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DANIEL BARROS GREZ Vo\.X
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i
líltinio
tomo.
SANTIAGO DE CHILE. Imprenta de la Esperanza, calle de Ltra, num. 187G
JUAN CEPEDA
A.
EDITOR
1 1
PIPIÓLOS
I
PELUCONES,
CAPITULO
MANERA ESPEDITA DESCUBIERTA
I
I
I.
GRACIOSA DE ELEJIR UN PRESIDENTE,
PUESTA EN PRACTICA POR EL PARTIDO PELUCON.
«Mi presencia en aquel
sitio in-
tes
i profanado por los satélide una facción conspiradora,
les
pareció
vadido
un favorable pretesto el crimen queha-
para consumar bian meditado.»
Manifiesto DE Freiré. (1830.)
Al mismo tiempo que
la
poblada invadia
el palacio,
una comi-
sión se habia dirijido a casa de Freiré. Este, liuyendo de las influencias
que
lo
acediaban, habia tratado de ocultarse en casa de un
amigo; pero perseguido hasta
allí
mismo, fué rogado
para que autorizase con su presencia ver. Freiré i
supo
resistir, sin
el
embargo, a
i
estrechado
desorden que acabamos de los
ruegos de la amistad
a las insinuaciones de la perfidia; hasta que viendo que nada po-
dian conseguir, fueron a decirle que
la
seguridad de la patria recia-
maba
su presencia; que
mismo Presidente Vicuña
el
que no pusiese a la seguridad pública en peligro de contrastes con su obstinación.
la deseaba,
i
mayores
sufrir
Fatalmente persuadido de la necesidad de aquel paso, vistióse con su uniforme i se presentó en la plaza. Su presencia hizo el efecto que
Hé
se deseaba,
aquí la causa de la
El jeneral
i fué recibido con una jeneral aclamación. conmoción que se liabia dejado sentir.
entonces a la sala de gobierno «dispuesto a
se dirijió
prestar sus servicios a las autoridades legales del orden.» Pero el Presidente habia salido,
el
i
acediado de propuestas
timón del Estado, espuso ante
ser,
se encontró solo
i
i
en
mas emba-
ser
ruegos para que tomara
amotinados que esto no podria
los
mientras la República tuviese
liabia
a la conservación
Su posición no podia
medio de sus fatales amigos. razosa, liodeado
i
Presidente que ella
el
misma
nombrado.
— Pero
ese Presidente es cero, dijo Dorriga.
abandonado
el
campo porque su
Ya
ve Ud.
conciencia lo acusa
i
cómo ha
su impoten-
cia se lo ordena.
— Señor,
le dijo el clérigo
a que sus virtudes
i
sus glorias lo hacen tan acreedor.
Diciendo esto, entre al i
modo como allí lo
se
Franco: venga Ud. a ocupar
él
i
otro caballero lo
coloca a un niño en
sentaron, sin
que
el
la cuna,
En
él
para
— Agradezco, habia arrojado
al
el intérprete
la felicidad
mas
me ha
dicha que
mando supremo
de la
los
señor presbítero,
deferencia, contestó
razón,
de la sala todo cidida
i
de la
¡patria: tal es la
lo
esas/lemostraciones de afecto
bien que colocado; pero no
me
Eso no
ré a la concurrencia, le dijo del
i
el cual se le
podrá Ud. negar la autoridad.»
escuchaba con
es elevar a
presidencial, sino dejarlo caer en "ella.
en
i
quien colocado en un ricon
Gacetilla,
miraba, escudriñaba
activa curiosidad.
espresion de
de esta noble reunión, así como
Freiré alzándose del asiento,
murmuró
cabido en
del Estado. Per-
que «es mui inusitada esta manera de conferirme
—Tiene
silla
segaida, sin darle tiempo a que
olvidaré, señor jeneral, la
mis mas ardientes deseos i de los de la República entera.
•
a la
lo llevaron
i
le dijo:
coadyuvar a vuestra elevación
maneced en
ñú\/{f{fñ
tomaron en brazos;
manifestase su desagrado, Franco, haciéndose
— Jamas
asiento
jeneral hubiese podido evadirse de re-
l^resentar aquel ridículo papel.
concurrencia,
el
un hombre a
En seguida,
modo mas
la
mas
de-
la silla
dirijiéndose Frei-
formal:
--No puedo
aceptar un puesto para
el
cual no he sido elejido por
Solo a los pueblos pertenece la facultad de elejir a sus
la nación.
mandatarios,
i
mientras ellos usan de este sagrado derecho, yo tra-
taré de corresponder a vuestra confianza, trabajando por la conser-
vación del orden público.
— Pero mientras tanto, dijo
Hipocreitía; es preciso que se lleve
:
a cabo
—
el
acuerdo del Consulado sobre
Sí, sí,
agregaron Dorriga
la instalación
de la Junta.
Franco ¿cómo hemos de
i
salir
de
aquí sin dejar concluido este asunto?
Entonces, aquellos mismos hombres que poco rato antes tacha-
ban de atentatorios decidieron de
mo
e irregulares los actos del
común
gobierno de Vicuña,
acuerdo, la instalación de la Junta en el mis-
lugar que debia ocupar
el
Presidente nombrado por la nación.
Freiré se engañó creyendo que el único medio de apagar aquella conflagración, era acceder en parte a las exijencias de los amotinados,
cuando esto no era otra cosa que alentarlos en sus pretensiones,
escitándolos a nuevas intrigas
maquinaciones contra
i
democrático que comenzaba a plantearse.
En
el
réjimen
consecuencia, aprobó
nombramiento de la Junta de gobierno; i mientras se firmaba la sentencia de muerte contra la Bepública, el Presidente Vicuña sa-
el
lia
por la puerta falsa del palacio,
do supremo, se blo,
dirijia
muestra de consideración
i
lo
que se trataba,
i
le
cedió el paso, con
respeto.
creyeron que nada tenían que te-
este paso, los pelucones
comenzaron a obrar audaz que se desmoronaba.
mer,
man-
a su casa por en medio de la turba del pue-
que sin saber aun de
Dado
cubierto de las insignias del
i
i
abiertamente contra
:o:
el
gobierno
CAPITULO
II.
MUNDO
MIGUEL TURRA SE RETIRA DEL
I
DON POLICARPO DE
SANTIAGO.
«La famosa Pí^rí^V/a
del Alba fué
de la capital por los meses de noviembre i diciembre del año de 1829. el terror
(F. Ekrázubiz.)
Al
salir
a la plaza, fueron los amotinados saludados con estrepi-
tosos vivas a la relijion, al orden
i
a la patria. Se habia tenido cui-
dado de preparar a la multitud por medios de dádivas i promesas, a fin de que manifestara su adhesión a los de la poblada. Varios comisionados, entre los cuales un ojo observador habria podido descubrir a Juan Diablo, recorrían los diversos grupos que llenaban la plaza,
i
el
pobre pueblo entonaba un cántico de triun-
fo al borde del precipicio en
que bien pronto debia hundirse. Acompañaba a Juan Diablo un hombre a quien no era fácil reconocer, por llevar sobre el ojo izquierdo un gran parche verde que
le cubría casi la
mitad de
la cara.
— Compadre, tiempos? —¿Qué quieres — Que yo no
a Juan ¿qué clase de revoluciones son las de
dijo
estos
decir,
sé
ciones son
mas
Miguel?
cómo
los ricos entienden las cosas
desabridas que la agua clara... Ni
estas revolu-
:
un
saqueito
si-
quiera para despuntar el vicio.
de eso por — Calla boca, hombre. No Diablo. dicho que íbamos a tener saqueo — ¿cómo nos se trata
la
aliora, dijo
liabian
I
Juan
jeneral?...
Mire Ud. cómo se van todos para su casa, mano sobre mano... ¿Es esto saber hacer revoluciones? Pero otra vez no me pillarán!
Nos han engañado; pero no
les creeré otra vez.
—Vamonos bodegón, timiento con un traguito que parche, en —Vamos, contestó
le dijo el otro.
al
Allí se te quitará el sen-
te daré.
el
lector a
del
quien habrá reconocido
el
Miguel Turra.
Ambos amigos
bodegón de Juan Diablo, i allí empezaron a beber amigablemente. ¿Sabe en lo que estoi pensando, ño Diablo? dijo Miguel. se dirijieron al
— —En hacer alguno de tus milagros, contestó Ud., ño Diablo, porque ¿quién sabe —No
el otro riendo.
se ria
milagros? Con
el
tiempo todo
se
alcanza,
i
llego a hacer
ya sabe Ud. que de me-
nos nos hizo Dios... Estaba pensando en dejar
me
si
el
mundo
i
retirar-
de estos bullicios!
gracioso verte vestido de —¿A algún convento? que de no Ya estás para —No me gustan contestó Turra, aunque ¡Seria
es fácil!
fraile
los
afición, bien
onocho, por-
viejo
latines,
pudiera haberlo aprendido en todo
vo a mi patrón don Cándido... Sabe
Pero no es
el latin.
al
el latin al
el
tuviera
tiempo que
derecho
convento donde pienso retirarme...
si
le sir-
al revés...
i
Venga
otro trago.
— a donde? —Al partido de Colcliagua. ¿I
Hoi hablé con Manuel Barragan, que ha llegado de San Fernando, i me dice que don Aujelito Calvo ha levantado del humo de la vela un escuadroncito que llaman la Partida del Alba, con el fin de perseguir a los enemigos de la relijion.
— He oido habhir de Partida del pero uu dad que cuenta del don Calvo. —Es un cuerpo compuesto de jente escojida entre la
lo
da\
i
se
Barragan
All)<(\
sé
si
será ver-
tal
(pie
no es tan rastra
(jue
digamos,
los
me ha
de
la car-
asegurado
—
10 ^-
que todos son hombres do pelo en peclio. Han pillado pipiólos como moscas, i no dejan hacienda de hereje qne no visiten i beneficien.».
Comen
vacas gordas; beben de lo
buena sin qne les haga j
ftxlta
bendición de Dios, como bres.
Esto es
como
las
lo
me
rico,
cabalgan siempre en cosa
i
sus cuatro reales en el bolsillo, que es dice
Barragan que
lo
pasan esos hom-
que se llama saber hacer revolución, compadre,
que se están acostumbrando en
que
la capital,
i
nó
ni alegran
uno para echar un trago...! puedes quejar, Miguel, pues en la otra revolución
siquiera, ni le dejan a
— Pero no
te
te chupaste tus veinte pesitos fuertes.
— Los cuales quedaron aquí en su bodegón... Nó, no los
soi
para vivir así a medio morir saltando...
de la Partida del Alba\
i
Me
ño Diablo: yo
voi a reunir
en menos de dos meses
me
verá Ud.
otro. Estoi aburrido
en esta ciudáde Chile,.. Otro vasito...
cuatro revoluciones,
i
na sudara
el quilo
ni
un
por esas
solo saqueo siquiera; calles,
gritando vivas
para "qué...? para volver a su casa con
como i
si
Ya van
un pobre
mueras...
el bolsillo lleno
con
i
todo
de viento...
Estos ricos no saben hacer mas que revoluciones de títeres... Díga-
me, ño Diablo ¿le ha puesto agua a este aguardiente? Ni una gota, hombre
— —
I sin
embargo, está tan simple como
la revolución dehoi... ¡Si
nos hubieran dado siquiera unas dos horas de uñas estaba echando
en uno de
el ojo
libresl...
Ya
le
a un par de candelabros de plata que divisaba
los cuartos del palacio.
Aquel mismo dia Miguel arregló sustrevejos; ensilló su caballo; elijió para su uso los objetos que pudo llevarse de la chacra que don Cándido tenia a su cargo; vendió algunos animalitos para abrigar su bolsillo, como él decia, i sin decir a su patrón aquí quedan las llaxes, se dirijió acompañado de Manuel Barragan, su digno amigo, hacia
el
lugar endonde, por entonces, se hallaba la célebre
Pa.rtidxh del Alba.
No
era Miguel Turra el único de nuestros conocidos que
formado 11a,
el
proyecto de dejar la capital.
importunado
habia resuelto
j)or las
irse
Don
Policar2)o
habia
Traganti-
continuas exijencias del padre Hipocreitía,
a establecer en un pueblo de provincia.
A la fe-
acomodado sus petacas. Solo le faltaba despedirse de su amigo Hipocreitía, con el cual no queria romper, cuando éste mismo le ahorró el viaje al convento apacha ya habia realizado sus negocios
i
reciéndose en persona.
El padre
i
don Marcelino habian ya ajustado con don Meliton
— el dia del
11
matrimonio de Lucinda;
— i
teniendo necesidad de dinero
para hacer los arreglos necesarios en la casa del novio, (que era
donde
boda debia celebrarse según el convenio, a fin de evitar los llantos de doña Trinidad) no liabia mas remedio que recurrir a la inagotable bolsa de don Policarpo. ¿Qué es esto, amigo mió? dijo el fraile, viendo desmantelado el almacén del avaro, i a doña Estefanía i Pep)ita ocupadas en el la
—
arreglo del equipaje.
— Que me dad. Aquí no — Pues —¿Dinero?
campo! padre mió. No puedo ya vivir en la se gana ni para mantener a la íamilia.
voi al
de
tintes
No
viaje...
sé
le
me
irse,
liará
Ud.
el
ciu-
favor de....
interrumpió don Policarpo; apenas tengo para
si
me
alcance para llegar a X*, que es adonde
el
me
dirijo.
—¿Al pueblo de X* va Ud? — mi padre. ¿En qué puedo — Servirme a mí, nó: me ocurre idea de hacera^Ud. un —¿Cuál? Estoi a su —¿No convendría a Ud. gobernador de X*? — ¡Pues no me ha de convenir! respondió don Policarpo abriendo tamaños — La gubernatura un buen elemento para ganar plata en campos. — Lo — Da señor gobernador nadie pone por delante en —Así ¿cómo podría su paternidad conseguir esa gubernaturita? —No Ya ve Ud. que nuestro partido va subiendo. —Ah! mi padre! qué obra de caridad haría su reverencia en conseguirme —Ya digo que no será conseguirlo; — Pero qué? — no podrá —¿Cree su paternidad que yo no sabré una gubernatura como cualquiera? —No amigo mió, como puesto requiere conservar respeto a — Habrá yo me haré alguien me en un se
servirlo?
Sí,
al contrario, se
le
la
servicio.
disposición. ser
le
ojos.
es
los
creo!
respetabilidad,
i
al
se le
los negocios.
es
es difícil...
jl
el destinito!
le
difícil
Ud.,
pero...
servirlo.
servir
otro
es eso,
brillo i)ara
el
brillo:
contrato,
sino (pie
prometo qué
el
cierto
la....
respetar.
Si
irá a la cárcel derechito.
falta
12
—Quiero decir, del respeto a la autoridad... Eso es: ei^ estando con la vara de la justicia en
—
se quedará con
un
cuartillo
que
me
la
mano
¿quién
pertenezca?
— No me entiende Ud. — Vaya, entiendo! —Ya —Esplíquese entonces, mi padre. —En una palabra; para ser gobernador necesita Ud. gastar, vesbien, en una casa correspondiente a su posición. —Eso será según sueldecito. — El sueldo será bueno.. Pero antes, preciso hacer dessi
le digo...
vivir
'tirse
el
es
.
ciertos
embolsos...
— Se padre; — como Ud. me que apenas para a X*.... — Sin embargo, dispuesto —Debemos renunciar a proyecto. —No guber padre mió: yo no renuncio No crea que me para presentarme con decencia. Tengo —¿Cómo cuánto tendrá en — Puedo tener unos quinientos —Es poco. Hablemos de otra —Pero trajinando por podemos juntar hasta — ¿qué podrá Ud. hacer con mil con dos mil pesos? — Buena necesita para principiar ¿Conque de tanta plata a gobernador? — Se echa de ver que Ud. no conoce mundo, don se liará.
liará,
I
dice
llegar
tiene
estoi
a...
este
natura...
:'acepto la
lo crea,
algo.
falta
caja?
unos...
pesos.
cosa.
mil...
ahí,
I
ni
cosa!
se
ser
Policarpo....
el
Con menos de cuatro mil
pesos, no crea que hará
nada en
la carre-
ra de la política.
—Vaya, pues, supongamos que yo tenga esos cuatro mil pesos! — Proyectar sobre suposiciones, en — Pues digo de Los cuatro mil pesos están prontos. —Entonces me da Ud. dos mil pesos. otros dos mil pesos es edificar castillos
veras.
le
. .
i
los
los
lleva para sus necesidades. Cuente con el destino
Puede
mo
la
el aire.
creer que la cosa es
i
no hablemos mas.
hecha porque nuestro partido sube co-
espuma.
Reflexionó
un momento don
Policarjio;
i
como sabia que era
tiempo perdido tratar de que el jesuíta rebajase algo de la cantidad que demandaba, le entregó, suspirando, los dos mil pesos.
— Son prestados, decia blorosas
manos de don
el fraile,
Policarpo...
mientras los recibía de las tem-
No
le doi recibo
porque
la regia
— cle la
Orden no
me
rá reembolsado,
si
lo
is-
permite; pero cuente con que este dinero se-
nó de mi peculio, al menos con
las
pingües ga-
nancias del destino. Adiós ¡que el cielo lo proteja en su viaje! se olvide de escribirme.
Yo
cumpliré mi palabra.
—Amen! respondió don Policarpo.
:o:-
i
no
.
CAPITULO
III.
DETRAS DEL PLACER ESTA EL DOLOR-
«La fuerza armada pertenece ala nación entera, i no puede, sin hacer traición a un deber el mas sagrado, apoyar las deliberaciones de un pueblo o pueblos en particular.»
(Acta del Consejo de guerra verificado en Tango, el 9 de NOVIEMBRE de 1829.) Fuerza
es
que
el
condescendiente lector se trasporte al campa-
mento de Tango, endonde Anselmo seguia recibiendo de sus camaradas las
Uno de
mas los
inequívocas muestras de aprecio.
que mas se empeñaba en obsequiarle, era un antiguo
camarada llamado José Tronera, que aunque de muclio mas edad que la mayor parte de los oficiales, parecia el mas niño según la manera como se conducia. Por una parte, vivo, travieso, decidor, amigo de las jugarretas i de los lances chistosos; i por la otra, franco, jeneroso, valiente i decidido por sus amigos. Era Pepe Tronera un carácter verdaderamente orijinal. Mas de una vez le habia su-
— cedido
bellón,
con las víctimas de sus jugarretas
lances desagradables
truhanerías; pero
como
él
lo --
liabia sabido sostener
decia.
JSÍadie
honor del paapodo de cobarde; i
siempre
podia aplicarle
el
l
el
aunque era hablador hasta la crueldad, no se conocía ejemplo de que hubiese descubierto un secreto importante. Su bolsillo era de todos i miraba el de los demás como su propia caja. Cierto día, enojado con un compañero porque le cobraba con instancias cierta cantidad, le dijo: (cyo me vengaré de tí, no valiéndome jamas en lo sucesivo de tu bolsillo.» Hijo de padres ricos, habíase apresurado a gastar toda su herencia materna con el fin de asimilarse mas a los liberales,
como
él decia,
bia pasado a
i
de que nadie lo tuviese por pelucon. Su dinero
manos de
los
usureros, de las mujeres de
mala
lia-
vida,
de las viudas pobres, de las familias sin recursos, de los bodegone-
no era estraño verlo en mi mismo dia dotar a la cantora de una chingana i asentarse en la ros,
de las comisiones de beneficencia etc..
i
Por
cofradía de Nuestra Señora del Socorro...
la
mañana acompa-
ñaba con semblante devoto al Santísimo Sacramento, i en la tarde se afiliaba en una partida de tunos para ir a dar un malón en una chacra de campo a las mas lindas muchachas de los contornos. En una ¡mlabra, este hombre orijinal presentaba los fenómenos mas extraños i contradictorios, i un fisiólogo sagaz, habría tenido mucho que estudiar en su multiforme carácter. Sin embargo, sus mutaciones eran verdaderas i naturales, i jamas hubo uno de sus compañeros que lo llamara hipócrita.
Al segundo
dia del arribo de Anselmo, dijo
Pepe a sus cámara-
das: '
—Es preciso
solemnizar la llegada denuestro amigo a estas
fí-^
las patrióticas.
— Pero cómo? preguntáronle. — Con una merienda, por ejemplo»
'
---Eso seria
si
se nos hubiese
dado nuestros sueldos, replicó
txn
oficial.
—Ya
Pase por lo mucho que nos solemos olvidar de ella. Pero ¿el no tener dinero es una razón para no festejar a Anselmo? Que me traspasen las bayonetas se ve! la patria se olvida de pagarnos...
peluconas
im
si
esta
misma noche no tenemos
i)royecto... ¿quién se atreve
—¿Cuál es
el
la
mesa
puesta.
Tengo
a ayudarme?
proyecto?
—-¿Qué gracia barias en entrar en
él
si
yo
te lo dijera?
Esa prc-
— me
gunta
16
—
manifiesta que no tienes fe en mí. Por consiguiente, no
mereces ayudarme.
—Aquí Pepe! bien con de Tronera. —Acei^to tu cooperación,
dijo
estoi yo,
un mozo, cuyo
mui
carácter se avenía
el
Tristan, dijo Pepe.
tomarás parte en la empresa así como
En
seguida,
lias
i
acá, hijo
tenido fe en
tomando del brazo a Tristan
lleriza; ensillaron
Ven
se fué
con
salieron del cuartel a trote largo.
mi él
mió;
talento.
a la caba-
Dos horas
después estuvieron de vuelta.
—¿Cómo — Muí
ha ido, Pepe? le preguntaron. bien. Hemos cumplido la comisión con que ustedes nos te
nan honrado.
—¿Nosotros? qué comisión? —La de a convidar para ir
la
merienda de mañana a don Pedro
Contreras.
-—Ese viejo rico, padre de las niñas -—El mismo. Ha agradecido mucho que no faltaría a la merienda,
la atención,
— Pero, hombre, nos has ido a comprometer!
i
me
aseguró
¿Cómo pondremos
una mesa digna de ese caballero sí no tenemos con qué? —Sí no es mas que una ternera asada, con un poco de chicha! Yo le dijeque era solo una cosa así a la rústica, para festejar aun, amigo.
—¿No mas que una —Nada mas, nada menos.
ternera, dices?
es
—No nos falta mas que
'
--Asi
se lo dije a
la ternera.
don Pedro;
í
él
me la prometió
con la patrióti-
ca jenerosidad que lo caracteriza.
—Acabáramos! Pero cuartel no presenta ninguna pieza decente para su —Don Pedro sabe esto mejor que nosotros nos este
el convite.
ofreció
i
Nos comeremos
mo
la
de sus
casa...
la ternera debajo de los parrones de la huerta,
bodega de don Pedro está mui aperada, beberemos a
i
co-
la salud
hijas.
—Jal
já! já!
Vaya con
este Pepe!
¿Conque has ido a convidar a
don Pedro para comernos una de sus terneras
i
beber de su vino en
su propia casa?
— Con sus propias niñas
i
todo, agregó Pepe, encendiendo
un
ci-
El hombre es una alhaja. No hai mas remedio... Es preciso que nadie falte, porque el convite fué hecho a nombre de todos los
garro.
— oficiales
i
preciosas
—Nos
—
17
mas formal por don Pedro
aceptado de la manera
sus
i
liijas.
resignaremos a cumplir con este compromiso, contestaron
riendo algunos oficiales, mientras otros, menos acostumbrados al carácter de Pepe, recibían la noticia
un
es
si
no es disgustados.
Don Pedro era un vecino acomodado, jeneroso i amigo alegre. El mismo vino esa tarde en persona a convidar
de la vida a Yiel
i
a
sus oficiales para la merienda del siguiente dia, a la cual asistieron
menos
Tupper que se quedó en el cuartel. El convite fué animado; la mesa abundante i regularmente
todos,
vida,
convidados encontraron la
los
i
el coronel
mas
cordial
franqueza en la
familia de Contreras. Mientras tanto, Tronera que iba
estremo a otro de la mesa charlando con todos
i
ser-
i
venia de un
revolviéndolo todo,
decia de cuando en cuando a sus compañeros
—Ya ven ustedes que Pero
sé
cumplir mi palabra!
contento jeneral faé turbado repentinamente por la
el
gada de Tupper, quien, con unos papeles en Yiel
i
la
mano
lle-
se presentó
a
le dijo al oido:
— Comandante, todo está perdido! alzándose de su —¿Qué hai? preguntó Viel,
asiento.
Tupper, sin contestar una palabra, puso las comunicaciones en
manos
del
rápidamente
comandante la vista
poniendo mas
i
mas
jeneral.
Este, retirándose a
por los papeles, pálida.
En
i
mientras
seguida,
leia,
un
lado, pasó
su cara se iba
dirijiéndose a los oficiales
les dijo:
—Caballeros,
al cuartel!
-—¿Qué sucede, señor comandante?
—La patria está en
peligro. |A1 cuartel en diez minutos!
I después de pedir a los dueños de casa lo disculpasen por aque-
brusca retirada, salió seguido de todos sus
lla
— Señorita, decia Tronera a una de se:
no
lie
tenido tiempo de concluir
balas de los pelucones
Un
me
lo
cuarto de liora después
oficiales.
las niñas al
mi
tiempo de
retirar-
brindis; pero volveré,
si
las
permiten. ¡Esto huele a peluconada! se
encontraban
los
de
la
merienda
reunidos en consejo de guerra.
Era
el
9 de noviembre.
Habiendo tomado
YíííI la
palabra para
imponer a los circunstantes del objeto del consejo, narró todos los hechos acaecidos el dia 7, i concluyó diciendo: La Junta de gobierno nombrada i)()r los enemigos del orden,
—
carece de autoridad, nó solo de dereho sino de hecho, porque ni
2*
aun
— lia
18
—
podido ser su nombramiento publicado por bando. Se
le lia
ne-
gado la obediencia por los comandantes de los cuerpos que existen en Santiago, i la Asamblea de la capital la lia declarado nula. Dictaminemos aliora sobre lo que le corresponde hacer a este ejército de mi mando.
— Defender hasta último trance nuestras instituciones amenazadas, respondieron muchos. — Ser a Constitución hasta muerte, dijeron el
la
fiel
En
la
otros.
consecuencia decidieron:
«Obedecer
las
órdenes del Poder Ejecutivo constitucional, pro-
((testando a la faz de la nación, que
jamas harían uso de
las
armas
«para hostilizar a los ciudadanos, cuyos derechos defenderían hasta
«derramar
la iiltima
gota de sangre, con
lo cual
obrar con-
creían
«fornie al voto de la jeneralídad de la República.»
El noble ejército, después de esperar en balde órdenes del poder supremo, mal alimentado i mal equipado como estaba, se dirijió a Santiago, adonde llegó el mismo día en que esta capital era abandonada por el Gobierno i entregada a las intrigas reaccionarias. El Gobierno se trasladó a Valparaíso; pero si no había podido dominar las circunstancias estando en Santiago, es decir, en
mismo de
puerto? Sin embargo, no estaba todo perdido todavía: fiel
a sus banderas
i
el ejército
juraba morir por la causa de la
Solo habia menester de un jefe de prestijio,
bertad.
centro
peluconas ¿cómo podría hacerlo desde aquel
las influencias
permanecía
el
i
al
li-
mismo
tiepipo leal a los principios de la Constitución.
Ese
no podía ser otro que Freiré; i en consecuencia, un consejo verificado el día trece de noviembre, acordó poner al ejército bajo las órdenes de dicho jeneral, «nó como a jefe de la Junta de Gojefe
bierno, sino
como a jefe de mayor graduación.»
Freiré no comprendió toda la nobleza herido, ordenó
al ejército la
de este acto;
i
creyéndose
sumisión ante la autoridad de la
misma
Juiíba, que, pocos días antes habían jurado no reconocer. Tenia con-
fianza en su prestijio; pero aquella vez se equivocó, porque al día siguiente el ejército puso a su cabeza al coronel Viel. Este segun-
do acto
i
las instigaciones del partido reaccionario,
exasperar bástalo
sumo
proyecto de presentarse
al jeneral
él
concluyeron por
Freiré, haciéndole
en persona ante
los soldados.
concebir el
CAPITULO
ANSELMO
I
c(
IV.
ANJELINA
Mujer! oh gota pura
Del^cálice divino!
Calmar con tu dulzura Al hombre, es tu destino, El amargoso líquido Del vaso del dolor:
Tú eres, mujer, la lu'na Que encierra su consuelo; La antorcha eres nocturna Que le platea el cielo; I en fin, en turbio piélago
Su
estrella eres de
(J.
Eiil
Chacón
amor.»
— La
mn'jcr)
cuanto Anselmo estuvo libre de las ocupaciones de su puesto,
quiso verse con Andrés; 2)ero éste se encontraba en Valparaíso a las órdenes del teniente
coronel de artillería, don
Gregorio
Amu-
nátegui.
De doña
Estrella no
pudo sacar otra
cosa,
contestación a cierta carta que luibia escrito a
sino que
una de
esperaba
las
madrea
—
20
—
mas graves del convento, parienta de don Cándido. Doña Trinidad seguía enferma; pero no por eso conseguir de su marido el que
le
liabia
podido
permitiese ver a su hija.
Don
Marcelino liabia jurado que Lucinda no saldria del monasterio sino para casarse con su amigo don Meliton eco con la sepultura.» Tales eran las palabras del cruel viejo.
En
cuanto a la solicitud
elevada a la Curia eclesiástica, aun no liabia obtenido providencia,
en razón a los inconvenientes que se liabian presentado i que, a no dudarlo, provenían de las maquinaciones del reverendo Hipocreitía,
uno de
los
hombres de mas
influencia en el tribunal eclesiásti-
según la espresion del señor secretario con
co,
do doña Estrella. Las noticias que
mas
fueron bre
el
el
felices.
el
cual liabia habla-
joven obtuvo de su protector, don Ramón, no
A pesar
de haber conferenciado varias veces so-
asunto con Su Ilustrísima,
el
señor Obispo de Ceran, no ha-
bía podido obtener otra contestación sino que «el negocio era delicado
i
debia pensarse maduramente.»
El pobre joven no
mana
i
muí
se
dirijió al
con Anjelina, como
liallando qué hacer, quiso hablar con su her-
convento.
Llamó en
el
torno
i
solicitó
hablar
aunque de tarde en tarde, según encargo de su misma hermana. Vino ésta al torno i apenas saludó a Anselmo cuando le dijo sollozando: lo solia hacer,
—Ya concibo cuál
es el objeto de tu venida, pero
nada puedo de-
cirte.
—¿Por qué? —Me prohibido, hermano mío! es
-
.p ero. '
— La escucha nos oye, dijo a media voz Anjelina.
Anselmo
se acordó entonces de
que una monja no podía hablar
aun con su hermano, sin que su conversación fuese fiscalizada jior ese testigo llamado la escucha, Ah! esclamó el joven: ¡^ero cómo podré conformarme con tener que separarme de aquí sin saber noticias de ella? —Vamos, hermana! dijo con voz seca i dura la monja que acom-
lii
—
pañaba a Anjelina: «Retírese de la reja porque esta conversación toma un carácter prohibido.» Hermana, amiga mía! esclanij Anjelina con voz suplicante ¿no ve que la persona que ahí habla es mí pobre hermano que su-
—
fro tan
cruelmente?
— ;Qué Dios
1q
dé pacicucial respondió la escucha] pero yo no
— 21 — puedo
faltar a lo
La orden
me lia
que se
era imperiosa
ordenado. Retirémonos de aquí!
Anjelina debia obedecer al momento,
i
pena de sufrir un castigo correccional. Pero antes de dijo a Anselmo: so
—'Adiós, hermano mió! Voi a rezar por
tí.
¡Ten esperanza!
El joven no contestó sino que lanz¿ un doloroso jemido tiempo que la escucha decia a Anjelina:
—Hermana! Ud
retirarse
mismo
al
ha pecado gravemente con no obedecer
al ins-
tante!
Pero Sor María de
los
Dolores no oyó estas palabras,
i
preocupa-
da del quejido de su hermano, que repercutió en su sensible corazón, corrió nuevamente hacia el torno.
—Anselmo! hermano mió! esclamó con voz entrecortada
por la
emoción. Ten esperanza, te he dicho: confia en Dios! Lucinda está
buena, le
i
yo sé que
han obligado a
te
ama
cada dia mas!
En
cuanto a esa carta que
escribirte...
Anselmo no oyó mas. La voz de su hermana liabia sido cortada de repente como si le hubieran puesto la mano en la boca. Al mis-
mo tiempo
se oyó gritar a la escucha-,
—Socorro! socorro! Bien pronto concurrieron
tres o cuatro
monjas que esclamaron:
— ¡Ave Maria Purísima! —¿Qué que sucede? — Que Sor María de Dolores ha desobedecido formalmente...! María José! Materia grave! — — Ha hablado contra prohibición — ¡Qué escándalo! -Aquí viene madre abadesa! —Madre mia! esclamó Anjelina a Sor Águeda: he es lo
los
¡Jesús,
i
espresa...
la
"
la
dirijiéndose
pecado gravemente! Estoi pronta a recibir con humildad que su reverencia tenga a bien imponerme.
—Anjelina de mi corazón! esclamó Anselmo ¡Vas a
—¿Quién
habla en
el
torno? preguntó la
el castigo
sufrir ])or
mí!
madre Águeda después
de haber ordenado a dos monjas que llevaran a Sor Maríti de los Dolores al lugar endonde debia sufrir la penitencia de su pecado... ¿Quién es Ud?
— Madre mia! respondió
el
joven:
soi
Anselmo Guzman,
(d
Ihm-
mauo de Anjehna
—Aquí no hai ninguna persona de
ese nombre, señor, Ketírese
Ud!
— 22 — —Anjelina Guzman, señora, que con nombre de Sor María de Dolores interrum— Sor María de Dolores no saldrá mas el
los
al locutorio!
los
iñó la abadesa... Olvide Ud. para siempre que tiene aquí
una her-
mana!
En
seguida ordenó a la hermana portera que cerrase todas las
puertas,
i
en breve rato se encontró Anselmo solo
le contestase. Retiróse i
de
allí
con
el
i
sin tener quién
corazón traspasado de dolor,
sostenido su espíritu solamente por esa forzada esperanza de los
últimos momentos. Sus ilusiones hablan ido cayendo una a una
como caen de
los árboles las hojas
que
el
huracán arrastra en tu-
multuosos remolinos. Mientras mas pensaba en su destino, mayor
Echando una mirada a la sociedad, temblaba al considerar en ella mía reunión de elementos para sacrificar a su era su angustia.
querida,
ün
i
ninguno para
salvarla.
sacerdote en quien la niña debió encontrar el consuelo que
necesitaba, habia pronunciado la sentencia,
verdugo.
En
i
su propio padre era
seguida, echaba otra mirada sobre sí
mismo
i
el
lo afli-
¿Qué podia hacer él, pobre i sin ningún prestijio contra sus poderosos enemigos que encontraban en las preocupaciones sociales su principal apoyo? El tenia conciencia de la justicia de su causa i de los derechos de su amor; pero esto era precisamente lo que lo martirizaba hasta la desesperación, pues, mientras
jía su debilidad
mas
reflexionaba,
mas claramente
veía su impotencia.
;o:
CAPITULO
V.
LA INTENTONA FRUSTRADA.
«Yo
momentos; medio del patio, i con una pistola en una mano i la espada llego en aquellos
penetro en
en la otra,
el
me
presento al jeneral
Freiré
(Carta del coronel Tupper.)
Tales eran poco jirse a su cuartel,
cuando
mas
o
menos
las reflexiones
que entonces ocupaba
al llegar a la plaza
el
de Anselmo al
diri-
convento de San Agustin,
de Armas, fué distraido de sus medita-
una voz muí conocida Anselmo! pobre amigo mió! ¡qué flaco pálido te encuentro! Tan flaco i pálido como gordo i colorado estás tú, Catalino, respondió Anselmo dando la mano a Gacetilla. ciones por
— —
i
— I ¿qué hai de nuevo?
— No
sé nada,
hombre.
—Nada! Yo no sé qué clase de jóvenes sou los de estos tiempos;
•
— parece que no se interesan por
—
24
el
porvenir de la Hepública.
Nunca
sabes nada!
— ¿qué — Ya I
lie
de saber yo, cuando acabo de llegar del campo?
a la capital
i
mas de
pero hace
lo sé;
veinticuatro horas que llegaste
debes saber muchas cosas. ¿Te parece poco veinticuatro
Pues yo te diré entonces lo que está como un qiiique contra los pipiólos
horas?....
—¿Por qué? —Porque
el ejército
le
ha negado
sé.
He
oido que Freiré
la obediencia,
todo esto se hace por instigaciones del pipiolaje.... berlo.
¿No
eres
amigo
i
él dice
Tú debes
que sa-
del jeneral?
— pero no tratamos sino mui poco de estos asuntos. don Catalino con — Mal hecho, hombre; mal hecho, Sí;
dijo
gravedad cómica. Tu
posición cerca del jeneral te pone en
un
cierta serio
compromiso.
—¿Cuál? El de inquirir por medio de él las mejores noticias para contestar a los amigos. Ahora me acuerdo, prosiguió Gacetilla; se
—
dice ademas, que Freiré piensa presentarse al ejército en persona.
Su
objeto es sin
duda
influir
sobre el ánimo de los soldados a fin
de hacerlos respetar la autoridad de la Junta de los pelucones. No creo que el jeneral tenga ese pensamiento, dijo Anselmo.
— — Digo
revueltas....
biernos
i
que se cuenta....
lo
las cosas están así así,
tan
tenemos a la fecha una multitud de goposible saber a qué autoridad atenerse.... Autoridad
¡No
no es
Como
es nada!
del Presidente Vicuña, autoridad de la Junta, autoridad de Prieto
i
ahora, autoridad del ejército del sur.... Pero ¿qué jente es aquella?
Ambos amigos
habian llegado a la esquina oriente del Portal de los Baratillos, (hoi conocido con el nombre de Sierra-Bella) i pudieron ver cómo un grupo de jente de a caballo i de a pié se dirijia por la calle del Estado hacia la portería del convento de San Agustin.
—
^¿Qué podrá ser eso? preguntó Gacetilla.... ¡Ai, Anselmo! se
me
ocurre que será Freiré.... Sí! él es! Viene acompañado de otro jeneral
i
entran en
el
convento!
Anselmo no contestó
sino que se fué corriendo hacia el cuartel
endonde entró seguido de Gacetilla. Freiré habia hecho formar la tropa de los dos batallones allí acuartelados, i en ese momento dirijia la palabra a los oficiales. Anselmo se colocó prontamente en su puesto. Los soldados atónitos
i
sin saber
de
lo
que se trataba.
— 25 — habían obedecido por no encontrarse tonces,
—
En-
sus principales jefes.
capitán don Gregorio Barril contestó a Freiré diciendo
el
podemos
'No
allí
recibir órdenes
mas que de nuestro comandante,
señor jeneral. Irritado éste, volvió a ordenar a los oficiales'que saliesen de sus filasj
pero ninguno se movió de su puesto.
—Tú también,
Anselmo! gritó Freiré fuera de
sí:
tú también
desconoces mi autoridad!
Anselmo no contestó una palabra
i
solo inclinó la cabeza,
mani-
festando en su actitud el dolor que sentia al verse en la necesidad
de desobedecer a un hombre que estaba acostumbrado a amar
como a su propio padre. En aquel momento un oficial a
i
respetar
se abrió paso por entre la jente
Era Tupper,
caballo, con su espada desnuda,
que obstruía
la
puerta del cuartel.
que, sabedor de lo que pasaba, iba a librar de
una
sor-
presa a las tropas de su mando.
— Señor
jeneral, dijo, encarándose a Freiré: yo
vuestras órdenes, ni consiento que
mi batallón
no puedo recibir
las reciba sino
de la
suprema autoridad! Freiré no escuchaba,
—¿Qué
se
i
dirijiéndose a los soldados, les dijo:
amor por vuestro antiguo jeneral? No puedo ¿Cómo es posible que prefiráis obedecer a un es-
hizo el
creer lo que veo.
tranjero antes que a vuestro antiguo compatriota que mil veces os
ha llevado a la victoria? Tupper mandó entonces a oficiales
obedecen,
— Decid ayer no
i
él les
los oficiales
dar un paso adelante: los
pregunta:
¿a quién reconocéis por vuestro jefe?....
mas
si
a mí, con quien
jurasteis defender las instituciones de la Eepública, o
a un jeneral que traiciona al Gobierno lejítimo? Moriremos con vos, coronel! contestaron todos,
—
remos sino
las órdenes del
i
no obedece-
poder constitucional!
Al oir estas palabras, todos los soldados gritaron a una: Viva la Constitución! Viva el coronel Tupper!
— —¿Os convencéis ahora, a de que mis tropas no reconocen que yo? —Vos daréis cuenta a nación de vuestra conducta, respondió — coronel: yo responderé ante nación de mi dijo éste
Freiré,
otro jefe
la
el jeneral.
Sí, señor, replicó el
la
de mi batallón. Conozco mi responsabilidad, agregó, seréis vos quien me haga olvidar mis deberes. 3*
deber
i
i
no
— —Es
26
—
tiempo de retirarnos, dijo a esta sazón
el
jeneral Blanco
que acompañaba a Freiré.
Ambos
de Armas.Tupper envió entonces a buscar a Rondizzoni, jefe del ConcejJcion, también acuartelado allí; i mientras tanto, se quedó tomando las medidas necesarias para evitar otra intentona. En aquel mismo dia fué nombrado jeneral en jefe del ejército salieron del cuartel
constitucional, se unia
un
i
don Francisco de
se
dirijieron hacia la plaza
la Lastra,
a cuya valentía
i
arrojo
carácter de proverbial integridad.
Lastra habia encanecido en la guerra de la Independencia
amaba a su país con un corazón verdaderamente republicano. El nombramiento no podia ser mas oportuno, con muestras de la mayor satisfacción.
:o:
i
el ejército
i
entero lo recibió
CAPITULO
VI.
ANSELNO SE ENCUENTRA ENTRE LA ESPADA
((Jamas
el
I
LA PARED.
odio insano
mi mente
lia
conturbado.))
«Ni
la
venganza impía manchó mi
corazón!))
(Señora O. de Uribe.) últimos acontecimientos bosquejados capítulo anterior, llegó Rondizzoni al cuartel de San Agustin.
Media hora después de en
el
los
— Compañero, a Tupper, debemos —¿Por qué orden? — Por orden del señor jeneral Lastra. —¿Con qué objeto? — Con objeto de protejer llegada a le dijo
salir
pronto de San-
tiago.
la
el
la capital
de dos com-
pañías de artillería que vienen de Valparaiso a las órdenes del teniente coronel Amunátcgui. el norte la
vanguardia de Prieto.
—¿No dicen que Codegua? — pero una gran el
ejército
Sí;
seiscientos
Se presume que haya pasado para
hombres,
al
de Prieto se halla a estas horas
parte de su cabaUcría, es decir,
mando
en
mas de
del coronel Búlnes, se ha adelantado
—
—
28
espera a Amnnátegui en el camino do Valparaíso. Lastra
1
dado
ir
en su defensa,
i
lioi
mismo deben
lia
man-
partir de aquí las fuerzas
constitucionales
—Así ga
sea, dijo
Tupper,
i
nos iremos preparando mientras nos
la orden.
En
seguida llamó a sus oficiales
Anselmo
pues
lo
advirtió de que era preciso
les
i
gran disgusto esta obligaba a separarse del lugar endonde sufria su
estar listos cuanto antes. noticia,
amada. Pero era preciso obedecer i
lle-
recibió con
al
imperio de las circunstancias,
se fué a su casa con el fin de arreglar su lijero equipaje de solda-
do,
i
sobre todo, a buscar el querido paquete de las cartas de Lucin-
da que tenia guardado en su cuarto. Esas cartas eran para él tanto mas preciosas, cuanto mayores eran las dificultades que se presentaban para unirse a su amada. Iba a separarse de Santiago; talvez tendría que entrar en el combate, i mui bien podría ser que una bala atravesase su pecho. El joven no quería morir sin llevar sobre su corazón el inapreciable tesoro.
Encontrábase en su cuarto cuando oyó traba a la casa. Venia
el
jeneral
la voz
sumamente
de Freiré que en-
ajitado,
i
en cuanto vio
al joven, le dijo en tono de agrio reproche:
no habría ¿qué has —Anselmo! no hubiera hecho? joven, cruzándose de contestó respetuosamente — Mi brazos delante de marcado con un — mandaba tu a tu antiguo mandaba tu disgusto; — Señor! interrumpió Anselmo ¿yo con tu amigo, con coléricamente; — Si
visto,
lo
lo
deber,
creido:
el
del jeneral.
deber, el ser desleal
te
jefe?...
desleal?
le
Sí! gritó Freiré,
el
jesto
deber, replicó éste
¿I te
sí,
desleal
íntimo amigo de tu padre.
Habia en indignación
— Señor
estas últimas palabras de i
de dolor que traspasó
el
don Ramón una mezcla de pecho del pobre joven.
mi corazón me recuerda todos los dias cuánto debo a Ud., i mis labios no han cesado jamas de publicarlo, pues ésta es la única manera como puedo pagar tan santa deuda. Ud. ha dirijido mi vida con sus consejos; i con su noble ejemplo, me ha hecho seguir siempre en los combates el camino del honor. Débele, pues, lo que soi! Suyo es mi corazón, mi respeto, mi jeneral! contestó éste:
vida; pero
— Pero, qué?
I
— —Mis respondió
el
joven en voz
El jeneral qne
un paso
dio
mi
convicciones,
se
atrás,
i
—
29
mi honor, son de mi
conciencia,
mas
patria,
baja.
habia ido acercando poco a poco a Anselmo, lo miró de arriba abajo como preguntándole lo
que significaban sus palabras.
— Recuerda Ud., prosiguió con
calor el mozo,
cuando después
de la batalla de Padeto, se apeó Ud. repentinamente de su caballo, i abrazándome me dijo; «Anselmo, quisiera que tu padre estuviese aquí para que gozase con tu conducta.» Ab! entonces! esclamó el jeneral acercándose al joven.
— —Esas palabras resuenan aun
en mis oidos, prosiguió éste: Ud.
se sacó entonces su propia espada; esta aquí,
i
que nadie
mis manos,
me
me
espada, señor, que llevo
arrebatará sino con la vida,
i
poniéndola en
dijo:
—Aun cuando tuviera
el
puño cubierto de diamantes, no alcan-
zaría a premiar tu valor.
Freiré enmudecido, miraba a llos sitios
Anselmo como trasportado a aque-
de gloriosos recuerdos.
—Pero yo no habría
estimado ese puño de diamantes:
i
si
besé
con reconocimiento esta arma, fué porque estaba consagrada por
Ud. en mil combates gloriosos en defensa de Chile. Ahora bien, ¿querría Ud. que yo hubiese empañado el brillo de esta espada traicionando mi propia conciencia, i ultrajando las instituciones que hemos jurado defender?
—Entonces,
crees, prosiguió Freiré,
que mi conducta de
hoi...»
—No debo calificarla, le interrumpió Anselmo. que hagas! — Pues yo — — Es un amigo que ruega, Anselmo. — Creo que su buen corazón ha te jpido
lo
Señor!...
dijo el jeneral,
te
Freiré soltó bruscamente la
acento triste
—No
i
tomando
la
mano Aú
sido sorprendido, contestó éste.
mano
del joven, quien prosiguió con
firme a la vez
he hablado demasiado, señor jeneral: de todos modos le ruego perdone la franqueza de mi corazón. Ud. me ha enseñado a decir la verdad. Después de lo que ha pasado, creo que no debo sé si
Mi mala suerte me condena a vivir separado de las personas que mas amo. Bien pronto partiremos; nos han dicho que nos vamos a batir, i ¡quién sabe!... Le ruego que
permanecer mas en esta
casa.
—
30
—
diga a Lucinda que mis últimos pensamientos
pertenecen....
le
¡Adiós: sea üd. feliz, señor!
La
voz del joven era lúgubre: su último encargo se asemejaba al
de un moribundo. Cuando tendió la mano a su protector, éste con mal reprimida ternura:
—Ingrato
I
llevas el presentimiento de la'muerte,
le dijo
te separas
i
de
mi sin abrazarme! Anselmo se precipitó en los brazos de su bondadoso amigo, mientras éste murmuraba: ¿Cómo te lias atrevido a creer que yo podia guardarte rencor por
—
lo
que has dicho?... yo que no
lo
he tenido ni aun contra
los
enemi-
gos de Chile? Diciendo esto, separóse precipitadamente del joven
i
entró en su
cuarto.
—Ahí esclamó facción
i
¡si
mi pobre amigo
—Bien puede
seria su satis-
pasearse por el cuarto diciendo:
ser... ¡Si
me
una razón clara... ¡Quién sabe dos! ¡Quién sabe
si
habré equivocado! Este joven es de si
mi
todo caso, caer en
Llegado
un
he sido
el
juguete de estos malva-
creyendo hacer un servicio a mi querida patria,
he convertido, sin saberlo, en
como
no
su orgullo al ver a su hijo!
En seguida empezó a
me En
viviera, cuál
el
enemigo de sus
instituciones!...
conciencia está tranquila; pero esto seria para
mí
horrible precipicio!
al cuartel,
carta siguiente traida
Anselmo recibió de manos de un por una mujer.
sarjento la
Estimado amigo:
Me ticia;
causa un verdadero dolor tener que dar a Ud. una mala nopero no puedo dejar de hacerlo, tanto por haberle prometi-
do a Ud. hoi que le diria lo que la monja me contestase sobre su asunto, como porque es preciso que Ud. esté al corriente de lo que sucede.
La monja me be todo por ser
han resuelto casar a Lucinda. Ella lo samui amiga de la abadesa. El matrimonio será en dice que
casa de don Meliton.
La
función no podrá tener lugar en casa de don Marcelino, por-
que la Trinidad está bastante enferma. los dulces
i
las tortas
de biscochuelo.
Me
Ya
están
mandados hacer
dicen que no habrá
mu-
chas personas.
A mí no
se
me ocurre
qué inventar para que esta maldita uniou
— fracase.
pueda
En todo
31
—
caso, estoi a su disposición
para servirle en
lo
que
serle útil. S. S. S. Q. B. S.
M. Estrella
P. D.
Como
decirle que el
C.
de la Eueda.
tengo la cabeza tan mala, se
me
matrimonio será pasado mañana a
habia olvidado
las
nueve de la
noche, hora en que se traerá a Lucinda del monasterio.
A nosotros con
el
nos tienen convidados para la cena,
objeto de quebrarnos los ojos.
i,
Nada hemos
según
contestado so-
bre esto. Vale,
•íoi<
creo, es
CAPITULO VIL
A DESESPERADO MAL, DESESPERADO REMEDIO.
«Núblase mi esperanza; La noche es ai! oscura, I la borrasca ajita
El mar de mi fortuna!» (E.
Anselmo
leyó dos veces
la carta,
pues
la
DEL Solar.)
primera lectura no
le
hizo posesionarse bien de su contenido. Hai desgracias a las cuales es preciso acostumbrarnos para que aceptemos su existencia.
Anselmo
era ya casi
un hecho consumado; pero
za, esa esperanza de la desesperación,
la
La de
última esperan-
luchaba aún en su interior
contra la fria realidad que tendia a paralizar la acción de su espíritu.
En medio
del abatimiento que en él producía la convicción de
su impotencia, solia sufrir por algunos instantes los efectos de la reacción,
i
entonces, cual sucede siempre a los jóvenes de constitu-
ción robusta i de caráter severo
con ima fuerza desconocida.
i
reservado, sentia ajitarse su espíritu
¡Ai, del
que en aquellos momentos hu-
biese osado decirle que la realización de sus esperanzas era posible!
¿Cómo habia de
prevalecer la justicia?
ser imposible ser feliz?
un im-
¿Cómo no habia de
I la justicia consistía para él en la realiza-
ción de sus deseoS; cuyo objeto doraba su imajinacion de los
mas
— caPero bien pronto volvía a caer en ese anonadamiento que sigue a tocia exitacion. La realidad aplastaba sus esperanzas, como el granizo que cayendo sobre la sementera i los árboles del prado, esboja las flores i deshace el delicado fruto que comencolores.
bellos
zaba a jerminar. Cuando mas bello se le presentaba el arco iris de sus deseos, al irlo a tocar, veíalo desvanecer i perder sus vivos colores, allá
en
el
azul de la atmósfera.
Presa de tan encontrados
i
dolorosos pensamientos,
paseábase
Anselmo a lo largo del cuarto de la Mayoría, cuando oyó la voz de Pepe Tronera que lo saludaba cordialmente. ¿Qué tienes, amigo mió? Estás pálido i triste, cuando dentro de poco rato talvez nos vamos a ver enfrente del enemigo? Si no te
—
conociera tanto, diria que tienes miedo.
—•Miedo!
interrumpió Anselmo, sonriendo:
le
si,
amigo mió, pro-
miedo a la vida! El tono de profunda melancolía con que Anselmo pronunció
siguió: tengo
las
i\ltimas palabras, bizo recordar a Tronera los motivos de sufrimien-
to que su
Este
le
amigo
tenia.
habia contado una gran parte de los sucesos que se re-
ferian a sus amores,
i
Pepe, aunque
siado sensible para permanecer
lijero
i
atolondrado, era dema-
un
indiferente a las penas de
ca-
marada como Anselmo.
—Entonces ¿has recibido malas Anselmo por toda que acababa de
leer.
contestación, puso en
Habiéndola éste
— Pobre, amigo mió! lijereza...
Ya
ves:
noticias?
yo
éste.
manos de Pepe
la carta
leido, dijo:
dispénsame que
soi así;
preguntó a
te
haya hablado con tanta
pero ¿no podría tocarse algún re-
curso para quitársela al viejo?
—Yo he perdido toda esperanza, contestó apretándose cabeza entre sus manos. —Perder esperanza hacerse indigno premio, casi
el otro,
la
es
la
'
Tronera, volviendo poco a poco a su natural, fuertes impresiones za?...
No
tenían
muí
replicó
del
pues en
él las
mas
corta duración. ¿Perder la esperan-
digas eso, amigo mío!
— Pero ¿qué quieres tú
cuando un imposible
se
me pone
])or
de-
lante?
—
1^0 hai cosas imposibles sino ])ara
hacerlas, replicó Tronera,
de
las
Dime
el
que no tiene voluntad de
¿no está Lucinda en
el
monasterio
Capuchinas?
—Sí. 4*
— — —En
34
—
don Meliton...? de Santo Domingo, cnatro cuadras
T la casa de la calle
al poniente
de
la iglesia.
—Bueno, bueno, respondió
Tronera,
haciendo al
mismo tiempo
unas rayas en la blanqueada pared de la celda de la Mayoría con lina llave que sacó de su bolsillo. Anselmo miraba a Pepe sin saber lo que aquello significaba.
—
Sí, sí,
gular
i
decia éste hablando consigo
apuntando con
mismo, con una flema
la llave sobre las diversas
sin-
intersecciones de
que habia trazado. Sí, esto es... De aquí acá tenemos dos cuadras... luego darán vuelta la esquina... I por si siguen la calle derecho, pondremos aquí dos hombres... Un silbido bastará para estar prontos en esta otra esquina... Vaya! es un hecho
las líneas
preguntó Anselmo. — Qué —Estoi combinando un plan de ataque, a pelucona. —¿Cómo? —Te en dos palabras sacan del convento a Lucinda para dices?
la
diré
:
don Meliton... La salida será de noche... Se vienen por esta calle... Cuatro o seis amigos los esperamos en esta esquina... Uno arrebata ala niña; la entrega a mí hombre de acaba-
traerla a casa de
Hoque
irá
preparado al efecto
—¿Estás ponen a —Entre boca a modo de en — Pero, hombre! —Te aseguro que ninguno podrá chos de puños. —Pero yo no permitiré que — hombre, de puños, arrojados loco?
tanto, los otros les
los conductores sus pañuelos
la
gritar...
Tenemos aquí mucha-
como el mismo diablo. Te aseguro que mi proyecto es digno de San Martin. Por fortuna, agregó, puedo ponerlo en práctica porque el comandante me ha encargado cierta comisión que viene ahora como de molde con mis deseos, jmes así tendremos dos cosas que hacer a un mismo tiempo, con Tristan i ¡viva la patria! Já! já! já! Al momento voi a hablar que es muchacho de empresa. i
Sí,
amigo — Dejémonos de tino quiere que padezca! — Pero nosotros debemos pelear contra locuras,
inio, dijo
Anselmo. Mi
fatal des-
ese caballero don Desti-
no Fatal Te repito que mi proyecto es bueno,
A
gran mal gran
re-
-- 35
amigo mió.
medio,
^;
—
Piensas guardar consideraciones cuando te
arrebatan a tu Lucinda?
—No me Pepe! — arrebatan no solamente tientes,
I te la
contra tu voluntad, sino contra
la voluntad
de ella misma... lo cual significa que ella va a sufrir
como tú, i para siempre! entiendes? para siempre!... Mientras que con un buen golpe de mano... Pero veo que te disgusta este
tanto
Pues bien: voi a proponerte otro para que veas que tengo recursos en mi caleüi'e, i no soi como esos jenerales cuyo amor propio los hace apegarse tanto a los proyectos que una vez conciben... Pero ¡ah, se me liabia olvidado decirte que es preciso obtener pronto una carta de recomendación del coronel Tupper, por ejem-
proyecto...
plo, o
de otro cualquiera.
— Carta ¿para quién?
—Para
el
La
cónsul francés, M.
Forest... Esto entra en el pro-
yecto que voi a esplicarte... Porque es
mui probable que Lucinda
tenga que refujiarse bajo la bandera francesa... Pero voi a decirte mi segundo proyecto.
En
ese
momento
entró Tristan que venia a llamar a
Anselmo de
parte del coronel Tupper,
—Vete, que
te
dijo Pepe,
pídele a tu jefe esa carta para el gabacho de
i
he hablado. Aquí trataremos
Anselmo
salió casi sin atender
el
negocio con Tristan.
a las palabras de Pepe.
— Tristan, nuestro amigo Anselmo es mui desgraciado» —Lo sé todo, contestó Tristan. — Pero no sabes que dice esta esquela. dijo éste,
lo
I en seguida leyó la carta de doña Estrella.
— Caramba! esclamó Tristan, se a
un
clérigo para
ganar
— Pues no ha de ser
¡Ya don Meliton se no hai mas que atraer-
la cosa es seria.
llevóla muchacha! ¡Qué suerte de viejo!
Si
la lotería!
Yo me he
así!
propuesto arrancarle
la
presa
de las manos. Es preciso que hagamos esto por Anselmo. ¿Estás dispuesto a ayudarme?
— De mil amores, pero no encuentro medio —Yo habia concebido un proyecto para robar a Lucinda. — Robarla. de...
el
—Pero
tiene sus pelos
¿No tienes amistad con —Muchísima.
i
lo
abandono. Se
las cómicas?
me
ocurre otra cosa...
'
—
—
36
can hablas de un esquinazo —Entre debemos dar una noche de desposorios en casa de un buenas cantoras. — — Mientras dan esquinazo, nosotros llegamos con otras ollas liai
t oras... Tii
les
qittí
rico...
Sí; liai
ellas
el
muchachas en una carreta de paseo. ¿Comprendes? Las niñas se apean; entran a la casa como de visita; las cantoras se desgañitan gritando mientras nosotros damos el golpe. Uno toma a Lucinda i la saca; los demás se quedan dentro, evitando que salgan a pedir auxilio, i al mismo tiempo varias de nuestras compañeras estarán en
la
puerta protejiéndonos con sus habladurías
—A — Los
tí te
parece todo
risotadas.,.
i
fácil.
que pasan por la calle creen que todo aquello es gusto
gresca: por último,
amarramos a
los
convidados
i
los
i
dejamos bien
amordazaditos. .¿Entiendes? .
— Entiendo, pero hai — no hubiera ¿merecerla proyecto ejecutado por nosotros? —Esta razón me convence, contestó Te acompaquedase ñarla me pensado. Vqi a hablar con comandante para que —Ya ponga a mi —¿A tu que tengo — me ha dado una comisión importante, necesidad de con doña bueno ponernos en — Está Pero ¿no —Le diremos que convenga... En cuanto a cómicas, punto peligro...
I
si
este
lo
ser
Tristan, riéndose.
aquí.
si
lo liabia
el
disposición.
te
disposición?
Sí:
i
le diré
tí.
bien.
relación
seria
Estrella?
las
lo
en boca... no deben saber nada. Diles que solo se trata de un malón en una casa rica. Por ahora no tenemos tiempo para hablar mas,
porque voi a verme con el comandante. Nos quedan cerca de cuarenta horas para masticar i poner en práctica el proyecto... Tá debes irte al momento a preparar a las cantoras. Yo hablaré pronto con doña Estrella a quien indicaré solo Cuenta con el marido!
— — Don Cándido
bra
i
se
es lo
que su nombre
quedará tan en ayunas de
suelo quedar con su conversación.
lo
En
lo necesario.
dice....
la carreta... Como
ÜQ la copital; no jüq serú
fácil
sabrá una pala-
va a hacer como yo me seguida, me iré a ver con tres
que
se
amio'os de los de la cascara amarga. Ellos
muchachas para
No
me proporcionarán
las
hace tanto tiempo que estoi fuera
a mí, encontrar las niñas para
el
—
87
—
De dónde
ya estoi: no hai mas que rogarle a doña Estrella que nos preste una de las entoldaditas que tiene en su chacra para los paseos a la pampa... La cosa es hecha!... ¡I luego dirás tú que yo no sirvo para jenerall Já! caso... Pero,
já!
¿i
la carreta?
la
sacamos?
Ali!
jáü ¡cómo nos vamos a reir después!
manos de satisfacción i entonando a toda voz una zamacueca^ cuyo compás seguia con los I Tronera salió de la pieza sobándose las
golpes de sus tacones sobre los ladrillos del corredor.
Poco rato después, toda mino de Valparaiso.
la división se
.:o:-
puso en marcha por
el ca-
CAPITULO VIIL
VIVAN NOVIOS
I
PADRINOS.
«¡Ai, de quien al
comenzar
De
esta vida la jornada, Si^ite el alma lacerada,
Siente un inmenso dolor! !Ai, de aquel cuyo destino Decretó para su daño Que su primer desengaño Fuese su primer amor!»
(Abel Yillamil.)
En
mismo
Andrés hablaba con Tronera. Veníamos de Valparaíso, dijo el capitán; pero dimos con las fuerzas de Búlnes, que eran el triple de las nuestras. El coronel Amunátegui no pudo hacer otra cosa que capitular... Yo me he venido a escape j)ara traer a Lastra esta mala noticia... He hablado con Anselmo, prosiguió: este pobre amigo ha quedado enfermo en una chacra no lejos de aquí. Está mui triste i temo que la fiebre la noclie
de ese
día,
—
se lo lleve.
— ¡Pobre compañero! esclamó Tronera, pasando de riedad, tal
como
la flexibilidad
de su carácter se
pre ha sido Anselmo, prosiguió, un compañero virnosj ahora es preciso c^ue le paguemos. ..¿Te
la risa
a la se-
lo permitía.
Siem-
amigo de serhabló de mi proyecto? fiel
i
1
—
—
Sí,
pero
me
—
39
rogó que te hiciese desistir de toda acción que pu-
«Mas bien
diera comprometer el honor de Lucinda.
me
para siempre,
dijo,
que esponerla a sufrir
un acto impremeditado. ¿Qué
mañana
diria
las consecuencias
la sociedad
al saber que ella liabia sido arrebatada entre las
che por unos hombres que todo
el
mundo
— qué piensas tú de todo — Casi por que Anselmo ¿I
de
de Santiago,
sombras de
la no-
tendría por bandidos?»
esto?
decirte
estol
—Te engañas, hijo
tiene razón.
mió, replicó Tronera chanceándose.
selmo son mejores para
frailes capachitos
a pesar de tu repugnancia, creo que no tregar esta carta al señor
—
quiero perderla
La
Tú
i
An-
que para soldados. Pero,
me
negarás
el
favor de en-
Forest.
¿Al cónsul francés?... I de parte de quién?
—Léela.
Andrés leyó
la carta de Tupper,
—¿También
está el coronel
—Tai
vez, contestó
preguntó:
Tupper metido en esta tramoya?
Tronera sin querer decir la verdad. ¿Te haces
cargo de entregar esa carta en
—No tengo
i
mano
propia?
inconveniente: conozco algo al cónsul
imponerlo de este asunto; pero yo no sé
—Mañana vendré a ha puesto
el
las doce
gabacho a
si
aun podré
acepte.
en punto a saber de
la carta.
i
tí
qué jesto
Por ahora, buenas noches,
le
hijo
mió, porque es hora de irse a dormir.
Tronera
salió,
mientras Andrés decia sonriéndose
i
meneando de
arriba abajo la cabeza:
un mas rematado! — ¡No he Al dia siguiente decia don Cándido a su mujer: —Es nn hecho, hijita!...Van a casar a mi ahijada ¡Es un hecho! —Tanto mejor, contestó Apruebas? —¿Cómo —¿Pues no he de aprobar que un padre como don Marcelino con hombre que mas a su — No entiendo, oponías repuso don Cándido. Ayer loco
visto
esta noche....
la señora.
es eso?
e'Btablezca
hija
el
Eotelita,
te
a este matrimonio,
i
aprecia?
te
hoi lo apruebas... ¡Lo que es la mujer! escla-
mó, volviendo los ojos hacia el cielo. Eso quiere decir que yo me avengo a todo, le interrumjñó la señora, jugando distraídamente con su abanico. I no es esto solo, prosiguió don Cándido. Mi compadre me ha vuelto hoi a pedir que nosotros seamos los padrinos... pero siem-
— —
— 40 — pre con sus guiñaditas de ojo que llo.
me
hacen cosquillas en
Parecía como que se burlaba de mí, pues
retintín que
me
calentó... ¿Piensa él
me
el
orgu-
hablaba con cierto
que yo no entiendo sus retin-
tines?
— Pues a pesar que seamos padrinos. —¿Qué También aceptas? —No podemos hacer nn agravio a don Marcelino. — ¡Lo que son mujeres! qué cuando matrimonio con mi sepa que yo he autorizado —Freiré ahora de capa ¿Qué nos imdel retintín, es preciso
los
oigo?...
¿I
las
dirá Freiré, Estelíta,
este
está
asistencia?
caída, dijo la señora.
porta que diga lo que quiera?
Esta razón convenció a don Cándido, quien dijo: Iremos, Estelíta... iremos... ¡Lo que son las mujeresl... Vaya! ¡Cómo BÜas son tan variables, hacen variar al hombre a cada rato! Admirado se quedó don Marcelino de la buena voluntad con que su compadre i doña Estrella aceptaban el padrinazgo. Hallábase el viejo en casa de su futuro yerno acompañado de éste i del padre Hipocreitia, i no cesaba de admirar el lujo con que don Meliton
—
habia arreglado su vivienda.
— ¡Qué talento
tienen estos españoles para hacerse ricos! decía-
don Marcehno. Ayer no mas llegó éste, i ya está gastando a troche i moche. Yo le di esta casita toda desmantelada, i ¡vean cómo la tiene! Parece un relicario.... ¡Hija mía! cuando abras los ojos, me agradecerás la buena vida que vas a pasar aquí, i verás la diferencia que hai entre un pelajioMo sin relijion i un español neto, sin se
mezcla de indio, timorato a Dios i cristiano a las derechas! El padre Hipocreitia, al notar la admiración de don Marcelino, se sonreía
i
—Mucho
murmuraba:
queda que ver, viejo inocente! Llegada la hora en que Lucinda debía salir del monasterio, se fué allí don Marcelino con don Cándido, que quiso acompañar a su te
compadre.
Habíase arreglado la vieja calesa del señor de Kójas para traer a la niña. Un par de muías, negras como el azabache, arrastraba la máquina, mientras un lacayo con galones se pavoneaba en la zaga con todo el orgullo de un servidor de casa grande.
La abadesa condujo a Lucinda al locutorio, endonde se encontraba el padre Hipocreitia. La niña estaba pálida como un cadáver; i
a la viveza de su mirada, habia sucedido una expresión de enajena-
ción mental que no llamó la atención de
don Marcelino.
— En
41
—
cuánto la niña vio a su padre, rompió en llanto; pero pronto
volvió a su constante indiferencia.
Cuando
que era preci-
le dijeron
so ponerae en marcha, se levantó del escaño en que su debilidad la liabia obligado a sentarse
i
siguió a sus conductores.
Al
llegar
a la calesa, preguntó:
— ¿I mi mamita?
contestó don Marcelino. —No ha podido — Oh! dígame su merced,,, ¿Ha muerto? preguntó venir,
la niña
con
voz lúgubre.
—
ISTó,
hija mia:
La pobre
no
lo
permita Dios!... Pronto verás a la Trinidad,
niña, sin hacer resistencia ni manifestar deseos de lle-
gar pronto a ver a su madre, se dejó tomar en brazos por don Cándido, quien la
puso dentro de la calesa como qu^en pone un cadá-
ver en su ataúd.
La calle;
calesa rodó pesadamente sobre el desigual pa\imento de la i
después de un cuarto de hora de marcha, llegó a la casa de
don Meliton. Lucinda fué entregada a dos señoras tenian el encargo de arreglar el traje
i
cuanto a don Marcelino con su compadre
viejas,
quienes
tocado de la novia. i
don Meliton,
En
se fueron
a las piezas principales a recibir a los convidados, que ya hablan
empezado a
llegar.
Mientras tanto, una multitud de muchachos
atraída por la esperanza de que se botarla plata, gritaba en la
puerta de la calle:
— ¡Vivan novios Ya
i
padrinos!
era completamente de noche. Las velas de cera, puestas en
candelabros de plata, ard^'an en la cuadra reñejando
sus luces en
las piedras
de los tocados de las señoras cuyos maridos conversa-
ban en voz
baja.
Sobre una mesa colocada en medio de la habitación, estaba un
gran Cristo de marfil, a cuyo pié ardia un par de luces. Un gran rosario pendia de la cruz, i cerca de ella se veia un atril soportando
un
libro abierto.
co, se
Por último, don Meliton, vestido
^lq
punta en blan-
paseaba por la cuadra entreteniendo a las señoras con las
mas
finas galanterías.
—Parece un mocito de veinte años, decia meneando cabeza para para que todo — Solo novia
lucir los brillantes
la
la
falta
otra, arreglándose la grav. peineta
descomunal moño.
una
vieja
almibarada
de sus tembleques.
esté completo,
agregaba
de carei que se elevaba Sobre
el
A^
—Ya
es
hora de que Lucinda se presente, dijo
el
padre a don
Marcelino.
Este
un
salió a
buscar a su hija;
i
bien pronto volvió trayéndola de
brazo, mientras doña Estrella la sostenia del otro. iTespues de
los saludos, abrazos
niña,
muerta de
i
adelantados parabienes, se arrojó la pobre
fatiga, sobre la silla
:o:-
que se
le
habia preparado,
CAPITULO
IX.
LA SORPRESA.
«La
lionda a la piedra le dijoí Usted fué quien lo mató; I le respondió la piedra: Usted fué quien me tiró.^
(Versos ¡^ojmlares,)
— Comencemos,
dijo el
padre acercándose a la mesa... ;En el
nombre de Dios!... Doña Estrella condujo a Lucinda, i don Cándido a don Meliton, liácia la mesa del Santocristo. Pueden sentarse, dijo el padre, mientras leo en este libro las
— sagradas obligaciones del matrimonio. — Escuchemos, una a su dijo
vieja
acuerdo una palabra de lo que leyó
el
amiga
del lado.
padre cuando
me
Ye no me casé... ¡Es-
taba tan turbada!
—Lo mismo está Lucinda. — Pero no don Meliton... Míralo cómo estos
hombres no
Un viejas
se les
las
^Qué
el
patio interrumpió
primeras palabras del padre. es eso?
A
da nada, niña, mientras que a una....
ruido que se sintió en i
se sonrio de gusto!...
preguntó don Marcelino.
el
coloquio de las
— 44 — —Esquinazo
tenemos! dijo don Cándido, oyendo puntear la3
cnerdas de nna guitarra.
—Hágalos —
don Marcelino, dijo el observó doña Estrella... ¿I
¡^adre con severidad.
callar,
l^ój señor,
si el
esquinazo es de al-
guna de nuestras amigas?
—Dice bien
Estelita, agregó
don Cándido: no
es
bueno agraviar
a nadie; i ya que quieren ayudarnos a festejar este casorio, dejémolos que canten! Entonces se dejaron oir dos guitarras, una harpa i un rabel; i poco después las entonadas voces de tres cantoras. Don Cándido sacó al momento una gran bolsa llena de dinero, i vaciándola en la mano, empezó a escojer la moneda menuda.
—A mí me toca botar
quinazos!
En
A mí me
los es-
toca! Soi el padrino.
momento
aquel
¡Cómo me gustan
la plata, decia.
se abrió la puerta esterior,
i
cuatro hombres
enmascarados se presentaron en ella, armados de pistolas i sables. Un grito de horror salió de todas las bocas. Los concurrentes quisieron salir por otra puerta, pero encontraron en ella otros cuatro asaltantes. Entonces, mujeres terior pidiendo socorro a
—Por
i
hombres
se dirijieron al patio in-
grandes voces.
doña Estrella... Yo conozco
aquí! vénganse por aquí, decia
la casa!
I llevando a la atemorizada concurrencia hacia a rior,
entró con todos
rarse de que
i
una pieza
inte-
torció la llave de la puerta, después de cercio-
don Cándido estaba con
ella.
En
cuanto a los demás,
no hablan i3erdido el tiempo. Lo primero que hicieron fué atrapar a don Marcelino, al fraile i a don Meliton, a quienes, poniéndoles sendas mordazas en la
no hablan
sido tan felices: los asaltantes
boca, ataron juntos en
un
solo lio con
un
cordel que llevaban al
efecto.
Dos
caballeros viejos que hablan querido hacer resistencia, fue-
ron encerrados en una pieza interior. Lucinda, medí o desmayada, se dejó llevar como un niño por Tronera i Tris tan que la sostenían casi
en
el aire.
Mientras ímíío,
q\
como de prime-
esquinazo jixo^egmíí,
cuando hubieron concluido la tonada, gritaron dos de tantes como si fueran los dueños de casa: ras;
i
— ¡Otra
i
los asal-
otra, hijitas!
Las cantoras comenzaron de nuevo. Lucinda fué puesta en rreta,
mientras tres o cuatro mujeres
ca en la puerta de calle.
platicaban
i
la ca-
rcian a toda bo-
— Eran
las
45
-
cómicas qne representaban su papel.
vayas tan temprano, que —Mucho niño enfermo.. quedarme; pero tengo —Yo también —Anjelito de Dios! — Le tengo hecha una manda a Yírjen del Carmen! —Adiós, pues! grani—Adiós... Ten mucho cuidado con niño: mira que siento
liijita.
te
al
quisiera
la
estos
el
tos que andan... Si yo fuera que tú\^ daria el
quimagogo: es santo
remedio.
—Asi pañera
i
subiendo a la carreta con su com*
lo haré, contestó la otra
Lucinda.
Los hombres también subieron, diciendo:
—
Pica lijeritoalos bueyes!
Tira, carretero!
La carreta crujió haciendo rechinar
sus altas ruedas,
i
toda la mo-
puso en movimiento, tirada por la poderosa yunta. El carretero silbaba una tonada sentado en el pértigo. En seguida la cómica que habia quedado en la puerta, dijo a las cantoras: le se
—Ya
es
tiempo de que callen
I habiéndoles lle,
i
allí se
i
de que se vayan.
pagado su trabajo,
se dirijió a la esquina
de la ca-
juntó con sus otras compañeras, las cuales se hablan
bajado de la carreta sin que lo notase
el
conductor.
En
seguida se
prontamente hacia su alojamiento, acariciando el dinero que Tristan i Tronera les hablan dado, dinero que, es preciso decirlo, habia salido de la caja de don Cándido, sin que éste tuviera la
dirijieron
menor noticia.
No
bien quedó solo el patio, cuando los muchachos de la calle en-
traron gritando:
— ¡Yivan novios —Yival I se
i
padrinos!
pusieron a buscar
pero no encontraron
el
dinero que ellos
mas que pedazos de
vidrios
habían oido caeíj i
hojas de lata.
En-
tonces, oyendo gritos en el interior de la casa, salieron a dar parte
a una patrulla que en aquel momento pasaba por la trulla entró,
i
guiada por los gritos, se fué
al cuarto
calle.
Laj)a-
en que estaba
doña Estrella con las señoras i varios de los convidados. Abran la puerta! gritó el jefe de la patrulla. Bien conoció doña Estrella que se llamaba en nombre de pero queriendo dar tiempo a los raptores, dijo a los demás: —Son ladrones! no abran!
—
—Nó¿ por Dios!
;uo abran! csclamaron algunas viejas.
la leí;
'
—
46—
—Atrinclierémonos, don Cándido. Yo sigo consejo de Es'Estos picaros nos descuartizan nos — nos pillan a nosotras, liarán otra cosa peor! esclamaba dijo
el
telita.
I
pillan!
si
la
si
relamida vieja de los tembleques.
— Pues, a
la obra! dijeron los
hombres, arrimando a la puerta to-
dos los muebles que liabia en la pieza.
Mientras tanto,
a
los
seguia golpeando;
el oficial
mandó echar
contestaba,
puerta abajo. Esta se hizo astillas
la
golpes de las carabinas, viniendo al suelo
mesas, taburetes
i
viendo que nadie
i
de
el encastillada
bancos que se habia hecho por dentro.
—¿Por qué no abrian? preguntó — Porque creíamos que eran ladrones. —¿Qué ladrones? Qué
el oficial.
los
significa esto?
Entonces doña Estrella contó minuciosamente dose en cada circunstancia con
—^Vamos a
el fin
el
hecho, parán-
de ganar tiempo.
la cuadra, señor oficial, dijo
don Cándido. Allí está
el
verdadero campo de batalla, endonde nos hemos batido con esos
Yo
infames. Ah! señor!
creo que no encontraremos
dáveres! Pobre compadre de
mi alma! Pobre don Meliton!
todo, pobre padre Hipocreitía! sobre el cual
do esos herejes todo Llegados
en su lugar
i
ca-
sobre
deben haber descarga-
peso de su furor!
el
quedaron pasmados, pues encontraron todo
al salón i
mas que
no se echaba de menos ningún objeto.
—Aquí no han estado ladrones,
dijo el oficial.
¿Quién es
el
due-
ño de casa?
—¿Dónde
está
don Meliton? ¡Compadre, compadre!
gritó»
don
Cándido, llamando. ¡Nadie responde!
En cie
con
esto el oficial acertó a ver en
de envoltorio arrojado en
un
el suelo.
una espeParecía un cuerpo montruoso ricon de la pieza,
de la muerte.
las convulsiones
—¿Qué Acercóse una luz todos retrocedieron horrorizados. mi compadre! don Meliton! esclamó don — Su — Parecen un mazo de tabaco, uno de soldados. es esto? dijo. i
reverencia!
Cán-
dido.
dijo
En
efecto, aquellos
tres
los
hombres atados como estaban, no ha-
bían podido hacer otra cosa que jirar por
mismo. El semblante de aquellos
el suelo
en torno de
sí
infelices era terrible; los ojos fue-
ra de sus órbitas amenazaban furiosos a los ojos de enfrente. Sg-n-
— gre
i
espuma
les
salia
47
—
por las bocas amordazadas,
i
se conocía los
esfuerzos que liabian lieclio por deshacerse de sus ligaduras.
Desatáronlos; pero apenas se vieron libres, cuando se lanzaron
como perros
rabiosos los unos sobre los otros, diciendo:
-»-üd. tiene la culpa de lo que
— Nó; que — Son Uds.
es
ha sucedido.
Ud!
dos! Picaros!
Tales eran las palabras que se dirijian al
mismo tiempo que
trataban de herirse mutuamente. Separáronlos, restablecido
un tanto
i
cuando se hubo
la calma, salió la patrulla en persecución
los malhechores.
—
don Marcelino. encontró en ninguna parte.
¿I Lucinda? gritaba fuera de
Pero Lucinda no se
sí,
:oí
de
Capitulo
x.
TRONERA.
c(La canción que éste entonaba era a propósito para el caso, i terminaba con el verso: «Tira, tira, carretero.»
(A Blest Gana Pronto se convenció
el jefe
—Martin Rivas)
de la patrulla de que era preciso se-
guir la carreta, de cuya dirección fué informado por los mucliachos i
demás jente que
liabia
en la
calle.
Habíanle dicho
al carretero
que
una chacra situada en los suburbios del costado occidental de la ciudad. Luego que la carreta se hubo retirado unas dos cuadras de la casa de don Meliton, torció hacia el sur i después se dirijiera liácia
hacia
en
el poniente,
sí, i
por la calle de la Catedral. Lucinda habia vuelto
no viendo a Anselmo ni oyendo su voz, tuvo miedo
pedir socorro.
Pero Tronera se
en la boca, niiéntras
lo impidió,
le esplicaba
en voz baja todo
Bien dicen que
el
Mas que una mala El
la
el
hecho.
mundo no
comedia.
que cada uno sabe
i^apel
quiso
poniéndole un pañuelo
guida se puso a cantar:
En
i
que representa,
Hacerlo del mejor modo;
es
En
se-
—
49
Pero con
Que
si
— la diferencia
cómico trata
allá el
De engañar
la concurrencia,
Aquí, en engañar, tan
Un En
cómico
solo,
al otro, piensa.
seguida entonó, variando la voz e imitando
sonsonete del
el
mas cumplido borracho:
—
Tira, carretero,
Que ¡)a Renca vamos; I en habiendo niñas, Allá nos quedamos! Tira, carretero I...
A lo
cual los
demás respondieron en
coro:
— afectando mal humor esclamó: déjame dormir. — Calla tu boca. —Yo también que me caigo de sueño, esclamó —Aquí no hemos venido a dormir a Tira, tira, carretero.!
Tristan,
Tarabilla;
otro con voz
voi
ronca.
«
sino
nera.
Conmigo no
ca a la guitarra
amigazo?
así,
—Así
i
hai sueño que valga.
divertirnos! replicó Tro-
Vamos
siga la jarana que para esto
niñas!
hemos
Denle guas-
nacido.
¿No
es
le jDreguntó al carretero.
no mas
hombre
pues, señor, respondió el
es,
acentuando sus palabras con picanazos dados a
—Me gusta el amigo!
los bueyes.
esclamó Tronera, golpeando
que usted es hombre que
carretero. Se conoce
del pértigo,
el
hombro
del
lo entiende. Yaya!...
Tómese ese vasito a la salud de la mejor niña que va aquí. El carretero bebió el vaso de aguardiente que le pasaban. En seguida se tomó otro i otros, hasta que empezó a bostezar de una manera nada equívoca. Tronera que lo observaba por una abertura del toldo, dijo en voz baja a Tristan:
—Ya
el
hombre va abriendo mucho
pego comenzará
i
el
que
a cerrar los ojos.
I así fué, porque no bien
cuando
la boca, lo cual indica
hubo apurado
el
quinto o sesto vaso,
pobre conductor apenas podia ya sostenerse en su lugar
solo abria los ojos
i
alzaba la cabeza esgrimiendo furiosamente su
larga picana al oir los recios gritos del incansable Tronera:
— — Hombre!
Tira, (íarreterito!
dijo Tristan a Tronera.
Ya
el
carretero va que se cae:
es preciso apearnos.
—- ;I
los caballos?
6*
— — Están en — Salta a
que sigue.
la bocacalle
tierra
—
50
prepárate a recibir a Lucinda, dijo Tronera.
i
Hízolo así Tristan: bajáronse los demás, poco a poco, sin que conductor
echase de ver,
lo
i
el
en cuanto enfrentaron a la calle atra-
vesada en que liabian dejado sus caballos, se dirijieron todos por ella.
La
estaba oscura; x>ero pronto dieron con sus caballos.
calle
Tronera sentó a Lucinda sobre la delantera de la
Chimba por
sus compañeros, se dirijió a la
Mientras tanto,
el carretero
el
silla;
seguido de
i
puente de cal
i
canto.
seguia cantando con aguardientosa
voz sus tonadas favoritas, cuando oyó que
— Para, —¿Quién manda? preguntó —Yo; contestó de una pista ¿A dónde va — Llevo a unos caballeros unas
le
gritaban de atrás:
carretero.!
éste.
patrulla, que les venia siguiendo la
el jefe
esta carreta?
señoritas.
i
— Hola! gritó
el oficial
mirando dentro del toldo: ¿Quiénes son
ustedes?
Ninguna voz
—¿Conque
contestó.
pensabas engañarme a mí? dijo entonces
Aquí no viene
dirijiéndose al carretero.
—Nadie! esclamó
el
el oficial
nadie!
conductor entrando dentro del toldo. Enton-
ces son ustedes los que venian en la carreta... i... Sí! prosiguió:
acuerdo de que venian a caballo... Ustedes
no pagarme
— —
lo
que
me han
ofrecido,
me
son.. Se
me
han apeado i por
vienen ahora con esas!
¡Calla la boca, imbécil.
me pagan mis seis pesos los demando. — Ya te digo que no me muelas la paciencia. ¿No Si
no
*
ves que somo8
la patrulla de seguridad?
—Ya caigo, señor oficial! dijo el carretero me
sus mercedes...
Yo
creia que sus mercedes eran
quiero decir, los caballeros que esta tarde llevara en esta carreta
mis
temblando. Perdónen-
al llanito
me
caballeros. *«
vieron para que los
de Portales... ¿quién
me
pagará
seis pesos?
— Contéstame, no mientas, verdad, señor — Les i
le dijo el
oficial,
porque puede cos-
tarte caro.
diré la
—¿Qué —Eran
Usic/^
como
sí
me
fuera a confesad.
personas eran esas?
unas personas...
llevándome mis
sí,
señor, unas personas que se
seis i)esos.
—-Te pregunto qué
claí^c
de houibrcí^ craa*
han
ido^
— —Eran
a
modo de
—
51
militares, contestó
el
dominado
carretero,
siempre por la idea de su pérdida. ;Me lian llevado mi plata!
— conoces a ninguno? —A ninguno, Ya no me juntaré jamas pesos! —¿Venian a pié a caballo cuando contrataron? —A señor. Se apearon por aquí por ¿N"o
señor...
o
con mis
seis
te
caballo,
estos
.
.
medios,
i
montaron en la carreta. Después los llevé a la casa de im rico, endonde liabia un casamiento, i después me dijeron que tirara para abajo. Buen dar! No haber pedido adelantado mis seis pesos!
— ¿dónde apearon de hubiera apearse, no — respondió — De hombre no sacamos nada, I
la carreta?
se
se habrían ido con
visto
Si los
el carretero.
dijo el oficial.
seguida dio orden para que dos hombres llevaran al carretero
al cuartel;
de
plata,
.
este
En
mi
i
a fuerza de preguntar a los vecinos, encontró la pista
los fujitivos.
Al pasar éstos por
puente de cal
el
i
canto, la guardia del vivac
gritó:
— ¡Quién —La I
vive!
patria, contestó
Tronera con entonada voz.
luego preguntó:
usted pasar por aquí —¿Ha grupa? caballo con mujeres a —Nó, señor! contestó centinela. — Pues entonces, vamos adelante,
una partida de jente de a
visto
la
el
dijo Pepe,
dirijiéndose a sus
hombres.
Al bajar el
la
rampa que conduce
al barrio de
la Recoleta,
oyeron
ruido de jente de a caballo.
—Alguna patrulla nos persigue, tan,
toma a Lucinda
i
marcha
dijo Tronera. ¡Alerta! Ti\, Tris-
adelante.
¿No conoces
la casa del
cónsul?
— Como a mis manos. Nosotros —Pues adelante.
la retaguardia...
Para
den alcance, será preciso que pasen por sobre nosotros. ¿No vervlad, amigos mios?
que es
cuidaremos
te
te
— contestaron a una demás compañeros. acercaba. El tropel de caballos — Son muchos, Tronera, no prudente que los
Sí!
se
dijo
i
es
les
hagamos
— rara sino
ol
oii
todo, veamos
último
caso....
podemos
si
52
—
Cábula quiere
la
Antes de
guerra
engañarlos.... Salgámosles al
encuentro!
Diciendo esto, corrieron todos en pelotón hacia la patrulla.
— Dense a
Pepe con voz de trueno.
presos! gritó
— ¿Quiénes son ustedes? preguntó jefe de la patrulla. — Somos sus perseguidores, contestó Tronera. Ustedes traen una el
niña robada, hija de mi
tio,
don Marcelino Rojas.
— Se engaña usted, también venimos persiguiéndolos. — no han encontrado —Ninguna. creido que eran ustedes —Yo
señor, dijo el jefe de la patrulla.
Nosotros
noticia?
¿I
liabia
estaban del otro lado del
Vaya usted por
allá,
rio...
porque acabo de saber que
Talvez se han ido Tajamar arriba...
que nosotros los perseguiremos por este otro
lado.
—Está señor! — Bueno pues! bien,
vivo,
i
sin perder tiempo....
¡Pobre prima de mi
alma! Nuestro punto de reunión será en la plaza del Reñidero. El
que llegue primero espera... ¿Está usted?
—Convenido, Tronera se
dijo el
dirijió
haciendo volver grupa a su cuadrilla.
entonces con los suyos hacia adonde se hallaba
marchar sino mui al paso. Apuraron la en menos de veinte minutos estuvieron en casa del cón-
Tristan, quien no
marcha,
otro,
i
¡jodia
Mr. La Forest.
sul francés,
Ya Andrés
habia hablado con
éste,
i
tanto él
como
Mme
La Fo-
rest se prestaron gustosos a protejera Lucinda.
Puesta
la
niña en seguridad, dijo Andrés a Tronera:
-=»Lo estoi viendo
—Otro
i
no
lo creo!
dia lo creerás, dijo éste.
Por ahora
es preciso
que
me
des
alojamiento en tu casa.
«Con mucho
gusto.
—¿Tienes caballo aquí? —-Sí: está
—*Pues,
listo.
entonces, en
dispersión! dijo a
su jente. ¡A la casa de^
capitán Muñoz!
como una bandada de pájaros, introduciéndose callejuelas. Media hora después estaban en casa de
Se])aráronse todos
por diversas
Andrés, riéndole del chasco que habían dado a don Marcelino
comparsa.
i
CAPITULO
EL ULTIMO
XI.
PENSAMIENTO DE UNA MADRE.
«Madre iiifelizl esposa sin ventura ¿Qné nuevo golpe de dolor ha herido
Tu
corazón, cual hórrido estampido rayo que despide nube oscura? ¿Por qué lloras sin fío, por qué tu pecho Henchido de aflicción, doble })alpita I sentido clamor el aire ajita
De un
Como x\li!
la
mar, el huracán deshecho? luja de tu amorl Tu compañera!.,.»
en
el
(M. M. DE Solar).
Al dia siguiente se supo todo lo sucedido en casa de don Meliton. Cada uno apreciaba el hecho según su propio carácter, sus creencias o preocupaciones,
mismo
i
sobre todo, según
el
conocimiento que
Hai en toda sociedad nueva cierto apresuramiento para juzgar de las cosas, i éste es uno de los principales motivos de nuestros estravíos. Los hechos mas sencillos i fáciles del caso
tenia.
de esplicar se convierten en intrincados laberintos o en historias fantásticas, a fuerza de comentaciones
Esto era
Cada cual lia,
lo
i
suposiciones gratuitas.
que sucedía respecto de la desgracia de don Marcelino.
veia en el hecho lo que queria.
Para
los
padres de fami-
era aquello un crínieu digno del fuego de la inquisición. jAtre-
— verse a ultrajar de esa
no era menor rica,
manera
el desacato.
La
—
54
la autoridad paterna!
los ricos,
casa de don Marcelino era una casa
mayor
poderosa: no podia, pues, ser
un
Para
el
atrevimiento de los
mozos no encontraban tan malo el hecho, i aun habia solterones, de buena edad, que lo perdonaban. La niña es mui linda! esclamaban unos. ¡Cosas de muchachos! decian otros suspirando. Las niñas cuchicheaban entre raptores... Merecian
oyeran sus madres,
sí sin (pie las
—Don
castigo ejemplar. Los
i
decian:
Marcelino tiene la culpa.
—¿Por qué hablan de obligar a Lucinda a tomar un marido consu voluntad? —Eso — Bien hecho que haya dejado robar! — Yo también habria hecho mismo! agregaba, una de
tra
es injusto!
se
lo
las
mas
En
'riendo,
vivarachas.
cuanto a las beatas, hablaban del caso
comentaban en voz baja con su acomodaticia caridad, porque de(ian: c(no es bueno echar a la calle la honra de nadie.» Pobre Lucinda! i parecía una santa! quién lo habria de creer? Ella se ha dejado robar... Por supuesto! quién será capaz de eso... si una no quiere? Pero de todos modos, es preciso callar... Sí: no liai que echar a los cuatro vientos lo que pasa...
La
caridad con
el
i
lo
prójimo, niñas... I sobre todo
con las pobres mujeres, que cuando empiezan a manosearle su honor...
Dios nos
Otras beatas,
de todo
libre!
mas beatas
lo sucedido.
blan tenido sueños
i
todavía,
Satanás era
el
apariciones...
hecho cuando estaban en
le
echaban
ladrón...
A
la
culpa al diablo,
Muchas de
ellas ha-
otras se les habia revelado el
la oración mental...
Por último,
las seño-
ras que hablan asistido a la función, se veian a cada rato estrecha-
das en un círculo de preguntas.
—;Cuánt eran? — ¿Parecían jóvenes decentes? — ¿Eran buenos mozos? —¿Estarla Anselmo entre —¿Se prestó Lucinda a seguirlos con buena voluntad? — O talvez hizo que no quería para hacer deshecha!js
ellos?
,
la
se
Algunas de recían ser
mui
las señoras asegurab'an
los
jóvenes aquellos pa-
buent>s mozos, a ])esar de que venían enuuiscarados.
Otras decian que
agregaba:
que
•
el
susto no les habia dejado ver nada,
i
una
vieja
—Es
jamas he tenido nn susto igual desde que me pusieron bendiciones. Cuando vi entrar aquellos desalmados, me creí perdida, i solo me acordé de poner en salvo mi honor. ¿Qué no habrían sido capaces de hacer con nosotras si nos hubiésemos quecierto, niñas:
dado en
la cuadra?
Me
descoyunto toda de solo pensarlo: así se
lo
digo siempre a mi marido, que como ustedes saben, es mui ríjido en estas materias!
El padre Hipocreitía no decia una palabra, hablar
escuchaba. Pero por
i
como
el quid,
hombre de
decia don
los
mas que ponia
sino
la oreja,
Cándido. Sin embargo,
que se dan por vencidos. Al
fin
que dejaba
no daba con
el jesuíta
no era
como que
pareció
mover satisfactoriamente la cabeza de arriba abajo; sacar su caja; tomar una narigada i sonreírse, como acostumbraba sonreirse a veces el reverendo. Era indaba en
el quid,
porque hai quien
lo vio
dudable que éste masticaba su idea. El padre era liombre de ideas, i
tenia el hábito de llevar siempre
una entre manos, o mejor dicho,
entre mientes.
—No
se
me
ocurre, decia, quién podrá ser
el"
autor del rapto; pe-
un amigo me lo vijila de cerca. ¿Habrá llegado Andrés de Valparaíso? Es indudable que han sido personas decentes; tal vez oficiales mandados por el jeneral Freiré... La muchacha debe estar en alguna ca^a (jrande^ puesto que aun no han dado con ella nuestros hombres... ¿Cómo descubrir su paradero?... Ah! qué ideal Gacetilla nos puede ayudar... pero es amigo de Andrés i de Anselmo. Nada sacaremos de él... si no se le mete miedo antes. El padre se puso a reflexionar. Tomó otra narigada prosiguió ro es jjreciso descubrirlo.
Anselmo
está enfermo
i
i
su interrumpido soliloquio:
— Pero por será
si lo
que don Catalino quiera ser con sus amigos, no ponemos en apuro... Es un hecho: lo acusamos de ser leal
lo el
autor del rapto... Como es tan hablador, nada nos costará hacerlo decir palabras
guida
se le
que
lo
comprometan. Se
le
echa a
la cárcel;
en se-
deja libre, pero con la espada de la justicia suspendida
sobre su cabeza. Entonces veré yo
si
no
se
em[)eña en buscar a los
verdaderos culpables... El es un verdadero buzo; no hai rincón que se le escape... Si él
no
los encuentra, es ])reciso creer
que
los rapto-
res están protejidos })or los espíritus infernales.
El arte del reverendo consistia en las pasiones ajenas.
don Marcelino.
Animado de
luuH'r servir
tales ideas, se
a,
sus pi-c^pósitos
encaminó a casa
— Al llegar notó que lidad reinaba
allí,
i
tocia la
56
—
casa estaba conmovida.
La
intranqui-
hasta don Marcelino parecía liaber derramado
algunas lágrimas.
—¿Qué sucede? preguntó padre. —La Trinidad muere! Lucinda desaparecido! ademan. con señora? — Cómo? qué entrar —Acaba de Es asunto el
se
lia
contestó el
ajitado
viejo
tiene la
concluido... El médico muere de sentimiento... no creo esto, pero dice que yo Ese pero de don Marcelino salia de lo mas profundo de su conel Viático...
ella
ciencia.
padre, prepárese a — Rehágase usted, con que Dios prueba a sus — La pobre mujer ha estado delirando, prosiguió don le dijo el
sufrir los golpes
i
criaturas.
sin atender a lo
que decia
el
padre.
Acabo de
Marcelino
estar junto a su ca-
ma... Da lástima verla... Llama a su hija, llorando; otras veces se sonrie
como
si
la viera enfrente
de ella
i
trata de abrazarla... Pero
bien pronto lanza quejidos dolorosos al encontrarse con gaño... Sí, padre mió! da lástima! pobre mujer!
guió
el viejo,
bajando
la voz; le
el
Le aseguro,
desenprosi-
aseguro a su paternidad, que yo no
quisiera que hubieran sucedido estos hechos.
—Pero dígame, por Dios ¿quiénes son autores rapto? prehan capturado? padre gimtó esclamó don Marcelino... Ella — Qué mas quiere que los
del
¿se
el
le
diga!
j
misma me ha llamado dió d3 mí,
a su cabecera... Me besó la mano; se despi-
i
—¿Iqiié? — I me
don Marcelino, limpiándose el sudor de Oh! era una buena mujer...! Tal vez yo he sido dema-
pidió perdón, dijo
la frente...
siado
No
alcanzó a concluir don Marcelino, pues fué interrumpido por
una voz que
se oyó en el interior de las piezas.
— ;La señora — Se muere!
se
muere!
voi allá, dijo el viejo, lanzándose hacia el interior.
Siguióle el padre poco a poco hasta el cuarto de la enferma. Es-
taba ésta tendida de espaldas en su cama, i parecía no tener fuerza ni aun para mover los párpados de los ojos. Sin embargo, su voz era clara
i
sonora,
i
un cadáver en cuya voz humana. En cuanto un movimiento galvánico.
al oiría, creíase escuchar a
boca tuviera puesto un ventrílocuo la vio a su marido, se estremeció
como
i)or
—
57
—Venga usted, don Marcelino, cargo
me
¡Ame a nuestra
hija
—
dijo: quiero hacerle el
como yo
lo
último en-
he amado a usted! Adiós! yo
muero... Recen por mí!
Todos
circunstantes cayeron de rodillas sobre el suelo. Solo
los
se oyó el
murmullo de
la oración,
qne envuelta en sollozos, se
ele-
alma de aquella mujer mártir. El sacerdote a la cabecera de la cama con un crucifijo en las manos, oraba acompañado délos demás; i doña Estrella, teniendo entre sus manos una de las de su amiga, le decia llorando: Amiga niia! te prometo ser la madre de tu. hija! vaba hasta
el
trono de Dios por
el
—
Doña Trinidad oyó lanzó
el
la
promesa: apretó la mano de su amiga,
último suspiro.
—Está muerta!
dijo el sacerdote
frente!
Qué Dios premie su alma
ha sido
la felicidad
que la auxiliaba, tocándole
anjelical!
la
Su último pensamiento
de su hija!
—Ah! esclamó don Marcelino, mirando como alelado de su esposa ¡La felicidad de su
hija!
de mi
como un niño sin atender a que trataba como de consolarlo.
Pocos instantes después, bajo de palio por el
de la casa
el
Al ruido de
la
salia
sacerdote.
cunstantes del patio se pusieron de rodillas
cadáver
el
hija!
I se puso a llorar jesuita
i
i
las
palabras del
santo Viático llevado
campanilla, los
cir-
luego los de la calle
demás puntos por donde pasaba el acompañamiento. Don Marcelino se fué a un cuarto i no quiso hablar con nadie ni aún con el padre Hipocreitía. Este se dirijió entonces a doña Estrella le prei
i
guntó
:
—¿Es verdad que —Todavía contestó en una casa de —¿Dónde? —En casa cónsul
se lian
nó,
encontrado a los raptores?
la señora;
pero se sabe que Lucinda está
respeto.
d(d
francés. ..Al
momento de
salterio vine
para
avisárselo a su pobre inadre, creyendo que esto le daria ánimos; pero
según siento,
no he hecho mas que acelerar su muerte... Lo que mas prosiguió doña Estrella, es que Lucinda no haya podido ve-
creo,
nir a ver a su
madre.
— Oh! esclamó
el padre, es preciso ({ue
venga aun cuando no sea
sino para que ayude a velarla ¡Los últimos deberes de la relijion son mui sagrados! Oh! la relijion! sí! nuú sagrados!...
— Es imposible,
la niña está
enferma. 4
— — Pero para Doña al
liuir
58
—
con sus raptores estuvo sana,
eli?
Estrella no contestó, sino que dio vuelta las espaldas
i
dejó
padre admirado de tanto atrevimiento en una mujer que se decia
cristiana.
:o:
CAPITULO XÍL
EL
PADRE SIGUE RASTREANDO.
«Aunque
De La I la
está iiiuuclado el primorosotí 2)apeles, virtud está en menguante
maldad en
La ambición
mundo
creciente.
egoismo Alzando su odiosa frente Anuncian la destrucción: i
el
¡Raro monstruo! Buen ijrimorl»
(Camilo Henríques.)
Viendo el padre que le era imposible obtener mayores noticias, so encaminó liác.ia la Curia ecleciástica, con el fin de hablar con el señor Obispo manif(;starle la gravedad del caso. Era de todo punto necesario volver a meter a la niña en el convento, a fin de (nitar un matrimonio casi misto, pues Anselmo era i
casi hereje,
Estaba a
( i
esto sino era hereje del todo.)
la
cabeza de
la Iglesia Chilena, el lltmo. señor
don M.
de Ceran, hond)re de una alma anjelical, de un CvSpíritu sumamente bon(hidoso i timorato, i de cuya debilidad se pro-
Vicuña,
metía
el
0})is[)o
reverendo sacar
Habiendo
uii
gran partido.
en('()ntrado en el
camino a uno de
los oficiales cucar-
— gados para se liabia
60
paradero de la
liacer dilij encías del
dado con
— niila^ lo
preguntó
ú
los culpables.
—Nó, padre mió, contestó
La nina, está en
el oficial.
cónsul de Francia, cpiien se niega a decir
nas
cpie allí la lian
die
puede hablar con
depositado.
casa del señor
nombre de
el
las perso-
Ademas, Lucinda está enferma
i
na-
ella.
— ¿Se niega? interrumpió
el
padre frunciendo las
cho no conoce la tierra que pisa.
Veremos
si
El
cejas.
(/ada-
se niega a contestar
una nota de la autoridadl La ha contestado ya, negándose redondamente. Se le ha escrito de parte del juez, pidiéndole el nombre de los hechores; pero ha contestado formalmente: (pie no lo sabe: que la niña acompañada de un caballero, a quien él no conoce, ha ido allí a pedir auxilio;
—
—
que
dejando
el caballero salió
allí
a Lucinda,
i
que ésta se encuen-
dedonde no
tra al presente en territorio francés,
se le
hará
salir
sin su consentimiento.
— Bueno! bueno!
dijo el
padre encaminándose a la Curia.
Allí se encontró con Freiré.
La
corrió a verse con Mr. el i
El
Forest,
i
jeneral, en
cuanto supo
el caso,
en seguida se vino a hablar con
señor Obispo. Este se encontró, pues, bien pronto, entre la espada
la pared,
es decir, entre
de Freiré por un lado,
i
la negativa
los escrúpulos
del cónsul con las
que
los
razones
razonamientos del je-
suíta hicieron jerminar en su espíritu, por el otro.
Casi no sabia
qué hacer.
En i
cuanto a Anselmo, había sido impuesto de todo por Tronera,
esto le hizo concebir nuevas esperanzas de felicidad.
—Ya
hombre, que no está todo perdido, le dijo Pepe. Esa misma noche sucedió en el comedor del Cafó de la Nación ves, pues,
una escena que debe saber Varios grupos en otros estaban en el
gar a i
los
dados
i
el
el
lector.
patio del Café, se entretenían en charlar;
comedor ocupados en tomar chocolate o en ju-
a la primera.
Don
Catalino Gacetilla iba
charlaba con todos. Hablábase de política
i
i
venia
de riñas de gallos,
etc.
Angostura. de Prieto ha 2)asado — Dicen que — Gobierno en qué piensa? Mi— Pero ¿qué gobierno tenemos ahora que Presidente Señor. han ido a Valparaíso? Estamos como moros mayor locura? ¿Habráse — jDejai — Tanto mejor para la
el ejército
I el
el
i
sin
nistros se
sola la capital!
los...
— ¿Para quiénes?
visto
los
~ '
— Para
los
amigos de
—
larelijion...
mano de
está dejado de la
61
Este gobierno de los pipiólos
Dios.
Solo — —Requiescant inpace! —Amen!
falta echarle la tierra encima.
Ao'oniza...
En
momento
ese
entró al Cafó, don Pablo Motiloni.
En
cuanto
Gacetilla lo vio, corrió hacia él con los brazos abiertos.
—¿Cómo de
lia
está,
don Pablo?
preguntó, tendiéndole la
le
estado todos estos dias? Ud. se pierde
i
mano ¿Dón-
aparece como los
duendes.
— He andado en campo, contestó Motiloni. — Luego ¿no sabe Ud. que pasa...? Venga prosiguió, memos... ¿qué quiere que pida? — Tomaré un poco de ponche, contestó —Yo también: mozo!... Dos vasos un frasco de ponche! el
acá,
lo
to-
el italiano.
i
Mientras ambos amigos se instalaban en una mesa, dos indivi-
duos entraban al comedor
i
se
sentaban en otra mesa de enfrente,
disponiéndose a jugar a los dados.
—Yaya, amigo a la salud
¿De qué bando
de...
Ud. partidario? estranjero i no meto en política. es
— De ninguno. Yo — ¡Pues a salud del gobierno de soi
la
lino,
bebiendo la mitad de un vaso.
—No
Bebamos
mió, dijo Gacetilla llenando los vasos...
los estranjeros! dijo
En
don Cata-
seguida prosiguió.
puede hablar de política porque están así las cosas que... no sabe uno a qué atenerse... Yea no mas... Gobierno en Valparaíso, que parece no tomar j)arte en nada... Gobierno en Santiago, se
•
quiero decir, a lo militar, que ha tomado las riendas,
mandado no
sé
Hablo del ejército de Prieto, que también quiere ser gobierno... ¿Cabe embolismo mayor? Es una madeja sin cuenda. Por eso es que yo no hablo de política por quién,
i
luego... Gobierno del Sur...
ni de nada...
Me
lo
paso los dias enteritos con la boca seca,
guna vez vengo a echar mis cucharadas
aquí, es solo
i
si
al-
por despuntar
Están los tiempos revueltos!... Mui revueltos! Hablaba Gacetilhx con tanto calor que no notó las miradas de intelijencia cambiadas entre el italiano i los dos individuos que acael vicio,,. \
ban de entrar dos.
Uno de
i
los
que parecian mui entretenidos en su partida de dajugadores iba vestido de paisano; pero el otro deja-
ba ver a veces por debajo del capote que
lo cubria,
su casaca de
es la verdad, prosiguió Gacetilla^ repitiendo
los tragos; el
militar.
—Así
— mundo estado no la patria
62
—
conocerlo; no parece sino que se hubiera acabado
todo ¿qué se hizo, (pregunto yo) aquella patria vieja de
i
estábamos tim orgullosos? Ahí está esa infinidad de papeles que hablan de virtudes cívicas, pero el patriotismo anda que
los chilenos
por las nubes. Otro vasito, amigo mió! Motiloni bebia callado
i
dejaba hablar a Gacetilla. Este continuó
como de primera.
— Afortunadamente ha sucedido anoche una cosa que ha dado En no que hablar pega lengua que ha sucedido? preguntó Motiloni con —¿Qué —¿No sabe usted nada? Vaya que está en Ahí ya fin,
así
se
la
al cristiano...
es lo
distracción.
el limbo!...
se
ve qué viene del campo!... El caso es que se han robado a la hija de don Marcelino de Rojas...
—Sí?
—
no pueden encontrar a los ladrones... Es estraño que usted no sepa nada, siendo tan amigo de don Meliton. —Hace mas de un mes que no sé de don Meliton. Acabo de llegar
I
no
i
me
he visto con
él,
dijo Motiloni.
— Pues cosa fué en misma noche del matrimonio... üd. brá que don Meliton estaba para casarse con Lucinda de Rojas. —Algo he la
la
sa-
oído.
—Pues, amigo:
boda estaba arreglada, cuando a tiempo de ponerles las bendiciones, entran seis u ocho hombres, arrebatan la niña, encierran a los circunstantes, i... no es nada esto. ¿I todavía mas? dijo riendo Motiloni. Vaya, si hubo mas! Los picaros tuvieron tiempo para tomar a don Meliton, a don Marcelino i al padre Hipocreitía, i hacer de los la
—
«
—
tres
un atado que echaron a rodar por
el suelo...
Já, já, já! qué
fi-
gura hacian!
La
risa
de don Catalino i)rodujo un efecto estraño en su interlo-
cutor, cuyo semblante se
—Pues nada sabia de la barba,
i
estoi
—Mentira!
—No digo
puso pálido por un momento.
por creer que todo es mentira.
¿cree usted
que yo.
—Es
serlo
cierto el
—Sin todo eso.
.
.?
han engañado. cierto, amigo mió.
que usted mienta, sino que
—A mí no se me engaña: •—Puede
Motiloni con un lijero temblor en
eso, dijo
en
el
el fondo,
hecho es
lo
pero las circunstancias...
hecho hasta en sus menores
embargo,
se
me
detalles.
hace duro creer que hayan podido hacer
—
63
—
¿Por quién me — Cuando yo de buena —No obstante, yo dudo. —Yo no permito que dude de que se lo digo!
tiene usted a mí?
Lo
sé
tinta!
lo
se
no, que,
lo
como todo hablador, no podia
digo, replicó
sufrir
don Catali-
que nadie pusiera en
duda su veracidad.
—Pero yo me permito dudar tanto mas, cuanto que usted habla de — yo que he —¿Ha presenciado usted escena? —No tanto; pero como hubiese presenciado porque hablado —¿Con alguno de raptores? — contestó Gacetilla bajando pues quería
solo
oidas.
I
le dijera
si
visto...
la
es
si
la
he
con...
los
la voz,
Sí,
todo trance.
•:o:-
ser creído
a
CAPITULO
XIII.
GACETILLA SE ENREDA DE LA LENGUA
I
CAE A LA CÁRCEL.
«En
esta casa, señor, al revés Los yerros de la cabeza Nos los ponen en los pies!»
Nos castigan
(El padre López.)
En
aquel
momento
detras. Volvióse
i
vio
sintió
a un
duos que estaban jugando a
que alguien
oficial.
los
Era
tocaba
le
éste
dados en
la
uno de
el
hombro por
los dos indivi-
mesa de enfrente
i
que
se habia acercado i^oco a poco a los interlocutores.
—¿Qué quiere usted, señor? preguntó Gacetilla. contestó — Que me —¿Adonde? —Al cuartel; quiero a cuartel? Talvez no a mí quien usted busca, señor mió. —¿Yo —Es a usted, señor. — Permítame que diga que yo no tengo nada que hacer replicó Gacetilla. Estoi hablando con — Puede pero talvez otro tendrá que hacer con usted. siga,
el oficial.
decir,
al
la cárcel.
es
allí,
le
este caballero....
ser,
allí
Gacetilla se habia vuelto hacia la mesa,
i
no viendo a Motilón i
en su asiento, esclamó:
—
<
;I
me abandona
el
cobarde al verme en
el peligro!....
—
—
65
decídase usted a seguirme pronto por— Señor, que no puedo perder —Entonces ¿esta una prisión? — Cabalmente. por qué? — Porque tengo orden de tomar presos a todos que entraron repitió el oficial,
tiem^^o.
es
-¿I
los
en
el
rapto de la señorita de Rojas. Aquí tiene usted la orden del
señor Juez del crimen.
Vio
orden don Catalino
la
—Yo no de —Pero a mí me
esos, señor
soi
comprometido en
i
dijo:
mió!
parece que
el
si
no es de
ellos, está
por lo menos
asunto, según se deja ver por las últimas pala-
bras que dijo usted a ese caballero que acaba de salir de aquí.
—Ali!
eso
;
me
pasa por hablar demasiado....
¡Si
aquí no puede
uno mover la lengua! Sin embargo le juro a usted que yo no sé nada! Eso se lo dirá usted al juez. Por aliora debo cumplir con la
—
orden.
Vamos
joronto.
Gacetilla vio que no liabia qué replicar,
siguió al oficial hacia
i
la cárcel.
— Caramba! relijion,
peor;
murmuraba: si
si
uno habla de
política,
de cliism.es que pasan, repeor.,»,
malo;
si
de
¿En qué querrán
que un hombre honrado se entretenga en unos tiempos tan calamitosos como estos?
Aquella noche durmió en la
cárcel, o
mas
bien dicho, no durmió,
j)orque pasó toda la noche sentado sobre las tablas desnudas que
hablan de haberle servido de cama. las paredes
de su calabozo, tomó
el
Como no
podía hablar sino con
partido de agachar la cabeza
i
ponerse a reflexionar. ¡Reflexionar don Catalino! Vano empeño! pero hacia como quien reflexiona, es decir, agachaba la cabeza por algunos momentos. En seguida empezaba a pasearse, i luego volvía
a sentarse. Su mayor martirio era estar sin tener a quién
dirijirle
la palabra.
