en tus mismas circunstancias. Ambas callaron; i durante algunos momentos permanecieron
Trinidad ahogando un profundo suspiro.
abrazadas de tal manera, que sus lágrimas se confundian. Lucinda se despegó al fin de los brazos de su madre,
porque tenia necesidad de
llorar,
i
i
se retiró a su cuarto,
veia que su llanto entristecia a
su madre. Esta se quedó durante algunos minutos abismada en sus propios pensamientos.
— Siempre
esclamó
él,
me
imájen que
al fin:
siempre he de tener a mi vista su
persigue por todas partes, cuando un insondable
abismo nos separa! Perdón, perdón, Dios mío!...
un momento, prosiguió con angustia: qué vida podrá esperar al lado de un hombre a
I después de refleccionar
— ¡Pobre niña! quien no ama!
Esta vez
el suspiro
que lanzó doña Trinidad, fué un verdadero
quejido de dolor.
—Nó!
esclamó de repente con la enerjía de su amor materno:
Nó! mil veces nó!
No
se casará contra su voluntad...
Prefiero
verla morir! I luego,
acordándose de la inflexible voluntad de su marido, al
cual estaba atada con la abandonaban,
i
una cadena de
sintió
fierro,
cayó de rodillas sobre
el suelo,
que sus fuerzas
balbuceando pa-
labras entrecortadas por sollozos.
La pobre madre oraba pidiendo
a Dios la felicidad de su hija,
en premio de la vida de martirio que ella
misma habia
bre la tierra. Aquella oración, fruto del santo subir en alas de
un ángel hasta
el
sufrido so-
amor materno, debió
trono de Dios.
CAPITULO XII
LA CITA
«Cuando
aurora pinta con sonrosada tinta, I esparce suave lumbre De oro, bordando la elevada cumbre. ¡Cómo se ensancha el corazón doliente Del triste que ha velado Por la zana inclemente la
El
cielo azul,
De
nocturna tormenta amedrentado!
Así, mis males deshacerse miro;
Así, mis penas disiparse veo
Cuando tu aliento virjinal I dulce amor en tu mirada
respiro,
leo!»
Eduardo de la Barra. Tal era el estado de las cosas^ cuando Anselmo tuvo el placer
de recibir
el
creerá ni por
billete de su querida Lucinda.
un momento siquera que
la niña le había
dado en
las
el
El discreto
lector
joven faltase a la cita
ventanas de su casa.
«A
no que
las ocho en
Anselmo llegó al lugar antes de las sieadmirándose de que en la Compañía i Santa Ana, se les hubie-
punto:^ decía el papel; pero te,
se olvidado tocar las ocho aquella noche.
Para entretener
empezó a pasearse a
entonces fué cuando
lo largo
de la
callC;
el
tiempo, el
po-
—
69
—
bre Anselmo comprendió prácticamente la verdad del proverbio
que asegura que quien espera, desespera.» Ya pensaba el joven que no llegarian jamas lasocho de la noclie, cuando sintió los primeros campanazos en la torre de la Compañía. Dirijióse a la ventace
na,
bre que
como una sombra
lo
seguía a lo lejos protejido por la oscu-
ridad de la noche. Sin duda iba aquel cio,
porque no se oía
mui
hom-
tan embebido iba en su pensamiento, que no reparó en un
i
oscura,
i
el
el
ruido de sus
hombre con zapatos de silenpasos; i como la noche estaba
alumbrado público de aquellos tiempos consistía
solamente en velas de sebo colgadas en faroles en frente de cada zaguán, las cuales se estinguían por nerse, no
pudo
mozo notar que
el
lo
común
al
poco rato de po-
era objeto de la observación de
alguno. .
En
cuanto
él
auna de
junto
se
paró en la ventana, paróse también
Lucinda no
las cerradas puertas
se hizo esperar,
de
el otro
calle.
porque la ventana se abrió a la pri-
mera campanada.
—Eres tu Anselmo? preguntaron desde adentro. —Yo, alma mia, contestó oscuridad de que pesar de éste,
calle
i
la
a,
del interior de la pieza,habia conocido a su
que vengo a escrito.
repetir por tus lindos
oirte
¿Es verdad que
amada
labios, lo
Sí,
que hoi
yo
me
la soi
has
me amas?
—¿Y me preguntas — Qué cosa? lo
—-Lo que me ves hacer,
después de ver que por tu amor hago...? contestó la niña. ¿Si no te amara, te ha-
bría esperado aquí esponiéndome a que...
—Nada temas
:
la calle está sola
i
oscura.
—-Pero no podré ocultar de mí misma
este paso que doi contra
mi padre. ^^Tu padre es un tirano!... Pero es mi padre! interrumpió Lucinda con una enerjía que hizo callar al joven. Es mi padre, prosiguió con mas dulzura, i le debo
la voluntad de
— —
obediencia
i
respeto a pesar de todo cuanto pueda hacer en contra
mia. Conozco que hago mal en este momento, por que estoi des-
obedeciendo su mandato espreso de olvidarte...
^¿Te lo ha dicho ya, Lucinda? —Aguarda un momento. Después comprendo
te
lo
contaré todo... Antes
que hago; que conozco mi fal que me avergüenzo del paso que doi, porque engañando a mi pa4re, que quiero que también sea el tuyo, Anselmo, hago caer el necesito probarte que ta, i
lo
—
70
—
ridículo sobre sus canas que tengo obligación de honrar.
pesar de estas consideraciones, a pesar de lo que
una fuerza superior a mi voluntad,
dice,
venir aquí, porque tú
me
me ha
mi
.
.
Pero, a
me
conciencia
hecho consentir en
lo pedias...
—Lucinda! Le interrumpió Anselmo: un dicho ¿podrás dudar de mi amor? —Después de que —Yo no he dudado jamas de alma mia, de mi mala como queden variar Sino —Las circunstancias podrán cambiar, pero mi eres
lo
ánjel...!
te lie
sino
tí,
es-
las circunstancias...
trella... I
corazón...
soi tuya,
no seré jamas de
Gracias, querida mia.
me
otro...
¿Cómo podré pagarta
dan tus dulces palabras? Amándome, como te amo, Anselmo. Mira
—
que
la felicidad
:
antes de que tú
aunque estaba acompañada de mi mamita, que está aquí, tenia miedo ...
llegases,
—A quién? pero tenia miedo... Ahora que —No
que
te veo,
lo se;
te
oigo
temo nada... Desafiaría hasta la cólera misma de mi paPerdóname: soi una loca en hablar así ¿no es cierto?
hablar,^no dre...
—Nó, Lucinda, me
nó: habla, habla, porque
cuando
te
oigo hablar,
parece oír una celestial armonía... Habla con tu voz de ánjel,
querida mia, para que por un
momento
olvide el dolor de no poder
verte con libertad.
—
una
Sí, soi
loca, prosiguió la niña;
nuestro amor, que no concibo desapruebe, especialmente dicho, es procurar
mi
pero
me
parece tan justo
cómo puede haber persona que
lo
mi padre, cuyo empeño, según me ha
felicidad.
—Pero me decías que don Marcelino había prohibido espresamente... — me olvidaba principal objeto de nuestra te
^Ah! se
Ayer me llamó a su cuarto, ordenarme que te olvidara...
— tú puedes —Es mi padre, ¿I
entrevista.
el
i
después de pedirme; digo mal, de
decir que ese hombre...? le
interrumpió Lucinda. Pero aunque es mi pa-
he visto en mi conciencia que no debo obedecerle en esto. No tengo fuerzas para olvidarlo, padre mío, le contesté. «Pues la ten-
dre,
drás!»
me
interrumpió ásperamente.
— «Ya
poso que te conviene».— Mi querido padre,
—
te
tengo elejido
el
es-
como no puedo dejar de amar a Anselmo, tampoco podría querer al marido que su merced me destina. Mi corazón es suyo.» «¿I quién te le
repliqué: «así
—
ha mandado desvergonzada, me pregutó, disponer de tu corazón
sin
—
—
mi consentimiento? «Crees que tu corazón te pertenece?» « Juro por mi honor que te casarás con don»... No me acuerdo del nombre de ese hombre a quien no conozco todavía. Anselmo no dijo nada: un sudor frió corrió por su frente. Las rejas
de la ventana que
tremecieron como
En
aquel
si se
él tenia
tomadas con ambas manos,
se es-
hubiese tratado de arrancarlas de su lugar.
momento pasó por
la
mente
del joven el
pensamiento
de robarse a Lucinda.
Anselmo? Callaré entonces, —¿Qué es—Nó, Lucinda; no nada: quiero que me digas mozo. clamó —Pero... — Si me amas, no me ocultes nada. Dime ¿quó contestaste? —Le contesté que no podia engañar a mi padre, dijo esta.
Sufres...?
tienes,
nó,
todo!
lo
es
el
le
diciéndole:
que
lo engañarla, si le
i
prometía olvidarte. Díjele que creía faltar a
un hombre que no poseía mi corazón, i que mi conciencia me mandaba no jurar amor a quien ya aborrecía, por mirarlo como un inconveniente para mi felicidad.
mi
deber, admitiendo por esposo a
— Gracias, Lucinda mía; me haces Todo cuanto he
sufrido es
el
mas
feliz
nada comparado con
lo
de los hombres.
que me hacen go-
zar tus palabras.
—Mi padre
puso enojadísimo, prosiguió Lucinda,
se
que no podia conseguir que yo mintiese
me amenazó con que me proponía
te,
desheredarme
si
i
le
viendo
i
prometiese aborrecer-
no pasaba por
el
matrimonio
—Padre desnaturalizado! esclamó Anselmo. —Es de su preocupación,
dijo la niña, quien trataba de
efecto
disculpar a todo trance la conducta de don Marcelino. Talvez yo
no
le contesté
con
el
respeto que debia... Pero he creído que no
debía decirle nada que alimentara sus esperanzas.
En
aquel momento, los ojos de Lucinda descubrieron una som-
bra humana, que sin hacer ruido se deslizaba por la acera del frente.
Era un hombre que
al parecer quería atravesar la calle dirijién-
dose hacia la ventana. Venía medio envuelto en
ga figura
se dibujaba
en
el
un capote
i
su va-
espacio medio desvanecida por las tinie-
blas en que la calle estaba envuelta, pues las luces de los faroles, se
habían apagado casi todas
—Anselmo! ¿Ves ese hombre? Miró
el
joven,
i
dijo ella.
viendo que alguien se acercaba, echó
mano
a la
— En
espada.
—
72
aquel tiempo era un poco peligroso andar tarde de la
noche por las calles de nuestra capital, venido para evitar una sorpresa.
i
el
joven queria estar pre-
adivinando la niña
I,
el peligro,
movimiento que hizo su amante, quiso lanzar un grito, que ahogó en su pecho. Pero el hombre torciendo otra vez hacia su de por
el
recha, siguió sus pasos por la
—No
es nada: nos
misma
vereda.
estamos asustando del viento que pasa, dijo
Anselmo sonriendo i volviendo a meter su espada en la vaina, de donde la habia ya medio sacado. Pero ese hombre no parece tener buena intención, dijo Lucinda. El corazón me dice que corres peligro. I ¿puedes creer que me suceda algo con un hombre solo, cuando tengo aquí n^i espada? Tranquilízate, Lucinda: talvez será un pobre que ha bebido mas de lo necesario... Tratemos ahora del partido que debemos tomar para... Nó, Anselmo: será otro dia, contestó Lucinda. Retírate pronto, que ya es tarde, i no es prudente que permanezcamos mas aquí.
— —
— —Nó, preciso que hablemos. — Pero ese hombre! Anselmo; es
ese
hombre cuyos pasos no
se sen-
debe ser un traidor... Hetírate por Dios! Estoi temblando.
tían,
ra: él
marcha para
Mi-
abajo, ¿no és verdad?
—Así contestó joven. ..Ya ruego que tú — Pues prometes? opuesto, ¿Me — pero preciso que tú me el
es,
..
bien; te
se perdió de vista.
te dirijas
entonces hacia el lado
lo
Sí;.
es
que hablemos sobre
lo
prometas otra entrevista para
que debemos hacer a cerca de la realización
de nuestras esperanzas.
— Aquí no nos debemos ver mas... Mi mamita me ha permitido tener aquí esta entrevista
no
contigo en fuerza de
es bien esponerla a que sufra de parte de
que
esta es la última vez
mi
mi
dolor...
padre...
Te
Pero
repito,
que nos debemos ver en esta lugar
—
I
—
Cierto es que no tenemos otro punto en donde poder comu-
¿adonde hemos de hablar entonces? dijo
el
joven.
nicarnos.
— Pues entonces, vendré aquí; peor para que nos pone en necesidad —Anselmo! —Perdona, querida mia. El dolor me hace hablar... Se me ocumomento un proyecto que deseo comunicarlo contigo. en —Escríbeme entonces. i
de...
rre
este
él
la
— 73 —En una carta no puede decir que de viva voz. Es menesConque, ¿quedamos convenidos en que vendré? que hablemos — Pasado mañana, niña ahogando un —Bien: hasta pasado mañana, Anselmo. Adiós querida mia. — respondió Lucinda cerrando puerta acercándose se
ter
lo
...
dijo la
sollozo.
dijo
la
^Adios,
i
a su madre, quien la recibió llorando en sus brazos.
Anselmo
se
quedó un momento mirando aquella ventana tras
de la cual estaba
el ánjel
de sus esperanzas. I haciendo un esfuer-
do para separarse de aquel lugar,
dijo
a tiempo
de.
ponerse en
marcha:
—Está
pasado mañana. embozándose I hasta los ojos en su capote, emprendió su marla plaza de Armas, sin ver a un hombre, que de pié i cha hacia pegado a una puerta cercana, con la cual queria confundirse, habia estado, sin duda alguna, espiando al joven. Mientras éste marchaba bien: volveré
hacia abajo, haciendo resonar sobre la vereda los tacones de sus botas, la
sombra aquella, que
al parecer
era la
misma que
antes
habia interrumpido la conversación de los amantes, emprendió su
marcha hacia arriba,
i
torció a la
primera boca
calle, sin
que sus pa-
sombra misteriosa era, sin duda, un hombre de carne i hueso, porque, dando un tropezón en una piedra del desigual pavimento de la calle, echó una maldición que resonó en la oscuridad. ¿Quién era aquel hombre i cuál era el objesos hicieran ruido alguno. Aquella
to de su espionaje?
sabrá por ahora
No es,
lo
sabemos. Lo único que
el curioso lector
que aquel hombre iba refunfuñando entre
dientes:
— a la
Sí; tiene
un proyecto eh? Veremos
si
pasado mañana
acude
cita.
Aquella voz, así como recían
mucho
a la voz
i
acompañaba, sonrisa de don Pablo Motiloni,
la sonrisa falsa
a la
que
la
10
se pa-
CAPITULO
XIII
EL DIRECTOR DE CONCIENCIA,
«Los hombres del engaño, Los viles intrigantes, Se arrastran imitando
Las vueltas
La
del reptil.
rajo interno, Jestos en sus semblantes I es rótulo de mengua La frente varonil.» risa, el
Gr.
Las creitía
siete
de la
mañana
Matta.
siguiente serian, cuando el padre Hipo-
entrando a casa de don Marcelino de Rojas, se
cuarto de
éste.
Estaba
el viejo
dirijió
al
tomando mate sentado en su ancha
silla
de dos brazos, forrada de vaqueta
llos.
Una cama
i
salpicada de clavos amari-
dentro de una alcoba desarreglada, una mesa
lle-
na de papeles, cuadernos i algunas botellas v¿icías, i un escaño, acompañado de cuatro o seis taburetes de madera forrados de vaqueta, completaban, con la silla de honor, el menaje de aquella habitación, mientras tro
que de
las paredes
desnudas pendían tres o cua-
estampas de santos pintados en Quito, que era por entonces
ciudad de los pintores, así como la del Cuzco, era la de los
la
escul-
— tores.
la
75
—
Sin embargo, don Marcelino sentado en su
padre, se alzó de su silla
profunda cortesía
i
daba
al
mate
el
veneración. Ofrecióle el sitio de honor para que
i
se sentara su paternidad, tras
chupando
Gran turco, tal de su propio valimiento. Cuando vio al fué a recibirlo con muestras de la mas
bombilla de su mate, no se babria trocado por
era la conciencia que tenia
silla, i
los
i
sentándose él
mismo en
últimos chupetones,
el
escaño mien-
le dijo:
— Buena han echado por acá tan temprano, qué vientos mi reverendo padre? — Primeramente tener placer de saludar a — Muchas cebo un matecito? —Nó, queria hablar sobre En segundo asunto... —Ya, matrimonio de niña! —Eso Venia a decir que señor Sandoval Rojas ha llegado. —Santa palabra! cómo ha llegado buen señor? — Sin novedad, gracias a Dios. Me ha encargado que presente a Ud. sus —Tanta su bondad Pues a mí me toca a cumplimentarlo. ¿Dónde está alojado? — Café de Nación. Viene un poco fatigado del — Oh! natural; una persona de su calidad no acostumbrada a hacer tan —Pero a pesar de ayer mismo queria venir a conocer a Ud.... —Cuánto estimo su atención! Yo mismo a en persona. — Puedo asegurarle que arde en deseos de conocer a niña, cosa! ¿I
lo
el
tJd...
el
gracias... ¿le
lugar,
gracias...
ya! el
el
la
el
es...
I
i
el
respetos. es
i
^En el
cortesía!
ir
la
viaje.
es
viajes
largos...
esto,
iré
visitarlo
la
porque, aun cuando es
siempre
el
hombre un poco entrado en edad, conserva
fuego de la primera juventud....
— Oh! conoce que pertenece a nobleza española. —En cuanto a echa de ver a primera ojeada; como yo me por Ud. por engrandecimiento de su —Tantas mi padre. —No he escaseado alabanzas a Se he pintado como un —Así era pero ahora ha vuelto un refunfuñó don Marcelino. —¿Qué decia Ud? se
la
eso, se
intereso
la
i
i
familia...
el
gracias,
la niña.
las
la
ánjel.
antes,
se
diablo,
—
—
76
—Decía que todas mujeres tienen revés derecho. —No entiendo. — Qué ha de entender de estas su paternidad, cuando las
i
cosas,
ne la dicha de vivir cho,
por
i
sin ellas!
padre: todas tienen revés
Sí,
i
tie-
dere-
a Ud. le parecen un ánjel, porque no las ha visto como
yo,
el revés.
—Ya, —Ya va entendiendo, eh? —¿Ha encontrado Ud. alguna oposición de parte de niña? —Algo hai pero no me da cuidado, porque yo obedecido. fuera de que obrar contra mismo, per— Santo ya!
la
eje
i
eso;
seré
justo,
seria
diendo esta oportunidad que Dios
le
sí
presenta a su familia de enno-
blecerse, relacionándose con los Sandovales
i
Rojas.
—En eso yo también; créame que haré posible por no dejar escapar conyuntura. —Despreciar de una de primeras casas de nobleza española, una —Locura que yo no cometeré, por —Un hombre emparentado con primeras familias —Oh! — Caballero de Santiago que no ha querido ministro... —¿Conque todo hai? Ha estado a pique de ministro? estoi
lo
i
la
al jefe
las
la
locura!
seria
cierto.
del reino...
las
ser
i
eso
—¿Cómo
ser
No ha querido
a pique?
serlo,
i
mas de una vez ha
sido
llamado por Fernando VII.
—El —
Sí,
reí
nuestro señor, dijo respetuosamente don Marcelino.
por
el
mano cuando
mismo
reí
en persona, con
se le antoja...
Ya
el
cual conversa
mano
a
todo esto se lo he repetido a Ud.
mil veces. Seria grande honra para mi — —Yo he dicho que usted pertenece a Sandovales. —Ha hecho su paternidad. Mui bueno no desengañarlo. —
familia!
Sí, sí!
le
la
esclamó
misma
el viejo.
familia de los
bien.
bien,
I seria
— Por supuesto!
fuera de que yo
creo en conciencia, que
los
Rojas de mi familia, son de los nobles.
—Pero hai lugar a duda, mientras que casando a la niña con don Meliton,
— Eso
ya 'nadie podrá decir que su descendencia no es.
¡I
mozuelo que...
esta
es noble.
muchacha que ha dado en enamorarse de ese
—
—
77
—Es una lástima, interrumpió padre dando un de mocito — luego, padre, que no tiene donde caerse muerto...
suspiro,
el
el
los herejes.
es
Si faese
I
noble,
ya
porque
seria perdonable su pobreza; pero sin tener otra cosa
que
su espada...
—
I espada
que no está siquiera
al servicio
de la
observó
relijion,
el jesuita.
Yo creo que todos ha de tener un — Qué agua del bautismo, Ave María! han perdido — Gratia plena, contestó padre. prosiguió don Marcelino, que ha puesto —Pero pipiólo!
relijion
ellos
el
el
se le
es el caso,
a esta muchacha quedarse soltera sabe que lo he lanzado de
mi
que habia en
el
no
se
casa con
casa; pero ni por esas lo
él.
Ya Ud.
ha olvidado
capricho... Anteayer la llamé
esta maldita, Dios le perdone su le dije lo
si
caso; pero
Ud. hubiera
si
i
padre,
visto,
cómo me contestó! Conque no acepta? Ni al. mismo rei, fuera de su Anselmo, porque le parece que es el único hombre que hai en el mundo... I luego me encajó unas algaravías de amores i de corazón, que yo no sé cómo no agarré
— —
esa tranca
i
le
rompí
la cabeza.
—Es preciso prudente, amigo mío. padre mió... Por supues—Pero necesita paciencia de ser
santo,
se
andado muí prudente, porque le dije que de todos modos tenia que olvidar a su Anselmo, i que si persistía en su capricho, la
to que he
desheredaba.
— ¿qué contestó? —No por vencida, pero —Para que tan tenazmente, apoyo de su madre, — La Trinidad? Ella hará que yo I ella
se dio
se dará.
persista
el
es
preciso que cuente con
dijo el jesuita.
lo
le
Yo
mande...
soi el
dueño
de casa, padre.
—Ya — no entrego calzones a —La autoridad del matrimonio lo creo, señor.
I
los
le
la mujer... la dio
Dios
al
hombre, para que
gobernando la familia con prudencia, viva en paz.
—Ya digo que he sido seré prudente. —Estoi resuelto a desheredar a muchacha... le
i
la
Trinidad;
si
apoya
los perversos
i
en cuanto a la
pensamientos de aquella,
me
veré
— 78 — en la necesidad de separarla de su
hija,
metiendo a ésta en un con-
Es proyecto que he formado anoche... ¿Qué le parece? Puede tomarse esa en medida en último caso; pero... Pero qué? padre. La prudencia aconseja principiar por ahí, porque le diré a Ud. que ya he conocido que la mujer se me pone vento...
— —
de frente en
el negocio.
— De veras? —Como
se lo cuento.
es
Yo no
habia querido decírselo antes; pero
menester que su paternidad
lo
sepa todo,
porque como es su
confesor...
—Es verdad; pero en La
razonable.
esta materia la he encontrado siempre
virtud que he tratado de cultivar en
mui
ha sido
ella,
la
ciega obediencia a su esposo.
—Pero de pocos
dias a esta parte se
ha vuelto
otra.
No
parece
mala yerba. Se lo digo con vergüenza, mi padre; tanto la madre como la hija, han principiado a desconocer mi autoridad, i aunque la Trinidad no se me opone sino que hubiera pisado alguna
todavía directamente, sino haciéndome observaciones a lo que yo le digo, sin
embargo, temo que
al fin
lleguemos a pelear.
—No llegará ese espero en —Ud. no conoce a mi mujer por derecho, mi padre; pero yo conozco por derecho —Trabajaremos, amigo mió, por que vuelva camino orden. —Así espero de su paternidad. Creo que hace bastante tiempo que no observó don Marcelino. — he estrañado porque ya van dos meses que me Dios.
caso,
sino
la
el
i
el
el revés.
del
al
lo
se confiesa,
sin
esto,
Sí;
haya llamado al confesonario, a pesar de las indirectas que yo le he echado para llamarla suavemente a su deber. Qué barbaridad! Pasarse dos meses sin llegar al altar de la comunión! Jamas le habia sucedido esto a esta mujer... Por eso está tan resabiosa... Es preciso que la confiese pronto, mi padre. Yo no puedo obligarla. Pero yo le hablaré seriamente... Dos meses! Bueno el ejemplo que le está dando a la chiquilla! Cómo no han de estar ambas en contra mia? Pero nos han de oir los sordos! I no me llamo don Marcelino de Rojas, si antes de una semana no se han dado a la
—
— —
razón!
-
—Pero
.
después de todo, dijo
el
padre: por lo que
le
he oido,
cai-
go en cuenta que Ud. no ha hablado seriamente con doña Trinidad sobre
el asunto.
—
—
9
don Marcelino. —He tenido una media —Estas cosas no deben tratarse a medias, don Marcelino. Seria hablase. señora bueno que llamase a hablaré, padre mió. — — Pero pronto, porque veo que mal toma cuerpo, firmemente a pesar del cuerpo que ha tomado, verá su pater— hacerme obedecer en mi nidad amigo —Yo quisiera saber que dice señora a mió. —Su paternidad puede preguntarle que quiera en primera Lo importante no perder tiempo, —Temo que eso sea conferencia, dijo
solo
la
i
le
Sí, le
dijo
el
el fraile.
Sí, sí; pero, si
casa.
sé
la
lo
este respecto,
la
lo
confesión.
tarde...
es
porque le aseguro a Ud., que puede llegar a arrepentirse de haber tomado oportunas medidas. I ¿qué me aconseja sn paternidad que haga?
— —El consejo depende de
i
no
lo qtie la señora piense a este respecto;
como yo no he podido ver en su
conciencia, por su olvido en acer-
carse a mí...
—
Sí,
su culpable olvido en no asistir al santo tribunal de la
penitencia, agregó con severo tono don Marcelino.
—Por
eso es que quisiera oiría hablar ahora mismo, dijo el otro.
—Pues voi a llamarla entonces. —Vamos despacio, don Marcelino: la señora,
no
solo en el confesonario
por
lo
que he hablado con
sino fuera de
él,
he compren-
me
guarda sobre este asunto. Estoi persuadido de que ella no se espresará delante de mí con la franqueza necesaria... Paca tomar un partido, la prudencia manda que exadido que algún rencor
minemos hasta
el
—Pues yo no —Dígame ¿no donde yo oyese —Magnífica
fondo de sus pensamientos.
sé
qué hacer en
tal caso.
podría usted ocultarme en alguna parte
desde
ambos? idea, esclamó el imbécil don Marcelino. ¡I qué no se me hubiera ocurrido antes, cuando pocas cosas de estas se me escapan! Vea, su paternidad, prosiguió: puede ponerse de tras de esta cortina, i oir de /xx a pa todo cuanto ella diga. Diciendo esto, don Marcelino encantado con la vil idea, se levantó de su asiento i se fué a un rincón del cuarto, en donde habia una percha con ropa, clavada en la pared, i cubierta con una la conferencia entre
gran cortina que caia hasta cerca del suelo.
—
—Se pone pies,
80
—
aquí, su paternidad, dijo;
tapamos con este baúl
lo
i
para que no se
le
vean
los
que queda sin cubrir por la cor-
tina.
Levantóse
padre de su asiento,
el
se escondió
i
en
lugar
el
indicado por don Marcelino, quien después de arrastrar el baúl
de cerciorarse de que cuarto, riendo
i
no podia
el espía
ser descubierto, salió
i
del
alabándose de su miserable acción.
—Oye, muchacha!
le gritó
imperiosamente a una criada: dile a
tu señora que venga para acá, porque la necesito! I luego
preguntó
al
padre
—¿Dígame, su paternidad, anchas detras de —No mejor,
si
está
enteramente cómodo
i
a sus
la cortina?
dijo el padre: desde aquí
j)nedo estar
var por un agujerillo abierto a la altura de mis j estos
Haga que
de la señora.
—Así — Sobre todo
lo haré,
— Ya verá su
-
mi
le
ella se siente
hasta los
misma
silla.
aconsejo la prudencia.
paternidad,
dijo el
ojos,
padre.
si
soi
prudente
dignidad de padre de familia.
—Amen,
en su
puedo obser-
padre desde sa escondite.
i
si sé
conservar
mi
CAPITULO XIV
MARIDO
I
MUJER, Don Mateo
«Oigan! Bravísimo! Bravo!
Oh! La rabia me
sofoca...
Silencio!... Calla esa boca!»
A. Torres.
No tos
se hizo esperar
mucho
—{Una promesa de amor, acto
rato doña Trinidad,
i
I.)
en pocos minu-
mas, estuvo en presencia de su marido, quien la aguardaba
paseándose en su cuarto cuestión. Bien
i
pensando en
echaba de ver
hacia algunos dias
ella el
el
modo cómo abordaría
objeto
del llamado
,i
la
aun
que esperaba que don Marcelino la hablase
sobre este asunto, para manifestarle abiertamente su opinión, pues tenia
ya tomado su
partido.
Don Marcelino que
creia desdorar su
autoridad poniéndose a discutir con su mujer sobre
miento de su
hija,
el estableci-
apenas habia hecho otra cosa que manifestar
bruscamente a la señora su determinación de no dejar casar a la niña con Anselmo, diciéndole que ya le tenia elejido el esposo que
aunque doña Trinidad no so opuso abiertamente a tal determinación, no por esto habia dejado de observar a su marido que, en un asunto tan serio, era menester no forzar la voluntad
le convenia. I
11
—
—
82
de la niña, a lo cual, don Marcelino, había contestado groseramente:
«que en su casa no habia mas voluntad que la suya,
to o derecho,
conveniente
se
habia de hacer
lo
que
buena señora
insistir, la
se
él
mand^^se.»
No
creyendo
habia contentado con
esperanzada en vencer, a fuerza de paciencia terquedad del brutal
que, tuer-
i
i
callar,
mansedumbre,
la
Pero éste no era de los que se dejan
es]30so.
dominar por la dulzura de una mujer, pues llevaba a punto de honor el que nadie en su casa se opusiese a sus caprichos, i, como todo necio, en esto era lo que hacia consistir su dignidad de jefe de la familia.
Venia
pobre señora con
la
el
susto pintado en la cara,
i
a pesar
de su resolución, tuvo que bajar la vista ante la dura mirada de
don Marcelino, cuyas brutalidades estaba acostumbrada a temer. Pero, sostenida rehacerse;
i
j)or el
amor de su
hija, volvió
luego en
sí;
trató de
con todo su corazón pidió a Dios la enerjía necesaria
para j^ortarse como debia, es
para obrar como una buena
decir,
como una amorosa madre. Aquí estoi, don Marcelino, dijo a su marido; ¿para qué me llamaba Ud? Tenemos que tratar un asunto mui importante, contestó éste esposa
i
— — secamente. señora, sentándose en escaño. —Está prosiguió don Marce—Asunto cual ya hemos hablado bastante. pero todavía no —¿Del matrimonio de Lucinda? j)reguntó con timidez doña nidad. en escaño. Aquí en —De eso mismo. Pero no bien, dijo la
el
del
algo,
lo
lino;
Tri-
te sientes
. .
mi
silla estarás
ese
. .
mejor, dijo don Marcelino con cierta sonrisa, que
su esposa tomó como manifestación de benevolencia.
— Gracias, don Marcelino,
dijo ella
sentándose en la
silla
de
cuero.
Es verdad que aquí
estaré mejor, agregó, agradeciendo aquella
inusitada amabilidad de su esposo, amabilidad que la hizo mirar
&t
éste con cierto interés.
—Escucho a Ud., — haces bien en escucharme, porque debes saber que repitió.
I
ción de
una mujer bien
la obliga-
nacida, es atender a lo que su marido dice,
para obrar en conformidad con sus opiniones, pues lo contrario seria volver el
mundo
atrás para adelante,
al revés,
i
lo
de arriba para abajo,
como sucede con
i
lo
de
esos matrimonios desorgani-
8b
—
zados de estos tiempos que corren, en los cuales las mujeres mandan, i los maridos callan... Pero yo no soi así; no soi de los hombres a los cuales es preciso que la mujer les enseñe la
donde
me
cartilla,
porque sé
aprieta el zapato
—Pero, dígame don
Marcelino, preguntó la señora: ¿a que viene
ese sermón?
—Ese sermón viene, a
que yo quiero ser obedecido como siem-
pre.
—Pero, ¿quién opone a doña Trinidad. —Yo no digo que alguien se
lo
que Ud. dice? preguntó con dulzura
se oponga,
contestó don Marcelino,
quien no quería confesar ni aun a su mujer ,
el
que hubiese alguna
persona capaz de ojjonerse a su suprema voluntad. ¿Quién
capaz
mi casa? prosiguió neciamente. que pudiera suceder... Es verdad que ya debes saber
de contradecirme aquí en
Hablo por lo cómo se ha portado Lucinda... pero yo me Veremos quién vence... Si no se da por bien, sabes
será
como
rio
de su tenacidad...
se dará
por mal...
Ya
soi.
—Pero, don Marcelino, atienda a —También me vienes tú con contradicciones? que...
mas sumisión, i que me ayudaras muchacha sus amoríos. —Siempre he vivido sumisa a su le
de
tí
a quitarle de la cabeza a esta voluntad, don Marcelino, pero
ruego de que se acuerde de que Lucinda es su
—Bonita
Yo esperaba
hija.
pone de punta con su padre, sin hacer caso de lo que le digo, i viniéndome con que ya tiene elejido el esposo de su corazón, i qué sé yo con qué otras algaravías. ¿Esa es la manera como has enseñado a tu hija a ser obediente i respetuosa? He tratado de educarla lo mejor que he podido, i creo que ha hija!
i
se
— correspondido a mi porque una buena —Ya digo que no vengas a defenderla! esclamó solicitud,
es
hija.
te
Marcelino. Si la defiendes, es porque tú piensas
furioso,
como
ella...
don ¿De
manera que ustedes se han confabulado contra mí, que soi la cabeza que Dios les ha dado. Bonita cosa! Pero, don Marcelino, le observó la señora ¿cómo puede decir que yo venga a contrariar su voluntad, cuando todavía no me la ha
—
dado a conocer claramente?
— Vaya
pues: seré claro como
Lucinda olvide yo viva,
i
al tal
que acepte
Anselmo, con
el
el
el maridi) <i»e le
agua.
Lo que quiero
es (pie
cual no se casará miéutrns
tengo destinado,
(huí^o te lo
— que
te
porque
—
Quiero ademas que tú no
dije el otro dia... i
84
apoyes sus locuras,
le
valgas de toda tu influencia para lograr lo que deseo,
no
tomaré serias medidas... Por último, quiero que no me repliques una palabra, porque ya sabes que cuando digo una cosa, lia de ser así, i nada mas... Esto es lo que así
si
lo haces,
quiero.
—Para decirme no valia pena de haberme llamado, contestó señora mirando fijamente a su marido. — Por qué? preguntó llama a una persona, debe — Porque para saber su opila
esto,
la
éste.
se
si
ser
mal se podrá prohibe que hable una pala-
nión, cualquiera que sea el negocio de que se trate,
saber la opinión de alguien,
si
se le
i
bra.
— prohibo yo que hables? Habla hasta cuando de mi opinión. mujer, con que —Eso ¿me prohibe Ud. que contradiga? I te
te
dé la gana,
seas
tal
es
le
es,
decir,
no admi-
Ud. la discusión?... ¿A' qué me llama entonces? ¿No encuentra Ud. demasiado importante esto del establecimiento de la niña? Es verdad; muchísimo: es asunto de conciencia. te
— de futura de nuestra — Se De mujer. De —Digo — cómo quiere Ud. que discutamos entrambos de hablar? por quitarme —Estás Trinidad? No parece que yo trata
felicidad
la
lo contrario?
hija.
eso se trata,
eso!
I
si
este negocio,
la libertad
principia
te pusiera
sino
loca,
una
mordaza en la boca. ¿Quién te ha quitado, mujer, la libertad de hablar? Al contrario, te dejo entera libertad para que discutamos este importantísimo asunto. Lo que solamente quiero es que no
me
contradigas.
esclamó riendo — Graciosa no quiero que me contradigas, —
la señora.
libertad!
Sí! sil
que una mujer i
le falte,
en tan grave punto,
porque no es bien visto el
respeto a su marido;
porque ademas, tengo formado mi plan para establecer a
chacha como conviene a mi posición... Por
pone candado en
lo
dice
le diré
Dicho
el
esto,
mu-
demás ¿quién
te
la boca?
preguntó —Conque, Ud., señora; su partido? —Irrevocablemente, contestó don Marcelino. — Pues con a Ud.,
he tomado
la
la
le
replicó ella
enerjía,
que ya ha tomado
que yo también
mió. se
levantó de la
silla
i
manifestó querer salir del
-^ 85 -^
Don Marcelino no podía
cuarto.
que aquella era
creer lo que estaba oyendo, por-
primera vez que su mujer
hablaba con tal mirando de pies a cabeza a su mu-
la
le
Temblando de cólera i jer, cuya mirada parecía desafiarlo, apenas podia el irritado viejo articular una palabra; i aun habria llegado a cometer algún desaenerjía.
cato,
pues, de dominarse,
— ¿Es verdad mí?...
que
no
lo
que veo? ¿Couque
lo
hubiese sujetado. Tratando,
con la voz entrecortada por la cólera, dijo:
i
Siéntate ahí... yo te
te
mando que
te
atreves a
amenazarme a
quedes aquí.
No
quiero
vayas todavía, porque tengo que decirte muchas cosas...
te
muchas
Sí!
del padre
la presencia
si
cosas!
— Oiré de tiene Ud. que —Antes de
pié,
contestó la señora
con firmeza. ¿Qué cosas
me
decir?
dime ¿cuánto tiempo há que no te confiesas? No pudo menos de reírse doña Trinidad, al oír la necia pregunta de su marido, quien cuando entraba en cólera, se ponía aun mas todo,
necio que de costumbre.
•—No
—No dijo
qué objeto tenga esa pregunta,
sé
dijo ella.
hai necesidad de que tú lo sepas: basta que lo sepa yo .
don Marcelino apretando
los puños...
Aunque por
otra parte,
no necesito que me digas que hace mucho tiempo que no frecuentas los sacramentos, porque eso se echa de ver por encima... El
mal
te sale
hijita!
a la cara,
i
lo
veo ahí pintado...
A
mí no me engañas,
¿Crees que yo soi un tonto de amarra?
— No diré eso jamas de mi marido, contestó señora con dignidad. —I no tendrías razón para porque ya me conoces que no la
decirlo,
soi
de los que se chupan
el
dedo. ¡Caramba!
En
lo pailita
que es-
aun podría decirte cuánto tiempo há que faltas al confesonario. Te he penetrado hasta el fondo. Muí bien puede ser, don Marcelino; pero... Dale con tus peros! Contéstame francamente: ¿A que hace mas de dos meses que no te confiesas? Ya lo va a echar todo a perder este imbécil! refunfuñó el patás,
conozco
el
pecado,
i
— — —
dre allá en su escondite.
La señora no
contestó
una palabra,
sino que bajó los ojos con-
Se avergonzaba por su marido. He dado en el quid, eh? prosiguió éste con marcada satisfacción... Para que veas si tengo penetración o nó...
fusa.
— — Pero
esta vez
se
ha engañado Ud., contestó doña Trinidad,
—
86
—
no hace una semana qne me confesé... Sin embargo, no comprendo todavía por qué... ¿No hace una semana? Entonces miente el padre Hipocreitíat
pofiqíie
— suavemente. La nó; que queria que —No tiempo ha estado —No tengo nada que ver con padre — que nada que ver con tu He tomado —No ya mi —Esta que buena! ¿cómo has cortina se ajitó
•
sino
es eso,
como
decir,
tu confesor no
aquí...
este
Hipocreitía, dijo la se-
el
ñora.
confesor?
tienes
^¿Con
confesor...
es
es
sí
otro.
te
I,
mí permiso? No sabes que la que mas interesa a un marido? Con quién te
confesonario sin
mujer
mudaj de conciencia de una
atrevido a
es lo
confiesas
ahora?
don Marcelino: cosa que mi —No creo necesario mismo confesor me ha — Pero ¿por qué has dejado padre Hipocreitia? francamente: porque no me gustaba. —Se Ya — gusta que talvez será ma^ mo santo padre Hipocreitia aconsejaba para tu — pesar de su santidad, muí contenta con haberlo de—Buenos serán consejos que da tu nuevo Se decírselo,
es
dicho.
al
lo diré
ese otro
I te
liberal!
te
el
se ve! có-
bien...!!
estoi
^A
jado...
los
echa de ver en
el
Has consultado por acaso, que
te
aprovechamiento!. el
me
.
.
confesor!
Pero volvamos a la cuestión.
asunto con tu nuevo director? Te ha mandado,
desobedezcas?
— don Marcelino; he consultado detenidamente, respondió — qué ha dicho? — Que una iniquidad casar a niña con un hombre a quien lo
Sí,
ella.
I
te
es
no
quiere.
—Me
la
Eso me ha
dicho.
Pues te prohibo espresameiite que sigas confesándote con él. ¡Caramba con el confesorcito! También me ha dicho, que si hacemos fuerza a nuestra hija para que tome estado contra su voluntad, somos ambos responsables de los males que puedan sobrevenir por esta causa. Ya, ya, ya! Ese sí que es confesorcito! No te confesarás mas con él, o yo no me llamo don Marcelino de Rojas! En fin, me ha aconsejado el cómo debo portarme en este deligusta
el confesorcito!
—
— —
cado asunto,
i
estoi resuelta a...
^
—Estás
resuelta, eh?
87
—
Buena alhaja de
Veremos
confesor!
lo
que
te vale estar resuelta! •
—^Estoi resuelta a obrar según
todo cuanto
me ha
dicho, es la
sus sabias prescripciones, porque
pura verdad,
dijo
con firmeza la se-
ñora.
— Conque, ¿estás decidida
a seguir esos consejos
i
rebelarte con-
puede ordena i
tí^ míi autoridad, cuando debes tener entendido que nadie
contradecirme en
mi
sin faltar a lo
casa,
manda? Sabe, prosiguió con
modo vas
ese
a ser
la relijion
don Marcelino, que
calor
verdugo de tu
el
que
si
obras de
hija.
—Yo?
—
Si,
tú; porque el
de esta tierra.
—
marido que quiero
darle,
no
es
un cualquiera
.
quién es entonces?
-I
—Es
un
don Marcelino, acentuando sus palabras. Un noble, caballero de Santiago, de la encumbrada familia de los Sandovales i Rojas, Oyarzun del Pozo-Hondo, i qué sé yo cuántos noble!
dijo
otros apellidos, que nos hace la honra de venir de
parentarse con nosotros... Mira ese otro mozalvete de estos
Guzmanes
si
España a em-
tendré razón para preferirlo a
Anselmo Guzman... ¿Sabes tu
lo
que son
de Chile? Ellos se creen parientes de Santo
A
Do-
Américas no han venido sino mui pocas familias nobles... Bastantes veces me lo ha repetido el padre Hipocreitía... Fuera de que el mocito pertenece en cuerpo i alma a los malditos pipiólos... Es de los pelajianos que hiede a azufre desde lejos... Mientras que el señor don Meliton Canales de la Cerda, Sandoval i Rojas, es un caballero, cristiano a las derechas, que ha merecido la confianza de la Santa Compañía de Jesús, emparentado con las primeras familias de la corte i que habla con S. M. el rei en persona, cada i cuando se le antoja...
mingo;
pero,
Con
mismo
el
que engañados están!
rei ¿entiendes?
cidad de nuestra hija
i
al
estas
Atrévete ahora a oponerte a la
feli-
engrandecimiento de nuestra familia,
mujer sin conciencia ni temor de Dios! Calló don Marcelino, creyendo haber dado el golpe de gracia a
su mujer.
En cuanto
a ésta, que no tenia otra mira que la verda-
dera felicidad de Lucinda, contestó tranquilamente:
—Aun cuando mi hija fuese ría
pretendida por un príncipe, no da-
buenamente mi consentimiento para que
voluntad.
la casaran
contra su
—
88
—
Qué mujer tan empecinada! esclamó — Por Vírjen puños. don Marcelino, apretando con nueva — Óigame Ud., prosiguió doña Trinidad: tratara de mí, me del Pilar!
la
cólera
los
si
se
buena gana por alcanzar la paz del matrimonio. Ah! Ud. no debe echar en olvido que toda mi vida ha sido un constante sacrificio, ni tendrá jamas nada que echarme en cara a este respecto. Pero se trata del porvenir de Lucinda, i le prometo a Ud* (porque yo no puedo mentir) que haré cuanto de mí dependa por verla establecida con el hombre a quien ama. sacrificaria de
— Calla esa boca! interrumpió farioso puños en actitud de amenaza, porque —Ya esto demasiado, don Marcelino. le
el
si
marido, alzando sus
no...
es
No
abuse Ud. de
mi
mansedumbre. Hasta aquí he sufrido con rasignacion, prosiguió la señora; pero si Ud. se propasa a cometer un desacato, me veré en la dura necesidad de poner esta circunstancia en conocimiento de mi primo don Eamon, que es aquí mi único apoyo.
La
señora hacia alusión al jeneral don
Ramón
Freiré, su pa-
riente cercano.
—
mas
I ¿qué
i
mas
para que lo
importa don Eamon, ni cien Ramones de su laya? dijo
don Marcelino. Basta que sea de los herejes aborrezca!... Verás tú, si el tal don Ramón tiene mas
furioso,
poder que yo sobre mi
—Ya que a nada liendo de —Vete a donde
se
hija.
puede arribar,
me
retiro,
dijo la señora sar
la pieza.
se te antoje, le contestó
ademan tan grosero como
En
las palabras
seguida empezó a pasearse por
don Marcelino, con un
que empleaba. el cuarto,
tan ensimismado
en su pensamiento, que se olvidó enteramente del padre Hipocreitía.
Este, viendo que habían vuelto a quedar solos, salió de su es-
condite,
i
acercándose a don Marcelino,
le tocó
en
el
hombro como
para despestarlo de su preocupación que lo tenia medio fuera de
sí.
CAPITULO XV DAR CONSEJO AL QUE LO HA MENESTER «Las niñas en la ventana, Son niñas que están en venta, Que, sin decir nada, dicen:
¿Quién compra? Aquí está
la
tienda I»
(Zamacueca.)
mujer mas parece? preguntó padre... ¿Ha — Ha dedo en interrumpió jesuíta poniéndose —Chit! amigo mió. boca. No conviene hablar tan —Tiene razón su paternidad; pero no dueño de mí... Esta mujer diablo dentro del cuerpo. pero conviene —Veremos modo de contestó ¿*Qué le
irreducible?
visto
al
visto...
chit! le
el
el
la
recio,
soi
tiene el
sacárselo,
el fraile;
obrar con prudencia. Ahora sé lo que quería saber...
Ya presumía
que ella habría cambiado de confesor, porque no es mujer que pueda permanecer sin confesarse por mas de una semana. Lo importante es saber cuál es su director,
i
lo sabré.
—Ya ve que no ha querido —Pero a mí me costará poco — Indagúelo su paternidad... ¿Qué
decirlo.
saberlo.
Debe
ser un... Dios
me
clase de confesor será ese?
perdone. Pero, qué consejos! Nó, nó! no
debe seguir dirijiendo a mí mujer, porque cola,
que yo mismo no la conozco.
No
me es
ha puesto tan dísnada! se ha negado de la
12
— 90 — Ya
ha oido su paternidad, prosiguió don Marcelino, meneando la cabeza... ¿No le decía que no hai mujer que no tenga revés i derecho? Ahora soi el portero de mi famiredondo a obedecerme...
como el chiquillo de Cálmese, amigo mió, le paciencia se gana el cielo. Soi
lia...
la
la
— — Pero,
padre, por Dios!
la cocinera...
Soi como...
dijo el padre:
acuérdese de que con
¿Cómo
cuando esta maldita mujer ha dado quedaba?
quiere que tenga paciencia al traste
con la poca que
— Son pruebas con que Dios manifiesta a que don Marcelino. Tranquilícese Ud., no pierda mérito. —Dice su paternidad: estas son pruebas, se
los
el
lo
me
aman,
.
dijo el viejo, cu-
bien,
yo amor propio habia sido halagado por
las artificiosas palabras
del fraile.
como nada hai que modifique con mas presteza los pensamientos humanos, ni que haga variar mas repentinamente nuestro I
modo de .
amor
ser actual,
propio, el necio
porque
que
don Marcelino
creyó en aquel
se
las insinuaciones
momento
hechas con destreza
al
se
calmó como por encanto,
el
objeto especial de la aten-
ción de Dios.
—
que
^Es cierto,
me
—A —
Sí,
padre mió, dijo mirando
al cielo:
estas son pruebas
envia su Divina Majestad, para probarme...! las cuales es preciso resignarse.
ya
muchacha me desobedece, la sigue con su porfía, la desheredo, como
estoi resignado: pero si la
meto en un convento, i si tres i dos son cinco. ¿No le parece, padre mió, que
esto es obrar
cristianamente?
— Cabal,
dijo el
padre dando un suspiro, aunque la cosa es du-
ra de hacer.
— — Santo justo: —Es verdad, no
Para mí no hai nada duro, con anden derecho. i
¿i si
tal
de conseguir que las cosas
lalei le ¡Drohibe a
Ud.
el
desheredar a su
hija?
niéndose
el
habia pejsado en
dedo en la
frente,
esto, dijo el cruel viejro
como reñeccionando sobre
el
po-
modo
de vengarse de su propia hija, hasta después de su muerte.
Estuvo así por algunos momentos mientras el padre de un modo particular. —•Yo creo que hai un medio, dijo éste, de salvar aste. —¿Cuál es ese medio?
lo
mirarba
dificult^'d
— 91 — —No
no en que
la
niña se
un deber, dar consejo
—Oh!
Ud
porque yo no tengo interés ninguempobrezca. La decia solamente porque es
quisiera decírselo a
al
que
lo necesita.
padre mió: yo he menester de sus consejos. Su paternidad
sabe cuánto los estimo!
—I ademas,
^
al fin
—
cabo puede llegar a casarse con Anselmo...
al
i
Sí:
encima,
de que recibiendo la niña su herencia legal, como
i
el pipiolillo se reiría
i
gastará mis capitales,
mí después que me echen la que me han costado mi sudor
de
tierra
tra-
i
Vaya, padre de mi alma, dígame ese medio que a Ud. se le ha ocurrido, porque no puedo pensar a sangre fria que mi dinero
bajo...
pase a poder de un pipiólo hereje, que sabe üios,
hará de
i
mal uso que
él!
—Mientras que en un buen poder, podría mo
el
a la mayor honra
i
servir en bien del próji-
gloria de Dios, dijo el padre con cierto en-
tusiasmo.
— Así
por eso
es,
me
había encantado la idea de casar a la here-
dera de mis riquezas con ese santo hombre de don Meliton.
— Oh!
en poder del señor Sandoval, sus riquezas quedarían ga-
nando un crecido ínteres para bien del alma de Ud.... Esto es, amigo mío, como siUd. hubiera trabajado para fomentar la relijion Ah! mi padre! Es la pura verdad! Para multiplicar el número de los que adoran al Crucificado. Padre mío!
— — — —
I
debida
cada al
infiel,
convertido con su dinero, seria una nueva obra
trabajo de Ud., porque, en verdad, que esto es
Ud. trabajase después de muerto por la honra i gloria de Dios!
—Ah!
no
me
hable
mi alma,
de ese modo, padre de
Marcelino, porque eso es para que sufra corre el fruto de
propagación de la
la
mi sudor
i
mi
trabajo,
mas
al ver
dirían las
j entes?
^e
i
dijo
si
por
don
peligro que
el
de ser mal empleado por
manos profanas... Oh! prosiguió con exhaltacion: mi testamento a favor de don Meliton.
—Pero ¿qué
como
observó
el padre,
estoi por
hacer
aparentando un
falso escrúpulo.
— Que digan lo que quieran ¿Nó soi
—Ademas, tara de
la leí se lo prohibe,
una donación
inter vivos,
en su derecho.
— Cómo
dice, su
como
paternidad?
dueño de le
lo
mió?
dije antes... Si
ya sería otra cosa,
i
Ud.
se
tra-
estaría
— —Talvez blar...
No
92 --
he dicho demasiado,
como temiendo ha-
dijo el padre,
quiero que se diga que yo he tratado de inducirlo a ven-
garse de su
liijita.
— Hable no mas mió: a mí, nada mujeres me tienen cabeza echada a perder. —Hablo solamente por cumplir con obra
me
se
i^adre
ocurre. Estas
la
la
«aconsejar al que lo ha menester»...
Su
de misericordia, de
dolor paternal
me
interesa
sobre manera... Ud. puede donar lo que quiera antes de morirse.
—¿Ese medio de que me iba a hablar antes? —Ese mismo, pero ya digo a Ud. ha menester de calma para porque mui bien puede arrepentirse después. —Nó, no! yo hombre de nunca me arrepiento de que hago. ¡Nunca! —¿Decia su paternidad — Decia yo que mui bien puede Ud. hacer donación de una parte de sus bienes en favor de quien —Es ¿dar desde luego mis haciendas? padre mió! Eso es el
se
le
estas cosas,
carácter,
soi
i
lo
que...?
;
quiera.
decir
para pensado, te;
es
i
bien pensado... Después de muerto, ya es diferen-
mas de una
pero deshacerse así no
renta, es algo duro,
padre
de mi alma.
—Yo no digo que
Ud. se deshaga de todas sus rentas, porque esto seria un suicidio... Hablaba solamente de la donación de una haciendita, por ejemplo... Sin embargo, como esto no pasa de ser una simple conversación, pues no tengo voluntad de hacer ningún mal a Lucinda ni a doña Trinidad, a quienes estimo verdaderamente...
— Después hablaremos de padre. Yo pensaré cónsul" taré con almohada, como decia mi abuelo. —Entonces, me Ah! me olvidaba una cosa que tenia que prevenir a Ud. — Qué cosa? Hable, jmdre. —Es una advertencia en conciencia debo ¿Me promete Ud. no exaltarse obrar con toda cordura? padre mió. Hable, su — Como tratara de una paternidad. —Dígame antes de todo Ud. positivamente que Anselmo no a Lucinda? — Qué ha de Lo he echado de mi casa con templadas! — lo
eso,
i
lo
la
retiro...
i
se
hacerle...
*que
i
si
confesión,
se
¿cree
visita
la
Sí; pero...
visitar!
cajas des-
—
93
—
niña sino desde no ve a —Estoi seguro de que porque yo siempre acompaño a misa. en en su —Nó: hablo de después de Estaríamos en bien que —Visitas haberlo arrojado ignominiosamente... Se pasaba de sinvergüenza. — Ya Ud. sabe que pipiólos son don Marcelino. Pero, a — padre; son como una muía, la
el pipiolillo
la
la iglesia,
lejos,
las visitas aquí,
le
casa.
viniera,
aquí!
porfiados.
los
dijo
Sí,
me gana
porfiado no
nadie. I yo le prometo, que no verá
Lucinda en mi casa. Pues es el caso de que
— —No — Lo
lo crea,
sé
la ve, dijo el padre.
su paternidad.
de buena
advertírselo.
mas a
tinta,
amigo mió,
Es un deber de
por esto he creído deber
i
conciencia.
— Cómo, por quién sabe su paternidad? Se cuenta milagro, pero —Eso cosa lo
i
es
seria.
no se dice el sentenciosamente. Es cosa que he averiel
santo, contestó el fraile
guado en una confesión. Pero ¿cómo puede ser eso? No solo se ven, sino que se hablan
— — ventanas de — picaronaza! esclamó don
las
casi todas las noches,
por
la calle.
^Ah!
Marcelino;
i
talvez la
Trinidad
proteje esas entrevistas! Permitir a su hija que hable por las ventanas!
decía
O mi
Yaya! Mujer en ventana, mujer en venta,
talvez que...
abuelo.
—No hai que dudar de —Yo no dudo! esclamó
eso, dijo el padre, sorbiendo
una narigada
rapé.
lo
el irritado viejo.
¡Permitir que
hija hable con su galán por las ventanas! I quién sabe
brita en palabrita, de
mirada en mirada,
i
si
una
de pala-
de suspiro en- suspiro, se
pasan a cosas mayores.
—No digo interrumpió —¿Entonces su paternidad eso yo,
el padre,
guardando su caja en
el
bolsillo.
cree,
que solo
las
miradas, los suspiros
pueden pasar por entre las rejas de una ventana? Ah! padre mió! prosiguió don Marcelino, cuya exaltación iba en aumento con las diestras insinuaciones i contradicciones del jesuíta; en esto sé yo mas que su paternidad. ¿No ve que soi lego, i he pasado mi vida en el siglo? i
las palabras,
Sonrióse el padre,
i
dijo:
—No ignoro, amigo mío, que
siendo
el
honor de una nina, una
—^— liosa
tan delicada, nuDca están de sobra las mayores precauGianes
pero yo decía, que conociendo como conozco a doña Trinidad, ¿o creo que...
—Yo
sí
que
lo creo todo!
interrumpió don Marcelino
dando un
puñetazo sobre la mesa. Pero, dígame su paternidad ¿está seguro de que ha habido esas entrevistas? —Como que me he de morir.
—Yo nae
cercioraré!
—Nada mas de do a — mujeres!
fácil:
eso
las diez
Ali!
mañana mismo puede Ud.
cerciorarle,
pian-
de la noche por enfrente de las ventanas.
¡ah mujeres ventaneras! Pero
ya
se ve!
como yo
me acuesto tan temprano, hacen lo que quieren estas empecinoÁas! Mas yo averiguaré la verdad; i si el caso es cierto, le prometo liacer la donación. ¡Se lo juro!
padre levantándose para —Amen, visto mayor desvergüenza, decia —Habráse dijo el
retirarse.
don Marcelino p^,¡Haberme burlado aquí, barbas! Pero les preguntaré yo cuántas son cinco... Veremos. en mis En todo caso, es preciso obrar con prudencia, amigo mió. No tenga cuidado su paternidad. Ya me conoce que spi pri^T
seándose a largos trancos por el cuarto.
— — dente. —Entonces, —Adiós, padre mío, contestó don Marcelino besando mano Encomiéndeme en sus oraciones. del —^Asílo haré; pero no eche Ud. en he que todo cuanto no nace de otra cosa que que me inspira Ud. —Agradezco sus bondades. Dios pagará... Mientras señor don Meliton. salude a mi nombre — Lo haré como ordena, contestó padre, saliendo a adiós, dijo el jesuíta.
la
fraile.
olvido,
le
del ínteres
dicho,
le
tauto,
al
lo
el
la calle
por una puerta escusada que don Marcelino abrió con una llave de su uso esclusivo.
CAPÍTULO XVI DONDE EL CURIOSO LECTOR HARÁ CONOCIMIENTO CON DON CANDIDO DE LA RUEDA I DOÑA ESTRELLA CLAVIJO
"En pago de mis amores, Flor de grhcias peregrinas, Tocan otros tus primores, I yo solo tus espinas" Luis Blanco.
En
—{Cantares-)
cambió repentinamente de aspecto; i dejando dentro del cuarto de don Marcelino, el aire preponderante con que dominaba a éste, se caló una fisonomía meditabunda, con cierto barniz de compunción, que era la que cuanto
el
reverendo se encontró en la
solia usar en público. Arre^'lóse el hábito;
contrapesóse la cuerda; requirió i
el
calle,
enderezóse la capilla;
bastón que nunca
le
hacia falta,
con grave continente, echó a andar por la calle de la Compañía,
Al pasar por enfrente de esta
iglesia,
cuyos antiguos claustros es-
taban sirviendo de colejio principal de la república,
el
padre hizo
un jesto de notable desagrado; pero luego su cara volvió a su normal i pacífica actitud. ¿Por qué le sucedió esto al padre? No lo dice espresamente la historia. Lo único que hemos podido averiguar en las antiguas crónicas, es que jamas pasaba por allí, su reverencia sin que se le contrajese el semblante.
— Atravesando iba ella
96
la plazuela,
—
cuando se encontró en medio de
con un caballero. Iba éste acompañando a una señora,
bos debian ser
mui amigos
fueron derechamente a respeto
i
cariño,
i
am-
del padre, pues en cuanto lo vieron, se
él, i lo
muestras del mayor
saludaron con
saludo que fué cumplidamente devuelto por
el
padre.
Era
el
caballero
un hombre como de cuarenta
i
cinco anos, alto,
un poco barrigón, de cara bonachona, rechoncha, colorada, mirada sin espresion, i de esas fisonomías vagas que, aunque mui móviles, nada significan a primera vista, porque fuera de la vaciedad, nada mas tienen que significar. Iba vestido de pantalones de brin, zapatos gruesos, una polaca de casimir a cuadros, chaleco de seda, camisa con valonillas mui ajadas, corbata lacre i sombrero gordo,
de pita guarapón.
En
acompañaba, aunque no era bella, tenia sin embargo un semblante simpático, i en sus ojos, así como en toda su espresiva fisonomía, demostraba el carácter resuelto, i cuanto a la señora que
lo
no es atrevido de que estaba dotada. Su vestido era mucho mas rico que el de su marido. El camisón de seda a bastones de
un
si
es
arriba abajo, era estrechísimo, de
mas de
la
manera que apenas tenia poco
anchura necesaria para dar
el paso,
i
estaba redondeado
por la varilla interior que rodeaba las caderas, desde donde bajaba discretamente
casi sin pliegues a besar pié, cubierto i
al
andar se
empeine de un lindo
con zapatos recortados, adornados de hebillas de ace-
terminados en
ro
el
viese,
j^i^i^ta.
no solo
La cortedad
las
del camisón permitía
medias caladas
i
el
que
blanquísimo fus-
tan interior, sino las cintas azules de los atacados, que serpentean-
do simétricamente en torno de la bien formada pierna, se oculta
ban debajo del vestido. El corpino de éste era estrecho, así como las mangas que llegaban hasta la muñeca, todo lo cual se adivinaba solamente debajo de la gran punta o pañolón de terciopelo. Por último, el tocado de la señora que hoi parecería estraño a nuestras elegantes, consistía en tres grandes crespos llamados castañas,
sobre la frente,
i
en una gruesa trenza negra envuelta en
forma de moño, sobre el cual descollaban las primorosas caladuras de una gran peineta de carei, medio cubierta con un velillo negro que caía graciosamente sobre el hombro izquierdo. Después de esta lijera descripción, solo nos falta advertir, que todos los crespos, trenzas i ensortijados de la matrona, eran hechos de sus propios cabellos,
i
sin
que ningún habitante del ce-
— 97 — menterio tuviese que echarle en cara la menor profanación de sus mortales restos. Pero como nuestro carácter de historiador nos, obliga a decir la verdad en todo
por todo, debemos advertir, que
i
chapas de colores de que los carrillos de la señora estaban cubiertos, provenían del sumo lacre de cierta planta que crecia en su
las
jardin, W^nííá.^ penacho.
Tal era
la pareja
con quien se habia encontrado
el padre.
que ven a su paternidad! esclamó —Dichosos cabamanos del sacudiendo mi señor don Cándido, respondió — Por Ud. puede los ojos
el
las
llero
fraile.
decir,
se
el
jesuíta correspondiendo al saludo con aparente cordialidad. I no
Ud.
solo por
lo
digo,
sino también por
mi señora doña
Estrella
cuya luz deseamos siempre ver sus verdaderos amigos. Iba a contestar la señora, cuando don Cándido interrumpió:
—Piano, piano, mi padre: ya su paternidad sabe que yo loso i no permito que en niis propias barbas... —¿Quieres callarte? dijo doña Estrella a media voz.
—Tiene do
Ud.' razón para estar celoso, en atención a la
importan-
del tesoro que posee, agregó el padre, pues sabia que
timaba tanto don Cándido, como
el
que
le
ce-
sol
nada
es-
encontrasen bonita a su
mujer.
—
embargo, replicó don Cándido, esta mujer encuentra es-
I sin
traños mis celos
gre fria
el
como
que todo
el
si
un hombre como
mundo
se
yo, pudiera ver a san-
quede mirándola cuando salimos
de paseo.
—¿Estás
en tu juicio, hombre de Dios? volvió a decir la señora
entre enojada la al
i
¿No ves que
risueña.
estás molestando con tu char-
reverendo padre? Dispénselo su paternidad.
—Yo
lo
absuelvo del pecado de los celos, repuso
el
padre son-
riendo maliciosamente; pero no creo que tenga razón para temerle
a esas miradas de que habla.
—¿También, su gravísima paternidad,
gusta de la broma? pre-
guntó doña Estrella con un tono seco que contrastaba con la sonrisa de sus labios de coral.
—Es que no son miradas, sino palabras, volvió a decir porfiado — Pero esas miradas esas palabras son dardos que rompen virtud, padre. en impenetrable coraza de —Oh! en cuanto a eso no digo nada, repuso don Cándido. adeel
solo
caballero.
sé
i
la
la
dijo el
I
mas, agregó bajando la voz; como yo sé hacerme respetar 18
i
me
— 98 — sostengo dignamente en
mi puesto de
jefe de la familia,
me
atreve a mayores... fuera de que Estela
mi
digo,
adora... Pero
padre: esas palabras zalameras dirijidas a
de mis
nadie se
ella,
me
ya
le
hacen
porque en puridad de verdad ¿será bien que un hombre como yo se case con una mujer linda para que otros se salir
casillas;
cosechen sus miradas
recreen con su belleza,
i
dándole al marido sino
los rastrojos?
me
mal: eso
trate
si
sonrisas,
i
no que-
Esto no es decir que Estelita
que nó! Pero... Figúrese su paternidad...
— Marchemos, Cándido, que ya
es tarde, interrumpió
bruscamen-
te la señora.
—Dígame su paternidad,
prosiguió don Cándido sin atender a
un marido de mi delicadeza podrá oir a sangre fria, espresiones como éstas, dichas a media voz: «¡Qué estrella tan luminosa!» «Es una estrella que lleva dos estrellas en la cara!!» i otras espresiones mas quemantes todavía... Oh' padre! Estoi por cambiarle el nombre a mi mujer! Apruebo su determinación, dijo el padre, pero con una condilas insinuaciones de su esposa,
dígame
si
—
ción.
•
.
prontamente señor de —¿Cuál —La de cambiarle nombre de Estrella es? dijo
el
el
la
Rueda.
por
el
de Sol, que
le
cae mejor.
—
^Ah!
padre Hipocreitía! padre Hipocreitía! esclamó don Cándi-
do riendo con la mas
feliz
bonhomía
del
mundo, mientras que
la
señora trataba de arrastrarlo del brazo para proseguir la interrum-
pida marcha. Ah! padre! Sabe que su paternidad ha errado la vocación!
a sazón —Adiós, mi reverendo cual tuvo que brazo a su marido, dose respondió — Beso a usted mano, mi padre, dijo
del
Don Cándido cuando
asién-
señora,
el padre.
habia dado uno o dos pasos compelido por su espo-
la dijo con cierto aire de afectada autoridad:
—^Yamos,
casa de
la señora
seguirla a su pesar.
el
la
sa,
esta
Estelita,
mi compadre
vamos: es preciso que lleguemos pronto a Marcelino.
—De allá vengo yo ahora, agregó padre. porque Estelita recibió esta maña—I nosotros vamos para el
allá,
•
na un recado de mi comadre ver, previa mi venia marital,
me
Trinidad, pidiéndola que la fuera a se entiende...
desencajas este brazo... Adiós,
pierda su paternidad de
mi
casa.
Ya
voi mujer: mira que
mi reverendísimo amigo: no
se
— mientras
I
mía
el
padre
sacudía la mano,
le
visita cuantos antes pudiese,
—Mire su paternidad
—
99
si
yo
prometiéndole hacerle
don Cándido
sé tener a
le
decia al oido:
raya a la mujer.
He
pro-
longado la conversación de propósito para probarle que debemos marchar cuando yo, su jefe, dé la voz de mando, pues de otro modo...
No
alcanzó a concluir don Cándido, pues tuvo que obedecer a la
última
i
mas
enérjica insinuación de
doña
Estrella,
que
se lo lleva-
ba a remolque, mientras el padre se alejaba paso a paso murmurando entre dientes: ¿Para qué habrá enviado a llamar, doña Trinidad a doña Estrella? Talvez para pedirle consejo sobre el asunto del matrimonio. El imbécil de don Cándido me lo dirá todo... Es preciso seguir
—
cultivando su amistad.
Al mismo tiempo doña Estrella decia a su marido: Si no te separo de allí a la fuerza, habrías seguido ensartan-
— do disparates. —Tú -¿Yo? — tu
tienes la culpa, respondió secamente
don Cándido.
porque nunca esperas a que yo, como cabeza que soi tuya, dé la voz de mando, sino que te metes a decir: vamos! cuando soi yo quien debe dar la orden de marcha. la tienes,
Sí,
—Es que tú no sabes nunca cuando estás demás en una parte. —Te doi de barato que pero en un apretonasí
tales casos,
sea;
una señita cualquiera bastan para que yo me acuerde orden. De otro modo, no se conoce quién tiene los calzo-
cito de brazo,
de dar la nes;
i
ya tú sabes que
soi
muí
delicado en esta materia!
—Déjate de tonterías apresura paso. — prosiguió don Cándido apurando el
i
el
Sí!
paso sin quererlo.
A tí
que es cosa hacedera esto de llevar como de reata a un hombre de mi temple! Nó, Estela, nó! Ya te lo he dicho mil veces:
te parece
Yo me
conservaré siempre en
— ¿pretendo yo por acaso señora —Eso que pretendes; I
mi puesto de marido. convertirte en mujer? preguntó la
riendo.
es lo
i si
no, acuérdate
de lo que hiciste
mañana. Mí comadre Trinidad te envió a llamar, i tú le contestaste con la criada que irias. En seguida te pusiste a hacerte los crespos i te calaste tu peineta alta: todo ello sin consultarme una palabra, como si yo no fuera el jefe de la famíHa. I ¿cómo no me hiciste ninguna observación cuando te dije que debíamos venir a casa de mi comadre?
esta
—
—
100
—
—Porcpe me en mi hora de condescendencia. Yo — Pues parece mal esta volvámonos a señora con acento de o — Dígote por acaso que me parece mal? Nó, nó. ¿Crees pillaste
soi
así.
si te
casa, dijo
visita,
la
diso-nsto.
hijita,
que yo salido
un niño para permitirte volver a casa después de liaber de allí? Eso sí que nó, Estelita. Vamos andando, prosiguió soi
con acento resuelto
i
autoritario.
mia. ¿Piensas tú que yo
me
Es
preciso tener carácter, hija
me
he casado para que mi mujer
gobierne?
don Cándido lanzó sobre su esposa una mirada tan ridiculamente autoritaria, que la señora no pudo contener una estrepitosa I
carcajada.
—
componer todo con echarlo a la risa, como si la descompuesta risa de una mujer se pudiera avenir con la dignidad de un marido que sabe hacerse resSí!
prosiguió
el
caballero: tú lo quieres
petar!
—¿Conque señora —Dios me
tó la
opone a la dignidad
se
sin
el
que yo
me
ria? le
pregun-
poder contener su hilaridad.
libre de las
mujeres que andan mostrándoles los
dientes a todos cuantos ven! esclamó con dolorida voz don Cándido, al
mismo tiempo que
sin acordarse de
se apretaba la
que estaba en la
cabeza con ambas manos
calle.
—Vaya, pues! señora formalizándose de repente; no me mas, ya que mi desagrada. —¿Te digo por acaso? Al tu me agrada, cuando para mi; pero no cuando de mi. —No entiendo, respondió con tono brusco poniéndose mas formal todavía. —Ah! Las mujeres no entienden nunca a sus maridos! Mira, dijo la
risa te
reiré
eso
contrario,
es
risa
es
ella
te
i
don Cándido dulcificando su voz oyéme: hai risas de risas, i miradas de miradas. Cuando una mujer proaiga a todo el mundo sus dulces sonrisas, i guarda las carcajadas para su marido; entonces éste salta como un alacrán; i así debe ser, mayorEstelita, prosiguió
mente
si él
—No — Qué
;
un hombre que sabe mirar por su dignidad. tonto, hombre de Dios!
es
seas
no sea tonto! Precisamente porque no lo soi, trato de conservar incólume la dignidad de jefe del hogar doméstico. Ya te he dicho una i otra vez que yo no me he casado para que los
demás cosechen
las sonrisas, las miraditas, los
buenos modos
i
las
^
101 --
V palabritas sabrosas de
mi mujer, quedándome a mí nada mas que
las carcajadas, las formalidades, las murrias,
i
sobre
todo, la res-
ponsabilidad social con que tiene que cargar el jefe del hogar doméstico. ¡Bonito negocio es este en que
queda
al fin
con la pala
i
el
socio responsable se
¿Es caridad que
la horqueta!
hombres de pro? Mira, Cándido, no sigas hablando mas
se
haga
esto con
—
disparates,
porque eso
que no es caridad.
sí
—Mejor que Juera
tonto:
mejor!
No há mucho
me
aconsejabas que no
son los consejos que las mujeres dan a sus maridos.
Ahora has remachado
el clavo,
do disparates. Las mujeres se
Conque
que
advirtiéndome que no siga hablanlo
valen para remachar
el
clavo.
que te canto? ¿I he de ver barbilampiños te requiebren por la
te parece disparatado el evanjelio
a sangre
que
el
fria,
los
calle?
— tengo yo culpa de esos necios requiebros? preguntó señora sonriéndose a su pesar. repuso don Cándido. Ustedes no tienen nunca —Esta la
¿I
es otra!
la
la
culpa dé nada. Las miran, las remiran; les dirijen palabritas coloradas, que las hacen ponerse coloradas, pero no de sonrojo... I sin embargo, ellas no tienen nunca la culpa, como si los requiebritos
no nacieran siempre de algo! Entonces yo he de ser responsable de... Eso si que nó! interrumpió don Cándido vivamente. El socio responsable soi yo! Tengo hipotecados a favor de la sociedad conyugal, no solamente mis estancias sino también mi honor. Mira, Estelita ¿quieres que te diga una cosa?
— —
—Qué
cosa?
caballero tocándosela frente con — Oye, mano derecha: ¡clávame aquí a mujer que no tenga culpa! —¿Inoescepcionas a ninguna? —Toda regla tiene escepciones, tú eres madre de dijo el
la
la
la
ellas, resj)on-
i
dió
don Cándido dulcificando
el
tono de su voz (que era por donde
siempre) para desenojar a su cara mitad.
coiicluia
Yo
hablo en
no lo decia por tí, pues te conozco bien. Por eso fué que mala cara al padre Hipocreitía, cuando empezó con sus zalamerías a decirte que eras el sol, la luna i qué sé yo que mas. Pero, Cándido, por Dios ¿i puedes creer que un' sacerdote diga
jenérál,
no
i
lé piise
— esa^ cosas con —^También
mala intención? los sacerdotes
saben jugar
a.
dos intenciones, respon-
—
102
—
don Cándido, moviendo la cabeza. I advierte, esposa mia, prosiguió bajando la voz, que nunca es mas terrible el diablo que cuando está disfrazado de santo, para lo cual se suele meter dentro Pero dejemos esta conversación... Hasta ahora, de una sotana. tú no me has dicho para qué te ha menester mi comadre Trinidad? No lo sé, respondió doña Estrella; pero presumo que será para hablarme sobre algunas de las tonterías que su marido hace diadio
. .
—
riamente.
—Tonterías! ¿Cómo atreves a —Confieso que mal «brutalidades.» —Mejor que mejor! Miren no mas
decir eso de
te
al decir «tonterías.»
dije
mi compadre?
Debería haber dicho
las mujercitas de estos tiem-
pos! Se juntan para hablar de las tonterías
i
brutalidades de los
maridos.
—La culpa de —Pero mujer: es
los
que cometen esas brutalidades.
¿está puesto en razón que te
pongas a hablar concuando debieras ense-
un marido que ñar a mi comadre a respetar la santa autoridad marital? La autoridad de un necio no es autoridad, respondió secamenes la cabeza de la familia,
tra
— señora. —Pero no sabes
te la
Pablo,
les dice
que
el
mismo Dios por boca
del apóstol
San
a ustedes: «mujeres, estad sujetas a la potestad de
vuestros maridos.»
—¿Acaso mi comadre no un modelo de mansedumbre? respondió don Cándido mirando a su esposa de una —Ya que quería Ojalá tú manera — sabes eso ¿por qué apoyas siempre a don Marcelino? —Para defender principio de autoridad marital. Nosotros es
lo sé,
particular,
I
decir:
te le parecieras!
si
el
somos
los jefes
cerviz
como
de la casa,
Uds. no tienen mas que agachar la
dice el apóstol...
—No hables mas mas
i
disparates, le interrumpió la señora,
i
camina
mi comadre. Los dos esposos, don Cándido de la Rueda i doña Estrella Clavijo, prosiguieron de este modo su plática i su marcha hasta la aprisa porque quiero hablar luego con
casa de seguir
don Marcelino de Boj as, en donde al
los
reverendo Hipocreitía, por pedirlo así
dejaremos para el
buen orden
i
claridad de la historia.
Marchaba do
i
el
santo relijioso por la calle de la Compañía, hacien-
devolviendo cortesías a los innumerables amigos que encon-
traba.
Pasando por la plaza de Armas, entró en
la calle de la
Mer-
— ced,
i
llegando a la de las Claras, dobló hacia su derecha
jió a este colate,
—
103
convento de monjas. Desayunó
que
la
madre abadesa
le
para confesar a dos o tres monjas
i
se diri-
con una taza de cho-
allí
hizo servir,
i
a la iglesia;
se dirijió
resolver las dificultades de otras
i
que en las rejas del confesonario le esperaban. Dos horas pasó allí perdonando pecados, resolviendo dudas, i deshaciendo escrúpulos i
cuando hubo terminado se levantó, i con paso firme i grave, sadel templo para dirijirse a su convento. El padre estaba en
lió
aquel dia de suerte, porque no bien hubo llegado a la alameda,
cuando vio que iba por la vereda una mujer que creyó conocer. Era ésta una vieja que iba acompañada de un muchacho como de catoorce años de edad, de dulces
i
i
ambos llevaban sendos
de mil golozinas confitadas,
i
azafates llenos
cubiertos con papeles ca-
lados.
— Creo que esta dre.
¿Adonde
irá?
vieja es de casa de don Marcelino, se dijo el pa-
Es seguro qna
ese regalo es para el confesor de
la señora!
Dicho
acortó el paso
esto,
La
dejó que el par de criados pasara
i
marchaba mas que de prisa, i el' muchacho la seguía como de mala gana, nada contento con el peso que llevaba, por lo cual ella lo incitaba a marchar mas de prisa. Pero viendo, que su ayudante se quedaba atrás, volvió de repente la cabeza, i le adelante.
vieja
dijo con aire de autoridad:
— Marcha dominguejol porque
si
nó,
ya verás cómo
te
vá con mi
sia Trinidad! le diré que te has ido mañereando. I luego, viendo la vieja al padre que iba de tras, arrepentida
de
su exaltación esclamó medio entre dientes:
—Virjen
de
Dios!
No
habia visto a su paternidad... Lo que la
hacen decir estos chiquillos a una! Mientras tanto
el
jesuitase sonreia imperceptiblemente,
i
hacién-
dose como que nada veia decia para su coleto:
—Ya
di en el quid.
El regalo
conoce que es para confesor...
es de casa de
Mui
don Marcelino
tonto debo ser
si
no
lo
i
se
descubro
ahora.
Marcharon
los dulces delante,
i
el
padre que los seguia desde
le-
San Francisco. Entonces apuró el paso i llegó a la portería a tiempo que la vieja repetía una i cien veces al muchacho el recado que debia de dar
jos,
tuvo la satisfacción
junto con
el regalo,
de ver que se
dirijian a
diciéndole en seguida;
—Cuenta con olvidar nada de
lo
que
te digo!
No
seas boquiabier-
— Mira que
to!
compusiste la
no
se
no
de que
Camina
escalera...
que
ha caido
te
es;
¡Válgame Dios! Ya des-
agarra de ahí
i
como el otro dia al subir recado como quien reza, para
quítate el sombrero
i
el azafate,
te caiga,
se
repitiendo el
olvide,
—
la torta...
papel picado... Eso
el
cuidado
ten
casi se te
104
antes de entrar a la
Yaya! Es tan apajarado este chiquillo! Todavía se quedó refunfuñando mil otras cosas la buena vieja;
celda.
.
.
muchacho no la oia porque habia entrado en el cluastro guiado por un hermano lego que llevaba la otra bandeja. El padre pero
el
Hipocreitia entró de atrás, sin mirar a la vieja to le interesaba saber
los conductores, vio
claustro
entraban en la celda del reverendo
rez,
uno de
los
padres
sin
demostrar cuán-
a qué celda iban a llegar los azafates,
guiendo a i
i
mas
por enfrente de la celda,
i
si~
al
segundo piso del
frai
Prudencio Alva-
que éstos subian
Al pasar muchacho decia como quien
respetables de la comunidad.
oyó que
el
reza una oración en voz alta:
— Dice mi señorita Trinidad: que cómo ha amanecido... que
ten-
ga su merced mui buenos dias... que aquí le envia esta friolenta para que la tome a su nombre, i para que vea que lo tiene presente... i que dispense la cortedad... i que siente mucho que no sea como la persona lo merece.
No
oyó
mas
el
padre,
i
siguiendo el corredor sin darse pq^ en-
tendido de nada, bajó al patio.
—¿Conque
tanto
tu
le
el
me ha
reverendo...
dura
mucho
Ya
verá doña Trinidad
tiempo...
cios del virtuoso frai
provincia.
dejado por el padre Alvarez? decia mientras
Yo
si
su padre de espíri-
haré por que se premien los servi-
Prudencio enviándolo a algún convento de
CAPITULO XVII
LA CARTA DEL PADRE HIPOCREITIA
"La América no quiere mas armiño, Que el que admira en su blanca cordillera; Ni mas corona que su sol ardiente: Ni mas púrpura espera Que el vespertino manto de Occidente Que ondeando flota en su azulada esfera; Ni obedece a mas reyes Que el Dios de sus abuelos i sus leyes." (E.
No
bien hubo llegado a su celda
el
DE LA Barba.)
reverendo, cuando pidió su
momento, pues el padre gozaba del privilejio de no asistir al refectorio, i de comer en su habitación o fuera del convento cuando quisiera. Muchos definidores i cx)mida, la
que
le
fué servida al
padres graves de la comunidad, no habian podido obtener este privilejio
de parte del prelado.
Habiendo concluido su comida, cuyo desengraso se sirvió él mismo de varios azafates de dulces que sobre su mesa se veia, regalados por las monjas i otras confesadas; el padre cerró la puerta de abrió un armario que estala celda, sax'ó una llave de su bolsillo i
14
— ba embutido en
loa-
una esquina de la habitación. Dentro armario habia una caja, la cual también abrió con otra llave
del
mas pequeña; tocó
tenia,
la pared, en
después de sacar todos los papeles que la caja con-
i
un
resorte secreto colocado en el interior.
como por encanto
la caja se alzó
de
i
allí
gran cuaderno con tapas de becerro. Hecho caja
i
como
los otros papeles
nor abriendo
estaban,
cuaderno sobre sus
el
sacó su reverencia
un
esto, volvió a dejar la
se sentó
i
El fondo de
en su
de ho-
silla
rodillas.
Aquello era un manuscrito que solo estaba comenzado, pues
quedaba en blanco mas de las cuatro quintas partes del libro. El padre se puso a hojearlo como para correjir lo escrito, pues al mismo tiempo tomó una pluma i empezó a reteñir algunas letras. No es posible decir si aquello era
de todo tenia;
como para
i
una
que
lo
o diario,
porque
la intelijencia de esta historia, es preci-
so saber lo que el tal cuaderno lector
memoria
carta,
tomemos de
la
contenia, nos permitirá el curioso
mano
coloquemos junto a noso-
lo
i
de tras del reverendo, por sobre cuyos hombros podremos leer
tros,
las misteriosas pajinas.
El padre tenia abierto
en la primera:
el libro
allí
se
leia
el
si-
guiente encabezamiento:
"En
el
nombre
del Padre, del Hijo
del Espíritu Santo.
i
"Reverendo padre: voi a cumplir con ^'cuenta a su paternidad
"aunque
el
sagrado deber de dar
de la misión con que he sido honrado;
solo estoi principiando la obra, quiero
"pio a esta carta, la cual se irá escribiendo a
"tecimientos vayan desarrollándose,
i
"reverencia todas mis impresiones,
el
''con
las
i
también dar princi-
medida que
los acon-
en la que manifestaré a su estado de este reino junto
ventajas de que pueda sacar partido, los inconvenientes
''que se presenten
"Cuando
i
la
manera de
lo crea necesario
i
zanjarlos.
encuentre una oportuaidad segura,
"enviaré a su reverencia este escrito...
"Permítame
decir a S. P. R.
que en Madrid se sufre gran enga-
"ño en creer que se podrá con facilidad restablecer en estas "ricas el gobierno monárquico.
"que esto es imposil)le; *'he
i
Cada
tanto en el
mas convencido de Perú como en Buenos- Aires, dia estoi
palpado esta verdad. Estas j entes están orgullosas con
"torias obtenidas contra los soldados de S. M.,
nada que huela a "de que se enorgullecen.
"sufrir
"No son pues
rei,
Amé-
i
las vic-
no podrán jamas
estando todavía recientes los hechos
las espadas, fusiles
i
bayonetas, las armas a propó-
_ "sito
para vencer en estas
107
tierras,
—
en donde todavía
humea
la san'
"gre caliente de mil combates.
"Mucho mejores que
esas armas, son las de la diplomacia. Estos
"republicanos de nuevo cuño, no saben aun que hacer de la liber-
ha caido de lo alto como llovida, i para la cual no es"tán preparados. Empapados de orgullo, gritan por todas partes *'tad
que
"Viva
les
la libertad!"
"son tan libres
i
"Viva la República!" "Abajo
republicanos,
como yo
"tos de esperiencia en los negocios,
"manos
se hubiere puesto
los tiranos!"
Pero
Enteramente falparecen a niños en cuyas
soi turco.
se
navajas de afeitar.
Lo importante
es
"volver contra ellos mismos los elementos de que se vanaglorian.
"Mientras
mas
"de herirse tendrá
mayor
"gozan,
el niño.
será también su peligro de caer en la anarquía.
pura verdad que estos muchachos están a ciegas; i menor trabajo, se puede encaminarlos a que hagan mal uso
"Porque "sin el
mayor será el peligro que Mientras mayor sea la libertad de que
cortante sea la navaja,
"de esa
es la
misma
libertad de que hoi se ensoberbecen.
Con mas va-
"nidad que saber, con mas presunción que prudencia, con mas
"amor propio i ambición que abnegación i amor a su nueva patria, "i llenos como están del viento de su gloria, ¿qué trabajo costará "dominarlos por medio del arte de la diplomacia? Yo sé por espe"riencia que no se necesita de grandes esfuerzos para engañar al "mas encumbrado político de esta tierra^ i ya he visto la facilidad "con que se les puede empujar al precipicio haciéndolos cometer "disparates a destajo. ¡Ojalá el rei nuestro señor se hubiera aper"cibido antes de esta circunstancia!
"El no necesitaba enviar soldados para tener en constante alar-
"ma
a estas rejiones. Bastan las guerras civiles entre los partidos,
"que no parece sino que se hubiesen propuesto vengar los ultrajes "hechos a las armas reales.
"La mas simple combinación
política, la
mas
sencilla intriga
"bien manejada, son suficientes para que estos imbéciles se echen "los
unos sobre los
otros,
i
se
despedacen como perros rabiosos,
"gracias a su libertad. Pretenden ser ''de
libres,
i
no pasan
niños esclavos de sus pasiones, de las cuales se puede servir
"cualquiera "rencia, 'a
hombres
que
en favor de nuestra causa. Quiero decir a su revesi
la
España
quisiera
seguir
estas rejiones, podría hacerlo con
"debería principiar por reconocer su
dominando socialmente
suma
facilidad,
independencia
i
para
i
darse por
ello
"amiga de estas repúblicas, que como no tienen esperiencia del
— ''mundo, aceptarían gustosos
—
108 el
vínculo que las unia
a la
madre
"patría.
"En cada
república haiun partido reaccionario
"huesos, que seria
sumamente
útil
i
realista hasta los
a los intereses del gobierno es-
Apoyado éste en dicho })artido, i dividiendo a los locos li"berales por medio de emisarios ad hoc, no se encontraría ninguna "dificultad para poner las riendas de todos estos estados en manos "pañol.
"de los monarquistas;
i
entonces ¿qué no podria hacer
gabinete
el
"español con las repúblicas, ima vez que estos gabinetillos de ul-
"tramar estuviesen llenos de sus amigos
partidarios?
i
Con dos
re-
"públicas que nos tomásemos de esta manera, nos bastaría para
"mantener nuestra influencia sobre "larga,
seria rica en
las
demás, influencia que, a lá
sabrosos frutos. I
"desarrollaba la guerra
civil, este
si
mismo
en algunos estados se
mal, hecho crónico, nos
"podria servir de plausible pretesto para protejer la revuelta na"cion, ''la
trayendo un Borbon a estas playas,
i
coronándolo
rei
para
tranquilidad de estos pueblos. Esto no es una paradoja: ahora
"mismo nos
un ejemplo la República Arjentina, "en donde no parece sino que Dios hubiese puesto de presidente ''a don Juan M. E-osas para desprestijiar el sistema republicano. "Aquel estado pide a gritos un rei, i por librarse de Rosas, Icrecibiria
está presentando
de mil amores...
"Todo cuanto he tenido el honor de esponer a su reverencia, es "tan hacedero, que me admira el que no haya sido puesto en prác''tica oportunamente. Volviendo a Chile, diré a su reverencia, que ''las ideas dominantes de este país, están en pugna abierta con su "sistema de gobierno, lo cual hará, por muchos años, que lá^ leyes "republicanas solo estén consignadas en el papel, quedando para 1^ "práctica la política monárquica, que es lo que nos conviene a no"sotros. Están Advas todavía entre estas jentes his ideas de noble"za, las pre tenciones aristocráticas
i
los hábitos del coloniaje,
todo
'lo cual asegiu'a nuestro triunfo.
"Nos han vencido en "es nuestro,
i
el
campo de
batalla, pero el
campo
social
trabajo les costará despojarse de sus costumbres
"nárquicas, costumbres que, sin que ellos lo echen ''nen en nuestras
manos. Lo importan te= es^ saber
d€! vélr,
mo-
los pd*
sacaT' partido
d^
"tan preciosos elementos!
"Otro de
los
engaños
(i
esto atañe directamente a nuestra' 0f'
"den) consiste en tener por mui
"Compañía de Jesiw en
difícil
el establecinliento d^e 1^^
estas repúblicas. Sin embargo,
nada
e!á^
—
.
'*mas hacedero;
i
109
no parecce sino que
~ Divina Majestad hubiese
Sli
"encaminado los acontecimientos a dicho fin... Verdad es que los "Jesuitas han sido arrojados de aquí, como de todas las Españas, "por la debilidad de un papa, que no quiero calificar, i por la estu*'pidez de un rei imbécil; ¿pero qué han sacado con esto? Hacer mas "palpable la necesidad de nuestros institutos. Nosotros hacíamos "limosnas con
dinero que recojíamos,
el
i
el rei
nos lanzó de aquí
ningún establecimiento de beneficencia. Nosotros edu"cábamos a los niños, i un necio rei nos echó sin establecer escue"las. Nosotros prestábamos siquiera algunos libros a los señores "sin crear
"de estas tierras,
i
el rei
"encontraban apoyo
i
prohibía la entrada de libros.
protección
estas jentes,
i
En
nosotros
de parte del rei de
"España solo han hallado persecución ¿cómo no habrían de echar*^nos menos? el mismo reí se ha encargado de vengarnos." Al llegar aquí, el jesuíta hizo un movimiento: apretó el cuaderno entre sus manos; frunciólas cejas; i sus ojos, después de chispear un instante, quedaron abiertos sin mirar hacía ninguna parte.
CAPITULO XVIII PROSIGUE LA CARTA DEL PADRE,
«A las alternativas i caprichos de la suerte en la guerra con los sostenedores de la dominación española, se habian mezclado las rencillas i parcialidades entre los
mismos
organización
patricios
de
la
que ensayaban
república
la
indepen-
diente.»
R. SoTOMAYOR Yaldes.
Volviendo después en '^Todo esto *'i
me
lia
sí,
— {El mini$iro Portales),
continuó:
convencido de la facilidad que hai ¡en Chile
en cualquier otro jpnnto de esta América para establecer un
«'convento de la Orden, a pesar de la ''es
la
lei,
cuando se oponen a
'•nera de ser
"nada.
i
aun
las
Lo importante
ella los usos, las
ello se
opone ¿qué
costumbres, la ma-
hombres? Poco menos que apoyar esas costumbres; fomentar esos
es
i
despertar en todos los rangos socia-
pequeñas pasiones que nos favorecen.
^'Voi a decir a su
paternidad
"lerme para preparar ^'rables.
que a
las creencias de los
"usos; avivar esas creencias, '^les
lei
No
sé si
''mis intenciones
me
el
campo
los i
medios de que he tratado de va-
provocar los acontecimientos favo-
habré sabido valer de
han
sido rectas,
i
en todo
las circunstancias; i
pero
por todo, no he tenido
— "otra mira que
111
mayor honra
la
i
— gloria de
Dios
i
de la Orden,
'^procurando su acrecentamiento por todos los medios posibles.
"dudo de que habrá algunos
necios,
No
cuya estrecha intelijencia no
"alcance a comprender la necesidad de valerse a veces de ciertos
que en
"procedimientos, ^'reprobados,
i
las circunstancias
ordinarias
deben ser
aceptados solo en las estraordinarias.
^'Afortunadamente no es a uno de esos ciegos asustadizos a
"quien escribo, sino a su paternidad que es capaz de comprender " las escepciones en política, que a mi juicio, es la ciencia de los ^'resultados ^'lo
sociales.
Dígole esto para que su paternidad perdone
que podría talvez llamarse ilegalidad en
"de la santidad de los
los
medios, en virtud
fines.
"Vuelvo a mi tema. Estos
una multitud
reinos está divididos en
"de bandos, que en su última espresion pueden reducirse a dos: el "uno dominado por las perniciosas ideas del siglo XVIII; i el otro "en el cual no han prendido estas ideas desorganizadoras. El pri"mero que se llama a si mismo liberal, hace por introducir toda "clase de innovaciones ;
el
i
segundo, pugna por sostener las insti-
"tuciones antiguas, de donde le viene el calificativo de retrógrado,
"que sus enemigos le dan. "Ambos luchan por hacerse dueños del poder para dirijir a su *^modo la marcha social. Yo he creido deber apoyar mi acción aquí "en Chile en este último partido, i esto mismo he aconsejado a "mis hermanos de los demás estados americanos. Este bando es "llamado aquí en Chile el ^diTÚáo 'pelucon, o de los viejos; por con"siguiente,
'^parezca
yo
un
pelucon hasta los huesos, aunque por encima
soi
liberal,
por razones que diré después. Por ahora quiero
hablándole de los medios que he puesto en práctica para
''seguir
'^asegurar nuestro futuro imperio en estas comarcas, que son los
"mismos que a mi
juicio,
conviene emplear en los demás paises
"de oríjen español. "Uno de lus principales medios consiste en trabajar por que ''estos
gobiernos
sigan
sistema restrictivo,
el
i
persigan
esas
"ideas llamadas liberales, que desvirtúan el espíritu de obediencia
"ciega
i
de entera
i
santa confianza en los superiores, todo lo cual
"es tan necesario al progreso de nuestra causa.
Su
"be mui bien, que un gobiQYWoJuerte, })one
pueblo a nuestra
al
reverencia sa-
cuando aquel se apoya en el clero, que común sucede en estas Américas. Tengo muchos
"disposición, especialmente ''es
lo
que por
"amigos en el
lo
clero chileno,
i
todos son de
mi misma
opinión. Teñe-
— ''mos por ''minants;
norma
el solicitar
aun cuando
i
—
apoyo del gobierno
el
relijiosas,
i
del pai^tido do-
sostenedoras de los fue-
derechos de los sacerdotes, les prestamos de veras nuestro
"apoyo, ya sea en el confesionario, en el jpúlpito,
en
'*ca,
i
este sea el partido liberal. Si el gobierno es de
^'jentes sosegadas, tranquilas,
"ros
112
en la plaza públi-
el estrado, etc.
"Para
menester que estas repúblicas so den constítu"ciones semi-monárquicas, como ya lo ha indicado el célebre poli"tico-^ el
^^m&í
es
esto,
cristiano sin par, el piadoso autor del
Jmio
del Cristianis-
Este nuevo Tertuliano, ha demostrado evidentemente que
la
"mejor manera de mantener la influencia del gobierno europeo en "estas Américas, es hacer por que estas repúblicas no imiten a los
''Estados-Unidos del
"sagradas prácticas
i
iSForte,
cuyas constituciones se oponen a las
costumbres de
la tradición euroj^ea,
i
al dés-
Conforme coíi éste pensamiento "trabajamos aquí los amigos del buen orden i de la relijion. Me "he hecho político, i cuento con un buen número de amigos" éñ ^%dos los rangos de la sociedad, amigos que trabajan sin cesar
"arrollo de las verdades Católicas.
"en la santa obra de contejier a los exaltados
de tener a raya
i
que
"las pasiones políticas, atisando por otro lado las "la realización
de nuestros justos deseos. Con constituciones
"trictivas, estos **i
convieíiéti
estados
gobiernos serán, con
serán sombras de repúblicas,
el
i
á
res-
pueblos
tiempo, nuestros subditos.
"Porque conviene advertir que no porque nos unamos con el go"bierno, heñios abandonado al pueblo. Al contrario, trabajamos "constantemente en la viña del Señor, para encontrar ahí
por
"lido apoyo,
m
un
&'6-'
un cambio de circunstancias nos pusiera rñal
"con las autoridades.
En
estos países, el pueblo
i
el
gobierno, son
que conviene templar i conti^a-poner cuerdamente. "Su Reverencia debe suponer que nos oponemos con todas ntífá-
''dos resortes
''tras
fuerzas a la introducción de los libros heréticos,
"ganda de ideas subversivas 'autoridad, ''díta
i
i
a la propa-
contrarias al santo principio de
a todo cuanto tienda a traer con
el
tiempo la mal-
libertad de cultos, que seria la ruina de nuestras
esperanzas
que un verdadero hijo de San Ignacio sea capaz de perder"las alguna vez. "He conseguido que se establezca, a imitación de Id qWé' sé'ha ^'h^cho en España, una rigurosa censura, tanto para los libros que se "introducen al país, como para los mui pocos escritos que aqüí'se
"si'
es
"publican. Contra los escritos poKticos, que son los mas, oponeniós
—
114
—
"el confesionario, el consejo privado, las prohibiciones *'raortal; las
escomuniones i
el pulpito.
"en esta santa obra, que, andando
el
bajo pecado
Varios señores curas trabajan
tiempo, producirá sabrosos fru-
en ]a cual nos ayudan los gobernantes mismos, cuyas créenmelas a este respecto tratamos de mantener en toda su viveza. stos,
i
"Tampoco ignora su reverencia, que para dominar con el tiempo "a una sociedad, debe principiarse por inocular en el niño el santo ''amor al orden i el espíritu de sumisión. A éste fin, nos empeña"mos los amigos para conseguir la dirección de la instrucción pri"maria. Las mas acreditadas escuelas de Santiago están en los con"ventos;
i
en cuanto a los maestros de esta ciudad
''mas lejanas, puedo decir que
"del niño en la escuela,
me
i
de las comarcas
Hagámonos dueño
pertenecen.
nos pertenecerá cuando sea hombre. Casti-
i
cuando sea hombre nos temerá. ^'Estps castigos corporales son ademas de gran provecho, porque "m^t^án en su jérmen el espíritu de insubordinación, i docilitarán ''guéniosle allí con el azote,
"pc>co,a ''.trp
poco a
Yo
las jentes.
i
he conseguido varias plazas de maes-^.
de escuela para sarjentos españoles, que hoi las ocupan,
"que andan "rencia,
listos
en curaplir mis órdenes. Puedo
i,
a
fe.,
decir a su reve-
que merced a nuestros esfuerzos, se ha conseguido que
los
"españole^ sigaíi,^Ipgan.do.a estas jentes, aun después de llamarle ''republicanos.
,'
;
.
"En cuanto a la instrucción "mismo sistema. Los azotes no
superior,
hacemos por que
se siga el
solo sirven de estímulo para el es-
"tudio, sino de correctivo para las pasiones tumultuosas, que es
"menester curar entre los jóvenes, que con los años influirán en "los destinos de estos
países.
Cuando
ellos
"acordarán que han estado bajo nuestra férula, ''blegará la cerviz de los
"dad a
los
espíritus
mas
orgullosos,
tranquilos.
De
i
sean mandantes, se i
este recuerdo do-
conservará en su docili-
todos modos, los seguiremos
"manejando como niños de escuela, pues el uso del látigo, de la "barra, de la prisión i demás penitencias corporales, impuestas al "tiempo de desarrollarse el niño, conservan en su espíritu una salu"dable influencia. Su reverencia no ignora, que el carácter i todos "los actos de la vida de un hombre, conservan el sello impreso en "la
primera vida; por esto digo yo siempre: criemos a
*%os, si queremos ser después dueños de los hombres,
"mismos
lo
los ni-
sin que
ellos
echen de ver.
"Mientras no consigamos establecernos de firme, otra vez en estas "comarcas, no podemos pretender la creación de
escuelas 15
i
colejios
—
—
115
Esto seria espoiierse a malas consecuencias por ahora; "pero, obrando con paciencia, podrá arribarse a un buen resultado. "Encaminemos los acontecimientos, i los hechos se sucederán a ''medida de nuestros deseos. Yo, en cuanto a mí, creo que no está "jesuítas.
<'mui distante la época que se establezca en Chile colejios de jesui-
cuando esto suceda, se habrá dado un gran paso, porque, "educada la juventud de la aristocracia, según conviene al bien de "tas;
i
"la relijion,
obtendrá luego la Compañía, sólidos apoyos entre
que no solo
"las familias principales de estas repúblicas; apoyos
"darán fuerza moral
i
crédito, sino
también
el
le
dinero que tan nece-
"sario suele ser siempre para la prosecución de nuestras apostólicas
Al mismo tiempo, salgo de cuando en cuando a dar mi^'siones por los campos. Es incalculable lo mucho que se gana con "esto. Puedo decir, que en un año recojo la cosechado buenas ideas "faenas.
"que se sembraron en
el
"con los brazos abiertos, *'
Jesuítas" estém en
anterior... i
las palabras
un
de "Santos Padrecitos
boca de todos... Verdad es también que no
"solo les llevamos los remedios del "se despacha
Por todas partes nos reciben
alma sino
los del
cuerpo, pues
regular botiquín en cada misión.
"Creo inútil decir a su reverencia, que recetas
drogas se dan
ya sé por esperiencia cuan buenos que se despacha gratuitamente".
^'siempre gratis por nosotros, ^'resultados produce lo
i
i
CAPITULO XIX CONCLUYE POR AHORA LA CARTA DE SU REVERENCIA
"Si se hiciera estracto de la crónica estraujera, de los diarios clericales de Chile, se veria con toda
claridad,
que
existe en-
propaganda tan siniestra insensata contra el corazón de nuestras instituciones republicanas" tre nosotros esa
como
(Editorial de "el ferrocarril"
Setienibre
17 de 1871)
Después de haber puntuado, correjido i numerado atentamente los párrrafüs escritos, el padre tomó un cortaplumas, limpió i compuso con cuidado una de las plumas de ganzo que habia sobre su mesa,
i
prosiguió su carta eu estos términos:
"Hoi el gobierno de este país es un atado de imbéciles (perdóneLos liberales se han adueñado de los destinos ;
osme la espresiou). oopúblicos,
i
creen poder rejir estos pueblos, sin caer en los preci-
que ellos mismos se labran por sus propias manos. Pero yo "no creo que pasará un año sin que abandonen el mando, porque "estos locos saben tanto de achaque de gobernar como por los ce"rros de Ubeda.
'Opicios
'^Figúrese su reverencia, que se
han atrevido a molestar
al clerol
*No contentos con haberlo desposeído de sus temporalidades para
—
117
—
"atender a los gastos de la guerra contra la madre paria, tienen las
"mas absurdas '^sia
el
i
pretensiones respecto de las relaciones entre la Igle-
Estado. Para
madre cariñosa que denación sino, una especie de instru-
ellos, la Iglesia
todos los asuntos de la
"'be dirijir
no
es
^'mentoque debe obrar bajo la mano del poder
"Quieren poner a
los ministros del
civil.
