Pipiolos y pelucones

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PELIGOIES

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DANIEL BARROS GREZ Vo\.X

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i

líltinio

tomo.

SANTIAGO DE CHILE. Imprenta de la Esperanza, calle de Ltra, num. 187G

JUAN CEPEDA

A.

EDITOR

1 1


PIPIÓLOS

I

PELUCONES,

CAPITULO

MANERA ESPEDITA DESCUBIERTA

I

I

I.

GRACIOSA DE ELEJIR UN PRESIDENTE,

PUESTA EN PRACTICA POR EL PARTIDO PELUCON.

«Mi presencia en aquel

sitio in-

tes

i profanado por los satélide una facción conspiradora,

les

pareció

vadido

un favorable pretesto el crimen queha-

para consumar bian meditado.»

Manifiesto DE Freiré. (1830.)

Al mismo tiempo que

la

poblada invadia

el palacio,

una comi-

sión se habia dirijido a casa de Freiré. Este, liuyendo de las influencias

que

lo

acediaban, habia tratado de ocultarse en casa de un

amigo; pero perseguido hasta

allí

mismo, fué rogado

para que autorizase con su presencia ver. Freiré i

supo

resistir, sin

el

embargo, a

i

estrechado

desorden que acabamos de los

ruegos de la amistad

a las insinuaciones de la perfidia; hasta que viendo que nada po-

dian conseguir, fueron a decirle que

la

seguridad de la patria recia-


maba

su presencia; que

mismo Presidente Vicuña

el

que no pusiese a la seguridad pública en peligro de contrastes con su obstinación.

la deseaba,

i

mayores

sufrir

Fatalmente persuadido de la necesidad de aquel paso, vistióse con su uniforme i se presentó en la plaza. Su presencia hizo el efecto que

se deseaba,

aquí la causa de la

El jeneral

i fué recibido con una jeneral aclamación. conmoción que se liabia dejado sentir.

entonces a la sala de gobierno «dispuesto a

se dirijió

prestar sus servicios a las autoridades legales del orden.» Pero el Presidente habia salido,

el

i

acediado de propuestas

timón del Estado, espuso ante

ser,

se encontró solo

i

i

en

mas emba-

ser

ruegos para que tomara

amotinados que esto no podria

los

mientras la República tuviese

liabia

a la conservación

Su posición no podia

medio de sus fatales amigos. razosa, liodeado

i

Presidente que ella

el

misma

nombrado.

— Pero

ese Presidente es cero, dijo Dorriga.

abandonado

el

campo porque su

Ya

ve Ud.

conciencia lo acusa

i

cómo ha

su impoten-

cia se lo ordena.

— Señor,

le dijo el clérigo

a que sus virtudes

i

sus glorias lo hacen tan acreedor.

Diciendo esto, entre al i

modo como allí lo

se

Franco: venga Ud. a ocupar

él

i

otro caballero lo

coloca a un niño en

sentaron, sin

que

el

la cuna,

En

él

para

— Agradezco, habia arrojado

al

el intérprete

la felicidad

mas

me ha

dicha que

mando supremo

de la

los

señor presbítero,

deferencia, contestó

razón,

de la sala todo cidida

i

de la

¡patria: tal es la

lo

esas/lemostraciones de afecto

bien que colocado; pero no

me

Eso no

ré a la concurrencia, le dijo del

i

el cual se le

podrá Ud. negar la autoridad.»

escuchaba con

es elevar a

presidencial, sino dejarlo caer en "ella.

en

i

quien colocado en un ricon

Gacetilla,

miraba, escudriñaba

activa curiosidad.

espresion de

de esta noble reunión, así como

Freiré alzándose del asiento,

murmuró

cabido en

del Estado. Per-

que «es mui inusitada esta manera de conferirme

—Tiene

silla

segaida, sin darle tiempo a que

olvidaré, señor jeneral, la

mis mas ardientes deseos i de los de la República entera.

a la

lo llevaron

i

le dijo:

coadyuvar a vuestra elevación

maneced en

ñú\/{f{fñ

tomaron en brazos;

manifestase su desagrado, Franco, haciéndose

— Jamas

asiento

jeneral hubiese podido evadirse de re-

l^resentar aquel ridículo papel.

concurrencia,

el

un hombre a

En seguida,

modo mas

la

mas

de-

la silla

dirijiéndose Frei-

formal:


--No puedo

aceptar un puesto para

el

cual no he sido elejido por

Solo a los pueblos pertenece la facultad de elejir a sus

la nación.

mandatarios,

i

mientras ellos usan de este sagrado derecho, yo tra-

taré de corresponder a vuestra confianza, trabajando por la conser-

vación del orden público.

— Pero mientras tanto, dijo

Hipocreitía; es preciso que se lleve

:

a cabo

el

acuerdo del Consulado sobre

Sí, sí,

agregaron Dorriga

la instalación

de la Junta.

Franco ¿cómo hemos de

i

salir

de

aquí sin dejar concluido este asunto?

Entonces, aquellos mismos hombres que poco rato antes tacha-

ban de atentatorios decidieron de

mo

e irregulares los actos del

común

gobierno de Vicuña,

acuerdo, la instalación de la Junta en el mis-

lugar que debia ocupar

el

Presidente nombrado por la nación.

Freiré se engañó creyendo que el único medio de apagar aquella conflagración, era acceder en parte a las exijencias de los amotinados,

cuando esto no era otra cosa que alentarlos en sus pretensiones,

escitándolos a nuevas intrigas

maquinaciones contra

i

democrático que comenzaba a plantearse.

En

el

réjimen

consecuencia, aprobó

nombramiento de la Junta de gobierno; i mientras se firmaba la sentencia de muerte contra la Bepública, el Presidente Vicuña sa-

el

lia

por la puerta falsa del palacio,

do supremo, se blo,

dirijia

muestra de consideración

i

lo

que se trataba,

i

le

cedió el paso, con

respeto.

creyeron que nada tenían que te-

este paso, los pelucones

comenzaron a obrar audaz que se desmoronaba.

mer,

man-

a su casa por en medio de la turba del pue-

que sin saber aun de

Dado

cubierto de las insignias del

i

i

abiertamente contra

:o:

el

gobierno


CAPITULO

II.

MUNDO

MIGUEL TURRA SE RETIRA DEL

I

DON POLICARPO DE

SANTIAGO.

«La famosa Pí^rí^V/a

del Alba fué

de la capital por los meses de noviembre i diciembre del año de 1829. el terror

(F. Ekrázubiz.)

Al

salir

a la plaza, fueron los amotinados saludados con estrepi-

tosos vivas a la relijion, al orden

i

a la patria. Se habia tenido cui-

dado de preparar a la multitud por medios de dádivas i promesas, a fin de que manifestara su adhesión a los de la poblada. Varios comisionados, entre los cuales un ojo observador habria podido descubrir a Juan Diablo, recorrían los diversos grupos que llenaban la plaza,

i

el

pobre pueblo entonaba un cántico de triun-

fo al borde del precipicio en

que bien pronto debia hundirse. Acompañaba a Juan Diablo un hombre a quien no era fácil reconocer, por llevar sobre el ojo izquierdo un gran parche verde que

le cubría casi la

mitad de

la cara.


— Compadre, tiempos? —¿Qué quieres — Que yo no

a Juan ¿qué clase de revoluciones son las de

dijo

estos

decir,

ciones son

mas

Miguel?

cómo

los ricos entienden las cosas

desabridas que la agua clara... Ni

estas revolu-

:

un

saqueito

si-

quiera para despuntar el vicio.

de eso por — Calla boca, hombre. No Diablo. dicho que íbamos a tener saqueo — ¿cómo nos se trata

la

aliora, dijo

liabian

I

Juan

jeneral?...

Mire Ud. cómo se van todos para su casa, mano sobre mano... ¿Es esto saber hacer revoluciones? Pero otra vez no me pillarán!

Nos han engañado; pero no

les creeré otra vez.

—Vamonos bodegón, timiento con un traguito que parche, en —Vamos, contestó

le dijo el otro.

al

Allí se te quitará el sen-

te daré.

el

lector a

del

quien habrá reconocido

el

Miguel Turra.

Ambos amigos

bodegón de Juan Diablo, i allí empezaron a beber amigablemente. ¿Sabe en lo que estoi pensando, ño Diablo? dijo Miguel. se dirijieron al

— —En hacer alguno de tus milagros, contestó Ud., ño Diablo, porque ¿quién sabe —No

el otro riendo.

se ria

milagros? Con

el

tiempo todo

se

alcanza,

i

llego a hacer

ya sabe Ud. que de me-

nos nos hizo Dios... Estaba pensando en dejar

me

si

el

mundo

i

retirar-

de estos bullicios!

gracioso verte vestido de —¿A algún convento? que de no Ya estás para —No me gustan contestó Turra, aunque ¡Seria

es fácil!

fraile

los

afición, bien

onocho, por-

viejo

latines,

pudiera haberlo aprendido en todo

vo a mi patrón don Cándido... Sabe

Pero no es

el latin.

al

el latin al

el

tuviera

tiempo que

derecho

convento donde pienso retirarme...

si

le sir-

al revés...

i

Venga

otro trago.

— a donde? —Al partido de Colcliagua. ¿I

Hoi hablé con Manuel Barragan, que ha llegado de San Fernando, i me dice que don Aujelito Calvo ha levantado del humo de la vela un escuadroncito que llaman la Partida del Alba, con el fin de perseguir a los enemigos de la relijion.

— He oido habhir de Partida del pero uu dad que cuenta del don Calvo. —Es un cuerpo compuesto de jente escojida entre la

lo

da\

i

se

Barragan

All)<(\

si

será ver-

tal

(pie

no es tan rastra

(jue

digamos,

los

me ha

de

la car-

asegurado


10 ^-

que todos son hombres do pelo en peclio. Han pillado pipiólos como moscas, i no dejan hacienda de hereje qne no visiten i beneficien.».

Comen

vacas gordas; beben de lo

buena sin qne les haga j

ftxlta

bendición de Dios, como bres.

Esto es

como

las

lo

me

rico,

cabalgan siempre en cosa

i

sus cuatro reales en el bolsillo, que es dice

Barragan que

lo

pasan esos hom-

que se llama saber hacer revolución, compadre,

que se están acostumbrando en

que

la capital,

i

ni alegran

uno para echar un trago...! puedes quejar, Miguel, pues en la otra revolución

siquiera, ni le dejan a

— Pero no

te

te chupaste tus veinte pesitos fuertes.

— Los cuales quedaron aquí en su bodegón... Nó, no los

soi

para vivir así a medio morir saltando...

de la Partida del Alba\

i

Me

ño Diablo: yo

voi a reunir

en menos de dos meses

me

verá Ud.

otro. Estoi aburrido

en esta ciudáde Chile,.. Otro vasito...

cuatro revoluciones,

i

na sudara

el quilo

ni

un

por esas

solo saqueo siquiera; calles,

gritando vivas

para "qué...? para volver a su casa con

como i

si

Ya van

un pobre

mueras...

el bolsillo lleno

con

i

todo

de viento...

Estos ricos no saben hacer mas que revoluciones de títeres... Díga-

me, ño Diablo ¿le ha puesto agua a este aguardiente? Ni una gota, hombre

— —

I sin

embargo, está tan simple como

la revolución dehoi... ¡Si

nos hubieran dado siquiera unas dos horas de uñas estaba echando

en uno de

el ojo

libresl...

Ya

le

a un par de candelabros de plata que divisaba

los cuartos del palacio.

Aquel mismo dia Miguel arregló sustrevejos; ensilló su caballo; elijió para su uso los objetos que pudo llevarse de la chacra que don Cándido tenia a su cargo; vendió algunos animalitos para abrigar su bolsillo, como él decia, i sin decir a su patrón aquí quedan las llaxes, se dirijió acompañado de Manuel Barragan, su digno amigo, hacia

el

lugar endonde, por entonces, se hallaba la célebre

Pa.rtidxh del Alba.

No

era Miguel Turra el único de nuestros conocidos que

formado 11a,

el

proyecto de dejar la capital.

importunado

habia resuelto

j)or las

irse

Don

Policar2)o

habia

Traganti-

continuas exijencias del padre Hipocreitía,

a establecer en un pueblo de provincia.

A la fe-

acomodado sus petacas. Solo le faltaba despedirse de su amigo Hipocreitía, con el cual no queria romper, cuando éste mismo le ahorró el viaje al convento apacha ya habia realizado sus negocios

i

reciéndose en persona.

El padre

i

don Marcelino habian ya ajustado con don Meliton


— el dia del

11

matrimonio de Lucinda;

— i

teniendo necesidad de dinero

para hacer los arreglos necesarios en la casa del novio, (que era

donde

boda debia celebrarse según el convenio, a fin de evitar los llantos de doña Trinidad) no liabia mas remedio que recurrir a la inagotable bolsa de don Policarpo. ¿Qué es esto, amigo mió? dijo el fraile, viendo desmantelado el almacén del avaro, i a doña Estefanía i Pep)ita ocupadas en el la

arreglo del equipaje.

— Que me dad. Aquí no — Pues —¿Dinero?

campo! padre mió. No puedo ya vivir en la se gana ni para mantener a la íamilia.

voi al

de

tintes

No

viaje...

le

me

irse,

liará

Ud.

el

ciu-

favor de....

interrumpió don Policarpo; apenas tengo para

si

me

alcance para llegar a X*, que es adonde

el

me

dirijo.

—¿Al pueblo de X* va Ud? — mi padre. ¿En qué puedo — Servirme a mí, nó: me ocurre idea de hacera^Ud. un —¿Cuál? Estoi a su —¿No convendría a Ud. gobernador de X*? — ¡Pues no me ha de convenir! respondió don Policarpo abriendo tamaños — La gubernatura un buen elemento para ganar plata en campos. — Lo — Da señor gobernador nadie pone por delante en —Así ¿cómo podría su paternidad conseguir esa gubernaturita? —No Ya ve Ud. que nuestro partido va subiendo. —Ah! mi padre! qué obra de caridad haría su reverencia en conseguirme —Ya digo que no será conseguirlo; — Pero qué? — no podrá —¿Cree su paternidad que yo no sabré una gubernatura como cualquiera? —No amigo mió, como puesto requiere conservar respeto a — Habrá yo me haré alguien me en un se

servirlo?

Sí,

al contrario, se

le

la

servicio.

disposición. ser

le

ojos.

es

los

creo!

respetabilidad,

i

al

se le

los negocios.

es

es difícil...

jl

el destinito!

le

difícil

Ud.,

pero...

servirlo.

servir

otro

es eso,

brillo i)ara

el

brillo:

contrato,

sino (pie

prometo qué

el

cierto

la....

respetar.

Si

irá a la cárcel derechito.

falta


12

—Quiero decir, del respeto a la autoridad... Eso es: ei^ estando con la vara de la justicia en

se quedará con

un

cuartillo

que

me

la

mano

¿quién

pertenezca?

— No me entiende Ud. — Vaya, entiendo! —Ya —Esplíquese entonces, mi padre. —En una palabra; para ser gobernador necesita Ud. gastar, vesbien, en una casa correspondiente a su posición. —Eso será según sueldecito. — El sueldo será bueno.. Pero antes, preciso hacer dessi

le digo...

vivir

'tirse

el

es

.

ciertos

embolsos...

— Se padre; — como Ud. me que apenas para a X*.... — Sin embargo, dispuesto —Debemos renunciar a proyecto. —No guber padre mió: yo no renuncio No crea que me para presentarme con decencia. Tengo —¿Cómo cuánto tendrá en — Puedo tener unos quinientos —Es poco. Hablemos de otra —Pero trajinando por podemos juntar hasta — ¿qué podrá Ud. hacer con mil con dos mil pesos? — Buena necesita para principiar ¿Conque de tanta plata a gobernador? — Se echa de ver que Ud. no conoce mundo, don se liará.

liará,

I

dice

llegar

tiene

estoi

a...

este

natura...

:'acepto la

lo crea,

algo.

falta

caja?

unos...

pesos.

cosa.

mil...

ahí,

I

ni

cosa!

se

ser

Policarpo....

el

Con menos de cuatro mil

pesos, no crea que hará

nada en

la carre-

ra de la política.

—Vaya, pues, supongamos que yo tenga esos cuatro mil pesos! — Proyectar sobre suposiciones, en — Pues digo de Los cuatro mil pesos están prontos. —Entonces me da Ud. dos mil pesos. otros dos mil pesos es edificar castillos

veras.

le

. .

i

los

los

lleva para sus necesidades. Cuente con el destino

Puede

mo

la

el aire.

creer que la cosa es

i

no hablemos mas.

hecha porque nuestro partido sube co-

espuma.

Reflexionó

un momento don

Policarjio;

i

como sabia que era

tiempo perdido tratar de que el jesuíta rebajase algo de la cantidad que demandaba, le entregó, suspirando, los dos mil pesos.

— Son prestados, decia blorosas

manos de don

el fraile,

Policarpo...

mientras los recibía de las tem-

No

le doi recibo

porque

la regia


— cle la

Orden no

me

rá reembolsado,

si

lo

is-

permite; pero cuente con que este dinero se-

nó de mi peculio, al menos con

las

pingües ga-

nancias del destino. Adiós ¡que el cielo lo proteja en su viaje! se olvide de escribirme.

Yo

cumpliré mi palabra.

—Amen! respondió don Policarpo.

:o:-

i

no


.

CAPITULO

III.

DETRAS DEL PLACER ESTA EL DOLOR-

«La fuerza armada pertenece ala nación entera, i no puede, sin hacer traición a un deber el mas sagrado, apoyar las deliberaciones de un pueblo o pueblos en particular.»

(Acta del Consejo de guerra verificado en Tango, el 9 de NOVIEMBRE de 1829.) Fuerza

es

que

el

condescendiente lector se trasporte al campa-

mento de Tango, endonde Anselmo seguia recibiendo de sus camaradas las

Uno de

mas los

inequívocas muestras de aprecio.

que mas se empeñaba en obsequiarle, era un antiguo

camarada llamado José Tronera, que aunque de muclio mas edad que la mayor parte de los oficiales, parecia el mas niño según la manera como se conducia. Por una parte, vivo, travieso, decidor, amigo de las jugarretas i de los lances chistosos; i por la otra, franco, jeneroso, valiente i decidido por sus amigos. Era Pepe Tronera un carácter verdaderamente orijinal. Mas de una vez le habia su-


— cedido

bellón,

con las víctimas de sus jugarretas

lances desagradables

truhanerías; pero

como

él

lo --

liabia sabido sostener

decia.

JSÍadie

honor del paapodo de cobarde; i

siempre

podia aplicarle

el

l

el

aunque era hablador hasta la crueldad, no se conocía ejemplo de que hubiese descubierto un secreto importante. Su bolsillo era de todos i miraba el de los demás como su propia caja. Cierto día, enojado con un compañero porque le cobraba con instancias cierta cantidad, le dijo: (cyo me vengaré de tí, no valiéndome jamas en lo sucesivo de tu bolsillo.» Hijo de padres ricos, habíase apresurado a gastar toda su herencia materna con el fin de asimilarse mas a los liberales,

como

él decia,

bia pasado a

i

de que nadie lo tuviese por pelucon. Su dinero

manos de

los

usureros, de las mujeres de

mala

lia-

vida,

de las viudas pobres, de las familias sin recursos, de los bodegone-

no era estraño verlo en mi mismo dia dotar a la cantora de una chingana i asentarse en la ros,

de las comisiones de beneficencia etc..

i

Por

cofradía de Nuestra Señora del Socorro...

la

mañana acompa-

ñaba con semblante devoto al Santísimo Sacramento, i en la tarde se afiliaba en una partida de tunos para ir a dar un malón en una chacra de campo a las mas lindas muchachas de los contornos. En una ¡mlabra, este hombre orijinal presentaba los fenómenos mas extraños i contradictorios, i un fisiólogo sagaz, habría tenido mucho que estudiar en su multiforme carácter. Sin embargo, sus mutaciones eran verdaderas i naturales, i jamas hubo uno de sus compañeros que lo llamara hipócrita.

Al segundo

dia del arribo de Anselmo, dijo

Pepe a sus cámara-

das: '

—Es preciso

solemnizar la llegada denuestro amigo a estas

fí-^

las patrióticas.

— Pero cómo? preguntáronle. — Con una merienda, por ejemplo»

'

---Eso seria

si

se nos hubiese

dado nuestros sueldos, replicó

txn

oficial.

—Ya

Pase por lo mucho que nos solemos olvidar de ella. Pero ¿el no tener dinero es una razón para no festejar a Anselmo? Que me traspasen las bayonetas se ve! la patria se olvida de pagarnos...

peluconas

im

si

esta

misma noche no tenemos

i)royecto... ¿quién se atreve

—¿Cuál es

el

la

mesa

puesta.

Tengo

a ayudarme?

proyecto?

—-¿Qué gracia barias en entrar en

él

si

yo

te lo dijera?

Esa prc-


— me

gunta

16

manifiesta que no tienes fe en mí. Por consiguiente, no

mereces ayudarme.

—Aquí Pepe! bien con de Tronera. —Acei^to tu cooperación,

dijo

estoi yo,

un mozo, cuyo

mui

carácter se avenía

el

Tristan, dijo Pepe.

tomarás parte en la empresa así como

En

seguida,

lias

i

acá, hijo

tenido fe en

tomando del brazo a Tristan

lleriza; ensillaron

Ven

se fué

con

salieron del cuartel a trote largo.

mi él

mió;

talento.

a la caba-

Dos horas

después estuvieron de vuelta.

—¿Cómo — Muí

ha ido, Pepe? le preguntaron. bien. Hemos cumplido la comisión con que ustedes nos te

nan honrado.

—¿Nosotros? qué comisión? —La de a convidar para ir

la

merienda de mañana a don Pedro

Contreras.

-—Ese viejo rico, padre de las niñas -—El mismo. Ha agradecido mucho que no faltaría a la merienda,

la atención,

— Pero, hombre, nos has ido a comprometer!

i

me

aseguró

¿Cómo pondremos

una mesa digna de ese caballero sí no tenemos con qué? —Sí no es mas que una ternera asada, con un poco de chicha! Yo le dijeque era solo una cosa así a la rústica, para festejar aun, amigo.

—¿No mas que una —Nada mas, nada menos.

ternera, dices?

es

—No nos falta mas que

'

--Asi

se lo dije a

la ternera.

don Pedro;

í

él

me la prometió

con la patrióti-

ca jenerosidad que lo caracteriza.

—Acabáramos! Pero cuartel no presenta ninguna pieza decente para su —Don Pedro sabe esto mejor que nosotros nos este

el convite.

ofreció

i

Nos comeremos

mo

la

de sus

casa...

la ternera debajo de los parrones de la huerta,

bodega de don Pedro está mui aperada, beberemos a

i

co-

la salud

hijas.

—Jal

já! já!

Vaya con

este Pepe!

¿Conque has ido a convidar a

don Pedro para comernos una de sus terneras

i

beber de su vino en

su propia casa?

— Con sus propias niñas

i

todo, agregó Pepe, encendiendo

un

ci-

El hombre es una alhaja. No hai mas remedio... Es preciso que nadie falte, porque el convite fué hecho a nombre de todos los

garro.


— oficiales

i

preciosas

—Nos

17

mas formal por don Pedro

aceptado de la manera

sus

i

liijas.

resignaremos a cumplir con este compromiso, contestaron

riendo algunos oficiales, mientras otros, menos acostumbrados al carácter de Pepe, recibían la noticia

un

es

si

no es disgustados.

Don Pedro era un vecino acomodado, jeneroso i amigo alegre. El mismo vino esa tarde en persona a convidar

de la vida a Yiel

i

a

sus oficiales para la merienda del siguiente dia, a la cual asistieron

menos

Tupper que se quedó en el cuartel. El convite fué animado; la mesa abundante i regularmente

todos,

vida,

convidados encontraron la

los

i

el coronel

mas

cordial

franqueza en la

familia de Contreras. Mientras tanto, Tronera que iba

estremo a otro de la mesa charlando con todos

i

ser-

i

venia de un

revolviéndolo todo,

decia de cuando en cuando a sus compañeros

—Ya ven ustedes que Pero

cumplir mi palabra!

contento jeneral faé turbado repentinamente por la

el

gada de Tupper, quien, con unos papeles en Yiel

i

la

mano

lle-

se presentó

a

le dijo al oido:

— Comandante, todo está perdido! alzándose de su —¿Qué hai? preguntó Viel,

asiento.

Tupper, sin contestar una palabra, puso las comunicaciones en

manos

del

rápidamente

comandante la vista

poniendo mas

i

mas

jeneral.

Este, retirándose a

por los papeles, pálida.

En

i

mientras

seguida,

leia,

un

lado, pasó

su cara se iba

dirijiéndose a los oficiales

les dijo:

—Caballeros,

al cuartel!

-—¿Qué sucede, señor comandante?

—La patria está en

peligro. |A1 cuartel en diez minutos!

I después de pedir a los dueños de casa lo disculpasen por aque-

brusca retirada, salió seguido de todos sus

lla

— Señorita, decia Tronera a una de se:

no

lie

tenido tiempo de concluir

balas de los pelucones

Un

me

lo

cuarto de liora después

oficiales.

las niñas al

mi

tiempo de

retirar-

brindis; pero volveré,

si

las

permiten. ¡Esto huele a peluconada! se

encontraban

los

de

la

merienda

reunidos en consejo de guerra.

Era

el

9 de noviembre.

Habiendo tomado

YíííI la

palabra para

imponer a los circunstantes del objeto del consejo, narró todos los hechos acaecidos el dia 7, i concluyó diciendo: La Junta de gobierno nombrada i)()r los enemigos del orden,

carece de autoridad, nó solo de dereho sino de hecho, porque ni

2*

aun


— lia

18

podido ser su nombramiento publicado por bando. Se

le lia

ne-

gado la obediencia por los comandantes de los cuerpos que existen en Santiago, i la Asamblea de la capital la lia declarado nula. Dictaminemos aliora sobre lo que le corresponde hacer a este ejército de mi mando.

— Defender hasta último trance nuestras instituciones amenazadas, respondieron muchos. — Ser a Constitución hasta muerte, dijeron el

la

fiel

En

la

otros.

consecuencia decidieron:

«Obedecer

las

órdenes del Poder Ejecutivo constitucional, pro-

((testando a la faz de la nación, que

jamas harían uso de

las

armas

«para hostilizar a los ciudadanos, cuyos derechos defenderían hasta

«derramar

la iiltima

gota de sangre, con

lo cual

obrar con-

creían

«fornie al voto de la jeneralídad de la República.»

El noble ejército, después de esperar en balde órdenes del poder supremo, mal alimentado i mal equipado como estaba, se dirijió a Santiago, adonde llegó el mismo día en que esta capital era abandonada por el Gobierno i entregada a las intrigas reaccionarias. El Gobierno se trasladó a Valparaíso; pero si no había podido dominar las circunstancias estando en Santiago, es decir, en

mismo de

puerto? Sin embargo, no estaba todo perdido todavía: fiel

a sus banderas

i

el ejército

juraba morir por la causa de la

Solo habia menester de un jefe de prestijio,

bertad.

centro

peluconas ¿cómo podría hacerlo desde aquel

las influencias

permanecía

el

i

al

li-

mismo

tiepipo leal a los principios de la Constitución.

Ese

no podía ser otro que Freiré; i en consecuencia, un consejo verificado el día trece de noviembre, acordó poner al ejército bajo las órdenes de dicho jeneral, «nó como a jefe de la Junta de Gojefe

bierno, sino

como a jefe de mayor graduación.»

Freiré no comprendió toda la nobleza herido, ordenó

al ejército la

de este acto;

i

creyéndose

sumisión ante la autoridad de la

misma

Juiíba, que, pocos días antes habían jurado no reconocer. Tenia con-

fianza en su prestijio; pero aquella vez se equivocó, porque al día siguiente el ejército puso a su cabeza al coronel Viel. Este segun-

do acto

i

las instigaciones del partido reaccionario,

exasperar bástalo

sumo

proyecto de presentarse

al jeneral

él

concluyeron por

Freiré, haciéndole

en persona ante

los soldados.

concebir el


CAPITULO

ANSELMO

I

c(

IV.

ANJELINA

Mujer! oh gota pura

Del^cálice divino!

Calmar con tu dulzura Al hombre, es tu destino, El amargoso líquido Del vaso del dolor:

Tú eres, mujer, la lu'na Que encierra su consuelo; La antorcha eres nocturna Que le platea el cielo; I en fin, en turbio piélago

Su

estrella eres de

(J.

Eiil

Chacón

amor.»

— La

mn'jcr)

cuanto Anselmo estuvo libre de las ocupaciones de su puesto,

quiso verse con Andrés; 2)ero éste se encontraba en Valparaíso a las órdenes del teniente

coronel de artillería, don

Gregorio

Amu-

nátegui.

De doña

Estrella no

pudo sacar otra

cosa,

contestación a cierta carta que luibia escrito a

sino que

una de

esperaba

las

madrea


20

mas graves del convento, parienta de don Cándido. Doña Trinidad seguía enferma; pero no por eso conseguir de su marido el que

le

liabia

podido

permitiese ver a su hija.

Don

Marcelino liabia jurado que Lucinda no saldria del monasterio sino para casarse con su amigo don Meliton eco con la sepultura.» Tales eran las palabras del cruel viejo.

En

cuanto a la solicitud

elevada a la Curia eclesiástica, aun no liabia obtenido providencia,

en razón a los inconvenientes que se liabian presentado i que, a no dudarlo, provenían de las maquinaciones del reverendo Hipocreitía,

uno de

los

hombres de mas

influencia en el tribunal eclesiásti-

según la espresion del señor secretario con

co,

do doña Estrella. Las noticias que

mas

fueron bre

el

el

felices.

el

cual liabia habla-

joven obtuvo de su protector, don Ramón, no

A pesar

de haber conferenciado varias veces so-

asunto con Su Ilustrísima,

el

señor Obispo de Ceran, no ha-

bía podido obtener otra contestación sino que «el negocio era delicado

i

debia pensarse maduramente.»

El pobre joven no

mana

i

muí

se

dirijió al

con Anjelina, como

liallando qué hacer, quiso hablar con su her-

convento.

Llamó en

el

torno

i

solicitó

hablar

aunque de tarde en tarde, según encargo de su misma hermana. Vino ésta al torno i apenas saludó a Anselmo cuando le dijo sollozando: lo solia hacer,

—Ya concibo cuál

es el objeto de tu venida, pero

nada puedo de-

cirte.

—¿Por qué? —Me prohibido, hermano mío! es

-

.p ero. '

— La escucha nos oye, dijo a media voz Anjelina.

Anselmo

se acordó entonces de

que una monja no podía hablar

aun con su hermano, sin que su conversación fuese fiscalizada jior ese testigo llamado la escucha, Ah! esclamó el joven: ¡^ero cómo podré conformarme con tener que separarme de aquí sin saber noticias de ella? —Vamos, hermana! dijo con voz seca i dura la monja que acom-

lii

pañaba a Anjelina: «Retírese de la reja porque esta conversación toma un carácter prohibido.» Hermana, amiga mía! esclanij Anjelina con voz suplicante ¿no ve que la persona que ahí habla es mí pobre hermano que su-

fro tan

cruelmente?

— ;Qué Dios

1q

dé pacicucial respondió la escucha] pero yo no


— 21 — puedo

faltar a lo

La orden

me lia

que se

era imperiosa

ordenado. Retirémonos de aquí!

Anjelina debia obedecer al momento,

i

pena de sufrir un castigo correccional. Pero antes de dijo a Anselmo: so

—'Adiós, hermano mió! Voi a rezar por

tí.

¡Ten esperanza!

El joven no contestó sino que lanz¿ un doloroso jemido tiempo que la escucha decia a Anjelina:

—Hermana! Ud

retirarse

mismo

al

ha pecado gravemente con no obedecer

al ins-

tante!

Pero Sor María de

los

Dolores no oyó estas palabras,

i

preocupa-

da del quejido de su hermano, que repercutió en su sensible corazón, corrió nuevamente hacia el torno.

—Anselmo! hermano mió! esclamó con voz entrecortada

por la

emoción. Ten esperanza, te he dicho: confia en Dios! Lucinda está

buena, le

i

yo sé que

han obligado a

te

ama

cada dia mas!

En

cuanto a esa carta que

escribirte...

Anselmo no oyó mas. La voz de su hermana liabia sido cortada de repente como si le hubieran puesto la mano en la boca. Al mis-

mo tiempo

se oyó gritar a la escucha-,

—Socorro! socorro! Bien pronto concurrieron

tres o cuatro

monjas que esclamaron:

— ¡Ave Maria Purísima! —¿Qué que sucede? — Que Sor María de Dolores ha desobedecido formalmente...! María José! Materia grave! — — Ha hablado contra prohibición — ¡Qué escándalo! -Aquí viene madre abadesa! —Madre mia! esclamó Anjelina a Sor Águeda: he es lo

los

¡Jesús,

i

espresa...

la

"

la

dirijiéndose

pecado gravemente! Estoi pronta a recibir con humildad que su reverencia tenga a bien imponerme.

—Anjelina de mi corazón! esclamó Anselmo ¡Vas a

—¿Quién

habla en

el

torno? preguntó la

el castigo

sufrir ])or

mí!

madre Águeda después

de haber ordenado a dos monjas que llevaran a Sor Maríti de los Dolores al lugar endonde debia sufrir la penitencia de su pecado... ¿Quién es Ud?

— Madre mia! respondió

el

joven:

soi

Anselmo Guzman,

(d

Ihm-

mauo de Anjehna

—Aquí no hai ninguna persona de

ese nombre, señor, Ketírese

Ud!


— 22 — —Anjelina Guzman, señora, que con nombre de Sor María de Dolores interrum— Sor María de Dolores no saldrá mas el

los

al locutorio!

los

iñó la abadesa... Olvide Ud. para siempre que tiene aquí

una her-

mana!

En

seguida ordenó a la hermana portera que cerrase todas las

puertas,

i

en breve rato se encontró Anselmo solo

le contestase. Retiróse i

de

allí

con

el

i

sin tener quién

corazón traspasado de dolor,

sostenido su espíritu solamente por esa forzada esperanza de los

últimos momentos. Sus ilusiones hablan ido cayendo una a una

como caen de

los árboles las hojas

que

el

huracán arrastra en tu-

multuosos remolinos. Mientras mas pensaba en su destino, mayor

Echando una mirada a la sociedad, temblaba al considerar en ella mía reunión de elementos para sacrificar a su era su angustia.

querida,

ün

i

ninguno para

salvarla.

sacerdote en quien la niña debió encontrar el consuelo que

necesitaba, habia pronunciado la sentencia,

verdugo.

En

i

su propio padre era

seguida, echaba otra mirada sobre sí

mismo

i

el

lo afli-

¿Qué podia hacer él, pobre i sin ningún prestijio contra sus poderosos enemigos que encontraban en las preocupaciones sociales su principal apoyo? El tenia conciencia de la justicia de su causa i de los derechos de su amor; pero esto era precisamente lo que lo martirizaba hasta la desesperación, pues, mientras

jía su debilidad

mas

reflexionaba,

mas claramente

veía su impotencia.

;o:


CAPITULO

V.

LA INTENTONA FRUSTRADA.

«Yo

momentos; medio del patio, i con una pistola en una mano i la espada llego en aquellos

penetro en

en la otra,

el

me

presento al jeneral

Freiré

(Carta del coronel Tupper.)

Tales eran poco jirse a su cuartel,

cuando

mas

o

menos

las reflexiones

que entonces ocupaba

al llegar a la plaza

el

de Anselmo al

diri-

convento de San Agustin,

de Armas, fué distraido de sus medita-

una voz muí conocida Anselmo! pobre amigo mió! ¡qué flaco pálido te encuentro! Tan flaco i pálido como gordo i colorado estás tú, Catalino, respondió Anselmo dando la mano a Gacetilla. ciones por

— —

i

— I ¿qué hai de nuevo?

— No

sé nada,

hombre.

—Nada! Yo no sé qué clase de jóvenes sou los de estos tiempos;


— parece que no se interesan por

24

el

porvenir de la Hepública.

Nunca

sabes nada!

— ¿qué — Ya I

lie

de saber yo, cuando acabo de llegar del campo?

a la capital

i

mas de

pero hace

lo sé;

veinticuatro horas que llegaste

debes saber muchas cosas. ¿Te parece poco veinticuatro

Pues yo te diré entonces lo que está como un qiiique contra los pipiólos

horas?....

—¿Por qué? —Porque

el ejército

le

ha negado

sé.

He

oido que Freiré

la obediencia,

todo esto se hace por instigaciones del pipiolaje.... berlo.

¿No

eres

amigo

i

él dice

Tú debes

que sa-

del jeneral?

— pero no tratamos sino mui poco de estos asuntos. don Catalino con — Mal hecho, hombre; mal hecho, Sí;

dijo

gravedad cómica. Tu

posición cerca del jeneral te pone en

un

cierta serio

compromiso.

—¿Cuál? El de inquirir por medio de él las mejores noticias para contestar a los amigos. Ahora me acuerdo, prosiguió Gacetilla; se

dice ademas, que Freiré piensa presentarse al ejército en persona.

Su

objeto es sin

duda

influir

sobre el ánimo de los soldados a fin

de hacerlos respetar la autoridad de la Junta de los pelucones. No creo que el jeneral tenga ese pensamiento, dijo Anselmo.

— — Digo

revueltas....

biernos

i

que se cuenta....

lo

las cosas están así así,

tan

tenemos a la fecha una multitud de goposible saber a qué autoridad atenerse.... Autoridad

¡No

no es

Como

es nada!

del Presidente Vicuña, autoridad de la Junta, autoridad de Prieto

i

ahora, autoridad del ejército del sur.... Pero ¿qué jente es aquella?

Ambos amigos

habian llegado a la esquina oriente del Portal de los Baratillos, (hoi conocido con el nombre de Sierra-Bella) i pudieron ver cómo un grupo de jente de a caballo i de a pié se dirijia por la calle del Estado hacia la portería del convento de San Agustin.

^¿Qué podrá ser eso? preguntó Gacetilla.... ¡Ai, Anselmo! se

me

ocurre que será Freiré.... Sí! él es! Viene acompañado de otro jeneral

i

entran en

el

convento!

Anselmo no contestó

sino que se fué corriendo hacia el cuartel

endonde entró seguido de Gacetilla. Freiré habia hecho formar la tropa de los dos batallones allí acuartelados, i en ese momento dirijia la palabra a los oficiales. Anselmo se colocó prontamente en su puesto. Los soldados atónitos

i

sin saber

de

lo

que se trataba.


— 25 — habían obedecido por no encontrarse tonces,

En-

sus principales jefes.

capitán don Gregorio Barril contestó a Freiré diciendo

el

podemos

'No

allí

recibir órdenes

mas que de nuestro comandante,

señor jeneral. Irritado éste, volvió a ordenar a los oficiales'que saliesen de sus filasj

pero ninguno se movió de su puesto.

—Tú también,

Anselmo! gritó Freiré fuera de

sí:

tú también

desconoces mi autoridad!

Anselmo no contestó una palabra

i

solo inclinó la cabeza,

mani-

festando en su actitud el dolor que sentia al verse en la necesidad

de desobedecer a un hombre que estaba acostumbrado a amar

como a su propio padre. En aquel momento un oficial a

i

respetar

se abrió paso por entre la jente

Era Tupper,

caballo, con su espada desnuda,

que obstruía

la

puerta del cuartel.

que, sabedor de lo que pasaba, iba a librar de

una

sor-

presa a las tropas de su mando.

— Señor

jeneral, dijo, encarándose a Freiré: yo

vuestras órdenes, ni consiento que

mi batallón

no puedo recibir

las reciba sino

de la

suprema autoridad! Freiré no escuchaba,

—¿Qué

se

i

dirijiéndose a los soldados, les dijo:

amor por vuestro antiguo jeneral? No puedo ¿Cómo es posible que prefiráis obedecer a un es-

hizo el

creer lo que veo.

tranjero antes que a vuestro antiguo compatriota que mil veces os

ha llevado a la victoria? Tupper mandó entonces a oficiales

obedecen,

— Decid ayer no

i

él les

los oficiales

dar un paso adelante: los

pregunta:

¿a quién reconocéis por vuestro jefe?....

mas

si

a mí, con quien

jurasteis defender las instituciones de la Eepública, o

a un jeneral que traiciona al Gobierno lejítimo? Moriremos con vos, coronel! contestaron todos,

remos sino

las órdenes del

i

no obedece-

poder constitucional!

Al oir estas palabras, todos los soldados gritaron a una: Viva la Constitución! Viva el coronel Tupper!

— —¿Os convencéis ahora, a de que mis tropas no reconocen que yo? —Vos daréis cuenta a nación de vuestra conducta, respondió — coronel: yo responderé ante nación de mi dijo éste

Freiré,

otro jefe

la

el jeneral.

Sí, señor, replicó el

la

de mi batallón. Conozco mi responsabilidad, agregó, seréis vos quien me haga olvidar mis deberes. 3*

deber

i

i

no


— —Es

26

tiempo de retirarnos, dijo a esta sazón

el

jeneral Blanco

que acompañaba a Freiré.

Ambos

de Armas.Tupper envió entonces a buscar a Rondizzoni, jefe del ConcejJcion, también acuartelado allí; i mientras tanto, se quedó tomando las medidas necesarias para evitar otra intentona. En aquel mismo dia fué nombrado jeneral en jefe del ejército salieron del cuartel

constitucional, se unia

un

i

don Francisco de

se

dirijieron hacia la plaza

la Lastra,

a cuya valentía

i

arrojo

carácter de proverbial integridad.

Lastra habia encanecido en la guerra de la Independencia

amaba a su país con un corazón verdaderamente republicano. El nombramiento no podia ser mas oportuno, con muestras de la mayor satisfacción.

:o:

i

el ejército

i

entero lo recibió


CAPITULO

VI.

ANSELNO SE ENCUENTRA ENTRE LA ESPADA

((Jamas

el

I

LA PARED.

odio insano

mi mente

lia

conturbado.))

«Ni

la

venganza impía manchó mi

corazón!))

(Señora O. de Uribe.) últimos acontecimientos bosquejados capítulo anterior, llegó Rondizzoni al cuartel de San Agustin.

Media hora después de en

el

los

— Compañero, a Tupper, debemos —¿Por qué orden? — Por orden del señor jeneral Lastra. —¿Con qué objeto? — Con objeto de protejer llegada a le dijo

salir

pronto de San-

tiago.

la

el

la capital

de dos com-

pañías de artillería que vienen de Valparaiso a las órdenes del teniente coronel Amunátcgui. el norte la

vanguardia de Prieto.

—¿No dicen que Codegua? — pero una gran el

ejército

Sí;

seiscientos

Se presume que haya pasado para

hombres,

al

de Prieto se halla a estas horas

parte de su cabaUcría, es decir,

mando

en

mas de

del coronel Búlnes, se ha adelantado


28

espera a Amnnátegui en el camino do Valparaíso. Lastra

1

dado

ir

en su defensa,

i

lioi

mismo deben

lia

man-

partir de aquí las fuerzas

constitucionales

—Así ga

sea, dijo

Tupper,

i

nos iremos preparando mientras nos

la orden.

En

seguida llamó a sus oficiales

Anselmo

pues

lo

advirtió de que era preciso

les

i

gran disgusto esta obligaba a separarse del lugar endonde sufria su

estar listos cuanto antes. noticia,

amada. Pero era preciso obedecer i

lle-

recibió con

al

imperio de las circunstancias,

se fué a su casa con el fin de arreglar su lijero equipaje de solda-

do,

i

sobre todo, a buscar el querido paquete de las cartas de Lucin-

da que tenia guardado en su cuarto. Esas cartas eran para él tanto mas preciosas, cuanto mayores eran las dificultades que se presentaban para unirse a su amada. Iba a separarse de Santiago; talvez tendría que entrar en el combate, i mui bien podría ser que una bala atravesase su pecho. El joven no quería morir sin llevar sobre su corazón el inapreciable tesoro.

Encontrábase en su cuarto cuando oyó traba a la casa. Venia

el

jeneral

la voz

sumamente

de Freiré que en-

ajitado,

i

en cuanto vio

al joven, le dijo en tono de agrio reproche:

no habría ¿qué has —Anselmo! no hubiera hecho? joven, cruzándose de contestó respetuosamente — Mi brazos delante de marcado con un — mandaba tu a tu antiguo mandaba tu disgusto; — Señor! interrumpió Anselmo ¿yo con tu amigo, con coléricamente; — Si

visto,

lo

lo

deber,

creido:

el

del jeneral.

deber, el ser desleal

te

jefe?...

desleal?

le

Sí! gritó Freiré,

el

jesto

deber, replicó éste

¿I te

sí,

desleal

íntimo amigo de tu padre.

Habia en indignación

— Señor

estas últimas palabras de i

de dolor que traspasó

el

don Ramón una mezcla de pecho del pobre joven.

mi corazón me recuerda todos los dias cuánto debo a Ud., i mis labios no han cesado jamas de publicarlo, pues ésta es la única manera como puedo pagar tan santa deuda. Ud. ha dirijido mi vida con sus consejos; i con su noble ejemplo, me ha hecho seguir siempre en los combates el camino del honor. Débele, pues, lo que soi! Suyo es mi corazón, mi respeto, mi jeneral! contestó éste:

vida; pero

— Pero, qué?

I


— —Mis respondió

el

joven en voz

El jeneral qne

un paso

dio

mi

convicciones,

se

atrás,

i

29

mi honor, son de mi

conciencia,

mas

patria,

baja.

habia ido acercando poco a poco a Anselmo, lo miró de arriba abajo como preguntándole lo

que significaban sus palabras.

— Recuerda Ud., prosiguió con

calor el mozo,

cuando después

de la batalla de Padeto, se apeó Ud. repentinamente de su caballo, i abrazándome me dijo; «Anselmo, quisiera que tu padre estuviese aquí para que gozase con tu conducta.» Ab! entonces! esclamó el jeneral acercándose al joven.

— —Esas palabras resuenan aun

en mis oidos, prosiguió éste: Ud.

se sacó entonces su propia espada; esta aquí,

i

que nadie

mis manos,

me

me

espada, señor, que llevo

arrebatará sino con la vida,

i

poniéndola en

dijo:

—Aun cuando tuviera

el

puño cubierto de diamantes, no alcan-

zaría a premiar tu valor.

Freiré enmudecido, miraba a llos sitios

Anselmo como trasportado a aque-

de gloriosos recuerdos.

—Pero yo no habría

estimado ese puño de diamantes:

i

si

besé

con reconocimiento esta arma, fué porque estaba consagrada por

Ud. en mil combates gloriosos en defensa de Chile. Ahora bien, ¿querría Ud. que yo hubiese empañado el brillo de esta espada traicionando mi propia conciencia, i ultrajando las instituciones que hemos jurado defender?

—Entonces,

crees, prosiguió Freiré,

que mi conducta de

hoi...»

—No debo calificarla, le interrumpió Anselmo. que hagas! — Pues yo — — Es un amigo que ruega, Anselmo. — Creo que su buen corazón ha te jpido

lo

Señor!...

dijo el jeneral,

te

Freiré soltó bruscamente la

acento triste

—No

i

tomando

la

mano Aú

sido sorprendido, contestó éste.

mano

del joven, quien prosiguió con

firme a la vez

he hablado demasiado, señor jeneral: de todos modos le ruego perdone la franqueza de mi corazón. Ud. me ha enseñado a decir la verdad. Después de lo que ha pasado, creo que no debo sé si

Mi mala suerte me condena a vivir separado de las personas que mas amo. Bien pronto partiremos; nos han dicho que nos vamos a batir, i ¡quién sabe!... Le ruego que

permanecer mas en esta

casa.


30

diga a Lucinda que mis últimos pensamientos

pertenecen....

le

¡Adiós: sea üd. feliz, señor!

La

voz del joven era lúgubre: su último encargo se asemejaba al

de un moribundo. Cuando tendió la mano a su protector, éste con mal reprimida ternura:

—Ingrato

I

llevas el presentimiento de la'muerte,

le dijo

te separas

i

de

mi sin abrazarme! Anselmo se precipitó en los brazos de su bondadoso amigo, mientras éste murmuraba: ¿Cómo te lias atrevido a creer que yo podia guardarte rencor por

lo

que has dicho?... yo que no

lo

he tenido ni aun contra

los

enemi-

gos de Chile? Diciendo esto, separóse precipitadamente del joven

i

entró en su

cuarto.

—Ahí esclamó facción

i

¡si

mi pobre amigo

—Bien puede

seria su satis-

pasearse por el cuarto diciendo:

ser... ¡Si

me

una razón clara... ¡Quién sabe dos! ¡Quién sabe

si

habré equivocado! Este joven es de si

mi

todo caso, caer en

Llegado

un

he sido

el

juguete de estos malva-

creyendo hacer un servicio a mi querida patria,

he convertido, sin saberlo, en

como

no

su orgullo al ver a su hijo!

En seguida empezó a

me En

viviera, cuál

el

enemigo de sus

instituciones!...

conciencia está tranquila; pero esto seria para

horrible precipicio!

al cuartel,

carta siguiente traida

Anselmo recibió de manos de un por una mujer.

sarjento la

Estimado amigo:

Me ticia;

causa un verdadero dolor tener que dar a Ud. una mala nopero no puedo dejar de hacerlo, tanto por haberle prometi-

do a Ud. hoi que le diria lo que la monja me contestase sobre su asunto, como porque es preciso que Ud. esté al corriente de lo que sucede.

La monja me be todo por ser

han resuelto casar a Lucinda. Ella lo samui amiga de la abadesa. El matrimonio será en dice que

casa de don Meliton.

La

función no podrá tener lugar en casa de don Marcelino, por-

que la Trinidad está bastante enferma. los dulces

i

las tortas

de biscochuelo.

Me

Ya

están

mandados hacer

dicen que no habrá

mu-

chas personas.

A mí no

se

me ocurre

qué inventar para que esta maldita uniou


— fracase.

pueda

En todo

31

caso, estoi a su disposición

para servirle en

lo

que

serle útil. S. S. S. Q. B. S.

M. Estrella

P. D.

Como

decirle que el

C.

de la Eueda.

tengo la cabeza tan mala, se

me

matrimonio será pasado mañana a

habia olvidado

las

nueve de la

noche, hora en que se traerá a Lucinda del monasterio.

A nosotros con

el

nos tienen convidados para la cena,

objeto de quebrarnos los ojos.

i,

Nada hemos

según

contestado so-

bre esto. Vale,

•íoi<

creo, es


CAPITULO VIL

A DESESPERADO MAL, DESESPERADO REMEDIO.

«Núblase mi esperanza; La noche es ai! oscura, I la borrasca ajita

El mar de mi fortuna!» (E.

Anselmo

leyó dos veces

la carta,

pues

la

DEL Solar.)

primera lectura no

le

hizo posesionarse bien de su contenido. Hai desgracias a las cuales es preciso acostumbrarnos para que aceptemos su existencia.