— ¡Qué
suerte la mia!
esclamaba. Apenas salgo de un aprieto
doi con otro aprieto.... Ah!
qué aprieto es este de estar entre cuatro paredes como las sardinas en su caja!.... I luego, lue-
político
i
go, este Motiloni ¡qué
abandoné una
i
mal compañero
es!
Ya
se ve:
yo también
noche.... Sí, es verdad; pero ¿es acaso esto
lo
una razón
abandone a mí? ¿Acaso un mal ¡niede autorizar a otro? Nó, señor: él ha hecho mal.... I yo! yo no hice mal!... Cierto QS que huí, pero ello fué porque soi nervioso..., I arranqué sin peu-
para que
él ]ne
— sar en lo que
sanguíneo
Cosas de
liacia....
tan así
i
No
G6
así....
—
nervios!...
Pero
¿no es verdad que
si
él,
un liombre tan
se lia ido
es por su
Ademas, mi retirada fué de noLa suya ha sido a la luz, delante de podido irse dejándome en mano de ese diablo de oficial?... todos ¿ha Siempre me ha cargado este Motiloni.... No lo puedo pasar.... I luego otra.... ¿no parece cosa de milagro? Casi estoi por creer que él me poca
lei?....
se
puede
dudar....
che, a oscuras; tuve razón....
trae los carcelazos.... Sí, señor, en el del otro dia acababa de reti-
me
rarse él de mí, cuando se
vino
de la patrulla encima.... I
el
aquellas malditas proclamas ¿no pudo él habérmelas echado en el
cuando
bolsillo
conmigo.... Sí! cariñoso! 1
estoi viendo
)
cho;
me
él
Me
se despidió?....
No
lo
acuerdo que estuvo tan cariñoso
conoceré yo al bribón!
cuando quería matarme con
puso las proclamas en
Me parece
que
Es un heAcababa él
la pistola....
el bolsillo.... I
ahora!
de entrar cuando también entraron los oficiales... ¿no podían ser traídos por él? El es amigo de don Meliton, i ese señor no me quiere bien. ...Picaro italiano! él es quien trajo los oficiales. ¿Por qué se fué
Ello es que
BÍn decirme palabra?
como nn huevo a lo sigo
i
otro... ¡Pero
iniítil!...
parece tanto a nn traidor
yo no escarmiento jamás!... Siempre
hombre de provecho!... El es No sabe jamás una noticia!... Sí, señor! inútil,
platico con él
\m liombre
como
él se
si
fuera
inservible en toda la extensión de la j^alabra!
Al
dia siguiente fué conducido Gacetilla al juzgado para que
prestase su declaración. Apenas podía andar, pues la gruesa barra de
habían puesto por instigaciones de Motiloni, no le dejaba marchar tan rápidamente como él quisiera para llegar cuanto grillos
que
le
antes al juzgado preso. Pero
gua con
el
i
decirle al jaez
embarazo de sus pies no
la verbosida
1
con que se
la injusticia
de costumbre;
i
le
tenia
impedia mover la lenen cuanto vio al oficial que le
había de conducirlo, empezó a probarle su inocencia. I como notara
que jíó
el referido oficial
no hacia
el
menor caso de
sus palabras, se diri-
a los soldados que iban custodiándolo, sin cesar de hablarles a pe-
sar de la orden de
marchar en
silencio
que
el oficial le
había repeti-
do varias veces.
— ;Qué permanezca
callado! (esclamó al oír la orden) ¡Qué per-
después de haberme tenido veinticuatro horas mortales entre cuatro paredes sin hablar con cristiano vívientel
manezca en Al
silencio!
fin llegó al
juzgado,
i
no bien hubo visto
Qsperar a «juü éote lo interrogara, le dije;
al juez,
cuando sin
—
67
—
— Señor juez! me ha tomado preso porque me supuesto rapto de una comprometido eu espere que — Calle Ud! interrumpió severamente interrogue para bueno que Usía sepa que yo no pero — se
se
lia
niña...
el
el juez,
le
so
i
contestar.
le
nada de ese rapto,
sé
es
Sí, señor, callaré;
nunca a
ni he visto
la
niña,
ni
conozco a los
raptores, ni...
— Le —Pero,
repito a
Ud. que
porque
calle,
señor, por Dios!
si
no...
¿Es caridad mandarme callar
la boca,
después de hacerme pasar veinticuatro horas mortales con la leni gua pegada al paladar? Usía no me conoce! Yo soi mui nervioso, i
no puedo
mi lengua cuando me veo bajo quiero decir, de un error cometido por
siijetar
justicia...
el
peso de una in-
la justicia.
no
Enton-
me
ces es
preciso que hable, hable
caerla
muerto. Verdad es que dije ayer que conocía a los raptores;
i
hable;
i
si
así
lo
hiciera,
pero ello fué para dar gusto a esta lengua, causa de mi actual desgracia. I ¿será justo que
se
me
engrille
i
se
me emparede
por una
Hasta un juez de palo Ajeria que esto es un rigor inmerecido! I por último: si esto es un pecado, la culpa es de mi mala cabeza i de mi soltura de lengua, mas nó de mi mal corazón, porque yo jamas le he hecho mal a nadie, no digo haber ayudado a robarse a una niña principal.... Lleven a ese hombre al calabozo, dijo el juez. Después prestará sela palabra que el viento
lleva?
se
— su declaración. —Ahí señor! señor juez! esclamó Gacetilla, juntando sus
en ademan de suplicar. ¡Tenga compasión de mí! Prefiero
momento. Pero, hombre! si Ud. no
manos dar mi
declaración al
— interrogue? quiere que — Señor: yo quisiera
calla
i
se dispone a responder
¿cómo
se le
porque encuentro mui justo lo quo Usía dice; pero ya le digo que me hallo bajo el influjo de una escitacion nerviosa que me impele a hablar como el sediento trata de callar
beber cuando se
le
satisfecho algún tanto la
contestar lo que se
En
seguida se
agua que desea! Sin embargo, ya he sed que me devoraba i estoi dispuesto a
presenta
me
el
pregunte.
procedió
al
interrogatorio,
concluid)
el
cual,
fué trasladado nuevamente al calabozo después de haber or.LuKido el
juez que se
le
quitase los grillos.
Dos horas después vino a lió
visitarlo su
amigo Motiloni, a
q-,iien
a recibir con los brazos abiertos:
^¿Quc
«c hi^o anoche? le
preguntó con tono de reprnclic»
sa-
~
68
—
— Me separé de Ud. para volverle mano, respondió Motilón!.. Así aprenderá Ud. a — va me acuerdo; vamos a que importa. Acabo de verme con — Dejemos abogado por inocencia de Ud.... juez; que Ud. — Gracias! don Pablo... Siempre un buen amigo. Anoche me he acordado muclio de Ud... qué dice juez? respondió Motiloni, sonriendo. El juez — Lo que no la
ser leal.
Ali!
j)ero...
esto,
el
lo
i
la
lie
lie
diclio
es
¿I
el
dice
creo,
liuede ponerlo a
Ud. en libertad sino bajo una fianza segura,
i
le
he
ofrecido la mia.
— Gracias!
gracias! I aceptó el juez?
Acepta...
Luego
se le
hará saber a Ud.
la
orden de escarcela-
cion.
Poco rato después, salia de la cárcel don Catalino acompañado de su fiador, don Pablo Motiloni. Esta prisión, decia Gacetilla, es enteramente injusta, porque liablando en plata, yo no solo no he acompañado a los raptores, sino que ni aun sé sus nombres.
—
— ¿cómo me aseguró Ud. que sabia pero ahora queme importa descubrir— Fué en un de trabajaré con empeño para conseguirlo. mejor contestó don Pablo, porque — hará Ud. I
?
rato
calor;
los,
bien,
I
medio de dor,
i
no
ese es el
probar su inocencia. Acuérdese
me
Ud. de que yo
soi el fia-
debe dejar mal puesto.
— Confie Ud. en
mí: Duplicaré mi lengua, mis ojos
i
mis
orejas,
contestó Gacetilla, despidiéndose de su amigo don Pablo.
Este
se
quedó mirándolo;
i
cuando
se
hubo perdido de
vista de-
tras de la primera esquina, dijo:
—¿Piensas duplicar
tu lengua? Dios tenga compasión de los infeli-
ces que encuentres! Pero estoi seguro de que
servirás,
Ahora dejemos este capítulo i pensemos en pandero queda en manos que sabrán tenerlo.
basta. el
me
ÍO!
i
esto
me
otra cosa, que
CAPITULO XIV.
ESFUERZOS DEL GOBIERNO PARA OBTENER LA PAZ.
(.(El
ejército
insurrecto se apellidaba Ubertaxlor,
en tanto que los fautores de la revolución no tenian otro pro¡)ósito que reaccionar contra la única Administración literal que ha tenido la UepúLlica, destrozando la Constitución democrática de 1828.»
y. Lastarria
(J.
—Juicio
histórico sobre Portales.)
El padre Hipocreitía dejó a cargo de Gacetilla el descubrimiento de los raptores porque le faltaba el tiempo i)ara ocuparse de este negocio, pues otros asuntos
mas importantes
Puesto entre su venganza
su ambición, no
momento
aquella,
i
i
ocuj)aban su atención.
dudí')
en olvidar por un
entregarse con todas sus fuerzas al servicio de
Habia entrado de lleno en la política, ya no le era })osible volver atrás. Por iiltinio, una vez satisfecho el logro de sus miras ésta.
i
ambiciosas, podia contar con elementos suñcientes para satisfacer
su venganza. El diestro jesuíta era lójico en su proceder, la piedra sino al
i
punto que convenia. Sabia em])lear solo
no tiraba la fuerza
aún muclio mejor, esconder la mano cunndo la piedra habia partido hacia el punto de mira.. Dotado de una vista necesaria,
i
sabia,
prespicaz, despejaba los hechos de las circunstancias
inútiles
para
— Tono ver en ellos sino lo que podia ai^rovecliar. No perdía ni su tiempo ni sus fuerzas en combinaciones inconducentes; era avaro de sus palabras,
tenia
i
una paciencia a toda prueba. «Quien sabe espe-
rar, sabe obrar:» tal era su divisa.
No se
precipitaba jamas, porque
decia: es preciso dar tiempo ala naturaleza, tanto en lo físico
como
en lo moral, para que los acontecimientos se realicen. Solo dando huelga a los acontecimientos, se evita las colisiones que liacen fracasar to-
da combinación, por sabia que sea. El tiempo es una especie de caja en la cual deben caber los sucesos de la vida: esta caja debe tener la cai)acidad suficiente para que quepan los objetos que se quiere encerrar en ella. Si se estreclia el tiempo, como éste no puede romperse para aumentar de capacidad, tendrán que dislocarse los acontecimientos. tes,
i
aun
De
aquí resultan los trastornos, los inconvenien-
la imposibilidad
de los
mismos que se desea. cómo las jentes del campo en-
lieclios
Otras veces solia decir: ¿«no veis
grasan
los ejes
también social se.
De
de sus carros para que las ruedas no rechinen?
es preciso engrasar los
elementos
lo contrario, se
quebrará
aquí por que
el
jesuíta
el eje
máquina
Esta vez i
el
la
en torno del cual jiran,
como
miraba
elemento de acción. Esta era boca,
resortes de la
para que los sucesos no rechinen mientras están verificándo-
sabia combinación vendrá al suelo
Hé
i
Así
frotaba las
la
carreta quebrada»
la paciencia
como un poderoso
grasa de que hablaba.
reverendo estaba contento
él se
i
i
las cosas
iban a pedir de
manos debajo de su manteo. Las últimas
noticias del sur eran alarmantes,
que se habia derramado en toda
i
él
gozaba con
la capital.
la intranquilidad
Cada dia llegaban chas-
ques trayendo desconsoladoras noticias. Prieto adelantaba con su ejército, atravesando un campo preparado por las maquinaciones ])eluconas.
En
todos los puntos por donde aquél pasaba, encontraba
guardias avanzadas del partido reaccionario. Aquí era un cura que predicaba abiertamente a sus fe 'igreccs contra ese gobierno es_ tranjero, hereje, pelajiano etc; allá
un padre de
espíritu, director
de una familia influyente, que se valia del confesonario para preparar los ánimos de sus hijos en el S.mor; mas allá un fanático que se creía tanto
mas amigo de
la relijion
cuanto
mas enemigo de
la
mostraba; acullá mujeres devotas, (nó de Dios i sus santos, sino de los clérigos) que rezaban rosarios i novenas cantadas, por la victoria de la relijion del orden. En balde pugnaban algulibertad se
i
nos amigos de la democracia por contrarestar el fanatismo de unos; l)ur aplacar la ambición i el odio de otros, i por deshacer las ca-
lumiiias que
¿Cómo
mo
muchos diñindian contra
se les liabia
de creer
los defendidos?...! el
si los
la
adiniíiistracion.
liberal
defensores eran tan liercyes co-
niir¿iba esta hiclia casi sin aperci-
pueblo
birse de ello ¡fatal ignorancia que lo entreg'ó
maniatado
al partido
monárquico
No
es poáible recordar, sin
un profundo agradecimiento,
los es-
fuerzos que los liberales de Santiago hicieron por evitar la fratrici-
Ofreciéronse a sacrificarlo todo en aras de la paz: todo,
da lucha.
todo; sus afecciones, los puestos públicos que ocupaban,
i
hasta sus
odios personales. Solo querían conservar las institucion(3S democráticas.
Pero sus enemigos desoyeron todas las propuestas, porque
esas instituciones eran precisamente la i)rincipal causa de su odio liberticida.
Un
dia antes
de trasladarse
el
gobierno a Valparaíso,
el
Presi-
dente Vicuña habia despachado un emisario al jeneral Prieto, pro-
metiéndole por medio de una nota, que hostil, ((oiria
gustoso las quejas que se
si
le
abandonaba su actitud dirijiesen
i
atenderla a
toda solicitud que tuviese por base esa Constitución, objeto de la adoración de todos los chilenos,
mo jeneral
Prieto tanta parte,
i
en cuya gloriosa obra tuvo
como uno de
los
el
mis-
representantes en
último Cono'reso» o
el
Pero
el
jeneral revolucionario, incapaz de comprender tanta no-
bleza de proceder, no solamente desoyó estas con(*iliadoras palabras, sino que cometió la .torpe indignidad de poner preso al comisionado, el valiente
coronel Godoi.
Esta indigna acción no desanimó a
los
amigos de
la
paz
i
de las
El intendente de Santiago, don Kafael Bilbao, i el jefe de las fuerzas constitucionales, don Francisco déla Lastra, enviaron a Prieto una segunda comisión compuesta de- cinco personas respetables con el fin de proponerle medios de concilia-
instituciones democráticas.
ción. Prieto
convino en i)ermanecer a cierta distancia de Santia^-o,
mientras se verificaba un arreglo por medio de otras personas que el Gobierno mandarla suficientemente autorizadas i)ara transíde una manera estable
con arreglo a la Constitución^ las diferencias poli ticas de los pueblos. Pero el jeneral revolucionario princijir
i
pió por faltar a este pacto, trayendo sus tropas a
muí legua de
la
capital.
Prieto estableció su cuartel jeneral en las casas de la chacra de Ochagavía, adonde fueron luego a rcuin'rscle nuestros conocidos
Aldeano, üorriga
i
otros.
El clérigo Franco iba
i
venia.
En
cuan-
72 to al reverendo
padre, nadie supo de
decía que andaba en Cualquiera que tuviera que hacer con su reverencia, debia liablar con don Pablo Motiloni, quien tenia poder amplio él: se
sus misiones.
en todos sus asuntos.
jjara representar al jesuita
El cinco de diciembre hubo un nuevo convenio entre Prieto i las autoridades constitucionales. Acordaron reunirse al día siguiente para concluir un tratado de paz, i ademas un armisticio hasta la ratificación de dicho tratado, en caso que tuviese lugar. El dia seis se reunieron los comisionados por una i otra parte; pero los de Prieto traian instrucciones de no proceder a un tratado definitivo de
paz sino en caso de ser ratificado en
dos horas, cosa imposible, desde que
el
gobierno que debia
carlo se hallaba en Valparaíso. Se bascaba
per las hostilidades.
A j)esar
de
esto, los
en algnnas operaciones de detalle, hacerse en
el
personal de los
misma noche con
el fin
en vez de esperar
i
ícratificar
por
si
ratifi-
un protesto para rom-
comisionados convinieron
cambios que debia poderes públicos, i en reunirse esa i
en
VcXrios
de tratar sobre la ratificación. Pero Prieto,
ver el
rotas las hostilidades
término de
el
(¡cpor
modo de
cortar las diferencias, declaró
no querer
(el jeneral
Lastra) consentir en
misino a las dos horas de firmado, el tratado que se
((celebrase.))
Hé
aquí cómo obraba un jeneral que decia haber tomado las ar-
mas para defender des porque
que
él
el
la Constitución.
jeneral enemigo no violaba esa
venia a defender.
termedio entre el teatro
Declaraba rotas las hostilida-
los
La lucha
misma
Constitución
parecía ya inevitable. El llano in-
dos campamentos, principió desde entonces a ser
de pequeños encuentros que no podían tener ningún re-
sultado serio. Los habitantes inmediatos dejaron sus casas
i
se re~
fujiaron en el interior de la ciudad, pues los suburbios estaban con-
tinuamente amenazados por las partidas de caballería de Prieto que los recorría en todas direcciones, i sobre todo, por la célebre Partida del Alba, al mando del tristemente célebre, don Alejo Calque se ocupaba en saquear las chacras i haciendas de los vecinos, supuestos o verdaderos partidarios de los liberales. La falta
vo,
de caballería del ejército constitucional, hacía imposible
daños causados por Mientras tanto,
el
mas
el evitar los
brutal vandalaje.
los ejércitos
acantonados
el
uno enfrente del
otro,
no venían a las manos. Lastra esperaba que Prieto saliera del atrincheramiento de tapias i fosos de Ochagavía; pero Prieto no sahó... La alarma de los habitantes de Santiago crecía por momentos.
^
73
—
Señor Obispo, don Manuel Vicuña, animado de los mas" evanjélicos sentimientos, quiso tocar los últimos medios de conciliación, i escribió a Lastra i a Prieto, diciéndoles: que estaba dis-
Entonces
el
a no omitir sacrificio alr/unopor buscar la paz, valiéndose de todos los 'medios quefuesen ¡termítidos.
jniesto
Hé
aquí las
COMUNICACIONES ENTRE EL SEÑOR OBISPO VICÜXA LASTRA I PRIETO
I
LOS JENERALES
l^"(( Señor jeneral don Francisco de la Lastra,
Santiago, diciembre 10 de 1829.
«Ya presumo que do
lioi,
para ver
si
se
estará
US. enterado de
la reunión
que
lie
teni-
adoptaban medidas de conciliación. El señor je-
neraldon José Manuel Borgoño, uno de los concurrentes,
lia
quedado
encargado de hacerlo presente a US., como asimismo cuáles son los sentimientos que
que paz
i
me
animan. Mi carácter de pastor no pide mas
tranquilidad: debo procurarla sin omitir sacrificio
carla por cuántos medios
me
sean permitidos.
bus-
creo que
US.
No
i
mismo, i por lo tanto, espero que no se negará a una transacción que vuelva la paz a mi aflijida grei. Para ello será necesario una entrevista con el señor jeneral don Joaquín Priedista
to,
i
de
lo
al efecto le suplico
me
indique él lugar
i
liora
oportunamente a US. Luego, pues, que tenga
el
a
fin
anunciarlo
aviso lo daré a
US., previniéndole desde ahora, se sirva estar pronto por su parte
nuevamente en obsequio de una paz tan deseada. Dios guarde a US. muclios años. Su afectísimo capellán Q. S. M.
i
sacrificarse
B.
Manuel, obispo de Ceran.))_^^ Lastra contestó: (íIlüstrísimo sexor Obispo de
((Cam2)amento en
la
C
ran.
cañada de Santiago: 10 de diciembre de
1829.
«Estimado Señor de toda mi veneración: «Desde
el
momento
(|ue
me
liice
cargo del
mando de
este ejército,
9*
—
74
—
luve por objeto evitar la efusión de sangre cias
que desgraciadamente
afíijen
i
cortar las desavenen-
nuestro país, por medio de una
Desde aquel miímo instante no lie cesado de trabajar por procurarla; i ciertamente ya se hubiera conseguido, si por la otra parte no se hubiese encontrado oposición en proposiciones ya transadas de antemano i mutuamente convenidas. En esta virtud acepto gustoso la entrevista que U. S. I. se sirve proponerme, señalándole al efecto la quinta del señor jeneral Blanco, amistosa transacción.
endonde,
a las once o doce de este
tan importante. Esta ocasión cer a V. S. S,
L
I.
dia,
podrá terminarse asunto
me proporciona la satisfacción
mi mayor respeto
i
consideración.
B. L.
de ofre-
M. de V.
su atento servidor»,,^
«Francisco de la Lastra.»
La rior.
contestación de Prieto forma notable contraste
con la ante-
Hela aquí:
^°(íSi de buena fe se quiere la paz, yo estoi pronto a ella en términos; demuélanse las trincheras de la plaza; salga la división del jeneral Lastra, i todo hombre armado a distancia de
((estos ce
((cuatro
leguas de la capital, a la
misma me pondré con
este
mediando solo dos leguas de uno a otro: reúnase el vecin((dario, i elija éste una autoridad provisional, i un plenipotenciario, «quien en unión con los que ya tienen nombrados Concepción, el ((Maule i Colchagua, i viniendo otro por Aconcagua, elijirán un go((ejército,
((biernojeneral provisorio, con el cual se conformarán seguramente
una transacción ((en que han entrado cinco j)rovincias hermanas a propuesta de ambos ((ejércitos i por la mediación de S. L No hai, pues, otro medio legal i
(das otras tres provincias, luego que vean que esta es
((decente para terminar las diferencias, que el dejo propuesto. Elejir ((en
Santiago un plenipotenciario del
((un elector
modo
nombrado por cada cabildo de
dicho, o concurriendo
la provincia,
cuyo pleni-
«potenciario en nnion con los otros cuatro, nombrarán el ejecutivo ((nacional provisorio, para
que gobierne mientras se
elije
conforme a
(da Constitución.)),^^
((Joaquín Prieto))
Esta carta prueba las intenciones del partido cuyo instrumento fué Prieto. La sequedad con que está escrita, raya en descortesía, i es notable
en
el
jeneral de
un
ejército del partido relijio80^ así
como
del respetuoso tono de la de Lastra, admira en el jefe de las fuerzas del partido tenido por hereje.
CAPITULO XV.
HIPOCREITÍA
I
FñftNGa.
«Pero
los
qnerian
liberales
costa la efusión
«evitar a toda «de sangre... Imajináronse que «todo 2)odia concluirse dejando «los puestos que ocupaban para «que los revolucionarios los reem-
«plazaran i organizaran el go«bierno, respetando i conservan-
«do
(J.
V. Lastarria
En
cuanto
—Juicio
el ejército
la Constitución.»
histórico sobre
don Diego Portales, IV.)
de Prieto acampó en Ocliagavía,
el reve-
rendo jesuíta fué de opinión que algunos lioml)res de palabra
pluma del
partido, se trasladasen al
campamento para
mango,!)
que Aldeano, Dorriga to. Peiio
(decia el padre). i
el clérigo
En
como un
consecuencia, se decidió
Franco nuircliasen
al
campamen-
Dorriga tuvo que encargarse bien pronto de una comisión
en Valparaíso;
i
en cuanto al prebístero
Franco, no
le
fué posible
separarse de los círculos del interior de la capital, que
ban en
de
servir de con-
sejeros al jeneral revolucionario. aPrieto sin dirección, es cuchillo sin
i
él
su principal ajitador. Convirtióse, pues, en
encontra-
el correveidi-
-~ 76
—
quedando Aldeano encargado de la dirección cotidiana de Prieto. El padre Hipocreitía se liabia perdido de repente. ¿Adonde estaba? Unos decianque se hallaba enfermo i lo encomendaban a Dios; otros aseguraban que andaba predicando en las costas de Colcliagua, i admiraban su contracción al cultivo de la viña del Señor, en unos tiempos en que los ánimos estaban tan exitados; i por último, no faltaba quien jurase que se liabia ido a pasar unos dias de retiro a la Recoleta Dominica (según era su costumbre todos los años) huyendo del tumulto de la sociedad. Oh! ustedes no conocen a este siervo de Dios, agregaban los amigos oficiosos del padre. Aborrece la bulla i huye de mezclarse en los asuntos mundanos! Cierto! es un hombre entregado al cultivo de la viña del Sele del partido,
—
— — Un
ñor! ,
— Un Una
un
apóstol!
verdadero apóstol!
tarde de esos dias, al oscurecerse,
clérigo,
que no era otro que
del campo, pues
llegando
el
la
alameda
verdadero apóstol. Parecía recien
iba con las sotanas arremangadas
guido de un mozo que llevaba de
las riendas
Cubria un gran poncho sus hombros, beza, e iba platicando
marchaba por
i
un caballo
un sombrero de
mano a mano con
otro clérigo,
i
se-
ensillado.
pita su cael cual
con-
testaba a lo que su compañero le decia solo con esta^^alabra:
—
Intosidle!
Eso
es intosidle!
La pronunciación de
esta palabra hacia ver
del jesuita, era el clérigo Franco, rior tía
que
el interlocutor
quien, faltándole el labio supe-
a consecuencia de una enfermedad que habia sufrido, conver-
siempre la ¡^ en
—A mí también baja)
t
iV^h en
me
d.
parece imposible (decia
que pueda haber arreglo después de
X)reciso
no mostrarse
terco.
Bueno
que pueda perjudicarnos; pero
ello
es
el jesuita
lo sucedido;
en voz
pero es
no hacer ninguna concesión
debe hacerse con ese señor modo
que aparenta dar, haciéndose dueño de todo. Si
ellos solicitan
una
entrevista, concedámosela.
Franco hizo un jesto de marcado disgusto i dijo: Lo que yo encuentrovergonzoso es que seamos nosotros
—
Don Francisco quien mas ardientemente
en cierto modo, hemos provocado esta entrevista.
Ruiz Tagle la desea.
es
de nuestro partido,
i
él es
los que,
—
77
—
— El caso que Euiz Tagie está medio arrepentido porque como tiene amigos entre en interrumpió — ya que una especie de es
ellos
es
sé
Sí,
política,
anfibio
Franco.
— Por
lo
mismo nos
podemos servirnos de
conviene, pues
cualquier revés de fortuna.
Ademas,
él
prosiguió, puede suceder
en
cj[ue
los liberales cedan.
—¿No
conoce usted
lo
que son?
—Antes yo que Satanás. — Sin embargo, yo que están dispuestos a hacer oido hablar de concesiones. Les personales. —Lo dudo. —No dude usted: son unos unos se convirtiese
creerla
sé
las ma5"ores
sacrificios
lie
inocentes,
se les
aquijotados, a quienes
maneja por medio de esa palabra hueca del jxitriotismo.
conseguimos
lo
que deseamos,
suerte al azar de las armas, no
Si
sin necesidad de esponer nuestra
debemos perder esta oportunidad
que Dios nos presenta.
—Todo esto perder tiempo, replicó caprichoso Franco, preguntaré yo ñana ha conseguido — Pero no será porque no hayamos nosotros hecho todo es
el
le
si
se
i
ma-
algo!
lo posi-
ble por nuestra parte.
—Pero
Eaiz Tagle, este don Francisco ¿quién lo había de creer? Después de los serios compromisos que ha contraido, se nos viene ahora con sus arrepentimientos. ¡Cómo si no perteneciera a este
una familia que siempre fué enemiga de todos tiempo de
estos diablos!
En
guerra de la Independencia eran realistas, i ya sabe Ud. que de un honrado realista no puede salir un maldito pipiólo!
—Ya
pasando
la
he dicho que Tagle tiene sus escrúpulos,
le
la caja de rapé a su interlocutor,
i
es preciso
dijo el
padre
respetar los
escrúpulos de los liombres.
— No me gustan liombres escrupulosos, por esto —No levante tanto voz mire que paredes oyen. —Es que cuando me hablo gritó Franco. —No hai que calentarse. ¡Pies de plomo, amigo miol Cierto los
i
la
es que....
las
:
caliento,
f-ucrte!
os,
prosiguió el padre en voz baja, que los escrúpulos de Tagle son una verdadera necedad... Ahora está medio arrepentido después de ha-
bernos ayudado; pero ¿de qué
bra dicha
i
i)iedra arrojada
le
servirá su arrepentimiento? Pala-
no vuelven atrás,
•—¿I en dónde será la reunión?
—
—No
lo sé; pero
78
—
nos lo dirá Aldeano qne debe estarme espe-
rando en casa.
Ambos
interlocutores apuraron
paso;
el
de Santa Rosa, en breve rato llegaron
i
doblando por la
al cuarto del padre.
calle
Don Ro-
drigo Aldeano esperaba en la puerta.
—La entrevista tendrá lugar esta a doce, padre. —¿En dónde? — En casa de don Joaquín Echeverría. ¿No sabe su paternidad dónde conozco: en de Monjitas. — —Eso — tendremos a Portales? —Nó. Me encargado a mí que represente. Tengo sus trucciones. — por qué niega Portales a preguntó Franco. Yo no don Diego anda siempre reculando por qué — Me parece bien que no vaya, observó padre. —A mí no me gusta esa conducta. ¿Tiene miedo? que partido? marche de ¿Le gusta — Oiga Ud., amigo De —Es mi manera de ver de Todo partido mira ya a don Diego como a su — merece, contestó Aldeano. — Por mismo debiera aparecer a su cabeza; pero siempre esto que ahora estamos capa. está a interrumpió padre, conviene no echar — En noclie
las
dijo al
la
está?
la calle
Ali! lo
las
es!
¿I
allí
lo
lia
se
¿I
ins-
ir?
sé
este
la carta!
el
se retire....
frente.
el
mió....
las cosas.
frente!
frente!
el
jefe.
I lo
lo
se
I
la
fuertes!
estas tierras, le
el
al
trajín a los jefes... Dejémoslo guardadito mientras nos llegue el ca-
so de proclamarlo.
—Por
otra parte, agregó Aldeano: desde que estamos dispuestos
a no ceder en nada ¿para qué sirve
En .
aquel
momento
allí la
presencia de don Diego?
entró al cuarto una vitya, criada de la casa,
que dijo al padre presentándole una carta:
—Acaba de
llegar
un mozo de Valparaíso trayendo
para su paternidad.
Tomó
el
padre la carta; la abrió
i
la leyó
a la
— Magnífico! esclamó. —¿Qué escriben? preguntó Franco. le
—Es
Dorriga. Oigan ustedes lo que
me
dice:
lijera.
este papel
—
—
79
Valparaíso, diciembre 9 de IS'29,
A
las 2 de la
mañana.
«Mi reverendo amigo: «Despachóle nn propio para avisarle que anoclie liemos atacado «este puerto con don Pablo Silva. No teníamos mas que ciento cin«cuenta hombres, pero hemos hecho fuego sobre la ciudad endonde «introdujimos la alarma a poca costa. «protejia,
i
La
oscuridad de la noche nos
sobre todo, el encontrarse la ciudad casi abandonada po
Hoi ya somos dueños de los castillos, i creo que el viejo «Presidente Vicuña tendrá que emplumar pronto. Me acaban de «decir que se piensa embarcar hoi o mañana i^íívqí. dirijirse a Co«quimbo. Buen viaje.. .Desgraciadamente ha fracasado una subleva«cion que yo liabia hecho prender en la marina. Con algunos sa-* «orificios, se logró poner de nuestra parte al teniente Ruedas i aun «el gobierno.
«oficial del
«do
bergantin «Aquiles.»
el hereje
Ya el bergantín
era nuestro cuan-
capitán Bingham, de la marina británica, se prestó a
«auxiliar al gobierno.
No pudiendo
contestar a los cañonazos de la
«Thetis» que nos atacaba, hubo que arriar bandera. Es lástima que «se haya perdido este golpe, pues de este modo habríamos podido en«viar auxilios a nuestros amigos del sur. Pero
«de poco
le servirán
como quiera que sea
a Vicuña sus buques, sino es para huir,
«este caso diré: « enemigo que huye, 2^uente de 2^lata,
i
en
Écheme su
«paternidad su bendición.» « F.
— Soi de —Aliora
la opinión de es
---Intosidle!
mas
don Víctor,
difícil el arreglo,
dijo
Barriga j>
Aldeano.
observó
el
padre.
agregó Franco.
Púsose éste en seguida a conversar con don Eodrigo, mientras jesuíta escribía en su cartera de memorias las siguientes notas:
IS" Encargo
al
el
cura T*, que prosiga en sus pláticas doctrinales
que lance anatemas especiales contra los quo mantegan relaciones con los pelajianos.
contra los pipiólos,
{^"Hacer que
i
el i)adrc
N*, mantenga abierta
A*, o
la al)suelva bajo la condición
(^ (jiie
q,bondone las banderas do Lastra»
la confesión
de obligar a su
de doña
hijo^ el oficial
— ^"Dofui Pilar M"*' vorde
80
—
está enferma de gi'avedatl:
Compañía"* Escribir a su padre de
la
^"En
la
Su testamento
espíritu...
estancia del Qnillai se fundó unas capellanías
1783, a favor de P*. li*. que murió en 1813...
don N*.
O*.... Consultar
^"Doña li*.
aim abogado
sobre
S*. ofrece terrenos para
Compañía... Escribir a
Eoma
aíil-
Goza
la
el
año
liacienda
el particular...
una
iglesia
i
colejio
de la
sobre la dispensa que la señora pre-
tende...
I^"E1
sindicato de las Capucliinas, vacante por la separación de
don Policarpo...
le
1^" ídem, Ídem,
conviene a don Meliton... respecto del puesto de tesorero de la esclavonía
del Santísimo...
Al llegar
—¿Qué
aquí, preguntó
a sus amigos
lloras son?
Las nueve
i
media, contestó don Rodrigo.
El padre prosiguió sus apuntaciones, murmurando: Es preciso aprovecliar el tiempo: la memoria es friijil.
—
i^°Don
un oficial llamado Es un mozo de mala
Catalino dice que el autor del rapto es
Pepe Tronera. Sirve a
las
órdenes de Viel.
conducta. Buscar informes...
^p°Lucinda sigue enferma... Es preciso que se confiese*.. Hablar con el médico... El padre O*, llegará pasado mañana...
I^^El médico da esperanzas sobre la salud de don Marcelino. Conmonomanía... ¿Se convertirá en verdadera locura?... Hacer que firme antes la escritura de donación. .ídem sultar al facultativo sobre su
de compra-venta...
La
otra está firmada...
i^Escribir a don Alejo Calvo, pidiéndole que dé un malón
al
gabacho cow su Partida del Alba...
En
seguida
— Creo, ticias
el
dijo,
padre se puso a reflexionar:
que convendrá
liacer insertar
en (xLa Clave» las no"
de Valparaíso.
—¿Abultándolas un poquito? preguntó Franco. —No demás. Lo que abunda no daña en Aldeano. jComo — podremos conseguir?
estos casos.
está
¿I lo
"
es de ellos!...
dijo
«LaJ Clave»
—
81
—
— Xo importa^ contestó Franco. Yo me encargo de mi amigo. imprenta jente de — Muí bien, jesuita mostrando con dedo el
dijo el
Este
El
re-
es
la
escribir...
esto.
Yoi a
se sentó
amigo Franco. mesa i escribió lo que
el
recado de
dictarle,
a la
le dictó el jesuita.
Habiendo concluido de escribir, dijo el clérigo: Ya son las once: si han de ir, vayan pronto! Los tres amigos salieron con dirección a la Alameda, endonde se separó el presbítero Franco, prosiguiendo los otros dos su camino sin hablar una palabra. Las calles estaban solas i silenciosas; las puertas de las casas cerradas, i sus halijtantes temiendo un asalto del dia a la noche. Dirijiéronse por la calle de San Antonio, pues la del Estado estaba cortada por una de las trincheras que rodeaban la plaza de Ar-
—
mas.
Al
llegar a la plazuela de la Universidad (hoi del Teatro) fue-
ron detenidos por una patrulla de la guardia urbana.
preguntó —¿Quién —Jente de paz, contestó padre... Soi un sacerdote. su paternidad? —¿Adonde —Yoi a casa de caballero mostró a Aldeano) a confesar vive?
el oficial. el
se dirije
este
(i
una enferma. Hai peligro de muerte i no puedo demorarme, agregó el jesuita pasando adelante. El oficial no preguntó mas i siguió su ronda.
;o:
10
CAPITULO XVI.
A NUEVOS ESFUERZOS, NUEVAS RESISTENCIAS.
((Largamente se disputó en acjuel conciliábulo sobre esa i)roposicion, que los pelucones no admitian, sin querer comprender la abnegación de sus adEllos exijian un sacrificio imposible porque era deshonroso: que-
versarios.
que los liberales disolvieran Congreso.»
rían
(J.
V. Lastarria.
—Juicio
Llegados nuestros amigos a
la
en
el
sobre sn derecha,
i
al entrar
el
histórico sobre Portales.)
calle
de las Monjitas, torcieron
zaguán de
la casa
de la
cita, se
encontraron con un hombre de a caballo, que pareció s()r])renderse. -
— Perdónenme sus mercedes: yo
no
soi
de
a(pií, dijo el
homl)re
titabcando. ¿Es ésta la casa del señor don Joa(|ii¡n Echeverría?
— amigo, contestó padre una carta —Vengo a el
8í,
dejarle
¿([ué se le ofrece
al
caballero, contestó el liomljrCj
entrando al patio. £11
padre
i
a Ud.?
su compañero lo siguieron.
— — Me parece que conozco amigo. — Puede contestó
—
esta voz, dijo Aldeano al oído de
su
éste.
ser,
En
84
seguida se dirijieron a un cuarto endonde se veía una luz,
dieron algunos golpes
en la puerta. Abrióse ésta
pieza en la cual se hallaba
el
i
entraron a la
i
dueño de casa con otros caballeros.
El liombre del caballo liabia entrado tras de ellos sin la menor ceremonia. Llevaba un gran poncho, botas de lana i bulliciosas es2ni3]as. Cubríale el rostro un pañuelo de algodón atado debajo de la barba, i la cabeza un bonete maulino que no se quitó al entrar sino después de haber cerrado tras de
— Buenas noches,
sí la
puerta del cuarto.
señofes, dijo con voz clara
i
echándose
el
pa-
ñuelo atrás.
esclamó Aldeano: vaya que no habia — Señor nocido! —Esti Ud. mui bien disfrazado, agregó padre, dándole mano. que debia disfrazarme de — He modo, contestó Priepara cualquier encuentro — Por supuesto! La prudencia antes de — ;Todavía no llegado preguntó A jeneral!
co-
lo
la
el
creido
este
evitar
to,
peligroso.
todo, dijo eljesuita.
dad que no son mui exactos porque ya han dado
En aquel momento
— Ellos
la ver-
Prieto.
los otros?
lian
las
once
media.
i
sonaron tres golpecitos en la puerta.
son! dijo Echeverría, quitando la tranca.
La puerta
dando paso a dos caballeros que fueron saludados cortésmente por los circunstantes. Era el uno don Melchor de Santiago Concha, antiguo patriota, que habia formado parte del Congres j Constituyente; i el otro, don Rafael Bilbao, Litendente de Santiago, quien habia hecho poderosos esfuerzos para evitar la se abrió
fratricida lucha.
Ambo?
pertenecían al partido liberal,
autorizados por dicho partido para tentar todos ciliación
que estuviesen acordes con
los
medios de con-
dignidad del país
la
venían
i
la con-
i
gervacion de las instituciones democráticas.
— Creíamos p'^ro observo,
habernos atrasado, dijo don Melchor sentándose;
que aun no han llegado
los
señores Ruiz
Tagle
i
Porta' es.
—Yo cncar;¿ado por don Diego para representarlo en esta contestó A\leano. —En cuantjadon Francisco, agregó padre Hipocreitía, tamestoi
cntrevisti,
el
poco vendrá por(|uo ha creído innecesaria su presencia
aq^uít
Todoa
— los presentes saben ficativo
soi
su íntimo amigo; no necesito otro justi-
para probar que vengo autorizado por
blar. en su
nombre. Desde luego, repito
dijo ayer
cisco
que
—
85
ardientemente
al
señor don
que
lo
mismo para hamismo don Fran-
él
el
a saber
Melclior,
que deseaba
:
que se encontrase un medio como cortar estas
el
dificultades que aflijen al país.
— Para mí ha -
Concha.
He
sido
una gran
satisfacción dar este paso, contestó
hablado con casi todos los de mi partido,
gurar que todo
él
desea la paz.
— desea mas —El partido
liberal
de de su buena
fe,
Si se
puedo ase-
i
la
paz de buena
dijo
fe,
Prieto a media voz, nada
fácil...»
no ha dado derecho a nadie para que
se
du-
interrumpió Bilbao con un movimiento de es-
pontánea enerjía.
En
seguida añadió con tono
—Al
mas
suave:
contrario, la sanidad de conciencia con
como creemos, en
que obramos, nos
buena fe i patriotismo de los que siendo nuestros enemigos políticos, no por esto dejan de ser núes tros compatriotas, a quienes deseamos dar el abrazo de hermano
hace
creer,
la
-
antes que la estocada del enemigo.
— Palabras huecas
i
sin sentido!
Aldeano. Estos liberales son
murmuró
sueñan como
así;
el
padre
las
campanas, según
al oido
de
sean las manos que las tocan.
—El señor intendente nos hace
debemos
felicitarnos de
justicia, contestó
don Rodrigo,
i
tener que tratar este delicado asunto con
personas dignas de nuestra estimación.
—Esperamos obrar
como
tales, dijo
Concha,
i
estamos dispues-
tos a sacrificar todos nuestros intereses ¡personales en aras de la felicidad pública. ¡Os hablo con
mi corazón en
la
mano
i
a nombre
de mis amigos! ¿Cuáles son los motivos de la sublevación?
—La ilegalidad de —Eso ficio
las elecciones, contestó
provincias de Concepción i
embargo, estamos dispuestos, en benerepita la elección de Senadores en las dos
es contestable. Sin
de la paz, a que se
ciarán,
Aldeano.
i
del Maule. Fernandez
i
en su lugar serán elejidos los señores Prieto
Novoa renuni
Tagle, o los
que designéis vosotros. Ademas, os damos la elección del Presidente del Senado, quien se hará cargo interinamente de la })residencia de la República, para que, bajo vuestro
mismo amparo
se
haga
la
elección de Presidente.
—No
es
mucho conceder
eso,
observó uno de los circunstantes,
— sédesele
que los liombres de vuestro partido quedarán siempre ocu-
pando los mismos puestos, ejerciendo las mismas influencias Es verdad, agregó el jesuita. Aun cuando el mismo señor Prie-
—
to llegase a ser nuestro Presidente interino, su voluntad tendría que estrellarse ante la oposición sistemática de sus subíilternos.
—¿Qué quiere decir su paternidad? — Que mandatarios de provincia, los
cuando
—Es —
personal del Ejecutivo cambie.
embargo, observó Bilbao, no es posible que desconozcáis
la equidad con
¿No
el
ser opo-
evidente, respondieron algunos.
I sin
cos.
ministeriales porque
un Ejecutivo de su devoción) pasarán mañana a
sirven a sitores
(lioi
que nuestro Gobierno ha repartido
veis en ellos todos
los
los jmestos públi-
colores políticos?
Uno
de vuestros
candidatos, el señor Ruiz Tagle ¿no era ayer Ministro de Hacienda?
acompañado de una — haciendo un ¿qué ministerio? preguntó —¿No ha lanzado injustamente uno. Echeverría, no agriemos una —Vamos a cusión cuyo objeto debe uniformar luego agregó para murmuró — mismo: —No parece que hombres creyeran que palabras quedar de acuerdo en —Tiene razón nuestro amigo don Joaquín, gravemente ConSí, ayer! dijo el jesuita,
sonrisita falsa. I hoi
jesto
es?
del
se le
la cuestión, dijo
'
las opiniones.
ser
Si ello es posible,
sino
sirven i^ara
dis-
i
el fraile. I
estos
sí
las
algo.
dijo
cha: es preciso que pospongamos nuestra personalidad al bien jeneral.
De
otro
modo no llegaremos nunca a
convenir en nada que
Acordémonos de que somos hijos de una misma tierral que hemos combatido juntos contra un mismo enemigo. Acordémonos de que esta misma tierra será mañana la patria de nuestros hijos, a los cuales tenemos el deber de legar buenos ejemplos de honradez i cordura. Ahorremos la sangre de nuestros compatriotas; ahoguemos la discordia i no presentemos ante los enemigos de la democracia, el triste espectáculo de un país libre que se desgarra las entrañas con sus propias manos: no les demos el placer de ver desacreditada la república por nosotros mismos que sea útil a la
j)atria.
nos decimos republicanos.
— Palabras!
murmuró a media voz
el
padre Hipocreitía, bellas
palabras que sirven [)ara ocultar otra cosa diversa de lo que significan.
— 87 — En
seguida agregó en voz alta:
—Nosotros también
podríamos pronunciar un discurso análogo,
señor don Melchor; pero en lugar de bellas palabras, quisiéramos
ver ejemplos de abnegación. Habláis de hacer sacrificios; pero esas jeneralidades nada dicen.
manezcáis en
—Pues
Ya
os
hemos indicado que mientras per-
los puestos públicos
Concha con vehemencia. Yoi a proba-
bien, interrumpió
acabo de deciros no son vanas palabras. ¿Decis quo
ros que cuanto
la ocupación de los puestos públicos
bo para
el
Oid
Ejecutivo?
por los Hberales será un estor-
última espresion de nuestro pensa-
la
miento, prosiguió, poniéndose de pié: ((Os prometemos aquí, a
nom-
bre de nuestro partido, que los liberales se separarán de los desti-
nos públicos que creáis conveniente ocupar por hombres de vuestra adhesión; os prometemos que saldrán del país todos aquellos indi-
viduos que designéis como contrarios al orden público, a trueque do evitar
esta lucha atroz entre hermanos.
—Yo
ratifico
todo cuanto ha dicho
el
señor don Melchor, agregó
Bilbao.
Hubo un momento de
silencio,
durante
el cual
nadie se atrevió a
una palabra. Muchos de los circunstantes parecían haber comprendido la abnegación de los liberales; i ya iban a manifestar sus sentimientos, cuando el padre jesuíta se adelantó i dijo: Ijronunciar
—'Habláis de desocupar los destinos administrativos: pero ¿tenéis administración?
La mayor
parte de los jefes de provincia nos per-
tenecen.
— entonces ¿cómo nos? —Dejadme I
que nosotros ocupábamos
decíais
concluir.
Eso no
vuestros jefes administrativos
i
los desti-
obsta, replicó el padre,
para que
militares estén minados.
Acabo de
una carta en la cual me dan noticia de la toma de Valparaípor Dorriga. También me dice éste que hoi o mañana el gobier-
recibir
so
no evacuará aquel puerto. dijeron —¿Será —Es un hecho. Aquí está posible? se
todos. la carta, prosiguió el jesuíta, sacándo-
la de entre los pliegues de su sotana.
Ya
no tenéis administración
¿qué es lo que ofrecéis, pues? Nada... Vuestro pretendido sacrificio es nulo...
Por otra parte,
agreg(^,
no es en
el
orden administrativo
endonde nuestro presidente provisorio encontrará estorbos
—
¿I
endónde ha de
ser?
preguntó Bilbao.
los principales
^—
88 -^
— contestó Aldeano. — Entonces ¿qné que pretendéis? —Yo no pretendo nada por mi parte; hablo a nombre de mi mandante. Don Diego de opinión que disuelva Congreso. —¿El Congreso? — que en seguida declare nulos todos sus — nuestras queridas instituciones democráticas? — Claro que esas queridas instituciones tendrán que correr Eli el lejislativo,
es lo
es
Sí,
se
el
se
i
actos.
¿I
es
misma
la
suerte que los
demás
actos del ilegal Congreso, contestó el
jesuita abriendo su caja de tabaco.
— Oh! eso
.bastón. ¡Nos falta el valor
—Es admirable,
i
su
para ser traidores a la República!
agregó don Melchor disponiéndose a retirarse,
un partido que
.que
tomando su sombrero
es demasiado! dijo Bilbao
se
arma para defender nuestra
exija la disolución del Congreso que la
Constitución,
ha dictado.
-Sin embargo, dijo Prieto, la condición espresada por Aldeano, es la única que puede evitar la guerra civil. Yo no puedo aceptar otra porque mis compromisos son mui fuertes. -
— yo carezco poder necesario para desligar compromisos, agregó don Rodrigo. preguntó Bilbao, a —¿Es del
I
dirijiéndose
decir,
al jeneral
de esos
Prieto, es decir, se-
ñor jeneral, que os habéis comprometido aechar por tierra nuestras instituciones republicanas? Pero sabed, prosiguió, que
nosotros nos tro reposo
—Pues que así
i
hemos comprometido a
nuestra vida,
las
sea,
si
defenderlas, sacrificando nues-
necesario fuera!
armas decidirán
murmuró
también
la cuestión,
ya que os empeñáis en
Prieto saludando a los circunstantes
i
sa-
liendo de la pieza.
— Que
sea!
g'a sobre la
—Amen!
esclamó Bilbao,
que la sangre que
se
derrame
cai-
cabeza de los culpables! contestó el fraile, doblando la carta que liabia sido
da por algunos de llo
i
los
de la concurrencia
guardándola en
i
leí-
el bolsi-
de su sotana.
—Por
nuestra parte aceptamos
la responsabilidad
que nos to-
que, dijo Aldeano.
Deshízose en seguida
el conciliábulo,
i
cada cual se
casa, tratando de evitar el encuentro con las patrullas
bau
las calles
de la consternada ciudad.
dirijió
a su
que custodia-
CAPITULO
XVII.
EN VÍSPERAS DE LA BATALLA.
«Por qué, pues, siento retemblar Al eco de la guerra; I en
De De
cambio de
la oliva
i
el suelo,
los laureles,
los suaves cantares
ciudadanos fieles, Escucho de aguerridos batallones,
Los belicosos sones; miro solo sables, bayonetas.»
I
(M. Blanco Cuartik.)
Las cuatro de la mañana serian, del 10 de diciembre de 1829, cuando se deshizo aquel conciliábulo que no sirvió para otra cosa sino para hacer perder a los conciliación
En
ese
mismo
liberales
leíase por las calles de la ciudad,
dia
en una hoja suelta firmada por
toda esi)cranza de honrosa
el
jeneral Lastra, lo siguiente: ""
11
— «¡Pueblos
cíe
Chile!
90
—
¡Hombres imparciales que no
«dos de intereses particulares!
j
estáis afecfca-
Habitantes inocentes de la campaña
«que vais a ser la víctima de la mas injusta guerra! Pronunciad vuescítro juicio
mi conducta
sobre el cuadro que os joresento de
«gobierno supremo. Comparadla
i
i
la del
examinadla detenidamente.
J^l
«jeneral Prieto no quiere la paz, que le lia sido propuesta infinitas «veces. «le
Tampoco
quiere decidir las cuestiones en
ha sido presentada. Preguntadle qué
«ha hecho sus proposiciones
i
le
han
quiere,
«los comisionados estaba en sus intereses.
«i
en
el
mi
solo,
a qué viene. El
sido admitidas,
«luego pretestos para eludir una paz acordada
«tratados sean ratificados por
i
una batalla que
por
casi,
i
buscando que según
El pretende que el jeneral
de un
los traejército,
término preciso de dos horas para que no pueda dar cuenta
«al gobierno que reconocemos,
«constitución en
i
contraviniendo espresamente la
artículo 83 del capítulo 7.^ sobre las atribucio-
el
«nes del poder ejecutivo. Pretende que un jeneral de una Kepública «constituida suscriba a la renuncia de su presidente, que solo pue-
«de ser voluntaria, «bre; que suscriba
i
que sin embargo se
ha prometido a su nom-
le
a la reunión del senado para hacer la elección
«de un nuevo presidente, facultad que solo al gobierno «servada en casos extraordinarios según esa
misma
le está re-
constitución
«que ha tomado por pretesto. No hai ya medios que proponerle para «el restablecimiento de la
«queda otro recurso que
paz que el
él
mismo ha
de la fuerza,
«plearla contra los sentimientos de
i
perturbado.
Ya no
talvez será preciso
em-
mi corazón. El responderá a
«vosotros de los males que orijina a la nación!
— Cuartel jeneral en
«la cañada de Santiago, diciembre 8 de 1829.»
«Francisco de la Lastra.»
La proclama de Lastra
decia la verdad. Prieto atrincherado en
combate a que el jefe constitucional lo desafiaba. Los hechos prueban que no eran ni el horror al derramamiento de sangre, ni el amor a
su cuartel de Ochagavía, parecia no estar dispuesto a trabar
la tranquilidad pública,
los
el
motivos de aquella inacción del
ejérci-
Después de haberse negado obstinadamente a todo medio de conciliación, se empeñaba Prieto en ahondar mas i mas
to reaccionario.
— el
abismo que separaba a
01
—
los dos partidos,
haciendo que sus solda-
dos saqueasen algunas casas de sus enemigos políticos, después de liaber robado
los
animales de sus potreros. Mientras los pelucones
eran no solamente respetados sino ocupados en los destinos públi eos por el gobierno, los pipiólos se veian diariamente espuestos a sufrir los efectos
mas
la ocasión
de la rabia reaccionaria que no despreciaba ja-
de liacer una presa. Los vecinos de los alrededores
de Santiago que algo tenian que temer a este respecto, se refujia-
mas nó por esto encontraron allí la seguque buscaban, pues la ciudad misma fué varias veces invadi-
ron dentro de la ciudad; ridad
da por los soldados enemigos, sin otro resultado práctico que aumentar la consternación i el terror de los iDacíficos habitantes. La ciudad estaba poco menos que indefensa. Custodiaban su interior unas tres compañías de infantería, la mayor parte reclutas al mando de un teniente. Toda la fuerza constitucional se encontraba en el campamento de Lastra, situado en los terrenos que se estendian al poniente de la Alameda. La ciudad no tenia nada que temer por ese viento; pero no sucedía así respecto de los otros costados, pues los revolucionarios, cuyo cuartel de Ocliagavía estaba situado unas dos millas liácia el Sudoeste, podían, haciendo un rodeo, atacar la ciudad por el sur
i
por
el oriente.
Las fuerzas de Lastra, compuestas de poco mas de mil infantes i de solo cien hombres de caballería, eran insuficientes para rodear a Santiago de una línea de defensa. Prieto tenia mil doscientos hombres de infantería i seiscientos de caballería, lo que le proporcionaba una verdadera ventaja sobre el ejército constitucional, especialmente para las escaramuzas que tuvieron lugar entre los dos ejércitos,
i
mui principalmente para alarmar
nados habitantes de
la capital espuesta,
i
aflijir
a los conster-
hora por hora, a aquellos
nada podían aprovechar al ejército pelucon. La ciudad, })ues, vivia temblando como si a sus puertas hubiese las amenazadoras tribus de Arauco para las cuales el arte, de la guerra consiste en hacer todo el daño posible, por innecesario que sea; i no parece sino que un ejército que pretendía ser protecsalvajes malones que en
tor
de
intereses del pueblo, creyese
los
cumplir
con su misión, ha-
ciéndole la guerra al pueblo indefenso.
Pero era menester que ese ejército obrase siempre en conformidad con sus antecedentes: una traición lo habia formado, volviendo contra la patria las armas que ésta habia puesto en sus manos para su defensa. Traiciones, mentiras
i
calumnias
lo
habían sostenido
i
hecho llegar hasta
las
09 J)uertas de Santiago: así pues,
por
el
camino de
las
del pueblo, cuando
apellidase
mentiras
que siguiese niarcliaudo traiciones; que se titulase defensor era
i
lój ico
venia a hacerle la guerra al pueblo;
i
que se
cuando venia a hundir a los pueblos en la llamase defensor de la Constitución, cuando ve-
libertador,
esclavitud; que se
nia a echar por tierra esa
misma
Constitución arrancando de raiz
nuestras nacientes instituciones liberales.
La tes,
plaza de
Armas
era el centro adonde concurrian los habitan-
ya buscando noticias de
encontrar
allí
un
lo
que diariamente pasaba, ya creyendo
contra los insultos salvajes de
asilo
un enemigo
que nada sabia respetar.
Los dos principales puntos de reunión eran los conocidos Cafés de la Nación i de Hevia, En el primero se reunian comunmente los pipiólos, mientras
de
que
los comestibles,
el
así
Café de Hevia, célebre por la abundancia la riqueza de su vajilla de plata, ser-
como
via de punto de cita a los pelucones. otro Café cuartos que
se veian
de
Sin embargo, habia en uno
podemos llamar
neutrales, en atención a
indistintamente llenos de pelucones
i
pipiólos
i
que
en torno
mesas de malilla i de monte, las que, no solo tienen el poder de enemistar a los amigos sino que poseen también la virtud de unir, siquiera por un momento, hasta a los enemigos políticos. las
Una de
estas piezas neutrales, en el Café de Hevia, se encontra-
ba, en la noche del 12 de octubre, llena de individuos que jugaban,
bebian o charlaban.
La voz de don
Catalino Gacetilla sobresalía
por encima de las demás, así como se veia descollar la talla de don Pablo Motiloni sobre las cabezas de todos.
En
los cuartos vecinos, otros
la conducta del
grupos se quejaban en voz baja, de
ejército revolucionario.
jaban con ponche en leche,
los
Como
las
quejas se remo-
dolientes iban alzando la voz poco
a poco, con tanta mayor razón cuanto mayor era
la concordancia
de
opiniones a este respecto.
Las quejas prosiguieron;
aunque algunos pelucones o apeluconados trataron de acallarlas, nadie pudo hacer callar a don Catalino, el cual hablaba como si recientemente le hubieran dado cuerda.
—¿No
es cierto, pues,
i
amigo Motiloni
de raya? Si Prieto ha venido a pelear le
presenta
el
(decia)
que esto ya pasa
i
quiere guerra ¿por qué no
cuerpo a Lastra? Pero nó,
señor ahí está metido en 1
su cueva de Ochagavía como zorro que oye ladrar a los perros solo sabe venir de vez en
cuando a cazar gallinas aquí a
i
la ciudad.
— )íg'olo
porque
él
—
93
parece mirar a nuestra capital como a
un
galline-
según es la poca cortesía con que nos trata! Al cabo habia de liablar en razón este Gacetilla, dijo uno. Motiloni miró de reojo al que liabia hablado, i parecia querer alíierto.
—
cuando viendo que una gran parte de
lontestar,
muestras de aprobación, tomó
lió
— Porque,
nna de dos;
hombres honrados venido por acaso
i
sepamos
pacíficos
Si
i)ronto a qué atenernos?
señor Jeyíeral Libertador
el
guerra al pueblo de
os 2^^^blos a hacerle la ;'racias,
o desea la paz.
o quiere la guerra,
guerra ¿por qué no se la hace luego al gobierno para que
[uiere la
sn
Gace-
callarse.
ponche, continuó
^ajjores del
Ha
partido de
alentado por la aprobación jeneral, o talvez animado por los
illa,
os
el
los circunstantes
i
Protector de
señor jeneral, por esa protección que nos tiene
capilla
con
i
credo en la boca. Ah!
el
Lsuntos, quiero decir,
El orador
ú
yo fuera
yo
me
metiera en estos
el jeneral....
paró de repente al
se
si
Muchas aquí como
Santiago?
oir
,
^
-
un ruido de caballos en
la
)laza.
—¿Qué haria usted, fuera jeneral? preguntó Motiloni, — Oiga usted, don Pablo! esclamó Gacetilla asustado ¿quién son de caballería de Prieto? — parece, respondió poniendo el
si
le
sonriendo.
sa-
la
je si
Así.
otro,
El ruido
pe
creció de repente,
i
el oido.
luego se dejaron sentir algunos tiros
Unos saHeron a la calle i otros quisieron atrancar las puertas, mas no pudieron conseguirlo por:[\\Q en aquel mismo instante entró al patio una partida de mas de metieron la alarma en
iiez
el Café.
hombres.
Al oir
esto. Gacetilla
esclamó:
— ¡Invasión tenemos! No hai que tener mo al
patio.
Yo
sé el camino,
síganme!
ISÍo
miedo!
Vamonos
al últi-
hai que turbarse! gritaba:
último patio!
— Pero, hombre! volvió a preguntarle don Pablo, sujetándolo de un brazo, ¿qué haria usted fuera jeneral? — Después mi don Pablo. Por ahora, importa corrrer el
si
se
lo dh'é,
pronto! ¿qué es lo que sucede, amigo? preguntó al primero que encontró en el corredor.
—Que jinetes el otro,
i
Baquedano acaba de invadir se está tiroteando
con
la plaza
el teniente
con
mas de
Banderas,
cien
respondió
—
-- 94
Don terior
Cataliuo no oyó el resto porque eclió
de la casa. Pero viendo que
qne pasar para llegar a
mui
comedor (por
el
el in-
cual tenia
estaba lleno de los asal-
los otros patios)
tantes, volvió atrás seguido de los
hicieron
el
a correr liácia
que lo acompañaban, en
bien, pues la catadura de los que
lo cual
liabian asaltado el
comedor no era para inspirar confianza. Mientras unos recojian
los
objetos del servicio que liabia sobre la mesa, otros forzaban la ce-
rradura de un gran escaparate que liabia en
— Manuel
el testero
de la pieza.
Barragan! gritaba Miguel Turra, forcejando con la
gruesa puerta de roble
i
con
el
escaparate: tráeme tu
cerrojo del
catana que la mia se ha quebrado en esta cha^ja de todos los diablos! Déjate de
arrollar manteles,
mas que
Aquí están
lo
trapos.
las
hombre de
cucharas
Dios! Esos no son
platos de plata, que es
i
que importa! Pégale, Chato, por esc lado!
—Ya —Ya —Esto
está! se abrió! sí
que vale la pena de trabajar para agarrarlo! esclamó
Turra, mirando con satisfacción la brillante vajilla. I mientras cada cual agarraba lo que mejor le parecía, el bandi-
do decia riendo:
—Eso
es, hijos
mios!
Hagamos
la obra de
aquí esta maldita plata, que según dice la causa de las riñas
—Busquemos
—
Sí! sí!
i
el
caridad de quitar de
cura de la Estampa, es
de las disputas.
bien, decia Barragan: que
no quede nada!
agregaba otro: hagamos la obra de caridad por com-
pleto I
En
tanto que los bandidos se burlaban de
las
mismas personas
a quienes estaban despojando, el hotelero liabia salido a pedir auxilio. Algunos j)arroquianos hablan abandonado el Café; otros se liabian ocultado en los cuartos, i mas de uno de los criados ayudaban a
los salteadores en su caritativa tarea.
•:o:-
CAPITULO
DON CATALINO
XVIII.
VISITA, SIN QUERERLO, EL
CAMPAMENTO
ENEMIGO.
((En América no lian faltado que, levantando la
((caudillos ((VOZ (íhien
hayan dicho ¡Queremos de
el
pueblos! Con este han reunido ¡Droséli-
los
((l)retesto
((tos; i por mas que no se les ha«ya admitido su bien, ellos han ((dicho ¡Aquí lo tenéis! i para
((darlo les
ha
sido necesario re-
con sangre infructuosa el ((suelo de los países que elejian <ípor campo de sus especulaaciones ambiciosas.» ((gar
(J.
Don plaza,
Recolucmies en Avicnca, FáJ, 1281.)
ViLLARTNO
Catalinoi sus medrosos compañeros habían corrido húciala i
huyendo de un peligro dieron con otro no menor, pues
plaza era
el teatro
d(i
ima verdadera refriega
la
cntríi la caballería
— del coronel
Baquedano
96
—
la infantería inesjierta del teniente
i
Ban-
deras que custodiaba la ciudad.
No
viendo Gacetilla abierta otra puerta que la del Café de la Nación, corrió allá con dos o tres de los fujitivos.
—Amigos mios! esclamó la paciencia
al entrar.
¿Hasta cuándo
de esta canonizable ciudad?
Ya no
se
abusará de
es vida la
que este
Prieto nos liace pasar!
— ¿De dónde vienes? i)reguntó un amigo. — Del Cafó de Hevia endonde dejado una le
lie
nes araucanos que lian ido
duda, de su digno jefe
el
allí
partida de peluco-
a dar un malón por encargo, sin
Libertador, el Protector de los ptieblos de
Chile, el defensor de nuestra Constitución.
uno de — Calla boca^ por Dios! ves que pueden boca! interrumpió — ¡Qué me la
le dijo
los
mas
prudentes. ¿No
oirte?
calle la
el
sempiterno hablador,
cuando vengo respirando venganza! Si tú hubieras pasado por que yo acabo pasar!
—Ah! entonces que —He sufrido mayor de Ah! vándalos me —Entonces, baja un poco —Nó! nó! Digo en ¿tuviste
sufrir algo
lo
de parte de los asaltan-
tes?
los
el
esos
He!:...
la
miedos!
I luego
quieres que ca*'^^
pagarán!
la voz._
i
alta voz que eljeneral Prieto tiene
diré
una
manera rara de protejer a los pueblos enviándonos sus soldados al mando de un caball ¿Quién dice que mi coronel es un caballo? interrumpió un soldado entrando. Ah! es usted? prosiguió, echándose sobre don Catalino, quien mas muerto que vivo, decia:
—
— ¡Yo, señor mió! Yo he dicho — usted! contestó soldado, arrastrando hacia afuera a Gatal cosa!
el
Sí!
cetilla. ' '
'
.é-^A. este
Catalino lo ha de perder su lengua, decian los que que-
daron en la pieza.
Don
Catalino al verse arrastrado sin consideración alguna, pro-
testaba, diciendo:
— Oiga usted, señor soldado, graduación? Oiga usted,
cado porque no
me dejó
daño era un caballero. ^i'M.ff^Esa no cuela! dijo
2)or el
concluir.
señor sarjento, señor... ¿cuál es su
amor de
Yo
el soldado, j
ha equivoseñor Baque,
Dios! Usted se
iba a decir que el
— — Es como
97
—
se lo digo, repuso Gacetilla.
caballero; pero cortándome la palabra
Yo iba a
decir que era
en la mitad,
un
ha parecido
le
a usted que yo... Señor don Pablo! gritó divisando a Motiloni, que a cuarenta pasos de distancia conversaba en la plaza con un
hombre de a
caballo:
amigo don Pablo! venga usted a socorrerme!
Pero Motiloni no contestó,
e
internándose en los grupos que pu-
lulaban por la plaza, se perdió de vista.
El combate habia cesado
los asaltantes
i
se
habian retirado
lle-
vándose consigo algunas armas. El mismo Bandera, hombre de
una
talla extraordinaria
de fuerzas hercúleas, habiendo querido
i
echarse sobre Baquedano para luchar cuerpo acuerpo con
el jefe
enemigo, logró desarmar a dos de los soldados que rodeaban al
uno de los oficiales. Pero rendiacosado por el número, tuvo que entregarse
coronel, arrojando caballo abajo a
do
al fin
de
prisionero,
fixtiga
i
en calidad de
i,
tal,
fué conducido al
campamento ene-
migo.
Como dejamos dicho,
la
vanguardia de los vencedores habia par-
tido con dirección a la Cañada, llevándose el botin de la victoria.
Luego
siguió el grueso del cuerpo, en grupos
mas
o
menos desor-
denados, llenando de terror a los vecinos con sus gritos descompasados
i
que lanzaban al pasar por enfrente de
los groseros insultos
las casas tenidas por pipiólas.
Solo quedaba en la ciudad la parte
mas
indisciplinada de la re-
taguardia, compuesta de soldados de línea desbandados, de guasos
acompañantes no
se
de bandidos de la Partida del A Iba,
que habia tomado preso a Gacetilla, sabe si por haber quedado satisfecho con
soldados era tarlo,
i
el
Uno de i
dichos
ya iba a
sol-
las esplicacio-
nes de don Catalino, o porque deseaba reunirse cuanto antes con sus compañeros, cuando se
habia hablado con Motiloni,
—No — quién
acercó el
le i
hombre que poco
rato antes
le dijo:
suelte a ese caballero, amigo, porque es
¿I
es
usted? preguntó el soldado,
su caballo que otro soldado
le tenia.
— Soi Manuel Barragan, respondió ro,
como que me he de
buena
una buena presa! tomando la rienda de
el interpelado;
i
yo
le
asegu-
morir, que este caballero Gacetilla es
una
alhaja.
— Me conoce señor mió? preguntó don Catalino. — respondió Barragan, ademas que usted usted,
Sí, señor,
de los que
mas hablan
i
sé
contra nuestro ejército.
es
uno
— —^¿Yo hablar contra
el
98
gran
—
ejército restaurador de nuestras
li-
bertades?...
— —
Sí,
mi
señor,
i
contra nuestro jeneral.
señor de Barraganes, o como es su gracia: Ud. se equivoque yo puedo motejar en una tilde al defensor de nues-
Allí
ca, al creer
tra Constitución.
Yo siempre he
dicho
sostendré que ni el
i
mismo
nombre de gran Libertador como el benemérito en grado eminente, jeneral de división, don Joaquin Bolívar merece tan bien
el
Prieto.
—
no solo habla mal de nuestro jeneral, agregó el soldado que aun tenia de la mano a don Catalino, sino que acaba de decir que I
nuestro coronel Baquedano es un caballo.
— Ah! conque eso ha dicho? preguntó Barragan. —Entonces no hai que dijeron cuatro o compañeros de —Ah! esclamó ¡cuánto no que jentes equivocan en tiempo de Yo no he dicho dicho! Barragan, pronto a jurar que — he —Yo también he oido con que ha de comer agregó otro que venia llegando. esclamaron ocho o diez mas. — nosotros juramos — Pues entonces, caballo con ordenó Barragan. Allá conseñor testará — Por clavos de interrumpió viendo que soltarlo,
seis
éste.
Gacetilla,
es lo
revueltas!
se
tal cosa!
replicó
Sí, lo lia
las
i
estoi
lo
oido.
estas orejas
lo
se
la
tierra,
I
lo irifísmo\
al
él!
jeneral.
al
Gacetilla,
Cristo!
los
bandidos se dispouian a ponerlo a la grupa de un soldado. jXo
los
me
un honrado padre de familia, cargado de hijos, con la pobre mujer enferma, ademas mi suegra... Por este estilo prosiguió don Catalino enumerando los motivos para que se le diera libertad, mientras los bandidos lo montaban pierdan! Miren que soi
i
en ancas, atándole los pies por debnjo de la barriga del caballo ])ara
que no tratase de escaldarse.
— Ah! murmuraba
entre dientes el desolado prisionero, bien
me
Ñato que mi lengua me habia de perder! Si de esta esca2)o (que lo dudo) prometo mandarme hacer una buena modarza i llevarla siempre en ios bolsillos para cuando me venga la tentación de hablar a destiempo. Pero, señores, prosiguió en voz alta ¿cómo pueden ustedes figurarse quo yo haya dicho que el coronel Baquejdecia el
dano
es
un
caballo,
cuando todo
el
mundo habla
lento de este dif^-nísimojefe?... Ah! no
me
del esclarecido ta-
aprieten tanto, por Dios¿
— miren que
—
99
un honrado padre de familia, un ciudadano pacífico meterse en nada; un hombre, en fin, incapaz de des-
soi
que vive sin
plegar sus labios...
El resto de la palabrería de don Catalino se perdió en el ruido que los caballos hicieron al partir a todo galope hacia el campamento.
Cuando
éstos llegaron al cuartel jeneral de Prieto,
hecho desensillar a su tropa
liabia
ya Baquedano
puesto en su cuarto con centi-
i
nela de vista al teniente Banderas. El coronel era de cortos alean» ees,
i
no pudo contener su cólera cuando supo que Gacetilla habia
Café de la Nación^ que élera un caballo, Al momento mandó poner al pobre prisionero en cepo de campaña, ordedicho a gritos, en
nando que
se le aplicase a la
Así pasó
se.
el
boca una mordaza para que no habla.
de la noche
el resto
manera que cuando vino
el dia, se
el
desdichado parlanchin; por
hallaba casi exánime de fatiga
de ganas de charlar. Quitáronle la mordaza
apenas podia tenerse en
pié,
las ligaduras;
i
i
aunque
no por esto dejaba de hablar
que su intención no habia sido otra que decir caballero^
i
i
i
jurar
que
aparente culpabilidad nacia de haberle cortado la palabra
su
en la
hombres juraban por su parte pensó defenderse de otro modo.
boca. Pero viendo que ^mas de diez
haberle oido decir caballo^
—¿Conque usted un
caballo? le
ha tenido la desvergüenza de decir que yo preguntó Baquedano con airado ceño.
soi
Gacetilla con aplomo; —Nó, que he dicho un buen que Ud. Quiere que mande —¿Está usted porque alabo a Ud., señor Baquedano? —¿Mandarme — Bonita alabanza! que he necesitado pa— Cuando debiera usted estimar ra ensalzarlo a Ud. delante de sus propios enemigos! advierto que yo no Ud.; mas —Buen modo de ensalzar señor,
replicó
lo
es
caballo!
es
loco?
fusilar?
lo
fusilar
lo
la
el coraje
tiene
le
entiendo de burlas.
— Ni yo me atreverla a señor coronel que
que no .
me juzgue
me
burlarme de un
hace
el
figurado. Ud. no ignora lo que es
claro
si
quiere que
lina tropa?
le
digno como
honor de escucharme. Pero
Ud. sin oirme.
—Tropa, querrá usted
jefe tan
decir,
ruego
He
dicho eso, pero es en sentido
un
tropo.
interrumpió
entienda.
le
el
el
coronel.
¿Pues no he de saber
Hable Ud. lo
que
ets
—
—
loo
señor coronel; pero yo no — Demasiado bien sabe usted sino de tropos. de un tropo? ¿qué cosa — no me dirá usted, con mil en preguntó Baquedano mirando de a que yo be empleado —Es una figura de —No entiendo palabra, interrumpió coronel ya amostazado.
le
eso,
tropas,
liablo
diablos,
I
liito
es
Gacetilla.
liito
retórica, señor,
para....
el
le
Venga Ud. a esplicarse ante nuestro jeneral, que desea lo. Veremos si él entiende sus tropos i figuras.
— Pues no me ha de entender!
esclamó Gacetilla, cuando
ñor jeneral es de reconocida ca2)acidad!
que
él lia
sido capaz de comprender
l^OY sabios
Sí, señor,
prosiguió,
el se-
como
que muchos que se tienen
lo
no entienden, a saber: las violaciones de nuestra Cons-
titución cometidas por los pipiólos,
i
la necesidad
de que se nos libertara de los liberales! En esto llegaron a la pieza, endonde
hablando con don Manuel Jifreno
i
el
país tenia
jeneral Prieto estaba
el
dijo Gacetilla
ruego a ustedes que intercedan ante
ejército libertador
que
don Rodrigo Aldeano.
— Oh! señor Aldeano, señor Jifreno! vio:
interrogar-
en cuanto los
ilustrísimo jeneral del
el
de los pueblos, en favor de un honrado ciudada-
no que jamas le ha hecho mal a nadie.... I sin embargo, le interrumpió Prieto, usted se ha atrevido a espresarse de una manera indecorosa en contra mia i de los jefes
—
me acompañan.
que
— Lo han engañado a Usía, respondió don Catalino, testigo
al cielo
leal, del noble,
i
pongo por
de que jamas he dicho una palabra en contra del del desinteresado jeneral que, poniendo su invicta
espada al servicio de
la
mas
justa de las causas, viene a vengar
nuestra naciente Constitución.
de la Nación cuando.
En
ese sentido
hablaba en
el
Café
. .
—Déjese de esas engañifas interrumpió Baquedano, que Ud. ha dicho que yo Lo pero fué en sentido —Un buen caballo? Así i
farsas,
cierto es
soi....
lo
esto
merece
figurado. Sí
dije;
también deberá castigárseme porque dije a ilustre jefe del ejército del sur era la mejor espada de
gritos que el
castigo,
Chile. ¿Quiere por acaso decir esto, la complacencia de escuchar
mi
que
el invicto jeneral
defensa,
un pedazo de fierro, o cosa parecida? Nó, pada, un buen florete, es manejar diestro mas. Así pues,
al referirme al señor
íipuestos jefes
(sin
sea
un
cuchillo de Chile,
señor; ser i
que tiene
una buena
es-
valientemente estas ar-
Baquedano, uno de
los
mas
agraviar a lo presente) de nuestras mihcias
— ecuestres,
101
—
he podido decir con justicia que es uu exelente caballo eu j
sentido figurado, se entiende.
Aldeano i Jifreno no pudieron contener la risa, i aun el mismo Prieto los acompañó en su hilaridad. Amostazado Baquedano, se acercó a don Rodrigo i le preguntó en voz baja, pero ruda: —¿Qué significa esa risa, señor Aldeano? Que este hombre tiene razón, respondió don Rodrigo, tratando
—
de cohonestar su proceder. las circunstancias
que
él
Si nos
hemos
reido, prosiguió, es
por
ha agregado.
— Por manera que esos que —Esos tropos, amigo mió, son figuras de troníos
él dice....
retórica, es decir,
ma-
neras de hablar elegantemente, por las cuales no se debe entender las palabras
como suenan,
— Ya, ya!
-
—¿No ha un —Muchas —Pues ahí
una chambonada en
solido usted esclamar al hacer
malilla?
¡soi
la
bruto! ¡Qué bestia soi!...
veces! tiene usted
un
tropo, puesto que nadie
esas espresiones al pié de la letra; así
hombre valiente dicen que es una gallina, etc.
—Acabáramos!
es
un tigre,
debe entender
como también, cuando de un un león; o de un cobarde, que
esclamó Baquedano. Ahora
que entiendo eso
sí
muchas veces los he echado de a pares sin pensarlo yo mismo, como por ejemplo, anoche cuando vi pelear tan bien al teniente Banderas, eché un reniego i dije: me gusta este hombre! Es como perro de bravo! de los tropos;
i
Mientras Aldeano daba lecciones de retórica al coronel, Prieto Jifreno seguian interrogando a Gacetilla;
i
i
así por las contestacio-
nes de éste como por el conocimiento que Jifreno tenia de su carácter, se
encontró prudente
i
ademas muí
político,
el
hacer sufrir al
parlanchín un castigo correccional. Pero la fatal orden no alcanzó
a darse, pues en aquel momento entró un militarmente a Prieto, •
— Señor
jeneral:
oficial que,
saludando
le dijo:
uno de nuestros espías acaba de
llegar de la
ciudad trayendo esta carta.
Tomó
Prieto la carta
i
leyó el sobre:
«Al señor jeneral Prieto, para entregar al señor Aldeano.» Veamos: qué dice la epístola, dijo éste recibiendo el papel de
—
mano
de Prieto.
Rompió
el
sobre
i
leyó lo siguiente:
— Estimado señor
A
i
102
—
amigo:
estas lioras debe encontrarse en ese
campamento don
Catali-
no Gacetilla, preso anoche en esta ciudad por nn error de concep-
Don
to.
Catalino es amigo mió,
i
pnedo asegurar a Ud. que en
tendremos siempre un ardiente partidario. ducta con mi propia persona; servicios a la justa causa,
con
el
le
i
Yo
en esta virtud,
si
él
garantizo su con-
de algo valen mis
ruego que interponga su influjo para
señor jeneral a fin de que ponga prontamente en libertad a
este amigo. kS.
Lo saluda afectuosamente.
S. Q. B. S.
M. motiloni.
En El
otro pedazo de papel aparte, liabia
decia:
nos conviene aquí: necesitamos de hombres que ha-
j)arlacliin
blen a nuestro favor; trátenlo bien ra que vea que
una posdata que
me
i
muéstrele usted la carta pa-
debe a mí su libertad, a
fin
de que se preste a
mis indicaciones. Leida esta posdata. Aldeano
le
—Está
media voz: haga usted
bien, dijo el jeneral a
mostró a Prieto todo lo
lo
escrito.
que
le
pa-
rezca de ese hombre.
Aldeano se acercó entonces a Gacetilla i le dijo al oido: Sígame Ud.! Me van a mandar fusilar sin duda alguna, pensó en su interior don Catalino mientras salia detras de don Rodrigo. Por lo menos, son azotes o una carrera de baqueta.... Ah! yo me contentaria con veinticinco, con cincuenta.... Vaya! me contentaria con tres veces veinticinco azotes! Pero carrera de baqueta!.... Llegados al corredor, le dijo Aldeano: Amigo mió: se ha escapado usted de una i buena! Me he escapado, señor Aldeano! esclamó Gacetilla... ¿Es de-
—
—
— — que Léala Ud. carta que acabo de merced a — don Catalino ver —Ah! de mi amigo Motiloni! — Mi digno amigo! muchísima razón: he estoi libre?
cir
Sí; lo está,
esta
es
recibir.
dijo
al
la
firma.
tiene
siem2:)re
dario de la santOy ccmsa que ustedes defienden!
sido j)arti-
^- 103
—
don Rodrigo, üd puede quedarse aquí o vol— Está bien^ verse a Santiago. mi reconoci— Prefiero segundo, señor, porque deseo le dijo
testificar
lo
miento a mi amigo don Pablo,
dad
e hidalguía
Un
i
luego publicar a gritos lajenerosi-
de nuestro jeneral Prieto.
cuarto de liora después, nuestro incorrejible hablador atrave-
campamento, custodiado i>ov cuatro soldados, los cuales haciendo un gran rodeo por el lado del oriente, lo llevaron hasta cerca del convento de San Francisco, desde donde se dirijió solo hacia la plaza, montado en el buen caballo que le hablan proporciosaba
el
nado.
— Catalino! esclamaron sus amigos verlo entrar Café de Nación. ¡Te creíamos muerto! —Ah! mis amigos! respondió Gacetilla mismo me palpo me admiro de encontrarme sano — Pero ¿cómo has podido escapar? ganando que he he escapado mag— no al
al
la
¡yo
i
I
nifico caballo
salvo!
sino
solo
con su
silla
i
salido
de granadero. Todo
este
ello
nas horas de cepo de campaña, fuera del miedo
i
me
cuesta algu-
del galope que
me
campamento ¡Qué galope aquel, amigos mios! Iba ya como ánima que se lleva el diablo! i hubo momentos en hicieron dar de aquí al
que deseaba que se abriera
la tierra
me
luego la noche que pasé! Ah!
rio
i
nos tragase a todos juntos! I
de los calabozos de la Inquisi-
ción!
— Pero cuéntanos cómo — Oh! mui largo de contar, hombre! Por ahora no tengo tiemes
po sino para cumplir con
los
compromisos que he contraído.
—¿Qué compromiso — El de alabar hidalguía, grandeza, es ese?
la
honradez
i
talentos del
jeneral Prieto. Ja! ja! jáááÜ ¡Qué de cosas no le pasan a uno en las
guerras!
;o:
CAPITULO XIX.
LA BATALLA.
«Después de
inútiles
negociacio-
de paz, durante las cuales las c(divisiones de Lastra i Prieto no de«jaron de prepararse para el combate, «ambas fuerzas vinieron a las manos, ccen el campo de Ocliagavía donde la «victoria se inclinó al ejército de los ocnes
«liberales.»
(R.
Y.— El
SoTOMAYOR
«En
efecto, la victoria fué
(F. Bilbao.
Los dos
ejércitos
Ministro Fortcdes.)
— Sociabilidad chilena III,)
vinieron por fin a las
ciembre por la mañana,
i
de la justicia.»
el llano
manos
endonde
el
dia 14 de di-
se verificó esta acción
(memorable bajo mas de un concepto) es el mismo en donde hoi se halla el Campo de Marte. Las fuerzas liberales estaban 'acampadas de la línea que hoi recorre la calle del Dieziocho;\ pocas cua* dras hacia el sur se divisaba el campamento enemigo, cuya ventaal oeste
josísima posición no quería abandonar.
El jeneral Prieto habia desarrollado su
ejército
formando un i:.r
ar-
—
106
—
co abierto, cuya cuerda estaba en dirección de oriente a poniente,
poco mas o menos. La
ocupaba el punto medio de este a cargo del sarjento mayor don Justo Arteaga; la infantería,
arco,
estremo poniente,
el
i
artillería
la caballería al
mando
del coronel Búlnes^
formaba sus escuadrones en el estremo oriente. Esta posición, si bien no mui estratéjica para el ataque, estaba admirablemente elejida para la defensa, ¡jorque la infantería con su flanco izquierdo
apoyado en
las casas de la cliacra
defensa por
el
de Ocliagavía que
servían de
le
poniente, tenia su flanco derecho protejido por la ar-
cual era a su vez defendida por los escuadrones de Búl-
tillería, la
nes, que con toda facilidad podían atacar el flanco izquierdo del
enemigo con solo describir un pequeño arco de círculo en el campo parejo i sin estorbos que se estendia hacia el oriente. Por desgracia, el ejército constitucional carecía de esta arma, pues solo con-
taba con cien carabineros
i
cincuenta Húzares.
haga cargo por completo de la topografía solo nos falta decir que de las mencionadas casas de Ocliagavía, partia hacia el norte la tapia de un potrero que com-
Para que del campo,
el lector
se
pletaba la defensa del flanco izquierdo de la infantería pelucona.
Esta tenia a su retaguardia una gran viña, serie
i
hacia el sudeste una
de potreros cerrados con tapias de adobon.
Bien comprendia
también veia
la
intranquilidad
i
el
jeneral Lastra la dificultad del ataque; pero
necesidad de atacar para dar término al estado de
zozobra que
aflijia
dia
i
noche a toda la población*
La acción comenzó por una pequeña escaramuza
iniciada por el
jeneral de los liberales, la cual no podia tener otro objeto que lla-
mar fin
la atención del ejército
de comenzar
go, que, Prieto.
el
reaccionario hacia su flanco derecho, a
verdadero ataque contra la izquierda del enemi-
como queda
dicho, era el lugar ocupado por la infantería de
El valiente coronel don Francisco Porras, con
carabineros reclutas, se echó sobre la veterana
i
bien equipada ca-
ballería de Biilnes, hasta llegar a incorporarse con ella,
tiempo empezó a cruzar sus fuegos, do.
la artillería
solo setenta
de uno
El ataque de Porras no podia llamarse una carga:
al
i i
mismo
otro ban-
solo era
un
acto de arrojo en el cual los soldados patriotas se vieron envueltos
por
los
que
el
escuadrones
enemigos. Peleaban uno contra nueve: así es
éxito no podia ser dudoso. Porras fué rechazado;
guido por cuatrocientos cazadores cerca del
Aquel
i
i
perse-
granaderos, llegó a la alameda
lugar endonde ahora se eleva la estatua de San Martin,
sitio
estaba lleno de hoyos, zanjas
i
matorrales
(pie
impedian
—
107
—
maniobrar rápidamente a una gran caballería; i tanto por esto como porque una buena parte del enemigo se habia vuelto al lugar de la batalla, el jefe patriota liizo volver cara a su diminuta tropa.
La lucha se trabó allí de nuevo, cuerpo a cuerpo, maniobrando al mismo tiempo con el sable, el macliete i el puñal. La victoria estuvo indecisa un cuarto de hora, pero a ese tiempo se vio aparecer por
do
el
poniente una partida como de doscientos hombres que, a to-
el correr
de sus caballos, venia por
tando desaforadamente ¥jV8i>ln.partida del
chete.
Los
:
el
centro de la cañada gri-
/lf¿¿^r<^/ó los pipiólos! ,. ¡
Vida la
relijion!
Alda entremezclada de jinetes de poncho
liberales, viéndose atacados
de frente
i
i
ma-
por su flanco dere-
cho por fuerzas cuádruples, torcieron riendas sobre su izquierda, echaron a correr por la Alameda hacia
el oriente,
Partida del Alba, que venia de refresca,
i
i
perseguidos por la
por algunos soldados de
escuadrones enemigos, que prefirieron entremezclarse con los
los
bandidos de don Alejo Calvo, antes que volver al campo de batalla con sus demás compañeros. Los perseguidos, entrando por varias bocacalles,
atravesaron
el
centro de la ciudad
i
se dirijieron al
puente de
endonde no tuvieron que hacer resistencia sino a mui pocos de sus perseguidores, pues la mayor parte se habia desbancal
i
canto,
dado por las
las calles
de la consternada ciudad, con
casas de los pipiólos ricos.
el
objeto de asaltar
Porras entonces no pensó sino en
volver con los pocos soldados que le quedadan al
campo de
batalla,
endonde encontró la acción fuertemente empeñada. Al mismo tiempo que los carabineros de Porras eran perseguidos, como acabamos de decir, el coronel Búlnes, describiendo un gran arco de mientras
círculo,
se echó sobre
derecha
la izquierda de los liberales,
centro contestaban los fuegos de la inde los cañones enemigos. Búlnes fué rechazado dos veces; pero la ventajosa posición del ejército revolucionario lo hacia,
fantería
el ala
i
el
i
como queda dicho, inatacable por su flanco izquierdo. Viendo Lastra quenopodria avanzar sin grandes pérdidas, mientras la infantería de Prieto ocupase el
sas de Ochagavía
i
la taj^ia
ángulo formado
})or las líneas
de las ca-
de la viña, antes mencionada, mandó
que una com})añía de cien hombres del Chacabuco, a las órdenes del arrojado teniente Concha, se fuese por entre las casas i el ejér-
enemigo hasta tomarle su retaguardia. La comisión era difícil por demás peligrosa; pero también era digna del valiente joven a quien se la encargaba. Sin disparar un solo tiro, i recibiendo un nutrido fuego de fusilería, condujo Concha a sus soldados, arrascito
i
—
—
108
tránclose por entre los matorrales
como uua
culebra, liasta llegar
a una distancia en que podian oír las palabras de los soldados enemigos. Estos no podian creer en tanta audacia; i alzando sus fusiles, muchos de ellos gritaron: •
-Son pasados!
—No —Vienen pasados! tiren!
Concha sino
mas
i
sus soldados pasaron, pero no a las
allá de las filas;
i
filas
enemigas,
con toda la lijereza que sus piernas
permitían, corrieron hacia la tapia de la viña
i
le
la salvaron bajo el
fuego graneado del enemigo, que ya habia comprendido
el
verda-
dero objeto de aquel atrevidísimo movimiento.
Entonces fué cuando el batallón Pudeto recibió la orden de avanzar rápidamente. El coronel Tupper iba a su cabeza, i lleva-
ba de ayudante a Anselmo, quien
jóoco antes
do, pero ahora deseaba sobrevivir
aun a
quería morir pelean-
la derrota
misma. La
fantería pelucona se vio, pues, entre los fuegos del Pudeto
Concha que
la acribillaba por la espalda, lo cual le hizo
de posición hacia
A ese i
su propia
de
cambiar
artillería.
tiempo, la caballería de Bdlnes habia sido rechazada por
tercera vez; ción
el sudeste, inutilizando
i
in-
i
el resto
tería enemiga,
Lastra pudo marchara paso de trote con
el
Concep-
de Chacabuco hasta envolver por completo la infana la cual
porque de cada parra
le era
salia
imposible salvar la tapia de la viña?
un
tiro.
La
caballería de los patriotas,
que no habia podido seguir en su rápida marcha a
la infantería, se
amenazada de muerte por una cuarta carga de los escuadrones de Búlnes; i habria sucumbido irremediablemente, si a ese tiempo no hubiera llegado la mitad del batallón Pudeto a las órdenes del mayor Várela, que atacándola enérjicamente la puso en completo desorden. Porras, que en aquellos momentos entraba en el campo con poco mas de la mitad de sus soldados, se unió a los Hiizares, mandados por el sarjeuto mayor Jofré, i entre ambos dieron a la caballería enemiga (puesta en desorden por Va-
vio entonces
Varela) la última carga que la dispersó completamente.
Mientras tanto, verificábase en medio de la refriega de la infantería,
un hecho notable que apresuró
la victoria
de los liberales. El
Carampangue. Hubo un momento en que éste se vio entre dos fuegos, con el Chacabuco a vanguardia i parte del Pudeto a retaguardia. Solo unos pocos pasos de distancia separaban los tres cuerpos i ningún tiro salia mejor de
los batallones
de Prieto era
el
— cíe
las filas.
Entonces
el
109
—
coronel Godoi, por cuya orden se
liaibia eie-
movimiento que tenia envuelto al Carampangue, dirijió la palabra a este cuerpo: «Bajad a tierra la boca de vuestros fusiles (les dijo); ;ved que tenéis enfrente a vuestros compañeros de armas!» cutado
el
Los soldados del Carampangue titubean; entonces un sarjento de este cuerpo manda hacer fuego sobre el Chacabuco i apunta él mismo con su fusil; pero cae muerto de un pistoletazo. Los soldados bajaron sus fusiles i ambos batallónos se confundieron en un fraternal abrazo.
Diez minutos después, ya no se oía en
infantería de los pelucones estaba rendida,
•:o:'
campo un
el i
solo tiro.
La
su caballería dispersa.
n
CAPITULO XX.
LA TRAICIÓN.
«Pero la victoria fué entre chii la nobleza de alma del vencedor se apoyó en la fe del enemigo.
lenos;
El desprendimiento, la confianza, fueron burlados por el misterio, por la mentira, por el engaño, por la traición.»
(F. Bilbao.
— Sociabilidad chilena III.)
«Los vencedores.... en medio de su asombro, no podian creer en semejante infamia.»
(F. Errázuriz.) Prieto, viendo desliedlo su ejército, se liabia dirij ido hacia las ca-
sas que
formaban
de algunos
que
oficiales,
le servia
nester
el
i
allí
de consejero.
mas que
el
acompañado se encontró con don Rodrigo Aldeano El jeneral era valiente; pero se ha me-
centro de su cuartel jeneral. Iba
valor de iin soldado para resistir a la evidencia
de mía derrota.
—Todo perdido! esclamó. ¡Hasta caballería —Aun quedan esperanzas, contestó Aldeano. es
la
se
ha disper-
sado!
>Salga usted al ca^
—
112
—
o.üeutro del enemigo, solicite les
una entrevista, i convide a los a tener un arreglo en las casas de la cliacra./.. ¿1 he de esponerme a ser vejado por....?
oficia-
— —Ya
no se oye un solo tiro: Lastra es un alma sin liiel, i Viel es un don Quijote, que, en liablándole de honor, patria, fraternidad etc.,
se vuelve loco.
Si conseguimos que
vengan a
las casas,
son
nuestros! 'No pudieron proseguir esta conversación sostenida a
según
permitia
media voz
de los caballos, porque fueron deteni dos por una compañía del batallón Concepción, que con el Pudeto se ocupaba en juntar los prisioneros dispersos.
i
lo
—Jeneral, dice
el trote
el oficial:
ríndase Ud.!
—Lo haré ante Rondizzoni, contestó
Prieto, sin entregar su es-
23ada.
Un momento
después llegó
el jefe
del Concepción, quien trató a
su ilustre prisionero con todos los miramientos debidos a su clase i a su desgracia.
— Deseo
hablar con Lastra, dijo Prieto a Rondizzoni; lléveme
Ud. a su presencia. Lastra, que con varios oficiales venia ya a su encuentro, se acer.có al
jeneral enemigo,
momento
i
le
apretó cordialmente la mano.
los oficiales prisioneros recibian
En
aquel
de los vencedores las
mas
inequívocas manifestaciones de fraternal cortesía.
—Todo
concluido: ahora somos hermanos! decia el coronel
es
Viel abrazando con efusión a los oficiales contrarios.
—Jeneral, dijo entonces Prieto dirijiéndose a Lastra: conozco demasiado su hidalguía para esperar de usted un trato indigno. Creo que Ud. usará conmigo de la misma jenerosidad que yo habría usado con usted en iguales circunstancias.
—No debe usted dudarlo, contestó dido la ^
mano de amigo. Ahora no
liai
Lastra, desde que le he ten-
aquí ni vencedores ni venci-
dos; todos somos chilenos.
—Por
aunque me queda poca infantería, Ud. sabe que mi caballería ha quedado intacta. Pronto estará reunida; tengo confianza en Búlnes. Así es que todavía no se ha decidido la victoria. Pero no quiero que se derrame mas sangre, i estoi dispuesto a que tengamos un arreglo amigable. otra parte, prosiguió Prieto,
—Acepto, contestó Lastra. —Lo que deseo, principalmente, ^e mi mando
i
es salvar el
honor de
obtener las garantías necesarias.
las tropaa
— —Tendré un placer en — Pues, entonces, vamos a
—
113
ello, jeneral.
que aquí hace es sofocante;
tratar el asunto a las casas : el calor
allí
encontraremos algún
refrijerio, del
cual han menester nuestros oficiales.
Aceptó Lastra el convite; i después de encargar a Tupper que quedase custodiando a los prisioneros, se dirijió con Viel, Godoi i otros oficiales, al cuartel de Prieto. Al entrar éste en la casa, un soldado puso en sus
manos un papelito
rápidamente. Los oficiales de uno
entremezclados como
i
otro
escrito
con lápiz, que leyó
bando entraron a
la casa
nada hubiera sucedido entre ellos; pero apenas estuvieron dentro, cuando vieron que las puertas se cerra-
ban
si
que las piezas eran invadidas por los soldados.
i
preguntó —¿Qué contestó que Ud, sus compañeros su —Esto Entreguen son mis momento sus espadas. —Esto una infamia atroz esclamó Lastra, tratando de Yiel.
significa esto?
Prieto,
significa,
prisioneros!
jeneral,
i
al
es
resis-
I
tir.
—Usted
es
un
serable a quien le
traidorl agregó Viel, dirijiéndose a Prieto;
hago
el
honor de
un mi-
desafiarlo!...
— Coronel! interrumpió Búlnes: cálmese Ud. —¿Me cree usted bastante para mirar a sangre tanta famia? — Hágame favor de darme su espada, Búlnes. no que manche en sangre de ese miserable? pregun—¿Para le
vil
fria
in-
señor, dijo
el
la
la
Ud. razón; esa garganta merece un cordel. seguida arrojó a un lado la espada que Búlnes le pedia.
tó Viel... Siendo así, tiene .
En
— Seria locura
resistir,
observó Lastra con calma; quien ha sido
capaz de engañarnos de esto
modo
está dispuesto a llegar hasta al
asesinato.
— ¡Buena manera de estipular convenios tienen jo a
media voz
el
los pelucones! di-
coronel Clodoi. Pei'o aquí debe andar hi
mano de
don llodrigo. A Prieto no le da el palo para tanto. ¿Qué dccia Ud? preguntó Baquedano a Godoi. Decia ¡que don llodrigo Aldeano es un gran político práctico! Prieto habia salido de la pieza, dejando encargada la custodia de los prisioneros a los coroneles Búlnes i Baquedano. ¿Por qué uos deja solos el jeneral? preguntó Godoi... Ah! })rosiguió con una carcajada que pusomui de mal huQior a Baipiedaiio:
— —
—
el
jeneral va a pedir órdenes.
—Ordenes
¿a quién? preguntó
Baquedano.
-
-
114
—Al maestro de ceremonias. Pero ya vuelvel en
En
efecto,
la
mano.
Prieto entraba en aquel instante, trayendo
—Amigos mios,
dijo a sus prisioneros:
ya
un papel
veis que la rueda de
da vuelta rápidamente. Es preciso que os convenzáis de que toda resistencia es inútil para que oigáis lo que os voi a proponer. Ya no soi el vencido de hace poco. Se lia tomado medidas la fortuna
oportunas para rehacer nuestro
ejército.
Mi
infantería se está reu-
niendo aquí; los soldados llegan en dispersión, pero llegan a su
Mi
cuartel.
caballería está rehecha;
i
sé que, a la
hora presente, han
entrado a la ciudad algunas compañías como vencedoras. tras
manos
está el evitar los males que es fácil preveer.
—¿Pero no me ha dicho Ud, do de paz? preguntó Lastra. — Pero para eso necesitamos de
jeneral,
En
vues-
.
que quería celebrar un trata-
reunimos aquí en consejo, contestó Prieto. Aquí traigo una orden que Ud debe firmar para que sus oficiales vengan al momento a reunirse con nosotros. Esa es una nueva traición! esclamó Yiel. Jeneral, prosiguió,
—
dirijiéiidose a Prieto:
mandadnos
fusilar;
pero no nos obliguéis a
reclamo para hacer caer en un lazo a nuestros compañe-
servir de ros!
En
aquel
-^Firme
momento fué
üd
contenido por Godoi, quien dijo a Lastra:
la órdon, señor jeneral.
—Pero Por toda contestación^ Godoi tomó solapadamente Lastra
i
la
mano de
se la apretó, sacudiéndola lijeramente.
Este movimiento fué comprendido. Lastra tomó el papel i firmó; pero nunca habia hecho una rúbrica mas mal formada ni una
mas temblorosa mano. Sin embargo, el semblante no era el de un hombre a quien le tiembla el pulso.
letra con ral
—¿No tario?
del jene-
será preciso que esta orden vaya autorizada i)or el secre-
preguntó Godoi tomando
el papel.
— Lo que abunda no daña, contestó Franco que entraba en aquel
•
momento
a la pieza.
Godoi estampó su firma, i agregó a la rúbrica unos nuevos rasgos que jamas usaba. Al poner la arenilla anduvo tan torpe, que medio borró la entintada rúbrica con la manga de su casaca.
—Cualquiera diría que tengo miedo mano, murmuró, entregando el pa])el. i^¿I firma
usteíl; coronel?
al
preguntó Viel,
ver temblequear
mi
— —Es
el único
Í15
—
medio de que podamos arribar a algo, contesto
Godoi.
La orden bailo,
fué entregada a uno de los oficiales de Cazadores a ca-.
de Prieto,
el
cual la condujo a escape a donde se hallaba Tu-
pper.
:o:
CAPITULO XXL SOSPECHAS REALIZADAS.
«De este modo el ejército vencido, destrozado, imponía una capitulación mediante el abuso que su jefe habia cometido de la confianza i jenerosidad de los vencedores.» (J.
V. Lastarria
Hallábase
el
—Juicio
histórico sobre Portales.)
coronel Tupper reunido con sus compañeros, no le-
jos de las casas de Ochagavía, custodiando los prisioneros que los
soldados constitucionales iban trayendo
allí,
poco a poco, cuando
tuvo noticias de que la ciudad habia sido invadida por algunas
compañías de
Agregábase que los Partida del Alba, cometían las mayo-
la dispersa caballería de
soldados, secundados por la
Prieto.
res fechorías en las casas de los indefensos habitantes de Santiago.
Con
este motivo habia comisionado a
Anselmo para
que, al
mando
de dos compañías de Granaderos, se trasladase sin pérdida de tiem-
po a la ciudad, a fin de prestar auxilio a los invadidos. Media hora después, llegó el comisionado de Prieto, con firmada por Lastra para que Tupper, Rondizzoni i
llamó a sus compañeros
—¿No con un
la
orden
varios oficiales
de Ochagavía. Tupper leyó notó que las firmas parecian contrahechas. En seguida
se trasladasen al la orden
momento a
i
es
i
conferenció con ellos.
estraño, les dijo,
oficial contrario?
las casas
que Lastra haya enviado esta orden
—
118
—
—Bebiera venido Godoi —Ademas, agregó Yarela, hemos notado qne puertas de casas están cerradas ¿qué — Hai motivos para sospechar una Tupper. — Todo puede esperar de infames, agregó Várela. —Esta no firma de Godoi! esclamó Rondizzoni, examinando papel detenidamente. —¿Qué parece que hagamos? preguntó Tupper. Yo creo que no debemos obedecer esta orden sospechosa. —Yo también. Podemos porque somos dueños camRondizzoni. —Nosotros somos del mismo parecer, contestaron demás liaber
o Viel, dijo lloiidizzoni. las
las
significa esto?
traición, dijo
estos
se
es la
el
os
resistir
del
po, dijo
los
ofi-
ciales.
Entonces Tupper tomó le dijo
el
papel,
i
dirijiéndose al oficial portador,
enérjicamente:
—Esta orden
es falsa o arrancada
por la fuerza.
no nos tiende. Dígale Ud. a Prieto, que
dos, estamos convencidos de que esto
nuestros jefes en
momento,
el
el
De
todos
mo-
es
mas que un
si
no pone en libertad a
lazo que se
constitucional sabrá cas-
ejército
tigar su felonía.
— Señor, —Yoi a preparar
dijo el oficial, nuestro jeneral no... el
ataque a las casas,
le
interrumpió Tupper,
i
prometo arrazarlas en un cuarto de hora i quemar Uds. como a ratas en su guarida!
El
La
oficial
saludó
i
partió a escape.
contestación de los oficiales del ejército liberal desilusionó a
los traidores, acerca
rales les habia
de las esperanzas que la credulidad de los libe-
hecho concebir.
—El diablo proteje a — Dejemos diablo a un
los suyos!
al
esclamó Franco.
lado, le interrumpió
Aldeano,
a lo que importa. Cuando no es posible obtenerlo todo, contentarnos con algo siquiera.
En
seguida, llamando aparte a don
M.
Jifreno,
le dio
vamos debemos i
sus ins-
trucciones para que advirtiese a Prieto sobre lo que debia hacer en tales circunstancias. Jifreno se dirijió entonces al cuarto
encontraba Prieto con sus prisionoros;
i
papel plegado en forma de carta, sobre
donde
se
poniendo en sus manos un el
cual habia escrito estas
palabras: dSe niegan a venir)) dijo al jeneral:
—Acaba de
llegar el
oficial
comisionado, diciendo que
el
señor
Tupper estará pronto aquí con sus compañeros. Pero como no llega
^ todavía
i
las circunstancias
119
—
piden una pronta determinación^
talve??
convendría firmar un armisticio.
— Soi
por
el
armisticio, contestó Prieto, viendo que las palabras
de Jifreno eran una verdadera orden de Aldeano. ¿Qué dice Ud. jeneral? prosiguió, dirijiéndose a Lastra.
— Yo nada
puedo determinar desde que me encuentro en poder de Uds. contestó el viejo soldado con marcado disgusto. ¿En nuestro poder? replicó Jifreno... ¿I puede Ud., señor jene-
—
ral, creer
que nosotros hayamos querido valer'nos de esta circuns-
tancia para obligarlos a nada que no sea honroso entre militares?
Los hemos llamado para llevar a cabo un convenio amigable. Uds. están en libertad para aceptar o nó. Estas palabras hicieron comprender a Príeto toda la verdad de lo sucedido; i en consecuencia, se decidió a tratar con muestras de cordialidad a los mismos que poco rato antes habia tratado como a cautivos enemigos. El jeneral era un digno discípulo de Aldeano. Aquí tienen Uds. sus espadas, dijo, devolviéndoselas. Están
—
Uds. en libertad; pero creo que como amigos de blica, lui
aceptarán
la tranquilidad
pú-
propuesto, durante el cual se firmará
el armisticio
convenio definitivo de paz.
—No crean
ustedes, agregó Jifreno, que nuestras intenciones ha-
yan sido otras que las de arribar a un convenio honroso para ambas partes. Al princi])io se creyó necesario usar de esta estratajenm para sacar mas partido; pero hemos pensado que no habia necesidad de esto, tratando con militares de honor.
—Los traidores Godoi
al oido
se
han enredado en sus propios
i
murmuró
de Lastra.
El armisticio fué firmado en seguida. horas,
lazos,
Uuraria cuarenta
i
ocho
dentro de este término debia celebrarse un tratado de [kva
por medio de plenipotenciarios nombrados por uno
Ya era tienipo
las casas las noticias
Al momento
liberal se prei)araba al ataipie.
blanca sobre
los
otro bando.
porque aun no se habia concluido de firmar
cuando llegaron a
misticio,
i
tejados,
i
los jefes
liberales,
se
de que
el ar-
el ejército
puso una bandera
puestos en libertad,
fueron conducidos por los oficiales revolucionarios hasta fuera de las puertas de su cuartel.
Tal fué
el
desenlace de una batalla en la cual los liberales tuvie-
ron los honores del triunfo, ción,
como
se verá
mas
i
los
adelante.
pelucones
el
provecho de
la trai-
CAPITULO XXII.
¡VIVA LA RELIJION! ¡MUERAN LOS HEREJES!
((Os acordáis de aciiiellos dias en que ((Santiago tenia cerradas las puertas de ((SUS casas i en que el terror revestía el ((rostro de sus habitantes?»
(F.
La
credulidad con
contrarios,
dicj
que
BiLBxiO.
SociahlUdad chilena.)
los liberales se dejaron
engañar por sus
en aquel entonces orijen a mil sátiras
ciones que no liacen gran honor al partido reaccionario. los
hechos de diversos modos,
i
se reía
en
los círculos
recrimina-
i
Comentóse pelucones a
espensas de los candidos j^W^olos que habían sido víctima de su necia credulidad. i
Hé
aquí cómo los que se decían amigos del orden
de la relijion echaban en cara su lealtad a los nobles amigos de
Por muchos años después se ha seguido defendiendo de esta manera el partido dominante, sin echar de ver que nada lo denigra mas que esa defensa, porque nadie puede ser víctima de su pro})ía credulidad sin serlo al inismo tiempo de la perfidia de sus contrarios, o bien, de lo que un historiador moderno llama política la república.
Dicho historiador rescata estos ejem[)los, de gran sabiduría, ante los ojos de la juventud cliilena, sin duda para
ardidosa
<pie,
i
arbitrista.
aprendiendo por principios
los arbitristas
ardides
i
los ardí-
closos arLítrios, se
formen
teresados
de que tanto
i
leales,
Pero dejando lo
demás
menester
lia
de la Historia de
al autor
rea de elevar la perfidia
los ciudadanos, patriotas, francos, desin-
la traición al
i
es querer ponerle puertas al
el país.
cuarenta años la ta-
los
rango de patriotismo (que
mar) proseguiremos
la ingra-
ta relación de aquellos desastres.
Mientras se decidla, en los campos de Ocliagavía, la suerte de la
democracia chilena, verificábanse en la ciudad
las escenas
mas
es-
candalosas.
Recordará
que la Partida del Alba, persiguiendo
el lector
al co-
ronel Porras hasta cerca del puente de cal
i canto, se habia desbandado en diversas direcciones con los soldados de Búlnes que la siguieron, adueñándose por completo de la capital.
Nada les
mas
fué entonces
casas de los pipiólos ricos,
(i
fácil
aun
hacedero que atacar
i
i
robar las
de muchos pelucones de poca
las
importancia) pues la ciudad carecia de una formal custodia. Los pocos vijilantes que recorrían las solitarias calles, huyeron despavori-
dos o se enrolaron en aquellos salvajes grupos, que, al grito de
¡
va larelijion\ ¡Mueran
des-
mantelaban
las casas
echaban abajo
pipiólo s\
los
las puertas
i
Vl^
de los indefensos ciudadanos. Elejíase natural-
mente aquellas casas cuyos dueños eran
tildados de liberales, pi-
piólos o herejes, que para los pelucones todo esto era igual. Poco a
poco fueron llegando del campo de batalla nuevas partidas de ballería de línea,
mandadas por
sarjentos
i
aun por soldados que ve-
Un
nían a ayudar en aquella obra de atroz vandalismo.
mado por bios
ejercito les.
que se titulaba libertador
i
i
mas
allá,
a los soldados de ese
protector de las (jarantias soda--
Las priacipales avenidas estaban verdaderamente inundadas,
ese grito de:
mil
cortejo for-
última hez del populacho, ansioso siempre de distur-
la
de trastornos, seguia aquí, allá
i
la ca-
\
Abajo
los estranjeros!
Mueran
los herejes!
i
repetido por
mil bocas, llenaba de pavor a los habitantes, detras de sus
i
puertas atrancadas. Las granizadas de piedras acribillaban los balcones
i
las ventanas, o bien,
una
caer dentro de los patios,
una puerta de cios, al
zumbando por sobre lijera
los techos,
indicación bastaba para que
calle cayese en astillas o fuese
son del murmullo o de la algazara
i
arrancada de sus qui-
la rechifla
frenada multitud. Los muebles eran lanzados a la
en retazos las alfombras, los
pedazos de espejos
per,
i
se hacia el
daño
i
i
iban a
de la desen-
calle,
cortadas
repartidas las piezas de bajilla así
como
porcelanas. Rompian, por el gusto de rom-
sin
mirar
el
})rovecho propio.
Era
a(piello el
i
—
123
ataque del que no tiene contra
el
—
que posee,
del que sufre
el odio
contra el que goza, la guerra del salvaje contra la civilización.
Entre todas
de la calle del Puente, con sus puertas ce-
las casas
don Pablo Motiloni, cuyas ventanas estaban abiertas. La puerta del zaguán se veía a medio cerrar, i allí se hallaba el italiano hablando con nuestro amigo don Catalino Gacetilla, quien, muerto de miedo, rogaba a don Pablo que
rradas, hacíase notable la habitación de
atrancase la puerta de calle.
—He concurrido a su llamamiento, decia a Ud, mi señor don Pablo, cuánto es sé
cómo he atravesado
chilladas
i
el cariño
que
le profeso.
Yo no
esas calles! Gritos aquí, pedradas allá, cu-
puñetazos mas
allá!... Vaya!
cualquiera se la doi!...Le aseguro a I
Gacetilla, para probarle
Ud
Yo no
soi cobarde,
pero a
que casi he tenido miedo...
don Catalino daba diente con diente, revelando
el
pavor que
2)retendia disimular.
— Como
sé
que usted no
hombre que
es
tiene miedo, le dijo
don
Pablo, he enviado a buscarlo para pedirle un favor. -
—Hable usted; estoi dispuesto a todo, con
la calle... digo,
que no sea
salir
a
mientras ruja la tormenta.
— Pero necesito a Ud. en caso que — Imposible! amigo mió... Oiga Ud esas es el
ba! mire
-tal
lo
Ud cómo caen
piedras en
las
el
momento* vociferaciones... Carampatio!... ¿No seria bueno la calle,
i
al
En
boca cerrada no entran moscas. Ya le digo que tenemos que salir pronto de aquí... Necesito que usted me ayude a cumplir con una comisión que se me ha encarcerrar la puerta?
—
gado.
— no podríamos dejar negocio para — Ha de hombre de Dios! — Pero un dia mas o menos... — no hace todo perdido; como en su —En cuanto a no debe Ud. dudar. — en su — En cuanto a eso Pero ahora... una[|temeridad, mi señor don Pablo! Yo no cobarde, — Pues no me ayuda, puede Ud a su — Pues estamos Es no salgo a cumplir con su ese
¿I
otro dia?
ser hoi,
Si
se
es
lioi,
confio
i
leal-
tad...
eso,
I
valor...
otro...
salir
pero...
soi
bien,
casa.
casa?... El caso
es
decir ¿(pie
comisión, he de salir para irme a
misión es esa?
irse
si
bien!
quisiera salir de
seria
mi
si
que yo no
ninguna manera... Pero después de todo ¿qué
(piiero saberla.
co-
—
—
124
de arrebatar a Lucinda. — Se —¿De casa cónsul? trata
.'.
del
—I
llevarla a la de su padre,
aprovechando
movimiento de
el
hoi...