Señor bajo
Mire qué ideas!
misma
la
férula que
"a los demás ciudadanos de la república, porque hai jentes tan sin "cabeza, que en su exaltación política, afirman que todos los habi"tantes del Estado deben ser iguales ante la
"señor Obispo. Para ellos no hai mas
"dan para nada de las leyes "Niegan la obligación que "a
lei
sin esceptuar ni al
lei,
que la
civil,
i
no se acuer-
eclesiásticas. el
poder
todo trance las leyes divinas,
i
civil tiene
de hacer obedecer
desconocer la autoridad
de nues-
"tra santa Madre, la Iglesia, en los asuntos públicos, diciendo que
"sus sagrados ministros no deben inmiscuirse en los negocios del "gobierno.
¡Como
si
hubiese gobierno que pudiese marchar con
"acierto sin esa sabia dirección que solo la Iglesia Santa sabe dar "a' los
asuntos políticos!
Como si hubiese alguna potestad
"digna de gobernar a los hombres que la potestad de ^'dos
por Dios para conservar
el
orden en este mundo,
civil
mas^
los encargai
encaminar
"a la humanidad hacia la mansión eterna! "Lo importante es arrancar de manos de estos liberales (o pipio"los como los llaman) la dirección suprema del país, para lo cual "nos valdremos de la reacción monárquica en que actualmente se
"empeña
el
partido pelucon, que es el bando de la jente rica
i
bien
"nacida del país, con cuyo favor contamos los amigos del orden i "de la relijion. El triunfo de este partido es nuestro triunfo, i por "esto le
ayudamos con todas nuestras
fuerzas.
La lucha
será en-
"carnizada, pero la victoria será nuestra; porque, a pesar de las "ideas Volterianas que dominan en algunos círculos, la jenerali-
"dad del país está con nosotros. La educación que España dio a ''estas colonias, nos favorece grandemente, i esto es una prueba de "cuanto vale educar al niño para hacerse dueño del hombre. No ''dudo, pues, que los pelucones subirán al mando, i entonces... Pero "prosigamos la esposicion.
"He
dicho a su Reverencia poco ha, que aunque soi pelucon^
No
como necesitamos tras"tornar este gobierno de herejes, es natural que me haya hecho ''uno de sus amigos mas íntimos. Esta es la mas acertada de las "oposiciones, porque se hace sin ruido i sin mal ejemplo. Pinto es
"parezco pipiólo.
estrañe esto, porque
— "un hombre de
lana;
me
118
— i
oye mis consejos
me
es difícil hacerle
estima sobremanera,
"con entera docilidad. Por consiguiente, no
según nuestras miras, introduciendo en su círculo ideas que "nos favorezcan, i empujando a todos esos maniquíes a cometer ^'desaciertos para que sobre ellos caiga el ridículo i el desprestijio.
•'obrar
^Tor otra parte, atizamos 'en estos
"jado.
De
el
descontento del país, descontento que
pueblos se convertirá en rabia feroz, siendo bien mane-
manera pondremos de
esta
mandantes, con
^'ineptitud de sus
relieve ante estas jentes la
lo cual
encontrarán después,
mas
armas de los pelucones... Sin embargo, "¡qué dicha seria para mí, hacer que este necio gobierno cayese "sin que hubiese para qué derramar una sola gota de sangre! Con "de la mitad hecho,
"dolor de ^'den,
mi
corazón,
puedo aceptar
las
i
los
solo por la conservación del imperio del ór-
medios estremos. Pero ¡que
"sobre los que nos obligan a redimir de este " i derechos hollados!
"Ahora, se dirá su Reverencia. ''Hipocreitía "selo:
—Para
"gastos,
me
nuestros fueros
de dónde
dinero necesario para estos gastos?
el
las
"hai monjas ricas,
saca el padre
—Voi a
decír-
misiones, da el gol)ierno eclesiástico: para otros
valgo del fruto de
"ducen no poco.
— «¿I
modo
sangre caiga
la
i
En
mi
industria.
En primer
lugar, aquí
tengo a mi disposición dos sindicatos que prosegundo, ahí están esos señores cuyos abolengos
'^emos descubierto, que nos protejen. En tercero, las confesadas "de donde sacamos algo... Para gastos mayores, hai esperanzas de "conseguir algunos legados, que hoi serian nulos, pues la leí no "admite a los jesuítas en Chile, aunque los chilenos no los aborre"cen.
La
leí
caducará al
fin!
Sí,
"impía leí." El padre se quedó pensando con
reverendo padre, caducará esta la vista
clavada en
el techo.
En
seguida se puso a escribir.
momentos "producirá una buena
un matrimonio que nos renta. Se trata de casar a don Meliton "Sandoval, a quien su reverencia conoce, con una rica heredera, a "cuyo padre le hemos encontrado nobles ascendientes en España. "El bueno de don Marcelino de Rojas (que asi se llama el padre "de la niña) dará sus haciendas a don Meliton. Su reverencia sabe "lo que es este caballero: así, no tengo para qué decirle, que su riqueza será como nuestra. ^'El pobre don Meliton está como ha sido toda su vida. ¡Bcn"ditos sean todos los hombres como él! Es uno de nuestros mas '^En estos
trabajo por arreglar
— 'S-alientes afiliados (pues
119
—
como su paternidad
sabe, él
pertenece a
humanos de ropa corta): quiero decir, que nuestro don Meli"ton es de los mas atrevidos en esto de dejar que con él se haga •'todo cuanto sea menester para la mayor honra i gloria de Jesús i
"los
de la Compañía."
Cuando
padre hubo llegado aquí, cerró
el
el
cuaderno;
i
metién-
dolo otra vez en el fondo de la caja, cerró ésta con la llavecita que
guardó cuidadosamente en su brero
i
su bastón
El infatigable descanso en
i
bolsillo.
Hecho
esto,
tomó su som-
salió a la calle.
espíritu de aquel
el logro
hombre que
lo
hacia obrar sin
de sus miras, daba a su fisonomía cierto aire
de profunda meditación, que la jeneralidad traducía por ascetismo
Nadie que
lo
modo cómo
hubiera encontrado a su paso, se habría figurado este sacerdote
empleaba sus horas. Todo
el
el
mundo
admiraba su mansedumbre i su bondad, su rectitud i su decisión por la propaganda de las ideas evanjélicas entre la multitud ignorante. Su desinterés era proverbial, i jamas recibía las limosnas 4ue por sus misas solían enviarle. Nunca negaba un consejo a quien lo pedia, i en todos los círculos se hablaba de la solicitud con que el buen relijioso servia al menesteroso. Sus sermones eran escuchados con avidez,
i
todos los días se publicaba en los periódi-
cos las obras de caridad en que había
tomado
parte.
Por último,
se hablaba de sus trabajos apostólicos; de los felices resultados de
sus misiones en las provincias del sur, país la adquisición de otros padres
como
i
de lo
éste.
útil
que seria
al
CAPITULO DON MARCELINO
I
XX
DON CANDIDO
«Piensa usté que soi de lana? Nó, amigo, soi de roble. Mas duro que piedra azul; I cuando algo se me pone Entre las orejas, nadie Meló arranca a dos tirones; Yo no pierdo el pleito nunca, I mi mujer bien conoce Que no debe decir pares, Cuando yo le digo nones. Pues la tengo enseñadita que ria, cante o llore. Cuando a mi me da la gana. Todo está en que se me antoje; I se lo dije bien claro. Desde la primera noche: Métase usté en sus polleras I déjeme en mis calzones, Que yo, hijita, me lie casado Con mujer, i no con hombre.»
A
Corrida del Giiafo,
Bien recordará
memorioso lector, que al fin de uno de los capítulos anteriores, hemos dejado al señor don Cándido de la Rueda, en compañía de su esposa, doña Estrella Clavijo, pisando los umbrales de la casa del señor Rojas. Apenas hubo entrado al gran patio esterior, cuando don Cándido llenó toda la casa con su poderosa voz
el
—
121
—
— Qué de mi compadre Marcelino! cama, compadre? respondió don Marcelino, —Aquí es
saliendo de su cuarto
estoi!
con un mate en la mano.
me halle yo en Hemos venido a
horas
—
¿Se levantó de la
gritó.
la
¿Cómo puede Ud.
creer que
a estas
cama?
don Cándido volviéndose hacia donde creia que estaba su esposa; pero no viéndola allí,(pues la señora habia entrado a las piezas de doña Trinidad) Quiero decir, compadre, que esta mañana ordené a mi prosiguió: visitarlo con Estelita, dijo
—
mujer que viniera a
visitar a
mi comadre Trinidad, pues yo
tenia
verdaderos Seseos de hablar con usted.
Tomaremos compadre. Pase para mi —A tiempo mate. su momento — como mi mujer me obedece en continuó don Cándido. su peineta — Ojalá mia me obedeciera mismo, refunfuñó don Marce— Pero no crea Ud.. prosiguió chupando mate que don llega
cuarto.
faldellín
se caló
todo, al
I
alta,
i
la
lo
lino.
aquél,
-
Marcelino
le
el
habia pasado: no vaya a creer que yo permito que
componga demasiado, porque esto no deja de tener sus peligros, mayormente cuando uno a cada paso se encuentra con mozalvetcs que andan a caza de mujeres bonitas, como si un hombre de mi temple se casase para que sus mercedes Nó, amigo,
Estelita se
. .
nó; con sus castañitas
i
su peineta alta, basta
i
sobra para andar
Ah! compadre Marcelino! es mucho trabajo esto de tener una mujer que...! Ahora considere Ud., interrumpió el otro, cuál será el trabajo de tener dos mujeres, como yo tengo. Usted! esclamó abriendo tamaños ojos, don Cándido. ¿Se ha vuelto cacique, compadre? Dos mujeres! Hablo de mi mujer i de mi hija. Ah! eso ya es otra cosa. Ja! ja! jáa! Yo habia creido que usted... Pero, yo me refiero al sobresalto de tener una mnjer bonita... I después de todo, ¿cómo están, mi comadre i mi ahijada? ^Cómo están? Siempre en contra mia. -^Ellas? Pues jurarla que eran unas palomas sin hiél, como mi Estrella; qué, no lo habia de decir yo... Ah! compadre, parece que Ud. ignora que las mujeres tienen revés i derecho, i que solo sabe mirarlas por el lado bonito; pero yo que sé verlas también por el revés, pienso mui de oUv modo,
con susto por esas
calles...
— —
—
— —
—
.
— —Ya entiendo,
—
122
don Cándido poniéndose un dedo en
dijo
He
¿mi comadre suele desconocer la autoridad marital?
te;
la fren-
adivi-
nado, eh?
—¿Cómo rato! el
esclamó con reconcentrada cólera, dando un puñetazo sobre
brazo de su
—Malo
silla.
compadre! es preciso poner un pronto remedio
es eso
a tamaño desorden. Acuérdese üd. de que es
Yo
soi
~I
Lo hace a cada
eso de suele? dijo don Marcelino.
es
muí
el jefe
déla familia...
delicado en este punto!
¿qué saco con acordarme, cuando estas mujeres
me
desobede-
cen en lo principal?
—También
mi
ahijada? ¡Lo
que es
estarán ahora hablando de nosotros? se
mal ejemplo! Qué cosas preguntó don Cándido moel
viendo la cabeza. Pero dejémoslas decir
lo
que quieran, allá
lejos
de nosotros. Lo importante es que no alcen ]a voz en nuestras barbas.
—El caso
es
que la Trinidad
me
contradice de frente, dijo don
Marcelino con voz sorda.
Al nado
Cándido
oir esto don,
se alzó
de su asiento,
con aire indig-
i
dijo:
—Eso no puede permitir a mujer! compadre, me contradice — Pues entonces, usted tiene la culpa. —Yo? Yo tengo? se le
la
—-Pero,
sin
si ella
que yo
se lo
permita!
la
—Usted:
porque se ha dejado dominar por
la mujer, las ciíales,
han puesto los calzones, no se los quitan jamas, i visten al pobre marido con su propio faldellín. Por esto es, que desde un principio debe el hombre portarse firmecito con ellas, i enseñarlas a mantenerse siempre a raya, como
como Ud. debiera
saberlo,
yo tengo enseñada a
una vez que
se
la mia. Estrella suele tener a veces arranca-
das mujeriles; pero al
fin
mi
Ud.
inflexible voluntad.
se ve obligada a doblar la cerviz ante es
talvez demasiado suave con
mi
co-
madre.
— Confieso que no sero viejo, porque lo
soi
tan severo
mas que he
como
debiera, respondió el gro-
hecho, ha sido amenazarla un
dia con esa tranca que está detras de la puerta.
— Oh!
Eso
es
ya
algo, dijo
ca; pero hai mujeres clio.
Yo
rio
don Cándido mirando
la
gruesa tran-
que no se componen sino por las vias de he-
he necesitado de eso para con Estelita;pero ¡ya se ve!
le canté la cartilla el
mismo
dia que nos casamos,
i
desde entonces 16
—
123
—
he tenido en un brete; por eso es, que no hai pleito que ella me gane ahora; i la pobrecita está cada dia mas sumisa i querendona. Pues lo que es a mí, dijo don Marcelino, la Trinidad pretende la
— ganarme —Es
este último pleito.
preciso,
compadre, no darse por vencido jamas para conser-
honor de jefe de la familia. Los hombres casados debemos manifestar que tenemos carácter. Aquí me tiene Ud. pronto a secundar sus miras, cualesquiera que sean; i mientras ellas allá en la recámara, hablan mal de sus maridos, nosotros discutiremos aquí lo que debemos hacer para que no se salgan nunca con la suya, var intacto
que es
el
la principal obligación de todo
Dígame ahora ¿deque
marido celoso de su dignidad.
se trata?
—El caso que Trinidad opone a que yo establezca convenientemente a mi — Mi ahijada? cual ha antojado enamorarcompadre, a — Su de un mozalvete que no tiene donde caerse muerto. — Pues no hai mas remedio que poner pretendiente de patitas es
la
se
hija.
ahijadita,
la
se le
se
al
en la
calle,
i
decirle: «amiguito,
Ud. está demás en esta
casa.»
Si
Ud., compadre, no se atreve, yo se lo diré clarito: para eso, la niña
mi ahijada
no tengo pelos en la lengua. ¿Cree Ud. que no soi capaz de eso? interrumpió don Marcelino. Pues sepa que ya lo he arrojado de mi casa. ¿I persiste siempre en su propósito? es
i
— — — Como de primeras. — Pero está Ud. seguro? — Sé que platica con Lucinda por ventana. — Ah! compadre! ¿conque asunto ya de la
el
sonriendo bicon, ras!
i
es
ventanas? dijo
don Cándido. Entonces mi ahijada ha pasado el Rues mas difícil ganarle el pleito. Ah! niñitas ventane-
Yo, casi prefiero verlas arrancarse por la misma puerta, a
que estén siempre asomadas a la ventana. Pero es preciso no desmayar. Yo no desmayo, i he estado por aguaitar al mocito i decirle de otro modo que con la boca... Ya entiendo, dijo don Cándido, al ver el grosero ademan con que su interlocutor acompañó sus palabras. Pero es el caso que Ud.
— —
no debe esponerse.
—Tiene espada.
Ud. razón, porque ha de saber que
él
es
hombre de
—
124
—Entonces, mejor buscar a que haga entrar en su deber llama? mocito. ¿Cómo —Anselmo Guzman. —¿El de don Antonio, —El mismo. de sangre, ya — Con que Ud. me hubiera dicho que era otro
es
al
—
se
el pipiólo?
hijo
pipiólo
yo habria echado de ver la dificultad para hacerlo desistir de sus pretensiones. No ceden ni a fuego; pero yo tengo un amigo, el cual posee un buen servidor, que es como casos. él
me
La
cosa está hecha. Yoi en el
mandado hacer para estos momento a ver a mi amigo;
presta su hombre, al cual pondremos en acecho cerca de
aquella ventana,
i
en cuanto pille al pipiolito,
bien dados,
tro porrazos
i
santas pascuas
me
le
da tres o cua-
advirtiéndole que
;
persiste en sus visitas, se persistirá también en los porrazos.
si él
¿Qué
le parece?
— Me gusta la idea, compadre,
—Entonces, manos a mas que
vale
Diciendo salir,
la obra,
i
la acepto.
pues
lo
que ha de hacerse tarde,
sea temprano.
esto,
don Cándido, tomó su sombrero
i
se dispuso
a
cuando, habiéndosele ocurrido una idea de repente, dijo a don
Marcelino
—¿Sabe
lo
que
se
me
ocurre,
compadre?
— Hable, amigo mió, porque a mí no
se
me
ocurre nada, dijo el
otro.
—Ah!
esclamó riendo con
satisfacción
don Cándido
diciendo para su capote: «claro es que las ideas se rrir
mas
bien a
mí que
— Pero dígame alzándose de su — Hela
a
me han
i
como
de ocu-
él.»
usted, qué idea es esa? repuso
don Marcelino
asiento.
aquí: sin perjuicio de castigar el atrevimiento del moci-
buscamos un buen marido a mi ahijada, i verá vsi no se corrije al momento. No prosiga, compadre, i sepa que yo no he tenido necesidad de que se me ocurra idea alguna para hacer todo eso. Conque ya tiene!... Le tengo a Lucinda un marido a j)edir de boca. ¿Es buen mozo? Mas que eso compadre. ¿Para qué sirve un marido bonito? to, le
— — — — — —¿Es — Mas
rico?
todavía.
Es un noble español, por
cuya;^
venas corre
la
~
125
—
ilustre sangre de los Sandovales, de los Rojas, de los
de
los
Oyarzunes, de
Pozo Hondos,
los...
—Basta! basta, compadre, ahora dígame... — Un caballero a derechas, de distinguida Orden de Carlos III proseguía diciendo señor de Rojas. —Bueno, bueno; pero dígame, ¿cómo que... — Que ha sido ministro en España; que no quita somi
la real
las
i
el
es
casi
se
brero ni delante del
mano
mismo
reí,
nuestro señor; que habla
el
mano a
con sus majestades...
—¿Acabó, compadre? preguntó don Cándido que reventaba por hablar. — Las cualidades señor don Meliton, no son para dichas en del
un minuto, respondió don Marcelino; i según lo que me ha dicho el padre Hipocreitía, que es el que lo conoce... Entonces ¿usted no ha visto todavía a su futuro yerno?
— — No conozco sino de — mi ahijada? —No conoce de nombre. —Ah! Entonces ¿estará en España todavía? —Está en Santiago. Ha llegado ahora pocos —¿De veras? Me han dado ganas de conocer aun personaje tan oídas,
lo
I
ni
lo
dias.
encumbrado como
éste.
Ahora veo mas
claro la necesidad que hai
de deshacerse del mocito.
En
aquel
momento
se oyó
en
el
patio la voz
de doña Estrella
que gritaba:
— Cándido! Cándido! —
Ya
que nos retiremos. ^Ah! es Estelita, dijo don Cándido bajando la voz. Voi a decirle que se vaya sola, para tener yo lugar de ir a... Pero nó... mejor es que Ud.le diga, compadre, «que yo le ordeno...» nó, nole diga así, es hora de
sino «que le doi permiso para que se quede aquí, mientras yo voi a
hacer ciertas dilijencias importantes.»
— Cándido! Estás sordo? decía cuarto de don Marcelino. mujeres abusan de — Oh!
la señora acercándose a la puerta
del
estas
su posición, dijo don Cándido
saliendo a la calle por la puertecita escusada que conoce el lector,
a tiempo que doña Estrella entraba
al cuarto
compadre don Marcelino, —Buenos hombre? ha hecho Cándido? Qué comadre. —Acaba de decirme una palabra? — dias,
se
salir,
¿I sin
este
por la otra puerta.
dijo
doña Estrella.
¿I
— 126 — —Pero me dijo a mí:
'
ccque le
daba a Ud. permiso para que
hicie-
ra medio dia con nosotros.»
permiso de nadie para respondió con —Yo no acento disgustado comadrita. Mi compadre ha decia por — a hacer una —Entonces, tendré placer de comer con Uds., doña Estrenecesito
esto,
la señora.
ISÍo
lo
tanto,
salido
dilijencia urjente.
dijo
el
lla
volviéndose hacia doña Trinidad
i
su hija, que habian venido
acompañándola hasta la puerta del cuarto. El placer será para nosotras, amiga mia, respondió con acento de reconocimiento doña Trinidad.
—
I mientras las tres señoras se dirijian hacia las piezas interiores,
don Marcelino quedó paseándose a
lo largo
en cómo llevaría a cabo su proyecto.
de su cuarto, pensando
CAPITULO XXI MIGUEL TURRA ENTRE BASTIDORES.
c(El
pobre mata peleando, mata roncando.»
I el rico
(Refrán del pueblo.) Cuentan
las crónicas de aquel
tiempo que, en llegando don Cán-
dido a su casa, envió a llamar a un hombre que
chacra del Tajamar,
el
hombre era
cual
do a su compadre don Marcelino; tal servidor pertenecía a
i
un amigo
si le
el
en su
mismo que habla
ofreci-
habia dicho a éste que
hombres a su
to,
comida i
se sentó a la
los nobles
pensamientos
i
el
Por
propio para
mesa con tan notable
que no parecía sino que estuviese animado por
que producen
servicio.
sagaz lector, las prendas del digno servidor
de don Cándido, quien después de haber despachado la chacra, pidió la
el
suyo, era porque no siempre se
atrevía a confesar que tenia de tales
aquí echará de ver
el
le servia
el
apeti-
natural placer
las loables acciones. I
como
no tenia con quién conversar, (pues, se nos habia olvidado decirlo^ don Cándido carecía de hijos, i toda su familia se reducía a él i su consorte) contentábase el buen señor con murmurar entre bocado i
bocado:
—Yo veré
si
el pipiolito
se atreve a seguir
enamorando a mi
— ahijada por la ventana!...
nazos bien dados, se
ño
aun
le dé
cuanto Miguel
espantará
le
chiquillo con
En
128 --
un buen
el
le
dé un par de pla-
amor, como se espanta
latigazo...
le diré
Sí;
el sue-
a Turra que
de plano, porque de lo contrario, podria suceder una desgra-
Aunque
Miguel es tan imprudente que puede comprometerlo a uno... Pero ya está hecha la oferta i debo cumplir... El hombre por su palabra, i el buei por el asta. I ademas, se trata cia.
este
. .
nada menos que de protejer a un honorable marido, insultado i herido en su dignidad de jefe de la, familia... Sí, señor; Miguel aporreará al mocito atrevido,.. Já! já! já! Cómo no vamos a reírnos a solas con mi compadre, cuando se sepa el lance! I don Cándido se reia, como si ya hubiese obtenido el éxito que deseaba. Una vez concluida la comida, rezó devotamente un Padre Nuestro a las ánimas, dijo
el
alabado;
i
echándose sobre su cama,
que estaba en el cuarto siguiente, empezó a roncar como un bendito. Después de haber roncado dos horas i media, de un tirón, despertó al oír ruido de espuelas en el patio. Levantóse; i pidiendo que
mate, salió bostezando hacia
le sivieran
donde Miguel Turra
el
corredor del patio,
lo esperaba.
—^Aquí mi con sombrero en mano. —Te he enviado a llamar, patrón, para darte una comique demanda mucho —En cuanto a ya su merced sabe que sordo muestoi,
señor, dijo éste
la
el
dijo el
sioncita
secreto.
soi ciego,
eso,
i
que velaba su móvil semblante, siempre que no se hallaba dominado por las pasiones brutales i sangrientas, que formaban el fondo de su carácter. Ahora, prosiguió, dígame señor mió, ¿de qué se trata? Se trata de castigar a un mocito que tiene el atrevimiento de ir a hablar con cierta niña, por entre las rejas de una ventana, do, respondió
Miguel con cierta
sonricilla falsa
—
contra la voluntad de su señor padre.
—Ah!
ya entiendo, interrumpió Turra, cuyos ojos centelleaban de una manera particular. No es la primera comisión de estas, que recibo; i soi capaz de despacharlas en un santiamén. señor,
—Pero ruido alguno — Por supuesto, sin
¡eso sí!
sin ruido.
la ventana, en
donde
el
Es cosa
—En noche, respondió don —Entonces, cosa hecha;
cuando
es
espero cerca de i
en cuanto
él se deja caer
por
lle-
allí?
Cándido.
la
poco ruido...
Lo
mocito tiene la querencia;
gue... Dígame ¿no es en la noche
la
sencilla.
i
como una
cuchilladita hace tan
—
líia
—
— ¿quién ha bribou^ interrumpió don Cándido, des de cuchilladas? —Ahí yo que trataba de — pero de una manera correccional ¿entiendes? — —Unos o porrazos bien dados, bastan; pem qu^ haya derramamiento de — mocito —Entonces, repites porrazos, — Pero de plano ¿no — de plano, porque derramas una gota de sangre, yo dicho,
te
I
le
quft
le
creia
se
castigarlo.
Sí;
Si, señor,
correccional.
dos,
tres
sin
sano-re.
¿I si el
resiste? los
pero...
es esto?
Sí,
el
si
primero en acusarte a la
bes
el estar
—
merced
Acuérdate, de que a
por esto
i
le estoi
me mande; aunque,
mui
agradecido,
si
sj^
30Í(ÍQ.p9¿i^Q^V,
sin rebozo.
— Me parece que conyieue hacerle siquiera una tencia de
mfí, de-
haré cuanto
i
he decirle k.Texdad,.jo que... ¿Me da licencia su merced?
—Habla
mí
fuera de la cárcel.
Señor,
Sij
aeré,
justicia.
pequeña
adyejij^
pues yo sé por esperiencia, que. un cristiano, enanaQjL radono obedece asi no mas a los planazos, por bien dados que sean. Bióse don Cándido, i luego repuso. fílo,
—A pesar de
eso,
obra como te digo.
Hada d^
sangre,
por<qu^^,
no se quiere la muerte del pecador, sino que se g^i^popienta i viyu. I ahora dime, entre paréntesis ¿han dado cqíi los ladrones 4e 1q§j caballos?
—Todayia pero tengo de encontrarlos, —Es preciso que des con repuso vivamente don Cándidj^ nó, señor,
esperanzg,,^^
ellos,
Acuérdate qne he pagado todas tus deudas civíleg i que a mí me debes el estar bien con los jueces.
— necen. — Pues bien Sí,
i
me
patrón,
;
me
sí;
si te
acuerdo de esto todos los
protejo, es a condición de
i
criminales;
di^S)
que am^j.^
que cambies de
yida^
cuides la chacra, persiguiendo a todos los ladrones, que m^,
roban, pues que tu conoces sus guaridas.
—
Sí, señor: le
juro que hallaré los calpallos rpbados^ o no
llamen Miguel Turra.
no
le
En
adelante, respondo con
robarán ni un solo animal a
guno de
los otros caballeros
que
su,
n^i
me
cabeza de qu^
merced, como tampoco a nin-
me haceo bi§n i buena
qlpra,
(Jijo,
el
bandido.
—Si obras
honradamente, obtendrás protección; pero ^^Ip^ cp^t
—
—
130
Ya
a caer en raanos de los jueces.
trario, volverás
ha seguido procesos i Pero como no se
. .
— me ha probado —Están probados, badulaque,
nada...
en que te has me-
los tres salteos
tido,
aquél de los
fuera del asesinato
nuestros empeños se
ha sobreseido en
cuides nuestros intereses
aire de
i
esas causas i
bonhomía.
Ya
i
se te
ha dejado
asesinando, sino para que
persigas a los ladrones.
que hago, señor, respondió
es lo
pero merced a
Cerrillos;
en libertad, no para que sigas robando
—Eso
sabes que se te
asesino con cierto
el
sabe su merced que he puesto algunos la-
drones en manos de la justicia.
— Pero
ellos
te
han acusado de que
de
protejes a otros
mas
importancia.
—Ah! —Quiero
señor, lo hacen de puro picados conmigo. creerlo así, porque
si
así
no ñieía, merecerías
la
horca
bribón.
—Pues que me ahorquen, lo
si
negro de la uña), a cerca de
me
})rueban algo (aunque sea
los intereses
de su merced
i
como de los
de otros caballeros que su merced sabe.
—Está bien: ya
he dicho que
te
te
irii
bien
conduces con
te
si
honradez.
—Pero no puedo responder de otras chacras, porque ¿Quién puertas mar? como hai tantos chacras, sino —A mí no me importa que roben o nó en mia. ¿Entiendes? que haya orden en entiendo — Sí —Ahora, volviendo otro asunto. ¿Sabes dónde vive don Marseñor,
las
ladrones...
le 2)one
al
las otras
la
bien.
señor,
al
celino de Rojas?
Lo conozco de por mas señas — robaron yuntas de bueyes. he sabido que anoche — Sabe que don Marcelino amigo mió. —Entonces, prometo que no seguirán robándole una sola pata vista al caballero,
Sí, señor.
i
tres
le
es
le
de buei.
—Ahora
es preciso
que
voi a darte. El te dirá
le lleves
a ese caballero un papelito que
cómo debes obrar
])ara
obtener un éxito
seguro.
Dicho
esto,
entró don Cándido a su cuarto,
i
luego salió con un
papel doblado, que puso en manos del bandido diciéndole:
— Esta
es la esquelita
que entregarás
t^i
proj^in
mano
a don Mar17
— celino. Dile
—
131
que va sin firma, porque no es prudente firmar estas
cartitas.
—
Sí, señor; así se lo diré.
—Ahora vete con
con las órdenes que
En
Dios, hijo, te
he dado
i
i
ten cuidado de cumplir fielmente las
que
te
dará don Marcelino.
Luen señor a tomar mate, con la mas patriarcal tranquilidad de espíritu, tranquilidad que formaba el fondo de su carácter, i que no era perturbada sino por los robos diciendo esto,
se
puso
el
que solían hacerle en la chacra,
i
por las vivezas de jenio de su
esposa.
i
CAPITULO XXIÍ
MUJER
I
MARIDO.
«El buen señor los sesos se deviina, I no ve cómo salga del apuro: A una mujer tan terca i casquivaia, Hacer la guerra cara a cara, es duro...:»
Andrés Bello.
— (El Proscripto.)
Fuera de estas cortas, aunque repetidas escepciones, la paz de que gozaba don Cándido de la Rueda era inalterable (paz que^ según toda probabilidad, debia al estado del matrimonio). Porque si
se lia
de creer a los cronistas de aquel tiempo, la juventud del
pacifico caballero liabia sido algo borrascosa, do cuyas
mocedades
quedaban algunas señales; como por ejemplo: una cicatriz sobre el ojo izquierdo, vestijio notable de una pedrada que recibió años atrás, en cierta noclie que andaba en malos pasos, amen de tres o cuatro roturas (ya soldadas) en el calvo cráneo, por haber barajado, según lo decia él mismo, con la cabeza, unos feroces garrotazos aplicados correctivamente por un guaso del sur mui celoso, i de le
otros chichones
i
cardenales producidos por los estribazos
de a caballo. Apesar de todo dido,
esto,
i
vueltas
apenas se hubo casado don Cán-
cuando se acabaron como por encanto las remoliendas paseos ^
— nocturnos
con
el
133
—
francachelas c(m amigos en la chacra.
i
cambio de estado,
irse al sepulcro,
i
Cambió de vida
su buen padre tuvo la satisfacción
de
dejando mui bien asentada la reputación del here-
dero de su nombre. Desde entonces, en lugar de andarse divirtien-
do
gustando por esos mundos, tomó por predilecta ocupación
i
asistir a las iglesias.
Su padre
le
el
habia dicho; «que aun cuando no
fuera cristiano católico, tenia obligación de parecerlo, porque en
tan importante materia, no debia
ir
en contra de los demás, mayor-
mente cuando sus aspiraciones eran alcanzar a ocupar un destino en el gobierno.» Así lo hacia don Cándido, i oia diariamente su misa; ayunaba los viernes; asistía a todos los sermones; no faltaba a ninguna procesión; pagaba relijiosamente todas las cuotas corres pondientes a las hermandades de los conventos en que era asentado, i era siempre el mas devoto acompañante del Santísimo Sacramen to,
de cuya esclavonía era
El cuarto do,
o quinto
cuando oyó en
el
mate
el
tesorero nato.
habia ya tomado
se
el
señor don Cándi-
patio la sonora voz de su esposa.
—Jesús María! venia
diciendo la señora: estoi cocida de calor
(por donde se colije que doña Estrella era gorda). Muchacha! escla-
mó
a la pieza,
al entrar
dirijió
caja.
al entrar:
i
sin contestar al saludo
toma mi
qne su marido
j)añolon, dóblalo bien,
i
le
mételo en la
Ten cuidado con no equivocar los dobleces! ¿CmoQ te ha ido Estelita? le preguntó don Cándido ¿te hicieron
— carino —Antes de una cosa Cándido, ¿Sabes que me has dejado muerta de vergüenza? — Por qué? preguntó estupefacto buen — me preguntas? Tú no aprenderás jamas a hombre de Dios! — Pero, por Vírjen con deseos de Yo con mui por ahora pensamientos. —Ya después de que has hecho. ¡Enviarme a hijita?
contestarte,
diré
te
el
¿I
lo
ser jente,
hijita,
si
decir
lo
con don Marcelino
como
pelear?
i)acíficos
ve!
se
¿vienes
la
estoi
casa»!
señor.
(íqiie
me dabas pevíniso para que comiera en
para quedarme aquí o
allá,
su
necesitase yo de tu
permiso.
—No quise q^ue estarás
—No
decir eso, hijita.
mui
Pasa para
acá;
ven a sentarte, poí-
fatigada.
doña Estrella sentándose: lo que tengo es incomodidad, vergüenza... ¿Qué habrán dicho Lucinda i fbu madre? Tal vez pensarán que yo me dejo tratar por mi marido estoi cansada, no, dijo
— del
mismo modo que
—
son tratadas por aquel
ellas
hombre tan
Marcelino... ¡Que
134
macho de don
antipáticol
cálmate... Eefréscate. — Pero tan esclamó doña Estrella — tan pesado, tan acentuando sus palabras con sendas patadas en refunfuñó don Cándido. viene de —Es cosa — Pero, hombre, por Dios! advierto que no vuelvas a hacer manera de portarse con una porque esa no otra —Te juro que no haré mas, mismo; pero otro dia olvidan jurando — Siempre monte. cabra tus propósitos... Ya — Eso mismo digo esposa mia. hijita,
¡I
ruin,
i
soez!
i
suelo.
el
pelea,
decidida,
lo
te
señora.
es la
vez,
Esteiita.
lo
estás
se te
al
lo
tira al
se ve! la yo,
— Eso mismo
hombre
dices,
sin cabeza; pero obras al revés.
En
enviarme ese grosero recado, debiste haberle dicho a don Marcelino: '^dígale a Esteiita, que es mi hijita; que me dispense el no poder acompañarla a casa, porque tengo mucho que
lugar
de
hacer, pero que pronto volveré a buscarla.»
espresado;
pero nó, sino que en cuanto
Marcelino,
me
dijo:
^^mi
me
jí^sí
vio el
compadre Cándido-,
le
debieras haberte
marrano de don da permiso para
quedarse con nosotros"... Permiso! permiso! decia la señora enco-
mas
lerizándose
i
mas... Estuve
tentada por decirle una bar-
baridad.
—
I habrias
hecho bien,
le
gran enojo contra su compadre, culpa de lo sucedido, a
fin
don Cándido finjiendo un
contestó
pensó que debia echar la
al cual
de librarse de la cólera de su buena
esposa.
—¿Por qué dices eso? preguntó — Porque mi compadre un estúpido que no memoni para jurar en ¿Conque ha ido a — Ni mas menos. — Que hombre! Le he dado para recado mas cortés del ésta.
este
es
ria
tiene
falso...
así te
decir?
ni
el
tí
mundo,
i
se
ha puesto a inventar
otro de su raajin!
— Nada tiene eso de estraño, contestó doña Estrella mas cada, porque
el tal
don Marcelino
debido con una señora,
i
refres-
es incapaz de portarse como es
hasta las mismas cortesías se convierten
en groseras necedades, al pasar por su boca.
— Has dado en
el quid, Esteiita,
dijo
don Cándido, viendo con
placer que su esposa se iba desenojando. j)ara hacerle la corte a las
Mi compadre no nació damas. Pero todavía no has contestado
a mi pregunta. ¿Te hicieron cnriño, hijita?
—
135
—
— Muchísimo, Cándido, muchísimo. La Trinidad su hija son qué dulzura! unas alhajas para amigas. ¡Qué padrino de Lucin —Tengo buena mano, eh? ya sabes que — Lucinda un viendo a — Soi de tu mismo parecer; no fuera porque i
carácter!
soi el
ánjel!
es
i
cada
que no
rato, diria
te estoi
si
liabia visto cara
mas
perfecta que la de esa
niña.
— Calla
Te pegan mui mal las zalamerías! contestó doña Estrella mirando a su marido con el enojo mas risueño del mundo. -Me alegro muchísimo de que te hayan cuidado, prosiguió éste. la boca!
—
Ya
estaba pensando en irte a buscar.
—Eso
portarse
es;
me
gusta que vayas aprendiendo. Así es como debe
un marido.
la cartilla
Al
he de lograr que aprendas de memoria del matrimonio, porque ¿no te acuerdas? Cuando nos .
.
casamos, no sabias ni
fin
el Cfistus, dijo
doña Estrella riendo a carca-
jadas.
esclamó don Cándido, par— Gracias a Dios que veo ticipando de de su cara mitad. —Lo que don Marcelino, prosiguió no pasará te
contenta,
la alegría
la señora,
es
del
hombres como él nacieron para la vida monástica. ¿Qué pecado habrá cometido la Trinidad para que Dios la haya castigado con ese hombre? Te aseguro, Cándido de mi alma, que cada vez que lo veo, quedo empachada para un año... I luego ¡qué aquél ánjel de Lucinda tenga que sufrir los caprichos i jenialidades de ese lobo marino!... Porque da pena ver lo que está paCristus, porque
los
sando en aquella
casa!...
¿Sabes
lo
que hai?
— No — Pues
don Cándido. es el caso; de que Lucinda se ha enamorado de Anselmo Guzman, i éste de Lucinda; de modo que no parece sino que Dios los hubiese unido, según es lo precioso que encuentro ese matrisé nada, hijita, contestó
monio.
—MaluTitur!
mujer viene de
— Qué — Que a mi selmito — Muí
Cuestión tenemos, pelea.
murmuró don Cándido. Esta
¡Ya digo!
dices! juicio, ese
matrimonio de mi ahijada con
el tal
An-
es...
lindo;
i
sobre todo
es el ser
mas
mente a
la felicidad de
mui
lójico.
Pero don Marcelino, que
contrario a la lójica que conozco, se opone tenaz-
su hija.
— — Creo que ya Cándido. ha —Así
le tiene elejiclo el
se lo
—
136
esposo que le conviene, dijo clon
dicho a ellas mismas. ¿Qué sabrá
para que se meta a
marido como
él
de
Temo que haya buscado para
elejír..'.
amor
su hija
ha de costar para decidirla, porque la muchacha está firme en que será de Anselmo o de nadie; i a mí me gusta la niña porque es de carácter; i como está apoyada por la madre... ¿También mi comadre Trinidad está de oposición? preguntó alg'un
él...
Pero trabajo
le
— cuestión. don Cándido, porque queria aparecer estraño a — ¿Qué llamas tu de oposición? Está en su derecho; yo baria mismo en su o —Ya — aun me he ofrecido para ayudarlas en que pueda... —Maluntur! volvió á refunfuñar don Cándido. Está de Dios la
lo
luo'ar.
lo creo^ hijita; pero... les
I
lo
que hemos de pelear ahora.
—
I
como yo
te
tengo por hombre de razón
i
amigo de
la jus-
ticia...
—Dices
—No
bien; pero advierte que...
he dudado en prometerles, que tú tomarás a pecho la cau-
sa de tu ahijada,
i
que entre
los dos
trabajaremos por la reali^^acion
de ese bello matrimonio.
— esta mnjer supiera que acabo de hacer, me pensó don Cándido. — ¿Qué parece? — Lo que me que no podemos meternos en ese asunto. —¿Cómo no podemos? ¿Con que, atreverás a dejar que fiquen a tu ahijada? — Pero atiende. — sobre todo ¿cómo atreves a dejar mal a tu esposa? ¿No Si
crucificaria,
lo
te
parece, hijita, es
te
Estelita,
.
te
I
te
sacri-
he dicho que he-dado mi palabra? Ah!
del CristuSy en la cartilla matrimonial, lo
que con tanta justicia
i
pretendes haber pasado
cuando dudas en acceder a
te pide tu esposa?
—
Pero, hijita de mi alma! esclamó don Cándido juntando las manos en actitud de suplicar. ¿Te parece prudente que nos metamos en asuntos ajenos?
—Este no negocio ajeno: a tu ahijada pro Cándido! Eso — será cuando su padre muera es
i
tí te
toca, en conciencia,
salvar a
tejerla, sí
i
la
muchacha quede huér-
—
—
137
Pero estando vivo mi compadre Marcelino, que es
fana...
de la familia.
.
no padre, sino verdugo. —Es que —Estando vivo mi compadre, no me este viejo
es
te decia,
me
el jefe
atrevo a injerir-
en asunto tan delicado... Por otra parte, agregó don Cándido,
ya sabes que yo autoridad.
Si la
un hombre de orden i amigo de la paz i de la mujer i la hija se le han sublevado a mi compa-
soi
dre ¿cómo quieres que yo proteja esa sublevación? Ello seria atacar la autoridad paterna.
— Desgraciada de mi, esclamó en
los ojos...
doña Estrella con las lágrimas tonta de mí que creí encontrar en tí buena voluntad!
Pero debo conocerte, Cándido, tú eres incapaz de elevarte a la tura de un regular, no digo de un buen marido!
al-
I la señora se aplicó el pañuelo a los ojos.
—Válgame Dios! esclamó No
su consorte.
don Cándido acudiendo a consolar a
Antes prefiero ver-
llores; tranquilízate, Estelita!
que llorando.
te enojada
mi desgracia. Yo Trinidad que — Oh! déjame sollozando señora. tenia mala —Yaya pues, prometo pasarme partido femenino; pero a condición de que no — Pero hombre corazón, de causa de mi mis — Lo dicho, mar. Ya sabes que tengo a creia
llorar
.
suerte, dijo
solo la
la
hijita, te
al
llores ni te enojes.
sin
tú,
llanto
eres la
i
enojos.
dicho,
rácter
i
sé
i
pelillos
la
ca-
cumplir lo que prometo, aun cuando
donar nuestro partido para pasarme
al
ello sea el
de Uds. Mira
aban-
el sacrificio
que hago por tí! Yo, un hombre de mi temple, jefe de familia i piedra angular de esta casa, me resuelvo por tu amor a traicionar los sagrados intereses del partido masculino!
— Después
me
agradecerás
el
que te haya empujado a hacer
buena acción, observó la señora. Oh! esclamó don Cándido tomándose la cabeza con ambas manos, ¡buena acción llama esta mujer, el que un hombre de mi carácter, de mi temple, de mi condición i de mis circunstancias, proteja la rebelión femenina contra el jefe i cabeza del hogar do-
esta
—
méstico!
—Pues
bien,
si
estás arrepentido de haber
cedido a lo que te
dice tu mujer, haz cuenta de que no has dicho nada,
i
adiós, dijo
doña Estrella dando muestras de retirarse. ;Qué mujer tan viva de jenio! esclamó don Cándido. ¿Te he
—
—
138
—
dicho por acaso que estoi arrepentido?... Nó: yo soi carácter,
—
sé
i
hombre de
cumplir lo que prometo!
Si obras en conformidad de mis deseos, te tendré por
marido; pero de pático don
una mala copia del antiseñora con un tono entre enojado i
lo contrario^ veré
Marcelino, dijo la
un buen
en
tí
zalamero. I
haciendo una cortesía a su esposo que la miraba de hito en
majestuosamente hacia
hito, se retiró
las piezas interiores.
El po-
bre caballero, que se habia alzado de su asiento, quedó con un
palmo de
narices
i
como plantado en
Tan cómico
el suelo.
era
el
aspecto que presentaba, que merecia ser retratado a lo vivo por el
mismo
Moliere. Mientras veia retirarse a su esposa con
que no carecía de distinción bre,
i
un
de cierta coquetería, el pobre
aire
hom-
de pié enfrente de la puerta, con sus piernas vacilantes, lo
brazos caídos a
lo
s
largo del medio encorvado cuerpo, la mirada
vaga, la boca entreabierta, una sonrisa muerta sobre sus labios,
i
meneando la cabeza, parecía la estatua de la estupidez indecisa. Cuando su esposa se hubo perdido de vista, volvió de su alelamiento
i
esclamó:
— Ahora
sí
que estamos
frescos!
esta mujer al jefe de la casa! sé a
En
bonito estado ha dejado
Yo mismo no me
entiendo ahora, ni
qué partido pertenezco. ¿Soi masculino? Soi femenino? Quie-
ro decir. ¿Soi del partido nuestro o del de ellas?
Cuando acababa
de ofrecer mis servicios a la autoridad paterna, viene forma de mi mujer, i con sus tentaciones me arrastra la oposición,
i
me
deja aquí
empantanado
i
en
bando de comprometido hasta
los
huesos, en dos bandos opuestos, sin saber a quién
sin
saber
si
el diablo
debo en conciencia sostenerlos a
ellos o
al
pertenezco;
ayudarlas a
Ah! mujeres! esclamó al fin con exaltación i dándose una palmada en la frente: estas mujeres con sus artimañas son capaces de hacer que un hombre de mi temple no sepa al fin si es macho o hembra! ellas!
19
CAPITULO XXIII EL CUARTO DEL PADRE HIPOCREITIA
clero se unia a los monarquistas i pelucones para combatir de consuno al partido liberal.» c(El
los
(F.
Errazuriz.
Algo de
lo
que
el
— Chile
tajo el imperio de la Constitución de 1828.)
ha podido ver en
discreto lector
la carta-dia-
rio del reverendo Hipocreitía, era verdad, especialmente lo
referia a la lenidad del gobierno
para castigar
los
que se
atentados contra
nuevas instituciones de que se estaba dotando al país. Esta lenidad de un gobierno que no perseguia a sus enemigos políticos, las
era mirada por
de la cual fe,
el
partido pelucon
sacaba mucho
candoroso
ciudadanos.
i
animado del mas benévolo
En
los dos
el
le
espíritu hacia sus con-
años que duró su administración, no cesó
de dar pruebas de su amor pelucones
como una prueba de debilidad, un hombre de buena
partido. Pinto era
echaban en
al país,
cara,
no
i
esa
es sino
misma benignidad que un timbre de
los
gloria para
bondadoso patriota, que, sacrificando su tranquilidad
i
su vida
en aras del bien público, se abstuvo de perseguir a sus enemigos políticos,
i
supo en circunstancias tan azarosas como
las
de aquella
poca, conservar su moderación a fin de economizar la sangre de
— A pesar
sus hermanos.
das constantemente por
140 -<
de la efervescencia de xas pasiones, atizael
partido pelucon; a pesar de los enemi-
gos que este partido trataba de concitar cada dia contra no, Pinto, después de cerradas cional; indultó, el
las
el
gobier-
sesiones del congreso constitu-
17 de Febrero de 1829, a todos los perseguidos
políticos, sin escepcion alguna.
Era natural que se riese de hechos semejantes, un partido cuya política ha consistido siempre en no dar cuartel al contrario, i en
¿Cómo hablan de conocían, i los mismos
valerse hasta de la traición para lograr sus fines.
estimar la jenerosidad los mismos que no la a quienes hacia obrar beral acción los
guaban planes
el odio?
mismos
que,
liberticidas?
¿Cómo habían de comprender
i
la
buena
fe del
debilidad, el olvido de las faltas políticas ISTo
li-
animados por bastardas pasiones, fraPor esto los pelucones calificaban de
candor infantil la franqueza con los vencidos.
esta
podían
i
partido pipiólo;
i
de
de la benevolencia para
los reaccionarios
comprender
(así
como
tampoco comprendieron después) que era posible mandar un país sin esterminar a los contrarios; i que la ciencia de gobernar no se opone a la buena fe, a la veracidad, a la honradez, a la jenerosidad e hidalguía. Hai jentes que no comprenden otro sistema de rejir a los pueblos,
que
el
del terror; ni conciben otro orden, que el Statu-
quo\ ni otra política que la de los capítulos, cubiletes, intrigas
i
ma-
niobras.
animados por su odio a las liberales instituciones, no cesaban de maquinar contra el gobierno, obrando en las tinieblas, mientras se presentaba la ocasión de haConsecuentes con estos principios,
i
Los presos políticos salidos recientemente de las cárceles, los desterrados que el indulto acababa de permitir la vuelta a sus respectivos hogares, fueron un nuevo elemento que el partido retrógrado aprovechó para soplar el espíritu de la discordia. El teatro de sus maquinaciones era Santiago, i la ocasión no podía ser por entonces mas propicia, desde que el gobierno, con
cerlo a la luz del dia.
el fin
de estudiar
el
modo de incrementar
habia trasladado a Valparaíso,
mulgado
el
al
otro
las entradas
fiscales,
se
dia precisamente de pro-
indulto jeneral.
El padre Hipocreitía que era como la personificación del partido pelucon, tenia un amigo íntimo, llamado el presbítero Cardoso, con
el
sin
darlos a conocer sino a medias, porque
cual solía conferenciar
festaba por entero a nadie,
i
menudamente sobre sus seguía
el
el
planes; pero
jesuíta no se mani-
sistema de ocultar siempre
— algo, 2:>or si acaso,
cuando
tema lo
le
i
conviniera.
político
141
—
\
de no decir jamas la verdad desnuda, aun
Era
el tipo del estadista
puede definirse
así: «el
pelucon, cuyo sis-
uso de lo malo para llegar a
bueno.»
Vivía Cardoso en la calle de Santa Rosa, a poca distancia del
convento de San Francisco,
un cuarto
i
liabia puesto a disposición del jesuíta
que éste liabia hecho amueblar a su gusto, i que muchas noches le solía servir de alojamiento cuando encontraba cerradas las puertas del claustro. Medía el cuarto seis interior de la casa,
varas en cuadro; su pavimento estaba cubierto con un petate de paja; su cielo de tela pintado de azul
oscuro,
i
sus desnudas pare-
des blanqueadas con cal. Enfrente de la entrada se veía
cuadro que representaba
el triunfo
un gran
de San Ignacio de Loyola; en
uno de sus rincones había una cama, i junto a ésta un armario, dentro del cual podía muí bien caber un hombre. En el cuarto había una mesa cuadrada de nogal, sobre la cual se veía un gran crucifijo, dos candeleros de cobre con sendas velas de sebo, un reloj de arena, un gran tintero de estaño con su salvadera de lo mismo, un manojo de plumas de ganzo i una media resma de papel blanco. Por último, doce taburetes de madera blanca, forrados
de vaqueta
claveteados con tachuelas amarillas, completa-
i
ban este amueblado. En el respaldo de cada taburete to un signo sobre tres letras, en esta forma:
se veía pues-
jJ-s H. Algunos días antes de cierta noche en
el
mismo
los
S.
V.
sucesos ya narrados, encontrábase
cuarto, el reverendo padre Hipocreitía
hablando confidencialmente con su amigo, el presbítero Cardoso. Tenía hambre de ver a Ud. dijo éste, i sobre todo, de hablar a
—
solas para
que
me
contase sus últimos trabajos. Por esto he apre-
surado mi vuelta de San Fernando.
En
aquellos
mundos
solo se
sabe las cosas a medías... Yaya, pues, dígame padre, ¿cómo va
el
negocio?
—No va mal; gracias a Dios, contestó
el
padre, poniendo en ór-
—
142
—
den unos papeles que sacó de una cartera de cuero que llevaba en el bolsillo.
—Pero verdad, preguntó ministro de hacienda? — Don Francisco Ruiz Tagle
el otro,
¿es
es nuestro en cuerpo
i
alma,
el
con-
Ud. sabe, amigo mió, que yo soi
testó el fraile con cierto orgullo. el
que podemos contar con
confesor de su señora... ¿Está Ud.?
—Ya comprendo; —No nos debe quedar
pero...
Yo
tras exijencias.
mos nacer
duda, desde que se
ha prestado a nues-
estaba convencido de que mientras no hiciéra-
la revolución
en
el
Sur, nada
obtendríamos con es-
tos motines de cuartel, aquí en Santiago.
—Bien pensado, padre. —Mas para primero, era preciso contar con
el ejército del Sur,
lo
es decir, ponerlo bajo la dirección
de un hombre que nos perte-
neciese.
—Es Prieto.
evidente. .
.
Ya
tenemos
allí
de jeneral en jefe a don Joaquín
Pero, ¿como es que no siendo
amado
Prieto por los libera-
ha puesto el gobierno al mando de esas fuerzas? Todo lo hace la política i Dios, que encamina las cosas a su
les, lo
—
mejor
servicio, contestó
el jesuíta.
trabajaba yo, que
me
tiene por
amigo,
ministro Puiz Tagle, amigo íntimo de Prieto. si
Pinto no quiere a
hemos hecho acceder a su nombramiento. Por una
Prieto; pero le
parte
sonriendo
. .
i
por la otra,
el
Por aquí verá Ud.
Tagle nos pertenecerá o no.
—Ya —Ademas,
lo veo, dijo Cardoso,
no podía Pinto sospechar segunda intención en su
ministro, desde que no ignora las
dian entre éste
i
el
relaciones de amistad que
jeneral Prieto.
—Perfectamente. Pinto ha duda que Ruiz Tagle nacía de su amistad. —Eso A Pinto puede hacer tragar una creído sin
panas
i
todo.
¡I
se dicen políticos
el
interés de
torre con
se le
es.
me-
estos hombres,
cuando
cam-
se
les
puede engañar con solo mentir a medias!
— ¿en cuanto a ministros? — Los demás ministros de Pinto, son de I
los otros
inmanejables que no entran por partido. Pinto mismo está tan lleno de escrúpulos, que me ha costado trabajo conseguir que obre. Es un hombre bastante relijíoso, })ero que se perderá por su liberalismo, dijo suspirando el jesuíta. Luego agregó: sin embargo, lo quiero; esos liombres
— i
haré
lo posible
148
—
por salvarlo, poniéndolo mal
—Eso imposible. — No tanto como parece
con
su
partido.
es
a Ud.
le
como deseo su
Yo
tengo bastante influencia
empujaré a hacer cosas que disgusten a los liberales. ¡Ojalá fuera tan fácil establecer la armonía como lo es introducir la discordia entre los hombres! El padre Hipocreitía estaba inspirado en aquel momento. Su comjDañero lo miraba con cierta admiración respetuosa. sobre
él; i
—Ademas,
agregó
el
bien, lo
he hecho por que
jesuíta:
se
ponga en
práctica otro medio, que con el favor de Dios, nos será de
mucha
utilidad.
—¿Cuál ese medio? pague sus sueldos a —El que no es
se les
a
fin
de introducir entre ellos
el
los soldados de la capital
descontento,
poder en tiempo
i
oportuno aprovecharnos de su falta de recursos.
—Ah!
ya
caigo!
---El ministro de
tarde en tarde. Mientras tanto se
muchas veces a
da dinero mui de envia dinero a Prieto, quien lo da
hacienda nos
sUs soldados
ayuda:
solo
como sacado de su
bolsillo, o del
de
que no deben esperar de este
nuestros amigos, haciéndoles creer
mal gobierno remuneración de sus fatigas. De esto, nada sabe Ruiz Tagle. Es Ud. un político consumado! esclamó Cardoso con admi-
—
ración. '
— Soi
lo
que Dios quiere, contestó
enorgullecerse. El
hombre no
es
el jesuíta. jN'ada
hai por que
mas que un simple instrumento
dé Dios, aun én aquellos casos en que* nos solemos servir dé los de-
mas hombres como instrumentos
— Por manera, que una vez
^
necesarios...
preparado
el
campo.;..
— Se pone en movimiento la máquina, agregó sordamente le:
Ahora dígame Ud. ¿cómo
—Muí
bien. Nuestros
le
fué en
el frai-
San Fernando?
amigos están firmes en
lo
prometido,
i
to-
dos ellos desean de corazón que caiga este gobierno de herejes.
—Loado —Hablé
sea Dios! ¿Se vio con los curas de
Rengo
i
de Rancagua?
largamente con ellos i los he visto trabajar en la santa causa con un entusiasmo digno de alabanza» Dios premie sus esfuerzos! —Sobre todo, el santo cura de Rancagua predicó antenoche un
—
bellísimo sermón sobre la hidra de la herejía, que dejó entusias-
mado
a los concurrentes.
Yo mismo
fui testigo de los votos
que
—
144
hombres respetables hacían por i
por que acabara por
fin
—
el
afíanzamiento de la relijion
que
este impío desorden
los
pipiólos
fomentan en el país. El cura cumple con mis instrucciones, refunfuñó el jesuíta Todo marcha a las mil maravillas, i hasta aquí mismo, en la capital, se nota el dedo de Dios. Esta noche veremos si se puede arre-
—
glar
el
golpe.
— ¿Cuántos son
los
que han prometido venir? preguntó Cardóse
bajando la voz.
—Aquí
tiene
Ud.
la lista, contestó el jesuíta,
pasando a su ami-
go un papel que sacó de la cartera. Tomó Cardoso la lista, i se puso a examinarla mientras el padre daba vuelta a la ampolleta que habia sobre la mesa, diciendo a^-
mismo tiempo:
—Han prometido aquí antes de no —Don Felipe La Kosa, Cardoso leyendo primer nombre de demás en complot. — que ha hecho entrar a estar
las diez,
dijo
faltarán.
i
el
la lista.
es el
Sí:
los
Si-
el
ga Ud.
—Don
Enrique Campino...
—^Ko es mal instrumento, refunfuña
el fraile.
— Don Pablo —El nos proniéte sublevar de cuerpos de —Don Pedro Urriola..i puede servirnos, porque como —Aunque un Silva...
lino
infantería*
los
tronera,
cionario de profesión... Pero siento ruido: creo que
—Sí;
ellos son, dijo
Cardoso poniendo
el oído.
es revolu-
ya Vienen.
CAPITULO XXIV
CONCILIÁBULO
EL
«Pero después de la contienda fiera, El hermano se armó contra el hermano, Tornando el gozo de la patria en llanto, I en ambición el patriotismo santo.
(Guillermo Blest
En
aquel
momento sonaron
tres golpecitos
Gaí^a.)
dados discretamente
|
en la puerta del cuarto.
—¿Quién — —Ellos
es?
preguntó Cardoso.
Patria, relijion son, dijo
Levantóse
i
honor! respondieron desde afuera.
en voz baja
el clérigo;
el jesuita.
abrió la puerta^
personas que se acaba de nombrar en
i
entraron a la pieza las el
capítulo anterior, con
escepcion de don Enrique Campino, que no venia con
—¿Qué rrando la
en
ellos.
don Enrique? preguntó el jesuita en voz baja, cepuerta i echándole la llave, que guardó maquinalmente es de
I
el bolsillo.
—^Vendrá pronto, contestó La Rosa. — don Diego? I
— Campino
me ha
prometido que don Diego será también de
—
146
—
nuestra conferencia. Mientras vienen, podemos hablar nosotros
i
tener algo adelantado.
Diciendo esto, sentáronse todos al rededor de la mesa, mientras
Cardoso cortaba con las despabiladeras
i
atizaba las mechas de las
velas de sebo.
— Los Coraceros que ocupan cuartel de San Pablo, son nuesLa Rosa dirijiéndose a Hipocreitía. — nosotros podemos asegurar que mañana serán Invália un mismo tiempo Urriola agregaron — pero ¿bastarán estos elementos para el
tros, dijo
lo
I
casi
dos,
los
Silva.
i
^Está bien, dijo el fraile;
la obra?
— Cómo no han de
bastar! interrumpió Urriola,
mitad de estos hombres podemos hacer cera bierno de muñecos!
—Tronera, siempre —¿Lo duda su paternidad?
tronera!
i
Coraceros,
los
manos, Pinto
yo
i
les
murmuró
i
cuando con la
pabilo de este go-
el jesuíta.
preguntó don Pedro: dénseme solo
prometo que mañana estarán en nuestras
sus ministros. ¡Palabra de honor!
i
— Poco a poco, amigo mió, es tan hacedera
como
le
interrumpió
La Rosa. La
cosa no
parece.
—El capitán tiene razón, —¿Qué no hacedera? es
dijo el fraile.
Yo
encuentro la cosa hecha, repuso
Sí,
que tratándose de una revuelta estaba en su elemento. prosiguió: la cosa es hecha: en diez minutos tomamos el cuar-
tel
de San Pablo; ponemos presos a los oficiales que no sean con
Urriola,
nosotros i
;
armamos
la tropa, distribuyendo al
aguardiente entre los soldados.
por las
calles,
llamando
al
mientras una compañía se
La mitad
¡mueblo dirije
i
mismo
tiem])o dinero
batallón se reparte
del
castigando a los que resistan,
a casa del ministro,
i
con
el resto
vamos derecho a la plaza de Armas, que será el punto de reunión. Asegurado el ministro, sitiamos el palacio del del cuerpo
nos
Presidente,
i
tras
antes de la diez del dia, tenemos al Gobierno en nues-
manos...
Yo, hasta aquí los
ayudaré,
porque
mientras se trata de echar abajo a un gobierno...
soi
hombre
lo
de arre-
En
glar después las cosas, no entiendo ni jota.
Riéronse todos de la palabrería de Urriola, menos
que parecía no
—Es
oír lo
el jesuíta,
que aquél decía.
la verdad, prosiguió
don Pedro: yo
me
conozco; no sirvo
palabra para esto de organizar un gobierno después de dado 19
el
— golpe. Así
es,
que en cuanto
—
147
dejo el naipe
lo dé,
i
diré:
— «que
ta-
lle otro.»
Tan embebido estaban en
la
conversación, que no oyeron los
golpes que otros recien llegados daban a la puerta del cuarto.
embargo de que oian muí bien el ruido de la conversación, dieron a la puerta dos o tres empujones, cuyo ruido introdujo la alarma entre los conjurados. Nos lian es2)iado! esclamó La Rosa. Viendo éstos que nadie contestaba,
sin
—
—
eso es, estamos vendidos, dijo Urriola alzándose de su
Sí;
A
asiento; pero afortunadamente tenemos nuestras espadas.
la
defensa, amigos!
— ¿Qué
piensan hacer? preguntó
el fraile
que participaba del
temor j enera!
— Defendernos, contestó Urriola. interrumpió —No sean
el jesuíta.
locos!
Mientras tanto se repetian los golpes;
i
el
padre que quería ga-
nar tiempo, contestó desde adentro:
—Ya En
va a
se
abrir!
Déjenme quitar
seguida corrió apresuradamente hacia
cuña de madera que nas,
la tranca!
fijaba sobre el
haciéndolo jirar en torno de la
i
el
armario; quitó una
pavimento una de sus esquiesquina opuesta, se vio que
mueble habia una cavidad en la pared, capaz de contener cuatro o cinco personas. Luego hizo señas a los conjurados detras del
para que entrasen
nados por el
allí
prontamente, lo cual hicieron todos, domi-
la enérjica actitud del fraile;
i
haciendo de nuevo jirar
armario, quedó él solo en el cuarto.
Todo
esto fué ejecutado en
para contarlo. El
fraile
menos tiempo
del que se necesita
entonces abrió la puerta,
i
no pudo conte-
ner una esclamacion de sorpresa al ver a los dos amigos que esperaban.
Uno
de ellos entró al cuarto con cierto desenfado natural,
muí
ajeno del porte de un conjurado; el otro lo siguió de atrás con aire
de reserva;
i
en cuanto pisó
rada inquisidora por
Era
el
los
el
umbral de
la puerta, paseó su
cuatro áogulos de la despoblada pieza.
que habia entrado primero, un hombre de treinta
cuarenta años de edad, alto de cuerpo, esbelto de arrogante
i
desembarazado,
sombrero un poco echado i
mi-
i
de móvil
i
talle,
i
de andar
espresiva fisonomía.
atrás, descubría
una
i
Su
frente ancha, alta
despejada, coronada de cabellos de color castaño oscuro.
rada de este hombre, penetrante
ocho a
maligna de ordinario,
La misolia to-
~
-^ 148 mar, ya
el tinte
de aguda malicia, ya
tono de la severidad, por
el
Su
cierta contracción natural de las cejas lijeramente arqueadas.
nariz larga
i
estar dotado;
que a veces dos
i
—¿Qué le
la persistencia de
que parecía
en sus delgados labios vagaba una sonrisa burlona,
una espontánea
se convertía en
de dientes blancos
filas
po que
daba a entender
recta,
significa. esto,
carcajada, dejando ver
parejos.
i
padre? preguntó al jesuíta, al
mismo
tiem-
sacudía cordialmente la mano. ¿Tanta reserva gasta Ud.
con sus amigos?
—Yo
se lo esplicaré todo,
dre entre risueño
i
mi señor don Diego, respondió
avergonzado.
I mientras cerraba la puerta
daba sus dos vueltas a
i
poniendo por añadidura una tranca, cuatro palabras todo el
pa-
el
el
el
la llave,
prudente jesuíta relató en
caso a don Diego Portales, que no era otro
que acababa de llegar acompañado de don Enrique Campino.
—Padre; sáquelos pronto de
la ratonera, dijo Portales riéndose
del chasco.
El estante volvió a lieron de
jirar sobre sus
goznes,
su escondite, risueños unos
i
i
los
conjurados sa-
confandidos otros por
el
ridículo.
—Parecen ratones saliendo de un agujero de Diego sin poder contener la
mada,
plática.
se hizo al
padre Hipocreitía, que
¡Buena cosa de revolucionarios!
risa.
la
mesa,
al principio
i
habla parecido no interesarse
tanto en el asunto. Cada cual propuso su plan.
opinión de reunir
don
comenzó de nuevo la inteEsta vez, si bien fué la conversación menos animenos mucho mas seria, dominando en ella el
Sentáronse en seguida a
rrumpida
la pared, dijo
mas
elementos,
i
bra con los ya reunidos para dar
La Rosa
era
d
Urriola creia que habia de so-
Los otros querían esperar un poco mas tiempo, i ver si podían comprometer a varios jefes del partido liberal; pero el impaciejite Urriola no cesaba de decir que cuanto mas temprano se diera el golpe, era tanto mejor, porque el que pegaba primero, pegaba dos veces, i que si lo querían, él
el golpe.
estaba dispuesto a obrar desde
—Yo participo de todas
el
dia siguiente.
las opiniones, dijo el
padre Hipocreitía,
que quería estar bien con todos. Yo busco siempre los términos medios: ni mui adentro que te quemes, ni mui afuera que te hieles. Al grano, al grano, padre, le dijo Urriola.... ¿Qtié es lo que
— Ud. piensa? —Eso
es, dijo Portales,
vamos
al
grano.
—
—
149
— Pienso que debemos aprovechar que no debemos precipitar
el
tiempo; pero también creo
i
en esos dias antes de
para mí la época mas oportuna; pues
no logramos
el
si
por
todo de nuestro objeto, conseguiremos
prestijiar al gobierno introduciendo el desorden
ganar una batalla. Kepitopues, que
las
la elec-
desgracia
siquiera des-
en sus trabajos elec"
Obtener algunos diputados de nuestras opiniones
torales.
Ya
golpe por falta de cordm'a.
elecciones de diputados se acercan, ción, está
el
eS;
como
llegase a frustrar el golpe,
si se
quedará la discordia, de la cual podemos sacar mucho partido.
Nue&tro deber es desprestijiar por todos los medios que estén a nuestro alcance, al partido pipiólo en esta provincia, para que éste
puedo decir a ustedes que ya el campo se está cultivando con esmero en los alrededores de Santiago según las comunicaciones que he recibido de muchos pádesprestijio se refleje en todo el país .Yo
rrocos amigos.
Portales no decia una palabra; pero miraba al jesuíta de
manera
particular.
—Ahora, prosiguió que
una
aquél;
si
salimos triunfantes,
mi parecer
es
se castigue a los culpables, principiando por el vice- Presidente
Pinto, su ministro
—
¿I
i
el
intendente de Santiago...
qué habremos de hacer con
ellos si los
tomamos? preguntó
Urriola.
—Pasarlos por Al
las
armas, contestó tranquilamente
oir esto, Urriola
jestode disgusto;
miró fijamente
La Rosa permaneció
no hizo
mas que
Campino hizo un
al fraile;
impasible,
se ajitaron visiblemente sobre sus asientos.
pisar por debajo de la
En
mesa
el jesuíta.
i
Cardoso
i
Silva
cuanto a Portales pié a
el
Campino,
i
refunfuñar entre dientes:
—Este —Yo
mismo
fraile es el
creia
que esto era
lo
mal efetto que hicieron manera interrogativa. el
—Así contestó — Pero hasta aquí no nos —Ruiz Tagle nuestro,
convenido, agregó el jesuíta al notar
sus palabras. I miró a
La Rosa de una
nada de su
Urriola.
éste.
es,
es
podemos seguir negando bien descontentas con entre los soldados:
—Pero Freiré
diablo.
el
el
dice
prosiguió
el
j)lan, dijo
fraile;
i
por su medio,
sueldo a las tropas, las cuales están gobierno. Freiré
opongamos su
está en Rancagua.
tiene
mucho
ya
prestijio
prestijio al del gobierno...
—
150
—
porque estuviera —Tanto que he pensado. preguntó Portales? —¿Qué — varias firmadas por mejoi';
aquí,
si
cosa?
i
lo
•
cartas
^Escribir
oficiales
no podriamos hacer
Freiré,
i
dirijidas a varios
de esta ciudad, diciéndole, que coadyuvará a la revolución y
prometiéndole estar aquí para un dia
en Aconcagua. Al
también por
mismo tiempo
el golpe, el decir,
que ni
con tropas reclutadas
se repartirá
a quien de nada
el jeneral,
fijo
las cartas ni las
proclamas firmadas
le servirá
después de dado
proclamas son suyas.
interrunpió Campino; pero nos hemo —Bueno está todo olvidado de que — agregó Silva: no puede sublevar un cuerpo con esto,
lo principal,
es el dinero.
manos
las
se
^Así es,
vacias.
—A mí me han prometido mil cientos pesos, La — Pero con esa suma no hai ni para observó
Rosas
dijo
tres
principiar,
el
otro.
Yo también puedo juntar irnos ochocientos pesos entre las personas que me han hablado sobre el particular. Yo no me habia fijado en esto, dijo el jesuíta: no me imajina-
—
ba que de los
—
el
partido
ricos.
^Ah!
mi
padre, le observó Portales: sepa
mui
este país tienen
—Pero —Entre
se trata
lo último,
se
para una revolución fraguada por
faltase dinero
sensible el bolsillo.
déla conservación del
la relijion
i
la bolsa,
si
país, de la reljion!...
yo creo que mas bien defenderán
i
Puedo
que cuenten con
mil pesos por mi parte.
—Está —¿Usted?
de
Quieren la breva pelada.
sobre el particular. seis
los ricos
temer ia que nuestro proyecto fracasayo no hubiese ya tomado ciertas medidas
observó Portales;
por falta de fondos,
Ud. que
decir a los señores jefes que
bien, dijo el fraile;
i
sino basta esa suma, yo
me
oyen»
prometo du-
plicarla.
preguntó Cardoso con un jesto que quería decir: «¿De donde ha de sacar lo que ofrece?» le
Comprediólo
el jesuíta;
pero solo contestó:
—Yo también tengo amigos. En seguida agregó: —Ahora que señores están los
dispucí-tos a
ayudarnos en esta
empresa, es preciso que suspendamos la conferencia. Después volveremos a unirnos oportunamente para acordar los detalles. Pero antes de separarnos es menester que juremos aquí delante del Cristo Crucificado, no divulgar nada de cuanto se ha hablado en este recinto.
—
151
—
puso de
pié, haciendo la señal de la estaba que sobre la mesa. Algunos de cruz i mostrando por dominados el enérjico circunstantes, movimiento del jesuita, los
Diciendo esto,
se
el fraile
el Cristo
imitaron mtlquinalmente su acción; pero Urriola permaneció en su asiento
i
dijo:
—Entre militares
de honor, no hai para qué hacer esa clase de
juramentos.
— Yo no no quiero
seguirlas.
mañana mismo que
soi
friamente
soi militar, dijo
Lo único que
el
fraile:
ignoro esas leyes,
diré a Udes., es, que si
contaré a Pinto toda esta conversación.
i
no juran,
Ya
saben
su amigo íntimo.
Los circunstantes
se pusieron entonces de pié,
i
dijeron:
— Lo juramos! Pero Urriola se quedó en su asiento, sin hacer caso de la amenaza del jesuita, quien no notó, o aparentó no notar esta circunstancia,
porque no volvió a
— ¡Que Dios castigue En
mas, contentándose con
exijir al
que
decir:
falte!
seguida se separaron, saliendo de uno en uno de la casa.
Portales fué el último que se despidió del fraile;
hubieron salido del cuarto,
i
cuando
los
demás
preguntó:
le
— Dígame padre, francamente, —Distingo, contestó
que acertaremos
¿cree
el jesuita.
el
golpe?
Si Ud. llama acertar el mejorar
la condición de nuestro partido, le diré
que
sí;
pero
si
cree que el
acierto consiste en derrocar con esta sola intentona al Gobierno, le
contesto que nó, porque esto no es tan
fácil, ni seria
oportuno tam-
poco, estando tan distante nuestros amigos del sur. El golpe deci-
haya traído su ejército de este lado del Cachapoal, porque entonces podemos ser pro tejidos por él en caso de una reacción. I ¿por qué no esperar entonces que llegue ese tiempo? preguntó Cardos, mientras Portales contestaba con un jesto de aproba-
sivo debe darse cuando Prieto
—
ción a las palabras del jesuita.
— Porque nada éste.
Al
dición,
se pierde
con principiar desde luego, contestó
contrario, nuestro partido mejorará
que es
lo
notablemente de con-
que ha sucedido con las últimas revueltas. Es pre-
ciso tener al país
en una constante alarma,
i
probarle prácticamente
que este gobierno carece de prestijio i es impotente para conservar la tranquilidad pública. Los tales liberales caerán a fuerza de suscitarles inconvenientes por todos lados. Si salimos vencidos, yo empujaré a Pinto por
el
camino de
las ejecuciones militares,
i
esto
—
—
152
desacreditará su administración. Si así no lo hace, verá la debilidad
sublevarlo
del gobierno
i
,
dará mayor facilidad para
esto nos
De
en tiempo oportuno.
el ejército
todos modos, esta revuelta
enjendrará la discordia, de la cual nos debemos aprovechar en favor
de la causa de nuestra relijion nuestros fueros ajados por
—Tiene
Ud. razón,
el
ulti'ajada,
bando de
del sostenimiento de
i
la impiedad.
Portales despidiéndose
dijo
i
saliendo a la
calle.
Al
llegar a la
Alameda,
se juntó éste
con Campino, quien
lo espe-
raba paseándose cerca de la boca-calle.
—Este
mandado hacer para
fraile es
el caso!
Pero nada nos importa su fanatismo, con
esclamó don Diego.
tal
que nos ayude en
nuestra empresa.
—Es un hombre na alternar con
—Por
decidido, agregó
;
él.
qué?
— Porque un — Oh! interrumpió es
Yo
traidor...
sé
que visita a Pinto.
riendo malignamente Portales:
Pinto porque no ha jurado ante fidelidad.
Campino pero a mí me repug-
Pero como quiera que
el
traiciona
a
Cristo Crucificado guardarle
sea, prosiguió;
nos valdremos de
su furor relijioso para obtener nuestros fines políticos.
Mientras tanto
el
reverendo padre decia a su amigo Cardoso:
—Es preciso hacer mos gran
creer a estos imbéciles, que nosotros toma-
interés por sus ambiciones políticas, a fin de poder valer-
nos de sus odios en provecho
i
honra de
la relijion
i
de sus ministros.
CAPITULO
XXV
DE COMO A UN VALIENTE LE ES PERMITIDO A VECES TENER MIEDO
<rDo quiera el
Do
hombre vive
qiiier trabaja, sueña,
Buscando dichas
ama
o concibe,
tocando males, Alli siempre se escucha El eco de mil sones funerales. i
Ah! vivires luchar; infatigable Atleta de la vida el ser humano I el universo la espaciosa arena, Sentado sobre trono incontrastable El Dolor, taciturno soberano, Preside por do quier la gran escena.» D.
Arteaga Alemparte.
Anselmo Guzman vivía en casa de un antiguo amigo
i
compa-
ñero de armas, llamado Andrés Muñoz.
Andrés era casado i tenia tres hijos; un niño i dos niñas menores. La esposa de Muñoz, Cecilia Villarreal, era un modelo de virtud, i tenia el arte de hacerse amar, no solo por su bondad natural, sino por su discreción; todo lo cual la hacia ser adorada de los ami-
gos de Andrés que tenían
Uno
de los
el
placer de visitar su casa.
mas íntimos amigos
de estos felices esposos, era
An-
i
— selmo,
a quien miraban casi
ambo.^ todo
el
—
154
como de
dispensándole
la familia,
cariño que el joven merecia. Andrés especialmente
conservaba una especie de entusiasmo por su amigo Anselmo, quien le correspondía con toda aquella franqueza i lealtad de que es capaz
uu corazón honrado.
Ambos amigos
hablan peleado juntos en
los iiltimos
años de la
Anselmo habia encontrado siempre en su amigo (que era de mucho i][;ias edad que él) una especie de director i de apoyo, tan necesarios para un joven en la azarosa carrera militar. Jamas hubo consejos dados con mayor franqueza i sinceridad, ni seguidos con mayor puntualidad i discreción; i puede decirse que nunca hubo entre ambos amigos ninguna circunstancia que menoscabase su mutua estimación. En la amistad, el mérito busca al mérito: Andrés i Anselmo eran valientes^ leales, jenerosos i discretos, i al conocerse i estimarse mutuamente en lo guerra de la independencia,
i
que vallan, no podian dejar de ligarse con un afecto verdadero profundo. I careciendo el joven de accedió a las instancias de Andrés
con
familia en cuyo seno i
de su señora,
i
i
residir,
se fué a vivir
ellos.
Yeinticuatro horas después de la entrevista de don Cándido con su señora, que tan preocupado habia dejado al primero por no
saber
ya a qué partido pertenecía; ambos amigos conversaban con-
fidencialmente en el cuarto de Anselmo.
Este habia contado a Andrés todo
mismo tiempo, que estanoche misma a hablar con
de la casa de don Marcelino, diciéiidole
ba comprometido para
ir
aquella
en las ventanas
lo ocnrrido al
Lucinda.
Andrés estaba pensativo. La preocupado como
si se
amigo le tenia suya propia. Al fin dijo a
felicidad de su
tratase de la
éste:
—Yo no
sé por
qué
se
me ha
puesto en la cabeza que ese
hom-
bre que pasó por la calle, cuando tú estabas en la ventana, era un espía.
— por qué? preguntó Anselmo. ¿A quién por qué causa espiaba? —No podemos saber nosotros; pero me da qué pensar ¿No que no sentia sus pasos? —Así una sombra andando; pero yo no doi importancia a hecho. —No, amigo mió: yo tengo bastante mas edad que por ¿I
i
lo
dices
el que...
se
era: ])arecia
este
tú,
i
sé
— 165 — esperiencia que la traición es
mas comim de
podemos saber a quién espiaba que fuese a
¡Quién sabe
tí.
si
lo
que se
No
cree.
ese hombre; pero bien puede ser
algún interesado en descubrir
el
mis-
terio de tu amor!...
—En tilla
otro
ese caso interrumpió Anselmo, creerla queel espía era Gace-
por su gran afición a descubrir cosas ocultas; pero ¿quién
. .
—Vamos
con tiento,
le
puedes creer lo
tú
observó Andrés:
que quieras; pero yo tengo metida en la cabeza esta sospecha, i he formado el proyecto de acompañarte esta noche. ¿Me tienes por un cobarde, Andrés? preguntó el joven. ¿Crees que me puede inspirar temor un hombre ruin que se atreve a servir de espía? Te aseguro que si no estuviera mi pensamiento lleno de la dulce idea de ir a hablar con Lucinda, me acordaría de ir allí
—
solamente con
de castigar al bellaco.
el fin
Mientras Anselmo hablaba, miraba de hito en hito a su amigo, quien contestó
al fin:
— Me preguntas
¿si te
tengo por cobarde, a mi, que te he visto
amigo mió, advierte que el valor nada vale contra la traición. Guarda tu valentía para defenderte de la valentía de otro; i emplea toda tu astucia i maña, para librarte de los
mi
pelear a
lado? Pero,
que quieran atacarte por
la espalda.
— Esas palabras en tu boca, Andrés? —Es que tengo mas años que Anselmo, tú,
do de
las últimas
su vida, si te
me
me acuer-
ademas,
No
libró de ser asesinado en los Cerrillos de Teño.
he contado
^1 caso.
Mientras impedia
huya pronto, que alternando con
quier valiente
de
palabras de aquel viejo sarjento que, a costa
le es
solo
él
llegasen hasta mí, que no podia defenderlo, tán!
i
me
asesinos
que
sé
los asesinos
gritaba: «mi capii
traidores,
a cual-
permitido tener miedo.» Estas fueron sus
últimas palabras, prosiguió Andrés dando un suspiro, pues cayó bajo los golpes de los miserables, de quienes efectivamente tuve
que huir saltando por una ventana. Te aseguro, amigo mió, que para huir de aquella manera delante de los malvados que se reían de mi cobardía, tuve que hacer
un supremo
ra intención fué echarme sobre
misión que mi jefe
me
.ellos;
esfuerzo de valor.
pero luego
habia encomendado,
i
me
cerré
Mi prime-
acordé de la los ojos
i
es
capé...
—No
sé por
Anselmo.
qué encuentro algo de paradoja en todo
eso,
dijo
1
— —Es que tu dime:
¿si
156
—
sangre bulle demasiado, amigo mió: pero óyeme
tu jeneral te
mandase a una emjiresa
difícil
i
i
arriesgada,
qué pensarías?
— Lo estimaria como un honra. — Bien dicho. Por consiguiente, mientras mayor fuera tu satisfacción tu ardor por afrontarlo. mayor —Es evidente. — Pues, amigo; valiente de esa manera no seria
gro,
el peli-
i
ser
porque
es difícil,
para dar una carga al enemigo, para escalar una muralla, o para
ir
un cañón que diezma a nuestros soldados, no se ha menester mas que de un poco de ca^or en la sangre. Tu debes saber por esperiencia, que esto lo hace uno con cierto placer i empujado por el amor a la gloria; o bien, por el temor de que lo tengan por medroso. Pero hai otra clase de valor mucho mas raro i de mas positivos resultados, el cual consiste en cumplir con un deber, aun a clavar
a riesgo de parecer cobarde.
sonriendo Anselmo, — Según de puro miedo? —Eso con raras — ¿en qué diferencia cobarde a impulsos del miedo? —En que cobarde teme dolor eso, dijo
¿crees tú,
que
si
somos
valientes, es
escepcioiies.
es,
se
I
teme a
la deshonra.
—
¿I
en
i
el calificativo
Es
si
ambos obran
a la muerte,
El miedo del uno es
otro es rico en buenos frutos.
para merecer
físico
al
el
liente
del valiente
el
vil
i
i
estéril;
preciso, pues, saber tener
el
va-
el
del
miedo
de valiente.
qué rango pones entonces
al
que ejecuta una acción
valerosa, sin que sea incitado por la seductora esperanza de adqui-
fama? Ah! El que es capaz de ser valiente sin que lo estén mirando, es un héroe, dijo Andrés. Pero no se trata de estas escepciones de hombres que presentan el mas alto tipo de la valentía verdadera. Te hablaba del valor común de las jentes... Pero estamos filosorir
—
fando demasiado: nos hemos olvidado de nuestro asunto principal.
Ya
te digo
—En
que he resuelto acompañarte,
i
te
acompañaré.
cuanto a eso, dijo Anselmo, suponiendo como presumes que hubiese algún peligro, (que yo no creo) no puedo consentir en que te espongas por mi causa. Dime, le preguntó Andrés ¿no obrarlas tú como yo lo hngo? El joven solo contestó con un jesto que significaba: «¿quién lo duda?»
—
— — Pues haga
Me
157
—
bien, prosiguió el otro, ¿por
qué
me
quieres quitar que
que tú barias en mi lugar? Esto es injusto, amigo mió...
lo
que no quieres verme espuesto al peligro, en caso de haberlo; i si no lo hubiese, Anselmo, ¿liabria yo de insistir en acompañarte? ¿Crees que yo haya de interrumpir tus coloquios? prosiguió riendo. Nó, amigo; mientras tú hablas con Lucinda, yo me quedadices
ré detras de la esquina.
— Pues tu compañía con —Es mui
bien, le interrumpió el joven tal
que no
Ahora
justo.
me
con buen humor, acepto
interrumpas.
solo te advierto
pada... Aquella que te regaló don
que lleves tu mejor
Ramón
es-
en «San Carlos» ¿te
acuerdas?
— Como
si lo
centelleantes.
estuviera viendo! esclamó
Es
la
misma espada que
el
Anselmo con
los
ojos
jeneral llevaba cuando
dimos la última carga que decidió nuestra victoria en Pudeto... Hai momentos, prosiguió alzándose de su asiento el joven i mostrando la marcial gallardía de su persona, hai momentos Andrés,
qne no se olvidan jamas! Andrés habia traído diestramente a la conversación aquellos recuerdos que podían exaltar el entusiasmo belicoso del joven. Así me gusta verte, dijo aquél golpeando con su mano el hombro de su amigo; así me gusta verte de cuando en cuando, porque si bien es verdad que hemos de ser siempre pacíficos, tam-
—
bién hai casos en que conviene acordarse de que uno es militar,
ha tenido
el
honor
i
la dicha de
i
encontrarse en esa carga a la ba-
yoneta de que has hecho mención. Godos traidores! Todavía acuerdo de cómo fueron rechazados por nuestra infantería.
me
— Qué dia aquel! esclamó Anselmo paseándose por — ¡qué bien mereciste esa buena espada que ganaste entonces! agregó Andrés. joven: no tengo mas que mi —Es mi mas el cuarto.
I
rica alhaja,
espada
i
mi honor.
¿Con qué otra cosa a visitarla?
dijo el
La llevaré ahora que voi a ver a mi Lucinda. de mayor mérito podría yo adornarme para ir
. .
CAPITULO XXVI ENEL PARRAL DE GÓMEZ «Viva el festín! la música recrea; Sonrisas de mujer buscan la tuya. El Champaña en las copas espumea: Hurra! Tregua
al dolor!
Que aquí concluya!»
(Isidoro Errazuriz.)
En
aquel
momento sonaron
rar la invitación, se abrió ésta
curioso Gacetilla, que
tres golpes en la puerta; i
i
sin espe-
entró al cuarto nuestro risueño
i
andaba como siempre hambriento de no-
ticias.
—'Señor don Andrés,
¿cómo está Ud.? Anselmo, amigo mío te vengo a convidar para que merendemos juntos, porque hoi es mi dia, quiero decir: hoi es mi noche. I mi señora doña Cecilia ¿cómo está? señor Muñoz. Es una señora cumplida; i bien haya el gusto de Ud... Con que, Anselmito ¿puedo contar contigo? Ya te digo que es mi noche. Otros se celebran en los días de sus resdijo;
pectivos santos; pero ja! já! já! jáá!
bien dicho, "mis santos," pues
en noche,
San
las
mas
Catalino. I
me
ser
es nocturno, o
gusta celebrarme
veces que pueda en
ha de
mi santo el
así,
mas
de noche
año para que no se enoje
mi buen santo mui descontentadizo,
si
— esta noche no
me
159
—
echa su bendición, porque,
te
ja! já! já!
aseguro
que aquello estará de chuparse los dedos. Yaya, pues, dime si puedo contar contigo? La cosa será en el parral de Gómez, que ya tú conoces... Pero ahora me acuerdo (i es por donde debí habar principiado): tal vez estaban Uds. trcitando algún asunto reservado... Si es
— —
así,
me
retiro...
ninguna
parte.
Hágame
La prudencia
antes de todo.
contestó Andrés: üd. no está de
Nó, señor Gacetilla,
el í¿\vor
mas en
de sentarse.
Gracias, se'ior, dijo don Catalino sentándose
i
sacando su pa-
ñuelo de algodón para hacerse aire en la cara, porque siempre an-
daba mui acalorado. En cuanto a Anselmo, estaba mui preocupado con
los recuerdos
de su amor, razón por la cual habia recibido con frialdad la ino-
portuna visita de don Catalino. Después de contestar al saludo de éste, le dijo:
— Siento mucho, amigo mió, no poder a merienda. —¿Estás enfermo? —Nó, hombre. —¿Te has confesado piensas comulgar mañana? —Tampoco contestó riendo Anselmo. — O talvez tienes algún compromiso?... que tengo que hacer esta noche. —Es una será pensó — Qué Eso ya la
asistir
i
es eso,
dilijencia
esa?
dilijencia
prosiguió en voz alta:
¿Qué saben Uds. de
si
Gacetilla.
tienes
diferente,
es
que hacer, capítulo de otra
cosa.
noticias?
—Nada sabemos, contestó Andrés. Yo vivo mui retirado en mi razón, porque debe encantado —En cuanto a Ud.,
casa. .
tiene
estar
en esta casa, siendo la señora de ella una persona como mi sia Cecilia.
Pero
—Nada —Es
tú,
Anselmo ¿tampoco sabes nada?
sé de nuevo, contestó el joven con sequedad.
que hombres como Uds. estén a oscuras de lo dónde se ha ido el patriotismo! No saben nada i
increíble
que pasa... A estamos al borde de una revolución!
—Revolución? —Espantosa, según premisas que dejan — Déjate de malos agüeros, Anselmo. — No son agüeros agüeras sino revolución se
las
,
ver.
dijo
ni
dicen,
andan haciendo
plata
como mote.
los estanqueros.
Yo
sé
clarita,
que según
que han repartido
I lo peor es que los de esta revuelta están de
—
160
—
concierto con la que
estallará en el
Uds. militares sabrían
algo.
—Ni una
sur...
Yo
creia
que siendo
palabra, dijo Anselmo.
Andrés no decia nada. Era evidente que la conversación de Gacetilla le molestaba sobremanera. Yo no sé nada acerca de esos rumores, continuó Anselmo, porque estos últimos dias lo he pasado todo el tiempo en casa. Tú no tienes perdón, amigo mió, ¿cómo puedes vivir entre cuatro paredes, sin salir a saber lo que pasa? Muí taciturno te veo
— —
desde algunos dias a esta parte;
intereso tanto por
tí i
contento, he venido ahora a pedirte que nos
deseo verte alegre
i
acompañes. Estará
allí Motiloni,
sé qué dia.
como me
i
Qué hombre tan de
aquel italiano que conociste no
historias
i
noticias es ese! Vale lo
que pesa.
—Pero ya — ya
empeñado en saber
aceptar
En
que no
me
estoi; otro dia será,
Si,
chin,
te digo
es posible por ahora.
contestó maquinalmente
qué Anselmo
la razón por
se
el
parlan-
negaba a
el convite.
seguida,
de nuevo a la
tomando su sombrero como para retirarse, volvió carga i lanzó sobre Anselmo estas palabras a quema
ropa.
—Apuesto,
hijo mió,
a que estás
enamorado! Já!
já! já!
No
lo
digo por descubrir secretos, pues ya sabes que soi enemigo de sa-
ber vidas ajenas;
mas como
te así tan retirado
i
estás
enamorado de
como
éstas,
te
veo desde algún tiempo a esta par-
taciturno, se
me ha
puesto en la cabeza que
aun cuando así fuera, prosiguió insistiendo ¿es esto una razón para echarse a muerto? Bastantes penas se nos atraviesan en este mundo para que un cristiano las aumente haciéndole caso a una desdeñosa. Si hubieras de seguir mi consejo, yo volvería a rogarte que me acompañases al Café, en donde el olor de la merienda te abrirá el apetito. Porque te advierto, que aquello no es un pavo a secas, sino acompañado de buena chicha de Aconcagua, mosto de Concepción i otras agüitas que
te
veras. Pero
trasportarían
al
quinto
cíelo, sin faltarle al
dicho cielo sus ánjeles, pues hemos convidado a varias niñas, cu-
yas míraditas te harán soñar dispierto,
que
i
las
harpistas de Renca
harán olvidar los desdenes de tu ingrata. Pero dejémoslo aquí, pues conozco que te disgusta mi propuesta, i tu jesto me dice que no estás hoi de humor. Allá te las hayas si estás enamorado de veras, i Dios te dé paciencia; que en cuanto a mí, no soi tan te
—
•
tonto para que
me enamore
161
—
tan estrictamente,
i
haya de entristei en llegan-
cerme antes de tiempo. Gozaré del sol mientras dure, do a
viejo,
me enamoraré
de veras;
Riéronse los dos amigos al
—Este
me
casaré
santas pascuas.
i
oir los disparates
de Gacetilla.
que tengo hecho, prosiguió don Catalino
es el propósito
con su interminable verbosidad. Casarse antes de tiempo es perderse; i todo el mundo sabe que quien se guarda bien se logra. Yo
me
un Salomón el que lo descubrió... I adiós por ahora; hasta mañana, Anselmo. Yo me voi: siento dejarlos; pero tengo mucho que hacer. Motiloni i otros amigos me esperan en el Café para entretenernos en un partido de básiga que hemos formado. Es la mejor manera de hacer hora. El que pierda, pagará la merienda. Adiós, señor Muñoz: muchos a este refrán
atengo, que a fe que seria
recados a la señora doña Cecilia. Cuenta con la revolución, pues!
Andrés dando — Servidor de Ud Deseóle mucha suerte en — Gracias, contestó Gacetilla saliendo algún asunto urjente llamara. como será esa de Anselmo? —¿Qué ,
dijo
la
mano
a don Catalino.
la básiga.
lo
si
dilijencia
se dirijia al Café.
guarlo...
con apresurados pasos,
¡Como
Yo no este
sé por
Anselmo
preguntaba mientras
se
qué tengo tantos deseos de averies tan reservado,
tirabuzón para sacarle alguna noticia,
le
que es preciso
aviva la curiosidad a cual-
quier cristiano!
Pronto llegó al Café i se puso a jugar con sus amigos; pero sin desamparar la idea de saber por qué razón no habria querido asis-
Anselmo a
tir
la merienda.
—¿No viene Anselmo? preguntaron. — Me ha imposible indispensable esta noche. — Pues que haga, uno: nosotros le
sido
decidirlo: tiene
que hacer cierta
dilijen-
cia
la
dijo
nos comeremos
el
pavo.
Motiloni que estaba presente, nada decia; pero se sonrió imperceptiblemente. Apenas hubo concluido la partida, se despidió de los demás, diciendo
de cabeza
i
que
habia venido con eljuego un fuerte dolor
necesitaba irse a acostar, que era
tenia contra la jaqueca;
acompañase en
En
le
i
aunque
los
demás
el
único remedio que
insistieron en
que
los
la merienda, les fué imposible detenerlo.
seguida salieron todos del Café;
i
da, arrastraron consigo a todos cuantos
por manera que cuando
dirijiéndose hacia la Caña-
amigos encontraron
al paso:
Alameda, ya iba considerablemente aumentada. Gacetilla iba contentísimo; pues la comitiva llegó a la
— como no gastaba jamas
—
162
de sus sudores^ tampoco se paraba
el fruto
mundo. Marchaba a la cabeza de la alegre tropa, riéndose de la misma persona que poco antes le ofreciera el dinero para el convite, en caso de tener que pagarlo él. en chicas para convidar a todo
el
—Amigos mios, decia a sus conñdentes que pasaba por
solia serlo el
(i
primero
mientras dura,
la calle) es preciso gozar del sol
i
darse gusto hoi, porque nadie ha visto a mañana. ¡Esta es la vida! I les advierto
que mientras
me
dure la vieja a quien estoi arrui-
nando ahora, tendrán ustedes con que remojar la palabra, j)nes en esta vida no hai mayor desdicha que la de pasarlo un cristiano a boca seca, como caballo de vijilante, sobre estos malditos empedrados de Santiago.
-—I ¿cuánto tiempo nos durará la vieja? preguntó uno riendo.
— Creo que tendremos para mas de un año, respondió bribón mismo gano tendremos para diez años. en —¿Qué —Es uno que he como apoderado de buena señora, el
tono;
el
i
el pleito,
si
pleito es ese?
la
¡cuesto,
contra un caballero que le tiene usurpada una gran estancia.
cuanto gane la hacienda,
—¿Con
me
caso con
Es
ella.
la hacienda?
—-Nó; con la señora, que es do!
En
preciso que
lo
mismo.
.
.
Pero ahora que
pasemos aquí a casa de
me
acuer-
Guañacas para que
las
las llevemos a la merienda.
Diciendo
apuraron
esto,
el
paso
i
se dirijieron hacia
una
de la Alameda, que, a pesar de su miserable aspecto,
morada a cuatro
o cinco niñas
servia de
mui condescendientes, a que hayamos podido averiguar
alegres
quienes llamaban las Guañacas, sin
casita
i
cuál era su verdadero apellido. Las niñas
aceptaron al
momento
madre (que la proposición de Gacetilla, i acompañadas según cuentan, era tan alegre] i condescendiente como sus hijas), siguieron a los convidados con la mejor voluntad del mundo. de la señora
Llegados a dieron con to
el
la calle de
Duarte, entraron en
ella,
i
a poco andar,
lugar del convite. Era éste un espacioso patio cubier-
por un gran parral, o mejor dicho un precioso parrón, bajo cuyas
verdes hojas tenian lugar, no solamente los picholeos de la juventud, sino
también
edad puberta
i
las
meriendas de las personas mas graves, cuya
encumbrada posición
aquella época de sencillez,
debajo de los parrales de las higueras del tuerto
el
ir
Gómez
no
impedia,
en
a solazarse amigablemente,
ya
social
o de Cáceres,
les
ya a
la
sombra de
Trujillo.
21
— No el
bien hubieron llegado los hambrientos convidados, cuando
patrón de la casa se puso en movimiento. Sintióse
pavo asado, al
—
163
tomando posesión
el cual,
momento rodeado
tas,
el olor
del centro de la mesa, se vio
de guachalomos salpresos, lenguas compues-
fuentes colmadas de aceitunas, cebollas escabechadas
menudencias mas o menos apetitosas, dita de patas, bien cargada de
madora de
del
sin
otras
que faltase una ensala-
para los aficionados,
ají,
i
i
gran
lla-
la sed. noble.
No necesitaron
los
convidados de invitación alguna para sentar-
tampoco para atacar sin misericordia a las olorosas no menos sabrosas viandas. Las niñas que Gacetilla habia con-
se a la mesa, ni i
vidado, se hallaban entremezcladas artísticamente con los jóvenes;
matizaban
la mesa,
como
las flores
i
que alzan su risueña corola por
entre los robustos troncos i ramas de los árboles. Una franca alegría reinaba en todos los semblantes, desde el de los que pagaban la me-
rienda hasta valor,
el
de la patrona de la casa que ya habia
recibido su
que no por «eso dejaba de servir dilijentemente a sus parro-
i
quianos, para que no se dijera de
ella:
«a obra pagada, manos que-
bradas.»
El advertido Gacetilla habia hecho colocar en un estremo del parrón, dos harpistas acompañadas de un rabelista^ de mas fama que el mismo Paganini. Las harpistas i una tercera cantatriz, que llevaba el alto, cantaban hasta ensordecer, apagando el ruido de la mesa. Pero bien pronto creció este ruido, hasta apagar las harpas
i
i
Era que
las voces.
los gritos se elevaron la chicha
de Aconca-
Al principio algunos notaron con estrañeza que don Catalino bebía mui poco; pero después ya ninguno de ellos estaba en actitud de poder observar nada, gua habia comenzado ya a hacer su
i
lo único
llenas
xmas
i
i
que notaban todos a cada
efecto.
rato, era
que faltaban botellas
sobraban vacías, razón por la cual pedían que llevasen las
trajesen de las otras.
CAPITULO XXVII DON CATALINO BUSCANDO UNO SE ENCUENTRA CON OTRO
«Atrás! dice
acompañando este enérjica de las interjecciones españolas, i cubriendo su espalda, lo mejor posible, con la muralla grito con la
mas
próxima.»
JoTABECHE.
Serian las nueve
i
(Un
Chasco.)
media, cuando don Catalino, que sin saber
por qué, estaba no de muí buen humor, se levantó de la mesa i salió casi sin ser notado por sus ya demasiado alegres compañeros.
Habiendo atravesado la Alameda, le vino la idea de ir a casa de Anselmo, para ver si podia descubrir algo de lo que escitaba su curiosidad.
—Pero ¿con qué pretesto
llegaré allá? se preguntaba mientras
proseguía su camino por la calle de Teatinos. Si no se
me
ocurre
ningún pretesto, agregó, no entro a preguntar por él ; pero de todos
modos veré
si
hai luz en su cuarto.
Una persona que del farol de
vio a lo lejos, a tiempo de pasar por enfrente
una puerta de
calle,
lo distrajo
de su pensamiento.
—
165
—
Gacetilla haLia llegado a la calle de los Huérfanos;
ma un
i
por esa mis-
que marchaba hacia abajo, un hombre embozado en
calle vio
capote.
—¿No
don Pablo? se preguntó. Sí, sí: es el mismo; no puedo equivocarme. ¿Qué diablos andará haciendo ahora por la calle, des» pues de habernos embaucado con su jaqueca? I yo, tan Juan de buena alma que lefia a creer! Este don Pablo es de empresa; pero no me engañará otra vez. No! no! Voi a ver a dónde se dirije. I lo he de saber! ¡Qué descubrimiento tan importante es este! I don Catalino, olvidando el asunto de Anselmo i dándose el es
parabién de su descubrimiento, siguió a Motiloni, quien, no viendo que lo observaban a cierta distancia, proseguia su marcha sin hacer
menor ruido con sus pasos. Debe estar mui molestado de
el
—
los callos, dijo sonriéndose entre
dientes Gacetilla, pensando en que el italiano iria con zapatos de lana.
¡Vean no mas cómo
de la cabeza! Pero esta
ha bajado a los pies la enfermedad vez no te me has de escapar. ¡Piensas se le
engañarme a mi! Me he de
reir
a mi gusto
mañana cuando le haga
mis preguntas!
Tan pronto como don Pablo
llegó a la calle del
Peumo,
torció
norte hasta llegar a la de la Compañía, por donde prosiguió su marcha. Gacetilla lo seguía a lo lejos, marchando con las
hacia
el
puntas de los hora,
ya
pies, a fin de
hacer
el
menor ruido
casi todas las puertas de las casas se
calle estaba oscura
i
silenciosa.
este
cambio de
frente,
A
habían cerrado,
Llegando Motiloní
casa de don Marcelino, volvió sobre sus pasos;
posible.
i
al frente
esa i
la
de la
Gacetilla que notó
torció sobre su izquierda
i
se
metió en la
porque no quería ser visto por don Pablo. Este llegó a la misma esquina i atravesó la boca-calle, sin ver a don calle atravesada
Catalino perdido en la oscuridad.
escuchar
i
En
seguida se paró; púsose a
luego empezó a pasearse en la vereda, como
sí
esperara
a alguien.
—¿Qué hará
aquí este diablo? pensó
el curioso Gacetilla.
¿Por pasearse? para Aquí hai gato encerraqué habrá pastel... descubra este preciso ¿Si i que yo estará do, es el italiaelejído este lugar
no enamorado de Lucinda? Ah! eso esl Ya di en el quid! Está enamorado, i por eso recibió el otro día con un jesto tan agrio, la noticia de los amores de Anselmo con la muchacha... Eso es... ¿Cómo se me había escapado esta? Mañana me he de reir cuando le empiece a echar indirectas. Já! já! Pero si esto es una cita, prosiguió
—
166
—
don Catalino ¿poi' qué no sale la muchacha? Visita no puede ser, porque la hora es avanzada... ¿O se usará allá en la tierra del italiano el visitar las paredes de la casa de su querida? Se lo he de preguntar mañana.
Don
Catalino siguió cavilando
tante negocio.
De
como
si
repente se dijo para
mas impor-
se tratara del
sí:
—¡Tonto de mí! Esto no puede ser asunto de matrimonio... ¿No dicen que Motiloni es un fraile italiano dado de baja? Así se susurra,
yo
i
Hasta en amoríos.
A
mí
se
lo creo
porque este diablo huele a
las sentencias
que dice
fraile
desde
lejos...
no son
se le conoce... Sí señor;
No señor: pero ¿qué será? Si me ha puesto que el italiano es
será alguna cita política?
de los pelucones... I siem-
embargo de que suele echarle sus pullas de cuando en cuando. ¡Como es tan gracioso! No señor, yo he de saber luego de lo que se trata... Yoi a hacerme el encontradizo con él. pre paseándose... Pero él está con
Don
Catalino puso al
el
gobierno, sin
momento por obra su pensamiento;
diéndose detras de la esquina,
esperó
allí
a Motiloni
i
le
i
escon-
salió al
encuentro.