Anselmo

era ya casi

un hecho consumado; pero

za, esa esperanza de la desesperación,

la

La de

última esperan-

luchaba aún en su interior

contra la fria realidad que tendia a paralizar la acción de su espíritu.

En medio

del abatimiento que en él producía la convicción de

su impotencia, solia sufrir por algunos instantes los efectos de la reacción,

i

entonces, cual sucede siempre a los jóvenes de constitu-

ción robusta i de caráter severo

con ima fuerza desconocida.

i

reservado, sentia ajitarse su espíritu

¡Ai, del

que en aquellos momentos hu-

biese osado decirle que la realización de sus esperanzas era posible!

¿Cómo habia de

prevalecer la justicia?

ser imposible ser feliz?

un im-

¿Cómo no habia de

I la justicia consistía para él en la realiza-

ción de sus deseoS; cuyo objeto doraba su imajinacion de los

mas


— caPero bien pronto volvía a caer en ese anonadamiento que sigue a tocia exitacion. La realidad aplastaba sus esperanzas, como el granizo que cayendo sobre la sementera i los árboles del prado, esboja las flores i deshace el delicado fruto que comencolores.

bellos

zaba a jerminar. Cuando mas bello se le presentaba el arco iris de sus deseos, al irlo a tocar, veíalo desvanecer i perder sus vivos colores, allá

en

el

azul de la atmósfera.

Presa de tan encontrados

i

dolorosos pensamientos,

paseábase

Anselmo a lo largo del cuarto de la Mayoría, cuando oyó la voz de Pepe Tronera que lo saludaba cordialmente. ¿Qué tienes, amigo mió? Estás pálido i triste, cuando dentro de poco rato talvez nos vamos a ver enfrente del enemigo? Si no te

conociera tanto, diria que tienes miedo.

—•Miedo!

interrumpió Anselmo, sonriendo:

le

si,

amigo mió, pro-

miedo a la vida! El tono de profunda melancolía con que Anselmo pronunció

siguió: tengo

las

i\ltimas palabras, bizo recordar a Tronera los motivos de sufrimien-

to que su

Este

le

amigo

tenia.

habia contado una gran parte de los sucesos que se re-

ferian a sus amores,

i

Pepe, aunque

siado sensible para permanecer

lijero

i

atolondrado, era dema-

un

indiferente a las penas de

ca-

marada como Anselmo.

—Entonces ¿has recibido malas Anselmo por toda que acababa de

leer.

contestación, puso en

Habiéndola éste

— Pobre, amigo mió! lijereza...

Ya

ves:

noticias?

yo

éste.

manos de Pepe

la carta

leido, dijo:

dispénsame que

soi así;

preguntó a

te

haya hablado con tanta

pero ¿no podría tocarse algún re-

curso para quitársela al viejo?

—Yo he perdido toda esperanza, contestó apretándose cabeza entre sus manos. —Perder esperanza hacerse indigno premio, casi

el otro,

la

es

la

'

Tronera, volviendo poco a poco a su natural, fuertes impresiones za?...

No

tenían

muí

replicó

del

pues en

él las

mas

corta duración. ¿Perder la esperan-

digas eso, amigo mío!

— Pero ¿qué quieres tú

cuando un imposible

se

me pone

])or

de-

lante?

1^0 hai cosas imposibles sino ])ara

hacerlas, replicó Tronera,

de

las

Dime

el

que no tiene voluntad de

¿no está Lucinda en

el

monasterio

Capuchinas?

—Sí. 4*


— — —En

34

don Meliton...? de Santo Domingo, cnatro cuadras

T la casa de la calle

al poniente

de

la iglesia.

—Bueno, bueno, respondió

Tronera,

haciendo al

mismo tiempo

unas rayas en la blanqueada pared de la celda de la Mayoría con lina llave que sacó de su bolsillo. Anselmo miraba a Pepe sin saber lo que aquello significaba.

Sí, sí,

gular

i

decia éste hablando consigo

apuntando con

mismo, con una flema

la llave sobre las diversas

sin-

intersecciones de

que habia trazado. Sí, esto es... De aquí acá tenemos dos cuadras... luego darán vuelta la esquina... I por si siguen la calle derecho, pondremos aquí dos hombres... Un silbido bastará para estar prontos en esta otra esquina... Vaya! es un hecho

las líneas

preguntó Anselmo. — Qué —Estoi combinando un plan de ataque, a pelucona. —¿Cómo? —Te en dos palabras sacan del convento a Lucinda para dices?

la

diré

:

don Meliton... La salida será de noche... Se vienen por esta calle... Cuatro o seis amigos los esperamos en esta esquina... Uno arrebata ala niña; la entrega a mí hombre de acaba-

traerla a casa de

Hoque

irá

preparado al efecto

—¿Estás ponen a —Entre boca a modo de en — Pero, hombre! —Te aseguro que ninguno podrá chos de puños. —Pero yo no permitiré que — hombre, de puños, arrojados loco?

tanto, los otros les

los conductores sus pañuelos

la

gritar...

Tenemos aquí mucha-

como el mismo diablo. Te aseguro que mi proyecto es digno de San Martin. Por fortuna, agregó, puedo ponerlo en práctica porque el comandante me ha encargado cierta comisión que viene ahora como de molde con mis deseos, jmes así tendremos dos cosas que hacer a un mismo tiempo, con Tristan i ¡viva la patria! Já! já! já! Al momento voi a hablar que es muchacho de empresa. i

Sí,

amigo — Dejémonos de tino quiere que padezca! — Pero nosotros debemos pelear contra locuras,

inio, dijo

Anselmo. Mi

fatal des-

ese caballero don Desti-

no Fatal Te repito que mi proyecto es bueno,

A

gran mal gran

re-


-- 35

amigo mió.

medio,

^;

Piensas guardar consideraciones cuando te

arrebatan a tu Lucinda?

—No me Pepe! — arrebatan no solamente tientes,

I te la

contra tu voluntad, sino contra

la voluntad

de ella misma... lo cual significa que ella va a sufrir

como tú, i para siempre! entiendes? para siempre!... Mientras que con un buen golpe de mano... Pero veo que te disgusta este

tanto

Pues bien: voi a proponerte otro para que veas que tengo recursos en mi caleüi'e, i no soi como esos jenerales cuyo amor propio los hace apegarse tanto a los proyectos que una vez conciben... Pero ¡ah, se me liabia olvidado decirte que es preciso obtener pronto una carta de recomendación del coronel Tupper, por ejem-

proyecto...

plo, o

de otro cualquiera.

— Carta ¿para quién?

—Para

el

La

cónsul francés, M.

Forest... Esto entra en el pro-

yecto que voi a esplicarte... Porque es

mui probable que Lucinda

tenga que refujiarse bajo la bandera francesa... Pero voi a decirte mi segundo proyecto.

En

ese

momento

entró Tristan que venia a llamar a

Anselmo de

parte del coronel Tupper,

—Vete, que

te

dijo Pepe,

pídele a tu jefe esa carta para el gabacho de

i

he hablado. Aquí trataremos

Anselmo

salió casi sin atender

el

negocio con Tristan.

a las palabras de Pepe.

— Tristan, nuestro amigo Anselmo es mui desgraciado» —Lo sé todo, contestó Tristan. — Pero no sabes que dice esta esquela. dijo éste,

lo

I en seguida leyó la carta de doña Estrella.

— Caramba! esclamó Tristan, se a

un

clérigo para

ganar

— Pues no ha de ser

¡Ya don Meliton se no hai mas que atraer-

la cosa es seria.

llevóla muchacha! ¡Qué suerte de viejo!

Si

la lotería!

Yo me he

así!

propuesto arrancarle

la

presa

de las manos. Es preciso que hagamos esto por Anselmo. ¿Estás dispuesto a ayudarme?

— De mil amores, pero no encuentro medio —Yo habia concebido un proyecto para robar a Lucinda. — Robarla. de...

el

—Pero

tiene sus pelos

¿No tienes amistad con —Muchísima.

i

lo

abandono. Se

las cómicas?

me

ocurre otra cosa...

'


36

can hablas de un esquinazo —Entre debemos dar una noche de desposorios en casa de un buenas cantoras. — — Mientras dan esquinazo, nosotros llegamos con otras ollas liai

t oras... Tii

les

qittí

rico...

Sí; liai

ellas

el

muchachas en una carreta de paseo. ¿Comprendes? Las niñas se apean; entran a la casa como de visita; las cantoras se desgañitan gritando mientras nosotros damos el golpe. Uno toma a Lucinda i la saca; los demás se quedan dentro, evitando que salgan a pedir auxilio, i al mismo tiempo varias de nuestras compañeras estarán en

la

puerta protejiéndonos con sus habladurías

—A — Los

tí te

parece todo

risotadas.,.

i

fácil.

que pasan por la calle creen que todo aquello es gusto

gresca: por último,

amarramos a

los

convidados

i

los

i

dejamos bien

amordazaditos. .¿Entiendes? .

— Entiendo, pero hai — no hubiera ¿merecerla proyecto ejecutado por nosotros? —Esta razón me convence, contestó Te acompaquedase ñarla me pensado. Vqi a hablar con comandante para que —Ya ponga a mi —¿A tu que tengo — me ha dado una comisión importante, necesidad de con doña bueno ponernos en — Está Pero ¿no —Le diremos que convenga... En cuanto a cómicas, punto peligro...

I

si

este

lo

ser

Tristan, riéndose.

aquí.

si

lo liabia

el

disposición.

te

disposición?

Sí:

i

le diré

tí.

bien.

relación

seria

Estrella?

las

lo

en boca... no deben saber nada. Diles que solo se trata de un malón en una casa rica. Por ahora no tenemos tiempo para hablar mas,

porque voi a verme con el comandante. Nos quedan cerca de cuarenta horas para masticar i poner en práctica el proyecto... Tá debes irte al momento a preparar a las cantoras. Yo hablaré pronto con doña Estrella a quien indicaré solo Cuenta con el marido!

— — Don Cándido

bra

i

se

es lo

que su nombre

quedará tan en ayunas de

suelo quedar con su conversación.

lo

En

lo necesario.

dice....

la carreta... Como

ÜQ la copital; no jüq serú

fácil

sabrá una pala-

va a hacer como yo me seguida, me iré a ver con tres

que

se

amio'os de los de la cascara amarga. Ellos

muchachas para

No

me proporcionarán

las

hace tanto tiempo que estoi fuera

a mí, encontrar las niñas para

el


87

De dónde

ya estoi: no hai mas que rogarle a doña Estrella que nos preste una de las entoldaditas que tiene en su chacra para los paseos a la pampa... La cosa es hecha!... ¡I luego dirás tú que yo no sirvo para jenerall Já! caso... Pero,

já!

¿i

la carreta?

la

sacamos?

Ali!

jáü ¡cómo nos vamos a reir después!

manos de satisfacción i entonando a toda voz una zamacueca^ cuyo compás seguia con los I Tronera salió de la pieza sobándose las

golpes de sus tacones sobre los ladrillos del corredor.

Poco rato después, toda mino de Valparaiso.

la división se

.:o:-

puso en marcha por

el ca-


CAPITULO VIIL

VIVAN NOVIOS

I

PADRINOS.

«¡Ai, de quien al

comenzar

De

esta vida la jornada, Si^ite el alma lacerada,

Siente un inmenso dolor! !Ai, de aquel cuyo destino Decretó para su daño Que su primer desengaño Fuese su primer amor!»

(Abel Yillamil.)

En

mismo

Andrés hablaba con Tronera. Veníamos de Valparaíso, dijo el capitán; pero dimos con las fuerzas de Búlnes, que eran el triple de las nuestras. El coronel Amunátegui no pudo hacer otra cosa que capitular... Yo me he venido a escape j)ara traer a Lastra esta mala noticia... He hablado con Anselmo, prosiguió: este pobre amigo ha quedado enfermo en una chacra no lejos de aquí. Está mui triste i temo que la fiebre la noclie

de ese

día,

se lo lleve.

— ¡Pobre compañero! esclamó Tronera, pasando de riedad, tal

como

la flexibilidad

de su carácter se

pre ha sido Anselmo, prosiguió, un compañero virnosj ahora es preciso c^ue le paguemos. ..¿Te

la risa

a la se-

lo permitía.

Siem-

amigo de serhabló de mi proyecto? fiel

i

1


Sí,

pero

me

39

rogó que te hiciese desistir de toda acción que pu-

«Mas bien

diera comprometer el honor de Lucinda.

me

para siempre,

dijo,

que esponerla a sufrir

un acto impremeditado. ¿Qué

mañana

diria

las consecuencias

la sociedad

al saber que ella liabia sido arrebatada entre las

che por unos hombres que todo

el

mundo

— qué piensas tú de todo — Casi por que Anselmo ¿I

de

de Santiago,

sombras de

la no-

tendría por bandidos?»

esto?

decirte

estol

—Te engañas, hijo

tiene razón.

mió, replicó Tronera chanceándose.

selmo son mejores para

frailes capachitos

a pesar de tu repugnancia, creo que no tregar esta carta al señor

quiero perderla

La

i

An-

que para soldados. Pero,

me

negarás

el

favor de en-

Forest.

¿Al cónsul francés?... I de parte de quién?

—Léela.

Andrés leyó

la carta de Tupper,

—¿También

está el coronel

—Tai

vez, contestó

preguntó:

Tupper metido en esta tramoya?

Tronera sin querer decir la verdad. ¿Te haces

cargo de entregar esa carta en

—No tengo

i

mano

propia?

inconveniente: conozco algo al cónsul

imponerlo de este asunto; pero yo no sé

—Mañana vendré a ha puesto

el

las doce

gabacho a

si

aun podré

acepte.

en punto a saber de

la carta.

i

qué jesto

Por ahora, buenas noches,

le

hijo

mió, porque es hora de irse a dormir.

Tronera

salió,

mientras Andrés decia sonriéndose

i

meneando de

arriba abajo la cabeza:

un mas rematado! — ¡No he Al dia siguiente decia don Cándido a su mujer: —Es nn hecho, hijita!...Van a casar a mi ahijada ¡Es un hecho! —Tanto mejor, contestó Apruebas? —¿Cómo —¿Pues no he de aprobar que un padre como don Marcelino con hombre que mas a su — No entiendo, oponías repuso don Cándido. Ayer loco

visto

esta noche....

la señora.

es eso?

e'Btablezca

hija

el

Eotelita,

te

a este matrimonio,

i

aprecia?

te

hoi lo apruebas... ¡Lo que es la mujer! escla-

mó, volviendo los ojos hacia el cielo. Eso quiere decir que yo me avengo a todo, le interrumjñó la señora, jugando distraídamente con su abanico. I no es esto solo, prosiguió don Cándido. Mi compadre me ha vuelto hoi a pedir que nosotros seamos los padrinos... pero siem-

— —


— 40 — pre con sus guiñaditas de ojo que llo.

me

hacen cosquillas en

Parecía como que se burlaba de mí, pues

retintín que

me

calentó... ¿Piensa él

me

el

orgu-

hablaba con cierto

que yo no entiendo sus retin-

tines?

— Pues a pesar que seamos padrinos. —¿Qué También aceptas? —No podemos hacer nn agravio a don Marcelino. — ¡Lo que son mujeres! qué cuando matrimonio con mi sepa que yo he autorizado —Freiré ahora de capa ¿Qué nos imdel retintín, es preciso

los

oigo?...

¿I

las

dirá Freiré, Estelíta,

este

está

asistencia?

caída, dijo la señora.

porta que diga lo que quiera?

Esta razón convenció a don Cándido, quien dijo: Iremos, Estelíta... iremos... ¡Lo que son las mujeresl... Vaya! ¡Cómo BÜas son tan variables, hacen variar al hombre a cada rato! Admirado se quedó don Marcelino de la buena voluntad con que su compadre i doña Estrella aceptaban el padrinazgo. Hallábase el viejo en casa de su futuro yerno acompañado de éste i del padre Hipocreitia, i no cesaba de admirar el lujo con que don Meliton

habia arreglado su vivienda.

— ¡Qué talento

tienen estos españoles para hacerse ricos! decía-

don Marcehno. Ayer no mas llegó éste, i ya está gastando a troche i moche. Yo le di esta casita toda desmantelada, i ¡vean cómo la tiene! Parece un relicario.... ¡Hija mía! cuando abras los ojos, me agradecerás la buena vida que vas a pasar aquí, i verás la diferencia que hai entre un pelajioMo sin relijion i un español neto, sin se

mezcla de indio, timorato a Dios i cristiano a las derechas! El padre Hipocreitia, al notar la admiración de don Marcelino, se sonreía

i

—Mucho

murmuraba:

queda que ver, viejo inocente! Llegada la hora en que Lucinda debía salir del monasterio, se fué allí don Marcelino con don Cándido, que quiso acompañar a su te

compadre.

Habíase arreglado la vieja calesa del señor de Kójas para traer a la niña. Un par de muías, negras como el azabache, arrastraba la máquina, mientras un lacayo con galones se pavoneaba en la zaga con todo el orgullo de un servidor de casa grande.

La abadesa condujo a Lucinda al locutorio, endonde se encontraba el padre Hipocreitia. La niña estaba pálida como un cadáver; i

a la viveza de su mirada, habia sucedido una expresión de enajena-

ción mental que no llamó la atención de

don Marcelino.


— En

41

cuánto la niña vio a su padre, rompió en llanto; pero pronto

volvió a su constante indiferencia.

Cuando

que era preci-

le dijeron

so ponerae en marcha, se levantó del escaño en que su debilidad la liabia obligado a sentarse

i

siguió a sus conductores.

Al

llegar

a la calesa, preguntó:

— ¿I mi mamita?

contestó don Marcelino. —No ha podido — Oh! dígame su merced,,, ¿Ha muerto? preguntó venir,

la niña

con

voz lúgubre.

ISTó,

hija mia:

La pobre

no

lo

permita Dios!... Pronto verás a la Trinidad,

niña, sin hacer resistencia ni manifestar deseos de lle-

gar pronto a ver a su madre, se dejó tomar en brazos por don Cándido, quien la

puso dentro de la calesa como qu^en pone un cadá-

ver en su ataúd.

La calle;

calesa rodó pesadamente sobre el desigual pa\imento de la i

después de un cuarto de hora de marcha, llegó a la casa de

don Meliton. Lucinda fué entregada a dos señoras tenian el encargo de arreglar el traje

i

cuanto a don Marcelino con su compadre

viejas,

quienes

tocado de la novia. i

don Meliton,

En

se fueron

a las piezas principales a recibir a los convidados, que ya hablan

empezado a

llegar.

Mientras tanto, una multitud de muchachos

atraída por la esperanza de que se botarla plata, gritaba en la

puerta de la calle:

— ¡Vivan novios Ya

i

padrinos!

era completamente de noche. Las velas de cera, puestas en

candelabros de plata, ard^'an en la cuadra reñejando

sus luces en

las piedras

de los tocados de las señoras cuyos maridos conversa-

ban en voz

baja.

Sobre una mesa colocada en medio de la habitación, estaba un

gran Cristo de marfil, a cuyo pié ardia un par de luces. Un gran rosario pendia de la cruz, i cerca de ella se veia un atril soportando

un

libro abierto.

co, se

Por último, don Meliton, vestido

^lq

punta en blan-

paseaba por la cuadra entreteniendo a las señoras con las

mas

finas galanterías.

—Parece un mocito de veinte años, decia meneando cabeza para para que todo — Solo novia

lucir los brillantes

la

la

falta

otra, arreglándose la grav. peineta

descomunal moño.

una

vieja

almibarada

de sus tembleques.

esté completo,

agregaba

de carei que se elevaba Sobre

el


A^

—Ya

es

hora de que Lucinda se presente, dijo

el

padre a don

Marcelino.

Este

un

salió a

buscar a su hija;

i

bien pronto volvió trayéndola de

brazo, mientras doña Estrella la sostenia del otro. iTespues de

los saludos, abrazos

niña,

muerta de

i

adelantados parabienes, se arrojó la pobre

fatiga, sobre la silla

:o:-

que se

le

habia preparado,


CAPITULO

IX.

LA SORPRESA.

«La

lionda a la piedra le dijoí Usted fué quien lo mató; I le respondió la piedra: Usted fué quien me tiró.^

(Versos ¡^ojmlares,)

— Comencemos,

dijo el

padre acercándose a la mesa... ;En el

nombre de Dios!... Doña Estrella condujo a Lucinda, i don Cándido a don Meliton, liácia la mesa del Santocristo. Pueden sentarse, dijo el padre, mientras leo en este libro las

— sagradas obligaciones del matrimonio. — Escuchemos, una a su dijo

vieja

acuerdo una palabra de lo que leyó

el

amiga

del lado.

padre cuando

me

Ye no me casé... ¡Es-

taba tan turbada!

—Lo mismo está Lucinda. — Pero no don Meliton... Míralo cómo estos

hombres no

Un viejas

se les

las

^Qué

el

patio interrumpió

primeras palabras del padre. es eso?

A

da nada, niña, mientras que a una....

ruido que se sintió en i

se sonrio de gusto!...

preguntó don Marcelino.

el

coloquio de las


— 44 — —Esquinazo

tenemos! dijo don Cándido, oyendo puntear la3

cnerdas de nna guitarra.

—Hágalos —

don Marcelino, dijo el observó doña Estrella... ¿I

¡^adre con severidad.

callar,

l^ój señor,

si el

esquinazo es de al-

guna de nuestras amigas?

—Dice bien

Estelita, agregó

don Cándido: no

es

bueno agraviar

a nadie; i ya que quieren ayudarnos a festejar este casorio, dejémolos que canten! Entonces se dejaron oir dos guitarras, una harpa i un rabel; i poco después las entonadas voces de tres cantoras. Don Cándido sacó al momento una gran bolsa llena de dinero, i vaciándola en la mano, empezó a escojer la moneda menuda.

—A mí me toca botar

quinazos!

En

A mí me

los es-

toca! Soi el padrino.

momento

aquel

¡Cómo me gustan

la plata, decia.

se abrió la puerta esterior,

i

cuatro hombres

enmascarados se presentaron en ella, armados de pistolas i sables. Un grito de horror salió de todas las bocas. Los concurrentes quisieron salir por otra puerta, pero encontraron en ella otros cuatro asaltantes. Entonces, mujeres terior pidiendo socorro a

—Por

i

hombres

se dirijieron al patio in-

grandes voces.

doña Estrella... Yo conozco

aquí! vénganse por aquí, decia

la casa!

I llevando a la atemorizada concurrencia hacia a rior,

entró con todos

rarse de que

i

una pieza

inte-

torció la llave de la puerta, después de cercio-

don Cándido estaba con

ella.

En

cuanto a los demás,

no hablan i3erdido el tiempo. Lo primero que hicieron fué atrapar a don Marcelino, al fraile i a don Meliton, a quienes, poniéndoles sendas mordazas en la

no hablan

sido tan felices: los asaltantes

boca, ataron juntos en

un

solo lio con

un

cordel que llevaban al

efecto.

Dos

caballeros viejos que hablan querido hacer resistencia, fue-

ron encerrados en una pieza interior. Lucinda, medí o desmayada, se dejó llevar como un niño por Tronera i Tris tan que la sostenían casi

en

el aire.

Mientras ímíío,

q\

como de prime-

esquinazo jixo^egmíí,

cuando hubieron concluido la tonada, gritaron dos de tantes como si fueran los dueños de casa: ras;

i

— ¡Otra

i

los asal-

otra, hijitas!

Las cantoras comenzaron de nuevo. Lucinda fué puesta en rreta,

mientras tres o cuatro mujeres

ca en la puerta de calle.

platicaban

i

la ca-

rcian a toda bo-


— Eran

las

45

-

cómicas qne representaban su papel.

vayas tan temprano, que —Mucho niño enfermo.. quedarme; pero tengo —Yo también —Anjelito de Dios! — Le tengo hecha una manda a Yírjen del Carmen! —Adiós, pues! grani—Adiós... Ten mucho cuidado con niño: mira que siento

liijita.

te

al

quisiera

la

estos

el

tos que andan... Si yo fuera que tú\^ daria el

quimagogo: es santo

remedio.

—Asi pañera

i

subiendo a la carreta con su com*

lo haré, contestó la otra

Lucinda.

Los hombres también subieron, diciendo:

Pica lijeritoalos bueyes!

Tira, carretero!

La carreta crujió haciendo rechinar

sus altas ruedas,

i

toda la mo-

puso en movimiento, tirada por la poderosa yunta. El carretero silbaba una tonada sentado en el pértigo. En seguida la cómica que habia quedado en la puerta, dijo a las cantoras: le se

—Ya

es

tiempo de que callen

I habiéndoles lle,

i

allí se

i

de que se vayan.

pagado su trabajo,

se dirijió a la esquina

de la ca-

juntó con sus otras compañeras, las cuales se hablan

bajado de la carreta sin que lo notase

el

conductor.

En

seguida se

prontamente hacia su alojamiento, acariciando el dinero que Tristan i Tronera les hablan dado, dinero que, es preciso decirlo, habia salido de la caja de don Cándido, sin que éste tuviera la

dirijieron

menor noticia.

No

bien quedó solo el patio, cuando los muchachos de la calle en-

traron gritando:

— ¡Yivan novios —Yival I se

i

padrinos!

pusieron a buscar

pero no encontraron

el

dinero que ellos

mas que pedazos de

vidrios

habían oido caeíj i

hojas de lata.

En-

tonces, oyendo gritos en el interior de la casa, salieron a dar parte

a una patrulla que en aquel momento pasaba por la trulla entró,

i

guiada por los gritos, se fué

al cuarto

calle.

Laj)a-

en que estaba

doña Estrella con las señoras i varios de los convidados. Abran la puerta! gritó el jefe de la patrulla. Bien conoció doña Estrella que se llamaba en nombre de pero queriendo dar tiempo a los raptores, dijo a los demás: —Son ladrones! no abran!

—Nó¿ por Dios!

;uo abran! csclamaron algunas viejas.

la leí;

'


46—

—Atrinclierémonos, don Cándido. Yo sigo consejo de Es'Estos picaros nos descuartizan nos — nos pillan a nosotras, liarán otra cosa peor! esclamaba dijo

el

telita.

I

pillan!

si

la

si

relamida vieja de los tembleques.

— Pues, a

la obra! dijeron los

hombres, arrimando a la puerta to-

dos los muebles que liabia en la pieza.

Mientras tanto,

a

los

seguia golpeando;

el oficial

mandó echar

contestaba,

puerta abajo. Esta se hizo astillas

la

golpes de las carabinas, viniendo al suelo

mesas, taburetes

i

viendo que nadie

i

de

el encastillada

bancos que se habia hecho por dentro.

—¿Por qué no abrian? preguntó — Porque creíamos que eran ladrones. —¿Qué ladrones? Qué

el oficial.

los

significa esto?

Entonces doña Estrella contó minuciosamente dose en cada circunstancia con

—^Vamos a

el fin

el

hecho, parán-

de ganar tiempo.

la cuadra, señor oficial, dijo

don Cándido. Allí está

el

verdadero campo de batalla, endonde nos hemos batido con esos

Yo

infames. Ah! señor!

creo que no encontraremos

dáveres! Pobre compadre de

mi alma! Pobre don Meliton!

todo, pobre padre Hipocreitía! sobre el cual

do esos herejes todo Llegados

en su lugar

i

ca-

sobre

deben haber descarga-

peso de su furor!

el

quedaron pasmados, pues encontraron todo

al salón i

mas que

no se echaba de menos ningún objeto.

—Aquí no han estado ladrones,

dijo el oficial.

¿Quién es

el

due-

ño de casa?

—¿Dónde

está

don Meliton? ¡Compadre, compadre!

gritó»

don

Cándido, llamando. ¡Nadie responde!

En cie

con

esto el oficial acertó a ver en

de envoltorio arrojado en

un

el suelo.

una espeParecía un cuerpo montruoso ricon de la pieza,

de la muerte.

las convulsiones

—¿Qué Acercóse una luz todos retrocedieron horrorizados. mi compadre! don Meliton! esclamó don — Su — Parecen un mazo de tabaco, uno de soldados. es esto? dijo. i

reverencia!

Cán-

dido.

dijo

En

efecto, aquellos

tres

los

hombres atados como estaban, no ha-

bían podido hacer otra cosa que jirar por

mismo. El semblante de aquellos

el suelo

en torno de

infelices era terrible; los ojos fue-

ra de sus órbitas amenazaban furiosos a los ojos de enfrente. Sg-n-


— gre

i

espuma

les

salia

47

por las bocas amordazadas,

i

se conocía los

esfuerzos que liabian lieclio por deshacerse de sus ligaduras.

Desatáronlos; pero apenas se vieron libres, cuando se lanzaron

como perros

rabiosos los unos sobre los otros, diciendo:

-»-üd. tiene la culpa de lo que

— Nó; que — Son Uds.

es

ha sucedido.

Ud!

dos! Picaros!

Tales eran las palabras que se dirijian al

mismo tiempo que

trataban de herirse mutuamente. Separáronlos, restablecido

un tanto

i

cuando se hubo

la calma, salió la patrulla en persecución

los malhechores.

don Marcelino. encontró en ninguna parte.

¿I Lucinda? gritaba fuera de

Pero Lucinda no se

sí,

:oí

de


Capitulo

x.

TRONERA.

c(La canción que éste entonaba era a propósito para el caso, i terminaba con el verso: «Tira, tira, carretero.»

(A Blest Gana Pronto se convenció

el jefe

—Martin Rivas)

de la patrulla de que era preciso se-

guir la carreta, de cuya dirección fué informado por los mucliachos i

demás jente que

liabia

en la

calle.

Habíanle dicho

al carretero

que

una chacra situada en los suburbios del costado occidental de la ciudad. Luego que la carreta se hubo retirado unas dos cuadras de la casa de don Meliton, torció hacia el sur i después se dirijiera liácia

hacia

en

el poniente,

sí, i

por la calle de la Catedral. Lucinda habia vuelto

no viendo a Anselmo ni oyendo su voz, tuvo miedo

pedir socorro.

Pero Tronera se

en la boca, niiéntras

lo impidió,

le esplicaba

en voz baja todo

Bien dicen que

el

Mas que una mala El

la

el

hecho.

mundo no

comedia.

que cada uno sabe

i^apel

quiso

poniéndole un pañuelo

guida se puso a cantar:

En

i

que representa,

Hacerlo del mejor modo;

es

En

se-


49

Pero con

Que

si

— la diferencia

cómico trata

allá el

De engañar

la concurrencia,

Aquí, en engañar, tan

Un En

cómico

solo,

al otro, piensa.

seguida entonó, variando la voz e imitando

sonsonete del

el

mas cumplido borracho:

Tira, carretero,

Que ¡)a Renca vamos; I en habiendo niñas, Allá nos quedamos! Tira, carretero I...

A lo

cual los

demás respondieron en

coro:

— afectando mal humor esclamó: déjame dormir. — Calla tu boca. —Yo también que me caigo de sueño, esclamó —Aquí no hemos venido a dormir a Tira, tira, carretero.!

Tristan,

Tarabilla;

otro con voz

voi

ronca.

«

sino

nera.

Conmigo no

ca a la guitarra

amigazo?

así,

—Así

i

hai sueño que valga.

divertirnos! replicó Tro-

Vamos

siga la jarana que para esto

niñas!

hemos

Denle guas-

nacido.

¿No

es

le jDreguntó al carretero.

no mas

hombre

pues, señor, respondió el

es,

acentuando sus palabras con picanazos dados a

—Me gusta el amigo!

los bueyes.

esclamó Tronera, golpeando

que usted es hombre que

carretero. Se conoce

del pértigo,

el

hombro

del

lo entiende. Yaya!...

Tómese ese vasito a la salud de la mejor niña que va aquí. El carretero bebió el vaso de aguardiente que le pasaban. En seguida se tomó otro i otros, hasta que empezó a bostezar de una manera nada equívoca. Tronera que lo observaba por una abertura del toldo, dijo en voz baja a Tristan:

—Ya

el

hombre va abriendo mucho

pego comenzará

i

el

que

a cerrar los ojos.

I así fué, porque no bien

cuando

la boca, lo cual indica

hubo apurado

el

quinto o sesto vaso,

pobre conductor apenas podia ya sostenerse en su lugar

solo abria los ojos

i

alzaba la cabeza esgrimiendo furiosamente su

larga picana al oir los recios gritos del incansable Tronera:

— — Hombre!

Tira, (íarreterito!

dijo Tristan a Tronera.

Ya

el

carretero va que se cae:

es preciso apearnos.

—- ;I

los caballos?

6*


— — Están en — Salta a

que sigue.

la bocacalle

tierra

50

prepárate a recibir a Lucinda, dijo Tronera.

i

Hízolo así Tristan: bajáronse los demás, poco a poco, sin que conductor

echase de ver,

lo

i

el

en cuanto enfrentaron a la calle atra-

vesada en que liabian dejado sus caballos, se dirijieron todos por ella.

La

estaba oscura; x>ero pronto dieron con sus caballos.

calle

Tronera sentó a Lucinda sobre la delantera de la

Chimba por

sus compañeros, se dirijió a la

Mientras tanto,

el carretero

el

silla;

seguido de

i

puente de cal

i

canto.

seguia cantando con aguardientosa

voz sus tonadas favoritas, cuando oyó que

— Para, —¿Quién manda? preguntó —Yo; contestó de una pista ¿A dónde va — Llevo a unos caballeros unas

le

gritaban de atrás:

carretero.!

éste.

patrulla, que les venia siguiendo la

el jefe

esta carreta?

señoritas.

i

— Hola! gritó

el oficial

mirando dentro del toldo: ¿Quiénes son

ustedes?

Ninguna voz

—¿Conque

contestó.

pensabas engañarme a mí? dijo entonces

Aquí no viene

dirijiéndose al carretero.

—Nadie! esclamó

el

el oficial

nadie!

conductor entrando dentro del toldo. Enton-

ces son ustedes los que venian en la carreta... i... Sí! prosiguió:

acuerdo de que venian a caballo... Ustedes

no pagarme

— —

lo

que

me han

ofrecido,

me

son.. Se

me

han apeado i por

vienen ahora con esas!

¡Calla la boca, imbécil.

me pagan mis seis pesos los demando. — Ya te digo que no me muelas la paciencia. ¿No Si

no

*

ves que somo8

la patrulla de seguridad?

—Ya caigo, señor oficial! dijo el carretero me

sus mercedes...

Yo

creia que sus mercedes eran

quiero decir, los caballeros que esta tarde llevara en esta carreta

mis

temblando. Perdónen-

al llanito

me

caballeros. *«

vieron para que los

de Portales... ¿quién

me

pagará

seis pesos?

— Contéstame, no mientas, verdad, señor — Les i

le dijo el

oficial,

porque puede cos-

tarte caro.

diré la

—¿Qué —Eran

Usic/^

como

me

fuera a confesad.

personas eran esas?

unas personas...

llevándome mis

sí,

señor, unas personas que se

seis i)esos.

—-Te pregunto qué

claí^c

de houibrcí^ craa*

han

ido^


— —Eran

a

modo de

51

militares, contestó

el

dominado

carretero,

siempre por la idea de su pérdida. ;Me lian llevado mi plata!

— conoces a ninguno? —A ninguno, Ya no me juntaré jamas pesos! —¿Venian a pié a caballo cuando contrataron? —A señor. Se apearon por aquí por ¿N"o

señor...

o

con mis

seis

te

caballo,

estos

.

.

medios,

i

montaron en la carreta. Después los llevé a la casa de im rico, endonde liabia un casamiento, i después me dijeron que tirara para abajo. Buen dar! No haber pedido adelantado mis seis pesos!

— ¿dónde apearon de hubiera apearse, no — respondió — De hombre no sacamos nada, I

la carreta?

se

se habrían ido con

visto

Si los

el carretero.

dijo el oficial.

seguida dio orden para que dos hombres llevaran al carretero

al cuartel;

de

plata,

.

este

En

mi

i

a fuerza de preguntar a los vecinos, encontró la pista

los fujitivos.

Al pasar éstos por

puente de cal

el

i

canto, la guardia del vivac

gritó:

— ¡Quién —La I

vive!

patria, contestó

Tronera con entonada voz.

luego preguntó:

usted pasar por aquí —¿Ha grupa? caballo con mujeres a —Nó, señor! contestó centinela. — Pues entonces, vamos adelante,

una partida de jente de a

visto

la

el

dijo Pepe,

dirijiéndose a sus

hombres.

Al bajar el

la

rampa que conduce

al barrio de

la Recoleta,

oyeron

ruido de jente de a caballo.

—Alguna patrulla nos persigue, tan,

toma a Lucinda

i

marcha

dijo Tronera. ¡Alerta! Ti\, Tris-

adelante.

¿No conoces

la casa del

cónsul?

— Como a mis manos. Nosotros —Pues adelante.

la retaguardia...

Para

den alcance, será preciso que pasen por sobre nosotros. ¿No vervlad, amigos mios?

que es

cuidaremos

te

te

— contestaron a una demás compañeros. acercaba. El tropel de caballos — Son muchos, Tronera, no prudente que los

Sí!

se

dijo

i

es

les

hagamos


— rara sino

ol

oii

todo, veamos

último

caso....

podemos

si

52

Cábula quiere

la

Antes de

guerra

engañarlos.... Salgámosles al

encuentro!

Diciendo esto, corrieron todos en pelotón hacia la patrulla.

— Dense a

Pepe con voz de trueno.

presos! gritó

— ¿Quiénes son ustedes? preguntó jefe de la patrulla. — Somos sus perseguidores, contestó Tronera. Ustedes traen una el

niña robada, hija de mi

tio,

don Marcelino Rojas.

— Se engaña usted, también venimos persiguiéndolos. — no han encontrado —Ninguna. creido que eran ustedes —Yo

señor, dijo el jefe de la patrulla.

Nosotros

noticia?

¿I

liabia

estaban del otro lado del

Vaya usted por

allá,

rio...

porque acabo de saber que

Talvez se han ido Tajamar arriba...

que nosotros los perseguiremos por este otro

lado.

—Está señor! — Bueno pues! bien,

vivo,

i

sin perder tiempo....

¡Pobre prima de mi

alma! Nuestro punto de reunión será en la plaza del Reñidero. El

que llegue primero espera... ¿Está usted?

—Convenido, Tronera se

dijo el

dirijió

haciendo volver grupa a su cuadrilla.

entonces con los suyos hacia adonde se hallaba

marchar sino mui al paso. Apuraron la en menos de veinte minutos estuvieron en casa del cón-

Tristan, quien no

marcha,

otro,

i

¡jodia

Mr. La Forest.

sul francés,

Ya Andrés

habia hablado con

éste,

i

tanto él

como

Mme

La Fo-

rest se prestaron gustosos a protejera Lucinda.

Puesta

la

niña en seguridad, dijo Andrés a Tronera:

-=»Lo estoi viendo

—Otro

i

no

lo creo!

dia lo creerás, dijo éste.

Por ahora

es preciso

que

me

des

alojamiento en tu casa.

«Con mucho

gusto.

—¿Tienes caballo aquí? —-Sí: está

—*Pues,

listo.

entonces, en

dispersión! dijo a

su jente. ¡A la casa de^

capitán Muñoz!

como una bandada de pájaros, introduciéndose callejuelas. Media hora después estaban en casa de

Se])aráronse todos

por diversas

Andrés, riéndole del chasco que habían dado a don Marcelino

comparsa.

i


CAPITULO

EL ULTIMO

XI.

PENSAMIENTO DE UNA MADRE.

«Madre iiifelizl esposa sin ventura ¿Qné nuevo golpe de dolor ha herido

Tu

corazón, cual hórrido estampido rayo que despide nube oscura? ¿Por qué lloras sin fío, por qué tu pecho Henchido de aflicción, doble })alpita I sentido clamor el aire ajita

De un

Como x\li!

la

mar, el huracán deshecho? luja de tu amorl Tu compañera!.,.»

en

el

(M. M. DE Solar).

Al dia siguiente se supo todo lo sucedido en casa de don Meliton. Cada uno apreciaba el hecho según su propio carácter, sus creencias o preocupaciones,

mismo

i

sobre todo, según

el

conocimiento que

Hai en toda sociedad nueva cierto apresuramiento para juzgar de las cosas, i éste es uno de los principales motivos de nuestros estravíos. Los hechos mas sencillos i fáciles del caso

tenia.

de esplicar se convierten en intrincados laberintos o en historias fantásticas, a fuerza de comentaciones

Esto era

Cada cual lia,

lo

i

suposiciones gratuitas.

que sucedía respecto de la desgracia de don Marcelino.

veia en el hecho lo que queria.

Para

los

padres de fami-

era aquello un crínieu digno del fuego de la inquisición. jAtre-


— verse a ultrajar de esa

no era menor rica,

manera

el desacato.

La

54

la autoridad paterna!

los ricos,

casa de don Marcelino era una casa

mayor

poderosa: no podia, pues, ser

un

Para

el

atrevimiento de los

mozos no encontraban tan malo el hecho, i aun habia solterones, de buena edad, que lo perdonaban. La niña es mui linda! esclamaban unos. ¡Cosas de muchachos! decian otros suspirando. Las niñas cuchicheaban entre raptores... Merecian

oyeran sus madres,

sí sin (pie las

—Don

castigo ejemplar. Los

i

decian:

Marcelino tiene la culpa.

—¿Por qué hablan de obligar a Lucinda a tomar un marido consu voluntad? —Eso — Bien hecho que haya dejado robar! — Yo también habria hecho mismo! agregaba, una de

tra

es injusto!

se

lo

las

mas

En

'riendo,

vivarachas.

cuanto a las beatas, hablaban del caso

comentaban en voz baja con su acomodaticia caridad, porque de(ian: c(no es bueno echar a la calle la honra de nadie.» Pobre Lucinda! i parecía una santa! quién lo habria de creer? Ella se ha dejado robar... Por supuesto! quién será capaz de eso... si una no quiere? Pero de todos modos, es preciso callar... Sí: no liai que echar a los cuatro vientos lo que pasa...

La

caridad con

el

i

lo

prójimo, niñas... I sobre todo

con las pobres mujeres, que cuando empiezan a manosearle su honor...

Dios nos

Otras beatas,

de todo

libre!

mas beatas

lo sucedido.

blan tenido sueños

i

todavía,

Satanás era

el

apariciones...

hecho cuando estaban en

le

echaban

ladrón...

A

la

culpa al diablo,

Muchas de

ellas ha-

otras se les habia revelado el

la oración mental...

Por último,

las seño-

ras que hablan asistido a la función, se veian a cada rato estrecha-

das en un círculo de preguntas.

—;Cuánt eran? — ¿Parecían jóvenes decentes? — ¿Eran buenos mozos? —¿Estarla Anselmo entre —¿Se prestó Lucinda a seguirlos con buena voluntad? — O talvez hizo que no quería para hacer deshecha!js

ellos?

,

la

se

Algunas de recían ser

mui

las señoras asegurab'an

los

jóvenes aquellos pa-

buent>s mozos, a ])esar de que venían enuuiscarados.

Otras decian que

agregaba:

que

el

susto no les habia dejado ver nada,

i

una

vieja


—Es

jamas he tenido nn susto igual desde que me pusieron bendiciones. Cuando vi entrar aquellos desalmados, me creí perdida, i solo me acordé de poner en salvo mi honor. ¿Qué no habrían sido capaces de hacer con nosotras si nos hubiésemos quecierto, niñas:

dado en

la cuadra?

Me

descoyunto toda de solo pensarlo: así se

lo

digo siempre a mi marido, que como ustedes saben, es mui ríjido en estas materias!

El padre Hipocreitía no decia una palabra, hablar

escuchaba. Pero por

i

como

el quid,

hombre de

decia don

los

mas que ponia

sino

la oreja,

Cándido. Sin embargo,

que se dan por vencidos. Al

fin

que dejaba

no daba con

el jesuíta

no era

como que

pareció

mover satisfactoriamente la cabeza de arriba abajo; sacar su caja; tomar una narigada i sonreírse, como acostumbraba sonreirse a veces el reverendo. Era indaba en

el quid,

porque hai quien

lo vio

dudable que éste masticaba su idea. El padre era liombre de ideas, i

tenia el hábito de llevar siempre

una entre manos, o mejor dicho,

entre mientes.

—No

se

me

ocurre, decia, quién podrá ser

el"

autor del rapto; pe-

un amigo me lo vijila de cerca. ¿Habrá llegado Andrés de Valparaíso? Es indudable que han sido personas decentes; tal vez oficiales mandados por el jeneral Freiré... La muchacha debe estar en alguna ca^a (jrande^ puesto que aun no han dado con ella nuestros hombres... ¿Cómo descubrir su paradero?... Ah! qué ideal Gacetilla nos puede ayudar... pero es amigo de Andrés i de Anselmo. Nada sacaremos de él... si no se le mete miedo antes. El padre se puso a reflexionar. Tomó otra narigada prosiguió ro es jjreciso descubrirlo.

Anselmo

está enfermo

i

i

su interrumpido soliloquio:

— Pero por será

si lo

que don Catalino quiera ser con sus amigos, no ponemos en apuro... Es un hecho: lo acusamos de ser leal

lo el

autor del rapto... Como es tan hablador, nada nos costará hacerlo decir palabras

guida

se le

que

lo

comprometan. Se

le

echa a

la cárcel;

en se-

deja libre, pero con la espada de la justicia suspendida

sobre su cabeza. Entonces veré yo

si

no

se

em[)eña en buscar a los

verdaderos culpables... El es un verdadero buzo; no hai rincón que se le escape... Si él

no

los encuentra, es ])reciso creer

que

los rapto-

res están protejidos })or los espíritus infernales.

El arte del reverendo consistia en las pasiones ajenas.

don Marcelino.

Animado de

luuH'r servir

tales ideas, se

a,

sus pi-c^pósitos

encaminó a casa


— Al llegar notó que lidad reinaba

allí,

i

tocia la

56

casa estaba conmovida.

La

intranqui-

hasta don Marcelino parecía liaber derramado

algunas lágrimas.

—¿Qué sucede? preguntó padre. —La Trinidad muere! Lucinda desaparecido! ademan. con señora? — Cómo? qué entrar —Acaba de Es asunto el

se

lia

contestó el

ajitado

viejo

tiene la

concluido... El médico muere de sentimiento... no creo esto, pero dice que yo Ese pero de don Marcelino salia de lo mas profundo de su conel Viático...

ella

ciencia.

padre, prepárese a — Rehágase usted, con que Dios prueba a sus — La pobre mujer ha estado delirando, prosiguió don le dijo el

sufrir los golpes

i

criaturas.

sin atender a lo

que decia

el

padre.

Acabo de

Marcelino

estar junto a su ca-

ma... Da lástima verla... Llama a su hija, llorando; otras veces se sonrie

como

si

la viera enfrente

de ella

i

trata de abrazarla... Pero

bien pronto lanza quejidos dolorosos al encontrarse con gaño... Sí, padre mió! da lástima! pobre mujer!

guió

el viejo,

bajando

la voz; le

el

Le aseguro,

desenprosi-

aseguro a su paternidad, que yo no

quisiera que hubieran sucedido estos hechos.

—Pero dígame, por Dios ¿quiénes son autores rapto? prehan capturado? padre gimtó esclamó don Marcelino... Ella — Qué mas quiere que los

del

¿se

el

le

diga!

j

misma me ha llamado dió d3 mí,

a su cabecera... Me besó la mano; se despi-

i

—¿Iqiié? — I me

don Marcelino, limpiándose el sudor de Oh! era una buena mujer...! Tal vez yo he sido dema-

pidió perdón, dijo

la frente...

siado

No

alcanzó a concluir don Marcelino, pues fué interrumpido por

una voz que

se oyó en el interior de las piezas.

— ;La señora — Se muere!

se

muere!

voi allá, dijo el viejo, lanzándose hacia el interior.

Siguióle el padre poco a poco hasta el cuarto de la enferma. Es-

taba ésta tendida de espaldas en su cama, i parecía no tener fuerza ni aun para mover los párpados de los ojos. Sin embargo, su voz era clara

i

sonora,

i

un cadáver en cuya voz humana. En cuanto un movimiento galvánico.

al oiría, creíase escuchar a

boca tuviera puesto un ventrílocuo la vio a su marido, se estremeció

como

i)or


57

—Venga usted, don Marcelino, cargo

me

¡Ame a nuestra

hija

dijo: quiero hacerle el

como yo

lo

último en-

he amado a usted! Adiós! yo

muero... Recen por mí!

Todos

circunstantes cayeron de rodillas sobre el suelo. Solo

los

se oyó el

murmullo de

la oración,

qne envuelta en sollozos, se

ele-

alma de aquella mujer mártir. El sacerdote a la cabecera de la cama con un crucifijo en las manos, oraba acompañado délos demás; i doña Estrella, teniendo entre sus manos una de las de su amiga, le decia llorando: Amiga niia! te prometo ser la madre de tu. hija! vaba hasta

el

trono de Dios por

el

Doña Trinidad oyó lanzó

el

la

promesa: apretó la mano de su amiga,

último suspiro.

—Está muerta!

dijo el sacerdote

frente!

Qué Dios premie su alma

ha sido

la felicidad

que la auxiliaba, tocándole

anjelical!

la

Su último pensamiento

de su hija!

—Ah! esclamó don Marcelino, mirando como alelado de su esposa ¡La felicidad de su

hija!

de mi

como un niño sin atender a que trataba como de consolarlo.

Pocos instantes después, bajo de palio por el

de la casa

el

Al ruido de

la

salia

sacerdote.

cunstantes del patio se pusieron de rodillas

cadáver

el

hija!

I se puso a llorar jesuita

i

i

las

palabras del

santo Viático llevado

campanilla, los

cir-

luego los de la calle

demás puntos por donde pasaba el acompañamiento. Don Marcelino se fué a un cuarto i no quiso hablar con nadie ni aún con el padre Hipocreitía. Este se dirijió entonces a doña Estrella le prei

i

guntó

:

—¿Es verdad que —Todavía contestó en una casa de —¿Dónde? —En casa cónsul

se lian

nó,

encontrado a los raptores?

la señora;

pero se sabe que Lucinda está

respeto.

d(d

francés. ..Al

momento de

salterio vine

para

avisárselo a su pobre inadre, creyendo que esto le daria ánimos; pero

según siento,

no he hecho mas que acelerar su muerte... Lo que mas prosiguió doña Estrella, es que Lucinda no haya podido ve-

creo,

nir a ver a su

madre.

— Oh! esclamó

el padre, es preciso ({ue

venga aun cuando no sea

sino para que ayude a velarla ¡Los últimos deberes de la relijion son mui sagrados! Oh! la relijion! sí! nuú sagrados!...

— Es imposible,

la niña está

enferma. 4


— — Pero para Doña al

liuir

58

con sus raptores estuvo sana,

eli?

Estrella no contestó, sino que dio vuelta las espaldas

i

dejó

padre admirado de tanto atrevimiento en una mujer que se decia

cristiana.

:o:


CAPITULO XÍL

EL

PADRE SIGUE RASTREANDO.

«Aunque

De La I la

está iiiuuclado el primorosotí 2)apeles, virtud está en menguante

maldad en

La ambición

mundo

creciente.

egoismo Alzando su odiosa frente Anuncian la destrucción: i

el

¡Raro monstruo! Buen ijrimorl»

(Camilo Henríques.)