—¿I
quién se
lia
de atrever...?
— Soi amigo de don Meliton, Lucinda, prosiguió — Ud, mi señor don Pablo? —Nó. Yo no para
i
le lie
prometido sacar de
a
allí
el italiano.
¿Ir
estos negocios.
sirvo
— Pero ¿quién será capaz de tanto arrojo?
—Me
•
—
lie
acordado de üd, amigo Gacetilla...
'No comprendo... No le entiendo a
—Para
que arrebate a
Ud.
la mucliaclia.
¡Robarla de casa del cónsul, en —¿Está Ud. fuera de su dia!...No nada, señor don Pablo! —No habrá peligro alguno; yo daré ente que sirva de cusEs jente de pelo — Oh! Ud. chancea, don Pablo. —No me chanceo. El caso que usted cumplirá con comisión, juicio?
este
i
es
le
le
j
enpee/io.
todia...
se
la
es
mal que
le pese, replicó
una seguridad que dejó con-
Motiloni, con
fundido a don Catalino. Pronto llegará la jente:
como Lucinda sabe que usted resistencia
i
es
Ud
irá con ellos;
i
amigo de Anselmo, hará menos
se dejará llevar creyendo
que irá a dar a los brazos
amante Usted le hablará en este sentido. Oh! Jamas! esclamó Gacetilla temblando ¿Es conciencia hacer eso con una niña principal? Pero, hombre de lana! ¿Le pido yo acaso que vaya a esponer su vida? Nó: irá usted bien acompañado... Solo le pido que hable a de
.su
:
— —
Lucinda en sentido conveniente, porque en estos casos las resistencias suelen ser peligrosas... Pero en cuanto a su persona, no habrá peligro alguno... La casa del cónsul está sola,
dar
el asalto es
i
la jente
que va a
de la cascara amarga,»,
— Pero, don Pablo, Dios! usted me que cometa una quidad! ¿No sabe usted que Anselmo mi amigo? — embargo, usted ha vendido su —Por mi seguridad personal; pero yo en persona a arrebatar jíide
¡oor
ini-
es
I sin
secreto.
ir
a su querida de la respetable casa endonde se encuentra? ¡Traicio-
nar tan atrozmente a la amistad! ¡No señor! niña a casa de su padre. — Mas para — Atacar cónsul! ala — un pobre gabacho llevar la
es
al
Si es
Francia!....
que...
—
—
125
—Representante del pueblo —Eso no mas que —¿Qué yo vaya a atacarlo? Yo
ondea
francés^ sobre cuyos tejados
el tricolor de... tres colores!
tres tiras
es
de trapo atados a un palo, hom-
bre!
;
na u
liabia
de esponerme a que maña-
otro dia viniera el rei de los franceses
Vaya don
Pablo, que
si
no
i
me
hiciera cargos!
...
Ud
se
tan formal, creeria que
lo viera
chanceaba.
— Pronto verá usted que no me chanceo, contestó Motiloni, bando por las ^aberturas del postigo. que lo ha de acompañar!
—¿Entonces usted
¡Allí viene, esclamó,
insiste todavía?
Dios santo!
-:oí'
atia-
la jente
Pero ¿qué ruido de caballos..?
CAPITULO
XXIII.
GACETILLA ASCIENDE A COMANDANTE SIN PRETENDERLO.
«;No
en esos dias de silencio pavoroso a una multitud de hombres que marchaban a escape por las calles? que llevaban la cabeza atada, la bota del campo, i el poncho del guaso? que blandiau el hacha en una mano, i en la otra el puñal i las riendas? que llevaban el vandalaje en los ojos i la espuma de la rabia en la boca? que arrastraban alfombras, muebles desi)edazados i vestidos de habitantes? que pasaban en grupos gritando i formando un estrépito de demonios? y>
,
visteis
(F. 'BiLBko. Sociabilidad chilena.)
En
aquel momento, una partida como de doce hombres llegó
escape a la i)uerta de don Pablo;
i
el capitán,
Miguel Turrn, habiéndose apeado, entró
a Motiloni:
al
íl
que no era otro que
zaguán de
la casa^ dijo
—
128
—
—Ya estamos, —¿Cuántos son? —Aquí venimos míos doce; pero del peran mas de — Bueno — como mi compadre Juan Diablo con su partida del Blanco. —Está bien; que abunda no daña. señor.
otro lado del puente
me
es-
treinta.
es eso!
I
está
advertido,
debe ve-
cerro
nir
lo
—Ademas
liemos prevenido a muclios amigos de la Recoleta pa-
ra que cada cual traiga su jente
i
nos ayude a despachar al hereje.
—Pero debe usted acordarse de que su principal Yo dejaré mis hombres encargados a Manuel —
objeto es traer a
la niña.
Sí, sí...
Barra-
gan... Agarro la chiquilla, la
pongo por delante, \ patitom ^ara que te quiero. No necesito mas que de cuatro o seis hombres que me espaldeen... A los que encuentre por delante no les tengo miedo. Ayer afilé mi catana, i acabo de hacer la prueba. Está de atentar pechoña.
—^Vea usted
si
liabria peligro
yendo con
tales
hombres, dijo don
Pablo a Gacetilla, quien, parado en un rincón del zaguán, creía lo que estaba oyendo.
—¿Conque preguntó
el
todavía persiste usted, don Pablo, en que yo vaya?
sempiterno parlanchín.
— Su presencia niña ella
i
no
casi
la decida
misma» ¿También
—
es de absoluta necesidad para
que convenza a
la
a no hacer una resistencia que la perjudicaría a
es
de la partida este caballero? preguntó Miguel
ísonriendo.
— contestó Motiloni. —Jamas! Prefiero que me ahorquen, esclamó Gacetilla. Sí,
•
•
— ¿Hai algún buen caballo desocupado? preguntó —Nuestros caballos son a
-
la calle
i
el italiano.
•
cual mejor, contestó Turra saliendo a
llamando a uno de sus soldados, a quien
le
ordenó desmon-
tarse.
Hízolo así
-—Ya
el soldado,
i
Turra
está el caballo prontito.
dijo:
No
liai
mas que montar
í
apretar
las piernas, ¡morque es lo que hai que ver de bueno. Sí, señor; de lo
que poco se enfrena. Pues, a caballo!
—
— Jamas, jamasl
.
dijo Motiloni,
tomando
del brazo a Gacetilla.
esclamó éste resistiéndose.
—
129
—
Entonces Motiloni habló algunas palabras al oido de Turra, i éste hizo apearse a cuatro soldados, los cuales tomando a don Catalino en el aire, caballo. Quiso
lo subieron
En
temblorosas manos.
—
Si
al suelo;
Gacetilla arrojarse
sostuvieron de las piernas
Juerza^
mas muerto que
i
le
vivo sobre
un fogoso
pero dos soldados lo
obligaron a tomar la rienda en sus
seguida, acercándose Turra al soldado
por
le dijo:
no se porta como liombre de
lei,
lo traspaso
de una cuchi-
llada!
Estas palabras dichas a media voz tiritar
a don Catalino, quién ya no pensó en arrojarse a tierra, sino
en tratar de sostenerse sobre
caba
con un tono brutal, hicieron
i
el
freno
i
el caballo,
que ansioso por
correr, tas-
saltaba lleno de fuego.
—Pero que he de a esta expedición, lastimera, querría otro caballo menos señor comandante! —Es mejor de
dijo Gacetilla
ir
yíu
con voz
vivo.
todos,
el
le gritó
uno de
los
soldados con socarronería.
Esta palabra comandante
maron
escitó la hilaridad de todos,
que escla-
:
— ¡Viva nuestro nuevo comandante!
—Pero ¿dónde uno de —
se
ha
visto
un jefe
vestido de paisano? preguntó
los soldados.
que se saque la blusa! fuera ese sombre-
Cierto! dijeron otros:
Aquí hai una casaca i un quepis! uno de los circunstantes sacó de un atado diciendo,
ro de paja!
Esto los
antedichos objetos,
los pusieron
robados poco antes;
a don Catalino.
En
i
velUs 7iolUSj
seguida, rodeando a éste de
se
modo
que no pudiera escaparse, partieron al galope con dirección al puente de cal i canto, endonde los demás compañeros los esperaban. Iba
el
pobre don Catalino como encajonado en una gruesa mon-
tura de pellones,
que no
le
i
metidos los pies en sendos estríbos de madera,
dejaban mover las piernas como
El vestido en desorden figura tan grotezca, que
i
el
él lo
habría deseado.
quepis echado atrás, hacian de él una
movia a
risa a los soldados.
Su caballo iba
a saltos mas menor oport anidad para escaparse, pues
el jinete,
atendiendo antes
a sostenerse con ambas manos que a
dirijirlo,
habia soltado la
bien que al galope,
i
parecia dispuesto a aprovechar la
rienda.
Pasado
el
puente
i
llegados a la ribera norte del
CO^rporó el grueso do la partida,
i
el
rio, se les in-
formidable pelotón se
dirijió
10*
en-
—
13Ó
—
tónces a la calle de la Recoleta, endonde estaba la habitación de
Mr. La Forest. Ya el cónsul tenia noticias del asalto, i liabia tomado algunas providencias con su familia, haciéndola ocupar las pie-
momentos arreglando
zas del fondo de la casa. Estaba en aquellos i
poniendo en seguridad algunos papeles, cuando oyendo la grite-
ría
i
el tropel
puerta de la
de los asaltantes que se acercaban,
calle,
mandó
cerrar la
sobre cuyo mojinete ondeaba el tricolor francés.
Apenas estuvo Turra a media cuadra de
la casa,
cuando gritó a
los
suyos con voz estentórea:
—A
muchachos! I el pelotón, formando un solo cuerpo, se lanzó como un rayo arrastrando tras de sí una inmensa cola de populacho que lo seguia sin saber de que se trataba, pero ansiosos de rapiña i descala carga,
labros.
En
cuanto a don Catalino, no tuvo
mas
que para agarrarse con ambas manos de la cabeza de la enjalma. Su caballo iba como una furia por los azotes que recibía de los de atrás i por
los furiosos gritos
mente.
No
tierno
que los bárbaros se animaban mutua-
con
sabia lo que le pasaba
i
corria
como llevado por una
le-
El fogoso animal, espantado i no sintiendo el rienda, liabia mordido el freno; i adelantándose a
jion de demonios.
gobierno de la los
demás, habia llegado
el
primero a la puerta que en aquel mo-
mento atrancaban los criados del cónsul. El encontrón dado a la puerta mencionada fué tan se entreabrió, rompiéndose algunas trancas;
i
recio,
a pesar de
ir
que ésta
don Ca-
como clavado en su montura, saltó de ella i pasó hacia adelancomo una bala, yendo a caer en cuatro pies al medio del zaguán.
talino te
Los criados asustados redoblaron sus esfuerzos para afirmar de nuevo las trancas. En aquel instante se acercaba el cónsul con un rifle en la mano, apuntando a Gacetilla, le dijo: ¿Qué significa esto, señor? Ah! Miisiáy esclamó don Catalino, alzándose medio aturdido: no me mate; yo soi amigo... Ala puerta! Carguen las trancas, muchachos dijo maquinalmente Gacetilla.
—
'
—
I
Diciendo
esto, se fué él
mismo a ayudar a
los criados
a sostener
la puerta, cuyas hojas crujian a los recios empellones de afuera.
—Entregúesenos
a nuestro comandante! gritaban los soldados
d3 Turra.
^¿Es usted q1 comandante de
la partida?
preguntó Mr. La Forest
—
131
—
a Gacetilla ¿que objeto tiene este desorden? Soi comandante a la fuerza, contestó don Catalino, i hemos venido... nó... quiero decir qne ellos vienen a robar a Lncinda. Me
—
han obligado a
esto,
i
mi caballo me ha
traido hasta aquí, sin querer-
lo yo.
—¿Cómo? — Como
Musiu!
se lo digo,
conseguir que
mi
torcia la rienda...
es solo
Si estoi aquí,
porque no pude
caballo corriera para otra parte por
Aunque también
rrar bien la rienda porque traia las
es
mas que
le
verdad que yo no podia aga-
manos tan ocupadas en
sujetar-
me... Pero no hai que perder tiempo! prosiguió: la puerta cede
Yamos
Vamos
a librar a esa pobre niña!
—Yamos, contestó ba a caer
Ambos
el cónsul,
puerta hecha
la
se dirijieron
tras la desenfrenada
espantado al ver que ya principia-
astillas.
al
por una puerta
señoras
pronto!
patio interior a fin
de huir con las
Pero ésta habia caido;
falsa.
i
mien-
turba invadia las piezas de la casa, Turra,
guiado por la sagacidad del mal, se internaba en los patios con ocho o diez de sus compañeros.
—En estos casos, en
el
decia el bandido,
debe buscarse a las mujeres
fondo de las casas.... Siempre está
lo
mejor en
el
concho del
baúl.
En
cuanto a don Catalino, tan pronto como vio invadida la casa,
aprovechándose de un momento en que do, entró en
un
el
cónsul se habia adelanta-
cuartito cuya puertecilla entreabierta parecia con-
Era la leñera, i allí se quedó oculto cubriéndose lo mejor que pudo con una pila de carbón que habia en un ángulo del cuarto.
vidarlo.
Turra entró llamando a gritos
al picaro
gabacho hereje, desco-
mulgado. Sus compañeros rejistraban las piezas que iban encontrando, i pasaban adelante. Mientras tanto, los demás bandidos se
ocupaban de robar las cuales en
i
destrozar los objetos de las piezas principales,
un momento estuvieron desmanteladas, llompian
que no podian
llevarse; sacaban a la calle los
muebles para entre-
garlos a la turba que en seguida los hacia trizas. tó.
Los
libros, la
correspondencia
sulado, fueron hechos pedazos
endonde
los
recibia
la
i
oficial
i
lo
Nada
se respe-
demás papeles del con-
lanzados por las ventanas a la calle
multitud que no cabia en
el interior
de la
casa.
Mientras tanto un hombre observaba desde un lugar segura
cuanto pasaba. Era don Pablo Motiloni, quien montando a caballo.
—
—
132
había seguido la partida de Turra, de la cual se separó enfrente
de
la iglesia
sacristán
i
de la líecoleta Francisca. Allí entregó su caballo al
subió al pequeño campanario de la iglesia desde donde
miraba, con diabólica satisfacción, las escandalosas escenas.
—Yo
veré, decia Motiloni;
metes a servir de apoyo a tas Américas! I luego se
yo veré, gabacho picaro,
las
si
otra vez te
malas ideas que van perdiendo a
es-
puso a cantar.
«Mala
la hubiste franceses
c(En esa de EonsesvallesI»
Tanto fué
lo
que Turra
al fin dieron con la pieza
cónsul.
i
sus amigos revolvieron
i
trajinaron, que
que servia de escondite a la familia del
Este no habia podido llegar hasta su familia por haber
sido detenido por tres o cuatro de los asaltantes, de los
gró deshacerse apelando a su rra que se
rompió
hallaba entre él
los balaustres
liendo por
allí,
a
la
jer
el
misma
Viéndose interceptado por Tucuarto donde estaban las señoras,
rifle.
el
de una ventana que caia a una huerta,
rodeó la casa con
ciendo fuego por
notó que
i
el
cuales lo-
el
fin
i
sa-
de defender la pieza, ha-
postigo de una puerta. Pero al acercarse
ruido habia cesado;
i
escalando otra ventana que caia
huerta, entró a la habitación. Allí encontró a su
acompañada de dos
mu-
o tres criados.
— Lucinda? preguntó. —La han arrebatado esos ¿I
Viendo M. de lir
bárbaros! contestó llorando la señora.
que no habia tiempo que perder, hizo sadel cuarto a toda su familia con el fin de ocultarse entre los
matorrales
i
la Forest,
zarzas de la huerta, endonde permanecieron hasta quo
se restableció la calma.
.:0:
CAPITULO XXIV.
EL MATRIMONIO INESPERADO.
estrecharte entre mis brazos, aliento respirar Un instante! de tns ecos, Que interrumpe la ansiedad. Sentir vagar por mi oido El concierto celestial; Como un viento de ventura, Yenir mi frente a enjugar La seda de tus cabellos.]!) c(01i!
Con tu
(Salvador Sanfuentes.
Hé
aquí lo que
le
— TendOj parte
1.*
XXXI.)
habia sucedido a Lucinda.
Habiendo oido llantos dentro de uno de
los cuartos,
Turra dijo a
sus compañeros:
—Aquí
lloran!
Aquí
está lo que buscamos!
I después de echar abajo la puerta, a puntapiés, entraron a la
pieza con una alegría feroz.
— Son —No Miguel.
cuatro! esclanió Barragan. es
mas que una
No
liai
perder tiempo,
la
que venimos a buscar!
que entretenerse con liijos
mios!
las otras,
le
interrumpió
pues no debemos
—
134
—
Las pobres mujeres estaban desoladas creyendo que aquel era el último dia de su vida. ¿Quién de ustedes se llama Lucinda Rojas? pregmitó Turra con brusca voz. Si me contestan pronto, prometo no hacer ningún daño a las otras! Ninguna de ellas contestó una palabra. ¿Es Ud.? prosiguió Miguel, dirijiéndose a la señora del cónsul. Ah! no bagáis ningún mal a mi amiga! esclamó Lucinda. Entonces ¿por qué no contestan? La que buscáis soi yo, respondió la niña, mirando de frente a
—
— — — — Turra. — Lucinda! ¿qué reproche. —Evitar que insulten
liaces?
preguntó la señora en tono de amistoso
a una amiga, contestó Lucinda. ¿Venis a
asesinarme? prosiguió, dirijiéndose al bandido. Aquí estoi; concluid pronto!
Miguel titubeó ante
el
digno aspecto de aquella niña cuya pali-
dez realzaba su extraordinaria belleza.
—No contestó bandido; vengo a buscarla para a casa de don Marcelino. —¿De mi padre? no decide a seguirme, me veré en nece— sidad de emplear — Me dejaré matar antes qne seguir a usted, respondió Lucinda es eso, nó,
solo
el
llevarla
Sí, señorita,
i
se
si
la
la fuerza.
con firmeza.
Apenas hubo dicho joven;
i
esto,
levantándola en
cuando Miguel dio dos pasos hacia la
el aire
a pesar de la resistencia que ella
oponia, se lanzó fuera de la pieza.
— Síganme
todos! gritó el bandido.
I viendo en
un estremo
del corredor
ima puerta escusada que
daba a una callejuela, se dirijió a ella i gritó a sus amigos: Por aquí! Por aquí vamos mas derecho! Yo conozco el camino....! tú. Barragan (prosiguió) corre a la calle i dile a Juaco i a Nico que den vuelta los caballos por la esquina.... Aquí los esperamos.... Pronto, j)ues, hombre del diablo!.... Ya te quedaste encantado mirando a esas mujeres! Barragan salió a cumplir la orden de su jefe. Mientras tanto, éste
—
se dirijia a la puerta llevando en brazos
mendaba a gar a
la
Dios, sin tener fuerza ni
puerta falsa,
el
bandido
a la niña, que se enco-
aun para pedir
la depositó
en
auxilio.
tierra,
Al
lle-
pero tenién-
—
135
—
dola siempre tomada de una mano. Lnciuda, con el desorden de sn traje
que tan bien se aunaba con la melancólica espresion de su
mas
Era imposible mirarla sin conmoTurra tuvo ocasión de contemplarla algunos momentos. El
semblante, parecia aun verse;
i
bella.
alma del asesino tembló de emoción; su hercúlea mano apretó con fuerza el brazo delicado de la niña,
i
huir pronto. So pretesto de asegurar
con
el
brazo derecho,
La mirada
rándola.
i
casi se olvidó
de que tenia que
mas a Lucinda, rodeó su
atrayéndola hacia
sí,
talle
quedóse estático .mi-
del bandido se habia dulcificado, el movimien-
to de su brazo alrededor de la cintura de Lucinda, habia sido suave i
A
casi tímido.
Lucinda
le aconteció lo
que a toda mujer (cuales-
quiera que sean las circunstancias en que se encuentre) conoció la
impresión que habia hecho en aquel hombre,
voz tan dulce que hizo saltar
el
con una
le dijo
i
corazón del tigre:
—Es imposible, amigo, que usted que jamas ha ofendido! —¿Yo hacerle mal a
quiera hacer
mal a una mujer
lo
usted, señorita? contestó Miguel.
No
De ningún
mi objeto sino llevarla a casa de su señor padre^ porque así me lo han mandado. ¿I quién se lo ha mandado a usted? modo.
— —
1^0
otro
es
puedo
decirlo; pero
la lleve a otra parte, no tiene
—¿A
usted quiere permanecer aquí o que
si
mas que decírmelo a
condición de...
condición de qué? le preguntó la niña entre el temor
i
la
esperanza.
Miguel ?e
calló
i
la
miró de un modo particular.
—No me haga usted le
daré cuanto usted
ningún daño; déjeme aquí endonde
me pida...
Soi rica,
Prometo darle a usted un fundo con varlo,
si
—No
me deja le
rica, le dijo
i
Lucinda.
dinero necesario para culti-
el
en libertad.
pido a usted plata, señorita,
meto hacer lo que usted me diga con meta a... ¿A qué? te
mui
estoi,
le
interrumpió Turra... Pro-
tal
de que usted se compro-
— —A casarse conmigo, contestó Miguel, estrechándola nuevamencon su brazo. —Dios mió! esclamó Lucinda, cubriéndose cara con mano la
que tenia
libre
i
tratando de deshacerse de aquel brazo que rodea-
ba su cintura como un
— Tonto de He
sido
la
círculo de fierro.
mí! dijo Turra, lanzando una carcajada de despecho.
un tonto
al
creer que
una señorita quisiera casarse con un
—
Los pobres causan repugnancia a los ricos... Ya caballos, prosiguió, dirijiéndose a sus bombres que espe-
pobre como vienen los
raban en
En da de
136 --
jo...
el patio.
Vamos
pronto, mucliaclios!
en aquel momento un gran tropel en la aveni-
efecto, sintióse
cuando Turra creyó ver a sus hombres, observó que entraba por la callejuela una compañía de Granaderos a caballo. Eran los soldados que Tupper enviaba a las órdenes de la Recoleta; pero
Anselmo. Sabedor éste del meditado ataque contra el cónsul, habia venido a todo escape; pero llegó cuando la casa estaba ya desmantelada.
Mientras que una de las compañías pugnaba por obligar a los asaltantes a evacuar la casa, se dirijió con la otra por la callejuela
a
fin
de entrar por la puerta falsa. Turra estaba parado en la vere-
da junto a
la
dicha puerta; así fué que Anselmo, en cuanto entró en
la callejuela, conoció a su querida,
i
batiendo los hijares de su ca-
cayó como un rayo sobre Turra
ballo,
i
sus compañeros, que a pe-
sar de su corto número, se atrevieron a resistir. Cinco minutos des-
pués. Turra
i
siete
de sus compañeros estaban atados a los pilares
del corredor.
Lucinda creia soñar viéndose sostenida por Anselmo, quien le juraba que nada tenia que temer. Mientras tanto los bandidos, atacados por los Granaderos, retrocedieron hasta casa;
i
el
último patio de la
viendo a sus compañeros presos, los desataron sin que pu-
dieran impedirlo los soldados de Anselmo, ocupados en resjistrar todas las piezas para ver
si
encontraban la familia del cónsul. Tu-
mando de los suyos, i dividiéndolos en dos partidas hizo resistencia a un mismo tiempo hacia las dos calles. La casa se convirtió en un verdadero campo de batalla, por manera rra entonces
tomó
el
que Anselmo no pensó sino en sacar de allí a Lucinda. Montando inmediatamente a caballo, puso la niña por delante i partió a escal)e
por la callejuela.
La
retirada era protejida por
Pepe
Tronera,
que se batia como un león.
—Atajen
al pipiólo, al hereje
que se escapa, gritaba Turra a sus
compañeros de la gran avenida miéutras él los acosaba por la retaguardia. Al desembocar la callejuela, vio Anselmo un mar de jente que era preciso atrevesar; i volviéndose a los suyos les grito: Al convento, al convento!
—
Diez Granaderos marcharon adelante,
joven en
el
taguardia.
i
veinte
mas tomaron
al
centro mientras Tronera sostenia el combate por la re-
—
-
Anselmo no
137
—
se acordaba sino de llegar cuanto antes a la porte-
ría del convento,
i
escudando a Lucinda, a quien sostenia entre sus
brazos, enterraba sus espuelas en los bijares de su fatigado caballo.
Una lluvia
de piedras
de balas zumbaba por sobre su cabeza.
i
Habíale tocado una bala en una pierna, i una pedrada en la frente ^ de cuya herida salia un chorro de sangre que caía sobre los vestidos de Lucinda.
J^sta,
reanimada con esa escitacion nerviosa pro-
ducida por la presencia de un gran peligro, olvidando
empeñaba en restañar con su pañuelo
corría, se
el
que
ella
la sangre de su
amante.
—Alma mía! esclamaba
joven sin sentir
el
dolor de su herida.
me atrevo
a creer en tanta dicha! Verte aquí entre mis brahabiendo tenido la suerte de librarte de tantos peligros,
Casi no zos,
de escudo
servirte aliento,
i
sentir
i
que no
estoi
defensa, respirar el
que tu mano toca
mi acalorada frente;
me
el
¡oh,
i
aroma de tu perfumado
refresca con su dulce contacto
Lucinda! dime que todo esto es
cierto!
Di-
soñando al escuchar la melodía de tu encantadora
voz!
Oyendo brazos
estas palabras,
el cuello
Lucinda lanzó un
de su amante;
i
grito:
rodeó con sus
reclinando la cabeza sobre su
hom-
bro, pronunció cerca de su oido estas palabras
—Anselmo! Anselmo mió!
;
Quién pudiera amarte aun mas de
lo
que te amo!
El joven
se estremeció de dicha, olvidando
completamente
el
pe-
que por todos lados los amenazaba. El caballo corría en la misma dirección, como por instinto, i las balas i las piedras se cruligro
zaban por sobre aquel veloz grupo. Al llegar a vento, ésta se abrió
mo
i
entrando al claustro Ansel-
con una parte de sus soldados, volvió la puerta a cerrarse. El
padre que rez, que,
por
como por encanto;
la portería del con-
el
salió
a recibir a los refujiados, era
como recordará
el lector,
frai
Prudencio Alva-
estaba confinado a la Recoleta
padre provincial de la Casa Grande.
—Desde pasaba
i
una ventana de
las celdas del oriente
he venido a abriros
la
puerta, dijo frai
he visto
lo
que
Prudencio al jo-
ven... Pero ¿qué es esto? prosiguió ¡Lucinda aquí!
—^Vengo a
pedirle a su paternidad refujio para ella, le dijo
An-
selmo.
—Perdóneme, padre mió, que me haya atrevido a entrar Lucinda. —Al mios, contestó padre: agradezco que el
al
claustro, dijo
contrario, hijos
el
os
el
17
—
138
—
Jne proporcionéis la ocasión de serviros.
— Pues entonces, Anselmo, dejo a Lucinda en manos de su paternidad. preguntó qué piensas hacer? — — a cumplir con mi deber. — Oh! por Dios! ¡Mire su paternidad como viene quiere volver a —Es Anselmo. — no nos volvemos a ver? Ah! quiero tu esposa antes de dijo
¿I tú,
la niña,
^Voi
.
herido,
i
asi
la lucha!...
necesario, dijo
¿I si
ser
separarnos... Si vuelves herido de gravedad, quiero tener el dere-
cho de cuidarte el fin
frai
de mis
i...
i si
diasl...
mueres, quiero conservar tu nombre hasta
Padre mió, prosiguió Lucinda dirijiéndose a
Prudencio. ¡Bendecidnos!
Anselmo lanzó a Lucinda una mirada
llena de amor,
i
dijo al
padre:
— Oh!
si
pudierais hacerlo!
El j)adre hizo una seña afirmativa; i abriendo una puertecita que comunicaba con la nave de la iglesia, condujo allí a los jóvenes. Todo el mundo miraba aquella escena con un profundo silencio, el cual contrastaba con los gritos i el estruendo del combate esterior.
—Aquí, en
presencia de Dios os pregunto, dijo el padre con voz
sonora dirijiéndose a los jóvenes que, apoyados
el
uno en
el otro,
formaban un grupo lleno de gracia i de dulzura: os pregunto a vos^ Anselmo ¿queréis a Lucinda por esposa? A vos Lucinda ¿aceptáis a
Anselmo por esposo?
— contestó niña inclinando su cabeza, debilitada por emoción, sobre hombro del joven. rodeando con su brazo cintura de Lucin— respondió Sí!
la
la
el
Sí!
éste,
la
da, que parecia desfallecer.
El padre prosiguió con voz grave: /Que el cielo bendiga vuestra unión
—
nombre
del Padre, del Hijo
i
como yo
del Espíritu Santo!
lo
hago en
el
CAPITULO XXV.
COMO DON CATALINO ESTUVO EN PELIGRO
DE
DE
PASAR POR
HEREJE.
c(Es verdad que se encontraban doblemente expuestas a esperimentar es-
tos exesos las personas i propiedades de los estranjeros, a quienes el partido pelucon profesaba un odio ciego, dirijido
mui especialmente contra
gleses
franceses.»
i
in-
(F. Errázuriz.)
—Este de la
matrimonio
es nulo! gritó
salia
de la nave
iglesia.
Los circunstantes volvieron ni,
una voz que
quien dirijiéndose a
frai
la cara
i
vieron
u don Pablo Motilo-
Prudencio, dijo:
— Padre Alvarez! ¿Cómo atrevido usted a casar estos venes cumplir con formalidades? —Tengo permiso para cuando median imperiosas circunsse lia
sin
jó-
las
ello
tancias, contestó el padre
I
por otra parte, añadió, frunciendo
el
ceño ¿con quó derecho viene usted, señor, a pedirme cuenta de mis acciones?
—Tengo
mas derecho
del que usted piensa: vengo a hacerle ver
— un impedimento para con las
140
—
Esta señorita ha estado informaciones hedías para casarse con un amigo mió, i yo este matrimonio....
exijo....
—Es — Casados!
tarde, contestó el padre: están casados.
esclamó Motiloni con mal reprimida rabia.
cuenta al padre provincial de lo que nsted ha hecho, sario
me
daré
es nece-
presentaré al señor Obispo.
-^El padre provincial podrá hacer soi
i si
Yo
lo
que quiera de mí, porque
su humilde subdito, contestó frai Prudencio; pero carece de po-
der para deshacer una unión ratificada por Dios
i
bendecida en su
santo nombre.
—Una unión realizada formalidades debidas! —Ya he dicho que yo puedo dispensarlas. —Pero.... unión de dos jóvenes que — Dios bendice sin las
ratifica
la
i
lícitamente, le interrumpió el padre;
Lo que no puede
voluntad!
bendecir
esas uniones hijas de la ambición
i
i
¡ai
im Dios
el lector
que sabiendo
el
i
oponga a su
justo, prosiguió, son
de la codicia,
único que hai de formal son las fórmulas
Notará
del que se
aman
se
i
en las cuales lo
las exterioridades.
padre Alvarez la amistad que
ligaba a Motiloni con el reverendo Hipocreitía, todo cuanto acaba-
ba de decir
al primero, eran golpes asestados a la
conducta del se-
gundo....! volviéndose a'los soldados que estaban pendientes de sus ¡Dalabras, les dijo:
—
amigos mios, a cumplir con vuestro penoso deber, i dad gracias al cielo por haberos hecho los guardianes de la lei. Dios ha puesto la espada en vuestras manos para que defendáis la misma causa por la que Jesucristo murió en una cruz: la causa de la libertad! Pero acordaos de que vais a luchar con vuestros hermanos; sabed que el uso de la fuerza solo es justo hasta allí donde es Id,
necesario,
i
que Dios os pedirá cuenta de
que derraméis sin necesidad! Dicho esto se dirijió con Lucinda a
la
última gota de sangre
la celda del
padre guardián,
que pasaba, venia a ofrecer sus buenos
quien, sabedor de lo
oficios
a la niña.
Anselmo
salió
con sus soldados a la plazuela endonde encontró
a Tronera acosado todavía por la partida de Turra. Pepe habia sido
rechazado por los del Alba hasta apoyarse en
el
costado oriente de
la iglesia
Viendo Anselmo
el
peligro en que su
amigo
se encontraba, des
—
141
—
con su jente un cuarto de círculo,
cribió
i
atacó a Turra por la
espalda.
ya fatigadas al verse entre dos fuegos, se replegaron liácia el norte i permitieron que Anselmo se pusiera al lado de Tronera. Por último, una carga entre ambos, bizo volver
Las fuerzas de
éste,
grupas a los bandidos quienes se dispersaron a las dos cuadras de persecución. Mientras tanto, tenian lugar otras escenas en la casa del consulado francés. Don Catalino babia tenido la suerte de que nadie hubiese entrado a la carbonera endonde todavía permanecía oculto. Cuando cesó el ruido interior i creyó él que la casa estaba desocupada, pensó en
salir
de su escondite,
i
empezó por asomarse
poco a poco, a ver lo que pasaba. Daba algunos pasos fuera de su encierro i al menor ruido que sentía en la calle, volvía a meterse entre el carbón, diciendo:
—Una de En
las cosas
efecto,
cetilla.
mas
necesarias en la guerra es la prudencial
no* podría encontrarse un jefe
Lo único que no cuidaba
mas prudente que Ga-
era su vestido, pues se metía
una
i
miramiento alguno con la galoneada casaca. Considere el lector cómo se pondría el señor comandante con sú continuas escaramuzas en la carbonera. Parecía un espantajo. Cuando se cercioró de que podía salir sin peligro, se dirijió al zaguán, pero tomando sus medidas para no caer en una otra vez en la pila de carbón, sin gastar
emboscada. La puerta de calle estaba en
escombros
i
el suelo,
i
el patío lleno
de
de muebles bechos pedazos.
— Hé aquí nuestra obra! esclamó.
que yo haya sido por un momento el comandante de estos demonios! Maldito Motiloní! Tú has de ser siempre mí mal jenio; pero ya me la pagarás! En esto se oyó en la calle un ruido que lo hizo meterse apresu;I
radamente dentro de una de las piezas que comunicaban con el zaguán. El tropel, que crecía por momentos, era formado por partidas de guasos de a caballo que habían llegado apuradísimos para ver descuartizar al gringo hereje
i
escormdgado, Pero
encontrándose
con que ya estaba todo concluido, se lamentaban de su retardo volvían sus caballos con notable despecho. —-¿I
.
el
i
re-
gringo? preguntaban.
—¿Mataron al hereje? -—Es preciso acabar con
la castal
— Imposil)lc, compadre! El tan por yiitud d^l diablo,
señor cura dice quo los herejes
líro-»
— — Se
lia
—
142
escapado ese maldito: no
lo liemos
podido encontrar,
dijeron algunos que se habian hallado en la refriega.
metido debajo de unos pedazos de
Gacetilla oía estas palabras
En
alfombra que habian quedado dentro de la pieza.
que entraban dentro del zaguán
i
seguida oyó
revolvían los trastos despeda-
zados.
—Nada! nada de entre los
esclamaban algunos que buscaban escombros algo que llevarse como j)or vía de memoria de provecho!
aquella jornada.
En
seguida invadieron las piezas,
como un perlático. Aquí liai algo que
—
se
i
G-acetilla
empezó a temblar
mueve * esclamó uno levantando
los pe-
dazos de alfombra.
Don
Catalino se alzó con
el
vestido desordenado
i
tiznado
como
estaba de pies a cabeza. El miedo que tenia pintado en su semblante, •
daba a aquel hombre una espresion singular.
—Jesús María! esclamaron retrocediendo
los
que vieron por pri-
mera vez aquel fantasma carbonizado.
La
esclamacion fué oida por los de afuera,
i
en
el
momento
se
llenó la pieza de curiosos.
—El uno. —El repitieron la cruz. —Pero, hombre! no revienta —Este diablo a prueba de diablo! dijo
diablo! el diablo!
ni por esas!
si
cruces, dijo riendo
es
•
La
risa de
éste
en coro los demás haciéndole
reanimó a
los
un
chulo.
demás, quienes pudieron ya
prestar oido a las palabras de Gacetilla.
—Nó, amigos mios; yo no —Entonces por menos
soiel diablo, les decia.
es
zándose sobre
el hereje,
lo
interrumpió un guaso, lan-
él.
—-Eso
es!
—¿Yo
hereje? yo descomulgado? gritaba Gacetilla
que se dé a preso
escomulgado!
el
arrinconán-
armándose de unas astillas como un gato que se dispone a arañar a su perseguidor cuando no puede huir. Para que vean que no soi hereje, prosiguió, voi a rezarles un Padrenuestro, i una Salve, i un Credo i un.;.. .^ Que rece! Veremos si revienta o no, gritó una mujer. Creo en Dios Padre, Todopoderoso.... Dios te salve Reina i Madose en una esquina del cuarto
i
— —
dre!... decia Gacetilla
tartamudeando.
*— Qué haceu; hombres de Dios! entró diciendo uno de
loa sóida-
— dos
(le
143
—
Turra, que en vez de acompañar a sus
preferido quedarse.
—Ahí
¿No ven que
es nuestro
compañeros, habla
comandante?
me habia olvidado que era el jefel esclamó don Ustedes me tomaban por el hereje cuando yo soi uno
no.
se
perseguidores
Catali-
de sus
I
^Síl
—El comandante de partida! —¿De veras? Ya ven ustedes cómo —Hemos tenido una he quedado! —Es hubieran arrastrado por Está como suelo conmigo, han —Esos no contentos con barrer la
refriega espantosa....
cierto.
si
la calle.
lo
picaros,
el
querido asesinarme.... Pero así les ha ido a los malditos!
hemos dejado
—
Sí,
estaca en la pared....
demasiado completa,
La victoria ha
dijo tristemente
No
les
sido completa....
un guaso; no nos han
dejado nada quehacer a nosotros!
— Se han llevado — agregó don Catahno, he quedado por escombros. — ¡Viva comandante! gritaron algunos. todo!
lo
I
I yo,
muerto entre estos
el
—Viva!
—¡Qué
En
viva!
lástima que se haya escapado el estranjero!
aquel
momento
rejas de la ventana,
i
acertó don Catalino a mirar por entre las
vio en la acera de
enfrente a
un hombre que
montaba a caballo mientras otro le sostenía el estribo. ¿No es Motiloni? murmuró entre dientes. En efecto, aquel hombre era don Pablo, que, después de sus pa-
—
labras con frai Prudencio, habia resuelto
con
el
salir del convento, sino
multos i
le
ir
a hablar al
momento
guardián de San Francisco; pero no habia creído prudente se deshacían.
cuando vio que
El sacristán
le
ayudaba a montar.
-:oí
la batalla
cesaba
i
los
tu-
habia tenido oculto su caballo
CAPITULO XXVI.
MOTILONI SE HIERE CON SUS PROPIAS ARMAS.
«¿Qué se hizo? Adonde está? Era acaso una alma en pena? Se
la llevó Satanás?
O
se la tragó la tierra?»
(Antiguos versos populares.)
A don
Catalino se le ocurrió en aquel
momento una
idea diabó-
lica.
— Qué casualidad en vuestras manos! —¿A quién? —Al
I
esclamó:
hereje, al gringo
Mirad, amigos, cómo Dios lo pone .
,
de esta casa, contestó Gacetilla mostran-
dedo a Motiloni que se acomodaba ya en su montura pnra marcharse.
do con
el
—¿Dónde —
está?
Allí, allí... ¿No veis
aquel hombre
alto, rubio,
con anteojos, que
acaba de montar a caballo? '
—
Sí! tiene
cara de cstranjero.
18*
—
—
146
gringo en persona! —¿Paes no de algunos montando en sus — Pues vamonos sobre — Lo pillaremos en que no escape. — O muerto, no importa: cuestión pacto con diablo imposible — Pero no escaparla de mi — Aun cuando fuera mismo tenerla?... ¡si es el
lia
dijeron
él!
ca-
ballos.
vi vito!...
está
la
si
tiene
es
el
pillarlo.
Lucifer,
el
se
interrumpió uno, haciendo su armada
zo,
se
la-
dirijiendo su
i
caballo
hacia Motiloni.
a Usted debe — Comandante! cabeza de marchar a pero como he quedado tan fatigado con —Lo ga, no puedo! preciso que usted nos acompañe, señor comandante! —Nó, esclamó don Catalino con — Pero, amigos mios, no tengo suplicante — Eso nunca aquí gritó otro dirijiéndose
Gacetilla.
nosotros!
la
baria;
esta refrie-
nó! es
caballo!
voz.
falta:
líai
caballo!
Nuestro comandante tuvo que resignarse a montar en un caballo que
presentaban, mientras
le
el
pelotón de guasos se dirijia al ga-
lope hacia el punto endonde estaba Motiloni. Este, comprendiendo al
momento de
contra
i
que se trataba, en vista de
quiso refujiarse en
él,
cerrado
lo
el
las
convento; pero ya
atrancado las puertas,
i
amenazas que el sacristán
no contestaba a
oía
habia golpes
los recios
de don Pablo.
— Ese lugar le gritó el
es sagrado
guaso de
la
i
no
te corresponde, picaro
escomulgado!
armada.
I luego agregó dirijiéndose a los que venian atrás:
—Mancfuéenmelo por esa
orilla
verán
i
si
se
me
escapa!
Prome-
'
to enlazarlo con caballoi
Don Pablo
todo.í-'
'
"
sacó entonces del bolsillo
fuertemente las espuelas a su caballo centro de la calle.
En
seguida
el
o tres vueltas sobre su cabeza, sobre
omo
Los una espiral que el fujitivo.
qi^e partió
hombre del i
se convierte
i
aplicó
a escape por el
especie de
madeja
rollos volaron por el aire; la cuerda se
serpiente en torno de él
Ya
i
lazo dio a los rollos dos
lanzó aquella
estiró
armada fué a envolviéndose como una
en línea recta,
caer con exacta precisión sobre el fujitivo,
-'^*—
una gran navaja
i
la
de su caballo espantado.
está cazado! esclamaron algunas voces.
— Qué costalada va a dar
el hereje!
Poio naia. de esto sucedió,
i
I
todos vieron con la niayoí estrañeza,
—
147
—
que Motiloni pasaba adelante, enteramente desembarazado del lazo. uno. — Milagro! milagro! no milagro —Nó, compadre, interrumpió escomulgado para que haga milagros! pacto con diablo no habría—¿No decia que mos de —Me ha cortado lazo condenado! esclamó. guaso de gritó
otro: ese
le
te diabólica. ¡Santito es
el
yo,
les
sino ar-
es
si
tenia
lo
el
pillar?
este
el
la
el
armada.
En
efecto,
tal era
abierto su navaja, tó
i
i
la esplicacion
del italiano, que era
Metido por
seguían de cerca; pero
lo
mui bueno,
lo libraba
i
canto
i
de
allí
caballo
el
cada vez que lo querían
primera callejuela que encontró
la
puente de cal
dirijió al
habia
Motiloni
en cuanto se vio envuelto con la cuerda, la cor-
pasó adelante. Los guasos
atajar.
del milagro!
al paso,
se
a su casa. Sus persegui-
dores iban tan cerca, que algunos alcanzaban a darle de latigazos
por las espaldas. Pero
el
jeneroso caballo parecía redoblar a cada
rato sus esfuerzos con los latigazos que su
dueño recibia
con los
i
desaforados gritos de:
—Al Don
hereje! al escomulgado!
montado en su arrogante Bucéfalo, iba también perseguidores. Parecía un Fierabrás, todo teñido i des-
Catalino,
entre los
melenado, siendo de notar que esta vez no llevaba miedo. Gritaba como el que mas, i aun hubo momentos en que se creyó capaz de cualquiera arriesgada empresa en lo sucesivo.
Al ver que Motiloni
entraba por la calle que conduela a su casa, dijo a los suyos:
—El hereje
va a entrar en aquella casa de puerta verde con mojinete caido! Córtenle la retirada! Cargúese la jente al lado derecho! Atájenlo!
—Ya
llega el condenado a su madriguera! Atajen! Atajen!
Pero a pesar de gró entrar por
el
órdenes del señor comandante, don Pablo lozaguán de su casa dando una recia topada a la las
que se abrió de par en par. Sus perseguidores entraron detras; pero él, saltando de su caballo al suelo, se fué derecho a un cuarto, metió la llave en la cerradura i entró a tiempo de que ya
puerta,
uno de
los
guasos
teniendo en la rró
i
le
habia echado
mano un pedazo
el
guante.
Pero éste
se
quedó
del vestido de Motiloni, el cual ce-
atrancó la puerta por dentro.
—El pájaro
se voló! dijo el guaso. Solo
mas en la mano!
— Pero es preciso
pillarlo,
repuso otro»
me han quedado
las plu-
— — Fuego a al
—
148
Démosle un humazo condenado para que desde luego sepa cómo ha de ser tratado en la casa! dijeron algunas voces.
el infierno.
—Nól interrumpió ¿No que pneden quemar casas de vecinos? —Tiene razón nuestro comandante, agregaron tima que por maldito fuera a quemar nn de Dios! — Bueno! no quememos por ahora. El diablo hará cnando llegue su turno; pero preciso —Echémosle puerta santas pascuas. —Eso Hacha con puerta! —Yengan nó!
Gacetilla.
veis
se
los cristianos
las
otros. ¡Seria lás-
este
cristiano
se
lo
lo
atraparlo.
es
le
abajo,
la
i
la
es!
piedras!
La pnerta
del cuarto era fnerte; pero
en menos de cinco minu-
tos vino al snelo, bajo los golpes de las grandes piedras que sobre
Los asaltantes estaban
ella lanzaron.
puerta se lanzaron dentro del cuarto; dos al ver de cifijo
pié,
furiosos,
i
en cuanto cayó la espanta-
j)ero retrocedieron
en medio de la pieza, a un sacerdote con un cru-
en las manos.
— ¡El padre Hipocreitía! esclamaron algunos. —El padre! milagro patente! temor de Dios! pre—¿Qué queréis? desalmados, con voz de trueno. ¿Yenis a matarme? guntó contestaron. ¿Cómo habíamos de —Nó, reverendo Somos jentes vernos a interrumpió padre; — Pues venis a asesinarme, aquí sin
relijion ni
el fraile
j)adre!
atre-
relijiosas!
eso?
pero preparaos a que zas!...
Aquí
el
estoi,
si
el
rayo del cielo caiga sobre vuestras cabe-
tenéis a Jesucristo en la cruz, que os está mirando!...
— Perdón! perdón! contestaron algunos, inchnando humildemencabeza. que por esa puerta ha entrado —Pero hecho observó —¿Qué a quien veníamos persiguiendo. —El —En resumidas cuentas, cosa no con su paternidad con padre. Buscad contestó —Aquí no ha entrado te la
el
otro,
es,
el hereje....
hereje?
,
•'
estranjero
la
es
nadie,
el
sino
el otro.
El diablo os ha engañado, hijos mios. Dos o tres individuos entraron en el cuarto cruces.
f— No hai nadiel dijeron a
los
domas.
i
i
veréis....
salieron haciéndose
— —Se
149
—
liabrá salido por otra puerta, replicaron.
otra puerta que úo —El respondieron ta por debajo del —El diablo ha equivocado, tiene
cuarto.
esta,
liemos rejistrado has-
i
los otros.
catre,
dijo
os
el
padre,
i
os
ha traido aquí
para que insultéis a un ministro del Señor. Yo conozco sus arterías. Retiraos, prosiguió con voz sonora. ¡Os lo mando en nombre de nuestro Señor Jesucristo que veis aquí. ¡El que no
queda escomulgado! Al oir este anatema, ron
la
mayor parte de
me
obedezca
los circunstantes evacua-
el patio.
Don
Catalino lo observaba lleno de asombro,
—Es un yo no
lo
hecho!. Motiloni
i
el
i
murmuraba:
padre son una misma cosa.
hubiera descubierto antes!
No
se lo
¡I
qué
puedo perdonar.
I a medida que recordaba varias circunstancias anteriores, convencíase
mas
i
mas de su
idea.
—¿Quién aquel hombre? preguntó dedo a don Catalino. —Es nuestro comandante, contestaron. es
Don
padre mostrando con
el
detras de los
Catalino, al verse designado, se ocultó
por temor de ser conocido por
—Yed
cómo
suyos
el fraile.
Ya
esconde! dijo éste.
se
el
miedo de encontrarte enfrente de un
sé quién eres.... Tienes
crucifijo!
Mirad, prosiguió,
dirijiéndose a la turba. ¡Ahí tenéis al diablo: sacadlo de aquí!
—No habíamos caido en Este que ¡Qué — O por menos un — Parece —Agarrémoslo, ya que nos ha escapado —Nó, replicaron algunos, no permitiremos ello!
hereje.
lo
es
sí
el diablo, dijo
uno.
cara!
recien salido del infierno! se
el otro.
nó!
que se toque a
nuestro comandante!
Trabóse entre tados,
i
turba una disputa que auguraba malos resul-
la
a favor de la cual logró don Catalino llegar hasta
to del padre
me defiende usted me entiende!
dijo al fraile: estoi enterado de todo,
de estos diablos, canto aquí la cosa
— Don Catalino, usted está —Ya verá usted si
peluca
i
cuar-
endonde entró.
— Señor don Pablo, ted no
el
estoi loco, replicó éste,
teojos de Motiloni! Estos son sus i
dijo a
us-
clarito!
Ya
loco, contestó el fraile.
unos anteojos que estaban en
El padre palideció
si
i
lanzándose Sobre mía
el suelo.
mismos
¡Aquí veo los an-
cabellos! ^^'^ ^
don Catalino:
—
150
—
— Oculte esos objetos salvaré a usted. En seguida turba que a vuelto a invadir amigos Retiraos, mios. Dejadme — aquí hereje que i
dijo
lo
liabia
la
el patio:
al
arrepentido. Voi a catequizarlo
i
ya está
a convertirlo a nuestra santa reli-
jion.
Los circunstantes
se retiraron,
dispersándose por las calles de
la ciudad.
— Vaya, don Pablo! esclamó don Catalino, usted de una buena! — usted? observó Motiloni. esclamó — Lo que son
que se
lia
escapado
i
¿I
estas j entes!
En este He pasado
Gacetilla.
dia be
mas que en cuarenta años de mi vida. de ciudadano pacífico a hombre de guerra, de jefe de una banda de asesi-
aprendido
nos a fujitivo oculto, de aquí a perseguidor de herejes,
i
de persegui-
dor a perseguido para llegar a ser catequizado por usted! ¡Lo que son las cosas!
El padre no contestó una palabra.
—
I después de todas
mas
estas peripecias,
prosiguió don Catalino,
menos miedo tenia: ¿no es cosa milagrosa que no me haya tocado ni un rasguño? He sido en jeneral afortunado. Sin embargo, no volveré a meterme en otra. Es malo jugar con pólvora. Nunca habia comprendido como hoi, la faquien se mostraba
locuaz mientras
que estas jentes se convierte en instrumento con solo
cilidad con
pronunciar la palabra drelijíom^... Si uno quiere deshacerse de un
enemigo, no hai mas que decirles:
con
el
¡al hereje!
dedo para que se lancen sobre
él
i
mostrarle al
como perros
hombre
rabiosos...
Pe-
ro también he visto que se suele cambiar la tortilla, envolviéndose el
mismo
atizador en los lazos que ha armado.
¿No
es verdad,
pa-
dre mió? i,
— Estoi mui fatigado, contestó
el
padre,
i
quisiera que usted
me
dejara solo, amigo mió.
— Me
retiro,
contestó Gacetilla viendo que podia llegar sin peli-
gro a su casa, pues la calle estaba despejada. Déjeme su paternidad lavarme i quitarme este polvo de carbón que me convierte en un verdadero demonio. Respecto de su secreto (prosiguió, mientras se lavaba la cara) no debe usted tener cuidado alguno, mi señor don Pablo!... Adiós: yo estoi resuelto a dejar la carrera que hoi liabia
comenzado.
—Adiós, interesado
dijo tétricamente el fraile.
como yo en
No
olvide que usted está tan
silenciar este negocio.
— —
ISTo
151
— Ya
tenga cuidado su paternidad.
que se sepa que yo
lie
sé
que no
me
conviene el
sido el jefe de la jornada contra el cónsul
francés.
Don
Catalino pudo retirarse a su casa sin que le sucediera nin-
gún percance^ pues ya
se
habia restablecido
el
orden en las calles de
la ciudad, especialmente en las centrales. Tupper, enviado por Lastra, liabia
ya limpiado de malliecbores
pulacho a retirarse hacia la Cañada pocho,
-:o:
i
las
calles,
obligando al po-
a la ribera norte del Ma-
lU
CAPITULO XXVII.
¿QUÉ ES DE DON MARCELINO?
«I cuando yo no pensaba
Volver a darme porrazos,
Como Alzo
otra vez
los ojos
Mi alma
se
me los* daba,
i...
esclava
queda en tus brazos.
¡Pues es bonita canción!
De mozo
dejé el pellejo,
I ahora después de viejo... ¡
Maldito mi corazón!
(José A. Tohres.)
En
cuanto doña Estrella supo
el
desenlace del
matrimonio de
Lucinda, no esperó consultar a don Cándido para
de la Recoleta Francisca
i
traer a su
amiga a su
ir al
casa.
tuvo que conformarse por de pronto con vivir bajo
cho con un hereje como Anselmo, que habia tenido
el
convento
Don Cándido un mismo teatrevimiento
de contrariar los proyectos del santo padre Ilipocreitía ajando tan
escandalosamente
Aunque doña
la autoridad paternal.
Estrella deseaba que Lucinda se reconciliase con
19
— don Marcelino,
i
i3or
mas que
—
154
la niña ardia
en deseos de
ir
a arro-
jarse a los piésjle su airado padre, no liabian podido conseguir ver
a éste en
las repetidas
casa con tan plausible
que las señoras habian heclio a la
visitas
No
objeto.
deseaba menos don Cándido
arreglo de este negocio, pues así fuego,
como llamaba a Anselmo. Este por su
mala voluntad
el
de aquella braza de
se deshacia
parte,
conociendo la
del señor de la Eueda, Labia vuelto a
tomar su alo-
jamiento en casa de Andrés, esposa, lo cual de ningún
i
aun
modo
liabia querido llevar allí
a su
permitió doña Estrella.
lo
Mientras tanto, se trabajaba por ver a don Marcelino, cuya casa ocupada por criaturas del reverendo Hipocreitía, permanecía cerra-
I
¡
El señor de Rojas
da.
su mujer, co,
cama desde
caido a la
liabia
la
muerte de
nadie podia verlo, según prohibición espresa del médi-
i
Esceptuábase sus dos íntimos amigos,
el
padre Hipocreitía
i
don Meliton, de quienes no era posible obtener permiso para entrar en el cuarto del enfermo. 'No dejaba de comentarse este hecho de un modo poco favorable al astuto jesuita; pero éste se reía de los dimes i diretes del público, agregando que, «en cumpliendo él con la obligación de prestar hasta el fin sus amistosos servicios, no im-
portaba que
mundo
el
hablase o callase.»
Pero ¿qué cosa puede permanecer oculta por mucho tiempo en este
mundo? Una
BUS amigas, estar loco. to,
i
éstas a otras, que
i
No
don Marcelino daba muestras de
queria que nadie, ni
no recibía ninguna clase de
i
los criados,
entrasen a su cuar-
servicios, sino
de parte de sus je-
El padre pasaba
suítas amigos.
ma,
criada que salió disgustada de la casa, contó a
desde afuera se solia
las
consoladoras exhortaciones.
oir sus
Meliton preparaba los remedios;
noches a la cabecera de la ca-
i
aunque
do
i
lo atisban
lino
gritos en el cuarto del enfermo; i
i
achacoso, solia
Mas de una
trasnochar, cuando lo pedia la necesidad. oido llantos
viejo
i
Don
vez
se habia
los criados
que
to-
escudriñan, vieron que en cierta noche don Marce-
andaba desnudo fuera de su cuarto, llamando a voces a Lu-
cinda.
Pero sus enfermeros hablan conseguido volverlo a
la
cama,
di-
ciendo:
— Qué lastima! Está Pronto corrió por
loco!
la ciudad la noticia
noticia que se iba abultando los repetidos comentarios
cunstancia.
i
de tan tremenda desgracia,
echando ramas como un pólipo, con
que cada dia
le
ag-regaban una nueva
cir-
—
155
—
— Dicen que manía. —Nó: locnra verdadera. —Habrá perdonado a Lucinda? es
es
-•Sí!
—Estaba decidido a desheredarla. — ¡Es imposible que haga esa barbaridad! ¿No ven santo por — por qué misterio?
está dirijido
ese
relijioso?
ese
¿1
—El
médico dice que no
puede hablar todavía con
se
— muere haber perdonado a su —Peor para — Peor para — Dicen que no ha hecho testamento. ¿I
ustedes que
sin
si
él.
hija?
ella!
él!
— Sin embargo, se corre
que ha estado varias veces en la casa
del escribano Uñeta.
—Yo conozco
a don Tragalon Uñeta
—El testamento todavía habrá confesado? — está
i
nada
me ha
dicho.
secreto.
¿Si se
A juzgar por
mui poca verdad había en todo aquello que se corría entre las jentes. Verdad que don Marcelino estaba atacado de cierta monomanía, razón por la cual debía lo
que decia
permanecer separado de todo de que sanase.
En
trato,
pero había
mucha esperanza
cuanto a su reconciliación con Lucinda, era pre-
ciso esperar la mejoría.
tancias podía ser
reverendo,
el
mui
Una
impresión fuerte en aquellas circuns-
peligrosa;
Sin embargo, doña Estrella
i
muí peligrosa. Anselmo habían resuelto hacer
si!
último esfuerzo para hablar con don Marcelino, ir
un
día, sin
i
se resolvieron
el
a
dar parte a Lucinda a quien llevarían después, según
fuese el estado en que encontrasen al enfermo.
La pobre niña había permiso de
ir
escrito
dos veces a su padre pidiéndole el
a solicitar su perdón; pero la carta había
sido de-
vuelta por orden del médico.
En una
pieza que antes servia de sala de redbo a doña Trinidad,
endonde entonces tenia su cama don Meliton, hablaba éste con su reverendo amigo sobre un asunto que le importaba sin duda man-
i
tener oculto, pues la conversación era a media voz.
— Pero hábleme francamente su paternidad, decia don ¿no Yd. que matrimonio podrá anularse? Los cánones — Digan que quieran cánones, contestó
IMeliton:
cree
el
lo
los
el fraile,
dicen...
el
hecho
— es que están casados.
156
—
El padre Alvarez tenia facultad para
casar-
los.
—Maldito
me
Ave María Purísima! interrumpió don Meliton santiguándose dos veces. La verdad es, padre fraile!
mió, que
Dios
perdone!
vaya! seré franco
-¿Qué?
— Soi hombre
^iqué quiere
quería a la muchacha...
i
Yo
su paternidad? hombre débil......
a pesar de lo que había pasado, concebía
esperanza
—¿A su edad? — padre de mi alma, a mi edad. Lo mía. — Déjese de —Es verdad que no un a veces creo
confieso para
Sí,
vergüenza
niñerías, señor.
niño,
soi
puesto este tropezón ante
mi corazón
i
mí para que
que
que
caiga en la red. dice
esclamó
las
soi
lo
ha
diablo
caiga, quiero decir, para
llagas de San Francisco! —¿Qué Ud? por padre. — Que a pesar de mis años, un hombre de carne
¿Quién
el
i
el
hueso
había de pensar? Aunque a decir verdad, no son tantos
mis años para que nos admiremos de... Aguarde su paternidad: yo tenía treinta i nueve años ocho meses cuando el pronunciamento de
—Ya que en España épocas por pronunciamientos; pero a Ud., que perdiendo hemos ganado. ¡Lo que que son de — Ganado! nada mas que con con dan boca! juventud no pero a — amigo mío, a dan con se clasifican
sé
las
le repito
las niñas!...
Ali! lo
solo
ñas, ]o
es el sí
la boca... ¡Sí, señor,
la vejez;
Sí,
las ni-
la
la
se lo
la boca.
Desengáñese usted: pierda toda esperanza a este respecto,
observó
el
reverendo.
— No puedo resignarme!... Lo que de pues En mi tiempo era otra interrumpió —Todos tiempos son es el sí
las
muchachas del
cosa,
día!...
iguales,
los
nuestro amor propio nos haga decir que
el
el jesuita,
aunque
nuestro fué mejor.
Le
repito que no piense en esto; primero, porque es cuestión perdida...
—Ah! — Segundo, porque Ud. no obtiene heredera, logra dote Esto o parte de — tercero? —¿Quiere Ud. mas razones? Sin embargo, podría que aunsi
ella.
la
la
es lo princijxil.
¿I
decixde
-. 157
—
que Lucinda pudiera i quisiera casarse con usted, encontraríamos oposición de parte de su imbécil padre. —Es verdad que lie notado cierta antipatía desde aquella horrible noclie
de la boda. Sin embargo,
he amanzado a fuerza de
lo
mansedumbre siguiendo las instrucciones de su paternidad. Es lo que importa. Con la mansedumbre i la paciencia
ga— de sino también bienes del na no —No puede su paternidad quejarse de mí. —De ningún modo: Ud. porta como un verdadero hombre ensimismamiento... ha caido en Por fortuna, —Yo a que temo a esa manía que ha tomado de llamar solo los
la tierra.
los
cielo,
se
se
ese
el viejo
fuerte.
lo
es
le
Esta mañana la llamaba a gritos.... ¡Le aseguro que me dio compasión, padre mió! No olvide Ud. que es un loco. Ha odiado a Lucinda, i quién a su
hija.
— odio que hace hablari no sabe —No crea su paternidad. Me parece que era impulsado por amor paternal. —A veces; pero ¿no ha en que hai dias que amanece contra muchacha? —Es —Entonces, padre, nosotros no debemos dejar que junes el
si
lo
le
el
lo
se
fu-
fijado
la
rioso
cierto.
dijo el
.
se
ten porque seríamos responsables de lo que pudiera suceder después.
—Tiene razón su paternidad, contestó
el viejo
-^Afortunadamente hemos concluido ya mento... Pero ¿quién viene?
En tio
aquel instante se abrió la puerta de
don Cándido con su esposa. Son ellos! dijo el padre, saHendo a
con supino candor.
la cuestión
calle,
i
del testa-
entraban al pa-
— corredor. —Amigos miosl poniéndose dedo en boca; por médico ha encargado mucho vor: —¿Cómo su paternidad? preguntó don Cándido, cuidar.
les dijo,
recibirlos al
el
chitti chitt! el
la
fa-
silencio!
está
sin
se de bajar la voz a pesar de las advertencias
amigo don Meliton? Aquí vamos pasando como Dios
del enfermero... ¿I
iisted,
— — no posible hablar con mi compadre? Cándido. —¿Está usted interrumpió Su debilidad — suma, agregó don Meliton. Sin — embargo,, señora, yo creo ¿I
,
quiere.
seria
loco? es
dijo la
el fraile.
preguntó don
—
— Imposible,
—
158
señora mia: la proliibiciou del médico es espresa,
principalmente. Estamos en los dias de
lioi
crisis.
Ya
nsted ve
¡la
crisis!
—Eso don Meliton; mientras no pase don Cán— Claro que enfermo permanece en de su camisa. dido — Pues nosotros veníamos a ver Lucinda podia hablar con en — Entrevista con Seria matarlo... Pobre es, dijo
es
la crisis
i
el
la crisis, dijo
arreí>:lándose la valonilla
si
la niña! ¿I
amigo! Nó, nól dijo su
él.
este caso?
limpiándose un ojo con la
el fraile,
manga de
liábito.
—¿No
hacia la señora para que callara
señas que
le
disparate.
¿No
yo
don Cándido,
te lo decia Estelita? dijo
te aconsejo,
i
sin
comprender
no fuera a decir un
Pero tú, que no siempre atiendes a
te lo decia?
me repetias
mañana:
esta
ascuas,
lo
que
que Luves que el médico
nó! nó! es preciso
Ya
cinda hable con su padre, a pesar de todo...
mismo opina al contrario. La señora que estaba en
las
interrumpió a su marido,
di-
ciendo:
—Lo que yo creo que reverendo padre ha de zonable que Lucinda desee —¿Querrá reconciharse con autor de su es
el
encontrar ra-
reconciliarse
existencia... ¿no es es-
el
Pues estos son mis propios sentimientos, señora, bajado... Pero
to?
..
— qué? —El hombre
i
hasta he tra-
¿I
mui
reíiio...
— Soi de
persiste...
Son cosas que su
mismo
Es el
preciso esperar...
El golpe ha sido
tiempo cura...
parecer,
dijo
don Cándido. El tiempo!
el
tiempo!
—¡Pero
dejar morir a
un padre
mó doña Estrella. —Sin que le eche la bendición! creo como E stelita que
sin
que perdone a su
agregó don Cándido.
hija! escla-
Yo también
^-Imposible, por ahora, interrumpió el padre. Es preciso que el médico decida. La cosa es grave. Don Marcelino se halla en un esj
tado de irritabilidad suma. observó —Pero haciéndole ver razón poco a podríamos conseguir que escuchase? don Cándido. ¡Nada, —Eso poco a la
es,
poco,
1)000, dijo
la señora, ¿no
nada de
re-
pente!
—Ya les he dicho
que he trabajado
i
trabajo sin descansar .eu
— este sentido.
Pero solo
estremo de volverlo
159
—
nombre de su liija Ayer me decia:-((no
el
loco.
exaspera
lo
la perdonó!
hasta el nó,
no
la
perdonaré jamas!»
—
Mentira! gritó en aquel
momento una voz
estenuada, detras
de la puerta que comunicaba con las piezas pordonde se iba al cuarto de
don Marcelino.
Todos volvieron la puerta se abria
la cara
i
lanzaron un grito de horror al ver que
de repente, apareciendo en ella
Marcelino. Venia casi desnudo.
Su cuerpo
desencajado, los ojos hundidos
flaco
el
mismo don
seco, el rostro
i
entelados, su respiración tor-
lido
i
pe
forzada; todo ananciaba el fin de aquella existencia.
i
i
pá-
Parecia
un cadáver que se moviera mecánicamente, Compadre! esclamó asustado don Cándido. Señor don MarceUno, dijo el fraile ¿qué ha hecho Ud.?
— — —Venir a
que hablaban, contestó
oir lo
el
viejo,
tratando de
deshacerse de los brazos del padre que quería volverlo a la cama.
Pero no
me han
contestado, prosiguió ¿quién
dre, antes de morir,
—No hemos
no desea hablar con su
dicho eso, contestó
el
ha dicho que un pa-
hija?
padre temblando. Vamos,
señor, a su cuarto.
— Pues yo
he oido aquí, aquí, detrás de esta puerta, replicó don Marcelino, cuyos dientes chocaban con un movimiento conlo
vulsivo.
—Vamos, compadre, déjese Ud. reverendo. dando — también Ud. me quiere Marcelino a su compadre. —Nó, doña Estrella:
llevar, dijo
don Cándido ayu-
al
llevar a la prisión? preguntó
¿I
señor, le dijo
peligro que corre. soi
Somos amigos suyos
don
queremos librarlo del que estamos aquí.... Yo
solo los
su comadre Estrella.
—Ah! ¿cómo comadre? madrina de boda, don Marcelino dando una gran carcajada. don Meliton? amigo — Aquí Estése Ud. — Pues No venga para prosiguió está,
Sí! la
la
eh! dijo
¿I
estoi,
mió....
bien!
ahí. ...
acá,
el
enfermo, dejándose conducir sin oponer resistencia alguna.... No venga Ud. Estoi con mis amigos.... Sí! mis amigos.... ¿No es Ud.,
compadre Cándido?
— compadro, yo — Muí bien: ahora Sí,
soi....
dígame ¿cuánto tiempo
veíamos?... Desde aquella noche que,., já! já! já!
liacia
que no noa
Los
tres amarrOi^
— dos.... Sí.... I la
pobre Trinidad.... Ella no vio a su
yo.... Pero.... ¡quién
Ohl
un
es
Don
—
160
sabe ahora
¡Mi
ánjel....
si
Lucinda....
hija, así
como
¿La conocen ustedes?
hija!
Marcelino, rendido de fatiga, cayó
como un cuerpo muerto
sobre su cama.
—Está aletargado, padre: a buscar la esa imbécil que ha dejado cuidadora? Dónde contestó una mujer desde un rincón endonde dor— mate en mano. mitaba con —Yo cuidaré enfermo mientras doña Estrella está
al médico.... ¿I
voi
dijo el
vieja
lo
salir?
x\quí estoi,
la
el
tanto, dijo
al
padre.
Yaya su paternidad a buscar
Sacó
sahr a la
al médico.
padre a don Cándido del cuarto;
el
calle, vio
al
cuando
i
con gran disgusto que entraban,
rez con Anselmo. íío fué
su afortunado rival;
menor
el
a
padre Alva-
rabia de don Meliton al ver a
la
apretando los puños
i
se disponía
se
dirijió
a
di-
él,
ciéndole '
—¿Con qué derecho atreve Ud. a venir aquí? de entrar a casa de su — Con que un — Oh! señor Guzman, interrumpió se
hijo tiene
el
la
padre....
el jesuíta.... siéntese Ud....
le
Padre Alvarez, bienvenido sea. Aquí tiene asiento su paternidad.... I Ud., don Meliton, atienda a estos señores mientras voi a buscar al médico.
Antes de salir a dijo a media voz:
la calle, el jesuíta se acercó
— Sea Ud. prudente! contestó —Estoi en un — Ud. no sabe conducirse, todo suplicio!
'
a don Meliton
i
le
el viejo.
Si
es perdido!
El deber!
^-Ruegue por mí, padre de mi alma!
—El deber!
el deber!
sombrero en una mano
i
respondió
el fraile,
saliendo al trote con el
su bastón en la otra.
-:o:<
CAPITULO XXVIIL
LA DISPUTA.
«Ahora ¡voto va! no liai Tierra Santa; Ni escudo, ni blazones, ¡tontería! Ante la heroica edad que se levanta. Para que valgan con razón hoi dia Los hombres, caro Andrés, i al mundo entero
Den
]a le¡,
con soberbia gallardía.
Dinero es necesario;
sí,
dinero....»
(David Campusano.)
—¿Ha venido señora? usted a don Marcelino! Tales fueron — ¡Ha la
visto
que
el
padre Alvarez
i
Anselmo
hicieron
las
preguntas
a don Cándido, sin acor-
darse para nada del enfermero, don Meliton.
— Estelita está adentro con mi compadre, contestó don Cándido. ¡Pobre compadre de mi alma! Lo acabo de ver...
20*
—
162
—
— su cama? — aquí en en —Entonces — Fné para mí una especie de encanto verlo de pié ahora poco Parecia un esqueleto andante. rato — Esplíquese usted, por Dios! Estábamos aquí hablando sobre enfermedad... —Me ¿"En
este cuarto...
'N6,
¿está
pié?
aquí.
la
esplico...
Mi
Estela deseaba ver a
mi compadre; pero
este caballero
i
el
reve-
rendo Hipocreitía se oponian, diciendo que era matar al hombre obligarlo a ver a
un amigo,
i
el
sobre todo a hablar con su hija...
cuando ¡gran Dios! se nos aparece ahí en esa puerta, cadavérico, medio desnudo i diciendo con voz hueca... ¿qué fué lo que dijo? ¿Se acuerda usted, mi don Meliton?
—Este
hombre
I luego dijo
— Me
voi,
un
es
asno,
murmuró
el
señor de Eójas.
en voz alta:
quédense ustedes con Dios!
—¿Se va usted
i
nos deja solos? Ah! es esta la cortesía que se
usa en España? preguntó don Cándido. Nó, señor, siéntese usted. Ahora nosotros somos las visitas i usted el dueño de casa, encar-
gado del cuidado de nuestro inmejorable amigo... ¡Seria una inhumanidad irse i... Eso es, prosiguió, viendo que don Meliton volvia asentarse: ocupe usted su asiento... Ah! ya me acuerdo! Mi compadre interrumpió nuestra conversación con estas palabras
:
«¿I quién
ha dicho que un padre no desea ver a su hija antes de morir?» Ahí esclamó Anselmo, ¿i cómo decian que él no queria perdo-
—
nar a su hija? El padre Alvarez miró
lanzaban chispas de
—Es verdad,
fij
rímente a don Meliton, cuyos ojitos
cólera.
que a pesar de los consejos del reverendo
dijo éste,
buen amigo estaba resuelto a no perdonar la mientras no la viera entrar por sí misma en el ca-
Hipocreitía, nuestro falta de su hija
mino
del deber; pero...
señor mió, siguiendo — por qué no consejos del a pesar de reverendo, en vez de esas palabras? —¿Qué — Que su santo amigo ha convertido en un instrumento de su dueño de codiciosa ambición — Ohl eso ya demasiado! — Todo Santiago de misma — Mo de su Santiago! esclamó con desprecio dou Meliton» dice usted,
¿I
decir
los
eso?
significan
esta casa.
al
es
es
rio
la
opinión.
— ¿Cómo
163
se atreve usted a hablar así
— de un hombre tan evanjélico,
tan santo, tan cristiano?
—
necesita
Sí! se
mucho
espíritu evanjélico para introducir
la
¿Qué mayor santidad que la de ponerse entre dos esposos, soj^lando el odio? El evanjelio dice: «amaos los unos a los otros»; pero hai hombres evanjélicos que dicen: «¡aborreceos los unos a los otros, en nombre de Dios!» Jesús! esclamó don Meliton, esto no se puede oir! Por la Vír-
discordia en
una
familia!
— jen de Atocha! — yo que quienes entienden de sé
Sí;
pueden ella
i
oir la
verdad.
cierto
modo
Lo primero que hacen
el evanjelio
es malquistarse
hacerla antipática a la multitud, a quien pretenden
Quieren convertir al
mundo en
instrumento,
i
mas
las
no
con
dirijir.
veces ellos
son los instrumentos... Pero volvamos a nuestro objeto. ¿Le parece
a Vd. mui grande la santidad de un hombre que trabaja por sepa-
aman? preguntó Anselmo. Pero observe Vd., joven insensato, que ese hombre
rar a dos personas que se
— — Sacerdote que convierte en pobre
es
un
sa-
cerdote!
oficio
su santa misión de unir
a los hombres, estrechando los vínculos del amor i dando ejemi)lo de caridad. Porque respeto tanto la misión del sacerdote sobre la tierra, es
por lo que no puedo mirar a sangre fria a ningún mal sa-
cerdote.
—¡Qué manera
de hablar en esta
tierra!
—Es preciso contentarse con interrumpió don Cándido A que fueres haz como —Yo deseaba una ocasión para hablar con Vd. con su reverendo los usos,
la tierra
riendo.
vieres.
i
amigo sobre esta materia, prosiguió Anselmo. Ahora, dígame Vd. ¿Le parece a Vd. buen modo de evaiijelizar a un hombre el introducir en su pecho el odio contra sus hijos leza en
lo
i
contrariar a la natura-
que tiene de mas sagrado?
—Calle Vd! cuando veo que por nitereses mundanos — ¡Que nia a mi padre! — Su padre! esclamó don Meliton. — ¡Cuando veo que prepara a un hombro para calle!
se
Dios con
el
corazón ardiendo en
se
calum-
ai)arocor auto
el
fuego de un odio contra la na-
turaleza!
— Su padre! su padre! murmuraba sordamente
—
¡I
qué todo esto
se ha^'a (ju
nombre de
el vit\jo.
la rclijion
de uu Dios
—
164
—
¿Por acaso, apegándose a los bienes terrestres es cómo un sacerdote cumple con su celeste misión? ¡Hé allí a lo que ustedes llaman cristiandad!
que
«¡amaos
dijo:
unos a
los
— Pues, amigo, no
los otros!»
liabia caido
en
ello,
interrumpió don Cándido.
Talvez será un bellísimo medio de obligarlo a uno a mirar al el desposeerlo así o
asá de los bienes de la
no entiendo una jota de ne todo
lo
que
lia diclio
tierra... Por
Anselmo,
i
no
cielo,
lo
demás,
sé a
qué vie-
eso.
mió, cálmate, por Dios! padre Alvarez. —Anselmo, — Su padre! su padre! decia don Meliton meneando cabeza. —Es esposo de Lucinda, don Cándido. — con qué atrevimiento habla delante de mí! ¿no sabe Yd. quién contestó Anselmo. Yd« — Un digno amigo del padre dijo el
Lijo
la
dijo
el
¡I
soi?
Hipocreitía,
no quiso creerme cuando en dias pasados fui a convencerlo a su propia casa de que no debia aspirar a la mano de Lucinda. ofrecido su propio padre! — Mano que me —¿A virtud de qué méritos? preguntóle Anselmo. liabia
—Mis antecedentes,
<
soi
la
un español noble de
nobleza de mi sangre... ¿No sabe Vd. que
la casa
de Sandoval
i
liójas
que
lia
dado
ministros a España...?
don Cándido, ministros, — de todo como en De — Pero Vd. que habla de méritos, preguntó Ali!
sf!
casi reyes!
dijo
inquisidores!
botica...!
todo!
¿cuáles podria presentar un
criollo, sin
colérico
don Meliton:
antecedente alguno, digno
de compararse con los niios? En primer lugar, contestó Anselmo con calma, tengo sobre Vd. el mérito de ser amado, que, en tratándose de estos negocios, es
—
mérito principal, con perdón sea dicho, de todos los iDergami-
el
nosi...
¡Qué Vd. venga a en mis barbas de —Eso no mas antecedentes de una cosa tan sagrada como son repúblicas, amigo mió, interrumpió don Cán— Cosas de reírse
faltaba!
los
le
estas
dido.
familia!
Es verdad que en España
se
estima en mucho eso de los per-
gaminos...
— -
¿I
por acaso aquí...?
—Aquí se ha arreglado las cosas de otro modo. No
liai
mas an-
tecedentes que la plata.
—Válgame ^-No
la Vírjen del Pilar!
se admire, liombre
esclamó don Meliton.
de Dios, interrumpió don
Cándido,
i
-- 165
—
convénzase de que la riqueza vale mas que un apellido cosa que nosotros
hemos
ilustre.
Es
descubierto.
don Meliton dirijiéndose a Ansel— aun cuando riqueza? mo, ¿podria Vd alegar ese mérito de joven; pero tengo de amar... respondió — ;Ser — ¡Vaya con méritos! esclamó don Meliton fuera de así fuese, dijo
I
la
JSTó,
señor,
el
el
los
sí...
amado! amar!
-—Ya
le digo,
que en tratándose de matrimonio....
— Cosas de esta usa
así,
tierra,
interrumpió riendo don Cándido. Aquí se
porque como no estamos en España.... 'No se enoje Ud.,
amigo mió, prosiguió, golpeando el hombro de don Meliton que revolvia en su silla; no se enoje Ud., i siga el proverbio de: a tierra
que fueres, haz
lo
que
vieres.
Así
lo
enseña la
se la
filosofía,
i
Ud. es un latino excelente para no comj^render que en los asuntos de matrimonio es preciso que lo quieran a uno para.... Ya Ud. me entiende... así lo han dispuesto las mujeres en estas Américas. Entonces ¿aquí se tiene en nada la voluntad del padre de una niña? preguntó don Meliton poniéndose de pié. Oh! esclamó don Cándido, casi arrepentido de lo que habia dicho. La autoridad paterna es una cosa sagrada; i yo que también soi padre, quiero decir, que no he tenido hijos porque Estelita.... Pero. ¿Qué es lo que digo? Ahí por fortuna ella no me oye.... La
— —
autoridad paterna!
— Pero
por
estoi
ella!
voluntad del padre favorece mis derechos, esclamó
don Meliton. El compromiso de don Marcelino es semuchacha no ha cum2)lido aun su menor edad para que se
fuera de rio: la
Ja
Yo
sí,
haya atrevido a amar sin consultar a su padre; ese matrimonio es nulo; i juro a Ud. que yo sabré hacer respetar mi derecho, si es que en este
hai leyes justas
¡Dais
— Todavía nó,
i
razonables.
Anselmo, porque estamos bajo la férula de las leyes españolas; pero un tiempo vendrá en que leyes dictadas por la naturaleza i la humanidad, suplanten ese inmundo contestó
En
cuanto al derecho, prosiguió, dirijiéndose a don Meli(que lo miraba con ojos espantados) en cuanto al derecho,
fárrago.
ton
le
bien sabe Ud. cuánto hemos peleado por verlo imperar en estas rejiones.
—Eejiones de tadamente por
demonios! el cuarto.
murmuró don
Ustedes verán
Meliton, paseándose ajisi
ese
matrimonio no se
El mismo señor Obispo me ha prometido.... Permítame Ud., señor, que le diga, le interrumpió
anula!
—
el
padre
—
—
Í66
Alvarez, que ese matrimonio es legal
i
verdadero....
ha casado. Veremos, dijo don Meliton, veremos
Yo mismo he
sido quien los
— Ud. ha tenido autopara ridad —Vea Ud. que padre Alvarez, interrumpió oido don Cándido. — Qué me importa a mí padre Alvarez! respondió con nueva cólera —Un sacerdote que. — Sacerdote que no sabe su obligación interrumpió Prudencio, que ahora poco — Ud. la
si
casarlos.
suficiente
es el
al
le
el
el viejo.
era, le
¿I
frai
el
le
echaba en cara a Anselmo su atrevimiento por hablar de los sacerdotes?
—Vaya!
don Meliton ¡qué tierras estas! Ko conocer la diferencia que hai entre un sacerdote español i un fraile criollo! Lo que a mí me admira, prosiguió, es que llevando Ud. sobre sus hombros el santo hábito del Seráfico Padre, se haya estraviado hasta
el
dijo
estremo de predicar
el error,
como
sé
que
lo
ha hecho, po-
niéndose de parte de los pipiólos. Prudencio, basta de — Señor! interrumpió con gravedad locuras! — ¿Qué dice Ud.? — ¡Que no permitiré jamas a nadie que mi dignidad con sultos groseros! reverendo Alvarez, don — Mire, amigo mió, que Cándido a don Meliton. — ¡Digno de San Francisco! esclamó don Meliton, riendo de frai
aje
in-
repitió
es el
hijo
rabia.
Jamas he
visto
dad con que habla
un hábito mas bien puesto: basta
la
el frailecito! Já! já! já!
padre, que yo he cargado usted, contestó — mi naturaleza de hombre? para envilecer sacerdotes! — ¡Qué virtud de en aceptar —¿Le parece a usted que virtud ¿I cree
humil-
el
le
este há-
bito
la
estos
consiste
la
neas, en protejer las preocupaciones
i
ideas erró-
en servir de estorbo a la mar-
cha de una sociedad?
— Pero ¡qué
—No es este
ideas,
Dios mió!
el sitio, señor,
para ponerme a dis]3utar con usted
sobre esta materia; pero le diré, cumpliendo con
mi misión de
sa-
cerdote (cual es la de ilustrar a sus hermanos cada vez que la ocasión se presente), que
la
humildad no consiste en
el
envilecimien-
— to;
que la
ha de
fe
107 -^
no debe estar basada en
acompañada de
la ignorancia;
i
que la virtud
misma, de la ilustración en la verdad para que produzca en un país los buenos frutos que los amigos de la libertad desean. ir
— ¡Los amigos
de
la conciencia
sí
orguUosas ideas en im siervo de nuestro padre San Francisco, no estrañaré ya mf^ que estos reinos estén plagados de revoltosos, trastornadores d-l orden de la libertad! Al
oir esas
establecido desde siglos liá por el poder de Dios mismo.
—
ISTo
profane usted ese Santo nombre,
le
el
interruppi^
padre,
que han luchado contra Ir tiranía para ciderecho en su propia patria. El tras^i^^o no es un mal
ni llame revoltosos a los
mentar
el
hecho de ser trastorno, pues para establecer el bien, se ha menester derrocar el mal. La sangre qu- se derrame caerá solo sobre la cabeza de los que se opusieron *i desarrollo de la verdad. por solo
el
trastornar h^ sociedades romanas cuyos
¿Qué hizo Cristo sino
hablan prendido como un cá^icer por todo el mundo? Hé ahí al gran Trastornador, cuyo ejemplo debemos imitar. ¿I su misión de paz i de caridad cristiana, le preguntó don Mevicios
— —
liton, le
serve
Sí,
manda a contest
")
su paternidad gritar guerra! guerra! fuego! fuego? :
el
un átomo de
padre con ojos mas animados.
vida,
Mientras con-
cumpliré con mi deber gritando: ¡guerra!
fuego! pero no contra los hombres, sino contra el vicio
i
el error.
Gritaré siem2:)re; guerra contra los absurdos sistemas, contra todo
orden de cosas que sea contrario a la naturaleza obra de Dios. lié aquí, prosiguió estos que ustedes
frai
llaman revoltosos.
i
cjue desfigure la
Prudencio, lo que han hecho
Han
conquistado su indepen-
dencia política desterrando un poder injusto....
—El nuestro — Será señor de selmo. — La independencia del rei
dre,
señor!
usted, pero nó de los americanos, contestó
An-
nos llevará a la
pa-
2)olítica
cuando nos deshagamos de
tro espíritu,
i
social, dijo el
las preocupaciones
que atan nues-
de aquí a la independencia relijiosa no hai mas que
un paso
— ¡Independencia
Inaudita herejía dicha por un
fraile!
i
Entonces ¿piensan estas Américas deshacerse autoridad del Pontífice romano i meterse de rondón en el pro-
qué esto se de la
relijiosa!
tolere!!
testantismo?
—No me entiende titud...
usted,
i
juzga en seguida con demasiada pron-
— — Bueno para en
los cuales
juez!
esclamó
108 -^ clon
Cándido; acortaria
es tan necesaria la prontitud. Dígalo yo,
los pleitos
que
liace
mi casa i la de mi vecino, por cuya tenacidad se me ha humedecido mi dormito'.'io. Sil el pleito lo ganaré al fin, según dice mi sabio abogado;
ya
tres años
que
estoi
peleando sobre
el callejón
entre
peroollo será cuando yo Laya muerto de reumatismo.
-:o:
CAPITULO xxrx.
EL ENFERMO.
((¿Qué importa la riqueza^
La pompa
i
la grandeza,
Mísera escoria que
Cuando nada
De
el
orgullo viste,
resiste
airada muerte la fatal herida?))
(KosENDO Carrasco.)
En
esos
momentos entraba
el jesuita
trayendo de la
mano
vi
doctor Matatías.
Hizo
el
doctor una venia a los que se hallaban en (d corredor de
la casa, mientras el jesuita decia a
—¿Qué tiene Ud., umigo? Qué
don Meliton:
significa esa cara avinagrada?
21
— —Me
'
voí,
me voi
170
—
de este maldito país! contestó
señor de San-
el
doval con reconcentrada cólera.
—Bueno. Pero antes de —A a España!
cumplir con su deber...
irse es necesario
Es^íaña,
don Meliton....
interrumpió
Un hom-
bre de mis principios, de mi temple, de mis antecedentes no puede vivir entre estos malditos criollos
hombre de Dios? Yenga Ud. —¿Está üd. davía tiempo de pensar en en mis propias — Decirme impío nó: a España, a España —Tenemos dos en vez de uno, murmuró loco,
acá,
que hai to-
ese viaje.
incrédulo,
j
i
ateo
locos
barbas!... Nó,
el jesuita,
a don Meliton para seguir
al
médico que
se
dirijia al
dejando
cuarto del
enfermo.
—Esperemos,
dijo el
padre Alvarez a Anselmo,
la visita: el doctor Matatias nos
dirá después
si
el
resultado de
hai o no inconve-
niente para que yo hable con don Marcelino.
Don Cándido no co,
hizo esta reflexión sino que, siguiendo al médi-
entró tras de él en el cuarto del paciente.
—¿Cómo está
el
enfermo? preguntó
el
médico,
tosiendo docto-
ralmente.
—
¡
Dios que ya está Ud.
G-racias a
doctor! esclamó
aquí,
Estrella, quien con otras mujeres se hallaba
doña
ocupada en confeccio-
nar algunas bebidas caseras. Gracias a Dios!
—Deo
Gratias! contestó
como un
eco
don Cándido entrando en
aquel momento.
—Hace mas de media hora que duerme despertarlo, doña — ¿para qué despertarlo? interrumpió dado. El sueño una reparación —Ah! interrumpió don Cándido, ¡mui
i
no ha sido posible
el
doctor medio enfa-
Estrella.
dijo
la
I
necesaria.
es
sí,
necesaria!
El doctor miró de una manera particular a don Cándido, a quien no conocía, i prosiguió preguntando a doña Estrella sobre el estado del enfermo mientras tenia en la mano el brazo de don Marcelino, cuyo pulso examinaba atentamente. Hemos querido despertarlo, dijo doña Estrella, porque ha tenido un sueño tan intranquilo que daba lástima. ¿Qué cree Ud. de
—
esta pesadez de sueño?
—Esto vemente
significa
el doctor.
que aún no ha acabado de dormir, contestó gra-
— —Pero
es
que se
171
—
llevado hablando palabras desacordes... Ha
lia
llamado a sus amigos, a su liija Oh, las manías no duermen, interrumpió
—
I
Aunque
el doctor.
pulso indica una completa paralización en los miembros del
el
cuei'po...
—¿En miembros cuerpo? observó don Cándido, echar acre mirada que médico. á lanzar de ver desalojados de — obstante, prosiguió sin
del
los
le volvió
la
éste, los espíritus vitales,
ISÍo
todo i
el
sistema inferior, se han elevado a las
el
combinando su acción con
mo este,
envuelve todo
el
la
rej iones
del cerebro,
somnolencia jeneral, que en casos co-
sistema nervioso, produce esas imájenes en
medio aletargada memoria de la persona dormida, esto es, del sujeto a medio dormir, o mas bien dicho, del ser que se halla atacado del dormir imperfecto. Este casi dormir, según la' famosa teola
ría de Platón....
—Por Dios! interrumpió doña Estrella con
su acostumbrada vi-
vacidad, deje usted en paz, doctor, al pobre Platón
i
vea lo que con-
viene hacer con el enfermo!
—Tiene razón ¡Mire
En
Ud cómo mi efecto,
don Cándido mirando revuelve en la cama!
Estelita, agregó
compadre
don Marcelino
se
se volvia
de un lado a otro
brazos como queriendo arrojar -lejos de
sí las
ro las fuerzas no le ayudaban. El médico quito de álcali,
i
lo aplicó
ojos; quiso incorporarse
i
al doctor.
movia
los
ropas de la cama, pe-
tomó entonces un
ñ-as-
a las narices del enfermo. Este abrió los
en
la
cama, pero volvió a caer desfallecido
sobre la almohada.
—Oh!
qué cosa tan horrible! esclamó entre dientes. Qué terrible
cosa es sentir las ansias de la muerte, cuando uno quisiera tener
vida para... Dios mió! ¿Por qué no mueren los deseos I
mundanos
i
vanas esperanzas antes que nuestros cuerpos? Si!... Este es Satanás que me persigue hasta el borde do la sepultura... ¡Ave Malas
ría!. ..¡Lejos
qué...
de mí, espíritu maligno!. ..¡Señor,
Dios mió! yo pe-
tened misericordia de mí!
Don
Marcelino
calló,
pero sus labios se movían como
si
rezara.
Después de un corto rato empezó a balbucear:
—
¿I para esto he juntado riquezas?... Sí, riquezas
que hoi de nada me sirven... Aunque hubiera conseguido ser un grande de España... ¿de qué me aprovecharía hoi?... Oh! no! iió! yo quiero salvarme... Vade retro Satanás! yo quiero salvarme... ¡Perdóname, esposa mia!... Pobre Trinidad!... ¿Ha
muerto mi
hija?
— —
compadre!
"^^
172
doña Estrella acercándose. Lucinda vive i lo ama a Vd. como siempre... Está en mi casa, i cada dia son mayores sus deseos de verlo... Oh! voi a buscarla! Diciendo esto, la señora se eclió sobre los bombres su pañuelo i N(5,
le contestó
atender a las palabras del reverendo padre que,
salió sin
sigui-
éndola, le decia:
— Señora, mire Yd. que bacel a nuestro amigo! —¿Se puede preguntó
¡La vista de la niña puede ser
lo
fatal
j)obre
entrar?
padre Alvarez a doña Es-
el
trella.
—
Sí!
contestó ésta sin detenerse. ¡Pobre hombre! es preciso que
muera sin ese peso que parece aflijirlo! Anselmo siguió a doña Estrella; i mientras
tanto, frai Prudencio
se dirijia al cuarto del enfermo, endonde entró a pesar
servaciones del jesuíta.
Don
de las ob-
Marcelino habia despertado completa-
mente" i no cesaba de hablar mientras las enfermeras que lo asiscon las prescripciones del doctor, se empeñaban
tian, cumj)liendo
en envolverle llos
con bayetas calientes, aplicándole ladri-
las piernas
ardiendo a las plantas de los pies.
—Es estraño
lo
que
me
pasa ahora, decia con voz entera... Nun-
ca habia visto tantas personas en
mi
cuarto... ¿Es Vd.,
compadre
Cándido?
— contestó yo compadre! —¿Quién Yd, padre? preguntó, a — Frai Prudencio Alvarez, su amigo, contestó éste:
Sí,
soi,
dirijiéndose
es
frai
éste,
Prudencio.
su amigo que
viene a visitarlo.
—Ah! confesor de pobre Trinidad! ¿Me habrá perdonado, padre? — amigo mió, contestó Prudencio. ¡Deseche usted esas el
la...
frai
Sí,
ideas!
—Es que engañé muchas Padre Hipocrcitía, guió ¿Se acuerda cuando finjíamos cartas de Lucinda?... bueno despejar —Está atacado de su manía, la
prosi-
veces..!...
le
dijo el jesuíta: seria
el cuarto.
—
¡I la
pobre Trinidad! lloraba
i
me pedia por
nuestra hija Lucinda! ¿Dónde está?... Pero
el
favor ver a su hija,
padre no quería! Es
que no era conciencia dejar que ese mozo hereje se casase con mi hija...iNó! nó! no quiero que se case! gritó de repente, vol-
cierto
viendo a quedar exánime.
—
173
—
padre Hipocreitía ¿por qué no manda evacuar —Doctor, cuarto? — don Meliton?... Dónde está que no veo? preguntó enfermo. contestó don Meliton. —Aquí — esclamó enfermo ¡qué jugarreta tan pesada nos ese maldito muchacho.! — Señor, interrumpió padre Alvarez: vuelva en tranquia su prepárese a —¿Dónde Lucinda? —Luego — ;Pero no alcanzaré a verla porque me siento morir! contestó dijo el
el
lo
¿I
el
estoi, señor,
Ali!
liizo
el
el
le
recibir
licese;
sí;
hija.
esta
llegará.
don Marcelino con voz desfallecida. En seguida empezó a hablar palabras inconexas i sin sentido. A veces parecía dominado por la cólera, otras por el arrepentimiento; i las mas, por cierto dolor vago que parecía haberse posesionado de todo su ser. Se quejaba, sus|)iraba, se reía, i pronto volvía a quedar exánime. En uno de estos paroxismos, dijo el médico que ya no habia esperanza. En efecto, la parálisis que con levantarse de la cama, habia adquirido poco antes,
le
habia cojido hasta
el
tron-
co del cuerpo. Por último, habiendo permanecido aletargado durante
unos veinte minutos, despertó;
i
con voz reposada aunque bal-
buciente, dijo:
— Padre Alvarez necesito quedar solo con su paternidad. Yd, amigo mió, contestó —Aquí me padre, sentándose demás sallan del cabecera mientras —Déme mano, padre mió! jAyúdeme su paternidad a salvar:
tiene
a la
el
cuarto.
los
la
me!
He
sido
un gran
He
pecador... Pero, Dios mió!
sufrido tanto!
tanto! dijo el pobre viejo con voz apenas intelijible.
Frai
Prudencio se apresuró a cumplir con su caritativo minis-
Entre tanto las salas esteriores se iban llenando de jente, especialmente de señoras, que, sabiendo por doña Estrella que ya se
terio.
podia ver al enfermo, venian, atraídas unas por i
el
deseo de ser
útil,
Entre los recien llegados estaba el siemGacetilla, quien, no contento con poner de manifiesto
otras por la curiosidad.
pre visible
su persona, andaba preguntando aquí, allá
i
mas
allá, las
mas pe-
un amigo intimo. Todos iban i venian; todos hablaban a un tiempo formando la mas irrespetuosa algarabía i convirtiendo en un ^?(Z?2r/<???2í??22¿¿/;¿ aquelloi queñas circunstancias como
jnansion endonde poco antes
si
se tratara de
reinaba la tranquilidad,
—
174
—
— ¿Se habrá confesado? preguntaba una.
demandaba —¿Qué médico —Ya no de médico ahora, decia una — su salvación antes que confesando, — — su testamento? — Debe haberlo hecho — Dicen que no ha tenido tiempo. —No — por qué no? — ¡Morir —Hai a veces mucho descuido en niña de mi alma! —No importa: en componiéndose con Dios, demas-es nada. —Es — Pero no está demás dejar arreglados sus negocios, en munlo asiste?
otra.
es tiem^^o
tercera.
todo! el confesor! el confesor!
Sí!
Si se está
niña!
¿I
ya.
es posible.
¿I
intestado!
esto,
lo
cierto.
este
do, dijo
don Catalino.
—Tiene razón el señor: esto de morir para que quede un semillero de pleitos.
—Yo lo
sé eso por experiencia, niña.
juicios de la testamentaría de
— Kó, nóí
En
testamento es
—Sí,
lo
un hombre,
es
Todavía están siguiendo los
finado.
cuanto a eso, yo
le
he dicho a mi marido:
hijo, el
primero!
pues, nadie tiene la vida comprada.
—Pero como
ca se
mi
intestado
hombres son tan incrédulos, les parece que nunhan de morir; i cuando uno menos lo piensa.,, cae al hoyo!
En
los
aquel instante frai Prudencio llamó al doctor.
— Se muere! se muere! esclamaron muchas voces.
'
A tiempo
que
el
doctor entraba en el cuarto del moribundo, Lu-
cinda llegaba a la casa acompañada de Anselmo
i
de doña Es-
trella.
padre enfermo? preguntaron algunas señoras —¿Cómo Alvarez. —Encomiéndenlo a Dios! contestó esclamaron viendo entrar a Lu—Jesús! pobre está el
al
éste.
las señoras,
niña!
cinda.
Esta conoció su desgracia en i
los
semblantes de
corrió llorando al cuaito de su padre.
ISTo
los concurrentes,
es posible decir si éste
alcanzó a oir los sollozos de su hija que lo abrazaba anegada en llanto.
Pronto tuvieron que sacar de
allí
a Lucinda desmayada,
llevarla a otro cuarto para suministrarle los socorros necesarios.
i
— —-Hé aquí su obra! ta,
175
—
padre Hipocreitía, dijo
frai
Prudencio al jesuí-
quien se retiró sin dar muestra de haber oido una palabra.
—Está muerto! —Hace bien doctor
dijo el
el
muerto
el
médico saliendo de en
irse,
dijo
Gacetilla.
enfermo, su misión está cumplida.
-:oí.
la casa.
Buen
Me voi.
Desde que está viaje!
CAPITULO XXX.
TESTAMENTO.
EL
((Cual áiijel en el cielo, a Dic^s saluda:
Que aliora con la muerte, 8u espíritu escapó del anatema
De
la
materia inerte,
mansión suprema; Luce en su sien de arcánjel I en la
(B.
Idos que fueron los
muchos de
amigos mas íntimos en
mas seriamente
la
los concurrentes,
la casa mortuoria,
importante cuestión
cho o nó su testamento.
A
si el
d(í
i
la
diadema.»
Cak abantes)
no quedando sino
empozóse a tratar difunto liabria
hin-
todas estas demostraciones de interés; a
todas estas razones, dudas,
cavilaciones
i
preg'untas, respondió el
padre Hipocreitía diciendo:
90*
—
178
—
— Ya lia
ven ustedes, señores míos, que nuestro inolvidable amigo muerto como un verdadero cristiano... Si su vida ejemplar lia si-
do envidiable, no es menos digna de envidiar su muerte. ¿Cómo un
hombre tan honrado, piadoso
don Marcelino, había de haber descuidado sus sagradas obligaciones? Les aseguro bajo mi palabra, que ha hecho su testamento como un verdadero cristiano: i creo, añadió, enterneciéndose a medida que hablaba, creo en mi conciencia, que sus últimas disposiciones pondrán de manifiesto ante todo el mundo, no solo la piedad sino también la jenerosidad i espíritu evanjélico que animaba la bella alma de nuestro buen amigo, a quien Dios habrá dado ya su galardoni El testamento debe ser corto, dijo a esta sazón Gacetilla que en todo se habiade meter. Sí, debe ser de dos o tres items...]Sro tiene mas que un heredero i esto acorta los testamentos. En cuanto a eso, contestó el padre mirando de reojo a don Catalino, bien poco sé, porque no me agrada mucho averiguar vidas ajenas, mayormente en Ib que ;toca a intereses... Solo sé que don Marcelino ha dejado una gran parte de su caudal para beneficio de su alma, según me lo lia asegurado don Meliton de Rojas, a quien, como uno de sus mas queridos parientes, ha dejado de albacea i
timoríito, cual lo fué
—
—
nuestro don Marcelino.
—¿Pariente?
don Catalino. Yo no sé cómo podrá ser eso, cuando el mismo don Meliton me ha asegurado bajo su palabra, que no habia venido a estas Américas ninguna persona de su noble familia,
yr
dijo
•
— A eso pbaría ^contestar r
padre suspirando.
ISío
don Meliton,
si
estuviese aquí, dijo el
tengo mi ánimo para pensar en familias
i
pa-
rentescos.
— dónde voz en calcando — Fué a buscar
se halla el señor albacea?
¿I
la
der está
el
la
palabra albacea.
al
escribano,
preguntó don Catalino,
re*
don Tragalon Uñeta, en cuyo po-
testamento para que dicho señor
lo lea
en público hoi
mismo.
—¿Por qué? — Porque
tal es la
'
rías veces lo oí
yo
voluntad del testador, respondió
mismo que
el jesuita. YíÍ-
decia a don Meliton: «amigo mió, no
mi última voluntad mientras yo viva; pero ojos, le encargo que haga leer por el escribano
quiero que nadie sepa
en cuanto cierre los Xni
testamento delante de todas las personas que quieran oirlo.»
•—•Cosas de don Marcehno, refunfuñó Gacetilla sonriendo. Eira
— así el
hombre
179
agregó medio arrepentido, no te
IPobrecito!
tan...
ofendan mis palabras...! Dios
—Amen, contestó
lo
gloria!...
rica es cosa
qne todos quieren
oir
desde los herederos beneficiados hasta los que no tienen la
mas mínima esperanza de cho
tenga en la
el jesnita.
El testamento de una persona leer,
—
al
ser legatarios.
Este placer se parece mu-
que reciben ciertos individuos con tocar o ver contar
ro ajeno. Así fué, que
muchos de
los circunstantes se
el
dine-
quedaron has-
ta apurar las últimas peripecias de aquellas lúgubres escenas.
Un
cuarto de hora después, llegó don Meliton con el honorable
don Tragalon Uñeta, antiguo escribano de corte en tiempo de Fernando VII, i que se habia pasado al servicio de la república sin dejar sus costumbres del tiempo del coloniaje, como muchos otros.
— Señores,
'^'^
dijo el escribano,
sentándose junto
amia mesa en
torno de la cual se habia allegado una multitud de curiosos. Yoi a
voluntad del señor don Marcelino de Rojas, en
leer la postrimera
cumplimiento del solemne encargo que
me
hizo cuando vivia...
que debió hablarle — Claro después de muerto... dijeron algunos. — Chit! es, dijo
Gacetilla,
en vida, porque
callen!
—((En
el
nombro de Dios
(leyó el escribano)
píritu Santo, tres personas distintas
i
un
Padre, Hijo
i
Es-
solo Dios verdadero!... Se-
pan todos cuantos vieren esta carta de mi última voluntad, como yo don Marcelino de Rojas... Hai jentes que ni al morir dejan el don, murmuró Gacetilla... Pobrecito!... Dios lo haya perdonado!
— — ((Don
Marcelino de Rojas, prosiguió
natural de
el escribano,
esta ciudad de Santiago de Nuestra Señora del Socorro
i
capital de
este reino de Chile...
— Se
le olvidó
a don Tragalon que estamos en república, inte-
rrumpió don Catalino.
— Es verdad, dijeron —¿Qué importa que diga reino o república? preguntó una Siga no mas, señor Uñeta, que todo eso está mui — ((Hallándome, por gracia de Dios, en mi cabal otros.
vieja.
cristiano!
la
cintero
i
jui-
cio...
—¿No decian que estaba
loco? volvió a interrumpir
—Qué
el
escribano.
Con
no acabamos nunca. Cuando
se hizo el
testamento estaba ea §u
trabajo! esclamó
don Catalino.
estas interrupciones
— juicio cabal,
i
bastaba que yo
—
180
lo afirmara, yo, el escribano,
para que
se tuviera por cierto. ¡Soi el escribano público!
•No es nada: siga, señor. ^'
"El escribano prosiguió leyendo,
— Primeramente, lego formado, — Cuando yo me muera,
mando mi cuerpo
i
c(
en breve llegó a lo siguiente
i
a la tierra de que fué
etc.»
a la
dijo G-acetilla,
veremos qué liacen can
tierra:
no
lie
de legar mi cuerpo
él los vivos!
«En segundo lugar, (prosiguió don Trao'alon): do mi alma a Dios que, la redimió, etc.»
«doi
.
^.\
—Buena cosa!
Primor
i
encomien-
Yo me
legatario, la tierra; segundo. Dios!
espero a otros items, volvió a interrumpir el incansable don Catalino...
haya perdonado!... leido ya un buen trozo, cuando Gacetilla
Pobrecito!... Dios lo
El escribano
liabia
volvia a seguir escuchando.
— «ítem—Declaro por universal heredera a mi hija doña da de Eójas, a condición de que no
verifique su
matrimonio con An-
selmo Guzman; pero en caso de que, desj)reciando tedichas, se casare con
ta
mi
iil
^tamente
omTodos
él,
la
Lucin-
las razones an-
dicha mi hija solo será dueña, por es-
tima voluntad, de aquella parte de mi hacienda que corresponde por la
le
se
lei.
estric-
Declarólo así para que conste
miraron las caras sin pronunciar una palabra. El
escri-
bano prosiguió:
—((ítem
— En caso de verificarse
el
matrimonio antedicho, mi
ante nom])rado señor don Meliton Sandoval
albacea., el
i
Rojas, etc
dispondrá de toda aquella parte de mis bienes de que por la esté yo autorizado a legar especialmente bajo la siguiente
manera:
se
hará de
ellos cuatro
pleará en misas a beneficio de
amigo
i
partes iguales.
mi alma,
i
empleará mi albacea en rclijioso, o
la construcción
seminario particular, con
venes pobres que quisiesen seguir
forma
La primera
se
— La segunda,
el fin
idóneas
i
capaces.
Con
la
de educar a aquellos jó-
la carrera
eclesiástica. i
a
Nombro
mi antedicho
confesor, pudiendo ellos encargar su dirección a las personas
mas
mi
de una casa para un colejio
de patronos de este establecimiento a mi albacea
crean
i
em-
bajo la dirección de
confesor, .el reverendo padre Hipocreitía.
lei
la tercera
parte, se fundará
que
una
—
—
181
capellanía de legos a favor de
mi
albacea, mientras viviera, que-
dando después de sus dias a favor del director del establecimiento Por último^
antediclio.
la cuarta
parte se repartirá
entre clérigos pobres, ajuicio de
mi
como limosna
Declarólo así para
confesor.
que conste.... Dejóse
oir entre los circunstantes
ble distinguir (íltem,
si
un murmullo que no
era posi-
era de aprobación o reprobación.
—prosiguió
el escribano....
—No siga usted, interrumpió padre Alvarez... Señor Uñeese testamento — Reverendo padre! contestó don Tragalon. ¿Cómo ha de nuel
le
es nulo....
ta,'
ser
cuando está en regla, firmado por
lo,
los testigos
de la
lei,
i
ademas
autorizado por mí?
don Meliton. —¿Nulo? preguntó temblando de —Aquí tengo yo un documento que anula, contestó sacando un papel de de su hábito. —¿Qué documento coraje
frai
lo'
dencio,
Pru-
la capilla
es ese?
El padre leyó en
— ((En juicio,
el
alta voz:
último trance de la muerte; pero en mi cabal
entero
por la gracia de Dios, ante cuya presencia voi a comparecer,
declaro por único
i
condición alguna, a
heredero de todos mis bienes,
universal
mi
hija
lor todo otro
En
testamento o codicilio de fecha anterior a la presente
veinte de enero de 1830,
Dr
don Cándido de
i
Matatías
— Paes
sin
consecuencia, será de ningún va-
que apareciese con mi firma. Lo declaro
Matatías
i
doña Lucinda de Rojas, a quien nom-
bro mi albacea testamentario.
go,
i
— Testigo,
este testamento
así
para que conste, hoi
ante los testigos abajo firmados, doctor la
Rueda.
Cándido de
me
Marcelino de Rojas la
— Testi-
Rueda.
gusta mas: es mas corto, dijo Gace-
mientras los demás daban muestras de atenerse unos al pri-
tilla,
mer testamento,
i
otros al codicilio.
— ¿qué escribano ha autorizado ese papel? preguntó Uñeta. —Ninguno. — Ustedes han hecho firmar pobre loco que han querido, terrumpió don Meliton. —No entraremos en disputas contestó Prudencio, I
inútiles,
Los tribunales decidirán.
in-
lo
al
frai
— — Nos
atendremos a
ellos,
18í¿
—
dijo el jesuíta.
Se verá de parte de
quién está la justicia.
En
seguida se retiraron todos, quedando solamente en la casa
mortuoria las personas necesarias j)ara prestar los últimos servicios al
cadáver de don Marcelino.
En
cuanto a Lucinda, fué llevada por doña Estrella a su casa con
el fin
de seguirle suministrando aquellos tiernos consuelos que sus
tristes circunstancias requerían.
:o:-
CAPÍTULO XXXL
TRAICIÓN SOBRE TRAICIÓN.
«Del todo ciego, i confiando en buena fe de sus falsos amigos, el jeneral Freiré se entregó de esta manera, sin defensa, a las maquinaciones indignas de los que solo querían anularlo i quitarlo del medio })ara que no fuela
se
un obstáculo a sus planes
tra-
ditorios.»
—
EiiRAzuRiz. Chile bajo el imperio de la Constititcion de 18^8, Cajj, VI, X.)
(F.
Después de todo, don Cándido estaba gozosísimo viendo el color que liabian tomado los asuntos de su abijada, ])orque el pobre bombre miraba mui en poco el dolor que ésta sufria por la muerto de su padre,
i
solo se acordaba
rica herencia.
El mismo
se
do verla casada
daba
el
i
poseedora de una
parabién de haber sido (como
decia a sus amigos) el autor princi¡)al del matrimonio de los jóve*-
buena fe, que, a faltar su poderosísimo a[)oyo, nc se habrían vencido jamas los inconvenientes a tal unión. A don Cándido le pasaba igual cosa todos los dias, i no se verificaba j^uingun nes,
i
creía de
—
184
—
importante a su alrededor, sin que
liecho
él
creyese que
éxito era debido a las influencias de su personalidad
i
el
buen
de sus rela-
ciones.
—Al
nos resta,
ya liemos conseguido su unión, decia a su mujer: ahora Estelita, liacer que el testamento del escribano Uñeta
no tenga
efecto.
fin
He
hablado con
el
padre Alvarez sobre
el parti-
cular.
— Me han todo
i
a sostener
—No
mos
dicho que don Meliton está resuelto a echarse sobre el juicio, dijo la señora.
te dé cuidado, hijita,
¡Pobre Lucinda!
mi ahijada ganará
Yo
valer nuestras influencias.
la partida:
hare-
tengo amigos en las dos Cor-
amigos de pro, ¿entiendes? Pero la satisfacción de don Cándido no era completa. Si bien es cierto que le interesaba la suerte de su ahijada, no podia dejar de mirar con cierta distancia a Anselmo. Ademas, los últimos aconte-, tes de justicia...
cimientos políticos
le
hacian mirar como peligrosas sus relaciones
don Cándido era un hombre demasiado prudente para esponerse a pasar por enemigo del gobierno, cultivando la amistad de un mozo mirado entre ojos por las autoridades. Estraños parecerán al lector los temores de don Cándido, pues, ¿qué podia temer Anselmo de parte de las autoridades siendo jefe de la Junta de gobierno, el mismo jeneral Freiré, su protector? Sin embargo, los temores del señor de la Pueda eran fundados. Para esplicar su embarazosa situación, permítasenos volver algucon
el
joven,
i
nos dias atrás.
Dos el
cual se estipulaba, entre otras cosas: «que Prieto
«jarian el (cel
es decir, el diezi-
de diciembre, se firmó por los dos partidos un tratado de paz,
seis
en
dias después de la batalla de Ochagavía,
mando de i
Lastra de-
sus respectivas divisiones; que se pondría todo
ejército bajo las órdenes del jeneral Freiré;
«amnistía por una
i
otra parte;
i
que
se
que habría completa
nombraría una Junta pro-
«visoria de gobierno, bajo la dirección del jeneral Freiré.»
La Junta
compuesta de los señores don José Tomás Ovalle, don Isidoro Errázuriz, i don José María Guzman, teniendo por secretario a nuestro conocido, el prebístero Franco, quien, ayudado por el padre Hipocreitía, había llegado al fin a poner los pies dentro se instaló,
de
los
umbrales del gobierno, objeto único de
las
aspiraciones de
aquel ambicioso clérigo.
El carácter
gabán
i
los principios
de los miembros de esta Junta, hala--
las codiciosas esperanzas
de los reaccionarios; mientras los
—
—
por su parte, lo esperaban todo de Freiré, puesto a la ca-
liberales,
beza del
185
ejército.