—¿Quién usted? esclamó don Pablo, viendo delante cerca de a un hombre cuya presencia no esperaba. —Yo, contestó don Catalino riendo por boca narices: yo es
sí,
i
soi
i
que vengo a preguntarle cómo
le
va de su dolor de cabeza.
Motiloni no respondió; pero se contrajo su semblante de
que
si
modo
Gacetilla lo hubiese visto, hobria temblado. El italiano estu-
vo tentado por descargar un bastonazo sobre
la
cabeza de don
Catalino; pero se contuvo, diciendo entre dientes:
—A pobre diablo salva su misma necedad. Luego prosiguió con voz — He venido a pasearme a tomar de noche, porque vino que bebí en merienda me un poco de —Yo también, interrumpió don Catalino, verlo a Ud. por casualidad, quise cerciorarme de era Ud. o su ánima. en —Ahora me voi a prosiguió don Pablo dando muestras de querer volverse a su —Pues nos iremos juntos, porque yo también me por esta este
lo
tranquila:
el fresco
i
dio
la
el
la
fiebre.
le
i
si
al
efecto
acostar, casa.
voi
misma
calle.
Pero en
el
momento de
querer ponerse en camino, sintieron un
golpe sordo dado en la pr.erta de la casa que estaba enfrente de la
de don Marcelino. Al
mismo
tiempo, la luz que habia colgada en
— de la puerta se apagó,
el dintel
—
167
cayó sobre la vereda ha-
el farol
i
ciéndose pedazos.
don Catalino tratando de Ladrones! —¿Qué volvió sobre sus Pero fuese por miedo o por cuanto mas — ¿No ha oido Ud? preguntó acercándose podia. Yo creo que conviene tocar — contestó nos dirijiremos — Soi de su mismo parecer. Pero ¿por qué esclaraó
es eso?
huir-
curiosidad,
pasos.
al italiano
retirada.
éste.
Sí,
calle
para no dar con
el
enemigo?
Motiloni pareció dudar por un corto rato;
señalando la calle de Teatinos hacia
—Yo me voi por — Soi de su
aquí,
opinión,
i
luego dijo a Gacetilla
el norte:
tuerzo en la esquina.
i
agregó Gacetilla acercándose mas
i
mas
a
su compañero de susto. Sin embargo, don Pablo, lejos de apurar
parecía no que-
el paso,
de Gacetilla que deseaba
rer marcharse tan pronto, a diferencia
tener alas para volar.
don Pablo! esclamó: ¿no ve Ud. que pueden... —Marche, Pero, ¿oye Ud? aplicando — Qué? preguntó —¿No oye pasos? — Creo que Parecen —Yo que hombre, por Dios! Motiloni parándose de —Eso que Ahora pues,
el italiano
el oido.
si.
sí
lo aseguro...
si
no,
dos.
Corra,
dijo
repente.
que oigo los pasos; pero no de qué lado vienen.
me moveré
sí
de aquí, mientras no
sepa
—Tiene Ud. razón, amigo mió, don Catalino de brazo de don Pablo. susto tomándose —¿Estamos con miedo ahora? preguntó con voz burlona. — de contestó Gacetilla tartamudeando de emoción dijo
tiritando
del
i
éste
le
Tirito
Las pasos
frió,
mas
se acercaban
i
pasos se dejaba ver que quien los lo
En
mesurado de aquellos daba era jente honrada. Sin duda
mas.
lo
pensó así don Pablo, porque no quiso moverse,
tilla,
como gozándose en
el
miedo que
i
detuvo a Gace-
éste manifestaba.
—¿Cree Ud. que serán ladrones? preguntó —Todo puede contestó pero sean ladrones no me muevo de aquí hasta que no pasen por nos encuentran? — tuercen por ¿No me —Nos veremos que Ud. no éste.
el
ser,
otro:
o no,
yo
la boca-calle.
¿I si
ésta,
las
miedo?
i
caras...
dice
tiene
—
168
—
mu— pero mejor no esponerse, Juan de Segura porqne... Yo me chos interrumpió Motiloni deteniendo brazo a Gace—No es
lo
Si;
años.
vivió
i
voi,
del
se irá,
¿Cómo quiere abandonar al amigo en el peligro? Era evidente que Motiloni nada temia i que no trataba sino de vengarse de Gacetilla. Ambos estaban como a veinte pasos de la esquina, i en aquel momento vieron pasar dos hombres por la boca-
tilla.
calle.
Don
Catalino, puesto entre su curiosidad
i
su miedo
i
deján-
dose vencer por la primera, miró fijamente a los transeúntes,
con
sus ojos
guardacantón,
de lince que uno de ellos
mientras que
—¿No ve Ud. cómo
el otro se
se
i
quedó afirmado en
vio el
perdió detras de la esquina.
Algo espera el que se ha quedado ahí, dijo Gacetilla al oido de don Pablo. Aquí hai algo. Veamos en qué para todo esto. Eñ caso de algún siniestro tomaremos la huida por este otro lado. Don Pablo nada contestó parecía que algún pensamiento lo preocupaba. Pasados algunos momentos se oyó un agudo silbido, i el hombre de la esquina desapareció. Este hombre iba sin duda armado, porque al moverse se oyó el choque de un sable contra la piedra de la esquina, ruido que dejó estático a don Catalino. Vamonos! dijo Motiloni arrastrando a su compañero. Vamonos, contestó maquinalmente éste, siguiendo los pasos del otro; pero no sin volver varias veces la cara hacia atrás, impulsado por una mezcla de miedo i de curiosidad. Ambos marchaban sin hacer ruido, i solo don Pablo refunfuñó se separan?
:
— —
entre dientes:
—El golpe está dado. Llegados
por
el
al fin
de la cuadra,
ambos
se
pararon como movidos
deseo de saber lo que aquello significaba.
CAPITULO XXYIII MIGUEL
I
DON MARCELINO
«Marcha amigo con cuidado, bien tu catana; Porque puedes ir por lana
I afila
I volverte trasquilado.))
(Versos populares.) Turra habia salido de casa de su patrón no la esquelita que aqnelle escribió.
i
llevado a don Marceli-
su merced a su ban—Aquí me hombre que aplomo con —¿Qué queria Ud., amigo? preguntó señor de Rojas tomando pasaban. papel que hombre que su merced necesita para asun—Yo ventanas. mocito de esclamó don Marcelino, quien aun no habia —Ahí ya disposición, señor, dijo el
tiene
dido,
del
ese
se cree necesario. el
el
le
soi,
señor, el
to del
el
las
leido
caigo,
el
papel,
porque no tenia sus antiparras a la mano.
I ¿estás
puesto?
— — Pero —Estas cosas Sí, señor.
¿tienes
un compañero? se
hacen mejor
sin
compañero, señor mió.
dis-
—
170
^
un desalmado, capaz de un Anselmo —Es que matarte. — Capaz de matarme a mí? Su merced no me conoce, Turra sonriendo. sucede algo con ese hayas. Si quieres —Allá pipiólo,
es
el tal
dijo
ir solo
te las
i
te
desalmado, mia no es la culpa.
— No tenga cuidado, señor: mi catana está afilada, bre que he visto
mi
soi
hom-
mas de una vez relampaguear una espada
sobre
i
yo
cabeza.
— Muí bien: ahora
cipie a teñir la
que debes estar aquí en cuanto prinnoche, ad virtiéndote que no has de entrar por la puerte digo
ta de calle sino por esta otra.
don Marcelino mostraba a Turra la puerteescusada por donde había salido el día anterior el padre
Mientras decia cita
esto,
Hipocreitía.
—Así
Quedóse solo don Marcelino, pensaba en
De
lo
que menos
se
acordaba era de la inmoralidad del hecho, pues
paz
—
i
se
de las
conveniencias
Está bien, decia
hombre
lo
eran otras que castigar, con unos cuan-
a-trevimiento de
tos golpes, el
mientras se paseaba por su cuarto
i
de la acción que iba a poner por obra.
resultandos
los
sus justas intenciones no
la
Miguel marchándose.
lo haré, señor, contestó
pero
él;
un mozo enemigo de
la relijion, de
sociales. si el
pipiólo trata de defenderse,
i
este
ataca con su cuchillo ¿no puede suceder que los golpes
pasen a tajos
i
puñaladas,
i
resulte después
una muerte,
i
venga
Vaya, yo le encargaré a este hombre que haga lo posible por evitar una desgracia, porque si corre sajgre, puedo comprometermeen una causa ruidosa en la cual sufrirá el honor de mi nombre... Oh! seria fatal, ahora precisaen seguida uu proceso,
i
luego...
mente que trabajo porque ese caballero se empariente con mi familia. Por otra parte no hai para qué verter sangre, pues unos golpecilios serán suficiente corrección... Yo tengo un horror al asesinato! Oh! no por Dios! El Señor me libro de que se cometa una iniquidad semejante aquí en las puertas de mi casa. Nada de muer" te, pues yo no quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta i viva, como Dios manda. En tan evanjélicas reflecciones se le pasó la tarde al buen señor, i en llegando las oraciones, pidió un pollo asado i una taza de chocolate para merendar,
ba resfriado
i
i
se encerró
quería acostarse
en su cuarto diciendo que esta-
'tei](ipi'ano.
Doña
Ti:iníiladi su hija
22
—
—
171
quisieron hacerle los acostumbrados remedios en casos semejantes; i
ya tenian preparada
el
agua
baños de medio
caliente para los
cuerpo, la sudorífica bebida de borraja con raspadura de palqui,
enterrado en
el ladrillo
el
rescoldo de la cocina, para aplicarlo a los
en una bayeta de lana a
pies envuelto
i
fin
de tirar
el
calor
para
ahajo, en caso de no calentarse los pies. Pero don Marcelino, que jamas habia andado reliacio para admitir en otras ocasiones análo" gas estos mismos medicamentos, dio i porfió aquella noche en que no los habia menester; i dijo que con su gloriadito que le trajesen
para tomárselo
meterse en la cama, era bastante. Trajéronle
al
ponchecito, bebida que solo j)or remedio solia i
el
tomar don Marcelino
cerró la puerta de su cuarto.
Con rla
tales preparativos, toda la familia creyó
durmiendo, en poco rato mas. Pero en
que lo
el
enfermo esta-
que menos pensó
don Marcelino fue en acostarse. Púsose unos zapatos de lana, de los que entonces se llamaban de silencio^ i empezó a pasearse a lo largo del
cuarto pensando en
el
asunto que lo preocupaba,
i
entre-
mezclando sus profundas cavilaciones con traguitos del gloriado que tenia^sobre su
—Esto
mesa
conforta, decia, después de cada trago:
entretengamos
el
tiempo mientras viene este muchacho que parece de empresa... Yo no se cómo tiene tanta habilidad mi compadre Cándido para encon-
bombees a propósito para en estas cosas de política, como trar
ayudarme,
i
creo que lo
un buen compadre,
No
hombre de
i
se hizo esperar
Ya
Gasta tanta plata él dice... Por ahora ha prometido hará con todas sus fuerzas, porque es todo.
relijion
mucho tiempo
se ve!
i
de
lei.
el intelijente
servidor de
don
Cándido. Serian las nueve de la noche, cuando don Marcelino oyó dos golpecitos dados a la puerta esterior de su cuarto.
—El
es, dijo: este
hombre de
bien.
Diciendo
esto,
muchacho sabe cumplir con su palabra;
abrió la puerta,
i
Miguel Turra
entró.
es
Venía
un el
bandido en traje de a caballo: pero por precaución, se habia qui tado sus grandes espuelas de fierro que llevaba en la mano. Cubría su robusto cuerpo vestido otra
cosa,
un poncho grueso, que no dejaba ver de su
que las botas azules de barragan atadas en las
corvas con guinchas rojas.
Llevaba sobre la cabeza un gran sombrero de lana de falda ancha i tiesa, que al mismo tiempo le podía servir de quitasol i de paraguas, i en los pies unos zapatos claveteados, de suela gruesa;
— que,
—
172
parecían ser casco de un animal en dos pies
mas que zapatos
según el ruido que hacian. Buenas n oches, señor,
saludando a su patrón accidental. — ¿He llegado a tiempo? — amigo, contestó don Marcalino cerrando puerta. Se conoce que hombre de palabra. que prometo, porque a toda Yo no a — Cómo dijo
la
Sí,
eres
falto
no, señor!
que cumple...
leí, el
labra
i
buey por
el
— eso — Como bola cativo.
Yo
i
ya sabe su merced que
la asta.
hombre
la pa-
jíor
.
pinta, contestó
estoi
el
vienes preparado?
es... ¿I
Sí,
i
lo
Turra haciendo un jesto
signifi-
preparado siempre, porque, hombre prevenido
nunca fué vencido, i mi catanita viene de atentar Pechoña.,, Turra acompañó estas últimas palabras con un jesto de marcada seguridad,
— Pero hombre! interrumpió don Marcelino; ya he dicho trata de asesinar a nadie ¿qué no tienes que no derechas, contestó Turra; fuera a no — Soi ¿andaría en estas andanzas por arreglarle cuentas — —Mi patrón, don Cándido, me ha dicho que uno de he—Es verdad; pero ya digo que no trata de sino de darte
le
relijion?
se
cristiano
las
i
lo
si
al pipiolito?
las
Sí; pero...
los
es
rejes.
se
te
le
eso,
unos planazos para castigar su atrevimiento. ¡Cosas mayores
nos comprometerían!
—Lo haré como su merced
nen
el
dice; pero yo sé que los pipiólos tie-
diablo dentro del cuerpo,
preciso darles de
filo,
i
no entienden a planazos. Es
señor.
— ¡Ave María! csclamó don Marcelino. Este muchacho por demás. has venido a caballo? — señor; pero me apee en casa de un compadre que
cioso
es
ofi-
¿I
Sí,
en la plaza del Basural,
i
allí dejé
mi
bestia.
ya que ni su merced ni quieren que haya un tajito siquiera...
hacerse de a pié;
i
el
tengo
Estas cosas deben señor don Cándido
—Nó; de ningún modo: eso comprometer mi —Llevaré mi catanita por acaso; porque en cuanto a que abunda no daña, agregó bandido. —Está dale pero con lástima. Nada de sangre, seria
si
casa.
esto, lo
el
bien:
fuerte,
porque eso seria homicidio; se acerca la hora.
i
el
homicidio es cosa grave, hijo!
Ya
-- 173 -.
— Pues entonces, que dobló
i
ató al
Miguel sacándose su poncho rededor de su cintura con su faja de lana, en la al negocio,
dijo
cual encajó su j)uual.
En
seguida se ató la cabeza con su gran pañuelo de algodón,
sombrero hasta
§e encasquetó el
—Ya —Yen:
estoi pronto, dijo:
i
los ojos.
¿Dónde me he de poner a aguaitar
la
laucha'^
yo
Pero antes, es preciso que observe
diré...
te
si las
criadas duermen.
Dicho
esto, salió
don Marcelino
al patio,
i
después de unos tres
minutos volvió diciendo: noche como boca de —Está todo en ahora me acuerdo... ¿Tiene por ahí — Tanto mejor, algún pañuelo que no —Aquí tienes uno ¿para qué quieres —Ahora necesito una piedra, porque preciso apagar vela silencio,
i
lobo.
la
señor... I
le sirva?
esto? es
del farol de enfrente,
la
que está prendida todavía, dijo Turra en voz
baja.
un —Ah! ya comprendo: puerta. de cuña a qne —Está mui buena, Miguel,
prodijio. Allí tienes esa piedra
eres
la
sirve
envolviendo la piedra en
dijo
ñuelo
i
mucho
disponiéndose a
Es preciso
darle al farol sin
el
pa-
hacer
ruido.
—Antes de el
salir.
salir
toma un
traguito, dijo
don Marcelino pasando
vaso a Turra, quien se bebió de un sorbo todo
el
contenido de
éste.
— Dios se
lo pague, señor, dijo
Miguel devolviendo
el vaso.
No
perdamos tiempo.
—Pues, en
el
gúeme, hombre,
nombre
sea de Dios! dijo entonces el viejo. Si-
sin hacer ruido.
Salió al patio de la casa, don Marcelino seguido de Turra, quien
marchaba en
puntillas. Dirijiéronse
ambos a
la puerta de la calle
que estaba entreabierta; i una vez cerciorados de que no habia una alma en la calle, Miguel lanzó su piedra envuelta sobre el fa-
La
rol de enfrente.
hecho pedazos, dad.
Hé
i
luz se apagó, cayendo sobre la vereda el farol
todo quedó hundido en la
ahí la causa del ruido que,
mas completa
como queda dicho en
oscuriel
capí-
tulo anterior, habia asustado tanto a don Catalino Gacetilla.
Este
i
Motiloni, pegados el
uno contra
el otro,
esperaban detras
de la esquina, en lo que habia de parar todo aquello. Mientras
— tanto,
don Marcelino
—
174
Miguel aguardaban ansiosamente a su víc-
i
tima.
Veinte minutos habian pasado,
i
aun no
se oia ruido alguno.
El
asesino estaba desesperado, creyendo que por esta vez podria que-
En
dar burlada su esperanza. aplicando
seguida se echó
cada de contento, que hizo temblar hasta
— Ya viene! —¿Has oido pasos? — señor; viene por Sí;
Luego
el
un buen con una espresion mar-
mismo don
al
Marcelino:
lado de la plaza.
se dejaron oír los pasos de dos
misma
la
hombres que venían por
calle.
—¿Si será Vienen —Talvez traiga compañero,
dos, dijo Turra.
él?
i
entóuces hemos perdido
el
tiem-
don Marcelino.
po, observó
—Nada me así,
importa que sean dos, replicó el bandido. Mas vale porque para Miguel Turra es muí poca cosa un pipiolito solo.
Le prometo merendarme a
los dos!
—Pero ya tengo que no quiero que suceda una desgracon imperio don Marcelino. —Ya digo que emplearé mi catana, último caso en me veo apurado. — atacan, ya otra La defensa permitida, obserdicho,
te
cia, le dijo
solo
lo sé:
i
el
si
Si te
es
vó sentenciosamente
En
cosa.
es
el viejo.
momento
aquel
se
oyeron muí cerca de la puerta los pasos
de un solo individuo.
— Este viene Miguel; es — Es mismo! esclamó don Marcelino, solo, dijo
i
si
él...
el
que acababa de pasar
En
efecto,
el
notando que la persona
habia parado enfrente de las ventanas.
se
que acab:iba de pasar no era otro que Anselmo,
quien, habiendo dejado en la esquina a su amir^o Andrés, venia
dándose
el
ces sucede
que
mo llo,
le
parabién de encontr&r oscura la
que
el
hombre
se
da
el
calle.
Pero muchas ve-
parabién de haber encontrado lo
daña, creyendo dar con lo que le aprovecha. Apenas Ansel-
tocó la reja de la ventana con una llave que sacó de su bolsicuando las puertas de aquella se abrieron cautelosamente, i el
joven aspiró
i
oido al pavimento del Zv^guan, permaneció allí
el
hasta que, alzándose de repente, dijo
rato,
sobre el suelo,
el
aromático ambiente que envolvía a su amada.
Anselmo
pieza estaba a oscuras,
i
de Lucinda. Lo demás
lo
solo
pudo
adivinaba su amor.
oir el
La
tímido saludo
— —Lucinda!
'
—
esclamó
el
175
—
joven.
un año hacia que te estaba esperando. No tuvo tiempo Anselmo de contestar a estas palabras de dulce i amoroso reproche, porque en aquel mismo instante se vio estrechado, como en una prensa, por un par de musculosos brazos que Allí dijo la niña:
rodearon su pecho.
—Ah! — Qué —Ya no
traidorl esclamó, tratando de desacirse del bandido. liai!
se
por Dios! esclamaron dentro las mujeres.
me
escapa! dijo Turra con alegría feroz,
iwv echar al joven a tierra. Lucinda se habia desmayado,
i
pugnando
su madre no atendia sino a dar
auxilio a su hija.
En
cuanto a don Marcelino, luego que vio segura la víctima,
atrancó la puerta de calle
— Si
i
se fué a su cuarto diciendo:
sucede alguna desgracia, no es por mi culpa. Bastante
he dicho a
éste
que no
dé de
le
le
filo.
Mientras tanto, viendo Anselmo que no podia desacirse del bandido,
i
que ya estaba a punto de
la llave que tenia en la
—En
balde
chifla^
mano
i
caer; llevó
dio
un
como pudo a
la
boca
silbido.
amigo, dijo Turra, próximo a dar con su víc-
tima en tierra, porque... Pero no pudo proseguir, porque sintió sobre sus espaldas un par de golpes dados con una mano firme. Lanzó entonces el bandido una feroz maldición; i soltando impensadam.ente su presa, echó mano a sn puñal i se volvió hacia el que lo atacaba por la espalda. Pero habiendo sentido la aguda punta de una espada, saltó hacia atrás i se puso en guardia contra la pared de la casa. Aquí los espero a los dos juntos: métanle no mas! esclamó.
—
Anselmo habia sacado su espada; pero
aunque se habia puesto al lado de Antenia su pensamiento dentro del cuarto donde estaba Lu-
defenderse del asesino; drés,
solo con la intención de
i
cinda.
—Dejémoslo escaparse: no demos un escándalo que joven a su amigo. —Nó! contestó Andrés ha de derecho a I luego bandido, —Date a preso! —¿Yo rendirme? contestó Turra con una
seria fatal,
dijo el
nó!
dirijiéndose al
:
ir
la cárcel.
le dijo:
risa feroz.
doi a preso ni a diez de su laya. Métanle no i
mas con
verán qué tripas son las que primero caen al suelo!
Yo no me
sus espadas,
—
—
176
— Bellaco! esclamó Andrés lanzándose diestramente
el
sobre Turra, quien paró
golpe de su adversario; pero no pudo impedir que
una segunda estocada le hiriese en un brazo. Andrés! amigo mió! gritó Anselmo: te ruego que huir. Tengo para ello mis razones.
— —
lo
dejemos
que se vaya ahora, dijo Andrés volviendo a su puesto. Ya está castigado, i por otra parte, me da vergüenza matar a este hombre, cuando tengo la ventaja de... ^Pues bien,
—Ya crea que
digo que Ud. no es capaz para mí, dijo Turra...
le
me ha
herido,
mi poncho. Sea como sea,
prosiguió, porque su espada
No
ha traspasado
solo a
— —Me
le
interrumpió Anselmo.
Vete: te dejamos
me
dijo con arrogan-
libre.
voi;
pero no porque Uds.
lo
manden,
cia el asesino.
Anselmo dieron paso al bandido, quien al verse libre, un salto como gato montes sobre el primero, pretendiendo hun-
Andrés dio
dirle su
i
puñal en
el
pecho
i
diciéndole:
—Adiós! Pero la puñalada fué solo en el vacio, porque Andrés dio en aquel mismo instante un paso atrás.
El bandido huyó por
la vereda;
doce pasos de distancia, se volvió
—Ahora no
i
i
cuando
vio a unos
he acertado; pero otra vez acertaré. Esta
esto, se
diez o
dijo:
de pagar: ¡ya los conozco!
Diciendo
se
perdió en la oscuridad.
me
la
han
CAPITULO XXIX UNA PUÑALADA POR
SI
ACASO
«Quien anda por mal camino,
Cuando no
cae, resbala.»
(Dicho Popular.)
Luego que
mó
el
bandido hubo llegado a la primera boca-calle,
sobre su izquierda;
i
to-
rodeando la manzana, trató de llegar
al lugar en donde habia quedado su caballo. Con su mano, sediento de venganza, i lanzando al aire horri-
cuanto antes
puñal en
la
hombre como un perro rabioso disprimero que encontrase. Parecia una fiera puesto a morder escapada de su jaula de hierro. Pronto rodeó la manzana i llegó a bles maldiciones, corria aquel al
la esquina en
donde
se
hablan parado Motiloni
Entonces trató de seguir
i
la calle de Teatinos;
verse dos sombras en medio de la oscuridad,
i
Gacetilla.
pero viendo mo-
creyendo que aque-
hombres podrían ser los jóvenes que acababa de dejar, saltó sobre ellos como un tigre sobre su presa, i lanzándoles una puña-
llos
lada, les dijo al
—Allá va
mismo tiempo;
esa,
por
si
acaso son Uds.!
guardando su puñal, el cual notó con satisfacción que estaba húmedo. La fiera estaba satisfecha: habia herido, aunque no sabia a quién. I echó a correr hacia el rio,
— 178 — —Me han
tomándose
herido! esclamó Motiloni
do que fué en donde recibió la puñalada,
manaba
con su camisa la sangre que
Don
Catalino estaba petrificado;
que menos se
—
me abandona
¡I
brazo izquier-
tratando de restañar
i
ella.
en
al volver
sí,
no hizo mas
no paró hasta llegar a su casa. De acordó, fué de prestar auxilio a su compañero.
que poner pies en polvorosa, lo
i
de
el
i
esclamó don Pablo con rabia
el miserable!
concentrada.
En
como mejor pudo, echó a maldecir la cobardía e inhumanidad
seguida, después de liarse el brazo
andar hacia
no
el oriente,
sin
de Gacetilla. Pero éste no podia su cama, se tocaba una
i
las maldiciones,
oir
otra vez su cuerpo,
i
como para
metido en cerciorarse
de que no estaba herido.
—¡De
me he
buena
sido de Motiloni?
Dicho esto
Muí
se
escapado por curioso! decia... ¿Qué habrá
Mañana
lo iré a
ver temprano.
quedó dormido.
momentos pasaba
diferente era la escena que en aquellos
en casa de don Marcelino. Este, que aun no se había acostado, de su cuarto para ver lo que pasaba en la
salió
En
cuanto a Lucinda, una vez vuelta en
tana; pero su al patio
i
se lo impidió, diciendo
quiso abrir la ven-
que seria mejor
salir
recordar a don Marcelino para que tomara alguna medi-
Ambas
da.
madre
sí,
calle.
salieron
pas de cólera por los
—¿Conque
que echaba chis-
se encontraron con el viejo
i
ojos.
todavía no se hablan acostado
Uds.? preguntó don
Marcelino. ¿Con que es verdad que estaban esperando la visita? ¡Por los clavos de Cristo!
No
sé
qué hacer con Uds.!
— ¿qué querría Ud. hacer? preguntó con resolución nidad. —Malvada! interrumpió don Marcelino apretando I
i
mocosa han llevado
esta
mozalvete por
la
Tri-
los puños...
la
Tá
doña
la
desvergüenza hasta recibir a ese
ventana.
— Ya que Ud. puerta motivo alguno a un joven honrado que ademas mi obligada... me he —Maldito sea tu pariente toda su Le prohibido que le cierra la
es
i
sin
pariente, i
visite
mi
visto
casta!
he-
casa porque no merece lo que pretende... ¡Así
pagan
Uds. mis bondades!
— Padre,
Perdóneme su merced, esclamó Lucinda arrodillándose a los pies de don Marcelino... Vea si le ha sucedido algo,.. Yo le prometo no verlo mas. por Dios!
2B
— —
^Es
179
—
verdad que no lo verás, contestó
padre^ porque no
el cruel
ya a volver después de haber recibido su merecido. Oyendo estas palabras, Lucinda cayó desfallecida sobre el suelo, pues el tono con que fueron pronunciadas, le reveló así como a se atreverá
doña Trinidad, que don Marcelino tenia parte en
el
hecho. Pero
reaccionada bien pronto la pobre niña, se alzó de repente gritando
como una
loca;
—Anselmo!
Anselmo! Dios mió! Talvez lo han muerto! I trataba de abrir la puerta que estaba atrancada i con llave. Doña Trinidad i don Marcelino siguieron a su hija hasta el zaguán.
Anselmo i
Andrés, que estaban para retirarse, oyeron los gritos
i
se acercaron a la puerta de calle.
Lucinda! contestó joven: nada —Aquí Lucinda. Dios! esclamó — ¡Gracias a estoi,
—Lucinda,
me ha
el
hija
mia ¿qué haces?
le dijo la
sucedido.
señora sosteniendo a
la niña.
—Atrevida! esclamó don Marcelino; ses el
ca
i
respeto hasta este estremo...
No
solo faltaba que sé
me
cómo no agarro
perdiela tran-
la mato!
—Don Marcelino, interrumpió pobre madre: acuérdese de que su —No mi contestó miserable: desheredo desde ahora. mi amor — puede quitarle su herencia, no podrá contestó Anselmo desde — -Qué no haya muerto Miguel! esclamó don Marcela
le
es
hija...
es
hija,
la
el
Si
quitarle
afuera.
colérico
te
lino, sin saber lo
que
decia.
—Esas palabras me de
la calle.
En escena.
hacen comprender todo!
dijo
Andrés des-
Pero acuérdese Ud. de que Dios castiga a
los asesinos!
lo
momento atravesaba Motiloni la calle donde, pasaba la La frase de Andrés: c(Dios castiga a los asesinos» pronun-
ese
ciada gravemente en las sombras,
i
el silencio
de la noche, parecía salir de entre
encontraron un eco en
— «¡Dios castiga a
el
alma
del italiano.
los asesinos!» refunfuñó éste, siguiendo apre-
Buradamente su marcha.
Luego
dijo:
—Viejo
necio!
¿Quién
le iria
a decir que se necesitaba de
hombre armado de puñal? Bien
un
claro se le dijo que bastaba con
algunos palos bien dados.
Doña Trinidad
i
su hija se retiraron a sus habitaciones,
i
don
— Marcelino entró
—
180
mas
a su cuarto, pesaroso de haber hablado
de lo que convenia. Desde que oyó las palabras de Andrés, casi se
mujer
olvidó de su
mismo habia
—
¿Si
me
de su hija para pensar en
i
el peligro
que
él
corrido.
habrá vendido este muchacho? se preguntaba. Por eso
yo era de opinión que no llevase cuchillo... ¿En qué compromiso
me
habría visto
Por
lo
hubiese sucedido una desgracia?.
que toca a Anselmo
i
a Andrés, se dirijieron inmediatamen-
Ambos amigos marchaban
a su casa.
mui
si
silenciosos
i
embebidos en
pensamientos.
diversos
autor —Es un hecho, Andrés, que maldito de contestó Anselmo trístemente; —Así bueno dar cuenta a autoridad mañana temJ)ranG — Pues parecer para que preguntó Anselmo, mirando fijamente a su amigo^ —¿Estas ¿No parece que auna barbaridad dejar —¿Porqué hecho impune? impune bandido que hacer caer con — Pero mas bien viejo
este
dijo
es el
todo.
parece, seria
la
hiciera
al asesino.
loco?
dices eso?
te
seri
este
dejar
al
nuestra acusación una mancha en la familia de Lucinda.. .;Te olvidas
mas me convenzo de suceder, mas bien veo la
de que don Marcelino es su padre?*.. Mientras
que
él es el
autor de lo que nos acaba de
necesidad de ocultar
Andrés no
el
contestó.
sola palabra;
i
hecho. Bastante castigado queda.
Ambos amigos
llegados
a su casa,
prosiguieron sin hablar una se acostaron sin
que Cecilia
hubiese sospechado siquiera en dónde habian estado sn esposo
amigo.
i
su
CAPITULO
XXX
DON MARCELNO TRABA AMISTAD CON DON MELITON "La I
el
casualidad los junta
diablo los hace
amigos"
(Dicho popular)
Al siguiente dia mui temprano los vecinos del barrio notaron una novedad en la casa de don Marcelino, a saber; que el maestro mayor de los carpinteros, señor Juan Labra, estaba clavando por dentro i por fuera todas las ventanas que caian a la calle. El mismo don Marcelino en persona presenciaba la operación, no sin encargar repetidas veces al carpintaro que remachase bien los clavos, multiplicándolos allí donde era necesario, porque decía; ^'en estas co-
abunda no daña" Cerróse también la puerta del zaguán i solo quedó abierto un postigo para el servicio; por manera que la casaparecia estar de duelo, lo cual no dejaba de ser en cierto modo, sas lo que
mui
verdadero, atendiendo a la dolorosa impresión que las escenas
anteriores habian hecho en
te
doña Trinidad
i
en Lucinda.
Madre e hija tuvieron que resignarse a vivir así encerradas duranmas de seis semanas tiempo que don Marcelino, convertido en ;
en carcelero de su familia, pasó no del todo tranquilo. Bien poco le importaban a él las mil preguntas que sus amigos le hacían sobre
—
de convertir su casa en cárcel; pero
determinación
la inaudita
—
182
no podia recordar a sangre fria aquellas palabras de: "¡Dios castiga a los asesinos!" pronunciadas solemnemente por Andrés Muñoz. Aflijíale. no el temor de Dios, con el cual pensaba arre glarse en la confesión próxima, acusándose de aquel pecado (por
acaso
fuera)
lo
;
sino el
miedo a
los
si
resultados de una causa crimi-
cuando vio corrido mas de un mes, sin que pareciese por su casa el padre Hipocreitía, su consejero predilecto. Nadie sabia donde se hallaba el santo relijioso
Su intranquilidad
nal.
i
subió de punto
solamente se susurraba que liabia salido a predicar la palabra
de Dios en las provincias del Sur.
Un
dia que don Marcelino se hallaba
como de costumbre, «apareciósele como
con
el
humor tan negro
don Pablo Motiloni, a quien guardaba grandes consideraciones, porque sabia cuan estrecha era la amistad del italiano con el reverendo Hipocreitía. Venia don Pablo con un brazo atado i colgado al cuello con un pañuelo; i su pálido rostro manifestaba
el
llovido
mal estado de su
salud.
—¿Qué tiene Ud. señor Motiloni? ¿Ha estado Ud. enfermo? preguntó don Marcelino, haciéndolo sentar en su de honor. —No mas que una caida que di de a caballo... Como yo no silla
es
mui
soi
jinete...
—¿En amigo,
el
—Se
He
tenido un poco de fiebre...
que puedo servirlo? ¿Qué
siones.
dice usted de nuestro digno
reverendo Hipocreitía?
>
nid-
Hacep
encuentra mui bueno de salud, contestó Motiloni.
algún tiempo que no el cual
me
me
pero acabo de recibir
un
propio,
escribe desde Colchagua, en donde se halla
Con
— ¡Santo Motiloni
lo veo;
le
el
mismo
propio
me ha
cow^
dando mi-
enviado esta carta para
TldL^-*^
esclamó don Marcelino tomando la carta que pasaba. Siempre ocupado en sus tareas apostólicas.
relijioso!
¿Me da Ud. permiso?
«.aFJliiíi I9
6^
-r-Lea Ud., señor don Marcelino, sin cumplimiento alguno, dijo el italiano.
El señor de Rojas leyó:
!:uMÍOijm ñi ^ons^vo le 'loq 9jn9mj3Í)in ^jj^a
?:9Jjq8í?h oíoS!
«Amigo mió: Siento mucho que mis
...miu
aomivíJi
obligaciones
me
,^bño
impi^^íü
ahora con Ud., pues habria querido llevarlo aveí*^'^ «al señor don Melitou, Mi amigo Motiloni cumplirá por. nlíri ((dan estar
«con
puede consultarse sobre cualquier accidente que ocurraií-'^ «como lo haria conmigo mismo, pues que don Pablo (a quien, leí'«ruego mire. II¿. .como un amigo íniimo) c\s como si fuesémi «propio herm'ano, icón él no tenga asunto reservado. Desde él
— 183 — «la misión
mas
a donde voi escribiré a Ud.
largo:
mientras tanto
lo saluda
«Su afectísimo capellán Q. B.
S.
—Fr, N. En
M. Hipocreitiaj)
don Marcelino dijo a Motiloni: Basta que Ud. sea amigo del padre para que lo sea mió como nos conociéramos desde muchos años atrás. acabando de leer
la carta,
— si
— Será para mi una honra, señor,
contestó el italiano inclinán-
dose, a la cual trataré de corresponder sirviendo a
mas humilde
—El
Ud. como
el
criado.
criado seré yo, le interrumpió don Marcelino, encantado
con las palabras lisonjeras del otro. ¿Conque también conoce Ud,
don Meliton? Yo fui el primero que habló con él cuando llegó a Santiago, pues lo esperaba en el Café por orden del padre. Ya, ya... ¿Sin duda tiene Ud. entonces noticia de las relaciones que ligan, quiero decir, que ligarán a mi familia con ese peral señor
— —
sonaje?
—De todo me ha impuesto padre un hallazgo para por señor mió. — Gracias por La verdad antes de —No — Sin embargo, muchacha como el
;
la niña, la cual
i
a fe que don Meliton es
otra parte lo merece.
la lisonja,
es lisonja.
esta
apreciar la suerte
que
en no querer dar
el sí.
se
todo.
una loca que no sabe nos deja caer encima, se ha empecinado es
—¿Para casarse con don Meliton? ¡Un hombre de encumbrada de noble de honorables — que tutea con mismo — Qne según viene aquí con una misión importante, agregó —Pues a pesar de todo don Marcelino paseándose alcurnia,
familia, I
se
antecedentes!...
el
rei...
creo,
el italiano.
eso, dijo
aji-
tadamente por el cuarto, la muchacha no quiere. Ahora pocas noches, tuvimos una... Pero después sabrá Ud. todo esto... Por ahora no
le
verá
mas
la cara al otro,
porque he hecho clavar
las
ventanas.
— Conque,
le
Ud. quiere podemos ir señor don Meliton. Ya le tengo anunciada
interrumpió
ahora mismo a ver
al
Motiloni,
si
su visita. •
—Al instante, amigo mió; déjeme Ud. ponerme de parada.
— Dicho
esto, iiiTegióse
—
184
don Marcelino
lo
mejor
(¿ue
pudo,
i
echán-
dole llave a la puerta de la calle, por temor de que durante su
ausencia viniese Anselmo, a quien aborrecía cada vez mas, se di-
Café de la Nación acompañado del italiano. Recibiólo don Meliton con muestras de la mayor cortesía;
rijió al
mo
i
co-
un hombre de regular educación i finura, consiguió, a pesar de su nulidad, captarse la amistad de don Marcelino. Hablóde su alcurnia, del rango de su casa, de sus amigos entre la noéste era
bleza, de sus triunfos en la corte,
embobado tro,
al
padre de Lucinda. Dijo que
habia estado a pique de serlo;
seria de
fijo,
de otras mil cosas que dejaron
i
pues estaba en
Don Marcelino
lo
i
si
no habia sido minis-
que en volviendo a Epafia,
lo
el candelero.
miraba con
boca abierta,
la
i
apenas podia
creer que se dignase hablar con cualquiera, un personaje que ha-
bia tenido entrada en el palacio real,
i
que habia alternado con
M. en persona; por manera que cada rato que pasaba, mas se afianzaba el buen hombre en la idea de hacerlo su yerno, formando él mismo interiormente el proyecto de acompañarlo después a España con el fin de hacer papel en la corte. S.
— Oh!
decia para su capote: ¡no es posible dejar escapar esta
qué esta deschavetada muchacha se oponga a su propia felicidad! Pero otra cosa será cuanoportunidad de elevar la familia!...
do
lo conozca...
Es
Mientras tanto,
¡I
preciso que nos visite este caballero. el
señor Oyarzun del Pozo-Hondo,
etc.,
seguia
haciendo la apolojía de su persona, ayudado de Motiloni que viejo español.
Cuando
pidió encantado
fué hora de retirarse, don Marcelino se des-
de su futuro yerno,
sus visitas, ofreciéndole su casa
i
Meliton con muestras de gratitud tar
mui a menudo a sn amigo. Lo que mas me ha gustado en
—
tiloni si
nt)
iba en zaga en lo de ponderar la elevada 23osicion social del
le
cuando salieron a
fuera
— Oh!
i
le
rogó que
lo
honrara con
todos sus posibles. Aceptó don el
ofrecimiento
él,
decia
i
prometió
visi-
don Marcelino a Mocon que habla, como
la calle, es la llaneza
un cualquiera. contestó el italiano; no crea Ud. que es de esos nobles
estirados, llenos de viento...
— Su
humildad me encanta, i bastaría esto para que deseara hacerlo mi yerno. Sí señor! ¡Qué educación de hombre! I sobre todo ¡qué cristiandad! Bien se echa de ver que no es de esos no-
—
—
185
bles de a cuartillo el atado, o de los que bota la ola,
mi
abuela, que sabia
mucho en
como
decia
esto de la nobleza.
—Eso conoce por encima, observó don Pablo. luego aquella cruz con piedras —Pues que mirándola. —Es caballero de Orden de Carlos — Caballero que en nada parece a que usan en se
brillantes
nó! I
se
va
la vista
la
III.
se
rras de Dios, que solo saben ser orgullosos
de de las Animas,
me
Dios
los
i
toque.
¿Qué
Señalado
me
es el
i
dirán
tiesos
a
como
mí que
que sabe a donde
¡Ya se
llano que es.
con-
el
tantos otros de los cuales lo
si se
merecen, según lo
los
hubieran tragado un es-
conozco como a mis manos?
le aprieta el zapato;
apenas parece acordarse de su altitud
éste,
me
i
como
estirados
veo por esas calles sin saludar a alma nacida; de-
puntiparados
rechos,
Maule,
i
que no parece sino que todo se
libre,
estirados que
el otro del
estas tie-
se
los
ve!
Es español
i
mientras que
soberanía, según lo
i
bien nacido,
i
con españoles
entierren a mí, que no con estos uobles mostrencos de por acá.
mucho tener educación i cristiandad! Don Marcelino con su copiosa palabrería,
¡Vale
do sus disgustos domésticos; de la esperanza
i
parecía haber olvida-
marchaba con paso
de ennoblecer a su familia
i
seguro,
i
lleno
hacer papel en la
corte de Madrid.
Distraído por su pensamiento favorito, no observaba la burlona sonrisa de Motiloni, la plazuela de la
que no hacia mas que apoyar sus ideas.
Compañía
se separó
del italiano;
i
En
se dirijió a su
casa a largos pasos, porque ya se acercaba la hora de hacer mediodía.
—
Sí, decia entre dientes,
fiada
he de él
ha de
muchacha para que me siga resistiendo. No le ni un pelo i lo mismo a la Trinidad. Una vez que lo conozcan, se apearán de su macho estas malditas
ser la
aflojar
nos visite
volviendo a su idea favorita: muí por-
i
mujeres, porque es imposible hablar con este caballero sin aficionársele.
El sabrá conquistarlas con
sus palabras
i
con todo
lo
que sabe hacer, que es encanto verlo i oirlo al hombre! Una vez hecho el matrimonio me redondeo; vendo todo i me voi a España derechito... No me han de ver el polvo en esta triste tierra. Al llegar a su casa, encontró a señd Marta, vieja criada de confianza de doña Trinidad, que ya conoce el lector. Admirado de verla afuera cuando se acordaba de liaber dejado con llave la puerta, le
preguntó con arrugado ceño:
—
186
—
usted? Ya están Marta? ¿Por dónde ha —¿Qué paredes de mi casa? saltando he por esta puerta... contestó —Nó, mujer! ¿Es por acaso Ud. alguhe dejado con — Pero entrar por una puerta cerrada? na ánima para que pueda —Por mismo que no ánima, he esperado que abra puerta para — plaza, esta mañana para —Pero, esclamó don —Acabáramos! cómo no decia eso salido
es esto,
las
si
salido
la vieja:
señor,
llave,
la
salir
i
la
se
soi
lo
entrar.
Pero...
señor,
la
si salí
i...
la vieja tonta!
I
Marcelino abriendo la puerta. Diga Ud., prosiguió, que pongan la
mesa porque
sación con ese
educación
La
i
una hambre de todos caballero me ha vuelto el
traigo
los diablos...
apetito. ¡Lo
conver-
que
es tener
cristiandad!
seña Marta hizo lo que se
le
mandaba, después de haber en-
tregado a doña Trinidad una carta "en su propia nia puesto en
Un
La
mano" como
ve-
el sobre.
cuarto de hora después,
fué llamado a
comer don Marce-
Antes de salir de su cuarto se preparó, frunciendo el entrecedando a su cara un tinte acre i duro «para que las mujeres no
lino.
jo
i
como decia él. Pero llegando a la mesa, encontró a su* mujer i a su hija de mui diversa manera de como creia hallarlas. Aunque doña Trinidad tenia pintado el sobresalto en la cara, recibió a don Marcelino con muestras del mayor cariño. Lucinda estaba pálida; pero una graciosa sonrisa animaba su linda fisonomía,. Cualquiera otro mas observador habria notado los esfuerzos de la madre i de la hija por parecer tranquilas; pero don Marcelino lo vencieran»,
se dejó
de las
engañar por las apariencias, i pensó que aquello era efecto medidas severas que habia tomado. Su frente se desarrugó
como por encanto; i como la visita anterior lo habia puesto alegre, se sentó a la mesa con la cara mas risueña del mundo. Vaya lo que son estas! pensó: la cerradura de la casa ha producido al fin su efecto. ¡Vale mucho tener encerrada a la mujer! Pero no porque así pensaba, dejaba de comer. Tragaba i bebia como un Eleogábalo. Doña Trinidad i su hija se admiraban de ver-
—
lo tan alegre
después de
lo sucedido;
agazajos, lo cual contribuía
mas
i
mas en
i
redoblaban por su parte sus
también a que don Marcelino creyese
la virtud de la clausura
para trasformar a las muje-
res reacias.
—Ya
di en el
quid,
pensaba .^1, buen hombre mientras comia. 24
—
—
187
Teniéndolas encerraditas se han de componer, porque, en perdiendo la esperanza de que
pásame
yo
les afloje... Mira, niña, prosiguió
en voz alta,
el ají.
A la
mitad de
comida,
la
i
cuando ya habia bebido algunos
tragos de vino, dijo a doña Trinidad:
—Me agrada mucho verlas a Uds. tan razonables; que no es tan bravo buena noticia. les
como
el toro
para probar-
i
ponderan, voi a darles una
lo
preguntó —¿Qué — Que acabo de hacer amistad con un personaje, un grande de España. —¿Grande de España? alcurnia de mu— mujer: caballero de Carlos de la señora.
noticia es esa?
III:
Sí,
chas campanillas...
Échame ha
Me ha
otro poquito
abierto la gana...
hecho
el
alta
i
honor de llamarme su amigo...
de charquican porque como
Eso
es:
i
cuenta con que
el
le
puse
me
ají,
hombre ha
sido
casi ministro favorito de Su Majestad!
—¿Es algún viajero? preguntó tímidamente Lucinda. —Nó, niña: pero creo que a la fecha ha recorrido muchas
-
Si Uds. lo oyeran hablar! Encanta
tes...
educación tan cristiana parece haber recibido!
I
paña...
pásame
como yo I
hombre con sus
Qué un hombre que ha estado a pique de agarrar
bras. ve!
el
estoi
el jarro
con vino...
hablando con Uds...
don Marcelino
se
cor-
pala-
Ya
que habla a Su Majestad
i
No
es
se
mando en Es-
el
así
nada; caramba!
echó al coleto un vaso lleno. Luego prosi-
guió:
reciban Uds. —Me ha prometido venir a que con todas aquellas atenciones que merece... Ud. necesidad de encargar — No a su mujer, don Marinterrumpió doña Trinidad. — Basta que sea amigo de su merced, para que apreciemos, agregó Lucinda. sonriendo: —¿No decia yo? pensó remedio ha casa,
i
es preciso
lo
eso
tiene
celino, le
lo
el viejo
lo
puesto como una manteca. Esto es en
las
el
el
principio ¿qué será des-
pués? Eso está mui puesto en orden, prosiguió en voz alta: mis
amigos deben ser tratados por Uds. como yo mismo, especialmente éste que tanto honor nos hace con venir a nuestra morada. Udslo conocerán i verán bueno... ¡Caballero como aquel! Vamos al último traguito... Con su cruz en el pecho que da gusto, i luego tan decidor
i
bien hablado que encanta
oirle...
Uds.
lo
conocerán!
— Don Marcelino
188
—
como liabia comido i bebido bien, no dejó hablar a nadie: por manera que doña Trinidad i su hija no sabian a qué atribuir aquella inusitada amabilidad. Conestaba alegrísimo;
i
cluida la comida, quitaron los manteles, se rezó el alabado,
i
don
Marcelino se fué a dormir la siesta mas satisfecho que nunca del juicio habia dado el espediente de hacer
buen resultado que a su clavar las ventanas
—Lo
i
echarle llave a la puerta de calle.
que son las mujeresl esclamaba acostándose en su cama:
son como la lana que se esponja cuando se la apalea.
que sujetarles un poco
la rienda
No
hai
mas
para verlas contentas. ¡Las conoz-
co tanto!
Pero
el
buen hombre
se engañaba.
conducta de la señora la sabrá
La verdadera causa de
el discreto lector, si
en vez de juz-
gar por las apariencias, como don Marcelino, se da leer el capítulo siguiente.
la
el
trabajo de
CAPITULO XXXI
-EL
CLÉRIGO
I
EL FRAILE DE AQUELLOS TIEMPOS
"Es
preciso
que
mujer no
se deje torpe i grosero... Sepa sostener sus derechos, que también son sagrados; i sin negar obediencia al esposo, sepa conciliar su libertad con sus deberes."
ultrajar por
(J.
A
A. Torees.
la
un hombre
—Educación de
la mvjp/'-.)
consecuencia de los últimos acontecimientos ocurridos en casa
de don Marcelino de Rojas,
la señora
lución de escribir a su primo don velarle las
diferencias entre ella
doña Trinidad formó
Ramón i
la reso-
Freiré, con el fin de re-
su marido,
i
pedirle al
mismo
tiempo la intervención de su influencia para que no se obligase a Lucinda a tomar estado con un hombre a quien no podia amar. Solo el amor a su hija i el temor de verla infeliz, podia compeler a la buena señora a dar este paso, i así se lo decia a su primo, pues de otro
modo no
se habria
nunca atrevido a hablar contra su espo-
so; lo cual debia creérsele desde cio
que habia sabido sufrir en silen-
toda una vida de martirio. Pero
dias en la provincia de
Aconcagua;
i
el
jeneral
como
la
estaba en aquellos
pobre señora necesi-
—
190
—
taba un pronto apoyo, escribió a su confesor, frai Prudencio Alvapidiéndole consejo sobre lo que liabia de hacer.
rez,
Era
mucha
padre Alvarez un hombre instruido, de
el
.
concien-
de irreprochable conducta, que por largo tiempo habia ejercido una soberana influencia en el convento de San Francisco. Pero desde que el padre Hipocreitía pisó los umbrales de la Casa cia
i
Grande, notóse que
el
tigua preeminencia. instruirse
i
reverendo Alvarez habia decaído de su an-
Desnudo de toda ambición, fuera de comunidad,
ser útil a su
chado varias veces
el
el
la
de
padre Alvarez habia desesus amigos le ofrecían.
provincialato que
Estos no hablan podido conseguir otra cosa que hacerlo Definidor; i
tanto este grado como
de Lector,
el
le
daban grande influencia
entre los padres graves de la orden; influencia que el padre Hipocreitía
no podia soportar, porque odiaba
i
temia
al
mismo tiempo a
Prudencio Alvarez, en razón a sus aventajadas ideas
frai
talento para sostenerlas.
Jamas
discutía
con
que habia pretendido vencerlo en una reyerta visto
éste,
i
su
pues una vez
teolójica,
se
habia
avergonzado ante la comunidad, no pudiendo contrarrestar
con sus sofismas los sólidos argumentos del sabio Lector. I en tal
manera
creció con
cesó de insinuarse
esto el odio del jesuíta, i
de trabajar contra
él
que desde entonces no en
el
ánimo del padre
Provincial. Pero éste, que estaba acostumbrado a respetar la vir-
tud
i
la ciencia del padre Alvarez, se oponía siempre a hacer
nada
que pudiera agraviar a un hombre que habia sido su maestro. Sin embargo, no se desanimó el constante jesuíta; i tantos pasos dio,
enemigo i el Provincial del convento. Una gran parte de la comunidad siguió el partido del padre Alvarez, entre los que se contaban sus buenos discípulos en filosofía; pero otros, animados por el jesuíta que supo despertar entre ellos ciertas ambiciones, se revelaron i empezaron que
al fin consiguió introducir la
discordia entre su
a hablar mal de su antiguo Lector.
Pero
lo
que mas molestaba
al
monárquico
jesuíta, eran las ideas
republicanas de frai Prudencio, quien se manifestaba siempre liberal,
no solo por su carácter bondadoso
vicciones.
Como miembro
Lector de
filosofía,
padres
i
de
i
abierto, sino por
comunidad franciscana
sus coni
como
habia tratado siempre de fomentar entre los
entre sus discípulos, las
la libertad
la
i
mas puras
ideas que poseía sobre
dignidad del hombre. Por esta razón era mirado por
muchos individuos del clero secular como un sacerdote refractario, cuyo ejemplo no se debia seguir. El hábil jesuíta esplotó esta cir-
-
—
191
cunstancia en perjuicio de su enemigo,
mas
i
aun
se
atrevió a insinuar
que las ideas del padre Alvarez eran mui poco cristianas, i que no sabia cómo seguia siendo Lector de filosofía en el convento, un hombre que creia como un dogma la sobeentre los
fanáticos,
ranía popular.
No
que en un
estrañe el lector
de aquellos tiempos se
fraile
encontrasen ideas republicanas. Verdad es que en jeneral todo
clero chileno,
el
i
hispano-americano, era monárquico; pero
el clero
habia una gran diferencia entre
el clero regular i el secular.
Mientras
que éste se manifestaba acérrimo enemigo de la causa de la independencia americana, era mui fácil encontrar en aquél, frailes ami-
No
gos de la libertad.
parecía sino que las ideas democráticas
hubiesen refujiado en los conventos, vivia el fraile
como en una
ba acostumbrado
al
talvez ello era porque allí
república. Mientras que el clérigo esta-
sistema opresor, no solo del réjimen
imponían sus jefes
del eclesiástico que le
ba de la libertad de de que el país fuese
i
se
i
civil,
sino
prelados, el fraile goza-
elejir los
suyos por manera que siglos antes
libre, los
conventos presentaban una especie de
:
ejemplo del gobierno republicano, con sus definitorios, sus elecciones
i
capítulos.
Por otra
pertenecían por lo las
común
parte,
los individuos
difícil
mas comunes que un muchacho de la mas humilde
llegase a ordenarse,
i
rigos.
Hé
trabajos
mas
los honores
i
i
i
apellidos;
condición
su talento a
nacimiento era merecedor entre los
el
aquí por qué jeneralmente
su misión de sacerdote
los
subir con su. trabajo
lograse
dignidades de que solo
secular
a familias encumbradas; mientras que en
comunidades veíase sacerdotes de
no siendo
del clero
cumplía mejor con
el fraile
de apóstol. Para
él
clé-
estaban reservados los
duros; al paso que el clérigo se llevaba casi siempre distinciones. Si habia que auxiliar a
deshora de la noche,
un moribundo a
pobre corría a las puertas del convento
el
buscando confesor. Si era preciso dar una misión en lugares desamparados, ahí estaba clérigo le
quedaba
el fraile
siempre dispuesto a la obra. Al
de los monasterios, los oratorios de
el servicio
las grandes casas, las confesadas de la alta nobleza, las prebendas, los ascensos, las distinciones
i
las capellanías
instituían en su favor. Vestido de
miendo mejor,
el clérigo
breaba casi nunca con el fraile^
el
ricas
que
telas,
las familias ricas
viviendo bien, co-
con mui honrosas escepciones, no sehom* pueblo, a quien despreciaba; al paso que
con su hábito burdo, estaba siempre entremezclado con
—
192
las últimas clases, a quien servia
i
— de cuyas limosnas vivia las mas
veces en sus conventos de campo.
El democrático fraile, despreciando el agua i el sol, recorria la campaña, iba a consolar al pobre en su rancho, i a fuerza de hombrearse con los hombres de todas las condiciones i de entremezclarse con la miseria, podia comprender mas bien las lágrimas de los oprimidos; lágrimas
que no llegaban
al
endurecido corazón del
amigo del lujo i de la buena mas encumbradas familias del
clérigo aristocrático, poderoso, altivo, vida, regalado
i
mimado por
las
país.
Perdónesenos esta digresión,
i
tomemos
el hilo
de la historia.
Frai Prudencio contestó inmediatamente la carta de doña Trinidad,
i
entre otras cosas le decia:
"Ud. señora, no ha hecho bien en contrariar abiertamente
la
"voluntad de su marido, recibiendo contra su orden al joven por
ventanas de la casa.
^'las
"celino tenga razón
No
quiero decir por esto que don Mar-
en oponerse al matrimonio de
Lucinda con
"Anselmo, ni mucho menos que Ud, haya de obedecerle en cuanto
un marido que ella rechaza. Por sagraautoridad de un padre, no alcapza a tanto. La niña
"a lo de imponer a su hija
"da que sea la
marido que su padre le pro"pone, i aun en admitir en su corazón al joven que cree en su "conciencia digno de darle su mano. Ud. misma está en el deber "de fortificar el alma de su hija, i de hacer por todos los medios '^está
en su derecho
al
no aceptar
el
Lucinda no se case con quien no ama, porque de "este modo no podrá adquirir en este mundo la tranquilidad que "cristianos que
"ha menester para servir a Dios, único
fin
de nuestras aspiracio-
"nes, cualquiera que sea el acto que practicamos en la
vida.
El
una fuente de bendición cuando une dos corazones "que se corresponden, i es talvez la raiz de los males sociales cuan"do se contrae entre dos personas que no pueden vivir unidas. "¿Cómo podrán formar un solo cuerpo dos entidades que se repe"matrimonio
es
"len? Dígole esto para manifestarle
mi aprobación por
"que la han impulsado a obrar. Pero así también
"puedo ni debo aprobar
los
los fines
le diré,
que no
medios de que Ud. se ha valido.
Una
'^mujer bien nacida no debe contrariar abiertamente a su esposo, ni
"aun cuando "el
ella
tenga razón,
buen camino, valiéndose de
sino tratar de hacerlo la dulzura
marchar por
que tan bien sienta en
"las personas de su sexo.
"Mientras mas contrario a la razón se muestre su marido, mayor
— '^debe ser la paciencia
193
—
de Ud. para sobrellevarlo,
i
mas grande
^^dulzura para suavizar sujenio, a lo cual está obligada toda
su
mujer
debemos amar i mirar con cari"dad a todos nuestros prójimos, aunque nos hagan daño ¿qué no "deberá hacer una mujer con su esposo, por malo que sea? "El marido es la cabeza de la mujer. Dios le ha dado la direcPorque, señora mia,
^'cristiana.
"cion en
matrimonio,
el
i
la
si
sociedad lo hace responsable de los
"descarríos de la
familia. Justo es,
''aunque a veces
no
"porque tal es
el
sea
pues, que conserve
mas que
la
apariencia
siempre,
mando,
del
orden de la naturaleza. Gran desgracia es dar
"con un marido caprichoso; pero es todavía mayor en una mujer,
"no saber ceder cuando conviene guardar "a
fin
las apariencias siquiera,
de obtener poco a poco lo que no es bien querer arrancar por
"la fuerza. El arte de toda mujer prudente consiste en saber callar "i
en no irritar jamas a su esposo con palabras inconvenientes, por
"razanables que sean;
i
todos sus conatos deben dirijirse a poner
"de manifiesto que su marido tiene razón siempre, porque la honra
"de la mujer es la dignidad del marido, "refleja
en
ella
i
el
descrédito de éste se
en toda su familia...
i
"Acuérdese Ud. de que ahora que se trata del establecimiento "de su
mejor ejemplo de sumisión, respeto a su esposo. Por justos que sean los motivos
hija, está
"obediencia
i
en
el
deber de darle
el
"que Ud. haya tenido
i
"su deber de madre
manda obedecer
le
tenga para desobedecer a don Marcelino, en todo lo que no sea peca-
"do, para que la niña aprenda prácticamente a portarse cristiana'
'mente con
el
esposo que Dios le dé.
No se puede decir delante
"niña sin esperiencia del mundo, que
liai
"ner su voluntad a su cónyuje, porque
de
una
casos en que debe impo-
mui bien puede
ser que,
"andando el tiempo, ella crea en cualquiera de sus caprichos, Uega"do ese caso. Ha de saber Ud., que somos mui inclinados a mirar "como estraordinario todo lo que nos sucede; i mientras aplicamos "la regla jeneral para los demás, nos persuadimos de que somos la "escepcion... No le digo esto porque la crea capaz de obrar de otro ""modo: conozco la bondad de su carácter, i sé mui bien que obrará "según los dictados de la
relijion
i
de la prudencia.
aunque lleno de ''caridad i de un amor abnegado, necesita de apoyo en las tribuía"clones. ¿Quién no ha menester de apoyo en este mundo? No le "habla Ud. el director de su conciencia, sino el amigo que siente "sus penas i que llora con Ud. Dios no desatiende jamas al que le "Hablóle
así
para
fortificar
su corazón, que,
—
—
194
"ruega. Ofrézcale sus padecimientos: eleve su corazón a sus labios "i
hable con
^'to
se obre
Tenga
él.
en
el
fe
mundo
en que existe la justicia, a pesar de cuan-,
tenga esperanza en que Dios
contra ella;
un corazón sano, i mire con '^caridad a quien se oponga a esas aspiraciones^ mayormente si ese "estorbo es su propio esposo. Considere que nada puede haber ^'atenderá las justas
aspiraciones de
"cumplido en este valle de lágrimas^ i que todos los males que "nuestro Señor nos envia^ no deben ser mirados sino como medios '^para hacernos dignos de otro
mundo
mejor. El, que cargó pacien-
'^temente con su cruz, exije con justicia que los mortales tengamos
'^también paciencia para llevar la nuestra. Ah! señora mia! I ¿quién '^será el
que pueda decir que no
Tal era, poco
mas
la tiene?"
o menos, lo que el
buen sacerdote decia en su
carta.
En una
posdata agregaba:
"Celebro que üd. haya impuesto "lo ocurrido, ^''ponga
i
siento
mucho que
algún remedio.
él
Yo también
al
señor don
A
esta
i
de todo
no esté en Santiago para que le escribiré
"llegando aqui, iré a verlo sin tardanza. "dé a Ud. paciencia
Eamon
por mi parte;
i
Mientras tanto, Dios
en le
resignación."
carta debió, sin
duda, en gi-an parte don
buen recibimiento que su mujer
i
Marcelino, el
su hija le hicieron aquel dia.
25
CAPITULO XXXII
MOTILONI EN CASA DE DON POLICARPO
«Al que ata mucho la plata El diablo se la desata.» (Refrán del jpuedlo.)
hubo separado de don Marcelino, cuando se volvió al Café; i después de hacer medio dia suculentamente, se dirijió al cuartito en donde vivia, situado en casa de una señora de
Apañas
la calle
el italiano
del
se
Puente. Curóse la herida con los remedios
curandera del barrio
le
habia recetado,
i
que la
echó a andar por la calle
de San Pablo en dirección de la ya conocida ^'Casa Yieja."
Algún
móvil poderoso impulsaba a aquel hombre, cuya actividad era de causar asombro a cualquiera; i no parecía sino que una idea fija le hiciera olvidar su enfermedad.
Policarpo. Golpeó,
i
el
rato estuvo en casa de
don
avaro en persona salió a recibirlo.
— Oh! mi señor Motiloni! intranquilidad, porque
En poco
esclamó Tragantilla disimulando su
nada de bueno esperaba cuando veia
al padi'e
Hipocreitía o al italiano.
— Seré breve, carta,
señor don Policarpo, dijo éste presentándole una
porque no quiero abusar de su bondad quitándole
el precio-
sísimo tiempo que Ud. dedica a sus laudables tareas. El reverán-
—
196
—
común amigo, prosiguió con voz almivarada, me ha
do, nuestro
entregado ayer esta esquelita para Ud.
Abrió don Policarpo aquel papel
lo leyó
i
temblando como un
reo que leyera su sentencia de muerte.
de unos setecientos —Aquí me habla padre, — Se equivoca Ud.; son ochocientos pesos que dijo,
el
los
me
debe,
i
los
pesos.
el
mismos que espero me pague Ud. con
reverendo
sus respecti-
vos intereses.
—¿Con sus
ademas? De veras que
intereses
parece querer burlarse de mil ¿Soi acaso nó: quiero
decir,
santo relijioso
el
su cajero para...? Pero
que esto es ya demasiado...
Eq
estos
últimos
meses ha llevado ya mas de dos mil pesos largos. ¿Qué hace
el
padre con tanta plata?
— Lo ignoro. Lo que que me debe. Ya sabe Ud. que quien debe paga. —Pero ¿debo yo algo a nadie? —Yo no nada. Repito que quien debe paga. El padre me debe Ud. protesta me ha dicho que Ud. me pagará... quiero no que proteste sino — Yo protesto que digo ¿de dónde sacaré yo tanto dinero como reza este papel? — Pues entonces, no pague Ud., santas pascuas, riendo. — Ud. contentarla con eso? —Pues no me he de contentar? Mi dinero gana un regular sé es
sé
Si
i
decir:
de...
que... lo
es
es...
dijo el italiano
i
I
se
inte-
rés;
i
al fin se
—
me da que se me me ha de pagar
tanto
.
Sí, se le
cubra hoi como mañana, porque como
.
ha de pagar...
es decir
que yo
se lo
he de pagar, por-
que esta es la verdad! esclamó furioso el avaro.
— Entonces, tanto mejor para mí: veo qne mi plata está en buenas manos
la dejo al
i
mismo
interés...
— dejarla sino arrancarme alma a pedazos, avaro con voz compuujida. —Ya digo que yo me avengo a todo: por mí no hai Eso no
es
el
dijo el
dificultad.
le
Ud. quiere seguir pagando intereses, no seré yo el que moleste a mi señor don Policarpo. Me voi por donde he venido, i tan amiSi
gos como antes, señor mió.
—Amigos! refunfuñó fuego, gringo —Ya ve Ud. que yo no
el avaro: si te
zaría el
to concluido.
viera freír en aceite, yo ati-
hereje! soi exijente.
Devuélvamela
carta,
i
asun-
-
—
197
—Pero dígame oomo fuera a padre debe una suma tan grande? que —Pues no he de hombre de Dios!
confesarse: ¿está
si
le
el
estarlo,
mismo
Üd. segUTO de
¿No ve Ud. que
él
lo confiesa bajo su firma?
—Es que su reverencia es capaz de confesar.
— Hasta a una refunfuñó —
las beatas,
ya
.
interrumpió Motiloni soltando
lo sé, le
carcajada. I se ríe,
el
avaro^ a quien se le hacia duro creer que
alguien pudiera estar alegre en aquel momento. ¡Habrá suerte la mia!
Yo junto
como
plata para que él se la coma!
—¿Se ha decidido Ud? —Estoi —A qué? —A entregarle a Ud. decidido.
En
la mitad...
este
momento no tengo en
caja...
^-PerOj hombre! ¿No le digo que Prefiero seguir
ganando intereses por
no he menester de ese
el
quiere,
todo.
no
me
dé nada?
Le aseguro que yo
dinero...
— ¡Seguir cobrando qne cobra Ud. por esta suma? —El uno medio: yo — uno medio! ¡Qué
intereses!...
Ya
entiendo. I ¿qué ínteres es el
soi cristiano.
i
¡El
si lo
herejía!
i
¿No sabe Ud. que
una cosa digna de reprobación? Pues yo sé que Ud. cobra el dos por
— —Pero, hombre!...
ciento,
mi
la
nsura es
señor don Poli-
carpo.
•^
—Fuera de los negocillos que hace por ahí de pescar un real por
cada peso a
los
pobres que vienen a pedirle sobre prendas...
—I eso ¿qué importa a Ud? esclamó don Policarpo... Cada cual gana vida como Dios ayuda. — Dígole eso para probarle que no un exceso del uno medio por —Pues yo sostengo que cosa inaudita; ese de —En don Policarpo, no hablemos mas, interrumpió Moti¿Me paga o me —Pues llévese Ud. ya que no quiere bajar en —Tanto mejor, porque después encontraré mas gorda, contestó colérico
le
la
le
el interés
es
ciento.
i
es interés
es
ju-
dio...
fin,
le
llevo la carta?
lón!.
la carta,
los inte-
reses.
la
el italiano
tomando
el papel.
— — Traiga Ud.
la carta
i
—
198
sígame, dijo entonces
el avaro,
haciendo
un esfuerzo! echando a andar seguido de don Pablo. Entraron a
la tienda de Tragantilla,
sacó el dinero de su caja, lo contó
—Ahí —Nada
Ud. su
tiene
mas justo,
después de leer
Dicho
esto,
-el
i
el
dijo flemá.ticamente
dinero
i
convulsiva
Voi a
el recibo...
recibo que habia hecho
tomó
mano
dijo:
Fírmeme
plata.
con
éste,
i
hacerlo.
firmando
italiano,
el
Tragan tilla.
salió diciendo:
—Adiós, amigo mió. ¡Vaya que trabajo grande que que suyo! ciban mal a uno cuando viene a cobrar entre dientes don Policarpo: a estos — ¡Lo que suyo! esto
es
es
lo
repitió
es
condenados
les
parece que es de ellos cuanto yo atesoro... Pero en
me pueda
cuanto
safar de su tutela, los
echo a mil diablos
voi de aquí... ¡Por nuestra Señora de Andacollo!
me
hacen pasar!... No, no señor; no
avaro
i
lo re-
dando dos vueltas a
la
es vida!
No es
i
me
vida la que
esclamaba sudando
llave de su caja:
«me
el
voi de San-
tiago!»
Mientras tanto Motiloni iba acariciando
el
talego debajo de su
capote de barragan. Al enfrentar a una tabern-a cercana a la plazuela, el
llamada
El bodegón
dueño, quien sin duda lo
cara llena de risa a recibirlo
Juan Diablo, entró i preguntó por esperaba, pues al momento salió con la de
i
lo llevó a su cuarto interior,
mientras
su digna esposa quedaba sirviendo a los parroquianos de que la taberna estaba llena.
Poco rato después,
se vio salir a Motiloni
el
saco debajo del capote.
al
oído;
Al despedirse
que parecía venir sin del tabernero, le dijo
«prométales que se les dará otro tanto
si el
negocio se
acierta.»
El otro no contestó mas que con maliciosamente.
cierta sonrisa
i
guiñando
el ojo
CAPITULO XXXIII LA MERIENDA POLÍTICA
«Chicos, apretad los ])nños,
Porque en cualquiera elección, Bl que la gana es un héroe, I el que la pierde un bribón.»
El Ermitaño. Sin duda que Juan Diablo era hombre de altas relaciones sociales,
pues
cuando entró
que no bien hubo salido allí
Motiloni
un caballero embozado hasta
del bodegón,
los ojos
en su ca-
pote.
—Amigo
voz baja ¿cómo vá la compra de vo-
Juan, dijo en
titos?
—A
las
mil maravillas, señor, respondió
ahora se ha puesto un poco matrera los
como quien caza el
la jente,
i
bodegonero, aunque es preciso
manguear-
perdices.
— Pues entonces, manguéelos Ud., pende
el
afianzamiento de la
i
cace votos, porque de ahí de-
reí ij ion,
la
honra de Dios
i
el
pro-
vecho...
—De
los nuestros...
bodegonero.
sí,
señor;
ya
se
me
ocurre, interrumpió el
—
200
—
quiero caballero —Nó, hombre, de provecho pero a Ud. que ya dinede —Ah! me ha ro —¿Cuántos votos — Creo que han de alcanzar a ochenta, pero he tenido que comdel capote:
replicó el
i
felicidad
la patria.
señor,
la patria:
Sí,
decir, el
le diré
el
concluido.
se
tiene?
mas de la mitad. Ud. mas dinero, dijo el
prar por aguardiente
— Aquí tiene
del capote, pasando a
Juan
Diablo un bolsillo que parecia pesado. A tiempo llega, respondió el bodegonero tomando prontamen
— bolsa, porque pienso armarles un guahl.,, —¿Cómo eso? —Ha de saber señor, que hai algunos que no largan
te la
es
mas que
a fuego, por
contra el gobierno,
i
se les predique. Otros
el
voto ni
tienen miedo de votar
no venden su voto por ninguna plata; pero
emborrachándolos, aflojan al momento.
Por
marles esta noche una merienda, en
que caerán como moscas,
porque te, que
la
esto,
he pensado ar-
punto convenienpepa. Casi todos son buena jente, es
se les dará de beber hasta ponerlos en el es
cuando
decir, abasteros
— Pero
i
aflojan la
recoveros...
es preciso hacerlo todo eso con orden.
— señor, con orden. — Que no haya pendencias. Si,
—Nada, nada de yo hombre Van a venir muchos merienda, tendremos también niñas caballeros a — sobre interrumpió encapotado, acuérdese üd. de que eso:
la
cantoras,
i
todo,
I
pacífico.
soi
i.
.
el
ya se le ha pagado su trabajo, fuera de lo que se le pagará después, Por consiguiente, todo el dinero que le dejó ayer Pedro José i el que yo le dejo ahora, es para que Ud. compre votos de una manera honrada... ya Ud. me entiende. Sí; comprendo, señor. Yo soi hombre que tengo relijion i te-
—
mor de
Dios;
i
sé
mui bien
lo
que es mió
i
lo
que es ajeno; no
lo
habiade decir yo... Creemos que Ud. es hombre de bien, interrumpió el del capote i por eso es que le hemos dado esta comisión de confianza. ^^ Muchas gracias, señor don Antonio. Por lo mismo, es menester que Ud. la cumpla cristiana i hon
— —
— radamente. —Eso mismo digo yo;
para mermarles
la
medida.
porque jgracias a Dios! no ¡Si
Ud. viera
soi
las largoims
un judio
que
les doi
— 201 — cuando
les
mido
el licor,
aguardiente o chicha!
sobre todo cuando ellos truecan el voto por
Ya
verá Ud. esta noche
si
viene a la meT-
rienda.
—Yo no puedo —Estará cargó que
el
venir, porque...
cuarto lleno de caballeros;
i
don Pedro José
do faltar esta noche a
la
— Ah! ese
pero no pue-
novena que estamos siguiendo
Dios de las Capuchinas, observó es otro cuento! pero
al
Niño
el otro.
yo decia...
mi dinero, dijo con firmeza el caballeTenga Ud. mucho cuidado con la policía, porque las
nó; basta que les dé
capote.
ro del
en-
le dijera...
— Dile a Pedro José que con mucho gusto vendría, — Nó,
me
jen tes del gobierno...
—Ya no se
sé
que
los vijilantes
serenos andan 0)0 al charqui; pero
i
mui
dé nada, porque yo los tengo
le
dándoles un par de tragos, se
da en esto que
tanteados;
les cierran los ojos.
es maravilla... I a pro]3Ósito
si
me
me
del vizco, este
en
ayu-
mucha-
relijion: así
es
diera permiso para untarle la mano...
— Puede Ud. — Muchas gracias,
gratificarlo con el dinero
la
sé que,
El vizco
cho trabaja del dia a la noche por la causa de la
que
i
señor, por
mi
que se
le
parte, dijo el
mas encantadora bonhomía; porque
si
Ud. no
ha dado. bodegonero con
me
diera licencia
para sacar plata de esta bolsa, yo tendría que pagarle al vizco
con
mi propio dinero; i no es caridad que un pobre como yo... Dele Ud. lo que crea justo. Por sujDuesto! Ni un cuartillo mas... aunque quiero al mucha-
— —
cho como
mi mujer:
si
mi propio
mira, Nicolasa.
— Bueno,
i
fuera
.
.
hijo;
i
muchas veces
le
he dicho a
.
que ahora importa es trabajar con actividad constancia, para que no gane las votaciones este gobierno de es2)ues: lo
tranjeros.
digo a todos: —Así go que — han de saber que que se los
si el
gobierno gana, vale
mas
ser grin-
chileno.
I
el
lo
el
Presidente Pinto quiere es llevar
Congreso diputados herejes para hacer leyes contra
la relijion
i
los sacerdotes.
— María José! esclamó Juan Diablo haciéndose cruces pecho. ¡Dios nos tenga de su mano! —Amen! respondió caballero del capote, retirándose. jJesus,
i
sobré^ el
el
El bodegonero acarició
el bolsillo
de dinero que tenia debajo del
— poncho;
i,
202
—
llamando a su mujer hacia un rincón del despacho,
se lo
entregó cautelosamente.
— Toma, Nicolasa,
•
le dijo
en voz Laja. Guarda esta platita junto
con la otra que te entregué antes de ayer.
—Vengan aguaceros
como
éste,
Juan Diablo, yéndose a guardar quedaba en
se
En
el
respondió la digna consorte de
mientras
la bolsa
el
mostrador despachando a algunos parroquianos.
seguida llamó a su amanuense para dejarlo en su lugar;
acompañado de la buena Nicolasa, todo merienda, que tan buena cosecha prometía.
se fué a preparar, rio
bodegonero
para la
—'Ya
i
él
lo necesa-
sean los pelucones o los liberales los que ganen, decia
Juan a su mujer,
lo
que a nosotros nos importa es vender todo
nuestro aguardiente.
—Así respondió dejar de trabajar ¿qué nos importa nosotros no ganamos? que ganen — Has hablado como un mujer; Dios me guarde muella,
es,
sin
ellos, si
libro,
i
chos años, porque no tienes un pelo de tonta.
te
Dime
¿te acordaste
de ponerle agua a la cuba del rincón?
—Encargarme a mí esas colasa. ¡Con decirte
de esa cuba, se
cosas! esc lamo riendo la injeniosa
que a la tercera vez que bauticé
me llegó
el
Ni-
aguardiente
a hacer escrúpulo!
26
CAPITULO XXXIV
DON CATALINO CAE EN LA TRAMPA-
«Aquí me las pagarás Todas juntas, basilisco, Pues yo te preguntaré Ahora, cuántas son cinco! te me has de Sin darte tu merecido Para que otra vez no seas Mal hablado i mal amigo!
Que esta vez no
ir,
(Corrido antiguo.) Motiloni se habia dirijido a su cuarto;
ve por dentro
i
i
entrando en
él,
echó
lla-
unos papeles que sacó del bolsia pesar de no haber parado en todo el
se sentó a leer
Aquel hombre de fierro, dia, parecía no estar fatigado. Después de haber leido varias cartas se quitó la peluca, dejando ver una i hecho algunas apuntaciones, venerable calva, i dando un suspiro que no es posible saber si era llo.
de satisfacción o de cansancio,
— ;No En se
se
ha perdido
el dia!
esto sintió que golpeaban la puerta de su cuarto,
puso apresuradamente su
mas
dijo:
fuerza,
i
Motiloni oyó la
i
entonces
Los golpes se repitieron con voz de Gacetilla que decia:
])eluca.
— — Soi yo, amigo mió, En
204
—
que vengo a saber de su salud: abra Ud!
aquel instante pasó por la mente del italiano una idea que
quiso sin duda poner en práctica;
i
levantándose de su asiento, abrió
la puerta.
¿Cómo
mi buen amigo?
Ud.,
está
¡Gracias a Dios que lo veo
fuera de peligro! esclamó don Cátalino.
una palabra volvió a cerrar
Motiloni, sin contestar
guardó
en su
la llave
la
puerta
i
bolsillo.
preguntó asustado Gacetilla. —¿Qué contestóle don Pablo con voz hueca. —Pronto va Ud. a sacando del cajón de mesa, una pistola agregó: —Voi a matarlo a Ud. ¡Este — ¡Socorro! gritó don Cátalino poniéndose de mil puerta con yo. hombre está interrumpió —No Ud. en balde, porque nadie significa esto?
saberlo,
I
la
colores
loco! ¡I la
llave,
.!
i
grite
le
oirá, le
pon Pablo gravemente.
— Desde
los sucesos de aquella noche,
asesino que
me
me
hirió,
venia
me he
convencido de que
mandado por Ud. Por
el
eso fué que Ud.
sujetó cuando yo queria venirme...
— Santo Dios! ¿puede — Tengo mil razones para
Ud. eso? creer que Ud. ha querido asesinar
creer
I
m
por otra mano.
— ¡Hombre!
no
si
soi
capaz de matar una mosca! esclamó don
Cátalino.
— Digo que por — ademas,
ajena mano.
dijo Gacetilla,
I
Me
Ud. es
• han dicho. un amigo a quien aprecio tanlo
to!... tanto!
— Se echa asesino
me
---Vaya!
de ver en
eso de
haberme abandonado cuando
el
hirió. si
no estuvo en mí, decia jimieiido don Cátalino...
huí sin saber lo que hacia, porque como
soi
así...
Yo
tan nervioso...
Es cosa que a veces me sucede... Pero le juro a Ud., que cuando lie gué a casa i me rehice, lo primero que pensé fué en el peligro en que Ud. quedó... Calle la boca! un hombre como Ud. a quien quiero como a las niñas de mis ojos!... ¡Presumir que yo haya tratado de atentar a sus dias.
— Pues
Al principio formé el proyecto de matarlo a Ud. como un perro; pero para que vea que soi hombre de honor, aquí tiene Ud. dos pistolas... Elija Ud.! estoi
en
lo
dicho...
— Diciendo
205
—
Motiloni sacó otra pistola del cajoQ,
esto,
i
presentó las
dos por la culata a Gacetilla.
— ¿para qué he de — Para que nos batamos, contestó sepulcralmente — ¡Pero yo hombre de paz! — ha de a muerte! —Pero quiero mucho a Ud. yo — Eso una mentira. Elija pronto ¿No sabe Ud. que prohibe —Válgame I
dijo éste.
elejir?
Motiloni...
soi
si
ser
,1
señor!
lo
si
o sino...
es
Dios.
Yo
la relijion
Ud. todas
estoi pronto a darle a
el
duelo?
que quiera,
las esplicaciones
amigo mió!
— Yaya pues No
pensado...
:
es
si
Ud. no quiere
batirse, voi a
matarlo como habia
culpa mia!...
Motiloni parecía estar furioso: Gacetilla temblando se arrojó a
sus pies;
i
al
cañón de
sentir lo frió del
la pistola sobre su frente,
esclamó;
—Don Pablo por
amor de Dios! no mate a un hombre en pe"En tus manos cado mortal! lluego prosiguió maquinalmente alma, mi espíritu, mi..." mi encomiendo señor, Motiloni hizo entonces como que reflexionaba, i alzando la'pistola, el
:
dijo
a
—
Gacetilla:
— Levántese, acaba de
ver.
amigo don Catalino, Se ha librado Ud. de una
dor; pero tenga entendido que
si
i i
no eche en olvido buena.
Ud
lo
que
mui habla-
es
pronuncia una sola palabra acer-
ca de lo ocurrido anoche...
— Oh!
pierda Ud.
cuidado,
le
interrumpió Gacetilla: antes ha-
blará un muerto que yo.
agregó don Pablo gravemente, — Ya que Ud. no preciso descubrirlo. será — Yo ayudaré, señor don Pablo. Yo trabajaré —El modo de ayudarme quedarse en asesino,
es el
lo
otro:
i
es
le
silencio...
es
por descubrirlo.
— ¡Dios quiera que consiga! —Pero Ud. habla hecha a perder mis planes, prometo dos son matarlo, como — Máteme veces hablo, — Con una vez me basta, contestó — a mí también, agregó don Catalino, volviendo a su natural lo
si
le
i
tres
diez
cinco.
i
dijo Gacetilla.
si
le
el otro.
I
buen humor. Pero ¿cómo puede Vd. haber creído que
s
yo...?
— No hablemos mas de pistolas sobre la
~
206
interrumpió
esto, le
el italiano
poniendo las
mesa.
—Bueno, pues, no
hablemos mas... Pero lo que yo estraño es... Me quedará callado... Sin embargo, no era regular que Ud. creyese que yo... Eso es: no hablemos mas... Es lo mejor; porque esto es para volverse loco... ¡Querer yo matarlo a Ud. mi buen amigo, mi!...
—Ya bre
le
he rogado que no quiero
oirlo
asunto, le interrumpió Motiloni
esfce
Calló Gacetilla, pero las palabras
La
hombre
tortura en que aquel
sobre lo que tanto le afectada, era
De
la muerte.
con voz áspera.
le
reventaban en
se hallaba
los labios.
por no poder hablar
mayor que
casi
como para
repente esclamó
hablar ni aun a solas so-
la del
distraerse a sí
temor de
mismo:
en punta de — habia olvidado noticia que —¿Que —La revolución que está fraguando, pues hombre! —No me importan esas yo no de haciendo un de disgusto. caso que —Pero cosa está hecha, según traia
la
I
la lengua!
la
noticia?
se
noticias,
este país, dijo
Mo-
jesto
tiloni
es
Han
soi
la
el
repartido plata que es
—
'Sí? I
a mi ¿qué
me
un
se dice...
horror!
importa eso?
—¿De veras? Dicen que han Yo no puedo — ¿qué cosas ha visto Ud.?
ciales
comprado tres batallones con oficreerlo; pero cuando uno ve las cosas...
todo.
i
I
—No
Esta mañana andaban en pandilla los soldados borrachos por esa calle de San Pablo, renegando del gobierno, porque dicen que no se les paga su sueldo... En la Cañadilla acaba de haber una pelotera de las de no te muevas.,, I ahoes
nada
lo del ojo!
ra acabo de ver por mis
Diablo" está esto,
i
sos...
llenito...
han
que
lo
Pero
si lo pillan,
Mientras
do en una
que el bodegón de ^'Juan Dicen que Juan Diablo anda metido en propios
visto repartir plata
yo no
le
Gacetilla hablaba silla
ojos,
de vaqueta,
i
dar de beber a los revolto-
arriendo las ganancias.
de este modo,
el
italiano senta-
con la cabeza echada sobre
el res-
medios cerrados, parecía no oírle. Cualquiera al verle en aquella abandonada posición, habría creído naturalmente que no tenia ningún ínteres en saber nada de lo que don Catalino
paldo
i
los ojos
Este proseguía su charla como para distraerse a sí mismo de la fuerte impresión que acababa de recibir, cuando fuó interrumpido por el italiano, quien dijo secamente: decía.
— —Ya
—
he dicho a Ud. que a mí nada
le
puesto que
207
soi
me
importa todo
eso,
estranjero,
—Yo don que üd. tenia interesen saber Catalino, dudando proseguiria su pesada chachara. —En circumstancias podria mui bien que me entretucreia
noticias,
dijo
si
otras
ser
viesen esas mentiras, replicó Motiloni levantándose de su asiento;
pero ahora
me
duele algo
mi herida
i
cama
quisiera echarme a la
algunas horas.
Dicho
esto, abrió la
la indirecta; lió
a la
entre
i
puerta del cuarto.
tomando su sombrero,
calle.
Como no
Don
Catalino entendió
se despidió del italiano
i
sa-
tenia con quien hablar, iba refunfuñando
dientes:
— Caramba! arrebatado! je,
De buena me he escapado hoi! ¡Qué italiano tan Casi me mata...! I tal vez me habria muerto este here-
sino fuera por
Ha sido
el
escapulario que llevo al cuello... Sí señor!...
un milagro patente! Soi tan devoto de mi señora del Car-
men! Diciendo
esto, apretó
contra su pecho una medalla de la antedi-
cha advocación de la Vírjen, que llevaba colgada con
el
—
al cuello
junto
escapulario.
I lo peor es, proseguía,
puede vengarse de ción bien
difícil...
que
si
digo alguna palabra, este diablo
Vaya! Estoi verdaderamente en una posi¡Tener que quedarme callado!... ¡Tener que tramí...
garme mis propias palabras!
XXXV
CAPITULO
EL BODEGÓN DE JUAN DIABLO
«No eras tú, libertad, la que rejias Pueblo tan cruel, en tan siniestras horas I Tú, de su suelo criminal huias. De sus luchas de muerte asoladoras; I él contaba sus crímenes por dias, Sus escenas de sangre aterradoras: I el pueblo era el verdugo de sí mismo I del error se hundía en el abismo.» (C.
Gacetilla había dicho
populacho de
móvil oculto
los
la
verdad
suburbios
diríjia la acción
al
aseverar
de Santiago
de la
W. Martínez.) a Motiloní que
estaba revuelto.
máquina popular, pues
el
Algún la efer-
vescencia que se notaba carecía del carácter de espontaneidad. Ban-
dadas de muchachos capitaneados por hombres de ruin aspecto se entretenían en recorrer
el
Tajamar
i
la caja del
Mapocho, gritando
de vez en cuando: '^¡Mueran los herejes!" "Viva la relijion!" Sepa-
rábanse
i
volvíanse a reunir los diversos grupos, ya para alentarse
con sus gritos descompuestos, ya para enviarse mutuamente granizadas de piedras.
A
veces parecían enemigos que se buscaban para
combatir; otras veces se asemejaban a partidarios que buscaban un
^ 209 — enemigo común. Nada faltaba en estos diversos grupos para hacerlos repugnantes hombres harapientos, muchachos medio desnudos mujeres sucias i desgreñadas. De vez en cuando se solian introi :
ducir 2^or his calles de la ciudad, ¡Dartidas de cinco o seis, formadas
de
los
mas
atrevidos. Casi todos llevaban dinero, porque
entraban
primer bodegón que encontraban i pedian aguardiente, ¿üe dónde habia salido ese dinero que aparecía como esparramado de repente en tales manos? Tal era la pregunta que muchos se hacian. al
Otros no se cuidaban de averiguar
taban con beber
el
de la plata,
el oríjen
i
se conten-
aguardiente con que los regalaban los
mas
afor-
tunados.
A medida
que
se iba
acercando la noche, se iba también aumen-
tando aquella especie de irrupción de bárbaros venidos de la Chimba. Las libaciones continuadas producian su efecto: oíase aquí, allá
i
mas
allá,
juramentos, vivas a la
relijion,
palabras obscenas
i
amenazadoras. Aquella feroz alegría, que tanto se parecia al sordo ruido que anuncia una tempestad, iba siendo mas i mas comunicativa.
De
los
grupos de
los
bebedores ambulantes, pasó a los mora-
dores de las calles que aquellos recorrían;
i
en muchas partes, los
vecinos prudentes creyeron que debian cerrar
i
atrancar bien sus
como vino la noche. Pero donde la ajitacion tomó un carácter serio, fué en la calle de San Pablo. El bodegón de Juan Diablo parecia ser el punto de
puertajS de calle, tan pronto
cita
de la multitud, según estaba lleno de jente alegre. El cuarto
del despacho se en€ontraba tan repleto, que le habría sido imposible a cualquiera abrirse paso hasta el mostrador. Pero lo
que mas
que Juan Diablo, tan poco complaciente de ordinario, lucia aquella noche una jenerosidad inusitada. Solo a uno que otro exijía de contado la paga del licor que consumía. La mayor parte bebía al fiado. ¿Cómo no habían de estar todos con-
admiraba a
todos, era
tentos? "¡Ño Diablo S3
ha vuelto
ta siempre a canonizar al que da,
santo!" gritaba la multitud, proni
sobre todo al
que da de beber.
El amanuense del bodegonero era un muchacho de catorce a quince años de edad, de mirada maligna, a quien llamaban el Vizco (por tener
un
ojo al través) de jenio
travieso e intenciones no
menos torcidas que la mirada del ojo malo. Era, como suele decirse, el alma del despacho; i con sus palabras maliciosas i sus truhanerías, tenia entretenidos a todos. No estaba sosegado un momento: iba i venia, ya diciéndole una chuscada a una mujer; ya trayendo i
llevando chismes entre dos que queria poner mal, a fin de tener
— el
—
210
gusto de verlos darse de puñadas; ya haciendo beber a uno
aguardiente con
ají;
ya dejando a otro de espaldas por quitarle
banquillo en que iba a sentarse,
por
lo cual
I las jentes reian
Juan Diablo decia rascándole
— Este vizquito En un
etc.
es
A
mui llamadero déjente.
este sancta, santoricm,
podian ser admitidos.
gozaban;
la cabeza:
cuarto contiguo al despacho se oia el
una chingana.
i
el
En
cuanto a
i
la vocería de
solamente los iniciados
la jente profana,
con oir de vez en cuando las tonadas a rabel cladas de risotadas, gritos
mido
i
contentábase
guitarra entremez-
aplausos estrepitosos.
i
Hundíase el bodegón de Juan Diablo al ruido de sa vocería, cuando un tumulto, que se dejó sentir en
la aguardieii to-
la calle,
llamó
la atención de los concurrentes.
—¿Qué eso? preguntó bodegonero. — Son unas cuchilladas, ño Juan, contestó uno apurando su vaso. Aquí en mi bodegón —Cuchilladas? Eso que no es
el
lo permito!...
si
se
bebe con orden... Voi a ver qué es Diciendo esto,
eso!
bodegonero se dispuso a
el
salir
con
el fin
de ave-
riguar la causa del ruido; pero no le fué posible conseguirlo, en
atención a encontrarse la puerta verdaderamente obstruida.
—
íío salga, ño Juan,
le
observó otro
de los menos
borrachos:
mire que creo que es Miguel Turra que esta tarde andaba con
alma atravesada,
—
i...
me importa
I ¿qué
a
mí que
rrumpió Juan, pugnando por
En
aquel
el
momento
se
sea Miguel o el demonio? le inte-
salir.
dejaron oir en la calle algunas voces
de
mujer:
— ¡Jesús María! —¡Ya mató! — ¡Se desgració pobrecito! en pecado mortal! — — ¡Que vayan a buscar a médica! primero!... —Nó, nina: confesión lo
el
¡Si estarla
la
la
A la
noticia de
es lo
muerte, cada cual quiso saber
lo
que pasaba.
manera que en poco rato la puerta del bodegón quedó espedí ta. Juan entonces pudo encaminarse a la calle; pero al salir de la puerta se encontró con Miguel Otros
mas
Turra que
—No
temerosos, se retiraron; por
le dijo:
salga,
ño Diablo... Déme un trago de aguardiente que ven-
go muerto de sed. 27
—
211
—Es preciso que vea quién —¿No digo que no nada?
es el
— que se atreve a desacreditar mi
casa...
es
le
no pudiendo llegar
Yo
mostrador por
al
tenia ganas de entrar; pero
apretado que
lo
estaba
pelotón de la puerta, le armé camorra a uno de los de afuera; cruzó; sacamos cuchillo
que
i
nos tiramos un
filifo,
el
me
con lo cual yo sabia
pelotón se liabia de deshacer. ¡No ha sido mas!
el
— —Pero no pegué mas que de porque no mal... —Vaya, Miguel, que siempre has de hacer de Pero...
plano,
le
era cosa for-
las tuyas, dijo
el
bodegonero. Aquí tienes un trago... Pero acuérdate de que es preciso beber con orden,
En
como
aquel momento, vio
cristianos de relijion que somos.
el
bodegonero que
vía a invadir su despacho. Envueltos en el
hombres trayendo a cuestas
el
grupo de jente grupo venian dos o el
voltres
cuerpo de un individuo que parecia
estar borracho o muerto.
—Aquí viene del asunto, Miguel con una sonrisa habías pegado de plano? —Pero ¿no decías que pregunbodegonero. Eso no debe —Así mas que atur didura.,. — bonita atur didura, interrumpió una mujer. Ya a hora pobrecito debe haber dado cuenta a Dios. Turra dando una Mujer —O ¿no ve Ud. que sangre de uno de enfermo. Está que venian cargando —Así dijo
el
feroz.
solo le
le
tó el
ser
fué...
la
le
Si!
presente, el
al diablo, dijo
feroz
narices?
solo es
tonta:
es, dijo
los
tan vivo como yo.
Una
carcajada
.
.
porque
carcajada...
al
me
acaba de morder un dedo.
acompañó a estas últimas palabras como
si
hubie-
sen sido graciosas.
—Pues, ciosamente —¿No
señor!
les
si
muerde, claro es que está vivo, observó senten-
otro.
he dicho, que aquí no hai otra cosa que curar sino
la
borrachera? interrumpió un tercero.
Así era la verdad examinando al enfermo, de que no tenia ninguna herida de peligro. :
En
cuanto a Miguel, confiado en
el
se convencieron todos
respeto que
el
vigor de su
brazo imponía, no se acordaba mas que de comer unas aceitunas
que
se le
había servido, bebiendo un vaso de chicha por cada una.
Pocos momentos después, llegó
médica
del barrio.
la
mujer del enfermo con
la
—
212
—
—¿Dónde mi marido? preguntó aquella sollozando. —Aquí Juana, dijeron algunos. — Pobrecito, mujer, siempre están pasando — No dé cuidado, ña Juanita, bodegonero. No cosa de — Gracias a mi Señora Carmen! —Esto no mas que médica elevado, gravemente está
está, fta
dijo la
estas cosas!
le
le dijo
le
es
el
peligro.
del
examinando
En
la
dijo
calor
es
enfermo.
al
seguida recetó lo siguiente:
''Lleven entre cuatro al pobrecito al rio: denle tres zabullidas en 'la corriente;
acuéstenlo después en su cama; arrópenlo bien
^'guenle el cuerpo hasta
que sude,
i
^'mago, Seis
i
cár-
verán bueno: métanle en la
una j^luma de ala de pavo negro para que
^'boca
i
se
desocupe
el estó-
santas pascuas."
u ocho homibres
a cumplir las prescrip-
oficiosos partieron
demás proseguian bebiendo con recomendaciones de Juan Diablo.
ciones de la Galena, mientras los el
mayor
orden, según las
— Dígame, ño Juan, esclamó Turra de repente, oyendo que daban en
el otro
los gritos
coarto: ¿quiénes son los que se están di virtien-
do allá adentro?
— Son unos — Ahora no hai
caballeros... caballeros...
Ya
se aca,baron los
caballerías, porque, gracias a Dios, todos
tiempos de las
somos iguales, observó uno
de los circunstantes.
— ¿no podría entrar? Yo quiero divertirme con cantoras, Tnrra. —Es imposible, hombre, respondió bodegonero. — ¿Por qué? —Porque tienen puerta atrancada por dentro. — ¿qué cuesta echar puerta abajo? — Hombre! eso no esclamó Juan Diablo alzando puños. Miguel acercándose — Con su permiso yo he de I
las
se
dijo
el
la
la
I
los
lo ..permito!
o nó,
entrar, dijo
a la puerta, al través de la cual se oia entre la vocería
de la guitarra
i
el
monótono acompañamiento
— ¡Cuidado conmigo, Miguel! esclamó dose.
Te he dicho que no
se
lo
rasguido
del rabel.
bodegonero interponién-
puede entrar...
— Pues no he de conocerte! Por empujando
el
el
mismo
Ya me
conoces!
voi a entrar, dijo
Turra
la puerta.
El bodegonero se
dirijió
hacia Miguel con ima tranca en laniano.
— La lucha
iba a principiar;
i
213
como
—
los dos atletas
eran bien conoci-
dos de todos, cada cual esperó el resultado con interés.
Miguel sacó su cuchillo
—Aquí
i
se
puso en guardia.
lo espero, ño Diablo, dijo.
Pero al tiempo de acometer a Turra, Juan Diablo fué distraído por varias voces que gritaron:
— ¡Aquí está
Ruco!
tio
— ¡Viva Ruco! Buena —Denle entrada. — Que pase a tomar un tio
la
vamos a pasar con
él!
dijeron varios.
tr agüito.
Juan Diablo i Miguel Turra eran bravos; pero se respetaban mutuamente: así fué que ambos agradecieron a la casualidad que les daba un pretesto para no atacarse. Ambos parecieron prestar atención a lo que oían el uno cerca de la puerta, pero sin pretender :
abrirla,
a dos pasos de distancia con su tranca en la
el otro
i
mano. Entre pues,
—
tio
Ruco, gritaban algunos desde adentro.
— ¿cómo entro puerta mas atacada que una voz cascada desde bala Abran cancha! —Tiene razón —Ábranse con mil —Ya —Ya ve .
I i
si
la
está
un cañón con
afuera.
todo, dijo
el tio!
diablos!
está!
luz!
se
— Pues allá
entrando
al
voi.
Yenga un
bodegón.
trago,
i
verán bueno! dijo
el tio
Ruco
CAPITULO XXXVI DE COMO PREDICABAN EL EVANJELIO ALGUNOS SACERDOTES DE AQUEL TIEMPO-
«A todos umversalmente ordenamos, bajo pena a nuestro arbitrio, a mas de las que dispone el derecho, que hagan ante Nos o ante nuestros convisitadores, la denuncia de los que por hecho o palabra sean sospechosos de herejía, escomulgados o que de alguna manera perviertan las costumbres; exhortando i rogando en el Señor a todo aquel que tuviese que comunicarnos cualquier asunto, se desnude de toda pasión, i mire en lo que hace doria de Dios.» únicamente a la b' (Pastoral de
Era el llamado i
tio E-uco
un
'21
viejito
de noviembre de 1853.)
•
pequeño de cuerpo, macilento,
de mirada brillante. Venia vestido de soldado,
i
decia pertenecer al
cuerpo de Inválidos. Captábase, con su viveza, la simpatía de todos. Tenia
una memoria sorprendente;
i
como ensartaba en sus
conversaciones trozos de sermones o de los discursos profanos que solía oír, todo el
atención,
i
mundo buscaba
su compañía, lo escuchaba con
en todas partes encontraba que comer
i
que beber gra-
— 215 — tuitamente. Era uua especie de industria que
cultivaba pa-
el viejo
ra vivir, o mejor dicho, para beber, que parecia ser
principal ob-
el
jeto de su existencia.
Hé
aquí por qué los circunstantes celebraron a una su llegada,
esperando pasar un rato entretenidos. Ruco! vociferaron algunos. — ¡Qué hable oido — He un sermón bonito como un el tio
diablo, dijo éste; pero na-
da puedo
decir,
porque tengo
la
boca seca.
—Vengan cuatro que yo que pago! un hombre acercándose con de de rompe mostrador. —Tío liuco no necesita pagar, bodegonero, poniendo vasos,
estos
i
soi el
dijo
el viejo al
raja,
dijo el
bre
so-
mostrador una bandejita de lata con cuatro vasos
el
Yizco. — Aquí está aguardiente, bebiendo. — chicha también, —A mí me gusta, prosiguió, beber por copas,
llenos.
dijo el
el
dijo el viejo
I
daño...
Una
copa de aguardiente para pasar
para que no haga
el frió, i
otra copa de
chicha para la calor...
En
seguida prosiguió:
— ¡Buena cosa de hombre Recoleta!
Venga ahora
santo
la chicha.
i
bueno
para refrescar...
capado nadita del sermón... Bien haya gar
la sed!...
El hombre
descomulgados... ¡Dios blo,
porque
me
le
me
sabio!
i
lo
pegó fuerte
libre!
i
es el cura de la
No
que Dios
se
cria
me ha
para apa-
feo a los herejes
Llene otra vez
es-
los vasos,
i
a los
ño Dia-
voi calentando ya!
—Pero después de
todo,
nada nos
dice tio
Ruco
del sermón, ob-
servó una mujer.
—¿Cómo quiere, mujer de Dios, que uno predique, parado? déjeme echar unos cuatro vasitos esclamó el viejo.
mas
bodegonero. —Aquí estáu vasos, — Pues ala buena de Dios, que grande! —Beba miedo, Ruco, decia entretanto
i
sin estar pre-
oirá
maravillas!
dijo el
los
es
sin
recia
tio
empeñado en embriagar cuanto antes
Este no se hacia de rogar; i
otros;
por manera que,
'prejyarado,
como
i
el
Vizco, que pa-
al viejo.
en pos de unos vasos, se bebia otros
en menos de diez minutos, ya estaba
él decia.
— ¡Al sermón! esclamaron mas impacientes. — pero que suba mostrador para que veamos todos, los
Sí;
tó
una mujer.
al
lo
gri-
— —Tienen razón,
216
—
dijo el vizco.,.yo subiré
con Ud. al pulpito,
tío
Ruco. Subieron ambos sobre
el
mostrador,
i
el viejo se
dispuso a pro-
nunciar su discurso, como de costumbre.
—Hermanos mios!
dijo el orador: los estranjcros tienen
minados estos reinos con sus herejías
que son
heréticas,
que amenaza tragarse estas Américas, que
conta-
dragón
el
se están llenando
de.
gringos como moscas!
muchas —Es —No interrumpan, pues! como — Los gringos cierto! dijeron
herejes,
men
voces.
moscas, todo
las
lo
pican
i
se lo co-
¿Qué nos quedará a nosotros, los buenos cristianos? El hueso pelado, porque ellos vienen a llevarnos la carne... Quiero decir, que la relijion está en peligro, porque vemos venir a estas culminantes playas tantos brutos no bautizados con el bautismo, que ..
nuestros padres, desde que... desdo que... quiero
es la
relijion de
decir,
desde que... no
—•Qué remoje
me acuerdo
la palabra!
ya
bien...
Dame
la chicha, Vizquito.
se le atasciS la lengua! gritaron al-
gunos.