Viendo el padre que le era imposible obtener mayores noticias, so encaminó liác.ia la Curia ecleciástica, con el fin de hablar con el señor Obispo manif(;starle la gravedad del caso. Era de todo punto necesario volver a meter a la niña en el convento, a fin de (nitar un matrimonio casi misto, pues Anselmo era i

casi hereje,

Estaba a

( i

esto sino era hereje del todo.)

la

cabeza de

la Iglesia Chilena, el lltmo. señor

don M.

de Ceran, hond)re de una alma anjelical, de un CvSpíritu sumamente bon(hidoso i timorato, i de cuya debilidad se pro-

Vicuña,

metía

el

0})is[)o

reverendo sacar

Habiendo

uii

gran partido.

en('()ntrado en el

camino a uno de

los oficiales cucar-


— gados para se liabia

60

paradero de la

liacer dilij encías del

dado con

— niila^ lo

preguntó

ú

los culpables.

—Nó, padre mió, contestó

La nina, está en

el oficial.

cónsul de Francia, cpiien se niega a decir

nas

cpie allí la lian

die

puede hablar con

depositado.

casa del señor

nombre de

el

las perso-

Ademas, Lucinda está enferma

i

na-

ella.

— ¿Se niega? interrumpió

el

padre frunciendo las

cho no conoce la tierra que pisa.

Veremos

si

El

cejas.

(/ada-

se niega a contestar

una nota de la autoridadl La ha contestado ya, negándose redondamente. Se le ha escrito de parte del juez, pidiéndole el nombre de los hechores; pero ha contestado formalmente: (pie no lo sabe: que la niña acompañada de un caballero, a quien él no conoce, ha ido allí a pedir auxilio;

que

dejando

el caballero salió

allí

a Lucinda,

i

que ésta se encuen-

dedonde no

tra al presente en territorio francés,

se le

hará

salir

sin su consentimiento.

— Bueno! bueno!

dijo el

padre encaminándose a la Curia.

Allí se encontró con Freiré.

La

corrió a verse con Mr. el i

El

Forest,

i

jeneral, en

cuanto supo

el caso,

en seguida se vino a hablar con

señor Obispo. Este se encontró, pues, bien pronto, entre la espada

la pared,

es decir, entre

de Freiré por un lado,

i

la negativa

los escrúpulos

del cónsul con las

que

los

razones

razonamientos del je-

suíta hicieron jerminar en su espíritu, por el otro.

Casi no sabia

qué hacer.

En i

cuanto a Anselmo, había sido impuesto de todo por Tronera,

esto le hizo concebir nuevas esperanzas de felicidad.

—Ya

hombre, que no está todo perdido, le dijo Pepe. Esa misma noche sucedió en el comedor del Cafó de la Nación ves, pues,

una escena que debe saber Varios grupos en otros estaban en el

gar a i

los

dados

i

el

el

lector.

patio del Café, se entretenían en charlar;

comedor ocupados en tomar chocolate o en ju-

a la primera.

Don

Catalino Gacetilla iba

charlaba con todos. Hablábase de política

i

i

venia

de riñas de gallos,

etc.

Angostura. de Prieto ha 2)asado — Dicen que — Gobierno en qué piensa? Mi— Pero ¿qué gobierno tenemos ahora que Presidente Señor. han ido a Valparaíso? Estamos como moros mayor locura? ¿Habráse — jDejai — Tanto mejor para la

el ejército

I el

el

i

sin

nistros se

sola la capital!

los...

— ¿Para quiénes?

visto

los


~ '

— Para

los

amigos de

larelijion...

mano de

está dejado de la

61

Este gobierno de los pipiólos

Dios.

Solo — —Requiescant inpace! —Amen!

falta echarle la tierra encima.

Ao'oniza...

En

momento

ese

entró al Cafó, don Pablo Motiloni.

En

cuanto

Gacetilla lo vio, corrió hacia él con los brazos abiertos.

—¿Cómo de

lia

está,

don Pablo?

preguntó, tendiéndole la

le

estado todos estos dias? Ud. se pierde

i

mano ¿Dón-

aparece como los

duendes.

— He andado en campo, contestó Motiloni. — Luego ¿no sabe Ud. que pasa...? Venga prosiguió, memos... ¿qué quiere que pida? — Tomaré un poco de ponche, contestó —Yo también: mozo!... Dos vasos un frasco de ponche! el

acá,

lo

to-

el italiano.

i

Mientras ambos amigos se instalaban en una mesa, dos indivi-

duos entraban al comedor

i

se

sentaban en otra mesa de enfrente,

disponiéndose a jugar a los dados.

—Yaya, amigo a la salud

¿De qué bando

de...

Ud. partidario? estranjero i no meto en política. es

— De ninguno. Yo — ¡Pues a salud del gobierno de soi

la

lino,

bebiendo la mitad de un vaso.

—No

Bebamos

mió, dijo Gacetilla llenando los vasos...

los estranjeros! dijo

En

don Cata-

seguida prosiguió.

puede hablar de política porque están así las cosas que... no sabe uno a qué atenerse... Yea no mas... Gobierno en Valparaíso, que parece no tomar j)arte en nada... Gobierno en Santiago, se

quiero decir, a lo militar, que ha tomado las riendas,

mandado no

Hablo del ejército de Prieto, que también quiere ser gobierno... ¿Cabe embolismo mayor? Es una madeja sin cuenda. Por eso es que yo no hablo de política por quién,

i

luego... Gobierno del Sur...

ni de nada...

Me

lo

paso los dias enteritos con la boca seca,

guna vez vengo a echar mis cucharadas

aquí, es solo

i

si

al-

por despuntar

Están los tiempos revueltos!... Mui revueltos! Hablaba Gacetilhx con tanto calor que no notó las miradas de intelijencia cambiadas entre el italiano i los dos individuos que acael vicio,,. \

ban de entrar dos.

Uno de

i

los

que parecian mui entretenidos en su partida de dajugadores iba vestido de paisano; pero el otro deja-

ba ver a veces por debajo del capote que

lo cubria,

su casaca de

es la verdad, prosiguió Gacetilla^ repitiendo

los tragos; el

militar.

—Así


— mundo estado no la patria

62

conocerlo; no parece sino que se hubiera acabado

todo ¿qué se hizo, (pregunto yo) aquella patria vieja de

i

estábamos tim orgullosos? Ahí está esa infinidad de papeles que hablan de virtudes cívicas, pero el patriotismo anda que

los chilenos

por las nubes. Otro vasito, amigo mió! Motiloni bebia callado

i

dejaba hablar a Gacetilla. Este continuó

como de primera.

— Afortunadamente ha sucedido anoche una cosa que ha dado En no que hablar pega lengua que ha sucedido? preguntó Motiloni con —¿Qué —¿No sabe usted nada? Vaya que está en Ahí ya fin,

así

se

la

al cristiano...

es lo

distracción.

el limbo!...

se

ve qué viene del campo!... El caso es que se han robado a la hija de don Marcelino de Rojas...

—Sí?

no pueden encontrar a los ladrones... Es estraño que usted no sepa nada, siendo tan amigo de don Meliton. —Hace mas de un mes que no sé de don Meliton. Acabo de llegar

I

no

i

me

he visto con

él,

dijo Motiloni.

— Pues cosa fué en misma noche del matrimonio... üd. brá que don Meliton estaba para casarse con Lucinda de Rojas. —Algo he la

la

sa-

oído.

—Pues, amigo:

boda estaba arreglada, cuando a tiempo de ponerles las bendiciones, entran seis u ocho hombres, arrebatan la niña, encierran a los circunstantes, i... no es nada esto. ¿I todavía mas? dijo riendo Motiloni. Vaya, si hubo mas! Los picaros tuvieron tiempo para tomar a don Meliton, a don Marcelino i al padre Hipocreitía, i hacer de los la

«

tres

un atado que echaron a rodar por

el suelo...

Já, já, já! qué

fi-

gura hacian!

La

risa

de don Catalino i)rodujo un efecto estraño en su interlo-

cutor, cuyo semblante se

—Pues nada sabia de la barba,

i

estoi

—Mentira!

—No digo

puso pálido por un momento.

por creer que todo es mentira.

¿cree usted

que yo.

—Es

serlo

cierto el

—Sin todo eso.

.

.?

han engañado. cierto, amigo mió.

que usted mienta, sino que

—A mí no se me engaña: •—Puede

Motiloni con un lijero temblor en

eso, dijo

en

el

el fondo,

hecho es

lo

pero las circunstancias...

hecho hasta en sus menores

embargo,

se

me

detalles.

hace duro creer que hayan podido hacer


63

¿Por quién me — Cuando yo de buena —No obstante, yo dudo. —Yo no permito que dude de que se lo digo!

tiene usted a mí?

Lo

tinta!

lo

se

no, que,

lo

como todo hablador, no podia

digo, replicó

sufrir

don Catali-

que nadie pusiera en

duda su veracidad.

—Pero yo me permito dudar tanto mas, cuanto que usted habla de — yo que he —¿Ha presenciado usted escena? —No tanto; pero como hubiese presenciado porque hablado —¿Con alguno de raptores? — contestó Gacetilla bajando pues quería

solo

oidas.

I

le dijera

si

visto...

la

es

si

la

he

con...

los

la voz,

Sí,

todo trance.

•:o:-

ser creído

a


CAPITULO

XIII.

GACETILLA SE ENREDA DE LA LENGUA

I

CAE A LA CÁRCEL.

«En

esta casa, señor, al revés Los yerros de la cabeza Nos los ponen en los pies!»

Nos castigan

(El padre López.)

En

aquel

momento

detras. Volvióse

i

vio

sintió

a un

duos que estaban jugando a

que alguien

oficial.

los

Era

tocaba

le

éste

dados en

la

uno de

el

hombro por

los dos indivi-

mesa de enfrente

i

que

se habia acercado i^oco a poco a los interlocutores.

—¿Qué quiere usted, señor? preguntó Gacetilla. contestó — Que me —¿Adonde? —Al cuartel; quiero a cuartel? Talvez no a mí quien usted busca, señor mió. —¿Yo —Es a usted, señor. — Permítame que diga que yo no tengo nada que hacer replicó Gacetilla. Estoi hablando con — Puede pero talvez otro tendrá que hacer con usted. siga,

el oficial.

decir,

al

la cárcel.

es

allí,

le

este caballero....

ser,

allí

Gacetilla se habia vuelto hacia la mesa,

i

no viendo a Motilón i

en su asiento, esclamó:

<

;I

me abandona

el

cobarde al verme en

el peligro!....


65

decídase usted a seguirme pronto por— Señor, que no puedo perder —Entonces ¿esta una prisión? — Cabalmente. por qué? — Porque tengo orden de tomar presos a todos que entraron repitió el oficial,

tiem^^o.

es

-¿I

los

en

el

rapto de la señorita de Rojas. Aquí tiene usted la orden del

señor Juez del crimen.

Vio

orden don Catalino

la

—Yo no de —Pero a mí me

esos, señor

soi

comprometido en

i

dijo:

mió!

parece que

el

si

no es de

ellos, está

por lo menos

asunto, según se deja ver por las últimas pala-

bras que dijo usted a ese caballero que acaba de salir de aquí.

—Ali!

eso

;

me

pasa por hablar demasiado....

¡Si

aquí no puede

uno mover la lengua! Sin embargo le juro a usted que yo no sé nada! Eso se lo dirá usted al juez. Por aliora debo cumplir con la

orden.

Vamos

joronto.

Gacetilla vio que no liabia qué replicar,

siguió al oficial hacia

i

la cárcel.

— Caramba! relijion,

peor;

murmuraba: si

si

uno habla de

política,

de cliism.es que pasan, repeor.,»,

malo;

si

de

¿En qué querrán

que un hombre honrado se entretenga en unos tiempos tan calamitosos como estos?

Aquella noche durmió en la

cárcel, o

mas

bien dicho, no durmió,

j)orque pasó toda la noche sentado sobre las tablas desnudas que

hablan de haberle servido de cama. las paredes

de su calabozo, tomó

el

Como no

podía hablar sino con

partido de agachar la cabeza

i

ponerse a reflexionar. ¡Reflexionar don Catalino! Vano empeño! pero hacia como quien reflexiona, es decir, agachaba la cabeza por algunos momentos. En seguida empezaba a pasearse, i luego volvía

a sentarse. Su mayor martirio era estar sin tener a quién

dirijirle

la palabra.

— ¡Qué

suerte la mia!

esclamaba. Apenas salgo de un aprieto

doi con otro aprieto.... Ah!

qué aprieto es este de estar entre cuatro paredes como las sardinas en su caja!.... I luego, lue-

político

i

go, este Motiloni ¡qué

abandoné una

i

mal compañero

es!

Ya

se ve:

yo también

noche.... Sí, es verdad; pero ¿es acaso esto

lo

una razón

abandone a mí? ¿Acaso un mal ¡niede autorizar a otro? Nó, señor: él ha hecho mal.... I yo! yo no hice mal!... Cierto QS que huí, pero ello fué porque soi nervioso..., I arranqué sin peu-

para que

él ]ne


— sar en lo que

sanguíneo

Cosas de

liacia....

tan así

i

No

G6

así....

nervios!...

Pero

¿no es verdad que

si

él,

un liombre tan

se lia ido

es por su

Ademas, mi retirada fué de noLa suya ha sido a la luz, delante de podido irse dejándome en mano de ese diablo de oficial?... todos ¿ha Siempre me ha cargado este Motiloni.... No lo puedo pasar.... I luego otra.... ¿no parece cosa de milagro? Casi estoi por creer que él me poca

lei?....

se

puede

dudar....

che, a oscuras; tuve razón....

trae los carcelazos.... Sí, señor, en el del otro dia acababa de reti-

me

rarse él de mí, cuando se

vino

de la patrulla encima.... I

el

aquellas malditas proclamas ¿no pudo él habérmelas echado en el

cuando

bolsillo

conmigo.... Sí! cariñoso! 1

estoi viendo

)

cho;

me

él

Me

se despidió?....

No

lo

acuerdo que estuvo tan cariñoso

conoceré yo al bribón!

cuando quería matarme con

puso las proclamas en

Me parece

que

Es un heAcababa él

la pistola....

el bolsillo.... I

ahora!

de entrar cuando también entraron los oficiales... ¿no podían ser traídos por él? El es amigo de don Meliton, i ese señor no me quiere bien. ...Picaro italiano! él es quien trajo los oficiales. ¿Por qué se fué

Ello es que

BÍn decirme palabra?

como nn huevo a lo sigo

i

otro... ¡Pero

iniítil!...

parece tanto a nn traidor

yo no escarmiento jamás!... Siempre

hombre de provecho!... El es No sabe jamás una noticia!... Sí, señor! inútil,

platico con él

\m liombre

como

él se

si

fuera

inservible en toda la extensión de la j^alabra!

Al

dia siguiente fué conducido Gacetilla al juzgado para que

prestase su declaración. Apenas podía andar, pues la gruesa barra de

habían puesto por instigaciones de Motiloni, no le dejaba marchar tan rápidamente como él quisiera para llegar cuanto grillos

que

le

antes al juzgado preso. Pero

gua con

el

i

decirle al jaez

embarazo de sus pies no

la verbosida

1

con que se

la injusticia

de costumbre;

i

le

tenia

impedia mover la lenen cuanto vio al oficial que le

había de conducirlo, empezó a probarle su inocencia. I como notara

que jíó

el referido oficial

no hacia

el

menor caso de

sus palabras, se diri-

a los soldados que iban custodiándolo, sin cesar de hablarles a pe-

sar de la orden de

marchar en

silencio

que

el oficial le

había repeti-

do varias veces.

— ;Qué permanezca

callado! (esclamó al oír la orden) ¡Qué per-

después de haberme tenido veinticuatro horas mortales entre cuatro paredes sin hablar con cristiano vívientel

manezca en Al

silencio!

fin llegó al

juzgado,

i

no bien hubo visto

Qsperar a «juü éote lo interrogara, le dije;

al juez,

cuando sin


67

— Señor juez! me ha tomado preso porque me supuesto rapto de una comprometido eu espere que — Calle Ud! interrumpió severamente interrogue para bueno que Usía sepa que yo no pero — se

se

lia

niña...

el

el juez,

le

so

i

contestar.

le

nada de ese rapto,

es

Sí, señor, callaré;

nunca a

ni he visto

la

niña,

ni

conozco a los

raptores, ni...

— Le —Pero,

repito a

Ud. que

porque

calle,

señor, por Dios!

si

no...

¿Es caridad mandarme callar

la boca,

después de hacerme pasar veinticuatro horas mortales con la leni gua pegada al paladar? Usía no me conoce! Yo soi mui nervioso, i

no puedo

mi lengua cuando me veo bajo quiero decir, de un error cometido por

siijetar

justicia...

el

peso de una in-

la justicia.

no

Enton-

me

ces es

preciso que hable, hable

caerla

muerto. Verdad es que dije ayer que conocía a los raptores;

i

hable;

i

si

así

lo

hiciera,

pero ello fué para dar gusto a esta lengua, causa de mi actual desgracia. I ¿será justo que

se

me

engrille

i

se

me emparede

por una

Hasta un juez de palo Ajeria que esto es un rigor inmerecido! I por último: si esto es un pecado, la culpa es de mi mala cabeza i de mi soltura de lengua, mas nó de mi mal corazón, porque yo jamas le he hecho mal a nadie, no digo haber ayudado a robarse a una niña principal.... Lleven a ese hombre al calabozo, dijo el juez. Después prestará sela palabra que el viento

lleva?

se

— su declaración. —Ahí señor! señor juez! esclamó Gacetilla, juntando sus

en ademan de suplicar. ¡Tenga compasión de mí! Prefiero

momento. Pero, hombre! si Ud. no

manos dar mi

declaración al

— interrogue? quiere que — Señor: yo quisiera

calla

i

se dispone a responder

¿cómo

se le

porque encuentro mui justo lo quo Usía dice; pero ya le digo que me hallo bajo el influjo de una escitacion nerviosa que me impele a hablar como el sediento trata de callar

beber cuando se

le

satisfecho algún tanto la

contestar lo que se

En

seguida se

agua que desea! Sin embargo, ya he sed que me devoraba i estoi dispuesto a

presenta

me

el

pregunte.

procedió

al

interrogatorio,

concluid)

el

cual,

fué trasladado nuevamente al calabozo después de haber or.LuKido el

juez que se

le

quitase los grillos.

Dos horas después vino a lió

visitarlo su

amigo Motiloni, a

q-,iien

a recibir con los brazos abiertos:

^¿Quc

«c hi^o anoche? le

preguntó con tono de reprnclic»

sa-


~

68

— Me separé de Ud. para volverle mano, respondió Motilón!.. Así aprenderá Ud. a — va me acuerdo; vamos a que importa. Acabo de verme con — Dejemos abogado por inocencia de Ud.... juez; que Ud. — Gracias! don Pablo... Siempre un buen amigo. Anoche me he acordado muclio de Ud... qué dice juez? respondió Motiloni, sonriendo. El juez — Lo que no la

ser leal.

Ali!

j)ero...

esto,

el

lo

i

la

lie

lie

diclio

es

¿I

el

dice

creo,

liuede ponerlo a

Ud. en libertad sino bajo una fianza segura,

i

le

he

ofrecido la mia.

— Gracias!

gracias! I aceptó el juez?

Acepta...

Luego

se le

hará saber a Ud.

la

orden de escarcela-

cion.

Poco rato después, salia de la cárcel don Catalino acompañado de su fiador, don Pablo Motiloni. Esta prisión, decia Gacetilla, es enteramente injusta, porque liablando en plata, yo no solo no he acompañado a los raptores, sino que ni aun sé sus nombres.

— ¿cómo me aseguró Ud. que sabia pero ahora queme importa descubrir— Fué en un de trabajaré con empeño para conseguirlo. mejor contestó don Pablo, porque — hará Ud. I

?

rato

calor;

los,

bien,

I

medio de dor,

i

no

ese es el

probar su inocencia. Acuérdese

me

Ud. de que yo

soi el fia-

debe dejar mal puesto.

— Confie Ud. en

mí: Duplicaré mi lengua, mis ojos

i

mis

orejas,

contestó Gacetilla, despidiéndose de su amigo don Pablo.

Este

se

quedó mirándolo;

i

cuando

se

hubo perdido de

vista de-

tras de la primera esquina, dijo:

—¿Piensas duplicar

tu lengua? Dios tenga compasión de los infeli-

ces que encuentres! Pero estoi seguro de que

servirás,

Ahora dejemos este capítulo i pensemos en pandero queda en manos que sabrán tenerlo.

basta. el

me

ÍO!

i

esto

me

otra cosa, que


CAPITULO XIV.

ESFUERZOS DEL GOBIERNO PARA OBTENER LA PAZ.

(.(El

ejército

insurrecto se apellidaba Ubertaxlor,

en tanto que los fautores de la revolución no tenian otro pro¡)ósito que reaccionar contra la única Administración literal que ha tenido la UepúLlica, destrozando la Constitución democrática de 1828.»

y. Lastarria

(J.

—Juicio

histórico sobre Portales.)

El padre Hipocreitía dejó a cargo de Gacetilla el descubrimiento de los raptores porque le faltaba el tiempo i)ara ocuparse de este negocio, pues otros asuntos

mas importantes

Puesto entre su venganza

su ambición, no

momento

aquella,

i

i

ocuj)aban su atención.

dudí')

en olvidar por un

entregarse con todas sus fuerzas al servicio de

Habia entrado de lleno en la política, ya no le era })osible volver atrás. Por iiltinio, una vez satisfecho el logro de sus miras ésta.

i

ambiciosas, podia contar con elementos suñcientes para satisfacer

su venganza. El diestro jesuíta era lójico en su proceder, la piedra sino al

i

punto que convenia. Sabia em])lear solo

no tiraba la fuerza

aún muclio mejor, esconder la mano cunndo la piedra habia partido hacia el punto de mira.. Dotado de una vista necesaria,

i

sabia,

prespicaz, despejaba los hechos de las circunstancias

inútiles

para


— Tono ver en ellos sino lo que podia ai^rovecliar. No perdía ni su tiempo ni sus fuerzas en combinaciones inconducentes; era avaro de sus palabras,

tenia

i

una paciencia a toda prueba. «Quien sabe espe-

rar, sabe obrar:» tal era su divisa.

No se

precipitaba jamas, porque

decia: es preciso dar tiempo ala naturaleza, tanto en lo físico

como

en lo moral, para que los acontecimientos se realicen. Solo dando huelga a los acontecimientos, se evita las colisiones que liacen fracasar to-

da combinación, por sabia que sea. El tiempo es una especie de caja en la cual deben caber los sucesos de la vida: esta caja debe tener la cai)acidad suficiente para que quepan los objetos que se quiere encerrar en ella. Si se estreclia el tiempo, como éste no puede romperse para aumentar de capacidad, tendrán que dislocarse los acontecimientos. tes,

i

aun

De

aquí resultan los trastornos, los inconvenien-

la imposibilidad

de los

mismos que se desea. cómo las jentes del campo en-

lieclios

Otras veces solia decir: ¿«no veis

grasan

los ejes

también social se.

De

de sus carros para que las ruedas no rechinen?

es preciso engrasar los

elementos

lo contrario, se

quebrará

aquí por que

el

jesuíta

el eje

máquina

Esta vez i

el

la

en torno del cual jiran,

como

miraba

elemento de acción. Esta era boca,

resortes de la

para que los sucesos no rechinen mientras están verificándo-

sabia combinación vendrá al suelo

i

Así

frotaba las

la

carreta quebrada»

la paciencia

como un poderoso

grasa de que hablaba.

reverendo estaba contento

él se

i

i

las cosas

iban a pedir de

manos debajo de su manteo. Las últimas

noticias del sur eran alarmantes,

que se habia derramado en toda

i

él

gozaba con

la capital.

la intranquilidad

Cada dia llegaban chas-

ques trayendo desconsoladoras noticias. Prieto adelantaba con su ejército, atravesando un campo preparado por las maquinaciones ])eluconas.

En

todos los puntos por donde aquél pasaba, encontraba

guardias avanzadas del partido reaccionario. Aquí era un cura que predicaba abiertamente a sus fe 'igreccs contra ese gobierno es_ tranjero, hereje, pelajiano etc; allá

un padre de

espíritu, director

de una familia influyente, que se valia del confesonario para preparar los ánimos de sus hijos en el S.mor; mas allá un fanático que se creía tanto

mas amigo de

la relijion

cuanto

mas enemigo de

la

mostraba; acullá mujeres devotas, (nó de Dios i sus santos, sino de los clérigos) que rezaban rosarios i novenas cantadas, por la victoria de la relijion del orden. En balde pugnaban algulibertad se

i

nos amigos de la democracia por contrarestar el fanatismo de unos; l)ur aplacar la ambición i el odio de otros, i por deshacer las ca-


lumiiias que

¿Cómo

mo

muchos diñindian contra

se les liabia

de creer

los defendidos?...! el

si los

la

adiniíiistracion.

liberal

defensores eran tan liercyes co-

niir¿iba esta hiclia casi sin aperci-

pueblo

birse de ello ¡fatal ignorancia que lo entreg'ó

maniatado

al partido

monárquico

No

es poáible recordar, sin

un profundo agradecimiento,

los es-

fuerzos que los liberales de Santiago hicieron por evitar la fratrici-

Ofreciéronse a sacrificarlo todo en aras de la paz: todo,

da lucha.

todo; sus afecciones, los puestos públicos que ocupaban,

i

hasta sus

odios personales. Solo querían conservar las institucion(3S democráticas.

Pero sus enemigos desoyeron todas las propuestas, porque

esas instituciones eran precisamente la i)rincipal causa de su odio liberticida.

Un

dia antes

de trasladarse

el

gobierno a Valparaíso,

el

Presi-

dente Vicuña habia despachado un emisario al jeneral Prieto, pro-

metiéndole por medio de una nota, que hostil, ((oiria

gustoso las quejas que se

si

le

abandonaba su actitud dirijiesen

i

atenderla a

toda solicitud que tuviese por base esa Constitución, objeto de la adoración de todos los chilenos,

mo jeneral

Prieto tanta parte,

i

en cuya gloriosa obra tuvo

como uno de

los

el

mis-

representantes en

último Cono'reso» o

el

Pero

el

jeneral revolucionario, incapaz de comprender tanta no-

bleza de proceder, no solamente desoyó estas con(*iliadoras palabras, sino que cometió la .torpe indignidad de poner preso al comisionado, el valiente

coronel Godoi.

Esta indigna acción no desanimó a

los

amigos de

la

paz

i

de las

El intendente de Santiago, don Kafael Bilbao, i el jefe de las fuerzas constitucionales, don Francisco déla Lastra, enviaron a Prieto una segunda comisión compuesta de- cinco personas respetables con el fin de proponerle medios de concilia-

instituciones democráticas.

ción. Prieto

convino en i)ermanecer a cierta distancia de Santia^-o,

mientras se verificaba un arreglo por medio de otras personas que el Gobierno mandarla suficientemente autorizadas i)ara transíde una manera estable

con arreglo a la Constitución^ las diferencias poli ticas de los pueblos. Pero el jeneral revolucionario princijir

i

pió por faltar a este pacto, trayendo sus tropas a

muí legua de

la

capital.

Prieto estableció su cuartel jeneral en las casas de la chacra de Ochagavía, adonde fueron luego a rcuin'rscle nuestros conocidos

Aldeano, üorriga

i

otros.

El clérigo Franco iba

i

venia.

En

cuan-


72 to al reverendo

padre, nadie supo de

decía que andaba en Cualquiera que tuviera que hacer con su reverencia, debia liablar con don Pablo Motiloni, quien tenia poder amplio él: se

sus misiones.

en todos sus asuntos.

jjara representar al jesuita

El cinco de diciembre hubo un nuevo convenio entre Prieto i las autoridades constitucionales. Acordaron reunirse al día siguiente para concluir un tratado de paz, i ademas un armisticio hasta la ratificación de dicho tratado, en caso que tuviese lugar. El dia seis se reunieron los comisionados por una i otra parte; pero los de Prieto traian instrucciones de no proceder a un tratado definitivo de

paz sino en caso de ser ratificado en

dos horas, cosa imposible, desde que

el

gobierno que debia

carlo se hallaba en Valparaíso. Se bascaba

per las hostilidades.

A j)esar

de

esto, los

en algnnas operaciones de detalle, hacerse en

el

personal de los

misma noche con

el fin

en vez de esperar

i

ícratificar

por

si

ratifi-

un protesto para rom-

comisionados convinieron

cambios que debia poderes públicos, i en reunirse esa i

en

VcXrios

de tratar sobre la ratificación. Pero Prieto,

ver el

rotas las hostilidades

término de

el

(¡cpor

modo de

cortar las diferencias, declaró

no querer

(el jeneral

Lastra) consentir en

misino a las dos horas de firmado, el tratado que se

((celebrase.))

aquí cómo obraba un jeneral que decia haber tomado las ar-

mas para defender des porque

que

él

el

la Constitución.

jeneral enemigo no violaba esa

venia a defender.

termedio entre el teatro

Declaraba rotas las hostilida-

los

La lucha

misma

Constitución

parecía ya inevitable. El llano in-

dos campamentos, principió desde entonces a ser

de pequeños encuentros que no podían tener ningún re-

sultado serio. Los habitantes inmediatos dejaron sus casas

i

se re~

fujiaron en el interior de la ciudad, pues los suburbios estaban con-

tinuamente amenazados por las partidas de caballería de Prieto que los recorría en todas direcciones, i sobre todo, por la célebre Partida del Alba, al mando del tristemente célebre, don Alejo Calque se ocupaba en saquear las chacras i haciendas de los vecinos, supuestos o verdaderos partidarios de los liberales. La falta

vo,

de caballería del ejército constitucional, hacía imposible

daños causados por Mientras tanto,

el

mas

el evitar los

brutal vandalaje.

los ejércitos

acantonados

el

uno enfrente del

otro,

no venían a las manos. Lastra esperaba que Prieto saliera del atrincheramiento de tapias i fosos de Ochagavía; pero Prieto no sahó... La alarma de los habitantes de Santiago crecía por momentos.


^

73

Señor Obispo, don Manuel Vicuña, animado de los mas" evanjélicos sentimientos, quiso tocar los últimos medios de conciliación, i escribió a Lastra i a Prieto, diciéndoles: que estaba dis-

Entonces

el

a no omitir sacrificio alr/unopor buscar la paz, valiéndose de todos los 'medios quefuesen ¡termítidos.

jniesto

aquí las

COMUNICACIONES ENTRE EL SEÑOR OBISPO VICÜXA LASTRA I PRIETO

I

LOS JENERALES

l^"(( Señor jeneral don Francisco de la Lastra,

Santiago, diciembre 10 de 1829.

«Ya presumo que do

lioi,

para ver

si

se

estará

US. enterado de

la reunión

que

lie

teni-

adoptaban medidas de conciliación. El señor je-

neraldon José Manuel Borgoño, uno de los concurrentes,

lia

quedado

encargado de hacerlo presente a US., como asimismo cuáles son los sentimientos que

que paz

i

me

animan. Mi carácter de pastor no pide mas

tranquilidad: debo procurarla sin omitir sacrificio

carla por cuántos medios

me

sean permitidos.

bus-

creo que

US.

No

i

mismo, i por lo tanto, espero que no se negará a una transacción que vuelva la paz a mi aflijida grei. Para ello será necesario una entrevista con el señor jeneral don Joaquín Priedista

to,

i

de

lo

al efecto le suplico

me

indique él lugar

i

liora

oportunamente a US. Luego, pues, que tenga

el

a

fin

anunciarlo

aviso lo daré a

US., previniéndole desde ahora, se sirva estar pronto por su parte

nuevamente en obsequio de una paz tan deseada. Dios guarde a US. muclios años. Su afectísimo capellán Q. S. M.

i

sacrificarse

B.

Manuel, obispo de Ceran.))_^^ Lastra contestó: (íIlüstrísimo sexor Obispo de

((Cam2)amento en

la

C

ran.

cañada de Santiago: 10 de diciembre de

1829.

«Estimado Señor de toda mi veneración: «Desde

el

momento

(|ue

me

liice

cargo del

mando de

este ejército,

9*


74

luve por objeto evitar la efusión de sangre cias

que desgraciadamente

afíijen

i

cortar las desavenen-

nuestro país, por medio de una

Desde aquel miímo instante no lie cesado de trabajar por procurarla; i ciertamente ya se hubiera conseguido, si por la otra parte no se hubiese encontrado oposición en proposiciones ya transadas de antemano i mutuamente convenidas. En esta virtud acepto gustoso la entrevista que U. S. I. se sirve proponerme, señalándole al efecto la quinta del señor jeneral Blanco, amistosa transacción.

endonde,

a las once o doce de este

tan importante. Esta ocasión cer a V. S. S,

L

I.

dia,

podrá terminarse asunto

me proporciona la satisfacción

mi mayor respeto

i

consideración.

B. L.

de ofre-

M. de V.

su atento servidor»,,^

«Francisco de la Lastra.»

La rior.

contestación de Prieto forma notable contraste

con la ante-

Hela aquí:

^°(íSi de buena fe se quiere la paz, yo estoi pronto a ella en términos; demuélanse las trincheras de la plaza; salga la división del jeneral Lastra, i todo hombre armado a distancia de

((estos ce

((cuatro

leguas de la capital, a la

misma me pondré con

este

mediando solo dos leguas de uno a otro: reúnase el vecin((dario, i elija éste una autoridad provisional, i un plenipotenciario, «quien en unión con los que ya tienen nombrados Concepción, el ((Maule i Colchagua, i viniendo otro por Aconcagua, elijirán un go((ejército,

((biernojeneral provisorio, con el cual se conformarán seguramente

una transacción ((en que han entrado cinco j)rovincias hermanas a propuesta de ambos ((ejércitos i por la mediación de S. L No hai, pues, otro medio legal i

(das otras tres provincias, luego que vean que esta es

((decente para terminar las diferencias, que el dejo propuesto. Elejir ((en

Santiago un plenipotenciario del

((un elector

modo

nombrado por cada cabildo de

dicho, o concurriendo

la provincia,

cuyo pleni-

«potenciario en nnion con los otros cuatro, nombrarán el ejecutivo ((nacional provisorio, para

que gobierne mientras se

elije

conforme a

(da Constitución.)),^^

((Joaquín Prieto))

Esta carta prueba las intenciones del partido cuyo instrumento fué Prieto. La sequedad con que está escrita, raya en descortesía, i es notable

en

el

jeneral de

un

ejército del partido relijio80^ así

como

del respetuoso tono de la de Lastra, admira en el jefe de las fuerzas del partido tenido por hereje.


CAPITULO XV.

HIPOCREITÍA

I

FñftNGa.

«Pero

los

qnerian

liberales

costa la efusión

«evitar a toda «de sangre... Imajináronse que «todo 2)odia concluirse dejando «los puestos que ocupaban para «que los revolucionarios los reem-

«plazaran i organizaran el go«bierno, respetando i conservan-

«do

(J.

V. Lastarria

En

cuanto

—Juicio

el ejército

la Constitución.»

histórico sobre

don Diego Portales, IV.)

de Prieto acampó en Ocliagavía,

el reve-

rendo jesuíta fué de opinión que algunos lioml)res de palabra

pluma del

partido, se trasladasen al

campamento para

mango,!)

que Aldeano, Dorriga to. Peiio

(decia el padre). i

el clérigo

En

como un

consecuencia, se decidió

Franco nuircliasen

al

campamen-

Dorriga tuvo que encargarse bien pronto de una comisión

en Valparaíso;

i

en cuanto al prebístero

Franco, no

le

fué posible

separarse de los círculos del interior de la capital, que

ban en

de

servir de con-

sejeros al jeneral revolucionario. aPrieto sin dirección, es cuchillo sin

i

él

su principal ajitador. Convirtióse, pues, en

encontra-

el correveidi-


-~ 76

quedando Aldeano encargado de la dirección cotidiana de Prieto. El padre Hipocreitía se liabia perdido de repente. ¿Adonde estaba? Unos decianque se hallaba enfermo i lo encomendaban a Dios; otros aseguraban que andaba predicando en las costas de Colcliagua, i admiraban su contracción al cultivo de la viña del Señor, en unos tiempos en que los ánimos estaban tan exitados; i por último, no faltaba quien jurase que se liabia ido a pasar unos dias de retiro a la Recoleta Dominica (según era su costumbre todos los años) huyendo del tumulto de la sociedad. Oh! ustedes no conocen a este siervo de Dios, agregaban los amigos oficiosos del padre. Aborrece la bulla i huye de mezclarse en los asuntos mundanos! Cierto! es un hombre entregado al cultivo de la viña del Sele del partido,

— — Un

ñor! ,

— Un Una

un

apóstol!

verdadero apóstol!

tarde de esos dias, al oscurecerse,

clérigo,

que no era otro que

del campo, pues

llegando

el

la

alameda

verdadero apóstol. Parecía recien

iba con las sotanas arremangadas

guido de un mozo que llevaba de

las riendas

Cubria un gran poncho sus hombros, beza, e iba platicando

marchaba por

i

un caballo

un sombrero de

mano a mano con

otro clérigo,

i

se-

ensillado.

pita su cael cual

con-

testaba a lo que su compañero le decia solo con esta^^alabra:

Intosidle!

Eso

es intosidle!

La pronunciación de

esta palabra hacia ver

del jesuita, era el clérigo Franco, rior tía

que

el interlocutor

quien, faltándole el labio supe-

a consecuencia de una enfermedad que habia sufrido, conver-

siempre la ¡^ en

—A mí también baja)

t

iV^h en

me

d.

parece imposible (decia

que pueda haber arreglo después de

X)reciso

no mostrarse

terco.

Bueno

que pueda perjudicarnos; pero

ello

es

el jesuita

lo sucedido;

en voz

pero es

no hacer ninguna concesión

debe hacerse con ese señor modo

que aparenta dar, haciéndose dueño de todo. Si

ellos solicitan

una

entrevista, concedámosela.

Franco hizo un jesto de marcado disgusto i dijo: Lo que yo encuentrovergonzoso es que seamos nosotros

Don Francisco quien mas ardientemente

en cierto modo, hemos provocado esta entrevista.

Ruiz Tagle la desea.

es

de nuestro partido,

i

él es

los que,


77

— El caso que Euiz Tagie está medio arrepentido porque como tiene amigos entre en interrumpió — ya que una especie de es

ellos

es

Sí,

política,

anfibio

Franco.

— Por

lo

mismo nos

podemos servirnos de

conviene, pues

cualquier revés de fortuna.

Ademas,

él

prosiguió, puede suceder

en

cj[ue

los liberales cedan.

—¿No

conoce usted

lo

que son?

—Antes yo que Satanás. — Sin embargo, yo que están dispuestos a hacer oido hablar de concesiones. Les personales. —Lo dudo. —No dude usted: son unos unos se convirtiese

creerla

las ma5"ores

sacrificios

lie

inocentes,

se les

aquijotados, a quienes

maneja por medio de esa palabra hueca del jxitriotismo.

conseguimos

lo

que deseamos,

suerte al azar de las armas, no

Si

sin necesidad de esponer nuestra

debemos perder esta oportunidad

que Dios nos presenta.

—Todo esto perder tiempo, replicó caprichoso Franco, preguntaré yo ñana ha conseguido — Pero no será porque no hayamos nosotros hecho todo es

el

le

si

se

i

ma-

algo!

lo posi-

ble por nuestra parte.

—Pero

Eaiz Tagle, este don Francisco ¿quién lo había de creer? Después de los serios compromisos que ha contraido, se nos viene ahora con sus arrepentimientos. ¡Cómo si no perteneciera a este

una familia que siempre fué enemiga de todos tiempo de

estos diablos!

En

guerra de la Independencia eran realistas, i ya sabe Ud. que de un honrado realista no puede salir un maldito pipiólo!

—Ya

pasando

la

he dicho que Tagle tiene sus escrúpulos,

le

la caja de rapé a su interlocutor,

i

es preciso

dijo el

padre

respetar los

escrúpulos de los liombres.

— No me gustan liombres escrupulosos, por esto —No levante tanto voz mire que paredes oyen. —Es que cuando me hablo gritó Franco. —No hai que calentarse. ¡Pies de plomo, amigo miol Cierto los

i

la

es que....

las

:

caliento,

f-ucrte!

os,

prosiguió el padre en voz baja, que los escrúpulos de Tagle son una verdadera necedad... Ahora está medio arrepentido después de ha-

bernos ayudado; pero ¿de qué

bra dicha

i

i)iedra arrojada

le

servirá su arrepentimiento? Pala-

no vuelven atrás,

•—¿I en dónde será la reunión?


—No

lo sé; pero

78

nos lo dirá Aldeano qne debe estarme espe-

rando en casa.

Ambos

interlocutores apuraron

paso;

el

de Santa Rosa, en breve rato llegaron

i

doblando por la

al cuarto del padre.

calle

Don Ro-

drigo Aldeano esperaba en la puerta.

—La entrevista tendrá lugar esta a doce, padre. —¿En dónde? — En casa de don Joaquín Echeverría. ¿No sabe su paternidad dónde conozco: en de Monjitas. — —Eso — tendremos a Portales? —Nó. Me encargado a mí que represente. Tengo sus trucciones. — por qué niega Portales a preguntó Franco. Yo no don Diego anda siempre reculando por qué — Me parece bien que no vaya, observó padre. —A mí no me gusta esa conducta. ¿Tiene miedo? que partido? marche de ¿Le gusta — Oiga Ud., amigo De —Es mi manera de ver de Todo partido mira ya a don Diego como a su — merece, contestó Aldeano. — Por mismo debiera aparecer a su cabeza; pero siempre esto que ahora estamos capa. está a interrumpió padre, conviene no echar — En noclie

las

dijo al

la

está?

la calle

Ali! lo

las

es!

¿I

allí

lo

lia

se

¿I

ins-

ir?

este

la carta!

el

se retire....

frente.

el

mió....

las cosas.

frente!

frente!

el

jefe.

I lo

lo

se

I

la

fuertes!

estas tierras, le

el

al

trajín a los jefes... Dejémoslo guardadito mientras nos llegue el ca-

so de proclamarlo.

—Por

otra parte, agregó Aldeano: desde que estamos dispuestos

a no ceder en nada ¿para qué sirve

En .

aquel

momento

allí la

presencia de don Diego?

entró al cuarto una vitya, criada de la casa,

que dijo al padre presentándole una carta:

—Acaba de

llegar

un mozo de Valparaíso trayendo

para su paternidad.

Tomó

el

padre la carta; la abrió

i

la leyó

a la

— Magnífico! esclamó. —¿Qué escriben? preguntó Franco. le

—Es

Dorriga. Oigan ustedes lo que

me

dice:

lijera.

este papel


79

Valparaíso, diciembre 9 de IS'29,

A

las 2 de la

mañana.

«Mi reverendo amigo: «Despachóle nn propio para avisarle que anoclie liemos atacado «este puerto con don Pablo Silva. No teníamos mas que ciento cin«cuenta hombres, pero hemos hecho fuego sobre la ciudad endonde «introdujimos la alarma a poca costa. «protejia,

i

La

oscuridad de la noche nos

sobre todo, el encontrarse la ciudad casi abandonada po

Hoi ya somos dueños de los castillos, i creo que el viejo «Presidente Vicuña tendrá que emplumar pronto. Me acaban de «decir que se piensa embarcar hoi o mañana i^íívqí. dirijirse a Co«quimbo. Buen viaje.. .Desgraciadamente ha fracasado una subleva«cion que yo liabia hecho prender en la marina. Con algunos sa-* «orificios, se logró poner de nuestra parte al teniente Ruedas i aun «el gobierno.

«oficial del

«do

bergantin «Aquiles.»

el hereje

Ya el bergantín

era nuestro cuan-

capitán Bingham, de la marina británica, se prestó a

«auxiliar al gobierno.

No pudiendo

contestar a los cañonazos de la

«Thetis» que nos atacaba, hubo que arriar bandera. Es lástima que «se haya perdido este golpe, pues de este modo habríamos podido en«viar auxilios a nuestros amigos del sur. Pero

«de poco

le servirán

como quiera que sea

a Vicuña sus buques, sino es para huir,

«este caso diré: « enemigo que huye, 2^uente de 2^lata,

i

en

Écheme su

«paternidad su bendición.» « F.

— Soi de —Aliora

la opinión de es

---Intosidle!

mas

don Víctor,

difícil el arreglo,

dijo

Barriga j>

Aldeano.

observó

el

padre.

agregó Franco.

Púsose éste en seguida a conversar con don Eodrigo, mientras jesuíta escribía en su cartera de memorias las siguientes notas:

IS" Encargo

al

el

cura T*, que prosiga en sus pláticas doctrinales

que lance anatemas especiales contra los quo mantegan relaciones con los pelajianos.

contra los pipiólos,

{^"Hacer que

i

el i)adrc

N*, mantenga abierta

A*, o

la al)suelva bajo la condición

(^ (jiie

q,bondone las banderas do Lastra»

la confesión

de obligar a su

de doña

hijo^ el oficial


— ^"Dofui Pilar M"*' vorde

80

está enferma de gi'avedatl:

Compañía"* Escribir a su padre de

la

^"En

la

Su testamento

espíritu...

estancia del Qnillai se fundó unas capellanías

1783, a favor de P*. li*. que murió en 1813...

don N*.

O*.... Consultar

^"Doña li*.

aim abogado

sobre

S*. ofrece terrenos para

Compañía... Escribir a

Eoma

aíil-

Goza

la

el

año

liacienda

el particular...

una

iglesia

i

colejio

de la

sobre la dispensa que la señora pre-

tende...

I^"E1

sindicato de las Capucliinas, vacante por la separación de

don Policarpo...

le

1^" ídem, Ídem,

conviene a don Meliton... respecto del puesto de tesorero de la esclavonía

del Santísimo...

Al llegar

—¿Qué

aquí, preguntó

a sus amigos

lloras son?

Las nueve

i

media, contestó don Rodrigo.

El padre prosiguió sus apuntaciones, murmurando: Es preciso aprovecliar el tiempo: la memoria es friijil.

i^°Don

un oficial llamado Es un mozo de mala

Catalino dice que el autor del rapto es

Pepe Tronera. Sirve a

las

órdenes de Viel.

conducta. Buscar informes...

^p°Lucinda sigue enferma... Es preciso que se confiese*.. Hablar con el médico... El padre O*, llegará pasado mañana...

I^^El médico da esperanzas sobre la salud de don Marcelino. Conmonomanía... ¿Se convertirá en verdadera locura?... Hacer que firme antes la escritura de donación. .ídem sultar al facultativo sobre su

de compra-venta...

La

otra está firmada...

i^Escribir a don Alejo Calvo, pidiéndole que dé un malón

al

gabacho cow su Partida del Alba...

En

seguida

— Creo, ticias

el

dijo,

padre se puso a reflexionar:

que convendrá

liacer insertar

en (xLa Clave» las no"

de Valparaíso.

—¿Abultándolas un poquito? preguntó Franco. —No demás. Lo que abunda no daña en Aldeano. jComo — podremos conseguir?

estos casos.

está

¿I lo

"

es de ellos!...

dijo

«LaJ Clave»


81

— Xo importa^ contestó Franco. Yo me encargo de mi amigo. imprenta jente de — Muí bien, jesuita mostrando con dedo el

dijo el

Este

El

re-

es

la

escribir...

esto.

Yoi a

se sentó

amigo Franco. mesa i escribió lo que

el

recado de

dictarle,

a la

le dictó el jesuita.

Habiendo concluido de escribir, dijo el clérigo: Ya son las once: si han de ir, vayan pronto! Los tres amigos salieron con dirección a la Alameda, endonde se separó el presbítero Franco, prosiguiendo los otros dos su camino sin hablar una palabra. Las calles estaban solas i silenciosas; las puertas de las casas cerradas, i sus halijtantes temiendo un asalto del dia a la noche. Dirijiéronse por la calle de San Antonio, pues la del Estado estaba cortada por una de las trincheras que rodeaban la plaza de Ar-

mas.

Al

llegar a la plazuela de la Universidad (hoi del Teatro) fue-

ron detenidos por una patrulla de la guardia urbana.

preguntó —¿Quién —Jente de paz, contestó padre... Soi un sacerdote. su paternidad? —¿Adonde —Yoi a casa de caballero mostró a Aldeano) a confesar vive?

el oficial. el

se dirije

este

(i

una enferma. Hai peligro de muerte i no puedo demorarme, agregó el jesuita pasando adelante. El oficial no preguntó mas i siguió su ronda.

;o:

10



CAPITULO XVI.

A NUEVOS ESFUERZOS, NUEVAS RESISTENCIAS.

((Largamente se disputó en acjuel conciliábulo sobre esa i)roposicion, que los pelucones no admitian, sin querer comprender la abnegación de sus adEllos exijian un sacrificio imposible porque era deshonroso: que-

versarios.

que los liberales disolvieran Congreso.»

rían

(J.

V. Lastarria.

—Juicio

Llegados nuestros amigos a

la

en

el

sobre sn derecha,

i

al entrar

el

histórico sobre Portales.)

calle

de las Monjitas, torcieron

zaguán de

la casa

de la

cita, se

encontraron con un hombre de a caballo, que pareció s()r])renderse. -

— Perdónenme sus mercedes: yo

no

soi

de

a(pií, dijo el

homl)re

titabcando. ¿Es ésta la casa del señor don Joa(|ii¡n Echeverría?

— amigo, contestó padre una carta —Vengo a el

8í,

dejarle

¿([ué se le ofrece

al

caballero, contestó el liomljrCj

entrando al patio. £11

padre

i

a Ud.?

su compañero lo siguieron.


— — Me parece que conozco amigo. — Puede contestó

esta voz, dijo Aldeano al oído de

su

éste.

ser,

En

84

seguida se dirijieron a un cuarto endonde se veía una luz,

dieron algunos golpes

en la puerta. Abrióse ésta

pieza en la cual se hallaba

el

i

entraron a la

i

dueño de casa con otros caballeros.

El liombre del caballo liabia entrado tras de ellos sin la menor ceremonia. Llevaba un gran poncho, botas de lana i bulliciosas es2ni3]as. Cubríale el rostro un pañuelo de algodón atado debajo de la barba, i la cabeza un bonete maulino que no se quitó al entrar sino después de haber cerrado tras de

— Buenas noches,

sí la

puerta del cuarto.

señofes, dijo con voz clara

i

echándose

el

pa-

ñuelo atrás.

esclamó Aldeano: vaya que no habia — Señor nocido! —Esti Ud. mui bien disfrazado, agregó padre, dándole mano. que debia disfrazarme de — He modo, contestó Priepara cualquier encuentro — Por supuesto! La prudencia antes de — ;Todavía no llegado preguntó A jeneral!

co-

lo

la

el

creido

este

evitar

to,

peligroso.

todo, dijo eljesuita.

dad que no son mui exactos porque ya han dado

En aquel momento

— Ellos

la ver-

Prieto.

los otros?

lian

las

once

media.

i

sonaron tres golpecitos en la puerta.

son! dijo Echeverría, quitando la tranca.