Veinticuatro horas después de firmados los tratados, el jeneral
Lastra
dio cumplimiento, en la parte que le tocaba,
les
poniendo
en manos de Freiré las fuerzas de su mando. La honradez de este viejo soldado de la patria, contrastaba
da
deslealtad,
i
el
viendo que este jeneral estaba dispuesto a defender la Cons-
titución,
mo
la descara-
cumplimiento de su deber. reaccionarios estudiaban las intenciones de Frei-
de Prieto, quién defirió
Mientras tanto, los ré;
notablemente con
formaron
plan de debilitar sus fuerzas, haciendo al mis-
el
tiempo que Prieto conservase
las suyas.
Incapaz
el
jeneral
Freiré de sospechar ocultas miras en las operaciones de la Junta de gobierno, se dejó gobernar por ella;
i
creyendo que nada habia que
temer de parte de los revolucionarios, dispersó las tropas constitucionales que guarnecían a la capital, enviándolas a diversos puntos de las provincias. La Junta, entonces, empezó a tomar activas medi-
mano que los pelucones tenian premeditado. El 25 de diciembre destituyó en masa al cabildo de Santiago,
das para dar
el
golpe de
nombrando en su lugar
otro,
compuesto de sus partidarios;
i
diez
dias después,. decretó la destitución de todos aquellos jueces letra-
dos de las provincias que podian ser contrarios a sus proyectos.
Con dichas
operaciones, la Junta infrinjia abiertamente la Cons-
titución que estaba obligada a defender.
No
solo fué esto: la
al jeneral
Junta provisoria
se atrevió
aún a ordenar
de las fuerzas constitucionales, que separase de sus des-
tinos en el ejército a algunos de sus subalternos. Freiré abrió por
pero ya era tarde. El 17 de enero de 1830,
fin los
ojos;
Prieto,
demandando
negó redondamente
el el
cumplimiento de
ofició
a
los tratados, a lo cual se
jeneral revolucionario,
i
puso en movimien-
El golpe estaba concluyó por otra. Dos dias des-
to sus tropas para entrar en la indefensa capital.
dado: principió por una traición
i
pués, la Junta de gobierno deponía a Freiré, al jeneral Prieto.
La
i
nombraba en su lugar
noticia corrió por toda la república,
i
dispu-
ánimos a la guerra civil, comenzada por el partido reaccionario para posesionarse del mando, i alimentada en lo sucesivo por su mal sistema de gobierno, cuya base fundamental fué siempre la so los
persecución de todo hombre que abrigase ideas liberales. Fueron
dados de baja, no solo los principales jefes del partido republicano, entre los cuales se veía viejos soldados de la independencia (cuyas
virtudes
i
cuyos laureles no supieron ni apreciar ni respetar los
23
"- 186 -enemigos de
la libertad), sino
.
tambieu algunos subalternos,
mas de su leal amor a la república. Huyendo de las venganzas de aquellos que poco ran sú amigo,
salió
victi-
antes lo llama-
jeneral Freiré de Santiago el 18 de enero,
el
i
se dirijió a Valparaiso con el fin de reunir allí las tropas fieles a la
Bien pronto estuvieron bajo
Constitución.
las órdenes
de su
una semana desaines, zarpaba de aquel puerto la 2:)equeña expedición con rumbo al norte, valiéndose para ello de los buques de la escuadra, an-
antiguo
jefe, el
Chacabuco,
clados en la baliía,
i
el
Concepción
i
el Piideto;
i
llevándose consigo todos los pertrechos de
guerra que pudieron embarcar. La ludia, pues, no Labia concluido^ i
debia aun derramarse
Entre por
el
los
mas lágrimas
mas
i
sangre.
dados de baja estaba también Anselmo, cuya decisión
partido constitucional era tan conocida.
rraba de que
el
Aun mas
:
se susu-
gobierno tenia mui serios informes en contra del
joven, razón por la cual le aconsejaban sus amigos a éste que hu-
yese prontamente de la capital. Pero
el
joven, hallándose bajo el
imperio de las circunstancias narradas en los capítulos anteriores,
no podia resolverse a abandonar a su esposa, ni a dejar sus intere-
merced de sus ávidos enemigos. Don Cándido era uno de los mas interesados en que Anselmo dejase a Santiago, pues no podia permanecer tranquilo mientras frecuentase su casa un individuo sospechoso al gobierno, i mas todavía, i:>rotejido por el desgraciado jeneral Freiré. Desde que éste asumió el mando del ejército, el señor de la Rueda fué el ses a
primero en manifestar ardientemente su adhesión al popular llevando su
amor
al partido
jefe,
constitucional hasta el estremo de
predicar la persecución, sin cuartel, contra los enemigos de las santas instituciones,
como
él decia.
Sin duda queria hacerse perdonar
todo lo que antes hubiera hablado a favor de los reaccionarios,
pues no cesaba de pregonar el apoyo que él habia prestado i que estaba decidido a prestar en lo susesivo al partido liberal. Pero en ^
cuanto vio que este partido facilidad con que
una
caía,
cambió de ideas, con la misma impulsos del viento sobre la
veleta jira a
aguja de un campanario. Las visitas de Anselmo fueron desde entonces para
que
el
él
una verdadera
¡lesadilla.
gobierno dudase de su lealtad?
ciones con
un mozo
tildado de hereje
dadcíi? :o:
¿Cómo habia él de permitir ¿Cómo seguir teniendo relai
perseguido por las autori-
CAPITULO xxxir.
LUCINDA EN SU CASA
«La decepción
•
fué dolorosa. Aquel leclio estaba vacío; i en lugar de las sonrisas del amor, debia encontrar la nada, la realidad fria que iba a herir su corazón. Cayó de rodillas al pié del leclio; i estrechando con mano convulsa los cobertores de la cama, miró al cielo con dolor infinito, mientras con voz desesperada
esclamaba:
¡Dios mió! ¿qué te hacia ella para que la alejaras ele mí? ¿Qué te hacia yo para que me privaras de su amor?»
(R. Pacheco.
— El Puñal
i
la
Sotana.)
Los acontecimientos subsiguientes vinieron a satisfacer los deseos de don Cándido. Lucinda, cuerdamente aconsejada por doña Estrella, trató de tomar posesión de su casa, do la cual liabia querido adueñarse don MeHton, fundado en las disposiciones testamentarias de don ]\rarcelino. Después de vencer algunas dificultades, consiginó la hija de doña Trinidad posesionarse del hogar de sus padres, que no le fué
—
—
188
posible volver a ver sin derramar amargas lágrimas.
umbrales de su
Al
casa^ al recorrer los cuartos, al ver los
pisar los
muebles
i
otros objetos que recordaban su infancia, parecíale a la pobre niña
como que
Uno
volviera de
un largo
viaje o de
un prolongado
de los primeros cuartos endonde entró, fué
Allí estaban él bracero, la tetera
i
el
el
i
se acercó a la silla
vaqueta en que su padre se sentaba. Del respaldo de rosario
i
un escapulario
de su padre.
mate de don Marcelino. Lu-
cinda miró con tierno interés estos objetos,
ba un gran
letargo.
del
Carmen:
la silla colga-
tomó;
ella los
acercándolos respetuosamente a sus labios, oró por
de
el
i
autor de su
existencia. Salió de allí con el corazón oprimido de penosos recuer-
dos,
i
En un momento
su escursion por toda la casa.
prosiguió
recorrió todo con ansiedad febril
i
como buscando algo que
lo
le lii-
Dos veces pasó por enfrente del dormitorio de doña Trinidad, i no se atrevió a entrar. Al fin entró, i corriendo hacia el lecho, con los brazos abiertos, como si tratase de abrazar a su querida madre, dio un grito i cayó de rodillas junto al borde de la cama. Madre mia! esclamó; mi corazón te buscaba, i ha sido necesa-
iciera falta.
—
;
rio el
que yo vea desierto tu lecho para convencerme de que ya no te
veré mas!
Doña
Estrella
silencio su dolor,
i
Anselmo que
la
acompañaban, respetando en
apenas se habian atrevido a
dirijirle
algunas pa-
labras de consuelo. Pero viendo la necesidad de distraerla,
ronla de
allí
que
habia cultivado, hicieron
ella
i
la llevaron ?J jardín.
sacá-
La vista i el aroma de las flores mas que las tiernas palabras de
sus amigos, pues los grandes dolores no saben escuchar,
i
solo el
cambio de escenas puede a veces mitigarlos algún tanto. Apesar de esto, Lucinda escuchaba agradecida las amistosas palabras de doña Estrella; al tocar con la
mano
sentía aumentarse su
la realidad
advertían que no tenia
—Ah! querido mío!
i
de los hechos que a cada paso
mas apoyo que solía
amor por Anselmo le
su marido.
esclamar al oido de Anselmo; ¡qué seria
no fuera por tu amor! I luego agregaba en voz alta, dirijí endose a doña Estrella: ¿En qué consistirá, amiga mia, esto de parecerme que hace
de mí,
si
—
muchos años que me hallaba separada de mi
casa?
¡Pobre niña! no echaba de ver que los días dolorosos porque aca-
baba de pasar, eran para
ella
como muchos años de
vida!
CAPITULO XXXIII.
LEALTAD.
c(La mejor i principal garantía del orden es la libertad. Si un gobierno concede a los ciudadanos la libertad de ejercer sus derechos, sin amenazas ni presión, el (5rden está asegurado por sí
en bases mas indestructibles que las que podria prestarle
mismo, el
mas
i
re|)osa
aguerrido
(Y. Reyes.
i
numeroso
—Discurso en
ejército^»
las Cecinaras
Lejislativas. Sesión de 6 de jimio
de
1871".)
La dicha de Anselmo, como toda dicha de este mundo, no era completa. Aunque se hallaba poseedor del inapreciable tesoro por el cual
habia suspirado durante años enteros, bastábale ver en des-
gracia a su antiguo jefe, a su protector
tamente de
la
mas
feliz.
i
amigo, para no ser comple-
Casi se echaba en cara su propia dicha al acordarse
mala fortuna de su querido en la idea de reunirse con
poner su espada
al servicio
ge creía perdida del todo,
él
i
jeneral,
i
cada dia se afirmaba
con sus demás compañeros para
de la causa constitucional, que aun no
— Pero nadie sabia bácia CoqiiimbOj
—
190
Freiré al dirijirse con sus fuerzas
el objeto ele
todos sus partidarios sentían que
i
el
jeneral hu-
tomado nna determinación tan inconducente, pues no era hacia el norte, sino hacia el sur de la república, adonde debia haberse dirijido, en atención a que solo allí podia encontrar puntos de apoyo biese
para obrar contra las fuerzas reaccionarias. I era tanto mas estraña que
la determinación del jefe constitucional, cuanto
po de zarpar su pequeña escuadra hacia división, bajo las
puesto proa hacia
mismo tiem-
una parte de
el norte,
órdenes de los coroneles Yiel
al
i
la
Tupper, habia
con intención de alcanzar hasta Talca-
el sur,
hnano, en cuya bahía fondearon en los primeros dias de febrero de 1830. Allí supieron cjue la provincia de Concepción les era favorable,
pues los habitantes de
la capital se
hablan pronunciado por la
cansa liberal, deponiendo a las antoridadespeluconas,
mando de
la provincia al jeneral Rivera.
i
poniendo
Este mandatario se con-
dujo con sus enemigos políticos con toda la hidalguía
i
jenerosidad
características de los defensores de las ideas democráticas;
hechos volvieron a evidenciar que contra las personas,
i
al
los liberales
i
los
no abrigaban odio
que solamente hablan tomado
las
armas para
defender sus queridas instituciones.
En
efecto,
apenas se restableció
jefe de la provincia
mandó
políticos, bajo palabra
vincial,
i
el
orden interrumpido, cuando
el
sacar de sus prisiones a todos los reos
de no hacer armas contra
el
gobierno pro-
de que ninguno de ellos saliese de su respectiva casa hasta
nueva orden. Pero esta jenerosidad no podia ser dignamente apreciada por un partido sin ideas, animado por elodio mas implacable contra las instituciones republicanas, lleno de ambiciones personales,
i
que después elevó
el
fraude
i
el
engaño
al
rango de elementos
de gobierno.
Así fué que habia puesto
el
el
coronel don José María de la Cruz (a cuyo cargo
gobierno pelucon las fuerzas de la provincia) no tu-
vo el menor escrúpulo de faltar a su palabra, fugándose a Chillan endonde pudo reunir unos setecientos hombres con los, cuales se fué sobre Concepción.
Ko
parecía sino que los hombres del partido reaccionario hubie-
sen pactado secretamente entre
sí,
el faltar
a su palabra para con-
vertir a los liberales en víctimas de su jenerosidad.
Concepción estaba indefensa;
i
tan pronto como vieron los solda-
dos de la pequeña guarnición, que su antiguo jefe estaba con un ejército
a las puertas de la ciudad, empezaron a desertar pasando-
— se a los sitiadores.
—
191
Los pocos soldados que permanecieron
de la Constitución, desalojaron la ciudad;
la causa
pudo entrar triunfalmente en la pasiva
ella, sin
i
el
fieles
á
coronel Cruz
encontrar otra resistencia que
de los consternados habitantes, cuyajeneralidad se liabia
decidido por la Constitución.
J^ada de esto so sabia positivamente en Santiago. Corrian de boca en boca las noticias
ba
a. su placer,
mas
contradictorias, cjue cada cual comenta-
enjendrando aquí
i
allí la
esperanza o la intranqui-
El gobierno mismo no estaba mas adelantado, i tenia escasa noticia sobre el cambio que en las opiniones se liabia operado en el sur de la república. Para oponerse a esta reacción, habia dispuesto la Juntado gobierno, que eljeneral Prieto marchase hacia el sur a la cabeza de un ejército ele mas de dos mil hombres que él iba enlidad.
grosando a su paso por las provincias.
Anselmo
como todo el mundo, sin saber en dónde se hallaba Freiré, i detenido ademas por la dulce cadena del amor, estaba indeciso sobre el punto hacia adonde se dirijiria, cuando una desorientado,
circunstancia imprevista vino a decidirlo.
Después de mil conjeturas sobre se supo en
la expedición
de Freiré al norte,
Santiago que este jeneral volvía de Coquimbo con in-
tención de desembarcar sus tropas en el sur de la república. Los
amigos de Freiré,
i
especialmente Anselmo, se alegraron, pues la
reacción operada en el sur en favor de la Constitución, debía ser
alentada
i
protojida oportunamente.
Pero
la
buena noticia habia
llegado junta con otra mala: la escuadra liberal liabia perdido dos
buques
i
algunos hombres.
:o:-
CAPITULO XXXIV.
POLÍTICA DE LOS VENCEDORES.
«¡Oh, libertad! después te profanaron, un siglo de luz para matarte Tus altares de víctimas mancharon, I alcanzaron al fin a esclavizarte! Asesinos tu nombre proclamaron Del crimen i el terror hicieron arte» I en
(C.
W.Martínez)
Rejía en esos dias la Ilepública, don Francisco Ruiz Tagle,
el
cual
habia recibido (aunque no aceptado) formales instigaciones de parte del
padre Hipocreitía para que aprisionase
al peligrosísimo ene-
migo, Anselmo Guzman, que a su cualidad de ardiente pipiólo, reunia la de ser amigo
i
protejido del jeneral Freiré.
Pero esta última circunstancia fué aprisionado (como a otros serlo),
muchos
pues Ruiz Tagle apreciaba
la
que libró a Anselmo de ser
pipiólos, por la única las
razón de
buenas cualidades de Freiré, 24*
— de quien había sido amigo,
194
—
repugnaba obrar, sin motivos serios, contra im pariente cercano del jeneral enemigo. Por otra parte, el presidente conocia los motivos que liacian obrar al jesuíta, pues no ignoraba nada de lo últimamente ocurrido en la familia del finado don Marcelino de Rojas, i esto era otra razón mas para que Ruiz Tagle dejase tranquilo en su casa al joven Guzman. Desgraciadamente para éste, a las hipócritas insinuaciones del jesuíta, se unian los imperiosos consejos del clérigo Franco que de se-
mpeñaba dos res;
i
i
naturalmente
ministerios, el del Interior
i
le
el
de Relaciones Esterio-
último, se agregaba a todo esto, varias cartas dirijidas al
2)or
Presidente
i
a su Ministro Franco, en las cuales se les advertía que
Anselmo era un espía de Freiré i un enemigo del partido del orden (ya comenzaba a tomar este nombre, después de haber desordenado a todo el país) tanto mas peligroso cuanto mas rica era la herencia que esperaba por su matrimonio con Lucinda. El presidente,
mas
bien por no contrariar de frente al rencoroso clérigo, que por
dar crédito a sus palabras o a las cartas recibidas,
un
dia a Anselmo. Presentóse
frir
:^ste
en
un vergonzoso interrogatorio que
el palacio,
el
nera que pareció satisfacer al presidente; retirarse,
se acercaban.
cuando
No
se dejó oir fuera
tuvo
el
tavo
allí
mismo Ruiz Tagle
sobre sus relaciones con el enemigo. Contestó
do
i
mandó llamar
i
.el
que sule
joven de una
ya éste
le
hizo
ma-
habia ordena-
un ruido como de j entes que
presidente tiempo para preguntar la cau-
sa de aquel ruido porque la puerta de la sala del despacho se abrió,
mismo tiempo
i
al
i
ajitada-:
— Señor —¿Qué
se oyeron estas palabras dichas con
Tresidente! Tictoria^ tictoría!
hai, señor
dente
a.
dado en
—Yo
una voz ronca
Franco? Qué significa esto? preguntó
el Presi-
su Ministro, mientras los que lo acompañaban hablan quela antesala.
don Cándido de la Rueda con ajitada voz i adelantándose de entre los acompañantes. El caso Gs, señor. Presidente, que la relijion va triunfando, i que ese perro do Tupper ha muerto en Talcaliuano. Aquí traigo las comunicaciones que relatan todo el hecho, agregó el Ministro, mostrando a Ruiz Tagle unos papeles que llevase lo diré a Vuesencia, respondió
—
ba en
la
mano.
—*Señor- Franco,
le
interrumpió
el
presidente con tono severo:
ruego a Üd. que haga despejarla antesala; pero antes de esto (proBi^iiió
eu voz alta) seria bueno que Ud» hiciese ver a esos caballerso^
—
195
que es poco digno, poco humano,
el
— manifestar de ese
modo
su ad-
hesión al gobierno!
Franco
salió
de la sala refunfuñando, a tiempo que
pocreitía entraba
i
el
padre Hi-
decia confidencialmente a Ruiz Tagle:
—-Tiene mucha razón Vuesencia.
No
hombres que se dicen cristianos el alegrarse de la muerte de los enemigos, aun cuando éstos sean herejes. ¡Qué Dios lo haya mirado en caridad! Ruiz Tagle no contestó al jesuitapor estar embebido en la lectura es de
de las comunicaciones que su ministro acababa de entregarle.
Por
lo
que toca a Anselmo, que habia sido testigo de aquella
vergonzosa escena, fatal noticia.
sintió hervir la
sangre en sus venas al oir la
Habia muerto su querido jefe!
i
esta noticia habia lle-
nado de especial regocijo a sus crueles enemigos! Sin querer saber mas, bajó precipitadamente las escaleras del palacio, i al salir a la plaza vio con indignación que un grupo déjente del pueblo corria gritando:
— ¡Gracias a Dios que murió maldito — ¡Viva — ¡Mueran estranjeros descomulgados! Anselmo apresuradamente a su Anselmo? preguntó Lucinda en cuanto —¿Qué ¡Tú estás pálido! ¿qué ha sucedido? — Lucinda! respondió abrazando a su esposa: herejel
el
la relijion! los
se dirijió
casa.
tienes,
le
entrar.
lo vio
te
solícita
él,
¡traigo el
alma destrozada!
En
seguida le relató en breves palabras las escenas de que habia
sido testigo, agregando:
—Yo no podia
creer a
mis
ojos,
pues entre aquellas j entes que se
alegraban por la muerte de un hombre tan digno de mejor suerte, venian caballeros que se dicen respetables tianos. ¡Si hubieras visto al clérigo
i
que se tienen por
cris-
Franco con su manteo terciado,
su sombrero echado atrás, capitaneando a aquellos fanáticos!
Menos
que un sacerdote, parecia un capitán de bandidos vestido de sotanas! ¡Ah! Lucinda mia! ¡Qué tenga yo que dejarte!
— Qué
dices!
le
interrum[)ió ella. ¿Por qué te
has de separar
de mf?
— Porque mi deber me llama a otra querida mia. —Ah! nól Eso no puede esclamó Lucinda estrechando a su parte,
ser!
marido entre sus brazos. ¡Es imposible que tú pienses formalmente en dejar sola a tu esposa que te
ama
tanto, que
ha sufrido tanto
—
—
196
que te prometería, Anselmo mío, amarte mas, si me fuera posible amarte mas de lo que te amo! Estas últimas palabras fueron moduladas cerca del oido de An-
por
tí, i
selmo, con tal acento de ternura, que le fué a éste imposible contra-
con su contestación a su amante esposa. Ella liabia cesado de hablar: pero seguia hablando mas elocuentemente aún con sus ojos riar
preñados de lágrimas. Miróla Anselmo, el
viendo en aquella mirada
i
apasionado corazón de su mujer, inclinóse sobre ella cual
tase de respirar el
aroma de un manojo de
sus brazos. Sus alientos se confundieron,
flores
si
tra-
que tuviera entre
un doble beso resonó en
i
el espacio.
Al mismo tiempo pertó a los
un ruido de voces que desamantes esposos de sus sueños de oro. Quiso Anselmo se dejó oir afuera
abrir la ventana que caía a la calle para ver la causa de aquellas
voces que parecían de carácter amenazador, pero se detuvo al sentir varias pedradas que chocaron en las rejas de las ventanas.
— ¡Dios mió! esclamó Lucinda; ¿Qué cómo que atacaran que —Yo
así
me
querías dejarl Parece
significará esto?
la casa!
te esplicaré lo
i
Anselmo; o mas que dicen, pero no tengas
esto significa, respondió
bicQ, los asaltantes lo esplicarán.
Oye
lo
miedo. I mientras
puerta de
apresuradamente a hacer que se atrancase la Lucinda, temblando, se puso a escuchar el vocerío
él salia
calle,
que habia aumentado considerablemente. ¡Muera Freiré! gritaban. ¡Viva la relijonl
—
-^¡Ya ha muerto
el
condenado Tupper,
a poco todos los malditos herejes ¡Bala fria, muchachos! Bala
—
i
i
así irán
muriendo poco
j)ipiolos!
fria
•ÍOÍ'
contra el pipiólo
Guzmanl
CAPITULO XXXV.
EL
DEBER
I
LAS CIfíCUNSTANCIAS.
«¿Merecen nos
el
nuestros gobier-
nombre de republicanos?
En
vez de gobernar con el puepor el pueblo i para el pueblo, han gobernado con el partido, por el partido i para el par-
blo,
tido.»
(Justo Arteaga A. Discurso^ Agosto 4 de 1870.)
«Bajo
la influencia
mala política
de una
se pervierten los
mejores talentos i los mejores caracteres: desaparece la dignidad de la intelijencia, i la probidad del corazón».
(Domingo Arteaga A. curso.
Lucinda
se liabia hincado
— Octubre
14:
Disde 1^11.)
a rezar en un ángulo de la pieza: las
pedradas continuaban resonando en las puertas de las ventanas, cuyos vidrios caían hechos trizas.
—Ya ya ves
ves, querida
la suerte
que
Lucinda, dijo Anselmo entrando de nuevo;
me
espera
si
me
quedo en Santiago.
—
198
—
—Pues nos retiraremos a de haciendas. — querida mía! Todavía no podemos
aquí, en
vivir lejos
Ali!
herencia nos pertenezca mientras
el
nná de nuestras
saber qué
padre Hipocreitía
cosa de tu i
don Meli-
ton tengan en su poder esa arma contra nosotros....
—¿El primer testamento de mi padre? pero pasará. — —Estoi Pero, díme: ¿no está anulado ese primer tamento por segundo? —Es cuestión de Lucinda; ya echarás tú de ver tranquilízate, esto
Sí, hijita;
tranquila...
tes-
el
tribunales,
estando
el
i
si
poder en manos de nuestros encarnizados enemigos, po-
dremos tener
fe
rromper. Nó,
hijita, es preciso
en los juzgados que ellos han empezado ya a co-
que yo salga pronto de
aquí....
— Bien! interrumpió Lucinda con ¡Está Salgamos: yo acompañaré.... — Pero, advierte que yo tengo que guerra quieres —Note detengas; concluye: — Es verdad, respondió tristemente joven. — Pues yo no tengo miedo en acompañarte cualquiera que sea exaltación...
bien!
te
ir a. ...
decir?
¿a la
el
el
lugar adonde quieras
ir.
¿No
soi
tu mujer?
Anselmo por toda contestación abrazó a su
idolatrada esposa,
diciendola:
—Lucinda:
¡eres
el áujel
de mi dicha!
No puedo
esplicarte lo
que siento al tener que separarme de tí; pero un deber sagrado me llama cerca de mi jeneral, de nuestro amigo, i mas que todo eso,
Lucinda mia, del protector de nuestros amores. ¿Te acuerdas cuándo sus palabras nos alentaban dándonos esperanzas sobre nuestra unión, que a veces nos parecía imposible? Ahora, él se encuentra en el campo de batalla, i yo debo correr a su lado. La ]3atria reclama mis servicios, i es preciso que desenvaine esta espada en defensa de nuestras instituciones rencia que
i
nuestra libertad, la
podemos dejar a nuestros
hijos.
mas
preciosa he-
¡Oye las voces de esos
hombres feroces que quisieran beber mi sangre porque he dado la mia por darles libertad a ellos mismos! Ellos no saben lo que dicen ni lo que hacen, pero han sido azuzados por los jefes de un partido sanguinario, que, a nombre de la relijon, predica la matanza i trabaja por implantar en Chile el despotismo
de
él se derivan.
¿Cómo permanecer
i
a sangre
todos los vicios que fría,
viendo que los
enemigos^de la democracia se han adueñado del gobierno? ¡Perdó-
name, Lucinda, que
te
hable
así,
pronto nos volveremos a ver!...
— Tú
199
—
doña Estrella^ quien ya
te quedarás con
me
lia
ofrecido su
casa.
Lucinda callaba mientras tanto; pero se conocía la violencia que tenia que hacerse para no contrariar a Anselmo. Ya la bulla liabia cesado en la calle, i los grupos se hablan deshecho, yéndose a alborotar otras calles
i
apedrear otras casas de pipiólos.
Anselmo llamó a su
asistente que le servia de portero,
i
de cuya
fidelidad tenia repetidas pruebas.
— Pedro, mañana de aquí: prepara yo tengo que caballos. mi capitán? preguntó Pedro. —¿Nos vamos respondió Anselmo. — Me -I yo? —Tú quedarás aquí. — Pero ¿No dices que me quieres? — — Mas que a mi por eso me' admira de que me ordene quedarme. —Porque quedándote me darás una prueba de tu le dijo:
salir
los
al sur,
iré yo,
te
^-
Calla.
vida,
i
fidelidad
riño por mí. Te encargo a Lucinda:
si
algo
le
i
ca-
sucede por tu des-
cuido... •
—Ya entiendo, mi
capitán.
La
señora tendrá en
mí un
perro dis-
puesto, no solo a ladrar sino a morder al que trate de hacerla el
menor daño.
—Está
búscame un buen baqueano que me acomcamino de la costa. Será bien pagado.
bien. Ahora,
pañe a Talca por
el
Pedro saludó militarmente
i
se retiró a
-:o;
cumplir su comisión.
CAPITULO
XXX VI.
ANSELMO SE DESPIDE DE ANDRÉS.
«Así perece la infancia I la blanca juventud,
Del. patricio la arrogancia, Del patriota la constancia, I la voz de la virtud.»
(Domingo Arteaga A.) Habiendo tomado su resolución, Anselmo
doña Estrella; i después de haber hablado con ésta, se dirijió a la morada de su amigo, el capitán Andrés Muñoz, a quien le comunicó su proyecto, creyendo que su antiguo compañero seguiría su ejemplo. Andrés dejó hablar a su amigo, i cuando hubo concluido, le dijo se fué a casa de
con tristeza:
—Te acompañaria, Anselmo; pero mi mala suerte me impide. —¿Por qué? — He dado mi palabra de honor gobierno actual de no hacer lo
al
armas contra
él,
25
— —¿Tú, uno de
202
—
que mas lian peleado por
los soldados
el sosten
de
nuestras instituciones?
—
^Es cierto,
Anselmo, que
lie
derramado mi sangre por esa cau-
porque la creo santa. Estaría dispuesto a dar mi vida por
sa,
ella.
un hombre, i mas cuando ese hombre es un soldado? Una puñalada, un sablazo, una bala tirada al acaso, pueden cortarla en un momento... Pero cuando de esa vida depende ]a de ¿Qué
es la vida de
otros seres queridos e inocentes... Mira...
Andrés no concluyó su espresion; pero mostró con el dedo a su amigo las ventanas de una pieza que estaba enfrente del cuarto endonde hablaban. Miró el joven, i al través de las rejas vio a Cecilia sentada con un niño en los brazos, mientras otros dos mayores se entretenían en jugar alegremente al rededor de su cariñosa dre.
Este cuadro, digno del pincel de Kembrandt, oprimió
zón de Anselmo porque
ma-
el cora-
memoria su separación de Lucuyas últimas palabras resonaban aún temblorosas en sus
cinda,
le trajo a la
oidos.
Pero haciendo un esfuerzo sobre
sí
mismo,
— Te comprendo, Andrés! — tengo, a quien encargar dijo éste,
ISTo
lia...
Tú
los dejase aquí
i
a los niños... ¿qué seria de ellos
yo
si i
ren-
también quise acompañar a Picarte para reunir-
con Freiré en Valparaíso; pero i
cuidado de mi fami-
abandonados a merced de hombres irritados
corosos.? ¡Ah! yo
pared,
amigo:
sabes que este gobierno, no solo persigue a sus enemigos,
sino también a las mujeres
me
el
dijo a su
me pusieron
entre la espada
i
la
juré no hacer jamas armas contra estos traidores!
— Comprendo tu posición —En cuanto a prosiguió i
tí,
te
compadezco, respondió Anselmo. alabo la determinación
el capitán,
que has tomado... Vete a reunir con Freiré
i
dile...
Nó! no pronun-
mi nombre ante mis antiguos compañeros! Solo te digo que pueden estar seguros de mi amistad, i tú mas que todos ellos! cies
joven. ¡Adiós! — Lo amigo mió, tristemente —Adiós! Anselmo ¡qué victoria acompañe —Dime, Andrés, esclamó de repente Anselmo ¿no podrías. el
dijo
creo,
la
siem2)re!
te
:
nó... es preciso
Pero
que cumplas tu palabra empeñada... Adiós! otra
vez... Despídete por
—Así
. .
lo liaré,
mí de
tu esposa,
i
dile...
interrumpió precipitadamente Muñoz. ¡Pobre Ce-
mirando tristemente hacia la ventana endonde se divisaba su familia reunida. Mejor es que no vayas a despedirte de cilia!
prosiguió,
— Evitémosle un mal
ella...
mió!
203
•
raijo...
—
¡Ha tenido que sufrir
tanto,
amigo
.
Al
decir esto, se abrazaron;
con las lágrimas en los
i
ojos, se se-
compañeros a quienes talvez estaba reencontrarse bien pronto el uno enfrente del otro en el
jDararon estos dos antiguos
servado
el
campo de
batalla.
— ¡Maldita sea país
i
la
lucha que así divide a los
liijos
de un mismo
que obliga a la patria a destrozarse las entrañas con sus pro-
Andrés cayendo sobre una silla. En seguida se puso de pié como por un movimiento febril, i empezó a pasearse a lo largo del cuarto con una ajitacion que revelapias armas'! esclamó
ba bien claro
— ¡Ah!
la intranquilidad
decia,
como
si
de su alma.
su amigo pudiera
oir sus
entrecortadas es-
presiones: tienes razón, Anselmo! Tienes razón en
por haber tenido que renegar de mi bandera.'..
¡I
compadecerme
quién sabe
si
de-
Porque aquí, en mi conciencia, siento que es algo como una traición esto de quebrar su espada cuando podría esgrimirla contra los enemigos de mi causa!... ¡Fatalidad de mi suerte! ¿Por qué no me mató una bala en el campo de biera yo decir: ¡por haber traicionado! ..
,
Ochagavía? Pero nó! Soi un insensato!... Gracias, Dios mió! por
haberme conservado de mis
hijos! Sí! prosiguió,
¡he jurado no
mi pobre mujer i empuñadura de su sable:
esta vida, que es la vida de
apretando la
hacer armas contra esos miserables traidores; pero
también juro ahora no pelear a su lado céntralos amigos de
la re-
23Ública!
En
aquel
momento entró
al cuarto, Julia, la liijita
mayor de An-
drés.
— Papá! esclamó con de su padre. preguntó —¿Qué — üd. ¿por qué está —Yo no mia! — entonces yo tampoco la niña,
las
lágrimas en los
ojos,
al
notar
la tristeza
tienes?
éste
le
I
acariciándola. ¿Por qué lloras?
triste?
estoi triste, hija
I
lloro,
contestó la niña sonriendo mien-
tras se limpiaba los ojos.
Abrazóla Andrés; por
las
una lágrima que rodó tostadas mejillas del soldado, cayó como el bautismo de la i
al besarla en la frente,
desgracia sobre los ensortijados cabellos de la niña.
:o:-
CAPITULO XXXVII.
LA BARRA DE CONSTITUCIÓN.
c(Es una torpeza en un hombre de estado cerrar la puerta para toda conciliación, i poner a sus adversarios en la alternativa de perecer o combatir.»
(M. L. Amunategui.
—Dictadura
de
O^HigginSy capitulo XI,)
«Cuando im pueblo
se
divide en
vencedores i vencidos, en verdugos i víctimas; cuando el gobierno jamas perdona, sino que persigue sin tregua a sus adversarios rendidos en tal caso, es buena i iitil, justa i santa la reacción que se intente para restablecer el equilibrio perdido.))
(Marcial González. i
Pero Tupper no noticia,
liabia
—Los ¡xroscntos
las letras.)
muerto;
i
hé aquí
el oríjen
do esta falsa
que tan de buen humor habia puesto al behcoso clérigo
jTranco.
Según hemos dicho en
el capítulo anterior,
Tupper
i
Viel hablan
llegado a Talcahuano en el bergantin Constituyente poco después do
—
—
206
Concepción a favor de la cansa
la sublevación de
cnatro lioras despnes de liaber fondeado ellos en
el
liberal. Veinti-
pnerto antedicho,
llegaba a la isla Quiriquina, sitnada en la boca de la estensa bahía, el
bergantín Aquiles, de la escnadra pelucona, qne habia seguido la
pista al
Constituyente.
AqiáleSy atacándolo
al
Tupper concibió el proyecto de tomarse abordaje por medio de lanchas que solo
liabian de servir para conducir sus soldados.
bastó para formar
el
proyecto
i
Una
al le
sola tarde le
preparar su jente, que hizo embar-
car en ocho lanchas en cuanto las sombras de la noche cubrieron la
La noche
bahía.
era oscura
i.
el
mar
estaba en calma. Los asaltan-
tes alcanzaron a rodear el bergantín,
el
habrían acertado su atrevido
no hubiesen sido descubiertos a tiempo de aborbuque. El combate fué corto, pero terrible. Se peleaba cuer-
golpe de manos,
dar
i
si
po a cuerpo. El mismo Tupper, herido en un brazo, cayó al agua i se le creyó muerto,, por amigos i enemigos, lo cual decidió la victoria en favor de los asaltados. Los asaltantes fueron rechazados; pero tuvieron la felicidad de salvar la vida a su valiente liabia conseguido
permanecer a
flote
juiíí
ylih)
nime,
jefe,
que
a quien recojieron casi exá-
i
Por manera que el placer del anibicioso i feroz clérigo, se tornó en rabia cuando se supo después en Santiago que el bravo coronel, lejos de haber muerto, liabia tomado por asalto, en unión con Yiel, la plaza de Chillan defendida. por el coronel don José María de la Cruz, cuyas fuerzas eran el doble de la de los sitiadores.
Poco después de estos sucesos,
es decir, a fines del
mes de marzo,
llegó Freiré al puerto de Constitución con solo dos buques el bergan:
tín Aquíles,
endonde iba
ta Dilijente.
A
liberal,
Dos de
estos dos
compuesta de éstas,
la
él
i
la
mayor parte de
los oficiales,
buques habia quedado reducida
seis
embarcaciones al
balandra Juana Pastora
i
el
salir
la
i
la gole-
escuadra
de Coquimbo.
bergantín
Dos
Iler^
manos, liabian sido capturadas casi en las aguas del puerto antedicho por la goleta contraria
Colocólo.
Los otros dos bergantines
(Railef i Olifante), habían navegado en convoi hasta la costa de la
Navidad, endonde, combatidos por una tormenta, estuvieron a
punto de perderse con mas de trescientos soldados del Concepción del Chacahuco que conducían, al
mando de
coronel Rondizzoni
coronel Castillo.
barcar la tropa,
i
el teniente
sus respectivos jefes, el
Hubo que desem-
después de lo cual se fué a pique
habiendo determinado
los
i
el
Olifante. I
antedichos jefes conducir sus soldados
por tierra hacia Constitución, volvióse
el
Railef a Valparaíso,
^ Nada de esto sabia Freiré, momento a otro los buques pero
—
207
que esperaba ver llegar de un
así es
atrasados.
La
tropa estaba en tierra;
jeneral no liabia querido desembarcarse, manteniéndose en
el
observación con su bergantín listo para prestar auxilio a sus otros
buques en caso necesario. Mas habiendo tenido noticias de que Rondizzoni, i Castillo se acercaban por tierra; i sospechando lo su-
momento. Aunque los conocedores le hicieron ver los peligros que ofrecía la poca agua de la barra de aquel puerto, famosa en siniestros, a lo cual se agregaba el mucedido, determinó desembarcar al
cho calado del Agutíes^ no desistió de su idea j)uerto.
Los temores
se realizaron,
i
el
i
ordenó entrar en
el
bergantín encalló en un- ban"
co de arena, abriéndose por la proa.
Un
grito de horror fué lanzado
multitud de jentes que desde la playa presenciaban la
j)or la
ble escena,
i
al
momento
se prepararon varios botes
i
terri-
lanchas para
socorrer a los náufragos.
El buque, combatido perlas marejadas del sur, que cual ariete, inmenso golpeaban su costado de babor, se iba abriendo cada vez mas i hundiéndose por la popa. Cada marejada arrastraba una parte de la obra muerta, llevándose ya un marinero, ya un soldado de' los que hablan quedado abordo. El golpe de las olas sobre el casco, .
el silbido del
viento por entre la arboladura, el chasquido de las
cuerdas que se cortaban,
i
el
crujimiento seco de los mástiles sacu-
didos en su base, formaban un ruido aterrador.
Los botes se habian echado al agua, una gran parte de la tripulación.
El jeneral, de
pié, cerca
de la proa
te de la obra muerta, parecía
que
lo
i
i
embarcadose ya en .
asido fuertemente a
empeñado en no bajar a
aguardaba, hasta que no desembarcase
Habiase atado a
la
borda
el
descendía hasta la lancha,
el
ellos
una parlancha
la
último hombre.
estremo de una escala de cuerda que por ella acababa de bajar don Ni-
i
colás Freiré, sobrino del jeneral, quien gritaba a su tio que descen-
diese pronto.
•
El buque seguia crujiendo horriblemente, i amenazaba hundirse de un momento a otro cuando el jeneral bajó a la lancha. Desgraciadamente
el
mar
estaba ajitado,
i
las corrientes del sur
la lancha hacia la playa de Quivolgo, en cuyos
han perdido tantas embarcaciones. De unos habian quedado atrás, rio,
i
solo
una lancha
i
las
impelían
bancos de arena se
demás lanchas
i
botes,
otros iban entrando por la boca del
se habla perdido enfrente de
rocas llamadas las c(Ventanas.í>
las jigantescaa
- á08 Por en medio de estas rocas atravesaban
el
mar
parecía vomitar
olas
que
canal de entrada, dificultando el paso hacia el inte-
el
Al pasar por
punto antedicho, la lancha del jeneral sufrió, de costado, el choque terrible de una marejada que hizo volver su proa hacia el norte, poniéndola en inminente pelirior del puerto.
gro de perderse, pues
el
timón se habia quebrado;
una segunda marejada
virar,
La
tripulación
el
la llenó casi
i
no pudiendo
de agua.
hacia grandes esfuerzos por enfilar la corriente
del rio; pero la falta del timón les impedia maniobrar en este sentido.
Ya creían
tres lanchas
i
su pérdida segura, cuando vieron venir hacia afuera
un
bote, impulsados
la corriente del reflujo.
El bote
i
no solo por
una de
los remos,
sino por
las lanchas venian adelan-
te; las otras
dos lanchas se habian quedado atrás como temerosas
de arrostrar
el peligro. Este,
en efecto, era considerable en aten-
ción a que, para llegar a la lancha amenazada, se debia virar hacia el noroeste, lo
que esponia a recibir por
el costado
las repetidas
marejadas de las ((Ventanas.»
Al enfrentar a estas rocas, el bote se adelantó rápidamente, i el jeneral Freiré pudo ver que el oficial que allí venia con dos marineros, era Anselmo Guzman. Anselmo! gritó Freiré, no te espongas a una muerte segura!
—
Mira que tir el
es imposible
golpe de la
que esta embarcación tan débil pueda
resis-
ola!
Pero Anselmo, saludando con la mano a su jeneral, labra a los dos marineros i requirió el timón.
dirijió la
pa-
El bote volvió con la prontitud de un lijero corcel i se lanzó como una flecha hacia la lancha, a la cual le era imposible salir de un remolino formado por las encontradas corrientes. En balde quisieron los bogadores neutralizar con los remos el empuje de la marejada, a fin de evitar un pehgroso choque contra la lancha: el bote chocó contra la proa de ésta, haciéndola virar hacia el sur
sando unas diez o doce brazas adelante. Con
el
i
pa-
cambio de posición,
ya en mui mal estado, recibió por la popa un terrible golpe de ola que acabó de abrirla, llenándola de agua. Afortunadamente uno de los marineros del bote habia lanzado al pasar un cabo que otro marinero de la lancha pudo cojer en el aire; i hé aquí porque aquella embarcación, a pesar de la velocidad que traia,
la lancha,
no
se habia alejado de la lancha sino el largo de la cuerda.
dos de ésta, pudieron atraer hacia ellos
el bote,
Toma-
a tiempo que la
desencuadernad^, lancha se hundia bajo de las olas.
—
.
209 -^
Solo quedaron flotando los que sabían nadar.
En
momen-
aquel
supremo fué cuando don Nicolás Freiré, viendo que su tio luchaba en vano contra la corriente, se lanzó hacia él; i tomándolo de un brazo, pudo llevarlo a nado hacia el bote en el cual solo se veían los dos marineros de su tripulación, otros dos de la lanc ha i un
to
oficial
que llegó después nadando.
¡Ha muerto! esclamó vién— Anselmo? preguntó fondo del dolo exánime en marineros que ocupaba de respondió uno de —Nó, cabeza del joven. atar con un pañuelo —Respira! con alegría jeneral examinando de cerca el jeneral.
¿I
bote.
el
se
los
señor,
la
dijo
que amaba como
si
al
el
faera su propio hijo... ¡Pronto a tierral
gritó.
Pronto! pronto!
Mientras
bote se dirijia hacia el desembarcadero, le contaron
el
que, al dar éste contra la lancha, le había sido imposible a Ansel-
mo
evitar que su cabeza chocase con la proa por debajo de la cual
había pasado
El golpe lo aturdido
el líjero
le
bote con estrema velocidad.
había roto
dejándo-
la frente cerca del ojo izquierdo,
instantáneamente; pero pronto empezó a dar señales
de vida. Sin embargo, no hablaba
i
parecía atacado por una fiebre
que algunos momentos después se hizo violenta. Llegados a
tierra,
pusiéronlo sobre una camilla improvisada,
i
cuatro soldados lo llevaron al alojamiento del jeneral. Este, que lo
mayor interés, ordenó que cama, sentándose él mismo a la cabecera
atendía con el
lo
acostaran en su propia
del enfermo.
El cirujano habia examinado i curado la herida, declarando grosa la fiebre que se habia producido. El enfermo empezó a
pelideli-
rar:
— ¡Pobre Lucinda! esclamó con palabras entrecortadas.
Ven, mi
¡Mas todavía, porque apenas tengo El corazón no te engañaba cuando me de-
querida esposa; acercante! fuerzas para hablar!...
cias.llorando que yo liabía de venir a morir aquí!...
dejarte para siempre!... ¡Pero, perdóname,
alma
¡Que yo iba a
mía...!
¿Cómo no
habia yo de venir a com})artír la suerte de mis com})añeros de armas?... ¡Tú sabes cuánto
me
era tan dulce aquel lazo que
mi
quei'ido jefe,
rra... sin volar
mi
costó separarme de tus brazos!...
me
protector...
detenia!...
Ahí
Pero, ¿cómo dejar que
sufriese solo las fatigas de la gue-
a su lado para pelear contra los malvados que
lo
han engañado tan miserablemente?... Oyes Lucinda?... ¡El amor me manda quedarme junto a tí... pero el deber me ordena poner al
— servicio
—
de la república esta espada que
regaló!... Adiós,
El
210
el
inmediata.
Freiré
me
Lucinda! Adiós!...
caer exánime sobre
la
almohada. El jeneral, que se
miraba lleno de emoción; enfermo, cuando él, volviendo
de su asiento,
mismo jeneral
haciendo un esfuerzo como para levantarse, volvió a
febrítico,
de hablar
el
lo
No
quería que
i
liabia alzado
no bien hubo concluido
la cara, entró
en la pieza
sus oficiales allí presentes lo viesen
llorar.
:o:
CAPITULO xxxviir.
EL
CONSEJO.
«Menesos sentía nna
ropuonancia jjor toda innovación, i estaba mui distante de poner su voluntad o su Lrazo al servicio de una política que no hubiese recibido el aliento de su propia iusi)iracion.)) (R.
SoTOMAYOR Valdez.
o'ran
— El Minis-
tro Portales.)
La pobre Lucinda siendo víctima de la le dio el él. i
liabia
mas
quedado desolada en
la ca})ital,
cruel zozobra, pues desde (pie
i
s^eo-uia
Anselmo
último abrazo de despedida, no habia tenido noticias do
Por fortuna
la
pobre niña liabia encontrado en Andrés ^Munoz
en Cecilia (para quienes Anselmo dejó una
lari^a carta encara-án-
doles a su querida esposa), liabia encontrado, decimos, cu los dig-
nos amigos de su marido, un consuelo que
le
hacia
mas
soportable
una persona con quien hablar íntimamente de su esposo, era para ella una verdadera ue-
la soledad de su corazón. Tener cerca de sí
oí 9
cesidad; asi fué que, habiéndole rogado Cecilia que &e fuese a vivir
a su casa, mientras volvia Anselmo, Lucinda aceptó con gratitud la
buena amiga,- i se trasladó a casa de Andrés. Pero esto no bastaba para trancpiilizar el combatido espíritu de hija de don Marcelino, para la cual los dias eran cada vez mas
oferta de su
la
largos. Acostábase todas las noches con la esperanza de que al dia
siguiente llegarian noticias del sur; })ero amanecia el dia siguiente,
i
las noticas
no Ihígaban;
si
i
llegaban, eran tan contradictorias
que mas servían para desorientarla que
])ara conocer la verdad.
El gobierno mismo no estaba mas adelantado sobre lar;
i
tanto a
él
como
al partido pipiólo, les sucedía lo
interesado en la realización de
mentaba a su modo tal;
i
un hecho
el particu-
que a todo
cualquiera: cada cual co-
las contradictorias -noticias llegadas a la capi-
despreciando las adversas, daban acojida solamente a las
que estaban acordes con sus mas ardientes deseos. "Por fin llegó a saberse, de
de Freiré en Constitución; dar lugar a chismes
i
una manera
i
fidedigna, el desembarco
las conjeturas
i
chismes cesaron para
No
conjeturas de otra especie.
faltaba quien
asegurase que Freiré habia nmerto ahogado; ]3ero otros mos-
traban cartas de puño ción. ETabia quienes
im gobierno como
el
i
letra del jeneral, escritas desde Constitu-
miraban como una locura
el
querer derrocar
de la Junta, tan sólidamente establecido ya;
mientras que otros, perdonándole al jefe pipiólo su antorior estravío, lo
miraban como
al
redentor de las libertades públicas,
esperaban todo de su heroísmo, con una
fe ciega
en
i
el prestijio
lo
de
su antigua gloria.
Por su parte,
el gobierno, se
habia reunido en consejo para resol-
ver sobre las m.edidas que convendría adoptar. ¿Debia esperarse a
marcha hacia
Freiré en Santiago o salirle al encuentro en su capital?
Hé
aquí una cuestión de
suma trascendencia que
una solución tanto mas pronta i como el presente, el éxito depende
enérjica cuanto que, las
mas
la
requería
en casos
veces de la prontitud
i
de la enerjía en las operaciones. Pero era menester oir la opinión de los prohombres del partido; i en consecuencia, fueron llamados al Consejo los amigos
mas
íntimos, éntrelos cuales se distinguian
nuestros antiguos conocidos don Víctor Dorriga Buita,
i
el
incansable je-
quien ya no hacia misterio de su adhesión a los relijiosos pe-
lucones,
i
hablaba de
las ideas anticristianas
de
los pipiólos,
no
solamente dentro del palacio del gobierno, sino también delante ds los amigos de su antiguo confesadoj
el
jeneral Pinto.
— Señores! ;
dijo el ardiente
clérigo Franco,
bien que tomando la ])alabra: va sabemos
el
arrebatando,
mas
arribo del revoltoso
Freiré a la !N"ueva Bilbao....
— Constitución, señor, interrumpió don Francisco Ruiz Tagle. — Constitución o í^ueva Bilbao, poco importa por abora nomle
'
el
que no po-
bre, replicó, terciándose el m'anteo el antiguo realista,
nombres dados por los republicanos. Lo que importa es saber, como ya lo sabemos de positivo, que el revoltoso enemigo del orden lia desembarcado en aquel, día avenirse ai\n con dar a los lugares los
puerto. Mas, por gracia de la Divina Providencia, que tan evidente-
mente
ha podido Freiré desembarcar allí sino con mui pocos soldados. Siendo como es un iluso, no es extraño que pretenda venir a arrebatarnos el poder que Dios ha puesto en nuestras manos, i que la relijion misma nos ordena i manda defender a todo trance, muriendo, si es preciso, antes que entregarlo a los que tan mal uso saben hacer de él. Esas pretensiones del candido Freiré las vemos reflejarse aquí en el semestá favoreciendo nuestra santa causa, no
blante de sus crédulos ade})tos, que llenan esta capital,
i
de los
debemos defendernos i librarnos, antes que de su ya des. prestijiado jeneral. Tenemos, pues, al enemigo en casa; por manera que no me parece prudente dejar indefensa esta ciudad, enviando nuestras fuerzas a combatir contra un enemigo casi reducido ya a la impotencia, i que la Divina misericordia acabará de.... cuales
— aténgase a Vírjen —¿Qué decia üd., señor mirada chispeante. —Decia, respondió la
Sí!
i
no corra! interrumpió 'Aldeano son-
riendo.
don llodrigo? preguntó Franco con
el interpelado,
que, cuando S6 divisa
conveniente a nuestra marcha, es preciso quitarlo del camino, otros,
ir
pronto hacia
un
él,
in-
para
no esperar que ese estorbo ruede hacia nos-
i
porque puede llegarnos mui crecido!
— Pues yo creo que ese inconveniente, de disminuirá, porque llegará hecho pedazos a nosotros. — ¿Por virtud del Altísimo? preguntó Aldeano. — NóJ sino por su respondió Franco, moviendo su al coiitrario
lejos
cre-
cer
proi)ia virtud,
brazo como quien juega •
— Pues
pocreitía.
yo
soi
Mas
al sable.
del parcííer del señor Aldeano, dijo el padre líi-
fácil es
pasar
el
curso de un rio en su nacimiento
que mas adehmte....
— En cuanto a mí,
interrumpió Franc(>, halh^ mas
iucil
pasar
— comente
la
en
cuando parte de sus aguas
rio,
se lian
consumido
camino.
el
—
del
214 -.
I
lian sido
¿si
aumentados con
ricos afluentes? replicó el je-
suita.
— Oh!
esclamó don Diego Portales, que estaba sentado cerca
del presidente; hablen de
DiosI
modo que
Don José Tomás me acaba de
por
se entienda,
decir que no
el
amor de
ha comprendido
palabra de lo que han dicho ustedes!
—Yo
no he dicho eso, replicó el presidente mirando de reojo a Portales. Lo que he dicho es que aquí hemos venido a ver si conviene o nó enviar tropas al sur. ¿Qué le parece a Ud., señor Dorriga:
—Yo creo que
debieran ya estar nuestros soldados a orillas del
Maule, respondió con voz clara don Víctor. Verdad es que Freiré tiene ahora pocos soldados;
que aumente sus fuerzas,
mas
j)oy lo
mismo debemos impedir
lo cual conseguirá, si llega
a Talca
sa prontamente a Colchagua, cuyos habitantes son, en su parte, pipiólos.
Es menester que no nos engañemos:
pa-
i
mayor
Freiré tiene
muchos partidarios entre el Maule i el Cachapoal; por consiguiente, no debemos dejarlo poner el pié en esos centros de población, endonde puede formar i equipar un ejército. Es preciso, pues, irnos en derechura al Maule, dir el paso a los
i
ojalá
no sea demasiado tarde para impe-
soldados de Rondizoni
de Castillo, que harán
i
por reunirse cuanto antes con su jeneral. Prevaleciendo
que alistase su
eí
parecer de Dorriga, dióse orden a Prieto de
ejército
para ponerse prontamente en marcha ha-
cia el sur.
La Junta nombró
sucesos posteriores probaron
Junto con
mismo don
auditor de guerra al
las noticias
el acierto
Víctor,
i
los
de este nombramiento.
que tanto preocupaban a los pelucones,
habia llegado la del siniestro acaecido en la barra de Constitución.
Lucinda oyó, mas muerta que viva, miento que tan cruelmente la heria en
la relación el
corazón;
de un acontecii
como no
falta-
ba quien dijera haber visto cartas de Constitución en que se hablaba de la segura muerte de Anselmo, la ])obre niña se resolvió a ir ella en persona, i
a prestar los indispensables servicios a su esposo;
rogaba a Dios que
lo
si
conservase siquiera
mo
aliento.
En vano
habia de morir el
el
hombre que tanto amaba,
tiempo necesario
le hicieron ver,
j^ara ir a recibir su iilti-
Andrés
i
Cecilia, los peligros
a que se esponia con un viaje tan largo, por caminos intransita-
OÍ5 bles,
plagados de salteadores,
conmovido por
rio
guerra
la
teniendo que atravesar un territo-
i
no escuchando mas que
Ella,
civil.
a su corazón, allanaba todas las dificultades que Muñoz trataba de pintarle con los mas vivos colores; i siendo el amor tan inj enlo-
un proyecto, como
so j^aTa concebir
activo
i
enérjico para llevarlo
a cabo, en menos de veinticuatro horas, ya Lucinda habia preparado su pequeño equipaje de viajero, agregando a
completo de hombre, que Pedro
le
él
un vestido
aconsejó llevar.
Viendo Andrés que nada podia disuadir a Lucinda de su pensamiento,
mos
acompañarla; pero por desgracia, en esos mis-
resolvió
dias, recibió el capitán
de la ciudad, mientras
el
Muñoz
orden de no
la perentoria
salir
gobierno no dispusiera otra cosa, advir-
una
tiéndosele -que tendría que desempeñar, en pocos dias mas,
co-
misión importante en Valparaíso.
Bien conoció Andrés que no
nuevo gobierno,
i
se tenia confianza
en su lealtad al
que solo se buscaba un pretesto para separarlo
del ejército que pronto debia batirse con los liberales. Lejos de resentirse por esto, agradeció que se le tuviera por leal a las ideas
a que siempre habia servido; pero sintió grandemente
el
acompañar a Lucinda,
caminio de
la cual se dirijió al
Melipilla, que era la vía de
sur por
el
no poder
menos inconvenientes, en aquellas
cir-
cunstancias.
Vestida como una pobre mujer del pueblo,
mente por Pedro, para
mo
viaje,
evitar sospechas,
i
acompañada
sola-
emprendió su peligrosísi-
confiando en que llegaría a su término sin ser conocida,.
Al mismo tiempo que Lucinda se dirijia al sur, por el camino de la costa, (mui conocido por su fiel asistente,) el jeneral Prieto conduela su ejército hacia Talca, por el camino llamado entonces de la Concepción, que divide lonjitudinalmente el
Constaba
el ejército
montadas. Aunque, según
el
opinión respetaba grandemente
i
doce piezas de artillería bien
parecer del consejero Dorriga (cuya el
jeneral Prieto,) debia andarse en
'marchas forzadas para llegar a tiempo,
primeras lluvias habían
])or la
'no era posible
prontitud un ejército por una vía mala
tales dificultades,
lieciio casi
el
intransitable.
una semana después de dada
Junta de Gobierno,
atravesado
rio
mas de
pelucon de mil trescientos infantes,
ochocientos hombres de caballería,
mayor
gran valle central de Chile.
es decir,
Tinguiriricu,
i
el
la
(hí
suyo,
i
que las
Mas, a pesar de orden de marclia
2 de abril, el ejército habia
su vanguardia se
acampada sobre lamárjen izquierda
conducir con
del
hallaba ya
Chimbarongo. Allí
se
supo
—
216
—
•
que las fuerzas constitucionales no liabian atravesado aún el Maule, i que Freiré se ocupaba en reorganizar su ejército, al cual ya se liabia incorporado Yiel
i
Tupper, quienes liabian traido del sur
algunos veteranos de caballería, con los cuales venian como auxiliares,
unos ciento cincuenta a doscientos indios bien montados.
Esta noticia puso de buen humor trance queria pasar los rios Lontué
go
se enseñorease del
i
al hábil Dorriga,
Claro, antes de que el enemi-
ondulado llano que
se. estiende
atravesado por una multitud de quebradas
presentaban un punto de apoyo
los cuales
acampado, mayormente
allí
montados
i
si
i
i
esteros,
hacia el sur,
cada uno de
de defensa al ejército
ese ejército carecía de cañones bien
de una robusta caballería, que era precisamente lo que
se verificaba
en
constitucional.
el ejército
Víctor lo esperaba todo de su caballería, el
que a todo
i
Por
el
don
contrario,
deseaba encontrarse con
enemigo en un lugar endonde ésta pudiese obrar ventajosa
i
li-
bremente.
Otra idea preocujmba ademas podido decirle con certeza
do
el
si
Nadie había Castillo habían atravesa-
al sagaz consejero.
Rondizoni
i
Mataquito, con su jente desembarcada en la Navidad. Si
los antedichos jefes conseguían reunirse con Freiré, éste adquiriría
un refuerzo.de cerca de cuatrocientos soldados pertenecientes a
los aguerridos batallones
sario impedirles el paso;
valle
pordonde
el rio
i
Chacabuco el
lugar
no dividir
ban rio
mas
apropósito para
Mataquito, (formado por
no), se dirije hacia el mar. I
dencia aconsejaba
Concepción. Era, pues nece-
i
j)or
una
las fuerzas hasta
como en
parte,
tal
el
Lontué
si
i
era el el
Te-
incertidumbre, la pru-
no perder tiempo,
no saber
ello,
Castillo
i
i
por la otra
Rondizoni esta-
don Víctor hizo despachar un emisasecreto para inquirir este importantísimo dato. El emisario al norte del Mataquito,
debía partir a matacaballos hacia la costa, i allí se cercioraría de la verdad de los hechos. En seguida, atravesando el antedicho rio, se dirijiria
endonde
por
el
costado sur hacia la estancia de las Quechereguas
se uniría al ejército.
desempeño de esta comisión a nuestro antiguo conocido Juan Diablo, quien, deseando ganar jwr dos lados (como él Cúpole
el
decía), había dejado a su intelíjente esposa vendiendo aguardiente
San Pablo, mi entras él, enrolado en las filas del órden^ no solamente ganaba su sueldo de sarjento, sino que también hacia su negocio de proveedor de los soldados, por medio aguado en
la calle de
.
—
217
—
del intelijente Vizco^ que podia apostárselas a la
mas experta
vi-
vandera.
Aquí conviene
advertir al curioso lector, que, solo a condición de
hacerse soldado del orden, liabia conseguido Juan Diablo que el
gobierno al
le
perdonase
verdugo Catana^
i
al
Vizco aquella travesura que costó la vida
que dio tanto que hablar a la ciudad de San-
tiago.
':o;-
/
CAPITULO XXXIX.
LA EXPEDICIÓN.
Para tir,
viajar, prudencia;
i
para men-
memoria. (Dicho popular).
Montados en muí buenos dineío lo i
disfrazados
i
caballos, con los bolsillos repletos de
de paisanos,
acompañaba, dejaron
Juan Diablo
el ejército, sin
el
i
que nadie
soldado que
lo echase
de ver,
se dirijieron rectamente hacia la costa.
Todavía era de noche cuando comenzaron a subir la montaña
aunque estos cerros estaban plagados de salteadores, nada temian, pues el asistente del bodegonero era un digno soldado de la Partida del Alba, gran conocedor de aquellas cerranías, así occidental;
como de
i
las prácticas, usos
i
costumbres de los salteadores que las
habitaban.
Amanecióles sobre el sol
el
portezuelo de la Higuera;
i
yahabia salido
cuando comenzaron a galopar, atravesando diagonalmente
estenso
i
íeraz valle de
ban o andaban
al
Santa Cruz. De cuando en cuando se
el
])ara-
paso; pero era solo el tiempo necesario para reí res-
090 car sus cabalgaduras medio fatigadas, o bien, para «liacer la ñana)) con 21)1
largos tragos de aguardiente,
Mas no porque mascaban
causeito.
con meterle
el
i
abriga?^ el
ma-
estómago con
perdían tiempo, pues, a mía
diente a los fiambres que llevaban en las alforjas,
metíanles las espuelas a sus caballos: por manera que, aún no eran las siete
media de
i
mas de once
En
todo
la
mañana, cuando ya
el
camino
lieclio,
no liabian encontrado ni una sola peri
quien interrogar, paráronse cerca el abierto llano,
refrescarlos
liabian alejado
leguas del ejército.
sona a quien preguntarle nada;
ba
ellos se
un
i
rato,
como deseaban dar con alguien a de una vía trillada que atravesapara
quitaron el freno a sus caballos
allí les
esperanzados en que bien pronto babia de pa-
sar algún ser viviente por aquel camino, que pp^recia
mui
traficado.
Los transeúntes no se liicieron esperar mucho rato. El digno bodegonero fué quien primeramente vio, por entre los espinos del gran llano, dos bultos que venian del lado del norte, los cuales no eran sino dos hombres de a caballo, que marchaban,
el
uno
al lado
del otro, ya al trote, ya al paso.
El previsor Juan Diablo ordenó entonces a su compañero que pusiera prontamente el freno al caballo, i lo mismo hizo él con el suyo, pues aquellos hombres que se acercaban podian mui bien ser vicf2ajente; pero
habiéndose acercado mas los transeúntes, conocie-
ron nuestros hombres que nada tenian que temer de
ellos,
en aten-
uno parecia ser fraile franciscano (por el hábito que otro era sin duda su mozo de servicio, según lo indi-
ción a que el vestía),
i
el
caba la maleta que traía sobre las ancas de su caballo. Traía
el
fraile la
cabeza
i
parte de la cara atadas con un gran
pañuelo de seda; la capilla, a medio
calar, le cubría la nuca,
i
un
sombreaba el rostro, que, a pesar de sus regulares facciones., parecia un poco desfigurado por ciertas manchas rojo-negruscas (vestijios tal vez de alguna antigua en-
gran sombrero de paja de
Italia le
fermedad) que presentaban sus redondos
Juan Diablo no pudo ver cerdote los tenia
de sus
sobre las cuentas
fijos
llevaba en las manos; ajiénas contestó con
el color
un
i
carrillos. ojos,
el
devoto sa-
de un gran rosario que
tan embebido parecia lijero
pues
ir
en su rezo,
movimiento de cabeza
al saludo
que
que
se le dirijiera.
Acercóse entonces
el
bodegonero, al criado, quien, a diferencia de
su patrón, no había despegado de Juan
i
de su compañero,
el
único
*>91
ojo
que
le
quedaba
libre,
con un gran
el otro cubierto
pues llevaba
parche de trapo azul.
—¿Para dónde bueno, amigazo? preguntó saludo de respondió —Vamos aquí
del
bodegonero, después
el
cortesía.
el del
luego, señor,
mano
parche, poniendo la
(distraidamente al parecer) sobre el laboreado
catana que llevaba en la cabeza de la enjalma,
alcanzaba a pasar una pulgada
mas
mango de
la
cuya aguda punta
i
abajo de los pellones de su
montura.
—¿Cómo Juan,
i
dice usted que va aquí te^(9, observó el
lleva esa
compañero de
gran maleta que no se usa sino para
los viajes
largos?
—^Ménos
averigua Dios
rando de reojo
al
que
interpelaba,
lo
catana.
Al
perdona, respondió el del parche, mi-
i
i
acariciando
de nuevo su
,
oir esta contestación, el fraile volvió la cara
i
miró a su mozo,
que pareció arrepentirse de ha^ber hablado con demasiada acritud, porque dirijiéndose a Juan,
—Es
cierto, señor,
le dijo
con la voz
mas
suave:
que no vamos aquí muí hiegidto,
Mi patrón
por eso di-
i
un padrecito que recien ha cantado misa en San Fernando, i ahora va mui enfermo de las muelas, i no puede hablar palabra. ¿Se le ha pasado el dolor, señor-
je: aquí luego solamente.
cito?
preguntó, acercándose a su patrón, el cual respondió con voz
baja, algunas palabras le
es
ha pasado
que los otros no pudieron
oir.
Dice que se
algo, prosiguió el del parche, volviéndose a
Juan; pe-
ro siempre va punzándole la cara esta muela condenada, ¡Dios libre!
¿Para qué diablos
como
es
él,
que no se
lo
le
mandará Dios
estos dolores a
me
un santo
pasa sino reza que reza?
— Pero, después de tanto hablar, no nos ha dicho para a dónde marcha? preguntó bodegonero sonriéndose. habérselo dicho a usted! esclamó —Ah! del parche, con el
creia
el
movimiento de disgusto. El hecho es que vamos a un convento de San Francisco que hai en San Pedro de Alcántara, endonde el padrecito tiene que cantar misa pasado mañana. cierto
usted que ya — Pero ¿no me cantado misa en San Fernando? — Ah! verdad, respondió mui contrariado del parche. Esta dijo
liabia
es
el
quiere decir que va a cantar misa otra vez cántara. Porque lia de saber usted,
mi
en San Pedro de Al-
señor, prosiguió,
bajando
la,
voz con cierto misterio, que este padrecito no es de esos padrea
099 que bota la
que
ola, sino
dó desde allá de liorna titud de induljencias
i
el
mismo Santo Papa, según
las órdenes
bendiciones, porque es herejía el
por supuesto, que las que puede dar
mismo tiempo
man-
que lleva encima, con una mul-
induljencias que vinieron con las órdenes,
envió a decir
el
que tocase a este siervo de Dios, o
lo
I al
dicen,
i
todas ellas
número do
mas
grandes,
señor Obispo de Santiago.
el
Santo Papa de Roma, que
el
moslestase lo negro de la uña,
momento, i morirla de mala muerte: todo lo cual ya ha comenzado a verificarse. ¿Cómo así? preguntó Juan Diablo abriendo tamaños ojos. Ha de saber usted, que anoche tuvo mi patrón con el provincial de San Francisco no sé qué dimes i diretes, cuando, sin saber cómo ni cuándo, cayó el pobre provincial al suelo, con un mal de hora que daba compasión. ¿No ha oido usted decir...? No he oido nada de esto, pues no soi de este lugar, respondió Juan mirando fijamente al sacerdote que marchaba adelante pacaerla lisiado al
—
—
—
sando unas tras otras las cuentas de su rosario.
— Pues
si
esto hace Dios con los sacerdotes que le dicen
una maPregún-
demás cristianos? teselo usted a todos los del convento de San Fernando i verá lo que le responden. En solo dos noches que allí estuvo, hizo como tres mila palabra a
mi
i3atron ¿qué hará con los
lagros, fuera de lo del padre provincial.
Para que vea usted! Pero...
nada comparado con.... ¿Todavía mas? preguntó Juan Diablo con marcado ínteres. Mire usted! respondió el del parche, con ese tono animado de quien ha producido efecto. Mírelo que parece que no quiebra un esto es
— —
huevo;
pintado,
i
no
le tiene
como ahora con su
—¿Qué
mas
ahí donde usted lo ve, es capaz de cantárselas al
j)ero
miedo a alma nacida, sobre todo cuando va
pistola de virtud....
dice usted?
—Una pistolita de virtud, pues, señor, que mi patrón
tiene, la
jamas yerra tiro.... ¿I también se la mandó el santo Papa? preguntó Juan con
—
que
cier-
ta sonrisa.
—
-JS'o le
sabré decir, respondió el del parche; pero de todos
mo-
dos la pistola es bendita, porque según dicen, la cacha es hecha del
mismo palo de
la
Santa Cruz,
i
aquel a quien se
cae redondito al tiro. ..¡Jesús...! Dios
—Mire,
me
le
apunta con
libre!
ño Diab... ño Juan, dijo a esta sazo»
bodegonero; mire
q^iie
ya
se
ella,
va haciendo tarde!
el asistente del
— —Ah! esclamó
—
223
me
Dígame, amigo, i perdone ¿no lia oido usted decir si han marchado o no para el sur los soldados enemigos del gobierno, que han desembarcado por aquí
por estos
Juan; se
liabia olvidado!
medios'í
de del parche, porque yo no respondió —Nada de partido, hoi mismo — Pues yo necesito apurar marcha para Juan despidiéndose de su Mataquito, viendo con murmuró vaya que —Adiós, sé
soi
el
eso,
este
interlocutor.
dijo
señor,
gran gusto que
Una
bien,
le
i
éste,
echaban a andar a buen galope. liabria separado Juan con su compañero,
los otros dos
o dos cuadras se
cuando éste
al
llegar
la
le dijo:
—¿Sabe en que estaba pensando, ño Diablo? me has dicho? respondió —¿Cómo he de tuerto del Yo creo que conozco a — Pues a parche. —Bien puede —Aunque cuando no estaba — También puede no agraviando a Nó estaba — era un lo
saber, si'no
lo
el otro.
lo
este
decírselo.
voi
ser.
lo conocí,
tuerto.
ser así.
tuerto,
I así es.
presente. Se llamaba Pedro Cáceres,
Me
acuerdo como
si
i
peleamos juntos en Chiloé,
fuera ahora
— ¿qué nos importa todo ño Diablo. —Voi a
eso?
I
decírselo,
terazo,
lo
diablo,
i
i
nadie
le creia ni
lo
Este Pedro Cáceres era un embus-
que rezaba, por
lo cual lo
llamábamos
don Costal de Mentiras. Como se lo cuento, ño Diablo: este hombre las inventaba en un santiamen,i las echaba al vuelo que era horror! A mí nadie rúe quita de la cabeza que éste es el mismo don Costal, i que todo lo que le ha encajado a usted no es mas que una cáfila de mentiras. Ni pestañaba el hombre cuando las echaba rabiatadítas
por la boca.
—Nada nos
ii^iporta eso, dijo el
bodegonero. Alioitt no debemos
pensar sino en picar fuerte! Calló el otro; pero
—¿Sabe en
lo
un poco mas
allá volvió a decir:
que estaba pensando, ño Juan?
Yo
creo que seria
una cosa mui acertada.
—¿Qué
Juan Diablea sin dejar de galopar. La cosa es que el caballo de don Costal me ha gustado mucho, i a usted le debe haber parecido bien el del padrecito. kSou unos preciosos animales, que, según parece, vau mui cuidados i marchan
—
cosa es esa? preguntó
094.
con un paso que 2)iezas....? I
¿No es verdad que son dos buenas nuestros van aflojando algo i tenennos que
cía gusto....
como
los
andar tanto todavía caballos padre? pregun—¿Quieres que volvamos a Juan, mirando fijamente a su compañero. entiende — Oh! esclamó bien haiga quien potencias quitarle los
tó
tiene
éste,
se lo
llos
me
i
ha comprendido todo, como hubiera dicho! ¿Quiere que volvamos a trocar nuestros cabaUsted
las cosas al momento!... si
al
lo
por esos otros?
— Badulaque! esclamó honradísimo bodegonero ¿cómo cosa a un hombre como yo? ves a proponerle ¿por qué encuentra — Pero, ño Diablo, cosa
te atre-
el
tal
replicó el otro
mala? Dígame usted:
ellos
teñimos que andar como
van aquí
la
luego,
un descosido para
como
llegar
dicen,
i
nosotros
mañana en
che alas Quechereguas; ¿será, pues, conciencia que
buenas bestias
i
ellos
tan
la no-
vayan en
que nosotros tengamos que hacer tan largo viaje
en estos animales medio gastados? ¡Mire que todavía es tiempo, ño Diablo!
— Te prohibo que me vuelvas a hablar de bodegonero. mente refunfuñó —Pues no gusta,
esto!
esclamó enérjica-
el
nuevo su
caballo.
remuda en
Ya
se ve! prosiguió:
de algún
los potreros
al gobierno
Ya
lo deja,
le
si
i
a la
rico.
mas
el soldado,
picando de
adelante encontraremos
;Para eso
le
vamos
sirviendo
relijion!
en esto habían llegado al pié de la cadena de montañas que
cierra por el sudoeste el
gran valle de Santa Cruz.
Un
llado los condujo a la cuesta llamada de la Lajuela, que
presentaba como ahora una carretera de
camino
tri-
aunque no
fácil tránsito, era el
único
punto pordonde podia trasmontarse aquellos cerros, sin grave peligro de estraviarse, o de caer con caballo i todo, en alguna profunda quebrada. Emprendieron, pues, la subida por la tortuosa i estrecha senda, endonde apenas cabia la uña del caballo, al cual era necesario que el jinete se entregara a discreción. Las rocas que
a veces interceptaban la vía, invadiéndola con sus puntas salientes, parecían querer empujar a los viajeros hacia los precipicios; i los gruesos árboles, estendiendo sus ramas sobre el camino, ayudaban a
las rocas,
como
para impedir
el
si allí
los
hubiese plantado
el dios del Statti
quo
paso a los transeúntes.
Solo el que haya tenido que atravesar nuestras montañas de la costa (que, a pesar de la necesidad de cortarlas por buenos caminos,
995 habrían seguido en
mas de la dominación los peligros
que
mismo
el
estado, dm'ante diez o veinte
española) solo
ellos,
decimos, podrán apreciar
transeúnte corría, teniendo que pasar, ya por so-
el
bre una roca resbaladiza entre un peñón tajado a pico precipicio,
en
el
siglos
amenazaba
cual
el
peñasco hundirse con viajero
todo, ya por debajo de troncos de árboles, de cuyas
quedar pendientes
sombrero o
el
un oscuro
i
ramas
i
solían
los jirones del vestido del
pobre
transeúnte.
En
era menester abandonarse. a la sagacidad
tales casos,
de pretender
treza de su caballo;
i
dar solamente de
mismo,
si
lejos
i
dirijirlo, el jinete
i
des-
debía cui-
estar atento, para no caer a los movi-
mientos del noble animal, cuando ladereaba, inclinando lijeramente su cuerpo hacia
mando
el
cerro;
cuando subía arañando
sus cascos en las puntas de las rocas;
i
la tierra,
por
fin,
o afir-
cuando ba-
jaba, resbalando, sentado sobre sus cuartos traceros.
Llegados a ron con
el
la
cumbre del portezuelo, nuestros hombres
se apea-
doble fin de dar descanso a sus caballos fatigados,
i
de
hacer medio día con lo que llevaban en las alforjas.
En
seguida bajaron, así como habían
subido, es decir,
caraco-
leando o saltando de grada en grada, hasta llegar al pié occidental
de la cuesta, endonde la vía comenzaba a ser menos áspera, corrien-
do a
largo de los estrechos
lo
i
montuosos valles de Nerquihue
i
Caillihue.
Una
vez salidos de estos oscuros
i
entretejidos bosques de espinos
seculares, se encontraron en la sábana despejada
nombre de
i
blanquisca, cono-
Ninguno de los pobres transeúntes que encontraron habían sabido darle la menor noticia sobre
cida con
el
talle de Lolol,
las tropas de Rondizoní.
marchaba Juan Diablo seguido de su compañero, no menos sediento que él, cuando al dar vuelta una puntilla, se encontraron de repente con un hombre que venia montado en un macho, i arreaba una yegua cargada con un par de chiguas que servían de base a un voluminosísimo sobornal elevado como ima torre sobre el lomo de la yegua. Cabizbajo
i
Juan miró
sediento
al
hombre de
que era costino, pues así
arriba abajo,
lo revelaba su
i
BÍn duda, por carecer
el
el
momento
conoció
puntiagudo bonete azul, su
chupa de bayeta negra, su calzón corto de tas de lana cortadas en los pies, que
en
cordoncillo,
i
sus calce-
liombro traia (U^snudos,
n(),
de calzado, pues llevaba los zapatos colgando
28*
_« 99a
uno i otro lado de
liácia
la
cabeza de la enjalma para ponérselos en
cnanto llegase a poblado.
—Bueno? —Buenas su merced,
dias,
amigo,
]e dijo
tardes, señor, respondió el pescador: aquí
al,
para
cke,
mi
tiene,
)
la costa?
la
soi
Sí,
al cant
me
su mandar.
— Dígame ¿viene usted de — mi señor; yo de allá,
Juan. Óigame una palabrita!
boca de Llico;
esta
i
mañana
de los gallos, con esta carguita de pescado
i
salí
de
de hc-
a vender a San Fernando, adonde llegaré esta noclie, dia, con el favor de Dios. Yoi atrasado, porque, con per-
irla
al venir el
don de su merced, esta mañosa
(i
miró a la yegua) se
lia
venido
7nañerea7ido por todo el camino; asi es que
— Bueno, bueno, interrumpió Juan: ahora, dígame ¿Sabe han tropas pipiólas para pasado —No daré razón, respondió hombre de carga. — ¿por qué no me dará razón? a su merced. Yo me —Porque. porque no sabré le
si
el sur?
las
la
el
le
I
paso ocupado en mi pesca,
i
la vida;
i
yo no
lo
soi lionibre
lia
de ocupar
para estar
mano
me
lo liabia de decir yo: allí está todo el lugar que
— Con mil que
me está
me man-
nada mas, porque con esto
gracias a Dios, i)ues en algo se
tengo,
ganar
decir
le
. .
el
pobre para
sobre mano, no
conoce
Juan ¿Qué me importa a mí todo eso diciendo? Lo que le preguntó es ¿si han pasado el Madiablos! esclanió
taquito los soldados que desembarcaron ahora poco en la Navidad?
—
Sí,
mi
señor, en la Navidad, eso es!
un barco lleno con nan en la ciudá.
— Ya no gobiernan
ios señores
los pipiólos, sino
clamó Juan, mirando con
—Asi
de
los soldados
será, pues, señor,
Allí fué donde se quebró pipiólos que gobier-
nosotros los pelucones! es-
altivez al pescador.
respondió
el cos!"ino:
nosotros los pobres
no sabemos esas cosas de gobiernos, que son hechos para
los
ricos.
— Pero, en ¿me dará usted —Yaya, pues, mi merced, fin
sjj
las noticias
le diré
como
que si
le pido?
me
,
fuera a confesar,
que esa quebradura del barco ha metido mucha bulla por todos
es-
tos medios,
— — Hai
¿I los soldados? ciertos
runrunes sobre la soldadesca, porque unos óris-
tianos dicen que ya pasaron para el sur; otros dicen que no
eado; otros aseguran que ya pasaron, mientras otros juran
han
j)a-
que no
097
rio,
atravesar el
visto
otros no creen tal cosa, porque
i
— a usted ¿qué parece? —A mime parece que ya pasaron; le
I
nó,
han
pasar, Pero otros dicen que los
han podido
porque no es bueno arriesgar
me
pero también
la verdad,
parece que
han de-
las cosas se
i
como son. Es decir ¿qué usted no sabe nada? Así es, mi señor ¡para qué es decir una cosa por otra! No sé palabra de si pasaron o no han pasado; i, cori perdón de su merced,
cir
— —
mentiria,
si le
dijera que algo sé de cierto sobre los runrunes
que
corren.
— Pues, buenas noticias nos da
el
amigo, después de tanto hablar!
exclamó Juan soltando una carcajada. Cada cual da las noticias que sabe, observó
—
rando de través
— Ahora,
al
el
pescador mi-
bodegonero.
dígame, preguntó éste ¿cuál es
el
camino que va dere-
cho a la costa?
— Mire, su merced, respondió No
a medida que hablaba.
tiene
apuntando con el dedo ted mas que irse por aquí, este-
el costino, u;
cuando llegue a aquella puntilla redondona con tres espinitos en la coronilla, pasa el estero, i lo va orillando por el la-
ro
abajo;
do del
i
hasta unos cardones quemados que hai en la barranca
sur,
del estero;
ve a pasar
luego
i
allí
el estero,
pasa
el estero
para
el norte,
en una puerta de tranqueros,
un renovalito de espinos; i cuando de don Choño el rico, vuelve a pasar el estero lo por entre
— ¡Hasta cuándo diablos me hace pasar desesperado. rephcó flembíticamente —Pues, mi
i
i
el
llegue a la estancia
esclamó Juan
pescador,
otra vez el estero, no llega nunca al camino de Llico,
embolsado en
la estancia
de don Choño.
No
hai
preciso que entre otra vez a la caja del estero,
ja adentro, hasta llegar al bebedero que
de trancas;
una vela,
el
camino
i
allá vuel-
vuelve a orillar-
el estero!
señor,
mas
i
si
se
no pasa quedará
remedio pues! Es entonces so va, ca-
el rico tiene
en otra puerta
que atraviesa derecho como valle de Nilagüe, subiendo por la cuesta que llaman
i
allí
agarra
el
real
de
—Bueno, bueno, amigo: hasta su — Queriendo Dios! mi
otro dia! interrumpió Juan, picando
caballo.
señor, respondió el pescador,
mismo tiempo un
recio
latigazo sobre la cargada yegua.
dando
al
CAPITULO XL.
RESULTADOS DE LA EXPEDICIÓN.
«Si no principia el chicote
A
hacerles operación,
No
quedará monigote
Que no
liaga revolución»
Juan de la Merced a Diablo
i
las circunstanciadas señas del pescador, pudieron,
Habiendo
internaron en
de Nilagüe, uno de los
el
estiende
mas de
rros que
van separándose
cucliillas
cienes del
salido del despoblado valle de Lolol, se
comenzando en
tras costas, que,
el
mas importantes de nueselevado monte de llánguil, se
catorce leguas, entre dos risueñas cadenas
morros
mismo
se encuentran las
Un
Juan
su compañero, llegar al camino que debia conducirlos a las
costas de Llico.
majes
Vi5/AS.
valle,
mas
i
i
estrechándose, formando entre
de cesus lo-
puntillas salientes, caprichosas ramifica^
hasta llegar a la playa de Cáhuil,
endonde
ricas salinas de Chile.
estero caudaloso, corriendo
medio escondido por entre un tu-
pido bosque de altos espinos, divide al valle lonjitudinalmcnto;
i
— después de recibir
por el
los cajones
el
agua de muclios
— esterilles tributarios
de los cerros laterales, desemboca en
chacarerías de ridOj
demuestran
el
que bajan
mar con todo
Las mar enes de este estero, cubiertas de sembradas anualmente desde tiempo inmemori-
aspecto de un gran
al,
230
rio.
j
la feracidad del valle
(que ya en aquel tiempo se
veia dividido en estancias), entrecortado por las cercas de los potreros
sembrados de habitaciones
i
i
arboledas.
Nuestros viandantes respiraron con satisfacción al llegar a la habitada comarca, después de haber atravesado una cerranía i un
bosque
casi
salvajes.
La sabana
despoblada,
desnuda de vejetacion que acababan de
dejar,
seca, pulveruleota
i
formaba contraste
con aquel campo cubierto de rastrojos hasta mas allá de la media falda,
i
endonde
el chirrido
el
bramido de
las yacas, el ladrido de los perros
i
de ^las carretas de algunos chacareros atrasados, hicie-
ron concebir a Juan Diablo ardientes deseos de acercpvrse a pedir
humos que
hospitalidad en algunos de los simpáticos
aquí
i
se elevaban
allá sobre los techos de algunas habitaciones.
El soldado acompañante fué del mismo parecer; i habiendo encontrado a un hombre que iba a pié descalzo, con una hacha sobre el hombro, i colgando del hacha u'n par de ojotas chacareras, le preguntaron dónde vivia el juez prefecto, que era como se llamaba entonces a los señores subdelegados de hoi.
— Don
Chuma,
el
Guapo,
es
m\ patrón, respondió
el
chacarero.
Vive detras de aquella puntillita baja, sobre la cual se ve aquel corral de piedra, que es donde duermen las ovejas i las cabras de mi patrón.
Síganme no mas,
caballeros, que yo los mdil(/aró por
lomas
corto.
Echaron a andar detras del chacarero; i cuando llegaron a casa de don Tomás (o don Chuma, como aquel decia), ya el sol se habia escondido detras de los cerros de la costa,
i
sus mortecinos rayos
daban el último adiós al valle, dorando pálidamente las orientales cumbres de granito. El oficioso guia, después de hacer entrar a los recien venidos dentro de una especie de corral, formado por un gran pajar a la derecha, un largo rancho de totora enfrente, i una gruesa estacada de espino en lo demás del circuito, señaló con el dedo hacia el pajar,
i
dijo:
—Allí está
el
patrón don Chuma.
Salió éste del pajar, con no,
un gran harnero
haciendo resonar sobre
el
desigual
i
lleno de paja en la
ma-
pedroso pavimento las
— 231 — claveteadas suelas de sus zapatones. Aquel hombre, con
de polvo,
i
chaqueta
menuda
paja
sobre el cuerpo, barbas
chaleco desabotonados,
i
i
i
una capa
cabellos revueltos,
abierto de par en par
el
cuello
de la camisa, como, para mostrar ia fortaleza de un bien formado pecho, miró a los recien llegados con cara de pocos amigos (como suele decirse),
— ¿Qué
preguntó entre hablando
les
i
i
gruñendo:
se les ofrecía a ustedes, caballeros?
El tono áspero i la mirada escudriñadora con que el señor prefecto acompañó su pregunta, eran para intimidar a otro que no fuera Juan Diablo. Apeóse éste sin contestar; i acercándose al montaraz dueño de casa, lo impuso en voz baja, de la comisión que el jeneral Prieto le liabia encargado. Al oir el relato, frunció don Tomás el entrecejo; pero cambiando repentinamente de fisonomía, llegó casi a sonreirse,
convidó cortésmente a sus huéspedes para
i
que se fueran a sentar en
el
gran banco de roble puesto debajo del
corredor de la casa.
En
'
seguida, entregando el harnero a
yese de cribar la
nó que
|)aja
un peón, para que conclu-
que liabia de cenar su caballo favorito, orde-
pronto una buena merienda para
se preparase
el
señor sar-
jen t o.
Mientras llegaba la merienda, pusiéronse a hablar sobre los últimos sucesos. Cada nueva noticia que (que eran las mas)
lo liabia
Sí, señor,
de creer? bueno! Cúmplase la voluntad de
Juan;
la
voluntad de Dios se ha cumplido,
pues no podia Dios permitir que
do en manos de tros del Señor.
señor prefecto ignoraba
hacia esclamar:
lo
— Oh! ¿quién Dios! decía — i
el
los herejes
Ahora
el
gobierno siguiese permanecien-
que tanto han perseguido a los minis-
es otra cosa;
i
si
cod seguimos no dejar uno,
verá usted cómo larelijion cundepor todo
el país,
do que nosotros somos hombres de cristiandad
i
pues es bien sabide temor de Dios;
razón por la cual nosotros los pelucones que ahora gobernamos, he,
mos prometido
apretarle his medidas al pipiolaje. Porque es menes-
ter convencerse (agregó)
jarán quietos jamas en
el
que
si
no se
los herejes supieran
Dios
i
una
la
mano, no nos de-
i
aspirar a subir al mando,
como
que es gobernar cristianos que tienen uu
relijion.
Don Tomás no
contestó
abajo a su interlocutor.
• (
lo
va a
gobierno, por ser ya cosa sabida que ellos
nacieron para liacer revoluciones si
les
una palabra, sino que miró de arriba
—
232.
Después de un corto instante,
—Yo también, mui deveto de
señor, soi
la Vírjen.
ñarán mientras llega
i
dijo:
hombre de
Todas
esta casa el santo rosario;
— relijion
como
el
que mas,
las noches, a esta hora, se reza
i
en
ahora espero que ustedes nos acompa-
la merienda.
—Ah! esclamó Juan dando que yo preferirla
un bostezo: venimos tan cansados, comenzar por la cena. Prometo rezar mañana dos
rosarios por uno.
—Vaya, pues, que
así sea! respondió el
dueño de
casa, sonriéndo-
se imperceptiblemente.
En
mandó
seguida
servir la merienda; hizo acostar en
buenas
camas a sus huéspedes, i se fué a un cuartito que habia en un estremo del corredor. Encendió luz, cerró i trancó la puerta; i cortando una hoja de papel del cuaderno endeude hacia sus apuntes, escribió, o mas bien, dibujó temblorosamente estas palabras: «Crean en un todo cuanto ccl
les
diga
el portador.
con esto se despide su afectísimo Q. B. S. M. Rajen
el
papel.
Tomás Espina: Posdata,
«No
se les olvide rajar el papel, porque ya saben
«que son estos diablos. I no
digo mas, por falta de tiempo. El
les
«portador es carta viva. Rájenlo
lo vengativos
i
échenlo al fuego. Vale.y>
Una vez del suelo;
escrita la esquela,
i
le
echó un poco de tierra que recojió
doblando cuidadosamente
el papel, salió del
cuarto
i
se
acercó al corredor del pajar. Allí dormía un hombre, que, al sentir
pasos cerca de
sí,
despertó
i
alzó la cabeza.
patrón en voz —Narciso! respondió Narciso, poniéndose de —Aquí mento. —¿Estás bien despierto? He despuntado bien sueño. — Ensilla mi caballo —Entonces, oye que a baja.
dijo el
pié al
estoi, señor,
el
Sí, señor!
lo
al
momento, Sí, mui
—
i
mo-
dale
voi
un refregón,
bien, señor.
decirte.
sin descansar hasta Naicura.
rosillo
— —Es
—
preciso que este papel llegue a
manos de Rondizoni o de
o bien de alguno de los oficiales patriotas.
Castillo,
acabado de pasar
lian
233
los soldados,
diles
no
Si todavía
que pasen luego
i
que
sigan sin parar hasta que se junten con Freiré, porque el ejército
de Prieto ya está en Quecbereguas
i
tienen intención de atajarlos.
¿Te acordarás bien de todo?
—
señor,
Sí,
no
me
diga mas, respondió Narciso calándose su
poncho.
Aunque Juan Diablo i su compañero se levantaron mui temprano al dia siguiente, encontraron a don Tomás en pió i tomando mate bajo el corredor de la casa.
— Mala tenemos, señor esclamó señor prefecver a su huésped. esa? —¿Cómo señor? preguntó ¿qué mala — Que ya soldados deben ostar mui cerca del Maule, noticia
sarjento!
el
to al
pipiólos
los
.porque según lo que
pasado
el
noticia es
éste,
así,
me
envia a decir
un amigo de Licanten, han
Mataquito, hace dos o tres dias.
— Se nos han escapado! exclamó Juan. — Pero no escaparán jeneral del
se
Prieto,
dijo
don
Chuma
sol-
tando una carqajada; así como no se escaparán de nuestros dientes
unos pasteles que acabo de mandar hacer para festejarlos a ustedes, señor sarjento.
— Muchas
gracias, señor, respondió
Juan: prometo conducirme
valerosamente con los pasteles, ya que no es posible pillar a los pipiólos.
—
to
esperaba menos de su patriotismo,
ísTo
que
los pasteles serán
señor mió;
i
le advier-
remojados con una chichita que tengo ahí,
para cuando repican fuerte.
—Viva
la patria!
esclamó Juan Diablo, sobándose las manos con
satisfacción.
Las diez de
la
mañana
serian,
cuando Juan
después de haber hecho honor a los pasteles,
i i
añeja chicha, se despidieron del señor prefecto, pascuas,
i
tomaron
el
al cual le
— Oye,
in-
hasta la costa.
Precedíalos un guia que don i
mas que honor a la alegres como unas
camino de Quechereguas, por parecerles
útil proseguir su excursión
trado,
su digno asistente,
Chuma
el
Guapo
habia dicho a solas antes de
les
había suminis-
salir:
Cayetano: es preciso que lleves a estos caballeros por ca-
minos extraviados, para que no se encuentren con personas que puedan darles noticias ciertas sobre el paso de los pipiólos para el 29
— sur. Ellos
234
no conocen estos caminos,
~ i
tú puedes llevarlos por don-
de se te antoje. Vete de manera que cuando bajen a los planes del Mataquito, se haya entrado ese atravieso. ^Ya
En
lo necesario!
perdió palabra,
i
me
el sol, ])ara
que hagan de noche todo
entiendes. I cuenta con liablav nada, fuera de
boca cerrada no entran moscas; por
callar,
por hablar, muchos han quedado mudos.
Sonrióse Cayetano, sin decir esta boca es mia; pero intelijencia con
mui bien
dia
En
efecto,
el
nadie
el jesto
de
que respondió a su patrón, manifestó quecomprenencargo que se
le
habia hecho.
mientras anduvieron por
el valle
de Nilagüe, no se
separaron ni un ápice de la vía recta que conduce al sureste; pero,
no bien hubieron entrado en la escabrosa faja de cerros que separa al interior del valle pordonde serpentea el Mataquito, cuando empezó el guia a dar vueltas i rodeos, protestando que habia en el camino real varios trechos intransitables, o peligrosos por Ca3^etano,
lo
menos.
después de anudar unas pocas cuadras hacia
el
sur,
torció al poniente, llevando a los viajeros por el fondo de
uno de
En
seguida
esos vallecitos estrechos
encaminó sobre un
los
i
profundos, Imiiüsáos
alto cordón de cerros,
cajoJies.
para hacerlos descender
mas allá a otro cajón tan profundo i solitario como el anterior. De esta manera fué como el buen baqueano consiguió llegar
a
cuando ya comenzaba a oscurecerse, sin que los comisionados del gobierno hubiesen atravesado- (como él dijo después a su patrón) una sola palabra con los planes de la rii^rjen derecha del Mataquito,
cristiano nacido.
Como
los caballos
estaban fatigados, Cayetano se
cho de su compadre, endonde,
si
dirijió
al ran-
bien no podian las j)ersonas en-
contrar en qué dormir ni qué cenar, hallarían siquiera
un poco de
paja para sus cabalgaduras.
El hambriento Juan Diablo to,
i
tuvieron que contentarse con
jas,
su compañero, no menos hambrienel
charque machucado de sus alfor-
humedecido una i otra vez con aguardiente;
los pasteles
del almuerzo,
monturas hasta despertó
el
el
se
i
acordándose de
acostaron sobre los pellones de sus
primer canto de
los gallos,
que fué cuando
los
baqueano, pues queria hacerlos pasar de noche todo
aquel valle.
Desgraciadamente para
el
guia, no podian galopar, pues el cami-
no estaba entrecortado por quebradas i zanjones de peligroso atravieso. Cuando comenzó a alborear el día, se encontraron cerca de una ranchería de miserable aspecto.
— —Estamos en
—
Zoo
pueblo de Indios de la Huerta, dijo el baqueano. Allí enfrente de aquel culenar tupido, liai un vado; pero con este Mataquito no se jue^'a naicU\ i se llama así, según dicen, porque
mata
el
quita cristianos por docenas todos los años.
i
— Me
liabian dicho que por aquí encontraríamos lanchas para
pasar este
— La
rio, dijo
Juan Diablo.
lancha está enfrente de aquella puntilla que llaman del
Barco (respondió el baqueano, mostrando con el dedo un cerro redondo i pedregoso, coronado de quiscas, que se divisaba hacia el sur por entre la blanquesina niebla del valle) ; pero yo
tengo
le
mas
miedo a la lancha que al vado. En fin, sus mercedes sabrán lo que han de hacer; pero si por mí fuera, iríamos a pasar el rio a Peteroa, pues allí está mancito como una oveja, i de llegar i entrar. Mientras. Juan hablaba con el baqueano, el asistente se Ixabia separado de ellos, i acercádose a un rancho endonde se veia dos caballos ensillados.
Luego
volvió diciendo a
Juan con
aire misterioso
—¿Sabe, ño Diablo, que he hecho una
hiiQxiB,
pillada?
—¿A quién? preguntó Juan. —Al padrecito llano de Santa Cruz, o mas bien dicho, a don del
Costal de Mentiras que va con
él.
¿Ko
se lo decia yo?
¡Si este cris-
ha de mentir hasta después de muerto! Le dijo a usted que iban para San Pedro de Alcántara, i la verdad es que van para el Maule. Ahora me acuerdo que este don Costal era mui apipiolado. ¿No le parece que pueden ser espías o propios que los pipiólos de Santiago le envían a Freiré, con papeles i qué se yo qué mas? Todo puede ser, respondió Juan, refiexionando. Vamos a hablar tiano
— con —Yo me adelantaré, ellos.
I picando allí el
dijo el otro,
para hacer una prueba.
'
su caballo, se acercó al rancho a tiempo que salia de
padre de los milagros, seguido de su tuerto sirviente para
montar a
caballo.
—Buenos
dias,
Don
Costal! gritó con voz clara
i
sonora, dirijicn-
dose al tuerto.
Volvió éste rápidamente la cara,
de manos a boca con Juan rehizo,
i
i
i
se
puso pálido
al eucontrarse
su compañero; pero bien ¡n'onto se
contestó:
—Yo no me llamo don señor —Ahí esclamó usted no me engaña a mí! Costal,
el otro:
niio!
Lo he
conocí-
— 236 — cío al
momento de
apuesto a que ese parche que lleva sobre
i
pava engañar a
el ojo zurdo, es
No
verlo;
la jente.
contestó el del parclie, sino que volviéndose hacia ?u- patrón
(que sin hablar palabra, parecía estar temblando de miedo) bló algo en voz baja,
En .
i
lo euipujó hacia
le
ha-
rancho.
el interior del
mas bien a Juan que al asistente, les dijo: mundo sabe que no es bueno meterse en
seguida, dirijiéndose
— Caballeros,
el
Sigaii ustedes su camino,
vidas ajenas. nuestro,
todo
que nosotros seguiremos
el
como Dios manda.
—Es que también manda Dios que plicó Juan, terciando en la cuestión.
a San Pedro de Alcántara,
las j entes
digan la verdad, re-
Usted nos
que se
dijo
dirijia
i....
— Hemos mudado ahora de interrumpió del parche. —Así será pero yo creo que en todo hai gato encerrado, parecer,
el
esto
ello;
replicó Juan;
para descubrirlo, es preciso que usted
i
tonos sigan hasta con su
las
Quechereguas, endonde está
su patronci-
el jeneral
Prieto
ejército.
—Nosotros nada tenemos qué hacer con señor del parche con repuso —Pero jeneral qué hacer con ustedes! esclamó Juan,
jeneral Prieto,
el
.
i
visible exaltación.
el
tiene
el
cando su caballo.
qué hacer
(i
Sí,
pi-
amiguito: nosotros los del gobierno tenemos
mucho) con
los revoltosos,
porque no somos como los
pipiólos que gobernaron a la buena de Dios es grande, sino que he-
mos jurado
ponerle las peras a cuarto a todo pipiólo que quiera al-
zar el gallo. Con que, no perdamos tiempo, dígale a su patroncito
que salga, para que nos acompañe a Quechereguas.
—¿Piensan ustedes llevarnos presos? preguntó cando rápidamente
ma,
i
la catana
el del
parche, sa-
que llevaba en la cabeza de la enjal-
poniéndose contra la quincha del rancho.
Yo
quisiera saber
¿con qué derecho se nos quiere capturar?
—Aquí
tiene usted el derecho
i
el revés,
do del bo' sillo una orden que facultaba preso a cualquier individuo que
—Esos no cólera.
son
Ahora
lo
mas que
al
le pareciese
respondió Juan, sacan-
bodegonero para tomar sospechoso.
papeles! esclamó el del parche, rojo de
que vale es
el
puño;
i
si
alguno de ustedes se
atreve, o bien sea los dos juntos, aquí los espero!. . . crúcenle no mas. .
— Bravo sacristán del padrecito! esclamó Juan Diablo puede barajar esta bala con su catana! dose; pero veamos — Cobarde! exclamó hombre del parche, rujiendo como un rién-
es el
si
el
león acosado por los perros.
;
Contra esa bala, tengo estas
dos!!!
— 237 — una rapidez inconcebible, arrojó al suelo la catana; i metiendo ambas manos en su anclia faja de lana lacre, sacólas armadas de sendas pistolas, que apuntó, una a Juan, i otra a su comI con
pañero.
—Acuérdate, esciamó,
dirijiéndose a este último; acuérdate^ la-
drón sempiterno, de que con estas manos te pasé
La cara de aquel hombre,
santo en....
roja con la sangre que liabia afluido a
su cabeza, se puso de repente pálida como entre la quincha
el
un agudo jemido en
mármol,
el
el interior del
rancho. Las pa-
labras murieron en sus labios, que temblaron de emoción,
grima apareció en
i
una
lá-
que tenia clavado sobre sus
ojo chispeante
el
por
al oir
enemigos.
—Señor! rujido:
me
dijo a
Juan, lanzando un suspiro que se asemejaba a un
doi a preso con
— Baje sus — usted también
pistolas
condición....
hablemos, respondió Juan.
la suya, dijo el del parche.
I
Las
i
una
un mismo tiempo, dejando su
tres pistolas se inclinaron a
posición amenazante.
— Diga usted ¿con qué condición da a preso? preguntó — La de que usted no hará ningún daño a mi patrón, respon^e
el sár-
jente.
le
dió el del parche, con voz conmovida.
Mátenme, descuartícenme a
ma,
mas estime
si
quieren; pero ¡por lo que usted
(prosiguió con voz suplicante
i
i
ame, señorito!
acercándose al bodegonero), no
le
ha-
ga ningún daño, porque le juro por mi salvación, que él es incapaz de hacerle mal a nadie! ¿Me lo promete usted? No tenemos intención de hacer mal a cristiano nacido, repon-
— dió Juan, con que no a — Pero, señor, ya ve usted que no se resista
tal
parche, con voz temblorosa,
—Entonces,
•
las
órdenes que traemos.
nos resistimos, repuso
•
el del
poniéndose de mil colores.
vamos andando! El padrecito debe también acom-
pañarnos.
—Aquí
estoi, dijo
el sacerdote,
saliendo del rancho con cierta
entereza que antes no se habia notado en
él.
Mientras se verificaba esta rápida escena,
el
baqueano
se habia
acercado a varios de los vecinos ranchos, cuyos moradores, cerran-
do sus puertas, atisbaban por entre
Montados a
—Vea, ño
caballo, dijo a
las quinchas.
s
Juan Diablo, su compañero:
Diabh) ¿cómo permite que esa maleta vaya a ]as an-
cas de don Costal?
Ahí debe
estar todo el (¡ato
—
238
—
— Dices bien, respondió Juan: qr'ta de ahí
maleta
la
i
llévala tn
mismo.
La orden no fué dada a un sordo, porque, en pocOvS segundos, la maleta pasó a manos del ájil compañero de Juan, a pesar de las observaciones de sus dueños. I no parece sino que las mavos de aquel hombre estuviesen acostumbradas a abrir i rejistrar todo cuanto se j)onia a su alcance,
pues
la
maleta se abrió como por encanto.
—¿Qué has hecho, badulaque? esclamó Juan, ramal de sus riendas. compañero —Ah! ño Diablo! respondió cínicamente
alzando sobre su
el
el otro.
necesario ver .guió,
aquí venia
si
el
Yo
creia
que era
gato encerrado! Vei no, pues! prosi-
sacando de dicha maleta un gran paquete de cartas. Aquí está
el gato,
ño Juan! Córtenme las dos orejas,
estas^ cartitas
si
no son
para los pipiólos!
— Señor!
esclamó
el
padre con dolorida voz, déme esos papeles,
que a nadie importan sino a mí,
i
llévese
la maleta
con todo lo
que contiene!
—No
es nuestra intención robarle a usted nada, respondió el bo-
degonero;
i
en cuanto a estas cartas, quedarán como antes en la
maleta, para que nuestro jeneral haga de ellas el uso que crea conveniente.
El honorable bodeo^onero puso el paquete en su lugar; i notando que su asistente guardaba algo debajo del poncho, le preguntó:
—¿Qué otra cosa has sacado de maleta? —Nada, ño Juan! respondió —Nada? quien no conoce que compre! —Ya digo; ño Diablo, que no he sacado me fuera a confesar! Nadita mas como debajo del poncho? — eso que — Qué que tengo, pues! Trasbúsqueme, la
•
el otro.
te
te
mas que
le
si
I
tienes
¿I
es lo
Diciendo esto,
el
bellaco alzó
como para que Juan sillos
ambas manos
lo rejistrase;
de su compañero,
le
pero
si
quiere!
presentó su pecho
i
este, sin
tomó súbitamente
tenia en el aire medio abierta con el poncho; el
las cartas.
la i
examinar
mano
los bol-
izquierda que
abriéndosela, vio que
ladrón tenia em^juñada una gran bolsa de seda llena de onzas
i
escudos de oro.
—Ah! bribón! esclamó Juan ¿con que
este era
el
gato tras de que
ibas?
— Es que del parche.
siempre conserva su antigua costumbre, observó
d
—
—Mire, ño
Juan! replico
el
me
faera a confesar, que no
239
—
cínico ladrón: le juro,
liabia fijado
como
si
'me
en la bolsa platera! Ello
fné que, cuando saqué las cartas, salió también enredada esta bolsa;!
como usted agarró solamente
los papeles....
— Bueno, bueno, interrampió Juan.
Después darás tus disculpas Aliora es preciso que nos pongamos luego en maleta, que yo llevaré la bolsa, pues esto es lo
^
a quien
te
las crea.
camino. Lleva tú la
mas prudente. Mientras así hablaba nero en sus bolsillos,
i
prudentísimo Juan Diablo metió el diordenó que el convoi se pusiese en camino, el
en dirección del cercano vado. I aunque
el
blar de los peligros que allí ofrecia el
rio,
con aire de autoridad,
Poco antes de
i
baqueano
Juan
a ha-
le volvió
repitió
la
orden
fué obedecido.
llegar a la orilla del rio, el asistente de
Juan
dijo
a éste:
— no amarramos a don Yo conozco mucho! — Átalo con Si
pierde.
Costal, se nos cae del caballo
i
se nos
lo
Juan Diablo. Apeóse el otro; sacó su lazo, i ató los pies del hombre del parche por debajo de ^a barriga de su caballo. El hombre, conteniendo tii
con dificultad
la
lazo, le dijo entonces
có'era que aparecía en sus ojos, se dejó atar; pero
no sin decir en voz baja a su verdugo:
— Picaro Vcngate ahora de tunda de porrazos que en San Pero ya mia me pagarás! —Mire, señor don respondió bribón con burlezca sonladrón!
di
la
llegará la
Carlos!
Costal,
risa;
sepa que és usted
el
te
i
la
el
que va a pagar todas las hechas
i
por
hacer.
—Pues yo hablaré con señor jeneral quién esclamó en voz del parche. — Mire, Juan! dijo entonces mire cómo de picadito Prieto,
el
alta
eres!
Tío
i
le
diré
el
el otro:
sa-
¡Sabe Dios cuántas mentiras no estará inventando este don Costil en contra mia) para irlas a vaciar al ejército! ca versos!
'.o:-
CAPITULO XLL
LA LOCA.
desmayada o
((Aquella niña está
aletargada; el conjunto de sus facciones es tan perfecto
mas
bien parece una de
fantasías
^
seductor, que
i
trasladadas al
aquellas lienzo por
un hábil pintor que la creatura condenada como las demás a las penar lidades
(Ramón Pacheco. Mientras los demás hablaban
i
exijencias de la vida.»
—El Pañal i
i
la Sotana.)
cuestionaban,
el
baqueano iba
adelante con la cabeza baja, mui contrariado al parecer con la de-
terminación de atravesar por
que tes
las personas
el rio.
Sa patrón
le
que conducia no debian hablar con
que encontrasen,
mamente
allí
poblada.
i
la
¿Cómo
habia dicho los
transeún-
márjen izquierda del Matatpiilo era suevitar que el sarjento no obtuviese noti-
30*
04.0
cías ciertas
sobre el paradero de los soldados liberales, que casi
habían naufragado pocos días antes
Habiendo atravesado nuestro baqueano tomó
Mataquito,
el
como
recto
i
conducir
le
por
el tráfico
se perdía
esta
de las jen-
a veces, bo-
fué fácil al guia el separarse del camino
convoi por veredas
el
grandes dificultades,
sin
la liuella trazada
tes sobre el ¡pedregal del rio. I
rrándose por completo,
en las costas de la Navidad?
,
mas
menos
o
torcidas.
Pero
tanto fué lo que abusó de sus ventajas de baqueano, que al fin le
preguntó Juan:
—Dígame, amigazo — Aquí no liuellas
liai
¿es este el
camino
todos los años,
i
tenemos que
— Pero, hombre! esclamó por aquí vamos cayendo
real?
real, contestó el guía,
endonde tenemos
al llano alto,
camino
i
el
el
el rio
borra las
rumbeando hasta llegar
ir
camino
pues
carretero.
bodegonero, no convencidci todavía:
levantando por esta pedrazon que solo
el
ha podido atravesar antes que nosotros. Dígame ¿no es el camino aquella faja ancha i blanquisca que se ve por entre aquellos
diablo
chilcaleú
—Ya — Pues
le digo, señor, si
que aquí todo es camino, respondió
aquí todo es camino, repuso Ju^n, tomemos aquel que
debe ser mejor que
éste,
pues veo venir por
Acerquémonos a aquellos hombres que
a algunas personas.
vienen, para preguntar-
saben algo sobre estos diablos de pipiólos! Casi estoi arrepen-
si
tido de
No
no haber llegado hasta
la costa.
baqueano tuvo que torcer, camino real pordonde venían unos cinco
era posibh eludir esta orden;
chistar,
sin
allí
él
gritó con voz sonora.
¡Cuarto de convercion sobre la izquierda!
les
el guia.
hacia el
i
el
hombres de a caballo. Mas, no por eso desmayó el buen servidor de don Chuma, sino que, acercándose a Juan, le dijo:
— ¿Su merced
quiere saber noticias de aquellos hombres?
Pues
entonces, voi a salirles por aquí al encuentro para no perder tiem-
po
i
preguntarles
I diciendo
mas
bien
i
si
saben algo de los pipiólos.
haciendo, echó a correr por lo
que galopando sobre
Llegado que hubo
al
el
mas
derecho, saltando
pedregal.
grupo de transeúntes,
les dijo
frunciendo
el
entrecejo:
—¡Alto
—¿Qué
ahí! significa esto?
preguntó uno de los hombres. ¿Quién és
usted para hacernos parar en medio del camino?
— 243 — — Quién les
manda
soi?
un soldado
mi
del gobierno. Allí viene
decir a ustedes que lo esperen aquí.
—¿Con qué objeto? — Con de
.
jefe quien
porque nos-
llevarlos al ejército del jeneral Prieto,
el
somos reclutadores déjente. Los tres hombres abrieron tamaños
otros
—
¡I
es de
cuenta con
resistirse! prosiguió el
malas pulgas,
una palabra. baqueano, porque mi jefe
ojos, sin decir
no aguanta pellejo en
i
lomo.
el
En
Licanten
un balazo a uno porque no quiso seguirnos.
le dio
dudando —Pero, ¿dónde está jente reclutada? preguntó todavía. — Está descansando un rato en pueblo de Huerta. Nosotros otro,
la
la
el
,
nos hemos adelanfado para reclutar algunos en estos ranchos del camino.
Apenas
guia hubo dicho estas palabras, cuando dos de los
el
transeúntes volvieron rápidamente sus caballos,
i
echaron a correr
hacia atrás, gritando al pasar por enfrente de los ranchos que había sobre el camino:
—La
recluta!
Viene
la recluta
de Prieto! Dicen que no perdonan
ni a los chiquillos!
En
cuanto al tercero, parecía aún dudar sobre lo que haria;
biéndole preguntado nuestro baqueano
ha-
era casado, él contestó:
si
tengo mucha familia menuda. — —Pues, entonces, perdono por padre de Sí, señor,
i
i
ser
lo
familia; pero arran-
que luego, porque mi sarjento no perdona a nadie.
Al
oír esto
el
hombre
torció
la rienda hacia el
rio,
i
se perdió
Juan Diablo. han arrancado esos hombres? preguntó con voz
entre los matorrales a tiempo que llegaba
—¿Por qué —Yo no qué ha dado a No han querido responder palabra. — Mas adelante hallaremos quien nos se
agria.
sé
estos cristianos, respondió el guia.
les
conteste, dijo
Juan pican-
do su caballo.
mas
Pero, aun cuando"
de agricultores, no las puertas
allá encontraron
les fué ¡)c)sible
estaban corradas;
i
donados repoutinamente, según
Juan notó qm^ de algunas ñadas con atados en ot;:oa
la
i
casitas
dar con ningún liombro. Todas
muchos lo
muchos ranchos
ranclios liabiau sido aban-
indicaba
el
fuego de las cocinas.
medio desgrede la mano; de
casitas salían mujeres
cabeza
i
llevando
su-s hij(xs
i
ranchos se alejaban hombres a caballo con mujeres en ancas
— i
niños en los brazos, internándose
terse en los primeros
Era qae to,
244
bosques
el grito terrible
— todos en los potreros para
q.iie
me-
encontraban.
de ¡üo recluta! llevado en alas del vien-
había derramado la alarma por toda la pasíüca comarca.
Marchaba
baqueano contentísimo por haber conseguido su objeto.. Sin embargo, no daba la menor muestra de la satisfacción que experimentaba, i seguía su camino sin desplegar los labios.