El Vizco pasó
el
vaso
al orador, el cual
después de beber, prosi-
guió.
—
¿cómo habia de suceder de otro modo, cuando tenemos un gobierno que protejo a los herejes, que persigue a los sacerdotes i a los
I
buenos cristianos hijos de Dios?
— ¡Muera Gobierno! Viva — jLos tiempos acercan! prosiguió
la relijion!
el
se
mo
le
tiempos se acercan, hermanos mios!
porque se merendará a
El Gobierno i
el orador,
repitiendo tal co-
venia a la memoria las palabras del sermón que acababa de
oir ¡Los to,
esclamaron muchos.
los
i
Satanás hará su pla-
que hayan escuchado a
tiene la culpa de todo,
porque protejo a
descomulgado... El que hable con
el
los herejes...
los estranjeros
gobierno está escomul-
gado.
—Ave
María!
— Callen boca! — Por esta razón. la
nás hará su plato,
Dios nos
porque está
va dejando de su mano sólito... 1 así
como cayó
i
Sata-
el
fuego
de Dios sobre las ciudades de Sodoma, así lloverán las pestes sobre estos reinos contaminados con la herética i)onzoria de la herejía de los herejes
i
de los estranjeros intrusos, que vienen a estos reinos
a regalarse con lo mejor parado (pie tenemos!
—¿Qué
les
importa
a
ellos
—
217
que vivamos como se nos antoje? ¿Qué
les va, ni
qué
les vie-
ne en nuestras cosas a esos gringos entrometidos, que, sin mas acá ni mas allá, se nos dejan caer encima como langostas? I sin decir: aqiá me, entro, que llueve, se cuelan en este país de cristianos; i
lo trajinan
revuelven todo para hacer su plato como
i
liacen,
lo
llegando liasta hacerse gobierno, para cortaminarnos con la herejía de los gringos!
esclamó una voz. ¡Mueran — Muera gobierno de gringos! — Muera!!! respondieron El Jeneral Pinto — Eso que interrumpieron un derechas! a — Qué saben Udes. de cristiandades, badulaques! esclamó Miherejes!
el
los
otras.
cristiano
varios.
no!
sí
es
ias
guel Turra amenazando con
puño a
el
los
que habían hablado a
tío Ruco, i echemos un trago punto en que nos hemos de poner a llorar. I acompañando sus palabras cou la acción, el bandido tomó un vaso de aguardiente i lo bebió de un sorbo, mientras el orador pro-
favor de Pinto. Prosiga
el
sermón,
mientras llega el
seguía con nuevo ardor:
—Por eso
es
que cuando
descomulgados llegan a esta patria
los
de Chile, vienen muertos de hambre ballo de vijilante;
i
mas
flacos
pero en cuanto prueban
i
huesudos que ca-
de nuestros pastos,
quiero decir, en cuanto beben nuestro aguardiente
i
comen un par
de caldudas picantes, se vuelven irnos quirquinchos...
— bro;
I si no,
i si
interrumpió un matasiete, echándose
pobre,
—
I
i
el
año pasado mas
misma Chepa,
él,
me
acuer-
que quiltro de rancho
calles con su
agregó una mujer desgreñada, sino que hasta a la
su mujer, se le ha pegado
a lo gringo, que
me
da rabia verla
pañolón
i
su
fin,
prosiguió el
peineta alta,
relijion,
confesarse
i
casarse con
ya
seria
tío
Huco,
el
estranjerismo,
i
habla
hinchada que anda por esas
io
que es: que harto conocí a su madre, Lomas. santa
hom-
al
hoi dia se le ve que no cabe en el pellejo.
no solo
— En
flaco
poncho
que yo
no, dígalo el Mister Pita de la esquina,
do de que llegó aquí
el
la
si
como
Na
si
no supiéramos
lo
Nicolasa, locera de las
vinieran a aprender nuestra
otro cantar. Nosotros les enseñaríamos a
a ayunar la cuaresma. Pero en lugar de esto, vienen a
nuestras mujeres
para enseñarles la herejía
chiquillos herejes para el diablo. cristianos estamos obligados
De donde
i
criar
resulta que los buenos
a denunciar ante
el
señor cura de la
—
parroquia a todos los que hablan tiendo que nuestras hijas
—
218 i
hacen estas herejías; no permi-
casen con
se
estos
de Satanás, porque esto es emparentarse con
Bien claro
dijo el
lo
S'eñor
pasó,
i
porque tengo esto,
prosiguió en
— Los tiempos no!
no
porque
tomó el
la el
Lucifer.
el
vaso de aguardiente que
el
Vizco
le
último grado de exaltación alcohólica.
hermanos mios! ¡muera
el
gobier-
a estos malditos de Dios.
ensoberbecidos
que está haciendo este gobierno.
es caridad la
mismo
garganta como una yesca!
se acercan! Sí,
el tiene
el
sermón de hoi, que acabo de han de comer la tierra... I den-
cura en
escuchar con estas orejas que se
me otro trago, En diciendo
primos hermanos
Ya
Ya
la patria se
quedan los herejes que se llevarán patria i todo, dejándonos a los buenos cristianos con la boca abierta... ?I porqué? Esto está claro como el agua. El gobierno emplea a los herejes, en lugar de emplearnos a nosotros... Los cuerpos del ejército están acabó,
i
solo
mandados por estraujeros... ¿cómo no ha de cundir la irrelijion? A ellos se les paga sus sueldos, i a los soldados no se les da ni para beber un trago. ¡Los tiempos se acercan!
—Así
interrumpió una mujer. Hace
es;
mi marido no recibe ni un cuartillo. Ni el mió tampoco, gritaron muchas
mas
de medio año que
— — ¡Muera gobierno hereje caridad con pobres! — ¿Cómo querrán tener soldados no pagan? —Esa que compadre! — No pagan, prosiguió orador, porque no quieren defender el
i
otras.
sin
los
si
es
sí
irrelijion, el
porque quieren entregarnos a los estranjeros, porque... circunstancia imprevista cortó la palabra en la boca del
la
relijion,
Una
tio
Ruco. Es a saber, que, harto ya de licor, a cada vaso que se bebia, derramaba mas de la mitad del aguardiente sobre sus vestidos. Viendo esto el maligno Vizco, acercó la vela que estaba sobre el mostrador, dos de
a"
las piernas
alcoliol,
la camisa,
— ¡Qué
ardieron
del soldado, cuyos pantalones,
repentinamente,
mas impregnada aun que se arde el predicador!
Mientras tanto, Juan Diablo
apagar
al
subiendo
el
impregna-
fuego hasta
los pantalones.
muchas voces. muchos otros se empeñaban en
gritaron i
incendiado orador, lo cual consiguieron cubriéndolo pron-
tamente con algunos ponchos. El
tio
Rueo
se
nera que cuando
le
encontraba en quitaron
el
momento de
la crisis;
por nui-
las envolturas, estaba dormido.
28
— Bájesele del mostrador
La jarana
i
—
219
se le acostó
en un rincón del despaclio.
prosiguió conloantes, entremezclade de gritos;
— ¡Mueran — ¡Abajo — ¡Yiva
los herejes pipiólos!
gobierno de los estranjeros!
el
la relijion!
Esa misma noche, una escena bien
clérigo Cardoso, el cual se encontraba en el
^
con las personas de la entrevista a que
creitía
mismo
en aquel
me ha
ha
asistido
manifestándome
escrito, decia Cardoso,
venir esta noche. Aprueba
la imposibilidad de
me encarga
el lector
lugar.
— Su paternidad i
pasaba en casa del cuarto del padre Hipo
distinta
plan concertado?
el
poner en poder de Uds. la suma que prometió en-
tregar.
Diciendo esto Cardoso, puso sobre la mesa dos sacos con dinero.
—Este padre
es
una
alhaja, dijo
uno de
los asistentes.
Los demás quedaron callados. Cardoso prosiguió El padre me incluye una carta de Freiré.
—
—¿Carta del jeneral Freiré? —Es una carta supuesta que, según convendrá en momento —Ahí Ya nos habia hablado de —Es preciso valerse jeneral que él,
leer a la tropa
crítico.
el
eso!
del
influjo
el
tiene sobre los
soldados.
En
sino que
secundará la revolución. ¿Están Uds.? El padre los ab-
esta carta se hace decir a Freiré
que no
solo
aprueba
suelve de antemano, dijo sonriéndose Cardoso, porque esta es
mentira necesaria para
Después de en dos; diversas
oscura
i
i
esto,
llegados a calles.
fria,
i
el
Era el
los negros
una tempestad.
logro de nuestros fines.
los conjurados
la
una
Alameda 5
empezaron a a se internaron
de Junio de
1829.
retirarse de dos
en la ciudad por
— La
noche estaba
nubarrones de la atmósfera presajiaban
CAPITULO XXXVII
LA REVUELTA DE CUARTEL
«En
seguida se le distribuyó dinero a dándoles desde cuatro a diez pesos a cada uno, i se les alentó a la rebelión, prometiéndoles que serian auxiliados por poderosas fuerzas tenidas de Aconcagua, al mando del Jeneral Freiré; a cuyo fin se les leyó una carta fin j ida, en la que se tomaba el nombre de este ilustre los
soldados,
militar."
F.
Errazuriz.
—{Chile
bajo
el
imperio
de la GoiistiUicion
de 1828. Capitulo II.)
Las
seis
i
media de
la
mañana
siguiente serian, cuando
despertó a los golpes que daban en
la
Anselmo
puerta de su cuarto, que
caia a la calle.
— Quién
vive! gritó.
— Soi yo, mi capitán, contestaron de afuera. Le traigo una carta
de
mi mayor Amunátegui.
—
—221 se
El joven comprendió que era a Andrés a quien buscaban: apresuradamente i abrió la jDuerta. ¿Qaé liai? pregunto al soldado que se le presentó.
— —Revolución,
vistió-
contestó el veterano, cuadrándose. Oiga Ud. el
vocerío.
En
efecto, se
dejaba oir en diversos puntos,
confusas, troj)el de j entes que iban
venian,
i
i
ruido de voces
el
algunos
tiros,
de vez
en cuando.
No
quiso
el
joven preguntar mas al soldado,
carta en la mano, se fué al dormitorio de Andrés,
sino que, con la
tomando
las pre-
cauciones necesarias para no alarmar demasiado a Cecilia. Pero ya el
capitán habia despertado;
apresuradamente. Al
salir
i
oyendo
de su
el
tumulto, se habia vestido
cuarto, se encontró
con An-
selmo.
El mayor —Revuelta tenemos, tienes una carta suya. — Dámela, interrumpió Andrés. dijo éste.
te
manda
llamar.
Aquí
le
I
abriendo apresuradamente la carta, leyó
«Mi querido capitán:» "Los Coraceros acuartelados en San Pablo ^'do.
Urriola está a su cabeza.
'^de la
'^que
Me
'^Armas' con
el
han revoluciona-
dicen que su i)lan, es asegurarse
persona del ministro Rodriguez
hayan hecho hasta
se
esta hora.
Yo
cuerpo de mi mando.
i
de]
Presidente.
No
sé lo
estaré luego en la plaza de
Venga pronto a
reunirse con
"su Aftmí).
Amunategui."
— Siempre
el loco
de Urriola! esclamó Andrés.
.
.
¿Cuándo
deja-
rá de ser tronera?
Luego, dirijiéndose
— Dígale
al
El soldado
al soldado, le dijo:
mayor que luego
estaré en el cuartel.
partió.
La carta traia una posdata escrita con lápiz, que decia: "En este momento me dicen que el Jeneral Freiré apoya ^'volucion;
"verdad.
la re-
pero yo tengo mis motivos para creer que esto no es
De
todos modos, el cuerpo de
"mantenimiento del orden." Vale.
mi mando
estará por el
—
222
—
Anselmo. ¿Cómo que Jeneral —Eso no puede Freiré apoye un movimiento encabezado por Urriola? —Lo mismo digo contestó Andrés concluyendo de tú ¿qué piensas hacer? —Acompañarte, sencillamente joven. con — Pero tú capaz de hacerme abando—¿Crees que toda tu elocuencia nar mi deber? —No pretendo amigo mió, Andrés seriamente. Sin emcreer
ser, dijo
el
vestirse.
yo,
I
el
dijo
licencia.
estás
seria
dijo
eso,
bargo, agregó, no puedo negar que hablar.
Me
mi egoísmo
acordaba de que Cecilia quedaba
mos, amigo mió. La patria antes que todo. En seguida, después de haber despertado a i
tomado
sola, i...
hacia
Pero nó: va-
los criados
medidas de seguridad, aconsejadas por
las
me
era lo que
de la casa
prudencia
la
se dirijieron al cuartel de artillería, llevando sus espadas debajo de
sus capotes,
i
sendos pares de pistolas en la cintura.
que encontraron en las calles, supieron que la revuelta era mayor que lo que se hablan figurado; pues al batallón de Coraceros se le habia unido el de Inválidos.
Por
las jentes
Por todas partes iban
i
venían partidas de soldados guiadas por
paisanos, entre los cuales podia reconocerse a los ajitadores del dia
tro
Anselmo
Andrés hacían de aquellas partidas que podia
anterior.
i
lo posible
por evitar
serles fatal;
el
aunque
í
encuen-
al princi-
pio lo consiguieron, sucedióles al fin lo que tanto temían. Habien-
do llegado a la alameda, debían tomar hacía ría;
el
cuartel de artille-
pero en frente de la boca-calle de la del Estado, se encontraron
con una gran partida de soldados que marchaban como a discreción
i
entremezclados con jente de la última
la partida
un
paisano, que en el
momento
clase.
fué
Capitaneaba
reconocido
por
Andrés.
—Anselmo, a su amigo, mostrando ¿no hombre de antenoche? —El mismo, contestó joven. dijo éste
pitán,
al
improvisado ca-
es éste el
el
En
no era otro que Miguel Turra, quien, prevalido del ascendiente de que gozaba, no solo entre los paisanos efecto, el capitán
mismos, habia quitado el mando del piquete al sarjento que lo llevaba, poniendo a éste bajo sus órdenes. Con su vista de lince, conoció también a Andrés i a Anselmo; i haciendo alto, quiso tomarlos presos, con el fin de no perder la oportunidad de vengarse de ellos. sino entre los soldados
— — Estos son de
los enemigos! esclamó,
—A
dos: es preciso que no se escapen.
Sí! gritó
dirijiéndose a los solda-
ellos!
rodeó con su jente a los dos militares.
I diciendo esto,
—
—
223
toda la turba: que se den a preso los herejes!
Turra, por gozar cuanto antes de la satisfacción de su venganza
desenvainada; pero éstos
se dirijió hacia los jóvenes, ccn la catana
dieron al instante algunos pasos atrás,
El bandido, ciego de
i
desnudaron sus espadas.
cólera, se echó sobre
Andrés, quién, paran-
machetazo con los rollos de su capote, envuelto en el brazo izquierdo, hirió al bandido en el pecho. Mientras tanto, Anselmo se defendía valerosamente de cuatro o seis bayonetas i de otros tantos
do
el
garrotes que lo atacaban.
—Me has mó
herido, picaro; pero luego llevarás tu merecido, esela-
Turra, echando esj)uma por la boca.
Pero su mismo ardimiento
lo perdió,
pes sin curarse de parar los que se en la
muñeca
pues, procurando dar gol-
le dirijia, recibió
uno tan
recio
derecha, que le hizo soltar su arma.
— Bravo! gritó
la turba, al ver rodar
por
el
suelo la
catana del
bandido.
Con
de aquella jente.
que
lo
Andrés se habia captado gran parte del sufrajio El sarjento que no miraba bien a Turra, desde
esta acción,
habia suplantado como por fuerza, trató de valerse de esta
circunstancia, para quitarle el
mando;
inmediatamente
recojió
el
arma del suelo, i mandó parar a sus soldados. Obedecieron éstos, como por instinto, la voz que estaban acostumbrados a respetar. Entonces, Andrés se dirijió a los soldados. que soldados de —¿Es órdenes de un paisano? hasta ponerse a —No me ha sido posible posible, les dijo,
los
la patria se rebajen
las
evitarlo, señor, dijo
sarjento,
que había ya conocido
el
respetuosamente
el
carácter militar de los agre-
didos.
Esta muestra de deferencia de parte del sarjento,
ayudó a
reaccionar a los soldados.
— Oigan ustedes, prosiguió Andrés, señalando a Turra con un malvado, un asesino. dedo: ese hombre — I ustedes son unos malditos pipiólos! interrumpió Turra.
el
es
le
— ¡Mueran Abajo iba aumentando considerablemente. —Eso agregó Miguel. Matemos a los pipiólos!
se
es!
mos una buena
obra.
los herejes! gritó la turba,
estos dos pipiólos,
que ya
i
hare-
—
224
—
Los soldados habían rodeado al sárjenlo, i parecían dispuestos a obedecer sus órdenes antes que atacar a los dos 'oficíales: pero el número de la turba era muí considerable para que se pudiera contrariar sin peligro; tanto mas cuanto que el populacho parecía inclinado a creerle al bandido, que repetía sin cesar:
—Estos son de enemigos: — Ese hombre os engaña, los
los
conozco bien!
les gritó
El
los vuestros.
sí
que es vuestro enemigo, puesto que os aleja del
¿A dónde os dirijiaís? Turra a dar un malón a casa de un
punto en donde debéis
—Nos llevaba
Andrés. Nosotros somos de
estar...
rico,
contes-
tó uno.
—Porque habíamos errado
el
golpe en casa del ministro, agregó
otro.
—El ministro voló como pájaro, un —Esto porque hombre os quería separar de Andrés. ¿No queréis echar abajo gobierno? gritaron muchos. — — ¡Muera gobierno! queréis — Pues vamonos a plaza; se
tercero.
dijo
este
es
dijo
la plaza, les
al
Sil sí!
el
bien; si
mos a
la
esto,
allí
ayudare-
haya caído en manos de los revoYa veis que somos militares.
atacar al palacio que talvez
lucionarios...
Yo
os dirijiré...
Diciendo esto, Andrés mostraba su casaca.
—Estamos a sus órdenes, mí capitán, do
al
mismo tiempo a
dijo el sarjento,
ordenan-
sus soldados se formasen. Obedecieron éstos,
diciendo:
—Tiene razón nuestro — ¡A plaza! la
jefe:
vamonos a
la plaza.
al palacio! gritaron todos.
Andrés dio entonces la voz de mando; i acompañado de Anselmo, se puso a la cabeza de la compañía, seguida por la multitud. En cuanto a Turra, marchaba también entre la turba; pero ideando el modo cómo debía matar a Andrés o a Anselmo. -Cuando nos encontremos en medio de la refriega, veremos si se me escapan, dijo, apretando el mango de su puñal que el sarjento le habia entregado cuando vio que nada tenía que temer de él. Dirijíase la columna por la calle del Estado, i se iba engrosando mas i mas, a medida que se acercaba a la plaza. Andrés í Anselmo, sabían bien, que éste era el centro del motin, i lo que querían era llegar allí, ya que no les era posible alcanzar al cuartel. Los tiros que se dejaban oír, indicaban que la lucha se habia
—
— empeñado en
—
225
comunicaba nuevo ardor a los amotinados. Pero al llegar a la plazuela de San Agustín, fueron detenidos por un verdadero cuerpo de tropas que desembocaba en la calle del Estado. Era el batallón Núm. 7 al mando el
palacio de las Cajas;
del coronel Rondizzoni. Andrés,
columna, envió a decir a este jefe
sin lo
i
esto
desamparar
el
mando
de su
que pasaba. Rondizzoni enton-
ces dispuso que dos compañías barriesen con el populacho hacia la
Alameda
En
i
se dirijió
cuanto
el
con
el resto del
populacho vio que
batallón hacia la plaza. se
le
atacaba seriamente,
se
Alameda, desbandándose en diversas direcciones. Andrés, arengó entonces a los soldados amotinados escitándolos a reunirse a los defensores de la lei; i tanto los unos como los otros marcharon después formando -un solo cuerpo hacia la plaza.
retiró hacia la
Cuando llegaron
ya se habia trabado la refriega entre la.^ fuerzas de Rondizzoni poruña parte, i los Coraceros e Inválidos por la otra. Lo que éstos pretendían, era nada menos que tomarse en allí,
persona al vice-p residente Pinto; para lo cual, hablan dispuesto
menor éxito Tanto la guardia del palacio, al mando del capitán Jofré, como la de la cárcel, se pusieron sobre las armas: pero, muí inferiores en número al de sus enemigos, no tenían mas esperanzas que en el auxilio, que de un momento a otro, debía llegarles. Después de atacar
el palacio, lo
que pusieron en ejecución, sin
haber cambiado algunos
tiros
el
con los Inválidos, vieron entrar a la
plaza uno en pos de otro, dos destacamentos del batallón
que contestaron
al fuego
Núm.
7
de los sublevados. Pronto tuvieron éstos
que medirse con todo el grueso del batallón que los atacó con enerjía. Cuando Andrés i Anselmo entraron en la plaza, ya Rondizzoni habia hecho replegarse a los contrarios hacia el ángulo Noroeste, i pocos momentos después, empezaron los sublevados a batirse en retirada, con el fin de
sin ser
ganar su cuartel, hacía donde
grandemente perseguidos por
se
dirijieron
las tropas del gobierno.
CAPITULO XXXVIII DE COMO DON CATALINO,
I
SIN SABERLO, SE
ENCU ENTRA
COMPROMETIDO EN LA REVOLUCIÓN-
«Es
mili sensible (dice el pueblo celoso
i del verdadero mérito) ver i otros Ovejero al español que vinieron a hacer la guerra a Chile, cuando trataba por sacudir el yugo peninsular, figurando en primera línea, con buenas rentas; mientras que el teniente coronel don Santiago Blayer se halla en la miseria... Blayertan patriota... morirá desesperado; los Ovejeros i Garridos, acabarán su vida en la opu-
de
la justicia
lencia." (J.
Retirado
el
N. Alvares.
—DiaUo
politico
enemigo, volvió a restablecerse poco a poco
la
propiedad de los pacíficos
23.) el
órdea
mas allá, amemoradores. I como aquella
alterado en las calles por las turbas que aquí, allá
nazaban
num.
i
inconsiderada revuelta, estaba mui lejos de contar con las simpatías del pueblo, la alegría volvió a todos los semblantes,
una vez que
los
amotinados hubieron tocado retirada. Las puertas de
se
abrieron,
i
las calles se cubieron de jentes
las casas
hambrientas de no-
ticias.
29
227 Por otra parte, aquel dia era la víspera de las elecciones de diputados al Congreso; i lié aquí, la principal causa de la animación que se notaba por las calles. En aquellos tiempos, los partidos políticos
trabajaban con
pueblos nuevos, tanto
mayor que
grupos de
las calles
ardor de las ilusiones aun intactas de los
mas veliementes en
su inexperiencia de la vida
es
los
el
i
se
jente honrada
vagabundos
ociosos,
metían en sus guaridas, i
se
s i
sus aspiraciones, cuanto
ocial
i
política.
A
medida
malhechores evacuaban
aumentaba
de la
el tráfico
Los ajentes eleccionarios de los diversos podido trabajar en aquella mañana; i trataban tiempo perdido, corriendo sin descanso, a fin de
pacífica.
bandos, no habían
de recuperar
el
preparar a sus sufragantes para i
Los compradores
el dia siguiente.
vendedores de votos se buscaban, cambiándose calificaciones por
dinero contante o por promesas de dinero. Otros ofrecían su sufra-
cambio de
jio en
favor de tal
prometían votar en o cual partido, por quedar bien con un patrón poderoso servicios cerca del gobierno, o
de quien esperaban futuros beneficios. Habia, pues, de todo: compradores,vendedores, cambistas, convencedores, suplicantes,
amenazadores de fieaciones por
sos partidos la
algo a cuenta,
j)rofesion
í
hasta
no faltando quienes trocasen sus
;
cali,
un vaso de aguardiente; quienes vendiesen a diverpromesa de votar, recibiendo de cada uno de ellos i
quienes jurasen votar por la relíjion, a fin de la-
brarse méritos para
el cielo.
El Gobierno de Pinto, prescindiendo por completo de nejos, habia dejado a los partidos
Verdad
tales
ma-
en entera libertad para que tra-
aun los amigos del Presidente cometieron fraudes, que naturalmente debían comprometer al Gobierno mismo, bajo cuya sombra se co-
bajasen.
que
es
los partidos
bijaban: mas, para ser justos,
abusaron de
tal libertad,
que
es j)reciso decir
i
Ejecutivo no
el
m.anchó sus manos con ninguna operación fraudulenta, ni se valió de la autoridad para ejercer sobre los sufragantes, la menor presión.
El procedimiento de ganar elecciones a
la fuerza,
imponiendo
representantes contra la voluntad de los pueblos, fué descubierto practicado después, por liberales de herejes,
mismo el
piólos con el
rales
partido reaccionario, que tachaba a los
impíos e infractores de la
lei;
que se
defensor de las institucciones de la República,
verdadero autor
Don
el
i
causa de las guerras
nombre de
i
civiles,
i
tituló él
que, siendo
bautizó a los pi-
revoltosos.
Catalino Gacetilla era uno de los principales ajentes electo-
de los amigos del Gobierno; pues, como
el
parlanchín cono-
— mundo
cía a todo el
i
—
228
abordaba a
que no conocía, como
los
si
desde
no podia negarse que el noticiero de profesión, era uno de los hombres mas a propósito para aquel desvergonzado oficio. Don Pablo Motiloni, que trabajaba por la
muchos años
há, los conociera,
no podia atraerse a Gacetilla, conci-
oposición, convencido de que
bió el proyecto de neutralizarlo.
ministró
La revolución de aquel
como vá a verlo
el pretesto,
dia le su-
el lector.
Hallábase don Cataliuo convenciendo a
seis
u ocho ciudadanos
de los muchos que pululaban por la plaza.
— Según
no deben pensar en dar promotores de desórdenes, que en realidad, son los
estas razones, les decia: Udes.
su voto a los
verdaderos herejes: pues, por
mas que
rán probar que nuestro gobierno es
ellos digan,
nunca consegui-
Ahí
tienen Udes., al
irrelijioso.
Presidente Pinto, que ayuna la cuaresma, ra ni vijilia del año
padre de espíritu quien yo siguió
me
i
al
confieso.
se confiesa cada
mismo padre
no
se le
de la Recoleta Dominica, co-
Pero vengan para acá; entremos
don Catalino, llevando a sus catequizados
aquí la
escapa témpo-
mes. Precisamente tiene por
al
al Café, pro-
comedor,
murmuraba
ciéndoles servir diversos licores,miéntras
«he
i
i
han
entre dientes:
razón que los acabará de convencer.»
una concomedor por un
Mientras bebían alegremente, don Catalino creyó versación en la pieza vecina,
separada solo del
delgado tabique de tocuyo, empapelado;
i
oír
como no perdía oportuni-
dad de meterse en vidas ajenas, se puso a escuchar con los dos oídos, mientras que con la boca, dirijía palabras halagüeñas a. sn« convidados.
—Ya ven
una voz gruesa en la pieza vecina) ya ven como bambolea este fatal fíobierno. Las revoluciones lo tienen a mal traer, porque no cuenta con el voto de la Nación. I no puede ser de otro modo, amigos míos, pues un país católico como el nuestro, no puede estar contento con un gobierno herético que persigue a la relijion, quitándole sus rentas a los conventos, i que ha puesto ustedes
(decia
nuestro ejército a cargo
de
estranjeros.
¡Qué será de nosotros,
si
cunde esta plaga de gringos escomulgados! Sin duda, no esta
le
convenia a Gacetilla que sus convidados oyeran
conversación, porque
empezó a charlar con una voz tan
alta,
que apagó por completo la vecina conversación. Sí, amigos míos! les gritaba a los bebedores: brindemos por la
—
victoria de Pinto,
que ha fomentado
bleciendo escuelas en los campos,
la instrucción pública, esta-
dictando medidas oportunas en
—
229
—
favor de nuestro Instituto Nacional, creando la
abogados practicantes,
i
Academia para
los
haciendo porque los ciudadanos pobres
puedan educar sus hijos en el Instituto, sin necesidad de pagar; que ha comjDuesto caminos; que ha perseguido a los malhechores; que ha organizado la administración; que nos ha dado paz i prosperidad condas sabias leyes, ordenanzas su poderosa influencia; que no
i
reglamentos dictados bajo
ha desdeñado de
S"e
visitar personal-
mente nuestras cárceles i hospitales para mejorar su servicio: en una palabra (i para decirlo todo de una vez); que nos ha enseñado ]orácticamente las costumbres democráticas, gobernando liberalmente el país,
es
i
dotándolo de una sabia
como
si
Todos
los circunstantes
i
bien pensada Constitución, que
dijéramos, la coronación de tan bella obra.
aplaudieron
entusiasmados,
con estré-
apurando en seguida sus vasos.
pito,
—Bravo! bravo! mi querido esclamó un caballero entrando en comedor seguido de varius — Oh! mi elocuente Orjera! respondió don Catalino: tu aprobaGacetilla!
otros.
el
ción
me
que
se alzaron
da brios. Aquí tenéis, prosiguió, dirijiéndose a sus amigos, respetuosamente
al oír el
popular nombre de Orje-
ra; aquí tenéis a nuestro querido tribuno
que os dirá
mismo
lo
que yo.
—Yo
repito, dijo Orjera, todo
cuanto Catalino ha dicho,
agre-
i
go: ¿Serán capaces de hacer otro tanto los señores pelucones,
que
en puridad de verdad, no son mas que godos disfrazados de patriotas? Ellos aspiran a tomar las riendas del poder, no para proseguir la santa obra de los autores de nuestra independencia,
donos de los
vicios,
costumbres
i
para oponerse a la marcha pacífica del país por i
emancipán-
malas prácticas monárquicas; sino la vía democrática^
hacernos retroceder a los tiempos del coloniaje. Lo que os digo^
mas
mas
ardoroso, no tiene
nada de
antojadizo: os digo la verdad, deducida lójicamente de los
mismos
hechos que vosotros estáis palpando. Mirad hacia
i
prosiguió Orjera, con acento
i
el
pasado
veréis
quiénes son los enemigos del gobierno liberal. Ahí tenéis a Franco, Borriga, Arabaño, Gizana
i
mil otros antiguos servidores del poder
español contra la República. ¿Esperáis, no digo que amen, sino que
comprendan
mas
la libertad, esos miserables liberticidas
persiguieron a sangre
patriotas? ¿Quién podrá
i
que ayer no
mas esclarecidos Hipocreitías amen las insti-
fuego a nuestros
creer que los
tuciones republicanas, cuando todavía resuenan en nuestros oidos BUS prédicas a favor del santo rei de España,
i
sus escomuniones
—
230
~
lanzadas contra los malditos insurj entes? I ¿contra quiénes hablan estos señores godos, aliñados a la republicana? Freiré, Lastra; contra los cliilenos,
to,
Hablan contra Pin-
que han derramado su san-
gre en cien batallas, para que nosotros podamos decir con orgullo
de ciudadanos libres: ¡tenemos una patria!
Los aplausos apagaron se habia llenado de jente,
la poderosa i
voz del orador. El comedor
todos tenian sus ojos
buno, a quien hablan hecho subir sobre la mesa. ta que
comunicaba con
el cuartito
fijos
sobre el tri-
De pié, en
la puer-
en donde Gacetilla habia escu-
chado la antedicha conversación, se veia un hombre que, por debajo de las anchas alas de su sombrero, lanzaba sobre Orjera miradas
Era Motiloni. I ¿hemos de poner en manos de sus antiguos verdugos, prosiguió el tribuno, esta patria que tantos sacrificios ha costado a nueschispeantes.
—
tros héroes? Estos nos la dieron
con sus esfuerzos: a nosotros nos
toca defenderla...
— ¡Estos pipiólos son mui tabique. ¡Siempre
orijinales!
declamando contra
¿Quién pensará en arrebatarles su
esclamó una voz detras del
las
visiones de su fantasía!
¡patria?
Mientras algunos circunstantes enfurecidos entraban en
para castigar la osadía del interruptor, Gacetilla
to vecino
—Ese hombre ha dicho una verdad mas grande que Cal i canto, porque es mui positivo que i
el
cuar-
dijo:
el
puente de
los señores godos,
pelucones
apeluconados, no piensan en quitarnos la patria. ¿Para que quie-
ren patria
No
es,
ellos,
que han sabido pasar tan bien su vida de esclavos?
pues, la patria el objeto de sus aspiraciones: son los destinos
públicos
i
las rentas.
Aplausos Gacetilla, al
i
carcajadas estrepitosas, respondieron al discurso de
mismo tiempo que
volvían los que habian entrado al
cuarto vecino, diciendo que el atrevido interruptor se les habia
escapado por otra puerta.
—
I para
que veáis que lo que acaba de de(iros el señor Gacetilla es la verdad (prosiguió Orjera), voi a haceros una observación. Estos patriotas de nuevo cuño no tienen vergüenza de hablar a
nombre de un
han ayudado a asesinar. Son los lobos hambrientos que quieren quitar del medio a los pastores para comerse después todo el rebaño. Han elejido por jefe, nó a un patriota de esclarecidos hechos, sino a don Diego Portales, cuya hoja de servicios está en blanco. Esto prueba la ninguna estimación que les debe la patria, i el desden con (pie miran a sus leales país que ellos
—231 Nada
servidores.
lia heclio
—
Portales en beneficio de Chile; la lucha
de nuestra independencia no ha podido despertar su patriotismo;
primera vez que
i
ve aparecer en nuestra vida pública, es para soplar la guerra civil que aun no conocíamos los chilenos.
la
se le
Ai! de nuestras republicanas instituciones, fratricida lucha
que su egoismo
i
si
ellos
vencen en esta
su rabia contra la libertad están
preparando sordamentel ¡Rios de sangre chilena regarán nuestros campos, i veremos caer por tierra nuestras mas queridas institu-
Tendremos una monarquía con
ciones!
vez de
dirij irnos
el principal
por la vía del progreso,
para toda
útil,
contra
el espíritu
este espíritu es el al fin los ojos, ellos,
nombre de
república.
i
todo pensamiento que pugne
lei liberal, pi^i'^
monárquico. I no puede ser de otro modo, porque que domina a nuestros enemigos. El país abrirá
querrá reconquistar
lo
que
ellos le
habrán quitado;
en posesión del poder, abusarán de la fuerza
i
rán haciendo la guerra ala Nación; perseguirán a sangre los
En
gobierno será siempre
el
inconveniente para toda mejora social, para toda inno-
vación
pero
el
buenos patriotas; harán leyes
es]3eciales
para tener
jaque; leyes acomodaticias, que ellos interpretarán
gobernai
fuego a
al país
en
siempre a su
favor; leyes contrarias a la libertad; leyes traidoras que les servi-
rán de pretesto para ejercer sus venganzas contra indefensos.
Ah!
los
ciudadanos
señores! Si ellos llegasen a dominar, no
habría
acto que no cometiesen por mantenerse en el poder; elevarían el fraude, el dolo no; cas.
i
el
i
la mentira, al
espionaje
i
rango de elementos de buen gobier-
la delación serian
Ser opositor, llegaría a ser
el
premiados como virtudes
mayor de
los crímenes; así
cívi-
como
no habría cualidad mas recomendable, que la de gobiernista. Porque la aspiración de esos malvados es la de posesionarse del país para gobernarlo por ellos i para ellos. I sin embargo de no haber hecho nada en servicio de la patria, no dudéis que se decretarían la corona cívica,
i
pondrían sobre su jefe la corona de
birían historias, dando a Portales el Chile,
i
quién sabe
si
nombre de
laurel; escri-
jenio protector de
elevarían estatuas con los dineros del Estado!
I mientras tanto, ¿que seria de los héroes de nuestra independen-
¿Qué de los honorables ciudadanos que. han defendido valerosa i noblemente las ideas democráticas? Unos serian estrañados del país; otros morirían en lejanos destierros; otros tendrían que
cia?
vivir ocultos,
sufriendo en
silencio las desgracias de su patria;
otros en fin, serian vejados, ultrajados
i
asesinados en
nombre
i
del
orden público. Las sentencias serian firmadas por los Francos^ los
Arábanos,
Aldeanos,
los Dorrigas, los
sentenciados
el
9Q0
-
-
etc.,
anatema de enemigos de
haciendo caer sobre los
la patria
i
perturbadores
del orden público, que estos malditos godos merecen!
—Por vos
i
digo:
ser
he dicho yo siempre, apuntó Gacetilla, entre
esto
palmoteos que
de Orjera produjo, por esta razón
el discurso
política, es preciso vencer a todo trance
que en
un hombre de
los bra-
para llegar a
bien.
Orjera fué llevado en triunfo hasta la plaza por los entusiasma-
dos oyentes; don Catalino lanzaba vivas desaforadamente, su sombrero en
el aire,
cuando
ropa. Volvióse prontamente,
sintió
i
que alguien
i
ajitaba
lo sujetaba
de la
vio a don Pablo Motiloni, quien
le
dijo:
— Oiga üd. don —Aquí me tiene Ud., contestó Catalino.
El italiano
éste prontamente.
a Gacetilla,
se acercó
i
le dijo
misteriosamente al
oido:
—Acuérdese, amigo, del encargo que tengo hecho, de no hablar asunto que ya usted sobre —Ya, ya comprendo, amigo mió. En boca cerrada no entran moscas. — Porque una palabra de su guardar — No Ud. nada que encargarme. Yo también un secreto como cualquier Motiloni. Adiosl —Está le
sabe.
el
boca...
si sale
tiene
sé
otro.
bien, dijo
Al tiempo de dar
la
mano
a don Catalino, el italiano le puso (sin
un paquetito de papeles dentro de la cartera del chaquetón. Cualquiera que hubiera visto esta operación habría admirado la lijereza de manos de don Pablo. Hecho esto, se que
el otro lo advirtiera)
retiró a largos pasos, dejando a Gacetilla
parado en la vereda, como
esperando algún transeúnte con quien hablar sobre los acontecimientos del
dia.
Don Pablo
se diríjió por la calle de las Monjitas,
como buscando
alguna cosa; luego torció hacia su derecha por la de San Antonio, hasta que, en la calle de los Huérfanos, encontró una patrulla
encargada de mantener
el
orden.
Al momento
se dirijió al jefe
dijo:
—Voi a hacerle a Ud. un denuncio, señor mió. —Hable Ud., contestó —¿Conoce Ud. a don Catalino Gacetilla? — Lo conozco de el jefe.
oídas.
i
le
-
—Es tados;
233
—
hombre pequeño, rechoncho, de aladares negros recorque anda con un chaquetón plomo i una gorra de paño coloc iin
chocolate.
acabo de ver en Estaba en medio de un — hablando como un predicador. —Es mismo entonces, Motiloni. de hombre — ¿qué adminisuno de enemigos de de —Es uno — Por eso hablaba tanto hombre! Yoi a — Hará Ud. bien. Creo que anda repartiendo proclamas... Le doi a Ud. gracias por —Proclamas! Eso cosa Pero como podría comprometerme —No hai de qué, supiera que El no —No tenga Ud. cuidado alguno, interrumpió corro,
la plaza.
Allí lo
dijo
el
clase
I
es ese?
los ajitadores;
la
los
tración.
Sí?
atraparlo.
el
es
las
seria...
el aviso.
señor.
sí él
yo...
el militar.
le
sabrá nada. Voi a darle caza.
Diciendo esto, se
dirijió
el jefe
con su patrulla a la plaza, en
donde encontró a Gacetilla hablando por boca tro de
un
En
corrillo.
i
narices en el cen-
seguida, dejando su patrulla junto a los
encaminó con un soldado hacia el grupo, i preguntó: ¿Es alguno de ustedes la persona de don Catalino Gacetilla? Aquí lo tiene Ud., dijo éste. ¿En qué puede serle útil su ser-
baratillos, se
— — vidor? — Por ahora, en que me acompañe a — para qué? preso. — Tengo orden de —¿A mí? esclamó temblando don Catalino... Yo creo que está Ud. equivocado... otro ¿Piensa —No tengo costumbre de equivocarme, Ud. hacer Pero yo quisiera —Ni remotamente, —No perdamos tiempo; marche Ud... — Pero, ¿qué crimen he cometido parece poco andar exaltando ánimos —¿Qué crimen? con discursos subversivos? hombre mas — Pero, mundo! — luego repartir proclamas que me ahorquen, ya demasiado! Si eso —Oh! solo
la cárcel...
¿I
llevarlo
replicó el
resistencia.^
señor...
saber...
el
para...
los
I ¿le
pacífico del
señor... ¡Si soi el
incendiarias!...
I
esto
es así,
es
esclamó fuera de
sí
Gacetilla.
En
lo
de hablar, seré franco, señor:
— quién sabe
si
—
234
he dicho algo que pueda ofender los oidos... Pero en
eso de las proclamas, le juro a Ud. que yo estoi tan inocente
como
San Juan Bautista. Veamos, dijo el otro, haciendo una seña al soldado. Entregue Ud, todo lo que tenga en los bolsillos! El soldado se acercó a don Catalino, quien temblando, empezó a sacar su pañuelo, su tabaquera, el mechero i demás utensilios de fumar. Entre los objetos que encontró en sus bolsillos, habia un pequeño paquete de papelillos impresos, que sin saber él mismo lo
—
que
entrego
era,
al jefe
de la patrulla.
sacando una de las hojas, la abrió ^'¡A las ''El
i
Tomó
i
República..."
rije la
sí:
esos
yo,
lo
se reían
paquete,
leyó en voz alta:
—Jesús María! esclamó Gacetilla fuera de malditos papeles estaban en que ¿cómo —Eso sabrá Ud. mejor que contestó demás
el
armas, ciudadanos!...
infame gobierno que es
éste
dígame Ud. señor:
inis bolsillos?
el otro,
mientras los
de la pregunta de don Catalino. Por ahora, no ten-
go necesidad de saber mas... Vamos a la cárcel. Viendo don Catalino, que pretender probar su inocencia, era tiempo perdido, se resignó a su suerte, i despidiéndose de las personas con quienes estaba hablando antes, se dirijió con la cabeza
gacha a
la cárcel.
— ¿Cómo habrán venido a mi
bolsillo esos papeles? se decía entre
dientes. Parece cosa de encanto...
Pero eso
me
pasa por novedoso,,, ¿Por qué, en vez de levantarme tan temprano para venir a ver lo
que pasaba, no me quedaría en mi cama?... en vez de que ahora... con una causa criminal en cima!... I en los tiempos que corren!... Oh! fatalidad! Esto me acontece por entrometido! Diciendo
esto, Gacetilla entró
fierro se cerró tras
de
él.
a la cárcel,
i
la
pesada reja de
CAPITULO XXXIX ¿EN QUÉ SE
EMPLEABA EL DINERO DON POLICARPO?
pelucones de haber sido los encubiertos promotores de aquella revuelta para la cual habían dado los fondos.»
«Atacaban a su vez a
F. Errazuriz.
—{Chile
los
hajo elimpprio de la Constitución
de 1828. Capitulo II.)
Aunque rechazados
enemigos del orden i de la lei, no se daban aun por vencidos; i metidos en su cuartel de San Pablo, desafiaban desde allí el poder del gobierno. Sin embargo, este motín,
el
como todos
que anteriormente hablan ajitado gobierno de Pinto. Nacida de las malas pasiones i fomentada con dinero de los enemigos de la república, sin encontrar eco en el
parecia tan estéril al
los
corazón del pueblo,
i
los
habiendo frasacado desde su principio, esta
re-
vuelta debia tener un fin próximo. Pero a pesar de su falta de éxito los sublevados celebraban,
bebiendo a discreción en su cuartel, con-
vertido en cindadela, la derrota que acababan de sufrir.
Mientras tanto, un consejo de guerra, compuesto de los jefes princijDales,
reunido en
el
palacio presidencial, discutía sobre las
medidas mas acertadas para apagar
la sublevación.
Estaba visto
—
23G
—
que ésta no pasaba de ser un motín de cuartel, en el cual, el pueblo no parecía querer tomar parte. Los habitantes de Santiago permanecían tranquilos sin corresponder al llamamiento de los pelucones.
A pesar
de esto, no faltaban ajitadores, que
trataban de introducir entre las
mados contra
el odio,
de que estaban ani-
gobierno.
el
de la ciudad permanecía tranquilo, no sucedía lo
Si el centro
mismo con
j entes,
en las conversaciones
los suburbios.
Pandillas de vagos entremezclados con
soldados, recorrían los barrios del paente, la plaza del Basural
Tajamar hasta los vecinos
la
i
el
cancha de gallos, introduciendo la alarma entre
de estos barrios, quienes, con sus puertas atrancadas, ape-
nas se atrevían a asomarse a ver
lo
que pasaba en
la calle.
Enton-
de policía de seguridad, como estaba la ciudad de Santia-
ces, falta
cada cual tenia que cuidar de sí mismo. Bien se echará de ver, que siendo el cuartel de San Pablo, el foco de la revuelta, no estaría la calle aquella en el mayor orden. De allí era de donde se veía salir la mayor parte de las pandillas, que, haciendo escala en cada bodegón que encontraban al paso, se ocupaban en gritar aquí, allá i mas allá: «¡Mueran los herejes»! go,
— — «¡Abajo
el
gobierno de estranjeros!»
El bodegón de Juan Diablo estaba lleno déjente. Allí entraban i salían individuos de diversas cataduras; unos a sacrificar al dios Baco, i otros que parecían dispuestos a entregarse a Marte, según era el
aspecto belicoso que presentaban.
Ambos
dioses tenían allí
Ruco;
sus dignos representantes;
el
guerra, en Miguel Turra.
Esto no es decir que las demás deidades
de las vendimias, en
tío
i
el
de la
del Olimpo, dejaran de tener sus devotos en aquella reunión multiforme,
en donde se veía de relieve todas las bajas pasiones, con
una franqueza verdaderamente
— Maldita
suerte,
mitolójica.
esclamaba Turra dando un puñetazo sobro
el
mostrador: no haber tenido tiempo de merendarine a uno de los pipíolítosl...
Son
ellos, los
conozco bien...
— Tome un amigo; murria... Ahogúela en aguardiente, que —Pero otra andaré mas trago,
vez,
le dijo tío Ilu(.'o,
menos su
falta,
le
pase la
es santo remedio.
despierto, refunfuñaba el bandido,
quien se creía infeliz por no haber tenido sangre de un hombre.
Aunque Juan Diablo no
para que se
estaba en
el
el
placer de derramar la
despacho, nadie echaba de
pues su digno amanuense,
el Vizco, servia
a los pa-
— 237 — rroquianos del
entonces
el
modo mas
bodegonero? Si
bondad de seguirnos, .
cariñoso del mundo. ¿Dónde se hallaba el curioso lector
quiere saberlo, tenga la
marche con cuidado por entre la multitud de grupos de vagos, borrachos^ mal entretenidos, soldados, muchachos i mujeres que van i vienen, i se cruzan en diversos direci
secio.
Dando
que el lector conocer se encontraba un cuartito redondo, de mezquina apariencia, po, cnjíi puerta entreabierta entraban i sallan hombres de diversas vuelta la esquina de la Casa
vieja,
condiciones. Dentro de aquel cuarto, estaba
en distribuir dinero todo plata
el i
i
algunas armas
al
el
bodegonero ocupado
Como
populacho.
mnndo, Juan sabía muí bien entre quiénes debia tercerolas
los sables, pistolas,
i
fusiles viejos
conocía a
repartir la
que había re~
cibido del cuartel.
Cada individuo
promesa de que se le daría después el doble, sí se obtenía la victoria. Al mismo tiempo les indicaba el buen Juan, que se encaminasen a su bodegón, en donde encontrarían aguar diente, mejor que en ninguna otra parte encargándoles (eso sí) que bebiesen con orden, pues no quería que recibía algo adelantado, con la
su establecimiento se desacredítase.
Cuando
Juan cerró la puerta i la atrancó bien, dejado solo entreabierta una tronera que la puerta tenía, por donde entraba un rayo de luz al miserable cuarto. Entonces salió de un rincón un hombre que allí estaba oculto detras de una puerta vieja afirmada en la pared. Era se concluyó de distribuir el
Motiloni: estaba pálido,
i
armamento
í
el dinero,
su mirada brillaba siniestramente en la
oscuridad.
amigo mió, — Se ha portado Ud. gustan entes de corazón. hombres —Es que conozco uvas de mi majuelo,
dijo al bodegonero.
bien,
los
intelij
Me
i
las
le
contestó Juan.
Cada
uno de estos cree que va a hacer su fortuna en cuanto venzamos. He dado el dinero solo a jente diQ pelo en pecho. Muí bien: ahora es preciso que sepamos lo que piensa el ene-
— migo. —Nada mas co,
fácil.
Yo me
que es un zorro para
Diciendo
esto, salió el
voí al bodegón,
i
de
allí
enviaré al Yiz-
las noticias.
bodegonero,
i
se fué en derechura a su des-
pacho.
La
calle estaba ajitadisima:
rrían de boca en boca
i
se
las noticias falsas o verdaderas, co-
cruzaban en todas direcciones; infun-
— 238 — diendo
mas
el
miedo en unos,
la
alarma en
otros,
i
el
entusiasmo en los
exaltados.
Los encontrados pareceres, enjendraban aquí, allá i mas allá mil disputas que concluian jeneralmente en puñetazos o cachilladas. Unos creian que los Coraceros debian hacer otra salida; otros pensaban que lo mejor era permanecer dentro del cuartel, esperando que
La puerta
el
gobierno enviara a hacerles propuestas de convenio.
del cuartel estaba esteriormente rodeada de
j entes
ham-
brientas de desorden, que no pudiendo penetrar dentro, se con-
tentaban al menos con escuchar desde afuera
el
ruido de la bacanal
de los soldados.
Habíase colocado arriba de la torre de la iglesia un piquete de fusileros, que, al mismo tiempo que sirviera de vijía para observar los
movimientos del enemigo, pudiera valerse de aquella ventajosa
posición, en caso necesario. Entre los soldados del cuartel
las
jen-
tes de afuera, así
ata-
laya de la torre,
como entre éstos i los que se hallaban en la se cambiaban voces de intelijencia, como para
ani-
i
marse mutuamente. Rodeaban el cuartel, i desembocaban a cada rato en la plazuela partidas de campesinos montados en briosos caballos. Muchos de ellos parecían dispuestos a tomar parte en el motín: otros no eran sino simples curiosos que venían a ver la rovolucion, como irían a presenciar una carrera de caballos. Estos recorrían las calles con esa
impavidez característica del guaso chileno, a quien nada le intimida cuando se ve montado en un caballo brioso, atento i de buena
una sublevación o repueblo como un espectáculo intere-
rienda. Por otra parte, en aquellos tiempos,
vuelta eran miradas por sante.
el
i
CAPITULO XL LA COSA SE ENCRESPA «Ah!
lio es la muerte en la feroz contienda convicción La de la verdad grandiosa Un cadáver tampoco es digna ofrenda
En tus
altares, libertad gloriosa!
Para encontrar
la verdadera senda, razón es la antorcha luminosa; Las armas, la palabra, la conciencia, I el himno de victoria, la clemencia.»
La
G. Matta.
Mas
de una hora liahia trascurrido desde que Juan Diablo
se
separó de Motiloni, cuando aquel llegó de nuevo al cuarto eu donde éste le esperaba.
—¿Qué hai de nuevo? preguntó —La
cosa se encrespa, contestó
ha dicho chacho
el italiano.
el
Vizco, a quien
()yó decir
el
bodegonero, según lo que
mandé aguaitar
lo
que
jjasaba.
me
El mu-
a unos caballeros que los del gobierno estaban
resueltos a atacar el cuartel.
—I...?
—La plaza está — Bueno! murmuró
llena de jen te:
sus secuaces;
i
si él
el
han llevado
italiano: si
artillería
i
todo...
vencemos, peor para Pinto
i
vence, haciendo uso de sus cañones, peor tam-
— para
bien
—
239
porque estas victorias producen
é\,
siempre dsecon-
tentos.
Luego agregó en voz
alta:
—Dígame ahora: ¿ha hablado Ud. con algunos campesinos de a — Por supuesto! Hai hombres capaces de Les
caballo?
resueltos
he repartido dinero,
i
prometídoles
el
todo.
i
doble para después.
Ya
le
los tengo afiladitos como una navaja
buena jente, i Ud. supiera la clase de hombres que Miguel Turra tiene a sus órdenes! Son de los de cascara amarga; i yo creo que esta vez han de hacer de rayas.., Pero es preciso que vaya a cerrar mi bodegón, porque si es cierto lo que el Vizco me dijo, no tardarán digo; yo conozco
de barba.
en venir;
Dicho
¡Si
i
en estos casos,
estOj iba
a
salir
el
que pestañea, pierde.
Juan, para
pensamiento; pero Motiloni
le dijo: voi
la
a poner por obra su acertado
detuvo:
lo
—Espere un momento, a Urriola. —Escriba carta que yo
ir
a escribir unas cuantas letras
se la enviaré a
don Pedro, contestó
Juan. Motiloni escribió con lápiz en un pedazo de papel: '^Hoi 6 de junio de 1829.
don Pedro:
'^Mi
—El gobierno
tiene miedo: lo sé de
buena tinta. Háble-
"No
hai que desmayar! Nosotros trabajaremos por fuera.
í^les
a los soldados a nombre de la relijion
'^Señor;
"está
sobre todo, no escasee
i
el
i
—
ministros del
de los
aguardiente, porque
el
tiempo
frió.
^'Un amigo de la patkia."
—Es preciso entregar esquela en mano propia, doblando papel, dándoselo a Juan. — Descuide Ud., contestó Tengo hombres que
dijo
la
el
i
éste.
yo
les
que
calle estaba llena
i
metió entre la multitud.
la efervescencia habia llegado a su colmo.
— ¡Caramba! decia uno de el
liarán lo
mande.
I saliendo del cuarto, se
La
Motiloni,
poncho
al
los de la partida de
Turra, echándose
hombro: ¿qué harán estos soldados metidos entre cua-
tro paredes?
— Es
cierto,
compadre; así no se hace una revolución. ¿Cómo
querrán desde aquí echar abajo
al gobierno?
— —Yo qué no
-
un
tercero.
¿Por
se presenta, pues?
la boca,^
compadre
;
¡si
las revoluciones
de ahora no son
las de otros tiempos!
-Ya yo
mui
—
creo que el gobierno tiene miedo, decia
— Calle como
241
tibio.
estoi aburrido de tanto esperar,
Me
voi para
mi
agregaba
¡qué cristianos
creia
o
Esto está
casa.
— yo también: tan cobardes pos! —Yaya! yo que nos íbamos a cuatro —Aguarden! Aguarden! de hacen —Ya vienen! — Qué han de —¿No sienten ruido de tambores? ^-Es a Dios que nos vamos a ver — ¿Por dónde vienen? — Por del Puente. — Prepárense —Pocas palabras moño. ¿Entienden? —No hai que a I
otro.
de estos tiem-
los
divertir! pero...
apenas tres
tiros!
los
la torre
señas! gritó uno.
venir!
los
el
cierto: ¡gracias
las caras!
la calle
hijitos! i
al
recularle
los herejes!
Estas o parecidas eran las palabras que se cruzaban por entre la multitud, cuando vieron desfilar a lo
La
lejos las tropas del gobier-
empezó a despejarse; las puertas se cerraron apresuradamente, i una gran parte de curiosos tomó las de Yilladiego.
no.
calle
Sin embargo, las boca-calles permanecieron obstruidas de jente de a pié
i
de a caballo.
Las fuerzas del gobierno eran mandadas por el coronel don Francisco Elizalde; i se componían del batallón Núm. 7, a las órdenes de Pondizzoni; un escuadrón de caballería, mandado por el teniente coronel don Guillermo Tupper; i tres cañones de artillería a las órdenes del mayor Amunátegui. Uno de estos cañones, estaba al mando de Andrés, quien no había tenido lugar de contar a su jefe lo que le habia sucedido en la mañana cuando se dirijía al cuartel. En cuanto a Anselmo, iba sirviendo de ayudante a Elizalde. ¿Qué objeto tenia este lujo de fuerzas para atacar a un cuerpo de tropas inferiores en número, desmoralizadas por el desorden, sin una cabeza capaz de dirijirlas con éxito, medio vencidas i metidas en un cuartel, en donde la resistencia era una locura mayor que el
mismo levantamiento? El objeto era palpable:
se quería
probar con
el
número a
los
— amotinados la imposibilidad de
—
242
a fin de obligarlos a ren-
resistir,
dirse sin combatir.
El jeneral Pinto, animado de constituian
los sentimientos
queria evitar a todo trance la
fondo de su carácter,
el
efusión de sangre. Presidiendo el (anterior cual
el
dos,
el
habia decidido
se
el
vice-presidente Pinto
contra
conciliación
que opinaban por
el
el
humanitarios que
de guerra, en
consejo
ataque al cuartel de los amotina-
habia manifestado sus deseos de
parecer de algunos miembros
del consejo,
castigo de los culpables. Esta era la segun-
da vez que el cuerpo de Coraceros se sublevaba, i era preciso tratarlos ejemplarmente, a fin de introducir en el ejército la disciplina, que el mal ejemplo de continuos motines militares menoscababa de dia en dia. A esto contestaba el vice-presidente que en los soldados sublevados, debia verse mas bien hombres mal aconsejados, que verdaderos enemigos de la patria; i que tratándose de enemigos que eran nuestros compatriotas, debia el gobierno hacer ]3or convertirlos en amigos, por medio de la clemencia
i
la
jenerosidad, antes que vencerlos
por la fuerza de
las armas.
Habiendo prevalecido atacar al
cuartel sino
en
tales ideas
el
consejo,
se
dispuso no
después de haber agotado los medios que la
dignidad del gobierno aconsejaba emplear, para volver a los amoti-
nados a la senda del deber. Mientras tanto las tropas formadas en la plaza, esperaban a sus jefes
para ponerse en marcha contra los rebeldes.
—Amigo
mió, dijo
Elizalde, encargado de le
el
despidiéndose del coronel
jeneral Pinto,
mandar
el
ataque:
ha tocado a Ud. cumplir por esta
mui
triste es el
deber que
vez.
— Es verdad, señor, contestó Elizalde. Cuesta trabajo decidirse mandar hacer fuego contra nuestras
—
I
los
mismos soldados que han peleado en
filas.
tanto mas, agregó
Tupper, terciando en la conversación,
i
tanto mas, señor jeneral, cuanto que, castigando a los amotinados
quedará siempre impune
el
crimen.
Pinto miró a Tupper como preguntándole
de aque-
el significado
llas palabras.
— los
Sí, señor,
prosiguió éste con noble franqueza.
promotores de motin, es
entre las pobres jentes que
—Es un hecho,
decir,
vamos
los
No
creo
que
verdaderos culpables, estén
a atacar.
dijo Elizalde: este motin,
como
otros
mnchoS; no 31
— mas que
es
el efecto
243
—
de las instigaciones peluconas. Aquí anda el
dinero de los reacionarios enemigos de la República.
En de los da,
momento salian los tres de la sala del consejo, seguidos demás jefes. Don Francisco Ruiz Tagle, Ministro de hacien-
aquel
que esperaba
al
vice-presidente en el corredor, oyó las últimas
un modo particular. Por esto he dicho, repitió Tupper (mirando alten] ativamen te a Tagle i a Elizalde), por esto he dicho: que no es dentro del cuartel donde deben buscarse los enemigos del orden. Esta vez la mirada del Ministro fué escudriñadora, como si hupalabras de Elizalde
i
miró a
éste de
—
biese querido adivinar el verdadero significado de aquellas espresiones. al
En
seguida, sin hablar
vice-presidente
lian a
i
una palabra, llamó hacia a un lado
quedó hablando con
tomar sus puestos.
él,
mientras los jefes sa.
1
CAPITULO XLI
MOTILONI CREE QUE, VENCEDOR O VENCIDO, EL GOBIERNO
PERDERÁ TERRENO-
.
«Recorred nuestra historia contemporái veréis que casi todos esos desórdenes han sido orijinados por la ambición de los caudillos; por sus rivalidades entre sí, por el empeño de los unos en conservar nea,
como si fuera su patrimonio, i ])or impaciencia de otros en atraparlo, como si fuera una propiedad que se les hubiera arrebatado.» el
poder,
la
M.
Como hacia
Ti.
Amunatrcmti.
—{Tniroduccíon
a
hi
Dictadura de O' Higíjíns.)'
a las dos de la tarde se dirijieron las tropas del gv)l)ierno
el cuartel
de los amotinados. Seguíalas una multitud del
populacho, que casi sin darse cuenta de lo que pasaba, observaba todos
aquellos
movimientos, no viendo en
motivos de un placer tumultuoso je.
i
esperanzas de robo
Mientras la tropa desfilaba por
artillería
a vanguardia
i
la
calle
del
8*0
i
de pilla-
Puente,
la caballería a retaguardia,
pañías a las órdenes del capitán Pozo,
cosa que
ellos otra
dirijian
tres
con la
com-
por la callo
—
245
de la Catedral hacia la de Teatinos.
— De este modo
tomar La mar-
se lograba
enemigo entre dos fuegos, en caso de seria resistencia. cha de la tropa iba deshaciendo las pandillas de jentes que encontraba a su paso. Algunos entraban apresuradamente a sus casas; otros se desbandaban en diversas direcciones; i otros iban a reunirse a la plazuela de San Pablo, centro de los amotinados. al
Llegados a la plaza del Basural, Elizalde mandó alzar una bandera blanca veredas,
ban en
i
dividiendo la infantería en dos alas, apoyadas en las
marchó hacia
amotinados. Las calles que desemboca-
los
la plazuela, estaban obstruidas por jentes de a pié
ballo, dispuestas en confusos pelotones
i
de a ca-
entremezclados de soldados
i
armados. Cuando estos distinguieron la bandera blanca, saludaron
con una rechifla este signo de paz. Se
les
habia dicho que
el
gobier-
no tenia miedo, i veian conñrmarse esta alentadora circunstancia. Motiloni que lo observaba todo detras de la esquina de la casa vieja, dijo a los que le rodeaban: Ya os lo habia dicho, amigos mios. El gobierno tiene miedo»
— que quiere Esa bandera blanca esclamó un guaso, que montado — ¡No hai capítulo con revolvía a derecha izquierda. en un buen —Los hemos de hacer cara a fuerza de balafria, contessignifica
capitular.
los herejes!
caballo,
e
volver
taron otros armándose de piedras (arma arrojadiza que tan bien sabia manejar el pueblo de Santiago).
En
esto vieron que venia hacia ellos
un
oficial
seguido de un sol-
dado ambos de a caballo. Era Anselmo, ayudante de Elizalde, que venia encargado de rogar,
mas
bien que de proponer, la [rendición a
los rebeldes, a quienes el jefe les
prometía impetrar del gobierno su
perdón.
—¿Quién aquel que adelanta? —¿Qué esperan para acercarse? es
se
—¿A qué vendrá — ¡Los pipiólos quieren hacer propuestas! el oficialito?
•
— Que vayan a —¡No hai propuestas que valgan! —Es que tienen miedo! compadre. — Se conoce de a leguas! se
al infierno
hacerlas!
Tales eran las palabras que se cruzaban entre los grupos de los sublevados.
Mientras tanto, varios soldados de éstos se empeñaban en mantener vivo el odio contra el enemigo.
— 240
-~
Juan Diablo, que era de los que mas hablaba, dijo: Saben ¿en qué estaba pensando? Diga, ño Diablo. En que recibiéramos al pipiolito con una buena nubada de
— — — — Tan luego como oyó
pie-
dras.
que estaba a su lado, tomó una piedra, la puso en su honda de cuero i la lanzó hacia Anselmo. El ejempo fué seguido por veinticinco o treinta mas, i otras tantas piedras pasaron zumbando sobre los grupos que estaban mas adelante.
esto el Vizco,
Anselmo que venia a como cuadra
i
media de
distancia,
puso
un pañuelo blanco en la punta de su espada, para indicar a la turba que era un emisario de paz. Pero apenas se acercó unos pasos mas, cuando vio que varios soldados las
ventanas de la
torre.
En
el
apuntaban con sus
le
mismo momento
fusiles desde
sintió silbar dos ba-
las junto a su cabeza.
— Mi capitán!
acompañaba, me parece prudente volver. Estos condenados nos van a cazar como si fuéramos tórtolas. Dejóse oir una segunda descarga; i luego siguió la rechifla de la le dijo el
soldado que
turba, que entre risotadas, silbos
— ¡Qué pájaros tan duros para — ¡Bala sobre fria
le
gritos decia:
i
caer!
ellos!
Anselmo creyó prudente
volver; pero cuando torcía con prontitud
la rienda, vio que venia hacia él a todo correr, ballo.
Apenas tuvo tiempo de prepararse para
da de su enemigo, quien
al
mismo tiempo que
un hombre de a
ca-
recibir la recia. topale dio el
encontrón, le
lanzó una puñalada diciéndole:
— Toma, pipiólo del
diablo.
Esta vez no
te escaparás
de la catana
de Miguel Turra.
El joven, herido en
el
brazo izquierdo, se defendía de los repe-
tidos golpes del bandido, a quien al
mismo
tiempo, atacó
el solda-
do por la espalda. Pronto se desprendieron de la turba varios otros
compañeros de Turra,
i
luego un
])iquete
de caballería corrió.
auxiliar a los emisarios, quienes se defendían en retirada. Esto fué
que libró a Anselmo de una muerte segura, pues los fusileros de la torre no se atrevían a seguir tirando por no herir a los su^^os. lo
Cuando Miguel i sus compañeros se vieron atacados por fuerzas mas respetables, huyeron a escape por la primera boca-calle que encontraron.
Anselmo
i
el
soldado se habían salvado, pero la herida del
])ri-
— por
mero, parecía grave,
247
—
recibió orden de retirarse a
lo cual
ima
casa inmediata para atender a su curación.
Este acontecimiento produjo la mayor indignación, sino
para prepamr a los soldados
apuntado su cañón a bió la orden, salió el
dos de sus
los de la torre,
tiro.
Un
fusiles.
una
i
la
al ataque.
ventana de
la
tcrre,
Ya Andrés
habia
en cuanto
reci-
i
Dos soldados cayeron
abraza-
al suelo
segundo cañonazo rompió uno de
lluvia de escombros cayó
no sirvió
i
los
ángu-
sobre la cabeza de
Mientras tanto, Rondizzoni marchaba con su ba-
los amotinados.
tallón de frente;
i
Pozo recibía en
la calle
de Teatinos la orden de
atacar por el flanco derecho al enemigo, que replegado en la plaza, se vio entonces entre dos fuegos.
En menos
de quince minutos,
cido entre sus
Los
ya
la
confusión se habia introdu-
desordenadas por la indisciplina
filas,
i
falta de jefes.
fuegos de la torre se hablan apagado: las descargas de las
com-
pañías de Pozo, hablan hecho huir a la multitud de guasos que cubrían la boca-calle de Teatinos;
gunos
i
el ¡populacho,
perseguido por
soldados de caballería, se batía en retirada con su
rita, la piedra. Pronto se vio que no
arma
quedaban mas que
los
al-
favo-
Invá-
lidos cubriendo la puerta del cuartel, mientras los Coraceros salían 23or la
puerta del norte. Entonces Rondizzoni mandando cargar a la infantería enemiga,
la bayoneta, arrolló
mientras la caballería
pasaba apresuradamente el río i huía a todo escape. Un cuarto de hora después, todo estaba concluido,
i
solo se veía
recorrer las calles algunas patrullas de caballería, persiguiendo a los que, favorecidos por el desorden, pretendían introducirse en al-
gunas casas para robar. I Motiloni ¿qué era de él?
peligro en estar fuera, rable cuartejo,
i
allí
se
el
hecho
cuanto conoció que había algún
metió como una rata dentro del mise-
estuvo oyendo
—Vencidos o vencedores facción)
En
es
que
(decía
la
el
ruido de la refriega.
sobándose las manos con
revuelta desprestijia al gobierno. Si
castiga a sus enemigos, se crea animosidades los alienta para jes!
que
se le
satis-
echen encima. Allá
i si
no
los castiga,
lo veredes, dijo
Agrá-
CAPITULO XLII
AMOR
I
RESIGNACIÓN.
«Solo Dios sabe el valor de esos mnrmullos del alma que suben de la tierra al cielo. Solo El puede apreciar el sacrificio del labio que bendice, cuando pudiera execrar.»
M. Vakgas.
Al
muí de mañana,
— (Adiós a
la vida.)
don Cándido hablaba con dona Trinidad i su hija en casa de don Marcelino, mientras éste se hallaba de visita en la posada de don Meliton. Te he mandado llamar, amiga mia, decia doña Trinidad, para otro día
la esposa de
— pedirte consejo sobre que debo hacer. —Estoi dispuesta a contestó doña trata? —Anselmo está herido, interrumpió Lucinda lo
Estrella.
servirte,
ciente,
¿De qué
se
con voz balbu-
mientras un vivo encarnado reemplazaba la palidez de su
bello semblante.
—¿Herido? esclamó doña Estrella; pobre joven! ¿Acavsoen — en medio de una puñalada,
el
mo
tin...?
^Ayer,
la refriega,
recibió
con
~ testó
Lucinda dolorosamente,
—
249
corazón
el
i
me
diee
que la herida es
grave.
Doña Trinidad miró a su una mano de doña Estrella^
hija con singular ternura,
i
apretando
le dijo al oido:
— ¡Pobre niña!
—
Luego agregó en voz alta: Aunque hemos tenido malas noticias, como se abulta tanto lo que se cuenta, puede ser que la herida no sea grave.
— De todos modos, interrumpió doña —Esa fué mi intención en cuanto supe la
Estrella, es preciso cer-
ciorarse...
Marcelino...
Es preciso que
la desgracia;
diga, hijita,
te lo
pero don
agregó la señora
me
ha prohibido que preste a An-
doña
Estrella, con su natural exal-
bajando la voz: don Marcelino
selmo ninguna clase de socorro.
—Viejo
estúpido! esclamó
tación.
— Mi
querida madrina
¡es
mi
padre! le interrumpió
Lucinda,
acercándose cariñosamente a doña Estrella, a quien daba a veces el título
de madrina, solo por ser la esposa de su padrino, don
Cándido.
Mientras tanto
,los ojos
de la pobre niña, preñados de lágrimas,
miraban a su interlocutora como diciéndole
lo
que no
se atrevia a
espresar con sus labios:
— ¡No hable Ud. de mi padre! — Perdóname, contestó doña Estrella: son arranques de mi — ¡Qué perdone a Ud. porque nos ama! — amo tanto mas, cuanto que comprendo su desgracia! Resasí
hijita, le
jenio.
la
¡I
las
peto los
sentimientos de la hija
se subleva a vista de la injusticia
de la esposa; pero mi sangre
i
i
de la crueldad. ¿Qué derecho
tiene don Marcelino para prohibir a su mujer que muestre interés
por un pariente...?
— Que me ha recomendado por su propia madre, agregó doña Trinidad. — tan bueno, tan noble valiente que agregó Lucinda con candido atrevimiento. — resuelta a obedecer a tu marido? preguntó doña Esmirando fijamente a doña Trinidad. —Mi confesor me ha mandado, contestó bajando sido
I
i
es,
I ¿estás
trella,
lo
-
— Pero
el
ésta,
los ojos.
confesor no podia prever esta circunstancia, interrum-
—
—250
Su mandato habrá sido en jeneral. Yo estoi segura de ello. Una herida por pequeña que sea, puede ser peligrosa si no se la cura bien: mi mamita es intelijente en remedios de todas clases. ¿No le parece, que su deber es atender personalmente a la salud de pió Lucinda.
su recomendado?
—Tienes razón, contestó doña Trinidad; pero tu padre... que perdonará cuantanto a mi —Ah! yo do interrumpió pobre niña abrazando a su madre. — Oh! ¡qué duro encontrarse entre sus afecciones su concienmurmuró doña Trinidad. — La conciencia manda obedecer nobles impulsos de sanlloraré
le
la
tatita,
lo sepa, le
la
es
i
cia!
la
los
gre
i
de la humanidad, observó doña Estrella.
Luego agregó mas
—No
tranquila:
sé si te digo esto,
Yo no
opresión.
porque mi sangre se revela contra toda
podria sufrir
que mi marido
el
me
tratase de esta
suerte.
Doña Trinidad no
dando un suspiro tan tierno i lastimoso que hizo prorrumpir en llanto a Lucinda. Habia tanto dolor, i al mismo tiempo tanta resignación en aquel quejido de una contestó, sino
mas
alma, constantemente contrariada en sus
tiernas afecciones,
que doña Estrella se quedó mirando de hito en hito a la pobre madre. Lucinda misma, adivinando en su corazón
el
oculto
tor-
mento, se avergonzó de su propio llanto ante la sagrada tribula-
madre i abrazándola Mamita! míreme Ud; estoi
ción de su
—
no habrá
la dijo:
tranquila: tengo esperanzas de que
peligro.
Las lágrimas
se
habían secado en
ojos de la niña; pero su
los
corazón latía con fuerza.
— Cúmplase, Señor, tu voluntad! zando a su
Doña
—
Estrella no hablaba i
i
solo
qué exista un hombre bastante
como
alta: he, reflexionado
estos!...
sobre
que
se
ama;
vil
i
Óiganme
el negocio.
de tener que dejar en otras manos
ma
pensaba interiormente, miran-
a la hija:
sufrir a dos ánjeles
voz
abra-
hija.
do a la madre ¡I
murmuró doña Trinidad
el
cobarde, para hacer ustedes, prosiguió en
Cierto que es duro esto
cuidado de una persona enfer-
pero... es preciso avenirse a la necesidad.
encargaré de visitar en ])ersona a Anselmo,
i
Yo me
de hacer que no
falte nada.
— Gracias! amiga mia, contestó doña Trinidad con emoción.
le
— Lucinda no trella, la
dijo nada, sino
251
—
que tomando una
mano
de doña Es-
cubrió de besos ardientes.
— No tienen
nada que agradecerme, prosiguió con bondad la esposa de don Cándido. No hago mas que cumplir con un deber de amistad. A ustedes les será imposible obtener no solo el permiso, sino también los fondos necesarios para atender al enfermo. Así es la verdad, respondió la esposa de don Marcelino. Yo no me hallo en tal sitaa^Lon. Tengo libertad i dinero. Poseo ademas una criada vieja mui diestra en el cuidado de enfermos, que será de suma utilidad. ¿Con qué te pagaremos?... No hablemos mas de eso. Ustedes harian lo mismo en m{ lugar. Ahora necesito saber dónde vive el joven. En casa de don Andrés Muñoz... Andrés Muñoz!... Aguarda... ¿No es el marido de Cecilia...?
— —
— — — — — — ¡Qué
Cecilia Villarreal.
mu chos
casualidad!
Yo
conocí a Cecilia cuando niña,
i
hacia
Últimamente me encontré con ella; trabamos conversación, i me contó que se habia casado con un tal Andrés Muñoz. Por eso, en cuanto oí nombrar a éste, me acordé de Cecilia, que es una buena niña. Pero desgraciadamente son pobres, contestó doña Trinidad. Nada importa: Anselmo tendrá todo lo necesario, i yo misma años que no la
veia.
— — me encargo de noticiar a ustedes que ocurra diariamente. — Gracias, madrina mia, interrumpió Lucinda abrazándola cariñosamente. —¿Tanto quieres? preguntó doña Estrella sonriendo. — Oh! esclamó pobre niña, ruborizándose. ¿me pregunta lo
le
lo
le
la
lo
I
si
amo? I luego, colgándose del cuello de
doña
Estrella, prosiguió dicién-
dole al oido:
—Ahora que que Ud. va a encargar de principio a mirarcomo a mi madre. doña Estrella con —Adiós, lágrimas en se
sé
él,
la
adiós, dijo
las
los ojos.
Yoi a desempeñar cuanto antes mi cometido. Diciendo esto, salió la buena señora, no sin engnjarse las lágrimas, una vez que hubo llegado al zaguán de la casa. Dirijióse a la con la firme resolución de obligar a su marido a que protejiese a Anselmo. Su intención era, no solo obtener de don Cándido de
el
ella,
permiso de gastar
lo
necesario para la curación del joven, sino
—
252
—
conseguir que su marido protejiese la unión en que su femenino
corazón estaba ya interesado.
Los benévolos deseos de la mujeril
la
señora eran ademas fomentados por
inclinación a hacer un casamiento,
oposición contra don Marcelino, a
i
j^or
su espíritu de
quien odiaba mui cordialmente.
I
CAPITULO XLIII NUEVOS APUROS DE DON CANDIDO
«estaba loco
(Decia) o de
¿Cómo yo
mí mismo no
era dueño?
concertado plan revoco? ¡Maldita dejadez! Fatal beleño, Que a todos los caprichos me sujeta De ajena voluntad' Soi un trompeta.»
A. ^^iA.o.—( El proscrito,
XXVI íl.)
Apenas hubo la señora pisado el umbral de su casa, cuando don Cándido salió a recibirla con sus acostumbradas zalamerías. Te estaba esperando, Estelita, la dijo afectuosamente.
— — yo también deseaba verte cuanto antes. — Gracias, paloma mía. ¡Cuántas cosas tengo que — yo vengo a pedirte un — Concedido. Tus peticiones son órdenes para mí... acabo de hacer amistad con un — En camino me contarás. —¿En camino? Qué quieres —Es que venia a pedir que hiciéramos juntos ima quieras; pero — Haremos cuantas I
contarte!
íavor.
I
Voi a con-
sujeto...
tarte:
el
decir?
el
te
visitas
I
el
siéntate
i
visita.
te contaré...
«
^
— 254 — Yate
digo que no debemos perder tierapo...
Se trata de un
amigo enfermo.
—Un amigo! ¿quién En camino —Yamos andando,
es el
I
lo sabrás.
el
enfermo?
Vamos andando.
maquinalmente don Cándido. Tomó éste su sombrero i su bastón adornado de un par de borlas, i salió a la calle siguiendo a su esposa, que marchaba con ánirepitió
mo
resuelto.
—Pero díme,
hijita,
¿qué amigo es ese que se ha enfermado tan
de repente?
—¿No me con —Asi
ibas a hablar de
el objeto
señora,
una nueva amistad?
interrumpió la
de distraer a su marido.
es la verdad,
contestó éste, olvidando al enfermo de la
Mi compadre Marcelino me
visita.
le
mañana
envió a llamar esta
de alba, para darme a conocer a un señor español recien llegado a este reino de Chile. Es un hombre de muchas campanillas, títulos
honores.
i
— qué ha venido? —A no qué misión I ¿a
sé
parada como
me
ves,
acompañé a mi compadre
i
Nación, que es donde vive hijita,
que no mienten
Pero vamos al caso:
secreta.
los
el caballero
me
vestí de
al Café
de la
de que te hablo... I de veras,
que dicen que éste es un grande de la
corte...
— Grande de — Grande de
la corte!... ¿Estás loco?
i
los de copete!
bre! Corta el pelo,
como
Qué
finura,
qué educación de hom-
Hicímonos amigos en un santia-
dicen...
mén, porque es tan franco como instruido... Sabe latin como el agua, i mas de una vez, me reí por lo bajo, al ver que mi compadre Marcelino se quedaba con la boca abierta oyéndolo recitar ver
Oh! es un sabio a las derechas! La señora no contestó: pensaba en el modo cómo diria a su marido el objeto de su visita. Don Cándido prosiguió con su natural
sos de Ovidio...
verbosidad:
—
I luego, hijita,
que ademas de ser un gran latino, es hombre
mucho valimiento en
de rei
la corte,
que habla mano a mano con
el
en persona.
Doña
Estrella soltó
una carcajada, oyendo
la candidez de
su
marido.
—
¿
Te
ríes? prosiguió
éste.
Pues
te
aseguro que es
así.
Don
—
—
255
Meliton es noble hasta las uñas,
está emparentado con toda la
i
nobleza de Madrid.
— — No
I ¿a
hombre
qué ha venido por acá un hombre tan encumbrado? te digo, mujer, que a una misión secreta? Se conoce que es
político...
la revuelta de ayerl...
sobre
su opinión; lo
un verdadero i
te
tino!
hubieras oido hablar
que sagacidad! Nos dio
me dejó encantado. Mi compadre su casa, i me dijo ademas, que nosotros dos al convite. Yo acepté, i pienso convidarlo
aseguro que
convidó a comer a
teníamos que
¡Qué
¡Si lo
el
asistir
por mi parte... ¿He heho mal? De ningún modo, contestó la señora. Ahora es preciso que
— sepas a donde vamos, porque ya estamos cerca de —Dices bien: a dónde me —A casa de don Andrés Muñoz... —Ah! conozco: un capitán de Pero qué vamos ñas, un — A ver a Anselmo Guzman. —A Anselmo Guzman! esclamó don Cándido
la casa.
llevas??
es
]o
cito
¿a
pipiólo intratable.
¿Qué
atrás.
artillería;
i
por
mas
se-
allí?
tienes que ver con él?
dando un paso ¿No sabes que es un desalmado
como el otro? Nada sé de eso, contestó la señora con enerjía. Lo que sé es que Guzman es un mozo honrado, juicioso, valiente, i que ayer es-
piopiolo
—
puso su vida por defender
el
orden.
— me dicen que Como carece de hacienda, no — de gravedad, según atiendan... tiene aquí parientes que — mi comadre Trinidad? —Don Marcelino ha prohibido que vea. amante de mi Ahora veo —Ah! ya me acuerdo: cabeza. don Cándido meneando peor hombre a quien tu ahijada —Pues precisamente, porque debes manifestarle —¿Contra voluntad de mi compadre? Mira, mujer, que — ¿qué nos importa don Marcelino? Tu obligación atender salió
Sí:
herido.
creo.
I
él
i
lo
¿I
lo
le
ahijada...
es el
la
la cosa, dijo
es el
interés.
quiere,
lo
la
dices!
es
I
a la felicidad de Lucinda... ya
me
lo
has prometido... ¿no te
acuerdas?
he prometido? —Ah! — ademas, yo he dado a Lucinda mi palabra de venir a yo... ¿te lo
I
i
aun
asistirlo
en su enfermedad,
si
fuere necesario.
verlo,
— — Oh! narle
256
—
eso es demasiado^ Estelita! Si quieres, puedes proporcio-
dinero por bajo de cuerda; pero venir a verlo!
Eso
es
mas
que demasiado!
— ¿por qué no hemos de — Porque hacerme romper con mi compadre, que aborreverlo?
I
esto es
Anselmo como a sus
ce a
Ademas, es preciso que sepas que Lucinda está destinada...
pecados...
prosiguió, bajando la voz,
— Lo — Destinada a esposa de don Meliton, ese señor español de quien venia hablando. Un — —No tan mujer, no tan que digamos... Tendrá unos sé...
ser
la
te
viejo que...
viejo
viejo,
doce años si
mas que
una mirada de
yo...
Ya
don Cándido echando sobre
ves, dijo
satisfacción,
que no es edad...
— Pero Lucinda ama a Anselmo esto basta para que prodebo decirte que acabo de dar —¿Pro yo? Mira, mi opinión a mi compadre Marcelino sobre negocio. — cuál fué esa opinión? — Que debia a don Meliton. —Pues siendo que otro dia me prohas olvidado metiste. — Pero, mi escucha... —Yo no tu Me habia engañado Volvámonos a lo
i
tejas.
Estelita:
tejerlo
este
1¿
preferir
lo
así,
el
vida,
soi
casa...
vida...
creyéndote un hombre de honor... ¿No
te
acuerdas
que
me em-
peñaste tu palabra sobre que trabajarlas a favor de Anselmo, es decir,
a favor de tu ahijada?
— Dices ¿qué he prometido Pues debe Eso mucho mas capaz que tú me hagas prometer, querida mia! — luego venir a decirme en mi cara que has dado tu opinión eso?
te
asi
ser...
i
es
I
favorable a ese viejo godo! ¡Asi faltas a tu mujer!
Doña
Estrella
hizo
ademan de
volverse; sacó su pañuelo
i
se lo
acercó a los ojos. Estaba don Cándido perplejo, sin saber qué hacerse; pero
no pudiendo soportar
el
enojo de su señora, la dijo:
—Eso haya prometido a mi palabra. Aunque bajar por uno ¿no puedo dar mi opinión por —Pero en ¿en qué quedamos? preguntó con enerjía señote
íio es faltar
el otro?
el
le
fin,
ra.
tú
Ya
te
la
he dicho, que he empeñado mi palabra en virtud de
mismo me dijiste. Yaya pues, Estelita,
—
tra-
iremos,
dijo
lo
don Cándido, cediendo des-
—
—
257
pues de un momento de hesitación. Pero te encargo, prosiguió, que trates el asunto con prudencia... No debemos comprometernos demasiado.
En
pocos momentos mas,
estuvieron los esposos en casa de
Andrés. Estaba éste conversando con su mujer en un saloncito
regularmente amueblado. Apenas hubo visto Cecilia a doña Estrella,
cuando
salió
a recibirla, con muestras de la
mayor
cordia-
lidad.
— ¿A qué debo na amiga? —A deseos
el
placer
de ver en
mi
casa a
mi antigua
i
bue-
le dijo.
que tenia de hablar contigo, le contestó doña Estrella, abrazando a su amiga. Y en, que quiero que conozcas a mi esposo, le dijo Cecilia. los
—
Después de
los
mutuos saludos
i
ronse a conversar las cuatro personas.
tenia el
dijo éste a
placer
i
i
sentá-
cortesía
de
maneras distin-
de conocer personalmente a su señora,
media voz a don Cándido; pero ahora veo que son mui
justas las alabanzas que le habia
—Oh!
estilo,
La franqueza
Andrés sedujo a doña Estrella, de cuyo despejo guidas, no quedó menos prendado el capitán.
—No
de
reverencias
don Cándido, arreglándose
dijo
satisfacción.
oido prodigar.
—
el
corbatin con notable
Estelita... es así, tal cual!
Mientras tanto, ya doña Estrella habia preguntado por Anselmo.
—¿Lo
•
conoces? le interrogó Cecilia.
amicontestó pero aprecio porque — Solo de go pariente de una señora a quien estimo como a mí misma. —¿Doña Trinidad Serrano? venir por impedírselo incon— La Trinidad. No pudiendo a su nombre. venientes insuperables, me rogó que yo mirando — jCuánto va a agradecer! esclamó buena vista,
la otra;
es
lo
i
ella
lo hiciera
la
lo
Cecilia,
a Andrés maliciosamente.
Luego agregó con seriedad. El pobre Anselmo necesitaba de
no consuelo, — momento esta porque está durmiendo. poderle dar —¿Se ha examinado su herida? de gravedad? tenia por alarmante; pero hoi ha amenecido mejor, —Ayer al
este
i
siento
noticia,
es
se la
según la opinión del médico. Sin embargo, siempre tiene fiebre. Aunque Cecilia no sabia el verdadero motivo de la visita, con:
su penetración de mujer lo habia adivinado,
i
deseaba hablar
de
él.
Pero
la presencia
de don Cciudido la contenia, así como la
de^Andres embarazaba a doña Estrella.
— Tiene razón
media voz. Anselmo va interés que una amiga de mi sia Trini-
Cecilia, dijo el capitán a
a sanar en cuanto sepa
el
dad manifiesta por su salud. Ese interés es mui natural, contestó doña Estrella. Yo soi amiga íntima de la Trinidad, i Cándido es el padrino de Lu-
—
cinda.
Este nombre hizo sonreír a Andrés
Cándido
se
movía en su
silla
como
sí
i
a Cecilia, m.iéntras ihm
estuviese sentado sobre
cspi-<
ñas.
—Esto
doña Estrella dirijiéndose a Ceci'^ lia, los deseos que, tanto Cándido como yo, tenemos de ver restablecido a ese joven; ¿no es verdad, Cándido? -—¿Quién lo duda? contestó éste a media voz.
—I
te esplicará, prosiguió
no estuviera en esta casa donde creemos
si
qite ?erá atendi-
do como merece, nos atreveríamos a proporcionarle un cuarto en la nuestra, dijo doña Estrella,
•—Le
doi a
Ud.
las gracias
en nombre de Anselmo,
Andrés inclinándose ante la señora, — Siempre con tu buen corazón esclamó amiga con enternecimiento. I
Cecilia
contostó
mirando a su
— No me eches a mí culpa, ésta riendo. Mi marido valiente mozo. mas empeñado en protejer a —Lo creo ¿no me has dicho que padrino do Lucinda? dijo
la
es el
este
es
dijo
media voz. Te aseguro que el pobre enfermo se va a mode gusto, porque ya sabrás que... Sabemos todos los secretos de la casa, hijita; i como Cándido
Cecilia a rir
— quiere tanto a su — Oh! quiero mucho,
ahijada...
la
dominado por
la
esclamó convulsivamente don Cándido, mirada de su esposa, ¡Mucho!
—Ya comprendo,
señor, agregó
Andrés
al oído
de don Cándido.
El pobre mozo ama como un loco a Lucinda, i está desesperado por la resistencia que encuentra en don Marcelino.
—En
cuanto a eso, es
lo
de menos, interrumpió doña Estrella.'
Lucinda está cada vez mas firme en su amor
i
ya Cándido sabe
que...
— Oh! dido.
es
;Ya
verdad que yo
sé!..»
interrumpió temblando don Cán-
lo sé!
I luego dijo
para
síj ;v?
— -¡En qué pantano
me
258
—
metiendo esta mnjer, por Cristo
está
vivo!
unan —¿Quién tendrá valor para impedir sencillamente quieren? que agregó Andrés, quien remueva —En todo (pje
los inconvenien-
caso,
tes que se i
dos personas
Cecilia.
dijo
se
se
oponen a esta unión, salvará
la vida a
un joven valiente
leal.
— ¿No es verdad,
Cándido? preguntó doña Estrella.
— Esa es'mi opinión, contestó pobre liombre sofocado. ¡Qué mañana! en toda calor que posible por — Por eso me matrimonio... matrimonio! esclamó don Cándido maquinalmen— Oh! el
la
lia lieclio
liarás lo
lias diclio
sí!
te
i
])rotejer este
este
haciéndose aire con su gran pañuelo de seda lacre. lia hecho un
cülor insoportable!
En
seguida sacó su gran
—Son
las once
i
reloj
con tapas de carei; mirólo
i
dijo:
cuarto.
I metiéndose en el bolsillo el pañuelo hecho ovillo que tenia en
una mano, le-
llevó el reloj a la cara
corría por
asiento
i
Afortunadamente para
las mejillas.
señora; quien
al oir
como para limpiarse
que eran las once
i
él,
el
sudor que
no
lo vio
su
cuarto, levantóse de su
diio:
Ya — Jesús! qué — Mucho agradezco tarde!
se acerca la hora!
la visita, dijo Cecilia
te
ga, tanto por mi,
abrazando a su ami-
como por Anselmo.
—Hazle
presente nuestros sentimientos, contestó doña Estrella. I ahora que miC acuerdo, agregó ésta: ¿tienes enfermera?
-^La enfermera
— Pues entonces
soi yo, contestó la
te voi a
esposa de Andrés.
enviar, para que te
ayude,
a la vieja
Rosalia que es mi brazo derecho en casos semejantes. Es un verdadero médico con polleras.
— Gracias, amiga mia, mil gracias! Mientras tanto, Andrés conduciendo a don Cándido hasta zaguán, le decia:
el
— Dios quiera que
algún dia pueda probar a Ud. mi gratitud por lo que hace en ífivor de mi amigo Anselmo; i espero que por medio de su influencia, se conseguirá que don Marcehno acceda a la felicidad de estos jóvenes. .
—I no dude te,
üd. que
lo conseguirá,
porque Cándido es persistencontestó la señora despidiéndose de Andrés.
—
i)í'.<
51)
Ambos
toniaTcii entonces el
cs]>oscs
Estrella liaeiéiídüRC
cnniiiio
ee ni
Dof¡a
cTiPíi.
soLre la realización del matrimonio,
iliisioiios
miéutras don Cí'indido manlialja como arrastrado per su cara mitad
enteramente embebido en sus ¡pensamientos. ¡Si no lo .estuviera viendo, no lo creerla! pensaba
i
—
refunfuñaba
el
la realización
medio ¡Yo, tener que ayudar a
condescendiente caballero.
de este casamiento!...
i
después de haberle- prc-
esto,
metido a mi compadre c|ue... l'íó, no puede de lei... Pero esta mujer a veces me
—¿Qué — esclamó
i
ser...
Yo
liombre
soi
dices? le interrumpió de repente la señora.
.
Ali!
¿Sabes, Estelita,
don Cándido, como despertando de un sueño. que casi me has hecho contradecir mis priuLÍ-
pios?
— — Mis
Ino te entiendo.
des?
principios! pues,
Has
mujer de Dios; mis principios! ¿Entien-
de hacerme aparecer ccmo un hombre enemigo
tratado
de la tranquilidad doméstica
i
de la autoridad paterna: como un
revoltoso del hogar...»
—¿I persistes
•
en llamar autoridad paterna,
el
de un
capricho
viejo grosero e imbécil?
— Calla
la boca.
¡Yo, convertido en
un
revoltoso, en
un desorde-
nador!
— ¡Pero,
hombre, por Dios!...
— ¡Creer que un hombre de mis principios pueda aconsejar a una de niña que desobedezca — Óyeme, esposo múo: que padre de Lucinda tenga la familia!
al jefe
¿crees
el
razón para...
*
— Pero, aunque no tenga: ¿qué palabras podrán convencer a mi compadre Marcelino, un hombre que no sabe interrumpió — Por mismo que un halala
iatin?
es
lo
gando
el
mas que
tonto, le
amor propio de su marido: él,
la señora,
])or
lo
mismo que
tú sabes
espero que seras capaz de convencerlo...
— ¡Pues no he de saber mas que —Es natural que que tenga mas talento ne menos. — Es verdad, contestó don Cándido, él!
el
convenza
lisonjeado.
me
que un hombre basto como mi compadre se
hemos llegado, tengo hambre; durmamos la
tiempo... Pero, ya
prosiguió:
l>orque
siesta,
conviene hacer. Uff! qué acahrudo
estei.
i
No
al
que
es posible
sostenga por
mucho
hagamos medio
después veremos
¿No
seria
tie-
lo
dia
que
bueno temar
~ lili
260
—
poco de canclialagua antes de hacer medio dia? ¿Qué
te
parece
Estelita? I
rior
mientras la señora, sin contestar una palabra, se de la casa con
don Cándido
se
dirijia al inte-
de mandar preparar la bebida refrescante,
el fín
golpeaba
la frente,
i
paseándose a
lo
largo de la sala,
decia:
—-Cnalquiera diria que soi un...
Porque
al fin
i
al cabo,
yo
le
he
empeñarme con mi compadre. I sin embargo, no me gusta el tal matrimonio ni como lo negro de la uña. Pero esta mujer tiene una labia, que a pesar de ser yo el jefe
prometido a mi mujer que
de
la casa...
Allá
voi,
iré
a
Estelita! esclamó,
oyendo
los
gritos de su
esposa que lo llamaba desde la puerta del comedor con un gran
vaso de limonada en ^
cara,
que bastante
lo
la
mano. Allá
he menesterl
voi!
La canchalagua me
refres-
CAPITULO XLIV.
EN DONDE EL LECTOR HARÁ CO^^OCif^íENTO CQU OTROS
PERSONAJES DE ESTA HISTORIA.
c(La revolución se ]rrcsciital)a bajo no we i
un aspecto fonnidabloj
dudar de que era el resultado de un ])lan previamente concehido i puesto en ejercicio con })0(lia
dcí-itreza
R. SoTOMAYOR
No
—
arrojo.» {J'Jl
Ministró Portales.)
cesaban los pelucones de suscitar nuevos tropiezos a la mar-
cha de
la
administración;' i
venientes que i
Yaldes
i
el
Gobierno encontraba en
en la falta de ideas
i
Ya
íiadaS;
el
el
los incon-
atraso jeneral
de costumbres republicanas,
los reaccionarios se esforzaba
poder.
como sino fuesen bastante el
d(^]
país
partido do
en socavar sordamente las bases del
ha visto cómo fracasaron los planes en la última revuelta; pero no por esto desmayaron los enemigos de la república. Antes bien^ nudtiplicarou sus esfuerzos, obrando en diversos sentidos. Las tramas ocultas, las sublevaciones de cuaih'l, las nsose
espionaje,
los
chismes indecorosos
i
la calunniiii,
eran
r^ \J
otíos tantos medios
bastardos
Ilalagábaso la ambición de los militares
medio do promesas; comprábase
i:)or
dinero de los ricos; alentábase
el
sufrajio
do otros con
concierto en la administración, ya
poderes djl Estado,
ya inñiiyendo para que
misma
llegó a ser
los altos puestos
ya de
la
i
no se
nación.
la
Hasta
un elemento de acción en contra de
la los
no era estrauo ver a los ministros del altar sagrada cátedra, ya del confesonario o de su in-
principios liberales, valerse,
des-
a fin de que el Gobierno cometiese los
alguno,
desaciertos que debian desacreditarlo ante relijion
el
introduciendo la discordia entre
fuesen ocupa 1 33 por los enemigos de las idaas liberales; T)3rdonaba medio
el
natural descontento de un pueblo
el
por medio de publicaciones calumniosas; producíase
ciego,
los
——
pues 1:03 en práctica para alcanzar los fines
la rcaociju.
1I3
¡-V
i
fluancia en el estrado para fanatizar a las jentes contra el gobierno
ch
estranjsros
los
i
como
herejes^
llamaba a
S3
los partidarios del
sistema republicano.
Por consiguiente, era mui desigual esta luclia entre un puñado de patriotas, que de buena fe se entregaban a las prácticas del derecho i de la libertad, i un partido reaccionario, numeroso i rico, animado de las pasiones absorbeates, i cuyo principal apoyo era la ignorancia i las preocupaciones populares. Este partido veia escapársele de las manos su antiguo predominio; i era natural que cada uno d'e sus miembros temblase ante la idea de la nulidad en que iba a hundirse, por la consolidación de las prácticas republicanas.
De
aquí su enerjía para oponerse al desarrollo de las ideas
democráticas.
Pero no todo
el
partido retrógrado estaba compuesto de ambicio-
una multitud de jentes que obraban de buena fe, si es que tal puede llamarse la tenacidad para oponerse al progreso, la pereza para hacer el bien, o el miedo para decir la versos.
Habia en
dad.
él,
Una gran
las antiguas
parte
de los reaccionarios
preocupaciones que
En
la
eran solo por
lo
educación
amor a
colonial habia en-
dominaba el odio contra toda idea nueva i atrevida; i en los mas, el miedo enjendrado por la falta de fe en la libertad, que solo de nombre conocian.
jendrado entre nosotros.
Bien se eelia de ver
de
la
democracia. Los
otros,
quicas^
siéndoles
la diverjencia
unos,
trataban de hacer tedo
otros
el
en las ideas de los enemigos
dominados por
el
espíritu de partido,
mal posible a sus enemigos
políticos;
imprsible despojarse de las costumbres monár-
p^rnianeciau de coraiíon
ííjLís
a su rei
i
señor; otros en
íin,
creyendo quo la
amo
repiiblicpo
en cambiar al
consistía
negaban sus derechos
aristocracia,
al
en la prcíctica la participación de éste en
En
unos círculos
estimaba
se
so elemento de orden,
negaba
se
i
pueblo
al pueblo el
i
por
reí
ei
rechazaban
negocios públicos.
les
santa ignorancia
la
amo
como un
precio-
derecho de instruirse;
en otros se creía que nada había mas recomendable en un ciuda-
Se elevaba
dano, que su indiferencia. virtud. Aquí,
se
la fuerza
por nuii meritorio
teuíxi
el ser
moral
al
rango de
mismos
ñel a los
absurdos que la república venia a echar por tierra; allá era consi-
derado como un gran patriota al o a
una verdad polvjrom;
atrevía a
criticar
predicar en
el
los
mirado como
abusos de un
írrelíjíoso al
sacerdote;
i
mas
^
círculo pensaba,
elemento de unión, fuera del odio
igual-'
pues, a su modo, según
o su ignorancia.
sus preocupaciones,
que se
allá, se oía
las implas ideas do libertad
contra
pulpito
dad i fraternidad. Cada su ambición,
acá, era
oponía a una idea nueva
(jue se
No
había otro
de progreso
al espíritu
i
a la
libertad.
Todo cuanto acabamos de viendo
oJjrar
a nuestro
como el alma del partido mos nombrado, tenia el
decir,
amigo,
lo
habrá conocido
el lector
reverendo ílipocreitía, que era
el
Ademas de
que antes heinñitigable jesuíta otros amigos que, im-r retrógrado.
los
jmlsados por móviles bien diversos,
le
denuedo digno de mejor causa. El lector nos permitirá que
presentemos, pues dentro de
se los
ayudaban a luchar con un
poco tendremos que establecer con todos
ellos
las
mas íntimas
relaciones.
Era
el
miento, llas,
j)rimero de
de quien
im
don Víctor Dorriga, español de naci-
padre Hípocreitía Jiablaba siempre maravidiciendo qne era su hombre. I no iba el jesuíta fuera de cai
mino, pues, la
todos,
a
el
dcí'ir
mayor parte de carácter
tres virtudes
verdad, era don A^íctor im liombre superior a
los
enérjíco,
i
prohombres del partido pelucon. Dotado de de un espíritu inñitigable, poseia Dorriga
muí recomendables para
para descubrir
el
camino curvo que
el-jesuita,
a saber; sagacidad
había de conducir mas deaudacia para emprender dicho lo
rechamente a su objeto; valor i camino sin- pararse en escrúpulos pueriles; i la prudencia i tino necesarios para a'jortar o alargar oportunamente el }:as(), o bi( u para cambiar de rumbo, sin cambiar de |)r()[)ósit()s. El hombro sabia obrar siempre^ aspira^
a tiem^x), cualidad indispensabhí
mayormente en épocas azarosas;
i
\)\\x\\
el (pie
ami(pue no era gríiudic-
—
204
—
inente instruido; axm que su esj)iritu estaba lleno de preocupaciones
monárquicas, tenia sabia;
i
el talento
mas de una
en
de adivinar muchas veces
de trato,
afable
tar,
sin
que
que no
logró que las jentes sencillas lo
ocasión
tuviesen por un amigo de la rei)ública. I i
lo
la atrayente
como
era fino de modales
cordialidad que solia gas-
menoscabase en nada su natural reserva,
el
buen
x)adre
le
decia a veces sonriendo:
—¿Sabe era
paisano, que con
Ud.,
como pintado para ministro
su carta de ciudadano chileno,
plenipotenciario?
acomodaba el corbatin, alzando en seguida las espaldas de una manera particular i haciendo con el labio inferior un jesto, que, aTuer de historiadores exactos, debemos decir que no era un jesto gracioso en la cara del buen I
Dorriga se sonreía, mientras
se
caballero.
Pero no
lo decia
todo
el
padre, porque a sus solas solia esclamar
en prudente tono:
—
En
Si!
Dios
i
en mi ánima,
Solamente
toda la tropa!
que este Dorriga es
le quitarla
un defecto que
lo
mejor de sobra para
le
no pareciera tan am^igo de sus amigos; i sobre todo, tan enemigo de sus enemigos! El segundo era el presbítero chileno, don Nemecio Franco, quien ser
completo
político. ¡Ah! si él
de los percances políticos metiéndose dentro de
se habia salvado
una sotana. El clérigo Franco habia principiado su carrera política sirviendo a Marc3 contra sus compatriotas, i la proseguía ahora haciéndose pasar por
el
mas
patriota
decidido en favor de la república; pero
reservándose, sin duda, el derecho de prestar sus servicios a la narquía, dado
a tener
la.
caso que,
el
honra
i
terco, caprichoso,
con
el
favor de Dios,
mo-
Chile volviese
dicha de poderse llamar reino. Era altanero,
la
ardiente,
tenaz,
pagado de
que formaba un notable contraste cdu
el del
sí
mism^o; carácter
insinuante
reservado
i
Dorriga. El padre Hipocreitía lo aborrecía; pero lo trataba con la sonrisa en los labios;
sobre las cosas
mas
i
a cada
momento
sencillas,
con
le
estaba pidiendo su parecer
lo cual, el otro clérigo creía
de
buena fe sei- el maestro de ([uicn ])o(lia (birle lecciones. Por último, (d tercero era mi aboí>ado llamado don llodrio-o Aldeano,
que,
a
a[)titudes de eso
sus
que algunos llaman
Tan elocuente en el í^eñor
conocimientos de jurisprudencia, política,
i
reunia>
las
otros apellidan falsía.
como diestro en las intrigas de partido, era Aldeano uno de los hombres mas finos, sagaces, estratéjiel foro
— eos,
flexibles
i
arbitristas
—
205
de su tiempo. Su liabilidad
partido de las circunstancias llegó a ser proverbial;
i
i)ara el
sacar
venerable
Hipocreitía solía decir entre dientes:
— Yo me valdré de de Franco
i
prudencia de Dorriga, de la impetuosidad
la
de los rejistros de Aldeano.