La puerta

dando paso a dos caballeros que fueron saludados cortésmente por los circunstantes. Era el uno don Melchor de Santiago Concha, antiguo patriota, que habia formado parte del Congres j Constituyente; i el otro, don Rafael Bilbao, Litendente de Santiago, quien habia hecho poderosos esfuerzos para evitar la se abrió

fratricida lucha.

Ambo?

pertenecían al partido liberal,

autorizados por dicho partido para tentar todos ciliación

que estuviesen acordes con

los

medios de con-

dignidad del país

la

venían

i

la con-

i

gervacion de las instituciones democráticas.

— Creíamos p'^ro observo,

habernos atrasado, dijo don Melchor sentándose;

que aun no han llegado

los

señores Ruiz

Tagle

i

Porta' es.

—Yo cncar;¿ado por don Diego para representarlo en esta contestó A\leano. —En cuantjadon Francisco, agregó padre Hipocreitía, tamestoi

cntrevisti,

el

poco vendrá por(|uo ha creído innecesaria su presencia

aq^uít

Todoa


— los presentes saben ficativo

soi

su íntimo amigo; no necesito otro justi-

para probar que vengo autorizado por

blar. en su

nombre. Desde luego, repito

dijo ayer

cisco

que

85

ardientemente

al

señor don

que

lo

mismo para hamismo don Fran-

él

el

a saber

Melclior,

que deseaba

:

que se encontrase un medio como cortar estas

el

dificultades que aflijen al país.

— Para mí ha -

Concha.

He

sido

una gran

satisfacción dar este paso, contestó

hablado con casi todos los de mi partido,

gurar que todo

él

desea la paz.

— desea mas —El partido

liberal

de de su buena

fe,

Si se

puedo ase-

i

la

paz de buena

dijo

fe,

Prieto a media voz, nada

fácil...»

no ha dado derecho a nadie para que

se

du-

interrumpió Bilbao con un movimiento de es-

pontánea enerjía.

En

seguida añadió con tono

—Al

mas

suave:

contrario, la sanidad de conciencia con

como creemos, en

que obramos, nos

buena fe i patriotismo de los que siendo nuestros enemigos políticos, no por esto dejan de ser núes tros compatriotas, a quienes deseamos dar el abrazo de hermano

hace

creer,

la

-

antes que la estocada del enemigo.

— Palabras huecas

i

sin sentido!

Aldeano. Estos liberales son

murmuró

sueñan como

así;

el

padre

las

campanas, según

al oido

de

sean las manos que las tocan.

—El señor intendente nos hace

debemos

felicitarnos de

justicia, contestó

don Rodrigo,

i

tener que tratar este delicado asunto con

personas dignas de nuestra estimación.

—Esperamos obrar

como

tales, dijo

Concha,

i

estamos dispues-

tos a sacrificar todos nuestros intereses ¡personales en aras de la felicidad pública. ¡Os hablo con

mi corazón en

la

mano

i

a nombre

de mis amigos! ¿Cuáles son los motivos de la sublevación?

—La ilegalidad de —Eso ficio

las elecciones, contestó

provincias de Concepción i

embargo, estamos dispuestos, en benerepita la elección de Senadores en las dos

es contestable. Sin

de la paz, a que se

ciarán,

Aldeano.

i

del Maule. Fernandez

i

en su lugar serán elejidos los señores Prieto

Novoa renuni

Tagle, o los

que designéis vosotros. Ademas, os damos la elección del Presidente del Senado, quien se hará cargo interinamente de la })residencia de la República, para que, bajo vuestro

mismo amparo

se

haga

la

elección de Presidente.

—No

es

mucho conceder

eso,

observó uno de los circunstantes,


— sédesele

que los liombres de vuestro partido quedarán siempre ocu-

pando los mismos puestos, ejerciendo las mismas influencias Es verdad, agregó el jesuita. Aun cuando el mismo señor Prie-

to llegase a ser nuestro Presidente interino, su voluntad tendría que estrellarse ante la oposición sistemática de sus subíilternos.

—¿Qué quiere decir su paternidad? — Que mandatarios de provincia, los

cuando

—Es —

personal del Ejecutivo cambie.

embargo, observó Bilbao, no es posible que desconozcáis

la equidad con

¿No

el

ser opo-

evidente, respondieron algunos.

I sin

cos.

ministeriales porque

un Ejecutivo de su devoción) pasarán mañana a

sirven a sitores

(lioi

que nuestro Gobierno ha repartido

veis en ellos todos

los

los jmestos públi-

colores políticos?

Uno

de vuestros

candidatos, el señor Ruiz Tagle ¿no era ayer Ministro de Hacienda?

acompañado de una — haciendo un ¿qué ministerio? preguntó —¿No ha lanzado injustamente uno. Echeverría, no agriemos una —Vamos a cusión cuyo objeto debe uniformar luego agregó para murmuró — mismo: —No parece que hombres creyeran que palabras quedar de acuerdo en —Tiene razón nuestro amigo don Joaquín, gravemente ConSí, ayer! dijo el jesuita,

sonrisita falsa. I hoi

jesto

es?

del

se le

la cuestión, dijo

'

las opiniones.

ser

Si ello es posible,

sino

sirven i^ara

dis-

i

el fraile. I

estos

las

algo.

dijo

cha: es preciso que pospongamos nuestra personalidad al bien jeneral.

De

otro

modo no llegaremos nunca a

convenir en nada que

Acordémonos de que somos hijos de una misma tierral que hemos combatido juntos contra un mismo enemigo. Acordémonos de que esta misma tierra será mañana la patria de nuestros hijos, a los cuales tenemos el deber de legar buenos ejemplos de honradez i cordura. Ahorremos la sangre de nuestros compatriotas; ahoguemos la discordia i no presentemos ante los enemigos de la democracia, el triste espectáculo de un país libre que se desgarra las entrañas con sus propias manos: no les demos el placer de ver desacreditada la república por nosotros mismos que sea útil a la

j)atria.

nos decimos republicanos.

— Palabras!

murmuró a media voz

el

padre Hipocreitía, bellas

palabras que sirven [)ara ocultar otra cosa diversa de lo que significan.


— 87 — En

seguida agregó en voz alta:

—Nosotros también

podríamos pronunciar un discurso análogo,

señor don Melchor; pero en lugar de bellas palabras, quisiéramos

ver ejemplos de abnegación. Habláis de hacer sacrificios; pero esas jeneralidades nada dicen.

manezcáis en

—Pues

Ya

os

hemos indicado que mientras per-

los puestos públicos

Concha con vehemencia. Yoi a proba-

bien, interrumpió

acabo de deciros no son vanas palabras. ¿Decis quo

ros que cuanto

la ocupación de los puestos públicos

bo para

el

Oid

Ejecutivo?

por los Hberales será un estor-

última espresion de nuestro pensa-

la

miento, prosiguió, poniéndose de pié: ((Os prometemos aquí, a

nom-

bre de nuestro partido, que los liberales se separarán de los desti-

nos públicos que creáis conveniente ocupar por hombres de vuestra adhesión; os prometemos que saldrán del país todos aquellos indi-

viduos que designéis como contrarios al orden público, a trueque do evitar

esta lucha atroz entre hermanos.

—Yo

ratifico

todo cuanto ha dicho

el

señor don Melchor, agregó

Bilbao.

Hubo un momento de

silencio,

durante

el cual

nadie se atrevió a

una palabra. Muchos de los circunstantes parecían haber comprendido la abnegación de los liberales; i ya iban a manifestar sus sentimientos, cuando el padre jesuíta se adelantó i dijo: Ijronunciar

—'Habláis de desocupar los destinos administrativos: pero ¿tenéis administración?

La mayor

parte de los jefes de provincia nos per-

tenecen.

— entonces ¿cómo nos? —Dejadme I

que nosotros ocupábamos

decíais

concluir.

Eso no

vuestros jefes administrativos

i

los desti-

obsta, replicó el padre,

para que

militares estén minados.

Acabo de

una carta en la cual me dan noticia de la toma de Valparaípor Dorriga. También me dice éste que hoi o mañana el gobier-

recibir

so

no evacuará aquel puerto. dijeron —¿Será —Es un hecho. Aquí está posible? se

todos. la carta, prosiguió el jesuíta, sacándo-

la de entre los pliegues de su sotana.

Ya

no tenéis administración

¿qué es lo que ofrecéis, pues? Nada... Vuestro pretendido sacrificio es nulo...

Por otra parte,

agreg(^,

no es en

el

orden administrativo

endonde nuestro presidente provisorio encontrará estorbos

¿I

endónde ha de

ser?

preguntó Bilbao.

los principales


^—

88 -^

— contestó Aldeano. — Entonces ¿qné que pretendéis? —Yo no pretendo nada por mi parte; hablo a nombre de mi mandante. Don Diego de opinión que disuelva Congreso. —¿El Congreso? — que en seguida declare nulos todos sus — nuestras queridas instituciones democráticas? — Claro que esas queridas instituciones tendrán que correr Eli el lejislativo,

es lo

es

Sí,

se

el

se

i

actos.

¿I

es

misma

la

suerte que los

demás

actos del ilegal Congreso, contestó el

jesuita abriendo su caja de tabaco.

— Oh! eso

.bastón. ¡Nos falta el valor

—Es admirable,

i

su

para ser traidores a la República!

agregó don Melchor disponiéndose a retirarse,

un partido que

.que

tomando su sombrero

es demasiado! dijo Bilbao

se

arma para defender nuestra

exija la disolución del Congreso que la

Constitución,

ha dictado.

-Sin embargo, dijo Prieto, la condición espresada por Aldeano, es la única que puede evitar la guerra civil. Yo no puedo aceptar otra porque mis compromisos son mui fuertes. -

— yo carezco poder necesario para desligar compromisos, agregó don Rodrigo. preguntó Bilbao, a —¿Es del

I

dirijiéndose

decir,

al jeneral

de esos

Prieto, es decir, se-

ñor jeneral, que os habéis comprometido aechar por tierra nuestras instituciones republicanas? Pero sabed, prosiguió, que

nosotros nos tro reposo

—Pues que así

i

hemos comprometido a

nuestra vida,

las

sea,

si

defenderlas, sacrificando nues-

necesario fuera!

armas decidirán

murmuró

también

la cuestión,

ya que os empeñáis en

Prieto saludando a los circunstantes

i

sa-

liendo de la pieza.

— Que

sea!

g'a sobre la

—Amen!

esclamó Bilbao,

que la sangre que

se

derrame

cai-

cabeza de los culpables! contestó el fraile, doblando la carta que liabia sido

da por algunos de llo

i

los

de la concurrencia

guardándola en

i

leí-

el bolsi-

de su sotana.

—Por

nuestra parte aceptamos

la responsabilidad

que nos to-

que, dijo Aldeano.

Deshízose en seguida

el conciliábulo,

i

cada cual se

casa, tratando de evitar el encuentro con las patrullas

bau

las calles

de la consternada ciudad.

dirijió

a su

que custodia-


CAPITULO

XVII.

EN VÍSPERAS DE LA BATALLA.

«Por qué, pues, siento retemblar Al eco de la guerra; I en

De De

cambio de

la oliva

i

el suelo,

los laureles,

los suaves cantares

ciudadanos fieles, Escucho de aguerridos batallones,

Los belicosos sones; miro solo sables, bayonetas.»

I

(M. Blanco Cuartik.)

Las cuatro de la mañana serian, del 10 de diciembre de 1829, cuando se deshizo aquel conciliábulo que no sirvió para otra cosa sino para hacer perder a los conciliación

En

ese

mismo

liberales

leíase por las calles de la ciudad,

dia

en una hoja suelta firmada por

toda esi)cranza de honrosa

el

jeneral Lastra, lo siguiente: ""

11


— «¡Pueblos

cíe

Chile!

90

¡Hombres imparciales que no

«dos de intereses particulares!

j

estáis afecfca-

Habitantes inocentes de la campaña

«que vais a ser la víctima de la mas injusta guerra! Pronunciad vuescítro juicio

mi conducta

sobre el cuadro que os joresento de

«gobierno supremo. Comparadla

i

i

la del

examinadla detenidamente.

J^l

«jeneral Prieto no quiere la paz, que le lia sido propuesta infinitas «veces. «le

Tampoco

quiere decidir las cuestiones en

ha sido presentada. Preguntadle qué

«ha hecho sus proposiciones

i

le

han

quiere,

«los comisionados estaba en sus intereses.

«i

en

el

mi

solo,

a qué viene. El

sido admitidas,

«luego pretestos para eludir una paz acordada

«tratados sean ratificados por

i

una batalla que

por

casi,

i

buscando que según

El pretende que el jeneral

de un

los traejército,

término preciso de dos horas para que no pueda dar cuenta

«al gobierno que reconocemos,

«constitución en

i

contraviniendo espresamente la

artículo 83 del capítulo 7.^ sobre las atribucio-

el

«nes del poder ejecutivo. Pretende que un jeneral de una Kepública «constituida suscriba a la renuncia de su presidente, que solo pue-

«de ser voluntaria, «bre; que suscriba

i

que sin embargo se

ha prometido a su nom-

le

a la reunión del senado para hacer la elección

«de un nuevo presidente, facultad que solo al gobierno «servada en casos extraordinarios según esa

misma

le está re-

constitución

«que ha tomado por pretesto. No hai ya medios que proponerle para «el restablecimiento de la

«queda otro recurso que

paz que el

él

mismo ha

de la fuerza,

«plearla contra los sentimientos de

i

perturbado.

Ya no

talvez será preciso

em-

mi corazón. El responderá a

«vosotros de los males que orijina a la nación!

— Cuartel jeneral en

«la cañada de Santiago, diciembre 8 de 1829.»

«Francisco de la Lastra.»

La proclama de Lastra

decia la verdad. Prieto atrincherado en

combate a que el jefe constitucional lo desafiaba. Los hechos prueban que no eran ni el horror al derramamiento de sangre, ni el amor a

su cuartel de Ochagavía, parecia no estar dispuesto a trabar

la tranquilidad pública,

los

el

motivos de aquella inacción del

ejérci-

Después de haberse negado obstinadamente a todo medio de conciliación, se empeñaba Prieto en ahondar mas i mas

to reaccionario.


— el

abismo que separaba a

01

los dos partidos,

haciendo que sus solda-

dos saqueasen algunas casas de sus enemigos políticos, después de liaber robado

los

animales de sus potreros. Mientras los pelucones

eran no solamente respetados sino ocupados en los destinos públi eos por el gobierno, los pipiólos se veian diariamente espuestos a sufrir los efectos

mas

la ocasión

de la rabia reaccionaria que no despreciaba ja-

de liacer una presa. Los vecinos de los alrededores

de Santiago que algo tenian que temer a este respecto, se refujia-

mas nó por esto encontraron allí la seguque buscaban, pues la ciudad misma fué varias veces invadi-

ron dentro de la ciudad; ridad

da por los soldados enemigos, sin otro resultado práctico que aumentar la consternación i el terror de los iDacíficos habitantes. La ciudad estaba poco menos que indefensa. Custodiaban su interior unas tres compañías de infantería, la mayor parte reclutas al mando de un teniente. Toda la fuerza constitucional se encontraba en el campamento de Lastra, situado en los terrenos que se estendian al poniente de la Alameda. La ciudad no tenia nada que temer por ese viento; pero no sucedía así respecto de los otros costados, pues los revolucionarios, cuyo cuartel de Ocliagavía estaba situado unas dos millas liácia el Sudoeste, podían, haciendo un rodeo, atacar la ciudad por el sur

i

por

el oriente.

Las fuerzas de Lastra, compuestas de poco mas de mil infantes i de solo cien hombres de caballería, eran insuficientes para rodear a Santiago de una línea de defensa. Prieto tenia mil doscientos hombres de infantería i seiscientos de caballería, lo que le proporcionaba una verdadera ventaja sobre el ejército constitucional, especialmente para las escaramuzas que tuvieron lugar entre los dos ejércitos,

i

mui principalmente para alarmar

nados habitantes de

la capital espuesta,

i

aflijir

a los conster-

hora por hora, a aquellos

nada podían aprovechar al ejército pelucon. La ciudad, })ues, vivia temblando como si a sus puertas hubiese las amenazadoras tribus de Arauco para las cuales el arte, de la guerra consiste en hacer todo el daño posible, por innecesario que sea; i no parece sino que un ejército que pretendía ser protecsalvajes malones que en

tor

de

intereses del pueblo, creyese

los

cumplir

con su misión, ha-

ciéndole la guerra al pueblo indefenso.

Pero era menester que ese ejército obrase siempre en conformidad con sus antecedentes: una traición lo habia formado, volviendo contra la patria las armas que ésta habia puesto en sus manos para su defensa. Traiciones, mentiras

i

calumnias

lo

habían sostenido

i

hecho llegar hasta

las


09 J)uertas de Santiago: así pues,

por

el

camino de

las

del pueblo, cuando

apellidase

mentiras

que siguiese niarcliaudo traiciones; que se titulase defensor era

i

lój ico

venia a hacerle la guerra al pueblo;

i

que se

cuando venia a hundir a los pueblos en la llamase defensor de la Constitución, cuando ve-

libertador,

esclavitud; que se

nia a echar por tierra esa

misma

Constitución arrancando de raiz

nuestras nacientes instituciones liberales.

La tes,

plaza de

Armas

era el centro adonde concurrian los habitan-

ya buscando noticias de

encontrar

allí

un

lo

que diariamente pasaba, ya creyendo

contra los insultos salvajes de

asilo

un enemigo

que nada sabia respetar.

Los dos principales puntos de reunión eran los conocidos Cafés de la Nación i de Hevia, En el primero se reunian comunmente los pipiólos, mientras

de

que

los comestibles,

el

así

Café de Hevia, célebre por la abundancia la riqueza de su vajilla de plata, ser-

como

via de punto de cita a los pelucones. otro Café cuartos que

se veian

de

Sin embargo, habia en uno

podemos llamar

neutrales, en atención a

indistintamente llenos de pelucones

i

pipiólos

i

que

en torno

mesas de malilla i de monte, las que, no solo tienen el poder de enemistar a los amigos sino que poseen también la virtud de unir, siquiera por un momento, hasta a los enemigos políticos. las

Una de

estas piezas neutrales, en el Café de Hevia, se encontra-

ba, en la noche del 12 de octubre, llena de individuos que jugaban,

bebian o charlaban.

La voz de don

Catalino Gacetilla sobresalía

por encima de las demás, así como se veia descollar la talla de don Pablo Motiloni sobre las cabezas de todos.

En

los cuartos vecinos, otros

la conducta del

grupos se quejaban en voz baja, de

ejército revolucionario.

jaban con ponche en leche,

los

Como

las

quejas se remo-

dolientes iban alzando la voz poco

a poco, con tanta mayor razón cuanto mayor era

la concordancia

de

opiniones a este respecto.

Las quejas prosiguieron;

aunque algunos pelucones o apeluconados trataron de acallarlas, nadie pudo hacer callar a don Catalino, el cual hablaba como si recientemente le hubieran dado cuerda.

—¿No

es cierto, pues,

i

amigo Motiloni

de raya? Si Prieto ha venido a pelear le

presenta

el

(decia)

que esto ya pasa

i

quiere guerra ¿por qué no

cuerpo a Lastra? Pero nó,

señor ahí está metido en 1

su cueva de Ochagavía como zorro que oye ladrar a los perros solo sabe venir de vez en

cuando a cazar gallinas aquí a

i

la ciudad.


— )íg'olo

porque

él

93

parece mirar a nuestra capital como a

un

galline-

según es la poca cortesía con que nos trata! Al cabo habia de liablar en razón este Gacetilla, dijo uno. Motiloni miró de reojo al que liabia hablado, i parecia querer alíierto.

cuando viendo que una gran parte de

lontestar,

muestras de aprobación, tomó

lió

— Porque,

nna de dos;

hombres honrados venido por acaso

i

sepamos

pacíficos

Si

i)ronto a qué atenernos?

señor Jeyíeral Libertador

el

guerra al pueblo de

os 2^^^blos a hacerle la ;'racias,

o desea la paz.

o quiere la guerra,

guerra ¿por qué no se la hace luego al gobierno para que

[uiere la

sn

Gace-

callarse.

ponche, continuó

^ajjores del

Ha

partido de

alentado por la aprobación jeneral, o talvez animado por los

illa,

os

el

los circunstantes

i

Protector de

señor jeneral, por esa protección que nos tiene

capilla

con

i

credo en la boca. Ah!

el

Lsuntos, quiero decir,

El orador

ú

yo fuera

yo

me

metiera en estos

el jeneral....

paró de repente al

se

si

Muchas aquí como

Santiago?

oir

,

^

-

un ruido de caballos en

la

)laza.

—¿Qué haria usted, fuera jeneral? preguntó Motiloni, — Oiga usted, don Pablo! esclamó Gacetilla asustado ¿quién son de caballería de Prieto? — parece, respondió poniendo el

si

le

sonriendo.

sa-

la

je si

Así.

otro,

El ruido

pe

creció de repente,

i

el oido.

luego se dejaron sentir algunos tiros

Unos saHeron a la calle i otros quisieron atrancar las puertas, mas no pudieron conseguirlo por:[\\Q en aquel mismo instante entró al patio una partida de mas de metieron la alarma en

iiez

el Café.

hombres.

Al oir

esto. Gacetilla

esclamó:

— ¡Invasión tenemos! No hai que tener mo al

patio.

Yo

sé el camino,

síganme!

ISÍo

miedo!

Vamonos

al últi-

hai que turbarse! gritaba:

último patio!

— Pero, hombre! volvió a preguntarle don Pablo, sujetándolo de un brazo, ¿qué haria usted fuera jeneral? — Después mi don Pablo. Por ahora, importa corrrer el

si

se

lo dh'é,

pronto! ¿qué es lo que sucede, amigo? preguntó al primero que encontró en el corredor.

—Que jinetes el otro,

i

Baquedano acaba de invadir se está tiroteando

con

la plaza

el teniente

con

mas de

Banderas,

cien

respondió


-- 94

Don terior

Cataliuo no oyó el resto porque eclió

de la casa. Pero viendo que

qne pasar para llegar a

mui

comedor (por

el

el in-

cual tenia

estaba lleno de los asal-

los otros patios)

tantes, volvió atrás seguido de los

hicieron

el

a correr liácia

que lo acompañaban, en

bien, pues la catadura de los que

lo cual

liabian asaltado el

comedor no era para inspirar confianza. Mientras unos recojian

los

objetos del servicio que liabia sobre la mesa, otros forzaban la ce-

rradura de un gran escaparate que liabia en

— Manuel

el testero

de la pieza.

Barragan! gritaba Miguel Turra, forcejando con la

gruesa puerta de roble

i

con

el

escaparate: tráeme tu

cerrojo del

catana que la mia se ha quebrado en esta cha^ja de todos los diablos! Déjate de

arrollar manteles,

mas que

Aquí están

lo

trapos.

las

hombre de

cucharas

Dios! Esos no son

platos de plata, que es

i

que importa! Pégale, Chato, por esc lado!

—Ya —Ya —Esto

está! se abrió! sí

que vale la pena de trabajar para agarrarlo! esclamó

Turra, mirando con satisfacción la brillante vajilla. I mientras cada cual agarraba lo que mejor le parecía, el bandi-

do decia riendo:

—Eso

es, hijos

mios!

Hagamos

la obra de

aquí esta maldita plata, que según dice la causa de las riñas

—Busquemos

Sí! sí!

i

el

caridad de quitar de

cura de la Estampa, es

de las disputas.

bien, decia Barragan: que

no quede nada!

agregaba otro: hagamos la obra de caridad por com-

pleto I

En

tanto que los bandidos se burlaban de

las

mismas personas

a quienes estaban despojando, el hotelero liabia salido a pedir auxilio. Algunos j)arroquianos hablan abandonado el Café; otros se liabian ocultado en los cuartos, i mas de uno de los criados ayudaban a

los salteadores en su caritativa tarea.

•:o:-


CAPITULO

DON CATALINO

XVIII.

VISITA, SIN QUERERLO, EL

CAMPAMENTO

ENEMIGO.

((En América no lian faltado que, levantando la

((caudillos ((VOZ (íhien

hayan dicho ¡Queremos de

el

pueblos! Con este han reunido ¡Droséli-

los

((l)retesto

((tos; i por mas que no se les ha«ya admitido su bien, ellos han ((dicho ¡Aquí lo tenéis! i para

((darlo les

ha

sido necesario re-

con sangre infructuosa el ((suelo de los países que elejian <ípor campo de sus especulaaciones ambiciosas.» ((gar

(J.

Don plaza,

Recolucmies en Avicnca, FáJ, 1281.)

ViLLARTNO

Catalinoi sus medrosos compañeros habían corrido húciala i

huyendo de un peligro dieron con otro no menor, pues

plaza era

el teatro

d(i

ima verdadera refriega

la

cntríi la caballería


— del coronel

Baquedano

96

la infantería inesjierta del teniente

i

Ban-

deras que custodiaba la ciudad.

No

viendo Gacetilla abierta otra puerta que la del Café de la Nación, corrió allá con dos o tres de los fujitivos.

—Amigos mios! esclamó la paciencia

al entrar.

¿Hasta cuándo

de esta canonizable ciudad?

Ya no

se

abusará de

es vida la

que este

Prieto nos liace pasar!

— ¿De dónde vienes? i)reguntó un amigo. — Del Cafó de Hevia endonde dejado una le

lie

nes araucanos que lian ido

duda, de su digno jefe

el

allí

partida de peluco-

a dar un malón por encargo, sin

Libertador, el Protector de los ptieblos de

Chile, el defensor de nuestra Constitución.

uno de — Calla boca^ por Dios! ves que pueden boca! interrumpió — ¡Qué me la

le dijo

los

mas

prudentes. ¿No

oirte?

calle la

el

sempiterno hablador,

cuando vengo respirando venganza! Si tú hubieras pasado por que yo acabo pasar!

—Ah! entonces que —He sufrido mayor de Ah! vándalos me —Entonces, baja un poco —Nó! nó! Digo en ¿tuviste

sufrir algo

lo

de parte de los asaltan-

tes?

los

el

esos

He!:...

la

miedos!

I luego

quieres que ca*'^^

pagarán!

la voz._

i

alta voz que eljeneral Prieto tiene

diré

una

manera rara de protejer a los pueblos enviándonos sus soldados al mando de un caball ¿Quién dice que mi coronel es un caballo? interrumpió un soldado entrando. Ah! es usted? prosiguió, echándose sobre don Catalino, quien mas muerto que vivo, decia:

— ¡Yo, señor mió! Yo he dicho — usted! contestó soldado, arrastrando hacia afuera a Gatal cosa!

el

Sí!

cetilla. ' '

'

.é-^A. este

Catalino lo ha de perder su lengua, decian los que que-

daron en la pieza.

Don

Catalino al verse arrastrado sin consideración alguna, pro-

testaba, diciendo:

— Oiga usted, señor soldado, graduación? Oiga usted,

cado porque no

me dejó

daño era un caballero. ^i'M.ff^Esa no cuela! dijo

2)or el

concluir.

señor sarjento, señor... ¿cuál es su

amor de

Yo

el soldado, j

ha equivoseñor Baque,

Dios! Usted se

iba a decir que el


— — Es como

97

se lo digo, repuso Gacetilla.

caballero; pero cortándome la palabra

Yo iba a

decir que era

en la mitad,

un

ha parecido

le

a usted que yo... Señor don Pablo! gritó divisando a Motiloni, que a cuarenta pasos de distancia conversaba en la plaza con un

hombre de a

caballo:

amigo don Pablo! venga usted a socorrerme!

Pero Motiloni no contestó,

e

internándose en los grupos que pu-

lulaban por la plaza, se perdió de vista.

El combate habia cesado

los asaltantes

i

se

habian retirado

lle-

vándose consigo algunas armas. El mismo Bandera, hombre de

una

talla extraordinaria

de fuerzas hercúleas, habiendo querido

i

echarse sobre Baquedano para luchar cuerpo acuerpo con

el jefe

enemigo, logró desarmar a dos de los soldados que rodeaban al

uno de los oficiales. Pero rendiacosado por el número, tuvo que entregarse

coronel, arrojando caballo abajo a

do

al fin

de

prisionero,

fixtiga

i

en calidad de

i,

tal,

fué conducido al

campamento ene-

migo.

Como dejamos dicho,

la

vanguardia de los vencedores habia par-

tido con dirección a la Cañada, llevándose el botin de la victoria.

Luego

siguió el grueso del cuerpo, en grupos

mas

o

menos desor-

denados, llenando de terror a los vecinos con sus gritos descompasados

i

que lanzaban al pasar por enfrente de

los groseros insultos

las casas tenidas por pipiólas.

Solo quedaba en la ciudad la parte

mas

indisciplinada de la re-

taguardia, compuesta de soldados de línea desbandados, de guasos

acompañantes no

se

de bandidos de la Partida del A Iba,

que habia tomado preso a Gacetilla, sabe si por haber quedado satisfecho con

soldados era tarlo,

i

el

Uno de i

dichos

ya iba a

sol-

las esplicacio-

nes de don Catalino, o porque deseaba reunirse cuanto antes con sus compañeros, cuando se

habia hablado con Motiloni,

—No — quién

acercó el

le i

hombre que poco

rato antes

le dijo:

suelte a ese caballero, amigo, porque es

¿I

es

usted? preguntó el soldado,

su caballo que otro soldado

le tenia.

— Soi Manuel Barragan, respondió ro,

como que me he de

buena

una buena presa! tomando la rienda de

el interpelado;

i

yo

le

asegu-

morir, que este caballero Gacetilla es

una

alhaja.

— Me conoce señor mió? preguntó don Catalino. — respondió Barragan, ademas que usted usted,

Sí, señor,

de los que

mas hablan

i

contra nuestro ejército.

es

uno


— —^¿Yo hablar contra

el

98

gran

ejército restaurador de nuestras

li-

bertades?...

— —

Sí,

mi

señor,

i

contra nuestro jeneral.

señor de Barraganes, o como es su gracia: Ud. se equivoque yo puedo motejar en una tilde al defensor de nues-

Allí

ca, al creer

tra Constitución.

Yo siempre he

dicho

sostendré que ni el

i

mismo

nombre de gran Libertador como el benemérito en grado eminente, jeneral de división, don Joaquin Bolívar merece tan bien

el

Prieto.

no solo habla mal de nuestro jeneral, agregó el soldado que aun tenia de la mano a don Catalino, sino que acaba de decir que I

nuestro coronel Baquedano es un caballo.

— Ah! conque eso ha dicho? preguntó Barragan. —Entonces no hai que dijeron cuatro o compañeros de —Ah! esclamó ¡cuánto no que jentes equivocan en tiempo de Yo no he dicho dicho! Barragan, pronto a jurar que — he —Yo también he oido con que ha de comer agregó otro que venia llegando. esclamaron ocho o diez mas. — nosotros juramos — Pues entonces, caballo con ordenó Barragan. Allá conseñor testará — Por clavos de interrumpió viendo que soltarlo,

seis

éste.

Gacetilla,

es lo

revueltas!

se

tal cosa!

replicó

Sí, lo lia

las

i

estoi

lo

oido.

estas orejas

lo

se

la

tierra,

I

lo irifísmo\

al

él!

jeneral.

al

Gacetilla,

Cristo!

los

bandidos se dispouian a ponerlo a la grupa de un soldado. jXo

los

me

un honrado padre de familia, cargado de hijos, con la pobre mujer enferma, ademas mi suegra... Por este estilo prosiguió don Catalino enumerando los motivos para que se le diera libertad, mientras los bandidos lo montaban pierdan! Miren que soi

i

en ancas, atándole los pies por debnjo de la barriga del caballo ])ara

que no tratase de escaldarse.

— Ah! murmuraba

entre dientes el desolado prisionero, bien

me

Ñato que mi lengua me habia de perder! Si de esta esca2)o (que lo dudo) prometo mandarme hacer una buena modarza i llevarla siempre en ios bolsillos para cuando me venga la tentación de hablar a destiempo. Pero, señores, prosiguió en voz alta ¿cómo pueden ustedes figurarse quo yo haya dicho que el coronel Baquejdecia el

dano

es

un

caballo,

cuando todo

el

mundo habla

lento de este dif^-nísimojefe?... Ah! no

me

del esclarecido ta-

aprieten tanto, por Dios¿


— miren que

99

un honrado padre de familia, un ciudadano pacífico meterse en nada; un hombre, en fin, incapaz de des-

soi

que vive sin

plegar sus labios...

El resto de la palabrería de don Catalino se perdió en el ruido que los caballos hicieron al partir a todo galope hacia el campamento.

Cuando

éstos llegaron al cuartel jeneral de Prieto,

hecho desensillar a su tropa

liabia

ya Baquedano

puesto en su cuarto con centi-

i

nela de vista al teniente Banderas. El coronel era de cortos alean» ees,

i

no pudo contener su cólera cuando supo que Gacetilla habia

Café de la Nación^ que élera un caballo, Al momento mandó poner al pobre prisionero en cepo de campaña, ordedicho a gritos, en

nando que

se le aplicase a la

Así pasó

se.

el

boca una mordaza para que no habla.

de la noche

el resto

manera que cuando vino

el dia, se

el

desdichado parlanchin; por

hallaba casi exánime de fatiga

de ganas de charlar. Quitáronle la mordaza

apenas podia tenerse en

pié,

las ligaduras;

i

i

aunque

no por esto dejaba de hablar

que su intención no habia sido otra que decir caballero^

i

i

i

jurar

que

aparente culpabilidad nacia de haberle cortado la palabra

su

en la

hombres juraban por su parte pensó defenderse de otro modo.

boca. Pero viendo que ^mas de diez

haberle oido decir caballo^

—¿Conque usted un

caballo? le

ha tenido la desvergüenza de decir que yo preguntó Baquedano con airado ceño.

soi

Gacetilla con aplomo; —Nó, que he dicho un buen que Ud. Quiere que mande —¿Está usted porque alabo a Ud., señor Baquedano? —¿Mandarme — Bonita alabanza! que he necesitado pa— Cuando debiera usted estimar ra ensalzarlo a Ud. delante de sus propios enemigos! advierto que yo no Ud.; mas —Buen modo de ensalzar señor,

replicó

lo

es

caballo!

es

loco?

fusilar?

lo

fusilar

lo

la

el coraje

tiene

le

entiendo de burlas.

— Ni yo me atreverla a señor coronel que

que no .

me juzgue

me

burlarme de un

hace

el

figurado. Ud. no ignora lo que es

claro

si

quiere que

lina tropa?

le

digno como

honor de escucharme. Pero

Ud. sin oirme.

—Tropa, querrá usted

jefe tan

decir,

ruego

He

dicho eso, pero es en sentido

un

tropo.

interrumpió

entienda.

le

el

el

coronel.

¿Pues no he de saber

Hable Ud. lo

que

ets


loo

señor coronel; pero yo no — Demasiado bien sabe usted sino de tropos. de un tropo? ¿qué cosa — no me dirá usted, con mil en preguntó Baquedano mirando de a que yo be empleado —Es una figura de —No entiendo palabra, interrumpió coronel ya amostazado.

le

eso,

tropas,

liablo

diablos,

I

liito

es

Gacetilla.

liito

retórica, señor,

para....

el

le

Venga Ud. a esplicarse ante nuestro jeneral, que desea lo. Veremos si él entiende sus tropos i figuras.

— Pues no me ha de entender!

esclamó Gacetilla, cuando

ñor jeneral es de reconocida ca2)acidad!

que

él lia

sido capaz de comprender

l^OY sabios

Sí, señor,

prosiguió,

el se-

como

que muchos que se tienen

lo

no entienden, a saber: las violaciones de nuestra Cons-

titución cometidas por los pipiólos,

i

la necesidad

de que se nos libertara de los liberales! En esto llegaron a la pieza, endonde

hablando con don Manuel Jifreno

i

el

país tenia

jeneral Prieto estaba

el

dijo Gacetilla

ruego a ustedes que intercedan ante

ejército libertador

que

don Rodrigo Aldeano.

— Oh! señor Aldeano, señor Jifreno! vio:

interrogar-

en cuanto los

ilustrísimo jeneral del

el

de los pueblos, en favor de un honrado ciudada-

no que jamas le ha hecho mal a nadie.... I sin embargo, le interrumpió Prieto, usted se ha atrevido a espresarse de una manera indecorosa en contra mia i de los jefes

me acompañan.

que

— Lo han engañado a Usía, respondió don Catalino, testigo

al cielo

leal, del noble,

i

pongo por

de que jamas he dicho una palabra en contra del del desinteresado jeneral que, poniendo su invicta

espada al servicio de

la

mas

justa de las causas, viene a vengar

nuestra naciente Constitución.

de la Nación cuando.

En

ese sentido

hablaba en

el

Café

. .

—Déjese de esas engañifas interrumpió Baquedano, que Ud. ha dicho que yo Lo pero fué en sentido —Un buen caballo? Así i

farsas,

cierto es

soi....

lo

esto

merece

figurado. Sí

dije;

también deberá castigárseme porque dije a ilustre jefe del ejército del sur era la mejor espada de

gritos que el

castigo,

Chile. ¿Quiere por acaso decir esto, la complacencia de escuchar

mi

que

el invicto jeneral

defensa,

un pedazo de fierro, o cosa parecida? Nó, pada, un buen florete, es manejar diestro mas. Así pues,

al referirme al señor

íipuestos jefes

(sin

sea

un

cuchillo de Chile,

señor; ser i

que tiene

una buena

es-

valientemente estas ar-

Baquedano, uno de

los

mas

agraviar a lo presente) de nuestras mihcias


— ecuestres,

101

he podido decir con justicia que es uu exelente caballo eu j

sentido figurado, se entiende.

Aldeano i Jifreno no pudieron contener la risa, i aun el mismo Prieto los acompañó en su hilaridad. Amostazado Baquedano, se acercó a don Rodrigo i le preguntó en voz baja, pero ruda: —¿Qué significa esa risa, señor Aldeano? Que este hombre tiene razón, respondió don Rodrigo, tratando

de cohonestar su proceder. las circunstancias

que

él

Si nos

hemos

reido, prosiguió, es

por

ha agregado.

— Por manera que esos que —Esos tropos, amigo mió, son figuras de troníos

él dice....

retórica, es decir,

ma-

neras de hablar elegantemente, por las cuales no se debe entender las palabras

como suenan,

— Ya, ya!

-

—¿No ha un —Muchas —Pues ahí

una chambonada en

solido usted esclamar al hacer

malilla?

¡soi

la

bruto! ¡Qué bestia soi!...

veces! tiene usted

un

tropo, puesto que nadie

esas espresiones al pié de la letra; así

hombre valiente dicen que es una gallina, etc.

—Acabáramos!

es

un tigre,

debe entender

como también, cuando de un un león; o de un cobarde, que

esclamó Baquedano. Ahora

que entiendo eso

muchas veces los he echado de a pares sin pensarlo yo mismo, como por ejemplo, anoche cuando vi pelear tan bien al teniente Banderas, eché un reniego i dije: me gusta este hombre! Es como perro de bravo! de los tropos;

i

Mientras Aldeano daba lecciones de retórica al coronel, Prieto Jifreno seguian interrogando a Gacetilla;

i

i

así por las contestacio-

nes de éste como por el conocimiento que Jifreno tenia de su carácter, se

encontró prudente

i

ademas muí

político,

el

hacer sufrir al

parlanchín un castigo correccional. Pero la fatal orden no alcanzó

a darse, pues en aquel momento entró un militarmente a Prieto, •

— Señor

jeneral:

oficial que,

saludando

le dijo:

uno de nuestros espías acaba de

llegar de la

ciudad trayendo esta carta.

Tomó

Prieto la carta

i

leyó el sobre:

«Al señor jeneral Prieto, para entregar al señor Aldeano.» Veamos: qué dice la epístola, dijo éste recibiendo el papel de

mano

de Prieto.

Rompió

el

sobre

i

leyó lo siguiente:


— Estimado señor

A

i

102

amigo:

estas lioras debe encontrarse en ese

campamento don

Catali-

no Gacetilla, preso anoche en esta ciudad por nn error de concep-

Don

to.

Catalino es amigo mió,

i

pnedo asegurar a Ud. que en

tendremos siempre un ardiente partidario. ducta con mi propia persona; servicios a la justa causa,

con

el

le

i

Yo

en esta virtud,

si

él

garantizo su con-

de algo valen mis

ruego que interponga su influjo para

señor jeneral a fin de que ponga prontamente en libertad a

este amigo. kS.

Lo saluda afectuosamente.

S. Q. B. S.

M. motiloni.

En El

otro pedazo de papel aparte, liabia

decia:

nos conviene aquí: necesitamos de hombres que ha-

j)arlacliin

blen a nuestro favor; trátenlo bien ra que vea que

una posdata que

me

i

muéstrele usted la carta pa-

debe a mí su libertad, a

fin

de que se preste a

mis indicaciones. Leida esta posdata. Aldeano

le

—Está

media voz: haga usted

bien, dijo el jeneral a

mostró a Prieto todo lo

lo

escrito.

que

le

pa-

rezca de ese hombre.

Aldeano se acercó entonces a Gacetilla i le dijo al oido: Sígame Ud.! Me van a mandar fusilar sin duda alguna, pensó en su interior don Catalino mientras salia detras de don Rodrigo. Por lo menos, son azotes o una carrera de baqueta.... Ah! yo me contentaria con veinticinco, con cincuenta.... Vaya! me contentaria con tres veces veinticinco azotes! Pero carrera de baqueta!.... Llegados al corredor, le dijo Aldeano: Amigo mió: se ha escapado usted de una i buena! Me he escapado, señor Aldeano! esclamó Gacetilla... ¿Es de-

— — que Léala Ud. carta que acabo de merced a — don Catalino ver —Ah! de mi amigo Motiloni! — Mi digno amigo! muchísima razón: he estoi libre?

cir

Sí; lo está,

esta

es

recibir.

dijo

al

la

firma.

tiene

siem2:)re

dario de la santOy ccmsa que ustedes defienden!

sido j)arti-


^- 103

don Rodrigo, üd puede quedarse aquí o vol— Está bien^ verse a Santiago. mi reconoci— Prefiero segundo, señor, porque deseo le dijo

testificar

lo

miento a mi amigo don Pablo,

dad

e hidalguía

Un

i

luego publicar a gritos lajenerosi-

de nuestro jeneral Prieto.

cuarto de liora después, nuestro incorrejible hablador atrave-

campamento, custodiado i>ov cuatro soldados, los cuales haciendo un gran rodeo por el lado del oriente, lo llevaron hasta cerca del convento de San Francisco, desde donde se dirijió solo hacia la plaza, montado en el buen caballo que le hablan proporciosaba

el

nado.

— Catalino! esclamaron sus amigos verlo entrar Café de Nación. ¡Te creíamos muerto! —Ah! mis amigos! respondió Gacetilla mismo me palpo me admiro de encontrarme sano — Pero ¿cómo has podido escapar? ganando que he he escapado mag— no al

al

la

¡yo

i

I

nifico caballo

salvo!

sino

solo

con su

silla

i

salido

de granadero. Todo

este

ello

nas horas de cepo de campaña, fuera del miedo

i

me

cuesta algu-

del galope que

me

campamento ¡Qué galope aquel, amigos mios! Iba ya como ánima que se lleva el diablo! i hubo momentos en hicieron dar de aquí al

que deseaba que se abriera

la tierra

me

luego la noche que pasé! Ah!

rio

i

nos tragase a todos juntos! I

de los calabozos de la Inquisi-

ción!

— Pero cuéntanos cómo — Oh! mui largo de contar, hombre! Por ahora no tengo tiemes

po sino para cumplir con

los

compromisos que he contraído.

—¿Qué compromiso — El de alabar hidalguía, grandeza, es ese?

la

honradez

i

talentos del

jeneral Prieto. Ja! ja! jáááÜ ¡Qué de cosas no le pasan a uno en las

guerras!

;o:



CAPITULO XIX.

LA BATALLA.

«Después de

inútiles

negociacio-

de paz, durante las cuales las c(divisiones de Lastra i Prieto no de«jaron de prepararse para el combate, «ambas fuerzas vinieron a las manos, ccen el campo de Ocliagavía donde la «victoria se inclinó al ejército de los ocnes

«liberales.»

(R.

Y.— El

SoTOMAYOR

«En

efecto, la victoria fué

(F. Bilbao.

Los dos

ejércitos

Ministro Fortcdes.)

— Sociabilidad chilena III,)

vinieron por fin a las

ciembre por la mañana,

i

de la justicia.»

el llano

manos

endonde

el

dia 14 de di-

se verificó esta acción

(memorable bajo mas de un concepto) es el mismo en donde hoi se halla el Campo de Marte. Las fuerzas liberales estaban 'acampadas de la línea que hoi recorre la calle del Dieziocho;\ pocas cua* dras hacia el sur se divisaba el campamento enemigo, cuya ventaal oeste

josísima posición no quería abandonar.

El jeneral Prieto habia desarrollado su

ejército

formando un i:.r

ar-


106

co abierto, cuya cuerda estaba en dirección de oriente a poniente,

poco mas o menos. La

ocupaba el punto medio de este a cargo del sarjento mayor don Justo Arteaga; la infantería,

arco,

estremo poniente,

el

i

artillería

la caballería al

mando

del coronel Búlnes^

formaba sus escuadrones en el estremo oriente. Esta posición, si bien no mui estratéjica para el ataque, estaba admirablemente elejida para la defensa, ¡jorque la infantería con su flanco izquierdo

apoyado en

las casas de la cliacra

defensa por

el

de Ocliagavía que

servían de

le

poniente, tenia su flanco derecho protejido por la ar-

cual era a su vez defendida por los escuadrones de Búl-

tillería, la

nes, que con toda facilidad podían atacar el flanco izquierdo del

enemigo con solo describir un pequeño arco de círculo en el campo parejo i sin estorbos que se estendia hacia el oriente. Por desgracia, el ejército constitucional carecía de esta arma, pues solo con-

taba con cien carabineros

i

cincuenta Húzares.

haga cargo por completo de la topografía solo nos falta decir que de las mencionadas casas de Ocliagavía, partia hacia el norte la tapia de un potrero que com-

Para que del campo,

el lector

se

pletaba la defensa del flanco izquierdo de la infantería pelucona.

Esta tenia a su retaguardia una gran viña, serie

i

hacia el sudeste una

de potreros cerrados con tapias de adobon.

Bien comprendia

también veia

la

intranquilidad

i

el

jeneral Lastra la dificultad del ataque; pero

necesidad de atacar para dar término al estado de

zozobra que

aflijia

dia

i

noche a toda la población*

La acción comenzó por una pequeña escaramuza

iniciada por el

jeneral de los liberales, la cual no podia tener otro objeto que lla-

mar fin

la atención del ejército

de comenzar

go, que, Prieto.

el

reaccionario hacia su flanco derecho, a

verdadero ataque contra la izquierda del enemi-

como queda

dicho, era el lugar ocupado por la infantería de

El valiente coronel don Francisco Porras, con

carabineros reclutas, se echó sobre la veterana

i

bien equipada ca-

ballería de Biilnes, hasta llegar a incorporarse con ella,

tiempo empezó a cruzar sus fuegos, do.

la artillería

solo setenta

de uno

El ataque de Porras no podia llamarse una carga:

al

i i

mismo

otro ban-

solo era

un

acto de arrojo en el cual los soldados patriotas se vieron envueltos

por

los

que

el

escuadrones

enemigos. Peleaban uno contra nueve: así es

éxito no podia ser dudoso. Porras fué rechazado;

guido por cuatrocientos cazadores cerca del

Aquel

i

i

perse-

granaderos, llegó a la alameda

lugar endonde ahora se eleva la estatua de San Martin,

sitio

estaba lleno de hoyos, zanjas

i

matorrales

(pie

impedian


107

maniobrar rápidamente a una gran caballería; i tanto por esto como porque una buena parte del enemigo se habia vuelto al lugar de la batalla, el jefe patriota liizo volver cara a su diminuta tropa.

La lucha se trabó allí de nuevo, cuerpo a cuerpo, maniobrando al mismo tiempo con el sable, el macliete i el puñal. La victoria estuvo indecisa un cuarto de hora, pero a ese tiempo se vio aparecer por

do

el

poniente una partida como de doscientos hombres que, a to-

el correr

de sus caballos, venia por

tando desaforadamente ¥jV8i>ln.partida del

chete.

Los

:

el

centro de la cañada gri-

/lf¿¿^r<^/ó los pipiólos! ,. ¡

Vida la

relijion!

Alda entremezclada de jinetes de poncho

liberales, viéndose atacados

de frente

i

i

ma-

por su flanco dere-

cho por fuerzas cuádruples, torcieron riendas sobre su izquierda, echaron a correr por la Alameda hacia

el oriente,

Partida del Alba, que venia de refresca,

i

i

perseguidos por la

por algunos soldados de

escuadrones enemigos, que prefirieron entremezclarse con los

los

bandidos de don Alejo Calvo, antes que volver al campo de batalla con sus demás compañeros. Los perseguidos, entrando por varias bocacalles,

atravesaron

el

centro de la ciudad

i

se dirijieron al

puente de

endonde no tuvieron que hacer resistencia sino a mui pocos de sus perseguidores, pues la mayor parte se habia desbancal

i

canto,

dado por las

las calles

de la consternada ciudad, con

casas de los pipiólos ricos.

el

objeto de asaltar

Porras entonces no pensó sino en

volver con los pocos soldados que le quedadan al

campo de

batalla,

endonde encontró la acción fuertemente empeñada. Al mismo tiempo que los carabineros de Porras eran perseguidos, como acabamos de decir, el coronel Búlnes, describiendo un gran arco de mientras

círculo,

se echó sobre

derecha

la izquierda de los liberales,

centro contestaban los fuegos de la inde los cañones enemigos. Búlnes fué rechazado dos veces; pero la ventajosa posición del ejército revolucionario lo hacia,

fantería

el ala

i

el

i

como queda dicho, inatacable por su flanco izquierdo. Viendo Lastra quenopodria avanzar sin grandes pérdidas, mientras la infantería de Prieto ocupase el

sas de Ochagavía

i

la taj^ia

ángulo formado

})or las líneas

de las ca-

de la viña, antes mencionada, mandó

que una com})añía de cien hombres del Chacabuco, a las órdenes del arrojado teniente Concha, se fuese por entre las casas i el ejér-

enemigo hasta tomarle su retaguardia. La comisión era difícil por demás peligrosa; pero también era digna del valiente joven a quien se la encargaba. Sin disparar un solo tiro, i recibiendo un nutrido fuego de fusilería, condujo Concha a sus soldados, arrascito

i


108

tránclose por entre los matorrales

como uua

culebra, liasta llegar

a una distancia en que podian oír las palabras de los soldados enemigos. Estos no podian creer en tanta audacia; i alzando sus fusiles, muchos de ellos gritaron: •

-Son pasados!

—No —Vienen pasados! tiren!