Ai
el
avistar el valle de Curicó, acercóse a
Juan
i
preguntóle:
— Dígame, perdone horero? —No entiendo, respondió Juan. ¿Qué cosa horero? —Esos redondones que llevan en cartera para ver hora. bodegonero soltando una carcajada. No — esclamó señor,
¿tiene
i
amigo,,
le
es
los ricos
Ali! reloj!
que serán como las
—Nosotros dió el guia;
i
la
el
me
ahora porque se
lo llevo
la
los
quedó olvidado en casa; pero yo creo
diez.
pobres no tenemos
cuando
el dia está
escucharle al estómago.
mas
horero que
el sol,
respon-
nublado como ahora, tenemos que
A mí me
parece que
3^a
deben ser las doce
lunpocOj según es la hambre que llevo. ¿No cree usted mui justo que pasemos a hacer medio dia a un bodegoncito que hai al fin de este callejón?
—Así hombre
lo
haremos, respondió
el
bodegonero, mirando de reojo al
del parche, que platicaba en voz baja con su patrón.
Llegados
al
punto indicado por
el guia, se
apearon
i
comieron
i
bebieron a discreción.
El padrecito estaba cada vez mas
triste
i
taciturno,
apenas co-
mió algunos bocados; i como al parecer iba enfermo, nadie se admiraba de que permaneciese callado i con la cara medio envuelta en dos grandes
Acabada
]
añuelos.
la comida,
Juan pagó jenerosamente por todos,
i
enton-
ces el guia le dijo:,
— Comida hecha amistad deshecha, señor mió. preguntó Juan. —¿Qué quiere usted — Que hast aquí dura mi mala compaña porque yo i
decir? le
i
tengo que
volverme luego a casa de mi patrón, i su merced ya no me necesita para nada. Este camino va derecho a la estancia de las Quechereguas,
i
su merced no podrá perderse porque, como dice mi patrón:
«quien boca tiene a
Roma llega.»
mi patrón me encargó mucho que no cuartillo, aiiii
me
acuerdo (agregó),
le recibiera
a su merced ni un
I ahora que
cuando quisiera su merced pagarme algo por este
.
— que he
viaje
en mi propia bestia, pues la hacienda no da
lieclio
bestias para estos mandados,
— Bueno,
yo
i
guardó en su
i
—Yaya pues, ya que su merced pague!
i
se
bolsillo, diciendo:
empeña,
le
admitiré. Dios se
hasta otro día, patroncito.
Mientras
el sirviente del
a su lugar, Juan
volvia
nn pobre que
soi
bueno, interrumpió Juan pasando al baqueano cuatro
reales que éste recibió
lo
—
245
i
marcha hacia
el oriente.
vanguardia del
ejército
señor prefecto apellidado
compañeros de
sus
el
Guapo,
viaje proseguian
se
su
Cuando llegaron a Quechereguas, ya la hábia partido en la mañana, i la retaguardia
estaba a j)unto de ^^lonerse en marcha.
Juan Diablo
se fué al
momento
a hablar con Dorriga para darle
cuenta de su comisión.
— Señor,
don Víctor, ya los pipiólos pasaron el Mataquito; pero hemos hecho una buena presa. Es un padre franciscano que marcha para el sur, acompañado de un hombre de mala cara, al cual le quitamos una maleta con unos^papeles, que según parece, dijo a
son cartas de los pipiólos de Santiago, escritas a los del Maule.
preguntó Dorriga. —¿Dónde están esas —En mismas maleta endonde venían. cartas?
la
Don Víctor, sin decir una palabra, tocó un pito i se presentó al momento un oficialito pequeño, delgado, de aceitunado semblante i de ruin aspecto; pero que en sus ojos vivos cierta
sagacidad
i
pálidos labios la
i
penetrantes, revelaba
vagaba en sus delgados i indefinible sonrisa con que la solapada malicia perspicacia, mientras
suele cubrir sus intenciones.
— Garduño,
don Víctor, dirijiéndose al oficial; haga usted conducir aquí a esos dos individuos que ha traido presos este sárjente;
i
dijo
usted, prosiguió, dirijiéndose a Juan, tráigame la maleta con
todo lo que contiene. Salió
Garduño seguido del bodegonero,
éste trayendo en sus
conduciendo al
sa,ber lo
que
fraile
i
él
Don Víctor, ansioso de mismo la maleta; ya
el
fraile entró precipitada-
a su criado.
paquete contenia, abrió
habia sacado una de las cartas, cuando
mente a
la pieza;
i
que Dorriga leyese
a poco rato volvió
brazos la maleta de los presos. Detras venia
el oficial
el
i
i
adelantando éste sus manos como para impedir ki
carta que ya tenia estendida, le dijo con voz
entera:
—
Si usted es
un
señor don Víctor!
caballero, no
ponga
los
ojos sobre esas
cartas,
— Miró éste
al relijioso;
i
—
246
disgustado de su actitud al
po que sorprendido de su juventud
un adolescente),
— — Se
le
mismo
tiem-
de su belleza (pues parecía
i
preguntó:
¿Quién es usted?
está
lo diré al señor jeneral,
respondió
señor Prieto? Quiero hablar con
el
— El jeneral
está ocupado en hacer
el
joven
¿Dónde
fraile.
él!
marchar
al ejército:
puede
usted hablar conmigo.
—No
puedo hacerlo delante de estas personas^ repuso
el fraile.
manda despejar esta pieza, le diré quien soi. En aquel momento entró, por una puerta que comunicaba a
Si usted
la
pieza con otra vecina, un sacerdote vestido de viaje, con hábito o
sotanas arremangadas
Era
i
calzadas las espuelas.
padre Hipocreitia, que todo esos días anteriores habia esta-
el
do dando unos
ejercicios públicos
do
contra los pipiólos.
el evanjelio
Al ver dr)s
al joven fraile, se
pasos hacia
él, le
en Molina, endonde habia predica-
puso pálido; pero luego se rehizo;
dijo con cierta
i
dando
emoción que apér^as pudo ocultar:
amigo mió! que — Usted no que no podrá de parecer jamas! — usted mirando fijamente pondió —¿Qué quiere usted del hombre de bien en de desempeñar — Que usted parece,
es lo
trata
I
es ni
lo
el interpelado,
ser
res-
al jesuita.
decir?
el rol
trata
esta comedia, contestó el joven fraile.
Púsose
el jesuita
de mil colores,
i
habiendo visto solamente la firma de
se acercó a
don Víctor, quien,
la carta, dijo entre dientes:
—Esta carta viene firmada por Anselmo Guzman. observó Garduño, pues Anselmo está en —No puede Maule. — ademas, acabamos de saber que ha muerto, agregó jesuita con voz —¿Ha muerto? Decís que Anselmo Guzman ha muerto? esclamó, ser eso,
el
I
el
sorda.
sin poderse contener, el joven fraile
dando dos pasos hacia
jesuita. '
el
I
Este, mirando de arriba abajo al mozo,
respondió con esta sola
jmlabra: --Sí.
como un dardo, pareció atravesar el pecho del pobre fraile, pues, pálido como un cadáver, permaneció unos cuantos segundos como clavado en el suelo i sin pronunciar una Ese
si,
agudo
i
rápido
— Sus labios
sola palabra.
riamente abiertos, en aquel
De
se pusieron lívidos;
sus ojos extraordina-
i
que
abría su caja de rapé.
repente, la cara del fraile se
rojiza luz de
—
sin pestañar, estaban fijos sobre el jesuita
i
momento
247
un incendio;
e
coloreó
como iluminada por
irguiendo la cabeza, arrancóse
el
la
pañue-
que ocultaba a medias su fisonomía.
lo
Con el rápido movimiento, la capilla del hábito cayó hacia atrás, i una gran madeja de cabellos negros se esparció sobre sus espaldas. Todos los circunstantes lanzaron ui^ grito de sorj^resa, menos don Víctor que habia ya descubierto el secreto, leyendo la carta de Anselmo, verla,
i
el jesuita,
que habia conocido a Lucinda en
sión que su belleza
—Lucinda!
le,
la preciosa
esclamó
inolvidable aniigo,
—Porque si
vosotros
niña sin ocultar la impre-
causara. el jesuita,
adelantándose a tomarla de la
vos,
momento de
a pesar de lo bien disfrazada que venia.
El oficial Garduño miraba a
mi
el
i
manifestando gran admiración
mano ¿Por qué
i
veo aquí a la hija de
en un traje tan ajeno de su sexo?
me
habéis obligado a
ello,
i
especialmente
padre Hipocreitía! esclamó Lucinda, dando un paso atrás como
viera acercarse
asesino,
una culebra. No me
toquéis, vil ladrón, miserable
que no contento con desposeerme del amor de mi padre
para arrebatarme una pobre herencia, matasteis de dolor a mi madre,
fuisteis el
i
verdugo del desgraciado autor de mis dias!
—Ah! con que una mujer! oyó puerta a una voz en de respondió Lucinda, volviéndose rápidamente hacia — es
se
decir
la
la pieza.
exterior
Sí, jeneral!
Prieto,
que en aquel momento entraba al cuarto: Soi la esposa, o
mejor dicho,
soi la
viuda de Anselmo Guzman, asesinado por us-
tedes!
—¿Por nosotros? Señora! — por ustedes, sobre cuya cabeza caerá ;
Sí,
derramado
i
que seguirá derramándose en
que después de haber dado
el
la sangre el
país!
que se ha
Por ustedes,
ejemplo de la mas escandalosa gue-
han perseguido a hombres indefensos como mi esposo, haspunto de mandarlos insultar cobardemente en su propia casa!
rra civil,
ta el
— Pero, señora —Ah! prosiguió Lucinda con
vehemencia: Ustedes dirán
(]U(^
no
han dado orden al populacho para que fuera a apedrear nuc^stras ventanas. Solamente dejaron (jue las apedrearan que nos insultasen soezmente, obligando así a mi esposo a que dejase su hogar, i...
le
i
— 248 »— Cálmese usted, señora, interrumpió don Víctor acercándosele; — advierta, agregó Prieto, que de perseguir a Guzman, lejos
I
gobierno lo co,
lia
considerado
mas de
lo
el
que convenia
al
orden públi-
a pesar de tenerse conocimiento de sus traidoras intenciones.
— Orden público! esclamó Lucinda
moviendo la cabeza de arriba abajo i con los ojos medio extraviados.... Orden público! Bien está esa palabra en boca de los que lian sembrado i cultivado el desorden en el país! Esperad la cosecha! Pero mas me admira, jeneral, el que ¡
usted pueda pronunciar la palabra traidor con la
misma boca con
que mandó a sus soldados que volviesen contra la república
mas que mismos
las ar-
puesto en sus manos para su defensa; con los
ella liabia
labios con que convidó al jeneral Lastra a entrar en las
casas de Ocliagavía para traicionarlo
un momento después!
— Oh! Esa una calumnia infame! esclamó será jamas un ¡Joaquín Prieto no ha —Tiene usted razón, repuso Lucinda con es
el' jeneral
sido ni
sí...
fuera de
traidor!
irónico acento. Joa-
quin Prieto no ha sido ni será jamas un traidor: solo ha sido
i
será
el instrumento de miserables traidores.
I al decir
esto,
lanzó una carcajada seca que se asemejaba a un
quejido de dolor. El jeneral Prieto, exaltadísimo, quiso hablar; pero
Dorriga acercándose a
él, le
dijo:
acuérdese de que una mujer. — Cálmese, jesuita ¡Pobre niña! agregó — ademas —Eq una mujer, dando un paso momento no jeneral,
es
i
loca!
I
el
dijo ella,
soi
este
hacia la puerta: soi la verdad que habla
chada en Chile.
En
i
que algún dia será escu-
cuanto al padre Hipocreitía (prosiguió, mos-
trando al jesuita con
el
dedo,
pero sin mirarlo) como
él es
mui
cuerdo, no dice nunca la verdad.
En
seguida salió de la pieza con cierta ajitacion
febril.
Uno
de los soldados que habia en la puerta, quiso oponerse a su paso; pero ella, sin decirle una palabra i aun sin mirarlo, le ordenó con un movimiento de la mano, que se hiciese a un lado, i él la dejó pasar libremente.
Los que estaban en la habitación la siguieron conmovidos, especialmente Garduño que no habia separado los ojos de ella. Cuando estuvo en
el
corredor,
llamó a su sirviente,
el cual,
con una
barra de grillos en los pies, so mantenia afirmado a un pilar tiraba sus brazos como para socorrer a su señora.
— Pedro!
dijo ésta con dolorida voz: tu patrón
i
ha muerto! El
es-
co-
— me
razón no
249
—
engañaba. Prepara pronto los caballos porque es
prociso que vea siquiera su sepultara!
Pedro quiso anclar^ pero no pudo^ i ecli j a llorar como un niño. Entonces ella, viendo a su criado que apenas podia tenerse de pié, pareció como que despertaba de una atroz pesadilla; dio un grito terrible,
cayó sobre
i
como un
el suelo
cadáver.
Al ver caer a su señora, Pedro lanzó un rujido i se arrastró ella, dando una bofetada a un soldado que lo sujetaba. Todos
circunstantes manifestaron
los
la
graciada esposa de Anselmo les inspiraba;
compasión que pero
el
liácia
la des-
primero que
llegó corriendo hacia ella, fué el padre Hipocreitía.
— Loca! Ruega to
Señor por tú
al
Pobre amigo mió!
loca! decia el jesuíta ¡qué desgracia! bija,
a la cual te prometí servirle en cuan-
mis débiles fuerzas alcanzasen. Mientras así hablaba, trataba de alzar del suelo a Lucinda, que
apenas daba señales de vida;
i
ayudado por Garduño
i
otros, la
condujo a un cuarto endonde habia una cama. Vinieron -en segui-
da dos o
tres
caseros; pero
— Señor, su padre, ciencia.
i
mujeres que el
le
empezaron a hacer algunos remedios
jesuíta dijo al jeneral:
esta pobre niña no puede quedar aquí.
Yo
amigo de
faí
t3ngo que cumplir con un deber de amistad
i
de con-
Puego a Usía que me dé permiso para hacerla trasladar a
casa de unas amigas mías que residen en Molina,
tratada con toda la caridad
i
endonde será
cristiandad que caracterizan a esas
santas señoras. .
Concedióle Prieto el permiso que se
le
pedia;
i
Garduño, por in-
dicación de Dorriga, se quedó con cinco soldados de caballería para servir de escolta a la eníerma.
:o:
n*
151
CAPITULO
PRIETO
!
XLII.
CORRIGA.
«En
el
estado en que se encuentra
el país, el
cesario
i
gobierno ha estimado ne-
prudente ver correr alguna
sangre chilena....
(JSÍota
del ministro Portales aljene-
ral Aldunate.
— 25
de
mayo
de^
1830.)
La
retaguardia del ejército se habia ya puesto en camino, con in-
tención de
ir
hacer noche en
el
Camarico, endonde lo esperaba la
vanguardia. Bien pronto emprendió la marcha el estado
mayor,
una parte de la caballería, tras de la cual iba Pedro atado sobre el lomo de un macho que un soldado llevaba tirando. escoltado por
Llegado
el
convoi a la estancia de Itagüe, atravesaron
el rio Chiro,
enfrente de la vega del Camarico, endonde encontraron acampa-
do
el ejército.
Apenas Dorriga se hubo desmontado del caballo, cuando pidió a un sarjento una maletita que éste le llevaba; i metiéndose en un
^^
—
OÍÍ9 /^O^
cnarfcito del ranclio, endónele liabia
una vela de ños
sebo,
i
se
puso a
leer
de dormir
amarillosos,. azuleSj
Habia papelitos blancos,
basta los liabia sucios
i
algodón, otros de hilo,
otros de seda.
i
encendió
unos papelitos de diversos tama-
colores que llevaba en la maleta.
i
el jeneral,
i
La
ajados.
Unos eran de
letra de cada papel era
también distinta de la de ios demás; pero todos concluian con una firma i una rúbrica mas o menos llena de rasgos, ""cruces i comillas
En
seguida plegó
cerró todas
i
estas
cuales tenian pretensiones dé cartas);
con sendas obleas,
éstas,
todas un buen paquete. le dirijió la
i
esquelas
(algunas de las
pegando, la mayor parte de
pan mascado, hizo de tiempo entró eljeneral en jefe, quien
solo dos o tres con
i
A ese
palabra en estos términos:
— Señor don Víctor;
estoi perplejo ¿qué le parece a
usted conve-
niente hacer con ese hombre?
—¿Qué hombre? —El de Lucinda. Me sirviente
pipiólo,
i
de
mucho
por casualidad se escapa, puede ha-
arrojo. Si
cernos mucho, daño con solo
migo que
las interioridades
que es un empecinado
lian dicho
ir
a poner en conocimiento del ene-
de nuestro ejército: ¿cree usted conveniente
llagamos fusilar?
lo
—¿Para qué? ¿En qué aparece culpable ese hombre? sistido
señora,
cuando i
se le quiso
tomar preso, ha
cumplir mejor con su deber.
Una
Si se
ha
re-
sido por defender a su
acción
como
esa no
me-
rece cuatro balazos, jeneral!
— Convengo lltica^
en ello;pero yo hablaba de hacerlo fusilar jí96>rj?9<9-
pues ya usted sabe
opinión es
(jite
que dice Portales a este respecto.
Su
conviene a veces derramar un poco de sangre chilena^
pues de otro modo no tros enemigos.
lo
Con
se
pone a raya
el loco
atrevimiento de nues-
un ene-
esos cuatro balazos nos desharemos de
migo.... -r-I
nos haremos de cien enemigos mas, interrumpió Dorriga.
Créame, señor jeneral, la crueldad inútil perjudica siempre la emplea.
El
rigor,
aún en
la
al
que
guerra misma, es como ciertos vene-
nos que suele hacerse entrar en la composición de las medicinas.
Usados con cordura, pueden sanar ellos,
al
enfermo; pero
el
abuso de
produce necesariamente la muerte. Al contrario, yo creo que
podemos sacar partido de enemigo^
la huida de ese
hombre
al
campamento
—
V
—
253
—¿Cómo puede ser eso?
— Sirviéndonos de
él
como de un emisario
seguro, para enviar
estas cartitas.
— Ah! esclamó Prieto
¿todavía está usted con esa idea? Los pi-
piólos son inocentes; pero no tanto para que traguen ese anzuelo! I ademas, prosiguió sonriéndose ¡les
hemos hecho ya tragar
— Paes yo tengo seguridad de que algunos de nuestros
oficiales
mas
tantos!
estas esquelitas, firmadas por
apipiolados,
han de producir un
magnífico resultado. Todas ellas hablan del deseo que sus autores tienen de pasarse al enemigo, unos por evitar la efusión de sangre, otros
porque sus antiguas convicciones
opuesto, to hacia
i
los
arrastran al bando
algunos por consideraciones personales de amor
i
respe-
Freiré.
—¿Creé usted que
este jeneral
no se llene de satisfacción al leer
no se descuide, por consiguiente, confiando mas en una mentida popularidad que en las fuerzas de su ejército? estos papeles,
i
^
—;Haga usted go
fe
lo
que
parezca, dijo el jeneral; pero yo solo ten-
le
en nuestros cañones
— Trazas
i
en nuestra caballería.
quiere la guerra, señor jeneral, repuso don Víctor;
usted se convencerá mas tarde, de que fuerza,
i
mas hace
la
maña que
i
la
que cada uno de estos papelillos vale por diez balas de
cañón.
Un
ruido de caballos que se oyó en el exterior del rancho, cortó
la conversación.
El jeneral salió del cuartejo, i poco después entró Garduño. ¿Cómo queda esa niña? preguntó don Víctor.
— — Ha vuelto en
sí,
respondió el
oficial;
pero no ha sido posible
conseguir que se despoje del hábito franciscano que tiene puesto.
Dice que ya no quiere pertenecer a este mundo,
que lleva es
el
que mas
Dorriga se conmovió corazón humano; piólos, e
le
i
que aquel traje
conviene, por ser el de la sepultura.
al oir la relación
del oficial, pues tenia
un
aunque lleno de preocupaciones contra los piincapaz de comprender las ideas que éstos defeUdian, no
alcanzaba su
o;lio
i,
hasta las nmjeres
i
los niños,
como sucedia con
muchos otros defensores del sistema colonial vestido a la republicana. Su contraido semblante revelaba una profunda impresión; i con voz apagada, murmuró;
— Pobre mucliacha! En
Ojalá no soa cierta la muerte de su marido!
seguida, liaciendo
desechar una
tri:¿te
un movimiento con
idea, dijo:
la cabeza
como para
—
—Bueno! tiene
Vamos
254
a otra cosa.
—
Ya
sabe usted, Garduño, lo que
que hacer con ese hombre. Nada tengo que
repetirle.
Tome
vusted las cartas.
— Obraré en todo como usted me ha ordenado, respondió recibiendo el paquete
i
saliendo del cuarto.
:o:-
el oficial
CAPITULO
GARDUÑO
XLIII.
PEDRO.
I
«Acompañaba a pañas
Prieto en las cam-
español don V... tan famoso
el
por su fecundidad en la invención de ardides
i
estratajemas de todo
Este se valió de diversos gentos, a quienes hacia
a Freiré, o
mando
el
oficiales
i
sar-
que escribiesen
lo verificaba él
nombre de
j enero.
mismo
to-
aquellos, protes-
tando su adhesión a este jeneral
i
ase-
gurándole, con todo el misterio necesario,
que estaban dispuestos a pasarse a
sus filas.»
.
(F. Errázuriz).
Garduño
se
dirijió
en seguida al lugar endonde tenían preso a
Pedro. Esto so hallaba rodeado de cuatro soldados, con una gruesa
barra de grillos en los pies, Tnaiten,
i
atado de las manos al tronco de un
—
— Señor
—
256
en cuanto conoció a Garduño; llágalo
oficial! dijo
que mas quiere en esta vida, dígame
—Está los jefes
Dios!...Aliora le suplico que se
para que la traten bien
frido ya!... I aliora, ¿es cierto
—Esa
la señorita vive o
hágame
que mi jmtron
el
lia
i
no la hagan
bien de decirme,
empeñe usted con ¡Harto
sufrir. si le
lia
su-
nace de corazoni
muerto?
que aquí
es la noticia
muere?
Garduño.
viva, respondió
— Gracias a
si
¡Dor lo
lia
llegado, respondió
Garduño con
voz lúo-ubre.
Pedro no el
mas, pues
liabló
nuevo dolor que
liabia
le
su entrecortada respiración indicaba
causado la certeza de la fatal
noticia.
—I ¿para usted no pide nada? preguntó Garduño. — qué quiere que pida para mí, cuando me trata de esta ma,
se
¿I
nera? esclanió Pedro con
mal reprimida
Se
cólera:
me
tiene atado
a este árbol, como si fuera un- animal i como si pudiera huir con esta pesada barra de grillos. ¿Qué he hecho, señor, para que me castiguen de este modo?
— Usted — No he
ha
se
resistido
i
ha amenazado a
los
lo preso.
atacaban
i
que querían tomar^
hecho mas que defenderme de dos ladrones que que, por
mas
señas,
me
robaron todo
me
dinero que
el
traíamos.
—Non eran autoridad — En de
ladrones, repuso el oficial, sino comisionados por la
lejítima para
eso
sor comisionados por la autoridad,
terrumpió vivamente Pedro; pero drones como
el
mismo Judas.
sí
no
me
sostendré siempre, que son la-
¡Los conozco hace
mucho tiempo!
—De todos modos, usted ha hecho armas contra autoridad, ha condenado a muerte. consejo de guerra —¿Me han condenado a muerte? por qué? entonces ¿para qué la
el
meto, in-
i
lo
I
me preguntaba usted
si
I
yo tenia algo que pedir?
Garduño no respondió,
uno de
los solda-
Pedro decia
al oficial:
sino que, volviéndose a
dos, le dijo:
—Desate usted a ese hombre. soldado cumplía con Mientras señor: — Muchas el
graciasí,
la orden,
prefiero cuatro balas, a seguir aquí
amarrado como un facineroso. El oficial, sin responder una palabra, dio dos silbidos con un pito que sacó de sus bolsillos; i luego aparecieron seis soldados a cabar lio con sus tercerolas a la espalda. Otros dos soldados mas, traiau
*
dos caballos ensillados;
nó a Pedro que
i
lo liiciera
montando Garduño en uno de en
después que
el otro,
le
éstos, orde-
hubieron sacado
los grillos.
—Ya ballo
i
sé lo
que esto
murmuró
Pedro, montando en su ca-
poniéndose en marcha rodeado de los soldados.
—Prepárese
— Ya
significa,
usted, le dijo el oficial.
estoi preparado, respondió Pedro.
Por toda precaución, habíanle atado los pies al preso por debajo de la barriga del caballo. El convoi marchaba dando mil i mil vueltas por entre los matorrales que cubrían la márjen izquierda del Kio Claro.
La noche
estaba oscura;
espesos
nadie hablaba una palabra,
mósfera;
nubarrones cubrían la ati
solo
patas de los caballos, medio apagado por
se oia el ruido el
de las
sordo murmullo del
rio.
Habiéndose separado del campamento unas diez o doce cuadras, hicieron alto debajo de unos árboles,
montarse a
los
i
Garduño mandó des-
soldados. Bajaron al preso de su caballo;
i
habién
dolo atado al tronco de un árbol, se retiraron a regular distancia.
—Buen dar! esclamó Pedro, con
triste
acento ¡El pago de Chile!
Morir como un ladrón, después de haber peleado por la patria sin
haber recibido ni
el
sueldo siquiera!
—¿Tiene usted miedo? preguntó Garduño. —iVb sadré decir tengo no tengo miedo, respondió Pedro, le
le
o
si
porque no puedo mentir ahora: pero
go
rabia,
mucha
lo
rabia, señor, al ver
que sé mui bien, es que tenque se
me
va a asesinar aquí
como a un perro, por mano de mis mismos compañeros con los cuales hemos peleado juntos contra los godos ¡Denme un fusil, prosiguió con exaltación,
i
verán
si
tengo miedo!
— Pues respondióle Garduño; usted tendrá un me promete una —¿Qué cosa? bien!
si
fasil
i
vivirá
cosa.
—-Enrolarse en
nuestras
filas.
.
—Calle- la boca, señor, por Dios,
En
seguida, haciendo
— Por
un
i
no
me proponga
eso!
esfuerzo, prosiguió:
amor de Dios! señor oficial, no me esté matando a poC08\ Despácheme luego, porque ya tengo el ánimo Jiecho\ I se puso a rezar un Credo en alta voz. Garduño dio a sus soldados la orden do prepararse, se dis})uso a mandar el fuego. Pero antes tuvo la crueldad de decir al preso: el
i
— 258 — —Ali! es usted miú/reirisfa!
respondió Pedro exasperado, po—Porque un iiombre niéndose en seguida a gritar Yiva Constitución! Creo en Dios padre, Todo—Viva de poderoso, Criador del — Fuego!! gritó Garduño. soi
leal,
Freiré!
la
cielo
la tierra
i
Oyóse una sola detonación, compuesta de los naron a un tiempo, i todo quedó en silencio.
Garduño
se acercó
—Esta muerto.
a Pedro;
que so-
habiéndolo tocado, dijo:
i
¡A caballo!
Montaron todos; uno de llo
seis tiros
los soldados
en que se habia conducido al preso^
tomó i
las riendas del caba-
partieron al trote liácia el
campamento. Cuando Pedro volvió en sí, apenas se oía el ruido de los caballos que se alejaban: Pero él no se preocupaba de ruido alguno, sino que, admiradísimo de no sentir el mas pequeño dolor en todo su cuerpo, se liizo maquinalmente estas dos preguntas:
—-¿Estaré vivo? ¿Estaré muerto? En
seguida se puso a respirar con fuerza. Su cabeza se liabia de-
bilitado notablemente por la emoción sufrida,
como engarrotados por moverse
i
no pudo; pretendió tocarse
decieron a su voluntad.
contra
el
las ligaduras
Su
i
el
tenia los
i
el frió
de la noclie. Quiso
cuerpo,
cuello estaba tieso;
miembros
manos no obe-
i
sus
i
su cabeza, pegada
tronco del árbol, parecia carecer de movimiento.
— Qué será
esto!
exclamaba
pobre hombre lleno de pavor. ¿Si
el
aún no habré llegado al otro mundo por no haberme acabado de matar? Pero si he muerto, i estol en el otro muudo, no hai duda de que los dos mundos se parecen estaré entre la vida
i
la muerte,
i
mucho. La misma oscuridad, los mismos árboles, el mismo aire, el mismo ruido del rio... I ¿cómo dicen que la muerte duele tanto? Pero nó! no puede ser! ¡Estoi en este mundo! esclamó respirando con
mayor fuerza
— —Ah!
i
con la convicción de su propia existencia.
Silencio! le dijo a ese ¿es usted, señor
tiempo
íina voz cerca
de sus oidos.
Garduño? jireguntó Pedro ¿Viene usted a
acabar de matarme? Concluya usted pronto porque todavía estoi vivo.
—A mí me debe usted game
usted,
i
no hable.
que hice dar a
la vida
de que goza, repuso Garduño. Ói-
Yo mismo
extraje las balas de las tercero las
los soldados,
i
por esto es que usted no está herido.
Ellos están en el campamento, creyendo haberlo muerto a usted;
i
— 259 — mientras tanto, yo
una
vuelto a librarlo de sus ligaduras; pero con
lie
condición....
— Cuál diga usted, señor! paquete usted — La de que es?
este
lleve
ponga en
lo
las propias
manos de
campamento enemigo
al
Freiré.
Pedro creyó no haber oido bien,
esclamó:
i
— Qué? El jeneral Freiré? ¿Usted?. ..Yo? a don Ramón — Que usted debe
¿Qué
sijilo
Prieto
Son cartas que algunos de
posible.
por eso
los
oficiales
de
i
queremos pasarnos a
la división
de los cir-
quise ver hasta dónde llegaba la lealtad de usted;
le hice
denantes todas esas preguntas. Ahora sé que pue-
do contar con su
fidelidad.
comeré esos papeles
necesario! esclamó Pedro.
momento. Ah! pero
—Yo
el
Yo
cunstancias.
al
con
porque nosotros hemos sido solamente pelucones de
liberales
— Me
dicho?
escribimos a Freiré, ad virtiéndole que estamos descon.
le
tontos de nuestro jeneral,
i
me ha
este paquetito
llevar
mayor
i
lo desataré,
áiites
Démelos
estoi atado
respondió
el
i
de entregarlos,
moriré
i
usted, señor Garduño,
si
es
partiré
i
no puedo moverme!
oficial,
poniendo por obra
lo
que
decia.
Al verse
Pedro dio dos o tres cerciorarse de que estaba vivo i libre.
En
libre,
saltos en el aire,
como para
seguida dijo:
— Pero ¿no parece a usted, que debo hacer caballo? —Aquí tiene usted mió. — usted? —Yo me volveré de a pié campamento; señor,
le
este viaje a
el
¿I
al
i
allí diré
que mi ca-
ha arrancado. Tome usted el paquete, i ¡cuenta con que nasepa una palabra de todo lo que hemos hablado!
ballo se die
—No yol
le
Yaya!
dé a usted nino'un cuidado. lo
Mas
liablará
uu muerto que
que es la vida! ¿Creerá, señor Garduño,
(jue casi
ha-
bla yo creido que estaba muerto?
En
seguida tomó
el paipiete; lo
metió en sus bolsillos,
i
montó
a caballo.
—En atadito que cuelga del arzón de Garduño. ted que comer, — Dios pague, Ahora —Diga usted. ese
la silla
encontrará us-
le dijo
se lo
señor!
quisiera pedirle una gracia.
— 260 — — Quisiera birme...? — Prometo
hacerlo, respondió
usted en todo
i
tener noticias de la señorita. ¿Podria usted escri-
por todo
al oido: a Lucinda
Pedro miró
i
el oficial;
i
que la persona, que
lo
no
si
escribo, crea
le
al saludarlo le
diga
Garduño.J>
al oficial
meneando en seguida
la cabeza,
como para
desechar una idea insensata.
Luego
contestó:
— Muí — Que tenga
bien, señor, así lo liaré. Adiós. feliz viaje,
respondió Garduño, volviéndose al cam-
el oficial
encontró a un soldado que lo esperaba
pamento.
A poco
andar,
entre unos matorrales con salto,
i
se dirijió
un
caballo de la rienda.
con su asistente
Montó de un
rancho endonde debia pasar
al
el
resto de la noche.
Antes de
— dos —
algún curioso pregunta por
Si
lo
llegar, dijo al soldado:
hemos echado
Sí, señor,
que entre los
el cadáver, dile
al rio.
respondió
el soldado,
i
ademas con una piedra atada
al pescuezo.
Garduño hizo unjesto de aprobación, Llegado
al
alojamiento se apeó;
i
vestido
sin contestar
como
una palabra.
estaba, tendióse so-
cama de pellejos que el soldado le tenia preparada. Pero mientras éste empezó luego a roncar, tendido sobre su poncho i con un tronco por cabecera, el pobre Santiago no pudo pegar los ojos, como si su espíritu fuera presa de algunos de esos terribles pensamientos, cuya ejecución espanta al mismo que desea realizarlos. bre nna
Poco después de nuevo
se levantó; despertó al soldado,
los caballos.
Mientras tanto
él escribía,
i
le
ordenó ensillar
a la luz de un can-
un papelito que encargó a otro soldado entregar a Dorriga. Por último, montando a caballo atravesó el rio, i galopó hacia Molina,
dil,
seguido de su soñoliento asistente.
— Oh! murmuraba Santiago, con mujer sino un
ánjel...
¡Qué dulzura,
ajitacion febril; esta al
mismo tiempo
¡qué majestad
en aquella fisonomía radiante...! ¡Con cuánto placer no ría
mi vida
entera...!
I su
de morir en la refriega,
i
no es una
le
consagra-
marido ¿vive? ¿ha muerto...? Pero pue-
entonces....
.:o:
CAPITULO XLIV.
A ORILLAS DEL MAULE.
«Se sabe cuan propensos
son' los
ban-
dos políticos a forjarse ideas halagüeñas, sobre todo, cuando están caldos.»
(M. L. AmunáteCtUI.
— Dictadura
de
O'IIigyins: cap. XIII,)
Volvamos ahora la vista^al ejército constitucional. Poco después del desembarco de las tropas de Freiré en Constitución,
llegaron los jefes llondizzoni
desembarcados en la Navidad, a
gunos reclutas de
las costas
raba con impaciencia a
i
Castillo,
los cuales se
de Colchagua
los coroneles A^iel
con sus soldados
habian agregado
al-
do Talca. Freiré espe-
i
i
Tiipper,
esos dias en sitiar a Chillan, defendido por el coronel
ocupados en
Cruz
(«pie
tan arrepentido se mostró después de haber sostenido la causa pelucona). Sabedor el jeneral de (pie Viel
do
el sitio
de Chillan,
i
i
Tupper habian abandona-
se dirijian hacia el norte,
puso en movimien-
OA9 to sus tropas
i
se'dirijió liacia
Talca por la ribera izquierda del rio
Maule. Algunos dias después, es
decir, el
29 de marzo, todo
reunido a orillas del antediclio
cito liberal estaba
rio;
i
el ejér-
entonces
Freiré no pensó sino en llegar cuanto antes a la ciudad de Talca, posición estratéjica de la
mayor importancia,
i
cuyos habitantes
eran adictos a la causa constitucional.
Se nos olvidaba decir que Anselmo no liabia podido marchar con sus compañeros de armas, pues, aunque lo intentó varias veces por
ya restablecido de su enfermedad, no quiso consentirlo el jeneral; i el joven tuvo que moderar su impaciencia i quedarse en creerse
siguiendo las órdenes de su jefe, de acuerdo con las
Constitución
prescripciones del primer cirujano del ejército.
Ese mismo dia en que las reses
a pasar
del puentecito de Perales, mientras los soldados
el rio, al oriente
comian
las tropas liberales se disponian
que se
les
acababa de matar con,este objeto. Freiré i
Tupper hablaban acaloradamente debajo de una ramada, sobre
la
orilla del rio.
—Ya
digo a usted, coronel, decia Freiré, que aún cuando su
le
plan sea mui bueno,
me
es imposible aceptarlo,
ridad de vencer a ese traidor, sin haber para sil.
La mayor
pues tengo la segu-
qué descargar un fu-
parte de los oficiales han peleado a mis órdenes,
i
de haber abrazado tan mala causa. Esté usted
están arrepentidos
seguro de que, en cuanto nos vean, se pasarán con sus soldados a nuestras
filas.
¿Para qué derramar sangre entonces,
si
tenemos la
victoria segura?
meneó la cabeza con aire de duda. presentó un oficial seguido de un hombre
Tupper no respondió,
En
aquel
momento
se
que traia un caballo de
i
solo
la rienda,
i
del cual, según parecía, acababa
de apearse.
— Señor,
dijo el oficial dirijiéndose a Freiré; aquí viene
un hom-
bre que se dice portador de una noticia importante.
El jeneral ordenó a aquel que se acercase; i apenas hubo éste hablado, cuando a una con Tupper, esclamó: ^ ¿No eres Pedro...? ¿qué es de Lucinda? La he dejado enferma en Quechereguas, respontlió tristemente el buen servidor.
— —
En
seguida les
refirió
el viaje
que con su señora había hecho
desde Santiago, concluyendo por imponerlos de todo cuanto
les
ha-
bía sucedido, omitiendo solamente las últimas circunstancias de su
fusilamiento
i
del
modo cómo habia escapado con
vida,
pues no po-
— dia de otro
modo
conservar
2.63
—
el secreto
de las esquelas de que era
portador.
— Pues no había conocido, Pobre niñal Es predespacharle un propio para hacerle saber que Anselmo —Acabo de saber aquí esa buena observó Pedro, pronto a — tú ¿cómo pudiste escapar del enemigo? Pedro, — He tenido que disfrazarme para dijo el jeneral.
te
vive.
ciso
noticia,
i
estoi
llevársela.
I
llegar aquí, dijo
sin
me ha
responder directamente a la pregunta del jeneral. Nadie
co-
puedo llegar hasta Quechereguas. En cuanto al modo cómo escapé de los ocho balazos que mandaron tirarme, solo puedo decírselo a su merced. Al oir esto, retiróse el oficial, i Tupper se faé a hablar con Yiel, que no lejos estaba, comiendo un trozo de carne asada, debajo de un ruinoso rancho. nocido;
i
así
disfrazado,
Pedro refirió entonces al jeneral la manera cómo fué librado por Garduño; i concluyó por entregarle el paquete de cartas traidoras, que Freiré abrió
En
al
momento i
leyó con avidez.
seguida, habiendo hecho repetir a Pedro la última parte de
su relato, murmuró:
—El I
El traidor tiene la traición en casa. luego ordenó a Pedro partir para Quechereguas, con encartriunfo es seguro.
go de traer
noticias ciertas de Lucinda,
i
al
mismo tiempo pensó
en enviar a llamar a Anselmo. Pero como no sabia
miento del joven
le
restableci-
permitiría ponerse desde luego en camino, creyó
prudente enviar un se
si el
a Constitución con
oficial
el
encargo de volver-
con Anselmo, solamente en caso de hallarse éste en estado de
montar a caballo sin peligro alguno. El oficial que recibió esta comisión fué Pepe Tronera, quien, después de haber combatido valientemente en el sur, a las órdenes de Tupper, se liabia venido con su jefe al campamento de Freiré.
Mientras éste daba las órdenes antedichas, Tupper decia a Viel:
— No
sé
plan que bres
i
a qué atribuir la ceguera del jeneral.
le proi)Use
de pasar
el rio esta
Ha
rechazado
el
noche con quinientos hom-
sorprender a Prieto en su cami)amento de Lircai. Por nues-
sabemos la situación que ocu})a su ejército; ¿no cree uscoronel, que un buen golpe de mano nos })odia dar la victoria?
tros espías ted,
— Muí bien podría
ser,
a Freiré de la creencia
respondió Viel; pero ¿cómo desenfrascar
(pie
tan preocu[)ado lo tiene?
que con solo presentarse, se pasará
el
A
él
enemigo a nuestras
h
})areco
filas.
— —Así
me
lo
ha dicho;
absurdo de esa idea.
i
A él
264
—
no hai modo de hacerlo convenir en lo se le figura
que todavía goza de su anti-
gua pojDularidad en el ejército. Pues yo tengo otro proyecto,
— que, a mi nos daria necesidad de batalla alguna, —¿Puede usted decirme ese proyecto? preguntó vivamente Tup— Por ahora no tenemos tiempo de hablar sobre respondió juicio,
toria sin
la vic-
dijo Viel.
per.
"
el otro,
pues debemos ponernos en marcha
cómo ya
los soldados
Así era en
comienzan a pasar
al instante.
Mire usted
el rio!
Valiéndose de dos balsas que se habia cons-
efecto.
truido de palos cruzados
de Perales,
ésto,
el ejército
i
de algunas lanchas
atravesaba
el rio
i
botes llevados des-
Maule, mientras la caballe-
ría habia ido a vadearlo por otro punto.
La tes
i
operación fué larga; pero ejecutada sin mayores inconvenien-
con toda la presteza que podia esperarse, atendidos
los esca-
sos recursos con que se contaba.
Las cuatro de
la tarde serian,
cuando
el ejército liberal se
traba solo a dos leguas de la ciudad de Talca.
Ya Pedro
encon-
habia
lle-
gado a esta ciudad, pues, deseoso de alcanzar a Quechereguas eáa misma tarde, se habia puesto en camino en el momento de recibir las órdenes del jeneral.
un
carnicero, antiguo
Su
objeto, al pasar
amigo suyo,
i
por Talca, era hablar con
preguntarle qué camino
le
con-
vendria seguir para no encontrarse con las tropas del gobierno. Al
pasar por enfrente de la quinta llamada
El PalacÍQ (antigua
dencia del liberal Obispo Cienfaegos, situada hacia
el
resi-
sudoesto de
Pedro fué detenido en su marcha por un mendigo, que, estirando la mano, decia con lastimera voz
la ciudad),
— ¡Por
los clavos
de Cristo! por María Santísima! una limosnita,
un pobre baldado; hágalo por el amor de Dios! por lo que mas quiere! por Nuestra Señora del Carmen! por... ¡Dios se lo pague, señorcito, prosiguió, recojiendo la pequeña moneda que Pedro dejó caer. ¡En el cielo hallará la caridá\ i Dios quiera que le florezca la suerte en todo cuanto ponga mano! señor, para
Pedro notó que dentro de la pequeña ruca o cobertizo de fajina dedonde el mendigo habia salido a encontrarlo, se veia otro mendigo, que, por entre las
ramas de
la quincha^
miraba con marcada
atención al transeúnte. Este, sin parar gran cosa la atención en tal circunstancia, picó de nuevo su caballo;
en
la
i
a poco
mas
andar, entró
ciudad con dirección a la Pecova, endonde esperaba encon-
—
—
265
amigo el carnicero. Pero no fué así, pues solamente dio con la mujer del vendedor de carne, la cual le dijo que su marido volveria pronto de una dilijencia que habia ido ^ hacer al centro. I como Pedro deseaba guardar el incógnito, no quiso descubrirse trar a su
ante la esposa de su amigo;
solo dijo que lo aguardaría hasta que
para proponerle la compra de cinco bueyes gordos que su
llegase,
mmos
patrón vendia, poco
En
i
qus de balde.
seguida compró, en medio real
puso a comer, una colosal
se
i
como él decia; i también (preciso es decirlo), para matar el hambre que llevaba: con lo cual conseguia el buen hombre matar dos pájaros de una sola pedrada. empanada, con
'
Con
el fin
la rienda
de mirar a
de matar
el
tiempo,
de su caballo sobre
el
brazo izquierdo,
largo de la calle, para ver
lo
si
i
sin dejar
su amigo venia, abrió
Pedro su empanada^ destapándola, como quien abre un estuche de joyas. I a la verdad que allí dentro encontró algo, para él mas precioso qae las
mismas
perlas
diamantes, pues
i
dorada masa no estaba lleno de aire (como
pequeño baúl de
el
la industria
moderna
lo
practica actualmente), sino de carne de vaca esquisitamente prepa-
rada con prositas de pollo, aceitunas, huevo picado
i
frescas pasas del
Huasco, cuya mezcla prometia ser tan sabrosa como era agradable que exhalaba.
e incitante el olor
Luego ja;
i,
";hizo
pedazos la cóncava tapa de aquella sabrosa ca-
sirviéndose de los trozos
unos bocados sobre
otros,
como de cuchara, empezó a echar
mascándolos
i
como
habia comido las cucharas.
se
Cuando
i
tragándolos a veces con
acpobaudo al fin por comerse el plato mismo, así
cuchara
todo;
i
se sacudía las
manos
i
se limpiaba la
boca con una es-
quina de su poncho, vio que por la calle venia, no
aguardaba, sino lo
el
mendigo que por entre
las
el
amigo a quien
ramas d5
la
quincha
habia observado poco antes.
Pedro
se
acercó instintivamente a su caballo,
i
se
afirmó cu la
con aparente indolencia, silbando al mismo tiempo una tonada l)opular. AuiKpio no mu-aba al mendigo, pudo notar que éste se silla
dirijia
rectamente hacia a
que
tancia, oyó
él;
i
cuando
se halló a dos pasos
de dis-
le dij'o:
pague, mi señor! — ¡Dios —¿A qué viene ese Dios pague? preguntó Podro, ya medio se lo
se lo
sobresaltado por la asiduidad con que
— Le doi
las gracias, respondió
el
(^^{c^
mendigo lo miraba. por la limosna que le 33*
dio a ,
— mi compañero compañía para
—
allá enfrente del Palacio^ pues los dos liemos licclio trabajar.
— Pues, amigo, mo
266
dijo entonces Pedro,
a mí la empanada que
me
buen provecho
le liaga, co-
acabo de comer.
— Muchas gracias, señor don Pedro, contestó
el mendigo con voz aunque mas baja, dando un paso mas hacia su interlocutor. Al oir su nombre, Pedro no pudo dejar de manifestar su sorpre-
clara
sa; pero rehaciéndose bien pronto, repuso:
—Yo no me llamo Pedro; usted me ha tomado —
sin
-I
embargo, murmuró
duda por otro. hombre harapiento, yo no puedo
el
sin
equivocarme. I acercándose
aún mas hacia Pedro, pronunció en voz mui baja
estas dos palabras:
— (iLucinda Garduño. — ¿Quién usted? preguntó Pedro, mirando fijamente — respondió rápidamente mendigo. No i
i)
es
¡Silencio!
la
voz,
Aquí en
la calle
Diciendo
si
quiere
saber noticias
de la señorita Lucinda.
no podremos hablar.
esto,
misma
echó a andar por la
guió aguijoneado por la curiosidad que en i
mas
usted
alce
el
sígame
i
al otro.
calle;
él se
i
Pedro
lo si-
habia despertado,
aún, por el vehemente deseo de saber noticias de su señora.
El mendigo andaba
sin volver
la cara;
i
al
llegar
(unas dos
mas adelante), a un rancho de miserable aspecto, puerta de mal clavadas tablas, la cual se abrió dejando cuadras
i
ocupados en jugar a
una
ver en
el
mendigos mas, sentados en
interior del triste cuarto tres o cuatro el suelo
tocó
los naipes.
—Entre usted pronto, a Pedro misterioso guia. preguntó Pedro, — mi dejo en cómo dudando sobre entraria o —Entre* con caballo respondió prontamente pordijo
¿I
caballo,
el
solo
lo
nó.
si
i
todo,
que adentro tenemos un buen mientras platicamos.
No
—Yo no tengo miedo, da hacia
la calle?
el otro,
sitio
endonde puede estar
dijo Pedro, llevando su bestia
el interior del sitio,
lo
que pasaba junto
*
Llegados al interior del
sitio
rodeado de ruinosas tapias),
i
de la rien-
mientras los otros mendigos prose-
ellos.
— Puede, usted
caballo
tenga miedo.
guían su juego sin poner, al parecer, atención a
a
el
el
(que estaba completamente solo
compañero de Pedro
i
dijo a éste:
tener entera confianza en mí, porque soi liberal
amigo de don Santiago.
—
267
—
—¿Quién don Santiago.^ — Don Santiago Garduño, que con resuelto pasarse a del jeneral — en qué me conocido usted? es
las filas
¿I
do Prieto han
f^otros oficiales
Freiré.
lia
— lYüjSbl esclamó
sonriendo. Usted
mudado de caba-
lia
cambiado la silla, ¡i quiere que no lo conozcan! sabia que usted andaba en la misma silla de don Santiago. llo,
pero no
el otro,
—Ss
lia
verdadl
dijo
Pedro dándose una palmada en
Yo
la frente
chambonada he hecho, sin pensarlo! Pero después de todo: ¿qué me dice usted de mi patrona? Está buena, respondió el mendigo, como lo verá usted por ¡qué
—
esta carta.
un papelito doblado
I sacando
— No — Pues yo
lo
pasó a Pedro.
hombros.
sé leer, amigo, dijo éste, encojiéndose de se lo leeré, repuso el otro,
desdoblando
el
papel, el
cual decia: ((Señor
La te. '
don Pedro:
señorita Lucinda está niui
Créale en todo
/reirista;
i
dígale
i
buena de salud, aunque algo
por todo al dador de
si
entregó en
mano
esta,
que es liberal
propia las
trisi
mui que
esquelitas
remití con usted.'
Santiago Garduño.»
—Ah!
se las entregué al señor jeneral en propia
dro. ¡Pobre señora mia!
mano,
dijo
Pe-
le
diga
qué gusto no va a tener cuando
que mi patrón vive!
mendigo ¿Quién su patrón? preguntó —¿Cómo mente. esposo de — Mi capitán Guzman, —¿No ha muerto? — Nó, gracias a Dios: está en Constitución bueno vive?
es
el
viva-
la señorita.
})ues, el
i
sano... Poro,
¿qué tiene usted que se ha puesto tan páhdo de repente! exclamó
Pedro. ¿Está enfermo?
—
Sí,
tengo una fatigado estómago, respondió
tando de reponerse de la impresión saber que
En
Anselmo
(jU(^.
el
mendigo, tra-
parecía haber sufrido
con
vivia.
seguida, diciendo que iba a beber un trago de aguardiente,
—
268
—
entro al ranclio, dedonde salió poco rato después, trayendo so de licor que ofreció a Pedro.
contenido del vaso,
el
—Dios
en
les di a ustedes
éste,
de un sorbo, casi todo
luego dijo:
i
se lo pague!
Bebió
un va-
amigazo: esto vale mas que
el callejón.
la
Ahora puede usted
lismosna que
a don
decirle
Garduño que cumplí con el encargo que me ^liizo, i que... Entonces puede usted entregar estas otras cartas, interrumpió el pordiosero sacando un paquete de entre sus andrajos.
— —Me imposible por ahora —¿Por qué? — Porque debo ponerme momento en camino es
para Quechere-
al
guas.
— cómo piensa usted atravesar de dia —Espero a un compadre carnicero que ¿I
dará consejo sobre
el ejército
enemigo?
tengo aquí,
camino que debo tomar para que
el
me no me
cual
el
atajen.
— Paes yo marcha.
Yo
aconsejo que aguarde la noche para ponerse en
le
soi
mui conocedor de
un caminito seguro,
le
dicen que
si
estos campos,
i
prometo indicar-
usted entrega a Freiré estas cartas.... ¿No
estará el ejército en Talca?
lioi
— Llegará —Entonces
esta tarde.
hacerme este favor; i en cerrándose la noche, puede ponerse en camino; porque, ya le digo, seria una imprudencia hacerlo de dia. Todos los pasos del rio están bien custodiados; pero yo conozco un punto pordonde puede usted tiene usted tiempo para
2)asar sin peligro alguno.
— Dice usted bien; esperaré
la noche.
Déme
las cartas
para irme
luego a^la recova, que, de todos modos, bueno es que hable también
con mi compadre
el carnicero.
llama? Cómo —¿Qué compadre — Cucho Espinosa, respondió Pedro. es ese?...
—Ahí Espinosa,
el
carnicero!
se
Lo conozco mucho. Desconfíe
usted de ese hombre porque es un espía de Prieto,
i
será capaz
de
venderlo a usted, como Judas vendió a Cristo.
—Imposible! me
no :
replicó
Pedro. Cucho es
mm freirista;
i
yo sé que
traicionará.
— Pues
yo
le
digo que Cucho Espinosa se ha pasado a
lo,s
pelu-
aunque representa mui bien el papel de /reirista, sepa usted que es un espía de Prieto. Esta mañana estuvo en el ejérci-
cones;
i
— to,
según supe, liabló con
i,
señas, le regaló
una onza de
—Todo puede
ser,
en persona,
el jeneral
Dígame, señor, ¿cómo viene ¿Son buenos los caballos?
go.
un
el ejército?
ratito,
agregó
mendi-
el
¿Mucha caballada
traen?
respondió Pedro, porque anduve perdido
caballería,
varios dias en la
mas
dados es no jugarlos, nada pierdo con
tanto, platicaremos aquí
—No vi la
por
el cual,
oro.
los
i
— Mientras
—
observó Pedro, dudando ya de la fidelidad de su
como lo mejor de no ver al cumpa Cucho,
amigo;
269
montaña;
i
cuando llegué
paso del Barco,
al
me
encontré solo con la infantería.
— Pues
Yo no
sonriendo. tro
no vale nada,
la caballería de Prieto sé
cómo
quiere' salir victorioso
dijo
el
mendigo
con aquellos cuw-
pingos de mala muerte.
— Usted gobierno,
—
i
se engaña,
muí
es
replicó Pedro.
que
no sabe
de nuestro partido
los
visto la caballada del
lie
lucida.
Allí entonces ¿usted
decir,
Yo
la jugarreta
le
han hecho
que nosotros, quiero al gobierno?
preguntó
el pordiosero.
—¿Qué diablura —Voi a
es esa?
decírsela.
un
En
la
noche que durmieron en
el
Camarico?
ayudado de un sarjento mui freirista, se faeron al coendonde tenían los caballos i le dieron a los mejores un buen
oficial,
rral,
tajo en el lagarto...
—¿Qué me — Lo que
dice usted?
oye.
De modo que
al otro dia so encontraron con los
mejores caballos todos rengos.
— Qué que
exclamó Pedro. Se lo he de decir a mi jeneral, para anime mas, porque aquí para entre los dos, le diré que
se
tirol
nuestra caballería es poca
i
mal montada. Me
dijeron que el coro-
nel Viel había traído del sur unos cien indios; pero estos diablos
(Dios i
si
me
perdono) no sirven
la yerran,
lindo;
una
i
mas
mas que para
la
primera embestida,
compadro, porque se dejan charquear de lo que estorban, a veces, que lo que hacen entre
adiós, es lo
caballería bien disciplinada; razón por la cual solo sírvcui ])ara
se corre el
como
dijéramos de carnaza^ aunque entonces ¡xdigro de desordenar las propias filas, en caso de ser
echarlos adelanto,
si
en arrancando uno, siguen todos los demás; no los hará volver cara ni la misma madre que los parió
ellos rechazados, pues, i
I
—
270
—
volvió a preguntar — ¿viene bien equipada? Temo muclio qne no traigan bastantes pertrechos. —Algo escasones vienen, respondió Pedro suspirando; pero tan municiones, sobra valor patriotismo. —Así me gusta hablar, respuso Tengo mu¿I la infantería?
el otro
si fal-
el
el
i
oirlo
el
chos deseos de que los dos ejércitos
se
pordiosero.
vean luego
las caras.... I
dígame: ¿cuántos cañones traen?
—Vienen piezas bien montadas, con órdenes a Amunátegui. poco mas menos, número de — no supo —Yo qne han de venir de mil hombres para dió Pedro. — Con ochocientos que vengan basta
diez artilleros cada mía,
tres
del jefe
las
usted,
¿I
o
el
los soldados?
arriba, respon-
creo
i
sobra, dijo el
mendigo
con tono de complacencia.
Cada vez que el pordiosero hablaba, Pedro no despegaba de él los ojos, como si algún recuerdo le asaltara i quisiese hallar en la fisonomía de aquel hombre la contestación a una pregunta que ya él se habia hecho varias veces en- su interior. Al llegar a este punto de su conversación, le dijo: no —Mire, amigo, porque no me tuviera por demasiado habia hecho una pregunta. —¿Qué pregunta —Dígame ¿por qué parece tanto su habla de don Garcurioso,
le
es esa?
a la
se
duño? Turbóse algo
—Eso
será, sin
rientes con
pordiosero; pero luego respondió:
el
duda, porque
verdad) somos medio jm-
(le diré la
don Santiago: quiero
decir,
que yo
soi pariente
de esos
que llaman de contrabando......
—
^Ya entiendo: ahora caigo en
que usted es mui trigueño,
— Qué quiere usted? El limosna al
sol.
Mas no
lo sirvo en todo lo
—Es un buen cido,
pues
le
i
lo
X3or
él es
la
cuenta de la semejanza. Solo
blanco
pasa debajo de sombra., esto
quiero
i
yo, pidiendo
mal a mi primo,
sino que
que puedo.
caballero, agregó
debo nada menos que
Pedro.
Yo
le estoi
mui agrade-
la vida.
preguntó manifestando una gran —¿Cómo inconveniente. Cuéntemelo no —Mnguno, respondió Pedro, comenzando en seguida a .es
curiosidad.
eso?
el pordiosero,
usted,
si
tiene
relatar-
le la
lúgubre escena del Camarico que ya conoce
el lector.
CAPITULO XLA^
EL EJÉRCITO LIBERAL LLEGA A TALCA.
(cComo
Viel
insistiesen
i
Tupper, en las ventajas de su plan, tratando de vencer la resistencia que les oponia Freiré,
llegó éste a incomodarse;
cando de
los bolsillos
i
sa-
panados
de papeles, los colocó sobre la mesa, diciéndoles: «lean ustedes!»
(F. Errázuriz.)
Ann no liabia
concluido Pedro su relato, cuando se
lle cierta ajitacion
tará aquí
el
en la ca-
que fué creciendo por momentos.
Salió el mnndig'o a ver lo([ue pasaba,
—Acaba
oyt')
i
luego
de llegar la caballería de nuestro
volvi(')
ejército,
jeneral Freiré con toda la infantería.
diciendo: i
pronto es-
Monte a
caballo
don Pedro,
i
Yo
trate de entregar luego las cartas.
lo esperaré
aqní
nn bnen asado de
ahora, en cnanto comience a teñir la noclie, con vaca.
— No ra que
le deseclio
le
agregue al asado una buena cazuela
porque tengo que correr toda la Diciendo-esto, pasó al
montó a caballo
i
i
i
noclie.
mendigo un peso, que
En
de alguna hesitación. llos;
tome usted paun poco de mosto ?
sns favores, respondió Pedro;
seguida,
se
puso
el
éste recibió
paquete en los bolsi-
se dirijió a la plaza.
Las calles estaban llenas de curiosos viendo pasar en
te de las cuales se acuarteló
mientras
el resto
cíespues
permaneció
el
al sur
convento de
las tropas, par-
Santo Domingo,
de la ciudad, endondé no podia
ser atacado por el enemigo, cuya principal fuerza era la caballería.
Las j entes iban semblantes;
i
venian,
los jefes
i
manifestando
el
mayor alborozo en
sus
constitucionales tuvieron la satisfacción de
ver que podian contar con las simpatías de los liberales hijos de Talca.
Poco después de haber llegado Pedro a ella al jeneral,
la plaza, vio
rodeado de la mayor parte de sus
entrar en
oficiales, entre los
que venia una multitud de caballeros que hablan salido a encontrarlo.
Siéndole imposible
se encontraba, contentóse voi.
con seguir de atrás
Detúvose éste enfrente de
que alojara
el
llegar hasta donde su jefe
al leal servidor
estado mayor;
i
la casa
que
se
numeroso con-
el
habia destinado para
echando todos pié a
tierra,
reunióse
momento el consejo de guerra en que debia tratarse sobre las medidas que con venia tomar. La plaza se fué despejando poco a poco; los curiosos comenza-
al
ron a retirarse; pero Pedro, apeándose de su caballo, se puso a esperar que
el
Concluido
el consejo,
los coroneles Viel
— Señor,
se desocupase para hablar con
jeneral
i
quedó Freiré en la pieza acompañado de
Tupper.
hemos hablado largamente con amigo que nos oye, sobre nna idea que, puesta en primero, ya
le dijo el
nuestro valiente
él.
práctica con decisión
i
prontitud, puede,
i
no solo puede darnos,
si-
no que nos dará precisamente la victoria, sin tirar un solo tiro. Veamos, qué idea es esa, dijo Freiré sonriendo con increduli-
— dad. —Es mui
sencilla, prosiguió
Viel.
ñana a nuestros soldados, mientras
Dejamos descanzar hbi
i
ma-
se hacen los preparativos nece-
— Mañana en
sarios.
do Guapl,
i
273
—
pasamos el río Claro, en el punto llamanos diríjimos a marchas forzadas hacia la capital, que la tarde
a la fecha está indefensa
— entonces será Santiago, concluyó Tupper. — Encuentro una I
nuii difícil a Prieto volver a adueñarse de
le
dificultad, dijo Freiré;
demos marchar con
la rapidez
es
i
que nosotros no po-
que puede hacerlo Prieto, quien,
niendo tan buenos caballos, puede hacernos
mucho mal por
la
te-
re-
taguardia.
— Pero observe usted, otros el
jeneral, replicó Viel, que,
camino que corre por
entre éstas
el rio Claro,
i
el pié
tomando nos-
de las montañas del poniente,
nada tenemos que temer de
la caballería
enemiga.
— Un camino quebrado! esclamó ¿No echan de ver ustedes
que,
si
el
jeneral medio
tomamos
ese
impacientado.
mal camino, Prieto
puede llegar mucho antes que nosotros a Curicó,
i
cortarnos la
marcha?
—Eso no caballos en — Pues yo
es posible, señor,
las haciendas
sé
desde que nosotros podemos tomar
pordonde hemos de pasar.
que Prieto ha dejado las haciendas exhaustas, pues
ha tomado a su paso
mejores caballos, respondió Freiré. ¿Quie-
los
ren ustedes que nos separemos de
esta ciudad endonde
contamos
recursos de todo j enero? Por otra
2")arte,
agregó, exaltándose mas; ya les he dicho la convicción que
tengo
con tantas adhesiones
i
de que la mayor parte del ejército de Prieto viene descontenta de él;
i
sus oficiales
si
i
soldados desean
que llegue
momento de
el
la
batalla, es para pasarse a nuestras filas.
— puede usted creer — Tengo miá razones para
eso, jeneral?
¿I
creerlo así, respondió Freiré
tándose del asiento con marcado disgusto. ;Yo no
soi
levan-
un niño para
abrigar mía idea, o tomar una resolución seria sin motivo alguno!
En
aquel momento,
calle, el jeneral vio
por una ventana entreabierta que caía a
la
a Pedro, de pié en la vereda, con su caballo de
la rienda.
Admirado de
verlo
allí,
cuando
lo creía
cerca de Quecliereguas,
llamólo al instante. bribón? —¿Cómo órdenes de tu con — Por cumplir mejor con es eso,
las
le
preguntó exas[)erado ¿Así cumples
jefe?
ellas,
me
he (juedad) en
pondió Pedro, saludando militarmente. Aípií
ht>,
la ciudad,
res-
encontrado a uno :í4*
— 274 — de los nuestros que
prometido llevarme esta noclie por
lia
cier-
ta senda en la cual no tropezaré con el enemigo, que tiene tomados
todos los pasos del ese
mismo
individuo
Lircai.
me
lia
Ademas,
prosiguió, bajando
ami
encargado decir
la voz;
jeneral que la ca-
enemiga viene mui mala i que los oficiales están (con perdon de su merced) renegando contra su jefe. Por último, me dio es-
ballería
tas cartitas para que se las trajese.
El jeneral tomó el paquetillo que Pedro le pasó con rioso; i no bien Imbo reconocido a la lijera algunas de enviadas por Garduño, cuando se rincón endeude Viel
dirijió
las esquelas
apresuradamente
Tupper observaban
i
aire miste-
lo
liácia el
que pasaba sin ha-
blar palabra.
—Aquí no de
tienen, les dijo, la razón por qué
los })lanes
qUe se
me ha propuesto. Lean
prosiguió, pasándoselas;
una
Hé
no quiero seguir ningu-
ilusión. I adviertan
i
se
ustedes estas cartas,
convencerán de que no
soi
que esas no son las únicas que
víctima de
lie
recibido.
aquí también otras que dicen lo mismo.
I sacando de sus bolsillos
arrojó sobre la
mesa
i
un puñado de papelitos doblados,
salió a largos
•ío:-
pasos de la sala.
los
CAPITULO XLVÍ.
LA MERIENDA.
((En este picaro
mundo
E¡ que raénos corre, vuela; El diablo parece santo, I el
mas amigo la pega». ( Versos populares)
Pedro, una vez cumplida su comisión, se liabia vuelto al rancho del mendigo, pues se acercaba la hora en que debia ponerse en
mar-
cha. Llegado al rancho, se encontró solamente con los otros pordioseros, los cuales le dijeron
que su com|-afiero
darle de merendar a su merced,
endonde
el otro
mendigo
les
habia encardado
llevarlo en seguida a cierto
i
estaria esperándolos
punto
cuando hubiera ano-
checido por completo.
Pedro puso su caballo a comer dentro del yerba en abundancia,
i
•
lo
que
endonde habia
en seguida se vino a merendar con los otros
pordioseros, que lo trataron a él
no fueran
sitien,
i
se trataron ellos
mismos
conu)
sí
])arecian.
Despachó con buen apetito su raoion de a: ai L ; hizo grandes
elo-
— jios al cliarquican,
ba por
276
—
que remojó con un cacho lleno de mosto que mana-
manizuela de uucuero, puesto sobre dos adobes que servían de mesa; i por último, le sobró gana para arremeterle al asado, el cual, la
ensartado en una larga varilla de coligue^ tenia uno de los mendigos
armados de sendos cuchillos, le daban (como decia Pedro después) una carga cerrada a la bayoneta, que no liabia mas que ver. I a cada tajada que tragaban, al amorcito del fuego, mientras los demás,
acudian al cacho' que pasaba de
mientras otros (por estar dos manos,
i
ahinco, que
si
haciéndole los
brían quedado
cho de
mano en mano i de boca en
cacho ocupado) agarraban
el
carifíitos,
chupaban
la
dormidos,
mamando como
cuero a
manizuela con tanto
que miraban no se las quitaban de
allí
el
boca,
el
la boca, se ha-
niño pegado al pe-
madre.
la
Pedro estaba encantado,
i
decia que en cuanto dejara de ser sol-
dado, había de tomar el oficio de limosnero, por
ser,
como
parecía,
tan lucrativo, mayormente en estos tiempos (agregaba) en que no se le
paga a uno
— Muí bien ros.
Cuando
ni el sueldo.
pensado! le
vaya a
respondió uno de los alegres compañe-
le
mal por esos mundos, no verá como lo pasa bien í con
iisted
que venirse con nosotros,
i
tiene
mas
la barriga
llena.
—Pero
— Eso
es el caso
que yo no
soí
baldado, dijo Pedro riendo.
Para pedir limosna no ha^ necesidad de estar lisiado, porque nada cuesta hacerse una grande hinchazón en una pierna, con trapos í un poco de afrecho; o sí usted quiere, no tiene mas que aprender a andar todo descoyuntado, i
es lo de menos, replicó otro.
cayéndose al suelo de cuando en cuando, que es muí bonita ma-
nera de pedir limosna, por nes.
lo
bien que así se ablandan los corazo-
Véngase no mas, amigo, a trabajar con
nosotros, que aquí le
enseñaremos a andar a lo patuleco, a hacerse ci^go, a levantarse unas buenas potras en la barriga, a figurar muí preciosas hinchazones de cara, con ataditos de estopas metidos en la boca; a hablar con voz lastimosa
Yo que
i
tengo experiencia se
triste,
que es
lo digo.
Los
lo
í
por
fin,
mejor para limosnear.
ricos son así: bien
pue-
den ver a un hombre enfermo de veras i muñéndose de hambre, sin que ellos le digan jyor allí te pudres, Pero en cuanto lo oyen a uno hablar con tono triste i quejumbroso, se les ablandan las entrañas...
Yaya, puesl esclamó, mirando de repente
manizuela en
la boca: ¡no te lo chupls todo, Nico!
al
que tenia la
— 277 — I al decir esto, arrancó de
un
manizuela que
tirón la
el
otro te-
—Vaya que Ñico mas que buei negro! —Bebo porque me ha costado mi bueno, Nico, pues
todo el
nia entre los dientes, agregando: este
el
tira
dijo
santo dia lo
lie
de lana que
me
— Calle
2)asado trajinando por esas calles, con esta joroba lia
retostado los lomos.
la boca, Ñico, replicó el otro, disponiéndose
vengas a echarnos en cara
lo
que has trabajado
lioi,
a beber; no
pues
si
no fue-
ra por la plata que nos dio el caballero...
—¿Qué — ISTo
caballero? interrumpió Pedro.
les
haga
caso, cumpita,
tenido el asador, mientras los
le
respondió al oido
demás cortaban
i
el
que habia
comian: no
les
ha-
ga caso a estos borrachos. Yo no estoi borracho! esclamó Ñico sentándose en el suelo, endeude poco antes estaba echado de barriga. Digo que me ha costado mi sudor i mi trabajo, porque es así, mientras que éste (i señaló
—
con
dedo
el
al
que poco antes hablaba con Pedro) no sabe sino es-
tarse aquí en el rancho camastreando',
echarla de sabido
i
solo tiene habilidad para
i
dar lecciones, cuando no es capaz de hacer ni
si-
quiera una potra bien hecha!
— no amor propio. — quién — Vos no ;Qué"
¿I
Yo
llo.
sé hacer ni
fué,
una potra! escíamó
el otro,
herido en su
badulaque, quien te enseñó a andar con la joroba?
enseñarme a mí, replicó Ñico con orgutambién le aprendí a un limosnero de Ran-
sos capaz de
aprendí solo;
cagua, que sabia
i
mas que
Catete; ¡ese
sí
que era hombre! prosiguió,
dirijiéndose a Pedro. Si usted quiere, amigo, venirse con nosotros,
yo
le
enseñaré todas las argucias de que aquel cristiano se valia
para sacarle plata a todo tor, si sos
el
mundo. Vaya
j^ues! dijo
a su interlocu-
tan hábil, te apuesto dos reales ¿a qué no kacís un tullido
como yo? Diciendo ésto, quiso levantarse del suelo para manifestar su destreza; pero el estado en que se hallaba se
lo impidió,
o
mas bien
dicho, el vino que habia bebido lo hizo representar tan bien su pa-
pel de tullido, que, doblándosele las piernas,
cayó de bruces sobre
el suelo.
— Es verdad dijo
que
ni
un
tullido verdadero podria hacerlo mejor,
Pedro riendo.
En
esto
se acercó
a Pedro
el
que habia tenido
no habia bebido sino unos pocos tragos),
i
el
asador
le dijo al oido:
((pie
—
—
278
—Ya cumpita, de a donde compañero perando. — me habia esclamó Pedro. |Lo que es hora,
olvidado!
I se
—I
el mostito,
agregó
sonriendo.
siguió al
i
mendigo que iba a
pié,
ade-
sirviéndole de guia. Este eclió andar hacia el norte por la
lante,
calle Tres, oriente;
empezó a
i
nos está es-
es el diablo!
el otro
Pedro montó a caballo
da
el
ir
La noche
i
la Dos, norte, torció sobre su izquier-
a Pedro que apurase
trotar, diciendo
estaba tan oscura, que
a Pedro que se fuese por yese en
a
al llegar
el
guia creyó necesario advertir
vereda de
la
para que no ca-
la, derecha,
profundo estero de Baeza, que corría a
el
el paso.
lo largo
de la
acera izquierda.
En
poco rato llegaron a la pequeña colina, endonde hoi se en-
cuentra situado
ronada por
el
el
Seminario,
i
que en aquel tiempo se hallaba co-
cementerio de la ciudad.
—¿Para a dónde diablos me amigazo? preguntó Pedro. Yo creo que estamos sobre pantion, —Así por eso que usted no debe pronunciar esa mala palabra. — ¿Qué palabra? —El Mire que estamos cerca de lugar sagrado! — qué venimos a hacer aquí? —Aquí donde nos esperando compañero. ¿No ve esa lleva,
el
es, dijo el guia,
es
i
Díoxiho.
¿I
está
es
campo santo. ¿No unos dos bultos que se mueven?
tapia negra? pia,
Es
el
—No veo — Pues
la del
divisa allá, al fin de la ta-
ni palabra, respondió Pedro.
ellos son, quiero decir,
con otro para que
lo
que debe ser
acompañe, porque no
es
él,
que habrá venido
nada bueno andar
so-
alma por estos lugares. Pedro no respondió, sino que, habiéndose santiguado, empezó a rezar un Padrenuestro. En aquel momento tocaban la hora de ánimas en la torre del convento de San Agustin (patrón de la ciudad) situado entonces lo su
en la
calle Dos, poniente,
i
en
el
mismo lugar que
hoi ocupa la Pe-
nitenciaría.
El guia entonces, poniéndose en cuatro pies, empezó a ladrar, concluyendo con un lastimero ahullido, tan bien imitado, que Pedro estuvo casi por creer que su compañero se habia convertido en perro. I habiéndose dejado oir un ahullido igual en el otro estremo de la tapia, alzóse el hombre del suelo i dijo:
—
—
279
—El no hai duda. —Yaya! ¿con que ustedes saben preguntó Pedro con zumbón. — De todo preciso saber en es;
liasta la
lengua de los perros?
aire
samente
el
mundo, respondió sentenciomi abuela, que era una médica que curaba a lo este
es
guia;
i
mui buscada, porque estaba bienquista con los brujos, i tenia unas manos de ánjel para curar el mal de daño, de manera que no liabia enfermedad que le aguantase mas de un dia i una noche... digo, pues, que mi abuela decia siempre que dos cosas no estaban nunca demás; i eran: el tener i el saber, aunque no fuera mas que tener acliaques i saber rebuznar. divino,
i
era
—Pues buen
yo
lugar!),
le
habría preguntado a su abuela (¡Dios la tenga en
¿de qué le sirve al cristiano tener achaques? dijo
Pedro riendo, como para distraerse de
las
ideas lúgubres que le^
ocasionaba la proximidad del cementerio.
— Mi abuela está enterrada detras de esa ella pudiese hablar,
como
que la dejara callada,
le
allá en su tiempo,
i
si
que no habia nadie
responderla que los 'achaques le sirven al
cristiano para entretenerse con ellos, pues
ra
un enfermo que hablar
re
si
i
no hai mayor gusto pa-
volver hablar de sus enfermedades. ¡Mi-
ha hecho! i en cuanto a lo de que andando una noche por las montañas de Curi-
sirven todas las cosas que Dios
saber, le diré, llinque,
me
libré
de las garras de un león (después de Dios), solo
porque sabia ladrar. Para que vea de
tapia, dijo el guia;
los perros!...
si
sirve a veces saber la
Pero ya liemos llegado,
i
lengua
aquí está nuestro compa-
ñero.
oscuridad —¿Quién preguntó Pedro, ver en medio de un hombre que hablar una palabra. acercaba a su guia —Jente de paz! respondió hombre, por cuya voz reconoció vive?
la
al
se
sin
el
Pedro
al
mendigo de
—Ah! el
la tarde.
es usted, amigazo, le dijo
¿cómo
se lialla
para indicarme
camino que debo seguir?
—Estoi pronto. Dígame antes usted cunq)hó cou mi encargo? — Como bala respondió Pedro. Yo mismo en manos — Entonces vamos «ndando, Sígnme tenga si
i
tas
pinta,
])use las car-
del jeneral.
dijo el otro.
usted,
i
menor ruido posible, ])aríi que los ((Mitiuclns no nos sientan, porque vamos a pasar mui cerca de ellos. Ahora se me ocurre una cosa. cuidado de liacer
—7¿Qué
cosa?
el
— 280 — — Que usted debe quitarse no oigan nar
el tilinteo
el caballo
las espuelas,
de las rodajas;
i
echando a
montó de un
también
i
salto,
la
bueno desenfre-
seria
que va metiendo muclia bulla con
Pareciéndole bien a Pedro uno la letra;
para que los ceutinelas
el
rodajon.
otro consejo, los siguió al pié de
i
boca del caballo
el
bozal llamado riendero,
después de haber dado a su primer guia una pe-
con la cual se santiguó aquel, deseándole un buen
seta,
En
nuestro viajero echó a andar,
seguida,
su segundo guia,
cual,
el
viaje.
paso a paso
después de un corto trecho,
tras de
le dijo
con
lastimera voz
— Don Pedrito, cia
un
voi con
de llevarme en ancas?
pié lastimado: ¿podria
Ya
estamos cerca del
hacerme
rio:
la gra-
¿no oye sonar
la corriente del agua?
— Como aquella noche de este mismo
orilla
rio,
me
en que
llevaban para fusilarme a la
respondió Pedro con voz lúgubre. Monte
usted.
Montó el mendigo a la grupa, i dijo a Pedro: ¿No divisa aquella mancha negruzca?
— — —Es
respondió este.
Sí, la veo,
te,
el
Carrisal de Guapi. Dirija su caballo a la punta del nor-
que por
allí
hemos de
pasar.
Pedro taloneó su cabalgadura dirijiéndola dicaba, cuando en ese
mismo
instante se oyó
—Jesús! qué miedo! exclamó zos a Pedro. — Suélteme usted, con mil
el
al
un
punto que se
le in-
silbido.
mendigo, rodeando con sus bra-
diablos!
exclamó
éste,
tratando de
desasirse de aquellos brazos que lo aprisionaban.
Pero ,
el
mendigo, en vez de
al silbido con otro igual.
soltar, apretó
Entonces
se
mas
fuerte
i
contestó
oyó un tropel de caballos
que se acercaba. El pobre Pedro quiso echar a correr a la ventura; pero estaba sin espuelas, con el caballo desenfrenado, i mas que todo, preso entre aquellos brazos de fierro que
pezó
al instante
no
lo soltaban.
Em-
a pedir socorro, lo cual sirvió para que los asaltan-
mas presto con él, guiados por los gritos que. daba. Pocos momentos después, se vio rodeado de un piquete de caba-
tes diesen
llería,
cuyo
oficial,
mostrando con
el
dedo a nuestro
viajero, gritó
imperiosamente.
—Amarren
al
momento a
ese hombre!!... I
también
al otrol
(agregó después).
Pedro vio que era
inútil hacer resistencia, preso
como estaba en-
— tre los robustos brazos de su
amarrar
los pies
—
281 guia,
que se dejó maniatar
así fué
por debajo de la barriga de -su caballo, al
i
mismo
tiempo que montaban en otro a su compañero, sin tomar ninguna precaución para que
Mientras
el reo se
escapara.
nuestro viajero quiso preguntar por qué lo
lo ataban,
un
capturaba».; pero, en vez de contestarle, le pusieron en la boca
pañuelo retorcido, atado fuertemente sobre la nuca.
En
seguida,
los
soldados empezaron a desfilar por la orilla iz-
quierda del rio hacia
el
de
oriente, llevando del diestro el caballo
Pedro, quien, no pudiendo hablar, jaensaba en su interior:
—
ta
sí
me
duda que he vuelto a caer entre
]^o hai
que no
me
escapo... Si no hubiera sido porque
hizo sacarle el freno al caballo
2)illado... I
los prietistas.,.
a
i
mí las
luego este hombre de Dios,
me
es-
mi baqueano
espuelas, no
que
De
me habrian
abrazó de
modo
que no pude moverme...! Pero ¿no podria ser este baqueano
mismo que me ha vendido?
A mí me
to sobre su caballo... I ahora que dio,
me
amarran
Pero yo tengo
mas amigo como un
la culpa
la pega...
leso\
Qué
le
i
a
él lo
dejan suel-
que
acuerdo: aquel silbido
contestando al otro de estos picaros...
blo se venia haciendo el san tito,
i
me ha
No
el
hai duda, este dia-
hecho caer en
el guachi.,,
sabiendo como sé que, en estos tiempos, el
Eso me pasa por confiado ¡Dejarme engañar diré a mi jeneral cuando me pregunte... Pe-
ro ¡qué diablos he de poder decir nada a nadie, cuando luego
han de meter cuatro balas en acabó todo, porque ahora
sí
la caja del
que no
me
me
cuerpol Sí, señor, ya se
fusilarán de
por
ver,
allá en el Camarico.
•:o:-
35^
como
CAPITULO XLVII.
LUCINDA
ENCUENTRA AMIGOS.
((Triste
destino
mas que su razón
Por
hombre!
del
se esfuerce; por
mas
que trate de elevarlo sobre las misede la vida,
rias
el
corazón lo arrastra-
rá siempre al fuego de la desgracia, lo
hundirá mas cada dia en
el
i
abismo
tenebroso de los deseos insaciables.»
(VÍCTOR Torres El orden de vez preso en
el
la narración nos obliga a
campamento de
A.— «.La
Loca.y))
dejar al buen
Pedro otra
Prieto, a orillas del rio Lircai,
i
tras-
ladarnos a Quechereguas, para dar cuenta al lector del estado en
que se hallaba
En
la
la triste
Lucinda.
misma noche en que Santiago Garduño tuvo
de hacer sufrir a Pedro todas miento, mientras el
to
el
fiel
angustias de un verdadero fusila-
las
servidor
marchaba hacia
paquete de las traidoras esquelas, i
autor en parte de aquellas
la crueldad
el
sur Ih^vando
el olicial, i)rincipal
farsiis,
se dirijia
instrumen-
a todo galope a
— estancia de
la
—
284 con
Quecliereguas,
•
el fin
de ver cnanto antes a
Lucinda, cuyo tenaz recuerdo no lo liabia dejado dormir.
Al amanecer, atravesó corriendo tos después, se
Apenas
se
apeaba en
la villa
de Molina,
i
diez
minu-
estancia de Quecliereguas.
la
hubo apeado cuando
rendido de fatiga, ca-
el caballo,
yó al suelo; pero Garduño, a pesar del cariño que tenia a su corcel, no bizo mas que mostrárselo con el dedo a su soñoliento asistente, para que
le
las piezas
que ocupaba Lucinda.
aflojase
las
cinchas, mientras él
La primera persona que
se
encaminaba a
encontró, fué el padre Hipocreitía que,
debajo del corredor, estaba paseándose con aire meditabundo.
— Mucho ha madrugado su paternidad,
podido informarme de su salud, porque aún no se han
levantado en la casa, respondió
ha
Garduño después de
¿Cómo estala enferma?
saludar al jesnita.
—No he
dijo
el
padre;
sufrido en la noche, creo que no
— Sin embargo, cuanto antes.
En
repuso
el
¡Dero,
podemos
oficial, seria
a juzgar por lo que
llevarla hoi a la villa.
bien que la llevásemos
mejor atendida que aquí. Allí hai
la villa estará
un italiano que, si no es médico, lo parece siquiera. Ademas, en la misma plaza vive una tia mia mui intelijente en medicina i en cuya casa puede estar Lucinda con toda comodidad.
— Parece que usted muchacha, de sus
se interesa
verdaderamente por esta pobre
dijo el padre, clavando
en Garduño la punzante mirada
ojitos grices.
—No en la i
el
puedo negarlo, respondió Garduño con un lijero temblor voz. La desgracia de esta niña me ha afectado grandemente;
deseo de saber de su salud
me ha
hecho venir ahora, a pesar de
mi trasnochada.
—Agradezco a usted sacando su de — Don Marcelino de caja
llero,
rapé.
que toma por ella, dijo el jesuíta mui amigo de su señor padre
el interés
Yo
fui
Hojas: siempre oí hablar bien de ese caba-
interrumpió Garduño.
—Era un hombre de
pro, a quien Dios tenga en su santa gloria!
Yo le debí mucha amistad esos favores, jesuíta, a
amparando a
ello
me
i
confianza;
i
no puedo menos de pagar
esta pobre niña: fuera de que, agregó el
obligan la caridad cristiana
i
el
ministerio que
ejerzo.
— Pues
aquí
me
tiene a su
disposición, para ayudarle en todo
cuanto su paternidad reverenda crea conveniente hacer en favor dé
— esta desgraciada niña.
Le
285
repito,
—
que en casa de mi buena
tia
pue-
de ella
—Yo
sé bien, interrumpió
vivamente
el padre,
que Lucinda no
tendría nada que desear en casa de la tia de usted, doña Manueli-
lie
Conozco mucho a esa santa señora: es mi confesada. Pero ya hablado con esas santas mujeres, en cuya casa tengo estableci-
da
la
ta.
misión
—Ah! Las Peñalozas! — Ellas me han prometido atender a Si.
una
Lucinda como
si
fuese
hija de la casa.
—¿I le ha
hablado su paternidad a Lucinda sobre llevarla a casa de las beatas.... quiero decir, de las niñas Peñalozas?
El padre miró a Garduño de una manera particular, No comprendo su pregunta, amigo mió
— —Yo decia
eso, prosiguó el oficial
como Lucinda a bien
el
es
que se
El jesuíta
una niña tan
le ofreciese
i
luego dijo:
con cierta hesitación, j)orque,
principal, quién sabe
si
ella tendria
aquel alojamiento
una palabra, interrogó a su interlocutor
sin liablar
con una mirada escudriñadora.
—Verdad
es
que
Peñalozas son mui espmolitaSj pro-
las niñas
siguió Garduño, es decir, algo ajeniadas,
— Son unas santas esas señoras, interrumpió reverendo padre, prosiguió Garduño. —Yo no digo el jesuíta.
lo contrario,
Cada cual
es señor
i
las niñas Peñalozas,
limpiOy quiero decir,
var
allí
El
rei
en su casa; pero por
mas
santas que sean
ya sabe su paternidad que no son mid trigo de muí buena sangre; i no seria bien visto lle-
a una señorita de alcurnia como Lucinda.
oficial cortó
aquí su majadero razonamiento,
miró
i
al padre,
que no contestó sino con una sonrisa despreciativa, mientras decia en su interior:
—
¡I estos
son los republicanos que lian peleado
i
polcan por la
libertad! Pues son tan republicanos como mi abuela. —¿Qué le parece lo que le digo? preguntó (^íarduño.
—A mí me crea por
-^Es
mas
parece que Lucinda es dueña de
elejir lo
que ella
conveniente.
cierto.... Sí.... pero,
ahora
(pie se
verse a Santiago, que tal vez seria lo
que
mas
sí
ofrezco a llevarla con el
mayor cuidadol
ella
ocuitc
acertado...
puede hacer
paternidad aconsejárselo,
es
me
¿i
si
elijo vol-
¿No podría su
el viaje?
Yo me
—
286
—
abandonaría — Cómo! exclamó patria reclama sus cuando —No mi ánimo desertarme, riendo el jesuíta: ¿i
servicios?
la
es
dijo
Solamente, porque
Yo
usted sus banderas
me
el
Decía eso
oficial.
parece que es lo que Lucinda debe hacer.
creo que don Víctor Dorriga desea que ella se vuelva a la ca-
pital,
por
i,
lo
que liemos liablado sobre
Víctor no llevaría a mal
el
esto,
me
parece que don
que yo escoltase, con tres o cuatro solda-
Usted podría
dos, a esta desgraciada niña....
escribir al jeneral,
pidiéndole que yo
—¿Tanto desea usted separarse el fraile
del
campo de
batalla? preguntó
¿Tiene usted miedo de encontrarse
con sarcástico tono.
con los pipiólos?
— Padre! esclamó Garduño, poniendo su espada; muí mal
mano
la
las palabras injuriosas, puesto
sobre el
un Ministro
sientan en la boca de
pomo de
del Señor
que su hábito nos impide dar
la con-
testación que ellas merecen!
—Buen empleo encontraría su espada en un pobre como sonriendo melosamente. repuso Garduño; pero ya —No tengo tan cobarde be su paternidad, que palabras sacan palabras. usted que yo he tenido ánimo de ofenderlo? — ningún soldado de honor puede impasi—No viejo
yo, dijo fíipocreitía
intención,
sa-
I ¿cree
lo creo; 'pero
blemente que le
lo
oír
llamen cobarde.
En
fin,
dejemos
esto,
i
dígame
si
parece conveniente escribir al jeneral
amigo mío, interrumpió Lucinda no —Es convenza de que Anselmo verá a Santiago hasta que no —Ah! de que Anselmo ha muerto! esclamó Garduño el jesuíta.
inútil,
vol-
se
sí!
cierto
con
temblor en la voz, que no se escapó a la penetrante observa-
ción del fraile.
—Eso
es lo
que iba a
decir,
i
me
lo quitó usted
de la boca, agre-
gó éste. Pero después de todo ¿qué ha sabido usted sobre la muerte de ese moro? —No he encontrado noticias ciertas; pero luego las tendremos, respondió el oficial con voz sorda i sin mirar a su interlocutor. Este tenía la voz,
la vista fija sobre
como en
los
el oficial;
cambios de color
i
i
tanto en el temblor de
contracciones del semblante
de Garduño, había, el astuto jesuíta, llegado a descubrir Ja verdad que poco antes sospechaba solamente.
Garduño tomaba una resolución definiSeparóse bruscamente del padre; i llamando a su asistente, le
De repente, tiva.
pareció que
—
—
287
momento a dejar a su
ordenó que faese al
tia
una pequeña hoja de
papel, endonde él puso con el lápiz unas pocas palabras a la lijera.
En
seguida se puso a arreglar,
dos soldados, una silla
él
de vaqueta con
silla
persona, ayudado de
mismo en el
en
objeto de convertirla
de manos, atándole dos palos uno en cada costado.
Veíalo obrar
el jesuita,
mientos, sin que
observándolo hasta en sus menores movipareciese
el oficial
apercibirse de aquella tenaz
i
asidua observación.
Por último, atados los palos i tapisada la silla con pellones i ponchos. Garduño dijo al padre, mostrando con el dedo su obra: ¿No le parece a su reverencia que aquí puede ir la enferma con toda comodidad? Todavía no sabemos si ella permite ser conducida de ese mo-
— —
do o de
respondió
otro,
el
padre meneando
que ya se puede hablar con ;
ella.
—Es verdad, interrumpió
el oficial
que ocupaba Lucinda. Se han abierto debe estar en
pié.
pero creo
la cabeza;
Dios lo permita!
mirando hacia las puertas
De
i
los
ventanas,
cargado tratarla con todos los miramientos
Nada ble que cia
dijo el padre;
Garduño no
i
como por su
i
me ha en-
atenciones a que es
desgracia.
aunque algo hubiera dicho,
es
mui proba-
quedado escuchándole, pues pare-
se hubiera
dudoso de llegar a
ella
i
todos modos, conviene ha-
blar con ella para consultar su parecer, pues don Víctor
acreedora, tanto por su alcurnia
cuartos
de Lucinda, hacia adonde se
las piezas
Serian las nueve de la mañana, i en aquel
momento
dirijió.
salia del cuar-
to una vieja que parecia ocupada en servir el desayuno a la hija de don Marcelino. Preguntó Garduño a la vieja, si la señora estaba en pié; i habiendo contestado aquella que Lucinda se /¿odia levaiitado de una vez alentada^ después de haber ¡casado una noche no tan peor^ él
envió a solicitar de la niña el permiso de hablar con ella, de par-
te del señor
don Víctor Dorriga.
Poco después volvió su cuarto al
No
la vieja, diciendo
que Lucinda esperaba en
oficial.
se hizo
aguardar mucho
el
enamorado Gardmlo;
rar en que el jesuita estaba a su lado, siguió a la vieja,
i
sin repa-
con
el
con-
tento pintado en el semblante.
El padre echó a andar tras él, murmurando entre dientes: Veamos en lo que va a parar todo esto para obrar en conse-
—
cuencia.
La
lójica es
tan necesaria i)ara entender los hechos,
para hacer producir buenos resultados a los hechos
coma
mas il<'>jicos.
— El padre
i
288
Garduño entraron a
—
las piezas
de Lucinda, quien los
recibió con cierta reserva, al través de la cual se ecliaba de ver la
ansiedad por obtener las noticias que deseaba.
La pobre niña
el dolor
tenia
pintado en su pálido
blante, a pesar del esfuerzo que hacia por
dominar
i
bello
sem-
la exaltación
de
su ajitado espíritu. Olvidándose, al parecer, del padre Hipocreitía,
marcadamente su atención en Garduño, quien la miraba de hien hito, como deseoso de no perder un solo instante de verla.
fijó
to
— Señor
le dijo
oficial,
con
triste sonrisa;
parte del señor Dorriga, podria decirme
dueña de mis acciones? Enteramente dueña, se
ya que usted viene de
si
estoi aquí presa o soi
— respondió Garduño, inclinándocortésmente. soldados que veo pasearse por — corredor? —Esos soldados son de que como señorita,
¿I esos
el
servidores
honor de
tiene el
dirijirle la
usted,
lo es
palabra en este momento,
el jefe i
que ten-
dría el placer de servirla en lo que usted ordenase.
— Mil —Todo eso
gracias, respondió ella con voz conmovida. lo habría sabido usted anoche,
suíta con melosísima voz,
Al se
oír estas palabras,
si
hija mía,
hubiera querido oírme.
Lucinda miró fijamente
rojas aparecieron en su frente
ver a quedar
En
mas
i
•
al padre; sus ojos
temblaron,
abrieron extraordinariamente; sus labios
manchas
dijo el je-
i
varias
en sus mejillas, para vol-
pálidas que antes.
seguida, hizo
un movimiento como para
rehacerse,
i
dijo al
jesuíta:
—No
he querido
oír
a su paternidad, porque... Vaya! no
me
obligue su paternidad a decir el por qué.
—
•'No
comprendo, hija mía,
el
proceder de usted con un viejo ami-
go de su señor padre, a quien Dios tenga en
gloría, dijo el jesuíta
acercándose lentamente hacia Lucinda.
—Yaya,
pues, replicó ésta; ya que su paternidad
me
obliga a
una vez por todas, que no le creo que no está en mis facultades el creer una sola palabra de lo que su paternidad habla, i hé aquí la razón porqué no he querido escucharlo. Garduño, que no cesaba de mirar a Lucinda, hizo un movimiento en la silla, endondc se encontraba, i el padre tocio i sacó su caja de rapé, sin que su semblante revelase la menor intranquilidad. ello, le
En
diré
;
seguida dijo con melosa voz; pero con el aire de la amistad
herida en sus
mas
vivos sentimientos;
— —Jamas
289
—
habría creído yo que la hija de mí inolvidahle amigo,
don Marcelino de merezco; pero
me
llójas,
una manera que tan poco
tratase de
me
recuerdo de mi amigo
el
haría olvidarlo todo,
si
de esto necesitase un hombre como yo, cuya relijíon le manda perdonar las ofensas, mayormente cuando ellas vienen de parte de una
persona como usted, a quien no
me
dejar de amar,
posible
es
i
compadecer en su desgracia: Lucinda, no prestando atención a las palabras del jesuíta, dijo
a Garduño: presa ¿por qué ho me enyo no — Pero, señor que me pertenece? trega ha entregado a usted su equipaje, exclamó — Por acaso no ¿Qué usted, Garduño alzándose de su en mi maleta, respondió Lo necesito —El dinero que se
estoi
oficial, si
lo
se le
asiento.
señorita?
le falta
traía
ella.
porque debo pagar a estas pobres mujeres los cuidados con que
han
me
favorecido.
usted que pagar, mía, interrumpió —Nada sirven a usted por encargo mío. Esas mujeres — Gracias, padre; —Tranquilícese usted. —No puedo estar tranquila mientras me crea como en una guahija
tiene
el jesuíta.
las
pero... .
me ha arrebatado a mi sirviente; me han robado mi dinero, i luego se me dice que soi dueña de mis acciones... ¿no es esto, señor oficial, lo que usted me venía a decir de parte del rida de ladrones. Se
señor Dorriga?
— Señorita,
mi fiel servidor? respondió Garduño con voz temblorosa,
Qué
es de
desgracia-
damente nada puedo yo decirle acerca de la saerte de su sirviente. Marchó con el ejército; i nada mas sé por ahora, pero bien pronto podré darle noticias encargo do
servirla,
ciertas.
Mientras tanto,
como usted
repito que tengo
le
inerece ser servida.
No
se preoCu])e
Usted por la falta de ese dinero, cuya desaparición yo ignoraba. Dí-
game
si
— Nól
no saber
Al
usted desea volverse a Santiago. nó! interrumpió la suerte
.
.?
vivamente Lucinda.
No me
volveré hasta
de mí esposo...!
decir esto, fuéle, imposible dejar de
romper en
llanto.
Sus
interlocutores trataron de consolarla: al fin (jrarduño dijo:
— De todos modos, modo seguro... —Yo también creo
señorita, necesita
usted un alojamiento có-
i
lo
mismo,
dijo el jesuíta,
i
i)or
dado preparar en Malina una habitación endonde...
esto
lie
nuui-
— —No
290
—
prosiga su paternidad, dijo vivamente
quedarme aquí mientras veo
— Pues yo
me
Lucinda. Prefiero
que debo hacer en seguida.
lo
atrevo a ofrecer a usted la casa de una tia mia, a
quian miro como a mi propia madre, dijo a su vez Garduño. Le
aseguro a usted, señorita, que mi buena
tia
tendrá a
mucha honra
el
que usted se digne aceptar. No sé por qué he tenido la presuposición de creer que usted no despreciaría mi pobre oferta, i aún habia ya preparado la
de manos en que pensaba trasladarla, en caso de
silla
que no pudiese hacer este camino de otra manera
—Ah! esclamó Lucinda ¿para mí habia usted preparado esa enfermo en casa? que me habia hecho creer que digo que yo temia Ya que usted no pu— diese por haber pensado en —Mil desgraciada,
silla
existia otro
Sí, señorita:
le
el
esta
gracias, señor,
terrumpió
—Nada
in-
ella.
Afortunadamen-
tiene usted que agradecerme, señorita.
usted puede andar a caballo la legua corta que nos separa de
te,
Molina. Ah!
me
i
olvidaba!...
Con
Garduño, saludando a Lucinda, las piezas,
el
permiso de usted, señorital
salió
con cierta precipitación de
se dirijió al patio exterior de la casa.
i
Su exclamación
habia sido producida por la vista de un gran carretón con toldo de
madera pintado de verde, que en aquel momento se dirijia hacia la casa, tirado por una robusta yunta de bueyes overos, tan cuidados i limpios como el carretón. Llegado éste al patio, paráronse los bueyes, i Garduño se adelantó a recibir a una señora que sahó por una las puertas de aquel castillo
de
— ¡Mi querida
tia!
ambulante.
esclamó Garduño ¡cuánto
usted se haya dignado venir en persona!
a decir que
— .
no
I ¿por
me mandase
agradezco que
solo le habia enviado
el carretón.
qué no habia de venir yo?
te hubieses
Yo
le
empeñado,
me
dijo la señora.
Aun cuando
tú
habría bastado saber la desgracia de
esta pobre niña, para que yo la hubiera venido a buscar.
¿En dón-
de está?
— En
las piezas del rincón.
—Pues vamos
andando, Santiago, porque la caridad perezosa es
caridad a medias.
La buena
señora echó a andar con
mas
ajilidad de lo que sus
cincuenta años parecían permitirle. Gardmlo se adelantó a anunciar hi,
i
Lucinda ^ahó a
recibirla.
-
— Apenas
hubo
la señora
—
291
visto a ésta,
cuando corrió hacia
ella
la
i
estrechó entre sus brazos, diciéndola
— No
he necesitado sino verte,
hijita,
para quererte.
Sí, niña.
Sé que eres desgraciada, i esto aumenta mi cariño. Al momento de recibir la esquelita de mi sobrino Santiago, mandé que me en-
yugasen
Nada
bueyes
los
i
colgasen
el
carretón, para venirte a buscar.
tienes que decirme, (prosiguió, viendo que Lucinda,
confundida con la franca cordialidad de la señora manifestarle
su agradecimiento); no
mundo estamos para ayudarnos otros,
como
casita
i
i
me
tia,
tí
i
trataba de
digas nada, porque en
no para estorbarnos
dice el adajio: cchoi por
medio
los
mañana mí.» Te
el
unos a
los
ofrezco
mi
todos mis posibles para que dispongas de ellos.
—Dios
pagará a usted esta obra de caridad que hace,
le
le dijo
Lucinda, correspondiendo al tercer abrazo de la afectuosa tia de
Garduño.
— Déjate de
mi alma; no hablemos sino de ponernos luego en camino. Es preciso que ine trates como a una antigua amiga. eso,
Yo no puedo ver los cumplimientos; las etiquetas me dan jaqueca. Ya mi sobrino te habrá dicho que yo me llamo Manuela Villagran: i
este es
mi nombre para
servirte,
mi
vida.
Ah! reverendísimo padre!
esclamó, viendo al jesuíta que se hallaba a pocos pasos de distancia;
dichosos los ojos que merecen ver a su paternidad! ¿cómo lo
pasa de salud?
—Estoi bueno,
señora, gacias a Dios, respondió el padre.
llamar a alguien que venga a poner
el e«quipaje
Voi a
de Lucinda en el '
carretón.
Salió el jesuíta,
i
en la puerta se encontró con Garduño que ya
venia con dos soldados al efecto. Mientras se arreglaba en el carretón el corto equipaje de Lucinda,
no cesaba doña Manuela de
prodigar su afecto a la hija de don Marcelino la cual día en la
misma moneda:
en camino,
i
ya
las
le
correspon-
por manera que, aún no se habían puesto
dos mujeres se trataban con la cordial franque-
za de dos antiguas amigas.
-toí
CAPITULO XLVIII.
LOS CONSEJOS DE LA
c(La
TÍA,
mala intención
Siempre es tropezón» (Dicho
Bien pronto se puso
duño a
la cabeza de
carretón en movimiento, seguido de Gar-
el
cuatro soldados. El oficial iba con
jiintado en el semblante;
parecía tan contento
jjopiilar).
como
i
el jesuita
él,
(que
ma reliaba-
el
gozo
a su lado)
pues aun cuando sentia grandemente
que Lucinda no hubiese aceptado
el
hospedaje en casa délas beatas
mayor satisfacción. su despecho mucho mas que su alegría,
Peñalozas, no por eso dejaba de manifestar la
El padre sabia ocultar i tenia por milxima el mostrarle siem})re buena cara a los acontecimientos. Jamas se daba })or vencido; i a pesar de lo que habia oido de boca de Lucinda, no abandonaba la esperanza de reconciliarse con
ella,
en beneficio de sus ambiciosas miras.
Durante
el viaje,
Lucinda contó su historia a doña Maiuiehí,
— quien se mostraba cada vez
—
294
mas
interesada en favor de la desgra-
ciada niña.
Llegado
el
convoi a la casa, doña Manuela renovó sus afectuosos
ofrecimientos,
menta
Lucinda respiró con esa satisfacción que se experi-
i
mujer) bajo
al sentirse (especialmente la
el
techo de un ho-
gar amigo.
El padre Hipocreitía viaje, e ídose
se habia despedido de
sus compañeros de
a su casa.
Doña Manuela su gran cojin,
instalando a Lucinda en la cuadra, sentóla sobre
una buena parte de
cual ocupaba
el
la tarima de su
estrado, endonde los pies profanos apenas osaban pisar.
da llamó aparte a su sobrino;
— SantLigo, no
me
gustan
i
con voz de autoridad,
es preciso hacer el bien por entero; las
En
segui-
le dijo:
i
ya sabes que
cosas a medias... Acuérdate de lo que decia tu
abuela
— Pero, ¿de qué —Tu abuela, tia,
se trata ahorca?
mi madre (que Dios tenga en gloria), decia bueno a medias, era ser malo casi siempre. Se trata de obesto es
que ser
tener noticias del marido de estapobrecita... Se llama... se llama...
ya
me
Tengo una memoria de perro! Se llama Anselmo Guzman, dijo Garduño. Ese es el nombre! lo tenia en la punta de la lengua;
se
olvidó!
— — ahora que me acuerdo ¿no Q^freirista? pelea en — —Entonces me has de prometer que
las filas contrarias.
Sí, tia:
decir,
pero... I
si
se encuentran... quiero
en la pelea (lo que Dios no permita!), tú habrás de protejerlo
en vez de
herirlo, porque, hijo, el hacer bien
nunca
cuando sea a nuestro ma3^or enemigo, tanto mas pobrecita, a quien ya he
comenzado a querer, por
al lo
es perdido
aun
marido de esta que
ella
me ha
Porque has de saber, sobrino, que ella lo quiere a morir. ¡Vaya! a mí me encantan los matrimonios de dos que se quieren
dicho...
así.
Con que ¿me
lo
prometes?
—No posible prometer — Bendito sea Dios! esclamó des prometer — Porque ya echará de ver
Garduño con voz
eso, tia, dijo
es
doña Manuela.
¿I por
sorda.
qué no
¡rue-
eso?
usted,
tia,
que en medio de la
refrie-
ga, nadie conoce a nadie.
— ¡Vírjen purísima! ¿Entonces en esas rros rabiosos,
i
cierran los ojos
i
se
guerras pelean como pe-
embisten sin acordarse de que
— Dios
liizo
a los unos
gas benditas
i
295
también a
—
los otros? ¡qué lierejía,
por las
lla-
!
Yo no puedo — nías de Garduño, no responder de mí, en medio de batalla — Santiago! interrumpió exaltada señora. ¡Vaya que tú tienes l)a])lemos
Tia, replicó
esto.
la
si
la
unas ocurrencias
mismo que
lo
mis palabras! pero era
que a veces andaba con
así,
ves,
como parece que tú
me
dices en tu esquela de
tu padre! Pobrecito: ¡no te ofendan
la tienes ahora. lioi
que
Dios
te interesas
me
el
alma
perdone!
al re-
¿Cómo
tanto por la suerte
de esta pobrecita?
— —
Ali! yo... pero, tia
¿I
cómo
tejerás a su
dos orejas,
si
te interesas
marido a quien
si
me prometes que protanto? Que me corten las
por su bien, no ella quiere
entiendo esto!
Garduño habia guardado silencio durante el largo razonamiento de su tia, i i^arecia sumamente contrariado; pero tomando al fin una resolución, dijo:
— Concluyamos, esté a
por Dios! Le prometo que liaré todo lo que
tia,
mis alcances por que no
le
suceda ningún daño al marido de
Lucinda.
—Dios guro que será el
por buen camino,
te guie
así lo
hará
Malo quien
si
te
tienes
hijo,
repuso la señora;
sana intención; pero de
ligros a
que
Ahora
te vas
sí
ten se-
lo contrario,
guie (no lo permita Dios). I ya sabes que tu
santa abuela decia: «que nosotros vemos las acciones intenciones».
i
i
el
Señor las
que quedo contenta, aunque sintiendo
los pe-
a esponer. Malditas guerras! ¿Por qué no trata-
rán estos cristianos de vivir en paz... que no parece sino que Dios los echara al mundo como echan los gallos en la rueda... Pero las
ánimas benditas del purgatorio (a las cuales les rezo todas las noches su novena para que hagan porque esto acabe buenamente) habrán de alcanzar de su divina Majestad que no se verifique esta última pelea, que nos tiene a todos con el Credo en la boca. Sin embargo, bueno es, por sí o por nó, estar preparado, pues solo Dios sabe lo que será. Quiero hablarte, sobrino, del cocaú para el otro
mundo. Dime
— — No
Sí, tia,
¿te
has confesado?
respondió riendo
el oficial.
Tengo arregladas mis cuen-
tas.
bras con
te rias, Santiago, replicó la señora, el
dedo
índice.
Mira que nadie
acentuando sus
i)ala-
tiene la vida comi)ra(la; ni
hai aquí abajo hora segura, porque ])ara la muerte, que no respetó
— 296 — ni a Cristo, lo
vierno
mismo
como en verano,
bravo, pues
si
de noche que de
es
es tan
i
día,
i
tanto trabaja en in-
que se parece al perro
traicionera
aveces ladra, en mil ocasiones muerde sin ladrar;
cuando menos se piensa lo decia siemprecito
se corta la cuerda,
mi madre (que
i
hombre
i
Así
al hoyo!
del reino de Dios esté gozan-
A los
mozos de hoi les parece (Bendito Dios!) que solamente los viejos se mueren; pero mira, Santiago, no te olvides de que tan pronto se va el cordero como el carnero; i muchas veces sucede que un viento apaga la vela i el candil -ardiendo queda: mayormente do).
en estos calamitosos tiempos tan llenos de trompezones
que
el
que no cae resbala; así es que
quedado aquí ridos i
solas, lo
parientes están
i
el otro
pasan con
Credo en
el
como quien
las pobres
dice:
i
peligros,
mujeres que han pues sus ma-
la boca,
«con un pié en la sepultura
en una concha de jabón»...
— Bueno,
tia,
tendré presente sus advertencias, interrumpió Garcon que su buena
duño, tratando de huir de la letanía de refranes
acostumbraba catequizarlo, como ella decia. Es preciso que ponga pronto en camino, i voi a despedirme de Lucinda.
tia
—Vamos,
encaminándose hacia
dijo la tia
las piezas
Lucinda habia quedado. Mientras tú andas por
encomendaremos a Dios j)urgatorio,
i
a la Yirjcn
i
endonde
nosotras
allá,
me
te
a las Animas benditas del
que son de las que se agarraba mi buena madre siempre,
en todos sus apuros. Pero, después de todo, prosiguió la prudente señora, aun no hemos hecho medio dia; i tú, por mas apurado que estés,
no puedes
irte
ridad matarse de
No
sin hacer antes algo por la vida.
hambre aunque
sea por la patria;
i
es
ca-
Dios man-
si
da cuidar el alma, también nos manda cuidar el cuerpo, porque de carne i hueso somos hechos, i es preciso tener fuerzas para servir a la patria, pues no habiendo fuerzas, de nada sirve la buena voluntad
i,
tripas llevan piernas
Diciendo
esto, se fué
su sobrino, mientras
doña Manuela a preparar
éste
el
almuerzo para
endonde
entraba en la cuadra
se
ha-
llaba Lucinda.
Es no — Dispense Ud, señorita a mi atenderla a Ud. como su señora — Lejos de respondió niña que tiene avergonzada con sus demostraciones de — Que Ud. merece por mas de un motivo, interrumpió tia,
sola
le dijo.
puede
i
ella quisiera.
eso,
la
sonriendo,...
afecto
tia
me
yo... el oficial.
Lo que yo
siento es que
Ud. no encuentre en esta su casa
didades que nosotros quisiéramos proporcionarle;
i
siento
las
como-
mas
toda-
— 297 — que mis deberes
vía,
me impidan quedarme aquí para
como
servirla,
ardientemente lo deseo.
—Mucho tengo que agradecer a Ud. Lucinda;
si
i
i
a su bondadosa
yo no temiese ser importuna,
le
dijo
tía,
rogaría a üd. que
me
comunicase las noticias que sobre la suerte de mi esposo pudiese obtener; i por último, que liiciera valer su inñuencia cerca de los
— Prometo G-arduño. — Santiago!
me
para que se
jefes del ejército,
como usted me
liacerlo todo tal
que ya
el
devuelva a mi sirviente. lo ordena,
respondió
Ven
Santiago! gritó desde afuera doña Manuela.
almuerzo
se enfria;
i
el
que come
frió,
mal sabe abrigar su
estómago, como decia mi madre. Camina luego, prosiguió, entran-
do a
ya sabes prudente soldado debe andar
que bastante necesidad tienes de fuerzas;
la pieza,
que en estos tiempos de revueltas,
el
i
con una comida adelantada, como decia tu padre, aunque
gaba siempre:
él
agre-
cd con dos hebídasD.
I eclió a reir
con la mejor gana del mundo, diciendo a Lucinda
cuando Santiago Imbo
— Perdóname,
liijita,
quisiera; pero las
de una repicar
i
salido:
por no poder hacerte la corte como yo
dueñas de casa somos esclavas,
andar en la prosecion.
Yo no
sé
i
no siempre pue-
cómo tengo
fuer-
zas para reirme ahora (prosiguió la señora con voz triste), viendo
a este muchacho que se va quizá para no volver a verlo. Pero ese es
mí
jenio;
cuando ya! lo
me
jenio
i
i
figura hasta la
acuerdo de estas guerras,
Te aseguro que dan ganas de llorar. Va-
sepultura.
me
no está en mí dejar de pensar en esto;
si
i
por hacer pecho ancho. Pero las Animas benditas
traer sano i
lo quiero
i
postre,
salvo.
i
como
si
Es
uti
fuera
vendrá a ser
el
me rio, es me lo han
a veces
so-
de
buen muchacho; de mui buenas partidas,
mi
hijo: lo
he criado en mis brazos,
i
al fin
dueño de estos cuatro trapos, cuando Dios
me eche la tierra encima. Aun hablaba la impresionable doña
Manuela, cuando entró de
nuevo su sobrino para despedirse.
—Dios —Eso
se lo pague, tia, le dijo;
el
almuerzo ha estado magní-
fico.
es!
esclamó
ella.
A
barriga llena, corazón contento.
ra no te olvides de mis encargos prosiguió riendo, ,
diga: a comida hecha amistad deshecha.
de don Anselmo,
Yo misma
te
me
En
despachas un mozo
Aho-
para que no se
cuanto tengas noticias
que yo
lo
i)agaré aquí.
he puesto en las alforjas un puco de char(]ue machu37*
— cado,
298
—
entregué dos botellas de aguardiente de susque eso conforta. I cuenta con andarte metiendo mui aden-
al asistente le
i
tanciccj
mas
en la refriga, porque una sola vez no
tro
no;
i
mas
vale que digan aquí arrancó
.se
el falso,
muere
el
cristia-
que aquí murió
el
guapo. Eso de morir por la patria es cosa para dicha en versos. Santiago, bueno es ser patriota; pero también es bueno
Sí,
el
número uno, como Dios manda. Con
que, adiós!
quedaré aquí rogando a las benditas Animas... I nes
el
escapulario del
— — Bien
Carmen que te di? como usted me
Sí, tia; lo llevo al cuello
chinas,
i
lieclio:
mira que ese escapulario
tiene una reliquia.
No dejes
liijo,
aliora,
que yo
dime:
lo encargó.
me
cuidar
lo dieron las
¿tie-
/^
Capu-
de llevarlo: mira que han suce-
dido mil casos en que un relicario ha librado de las balas al que lo
cargaba con devoción. I adiós otra vez, querido sobrino. Ido Santiago, la señora entró en la sala llorando a mares, mientras
Lucinda trataba de consolarla con
las
mas
afectuosas espre-
siones.