Tales eran los individuos con quienes el padre Hipocreitía habla-
ba en su cuarto de
la calle
de Santa Rosa, uno o dos dias desi)ues
de los acontecimientos políticos que acabamos de relatar. Hipocreitía estaba recien llegado de las provincias del sur, a don-
de habia ido a ejercer su apostólico ministerio de predicar la jyaM^ hra divina entre los incultos habitantes de aquellas apartadas re-
Escuchaba con marcada atención el relato que, de los sucesos pasados, le hacían don Víctor Dorriga i el clérigo Franco, sin permitirse sino de vez en cuando, estas u otras parecidas espresiones: Ahí... Es cierto... Ya meló fio'uraba... Muí bien! Siento no haberme encontrado aquí.
jiones.
—
Dorriga hablaba con la gravedad ticos;
Franco
solía
i
aplomo
cpie le
eran carecterís-
entremezclar sus relatos, o interrumpir los de
don Víctor con calorosas interjecciones que demostraban la exaltación de su espíritu; i Aldeano no decía una palabra, pues parecía ocupado en reflexionar; solo una que otra vez S(í distraía de sus meditaciones al oír las intí^rjecciones de Franco i las patadas en el i
suelo o los puñetazos
sobre la
mesa con que
irascible clérigo
el
acentuaba sus palabras.
Cuando don Víctor
llegó a contar la huida a todo
escape de los
dando una palmada en el breviario del padre Hipocreitía, puesto sobre la mesa: ¡Yo se lo h;ibia dicho a Uds. una i otra vez ürriola era el menos a propósito para dirijir el motín.. revolucionarios, el clérigo esclamó
— — Sin embargo, observó Dorriga, mas atrevido del — Pero carece de cabeza, interrumpió Aldeano. — Hipocreitía: un que necesita de qué ha de La Rosa? —Está en hv con otros mas. — mal está Aldeano: menester sacar I
es
el jefe
ejército.
Sí, dijo
es
jefe
tutor. I ¿
sido
cárcel
Yu, el
de
liecho, dijo
aliora es
mejor partido posible,
la derrota el
i
eso es lo que ya se ha prin-
cij)iado a hacer;
— qué manera? — Haciendo ^;I.)e
])r(\oiiiitó
Dorriga.
creer al pueblo (pie la revolución
lia >i(lo
una tnuniía
— 260 — Gubiemo con
ariiMida por el
guir a ciertos enemig-os
— —Ya
i
de tener un pretesto para perse-
el íin
hacer un ejemplar con los soldados.
Mili bien, dijo el padre. se lia publicado
La Rosa
ni
ni los
en los periódicos varios
mas
sentido; pero para darles
demás
valor
i
fuerza,
corre
debemos hacer por que
Yo
Hipocreitía.
hablare con
confesor.
sido
que Pinto está resuelto a
sé bien,
hacer castigar a los culpables. Ayer hablé sobre esto con
minis-
el
Ruiz Tagle.
—Eso nos ñivorece en nuestros tal
esto
jefes sean castigados.
—Eso de mi cuenta, contestó Pinto. Lo conozco: he su — Pero yo observó Dorriga, tro
en
artÍL'ulos
que se castigue solo a
Ademas, agregó,
propósitos, contest 5 Aldeano, con
los soldados
i
se deje
impune a los jefes. Su Paterni-
dirijiéndose al padre ¿no le parece a
dad, que convendria hacer abandonar
el
mando
al vice-Presidente?
— Ya he pensado en tengo algo sobre respondió — Pues Pinto deja mando después de algunas ello,
cular,
el
bien:
trabaja;do
i
parti-
jesuita.
el
si
ciones, la sangre
el
que derr¿ime al bajar del puesto, borrará
ejecu-
las sim-
patías que se haya creado con su gobierno.
—Es verdad! — antipatía que I la
mas
enérjica, cuanto
rá precisamente,
aplique éstos
i
el
al
si
las ejecuciones
hagan
nacer, será tanto
mas
injustos parezcan los castigos; lo cual sucede-
que se perdone a
se consigue
marco de
la lei
los
cabecillas
i
se
a los soldados. Es preciso probarles a
pueblo entero que su principal enemigo es
actual Go-
el
bierno.
Hipocreitía miró a AldeauD, haciendo unj.esto aprobatorio. Este prosiguió:
— Mientras
tanto,
do ejerce sobre
aprovechemos
que nuestro parti-
de justicia, suscitando rivalidades
los tribunales
competencias éntrelas Cortes
la influencia
i
el
i
Gobierno...
— Oh! interrumpió Franco impetuosamente: todo no mas que paños que nos hace perder un tiempo ha conseguido? que parece a Ud. poco —¿Paños —Yo no veo mas que una desde que tenemos en — Pues yo veo una eso
es
precioso!
tibios
lo
tibios? I le .
se
derrota.
victoria,
al
Gobierno con
nunciado por
la
los Tribunales
desintelijencia
superiores. ¡Ya aquél
ha
sido de-
Corte de Apelaciones ante la íSuprema de haber iu-
frinjido la Constitución!
—
—
267
seguir obrando... — Yo me atengo a que dicho —¿Es decir — Que preciso motiu — Pero ya ve üd. acentuando sus ¡mdecia otro — después mesa. labras con repetidos puñetazos sobre —No por mu. madrugar amanece mas temprano, observó Dorriga. — Eso mismo digo agregó Hipocreitía. — Por eso de parecer, prosiguió Aldeano, que esperemos a que lo
lio
preferiria
i
qué...?
otro
es
que.'..
I
otro,
i
otro,
clérigo
el
la
lio
yo,
sol
madure... Tenemos buenas noticias del sur, según
la revolución
me
ha dicho el reverendo Hipocreitía. El padre, sin hablar una palabra, se dirijió al gran armario; lo abrió; i sacando un paquete de cartas, las puso ante los ojos de los lo
circunstantes.
— Todas estas ya cuerpo en
cartas, dijo,
ha tomado Mientras no tengamos a Prieto
aseguran que
las provincias del sur.
con sus tropas cerca de Santiago,
los
la revolución
motines parcipJes no nos se-
rán de gran provecho.
— Conque en qué quedamos? preguntó Aldeano. —En que yo trabajaré por que Pinto del mando, contes¿
se retire
Ud. sostendrcí con sus consejos a los señores MinisCorte. El señor presbítero advertirá a los curas cómo
t5 Hipocreitía.
tros de
la
deben portarse en causa de
una
el
la relij ion;
i
pulpito
i
en
el
confesonario para sostener la
en cuanto a üd, amigo Dorriga, aquí tiene
que seria mui bueno presentar al ministro Iluiz Tagle...
listita
—Lista de qué? — Son nombres de varias personas de Concepción, los
ricó,
guir
San Fernando i
i
otros pueblos del sur, que es
Talca,
preciso perse-
molestar de todas maneras.
Don
Víctor pasó la vista
— Pero
aípií
que están a
En cuanto en cuerpo
Ja
capa
i
vean que i
i)or el
papel
i
dijo:
veo algunos de nuestros amigos del sur.
—'Es verdad, contestó sin el
el
padre; pero son solo amigos a medias,
tomar una parte activa en la revolución. Gobierno los persigue, serán con nosotros
alma.
—Ahí don Víctor guardando — advierta Ud. que a muclios do necesitamos, yacom])reiid(), dijo
j entes
el pa})e].
ellos los
I
son
Cu-
ricas
])orque
—
—
268
Era ya tarde de la inx'lie, cuando los iiiaquinadores se retiraron. El padre se quedó todavía en vela, sacando varios apuntes de las cartas que tenia sobre la mesa. Después,
poniendo éstas en or-
den, las guardó en el gran armario diciendo:
—Tiene dejar
razón Aldeano: este hombre no es tonto. Es preciso
madurar
discordia entre los
Dicho crucifijo
sembrar mientras tanto enemigos de la justa causa.
las cosas...
esto, abrió
i
su breviario
que tenia sobre
la
i
rezó
la semilla
devotamente delante del
mesa. Enseguida se acostó
dormido con envidiable tranquilidad.
de la
i
se
quedó
«>
CAPITULO XLV.
LA SOLICITUD.
«En
la triste prisión, en la
desnuda
Morada del mortal desventurado, Allí donde el dolor con saña ruda, Tenaz hundía el diente envenenado;
Tu mano bienliecliora se estendia; Tu fecunda palabra daba aliento, I la bella esperanza aparecía,
Como
nuncio
feliz, tras el
(EusEBio LiLLO.
En
el dia siguiente al del conciliábulo
terior, el
tormento.»
José Romero.)
narrado en
el
capítulo an-
padre Hipocreitía fué a visitar al vice-Presidente; pero no
])udo conseguir verse con
él,
porque
el
jencral se hallaba conferen-
ciando con sus Ministros sobre los sucesos anteriores, que tan preo-
cupado tenian
al Gobierno.
que debia juzgar a
Habíase ya reunido
los sublevados;
liabian salido condenados a
dos
i
tres soldados
i
el consejo
de guerra
después de largas discusiones
muerte un sarjcntO; un cabo de Inváli-
de Coraceros.
—
—
270
Todas estas circmistancias le fueron contadas al padre ílipocreitia por el oficial de guardia, al cual escucluiLa el jesuíta con interés verdadero, aunque oculto Í)ajo el velo de una aparente indiferencia. Díjole
ademas
el oficial,
que
en dos partidos; imo por
la
ción de los culpables; que
el C(5nsejo
de guerra se liabia dividido
condenación,
i
ambos partidos eran apoyados por
bierno; el primero por el ministro Ruiz Tagle:
ministro Rodríguez,
i
otro por la absolu-
el
que
i
el
el
Go-
segundo, por
el
parecía inclinarse al
el vice-presidente
13artido de la clemencia.
—Ahora
mismo, prosiguió aquel, se encuentra el señor j eneral conferenciando con los señores Ruiz Tagle i Rodríguez; i la discusión deb3 liaber sido acalorada, porque no liá muclio quo, pasando cerca de la puert"í del gabinete, donde se encuentran ahora, cí que las voces se alzaban mas de lo necesario.
conpadre: ¿no de —Ya entiendo, sabe qué —No pero presume que con de contestación dará a señoras —¿Qué señoras? —Ah! entonces no sabe Üd —Yo no nada, pues paso mi vida entre cuatro paredes de padre bajando mi —Es continuó que mañana tuvo diju el
se
i
el objeto
esta
el fin
tratar
ferencia?
del todo;
sea
se
se les
las
?
sé
las
celda, dijo el
los ojos.
el caso,
el
el oficial,
condenados por
—Ahí —
el
con
noticia
que hoi había de venir a palacio una
señor vice-presidente de
diputación de señoras,
esta
el fin
de solicitar
el
indulto de los reos
consejo de guerra.
Ud. qué señoras vendrán? He oído nombrar a dos o tres de las principales;-' pero no ¿I sabe
re-
cuerdo ahora' quiénes son.
Al i
oír esto, el
tras
ésta
liabia salido
una narigada, estuviera distraído. El oficial
padre sacó su caja de rapé,
otra
i
como
otra,
de la pieza;
i
si
mientras tanto,
el
sorbió
jesuíta
reflexionaba
El necesitaba ver caer algunas víctimas con el fin de obtener el logro de sus miras; i aun la visita que venía a hacer ese dia al jeneral Pinto, no tenia otro objeto que inducirlo a que hiciera aplicar el marco de la leí a los- revoltosos. Pero él conocía el carácter deljeneral, i temía que la caritativa solicitud de las señoras encontrase eco en el bondadoso corazón del vice-presidente. En esto se pasÓ cerca de una hora,. i ya el padre había, sin duda, modificado su plan de operaciones, de una manera sobre lo que acababa de
oír.
¿ satisñictoria,
pues se sonrió;
su breviario
í
haciendo un jesío de aprobación, sacó
puso a leer devotamente mientras llegaba
se
i
i
í
el
tiempo de obrar. Distrájolo al fin de su lectura el oficial que entró a la pieza, con ese aire placentero
i
una
del que trae
satisfecho
noticia que
cree
interesante.
— Señor,
dijo éste, acerqúese su paternidad
a la ventana,
i
ve-
rá venir por la plaza la diputación de señoras.
No
cuando ya el padre esalféizar de la ventana, contando hasta
habia concluido de hablar
taba inclinado sobre
el
el oficial,
quince o veinte señoras, que, solas unas,
i
acompañadas
otras de
sus esposos, se dirijian al |)alacio.
—Ellas son,
•
sin duda,
murmuró
el jesuíta.
encargado de abogado,
tal
las dos al necio
dirijir la el
la cabeza de la
Doña Trinidad
la acompaña....
de don Cándido
¿Si será el
diputación viene doña Estrella
Traen en medio de
A
palabra al jeneral? Ojalá fuera
así,
pues con
proyecto fracasarla. Sin embargo, aunque la nece-
enemigos nos da muchas ventajas, es preciso ayudarnos con nuestra prudente astucia. Hai peligros que no se evitan sino
dad de
los
es afrontándolos
cara a
Vamos
cara
Es llegado
allá
el
caso de salir al encuentro de la dificultad.
icón semblante risueño se fué a pasear en un corredor por donde sabia que hábia de pasar la diputación femenina. Esta no se hizo esperar.. Venia a la cabeza Diciendo esto, se arregló
el
hábito;
don Cándido, con la cara llena de risueíía satisfacción, sirviendo de apoyo, con uno i otro brazo, a su esposa i a su comadre doña Trinidad.
El
saludó a todos con la
2)adre
cudir la
mano de don Cándido,
mas
exquisita cortesía;
i
al sa-
le dijo éste:
—Aquí nos tiene, su paternidad, empeñados en obtener
•
el
indul-
to de esos reos políticos. ¡Pobres- hombres! •
—'Ese es un empeño digno de corazones
el jesuíta;
i
me
nobles
i
jenerosos, dijo
complazco en creer que esta idea ha nacido del
cari
tativo espíritu de las señoras.
Así
es,
respondió doña Estrella. Nosotras nos hemos propues-
tos venir a solicitar
—Aunque
así sea, Estelita, le
interrumpió don Cándido, no es
bien visto que una mujer hable así, como si no tuviera marido a quien pedir la venia. Mire, padre, prosiguió marchando con todos los
demás hacia
el
salón en donde el vice-presideute, ya avisado,
los
aguardaLa acompañado de
debe ser entre
la
mujer
de la idea,
al
momento
las
Ruiz Tagle,
i
llodrí-
Sírvanos su paternidad de juez, como entidad neutra que es
giiez. i
los ministros
i
i
hombre. Verdad
el
es
que
ellas fueron
quisieron ponerla en ejecución sin pe-
no consiento jamas que mi esposa se meta, sin mi venia, en asuntos tan hondos, comencé por darle perpero en cuanto a lo de dejarla venir sola, ni por miso a Estelita dir la venia marital. Yo, que
Al mismo tiempo, me
pienso.
su conducta, hasta
(pie
fui a casa
za,
que
ella
otra,
u
es,
i
que a Estelita
i
se
otra de las señoras
ha de
nombre de
demás.
al señor jeneral a
les aíeé
i
conseguí que acompañasen a sus respecti-
vas mujeres ¡mra darle importancia
estamos en
de otros maridos
las
Ahora
significado al acto. le
ha puesto en
ser la
que
dirija la
— Por supuesto! interrumi)ió doña Estrella ¿No ves que
la cabe-
palabra
una
es
solicitud de señoras?
—
Si lo veo; pero ustedes las
sas,
sino por apoderado;
rido,
que es su jefe
u
i
i
el
mujeres no pueden hacer estas co-
apoderado neto de la mujer, es
el
ma-
cabeza. Así es que, por el bien parecer, debes
acompañan, rompa el fuego con el señor vice-presidente; i una vez cumplida esta formalidad, puedes tú cojer el hilo del discurso i no cortarlo en todo el dejar que yo,
otro de los maridos que nos
dia, si te parece,
para
lo cual
yo te doi la venia
he pedido; en cuanto permiso de que hablaste de—No una majadería nantes, por Dios! esclamó a media voz don Cándido. — Pero, que tú me doi uno — creo que hai un medio de arreglarlo te la
al
i
es
qrífe
Estelita,
¡Si te
i
los pidas!
otro sin
todo, dijo el jesuíta.
^Yo
—¿Cual es? preguntó don Cándido, mientras doña Estrella fia Trinidad miraban al padre con ojos interrogativos.
—Ese medio consiste en que me hagan ustedes virles
de órgano para con
el
el
señor vice-presidente:
i
do-
honor de serlo cual
haré
con tanto mayor placer, cuanto que yo mismo he venido a hablar con mi respetable amigo, el señor jeneral, a fin de inclinarlo al per-
donde los reos, mas desgraciados que culpables. Todas las personas que habían oído las últimas palabras del jsuita, manifestaron su aprobación, i don Cándido dijo:
—Ese medio salva toda marital.
Ya a
je-
dificultad dejando incólume la dignidad
¡Me gusta!
ese tiempo habían llegado a la sala de audiencia^ en donde
el vice-presidente recibió
de fina
mente
i
a la diputación con las mayores muestras
respetuosa cortesía. El
])íi(Ire,
al jeneral, ie dirijió la pala])ra
— Señor vice-presidente: el
humanitario
i
un Dios de paz, que no quiere viva,
i
me lia iieclio
casualidad
caritativo
primer majistrado de
joresencia del
arrepienta
feliz
saludf{,|.; cordial-
ser el
señoras aquí presentes, para manifestar
órgano de las respetables a Vuecencia
una
después de
en estos términos:
la Eepública.
Como ministro de
muerte del pecador, sino que
la
me complazco
objeto que las trae ante la
en
solicitar,
se
a nombre de las jenero-
sas personas aquí presentes, el perdón de unos desgraciados, que,
si
armas contra las autoridades constituidas, ciando a bien los pueblos el mal ejemplo dé la guerra civil, no por esto dejan de merecer el perdón de un Gobierno que nada tiene que temer de sus lian lieclio
enemigos, atendida, por otra parte, la ignorancia de esos infelices
mas
ciegos que culpables. Vuestra clemenciaUes abrirá los ojos pa-
ra ver en
Gobierno un padre que sabe perdonar sus estravíos;
el
bien es cierto,
con la
te,
lei
que un tribunal competente
los lia
i
si
condenado a muer-
en la mano, nosotros, acatando como debemos la justa
decisión de ese tribunal, esperamos que nuestros deseos encontrarán
eco en el
magnánimo
He
espíritu de nuestro paternal gobierno.
di-
cho.
El jeneral contestó con voz conmovida: Reverendo padre: tanto vuestra paternidad como
— bles
i
tado, podéis estar seguros de que vuestros los
que en este momento
hombre;i talvez porque de
abriga
soi
honora-
que se
derrame
ya en
el
amar a mi la sangre
odioso
mi
deseos corresponden a
corazón. Antes que soldado, soi
soldado, sé apreciar en lo que vale la vida
un hombre. No me anima ni
do, pues solo sé
da,
las
graciosas personas, cuyos nobles sentimientos habéis interpre-
el
rencor político ni
país. Soi chileno,
i
odio de parti-
el
siento
como vosotros
de un hermano, ya sea en la lucha
patíbulo: porque os'juro por
fratrici-
mi honor de
solda-
mas que hermanos estraviacomo por la de todos mis com-
do, que en mis enemigos políticos no veo
dos, por cuya felicidad patriotas.
a un
Os
repito,
me
que
intereso,
soi chileno,
i
me
enorgullezco de pertenecer
país cuyas dignas matronas presentan ejemplos de caridad
amor a
sus semejantes,
como
el
presente.
A
la
sombra de
i
ese cari-
tativo amor, se formarán buenos hijos para la patria; es decir, hijos virtuosos, sensibles
i
capaces de interesarse por
el
bien de sus her-
manos. Podéis, pues, señoras mias, estar seguras de que haré por salvar la vida de esos desgraciados, todo cuanto
me
lo
permitan los
^5
274 lagratos deberes que
me impone
el alto
cargo con que
me lian
hon-
rado mis queridos conciudadanos.
El tono franco
i
persuasivo con que fueron pronunciadas estas pa-
labras, cautivó alas señoras, las cuales se levantaron de sus asientos
mas
i
se acercaron aljeneral
cordialmentc, darle las gracias
YÍ;'i>iH'csj;lcutc
chas de
una de
ellas.
como movidas por un resorte,
i
manifestarle su adliesiou. El
las ccnocia cnsi a todas,
Después de corresponder a
ellas le manifestó, las
para saludarlo
i
era
amigo íntimo de mu-
los sentimientos
que cada
condujo hasta la antesala, desde don-
don Carlos Rodriguez, acompañó a la comitiva hasta la plaza de Armas. En seguida se dirijieron a sus respectivas casas, llevando todas ellas la convicción de que los i^os serian indultados. de
el ministro,
i
CAPITULO XLVI.
EL JENERAL
EL JESUÍTA.
I
((.Los
liochos roveljin en j^rimor
jamas lui])o oii Chile bando mas fanátieo en sus
lugar,
un
(juo
odios, ni rios:
mas
injusto en sus a]n'e-
que
de
los rcaceion-i-
ellos revelan,
en segunda
ci aciones,
el
lugar, que la reacción no lia teni-
do mas mira que la muerte, ni mas medio que la difamación de sus adversarios: ellos revelan, en tercer lugar,
(}U(í
la reacción
i
sus
hombres han sido, i son lioi mismo, los únicos esplotadores de negros fantasmas; los únicos eternos visionarios, que, a favor do sus evocaciones, suelen medrar cu el
El
pROGRílHO
campo
{Editorial
político.»
(le
Junio 20 de \^1 0,)
Solamente dos personas liabían quedado en presidente:
la
nna era
el
el
ministro Ruiz Tagle,
Hipocreitía, que delante de
Pinto,
salón con i
el vice-
la otra el
padre
aparentaba desconfiar del mi-
nistro Tagle.
— Señor
jeneral, dijo
el
jesuíta
mirando de
reojo a
Wwva Tagle:
primor pensamiento,
lili
al
llegar ayer
del sur, fué venir a ver á
Vuecencia.
—
respondió Pinto, creyendo de buena fe en
gracias, padre,
^slil
melosas palabras del jesuíta. I ¿cómo
las
le lia
ido a su paternidad
en sus trabajos apostólicos?
—Xo tan bien
como
deseara, pues
pude dar
solo
tres misiones
Esta salud,- señor! Estos reumatisColcbagua mos me hacen ver que ya soi un viejo! En seguida, bajando la voz, dijo al jeneral: en la costa de
—Quisiera comunicarle a Vuecencia, a
solas,
mi
secreto impor-
tante.
con un aire tan desconfiado, que
luego miró a Ruiz Tagle
I
Pinto no tuvo necesidad de rogar a su ministro que los,
pues éste
del salón protestando
salió
— Hable, padre, respondió — Pues,
le dijo el
,
señor,
bras claras
acentuadas
i
los dejase so-
una ocurrencia
urjente.
jeneral con aire inquieto: el
jesuita en voz baja, pero
con palar
sepa que ayer confesé a nn individuo,
:
me comunicó
cual lleno de arrepentimiento,
que
el
verdadero obje-
to déla revolución délos Inválidos, era asesinar a Vuecencia
—Ali!
el
i
esclamó Pinto: ya liabia oido esa especie; pero ¿cómo
dar crédito a un proyecto tan criminal?
— I sin embargo, los
es
i)royecto
el
ha existido
i
tal vez existe
mismos que lo han inventado, agregó con voz sorda mi ánimo intranquilizar a Vuecencia, pues sabe
me interesa
su salud
por terrible que
i
de dar
—
I
el
No
bien, cuánto
sea.
me
confesó^ tenian resuelto asesinara
Vuecencia, sin esperar a que se
pues
el jesuita.
bienestar; pero debo decirle toda la verdad
—¿Aun hai mas? — Según mi penitente relijion,
entre
los ejecutores
golpe en cuanto
lo
le
suministrase los auxilios de la
hablan recibido
la cruel e
impía orden
para que
me
tuviesen a mano.
¿qué les hecho yo, esclamó
el jeneral,
aborrez-
can de ese modo? ¿Es por acaso algún crimen ante ciertas jentes, el sacrificar
su reposo
i
su salud en aras del bien público?
Los borran hasta —Ah! Exelentísimo hechos por un hombre de de memoria cuando yo tengo tantos ami—Pero, padre ¿cómo puede pelucones? gos entre Vuecencia que esta revuelta de obra de — señor!
odios políticos
los servicios
la
bien.
ser eso,
los
I ¿cree
cuartol es
loa
— pelucones? preguntó
mas candido
del
—
277
padre, mirando a su interlocutor con el aire
el
mundo.
—Así creen —Pues, a mí me
amigo mió.
todos,
lo
parece que todos se equivocan en creer que
habían de fraguar un motin que ningún resultado práctico podria dar, desde que se contaba con tan pocas fuerzas, mientras el Gobierno tenia dobles elementos, según lo han pro-
hombres
serios
bado
hechos. Puede
los
ser,
que algunos enemigos de la
agregó,
administración hayan entrado en la revuelta con fines verdadera-
mente políticos; pero a mi juicio, este movimiento presenta mas bien un carácter de venganza personal que lo hace mas odioso Porque, bien puede perdonarse a revoltosos que, imtodavía pulsados por el amor, mal o bien entendido de su 23atria, se echan en la guerra civil; pero jamas perdonaré yo, a los asesinos que, por satisfacer odios particulares, no dudan en derramar la sangre de mil inocentes que ningún mal les han hecho. El jesuíta pronunció estas palabras con cierta exaltación nunca vista en
Pinto
él.
lo
miró sorprendido,
— Permítame, padre, las palabras
que acabo de escuchar que
niego
en seguida
le dijo:
decirle que hallo cierta contradicción entre
pronunció ahora poco delante de
—No
i
me haya
las
i
el
discurso que su reverencia
señoras.
contradicho,
repuso
el
padre; pero
esta contradicción nace del ínteres que la preciosa vida de cia
me
inspira.
Verdad
to de esos reos;
pero
caridad cristiana,
i
lo hice,
no há mucho, abogué por el indulimpulsado por los sentimientos de
delante de esas santas señoras, cuyos sentimien-
como
tos tan nobles
es que,
Vuecen-
piadosos, no podía herir:
mas ahora queme
hallo a solas en presenciado Vuecencia, cuyit vida sé que está
ame-
nazada por el aleve puñal del asesino, no puedo dejar de inclinnrme al castigo de los culpables. I ya que no es posible haber a las manos a los verdaderos asesinos, creo, en conciencia, que el gobierno debe dar un ejemplo de virilidad para tener a raya las malas pasiones.
Ah!
señor, ¿cree
Vuecencia que sise deja
lioi
horrendo crimen, no tratarán de intentarlo mañana?
impune tan
I a la verdad^
que no concibo un crimen mas horrendo que el de trastornar den público por satisfacer una venganza miserable. Calló Hipocreitía,
de su asiento
i
cljeneral,
i
sin decir
dio algunos pasos hacía el
guida se volvió hacia
— Ruiz Tagle
el
es del
padre,
mismo
i
el or-
una palabra, se levantó medio de la sala. En se-
dando un suspiro
le dijo:
parecer de su paternidad; pero l\o-
~- 278
—
drignez cree que no conviene, políticamente liablando, la ejecución
de esos hombres
Ah! padre mió! no veo
las horas
de
salir
de
me
da,
este infiernol
—-Pues, yo
con
derecho que mi cariño hacia Vuecencia
el
aconsejaria que dejase el puesto,
le
servicios; pero
si el
país no necesitase de sus
en las circunstancias actuales
— he servido ya bastante! He hecho de mi salud de mi rep030 en de mi —Todo eso verdad, repuso eljesuita; en conciencia, no mas de un üd. ha cumplido su misión. l)uede — todo ¿para qué? prosiguió jeneral con voz dolorosa: ¡para por fruto ingratitud — Pero, quédele a Vuecencia de haber hecho padre. — Oh! en cuanto a aquí esa esclamó PinOlil
el sacrificio
vida! dijo el jeneral.
el últiaio tercio
i
es
se
i
patriota,
exijir
I
el
cojer
la
i
el odiol
la satisfacción
el
bien, dijo el
eso,
to,
poniéndose la
mano
prosiguió; pero jamas
siento
satisfacción!
sobre el corazón. Podrán quitarme la vida,
me
quitarán
dulcísimo placer de haber
el
cumplido con mis deberes de ciudadano. tanto ambicionan
i
me
retiraré al seno de
— En donde gozará Vuecencia de l)res
de bien, agregó
el i)adre.
la
Les dejaré
mi
el
mando que
familia.
estimación de todos los liom-
Pero antes de dejar
el
mando, acuér-
dese de que tiene que cumplir con un deber, que la justicia pide,
por mas que a su bondadoso corazón
le
parezca duro
i
cruel!
mano —Lo pensaremos, padre mió, jeneral apretando presentaba que despedirse. dé fuerzas a Vuecencia para — ¡Qué Dios de la
dijo el
el
jesuita le el
fa''er la
al
la justicia
satis-
vindicta pública, castigando a los asesinos
al i)íus! dijo el ])adre con voz sorda al salir
El jeneral
se dejó caer
fatigado sobre la
—Ah! esclamó, malditas
de la
i
sala.
silla.
contiendas civiles! ¿Cuándo dejarán de
despedazarse mutuamente los que pelearon en una tra
el
común enemigo df
ejemplarizando
la patria?
misma fila con-
CAPITULO XLVI
EN LA PLAZA DEL BASURAL.
«Aparta, aparta, muclieduniLre imbécil Ketírate de este antro tenebroso; La sangre del patíbulo afrentoso
Te manclia a
tí
I
también!
Sofocad, por piedad, esos clamores, Que en lo mas hondo, el corazón laceran; Ño hagáis desesperar a los que esperan. Los que piden el bien!» (L.
Rodríguez Yelasco.)
Las sucesivas trasformaciones porque ha ido pasando la ciudad de Santiago, ocasionadas por ese trabajador incansable que Uamau tiempo, i que ayudado del arte moderno, va quitando a nuestra capital su])rimitivo sello de modesta sencillez, nos obligan a rogar al complaciente lector que se traslade con la imajinacion a aquellos tiempos en que tuvieron lugar las escenas que vamos relatando. I
como para com])letar
indispensable
la
la narración
de
descripción de las
los hechos, es
localidades
muchaí^ veces
en que tuvieron
lugar, a fin de grabarlos indeleblemente en la mem(.)ria, ]>ara que el
entendimiento, ayudado de la imajinacion, ccinprenda ha^ta en
—
2S0
—
Sus menores detalles las acciones Immanas; rogamos al lector que,
haga un esfuerzo de imajinacion donde pasaron las escenas que vamos a preEste teatro no es otro que el espacio limita-
al trasladarse a aquellos tiempos,
para que vea
el teatro
sentar ante sus ojos.
do
Tajamar liácia el norte, i por las calles de la Nevería, San Pablo i el Puente a los otros vientos. En consecuencia, le pedimos que borre, como se borran las líneas de una pizarra, todas las casas, almacenes, tiendas i tendales que })or el
rodean
el
espacio antedicho; que arranque de raiz
el
monumental
Mercado Central; que olvide por completo la antigua plaza de Abasti3; i una vez limpio aquel gran cuadrilátero, rodéelo por las tres calles ya nombradas, de casas bajas, de amenazantes aleros, coronadas de agudos frontones, de cobachas a medio tejar, de bodegones de arpa i guitarra, i de chiribitiles de poncho i cuchiedificio del
entre casa
Interijole
llo.
casa algunos corrales,
i
caballerizas
i
]3osadas de carretas; coloque hacia el costado poniente algunos gru-
pos de ranchos,
i
cierre
una parte del costado norte con una
hilera
de ramadas, que cuando no estaban convertidas en bulliciosas chinganas, eran las barberías donde las j entes
del pueblo encon-
traban, no solo quien las afeitase, sino quien les vendiese el j)icantc
charqidcan
la
i
sabrosa empanada. Hecho esto, disemine por
todo aquel espiado, grandes
i
pequeños montones de basura
cuales hablan dado a aquel sitio el
(los
nombre de «Basural»); coloque
en uno de esos montones, un (pedimos perdón) perro o gato muerto; (o
mas el
mas
si
al
benigno lector
a la verdad)
i
le
place;
por último, plante en
que con el
ello se acercará
centro de aquel espacio
poste tradicional que por tanto tiempo adornó nuestras plazas
públicas con
el
hombre
de. Bollo.
Aiiora, para dar animación a aquel lugar, figúrese el lector
un
grupo de hombres jugando a los naipes sobre un poncho tendido en el suelo; varios ociosos matando el tiem})0 sentados al sol, aquí, allá mas allá; muchachos jugando a las chapitas o al volantín; cuadrillas de peyrps q^ue se solazan; asnos que se pasean gravemente, o apuran -eLpaso aguijoneados por una o dos docenas de chiquillos traviesos; mujeres desgreñadas que barren sus cuartos i el frente de sus puertas, llenando el aire de nubes de ceniciento polvo; otras que llevan sobre sus cabezas canastos de ])asura para i
•
arrojarlos sobre los montones; (•abe)
recojiendo trapos viejos
basura.
i
otras i
mas pobres desgreñadas i"
domas desperdicios de
entre
(si
la
—
.
La plaza
281
—
del Basural era, pues, concurrida por toda clase de
jeute; pero desde cierta liora de lanocliepara adelante, no pasaban
por
las j entes alentadas, o los
ella sino
que deseaban asentar su la hacia temible,
reputación de valientes. Otra circunstancia que
renombrado por el abrigo que presentaba contra la policía a la jente de la cascara amarga^ i en donde solia irse a dirimir mil cuestiones a fuerza de puños o a punta de cuchillo, i hasta ^ punta de piedra. En frente de esta célebre plaza estaba el conocido bodegón del no menos conocido Juan Diablo; i bien se echa de ver si, ocupando era su vecindad al Ojo Seco del Puente de cal
i
canto, sitio
aquel privilejiado lugar, dejarian de verificarse todos los dias acontecimientos
mas
menos
o
miento. Once dias
después de la revolución de los Inválidos,
decir, el dia diezisiete
nombrado tan
ya mencionado estableci-
siniestros en el
de junio ^ot la mañana, hallábase
lleno de jente, que
Juan
i
el
es
bodegón
su primer ministro, el
manos para dar de beber a tanto parroquiano. aguardiente como el agua por los arcaduces de una noria;
Vizco, no tenian
Corría el i
las
dia,
cubas parecian liaber sido abundantemente prosistas para ese
pues la enerjía de los chorros indicaba cuan lejos estaban de
agotarse, a pesar de que ya
de los numerosos
Juan Diablo, do
i
el
i
empezaban a caer por
suelo
el
muchos
sedientos consumidores. Solo era de notar, que
no menos diablo, Vizco, tan
pago de
lo concerniente al
ríjidos
i
severos en to-
mostraban ese dia por cobraban sino a uno que otro
las bebidas, se
demás complacientes i jenerosos. No de los bebedores: la mayor parte bebia como si tuviere cuenta abier* ta en el bodegón; i Juan Diablo se reía como si* aquella vez estuviera haciendo el mejor negocio de su vida.
Entre
los
bebedores estaba Miguel Turra, que parecía capita-
near a diez o doce de los concurrentes, según era dad con que les hablaba.
el aire
de autori-
— Oiga, ño Diablo, Miguel. ¿Sabe Ud para qué están armando aquel banco junto — No quiero respondió Juan, guiñando como supiera mui bien que Turra preguntaba. — Pues yo quiero repuso aun me ha puesto en cabeza que para a —Eso duda, interruiupió uno de que había asomadijo
al Taji^raar?
sé, ni
saberlo,
el ojo
lo
si
saberlo,
la
es
fusilar
éste,
los reos.
es, sin
do a
la puerta,
se
i
los
i)orque allí veo a
se
don Pedro Catana con dos
sol-
dados.
Don Pedro Catana
era
uu sobrenombre con que
el
pueblo dis36
— 282 — verdugo de Santiago. Otros
tiugiiia al
pues su
tigo,
oíieio principal consistía
llamaban don Pedro Lá-
lo
en azotar ladrones atados al
Molla o sobre la escalera.
—Yo que
me meto
estoi tan
—¿I no
no
es
en
bodegonero, mayormente ahora
eso, dijo el
ocupado en espender mi aguardiente.
bueno
confidencial.
negocio que
el
¿No
lia liecbo?
preguntóle Turra en to-
es verdad que don Motiloni es caballero que
|)aga bien?
Juan Diablo no
contestó,
i
siguió
pasaiido vasos llenos
i
reci-
biendo los vacios. Mientras
t-anto, la
condiciones.
i
mar
En
plaza se iba llenando déjente de todas clases
cada puerta liabia un grupo de curiosos;
se divisaba coronado de niñas
una de
mas agradables
ver
allí
te-
iban
in^j^j
meados por una cruel
i
las
caballeros,
i
escenas,
i
como
si
el Taja-
se esperase
todos los concurren-
venian tratando de ganar los mejores puntos de vista, i
vergonzosa curiosidad.
El dia presentaba un aspecto
triste
rrones encapotaban la atmósfera;
i
i
Gruesos nuba-
aterrador.
no parecía sino que
la
tempes-
tad que se desarrollara en los aires, Imbiera tocado eléctricamente al
alma de aquella multitud. Solamente
se oia ese ruido sordo oca-
gi
«rado por el anhelo
el tétrico
naba en
la
los silbidos
i
la impaciencia;
i
silencio
que
rei-
mayor parte de los grupos, solo era interrumpido por de los muchachos i por las espresiones que se cruza-
ban, iguales o parecidas a las siguientes:
—-¿A qué hora
llegarán?
A qué ven—Jesús! yo no tengo valor para ver nunca a un —Yo he venido porque no he que van a — no sabemos cuántos son madre! — Dicen que son cinco condenados por consejo de guerra. — Pero ¿no habian indultado a de ladrones a Se indulta a — ;Qué habian de pero no a porque me han dicho que por vente a poner — Mira, estas
cosas!
dría yo!
fusilar
visto
I
el
los
tres
los
ajusticiar, co-
lo
al fin
cristiano.
indultar!
ellos?
los
i
los
los reos políticos.
asesinos,
niña,
aquí,
aquí han de pasar. Pobrecitos! Cómo vendrán de asustados! Tengo unas ganas de verlos que... vaya, no está en mí.,. Pobrecitos! Se me parte el CO" -
-
razón!
— 283 — - Quién
Desde
estuviera en aquella ventana!
-;
allí
sí
que se verá
bien.
—Pues
a
mí me
gusta, compadre, que el Gobierno se
firme, porque de otro
—Sin
modo no acaban nunca
mantenga
estas revueltas.
embargo, yo creo que estos pobres diablos no merecen
la
muerte.
—¿Qué — Que —Ya!
-
Ud?
dice
los verdaderos culpables
ya!
ellos.
Pero esos culpables verdaderos están a muclia altura
para que un gobierno débil se
—I ¿es justo de
no son
¿No
les atreva.
castigar a los soldados
i
dejar
es así?
impune
la rebelión
los jefes?
—No
es
mui
justo, lo confieso; pero ¿qué quiere
se sacrifica siempre a los
débiles;
i
Ud? en
política
en las circunstancias actuales,
es preciso ejemplarizar al pueblo.
— Imbécil!
murmuró un
caballero
embozado en su capa hasta
¡Buena manera de e=jomplarizar al pueblo es esta de hacerlo gozar con espectáculos inhumanos! A ese tiempo el grupo que obstruia la puerta del bodegón de Juan Diablo se abrió para dar paso a un hombre, que por el tono de predicador con que hablaba, se echaba de ver quién era. El tio los
ojos.
lineo,
según
él lo
devoradora. Al
aseguraba, venia en rWJia salud] pero con una sed llegar a
modo a los bebedores ¿Cómo os atrevéis
—
la.
puerta del bodegón,
a beber
i
interpeló de este
a regocijaros en este di a en que ese
gobierno de herejes va a matar a cinco de nuestros hermanos? Pá-
seme un vasito de aguardiente, don Diablo, porque tengo la lengua seca i no he remojado la palabra en toda la mañana. Conque ¿es verdad, tio Ruco, que van a balear a los cinco? preguntó una mujer.
— —Ya
os digo, prosigui(') el viejo después de haber
apurado su vaya os digo que los tiempos se acercan!... El Gobierno quiere meter miedo al })ueblo con estas ejecuciones, i por eso inventó esa so,
revolución que toda eUa es pura mentira
i
engañifa para tener un
pretesto con que asesinar a cinco veteranos que han derramado su
sangre por la patria... Mira, Vizquito; oye, hijo
mió!
Dame
otro
que sea de la cuba chica, porque este que me ha dado don Diablo, no es aguardiente sino agua chira... I vosotros, miserables!
vasito
i
})rosiguiódirijiéndñí5e a tres o cuatrc^b(n'racllos
en
el suelo.
que vacian tendidos
¿Qué hacéis ahí tendidos como animales, mientra?
—
—
284
vuestros compatriotas son perseguidos, encarcelados i muertos a balazos por este gobierno de estranjeros i herejes? ¿No liabeis oido
que
los
tiempos se acercan?
—Tiene razón Ruco, Turra: jeneral Prieto ca ya veremos son capaces de hacerle —Miguel! desde medio grupo, un hombre de aspecto —¿Qué Barragan? preguntó Miguel. — Que me ha ocurrido una — Será alguna bellacada — Que montemos en nuestros esperemos a en esquina. —Ah! ya entiendo, interrumpió Turra echándose poncho hombro. ¿Cuántos somos? — Dieziocho; pero aquí encontraremos mas que nos ayuden el tio
si
i
dijo
se acer-
el
ios pipiólos
gritó
frente.
del
el
feroz.
se te ofrece,
se
cosa.
¿cuál es?
caballos
los reos
i
la
te
el
al
otros
i
espaldeen. Los esperamos en la esquina con las catanas desenvai-
nadas bajo
el
poncho,
i
en cuanto los tengamos a
sobre los soldados... Cada uno
mata
al
tiro,
Es
suyo
nos echamos
cuestión de tres
minutos.
— Me gusta sorpresa Miguel. Cuando vuelvan de que queden ya estaremos ¡Me gusta! pues — ademas, no atreverán a hacer fuego sobre escaparemos por entre toda — Pues, manos a esclamaron algunos, entusiasmados con bebida. verá gobierno que hai a quien — Oh! esclamó Juan Diablo: tengan modo hablen mejor del la
la idea, dijo
los
vivos,
I
lejos.
nosotros,
se
la jente.
la obra!
¡Así
la
este
le
duela!
i
Gobierno; to,
i
el
salga a la
que quisiera decir algo contra el señor Jeneral Pinplaza i hable hasta mañana, porque yo soi hombre
no quiero que mi bodegón se desacredite. Es verdad, agregó tio Puco bebiendo el duodécimo vaso. Dejad de pensar en lo que habéis dicho i afilad vuestras catanas para cuando lleguen los tiempos. Mientras tanto, salid a la plaza i dede paz
i
—
cidles a cuantos
encontréis
¡que los
mas que un
revolución no ha sido
tiempos se acercan!
i
que la
pretesto del Gobierno para
man-
dar asesinar a nuestros hermanos.
En
esto
se
acompañado de
dejó
sentir
gritos
i
en la plaza un movimiento jeneral
silbidos de
muchachos, que desde
los teja-
dos de las casas decian:
—Ya vienen! ya vienen! -
— Gracias a Dios que
al fin llegaron!
esclamó una mujer empi-
;íso
nándose para ver mejor. Estaba ya causada de esperar, i he dejado mi casita sola con mis tres chiquillos, Turra i sus compañeros salieron del bodegón i se metieron por entre de la multitud que se ajitaba como las olas del mar. Bien pronto se vio aparecer por la calle de la Nevería un piquete de ca-
marchaba abriendo paso hacia
ballería que
Seguian después
los reos, entre dos filas
el
Tajamar.
de soldados,
cerraba
i
Cada reo iba acompañado de un sacerdote que lo exhortaba a morir como cristiano. Los reos eran cinco, i todos marchaban con los ojos hacia el suelo, pero con paso firme. la
marcha
A la
otro piquete.
cabeza iba
el sarjento
de Inválidos, Victoriano Espinoza, con
padre Hipocreitía al lado izquierdo, el cual, dándole a besar un crucifijo que llevaba en la mano, le decia:
el
—Despojaos,
perdonad a todos vuestros enemigos, en nombre de este Dios de paz, para que El os perdone vuestras culpas. Bendecid la sentencia que os envia al cadalso, i hijo mió, de todo rencor;
haced intención de besar la mano de los jueces mismos que la han firmado en nombre de un Dios justiciero... Es decir, interrumpió el sarjento, mirando fijamente al padre,
—
que están arriba, es un Dios justiciero que manda firmar sentencias de muerte, mientras que el Dios de los que estamos debajo, es un Dios de paz que manda perdonar el es decir, que el Dios de los
hacen?... Vaya,
mal que nos
padre, le ruego que no
me
hable de
no puedo entender porque se me va la cabeza. Lo que yo veo bien claro es, que si la hubiéramos acertado, nosotros seriamos los que hubiéramos firmado sentencias de muerte, i a ellos estas cosas que
les
hubiera tocado marchar al banco; pero nos hemos equivocado;
i
ya que es preciso morir, déjeme morir como un valiente. Diciendo esto, indiferencia; lo, lo
miró
i
i
el sarjento
prosiguió la
viendo que un individuo
marcha con
le
aire
hacia señas con
de estoica
un pañue-
lanzó un grito de dolor.
—Adiós,
hermano mió! esclamó, con los ojos fijos en el hombro del pañuelo. Adiós! Abraza a nuestra madre en mi nombre i dile que voi a morir pensando en olla! Vamos andando! prosiguió en seguida, apurando el paso con cierto movimiento nervioso. El padre Hipocreitía no se atrevió a dirijirle de nuevo la palabra, i
siguió al lado de su penitente, con la vista fija en el suelo.
CAPITULO XLVIII.
LA EJECUCIÓN.
pono en duda el derecho de la sociedad para castigav los delitos. Pero ^;el derecho de castigar supone el de matar?» c(]Sra(lie
(íNo matarás,
dice el precepto raoconfirmado por la lei. Matad, dice la ciencia de algunos publicistas, para i)roducir el buen ejemplo.» ral
J.
Llegado
que mandaba la
troj^a
ordenó que se despejara
el fren-
Tajamar, cuyo anden estaba lleno de curiosos. Retiráronse
éstos hacia cia,
abolición
convoi al punto en donde debia tener lugar la ejecu-
el
ción, el oficial te del
—
M. Balmaceda Moción sobre la de la ¡Hna de rnuerte 1871.
uno
i
otro lado,
i
solo
quedaron algunos a cierta distan-
entre los cuales se hallaba el Vizco, cuya malignidad parecia
buscar un objeto en que cebarse.
Un
silbido particular
que oyó
cerca de las ramadas, lo hizo correr hacia aquel punto abriéndose
paso como una serpiente por entre los curiosos. bre
el anden
i
buscó con la vista
al
que
lo
En seguida
habia llamado.
los ojos estaban fijos sobre los reos, a quienes
vendaban
aquel momentOj nadie ponia su atención en
Vizco,
el
saltó so-
Como
todos
la vista
el cual,
en
echado
—
—
287
sobre uno de los estribos del Tajamar, escuchaba con atención lo que le
decían tres o cuatro hombres de a caballo, colocados en
el callejón
Tajamar i las ramadas. Estos hombres eran Miguel Turra, Manuel Barragan i dos o tres de sus compañeros. Barragan tenia debajo del poncho un lazo, que ojaló por su estremo al fuerte pelmal de su moutura, dando el otro estremo al Vizco. El maligno muchacho saltó con lijereza sobre el pavimento de la calle, i pegándose a las quinchas de las ramadas, se fué arrastrando como un gato hasta colocarse a dos o tres pasos de distancia de un liombre que miraba con gran interés los preparativos de la ejecución, formado por
el
por entre los agujeros de mía quincha.
En
seguida,,
dejando los
líl-
timos rollos del lazo debajo de las ramas secas de la quincha, se acercó al liombre, el cual estaba tan preocupado, que no sintió al
muchacho
sino cuando éste tocó sus piernas.
—¿Qué haces
Pedro Catana (pues aquel hombre no era otro que el verdugo, ocupado allí en aprender a maltratar i exterminar hombres) aquí, basilisco? preguntó
—Ah! ño Pedrito, por Dios! esclamó dose cuanto
mas pudo
el
Vizco llorando
i
atracán-
hombre: ;tengo_mucho miedo ño Pe-
al
drito!
— Miedo, Pedro, cuando capaz de jugársela mismo — ño Pedrito, tengo mucho miedo, Vizco, haciendo como que lloraba abrazándose de piernas del verdugo. — Déjate de asómate por entre ramas tú? dijo
eres
al
diablo?
repitió el
Sí,
las
i
lloriqueos^
dijo éste,
las
i
de la quincha, para qu^ aprendas a portarte bien cuando te veas en este caso.
—¿Qué
Ud?
dice
— Que tarde o temprano has de venir a parar en banco... Ya has probado mis manos una ¿Te acuerdas? — me acuerdo, respondió Vizco, separándose de Pedro para el
vez...
Si
tomar
el
punta del
la
lazo.
dose de nuevo sobre
doque
Si
me
el suelo.
acuerdo, ño Pedrito, repitió, ecluin-
Ah! para qué
iria
yo a venir, sabien-
tan miedoso!
soi
—'Asómoie,
asómate, cojudo, decía Pedro entusiasmado con el espectáculo. Mira ya están sentados en el banco. Los sacerdotes '
.
. .
,
les están i
dando
el oficial
En
ese
tin grito
los
últimos consejos... Ahora se separan los jiadres,
manda a los diez tiradores que apunten... ¡¡Fuego!! momento se oyó la detonación de los fusiles, seguida de
lanzado por la multitud.
El Vizco,
al oír
que ya
se acercaba el
momento
oportuno^ se ha-
bía abrazado de las piernas de su compañero, gritando: cc-Tengo mie-
do»
;
i
enlazándolo de ambos pies, con increíble prontitud,
liizo
a
Manuel Barragan la seña convenida. El bandido echó a correr como un rayo, Tajamar abajo, arrastrando al verdugo, quién lanzó un grito espantoso al sentirse arrebatar como por encanta. El mucliacho saltó al instante sobre el Tajamar, i de allí sobre la grupa de uno de los
compañeros de Barragan,
era
un cadáver,
desojaló el lazo
la vía de la Cañadilla. oficial,
ya
ios
cuando creyó que su víctima echó a correr con sus amigos por
el cual,
Cuando
i
la noticia del suces^o lleo'ó a oidos del
bandidos se habían perdido de vista;
como nadie
i
se
daba cuenta exacta del hecho, cada cual lo contaba a su manera, no faltando quien dijera que el diablo en persona había venido a buscar al verdugo. El cadáver de éste, fué encontrado hecho pedazos sobre la rampa sur del puente. El oficial envió a buscarlo con sus soldados j^ara juntarlo con los de los ajusticiados. Mientras tanto, se hacia mil
i
mil comentarios en la plaza sobre aquel desacato co-
misma. Por entre los grupos se paseaba el caballero embozado de que ya lector ha oído hablar. No hablaba una palabra i solo escuchaba
metido a vista de el
la justicia
las encontradas opiniones de la multitud.
—¿Habráse atrevimiento mayor? esclamaban unos con en presencia de autoridad misma! agregaban — buscar a bandidos, — Oh! —¿Para qué? preguntó de su alevoso crimen. — Para —Ah! Esos hombres derramando sangre humana, no han hecho ejemplo que autoridad presenta. mas que seguir —¿Qué quiere Una sociedad que prohibe matar, no debe matar. — Lo que compadre! esclamó a media voz un caba—Palabras de gordo, haciendo unjesto de marcado son palabras de respondió de capa —
exal-
visto
tación.
¡I
esto
la
es preciso
otros.
esos
el
i
encontrarlos...
la capa.
castigar
•
la
el
les
IJd. decir?
digo.
pipiólo,
desprecio.
llero
pipiólo, le
Si estas
mirando de
frente, es evidente
que
el
los pipiólos
la
saben decir la ver-
dad.
—Pero,
señor, por el
amor de
Dios,
dando un resoplido de importancia: ¿no una muerte, debe una vida?
—
'
^Así
ef=^,
respondió el otro^
replicó es
el
hombre gordo
verdad que
el
que
liace
— — Por
coasigaietite, el asesino
que
la única
—
él tiene
'GTraciosa
cer al
289
deudor
—
debe pagar
la
vida que quita con
.
manera de hacer pagar una deuda sin enriquecer al acreedor.
es esa de
empobre-
¿Acaso porque se ahorca
al asesino, resucita la víctima? I la sociedad,
¿qué otra cosa gana,
deshaciéndose del matador, sino es tener dos hombres de menos eu lugar de mío? Nó, señores, desengañémonos: una vida no
paga haciendo una muerte; un crimen particular no se lava por medio de un crimen social. Yo convengo con Uds. en que el asesino es un deudor: cometiendo una mala acción, ha contraído una deuda que se
debe pagar...
— ¿cómo quita —Eso no I
la
es
pagará
mas que
BU deuda, interrumpió
no
es
con la vida? Por eso
la lei
se la
imposibilitar al malhechor para que
pague
si
de la capa. Es como meter en la cárcel al
el
deudor de una suma cualquiera. Si se
le
quita la libertad, no podrá
pagar a su acreedor ni los intereses. Entonces es precisamente cuando '
mas
manos libres para trabajar,pues solo así podrá cancelar su deuda. Lo mismo sucede con el que ha cometido una mala necesita tener sus
pagan sino por medio de acciones criminal necesita vivir. Por consiguiente,
acción: esta clase de deudas no se
buenas, para la sociedad sibilita al
que
le
quita la vida, lejos de cancelar el crédito, impo-
deudor para j)agarlo.
— Teorías! pero yo
lo cual el
me
puras teoríasl volvió a replicar
atengo a la práctica;
i
caballero
el
la esperiencia
gordo:
nos enseña que
dejando a los criminales con vida, lejos de cancelar sus créditos pendientes, los acrecientan con nuevos crímenes.
—Eso sucede cuando sociedad no cumple con su deber, debe responder ante Dios — qué culpa tiene sociedad de crímenes cometidos la
i
ella
de...
la
1¿
los
por
Pedro, Juan o Diego?
— La misma culpa que cuando Pedro, Juan
o
Diego
de lepra u otro achaque epidémico cualquiera. ¿No
le
se
enferman
parece a Ud.
que mía sociedad indolente, que no hiciese por curar a los enfermos i por que los sanos no se contaminasen, seria responsable de los daños causados
—Eso
i)or la
epidemia?
es evidente, respondió el viejo
de barba blanca, (que
si
no
era cabihlante, aspiraba a parecerlo, según lo indicaba, su grueso
bastón adornado de un par de borlas) Eso es evidente, señores mic>s; i si noj digalo el año de 8, cuando todo el i bistre Cabildo de Saniia-
07
—
—
290
ñu de conjurar aquella maldita suburbios amenazaba invadir el centro de la
go, se reunió con el
sarna, que desde
los
capital.
bien
me acuerdo
yo,
Aunque
que algunos señores cabildantes fueron de pare-
un
cer de que no debia gastarse
cuartillo partido por la mitad,
en
la curación
de los sarnosos, alegando que la caja estaba exhausta
de dinero;
i
basta llegó uno de ellos a decir en
sión:
cada cual debia rascarse con sus toñas \y> palabras que se
(íqice
lian convertido en proverbio, cual sucede
el calor
de la discu-
muchas veces con multi-
tud de espresiones, que a pesar de ser contrarias a toda razón, suelen tener la suerte de convertirse en evanjelio pequeño, según son
donde caen. Pero nosotros los combatimos a brazo partido i les probamos, como tres i dos son cinco, que no era bien que cada cual se rascara con sus uñas, mayormente cuando la parte
las jentes en
noble de la ciudad, estaba espuesta a tener que rascarse sin quererDijímosles
lo.
(me acuerdo como
si
uñas para arrancarle a
ilustre Cabildo tenia
como el vecinos una parte
fuera ahora) que así los
del fruto de sus sudores, también debia tenerlas para rascarlos i curarlos de la comezón. En fin, tanto le hablamos, que consegui-
mos
una especie de lazareto para atendió un médico pagado por la ciudad. se hiciese
— Muí bien hecho,
dijo el de la capa;
i
los
enfermos,
i
allí los
aquí era donde yo quería
venir a parar. El crimen es una enfermedad social, una epidemia
moral que a
los
la sociedad tiene el
i
enseñándolos a ser hombres de bien,
la sociedad
i
Al
i
su
entendi-
amigos del trabajo. Si
no obra de este modo, será mas o menos responsable de
los crímenes
cen
sino curándolos; es decir, ilustrando
enfermos,
miento
deber de combatir, no exterminando
que
se cometa, así
como
lo es
de las epidemias que na-
se desarrollan a causa de la indolencia pública,
hombre gordo se encaró con el que hablaba; i brazos enjarra, con un pié alelante i el otro atrás, la
llegar aquí, el
poniendo
los
gruesa barriga adelantada hacia su interlocutor, el pecho cuajado de valonillas, la cabeza erguida i el sombrero casi sobre la nuca, le pregunto:
—¿Quiere que diga una cosa? —¿Qué cosa? — Que no he comprendido una palabra de toda esa algarabía. le
— No es extraño, respondió
'
Mientras tanto,
el
el otro
con la mayor calma.
señor barrigón decia a media voz al que tenia
a BU derecha:
— iCosas del tribunol
'
No he
visto
una cabeza mas deschavetada
-
— que
la
—
201
de este don Mavtiu. Mentirla,
si
dijera que he (Mitendido
una
jota de todo lo que ha dicho. I lanzó
una estrepitosa carcajada. En seguida, volvió a
la
carga
diciendo:
—Parece, señor don Martin, que üd. del derecho que tiene,
quiero decir, del
quisiera privar al Gobierno
deber de castigar al
cri-
men.
—No pretendo — entonces ¿por qué habla como echándole en cara a tal cosa.
I
dad estas ejecuciones que han de
servir de
la autori-
escarmiento a los mal-
vados?
—Escarmiento! esclamó don Fijaos en los semblantes de esas
Martin con acento de sarcasnu>.
la vista del sangriento espectáculo,
carmentar a
las
que han venido a gozar con decidme si esto, antes que es-
j entes i
masas, no es despertar en ellas los feroces instintos!
¡No es derramando
la
sangre
humana como
se
enseña a respetar la
vida del hombre! Escarmiento! Mirad, prosiguió, mostrando con el
dedo
el
cadáver del verdugo, que cuatro soldados traían
hombros. ;Hé ahí
los efectos
de ese escarmiento!
sobre sus
CAPITULO XLIX.
DON MELITON PRINCIPIA A HACER FORTUNA
«Uno
plántalas higueras, come las brevas.»
I otro se
(Refrán popular.) Cada dia se aleg^raba mas don Marcelino de habia tomado de clavar las ventanas de su casa rrada su puerta de
calle,
mansedumbre
i
observaba en
su mujer
mas
resolución que
la i
de mantener ce-
pues a esto atribuía principalmente la
docilidad que desde los líltimos sucesos domésticos i
su hija.
tranquilidad de ánimo,
En
cuanto a éstas, aparentaban
(que estaban bien lejos de sentir)
por su parte se engañaban también, tomando por buen lado el cambio de don Marcelino, desde que creyó poder vencer la resistencia
de su
hija.
Doña
Estrella
visitaba diariamente a sus amigas, quienes obte-
nían así noticias sobre
vantado de
la
cama
i
la
vivir contento
princi})io
tuvo
celoso
el })lacer
liora
Ya
el joven se
habia
le-
estaba casi completamente restablecido; pero
no podia
Compañía a la
salud de Anselmo.
estándole prohilñdo
el
ver
asu amada. Al
de verla dos o tres veces en la iglesia de la el
I
determinó He*
"
de misa; pero habiendo notado su ]u*esencia
don Marceliuoj que no
se sepai'uba
de su
hijaj
A
— 293 — Anselmo no tuvo mas que contentarse con las noticias que le traia doña Estrella, de la cual se hizo tan amigo como un amante puede serlo varia en lo sucesivo a otra iglesia. Entonces, el pobre
del confidente de sus amores.
En
cuanto a nuestro buen amigo, don Meliton Sandoval etc. seguia estrechando sus relaciones con don Marcelino i don Cándido, a quienes liabia hecho varias visitas. Posteriormente habia sido pre-
miraban de diverso modo. Dorriga, Franco i otros, lo trataban con gran consideración, atendiendo a su calidad de español noble. Don Cándido sentado por
el
padre Hipocreitía a otros amigos, quienes
lo
no cesaba de proclamar su sabiduría, en razón a los profundos conocimientos que don Meliton poseia de la lengua latina. Aldeano i otros lo despreciaban,
i
Portales parecia mirarlo con notable pre-
dilección; pero todo era porque el señor Sandoval le proporcionaba
un
objeto de quien burlarse.
cuenta,
como
dicen;
i
lo conoció, lo
tomó por su
no cesaba de preguntarle por sus dignidades,
antiguas riquezas
apellidos,
Desde que
i
el
valimiento de que gozaba en
España,
Don Meliton no
era
un tonto de
de Portales; pero las
las pullas
manera tan fina, que habria sido por un capricho de la suerte o de
capirote
mas
para que no conociera
una peor darse por ofendido. Ademas, veces, éstas las dirijia de
la desgracia,
habia acontecido que
desde que don Meliton vio a Lucinda, se enamoró perdidamente de ella,
i
esto liabia trasformado su carácter altanero en suave e insi-
nuante.
De taciturno
i
severo, se hizo vivaracho, fácil
i
flexible
como
un niño. Lucinda le habia hecho amar esta nueva sociedad colonial que habia principiado por despreciar. Aunque comprendia la nulidad de don Cándido, ¿cómo no apreciar al padrino de la linda niña? Por
mas que
digustaba la grosería de don Marcelino, se empeñó en
le
hacerle la corte; i
cortés de la
mación
i
el
cuatro veces
i
como estaba acostumbrado
al lenguaje insinuante
sociedad madrileña, no tardó en ca])tarse toda
la esti-
cariño de su futuro suegro, en cuya casa comia tres o i)Oi'
semana. Los obsequios de doña Trinidad
i
la
ama-
Por último, el deber defórmales historiadores nos obliga a decir, que no es i)osible afirmar si el amor a Lucinda, o la esperanza de cambiar su estado rentístico, era lo que mas habia influido para mejorar la manera bilidad de Luíúnda, tenian engañdos a los dos viejos.
de ser del candidato a yerno.
Ya don
Marcelino habia impuesto a su rsjxisa de sus proyectos,
diciéndole rjuc (h>bin
niiíai-
al
iioblí»
don iMeliton como
el futur(>
—
294
—
La pobre señora, conociendo que toda observano bizo mas que callar i abogar sus suspiros. Sin embargo, se atrevió a bacer presente a su marido que seria una im-
esposo de Lucinda. ción seria inútil,
prudencia querer que bi niña olvidase de un dia para otro su anti-
guo amor,
i
que
lo
mas puesto en
razón, seria esperar
un poco de
tiempo a fin de que se fuese poco a poco acostumbrando a del nuevo esposo.
—Está
bien,
contestó el terco don Marcelino: pero adviértele
a esa mucbacba, que yo no Meliton
mo,
me ba
es preciso
bi idea
estoi
para aguardar mucbo,
becbado sus indirectas sobre que se convenza de que
i
que ya don
el particular.
Por
últi-
persiste en su capricbo, la
si
desberedo de redondo.
Lo que doña Trinidad
queria, era solo
es-
que entonces se bailaba en San
crito a su primo, el Jeneral Freiré, FelT[>e,
ganar tiempo. Habia
esperaba que éste vendría a sacarla de tan embarazosa
i
Ni aun podia pedir consejo al padre Alvarez, porque bacía mucbos dias que éste no se bailaba en el convento. Nadie daba noticias de su paradero; i solo uno que otro fraile sabia que el q)adre provincial, después de una disputa acalorada con el ¡jadre. Hiposituación.
creitía, liabia
ordenado
la traslación del
reverendo Alvarez al con-
vento de la Recoleta Francisca.
Algunos dias después,
el
padre Hipocreitía decia a don Mar-
celino;
— El pobre
don Meliton está loco de amor por Lucinda: no
babla sino de la linda i virtuosa niña, la a
i
me
tiene el proyecto de llevárse-
España para bacerla condesa.
— Obi contestó caso, iria
don Marcelino, paseándose por su cuarto: en ese
yo también
i
es claro que......
— Haria —Es
Ud. bien. claro que si mi bija puede ser condesa, yo podría llegar a ¿Qué título me correspondería a mí, como padre de la
ser
mucbacba? El de suegro del señor conde, contestó sonriendo eljesuita. Pero
—
en cuanto a
títulos,
prosiguió,
no es
difícil obtenerlos,
babiendo
con qué. Lo que por abora importa es realizar la unión.
—Ya be bablado sobre a Trinidad. — ¿qué ba contestado señora? — Parece que resigna; pero muchacha todavía. —Al esto
la
la
I
se
fin lo dará.
la
no ha dado
el sí
.
—
— -Pues no
29o -.
ha de dar He prometido desheredarla,
lo
I
si
se
me
resiste.
— Oh! — Digo,
dijo el si
buen padre:
se encapricha.
—No obstante', hai
;diiro ¡
Ya
es eso
de desheredar a una Injal
lo verá!
medidas serias, cuando se trata de la felicidad de los hijos. ;Son mui sagrados los deberes que impone el porvenir de la familia, mi don casos en que la])rudencia aconseja tomar
Marcelino!
—¿Qué quiere — Digo, que con
decir, su paternidad? el fin
de obligar a la niña, podria Ud. hacer una
donación a su futuro yerno.
ñora
i
a su hija,
De
manera haria üd. vera lase-
esta
cuan dispuesto estaba Ud. a dejar de heredero a
don Meliton. Ahí mi padre, eso seria para que me criticaran las jentes! Por otra parte, agregó el jesuita, sin atenderá la observación de don Marcelino; Ud. sabe que don Meliton carece ahora de recursos; i mientras le vienen los que ha pedido a España, bueno es que cuente con algo Lucinda no podrá quererlo, viéndolo pobre Yo conozco a las mujeres. Otra cosa será cuando lo vea en su casa propia. A propósito ¿no tiene Ud. una casita en la calle de Santo
— —
Domingo? ahora no está arrendada — .Su paternidad bien: puedo prestársela a don Meliton. —Tiene Ud. razón, contestó padre: Ud. podria donársela. — Digo, — Mejor una donación de por Es una especie de présSí;
dice
i
el
prestársela.
seria
vida.
mismo puede Ud. liacer con la chacrita de Colina, que produce Don Meliton es loco por la agricultura, des-
tamo. Esto
nada
le
i
pués de su muerte recibiria Ud.
la
chacra convertida en un
¡)a-
raiso.
Nada
contestó
don Marcelino. El padre prosiguió con voz me-
losa:
—Ademas, como
el
hombre ha de
ser su yerno ¿qué tiene de i)ar-
que reciba esas donas de parte de Ud? Vuelvo a repetirle que estas donaciones no podrían ser sino durante la vida del caballero. A Ud. no le hace falta alguna ni la chacra ni la casa; i puede ser que Lucinda mire con mejores ojos al buen caballero, una vez que lo vea regularmente establecido.
ticular
Don Marcelino, por única contestación, dijo al jesuita: — Lo veremos despacio. ])adre mió: ;otia cosa es con gnitai-ral
•
— — Ud. sabe No
nos
lia
muchos que
lo
que
liace,
padre pudo darle,
Marcelino para ceder a don se sabe
—
contestó éste.
sido posible averiguar
el
Lo único que
29(5
lo
si
solo fué
este consejo
que influyó en
ii
otros
ánimo de don
el
Meliton las propiedades antedichas.
de positivo
es,
que unos veinte dias después de
ya el señor de Sandoval vi^da en su casita de la calle de Santo Domingo, i decia enfáticamente «mi chacra de En mui poco tiempo, la casa i la chacra cambiaron Colina» de aspecto. ¿De dónde se sacó el dinero necesario para los trabajos? Nadie lo sabia, con escepcion del padre Hipocreitía i el avaro don la conversación anterior,
:
Policarpo Tragantilla,
CAPITULO
L.
LOS PROYECTOS DE DON MARCELINO,
t(
Había paz,
liabia prosperidad,
aque-
liabia libertad; pero todos llos lionibres
a quienes favoreíña
elprivilejio dc^struido: todos aque-
de la educación antigua; todos aquellos hombres que caen en la luilidad después que ha caído o\ orden que los engranllos lioinl)res
decía;
todos
los
ignorantes,
el
elemento español, que no puede resistir en su orgullo a la innovación de creencias, de formas de gobierno, de costuml)res liberales en la esfera, i)ública i privada, mordian el freno en el silencio de su rabia.» FiíANCiSí'O BíLBAO.
Pocos dias después,
i
—
{Sociahilidifd
ChiJena.)
a labora en que nuestros padres solian hacer
algunas visitas de confianza, es decir, antes deque quemase de la mañana, del heroico
o sesto
el
el sol
héroe don Cándido de la Rueda, golpeóla puerta
don Marcelino de
]^)jas,
a quien encontró en
el
quinto
mate de su desayuno.
— Siéntese, contestando — Mas vnle
al
comi)adre; a tiempo ha llegado, dijo don Marcelino
saludo de don Cándido. lleu-nrn ti(>m]UM|ne no ser convidnd(>,
r(S])ondio éste,
38
— sentándose
tomando
i
el
298
—
mate qne acababa de cebar don Marcelino.
— qué por acá tan temprano? —Vengo encargado por mi mujer para hacerle nn lo trae
1¿
be qne mañana es
de mi cnmpleaños^
el dia
i
Ud
convite.
Estelita
lia
sa-
querido que
Uds. nos acompañen a la mesa.
— Dios —No
compadre;
se le pague,
liai
pero que valga
Estelita
lia
Comeremos un
persona a mi comadre
mos de
2)ero
de venir a convidar en
2)avito,
nos acordare-
i
nuestros antiguos tiempos.
—Acepto, contestó don Marcelino; pero me permitirá Ud. a don Meliton. — Don Meliton va a su con contestó de Yo miro caballero como a uno de mis mejores amigos. qne me compadre. — Dios pague, por —Yo creo que en cuanto hombres Gobierno tomen pulso a don Meliton, habrán de ocuparlo en Ud. que don Meliton aceptaria? — — por qué no? ministro en España? —¿Un hombre que ha compadre! Eso vale mas. — Pues aquí —Ademas, repuso don Marcelino, sepa Ud. que tenemos intención de de —¿Para adonde? — Para España. — qué bueno, compadre? conde! respondió don Marcelino, a —A a recontoneándose en su de vaqueta. —Pero, compadre! esclamó don Cándido, entre -admirado
llevar
casa,
lidad.
el otro
cordia-
aire
al
toca,
lo
se lo
los
del
le
el
el ministerio.
¿I cree
¿I
sido casi
lo seria
irnos
sin casi,
estos reinos.
^
I ¿a
vivir
lo
titulado,
lo
silla
i
risue-
ño ¿no tiene Ud. bastante dinero para poder vivir aquí en Chile, a lo conde, a lo marques, a lo rei si se le antoja! Si tengo; pero me faltta el título, i como con este embolismo de república en qne el diablo tiene metidas a todas estas Américas, ya no puede un cristiano enviar a comprar un titulillo con que
—
ennoblecer a sus descendientes, preciso es
salir
a buscarlo allá en
aquellas tierras en donde saben apreciar la nobleza
i
el
honor, por
que
—¿Porque venden? interrumpió don Cándido saber que —Así compadre, respondió don Marcelino, chupándola bomsin
lo
lo
decia.
es,
billa.
En
aquellas cristianas monarquías se vende
i
se
compra bien
— caro a veces la nobleza
el
i
299
—
honor de
las familias,
porque
se sabe
una familia, el lustre de un apei la hereditaria higalguía de un encumbrado título; i no que que ya no es cristiandad lo que han hecho estos herejes, pues,
apreciar en lo que vale la honra de llido,
aquí,
no contentos con desposeer de sus títulos a todos aquellos a quienes les habia costado su plata, han hecho pedazos los escudos de
armas que adornaban nuestras nobles puertas de calle. ¡Jentes sin relijion! ¿I así quiere Ud. que me quede en estos reinos? Nó, compadre, nó: me voil Me voi a España! Muí bien, dijo don Cándido; pero se me ocurre una cosa, i es que, yéndose üd. a España, no por esto dejará de ser el mismo don Marcelino de' Rojas, a menos que no cambie de nombre. No hai necesidad de eso, repuso don Marcelino, sino que haré declarar en el mismo título, que mi apellido de Hojas, no es de los Hojas comunes sino de los Sandovales i Rojas, qae es de donde desciende don Meliton; i según el padre Hipocreitía, son los nobles. ¿Entiende Ud. ahora?
—
—
—Así debe
ser,
pues que
esto de los Rojas nobles
i
el
padre
lo dice;
i
ahora caigo en que
Rojas innobles, debe ser cosa cierta; no
cuando era niño, me divertía mucho con las disputan que solían tener el vaquero de mi padre, llamado ño Coche Rojas, i la ama que me crió, la cual pretendía ser de los Rojas nobles, por lo cual nunca se quiso casar con Tw Coche (que daba un palmo de lengua por ella) a pesar de que mi madre le ofrecía pagar todos los j)orque yo,
gastos. ¡Vea
Üd! Pues esa mujer estaba en un error, repuso seriamente don Marcelino, porque el mismo don Meliton me ha asegurado que él es el
—
único Rojas de los Sandovales que
lia
venido a estas Américas.
—Así compadre; por esto creo yo que Tw Coche mi mama no eran sino de Rojas de Ud —¿Está Ud: interrumpió don Marcelino ¿Cree que yo tengo será,
\
i
los
loco?
parientes entre los peones
i
vaqueros?
Pero ¿en qué quedamos al fin, esclamó don Cándido, como sí le importara mucho la cuestión. Ni Ud. ni don Meliton quieren ser pariente de mí mcuna^ que era mía mujer muí española: ¿de cuáles Rojas era ella entonces?
— Seria de otros ¿queme importa a señor de Rejas. — Pues esto cosa de nunca acabar.
coni]>udn\;
nmyor
la
mí? dijo de mal humor
el
•
es
cml)olií;m(> (pie
(>1
embolismo (V
i
a
mí
nu'])arcce
república de (pie \W, ha-
—
300
"biaba aliora poco rato ¿Quiere
mui bien hecho de
esto de
romper
borrando títulos
calle,
que
i
i
— diga una cosa?
le
Yo
encuentro
arrancar los escudos de las puertas
pergaminos, que es como
si
los patriotas
hubiesen dicho: «ya estos nombres son sobrenombres; ya todo esto es un embolismo que no lo entiende el diablo; borremos, borremos;
comencemos de nuevo el juego; ¡azules va quien tírala Rióse don Marcelino i dijo: Pues yo, para comenzar una vida de noble, me voi a España,
— compadre; me — Pues yo
voi.
acabarla aquí, dijo don Cándido, en esta tierra, en donde cada cual es, no solamente conde, sino rei de su casa, prefiero
que sea hombre de pelo en pecho
contal
i
capaz de
rej ir
varonil-
mente su hogar. Dígalo yo, que de puertas adentro, no me trocara con el mismo Fernando Y II. ;Que Dios.guardel interrumpió don Marcelino, tocándose res-
— I)etuosamente sombrero. — Pero después de no acepta a don Meliton. —Todavía no de el
todo,
le
habia preguntado a Ud.
si
mi
ahijadita
lo
sé
positivo; pero tendrá que aceptar, porque
ha de saber Ud., compadre, que ya llas
se
van dando a
la
razón aque-
mujeres.
—¿De veras? ventanas, van rindiendo — Con cerrar puerta clavar armas poco a poco. — logre sus deseos para que llegue a ¿qué que Ud. piensa obtener? —Aun cuando no obtenga otro que de padre de señora consolo
la
las
i
las
I
ojalá
ser
al fin
título es el
la
el
desa,
me
daré por satisfecho, respondió don Marcelino medio amos-
tasado, pues
al través
cierta malicia en la
—Eso el
de la bonhomía de don Cándido, creyó ver
pregunta anterior.
ya mucho, repuso don Cándido; i cuando mas no fuera, solo emparentarse con un señor como don Meliton, es ya poner
una
])ica
es
en
Flandes; ami cuando Estelita dice
pero yo diré
siempre que
—¿Qué doña Estrella? preguntó don Marcelino, quien parte de señora de sus palabras Ohl esclamó don Cándido, recojiendo — dice
mas esperaba nada bueno de
ja-
la
Clavijo.
el hilo
medio escapadas. Estelita sabe apreciar a don Meliton en vale
— ;Lo conoce?
lo
que
—
—Nó, compadre; pero yo lla
—
301
se lo
mujer tiene tanto injenio como belleza,
mento
como aqueha comprendido al mo-
he pintado a
lo vivo;
i
nuestro caballero.
los méritos de
ha espresado de una manera — Sin embargo, yo que señor don Meliton. poco decorosa a cerca — eso no puede Me ha dicho una persona que ha —Pues imposible, menos delante de mí! que eso — Le ella se
sé
del
ser!
¡Olí,
es así!
lo
lo
es
repito
oído.
al
replicó
don Cándido, irguiéndose en su silla. ¿Cree Ud. que yo liabia de permitir a mi mujer el que me contradijera en mis barbas? ¡Eso si que nó! Yo no soi hombre capaz de abdicar en mi esposa, por linda que sea, el mando del hogar. No digo yo que ella no hable a mis espaldas. ¿Quién puede jjonerle puertas al mar? ¿Dónde está la mujer que no dice ni hace nada contra su marido, cuando él no la ve? Yo que no soi tonto, aunque suelo echar de ver esas arrancadillas
de Estelita,
me hago
el
desentendido por conservar la paz del
matrimonio. Pero en mi presencia, es otra cosa.
humilde
i
hai mujer
mas
sumisa, fuera de sus vivezas de jenio, que se las perdono
siempre en un brete,
gún aconseja
Ya
Yo la he tenido con sus largoncitas de cuando en cuando, se-
por la gracia con que sabe acompañarlas. la prudencia,
la cabra, soga larga
—Pero
No
no tan larga que
se ve!
porque ya Ud. sabe, que a compadre. se pierda
soga
i
la
mujer
i
a
cabra, interrumpió son-
riendo don Marcelino.
—Así
repuso don Cándido, tomando nuevos alientos;!
digo yo,
por esto es que suelo recojer la soga,
no firme, apretando jar bien el tira trimonio.
i
el
nudo en
afloja, es
De aquí
es que,
paja dentro de los límites
i
doi mis tiranteadas con
mamanedel ma-
cuando conviene, pues, en saber lo
que estriba todo
el
negocio
mi voluntad no se mueve una de mi hogar; lo cual es bien que Ud. sin
sola
ten-
ga entendido para que cesen sus escrúpulos respecto de don Melique Ud.debe llevarlo con confianza a mi casa, que mandará como si estuviera en la suya.
ton. Quiero decir, allí
llegará
i
— Muchas gracias, compadre. —No hai de qué. En cuanto a
aun cuando no estime ])i('nso) elhi sabrá manejarse
Estelita,
buen señor (loque no
como debe al como mujer sumisa obediente. ¿Está Ud? Ya entiendo, amigo niio, vi^spondiódon Marcelino, apretando i
—
mano que don Cándido —Conque;
le
la
presentaba al desi)ed¡rse.
lo dichoj dichn^
concluyó éste, tomando su bastón
i
au
—
r)02
—
sombrero. Voi a auunciur al caballero*.
No
se olvide
de decirles a
mi abijada que be venido espresamente a convidarlas i que be bablado con Ud, que es el jefe del bogar doméstico.
mi comadre
i
a
— compadre, —Por mandato de ^^Miü bien,
asi lo liaré.
Estelita... quiero decir, por orden...
por encargo... es
decir,
porque aquella mujer
me
nó,
sino
rogó que viniera
a bacer los convites, mientras ella quedaba arreglando las cosas... Adiós, compadre, que la liora se pasa i tengo que convidar a mucbos amigos. Hasta mañanal
— Queriendo Dios, compadre.
CAPITULO LL
EL
CUMPLEAÑOS DE DON CANDIDO.
((Después de una larga ausencia, Nos volvimos a encontrar, I de nuevo al contemplarnos, Solo supimos callar. Dulce suspiro del alma Vagar en sus labios vi, I sin querer, al mirarla, Otro en los mios sentí. ¿Se hallaron esos suspiros?
¿Qué
se dijeron?
No
sé:
Mas suspiramos de I
me
miró
la
i
nuevo, miré.»
(Emilio Bello.)
No
bien amaneció
el
día siguiente, cuando toda la casa
Rueda se puso en movimiento. Mataron
Cándido de
la
los corderos
gordos traídos de la cliacra;
de Acúleo; las enormes lizas de
la
de don
los
pavos
i
prepararon los peje-reyes laguna Pcldegua, i las perdices i
que su paternidad reverenda, el prior de la Hecoleta Dominica, había enviado de regalo a la señora doña Estrella. La cocina esta])a llena de otras provisiones menores, traídas de la recova; das, con su característico desgreño
saltaban
i
i
abandono, entraban
tro})ozaban en los montones de papas,
carnes, baldes de agua,
cocina estaba cubierto.
i
i
otros objetos de que
el
las i
cebollas,
cria-
salían,
aves,
pavimento de la
—
304
—
Presidíalas la señuú Tristan ¡agrau maestra en el arte ciilinariol
con su desgreño mayor que
de todas las criadas juntas, daba
el
torno del gran fogón colocado en el suelo en medio de
vueltas en la cocina,
i
i
revisaba ima por mía las liirvientes ollas de barro ne-
gro; probando de todas ellas con el gran cucharon de palo, que
no
dejaba nunca de la mano, pues cuando no tenia que probar caldos,
de arma para espantar las gallinas que solian revolotear
le servia
sobre
fogón (llenando de ceniza las ollas a medio tapar con las
el
callanas de greda) para apalear los perros que también solian acercar-
de las carnes; o bien para aplicar cucliaronazos correccio-
se al olor
nales sobre las espaldas de sus peresosas ayudantes.
Acercábase la hora del medio
con lo cual crecia
dia,
empeño
el
de la infatigable señud Tristana, que esgrimiendo su gran cucharon?
daba a gritos sus órdenes de jenerala:
— Marica!
¿No
quiabierta!
gata!
atízale el fuego al jjavo,
pa juera!— D^ile
enfria!
que se está quemando
vis
— ¡Cuidado
que se
con los pasteles, Nicolasal vuelta
lijerito
al
asado
la
— Mira bo—EsjDanta vos,
la
color'í
—Ah!
^m que
perro se
Barcino!
dore
—¿Han
traído las lenguas?— Pica, muchacha, la cebolla para aliñarlas—Por la
Vírjen Santa! ya va siendo hora porque la sombra está cerca de los pilares
—¿Estará ya
el
niendo las empanadas!
punto? Ah!
horno en
el
— Dame
la escoba, Peta, porqiie
sí, si
vamos po-
está:
yo no per-
Apronten la pala i apuntalen con una teja la paila fritanguera porque ya se qué No menos animación que en la cocina, habia en la cuadra, la cual se iba llenando de convidados de uno i otro sexo. La casa de don Cándido era de las mas visitadas de Santiago, pues doña Estrella barra
mito que
7ía¡de
atraía las
j entes
el horno...
con su amabilidad.
No
necesitamos decir que
se charlaba de todo: de política, de riñas de gallos, a las que
aficionados eran nuestros padres; de zorreadas, matanzas
i
allí
tan
carreras
de caballos, sin faltar quien platicara de amoríos nacientes i menguantes, de matrimonios rotos o al efectuarse, i de calabazas dadas o por dar. Las viejas hablaban del iiltimo sermón, de la escasez de confesores,
i
de los trabajos hechos para ganar
el
capítulo de tal o
cual convento, entreverando su plática de largas quejas contra las criadas j entes
i
su mal servicio; concluyendo al
con decir, que aquellas
debían ser sin duda de otra casta diversa de la de
ras; en lo cual
a que
fin
lo
muchos
caballeros eran del
mismo habían observado
de sus haciendas.
ellos
mismo
1 is
seño-
parecer, en razón
con los inquilinos
i
peones
— Entre i
—
30o
los circunstantes se liallal)an miiclios
conocidos,
como Dorriga,
Portales, el
de nuestros amig'os
clérigo
Franco
Aldeano.
i
Veíase también entre ellos a don José Jifreno, que gozaba de gran reputación entre los ya nombrados,
i
a dos ricos hacendados de la
provincia de Oolchagua, amigos del padre Hipocreitía,
según
gran utilidad para
i
la situación
la revolución
a quienes,
a fuerza de halagos i convites, pues,
éste, era preciso conquistar
atendida su riqueza
i
de sus estancias, podrían ser de
que proyectaban.
El padre Hipocreitía i don Meliton hablan venido acompañando a la familia de don Marcelino, quien hizo pasar a Lucinda i a doña Trinidad por
el
duro
sacrificio
acompañados
rrencia,
ambas tan profunda
de presentarse ante aquella concu*
del viejo
pretendiente, por el
cual
sentían
aversión.
El testarudo padre, traduciendo el descontento de su hija, por natural timidez, i creyendo que aquellos caprichos de muchacha se convertirían en ardiente amor una vez puestas las bendiciones, se afirmaba mas
Después de
i
mas en
su idea.
los saludos
de
estilo,
no estuvo contento sino cuando
logró sentar a don Meliton junto a la niña, a quienes dijo en seguida:
—Platiquen aquí como buenos amigos, que yo me
voi a dar
una
vuelta por ahí.
don Marcelino, altamente satisfecho, se acercó a un grupo de Cxballeros que hablaba sobre la próxima elección de presidente. Lucinda estaba bellísima; i el dolor de su alma que se traslucía en su semblante, conmovió a cuantos la vieron. I como todos los I
jóvenes tenian noticias de las pretensiones de don Meliton, empe-
zaron bien pronto a cruzarse las miradas maliciosas malignas, hasta llegar a los cuchicheos
i
i
sonrisas
las
a las interjecciones en se-
creto.
Mientras tanto, don Meliton se deshacia en cüm¡)liniientos con Lucinda, i casi no atendió al saludo de don Cándido, que en aquel
momento entraba a medor;
i
la cuadra.
El señor de
después de saludar a algunos caballeros
liabia visto todavía, se acercó a su esposa •
la Ilueda venia del
i
i
co-
señoras que no
le dijo al oido:
—Estelita, ya la mesa está pronta.
Doña
Estrella contestó-con un jesto de
de las
en
vez
mas veces hacia el ])ati() esrcventanas, como si esperara a algunos
de alzarse de su asiento, miró una rior ])or entre las rejas
;i])r<)b;u'¡()n; ])ero
i
convidados. Bien pronto los ojos de la señonv esprcsuron
cicita,
sa-
— ti^^la.ool()u,
ii
que por
io-.npo
I
tres p:nv,onas. Alzóse
oOO
—
puevta do calle entraba un grupo de
la
entonces de su asiento
puerta de la sala a recibir a los recien venidos,
pniobas mis
encaminó a
se
i
la
manifestándoles
do cordialidad. Eran
Andrés Muñoz, su esposa Cecilia Anselmo Griizman, a quienes doña Estr(dla liubia conviilado, sin decir una palabra a su marido. Lucinda, al viM" a Anselmo, estuvo a punto de desmayarse de emoción, i se olvi'l del disg-Lisio (p.ie ios galanteos de don Meliton le liabian causado. Pero, el que nías se sorprendió, fué don Marcelino, que, arras-, traudo a don Cándido liácia un rincón dfí la pieza, le dijo con los las
in(M|iiív();'as
éstos,
i
'»
ojos centelleantes por la cólera:
compadre! — jEsto una — Xo entiendo, respondió don Cándido, abriendo tamaños repuso don Marcelino tartanjudeando de — Ud no debe estar junto a mozo. mi compadre pero — convidado para que — Pero Ud junten platiquen, traición,
es
le
sabe,
ojos.
rabia,
que
ese
hija
Si lo sé,
;
se
lo lia
—; Compadre
i
i
de mi almal Le juro que estoi tan inocente como
Ud.
—
•
I ¿(piién lo lia (^envidado,
- -Le juro
pormi honor que yo no he
dado Estelita. Pero ¿habrá
—
-
— Xó,
entonces?
sido con permiso de
sido...
Talvez
lo
ha convi-
Ud?
compadre.
»
— Por Cristo! I ¿qué
'
clase de casa es ésta en que la
mujer hace
i
desiiace sin que el marido lo sepa?
—Eso mas
Jo
que nó, com])adre, interrumpió don Cándido, herido en
si
voluntad no se -
amor mueve una
sensible de su
— Se conoce!
sombrero
i
mi
sin
paja!
esciamó don Marcelino con sarcástica sonrisa.
Racudia la linda
— Esto
¡Yo mando en mi casa,
que Anselmo saludaba cordialmente a doña Trinidad
I al ver
•
2)ropio.
mano de
i
Lucinda, su enojo no reconoció limites.
ya pasa de raya! esclamó, tomando maquinalmente su i
su l)a8ton
— Compadre,
-
como
compadre!
to que yo soi el jefe de
mi consentimiento. a este mozo, se
Si
si
le
])ensara alejarse de
allí.
decía don Cándido, oiga Ud!
Lo
repi-
mi familia i que Estelita no hace nada
yo hubiera sabido que
lo liabria
ella
sin
pensaba convidar
prohibido; pero a lo hecho, pecho, com-
padre!
Don
MíU'celino sin escuchar a su aniigOj reñe^ionó que yéndose
— él,
que(lal)an Luciiiclii
tre sí;
307
—
Anselmo con
i
ina>í
volviendo a colocar su sombrero
i
i
libertad para hablar en-
su bastón en donde esta-
ban, dijo:
— Me quedol En
me
Si señor:
quedol
momento se acercaba doña Estrella a doña Trinidad llevando de la mano a su amio'a Cecilia. Les presento a Uds esta antigua amiga, dijo a Lucinda a su ese
—
i
madre. Mientras se hacían
los
cumplimientos amistosos, que aquella vez
Anselmo se liabia quedado mirando de hito (^n liia Lucinda; mas fué despertado de su éxtasis por la presencia de
eran de corazón, to
don Marcelino,
—Vamos a la
mano
el
cual no contestó al saludo que el jóveü le hizo.
dueño de colocándola junto a Anselmo.
i
la
mesa, dijo
Los caballeros
se alzaron
—-Santa palabral
la
casa,
tomando a Lucinda de
de sus asientos, diciendo:
don Meliton, doña Estrella, mostrando con — comedor. a doña Trinidad: sírvase conducir a esta señora respondió presentando — Con mayor dijo
Sciíor
el
dedo
al
placer,
el
el viejo,
el l)razo
a su pretendida suegra.
En
empujó suavemente a Lucinda hacia Anselmo; pero don Marcelino que comprendió las intenciones de su comadre i el común deseo de los jóvenes, se colocó entre ellos diseguida, doña Estrella
ciendo
:
— Las muchachas deben acompañadas por su padre. entre enojada — Don Marcelino! interrumpió doña ir
Estrella,
le
risiieña
¿cómo
se atreve
seo ser conducida por
Ud a despreciarme? ¿Ko
i
echa de ver que de-
Ud?
—Ah! esclamó sumamente contrariado. ¿Yo, despreciara Ud, comadre? Nó, nunca; pero niños con — Déme Ud a caso que — Pero con — el viejo,
la
el
brazo,
i
dt^e
los niños.
los
es el
'
I los viejos
los viejosl
—Sí, comadre; pero
—Cada
oveja con su pareja, compadrel interrumpió la señora,
arrebatando mas bien que tomando
el
brazo de don Marcídino, cu-
yos dientes rechinaron de rabia al ver que Lucinda se
guidamente en
Ya dido
l^s
el
el
demás
])razo (pie
jentCvS,
comedor»
Anselmo
a]);)ya])a lán-
le ])res('iitab:i.
conducidas por don Cándi(h), hal>ian inva-
—
—
;508
Las panojas do ([iio acabauíos de lial)lai* siguieron el mismo derrotero, acompañadas de algunos curiosos que se habian quedado a ver
resultado de aquella lucha entre
el
En
odio
i
amor.
el
llegando al comedor, Anselmo sentó a Lucinda en una hacia atrás la que estaba al lado
retiró
i
el
sión de ella; pero en ese
do a su don Meliton;
i
momento
silla,
como para tomar pose-
don Marcelino conducien-
llegó
empujando descortésmente
al joven, colocó
al viejo al lado de su hija.
Doña
Estrella, que a hurtadillas habia observado todos estos
movimientos, llamó a su marido
con voz imperiosa aun-
le dijo
i
que baja:
— Conduce a don Meliton hacia
los asientos
de i)referencia.
— Dices respondió obediente marido. don esclamó dirijiéudose a venga usted a — Señor Meliton, bien, Estelita,
el
éste:
honrar
la cabecera
Levantóse to el
de mi mesa.
el viejo
mismo don
de mala gana;
i
ya iba a sentarse en
el asien-
Marcelino, cuando Portales, que estaba al cabo de
todo, se acercó al vityo diciéndole:
— Señor
don Marcelino, a Ud.
persona mas
Fuese dicaba, el
el
le
toca la otra cabecera
como
la
respetable de esta respetabilísima concurrencia. viejo
refunfuñando hacia
el
lugar que don Diego le in-
separó la vista de su hija por no ver a Anselmo, que en
i
momento ocupó
el
lugar que habia quedado vacío. El pobre joven
no habia tenido fuerzas para separarse de su amada. Todos e^tos pequeños incidentes que se sucedieron con mayor rapidez de las niñas,
A
mente.
ficación
la.
necesaria ])ara contarlos, tenian entretenidísimas a
que a falta de palabras
ninguna de
ellas se le
se
hablaban codeándose mutua-
habia escapado la verdadera signi-
de aquel pequeño drama, en
el
cual, todos los corazones
habian princii)iado a interesarse.
En amor
efecto,
se reflejaba en sus ojos,
.su unión, sin
otro,
era imposible ver aquellos dos jóvenes cuyo
aun cuando no
se mirasen, sin desear
hacer votos por su felicidad. Estaba
gustando de
los
el
mismos manjares, respirando
embargo ¡cuan profundo no era
mutuo
uno junto
el
mismo
al
aire
abismo que los separaba! Pero en aquel momento no pensaban en otra cosa que en la dicha de verse juntos. No se hablaban, es verdad, i apenas cambiaban i
sin
el
algunas furtivas miradas que los hacia susi)irar profui|damente; pero sin necesidad de mirarse, se veian nacionj
i
ese cí^mbio de suspiros era
el
una
uno
al otro
en su imaji-
especie de diálogo entív^
— tlaclo entre aquellas
—
309
almas creadas para vivir unidas en un solo
i
único pensamiento.
La encantadora
niña, que apenas se atrevia a alzar la vista, tenia
gu corazón elevado a Dios para darle gracias por tanta dicha.
amada como si hablara con ella por la misma mano que liabia sabido con noble ardila espada en mas de un combate, temblaba al ha-
Anselmo estaba la
primera vez,
i
miento esgrimir
cerca de su
cer uso del cubierto.
Poco a poco, el ruido de los platos i el vaciar de los vasos produjo una sim})ática animación que alegró los seniblantes, escitaudo
Declaróse la guerra sin cuartel a los pavos rellenos,
el apetito.
pasteles
i
empanadas;
Los dichos agudos, tivas, se
cada uno trataba de cumplir con su deber.
i
las palabras maliciosas
i
las
miradas significa-
sucedian sin descanso.
El único que no gozaba con aquel espectáculo era el pobre don Marcelino, que lanzando miradas de fuego sobre su hija i Anselmo, se prometía en su interior no dejarla salir de casa mientras no estuviese casada con don Meliton. Este se hallaba sentado cerca de don Diego Portales, cuyas pullas tenia que sufrir de cuando en cuando.
— Dígame Ud., señor de Sandoval, bran casarse
—No
los
hombres
comprendo
el
le dijo: ¿a
qué edad acostum-
ilustres en Esi)aña?
objeto de la pregunta, resi)ondió don Meli-
ton, poniéndose de
mil colores. ¿Es acaso para introducir la
costumbre en
país?
— Muí bien — En liombres — Bien zo de pescado. — Dt^en
est(^
])odria ser, respondió riendo Portales.
caso,
tal
misma
ngreg(')
el otro,
deben
jírincipiar
Uds. por traer
ilustres acá.
dicho!
murmuró
Dorrign, poniéndose en la boca un tro-
las conversaciones
A
huen humor.
de edades! esclamó don Cándido
mí no me gustan, porque
soi del i)artido
(U;
de las
señoras de respeto.
— Apuesto
a
({uo
ninguna de
las sí^Toras
])rescntes, se atrt^^c a
darle las gracias a don Cándido, dijo Portales:
dad, no hai nada que engañe cierto señor de
8andoval? ¿No
mas lia
(pie esto
visto
aunque a
(h'cir ver-
de las edades. ¿No es
Ud. muchos jóvenes que a
ja vista parecen viejos?
— Si
^
1)0
visto, rcspondi»'»
don ^leliton.
niiíJindí»
fíjnmente a don
DiOgo;
i
también
liO
vista.
comenzaron
13ieu pronto
hombres grandes que parecen mucha-
visto a
primera
chos.... asi, a
los brindis
las felicitaciones.
i
pavos estaban convertidos en esqueletos;
los
Ya
los
castillos de dulce co-
menzaban a desplomarse, i las tortas a desmoronarse i socavarse, como los terrenos que la corriente de un caudaloso rio corta, deshace
i
se lleva.
Pasaban de mano en mano las banderillas de esmalte, las flores de pasta i los papeles primorosamente picados i calados, en donde las niñas leian versos
como
los siguientes:
c(Toda llena de vergüenza, c(Le remite esta tortita tcSor
María de
((A clon
las Nieves,
Cándido en su dia.»
Entretenidos estaban en leer los versos, cuando apareció en la
puerta del comedor don Catalino Gacetilla.
mi señor don Cándido, buen provecho señores — Felices mios, con voz sonora — Don Catalino! esclamó don Cándido, alzándose de su asiento diasl
i
dijo
i
faz risueña.
i
menos se reuniones). Ud. no mas faltab^i,
corriendo a recibir al infatigable Gacetilla (que cuando
pensaba, caia como llovido en las
amigo mió, para completar mi mesa.... Pero, a propósito de ¿no estaba usted
(ui
la cárcel?
— Tiene usted razón
en decir, a ])ropósito de mesa, dijo don Ca-
talino riéndose. Estuve en la cárcel, en
de hambre
]nesa,
donde
casi
me
he muerto
I
— ;Qué inhumanidad! esclamó don Cándido. Venga usted a mesa. —Allá Después contaré cómo de señor de Rueda restamos en —Acerqúese con franqueza, capítulo de don Catalino, sentándose enfrente de — Sabroso
la
salí
le
voi.
dijo el
la cárcel.
la
los pasteles.
el
capítulo!
dijo
una soberana fuente de barro, que nadie habla tocado aun. Siento mucho, protíigui('), no haber llegado al introito; 2)ero me entretuve con la bulla que ha [)roducido la llegada del je-
un gran
pastel licclio en
neral Freiré....
—
—
311
o cuatros personas a un —¿Freiré llegado? preguiitaroii mismo tiempo. respondió novcdero don Catalino, en don—Yengo de su lia
tre^í
casa,
vi
acompañado de todas
de lo he
d(\j?ido
recibirlo.
El frente de
las
personas que salieron a
está lleno de rotos de
la casa
^'ereda
a
vereda.
Oyendo
esto el padre Ilipocreitía
i
Aldeano, se miraron
zaron de sus asientos como movidos por un solo resorte.
i
se al-
Como
tiídos
estaban pendientes de la verbosidad de Gacetilla, pudiííron escu-
comedor sin ser notados, tomaron sus sombreros i salieron a rrirse del
i
cuadra en d'onde
la calle.
Mientras Gacetilla se dis])onia
gran pastel, una de
dirijirse a la
(cucliillo
en numo) a atacar
(d
las niñas dijo:
— Que don Catalino agregó doña — — esclamó
le
diga algo al pastel antes de tocarkil
Estrella.
Sil sí,
Ya sabemos
(pac
don Catalino
es
poeta.
mirando a doña Estrella: i ¿quien deja de ser poeta, señora mia, cuando se encuentra en mi cielo como este, rodeado de ánjeles e iluminado por los rayos de tan graciosa Gacetilla,
Ali!
Estrella?
— Don
tisfacción. Déjese
Don
don Catalino! esclamó don Cándido lleno de
Cataliiií)!
de requiebros,
i
dígale algo al pastel.
Catalino dijo entonces enfáticamente;
—
dOli! ])astel tierno
En T(^
tí
pongo mis
sabroso
sentidos;
oigo liervir con mis oidos;
Mi nariz Mis ojos 1
i
te ludia olorosol
ven hermoso;
te
con eutusiasmo ardie!it(\
Te
})al[)o
i
te h;illo caliente:
Así, no tomes a ()u(* te
1 te
mengua
o:uMo con mi lengua,
mascpie
coii
]ii¡
dientel
sa-
— Riéronse
tocios
812
—
de la décima de Gacetilla, mientras éste cortaba
un gran trozo que pnso en su plato
i
empezó a engullir como un
Eleogábalo.
Los convidados tos,
se fueron levantando
solamente algunos mozos
al fin ípiedaron
i
dos con los cuentos
Don Marcelino
i
i
niñas entreteni-
diclios del novelero.
liabia
llamando a su mujer
poco a poco de sus asien-
sido
uno de
los
primeros en levantarse;
i
a su bija, les notificó bruscamente la orden
i
de retirarse.
qué tan pronto? — Compadre, doña Estrella — Porque me conviene, comadre, respondió secamente — Entonces, ruego que deje aquí conmigo a mi comadre nidad a Lucinda. Yo a dejar esta — Eso que respondió vivamente don Marcelino. conle dijo
se retira
;,por
así
el viejo.
Tri-
le
las iré
i
sí
sentiré
aunque
tarde.
nó!
íí'o
se caiga el cielo
lo
a pedazos.
I acercándose al oido de doña Estrella, le dijo con grosero jesto:
—
Basta de bromas, comadrita. Ensille a su marido cuantas veces quiera; pero yo no soi de los que aguantan ¡pellejo en el lomo. Vamos, vamósl prosiguió, dirijiéndose a su esposa. Adiós, comadre, dígale a
mi compadre
para que siga siendo
el
(pie
viva mil años, o
jefe de su bogar,
mas todavía, como él dice,
si
i
puede,
CAPITULO
LII.
LA PONCHADA.
((Hablábase de Iqjias secretas, reuniones políticas... Dice se ((de conciliábulos, de orjías, de ((ponchadas, en las cuales se con«quistaba siempre algún prosélií(to i se brindaba con calor ])or la ((ruina de los pipiólos i peluco((de
((nes,»
V. Lastariua.
(J.
Cuando don Catalino i
tortas,
se
— Juicio sobre Portales.)
hubo descpütado con
de su tardanza en llegar a la comida, se fué con
acompañaban a la cuadra, en donde al son del un cuando en cuarto. Concluido el cuando ílij^^-
pavos
los i)a})eles,
clave,
los
se
que
lo
bailaba
,
— Yo he nacido para esto de me
toca a
sido i
mí por
dere(;ho de fiimilia, ])orque
seremos siemi)re
i
dirijir bailes;
los reyes
el cetro
i
de bastonero
los Gacetillas
hemos
natos de todos los \m\\Q^, picholeos
jaranas en donde nos encontremos.
—
I
poroso es que
Ud
trata de enmntrai'sc
(mi el
inavor núnuM'c
40
—
»— 314 de jaranas que puede,
Xo
le dijo
uno
contestó don Catalino, sino que arrogándose de
go de bastonero,
car-
lieclio, el
gritó:
— Contradanza! Después del regla según la opinión de los
En
riendo.
seguida dispuso
i
cuando^ la contradanza! Esta es la
mas
célebres autores
i
publicistas.
ordenó las parejas, prosiguiendo después
con el Londü^ la Zajuriana^ la Resbalozctj etc, porque decia que era menester comenzar por dar un repaso jeneral a todos los bailes, para saber a qué baile quedarse. Mas no porque desenij)eñaba el oficio de bastonero, dejaba
el parlancliin
de meterse; ya en la conversación
de dos amigos que se liabian retirado a hablar a solas; ya en
el co-
loquio de dos jóvenes amantes que aprovecliabo.n de la animación
jeneral para comunicarse; ya en la plática de tres o cuatro viejas
que criticaban
la deshonestidad
de temor de Dios que
En una de
—Amigo tienes?
sus idas
mió,
se i
de los bailes modernos,
notaba en
las
costumbres del
i
la falta
dia.
venidas, Gacetilla se encontró con Anselmo.
le dijo
tomándolo del brazo. Te veo
Por qué no has bailado? Voi a ponerte
al
triste:
¿qué
momento en
baile
con aquella de las tres castañas.