Concha sino

mas

i

sus soldados pasaron, pero no a las

allá de las filas;

i

filas

enemigas,

con toda la lijereza que sus piernas

permitían, corrieron hacia la tapia de la viña

i

le

la salvaron bajo el

fuego graneado del enemigo, que ya habia comprendido

el

verda-

dero objeto de aquel atrevidísimo movimiento.

Entonces fué cuando el batallón Pudeto recibió la orden de avanzar rápidamente. El coronel Tupper iba a su cabeza, i lleva-

ba de ayudante a Anselmo, quien

jóoco antes

do, pero ahora deseaba sobrevivir

aun a

quería morir pelean-

la derrota

misma. La

fantería pelucona se vio, pues, entre los fuegos del Pudeto

Concha que

la acribillaba por la espalda, lo cual le hizo

de posición hacia

A ese i

su propia

de

cambiar

artillería.

tiempo, la caballería de Bdlnes habia sido rechazada por

tercera vez; ción

el sudeste, inutilizando

i

in-

i

el resto

tería enemiga,

Lastra pudo marchara paso de trote con

el

Concep-

de Chacabuco hasta envolver por completo la infana la cual

porque de cada parra

le era

salia

imposible salvar la tapia de la viña?

un

tiro.

La

caballería de los patriotas,

que no habia podido seguir en su rápida marcha a

la infantería, se

amenazada de muerte por una cuarta carga de los escuadrones de Búlnes; i habria sucumbido irremediablemente, si a ese tiempo no hubiera llegado la mitad del batallón Pudeto a las órdenes del mayor Várela, que atacándola enérjicamente la puso en completo desorden. Porras, que en aquellos momentos entraba en el campo con poco mas de la mitad de sus soldados, se unió a los Hiizares, mandados por el sarjeuto mayor Jofré, i entre ambos dieron a la caballería enemiga (puesta en desorden por Va-

vio entonces

Varela) la última carga que la dispersó completamente.

Mientras tanto, verificábase en medio de la refriega de la infantería,

un hecho notable que apresuró

la victoria

de los liberales. El

Carampangue. Hubo un momento en que éste se vio entre dos fuegos, con el Chacabuco a vanguardia i parte del Pudeto a retaguardia. Solo unos pocos pasos de distancia separaban los tres cuerpos i ningún tiro salia mejor de

los batallones

de Prieto era

el


— cíe

las filas.

Entonces

el

109

coronel Godoi, por cuya orden se

liaibia eie-

movimiento que tenia envuelto al Carampangue, dirijió la palabra a este cuerpo: «Bajad a tierra la boca de vuestros fusiles (les dijo); ;ved que tenéis enfrente a vuestros compañeros de armas!» cutado

el

Los soldados del Carampangue titubean; entonces un sarjento de este cuerpo manda hacer fuego sobre el Chacabuco i apunta él mismo con su fusil; pero cae muerto de un pistoletazo. Los soldados bajaron sus fusiles i ambos batallónos se confundieron en un fraternal abrazo.

Diez minutos después, ya no se oía en

infantería de los pelucones estaba rendida,

•:o:'

campo un

el i

solo tiro.

La

su caballería dispersa.


n


CAPITULO XX.

LA TRAICIÓN.

«Pero la victoria fué entre chii la nobleza de alma del vencedor se apoyó en la fe del enemigo.

lenos;

El desprendimiento, la confianza, fueron burlados por el misterio, por la mentira, por el engaño, por la traición.»

(F. Bilbao.

— Sociabilidad chilena III.)

«Los vencedores.... en medio de su asombro, no podian creer en semejante infamia.»

(F. Errázuriz.) Prieto, viendo desliedlo su ejército, se liabia dirij ido hacia las ca-

sas que

formaban

de algunos

que

oficiales,

le servia

nester

el

i

allí

de consejero.

mas que

el

acompañado se encontró con don Rodrigo Aldeano El jeneral era valiente; pero se ha me-

centro de su cuartel jeneral. Iba

valor de iin soldado para resistir a la evidencia

de mía derrota.

—Todo perdido! esclamó. ¡Hasta caballería —Aun quedan esperanzas, contestó Aldeano. es

la

se

ha disper-

sado!

>Salga usted al ca^


112

o.üeutro del enemigo, solicite les

una entrevista, i convide a los a tener un arreglo en las casas de la cliacra./.. ¿1 he de esponerme a ser vejado por....?

oficia-

— —Ya

no se oye un solo tiro: Lastra es un alma sin liiel, i Viel es un don Quijote, que, en liablándole de honor, patria, fraternidad etc.,

se vuelve loco.

Si conseguimos que

vengan a

las casas,

son

nuestros! 'No pudieron proseguir esta conversación sostenida a

según

permitia

media voz

de los caballos, porque fueron deteni dos por una compañía del batallón Concepción, que con el Pudeto se ocupaba en juntar los prisioneros dispersos.

i

lo

—Jeneral, dice

el trote

el oficial:

ríndase Ud.!

—Lo haré ante Rondizzoni, contestó

Prieto, sin entregar su es-

23ada.

Un momento

después llegó

el jefe

del Concepción, quien trató a

su ilustre prisionero con todos los miramientos debidos a su clase i a su desgracia.

— Deseo

hablar con Lastra, dijo Prieto a Rondizzoni; lléveme

Ud. a su presencia. Lastra, que con varios oficiales venia ya a su encuentro, se acer.có al

jeneral enemigo,

momento

i

le

apretó cordialmente la mano.

los oficiales prisioneros recibian

En

aquel

de los vencedores las

mas

inequívocas manifestaciones de fraternal cortesía.

—Todo

concluido: ahora somos hermanos! decia el coronel

es

Viel abrazando con efusión a los oficiales contrarios.

—Jeneral, dijo entonces Prieto dirijiéndose a Lastra: conozco demasiado su hidalguía para esperar de usted un trato indigno. Creo que Ud. usará conmigo de la misma jenerosidad que yo habría usado con usted en iguales circunstancias.

—No debe usted dudarlo, contestó dido la ^

mano de amigo. Ahora no

liai

Lastra, desde que le he ten-

aquí ni vencedores ni venci-

dos; todos somos chilenos.

—Por

aunque me queda poca infantería, Ud. sabe que mi caballería ha quedado intacta. Pronto estará reunida; tengo confianza en Búlnes. Así es que todavía no se ha decidido la victoria. Pero no quiero que se derrame mas sangre, i estoi dispuesto a que tengamos un arreglo amigable. otra parte, prosiguió Prieto,

—Acepto, contestó Lastra. —Lo que deseo, principalmente, ^e mi mando

i

es salvar el

honor de

obtener las garantías necesarias.

las tropaa


— —Tendré un placer en — Pues, entonces, vamos a

113

ello, jeneral.

que aquí hace es sofocante;

tratar el asunto a las casas : el calor

allí

encontraremos algún

refrijerio, del

cual han menester nuestros oficiales.

Aceptó Lastra el convite; i después de encargar a Tupper que quedase custodiando a los prisioneros, se dirijió con Viel, Godoi i otros oficiales, al cuartel de Prieto. Al entrar éste en la casa, un soldado puso en sus

manos un papelito

rápidamente. Los oficiales de uno

entremezclados como

i

otro

escrito

con lápiz, que leyó

bando entraron a

la casa

nada hubiera sucedido entre ellos; pero apenas estuvieron dentro, cuando vieron que las puertas se cerra-

ban

si

que las piezas eran invadidas por los soldados.

i

preguntó —¿Qué contestó que Ud, sus compañeros su —Esto Entreguen son mis momento sus espadas. —Esto una infamia atroz esclamó Lastra, tratando de Yiel.

significa esto?

Prieto,

significa,

prisioneros!

jeneral,

i

al

es

resis-

I

tir.

—Usted

es

un

serable a quien le

traidorl agregó Viel, dirijiéndose a Prieto;

hago

el

honor de

un mi-

desafiarlo!...

— Coronel! interrumpió Búlnes: cálmese Ud. —¿Me cree usted bastante para mirar a sangre tanta famia? — Hágame favor de darme su espada, Búlnes. no que manche en sangre de ese miserable? pregun—¿Para le

vil

fria

in-

señor, dijo

el

la

la

Ud. razón; esa garganta merece un cordel. seguida arrojó a un lado la espada que Búlnes le pedia.

tó Viel... Siendo así, tiene .

En

— Seria locura

resistir,

observó Lastra con calma; quien ha sido

capaz de engañarnos de esto

modo

está dispuesto a llegar hasta al

asesinato.

— ¡Buena manera de estipular convenios tienen jo a

media voz

el

los pelucones! di-

coronel Clodoi. Pei'o aquí debe andar hi

mano de

don llodrigo. A Prieto no le da el palo para tanto. ¿Qué dccia Ud? preguntó Baquedano a Godoi. Decia ¡que don llodrigo Aldeano es un gran político práctico! Prieto habia salido de la pieza, dejando encargada la custodia de los prisioneros a los coroneles Búlnes i Baquedano. ¿Por qué uos deja solos el jeneral? preguntó Godoi... Ah! })rosiguió con una carcajada que pusomui de mal huQior a Baipiedaiio:

— —

el

jeneral va a pedir órdenes.

—Ordenes

¿a quién? preguntó

Baquedano.


-

-

114

—Al maestro de ceremonias. Pero ya vuelvel en

En

efecto,

la

mano.

Prieto entraba en aquel instante, trayendo

—Amigos mios,

dijo a sus prisioneros:

ya

un papel

veis que la rueda de

da vuelta rápidamente. Es preciso que os convenzáis de que toda resistencia es inútil para que oigáis lo que os voi a proponer. Ya no soi el vencido de hace poco. Se lia tomado medidas la fortuna

oportunas para rehacer nuestro

ejército.

Mi

infantería se está reu-

niendo aquí; los soldados llegan en dispersión, pero llegan a su

Mi

cuartel.

caballería está rehecha;

i

sé que, a la

hora presente, han

entrado a la ciudad algunas compañías como vencedoras. tras

manos

está el evitar los males que es fácil preveer.

—¿Pero no me ha dicho Ud, do de paz? preguntó Lastra. — Pero para eso necesitamos de

jeneral,

En

vues-

.

que quería celebrar un trata-

reunimos aquí en consejo, contestó Prieto. Aquí traigo una orden que Ud debe firmar para que sus oficiales vengan al momento a reunirse con nosotros. Esa es una nueva traición! esclamó Yiel. Jeneral, prosiguió,

dirijiéiidose a Prieto:

mandadnos

fusilar;

pero no nos obliguéis a

reclamo para hacer caer en un lazo a nuestros compañe-

servir de ros!

En

aquel

-^Firme

momento fué

üd

contenido por Godoi, quien dijo a Lastra:

la órdon, señor jeneral.

—Pero Por toda contestación^ Godoi tomó solapadamente Lastra

i

la

mano de

se la apretó, sacudiéndola lijeramente.

Este movimiento fué comprendido. Lastra tomó el papel i firmó; pero nunca habia hecho una rúbrica mas mal formada ni una

mas temblorosa mano. Sin embargo, el semblante no era el de un hombre a quien le tiembla el pulso.

letra con ral

—¿No tario?

del jene-

será preciso que esta orden vaya autorizada i)or el secre-

preguntó Godoi tomando

el papel.

— Lo que abunda no daña, contestó Franco que entraba en aquel

momento

a la pieza.

Godoi estampó su firma, i agregó a la rúbrica unos nuevos rasgos que jamas usaba. Al poner la arenilla anduvo tan torpe, que medio borró la entintada rúbrica con la manga de su casaca.

—Cualquiera diría que tengo miedo mano, murmuró, entregando el pa])el. i^¿I firma

usteíl; coronel?

al

preguntó Viel,

ver temblequear

mi


— —Es

el único

Í15

medio de que podamos arribar a algo, contesto

Godoi.

La orden bailo,

fué entregada a uno de los oficiales de Cazadores a ca-.

de Prieto,

el

cual la condujo a escape a donde se hallaba Tu-

pper.

:o:



CAPITULO XXL SOSPECHAS REALIZADAS.

«De este modo el ejército vencido, destrozado, imponía una capitulación mediante el abuso que su jefe habia cometido de la confianza i jenerosidad de los vencedores.» (J.

V. Lastarria

Hallábase

el

—Juicio

histórico sobre Portales.)

coronel Tupper reunido con sus compañeros, no le-

jos de las casas de Ochagavía, custodiando los prisioneros que los

soldados constitucionales iban trayendo

allí,

poco a poco, cuando

tuvo noticias de que la ciudad habia sido invadida por algunas

compañías de

Agregábase que los Partida del Alba, cometían las mayo-

la dispersa caballería de

soldados, secundados por la

Prieto.

res fechorías en las casas de los indefensos habitantes de Santiago.

Con

este motivo habia comisionado a

Anselmo para

que, al

mando

de dos compañías de Granaderos, se trasladase sin pérdida de tiem-

po a la ciudad, a fin de prestar auxilio a los invadidos. Media hora después, llegó el comisionado de Prieto, con firmada por Lastra para que Tupper, Rondizzoni i

llamó a sus compañeros

—¿No con un

la

orden

varios oficiales

de Ochagavía. Tupper leyó notó que las firmas parecian contrahechas. En seguida

se trasladasen al la orden

momento a

i

es

i

conferenció con ellos.

estraño, les dijo,

oficial contrario?

las casas

que Lastra haya enviado esta orden


118

—Bebiera venido Godoi —Ademas, agregó Yarela, hemos notado qne puertas de casas están cerradas ¿qué — Hai motivos para sospechar una Tupper. — Todo puede esperar de infames, agregó Várela. —Esta no firma de Godoi! esclamó Rondizzoni, examinando papel detenidamente. —¿Qué parece que hagamos? preguntó Tupper. Yo creo que no debemos obedecer esta orden sospechosa. —Yo también. Podemos porque somos dueños camRondizzoni. —Nosotros somos del mismo parecer, contestaron demás liaber

o Viel, dijo lloiidizzoni. las

las

significa esto?

traición, dijo

estos

se

es la

el

os

resistir

del

po, dijo

los

ofi-

ciales.

Entonces Tupper tomó le dijo

el

papel,

i

dirijiéndose al oficial portador,

enérjicamente:

—Esta orden

es falsa o arrancada

por la fuerza.

no nos tiende. Dígale Ud. a Prieto, que

dos, estamos convencidos de que esto

nuestros jefes en

momento,

el

el

De

todos

mo-

es

mas que un

si

no pone en libertad a

lazo que se

constitucional sabrá cas-

ejército

tigar su felonía.

— Señor, —Yoi a preparar

dijo el oficial, nuestro jeneral no... el

ataque a las casas,

le

interrumpió Tupper,

i

prometo arrazarlas en un cuarto de hora i quemar Uds. como a ratas en su guarida!

El

La

oficial

saludó

i

partió a escape.

contestación de los oficiales del ejército liberal desilusionó a

los traidores, acerca

rales les habia

de las esperanzas que la credulidad de los libe-

hecho concebir.

—El diablo proteje a — Dejemos diablo a un

los suyos!

al

esclamó Franco.

lado, le interrumpió

Aldeano,

a lo que importa. Cuando no es posible obtenerlo todo, contentarnos con algo siquiera.

En

seguida, llamando aparte a don

M.

Jifreno,

le dio

vamos debemos i

sus ins-

trucciones para que advirtiese a Prieto sobre lo que debia hacer en tales circunstancias. Jifreno se dirijió entonces al cuarto

encontraba Prieto con sus prisionoros;

i

papel plegado en forma de carta, sobre

donde

se

poniendo en sus manos un el

cual habia escrito estas

palabras: dSe niegan a venir)) dijo al jeneral:

—Acaba de

llegar el

oficial

comisionado, diciendo que

el

señor

Tupper estará pronto aquí con sus compañeros. Pero como no llega


^ todavía

i

las circunstancias

119

piden una pronta determinación^

talve??

convendría firmar un armisticio.

— Soi

por

el

armisticio, contestó Prieto, viendo que las palabras

de Jifreno eran una verdadera orden de Aldeano. ¿Qué dice Ud. jeneral? prosiguió, dirijiéndose a Lastra.

— Yo nada

puedo determinar desde que me encuentro en poder de Uds. contestó el viejo soldado con marcado disgusto. ¿En nuestro poder? replicó Jifreno... ¿I puede Ud., señor jene-

ral, creer

que nosotros hayamos querido valer'nos de esta circuns-

tancia para obligarlos a nada que no sea honroso entre militares?

Los hemos llamado para llevar a cabo un convenio amigable. Uds. están en libertad para aceptar o nó. Estas palabras hicieron comprender a Príeto toda la verdad de lo sucedido; i en consecuencia, se decidió a tratar con muestras de cordialidad a los mismos que poco rato antes habia tratado como a cautivos enemigos. El jeneral era un digno discípulo de Aldeano. Aquí tienen Uds. sus espadas, dijo, devolviéndoselas. Están

Uds. en libertad; pero creo que como amigos de blica, lui

aceptarán

la tranquilidad

pú-

propuesto, durante el cual se firmará

el armisticio

convenio definitivo de paz.

—No crean

ustedes, agregó Jifreno, que nuestras intenciones ha-

yan sido otras que las de arribar a un convenio honroso para ambas partes. Al princi])io se creyó necesario usar de esta estratajenm para sacar mas partido; pero hemos pensado que no habia necesidad de esto, tratando con militares de honor.

—Los traidores Godoi

al oido

se

han enredado en sus propios

i

murmuró

de Lastra.

El armisticio fué firmado en seguida. horas,

lazos,

Uuraria cuarenta

i

ocho

dentro de este término debia celebrarse un tratado de [kva

por medio de plenipotenciarios nombrados por uno

Ya era tienipo

las casas las noticias

Al momento

liberal se prei)araba al ataipie.

blanca sobre

los

otro bando.

porque aun no se habia concluido de firmar

cuando llegaron a

misticio,

i

tejados,

i

los jefes

liberales,

se

de que

el ar-

el ejército

puso una bandera

puestos en libertad,

fueron conducidos por los oficiales revolucionarios hasta fuera de las puertas de su cuartel.

Tal fué

el

desenlace de una batalla en la cual los liberales tuvie-

ron los honores del triunfo, ción,

como

se verá

mas

i

los

adelante.

pelucones

el

provecho de

la trai-



CAPITULO XXII.

¡VIVA LA RELIJION! ¡MUERAN LOS HEREJES!

((Os acordáis de aciiiellos dias en que ((Santiago tenia cerradas las puertas de ((SUS casas i en que el terror revestía el ((rostro de sus habitantes?»

(F.

La

credulidad con

contrarios,

dicj

que

BiLBxiO.

SociahlUdad chilena.)

los liberales se dejaron

engañar por sus

en aquel entonces orijen a mil sátiras

ciones que no liacen gran honor al partido reaccionario. los

hechos de diversos modos,

i

se reía

en

los círculos

recrimina-

i

Comentóse pelucones a

espensas de los candidos j^W^olos que habían sido víctima de su necia credulidad. i

aquí cómo los que se decían amigos del orden

de la relijion echaban en cara su lealtad a los nobles amigos de

Por muchos años después se ha seguido defendiendo de esta manera el partido dominante, sin echar de ver que nada lo denigra mas que esa defensa, porque nadie puede ser víctima de su pro})ía credulidad sin serlo al inismo tiempo de la perfidia de sus contrarios, o bien, de lo que un historiador moderno llama política la república.

Dicho historiador rescata estos ejem[)los, de gran sabiduría, ante los ojos de la juventud cliilena, sin duda para

ardidosa

<pie,

i

arbitrista.

aprendiendo por principios

los arbitristas

ardides

i

los ardí-


closos arLítrios, se

formen

teresados

de que tanto

i

leales,

Pero dejando lo

demás

menester

lia

de la Historia de

al autor

rea de elevar la perfidia

los ciudadanos, patriotas, francos, desin-

la traición al

i

es querer ponerle puertas al

el país.

cuarenta años la ta-

los

rango de patriotismo (que

mar) proseguiremos

la ingra-

ta relación de aquellos desastres.

Mientras se decidla, en los campos de Ocliagavía, la suerte de la

democracia chilena, verificábanse en la ciudad

las escenas

mas

es-

candalosas.

Recordará

que la Partida del Alba, persiguiendo

el lector

al co-

ronel Porras hasta cerca del puente de cal

i canto, se habia desbandado en diversas direcciones con los soldados de Búlnes que la siguieron, adueñándose por completo de la capital.

Nada les

mas

fué entonces

casas de los pipiólos ricos,

(i

fácil

aun

hacedero que atacar

i

i

robar las

de muchos pelucones de poca

las

importancia) pues la ciudad carecia de una formal custodia. Los pocos vijilantes que recorrían las solitarias calles, huyeron despavori-

dos o se enrolaron en aquellos salvajes grupos, que, al grito de

¡

va larelijion\ ¡Mueran

des-

mantelaban

las casas

echaban abajo

pipiólo s\

los

las puertas

i

Vl^

de los indefensos ciudadanos. Elejíase natural-

mente aquellas casas cuyos dueños eran

tildados de liberales, pi-

piólos o herejes, que para los pelucones todo esto era igual. Poco a

poco fueron llegando del campo de batalla nuevas partidas de ballería de línea,

mandadas por

sarjentos

i

aun por soldados que ve-

Un

nían a ayudar en aquella obra de atroz vandalismo.

mado por bios

ejercito les.

que se titulaba libertador

i

i

mas

allá,

a los soldados de ese

protector de las (jarantias soda--

Las priacipales avenidas estaban verdaderamente inundadas,

ese grito de:

mil

cortejo for-

última hez del populacho, ansioso siempre de distur-

la

de trastornos, seguia aquí, allá

i

la ca-

\

Abajo

los estranjeros!

Mueran

los herejes!

i

repetido por

mil bocas, llenaba de pavor a los habitantes, detras de sus

i

puertas atrancadas. Las granizadas de piedras acribillaban los balcones

i

las ventanas, o bien,

una

caer dentro de los patios,

una puerta de cios, al

zumbando por sobre lijera

los techos,

indicación bastaba para que

calle cayese en astillas o fuese

son del murmullo o de la algazara

i

arrancada de sus qui-

la rechifla

frenada multitud. Los muebles eran lanzados a la

en retazos las alfombras, los

pedazos de espejos

per,

i

se hacia el

daño

i

i

iban a

de la desen-

calle,

cortadas

repartidas las piezas de bajilla así

como

porcelanas. Rompian, por el gusto de rom-

sin

mirar

el

})rovecho propio.

Era

a(piello el

i


123

ataque del que no tiene contra

el

que posee,

del que sufre

el odio

contra el que goza, la guerra del salvaje contra la civilización.

Entre todas

de la calle del Puente, con sus puertas ce-

las casas

don Pablo Motiloni, cuyas ventanas estaban abiertas. La puerta del zaguán se veía a medio cerrar, i allí se hallaba el italiano hablando con nuestro amigo don Catalino Gacetilla, quien, muerto de miedo, rogaba a don Pablo que

rradas, hacíase notable la habitación de

atrancase la puerta de calle.

—He concurrido a su llamamiento, decia a Ud, mi señor don Pablo, cuánto es sé

cómo he atravesado

chilladas

i

el cariño

que

le profeso.

Yo no

esas calles! Gritos aquí, pedradas allá, cu-

puñetazos mas

allá!... Vaya!

cualquiera se la doi!...Le aseguro a I

Gacetilla, para probarle

Ud

Yo no

soi cobarde,

pero a

que casi he tenido miedo...

don Catalino daba diente con diente, revelando

el

pavor que

2)retendia disimular.

— Como

que usted no

hombre que

es

tiene miedo, le dijo

don

Pablo, he enviado a buscarlo para pedirle un favor. -

—Hable usted; estoi dispuesto a todo, con

la calle... digo,

que no sea

salir

a

mientras ruja la tormenta.

— Pero necesito a Ud. en caso que — Imposible! amigo mió... Oiga Ud esas es el

ba! mire

-tal

lo

Ud cómo caen

piedras en

las

el

momento* vociferaciones... Carampatio!... ¿No seria bueno la calle,

i

al

En

boca cerrada no entran moscas. Ya le digo que tenemos que salir pronto de aquí... Necesito que usted me ayude a cumplir con una comisión que se me ha encarcerrar la puerta?

gado.

— no podríamos dejar negocio para — Ha de hombre de Dios! — Pero un dia mas o menos... — no hace todo perdido; como en su —En cuanto a no debe Ud. dudar. — en su — En cuanto a eso Pero ahora... una[|temeridad, mi señor don Pablo! Yo no cobarde, — Pues no me ayuda, puede Ud a su — Pues estamos Es no salgo a cumplir con su ese

¿I

otro dia?

ser hoi,

Si

se

es

lioi,

confio

i

leal-

tad...

eso,

I

valor...

otro...

salir

pero...

soi

bien,

casa.

casa?... El caso

es

decir ¿(pie

comisión, he de salir para irme a

misión es esa?

irse

si

bien!

quisiera salir de

seria

mi

si

que yo no

ninguna manera... Pero después de todo ¿qué

(piiero saberla.

co-


124

de arrebatar a Lucinda. — Se —¿De casa cónsul? trata

.'.

del

—I

llevarla a la de su padre,

aprovechando

movimiento de

el

hoi...

—¿I

quién se

lia

de atrever...?

— Soi amigo de don Meliton, Lucinda, prosiguió — Ud, mi señor don Pablo? —Nó. Yo no para

i

le lie

prometido sacar de

a

allí

el italiano.

¿Ir

estos negocios.

sirvo

— Pero ¿quién será capaz de tanto arrojo?

—Me

lie

acordado de üd, amigo Gacetilla...

'No comprendo... No le entiendo a

—Para

que arrebate a

Ud.

la mucliaclia.

¡Robarla de casa del cónsul, en —¿Está Ud. fuera de su dia!...No nada, señor don Pablo! —No habrá peligro alguno; yo daré ente que sirva de cusEs jente de pelo — Oh! Ud. chancea, don Pablo. —No me chanceo. El caso que usted cumplirá con comisión, juicio?

este

i

es

le

le

j

enpee/io.

todia...

se

la

es

mal que

le pese, replicó

una seguridad que dejó con-

Motiloni, con

fundido a don Catalino. Pronto llegará la jente:

como Lucinda sabe que usted resistencia

i

es

Ud

irá con ellos;

i

amigo de Anselmo, hará menos

se dejará llevar creyendo

que irá a dar a los brazos

amante Usted le hablará en este sentido. Oh! Jamas! esclamó Gacetilla temblando ¿Es conciencia hacer eso con una niña principal? Pero, hombre de lana! ¿Le pido yo acaso que vaya a esponer su vida? Nó: irá usted bien acompañado... Solo le pido que hable a de

.su

:

— —

Lucinda en sentido conveniente, porque en estos casos las resistencias suelen ser peligrosas... Pero en cuanto a su persona, no habrá peligro alguno... La casa del cónsul está sola,

dar

el asalto es

i

la jente

que va a

de la cascara amarga,»,

— Pero, don Pablo, Dios! usted me que cometa una quidad! ¿No sabe usted que Anselmo mi amigo? — embargo, usted ha vendido su —Por mi seguridad personal; pero yo en persona a arrebatar jíide

¡oor

ini-

es

I sin

secreto.

ir

a su querida de la respetable casa endonde se encuentra? ¡Traicio-

nar tan atrozmente a la amistad! ¡No señor! niña a casa de su padre. — Mas para — Atacar cónsul! ala — un pobre gabacho llevar la

es

al

Si es

Francia!....

que...


125

—Representante del pueblo —Eso no mas que —¿Qué yo vaya a atacarlo? Yo

ondea

francés^ sobre cuyos tejados

el tricolor de... tres colores!

tres tiras

es

de trapo atados a un palo, hom-

bre!

;

na u

liabia

de esponerme a que maña-

otro dia viniera el rei de los franceses

Vaya don

Pablo, que

si

no

i

me

hiciera cargos!

...

Ud

se

tan formal, creeria que

lo viera

chanceaba.

— Pronto verá usted que no me chanceo, contestó Motiloni, bando por las ^aberturas del postigo. que lo ha de acompañar!

—¿Entonces usted

¡Allí viene, esclamó,

insiste todavía?

Dios santo!

-:oí'

atia-

la jente

Pero ¿qué ruido de caballos..?



CAPITULO

XXIII.

GACETILLA ASCIENDE A COMANDANTE SIN PRETENDERLO.

«;No

en esos dias de silencio pavoroso a una multitud de hombres que marchaban a escape por las calles? que llevaban la cabeza atada, la bota del campo, i el poncho del guaso? que blandiau el hacha en una mano, i en la otra el puñal i las riendas? que llevaban el vandalaje en los ojos i la espuma de la rabia en la boca? que arrastraban alfombras, muebles desi)edazados i vestidos de habitantes? que pasaban en grupos gritando i formando un estrépito de demonios? y>

,

visteis

(F. 'BiLBko. Sociabilidad chilena.)

En

aquel momento, una partida como de doce hombres llegó

escape a la i)uerta de don Pablo;

i

el capitán,

Miguel Turrn, habiéndose apeado, entró

a Motiloni:

al

íl

que no era otro que

zaguán de

la casa^ dijo


128

—Ya estamos, —¿Cuántos son? —Aquí venimos míos doce; pero del peran mas de — Bueno — como mi compadre Juan Diablo con su partida del Blanco. —Está bien; que abunda no daña. señor.

otro lado del puente

me

es-

treinta.

es eso!

I

está

advertido,

debe ve-

cerro

nir

lo

—Ademas

liemos prevenido a muclios amigos de la Recoleta pa-

ra que cada cual traiga su jente

i

nos ayude a despachar al hereje.

—Pero debe usted acordarse de que su principal Yo dejaré mis hombres encargados a Manuel —

objeto es traer a

la niña.

Sí, sí...

Barra-

gan... Agarro la chiquilla, la

pongo por delante, \ patitom ^ara que te quiero. No necesito mas que de cuatro o seis hombres que me espaldeen... A los que encuentre por delante no les tengo miedo. Ayer afilé mi catana, i acabo de hacer la prueba. Está de atentar pechoña.

—^Vea usted

si

liabria peligro

yendo con

tales

hombres, dijo don

Pablo a Gacetilla, quien, parado en un rincón del zaguán, creía lo que estaba oyendo.

—¿Conque preguntó

el

todavía persiste usted, don Pablo, en que yo vaya?

sempiterno parlanchín.

— Su presencia niña ella

i

no

casi

la decida

misma» ¿También

es de absoluta necesidad para

que convenza a

la

a no hacer una resistencia que la perjudicaría a

es

de la partida este caballero? preguntó Miguel

ísonriendo.

— contestó Motiloni. —Jamas! Prefiero que me ahorquen, esclamó Gacetilla. Sí,

— ¿Hai algún buen caballo desocupado? preguntó —Nuestros caballos son a

-

la calle

i

el italiano.

cual mejor, contestó Turra saliendo a

llamando a uno de sus soldados, a quien

le

ordenó desmon-

tarse.

Hízolo así

-—Ya

el soldado,

i

Turra

está el caballo prontito.

dijo:

No

liai

mas que montar

í

apretar

las piernas, ¡morque es lo que hai que ver de bueno. Sí, señor; de lo

que poco se enfrena. Pues, a caballo!

— Jamas, jamasl

.

dijo Motiloni,

tomando

del brazo a Gacetilla.

esclamó éste resistiéndose.


129

Entonces Motiloni habló algunas palabras al oido de Turra, i éste hizo apearse a cuatro soldados, los cuales tomando a don Catalino en el aire, caballo. Quiso

lo subieron

En

temblorosas manos.

Si

al suelo;

Gacetilla arrojarse

sostuvieron de las piernas

Juerza^

mas muerto que

i

le

vivo sobre

un fogoso

pero dos soldados lo

obligaron a tomar la rienda en sus

seguida, acercándose Turra al soldado

por

le dijo:

no se porta como liombre de

lei,

lo traspaso

de una cuchi-

llada!

Estas palabras dichas a media voz tiritar

a don Catalino, quién ya no pensó en arrojarse a tierra, sino

en tratar de sostenerse sobre

caba

con un tono brutal, hicieron

i

el

freno

i

el caballo,

que ansioso por

correr, tas-

saltaba lleno de fuego.

—Pero que he de a esta expedición, lastimera, querría otro caballo menos señor comandante! —Es mejor de

dijo Gacetilla

ir

yíu

con voz

vivo.

todos,

el

le gritó

uno de

los

soldados con socarronería.

Esta palabra comandante

maron

escitó la hilaridad de todos,

que escla-

:

— ¡Viva nuestro nuevo comandante!

—Pero ¿dónde uno de —

se

ha

visto

un jefe

vestido de paisano? preguntó

los soldados.

que se saque la blusa! fuera ese sombre-

Cierto! dijeron otros:

Aquí hai una casaca i un quepis! uno de los circunstantes sacó de un atado diciendo,

ro de paja!

Esto los

antedichos objetos,

los pusieron

robados poco antes;

a don Catalino.

En

i

velUs 7iolUSj

seguida, rodeando a éste de

se

modo

que no pudiera escaparse, partieron al galope con dirección al puente de cal i canto, endonde los demás compañeros los esperaban. Iba

el

pobre don Catalino como encajonado en una gruesa mon-

tura de pellones,

que no

le

i

metidos los pies en sendos estríbos de madera,

dejaban mover las piernas como

El vestido en desorden figura tan grotezca, que

i

el

él lo

habría deseado.

quepis echado atrás, hacian de él una

movia a

risa a los soldados.

Su caballo iba

a saltos mas menor oport anidad para escaparse, pues

el jinete,

atendiendo antes

a sostenerse con ambas manos que a

dirijirlo,

habia soltado la

bien que al galope,

i

parecia dispuesto a aprovechar la

rienda.

Pasado

el

puente

i

llegados a la ribera norte del

CO^rporó el grueso do la partida,

i

el

rio, se les in-

formidable pelotón se

dirijió

10*

en-


13Ó

tónces a la calle de la Recoleta, endonde estaba la habitación de

Mr. La Forest. Ya el cónsul tenia noticias del asalto, i liabia tomado algunas providencias con su familia, haciéndola ocupar las pie-

momentos arreglando

zas del fondo de la casa. Estaba en aquellos i

poniendo en seguridad algunos papeles, cuando oyendo la grite-

ría

i

el tropel

puerta de la

de los asaltantes que se acercaban,

calle,

mandó

cerrar la

sobre cuyo mojinete ondeaba el tricolor francés.

Apenas estuvo Turra a media cuadra de

la casa,

cuando gritó a

los

suyos con voz estentórea:

—A

muchachos! I el pelotón, formando un solo cuerpo, se lanzó como un rayo arrastrando tras de sí una inmensa cola de populacho que lo seguia sin saber de que se trataba, pero ansiosos de rapiña i descala carga,

labros.

En

cuanto a don Catalino, no tuvo

mas

que para agarrarse con ambas manos de la cabeza de la enjalma. Su caballo iba como una furia por los azotes que recibía de los de atrás i por

los furiosos gritos

mente.

No

tierno

que los bárbaros se animaban mutua-

con

sabia lo que le pasaba

i

corria

como llevado por una

le-

El fogoso animal, espantado i no sintiendo el rienda, liabia mordido el freno; i adelantándose a

jion de demonios.

gobierno de la los

demás, habia llegado

el

primero a la puerta que en aquel mo-

mento atrancaban los criados del cónsul. El encontrón dado a la puerta mencionada fué tan se entreabrió, rompiéndose algunas trancas;

i

recio,

a pesar de

ir

que ésta

don Ca-

como clavado en su montura, saltó de ella i pasó hacia adelancomo una bala, yendo a caer en cuatro pies al medio del zaguán.

talino te

Los criados asustados redoblaron sus esfuerzos para afirmar de nuevo las trancas. En aquel instante se acercaba el cónsul con un rifle en la mano, apuntando a Gacetilla, le dijo: ¿Qué significa esto, señor? Ah! Miisiáy esclamó don Catalino, alzándose medio aturdido: no me mate; yo soi amigo... Ala puerta! Carguen las trancas, muchachos dijo maquinalmente Gacetilla.

'

I

Diciendo

esto, se fué él

mismo a ayudar a

los criados

a sostener

la puerta, cuyas hojas crujian a los recios empellones de afuera.

—Entregúesenos

a nuestro comandante! gritaban los soldados

d3 Turra.

^¿Es usted q1 comandante de

la partida?

preguntó Mr. La Forest


131

a Gacetilla ¿que objeto tiene este desorden? Soi comandante a la fuerza, contestó don Catalino, i hemos venido... nó... quiero decir qne ellos vienen a robar a Lncinda. Me

han obligado a

esto,

i

mi caballo me ha

traido hasta aquí, sin querer-

lo yo.

—¿Cómo? — Como

Musiu!

se lo digo,

conseguir que

mi

torcia la rienda...

es solo

Si estoi aquí,

porque no pude

caballo corriera para otra parte por

Aunque también

rrar bien la rienda porque traia las

es

mas que

le

verdad que yo no podia aga-

manos tan ocupadas en

sujetar-

me... Pero no hai que perder tiempo! prosiguió: la puerta cede

Yamos

Vamos

a librar a esa pobre niña!

—Yamos, contestó ba a caer

Ambos

el cónsul,

puerta hecha

la

se dirijieron

tras la desenfrenada

espantado al ver que ya principia-

astillas.

al

por una puerta

señoras

pronto!

patio interior a fin

de huir con las

Pero ésta habia caido;

falsa.

i

mien-

turba invadia las piezas de la casa, Turra,

guiado por la sagacidad del mal, se internaba en los patios con ocho o diez de sus compañeros.

—En estos casos, en

el

decia el bandido,

debe buscarse a las mujeres

fondo de las casas.... Siempre está

lo

mejor en

el

concho del

baúl.

En

cuanto a don Catalino, tan pronto como vio invadida la casa,

aprovechándose de un momento en que do, entró en

un

el

cónsul se habia adelanta-

cuartito cuya puertecilla entreabierta parecia con-

Era la leñera, i allí se quedó oculto cubriéndose lo mejor que pudo con una pila de carbón que habia en un ángulo del cuarto.

vidarlo.

Turra entró llamando a gritos

al picaro

gabacho hereje, desco-

mulgado. Sus compañeros rejistraban las piezas que iban encontrando, i pasaban adelante. Mientras tanto, los demás bandidos se

ocupaban de robar las cuales en

i

destrozar los objetos de las piezas principales,

un momento estuvieron desmanteladas, llompian

que no podian

llevarse; sacaban a la calle los

muebles para entre-

garlos a la turba que en seguida los hacia trizas. tó.

Los

libros, la

correspondencia

sulado, fueron hechos pedazos

endonde

los

recibia

la

i

oficial

i

lo

Nada

se respe-

demás papeles del con-

lanzados por las ventanas a la calle

multitud que no cabia en

el interior

de la

casa.

Mientras tanto un hombre observaba desde un lugar segura

cuanto pasaba. Era don Pablo Motiloni, quien montando a caballo.


132

había seguido la partida de Turra, de la cual se separó enfrente

de

la iglesia

sacristán

i

de la líecoleta Francisca. Allí entregó su caballo al

subió al pequeño campanario de la iglesia desde donde

miraba, con diabólica satisfacción, las escandalosas escenas.

—Yo

veré, decia Motiloni;

metes a servir de apoyo a tas Américas! I luego se

yo veré, gabacho picaro,

las

si

otra vez te

malas ideas que van perdiendo a

es-

puso a cantar.

«Mala

la hubiste franceses

c(En esa de EonsesvallesI»

Tanto fué

lo

que Turra

al fin dieron con la pieza

cónsul.

i

sus amigos revolvieron

i

trajinaron, que

que servia de escondite a la familia del

Este no habia podido llegar hasta su familia por haber

sido detenido por tres o cuatro de los asaltantes, de los

gró deshacerse apelando a su rra que se

rompió

hallaba entre él

los balaustres

liendo por

allí,

a

la

jer

el

misma

Viéndose interceptado por Tucuarto donde estaban las señoras,

rifle.

el

de una ventana que caia a una huerta,

rodeó la casa con

ciendo fuego por

notó que

i

el

cuales lo-

el

fin

i

sa-

de defender la pieza, ha-

postigo de una puerta. Pero al acercarse

ruido habia cesado;

i

escalando otra ventana que caia

huerta, entró a la habitación. Allí encontró a su

acompañada de dos

mu-

o tres criados.

— Lucinda? preguntó. —La han arrebatado esos ¿I

Viendo M. de lir

bárbaros! contestó llorando la señora.

que no habia tiempo que perder, hizo sadel cuarto a toda su familia con el fin de ocultarse entre los

matorrales

i

la Forest,

zarzas de la huerta, endonde permanecieron hasta quo

se restableció la calma.

.:0:


CAPITULO XXIV.

EL MATRIMONIO INESPERADO.

estrecharte entre mis brazos, aliento respirar Un instante! de tns ecos, Que interrumpe la ansiedad. Sentir vagar por mi oido El concierto celestial; Como un viento de ventura, Yenir mi frente a enjugar La seda de tus cabellos.]!) c(01i!

Con tu

(Salvador Sanfuentes.

aquí lo que

le

— TendOj parte

1.*

XXXI.)

habia sucedido a Lucinda.

Habiendo oido llantos dentro de uno de

los cuartos,

Turra dijo a

sus compañeros:

—Aquí

lloran!

Aquí

está lo que buscamos!

I después de echar abajo la puerta, a puntapiés, entraron a la

pieza con una alegría feroz.

— Son —No Miguel.

cuatro! esclanió Barragan. es

mas que una

No

liai

perder tiempo,

la

que venimos a buscar!

que entretenerse con liijos

mios!

las otras,

le

interrumpió

pues no debemos


134

Las pobres mujeres estaban desoladas creyendo que aquel era el último dia de su vida. ¿Quién de ustedes se llama Lucinda Rojas? pregmitó Turra con brusca voz. Si me contestan pronto, prometo no hacer ningún daño a las otras! Ninguna de ellas contestó una palabra. ¿Es Ud.? prosiguió Miguel, dirijiéndose a la señora del cónsul. Ah! no bagáis ningún mal a mi amiga! esclamó Lucinda. Entonces ¿por qué no contestan? La que buscáis soi yo, respondió la niña, mirando de frente a

— — — — Turra. — Lucinda! ¿qué reproche. —Evitar que insulten

liaces?

preguntó la señora en tono de amistoso

a una amiga, contestó Lucinda. ¿Venis a

asesinarme? prosiguió, dirijiéndose al bandido. Aquí estoi; concluid pronto!

Miguel titubeó ante

el

digno aspecto de aquella niña cuya pali-

dez realzaba su extraordinaria belleza.

—No contestó bandido; vengo a buscarla para a casa de don Marcelino. —¿De mi padre? no decide a seguirme, me veré en nece— sidad de emplear — Me dejaré matar antes qne seguir a usted, respondió Lucinda es eso, nó,

solo

el

llevarla

Sí, señorita,

i

se

si

la

la fuerza.

con firmeza.

Apenas hubo dicho joven;

i

esto,

levantándola en

cuando Miguel dio dos pasos hacia la

el aire

a pesar de la resistencia que ella

oponia, se lanzó fuera de la pieza.

— Síganme

todos! gritó el bandido.

I viendo en

un estremo

del corredor

ima puerta escusada que

daba a una callejuela, se dirijió a ella i gritó a sus amigos: Por aquí! Por aquí vamos mas derecho! Yo conozco el camino....! tú. Barragan (prosiguió) corre a la calle i dile a Juaco i a Nico que den vuelta los caballos por la esquina.... Aquí los esperamos.... Pronto, j)ues, hombre del diablo!.... Ya te quedaste encantado mirando a esas mujeres! Barragan salió a cumplir la orden de su jefe. Mientras tanto, éste

se dirijia a la puerta llevando en brazos

mendaba a gar a

la

Dios, sin tener fuerza ni

puerta falsa,

el

bandido

a la niña, que se enco-

aun para pedir

la depositó

en

auxilio.

tierra,

Al

lle-

pero tenién-


135

dola siempre tomada de una mano. Lnciuda, con el desorden de sn traje

que tan bien se aunaba con la melancólica espresion de su

mas

Era imposible mirarla sin conmoTurra tuvo ocasión de contemplarla algunos momentos. El

semblante, parecia aun verse;

i

bella.

alma del asesino tembló de emoción; su hercúlea mano apretó con fuerza el brazo delicado de la niña,

i

huir pronto. So pretesto de asegurar

con

el

brazo derecho,

La mirada

rándola.

i

casi se olvidó

de que tenia que

mas a Lucinda, rodeó su

atrayéndola hacia

sí,

talle

quedóse estático .mi-

del bandido se habia dulcificado, el movimien-

to de su brazo alrededor de la cintura de Lucinda, habia sido suave i

A

casi tímido.

Lucinda

le aconteció lo

que a toda mujer (cuales-

quiera que sean las circunstancias en que se encuentre) conoció la

impresión que habia hecho en aquel hombre,

voz tan dulce que hizo saltar

el

con una

le dijo

i

corazón del tigre:

—Es imposible, amigo, que usted que jamas ha ofendido! —¿Yo hacerle mal a

quiera hacer

mal a una mujer

lo

usted, señorita? contestó Miguel.

No

De ningún

mi objeto sino llevarla a casa de su señor padre^ porque así me lo han mandado. ¿I quién se lo ha mandado a usted? modo.

— —

1^0

otro

es

puedo

decirlo; pero

la lleve a otra parte, no tiene

—¿A

usted quiere permanecer aquí o que

si

mas que decírmelo a

condición de...

condición de qué? le preguntó la niña entre el temor

i

la

esperanza.

Miguel ?e

calló

i

la

miró de un modo particular.

—No me haga usted le

daré cuanto usted

ningún daño; déjeme aquí endonde

me pida...

Soi rica,

Prometo darle a usted un fundo con varlo,

si

—No

me deja le

rica, le dijo

i

Lucinda.

dinero necesario para culti-

el

en libertad.

pido a usted plata, señorita,

meto hacer lo que usted me diga con meta a... ¿A qué? te

mui

estoi,

le

interrumpió Turra... Pro-

tal

de que usted se compro-

— —A casarse conmigo, contestó Miguel, estrechándola nuevamencon su brazo. —Dios mió! esclamó Lucinda, cubriéndose cara con mano la

que tenia

libre

i

tratando de deshacerse de aquel brazo que rodea-

ba su cintura como un

— Tonto de He

sido

la

círculo de fierro.

mí! dijo Turra, lanzando una carcajada de despecho.

un tonto

al

creer que

una señorita quisiera casarse con un


Los pobres causan repugnancia a los ricos... Ya caballos, prosiguió, dirijiéndose a sus bombres que espe-

pobre como vienen los

raban en

En da de

136 --

jo...

el patio.

Vamos

pronto, mucliaclios!

en aquel momento un gran tropel en la aveni-

efecto, sintióse

cuando Turra creyó ver a sus hombres, observó que entraba por la callejuela una compañía de Granaderos a caballo. Eran los soldados que Tupper enviaba a las órdenes de la Recoleta; pero

Anselmo. Sabedor éste del meditado ataque contra el cónsul, habia venido a todo escape; pero llegó cuando la casa estaba ya desmantelada.

Mientras que una de las compañías pugnaba por obligar a los asaltantes a evacuar la casa, se dirijió con la otra por la callejuela

a

fin

de entrar por la puerta falsa. Turra estaba parado en la vere-

da junto a

la

dicha puerta; así fué que Anselmo, en cuanto entró en

la callejuela, conoció a su querida,

i

batiendo los hijares de su ca-

cayó como un rayo sobre Turra

ballo,

i

sus compañeros, que a pe-

sar de su corto número, se atrevieron a resistir. Cinco minutos des-

pués. Turra

i

siete

de sus compañeros estaban atados a los pilares

del corredor.

Lucinda creia soñar viéndose sostenida por Anselmo, quien le juraba que nada tenia que temer. Mientras tanto los bandidos, atacados por los Granaderos, retrocedieron hasta casa;

i

el

último patio de la

viendo a sus compañeros presos, los desataron sin que pu-

dieran impedirlo los soldados de Anselmo, ocupados en resjistrar todas las piezas para ver

si

encontraban la familia del cónsul. Tu-

mando de los suyos, i dividiéndolos en dos partidas hizo resistencia a un mismo tiempo hacia las dos calles. La casa se convirtió en un verdadero campo de batalla, por manera rra entonces

tomó

el

que Anselmo no pensó sino en sacar de allí a Lucinda. Montando inmediatamente a caballo, puso la niña por delante i partió a escal)e

por la callejuela.

La

retirada era protejida por

Pepe

Tronera,

que se batia como un león.

—Atajen

al pipiólo, al hereje

que se escapa, gritaba Turra a sus

compañeros de la gran avenida miéutras él los acosaba por la retaguardia. Al desembocar la callejuela, vio Anselmo un mar de jente que era preciso atrevesar; i volviéndose a los suyos les grito: Al convento, al convento!

Diez Granaderos marcharon adelante,

joven en

el

taguardia.

i

veinte

mas tomaron

al

centro mientras Tronera sostenia el combate por la re-


-

Anselmo no

137

se acordaba sino de llegar cuanto antes a la porte-

ría del convento,

i

escudando a Lucinda, a quien sostenia entre sus

brazos, enterraba sus espuelas en los bijares de su fatigado caballo.

Una lluvia

de piedras

de balas zumbaba por sobre su cabeza.

i

Habíale tocado una bala en una pierna, i una pedrada en la frente ^ de cuya herida salia un chorro de sangre que caía sobre los vestidos de Lucinda.

J^sta,

reanimada con esa escitacion nerviosa pro-

ducida por la presencia de un gran peligro, olvidando

empeñaba en restañar con su pañuelo

corría, se

el

que

ella

la sangre de su

amante.

—Alma mía! esclamaba

joven sin sentir

el

dolor de su herida.

me atrevo

a creer en tanta dicha! Verte aquí entre mis brahabiendo tenido la suerte de librarte de tantos peligros,

Casi no zos,

de escudo

servirte aliento,

i

sentir

i

que no

estoi

defensa, respirar el

que tu mano toca

mi acalorada frente;

me

el

¡oh,

i

aroma de tu perfumado

refresca con su dulce contacto

Lucinda! dime que todo esto es

cierto!

Di-

soñando al escuchar la melodía de tu encantadora

voz!

Oyendo brazos

estas palabras,

el cuello

Lucinda lanzó un

de su amante;

i

grito:

rodeó con sus

reclinando la cabeza sobre su

hom-

bro, pronunció cerca de su oido estas palabras

—Anselmo! Anselmo mió!

;

Quién pudiera amarte aun mas de

lo

que te amo!

El joven

se estremeció de dicha, olvidando

completamente

el

pe-

que por todos lados los amenazaba. El caballo corría en la misma dirección, como por instinto, i las balas i las piedras se cruligro

zaban por sobre aquel veloz grupo. Al llegar a vento, ésta se abrió

mo

i

entrando al claustro Ansel-

con una parte de sus soldados, volvió la puerta a cerrarse. El

padre que rez, que,

por

como por encanto;

la portería del con-

el

salió

a recibir a los refujiados, era

como recordará

el lector,

frai

Prudencio Alva-

estaba confinado a la Recoleta

padre provincial de la Casa Grande.