— Tienes razón,
liijita,
rar sino por nuestros pecados; na.
doña Manuela, ^o debemos lloalma que se amilana es alma de la-
dijo al fin
Vamonos a hacer medio
i
dia,
que ya
es hora.
Cinco minutos después, doña Manuela hacia los honores de la
mesa, con la cara
mas
risueña del mundo.
CAPITULO XLIX.
QUE SIRVE DE ESPLICACÍON A OTRO CAPITULO ANTERIOR.
«El demonio se revestía de la astucia, i avanzaba en la prosecución de sus propósitos.»
(V. MuRiLLO.
— Una víctima del honor).
Solo la obligación que Garduño tenia de volver al campamento, liabia
podido hacerlo separarse de 'Lucinda;
mas dominado por
la fatal pasión
que
i
sintiéndose cada vez
ella sin pensarlo le inspirara,
maldecía sus deberes de soldado,- que
lo
obligaban a alejarse del
objeto de su loco amor. I era tal la locura que se liabia apoderado del joven oficial, que, a pesar de los encargos, consejos
refranes de
había ya comenzado a aborrecer a Anselmo, como
su bonísima
tía,
se aborrece a
nn afortunado
"Al
i
mismo tiempo que
rival.
envidiaba su
ta la noticia de su muerte;
i
cual
si
diclia, (bascaba
Guzman
que fuese
kí liubiese liecho
cier-
algún
doña Manuela ardía en deseos de vengarse. Bien liabia ecliado de ver el jesuíta lo que pasaba en el interior del fogoso oficial; pero no estando aún seguro, i temiendo dar un agravio, el sobrino de
— paso Gü
300
—
aguardaba que las circunstancias se aclarasen para obrar con esperanzas de éxito seguro. Habíase separado Garduño unas dos cuadras de la plaza falso,
lo su-
ficiente,
mas de
de su
la casa
tia,
cuando se encontró de repente con
una boca
parecia liaber estado esperándolo en
(pie
— Sabia que una
el fraile,
i
he
mi señor don Víctor
a
le lleve
el jesuita,
calle.
usted liabia de pasar por aquí, dijo
estado aguardándolo para rogarle que
poco
i
carta.
— Con muclio gusto, respondió —La tengo en mi
cuarto, dijo el jesuita;
temor de que usted
carla por allá;
se
me
mo asunto
de la carta, pues se
que usted
lo sej)a.
—¿Qué
me ha
i
no be querido
fuese sin verlo.
mientras tanto aprovecliaremos
i
Démela su paternidad.
el oficial.
a bus-
ir
Podemos
ir
tiempo hablando del mis-
el
ocurrido que conviene
mucho
asunto es ese? preguntó Santiago volviendo su caballo
en dirección del alojamiento del padre, después de ordenar a su asistente
demás soldados que
i
lo
acompañaban, que
lo esperasen
a la salida del pueblo.
—-Se
trata,
amigo, de un proyecto que he comunicado ya al señor
Dorriga, respondió el fraile bajando la voz.
que es mui conveniente conocer bien
¿No
le
parece a usted
opinión de los habitantes
la
de Talca, respecto de la lucha que hemos emprendido contra
el pi-
iñolismo?
—Eso
es evidente, padre mió, pues aquella ciudad
punto de apoyo de uno u otro bando, según sean
ha de
las ideas
ser el
de sus
principales habitantes. Para llegar a saber cuáles son esas ideas,
ha preparado don Víctor JiOS espías que yo le aconsejé, concluyó '
—
mas:
un hombre mui
le di
el
frajlo.
Aun
ladino para esta clase de negocios;
hice i
yo
desempeñará a las mil maravillas la mas ardua comisión le encargue. ¿Conoce usted a Nicolás Peñaloza?
creo que
que se
hermano de —¿No —El mismo. es el
las niñas .
— Solo conozco de — Trate usted de sacar partido de vista.
lo
consiste su
?
mayor
él.
Parece tonto; pero en eso^
habilidad, porque no es lo que parece ser. Para
espía no tiene precio, porque, sobre ser astuto
noce a todo años.
No
el
poco hablador, co-
pueblo de Talca, endonde ha nacido
hace mucho tiempo que
muchacha que
i
se robaron en
me descubrió
San Fernando,
el
muchos paradero de una i
vivido
la cual estaba destina-
—
—
301
da a ser monja Clara; i aun ya se había reunido entre sus tíos la dote necesaria, cuando desapareció de repente. Espliqnéle el caso a Nicolás, díle las señas, i él empezó a calcorrear por aquí i por allá, hasta que llegó a Talca, i allí, vestido de mendigo (papel que hace divinamente) vino a dar con la muchacha, que estaba viviendo com-
Haciendo yo memoria de este suceso, he creído que Nicolás, vestido de mendigo, puede entrar en todas las principales casas de la ciudad i escuchar lo que se hable, sin que nadie ponga atención en ello, pues de un mendigo nadie se su amante en una solitaria
calle.
recata.
— Comprendo muí
interrumpió G-arduño;
bien,
dar otros compañeros a Nicolás. saco roto esta advertencia,
i
le
No ha
i
aun podría yo
echado su paternidad en
prometo sacar de
ella
todo
que
los
el parti-
do posible. Si el lector recuerda las excenas aquellas en
mendigos
hicieron caer en el garlito al servidor de Lucinda, verá bien,
cómo
Garduño supo cumplir su promesa. Solamente debemos advertir aquí (i es una circunstancia esencial de esta historia) que aquel mendigo que sirvió de conductor a Pedro por las calles de Talca hasta el cementerio, i que tan bien sabia ladrar como perro, no era-
mismo Nicolás Pcñaloza en persona, que mas drá ocasión de conocer el mismo lector. otro que el
—Ya creo que
siembro en buena
tarde ten-
tierra, prosiguió el astuto frai-
de que usted ^realizará mi idea, en caso de que don Víctor haga poco caso de ella. Nicolás conoce a todos los porle;
i
estoí seguro
dioseros de Talca, endonde (sea dicho entre paréntesis) los hai de
todas clases, no siendo
muí pequeña
la clase
que podemos llamar
de mendigos fraudulentos, por estar llenos de granos, quebraduras,
Por consiguiente, aun dado caso de que sorprendan a uno de nuestros mendigos, cuando mas, será mirado como pordiosero fraudulento, mas nó como espía. Pero ya hemos llegado. Desmóntese un momento, que tiene tiempo de sobra para potras
i
lobanillos postizos.
alcanzar
el ejército.
Desmontáronse enfrente de una casa situada a tres cuartos de cuadra déla plaza hacía el sur en la calle que entonces se llamaba del Estado, i hoi de Quechereguas, i que era i es todavía la callo principal de Molina. Allí era donde había establecido
sumisión
el jesuíta,
quien, entre
otros prívilejíos, tenía el dar sus misiones en el lugar que mejor le
acomodara, con notable perjuicio de los intereses de muchos parro-
— eos, i
—
302
que nunca miraban con buenos ojos que otro viniese a cultivar
cosechar aquel pedazo
ele
Viña
del Señor que
se habia puesto a
su cuidado.
Apeáronse, pues, cómo queda dicho; tejado a teja vana
mal
acepilladas
i
entrando por im zaguán
cerrado exteriormente por una gran puerta de
i
tablas de roble, se encontraron en
cuadrado, cubierto con una estensa ramada de fajina
un gran i
patio
sostenida por
horcones de espino.
Era aquel el cuerpo de la iglesia de la misión, cuyas naves estaban formadas por las cuatro filas de horcones, i cuyo santa-santorum se hallaba en un cuarto, Hamado el Oratorio^ i situado en el frente del patio. El costado sur de éste, cerrábalo un edificio de vetusto aspecto, ocupado por las Niñas, o como muchos decian, las beatas Peñalozas, i hacia el costado norte, se estendia una arboleda de frutales plantados en desorden. Por último, el edificio que cerraba
patio por el lado de la calle, en no mejor estado que lo an-
el
terior, era el
que las beatas Niñas habian aderezado para habita-
ciones del padre
de nombre
el
i
de su ayudante,
memorioso
lector,
el clérigo
por ser
el
O*, al cual conoce ya
mismo que
Lucinda durante su forzada permanencia en
fesor de
sirvió el
de con-
monasterio
de las Capuchinas.
Garduño entraron al patio, o mejor dicho, a la ramada, notaron cierto movimiento i ajitacion interior que hizo fruncir las cejss del padre, i admirarse grandemente a Garduño.
Cuando
el jesuíta
i
Varias mujeres salian corriendo de las piezas de las Niñas; tras unas se santiguaban
i
rezaban en alta voz
greñadas hacia la arboleda, una se lebrillo
dirijió
i
i
mien-
otras corrían des-
al oratorio;
sacando
i
agua bendita, empezó pavimento, pronunciando en alta voz / Vade re-
de greda que 'servia de pila para
el
a regar con ella el tro! vade retro, Satanás!
— Mala
visita
:
tenemos! exclamó
el padre,
poniendo
el oido
i
sollozos,
que bien pronto
se
cambiaron en gritos descompasa-
nada tenian de humano. Iba Garduño a preguntar lo que aquello
dos
i
con
j émi-
dirección a las habitaciones de las Niñas, dedonde se oía salir
dos
el
aullidos que
significaba,
cuando vio
venir corriendo (otro diria rodando) por entre los horcones de la ramada, a un cleriguito retaco, rechoncho i casi redondo, con la sota-
na rasgada de po en
la
sotanas,
mano
arriba abajo, el bonete pastoral echado atrás,
derecha,
un santo
un roquete hecho
Cristo en la izquierda,
jirones.
i
un
hiso-
sobre laa
—
—
303
señor presbítero O*...? preguntó —¿Qué — Qué ha de suceder, reverendo padre, respondió jadeando diablo en tenemos bien de ver que usted tenido presumia; — con una buena verdad, contestó O*, echando una mirada —Así sucede,
el j esuita.
el
x\h! lo
,
casa!
al
otro, sino'-que
se eclia
i
lia
Lncifer.
luclia
el clérigo
es la
de compasión sobre sus rasgadas vestiduras. Lucifer no respeta ni lo mas santo; i no solamente me ha insultado, como indigno ministro
uñas, al
gran pecador que
i i
me ha
hecho pedazos
Demonio tan
ha escnpido
las sotanas
i
como hoi: se ha reido se mofado del crucifijo.
i
— Pero, hombre, por Vírjen Santa! ¡Usted ha olvidado — Tiene razón su paternidad! exclamó
del agua
el
visto
bendita,
padre escan-
la estola!
dalizado.
me
veremos
con sus
Jamás habia
exclamó
la
tación
todo.
resistente
hi^po,
el
me ha arañado
sino que
soi,
ponerme
olvidé de
si el
al cuello
Con
el clérigo.
la estola.
la precipi-
Voi a buscarla,
i
diablo se resiste ahora!
— Oiga, señor
presbítero,
prepáreme a mí tam-
dijo el jesuíta:
bién mis vestiduras. Mientras
miraba
presbítero O*... rodaba hacia el oratorio,
el
al jesuíta
como interrogándolo con
a hacerlo con la lengua. Comprendiólo por — usted ve mucha admiración. respondió —Es esta niña mal — No son hermanas esto
Si
la
cierto,
el
los ojos, sin
padre
i
Garduño atreverse
le dijo:
primera vez, amigo mío, debe causarle
el oficial.
espirituada, así
Varias veces he oído hablar de
como de sus
otras dos hermanas...
las tres, le interrumpió el padre, sino sola-
mente dos de
ellas: la
de Dios
mucha
(i
con
—¿A quien llaman — mi amigo, Yo
dicina,
espirituada, a
razón), la
i
la paralítica,
quien llaman la
que es
>S'/í?rm
la mayor...
Medica Santa?
aseguro a usted que es una verdadera Sanla confieso. Por lo que respecta a sus conocimientos en mei
Sí,
ta.
mal
yo
último, la
le
he visto hacer prodijios (por no decir milagros). Por tercera niña es sobrinita de las primeras, e hija úuica de la
Nicolás Peñaloza.
—Ah! ¿Es que llaman Beatita ch pueblo? —La misma. Esta muchacha un dechado de la
el
es
de ser joven
i
bien parecida,
matrimonio por dedicarse
— ¿Piensa
ser
monja?
ha rehusado varias
al servicio del Señor.
^
virtud.
A
pesar
])ropu(\stas
de
— — Eli manas
el
304
—
convento de las Claras, para
lo cual sus otras
dos her-
ya la dote. yo creía que eran pobres.
lian reunido
— —No
son ricas, dijo
proteje.
La médica con
Ali!
el jesuíta;
sus
pero Dios las
curaciones,
i
lia
la Sierva
limosnas que recibe, han conseguido reunir algo;
gran economía... Pero es menester que
me
Sírvase usted aguardarme un momento,
i
ros prodijios.
•:o:
i
protejído
i
las
de Dios con las
como viven con
prepare a la
batalla.
será testigo de verdade-
CAPITULO
L.
QUE ENSEÑARÁ AL LECTOR LO QUE ERAN LAS NIÑAS PEÑALOZAS.
«Una
india
estaba enferma,
i
el
diablo la perseguía mucho, incitándola a que se ahorcase... mas no lo consiguió el
Mahgno, disuadida
los consejos
del padre..
ella
de
— Llevando
la
extremaunción a una india enferma,
un padre de el
casa, al entrar el padre
rancho, le dijo
traste nios.
aquí, se fueron
—Yendo
que en-
muchos demo-
otro padre
a confesar
que estaba en mal estado,
otra,
só
la india: así
el
mala
en
la avi-
padre que debia dejar aquella ocasión.
Eespondió a que con
todas veras prometía la enmienda;
en este punto salia bla,
le
i
parecía al padre que
de ella un bulto entre una nie-
como
puerco....»
(El P. Olivares. suítas en
—IUstoría de
los
Je-
Chile.)
Quedóse Garduño debajo de la ramada mientras el padre entraba al oratorio, cndonde el presbítero O*, lo esperaba con las vestiduras preparadas al pié de
un
crucifijo
i
sobre la se
mesa
del altar, nimbóse el jesuíta
puso a hacer oración, después de haber or38*
—
—
306
denado al clérigo O*, que no se moviese de allí. Garduño lo observaba todo desde afuera; i detenido curiosidad, olvidó sus deberes de soldado,
en camino hasta no ver en
lo
i
por la
allí
no se atrevía a ponerse
que iban a parar aquellos preparativos.
Repetidas veces liabia oído liabiar de las tres Niñas Peñalozas, a quienes
Dios que
el
pueblo daba los nombres de Médica Santa^ Sierva de pero jamás liabia creido ni la décima parte de lo
Beatita-,
i
embargo, celebraba que
se decia. Sin
presentado
la ocasión
la casualidad le liubiese
de ver por sus ojos a una mujer con
el
dia-
blo dentro del cuerjoo, cosa que allá en lo antiguo se veia a cada paso.
Por la,
fin salió el
padre Hipocreitía revestido de sobrepelliz
llevando en las
manos
el viejo libro
zar. Seguíalo el presbítero
la estola que colgaba de
le servia
esto-
para exorci-
O*, ya mas animado contra Lucifer, por
su cuello,
viar la fe del presbítero) por la
confortaba
que
i
mucho mas que
i
también (sea dicho sin agra-
compañía del santo
la estola
i
jesuíta,
que
lo
que la caldereta de agua
bendita que llevaba en las manos.
Al ver do se
a los sacerdotes, todos los curiosos que habían entra-
salir
al patio, atraídos
por la bulla, se prosternaron devotamente
i
encaminaron en convoi hacia las piezas endonde seguía sintién-
dose
el
gritar
i
aullar del Demonio.
Garduño
se acercó
a los sa-
cerdotes que encabezaban el convoi, pues quería satisfacer cuanto
antes su aguijoneada curiosidad, credulidad, se santiguaba plo!) ni
mas
ni
í
i,
despojado al parecer de su in-
rezaba en voz alta (oh, poder del ejem-
menos, como
la
mas
crédula de las viejas que asis-
tían a la ceremonia.
Llegados a
la pieza, el
oficial
miró ávidamente hacia
el interior.
Las blanqueadas paredes del cuarto estaban cubiertas de estampas de santos, i varias efijies de madera o de otro material se veían aquí, allí o mas allá, sostenidas por pequeñas repisas, o metidas en nichos dentro de la pared. Había otras en urnas de hoja de lata, colocadas sobre mesas que mas se parecían a la mesa de un altar, que a las de
una habitación humana. En un rincón del cuarto había una cama encortinada con angaripola de dibujos lacres en fondo blanco, i en el otro estremo, una alta tarima sobre la cual se veia un altarcito con un Niño Dios dentro de una grandísima urna adornada de flores de esmalte i de papel.
En
la
cama yacía una mujer al parecer enferma, i
al pié del altar
— la tarima, se hallaba hincada
(le
—
307
una joven como de quince años
una fisonomía tan simpática, que era imposible mirarla
i
de
sin sentirse
conmovido. Vestía la niña una especie de hábito negro, tenia unas tocas blancas que llo
daban
cierto aire
sobre
su cabeza
de candidez a su be-
semblante.
Embebida en su recía
oración,
i
con los ojos
no haberse apercibido de
fijos
la llegada
de
El presbítero O*, después de recorrer con to,
i
abrió los
brazos en señal de asombro,
—Dios mió! Sonrióse
— En
Si se la
habrá llevado
el jesuíta, sin quererlo,
efecto,
no se
la
i
el
i
en
Niño Dios, pa-
el
los sacerdotes.
la vista todo
el
cuar-
esclamó:
Diablo!
dijo:
ve en ninguna parte. ¿Cómo
me
dijo CJd.
que estaba aquí?
—Aquí
respondió^l otro;
la dejé yo,
salido,
pues no he dejado de tener
cuarto.
Preguntemos.
i
estoi segm'o
los ojos
fijos
de que no ha
en la puerta del
.
—No pregunte Ud., interrumpió padre. Espíritu gritó con voz de trueno ¿en dónde ¡contéstame! respondió una voz chillona que parecía venir —No le
el
;
infer-
estás?
nal!
quiero!
del
techo del cuarto.
Todos alzaron
los ojos
i
quedaron mudos de sorpresa, al ver que
sobre una de las descubiertas vigas del enmaderado habia una
mu-
como un gato que huye de sus perseguidores. Con el semblante contraído, las manos crispadas sobre la viga, la boca llena de espuma blanca los ojos sanguinolentos, miraba la mujer a los circunstantes, i se recojia mas i mas en el rincón, adonde se habia subido como para escaparse de sus enemigos. Baja de ahí! espíritu inmundo! gritaron a un tiempo los dos sa-
jer acurrucada
i
—
cerdotes.
respondió enérjicamente —No quiero endemoniada. — Hermanita! esclamó entonces enferma de cama, medio corporándose con gran por Dios! — Yo no hermana tuya, respondieron de — Hágalo por nuestro Señor Jesucristo! esclamó niña con una otro estremo del voz dulcísima, desde —Yo no tengo nada que ver con tu Señor volvieron a — Pues habrás de obedecer a mal que valerosabajar!
la
la
la
in-
trabajo: bájese,
arriba.
sol
la
cuarto.
el
Jesucristo,
contestar.
ó),
te ])ese! dijo
— mente
el
—
308
presbítero O*, mostrando a la mujer la estola que él lle-
vaba al cuello. Esta vez la mujer dio una gran carcajada, i esclamó: Ali! ¿Es el clérigo Bola el que habla? Já! já! já! ¿Piensas tú vencerme a mí, monigote redondo? A mí, que tengo el poder suficiente de echarte a rodar hasta los mismos infiernos? Pues es divertido el .
—
tono de autoridad con que viene a mandarme! Estos monigotes creen
que
les
basta meterse en una sotana, para que yo les obedezca!
para morirse de con
los
amenazando
Pero, ten entendido (prosiguió,
risa!
puños cerrados
al presbítero O*),
embolsicado en esa sotana
dado tan redondo como
i
Es
que aun cuando te hayas
en esa sobrepelliz, siempre te has que-
ilutes,
i
mas
todavía, porque ahora
comes
i
mas que cuando eras seglar. Sigue comiendo i-bebiendo hasta quedar como bola hecha a torno, que es lo que yo estoi esperando pa-
bebes
ra echarte a rodar hasta las calderas de
Todos manifestaron
el terror i la
plomo
derretido. Jál já! já!
admiración que los poseía;
chos huyeron de aquel endiablado lugar, mientras creitía
el
acercaba sus labios al oido de su compañero,
i
mu-
padre Hipoi
le
deciaen
voz baja:
— Mire, señor
presbítero,
como yo
tenia razón, cuando le aconse-
jaba que no se entregara demasiado a los placeres de la mesa.
El presbítero bajó los ojos sin contestar una palabra, mientras Garduño miraba aquello sin saber lo que le pasaba. Por la última vez te mando que bajes de ahí! gritó el padre
— — Me
Hipocreitía. bajaré, respondió la mujer; pero a condición de que el clé-
rigo redondo se vaya.
Su
vista
me
hace
reir,
i
yo no
estoi
ahora pa-
ra reírme.
— Que rae vaya! esclamó
mente a Es
—
la
endemoniada
el
presbítero O*, mirando rencorosa-
e interrogando con los ojos al jesuíta.
necesario, respondió éste,
haciéndole una señal para que
saliese.
—Pero, reverendísimo padre ¿será bueno hacerle su gusto blo? ¿Cómo hemos de permitir que se ría de un sacerdote?
— Dios permite estas
cosas,
amigo mío, respondió
al dia-
el jesuíta,
pa-
ra edificación de las almas; i aun, en mil ocasiones, es necesario hacerle su gasto al diablo, para encaminar a los hombres por la vía del cielo. Sálgase Ud. Salió el presbítero refunfuñando, al
decia desde las vigas
mismo tiempo que
la
mujer
—
—
309
— Padre Hipocreitía! Voi a bajar; pero no porque tú me das, sino por eso que traes en la
Diciendo
esto, saltó
saltimbanquis;
i
lo
man-
mano!
de viga en viga, como lo habria hecho un
llegando a un rincón dedonde pendia una soga que
nadie habia visto,
bajóse por ésta
como un
gato,
cayó sobre la
i
tarima cerca del altarcito endonde su sobrina estaba incada.
La tia,
sobre los hombros de su
niña, lejos de huir, echó sus brazos
rogándole que se estuviese quieta; pero ésta, separando brusca-
mente a la niña, esclamó: Vete de aquí! Te aborrezco porque tú no me quieres! Sí la quiero mucho, tia! decia llorando la pobre niña. Ahí esclamó la poseída, con ojos amenazantes: si me quisieras,
— — —
no pensarías en
¡Déjame!
irte al monasterio....
I diciendo esto, saltó de la tarima
hermana, con ánimo
se
í
encaminó a
la
cama de su
de maltratarla.
al parecer
Varios de los concurrentes quisieron sujetarla, interponiéndose entre ella
i
la
cama de
la
enferma; pero ninguno se atrevió a to-
carla.
—Déjenme rasguñar a
em-
esta picara! (gritaba), a esta picara
bustera que se hace enferma, para que
le
den limosnas
i
quiere
hacer creer que es médica!
A
este
tiempo la puerta se habia despejado un tanto;
chando esta circunstancia,
i
aprove-
la endiablada saltó fuera del cuarto
atrepellando al padre, que no cesaba de dirijirle la palabra,
i
a
cuantos quisieron oponerse a su salida.
En
seguida empezó a saltar
i
a correr como una bestia feroz,
por debajo de la ramada, dándose golpes contra los horcones
i
au-
de un círculo formado por los
cir-
llando terriblemente.
Bien pronto fué
ella el centro
cunstantes, círculo movible que variaba de síQ
posición ensanchándo-
o estrechándose, con el fin de encaminarla al oratorio,
adonde
que era
los sacerdotes querían llevarla sin poderlo conseguir.
Ella, entre los insultos que dirijia al clérigo
cesaba de repetir que no entraría jamas en
O*
i
al jesuíta,
no
el oratorio.
Viendo el padre que era menester emplear la fuerza, dijo: Los que sean ca})aces de llevarla al oratorio, sin hacerle mal, ganarán cuarenta días de índuljcncia. Al oír esto, varios se avalanzaron liácia la mujer, la cual supo
—
defenderse tan bien con sus puños
armado, que
los
í
con un
])alo
mas animosos renunciaron de
la
de que se lu'bia
empresa.
— —Déjenmela a mí!
310
—
esclamó entonces nn guaso que acababa de
Esas induljencitas me las voi a ganar en un santiamén. Dicho esto, se sacó el poncho; i lanzándolo diestramente sobre
llegar.
cabeza de la espirituada, tomóla entre sus robustos brazos condujo al oratorio.
I
como
mujer pataleaba
la
i
i
la la
trataba de mor-
pugnando por desasirse de él, decia el guaso: Menéate no mas, diablito, que al fin habias de dar con
derlo,
— ma
de tu
za2)ato!
Llegado mayor,
i
la hor-
carga sobre la tarima del altar
al oratorio, depositó su
preguntó candidamente al padre Hipocreitía:
— Dígame, señor cura, ¿he ganado o nó bien mis induljencias? No o
contestó el padre porque estaba ocupado en hacer que cuatro
seis individuos sujetasen
La pobre mujer había solo con la respiración
— Sujétenla que es
el
manos a la poseída. como desmayada sobre la tarima;
de pies
caído
i
daba muestras de
bien, decia el
guaso a
los
que la sostenían.
Yo
sé lo
diablo cuando se le mete a una mujer en la caja del cuer-
po: se hace muerto para que lo velen;
¡cataplum!
No
La mujer había los diez o
vuelto en
í
en cuanto uno se descuida
mucho en
hai que confiarse
que hace mas de doce años que
i:)ero
i
vida.
soi
sí,
i
esos desmayos.
¿No ven
casado? hacia esfuerzos por levantarse;
doce brazos que la sujetaban, la tenían como clava-
da sobre la tarima. El clérigo O* le puso
la estola sobre el pecho, mientras el jesuí-
ta pronunciaba las palabras del exorsísmo. Pero Satanás permanecía
en aquel cuerpo sin querer dejarlo, a pesar de los vade retro
de
las aspersiones.
Por no mirar
la
estola o tal vez por
mujer había cerrado
los ojos
i
no ver
al presbítero
no quería responder a
lo
i
O*, la
que se
le
preguntaba.
El jesuíta hizo entonces despejar
el oratorio,
dentro del cual so-
quedó Garduño con tres personas mas, fuera de
lo
ban a
En
los
que sujeta-
la mujer.
seguida se acercó a ésta;
i
aplicándole la boca al oído, pro-
nunció algunas palabras que nadie oyó. .
La
les
poseída empezó poco a poco a calmarse; pero no daba seña-
de haber vuelto a su estado normal cuando, lanzando un sus
piro,
exclamó:
— ¡Quítenme a hombre de delantel —¿A quién? preguntó ese
le
el jesuíta.
—
—
311
—No puedo nombrar porque no me viendo con —¿Es señor presbítero O*? —No que anda en malos
es permitido;
lo
pero lo es-
los ojos cerrados.
toi
el
es
miento
fijo
sino otro
él,
en una mujer casada,
aún ha concebido
—
el
i
pasos,
i
tiene su pensa-
desea la muerte del marido,
proyecto de matarlo...
Calla, espíritu infernal...! esclamó el presbítero O*,
la estola sobre la
Esta
se calló,
i
boca de
mientras
la el
poniendo
mujer.
jesuíta se
daba vuelta
liácia los circuns-
tantes j)ara rogarles que salieran del oratorio; pero su verdadero
Garduño
objeto habia sido ver qué efecto producían en
las
palabras
de la Sierva de Dios,
El
puesto pálido como los manteles del altar;
oficial se liabia el jesuíta, sin
¡Dero
oratorio, diciendo
darse por apercibido de
que ya
la
mujer estaba
ello,
evacuar
hizo
pues se
libre,
le oía
el
rezar
Credo.
el
—
esclamó
Sí!
que dudarlo; l^e
Deum
el
presbítero O*, con acento de triunfo.
el
demonio ha tocado
de la victoria.
No
retirada,
i
No
hai
podemos cantar
el
era posible que el padre de la mentira
tuviera fuerzas para resistir a los golpes de estola,
mayormente
cuando han sido dados en nombre de las tres Marías; i yo juraría que al tercer golpe fué cuando salió, pues vi pasar algo como un
relámpago por entre
los labios
de esta
Después de pocos momentos mirar a nadie,
infeliz.
salió el
padre del oratorio;
i,
sin
endonde entró dejando entornada la puerta. Garduño entró en seguida i sin mas preámbulo, díjole: Padre mió! Yo soi ese hombre...! Yol ¿Qué hombre? preguntó el jesuita, afectando una gran sorprese dirijió a su cuarto
—
—
sa.
No
—
amigo mío. Esplíquese usted. Ni yo tampoco entiendo lo que pasa! esclamó le entiendo,
Pero
fundido.
el oficial
con-
hecho es que esa mujer, o ese demonio, ha dicho
el
la verdad.
— Ha dicho tantas cosas que no tengo memoria para acordarme de flemáticamente — Me a sobre hombre habia puesto sus 2)ensamientos cu una mujer casada, — Ah! hizo reverendo. — que deseaba muerte (hd marido...! Verdad todas, dijo
el jesuita.
refiero
lo (pie dijo
ese i
(jue
que...
el
¡I
yo no sabré decir pero...
la
si
es, i)adr(', (pie
deseo positivamente la muerte de Anselmo;
— ^-Pero
el padre. Ali!
yó
no
se muriera, usted
si
—
312
grandemente, conclu-
lo sentiría
ahora caigo en todo. Usted es esa persona a quien
Cada dia me convenzo mas de que esta bienaventurada tiene el don de adivinación, i talvez el de profecía. Siéntese Ud, amigo mió... Por lo visto, Ud. ama a Lucinda? Padre mió! esclamó Garduño; la amo a pesar mió i sin poderlo remediar. Pero mi amor es honesto... la Sierva
de Dios se
referia.
— —Es con Lucinda que usted — padre. —Eso nada de reprehensible, desde que se casaría
decir,
si
ella fuera libre?
Sí,
usted solo desea
tiene
obtener una cosa marchando por las vías lejítimas.
Ud. '
seria culpable,
—Bien puede
ser
siguió Garduño,
pero en cuanto a
más
mui
lo contrario
culpable!
que haya deseado la muerte de Anselmo, pro-
dominado por lo
De
mirada del fraile; creo no haber tenido ja-
la escudriñadora
de querer asesinarlo...
pensamiento. Sin embargo, padre, yo quisiera hacerle una
toJ
pregunta como
— Pues
le
— El caso
se la baria a
mi
confesor.
contestará el confesor es,
prosiguió el
oficial,
i
el
amigo, respondió
el jesuíta.
que bien pronto nos hemos de
campo de batalla, i yo quisiera saber a qué atenerme para obrar como corresponde a un hombre de bien. En este momen-
ver en
el
me
to
hallo en tal estado
malo de bo hacer
lo si
bueno,
i
de ajitacion, que no sabría distinguir lo
me
indique lo que de-
me llegan
a poner enfrente
espero que su paternidad
las peripecias del
combate
de Anselmo Guzman... ¿Debo cargar sobre
él,
o
permanecer siempre
a la defensiva? Porque ya ve, su paternidad, que pediría huir de él. Oiga Ud., dijo el jesuíta con voz solemne:
—
con
el
el
si
honor
Ud.
me im-
se encuentra
marido de Lucinda, debe tratarlo como trataría a cualquier
otro de los enemigos.
El pelea en
las filas contrarias,
de una causa justa: sus deberes de soldado leal
le
i
Ud. defien-
enseñarán
el
resto.
que debo hacer, respondió Garduño alzándose de — Ya Su paternidad me descarga de un gran peso. — ahora, dígame Ud., preguntó a su vez padre: Si hado sé lo
la
silla.
el
I
el
fuese a Ud. favorable, quiero decir, no el Hado, porque éste es dios pagano, sino en caso de que Dios permitiese la viudez de cinda,
i
seria el
Ud. llegase a obtener su mano uso que Ud. haría de estas?
—No he pensado en
i
las riquezas sino
respondió Garduño con entusiasmo.
le
un Lu-
sus grandes riquezas ¿cuál
en
el
corazón de Lucinda,
—
—Ya!
313 --
debe tener entendido que el Señor nos encamina al logro de nuestros deseos, según sea la santidad de nuestras miras. Yo no digo que usted haya pensado en las ya! dijo el fraile; pero usted
riquezas; pero el poseedor de Lucinda lo será también de su fortu-
mismo, por ejemplo, pensar en obtener dinero para gastarlo en placeres mundanos, que desear Vina riqueza para emplear una parte de ellas en servicio de Dios. Ali! dijo Garduño con veliemencia ¡si Dios me da la diclia de na;
i
no
es
lo
—
em-
poseer lícitamente a Lucinda, juro por mi salvación eterna,
plear una buena parte de la fortuna que obtenga, en obras piadosas,
según
los sabios consejos
—Amen, respondió
de Garduño que
el
de su paternidad! padre, sacudiendo amigablemente la
se despidió
de
él
i
salió al patio,
mano
descargado de
un grave peso, como él decia. El patio estaba lleno de j entes que babian acudido, unas a escucliar la plática del presbítero 0"^'... i otras a consultar a la Módica Sarda sobre sus enfermedades
i
dolencias.
Garduño se acercó al cuarto de la médica, por cuj^a puerta entraban i sallan personas de uno i otro sexo i de diversas edades i condiciones. Habia consultas en alta voz i en voz baja. Unas se liacian allí mismo los remedios, que consistían, ya en sobarse la parte en^ferma con la llavecita de la urna del Niño Dios, ya en recibir las aspersiones de agua bendita prodigadas por la Beatita que servia de ayudante a su tia, la Médica Santa. Otros llevaban consigo las bebidas para tomar tres tragos por la mañana, tres al medio dia i tres ;al acostarse, todo a nombre de las tres Marías. Lo mismo eran los sorhetorios para repetirlos de tres en tres veces, o de cinco
en cinco, en nombre de los cinco mandamientos de la Iglesia; bla
muchos que
i
sallan contentísimos, después de haber dejado
ha-
en
bandeja del Niño Dios, la indispensable limosna, en cambio de
la
la receta de «sobarse
(un lobanillo u otro tumor) con saliva en ayu-
nas, todos los dias por la
faltando la
—
fe, la
saliva
mañana, rezando un Credo con
no hacia
fe.»
En
efecto.
una mujer a una amiga suya: ¡milagro mas patente no lo he visto en todos los dias de mi vida! Ya us.ted conocia a mi marido que no la oreaba; no se contentaba con hacer San Jjánes, porque solía pasar bebiendo (Dios Ai! comadre! decia, al salir de la pieza,
i
me
favorezca!) liasta los martes. Tero, con haberle (M-liado
chicha los pol vitos de la módica santa, he conseguido
emborrache
los
domigos
i
domas
en la
(pie solo so
dias de guarda.
39*
— — Qué me ha de
314
—
decir a mí, respondió la otra, cuando
ya hace mas
de cuatro años que estoi viendo los prodijios de esta médica. I
lo
mejor es que no cura con botica ;I qué necesidad tiene de boticas, que ojalá pudiera yo prender-
—
les
fuego (interrumpió una tercera), cuando sabe curar a lo divino
m Pettta;
que es bendición! ¡Mire usted,
yo sufria
el
año pasado
de un emboticamieJitOy a causa de unos polvos blancos que
un
No
boticario de Curicó.
polvos, cuando se
me
me
hice
flato.
vergüenza
para que
los otros piensen
salir
me
i
espalda^ que se
corria por todo esto, a
modo
hinchazón de vientre, ña Petita, que
I luego aquella
me daba
i
c^ó
aquellos malditos
plantó un dolor entre pecho
bajaba al costado izquierdo,
de mal
mas que tomar
me
a la
calle,
porque nadie es real de carita
siempre bien de una. Hasta que un dia,
una prima hermana mia, que
medio aplicadona a curar por encanto, me dijo que yo estaba emboticada, i me prometió que me desemboticaria. Hizo la cruz de Salomón, pronunció lasj:)alabras, i todo; ^Qxofiié ¡mra lo mismo, porque quedé tan hinchada como antes.
Yo
creo que
ella
mi prima no ha aprendido bien
me echaba
la culpa a mí,
tonces fué cuando se
Dios
i
es así
otra al Niño,
i
el arte
todavía; pero
diciéudome que yo no tenia
fe.
En-
me ocurrió hacerle una manda a la Sierva de me vine a Molina. La Médica Santa se enojó
mucho con el boticario, judío hereje, de Curicó, porque conoció al momento de donde venia el daño; i ese mismo dia me dio la bebida de i
los tres palos
en la noche
que (¡válgame Dios!) casi
mo
me hizo
echar las tripas,
sobó nueve veces con la llavecita de la urna del
Niño Dios, con lo cual se me pasó la dolencia como con la mano. Garduño habia oido, sin pretenderlo, la conversación anterior así como otros relatos análogos de los milagros de la Médica. Su cabeza se habia despejado
i
su espíritu se habia deshecho de las pasa-
das impresiones; por manera que aún cuando
menester decirlo), se habia
dirijido allí
con
el
incrédulo oficial (es
el objeto
de hacerles un
deque rogaran porque número de disparates que
regalo a aquellas santas mujeres, a trueque él
alcanzase sus deseos, fué tan grande
el
medio avergonzado de su idea. I acordándose de que debia encontrarse pronto en el campamento, corrió hacia la huerta endonde estaba su caballo, montó apresuradamente i par-
oyó, que volvió atrás
tió
a escape por
el
camino del
sur.
;o;
CAPITULO
LI.
EN DONDE EL CURIOSO LECTOR CONOCERÁ MEJOR A
DOÑA MANUELA. Los males del país llegaron
al
exces o
durante las vicisitudes ocurridas desde el
pronunciamiento de Concepción
i
combate de Lircai. La fuerza pública, ocupada en los combates civiles, dejó sin segudel ejército del sur, liasta el
ridad a
muchos pueblos;
salteo a
mano armada,
i
el
el
robo
(SoTOMAYOR Valdés. Merced a
lo solícitos
el
asesinato
los ataques contraía seguridad, se tÍ2)licaron
i
i
mul-
extraordinariamente.
— JlUtovia de
los
cuarenta
añoí^.
cap. J.)
cuidados de la buena tia de Santiago Gar-
duño, habia logrado Ijuciiida tran(|uilizar algún tanto su njitado espíritu.
Doña Manuela
era
mui querida
i
res})otada entre las jen-
tes del pueblo, cuyas simpatías habia sabido con(piistarse por la
-. 316
—
natural franqueza de su bondadoso carácter,
i
su espíritu de
-pov
beneficencia para con los pobres, quienes encontraban en ella el
sosten de su miseria
i
el
alivio de sus dolores.
Ningún necesitado
acudia a la buena sefíora sin que se separase bendiciéndola con mil
Dios vale
que
se lopague^
un Dios
Lucinda
se lo
ájil
encontrando en espíritu, sino
estimaba grandemente, pues decia: «mas
pague que un almud de plata.» cada vez mas,
la queria
viveza de la
ella
i,
estimulada por la alegría
la
i
señora, ayudábala en sus quehaceres domésticos, ellos
no solamente distracción para su preocupado
también ese placer natural que
la
mujer siente con
el
ejercicio de las ocupaciones propias de su sexo.
Dos o
tres dias
sur, lo cual
se liabian
pasado sin recibir noticias ciertas
no era extraño en aquellos tiempos en que, a la carencia
de caminos
i
a la falta de toda especie de movimientos, social
mercial, se unian los peligros ofrecidos por la guerra liabia
'del
pensado
i
i
co-
Lucinda
civil.
deseado con ardor enviar al campamento de Freiré
un baqueano, que internándose por la montaña de la costa, pasase el Maule por alguno de los puntos intermedios entre Perales i Constitución, cuando le llegó un propio enviado por Garduño con una carta, en la cual el oficial le decia que solo podia darle noticias dudosas sobre lo que tanto le interesaba a ella, pues aún no liabia llegado al campamento un soldado de confianza que él habia enviado
al puerto
de Constitución; pero que, en cuanto aquél llegase,
comunicaría las noticias que
el
propio trajese.
«De
le
modos
todos
(concluía la carta), cualesquiera que sean esas noticias, ya favorables o adversas, puede usted, señorita, contar con la decisión de este
su
fiel
servidor, para el cual noliai sacrificio alguno que
no está dis-
puesto a hacer en obsequio de usted.»
La
lectura de esta
carta.,
pado habría echado de ver
como
en la cual un espíritu el
cautivó, al contrario, la inocente lo
i
despreocu-
fuego de una pasión contrariada, así
las insensatas esperanzas alimentadas
por jenerosidad
frió
misma
por la
pasión,
alma de Lucinda, haciéndola tomar
que no era sino
efecto del
el
mas
refinado
egoísmo.
Combatida constantemente por una cruel intranquilidad, i preocupada por su dolor, cual sucede a toda alma ardiente i sensible, la inexperta niña encontró
mui natural
desgracias hablan sabido inspirar al
como lejos
ella,
i
justo el interés que sus
noble corazón del
en un caso análooro, habría obrado de la
de encontrar exajeracion o inconveniencia en
oficial.
I
misma manera
las ardorosas fra-
— Garduño, solo vio en
ses de
—
317
ellas el
anhelo de ser
útil,
anhelo que,
animando a toda alma bien puesta, da a las mas insignificantes acciones, los colores de la simpatía i el perfume de la benevolencia. No es estraño, pues, que la hija del que fué don Marcelino de Eójas, contestara alsobrino de su protectora le
su gratitud,
i
dándose
deso'racia, amio;os
i
amiga, manifestándo-
de haber encontrado en su
los parabienes
tan nobles
i
desinteresados...
«Jamás
olvidaré
(concluia Lucinda) los servicios con que üd. se ha dignado favore-
cerme,
i
siempre recordaré con satisfactoria gratitud, las cariñosas
dehcadas atenciones con que cada dia sigue distinguiéndome la de üd.» Por último, en una posdata,
le
i
tia
recordaba la promesa que
de devolverle a su sirviente Pedro, en caso de
él le hiciera al partir,
poder hacerlo.
Todas
amigas de doña Manuela
las
se
habian apresurado a
tar a Lucinda, atraidas, unas por el cariño,
por
el
respeto con que miraban a la señora,
aun podria
i i
visi-
decirse,
llevadas otras por el
deseo de conocer a la santíaguina, para ver por sus ojos cómo ha-
cómo venia vestida i tocada, sobre todo lo cual se hacia en el pueblo los mas serios comentarios, fundados en las noticias mas extrañas i contradictorias. Mientras una decia haber visto a la niña de la capital con un vestido de altranco, hecho de rica i brillante blaba
i
lana, otra aseguraba
como una lo
uno
que
el
camisón era de angaripola, tan ancho
pollera de barragan;
ni lo otro,
¡mes
el
i
una
tercera juraba que no era ni
vestido era de Pequin,
i
todavía
mas an-
gosto que los de altranco, pues apenas la dejaba dar paso.
La misma
contradicción de noticias habia respecto del calzado,
pretendiendo unas que los zapatos eran cuchuchos, otras que eran '
gabuchas recortadas^ con media de seda calada atacados hasta
Entre
los
mas
allá de la
i
de cuchilla^
i
con
media pierna.
hombres, casi todos estaban acordes en que la santia-
guina era niña de mucho garbo
i
do quien asegurase haberle visto atacados eran verdes
i
de mui preciosos la pierna (por
ba)OS^
mas
no faltan-
señas, que los
do cinta de seda doble), cuando Lucinda ha-
bia pasado a saltitos por sobre las piedras
i
palos que servían para
atravesar un gran barrial de la Plaza de Armas. Pero
si los
hombres
convenían de algo, las mujeres no querían convenir en nada;
i
dos
matronas respetables tuvieron que ser separadas por sus propios maridos, pues llegaron al estremo do irse a las manos, porque una decia que el
peinado de
Lucinda era de
trueno^ mientras la otra quería probarle,
tres castañas
i
moTio de
apuñadas i rasguñones, que
—
318
—
no había tal moño de trueno, por haberse pasado la moda, antes que Pinto dejase la presidencia, sino que ella sabia mui bien que peinado de la santiaguina era de ratón dormido.
el
Por
iiltimo,
i
para que se vea la curiosidad que en aquellos tiem-
pos despertaba en provincia la llegada de una persona de Santiago, solo
agregaremos que,
de varios cronistas de esa época,
al decir
señora, enemistada desde años atrás con
una orgullosa
doña Ma-
nuela (a la cual habia jurado no visitar mientras ésta conservase el
honroso
ardientemente por la
privilejio solicitado
al servicio
i
otra,
de atender
limpieza del altar del Carmen de la iglesia parroquial),
olvidando tan serios motivos de devoto encono, fué en persona a casa de su enemiga
i
la abrazó
a Lucinda, para que nadie Olvidábasenos decir
(i
le
es
i
charló con
ella, solo
contase cuentos sobre
por conocer
el particular.
una circunstancia por demás esencial
en esta historia), que casi todas esas visitas eran precedidas de regalitos o presentes,
en adobo, frascos
i
que consistían en pavos mechados, chanchitos
botellas con mistelas, calabazas de aloja, frutas,
dulces en almíbar, masas delicadas,
flores,
u
otras golosinas juzga-
das allá en lo antiguo mui a propósito para coservar viejas amistades, asi
como para dar
los lazos rotos
sólido cimiento a las nuevas, o reanudar
por algún choque casero.
Las sociedades humanas han conservado siempre esas costumbres bíblicas que brillaron allá en los tiempos de Isaac i de Jacob, i de las cuales se
miento
deshacen los pueblos al pasar a ese grado de refina-
social,
en que los amistosos vínculos que unen a las familias
se convierten en
No
amanerada
i
cortesía.
sucedía así en la época a que nos referimos
creian que la amistad era algo se,
engañadora
abonándole
el
como
los árboles,
:
nuestros padres
que debia cultivar-
terreno con presentes, no tan ricos que fuesen a
amor propio del que los recibía, ni tan escasos que manifestasen la mezquindad o mala voluntad del que los ofrecía. Doña Manuela estaba contentísima i (por qué no decirlo?) orherir el
gullosa, viendo las pruebas de afecto que en esos dias habia recibido,
no solamente de sus amigas íntimas, sino también de otras
cuyas amistosas relaciones estaban rotas o enfriadas (que a veces suelen ser 2)eores que rotas). Por esto, decia a Lucinda, después de
despachar a la criada que habia traido un azafate de hojuelas, una bandeja de coronillas o una reverenda torta de gradas:
— Mira,
mi vida, así me gustan las amigas. Mira qué torta me ha mandado mi comadre Pascualita. Sus hijas tienen unas manos
'
— de
alíjeles
319
—
para toda clase de dulces rellenos;
ba mi comadre hacerme
este regalo, para
i
aunque no necesita-
que yo siguiese creyendo
en su eterna amistad, sin embargo, como decia mi madre (que Dios tenga en el cielo!), somos de carne i hueso, i nunca dejan de ser úti-
como
les estos recorderis, pues,
dijo el otro:
—fuego endonde no
se
echa leña, pronto se convierte en ceniza, i solo con aceite arde la lámpara. No me den a mí esas amistades de sombrero o de puros abrazos
i
cortesías,
obras son amores
Lucinda
i
porque yo diré siempre como decia mi madre:
no buenas razones. ¿No
mi alma?
te parece así,
aprobar todo cuanto decia la injenua se-
se apresuraba a
ñora, quien sin esperar ni oir la contestación de la niña, proseguía
alegremente:
—
Sí,
pues! obras son amores...
i
tan dos de esas amigas por encima. nes de manos, las cortesías, ce que se estuviesen se separan,
si
te
no
lo
Es de
risas, gritos
engañando (Dios
he visto no
me
que sucede cuando se jun-
i
me
como mi madre
i
apreto-
alharacas con que perdone!);
acuerdo. I lo peor
acuerdan a veces, suele ser para mal: no juicios de nadie, sino
ver los abrazos
lo
pare-
una vez que
i
es,
que
si
se
digo por hacer malos
por haber visto muchos cristianos, que son
amigos en presencia
decia:
cuchillos en ausencia.
i
Nó, hijita, no estoi ni estaré jamas con esa moda que ha comenzado en la capital endonde, según yo misma he visto i palpado, se visitan i se despiden con tarjetas, i se dan pésames con esas tarjetas que llaman de luto, i también la felicitan a una en el dia de su santo con una tarjeta pelada, sin que venga un ramito de flores ni
un
nada que demuestre que su amiga ha estado penluego con mandarnos su nombre escrito en un pe-
dulcesito, ni
sando en una. I
dazo de cartón blanco,
les
parece que nos han visitado
i
cumpli-
mentado, o que han venido a consolarnos en nuestra desgracia! Esto es lo que yo llamo visitas en el
pésames en el nombre; razón por la cual obran, solo merecen el nombre de amigos en
bre, así
i
jál I ojalá ese
go
nombre, parabienes en
nombre
seria siquiera;
cuenta de
(pie
i
quien nos
la envia se
luego las empaquetan a
mo
si
las personas el
que
nombre. Já! já!
en vista de la dichosa tarjeta, vendríamos en acordó de nosotros ese ratito i
sino que las tales tarjetas las escriben en las i
nom-
hubieran puesto ellas mismas, porque al-
lo
que ocupó en escribir su nombre de su puño yo,
el
fueran de algún
modo de
letra:
pero nó, señor,
imprentas, o qué se
naipes para repartirlas co-
provecho, fuera del provecho (pie saca el
comerciante que las vende! Jál
jál
Casi les agradecería yo
mas
r)
— que mandasen una carta de
320
—
la baraja
con que en las largas no-
mas
ches de invierno solemos todos, cual
cual menos, entretener-
nos jugando al comercio^ al tenderete o a la básiga, porque
así,
nos regalaríamos mutuamente objetos de nuestro uso
jal já! já!
particular,
que ademas tendrían
de nuestros placeres
el
mérito de haber sido testigo
sinsabores en el juego. Já! jáál |Si es para
i
la risa!
I la señora se reia con toda la fuerza de sus pulmones, logrando
hacer que Lucinda la acompañase en su hilaridad.
En
seguida, acercándose doña
cochos,
dando sobre
i
—Esta
sí
que es
bis-
unas cuantas palmaditas de satisfacción,
él
con la cara llena de
dijo
Manuela a un gran canasto de
risa:
tarjeta,
Lucinda! Esta
I luego se acercó vivamente a la niña;
sí i
que es
tarjeta!
abrazándola con mues-
tra de gran cariño, le dijo:
— Perdóname,
hijita,
son arranques de
mi
jenio.
Quién sabe
cuántas barbaridades he dicho; pero no ha sido por hablar mal
de
la capital,
nerte
endonde están todos
por entrete-
hacerte reir ¡Me hace tanto daño el verte triste!
i
Lucinda contestó echando
los brazos al cuello
quien viéndose cubierta de las
ra,
los tuyos, sino solo
— Dios
mas
de la buena seño-
murmuró:
tiernas caricias,
mió! Cuan grande es sin duda la felicidad de tener una'
que nos ame!
hija
La pobre madre
i
que
señora ignoraba, en su candidez, que la mujer nace lo es, i)or
su corazón, de todos los que sufren.
Permanecían aun abrazadas ambas mujeres, cuando aparecieron en
puerta de la sala dos criadas trayendo en sus manos, sendas
la
bandejas, cada una de las cuales contenía una figura de dulce que hoi parecería extraña, pero que nada tenia de chocante en aquella
época en que hasta la si el
amor a
relijion
las formas, antes
misma
se
deformaba con
que a las ideas
la devoción
relijiosas.
Una de
la
bandejas estaba ocupada con un gran monte-calvario de alfeñique,
coronado por tres cruces de azúcar, al pié de las cuales se veía sentada a la Yírjen María, toda hecha de pasta de almendras, así co-
mo zos.
también
El
el
cuerpo de su sacratísimo Hijo, que tenia en los bra-
cerro, cubierto
confitados, se abría en
de rocas figuradas por almendras
i
cocos
varias grietas, por las cuales parecía haber
vomitado de su seno, mil i mil cadáveres informes de chocolate, car nillas i otros huesos de azúcar, i una multitud de calaveras de al-
mendra
rellenas
de manjar blanco, huew-molle
i
otras sustancias
— mas
o
Por último, en la enarbolada en un mástil de alambre, la ban-
menos a propósito para
falda del cerro se veia,
—
321
figurar los sesos.
dera chilena, hecha de papel. otra mujer, que era lo que todavía se llama en nuestros ho-
La
una criada de respeto^ traia una bandeja cubierta con un gran paño de manos lleno de caladuras, miñaques, puntas, recortes, oje-
gares,
lillos
i
bordaduras de
realce.
Adelantándose hacia doña Manuela que rrogativo, habló de esta
— Muí
buenos
dias,
miraba con
la
manera:
mi
Manuelita: dice mi Twrita que cómo
sicl
ha amanecido; que tenga su merced mui buenos
manda
este
para que
lo
mucho que como
el
presente no fuera
persona
la
la otra señorita;
lo
i
que aquí
dias:
le
acuerda de su merced
engañito^ para que vea que se
tome con
aire inte-
también
me
que sentia
dijo,
mucho mejor; pero aunque no
merece, le servirá para diferenciar)
i
i
que
es
ella la
encomendando mucho a Dios todos los dias que amanece i me dijo también que le dijera (prosiguió bajando la voz), que me entregase el pañomanitOj para tapar este monte-Calvario que mi
está
:
ñorita le
manda
al señor cura,
Doña Manuela, i
alzó el
paño que
que
lioi
de su santo.
es dia
mesa
recibiendo la bandeja, depositóla sobre la la cubría
— Bendito sea Dios!
una preciocual venia un albo Niño Jesús
exclamó con admiración
sa cuna de alfeñique, dentro
de la
al ver
de almendras. ¡Qué manos de ánjel son la de esta Sierva de Dios! ¡Miren cómo parece que se sonríe...!
mo
i
con las manitas puestas co-
para enseñar a rezar a los cristianos,
milditos,
como
si él
no fuera
el
dueño de
boquita de clavel, que solo hablar le I besando
de carita
i
lo
devotamente entregó con
i
—Tome,^ ña Pechoñita,
paño a
le
cielos
i
tierra,
i
su linda
falta!
al Niño, sacó
el
sus ojitos azules tan hu-
de su bolsillo medio real
la criada.
dijo, i)ara
que compre
flores. ¿I
cómo
están de salud aquellas santas niñas?
-^Dios se
como hace,
el
lo
Señor
pague, señorita,
lo quiere;
lil
respondió la criada. Ahí lo pasan
Medica Santa, que
ni se
hace ni se des-
tendida en su camita, que es bendición ver las
curas
i
mila-
gros que liace todos los dias; la Sierva de JJios, ya bien re})uesta de
su último ataque, que no parece sino que cosa
que
liacer
(Dios
pues cuando menos una
me lo
librol)
piensa
el cale/tilla
sino llevarse de
¡tras! se le
mete en
po, que es compasión ver a la pobre Siervecita
no tuviera otra
pimtacow
(íWxy
la caja del cuer-
como
salta por so-
40*
bre las vigas
do
i
da contra
se
es permisión
no
los palos; pero
de Dios (bendito
se mata,
porque to-
sea!).
—Amen, respondió doña Manuela. en que ha de —Ahí está mas virtuosa que nunca, guarde! monja. Dios — Oh! en cuanto a esclamó vivamente doña Manuela, no me ¿I la Beatita?.
ser
reutcu
i
la
eso,
parece bien... quiero decir, no es justo... Pero yo no debo meter-
me
en tales negocios, pues mas sabe
el loco
do en la ajena: cada cual sabe su cuento,
i
en su casa, que
Dios
el cuer-
de todos,
el
bóse. I ahora, ña Pechoñita^ dígale a su señorita: que es
mi
i
aca-
hijita,
que no tiene por que andarse molestando para que yo me acuerde de ella; que la tengo siempre en mi corazón; que le agradezco infinito
su regalo, que está mui precioso, como de
mano de monja,
i
que siga encomendándome en sus santas oraciones.
—Así
mi
se lo diré,
siá Manuelita: hasta otro
sirviente retirándose con su
dia, dijo la vieja
compañera.
Idas las criadas, dijo doña Manuela a Lucinda, que habia presenciado la escena sin desplegar los labios:
—Mira,
que son los ]3resentes, o como dijo ña Pecho^
hijita, lo
ñita, los engañitos,
que es como aquí
que verdaderamente divas
engaña con
se
los llaman. I tienen razón, porellos
a las personas, pues dá-
quebrantan peñas, como suele decirse,
i
a un toma, toma,
amanse. ¿Querrás creer que yo estaba mal con las beatas Peñalozas, i ahora con su Niño Dios me kan vuelto otra?. No digo que estaba enteramente mal con ellas, prosiguió la locuaz
no hai quien no
señora,
sino
que a mí
se
mi vida, porque como mi madre
medio medio; pues te sabré
así así,
me gusta mui poco
la jente beata,
decir,
repetia siempre: «de dia beatas, de noche gatas»: lo cual no quiere
por pienso, que las Niñas Peñalozas dejan de ser unas san-
decir, ni
con santidad
tas. Pero,
cen
reir
(Dios
me
i
mí me hahan enojado mucho
todo, suelen decir cosas que a
perdone!); razón por la que se
han atrevido a asegurar que mi sobrino Santiago es un hereje, que está condenado a penas eternas; i le han negado la entrada al cielo, como si ellas tuvieran las llaves de San Pedro. conmigo,
Pero es
i
se
esto, ni
dueño del
todo es
me
calienta ni
cielo,
i
me
enfria,
porque yo sé que solo Dios
nadie sabe lo que será hasta que no sea,
hablar por hablar.
Lo que me
calienta
i
me
una malesjñrituada. Porque si
sangre, es la creencia de estas pobres mujeres en que la
dica santa o adivina,
i
la otra,
retuesta *es
la
que la
mémé-
dica santaj fuera médica, ya se habria curado de la enfermedad que
—
-- 323 la tiene
en cama
liá
mas de
veinticinco afios;
annque
bién que: en casa del herrero, el cuchillo mangorrero.
ella dirá
tam-
Nada digo de
ha puesto en la cabeza (¡Dios me perdone el mal juicio, si lo fuere!), que el diablo la persigue i repersigue, i que cada mes se le mete dentro del cuerpo, como si el Malo hubiera necesitado meterse dentro de nuestra madre Eva, para tentarla i hala otra,
a la cual se
le
comer de aquella maldita manzana (el Señor nos libre i nos proteja!). Pero callemos, concluyó en voz baja la señora, viendo entrar a una criada :-En boca cerrada no entran moscas, i nadie se cerla
arrepintió
jamas de haber
callado.
Al mismo tiempo, acercando su boca al oido de Lucinda, dijo: Yo les tengo, mi alma, mucho miedo a estas cholas^ porque
—
son siempre candil de la calle
oscuridad de su casa.
i
Avisóles la criada que ya estaba la fuente en la mesa,
noticia
que hizo esclamar a doña Manuela:
— ¡Santa palabra! Vamos,
a hacer medio dia;
hijita,
i
ten confian-
za en la Vírjeñ, pues las noticias que nos ha enviado mi sobrino
no son para desanimarnos. Ya le tengo hecha una manda a mi señora del Carmen, (que está en mi altar de la parroquia) porque libre
de las balas a tu marido
i
a mi sobrino. ¡Cuándo se acabarán
estas guerras!
Pasadas a la pieza siguiente, que hacia de comedor, sentáronse a la mesa.
Lucinda habia logrado deshacerse algún tanto de sus
lú-
gubres ideas, por la locuacidad de doña Manuela, quien aprove-
chando
los ratos
en que la sirviente las dejaba solas, proseguia:
-—Sí, hijita, no está en mí: yo no puedo perdonarles a estas muje-
una muchacha mui españo^ lita^ nada fea i tan bien hablada^ tan recatada i hacendosa, que ya habría encontrado un buen marido, si las tias... Mira, muchacha, llévate esos platos i traelos lavados... Se le ha puesto en la cabeza a estas mujeres que la chiquilla no se ha de casar, a pesar de que yo sé que andan ya mui buenos mocitos por ahí, a las vueltas.
res lo que hacen con su sobrina, que es
Yo he tanteado así
a la muchaclia,
i
tiene el ojo vivo. ^;Te parece que
podrá ser buena monja?
— Imposible, respondió mo tiempo. — Lo mismo digo yo;
Lucinda sonriendo
])ero
las cuatro
suspirando al mis-
dale con que la han de meter cutre
paredes de un convento
La llegada Traia
i
del padn;
el jesuita la
líipocreitía in[(>rrunipió
intranquilidad
])inta(la
en
el
la conversación.
semblante;
i
des-
— pues de saludar cortés
324
— no admitió
afablemente a las señoras,
i
el
asiento que le ofrecieron, diciendo que solo liabia pasado a hacer-
una advertencia. Qué liai? qué sucede?
les
— sur — Nada sabemos de
le
¿Ha
preguntaron.
sabido noticias del
?
respondió
positivo,
son algo contradictorias,
i
no es
el
padre. Las noticias
pues
saber la verdad,
fácil
el ca-
mino está interceptado por varias partidas de malhechores que han querido aprovecharse del estado actual de cosas. Pero no so asusten ustedes, pues hemos estado tomando algunas medidas, para que el pueblo no sea invadido por los facinerosos.
— Ave María Purísima! esclamó doña Manuela. cree su paternidad que —Yo no creo que atrevan a invadirnos; pero bueno estar ¿I
se
prevenidos,
na
i
es
por esta he venido a avisarles, para que en cuanto
noche cierren ustedes sus puertas.
la
En
momento entraba por
aquel
la puerta
que con mirada escudriñadora examinó todo blar en
el
dría decir
Al
ti-
comedor, se fué acercando
si
allí
de calle un mendigo el patio;
oyendo ha-
i
con pasos que nadie po-
eran índole ates o temerosos.
mendigo volvió sus pasos i dio muestras de querer retirarse; pero doña Ma-
divisar desde afuera al padre Hipocreitía, el
sobre'
nuela alcanzó a verlo,
i
dijo saliendo a la puerta:
—Aquí anda un limosnero
qae parece no atreverse a pedir. Ra-
zón demás para darle. ¡Pobreoito! El hacer bien nunca es perdido, sino que es hacer escalera para subir al cielo,
¡No
te vayas, hijo,
ella
un pobre con
como
qae esta no es casa de moros
las
manos
decia
i)ara'^
mi madre.
que salga de
vacías! Espérate por ahí, mientras voi
a buscarte algo. I su paternidad
me
perdonará que
lo deje
un mo-
mento, prosiguió, dirijiéndose al padre, pues ya sabe su paternidad
que
si
Dios nos da es para que demos,
razón por la que tengo para
mí:— que
i
la
necesidad no espera,
dar a tiempo es como dar dos
veces.
Doña Manuela chos
i
se dirijió a la
despensa sin cortar su letanía de
refranes, segnn su inveterada costumbre,
i
di-
luego volvió tra-
yendo un pedazo de charque, dos panes i una fuente llena de trigo qué vació en el poncho del pordiosero. Este parecía querer dirijirle la palabra; pero las miradas recelosas que lanzaba hacia el comedor,
ban bien
claro
endondo estaba
el fraile, indica-
que la presencia dol reverendo hacia callar
al pobre.
— —Toma,
hijo mió, decía la
325
—
buena señora: llena
la barriga
i
agra-
décele a Dios, no a mí, que solo El es el dador de todo. Pero te
pido reces por
mí
tres Salves a la
Santa Vírjen del Carmelo, que yo
sé bien que la oración del pobre, siempre el Señor la oye. I vete en
paz,
paciencia los rigores de la pobreza, que el pobre
sufre con
i
que no sabe ser pobre es pobre dos veces;
i
que anda bien su ca-
el
mino, bien llegará a su destino.
En
seguida entró en
— Dios
el
comedor, diciendo:
que ños ha-
se lo pague, })adre mió, por las advertencias
Estaremos prevenidos, porque hombre prevenido nunca fué vencido.... I a propósito de salteadores... yo no sé por qué- me ha ce.
corazón al ver
saltado
el
engaña.
Yo
este limosnero;
i
el
corazón nunca
conozco a todos los limosneros de Molina,
visto esta cara.
¿No podría
ser
i
alguno de los salteadores vestido
de pordiosero que venia a tantear
el
pueblo, para dar
el
mas seguridad? Pero no debemos pensar mal de nadie dado motivo para
ello
ni el
pues Dios dice: has bien,
i
no conocerlo
un mal el bien hecho, porque hai ün Dios en el de
las criatnras. Pero, despiíes
dónde se halla a esta hora
es razón
no sepas a quien... I
quiere pagar con
recibido, cielo
no
que ve
me
golpe con sin
haber
para no darle,
si el
tal
hombre
arrepiento de lo
los corazones
i
cuida
de todo. ¿Sabe su paternidad en
el ejército
del gobierno?
— Sobre márjenes del respondió padre. — Freiré? preguntó tímidamente Lucinda. — Se presume que haya entrado a Talca; porque ya las
nunca he
Lircai,
el
I
ustedes que no es posible saber nada de positivo.
En
les digo
a
cuanto al
esposo de usted, Lucinda, hai razones para creer que haya sanado
de su herida, según los informas que he recibido de don Santiago
Garduño
—¿No
te
lo decia?
interrumpió palmeteando las manos doña
Manuela, mientras que la niña, olvidándolo todo, daba sinceramente las gracias al ])adre
por tan grata noticia.
cómo mi buen sobrino no
Ya
ves tú, mi vida,
olvida lo que una vez p?.*omete. ¡I dicen
que es hereje!
— Eso no
un caballero tan <'um])lido como él, dijo el jesuíta. Mas como quiera que sea, bueno es vivir prevenido contra la desgracia, i no olvidar que Dios es dueño de la vida de los hombres, i que en este mundo estamos como el viajero en la posada.
pao(l(>
decirse de
— Dicho
—
326
esto, el jesuíta se despidió
i
^
salió,
volviendo en
seguida
desde la calle para decir a doña Manuela:
— Señora, olvidaba indicar a usted que puede disponer de
la casa
de la misión, así como todas las personas a quienes he hecho la mis-
ma
oferta para que
en
se refujien
pues creo que, aun cuando
ella,
pueblo sea inv¿idido por los facinerosos, de que tengo noticias, la misión será respetada como lugar sagrado.
el
Ambas grado
le
dieron
prometiéndole acudir a aquel sa-
las gracias,
en caso necesario,
refujio,
i
él
murmurando
volvió a salir
XLYxpater noster.
—Dormiría una la (que
siestecita
jamás dejaba de
con alma i vida! esclamó doña Manue-
hacerlo, según la jeneral costumbre de
la
época) ; pero ¿quién podrá pegar los ojos con estos sustos? Vamos,
vamos a rezar el santo rosario, para que la Vírjen nos ampare. Madre i Señora mia del Carmen! hago promesa solemne de vestirme un año entero con tu santo hábito por que este muchacho niña,
salga sano
i
salvo de esta guerra de mis pecados.
Cinco minutos después, toda la familia rezaba en alta voz
el ro-
que doña Manuela tenia costumbre de alargar con Salves,
sario,
Credos
Padrenuestros aplicados a mil diversas necesidades. Pero
i
esta vez la señora se olvidó de agregar
gada por tivas,
el
fué a la
se
i
sueño de la
siesta, dejó
muchas
oraciones, pues obli-
para después las últimas roga-
cama a echar una
j!?é<síí^;m(r/¿Yíí,
según
dijo a
Lucinda. Serian las dos de la tarde cuando doña Manuela despertó,
Lucinda
tenia preparado el
le
tomar después de
—
Ai! esclamó,
tenido!
sobrino
Te
Me
dan
chupando
Santiago, al el
ya
acostumbraba
la señora
la siesta.
lo cuento, niña,
tendido sobre
mate que
i
la-
para que no salga
hijo de
santo suelo
calofríos
bombilla ¡qué sueño tan horrible he
He
cierto.
mi
mi hermana, herido de un balazo i en un charco de sangre ¡Ave María!
de solo acordarme; pero todo es mentira, gra-
cias a Dios!...
Está mui bueno tu mate,
hijita;
tanta azúcar.
Dame
para quitar
el
ánjel parac'<?¿ar mate,
mi
boca. ¡Tienes unas
visto a
d^hov^
una
manos de
(Z(7¿fí'¿¿^<3^
pero no
le
pongas
dulce de la vida!
miraba hacia afuera por entre las rejas de la ventana que daba a la calle; i como viera por segunda vezv al mismo mendigo a que le habia dado limosna, esclamó. ¿Qué significa esto? Ahí anda a las vueltas el mismo limosneDiciendo
esto,
—
ro,
i
nunca acostumbran estos venir dos veces
al dia.
Tal vez se usa-
— rá así allá en
tierra,
sii
porque
—
327
ai:)Ostaría
yo una oreja a que este
hombre no es de Molina. Pero mal uso es ese de pedir dos veces al día en una misma casa, pues con una basta para ejercer la caridad, que todo exceso es malo, como decia mi madre, hasta en la virtud misma. Sí, pues, amiguito! prosiguió (viendo que el mendigo habia, llegado hasta la puerta de la pieza); acuérdese de que
una buena causa de charque, con dos panes i su ración de trigo. Bueno es el cilantro, pero no tanto, i sepa que al amigo i al caballo no hai que cansarlo, mayormente ahora que estamos en los meses azules del año, i ya no se merece un poroto partido por la ya
le di
mitad.
—
Señorita, respondió el
hombre con tono humilde, perdóneme
su merced, que tengo que hablar con...
Al
oir esta voz,
asiento la
se habia alzado
repentinamente de su
corriendo hacia el mendigo, lo abrazó con muestras de
i
mayor
Lucinda
alegría.
Doña Manuela admirada, no
sabia
qué creer de
lo
que
veia,
i
dijo:
— —No
Si será es
don Anselmo!
Anselmo, sino Pedro, mi
fiel
Lucinda
criado, respondió
arrastrando de un brazo al finjido mendigo hasta sentarlo junto a ella.
— Bendito sea Dios! esclamó doña Manuela, haciendo mate con
el
resonar
el
último chupetón. Cuéntenos ahora las noticias que
trae.
—Eso mismo iba a has a Anselmo. —Nó, respondió
decir yo^ agregó Lucinda.
le
Dime Pedro
si
visto
señorita,
aquel; pero sé que está en
ya mui mejorado de sus heridas. Lucinda elevó los ojos al cielo en señal de gratitud,
Constitu-
ción,
a escuchar
la relación
i
se dispuso
de Pedro, quien era interrumpido a cada ra-
to por las esclamaciones
i
preguntas de doña Manuela.
— Quién de Jiaber ¿Con que mi sobrino fué misionado para hacerlo baliar a usted? — — cómo que estás Dios! respondió —Va su merced a relatando cena en que Garduño de muerte. — Loado sea Dios esclamó doña Manuela juntando manos. lo
liabia
creido!
co-
Sí,^señorita.
I
vivo, i)or
es
oírlo,
lo librara
el
asistente,
la es-
la
las
I
Casi se
me ha
cortado la respiración, porque ya
me
parecía que
—
328
—
usted iba a caer muerto al pié de aquel árbol. ¿No te lo decía, niña? prosiguió, dando un salto de gusto: ¿no te decia que mi sobrino
un hombre de palabra
es todo
las beatas
Peñalozas
a,
i
bueno
decirme que
Pedro relató entonces su
viaje al Maule,
la entrada del ejército liberal
nas con los mendigos, hasta
señas, que ^I
i
su vuelta a Talca, con
momento en que
el
— La noche estaba tan oscura siguió el leal asistente,
i
en esta ciudad, sin olvidar las esce-
los soldados del gobierno, sobre la
—
el hijo
temor de Dios! I usted, amigo, ¿qué hizo después?
reje, sin
mas
Vengan ahora de mi hermana es un he-
al remate.?
fué capturado por
márjen izquierda del
que no
se veia ni las
Lircai.
manos, pro-
yo habia perdido ya toda esperanza, por
empecé a rezar una estación mayor... doña
dicen que los pipiólos no tienen relijion! interrumpió
Manueha.
—
Iba, pues,
mas muerto que
vivo, prosiguió
injenuamente Pe^
cuando sentimos un tropel de caballos por
dro,
la retaguardia,
i
luego nos alcanzaron tres jinetes, los cuales a nuestro «¿quién vive?»
despendieron «Prieto
i
relijion!»
don Santiago Garduño en
el
Yo
voz de
conocí al n^omento la
me
que habia contestado; pero
quedé
amordazado no podia hablar una sola palabra. Oiga usted! dijo don Garduño al jefe de los soldados que me llevaban: «rodee con su jente por el lado de la Chimba, hasta dar con alguna persona que le diga en dónde tiene su caballada el enemigo... Pero llevamos aquí un preso para el campamento, dijo el otro. Haga como le ordeno, repitió don Santiago, i déjeme a mí el preso, que yo lo conduciré con mis dos hombres. El otro se
como en misa, pues por
fué,
i
ir
yo quede con don Garduño,
me hablan
jo que ya sabia que
enviarme a esta
villa
de
los caballos.
i
Me
pillado
acercándose a mí,
si
i
me
llegasen a conocerme.
tirillas,
di-
disfrazara bien,
En
seguida
rae dieron este vestido de limosnero
puse estas
me
que venia a librarme, para
con la condición de que
pues corría peligro su vida desataron la boca
el cual,
monté a
caballo,
me
mejor
i
el
i
aquí
me
tiene su merced.
—I por
el
mi sobrino ¿qué contestará aljeneral cuando
pregunte
preso?
— Le dirá que me hizo ahorcar, arrojándome después se
le
me
olvidaba decir
ConstitucioD, según
— no —Eso mismo ¿I
escribió le
me
al rio.
¡Ah!
que don Garduño habia estado ese dia en dijo,
i
allí
habló
cpnmi
patrón...
Anselmo? preguntó Lucinda. pregunté yo también a don Garduño; pero
me
—
329
—
respondió que no liabia escrito, porque las cartas en estos tiempos
son peligrosas; pero que liabia dicho jle
que no tuviese su
hocci^
merced cuidado alguno; que ya estaba casi sano, i que don Garduño era ya mui su amigo, como él mismo me lo dijo anoclie en el rio Lircai, i que le diera muchos recaditos a doña Manuela, también me dijo don Santiago. Aquí llegaban de la conversación cuando oyeron un ruido como de caballos, al galope,
—Ellos Pedro
grandes voces en la
calle.
Los salteadores! exclamó doña Manuela. ;Me
son!
taba diciendo
i
el
lo es-
corazón!
salió corriendo
de la pieza, al
mismo tiempo que
tres
hom-
bres a caballo entraban de rondón al patio de la casa. El resto de
¡apartida (a juzgar por los gritos de la jente
i
los ladridos de los
perros que se dejaban sentir en varios puntos) se habia dividido en
Uno
grupos para atacar a un tiempo varias casas. bres que hablan entrado, saltó de su caballo
Pedro,
i
echándole ambas manos sobre
fué derecho hacia
se
i
de los tres hom-
el cuello,
con feroz
le dijo
alegría:
—Ahora — Tú
que no se escapará
sí
salto atrás,
i
señor don Costal de Mentiras!
pagar todas! exclamó Pedro dando
eres el que las vas a
un
el-
descargando sobre la cabeza del bandido
el
grueso
palo que llevaba en las manos.
Cayó el agresor al suelo, dando un rujido de dolor, pero al mismo tiempo los otros dos atacaron a Pedro por la espalda; i tomándolo entre ambos, lo ataron con sus lazos, i lo arrastraron hacia la puerta de
calle.
Ya
furor liabia sacado ,
—Eso
sí
un
caido se habia alzado del suelo,
el
i
ciego do.
cuchillo para herir a su indefenso enemigo.
que nó! gritó con voz de trueno uno de los otros; cui-
dado con tocarle un pelo, porque yo entonces
te acoi4odo a tí la
persona.
— Pero Tw Tup-a, con mil con
el
garrotazo que
me
rcjiones!
cómo
acaba de dar este
me quede Ueme siquiera
quiere que yo 2)ícaro!
licencia para aplicarle unos planazos.
— No
me
opongo, respondiij ]\Iiguel
queparecia mandar en jete);
prometido
lleva,rh)
])oña Manuela
desde
el
i
sano
i
\)¿vo dale
salvo,
Jjuciiida, casi
interior de la })¡eza,
abierta. l*ero, por
i
grande
tenerse, al ver ({ue cd
(pui
Turra
((pie
no era otro
el
con histinia, i)orque hemos
de otra manera no nos ])agan.
muertas de susto,
i)or la
eiidija
lo
miraban todo
de una puerta entre-
fuera su temor, no pudo la joven con-
miserable asesino descargaba furiosos golpes
41*
—
—
330
sobre Pedro que no podia defenderse,
que no maltrataran a su la, salió
a rogar a los bandidos
salió
i
Doña Manuela
sirviente.
al
metidas dentro del horno.
do furiosamente
i
cocinera
la
A pocos pasos
amenazando
i
a la criada llorando
el
nombre de
Al ver a su gran
dueíio de casa) tu-
vo una inspiración que se resolvió a poner en práctica
horno a
salir del
mejaban a
las brujas
Ya a este
las mujeres,
de Walter Scott,
que por les
i
pehuales de sus monturas,
los
se llevasen la presa, cerró la
corrió hacia a
— Qué
donde estaba
atrás,
amigos,
i
i
sú-
calle, la
atran-
No pensaba yo
que la
la niña.
Pero esta vez
sólita.
sí
que hemos de ser
no como allá en Santiago endonde usted
se fué con aquel mocito,
que algún dia
me
las
me
despreció
i
pagará todas juntas.
bien comprendió Lucinda las intenciones del bandido, cuan-
do lanzando un grito de horror, quiso entrar a guel
oyó los gritos
puerta de
suerte la mia! dijo Miguel riendo.
habia de encontrar aquí
No
encenizadas se ase-
lo
de Lucinda, a quien conoció al momento. I dejando que sus
compañeros i
momento.
ordenó que soltaran a Cor-
cuando Turra, que se habia quedado algo
có
al
tiempo los bandidos hablan resuelto llevarse a Pedro,
a quien tenian atado con sus lazos a
2^1icas
i
estaba el Corbata, ladran-
cortar el tramojo.
perro (al cual la señora solia dar
bata.
so-
por otra puerta que daba al huerto o patio interior plantado
de árboles, endonde encontró a
Hizo
verse
le
impidió
las piezas.
Pero Mi-
el paso, diciéndola:
—Vaya pues! no sea esquiva, déme por bien que puedo obtener por mal! creo que Dios me dará fuerzas para matar— usted lo
i
se acerca,
Si
exclamó enérjicamente Lucinda, arrimándose a un rincón del corredor i enarbolando el palo de Pedro que habia recojido con re-
lo!
solución de defenderse hasta la muerte.
—Ya que usted la cintura,
Miguel sacando su catana de
prefiere pelear, dijo
pelearemos, para tener
el
gusto^de hacer después las
paces. I sin cuidarse de lo que pasaba a sus espaldas, el bandido se acer-
có resueltamente a la víctima.
sesperación le asestó
Lucinda, con las fuerzas de la de-
un garrotazo en
la
mano
derecha, haciendo
saltar lejos el afilado ¡luñal del bandido.
A ese
tiempo doña Manuela abrió
dos patios,
i
echó por ahí al perro,
las espaldas del bandido,
la
puerta que comunicaba los
el
cual se lanzó íurioso sobre
hincándole sus colmillos en un hombro,
trayéndolo al suelo en un instante. Lucinda huyó despavorida,
i
lie-
—
331
—
vando en sus manos el garrote, que doña Manuela sar, para irle a ayudar a Corbata. Este feroz
i
i
el
bandido se revolcaban en lucha;
terrible
azuzaba a su perro, con sados,'
le
pa-
bestias en
la alentada
señora
Corbata! descargaba pau-
el tümele, túmele,
pero fuertes garrotazos sobre los puntos del enemigo que
Corbata dejaba
que
como dos
mismo tiempo que
al
i
suelo,
el
le quitó al
Miguel, rujiendo de dolor
libre.
i
de cólera, pedia
quitaran de encima aquel demonio de animal que lo hacia
doña Manuela,
j)edazos; pero
— Todavía sibilitado
sin dejar de apalear, le respoudia:
no es tiempo, picaronazo, hasta que quedes impo-
para hacernos daño, porque en toda
defensa es permitida,
i
el
mismo Dios
leí
dice':
de conciencia, la
ayúdate,
que yo te
ayudaré. ¿O pensabas que, porque somos mujeres, podias tú venir
aquí con tus manos limpias a hacer de las tuyas?
Sí!
buena
es la
mi madre para quedarse mano sobre mano, viendo que un pelagatos como tú, viene a faltarle al respeto en su propia casa, como si todo fuera decir i hacer! IsTó, amiguito! porque hai un refrán que dice; a Dios rogando i con el mazo dando. Toma! tilmele Corhija de
bata, que todavía no es tiempo de dejar en paz al que paz
no quie-
Para que veas que a cada puerco le llega al fin sü San Martin! Juana! Juana! Mulata! ¿A dónde se han ido éstas, que no vienen a ayudarme?
re.
— Aquí manos,
la
vamos, señora! respondieron
una
el
brasero lleno de .fuego,
caliente.
—Nó!
las criadas llevando i
la otra el tacho
.
en sus
con agua
^
nó! esclamó la
buena señora; no sean
herejes!
¿Quieren
asar vivo a este cristiano?
—Este no
esclamó la cocinera, vaciando
el
brasero
— Que me quemo! Socorro! gritaba Miguel, mirando con
ojos es-
es cristiano!
sobre el herido cuerpo del miserable.
pantados a las encenizadas fantasmas. del infierno! Jesús,
María
— Apaguen, apaguen!
i
O
son brujas éstas, o diablos
José!
gritaba la señora.
¿No ven que ya
dijo
Jesús?
— Pues
allíi
va
el
agua para apagar
las brasas, dijo
Juana de-
rramando el tacho sobre el cuerpo de Miguel, quien ya no tenia ánimos para defenderse del perro.
—
332
—
— Basta! ya es tiempo! dijo la señora
•
separando al perro que uo
quería dejar su presa.
—Nadie debe querer i
viva,
muerte del pecador, sino que se arrepienta acordémonos de que también el malo, hijo de Dios es.
i
Quitado por sus
ma
el perro,
la
levantaron al lierido que apenas podia marcliar
a un cuarto, endonde
pies. I llevándolo
le hicieron
con Ips pellones de su montura, acostáronlo
ca-
curaron las
le
i
una
quemaduras como mejor pudieron. Mientras tanto, Miguel no deciauna sola palabra, i solo se echaba de ver que vivia por heridas
i
la trabajosa respiración las llagas de
— Mira,
i
por los gritos de dolor que
le
arrancaban
que su cuerpo estaba cubierto.
doña Manuela mientras, ayudada de Lucinda i de sus criadas,' preparaba los ^^a-ños cataplasmas: nádate habria sucedido si te hubieras estado en tu casa cumpliendo tus hijo, le decia
i
obligaciones
como hombre de bien, en vez de andar de Seca en Meca,
metiéndote en las casas ajenas sin decir: ve.
Tu mala cabeza
te
— aquí me entro
hace andar en malos pasos;
i
el
que llue-
que anda
en malos pasos, cuando no cae rezbalá. Porque, como dice el
que obra mal no espere bien,
dre que: quien en sus fuerzas se
i
yo siempre
fía,
le oia decir
al cielo desafía.
No
el adajio:
a mi
ma-
eches en sa-
co roto lo que te digo, porque estas desgracias son advertencias del
¿No has oido
cielo.
propio sucede con sino a mazo, tos.
el juicio.
Hai cristianos a
Pues
lo
los cuales no. les entra
por eso se dice mui bien: que a golpes se labran san-
Déjame ponerte
remedio para te la
i
decir que la letra con sangre entra?
las
paño con clara de huevo, que es santo quemaduras. I tú, muchacha, no le tires tan fuer^ este
camisa que tiene pegada sobre las espaldas. ¡Es preciso hacer
las cosas
con su señor modo! Eso
güenza, que
el cristiano solo
es, hijo;
quéjate; no tengas ver-
debe avergonzarse de haber hecho
mal, o de haber dejado de hacer
el bien,
el
pudiendo. Por eso te repi-
que tengas siempre en la memoria: que estos polvos traen estos lodos, para que no presumas de bravo, pues es bien sabido que don-
to
de hai unos hai otros, o como suele decirse: donde las dan las to-
man,
i
cuando uno menos
lo pienza, se
encuentra con la horma de
su zapato, razón por la que estamos viendo a cada vuelta de esquina, que
uno va por lana
i
vuelve trasquilado; asi es que...
¿quiere que pida un favor? — Señora! esclamó Miguel pronta a —Pide, que ahora que necesitas de mí, colérico
hijo, pide,,
servirte.
le
estoi
—
—Pues
entonces,
hágame
333
—
la gracia
de no decirme
mas
refranes
amor de Jesucristo! Prefiero que me eche su perro encima para que me mate luego i me coma a pedazos! esclamó el bandido por
el
rujiendo de cólera.
;o:
CAPITULO LIL
EN DONDE EL SAGAZ LECTOR ECHARÁ DE VER QUE SANTIAGO
GARDUÑO ESTABA
DECIDIDO.
— «Es una equivocación... —Está La discreción bien.
tud
;
inútil
(J.
es
una
vir-
pero entre nosotros es
en este caso.»
M. Torres A.
Los Mártires del
deber.)
Mientras en casa de doña Manuela se verificaban los sucesos que
acabamos do
narrq.r, los
compañeros de Miguel Tarra
se liabian des-
parramado por la villa como una partida de zorros hambrientos en un corral de gallinas, odiando abajo las ])nertas do las casas i robando i maltratando a los indefensos liabifcantes. Una partida de cuatro o seis bandidos so liabia presentado a las puertas de la misión, i pretcndian nada menos que adueñarse de la custodia i vasos sagrados del oratorio, así como de los domas objetos preciosos que poseyesen las Ninas Poñalozas, cuya fama de ricas corria parejas
— con la de santas qne
el
336
pneblo
—
les daba.
contráronse los facinerosos con
el
manos. Acompañábalo
el
al querer entrar, en-
padre Hipocreitía, de pié
dio del zaguán, vestido de sobrepelliz las
Pero
estola,
i
presbítero O*,
i
con un
me-
eri
crucifijo
armas
quien, a las
en sa-
gradas, liabia creido prudente agregar una pistola de dos cañones
que ostentaba en su mano derecha, mientras con
ba el santo cristo. Por último, la Sierva de Dios na del Niño Jesús; i colocándola en medio de
la izquierda alza-
liabia traido la urla entrada, decia
a
gritos:
—Yo veré bre
el
el
se atreven
si
mismo Dios en
ahora a pasar estos desalmados por
so-
persona!
Pero su confianza en Dios no impidió a la prudentísima Sierva pensar en medios de defensa mas mundanos, i corriendo a la
huerta, desató
un par de perros bravos que
allí
habia,
i
los trajo al
zaguán.
No
nos seria dable decir cuál fuera la causa que impidió a los
bandidos penetrar en
el
sagrado recinto de la misión;
que como concienzudos historiadores podemos afirmar, asaltantes no se atrevieron a entrar, puerta,
i
huyeron a todo
presenciaron
el
correr,
i
lo
es
único
que los
a pesar de estar abierta la
con gran admiración de cuantos
hecho que luego tuvieron por milagro patente. Sin
embargo, no todos creyeron que
la
repentina
huida de aquellos
malvados fuera unhecho sobrenatural, i sobre esto hubo en aquel entonces mil pareceres, suscitándose disputas, algunas de las cuales, pararon en verdaderas riñas. Porque unos atribulan
mor de
el
hecho
al te-
Dios, que el padre Hipocreitía habia sabido despertar en
aquellos endurecidos corazones,
i
otros al
miedo del diablo
i
de las
excomuniones con que el presbítero O* los amenazaba. Habia quien pretendía probar que no era el diablo sino la pistola i los perros lo
que habia hecho huir aquella canalla;
i
por último, los
devotos
(que estaban en notable mayoría) juraban que la victoria se debia
a
los crucifijos
En guna
i
al
Niño Jesús.
cuanto a lo que a nosotros atañe, no nos decidimos por ninopinión,
i
dejamos que
el
sagaz lector adopte
lo
que mejor
cuadre a su entendimiento, en vista de los hechos que minuciosa i
fielmente
vamos
relatando. Pero
sí
diremos, porque de ello esta-
mas jeneralmonte admitada en
mos
seguros, que la opinión
lla,
fué la que atribuía a milagro del
la vi-
Niño Dios aquella repentina
huida de los malhechores. I hacemos notar esta circunstancia porque ella esplica la nueva fama adquirida por el milagroso Niño, i
00/
en consecuencia
el
aumento de mandas
por los devotos ha-
licclias
bitantes.
En
emplearon
creitía,
Santiago
a unos
paga
i
el
Mñas, aconsejadas por el padre Hipodinero recojido en la compra de una casa en
año siguiente,
el
i
el
las
de un fundo cerca del rio Maipo, todo
edificaba a la
Señor de
Pero sigamos
mayor parte de
cielos
el hilo
i
lo cual
que decian: «así
las jentes,
tierra a quien bien le sirve.»
de nuestra historia. Bien pronto los bandi-
dos no tuvieron nada que hacer en la
villa,
se retiraron siguiendo
i
diferentes direcciones, pero con el fin de reunirse en
por su jefe Miguel Turra.
ISTadie
do en casa de doña Manuela,
i
licitud
el
un punto
fijado
sabia que éste habia quedado heri-
en cuanto esta noticia llegó a oidos
del jesuita, se fué volando a casa de la señora,
hablar con
admiraba
enfermo para prestarle
i
manifestó deseos de
de la
los auxilios
relijion, so-
que nada tenia de extraño en un espíritu tan evanjélico
propagandista como
i
reverendo Hipocreitía.
el del
Mientras éste cumplía con sus deberes de sacerdote (mal o bien
que esto no hemos podido jamas averiguarlo) cerca del lecho del do-
doña Manuela habia salido a
lor,
llar las
como
noticias al vuelo.))
a preguntar cuanto se
llamaba a
las
la
puerta de calle con
ella decia.
los principales
cialmente lo ocurrido en la misión, que,
pasa raspando. Pero tuvo
sonas que
le relataran los
i
le
si
sucesos del dia, espe-
no es milagro (decia
la desgracia de
ella)
no encontrar dos per-
hechos de la misma manera. Unos refe-
rían el suceso, esplicándolo natural
después
allí,
personas que, reunidas en grupos, habia en la plaza,
para que viniesen a relatarle
le
de «pi-
empezó que pasaban, i aun
Instalada
ocurria a todos los
le
el fin
i
sencillamente; otros venían
agregaban tan crecido número de circunstancias mas
menos sobrenaturales, que lo desfiguraban por completo o lo con vertían en un verdadero milagro; i por fin, llegaban algunos o
mas
atrevidos que
raban contarlo todo cia
contradecian tal
como
todos los relatos anteriores
doña Manuela, deseosa do conocer i
ju-
pasó. I lo j)eor era que cada, cual de-
haber visto o sabido de buena tinta
fundida entre mil
i
los sucesos.
la verdad, se vio
Por manera que envuelta
i
c;)u-
mil noticias extraordinarias e increíbles, llenas
de circunstancias contradictorias que
la desorientaron
por com-
pleto.
—-Bendito seas, tan gran
Señor! exclamó, dando una gran carca-
jada. [Lo que son las noticiasl
Ahora queme
las
han contado
todas,
— menos enterada que
estoi
—
338
antes. Bien dice el adajio: que la verdad
solo Dios la sabe.
Diciendo esto, quiso cerrar la puerta de calle para irse a sentar tranquila en su cojin, cuando vio pasar por la vereda a
un hombre
de buen parecer. I como la curiosidad jamas se cansa de inquirir,
aun después de mil engaños
desengaños, preguntóle al hombre
i
si
conocia los sucesos de la misión.
—Yo no interpelado,
he visto del todo, señora, respondió gravemente
los
porque llegué al
pero
fin;
me
los
el
acaba de referir un
amigo de mucha verdad, en cuya casa estoi alojado, pues yo no soi de Molina, i ni aun sé cómo se llama la calle endonde está la misión.
En
seguida
acontecimiento de tal modo, que doña
refirió el
Ma-
nuela creyó haber dado con la pura verdad. señora contentísima. Ahora — Dios pague! amigo, que puedo decir que que ha pasado. —Pero eso nada, prosiguió hombre, comparado con que dijo la
se lo
sí
sé lo
es
el
lo
ha pasado en casa de una señora rica de aquí de la plaza, según me contó también mi buen amigo, que lo vio todo. ¿I qué le contó su amigo? preguntó doña Manuela, pensando
—
naturalmente que su interlocutor se referia a
lo
que acababa de su-
ceder en su propia casa.
—Mi
amigo me
inocentemente
dijo (prosiguió
los salteadores se dirijierou, en
mas
le
i
la
fama de sabida
tiene
adajios que Catete,
andan cayendo de
hombre) que
primer lugar, a casa de esa señora,
que por mas señas, es mui guapa nera, pues sabe
el
i
i
refra-
a cada tranco que da se
boca como cuando llueve. Su merced debe
conocerla.
—
amigo, respondió la señora sonriendo.
Sí,
ro no es tan bravo el toro
que
dijo su
le
camino
real,
destino.
lo
algo; pe-
ponderan. I ahora, cuénteme lo
amigo, sin meterse en vidas ajenas ni separarse del
pues quien se aparta del camino, tarde o mal, llega a su
Ya le
—'Es pues
como
La conozco
oigo.
prosiguió el hombre, que esa santa señora, en
el caso,
cuanto vio entrar a los facinerosos, agarró un bastón de virtud que tiene, i
i,
acompañada de un perro bravaso,
se
echó sobre la cuadrilla,
a punta de palo los hizo correr a todos hasta ]a
calle.
—¿De veras?
—
'Sí,
fe
señora,
i
lo
de los salteadores
mejor fué i
lo
tiró
qiie el I)^^ra
perro agarró del poncho al je-
adentro, a tiempo que la patro-
— na cerraba
al dicho jefe, lo
De modo que
la puerta.
si
el
llamado Miguel Turra,
haya perdonado!). Esto
—Pues
—
339
perro aquel, casi hizo pedazos
quién sabe
i
que yo
es todo lo
así es todo lo
que su amigo
le
mató (Dios
lo
si
sé.
ha contado, enterados
quedamos! esclamó doña Manuela, riendo con tantas ganas, que el
hombre
se retiró
mohino
i
con pocos deseos de repetir su relato
a nadie. Rióse la buena señora durante dos largos minutos; pero como no podia estar
misma
mucho tiempo
hablar,
sin
amenudo), cortó
(lo cual le sucedía
— Pues no sabia yo que tenia fama nadie se conoce,
mo
están,
i
que los ojos de
no se ven
uno
el
aun cuando fuese consigo para decir:
Bien dicen que
de. refranera!
la cara,
al otro, ni
al fin su risa
con estar casi juntos co-
tampoco
asi
mismos,
si
no se
'
miran en el espejo. I ahora caigo en que este espejo en el cual nos debemos mirar para conocernos, son los demás cristianos, pues en ese hombre he venido a ver que yo soi refranera. I tal vez será así, porque mi santa madre era amiguísima de los adajios; de tal padre i
tal hijo,
rada no
por lo cual se dice: hijo de gato, caza ratones, lo hurta.
En
fin,
nadie con esta costumbre
sea
como que
(si es
se fuere, la tengo);
he-
lo
i
quien a nadie hace
me
he quedado
que venia a saber, después de haber oido mas opiniones que pelos tengo en la cabeza. Es mucha cosa
en ayunas de i
quien
no creo hacer mal a
daño, no pasará mal año. Pero, después de todo, yo
cuentos
i
lo
qué haya cristianos que pretendan escribir historias de lo que pasó allá en aquellos siglos remotos cuando andaban las culeesta.
¡I
No
mi madre la que cre'a en tales historias, cuando hoi mismo, contándome hechos sucedidos aquí a cuatro trancos, i aun en mi presencia, me han llenado la cabeza de
bras paradas!
será la hija de
mentiras. Pero ¿quiénes son aquellas? prosiguió, poniéndose la
no sobre los ojos para ver
conocía a tres
si
ma-
mujeres que por la
misma vereda venían a un cuarto de cuadra de distancia. ¿No son las Beatas? Que me corten una oreja si no son! Pues ellas me lo han de contar todo como bala pinta. i
Doña Manuela no
se habia equivocado.
nían la Sierva de Dios
i
Por
la
misma vereda
ve-
su sobrina la Beatita, seguidas de la scuá
Pechoña.
No
bien hubieron
llegado a pocos pasos de la
señora,
(pie las
esperaba con la curiosidad elevada a la (piinta potencia, cuando la Sierva de Dios esclamó:
— — Mi La
me
la
guarde
i
al
Niño que tengo
gus-
el
I
señora corrrespondió amablemente al saludo de la tia
a la sobrina, sin olvidarse de
rició
Dios
siá ManiTolital Gracias a
to de verlal Dios
—
340
dirijir la
aca-
i
palabra a la criada, con
risueña benevolencia.
— Mi sid Manuclita
¿es cierto lo
que cuentan? preguntó a media
voz la vieja criada.
que cuentan? señora sonriéndose. — qué — Que su merced, con un palo de virtud que es lo
¿I
dijo la
tiene
Una
carcajada de doña Manuela cortó la palabra en boca de la
Pechón
seruí
i
t a.
—Entonces ¿no
preguntó candidamente
es verdad?
la Sierva
de
Dios.
—
respondió la señora.
hijita,
ISÍó,
de las mitades. Es verdad que
En
lia
De
dineros
i
bondades, la mitad
habido palo, perro
i
salteador.
como habia sucedido, i convidó a Sierva a que entrase un momento a descansar. Siguió ésta con.
la
seguida contó
el
hecho
tal
sus compañeras a la señora, quien la llevó a la cuadra endeude se
hallaba Lucinda.
La
liija
de don Marcelino no pudo menos de
fijarse
en la meti-
culosa gasmoñería de la llamada Sierva de Dios, quedando al mis-
mo
tiempo sumamente prendada de
la
simpática fisonomía de la
sobrina.
Era
tal el contraste
que presentaban entrambas, que costana
trabajo creer que fuesen parientes o que vivian en familia,
amenudo ver en
sucediese
el
mismo hogar
no
si
diversas fisonomías
i
caracteres diametralmente opuestos.
Mientras la cu
el suelo,
vestido,
la
tia,
con su cara enfiaquecidai escuálida, los ojos
fijos
movimiento en todo su cuerpo, parecía un palo sobrina con su faz risueña, sus miradas chispeantes, i
casi sin
su voz graciosa
asemejaba a
i
atrayente
la lozana flor
i
sus movimientos llenos de vida, se
de mil colores, mecida por
el zéfiro pri-
maveral.
Encantada Lucinda 2)or aquella injenuidad de semblante, no pudo resistir
a los espontáneos impulsos de su corazón,
i
abrazándola
cordialmente, la dijo:
—Antes de conocerla, ya era amiga de bia dicho -
mi
usted por lo que
me
ha-
sfa Manuelita.
-I yo también
la queria
a usted mucho^ respondió sencillamen-^
— te la niña, i
¡mes
341
—
Hipocreítia nos liabia contado su historia,
el j^adre
desde entonces tuve grandísimos deseos de conocer a usted.
La
tia,
que en aquel momento pontaba a doña Manuela
gro del Niño Dios; pero que no por eso dejaba de
hablaba su sobrina,
dijo,
sin
fijarse
mila-
el
en
que
lo
mirar a Lucinda:
—El santo padre Hipocreítia ama a usted mucho, en Señor; que nosotras no podemos dejar de —Yo de merecer ese que agradezco de corazón, correspondiendo a del mismo modo, respondió Lucinda. —¿Cómo no ha de merecer usted afecto de todas personas la
el
quererla.
así es
trataré
afecto,
él
las
el
que oigan hablar de sus desgracias! esclamó la sobrina con adorable candidez. Seria preciso no tener corazón para... •
— Nuestro corazón debe ser solamente de Dios, interrum^ñó sen-
tenciosamente la
tia.
— Déjela usted hablar; mire que me gusta mucho ña Manuela a severa —Decia yo prosiguió tímidamente sobrina, porque
oiría, dijo
la
Do-
tia.
ape-
la
eso,
nas supe que la señorita se había venido de Santiago siguiendo a su marido...
Al llegar
aquí, la niña se interrumpió
co que su tía hizo en la
—Apenas supe
eso,
mi hermana.
silla.
En
por un movimiento brus-
seguida continuó:
cuando empecé a quererla a usted como
me
si
andaba en la guerra i lo habían herido, i usted no sabia si estaba vivo o muerto, entonces se me rodaron las lágrimas, sin quererlo, i me puse a
fuese
llorar
i
a rezar
Lucinda,
I cuando
2)or
que
sin decir
el
dijeron que el caballero
caballero volviese sano
ima palabra, abrazó a
la
i
salvo.
candida niña
i
la
besó en la frente, mientras la tia hacia mil movimientos de impaciencia sobre su
silla.
— Nada tiene usted que agradecerme, prosiguió en voz la sobrina,
porque ¿quién podrá mirar con indiferencia
que usted sufre sin duda, al encontrarse der
ir
mas
a(|uí
como atada
el i
btija
dolor sin po-
a prestarle a su esposo los cuidados que usted quisiera? De-
be ser cosa mui dolorosa esto de verse una mujer
así,
de repente,
separada de su marido...
—
mete a tí hablar deesjwsos de maridos de cuidados i de amores nmndanos? interrumpió la tia con irritado lono. No })arece sino que hablaras por experi(>ncia. ¿I quién te
—Yo no hablo si
hago mal, me
i
])or
experiencia,
callaré.
tia,
sino por lo (]ue
i
me
parece;
i
— —Xo porque que — Señora, interrumpió te
calles, liijita,
—
342
replicó
doña Manuela. Sigue liablando,
dices es el evaujelio...
lo
la tia; el Evanjelio es
nna cosa sagrada,
i
que está diciendo esta chiquilla Es también sagrado porque es la pura verdad, interrumpió vivamente la señora. Deje Ud. que la niña hable la verdad como ahora, para que sepa conducirse con su marido cuando se case lo
—
— Mi Manuelita, Dios! esclamó en voz baja ¿cómo atreve Ud. a decir eso delante de oidos castos? —Yo que no era pecado decir palabra «casamiento» delande una muchacha que, tarde temprano — Eso será respecto de niñas del pero no de ésta que sia
se
la tia
i)or
cieia
te
la
o
las
hemos
siglo;
criado para Dios.
— acaso porque Ud. da a nn buen marido, entrega preguntó doña Manuela en alta voz. —Aliase va uno por respondió no de mui buen ¿I
se la
se la
a calclúlla?
la tia,
lo otro,
lo
hnmor.
Doña Manuela
soltó
nna estrepitosa carcajada.
—Ah señora! esclamó beata con solemne tono; Ud. hubiera Santa no — Ud., doña Manuela, que yo necesito haber la
leido la
Biblia,
I ¿cree
se reiria!
replicó
la Biblia para decirle a
me dejara
ra que
si
leido
Ud.
la biblia? Sí!
leer libros prohibidos!
cencia para que aprendiese a leer sé,
i
le
Dios sabe cómo
me
dio
li-
a firmarme, que es todo lo que
para servir a Ud. Pero volviendo a
yo no
buena era mi madre pa-
lo
que hablábamos,
le diré
que
entiendo a Ud. ni jota, pues no parece sino jque Ud. no hu-
biera sido mujer jamás, en razón a que ignora que el gran negocio
mundo es hallar un buen esposo; i por eso modo de oración Dios mió, dame lo que te pi-
de toda mujer en este dice aquel refrán, a
mi buen marido quiere comparar Ud.,
do: -plata
i
— Esposo — Señor ¿T
:
señora, los maridos de la tierra con el
celestial?
tel
dio a nuestra
madre Eva un marido de
pondió riendo doña Manuela, cual
mas
i
la tierra, res-
por eso es que todos nos inclinamos,
cual menos, a los maridos terrestres, que mientras este-
mundo, dos llevan mejor la carga que uno solo, sin dejar por esto de amar a Dios, pues Dios no pide imposibles i se le puede servir en todos los estados, méuos aquel en el cual una mujer no está contenta; razón por la cual no me gusta que a una niña la forcen a tomar un estado para el cual no ha nacido, porque eso es ha-
mos en
el
—
como
cer morir de risa al diablo^
—
343
sucederia, por ejemplo,
obliga-
si
sen a una cliiquilla a meterse entre las cuatro paredes de un convento.
—Esa
es la puerta del cielo,
—-Muchas puertas
la Biblia dice
i
tiene entonces el cielo,
yo no sé cómo nos
i
salvaremos las mujeres aquí en Molina, no teniendo ninguna puerta para entrar en el cielo
— Pero Biblia —Yo no digo la
dice (pie el estado de castidad es el
lo contrario;
hagan
hombres,
los
nasterios para irnos al cielo?
No
les
frailes
i
queda a
mundo
so que meterse a frailes. ¡Mire qué
no de
metemos en los
tan lindo no seria ese
ellas les
i
yo sé mui bien
gusta mas de a dos en celda, como dicen.
parece que yo no he sido
Mucho sabrá
tar cuentos?
lle-
monjas! Nó, mi amiga, convénzase Ud. de que no
que casi a todas le
mo-
los
pobres otro recur-
todas las mujeres son nacidas para el monasterio;
¿O
santo.
pero contésteme ¿qué quiere üd. que
todas las mujeres nos
si
mas
muchacha para que me venga a con-
Ud., amiguita, en asuntos de salvación;
pero en los mundanos, creo que la gano a borneo de chicote.
—Entonces ¿Ud. no —A muchacha que
cree que hai vocaciones?
la
bendición,
le diré
i
tenga vocación verdadera, yo
le
echaré
mi
que vaya' a servir a Dios a donde Dios la llama;
pero la que no tenga, que se quede en
el
mundo aun cuando
ello
sea para vestir santos, que vistiendo santos también se sirve al Señor; el
no, dígalo
si
i
yo que tengo mi altar del Carmen en
cual no trocara por el
mas puntiparado de
de decir yo). I aquí donde Ud. m(i
he quedado
i
le falta
i
si
i
me
no se
verificó, fué
me
i
porque: -estado
fixltaran pretendientes...
Dios en este mundo, sino porque los tales pre-
tendientes eran tales, que yo dije: da,
habia
no crea que por mi gusto
ve,
mortaja, del cielo baja... I nó porque
pues a nadie
la capital (no lo
que hasta ganas tuve de casarme,
jiara el oficio, sino
bastante se empeñó mi madre;
la parroquia,
mas
vale sola (pie
mal acompaña-
elbuei suelto, bien se lame.
No pudo dejar de
reirse
Lucinda
cuando escuchábalas palabras
En
aquel
fermo;
i
momento
salió
d
al
(hí la
el
hond)re
]):iilre
está herido
d(^
la tía
señora.
(Mitrando en la cuadra, dijo a
— Señora,
ver los aspavientos
][i])ocreitía (bd cuarto del (Mi-
doña IManuela: de gravedad
i
será menester
llevarlo a la misión para curarlo.
— Pero
¿es caridad
mover a
ese ])(»bre en
c^l
estado
(M1
(pie se lia-
— preguntó la señora. Aquí
lia? el
médico
italiano,
—Aquí
que yo
lo
344
lo
—
podemos
curar,
i
aun puede venir
pagaré
puede curar de
enfermedad del cuerpo; pero nó de la del alma, interrumpió gravemente el jesuíta. Es un pecador endurecido,
se le
la
aliora está delirando
i
—Entonces debe habérsele metido temblando Sierva de Dios. Yo I quieren a —Jesús
dijo
la
lo sé
llevar
Ma'*ía!
muró
el
la scñá Pecboñita, sentada
Malo dentro del cuerpo, por experiencia.
la casa
otro
calchilla!
mur-
en un estremo de la tarima de ho-
nor de doña Manuela... Contimas que ya no sabemos qué hacernos
con
e!
calchillz de
—Yamos a —Nó, mi
mi
fiorital
doña Manuela alzándose de su cojin. señora, nó! interrumpió el jesuíta poniendo sus dos verlo, dijo
manos delante de
la señora
como para
sujetarla.
No
vaya usted
porque se espone a oír cosas horrendas de boca de aquel endurecido pecador.
—Ave para —Jes
María! esclamó la Sierva, santiguándose
i
levantándose
Entonces ya debe estar condenado a penas eternas...
irse.
as!
No
Ma-
diga usted eso! interrumpió vivamente doña
nuela.
— ¡Qué no diga A
una seña
cuando
eso,
es
de fe
calló la obediente Sierva
del jesuíta,
como
si le
hu-
bieran tapado la boca. Mientras tanto doña Manuela decía:
— Cada cual con su
fe,
i
Dios obre. Pero yo tengo para mí que es
cosa dura esto de condenar a un cristiano a velas apagadas, por quita allá esas pajas. al
mundo para que
No
parece sino que Dios, nos hubiera echado
nos condenásemos los unos a los otros.
Habría proseguido
la señora si el
padre no
le
hubiera cortado la
palabra diciendo;
—De todos modos,
señora, conviene
llevarlo pronto.
Está
deli-
rando, o tal vez es el demonio quien habla por su boca. Figúrense
ha metido en la cabeza que sí ha venido con su jenti a Molina, ha sido por mandanto de don Santiago Garduño! ustedes que se
le
—Jesús! esclamó doña Manuela. paternidad que
el hijo
¡Mi sobrino! ¿I puede creer su
de mí hermana
interrumpió —Pero yo no creo nada de digo para que vea cómo estará su cabeza. Se — su alma también, agregó Sierva de Dios. — Tiene razón su paternidad, doña Manuela. Lléveselo a sí
eso, señora!
el jesuíta.
lo
I
la
dijo
la
1
— misiou para que -po,
lo
curen
no hai que perder
allá,
345
~
que mientras
alma
el
está en el cuer-
la esperanza.
Salió el padre a dilijenciar la conducción del enfermo,
i
la Sierva
de Dios pensó en despedirse.
—Vamos,
dijo a su sobrina,
que ya se acerca la hora de arreglar
Niño, para la distribución de la novena cantada que le estamos siguiendo, a fin de que consiga con su Eterno Padre que dé el altar del
fuerzas al gobierno para que venza
i
Adiós,
estirpe a la lierejía.
mi site Manuelita; que el Señor me la guarde muchos años. Ayúdenos a rogar por la causa del gobierno, que es la de Dios. pues,
—No me meto yo en
si
mente doña Manuela,
i
Dios es gobiernista u opositor, dijo jovialsolo deseo
que
se
cumpla su santa vo-
luntad.
— Pero su voluntad ha de miento de como — Muí santo será padre,
ser el triunfo de la relijion
los herejes,
el
i
venci-
dice el reverendo Hipocreitía...
el
amiga mia; pero yo me
en lo
cstoi
dicho, pues solo el Señor sabe lo que es bueno, que nosotros, mise-
rables gusanos, apenas
podemos distinguir
lo
blanco de lo negro,
i
no siempre...
—Ah! señora!
señora! esclamó la beata, herida en sus
mas
caras
afecciones. ¿Cree usted que el padre
puede engañarse? Acuérdese de esa ñilta de fe en la primera confesión que liaga. I para que usted lo vea bien claro, yo le traeré la Sagrada Escritura esta noche, leeremos
pasaje de la guerra de los judíos, que era el pueblo de Dios, con los Fihsteos, pueblo de Satanás. Allí verá como la volun-
i
el
tad de Dios era que los Filisteos muriesen,
por eso envÍ6 a San-
i
son...
—¿I dónde
está aquí
nuela, creyendo que
—¿Pero no
lo
^
la.
Sansón
i
los Filisteos?
preguntó doña Ma-
otra se habia vuelto loca.
ve usted claro? Sansón es
el
jeneral Prieto; los Fi-
listeos son los pipiólos herejes...
—¿Entonces —Eso no
los judíos
son los pelucones?
se pregunta.
--Pues entóneos, partido de
dijo
la señora riendo
los Filisteos, ])ues
no
estoi
a carcajadas," yo
soi
d(d
jamas con
los
que
ni estaré
azotaron a Cristo. Adiós, mi vida, prosigiu'ó, abrazo de despedida de la ik'atita. Dios te me
do
la
rorresnoudiendo al guardo,'que no ])ior-
esperanza de verte convertida en una dueña de casa hecluí
dereclia
43*
i
—
—
346
Mientras tanto la Sierva de Dios^ abrazando a Lucinda, decíale ul oido:
— Tenga mucha mo le
va bien; jo
esta noclie, que,
en los ministros del Señor,
verá co-
fe,
liijita,
me
acordaré de usted en mi oración mental de
i
aunque pecadora, también suele oirme su Divina
Majestad, no agraviando lo presente.
Fuéronse
las visitas;
i
al pasar la
Sierva de Dios por enfrente
del cuarto del enfermo, presentó el rosario que llevaba en ía mano,
como para parar
los golpes
que Satanás pudiera lanzarle desde
adentro.
Pocos minutos después, llegó
napanes que llevaban una grado, a Miguel Turra
Iba
el
la
litera,
le
se lo llevaron a la misión. i
liabria
hablado a gritos,
si el
hubiera hecho la caritativa advertencia de
menor palabra que en medio de la
disciplinazos
padre Hiporcritía con dos ga-
en la cual metieron, mal de su
bandido rujiendo de dolor;
reverendo padre no
que a
i
el
dijese, calle,
se le aplicaría
una docena de
para hacer callar al hablador
i
porfiado demonio que tenia dentro del cuerpo.
Doña Manuela, que habia oido la amenazante como calló el bandido rechinando los dientes de
advertencia cólera, dijo
visto
i
a Lu-
cinda:
—Vaya, látigo
i
hijita ¡que
hasta
mismo Satanás
es
prudente ante
sabe apearse en los malos pasos... Bien dicen que
es cosa viva,
i
que
el loco
Tal vez se preguntará tanto
el
el
el
el
miedo
por la pena es cuerdo. el,
empeñaba enfermo? Hé aquí una
curioso lector ¿por qué se
padre Hipocreitía en llevarse al
cuestión importantísima que no
hemos podido
resolver a pesar de
nuestros esfuerzos por encontrar los motivos que esplicaran el hecho. Pero es el caso, que el jesuíta no era de los que dejan rastro,
por
los cuales se
venga después en cuenta,
de los fines de sus operaciones;
do que
rejistrar
relatado,
i
lo
i
i
así de los motivos
como
hemos tenique hasta aquí hemos
bien sabe Dios cuánto
revolver para esplicar lo
que (Dios mediante) contaremos hasta
el fin
de esta
historia.