—No — Pero
Anselmo.
bailo ahora, le interrumpió
mira, hombre, ¡qué ojos verdes tan relampagueadores
tiene la ¡)ícara!... Ya! ya!
Ya
sé
por que estás
así.
La
separación
ele
ha puesto taciturno. No se te dé nada, hijo, que ahí pillaremos a Lucinda, pues cuando menos se j)iensa, salta la liebre; i mientras tanto, es preciso matar el tiempo, pues de otro modo el tiempo lo mata a uno. ¿Te pojigo en baile con
don Marcelino
la
te
ha contrariado;
te
de los ojos verdes?
— Te ruego que me dejes en paz, amigo mió. —Vaya, pues, dejaré porque tengo que atender a mis sagrados te
deberes de bastonero. Pero te advierto una cosa,
cuidado con Motiloni
por({U(; lo
nas de don Marcelino... Ali!
ali!
i
es
que tengas
he visto rondar cerca de
las venta-
cállate boquita!
— ¿Qué dices? preguntó vivamente Anselmo. Pero Gacetilla no contestó, pues para ordenar otro
— ;Qué lengua quedo un
ratito
se
habia separado con rapidez
l)aile.
la mia!
murmuraba
mas con Anselmo,
le
el
chismoso novelero.
descubro todo
cididamente creo que guadar un secreto es
que guardar dinero;
i
el secreto.
})ara mí, cosa
es cuanto })uedo decir.
>Si
mas
me De-
difícil
— En
315 *Volvióse pronta-
esto sintió que alguien le tocaba el liombro.
mente
i
vio a clon Cándido.
como —Amigo mió, en de preparar un ponche Sapientísimo! — le dijo éste:
sé
que
Yd
es
hombre
intelijente.
esto
Gacetilla.
iuterrum]")ió
Intelijentel
capítulo que he aprendido
mas bien en toda
Este
es el
la ciencia social.
Pues entonces, le diré que he convidado a unos diez o doce amigos para una 2)onchadita que tendremos esta tarde a puertas cerradas.
—Esto
que
es lo
se
llama remojar
el santo.
¿En dónde están
los
materiales?
— Sígame Ud,
don Cándido, echando a andar hacia las pieHe ek\jido para el caso, un cuarto retirado, porque
zas interiores.
dijo
quieren hablar a sus anchas
—Ya entiendo!
— — Muí
I se tratará
bien!
Es una gran
idea!!
de política, agregó don Cándido bajando la voz.
Para hablar de
política,
no
liai
como un ponche en
leche.
—Ademas, vendrán dos caballeros que hoi han
hecho medio dia
en mi mesa
—¿Aquellos dos guasos grandes que hacendados que andamos conquistando. Este — Son dos ricos
es
Aquí están los materiales. Abrió don Cándido la puerta i entró con su compañero, quien lanzó un grito de agradable sorpresa al ver ima gran mesa poblada de botellas, vasos i jarros, mi pan de azúcar i dos inmensos leel cuento.
brillos
—
de leche.
prometo hacer un ])onclie digno de una reunión de padres provinciales! Yáyase a la cuadra, i dígale al ñato Yargas i a Pepe Tronera que vengan al momento. Son mui buenos paOlí!
esclamó;
le
ra ayudantes.
don Cándido a cum})lir con su cometido, después volvió con los ya nombrados. Salió
Gacetilla sa,
i
pocos minutos
sus dos com])añeros, ayudados de las criadas de la ca-
prepararon en media hora
cian.
i
el
recerendo ponche,
como eHos de-
Enseguida, cubrieron l;i mesa con los restos que liabian ([U(^los ñambres, dulces tortas; coiii-luycron \)oy arreglar en
dadodc
i
i
cuarto vecino, dosoti'cs mesitas j^ara (pie se entretuviesen los alicionados a la malilla al niont(\
el
i
•
—
pero
liashi
el
])resente no nos has dicho
c(')nio
jíudisfe salir de
— la cárcel, dijo Tronera a
—
don Catalino
csclamó Gacetilla. Se
Allí
—
316
me
sin dejar
de trabajar.
que estuve preso por revolucionario. ¡Yo no sé cómo diablos fueron a parar aquellas proclamas a mis bolsillos! Daria mi mejor tabaquera por descubrirlo. Alcancé a estar en un infernal calabozo veinticuatro horas morliabia olvidado
habría permanecido quién sabe cuánto tiempo, no se hubiera ido a empeñar i)or mí.
tales;
i
—¿Qué amigo — Don Pablo —¿El
—
fué ese? Motiloni.
italiano?
En
hombre. Es un buen amigo. metido ala capacha^ me fué a ver; Sí,
gracia,
i
un amigo
si
me prometió
hablar con
el
cuanto supo que
me hablan
mucho de mi
se condolió
des-
padre Hipotecreitía, que es con-
empeñase con éste, a fin de que El buen padre habló con Pinto, i ya me ves aquí gozando de mi libertad, de ese don de Dios, tan precioso para los que están debajo como mirando en poco por los que están encima.
fesor del Presidente, para que se
corrijieran el error de liaberme puesto preso.
— Por
j)ipiolos, dijo el
nado,
i
amigos entre
lo visto, tú tienes
pelucones
los
i
entre los
ñato Vargas, pues dicen que eljesuita es apeluco-
el italiano
un
liberal
hecho
i
derecho.
carne — Motiloni no pescado, observó Tronera. —Yo no he podido averiguar a qué partido es ni
ni
¡íertenece este diablo,
Habla como si no se metiera en nada; pero se mete... Es mi amigo me ha sacado de la cárcel, i de mi Cállate boquita!. boca nadie sabrá nada, aunque lo tengo bien cateado i conozco cier-
dijo Gacetilla.
i
. .
;
tos secretos que podrían
comprometerlo: pero
¡cállate Catalinol
hombre capaz de echar a la calle un secreto, mayormente cuando un amigo me encarga que lo guarde hai de por medio el honor de una familia respetable. No digo porque mi amigo Motiloni ande en malos pasos. que en boca cerrada no entran moscas,
i
yo no
soi
i
Pero
¿(piién diablos seria el
el bolsillo?
Las
que
encajó a(piellas proclamas en
Lo he de descubrir!
tres de la tarde serian
a poblarse de caballeros. laron en
me
nna de
las
cuando
el
cuarto del ponche empezó
Franco, Jifreno
mesas de
i
otros
amigos
se insta-
malilla, liaciendo sentar entre ellos a
uno de los ricos colchagninos que se trataba de conquistar. El otro hacendado se habia retirado a conversar coníidencialmente con dou Víctor Dorriga.
^
ai7
—
verdad preguntaba que cuenta — Dígame, de Prieto? —Yo creo que hombre quiere Presidente, respondió Cree que tendrá fuerzas — ¿qué sabe Ud. sobre su para lograr sus aspiraciones? según hemos sabido por — señor; tiene mucha éste
señorj
se
lo
¿evS
ser
el
el otro.
ejército:
I
las
suficientes
jente,
Ali!
lo
los
compradores de bueyes que van al sur. Sí! mucha j ente! Yo pienso que si el hombre pasa el Maule, no deja títere con cabeza en todo el
partido de Colchagua.
entes — de Prieto? — De todo ¿I las j
de este lado del Maule, están a favor o en contra
hai, señor.
Pero aunque estén en contra ¿quién podrá
a tanta soldadesca? Todos los hacendados
resistir
le
estamos tQUi"
hlunáo alas j^rorata-s.
—Pues yo he oido que Prieto no permite que sus soldados cometan proratas! No — Pero dejan a uno que tropelías.
las iiroratas^ señor!
las
le
ensillar.
—I a Ud.
¿qué
le
parece? será bueno para ¡presidente
el
jeneral
Prieto?
—Yo no
lo
no sé qué
decirle, respondió el guaso,
conocemos bien, nadie
le
ayunará
porque como todavía
las vijilias.
—Dicen que es un hombre cumplido, un liberal neto. A mí me gustan los liberales, porque hemos peleado
—
•
godos solo por
los
— Bien
contra
la libertad.
dicho, dijo mordiéndose los labios el español Dorriga.
Por eso me acordaba ahora del liberalismo de Prieto. Durante todo el tiempo que estuvo en Santiago, no cesó de hablar públicamente como el mas denodado liberal.
—Eso mismo
se dice
por mi
tierra,
en donde
Prieto es tenido
por algunas j entes como un hombre de pro. Mientras don Víctor se entretenía con su interlocutor, Gacetilla iba
i
venia, llevando
i
trayendo vasos de ponche. Los demás juga-
ban bebian entremezclando i
con interjecciones de despe-
los tragos
cho o de alegría.
Una
hora había pasado cuando (Tacetilla vio entrar a la primera pieza a don Pablo Motih)n¡. Verlo i correr hacia él con un vaso de ponche en la mano, fué todo uno. Venia de un caballíu'o que a
En
])rim(n'a vista
el italiano
acompañado
revelaba llegar de provincia.
aquellos tiempoSj las escasas
i
tardías relaciones entre las
provincias
desde
la capital^
i
lejos.
Hoi
—
318
liacian
que
— demás medios de locomoción, usos, costumbres maneras so-
dia, los ferrocarriles
i
lian estendido por todo el país los
que allá en
ciales,
lo
piv^ánciano fuese conocido
\\n
i
antiguo ostentaba solo la capital, único cen-
tro importante de la sociedad chilena.
—A tiempo mi señor don Pablo! Gacetilla pasándolo vaso. siguien— Gracias, amigo: mas tarde beberé, respondió llega,
el
dijo
el italiano
do adelante
encaminándose hacia
i
el
rincón en donde divisó a don
Víctor.
Saludó éste cordialmente a don Pablo,
i
le
presentó al caballero
con quien hablaba. El italiano por su parte presentó a su compañero bajo
el
nombre de don Agustín Quinteros, de
la ciudad
de los
Andes.
—Ah! esclanió Dorriga; entonces ciertas
el
señor nos puede dar noticias
sobre la suerte de los Coraceros.
Pero antes de todo: ¿es
verdad que ha llegado Freiré?
—Es verdad, respondió Quinteros. Yo mismo he acompañado desde Quillota hasta —Entonces que no ha apoyado a Coraceros? lo
aquí.
¿es cierto
—Así
es, señor;
i
los
al contrario, los
se resistieron a rendirse en
— Cuéntenos cómo
fué
mandó amenazar cuando
ellos
San Felipe. eso,
porque aquí han llegado noticias
sabemos de positivo que, habiendo huido del cuartel de San Pablo, tomaron los Coraceros el camino de San Fecontradictorias. Solo
lipe;
i
perseguidos por
el coronel
Tupper, tuvieron un encuentro en
Tupper ha llegado aquí con dos prisioneros i algunas armas tomadas al enemigo. En seguida, prosiguió don Agustín, llegó el escuadrón a los Andes, amenazándonos si no nos rendíamos a discreción: pero viendo que nosotros nos preparábamos para resistir, torcieron riendas hacia a San Felipe, a donde no alcanzaron a entrar porque les salió al encuentro un caballero enviado por la asamblea provincial, para preguntarles el motivo i el objeto de aquella invasión a mano armada. Los soldados iban sin su jefe. Sí: el capitán La Rosa habla sido tomado prisionero i enviado a Santiago. Actualmente está en la cárcel. Colina.
—
.
,.í
— — Pues,
señor, parece cpic el
Quinteros, porque
un
escuadrón iba sin
sarjento tuvo que contestar por
jefe, él,
continuó
diciendo al
enviado de la asamblea, que los Coraceros no tenían que dar cuen-
—
—
3Í9
ta de su conducta sino al jeneral Freiré, en cuyo
snblevado contra
manos de dicho si
no
Gobierno,
jefe.
se rendían al
tirlos
el
momento
se
habían
que solo depondrían las armas en
esto, el jeneral les
a la autoridad,
él
envió a decir, que
mismo
saldría a ba-
en persona
—¿Conque eso fué — señor; aun Sí,
i
su indignación,
lo
que dijo Freiré?
mismo me ha dicho que no pudo contener cuando supo que se habia tomado su nombre para
sublevación.
esta
Al saber
i
nombre
él
Según
creo, el principal objeto
de su venida a
Santiago, es manifestar al Gobierno la ninguna participación que
ha tenido en
— Muí En
el fin lia.
los
últimos sucesos.
bien, dijo Dorriga sin alterarse.
seguida lo convidó cortésmente a pasar a la otra pieza, con
de presentarlo a sus amigos
i
que tomara parte en la tertu-
Mientras tanto, Motiloni se habia acercado a Aldeano, dicién-
dole:
— Señor don Rodrigo, traigo un recado para Ud. de parte del
re-
verendo Hipocreitía.
—¿Qué me
en vi a a decir su paternidad? preguntó Aldeano.
—Que
fuerte dolor de cabeza le impide salir
un
razón por la cual
me ha
de su cuarto,
encargado traer aquí a un caballero ami-
go suyo, que él pensaba presentar lioi a ustedes. ¿No ve a aquel señor que está hablando con don Víctor Dc^-riga? Si lo veo. ¿Quién es? Un amigo íntimo de Freiré; es el totitm poten s de los Andes, halagarlo hasta la seducción tales son las palai ustedes deben
—
—
:
bras del reverendo.
—•Ya comprendo,
respondió don Rodrigo, haciendo un jesto de
intelijencia.
Merced a esta recomendación, el señor Quinteros así como los hacendados de Colcliagua encontraron allí amigos jenerosos, de cuya cortesía
i
amabilidad quedaron encantados. Gacetilla por su
parte, los imponía de la clase
i
condición de todos los asistentes;
i
repartiendo ponche en todas direcciones, logró hacer salir de sus casillas a aqu(dhx grave concurrencia. Por manera, que, entrada la noche, ya t(Hlos tenían
—¿Qué
cenar.
parece esta jente de Santiago? preguntó a su compa-
te
ñero uno de
mas gana de dormir que de
los
colchagüinos a tiempo de recojerse a su posada de
Ramadas. nunca la hal)ia encontrado tan
la calle de las
—Yo
cariñosa^ respondió el otro»
—
—Es que tú
—
320
eres tan retirado, hombre,
a vender tus cecinas para
ir
i
solo vienes
a Santiago
en seguida a meterte como un zorro en
su cueva, allá en tu estancia de las Palmas. Es preciso tratar amistarse con la j ente de alcurnia la cortesía
i
la fran(jueza
i
de nota, que es donde se halla
santiaguiuas.
Portales? ¡Qué caballero tan franco
i
i
¿Te
en don Diego
fijaste
de buenas partidas parece
—A mí me parece im poco burlón, observó —Es hombre de buen humor. tú hubieras
ser!
el otro.
Si
mano con don Víctor dama ese caballero!
hablado mano a
Dorriga, te habria encantado. Parece una
:o:-
CAPITULO
LA SITUACIÓN SE COMPLICA
LIIT.
PARA DON MARCELINO.
«Don Mateo. «¿No puedes? Dices qno nó? «¿Qué coutestaciou es esa? «María. mi promesa.... «Don Mateo.
«Pero, señor,
«Aquí quien manda (A. llovíK^^.
Cuando don Marcelino jirse a la le
i
La tenacidad
yo»
i/ior... Acto I.)
de casa de don Cándido para
suya seguido de su mujer
pasaba.
los ojos
salió
— Una pro7nesa de a
soi
i
diri-
"de su hija, iba sin saner lo ([ue
del orgullo nos suele poner
para ocultarnos la realidad de las cosas
mas en nuestro pensamiento. Nos creemos
i
una venda
enfrascarnos
(mi
mas
superiores a ciertos su-
porque pensamos que nada puede a veces verificarse contra nuestra voluntad. La tenjicidad ignorante cree poder nnmdar a la
cesos,
naturaleza
misma
i
es inflexible en sus pretensiones.
por alcanzar sus miras; clio contrario, se
i
cuando
admira de
Nada perdona
se encuentra de rc^pente con
(pie las cosas
un
no se verifiquen como
deseaba, porque para el testarudo nada hai
mas
licél
]<>
justo que su deseo;
41
— i
—
322
una especie de ma-
esta aduiinu'ioii i)r()(luce on su entoiuliniionto
rasmo que Ijuc'iüda
Don
lo
embrutece mas
bieron
la
que
tenaz viejo
el
Por
a su hija.
i
fin,
su mujer, su hija, su compadre Cándido
Já!jáljá! cuando la rana crie pelos
te
dado a
— Padre miol de éste:
le ¡le
que amo; pero no -
la razón;
razón las mujeres!
la
Pero se
pero veo
las
tendrán conmi-
me hacen aflojar a dos tirones. Yo soi porvence. Ya verás mocosa atrevida, si tu padre
i
dillas
doña Estre-
saben que a mí no
veremos quién puede obligar a casarte con
fiado
i
hablan de pagar, concluyó en estos términos:
la
pues, que ustedes se habia,n
(JreÍ4i,
Ya
reci-
después de haber agotado su repertorio de dicterios; que
que estaba equivocado. ¡Ya se ve! ¡Darse a go!
Ambas
una palabra, porque sabiau no escuchaba ninguna clase de observaciones.
jurando que se
—
espresion) que reventaba por
la
reprender a su es])osa
i
estado del padre de
el
lluvia de denuestos, sin hablar
rejjartió entre lla,
(pennítasenos
il);i
ann'iíazar, in-;ültar
mas. Tal era
su casa.
('liando lleg'ó a
3.rarc(dino
i
— ¡Habráse
el
marido que
interrumpió la niña llorando
prometo a
me
visto
8ii
conviene
te i
abrazando
merced no casarme con
el
las ro-
hombre
obligue a hacerlo con el que aborrezco!
mayor desvergüenza! esclamó
hombre que amo! prosiguió, parodiando
el
con
el
tono de Lucinda: ¡con
el
el viejo:!
mocosa desvergonzada, amar
mete a tí, i las dueña de tu voluntad? ¡Si cosas que aborrecer, como si fueses uno ve en estos tiempos son para volver loco a un cristiano! ¡Yean no mas lo que hemos ganado con la tal república! Que los chiquillos se metan a mayores i les pisen las canas a sus padres. Nó! nó! Me voi de aquí. A España! a España! que aborrezco!! Quién
— Don Marcelino, qae pueden
— ¿No
¿I
qué
estoi
te
le
dijo la señora; refresqúese
oir los gritos
me
en la
importa que
en mi casa?
nirme a decir que no
calle.
los oigan?
¡G-rito
i
grite!
por Dios! mire
¿También tú
gritaré hasta que se
¡Bueno
soi 3^0
me contradices? me antoje! ¡Ve-
para tragarme las
palabras después de lo que han hecho en mis barbas! ¿Esa es la
educación que das a tu hija?
prudente como al mocito!
soi,
habria agarrado una
I quieren qiie
inies de esto
¡Por Cristo padre!
no
silla
grite!
La puerta de
Marcelino se
yo no fuera
para partirle la cabeza
Si! si!
quédese üd. des-
tragando saliva!!
Esta desagradable escena pasaba en sa.
¡Si
oici
el patio exterior
de la ca-
gruesa voz
de don
calle estaba cerrada; pero la
a media cuadra de distancia,
i
ya todo
el barrio te-
nia conocimiento de lo que viejo las solian
tomar
i
—
—
323
allí
pasaba.
comentar
Las palabras del
los vecinos
de mil
i
irritable
mil diversos
modos, no siendo raro que algunos de los comentarios fuesen en perjuicio del honor de Lucinda i de su madre. Estas quisieron retirarse a sus piezas interiores; pero don Marcelino,
que se paseaba a largos trancos debajo del corredor,
les dijo:
—
No se vayan todavía porque quiero decirles la última palabra. Sepan que dentro de un mes, a mas tardar, Lucinda lia de ser esposa de don Meliton, según el orden de nuestrra Santa Madre Iglesia. Era aquella la primera vez que don Marcelino daba terminantemente la sentencia contra la felicidad de su bija; i como doña Trinidad conocía el carácter de su marido, a quien era imposible ablandar con ruegos ni desencaprichar con razones, sacó fuerzas de su amor materno para contestar: Pues yo le digo a Ud., don Marcelino, que no será! ¿Qué es lo que oigo? —¡Que Lucinda no será esposa de ese liom])reI contestó enérjícamente la señora. Nó! i mil veces nó! Don Marcelino, embargado por la sorpresa, se quedó mirando de hito en hito a su mujer. Con los brazos cruzados sobre el pecho, el cuerpo echado atras,los puños crisi)ados;la sonrisa de la rabia en los labios i meneando la cabeza de arriba abajo, estuvo algunos segundos sin hablar una palabra. Luego soltando una seca carcajada es-
— —
•
"
clamó
:
— ¡A buen tiempo hemos llegado !¿Conque has resuelto quitarme '
mis calzones, eh? No lo conseguirás, por mas que haigas, pues yo no Gracias soi mi compadre Cándido, que es la mujer de su mujer aprieta el zapato, no qne i consentiré en m a Dios! yo sé a donde me casa
mande
otro que yo:
¿me has entendido?
—No pretendo tener mando
alguno, contestó por fin la señora;
pero tratándose de la felicidad de mi sentiré en que se la
hija, le
haga eternamente
digo a Ud. que no con-
infeliz.
quién para consentir no con—¿No consentiré? de mis amigos; trabajapediré —Reclamaré apoyo de medios posibles para por todos — ¡Calla esa boca, malvadal gritó lleno de cabeza de su tando un grueso bastón — Padre! padre mió! ¿qué hace su merced? esclamó Lucinda in¿I
eres
o
tii
sentir?
al
ré
la leí;
el
evitar
los
furia
sol)re la
terponiéndose»
(^1
vi(jv),
es[)osa.
levaiitan-
— — ]*ues entonces,
— madre merece,
recibirás tú el castigo que tu
don Marcelino, alzando
gritó
324
— Don Marcelino! csclamó
el
la
bastón sobre la cabeza de Lucinda.
angustiada madre: Dios nos está mi-
rando!
En de
u'juol nií)]U(Mit<),
calle,
al niisnio
i
— Don Marcelino! a bajo.
tres fuertes golpes
resonaron en la puerta
tiempo una voz enérjica gritó desde afuera: Si no se abre esta puerta al
momento,
la eclio
I
Corrió
bien con
el viejo
el
temblando de furor bácia
objeto de castigar por su
obedecer a la intimación que se
la
mano
puerta
i
mas
la abrió,
al insolente,
que por
le liacia.
—¿Quién atreve a venirme a mandar en mi casa? con voz de trueno. —Yol contestó entrando, un caballero vestido de esclamó don Marcelino, dando un — ;E1 Jeneral a Ud. una — señor: Ramón Freiré que viene a se
dijo
militar.
le
Freiré!
j^aso
atrás.
liacerle
Sí,
que encontrando
la
puerta cerrada, casi se
visita
lia visto
en la necesidad
el viejo:
no habia para
de echarla abajo.
— Oh! señor don Ramón! entre Ud! qué hacer —Entremos, -
le
interrumpió
eso;
dijo Freiré,
acompañaba,
se
despuen de ordenar
al
soldado
que lo
quedara esperando en la puerta, i de rogar que se dis-
persara la j ente que se habia parado al oir la bulla en
el
interior
de
la casa.
—Esta
visita se parece a la
toma de un
castillo
por asalto (pro-
acompañado del dueño de casa); i no puedo negar a Ud, señor don MarcelinOj que esta manera de hacer visitas es un poco inusitada. —Es verdad, contestó don Marcelino, a quien le hacia cosquillas en el ánimo, la arrogancia con que Freiré le habia mandado abrir. —-Pero ¿qué quiere Ud, señor de Rojas? Las circunstancias lo obligan a uno a veces el ser un poco brusco; i debe Ud perdonarle su rudeza a un viejo soldado como yo. siguió, riéndose el jeneral,
—Oh!
señor jeneral! no diga
puedo servirlo. Al contrario,
—
vicio,
mientras atravesaba
soi
Ud eso.
el patio
Solo quisiera saber en
yo quien vengo a hacerle a
Ud un
contestó Freiré, sentándose sin ceremonia una vez
al cuarto
Doña
buen
qué ser-
llegados
de don Marcelino.
Trinidad
i
su hija habiau visto pasar a don Ramoii; lo cual
— las
—
325
había alentado grandemente;
i
aguardaljan en sus piezas
el
resultado de aquella visita inesperada.
—Antes de nidad
i
amigo mío,
todo,
dijo el Jeneral.
¿Cómo
está
la Tri-
mi sobrina Lucinda^ a quienes no veo desde algún tiempo
a la fecha? gracias a Dios. — Buenas, mui l)uenas de he querido hablar con Ud. —Antes de verlas a su moMclar^ — Me Ud Ud sabe que a mí no me gusta — Gracias: salud,
ellas,
tiene
señor.
al
seré franco.
andarme
por las ramas.
'—Yo también
a
lo seré:
mí me agrada
la franqueza,
repuso don
cuyo jénio bilioso se iba encrespando con esta introducción, pues ya mahciaba el objeto de aquella entrevista. Marcelino,
—Pues entonces,
que
Ud
al grano, dijo el jeneral.
piensa casar
Dígame ¿es verdad a Lucinda con un hombre a quien ella de-
testa?
—Yo no acostuml)ro dar cuenta a nadie de que pienso contestó secamente don Marcelino. — Pues yo acostumbro pedir cuenta de que otro piensa cuando —¿De cuándo acá un padre está obligado a contestar lo
hacer
lo
hacer
tales i)re-
guntas?
—Cuando
eso que se piensa hacer es en contra
niia,
i)rósiguió
Freiré.
— ¿En contra suya? —¿Quiere
Ud
decir,
I ¿qué derecho
que yo no tengo derecho
])ara pedir cuenta de sus proyectos a este res¡)ecto? interrumpió Freiré con la cólera pintada en los ojos.
a
Ud
Luego, moderándose prosiguió:
—Yoi a probarle a Ud mi señor don Marcelino. vidado Ud que su esposa mi prima — Nó, dereclio,
es
-Ha
ol-
un
tio
liermaiia?
señor.
—Luego
su
liija,
es
mi
sobrina. I ¿])uede
no tiene derecho para velar
i)or la felicidad
— Eso será cuando niñas carezcan de — O cuando tengan un que las
Ud
de su
creer
(pie
s()l)rina?
])adre.
])adre
Don Ramón no concluyó tó considerablemente
—El
hecho
es,
la frase; jx'ro el jesto (pie hi^o, aiiUKMiel mal humor del viejo.
])rosiguió
(^1
jeju^ral,
rej.ríniiéndosc.:
quiere obligar a Lu<-iiula a que dé un couseiilimicnto
((iie
,,u(.
\\\
rcj.umia
—
326
—
a sn corazón, i para ello lia lieclio üel. uso de la presión i de otros medios indecorosos. Lo he sabido por varias cartas que de aquí se me ha escrito sobre el particular. .
— Supongamos que eso sea — Xo hai para qué suponer una cosa que así...
acabo de ver por
mí
mismo. Al llegar a la puerta de su casa, he oido las palabras de Ud., como las han escuchado varias personas del barrio, que se admiraban allí en la calle del escándalo dado por un honibre tan respetable como el señor don Marcelino de Rojas. Pues bien, contestó el viejo con grosería: si üd. lo sabia todo, no habia para qué venírmelo a preguntar. Entonces iré a hablar con mi prima, quien sabrá imponerme de todo, dijo el jeneral. Hasta luego, don Marcelino. Don Ramón se dirijió a las piezas de doña Trinidad murmu-
— —
rando entre dientes:
—Este hombre es
i
Don Marcelino
quedó paseando en su cuarto
•
se
será lo que siempre
ha
sido: i
un bárbaro. hablando consi-
go mismo: Pues me gusta la ocurrencia! Yenir a injerirse en negocios ajenos, como si yo tuviera necesidad de sus consejos... ¡Caramba! No sé cómo he podido aguantar sus insultos...! Por la Yírjen! decía don Marcelino, aumentándose por grados su enojo, (que era lo que le sucedía cuando estaba solo o delante de personas débiles); por la Vírjen Santísima] !Si yo no tuviera tan buen jeiiio como tengo, le habría contestado con una docena de silletazos, pero... Por mas Jeneral que sea, ¿quién le ha dado derecho para meterse en mi casa i venir de buenas a primeras a echarme en cara mi ])roceder como si yo fuera un niño de teta?... Oh! mi biien jenio me perjudi-
—
Pero luego se las cantaré claro;
ca diré:
— «mi
Por qué?
señor don
—porque
Mientras
el
se
Ramón:
me
le
sí
señor: bien claro!
Yo
le
prohibo a Ud. venir a mi casa.
antoja! ¿qué mejor razón?
señor de Rojas espresaba su furor en un intermina-
ble soliloquio, la señora imponía a su ilustre primo de todo
lo
su-
don Meliton i tenaz oposición que Anselmo encontraba de parte de don Mar-
cedido referente al proyecto de casar a Lucinda con
a
la
celino.
Por mucha que fuera
la
prudencia de doña Trinidad,
ocultar sus sufrimientos personales, cuyas causas se
no podía
traslucían en
sus pa1a])ras.
Don Ramón
conocía el carácter brutal de don Marcelino; pero la
— prima
relación de su
—Nada de lido de
mi
boca,
si
lo dejó
Ud
que
lo
327
—
abismado.
lia oidí^, dijo la
señora llorando, liabria sa-
no estuviera de por medio
de
la lelicidad
esta
pobre niña.
— Consuélese Ud.
prima m'a, le dijo el jeneral con su natural bondad. Tengo conciencia de que Lucinda será la esposa de Anselmo. Por mi parte, apruebo su elección: es un mucliacho de corazón Lucinda es de i valiente; lo he visto pelear a mi lado. Yo creo que
mi
opinión, agregó sonriendo.
Un
vivo encarnado coloreó las mejillas de la linda niña, cuyo co-
razón palpitó de emoción al oir
—Adiós: mañana
don Ramón des|)idiéndose. Es necuarto de don Marcelino. Lucinda ¿me
volveré, dijo
que yo vuelva
cesario
al
querrás muclio.si yo consigo que
—
Olí!
Anselmo
como una gota de
roció en los delicados pétalos de
¿cómo podria dejar de querer a
de haber oido de su boca los elojios
— Vaya, pues: no hai que batalla,
i
siga visitándolas?
esclamó la niña, limpiando una lágrima que brillaba en sus
ojos negros, flor
de su amante.
el elojio
pura obtener
llorar.
la victoria,
una
mi alma después que ha hecho de óU Tengan confianza. Esta es una CJd (ion toda
es
preciso ser
Hasta
valiente.
luego.
En
seguida se
dirijió al
cuarto
de madera hacian resonar sobre
de don Marcelino,
el
pavimento de
cuyos zuecos
ladrillos, sus
pasos
desiguales.
Hallábase
el
ensimismado en su i)ensamiento, presencia del Jeneral sino cuando éste le
viejo tan
se apercibió de la
(pie
no
dijo al
entrar:
— aun mas, don Marcelino. —¿Qué hai? preguntó como desi)ertando ajitado sueño. — Que no solo Ud. casar a Lucinda con un I
liai
es lo (pie
éste,
viejo
(piiere
de un
re[)ug-
nante
— Ohl señor Jenerall no hable Ud de un hombre noblel — Que indigno de mano mi sobrina — ¡Un Irombre ilustre ha tuteado con — Sino, con hombría Ud a su — L^d ha venido a insnllarnic en mi yo — he venido a señor don Lo así
es
la
de;
(]ue se
(pie
se o¡)oj)e
el
uiiií)U
r(Ml
(pie
el
ella
aiiiM.
Olí! scTior ¡(Micral;
])ro[)ia
si
casa,
^<o
eso,
3íarcelino.
<[Ut'
(piicro es «^ue
— Ud
no
í<e
oponga a
328
—
de su
la felicidad
hija.
— lugratal desnaturalizada! Apuesto a que desencadenado en contra mia. Se — equivoca Ud. — de haber trabajado por que liija
ella
i
su madre
se lian
I esto des2)ues
sea la esposa
ella
de un hombre lleno de distinciones
i
honores que elevará a la fa-
milial
boca, hombre de Dios, abra — ¿Por qué Ud a unión de dos muchachos que quieren? — ¿quién mete a esa mocosa, esclamó fuera de don Marcemi permiso? ponerse a querer señor de Hojas. Yo por mi parte aprue—No hable Ud. bo ese amor — yo desapruebo porque tengo razones para observó don Marcelino. —No Ud razón alguna, porque Anselmo mozo cum— Señor don Eamon: no me hable Ud. de muchacho ver/Calle la
02)one
los
i
se
la
I
se
ojos!
le
sí
sin
lino,
desatinos,
I
lo
ello,
tiene
es uíi
plido.
ese
sin
oposición, se
atreve a ron-
-
güenza
i
descarado, que, a pesar de
mi
dar mi casa.
—Anselmo Guzman un joven de mas cualidades de Santiago. que haria honor a cualquiera de sus vaya a con cualidades Yo no Que — es
las
bellas
las señoritas
los infiernos
se
i
todo.
lo
mi señor don Ramón, agregó don Marcelino: le ruego que no se meta en mis asuntos porque yo soi hombre mayor de edad, i sé adonde me aprieta el zapato. Ademas, he dado mi palabra i yo no soi de los que reculan como cualquiero para yerno,
i
basta. Conque,
quier pelagato. •
—Ya lo sé; pero —¿De
le
advierto que yo también he dado
mi palabra.
qué?
— De que Lucinda una espresion
tal
se casará con
Anselmo, contestó
el
jeneral con
de convencimiento, que don Marcelino tembló de
coraje sin hallar qué decir a su
interlocutor, el cual
despidiéndose
se dirijió a la calle.
— Con doscientos mil de a
caballo! esclamó lleno de
Marcelino cuando Freiré liabia salido de
la casa.
Yo
cólera
don
debí haberle
prohibido a este hombre que hablase del asunto en mi presencia...
Yo
debí haberle impedido que viese a mi mujer...
Yo
debí haberle
umbrales de mi casa... Ha abusado de mi prudencia... ¡Caramba! Mi buen jeniome ¡ñerde!... Otra vez
dicho, que no pisase jamas
no será
así. Si,
señor!
No
los-
será!
Lo
i)rometo!
CAPITULO
LIV.
ALGUNAS PALABRAS ANTES DE PROSEGUIR. sucesos de 1829 se
((Eli los tristes
combatido i tnibajaclo por mas diversas i encontradas. Todos los partidos hacian los esfuerzos posibles para g'anárselo i darle el alto puesto déjete.
vio Freiré
las influencias
F. Errázuriz.
— (Chile
d
bajo
imperio de ¡a
mi^.— Cap.
Constitución de
IV, 11.)
Preciso es decir en lionor de la verdad, que la venida de Freiré
a Santiago, no tenia por único
i
esclusivo objeto el ocuparse de los
asuntos amorosos de Lucinda, pues la política reclamaba su sencia en la
ca])ital.
Freiré era
un hombre que
i)re-
desj)ues de haber
servido con gloria a la causa de nuestra indc^pendencia, se habia retirado a la vida privada, lleno de honores
cuerdo de su valor se nuintenia vivo en ros de armas' lo te.
8u afable
aclamaban como
carácter
dia le perdonase sus
i
distinciones.
el ejército,
demás
i
i
re-
valien-
])()r([U(' la.
cualidades. Habia siM-vido (1(>
El
sus compañe-
soldado nuis intréi>ido
su falta de ambición, hacían
un desinterés que constituía uno i
el
i
al
sns mejores títül(>s
envi-
país con
d(^
gloria;
ajeno a las (•uestiones de actuahdad, sucedíale lo que a todo liom-
42
—
330
—
bre de reconocido mérito que no toma una parte demasiado activa en las ardientes cuestiones que ajitan a un pueblo: amigos i enemigos
hablaban bien de él. Todos los partidos querían tenerlo por jefe; unos porque veian en él una de las mas esclarecidas glorias del país; otros porque lo esperaban todo de su
amor a
la libertad;
i
otros porque querian valerse de suprestijio paraliacer triunfar sus oj)iniones.
Esta posición escepcional de Freiré ponia, puede decirse así, en sus manos los destinos del país. Hé aquí por que desde mucho tiempo atrás estaba recibiendo todos los días cartas de los jefes de los diversos bandos políticos que lo lisonjeaban
banzas
i
i
halagaban con ala-
promesas^ tratando de atraérselo por todos los medios ima-
jinables.
El 17 de julio, sural, entregó
Pinto
Vicuña, que era
campo, con
al
es decir,
el
ñaron
designado por la
el fin
pañólo en su viaje la gratitud
el
un mes después de las ejecuciones del Bamando supremo a don Francisco Eam^on
el
lei })ara
subrogarle,
i
se retiró
de atender al mal estado de su salud.
padre Hipocreitía, cuyos buenos
oficios
Acomempe-
de toda la familia del jeneral.
Al mismo tiempo dejaron también sus carteras, don José M. Borgoño, Ministro de la Guerra don Carlos Eodrignez del Interior; i
pero no así
el
Ministro de Hacienda, Euiz Tagle, quien se abstuvo
de hacer su renuncia,
i
pretendió conservarse en el puesto, aun des-
pués de habérsele nombrado un sucesor.
Los primeros actos del gobierno provisorio de Vicuña, habían hecho ver al partido retrógrado, lo que podían esperar de la rectitud de este mandatario.
Don
Francisco
libertad,
i
Bamon Vicuña
era
un honrado
tenia fe en las instituciones republicanas;
azarosas circunstancias en que gobernó IK'to a la lei
de su edad
patriota,
i
i
i
No
la
a pesar de las
el país, dio* pruebas
de su amor a la república.
amaba
de sures-
obstante lo avanzado
de la mansedumbre de su carácter, tuvieron
mas
de una
vez que estrellarse las pretensiones de sus enemigos políticos, en esa firmeza pasiva que supone la fe en los principios que se abriga.
Uno tro
de los primeros actos de Vicuña, fué dar sucesor al minis-
Buiz Tagle, a quien todos señalaban con
el
dedo como un prin-
punto de apoyo que los reaccionarios tenían en el Gobierno. Esto los desconcertó algún tanto; pero no por eso desmayaron en su
ci¡)al
2)royecto, trabajando por crear inconvenientes
a la administración.
Las sordas maquinaciones del partido conservador,
el
mas
revol-
—
—
331
toso que lia tenido Chile, porque lo lia sido contra el derecho libertad, hahia eiijendrado la división entre el te del ejército, i
judicial,
i
Gobierno
i
i
la
una par-
poderes administrativo
la desintelíj encía entre los
pues muchos miembros de las Cortes, pertenecían
al par-
tido pelucon.
En cuanto
puede decirse que, con escepcíon de un cortísimo número de sacerdotes ilustrados, los demás eran enemigos al clero,
natos de la república bien entendida. se
Muchos eran
realistas,
echa de ver que a la sombra de este último elemento,
i
bien
el espíri-
tu reaccionario debía invadirlo todo. Por manera que se sucedían esa lucha entre el bien
en
las cabalas e intrigas
idea de progreso que
pugna por
establecerse,
i
i
el
la
mal, entre la
de atraso que
obra enérjicamonte por conservar su imperio. ;No se arranca un árbol sin remover la tierra en que está plantadol
Acabábanse de verificar las primeras elecciones constitucionales, según lo dispuesto por el código dictado el año anterior; pero una gran parte del Congreso que debía hacer el escnitinio de la elección, parecía haberse revelado contra el Gobierno.
Los pelucones, en su empeño por
aislar
completamente
al Presi-
dente, habían conseguido introducir el desacuerdo hasta dentro de
medio de los diputados que habían podido elejír. Las sesiones del Congreso se hacían cada vez mas necesarias en un país que principiaba a dictar sus instituciones fundamentales; pero por lo mismo que eran necesarias, debían no tener la llepresentacion Nacional por
un conciliábulo, al cual no había faltado muchos de nuestros demás amigos reaccio-
lugar, según se decidió en el ¡)adre ríipocreítía
narios.
En
conforme a
tal
i
estado de cosas la minoría asistente, ])rocedíeudo
la Constitución,
compelió con multas a los inasistentes.
Los diputados pelucones no tardaron en protestar contra este acuerdo, que calificaron de inconstitucional, i (pie fué uno de los i:>retestos I,
de que se valieron entonces para exacerbar los ánimos.
convencido
el
Gobierno de que no
tan perniciosas influencias
si
le seria
posible contrarestar
permanecia en Santiago, decretó su
traslación temporal al puerto de Yaiparaiso, traslación que se verificó
a fines de agosto de 18*29, a })esar de la oposición ([ue los pe-
lucones hicieron al ver que se les escapaba su presa. Preciso es advertir, sin embargo, que esta oposición
ver hacer huichi,
jil
(ío])ic'i'iio
sino do
(jiie
v\
en Valparaíso, se iba a
ima, retirada
([U(>
iio
nacia de
tanto so asciiu'jaba
Congreso convocado para reunirse se|)arai' del ciMitro
de
a
una
tanil)¡en
las inllueneius reac-
rtfto
En
clonarías.
cnanto a lo primero, Imbo mnclios qne se dieron
el
parabién, diciendo:
—¡Gracias a Dios qne
se nos deja el
campo
libre!
— ¡Si hnyen, es porqne nos temen!
'
—'¡Xnestra fnerza es, pues,
positiva!
Mientras tanto decian otros;
—¿No cómo país? — ¡Mirad cómo deja
este Gobierno
veis
no cuenta con
sufrajios del
los
a Santiago, centro del saber
i
de Ja aristo-
cracia! •
—¿Qué va a liacer a Valparaíso?
—¿Cnál su —Es evidente que su esa ciudad compuesta de comerciantes, de — de — Bien echan de ver tendencias de Su adheno pueden a mas patentes de —Así como su desprecio por honorables objeto?
es
fin es lialagar
mercachifles.
estranjeros
¡I
i
herejes! las
se
sión
los pipiólos.
los herejes
las ideas
ser
las familias
del reino;
quiero decir, de la Eepública.
-^Yo no ésta, sin
sé a
dónde vamos a parar con una administración como
paradero
fijo.
que a anarquía! — cabeza — ¡La Vírjen Pilar nos — aténgase Ud. a Vírjen no —Lo importante que nosotros observemos ¡Claro es
I sin
del
•
la
libre!
la
Sí!
corra!
i
es
lo
que Dios dice:
«ayúdate que yo te ayudaré.» Tal era
el
estado de las cosas, cuando Freiré llegó a Santiago.
Al momento se vio rodeado de los cabecillas de los diversos bandos. Pero aunque los pelucones trabajaron mucho por conseguir que el jeneral prestase oidos a sus insidiosas indicaciones, nada consiguieron en un principio. Ajeno a las cabalas políticas, i enemigo por carácter de la intriga. Freiré pudo en un 2)rincipio resistir,
apoyado en su patriotismo
i
en la
fe
de sus convicciones.
de decia —Es preciso vencer Franco. — Con maña conseguiremos, contestó Aldeano. agrelado de hidalguía —Váyansele gó — Así conseguiremos que don Quijote ataque a molinos de la resistencia
el clérigo
Freiré,
lo
2><^>r
el
la
i
caballerosidad,
Hipocrcitía.
los
viento, contestó Portales.
—
—Tiene razón don Diego, pocreitía.
me
Los pipiólos
i
los
—
333
dijo Dorriga al oido del reverendo líí-
ya su paternidad
molinos de viento
entiende.
:oi'
CAPITULO LY.
ANSELMO VISITA A
FREIRÉ.
que algún día héroes mil rescatara El brazo de ((1
De
es ésta aquella patria
la antigua,
(Sector A
Pagado sitas
el tributo
que debia a la
de sus amigos, voháó don
los asuntos
ominosa tiranía?»
Marín de Solar.)
política,
Ramón
de su sobrina Lucinda.
i
desocupado de las vi-
a ocuparse asiduamente do
Pero, por
mas que pensaba, no
encontraba en su mente medio alguno de qué valerse para vencer
don Marcelino, a quien conocia mui bien. Por último, persuadido de que los medios pacíficos eran los peores, resolvió tomar otro camino.
la tenaz resistencia de
—Yo
se
sé
que es cobarde como una gallina, dijo
podrá conseguir metiéndole miedo
tar consideraciones con este
gustan el
los
uno del
hombre
i
el
jeneral;
i
todo
tratándolo a la vaqueta. Gas-
es perder tiempo,
i
a mí no
me
asuntos largos. Los mucliachos se quieren; son dignos otro,
i
se casarán con el favor de Dios!
— Paseábase
mismo
—
jen eral dentro desncuartOj mientras tenia consigo
el
soliloquio
el
334
cuando oyó dar a
anterior,
la
puerta tres dis-
cretos golpes.
—Adelante! La puerta
dijo.
se abrió
suantiguo jefe
i
Anselmo Guzman, (paien saludó a com' muestras del mas cariñoso respeto.
apareció
protector
i
—Anselmo, mió, don Ramón momento me estaba acordando de En contestó Anselmo. no — Gracias, hijo
liaciendo sentar al joven.
dijo
este
tí.
señor,
verlo, lia sido
habia venido antes a
Si
porque
a
lo creia
Ud. demasiado ocupado con otras
visitas.
—Es verdad,
no lie tenido tiempo para nada.... Pero
dijo Freiré:
tú estás pálido, prosiguió bondadosamente ¿Has estado enfermo?
—
—
señor:
Sí,
Ali! se
un rasguño en
me
este brazo.
olvidaba que liabias salido herido en la última re-
vuelta. ¡Por la Yírjen del
Cármenl ¿cuándo terminarán estas mal-
ditas rencillas de partido?
—Esa misma pregunta nos hacemos con respondió Anselmo. amamos nuestra — Parece que. aun no creyesen bastante
dolor todos los que
patria,
derramada,
la sangre
prosiguió el jeneral, paseándose por el cuarto...... Es creer que
hemos vencido a
Nó:
país
los españoles
los españoles;
un engaño
que los hemos echado del
entán todavía aquí con nosotros; somos
Tenemos el enemigo dentro de nuestro hogar ¿Cuándo i cómo terminará todo esto? ¡I yo, necio de mí, que habia colgado mi espada creyendo que ya no habia enemigos que vencer!
nosotros
— Lo mas Anselmo. —Tienes razón,
triste es
pensar que esos enemigos son chilenos, dijo
Después de la batalla de Maipú, yo no puedo mirar como enemigo a ningún chileno, por mas contrario que me sea en política. ¿Por qué hemos de emplear en respondió Freiré
despedazarnos mutuamente tivar nuestros campos, en i
en
el
tiempo que debíamos ocupar en cul-
desarrollar nuestra industria
i
comercio,
en dar estabilidad a la república por medio del trabajo?
fin,
¡Maldita sea la mezquina ambición, que solo sabe producir atraso,
sangre
i
lágrimas! Pero dejemos esto
tima refriega Señor
te portaste bien,
— — Déjate de
siento
eSj
que
cortesías, hijo. el
valor
i
i
no
lo
Me han dicho que he estrañado.
¿No te he visto pelear a mi
la fuerza
en la úl-
lado?
Lo que
de los hijos de Chile se hayan de
oo ^
_____
¡DeslealesI aquí he veemplear en exterminarse mutuamente nido a saber que se lian valido de mi nombre para sublevar a los
Coraceros.
verdad, señor —Así — Miserables! Son capaces es la
norancia,
hasta con la gloriado
i
Sonrióse
—Aun como a un
de especular con los
Anselmo
los
vicios,
con la ig-
demás
palabras del jeneral.
al oir estas
ayer mismo, prosiguió éste, han tratado de engañarme
Pero doblemos esta hoja,
chiquillo
i
tratemos de tus
asuntos, hijo mió...
—¿De qué asuntos, señor? — Demasiado reservado
Anselmo;
eres,
compañeros de armas, Anselmo tenia ya noticia de
i
eso no es bueno entre
dijo Freiré, acercando su silla a la del joven.
en casa de don Marcelino,
i
la visita
que
el
jeneral liabia hecho
del interés que habia manifestado a fa-
vor de su causa. Por otra parte, veia en su antiguo jefe a un decidi-
do protector;
así fué,
que alentado por la franqueza de
— Señor jeneral: Ud.
me anima
a decirle que
amo
éste, le dijo:
a la señorita
doña Lucináa de Rojas; i como no tengo otro asunto que me preocuj^e mas, he creído que Ud. se referia a éste. Así es, amigo mió: ya he princijnado a trabajar por tí. No olvidaré jamas el interés que Ud. ha Gracias, señor
— —
manifestado por mí en la entrevista que tuvo con
el
señor de Ro-
jas...
—¿Conque ya — —¿Luego — Casi todos
sabias?
Sí, señor.
estás en correspondencia con el interior de la plaza? los dias
la señora
tengo noticias de Lucinda por conducto do
de don Cándido de
la
Rueda, de quien
me
he hecho muí
amigo.
—¿Conque doña Estrella está a tu — señor; aun me ha ofrecido Sí,
i
favor, eh? los
buenos
oficios
de su ma-
rido.
— Don Cándido no sabe mas que hablar necedades embarpuede servirnos de — Yo creo será mui vencer de dou Mar:
sin
algo.
go,
(pie
difícil
la resistensia
celino.
— —
-
convengo; pero no imposible... El hombre es testarudo» Tiene la peor de las tenacidades, que es la de que no escucha» Difícil,
—
—
336
—No por esto debes desanimarte: Lucinda vale pena de bajar por nn esclamó Anselmo con pasión. — Oh! —Pues entonces, valor constancia! no — Creo tener uno por qué a veces desla
tra-
ella.
señor! es
ánjel! i
i
fallecer
mi ánimo
otra;
sé
i^ero
siento
al considerar la resistencia de
don Marcelino
señor! i)rosiguió el joven con doloroso acento: es
;01i,
ver a su
mayor enemigo en
queme
nuestro corazón. ¿Por
En
cer su odio? vir de
mismo
el
¡Dadre del
Qué
mas
mui duro
el
querido ser de
hecho para merebalde busco en mi conciencia algo que pudiera serdesprecia?
base o de pretesto a su repugnancia.
siempre con honradez,
i
lie
Yo me he conducido
tengo la dicha de contar con
el
aprecio de
mis compañeros. ¡Jamas podrá ese hombre encontrar en mí otro crimen que el de haberme atrevido amar a su hija, siendo como soi, pobre!
Pronunció Anselmo esta última palabra con un tono que manifestaba dolor, desprecio
i
orgullo ofendido a
im mismo tiempo. El
jeneral no contestó; solo miró al joven bondadosa te,
i
compasivamen-
diciéndose en su interior:
— ¡Pobre mozo! Se casará a pesar de diez Marcelinos juntos. prosiguió Anselmo. —Dispénseme Ud. que me esprese señor,
así,
Su bondad i las distinciones con que me ha honrado siempre, me dan derecho para abrirle mi corazón. Estoi ahora, que ni yo mis-
mo me conozco. Yo
nunca habia conocido
prender a mi corazón odiando;
mi Lucinda! sufriera yo
¡Oh!, no sabe ese solo,
nada
seria;
el odio,
ahora suelo sor-
odiando a quién? Al padre de
i
hombre ]iero
el
mal que me ha hecho!
hacer sufrir a aquel ánjel!
Si
No
tengo fuerzas para i)erdonárselo! Su injusticia ha maleado mi carácter; i digo su injusticia, porque mi calidad de pobre no leda derecho para oponerse a nuestra unión. sé
que podríamos vivir mui
para
con solo
felices
lo cual, estaba dispuesto a
Yo
conozco a Lucinda,
el fruto
abandonar mi carrera
i
de mi trabajo, i
ocuparme de
cualquiera industria.
— Oh!
le
interrumpió don Eamon. ¡Abandonar tu carrera!
te lo permito,
de
oficiales
Anselmo
honrados en su
—Yo también
—No necesitas tria,
Ahora mas que nunca necesita Chile ejército.
lo creo así, señor,
pero
colgar tu espada para ocu})arte de alguna indus-
aunque sea indirectamente
to...... Por
No
Después hablaremos de
ahora es preciso tratar cómo tomar la fortaleza
es-
Yo»
— teiip-o nii })lan; i
i
te
337
—
aseguro que la tomaremos^ aunijue sea a saugre
fuego ¿Cuáles son tus determinaciones?
—En mi
no me queda otro medio que esperar con paciencia a que Lucinda sea mayor de edad. Puede ser que intertanto, don Marcelino entre en razón i.... posición,
—¿Entrar me
balde ce,
en razón ese viejo? es pedirle peras al olmo. 'No en
Me
opuse yo tanto a que se casara con la Trinidad.
amigo, que es peligroso
empleo de
el
la paciencia,
de ser que durante este tiempo, Lucinda, obligada
i)or
pare-
porque puesu padre se
case con otro.
—Ya
proyecto de don
só el
tengo temor alguno,
aunque no
— Mi plan
Mi
señor.
lo fuera, confio
en
rival es
el juicio
hombre.
es otro,
Marcelino;
Yo
soi
un
pero a cerca ser
d.e
mas que
eso no
ridículo
i
do Lucinda.
porque empleemos
la fuerza
desde luego.
— ¿Cómo?
Antes de — Después ¿dónde vives? —En casa del capitán Andrés Muñoz. — Lo conozco. Es preciso que hoi mismo vengas a aquí que No mi a — Mil —Entonces, basta luego. Prepárate, porque mañana liemos de una en casa de don Marcelino. hacer Üd. no sabe — Obi señor odio que me ha me dicho — Sí mismo, sabiéndolo que aprecio; lo sabrás.
todo,
te
casa.
vivir
replicar.
liai
gracias, señor.
visita
junto.s
jeneral! lo
lo sé:
i
el
profesa.
él
te
es preciso que castigue su desatención llevándote allá
im hombre
racional, obraríamos de otro
está fuera de la
En
la tarde
lei
de ese
Con
modo; pero don Marcelino
común.
mismo
dia,
Anselmo estaba instalado en casa
de don llamón Freiré
4;í
CAPITULO
LYI.
A DESCORTESÍA, DESCORTESÍA
I
MEDIA.
«La educación invadía las creencias ((españolas: la autoridad favorecía
la
«invasión: luego, destruyamos esa anee toridad»
(Francisco Bilbao.
—Sociabilidad Chilena.)
Ilabian pasado algunos dias: don Marcelino cuarto platicando sobre
asunto que
el
mas
le
se
hallaba en su
preocupaba con su
padre Hipocreitia, a quien liabia llamado para prepartido que seria conveniente tomar.
constvjero, el
guntarle
el
— Es por demás estraña
la
conducta del jeneral, dijo
el
después de liaber oido la relación de su amigo. Se lia portado como un verdadero loco, i yo creo que aVo de aquí, contestó don Marcelino tocándose la cabeza.
Jamas
lia
guió en tono
tenido de sobra,
mas
alto,
que
el
murmuró
eljesuita.
objeto de don llamón
padre,
le
falta
Yo
creo, prosi-
es
oponerse al
proyecto de Ud. .-- Eí¿ttl
do mauifiesto:
me
lo
ha dicho en mis barbas^
el liQmbrel
— — Quiero el fraile,
— Eso
339
—
que Ud. se propone realizar, agregó
decir; al proyecto
recalcando las últimas palabras. es,
me he
padre mió ¡que yo
propuesto realizar! repitió
necio de don Marcelino, halagado con
la idea
de ser
él
la
el
persona
activa en el proyecto.
— siendo Ud., prosiguió padre, verdadero autor de para ver comprendo su disgusto — La incomodidad que he tenido con liombre, no puede mayor. ¡Dios me perdone...! —Eso mui natural justo Porque no puede respeto debido a un padre de —¿Ko digo yo? Su paternidad adivina mi pensamiento. Es I
el
el
la idea,
la dificultad
al
realizarla.
ese
es
se
i
ser
faltar al
familia....
que ha hecho ese hombre;
i
no
se lo
lo
perdono por mas jeneral que
sea.
— ¿por qué no prohibió Ud. entrada? — Pero, señor! no me dio tiempol Entró mi permiso. — ¿Llevándoselo por delante? — Como yo fuera basura: señor! mas menos. —¿8in respetar sus canas? — Sin menor miramiento, contestó don Marcelino, furioso ya con I
la
le
sin
si
si
ni
jsi,
ni
el
Ese hombre ha abusado de mi paciencia, de mi mansedumbre, de mi buen jenio, de mi de mi...... de todo lo que yo puedo tener de bueno. Le aseguro a su paternidad, que cada vez que me pongo a considerar en esto, casi me las insinuaciones del diestro fraile.
vuelvo loco. Es
Esto
mucha
cosa!
mui bien
hé aquí, por qué habia empleado sus escitantes palabras. Después de un corto silencio, esclam(') lo sabia
el jesuíta;
i
— ¡Es un atrevimiento inaudito! Aquí tiene Ud. una prueba délo he dicho ¿qué otra cosa ha de suceder con el gobierno que tenemos? Mucho tiempo hacia que trabajaba el padre por convertir en opo-
que otras veces
sitor
a
Don
le
:
Marcelino; pero a pesar de la influencia que
sobre
él
no habia podido conseguirlo, pues el viejo era dolos liombres que jamas se esponen a nada i siempre están con el que iiiaüda. I como el jesuíta sabia que no se puede influir sóbrelos caracteres egoístas i testarudos sino halagando sus pasiones favoritas, no quis!)p«erder la oportunidad que la suerte le presentaba aqu.d di<i, a liu de ejercia,
atraerse a un
hombre tan
rico
como
el
señor de Rojas. Al oir éste
las últimas palabras de su amigo, le ])reguntó:
—
I ¿qué tiene
que ver
el
gobierno con la mala crianza del jeneral?
— —
—
340
Miu'lio^ iiniigo mío, muellísimo: ¿no sabe
Ud. que
el Gü})iei'iio
está compuesto de esajeute sin principios, sin relijion ni temor de
Dios, a quien se llama pipiólos?
como cuenta con
i
que se
el
El jeneral Freiré
apoyo de
es
la autoridad, cree
uno de
ell(>s
poder hacer
lo
le antoja.
— ya entiendo: por eso — Pero, ponga a Allí
ITd.
está tan gallito.; Lo entiendo
los pipiólos debajo,
morata de Dios encima, i verá respeto a un honrado padre de
si
i
la jente
mui
bien!
de orden
i
un cualquiera viene a perderle
ti-
el
familia.
—Tiene razón su paternidad. No habla pensado en ahora caigo: pura verdad! — Por eso que hombres de bien deben trabajar por que ello; i)ero
¡es la
es
los
se
verifique este saludable cambio.
Don
Marcelino bajó la cabeza sin contestar. El jesuita, cuya di-
visa era no ser porfiado con los testarudos,
de tocar otra cuerda en
el
alma de su
— Pero volviendo a nuestro asunto el interés
tomó
otro
camino a
fin
interlocutor.
principal, dijo: ¿cuál
puede ser
de Freiré, fuera del de casar a su primito Anselmo con
Lucinda? -
— También ha tenido atrevimiento de decírmelo; pero no concuando me echen encima. quiero como espera una buena — Como niña lo
ei
seguirá, sino
la tierra
decir,
es rica;
la
ella
dote
— Por eso es
empeño Pero ¡por los clavos de Cristo....! Yo no permitiré que un cualquiera venga aquí con sus manos limpias a aprovecharse d@ mi sudor i trabajo. ¡iSTó, señor!
—En
el
fin, dijo ei
reverendo,
si
Ud
estuviera seguro de que el ver-
dadero itióvil de ese pretendiente era un amor honesto, vaya con Dios; pero la mayor parte de los mocitos del el dinero:
No
clia
no miran otra cosa que
¡nada mas!
contestó don Marcelino, porque en aquel
momento llamó
at ncíon la entrada de dos personas- por la puerta de calle
ba enfrente de su asiento.Eran estos
el
jeneral
ron al patio conversando mui naturalmente.
como clavado en su
silla,
por la emoción.
En
i
que esta-
Anselmo que
Don Marcelino
se
entra-
quedó
seguida, mostrando con
dedo índice a sus enemigos que atravesaban tranquilamente esteuso patio de la casa, dijo con voz convulsiva: el
— Mire, su paternidad! ¿Será —Si no lo viei-a, r-ion. I lo
peor
es^
no
su
el
creíble tanto atrevimiento?
lo creeria, dijo el fraile
con
que nada puede Ud, hacer contra
secreta satisñxcellos
,,.,Es"»
— tan con
gobierno. Resígnese a «er pisoteado por los pipiólos.
el
—Yo
'^il o
no
me
resigno! esclamó clon Marcelino indignado, levan-
tándose de su asiento*
apresuradamente de su cuarto,
I saliendo
se din'jiíj liáeia los
re-
cien llegados. ofrece a üd.? preguntó con voz ¿qué — Señor pasado — señor don Marcelino: dispense Ud. que jeneral!
ade-
liaya
Olí!
lante sin saludarlo, contestó Freiré tendiendo*Íti
mano
dominado por la presencia de don llamón, no balbuceando un saludo. Este,
— Xo
seca.
se le
lo
digo por Ud., señor jeneral, sino
])ot
le
al viejo.
ma-
tendió la
su compañero
que....
Dígame, prosiguió, dirijiéndose a Anselmo, cuyo saludo no contestó; ¿qué se le ofrece a Ud. aquí en mi casa? Viene acompa^ñándome, contestó Freiré tranquilamente... No olvide, señor don Marcelino, que Anselmo es uno de los amigos a
—
quienes
mas
estimo.
Anselmo debe acordarse de que —Así seráfpero jado de —¿Por qué? — Porque me a mí no me gusta dar cuenta a nadie de que — Pues yo traigo aquí porque me conviene, contestó Freiel tal
lo ]ie arro-
]ni casa.
cojí venia:
asi
lo
llago.
así
lo
ré
I
me
sados
lo
Por último, en dias pa-
pesar suyo
a
traigo,
aconsjó Ud, que no
me metiera
en sus asuntos: ahora
le
doi
yo un consejo análogo. ¡Déjeme en paz,! señor de Pojas. ¡I se liace dueño de }ui casa! esclamó don Marcelino, temblando
—
Eso no
de cólera sea,
i
por muclio
mas
lo
Xó! Pur
permitiré
capitán jeneral del
rei
iiias
jeneral ([ue
que Ud. ]iaya
sido,
no
¡)asará por sobre mí!
— Don Marcelino, don Pamon, tomnndo de no retirándolo aun Ud: — Oigo. Vamos a ¿qué — Ud fuera capaz de escuchar como haeen le dijo
al viejo
ver:
tiene nsti>d <[ue decirnií»?
Si
rnzoiu^s
bnís de juieio,
muchos años
Üd me
me
íiie lia.
de mi
bnjando mas
enseñado a tratarlo a
sobi-iiui. l^astn,
la,
voz:
l>nst:i
me
don
con ([nc
tortura constante en «pie ha vivivlo mi S(Mlor!
los Ikíhi-
conduciría de otro modo; ])ero ]a
conoce demasiado })ara que
el sacrificio
—
ma-
lado: oio-a
i
ral
la
Ud
coino
ex])er¡enc'¡a (h*
mrr(M'e... \i\
crea capaz de ver impnsibh* i\íni-c(*lÍ!io.
le
baya
j>r¡!iia.
prosignió
el
¡(Mk^-
]HM'dona(K) a l'd.
'rrinivlad.
[a.
—
342
—
--Pues bien, amigo mió: estoi pronto a respetar sus derechos de dueño de casa: me voi; pero es para entablar desde lioi un juicio contra Ud.
—¿Contra mí? —En representación de mi prima. — ¿Contra mí? — Juicio de divorcio.
—Oh! —Tengo
pruebas fehacientes de su mahí comportacion para con
su mujer... Veremos quién vence...
Vamonos Ansehilo:
el
señor
don Marcelino nos prohibe el placer de visitar a sn familia. Pero ¿quién le ha dicho que le prohibo a Ud el venir a visitarnos cada i cuando quiera? Entre Ud; pero Es que si entro ha de ser acompañado de mi amigo: ¿qué dice
— —
Ud.?
Don Marcelino no
— Quien I
contestó.
calla otorga, dijo
don Ramón, abriendo
empujando a Anselmo para que
entrase,
la puerta.
entró él mismo, di-
ciendo entre dientes: -
— A descortesía, descortesía
i
media.
I cerrando la puerta se dirijió con su joven
compañero hacia
las
piezas de la señora, quien con su hija, hablan visto la desagradable
escena por entre las rejas de una ventana entreabierta.
:o:-
CAPiTULO LVIL DON MARCELINO SE ENTERNECE,
ARREPIENTE DE SU
LUEGO SE
I
DEBILIDAD.
«No
llegando al mal pRío, se apee del Picazo.»
liai (juieii,
No
(Refrán del pueblo)
La
po])re
Lucinda no saLia
que
no se atrevía a
noticia de la visita,
le
pasaba. Aun(pie
creerlo,
pensando
(pie
ya tenia nadie se-
capaz de contrariar las órdenes de su padre.
ria
Doña Trinidad con
el
da de vo
lo
recibió llorando a su primo,
cariño de una la vista
t<Mitad()
madre
de un hijo (picrido.
por entrar a castigar,
joven; pero se contuvo, allí lo
(pie lia
i
estado
En ])()r
i)or
cuanto
a,
i
abrazó a Anselmo
muclio tienqx) priva-
don
^Farceliiio, catn-
su propia, mano,
volviendo a su cuarto, dijo
la,
audacia del
al
padre
(pie
esperaba con impaciencia:
—/Padre miol no me mi mujerl — Ud? — Lo Me ha hablado de solo
¿Q\\(i es lo (pie
(piicre (piitar
si
hija, sino
también a
dice
([Ue oye.
eclesiástica
a mi
no consi(Mito en
causa, de divorcio ante la
(Mitr(\i;arl(» a nn'
bija j^ara ([ur
Curia él
se
— la dé al
344
primero qne pase por la
—
calle... Olí! esto
es
atroz!... ¡Al
primero que pase por la calle! Sí, señor! I don Marcelino se cubrió la cabeza con ambas manos.
Luego
reliaciéndose, dijo:
— Mire, padre:
lo
que su paternidad ha dicho es la verdad. Ami-
bos dos son pipiólos...
)Si
no fuera por
el
gobierno que tenemos ¿es-
tarían tan ensoberbecidos?
— Claro que — Pues ahora es
nó, respondió el jesuíta.
soi
con Uds. ¿En qué quieren que los ayude? Ne-
Ah! daría
cesitan dinero?...
el
mos, durante diez años, por bajarle
—Ahora
lo
mi
arriendo de el
estancia de los
Peu-
orgullo al jenerall
que importa es arrancar
de las garras de
la tórtola
los gavilanes, dijo el fraile en voz baja.
— Pero cómo? Se ocurre a Ud algún — uno; pero no tengo tiempo para
medio?
le
Plai
—Me pongo a
esplicarlo.
mió
sus órdenes, padre
:
dígame ¿qué
es
lo
que
conviene hacer? Acepto desde luego su plan.
—¿Me promete Ud obrar como yo — Promictido! prometido! •--Pues entonces; vaya
le
indique?
mañana con Lucinda a misa
al
convento
de las Ca^puchinas.
— Convenido. —A odio media — Mili — Ahora preciso que Ud las
sin falta.
i
bien. es
vaya a
liacerle
la
corte a
don Ra-
món.
—Yo? Sea complaciente con Anselmo. — — Lnposible! — Usted me ha prometido obrar según mis — Pero... don Marcelino, porque de — Quiebre de su Sí, señor.
indicaciones.
jenio,
otro
modo, nada
conseguiremos.
— Lo haré
así,
ya que
—Es preciso que Ud. de
li!>i
li;ista
sacriíicio
—
Olil
—
trate bien a
doña Trinidad
mañana. Sea amable con
..!
mi padre,
--Adiós!
es necesario.
así lo haré...
ellas,
i
i
a Lucinda des-
ofrézcale a Dios el
'
— — Hasta mañana,
34o
—
dijo clon Marcelino,
encaminándose
liácia
las
piezas interiores.
Cuando doña Trinidad riamente; pero
modo
vio entrar a su marido, tembló invohmta-
algmi tanto
se tranquilizó
apacible hacia el jeneral
i
al verlo
dirijirse
entablar conversación con
él.
de un
Mien-
tras hablaban, decia interiormente el viejo:
— Dios mió
I
de mi ingrata
En
te ofrezco este sacrificio
que hago por la felicidad
hija!
seguida, viendo que la niña no estaba en la sala, le preguntó
a doña Trinidad por
— Se acaba de —Enferma!
ella.
retirar, contestó la señora: está indispuesta.
don Marcelino. ¡Dispense Ud. señor jeneral: voi a ver qué tiene esa pobre muchacha/ dijo
En
seguida se fué al cuarto de su hija, murmurando:
— /Dios mió! Te ofrezco
el sacrificio
de tener que aparentar otra
cosa de lo que íúento por lograr el bien de al santo Hipocreitía se le
Llegado
al cuarto
mi
i
bajó la cabeza
de su
—Te pregunto
como
si
liija,
preguntóle qué tenia.
la
ni-
pregun-
tenia de costumbre.
don Marcelino.
ella.
— I entonces ¿por qué te has venido de —Por
La pobre
no entendió
estás enferma? dijo secamente
—Nó, padre, contestó
creo que
debe haber ocurrido un buen plan.
ña, creyendo que su padre iba a reprenderla,
ta
Yo
familia.
no hacer una cosa contra
do allá adentro?
voluntad de su merced^ con-
la
testó sencillamente la niña.
— ;Pobre muchacha! esclamó don Marcelino, conmoviéndose
in-
voluntariamente.
En
seguida se acercó a su hija;
hombro,
— ;No Al
le dijo
i
poniéndole la
mano
sobre
el
con una voz que tenia algo de cariñosa:
llores, hija
mial
mano; al oir las palabras de su ternura, Lucinda echó los brazos al
sentir el contacto do aquella
padre, que espresaban cierta
don Marcelino, i esclamó llorando: ¿Me perdona su mercecP. Ah! si su merced supiera cuánto
cuello de
—
lo
quiero, padre miol «
Estrechado
el viijo
por
el
dulce abiazo, no pudo
tiernas palabras de su hija e inclinó la cabeza sobre los
las
hombros de
Dos gruesas lágrimas l)rotaroii de sus ojos, un IdihIo escapó de su [XM'lin. Su dureza estaba vencida. El (jik»
la niña. ])¡ro se
r»'sist¡r
i
44
suslia-
— Lia ido
por representar
allí
346
—
iiu papel,
concluia por liablar
i
obrar
con verdad.
— jEsto me
lia lieclioLien!
murmuró
el
pobre liombre después de
cama. Acuéstate,
liacer sentar a su liija en la
liijita, le
tú no
dijo:
estás buena.
En i
seguida llamó a una criada;
le
encargó
el
cuidado de Lucinda,
se fué a la cuadra.
— Conque ¿en qué quedamos, señor don Marcelino?
preguntó
jeneral despidiéndose. ¿Puedo proseguir visitando esta casa con
el
mi
querido amigo Anselmo?
—
Sí,
En
señor; contestó
seguida saludó al
mano. joven de una manera que admiró a
don
Mar^celino, dándole la
éste
i
a
don Ramón. Doña Trinidad llegó a mirar con interés a su marido.
— Gracias, don Marcelino, tirado —Ve a ver a Lucinda,
dijo la señora
cuando se hubieron
re-
las visitas.
dijo éste,
dico :j Pobre
i
avísame
si
será preciso ver
mucliaclia! prosiguió, dirijiéndose a su cuarto.
conozco cuánto la quiero
mé-
Aliora
!
Pero fué interrumpido por una voz que
preguntó desde
le
el in-
terior del cuarto:
—¿Cómo ha —Ah! mi creia que — ¿Usted no
ido, señor?
.padre!
preferido saber
creia encontrarme aquí, el
Yo
esclamó sorj)rendido don Marcelino.
eli?
Es verdad; pero he
resultado de estos incidentes antes de irme
Ademas, queria hacer a
Ud una
advertencia.
—¿Cuál esa? — Que cuando hayan oido misa, mañana, vayan Ud — Pero, dígame padre ¿cuál su plan? — Mañana sabrá Ud. —Es que yo quisiera saberlo, mi padre; porque ya es
se
i
Lucinda
al locutorio.
es
lo
paternidad, que soi
de
hombre de
secreto.
sabe su
¿No habrá algún jjchgro
?
confianza en mí, no hablemos mas. — Ud no — Yo! no tener confianza en su paternidad! —No hablemos mas. Le a don Meliton que pierda ranza. —Ahí mi padre Si
tiene
diré
. .
!
la espe-
-~ 347
—
pretendiente, — Porr[UG — padre mió! — señor jeneral obtendrá mano de niña para su proteAnselmo enriquecerá a costa de Ud... su paternidad, esclamó — padre, —Adiós, amigo mió. ¿en qué quedamos de en Capuchinas a —Mañana ocho media. ¿No hora — Cahal: esa — luego después de misa nos vamos Adiós! — Eso pero preciso que Ud vaya con — Beso a su paternidad mano. Mientras don Marcelino decia meneando cabeza — Lo que son tentaciones del demonio! Ya me habia liai
otro
Olí!
I el
la
la
jido... I
se
Uff!
})or Dios!... calle
el viejo.
al fin?
estaró sin falta
la iglesia
las
las
es esto?
i
es la
al locutorio.
I
solo
es
es:
la niña.
la
la
salia el jesuíta,
princi-
las
piado a enternecer al oir los lloriqueos de la muchacha... Pero las palabras de este santo hombre
me han
fortificado.
¡Querer adue-
ñarse de mi dinero! Picaronazos! Antes se lo daria a los Pincheiras
Ah! no lograrán su intento por mas que trabaje el señor jeneral! I yo, tonto de mí, que casi, casi Si no es por este santo padre... Oh! vale mucho tener un hábil director de conque a
los pipiólos.
ciencia.!
¡o:-
CAPITULO
LVIII.
LA IF/^FÍ.
«Quedó
Como
la víctima oculta
débil navecilla,
Que, hecha pedazos la quilla,
En
las olas se sepulta.
La puerta
S.
Al
Sanfuentes.
mui de mañana,
volvió a cerrarse.»'
— {El Cam^oanario.)
don Marcelino a su hija para ir a misa. Obedeció la niña; i queriendo acompañarla doña Trinidad, se opuso el viejo con los mas frivolos protestos. La buena señora, acostumbrada a una obediencia pasiva, no hizo mas que callarse por creer que aquello no pasarla de ser uno de los conmnes caprichos de su marido, i aun llegó ella misma a agradecer la invitación hecha a su hija, cosa que no siempre hacia don Mar.
otro dia,
invitó
celino.
Mientras la pobre madre cavilaba sobre
el objeto
de aquella nue-
va rareza de su esposo, éste oía devotamente la misa Hipocreitía rezaba en el altar del Niño Dios, una (Uí
mas milagrosas de
la ciudad
de
(}uc el
padre
las imííjeiies
Santiago, cuyos habitantes teniau
— a
clicliü
La
Ni fio Dios como
mas
el
—
349
divino de todos los de la capital.
devoción^ llena de movimientos,
golpes de pecho
i
per sif/num
cortesías, besos
crucís de
a los ladrillos
don Marcelino, contrastaba
notablemente con la verdadera piedad que se reflejaba en la anjelical espresion del rostro de sn
liija.
Acabada la misa, quedáronse rezando yapa, como solia decir don Marcelino, Pero al
retirarse.
déla
salir
las últimas oraciones, o la i
luego se levantaron para
iglesia, dijo éste
a Lucinda:
— Oye, mia: me ha sucedido ahora que jamas me suceponiendo me Ya su merced, padre mió? preguntó niña con —¿Qué —No mas que una que No pasará... — Dios mió! esclamó alarmada Apóyese su merced en hija
lo
se ve!
de.
estoi
viejo.
tiene
la
in-
terés.
ñitiguita
es
te asustes,
la niña.
mi
brazo,
pedir
i
acerquémonos a alguno de esos cuartos del frente para
un poco de agua.
—Me parece i
preferible
irnos al locutorio: allí estaremos
pediremos una bebidita a las monjas
amigas en
el
Tú
sabes
mejor
que tenemos
convento.
Diciendo esto, ambos se hablan
encaminado hacia
el
lugar del
cuya antesala entraron, sentándose en uno de los largos escaños de madera que rodeaban la pieza. locutorio, a
—Uíf
!
esclamó don Marcelino, limpiándose
la cara
con su gran
pañuelo de algodón a cuadros: estoi un poco mejor con haberme sentado... Mira, niña, prosiguió: ruégale a la tornera que nos pase tin
poquito de agua.
Cualquiera otro habria notado que
el
habla, demasiado entera de
don Marcelino, no acusaba la fatiga de estómago de que él se quejaba; pero Lucinda estaba tan preocupada que no podia hacer esta refleccion,
i
solo
pensó en satisfacer cuánto antes la necesidad de
su padre.
Mientras pedia
el
agua, se abrió en un cstremo de la reja que
dividia en dos partes la gran sala del locutorio,
donde
se vio salir al
una puertecilla por
padre Hipocreitía.
— Ahí señor don Marcelino! esclámó; ¡qué buen Lucinda, ¿cómo está su mamita? — Muí buena, señor, contestó niña dando
feliz
encuentro!
Mui
dia,
la
por
el
iiit(M'es
— Yo no íiitiga
que
las gracias al
padre
que manifestaba,
lo estoi, dijo
don Marcelino, porcpic me ha atacado
una,
-- 350
—
—/Una fatiga !...Yoi a hacerle dar una toma
milagrosa para estos
casos, resjoondió el padre.
— He pedido un poco de agua, Lucinda. no agregó aquél, tomando —El agua dijo
sola
sirve,
el
pulso a don
Marcelino, quien tuvo ocasión de indicar al reverendo que la ñitiga era
un
protesto.
— Lucinda! entre en ese liai
como animado por una idea repentina: gabinete; abra con esta llave una puertecita verde que dijo el fraile,
a la dereclia,
mesa
dentro del segundo gabinete hallará sobre la
i
un frasco. Tráigalo pronto.
La pobre niña asustada por tomó
del fraile,
la llave
el terror
i
los ojos
entró al primer gabinete por la
i
puerta que dio salida al reverendo. puerta
que veia pintado en
En
misma
seguida abrió la segunda
entró en una especie de pasadizo oscuro, en donde, no en-
contrando la mesa
el frasco
i
ver a salir; pero en ese
de que
mismo
le
hablan hablado, quiso vol-
instante sintió que la puerta verde
daba vuelta como por encanto. La pobre niña quedó en tinieblas, i llena de miedo corrió hacia la puerta. No pudiendo abrirla, empezó a gritar: Padre mió! padre mió! ¡me ahogo! se cerraba de golpe
la llave
i
—
Entonces
se abrió otra puerta fronteriza a la primera,
i
entraron
por ella tres mujeres que recibieron en sus brazos a Lucinda, casi
desmayada de terror. Todo esto sehabia ejecutado en cortísimos bo Lucinda abierto
la puerta verde,
primer gabinete, la cerró de golpe
instantes. 'No bien hu-
cuando
el fraile
saltando al
torció la llave.
i
— Padre! padre! ¿qué ha hecho su Marcelino viéndolo en trampa, — Está voluntad de Dios! su paternidad, como — Pero
paternidad?
le
preguntó don
salir triunfante.
el
pajarillo
la
cpntestó el fraile. ¡Cúmplase
la
oiga,
cha!
Yo no puedo
I luego,
oir eso!
movido por
esclamó
llora
i
grita la pobre
mucha-
el viejo.
lastimoso llamamiento de su hija, don
el
Marcelino contestó:
--AUávoi, hijamia! Si se mueve Ud. todo
—
jetando sobre
a su
el
es
perdido, lo interrumpió
escaño a don Marcelino que queria
ir
el
padre, su-
a favorecer
hija.
— Pero esplíqueme, su paternidad, por Dios, m ó el viejo verdaderamente
sobresaltado.
lo
que sucede, escla-
— —Vola
351
—
hacerlo: tranquilícese, ¡lorque le juro por la sangre de
Nuestro Señor Jesucristo, que nada tiene que temer por parte de la niña.
— entonces ¿qué — Son causados por
significa ese llanto, esos gritos?
I
tres
monjas
la
la
esperaban
sorpresa,
allí
contestó el jesuita. Oiga
üd:
adentro para llevar la niña al monas-
terio!
—Al monasterio! indispensable. —
Ese era mi plan, que no he tenido
Yo
habia pensado llevarlo a efecto de
Sí,
señor: es
tiempo de comunicar a Ud.
modo; pero la casualidad, o mas bien, la Divina Providencia lo ha dispuesto mejor. En fin, le aseguro que nada tiene que temer; i para que se cerciore de ello, Ud. mismo hablará con la madre Portera, prosiguió, golpeando en el torno. Llame Ud. abadesa a la venerable hermana, Sor Águeda. En seguida, dirijiéndose a don Marcelino, dijo: No lo impuse ayer de mi plan, porque (es cosa ya ¡^robada) para que un proyecto tenga efecto, es preciso saberlo guardar hasta su ejecución. Habia pensado decírselo lioi aquí; pero ya ve Ud. que no ha habido tiempo. Se han presentado las circunstancias de un modo, que no era posible dejar de obrar. Mi plan de ataque se ha otro
—
inutilizado; pero ojalá se inutilizasen
a Dios, hemos pasado
una imprudencia,
—Yo —No del cual
el
Rubicon.
así todos los planes.
Ahora
es preciso
Gracias
no perder, por
que Ud. ha adquirido con este paso. no veo qué ventajas sean esas.
las ve
las ventajas
Ud. porque está cegado por
mnchass veces
se vale
el
el
amor de padre; amor
diablo para cojer las almas entre
sus garras.
— ¡Ave Maria! diga Ud. — Sí, sí!
¡Ave Maria! Ave Maria!
bólicas instigaciones. Ud. se encuentra
Yo no desapruebo
i
se verá libre
de dia-
herido en sus sentimientos
ahogar esos mezquinos movimientos de nuestra pobre naturaleza si queremos adquirirla fuerza necesaria para cumplir con un gran deber Lucinda está ya en el convento; aquí lo pasará mejor que encasa naturales
de Ud. Lacom])ariía de estas
esto; pero es preciso
santas esposas del Señor, influirá so-
bre su áninu) demasiado exaltado por tranquilizará su espíritu.
tan sumisa
—Oh!
En
las
mundanas pasiones
i
poco tiempo mas, tendrá Ud. una hija
({ue...
pudro mió!
le iiiterriunpió
dou Murcchno dominado por
tenga üd. razón. duda Ud. de los ¿I buenos i saludables efectos de la relijion? Yo no dudo. Sí, sí; Ud. duda porque el demonio aim no lia abandonado su presa. Satanás no se da por vencido sin un serio combate... Pero aquí tenemos a Sor Águeda. ¡Ave Maria Purísima! dijo desde adentro ima voz entera, cuyo tono liacia sospecliar un carácter resuelto.
la palaLrería del fraile: talvez
— — —
— — pecado concebida! respondió padre desde —¿Quién llama? preguntó misma — Soi madre mia! ¿Cómo está salud de su reverencia? ¿En qué puede — nuestro buen su buena, gracias a Dios. Yo —Estoi con señor don de Pojas, padre de la niña que de entrar convento! interrumpió monja. — Que padre con —¿Cómo está Lucinda, madre mia? preguntó voz temblorosa. — Buena, mui buena, gracias a Dios, contestaron desde ¡Sin
afuera.
el
voz.
la
yo,
la
capellán!
Ali!
serle útil
sierva?
estoi
Ma^rcelino
el
al
aca.ba
la
el viejo
señor,
adentro.
Al principio
nutos, ya la
la hizo llorar la sorpresa; pero a los cinco
La acabo de
santa paz moraba en su alma
mi-
dejar
en su celda acompañada de dos hermanas, cuya santidad es
el
Descuide üd., señor, prosiguió
ejemplo constante de la orden
con tono meloso: descuide Ud. en nosotras: yo sabré cumplir con encargo que Ud.
me ha
el
hecho por conducto del reverendo Hipo-
creitía.
cuándo? —Yo? Después ha— Calle Ud,, interrumpió blaremos. — señor mió: su humilde servidora cuidará en persona de que el fraile;
le
calle
i
oiga.
Sí,
nada falte a
la niña:
basta que se haya empeñado por ella nuestro
santo capellán.
monja. padre, despidiéndose de —Amen, arrastrando a don Marcelino hasta un escaño, —Mire Ud. don Marcelino: tenga valor para cumplir con un deber. tan de —Es que como ha hecho todo la
dijo el
le dijo:
I
se-
rio
sido
—Confieso que Ud. la tranquilidad de este
así...
tiene
razón para estar intranquilo, porque
mundo no
los acontecimientos» ¿Soi
repente...
estriba sino en la costumbre de
acaso de bronce para no comprender
el
— un
dolor de
—
353
que se ve repentinamente separado de su hija?
j)adre
Pero considere que esta separación no es eterna. La puerta del Pronto verá salir de aquí a claustro no es la losa del sepulcro!
sumisa que nunca... La niña es un ánjel; 2:)ero necesita vivir algnnas semanas entre estas santas mujeres... Por otra parte^ añadió con intención el jesuita: mióntras su hija perma-
Lucinda mas bella
i
nezca aquí ¿qué tendrá Ud. que temer de las visitas del jeneral...?
— Es verdad, padre mió, contestó viejo rehaciéndose. — Déjelo que lleve a Anselmo dos veces al dia, quiere, a casa el
si
de üd. ¿qué sacará con eso?
— Tiene Ud. razón: de
vista,
me parece
Bajo este punto
ello...
bien la clausura.
— Ya está vencido lo
no habia pensado en el
demonio,
acompañaré a Ud. a su
murmuró
en tono mas
casa, prosiguió
—Agámonos, contestó don
sonriendo
Yo
(d fraile.
alto.
Marcelino, dando un suspiro
i
encami-
el
dolor de
nándose hacia su casa acompañado del jesuita.
No la
es posible traducir en palabras la
sorpresa
i
luego
pobre madre al saber por boca de su marido que su hija quedaba
encerrada en un convento.
— ¿en qué convento ha quedado? })rcguntó señora. —Eso no sabrás, contestó don Marcelino, mientras seas conI
la
lo
traria a
mis intentos
— ¿A su
i
a la felicidad de nuestra hija.
felicidad? ¡Bien sabe Dios,
vida por verla
En balde
don Marcelino, que dariami
feliz!
rogó
i
lloró la señora
por saber en dónde habia ocultado
a Lucinda. Don Marcelino fué inexorable.
— Bástete
saber, dijo éste a su esposa,
que la muchacha no tendrá
nada que sufrir entre aquellas santas mujeres. madre abadesa i me ha prometido cuidarla como
— Esto Ud.
esto,
— Con drá de birle.
que
se le
En
fuera su hija.
el
objeto de que la inucliacha aprenda a obedecer.
el
sino
]):rra
ser la esposa de
llevaré las cartas
La pobre su dolor
la
don Marcelino?
nllí
Yo
doña Trinidad
si
hablado con
amor de una madre; conPero ¿conque objeto ha hecho
será cuando ella com})renda
testó llorando
He
i
i
No
don Meliton. Tú puedes
te traeré
sal-
escri-
su contestación.
no contestó una juihibra. Estaba absorla en a])énas podía creer lo que ya hacia un cnailo d»' lioi-a niujci*
habia dicho.
cuanto a don Miu'ccliaOj uo diremos
mas
sino queacpiel dia
45
— comió con
el apetito
—
354
de costumbre,
i
luego se acostó a dormir la
murmurando como si fuera una jaculatoria: Que venga ahora eljeneralcon su pipiolito! Veremos qué
siesta,
—
pone cuando no encuentre tiene este
pájaro en el
nido!
Já! já! já! Si
padre Hipocreitía unas ocurrencias...! Ahora
convenzo de que este I luego
el
fraile
es
un portento de
empezó a roncar gutural
-:o:'
i
s
habilidad!
onoramente.
cara
sí
que
me
CAPITULO
LIX.
DENTRO DEL CLAUSTRO.
«¿Por qué la paz tranquila de este sitio ?» No está en mi corazón (G. Blest Gana.)
Al volver Lucinda de su desmayo,
cama
i
se encontró acostada en
rodeada de tres o cuatro mujeres que
le
prodigaban
mas un
Parecióle a la pobre niña que despertaba de
solícitos cuidados.
sueño para volver a caer en otro mas espantoso aun, pues del cuarto, así
los
una
como
la de las personas
la vista,
que rodeaban su lecho, no era
para tranquilizar su ánimo inquieto.
—¿Dónde —Aquí,
estol? fué lo
liijita,
primero que
dijo.
con nosotras, en este convento a donde su señor
padre ha querido enviarla,
le
contestó una monja de edad que esta-
ba a su cabecera. Esta contestación, las tocas de las monjas, las estami)as que adornaban las paredes blanqueadas con cal, i un gran Santo Cristo puesto enfrente de su cama, hicieron recordar a Lucinda la últi-
ma
escena del locutorio.
—¿Coníjue
es
verdad que estoi aquí presa? dijo con
V(»z
lasti-
mera.
La monja mas
vieja hizo entonces
ralieniu de la celda,
i
una seña a
las otras ])ara
quedando a solas con Lucinda,
le dijo:
que
— —
Ti'íinqnilízate,
cárcel sino entre
—
I
entonces
por Dios,
amigas que
¿i)or
3oG
liijita,
te
— i
sabe que no estás aquí en una
querrán como a hermana.
qué lian empleado la fuerza
i
engaño para cama.
el
encerrarme? preguntó la niña incorporándose en la
—No cierto riora,
puedo contestar a esa pregunta, respondió la monja. Lo es (pie te hemos traido aquí por mandato de la madre supequien tenia encargo de parte del señor don Marcelino para
tenerte en el convento.
— Mi — mia. — Es imposible!
])adre? 2)or encargo de él?
Sí, hija
Jamas me lia dicho mi padre que fuera su tención encerrarme en un convento. Nó; no puedo creer eso!
in-
—Nosotras
no tenemos costumbre de mentir, hija mia, dijo la monja con tan severa humildad, que hizo arrepentirse a Lucinda de haber 2:)ronunciado las últimas palabras.
— Perdóneme Üd. a monja, que mia: — No tengo de qué perdonarte, porque prohibido por nuestra hables tan — Yo quisiera hablar con madre abadesa. le dijo
la
si
es
solo te ruego
hija
es
alto,
he ofendido.
la
que no
regla.
la
—'Acaba de ser llamada La monja
salió
})obre niña,
su vestido
cinda tio
'
el
i
•
Vendrá pronto.
de la pieza después de haber aconsejado a Lu-
cuida que permaneciese
La
al locutorio.
allí
mientras la abadesa venia.
habiéndose bajado de
la
cama
i
puesto en orden
peinado, salió a la puerta. Aquel cuarto tenia para Lu-
aspecto de un sepulcro. Presentósele a la vista
cuadrado,
un gran pa-
rodeado de seldas, cuyas puertas entreabiertas per-
manecían sin moverse. El patio estaba ¡Dlantado de árboles; pero no se veía ninguna persona ni se oía el mas lijero ruido. No había allí señales de vida. Hasta el aire mismo, pasando mansamente por entre las ramas de los naranjos i limoneros, parecía no querer turbar el silencio de aquella mansión. Lucinda sentía sobre sí un peso, una emoción de que no- sabia darse cuenta. Su pecho oprimido, apenas la dejaba respirar. Quería llorar i no podía. L^n temblor involuntario ajitaba su cuerpo;
poso sepulcral,
le
i
luego aquel tétrico silencio,
aquel re-
inspiraba miedo.
— Ah! decía Lucinda: ¿qué
clase de tranquilidad es la que reina
en este lugar, que en vez de traer la paz n mi es])íritu subleva todos mis sentimientos i me excita a la desesperación? Creo que el buj
llicio
i
loiü
mayores desórdenes del mundo no
inspirairian el horror
— me
que este silencio
causal!...
357
La
—
paz! I ¡quién podria encontrarla
en este cementerio de vivos!
Agobiada por tan siniestras ideas, volvió la cabeza i vio venir a nna monjf!, de las muí pocas que tenian elprivilejio de salir de su celda en ciertas horas del dia. Venia ésta sin liacer ruido alguno con sus pasos, cubierta con un velo; í al pasar por enfrente de Lucinda, i sin mirarla, dejó caer en forma ele saludo estas palabras:
— Hermana!
que morir tenemos!
monja pasó adelante andando silenciosa i pausadamente como si fuera un cadáver movido por un oculto resorte. Lucinda volvió involuntariamente la cara i entróse en la celda; pero dando sus ojos con el gran santo Cristo i un par de calaveras ({ue estaban sobre la mesa, saltó fuera de la celda i echó a correr como una loca I la
En aquel momento
l^or el claustro.
salia la
abadesa del locutorio
se-
guida de dos monjas.
— Oh! me
madre, meneando la cabeza
dijo la
al ver a
Lucinda: bien
habia dicho nuestro santo padre, que esta niña tenia raptos de
locura.
En
seguida se encaminó hacia a ella con su par de ayudantes.
— Hija mia! meza a
la dijo,
la vez: ¿no le
con un tono que no carecía de dulzura
i
fir-
ha dicho a Ud. una de nuestras hermanas que
es prohibido salir de la celda?
— Dígame madre,
le
preguntó
Lufiíula entonces: ¿es usted la
abadesa?
~-Yo
soi,
i
por esto debe usted obedecerme. ¿Por' qué ha hecho
esto?
—Antes — Se
debe Ud. decirme: ¿por qué
estol
aquí? }>reguntó
la
niña.
lo diré
en
la celda:
vamos
allá, dijo
la
abadesa imperio-
samente.
— Yo no entraré jamas a ese cuarto! esclamó Lucinda, mostrancelda con índice de su mano derecha. do —Está en uno de sus accesos, murmuró abadesa, l^obre niña! En seguida, volviéndose' a Lucinda —Advierta Ud, mia; mientras more en claustro la
el
la
le dijo:
hija
d(>.be <)b('.l(M'(M'iii(M'()inii
— ¡Es contestó
(jiu»
yo no
iiiicindíi
— Pues,
a,
mi
a su
(iiiioro
con
este
(puí
|)r(>j)ia
estar en
madi'o. (^sto
clausíro ni en ningnn oíro!
cn(;rjía.
pesar,
uic veré obligada a cinjjloar
la l'noi'za, dij'o
—
358
—
madre haciendo una seña a sus ayudantes para que tomaran a la desobediente de ambos brazos. Al verse ésta amenazada por la fuerza, irguió su linda cabeza abadesa, la dijo con una voz qne resonó en los i dirijiéndose a la la
cuatro ángulos del claustro
— Señora!
Ud. se atreve a ajar mi dignidad, le diré, que no respondo de mí misma. He sido víctima de una traición, de un engaño atroz ¿quién me asegura que dentro de aquella pieza no volveré a sufrir nuevos ultrajes? Quiero salir al momento de esta casa, porque mientras permanezca en ella no me creo libre de desacatos contra
Si
mi persona!
Sí! quiero salir
de aquí!
:o:-
CAPITULO LX.
CARIDAD.
«Mucho liai, niña, de falso; Mucho la vista engaña; Jamas en apariencias Te aduermas confiada. Si ves sobre mis sienes
Mi
cabellera cana,
No ])ienses que Como mi frente,
se el
ha helado alma.»
(H. DE Irizarri.) Diciendo
esto,
Lucinda echó andar hacia
sa estaba estupefacta,
i
el locutorio.
La abade-
a pesar de su entereza se consideraba medio
vencida. Pero no era ])osible
dejar ajar su
comunidad
entera, ({ue
sus celdas,
presenciaba la desagradable
al través
autoridad delante de la
de las ])uertas escena.
entreabiertas de
¿Que hacer? Las
ayudantes, no atreviéndose a poner sus manos sobre la desobediente, la
en
el
seguian a cierta distancia, admiradas de que hubiese una mujer
mundo capaz de
revelarse contra la autoridad de la Sui)c-
riora.
Entonces
salió
de una de las celdas uua monja, que encaminándo-
se Inicia la madre,
le dijo:
—
—
360
—¿Me permite, su reverencia, hablar? — Diga liermaua, contestó abadesa secamente. — Prometo hacer que esta señorita obedezca, su reverencia me la
si
permite a mi llevarla a su celda.
Lucinda se quedó admirada viendo monja.
la oficiosidad
de la nueva
me obligo a cumplir penitencia que — no consigo mi merezca por su desobediencia. —Está abadesa impacientada: llévenla entre —Yo no necesito délas hermanas, monja: ruego a Si
objeto,
la
ella
bien, dijo la
las
tres.
dijo la otra
mande
su reverencia las
Hízose dijo con
así;
i
entonces la buena monja acercándose a Lucinda,
im acento
— üd. acaba
sa.
La
retirarse. le
lleno de dulzura.
de
oir la
]u*omesa que he hecho a la madre abade-
dejo a L'd. en entera libertad para irse o nó a su celda.
En
acompañaré como una amiga; en el segundo, iré a sufrir con gusto la penitencia por Ud. Vamos, amiga mia: lléveme adonde üd. quiera! esclamó Lu-
el
primer caso,
la
— monja. cinda llorando echándose en brazos de murmuró madre abadesa, visiblemen— ;Qaé locura tan la
i
la
rara,
te contrariada. ¡Hai locuras
I luego,
llamando ésta a
mui la
raras!
monja,
—No Sor María, arranques. — No tenga cuidado, su me permita trasladarme go —Está contestó en voz
(pie la
olvide.
le dijo al oido:
niña tiene continuamente estos
reverencia, contestó la otra: solo le rue-
(pu'
bien,
a la celda contigua para cuidarla. alta:
üd. queda encargada de esta
niña mientras ordeno otra cosa.
En
seguida volvió la espalda diciendo entre dientes:
— Hai locuras En
mui
raras!
cuanto Lucinda se vio eu su celda, preguntó a su compañera:
—;.Cuál es
—
raras!...... Si, señor,
nombré de üd? No quiero recordar el nombre que el
tenia en el
mundo, contestó
tristemente íarelijiosa: desde que estoi en este claustro;
Sor María de
La monja tristeza.
dulce
i
me
llamo
los Dolores.
])r<)nu('¡(')
estas palalu'as
con un profundo acento de
Tenia los brazos cruzados sobre
resignada,
i
el
pedio: su mirada era
mientras hablaba, dos lágrimas rodaron por sus
descarnadas mejillas.
—
—
861
Lucinda abrazándola: Ud. —Amiga mia! paz de comprender mi —Tranquilícese Ud., contestó otra reprimiendo
üd. es ca-
sufre:
la dijo
dolor.
un
la
Dios
lo
Ye todo,
i
mueve la hoja
todo lo juzga. ¡No se
suspiro.
del árbol sin
su santa voluntad, que nosotros debemos acatar con humildad, resignación
i
amor!
Sor María era una mujer de talento, animada por espíritu de la caridad cristiana.
En
lo
mas puro
el
poco que ella liabia podido
observar, aunque no
en todos sus pormenores, liabia columbrado
la verdad del caso;
mientras
i
mas observaba a
veía dibujarse en su fisonomía los efectos de
mas
la niña,
claro
una pasión contraria-
Ademas, casos semejantes se sucedían cotidianamente en aquellos tiempos en que un padre no tenia escrúpulo para meter a una bija desobediente en un convento, sobre todo, si la desobediencia tenia por oríjen el amor inspirado por un liombre de baja condición, o la falta de amor a un novio elejido por el interés. I como la monja sabia que en tales casos nada vale el raciocinio;! que pada.
ra curar las llagas del corazón, es preciso hablarle a éste antes que a la cabeza, se contentó
con prodigar a su protejida las
mas
cariñosas
espresiones de afecto.
—Aquel que nos manda
lloran, dijo
sufrir
por
tí
No
los
que rien
sin inquirir la causa de tu dolor...
la perdone!
i
llorar con los
me
quo
induce ahora a
Perdóname, hija mia,
mi edad me da derecho. Ud. que es la única amiga que tengo en
al cual
¡a
esta casa! le interrumpió
palabras
con
Sor María abrazando a Lucinda,
que te dé un tratamiento
— ¡Qué
roir
Hable Ud., madre, que sus
Lucinda
me hacen mucho bien.
tengo otra cosa que darte, fuera de mi amor, dijo la monj'a
con una espresion de inefable bondad: apóyate aquí cercado este corazón que pongo en mis labios para hablarte.
No ponpie
veas mi
cabeza encanecida, prosiguió con ardoroso acento, debes pensar
que mi corazón ha muerto, o es incapaz de comprender sentimientos. Sabe que
debajo de este sayal, late con ardor
gocija cuando puede calmar
un tanto
alegría con la que Dios
mismo
([uicre
dio de la tribulación...
Por otra
])ari(',
i
se re-
dolor de otro corazón laiv-
el
rado, ayudándole a llorar su desgracia,
han
los tiernos
o bien («scitando
(pK»
en
nos fortiiincinos en
desconozco las cansas
él
la
me-
(pie te
ti'aido a<pn'...
—
N(^ es ])or(pie
haya hecho ningún mal,
le intcrrnin]>ii'>
queriendo no perderla estinuicion de su jtrotcctora.
40
Ln<wiuhi,
—
362
—
—I aim
cuando lo hubieras lieclio, contestó ésta; no por eso dejaria de amarte. Te anio^ no porque eres buena, no porque hayas dejado de hacer el mal; te amo, hija mia, porque sufres; i basta que te vea llorar para que yo también llore contigo.
— Gracias, amiga mia,
dijo
la
niña besando con reconocimiento
manos de la monja. ¡Gracias, mi noble amiga! Dios le pagará a Ud. el bien que me hace. En cuanto a mí, solo puedo decirle que he sido víctima de un engaño, ele una traición, cuyo autor no sé quién pueda ser.... ¡Pobre madre mia! cuánto no va a sufrir cuando sepa mi prisionl cuando no me encuentre a su lado! ¡cuando me llame i su hija no le conteste!... Oh! madre mia! ¿quién la consolará eu
las
su dolor?...
— Dios! querida
contestó
le
hija,
la
monja, acariciando a Lucinda. Dios! mi
que no abandona jamas a
los
que tienen
fe
en su Pro-
videncia. Oye, prosiguió, abrazándola con ternura: tú has encontra-
do aquí una madre.... Está segura de que tu madre encontrará una hija que la consuele mientras carece de ti!... No liai almas mas discretas que las verdaderamente caritativas. Como Lucinda no hablaba sobre los antecedentes del suceso. Sor Ma'
ria se
la
abstuvo de hacerle preguntas indiscretas. Después de haber-
rogado que tomase un j^oco de alimento, la hizo acostarse en la
cama;
i
quitando de la mesa los despojos humanos que la adorna-
ban, echó un gran velo negro sobre trasladar su tejida.
En
cama a
la pieza vecina
el crucifijo,
i
salió
con
el fin
de
para estar mas cerca de su pro-
seguida se fué a pedir órdenes a la madre abadesa, la
cual la impuso de los antecedentes relativos a la niña, entregándole
una carta para
ésta,
que plegó después de haberla
Inútil es decir que todo lo que hizo la abadesa, repetir a Sor
Maria
lo
mismo de que
por boca del jesuíta.
:o;-
leido.
no fué mas que
aquella tenia conocimiento
CAPITULO LXI
LA
CARTA DE DON MARCELINO.
«Por quién ora? Ella es tan pura Como un ánjel de los cielos, ¿Llora acaso un desengaño? ¿¿a aflijo un remordimiento? en su memoria dulce recuerdo,
Ali! nó! vive
Un
tierno
i
Dulce como una armonía Solitaria del desierto.»
(C.
Walker
Martínez.)
Tres horas después, habiendo dormido Lucinda algunos instantes, se
encontró un poco recobrada de sus emociones
i
se
puso a
reflexionar.
—Es indudable
misma) que todo ha sido dispuesto de antemano para sor2)renderme. Mi })adre nunca acostumbra venir aquí a
misa
(se dijo a sí
Luego,
hi fatiga inesperada,
el
padre Hipocreitía... i'eromi nuidre no i)uede
el
complot... Esto
lia
i
el
encuentro con
lial)er
entrado en
sido hecho sin su consentimiento...