—Desde pasaba

i

una ventana de

las celdas del oriente

he venido a abriros

la

puerta, dijo frai

he visto

lo

que

Prudencio al jo-

ven... Pero ¿qué es esto? prosiguió ¡Lucinda aquí!

—^Vengo a

pedirle a su paternidad refujio para ella, le dijo

An-

selmo.

—Perdóneme, padre mió, que me haya atrevido a entrar Lucinda. —Al mios, contestó padre: agradezco que el

al

claustro, dijo

contrario, hijos

el

os

el

17


138

Jne proporcionéis la ocasión de serviros.

— Pues entonces, Anselmo, dejo a Lucinda en manos de su paternidad. preguntó qué piensas hacer? — — a cumplir con mi deber. — Oh! por Dios! ¡Mire su paternidad como viene quiere volver a —Es Anselmo. — no nos volvemos a ver? Ah! quiero tu esposa antes de dijo

¿I tú,

la niña,

^Voi

.

herido,

i

asi

la lucha!...

necesario, dijo

¿I si

ser

separarnos... Si vuelves herido de gravedad, quiero tener el dere-

cho de cuidarte el fin

frai

de mis

i...

i si

diasl...

mueres, quiero conservar tu nombre hasta

Padre mió, prosiguió Lucinda dirijiéndose a

Prudencio. ¡Bendecidnos!

Anselmo lanzó a Lucinda una mirada

llena de amor,

i

dijo al

padre:

— Oh!

si

pudierais hacerlo!

El j)adre hizo una seña afirmativa; i abriendo una puertecita que comunicaba con la nave de la iglesia, condujo allí a los jóvenes. Todo el mundo miraba aquella escena con un profundo silencio, el cual contrastaba con los gritos i el estruendo del combate esterior.

—Aquí, en

presencia de Dios os pregunto, dijo el padre con voz

sonora dirijiéndose a los jóvenes que, apoyados

el

uno en

el otro,

formaban un grupo lleno de gracia i de dulzura: os pregunto a vos^ Anselmo ¿queréis a Lucinda por esposa? A vos Lucinda ¿aceptáis a

Anselmo por esposo?

— contestó niña inclinando su cabeza, debilitada por emoción, sobre hombro del joven. rodeando con su brazo cintura de Lucin— respondió Sí!

la

la

el

Sí!

éste,

la

da, que parecia desfallecer.

El padre prosiguió con voz grave: /Que el cielo bendiga vuestra unión

nombre

del Padre, del Hijo

i

como yo

del Espíritu Santo!

lo

hago en

el


CAPITULO XXV.

COMO DON CATALINO ESTUVO EN PELIGRO

DE

DE

PASAR POR

HEREJE.

c(Es verdad que se encontraban doblemente expuestas a esperimentar es-

tos exesos las personas i propiedades de los estranjeros, a quienes el partido pelucon profesaba un odio ciego, dirijido

mui especialmente contra

gleses

franceses.»

i

in-

(F. Errázuriz.)

—Este de la

matrimonio

es nulo! gritó

salia

de la nave

iglesia.

Los circunstantes volvieron ni,

una voz que

quien dirijiéndose a

frai

la cara

i

vieron

u don Pablo Motilo-

Prudencio, dijo:

— Padre Alvarez! ¿Cómo atrevido usted a casar estos venes cumplir con formalidades? —Tengo permiso para cuando median imperiosas circunsse lia

sin

jó-

las

ello

tancias, contestó el padre

I

por otra parte, añadió, frunciendo

el

ceño ¿con quó derecho viene usted, señor, a pedirme cuenta de mis acciones?

—Tengo

mas derecho

del que usted piensa: vengo a hacerle ver


— un impedimento para con las

140

Esta señorita ha estado informaciones hedías para casarse con un amigo mió, i yo este matrimonio....

exijo....

—Es — Casados!

tarde, contestó el padre: están casados.

esclamó Motiloni con mal reprimida rabia.

cuenta al padre provincial de lo que nsted ha hecho, sario

me

daré

es nece-

presentaré al señor Obispo.

-^El padre provincial podrá hacer soi

i si

Yo

lo

que quiera de mí, porque

su humilde subdito, contestó frai Prudencio; pero carece de po-

der para deshacer una unión ratificada por Dios

i

bendecida en su

santo nombre.

—Una unión realizada formalidades debidas! —Ya he dicho que yo puedo dispensarlas. —Pero.... unión de dos jóvenes que — Dios bendice sin las

ratifica

la

i

lícitamente, le interrumpió el padre;

Lo que no puede

voluntad!

bendecir

esas uniones hijas de la ambición

i

i

¡ai

im Dios

el lector

que sabiendo

el

i

oponga a su

justo, prosiguió, son

de la codicia,

único que hai de formal son las fórmulas

Notará

del que se

aman

se

i

en las cuales lo

las exterioridades.

padre Alvarez la amistad que

ligaba a Motiloni con el reverendo Hipocreitía, todo cuanto acaba-

ba de decir

al primero, eran golpes asestados a la

conducta del se-

gundo....! volviéndose a'los soldados que estaban pendientes de sus ¡Dalabras, les dijo:

amigos mios, a cumplir con vuestro penoso deber, i dad gracias al cielo por haberos hecho los guardianes de la lei. Dios ha puesto la espada en vuestras manos para que defendáis la misma causa por la que Jesucristo murió en una cruz: la causa de la libertad! Pero acordaos de que vais a luchar con vuestros hermanos; sabed que el uso de la fuerza solo es justo hasta allí donde es Id,

necesario,

i

que Dios os pedirá cuenta de

que derraméis sin necesidad! Dicho esto se dirijió con Lucinda a

la

última gota de sangre

la celda del

padre guardián,

que pasaba, venia a ofrecer sus buenos

quien, sabedor de lo

oficios

a la niña.

Anselmo

salió

con sus soldados a la plazuela endonde encontró

a Tronera acosado todavía por la partida de Turra. Pepe habia sido

rechazado por los del Alba hasta apoyarse en

el

costado oriente de

la iglesia

Viendo Anselmo

el

peligro en que su

amigo

se encontraba, des


141

con su jente un cuarto de círculo,

cribió

i

atacó a Turra por la

espalda.

ya fatigadas al verse entre dos fuegos, se replegaron liácia el norte i permitieron que Anselmo se pusiera al lado de Tronera. Por último, una carga entre ambos, bizo volver

Las fuerzas de

éste,

grupas a los bandidos quienes se dispersaron a las dos cuadras de persecución. Mientras tanto, tenian lugar otras escenas en la casa del consulado francés. Don Catalino babia tenido la suerte de que nadie hubiese entrado a la carbonera endonde todavía permanecía oculto. Cuando cesó el ruido interior i creyó él que la casa estaba desocupada, pensó en

salir

de su escondite,

i

empezó por asomarse

poco a poco, a ver lo que pasaba. Daba algunos pasos fuera de su encierro i al menor ruido que sentía en la calle, volvía a meterse entre el carbón, diciendo:

—Una de En

las cosas

efecto,

cetilla.

mas

necesarias en la guerra es la prudencial

no* podría encontrarse un jefe

Lo único que no cuidaba

mas prudente que Ga-

era su vestido, pues se metía

una

i

miramiento alguno con la galoneada casaca. Considere el lector cómo se pondría el señor comandante con sú continuas escaramuzas en la carbonera. Parecía un espantajo. Cuando se cercioró de que podía salir sin peligro, se dirijió al zaguán, pero tomando sus medidas para no caer en una otra vez en la pila de carbón, sin gastar

emboscada. La puerta de calle estaba en

escombros

i

el suelo,

i

el patío lleno

de

de muebles bechos pedazos.

— Hé aquí nuestra obra! esclamó.

que yo haya sido por un momento el comandante de estos demonios! Maldito Motiloní! Tú has de ser siempre mí mal jenio; pero ya me la pagarás! En esto se oyó en la calle un ruido que lo hizo meterse apresu;I

radamente dentro de una de las piezas que comunicaban con el zaguán. El tropel, que crecía por momentos, era formado por partidas de guasos de a caballo que habían llegado apuradísimos para ver descuartizar al gringo hereje

i

escormdgado, Pero

encontrándose

con que ya estaba todo concluido, se lamentaban de su retardo volvían sus caballos con notable despecho. —-¿I

.

el

i

re-

gringo? preguntaban.

—¿Mataron al hereje? -—Es preciso acabar con

la castal

— Imposil)lc, compadre! El tan por yiitud d^l diablo,

señor cura dice quo los herejes

líro-»


— — Se

lia

142

escapado ese maldito: no

lo liemos

podido encontrar,

dijeron algunos que se habian hallado en la refriega.

metido debajo de unos pedazos de

Gacetilla oía estas palabras

En

alfombra que habian quedado dentro de la pieza.

que entraban dentro del zaguán

i

seguida oyó

revolvían los trastos despeda-

zados.

—Nada! nada de entre los

esclamaban algunos que buscaban escombros algo que llevarse como j)or vía de memoria de provecho!

aquella jornada.

En

seguida invadieron las piezas,

como un perlático. Aquí liai algo que

se

i

G-acetilla

empezó a temblar

mueve * esclamó uno levantando

los pe-

dazos de alfombra.

Don

Catalino se alzó con

el

vestido desordenado

i

tiznado

como

estaba de pies a cabeza. El miedo que tenia pintado en su semblante, •

daba a aquel hombre una espresion singular.

—Jesús María! esclamaron retrocediendo

los

que vieron por pri-

mera vez aquel fantasma carbonizado.

La

esclamacion fué oida por los de afuera,

i

en

el

momento

se

llenó la pieza de curiosos.

—El uno. —El repitieron la cruz. —Pero, hombre! no revienta —Este diablo a prueba de diablo! dijo

diablo! el diablo!

ni por esas!

si

cruces, dijo riendo

es

La

risa de

éste

en coro los demás haciéndole

reanimó a

los

un

chulo.

demás, quienes pudieron ya

prestar oido a las palabras de Gacetilla.

—Nó, amigos mios; yo no —Entonces por menos

soiel diablo, les decia.

es

zándose sobre

el hereje,

lo

interrumpió un guaso, lan-

él.

—-Eso

es!

—¿Yo

hereje? yo descomulgado? gritaba Gacetilla

que se dé a preso

escomulgado!

el

arrinconán-

armándose de unas astillas como un gato que se dispone a arañar a su perseguidor cuando no puede huir. Para que vean que no soi hereje, prosiguió, voi a rezarles un Padrenuestro, i una Salve, i un Credo i un.;.. .^ Que rece! Veremos si revienta o no, gritó una mujer. Creo en Dios Padre, Todopoderoso.... Dios te salve Reina i Madose en una esquina del cuarto

i

— —

dre!... decia Gacetilla

tartamudeando.

*— Qué haceu; hombres de Dios! entró diciendo uno de

loa sóida-


— dos

(le

143

Turra, que en vez de acompañar a sus

preferido quedarse.

—Ahí

¿No ven que

es nuestro

compañeros, habla

comandante?

me habia olvidado que era el jefel esclamó don Ustedes me tomaban por el hereje cuando yo soi uno

no.

se

perseguidores

Catali-

de sus

I

^Síl

—El comandante de partida! —¿De veras? Ya ven ustedes cómo —Hemos tenido una he quedado! —Es hubieran arrastrado por Está como suelo conmigo, han —Esos no contentos con barrer la

refriega espantosa....

cierto.

si

la calle.

lo

picaros,

el

querido asesinarme.... Pero así les ha ido a los malditos!

hemos dejado

Sí,

estaca en la pared....

demasiado completa,

La victoria ha

dijo tristemente

No

les

sido completa....

un guaso; no nos han

dejado nada quehacer a nosotros!

— Se han llevado — agregó don Catahno, he quedado por escombros. — ¡Viva comandante! gritaron algunos. todo!

lo

I

I yo,

muerto entre estos

el

—Viva!

—¡Qué

En

viva!

lástima que se haya escapado el estranjero!

aquel

momento

rejas de la ventana,

i

acertó don Catalino a mirar por entre las

vio en la acera de

enfrente a

un hombre que

montaba a caballo mientras otro le sostenía el estribo. ¿No es Motiloni? murmuró entre dientes. En efecto, aquel hombre era don Pablo, que, después de sus pa-

labras con frai Prudencio, habia resuelto

con

el

salir del convento, sino

multos i

le

ir

a hablar al

momento

guardián de San Francisco; pero no habia creído prudente se deshacían.

cuando vio que

El sacristán

le

ayudaba a montar.

-:oí

la batalla

cesaba

i

los

tu-

habia tenido oculto su caballo



CAPITULO XXVI.

MOTILONI SE HIERE CON SUS PROPIAS ARMAS.

«¿Qué se hizo? Adonde está? Era acaso una alma en pena? Se

la llevó Satanás?

O

se la tragó la tierra?»

(Antiguos versos populares.)

A don

Catalino se le ocurrió en aquel

momento una

idea diabó-

lica.

— Qué casualidad en vuestras manos! —¿A quién? —Al

I

esclamó:

hereje, al gringo

Mirad, amigos, cómo Dios lo pone .

,

de esta casa, contestó Gacetilla mostran-

dedo a Motiloni que se acomodaba ya en su montura pnra marcharse.

do con

el

—¿Dónde —

está?

Allí, allí... ¿No veis

aquel hombre

alto, rubio,

con anteojos, que

acaba de montar a caballo? '

Sí! tiene

cara de cstranjero.

18*


146

gringo en persona! —¿Paes no de algunos montando en sus — Pues vamonos sobre — Lo pillaremos en que no escape. — O muerto, no importa: cuestión pacto con diablo imposible — Pero no escaparla de mi — Aun cuando fuera mismo tenerla?... ¡si es el

lia

dijeron

él!

ca-

ballos.

vi vito!...

está

la

si

tiene

es

el

pillarlo.

Lucifer,

el

se

interrumpió uno, haciendo su armada

zo,

se

la-

dirijiendo su

i

caballo

hacia Motiloni.

a Usted debe — Comandante! cabeza de marchar a pero como he quedado tan fatigado con —Lo ga, no puedo! preciso que usted nos acompañe, señor comandante! —Nó, esclamó don Catalino con — Pero, amigos mios, no tengo suplicante — Eso nunca aquí gritó otro dirijiéndose

Gacetilla.

nosotros!

la

baria;

esta refrie-

nó! es

caballo!

voz.

falta:

líai

caballo!

Nuestro comandante tuvo que resignarse a montar en un caballo que

presentaban, mientras

le

el

pelotón de guasos se dirijia al ga-

lope hacia el punto endonde estaba Motiloni. Este, comprendiendo al

momento de

contra

i

que se trataba, en vista de

quiso refujiarse en

él,

cerrado

lo

el

las

convento; pero ya

atrancado las puertas,

i

amenazas que el sacristán

no contestaba a

oía

habia golpes

los recios

de don Pablo.

— Ese lugar le gritó el

es sagrado

guaso de

la

i

no

te corresponde, picaro

escomulgado!

armada.

I luego agregó dirijiéndose a los que venian atrás:

—Mancfuéenmelo por esa

orilla

verán

i

si

se

me

escapa!

Prome-

'

to enlazarlo con caballoi

Don Pablo

todo.í-'

'

"

sacó entonces del bolsillo

fuertemente las espuelas a su caballo centro de la calle.

En

seguida

el

o tres vueltas sobre su cabeza, sobre

omo

Los una espiral que el fujitivo.

qi^e partió

hombre del i

se convierte

i

aplicó

a escape por el

especie de

madeja

rollos volaron por el aire; la cuerda se

serpiente en torno de él

Ya

i

lazo dio a los rollos dos

lanzó aquella

estiró

armada fué a envolviéndose como una

en línea recta,

caer con exacta precisión sobre el fujitivo,

-'^*—

una gran navaja

i

la

de su caballo espantado.

está cazado! esclamaron algunas voces.

— Qué costalada va a dar

el hereje!

Poio naia. de esto sucedió,

i

I

todos vieron con la niayoí estrañeza,


147

que Motiloni pasaba adelante, enteramente desembarazado del lazo. uno. — Milagro! milagro! no milagro —Nó, compadre, interrumpió escomulgado para que haga milagros! pacto con diablo no habría—¿No decia que mos de —Me ha cortado lazo condenado! esclamó. guaso de gritó

otro: ese

le

te diabólica. ¡Santito es

el

yo,

les

sino ar-

es

si

tenia

lo

el

pillar?

este

el

la

el

armada.

En

efecto,

tal era

abierto su navaja, tó

i

i

la esplicacion

del italiano, que era

Metido por

seguían de cerca; pero

lo

mui bueno,

lo libraba

i

canto

i

de

allí

caballo

el

cada vez que lo querían

primera callejuela que encontró

la

puente de cal

dirijió al

habia

Motiloni

en cuanto se vio envuelto con la cuerda, la cor-

pasó adelante. Los guasos

atajar.

del milagro!

al paso,

se

a su casa. Sus persegui-

dores iban tan cerca, que algunos alcanzaban a darle de latigazos

por las espaldas. Pero

el

jeneroso caballo parecía redoblar a cada

rato sus esfuerzos con los latigazos que su

dueño recibia

con los

i

desaforados gritos de:

—Al Don

hereje! al escomulgado!

montado en su arrogante Bucéfalo, iba también perseguidores. Parecía un Fierabrás, todo teñido i des-

Catalino,

entre los

melenado, siendo de notar que esta vez no llevaba miedo. Gritaba como el que mas, i aun hubo momentos en que se creyó capaz de cualquiera arriesgada empresa en lo sucesivo.

Al ver que Motiloni

entraba por la calle que conduela a su casa, dijo a los suyos:

—El hereje

va a entrar en aquella casa de puerta verde con mojinete caido! Córtenle la retirada! Cargúese la jente al lado derecho! Atájenlo!

—Ya

llega el condenado a su madriguera! Atajen! Atajen!

Pero a pesar de gró entrar por

el

órdenes del señor comandante, don Pablo lozaguán de su casa dando una recia topada a la las

que se abrió de par en par. Sus perseguidores entraron detras; pero él, saltando de su caballo al suelo, se fué derecho a un cuarto, metió la llave en la cerradura i entró a tiempo de que ya

puerta,

uno de

los

guasos

teniendo en la rró

i

le

habia echado

mano un pedazo

el

guante.

Pero éste

se

quedó

del vestido de Motiloni, el cual ce-

atrancó la puerta por dentro.

—El pájaro

se voló! dijo el guaso. Solo

mas en la mano!

— Pero es preciso

pillarlo,

repuso otro»

me han quedado

las plu-


— — Fuego a al

148

Démosle un humazo condenado para que desde luego sepa cómo ha de ser tratado en la casa! dijeron algunas voces.

el infierno.

—Nól interrumpió ¿No que pneden quemar casas de vecinos? —Tiene razón nuestro comandante, agregaron tima que por maldito fuera a quemar nn de Dios! — Bueno! no quememos por ahora. El diablo hará cnando llegue su turno; pero preciso —Echémosle puerta santas pascuas. —Eso Hacha con puerta! —Yengan nó!

Gacetilla.

veis

se

los cristianos

las

otros. ¡Seria lás-

este

cristiano

se

lo

lo

atraparlo.

es

le

abajo,

la

i

la

es!

piedras!

La pnerta

del cuarto era fnerte; pero

en menos de cinco minu-

tos vino al snelo, bajo los golpes de las grandes piedras que sobre

Los asaltantes estaban

ella lanzaron.

puerta se lanzaron dentro del cuarto; dos al ver de cifijo

pié,

furiosos,

i

en cuanto cayó la espanta-

j)ero retrocedieron

en medio de la pieza, a un sacerdote con un cru-

en las manos.

— ¡El padre Hipocreitía! esclamaron algunos. —El padre! milagro patente! temor de Dios! pre—¿Qué queréis? desalmados, con voz de trueno. ¿Yenis a matarme? guntó contestaron. ¿Cómo habíamos de —Nó, reverendo Somos jentes vernos a interrumpió padre; — Pues venis a asesinarme, aquí sin

relijion ni

el fraile

j)adre!

atre-

relijiosas!

eso?

pero preparaos a que zas!...

Aquí

el

estoi,

si

el

rayo del cielo caiga sobre vuestras cabe-

tenéis a Jesucristo en la cruz, que os está mirando!...

— Perdón! perdón! contestaron algunos, inchnando humildemencabeza. que por esa puerta ha entrado —Pero hecho observó —¿Qué a quien veníamos persiguiendo. —El —En resumidas cuentas, cosa no con su paternidad con padre. Buscad contestó —Aquí no ha entrado te la

el

otro,

es,

el hereje....

hereje?

,

•'

estranjero

la

es

nadie,

el

sino

el otro.

El diablo os ha engañado, hijos mios. Dos o tres individuos entraron en el cuarto cruces.

f— No hai nadiel dijeron a

los

domas.

i

i

veréis....

salieron haciéndose


— —Se

149

liabrá salido por otra puerta, replicaron.

otra puerta que úo —El respondieron ta por debajo del —El diablo ha equivocado, tiene

cuarto.

esta,

liemos rejistrado has-

i

los otros.

catre,

dijo

os

el

padre,

i

os

ha traido aquí

para que insultéis a un ministro del Señor. Yo conozco sus arterías. Retiraos, prosiguió con voz sonora. ¡Os lo mando en nombre de nuestro Señor Jesucristo que veis aquí. ¡El que no

queda escomulgado! Al oir este anatema, ron

la

mayor parte de

me

obedezca

los circunstantes evacua-

el patio.

Don

Catalino lo observaba lleno de asombro,

—Es un yo no

lo

hecho!. Motiloni

i

el

i

murmuraba:

padre son una misma cosa.

hubiera descubierto antes!

No

se lo

¡I

qué

puedo perdonar.

I a medida que recordaba varias circunstancias anteriores, convencíase

mas

i

mas de su

idea.

—¿Quién aquel hombre? preguntó dedo a don Catalino. —Es nuestro comandante, contestaron. es

Don

padre mostrando con

el

detras de los

Catalino, al verse designado, se ocultó

por temor de ser conocido por

—Yed

cómo

suyos

el fraile.

Ya

esconde! dijo éste.

se

el

miedo de encontrarte enfrente de un

sé quién eres.... Tienes

crucifijo!

Mirad, prosiguió,

dirijiéndose a la turba. ¡Ahí tenéis al diablo: sacadlo de aquí!

—No habíamos caido en Este que ¡Qué — O por menos un — Parece —Agarrémoslo, ya que nos ha escapado —Nó, replicaron algunos, no permitiremos ello!

hereje.

lo

es

el diablo, dijo

uno.

cara!

recien salido del infierno! se

el otro.

nó!

que se toque a

nuestro comandante!

Trabóse entre tados,

i

turba una disputa que auguraba malos resul-

la

a favor de la cual logró don Catalino llegar hasta

to del padre

me defiende usted me entiende!

dijo al fraile: estoi enterado de todo,

de estos diablos, canto aquí la cosa

— Don Catalino, usted está —Ya verá usted si

peluca

i

cuar-

endonde entró.

— Señor don Pablo, ted no

el

estoi loco, replicó éste,

teojos de Motiloni! Estos son sus i

dijo a

us-

clarito!

Ya

loco, contestó el fraile.

unos anteojos que estaban en

El padre palideció

si

i

lanzándose Sobre mía

el suelo.

mismos

¡Aquí veo los an-

cabellos! ^^'^ ^

don Catalino:


150

— Oculte esos objetos salvaré a usted. En seguida turba que a vuelto a invadir amigos Retiraos, mios. Dejadme — aquí hereje que i

dijo

lo

liabia

la

el patio:

al

arrepentido. Voi a catequizarlo

i

ya está

a convertirlo a nuestra santa reli-

jion.

Los circunstantes

se retiraron,

dispersándose por las calles de

la ciudad.

— Vaya, don Pablo! esclamó don Catalino, usted de una buena! — usted? observó Motiloni. esclamó — Lo que son

que se

lia

escapado

i

¿I

estas j entes!

En este He pasado

Gacetilla.

dia be

mas que en cuarenta años de mi vida. de ciudadano pacífico a hombre de guerra, de jefe de una banda de asesi-

aprendido

nos a fujitivo oculto, de aquí a perseguidor de herejes,

i

de persegui-

dor a perseguido para llegar a ser catequizado por usted! ¡Lo que son las cosas!

El padre no contestó una palabra.

I después de todas

mas

estas peripecias,

prosiguió don Catalino,

menos miedo tenia: ¿no es cosa milagrosa que no me haya tocado ni un rasguño? He sido en jeneral afortunado. Sin embargo, no volveré a meterme en otra. Es malo jugar con pólvora. Nunca habia comprendido como hoi, la faquien se mostraba

locuaz mientras

que estas jentes se convierte en instrumento con solo

cilidad con

pronunciar la palabra drelijíom^... Si uno quiere deshacerse de un

enemigo, no hai mas que decirles:

con

el

¡al hereje!

dedo para que se lancen sobre

él

i

mostrarle al

como perros

hombre

rabiosos...

Pe-

ro también he visto que se suele cambiar la tortilla, envolviéndose el

mismo

atizador en los lazos que ha armado.

¿No

es verdad,

pa-

dre mió? i,

— Estoi mui fatigado, contestó

el

padre,

i

quisiera que usted

me

dejara solo, amigo mió.

— Me

retiro,

contestó Gacetilla viendo que podia llegar sin peli-

gro a su casa, pues la calle estaba despejada. Déjeme su paternidad lavarme i quitarme este polvo de carbón que me convierte en un verdadero demonio. Respecto de su secreto (prosiguió, mientras se lavaba la cara) no debe usted tener cuidado alguno, mi señor don Pablo!... Adiós: yo estoi resuelto a dejar la carrera que hoi liabia

comenzado.

—Adiós, interesado

dijo tétricamente el fraile.

como yo en

No

olvide que usted está tan

silenciar este negocio.


— —

ISTo

151

— Ya

tenga cuidado su paternidad.

que se sepa que yo

lie

que no

me

conviene el

sido el jefe de la jornada contra el cónsul

francés.

Don

Catalino pudo retirarse a su casa sin que le sucediera nin-

gún percance^ pues ya

se

habia restablecido

el

orden en las calles de

la ciudad, especialmente en las centrales. Tupper, enviado por Lastra, liabia

ya limpiado de malliecbores

pulacho a retirarse hacia la Cañada pocho,

-:o:

i

las

calles,

obligando al po-

a la ribera norte del Ma-


lU


CAPITULO XXVII.

¿QUÉ ES DE DON MARCELINO?

«I cuando yo no pensaba

Volver a darme porrazos,

Como Alzo

otra vez

los ojos

Mi alma

se

me los* daba,

i...

esclava

queda en tus brazos.

¡Pues es bonita canción!

De mozo

dejé el pellejo,

I ahora después de viejo... ¡

Maldito mi corazón!

(José A. Tohres.)

En

cuanto doña Estrella supo

el

desenlace del

matrimonio de

Lucinda, no esperó consultar a don Cándido para

de la Recoleta Francisca

i

traer a su

amiga a su

ir al

casa.

tuvo que conformarse por de pronto con vivir bajo

cho con un hereje como Anselmo, que habia tenido

el

convento

Don Cándido un mismo teatrevimiento

de contrariar los proyectos del santo padre Ilipocreitía ajando tan

escandalosamente

Aunque doña

la autoridad paternal.

Estrella deseaba que Lucinda se reconciliase con

19


— don Marcelino,

i

i3or

mas que

154

la niña ardia

en deseos de

ir

a arro-

jarse a los piésjle su airado padre, no liabian podido conseguir ver

a éste en

las repetidas

casa con tan plausible

que las señoras habian heclio a la

visitas

No

objeto.

deseaba menos don Cándido

arreglo de este negocio, pues así fuego,

como llamaba a Anselmo. Este por su

mala voluntad

el

de aquella braza de

se deshacia

parte,

conociendo la

del señor de la Eueda, Labia vuelto a

tomar su alo-

jamiento en casa de Andrés, esposa, lo cual de ningún

i

aun

modo

liabia querido llevar allí

a su

permitió doña Estrella.

lo

Mientras tanto, se trabajaba por ver a don Marcelino, cuya casa ocupada por criaturas del reverendo Hipocreitía, permanecía cerra-

I

¡

El señor de Rojas

da.

su mujer, co,

cama desde

caido a la

liabia

la

muerte de

nadie podia verlo, según prohibición espresa del médi-

i

Esceptuábase sus dos íntimos amigos,

el

padre Hipocreitía

i

don Meliton, de quienes no era posible obtener permiso para entrar en el cuarto del enfermo. 'No dejaba de comentarse este hecho de un modo poco favorable al astuto jesuita; pero éste se reía de los dimes i diretes del público, agregando que, «en cumpliendo él con la obligación de prestar hasta el fin sus amistosos servicios, no im-

portaba que

mundo

el

hablase o callase.»

Pero ¿qué cosa puede permanecer oculta por mucho tiempo en este

mundo? Una

BUS amigas, estar loco. to,

i

éstas a otras, que

i

No

don Marcelino daba muestras de

queria que nadie, ni

no recibía ninguna clase de

i

los criados,

entrasen a su cuar-

servicios, sino

de parte de sus je-

El padre pasaba

suítas amigos.

ma,

criada que salió disgustada de la casa, contó a

desde afuera se solia

las

consoladoras exhortaciones.

oir sus

Meliton preparaba los remedios;

noches a la cabecera de la ca-

i

aunque

do

i

lo atisban

lino

gritos en el cuarto del enfermo; i

i

achacoso, solia

Mas de una

trasnochar, cuando lo pedia la necesidad. oido llantos

viejo

i

Don

vez

se habia

los criados

que

to-

escudriñan, vieron que en cierta noche don Marce-

andaba desnudo fuera de su cuarto, llamando a voces a Lu-

cinda.

Pero sus enfermeros hablan conseguido volverlo a

la

cama,

di-

ciendo:

— Qué lastima! Está Pronto corrió por

loco!

la ciudad la noticia

noticia que se iba abultando los repetidos comentarios

cunstancia.

i

de tan tremenda desgracia,

echando ramas como un pólipo, con

que cada dia

le

ag-regaban una nueva

cir-


155

— Dicen que manía. —Nó: locnra verdadera. —Habrá perdonado a Lucinda? es

es

-•Sí!

—Estaba decidido a desheredarla. — ¡Es imposible que haga esa barbaridad! ¿No ven santo por — por qué misterio?

está dirijido

ese

relijioso?

ese

¿1

—El

médico dice que no

puede hablar todavía con

se

— muere haber perdonado a su —Peor para — Peor para — Dicen que no ha hecho testamento. ¿I

ustedes que

sin

si

él.

hija?

ella!

él!

— Sin embargo, se corre

que ha estado varias veces en la casa

del escribano Uñeta.

—Yo conozco

a don Tragalon Uñeta

—El testamento todavía habrá confesado? — está

i

nada

me ha

dicho.

secreto.

¿Si se

A juzgar por

mui poca verdad había en todo aquello que se corría entre las jentes. Verdad que don Marcelino estaba atacado de cierta monomanía, razón por la cual debía lo

que decia

permanecer separado de todo de que sanase.

En

trato,

pero había

mucha esperanza

cuanto a su reconciliación con Lucinda, era pre-

ciso esperar la mejoría.

tancias podía ser

reverendo,

el

mui

Una

impresión fuerte en aquellas circuns-

peligrosa;

Sin embargo, doña Estrella

i

muí peligrosa. Anselmo habían resuelto hacer

si!

último esfuerzo para hablar con don Marcelino, ir

un

día, sin

i

se resolvieron

el

a

dar parte a Lucinda a quien llevarían después, según

fuese el estado en que encontrasen al enfermo.

La pobre niña había permiso de

ir

escrito

dos veces a su padre pidiéndole el

a solicitar su perdón; pero la carta había

sido de-

vuelta por orden del médico.

En una

pieza que antes servia de sala de redbo a doña Trinidad,

endonde entonces tenia su cama don Meliton, hablaba éste con su reverendo amigo sobre un asunto que le importaba sin duda man-

i

tener oculto, pues la conversación era a media voz.

— Pero hábleme francamente su paternidad, decia don ¿no Yd. que matrimonio podrá anularse? Los cánones — Digan que quieran cánones, contestó

IMeliton:

cree

el

lo

los

el fraile,

dicen...

el

hecho


— es que están casados.

156

El padre Alvarez tenia facultad para

casar-

los.

—Maldito

me

Ave María Purísima! interrumpió don Meliton santiguándose dos veces. La verdad es, padre fraile!

mió, que

Dios

perdone!

vaya! seré franco

-¿Qué?

— Soi hombre

^iqué quiere

quería a la muchacha...

i

Yo

su paternidad? hombre débil......

a pesar de lo que había pasado, concebía

esperanza

—¿A su edad? — padre de mi alma, a mi edad. Lo mía. — Déjese de —Es verdad que no un a veces creo

confieso para

Sí,

vergüenza

niñerías, señor.

niño,

soi

puesto este tropezón ante

mi corazón

i

mí para que

que

que

caiga en la red. dice

esclamó

las

soi

lo

ha

diablo

caiga, quiero decir, para

llagas de San Francisco! —¿Qué Ud? por padre. — Que a pesar de mis años, un hombre de carne

¿Quién

el

i

el

hueso

había de pensar? Aunque a decir verdad, no son tantos

mis años para que nos admiremos de... Aguarde su paternidad: yo tenía treinta i nueve años ocho meses cuando el pronunciamento de

—Ya que en España épocas por pronunciamientos; pero a Ud., que perdiendo hemos ganado. ¡Lo que que son de — Ganado! nada mas que con con dan boca! juventud no pero a — amigo mío, a dan con se clasifican

las

le repito

las niñas!...

Ali! lo

solo

ñas, ]o

es el sí

la boca... ¡Sí, señor,

la vejez;

Sí,

las ni-

la

la

se lo

la boca.

Desengáñese usted: pierda toda esperanza a este respecto,

observó

el

reverendo.

— No puedo resignarme!... Lo que de pues En mi tiempo era otra interrumpió —Todos tiempos son es el sí

las

muchachas del

cosa,

día!...

iguales,

los

nuestro amor propio nos haga decir que

el

el jesuita,

aunque

nuestro fué mejor.

Le

repito que no piense en esto; primero, porque es cuestión perdida...

—Ah! — Segundo, porque Ud. no obtiene heredera, logra dote Esto o parte de — tercero? —¿Quiere Ud. mas razones? Sin embargo, podría que aunsi

ella.

la

la

es lo princijxil.

¿I

decixde


-. 157

que Lucinda pudiera i quisiera casarse con usted, encontraríamos oposición de parte de su imbécil padre. —Es verdad que lie notado cierta antipatía desde aquella horrible noclie

de la boda. Sin embargo,

he amanzado a fuerza de

lo

mansedumbre siguiendo las instrucciones de su paternidad. Es lo que importa. Con la mansedumbre i la paciencia

ga— de sino también bienes del na no —No puede su paternidad quejarse de mí. —De ningún modo: Ud. porta como un verdadero hombre ensimismamiento... ha caido en Por fortuna, —Yo a que temo a esa manía que ha tomado de llamar solo los

la tierra.

los

cielo,

se

se

ese

el viejo

fuerte.

lo

es

le

Esta mañana la llamaba a gritos.... ¡Le aseguro que me dio compasión, padre mió! No olvide Ud. que es un loco. Ha odiado a Lucinda, i quién a su

hija.

— odio que hace hablari no sabe —No crea su paternidad. Me parece que era impulsado por amor paternal. —A veces; pero ¿no ha en que hai dias que amanece contra muchacha? —Es —Entonces, padre, nosotros no debemos dejar que junes el

si

lo

le

el

lo

se

fu-

fijado

la

rioso

cierto.

dijo el

.

se

ten porque seríamos responsables de lo que pudiera suceder después.

—Tiene razón su paternidad, contestó

el viejo

-^Afortunadamente hemos concluido ya mento... Pero ¿quién viene?

En tio

aquel instante se abrió la puerta de

don Cándido con su esposa. Son ellos! dijo el padre, saHendo a

con supino candor.

la cuestión

calle,

i

del testa-

entraban al pa-

— corredor. —Amigos miosl poniéndose dedo en boca; por médico ha encargado mucho vor: —¿Cómo su paternidad? preguntó don Cándido, cuidar.

les dijo,

recibirlos al

el

chitti chitt! el

la

fa-

silencio!

está

sin

se de bajar la voz a pesar de las advertencias

amigo don Meliton? Aquí vamos pasando como Dios

del enfermero... ¿I

iisted,

— — no posible hablar con mi compadre? Cándido. —¿Está usted interrumpió Su debilidad — suma, agregó don Meliton. Sin — embargo,, señora, yo creo ¿I

,

quiere.

seria

loco? es

dijo la

el fraile.

preguntó don


— Imposible,

158

señora mia: la proliibiciou del médico es espresa,

principalmente. Estamos en los dias de

lioi

crisis.

Ya

nsted ve

¡la

crisis!

—Eso don Meliton; mientras no pase don Cán— Claro que enfermo permanece en de su camisa. dido — Pues nosotros veníamos a ver Lucinda podia hablar con en — Entrevista con Seria matarlo... Pobre es, dijo

es

la crisis

i

el

la crisis, dijo

arreí>:lándose la valonilla

si

la niña! ¿I

amigo! Nó, nól dijo su

él.

este caso?

limpiándose un ojo con la

el fraile,

manga de

liábito.

—¿No

hacia la señora para que callara

señas que

le

disparate.

¿No

yo

don Cándido,

te lo decia Estelita? dijo

te aconsejo,

i

sin

comprender

no fuera a decir un

Pero tú, que no siempre atiendes a

te lo decia?

me repetias

mañana:

esta

ascuas,

lo

que

que Luves que el médico

nó! nó! es preciso

Ya

cinda hable con su padre, a pesar de todo...

mismo opina al contrario. La señora que estaba en

las

interrumpió a su marido,

di-

ciendo:

—Lo que yo creo que reverendo padre ha de zonable que Lucinda desee —¿Querrá reconciharse con autor de su es

el

encontrar ra-

reconciliarse

existencia... ¿no es es-

el

Pues estos son mis propios sentimientos, señora, bajado... Pero

to?

..

— qué? —El hombre

i

hasta he tra-

¿I

mui

reíiio...

— Soi de

persiste...

Son cosas que su

mismo

Es el

preciso esperar...

El golpe ha sido

tiempo cura...

parecer,

dijo

don Cándido. El tiempo!

el

tiempo!

—¡Pero

dejar morir a

un padre

mó doña Estrella. —Sin que le eche la bendición! creo como E stelita que

sin

que perdone a su

agregó don Cándido.

hija! escla-

Yo también

^-Imposible, por ahora, interrumpió el padre. Es preciso que el médico decida. La cosa es grave. Don Marcelino se halla en un esj

tado de irritabilidad suma. observó —Pero haciéndole ver razón poco a podríamos conseguir que escuchase? don Cándido. ¡Nada, —Eso poco a la

es,

poco,

1)000, dijo

la señora, ¿no

nada de

re-

pente!

—Ya les he dicho

que he trabajado

i

trabajo sin descansar .eu


— este sentido.

Pero solo

estremo de volverlo

159

nombre de su liija Ayer me decia:-((no

el

loco.

exaspera

lo

la perdonó!

hasta el nó,

no

la

perdonaré jamas!»

Mentira! gritó en aquel

momento una voz

estenuada, detras

de la puerta que comunicaba con las piezas pordonde se iba al cuarto de

don Marcelino.

Todos volvieron la puerta se abria

la cara

i

lanzaron un grito de horror al ver que

de repente, apareciendo en ella

Marcelino. Venia casi desnudo.

Su cuerpo

desencajado, los ojos hundidos

flaco

el

mismo don

seco, el rostro

i

entelados, su respiración tor-

lido

i

pe

forzada; todo ananciaba el fin de aquella existencia.

i

i

pá-

Parecia

un cadáver que se moviera mecánicamente, Compadre! esclamó asustado don Cándido. Señor don MarceUno, dijo el fraile ¿qué ha hecho Ud.?

— — —Venir a

que hablaban, contestó

oir lo

el

viejo,

tratando de

deshacerse de los brazos del padre que quería volverlo a la cama.

Pero no

me han

contestado, prosiguió ¿quién

dre, antes de morir,

—No hemos

no desea hablar con su

dicho eso, contestó

el

ha dicho que un pa-

hija?

padre temblando. Vamos,

señor, a su cuarto.

— Pues yo

he oido aquí, aquí, detrás de esta puerta, replicó don Marcelino, cuyos dientes chocaban con un movimiento conlo

vulsivo.

—Vamos, compadre, déjese Ud. reverendo. dando — también Ud. me quiere Marcelino a su compadre. —Nó, doña Estrella:

llevar, dijo

don Cándido ayu-

al

llevar a la prisión? preguntó

¿I

señor, le dijo

peligro que corre. soi

Somos amigos suyos

don

queremos librarlo del que estamos aquí.... Yo

solo los

su comadre Estrella.

—Ah! ¿cómo comadre? madrina de boda, don Marcelino dando una gran carcajada. don Meliton? amigo — Aquí Estése Ud. — Pues No venga para prosiguió está,

Sí! la

la

eh! dijo

¿I

estoi,

mió....

bien!

ahí. ...

acá,

el

enfermo, dejándose conducir sin oponer resistencia alguna.... No venga Ud. Estoi con mis amigos.... Sí! mis amigos.... ¿No es Ud.,

compadre Cándido?

— compadro, yo — Muí bien: ahora Sí,

soi....

dígame ¿cuánto tiempo

veíamos?... Desde aquella noche que,., já! já! já!

liacia

que no noa

Los

tres amarrOi^


— dos.... Sí.... I la

pobre Trinidad.... Ella no vio a su

yo.... Pero.... ¡quién

Ohl

un

es

Don

160

sabe ahora

¡Mi

ánjel....

si

Lucinda....

hija, así

como

¿La conocen ustedes?

hija!

Marcelino, rendido de fatiga, cayó

como un cuerpo muerto

sobre su cama.

—Está aletargado, padre: a buscar la esa imbécil que ha dejado cuidadora? Dónde contestó una mujer desde un rincón endonde dor— mate en mano. mitaba con —Yo cuidaré enfermo mientras doña Estrella está

al médico.... ¿I

voi

dijo el

vieja

lo

salir?

x\quí estoi,

la

el

tanto, dijo

al

padre.

Yaya su paternidad a buscar

Sacó

sahr a la

al médico.

padre a don Cándido del cuarto;

el

calle, vio

al

cuando

i

con gran disgusto que entraban,

rez con Anselmo. íío fué

su afortunado rival;

menor

el

a

padre Alva-

rabia de don Meliton al ver a

la

apretando los puños

i

se disponía

se

dirijió

a

di-

él,

ciéndole '

—¿Con qué derecho atreve Ud. a venir aquí? de entrar a casa de su — Con que un — Oh! señor Guzman, interrumpió se

hijo tiene

el

la

padre....

el jesuíta.... siéntese Ud....

le

Padre Alvarez, bienvenido sea. Aquí tiene asiento su paternidad.... I Ud., don Meliton, atienda a estos señores mientras voi a buscar al médico.

Antes de salir a dijo a media voz:

la calle, el jesuíta se acercó

— Sea Ud. prudente! contestó —Estoi en un — Ud. no sabe conducirse, todo suplicio!

'

a don Meliton

i

le

el viejo.

Si

es perdido!

El deber!

^-Ruegue por mí, padre de mi alma!

—El deber!

el deber!

sombrero en una mano

i

respondió

el fraile,

saliendo al trote con el

su bastón en la otra.

-:o:<


CAPITULO XXVIIL

LA DISPUTA.

«Ahora ¡voto va! no liai Tierra Santa; Ni escudo, ni blazones, ¡tontería! Ante la heroica edad que se levanta. Para que valgan con razón hoi dia Los hombres, caro Andrés, i al mundo entero

Den

]a le¡,

con soberbia gallardía.

Dinero es necesario;

sí,

dinero....»

(David Campusano.)

—¿Ha venido señora? usted a don Marcelino! Tales fueron — ¡Ha la

visto

que

el

padre Alvarez

i

Anselmo

hicieron

las

preguntas

a don Cándido, sin acor-

darse para nada del enfermero, don Meliton.

— Estelita está adentro con mi compadre, contestó don Cándido. ¡Pobre compadre de mi alma! Lo acabo de ver...

20*


162

— su cama? — aquí en en —Entonces — Fné para mí una especie de encanto verlo de pié ahora poco Parecia un esqueleto andante. rato — Esplíquese usted, por Dios! Estábamos aquí hablando sobre enfermedad... —Me ¿"En

este cuarto...

'N6,

¿está

pié?

aquí.

la

esplico...

Mi

Estela deseaba ver a

mi compadre; pero

este caballero

i

el

reve-

rendo Hipocreitía se oponian, diciendo que era matar al hombre obligarlo a ver a

un amigo,

i

el

sobre todo a hablar con su hija...

cuando ¡gran Dios! se nos aparece ahí en esa puerta, cadavérico, medio desnudo i diciendo con voz hueca... ¿qué fué lo que dijo? ¿Se acuerda usted, mi don Meliton?

—Este

hombre

I luego dijo

— Me

voi,

un

es

asno,

murmuró

el

señor de Eójas.

en voz alta:

quédense ustedes con Dios!

—¿Se va usted

i

nos deja solos? Ah! es esta la cortesía que se

usa en España? preguntó don Cándido. Nó, señor, siéntese usted. Ahora nosotros somos las visitas i usted el dueño de casa, encar-

gado del cuidado de nuestro inmejorable amigo... ¡Seria una inhumanidad irse i... Eso es, prosiguió, viendo que don Meliton volvia asentarse: ocupe usted su asiento... Ah! ya me acuerdo! Mi compadre interrumpió nuestra conversación con estas palabras

:

«¿I quién

ha dicho que un padre no desea ver a su hija antes de morir?» Ahí esclamó Anselmo, ¿i cómo decian que él no queria perdo-

nar a su hija? El padre Alvarez miró

lanzaban chispas de

—Es verdad,

fij

rímente a don Meliton, cuyos ojitos

cólera.

que a pesar de los consejos del reverendo

dijo éste,

buen amigo estaba resuelto a no perdonar la mientras no la viera entrar por sí misma en el ca-

Hipocreitía, nuestro falta de su hija

mino

del deber; pero...

señor mió, siguiendo — por qué no consejos del a pesar de reverendo, en vez de esas palabras? —¿Qué — Que su santo amigo ha convertido en un instrumento de su dueño de codiciosa ambición — Ohl eso ya demasiado! — Todo Santiago de misma — Mo de su Santiago! esclamó con desprecio dou Meliton» dice usted,

¿I

decir

los

eso?

significan

esta casa.

al

es

es

rio

la

opinión.


— ¿Cómo

163

se atreve usted a hablar así

— de un hombre tan evanjélico,

tan santo, tan cristiano?

necesita

Sí! se

mucho

espíritu evanjélico para introducir

la

¿Qué mayor santidad que la de ponerse entre dos esposos, soj^lando el odio? El evanjelio dice: «amaos los unos a los otros»; pero hai hombres evanjélicos que dicen: «¡aborreceos los unos a los otros, en nombre de Dios!» Jesús! esclamó don Meliton, esto no se puede oir! Por la Vír-

discordia en

una

familia!

— jen de Atocha! — yo que quienes entienden de sé

Sí;

pueden ella

i

oir la

verdad.

cierto

modo

Lo primero que hacen

el evanjelio

es malquistarse

hacerla antipática a la multitud, a quien pretenden

Quieren convertir al

mundo en

instrumento,

i

mas

las

no

con

dirijir.

veces ellos

son los instrumentos... Pero volvamos a nuestro objeto. ¿Le parece

a Vd. mui grande la santidad de un hombre que trabaja por sepa-

aman? preguntó Anselmo. Pero observe Vd., joven insensato, que ese hombre

rar a dos personas que se

— — Sacerdote que convierte en pobre

es

un

sa-

cerdote!

oficio

su santa misión de unir

a los hombres, estrechando los vínculos del amor i dando ejemi)lo de caridad. Porque respeto tanto la misión del sacerdote sobre la tierra, es

por lo que no puedo mirar a sangre fria a ningún mal sa-

cerdote.

—¡Qué manera

de hablar en esta

tierra!

—Es preciso contentarse con interrumpió don Cándido A que fueres haz como —Yo deseaba una ocasión para hablar con Vd. con su reverendo los usos,

la tierra

riendo.

vieres.

i

amigo sobre esta materia, prosiguió Anselmo. Ahora, dígame Vd. ¿Le parece a Vd. buen modo de evaiijelizar a un hombre el introducir en su pecho el odio contra sus hijos leza en

lo

i

contrariar a la natura-

que tiene de mas sagrado?

—Calle Vd! cuando veo que por nitereses mundanos — ¡Que nia a mi padre! — Su padre! esclamó don Meliton. — ¡Cuando veo que prepara a un hombro para calle!

se

Dios con

el

corazón ardiendo en

se

calum-

ai)arocor auto

el

fuego de un odio contra la na-

turaleza!

— Su padre! su padre! murmuraba sordamente

¡I

qué todo esto

se ha^'a (ju

nombre de

el vit\jo.

la rclijion

de uu Dios


164

¿Por acaso, apegándose a los bienes terrestres es cómo un sacerdote cumple con su celeste misión? ¡Hé allí a lo que ustedes llaman cristiandad!

que

«¡amaos

dijo:

unos a

los

— Pues, amigo, no

los otros!»

liabia caido

en

ello,

interrumpió don Cándido.

Talvez será un bellísimo medio de obligarlo a uno a mirar al el desposeerlo así o

asá de los bienes de la

no entiendo una jota de ne todo

lo

que

lia diclio

tierra... Por

Anselmo,

i

no

cielo,

lo

demás,

sé a

qué vie-

eso.

mió, cálmate, por Dios! padre Alvarez. —Anselmo, — Su padre! su padre! decia don Meliton meneando cabeza. —Es esposo de Lucinda, don Cándido. — con qué atrevimiento habla delante de mí! ¿no sabe Yd. quién contestó Anselmo. Yd« — Un digno amigo del padre dijo el

Lijo

la

dijo

el

¡I

soi?

Hipocreitía,

no quiso creerme cuando en dias pasados fui a convencerlo a su propia casa de que no debia aspirar a la mano de Lucinda. ofrecido su propio padre! — Mano que me —¿A virtud de qué méritos? preguntóle Anselmo. liabia

—Mis antecedentes,

<

soi

la

un español noble de

nobleza de mi sangre... ¿No sabe Vd. que

la casa

de Sandoval

i

liójas

que

lia

dado

ministros a España...?

don Cándido, ministros, — de todo como en De — Pero Vd. que habla de méritos, preguntó Ali!

sf!

casi reyes!

dijo

inquisidores!

botica...!

todo!

¿cuáles podria presentar un

criollo, sin

colérico

don Meliton:

antecedente alguno, digno

de compararse con los niios? En primer lugar, contestó Anselmo con calma, tengo sobre Vd. el mérito de ser amado, que, en tratándose de estos negocios, es

mérito principal, con perdón sea dicho, de todos los iDergami-

el

nosi...