El discreto mente que, a
mos
lector sabrá perdonarnos fiier
cuando
le
de concienzudos historiadores,
digamos franca-
mas bien
quere-
confesar nuestra ignorancia, que inventar causas, motivos
i
fi-
nes para fraguar explicaciones antojadizas con notable detrimento
de la verdad.
Hecha
esta necesaria advertencia, proseguimos diciendo que, así
— que liubo llegado
cama que
la sa,
i
el
padre a la misión, hizo acostar al enfermo en
dejó con el presbítero O*, para que le suministrase las
allí lo
medicinas espirituales
En
preparado en un cuarto retirado de la ca-
liabia
se
corporales que necesitaba.
i
nar contra los herejes
mayor por
i
i
por
i
fin,
subió al pulpito para tro-
concluyendo por pedir una es-
los impíos,
de la causa de la
la victoria
gobierno de Santiago
relijion, es decir, del
de sus partidarios.
Concluida la distribución, se fué a su cuarto. la noche,
i
i
Estaba ésta
el
cuando
al terminarse,
puerta, con estas palabras dichas a
—Deo
gratias\
— Por
siempre! respondió
•
mui entrada servida. Cenó
era
akbado i el responso a las ánimas, puso a escribir una larga carta para Gardu-
habiendo dicho
incansable fraile se
ño.
Ya
pidió su cena, que inmediatamente le fué
con apetito; el
mas de dos
seguida se fué al confesonario, endonde estuvo
boras ejerciendo su ministerio,
tación
—
347
sintió dos
media voz:
padre,
el
golpecitos en la
levantándose
i
quitando la
gruesa tranca con que aseguraba siempre la puerta cuando se ponia a trabajar en su cuarto.
—Amigo
don Santiago,
dijo,
volviendo a trancar la puerta;
me
usted hubiese llegado antes,
habría ahorrado
el escribir
si
esta
larga carta.
— Es para mí? preguntó manos. — Para usted, respondió
Garduño tomando
el
(pues
por
me ha
ella,
padre;
ahorrado siquiera
el
la
carta
en sus
ya que ha llegado a tiempo
i
trabajo de cerrarla) pase la vista
mientras que yo pongo en orden estas notas.
Al mismo tiempo que hablaba, hojeaba un que tenia en
Garduño
las
librito
de memorias
manos.
leyó:
Mi querido amigo: Permítame decirle cuan imprudente ha sido usted en comisionar a un hombre como Miguel Turra Ah! esclamó Gardimo palideciendo, ¿por acaso ese bribón lia
—
venido a decir aquí, que yo
— Siga leyendo, respondió
el fraile
con voz glacial, sin dejar de
hojear en su librito de memorias.
Garduño, dominándose un tanto, prosiguió: ....Como Miguel Turra para capturar al sirviente de Lucinda...
— Pero, padre, por DiosI volvió a decir Garduño, dígame ¿qué
es
— lo
que
lia
Yo
sucedido?
acabo de llegar,
otro de su laya habrá venido a
— Hablemos
—
348
no calumniarme i
Miguel Turra u
sé si
amigo mió, le interrumpió el jesuita clavando en él sus ojitos grices. Entre j entes como nosotros debe hablarse la verdad: lo demás es perder el tiempo, i el tiempo vale plata. ¿Por qué no me impuso usted de su proyecto? Pero ¿qué proyecto, señor? preguntó Santiago, manifestando la mayor admiración. Este hombre seria capaz de engañarme si yo no fuese un jesuita, refunfuñó el fraile. Vale la ])ena el tratar con él. Óigame, amigo mió, prosiguió en voz alta.... Usted ha querido separar a Luclaro,
— —
cinda de su sirviente ¿por qué no
me
consultó su idea?
— habria aprobado su paternidad? ningún daño a — pero con de no de mi anamigo. tiguo de padre mió; —Estoi mui mandé prender a Pedro ¿I la
inferir
tal
Sí,
lejos
la
eso,
i
si
después de haberle dado libertad en
el Lircai,
Lucinda, viéndose con su valiente
fiel criado,
a
la capital.
No puedo
en casa de mi
—Eso
ocultarle
i
hija
fué porque temí que quisiera marcharse
mis deseos de que
ella
permanezca
tia.
nada tiene de malo, con
que
tal
de usted sean
los fines
honestos respecto de Lucinda.
El
oficial relató
dro, valiéndose de
habia metido
él
entonces la manera como habia atrapado a Pe-
mendigos
reales
en persona. Al
i
ficticios,
mismo tiempo
entre los dijo que,
cuales se
por medio
de los pordioseros, habia obtenido noticias importantísimas sobre estado de los negocios en Talca.
el
Oíalo
el
padre con notable atención,
pensamiento de que
al
— Mi objeto cer ver a
al
el oficial
i
mas de una
vez se le vino
habia nacido para jesuita.
dar libertad a Pedro, prosiguió Garduño, fué ha-
Lucinda mis deseos de
serla útil.
Pero
al
mismo
tiempo,
temiendo que Pedro la arrastrase a Santiago, comisioné a Miguel Turra j)ara que con seis u ocho de los suyos, viniese a tomarlo preso.
A
esta hora deben tenerlo guardado en el rancho de
sirviente de
mi
tia....
un antiguo
.c
—Así debe interrumpió padre, porque ha quedado llevaron a Pedro; pero — Miguel? Cómo sabe su paternidad? el
ser,
los facinerosos se
aquí.
el jefe
lo
El padre contestó a esta la tarde.
A
¡pregunta, narrando todos los sucesos de
cada cosa que decia
el jesuita,
interrumpía
el oficial:
—
349
—
—Picaro! Cuando encargué tanto que diese mayor prudencia! —La prudencia jénero raro entre liombres, samente Garduño, Lucinda — Por fortuna, agregó
el
le
es
golpe con la
dijo sentencio-
los
el fraile.
ni
al fin
sufrido;
por
i
lo
que su paternidad
me
cuenta,
ni
mi
tia lian
han respetado
la
misión.
—Ahora necesito que usted me diga ¿qué que piensa hacer asistente del marido de Lucinda? con a su paternidad, respondió Garduño bajando —Voi a es lo
el
decírselo
la
voz.
^
Pero
lo
que en seguida
dijo'el
descubrirse por los biógrafos; toria
i
no ha podido aún otra laguna que en esta his-
enamorado esta es
quedará hasta que historiadores mas
den con
la
oficial,
felices
verdad sobre tan delicadísima materia.
:o:
que nosotros, no
CAPITULO
Lili.
ANGUSTIAS;
((Cuando ya Tuppper liabia entre-
gado su espada, llegó un oficial de innoble memoria, i dio a los soldados la voz brutal de: (íHachen, muckachoslD
señalando a los prisioneros;
i
como
los
soldados hirieran a Amunátegui, gritóles el asesino: (íA esenó: al gringob^
B* y.
El día siguiente
al
Mackenna. (Biog, de Tupper.)
de los sucesos referidos, fué de gran ajitacion
en la Villa de Molina. "
Un
caballero llegado en la
mañana, que
de la temida catástrofe, aseguraba que
el
huyendo jeneral Prieto liabia mojiarccia venir
vido sus tropas para empeñar de una vez la batalla, ré
no tenia miedo
ras
mas
i
se baria el desenlace
los cuales se
que,
si
Frei-
dejaba sus ventajosas posiciones, en pocas ho-
Esta noticia exaltó de
i
los
de la jornada.
ánimos de todos
los
moradores, a muchos
había hecho creer que Freiré tenia en su ejército
una gran partida de Araucanos,
i
que
si
saha vencedor, derrama-
— i
—
por aquellas indefensas comarcas, entregándolas al
ria sus Indios ¡villaje
352
a la devastación.
El miedo a los malones^ profetizados varias veces^ liabia reunido en la Villa im gran número de habitantes campestres, lo cual, dejando indefensas muchas habitaciones rurales, multiplicó los robos
i
para la vida.
necesarios se
haciendo al
salteos,
agregaba
mismo tiempo
A
tales
encarecer los artículos
causas de
la angustia particular
común
mas
intranquilidad,
de cien madres, esposas, herma-
nas e hijas que temblaban por la suerte de sus deudos, en la
fratri-
cida lucha.
A cada rato llegaban n
otros de los diversos partidos cuanto
do mas
i
mas
mas
creídas por unos
contradictorias eran;
i
de tranquilizar, exaltaba e irritaba los ánimos, ahondan-
esto, lejos
'
noticias del sur, tanto
mas
el
abismo que
se habia abierto
ambos
entre
partidos.
Los unos a nombre de la Constitución que defendían, i los otros a nombre de la constitución i de la relijion que aparentaban defender, se echaban mutuamente ei^cara los actuales sufrimientos de la patria.
Tal era
el
estado de los espíritus en la Villa (que no por ser pe-
queña dejaba de contener j entes animadas de los mismos afectos, pasiones, deseos i aspiraciones que suelen fermentar en las grandes ciudades), cuando amaneció el dia
1,7
de Abril de 1830.
Aquella mañana estaba nublada; pero bien pronto apareció el sol, que deshaciendo las nubes que lo entoldaban, se alzó radiante sobre el horizonte, inundando de luz los campos pordonde corre el Lircai, antes de
echar sus aguas en el Rio Claro, campos que ha-
bían de ser por segunda vez tan fatales a la causa de la democracia chilena.
'Veintidós años antes, se habían eijcontrado presentantes, el uno de la monarquía
i
el
allí
dos ejércitos: re-
otro de la república;
i
hoi
estaban a punto de venir alas manos otros dos ejércitos, que sostenían también sendos principios; el uno en contra í el otro a favor de la leí i de la libertad. Verdad que el tiempo se ha encargado de.
demostrar durante cuarenta años de experiencia
i
de
ruda ense-
ñanza.
En bía,
aquel entonces,
el triunfo fué
de la monarquía;
i
ahora
lo
ha-
de ser también de los representantes de la idea monárquica,
manto republicano. descuido de San Martin dio la victoria a
disfrazada bajo
Un
el
los
Españoles que
supieron aprovecharse de la sorpresa del ejército patriota;
i
la des-
—
—
353
medida confianza do Freiré iba a dar
español Dorri-
la victoria al
ga, quien, después de alimentar esa confianza, supo
tan bien de
Ordoñes vinieron a librar a Chile del teinsurjentes: Prieto i Dorriga iban a librar a Chi-
Ossorio
ella.
rrible azote de los le del terrible
i
azote de los pipiólos. Tan facinerosos fueron
para los españoles
triotas
aprovecliarse
sus amigos,
i
como llegaron a
i
tonces pugnaron por
a nombre de Dios
rei,
pa-
serlo los
sus partidarios. Los españoles de en-
liberales para los pelucones
su
los
i
de la relijion;
pelucones luchaban por su partido, a nombre de Dios
i
de la
los reli-
Los pelucones, así como los españoles de antaño, se decían también animados por el mas acendrado patriotismo, i llamaban a sus enemigos los enemigos de la patria. Unos i otros persiguieron
jion.
'
sin
compasión a sus contrarios como a eternos perturbadores del
orden
social: porque, tanto los españoles realistas
nes monarquistas, hacían consistir i
la tranquilidad pública
en
el
como
los peluco-
orden social en su dominación,
el
anonadamiento del pueblo. El
reí
de
España gobernó sin acordarse para nada del pueblo chileno; el partido jDelucon ha gobernado como haciendo abstracción de la voluntad del país. I sin embargo, éste í aquél se han decretado coronas lo
El gobierno de]
cívicas.
mas
(pero solo
voluntad del
rei era
tan personal, que alcanzó a ser-
un poco mas) que
reí era
la
leí,
el del
partido reaccionario.
allá en lo antiguo: acá, los
La
pelucones
dictaron una constitución para imponer siempre su voluntad. I los
como
chilenos llegaron a ser tan sumisos nia.
Todos
los
que no eran del
reí
los
españoles de la colo-
estaban faera de la
leí
para los
españoles: todos los que no eran del partido, llegaron a estar fuera
de la
para los pelucones. El clero español lanzó terribles ana-
leí
temas contra
los patriotas,
los liberales.
Las puertas del
jentes
í
el clero
í
cielo se
pelucon tronó sin cesar contra
han
visto cerradas para insur-
pipiólos.
Perdónenos
el
benigno lector este paralelo en gracia de que,
diendo alargarlo cuatro veces mas, no
mos, por último,
lo
la circunstanci;i notabkí
hacemos, do
sus posiciones del sur, cerca de la ciudad,
cerca del
rio,
solo apuntare-
ocupando Freiré
Prieto las del norte,
vino a empeñarse la batalla después de un completo
cambio de posiciones entre ambos
mismo
ejércitos, hallándíjse los peluco-
viento que los realistas de 1818,
nes hacia
el
hacia
viento contrario,
el
i
(pui,
i
i)u-
ocupado por
los
í
los liberales
insurjentes de
Martin.
iV
Sau
—
354
—
Nuestros amigos de Molina esperaban de un momento a otro noticias sobre el encuentro de
A
ambos
ejércitos.
cada instante llegaban diversas j entes del sur, cuyas exaje-
radas,
i
a veces contradictorias aseveraciones, aumentaban la intran-
mañana
quilidad de la villa. Lucinda liabia recibido en la
la si-
guiente carta:
Adorada mia: Sé que estás en Molina. Mi buen amigo
me
lo
ha contado
Gr*, (el
todo. Gracias, vida mia!...
Ya
que tú sabes)
que no puedo co-
rrer a abrazarte, te escribo para decirte que estoi bueno.
moriré siquiera sin
dad extraña,
me
para venir a las manos. Si la suerte
ejércitos están
el
Ambos
es adversa,
gran desconsuelo de dejarte sola en una ciu-
espuesta a sufrir quién sabe qué clase de insultos
i
de parte de esos malvados. Nuestro amigo G*, (que a pesar de estar aparentemente con
ellos, es
me
de los nuestros)
lia
prometido
servirte...
Aquí
la carta tenia casi
No puedo
..
renglón i medio borrados;
luego concluia:
i
estenderme mas por ahora. El tiempo
nrje,
i
están
tocando llamada.
Tu
—
"Esta carta
me lo En
esposo
no es de Anselmo! esclamó Lucinda. Mi corazón
dice.
seguida, llamando al
hombre que habia
traido la esquela,
preguntóle:
—¿Quién — Un
le
entregó a usted esta carta para que la trajese aquí?
oficial, señorita,
•
respondió
el
interpelado;
i
por
mas
señas,
me
pagó mui bien, haciéndome jurar que no le cobraria nada a su merced. Pero me dijo que entregase la carta en mano propia di3 doña Lucinda de Rojas, i ademas me dijo que le advirtiera a su merced, que la carta no venia escrita de su puño i letra de él, ni se que
nombraba en
ella a
ninguna persona, porque
los
tiempos están mui
peligrosos.
Lucinda quedó sumamente perpleja con esta contestación, pues, atendiendo al estilo de la carta, no podia creer que Anselmo la hubiese escrito. Sin embargo, se resolvió a esperar el resultado de los
— "
355
—
acontecimientos, poniendo su corazón
i
confianza en Dios, apo-
su
yo necesario de la debilidad humana en las tribulaciones de la vida. Durante media hora permaneció sentada en 'el estrado de doña Manuela, que andaba ocupada en sus quehaceres cotidianos. Serian cerca de las diez de la mañana, cuando, sintiendo bulla
en la
que
asomó por
se
calle,
iban
j entes
las
i
ventana que daba a
la
la plaza,
venian con inusitada animación. Iba a
i
vio
salir
para inquirir la causa de aquel movimiento, cuando entró doña Manuela diciendo con gran exaltación:
Ya están peleando! Animas benditas del pur—Ya están! preguntó Lucinda palideciendo. —¿Qnién ha traído hijita!
gatorio!
la noticia?
7— El viento
sur,
respondió doña Manuela.
traida por el viento sur.
¿No oyes
La
noticia
los cañonazos?...
ha llegado
Mira cómo está
la plaza llena de jente!
Dichp
esto, salió a la plaza,
i
Lucinda
siguióla
sin saber lo
que
hacia. Allí encontraron diversos grupos de jentes
que hablaban, dis-
putaban o callaban, poniendo
percibir algún rui-
do
el oido
como para
lejano.
Lucinda
se
puso también a escuchar,
i
sintió
como
los
demás,
el
sordo ruido del cañón que la hizo estremecer.
— ¡Cuántos
habrán muerto,'
hijita!
esclamaba doña
]\Linucla.
¡Animas benditas del purgatorio! Los cañonazos siguieron sintiéndose a intervalos; aunque mui apagados por la distancia, resonaban lo suficiente para ajitar dohrosamente el corazón de Lucinda, quien, con las láí>'rimas en los ojos, nada decia i solo miraba al cielo. i
—Vamonos de zar para las
doña Manuela: vamonos a rebenditas ánimas.... Válgame Dios! ¡Cuántos no habrá aquí, hijita, le dijo
en pecado mortal! Si se confesaría Santiago antes de entrar en la pelea? Harto se lo dije, porque yo sé lo que son los mozos del
allí
dia,
que tan en poco miran
cierto
que solo se gana
vez no
mas
se
muere
el
asunto de la salvación, cuando es cielo mientras dura el resuello, i que una el
el cristiano.
IMadre
Señora mia del Carmen! Acuérdate de que yo, con estas manos con que cuido i limpio tu altar todos los miércoles,
le i)use al
i
cuello tu santo escapulario para que
hbrases de las balas! Juana! Mulatal prosiguió, llamando a sus criadas: dejen todo eso como está, i vengan a rezar, que; desi)ues
lo
haremos medio dia como podamos. I en seguida la señora púsose con tu
famiUa a
rczai*
el trisajio
— al cual le agregó
356
una corona o
—
rosario completo de quince casas;
gozos de la Vírjen, los de San José, la novena de las ánimas, las llagas de San Francisco, una estación mayor, tres Credos, media docena de Salves, i una multitud de
i
luego siguieron los dolores
oraciones
mas
Concluido
o
menos
el rezo, se
i
largas.
fueron a la mesa; pero apenas habian prin-
cipiado a comer, cuando les llamó la atención
un canto
relijioso
que
se dejaba sentir en la calle.
—Concluyamos de comer pronto,
dijo
doña Manuela, para
ir
a
ver qué es eso. Parecen letanías cantadas." Juana, prosiguió, dirijién-
dose a su criada; dile a la Mulata
i
al
Chino que masquen i traguen
pronto, para que salgamos a acompañar la procesión, pues esto de-
be ser
i
no otra cosa;
Eso
roco.
es,
i
i
en asuntos
relijiosos,
nadie debe andar
mo-
pronto lian de pasar por enfrente de la ventana...
¡Animas benditas de mi corazón!... Hinquémonos, Lucinda, porque
como
dicen: a Dios en oyendo,
Arrodillóse la señora,
i
se
i
al rei
en viendo.
puso a murmurar Padrenuestros
i
Ave-
marias, interrumpiéndose a cada rato para entremezclar sus oracio-
nes con los diclios
i
refranes
que
las circunstancias
que fueren
nieron las criadas;
i
ella
acostumbraba, cualesquiera
Por
en que se encontrase.
fin,
vi-
saliendo todos a la plaza, incorporáronse en la
procesión.
Era
ésta,
en
efecto,
una rogativa a
los santos
para que interce-
diesen con el Dios de los ejércitos, a fin de que el cielo concediera la victoria a las
armas del gobierno, armas defensoras de
la relijion
i
del orden.
Precedía la ceremonia O.* a su derecha, i marchaban en dos
el
el
padre Hipocreitía, con
cura párroco a su izquierda.
filas
los princijoales
En
el
presbítero
pos de
ellos,
caballeros de la Villa, con
sendas velas en las manos, i luego seguia el pueblo formando una cola de hombres i mujeres revueltos, que se estendia mas de tres cuadras. La, procesión dio vuelta por el contorno de la plaza, io'iesia
parroquial, endonde se dirijió
i
entró en la
una plegaria a Nuestra Seño-
ra del Carmen, patrona de las armas chilenas (pues al hacernos independientes de la España, era natural i justo que elijiéramos en la corte celestial
otro santo que el Señor Santiago, para que
tomase
moros i cristianos); i concluida que fué la devotísima plegaria, encaminóse todo el convoi hacia la misión, punto dedonde habia salido. Allí hubo Credos, Padrecartas en nuestras disensiones con
— nuestros
Salves,
i
expuesta
el altar
i
al pulpito;
i
—
iluminado. Por último,
exordio
i
siete
el presbítero
O.* subió
puntos (fuera de la per-
de la salutación a la Vírjen), probó, con
grandísima cantidad de testos latinos, que cos,
con la divina Majestad
luego oración mental,
en un sermón dividido en
del
oración,
i
357
los chilenos
eran católi-
pues provenian de un país tan católico como la España; que
fuera del catolicismo no habia salvación posible; que el gobierno de los pipiólos liabia puesto
tranjeros
en peligro la
relijion,
protejiendo a los es-
quitando sus bienes a la Santa Iglesia, para emplearlos
i
en objetos mundanos;
i
que, en consecuencia de lo dicho,
i
según
el
parecer de los Santos Padres, todos los chilenos estaban obligados, bajo pena de pecado mortal, a combatir por todos los medios po-
a los pipiólos, hasta estirpar
sibles
el
pipiolismo en Chile.
Concluida la distribución, acercóse la Sierva de Dios a doña nuela;
i
Ma-
saludándola afablemente, así como a Lucinda, convidólas
a descanzar. Aceptaron las invitadas, pues bien lo habian menester;
i
siguiendo a la Sierva, entraron a
un cuarto contiguo
al
de la
Médica Santaj cuyas paredes estaban cubiertas de estampas benditas. En seguida entró la beatita, que fué mui bien recibida por doña Manuela i Lucinda, i todas cuatro se pusieron a platicar sobre los sucesos
que las preocupaban, concluyendo la Sierva de Dios con
decir que en la noche anterior habia tenido, en sueños,
ción por la cual podia asegurarse el triunfo de Dios
i
una revela-
de la
relijion,
en los llanos del Lircai.
En esto
estaban, cuando sintieron que alguien entraba con espue-
las al patio
de la casa,
i
salieron a ver quién venia.
— ¡Es Pedro! esclamó Lucinda, reconociendo a su ;Ya — respondió Pedro, marchando aceleradamente hasu señora. — ¡Gracias a Dios! esclamó doña Manuela. — Diga también ú ala Vírjen», apuntó en voz bájala Sierva de Dios. — Calla boca! (esclamó medio enfadada doña Manuela), que leal sirviente.
estás libre! Sí,
señorita,
cia
le
la
sin Dios
no habria Vírjen;
i
estando bien con Dios, los Santos son
inquilinos! I después volvió en
— Madre
i
sí,
como
Señora mia del
murmuró: Carmen! Perdóname si lie dicho una arrepentida,
i
herejía; pero esta Sierva de Dios es capaz de
ridades con sus cosas que tiene!
hacerme decir barba-
.- 358
—
— cómo de preguntaba Dime ¿qué sabes de Talca? —En primer respondió Pedro, me '
¿I
tQ libraste
ellos?
lugar,
Lucinda a Pedro:
libré
de los salteado-
res por permisión de Dios...
— de —Eso
la A^írjen, interrumpió la Sierva.
^I
soi
prosiguió Pedro,
es,
tan devoto!...
conada de
Me
i
de la Yírjen de Mercedes, de quien
llevaron maniatado a donde llaman la Rin-
los Gutierres...
—Es de interrumpió doña Manuela, pues saben robar basta niños de pecho. —Así debe prosiguió Pedro, pues salteadores encontraron decir,
los ladrones^
allí
los
ser,
allí
los
muclios conocidos
i
amigos. Metiéronme en un rancho,
i
en él
mañana al venir el dia, hora en que una patrulla mandada por don Santisgo G-arduño, me libertó como
estuve hasta esta
de veteranos,
por milagro...
—
I dicen
que mi sobrino es hereje! esclamó doña Manuela, dan-
do una palmada de gozo...
¿I después?
--Después me hizo llevar don Garduño a la casita de un hombre que vive al otro lado del portezuelo de Pulmudon.
—¿Se llama Ambrosio Cornejo, hombre? preguntó doña Manuela. —No sabré respondió Pedro, porque hombre no he averiguado cómo ba llama. — Pues debe envió repuso por qué no aquí obedecí, — Me que era preciso que me quedase yo ese
decir,
le
esta-
el
allí ni
se
ese
la señora. ¿I
ser,
lo
?
dijo
pues j)az
me
allá,
le
i
habia librado de la muerte por tercera vez. Ahora
de dejarme fusilar por
él.
Yo no
vi
soi ca-
mas a don Garduño, porque
se fué para Talca; pero esta tarde, al entrarse el sol, llegó a la casi-
ta con el caballo
Pedro,
bañado en sudor,
ya sabes que
te
he librado
i
me la
dijo antes
de apearse:
vida tres veces. Ahora es
mev.ester que hagas lo que te digo.... Mande, señor,
i
obedeceré, le
El me dijo entonces: Yo vengo huyendo, pues ha vencido Prieto i han descubierto mi traición... Jesús! esclamó doña Manuela ¿qué traición es esa?
respondí
yo....
— — Anselmo? preguntó Lucinda. — Loado sea Dios! esclamó — Mi capitán está I
la Sierva.
Mi
revelación
ha
salido
cierta.
vivo,
Garduño me
dijo:
señorita, prosiguió
Pedro, porque don
Yengo con Anselmo Guzman,
el
cual no
hapo-
— elido llegar
—
359
No
conmigo, porque viene herido...
por Dios, que la herida no es nada. después; es preciso que vayas al
En
se asuste, señorita,
don Garduño
fin,
momento a Molina,
i
le
me
dijo
a
digas
Lucinda que Anselmo quiere verla antes de morir, porque viene
mal
herido...
—
me lo decias! interrumpió un caballo! Vamos al momento! I
no
En_.vano
le hicieron
Un
Lucinda.
caballo,
Pedro!
presente a Lucinda los peligros a que se es-
ponia, porque a pesar de todo, quiso ponerse en camino en el mis-
mo
instante.
'
Afortunadamente
acompañado de
mas hablan
la
noche estaba clara;
Pedro
liabia
venido
que podian servir de custodia. Ade-
tres soldados,
traido,
i
por encargo de Garduño, un caballo muí manso
para Lucinda: así fué que habiéndose pedido prestado un sillón de montar, pudo la esposa de Anselmo ponerse en camino, antes de tres cuartos
de hora,
i
cuando
la luna
se
habia elevado sobre
el
ho-
rizonte.
— Dios
te guie
pedirse de
de
irte, te
por buen camino! esclamó doña Manuela, al dos-
como tú habrás acompañaría, porque a mí me gustan mucho las mujeres ella. Si
yo pudiera marchar tan
lijero
que quieren a sus maridos... Mire usted! prosiguió, dirijiéndose a la Sierva de Dios^
i
señalando a Lucinda, que partía azotando enérji-
camente a su caballo: mire usted, amigaza! Eso
es lo
que se llama
servir a Dios!
La nó a
Sierva, al oir esto, se cubrió los ojos con la Beatita
que se retirase de
ambas manos
i
orde-
allí.
Iba a retirarse doña Manuela, pues ya era hora de cenar, cuando fué detenida por la llegada de otra persona.
Era Nicolás Peñaloza,
hermano de las Niñas i padre de la Beatita, que venia del campo de batalla. Habia corrido mas de doce leguas sin descansar, por el
poder decir, antes que otro alguno:
mas
feliz
que
el
regocijao,^;
hemos mmcido\ Pero
griego (que cayó muerto al pronunciar estas ¡)ala-
bras), Nicolás Peñaloza pidió que le dieran de
comer i de beber, una stnl conu)
pues juraba que jamás habia tenido una hambre aquellas. Trajéronle de lo
taba
el
uno
i
de
lo otro;
i
i
mientras comia, con-
caso de la batalla al padre Hipocreítia, a dona, ^laniu^la
i
a
varias otras personas que habian ocurrido a saber noticias.
— Chambonada mas la
grande que
ha cometido alma nacida,
la
que Freiré
dijo Nicolás,
ha, Iuh'Iio lioi,
no
echándose una tajada de
— carne asada a la boca.
para darnos la
No
360
—
parece sino que se hubiera vuelto loco
victoria...
— Todo eso sucede por permisión de Dios, interrumpió
la Sierva,
"pues su Divina Majestad, para castigar a los enemigos de la relijion, les quita el juicio,
como
lo hizo
con Nabucodonosor.
— Déjate de Nabucodonosor, hermana;
i
.
dame de
aquella chichi-
ta de las damajuanas, porque la sed que ahora traigo es de chicha, i
no de mosto,
no trayendo
ré,
escuadrones,
de
la
dijo Nicolás.
Figúrense ustedes, prosiguió, que Frei-
caballería,
sabiendo que nosotros teníamos buenos
i
tuvo la ocurrencia de dejar
campo quebrado
el
cerca
ciudad que lo favorecia, para venir a torearnos al llano de
Cancha Eayada, endonde nuestra bien equipada
caballería podia
hacer de las suyas. Prieto dijo entonces: «aquí es la
do de sopetón sus escuadrones entre la cuidad
mia^i);
i
echan-
los pipiólos,
i
les
cortó la retirada. Los pipiólos herejes tuvieron que sufrir dos ata-
ques a un tiempo,
el
de nuestra infantería que los atacó de frente,
una carga por el flanco derecho. Eran como las, once de la mañana; i a las doce, se habia ya enredado la pita de tal modo, que no la desenredaría el mismo
i
el
de nuestra caballería que
les dio
diablo...
—Nicolás! interrumpió Sierva —Yaya pues! exclamó Nicolás, no
de Dios, con acento de re-
la
proclie.
diré diablo,
aunque un solda-
do tiene derecho para decir eso i mucho mas. Lo cierto del caso fué que en aquel momento no quedó títere con cabeza. Ellos se defendian desesperadamente; pero
Señor de
el
mi hermana) estaba de nuestra
parte.
A
los ejércitos
(como dice
la tercera carga
de nues-
enemiga fué puesta en desorden por los mismos indios (que una vez que vuelven las espaldas no los sujeta el mismo Dia...cho), i tuvo que replegarse sobre el rio, en el tros escuadrones, la caballería
bajo de las Pulgas.... Mientras tanto, las dos infanterías cruzaban sus fuegos un poco jefe
mas
al oriente;
Ha
Garduño. Qué hombre!
pués contaré
esto...
No
se
ballería, se
allí
me
encontraba yo, con mi
hecho prodijios de valor; pero des-
puede negar tampoco que
han portado valerosamente; Tup})er casi nos arrolló;
i
los pipiólos se
hubo un instante en que el maldito pero en esos momentos. Freiré, con su cai
echaba dentro del
rio Lircai,
i
huia a todo escape, lo cual
permitió a una parte de nuestros escuadrones atacar la infantería
enemiga. Nosotros nos rehicimos, el flanco
i
cargamos a
derecho del enemigo, mientras
la
bayoneta sobre
nuestra artillería hacia
—
361
pedazos su flanco izquierdo. ¡Aquí
— sí
que fué
lo
buenol Su caballe-
apenas podia moverse, pues llevaban las cureñas tiradas por bueyes, i su infantería se encontró entre dos fuegos. ¡Qué diablos nos babian de resistir...! ¡Ya fui a de-
ría estaba derrotada^ su artillería
Desde entonces, el campo fué nuestro; i como las tres de la tarde, ya no liabia mas que liacer sino dar hachcu i hacha! por manera que cayeron pipiólos como moscas. Yo babia perdido de vista a mi capitán Garduño; i empecé a buscarlo, cuando me encontré con cuatro hombres que llevaban preso al hereje Tapper con otro mas. Entonces vi aparecer de repente a mi capitán acompañado de diez soldados gritando: al hereje! al gringo! Los soldados se echaron sobre el otro; pero yo, que conocía a Tupper, fui el primero en darle un hachazo en la cabeza. Los demás compañeros acabaron la santa obra de matar al condenado, pues cir diablo otra vez...!
sí,
yo tuve que obedecer a
voz de mi capitán que
la
me ordenó
seguir-
con otros tres soldados mas. Era que mi capitán quería atrapar
lo,
a un
oficialito
que iba arrancando por la
orilla del rio abajo.
¡Es
un hereje descomulgado! nos dijo don Santiago; i el que lo mate gana cuarenta dias de indulj encías, i una onza de yapa. Lo alcanzamos en el jiedregal del rio, i en un dos por tres lo trajimos a tierra. Después supe que el oficial se llamaba Anselmo Guzman.
—Jesús, guro de
lo
María
i
José! exclamó doña Manuela. ¿Está usted se-
que dice?
—¿Pues no
/
he de estarlo, señora? El filisteo (como dice mi hermana) iba en un caballo rosillo-moro, que era la seña que le habian dado a mi capitán para encontrarlo. Yo mismo me apeé, no solo para cerciorarme de
dáver un cinturon con
mí
i
si
estaba muerto, sino para quitarle al ca-
seis onzas,
estas otras tres se las
ofrecí al
hermana, como su devoto que I al
de las cuales, tres he dejado para
mismo tiempo que
momento
al
Niño Dios de mi
soi.
así hablaba, sacaba del bolsillo tres on-
zas de oro, que entregó a la Sicrva de Dios, diciéndole:
—Toma, hermana mia, para pagarle
i
])ónsela en su
urnita al bendito
Niño
milagro de librarme de las balas piopiolas, que ha hecho conmigo. el
Doña Manuela no tuvo
])aciencia i)ara seguir
lioi
oyendo a Nicolás
todas las peripecias del combate. Despidióse fríamente de los circunstantes, i se retiró a su casa.
— No
es posible! (repetia
eii el
camino) no puede ser
eso!
4o*
mi
so-
—
362
—
incapaz do cometer tal crimen, matando a la
brillo es
misma
per-
sona que llevaba encargo de protejer.
La pobre una
señora se puso a llorar en cuanto llegó a su casa. Por
parte, la falta de Lucinda,
i
por otra, la narración de í^icolás
Peñaloza, habíanla afectado lo bastante para no poder cenar a gusto.
Después de cenar <
éstas,
puso a rezar con sus criadas, basta que rendidas de fatiga, cayeron dormidas sobre el suelo. se
Admirada doña Manuela de
la
poca caridad de aquellas mujeres,
que se dormian, habiendo muerto tantos cristianos ese dia en Lircai, se fué
a la cama, endonde su intranquilidad apenas
la dejó
dormir
unos pocos momentos.
Al amanecer despertó caballos
sobresaltada, oyendo en el patio ruido de
de espuelas. Vistióse apresuradamente,
i
ver lo que pasaba, encontróse con tinente,
que
—¿Es
le
un
oficial
saliendo a
i,
de desembarazado con-
preguntó:
la señora
doña Manuela Villagran a quien tengo
el
honor
de hablar?
—^Una
servidora de usted, caballero, ¿qué se le ofrecía a usted?
—Ruégole a usted que me dispense haberla venido a molestar tan temprano; pero hai mil ocasiones en que necesidad siem— ya interrumpió señora, que necesidad pre cara de ¿para qué me necesita usted? —Necesito hablar con Lucinda de Rojas, que según me han cho, encuentra en esta respondió —Ah! esclamó doña Manuela; ahora no está aquí Lucinda.... el
la
tiene
la
la
sé,
Sí,
hereje. I
di-
casa,
se
el oficial.
Pero ¿quién es usted?
— Mi nombre José; pero me llaman Pepe Tronera, respondió Soi íntimo amigo del marido de Lucinda. —¿Viv^ don Anselmo? preguntó respondió Pepe; me ha encargado esta carta — Sí es
el otro.
la señora.
vive,
traerle
i
a Lucinda
— Gracias a Dios! esclamó so.
Pero es
En
el
la señora, respirando
caso que Lucinda se
con mas descan-
ha separado anoche de nosotras.
seguida contó a Pepe todos los sucesos que tenian relación
con la intempestiva ida de Lucinda, agregando Nicolás sobre la muerte de Anselmo,
i
lo
que habia dicho
concluyendo con decir que
daba gracias a Dios de que todo aquello fuera mentira.
— Desgraciadamente, eso,
pues
dijo
Pepe, hai algo de verdad en todo
— — Muí bien puede mentira es
—
interrumpió la señora, porque siempre la
ser,
de algo.
liija
—Ahora
363
menester que yo hable cuanto antes con Lucinda, prosiguió Tronera. ¿Podria usted proporcionarme un baqueano? Yo es
no puedo dejarme ver mucho, porque Pero cuénteme usted
soi liberal.
—
—No podemos
perder tiempo, señora. Sepa solamente que Lu-
cinda corre gran peligro; ra comprendo), no fuera
i
si el
que
le
ha tendido ese lazo (que aho-
un pariente de
usted, diria yo que ese
hom-
mayor bribón que pisa la tierra. Quién? Mi sobrino? Entonces usted cree
bre es
el
— — Creo de
lo
lo dicho;
tiago
—
que he i
visto, señora,
i
adivino
el resto.
para que vea que tengo razón,
No me desdigo
le diré
que don San-
Garduño ha mandado asesinar a Anselmo... Ah! esclamó la señora, ¡con que es verdad!... ¡Vírjen del Car-
melo!
— Por
Anselmo se escapó, por no haber alojado en el rancho endonde pensábamos hacer noche cuando nos vinimos de Constitución. Yo no me separé de Anselmo en toda la batalla. Cuando cada cual huia por su lado, me mataron mi caballo de un balazo. Mi amigo me convidó entonces a montar en las ancas del fortuna
suyo; pero viendo yo que el caballo no podia correr con los dos, lo dije
que huyese
Anselmo
tonces
me
solo,
que preferia correr
Bien haya quien a
En el
yo
se apeó,
— Tan jeneroso en
i
i
me metí i
dejó
ir
mimisma
joor
entre
un tupido
chilccd.
En-
su caballo a la ventura, diciéndosuerte.
bueno como Lucinda! esclamó doña Manuela.
lo
suyo se parece! I después?
seguida vimos, por entre las chucas que otro
oficial,
montado
caballo de Anselmo, era perseguido de cerca por tres o cuatro
enemigos. Es
el
mismo! gritaba Garduño (que iba a
los perseguidores) ¡hachen^
muchachos,
la
cabeza de
sin misericordia!
Lo conoz-
co })or el caballo rosi lio-moro!
— No me diga usted mas, Ahora
lo
comprendo
todo.
interrumpió dona ]\íanuela llorando.
¡El hijo de
mi buena hermana! Bien
cen que la gallina negra pone huevos blancos,
i
di-
que ni los dedos
de las manos son iguales!
—Por
consiguiente, agregó Tronera, Pedro ha
temo mucho que su sobrino no
se
haya valido de
sido engañado; él
como de un
i
an-
zuelo para arrancar a Lucinda del lado de usted.
La señora no
contestó una sola palabra;
i
con
el
dedo índice sobre
— la frente
i
la
mirada vaga en
pálida; pero enrojeciéndose
una patada en
el suelo,
364
—
el espacio, parecia reflexionar.
repentinamente su semblante,
Estaba i
dando
exclamó:
—Es menester que yo vaya! Quien no arriesga no pasa —¿Qué usted? — Que yo baqueano que habrá de a usted se
el rio.
dice
seré el
llevarlo
al lu-
gar endeude está Lucinda. Conozco la casa: es de un antiguo
puedo andar a Ojalá lleguemos a tiempo. Dios mió! El hijo de mi herma-
viente del padre de caballo.
mi
sobrino. Yo,
aunque
na, a quien he criado en mis brazos! Pero,
que usted le
sir-
me ha
contado!
Mas
valiera
aseguro a usted que nos han de
ai!
vieja,
de
es verdad lo
no haber nacido, porque yo
oir los sordos!
:o;
él, si
CAPITULO
LUCINDA
I
LIV.
GARDUÑO.
«Se hallaba a merced de un hombre, en un sitio apartado... La vehemencia de su pasión la habia conducido ahí, sin calcular los peligros a que
podia esponerse.
(V. MuRiLLO.
— Una victima
del ho^
710}\)
Como hemos fiel
asistente
lina
i
dicho anteriormente, Lucinda, acompañada de su
de cuatro o cinco soldados de caballería, salió de Mo-
cuando ya habia entrado
la noche, circunstancia
puesto temor en otro espíritu que en
como
ella.
Nada intimidaba a
acordarse de los píritu, lleno
amor.
de una mujer apasionada
tener
i
marchaba como si en su'
valerosa niña,
peligros que el camino ofrecia,
de esperanzas
ño, no pudiese
la
el
que habría
i
sin es-
de deseos de ver al objeto do su cari-
cabida ningún sentimiento indigno de
su
— La
comitiva, precedida
366
—
im baqueano (que
los
accidentes del te-
rreno liacian indispensable), se dirijió hacia el poniente, cortando el
pantanoso
valle, situado entre la Villa
de Molina
i
primeras ca-
las
denas de cerros de la costa. Después de dos horas de penosa marcha, llegaron al portezuelo de Pulmudon, el cual trasmontaron sin el
menor inconveniente, merced a
la claridad de la luna;
nas hubieron llegado a la base occidental del cerro, cuando
queano
jamos al norte. Dígame, amigo, la marcha?
— —
ba-
el
dijo:
—'Ya estamos cerca de la casa.
'
ape-
i
Sí, señorita,
le
Ahora
es
menester que nos
diri-
preguntó Lucinda ¿podremos acelerar mas
respondió
el guia,
porque
el
camino
es
como
la
l^alma de la mano.
Lucinda, al
oir esto, dio
un azotq a su
caballo,
apurando
todo cuanto lo permitian las asperezas del terreno. Pocos después, divisaron
un rancho de
totora,
el
paso
minutos
iluminado por una fogata,
i
oyeron los ladridos de diez o doce perros.
—Aquella —
es la casa?
Sí, señorita,
preguntó Lucinda, con emoción.
respondió
el
baqueano. Pero tenga cuidado, pov
Dios! esclamó, viendo que la niña ponia su
caballo al
galope, en
dirección de la fogata. Mire, señorita, que poco antes de llegar al íanclio, hai
un zanjón de mal paso! Al lado del mar
Al lado del mar...! Pero en ya! yo no
me
fin,
está la posada!
ya pasó! qué señora tan
tengo por tan cutama que digamos;
i
sin
varonil.!
Va-
embargo,
me
habría temblado la barba al atravesar el zanjón pordonde ella
acaba de pasar.
En
destreza del caballo de Lucinda la habia librado
efecto, la
de un gran peligro. Pedro, que seguía de cerca a su señora, lanf ó
un
grito al ver el precipicio pordonde el caballo bajó,
vió a subir sin que Lucinda hubiese
sobre la
i
luego vol-
abandonado su recta posición
silla.
El baqueano
i
los soldados,
no cesaban de alabar a
encantados de tan valiente ajilidad,
la joven;
pero
banzas, prosiguió al galope hacia
el
ella, sin
curarse de tales ala-
rancho, endonde fué recibida
por la cuadrilla de perros de que todo rancho chileno está siempre provisto.
Dos mujeres desgreñadas que habia cerca del fuego, salieron armadas de sendos palos; i después de algún trabajo, consiguieroi¿^ ahuyentar a los quiltros
i
perros mayores,
saludando al
mismo
— tiempo, con
mucha
367
—
cortesía a los recien llegados, a quienes pare-
cían esperar, según lo indicaban dos o tres ollas que hervían,
gran asado que
i
un
se cloraba al amorcito delfuego.
Apeóse Lucinda en brazos de su
asistente,
i
luego preguntó por
Anselmo.
— Señorita, respondió el caballerito está
cho que no
en voz baja la
mas
vieja de las mujeres;
durmiendo como un tronco,
lo despierten ni
la
tó^tí^
mélca que aquí teñimos sabe
cura a lo divino
i
a lo
médica ha
la
di-
por pienso.
—Ah! esclamó Lucinda; ¡cómo me olvidé de venido, respondió — Mas vale que no así
i
mas que
humano que
traer
un médico!!
la otra mujer,
pues
todos los méicos juntos,
es bendición,
sin necesidad
de
boticas ni cosa que se le parezca.
Lucinda, alarmada —No obstante, saber porqué; yo enfermo. querría ver por mis — Hablemos primero con médica, nos dirá que conviereplicó
sin
ojos al
la
i
ella
lo
ne hacer, dijo la que habia hablado primero. Mientras tanto, venga su merced a sentarse, pues debe venir mui cansada. Diciendo
esto,
condujo a Lucinda al cuarto principal de la casa,
endeude habia una cama,
i
una mesa cubierta con manteles limpios.
Las paredes del cuarto eran de quincha embarrada,
i
colgaban de
un mal labrado crucifijo i muchas .cruces de palma bendita. En un rincón, pendía de una estaca de coligue, una guitarra, i en el centro del pavimento habia un hoyo endonde se echaba las brasas que calentaban la pieza. El hoyo, o mejor dicho, el brasero, estaba rodeado de bancos de diversos tamaños i formas, i junto al catre, se veia un espacio del suelo cubierto con pieles de carnero. A este lugar fué adonde la dueña de la casa llevó a Lucinda, quien, sintiéndose fatigada, se sentó sobre los'pellejos, no ella varias estampas,
sin hacer la
mil preguntas sobre las heridas de Anselmo, rogando a
mujer que fuese a buscar a
la médica,
para saber de ella noti-
cias positivas.
dueña de casa, i entóneos fué cuando Lucinda se acordó de Garduño. ¿Por qué no se habia ])resentado el oficial, que tan solicito se habia mostrado en servirla? Quiso llamar a Pedro Salió la que parccia
para preguntarle por Santiago; pero a ese tiempo, entró la médica, la cual era tan vic\ja, que, a juzgar el saber por los años, merecería el título de doctora en todas las Universidades de Italia
i
Alemania.
Saludó a Lucinda, haciendo una mueca de contento, i le dijo que no tuviese cuidado por el herido, pues, merced a los emplastos, ca-
—
368
—
taplasmas, sorbetorios, bebidas, labatorios
agarrada en el
el corazón
favor de Dios;
i
de la corriente, babria de sanar, no mas, con
que al presente se encontraba durmiendo con
gran tranquilidad, para
cama
el rescoldo,
que por
lo cual le
de Salomón,
la cruz
enjuagatorios con agua
i
lieclia
había puesto a la cabecera de la
con varillas á.Qpalqui pasadas por
que era santo remedio para no tener malos sueños;
fin, le
tenia los pies envueltos en su
sahumado con palma al tiempo de quemar la palma: calor para abajo.
lla lacre,
Lucinda no hallaba
qiiá
mismo
i
refajo de casti-
bendita, pronunciando las palabras lo cual era
pensar de
lo
im primor para
tirar la
que estaba oyendo;
i,
so-
bresaltada seriamente, esclamó:
—Yo quiero ver a mi marido! ¿En dónde está don Santiago Garduño?
-—Los soldados se fueron, respondió la dueña de casa. I mi sirviente? También se fué con ellos al monte a buscar a don Garduño, que se ha ido a esconder, porque... ¿no sabe su merced que agora
— —
está
mal con
el
gobierno?
— Dios mió! esclamó engañado? —Aquí no hai engaño,
pobre niña llena de susto ¿Si
la
me
habrán
señorita, dijola mujer, con todas las apa-
buena fe. Don Santiago vendrá pronto; pero es preciso que su merced cene alguna cosa. Esto es lo principal, agregó la médica; i créame a mí, que tengo esperiencia, pues si el enfermo que come no se muere ¿qué riencias de la
—
será con los sanos que comen?
—Esto parece
una burla o un engaño
atroz!
esclamó Lucinda
aterrorizada. I abriéndose paso por entre las mujeres, salió de la miserable co-
bacha, llamando a Pedro, a grandes voces. Pero Pedro no contestó; i
en vez de
él,
respondió Garduño, que parecía haberse desmontado
recientemente del caballo.
— —Ahí
Señorita! dijo, cáhnese usted, por Dios!
don Santiago? esclamó Lucinda entono de reproche. Esplíqueme usted ¿por qué razón no se me deja ver a Anselmo? es usted, señor
—Todavía —Antes de todo
nó, señorita, porque..".
¿está aquí
mi esposo?
— —Entre a
la pieza
—
369
hablaremos, respondió Garduño.
i
ha sucedido. Lucinda, temblando de emoción entró
Yo
le es-
plicaré todo lo que
al cuarto,
i
tras ella,
San-
después de haber ordenado que sirvieran la cena.
tiago,
— Dígame, por Dios,
lo
que
volvió a esclamar Lucinda con
liai!
tono suplicante... Ud. no ha contestado a mi pregunta.
—Por no sobresaltarla demasiado. Cálmese
•
usted, señorita: voi
a contestarle. El caso es que mi buen amigo Anselmo no está aquí...
en hombros de — ¿cómo me Pedro que habiaTisto cuatro soldados? cual debe haberle hablado enfermo, — Era otro médica. —Ah! entonces he víctima de un engaño! Pedro? serénese Lo he enviado a buscar a —No está Anselmo. —¿En dónde oculto en un bosque. —A media legua de — Ah! ¿Será verdad? Ahora menes—No de gravedad. Pronto veremos traer
lo
dijo
I
del
oficial
la
sido
I
usted...
aquí...
está?
.
distancia,
I la herida...?
es
ter
es
llegar.
lo
que usted tome algún alimento, prosiguió Garduño, con voz
insinuante.
A
hablan entrado con dos fuentes, una
ese tiempo las mujeres
de cazuela
i
la otra
de carne asada.
Lucinda hizo un esfuerzo,
i
comió algo, no sin abrumar a pre-
guntas a Garduño, cuyas contestaciones evasivas
ban mas dos horas
i i
la
intranquihza-
mas. Por último, viendo que ya habian pasado mas de
aun no llegaba Pedro,
dijo
a Santiago, mirándolo
fija-
mente:
— Señor Garduño, usted me está engañando. — Señorita, respondió Santiago, con voz
temblor<")sa,
que
me
he visto precisado a decirle
la
es cierto
verdad a medias, pues
el
afecto que siento por usted...
— ¿Siente usted afecto por mí,
— Es que a veces — Lo que aquí Está viendo cuánto — Vaya,
la
liai
i
me
engaña...?
verdad es demasiado cruel, señorita.
cruel, es usted!
sufro!
pu(is, le diré la
i
me
esjlamó Lucinda fuera de
tiene en tan
verdad, a mi
sí.
gran incertidunibre...!
i)esar.
Yo
(pieria
preparar
su ánimo para que recibiera la fatal noticia de...
— La muerte de mi marido? interrumpió Lucinda. 4a*
—
—
370
Garduño no respondió sino con una seña
—¡I para
esto
joven llorando
i
me
lia
afirmativa.
traido usted a este sitio! esclamó la pobre
cayendo desfallecida sobre un banco. ¡Entre qué
jentes estoi, Dios mió!
—Está entre amigos, cerse
oir
señorita, repuso
La he hecho
de Lucinda.
mismo Anselmo. Juntos hemos
Garduño, tratando de ha-
venir a usted por encargo del
peleado en la batalla, pues yo
pasé al enemigo, razón por la cual se
me
me
debe andar buscando pa-
ra fusilarme. Lucinda, créame que siento entrañablemente
el tener'
Cuando Anselmo cayó
herido, lo hice salir del que decirle esto. soldados que lo atendiesen; i al ver derrotada campo, dándole dos busqué mi amigo. a Pregúntele si tenia la caballería liberal, yo . .
fuerzas para montar seguir a los
a caballo,
Como
tó.
contestó que
sí,
i
que deseaba
suyos. Juntos emprendimos
nosotros ocho soldados.
Molina, yo
me
i
le
Como
la retirada trayendo con no era posible que nos dirijiéramos a
propuse venirnos por este camino estraviado,
a dos leguas de aquí, encontramos a Pedro,
mi pobre amigo, su cercano
fin,
i
él
i
acep-
j)resintiendo
envió a llamarla a usted. Pedro par-
con cuatro soldados para Molina, i yo traté de conducir a Anselmo a este rancho, cuyo dueño es un antiguo sirviente de mi padre; pero mi desgraciado amigo no alcanzó a llegar. Antes de morir, me tió
hizo jurar que la servirla a usted,
fendiéndola
i
protejiéndola
amigo mió! prosiguió
el
como
que
i
lo
la conducirla
habría hecho
miserable, poniéndose
él el
a Santiago, de-
mismo. ¡Pobre pañuelo en los
yo juré servirla a usted de criado, si necesario fuere; él, habiéndome dado su reloj para que se lo entregase a usted, me apretó ojos:
mano, i... El hipócrita empezó a sollozar, al mismo tiempo que mostraba a Lucinda un reloj que habia sacado de sus bolsillos. La pobre niña tomó el reloj, cubriéndolo de besos con ajitacion la
febril,
i
sin cesar de llorar, llamábase así
misma
la
mas
desgracia-
da de las mujeres. Pero habiendo echado una mirada sobre aquella prenda que ellacreia de su esposo, exclamó: Este no es el reloj de Anselmo! Garduño se puso pálido de emoción i murmuró
— —
.
¡Si
me
habré equivocado!
— Caballero!
que yo vuelva
al
dijo
Lucinda, con repentina enerjía, es menester
momento a Molina!
—Es imposible, horas de la noche...
señorita.
Ya
usted conoce
el
camino,
i
a estas
— — Pues entonces me Por ahora
ca.
I
mego
mañana, interrumpió Lucinda, con voz
me
a usted que
En sarla
se-
deje llorar sola.
habiendo hecho una seña a Garduño para que se
momento
al
le
iré
—
371
retirara,
fué
obedecida.
seguida, llamó
mui bien
si le
a la dueña de la casa,
i
le ofreció
recompen-
servia con lealtad.
La mujer prometió velar toda la noche, ^(mientras la señorita dormia en la cama limpiecita que ella misma habia hecho ese dia por orden de don Garduño»! puerta
i
el decir esto
mujer cerró
la solícita
la
la afirmó con dos trancas.
— Con
trancas,
estas
dijo,
no
le
tengo miedo ni a los mismos
Pincheiras!
Lucinda
se metió
solo instante.
en
el lecho,
Rendida de
pero no pudo dormir tranquila un
fatiga,
apenas se quedaba dormida im
momento, cuando despertaba llorando a grientas
i
gritos, aflijida
por
las san-
espantosas imájenes que la asaltaban en sus sueños.
Hu-
bo instantes en que creyó haber perdido el juicio, hasta que la llegada del dia, hizo desaparecer los fantasmas de muerte que rodea-
ban su
lecho.
Vistióse
i
oró,
rogando
al
Señor que fuera mentira todo aquello,
que aun no podia hallar cabida en su mente. En seguida hizo llamar a Garduño, i le manifestó imperiosa-
mente sus deseos de volverse a Molina.
— Señorita, mo
le
respondió Santiago, con mentida tristeza: yo mis-
en persona la conduciría a casa de mi
que ando prófugo,
i
que
al
presente debe
tia;
estar
pero advierta usted Ja
Villa ocupada
por una parte de las tropas de Prieto. Por la misma razón no puede usted ser conducida por soldados que son también de los pasados al enemigo.
Nada
seria
que a mí
me
capturasen
i
me
lucieran
pues con gusto haria el sacrificio de mi vida ])or satisfacer menor de sus deseos; pero ¿cómo habria yo de esponerla a usted
fusilar,
el
a
sufrir insultos
de una soldadez\3a desenfrenada, después de la vic-
toria?
En
fin,
fué tanto lo que
el
hipócrita habló, con tan lastimero tono,
que Lucinda se decidió a esperar. Verdad es que no ])odia hacer otra cosa. Entonces fué cuando Santiago le pr()i)uso formalmente llevarla desde allí a la capital, diciéndole que podia hacerlo sin pelio-ro alo-uno,
por un camino mui conocido de los ocho hombres que
de escolta. Pero Lucinda rechazó tenazmente preguntó por su sirviente; a lo cual respondió Santiago,
les servirían
la idea,
i
(pie
ha-
ibia
enviado a Pedro a Molina, para saber noticias de
su
tia,
cuya
casa habría sido necesariamente asaltada, pues los vencedores creerían que él se encontraba allí refujiado.
Garduño montó a caballo i se separó del rancho. Dos o tres horas después, volvió acompañado de un soldado, el cual dijo que Pedro liabia caido en manos de los prie-
Acabada
tistas,
i
esta conversación,
el
cuento con tantos detalles, que no dejó lugar a
lloró
de nuevo Lucinda, a pesar de que parecía que ya
relató
ninguna duda. o Aflijióse
no
le
i
quedaban lágrimas que derramar: pero para poder soportar
sin sucumbir,
Dios quiso que la fuente de
esta vida de dolores.
nuestras láoiimas fuese inao'otable.
No
desamparo en que Lucinda se veía, supo resistir enérjicamente a las nuevas instancias de Garduño, que pretendía ponerse con ella en marcha ese mismo dia, con dirección a la capital. Por fin, viendo el sobrino de doña Manuela que no le seria posible obstante
el
vencer la resistencia de su víctima, quiso tentar la suerte;
i,
taado de Lucinda que
cometió
le
oyese algunas palabras a solas,
la locura de hablarle de esta
manera:
T— Lucinda: una fuerza imperiosa sistir,
me
solici-
obliga a manifestarle
el
i
a la cual no
me
es dable re-
profundo afecto que siento
i)or
usted.
Lucinda miró
al
oficial,
como preguntándole qué
significaban
sus palabras.
—-Este afecto, prosiguió Garduño, dando un paso hacia
endonde estaba sentada rado desde
el
la joven: este cariño
primer momento que la
—No compreudo
el
que usted
el
banco
me ha
inspi-
vi...
objeto de sus palabras, dijo vivamente la jo-
ven, alzándose del banco.
—Mi
objeto es
cuánto la
amo
manifestarle a usted cuan grande es ese
a usted, Lucinda! esclamó Santiago con
el
cariño,
acento de
la pasión verdadera.
— Ahora
lo
comprendo
con tan alto desprecio,
todol esclamó
que éste bajó
ella,
mirando a Garduño
los ojos ante
aquella mirada
llena de reconvenciones.
—Tiene usted razón hasta para odiarme, prosiguó Santiago humilde tono. Comprendo que no son éstas
con
las circunstancias opor-
tunas para hablarle a usted de esta manera; pero es tal la vehe-
mencia de mi amor, que yo mismo no sé lo que hago. La amé desde que la víj i lo que no podia, decirle ayer, se lo digo hoi...
— ,
—Ni hoi
—
373
nunca debiera usted liaber Lucinda, con severa voz; i si usted no fuera ni
el
interrumpió
eso,
di olio
sobrino de una señora
a quien yo debo tanto, Labria contestado como lo merecen, a sus atrevidas,
i,
podria decir, crueles palabras.
—Lucinda! repuso Garduño; sepa usted que mi amor ¡^etuoso
—En
como verdadero, lo
que usted
lia
i
es tan res-
que...
hecho conmigo, conozco
el
respeto que le
debo! esclamó Lucinda sonriendo amargamente. Señor Garduño,
Ahora veo que debo irme hoi mismo aun cuando sea a pié... Pues entonces saldré yo, prosi-
ruego a usted que
a la Villa,
me deje
guió, viendo
sola.
que Santiago no se movia;
facilitarme elementos para irme, sin
—
ISfó!
i
ya que usted no puede
comprometer su seguridad....
no saldrá usted! esclamó Santiago fuera de
niéndose entre ella
No
le
i
la puerta,
e interpo-
cuyas trancas puso en un momento.
haberme dado esperanzas
saldrá sin
sí,
— Socorro! gritó Lucinda verdugo que nada podia esperar de —No llame u§ted en balde, socorro!
siquiera de...
al notar
en la mirada de su
él.
dijo
le
rarse de
una de sus manos, que
Garduño tratando de apode-
ella retiró
vivamente.
Nadie oirá
sus gritos, porque estamos solos.
—
Solos, nó!... esclamó Lucinda.
No
estamos
solos,
porque Dios
El oye mis voces!
está presente!
empezó de nuevo a pedir socorro con todas sus fuerzas. En aquel momento se oyó un ruido de caballos en el patio, i luego un fuerte empellón ala puerta, la cual saltó de su quicio cayenI
do
al suelo
con trancas
Garduño lanzó un dentro de su cueva;
plantado como
si
i
todo.
ruj ido i
de cólera, como la pantera sorprendida
dando vuelta sobre sus
hubiera visto la
acababa de llegar de
— ¡Gracias
i
un
sirvien-
la Villa.
a Dios que
abranzando a Lucinda.
allí
misma cabeza de Meduzn. Era
su tia en persona, quien, acompañada de Pepe Tronera te,
quedó
talones,
te
encuentro! esclamó doña Manuela
No me digas
nada! prosiguió: todo lo sé; to-
do, todo, todo!
En
seguida miró a su sobrino con irritadísimo semblante,
i
qui-
so hablar; pero las palabras parecian atrepellarse en su boca: por
manera que hubo un momento en que la exaltada señora, deseosa de decir mucho, no dijo nada. Garduño, sin })oder resistir a(piella mirada de fuego, que estaba acostumbrado a respetar, quiso salir;
—
—
374
pero Tronera, de pié en medio de la puerta,
sacando su es-
dijo,
pada:
— Oiga usted a su señora preciso que me — Sil es
Desleal,
tia!
después saldrá.
i
rompió por
oigas!
ingrato, embustero,
atrevido,
mal
fin
doña Manuela.
hijo,
desvergonzado,
temor de DiosI Todo
sin conciencia, ni relijion, ni
lo sé! todo! todo!
I asesino también
— balbuceó —Yo no tu Tia,
soi
el
pobre Santiago, óigame usted... interrumpió doña Manuela. Iso quiero ser tia
tia!
de un picaro sin vergüenza, que no ha respetado mis canas. ¿Son éstos los consejos que yo te he dado? ¿Es esta la doctrina que yo te
he enseñado?... mocoso deshonesto, que no habias de ver mas sino
que yo ¡
Ah!
te crié,
desde que dejaste la
cria cuervos
triné yo
en la
misma;
aquí sobre mis rodillas!
te sacarán los ojos! I te
i
i
teta,
i
te do-
mano como veo ahora que toda mi
para qué? para sacar tanto en una
por mal de mis pecados,
otra, pues,
enseñé a rezar,
enseñanza cayó en saco roto! ¡Cuántas veces no
te
he dicho que
quien obra mal no espere bien, pues Dios da la vida a condición de ser buenos! te.
ni
Dime que
miento,
i
déjame aqui
fea,
delante de la jen-
Para que veas, picaronazo, que no hai plazo que no deuda que no
se
pague;
i
agradécele a Dios
las aqui, en vez de iralastarlas
el
el otro
cumpla
tener que pagar-
el
mundo. ¿O pensabas po-
engañarme para siempre? Nó, que en malos pasos anda, tarde o temprano resbala, i
der ocultarme tus picardías
que
en
se
i
hijito,
la ba-
sura aparece al fin en la espuma. Bien dicen las Beatas Peñalozas
que eres un hereje
sin relijion;
en lo sucesivo. Tia!
tia!
el
diabh) le da
tiazgo^
ja de que,
i
i
no será tu
que
te
Bien dicen que a quien Dios no
sobrinos! Pero, lo que es desde
lioi,
le
defienda
da
hijos,
renuncio del
tú puedes irte a donde te lamba un buei, que no es la hi-
mi madre para querer a malos si
tia la
no
me he
agradecidos. I ahora te digo
casado, ha sido por
mándenme
dejártelo todo a
ti,
a puer-
una letra, si tal hago! Mientras la señora hablaba, Lucinda se habia acercado a Tronera, el cual le referió el modo como Anselmo habia escapado de la batas cerradas; i)ero
talla, sin lesión
alguna,
i
sacar
tenido que seguir a Yiel. Este coronel habia
conseguido organizar la retirada de una gran partida de caballería,
con la cual se
mismo i
hacia
el norte,
por
el
camino de
la
tiempo. Tronera dio a Lucinda una esquela escrita
letra de
pe
dirijió
Anselmo, en
le dijera
la cual éste le decia
de viva voz.
que hiciese
lo
Al de puño
costa.
que Pe-
— Por so los
—
375
doña Manuela, cansada ya de reprender a su sobrino, puojos en Lucinda; i mirándola con mas atención, quedó admifin,
radísima de los estragos que en
el
semblante de la joven liabian
hecho aquellas pocas horas de dolor continuo.
—Alma mia!
la dijo,
abrazándola
i
mismo tiempo;
llorando al
¡cuánto has sufrido! Canas! prosiguió, diciendo con balbuciente voz,
palpando
mirando de cerca la cabeza de Lucinda. Mira, infame! mira, para que te arrepientas ¡cómo le has hecho salir canas a esta i
i
pobrecita, en solo veinticuatro horas!
Garduño puso
los ojos sobre los cabellos
de Lucinda,
i
en efecto,
vio que en varios puntos hablan
comenzado a blanquear prematuramente. Algo debió pasar por la mente de aquel hombre, porque se estremeció de pies a cabeza, i sin decir una palabra salió del cuarto. ,
Tronera preguntó entonces a Lucinda
cha desde luego; buscar
res metidas en los arreos
viva.,
i
habiendo contestado
podria ponerse en mar-
ella
que
sí,
salió
Pepe a
de la casa (que parecían haberse perdido), para
las jentes
preguntarles por
de
i
si
el sillón
de Lucinda. Al
un rincón de
de montar.
encontró a las muje-
la cocina, las cuales le' dieron noticias
La dueña de
fué a pedir perdón a
fin
casa salió llorando a lágrima
doña Manuela, por
la participación
que
habia tenido en aquel asunto.
— Que
te
perdone Dios, que
Agustina, díjole la señora;
ven
los ayes,
i
te crió,
que de mí estás perdonada,
déjate de lloriqueos, que de 'nada sir-
después de clavado
el pié.
Levántate de ahí,
i
arre-
piéntete de lo que has hecho, pues Dios no pide rodillas sino cora-
mas vale un buen propósito que mil golpes de pecho. En ese momento se oyó un estallido detras del rancho; i en
zones,
i
guida apareció
la médica, gritando
se-
pavorosamente:
— Señor, por Dios! don Santiago ha bailado mismo! —Jesús, María José! esclamó doña Manuela. Yo tengo se
él
i
la cul-
pa por haberlo reprendido tan duramente. El hijo d(í mi ])()bre hermana, que me lo encargó tanto al morir, muerto por su ])r()p¡a mano! En dónde estás, Santiago! prosiguió, llorando i encaminándose al sitio de la catástrofe. Tu tia te perdona! Animas benditas del purgatorio!... Que si(piiera haya quedado con vida, ])ara que se confiese, pues su salvación es lo primero. ..¡]\Iadre Señora mia del Carmen! Para qué iria yo a ser tan dura con él! Este jenio (pie teni
go, Dios mió!
I
CAPITULO LV.
DIOS DISPONE.
ííEra
la
primera vez que se sentía
turbada en presencia de un hombre.
Pudor
precioso, que es la
prueba mas
convincente de la virjinidad del cora-
primer preludio de un amor
zón
i
que
se despierta.»
el
La
(VÍCTOR Torres A.
Pepe Tronera habia Garduño, nó tendido en
mado en
la
sido el i)rimero en lle^aír a el
quincha del
corazón, dedondo
suelo
como todos
rancho, con la
manaba mi
peranza
de pié a su sobrino,
ma
mano
izquierda i
i
sobre el
teniendo aun
Doña Manuela tuvo un
homicida
al ver
donde estaba
lo esperaban, sino afir-
chorro de sangre,
la derecha la
pistola.
Loca,)
(^u
rayo de es-
volvió a invocar por la vijési-
ánimas del purgatorio. Mientras tanto, Pepe, examinando con atención la herida, notó (pie no erado muerte, noticia que llenó de gozo a la aílijida tía. vez a las benditas
Garduño, pálido como un cadáver, sin hablar una sola palabra 47*
i
—
0-8 con los ojos medio cerrados, como
no quisiera ver a nadie,
si
se dejó
conducir hasta la cama, endonde lo acostaron para hacerle las primeras curaciones.
Ni hablaba,
ni se quejaba, ni prestaba la
tencia a lo que se quería hacer con
ha adquirido
él.
menor
resis-
Parecia un cadáver que aun no
de la^ muerte; pero, tanto por la regularidad de la respiración, como por los acordes aunque precipitados la-
tidos del
no
la rijidez
corazón, aseguraba Pepe a doña
Manuela que su
sobri-
viviría.
En
efecto,
entrando casi enfrente del corazón, habia
la bala,
dado vuelta en torno de
las costillas
i
salido
un poco mas abajo
del homoplato izquierdo.
La médica, mientras
lavaba
le
i
curaba la herida, dijo que esta-
ba acostumbrada a curar cuchilladas entre cuero i carne, i que no tuviesen temor alguno, pues lo mismo debia ser con los balazos que no penetraban en la caja del cuerpo. Por fin, el enfermo se quedó dormido,
i
todos creyeron
conveniente dejarlo descansar
por medio del sueño, algo de
las fuerzas
i
recuperar
con la sangre.
perdidas
Después de comer, por ser llegada ya la hora de medio terminaron ponerse marcha para la YiHa.
Doña Manuela, que no
dia, de-'
se habia separado de la cabecera del en-
fermo, resolvió quedarse para cuidarlo mientras podia llevárselo a
que
la Villa, o traer de allí al italiano i
gozaba de
los fueros
de
tal.
sí
los títulos de
doctor
i
manifestado que se sentia mejor,
marchar esa misma tarde con Luque no partió la bondadosa tia, sino después de haber
doña Manuela
Eso
daba
Pero habiendo despertado Santiago,
después de una hora de sueño, cinda.
se
se
decidió a
encargado a las mujeres
el
cuidado de su sobrino,
i
visto por sus
propios ojos que habia una bu^na provisión de carne
Al mismo tiempo hizo recojer i entregó a Pepe armas que se pudo encontrar en el rancho.
Cuando andaba en
esto,
i
de huevos.
las pistolas
i
demás
seguida de su sirviente, sintió que de un
rincón, que servia de pajar, saha
una especie de quejido humano;
i
habiéndose asomado, vio moverse entre la paja a un hombre maniatado, que hacia esfuerzos por gritar, sin poder consiguirlo. Dio
voces al momento, viente, desenterró
i
i
luego vino
le
impedia hablar
Todos reconocieron en allí
ayudado del
sir-
desató al hombre, quitándole de la boca un pa-
ñuelo retorcido, que
estaba
Tronera, quien,
el
i
gritar.
momento a Pedro,
el cual les dijo
que
por orden de Garduño, agregando que habia oido los
— gritos de su señora
370
—
que liabia sufrido grandemente por no poder
i
socorrerla.
soldados que nos acompañaron? preguntó Lucinda, con— hallazgo de su tentísima con fueron de aquí anoche, respondió —Dos de ¿I los
leal sirviente.
el
éste, se
ellos,
otros
i
dos quedaron custodiándome; pero, según ciertas palabras que les oí esta mañana, creo que deben haberse ido a beber a un rancho
que hai junto
camino que va para
al
Doña Manuela
decidió llevar a Pedro en lugar de su sirviente,
acompañase Al tiempo de montar a caballo,
dejar a éste para que
el
cansancio
i
emociones del
las
piedra de moler,
— Quítate de
i
afablemente
ahí, liijita;
preguntes de qué murió; jos,
el norte.
i
i
al herido.
vio a di a, se
Lucinda, que, rendida por
habia sentado sobre una
le dijo:
mira que quien en piedra se sentó, no no te amilanes, porque: a grandes traba-
gran corazón. Es preciso hacer de tripas guatas
i
de la necesi-
dad virtud, que mañana será otro dia, i Dios dirá lo que será, i)orque no todos los tiempos son unos, ni todos los dias se parecen. I
vamos andando, pues el sol se ha ladeado bastante, i lo que ha de hacer tarde que se haga temprano, i el mal camino andarluego; i el que deja de andar, toas se queda.
ahora, se lo
Mientras así hablaba la señora, montaban todos a caballo. Doña
Manuela iba
llena de satisfacción,
Pedro riéndose de gusto,
i
Lu-
cinda con esa alegría al través de la cual se echa de ver el dolor
pasado; porque,
si
bien
el
terior alegría, ésta suele
dolor borra hasta los recuerdos de Ja anser
siempre impotente para borrar de
nuestro semblante el sello del sufrimiento.
Pepe Tronera no iba menos contento que doña Manuela, con la cual le gustaba platicar, pues decia haber conjeniado grandemente con
ella.
i
— Pues Manuela
lo
mismo me pasa a
riendo.
Me
gustan
tran las cosas hechas estuviera tan vieja
i
mí, don Pepito,
contestaba doña
hombres como usted, que encuenel mundo en un trapito. Si no creo que haríamos mui buen casa-
los
no amarran
como
estoi,
miento. I la alegre señora se echaba a roir,
con lo cual hacia reir a Lu-
cinda, que era lo que ella qucria.
— Pues aquí me taba Pepe, en
el
tiene
mismo
Ud. a su disposición, señora mia, contestono.
—
380
—
—Nó! ya Pedro para cabrero; aunque nadie puede «de agua no beberé, por turbia que —Eso mismo digo oigo haPepe; cada vez que me admira que usted no baya —Es que: estado mortaja, don Pepito: ademas no! decia ella: decir
está viejo
esta
esté».
yo, le replicó
blar,
del cielo baja,
i
de que no
me
aflije el
liaberme quedado soltera, pues de todo ha
de haber en la Viña de Cristo, i
casado.
se
el
la
i
me
no digo mas, que Dios
i
ya sabe usted que
el
buei suelto...
entiende. I mire usted lo que es el
mundo: de dos hermanas que fuimos,
se
casó la otra que era
mas
fea que yo. Pero la suerte de la fea la bonita la desea, con lo cual
no quiero
Con
decir, ni
todo, aquí
que a nadie es )iada,
ros;
—No
i
me
acaba de
—Já!
ve,
también
me
pretendieron, por-
no hubiese malos gustos no se venderían
si
así, así.
no hai mujer que no haya tenido s^apeor-' los
j ene-
dice el refrán...
tiene usted necesidad de decirme otro refrán para que yo
interrumpió riendo
le crea,
j entes
donde usted
le falta Dios,
pues
como
i
por pienso, que yo fuera bonita, sino
Pepe, pues hai de sobra con los que
decir.
así
Me
jáü
já!
me
gusta su franqueza! exclamó la señora;
eíitierre?i, j)ries
i
con
quien la verdad te dirá no te trai"
clonará. I ya que a usted no le gustan los refranes, no los diré, pues,
como
mi madre
decia
para vivir con los vivos, obrar como
:
ellos.
Pero ¿qué quiere usted* don Pepito de mi alma? Mi madre era un libro de adajios,
como
i
ya usted sabe que quien
lo
hereda no
lo hurta,
i
haya quien a lo suyo se parece. I dice que no echará mas refranes! exclamó Pepe, soltando una gran carcajada. dicen: bien
— —Áh!
es cierto,
prometer i otra
maña
es hacer,
tarde,
vieja,
don Pepito; pero ya sabe usted que una cosa
mal
pues la cabra tira siempre
i
figura hasta la sepultura,
ga en
el cielo... Eíete,
nunca
como
se deja.
decia
Lucinda. Eso
monte,
al
Este es mi jenio;
mi madre, que
es, hijita!
Así
el
lla.
Cuando estuvieron a poca
contraron con
el
la
jenio
i
i
Señor ten-
me gusta
Platicando de este modo, atravesaron el camino sin sentir,
ron al vallecito que se estiende entre los cerros de
i
es
Pulmudon
i
i
verte.
llegala vi-
distancia def término del viaje, se en-
padre Hipocreitía que venia montado en una lus-
acompañado de un mozo. Mostróse el reverendo mui complacido de aquel encuentro, i dijo a doña Manuela que, habiendo
trosa muía
i
sabido su repentina partida de Molina, habia resuelto
ir él
en per-
sona al lugar endonde creia encontrarla., por presumir que algo de
— grave debía pasar
allí
cuando
—
381
ella se
había puesto en marcha con
tanta precipitación.
Agradeció doña Manuela la solicitud del jesuíta, i en seguida, sin dejar a nadie la palabra ni aun al mismo Pepe, que reventaba por hablar, contó
esperaba de su paternidad i
sus detalles, agregando
lo sucedido,con todos el
favor de que
iria
corporalmente a su sobrino. Prometiólo así
dose de sus interlocutores, picó su muía
i
que
a auxiliar espiritual
el
padre;
i
despidién-
prosiguió su interrumpi-
da marcha. Nuestros amigos siguieron también la suya,
i
llegaron a casa de doña Manuela, a quien, (según cía) la
mas misma de-
en poco rato ella
habían oído las ánimas del purgatrio, en todo
i
por todo,
pues ya no dudaba de que su sobrino comenzaría desde entonces
una nueva
vida,
cargado hacer,
i
merced a la confesión jeneral que ella le había enque sin duda haría en cuanto viese al reverendo
padre.
En
seguida se trató de lo que
le
convendría hacer a Lucinda;
i
después de mil proyectos, se resolvió que la esposa de
Anselmo
mas en
antes de
descansase algunos dias
casa de doña Manuela,
ponerse en viaje para Santiago con
el
alegre Pepe Tronera.
Esta determinación parecía ademas muí prudente, en atención a que el estado político del país hacia por demás peligroso un víaje, mayormente si se trataba de conducir señoras a tan larga distancia. I
como Lucinda deseaba tener
selas de ella,
des])aclió
a Pedro para
noticias de su marido, el norte,
í
dár-
con una larga carta
para Anselmo, a la cual Tronera agregó una posdata, diciendo en ella a su
amigo que
se reservaba para contarle de viva voz todo lo
acontecido.
Al mismo tiempo,
doña Manuela había hecho que, tarde de su llegada a Molina, fuera, el que se decía médico
en la
la dilijente
italiano, a ver a su sobrino.
En
noche volvió aquel diciendo que ya uo habia nada que temer por la vida del enfermo, i que en dos semanas mas estaría completamente curado de su herida. Del mismo imrecer fué el pala
dre Hipocreitía, quien estuvo de vuelta al día siguiente.
— Señora, do,
i
dijo a
doña Manuela, su sobrino
debo decir a usted que
se
prepare para
•
.
me ha
dejado edifica-
ríH'ibir
una agradabi-
lísinuí sorpresa.
— ¿Trae usted alguna noticia nueva? preguntó señora. —Es menester que usted, sepa antes que todos, respondió el la
lo
— -382 — jesuíta.
Don
dejar
mundo; mas, para ponerse
el
Santiago está desengañado de la vida del el
santo liábito,
siglo,
me ha
i
desea
enviado
a pedir el consentimiento de usted.
— De
mil amores! esclamó la señora contentísima. ¿Quiere me-
terse fraile?
Pues que
se
cumpla
la voluntad de
Dios!
i
si
tiene
vocación.
—Es una vocación verdadera. — I ¿a qué convento
•
— Quiere
le tira
?
como yo tengo facultades a enviarle un hábito con el presbí-
entrar en nuestra orden;
para iniciar a los hermanos, voi
i
tero O.*
—Miel sobre
buñuelos, padre mió!
repuso doña Manuela, pal-
moteando de gozo. Pero se me ocurre una cosa, i es que, como no existe en este país la Orden de Jesús, yo creía que no pudiesen aquí ordenar jesuítas.
—Ko tenga usted temor por tas
no se
les destierra
eso,
respondió el padre.
de un país, con un decreto ni con una real
orden. Precisamente ahora que ha vencido en Chile
cuando menos tenemos que temer
tólico, es
A los jesuí-
los
el
partido ca-
hijos de nuestro
bendito padre San Ignacio
— Ojalá
sea
un santo
relíjioso,
padre mío;
i
ahora veo que las
ánimas benditas del purgatorio me han oído por completo. Yo ha^ bía querido que se casara, para que le entrara el juicio, i por eso había pensado dejarle todo lo que tengo, a puerta cerrada
—El que que usted
le
su sobrino se meta fraile no es un impedimento para
legue sus bienes, interrumpió
el jesuíta.
Al
contrarío,
con ello hace usted ahora, no solamente una obra de caridad con su pariente, sino también mil i mil obras de beneficencia pública, pues
en eso se habrá de emplear después todo su haber.
—
Si eso es así, nadie será
mi heredero
sino fraí Santiago Gar-
duño. Dígaselo así de mí parte, i agregúele que le mando. mi bendición, i que espero verlo aquí vestido con el santo hábito.
doña Manuela cumplidos sus deseos í convertido en i casi se volvió loca de gusto al abrazar a su sobrino un casi padre jesuíta, cuyo papel hacía maravillosamente. El nom-
Dos o
bre de villa,
i
tres días después, vio
fraí
Santiago Garduño corrió de boca en boca por toda la
todos querían ver al antiguo oficial que, despreciando el
mundo i sus vanidades, había cambiado la casaca por los hábitos. La Sierva de Dios estaba contentísima; aseguraba a doña Ma-
—
—
383
miela que ella no estrañaba esta trasformacion, pues
le liabia sido
revelada en la semana anterior.
como
Preciso es decir tiago
Garduño parecía
liabia convertido
que
fieles historiadores
ser completo.
en taciturno
De
alegre
reservado;
i
el
i
al
i
cambio de San-
comunicativo, se
meterse dentro del
ademas de toda aquella gravedad que tan continente de un sacerdote. Sus conversaciones eran
hábito, se liabia revestido
bien cuadra al serias
edificantes,
i
desde luego se entregó al estudio
i
a la lectura
i
de los hbros que
el
padre Hipocreitía puso en sus manos. Pasaba
horas enteras con
el
reverendo padre, en conversaciones útiles e ins-
salia
de la misión, sino para dar por la calle algunos
tructivas;
i
no
paseos, tal cual lo reclamaba el restablecimiento de su salud;
solamente cuando así se
lo
ordenaba
el
eso
padre Hipocreitía, bajo de
santa obediencia. Todos los dias ayudaba a misa
en
i
i
llevaba el coro
de la noche, con grandísima complacencia de la Sierva
el rosario
de Dios, quien alababa mucho la buena voz de rezar el rosario.
La
rato, al candidato
sospechar en
el
frai
Santiago para
Beatita solia quedarse mirando, durante largo
para jesuíta;
i
mas de una
vez, se habría podido
movimiento de su bien contorneado pecho, un sus-
piro apagado.
El presbítero O* notó con secreto disguto, el ascendiente que el ex-oficial, iba alcanzando en el ánimo de las santas mujeres. La Médica Santa recetaba los emplastos que se debía aplicar a la herida del convertido a Dios, como ella lo llamaba. La Beatita corría a la huerta a arrancar por sus
remedios,
i
manos
las
yerbas necesarias para los
la Sierva de Dios confeccionaba las cataplasmas,
hubo veces que
la necesidad la obligó
la herida (eso sí cerrando los ojos,
i
a aplicarlas ella
misma
i
aún
sobre
rezando tres Avemarias contra
que Santiago pagaba con usura éstos i leyéndoles la vida i milagros de todos los santos, en
las tentaciones). Cierto es
otros servicios,
el Afio Cristiano del i)resbítero
O*, obra que componía toda la bi-
buen clérigo. Las devotas Niñas no hallaban a veces qué cosa era mas digna de admiración, sí los milagros portentosos que el libro relataba, o blioteca del
el
portentoso milagro del militar hereje convertido en oficioso lec-
tor del
Año
Crístian'6.
Habia vidas que no
cerca de la media noche, lectura, fin
no so[)araba
i
se
terminaban sino allá
tan interesantes eran,
la Beatita los
con suspirar, ya fuera por
(í1
ojos del lector,
ínteres
que
le
que, durante la
concluyendo al
inspirara el santo
protagonista, ya por el conmovido tono de frai Santiago,
i
pur el
—
—
384
sentimiento que sabia darle a todo lo que
leía.
Nicolás solia acom-
pañarlos en las veladas, aunque ello era siempre para dar escándapues, cinco minutos después de
lo,
comenzada
la lectura,
ya estaba
bostezando, cuando no roncando diabólicamente, como decía la Sierva de Dios, que se tenia por
ñía
i
mui entendida en todo cuanto
ata-
tocaba a las malas mañas del Demonio. Pero ella sabia es-
pantarle el diablo del sueño a su indevoto hermano, aplicándole,
en cada punto acápite, un pellizco en las pantbrrillas, que
lo hacia
saltar sobre el asiento.
El presbítero O*
se sentaba siempre cerca de la Sierva de Dios,
para resolverle todas las dificultades
pues es cosa averiguada ya por
rrírsele,
dudas que solian ocu-
i
los historiadores
hacia
mui buenas migas con
cerlo,
cuando tenia metido a Satanás dentro del cuerpo.
Una noche
en que
frai
el clérigo,
i
fiesta
i
miraba
ella
que solo parecía aborre-
Santiago leia la vida de Santa Teresa dé
Jesús, la Sierva llamó la atención del presbítero na, la cual
que
sin pestañear al lector,
i
lo
O*
sobre su sobri-
escuchaba con mani-
grata emoción.
—Mírela
usted, señor, dijo en voz baja, la Sierva al presbítero:
vea con qué devoción oye los ojos,
el
i
leer.
Tiene la gracia de Dios pintada en
fuego del divino amor se nota en sus suspiros. ¿No es
verdad que parece una santita? Dios quiera que no
me
rra encima, hasta no verla en las Claras, lograda
i
echen la
tie-
convertida en
monja de velo blanco! Mientras la Sierva hablaba de esta manera,
a hurtadillas a
la linda Beatita,
el
presbítero miraba
cuya emoción daba nuevos atracti-
vos a su candoi'oso semblante. Miraba a Garduño con un abandono anjelical,
i
no parecía sino que tuviera
la brillantez de su mirada, la emoción.
De
el
alma- en los ojos: tal era
medio humedecida por
repente Garduño cesó de
leer,
i
las lágrimas
alzando la
de
vista, al-
canzó a recojer algunos destellos de la mirada de la niña, que al verse observada, bajólos ojos
i
se ruborizó.
Garduño
se estremeció;
ahogando un suspiro, prosiguió su lectura con temblorosa voz. La linda Beatita no volvió a mirar a Santiago en toda la noche; i sin atender ya a la lectura, pareció haberse preocupado de repente de los flecos de su pañoleta, que pasaba i repasaba entre sus dedos. i
Ya
la
misión o mejor dicho, las misiones del padre Hipocreitía
habían concluido; pital,
i
el jesuíta
llevándose a Garduño,
pensaba ponerse en camino para i
con
él,
la ca-
las esperanzas de obtener los
bienes de doña Manuela Villagran, para emplearlos en
el
servicio
— de Dios
i
de la
—
385
cuando una circunstancia, que nadie
relijion,
liabia
previsto, vino a cruzar los planes del jesuita.
Después de
que acabamos de narrar, notó la Sierva de
la escena
Dios que su sobrina fué acometida de cierta tristeza,
momento
creyó al las
—A
tí se te
almas, que criado
i
ha puesto en
me
Así era que, hablando a so-
ser obra del diablo.
apretando los puños cojno
i
si
amenazara a
la cabeza,
has de sujetar en
dotrinado para Dios; pero no
a este anjelito que he
lo conseguirás,
lengua por esa boca. Ella será monja,
la
¡Satanás, decia:
picaronazo enemigo de las
mundo
el
que aquella
i,
aunque eches
queriendo Dios, hasta
abadesa de las Claras.
Los temores dé
de Dios se hicieron mayores desde un día en que vio a su sobrina eu la huerta, sentada precisamente dela Sierva
bajo de un gran nogal, eudonde solia frai Santiago ponerse a leer los
que
libros
La en
padre
el
Beatita,
Hipocreitía
medio oculta por
arreglarse los cabellos,
le facilitaba.
tronco del árbol, se entretenía
el
enredando en
unas
ellos
flores
de siem-
previva que acababa de cortar en su jardincito.
Su
tia,
sobresaltada con aquella diabólica acción, iba a llamarla
para hacerle ver cuan mal sentaban niña prometida al Señor, cuando la,
i
se
La
le
adornos mundanos en una vino el pensamiento de espiarlos
puso en observación.
después de haberse paseado unos diez minutos, no lejos del nogal, agachándose de cuando en cuando como si estuviese
Beatita,
ocupada en limpiar
plantas, parecía
mui
los arbustos
contrariada;
mirada escudriñadora entre
i
i
quitar la maleza de entre las
arrojando por última vez una
los árboles, salió
de la huerta
i
se fué
al oratorio.
—
Es^ el diablo que
tras de
un gran
anda en su persecución, decia
rosal.
lidad que manifiesta.
Dicho
esto, se
oratorio con la
Bien se echa de ver por
Es
el
la tia, oculta de-
aire de intranoui-
preciso saber a dónde va.
encaminó hacia una puertecilla que comunicaba huerta;
i
entrando cautelosamente
j^or aUí,
el
escan-
dióse detras del altar.
Afortunadamente para ella, no ])odia puerta estaba en un ángulo cubierto por de altar mayor. Por entre
mesa, vio
la Sierva
el
ser vista, ])ujs la pe(]uena el
calado de los
gran retablo que hacia manteles de la sagrada
a su sobrina, hincada delante de
San Antonio quiteño, colocado en una de
las
la
urna de un
paredes laterales
cerca de la puerta ])rincípal del oratorio.
48*
i
La
Beatita rezó unos pocos minutos,
i
como animada por urna i separó del San
luego,
una repentina idea, se puso de pié, abrió la Antonio al Niño Dios que éste tenia en los brazos.
La
Hierva, al observar esto, fué todo ojos;
i
entonces vio que su
Niño sobre la mesa de la urna, cubriólo empezó a rezar de nuevo con mayor fervor.
sobrina, colocando al Santo
con un pañuelo
— Ya
sé
i
que eso signiñca! murmuró la Sierva. Lo que es
lo
Diablo! ¡Miren no
a
chiquilla, gasto
a San Antonio!
de Dios;
i
hoi
mas cómo
lia
conseguido
la leche, inocente
Ya
como
el
es, le
el
Cachudazo que esta venga a pedir novio
veo la necesidad de llevarla pronto a la Casa
mismo
lie
de hablar sobre esto con
el
reverendo Hi-
])0ci'bitía.
En
seguida
sali(>
por donde
mismo habia
entrado,
i
se
fué al
cuarto de su sobrina, la cual seguia aún rezándole a San Antonio.
La
dilijente Sierva rejistró
en un momento,
i
revolvió de arriba
abajo todo el cuarto, pronunciando al mismo tiempo ciertas jacufin de latorias para que el demonio, la dejase obrar libremente.
A
no ser sorprendida, echó llave por dentro a
No
fueron sin resultado sus pesquisas,
i
la puerta del cuarto.
su celo inquisitorio fué
premiado con tres hallazgos. El primero consistía en un envoltorio de trapos que sacó de una gran cueva de ratones. Deshaciendo el atad(5, con ajitacion febril, encontró una pequeña imájen de un San Antonio muí milagroso,
que,.
según se contaba, habia hecho muchos
casamientos en la Villa. El segundo hallazgo fué* una estampita del mismo Santo, doblada de manera que éste no viese a su querido Niño.
Por último,
cinta verde
i
el tercero
un ramo de siemprevivas, atado con una
envuelto en un papel lleno de caladuras, en cuyo centro
se veía, dibujado a
Esto puso
fué
el
pluma, un corazón atravesado con una
colmo
al
piadosa mal
humor de
la Sierva;
flecha. i
saliendo
del cuart'>, con el cuerpo del delito en el seno, dirijióse apresurada-
mente a
las habitaciones del jesuíta.
Hallábase éste ])hiticando con preroo-ativas, virtudes
i
frai
Santiago sobre las excelencias,
poderío de Ja Santa Orden de Jesús, cuan-
do entró la Sierva, que, sin reparar en Garduño, exclamó: Padrel padre mió de mi alma! el diablo trata de impedir nuestra santa obra!
;Qué sucede? preguntó el jesuíta alzándose de su silla. Hable usted, prosiguió, viendo que aquella parecía embarazada por la presencia de Santiago; hable usted, pues el hermano Garduño es hom^ bre de secreto.
— — El caso Lucifer, se
387
— mi
prosiguió la Sierva, que
es,
sobriua, incitada por
ha vuelto tan devota de San Antonio, que ya raya en
escándalo.
En
seguida contó todo lo que liabia
visto,
i
concluyó por mostrar
los objetos encontrados.
— Mire su
paternidad," decia... ¡mire
cómo
esta cliiqnilla,
gmto
a,
ha comenzado ya a darle martirio al Santo, pai'a hallar novio. Como San Antonio es así, que solo entiende por mal.... pero no lo consegairá, estando yo de por medio. Ha de ser monjal Para eso leche,
me
he sacriñcado en juntar
Dios.
qué venga ahora
¡I
vársela! ¿N"o
fuese
le
— Me parece
dinero necesario, a fin
el diablo,
con
manos
sus
de dársela a limpias, a lle-
me
parece a su i)aternLdad que seria bueno qud
la capital con ella,
p,
el
para matarla pronto
convento?
Haremos
bien, respondió el padre.
pues yo también deseo llegar pronto a
al
la capital.
hermano Santiago se quedará aquí con empaquetar nuestras ropas ornamentos. el
el viaje
juntos,
Mientras tanto,
presbítero O*, a fin de
el
i
oyó las palabras deljesuita aparentando humil-
Frai Santiago
dad; pero uo pudo reprimir un
En
de disgusto.
lijero jesto
seguida salió del cuarto, a tiempo que
taba a
la Sierva,
reverendo pregun-
el
en tono confidencial:
— Dígame ahora: usted ha reunido ya cantidad que niña sea admitida en menester para que monasterio? sonriendo con orgulloza — padre, respondió la
¿i
la
Sí,
Uno
yor.
satisfacción.
tres cantaritos del)ajo de la
está lleno de pesos fuertes
llete; otro está
ya hasta mas de
dias onzas, los cuartos
tengo toda
i
los escuditos;
que
qu(í ella
i
i
en
el fraile.
vendría a
enconcró
pies de
allí
el tercero,
el
go-
con las me-
que es mayor,
Garduño había enviado
1m,
i
(pie,
no pudiendo
mas a Lucinda, esperaba
misión. la
])ii('rta
del oratorio,
v\\[\\\
a la L^atita. que aún permanecia hincada a
cu l*»s
San Antonio.
Sobresaltada
duño
la guatita,
la necesitaba urjentemente,
Enseguida, viendo entreabierta él
onzas narigonas, hasta
a su casa, ])ues había jurado no ver
ir él
tarima del altar ma-
de cruz.
la plata
tia
i
mitad de
la
Mientras la Sierva hablaba con
a decir a su
ha
el
ella
Tengo enterrados
se
ella,
quiso huir, ])ero se
contuvo
al
oir (¡iie
Gar-
le decia:
— Escúcheme usted; mire ve en esta casal
(|Ue est;; sucí'dirinl)
algo do niui gra-
— —¿Qtié sucede? preguntó
'
388
la niña,
— poniéndose colorada como una
amapola.
— Que su ha espiado a que usted a en mito de siemprevivas que yo DiosI Mi me va a matar! Por — usted, que todo remedio. —No usted,
tía la
lia
i
le di
el ra-
semana pasada...
tia
¿Sí?...
no puede permanecer iÑTuestro
Ya
tiene
se aflija
— por —
la
encontrado
nuestro amor
oculto...
No
pronuncie,
éste, ])ara liablar
de una co-
amorl esclamó la joven asustadísima.
Dios, esa palabra aquí en lugar sagrado.
qué lugar mas a propósito que
¿I
— Oh!
amor que usted me inspira? usted!... Si mi tia lo supiera! Ah!... Mire! no vaya
como
sa tan santa
calle
el
por la Vírjen Santísima!... Salga usted, porque...
ella a venir,
hasta que usted no me —No ¿Cómo quiere que —Vaya! qué
diga...
saldré
trabajo!
le
diga eso aquí delante
de Cristo crucificado?... Nó, nó; ahora en la huerta se do...
Me
he llevado esperándolo
hoi,
lo diré to-
concluyó la Beatita con aire
de reproche. con —He tenido que que usted — Pues yo estar
el
padre Hipocreitía
se habia arrepentido.
creia
— ¿Arrepentirme yo de amarla a usted? Iba a liablar
la Beatita,
cuando
se oyó sonar la puerta del cuarto
del padre, que estaba casi enfrente de la del oratorio; se hallaba a
suíta
i
medio
su tia se dirijian
—Aquí
pudo ver, sin ser hacia a donde ella estaba.
cerrar, la niña
vienen! esclamó,
mayor. Salga por
i
vista,
como que
empujando a Garduño hacia
la puertecita
el
ésta
el je-
altar
que cae a la huerta!
Frai Santiago corrió en dirección a dicha salida; pero encontrándola con llave, metióse
como
uíi
gato debajo de la mesa del altar,
a tiempo que entraba el padre seguido de tres o cuatro mujeres, con sus rebozos de lana sobre la cabeza.
El jesuíta
dirijió
los ojos
hacia el altar,
i
vio que la Beatita
oraba a los pies del Cristo crucificado.
En ya
seguida se puso a confesar a las mujeres que habían rodeado
el confesonario, así
como a
las
que
¡loco
a poco fueron entrando
después. Mientras tanto, la aflijida Beatita prosiguió su rezo pidiendo, sin duda, a la Vívjen que no fuese oida la sofocada respiración del pobre frai Santiago, que permanecía acurrucado sitio
que hemos dicho. Por último, la joven se levantó
aun en i
el
salió al
— patio, endónele la esperaba
No
sii
389 tia
—
paseándose debajo de la ramada.
bien hubo visto la Sierva a su sobrina, cuando
le
preguntó:
—¿A quién estabas rezando? —¿Yo, niña con notable turbación. respondió — buena ilezándole a San Antonio, eh? Mui bien! le
la
tia...?
alhaja!
Sí! tú,
I quitándole el Niño, i)ara martirizarlo...
en trapos, para meterlo en
las
envolviéndolo
luego...
i
cuevas de los ratones... ¿Quién te ha
Dime que no
enseñado a tratar así a un Santo como ese?
te
tengo
adivinadas las intenciones!
—Yo...
'
tia...
nó;pero...
—¿Piensas engañarme a mí? interrumpió inyectados de sangre. Muéstrame
el
la Sierva,
San Antonio que
con los ojos llevas al cue-
llo!
Al
decir esto, abrió la pañoleta de su sobrina;
camente
la
mano en
el seno, sacóla
llena de escapularios,
medallas que pendian de rosarios, cintas lores i
i
metiéndole brus-
i
cruces
i
cordones de diversos co-
i
formas. Entre las medallas encontró una" de San Antonio;
su enojo no reconoció límites, cuando vio que
pobre Santo, en
el
lugar de estar pendiente de la cabeza, estaba colgado de los pies, i,
por consiguiente, con
cabeza para abajo.
la
—Picaronaza! esclamó: ven acá a decirme ¿quién ese novio por cual martirizando a pobre Santo de mi corazón? — Yo no tengo niña temblando. respondió —Ah! bien decía yo que todo eso no mas que instigaciones es
el
estás
este
novio, tia,
la
es
de Satanás. Dime, como
si
te fueras
a confesar: ¿quién te dio estas
siemprevivas?
Al ver sin
las flores
que su
tia le
mostraba, la joven soltó
el llanto,
poder responder. Pero la Sierva, que deseaba una pronta contes-
tación, repitió llizcos,
acentuándola con un par de recios pe-
la pregunta,
que hicieron lanzar ala sobrina un agudo quejido de dolor.
Este quejido llegó hasta mas allá de los oidos, es
decir,
hasta
el
corazón de Santiago, que aun no abandonaba su escondite.
— Ven acá a
mi
cuarto,
i
allí te
l)rosiguió la Sierva, arrastrando de
Pero era en
ésta,
un brazo a su
que tan bien conocia a su
seguirla a su pieza:
aquellas
haré contestar a disciplinazos,
manos de
tia,
así fué (pie,
acero, (^m[)ezó a
en
lo
que menos ])cnsaba
tratando de desasirse de
r(\gar
a la IMédica Santa, (en-
frente de cuya pieza estaban) (^ue la librara de
La
sobrina.
resistencia hizo producir nuevos esfuerzos,
la disciplina. i
éstos
aumenta-
ron la resistencia, hasta convertirse aquello en una tenaz
porfía,
—
í^90
—
que pronto se resolvió en pellizcos por parte de
la Sierva
i
en llanto
por la de su soLrina.
El presbítero O*, que en
ese
momento estaba estudiando
que debia pronunciar esa noche,
tica de despedida
de su cuarto a defender a la Beatita; pero
al ir a
la plá-
corriendo
salió
poner en práctica
su caritativa intención, recibió de la Sierva de Dios una feroz pu-
ñada queloliizo rodar
al suelo.
La Médica Santa llamaba
al or-
den, intertanto a su irritada hermana; pero ésta hacia tanto caso de
como
aquella,
del padre Hipocreitía, que habia salido a poner
entre el verdugo
Al
la víctima.
i
Grarduño los gritos de la atormentada niña,
sentir
ya dueño de
sí, i
paz
salió corriendo del sitio
vándose por delante a
endonde estaba oculto,
que llenaban eLoratorio.
las devotas
no fué
I
lle-
como
Santiago no habia tenido tiempo de limpiarse la cabeza, llena de las telarañas el hábito,
de
los
que liabia recojido debajo del
i
de arreglarse
todo empolvado, su ap¿xricion hizo apoderarse tal miedo
ánimos de
voridas
altar, ni
los concurrentes,
que las mujeres huyeron despa-
pidiendo a gritos misericordia contra
Garduño. Este, sin curarse de
tal tuvieron a
fué derecho liácia la Sierva de ©ios
i
le
pues por
el diablo,
tal circunstancia, se
arrancó la presa de entre
las uñas.
— Vade cruz a Sierva haciendo Santiago. — Se equivoca! respondió Garduño... El diablo —Frai Santiago! esclamó presbítero O*, que a duras penas habia conseguido ponerse de respondió Garduño. ¡Ayúdeme a — yo señor la
retrol gritó la
frai
es usted!
el
pié.
Sí!
presbítero,
soi,
sujetar a esta mujer, pues ya
En
efecto.
Garduño
liacia
me
faltan las fuerzas!
por sujetar entre sus brazos a la fu-
riosa Sierva de Dios, cuyas contorsiones
suelo al ex-oficial.
rodear
el
temor a
saltos casi habían traído al
cuanto al presbítero O*, no hacia
mas que
ajitado grupo, manteniéndose a respetuosa distancia, por
la lluvia
—Está con vo,
En
i
el
de puntapiés que lanzaba la Sierva.
diablo adentro! dijo el presbítero;
en tal estado,
juies
me
mano Garduño, mientras El padre
i
yo no
me
le atre-
hallo sin armas. Sosténgala usted, her,
voi a buscar
mi
Hipoci^eitía se habia acercado
estola. i
dirijia la
palabra a la
Sierva; pero sin conseguir que ésta contestase,- sino con insultos,
razón por la que ya no quedó duda de que se hallaba en aquel mo-
mento poseída
del
mal
espíritu.
— En
391
—
aquel instante entraba al patio doña Manuela Villagran,
quien, al ver tal desorden, preguntó la cansa.
—Es que Sierva estaba pegando a Beatita, contestóle una mujer. — por qué? preguntó señora con viveza. — Dicen que ba sido porque Sierva descubierto q\m su la
la
le
la
¿I
la
so-
lia
brina quiere casarse
—
¿I por eso le
pegaba? ¿En dónde está la Beatita? Venga para con
acá, hijita, dijo a la niña, haciéndole señas
verdad que su
¿es
— Señora, dese de que — Es
le
la mano.-
estaba maltrando porque
tia la
interrumpió
?
padre Hipocreitía, envoz baja: acuér-
el
la prudencia aconseja
cierto,
padre mió, replicó
la
ya exaltada señora:
que no es bueno meterse en vidas ajenas, pero a veces pues nohai regla sin escepcion; es el prudente.
Así dice
mui afuera que
te hieles.
ternidad,
Dígame:
si le
el
i
casos
adajio:-ni
liai
en que
es
verdad
falla la regla,'
entrometido
el
mui adentro que
te
quemes, ni
Todo estremo es vicio; i perdóneme, su piídigo que a mí se me ha puesto en la cabeza que quie-
ren sacrificar a esta pobrecita, metiéndola entre cuatro paredes,
para
—
lo cual
no ha nacido
I eso ¿qué le
ella.
importa a usted? preguntó colérica
la Sierva
de
un banco,
sos-
importa! esclamó doña Manuela exaltándose
mas
Dios, que, en estremo cansada, se liabia echado sobre
tenida por tres o cuatro mujeres.
—Vaya i
si
me
mas. Dim(;, niña, prosiguió, dirijéndose en voz baja a
¿es
verdad que quieres casarte, en lugar de
— Conteste usted verdad, — Ah! Santiago! esclamó la
dijo
ir al
Garduño
la señora. "¡No te
te hallas
la
Beatita:
monasterio? oido de su amante.
al
habia visto! ¿Por qué
en tal estado de desarreglo? Para qué
me
enviaste a lla-
mar? Mira que a mí no me gustan esos frailes que hacen la virtud en andar como unos estropajos!
consií^tir
— Está porque me ha querido defender, —Eso bueno! agregó señora; pero usted, nomc ha contestado. — Es eso que usted rcspombó nina en — Pues decia yo! esclamó señora. Ahora ¿vale pena dijo la l)eatita.
así,
es
la
cierto...
dice,
lo
el
hijitn,
la
novio? Quién es? Si es bueno,
La beatita die oyó
soltó el llanto
lo (pío clin, dijo
de sorpresa; pero
;i
i
se
V(tz baja.
la,
(lime:
ic,
prometo ser
colgó
al
doña Manuela,
S(>br4.í^oniénd(>se,
la iiindrina.
cncllo
(1(>
hi sc^ñora.
((nitMi jii/^o \u\
esclamó:
la
Na-
ino\¡miento
—
—
392
—Dios dispone! a quien Dios San Pedro ben—No mientras yo pidiendo que acercaran a su Yo no mi consentimiento! — Nadie pedirá a usted sino padre de respondió doña Manuela. ¿Dónde está Nicolás Peñaloza? — En fonda de esquina, respondió un hombre que acababa I
se la dio,
la
se
diga.
se casará,
le
viva! gritó la
sobrina.
Sierva,
doi
se lo
la niña,
al
la
la
de llegar.
— Mire, amiguito, les
de
carita,
doña Manuela:
si quiere ganar dos reavaya a decirle a Nicolás que quiero hablar con él, al
le dijo
momento. Salió corriendo el hombre, mientras la Sierva proseguía dicendo:
—Aquí no hai mas padre que Doña Manuída,
sin hacer
yo!
grau caso de
las
palabras de la Sierva
de Dios, estrechó contra su cuerpo a la Beatita, con aire de la mas decidida protección. I
como toda
la Villa estaba
petar a la señora, nadie se admiraba de que allí
en
jefe.
El padre Hipocreitía observaba
de distancia, como
si
acostumbrada a
mandar
ella quisiera
la escena a pocos pasos
no hallara qué partido tomar,
estaba el presbítero O.* mirándolo todo,
res-
junto a
i
él
con la boca abierta; con
la estola al cuelloj el Santo Cristo en
una mano
bendita en la otra. Habiéndole dicho
el jesuita
i
el
hisopo del agua
algunas palabras al
doña Manuela, i le dijo: que hace; que eso de protejer
oido, acercóse el presbítero a
— Mire usted, señora, vación de esta
lo
muchacha contra su
tia,
la suble-
es cosa contraria al derecho
natura], al derecho canónico, al derecho
—¿Cuántos derechos
mas que un derecho i un revés; i para mí tengo que bueno,
i
el revés es lo
ro velorio
i
malo,
i
si
palabrería, señor presbítero.
¿O
le
i
verá
si
derecho es
sé hacer las cosas
al
parece cosa la flor
lo
mui
al
de su edad?
Déjeme usted
la lei de Dios pidiese imposibles!
terrumpió de nuevo la señora, sin dejar hablar jeme,
el
santas pascuas. Todo lo demás es pu-
derecho esto de sacrificar a una pobre niña, en
¡Cómo
no conozco
hai? interrumpió 1% señora. ,Yo
obrar,
al presbítero
in-
O.* Dé-
derecho. Mire que no siempre
está el huevo donde cacarea la gallina;
i
yo que conozco tanto
uvas de mi majuelo, sé mui bien en donde
me
las
aprieta el zapato....
¡Gracias a Dios que llegaste, Nicolás! esclamó, viendo que el padre
de su protejida se aproximaba certe
al grupo... Acércate,
que quiero ha-
un par de preguntas.
— Pregunte usted
lo
que quiera, señora, dijo Nicolás.
— —No esta señora —Eso que
—
393
hermano mió! interrumpió
le oigas,
mira que
la Sierva:
tiene al diablo en el cuerpo.
sí
uó,
liijita!
contestó vivamente la señora, porque yo
nunca beata. Ahora dime en conciencia si te parece mal lo que he hecho, prosiguió, dirijiéndose a Meólas. Al entrar aquí, he oido los llantos de tu hija, maltratada por su propia tia; i yo he no
lie
sido
tomado a
la
niña
mi protección, mientras llegaba su padre ? Aquí tienes a tu hija. Dime si he hecho mal
bcijo
para entregársela.
—No! señora, nó: Dios
se lo pague!
respondió Nicolás, enterne-
aunque no siempre se acordaba de que tenia una hija. Los circunstantes CciUaban, sin saber en lo que iria a parar todo
cido,
aquello.
La señora
prosiguió
— Oomo yo conozco
las
uvas de mi majuelo,
sé
i
donde
el
diablo
puedo asegurarte que, mientras siga viviendo aquí seguirán maltra^tándola todos los dias, añn de hacer que
tiene las uñas,
tu
hija,
tome
ella
el hábito,
para
lo cual
la otra pregunta) ¿quieres
no ha nacido. Dime, pues,
darme a tu
hija para esposa de
(i
esta es
mi sobrino
Santiago Garduño? Nicolás abrió tamaños ojos,
sin responder
una palabra;
i
todos
lanzaron ima esciamacion de sorpresa.
—No
admiren ustedes, repuso señor nace, sino el que lo sabe ser;
mo
la
se
mas
la vista
a
tinamente desaparecido, cuando
nó con
i
el
que no es señor quien
esta niña sabrá ser señora,,co-
pintada... Pero, ¿en dónde está
Todos buscaban con do,
la señoa.'a:
mi sobrino?
frai Santiago, el cual lo vieron salir
había repen-
de su cuarto, vesti-
hábito sino con su casaca de militar. Esta nueva tras-
formacion de Garduño produjo una admiración jeneral. La Sierva de Dios so cubrió los ojos: el presbítero O.* temió caerse de espalpadre Hipocreitía sacó su caja de rapó de la cual tomó una narigada con los tres dedos.
das,
i
el
—Espero tu
contestación, Nicolás, insistió
Iba ésto a r(isponder, cuando la Sierva
doña Manuela.
dijo:
— Pues yo no mi consentimiento; mi sobrina casa mi gusto, no daré un partido por mitad. —Nada importa doña Manuela, porque yo me obligo doi
le
i
ni
se
si
cuartillo
sin
la
eso, re[)uso
a dotara la niña con la mitad de lo que tengo,
prometo ín\m sootra mitad a mt sobrino. i
lemnemente legarle después de mis dias la Los circunstantes acojieron his ])alaljra.s de la señora, con mayores muestras de contento, mientras Nicolás respondía: 4U*
las
—
394
—
— mi capitán me honor de casarse con mi yo doi mi consentimiento, con mayor gnsto. —Ella también respondió doña Manuela. Si
liace el
hija
qniere,
me
otro
i
ella lo
el
lo quiere,
Uno
i
la quiere,
él
i
acaban de
lo
decir,
pues han tenido tiempo de arre-
glar este negocio en estas tres semanas.
—Jesús, María!
esclamó la Sierva.
nuestras barbas, durante la misión,
mos de
¡I
todo lo han hecho aquí en
que nosotros
sin
i
lo echára-
ver!
—Mire, amigo mió,
dijo el jesuita en voz baja,
tocando a Gardu-
hombro: yo siento mucho no haber hecho de usted un sacerdote de la Orden; pero el que usted se case, no impide que siga siendo nuestro hermano. De ningún modo, respondió Santiago, apretando la mano del 13adre. Ustedes pueden contar siempre conmigo. ño sobre
— —Ya
el
te digo
No
tu hija!
i
te repito, decia la Sierva
quiero verla mas, ni tendrá de
a su hermano. Llévate a
mi parte
ni
un
solo cuar-
tillo!
— Hija mia,
le dijo el jesuita
niña es su sobrina;
i
acercándose: no diga usted eso.
ya que ha encontrado esta
23odido ni debido despreciarla.
suerte, ella
Deseche esas ideas de
odio,
La
no ha i
per-
dónela.
habia aproximado poco a poco a su irritada
L'i beatita se
tia;
i
empezó a llorar como una Magdalena. La naturaleza hizo su oficio, como diceT^, i la tia perdonó i abrazó a su echándose a sus
pies,
sobrina, desdiciéndose en cuanto a lo de no darle nada.
Dos
dias después de los sucesos que
acabamos de contar, Grisel-
da Peñaloza (que así se llamaba la Beatita) dio la mano de esposa a Santiago Garduño, en la misma puerta de la iglesia parroquial, delante de una gran muchedumbre, que, de lo mas apartado de aquella comarca, vino a ver el nunca visto prodijio de que una señora de tan alta alcurnia como doña Manuela Villagran i Santelices, hubiese hecho por que su sobrino se casara con una joven de tan humilde condición.
Las
j entes
la señora;
no
en jeneral alababan
el
desprendimiento
i
así algunas de sus aristocráticas amigas,
pudieron perdonarle hasta
el
el
haber olvidado
el
lustre de
punto de querer mezclar su sangre azul con
llaneza de
que nunca
su apellido, la sangre ro-
ja de los Peñalozas.
Este matrimonio no im[)idió go, endonde,
la traslación
como queda indicado
antes,
de las Niñas a Santia-
compraron una chacra, de
—
395
—
cuyo cultivo se eacargó Garduño. Allí siguió la Médica Santa ad
mirando a
la capital
cen las crónica.s sobre
-
con sus milagrosas curacioues; pero nada disi
la Sierva
de Dios seguiria siendo persegui-
da por Satanás. 'No
concluiremos este capítulo sin dar a conocer la suerte de
Miguel Turra. Completamente curado de sus heridas, se
habia quedado en la casa, esperando que
el
el
bandido
padre Hipocreitía se
pusiera en camino para la capital con el fin de servirle de compañía.