;I*(>bre
— madre mia! Yo
le escribiré lioi
364
—
mismo... Pero ¿qné sacaría con es-
yo sé bien que a un monasterio no entra ni salo una carta sin ser leicla por la superiora... I estando ésta, como parece, mezclada en el complot, debo perder la esperanza de hacribirle? 2)rosignió:
mis quejas a mi pobre madre! Diciendo esto, Lucinda inclinó tristemente su linda cabeza;
cer llegar
volverla a alzar,
fijó
i
al
sus ojos llenos de lágrimas en el Cristo, cuyos
contornos se dibujaban a través del velo que lo cubría.
— Dios mió! esclamó
arrodillándose ante la imájen del Salva-
dor :;por las lágrimas que derramó vuestra madre Santísima,
¡Perdonad a mi paparte que puede liaber tenido
viad. Señor, a la mia, el consuelo
que
necesita!..
como yo lo i^erdono, por la como 23erdono a to¿os los que puedan dre,
me
liaber influido
para encerrar-
aquí!
Heclia esta oración, se levantó
mas
aliviada;
vio a Sor María, que de pié cerca de ella
sobre
al volver la cara,
con los brazos cruzados
up. ánjel!
— Madre mia! aflicción,
le dijo
Lucinda:
soi
mui
En
culpable...
a pesar de sus piadosas palabras, no
me
liabia
toda mi
podido
diri-
alma como espantada, por la injusticia... Pero que acabo de hacer oración, mire Ucl como tengo fuerzas para
a Dios..., Tenia
aliora
i
i
pecbo, la miraba diciendo:
el
—Es
jir
en-
el
sonreirme.
una
I
anjelical sonrisa se dibujó en los candidos labios de la niña.
—No
puedo espresar el placer que me causa el verte mas tranquila, le dijo la monja con dulzura. Prepárate, prosiguió, a recibir noticias de tu familia...
— ¿Qué qué ha sucedido a mi madre? —Nada de malo. según sabemos. Aquí tienes una — Démela, amiga mia, interrumpió Lucinda, tomando hai?:
carta...
le
i
abriéndola convulsivamente...
Es
letra de
mi padre:
voi
la carta
atener
esplicado el misterio!
Leyó rápidamente la carta, i a medida que iba leyenílo, su rostro iba también e8})resando la angustia de su alma. Cuando concluyó la lectura, dijo a la monja que se habia quedado de pié enfrente de elhi:
— Madre mia: esta carta ma
madre. ¡Quién
Como
es
lo hul)iera
de mi padre creído!
i
la
posdata de mi mis-
Reconozco ambas firmas
para Ud. no puedo tener secretos,
le
ruego que
la lea, a fin
—
deque pueda hacerse cargo de mi la
—
365
.
desgracia... Pero ¡qué se
cumpla
voluntad de Dios!
La monja tomó
la carta
i
media voz:
leyó a
Querida Lucinda; Estas líneas
que se
lia visto
te escribe tu desgraciado
en la necesidad de tomar respecto de
minación reclamada por tu felicidad de mi familia. ciencia que
La causa de
i
aun por mi
no puedo revelarte, pero que talvez
una deter-
ti,
lionor,
un
esta determinación es
me
padre
que es
el
secreto de con-
será dado decirte
después. Mientras tanto, debes permanecer dentro del convento por
convenir
así,
no solo a nuestros intereses, sino también a nuestro
honor. Espero, pues,
me yo
mi tranquilidad de tu prudencia
i
del
amor que
profesas, con el cual solo 2)odrás corresponder en ¡oarte al que te tengo.
Tu misma madre
es
también de mi opinión, como
rás por la posdata que sigue a esta carta;
i
])0v
mi conducto
lo ve-
te rue-
ga permanezcas entre esas santas vírjenes, mientras Dios mejora ífus horas i podemos traerte otra vez a nuestro lado, de donde solo una grave razón ha podido separarte.
Tu padre que
te abraza.
.
Marcelino de Rojas. P. D.
Mi Lucinda: todo
terior, es la
pura verdad;
i
consentir en separarme de
que
ello será
que tu padre
lo
sin este
gran motivo,
mi querida
por pocos dias,
hija
?
i^ov
en la carta an-
¿liabria
podido yo
Ten paciencia, mi
pronto te veré, con
i
cu mis brazos. Ruega al cielo
te dice
el
vida,
favor de Dios,
tu madre que te ama.
Tmiidad Serrano de Rojas,
— ¡Pobre de mí! esclamó Lucinda metido merecer — ¡Cálmate, por Dios, de mi alma,
llorando.
2^ara
misma tiene que
co-
este castigo? hija
tud
¿Qué crimen he
sufrir sus
i
acuérdate de que la vir-
pruebas en este mundo! Tú crees,
en tu inesperiencia, que tu virtud te habia de eximir del dolor; pero
ningún mortal puede ser una esccpcion a las leyes do nuestra miserable naturaleza. Querer evitar de todo punto el sufri-
advierte, que
miento, es una verdadera locura, tanto
mas cuanto que nadie, por grandes que sean sus méritos, puede considerarse digno de ser esa esccpcion. Mientras vivamos en el mundo, tendremos que sufrir los cfeet
)s d(^
nuestras pasiones o de las pasiones ajenas;
i
en este caso,
debe servir de consuelo a la virtud, la consideración de que no
ísu-
— frimos por nuestra
mayor nid a
cauvsa,
será también el
mí
i
366
—
de que cuanto mayor sea nuestro dolor,
amor con que nos mira Aquél que
dice: «ve-
que sufris dolores.»
los
Serenóse un tanto Lucinda, manifestando que su alma no era insensible a aquellas palabras de consuelo.
— Díme, mia; preguntó de esta — Las conozco perfectamente,
la relijiosa
liija
¿Conoces bien las letras
carta?
puedo asegurar que la primera es de mi padre i la última de mi madre... Esto es lo que causa mi mayor confusión. En cuanto al primero, aunque nunca me liabia hablado de hacerme entrar a monasterio alguno, concibo que de im dia a otro podia ocurrírsele esta idea; pero en cuanto a mi mai
dre, esto es imposible.
—¿Por qué? — Soi su
hija única
separado de
ella;
i
i
me
estoi
quiere entrañablemente.
Nunca me he
segura que sufre horriblemente con estar
lejos de mí... Estoi cierta
de que por todo
el oro del
mundo, no ha-
bría consentido en separarse de su idolatrada hiia.
—Pero
advierte,
ciertas cosas,
liija,
nó por
observó la monja; que a veces se hace
los bienes materiales, sino
por otras razones
de mayor peso... Aquí hai un secreto que debes respetar, desde que tus padres te lo
mandan.
me ocurre una —Es pero ^¿Cuál? —Ademas de mil otras razones que tengo para creer se
cierto;
cosa.
Dila.
casi
impo-
que mi madre haya dado su consentimiento, veo que guaje de la posdata no es de ella.
el len-
sible el
— Pero esta su misma —Es verdad, Lucinda, volviendo a examinar carta pitiendo maquinalmente: «esta su misma —I que está con una mano firme; cual es
letra...
dijo
la
es
advierte, hija,
23rueba que no
ha
i
re-
letra.»
escrita
sido forzada a escribirla, sino
lo
que esta posdata
es el resultado de sus convicciones.
— Sin embargo ¿quiere que — Habla. —No me equivoque,
le
haga una observación?
Lucinda; pero, del hecho mismo de la observación de Ud, deduzco yo que la posdata no es de mi sé
dijo
si
Üd
que mi mamita no ha podido nunca soportar la idea de nuestra separación; i yo misma la he visto temblar madre. Le repito a
al
suponer solamente la realización de esta idea. Ahora bien: por
—
367 -.
•
profunda que sea su convicción respecto de la necesidad de tenerme lejos de ella ¿ no es natural que su mano haya temblado al escribirme?
—Tienes razón, contestó monja, admirada de penetración de Lucinda. posdata de — embargo, mire Ud., madre mia: de está mejor hecha que —A pesar de todo; de parecer que sigas consejo de tu pala
la
i
juicio
la carta.
la
el
soi
dre,
por algunos dias siquiera. Dios que todo
la verdad.
modo,
la
la letra
I sin
Nada
se pierde
te espondrias
lo ve, descubrirá al fin
con esto, mientras que obrando de otro
a contrariar en un todo los espresos deseos de
tu padre.
— Dice üd. amiga mia. Estoi resuelta a cumpla voluntad de Dios —En cuanto a mí; francamente que no veo bien,
esperar,
la
i
que se
I
te diré
tener interés en engañarte; porque
como no conozco
quién pueda
los anteceden-
tes que...
—
^^Voi
a decir a Ud,
se relacionan conmigo,
sí i
me
lo permite, todos los
que a mi
juicio,
pueden
precedentes que
referirse a este su-
ceso, dijo Lucinda.
—Te escucho, contestó
la otra sentándose
en la cama.
Entonces Lucinda contó a Sor María sus sencillos amores con Anselmo, a quien no nombró. Luego después las dificultades puestas por su padre, así
con
el viejo
como
el
proyecto de éste de casar a la niña
español.
Escuchaba Sor María con marcado interés el sencillo relato de Lucinda; i cuando ésta hubo terminado, la dijo: En todo cuanto me has dicho, no veo razón alguna para que se te obligue a entrar a un claustro. Son otras las razones, Lucinda, que tus padres tienen para tomar esta penosa determinación. De todos modos, sea largo o corto el tiempo que vas a permanecer aquí,te prometo por mi parte hacer lo posible por que estés contenta... digo, tan contenta como aquí puede estarlo una niña no nacida para el claustro. Con este fin, prosiguió Sor María, he conseguido que la superiora me permita dormir en la celda vecina. Así estaré
—
mas
cerca de
— Me
tí
i
podré servirte mejor.
Ud
confundida con sus bondades, respondió Lucinda; pero yo trataré de merecerlas con mi cariño. tiene
La monja
sacó entonces de la
manga de
oraciouc3 í^uc entregó a Lucinda]
i
su hábito un Yún'o do
oyendo tocar la campana del
—
368
—
conventOj salió a cumplir con sus deberes relijiosos.
En
el
momento de
salir, i)asó j^or
monja qne salndó a Sor María
diciendo:
— ;Que morir tenemos.! —Ya sabemos, hermana, contestó lo
'
Al
oir estas palabras,
enfrente de la pnerta otra
ésta con voz grave.
tembló Lncinda con
cenas de la mañana.
:o:-
el
recuerdo de las es-
CAPITULO LXIL
EL jesuíta prosigue
SU OBRA
c(Los hombres del engaño, Los viles intrigantes, Se arrastran, imitando Las vueltas del re})til.))
(G. Matta.)
Muchas veces habrá visto
sobre nuestras graníticas cos-
el lector
alguna alta roca combatida por las olas del mar. Hai veces en que las olas enfurecidas, azotan los flancos de la roca cubriéndola casi hasta la cúspide con un velo blanco que se rasga i se une alter-
tas,
nativamente, o bien enroscándose en torno de ella como una jigantesca
serpiente de plata, que brama, silba
sinuosidades. El monstruo cambia de forma i
sin cesar, vuelve a la carga con sus
encrespadas por la
ral)ia.
Pero
i
ondula por entre las
i
de voz a cada instante;
escamas vaporosas,
la roca vence,
i
al parecer
sentada en su base de
granito, eleva sin conmoverse sus puntiagudos prismas sobre el cin-
turon de espuma que la rodea. Otras veces la ola es baja, pero no menos poderosa. No sube hasta los altos flancos de la roca, i se contenta con azotar su base. Los
mismo punto como
g()l[)es
los del martinete.
son coüstantes
La
i
aplicados al
roca permanece trantpula
dando abrigo en sus grietas a mil mariscos e insec^tos de mar. ^;Quiéii no diria que esta segunda es mas fírmc que la primita? Pero si 47
mas humilde
os
base
({ue la
observáis, veréis
no parece sino que se inclinase ante la roca
i
ella pusiese el ¡ñé sobre la líquida
para que
Eí mar
principiado a socavarse.
lia
móvil espalda: pero
i
esa humildades una traición del mar; esacalma es la i)erseverancia de su trabajo,
cluir su obra.
No
no parece sino que temiera cansarse antes de conse ajita con grandes bramidos; pero tampoco cesa
i
de trabajar con esa paciencia de siglos que el mar tiene. I sigue trabajando sin descanso hasta que principian a dibujarse las grietas sobre la base de la roca. Todo el terreno
i
han desaparecido. Pasan años
cavidades se hacen mayores:
luego trascurren siglos, bajo de la roca. El
la roca cae
arbustos que
las cavidades se convierten
mar parece que
Todavía no es tiempo,
])alda...
que
i
las
i
los
i
allí crecian,
en grutas de-
quisiera levantarla sobre sues-
sigue
por su propio peso,
i
se
minando hunde en
i
socavando hasta
las olas
que se
ele-
van entonces en neblina como 2:>ara espresar el placer de la victoria. No a la primera ola que ataca la roca de frente, sino a la segunda, que cual incansable ariete, la roca caiga
mina
de suyo, se asemejaba
El jesuíta trabajaba con
la
i
el
socava la base, esperando que
padre Hipocreitía.
humilde paciencia de
la hipocresía
i
con la incansable perseverancia del tiemi^o, en alcanzar los fines que se' había
lino,
propuesto. I minando poco a poco
abrigaba la firme convicción de hacerlo servir a sus miras.
Conocía
el
un ataque abierto, era como sabia que una pasión solo se
carácter del viejo
inútil para vencer su avaricia;
puede vencer por niedio de hacer jerminar en i
ánimo de don Marce-
el
el
i
i
otras,
sabia que
ponía en juego toda su
corazón de su hombre, la ambición,
el odio. Sus repetidas intigaciones eran también
cuanto mas
bien sabia aparentar
de agua hace hoyo en
el
la piedra, así
indicaciones cotidianas,
taladraba,
desinterés:
también
él,
así
i
maña para el
mas
orgullo
certeras,
como una gota
con sus consejos e
socavando en sus cimientos,
aquella roca que al fin caería por su propio peso.
Cuando Anselmo
i
sus amigos tuvieron noticia de la desaparición
de Lucinda, creyeron naturalmente que debía ser
el efecto
de algu-
na caprichosa determinación de don Marcelino. Anselmo desesperado, impuso a Freiré de lo que sucedía, i éste juró que había de descubrir
Doña
el
paradero de la niña.
Estrella, después
de hablar con doña Trinidad (de quien
no pudo saber otra cosa sino
el
hecho de que Lucinda estaba ence-
rrada en un convento) se fué a ver a Cecilia, vui
día los siete monaaterioa que poseía
i
con ella recorrió en
SautiagOj sía encontrar
la»
— menor noticia que pudiera
371
—
consolarla. Volviendo al fin a su casa, di-
jo a su marido:
— Cándido: A tu — Pero ¿no ahijada.
es preciso
que sepamos cuanto antes
te corresponde el velar
tí
dicen,
liija
el
paradero de
por su conservación.
mia, que Lucinda se ha metido en un con-
vento?
—Yo acabo de recorrer todos
los monasterios;
me he
pero
moles-
tado en balde, pues en ninguno he obtenido noticia de Lucinda.
no
sé
adonde
hi liabrá
monstruo de su padre portaría él de ese modol
metido
yo fuera la Trinidad, no se
Yo
;AhI
el
—No hables — Déjame hablar... No puedo contener dentro de mí
si
así, Estelita!
ción que
al ver
siento
merece ser
cómo
hombre
ese
de su mujer, ni
ni el esposo
de mi alma! — Pero, qué nos va a nosotros en — De todos modos, doña hijita
¿si
el
la
indigna-
trata a su familia.
padre de su
. .
No
hija.
Lucinda ha querido dejar
el
mun-
ello?
do,
dijo
Estrella, creo que
si
la
niña ha en-
trado a algún convento, no ha sido por su voluntad sino forzada
por su bárbaro
—
X)adre.
Estelita, observó
terna.
. .
don Cándido: estás atacando
¡Toda autoridad viene de Dios!
— Calla
la
autoridad pa-
. .
El hecho mismo de no haber encontrado noticia alguna en los monasterios, me prueba que Lucinda es víctima de un nuevo capricho de don Marcelino. '
la boca.
—Ya digo que ha entrado con entera voluntad. ¿por qué ocultar su paradero? — —Eso debe porque muchacha no ha querido dejar ella
te
I
si
es así
la
ser
rastro
por donde se la encuentre... ¡Se conoce que la vocación es verdadera!
— ¡Verdadera ¿Crees que
el
vocación! esclamó
amor empuja a
las
la señora.
muchachas
¿Sabes
lo
que dices?
al monasterio? Por, úl-
timo, prosiguió imperiosamente: es menester que te veas hoi mis-
mo
con dun Marcelino a
a mí, me voi a ver con ¿Con Freiré?
ivii
el
da que descubras
el secreto.
En
cuanto
jeneral Freiré.
— medidas que con— hombre do Dios!; para acordar con viene tomar. — Mujer, por ¿piensas motarte ala carrera militar? que muclios hombres, esclamó riendo —Talvez él las
Sí,
Dios!:
lu liaría UK^jor
la
—
—
372
temas que tome la espada: se trata de otro asmito... Ya te he dicho que el jeneral se interesa por Anselmo. —Tan pipiólo es el uno como el otro.
señora... Pero no
—
meterme en
quiero
Xi)
eso,
le
interrumpió la señora... Mien-
tras voi a casa del jeneral, tú hablas con
sao-acidad natural o
don Marcelino... Tú tienes
i
—¿Quién duda? — un imbécil — Que nunca pasó quid — Sin ninguna — Hizo pedazos Nebrijas ¡n'ovecho alguno. — Pues será incapaz de a tu penetración — ;Pues no ha de incapaz! razón en en tu —Entonces, respondió encantado don Cándido: mucha razón, — lo
viejo
I él es
del quis vel
instrucción.
sin
siete
bien:
ocultar
ese se-
cr.'to.
ser
teno-o
confiar
talento.
tienes
Sí, sí,
Estelita.
—Acuérdate de aconsejar a don Marcelino que que no este
esponga a
se
mimdo
el
—Eres un
prodijio de
dirijir al
sabiduría,
dijo
razón
de su tenacidad.
sufrir las consecuencias
que sabe mas, debe
entre en
i
En
que sabe menos.
don Cándido estremada-
mente lisonjeado; i si supieras latin, no te trocarla por el mas encumbrado doctor de la Universidad de Córdoba... Pero no pierdo la esperanza de que aprendas
—Aprenderé que quieras; pero preciso que me des gusto... Hecuérdale a tu compadre que Freiré proteje a Anselmo. — Muí Así dando cuatro — Pues entonces, Adiós, doña es
lo
se lo diré.
bien.
dijo
éstj
tres o
hombro de su marido. hubo quedado solo, dijo meneando
palmaditas sobre
Cuando
Estrella,
el
la
cabeza con
aire de importancia:
—Esta mas, debe padre, pre
i
mujer sabe mas que un dirijir al
Es
cierto
que sabe menos... Voi a ver
le esplicaré las
que
al tonto
el
que sabe
de mi com-
cosas en buen castellano para que
me com-
nd a.
Mientras tanto,
de
libro.
el jesuíta
hablando con don Marcelino en casa
éste, le decia:
—Desengañes} Ud: no crea que el empeño de ese mozo, nazca del amor por Lucinda... Aquí hai otra cosa que amor
—
¿I
qné puede haber?
—
373
—
— Ambición! señor don Marcelino... Ud. que posee una alma bien puesta, no puede comprender hasta dónde llega esa pasión por ob-
tener riquezas
distinciones; pero nosotros los confesores que
i
cudriñamos hasta
de
fin la conciencia
—Ahí esclamó
— Lucinda le:
los últimos
mas
Sepa ademas, que
no andan muibien... Si
capa
este matrimonio, sale de
Me
rica de este reino, pi'osiguió el frai-
tiene para pasar el dia...
los negocios del jeneral
to
con un acento indefinible.
el viejo
es la heredera
— Caramba! de mis — puede
pliegues del corazón, adquirimos al
que es la miseria humana.
lo
Anselmo apañas
es-
moriría
si
él
consigue hacer
rota.
viera pasar a
manos indignas
el fru-
sudores!. ser otro el fin
¿I
que se propone? ¿Por qué tanto empeño
en que Anselmo se case? Pobre niña! esclamó de un profundo dolor: ¡pobre Lucinda
hombre que no
la quiere sino
el fraile
con
el
acento
llega a ser la esposa de
si
un
por sus capitales!
—No llegará aserio! aun cuando mismo Yaya, padre; iba a decir una jeneral malo para enemigo; — Sin embargo, cuando a pone una cosa en cabeza interrumpió don Marce—No ha de mas porfiado que con sonriendo. De todos modos, pro—Ya murmuró I
Dios...
el
herejía!
dijo el jesuíta, el
la
él se le
i
es
yo, le
ser
orgullo.
lino
el fraile
lo creo,
siguió en voz alta; rrir...
Por ahora
que al
fin
bueno
los
es prevenir los
hemos hecho perder
descubrirán
el
— Qué descubran! — Yamos con lo
males que pudieran ocu-
la pista;
pero tanto harán
paradero de la niña.
los desafio.
moviendo mil resortes, podrá sacar a Lucinda del convento... Aun mas: yo sé lo que son la ambición i la codicia, señor don Marcelino! El jeneral será capaz de conseguir que Lucinda cambie de donúcilio tiento: Freiré tiene
amigos poderosos;
i
i
— ¿Quitármela?
— Ud
lo
ha dicho;
i
depositarla en otra casa en donde recibirá
libremente las visitas de ese peligroso joven; serán capaces unas j entes animadas
i
!qué sé yo de lo ([ue
])or la codicia!
un mal remedio? Cómo podremos —¿Pero, su ambición? — Quitando objeto esa ambición. mió. —Yo no veo eómo, — Oiga Ud, Un antiguo proverbio sin
este es
el
cúralos de
(hí
])adre
dice: uipie
luiiic;!
(lel)enios po-
— nernos entre una pasión fuerte
queremos
—
374 i
el objeto
que
ella se^propone, si
no
ser aplastados.»
—Entonces ¿debemos dejar que hagan que quieran? —No digo yo objetó que entonces hemos de buscar camino: voiaponerun ejemplo. —Yeamos ejemplo. — Supongamos que un hombre ver que ellos
el jesuita,
eso,
lo
sino
otro
el
esos sellos
al
cuelgan de su
reloj, se
enamorase de
ellos
hasta
el
dijes
i
punto de querer
quitarle el reloj a la fuerza.
—Está imajino. Ya me — Supongamos que Ud. opone tenazmente ¿no bien.
lo
se
espondrá a que ese hombre
lo
es claro
que se
mate, a fin de obtenerlos objetos que
lian encendido su codiciíi?
—Entonces entrego mi hora? ciegas respecto de —Nó, señor mió: Ud. debe ¿le
reloj
me
que
liace falta
i
me
quedo a
la
dicia su reloj
fijarse
sino los preciosos
en que ese mal hombre no co-
dijes
i
piedras que de
él
penden-
Pnes bien: ¿qué hará Ud?: quitar de ahí esos dijes i echarlos en un pozo si no puede de otra manera ocultarlos de la vista de su enemigo. Pues lo mismo es el caso de Lucinda, prosignió el jesuíta, pasando su caja de rapé a don Marcelino. La niña es codiciada; pero el objeto de la codicia es la herencia que pende de ella como los di jes de su reloj.
mis —Ahí ya comprendo! ¿Cómo quiere su paternidad que casas mis haciendas con vacas todo dentro de un —No nos precipitemos. Siendo su herencia verdadero que hombres persiguen, disminuyala Ud. —¿Desheredando en parte a muchacha? Lo he pensado. yo quien —Eso de desheredar a una cosa dura; no arroje
x)ozo?
i
i
fin
el
esos
la
liija,
lo aconseje
s-e
es
i
seré
a Ud. Pero otra cosa seria quitar la espectativa de
esa gran herencia, pues entonces....
—¿Cómo? — Disponiendo Ud. en vida de una de sus haciendas a favor de un tercero — Pero —Yo no digo que Ud. deshaga de todo su haber: eso tres
se
le
una lle,
iniquidad... Solo
me
refiero a
seria
una de sus
estancias,
la del
Mo-
por ejem[)lo
—Es mejor, padre mió! — Me he acordado de porque la
esa,
sé bien
que Anselmo
la
mira ya
— como
si
—
375
fuera suya; tal es la codicia con que la desea... Quite Ud.este
precioso dije quo cuelga de la inucliaclia,
gran parte
digo tampoco quo nó,
le
creo, dijo
—La dona
seria
don Meliton de Sandoval,
dé esta hacienda para
porque hasta mal visto
—-Así lo
verá como disminuye en
empeño por obtenerla en matrimonio. Ademas, Ud.
el
2)uede liacer la donación a favor de
Eso
i
él
i
i
no
sus descendientes.
seria.
suspirando
el viejo.
solo de los usufructos, es decir, durante la vida
de don Militon, quien es mui probable llegue a ser su yerno... Des-
pués de la muerte de Ud.,
hi estancia pasaría
a
manos de Lucinda,
a condición de que ésta no se case con Anselmo.
— llega a casarse? —Entonces, podría Ud. ordenar ¿1
si
en su testamento que pasase a
compañía de Jesús, por ejemplo. ¿Eu qué otra cosa podría Ud. emplear su riqueza con mas honra de Dios, bien del pro-, jimo i provecho de su alma? No alcanzó a responder don Marcelino, porque oyéndose la voz de don Cándido en el patio de la casa, se levantó el jesuíta de su poder
de... la
asiento
i
saludó al viejo diciéndole:
— Piénselo
una resolución
bien,
amigo mió... En
prouta.... Adiós.
:o:
estos casos es preciso
tomar
CAPITULO LXIIL
DON MARCELINO ROMPE CON DON CÁNDIDO.
«El cree que lleva la rienda, I lo que lleva es el freno.»
(Dicho popular.)
A tiempo
que
imáre salia del cuarto, por la puerta de la entraba don Cándido j)oy la del patio. el
Don Marcelino oyendo
la
calle,
voz de su compadre, se acordó de las
últimas escenas quehabia tenido que soportar en casa de éste;
i
en
consecuencia, se puso de malísimo liumor. Don' Cándido, creyendo
que ese mal humor dibujado en el semblante de su compadre, era producido por la repentina determinación de Lucinda, le dijo al saludarlo:
— Mi querido compadre! cuánto bia de pensar? el
No
parecia que la
monasterio; pero en
— Ud. —Yo!
fin, es
siento lo sucedido! ¿Quién lo lia-
muchacha
tuviese vocación para
preciso consolarse.
,
contestó don
Mar-
Ud. en su juicio? -T-Ud. Porque a no haber mediado aquellas desagradables nas del día de su santo, nada habria sucedido.
esce-
tiene la culpa
de todo, c()m2)adre,
le
celino.
¿está
—
•
—
377
—Ya Pero ¿qné culpa tengo yo en todo —No nada! me convida para que me vaya a juntar en su sa con mozuelo que persigue a mi — Pero ya digo que no yo quien convidó sino — por qué no impidió? hubiera prohibido —Es verdad, don Cándido, que yo eso?
caigo!
es
ca-
¡I
ese
hija!
¿I
Estelita.
lo
fui
le
se lo
dijo
se lo
si
a Estelita, ella no se habria atrevido a convidar a ese mozo; pero
como ella hizo el convite sin que yo lo supiera.... Eso es lo que yo digo! interrumpió don Marcelino. En su casa
—
hacen
se
las cosas sin
que Ud. sepa nada. ¡Mui bien irá aquella
danza!
—¿Qué quiere Ud. — muclio que jacta de mandar en a su — me jacto con razón. — jacta con razón; no sabe palabra del juego de decir?
I
familia!
jefe
se
I
Sí!
se
i
ni de quién lo armó! I luego viene aquí a
modo de brete,
da
darme consejos sobre
el
un man-
tratar a la mujer, diciéndome que él tiene a la suya en
cuando
abre la boca para papar moscas, es porque
si
mujer que
la
í?/¿2^(2<?<^
le
la abra!
—A mí! esclamó don Cándido, alzándose de su asiento
i
cuadrán-
dose con arrogancia enfrente de don Marcelino. ¿Cree Ud. que...
Pero dejemos este asunto
i
vamos
al
que
me
traia a esta casa....
Quisiera saber ¿en qué convento está Lucinda?
—
¿I con
qué derecho
me
viene Ud. a preguntar
una cosa que yo
no quiero decir?
— Con —Já!
el
derecho de padrino de mi ahijada.
já! jáa!
Ya
todo
el
mundo va
teniendo derecho para meter-
don Marcelino. Viene el uno i me dice que tiene derecho para casar a mi hija con el que se le antoja a su merced, i luego me amenaza con un pleito para quitarme a mi mujer. En seguida viene el otro a pedirme cuenta sobre lo que he hecho con su ahijada. Pero, compadre, óigame por la Vírjen Santa! esclamó don Cándido. Mire que el que sabe mas, debe dirijir al que sabe menos... Bien andarían mi^ asuntos, si yo me dirijiera por los consejos de un hombre como Ud. que no es capaz de dirijirse así mismo. se
enmis asuntos de
familia! interrumpió
— —
— Compadre! — que, como dice I
del nuitrimonio,
i
lo
el refrán, cree
que lleva es
el
llevar en las
manos
las riendas
freno en la boca.
48
—
o/o
—
— Compadrel don Cándido, tenga modo, con mas peto de — yo no hablo de hombre, de Ud. —Pero en qne tan Ud. a Estehta, qne dijo
i
liable
res-
Estelita.
Si
sino
ella,
eso
sin razón, insnlta
dice
\m dechado de humildad, mansedumbre i obediencia. Ud. no comprende esto porque su rusticidad natural le tiene una venda en los ojos: así como tampoco comprende el interés que me inspira la suerte de mi ahijada.
es
— Se conoce que Ud. celino. ¿Quiere
se
interesa por ella, interrumpió
Ud. saber en qué monasterio está para
don Mar-
llevarle el
galán?
—Pero, hombre!
ya
Si
he dicho que en cu'^nto a
le
eso, estoi
inocente que San Juan Bautista! ¿Puede Ud. dudar de
—^De
mas
mi palabra?
que no dudo, respondió don Marcelino, es de que Ud. i su mujer se han querido burlar de mí. Ahora mismo ha venido Ud. lo
a arrancarme mi secreto; pero no
tengo
lo conseguirá,
porque sé en donde
los ojos.
—Este hombrees
irreducible,
murmuró don Cándido. ¡Toda mi
sagacidad ha caido al agua; toda mi elocuencia se ha estrellado en esta mollera de cal
i
canto!
—^Ademas, prosiguió don Marcelino,
le
encargo que se
lo
cuente
todo a mi comadre, diciéndole de mi parte; que no se meta en vidas ajenas; que
haga de su marido
lo
que se
le antoje;
pero que en cuan-
to a mí.... I-
— Compadre!
mente de su
le interrumpió
asiento; a
don Cándido, levantándose pronta-
mí no me gusta que
se
hable de mi esposa
en tales términos!
—¿En castellano
claro?
Pero advierta, compadre, que yo no
sé
Cada cual habla en la lengua que puede, i santas pascuas, don Marcelino con satisfacción, viendo que al fin liabia conse-
latin.
dijo
guido exaltar a su compadre.
— Lo que quiero
decir es, replicó éste,
tomando su sombrero
bastón; que Ud. ni nadie debe espresarse de Estelita sino con
i
su
el
de
bido respeto que ella merece.
—
don Marcelino, parodiando el tono de don Cándido i haciendo un j esto grosero. ¿I quién es doña Estelita para que se meta a donde no le va ni le viene? Si le gusta tanto hacer matrimonios, ¿por qué no tuvo hijas para que las hubiera casado i recasado una i mil veces? Ah! por los clavos de Cristo! que si yo Estelita!
repitió
fuera su marido, otro gallo le cantara a la tal Estelita!
—
oro
—
— ¡Qué hombre tan inculto do muestras de querer —Esto que hemos ganado con
e incivil,
mnmiiTró don Candiel o, dan-
retirarse.
la tal república, lorosiguió
es lo
Marcelino, i)aseándoso por su cuarto
tiempos del
como
si
estuviera
don
solo.
En
nuestro Señor, no andaban las mujeres metiéndose
reí,
en las cosas ajenas.... Oh! ya un cristiano no puede vivir cueste país! En cuanto concluya este asunta i pueda redondear mis nego-
me largo para
cios,
España.
—Adiós, compadre, dijo don Cándido, dirijiéndose a la puerta. Ud. está por hoi intratable, i la prudencia me manda retirarme. Ojalá sea para no volver, dijo don Marcelino, acompañando a don Cándido hasta la puerta. Ud., dijo éste, ha sido, es, i será un hombro rústico .^^^r sécula
— — seculorum. —Amen, contestó
por donde
salió su
don Marcelino, cerrando de golpe
compadre.
Cuando don Cándido vuelta,
i
la puerta
llegó a su casa,
apenas vio a su marido,
ya doña Estrella estaba de
le dijo:
— He hablado con estaba enojadísimo —Es un contestó don Cándido, mismo palabra que empleaba. — Pero quedó mas calmado, prosiguió doña
con don Marce-
Freiré:
lino.
comprender
sin
logogripJnis,
él
la
i
ya nos
cómo
te fué?
Estrella,
hemos convenido en pudiste descubrirle
—¿No
lo
que debemos hacer.... ¿I a
tí
el secreto?
te digo, mujer,
que eso hombre es un logogripkus^ Quién
tampoco entiemie a nadie. Toda mi mi sagacidad, toda mi elocuencia, han sido perdidas.
lo entiende?
Ni
él
astucia, toda
— Pero en ¡alguna debes haber obtenido! —Lo único que he sacado en limpio que yo causa del ende Lucinda. —¿Por qué? — Porque convidé a cojner dia de mi — Tú que has vuelto señora impacientándose. No entiendo. — Pues mismo me pasó a mí con Nos separamos medio pe—¿Por qué causa? — tú supieras bárbaro cu mi fin
noticia
es
soi la
cierro
los
te
sí
santo.
el
gripIucSj (íontestó la
te
lo
él.
leados.
Si
—
-]*('r<) si
lo ({ue (^se
no uic
lo dices
;('ómo lo
dijo
lie
de saber?
[)reseucia....
—
—
380
-—Es que yo no quisiera molestarte, Estelita. Habla! hombre de Dios, que me tienes sobre
— ascuas! — Díjome que aconsejara que no metieras en negocios nos. — tú pudiste aguantar? —¿Yo? Buenas correas tengo para aguantar esos desmanes! Al momento tomé mi bastón — después? —Mi sombrero para venirme. Pero desencadenó de nuevo en contra tuya, de modo, que no me fué posible i)ermanecer —Ah! yo fuera hombre, o por menos, yo fuera su mujer, tiene Trinidad. cómo debia portarse! La culpa ya sabria — ¡Qué casualidad! esclamó riendo neciamente don Cándido. —¿De qué te
te
aje-
lo
¿I
i....
¿I
él se
tal
allí.
lo
si
si
la
él
la
te ries?
Lo mismo llo le
dijo él respecto
de
tí:
Si
ce
yo fuera su marido,
otro. ga-
cantara a la tal Estelita!»
— Miserable! no diferente tamaño —Nó, nó! contestó con ¿I
al
castigaste su osadía? Pudiste permanecer ininsulto?
oir
don Cándido ¿Yo, permanecer indiferente, viendo que ese rústico te insultaba? Nó; me separé de él al momento! ¿I tuviste ánimo para venirte sin castigar su atrevimiento? Estelita, respondió don Cándido. Ya te digo que yo me conozco. Me vine pronto, porque no quise esponerme a hacer alguna feeuerjía
— —
choría....
Tenia la cabeza ardiendo de indignación
No podia permanecer
— Pues planes,
ante aquel bárbaro.
desde hoi trabajaré con
dijo
Yo me
de
coraje....
conozco!
mas empeño en
doña Estrella, arreglándose
i
contrariar sus
la mantilla
como para
salir.
—¿A dónde vas? —A casa de don Marcelino. Se me ocurre en momento hauna advertencia a —Pero ¿no ves que ya hora de comer? — Comeré con mi amiga, contestó señora poniéndose en camieste
cerle
la Trinidad....
Estelita.
es
la
no.
Yo
veré
si
ese rinoceronte es capaz de ultrajarme en
mi
pre-
como lo ha hecho delante de mi marido. Qué fui a decir! murmuró don Cándido con la mayor consternación. Permíteme que te acomj^añe, entonces, prosiguió en tono mas elevado. Nó. Quédate aquí: esto es mas prudente. ¡Como tú te conoces! sencia,
—
—
;
—
381 -.
Iba a contestar don Cándido; pero su mujer ya liabia salido a la calle.
— ;En
lo
que lian venido a parar todas estas andanzas! esclamó
buen hombre. Mi padre me decia que yobabia nacido para el foro; i en efecto, no me falta sagacidad, penetración i elocuencia; pero no parece sino que estuviera de Dios el que yo liaya de salir mal en todas las negociaciones que emprendo.... ¡Qué mujer tan viva el
de jenio! ¿Si tendrá razón mi compadre en decir que Estelita ha principiado ya
como a dominarme?
•:o:
—
CAPITULO LXIV.
EL
•
CONFESOR DE LUCINDA
((Ven, dulce sueño, Calma un instante De un peclio amante
-
La
ansia cruel; tus prestijios
Con
Engañadores
Yen mis
dolores
A adormecer! (Mercedes M. de Solar). Volvamos
al
convento de las monjas Capucliinas, en donde Lu-
cinda seguia sufriendo su inmerecido cautiverio. Dos o tres veces
Labia escrito a su madre, rogándola que viniese a consolarla en la triste situación en le la
que se encontraba,
i
al
mismo tiempo a
causa de su encierro. Prometíale conformarse con
de permanecer viva voz
allí,
esplicar-
suplicio
el
a condición de que ella viniese a espresarle de
sus deseos de que se quedara en el convento.
Pero las
cartas de la pobre niña no liabian tenido otra contestación que
una
esquelita de letra de doña Trinidad, en la cual ésta no decia a su hija otra cosa sino que le -era imposible dar por aliora esplicaciones
sobre
el
particular; que se sometiera a los consejos de la
madre
— abadesa,
383 --
sobre todo, a los mandatos del confesor, el padre O,* de
i
reconocida santidad, con el cual, le pedia encarecidamente se confesara;
por último, que
i
Marcelino
ella,
su madre,
iria
a verla cuando don
lo j^ermitiese.
Cuando Lucinda Imbo
leido esta esquela, dijo
meneando
la ca-
beza.
—Nó: puede ser
no es de mi madre... Pero esto,
de
la letra es
ella...
¿i
cómo
Dios mió?... Estoi segura de que las palabras no sou
de mi pobre madre!
En
seguida se
apareció la abadesa, quien le dijo melosamen-
le
te:
—Hija mia: —Madre, no
seri^
bueno que usted tratara de tranquilizar su
conciencia.
Se
me
mui
lia
en estado de confesarme,
estoi
mi
quitado
sin saber
libertad
contestó la niña.
yo la causa,
i
esto
me tiene
intranquila.
— Pues precisamente
por
eso, bija,
es preciso
que usted llegue
al santo tribunal. Allí encontrará esa tranquilidad
— Mañana veré puedo. —¿Cómo atreve usted a si
que le
falta.
.
vivir
se
un
solo dia sin acercarse a la
¿No sabe usted que de llamadas ante el Supremo Juez?
santa mesa? dijo severamente Sor Águeda.
un momento a
otro
podemos
ser
Piense que nadie tiene seguro un dia,
como
el
i
el
que
que
el
eclia
pecado de
el viejo
mayor de los peAh! las mucliaclias
la neglijencia, es el
mas almas en
creen que lian comprado la vida, el dia
que tan pronto va
joven... Tiemble usted, prosiguió con ardor; tiemble usted,
al considerar
cados
i
i
el infierno...
sin
embargo ¿quién
tiene seguro
de mañana?
Diciendo esto, dia a hacerle las
—Ahí está sión, hija
el
le volvió la
espalda; pero fué para venir al otro
mismas amonestaciones.
reverendo padre O.* dijo: aproveche usted la oca-
de mi alma... Hágalo por la preciosa sangre de Nuestro
Señor Jesucristo; por
las
lágrimas de su Santísima madre! Apro-
misma Providencia
veche la oportunidad con que la
la
llama a acer-
carse al misericordioso tribunal.
La niña no habia aun formado
la resolución
de confesarse; pero,
vencida por las instancias de la monja, i llevada de aquelhi natural inclinación nacida de la costumbre en el ejercicio de este acto rclijioso,
se decidió a seguir el consejo
Dos horas después estaba a
de la abadesa.
los pies del
confesor,
el
venerable
—
384
—
padre O*, del ciml no nos es dado decir otra cosa, sino que era amigo íntimo del reverendo Hipocreitía. Sin embargo, a juzgar por el estado en que quedó Lucinda después de su primera confesión en
padre O* habia encontrado el secreto de minorar el dolor de aquella alma. ¡Tal es el poder que en ima alma piadosa i llena de fe, ejerce la palabra de quien liabla en el convento,
nombre de
Aun
podia asegurarse que
el
Dios.
considerada la institución de la confesión bajo
punto de vista puramente Immano, son incalculables los beneficios que produce con la confianza que enjendra, con la doctrina que propaga, con los consuelos que derrama en el corazón herido, i con el amor, la fe, i la esperanza que liace jerminar en el alma estraviada por el
abuso puede convertir este elemento de vida en un instrumento de muerte intelectual, tanto mas nocivo a las sociedades, cuanto mas santo es el objeto de la inslas pasiones.
Pero desgraciadamente,
el
titución.
Hemos
diclio
que Lucinda se levantó mucho mas consolada de
los
pies del confesor, quien supo fortificar el abatido espíritu de la po-
bre niña, despertando en ella una saludable confianza en la Provi-
dencia Divina.
Pasados algunos
dias, volvió
Lucinda a confesarse; pero esta vez
que deseaba: antes bien, la amargura de su corazón se reflejaba notablemente en su semblante. ¿Qué tienes, amiga mia? le preguntó Sor María de los Dolores,
no logró
la tranquilidad
—
quien con
el
una madre no
cariño de
la
desamparaba un momen-
to.
—Ah! madre mia,
le
contestó Lucinda: no sé
decir ofendo a Dios; pero
me
confesor ha aumentado
mi
siguió la pobre niña,
lioi
es imposible
—¿Qué
con lo que voi a
ocultar a
Ud. que mi
suplicio... ¿Í^To era bastante aun, pro-
llorando, tenerme aquí encerrada?
aun bastante que hiciera el sacrificio de mis pedirme que mi corazón ame a otro? .
si
¿No era
afecciones? ¿Por qué
hai de nuevo? Habla, hija mia, le enterrumpió la monja,
—El confesor me ha dicho formalmente que no debo desobedecer a mi padre... que debo aceptar el marido que él me jiropone. ¿Cómo podré aceptar lo que mi corazón rechaza tan imperiosamente? Dígame Ud. madre, amiga mia, ¿qué debo hacer?
— Pobre
niña!
murmuró
la
monja con un acento de dolor tan
profundo, que Lucinda; olvidando su propio dolor, se quedó espan-
—
385
—
tada al ver la palidez de que se cubrió de repente
el
rostro de su
ami-ora. o
— Madre
mis palabras la hacen sufrir a usted, le dijo la niña. Perdóneme, por Dios, el daño que le causol I al abrazarla sintió Lucinda que el corazón de Sor María latia uiia:
con violencia debajo del hábito.
—No En
es nada, hija mia, dijo ésta rehaciéndose
de su emoción.
seguida, prosiguió en voz baja:
-—No
momento: tal vez te daria un mal consejo. Espérame hasta mañana i sabrás mi contestación. Espero que Dios despejará mi mente sabria qué decirte en este
I
Lucinda no pudo dormir aquella noche, atormentada por la idea de tener que optar entre desobedecer a su padre i al confesor, o casarse con
un hombre cuyo
solo recuerdo la hacia temblar.
tido su espíritu por mil diversos pensamientos,
ma
sin
poder concihar
el
Comba-
permanecía en
la ca-
sueño, cuando creyó oir en la pieza veci-
na que ocupaba Sor Maria, un ruido estraño que la sobresaltó. Todo el convento dormía, al parecer, profundamente: en el claustro reinaba un completo silencio, i solo se oía de vez en cuando silbar el viento sobre los tejados. Lucinda creyó al principio que el ruido que acababa de .oir en la otra celda no ¡provenía sino de su exaltada imajinacion; ipéi'o bien pronto volvió a oir el mismo ruido i se puso a escuchar llena de sobresalto.
—
habrá enfermado Sor Maria? se preguntó a preciso que yo me levante para socorrerla. ¿Si se
Preocupada con esta
idea, se vistió
prontamente
i
sí
misma. Es de la cel-
salió
El claustro estaba hundido en un silencio sepulcral i medio alumbrado por la luz de la luna que se dejaba ver por entre las rasgaduras de los negTos nubarrones que entoldaban la atmósfera. El viento silbaba de una manera lúgubre, i Lucinda tuvo miedo al oir hi pequeña cam]")ana del reloj de la sacristía que tocaba la "liorM de la media noche. Pero distrájola bien pronto de estaemocion, el da.
acrecentamiento del ruido en la otra celda.
La pobre niña
sintió herizársele los cabellos -al escuchar los gol-
pes dados acompasadamente, acompañados de jemidos temblorosos.
Quiso entonces entrarse en su celda; pero un sentimiento blc la hizo permanecer
como clavada debajo
inos})lica-
del corredor,
no
lejos
de la puerta de Sor María de los Dolores, que permanecía entreabierta aun» Mientras tiuito, los golpea siguieron entremezclados do
4U
— suspiros
i
l)eniteucia
—
de
apagados,
«aves
que la
i
38G
—
Lucinda comprendió
monja estaba haciendo
¿Por qué este castigo, (dijo entre
siendo
En
como
es ella
al fin, la
cruel
sufrir a su débil cuerpo.
niña mirando al cielo)
sí la
una santa?
seguida, viendo que por aquella vez la prudencia le ordenaba
retirarse, quiso volver a su
cama, mas no pudo dejar de
oir estas
palabras
— Dios miol
¿Hasta cuándo durará mi martirio? ¿Cuándo dejaré de ver su imájen aquí, aquí en este corazón miserable que no tiene fuerzas para dejar de amarlo? Gran Dios! merezco mil i mil veces vuestra cólera...
No
se
oyó mas. Las palabras se apagaron bajo
el
ruido de
los
azotes que revelaban una ajitacion febril. Lucinda apenas creia lo
que estaba oyendo. Poseída de miedo, de horror, de compasión, de curiosidad i de mil sentimientos opuestos, vacilaba entre quedarse i
huir de aquella espantosa escena. Pero
lor, la
compasiva niña
como
el dolor atrae al
se sintió arrastrada hacia aquella
de donde salían los ayes de su única amiga.
De
do-
oscuridad
repente lanzó ésta
un jemido de mortal angustia. El ruido cesó, i Lucinda oye distintamente caer en tierra un cuerpo pesado. La niña no dudó entonces i corrió hacia la celda, en donde, por un secreto instinto de su corazón, encontró el cuerpo de Sor María, mitad sobre le servia
de cama,
La monja
i
mitad sobre
estaba desmayada
la estera
los ladrillos del
pavimento.
no contestó a
las cariñosas
i
que
pala-
bras de Lucinda. Esta, entonces, acostándola lo mejor que pudo en
BU camilla, cubrióla con la burda frazada que
le servia
En
volvió con
seguida se fué prontamente a su celda,
encendida
i
un vaso de agua, que
i
de cobertor.
una vela
era el único recurso de que podía
disponer.
La asustada niña cado de sangre,
i
lanzó un grito de horror, al ver
el
suelo salpi-
en las descarnadas manos de la monja, una discipli-
na armada de agudos clavos de fierro: pero bien pronto se rehizo, pudo acercarse a su amiga para prestarle el socorro que podia.
ÍOÍ
i
CAPITULO LXV.
SOR MARÍA DE LOS DOLORES.
me persigue; Borrarla de mi mente, es vano intento: Habíame en el silencio del convento, I hasta al altar del mismo Dios me sigue»
c(Sn imájen adorada
(Eduardo de la Barra). Bajo la impresión de la luz
i
— Sue5ío
i
delirio.
de las gotas de agua que Lucinda
arrojó sobre el rostro de Sor María, despertó ésta de
su letargo
mirando espantada en torno de sí, llorando, se abrazó del cuello de Lucinda Yo misma me he vendido! murnmró la monja, a quien un momento solo le bastó ])ara comprenderlo todo.
i
—
En
seguida ocultó rápidamente debajo de las ropas de
la canuí, el
feroz instrumento de su martirio.
—Espero que usted no tomará a mal
lo
que he heclio,
le dijo
Lu-
cinda.
Sor María estorba confusa: mas, haciendo un esfuerzo sobre sí mis-
ma,
dijo a su
amiga:
— Sin duda, Lucinda, tú lobas oido pero ha — contestó por casualidad.
todo!...
(pie
Sí,
ésta;
que una curiosidad repreusiblc
sido
me huya
traido a(pu'.
No
crea usted
—
388
—
— ¿Cómo yo de presumirlo? que usted estaba enferma, — Oyendo engañado, mia: enferma; mui — No Allí
lial)ia
el ruido, creí
te lias
i...
estoi
liija
contestó la monja, })oniendo sobre su corazón la
enferma,
mano de Lucin-
da.
—¿Quiere usted qne vaya a despertar a alguien? —Nó, mi querida. Nadie puede curarme de que En seguida prosiguió con mas calma: —He tenido una especie de sueño; he que un lo
visto
corría,
i
ese ánjel eras tú,
mi querida Lucinda. No
sufro.
ánjel
me
so-
creas que sufro;
ya estoi buena, prosiguió la monja, incorporándose en la cama... Vete a tu celda; recójete, que puede hacerte mal el frió de la noche.
—No me Aun mas:
iré
hasta no verla bien tranquila, contestó Lucinda.
no
la
si
molesto a usted, permaneceré aquí velando mi-
entras usted duerme.
— Nó: no puedo — Me ha imj)osible
permitirlo...
sido
dormir. Yoi a buscar
mi cama para
tenderla aquí cerca de la suya.
Diciendo esto, la niña fué el
pavimento de
trajo su colchón,
i
que estendió sobre
la celda.
de — Ya que has penitencia; quiero que sepas su Sor María. causa, — Mi buena amiga, interrumpió Lucinda: respeto sus no quisiera monja. En primer lugar: —Tengo mis razones para hablar, sido testigo
la
dijo
secre-
la
tos,
i
dijo la
estaño se paga sino en la misma mosegundo lugar, no quiero que me tengas por una santa pe-
tú has hecho confianza en mí, neda.
En
nitente... Nó, no; I Sor
María
de Lucinda, espíritu, 8Í
amiga mia,
se detuvo.
le dijo
— Creo que
lo
i
En
soi...
seguida tomando una de las manos
con aire solemne:
que voi a revelarte, hija mia, podrá
fortificar tu
porque nuestra debilidad contra la desgracia se deriva ca-
siempre de la falta de mundo; es
decir, del
poco conocimiento de
la desgracia ajena... Tú, prosiguió la monja, acentuando sus pala-
bras tú, que has sido encerrada en esta casa porque no puedes :
vidar un amante,
i
que te crees por esto tan
infeliz
cuando
ol-
es ver-
dad que de un dia a otro ¡vacde Dios unirte a él, sabe que la monja que tienes a tu vista se encuentra también en este convento porque KupQ amar
u,
uu hombre..,
• I
^yí-*
— Lucinda no contestó i miró a yor admiración. Esta continuó:
—Es
—
389 vSor
María con muestras do
la
ma-
preciso que te lo diga todo, hija mia, porque no' quiero
usurpar inmerecidamente tu estimación haciéndome pasar a tus
Después do liaher castigado mi cuerpo, prosiguió sordamente, bueno es que castigue mi ojos por
una mujer mejor de
espíritu,
humillándolo con esta revelación.
que
lo
soi...
Mientras tanto, Lucinda, cuya sensibilidad adivinaba hasta fondo
el
el
dolor de la monja, se creía dichosa ella misma. El dichoso
demás: el infeliz gusta siempre com parar su estado con el de los seres que le rodea. Seré breve, dijo la monja con una calma aparente que engañó a Lucinda. Yo no nací para el claustro. Mis padres me amaban con puede hacer abstracción de
los
—
locura,
i
consecuentes con este amor, trataron de darme una buena
Con el fin de poner en el colejio a mi hermano, que era mucho menor que yo, fuimos a vivir a Concepción. Allí encontré mi desgracia. Vi a un joven; conocí que me amaba, i lo amé... Perdon oh! Dios mió! portales recuerdos!... educación.
— murió? preguntó Lucinda, creyendo adivinar causa del monja. dolor de acento; mil veces peor! — Peor que contestó ésta con la
¿I
la
eso!
Mi padre tuvo malas
triste
noticias sobre la conducta del joven,
hibió que le correspondiese,
aun
i
le
impidió a
él
mismo
i
me pro-
el visitar-
nos.
—Ah! —Pero en poco tiempo vimos que convirtió en el joven el
mas honrado
i
cambiaba de conducta... Se laborioso de Concepción. Tuve él
orgullo de creer que yo era la causa de aquel cambio;
mas pensaba en
esto,
mas
cualidades eran obra mia; cerse;
i
amaba, porque
lo
i
cuanto
que sus buenas
creia
que por amor a mí, habia logrado ven-
i
cuando oía alabarlo,
me
jian a mí. ¡Yo habia formado
parecía que las alabanzas se
diri-
un hombre! Bien pronto habia Dios
de castigar este orgullo; ¡cúmplase su santa i adorable voluntad! Un dia, (dia espantoso en que casi toda la ciudad de (>oncepci()n estuvo en peligro de arruinarse
])or
un
terrible
sacudón de tierra)
amiga mia, él es])us() su vida i)or salvar la miji. 1 lo consiguió sacándome sin sentidos di' hi casa que ])oco d(^s]ui(>s cjiyó.. El sahó llorido... Unafiebr(í terrible lo tuvo vn cnnia duraulo mas en ese
dia,
de un nu'S...
Yo
volnba covca dv
su madre... Cuando (todaN
ía
él
noche
luo acuerdo
a iioclio,
como
si
acoiiipañando a
acabara dv suco-
—
390 -^
una tarde confesó en su delirio que me amaba. Yo lo sabia, i sin embargo ¡cuánto no fué lo que gocé oyéndoselo repetir! Yo, entonces abracé a su madre preguntándole si me queria admitir por bija... ¡Cuál fué mi dolor cuando la buena señora me liizo ver, lloder)
. .
rando, que esto era imposible!
— por qué? preguntó Lucinda con — Porque estaba destinado ala ¿I
él
interés.
iglesia...
Su madre, a tiempo
de darlo a luz, liabia hecho un voto de consagrar al altar
fruto
el
de sus entrañas
esclamó Lucinda, cubriéndose cara con ambas ma— —Entonces fué cuando yo prometí consagrar mi vida ¡Jesús!
la
nos.
al servicio
de Dios, sano;
si él
yo,
i
libraba de la muerte... Veinte dias después estaba
cambiando mi nombre de Anjelina por
el
de María de
en este convento, creyendo encontrar aquí
los Dolores, entré
vido de mi desgracia!!... Pero cuánto
me
el ol-
engañaba!...
—Amiga mia! cuánto mas no amo ahora! esclamó Lucinda. para mi propia vergüenza, prosiguió Sor María —Te la
lo confieso
de los Dolores en balde he querido desterrar de mi pecho esos :
citos recuerdos;
que
lo
ras, es
en balde he querido apagar en mi corazón la llama
consume, sin estinguirse jamas. Si hablo con mis compañe-
pensando en
recuerdo,
i
si
orando por boles
el
i
él,
elevo
él; si
me
retiro a solas,
mi corazón a
por su felicidad-.
canto de las aves
me
Dios,
La
me
me persigue también su sorprende a
recuerdan la dicha de aquel tiempo i
hasta en
del viento que suele resonar sordamente por el claustro, oir el eco
mí
este recuerdo,
que
ruido
el
me
parece
de su voz. Oh! Dios mió! ¿por qué no ha de morir jamas
Te he dicho cia
mí misma,
luz del sol, la vista de los ár-
en que mi felicidad estaba en mi imajinacion;...
en
ilí-
me
esto,
que cuánto mas grato
es,
mas
infeUz
me
hace?
Lucinda, para que veas cuan justa es la peniten-
impongo.
Lucinda no hallaba qué
decir,
i
se contentaba
con besar cariño-
samente las manos de la pobre mártir. Por consiguiente, prosiguió ésta; no debes mirarme sino como una gran pecadora, que lucha todavía sin conseguir otra cosa que la convicción de la esterilidad de sus sacrificios. Madre mia, le dijo al fin Lucinda; yo no puedo mirarla a Ud.
—
—
sino
como una de
las personas
a quienes
mas amo en
tes de saber sns desgracias, la respetaba a
ahora la respeto por convicción.
la vida.
An-
üd. por instinto; pero
—
391
—
— Gracias,
liija mía; pero aun cuando me liables de ese modo, no aumentará en lo mas mínimo el cariño que te tengo... Tú me has hecho acordar del mundo... Al oir tus cariñosas palabras, al ver pintarse en tus ojos los sentimientos de tu buen corazón, lie visto renacer en mi pecho afectos que dormían, pero que no estaban estinguidos...Dios mió! Yo no sé por qué esta consideración que me aflije, hace nacer al mismo tiempo en mi alma no sé qué secreto contento que anima mi espíritu aun contra mi misma voluntad. He querido i quiero morir en mis afectos, i ahora veo que estos afectos viven i me llaman a la vida! He querido anonadar mi corazón, i ahora veo que todo ha sido en vano! Hasta de mi familia me he separado completamente: no me quedaba mas que un hermano i dos tias; pero a pesar de lo mucho que los amaba, tuve fuerzas para rogarles que me olvidasen i que no me viesen jamas. Mas, no necesita el corazón de que los ojos vean para tener presente los objetos de su cariño. ¡Pobre hermano mió! pobre Anselmo, tan bueno i jene-
se
roso!...
—Anselmo! esclamó Lucinda, a quien
este solo
nombre hizo pa-
lidecer de emoción.
—¿Qué —¿Anselmo
María ¿conoces a Anselmo Guzman? Guzman es hermano de Ud? esclamó Lucinda, poniéndose de pié como por un movimiento galvánico. tienes? preguntó Sor
—
Sí, hija
mia; pero ¿por qué...
—¡Hermana
de mi corazón!
le
interrumpió la niña, abrazando a
monja cuya sorpresa iba en aumento. ¡Hermana de mi alma! Sabe que Anselmo es el dueño de mi voluntad... la
—¿Será posible? —¿Qué ha tenido mi
corazón que no
lo
ha adivinado antes?
se
preguntó Lucinda.
La monja no
mó
parecía escucharla. Hincándose en la cama, escla-
con las manos elevadas
— ¡Bendito mió! que
me
i
alabado sea
al cielo
el
nombre de
pones en estado de ser
Dios! Gracias, ¡gracias Dios
feliz
contribuyendo a la
felici-
dad de mi hermano! I dírijiéíidose
a Lucinda,
le dijo estas
breves i)alabras
ciadas con tal tono de convicción, que hicieron renacer la
za en
el
alma de
— Serás
la
la
})r()iiun-
esj)craii-
pobre niña:
esposa de Anselmo!
Lucinda miró a
la
monja con
de respeto, de com])asion
i
iiHlescrí})tible
de agradcciniicnro.
mezcla de amor,
— —
—
392
mí la
Lucinda, prosiguió la monja: Siento en
'Sí,
convicción de
que serás mi hermana. Como tal te amo. Rogiiemos a Dios por que esta unión se veriaque...Dios permitirá que os vea unidos antes de morir. Si lo consigo creeré que el cielo
— Pero
lia
perdonado mis
faltas.
mi padre se opone a esta unión, dijo Lucinda; si no encuentro apoyo en mi madre misma ¿qué otro reiujio me queda fuera del claustro? A pesar de mi repugnancia, liabia prometido buscar la paz en un convento, si
—
Ali!
de la mas
si
hermana
querida, le interrumpió la
triste convicción:
monja con
para encontrar la paz en
es preciso entrpa' en él con el espíritu tranquilo.
el
el
acento
convento,
El hábito
es inca-
paz de tranquilizar al corazón que fué una vez sacudido profundamente. Aquí no se aprende sino a conservar la calma que se trae
de fuera... Por esto tu santo afecto. intenciones
En
si
soi
Pon
de parecer, prosiguió, que conserves intacto
tu confianza en Dios,
tienes fe en su divina
esto se oyó la
él
i
favorecerá tus rectas
Providencia!!!
campana que tocaba a
Un
maitines.
susurro
jeneral se dejó oir en el monasterio, que todo entero despertaba 2)ara ir
a rendir
al
Señor de todo
lo
creado, el tributo de los pri-
meros pensamientos del dia. Ya amanece, dijo Sor María. Tocan a coro
—
i
es preciso
que
me
levante.
—Pero, hermana de mi alma, Ud. no ha dormido, interrumpió Lucinda ¿no podría dejar de — Hace algunos años, contestó sonriendo dulcemente, monle
coro?
ir al
la
le
ja mientras arreglaba su hábito, que no sé lo que es darme gusto.
Es preciso que cumpla con mi
obligación^
i
que ademas mortifique
a este cuerpo rebelde... Voi a orar a Dios por tí, prosiguió, acariciando a Lucinda con inefable bondad. Mientras tanto, te ruego que trates de conciliar el sueño.
Diciendo
que se
esto,
dirijia
sahó Sor María
i
se incorporó en la fila
hacia la iglesia. Diér.onse
i
de monjas
devolviéronse los saludos
de costumbre
—Hermana! qué nuevas tenemos?
—Agradezcamos a Dios
este
nuevo dia que amanece para noso-
tras!
— Pidámosle su gracia para poderlo emplear en su Bien pronto quedó
el
patio sumido en el
servicio!
mas profundo
silencio.
—
393
—
El viento seguía ajitando los naranjos del claustro i silbando sobre los tedios. De cuando en cuando oía Lucinda el eco de la oración de la mañana, que semejante al aroma de mil flores, se elevaba liácia el cielo. La niña unió su corazón al de las puras virjenes, i cuando la oración cesó, rendida de fatiga, dobló su bella cabeza sobre la burda almohada, i vestida como estaba, se quedó profundamente dormida.
:o;-
:>(
CAPITULO LXVL
LA CORRESPONDENCIA SECRETA DE
LOS REVOLUCIONARIOS.
tiempo fué Portales un potentado que tenia a sus órdenes i escalonada en todo el país una falanje de guardias i de espías que perseguian a los sembrac(En breve
dores i comerciantes de tabaco a sangre i fuego.» J.
V. Lastarria.
En ese mismo
— {Juicio
histórico
día marcliaban juntos
sobre Portales, II.)
por la calle de Santa Posa
en dirección de la casa del clérigo Cardoso, los señores Víctor Dorriga
en
i
don Diego Portales. Después de haber marchado largo rato
silencio, dijo el
primero:
—¿Para qué nos habrá enviado a llamar su reverencia? — No lacónicamente segundo: me dice en su esquela que trata de una noticia importante. — Lo mismo me dice a mí, agregando que preciso tomar una sé, contestó,
solo
el
se
es
pronta medida.
Llegados a la casa, se fueron
al cuarto del reverendo, a
quien en-
contraron arreglando, una sobre otras, varias cartas abiertas que tenia sobre la mesa.
—
395
—
—Bienvenidos sean Ucls., dijo, saludando a los recien llegados.' Acabo de recibir estas cartas que me hablan del estado en que se encuentra la República.
Vamos
a leerlas por orden, a fin de deter-
minar con acierto sobre lo que conviene hacer. Está bien, contestó Portales, sentándose. Yo tengo buenas noticias del sur. También traigo aquí mi correspondecia. Veremos si las noticias que nos dan estas cartas coinciden con las que nos han llegado por otros conductos, dijo Dorriga. Vamos a ver, dijo el j)adre, tomando una de las cartas. Dare-
— — —
mos
principio por la del presbítero Franco que
me impone
de los
últimos sucesos de Valparaíso. Dice así: (íValjmraiso, Setiembre 21 de 1829.
«Reverendo padre: La paz de Dios sea con su paternidad reverenda.»
Un lijero movimiento que
Portales hizo sobre su
silla,
interrumpió
mirando por debajo de sus negras pestañas a don Diego, vio dibujarse en los labios de éste una sarcástica sonrisa. Sin embargo, afectó no apercibirse de ello i prosiguió la lectura del fraile, quien
su lectura con voz firme
i
clara:
((Con fecha dieziseis del presente,
ha
crutinio en la elección del Presidente
i
verificado el Congreso el es-
vice-Presidente de la
Repú-
El primer cargo ha recaído en la persona del jeneral Pinto, que aun cuando sea nuestro enemigo, poco tenemos que temer
blica.
de
él....))
—Tiene razón, — quién
es
una momia que
la
tierra reclama, dijo Por-
tales.
¿I
((Para el
preguntó con voz temblorosa Dorriga. segundo cargo (prosiguió leyendo el padre) resultaron es el vice?
98 votos por don Francisco Raíz Tagle; 61 por el jeneral Prieto, i 48 por don Joaquin Vicuila. Ud. comprenderá que los amigos hemos hecho soberanos esfuerzos a- fin de que se diese por electo al
manos esperábamos que Pinto depositaría el mando supremo una vez que se viese agobiado por los achaques
primero, en cuyas
de su edad, el
por los inconvenientes que sabríamos suscitarle; pero diablo ha metido su cola, i estos malditos i)ipiolos que estmi (mi i
mayoría, han repetido la votación entre los tres noni])rados, dechirando electo a Vicuña, (luien sacó cinco votos mas (pie Tagle. He-
mos
protestado una
i
otra vez; i)ero ellos creen estar en su derecho
—
396
—
interpretando antojadizamente el artículo 72 de su infernal Constitución.
«Por último yo reiteré mi protesta i pedí certificado de ella. Yean Uds. lo que conviene hacer allí. «En consecuencia, el Congreso lia dispuesto lioi, que Pinto venga a este puerto a recibirse del mando. «Mientras tanto, nosotros influimos sobre el ánimo de las jantes, i ya liai muclias que creen inconstitucional la elección de Vicuña.» Salude a los amigos de esa etc.» de —Yo creo que preciso ganar tiempo retardando don Víctor. Pinto, —Así me parece, contestó padre, ya trabajado sobre —¿De qué manera? preguntó don Diego. — Dando algunos consejos a Pinto: Uds. saben que jeneral es
viaje
el
dijo
el
esto.
lie
i
el
me
he sido su
cree:
la libertad; pero
confesor-;
también conozco sus debilidades....
Portales se sonreía el suelo
con
— Por
el
esto
conozco sus tendencias, que son por
meneando
la cabeza,
i
haciendo circulitos en
grueso bastón que tenia en la mano.
me he'ocupado durante
meter
este último tiempo en
miedo al jeneral con la grave responsabilidad del mando supremo. Está dispuesto a renunciar. De poco nos servirá su renuncia si el mando ha de caer en manos de Vicuña, observó don Diego.
—
— Sin embargo, infracción puede mal que por Dorriga. No agregó yo — Con
servir de protesto a los nues-
la
tros, dijo
bien no venga.
liai
Portales,
todo,
estoi
mando. Su debilidad nos favorece.
el
te Ud., padre, al clérigo
porque Pinto quede en
En
consecuencia,
contes-
Franco, diciéndole que trabaje por que
el
Congreso no admita la renuncia. Veremos lo que dicen los demás amigos, contestó su reveren-
—
cia.
Ahora vamos a
otro capítulo: ¿que noticias tiene del sur?
—'Ahí es donde está
lo principal del negocio, dijo
don Diego....
Ayer recibí cartas de varios amigos del Maule. La ajitacion crece por momentos, i espero que Prieto sellará pronto dueño deesas rejiones.
—Amen, contestó
el fraile.
ción prosiguió, sonriéndose; no ra de aquella ciudad, que es
En
cuanto a las noticias de Concep-
pueden
ser
mas
satisfactorias.
un santo hombre, me
escribe
El cu-
una
car-
— til
modelo de laconismo, que
397
— honor a un espartano. Hela
liaría
aquí.
«Amigo mió: Todo Concepción
—A es
mí también me han
es nuestro!»
mismo, contestó Portales: i preciso creer que Prieto cuenta allí con un buen número de proescrito lo
sélitos.
— Pero importante —Esta otra
es
lo
que los tengamos por acá, contestó Do-
rriga.
epístola es del Maule, interrumpió Hipocreitía:
«Venerado amigo: De un momento a otro esperamos que pase para el norte el invicto Prieto con su gran ejército, aunque, a decir verdad, este nuevo Gedeon no necesita de tanta j ente para vencer a eso^ Filisteos, verdaderos enemigos del Arca Santa de nuestros derechos. Todo el mundo se apresta para acompañar al ejército libertador hacia esa tierra de promisión que....
—Pare, que no
le
Chile....
crea a ese bíblico corresponsal; pues parece no vivir ea
No
nos metamos con judíos....
—Esta otra misiva —Veamos que
es de
un
cristiano, dijo sonriendo Hipocreitía.
dice.
lo
((De este partido del Maule, a 23 de
«Ee verendo Señor: Celebraré^que su paternidad gozando de la to se
Permítame
padre, por Dios! le interrumpió Portales.
lo desea.
Yo
estoi
mayor agrado. Señor
:
go que me hizo sobre
mas
güeno
Agosto de 1829. al recibo
de ésta, se encuentre
perfecta salud
pa
lo
como mi
me mande
que
fino afec-
fuere de su
i
esta se reduce a decirle que respecto del encarecirle el estao
de las cosas dé lapuUtica de este
partió^ le diré a sn paternidd que el negocio lo
que va, porque es bendición de Dios
sino cosa de milagro, sigu?i es
lo
no puede ir mejor que que pasa, que no parece
gana que
que llegue Prieto con revolución i too a estos lugares El señor cura dü hasta cuarenta dias de Í7iditliij encía al que ayude a la causa santa,
como
él dice
la
tiene de
la jente
en las pláticas dotrinales de los domingos, con la igle-
sia llena
hasta los topes que da gusto.
de uno
i
otro lao.
no cae;
i
si
mi
Unos apuestan a que
hacen apuestas
mala
i
otros a
que
este año, yo ha-
hasta doscientos pesos, porque la cosa está de
sígiin lo
leído en su libro
fin, se
gobierno cae,
cosechita no hubiese sido tan
bria 2)odlo apostar
ocho a cuatro,
el
En
afirma
el
señor cura, que lo
lia
leido
i
re-
que se lliuna Biblia del tiempo de loa señorea je-
— suitas.
Por
i\ltimo,
—
398
al fin del cuento]
i
Dios, los herejes no inejiiarán pata.
pueblo, los teñimos acholaos,
i
yo creo que con
A dos gringos
no se atreven a
que
salir
el
favor de
liai
en este
de sus casas
¿quién les metió en la cabeza venirse a esta tierra de cristianos a
dar mal ejemplo, que es un horror? ¿Por qué no se van para su Francia? I con esto se despide S. S. S. Q. B. S. R.
— Su paternidad
lo entiende,
dijo
Portales; pues busca sus co-
rresponsales entre toda clase de jente.
—Es Algo
se
guaso que
me
debe todo
lo
puede sacar en limpio de todo
ahora lo que
me
escribe
que el
tiene, contestó
el fraile.
fárrago de su carta. Oígan
mi corresponsal de
Ciiricó.
mi carácter de sacerdote me impide punto meterme mui adentro en los negocios de la po-
((Reverendo padre: como
hasta cierto
me
he contentado con hablarles a varios amigos sobre la necesidad que el país tiene de cambiar de gobernantes, i aun de sistema. I puedo asegurar a su paternidad, que mis palabras han encontrado eco entre los amigos de la relijion. lítica revolucionaria,
¿Cómo habia de una
trepidar en poner mis influencias al servicio
causa tan santa? Pero aunque obro con
mucha
d.e
prudencia, por-
que no hago mas que predicarles en el púl2)ito su deber i aconsejárselo en el confesonario, creo que se ha consegiúdo bastante. Al
menos, yo puedo responder de
la actitud
de mis feligreses. Ayer
hablé con un cierto individuo sobre un proyecto, que aunque peligroso, no deja de presentar sus ventajas. Se trata de la formación
de una partida ambulante que recorrerá la parte del país comprendida entre este pueblo i la capital....
—Ahí ya quién mismo.... ha —¿Quién — Don Anjel Calvo.
es ese individuo, interrumpió Portales.
sé
...
Me
escrito él
es?
—Un antiguo realista.
—
Sí, lo
conozco; es de los nuestros,
i
no nos engañará,
Do-
dijo
rriga.
—Pues don Anjel, prosiguió
Portales,
ha formado
el
proyecto de
reunir una partida de guasos para tomarse la villa de Curicó
parar por medio de correrías,
—Es
lo
mismo que
les en seguida lo
que
el
campo a
pre-
Prieto.
esta carta dice, contestó el fraile.
me dice
i
otro señor cura de
Voi a
leer-
San Fernando.
— í(Mi querido
((En
309
—
santo amigo:
i
mi curato no
liai
muchos
pipiólos; pero los tres o cuatro
que
existen bastan para revolverlo todo: tienen, pues, a toda esta felegresía
como una madeja
sin cuenta. ¡Es
se atrevieron a decir en presencia de
un
horror!
Ayer no mas a la misa,
los concurrentes
que yo no cumplia con mis deberes porque predicaba a mi rebaño sobre política. ¡Herejazos! ¿I qué sabrán ellos de relijion? Pero yo
no
me
gué,
i
he chupado
santas pascuas.
hablar con
mo
el
dedo, porque a renglón seguido los escomul-
Ya muchos
fieles
timoratos no se atreven a
¡Para que vean lo que es difamar a su cura! Co-
ellos....
aquí la autoridad está en manos de boquiabiertos que no saben
que es tomar una medida contra tales desmanes, no hai mas que emplear contra los malvados los rayos del Espíritu Santo. Si silo
guen con
las
mismas,
los
escomulgo a velas apag'adas,
veremos
i
quién pierde. Mientras tanto, écheme su parternidad la bendición
encomiende en sus santas oraciones a su humilde capellán para que no sea presa de estos fariseos.»
i
Concluida esta carta, que hizo sonreír a los que la oyeron dijo el padre:
leer,
—Tengo
ademas otras de varios curas del campo que dicen mas o menos lo mismo. Cada cura persigue las ideas pipiólas, espone a la vergüenza pública, ya en el pulpito, ya en las i las conversaciones doctrinales del estrado. Acerca de esto, estoi contento porque tenemos en este país un clero celoso por el sosten del orden i de las ideas relijiosas. Tal es lo que Uds. pueden poner en conocimiento de los demás amigos, encargándoles que no desmayen, que influyan por todos los medios posibles para preparar mos a favor de la revolución del sur.
—Pero Prieto no ha —Espero bien
escrito, dijo
don Víctor: nos
los áni-
tiene a ciegas.
pronto cartas de Prieto, dijo Portales. Mientras tanto pueden Uds. hacerse cargo del estado de nuestros recibir
asuntos en
el sur,
han llegado
esta
Diciendo
leyendo estas cartas, muchas de las cuales
esto, sacó
don Diego de sus
de cartas que echó sobre ron a abrir
i
la
mesa,
i
que
bolsillos varios paquetes los circunstantes
empeza-
a leer con avidez.
—Ahí verán Uds., prosiguió también
me
mañana.
Portales, sonriéndose, que yo tengo
vais covrcspoiisalcsj así
comg uuestro rovercudo
Ilipocrei'
— 400 — Casi todas estas firmas son de administradores de estanco, es-
tía.
tanquilleros,
El padre
i
hasta cigarreros^ que
liizo
me
un jesto de aprobación,
sirven 'con celo i
i
fidelidad.
acercándose a don Diego
le dijo:
El — olvide de del jeneral nos puede cuando llegue mui caso de —Aldeano está encargado de ese papanatas, Portales. Lo maniatará como a un carnero. — Que no olvide señor don Rodrigo de recordar a Freiré Freiré, señor.
N"o se
ser
útil
crédito
obrar.
el
dijo
el
las
causas de su enemistad con Pinto, dijo Hipocreitía. Freiré liaya tenido
i
impresionables se les
Después de
preciso que
tenga razón siempre, porque a los hombres maneja halagando su pasión favorita.
esto. Portales
i
Dorriga se retiraron. El padre tomó
entonces la carta que estaba debajo de las demás,
ma
Es
i
leyó con estre-
satisfacción.
X.* Setiembre
1.°
de 1829.^
«Reverendísimo señor:» c(A su paternidad
debo cuanto tengo: por sus empeños
cargo de esta escuela que hijos;
no
me da
me
para mantener a mi mujer
por consiguiente, no hago nada con obedecer sus
veo a i
mis
órdenes,
i
Dios mediante, que Hilarión de la Cachiporra es un des-
se dirá.
agradecido.
como no puedo menos de dejar de seguir, en todo i por todo sus consejos. Cada dia soi mas duro con mis muchachos, quienes me respetan mas que a sus propios padres, i aun éstos muchas vedSigo,
me
ces
envian sus hijos para que los castigue, en lo cual he adqui-
rido portentosa
fama en
este pueblo,
mucho mas que
la
que tiene
compañero de Cauquenes, protejido también por su paternidad.
ini
He
escrito
en las paredes de la escuela la letra con sangre entray
hasta los mocitos de rhedia barba tienen que inclinarse ante tigo
i
la
i
el lá-
palmeta; por manera que no liai quien no respete al español
Cachiporra.
Aun
después de haber salido de la escuela
me
conser-
temor que como su paternidad me dijo la última vez que nos vimos, era necesario para abatir el orgullo a éstos enemigos de
van la
cierto
madre
patria.
Le aseguro,
sin mentir,
rrectivo solo por humillar
que muchas veces
a
los
mas
les
he aplicado
el co-
orgullosos. Si es que este sis-
— tema
se sigue en todo este
401
—
reino, producirá al fin
mui buenos
efec-
tos.
Besa
los pies
de su paternidad reverenda, su liumilde criado.»
H. de
No
la Cachiporra,
parecia sino que aquel fuera el dia de las cartas para el reve-
rendo padre, porque apenas concluyó de leer la anterior, cuando entró al cuarto
una
vieja,
quien entregando al fraile un papel dobla-
do, dijo:
— Sor Águeda me encargó dar a su paternidad esta carta en
moj^
no propia.
Desplegó Hipocreitía
el
papel
leyó:
i
«Reverendo padre:
«La
haberme
niña, después de
lieclio
concebir esperanzas, lia
vuelto a su terquedad primitiva. Parece que algo de nuevo le
pasado en
el
No oye mis consejos, i el confesor mismo se Ya se ve! quien lo hereda no lo hurta, pues,
convento.
queja de su tenacidad.
(no lo digo por mal)
ha
el
pobre don Marcelino ha sido siemj)re por-
fiado.
«Déme
consejo,
Dios
i
me lo guarde-^Su humilde
servidora que
se arroja a besarle los pies, pidiéndole su bendición en el
del Padre, del Hijo
i
del Espíritu Santo.
Amen.»
Sor Águeda^ Indigna abadesa de
El padre tomó
la
pluma
i
nombre
este convento^
contestó:
«Respetable madre:»
«Ponga a pañía.
Yo
la niña en
una celda
hablaré con el confesor.
sola,
i
quítele toda clase de
Su humildísimo
com-
capellán.»
Hipocreitía,
En
seguida dio la contestación a la
misma
vieja
i
se dispuso
a
salir.
—Talvez ha echado a perder dijo,
negocio ese imbécil clérigo O*,
sombrero. Es preciso que liable con
él:
cosa es esto de no encontrar un liombre que sucunde
un
tomando su bastón
¡(|ué triste
el
plan bien combinado
i
1
51
CAPITULO LXVII.
EL GOLPE
MAESTRO DE LA
PERFIDIA.
«El jeneral Pinto, asustado de su obra misma, retrocedió en el i con su propia mano entregó a los adversarios de la unidad liberal, la tea con que debian devorar sus inmortales preceptos. 5)
conflicto;
B. V.
Mackenna.
Entrevistas análogas a la que relata
el
— {Portales
7, 3.)
capítulo anterior, se suce-
dían cotidianamente entre los enemigos del gobierno. Se daba, se recibía i se comentaba las noticias, ya orijinadas del gabinete i de los círculos sociales de Santiago,
cartas escritas en las
ya traídas de
mas apartadas
rej iones
i
las provincias.
dirijidas
Las
a los prosé-
de la capital, eran leidas ya en reuniones secretas, ya en la plaza publica, cuando se creia conveniente su publicación. Cruzábanse las desconsoladoras noticias por todas partes: los unos las
litos
mas amenazadoras creerlas. La intranquili-
oian temblando de miedo, otros las deseaban
aun dad
mas
i
muchos
las recibían
i
las
daban
sin
a ser una enfermedad crónica de la sociedad: estado tanto alarmante, cuanto que era orijinado de las especies propaladas
lleo'ó
por un
como eran los pelucones. en que la duda i el temor que
i)artido tan autorizado ante el vulgo,
YivfosQ eu una época de trausicion,
— ella produce, tenían
403
—
a las jentes en un continuo sobresalto. Mar-
chábase como a ciegas por un terreno desconocido,
no era
difícil
i
en esa marcha
esplotar el candor de los que obraban de
mutua desconfianza producida por
la
buena
La
fe.
sistemática hostilidad
del
partido reaccionario contra los principios liberales, habia llegado a
un elemento social, que desunía aquí para unir allá, o para soldar amistades mas allá. Porque, no es estraño que quien desconfia de un vecino, busque un apoyo sólido en la unión de un tercero a quien teme u odia menos. Las causas de ese fenómeno político-social, que nuestra sociedad presentaba entonces, han llegado últimamente a evidenciarse de una manera tal, que de su estudio se deriva una severa lección para nosotros. ¡Quiera Dios que sepamos aprovecharla! constituir
¿Por qué la administración de los liberales se habia creado tantos
enemigos con
la práctica
algunos años después,
misma
el ilustre
del bien?
Hé
aquí
lo
que decía,
autor de las palabras escritas a la
cabeza de este capítulo:
«El gobierno destruía
los
privilejíos
comerciales e industriales:
luego nosotros, privilejiados, destruyamos ese gobierno.
«El poder
político
examinaba
i
tocaba la posesión de los sostene-
dores del orden antiguo: luego nosotros, frailes dos,
destruyamos ese poder
«El gobierno
i
clérigos privilejia-
político!
es hereje; quiere renovar las creencias antiguas
de
la plebe; quiere ilustrar: luego exaltemos a la plebe católica, anti-
gua, contra la ilustración, la herejía.»
Los pelucones supieron aprovechar ese estado de febril intranquilidad que ají taba la república, esas colisiones producidas por el ardor patriótico de unos, al estrellarse contra la frialdad egoísta o la
temerosa esquivez de otros; así como también la desíntelijencía de los diversos
grupos que formaba
el
partido liberal, grupos que, sin
embargo de mirar hacía un mismo fin, marchaban como a discreción. Esta falta de unión, i talvez una exaj erada corfianza en sus propias fuerzas, fué lo que los perdió. Mientras ellos creían poder
marchar sin miedo, con sus enemigos no perdían
el
la
estandarte de la libertad en
menor ocasión en minar
tema republicano que principiaba a
entreverse.
la
mano,
las bases del sis-
LotS ventajas
de su
posición social, sus riquezas, la ignorancia del pueblo, las antiguas
preocupaciones, los vicios de la sociedad,
í
hasta los mismos errores
del partido liberal, fueron otros tantos elementos de reacción los retrógrados supieron utilizar.
quQ
— El punto de apoyo de rios,
404
—
las insidiosas operaciones de los reacciona-
era el sur de la república. ConcCj^cion, cnyas aspiraciones de
influencias provinciales no cesaban de fomentar los pelucones, ha-
que Prieto, valiéndose de los
bíase hecho el centro de
la revuelta
mismos elementos que
poder supremo puso en sus manos, habia
el
logrado estender hasta las riberas del Maule. ción pelucona principió ^ot
una
traición:
i,
Hé aquí cómo traición ella
la esencia de sus aspiraciones contra la libertad
la reac-
misma en
los derechos
i
los pueblos, habia de llegar al fin a consolidarse por otra
de
gran
traición.
Con fecha 4 de octubre de 1829, se reunió la Asamblea provincial de Concepción, i levantó una acta, por la cual se declaraba en abierta rebelión contra los poderes constituidos, fundándose en las «infracciones cometidas por el gobierno contra la Constitución» que
mismos querían echar por tierra. consternó a Santiago, i los pelucones se empeñaron
acababa de dictarse
La
noticia
i
que
ellos
en estenderla por toda la ciudad, derramando por las calles
gran cantidad de hojas que
el ejército
rijirse
Los se
sueltas, en las cuales se
de Prieto no tardarla en atravesar
i
plazas
agregaba ademas, el
Maule para
di-
hacia la capital. liberales,
cuyas esperanzas se fundaban en
empeñaban en que
el
éste asumiese cuanto antes el
jeneral Pinto,
mando. Con
la
pronta organización de la administración suprema se podia cruzar las operaciones de los traidores.
ganar tiempo,
i
Pero a éstos
les
importaba mucho
consiguieron que el Presidente elejido renunciase.
Desechada la renuncia por el Congreso, «^^olvió el jeneral a elevarla de nuevo; i fué desechada por segunda i tercera vez. Entonces, Pinto asumió el mando; pero fué j)ara darle un golpe de muerte al Cuerpo Lejislativo, que era la salvaguardia de la Kepública.
Entraba por mucho en los planes reaccionarios, el introducir la discordia entre el Poder Ejecutivo i el Lejislativo, asi como la hablan introducido ya entre aquél i el Judicial. «Dividámoslos i los debilitaremos,» era la jaculatoria constante del padre Hipocreitía,
quien miraba de reojo al clérigo Franco cuando éste decia en sus arrebatos
— Es preciso que obremos de una vez contra éstos facinerosos!
—Nó! contestaba para recibirla en la
En
el
mismo
el fraile,
«esperemos a que la pera esté madura
mano cuando
caiga».
dia en que el jeneral Pinto se hacia cargo de la pre-
sidenciaí esto es, el 19 de octubre d^
1829, se hallaba el infatlga-»
—
405
—
He jesuíta
hablando con sus principales amigos en casa del ex-ininistro Ruiz Tagle. Después de liaber tratado largamente sobre el estado de los asuntos del sur, dijo con impetuosidad el clérigo Franco:
— Pues,
señores, ¿si Prieto cuenta con ua'^ejército de
mas de dos
mil hombres, por qué no se viene sobre la capital? Santiago es nuestro ¿qué
esperamos para dar
el grito?
— Pies de plomo, amigo mió, do.
le
interrumpió Hipocreitía sonrien-
Ninguna cosa sale buena si no se hace in debito tempore, -Para mí la verdadera oportunidad está en la rapidez con que
—
se obre, replicó Franco.
— Sin embargo, observó Dorriga, prudencia —¿Qué dejemos escapar pájaro? interrumpió la
aconseja... el otro.
el
—Nó, mi buen
amigo, respondió Hipocreitía. Es preciso no tra-
tomar el pájaro con demasiada precipitación, porque nos podríamos quedar con las plumas en la mano. Tiene razón, su paternidad, dijo Tagle: yo siempre he seguido tar de
— su —Yo puedo parecer.
estar
mui equivocado, prosiguió
el
jesuita con tono
mirando por entre sus negras pestañas a don Diego Portales, que se sonreía al observar los j estos que hacia el clérigo Franco:" yo puedo equivocarme; pero creo necesario concluir de prepararnos. Los tontos han caido en el garlito. Mui pocos son los que humilde
i
creen en el formal levantamiento de Prieto,
todos ellos piensan
i
encontrar en Pinto un sólido apoyo del sistema actual. El
Pinto
lo cree,
i
no es éste su mejor engaño;
que hemos conseguido de
él la
ya ustedes saben
])ero
clausura del Congreso.
reunirá éste para principiar de nuevo sus sesiones
mañana mismo
pero también
recibirá del
mismo
Mañana
se
en esta ciudad;
nuevo Presidente
la pro-
posición de cesar en sus funciones. .
— Pero; un hecho que Pinto ha accedido? preguntó Dorriga. —Tengo aquí una copia de contestó presentan¿es
la nota,
el fraile,
do a la concurrencia un papel doblado. Portales tomó la nota; la leyó rápidamente,
—Está en Este golpe maestro! — Don José Joaquín de Mora, que quien regla.
ha tenido
dijo.
es
es
Hipocreitía,
i
la
bondad de hacer en
la
ha redactado,
dijo
algunas altera-
ella
ciones que yo le he indicado.
--Don José Joaquin
—
es
un bucu
csj)añ()l, obsrrvc')
El señor Tagle es testigo, prosiguió
ol
IVaile,
Dorriga.
do
lo (pie
ha
lia-
—
—
406
bido que trabajar para hacer consentir a Pinto en que la salvación
de la Kepública estriba en la disolución del Congreso
i
en la nueva
El buen jeneral cree
elección de mandatarios para el año venidero.
a estas horas que solo así se conseguirá hacer desaparecer las rivalidades, los odios de partido, las
di^dde al país.
Es
preciso, señor jeneral, le
pretesto a la sedición cree así
i
ambiciones
i
todo pábulo a las
i
el
descontento que
he dicho yo, «quitar todo miras personales.» El lo
obra con la conciencia de que tal proceder pacificará al
Pero una vez disuelto el Congreso, el país es nuestro, como un rebaño al cual se le ha quitado el pastor. Cuando Hipocreitía hubo terminado, todas las miradas se fijaron en él. El fraile hablaba con la elocuencia de un hombre inspirado, i el tono solemne de su discurso, dominó a los concurrentes, algunos país.
de los cuales esclamaron:
—
Sí
;sí:
es verdad!
Entonces será
el
momento de
obrar.
Portales nada decia: solo se contentaba con mirar de hito en hito al fraile
mientras hablaba;
i
concluyo al
un jesto en que se revelaba Esa misma tarde se hablaba en
so con
cierto
fin
por aprobar
el
discur-
grado de admiración.
los diferentes círculos
de Santia-
de la manera enérjica con que
go de
.la
una
otra vez, habia sido rechazada por la Representación Nacional.
i
dimisión del jeneral Pinto,
i
Habíase descubierto que estas renuncias no eran mas que un juego de coquetería aconsejado por los pelucones al jeneral, cuya debilidad esplotaban. Ellos sabian
greso no acej)taba la renuncia,
mui bien que i
la
mayoría del Con-
esperaban sacar partido de la des-
intelijencia entre el cuerpo lejislativo
i
el
presidente electo.
Esta desintelijencia comenzaba a verse bien claro en los motivos mismos que servían de base a la renuncia de Pinto. Este escribía al Congreso con fecha 18 de octubre que «entre los principios que dirijian al Congreso i los suyos, no existia aquella armonía, sin la
ninguna administración podía ser útil.» ciendo: «que no solo era lícito sino obligatorio^
I luego concluía di-
cual,
el
renunciar la presi-
dencia, a causa de la imposibilidad de aceptarla, sin aparecer 2^artl-
cipe en actos que no juzgaba conformes a la
lei\ i
que ademas, eran de
una tendencia perniciosa.^ ¿No ven ustedes? decían ios mas exaltados. ¿No ven ustedes cómo ya se ha sembrado la zizaña entre los poderes Lejislativo i Ejecutivo?... ¡Aquí está de manifiesto la mano de los pelucones! Por subir al mando serán cai)aces de empujar al país a la guerra civil. Hablábase ademas en los numerosos corrillos de 'cierta entrevis-
—
— 407 — ta habida entre Pinto
quedado convenido que armaría por
sí
los principales pelucones,
i
la revolución
en la cual, liabia
que amenazaba
misma, a condición de que
al país, se des-
se disolviese el
Congre-
so.
Los
noticieros referían mil anécdotas
que revelaban la maléfica
influencia del partido reaccionario sobre el
aun aseguraban que ya
ánimo del Presidente,
éste liabia firmado la nota
i
que debia envi-
ar al Congreso proponiendo su separación.
Esta vez decian verdad que tenian
fe
en
el
los noticieros: sin
él se
liabia
muchos
buen sentido del jeneral Pinto, i prestase a servir de apoyo a los reaccio-
patriotismo
no podian creer que
embargo,
i
narios. Otros, sin hacer agravio a la lealtad del ilustre jeneral, te-
mían que i
éste no fuera a ser víctima de las instigaciones peluconas,
se decidieron
a hacerle presente que, en caso de haber acojido tan
fatal idea, desistiese
A este
fin
de
ella.
comisionaron a don Carlos Rodríguez, para que, acer-
cándose al Presidente,
le
manifestase cuan peligroso era en las ac-
un apoyo tan importante como el Congreso; mayormente cuando la medida en cuestión pugnaba abiertamente contra la lei i era en un todo contraria a las contuales circunstancias, el deshacerse de
veniencias políticas. Rodríguez juró cumplir fielmente con la comisión que sus amigos políticos le daban.
'10 :-
CAPITULO LXVIII.
rodríguez
pinto.
i
La
separación espontanea del Congrela convocación de los cuerpos electorales; i la renovación de las elecciones constitucionales para el año venidero en las épocas que la lei fundamental señala: tales son en la opinión del Gobierno las solas medidas que pueden salvar de un nauso;
frajio
inminente
el bajel del
Estado»
(Nota del presidente Pinto al Congreso^ proponiendo su disolur cion.— Octid)re 20 de 1829J Rodríguez era un patriota ardiente la libertad;
i
i
entusiasta por la causa de
liabia servido con decidida constancia el Ministerio
del Interior durante
el
gobierno de Pinto. ¿Quién otro mejor que
ánimo del jeneral? El dia 20 se presentó don Carlos en el palacio. Al dirijirse liácia la sala del despacho, vio en una de las oficinas a Ruiz Tagle, Mora él
i
para
el
influir
ventajosamente en
el
padre Hipocreitía que conferenciaban entre
miraba bien a ninguno de los tres, pechas contra ellos. Así preparado,
i
sí.
Rodríguez no
concibió entonces graves sos-
se dirijió a hablar con Pinto;
— — Dígame VE. preguntó —¿Qué — Que Gobierno piensa :
409
¿es
—
verdad
lo
que se dice?
se dice?
el
pedir, o
mas bien
diclio,
piensa orde-
nar al Congreso su disolución. Pinto no contestó sino con un suspiro.
Mi atrevimien—Perdóneme VE. prosiguió Rodríguez con tengo a mi nace del amor que amo menos? interrumpió Pinto, levanUd. pue yo — calor.
to
país.
¿I cree
lo
le
tándose de su asiento. Solo
el
deseo de la tranquilidad pública
lia
podido obligarme a dar este paso.
--¿Luego
es verdad?
—Verdad. — Señor
jeneral!
solo a la amistad
don Carlos con ese tono de reproche que
dijo
le es
permitido tomar. Calcule Vuecelencia las
consecuencias de este acto.
—Están consideradas, amigo mió. La República da.
Las instituciones amenazadas por
solución,
fnevüL,
la revuelta;
i
se halla dividi
yo no veo otra
de hacer esta concesión a los enemigos del orden
para quitar todo pretesto
— Para
envalentonarlos, debiera
V
E. decir, pues en cuánto le
quiten al Gobierno el apoyo del Congreso, la victoria será de los traidores, dijo
— Pero
si
don Carlos con ardimiento.
bien es verdad, replicó Pinto, que
traidores a la causa de la libertad, no
liai
en ese partido
me podrá Ud.
negar que tam-
eso, contestó
Rodríguez. Hai
bién hai hombres honrados.
— De ningún modo podria yo negar en
el
l)aís;
partido reaccionario
pero
aman
lo
muchos hombres de
bien,
que aman al
a su manera; personas distingmdas por su sa-
ber, pero cuyas preocupaciones borran en su entendimiento las sa-
nas ideas de la ilustración para dar cabida a las malas priicticas en
que se han envejecido.
— Sin embargo —Esas prosiguió don jentes,
porque nunca la
lian ])racticado;
tán acostumbrados a cion política
mada,
i
Carlos, tienen
él;
i
el viejo
la libertad,
sistema, porque es-
serán capaces de oponerse a la njencra-
social del })aís,
así se los ordena.
aman
miedo a
porque su conciencia, falsamente alar-
Nó, señor: yo no creo que todo
el
partido
reaccionario esté compuesto de malvados. ¡Pobre de Chile entonces!
Seria preciso emigrar de aquí. ..Lo que yo ideas,
i
la ignorancia
de
la
mayor parte do
crcío es (juií
la
falta do
esus hombres, pervier-
— ten su voluntad, que de otro
— Creo que
410
modo
—
se dirijiria al bien de
la patria.
Ud. exajera las circunstancias, amigo, contestó el jeneral. Es preciso que nos acordemos de que también ellos son chilenos
como nosotros para
hacerlos participantes de los negocios
públicos.
—
¿I^ig'o
a todos
yo
lo contrario? Confieso
que la equidad manda llamar
hombres buenos, cualquiera que sea su partido, a formar parte de la dirección de la Repúbhca. Yo no miro a mis enemigos políticos sino como a verdaderos compatriotas. ¿Ha hecho otra los
cosa el Gobierno sino darles destinos públicos?
—Es verdad; pero — Muchos de sus prohombres ocupan puestos elevados en
cito,
el ejér-
en la administración, en la magistratura judicial... Ahí están
Prieto,
Ruiz Tagle
— pero yo me campo de ideas — Ah! eso otra señor jeneraL En ese terreno jamas un pelo a — ¿Por qué? — Porque hemos peleado por ideas republicanas, referia al
Sí;
es
las
no cederé
cosa,
los contrarios.
las
que sostengamos su
im^^erio.
i
es preciso
Nuestros padres vencieron al enemigo
campo de batalla, i nosotros debemos proseguir la noble lucha en el campo social. Yo creo que la prudencia manda ser toleranen
te
el
con los hombres; pero en cuanto a la entronización de los malos
principios,
ya es otra
— Comprendo su Pero,
cosa.
idea;
yo mismo abundo en
amigo mió; cuando uno
ai!
ner los principios
i
la
ella, dijo el jeneral.
de soste-
se ve entre la necesidad
de hacer concesiones...
— Concesiones? Yo no veo necesidad de que habla VE. —No hablo de concesiones que puedan rebajar dignidad de República — entonces? mil veces de dejar en necesidad que a — Me la
la
la
¿I
refiero
la
la so-
liai
ciedad un resquicio por donde se escape esa fuerza enjendrada por las
malas pasiones...
— Pero eso suele perder a una administración, cuando de que VE. abra —¿La — señor: porque injusto abandonar a su suerte es la
la
puerta
la injusticia.
injusticia?
Sí,
es
i
a}X)yo esas instituciones por las cuales tantos patriotas se crificado.
dejar sin
han
sa-
—
411
—No quedarán abandonadas. Al que
el
amor a
— contrario,
amigo mío: yo creo
esas instituciones es lo que obliga a muclios
hom-
bres de bien, del partido enemigo, a hacer la guerra al Gobierno.
—No
lo crea
YE... Si mañana toman
do, la Constitución
de su furia contra
Esta-
que aparentan defender sera la primera víctima
las ideas democráticas.
— De todos modos, dijo deber hacer
ellos las riendas del
el sacrificio
el jeneral;
mis
fines
son buenos. Creo
de
—¿De qué? — De renunciar, Congreso no aprueba plan que propongo. — Pero, Señor... por Dios! —Estoi decidido a en paz. de — YE. que obtendrá jamas paz en una república el
si el
beneficio
ello
I ¿cree
el
se
la
siu
la
establecimiento del réjimen democrático?
— Pero acordémonos de que de traer
la
guerra
civil, la
la defensa
de esos principios nos ha
lucha entre hermanos. Ah! don Carlos!
tiemblo solo al considerar que yo podria llegar a ser causa de un de-
rramamiento de sangre entre mis compatriotas.!
— Dígame YE., preguntó Ilodríguez con mas calma ¿Se acordaron ayer nuestros padres de que tenian que luchar con sus propios compatriotas para deshacerse del poder español?
gar que la sangre de
No
los chilenos debió ser preciosa
se
puede ne-
para
los
auto-
i sin embargo ¿dudaron ellos un momento en derramar aquélla a fin de obtener ésta. Lo que ayer hicieron nuestros padres ¿no podemos proseguirlo hoi nosotros? Por-
res de nuestra Independencia;
que, considere
YE. que
dejando a sus hijos
el
ellos
no hicieron mas que
iniciar la
obra,
cuidado de concluirla. Nuestra independencia
no será un hecho consumado, hasta que no hayamosí establecido fuertemente entre nosotros
—Estoi
en
ello,
el
réjimen republicano.
contestó Pinto; pero le diré a Ud. ademas, quo
no encuentro desprovistas de toda justicia gan para la disolución del Congreso.
las razones
—Ah! Señor! esclamó Rodríguez, dudando aun do
que
ellos ale-
]o (pie oía.
No
entraré en esta discusión porque seria demasiado larga, penosa
i
ha hecho a YE. tomar escontrario; me parece que el mejor medio do es sostener al Congreso, único apoyo que el
talvez inútrl, desde que tal convicción lo te partido.
Yo
creo lo
evitar la guerra civil,
Gobierno
tiene,
i
por aliora, entro los poderes constituidos.
Hubo un momento de
silencio,
durante
el cual,
Rodríguez había
—
—
412
tomado su sombrero, dando muestras de querer retirarse, mientras el jeneral se paseaba, sumamente contrariado, alo largo de la sala. Pues yo he querido probar al país entero, dijo éste, que no me anima la menor ambición; i estoi dispuesto a hacer el sacrificio del mando, a fin de obtener la paz que tanto deseo.
—
—Me parece que en
el
seria
mas
patriótico el sacrificio de conservarse
puesto mientras la reacción amenaza la República, contestó
Rodríguez.
— Me
es imposible:
no tengo fuerzas, contestó
el jeneral.
Bien
sabe Dios, que daria mi achacosa existencia por la feHcidad de
mi permanencia en
país; pero creo firmemente que
de ser fatal a
Mi
la tranquilidad pública.
mi
este puesto, pue-
resolución es irrevocable
porque no encuentro otro medio de conjurar la tempestad que nos
amenaza. Rodríguez
salió desesperado.
En
la puerta del palacio se encon-
don Melchor Ramos, oficial mayor del Ministerio del Interior, a quien don Carlos profesaba la estimación de que el joven era digno. Ambos amigos se saludaron con cordial franqueza, i emtró con
pezaron a hablar sobre
el
acontecimiento en cuestión.
— Casi no puedo cabeza con ambas manos. —Desgraciadamente verdad,
creerlo todavía, dijo Rodríguez, apretándosela
es
la nota,
podido
i
acabo de tener con
el
Ramos. Yo mismo he leido Presidente un disgusto que no he dijo
evitar.
—¿Cómo —Encontrándome así?
ha querido que yo autorice con mi firma una nota contraria a mis hoi interinamente a cargo del despacho, se
principios.
— qué sucedió entonces.? «Nó, señor Presidente, — Me negué a ¿I
firmarla.
le dije al jeneral;
no creo que VE. quiera obligarme a traicionar mi conciencia.
puedo firmar Ah!
esto.:?)
— — Pinto pareció conmoverse
libertad.
aquel
Yo no
Yo no
momento
al ver
mi
resolución,
sabia aun lo que él haria en
i
seguida,
me
dejó en
cuando en
entró a la sala el padre Hipocreitía
un — Creo que —Yo creo mismo, a pesar de amistad que parece profesar familia del Impuesto de sucedido, a toda — «¿qué primero? No hai hai para que firme Maldito
es
fraile!
lo
jo;
la
jeneral.
la
dificultad
traidor.
el fraile
el oficial
lo
di-
—
413
—
mas que poner:» por ausencia del oficial mayor encargado del despacho. De esta manera, prosiguió diciendo el fraile i mirándome de un modo particular, quedará tranquila la conciencia del señor Ramos. En seguida salió de la sala a llamar al oficial primero, refunfuñando entre dientes: ¡^í^í?<9;^í?^^maI... Es preciso no contrariarla jamas, i yo respeto hasta los menores escrúpulos de un hombre. Cinco minutos después, ponia don Alejandro Mardones su firma al pié de la indigna nota.
— Ha obrado Ud. noblemente,
dijo Eodríguez,
cuyo jesto mani-
festaba la indignación de su alma.
En
seguida apretó la
mano de
pagar con la persecución del honor
i
de la justicia.
i
su amigo, quien pronto habia de
el destierro,
su lealtad a los principios
CAPITULO LXIX.
ANSELMO RECIBE NOTICIAS DE LUCINDA.
yo espero:
c(Sí!
al
pesar las diclias siguen
¿Qiiién m:!a vez en el oscuro cielo No vio brillar el iris del consuelo,
Tras la tempestad?