¡Qué Vd. venga a en mis barbas de —Eso no mas antecedentes de una cosa tan sagrada como son repúblicas, amigo mió, interrumpió don Cán— Cosas de reírse

faltaba!

los

le

estas

dido.

familia!

Es verdad que en España

se

estima en mucho eso de los per-

gaminos...

— -

¿I

por acaso aquí...?

—Aquí se ha arreglado las cosas de otro modo. No

liai

mas an-

tecedentes que la plata.

—Válgame ^-No

la Vírjen del Pilar!

se admire, liombre

esclamó don Meliton.

de Dios, interrumpió don

Cándido,

i


-- 165

convénzase de que la riqueza vale mas que un apellido cosa que nosotros

hemos

ilustre.

Es

descubierto.

don Meliton dirijiéndose a Ansel— aun cuando riqueza? mo, ¿podria Vd alegar ese mérito de joven; pero tengo de amar... respondió — ;Ser — ¡Vaya con méritos! esclamó don Meliton fuera de así fuese, dijo

I

la

JSTó,

señor,

el

el

los

sí...

amado! amar!

-—Ya

le digo,

que en tratándose de matrimonio....

— Cosas de esta usa

así,

tierra,

interrumpió riendo don Cándido. Aquí se

porque como no estamos en España.... 'No se enoje Ud.,

amigo mió, prosiguió, golpeando el hombro de don Meliton que revolvia en su silla; no se enoje Ud., i siga el proverbio de: a tierra

que fueres, haz

lo

que

vieres.

Así

lo

enseña la

se la

filosofía,

i

Ud. es un latino excelente para no comj^render que en los asuntos de matrimonio es preciso que lo quieran a uno para.... Ya Ud. me entiende... así lo han dispuesto las mujeres en estas Américas. Entonces ¿aquí se tiene en nada la voluntad del padre de una niña? preguntó don Meliton poniéndose de pié. Oh! esclamó don Cándido, casi arrepentido de lo que habia dicho. La autoridad paterna es una cosa sagrada; i yo que también soi padre, quiero decir, que no he tenido hijos porque Estelita.... Pero. ¿Qué es lo que digo? Ahí por fortuna ella no me oye.... La

— —

autoridad paterna!

— Pero

por

estoi

ella!

voluntad del padre favorece mis derechos, esclamó

don Meliton. El compromiso de don Marcelino es semuchacha no ha cum2)lido aun su menor edad para que se

fuera de rio: la

Ja

Yo

sí,

haya atrevido a amar sin consultar a su padre; ese matrimonio es nulo; i juro a Ud. que yo sabré hacer respetar mi derecho, si es que en este

hai leyes justas

¡Dais

— Todavía nó,

i

razonables.

Anselmo, porque estamos bajo la férula de las leyes españolas; pero un tiempo vendrá en que leyes dictadas por la naturaleza i la humanidad, suplanten ese inmundo contestó

En

cuanto al derecho, prosiguió, dirijiéndose a don Meli(que lo miraba con ojos espantados) en cuanto al derecho,

fárrago.

ton

le

bien sabe Ud. cuánto hemos peleado por verlo imperar en estas rejiones.

—Eejiones de tadamente por

demonios! el cuarto.

murmuró don

Ustedes verán

Meliton, paseándose ajisi

ese

matrimonio no se

El mismo señor Obispo me ha prometido.... Permítame Ud., señor, que le diga, le interrumpió

anula!

el

padre


Í66

Alvarez, que ese matrimonio es legal

i

verdadero....

ha casado. Veremos, dijo don Meliton, veremos

Yo mismo he

sido quien los

— Ud. ha tenido autopara ridad —Vea Ud. que padre Alvarez, interrumpió oido don Cándido. — Qué me importa a mí padre Alvarez! respondió con nueva cólera —Un sacerdote que. — Sacerdote que no sabe su obligación interrumpió Prudencio, que ahora poco — Ud. la

si

casarlos.

suficiente

es el

al

le

el

el viejo.

era, le

¿I

frai

el

le

echaba en cara a Anselmo su atrevimiento por hablar de los sacerdotes?

—Vaya!

don Meliton ¡qué tierras estas! Ko conocer la diferencia que hai entre un sacerdote español i un fraile criollo! Lo que a mí me admira, prosiguió, es que llevando Ud. sobre sus hombros el santo hábito del Seráfico Padre, se haya estraviado hasta

el

dijo

estremo de predicar

el error,

como

que

lo

ha hecho, po-

niéndose de parte de los pipiólos. Prudencio, basta de — Señor! interrumpió con gravedad locuras! — ¿Qué dice Ud.? — ¡Que no permitiré jamas a nadie que mi dignidad con sultos groseros! reverendo Alvarez, don — Mire, amigo mió, que Cándido a don Meliton. — ¡Digno de San Francisco! esclamó don Meliton, riendo de frai

aje

in-

repitió

es el

hijo

rabia.

Jamas he

visto

dad con que habla

un hábito mas bien puesto: basta

la

el frailecito! Já! já! já!

padre, que yo he cargado usted, contestó — mi naturaleza de hombre? para envilecer sacerdotes! — ¡Qué virtud de en aceptar —¿Le parece a usted que virtud ¿I cree

humil-

el

le

este há-

bito

la

estos

consiste

la

neas, en protejer las preocupaciones

i

ideas erró-

en servir de estorbo a la mar-

cha de una sociedad?

— Pero ¡qué

—No es este

ideas,

Dios mió!

el sitio, señor,

para ponerme a dis]3utar con usted

sobre esta materia; pero le diré, cumpliendo con

mi misión de

sa-

cerdote (cual es la de ilustrar a sus hermanos cada vez que la ocasión se presente), que

la

humildad no consiste en

el

envilecimien-


— to;

que la

ha de

fe

107 -^

no debe estar basada en

acompañada de

la ignorancia;

i

que la virtud

misma, de la ilustración en la verdad para que produzca en un país los buenos frutos que los amigos de la libertad desean. ir

— ¡Los amigos

de

la conciencia

orguUosas ideas en im siervo de nuestro padre San Francisco, no estrañaré ya mf^ que estos reinos estén plagados de revoltosos, trastornadores d-l orden de la libertad! Al

oir esas

establecido desde siglos liá por el poder de Dios mismo.

ISTo

profane usted ese Santo nombre,

le

el

interruppi^

padre,

que han luchado contra Ir tiranía para ciderecho en su propia patria. El tras^i^^o no es un mal

ni llame revoltosos a los

mentar

el

hecho de ser trastorno, pues para establecer el bien, se ha menester derrocar el mal. La sangre qu- se derrame caerá solo sobre la cabeza de los que se opusieron *i desarrollo de la verdad. por solo

el

trastornar h^ sociedades romanas cuyos

¿Qué hizo Cristo sino

hablan prendido como un cá^icer por todo el mundo? Hé ahí al gran Trastornador, cuyo ejemplo debemos imitar. ¿I su misión de paz i de caridad cristiana, le preguntó don Mevicios

— —

liton, le

serve

Sí,

manda a contest

")

su paternidad gritar guerra! guerra! fuego! fuego? :

el

un átomo de

padre con ojos mas animados.

vida,

Mientras con-

cumpliré con mi deber gritando: ¡guerra!

fuego! pero no contra los hombres, sino contra el vicio

i

el error.

Gritaré siem2:)re; guerra contra los absurdos sistemas, contra todo

orden de cosas que sea contrario a la naturaleza obra de Dios. lié aquí, prosiguió estos que ustedes

frai

llaman revoltosos.

i

cjue desfigure la

Prudencio, lo que han hecho

Han

conquistado su indepen-

dencia política desterrando un poder injusto....

—El nuestro — Será señor de selmo. — La independencia del rei

dre,

señor!

usted, pero nó de los americanos, contestó

An-

nos llevará a la

pa-

2)olítica

cuando nos deshagamos de

tro espíritu,

i

social, dijo el

las preocupaciones

que atan nues-

de aquí a la independencia relijiosa no hai mas que

un paso

— ¡Independencia

Inaudita herejía dicha por un

fraile!

i

Entonces ¿piensan estas Américas deshacerse autoridad del Pontífice romano i meterse de rondón en el pro-

qué esto se de la

relijiosa!

tolere!!

testantismo?

—No me entiende titud...

usted,

i

juzga en seguida con demasiada pron-


— — Bueno para en

los cuales

juez!

esclamó

108 -^ clon

Cándido; acortaria

es tan necesaria la prontitud. Dígalo yo,

los pleitos

que

liace

mi casa i la de mi vecino, por cuya tenacidad se me ha humedecido mi dormito'.'io. Sil el pleito lo ganaré al fin, según dice mi sabio abogado;

ya

tres años

que

estoi

peleando sobre

el callejón

entre

peroollo será cuando yo Laya muerto de reumatismo.

-:o:


CAPITULO xxrx.

EL ENFERMO.

((¿Qué importa la riqueza^

La pompa

i

la grandeza,

Mísera escoria que

Cuando nada

De

el

orgullo viste,

resiste

airada muerte la fatal herida?))

(KosENDO Carrasco.)

En

esos

momentos entraba

el jesuita

trayendo de la

mano

vi

doctor Matatías.

Hizo

el

doctor una venia a los que se hallaban en (d corredor de

la casa, mientras el jesuita decia a

—¿Qué tiene Ud., umigo? Qué

don Meliton:

significa esa cara avinagrada?

21


— —Me

'

voí,

me voi

170

de este maldito país! contestó

señor de San-

el

doval con reconcentrada cólera.

—Bueno. Pero antes de —A a España!

cumplir con su deber...

irse es necesario

Es^íaña,

don Meliton....

interrumpió

Un hom-

bre de mis principios, de mi temple, de mis antecedentes no puede vivir entre estos malditos criollos

hombre de Dios? Yenga Ud. —¿Está üd. davía tiempo de pensar en en mis propias — Decirme impío nó: a España, a España —Tenemos dos en vez de uno, murmuró loco,

acá,

que hai to-

ese viaje.

incrédulo,

j

i

ateo

locos

barbas!... Nó,

el jesuita,

a don Meliton para seguir

al

médico que

se

dirijia al

dejando

cuarto del

enfermo.

—Esperemos,

dijo el

padre Alvarez a Anselmo,

la visita: el doctor Matatias nos

dirá después

si

el

resultado de

hai o no inconve-

niente para que yo hable con don Marcelino.

Don Cándido no co,

hizo esta reflexión sino que, siguiendo al médi-

entró tras de él en el cuarto del paciente.

—¿Cómo está

el

enfermo? preguntó

el

médico,

tosiendo docto-

ralmente.

¡

Dios que ya está Ud.

G-racias a

doctor! esclamó

aquí,

Estrella, quien con otras mujeres se hallaba

doña

ocupada en confeccio-

nar algunas bebidas caseras. Gracias a Dios!

—Deo

Gratias! contestó

como un

eco

don Cándido entrando en

aquel momento.

—Hace mas de media hora que duerme despertarlo, doña — ¿para qué despertarlo? interrumpió dado. El sueño una reparación —Ah! interrumpió don Cándido, ¡mui

i

no ha sido posible

el

doctor medio enfa-

Estrella.

dijo

la

I

necesaria.

es

sí,

necesaria!

El doctor miró de una manera particular a don Cándido, a quien no conocía, i prosiguió preguntando a doña Estrella sobre el estado del enfermo mientras tenia en la mano el brazo de don Marcelino, cuyo pulso examinaba atentamente. Hemos querido despertarlo, dijo doña Estrella, porque ha tenido un sueño tan intranquilo que daba lástima. ¿Qué cree Ud. de

esta pesadez de sueño?

—Esto vemente

significa

el doctor.

que aún no ha acabado de dormir, contestó gra-


— —Pero

es

que se

171

llevado hablando palabras desacordes... Ha

lia

llamado a sus amigos, a su liija Oh, las manías no duermen, interrumpió

I

Aunque

el doctor.

pulso indica una completa paralización en los miembros del

el

cuei'po...

—¿En miembros cuerpo? observó don Cándido, echar acre mirada que médico. á lanzar de ver desalojados de — obstante, prosiguió sin

del

los

le volvió

la

éste, los espíritus vitales,

ISÍo

todo i

el

sistema inferior, se han elevado a las

el

combinando su acción con

mo este,

envuelve todo

el

la

rej iones

del cerebro,

somnolencia jeneral, que en casos co-

sistema nervioso, produce esas imájenes en

medio aletargada memoria de la persona dormida, esto es, del sujeto a medio dormir, o mas bien dicho, del ser que se halla atacado del dormir imperfecto. Este casi dormir, según la' famosa teola

ría de Platón....

—Por Dios! interrumpió doña Estrella con

su acostumbrada vi-

vacidad, deje usted en paz, doctor, al pobre Platón

i

vea lo que con-

viene hacer con el enfermo!

—Tiene razón ¡Mire

En

Ud cómo mi efecto,

don Cándido mirando revuelve en la cama!

Estelita, agregó

compadre

don Marcelino

se

se volvia

de un lado a otro

brazos como queriendo arrojar -lejos de

sí las

ro las fuerzas no le ayudaban. El médico quito de álcali,

i

lo aplicó

ojos; quiso incorporarse

i

al doctor.

movia

los

ropas de la cama, pe-

tomó entonces un

ñ-as-

a las narices del enfermo. Este abrió los

en

la

cama, pero volvió a caer desfallecido

sobre la almohada.

—Oh!

qué cosa tan horrible! esclamó entre dientes. Qué terrible

cosa es sentir las ansias de la muerte, cuando uno quisiera tener

vida para... Dios mió! ¿Por qué no mueren los deseos I

mundanos

i

vanas esperanzas antes que nuestros cuerpos? Si!... Este es Satanás que me persigue hasta el borde do la sepultura... ¡Ave Malas

ría!. ..¡Lejos

qué...

de mí, espíritu maligno!. ..¡Señor,

Dios mió! yo pe-

tened misericordia de mí!

Don

Marcelino

calló,

pero sus labios se movían como

si

rezara.

Después de un corto rato empezó a balbucear:

¿I para esto he juntado riquezas?... Sí, riquezas

que hoi de nada me sirven... Aunque hubiera conseguido ser un grande de España... ¿de qué me aprovecharía hoi?... Oh! no! iió! yo quiero salvarme... Vade retro Satanás! yo quiero salvarme... ¡Perdóname, esposa mia!... Pobre Trinidad!... ¿Ha

muerto mi

hija?


— —

compadre!

"^^

172

doña Estrella acercándose. Lucinda vive i lo ama a Vd. como siempre... Está en mi casa, i cada dia son mayores sus deseos de verlo... Oh! voi a buscarla! Diciendo esto, la señora se eclió sobre los bombres su pañuelo i N(5,

le contestó

atender a las palabras del reverendo padre que,

salió sin

sigui-

éndola, le decia:

— Señora, mire Yd. que bacel a nuestro amigo! —¿Se puede preguntó

¡La vista de la niña puede ser

lo

fatal

j)obre

entrar?

padre Alvarez a doña Es-

el

trella.

Sí!

contestó ésta sin detenerse. ¡Pobre hombre! es preciso que

muera sin ese peso que parece aflijirlo! Anselmo siguió a doña Estrella; i mientras

tanto, frai Prudencio

se dirijia al cuarto del enfermo, endonde entró a pesar

servaciones del jesuíta.

Don

de las ob-

Marcelino habia despertado completa-

mente" i no cesaba de hablar mientras las enfermeras que lo asiscon las prescripciones del doctor, se empeñaban

tian, cumj)liendo

en envolverle llos

con bayetas calientes, aplicándole ladri-

las piernas

ardiendo a las plantas de los pies.

—Es estraño

lo

que

me

pasa ahora, decia con voz entera... Nun-

ca habia visto tantas personas en

mi

cuarto... ¿Es Vd.,

compadre

Cándido?

— contestó yo compadre! —¿Quién Yd, padre? preguntó, a — Frai Prudencio Alvarez, su amigo, contestó éste:

Sí,

soi,

dirijiéndose

es

frai

éste,

Prudencio.

su amigo que

viene a visitarlo.

—Ah! confesor de pobre Trinidad! ¿Me habrá perdonado, padre? — amigo mió, contestó Prudencio. ¡Deseche usted esas el

la...

frai

Sí,

ideas!

—Es que engañé muchas Padre Hipocrcitía, guió ¿Se acuerda cuando finjíamos cartas de Lucinda?... bueno despejar —Está atacado de su manía, la

prosi-

veces..!...

le

dijo el jesuíta: seria

el cuarto.

¡I la

pobre Trinidad! lloraba

i

me pedia por

nuestra hija Lucinda! ¿Dónde está?... Pero

el

favor ver a su hija,

padre no quería! Es

que no era conciencia dejar que ese mozo hereje se casase con mi hija...iNó! nó! no quiero que se case! gritó de repente, vol-

cierto

viendo a quedar exánime.


173

padre Hipocreitía ¿por qué no manda evacuar —Doctor, cuarto? — don Meliton?... Dónde está que no veo? preguntó enfermo. contestó don Meliton. —Aquí — esclamó enfermo ¡qué jugarreta tan pesada nos ese maldito muchacho.! — Señor, interrumpió padre Alvarez: vuelva en tranquia su prepárese a —¿Dónde Lucinda? —Luego — ;Pero no alcanzaré a verla porque me siento morir! contestó dijo el

el

lo

¿I

el

estoi, señor,

Ali!

liizo

el

el

le

recibir

licese;

sí;

hija.

esta

llegará.

don Marcelino con voz desfallecida. En seguida empezó a hablar palabras inconexas i sin sentido. A veces parecía dominado por la cólera, otras por el arrepentimiento; i las mas, por cierto dolor vago que parecía haberse posesionado de todo su ser. Se quejaba, sus|)iraba, se reía, i pronto volvía a quedar exánime. En uno de estos paroxismos, dijo el médico que ya no habia esperanza. En efecto, la parálisis que con levantarse de la cama, habia adquirido poco antes,

le

habia cojido hasta

el

tron-

co del cuerpo. Por último, habiendo permanecido aletargado durante

unos veinte minutos, despertó;

i

con voz reposada aunque bal-

buciente, dijo:

— Padre Alvarez necesito quedar solo con su paternidad. Yd, amigo mió, contestó —Aquí me padre, sentándose demás sallan del cabecera mientras —Déme mano, padre mió! jAyúdeme su paternidad a salvar:

tiene

a la

el

cuarto.

los

la

me!

He

sido

un gran

He

pecador... Pero, Dios mió!

sufrido tanto!

tanto! dijo el pobre viejo con voz apenas intelijible.

Frai

Prudencio se apresuró a cumplir con su caritativo minis-

Entre tanto las salas esteriores se iban llenando de jente, especialmente de señoras, que, sabiendo por doña Estrella que ya se

terio.

podia ver al enfermo, venian, atraídas unas por i

el

deseo de ser

útil,

Entre los recien llegados estaba el siemGacetilla, quien, no contento con poner de manifiesto

otras por la curiosidad.

pre visible

su persona, andaba preguntando aquí, allá

i

mas

allá, las

mas pe-

un amigo intimo. Todos iban i venian; todos hablaban a un tiempo formando la mas irrespetuosa algarabía i convirtiendo en un ^?(Z?2r/<???2í??22¿¿/;¿ aquelloi queñas circunstancias como

jnansion endonde poco antes

si

se tratara de

reinaba la tranquilidad,


174

— ¿Se habrá confesado? preguntaba una.

demandaba —¿Qué médico —Ya no de médico ahora, decia una — su salvación antes que confesando, — — su testamento? — Debe haberlo hecho — Dicen que no ha tenido tiempo. —No — por qué no? — ¡Morir —Hai a veces mucho descuido en niña de mi alma! —No importa: en componiéndose con Dios, demas-es nada. —Es — Pero no está demás dejar arreglados sus negocios, en munlo asiste?

otra.

es tiem^^o

tercera.

todo! el confesor! el confesor!

Sí!

Si se está

niña!

¿I

ya.

es posible.

¿I

intestado!

esto,

lo

cierto.

este

do, dijo

don Catalino.

—Tiene razón el señor: esto de morir para que quede un semillero de pleitos.

—Yo lo

sé eso por experiencia, niña.

juicios de la testamentaría de

— Kó, nóí

En

testamento es

—Sí,

lo

un hombre,

es

Todavía están siguiendo los

finado.

cuanto a eso, yo

le

he dicho a mi marido:

hijo, el

primero!

pues, nadie tiene la vida comprada.

—Pero como

ca se

mi

intestado

hombres son tan incrédulos, les parece que nunhan de morir; i cuando uno menos lo piensa.,, cae al hoyo!

En

los

aquel instante frai Prudencio llamó al doctor.

— Se muere! se muere! esclamaron muchas voces.

'

A tiempo

que

el

doctor entraba en el cuarto del moribundo, Lu-

cinda llegaba a la casa acompañada de Anselmo

i

de doña Es-

trella.

padre enfermo? preguntaron algunas señoras —¿Cómo Alvarez. —Encomiéndenlo a Dios! contestó esclamaron viendo entrar a Lu—Jesús! pobre está el

al

éste.

las señoras,

niña!

cinda.

Esta conoció su desgracia en i

los

semblantes de

corrió llorando al cuaito de su padre.

ISTo

los concurrentes,

es posible decir si éste

alcanzó a oir los sollozos de su hija que lo abrazaba anegada en llanto.

Pronto tuvieron que sacar de

allí

a Lucinda desmayada,

llevarla a otro cuarto para suministrarle los socorros necesarios.

i


— —-Hé aquí su obra! ta,

175

padre Hipocreitía, dijo

frai

Prudencio al jesuí-

quien se retiró sin dar muestra de haber oido una palabra.

—Está muerto! —Hace bien doctor

dijo el

el

muerto

el

médico saliendo de en

irse,

dijo

Gacetilla.

enfermo, su misión está cumplida.

-:oí.

la casa.

Buen

Me voi.

Desde que está viaje!



CAPITULO XXX.

TESTAMENTO.

EL

((Cual áiijel en el cielo, a Dic^s saluda:

Que aliora con la muerte, 8u espíritu escapó del anatema

De

la

materia inerte,

mansión suprema; Luce en su sien de arcánjel I en la

(B.

Idos que fueron los

muchos de

amigos mas íntimos en

mas seriamente

la

los concurrentes,

la casa mortuoria,

importante cuestión

cho o nó su testamento.

A

si el

d(í

i

la

diadema.»

Cak abantes)

no quedando sino

empozóse a tratar difunto liabria

hin-

todas estas demostraciones de interés; a

todas estas razones, dudas,

cavilaciones

i

preg'untas, respondió el

padre Hipocreitía diciendo:

90*


178

— Ya lia

ven ustedes, señores míos, que nuestro inolvidable amigo muerto como un verdadero cristiano... Si su vida ejemplar lia si-

do envidiable, no es menos digna de envidiar su muerte. ¿Cómo un

hombre tan honrado, piadoso

don Marcelino, había de haber descuidado sus sagradas obligaciones? Les aseguro bajo mi palabra, que ha hecho su testamento como un verdadero cristiano: i creo, añadió, enterneciéndose a medida que hablaba, creo en mi conciencia, que sus últimas disposiciones pondrán de manifiesto ante todo el mundo, no solo la piedad sino también la jenerosidad i espíritu evanjélico que animaba la bella alma de nuestro buen amigo, a quien Dios habrá dado ya su galardoni El testamento debe ser corto, dijo a esta sazón Gacetilla que en todo se habiade meter. Sí, debe ser de dos o tres items...]Sro tiene mas que un heredero i esto acorta los testamentos. En cuanto a eso, contestó el padre mirando de reojo a don Catalino, bien poco sé, porque no me agrada mucho averiguar vidas ajenas, mayormente en Ib que ;toca a intereses... Solo sé que don Marcelino ha dejado una gran parte de su caudal para beneficio de su alma, según me lo lia asegurado don Meliton de Rojas, a quien, como uno de sus mas queridos parientes, ha dejado de albacea i

timoríito, cual lo fué

nuestro don Marcelino.

—¿Pariente?

don Catalino. Yo no sé cómo podrá ser eso, cuando el mismo don Meliton me ha asegurado bajo su palabra, que no habia venido a estas Américas ninguna persona de su noble familia,

yr

dijo

— A eso pbaría ^contestar r

padre suspirando.

ISío

don Meliton,

si

estuviese aquí, dijo el

tengo mi ánimo para pensar en familias

i

pa-

rentescos.

— dónde voz en calcando — Fué a buscar

se halla el señor albacea?

¿I

la

der está

el

la

palabra albacea.

al

escribano,

preguntó don Catalino,

re*

don Tragalon Uñeta, en cuyo po-

testamento para que dicho señor

lo lea

en público hoi

mismo.

—¿Por qué? — Porque

tal es la

'

rías veces lo oí

yo

voluntad del testador, respondió

mismo que

el jesuita. YíÍ-

decia a don Meliton: «amigo mió, no

mi última voluntad mientras yo viva; pero ojos, le encargo que haga leer por el escribano

quiero que nadie sepa

en cuanto cierre los Xni

testamento delante de todas las personas que quieran oirlo.»

•—•Cosas de don Marcehno, refunfuñó Gacetilla sonriendo. Eira


— así el

hombre

179

agregó medio arrepentido, no te

IPobrecito!

tan...

ofendan mis palabras...! Dios

—Amen, contestó

lo

gloria!...

rica es cosa

qne todos quieren

oir

desde los herederos beneficiados hasta los que no tienen la

mas mínima esperanza de cho

tenga en la

el jesnita.

El testamento de una persona leer,

al

ser legatarios.

Este placer se parece mu-

que reciben ciertos individuos con tocar o ver contar

ro ajeno. Así fué, que

muchos de

los circunstantes se

el

dine-

quedaron has-

ta apurar las últimas peripecias de aquellas lúgubres escenas.

Un

cuarto de hora después, llegó don Meliton con el honorable

don Tragalon Uñeta, antiguo escribano de corte en tiempo de Fernando VII, i que se habia pasado al servicio de la república sin dejar sus costumbres del tiempo del coloniaje, como muchos otros.

— Señores,

'^'^

dijo el escribano,

sentándose junto

amia mesa en

torno de la cual se habia allegado una multitud de curiosos. Yoi a

voluntad del señor don Marcelino de Rojas, en

leer la postrimera

cumplimiento del solemne encargo que

me

hizo cuando vivia...

que debió hablarle — Claro después de muerto... dijeron algunos. — Chit! es, dijo

Gacetilla,

en vida, porque

callen!

—((En

el

nombro de Dios

(leyó el escribano)

píritu Santo, tres personas distintas

i

un

Padre, Hijo

i

Es-

solo Dios verdadero!... Se-

pan todos cuantos vieren esta carta de mi última voluntad, como yo don Marcelino de Rojas... Hai jentes que ni al morir dejan el don, murmuró Gacetilla... Pobrecito!... Dios lo haya perdonado!

— — ((Don

Marcelino de Rojas, prosiguió

natural de

el escribano,

esta ciudad de Santiago de Nuestra Señora del Socorro

i

capital de

este reino de Chile...

— Se

le olvidó

a don Tragalon que estamos en república, inte-

rrumpió don Catalino.

— Es verdad, dijeron —¿Qué importa que diga reino o república? preguntó una Siga no mas, señor Uñeta, que todo eso está mui — ((Hallándome, por gracia de Dios, en mi cabal otros.

vieja.

cristiano!

la

cintero

i

jui-

cio...

—¿No decian que estaba

loco? volvió a interrumpir

—Qué

el

escribano.

Con

no acabamos nunca. Cuando

se hizo el

testamento estaba ea §u

trabajo! esclamó

don Catalino.

estas interrupciones


— juicio cabal,

i

bastaba que yo

180

lo afirmara, yo, el escribano,

para que

se tuviera por cierto. ¡Soi el escribano público!

•No es nada: siga, señor. ^'

"El escribano prosiguió leyendo,

— Primeramente, lego formado, — Cuando yo me muera,

mando mi cuerpo

i

c(

en breve llegó a lo siguiente

i

a la tierra de que fué

etc.»

a la

dijo G-acetilla,

veremos qué liacen can

tierra:

no

lie

de legar mi cuerpo

él los vivos!

«En segundo lugar, (prosiguió don Trao'alon): do mi alma a Dios que, la redimió, etc.»

«doi

.

^.\

—Buena cosa!

Primor

i

encomien-

Yo me

legatario, la tierra; segundo. Dios!

espero a otros items, volvió a interrumpir el incansable don Catalino...

haya perdonado!... leido ya un buen trozo, cuando Gacetilla

Pobrecito!... Dios lo

El escribano

liabia

volvia a seguir escuchando.

— «ítem—Declaro por universal heredera a mi hija doña da de Eójas, a condición de que no

verifique su

matrimonio con An-

selmo Guzman; pero en caso de que, desj)reciando tedichas, se casare con

ta

mi

iil

^tamente

omTodos

él,

la

Lucin-

las razones an-

dicha mi hija solo será dueña, por es-

tima voluntad, de aquella parte de mi hacienda que corresponde por la

le

se

lei.

estric-

Declarólo así para que conste

miraron las caras sin pronunciar una palabra. El

escri-

bano prosiguió:

—((ítem

— En caso de verificarse

el

matrimonio antedicho, mi

ante nom])rado señor don Meliton Sandoval

albacea., el

i

Rojas, etc

dispondrá de toda aquella parte de mis bienes de que por la esté yo autorizado a legar especialmente bajo la siguiente

manera:

se

hará de

ellos cuatro

pleará en misas a beneficio de

amigo

i

partes iguales.

mi alma,

i

empleará mi albacea en rclijioso, o

la construcción

seminario particular, con

venes pobres que quisiesen seguir

forma

La primera

se

— La segunda,

el fin

idóneas

i

capaces.

Con

la

de educar a aquellos jó-

la carrera

eclesiástica. i

a

Nombro

mi antedicho

confesor, pudiendo ellos encargar su dirección a las personas

mas

mi

de una casa para un colejio

de patronos de este establecimiento a mi albacea

crean

i

em-

bajo la dirección de

confesor, .el reverendo padre Hipocreitía.

lei

la tercera

parte, se fundará

que

una


181

capellanía de legos a favor de

mi

albacea, mientras viviera, que-

dando después de sus dias a favor del director del establecimiento Por último^

antediclio.

la cuarta

parte se repartirá

entre clérigos pobres, ajuicio de

mi

como limosna

Declarólo así para

confesor.

que conste.... Dejóse

oir entre los circunstantes

ble distinguir (íltem,

si

un murmullo que no

era posi-

era de aprobación o reprobación.

—prosiguió

el escribano....

—No siga usted, interrumpió padre Alvarez... Señor Uñeese testamento — Reverendo padre! contestó don Tragalon. ¿Cómo ha de nuel

le

es nulo....

ta,'

ser

cuando está en regla, firmado por

lo,

los testigos

de la

lei,

i

ademas

autorizado por mí?

don Meliton. —¿Nulo? preguntó temblando de —Aquí tengo yo un documento que anula, contestó sacando un papel de de su hábito. —¿Qué documento coraje

frai

lo'

dencio,

Pru-

la capilla

es ese?

El padre leyó en

— ((En juicio,

el

alta voz:

último trance de la muerte; pero en mi cabal

entero

por la gracia de Dios, ante cuya presencia voi a comparecer,

declaro por único

i

condición alguna, a

heredero de todos mis bienes,

universal

mi

hija

lor todo otro

En

testamento o codicilio de fecha anterior a la presente

veinte de enero de 1830,

Dr

don Cándido de

i

Matatías

— Paes

sin

consecuencia, será de ningún va-

que apareciese con mi firma. Lo declaro

Matatías

i

doña Lucinda de Rojas, a quien nom-

bro mi albacea testamentario.

go,

i

— Testigo,

este testamento

así

para que conste, hoi

ante los testigos abajo firmados, doctor la

Rueda.

Cándido de

me

Marcelino de Rojas la

— Testi-

Rueda.

gusta mas: es mas corto, dijo Gace-

mientras los demás daban muestras de atenerse unos al pri-

tilla,

mer testamento,

i

otros al codicilio.

— ¿qué escribano ha autorizado ese papel? preguntó Uñeta. —Ninguno. — Ustedes han hecho firmar pobre loco que han querido, terrumpió don Meliton. —No entraremos en disputas contestó Prudencio, I

inútiles,

Los tribunales decidirán.

in-

lo

al

frai


— — Nos

atendremos a

ellos,

18í¿

dijo el jesuíta.

Se verá de parte de

quién está la justicia.

En

seguida se retiraron todos, quedando solamente en la casa

mortuoria las personas necesarias j)ara prestar los últimos servicios al

cadáver de don Marcelino.

En

cuanto a Lucinda, fué llevada por doña Estrella a su casa con

el fin

de seguirle suministrando aquellos tiernos consuelos que sus

tristes circunstancias requerían.

:o:-


CAPÍTULO XXXL

TRAICIÓN SOBRE TRAICIÓN.

«Del todo ciego, i confiando en buena fe de sus falsos amigos, el jeneral Freiré se entregó de esta manera, sin defensa, a las maquinaciones indignas de los que solo querían anularlo i quitarlo del medio })ara que no fuela

se

un obstáculo a sus planes

tra-

ditorios.»

EiiRAzuRiz. Chile bajo el imperio de la Constititcion de 18^8, Cajj, VI, X.)

(F.

Después de todo, don Cándido estaba gozosísimo viendo el color que liabian tomado los asuntos de su abijada, ])orque el pobre bombre miraba mui en poco el dolor que ésta sufria por la muerto de su padre,

i

solo se acordaba

rica herencia.

El mismo

se

do verla casada

daba

el

i

poseedora de una

parabién de haber sido (como

decia a sus amigos) el autor princi¡)al del matrimonio de los jóve*-

buena fe, que, a faltar su poderosísimo a[)oyo, nc se habrían vencido jamas los inconvenientes a tal unión. A don Cándido le pasaba igual cosa todos los dias, i no se verificaba j^uingun nes,

i

creía de


184

importante a su alrededor, sin que

liecho

él

creyese que

éxito era debido a las influencias de su personalidad

i

el

buen

de sus rela-

ciones.

—Al

nos resta,

ya liemos conseguido su unión, decia a su mujer: ahora Estelita, liacer que el testamento del escribano Uñeta

no tenga

efecto.

fin

He

hablado con

el

padre Alvarez sobre

el parti-

cular.

— Me han todo

i

a sostener

—No

mos

dicho que don Meliton está resuelto a echarse sobre el juicio, dijo la señora.

te dé cuidado, hijita,

¡Pobre Lucinda!

mi ahijada ganará

Yo

valer nuestras influencias.

la partida:

hare-

tengo amigos en las dos Cor-

amigos de pro, ¿entiendes? Pero la satisfacción de don Cándido no era completa. Si bien es cierto que le interesaba la suerte de su ahijada, no podia dejar de mirar con cierta distancia a Anselmo. Ademas, los últimos aconte-, tes de justicia...

cimientos políticos

le

hacian mirar como peligrosas sus relaciones

don Cándido era un hombre demasiado prudente para esponerse a pasar por enemigo del gobierno, cultivando la amistad de un mozo mirado entre ojos por las autoridades. Estraños parecerán al lector los temores de don Cándido, pues, ¿qué podia temer Anselmo de parte de las autoridades siendo jefe de la Junta de gobierno, el mismo jeneral Freiré, su protector? Sin embargo, los temores del señor de la Pueda eran fundados. Para esplicar su embarazosa situación, permítasenos volver algucon

el

joven,

i

nos dias atrás.

Dos el

cual se estipulaba, entre otras cosas: «que Prieto

«jarian el (cel

es decir, el diezi-

de diciembre, se firmó por los dos partidos un tratado de paz,

seis

en

dias después de la batalla de Ochagavía,

mando de i

Lastra de-

sus respectivas divisiones; que se pondría todo

ejército bajo las órdenes del jeneral Freiré;

«amnistía por una

i

otra parte;

i

que

se

que habría completa

nombraría una Junta pro-

«visoria de gobierno, bajo la dirección del jeneral Freiré.»

La Junta

compuesta de los señores don José Tomás Ovalle, don Isidoro Errázuriz, i don José María Guzman, teniendo por secretario a nuestro conocido, el prebístero Franco, quien, ayudado por el padre Hipocreitía, había llegado al fin a poner los pies dentro se instaló,

de

los

umbrales del gobierno, objeto único de

las

aspiraciones de

aquel ambicioso clérigo.

El carácter

gabán

i

los principios

de los miembros de esta Junta, hala--

las codiciosas esperanzas

de los reaccionarios; mientras los


por su parte, lo esperaban todo de Freiré, puesto a la ca-

liberales,

beza del

185

ejército.

Veinticuatro horas después de firmados los tratados, el jeneral

Lastra

dio cumplimiento, en la parte que le tocaba,

les

poniendo

en manos de Freiré las fuerzas de su mando. La honradez de este viejo soldado de la patria, contrastaba

da

deslealtad,

i

el

viendo que este jeneral estaba dispuesto a defender la Cons-

titución,

mo

la descara-

cumplimiento de su deber. reaccionarios estudiaban las intenciones de Frei-

de Prieto, quién defirió

Mientras tanto, los ré;

notablemente con

formaron

plan de debilitar sus fuerzas, haciendo al mis-

el

tiempo que Prieto conservase

las suyas.

Incapaz

el

jeneral

Freiré de sospechar ocultas miras en las operaciones de la Junta de gobierno, se dejó gobernar por ella;

i

creyendo que nada habia que

temer de parte de los revolucionarios, dispersó las tropas constitucionales que guarnecían a la capital, enviándolas a diversos puntos de las provincias. La Junta, entonces, empezó a tomar activas medi-

mano que los pelucones tenian premeditado. El 25 de diciembre destituyó en masa al cabildo de Santiago,

das para dar

el

golpe de

nombrando en su lugar

otro,

compuesto de sus partidarios;

i

diez

dias después,. decretó la destitución de todos aquellos jueces letra-

dos de las provincias que podian ser contrarios a sus proyectos.

Con dichas

operaciones, la Junta infrinjia abiertamente la Cons-

titución que estaba obligada a defender.

No

solo fué esto: la

al jeneral

Junta provisoria

se atrevió

aún a ordenar

de las fuerzas constitucionales, que separase de sus des-

tinos en el ejército a algunos de sus subalternos. Freiré abrió por

pero ya era tarde. El 17 de enero de 1830,

fin los

ojos;

Prieto,

demandando

negó redondamente

el el

cumplimiento de

ofició

a

los tratados, a lo cual se

jeneral revolucionario,

i

puso en movimien-

El golpe estaba concluyó por otra. Dos dias des-

to sus tropas para entrar en la indefensa capital.

dado: principió por una traición

i

pués, la Junta de gobierno deponía a Freiré, al jeneral Prieto.

La

i

nombraba en su lugar

noticia corrió por toda la república,

i

dispu-

ánimos a la guerra civil, comenzada por el partido reaccionario para posesionarse del mando, i alimentada en lo sucesivo por su mal sistema de gobierno, cuya base fundamental fué siempre la so los

persecución de todo hombre que abrigase ideas liberales. Fueron

dados de baja, no solo los principales jefes del partido republicano, entre los cuales se veía viejos soldados de la independencia (cuyas

virtudes

i

cuyos laureles no supieron ni apreciar ni respetar los

23


"- 186 -enemigos de

la libertad), sino

.

tambieu algunos subalternos,

mas de su leal amor a la república. Huyendo de las venganzas de aquellos que poco ran sú amigo,

salió

victi-

antes lo llama-

jeneral Freiré de Santiago el 18 de enero,

el

i

se dirijió a Valparaiso con el fin de reunir allí las tropas fieles a la

Bien pronto estuvieron bajo

Constitución.

las órdenes

de su

una semana desaines, zarpaba de aquel puerto la 2:)equeña expedición con rumbo al norte, valiéndose para ello de los buques de la escuadra, an-

antiguo

jefe, el

Chacabuco,

clados en la baliía,

i

el

Concepción

i

el Piideto;

i

llevándose consigo todos los pertrechos de

guerra que pudieron embarcar. La ludia, pues, no Labia concluido^ i

debia aun derramarse

Entre por

el

los

mas lágrimas

mas

i

sangre.

dados de baja estaba también Anselmo, cuya decisión

partido constitucional era tan conocida.

rraba de que

el

Aun mas

:

se susu-

gobierno tenia mui serios informes en contra del

joven, razón por la cual le aconsejaban sus amigos a éste que hu-

yese prontamente de la capital. Pero

el

joven, hallándose bajo el

imperio de las circunstancias narradas en los capítulos anteriores,

no podia resolverse a abandonar a su esposa, ni a dejar sus intere-

merced de sus ávidos enemigos. Don Cándido era uno de los mas interesados en que Anselmo dejase a Santiago, pues no podia permanecer tranquilo mientras frecuentase su casa un individuo sospechoso al gobierno, i mas todavía, i:>rotejido por el desgraciado jeneral Freiré. Desde que éste asumió el mando del ejército, el señor de la Rueda fué el ses a

primero en manifestar ardientemente su adhesión al popular llevando su

amor

al partido

jefe,

constitucional hasta el estremo de

predicar la persecución, sin cuartel, contra los enemigos de las santas instituciones,

como

él decia.

Sin duda queria hacerse perdonar

todo lo que antes hubiera hablado a favor de los reaccionarios,

pues no cesaba de pregonar el apoyo que él habia prestado i que estaba decidido a prestar en lo susesivo al partido liberal. Pero en ^

cuanto vio que este partido facilidad con que

una

caía,

cambió de ideas, con la misma impulsos del viento sobre la

veleta jira a

aguja de un campanario. Las visitas de Anselmo fueron desde entonces para

que

el

él

una verdadera

¡lesadilla.

gobierno dudase de su lealtad?

ciones con

un mozo

tildado de hereje

dadcíi? :o:

¿Cómo habia él de permitir ¿Cómo seguir teniendo relai

perseguido por las autori-


CAPITULO xxxir.

LUCINDA EN SU CASA

«La decepción

fué dolorosa. Aquel leclio estaba vacío; i en lugar de las sonrisas del amor, debia encontrar la nada, la realidad fria que iba a herir su corazón. Cayó de rodillas al pié del leclio; i estrechando con mano convulsa los cobertores de la cama, miró al cielo con dolor infinito, mientras con voz desesperada

esclamaba:

¡Dios mió! ¿qué te hacia ella para que la alejaras ele mí? ¿Qué te hacia yo para que me privaras de su amor?»

(R. Pacheco.

— El Puñal

i

la

Sotana.)

Los acontecimientos subsiguientes vinieron a satisfacer los deseos de don Cándido. Lucinda, cuerdamente aconsejada por doña Estrella, trató de tomar posesión de su casa, do la cual liabia querido adueñarse don MeHton, fundado en las disposiciones testamentarias de don ]\rarcelino. Después de vencer algunas dificultades, consiginó la hija de doña Trinidad posesionarse del hogar de sus padres, que no le fué


188

posible volver a ver sin derramar amargas lágrimas.

umbrales de su

Al

casa^ al recorrer los cuartos, al ver los

pisar los

muebles

i

otros objetos que recordaban su infancia, parecíale a la pobre niña

como que

Uno

volviera de

un largo

viaje o de

un prolongado

de los primeros cuartos endonde entró, fué

Allí estaban él bracero, la tetera

i

el

el

i

se acercó a la silla

vaqueta en que su padre se sentaba. Del respaldo de rosario

i

un escapulario

de su padre.

mate de don Marcelino. Lu-

cinda miró con tierno interés estos objetos,

ba un gran

letargo.

del

Carmen:

la silla colga-

tomó;

ella los

acercándolos respetuosamente a sus labios, oró por

de

el

i

autor de su

existencia. Salió de allí con el corazón oprimido de penosos recuer-

dos,

i

En un momento

su escursion por toda la casa.

prosiguió

recorrió todo con ansiedad febril

i

como buscando algo que

lo

le lii-

Dos veces pasó por enfrente del dormitorio de doña Trinidad, i no se atrevió a entrar. Al fin entró, i corriendo hacia el lecho, con los brazos abiertos, como si tratase de abrazar a su querida madre, dio un grito i cayó de rodillas junto al borde de la cama. Madre mia! esclamó; mi corazón te buscaba, i ha sido necesa-

iciera falta.

;

rio el

que yo vea desierto tu lecho para convencerme de que ya no te

veré mas!

Doña

Estrella

silencio su dolor,

i

Anselmo que

la

acompañaban, respetando en

apenas se habian atrevido a

dirijirle

algunas pa-

labras de consuelo. Pero viendo la necesidad de distraerla,

ronla de

allí

que

habia cultivado, hicieron

ella

i

la llevaron ?J jardín.

sacá-

La vista i el aroma de las flores mas que las tiernas palabras de

sus amigos, pues los grandes dolores no saben escuchar,

i

solo el

cambio de escenas puede a veces mitigarlos algún tanto. Apesar de esto, Lucinda escuchaba agradecida las amistosas palabras de doña Estrella; al tocar con la

mano

sentía aumentarse su

la realidad

advertían que no tenia

—Ah! querido mío!

i

de los hechos que a cada paso

mas apoyo que solía

amor por Anselmo le

su marido.

esclamar al oido de Anselmo; ¡qué seria

no fuera por tu amor! I luego agregaba en voz alta, dirijí endose a doña Estrella: ¿En qué consistirá, amiga mia, esto de parecerme que hace

de mí,

si

muchos años que me hallaba separada de mi

casa?

¡Pobre niña! no echaba de ver que los días dolorosos porque aca-

baba de pasar, eran para

ella

como muchos años de

vida!


CAPITULO XXXIII.

LEALTAD.

c(La mejor i principal garantía del orden es la libertad. Si un gobierno concede a los ciudadanos la libertad de ejercer sus derechos, sin amenazas ni presión, el (5rden está asegurado por sí

en bases mas indestructibles que las que podria prestarle

mismo, el

mas

i

re|)osa

aguerrido

(Y. Reyes.

i

numeroso

—Discurso en

ejército^»

las Cecinaras

Lejislativas. Sesión de 6 de jimio

de

1871".)

La dicha de Anselmo, como toda dicha de este mundo, no era completa. Aunque se hallaba poseedor del inapreciable tesoro por el cual

habia suspirado durante años enteros, bastábale ver en des-

gracia a su antiguo jefe, a su protector

tamente de

la

mas

feliz.

i

amigo, para no ser comple-

Casi se echaba en cara su propia dicha al acordarse

mala fortuna de su querido en la idea de reunirse con

poner su espada

al servicio

ge creía perdida del todo,

él

i

jeneral,

i

cada dia se afirmaba

con sus demás compañeros para

de la causa constitucional, que aun no


— Pero nadie sabia bácia CoqiiimbOj

190

Freiré al dirijirse con sus fuerzas

el objeto ele

todos sus partidarios sentían que

i

el

jeneral hu-

tomado nna determinación tan inconducente, pues no era hacia el norte, sino hacia el sur de la república, adonde debia haberse dirijido, en atención a que solo allí podia encontrar puntos de apoyo biese

para obrar contra las fuerzas reaccionarias. I era tanto mas estraña que

la determinación del jefe constitucional, cuanto

po de zarpar su pequeña escuadra hacia división, bajo las

puesto proa hacia

mismo tiem-

una parte de

el norte,

órdenes de los coroneles Yiel

al

i

la

Tupper, habia

con intención de alcanzar hasta Talca-

el sur,

hnano, en cuya bahía fondearon en los primeros dias de febrero de 1830. Allí supieron cjue la provincia de Concepción les era favorable,

pues los habitantes de

la capital se

hablan pronunciado por la

cansa liberal, deponiendo a las antoridadespeluconas,

mando de

la provincia al jeneral Rivera.

i

poniendo

Este mandatario se con-

dujo con sus enemigos políticos con toda la hidalguía

i

jenerosidad

características de los defensores de las ideas democráticas;

hechos volvieron a evidenciar que contra las personas,

i

al

los liberales

i

los

no abrigaban odio

que solamente hablan tomado

las

armas para

defender sus queridas instituciones.

En

efecto,

apenas se restableció

jefe de la provincia

mandó

políticos, bajo palabra

vincial,

i

el

orden interrumpido, cuando

el

sacar de sus prisiones a todos los reos

de no hacer armas contra

el

gobierno pro-

de que ninguno de ellos saliese de su respectiva casa hasta

nueva orden. Pero esta jenerosidad no podia ser dignamente apreciada por un partido sin ideas, animado por elodio mas implacable contra las instituciones republicanas, lleno de ambiciones personales,

i

que después elevó

el

fraude

i

el

engaño

al

rango de elementos

de gobierno.

Así fué que habia puesto

el

el

coronel don José María de la Cruz (a cuyo cargo

gobierno pelucon las fuerzas de la provincia) no tu-

vo el menor escrúpulo de faltar a su palabra, fugándose a Chillan endonde pudo reunir unos setecientos hombres con los, cuales se fué sobre Concepción.

Ko

parecía sino que los hombres del partido reaccionario hubie-

sen pactado secretamente entre

sí,

el faltar

a su palabra para con-

vertir a los liberales en víctimas de su jenerosidad.

Concepción estaba indefensa;

i

tan pronto como vieron los solda-

dos de la pequeña guarnición, que su antiguo jefe estaba con un ejército

a las puertas de la ciudad, empezaron a desertar pasando-


— se a los sitiadores.

191

Los pocos soldados que permanecieron

de la Constitución, desalojaron la ciudad;

la causa

pudo entrar triunfalmente en la pasiva

ella, sin

i

el

fieles

á

coronel Cruz

encontrar otra resistencia que

de los consternados habitantes, cuyajeneralidad se liabia

decidido por la Constitución.

J^ada de esto so sabia positivamente en Santiago. Corrian de boca en boca las noticias

ba

a. su placer,

mas

contradictorias, cjue cada cual comenta-

enjendrando aquí

i

allí la

esperanza o la intranqui-

El gobierno mismo no estaba mas adelantado, i tenia escasa noticia sobre el cambio que en las opiniones se liabia operado en el sur de la república. Para oponerse a esta reacción, habia dispuesto la Juntado gobierno, que eljeneral Prieto marchase hacia el sur a la cabeza de un ejército ele mas de dos mil hombres que él iba enlidad.

grosando a su paso por las provincias.

Anselmo

como todo el mundo, sin saber en dónde se hallaba Freiré, i detenido ademas por la dulce cadena del amor, estaba indeciso sobre el punto hacia adonde se dirijiria, cuando una desorientado,

circunstancia imprevista vino a decidirlo.

Después de mil conjeturas sobre se supo en

la expedición

de Freiré al norte,

Santiago que este jeneral volvía de Coquimbo con in-

tención de desembarcar sus tropas en el sur de la república. Los

amigos de Freiré,

i

especialmente Anselmo, se alegraron, pues la

reacción operada en el sur en favor de la Constitución, debía ser

alentada

i

protojida oportunamente.

Pero

la

buena noticia habia

llegado junta con otra mala: la escuadra liberal liabia perdido dos

buques

i

algunos hombres.

:o:-



CAPITULO XXXIV.

POLÍTICA DE LOS VENCEDORES.