En
una colocación; i sin tener que empeñarse grandemente, obtuvo para este buen servidor cambio,
el
jesuíta le habia prometido
del sistema pelucon, el destino de 'perseguidor de ladrones^ en el
partido de Colchagua.
•:o:
CAPITULO
LVI.
LOS TRATADOS DE CUZCUZ.
((Así se
inauguraba la política pelu-
cona desde un principio
falsa,
odiosa
e inmoral.))
(F. Errazuriz).
matrimonio de Santiago recibido por conducto de Pedro, una car-
Tres o cuatro dias antes de celebrarse
Garduño, Lucinda
liabia
el
ta de Anselmo, en la que éste contaba detalladamente a su esposa
todo cuanto
le
habia acontecido desde su separación en Santiago
hasta la batalla de Lircai. Ilespecto de los acontecimientos posteriores, la carta decia
de esta manera: (íMayo 19
«Ya
í/6'
1830.
,
nuestro buen amigo Tronera te habrá dicho que yo tuve quc^
seguir al coronel Yiel, después del desastre de Lircai, con el íin de
ayudarle a este jefe a reorganizar nuestra caballería. Pero ademas
de este motivo, habia otro lo
acompañase
i
le
(pie
ayudase a
Tronera no sabe. Viel
influir sobre el
me
pidió que
ánimo del jeneral para
tentar de nuevo la suerte de las armas, dirijiéndouos con nuestra
—
—
398
Yo no pude negarme,
caballería liácia la capital.
nel a encontrar a Freiré, a quien liallauíos
cómo
sé
bre a quien debo bol caido, oficiales.
alma mia,
espresarte,
i
el
dolor que
i
fui
con
sumamente
me
el coro-
hom-
causó ver a un
quiero tanto, sentado sobre el tronco de
i
No
abatido.
un
ár-
con la cabeza entre las manos. Rodeábanlo unos pocos
— Señor,
podemos tentar
le dijo Viel:
aun no está todo perdido,
Nos queda
la suerte.
todavía
i
mayor parte de nuestra
la
ca-
qué no nos dirijimos rápidamente sobre la capital,
ballería: ¿por
que a la fecha se halla indefensa?
moviendo a uno
i
—Nó,
coronel, respondió
Freiré
otro lado la cabeza; ya esto no tiene remedio;
i
con esta nueva tentativa, no conseguiríamos otra cosa que derra-
mar inútilmente sangre de
chilenos.
—Pues yo
a con-
estoi resuelto
ducir mis escuadrones al norte, repuso Viel, llevándolos por el
camino de
la
costa.
— Hágalo
chamente a Santiago, con
—Estamos prontos pondieron los
los oficiales
oficiales allí
me
presentes.
— Freiré í
me
preguntó qué pensaba lo
respondió, nó: vete con Viel.
— Pero ¿por
qué
se
acompañe?
A
i si
me
oculto,
dije.—
le
quedan espe-
él le
mí han muer-
ha de esponer usted a caer
sionero en Santiago? le pregunté entonces.
permanecer
iré dere-
dio- las gracias,
les
ranzas, que yo no quiero destruir, esperanzas que en
to ya del todo.
me
que quieran acompañarme.
—¿Quiere usted permitirme que
Nó, amigo,
yo
a compartir la suerte de nuestro jeneral, res-
con una mirada de reconocimiento, hacer yo.
Freiré, que
así, dijo
—Allí
donde puedo
es
mejor que en ninguna otra parte,
descubren, no se atreverán a aprisionarme.
pri-
me
contestó;
A pesar
de su
abatimiento, no podia aun persuadirse de que se le dejara de respetar.
Ahí querida mia! no contaba
venganza que anima
él
con
el espíritu
de odio
Sepáramenos
tiago,
i
momento:
como un prófugo,
camino de tué,
al
la costa,
de
al partido reaccionario!»
«Mayo f(
i
i
él
para
20.
dirijirse directamei:^te
a San-
nosotros para tomar con la caballería el
con dirección al norte. Pasamos ese dia
proseguimos nuestra retirada, acosados por
el
el
Lon-
teniente coro-
—
—
399
un rejimiento de
nel Lezaeta, quien nos picaba la retaguardia con cívicos.
La
indisciplina de la caballería de Lezaeta nos permitió
o tres cargas que le dimos;
dispersarla con dos
llegamos al
rio
Maipo,
cos que defendian
pronto,
i
que atravesamos bajo
Melipilla.
'a
Pero
el
i
al dia siguiente
fuego de los cívi-
los milicianos
huyeron bien
pocas horas después, pudieron entrar en esta ciudad, en-
deude no encontramos enemigos, sino una buena cantidad de les
i
fusi-
de municiones que trajimos con nosotros.»
«Mayo
'
21.
((Antes de dejar a Melipilla liabia escrito Viel a nuestro jeneral
dándole cuenta del estado de las cosas,
i
proponiéndole
el
plan de
echarnos sobre la capital. Teníamos sobrado fundamento para creer en
el éxito
de este plan, pues la capital no estaba defendida sino
por unos pocos milicianos. al llegar
Proseguimos, pues, nuestra marcha;
i
a San Francisco del Monte, nos 'encontramos con la con-
testación de Freiré, que estaba testación nos causó
aún oculto en Santiago. Esta con-
ima agradable
i
reanimadora sorpresa. Por
supimos que la provincia de Coquimbo tra el gobierno pelucon,
i
se
ella
habia revolucionado con-
que don Pedro Uriarte, jefe de aquel
vantamiento, marchaba hacia la capital, con una división de
de cuatrocientos hombres entre infantería
i
le-
mas
caballería. Concluía el
jeneral con ordenar a Viel que se dirijiese hacia el norte, hasta en-
contrarse con la división coquimbana.
Al mismo tiempo, nos pro-
metía dejar inmediatamente a Santiago, para sotros. Viel
ir
a reunirse con no-
obedeció la orden, sin pérdida de tiempo;
después, nos encontramos con la división de Üriarte, tres leguas hacia el sur de la Villa de las órdenes
O valle. El
i
siete dias
como a unas
ejército entero,
a
de Viel, siguió entonces su marcha hacia Santiago, de-
donde recibíamos todos
los dias
tan contradictorias, que
noticias
nos tenian desorientados. ((Nuestras fuerzas alcanzaban a
mas de
seiscientos
hombres, de
los cuales, cuatrocientos eran do caballería, perfectamente
da, teniendo
ademas
caballos, hasta para
montar
monta-
la iuñmtería,
l<i
— 400 —
.
que nos daba la ventaja de j)oder movilizar nuestra tropa sin garla.
Llevábamos dos cañones, con quince
como sabíamos que
el
fati-
cada uno,
artilleros
i
gobierno no podia disponer de fuerzas vete-
ranas, mientras no llegaran las del sur, tratamos de acelerar nuestra marclia.
«Durante muchos dias esperamos inútilmente
Xada sabíamos de
ré.
mucha para
ir
nuestro jeneral,
i
la llegada
de Frei-
llegamos a temer, con
razón, que hubiese' caido prisionero al salir de Santiago,
a encontrarnos, como nos lo liabia prometido. Ah!
querida
mia! Cuánto tuve yo que sufrir darante esos dias de incertidumbrel
«Mayo {En ya que no
c(Mi querida:
mento, en todo silencio
i
el
prosigo
tranquilidad animan
ces ilusiones, pues
mientos sobre
«Como
di a,
me ha
me
la noche)
sido posible dedicarte ni
mi
mi abatido
parece que tú
me
espíritu de las
te decia ayer, todos
oyes al vaciar mis pensa-
ir
a tomar el
la división.
Ramón
cia nosotros, aflijió
dul-
estábamos intranquilos, sin saber a
noticia de lo sucedido: allí
habia rodado, con caballo
cuesta, al atravesar las cerranías de
que
mas
el papel.
«Al llegar a Yllapel, tuvimos que don
un mo-
carta ahora en la noche, cuyo
qué atribuir la demora de nuestro querido jeneial en
mando de
22.
i
aun
se nos dijo
profundamente a
i
todo, por
supimos
una escarpada
Panquehue, para
dirijirse
ha-
que habia muerto. Esta fatal noticia,
los verdaderos
animó a una gran parte de nuestra
amigos del jeneral, des-
j ente.
«Al mismo tiempo tuvimos conocimiento de
las fuerzas
que
el
o-obierno enviaba para impedir nuestra entrada en la provincia de
Aconcagua,
lo cual se temia,
ré en dicha provincia. cientos hombres,
El
en razón al prestijio de que goza Frei-
ejército
mitad caballería
pelucon constaba de unos cuatroi
mitad infantería, a
las órdenes
— del jeneral
401
—
don Santiago Alduuate, antiguo amigo de-mi padre,
cual quiero
i
respeto
como su natural bondad
recen. Si lia hecho algo de
nate para pacificar
Lo que son
los
el
bueno Portales,
sin principios!
hecha estudiadamente, con
el fin
es la elección de
Aldu-
querida mía!
¡ai,
Esa misma elección ha
sido
de cometer una nueva infamia, no
solo contra nosotros sino contra el al país.
al
su hidalguía lo me-
norte de la Re2)ública. Pero
hombres
acaba de servir
i
i
Eso tienen
mismo AUunate, que tan bien los
hombres
sin principios, sin
honradez ni moralidad política: hasta sus propios amigos suelen ser sacrificados en los lazos que su felonía tiende a los enemigos.
«Perdóname, alma mia, qu3
to
hable en un estilo tan contrario
a los dulces sentimientos que tu anjelical bondad sabe siempre inspirarme. Pero ¿qué quieres?
Ko
es posible dejar
de indignarse, al
considerar este tejido de traiciones de que el peluconismo se vanagloria»
«Mira, no mas, lo que ha pasado:
«Estábamos en Yllapel, cuando nuestro jefe
recibió
una carta del
jeneral Aldunate, en la cual le hablaba éste de las recíprocas ventajas de
un avenimiento, para
trándose Viel
sin el
evitar la efusión de sangre.
apoyo del jeneral, cuyo
Encon-
nos' era
prestijio
tan
necesario, pensó en capitular^ a condición de garantírsenos nuestro
honor militar
i
nuestra seguridad.
En
este sentido escribió a x\ldu-
nate una carta, que yo entregué a este jeneral, en su
campamento
de las Cañas.
«Aldunate
me
recibió con los brazos abiertos, pues yo le
he debi-
do siempre mucho cariño. Díjome que, careciendo de instrucciones de parte del gobierno, estaba
])erpl(:^o
sobre lo que había de hacer;
pero que su horror a la efusión de sangre do impelia a tratar. Agre-
góme
que, después de haber pedido una
instrucciones que necesitaba,
jio liabia
de dárselas por escrito; promesa que
otra
recibido el
Por último, concluyó con decirme que tales,
i
V(v. al
gobierno las
mas que
la
promesa
gobierno no supo cumi)lir. habiíi
maniíestado a Por-
nó solamente sus tendencias al empleo de medios
pacíficoí?,
50*
— 402 — para la conclusión de la guerra lución de no tomar el
día garantías a
los
sino también su formal reso-
civil,
mando de
la dimsion, si el gobierno
no conce-
indiciduos que contimiahan en el norte haciendo
la guerra. ((Tales fueron las palabras del noble Aldunate,
que tan vilmen-
te habia de ser sacrificado, j)ocos dias después, en aras de
mal
los
entendidos intereses de un jmrtido que parece liaber iniciado en Cliile la política del dolo
i
de la deslealtad. Porque has de saber,
querida mia, que después de haberse firmado
aldea de Cuzcuz, el dia
1
7 de
mayo,
los tratados
ratificado en la
i
habidos entre Yiel
Aldunate, han sido altamente desaprobados por
i
decir,
por
ministro
el
que conocía
Portales. I sin embargo, el
las pacíficas intenciones de Aldunate,
tradijo sus opiniones a este respecto,
fué el
el
gobierno,
mismo
es
Portales
que nunca con-
i
mas empeñado en haAl no
cer que aquel jeneral se hiciera cargo de la división.
darle
instrucciones contrarias, es evidente que el gobierno, esto es, Portales, se
conformaba tácitamente con
rah Si no se conformaba con trucciones claras tó i
mas digno de
i
ella,
la
manera de pensar del jene-
debió haberlo espresado, en ins-
terminantes, o haber empleado otro instrumen-
ha hecho
sus miras anti-patrióticas. Pero no lo
Portales ha llevado aun su cinismo hasta querer hacer
de esta nueva felonía al mismo Aldunate, a quien ciéndole: «que no habia sido
por
lo
mismo no
le
dueño de
ligaba.» ¡Qaé
caido nuestro desgraciado país!
la
j entes
No
le
ha
cómphce
escrito
palabra empeñada, estas en cuyas
así,
i
di**
que
manos ha
parece sino que desde la trai-
ción de Ochagavía se creyesen ya dispensados de cumplir
toda pa-
labra solemnemente empeñada. ¡A esto llaman política los pelucones! ((Tan indecoroso'proceder (que
mos amigos
ha indignado a muchos de
del gobierno), pone en evidencia, por
una
2:)artej
ha querido anular a un hombre honrado que no aprueba ta del gobierno,
i
alma mia,
la
mis»
que se
conduc-
por la otra, que éste necesita de un protesto para
proseguir su sistema de inútiles rarás,
los
lo
i
odiosas venganzas.
Tú
conside-
que tenemos que esperar de Portales, cuando
te
— dio'a
403
—
que en la misma carta antedicha, agrega:
ha
el gobierno
(Lqiie
encontrado jjrudente ver correr alguna sangre chilena.^ I esto
lo di-
después que los enemigos del gobierno lian depuesto las armas!»
ce,
((Yo
mui bien que Portales
sé
cia de' los principios
que
el estre'iio del
has-
descaro. Creo firmemente
don Diego Portales sigue ensangrentando
si
i
pero jamas habria creido que
republicanos;
su crueldad llegara hasta
espíritu irritable
he notado su completa ignoran-
varias veces
estrafalario;
ta
un
es
es imposible
atrabiliario sistema de gobierno,
al país con su
que muera en su
cama.
«No tengo para qué seo de
mi
Dios es
el
corazón, que
me ha
mi
patria.
ra;
i
ISfó,
i
hecho
sufrir,
cuando
hablando de
estoi
tomar como un pretesto
los dolores
los
mi
parte.
Ño
Tú me
nó...
lo
conoces,
de
sufrimientos
sabes que soi incapaz
i
que no seria mas que un eo'oismo
poí su causa he sufrido; pero no
me
me,
han hecho
considerar los males que
re-
hacerme violencia para perdonar-
necesito
a los íeaccionarios, o mejor dicho, a Portales,
al
rae estimo
futuros del país, para hablarte de mis propios dolores.
de darte como patriotismo
le
i
Te estimo demasiado, alma mia, para decirte una menti-
mi querida Lucinda,
finado de
un de-
para no acordarme de los dolores que esa fatal polí-
seria mentirte el
presentes
es
duda mas que yo mismoi
tú conoces sin
único dueño de la suerte de los hombres;
lo suficiente
tica
Lucinda mia, que esto no
decirte,
los dolores
que
es posible dejar de indignar-
que harán
i
sufrir a la
nación. <rSon las dos
i
media de
la
manana.-Hasta
luego, amürniio.)>
((Mayo 23.
«Ratificados
los
tratados
Viel pasó a Valparaíso,
paro de la bandera
Yo
\\M^
vine a
i
disucUo
(mi(1.)ii(1(>
lut
nuv'sfr,) ejército, el c.ron.'l
tenido
(lu.'
ponerse
frjincesa, ]);nM librarsedcl ivncor
la ])roviiicia
cias del jeneral,
i
ver
si
de Aconcagua, con
¡xulia serle
útil
,>ii
el
su
íi:)
de
b.ij,.
d,.
A am-
]V,i-f.il.s
ooteiivM- ih.t"-
(K'<gra<'.ia.
Des[>uea
—
—
supe que se hallaba aun enfermo, en la es-
de algunas pesquisas, taricia¡
404
de un amigo de confianza, cerca de San Felipe. Al
to 'me dirljí
endonde encontré
allí,
ya en
al jeneral
momenpero
pié,
no completamente restablecido.
«Aquí me.kallo con
él al
i
desde este
enviarte esta carta a Molina,
escribo^ esperando
encontrar un hombre que j
presente;
me
mismo lugar
te
en cuanto pueda
inspire confianza.
:«TeneBlos élproyecto de irnos secretamente a Santiago, tan pron-
como: el j,eneral pueda montar a caballo. Este se quedará
to;
oculto, (i
yo
i
me
pondré en camino para Molina.
Tengo tantas ganas de verte
puedo conseguirlo,
me
larga; cuantoj .mayor coíltrai*
allí
,
i
de hablar contigo, que ya que no
contento con escribirte esta carta, tanto sea el
número de
dias que
me demore
mas
en en-
con quien mandártela, sin peligro de que se estravie.
.((La desaprobación, de los tratados nos hace pasar aquí temiendo ser:
descubiertos^
,
;Iv08,
traidores,
ya dueños absolutos del poder,
es-
tán desplegando tal actividad en perseguir a sus indefensos enemigos,, que
f
hacen recordar
inucho;, pilando
yemo^ en
los el
tiempos de Ossorio
i
de Marcó. ¿I qué
gobierno de la República a un antiguo
último? .Ayer no
mas firmaba
decretos contra los in-
asesor de
este,
sui;jentes
de Chile^ i hoi ocupa uno de los primeros puestos creados
por. esos,
un
mismos
patriota! JPero
a los
liberticidas,
los que,
insui;jentes. ¡I tiene la
ya
se;ye!
a los
.(ji^e
como don Diego
Va
siendo de
desvergüenza de llamarse
moda el llamar
echan de menos
el
patriotas
réjimen colonial
i
a
Portales, no se hablan acordado hasta hoi
de que t^nian. patriar i;í
:o:'
CAPITULO LVIL
CONCLUYE LA CARTA DE ANSELMO.
«Hai quienes pretenden someter a ventario las obras de este
gnntan: ¿qué
liizo al
estadista,
¿Qué Sacó del
—¿Qué hizo? República —¿Qué nos dejó?
la
dejó la República.
])re-
fin Portales?
nos dejó Portales? caos
i
in-
Nos
.
E. SoTOMAYOR. V. (El Ministro Portales.)
«En
el
fondo, nuestro gobierno no es repu-
blicano sino monárquico electivo, en que el rei
gobierna por cinco años
la facultad
i
tiene de
de designar a su sucesor
i
hecho
de nom-
brar a las mayorías de ambas Cámaras. Z.
Rodríguez. {l72dependientc-^\m\o2Z
({í^
1876.)
cíMayo 23.
(Por c(A
mí no me admira, Lucinda mia, que
quico haya aparecido hoi en Chile
reaccionado
contra
la república,
grito de independencia.
Aun
este
la noche)
el viejo espíritu
bajo una nueva fornui.
monárSe ha
desde que se dio en América
mismo no
el
fué un gritó espontáneo
—
40G
—
de libertad sido de simple emancipación orjjen debe, a
dujo
el
descubrimiento
quistadores
tuvieron
la conquista
i
que pro-
allá en la natural audacia
del
Nuevo Mundo.
L(i*^'
con-
desde luego que formar como una sociedad
cuyos intereses estaban casi siempre en contradicción con
aparte, los
mi juicio, buscarse
tendencia cuyo
política,
de la Metrópoli, que desde un principio
fué,
no la madre sino la
madrastra de sus colonias. Nuetros padres heredaron de sus abuelos la gloria
de mil hechos heroicos
gloriosas tradiciones, el
que caracterizaba a
los
i
memorables;
junto con esas
i
espíritu de insubordinación
i
turbulencia
primeros conquistadores, así como
el
sordo contra la Metrópoli, cuya manera de gobernar injusta biliaria era la
lonias. I
iba siendo
i
atra-
las co-
obrando a una todos estos elementos reunidos, debían pro-
ducir, tarde o
ban
menos a propósito para mantener contentas a
i
odio
temprano,
deseo de
mas profundo
tanto
los vínculos
el
emancipación; deseo que
la
ardiente, cuanto
i
mas
nacionales, con la separación de la
se relaja-
madre
patria,
cuanto mas se cortaban las relaciones de familia, con la forma-
ción de nuevas casas en América. cíPero este existir en
amor a
amor a
las aristocracias americanas,
el
segundo, para lo
i
estaba
mas que descontento
había menester
lamente conocer
que solamente podía
mui
lejos
de ser
El primero era mui natural, pues para
la libertad.
se
sidad
la independencia política,
i
el
ello
no
un poco de ánimo. No
así
cual necesitaban aquellas aristocracias, no so-
la libertad,
desprendimiento
sino
también poseer bastante jenero-
})ara deshacerse
de
sus fueros
i
privilejios
en favor del pueblo, al cual miraban como a una raza inferior.
«Así pues,
América deseaba emanciparse, desde mui
mui contados
guo, eran
bre la libertad;
en una
la
si
j)atria
i
los
anti-
americanos que tenían ideas netas so-
nadie desea o
ama
lo
nueva, habian dejado de
que no conoce. Aclimatados
amar a
la antigua,
que no
conocían ya sino de nombre; ¡lero seguían adorando los fueros privilejios,
las costumbres,
usos
sus mayores. Por consiguiente,
i
i
preocupaciones que les logaran
todas las aristocracias de las coló-
— 407 — nias acariciaban
estados
mas
radical
cambio de
rei,
i
menos
la idea
independientes, gobernados
un cambio
bres
o
de formar acá en América
en la manera de ser social
que concillase su odio
No
por mi monarca.
i
i
querian sino
política,
un
su egoísmo con sus costum-
sus preocupaciones.
((En los Estados Unidos del norte, los prohombres de la indepen-
dencia ofrecieron a Washington una corona, que
él
rechazó con indig-
nación, ¡Dorque éste ha sido sin disputa, el hombre que mejor compren-
diera el objeto de la revolución americana.
cedente de una Metrópoli
En
la ximérica latina, pro-
mas corrompida que
contrario, pues fueron los libertadores Bolívar
la inglesa, sucedió lo
i
San Martin
los auto-
res de la peregrina idea de convertir a las colonias en monarquías. jico, i
Mé-
después de haber peleado valerosamente por su independencia
proclamado
la república,
colocó
sobre las sienes de su Liberta-
dor Iturbide la diadema de emperador.
El doctor Francia fué
Libertador, para convertirse en seguida en el
el
dictador brutal del
Paraguai. Posteriormente hemos visto aparecer en las demás repúblicas esas
encarnaciones del despotismo monárquico, bajo
fraz republicano.
ción a la libertad;
No
molestarte con
quiero
mas ejemplos de
trai-
con traer a tu memoria solamente
concluiré
i
el dis-
otro caso, por haber sucedido en Chile...
El glorioso vencedor de
Chacabuco, precisamente después de asegurada la independencia de su país,
por la batalla de Maipo, se convierte en
el
supremo
Dictador de la República. Tanto valdria decir reí de la República chilena.
((Pero
si
el
antiguo espíritu monárquico habia encontrado en
O'Higgins uu digno representante de sus tradiciones
mento de sus miras chileno
liberticidas,
supo conservar
O'Higgins a entregar
la
la
también es verdad que
banda
tricolor
i
i
toria fué de la idea republicana:
mas no por
cidas las ideas monániuicas; siete años,
el
pueblo
dignidad de la república, obligando a
convertidos ya, aquella en látigo
mas de
un instru-
i
i
v\
sable
éste en puñal.
republicano,
Esta
V(>z la vic-
eso se dieron por ven-
después de haber rujido sordamente
han logrado encarnar hoi en don Diego Porta-
^ les.
lia
Así también
en
alí<i
—
408
lado de los Andes,
el otro
el
absolutismo
encontrado su representante en don Juan Manuel Rosas. (d no porque don Juan Manuel sea
mas
brutal que don Diego;
no porque Iturbide fuera mas condecorado que Francia, dejarán
misma
todos ellos de ser una
cosa: caricatura de estadistas. ¿I por
qué? Porque en todas partes lian obrado otras
de mala
fe) contra
mismas
las
(unas veces de buena
i
ideas que aparentaban de-
fender
((Pero
me
dirás tú:
fensores de las
tán en
el
¿I
A
ideas republicanas?
pueblo. Porque
suelen mirar al
dónde están entonces lo cual
como solamente
los
yo
verdaderos de-
te contestaré: es-
que sufren son
los
que
los
entre los desheredados de la fortuna,
cielo, es allí,
endonde encontramos algunos individuos privilejiados que aman de veras a
la libertad.
((Perd(3name, Lucinda mía, esta digresión con la cual
lie
queri-
do poner ante tus ojos la imájen de esa antigua lucha del espíritu republicano, que hace por conquistar sus
nárquico usurpador,
por empuñar hoi
que no quiere abandonar su presa, o trabaja que ayer se
lo
((Por lo que acabo de
mia, que en estas
le fué
bien
decirte,
de las manos. echarás tú de ver, querida
nacientes repúblicas, sin grandes tradiciones, ni
antecedentes históricos, no puede haber sino dos partidos: progresista
i
mo-
derechos, contra el
el otro
san de ser fracciones
retrógrado. Todos los i
el
uno
demás partidos no pa-
matices de los dos colores antedichos.
((Don Diego, puesto entre esas dos entidades sociales, la una re-
presentante del sistema antiguo;
dudó en tomar tiene idea
de
lo
el
partido de
que son
los
norante es a este respecto, faltas dije,
de
los
i
la otra,
aquella,
principios
de la era moderna, no
pues este
republicanos.
estando en una tertulia. Acababa de leer (le dije) el
gunos necios o malvados
se
Tan
ig-
que achaca a dichos principios las
Un
hombres que dicen profesarlos.
¿Deja de ser excelente
hombre no
dan
el
el
dia
se
lo
aHambriento^
sistema democrático, porque al-
nombre de demócratas? El
se rió
— 409 -~ a carcajadas;
i
pasándole la vilincla a una niña de la casa, rogóle
que tocase una zamacueca^ para bailarla
él
tampoco qae desee derramar sangre chilena
mismos que ayer no mas eran
me
mismo. Ni el
admira
que se entrega a
los
verdugos de los patriotas chile-
los
nos.
«Siempre hallaré mui natural de la Constitución
i
que se declare enemigo
lójico el
i
de la República, desde que supo permanecer
indiferente d arante la guerra de nuestra Independencia. Mientras
peleábamos por
la libertad los pipiólos
correr, j)ara bien de
la patria):
Especulaba con
j)atria?
el
(cuya sangre
él
desea ver
¿qué hacia Portales en bien de la
monopolio del tabaco, monopolio legado
por los españoles; hacia consistir la base de su fortuna personal en
una
institución contraria al progreso de su país. ¡I nos llama enemi-
gos de Chile, a nosotros que peleábamos por le,
cuando
él traficaba
el
porvenir de Chi-
a la sombra del pasadol Cuando especulaba
con uno de los viciosos legados del coloniaje! Cuando ni aun siquiera se acordaba de la libertad de su país!
En
cambio, se ha venido a
acordar ahora, cuando Chile comenzaba a respirar la atmósfera de
Para poner sus talentos
la libertad. ¿I i)ara qué?
reaccionarios; para servir de tropezón a la
República, que
él es
al servicio de los
marcha democrática de
la
incapaz de comprender; para ensangrentar a la
nación con la atroz guerra
civil,
que los chilenos no conocíamos, antes
de que los reaccionarios la hubieran creado i fomentado; para emplear, en ñn, toda su enerjíaen satisfacer odios personales, en ejercer estúvenganzas,
2)idas
guas
i
i
en convertir a nuestros gobiernos hacia las anti-
feroces prácticas del coloniaje, persiguiendo' cruelmente a los
mismos que liemos derramado nuestra sangre por patria. ¡Esto «e el
llama
lioi
])atriotismoI lié aquí lo
atrevimiento para bautizar a un críinon con
el
la libertad
que
me
de la
admira:
nombre de una
virtud. ((Perd(')nanie,
alma mía, que
qué seria de mí, car el
mió
si
lieclio
yo quisiera morir,
U\ liable
no encontrara,
pedazos!... ])ara
Hi
(ui tí
tú no
de esta manera...
Xo
sé
otro corazón, al cutil acer-
estuvieras
en
el
mundo,
no ver los males de mi patria; ])ara
51*
ni^
oir
—
mis conciudadanos; para no
llanto de
el
miento en que habrá de caer este (íTe
aflijir
del envileci-
ser testigo
digno de mejor suerte.
país, tan
hablo de esta manera, mi Lucinda, porque
que habrán de
les
—
410
al
prever los
ma-
a Chile, no puedo permanecer indiferente
ante las imájenes sangrientas, ante los cuadros dolorosos que veo dibujarse allá en el .porvenir. Ojalá fueran fantasmas de cion; pero
mi razón me muestra con
tal evidencia los
mi imajina-
fundamentos
de mis temores, que mi corazón se conmueve, al considerar cuánto no tendrán que sufrir nuestros
hijos,
bajo el sistema de dolo, de falsía,
de traición, de espionaje, de injusticias, de persecuciones
i
de ven-
ganzas, iniciado por don Diego Portales
((Mayo 24.
(A ((Yo conozco
admirado en
mui de
las 5
de la inañana)
cerca a don Diego Portales,
i
siempre he
dotes con que la naturaleza ha adornado
él las raras
su espíritu. Cultivado éste, habría producido una abundante cose-
cha de virtudes, que
se
han convertido, por
afectos bastardos, en vicios
que he oido
referir
i
la falta
de cultura, en
en preocupaciones de todo jénero. Lo
de su niñez
i
de su" primera juventud, coincide
en todo con su modo de ser actual. El niño travieso, voluntarioso, indócil, díscolo
i
desobediente, del colejio, llegó a ser
vido, irrespetuoso,
caprichudo, insubordinado;
testarudo, orgulloso, intolerante, irascible cia.
Perezoso
tividad
i
e indolente
una
De
pasiones vehementes, no sabe
ro
sabe
odiar que
es hoi
atre-
un hombre
altanero hasta la insolen-
a veces, sabe desplegar una asombrosa ac-
cuando ha tomado un partido.
enerjía a toda prueba,
mas
i
i
un mozo
ni
amar
ni odiar
amar. Algo envidioso
a medias; pe-
(él cree
no
serlo,
porque: ¿a quién envidiarla un hombre que se cree digno del primer rango?), es profundamente rencoroso
Es un gran
vengativo hasta la crueldad.
carácter, enardecido por el odio;
deslumhrado por jida por su
i
las preocupaoiones;
amor propio
i
templada en
un talento natural,
una poderosa voluntad, el espíritu
de partido.
diri
— De aquí
las persecuciones futuras
que yo
teuio,
que anegarán a
í
un mar de sangre.
Ja república en
líValiente
—
411
cuando encuentra
hasta la temeridad, sobre todo,
resistencias; no parece sino que las dificultades triplicaran sus fuer-
zas físicas dientes,
alumbraran su entendimiento, para encontrar espe-
i
aun en medio de
miras estrechas
los
mismos
peligros que lo amenazan. Sus
a veces mezquinas, están mui lejos de hallarse a
i
Es enemigo de
la altura de su talento para alcanzar sus fines.
términos medios,
mado por tomar
la
i
gusta siempre jugar
le
sus rencores,
i
todo por el todo. Ani-
el
en posesión del poder, preferirá siemj)re
para llegar hasta su enemigo. Sin embargo,
línea recta
suele no desdeñar la intriga;
gre suele a veces ser gato... la
los
i
sabe esperar los resultados... El
De una organización
delicada
vehemencia de sus pasiones, jamas contenidas,
lo
i
ti-
sensible,
hace tomar re-
soluciones súbitas, que no por ser prontas dejan de ser duraderas.
Pronto en concebir una idea
venientes
i
lo
que
de admirable fecundidad para encon-
su realización, posee una voluntad de fierro
trar los elementos de
para ejecutar
i
se
ha propuesto.
retrocede ante los incon-
iSío
marcha derecho hacia sus
fines,
con una persistencia,
que a veces es la tenacidad vulgar del amor propio, otras, la constancia
de las almas nobles
i
i
en muchas
fuertes que persiguen
un
propósito elevado. (.(No
Su
tes.
pa;
i
si
parece ambicioso, porque no lo es como espíritu, elevado
por naturaleza, desprecia
en las almas vulgares,
i
solo
ambiciona
el
i
sus amigos.
i
las jen-
el brillo
la
i
En
cuanto
al poder,
ya
de riquezas, tan
mando.
co es pues ])ara él un lugar poco codiciable,
lei
común de
pom-
aspira a los puestos públicos, es para influir en los destinos
del país. Carece de la ambición de honores
nerlo,
el
i
Un
endeude
es otra cosa;
i
común
puesto públile
gusta ver a
tratará de obte-
adueñándose del ánimo del nuiudatario o iuiponiéndule
de su férrea
voluiiíjid.
Su pasión
es
mandar
})()r
mano de
antes que ser PresidíMite de la Kepública, preferirá ser
el
la
otro;
ministro
de un ])resi(lente necio. ((Portales i)osee el sentimiento (h
rencores
obra como
si
la
justicia;
])oi'n ce^-aih) ])or
careciese de ideas, sobre la
eipiidad.
sus
Todo
— lo ve al través
un
pipiólo
un pelucon,
i
Siempre
la sentencia.
presencia de sus enemigos, su
él
ya tiene de antemano pronunciada no serlo con
es justo el
no merecen que un pelucon honorable
un hábil
Estos
los liberales.
cumpla su palabra em-
les
peñada. Ser desleal con ellos es ser leal con ser
cri-
no concederles ninguna clase de virtudes. En-
terio se ofusca liasta
tre
En
de sus odios.
—
412
el país;
engañarlos es
no escuchar sus reclamaciones es ser im buen
político;
mandatario; perseguirlos sin necesidad; martirizarlos imitilmente i
confiscar sus bienes, es ser
don Diego ama
si
los pipiólos
aman
el
un gran
estadista. Estoi por creer
gobierno restrictivo
despótico, es solo porque
i
la libertad, la igualdad
i
la fraternidad.
Nuestro poderoso ministro cree llegar por la
tranquilidad
de la república
el
progreso de
su país,
consiste
el
progreso,
ni
i
él
ella
rumbo opuesto a
con
Desea,
son los
ardor,
loable
lo
no hai medio que produzca
si
i
ignorara que no hai tranquili-
no sirve de base a
el libre ejercicio
la felicidad pública, lo cual
de sus derechos
tonces la paz, lejos de ser perturbada,
mas
mas
tiene muclia
sucederá solamente cuando los ciudadanos gocen de la paz,
zándola en
que
medios mas ade-
tranquilidad públicas;
pero ignora, u obra como si
.
saber cuáles
adelantos sociales que la paz
dad durable,
.
el
comprender netamente en
sin
cuados para alcanzarlo. Para
razón:
.
que
i
utili-
de sus deberes. En-
encuentra sus defensores
ardientes en la sociedad misma, interesada en su conserva-
ción. (.(No es
la
ésta la tranquilidad apetecida por el ciego estadista, sino
que resulta de la presión; tranquilidad amenazada siempre de
muerte por
la sociedad
misma, pues ésta no puede estar interesada
en conservarse en un estado contrario a su naturaleza. Los gobiernos no podrán dar jamas la tranquilidad a los pueblos cuyas aspi-
impone como
se
impo-
anarquía popular, que es
el
despo-
raciones no satisfacen, porque la paz no se
ne
el silencio.
Nuestro estadista aborrece tismo del pueblo; odio egoísta
i
yo
le
la
ayudo con gusto a aborrecerla; pero su
no nace del amor
al
orden público sino del amor al
despotismo aristocrático, que es la anarquía de las clases elevadas.
—
413
—
((Con medianos conocimientos siquiera en las ciencias sociales,
don Diego habria llegado a hacen presumir
sagacidad
la
actividad, enerjía
ser
un
estadista de primer orden: asi lo
perspicacia de su talento, junto con la
i
constancia de su carácter... Pero su ignorancia
i
de los principios mas conocidos sobre los derechos
hombre, su desprecio por
el
i
los deberes del
pueblo, su horror a la libertad, sus
preocupaciones contra la sociedad en jeneral,
su ninguna fe en el
buen sentido público, su confianza excesiva en
la propia superiori-
dad, su desconocimiento de la equidad
sed de influencia
ga de mala i
de dominio, su tendencia
del fraude
al
empleo de
i
concepciones de un rango superior. Pero
si le
miras, en cambio le sobra arrogancia
i
nocer igual. El niño altanero, que en
el colejio
i
miraba de
que
él,
mas
elevada.
«Su
la intri-
obra
lioi
cír-
sus instintos feroces, conver-
tidos en pasiones, por su falta de educación, le
maestros
su excesiva
del engaño, combinados con la presión
i
hasta su sensualidad misma,
i
justicia,
para dominar absolutamente, sus estrechas miras de
el terror,
culo,
lei,
i
de la
i
impiden elevarse a falta
elevación de
atrevimiento para.no reco-
no respetaba a sus
alto abajo a los condicíspulos
que sabian
mas
de una manera análoga, aunque en otra escala
espíritu es altivo,
dominante
i
atrabiliario.
A
veces busca la
lucha, por el placer de vencer en la discusión. Espresa sus opiniones,
aún
las
mas
siendo estraño que sabe.
tum.
De
país.
muchas
i
seguridad que fascinan, no
que no
veces, su perspicacia adivine lo
todos modos, su palabra tiene siempre el tono de ultimá-
Es menester
pena de
un aplomo
absurdas, con
ser
un
creer lo que él dice
necio,
El tono de su
mi
díscolo,
i
aprobar lo que
un malvado
o
él hace, so
un enemigo del
voz, acentuada siempre por la pasión, la
penetrante do sus ojos, la franqueza de su espresion clara
mirada i
termi-
nante, que revela una voluntad decidida e imperiosa, el perfil severo de su rostro
simpático,
el aire
desembarazado do su persona
i
hasta la sonrisa temible de sus labios provocativos, comunican a su
palabra esos atractivos de la elocuencia que arrastran
En mas
i
seducen^
de una ocasión lo he visto apropiarse las ideas ajenas,
presentarlas
como
suyas, con tal sagacidad, que
el
i
autor inismu
—
414
—
del pensamiento qneda encantado de haber pensado conforme pen-
saba
Su
señor don Diego.
el
darse nunca por vencido;
inflexibilidad es admirable para
es tal su
i
no
pasión a este respecto^ que
cuando no domina por completo en una discusión cualquiera^ en-
Lo he
tonces se calla o exhala su bilis en sarcasmos punzantes.
una carcajada a un argumento concluyente con-
visto contestar con
tra sus doctrinas.
«Por
huye de encontrarse con cualquiera superioridad. El
esto
abruma;
talento ajeno lo
de
¡Pero qué carcajada aquella!...
otro, le hastian;
i
verdaderas gracias caldas de la boca
las
encuentra un placer especial en rodearse de
Esto hace recordar su antigua pasión de
necios.
colejial,
cuando se
entretenía horas enteras en perseguir cruelmente con sus burlas a
alguno de sus condiscípulos. tico
i
No parece
sino que su espíritu sarcás-
burlón gozara, al palpar la inferioridad de los demás. Cuando
éramos amigos,
lo veía
pasar horas enteras, entretenido con los
disparates de cualquier mentecato. ((Sus burlas punzantes políticos, el
no perdonan ni aun a sus propios amigos
en los cuales solo ve personajes secundarios que forman
fondo de los cuadros en que
que agradeciera
la altura a
que
en primer término. Parece
él figura
lo
ponen
las
necedades
i
ridiculeces
Esta cualidad que, en medio de un partido homojéneo
ajenas.
do por miras nobles
i
elevadas,
le concitaría
i
uni^
enemigos, ha forma^
do, al contrario, en torno de su persona, un círculo de pelucones divi-
didos por aspiraciones diversas que los hacen odiarse mutuamente.
Cada uno de
ellos
agradece a su jefe las puyas
i
sarcasmos
que és-
te lanza sobre el vecino enemigo. ((íío
solamente carece Portales de una educación medianamente
irepublicana, sino que posee
ma
las
mas absurdas
ideas sobre el siste-
democrático, cuyas instituciones odia, sin comprenderlas. Si las
comprendiera,
i
siguiera odiándolas, no merecería compasión; j)ero
lo cierto es que las desprecia porque ellas;
i
el
rencor que les guarda no es
que profesa a
los liberales.
Verdad
es
no ha pensado jamas sobre
mas que
el reflejo ^del odio
también que nunca ha pen-
sado .seriamente sobre ningún sistema de gobierno;
i
así
como cuan-
— 415 — docolejial se jactaba ante sus condiscípulos de no liaber estudiado
sus lecciones,
leído con gusto
pues
así,
Quijote
el
otro libro mas, que no recuer-
í
con atención aquel libro extraordinario,
su mente se habría enriquecido de ideas verdaderas
corazón
el
mas que
I ojala hubiera leído
do.
estudiado nunca nada, ni
gala de no haber
lioi liace
humano i
sobre la equidad, la justicia
el fin
i
sobre
social
de
los pueblos.
«En
vez de esas ideas, tiene la mente llena de preocupaciones,
nacidas de su propia ignorancia
de la atmósfera social en que se
i
crió.
Alejado de los campos de batalla, endonde se vivía odiando al
rei
peleando por la libertad, miraba con indiferencia
í
la contienda de nuestra Independencia; to,
i
i
desde lejos
entregado, mientras tan-
a los placeres de una vida licenciosa, que alternaban con sus elu-
no podia su espíritu impregnarse de las
cubraciones comerciales,
ideas republicanas, ni encenderse su corazón en el fuego del patrio-
tismo.
«Esto no es Nó...
decir,
La ama de
ilustrado
i
querida mía, que Portales no
ama a
corazón; pero su patriotismo está
Es patriotismo
desinteresado.
muí
egoísta que
su patria.
lejos
de ser
ha dado
orí-
jen a una política absorbente, injusta, esclusivista e intolerante. Para el ministro, no hai
sona;
i
mas patria que
que rodea a su per-
de aquí es que su administración ha comenzado
siendo eminentemente personal. atrabiliario gobierno son
i
venga de sus el país.
Todos
los
lo
i
seguirá
que no aprueban su
serán enemigos del país,
a tales. Su desmedido orgullo
por
el círculo
i
tratados
como
hace rechazar toda indicación que
contrarios, a quienes
negará
el
derecho de interesarse
Los que secunden ciegamente sus miras, serán ciudada-
nos chilenos; los que nó, merecerán su odio, en castigo de su traición a los intereses de la patria, es decir, a los intereses do,
cuya encarnación es Portales.
I el odio de éste
del parti-
significará la
persecución, el insulto, la muerte, el destierro^i la confiscación de los
bienes de los eucniigos de la patria; es decir,
ban
de los que no aprue-
la administración del veno'ativo ministro. o
«En
todo esto, obra
de su infalibilidad
él
de buena
política.
fe,
pues obra con
El cree que
la conciencia
así restablecerá en Chile ía
—
—
416
tranquilidad que una libertad exajerada
le lia
quitado;
i
que de es-
modo morij erará la adraiuistracion, ya corrompida por los liberales. De manera que, en su fanastismo por el sistema restrictivo, te
creerá sacrificar a los pipiólos en aras del bien público, cuando lo
que
los principios republicanos
liace es sacrificar
preocupaciones, de sus odios
«Hé
aquí,
i
en
el altar
de sus
de sus rencores patriótico-personales.
Lucinda mia, porqué
que este hombre, elevado
te digo
por fatales circunstancias a director de la República, sin compren-
der
el
verdadero objeto de la revolución contra
implantará en Chile
viejo
el
cuadra con su carácter
i
de España,
el rei
sistema del coloniaje, que tan bien
con su educación imperfecta. I no atrevién-
dose ese retrógrado sistema a presentarse en su atroz desnudez, ha
Uno
tenido que hacerlo ataviado a la republicana. racterísticos de esta
de las futuras administraciones peluconas se-
i
La
rá la falaz hipocresía.
bras
i
de los rasgos ca-
monárquica en
el
republicana en las pala-
administración,
fondo, no será desde hoi
mas que una
co-
pia (modificada según las circunstancias actuales) de los go biernos
de la colonia. Es todo
lo
que Portales sabe de
la ciencia
de la admi-
nistración púbhca
(d sin embargo, este hombre aspira a
Su alma elevada ha
va.
no la
i
la perfección administrati-
sufrido indudablemente, al ver el descami-
tropiezos de nuestras anteriores administraciones,
honra
i
ción. Solo
decoro del gobierno,
que
se
i
por la paz
ha engañado en
la
i
i
anhela por
tranquilidad de la na-
elección de los medios para
conseguir tan loable objeto. J)¿ aquí la serie de contradicciones
que presentan
el carácter
i
la vida política de Portales.
sino que en élhai dos espíritus: el
nobles
mas
i
elevados,
vulgares.
i
el
otro
que
uno que lo
pone
Es que su alma, levantada
lo
empuja a
al nivel i
No
parece
los
deseos
de los hombres
digna por naturaleza,
cae en el fango de sus preocupaciones, de su ignorancia instintos bastardos,
la práctica. Basta
cuando trata de dar un paso en
el
i
de sus
camino de
observarlo despreocupadamente, para notar las
contradicciones de este carácter elevado
i
rastrero, atrevido
i
cobar-
— de, jeneroso cioso,
i
mezquino, abnegado
compasivo
cruel, agrio
i
tiempo.
Ha pugnado por
berales,
i
será su
al servicio délos
narios del el
mas
i
desinteresado
traban, severo
i
Ama
cruel verdugo.
se olvida
la república.
a su patria,
i sí:
Odia a todos
mero en
faltar
Desea
ellas.
políticas,
los revolucio-
el
a los liberales. él es
i
tranquilidad pública,
la
odio de
i
el pri-
tiene al
él cria
i
naje, la delación
i
malvados
i
los apoya,
i
ríe
de los aduladores, respondiendo a
un sarcasmo;
mas a
tirante es el
envilecer el espíritu del pueblo.
elección de los medios para llegar a
sus ojos
fijos allá
guno de
los
en
el
males que hace en
en cara sus vicios
i
sus
Tan pundonoroso como
él
ce-
escrupuloso en la
que se propone. Con
los fines
bien hacia donde
no obstante,
i
propósito para crear adu-
mismo tiempo mui poco
loso de su honra, es al
el espio-
perdonando verdaderos crímenes,
veces a una alabanza con una burla o
su sistema represivo
premiando
i
la calumnia,
en cambio de adhesiones. Se
i
anti-
que habrán de provocar disturbios a cada paso. Aborrece
malvados,
ladores
li-
ba puesto
una constante intranquilidad, con sus persecuciones
país en
los
a
su propio odio
i
que no respetan las leyes,
los
mismo
de que ha contribuido a echar por tierra
pelucones a la libertad,
Se indigna contra
ambi-
i
burlón al
réjimen legal, sin que para ello hubiera otra razón que
los
a
egoísta,
i
defender la constitución dictada por los
enemigos de
mundo,
i
—
417
pretende
ir,
no ve nin-
camino. Jamás ha cesado de echar
el
malas costumbres a
los liberales,
con una
acrimonia que sentaría mejor en otro hombre de costumbres menos licenciosas e inmorales qae las suyas; pillo,
por vicioso que
sea,
i
luego vemos que no hai
que no encuentre apoyo, con
de cuña en su partido. Es un hombre honrado que se
tal
ríe
de servir
a carcaja-
das de la necedad de los liberales, en haber tomado siempre a
empeñada de
lo
Su veracidad
es tan
grande, que solo mient(í en política.
Quiere que los puestos
púl)Ii-
cos sean servidos dignamente;
provee de jeníes
serio la ];)alabra
pueden
servir sino de
los
i
i
có
mui
los
instrumentos de círculo.
respeto ciego a los mandatarios,
den público;
polucoues.
cai^i.^
como
1
cd })rincipal
la
viles,
que no
consagrado
cd
elemento de or-
de ridiculizar a su amigo
el jírcsidonte,
—
—
418
delante del portero de palacio. Trabaja
í^por
introducir en la admi-
nistración pública la moralidad que, a juicio de los pelucones, falta-
ba
gobierno de los liberales;
al
mas inmoral que una
cia a
serie
sin
i
embargo ¿qué administración
Después de haber debido ayer su existen-
la suya?
de traiciones
derramamiento de sangre chilena,
al
i
busca hoi su afianzamiento en odiosas persecuciones; por elevar mañana
fraude
el
bles espedientes políticos. los obliga
nante.
Le agrada
to que
haya hecho
acabar
el seguir
engaño
No puede
a dictar sus fallos
principios de justicia, sino
el
i
i
ver a los malos jueces;
sus
i
hablándote de los defectos rejir
luego
nó conforme a los
todavía no
domi-
hemos
vis-
Pero seria nunca
contrarios....
hombre tan poco a propósito para
i
los intereses del partido
oirse llamar el justiciero;
justicia a
rango de indispensa-
al
providencias,
mirando
concluirá
i
contradicciones de este
i
un país que comienza su
aprendizaje democrático.
((Mayo 24.
(A (tEu cambio, ninguno
marcha republicana bo sus
mas adecuado para
del país,
i
las ^
de la tarde)
servir de tropezón a la
ayudar a los pelucones a llevar a ca-
liberticidas miras.
(í^o creo que en la historia de las repúblicas hispano-americanas se encuentre
partido,
cion
un hombre que represente
con mayor exactitud
los antecedentes de
i
de ^er
i
que
la
las ideas
que
el
i
tendencias de
carácter, la educa^'
don Diego Portales representan
las tendencias del partido pelucon.
dad,
es algo
como
raya casi siempre en la
la encarnación
bres, vicios, preocupaciones ((Tal
i
el
modo
Este hombre, verdade-
ramente estraordinario, bajo mas de un punto de su pésima educación
un
vista,
i
mas común
que por vulgari-
de las prácticas, usos, costum-
tendencias de los reaccionarios.
para cual. Sin un hombre de las cualidades
i
defectos que
constituyen el carácter de Portales, no habrían podido los pelucones triunfar del elemento republicano, arraigado ya en todo sin los reaccionarios,
todo
el
el país; i
talento del ministro dictador
i
toda
— liberticidas.
La misma
—
impotentes para llevar
liabrian sido
su enerjía,
419
a cabo sus miras
diversidad de miras de los retrógrados, di-
vididos en facciones que se observan con ojeriza,
ha
sido
un elemento
del cual ha sabido aprovecharse Portales, para dominarlos;
han dejado dominar, en cambio de que
se
él sojuzgue
país en favor de ellos. Así es que este liombre
i
i
ellos
despotice al
ha venido a comple-
mentar a un partido que, por su diversidad de miras personales, no podía obrar de consuno sin un jefe absoluto que supliera las ideas,
que
le faltan,
los
hombres.
i
que son
el
único elemento de unión duradera entre
((Cada facción pelucona ha trabajado por ejercer
o
menos
halagar
exclusivo;
la casualidad,
fomentar las esperanzas de todas
i
O'higginista creyó co,
ayudado de
Portales,
i
i
aun
cree
que
el
un dominio mas ha podido
La
ellas.
ñiccion
glorioso vencedor de Chacabu-
convertido después en miserable dictador de Chile, vendrá a sen-
Los
tarse en la silla presidencial.
esperan la devolución
clericales
de los bienes quitados a los conventos de regulares; dores en jeneral ven en su
hombre de estado
yo de los usos, abusos, costumbres
menos contentos
temerosos
los
bierno restrictivo
i
i
i
i
los conserva-
mas poderoso apo-
No
vicios de la colonia.
están
pacatos, pues encuentran en el go-
cruel de Portales, la
mas segura garantía de
den público. Los estanqmros andan con fisonomía;
el
i
el
or-
placer pintado en la
hasta los qucaio son nada, han llegado a ser acérrimos
partidarios de la administración, pues durante los gobiernos despóticos,
pocos son los que tienen
el valor
de no batir palmas. Por úl-
timo, te hablaré, querida mia, de los monarquistas realistas.
de
los secretos
Estos no pueden menos que simpatizar con un hombre
que llevó su bras a los
i
relijion
(\wq.
aguardan de
i
prudeuLO cordura hasta no herir ni do
defendían la Santa causa de Su Majestad; él
la realización
cual el presidente será un
roí,
centro de todos los poderos públicos
gran elector de senadores, fliputados, cabildantes, jueces
i
otros echaban de
los
aquellos
de una república monárquica, en la
i
menos
i
])aia-
etc.
Unos
buenos tiempos de Su Majestad; pe-
ro hoi están contentos, pues que Portales gobernará a lo
r^i.
-- 420 «Ahora,
—
a todas esas cualidades, que tan del gusto son de los
si
un carácter despó-
reaccionarios, pues que ellas concurren a formar tico,
agregas la circunstancia de llevar Portales un ilustre apellido,
verás,
mi querida Lucinda, como cada una de
las facciones peluco-
nas liabrá de encontrar en don Diego algo que satisfaga sus deseos o esté acorde con sus preocupaciones.
Ahora
no siendo posi-
bien,
ble que ninguna de ellas alcance a lograr el dominio a que aspira, sin
que se
lo
impida
la
tonces entregarse en
ambición de su vecino, todas prefieren en-
manos de un hombre
sus preocupaciones, da pábulo a sus
mas
que, sobre no contrariar
bajos instintos
i
fomenta
sus esperanzas de recuperar algo de lo perdido. Por otra parte, los
pelucones, a pesar de su discordancia en aspiraciones, codicias
i
mi-
ras de detalles, están acordes en el punto capital de odiar las ins-
tituciones republicanas
i
perseguir sin descanso a los liberales. I
como nada liai que una tanto a odio a
un enemigo común,
el
de bajas miras como
el
vengativo político será
el
los espíritus
rencoroso
i
natural vínculo de unión entre los elementos heteroj éneos que for-
man
partido reaccionario.
el
«Aun mas:
ese
mismo
espíritu de intolerancia, de persecuciones
hasta la crueldad, de que tantas pruebas ha dado
ma, con su insolente
altanería,
una aureola de grandeza para
reaccionarios, educados bajo el réjimen colonial la férula
monárquica. Su ideal de gobierno es
tales realiza ese ideal.
Portales parece temerla
mas
Unos temen i
el ministro, for-
i
i
los
acostumbrados a
el
absoluto,
i
Por-
otros aborrecen la libertad,
aborrecerla al
mismo tiempo. Hasta
i
los
perezosos de entre los pelucones serán capaces de desplegar una
gran actividad activo
i
i
enerjía por oponerse a
una innovación,
¿quién
i
mas
enérjico para oponerse al desarrollo de las ideas republi-
canas que ese
mismo
Portales, tan perezoso ayer para
servir a la
independencia de su patria? Los reaccionarios son esclusivistas; su patriotismo es un egoísmo disfrazado; ellos se
desprecian al pueblo hasta
el
punto de negarle toda
pues bien, pocos caracteres mas esclusivos que absoluto ministro,
creen la patria,
el del
i
iniciativa:
intolerante
i
cuyo patrimonio no es mas que partidarisma
— (perdóname,
liijita,
—
421
esta nueva palabra),
pueblo es ya proverbial. Acostumbrados
como
allá en lo antiguo
como
era
admiran
ademas
los reaccionarios
era despreciada la
leí
el
a ver
por los gobiernos
i
dictada, con el fin de esclavizar a los gobernados,
que su hombre se sobrepone a las
la noble arrogancia con
manda
leyes, o las
cuyo desprecio por
i
hacer, para atar las
manos a
la nación, ¡Esto es
grande! ((Hé aquí
como
los
enemigos de
pio de autoridad, el cual
la república entienden el princi-
bajo la administración del caprichudo
ha dejado entrever que empleará adhesiones, ciales
como un dogma
será consagrado
como en tiempos
el
político
voluntarioso ministro. Este
i
sistema del favor para premiar
del rei; que no buscará talentos espe-
para que sirvan a la patria en los destinos públicos, sino
amigos ciegos que sirvan justicia en
manos de
los
al
partido; que pondrá
la
espada de la
instrumentos de su torpe política; que tra-
tará de arrebatar el derecho de sufrajio a los pueblos, convirtiendo al gobierno
en gran elector;
que no retrocederá ante
i
fraude, el espionaje, la injusticia
i
la crueldad,
para mantenerse en
su puesto contra la voluntad nacional. I ¿qué cosa
de
los
pelucones que todo eso?
gañosa, traidora, abusiva, perseguidora, injusta tales, es el ideal del
i
i
al
cruel, tal
altas cualidades
mas
gusto
del
política intrigante, falaz, en-
mismo tiempo como
intolerante, represiva,
se inicia la política
de Por-
peluconismo. I hé aquí como Portales, valién-
dose de tantos instrumentos, los reaccionarios,
Una
dolo, el
el
viene
que han sabido
como de
i
las bajas
a ser
el
gran instrumento de
sabrán aprovecharse, así de las pasiones de su hombro,
})ara
realizar sus liberticidas miras.
Mayo (.
((No seré yo,
I
la
una
alma mia, quien niegue que en
i
25.
media de
Ja tarde.)
las administraciones
pipiólas se
ha cometido desaciertos; pero ¡cuan infinitamente ma-
yor no es
el
número de adelantos que
el
país les
debe!
Lo
(pie
negaré siempre es que todos los errores cometidos por los liberales
A90
no
razonablemente una revolución. Porque,
lian podido autorizar
aún suponiendo que
cometido grandes des-
los liberales liubierau
aciertos ¿por qué no concurrían a enmendarlos, la cordura
i
el
saber
de los pelucones? Las administraciones pipiólas no tuvieron nada de esclusivistas;
con un espíritu de fraternidad que las honraj
i
proveían los destinos públicos, sin distinción de colores políticos.
«Jamás república;
lian i
obrado de otra manera los verdaderos amigos de la
los pipiólos lian
probado prácticamente que quien amq,
Nunca
a Ja libertad no aborrece a los hombres.
conducta del ejército con que Freiré venció a loé:
no bien depusieron
mente
mano. Pero
la
acuerdan
las
ir
a buscar lejanos ejemplos? ¿No se
de que ayer uo mas,
los traidores
en Chi-
los realistas
armas, cuando les apretamos cordial-
qué
¿a
olvidaré la noble
después de vencerlos
en Ochagavía, los abrazamos fraternalmente? ((Los liberales patriota,
i
amor a
la patria.
verificado las elecciones
oficiales,
enemigo
al ciudadano, al
mas
i
com-
consejos
Bajo la última administración se libres,
i
sin fraudes
ni
engaños
que yo espero ver en Chile, mientras sea rejido según
sistema iniciado por
como
el
estaban dispuestos a escuchar las advertencias
dictados por el
han
sabían ver en
el
es uotorio, ¿por
gran ministro. Ahora bien; siendo esto
qué
los señores pelucones,
el
así,
en lugar de ensan-
grentar atrozmente la república, no se valieron de las influencias
proporcionaban sus riquezas, sus antecedentes sociales
que
les
los
mismos puestos públicos que ocupaban en
hacer que éste dejara
man amigos te
el
mal camino? Pero nó:
el
los
i
gobierno, para
que
lioi
se lla-
del orden, prefirieron establecer en Chile el preceden-
de las revoluciones sangrientas que, andando
dando frutos de lágrimas, de desmoralización
el
tiempo, seguirá
social
i
de atraso pú-
blico
«Fácil es prever,
Lucinda mia,
los resultados
fatal
sistema de gobierno, atendidos
que
lo
ponen en
cia,
recien salido de
práctica,
i
el
el
prácticos de tan
carácter de los
hombres
estado social de un país sin experien-
una vida de envilecimiento; que
se
encuentra
— 423 en una época de transición,
i
--
al cual
es niui fácil corromper,
i
por
consiguiente, dominar.
ccUn país
que salta de repente de la monarquía a
así,
ha menester de un gobierno que
le
Ja república,
enseñe a ser republicano, pre-
sentándole cotidianos ejemplos de moralidad pública, de probidad j)olítica,
de respeto a la
al progreso.
pelucona? lítica
lei,
de patriotismo desinteresado
¿Podremos esperar algo de
Lo que
los
de amor
esto de la administración
estaraos palpando dice que nó.
puede esperarse de
i
¿Qné buena
fe
po-
que no solo ban faltado prácticamente
a su palabra, sino que tratan de elevar la falsía al rango de teoría política,
que ya va formando escuela?
peí acones nos tachan de crédulos,
dad, solo porque
hemos cometido
i
Con
decirte qne los señores
ilusos e inocentes liasta la necela
mui grande de
en su
fiarnos
palabra dejionor! Ellos se han levantado en nombre de nuestra constitución con el
objeto ostensible de defenderla; pero
gala de decir una cosa lei
i
hacer lo contrario, yo creo que borrarán la
fundamental para hacer otra a su manera. I bien se echa de ver
qué clase de constitución dictarán
andan diciendo que ,
como hacen
los
enemigos de
la libertad!
Ya
eljntehlo no está })re]paraclo ¡)ara ser rejido j^or
Este es/u principal
la constitución ¡ñpiola.
estribillo,
que se
repite,
creyendo haber dicho una gran cosa, porque no saben que son ellos los
que no
Q.^i'kw
preparados para
rcjir los destinos
de un pueblo
libre.
«Esta
es la verdad;
i
si
así
do unos imprudentes en dar
no fuera, nuestros padres habrían el
grito de
libertad
si-
tan prematura-
mente. Porque ¿estaban los pueblos, en 1810, mejor preparados que hoi para la república? ¿Por qué no esperaron con patriótica paciencia,
que los españoles acabaran su tarea de preparar a las colonias,
para la vida democrática? Ah! Lucinda mia! Si yo tuviera la
dumbre de
vivir a tu lado hasta ese
dia en que las opresoras aris-
tocracias encuentren ya preparados a los pueblos ])ara
derechos, te juro por nuestro
certi-
amor que me
(\jer(MU'
sus
creeria en posí^sion de
la felicidad eterna. ((Sí,
mi alma, son
los
usurpadores
prepararse para entregar
lo
que no
los
que no acabarán jamás de
h^s pertenece.
Será preciso que
— 424 — pueblo
el
arranque a estirones los dereclios
les
menester para adelantar en la via del progreso, que
alma mia!
Ai!
un gobierno republicano. Es algo
que un monarca, porque es un
te
fraz republicano, cometerá los blica.
A
entreve.
lioi
esos estirones harán correr rios de sanere 't.
«Así pues, don Diego Portales no será sino en nistro de
ha
libertades que
i
nombre de
el
cabe)
(si
rei disfrazado;
nombre,
bajo el pérfido dis-
i
mayores crímenes contra
jénero,
i
se
mi-
mas repugnan-
la libertad nacional, esclavizará
Habrá venganzas de todo
el
mandará a
la
Repú-
a la nación.
los jueces dictar
sentencias inicuas contra los enemigos de la administración.
«Todo esto
lo
hará Portales, sin necesidad de ser un gran jenio
(como ya comienzan a
decirlo los necios
i
que espe-
los aduladores
culan con su propia vileza). Bástale favorecer con su activa enerjía
délos reaccionarios; tendencias acordes con su pro-
las tendencias
pio carácter. El jenio crea, inventa;
i
Portales no necesita crear ni
inventar nada para gobernar a lo Yirei.
Este hombre, no solamente dominará al partido que
do
al
rango de oráculo
infalible, sino
lo
ha eleva-
que imprimirá a ésta
a las
i
futuras administraciones el sello sangriento de una política de es-
terminio: sello que jamás hablan presentado
republicanos en Chile;
que
me fundo
i
voi a darte,
para pensar
mi Lucinda,
i
las razones
en
así.
«Pongo en primer lugar (aunque no lento, la enerjía
antes los gobiernos
es la
la constancia desplegadas
primera razón)
por
el
el ta-
ministro para ha-
cer imperar su voluntad; a lo cual se agrega su espíritu vengativo,
cruel
i
atrabiliario,
que tan del gusto es de
segundo lugar, están
falta
la
i
miedo que
los
manos de su hombre. Ya antes el
carácter de Portales,
Ahora
te
i
la
i
su miedo a la liber-
harán entregarse a ojos cerrados en te
he hablado de
manera de
ser
las analojías entre
de los
pelucones.
haré presente que, siendo los pelucones un
eminentemente
En
de ideas, (de los reaccionarios),
su ignorancia de los principios democráticos tad: ignorancia
los pelucones.
egoísta, absorbente, esclusivista
i
partido
codicioso del po-
— der,
ayudará
al ministro,
—
con todos los elementos que
nen sus influencias personales los
425
i
le
proporcio-
sus riquezas, a fin de que Portales
haga para siempre señores absolutos del
Por último, adue-
país.
ñados del poder, nadie pondrá en duda que habrán de proseguir después monarquizando la repiiblica. I gobernarán, cruel camente, no tanto porque administración
el sello
el
despóti-
i
absoluto ministro haya impreso a la
de la crueldad
i
del despotismo, cuanto por-
que esta manera de gobernar es esencialmente española, o es lo
mismo, reaccionaria, pelucona. Por consiguiente,
que
lo
enemigos
los
de la libertad chilena no han menester que Portales, ni nadie, ven-
ga a enseñarles a llamarse
ellos
mismos
la nación; a repartirse en-
tre sí todos los puestos públicos; a escluir a sus contrarios de toda
participación en los destinos del país; a negarles sus derechos a los
pueblos; a no hallarlos jamas preparados para darles
lo
que
pertenece; a valerse del poder para enriquecer a sus amigos,
perseguir a sangre
i
i
les
para
fuego a sus enemigos; a calumniar a la liber-
tad, echándole en cara todos los males ocasionados por el despotismo; lo existente, sea
ma-
rechazar sistemáticamente toda idea, sea buena o
ma-
a llamar orden al statu-quo; a conservar todo lo o bueno, la;
i
a apropiarse de los adelantos realizados por las mismas ideas
que poco
liá
progresos que
despreciaban, decretándose coronas el
país
ha alcanzado, a pesar de
esto lo sabian ya los j)cluconcs lo pusiera en práctica.
ayudara a escalar .
el
los
ellos
mucho tiempo
Lo que necesitaban
puestos públicos,
i
cívicas por
mismos... Todo
antes que
era
los
Portales
un hombre que
les
diera a la administración
tono conveniente
«Mayo
(A «Que
el
las 9
2o.
de la noche.)
país progresará relativamente bajo las administracio-
nes peluconas, eso es indudable;
])ero ello será,
no porque
los
go-
biernos sigan la política iniciada hoi por don Diego Portales, sino
a pesar de esa política. Chile es un país sesudo, industrioso, traba53*
— jador
426
eminentemente comercial;
i
i
— aunque
de
carácter pacífico
el
sus habitantes los aleja de toda clase de revueltas^ no estarán jamás tranquilos mientras no recuperen el uso de la libertad, que necesi-
tan para hacer progresar su industria
que cuantos pasos dé
el país
su comercio. Por manera
i
en la vía de los adelantos, serán debi-
dos a la noble constancia del pueblo. Los gobiernos se ocuparán en
oponerse sistemáticamente a la marcha progresiva de la nación; en conservar prácticas abusivas, absurdas e inmorales, para conservarse ellos a todo trance, en sus puestos,
que
es decir, el dia aquel en los pelucones)
«Hé
el
i
en esperar
pueblo adquirirá
há menester para hacer uso de
ahí, querida mia, la tarea
el dia del juicio,
que (según
el juicio
lo
que
le pertenece.
de los pelucones: apenas
que-
les
dará tiempo para escribir la historia de los adelantos que la república les debe
«Considera ahora cuál no será la corrupción de un pueblo sin esperiencia,
bierno los
que
mas
comenzar a abrir
al
los ojos,
ve en su propio go-
perniciosos ejemplos de dolo, fraude, traición
i
en-
gaños de todo j enero.
«Una
de dos: o
un gobierno esos
mismos
el país vive
así corrompido,
o.
en una constante irritación contra se envilecerá hasta el
vicios consagrados por el
mero producirá
ejemplo del poder. Lo pri-
levantamientos cotidianos
los
punto de amar
i
la constante anar-
quía; lo segundo corromperá las costumbres políticas,
pasará la corrupción
al
hogar doméstico.
será el último grado de
No
i
de aquí
es posible decir cuál
envilecimiento a que puede llegar el pue-
blo por este fatal camino.
«I no será este
el
mayor mal que don Diego Portales haga a
la
república, sino que con su fatal sistema de gobierno, desacreditará las instituciones
republicanas; pues
muchos
espíritus lijer os acha-
carán a estas instituciones los disturbios, desórdenes, absurdos, torpezas, dolores ritu
bajo
i
lágrimas que
monárquico encarnado en el
manto republicano.
el
el
país deberá solamente al
sistema de Portales
i
espí-
disfrazado
—
—
427
c(Mas a pesar de las despóticas dotes del gran estadista, a pesar
de toda la riqueza de los pv?lucones,
por mas esfuerzos que hagan
i
para esclavizar al pueblo, no alcanzarán jamás a apagar la libertad. Chile
cioso
don del
ha comenzado a saborear
cielo,
los efectos
amor a
el
de este pre-
Mui
aspirará siempre a gozarlo por completo.
i
bien puede tropezar
i
aun
pero bien pronto querrá arrancar
caer;
de manos del gobierno, los derechos
i
libertades que le usurpara.
((Por su parto, los pelucones liarán consistir el decoro del gobierno
en despreciar los
pueblos
i
la
voz déla nación, en no escuchar las reclamaciones de
Hé
en ahogar toda idea que de estos nazca.
gran principio de autoridad. Ellos carecen del espíritu de i
tratarán de sofocar ese espíritu en
entre gobernantes
eterna
pueblo.
De
que no cesará sino cuando
el
iniciativa,
aquí la división
gobernados; de aquí la guerra
i
sin cuartel,
i
el
aquí su
guerra
civil,
sistema absurdo,
iniciado hoi por Portales, deje de ser practicado por nuestras futu-
ras administraciones. ((Pero mientras lléganosos tiempos
¡ai,
querida mial cuánta no
puedo seguir
será la sangre chilena que se derrame! Casi no
biendo: la
poco
me
pluma tiembla en mis manos. Mas, por
es
dado dejar de seguir comunicándote mis
mitad de mi
eres la
me parece
otra parte,
que
ellos
ser.
Amor
a
ideas,
escri-
tamtí (pie
mió! al enviarte mis pensamientos,
han estado también en tu mente;
i
es tan
dulce
esta ilusión, que sigo figurándome que nuestras almas piensan a
mismo tiempo almas
las
se unieran,
Lucinda, en este respiración,
En
i
mismas
momento
i
te siento aquí,
fijos
amo a
tí.
Yo
lo (¡uc es bello
sé
por eso aspiro a ennoblecer
cerme digno de tu
(corazón.
i
noble,
mas i mas mi
bueno
i
i
tú debes
espíritu,
para ha-
Así mi mente se confundirá con así
de lo bello.
la tuya,
nuestros corazo-
nes permanecerán siempre unidos, cuando ardan en lo
tí escribo.
que tu amor tiene ese mismo
cuando ambas tengan idénticos pensamientos;
de
mi
junto a mí, sujetando tu
en estas líneas que para
que yo amo todo
creerme desde que te objeto,
qué estraño seria que nuestras
a pesar de la distancia que nos separa? Mira,
con los ojos
ellas te digo
cosas. ¿I
un
el
mismo amor
—
428 --
«I pcara mí, no hai espectáculo
pueblo joven de
lleno de vida,
i
alma mia,
deza
ficticia
la
el
que marcha sin separarse de la senda
un hombre. Porque
aprendizaje de las ciencias
el cultivo del
Hé
verdadera grandeza, muí diferente de la gran-
de una nación llena de brillo
trada a los pies de
amor
un
bello que el que presenta
para liacerse digno de gozar este don de Dios.
la libertad,
aquí,
mas
i
i
i
de riquezas, pero pos-
senda de
la
de las artes,
la libertad es
el ejercicio del trabajo,
de la fraternidad universaly
el
fomento de
to-
das las aspiraciones nobles, la realización de todas las ideas elevadas
la práctica
i
de todas las virtudes que honran a la humanidad.
El pueblo que sigue
este
camiao no
se
postrará ante un hombre,
porque no reconoce otro Dios que Dios; pero doblará te la
lei,
dad,
porque en una nación
la voluntad
la lei es la espresion
así,
an-
la rodilla
de la ver-
de Dios, manifestada por la vo2 de un pueblo
libre.
«¿Encuentras la tierra
que
testación que
tú,
Lucinda mia, algo que sea mas
Yo
héroes de
la con-
realización de este ideal?
me
dará tu almajenerosa, cuyo principal goce es relos
por ese bello ideal. Ese fué
nuestra independencia,
hijos de Chile,
cuando
la
sé
demás. El deseo que tengo de que tu
tierno corazón palpite por quien tanto te ama, sacrificios
mui bien
la
crearse en la felicidad de
mis
en
bello, aquí
i
el
hacia él
democracia
lia
me
hace recordarte
punto de mira de
marchaban
los
buenos
los
caido de nuevo en los la-
zos del viejo espíritu monárquico
".
Mayo (PóT
la
26.
mañana.)
((Acaba de llegar Pedro, que nie ha entregado tu carta;
abrazado dos veces, para pagarle mil gracias, adorada mia! tamente,
i
Me
el
tesoro que
iiie
lo
he
pides que te devuelva a Pedro pron-
como a un
llorado, contándome... pero, olvidemos esto,
gracias a la Providencia que sabe velar por los que tienen
ta por los que no creen en
i
trae. Gracias,
así lo haré. Este leal servidor, a quien estimo
buen amigo, ha
.
ella.
i
fe,
demos i
has-
^
429
—
«Mientras Pedro encuentra donde comprar un caballo para volsuyo ha caido muerto poco antes de llegar
verse a Molina (pues el
yovoia
aquí),
contestarte.
«Para esto tengo que hacer un esfaerzo sobre mí mismo, pues los ojos se bir, el
me van
sobre tu preciosa carta;
casi
i
no
me
deja escri-
deseo de volver a releer tus lindos párrafos, endonde veo
trasparentada la ternurade tu corazón. Pero es preciso que conclu-
ya esta contestación. «El jeneral, ya algo restablecido, está mui contento por la manera como has escapado de tantos peligros;
i
me
encarga manifes-
espresiones que para él vienen
tarte su gratitud por las cariñosas
en tu carta. «Dile a
mi
excelente amigo Tronera que su valeroso
i
abnegado
comportamiento ha merecido mil alabanzas de parte del jeneral; de la mia, agrégale que no
dices nada, porque no hallo
le
espresarle mis sentimientos de gratitud
ma
señora, en cuya casa te has
con toda mi alma; tan, iré a
i
hospedado,
que en cuanto
Molina a satisfacer
cordialidad.
i
los
le dirás
i
cómo
A la bonísi-
que la quiero
me
las circunstancias
permi-
lo
deseos que tengo de conocerla
i
abrazarla.
«Tenemos fundadas razones para
creer que nuestro escondite
sido descubierto por los ajentes del gobierno,
i
ha
pensamos ponernos
en camino esta misma noche para Santiago, endonde podremos permanecer ocultos con menos probabilidad de ser descubiertos que en cualquier lugar de provincia.
«Ah! querida de mi corazón! Es menester que huyamos del gobierno todos los que
mos
amamos
la libertad
i
cstranjeros en nuestra propia patria,
el i
progreso de Chile. So-
no nos
es
dado esperar
misericordia ni benevolencia de parte de quienes están dispuestos a
no concedernos aun los chilenos, sino
tenemos amor a tar ose
amor
i
de
el
uso de nuestros derechos. Chile no es ya do
los
antiguos amigos
la libertad
esa
fe,
como
fe
i
de España. Los
en la república, debemos
se oculta
alejaremos de aquí, porque no (piicn)
un
crímcMi. Sí,
(jue
(jue ir
aun
a ocul-
alma mia, nos
mis hijos abran
los ojos,
— 430 — viendo entronizada la injusticia,
i
elevados, el fraude
el
i
engaño, al
rango de virtudes.
algún día
Si
mos allá, en aquel
En
llanos.
que la
i
menester, volveré a darle
lia
quede;
pero
mientras tanto,
Es una ensenada de
cubiertas sus faldas de quillayes., peumos, litres
mitad de
la
mano de un
falda
la
liai
corpulentos
nos de oro, sas
i
como
blancas
i
unido follaje délos
el brillante
i
con sus gra-
del holdo,
la
pedregosa base de la montaña.
a la espalda se elevan los jigantescos cerros,
faldas del
acerado de
azahar. Desde aquella meseta se divisa el
el
da se despeña un torrente las
tilmos
el
bullicioso,
monte una quebrada
la ola allá abajo,
i
el
A la
a la izquier-
i
cuya corriente ha cavado en
que desemboca en
el
Solo se oye el ruido de la cascada en la cumbre del cerro,
pe de
mas
de las pataguas salpicadas de flores oloro-
mar, que rompe sus olas en derecha
ave-
una meseta, endonde parece
quillayes, hasta el oscuro
el lustroso
i
i
jenio benéfico hubiera reunido los árboles
árboles, desde el ceniciento de los
ha-
lie
cerros coronados de robles
hermosos. Mil matices del verde, alternan en
los
vivire-
lugarcito de costa, de que ya otras veces te
blado. Te acuerdas? seculares
me
que
poco de vida
lo
me
patria
la
murmullo de
la corriente
océano. el gol-
que se desli-
za por debajo de los árboles que bordan la quebrada, ocultando a
medias
el
coileras
i
abismo con cop'úites,
haremos una
i
casita,
dos, litres, joeumos
i
lazos, festones
los
cortinajes de
i
¿(9^2^f,
de
de otras mil enredaderas. Allí en la meseta
medio oculta entre Sobre
arrayanes.
el el
precioso grupo de bol-
abismo de
la
quebrada,
habrá un balconcito, que será nuestro lugar predilecto, porque allí
platicaremos juntos:
desde
la majestad del sol poniente,
gozaremos del canto de
allí
admiraremos todas
hundirse en
al
los pájaros
las
las tardes
aguas del mar,
i
que buscan sus dormitorios en-
tre el follaje de los árboles.
((Me parece que te veo, alma mía, embelleciendo con tu presencia ese
quequeño, pero dulce hogar.
solo por mí,
i
por nuestros
hijos,
Me figuro
verte allí adorada,
herederos de la bondad
i
no
dulzura de
su madre, sino también por todas las j entes del lugarcito, a quienes
—
—
43Í
que llegarán a mirarte como su áujel
tú liarás tantos beneficios, tutelar.
«Adiós, vida de mi alma! sueños; que yo estoi
ruega
seguro de
al cielo
que se realicen estos
que Dios oirá
ruegos de un
los
ánjel.»
Lucinda Labia leido esta larga
carta,
no
que las lágrimas
sin
Guando
hubiesen venido varias veces a sus
ojos.
lanzó un
de placer al
suspiro,
que fué de dolor
i
Pero bien j)ronto no quedaron en su mente, sino ducidas
por
los
últimos párrafos
de la
carta;
i
liubo concluido
mismo tiempo-
las
imájenes
¡Dro-
dando gracias a
Dios, que le conservaba a su querido esposo, elevó sus ojos al cielo, i
murmur<) con ese acento que solo
se
encuentra en las palabras de
una mujer:
— Dios mió!
Sin duda que
de vuestra bondad
infinita,
el
amor
es
un
precioso don,
cuando tan dulce es amar
de esta manera!
:o:
i
emanado
ser
amada
/
CAPITULO
LVIII.
DESTERRADO.
EL
«El pago de
Cliile!»
(Dicho popular.)
La
carta anterior era seguida do
una posdata que
decia:
((Últimamente liabia pensado irme con Pedro, a Molina; pero se
han confirmado las
noticias
que nos dieron estamañana, de haber sido
descubierto nuestro escondite.
do en que
En
se halla? Prefiero
cuanto deje a don
¿Cómo
dejar al jeneral solo en el esta-
quedarme por
Ramón
en lugar seguro,
cha para esa Villa, disfrazado de
arriero.
tes en venirte,
no dejes de hacerlo por
lo cual escribo
largamente a Pepe.
manera que
si
todos i
i
enviarte a Pedro.
me pondré
obstante,
camino de
Yo tomaré
si
en martú insis-
la costa, sobre
misma via;
i)or
ustedes se vienen antes de una semana, tcuigo
i)or
va bien advertido sobre
dencia
el
No
que nos habremos de encontrar en
cierto de
De
aliora,
modos sigue
el particular,
las
conoce
indicaciones
valor tengo' plena confianza.
el
esa
camino. Pedro, que
el disfraz
que llevaré.
de Tronera, en cuya pru-
—Adiós otra vez, nlma mia.»
1
— Tronera, después de la de Lucinda;
i
—
434
leer su carta, ¡^asó
aunque manifestó
rápidamente
cierta tristeza
la vista
por
desagrado du-
i
última lectura, bien pronto volvió a su natural alegría.
rante esta
Preguntó a Lucinda si estaba^ dispuesta a ponerse en marcha al siguiente dia, i habiendo ésta contestado afirmativamente, empezó
Pepe a disponer todo
lo necesario.
caballos con este objeto, así
Ya
como un
pero con los últimos gastos, se
cómodo para Lucinda;
sillón
agotó
le
habia comprado dos buenos
el dinero,
tuvo que recurrir
i
a la bolsa de doña Manuela. La jenerosa señora puso a disposición de Lucinda, no solamente
rogando a
dinero que necesitaban, sino todo cuanto ella tenia,
el
Pepe que
elijiese
viaje; pero
Lucinda
solo aceptó el
su llegada a Santiago,
jamas podria pagar
i
i
concluyendo con decir a doña Manuela, que
los hospitalarios beneficios
A esto la buena
vorecido.
muías para el dinero, prometiendo devolverlo a
en su fundo los mejores caballos
con que la habia fa-
señora contestó, con las lágrimas en los
ojos:
—
¿I te parece
poco pago, liijita,
sabrosa compañía?
compaña,
te
el
placer que
me
has dado con tu
Bien sabido es aquello de que: quien bien tea-
engorda;
i
yo creo que tú
me has hecho
engordar mas de
dos dedos, a pesar de los sustos que hemos tenido que sufrir: que no hai paciencia para aguantar estos tiempos
hecho pecho, quien nos
i
lo pasado, pasado,
manda
sufrir
de nuestros prójimos. cia; así el otro:
i
como
cúmplase
Y el
a lo
voluntad de Dios,
con paciencia las adversidades
i
flaquezas
que no tiene paciencia no gana esperien-
como al que no aguanta, nadie lo aguanta, pues, como dijo hombre poco sufrido, siempre mal avenido; i el que no sabe
llevar la carga, antes se carga que
no
dos los dias; pero no puedo,
Quien mas
riencia, aquello
viv.e
mas
i
Yo
se descarga.
alma, irme a vivir a la capital, solo por tener
ces.
la
están. Pero
el
quisiera,
mi
gusto de verte to-
medios son rigorosos jueahora vengo yo' a saber, por espe-
los cortos
sabe;
i
de que no es bueno hacerse con
durar. Pero no digo esto para que te
aflijas,
lo
que no ha de
prosiguió, viendo que
Lucinda se entristecía. Eso sí que nó; mírame como yo estoi alegre, porque todavía te veo, pues también es preciso gozar del sol mientras dura, tristeza,
i
mas
la cual dicen
sirve para
matar
vale
una
]iora
de alegría, que cien años de
que es cosa inventada por
al cristiano,
como con
el
diablo,
i
solo
cuchillo de palo; mientras
que la alegría es cosa de Dios. I ahora, espérame aquí sentadita en mi cojín, mientras yo voi a la cocina a ver si se han cocido ya los pollos para el cocaví que has de llevar.
— 435 ^ Diciendo
esto,
la
señora
salió
tarareando una tonadilla; pero en
cuanto estuvo fuera de la pieza, calló
i
se limpió los ojos con la
falda de su camizon de angaripola.
Aun no
liabia
amanecido
el
dia siguiente, cuando ya Tronera
i
Pedro tenian preparadas las cabalgaduras i cargadas dos muías; la una con un almofrej, endonde llevaban las camas, i la otra con el cocaví,
compuesto de una multitud de atados
i
canastos llenos de
municiones de boca.
La carabana
se
puso en marcha, después de haberse despedido de
doña Manuela, quien, habiendo hecho persignarse a Lucinda al tiempo de montar a caballo, prom etió quedarse rezando un rosario a la Vírjen, para que librase a los viajeros de todo peligro. Lucinda, entre Tronera
i
Pedro, formaban la vanguardia;
i
las
dos muías, arreadas por dos inquilinos del fundo de doña Manuela, constituian la retaguardia. Estos
iban armados solamente de sus
catanas, pues no habian queiido recibir las pistolas que Pedro les ofreciera,
En
en razón a que ninguno de ellos sabia manejarlas.
cuanto a Pedro, ademas del machete de que siempre estaba
provista la cabeza de la enjalma de su montura, llevaba dos pares
de pistolas en la faja que rodeaba su cintura: tolas de cuatro cañones, había agregado
sabia manejar. Pepe, con el aire de
i
Tronera, a sus pis-
su espada, que tan bien
un hacendado campesino, llevaba
pantalones de barragan, grandes espuelas, chaqueta de paño azul
con alamares negros, chaleco de cotonía amarilla, faja de seda, cuyas flecaduras
le
llegaban casi a las rodillas, poncho de lana cari
con guardas lacres,
i
gran sombrero de
pita, sujeto
con
el fiador
debajo de la barba, desde donde pendía uua borla que al
estómago.
A fin
le
por
llegaba
de evitar sospechas, llevaba su cortante espada
envuelta en un atado de pasto seco, que había acomodado sobre el almofrej.
Afortunadamente nuestros viajeros no tuvieron que hacer uso de sus armas, en los cuatro dias que duró la marcha, pues, gracias a medidas tomadas por Pepe Tronera, cuya prudencia desmintió esta vez el apellido (pie llevaba, nada les sucedió que merezca ser narrado. Tan })recavido fué entóneos el amigo de Anselmo, que, a las
pesar de las largas
})atíllas })ostizas
i
del polvo de carbón con que
había desfigurado su rostro, determinó entrar a la
ya había oscurecido. Eso los
sí
que tuvo cuidad
mozos cüu ka muías, dúudolc¿
cai)ital,
cuando
)
de enviar adelante a
las señas
de la casa de Audrcíi
— Muñoz por :
lo que,
los esperaba
cuando
—
43G
con Lucinda
él llegó
i
Pedro, ya Cecilia
con la mayor impaciencia.
Abrazó Lucinda a su amiga, con muestras del mayor regocijo, i poco después llegó Anselmo acompañado de Andrés, quien habia ido a poner en conocimiento de aquél la feliz llegada de su esposa.
Renunciamos a pintar el contento de Anselmo i de Lucinda al estrecharse mutuamente entre sus brazos. Hablaban i reian a un tiempo; se liacian mutuas preguntas, que quedaban sin contestación,
Tolvian a abrazarse, para quedar en seguida mirándose sin
i
hablar una palabra. Eestablecida algún tanto la tranquilidad de los
pudieron Lucinda
espíritus,
i
Pepe informarse del estado de
las
cosas en ^antia^'o.
Hé aquí
lo
que Andrés
i
Anselmo contaron a los
El escondite del jeneral Freiré habia
mismo
se dia.
habia convertido Freiré habia
en la prisión, de
él.
pues
sin saber
sido
en declarado gobiernista.
tomado
nadie lo que
Temíase que Portales el
sido descubierto por
don Ca-
obtener una administración de
talino Gacetilla, quien, deseando
estanco,
recien llegados.
lo hiciera
preso,
el
i
En
ese
permanecía aun
gobierno pensaba hacer
juzgar
i
sentenciara muerte,
gobierno, después de su victoria en Lircai, habia desplega-
do un verdadero lujo de crueldad contra los vencidos. Freiré, con todos los jefes, oficiales
i
soldados que pelearon a sus
órdenes en Lircai, habían sido dados de baja por un decreto, al cual se le
puso una fecha muí anterior a
traidor fin de convertirlo en
la de su promulgación,
con
el
una arma arrojadiza contra enemigos
indefensos. I no era esto solo; pues, a pesar de esceptuarse por di-
cho decreto «todos aquellos que depusieren voluntariamente las ar-
mas», hubo muchos a quienes no
les valió
su actitud pasiva para
dejar de ser cruelmente perseguidos.
Portales quería pacificar el país
i
restituir la tranquilidad
ánimos, persiguiendo sin cuartel a los pipiólos. éstos fuesen
j entes j^acíficas,
en la revolución.
No
a los
importaba que
que no hubieran tomado parte activa
Sus simj)les opiniones
|)olí ticas
bastaban para
condenarlos a prisión, a destierro, a muerte, o a confiscación de sus bienes. I habia llegado a tal j)unto el odio de Portales contra el pipiolismo, que el gobierno creía de su deber insultar a las mujeres
de los pipiólos.
—A buen tiempo hemos llegado! la relación anterior
esclamó Pepe Tronera, oyendo
hecha por Andrés. Cualquiera
retrocedido a la colonia.
diría
que hemos
— —
I diría la verdad,
un hombre de
ser
—
437
agregó Anselmo, pues Portales, a pesar do
talento,
no tiene
el suficiente, ni
tampoco
trucción que se necesita para conocer que a la fecha no es
un instrumento de
mas que
los reaccionarios.
Conversando de esta manera estaban, cuando oyeron en siempre elevada
esterior la voz
la ins-
i
clara de
el
patio
don Catalino Gacetilla,
que preguntaba a alguien:
—-Ah! ¿Eres Pedro? Bien
disfrazado vienes: pero responde, hijo
porque no tienes para qué ocultarte de mí. ¿Sabes algo de Ansel-
mo? Ah!
muías
estas
me indican
que Lucinda ha llegado. Animal!
En vez de responder, se echa sobre mí... Si estará ¡I me hace tortilla este pié, con sus bototos de puente
— Don Catalino!
borracho! Ay!
de cal
i
canto!
esclamó Andrés... Pepe! ponte tus patillas;
i
Anselmo, sepárate de Lucinda. Acuérdense de que ha vei\dido a Freiré!
tú,
Por fortuna, Anselmo conservaba su blo,
disfrciz
de hombre del pue-
que se había visto en la necesidad de usar para escapar a las
j^esquisas,
que consistía en unos pantalones de cordoncillo, un pon-
i
cho listado
i
un bonete
azul. Mientras
Andrés hablaba, Tronera
se
había puesto las patillas, diciendo en voz baja:
—Yo
un guaso que vengo a comprar un par de caballos al amigo Muñoz; i tú, Anselmo, eres mi sirviente de confianza. No tuvo tiempo de decir mas, porque Gacetilla entró. Lucinda i Cecilia se habían retirado a un rincón poco alumbrado. Pepe i Andrés parecían tratar mano a mano su negocio, i Anselmo se había sentado respetuosamente en una silla retirada, endonde permanecía soi
sin hablar palabra
—Mi
i
con su bonete en las manos.
señor don Andrés, dijo Gacetilla
al
entrar: ¿cómo está us-
cómo lo pasa? En cuanto a mí, no lo ]3aso muí bien en este momento, pues un maldito guaso que encontré ahí fuera, me acaba de dar un pisotón en un callo que tengo muí sensible. Muí buenas noches, señor, prosiguió, dirijiéndose a mi
ted?... I usted,
.
Pepe, quien
do
sid Cecilia,
.
solo
contestó con una inclinación
ala de su guarapón. Vaya,
el
mi
sid Cecilia:
me ha hecho ver estrellas. No me gusta la bulla, dijo Pepe,
de cabeza
como
i
tocan-
se lo digo, ese
guaso
—
a usted, señor Muñoz, podemos
ir
con voz ronca;
i
sí le
parece
a tratar de nuestro negocio en
otra parte.
— ;Qué
guaso tan brutol murmuró don Catalino. Apostaría mi
—
—
438
¿Conque el señor dirijiéndose a Muñoz.
cabeza a que es de Colcliagua.
preguntó en voz
—
Sí,
alia,
amigo mió, respondió
reja de caballos tordillos; pero los
senta pesos que
venido a comprarme mi pa-
encuentra caros por ciento
se-
le pido.
— Oh! esclamó
el
entrometido hablador; mui poca plata es esa
¡morunos caballos tan buenos, ver al uno^
Ha
éste.
es negociante?
i
sobre todo, tan parecidos, que
Créame a mí,
ver al otro.
sori
prosiguió, dirijiéndose fami-
mas bien arreglaSon como regalados, por
liarmente a Pepe: yo no conozco unos animales dos, de mejor boca
i
mas
atentos que esos.
esa plata!
—Acabemos, Tronera, hacer caso de palabrería caballos por ocho onzas de ¿Me da nó —Mañana contestaré, respondió Muñoz, como dudando. Ahoruego que ra —Le Tronera; pero no incomoden ustedes por mí sin
dijo
blantin.
o
la
del lia-
oro?
los
le
.
se aloje aquí.
le
acepto, dijo
en arreglarme cuarto
ma
se
para dormir, pues yo viajo siempre con ca-
Anselmo. Desensilla ten cuidado de no desaparejar las muías hasta que
petacas. Mira, prosiguió,
i
los caballos,
i
¿Entiendes? Abre
se enfrien.
dirijiéndose a
el almofrej,
los pies,
pues ya
me
hazme luego mi cama
me
en Un rincón del corredor, porque a mí
campo. I mueve
i
gusta dormir a todo
va viniendo
el
sueño.
Mientras Pepe decia esto a media voz, se habia acercado a Anselmo, a quien empujó hacia afuera, con el objeto de hacerle algu-
nas advertencias en voz baja.
En
seguida volvió a entrar, a tiempo que Gacetilla decia, clavan-
do en Lucinda su escudriñadora mirada: Pues yo creí al principio que esos caballos
—
de Lucinda, que acabarla de llegar, pues
me tre i
escribió
amigos)
:
encargándome mucho
me
i
esas
muías eran
el
reverendo Hipocreitía
el secreto
(pero aquí hablo en-
escribió diciéndome que
Lucinda estaba en Molina,
que pronto se pondría en marcha con destino a esta capital, acom-
pañada de Pepe Tronera. Diciendo ésto, se lo
dirijió la vista
hacia Pepe, quien sacó su pañuelo
i
pasó por la cara. Poco después, don Catalino volvió a mirar a
Lucinda;
i
como
viera que la joven tenia la cara atada
cabeza con su pañuelo de rebozo,
le
las
ga no ha podido
cubierta la
preguntó:
—¿Está usted enferma de muelas, respondió prontamente — Sí, señor,
i
señorita?
mi pobre amisorda como una tapia.
Cecilia; pero
contestarle, porque es
^
— 439 — — Qué desgracia! esclamó Lucinda no
cilia: si
el novelero.
lia llegado,
:
le digo,
llegará bien pronto;
do mucho a Anselmo, para darle esta noticias
Eues ya
¿no sabe lo que hai, señor
sid Ce-
yo he busca-
i
a propósito de
noticia... Pero,
Muñoz? Ya
mi
gobierno no pien-
el
sa en hacer fusilar a Freiré
Una
esclamacion de Lucinda interrumpió a don Catalino.
— qué piensa hacer? preguntó Andrés, tratando de dominar su emoción. — Desterrarlo Perú, respondió Gacetilla. Lo de buena ¿I
sé
al
Mañana so.
tinta.
saldrá de tiquí, bien escoltado, para el puerto de Valparaí-
¡Pobre jeneral! tan bueno, tan patriota
i
tan valiente! ¿No es
lástima que se destierre a un jeneral tan benemérito, que ha pelea-
do tan bien por nuestra Independencia? Pero ya
se ve!
pago de Chile! Pues a mí
al
Este es
el
Perú — me da mismo que destierren gran China, Andrés. — a mí también, agregó Pepe con voz mirando de a — Pues yo no puedo dejar de repuso porque (no lo
lo
o la
dijo
sorda,
I
reojo
i
Gacetilla.
sentirlo,
j)uedo negarlo)
éste,
quiero verdaderamente al jeneral,
sé estimar sus
i
méritos. Oh! el pago de Chile!
Al
oir
hablar de este
modo
al
mismo que acababa de vender a
don Ramón Freiré, no pudo Tronera dejar de hacer un brusco movimiento de indignación, con el cual tuvo la desgracia de cortar uno de los cordones que sujetaban por detras de las orejas sus i)ostizas patillas.
Estas cayeron por un lado, quedando en descubierto ima
parte de su rostro:
i
reir sarcásticamente.
viendo esto
Pero se
le
el
impávido Gacetilla, comenzó a
heló la risa en los labios, al notar
que Pepe, alzándose rápidamente de su asiento, sacó llevaba debajo del poncho,
Este vio relampaguear
la
i
saltó hacia el
lo
mano
espada que
imprudente parlanchin.
espada sobre su cabeza,
pero dos o tres golpes asentados con
la
i
quiso gritar;
firme sobre sus espaldas,
echaron al suelo.
— usted da menor mato aquí como a un Tronera. — qué hecho yo para merecer mal tratamiento? guntó humildemente don Catalino. — Usted ha vendido a nuestro jeneral —¿Yo vender a uu hombre tan benemérito, a quien amo Si
el
grito lo
perro, le
dijo
¿T
h(í
i
peto tanto?
pre-
este
i
res-
— 440 — — Calle
miserable! esclamó
el
Pepe, quitándose
el
sombrero
i
Yo soi Pepe Troneque no me ha de ir a denun-
arrancándose la barba postiza. Míreme usted! ra,
i
se lo digo
porque
estoi seguro
de
ciar.
—¿Yo denunciarlo a Yo
soi
— Pues
alzán-
tomando su sombrero como para retirarse. Nó! un hombre honrado e incapaz de delatar a nadie.
dose del suelo
más!
usted, señor Tronera? dijo Gacetilla,
i
con gobiernos como
ja-
que tenemos, los hombres mas honrados se convierten en delatores, repuso Tronera con amenazanel
gran Portales cuando vaya a hacerse han ofrecido a usted por su deslealtad. I
te voz. Dígaselo usted así al
cargo del estanco que
le
ad^dértale al estupendo político que, dando los destinos lucrativos
en cambio de infamias como la que usted ha cometido, convierte la delación en un oficio provechoso. Dígale de mi parte que siga sacrificando el decoro nacional en aras de la traición, pues a esta dio-
que no perdonen a nuestra constitución, a la cual, aparentando defenderla, le han dado el beso de Judas: que la pisoteen i que dicten otra contraría a los principios resa le deben ellos
la victoria;
publicanos. Agregúele usted a ese portentoso político que siga trai-
cionando estos principios con la promulgación de leyes torpes
i
en lo cual se obrará lójicamente, pues un gobierno endonde impera la voz de los antiguos perseguidores de los patriotas, restrictivas,
debe dictar leyes contra la Eepúbhca chilena... No se le olvide decirle al profundo estadista i eminent e patriota que emplee todos sus talentos en convertir a Chile en la caricatura de una república,
gos
i
i
toda su enerjíai patriotismo, en vengarse de sus enemi-
en perseguir a sangre
se tranquilice
que ve
la
i
i
fuego a los pipiólos, para que
el
país
j)ermanezca quieto, así como está usted ahora, por-
penca sobrefsu cabeza.
Y
por último, adviértale usted al
traidor a la libertad^de su patria, que se cuide de los traidores!
Tronera habia llegado
al
último grado de exaltación;
i
temien-
do Andrés que se dejase llevar de su arrebato, le dijo: Basta, amigo mió. Baja tu espada, pues no hai necesidad de amenazas, para que don Catalino guarde silencio.
—
—Yo no
sé
cómo no mato a
a tiempo que Cecilia
ra,
— No
lo harás!
i
este bribón! dijo
Lucinda salian del cuarto.
observó entonces Anselmo,
momento. Dame tu espada! Tu amigo .
—Tómala!
contestó
sordamente Trone-
qiie
entraba en ese
te la pide.
Pepe entregándosela, porque
si
la sigo te-
—
441
— mí mismo. La vista de
niendo en mi mano, no respondo de traidor -me revuelve las entrañas.
Don
este
i
que habia ^permanecido mordiéndose la lengua
Catalino,
mientras estaba amenazado de muerte, rompió a hablar, en cuanto cesó
e]
peligro.
—Anselmo, amigo
mió!
abrazando
dijo,
tu vida! Mira que soi inocente...
Yo
al joven.
te juro
Líbrame, por
que nadie sabrá nada
por mi boca.
—No necesita usted repuso Tronera: usted no nos denunciará, porque no saldrá de esta — qué piensan ustedes hacer conmigo? — Deberíamos lengua, respondió Tronera, pero nos jurarlo,
casa.
¿I
cortarle la
contentaremos con^ encerrarlo. Diciendo
esto,
llamó a Pedro;
bre don
Catalino,
dejaron
enterrado
lleváronlo
i
atando con unos cordeles al po-
a un pajar de la casa, endonde lo
én la paja, hasta
pescuezo,
el
i
con nn pañuelo
retorcido en la boca, para que no gritase.
Mientras se ejecutaba esta operación, A^idres al 'preso
que se prestase buenamente a todo,
nera se marcharse,
ellos
sin
Anselmo decían
que en cuanto Tro-
vendrían a librarlo de su prisión.
Nuestros amigos cenaron en seguida,
mir tranquilos,
i
i
i
luego se acostaron a dor-
temor de ser descubiertos.
Al dia siguiente, Andrés fué, acompañado de Lucinda, a casa de doña Estrella Clavijo, la cual abrazó a su amiga con grandes muestras de contento. Afortunadamente no estaba allí el señor don Cándido de la Rueda, pues,
a estar en casa, habria recibido con no
co disgusto a la esposa de
im
pipiólo cruelmente perseguido.
j^o-
El
buen señor se habia metido de lleno con los pelucones, i pretendia nada menos que ser Senador. Era pues, un furioso partidario del gobierno de Portales así es que ya n o podia mantener relaciones, ni aun indirectas, con nada que oliera a pipiolismo. ;
Lucinda rogó a doña Estrella que, valiéndose de su influjo con Portales, le consiguiese el permiso de ver a Freiré en su prisión: a lo
que contestó
la esposa
de don Cándido que esto era imposible,
pues esa misma mañana se hablan llevado do, para Valparaiso,
al jeneral, bien escolta-
donde debia embarcarse, con rumbo
al Callao.
Habiéndose despedido de su amiga, volvióse prontamente Lucinda a su alojamiento, endonde habló con Anselmo ])ara manifestarle la necesidad de trasladarse en
seguida a Valparaíso. El joven fué
55*
— de la misma opinión,
—
442
,
Andrés se encargó de buscar un birlocho para el cual tenia buenos caballos. Antes de medio dia, ya estaba todo preparado para el viaje. Lucinda ocuparia nera,
i
el birlocho;
Anselmo
acompañado de Pedro,
de postillón,
liaría
i
Pepe Tro-
que arreaban los caballos
serian los
de remuda.
Dos
dias
después, el muelle de Yalparaiso
curiosos, diseminados
go. Varios botes
estaba cubierto de
en diversos grupos, que parecían esperar al-
lanchas cruzaban
embarcadero o permanecían estacas de roble plantadas en la orilla. Al pié del
i
el
amarrados a las muelle se veía un bote blanco, con cuatro bogadores por banda, que tenían sus remos alzados en alto. De repente, un movimiento se hizo notar entre las jentes del muelle,
i
todos los ojos se dirijieron
a un grupo compuesto de ocho o diez personas, en cuyo centro venia un caballero vestido de paisano; pero cuyo aire marcial i apuesto continente, revelaban al jefe acostumbrado
a vencer en
los
campos
de batalla.
Era don Ramón deábanlo ir
varios
a decirle
el
Freiré,
el
Detras de
último adiós.
grupos que cubrían
el
ellos
mudo
la
Ro-
oficiales.
la
valentía
de
marchaba acompasa-
Al pasar ¡por enfrente de playa, muchas personas se
infantería.
borde de
sombrero; saludo
venía entre dos
que liabían tenido
caballeros
damente un piquete de caron
que
los
to-
pero espresivo, al cual contestó el
jeneral, con muestras de verdadera satisfacción.
.
don Ramón dio el último adiós a sus amigos, i se sentó en el banco de popa, entre los dos oficiales que lo custodiaban. Uno tomó la caña del timón i dio la voz de mando. Los remos cayeron a un tiempo en las chumaceras i empezaron a moverse como las aletas de un pescado. El bote viró i nadó velozmente hacia un bergantín que se columpiaba en la bahía, i cuyas
Al
llegar al bote,
blancas velas comenzaban a desplegarse '
próximo a emprender
el
como
las
alas del cisne
vuelo.
Subidos sobre cubierta, los
oficiales
pusieron al prisionero a dis-
posición del capitán del buque, a quien entregaron, id
mismo
tiem-
un pliego de instracciones firmado por el ministro Portales. Según ellas, el bergantín debía zarpar al momento, i darse a la vela, con rumbo al Callao, endonde el capitán haría desembarcar al ex-
po,
jeneral Freiré.
Cumplida su comisión, los oficiales se despidieron de su antiguo jefe, deseándole un buen viaje, i se volvieron a tierra. Don Ramón
—
—
443
con marcadas muestras de tristeza, cuando
los divisaba alejarse,
acertó a ver que otro bote acababa de atracar al pié de la escala del
bergantín,
i
que una mujer
señas desde abajo con
le liacia
ñuelo blanco. Inclinóse sobre la borda,
de estos, que parecía
saltó sobre la escala
bió con
mas
ájil
los remeros.
esforzado que sus compañeros,
i
ayudó a subir ala joven, a quien Freiré
i
reci-
los brazos abiertos.
— Lucinda! en voz cuando bas atrevido a venir —No vengo respondió le dijo
baja: algo de estraordinario sucede
te
sola,
dado a
con gran admiración, re-
mas compañía que
conoció a Lucinda que llegaba sin
Uno
i,
un pa-
subir, es
El jeneral distancia,
sola.
me ha
ese marinero que
ella:
ayu-
Pepe Tronera, disfrazado.
dirijió la
vista hacia Tronera,
parecía no apercibirse
que, a pocos pasos de
de la conversación de que era
objeto.
— Es un bravo muchacho, Freiré. Anselmo? — Véalo usted, respondió Lucinda, mirando de reojo a un maridijo
¿I
nero que, con la mayor naturalidad, subia por una escala de cuerda.
—
Parece un hombre de mar.... pero ya
Ali!
en Chiloé tuvo que ejercitarse en esto
oficio.
me
acuerdo de que
Ahora esplícamc: ¿qué
significa todo esto?
—Esto
respondió Lucinda, que al verlo salir a usted
significa,
misma
del país,
hemos
Anselmo
se contrató aquí de marinero, con la esperanza de que yo
resuelto acompañarlo
i
correr su
suerte.
podría conseguir del caj)itan un camarote, aun cuando fuese pa-
gando
el
doble.
— ¡Cuánto agradezco a cual he sido una vez con — No hablemos de te
tí,
hija mía!
esto, señor.
lir
de Chile con mi
tán
i
a ese pobre muchacho,
injusto! Pero......
el
Yo
deseo con toda mi alma sa-
Dígame: ¿podría conseguirse del
es'poso.
capi-
?
—Aguárdame aquí un momento,
dijo Freiré.
Ahora me acuerdo
de que, en años atuas, yo hice un buen servicio al capitán de este buque. Voi a hablar con
Dicho
esto, se dirijió al
él.
camarote del
capitán,
i
luego volvió di-
ciendo:
— He conseguido para
tí
un buen camarote; pero
vayas pronto a encerrarte cu a Lucinda de
la
a ese hombre que
mano lo
i
él.
Yo
es preciso cpie
te Ihívaré, prosiguió,
bajando una escalera.
he librado una vez de
la
tomando
Acabo de recordar
muerte,
i
le lie
dicho
—
I
que tú eres una sobrina mia,
endonde
irte al Callao,
Lucinda entró en a subir
la
444 sin
—
mas apoyo que
yo,
que deseas
i
te espera tu esposo.
camarote que Freiré
el
le indicó,
éste volvió
i
Sobre la cubierta estaba Pepe observándolo
escalera.
todo, pero sin que nadie lo echase de ver.
Al pasar junto a
mismo tiempo
ré le dio con el codo, pronunciando al
él,
Frei-
estas pala-
bras en voz baja:
— Gracias, amigo. Yete. Tronera se sacó
el
sombrero, sin mirar al jeneral (en cuyos movi-
mientos nadie se liabia glos de la partida);
i
fijado,
ocupados como estaban en los arre-
bajando rápidamente la escala, saltó al bote,
cual se alejó del buque, impelido por los cuatro remos.
el
En
ese
jeneral,
i
momento solo
se elevaban los últimos fardos
quedaba una lancha
al costado del
del equipaje del
buque. Poco des-
pués no habia ninguna. Rechinó la cadena, envolviéndose en torno del cabrestante: arrancóse de raiz.el ancla, bertad, bamboleó indolentemente,
i
el barco,
i
puesto en
li-
luego empezó a virar, obede-
ciendo a la acción combinada del timón
i
de las velas. Enhuecá-
ronse al fin éstas, impelidas por una lijera brisa del sur-este, que
susurraba por entre las jarcias, tendidas como las cuerdas de una harpa;
el
i
bergantin, lijero
como una
gaviota, se lanzó
mar
afuera,
resbalando sobre la líquida llanura.
Mientras los marineros obedecían la voz de su jeneral, de pié en la to,
popa del buque, tenia
cuyos cerros, hogares
alejando.
hacian
A medida
i
humos
i
oscuros.
los ojos fijos
en
el
puer-
hospitalarios se iban poco a poco
que se ensanchaba
mas pequeños
desterrado
jefe, el
El
el
horizonte, los cerros se sin separar
proscrito,
de ellos
sus ojos humedecidos, se aferraba de la borda del buque. Bien pronto
no vio mas que una ancha faja verdinegra,
de un diá-
al través
fano velo de vapor.
En
nevada cresta de
Andes, matizada de mil colores por
los últimos
mar. El
triste pros-
rayos del
sol,
los
seguida vio descollar sobre aquella faja la
que comenzaban a hundirse en
el
cripto elevó su corazón a los ojos para mirar^por la última vez esa
gran montaña, que iba descubriéndose hasta presentarse en todo su esplendor
Al
pié de ella se estendia
i
i
alzándose poco a poco,
majestad.
un riquísimo
valle, teatro
de tantas
proezas; allí quedaba esa patria que tanto habia amado; allí esta-
ban
los
hogares de sus conciudadanos, que
su espada;
allí
que ya no era
estaba
el
suyo
el i
hogar de su
que
tal vez
él
esi)Osa
i
habia defendido con de sus hijos, hogar
no volverla a ver jamas.
Una lá-
—
445
—
grima ardiente rodó por su mejilla, i suspiró. La montaña había comenzado a descender; sus colores se apagaban a medida que el sol se ocultaba detras de la inmensidad de las aguas; i la alta cumbre se confundió con la lineado la costa, que al fia desapareció del horizonte.
Mas no por
esto dejó el desterrado de seguirla viendo en
su imajinacion, exaltada por la tristeza. Podian país, él
pero no quitarle de
habia ayudado a formar
su corazón el i
a enaltecer.
FIN.
desterrarlo de su
amor a
la patria,
que
tomo segundo.
índice del
PAJ.
Cap. i.-— Manera espedita descubierta
i i
graciosa de elejir
un
presidente,
puesta en práctica por
el parti-
5
do pelucon Cap.
II.
— Miguel Turra
se retira del
mundo
don Policar-
i
8
po de Santiago Cap. III.— Detras del placer está
el
14
dolor
—Anselmo Anjelina Cap. — La intentona frustrada Cap. —Anselmo encuentra entre espada pared. Cap. —A desesperado mal, desesperado remedio Cap. — jVivan novios padrinos! Cap. — La sorpresa Cap. X.— Tronera Cap. —El último pensamiento de una madre Cap. — El padre sigue rastreando Cap. — Gacetilla enreda de lengua cae a Cap. XIV. — Esfuerzos del gobierno para obtener paz Cap. XV. — Hipocreitía Franco Cap. xvt. — A nuevos nuevas resistencias Cap. — En vísperas deja batalla Cap. — Don Catalino campaquererlo, mento enemigo Cap. XIX. — La batalla Cap. XX. — La Cap. — Sospechas realizadas Cap. Mueran hcrojcs! — ;Viva Cap. — Gacetilla asciende a comandante, prctenCap.
IV.
i
19
se
23 27 32
V.
vi.
la
i
la
VII.
VIII.
i
38
IX.
43
XI.
48 53
XII.
59
se
XIII.
la
la cár-
i
cel
la
i
esfuerzos,
XVII.
XVIII.
visita,
sin
xxt.
la relijion!
los
sin
XXIII.
dorio
69 ''S
83
89
el
traición
xxir.
64
95
105 111
117 121
^ 127
—
448
—
—El matrimonio inesperado Cap. xxv. — De como don Catalino estuvo en peligro de pasar por hereje hiere con sus propias armas Cap. xxvi. — Motiloni de don Marcelino? Cap. XXVII. —¿Qué Cap. XXVIII. — La disputa Cap. XXIX. —El enfermo Cap. XXX. — El testamento.... ^ Cap. XXXI. — Traición sobre Cap. XXXII. — Lucinda en su casa Cap. XXXIII. — Lealtad Gap. XXXIV. — Política délos vencedores Cap. XXXV. — El deber circunstancias XXXVI. Anselmo — despide Cap. de Andrés xxxvil— La barra de Cap. Constitución — El Consejo Cap. xxxviii. Cap. XXXIX. — La expedición expedición Cap. xl. —^Resultados de —La loca Cap. —Prieto Dorriga Cap. — Garduño Pedro Cap. del Maule Cap. xlw. — A llega a Talca Cap. xlv. — El Cap. xlvi. — La merienda Cap. xlvii. — Lucinda encuentra amigos...., — Los consejos de Cap. de esplicacion a otro capitulo anteCap. xlíx. — Que Cap. XXIV.
se
es
traición
i
las
se
,
la
xli.
xlii.
i
xliii.
i
133
139
145 153 161
169
177 183
187 189 193
197 201
205 211
219
229 241 251 255
orillas
261
ejército liberal
271
k?
xlviii.
la tia
275 283 293
sirve
299
rior
Cap.
l.
— Que enseñará
allector lo que eran las niñas Pe-
ñalozas
Cap. Cap.
conocerá mejor a do—En donde curioso ña Manuela echará de ver que San—En donde sagaz tiago Garduño estaba decidido —Angustias —Lucinda Garduño lv. — Dios dispone —Los tratados de Cuzcuz — Concluye carta de Anselmo —El desterrado el
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Cap.
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Cap. lvi.
Cap. lvii.
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