DEL Solar.)
(E.
Dos
o tres dias después, el capitán
trar en su casa a su
mano. Traia tía;
i
el
Muñoz
i
su esposa vieron en-
amigo Anselmo que venia con un papel en
la
joven, pintada en el semblante la ajitacion que sen-
al saludar a sus amigos, les presentó el papel, diciéndoles al
mismo tiempo: La liemos encontrado!
— —¿Qué — Que
liai?
qué
te sucede?
preguntó
el
capitán Muñoz.
acabo de saber que Lucinda está en
Capuchinas, contestó
el
el
convento de las
joven.
— Gracias a Dios! esclamó —Vean ustedes por qué circunstancias Cecilia.
lo
he sabido. Ustedes
tie-
nen conocimiento de que tengo en ese convento una desgraciada hermana. Te he oido hablar de
— —Anjelina me
ella, le
interrumpió Andrés.
escribe esta carta.
Yoi a leérselas a ustedes;
— Mi
415 --
querido kerma7io:
Hace pocos
clias
que han puesto contra su voluntad en este con-
a una niña llamada Lucinda de Rojas, La casualidad^ o mas bien Dios, que dirije los acontecimientos de la vida, nos ka unido con la mas sincera amistad. Me ha hecho la confianza de su vida entera, imponiéndome del amor que los une a utedes dos. Considera, herma-
vento^
no mió, cómo
la
habré abrazado!
La
mi corazón: puecariño que me ha inspirado.
quiero con todo
merece todo el
do asegurarte que
ella
Es un
mi querido Anselmo, no podias haber hecho mejor
dnjel;
i
tú,
elección,
—Pobre de la carta
hermana i
I
esclamó
limpiándose con
que aparecieron en sus hoi de
mi
ojos.
el
joven interrumpiendo la lectura
el
revés de su
mano
las
lágrimas
jElla^ tan desgracia, solo se
acuerda
felicidad!
En
seguida prosiguió:
En
varias cartas que Lucinda ha recibido de sus padres,
le
ha-
blan éstos de la necesidad de que ella p>ermanezca en el convento;
pero sin
haya p)ara haber tomado esta resoLja pobre niña se desesp>era cada dia mas, i me
decirle las razones que
lución tan cruel,
asegura que su madre no puede haber escrito ninguna de las cartas
que aquí han llegado con su firma. Mientras tanto, se la estrecha por medio del confesor, para que dé su consentimiento a no sé qué proyecto de matrimonio con otro caballero
— Infames! esclamó Anselmo, prosiguiendo en seguida: Te
escribo esta carta,
no solo por
inspiran, sino porque creo
el interés
que tú
un deber de conciencia
el
i
LAicinda
me
dar a conocer
lo
que yo llamo un complot contra esta desgraciada niña.
Para colmo de
desdicha, la han separado últimamente de m\,
tienen encerrada en
una
ella encuentre algún
apoyo en mis consejos
Anselmo papel crujió Creo,
celda, porque, según creo, se
No
i
ha temido que
una pala])ra; pero entre sus manos temblorosas. Luego prosiguió:
volvió a interrumpirse.
hermano mío,
7io
dijo
la
el
tener necesidad de pedirte que obres con
mayor ¡prudencia. Si el padre de Lucinda hace llegar las cosas al €stre?no, no tomes una resolución desesperada^ porque la desesperación es mala consejera. Confia en Dios, i no conviertas en odio el amor de tu corazón. Si hai e7i la tierra quienes se opongan a tu dicha¡ la
—
416
—
acuórdate de' que hai también en el cielo una Providencia que jmede mas que todos los poderes del mundo. Yo espero que al fin ha de abrir Dios los ojos al padre de Lucinda^ porque aquí ahajo, ni aun la desgracia es eterna, hermano mió. No des cabida en tu pecho al des-
busca el apoyo de algunas personas de valia, que inñuyan en el ánimo de don Marcelino, confiando siempre en que Dios ayuda aliento,
i
los esfuerzos honrados.
Adiós
—Recibe un abrazo de tu hermana que ruega por tu
Concluida de leer la carta, los tres amigos se quedaron unos pocos instantes mirándose en silencio. Luego dijo Andrés:
—Es indudable que cartas de doña Trinidad son supuestas. —Yo también contestó Anselmo. — Pobre niña! murmuró —¿Qué pensado hacer? preguntó capitán. — Llevar esta carta a don Eamon, contestó joven, para tomar consejo de —Me parece Mientras yo a ver a doña las
lo creo,
Cecilia.
lias
el
el
él.
bien.
dijo Andrés....
tanto,
A propósito
Estrella,
iré
¿sabes lo que se
me
ocurre?
—¿Qué cosa?
a don Cándido, — Que don Kamon cual muclia padre de Lucinda. sobre de don Cándido; según he — Te engañas: don Marcelino encuentran mui ahora no Andrés. —Tanto mejor, —¿Qué quieres estando — Que don Cándido nos podia prestar algún visite
fluencia
tiene
el
in-
el
se rie
sabido,
i
bien.
se
replicó
decir?
servicio,
si
bien con su compadre Marcelino, ahora que están mal, podemos contar con que nos servirá con la mejor voluntad.
— De doña Estrella espero mucho; pero de don Cándido —También debes creer que nos ayudará siquiera con su nombre; así
como doña Estrella
lo
hará con su intelijencia
i
su buen cora-
zón. Te repito que conviene mucho el que Freiré le haga una visita como para solicitar su cooperación en este negocio. Don Cándido es vanidoso
i
aspira a figurar; por consiguiente, la visita de
una
persona de la import?aicia i de las relaciones del jeneral, lo llenarán de satisfacción i de esperanzas, poniéndolo de nuestra parte. :I aun cuando mas no fuera, agregó Cecilia, si con eso se con-
que don Cándido no sea un estorbo para Estrella, se habrá puesto una pica en Flándes. sio-ue
~
— Pues — yo
417
—
verme con el jeneral, dijo Anselmo^ poniéndose en el bolsillo la carta de su hermana. I voi a casa de don Cándido, dijo Andrés, para imponer a doña Estrella de todo lo que pasa. Cecilia, viendo salir a su marido i a su amigo, se quedó rogando voi a
a Dios por que obtuvieran el logro de lo que deseaban. Media hora después, ya Andrés habia impuesto a doña Estrella de todo lo que sabia. Don Cándido oía la relación con cierto aire distraído,
como
si
no
le
importara gran cosa aquel asunto en que
menos que desgracia de su ahijada Lucinda; pero no bien hubo
veia interesarse tanto a su esposa, la felicidad o
hablado
el
ñor de
Rueda esclamó:
la
i
en
cual iba nada
el
capitán de la probable visita de Freiré, cuando el se-
—¿Qué dice usted, capitán? — Que según todas probabilidades, tendrá usted aquí esta tarde de a mejor espada de Chile —Ah! señor capitanl — A uno de mas beneméritos del — Oh! señor capitán Muñoz! —A una de personas mas bienquistas en gobierno —¿Pero está Ud. seguro? Porque ha de saber Ud. que yo no las
visita
la
los jefes
ejército
las
el
tengo la honra de conocer personal
i
amistosamente
al jeneral
Freiré.
—No seguro, respondió Andrés; pero tengo motivos justos para creer que vendrá — Bienvenido don Cándido; en cuanto a Ud., señor estoi
hoi.
dijo
sea,
capitán, le agradezco en el
Voi a ¿Adonde vas?
— do queria —Voi a
salir
Cándido.
i
alma
la advertencia
que
me ha
hecho.
preguntó doña Estrella, viendo que su mari-
le
de la pieza.
nmdarme botas, Estelita, respondió en voz baja don ¿Cómo quieres que espere al señor jeneral con estas botas
rotas?
Dicho entrar,
como
esto, salió;
i
después de un buen cuarto de hora, volvió a
no solo con botas nuevas, sino vestido de p.unta en blanco^
él dccia.
— Señor capitán,
dijo,
acercándose familiarmente a Andrés. ¿Está
Ud. seguro de que el objeto de Freiré sea tos de mi ahijada?
—
el
hablar sobre los asun-
iío es otro, señor, fuera del de ¿saludarlo cordliüincnte....
—
—
Miiclio lo agradezco el saludo,
selo con la
— —
—
418
misma
i
pronto a correspondér-
estoi
cordialidad, siempre que sus fines sean rectos.
puede üd. dudarlo?
¿I
mi amigo! esclamó don Cándido bajando mas la voz; cuando un hombre como yo tiene la desgraciada felicidad de estar casado con una mujer linda, está también en su derecho para temer Ali!
que no todas que,
si
no
tengan fines rectos
las visitas
me
engaño, es
mismo
el
Pero dejemos esto
Freiré el viene entrando por el
zao'uan.
Así era en realidad. Don
Ramón
mas
a quien hizo la señora la
venia acompañado de Anselmo,
favorable acojida, mientras don Cán-
dido se deshacía en cumplimientos con
—Aunque dijo éste,
me
no tenia
el
he tomado
—Ya tengo
placer de conocerlo a Ud. personalmente, la libertad
de venir a pedirle un servicio.
conocimient j de todo, por
interrumpió don Cándido;
me
el jeneral.
el
señor capitán Muñoz,
agradezco a Ud., señor jeneral,
i
el
que
proporcione la dicha de verlo, para lo cual pongo a su disposi-
ción todos mis posibles.
—Mil
gracias, señor: ¿por
manera
que....
puedo contar con su
apoyo?
—Ademas de que tengo nes que
el carácter
de padrino de Lucinda,
— Pues, fundado en — Razón
también que cumplir con
eso he venido a
por la cual
le
empeñarme con
bárbaro
incivil
—Es
^decir,
con que
mi compadro, no
mi al
el logogrifo
de su
dejo de conocer que es
un
interrumpió vivamente Freiré, que puedo contar
Ud
—Nó,hija cutor
usted...
he dicho a Estelita, que no es caridad
permitir que esa pobre niña sea martirizada por padre, que aunque sea
las obligacio-
me imponen
niia, le dije
le decia,
i
lo
que su interlo-
viendo que la señora habla salido de la pieza): nó,
vida, es preciso
momento mi
a Estelita, (sin atender a
cortar los planes de
idea,
i
como
mi compadre. Ella aceptó Por-
es inca])az de contradecirme
que ha de saber, señor jeneral, que yo, aunque trato mui bien a mi esposa i la quiero como a las niñas de mis ojos, no permito que ella
me
contraríe en lo
—Muí
bien
mas mínimo
he^^lio,
señor de la Rueda, interrumpió Freiré, ya
fatigado de la charla de su interlocutor;
vamos a uuestro a«uuto
mui bien hecho; pero
vol-
— —Así
fué, prosiguió
419
—
don Cáudido, que Estelita
jar en el sentido que yo le indicaba
— Muclio agradezco a Ud. —La
se
puso a
tr
aba-
.
a la señora
i
tengo bien enseñada, señor jeneral, a que siga sin chistar
camino que yo
ni mistar el
le trazo.
Yo mismo
mi compadre en qué convento estaba su
ñií a preguntar a
pero
hija;
él
nada quiso
decirme
—Ya sabemos que Lucinda está en —En Capuchinas.... I ahora que me acuerdo: ¿sabe Ud, que tenemos ganada a mi compadre? —¿Cómo preguntó Sepa que — Mire Ud., señor abadesa de Capuchilas
se la
Freiré.
así?
jeneral.
nas, Sor
Águeda
no
de....
me
la
las
acuerdo ahora, es hermana carnal de
primera mujer de un amigo íntimo de mi difunto hermano, que murió cuando la peste grande, el año de la
—Vea, señor su asiento:
de
la
Rueda, interrumpió
objeto que aquí
el
tar con usted para.
me ha
el jeneral,
alzándose de
traido es saber si puedo con-
.....
señor; para interrumpió don Cándido. — Para — Porque puede suceder que haya necesidad de emplear todo,
todo,
la fuer-
za contra don Marcelino;
i
como
si
llega el caso de sacar del
nasterio a Lucinda, yo no podria ponerla en
mi
casa,
mo-
pues las aza-
rosas circunstancias en que el país se halla, nos tienen a todos los
soldados sin paradero
fijo......
paradero. —Ya entiendo, podríamos contar con su casa de Ud? —Quisiera Ud. a su disposición, señor respondió cjn voz — La entera doña Estrella, que en aquel momento entraba en —Estelita ha apresurado a contestar por mí, don Cándiseñor, sin
saber: ¿si
jeneral,
tiene
la sala.
dijo
se
do, porque
sabe
mui bien que nada me gustaria
tanto
como tener
aquí a mi ahijada. Aliora me permitirán — Gracias, gracias Voi a verme con don Marcelino. tedes que me señor a usted mi don —No señores, dijo Freiré.
us--
retire.
necesito ofrecerle
jeneral, dijo
casa,
Cándido, porque mui bien puede echar usted de ver
el i)hicer
que
como suyo cuanto me pertenece. Yo mismo lo acompañaría a casa de mi compadre; pero me es imposible, ])(>rque yo me conozco, no soi dueño de mí mismo, cuando mí com-
me
daría considerando
i
padre suelta
las
barbaridades que suele
don Cándido, sacudiendo amistosamente
Sí,
la
señor jeneral, decía
mano de
Freiré.
;Yo
— me
420
—
conozco! -Qué Dios lo haga lograr a Ud. lo que desea! I tú Es-
telita
¿dónde piensas
ir,
que te veo tan compuesta?
— He pensado que conviene imponer a mi comadre Trinidad su yo misma a lugar en donde mismo punto que — Pues ya que Ud. está
liija,
i
voi
del
decírselo.
se dirije al
yo, quisiera te-
ner la honra de acompañarla, dijo Freiré, ofreciendo su brazo a la señora.
— La
honrada seré
tomando
el
yo,
que no Ud., respondió doña Estrella,
brazo del jeneral
i
diciendo graciosamente a los que
quedaban:
—Con
su permiso, amigos mios: quedan ustedes en su casa.
.:o:-
CAPITULO LXX.
DE
COMO DON CÁNDIDO
LE TENIA
MIEDO A LAS CASUALIDADES.
cíPara las casualidades, el diablo se lo vale!»
(dicho popular.)
—¿No
ve usted lo que yo
cándose a Andrés las ventanas salir
i
le decia?
mostrando con
que caian
el
esclamó don Cándido acerdedo por entre las rejas de
al patio exterior, la parcya
que acababa de
de la pieza.
preguntó Andrés. —¿Qué quiere usted — no entiende usted todavía, señor capitán! ¿No decia yo? — Pero ¿qué me decia? -^Que Lo que —Ah! Pero ¿puede usted creer interrumpió don Cándido. Pero — yo no creo nada, decir?
se lo
¡I
es el diablo!
estas visitas... Ali!
?
señor!
Si
casualidad tan... casual! sin conocerme;
i
(jué
Mire usted:
él
(con mi'j)ermiso, se entiende)
ir
a casa de mi com})adre;
al
En seguida,
mismo
ojo;
yo
le
permito
viene a visitarme
ir
el
me
(1(í
scñorjeneral ])n)ye('ta
tiem])(>])royecta
a hablar con mi comadre. Entra Estelita;
guiñada de
jeneral
de haber estado Estelita en casa
esto después
i
el
mi mujer
el
ir
pide permiso con una
con otra guiñada;
i
hi ])areja so íor-
Ar>o
mapor una
me
casualidad del diablo. Ali! mis amigos, prosiguió: créan-
mucha
a mí, porque tengo
experiencia! El diablo hace de estas
yo no estuviera seguro de mi esposa, a pesar, de su belleza... Sin embargo, en estos negocios es menescasualidades a cada rato;
ter conservar
mas
i
si
las apariencias...
Ah!
las
mujeres bonitas causan las
deliciosas intranquilidades de la vida! I usted,
mo, prosiguió, dirijiéndose
como cosa
amigo Ansel-
usted que se va a casar (porque
al joven:
hemos tomado a pecho este negocio), usted que va a casarse con mi linda ahijada, Dios lo libre de las casualidades del diablo, porque de los demás peligros la librará la virtud de mi ahijada; i tenga entendido que en esto del matrimonio, valen a veces mas las apariencias que la realidad. ¿No es así, señor capitán? preguntó lanzando una gran cuéntelo
segura, desde que yo
i
Estelita
carcajada.
—Usted pidiéndose. —Ya oye
Muñoz
tiene razón en todo cuanto dice, respondió
lo
usted, prosiguió
don Cándido, sacudiendo
de Anselmo que también se desi)edia; ya
la
des-
mano
oye usted, mi querido
lo
ahijado: no eche en saco roto cuanto acabo de decirle.
—^Agradezco a usted sus instructivas ble padrino, respondió
Cuando
los dos
'
mi
respeta-
Anselmo riendo de buen humor.
amigos hubieron
paseándose a
refleccionar,
advertencias,
lo largo
— Pero después de todo, decia:
de la
el
don Cándido empezó a
salido,
sala.
hecho es que yo
me he
compro-
metido a obrar contra la autoridad paterna de mi compadre, por grosero lo
i
torpe que sea, no deja de ser
el jefe
el
cual
de su familia! I
peor es que Estelita, viendo como yo ataco la sagrada autoridad
de mi tonto compadre, puede perder mucho de su espíritu de obediencia
i
llegar hasta... Pero ¿quién es capaz de decir hasta
adonde
puede llegar una mujer que comienza por no obedecer al marido? Mientras tanto, Andrés i Anselmo hablan llegado a la plaza de
Armas. Iba
el
mozo tan
ajitado con las repetidas lecturas de la car-
ta de Anjelina, que casi no escuchaba a Andrés, el cual,
cede siempre en casos semejantes,
— Pero,
le
como
su-
aconsejaba tener paciencia.
amigo mió, interrumpióle
el
joven ¿quién puede perma-
necer tranquilo en vista de tanta infamia?
— Sin embargo, nunca mas necesaria tranquilidad que cuanpreciso oponerse a esa infamia, contestó Muñoz. do Anselmo. —Tienes razón: un amisconsejos de atiende a — Pues entonces, déjate la
es
es
soi
niño, dijo al fin llevar
i
los
la
— 423 — tad.
Vamos
Andrés:
al café, prosiguió
aguardaremos
allí
el resul-
tado de la entrevista.
Ambos amigos
Café de la Nación, endonde encontraron varios grupos de curiosos charlando sobre política, asunto entraron al
Siendo como era
de la época.
predilecto de las conversaciones
el
uno de los encontraba nuestro conocido don Catali-
objeto de Andrés, distraer a su amigo, se dirijió con él a
grupos, en cuyo centro se
no Gacetilla. Hablaba éste hasta j)or los codos, como suele decirse, mientras que el círculo que lo rodeaba permanecía mas o menos callado
i
pendiente de la verbosidad del orador.
—Yayo
se los liabia pronosticado, decía Gacetilla.
Yo no
de venir a parar la conducta del gobierno. paja;
i
cuando
les platicaba
En
esto había
hablo a
de la revolución, era porque
humo de
lo sabia
de
buena tinta. Esta administración bambolea... Ya ven ustedes, Pinto ha rehusado por tercera vez el mando, porque el Congreso lia rechazado su proyecto. Pues ¿no lo liabia de rechazar, interrumpió uno, cuando se le
— pedia su disolución Congreso? — para qué queremos Congreso ahora? 23reguntó — Para que medidas necesarias contra al
¿I
dicte las
los
Lo que
contestó con valor el primero.
la libertad,
otro.
enemigos de
los
pclucones
quieren es aislar al Gobierno, introduciendo la discordia entre el
Congreso, que es
el
poder en que
})or
él
i
ahora puede encontrar
apoyo.
— Para medidas, tenemos de sobra con gabinete, observó un español. —Eso será en su contestó en donde impera un dictar
el
viejo
allá
el tribuno;
titución
i
pero no aquí, que queremos ser rejidos por nuestra Cons-
por poderes
— Pueblo! pueblo! ¡Llenan
la
tirano,
tierra,
ele j idos
por
refunfuñó
pueblo.
el
el
viejo
separándose del círculo.
boca con esa palabra! ¿Qué sabrá
el ])U(^blo
de achaípies
de gobierno?
— Lo mas
singular, decia GacctiUa, es que
cuua que debia ocupar re renunciar,
el ])uest{)
según dicen.
brasa de fuego, según es
No el
en lugar de Pinto, también
parece sino (pie
miedo que
Prieto se encamina a Santiairo...
cha;
(d vice-pres¡doiif(^
La
le
el
mando
tienen! I
cosa es
\\-
(|U¡e-
\\\('^('
una
mientras tanto.
lieclia; sí
señores, he-
lo sé positivani(>nte.
— Gacetilla
se
ha
Ikm'Iio o])ositor desd''
timamente, dijo entre dientes uno.
A
carcelazo (pie sufrió úl-
— —¿Crees
424
—
tú que hablo de picado, interrumpió don Cat aliño que
liabia oido las últimas
liombre de ideas,
i
palabras. Te equivocas, hijo mió.
cuando
el
Yo
sol
gobierno bambolea
en tono burlón — Debemos hacernos a un respondió —Nó; no que yo digo que tengo mis Yo hombre de también, agregó primero. — de lado,
es eso, sino
ideas.
principios.
I
Una
fines
risa jeneral
el otro
el
apagó estas palabras.
:o:-
sol
CAPITULO LXXL
NUEVOS RECURSOS DE SU REVERENCIA.
«Desprecio a esos infames
Que arrojan su conciencia Al pérñcío comercio
De
pérfida ambición!»
(Guillermo Matta.) Mientras
el
jeneral Freiré, Andrés
i
don Cándido conferenciaban
con éste en su casa/otra conferencia tenia colino,
luo'ar
en la de don Mar-
quien hablaba confidencialmente en se cuarto con
el
padre
Hipocreitía.
en cuanto — Cosas graves suceden, amigo mió, a don Marcelino: cosas graves que piden una resolución pronta. — Hable su paternidad. ¿Qué de Lucinda? —Acabo de conferenciar con Sor Águeda. niña no ha creido en cartas de doña Trinidad. — Pues mismo pasado a ésta con esquelas que hedijo éste
vio
es
T^a
las
lo
mos
finjido
las
le lia
lo
dé parte de la muchacha, dijo don Marcelino. El dia-
blo debe andar en todo esto.
Dígame padre ¿no estaba
bien imi-
tada la letra?
— No la
es eso sino
que
allí
en
el
convento, dio con una amiga que
ha aconsejado.... 54
—
^- 426
—
Olí! las
--
Debido
malas amistades! esclamó clon Marcelino en tono sentencioso. Las malas amistades pierden a las mucliaclias. Pero ¿cómo se ha sabido eso?
duda a esos
sin
mas tenaz que nunca. La
consejos,
Lucinda
ha manifestado
se
elocuencia del confesor que le dejé, el
padre O*, ha sido impotente.
— Gran Dios! —El recuerdo la pintura de las
amenazas de Sor Águeda; nada, nada ha podido hacer
del enojo de Ud.; las
penas del infierno,
mella en su ánimo.
— Corazón empedernido! — Hemos venido a descubrir
la causa
de su resistencia en una
carta que se le interceptó a Sor María de los Dolores.
- -¿Qué monja es esa? La de los consejos,
— duda, j)orque en carta interceptada hace referencia a otra que debe haber recibido Anselmo. —Yírjen de desamparados! no ha tomado presa a esa monja? —Ya están separadas. Lucinda no ve ahora mas que a una monsin
la
se
¿I
los
se
ja de nuestra confianza que le lleva la comida. I lo peor, que Sor
hermana de Anselmo. Ah! ya, ya! Aquella muchacha que por amoríos se entró al convento? Buena alhaja! Por consiguiente, ya a esta hora, Anselmo i el jeneral tienenMaría
es
— — del paradero de Lucinda, — Que tengan! esclamó don Marcelino. Yo me de ¿No su padre? —Es podrían pedir a pero — Pero yo su padre! sabe que Freiré — Sin embargo, no demás asegurarse. dijo Hipocreitía.
noticias
las
rio
ellos!
soi
cierto;
auxilio
ellos
la justicia...
soi
Ud.'
está
es totum potens ahora;
mui querido
i
puede hacernos mucho mal, Anselmo es
del gobierno....
— Dice, bien su paternidad. Pero, ¿qué hacer en caso? — Ya está hecho. Por ahora he venido a darle cuenta de obrado para ver aprueba. Yoi a Ud. —Escucho, don Marcelino, apruebo de antemano. —En cuanto supe ocurrido, hice que Sor Águeda encerrase este
solo
si
lo
decírselo.
lo
dijo
i
lo
lo
estrechamente a Lucinda. Allí solo recibirá sanas amonestaciones
de la monja que nos
sirve.
Pero no basta
obra, es preciso hacer otra cosa.
esto,
i
para concluir la
—
—
427
padre mió? —¿Qué preciso una carta — Obligar a Lucinda a que escriba de su puño Anselmo. de desengaño a tampoco — — Hacemos que misma niña desahucie por su boca en tan emperrada! Aun cuando mate, no conse— Pero hacer,
es
i
¿I
cree?
éste
si
letra
la
el lo-
lo
cutorio.
es
si
la
lo
guiremos jamas!
—•Eso será por mal. Mas por ahora, la tratará üd. por bien. La muchacha ha tomado su partido; pero si conseguimos hacer jerminar en su pecho la compasión por Ud., no crea que se niegue. ¿Pero cómo? Finjiendo Ud., por ejemplo, que su suerte depende de don Meliton, i que no se puede salvar, mientras no lo haga su yerno. Lu-
— —
cinda, compadecida, se sacrificará por su padre.
Yo
conozco algo las
mujeres. Cuando no se consigue algo de ellas por mal, se suele conseguir por bien.
—Me
resigno, dijo don Marcelino. ¡Qué cosa no es capaz de hacer
im padre por
bien de su hija! Pero es
el
el
me
caso que nada se
ocurre.
— Pues, entonces, modándose en
En
ese
voi a hacerle ver
mi
idea, contestó el fraile aco-
el asiento.
momento resonaron
tres golpecitos en la puerta del cuar-
to que caia a la calle.
—Es
toma en atrapar Los golpes
—¿Quién
—Yo —El
tras
duda, dijo
el jeneral, sin
con Anselmo
empeño que i...
con mas fuerza.
preguntó con mal humor, don Marcelino.
respondió Freiré con voz entera
soi!
es! dijo el jesuita.
Ud.
padre. ¡Mire Ud. el
la herencia! Talvez viene
se repitieron
es?
el
Yo me
i
clara.
ocultaré aquí en su alcoba, mien-
lo
despacha,
el
padre en la alcoba: don Marcelino abrió
i
en seguida proseguiremos nuestra conversa-
ción.
Entró
encontró con
el
la puerta,
i
se
jeneral que traia del brazo a doña Estrella.
— ;Ud. también, comadre! esclamó don Marcelino. — ¡A buen tiempo hemos riendo señora ¡Ya mis amigos asustan de verme! —No comadre, —Ah! ya placer Es Tanto m(jor, causa mi llegado! dijo
la
Clavijo...
se
es eso,
sino que...
caigo!
compadre.
Como
el
la
quií le
vista.
puerta de esta casa ])ernKin('ee cerrada, hemos
—
428
—
tenido que venir a golpear aquí, porque deseaba muclio ver a
madre
Trinidad.
mi
co-
Con su permiso, compadre.
doña Estrella atravesó el cuarto; i saliendo de allí por la puerta que caia al patio, se dirijió a las piezas de doña Trinidad. Mientras tanto, don Marcelino habiendo saludado secamente a Freiré i I
aun con mayor sequedad,
ofrecídole asiento,
con acento
le dijo
brusco:
— Presumo, señor
jeneral, el objeto de su visita; pero le ruego
no gaste palabras en balde,
sm
si
que
ha de venir a abogar por ese mozo
vergüenza...
—Advierta Ud., don Marcelino^ que Anselmo amigo mió, rrumpió —Aunque sea amigo de Santísima Trinidad! esclamó ¿qué me importa a mí? — Don Marcelino, jeneral con calma sea üd. razonaes
inte-
Freiré.
la
furioso
el viejo
replicó el
:
Ud. a su hija, i no obligue Ud. a hacer un escándalo presentándome a la justicia, ¿I qué juez puede obligarme a que dé yo mi hija al hombre
ble: se lo digo por la última vez.
me
ISfo
sacrifique
—
que detesto?
—Ningún
juez puede obligarlo, señor, mientras ella esté bajo la
patria potestad; pero en cuanto ella tenga la edad, es
mui
diferente,
— Pues antes de que llegue a mayor hombre que a mí me gusta, santas pascuas. siempre que Ud. quiera —Es que juez puede impedir casar a niña contra su voluntad. — quién puede probarme que yo forzó voluntad de mi haré, Yo puedo probárselo a Ud.; — Yo! respondió voz de razón. que Ud. no oye — Puede Ud. hacer deshacer, probar reprobar que edad, la caso con el
la
i
el
eso,
le
la
hija.
la
¿I
Freiré.
es
i
lo
si
la
la
lo
i
i
gana, respondió descortésmente
el
viejo;
le diere la
pero no crea que yo soi
hombre a quien se atemoriza con ese cuco. Veo que con Ud. no se puede arribar a nada,
Freiré — poniéndose a —Repítele que Ud. puede obrar como parezca; pero advierto que ya conozco sus miras. de esa pobre que — Mis miras no son — a mí me engaña Ud.! — qué puede Ud. — Lo que creo que Ud. interesa por mozuelo para dijo
dis-
salir.
le
le
niña.
la felicidad
otras
Sí!
creer?
¿I
es
par
la herencia
se
que mi hija espera.
ese
atra-
— —¿Está Ud.
— Loco
429
—
loco?
estaría, si accediera
a sus pretensiones. Pero se engañan,
mayor enojo. Ya lie tomado mis medidas. En ese armario tengo mi testamento, por el cual dejo de heredero de todos mis bienes a una cierta persona, en caso de que Lucinda desoiga mis mandatos... Ya verá Ud. si podrá atrapar las hacienditas... Esto es demasiado, dijo Freiré. Adiós, don Marcelino. En adelante no me acordaré ya de que Ud. es el esj)oso de Trinidad, sino prosiguió con
—
de que es
No
el
verdugo de Lucinda.
bien el jesuita se vio a solas con don Marcelino, cuando sa-
liendo de su escondite, dijo a éste:
—Es preciso no perder tiempo; póngase bastón. —¿Adonde vamos? —Al convento. En camino el
le esplicaré
•:o:-
su sombrero
mi proyecto.
i
tome su
CAPITULO LXXIL
EN EL LOCUTORIO DE LAS CAPUCHINAS.
((Pajinas bellas de ventura
i
gloria,
Que en el libro leí de mi esperanza; ¿Dónde la realidad de tantos sueños Avaro, el tiempo a mi entusiasmo guarda?» (A. Blest Gana.
—El primer amor.)
Veinte minutos después, ambos amigos estaban en
de las Capucliinas. El padre liabia tenido cuidado de
a don Marcelino Llegado
el rol
al torno,
—Madre mia,
el locutorio
liacer estudiar
que iba a desempeñar.
golpeó
i
llamó a Sor Águeda.
la dijo el fraile
en cuanto la abadesa se dejó
oir del
otro lado del torno; ¿estamos solos?
— Solo Dios nos padre mió! capellán. Este caballero quie— I también don Marcelino, ¿Cómo encuentra? re hablar con su — Muí contestó monja; parte corazón. menester templar alma en —Es su sentimiento del deber, oye,
dijo el
hija.
triste,
se
la
el
di-
el
jo sentenciosamente el padre.
Nada de
debilidad!
—Hágame, madre mia, favor de hacer llamar a Lucinda, don Marcelino. — yo misma a buscarla, respondió monja. el
^Voi
la
dijo
— 43Í — En
Don
seguida volvió con Lucinda.
Marcelino, por duro que
fuera su corazón, no pudo dejar de estremecerse al oir los entrecor-
tados sollozos de su hija.
mi querida Lucinda? preguntó —¿Cómo Es su merced, padre mió! respondió — estás,
Ali!
I
me niega el --Al
éste con emoción. la niña.
¿Por qué
gusto de verlo?
contrario,
liija
mia, dijo el jesuita con voz melosa.
Don
Marcelino quiere verla a usted.
En
seguida
liizo
que Sor Águeda llevase a Lucinda
que servia de comunicación entre claustro;
él
i
mismo condujo
allí
la antesala
del
al cuartito
locutorio
el
i
a don Marcelino, diciéndole;
— usted no trata de vencerse, todo perdido. Anselmo será jeneral será dueño de sus haciendas. su yerno, con cólera concentrada. —Jamas! esclamó es
Si
i
el
el viejo,
En
cuanto la pobre niña vio a su padre,
le
echó los brazos al
cuello
— Padre mió
I
con un acento que llegó hasta las
le dijo llorando,
duras entrañas del viejo: ¿por qué
de mi madre? Qué
les
me desampara
su merced? Qué es
he hecho, por Dios, para que
me
separen de
BU vista?
Don
Marcelino,
turbado, no contestaba de otro modo, sino co-
rrespondiendo con demostraciones de cariño los que Lucinda
amaba a
prodigaba. Este hombre
su hija; pero la
do, es decir, anteponiendo a ese amor, su salvaje
por manera que no era imposible ra de lo
un padre, siempre que no
el
i
le
amaba a su morústico orgullo:
que manifestase toda la ternu-
ardiese en su pecho la pasión que
dominaba.
Jamas cuanto a
lo liabia visto él
Lucinda tan tierno
i
cariñoso con ella;
i
en
(juzgando por sus acciones) podíase decir que nunca
habia encontrado a su hija tan digna de ser amada.
La
naturaleza vencia,
i
el
jesuita estuvo al darse por derrotado;
pero su ambición lo hizo duphcar sus esfuerzos tales términos,
i
afinar su arte, en
que pocas veces se ha visto un combate mas soste-
nido entre la hipocresía codiciosa
i
los sentimientos del corazón.
Viendo el jesuita que por el estado en que se encontraba el pobre don Marcelino, le seria a éste imposible desempeñar con buen éxito el rol que poco há creia fácil, tomó la palabra i dijo a Lucinda:
— Hija mia;
el
estado ou quo se encuentra su padre de usted,
obliga a tomar la palabra. Mire usted; su i)adre es do,
i
usted es la causa inocente de su desgracia.
me
mui desgracia-
—
432
—
— Yol esclamó Lucinda^ mirando a su imdre, en cnyo pintado nn verdadero dolor.
vií*)
¡Dios sabe que •
cilla; liabia tal
mo jesuita
la
estas palabras con
suya
conmovió.
En
feliz!
una espontaneidad tan sen-
ternura en la espresion de sus
casi se
ojos,
que basta
el
mis-
cuanto a don Marcelino, apretó en-
manos de su bija; i al llevarlas a sus labios j)ara estampar en ellas un beso, sintió la niña el contacto de una lágrima. Gracias a Dios! no sabia que me amaba tanto, murmuró Lu-
tre su
manos
Yo! padre mió! I sin embargo,
daña mi vida por hacer
La niña pronunció
semblante
las
—
cinda.
El
fraile
viendo en los ojos de don Marcelino pintado
volver atrás, comprendió que liabia principiado mal,
i
el
deseo de
tomó
otro ca-
mino.
—Está
bien, pensó: es menester fortalecerlo con el recuerdo de
su orgullo ajado.
Luego prosiguió en
-^Le he dicho a dad:
él
alta voz
usted, Lucinda,
querría verla a usted
feliz,
cj[ue
su padre sufre,
i
unida al hombre que usted ama;
porque, a pesar de lo que se dice de Anselmo, ¿quién sabe dría llegar a ser este joven
Lucinda miró fijamente
es la ver-
un hombre de provecho?
si
no po-
.
al jesuita.
— Quiero prosiguió con intención: un hombre de amigo del orden, — puede dudar su paternidad de que Anselmo tenga esas cuabien,
éste
decir,
relijioso
¿I
lidades? preguntó la niña con la cara encendida.
—Ah! esclamó don Marcelino, separando sus manos de
las de su
hija.
El padre que conocía el carácter de ambos, esperaba esta interrupción de la niña, así como el efecto que ella debia producir en el viejo.
—No me meteré
yo a analizar las cualidades buenas o malas del joven Guzman, prosiguió el fraile, mirando a don Marcelino con una sonrisa sarcástica que le traspasaba el alma. Fuera de mí tal i)en. .
aamiento, desde que con ello talvez heriría sus justas susceptibili-
Mi ánimo solo es decir a usted que, a pesar de la repugnande mi amigo, habria dado su consentimiento para esta unión, i
dades. cia
el protejido
usted,
i
el
Pero esto
Ramón Freiré, habria llegado a ser esposo de mismo don Ramón habria logrado al ñn sus intentos..* de don
es imposible
— — Imposible!
—
respondió enérjicamente don Marcelino, con una
voz que traspasó
Esta
433
el
corazón de Lucinda.
se volvió hacia su padre,
como para preguntarle
la
causa de
aquella imposibilidad; pero notó con dolor que la mirada del viejo
a tomar su dureza ordinaria.
liabia vuelto
ahora —Voi a dad de casarla con — Casarme con decir
la
razón por qué su padre se ve en la necesi-
otro, dijo el jesuita.
otro!
su merced
i
me
Dios! no
esclamó Lucinda. Padre miol Le he dicho a
prometo ahora, no casarme con Anselmo; pero, por obligue a dar mi mano a otro hombre, porque me mo-
le
riría
— Calla
la boca, le
interrumpió don Marcelino. Deja que nuestro
Yo no
reverendo amigo concluya de hablar...
tendria fuerzas para
decírtelo
—Renunciar
al
matrimonio con Anselmo,
es solo obedecer a
me-
Para que su sacrificio tenga mérito verdadero a los ojos de Dios, preciso que usted se decida a casarse con esa otra persona. Yo
dias.
es
no ignoro, prosiguió el astuto fraile, que esto será un gran sacrificio para usted; pero si usted es una hija amante, creo que se decidirá al momento, cuando sepa que de tal matrimonio depende la vida de su buen padre
—¿Qué que su paternidad? preguntó Lucinda con voz darse cuenta de que alterada prosiguió honor de toda su — aun mas que agregó, bajando — Dios mió! esclamó pobre aterrorizada con tono dice
es lo
i
casi sin
lo
la vida,
I
el fraile, el
la voz.
familia,
]a
lemne de
oía.
niña,
so-
el
las palabras del sacerdote.
—¿Recuerda
usted, prosiguió éste, de aquel cadáver que ahora
dos meses se encontró junto al Tajamar,
i
cuyo asesino persiguió
tanto la justicia? Sepa usted, que en los bolsillos del muerto se en-
contraron unos papeles que comprometen a
— Mi
padre! dijo la niña horrorizada al ver que
mostraba con
el
el
reverendo
dedo índice a don Marcelino, mientras éste
se cu-
bría la cara con las manos.
La vergüenza que
el viejo sufria
al
verse convertido en
instrumento de una miserable imi)ostura, cida por
el
la creyi')
Lucinda
recuerdo del hecho. Dou ^larcclino cnsi estuvo
:i
el vil
p]'( .(lu-
juniio
de declarar a su hija que a(piello era una farsa; pero una j)unzante
mirada del
fraile lo
contuvo. Este prosiguió: Si")
—
434
—
pero que su padre —No debe usted acusan... Es una verdadera desgracia. que esas cartas — ¿en qué poder encuentran esos pap preguntó consigue —En de un individuo que promete acusador de su padre. contrario será De mano de — con miserable que capaz de imponer condición es el asesino;
creer
lo cierto
lo
es,
la niña.
eles?
se
I
entregarlos,
el
usted...
¿I
si
la
el
lo
es
el
quie-
tal
merced que me una? preguntó Lucinda a su padre con voz resuelta. Nó! mil veces nó! prefiero morir! Este ataque fué tan brusco, que don Marcelino tembló. Morir no es nada, dijo el fraile, en comparación de sufrir la vergüenza de ver al jefe de su familia envuelto en una acusación crire su
—
minal
—Por piedadl padre mió, no suplicante — Con dolor de mi corazón
prosiga, interrumpió la
niña con
continuó
pero mi
voz.
lo
bago,
el fraile;
deber es pintar a usted los efectos de su resistencia.
. .
¿Quiere us-
ted esponer a su padre al peligro de ser talvez arrastrado a un cadalzo?
—Jesús! Pobre madre mia! —De ver a su buena madre misma que
tener usted
sufrir tan horrible vergüenza,
i
de
soportar por toda su vida el que la llamen
la hija de
— De un
asesino! agregó Lucinda. Dígalo su paternidad claro,
prosiguió con voz temblorosa.
don Marcelino, esclamó vivamente: Padre! padre mió! dígame la verdad! su merced no ha nó;... no puede haber sido... ¿Pero por qué calla? I abrazando a
— — Tienes razón, mia: yo no he ese dió —Yo no creo tampoco, Lucinda, interrumpió hija
sido ni soi
sido;...
asesino, respon-
el viejo.
lo
que
el caso
las cartas lo
el fraile;
pero es
acusan de una manera que parece no que-
dar duda. Es una desgracia que es preciso conjurar
Lucinda pareció no
oir estas
últimas palabras. Tenia la vista ele-
como pronunciando una oración. Así permaneció un rato, hasta que exhalando un agudísimo quejido i estendiendo las manos como si demandara gracia, esclamó:
vada,
i
sus labios se movían
— ¡Dios mió! za que
En
me
¡I
he de renunciar para siempre a
la única esperan-
quedaba!
seguida se levantó
cida sobre el taburete de
i
quiso andar; pero volvió a caer desfalle-
madera
eii
que estaba sentada»
—
—Tal
es lo
4:3o
que su padre no se
— a decirle,
atrevi(j
prosiguió
el re-
verendo. Pero ahora c[ue usted lo sabe todo, decida déla suerte de
su familia.
— mi madre sabe? preguntó Lucinda. —No para qué amargar sus últimos con don Marcelino. Aun de usted misma quería mia? preguntó que ya deseaba poner —¿Qué mino a tan con — Me hombre, contestó con voz ¿I
lo
dias
bai
esta fatal noti-
ocultarlo
cia.
dices, hija
éste,
tér-
cruel escena.
casaré
—El
ese
ella
lúí>"ubre.
cielo te bendiga, hija mial le dijo el cruel viejo,
estrechando
entre sus brazos a su hija.
Lucinda trató de corresponder a pero no pudo, tos después,
i
las
demostraciones de su padre;
cayó desmayada en los brazos de éste. Pocos minu-
tres
monjas
la conducían a su celda en
una
silla
de
manos. Mientras tanto, Sor Águeda,
el
el
padre Hipocreitía encargaba asiduamente a
cuidado de esa pobre
la tratase coíi todo el
7iiña,
amor de una madre.
~~:o:"
i
rogaba a
la
monja que
CAPITULO LXXIII.
LA
POLÍTICA HACE OLVIDAR A FREIRÉ LOS
AMORES DE
ANSELI^.O.
El pueblo agradecido llecuerda tus hazañas;
Tu nombre en el olvido Jamas se esconderál Tu imájen la memoria Nos trae, de heroicos hechos; .
I dignos de esa gloria
Por siempre nos verá E. LiLLO.
(xrande fué
el
dolor que tuvo
Anselmo cuando supo de boca
del
jeneral la ninguna esperanza de arreglo que habia que aguardar de liarte
de don Marcelino.
—Ese hombro
es incapaz
de comprender
dijo el joven:
¡Creerme animado por
le este insulto
qae hace a su hija
i
el
el interés!
mérito de Lucinda,
No puedo perdonar-
a mí.
—No
queda otro recurso sino es recurrir a los tribunales. Hoi mismo iré con un escribano a casa de Trinidad para que firme un poder a favor de don Cándido. Es lástima que este hombre sea uu uccio; pero uo te liemos otro de quien valemos.
—
—
437
—Por fortuna la señora mucho por
—En
nosotros, dijo
ella
amigo mió, Pero i
no se parece a su maridOj Anselmo.
debemos
cifrar nuestras esperanzas;
i
se interesa
en ella
i
en Dios,
con su bondad habitual. Anselmo no habia llegado aun a su colmo; de
dijo eljeneral
la desgracia
su mal parecia liaber dispuesto hacerlo sufrir aquel dia
ta la desesperación.
que nna vieja
le
la contestación.
Antes de
las oraciones,
recibió
nna
has-
esquelita
entregó, separándose de él en seguida sin esperar
La
esquela deciaasí:
«Anselmo: Una circnnstancia que me seria mui doloroso comnni«carte, me obliga a tomar la indestructible resolución de dar mi «mano al esposo qne mi padre me ha elejido. En consecuencia, ol«vida que antes te amé, pues desde hoi pertenezco ante Dios a otro «hombre. !Lo he jurado! «iS'o trates de inquirir la causa de mi determinación; i si es que «estimas en algo mi memoria, te ruego por lo mas sagrado, que «trates de desterrar de tu corazón hasta los vestijios de toda pasión,
«pues en
él
no debe quedar lugar sino para
«te profesará.
la
amistad que siempre
Lucinda de Rojas.
Lidecible fué el dolor con que la lectura de este papel traspasó el
pecho del joven. Al principio no creia que
Lucinda; pero examinando la
misma de
la carta pudiera ser
de
convenció de que era la
letra, se
otras cartas que tanto placer le habían dado.
Pasaron por su mente mil proyectos, que luego desechaba como aconsejados por la locura: mas al ñn, se afirmó en la idea de ir a casa de don Meliton e imponerlo de la estricta verdad de los hechos.
—Por infame que sea
ese hombre, se dijo Anselmo, es imposible
ama
que quiera casarse con una mujer que cinda, bien veo que esta carta es de su
a otro.
puño
i
En
letra;
cuanto a Lu-
pero es seguro
que ha sido obligada a escribirme en este sentido.
Con
el fin
de consultar este proyecto
blar con Freiré, a quien entregó
detención eljeneral,
i
el
i
pedir consejo, quiso ha-
papel de Lucinda. Leyólo con
dijo entre dientes:
— Aquí anda metida
la cogulla.
Es
necesario deshacer este mal-
dito complot.
Poco antes de que pudiera convenirse con Anselmo en (uuno debian obrar, entró en la pieza un cabalhM-o que int(M-runn)ió la conversación en que estaban. Era éste, don Carlos Rodríguez, quien, sin rejíarar en Ansidmo
i
sin saludar a Freiré, le dijo:
—
438
—
—Jeueral! salve usted República! —¿Qué don Carlos? preguntó don Ramón sobresaltado. — Que enemigos de República acertado sus planes, la
liai,
la
los
lian
contestó Rodríguez. Usted no ignora las intrigas de que se lian valido
i
se valen
para introducir la discordia entre los liberales.
han perdonado medio alguno, a fin de debilitar cutivo, separándolo de los demás poderes, que
No
acción del Eje-
la lioi
mas que nunca
debieran servirle de apoyo. Sus cabalas lian logrado arrancar del
puesto supremo al que la nación liabia elejido por su presidente,
esperanzados en liacer después su victima del anciano Vicuña que
habia de ocupar
puesto de Pinto.
el
— qué?: renuncia también vice—presidente? — Don Francisco no quiere hacerse cargo del mando,
mientras
me ha
dicho: las
¿I
el
Ud. no
le
preste su cooperación.— «Yo estoi viejo,
circunstancias son
mui
difíciles,
i
depositaría el
mas capaz de dominar
otra persona
— Pero Vicuña —Asi he dicho
mando en mano de
estas circunstancias.»
es el Presidente constitucional en defecto de Pinto.
le
yo,
agregándole al mismo tiempo que su re-
nuncia creaba nuevas dificultades: pero azarosas circunstancias porque atraviesa
que
si
no
lo
Estoi seguro
el país.
ayudamos decididamente, a,bandonará
tado, prosiguió el ardiente Rodríguez, se
tiembla, a vista de las
él
adueñarán de
los destinos públicos
i
los
el
de
timón del Es-
enemigos de
la libertad
que ambicionan. Por eso no
he dudado en venir a pedir su patriótica cooperación. Salve usted a la patria, Jeneral! El pueblo ve en usted una de sus glorias: haga, pues, valer esa gloria en beneficio de la libertad amenazada por
ponga todo ese prestijio de que goza al servicio de idea republicana, que Ud. ha sabido defender con su espada. la reacción,
i
Mientras Rodríguez hablaba con co. Freiré
de
pié, enfrente
aquél hubo concluido,
el
de
él,
lo
el
ardor que
la
le era característi-
miraba de hito en
hito.
Cuando
jeneral dijo:
—Amigo don Carlos: mi vida pertenece a República. Voi con de Vicuña. momento a ponerme a Ud. en nombre Rodríguez. ¡Gracias! — repuso Freiré con que haya de —Lo que yo la
.
disposición
al
del país, dijo
Gracias, jeneral,
siento,
tristeza, -es
derramarse sangre... ¡Cómo sino fuera ya bastante
la
derramada en
mil combates! I al colgarse su espada para disponerse a salir, esclamó con ve-
hemencia:
— Maldita sea
la
guerra
civil!
Los que
la
desean no han visto un
--.
campo
—
430
cubierto de cadáveres de liennaiios tr¿ispasados por
las ba-
sembrado de piernas i de brazos separados de sus troncos... Prieto es doblemente culpable, 2)orque sabe por experiencia los males que la guen*a causa. Es un miserable trciidor, que en vez de servir a la causa del
yonetas
i
.
—
pueblo, se convierte en instrumento de las pasiones reaccionarias,
interrumpió llodríguez.
—I
esto que no liá muclio que vociferaba en público
anatemas
contra los pelucones. Pero, poco tenemos que temer de parte de
él.
El ejercitóme pertenece. Vamos! Salieron en seguida de la casa
i
se dirijieron
ambos
al
palacio
Marchaban el uno al lado del otro, sin hablar una palabra. Al cabo de algunos minutos. Rodríguez dijo:
del Presidente. sola
— 'Quién habia de
creer que Pinto viniera a perder la República!
;Un hombre tan patriota, tan
liberal
i
desinteresado!
Freiré no respondió.
—
Rodríguez como hablando consigo mismo, la negativa de Pinto ha perdido al noble partido liberal, que miraba en este jeneral a un jefe decidido a sostener sus ideas... I sin embargo, Sí; prosiguió
su contestación última al Congreso, debía ya habernos desengañado.
—¿Cree Ud
—Lo
qué...?.
que creo es que sobre la conciencia de este hombre pesa una gran influencia de parte de los pelucones. Se ha entregado a los
ha dejado dominar por ellos. Si ha engañado nuestras esperanzas, es obrando de buena fe...; Fatalidad para el
reaccionarios
i
se
sistema democrático!
;o:-
CAPITULO LXXIV.
ANSELMO, DON MELITON
EL
I
PADRE HÍPOCREITÍA.
«No puede
ser:
yo
lo arreglaré
todo ¡Hacerle caso a una mucliaclia deschavetadal»
A. Blest Gana.
Nada desde
liabia oido
— {Martin Rivas, cap.
Anselmo de
el principio liabia salido
ba que don Ramón
la
XLIII,)
conversación anterior, porque
de la pieza sin ser notado
se desocupase.
Pero
i
al verlo salir con
espera-
Rodrí-
guez, se resolvió a poner cuánto antes en práctica su idea. Con este fin se dirijió a casa de
con
el
don Meliton, a quien encontró hablando
reverendo Hipocreitía.
a üd., señor? preguntó don Meliton con —¿Qné no brusco — Deseo con Ud. a contestó Anselmo. Solo son cuatro palabras, — Puede Ud. hablar delante de mí, padre, porque yo tengo para mí. para joven. Solo ten—Esto como decirme que me go que hablar con don Meliton, nó con su paternidad. — Yo ha dicho mi reverendo amigo, don Mese le i
ofrece
to-
descortes. liablar
solas,
dijo el
secretos
él,
ni
ni él los tiene
retire, replicó el
es
i
repito lo qxie
liton.
dijo
— — Paes entonces
441
— me
queda otra cosa que haque ^le luiLia ofrecido don
ya que no
Iiablaré,
Anselmo sentándose en la silla Meliton. Sepa Ud. prosiguió, que yo me llamo Anselmo Guzman. Sf; Anselmo Guzman. Primo de la señora doña Trinidad Serrano, con cuya hija me
cer, dijo
— — ligan no lazos del — Sino de amistad, — del mas puro amor. —¿Conque — Que yo me habría casado con Lucinda, padre no hubiese puesto de por medio. —¿Qué padre mió? preguntó solo los los
parentesco....
la
eli?
I los
es decir que...?
capricho de su
si el
se
con voz tem-
el viejo
significa esto,
blorosa.
— Que flema
el
mozo ha perdido la cabeza, contestó con mal finjida padre. Amigo mió, prosiguió, dirijiéndose a Anselmo: üd. este
hará bien en dejarnos
—Yo
le diré lo
a las palabras del
solos.
que esto fraile.
significa,
Anselmo sin atender que lo han engañado a Ud.,
replicó
Esto significa
amamos
diciéndole que Lucinda es libre; pero sepa que nos
que tenemos uso de razón. Si Ud. no sale de aquí,
— — Sepa,
amor,
i
desde
'
dijo Hipocreitía, pido auxilio!
Lucinda no olvidará jamas su primero i único que aun cuando dé a Ud. su mano, ¿quién la podrá obligar señor, que
a darle su corazón?
El padre
salió a largos
pasos para la
calle.
— Piénselo
Ud. bien, señor, prosiguió Anselmo, mientras (jue don Meliton lo miraba con una especie de estupor. Piénselo bien: Ud. debe tener bastante experiencia para comprender la desdiclia del marido de una mujer que ama a otro, como Lucinda me ama a mí.
— ¡C()mo —
lo
ama
a Ud!
Lea Ud. esta carta: es letra de su mano mas felices. Léala Ud. i verá!
Sí, señor.
tiem])os
Pasó
...
por aquel papel,
i
sus dientes recliinaron de
misma mano do
la
las cariñosas palabras dirijidas al afortunado rival. el
escrita en
*
el viejo la vista
furor al ver estampadas ])or la
do
i
papel a los pies de Anselmo,
hi dijo
con todo
que
él
jvmal);!,
Lueg(\ anejan(^1
orgullo
di'
nn
español
—
¿I piensa
un
criollo niisorable ^[ue
yo
le liabia, di»
abandonar
canqx»? Atrevido! •A»
el
— —
Si
viese que
lio
üd.
liabria escupido la cara.
uu
es
Pero
442
— AuselmOj
¡jobre viejo, le contestó
le advierto
que
si
le
conserva sus necias
pretensiones, tendrá bien pronto que arrepentirse!
—Yo!
— Don
luchar con la desesperación! esclamó sía a
no trate Ud. de joven, haciendo una corte-
Meliton! se lo digo por la última vez
don Meliton
En el zaguán seguido de un
i
saliendo de la pieza.
de la casa se encontró con
— Sabe, joven
el
reverendo, que venia
de ganapanes. Estos, al ver que se trataba de un
¡Dar
miraron
oficia], se
el
:
las-
caras encojiéndose de hombros.
insensato, le dijo el padre, que Lucinda será en
La prudencia
pocos dias mas, la esposa de don Meliton!
te aconse-
ja no abrigar esperanzas locas.
— El insensato
es aquel
que se vale del sagrado carácter que in-
viste para hacer prevalecer sus miras torcidas, respondió
La prudencia,
el
joven.
padre, le debe aconsejar no meterse en caminos tan
peligrosos!
Quiso contestar pudiera
el jesuíta;
oirle; así fué
ganapanes
i
pero Anselmo iba ya lejos para que
que hubo de contentarse con despedir a
los
entrar al cuarto de su amigo.
padre Hipocreitía? —¿Qué debo pensar de que he preguntó don Meliton con tono de reproche. —Me admira que un hombre como üd. tome tan a pecho oido,
lo
le
las
palabras de un
mozo con
los cascos a la jineta,
respondió
el fraile,
sentándose con una calma glacial.
— Pero hecho que esa muchacha ha tenido sus amoríos. pintaba como un ánjel de inocencia! su i^aternidad que me —Amoríos de ¿Qué muchacha no ha tenido sus sueños es
el
;I
la
niños!
i
un hombre como üd.! Bien parece que no tuviera experiencia. Anselmo i Lucinda pueden haberse dicho sus requiebros: no pasará de ahí... ¿I es esto una razón para que üd. no aproveche la oportunidad de adquirir una posición respetable en locuras? ¡Pero, fijarse en esto
esta sociedad...?
— pero esa carta que he grande obra de Dios! — recursos con que poder a — Pero cosa tiene sus inconvenientes, interrumpió frunciendo entreccyo meneando cabeza. supongamos caso que —Ya entiendo; pero en cuanto a leido....
Sí;
servir
I los
la
la
el viejo,
le
el
la
i
eso,
liaya
quedado rastros de
Lucinda. ¿Qué
mas
tiene
la
memoria
üd. que
del
el
mozo en
el
liacer, sino es llevarse
corazón de su mujer a
— 443 — España, hacerla recorrer cortes, entretenerla con aíjuellos espectáculos, etc.?
—
Sí,
sí:
dándose de
—En
todo eso se pnccle las riquezas
liacer,
refimfufió clon Meliton, acor-
de su futuro suegro.
Me
resigno, padre mió-
Lucinda liabrá olvidado al muchacho, tanto mas cuanto que... Ya he leido la carta querella misma ha escrito a su madre. tres meses,
—Esto me consuela, respondió cido,
nó
el viejecillo,
enteramente conven-
por la fuerza de los raciocinios del fraile, sino j^or los elo-
cuentes recuerdos de las riquezas de don Marcelino.
:o:
CAPITULO LXXV. NUEVAS INTRIGAS.
Vicuña, que veia en aque planes la ruina de la Constitución i un agravio hecho a la lejislatura, taivez la mas libremente elejida, los desechó desde luego, diciendo que todos los honores del mundo no bastarían a hacerle faltar a su deber». (íEl señor
-
líos
Pedro
En
— (Biografía de
clon
F. R. Vicuña).
esto iba de la conversación, cuando vieron entrar a Dorriga
Aldeano. los
F. Vicuña.
La
i
a
casa de don Meliton solia ser el punto de reunión de
enemigos del Gobierno,
i
don Meliton mismo era admitido a ve-
ces en las discusiones.
—¿Saben que sucede? don —¿Qué — Que Freiré ha prometido su cooperación a Vicuña. — Me contestó gobierno tome ahora nuevas medidas — de que Víctor.
dijo
lo
cosa?
lo figuraba,
Así, es
creer
(agregó Aldeano) a sito:
el fraile.
fin
el
de esperar las fuerzas de Prieto...
A
propó-
ha llegado Alemparte, enviado de Prieto. I ¿qué dice Alemparte del ejército del sur?
— — Dice que el país
las tropas
de Prieto vienen mui entusiasmadas. Todo
comprendido entre
el
Maule
nuestro favor; por manera que estorbo en su marcha. El
el
i
la capital, está inclinado
ejército libertador
a
no encontrará
mismo Alemparte sublevó un escuadrón
de cazadores en San Fernando.
— —Es un hombre
445
— haciendo con la cabeza un
activo, dijo eljesuita,
sigQo de aprobación.
Lo que por ahora imjiorta,
prosiguió, es conven-
cer a Freiré de hi necesidad de disolver al Congreso, para que se lo
proponga al vice-presidente Vicuña. Pero este viejo es testarudo i se sabe bien que no aceptará, ob-
— servó Dorriga. —Por eso mismo conviene Freiré. suita,
De
este
modo
hacerle la propuesta por conducto de
chocarán,
i
ya Ud.
me
entiende, agregó el je-
haciendo un jesto espresivo.
—Ya entiendo, contestó Aldeano, que hasta entonces habia do callado.
Yo tengo amistad con el jeneral. Esta noche
iré
esta-
a su casa
con dos amigos.
—Freiré
es de los políticos inocentes,
i
cualquiera es capaz de
hacerlo comulgar con ruedas de molino, dijo Hipocreitía. Si se consigue introducir la desavenencia entre él
cuña cae redondo,
i
i
el
gobierno, el pobre Vi-
Prieto encuentra la cosa hecha.
Manos a
la obra,
señor Aldeano.
Este
salió
a tratar con sus amigos de la manera de cumplir cuan-
no anduvo perezoso, porque aquella misma noche se fué a casa del jeneral, acompañado de otras dos to antes su comisión, en la cual
personas del partido reaccionario que ejercían gran influencia sobre el
ánimo de
Freiré.
—Un mismo objeto nos amigo mió, paz de —Esa también mi contestó con amable franqueza. —Lo creemos tenemos confianza en que Ud.
le dijo
trae aquí,
la
el
del país. es
Freiré, recibiéndolos
aspiración,
pesará nuestras
i
razones nacidas del
que
Aldeano:
la noble
mas
sincero patriotismo.
Tenemos seguridad de
alma de Ud. considerará con horror
conflagración que se preparan;
i
los
elementos de
por esto, los buenos chilenos hemos
alabado la elección que en Ud. ha hecho
el
Gobierno. Su apoyo es
ya una garantía para la administración. Ud. podrá vencer a Prieto, no lo dudamos; pero ¿no es mejor ahorrar el derramamiento de sangre entre hermanos?
— Oh!
dijo el jeneral:
mucho estimo
la gloria de
una
victoria (no
puedo negarlo) pero prefiero evitar con honor un encuentro, siempre que en las filas enemigas haya chilenos. Entonces, hagamos por evitar los sangrientos efectos de una ba;
—
talla.
—Pero ya ven Uds. que
eso es imposible. Prieto se acerca con su
— 440 — ejército,
i
es preciso prepararse a castigar el traidor
tra las instituciones de su patria las
que vuelve con-
mismas armas que
ésta puso
en sus manos para su defensa.
— Tiene Ud. razón. En esto obra Ud. como conviene a un militar honrado
i
valiente; pero el ejército de Prieto cree igualmente por su
No me meto
parte, que obra a favor de nuestras instituciones.
riguar
si
tiene o nó razón.
Yo
quisiera que
ellos
i
a ave-
nosotros la tuvié-
ramos a un mismo tiempo, i que nos diéramos un abrazo de hermanos. I ¿cree üd. posible que podamos llegar a un avenimiento? Tan lo creo; que eso era precisamente lo que iba a decir a Ud.
— —
He hablado con algunas personas
recien llegadas del sur:
hemos
leí-
do varias cartas escritas desde aquel ejército, i todo me induce a creer que el verdadero motivo de la revolución es un celo, talvez exaj erado, pero de buena fe, por el sosten de nuestra Constitución. Ellos la creen violada por el Congreso;
como ven que
el
Gobierno
disolución, les parece que éste es responsable de
nada hace por su
males que aquél ha causado, quiero
los
i
decir, ajuicio
disolución por —Pero Gobierno obrarla inconstitucionalmente? —No he pensado aun detenidamente en hiciera
si el
la
de
ellos.
del Congreso ¿no
esta cuestión; pero aun-
no tengan razón, yo creo que debemos hacer a un lado esa piedra de escándalo, i quitar a la revolución todo pretesto. Esta es la única manera que el Gobierno tiene der sostenerse, que
los revolucionarios
sin derramar sangre de hermanos.
¿No
le
parece
así,
señor jeneral?
Freiré era incapaz de creer que se abrigase la doblez en el pecho
de quien
le
hablaba en nombre de
la patria,
i
tendióle su
mano de
amigo. Creyó, pues, que no habia otro medio de conjurar la fratricida lucha, fuera de la disolución del Congreso; i lleno de fe, propuso al dia siguiente a Vicuña la separación del Cuerpo Lejislativo^ quedando aquél de presidente interino mientras se dictaban nuevas instituciones.
de su edad
i
Pero Vicuña, con una enerjía que no era de esperar de la mansedumbre de su carácter, rechazó con indig-
nación aquel plan, i dijo a su amigo, que no podia traicionar la confianza que el país habia puesto en él. Esto bastó para que la desintelijencia dividiese
a estos dos patriotas.
Los peluconcs hablan conseguido su objeto quitando su
mas poderoso
apoyo.
al
Gobierno
CAPITULO LXXVL
ANSELMO SE AUSENTA DE SANTIAGO.
«Los montes
Quedan
atrás,
i
las fértiles llanuras
mui
lejos!
Mientras en mi frente azotan auras puras: I del sol
me
acarician losjeflejos
Vuela, corcel!
(B. Vigueta Solar.)
Antes que tuviera lugar
Anselmo
anterior,
menor
liabia
la conversación
narrada en
impuesto a Freiré de
fruto, liabia liecho
el
capítulo
la visita, que, sin el
a don Meliton.
— cuál fué tu objeto? preguntó Freiré. —Atemorizar al peligro a que pintándole ¿I
'
viejo,
ser desgraciado
si
el
se
espone de
se casa.
— Has
hecho mal, porque con esto se pondrán en guardia. Tú no conoces las pasiones de los viejos. No creas que la ambición de don Meliton sea menor que tu amor a Lucinda. El ama la herencia
de la niña ¿qué
ella,
le
im})orta que ésta
ame a
otro? se casará con
porcpie así obtiene los medios de elevarse. Afortunadamente,
]n-osiguió,
Obispo,
i
he aprovecliado mi ida le luiblé
al palacio. Allí encontré al sefior
sobre el asunto.
— 448 —
— Gracias^ — Hízome ver Su Ilustrísima que ya señor.
negocio, diciéndole que
un
se le liabia liablarlo
cierto ¡personaje
de este de esta capital se empe-
niña con un mozo a la estranjera i hereje, mientras que su padre deseaba unirla a un caballero de calidad, cristia-
ñaba en casar a
no a
la
las derechas,
— Debe
de mui buenas costumbres.
i
padre Hipocreitía quien sopla todo eso allá en la Curia, observó Anselmo. No liabia dado en ello.
— Pero
ser el
don E-amon. De todos modos ya el señor Obispo esta advertido. Esta noche ha quedado de venir a hablar conmigo el abogado para conferenciar sobre el asunto. Dicen que el juicio es difícil; que se ha menester de pruebas; pero así parece, contestó
tengo confianza en la justicia de nuestras pretensiones. mismo se hará la solicitud ante la Curia.
Mañana
— don Cándido? Cree Ud. que preste de buena gana su coopejoven. ración? preguntó —Don Cándido como año que no hubo que segar; pero ¿I
el
es
el
halagando su amor propio, se sacará algo de él. ISTos ha ofrecido su casa para Lucinda; i como es primo liermano del secretario de la Curia, nuestras solicitudes llegarán sin tardanza a
señor Obispo.... Pero volviendo a otra cosa ¿estás listo
manos del para mar-
char?
— ¿Adonde?
—A Tango, en donde nal. el
Tupper pide que
tiempo de
se halla
te incorpores
el ejército
a tu cuerpo....
constitucio-
¿Ha terminado
tu licencia?
—Aun contestó Anselmo; hoi mismo. me para —Está bien: nó,
rios,
acampado
^^xo
si
mis servicios son necesa-
iré
2)repárate
las cinco
i
media de esta
tarde. Tie-
nes que llevar unos pliegos a Yiel.
—Muí
—1 no
bien, señor. te
alarmes por tu asunto, que queda en mis manos yo :
haré aquí lo posible por sacar a Lucinda de su encierro
i
librarla
de las garras de esos gavilanes.
—Gracias, señor
jeneral.
Cerca de dos horas después, marchaba Anselmo a todo escape para el campamento de Tango, llevando al coronel don Benjamín
comandante jeneral de las fuerzas del gobierno, la noticia de que Freiré se había hecho cargo del mando del ejército, i había
Viel,
puesto su influjo
i
su espada al servicio de las instituciones repu-
—
449
—
blicana?.
Ansioso de
cnanto antes
al
Una nube
de polvo envolvía a los viajeros:
el
lleg'av
término de sn viaje, apnraba el joven su caballo, sin atender a las prudentes observaciones de Pedro, su fiel asistente, que galopaba detras de su patrón.
camino estaba malí-
a cada rato tenian que andar al trote o hacer rodeo para evitar los pasos peligrosos. Mas no por esto dejaba Anselmo de simo,
i
marchar con
la
misma
rapidez;
i
bien con la voz que con el látigo ra de alejarse de
En
un lugar
efecto, el ajitado
animando a su i
lijero alazán,
la espuela, corria
como
trata-
detestable.
mozo huía de su propia
intranquilidad de
Su alma combatida por tantas contrariedades en
espíritu.
si
mas
sus
mas
vehementes deseos, necesitaba de aquella ajitacion corporal para
un
distraerse
Ya
tanto.
habia ocultado detras de las montañas de la costa, i sus últimos rayos de despedida teñian de arrebol i nácar, la cresta el sol se
de los Andes, cuando avistaron a San Bernardo. El gran valle de Maipo, teatro de la batalla que selló la Independencia de Chile, no era mas que una sábana seca, árida, despoblada i
Hoi
encontrándose la estensa llanura cubierta de haciendas cultivadas, cruzadas de canfiles, carreteras i ferrocarrisin cultivo alguno.
les,
i
dia,
entrecortadas por frondosas })lantaciones; la vista
nas alcanzan a estenderse
¿i
un reducido
i
el
oido ape-
trecho; pero en aquel en-
una mirada bastaba para dominar gran parte del valle. Merced a esta circunstancia, pudieron los viajeros ver una oran fogata que se divisaba como a una legua de distancia hacia el tonces,
oriente,
cuyas llamas se iban enrojeciendo
i
mas
que entraba la noche. Luego! aparecieron en la otras fogatas menores; i poco después se dejaron dos
i
un gran tropel como de caballos que
los viajeros
grados,
i
i
mas a medida misma dirección i
oir gritos, alari-
se acercaban.
Paráronse El ruido iba aumentando ])or vio desembocar en el camino, por una a varios hombres de a ])ié i de a caballo.
se pusieron a escuchar.
2)oco
des¡)ues se
senda que venia del oriente,
Algunos traian mujeres a las ancas i niños por delante. Era evidente que aquellas j entes venian huyendo. ¿Qué hai? qué sucede? preguntó Anselmo al primer fujitivo que encontró. Que ha de haber, señor, contestaron, sino que venimos huyendo de La Partida del Alba ]\Iirc^ U(L ccino arden las casas do don Aguihir, el rico.
— —
—¿Don Juan José Aguikir? preguntó Ausclniu sobresaUado.
<
o7
—
—
450
— señor. Esos malditos, después de haber saqueado robado han puesto fuego a — don Juau José? — Ha escapado por milagro. Lo buscaba don Calvo para matarSí,
i
las casas.
todo, les ¿1
lo;
porque según dicen, ha jurado j^erseguir a todos
los herejes
i
estranjeros.
— Malvados! esclamó Anselmo. de de — ¿qué Pedro. según —Es que tiene
I
el
hereje
estranjero ni
dicen,
rico,
habla en lengua entranjera con
don Aguilar? preguntó
amigo de muchos ingleses i como si fuera de los mismos
es
ellos
herejes.
—
Ud. si el señor Aguilar está en salvo? volvió a preguntar Anselmo, pues le interesaba grandemente saber la suerte de ima i^ersona adicta a su causa. Dicen que se ha dirijido a la ciudad con su hijo, respondió el I ¿sabe
— hombre. — ustedes hacia dónde —Veníamos a I
se dirijian?
*
refujiarnos aquí a la Villa; pero habiendo sabido
que don Calvo tenia intención de saquear algunas casas de San Bernardo, hemos cambiado de rumbo.
— Mire Ud. la
señor! esclamó Pedro,
pequeña ciudad cuyas luces
la oscuridad de la noche. ¡Otra
Miraror. los circunstantes
San
Bernai'clo se elevaba
i
se
mostrando con
el
dedo hacia
alcanzaban a divisar merced a
quemazón!
pudieron ver cómo sobre las casas de
una columna de humo medio iluminada por
las llamas del incendio.
—Vamos! vamos! gritaron algunos que se hablan detenido al a Anselmo: La Partida del Alda está en la Villa! Vamos!
ver
¿pudiera usted — Oiga, amigo, Anselmo a su parroquia de Tango? varnos por un camino escusado hasta del Gobierno. — Pero dicen que está mas seguro que en ninque usted estará — Eso quiere Yo pertenezco a ese guna otra de baqueano, hombre. Conoz— yo me obligo a caminos. La está en co mui bien todos — puente? — Don Calvo ha puesto guardias en puente, según me han interlocutor:
dijo
lle-
la
allí
el ejército
allí
decir
ejército.
parte.
dijo el
servirle
I
los
dificultad
¿I el
el
dicho.
--Al|! entonces pa^avomos a nado,
el rio.
—
451
—
— Afortunadamente yo en buen usted? — Los nuestros también son buenos. Vamos andando. Yo pagaré —Vamos pues, respondió hombre, picando su En seguida prosiguió —No hago por pago, señor, sino por de don Calvo. — Sin embargo, interrumpió Anselmo, preciso que yo remucaballo. ¿I
voi
le
bien.
caballo.
el
lo
librarlo
el
es
le
que hace por mí. Aquí tiene usted una onza. Si llegamos con felicidad a Tango, prometo darle otra. nere
el
sacrificio
— Dios
se
dinero que
lo le
pague, señor, respondió
daban. Crea Ud. que yo no
fuese porque esos ¡DÍcaros
mándome también mi jar.
me han
hombre, guardando le recibiria
el
nada sino
dejado á brazos cruzados, que-
rancho, pues yo soi el vaquero de don Agui-
¡Qué habría sido de nosotros
casa!
el
Pero por permisión de Dios,
si
ella
mi mujer hubiese estado en habia ido con todos los chi-
un compadre
ricon que
tenemos, endonde está segura, porque este compadre es
/>;7*^^¿á^a.
quillos al velorio de
No
porque hablaba
un el
anjelito a casa de
guia dejaba de cumplir con su deber.
Después de hacer un gran rodeo
groso, llegaron a orillas del rio Maipo.
a pesar de
lo cual,
La noche
vadearon con felicidad
después se apearon en Tango.
.:ot
un encuentro
i)ara evitar
el rio,
i
¡peli-
estaba oscurísima,
un cuarto de hora
CAPITULO LXXVII.
ANSELMO
I
TUPPER.
«¿Qué importa del camino la aspereza, )>Qne armadas la violencia i la vileza, »Nos prohiban, amigos, el entrar? í)La fuerza con la fuerza repelamos!» Pío Varas. Indecible fué
el
júbilo con que Viel, Tupper, Hondizoni
jefes liberales recibieron
Todos
los oficiales
rrer la
feliz
i
una
i
demás
noticia que alentaba sus esperanzas.
hasta los soldados (entre quienes se hizo co-
nueva) se entregaron al mas esj)ontáneo regocijo.
Desde que Freiré tomaba a su cargo la defensa de la buena causa, ya nadie temia al ejército de Prieto. El prestijio de este jeneral darla la victoria a la
razón
i
al derecho.
íío obstante las noticias traídas por i
Anselmo sobre
los
saqueos
fechorías perpetradas por la turba de facinerosos que capitaneaba
don Anjel Calvo, consternó
al ejército liberal, incitando
la venganza. Tal atrevimiento parecía increíble;
que pensar a
los
i
esto
a todos a
mismo daba
principales jefes, pues, para que la Partida del
Alba mostrase tanta audacia, era menester que esperase cercana protección del ejército revolucionario. Viel reunió su Qstado mayor,
— i
453
—
mandar cnanto antes
allí se decidió
la fuerza necesaria
para pro-
San Bernardo i sus alrededores. Casi hasta el amanecer se ocupó Anselmo en imponer a Viel i a Tupper de los últimos sucesos de Santiago. Viel oía con atención, Anselmo. Este últii Tupper escuchaba con ínteres la relación de tejer a
timo jefe amaba a su joven subalterno como ama un valiente ha visto portarse con leal bizarría en los campos de batalla.
al cpie
Habiéndose retirado Viel a descansar, quedó Tupper a solas con joven.
el
—Anselmo, has restablecido completamente de tu herida? — coronel: no me queda mas que tan pálido descarnado? A juz— Pero ¿por qué está tu conoce que sufres gar por tu semblante, — Físicamente, nada moralmente? Dime, amigo, ha pasado, que —¿Luego ¿te
le dijo,
la cicatriz.
Sí,
rostro
i
algo.
se
sufro, señor.
sufres
preguntó
le
En
el coronel
como
seguida,
te
lo
con marcado interés. si
temiera haber cometido una indiscreción,
agrego:
— Hai veces que dos modos, te
amistadnos hace ser indiscretos; pero de topregunto solo aquello que buenamente puedas decirla
me mueve una vana
me, porque debes creer que no deseo de serte
el
—
útil.
Gracias, señor coronel, respondió
sufrimientos no es un secreto,
mas, no
go
lo seria
curiosidad sino
i
Guzman. La causa de mis
aun cuando
fuera para los de-
lo
para Ud. de quien tantas pruebas de amistad ten-
recibidas.
Dicho
esto, refirió
Anselmo todos
que tenian relación
los sucesos
con sus amores.
— Patente
se ve en todo eso la influencia d(d ñinatismo
ambición monacal, dijo Tupper. Ese
enemigo: yo
lo
fraile Hipocreitía es
conozco demasiado. Es uno de
i
de
la
un nuil
los principales
i
mas
activos ajentes del espíritu reaccionario que trabaja por trastornarlo todo
para sentarse sobre las ruinas de la democracia. ¡Qué seria
de este bello país,
si
se le dejase
abandonado a
la
influencia de ta-
les pretensiones!
— Con esos hombres no arraigarán jamás Anselmo. —Tienes razón. ?Ellos pelean a brazo
las ideas n^publicaniis,
dijo
i):irtido
que se
les escapan, pcu' el
por los privilcjios
fanatismo, por los vicios
i
prácticas cu
— 454 — aun 2)or la ignorancia misma en que viven acostumbrados i dedonde no quieren dejar salir al pueblo. Porque el pueblo, una vez ilustrado, se escapará de su tutela. -Así es. Por eso hacen al espíritu democrático una cruel guerra en los campos de batalla, en el pulpito, en el confesonario, en la plaza pública i hasta en el interior del hogar doméstico. Es una que se han criado,
i
— —
guerra sorda,
tenaz, encarnizada,
en que llevan la mejor parte
porque se apoyan en las costumbres
i
en la ignorancia de la so-
ciedad.
con todas fuerzas —Nuestro deber observó Anselmo. — resistiremos, amigo mió, aunque nos cueste es
resistir
a su maléfica in-
fluencia,
I
los
que puedan darla en provecho de
to de las sanas ideas!
en mi conciencia
Mucho tiempo
el sacrificio
como a mi segunda
patria
i
la
verdad
i
la vida. ¡Dichosos
del establecimien-
há, prosiguió, que he ofrecido
de mi vida a este bello país que miro
que será
la patria
de mis
hijos....
Pero
me ocurre una idea.
volviendo a tu asunto, se
—¿Cuál? Que no me parece bien la elección que ustedes han hecho de la casa de don Cándido para colocar allí a Lucinda, en caso de que
—
consigan sacarla del monasterio.
— Sin embargo,
que
es lo
el
jeneral ha encontrado
mas a
pro-
pósito.
-*-Don Cándido es un necio que muí bien puede servir de instru-
mento a tus enemigos. Acuérdate de que
liai
que luchar con un
Hijiocreitía!
— Comprendo; pero ¿en qué otra parte podria colocar a Lucinda? mejor en casa del cónsul —Yo creo que niña es decir, protejida por
una bandera
amistad con M. La Forest, para
francés,
estaria
la
i
te daré
respetable.
Yo
tengo estrecha
una carta de recomendación
él.
— Gracias, señor —Ademas tendré
coronel.
medio de otra carta para cuando llegue el caso, si es que antes no puedo hablar con él. Es todo un caballero, i Mme La Forest una señora que merece una ilimitada confianza. Mañana hablaremos mas despacio. Por ahora lo
i)revenido por
es preciso irnos a recojer.
CAPITULO LXXVlir.
EN LA PLAZUELA DE LAS POSTRIMERÍAS.
(íQiie ))
mundo
tan miserable
Lleno de maldad
i
eng-años,
))Que buscando ])atriotismo, ))Tan solo ambición hallamos!))
(El Mltndo.—^"/'
La
1.)
claridad del relato de esta historia pide que no> traslademos
con la imajinacion a la capital. t'
Era
el 7
de noviembre de 1829.
A
las
ocho
i
media de
la
mañana
don Cándido de la Uneda en su casa, platicando ainigablemente con su esposa tomando chocolate con biscochos hechos 2)or mano de las monjas. Entre sorbo i sorbo, decia: se hallaba
i
—Este mi compadre de cuanto
le
hemos
es
un hombre redondo. ¡No ceder
dicho! ¿Cjnio encontraste, Estelita, a
nada
;i
mi
co-
madre?
— La pobre Trinidad está enferma con la presencia de aquel tigre!
No
i
niui (b'sainiiiadn..
poderle dar yo mi
Ya
se ve! a,
esta
miirmun')
doii
¡ciiio
mujer!
—Entonces no tan gallo mi Cándido, echándose a pechos último trago de — ¿Qué
(•om})adrc,
estarla
el
dices?
la jicara.
— — Digo
qiiG
•
si
mi comadre
—
456
tuviera tu jenio.... quiero decir....
si ella....
—Entonces
bre que da compasión!
Como
dicho la verdad de lo que pasa, el interés
—¿Pues no
la po-
está tan corta de vista, le lian inven-
tado cartas de Lucinda que ella
por
I no que ahora está
otro gallo le cantara....
i
que tomas por su
medio creido. Pero yo le lie ha encargado darte las gracias
lia
me
hija.
he de tomarlo? es mi ahijada.... Aun que te diré la
verdad, aquí para entre los dos.
Yo no
quisiera que Luciüda
se ca-
sase con Anselmo.
—¿Por qué? —Es un tiene malas ideas muchacho. ¡Malas —¿Vuelves a mismas? Acuérdate de que está bajo protección de ahora uña carne con gobierno. — Parece que jeneral ha principiado a adivinar mis pipiólo:
ideas!
el
las
Freiré,
la
éste es
i
Sí!
tudes. cias
i
el
i
-
apti-
el
Le he
ofrecido
mi casa para Lucinda,
i
mi
bolsillo,
influen-
todo.
señora, — Confio en que portarás como corresponde, suplicando con tono de voz mandando con su mirada. — Me he comprometido, ya sabes que hombre por palabra buei por respondió —Veremos cómo cumples. Por ahora preciso que vayamos a de Lucinda. tomar —¿Al momento? dijo la
te
el
i
i
el caballero.
el asta, Estelita,
el
la
el
i
es
noticias
—
Sí.
Hablaremos con tu pariente. Sor Inés de
la
Consolación
de Jesús.
— Bueno. Vamos,
don Cándido, disponiéndose a salir. Pusiéronse ambos esposos en camino para el monasterio; pero en la calle fueron detenidos por un grupo de personas que parecía dirijirse a la Alameda. Varios muchachos venian repartiendo a los transeúntes papelillos impresos, uno de los cuales tomó don Cándido
i
dijo
vio (pie decia
c(¡A los
amigos del orden
((Hoi 7 de
noviembre en
—¿Qué — Que van a ahorcar
significa esto?
i
de la relijion!»
la 2)laza
preguntó
el
Postrimerías, contestó un
de las Postrimerías, sin falta!»
la señora.
gobierno de los herejes en la plaza de las
hombre que pasaba corriendo a todo
es-
cape.
—Vamos a ver por la curiosidad.
(pié
ruido es
éste,
dijo la
señora,
aguijoneada
—
—Yamos,
contestó don
457
—
Cándido, dejándose llevar maqui nal-
mente. I
marcharon
O'Higgins»,
i
plaza,
liácia la
lioi
denominada pueblo llamaba de
ensanchada
a la qne en aquel tiemj^o
el
i
cede
las
Postrimerías aludiendo a los cuatro edificios públicos que la rodeaban. Estos eran: la Aduana, al oriente; Teatro, al poniente,
Muerte,
i
el Juicio, el
los mucliaclios
la
Iglesia
Infierno
Consulado, al sur;
el
al norte, sendos símbolos
de la
Gloria; a propósito de
lo cual
la
i
el
de aquel tiempo cantaban:
üEn la Adiiama está la MUERTE; El J'UICIO en el Consulado; La GLORIA en la Compama, I el IJS^'FIERNO en el Teatro,i> doña Estrella llevando a duras penas a don Cándido, quien no iba mui contento, porque jamas le gustaba acercarse a donde podia correr el menor peligro. Así fué, que habiendo notado que la bulla i los gritos se aumentaban, dijo a su Hacia este punto
se dirijia
esposa:
-—Me parece mejor que Yo creo lo contrario,
—
animación
i
bulla eran
nos volvamos, Estelita. replicó la señora, para quien la
misma
un incentivo mas.
Llegados como a media cuadra de distancia de la plazuela, i cuando don Cándido oyó distintamente los vivas i los mueras lanzados por
el
populacho, se i)aró
i
dijo
formalmente:
— No prosigamos. Es preciso tocar retirada, mi alma! —¿Tienes miedo, alma de lana?
—No por mí, don Cándido temblando, por Yánionos a casa yo volveré a buscar una voz por deseñor don Cándido? —¿Qué hace Ud. Postrimerías? ¿qué hace no marcha para — ¿Es Ud. Gacetilla? Ayúdeme a convencer a Estelita de don Cándido. preciso que de un asunto imporque vamos a —Nó, sino
dijo
tí...
noticias.
i
dijo
aquí,
las
(pie
trás,
Ali!
volverse, dijo
es
señor!
la plaza,
se trata
tantísimo! csclamó Gacetilla. I
tomando
al
pobre hombre do
lui brazo,
entre éste
i
doña Es-
trella lo arrastraron a la plazuela.
—Yoi
sudando, decia don Cándido: voi liecho una agua, Es-
telita!
La
plazuela contenia algunos grupDS de ajitadores que lanzaban
58
— gritos descompasados.
pos por las bocacalles.
—
458
Do cuando en cuando asomaban El
edificio del
otros gru-
Consulado parecia estar
lle-
no de jente.
Don
Catalino se dirijió allí en busca de noticias,
como un ratón por
i
se introdujo
entre la multitud que obstruía el patio.
—¿Qué hai de nuevo? pregantó —Es una reunión de caballeros gado, que está discutiendo en la
al
primer conocido que encontró.
principales,
contestó el interro-
nombrar una junta de
sala sobre
gobierno.
—Entonces vamos a tener dos gobiernos, esclamó riendo Gacetilla, i
Lo que son
gobernar
el
país,
compadre! Ayer.no mas, nadie quería trabajan por hacerse del mando que otro
cosas,
las
lioi
i
manos. Es que ese otro no debe estar en el puesto que ocupa.... Pero bueno sera que callemos porque es peligroso hablar... Ya Ud. me tiene entre las
—
entiende.
— Pero no será peligroso yo quiero ver a —Es imposible! — Para mí no hai imposibles... Ud. verá ver:
sala: voi
i
el interior
de la
entrar.
si soi
capaz de abrirme
paso, dijo Gacetilla dirijiéndose hacia la puerta del salón, endonde,
a pesar de la jente que obstruía la entrada, logró penetrar.
Encontrábase en
número de
la sala la flor
i
nata del partido reaccionario en
ciento cincuenta a doscientas personas, entre las cuales
no dejaban de figurar nuestros conocidos Hipocreitía, Franco, Aldeano i Dorriga. También se divisaba allí a don Meliton a quien su reverendo amigo había arrastrado, a pesar de su repugnancia
por estos tumultos. Pero Hipocreitía
— Es
amigo mío,
le
había dicho:
acostumbrando a estas cosas si Ud. quiere figurar en la política de estos mundos, porque aquí debemos gritar para medrar, i el niño que no llora no mama. , preciso,
como don accedido como I
Uno
irse
Meliton, aunque no era niño, otros
muchos de
quería
de los amigos que don Catahno encontró en
que se acababa de
mamar, había
los circunstantes.
leer el acta, la cual se estaba
el
salón le dijo
sacando en limpio
para enviarla al vice-Presídente.
— ¿qué i)reguntó gracia de decírmelo? — Dice que infracciones de I
dice el acta?
las
Gacetilla.
la
¿No me hará Ud.
la
Constitución cometidas en las
—
459
elecciones, por el gobierno, liau
—
obligado al pueblo de Santiago
ú,
reunirse aquí
— cómo? pueblo de Santiago? interrumpió un que había mas jente en Yo —Es que pipiólos no son pueblo, quiero pueblo decencapaz de — qué mas? preguntó —En esta acuerdan: «Desconocer autoridad del Caeste es el
I
tercero.
creia
la capital!
los
te
decir,
deliberar, replicó otro.
i
G-acetilla.
^¿I
virtud,
bildo, del Congreso,
la
de todos
los funcionarios públicos
i
por consi-
guiente, del gobierno....
gobierno no ha mandado fuerza? —No nada! goYo que — pero ha tenido que volverse como bierno no escapa de —Es un enfermo desahusiado. dejado de mano de — Un gobierno inventar preguntó —Pero cómo ¿I el
es
creo
vino.
Sí,
el
esta.
hereje
Dios, dijo otro.
la
quitar el
incansable Gacetilla.
— Se ha nombrado,
Yamos
otro?
a quedar como moros sin señor!
para mientras, mía junta compuesta delje-
Eran cisco Ruiz Tagle
ya se
i
compuesta de cuatro personas (en
sión
el
don Agustín Alcalde. había concluido de escribir la nota, que una comi-
neral Freiré, don
En esto
sin
Franco) se encargó de llevar al palacio,
la i
cual entraba el clérigo
entregarla al que se decid
Fresidente interino.
Media hora después estuvo de vuelta la comisión. Todos 'ansiaban por saber la contestación del gobierno. Yicuña es un viejo chocho que habrá accedido a todo, decia uno. O se habrá escondido para no recibir a la comisión, agregaba
— —
otro.
Por manera que todos quedaron admirados cuando oyeron al clérigo Franco, que, de pié sobre una silla i con el manteo terciado, dijo
en alta voz:
—El Presidente
ilegal dice:
que no reconoce
el
derecho que
el
noble pueblo de Santiago tiene para nombrar la junta que ha do
ocupar su puesto, usurpado
llama
a^sí
mismo Presidente
multuosos. El
i
los
el
escandalosas infracciones. El se
legal,
i
nos calilica a nosotros de tu-
suyos han infrinjido escandalosamente la Cons-
titución recien dictada,
mos
])ox
i
luego se nos echa
(Mi
cara ([ue perturl)a-
orden público ponpuí pcilimos ¡ustiíMa para
el
])ucl)l()
i
ñuidamental del Estado. Xo ([iiiero decir his injuriosas espresiones que el que, se dice Presidente de la l\'q)úbliea, respeto para la
lei
—
460
—
ha vertido en contra de esta respetable asamblea, porque mi dignidad no lo i)ermite; pero es menester que le probemos que no en balde nos liemos reunido aquí, i que los que han principiado esta obra, son capaces de darle la iiltima mano. Yámonos al palacio i veremos
—Al —Al i
si
no ceden!
palacio, nó! interrumpieron algunas voces.
palacio,
sí, sí!
esgrimiendo en
mil veces
el aire
gritó
sí!
Franco con voz de trueno
su hercúleo brazo.
Sí,
señores, prosiguió:
vamos todos, que en la calle nos espera el pueblo para acompañarnos. El pueblo entero simpatiza con nuestra idea, porque ve que trabajamos por su bien. No hagamos las cosas a medias; i ya que hemos comenzado, concluyamos de una vez con este cúmulo de infracciones i de deslealtades que son una vergüenza para el país. Lo que tenemos no es gobierno: démonos un gobierno. Estamos pisando un terreno inseguro que amenaza hurdirse bajo nuestros pies. Un paso mas, i habremos salvado el precipicio! Al palacio! Al palacio! gritaron en coro los circunstantes. I este grito, repetido de boca en boca, corrió como una chispa eléc-
—
trica hasta los últimos
grupos que se encontraban en la plazuela.
Es una revolución en forma, —Al Vamonos a casa —Aguárdate, hombre de Dios! ¿No ves que no son mas que que para todo comienza, don Cándido —Por palacio!
don Cándido....
dijo
Estelita.
dijo la señora,
frió;
replicó
I
qué j ente tan granada,
soi
hijita!
tiritando,
Tú no comprendes
pero se suele concluir por...
porque eres mujer; pero yo que ;
veamos en
lo
gritos?
esto.
gritos se
i
hombre... Cáspita!
Cedámoles
quita lo valiente.
-:o:
el
i
no de
estas cosas,
Ya
salen....
paso: lo cortés no
CAPITULO LXXIX.
ES LLEGADO EL TIEMPO DE OBRAR.
No, torpe
grei, estúi)icla,
Seamos ciudadanos! Con fe en el pueblo amémonos; Llamándonos hermanos, I a nuestra patria démosle Justicia i libertad!»
Guillermo Matta.
— (Himno a
la
Democracia)
Pronto se vio desfilar por la calle de la Compañfa la columna de los amotinados, a cuya cabeza se veía al clérigo Franco con el sombrero de teja medio terciado, alzada la sotana con la
mano
izquier-
da para dar libertad al paso, el manteo echado a la bolina, i esgrimiendo al aire la suelta diestra, como para acentuar las palabras de su ardoroso discurso.
—Adelante!
decia:
quietos daríamos
ha llegado
un paso
atrás.
el
tiempo de obrar,
i
con estarnos
Vicuña bambolea; démosle
el
em-
pujón de gracia! Llegados a
la
plaza, se dirijieron al palacio,
enfrente de cuya
puerta encontraron formada la guardia cívica que lo custodiaba.
AuiKpio esta guardia constaba de un mimíM'o muclio menor que de
los
amotinados,
Pero adelantándose
se ]>reparó, sin
eni])argo, a
el clérigo capitán, dijo
el
negar la entrada.
a h'S soldados;
— 462 — — ¡Deponed tra
las armas,
nn ministro
impíos! ¿Os atreveríais a acometer con-
La cólera
del Señor?
Si eréis en Dios;
sí
del cielo caería sobre vosotros!
tenéis relijíon, dejadnos libre el
paso.
Compa-
ñeros! adelante!
Los soldados temblaron ante aquel demagago con sotana; i en su turbación se dejaron desarmar por la multitud, j)ues toda resis-
La entrada quedó
tencia liabria merecido escomunion. palacio se vio en
un momento
amotinados se dirijieron a
libre,
lleno de toda clase de jentes.
las salas del gobierno
i
el
Los
en busca del Pre-
sidente, a quien encontraron en su puesto.
Vicuña comprendió desde un j)rincipio que los amotinados estaban dispuestos a todo; pero resolvió en su conciencia no cederles el
campo
sino en el último caso.
uno de mar a don ma,
los oficiales del ministerio
había salido corriendo a
Carlos Rodríguez, ministro, entonces, de la Corte Supre-
uno de los mas ardientes defensores de
i
No
lla-
las ideas democráticas.
bien hubieron penetrado los revoltosos en la sala donde
Presidente se encontraba, cuando se oyó en
— ¡Viva
patío el grito de:
Abajo los herejes! Mueran los estranjeros! clérigo Franco acompañado de Dorriga i otros,
la relíjion!
Entonces, dirijió
el
el
el
se
hacia el Presidente, diciendo:
— Oiga Ud:
Esos gritos lanzados por mil i mil bocas le están diciendo claramente con cuánta justicia pretendemos que Ud abandone un puesto que ocupa contra la voluntad de la nación.
— Señor,
le
interrumpió
el
Presidente con euerjía:
No
son los per-
turbadores del orden; los enemigos de la paz, aquellos que tienen
derecho para hablar en nombre de la justicia
i
de la voluntad na-
cional.
—
Ud. a llamar perturbadores del orden a la parte mas respetable de la sociedad de Santiago, que, impulsada por el ¿I se atreve
amor a
las instituciones viene a
—Impulsados
]}oy
el
decir, señor presbítero,
amor a
..?
los j)uestos públicos,
debiera Ud.
esclamó enérjicamente un caballero que en
momento llegaba a la sala. Era éste, don Carlos Rodríguez, quien atravesando apresurada-
aquel
mente por en medio de
la multitud, corrió a ponerse
al lado del
Presidente.
— del
Sí,
señor Franco, prosiguió Rodríguez con esa euerjía nacida
amor a
la justicia
que constituía su carácter:
sí,
señor: no es el
gimor a las instituciones liberales lo que los trae a Uds, aquí, sino
— el
amor a
—
463
las antiguas prácticas
monárquicas, a que no
les es posi-
ble renunciar; es el odio al sistema republicano que Uds. miran con el
horror con que los murciélagos miran la luz...
tuciones de la República, los quía!,.. Si este fuera
En
Amor
a las insti-
mismos que ayer servían a
un lugar para
momento
i
la
monar-
reirse, soltaria la carcajada!
conmoción fué jeneral, i el orador se vi^ acribillado de miradas de odio. El clérigo Franco, cuya exaltación llegó al último grado, so adelantó algunos pasos i formuló con sus aquel
robustos puños una
la
muda
amenaza, mientras que Do-
x^ero atroz
sacando de entre su ropa una pistola, la
rriga,
dirijió al
pecho de
Eodríguez, diciendo flemáticamente:
—Eso contesta —Para esa contestación se
así...
tengo esta réplica,
le
interrumpió don
Carlos, sacando prontamente otra pistola que amartilló con rapidez
ainmtando hacia don Víctor. Los circunstantes pensaron en cuál de
los dos tiros
saldria pri-
mero.
— ¡Queréis agregar
el título
de asesinos al de perturbadores del
orden público! gritó Rodríguez ¿Son estas las razones que veniais a alegar en vuestro favor? ¡Es verdad que no tenéis otras!
—¿Qué hacéis? Qué hacéis por Dios! esclamó Vicuña,
dirijiéndo-
se a los
que se amenazaban mutuamente... ¡Acordaos de que
hijos de
una misma
patria!
cañón de su arma, i Rodríguez hizo lo mismo. debemos mirar como a nuestros compatriotas a los enemi-
Dorriga bajó
— No
el
gos del pueblo! esclamó con voz de trueno ñores, prosiguió con furioso los
sois
que contra
la
ademan
:
los
el clérigo
Franco.
Sí, se-
enemigos del pueblo son
voluntad popular se mantienen en
el
poder.
Es
preciso quitarles ese poder a 'estirones, ya que no lo quieren entre-
gar de buen grado. Señores, dijo Vicuña: bien podéis atentar contra nuestras vidas; pero no obtendréis de
mí
la dimisión
de un cargo que debo al
sufrajio del pueblo.
— Nosotros venimos a nombre del pueblo, que depositéis otros.
la autoridad
dijo Franco, a pediros
en manos de la junta nombrada por nos-
.
—¿De cuándo interrumpió Rodríguez, habéis autorización.? —El pueblo entero de Santiago nos ha dado. acá, le
recibido esa
la
—•Todo Santiago reunido no
tiene derecho para anularla vulun^
—
—
464
tad del país, ni i)ara echar por tierra
en virtud de esa
go
misma
orden de cosas establecidas
el
voluntad... ¿También el pueblo de Santia-
ha encargado convertir esta mansión del Jefe supremo en una
os
encrucijada de asesinos?
—
En
no
estamos dispuestos a emi3lear la fuerza. aquel momento se dejó oir en la plaza un inmenso vocerío,
Si
cedéis,
aumentado por laajitacion de
las jentes
que llenaban
el patio
i
las
salas del palacio.
— Me
retiro, dijo el
Presidente; pero no por esto creáis que cedo a
vuestras desacordadas pretensiones
:
lo
hago para
evitar
un desacato
a la autoridad.
En
seguida, dirijiéndose a don Carlos, le dijo con calma:
— Sígame üd, don Rodríguez — — Se ordeno, agregó Presidente con voz Carlos.
Señor,... replicó lo
Ambos
el
se retiraron
firme.
a las piezas interiores, mientras los amotina-
dos quedaron ocupando las demás salas,
:o:-
PIPIÓLOS
I
PELUCONES.
índice del tomo PRIME]{()
PAJ.
Advertencia preliminar
5
— mañana por — En Plaza de Armas Cap. — Un Español Cap. — El Paseo de Cañada..... Cap. —El Padre Cap. — La Entrevista Cap. — La Casa Vieja p. V. ^Y. Viii- — El Almacén de prendas —Anselmo Oap. x^— Don Marcelino de Pojas — Madree Hija Cap. —La Cita Cap. —El Director de conciencia Cap. Cap. XIV. — Marido Mujer ha menester Cap. XV. — Dar Cap.
i.
la
8antia,2:o
II.
la
Ilustre
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jv.
V.
Hi¡)ocreitía
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25 29 32
vi.
37
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45 52
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íX.
56 (31
XI.
05
XII.
68
xiii.
i
(consejo al (pie lo
74 81
89
PAJ.
Cap. xyi.
— Donde
el
curioso lector liará conocimiento con
don Cándido de
la Iiueda
i
doña Estrella Clavi95
jo
— La Carta padre Hipocreitía — Prosigue carta del padre carta de Su Keverencia.. XIX. — Concluye por ahora XX. — Don Marcelino don Cándido XXI. — Miguel Turra entre bastidores — Mujer Marido —El cuarto del padre Hipocreitía xxiy. — El Conciliábulo XXV. — De cómo a un valiente permitido a veces ner miedo Parral de Gómez xxvi. — En XXVII. — Don Catalino buscando uno, encuentra con otro — Miguel don Marcelino XXIX. — una puñalada por acaso XXX. — Don Marcelino traba amistad con don Meliton. Fraile de aquellos tiempos XXXI. — El Clérigo XXXII. — Motilini en casa de don Policarpo XXXIII. — La Merienda Política XXXIV. — Don Catalino cae en trampa XXXV. — El Bodegón de Juan Diablo
Cap. XVII.
del
Cap. xyiii.
la
Cap. Cap. Cap.
la
i
Cap. XXII.
i
1
05
110
116
120 127 132
Cap. xxiti.
1
Cap.
145
Cap. Cap. Cap.
le es
Cap.
Cap.
Cap. Cap. Cap.
Cap.
te
el
i
si
i
el
la
—De cómo
Cap. XXXVI.
predicaban
el evanjelio
Cap. XXXVII.
—De cómo don
Catalino,
i
—¿En qué
se
empJeaba
el
— La cosa
Cap. xli.
189 195 199
203 208
235 23''
se encresT)a el
Gobier-
no perderá terreno
—Amor Resignación — Nuevos apuros de don Cándido xliv. — En donde conocimiento con
244 z^&
i
253
xliii.
el lector liará
l)ersonajes de esta liistoria
— La Solicitud xlvi. —El Jeneral
i
otros
261
269
Cap. xlv. Cap.
181
dinero de don Poli-
— Motiloni cree que vencedor o vencido,
Cap. XLii.
177
226
carpo?
Cap. xl.
169
sin saberlo, se en-
cuentra comprometido en la revolución
Cap. xxxix.
164
214 22^
— La Eevuelta de cuartel
Cap. XXXVIII.
Cap.
158
algunos sa-
cerdotes de aquel tiempo
Cap.
153
se
Cap. xxyiii. Cap.
39
el
Jesuita
275
/
PAJ.
Cap.
xlvil—En
Plaza del Basural La Ejecución la
l.
279 286 292 297
lí.
i]03
Lii.
[W-j
— Cap. xlix. — Don Meliton principia a una Cap. — Los Proyectos de don Marcelino —El cumpleaños de don Cándido Cap. Cap. — La Ponchada — La situación complica para don Marcelino.... Cap. —Algunas palabras antes de Cap. Cap. lv. —Anselmo a Freiré —A Descortesía^ descortesía media Cap. — Don Marcelino enternece luego arrepienCap. de su debilidad — La Trampa Cap. — Dentro del Claustro Cap. Cap. lx. — Caridad — La carta de don Marcelino Cap. —El Jesuíta prosigue su obra Cap. Cap. LXiiL — Don Marcelino rompe con don Cándido Cap. LXiY. — El confesor de Lucinda Cap. lxv. — Sor María de Dolores revoluCap. lxvi. — La Correspondencia secreta de cionarios —El Golpe maestro de Cap. — Rodríguez Pinto Cap. de Lucinda Cap. lxtx. — Anselmo recibe tenia miedo a Cap. lxx. — De cómo don Cándido sualidades Reverencia Cap. lxxt. — Nueves Ilecursos de Capuchinas Locutorio de Cap. Lxxir. — En amores hace olvidar a Freiré — La ..Cap. de Anselmo padre Hipocreitía. Cap. lxxiy. — Anselmo, don Meliton C\P. Lxxv. — Nuevas Intrigas ausenta de Santiago Cap. lxxv — Anselmo Cap. Lxxvií. — Anselmo Tujiper Plazuela de Postrimerías Cap. Lxxvíii. — En tiempo de obrar Cap. Lxxix. — Es llegado Cap. xlviii.
liacer fort
se
ltii.
liv.
i)roseguir
visita
lvi.
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Lvir.
se
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321
329
333 338
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343 34S
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noticias
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política
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414 42 427)
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402 408
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440 444
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