«¡Oh, libertad! después te profanaron, un siglo de luz para matarte Tus altares de víctimas mancharon, I alcanzaron al fin a esclavizarte! Asesinos tu nombre proclamaron Del crimen i el terror hicieron arte» I en

(C.

W.Martínez)

Rejía en esos dias la Ilepública, don Francisco Ruiz Tagle,

el

cual

habia recibido (aunque no aceptado) formales instigaciones de parte del

padre Hipocreitía para que aprisionase

al peligrosísimo ene-

migo, Anselmo Guzman, que a su cualidad de ardiente pipiólo, reunia la de ser amigo

i

protejido del jeneral Freiré.

Pero esta última circunstancia fué aprisionado (como a otros serlo),

muchos

pues Ruiz Tagle apreciaba

la

que libró a Anselmo de ser

pipiólos, por la única las

razón de

buenas cualidades de Freiré, 24*


— de quien había sido amigo,

194

repugnaba obrar, sin motivos serios, contra im pariente cercano del jeneral enemigo. Por otra parte, el presidente conocia los motivos que liacian obrar al jesuíta, pues no ignoraba nada de lo últimamente ocurrido en la familia del finado don Marcelino de Rojas, i esto era otra razón mas para que Ruiz Tagle dejase tranquilo en su casa al joven Guzman. Desgraciadamente para éste, a las hipócritas insinuaciones del jesuíta, se unian los imperiosos consejos del clérigo Franco que de se-

mpeñaba dos res;

i

i

naturalmente

ministerios, el del Interior

i

le

el

de Relaciones Esterio-

último, se agregaba a todo esto, varias cartas dirijidas al

2)or

Presidente

i

a su Ministro Franco, en las cuales se les advertía que

Anselmo era un espía de Freiré i un enemigo del partido del orden (ya comenzaba a tomar este nombre, después de haber desordenado a todo el país) tanto mas peligroso cuanto mas rica era la herencia que esperaba por su matrimonio con Lucinda. El presidente,

mas

bien por no contrariar de frente al rencoroso clérigo, que por

dar crédito a sus palabras o a las cartas recibidas,

un

dia a Anselmo. Presentóse

frir

:^ste

en

un vergonzoso interrogatorio que

el palacio,

el

nera que pareció satisfacer al presidente; retirarse,

se acercaban.

cuando

No

se dejó oir fuera

tuvo

el

tavo

allí

mismo Ruiz Tagle

sobre sus relaciones con el enemigo. Contestó

do

i

mandó llamar

i

.el

que sule

joven de una

ya éste

le

hizo

ma-

habia ordena-

un ruido como de j entes que

presidente tiempo para preguntar la cau-

sa de aquel ruido porque la puerta de la sala del despacho se abrió,

mismo tiempo

i

al

i

ajitada-:

— Señor —¿Qué

se oyeron estas palabras dichas con

Tresidente! Tictoria^ tictoría!

hai, señor

dente

a.

dado en

—Yo

una voz ronca

Franco? Qué significa esto? preguntó

el Presi-

su Ministro, mientras los que lo acompañaban hablan quela antesala.

don Cándido de la Rueda con ajitada voz i adelantándose de entre los acompañantes. El caso Gs, señor. Presidente, que la relijion va triunfando, i que ese perro do Tupper ha muerto en Talcaliuano. Aquí traigo las comunicaciones que relatan todo el hecho, agregó el Ministro, mostrando a Ruiz Tagle unos papeles que llevase lo diré a Vuesencia, respondió

ba en

la

mano.

—*Señor- Franco,

le

interrumpió

el

presidente con tono severo:

ruego a Üd. que haga despejarla antesala; pero antes de esto (proBi^iiió

eu voz alta) seria bueno que Ud» hiciese ver a esos caballerso^


195

que es poco digno, poco humano,

el

— manifestar de ese

modo

su ad-

hesión al gobierno!

Franco

salió

de la sala refunfuñando, a tiempo que

pocreitía entraba

i

el

padre Hi-

decia confidencialmente a Ruiz Tagle:

—-Tiene mucha razón Vuesencia.

No

hombres que se dicen cristianos el alegrarse de la muerte de los enemigos, aun cuando éstos sean herejes. ¡Qué Dios lo haya mirado en caridad! Ruiz Tagle no contestó al jesuitapor estar embebido en la lectura es de

de las comunicaciones que su ministro acababa de entregarle.

Por

lo

que toca a Anselmo, que habia sido testigo de aquella

vergonzosa escena, fatal noticia.

sintió hervir la

sangre en sus venas al oir la

Habia muerto su querido jefe!

i

esta noticia habia lle-

nado de especial regocijo a sus crueles enemigos! Sin querer saber mas, bajó precipitadamente las escaleras del palacio, i al salir a la plaza vio con indignación que un grupo déjente del pueblo corria gritando:

— ¡Gracias a Dios que murió maldito — ¡Viva — ¡Mueran estranjeros descomulgados! Anselmo apresuradamente a su Anselmo? preguntó Lucinda en cuanto —¿Qué ¡Tú estás pálido! ¿qué ha sucedido? — Lucinda! respondió abrazando a su esposa: herejel

el

la relijion! los

se dirijió

casa.

tienes,

le

entrar.

lo vio

te

solícita

él,

¡traigo el

alma destrozada!

En

seguida le relató en breves palabras las escenas de que habia

sido testigo, agregando:

—Yo no podia

creer a

mis

ojos,

pues entre aquellas j entes que se

alegraban por la muerte de un hombre tan digno de mejor suerte, venian caballeros que se dicen respetables tianos. ¡Si hubieras visto al clérigo

i

que se tienen por

cris-

Franco con su manteo terciado,

su sombrero echado atrás, capitaneando a aquellos fanáticos!

Menos

que un sacerdote, parecia un capitán de bandidos vestido de sotanas! ¡Ah! Lucinda mia! ¡Qué tenga yo que dejarte!

— Qué

dices!

le

interrum[)ió ella. ¿Por qué te

has de separar

de mf?

— Porque mi deber me llama a otra querida mia. —Ah! nól Eso no puede esclamó Lucinda estrechando a su parte,

ser!

marido entre sus brazos. ¡Es imposible que tú pienses formalmente en dejar sola a tu esposa que te

ama

tanto, que

ha sufrido tanto


196

que te prometería, Anselmo mío, amarte mas, si me fuera posible amarte mas de lo que te amo! Estas últimas palabras fueron moduladas cerca del oido de An-

por

tí, i

selmo, con tal acento de ternura, que le fué a éste imposible contra-

con su contestación a su amante esposa. Ella liabia cesado de hablar: pero seguia hablando mas elocuentemente aún con sus ojos riar

preñados de lágrimas. Miróla Anselmo, el

viendo en aquella mirada

i

apasionado corazón de su mujer, inclinóse sobre ella cual

tase de respirar el

aroma de un manojo de

sus brazos. Sus alientos se confundieron,

flores

si

tra-

que tuviera entre

un doble beso resonó en

i

el espacio.

Al mismo tiempo pertó a los

un ruido de voces que desamantes esposos de sus sueños de oro. Quiso Anselmo se dejó oir afuera

abrir la ventana que caía a la calle para ver la causa de aquellas

voces que parecían de carácter amenazador, pero se detuvo al sentir varias pedradas que chocaron en las rejas de las ventanas.

— ¡Dios mió! esclamó Lucinda; ¿Qué cómo que atacaran que —Yo

así

me

querías dejarl Parece

significará esto?

la casa!

te esplicaré lo

i

Anselmo; o mas que dicen, pero no tengas

esto significa, respondió

bicQ, los asaltantes lo esplicarán.

Oye

lo

miedo. I mientras

puerta de

apresuradamente a hacer que se atrancase la Lucinda, temblando, se puso a escuchar el vocerío

él salia

calle,

que habia aumentado considerablemente. ¡Muera Freiré! gritaban. ¡Viva la relijonl

-^¡Ya ha muerto

el

condenado Tupper,

a poco todos los malditos herejes ¡Bala fria, muchachos! Bala

i

i

así irán

muriendo poco

j)ipiolos!

fria

•ÍOÍ'

contra el pipiólo

Guzmanl


CAPITULO XXXV.

EL

DEBER

I

LAS CIfíCUNSTANCIAS.

«¿Merecen nos

el

nuestros gobier-

nombre de republicanos?

En

vez de gobernar con el puepor el pueblo i para el pueblo, han gobernado con el partido, por el partido i para el par-

blo,

tido.»

(Justo Arteaga A. Discurso^ Agosto 4 de 1870.)

«Bajo

la influencia

mala política

de una

se pervierten los

mejores talentos i los mejores caracteres: desaparece la dignidad de la intelijencia, i la probidad del corazón».

(Domingo Arteaga A. curso.

Lucinda

se liabia hincado

— Octubre

14:

Disde 1^11.)

a rezar en un ángulo de la pieza: las

pedradas continuaban resonando en las puertas de las ventanas, cuyos vidrios caían hechos trizas.

—Ya ya ves

ves, querida

la suerte

que

Lucinda, dijo Anselmo entrando de nuevo;

me

espera

si

me

quedo en Santiago.


198

—Pues nos retiraremos a de haciendas. — querida mía! Todavía no podemos

aquí, en

vivir lejos

Ali!

herencia nos pertenezca mientras

el

nná de nuestras

saber qué

padre Hipocreitía

cosa de tu i

don Meli-

ton tengan en su poder esa arma contra nosotros....

—¿El primer testamento de mi padre? pero pasará. — —Estoi Pero, díme: ¿no está anulado ese primer tamento por segundo? —Es cuestión de Lucinda; ya echarás tú de ver tranquilízate, esto

Sí, hijita;

tranquila...

tes-

el

tribunales,

estando

el

i

si

poder en manos de nuestros encarnizados enemigos, po-

dremos tener

fe

rromper. Nó,

hijita, es preciso

en los juzgados que ellos han empezado ya a co-

que yo salga pronto de

aquí....

— Bien! interrumpió Lucinda con ¡Está Salgamos: yo acompañaré.... — Pero, advierte que yo tengo que guerra quieres —Note detengas; concluye: — Es verdad, respondió tristemente joven. — Pues yo no tengo miedo en acompañarte cualquiera que sea exaltación...

bien!

te

ir a. ...

decir?

¿a la

el

el

lugar adonde quieras

ir.

¿No

soi

tu mujer?

Anselmo por toda contestación abrazó a su

idolatrada esposa,

diciendola:

—Lucinda:

¡eres

el áujel

de mi dicha!

No puedo

esplicarte lo

que siento al tener que separarme de tí; pero un deber sagrado me llama cerca de mi jeneral, de nuestro amigo, i mas que todo eso,

Lucinda mia, del protector de nuestros amores. ¿Te acuerdas cuándo sus palabras nos alentaban dándonos esperanzas sobre nuestra unión, que a veces nos parecía imposible? Ahora, él se encuentra en el campo de batalla, i yo debo correr a su lado. La ]3atria reclama mis servicios, i es preciso que desenvaine esta espada en defensa de nuestras instituciones rencia que

i

nuestra libertad, la

podemos dejar a nuestros

hijos.

mas

preciosa he-

¡Oye las voces de esos

hombres feroces que quisieran beber mi sangre porque he dado la mia por darles libertad a ellos mismos! Ellos no saben lo que dicen ni lo que hacen, pero han sido azuzados por los jefes de un partido sanguinario, que, a nombre de la relijon, predica la matanza i trabaja por implantar en Chile el despotismo

de

él se derivan.

¿Cómo permanecer

i

a sangre

todos los vicios que fría,

viendo que los

enemigos^de la democracia se han adueñado del gobierno? ¡Perdó-

name, Lucinda, que

te

hable

así,

pronto nos volveremos a ver!...


— Tú

199

doña Estrella^ quien ya

te quedarás con

me

lia

ofrecido su

casa.

Lucinda callaba mientras tanto; pero se conocía la violencia que tenia que hacerse para no contrariar a Anselmo. Ya la bulla liabia cesado en la calle, i los grupos se hablan deshecho, yéndose a alborotar otras calles

i

apedrear otras casas de pipiólos.

Anselmo llamó a su

asistente que le servia de portero,

i

de cuya

fidelidad tenia repetidas pruebas.

— Pedro, mañana de aquí: prepara yo tengo que caballos. mi capitán? preguntó Pedro. —¿Nos vamos respondió Anselmo. — Me -I yo? —Tú quedarás aquí. — Pero ¿No dices que me quieres? — — Mas que a mi por eso me' admira de que me ordene quedarme. —Porque quedándote me darás una prueba de tu le dijo:

salir

los

al sur,

iré yo,

te

^-

Calla.

vida,

i

fidelidad

riño por mí. Te encargo a Lucinda:

si

algo

le

i

ca-

sucede por tu des-

cuido... •

—Ya entiendo, mi

capitán.

La

señora tendrá en

mí un

perro dis-

puesto, no solo a ladrar sino a morder al que trate de hacerla el

menor daño.

—Está

búscame un buen baqueano que me acomcamino de la costa. Será bien pagado.

bien. Ahora,

pañe a Talca por

el

Pedro saludó militarmente

i

se retiró a

-:o;

cumplir su comisión.



CAPITULO

XXX VI.

ANSELMO SE DESPIDE DE ANDRÉS.

«Así perece la infancia I la blanca juventud,

Del. patricio la arrogancia, Del patriota la constancia, I la voz de la virtud.»

(Domingo Arteaga A.) Habiendo tomado su resolución, Anselmo

doña Estrella; i después de haber hablado con ésta, se dirijió a la morada de su amigo, el capitán Andrés Muñoz, a quien le comunicó su proyecto, creyendo que su antiguo compañero seguiría su ejemplo. Andrés dejó hablar a su amigo, i cuando hubo concluido, le dijo se fué a casa de

con tristeza:

—Te acompañaria, Anselmo; pero mi mala suerte me impide. —¿Por qué? — He dado mi palabra de honor gobierno actual de no hacer lo

al

armas contra

él,

25


— —¿Tú, uno de

202

que mas lian peleado por

los soldados

el sosten

de

nuestras instituciones?

^Es cierto,

Anselmo, que

lie

derramado mi sangre por esa cau-

porque la creo santa. Estaría dispuesto a dar mi vida por

sa,

ella.

un hombre, i mas cuando ese hombre es un soldado? Una puñalada, un sablazo, una bala tirada al acaso, pueden cortarla en un momento... Pero cuando de esa vida depende ]a de ¿Qué

es la vida de

otros seres queridos e inocentes... Mira...

Andrés no concluyó su espresion; pero mostró con el dedo a su amigo las ventanas de una pieza que estaba enfrente del cuarto endonde hablaban. Miró el joven, i al través de las rejas vio a Cecilia sentada con un niño en los brazos, mientras otros dos mayores se entretenían en jugar alegremente al rededor de su cariñosa dre.

Este cuadro, digno del pincel de Kembrandt, oprimió

zón de Anselmo porque

ma-

el cora-

memoria su separación de Lucuyas últimas palabras resonaban aún temblorosas en sus

cinda,

le trajo a la

oidos.

Pero haciendo un esfuerzo sobre

mismo,

— Te comprendo, Andrés! — tengo, a quien encargar dijo éste,

ISTo

lia...

los dejase aquí

i

a los niños... ¿qué seria de ellos

yo

si i

ren-

también quise acompañar a Picarte para reunir-

con Freiré en Valparaíso; pero i

cuidado de mi fami-

abandonados a merced de hombres irritados

corosos.? ¡Ah! yo

pared,

amigo:

sabes que este gobierno, no solo persigue a sus enemigos,

sino también a las mujeres

me

el

dijo a su

me pusieron

entre la espada

i

la

juré no hacer jamas armas contra estos traidores!

— Comprendo tu posición —En cuanto a prosiguió i

tí,

te

compadezco, respondió Anselmo. alabo la determinación

el capitán,

que has tomado... Vete a reunir con Freiré

i

dile...

Nó! no pronun-

mi nombre ante mis antiguos compañeros! Solo te digo que pueden estar seguros de mi amistad, i tú mas que todos ellos! cies

joven. ¡Adiós! — Lo amigo mió, tristemente —Adiós! Anselmo ¡qué victoria acompañe —Dime, Andrés, esclamó de repente Anselmo ¿no podrías. el

dijo

creo,

la

siem2)re!

te

:

nó... es preciso

Pero

que cumplas tu palabra empeñada... Adiós! otra

vez... Despídete por

—Así

. .

lo liaré,

mí de

tu esposa,

i

dile...

interrumpió precipitadamente Muñoz. ¡Pobre Ce-

mirando tristemente hacia la ventana endonde se divisaba su familia reunida. Mejor es que no vayas a despedirte de cilia!

prosiguió,


— Evitémosle un mal

ella...

mió!

203

raijo...

¡Ha tenido que sufrir

tanto,

amigo

.

Al

decir esto, se abrazaron;

con las lágrimas en los

i

ojos, se se-

compañeros a quienes talvez estaba reencontrarse bien pronto el uno enfrente del otro en el

jDararon estos dos antiguos

servado

el

campo de

batalla.

— ¡Maldita sea país

i

la

lucha que así divide a los

liijos

de un mismo

que obliga a la patria a destrozarse las entrañas con sus pro-

Andrés cayendo sobre una silla. En seguida se puso de pié como por un movimiento febril, i empezó a pasearse a lo largo del cuarto con una ajitacion que revelapias armas'! esclamó

ba bien claro

— ¡Ah!

la intranquilidad

decia,

como

si

de su alma.

su amigo pudiera

oir sus

entrecortadas es-

presiones: tienes razón, Anselmo! Tienes razón en

por haber tenido que renegar de mi bandera.'..

¡I

compadecerme

quién sabe

si

de-

Porque aquí, en mi conciencia, siento que es algo como una traición esto de quebrar su espada cuando podría esgrimirla contra los enemigos de mi causa!... ¡Fatalidad de mi suerte! ¿Por qué no me mató una bala en el campo de biera yo decir: ¡por haber traicionado! ..

,

Ochagavía? Pero nó! Soi un insensato!... Gracias, Dios mió! por

haberme conservado de mis

hijos! Sí! prosiguió,

¡he jurado no

mi pobre mujer i empuñadura de su sable:

esta vida, que es la vida de

apretando la

hacer armas contra esos miserables traidores; pero

también juro ahora no pelear a su lado céntralos amigos de

la re-

23Ública!

En

aquel

momento entró

al cuarto, Julia, la liijita

mayor de An-

drés.

— Papá! esclamó con de su padre. preguntó —¿Qué — üd. ¿por qué está —Yo no mia! — entonces yo tampoco la niña,

las

lágrimas en los

ojos,

al

notar

la tristeza

tienes?

éste

le

I

acariciándola. ¿Por qué lloras?

triste?

estoi triste, hija

I

lloro,

contestó la niña sonriendo mien-

tras se limpiaba los ojos.

Abrazóla Andrés; por

las

una lágrima que rodó tostadas mejillas del soldado, cayó como el bautismo de la i

al besarla en la frente,

desgracia sobre los ensortijados cabellos de la niña.

:o:-



CAPITULO XXXVII.

LA BARRA DE CONSTITUCIÓN.

c(Es una torpeza en un hombre de estado cerrar la puerta para toda conciliación, i poner a sus adversarios en la alternativa de perecer o combatir.»

(M. L. Amunategui.

—Dictadura

de

O^HigginSy capitulo XI,)

«Cuando im pueblo

se

divide en

vencedores i vencidos, en verdugos i víctimas; cuando el gobierno jamas perdona, sino que persigue sin tregua a sus adversarios rendidos en tal caso, es buena i iitil, justa i santa la reacción que se intente para restablecer el equilibrio perdido.))

(Marcial González. i

Pero Tupper no noticia,

liabia

—Los ¡xroscntos

las letras.)

muerto;

i

hé aquí

el oríjen

do esta falsa

que tan de buen humor habia puesto al behcoso clérigo

jTranco.

Según hemos dicho en

el capítulo anterior,

Tupper

i

Viel hablan

llegado a Talcahuano en el bergantin Constituyente poco después do


206

Concepción a favor de la cansa

la sublevación de

cnatro lioras despnes de liaber fondeado ellos en

el

liberal. Veinti-

pnerto antedicho,

llegaba a la isla Quiriquina, sitnada en la boca de la estensa bahía, el

bergantín Aquiles, de la escnadra pelucona, qne habia seguido la

pista al

Constituyente.

AqiáleSy atacándolo

al

Tupper concibió el proyecto de tomarse abordaje por medio de lanchas que solo

liabian de servir para conducir sus soldados.

bastó para formar

el

proyecto

i

Una

al le

sola tarde le

preparar su jente, que hizo embar-

car en ocho lanchas en cuanto las sombras de la noche cubrieron la

La noche

bahía.

era oscura

i.

el

mar

estaba en calma. Los asaltan-

tes alcanzaron a rodear el bergantín,

el

habrían acertado su atrevido

no hubiesen sido descubiertos a tiempo de aborbuque. El combate fué corto, pero terrible. Se peleaba cuer-

golpe de manos,

dar

i

si

po a cuerpo. El mismo Tupper, herido en un brazo, cayó al agua i se le creyó muerto,, por amigos i enemigos, lo cual decidió la victoria en favor de los asaltados. Los asaltantes fueron rechazados; pero tuvieron la felicidad de salvar la vida a su valiente liabia conseguido

permanecer a

flote

juiíí

ylih)

nime,

jefe,

que

a quien recojieron casi exá-

i

Por manera que el placer del anibicioso i feroz clérigo, se tornó en rabia cuando se supo después en Santiago que el bravo coronel, lejos de haber muerto, liabia tomado por asalto, en unión con Yiel, la plaza de Chillan defendida. por el coronel don José María de la Cruz, cuyas fuerzas eran el doble de la de los sitiadores.

Poco después de estos sucesos,

es decir, a fines del

mes de marzo,

llegó Freiré al puerto de Constitución con solo dos buques el bergan:

tín Aquíles,

endonde iba

ta Dilijente.

A

liberal,

Dos de

estos dos

compuesta de éstas,

la

él

i

la

mayor parte de

los oficiales,

buques habia quedado reducida

seis

embarcaciones al

balandra Juana Pastora

i

el

salir

la

i

la gole-

escuadra

de Coquimbo.

bergantín

Dos

Iler^

manos, liabian sido capturadas casi en las aguas del puerto antedicho por la goleta contraria

Colocólo.

Los otros dos bergantines

(Railef i Olifante), habían navegado en convoi hasta la costa de la

Navidad, endonde, combatidos por una tormenta, estuvieron a

punto de perderse con mas de trescientos soldados del Concepción del Chacahuco que conducían, al

mando de

coronel Rondizzoni

coronel Castillo.

barcar la tropa,

i

el teniente

sus respectivos jefes, el

Hubo que desem-

después de lo cual se fué a pique

habiendo determinado

los

i

el

Olifante. I

antedichos jefes conducir sus soldados

por tierra hacia Constitución, volvióse

el

Railef a Valparaíso,


^ Nada de esto sabia Freiré, momento a otro los buques pero

207

que esperaba ver llegar de un

así es

atrasados.

La

tropa estaba en tierra;

jeneral no liabia querido desembarcarse, manteniéndose en

el

observación con su bergantín listo para prestar auxilio a sus otros

buques en caso necesario. Mas habiendo tenido noticias de que Rondizzoni, i Castillo se acercaban por tierra; i sospechando lo su-

momento. Aunque los conocedores le hicieron ver los peligros que ofrecía la poca agua de la barra de aquel puerto, famosa en siniestros, a lo cual se agregaba el mucedido, determinó desembarcar al

cho calado del Agutíes^ no desistió de su idea j)uerto.

Los temores

se realizaron,

i

el

i

ordenó entrar en

el

bergantín encalló en un- ban"

co de arena, abriéndose por la proa.

Un

grito de horror fué lanzado

multitud de jentes que desde la playa presenciaban la

j)or la

ble escena,

i

al

momento

se prepararon varios botes

i

terri-

lanchas para

socorrer a los náufragos.

El buque, combatido perlas marejadas del sur, que cual ariete, inmenso golpeaban su costado de babor, se iba abriendo cada vez mas i hundiéndose por la popa. Cada marejada arrastraba una parte de la obra muerta, llevándose ya un marinero, ya un soldado de' los que hablan quedado abordo. El golpe de las olas sobre el casco, .

el silbido del

viento por entre la arboladura, el chasquido de las

cuerdas que se cortaban,

i

el

crujimiento seco de los mástiles sacu-

didos en su base, formaban un ruido aterrador.

Los botes se habian echado al agua, una gran parte de la tripulación.

El jeneral, de

pié, cerca

de la proa

te de la obra muerta, parecía

que

lo

i

i

embarcadose ya en .

asido fuertemente a

empeñado en no bajar a

aguardaba, hasta que no desembarcase

Habiase atado a

la

borda

el

descendía hasta la lancha,

el

ellos

una parlancha

la

último hombre.

estremo de una escala de cuerda que por ella acababa de bajar don Ni-

i

colás Freiré, sobrino del jeneral, quien gritaba a su tio que descen-

diese pronto.

El buque seguia crujiendo horriblemente, i amenazaba hundirse de un momento a otro cuando el jeneral bajó a la lancha. Desgraciadamente

el

mar

estaba ajitado,

i

las corrientes del sur

la lancha hacia la playa de Quivolgo, en cuyos

han perdido tantas embarcaciones. De unos habian quedado atrás, rio,

i

solo

una lancha

i

las

impelían

bancos de arena se

demás lanchas

i

botes,

otros iban entrando por la boca del

se habla perdido enfrente de

rocas llamadas las c(Ventanas.í>

las jigantescaa


- á08 Por en medio de estas rocas atravesaban

el

mar

parecía vomitar

olas

que

canal de entrada, dificultando el paso hacia el inte-

el

Al pasar por

punto antedicho, la lancha del jeneral sufrió, de costado, el choque terrible de una marejada que hizo volver su proa hacia el norte, poniéndola en inminente pelirior del puerto.

gro de perderse, pues

el

timón se habia quebrado;

una segunda marejada

virar,

La

tripulación

el

la llenó casi

i

no pudiendo

de agua.

hacia grandes esfuerzos por enfilar la corriente

del rio; pero la falta del timón les impedia maniobrar en este sentido.

Ya creían

tres lanchas

i

su pérdida segura, cuando vieron venir hacia afuera

un

bote, impulsados

la corriente del reflujo.

El bote

i

no solo por

una de

los remos,

sino por

las lanchas venian adelan-

te; las otras

dos lanchas se habian quedado atrás como temerosas

de arrostrar

el peligro. Este,

en efecto, era considerable en aten-

ción a que, para llegar a la lancha amenazada, se debia virar hacia el noroeste, lo

que esponia a recibir por

el costado

las repetidas

marejadas de las ((Ventanas.»

Al enfrentar a estas rocas, el bote se adelantó rápidamente, i el jeneral Freiré pudo ver que el oficial que allí venia con dos marineros, era Anselmo Guzman. Anselmo! gritó Freiré, no te espongas a una muerte segura!

Mira que tir el

es imposible

golpe de la

que esta embarcación tan débil pueda

resis-

ola!

Pero Anselmo, saludando con la mano a su jeneral, labra a los dos marineros i requirió el timón.

dirijió la

pa-

El bote volvió con la prontitud de un lijero corcel i se lanzó como una flecha hacia la lancha, a la cual le era imposible salir de un remolino formado por las encontradas corrientes. En balde quisieron los bogadores neutralizar con los remos el empuje de la marejada, a fin de evitar un pehgroso choque contra la lancha: el bote chocó contra la proa de ésta, haciéndola virar hacia el sur

sando unas diez o doce brazas adelante. Con

el

i

pa-

cambio de posición,

ya en mui mal estado, recibió por la popa un terrible golpe de ola que acabó de abrirla, llenándola de agua. Afortunadamente uno de los marineros del bote habia lanzado al pasar un cabo que otro marinero de la lancha pudo cojer en el aire; i hé aquí porque aquella embarcación, a pesar de la velocidad que traia,

la lancha,

no

se habia alejado de la lancha sino el largo de la cuerda.

dos de ésta, pudieron atraer hacia ellos

el bote,

Toma-

a tiempo que la

desencuadernad^, lancha se hundia bajo de las olas.


.

209 -^

Solo quedaron flotando los que sabían nadar.

En

momen-

aquel

supremo fué cuando don Nicolás Freiré, viendo que su tio luchaba en vano contra la corriente, se lanzó hacia él; i tomándolo de un brazo, pudo llevarlo a nado hacia el bote en el cual solo se veían los dos marineros de su tripulación, otros dos de la lanc ha i un

to

oficial

que llegó después nadando.

¡Ha muerto! esclamó vién— Anselmo? preguntó fondo del dolo exánime en marineros que ocupaba de respondió uno de —Nó, cabeza del joven. atar con un pañuelo —Respira! con alegría jeneral examinando de cerca el jeneral.

¿I

bote.

el

se

los

señor,

la

dijo

que amaba como

si

al

el

faera su propio hijo... ¡Pronto a tierral

gritó.

Pronto! pronto!

Mientras

bote se dirijia hacia el desembarcadero, le contaron

el

que, al dar éste contra la lancha, le había sido imposible a Ansel-

mo

evitar que su cabeza chocase con la proa por debajo de la cual

había pasado

El golpe lo aturdido

el líjero

le

bote con estrema velocidad.

había roto

dejándo-

la frente cerca del ojo izquierdo,

instantáneamente; pero pronto empezó a dar señales

de vida. Sin embargo, no hablaba

i

parecía atacado por una fiebre

que algunos momentos después se hizo violenta. Llegados a

tierra,

pusiéronlo sobre una camilla improvisada,

i

cuatro soldados lo llevaron al alojamiento del jeneral. Este, que lo

mayor interés, ordenó que cama, sentándose él mismo a la cabecera

atendía con el

lo

acostaran en su propia

del enfermo.

El cirujano habia examinado i curado la herida, declarando grosa la fiebre que se habia producido. El enfermo empezó a

pelideli-

rar:

— ¡Pobre Lucinda! esclamó con palabras entrecortadas.

Ven, mi

¡Mas todavía, porque apenas tengo El corazón no te engañaba cuando me de-

querida esposa; acercante! fuerzas para hablar!...

cias.llorando que yo liabía de venir a morir aquí!...

dejarte para siempre!... ¡Pero, perdóname,

alma

¡Que yo iba a

mía...!

¿Cómo no

habia yo de venir a com})artír la suerte de mis com})añeros de armas?... ¡Tú sabes cuánto

me

era tan dulce aquel lazo que

mi

quei'ido jefe,

rra... sin volar

mi

costó separarme de tus brazos!...

me

protector...

detenia!...

Ahí

Pero, ¿cómo dejar que

sufriese solo las fatigas de la gue-

a su lado para pelear contra los malvados que

lo

han engañado tan miserablemente?... Oyes Lucinda?... ¡El amor me manda quedarme junto a tí... pero el deber me ordena poner al


— servicio

de la república esta espada que

regaló!... Adiós,

El

210

el

inmediata.

Freiré

me

Lucinda! Adiós!...

caer exánime sobre

la

almohada. El jeneral, que se

miraba lleno de emoción; enfermo, cuando él, volviendo

de su asiento,

mismo jeneral

haciendo un esfuerzo como para levantarse, volvió a

febrítico,

de hablar

el

lo

No

quería que

i

liabia alzado

no bien hubo concluido

la cara, entró

en la pieza

sus oficiales allí presentes lo viesen

llorar.

:o:


CAPITULO xxxviir.

EL

CONSEJO.

«Menesos sentía nna

ropuonancia jjor toda innovación, i estaba mui distante de poner su voluntad o su Lrazo al servicio de una política que no hubiese recibido el aliento de su propia iusi)iracion.)) (R.

SoTOMAYOR Valdez.

o'ran

— El Minis-

tro Portales.)

La pobre Lucinda siendo víctima de la le dio el él. i

liabia

mas

quedado desolada en

la ca})ital,

cruel zozobra, pues desde (pie

i

s^eo-uia

Anselmo

último abrazo de despedida, no habia tenido noticias do

Por fortuna

la

pobre niña liabia encontrado en Andrés ^Munoz

en Cecilia (para quienes Anselmo dejó una

lari^a carta encara-án-

doles a su querida esposa), liabia encontrado, decimos, cu los dig-

nos amigos de su marido, un consuelo que

le

hacia

mas

soportable

una persona con quien hablar íntimamente de su esposo, era para ella una verdadera ue-

la soledad de su corazón. Tener cerca de sí


oí 9

cesidad; asi fué que, habiéndole rogado Cecilia que &e fuese a vivir

a su casa, mientras volvia Anselmo, Lucinda aceptó con gratitud la

buena amiga,- i se trasladó a casa de Andrés. Pero esto no bastaba para trancpiilizar el combatido espíritu de hija de don Marcelino, para la cual los dias eran cada vez mas

oferta de su

la

largos. Acostábase todas las noches con la esperanza de que al dia

siguiente llegarian noticias del sur; })ero amanecia el dia siguiente,

i

las noticas

no Ihígaban;

si

i

llegaban, eran tan contradictorias

que mas servían para desorientarla que

])ara conocer la verdad.

El gobierno mismo no estaba mas adelantado sobre lar;

i

tanto a

él

como

al partido pipiólo, les sucedía lo

interesado en la realización de

mentaba a su modo tal;

i

un hecho

el particu-

que a todo

cualquiera: cada cual co-

las contradictorias -noticias llegadas a la capi-

despreciando las adversas, daban acojida solamente a las

que estaban acordes con sus mas ardientes deseos. "Por fin llegó a saberse, de

de Freiré en Constitución; dar lugar a chismes

i

una manera

i

fidedigna, el desembarco

las conjeturas

i

chismes cesaron para

No

conjeturas de otra especie.

faltaba quien

asegurase que Freiré habia nmerto ahogado; ]3ero otros mos-

traban cartas de puño ción. ETabia quienes

im gobierno como

el

i

letra del jeneral, escritas desde Constitu-

miraban como una locura

el

querer derrocar

de la Junta, tan sólidamente establecido ya;

mientras que otros, perdonándole al jefe pipiólo su antorior estravío, lo

miraban como

al

redentor de las libertades públicas,

esperaban todo de su heroísmo, con una

fe ciega

en

i

el prestijio

lo

de

su antigua gloria.

Por su parte,

el gobierno, se

habia reunido en consejo para resol-

ver sobre las m.edidas que convendría adoptar. ¿Debia esperarse a

marcha hacia

Freiré en Santiago o salirle al encuentro en su capital?

aquí una cuestión de

suma trascendencia que

una solución tanto mas pronta i como el presente, el éxito depende

enérjica cuanto que, las

mas

la

requería

en casos

veces de la prontitud

i

de la enerjía en las operaciones. Pero era menester oir la opinión de los prohombres del partido; i en consecuencia, fueron llamados al Consejo los amigos

mas

íntimos, éntrelos cuales se distinguian

nuestros antiguos conocidos don Víctor Dorriga Buita,

i

el

incansable je-

quien ya no hacia misterio de su adhesión a los relijiosos pe-

lucones,

i

hablaba de

las ideas anticristianas

de

los pipiólos,

no

solamente dentro del palacio del gobierno, sino también delante ds los amigos de su antiguo confesadoj

el

jeneral Pinto.


— Señores! ;

dijo el ardiente

clérigo Franco,

bien que tomando la ])alabra: va sabemos

el

arrebatando,

mas

arribo del revoltoso

Freiré a la !N"ueva Bilbao....

— Constitución, señor, interrumpió don Francisco Ruiz Tagle. — Constitución o í^ueva Bilbao, poco importa por abora nomle

'

el

que no po-

bre, replicó, terciándose el m'anteo el antiguo realista,

nombres dados por los republicanos. Lo que importa es saber, como ya lo sabemos de positivo, que el revoltoso enemigo del orden lia desembarcado en aquel, día avenirse ai\n con dar a los lugares los

puerto. Mas, por gracia de la Divina Providencia, que tan evidente-

mente

ha podido Freiré desembarcar allí sino con mui pocos soldados. Siendo como es un iluso, no es extraño que pretenda venir a arrebatarnos el poder que Dios ha puesto en nuestras manos, i que la relijion misma nos ordena i manda defender a todo trance, muriendo, si es preciso, antes que entregarlo a los que tan mal uso saben hacer de él. Esas pretensiones del candido Freiré las vemos reflejarse aquí en el semestá favoreciendo nuestra santa causa, no

blante de sus crédulos ade})tos, que llenan esta capital,

i

de los

debemos defendernos i librarnos, antes que de su ya des. prestijiado jeneral. Tenemos, pues, al enemigo en casa; por manera que no me parece prudente dejar indefensa esta ciudad, enviando nuestras fuerzas a combatir contra un enemigo casi reducido ya a la impotencia, i que la Divina misericordia acabará de.... cuales

— aténgase a Vírjen —¿Qué decia üd., señor mirada chispeante. —Decia, respondió la

Sí!

i

no corra! interrumpió 'Aldeano son-

riendo.

don llodrigo? preguntó Franco con

el interpelado,

que, cuando S6 divisa

conveniente a nuestra marcha, es preciso quitarlo del camino, otros,

ir

pronto hacia

un

él,

in-

para

no esperar que ese estorbo ruede hacia nos-

i

porque puede llegarnos mui crecido!

— Pues yo creo que ese inconveniente, de disminuirá, porque llegará hecho pedazos a nosotros. — ¿Por virtud del Altísimo? preguntó Aldeano. — NóJ sino por su respondió Franco, moviendo su al coiitrario

lejos

cre-

cer

proi)ia virtud,

brazo como quien juega •

— Pues

pocreitía.

yo

soi

Mas

al sable.

del parcííer del señor Aldeano, dijo el padre líi-

fácil es

pasar

el

curso de un rio en su nacimiento

que mas adehmte....

— En cuanto a mí,

interrumpió Franc(>, halh^ mas

iucil

pasar


— comente

la

en

cuando parte de sus aguas

rio,

se lian

consumido

camino.

el

del

214 -.

I

lian sido

¿si

aumentados con

ricos afluentes? replicó el je-

suita.

— Oh!

esclamó don Diego Portales, que estaba sentado cerca

del presidente; hablen de

DiosI

modo que

Don José Tomás me acaba de

por

se entienda,

decir que no

el

amor de

ha comprendido

palabra de lo que han dicho ustedes!

—Yo

no he dicho eso, replicó el presidente mirando de reojo a Portales. Lo que he dicho es que aquí hemos venido a ver si conviene o nó enviar tropas al sur. ¿Qué le parece a Ud., señor Dorriga:

—Yo creo que

debieran ya estar nuestros soldados a orillas del

Maule, respondió con voz clara don Víctor. Verdad es que Freiré tiene ahora pocos soldados;

que aumente sus fuerzas,

mas

j)oy lo

mismo debemos impedir

lo cual conseguirá, si llega

a Talca

sa prontamente a Colchagua, cuyos habitantes son, en su parte, pipiólos.

Es menester que no nos engañemos:

pa-

i

mayor

Freiré tiene

muchos partidarios entre el Maule i el Cachapoal; por consiguiente, no debemos dejarlo poner el pié en esos centros de población, endonde puede formar i equipar un ejército. Es preciso, pues, irnos en derechura al Maule, dir el paso a los

i

ojalá

no sea demasiado tarde para impe-

soldados de Rondizoni

de Castillo, que harán

i

por reunirse cuanto antes con su jeneral. Prevaleciendo

que alistase su

parecer de Dorriga, dióse orden a Prieto de

ejército

para ponerse prontamente en marcha ha-

cia el sur.

La Junta nombró

sucesos posteriores probaron

Junto con

mismo don

auditor de guerra al

las noticias

el acierto

Víctor,

i

los

de este nombramiento.

que tanto preocupaban a los pelucones,

habia llegado la del siniestro acaecido en la barra de Constitución.

Lucinda oyó, mas muerta que viva, miento que tan cruelmente la heria en

la relación el

corazón;

de un acontecii

como no

falta-

ba quien dijera haber visto cartas de Constitución en que se hablaba de la segura muerte de Anselmo, la ])obre niña se resolvió a ir ella en persona, i

a prestar los indispensables servicios a su esposo;

rogaba a Dios que

lo

si

conservase siquiera

mo

aliento.

En vano

habia de morir el

el

hombre que tanto amaba,

tiempo necesario

le hicieron ver,

j^ara ir a recibir su iilti-

Andrés

i

Cecilia, los peligros

a que se esponia con un viaje tan largo, por caminos intransita-


OÍ5 bles,

plagados de salteadores,

conmovido por

rio

guerra

la

teniendo que atravesar un territo-

i

no escuchando mas que

Ella,

civil.

a su corazón, allanaba todas las dificultades que Muñoz trataba de pintarle con los mas vivos colores; i siendo el amor tan inj enlo-

un proyecto, como

so j^aTa concebir

activo

i

enérjico para llevarlo

a cabo, en menos de veinticuatro horas, ya Lucinda habia preparado su pequeño equipaje de viajero, agregando a

completo de hombre, que Pedro

le

él

un vestido

aconsejó llevar.

Viendo Andrés que nada podia disuadir a Lucinda de su pensamiento,

mos

acompañarla; pero por desgracia, en esos mis-

resolvió

dias, recibió el capitán

de la ciudad, mientras

el

Muñoz

orden de no

la perentoria

salir

gobierno no dispusiera otra cosa, advir-

una

tiéndosele -que tendría que desempeñar, en pocos dias mas,

co-

misión importante en Valparaíso.

Bien conoció Andrés que no

nuevo gobierno,

i

se tenia confianza

en su lealtad al

que solo se buscaba un pretesto para separarlo

del ejército que pronto debia batirse con los liberales. Lejos de resentirse por esto, agradeció que se le tuviera por leal a las ideas

a que siempre habia servido; pero sintió grandemente

el

acompañar a Lucinda,

caminio de

la cual se dirijió al

Melipilla, que era la vía de

sur por

el

no poder

menos inconvenientes, en aquellas

cir-

cunstancias.

Vestida como una pobre mujer del pueblo,

mente por Pedro, para

mo

viaje,

evitar sospechas,

i

acompañada

sola-

emprendió su peligrosísi-

confiando en que llegaría a su término sin ser conocida,.

Al mismo tiempo que Lucinda se dirijia al sur, por el camino de la costa, (mui conocido por su fiel asistente,) el jeneral Prieto conduela su ejército hacia Talca, por el camino llamado entonces de la Concepción, que divide lonjitudinalmente el

Constaba

el ejército

montadas. Aunque, según

el

opinión respetaba grandemente

i

doce piezas de artillería bien

parecer del consejero Dorriga (cuya el

jeneral Prieto,) debia andarse en

'marchas forzadas para llegar a tiempo,

primeras lluvias habían

])or la

'no era posible

prontitud un ejército por una vía mala

tales dificultades,

lieciio casi

el

intransitable.

una semana después de dada

Junta de Gobierno,

atravesado

rio

mas de

pelucon de mil trescientos infantes,

ochocientos hombres de caballería,

mayor

gran valle central de Chile.

es decir,

Tinguiriricu,

i

el

la

(hí

suyo,

i

que las

Mas, a pesar de orden de marclia

2 de abril, el ejército habia

su vanguardia se

acampada sobre lamárjen izquierda

conducir con

del

hallaba ya

Chimbarongo. Allí

se

supo


216

que las fuerzas constitucionales no liabian atravesado aún el Maule, i que Freiré se ocupaba en reorganizar su ejército, al cual ya se liabia incorporado Yiel

i

Tupper, quienes liabian traido del sur

algunos veteranos de caballería, con los cuales venian como auxiliares,

unos ciento cincuenta a doscientos indios bien montados.

Esta noticia puso de buen humor trance queria pasar los rios Lontué

go

se enseñorease del

i

al hábil Dorriga,

Claro, antes de que el enemi-

ondulado llano que

se. estiende

atravesado por una multitud de quebradas

presentaban un punto de apoyo

los cuales

acampado, mayormente

allí

montados

i

si

i

i

esteros,

hacia el sur,

cada uno de

de defensa al ejército

ese ejército carecía de cañones bien

de una robusta caballería, que era precisamente lo que

se verificaba

en

constitucional.

el ejército

Víctor lo esperaba todo de su caballería, el

que a todo

i

Por

el

don

contrario,

deseaba encontrarse con

enemigo en un lugar endonde ésta pudiese obrar ventajosa

i

li-

bremente.

Otra idea preocujmba ademas podido decirle con certeza

do

el

si

Nadie había Castillo habían atravesa-

al sagaz consejero.

Rondizoni

i

Mataquito, con su jente desembarcada en la Navidad. Si

los antedichos jefes conseguían reunirse con Freiré, éste adquiriría

un refuerzo.de cerca de cuatrocientos soldados pertenecientes a

los aguerridos batallones

sario impedirles el paso;

valle

pordonde

el rio

i

Chacabuco el

lugar

no dividir

ban rio

mas

apropósito para

Mataquito, (formado por

no), se dirije hacia el mar. I

dencia aconsejaba

Concepción. Era, pues nece-

i

j)or

una

las fuerzas hasta

como en

parte,

tal

el

Lontué

si

i

era el el

Te-

incertidumbre, la pru-

no perder tiempo,

no saber

ello,

Castillo

i

i

por la otra

Rondizoni esta-

don Víctor hizo despachar un emisasecreto para inquirir este importantísimo dato. El emisario al norte del Mataquito,

debía partir a matacaballos hacia la costa, i allí se cercioraría de la verdad de los hechos. En seguida, atravesando el antedicho rio, se dirijiria

endonde

por

el

costado sur hacia la estancia de las Quechereguas

se uniría al ejército.

desempeño de esta comisión a nuestro antiguo conocido Juan Diablo, quien, deseando ganar jwr dos lados (como él Cúpole

el

decía), había dejado a su intelíjente esposa vendiendo aguardiente

San Pablo, mi entras él, enrolado en las filas del órden^ no solamente ganaba su sueldo de sarjento, sino que también hacia su negocio de proveedor de los soldados, por medio aguado en

la calle de


.

217

del intelijente Vizco^ que podia apostárselas a la

mas experta

vi-

vandera.

Aquí conviene

advertir al curioso lector, que, solo a condición de

hacerse soldado del orden, liabia conseguido Juan Diablo que el

gobierno al

le

perdonase

verdugo Catana^

i

al

Vizco aquella travesura que costó la vida

que dio tanto que hablar a la ciudad de San-

tiago.

':o;-


/


CAPITULO XXXIX.

LA EXPEDICIÓN.

Para tir,

viajar, prudencia;

i

para men-

memoria. (Dicho popular).

Montados en muí buenos dineío lo i

disfrazados

i

caballos, con los bolsillos repletos de

de paisanos,

acompañaba, dejaron

Juan Diablo

el ejército, sin

el

i

que nadie

soldado que

lo echase

de ver,

se dirijieron rectamente hacia la costa.

Todavía era de noche cuando comenzaron a subir la montaña

aunque estos cerros estaban plagados de salteadores, nada temian, pues el asistente del bodegonero era un digno soldado de la Partida del Alba, gran conocedor de aquellas cerranías, así occidental;

como de

i

las prácticas, usos

i

costumbres de los salteadores que las

habitaban.

Amanecióles sobre el sol

el

portezuelo de la Higuera;

i

yahabia salido

cuando comenzaron a galopar, atravesando diagonalmente

estenso

i

íeraz valle de

ban o andaban

al

Santa Cruz. De cuando en cuando se

el

])ara-

paso; pero era solo el tiempo necesario para reí res-


090 car sus cabalgaduras medio fatigadas, o bien, para «liacer la ñana)) con 21)1

largos tragos de aguardiente,

Mas no porque mascaban

causeito.

con meterle

el

i

abriga?^ el

ma-

estómago con

perdían tiempo, pues, a mía

diente a los fiambres que llevaban en las alforjas,

metíanles las espuelas a sus caballos: por manera que, aún no eran las siete

media de

i

mas de once

En

todo

la

mañana, cuando ya

el

camino

lieclio,

no liabian encontrado ni una sola peri

quien interrogar, paráronse cerca el abierto llano,

refrescarlos

liabian alejado

leguas del ejército.

sona a quien preguntarle nada;

ba

ellos se

un

i

rato,

como deseaban dar con alguien a de una vía trillada que atravesapara

quitaron el freno a sus caballos

allí les

esperanzados en que bien pronto babia de pa-

sar algún ser viviente por aquel camino, que pp^recia

mui

traficado.

Los transeúntes no se liicieron esperar mucho rato. El digno bodegonero fué quien primeramente vio, por entre los espinos del gran llano, dos bultos que venian del lado del norte, los cuales no eran sino dos hombres de a caballo, que marchaban,

el

uno

al lado

del otro, ya al trote, ya al paso.

El previsor Juan Diablo ordenó entonces a su compañero que pusiera prontamente el freno al caballo, i lo mismo hizo él con el suyo, pues aquellos hombres que se acercaban podian mui bien ser vicf2ajente; pero

habiéndose acercado mas los transeúntes, conocie-

ron nuestros hombres que nada tenian que temer de

ellos,

en aten-

uno parecia ser fraile franciscano (por el hábito que otro era sin duda su mozo de servicio, según lo indi-

ción a que el vestía),

i

el

caba la maleta que traía sobre las ancas de su caballo. Traía

el

fraile la

cabeza

i

parte de la cara atadas con un gran

pañuelo de seda; la capilla, a medio

calar, le cubría la nuca,

i

un

sombreaba el rostro, que, a pesar de sus regulares facciones., parecia un poco desfigurado por ciertas manchas rojo-negruscas (vestijios tal vez de alguna antigua en-

gran sombrero de paja de

Italia le

fermedad) que presentaban sus redondos

Juan Diablo no pudo ver cerdote los tenia

de sus

sobre las cuentas

fijos

llevaba en las manos; ajiénas contestó con

el color

un

i

carrillos. ojos,

el

devoto sa-

de un gran rosario que

tan embebido parecia lijero

pues

ir

en su rezo,

movimiento de cabeza

al saludo

que

que

se le dirijiera.

Acercóse entonces

el

bodegonero, al criado, quien, a diferencia de

su patrón, no había despegado de Juan

i

de su compañero,

el

único


*>91

ojo

que

le

quedaba

libre,

con un gran

el otro cubierto

pues llevaba

parche de trapo azul.

—¿Para dónde bueno, amigazo? preguntó saludo de respondió —Vamos aquí

del

bodegonero, después

el

cortesía.

el del

luego, señor,

mano

parche, poniendo la

(distraidamente al parecer) sobre el laboreado

catana que llevaba en la cabeza de la enjalma,

alcanzaba a pasar una pulgada

mas

mango de

la

cuya aguda punta

i

abajo de los pellones de su

montura.

—¿Cómo Juan,

i

dice usted que va aquí te^(9, observó el

lleva esa

compañero de

gran maleta que no se usa sino para

los viajes

largos?

—^Ménos

averigua Dios

rando de reojo

al

que

interpelaba,

lo

catana.

Al

perdona, respondió el del parche, mi-

i

i

acariciando

de nuevo su

,

oir esta contestación, el fraile volvió la cara

i

miró a su mozo,

que pareció arrepentirse de ha^ber hablado con demasiada acritud, porque dirijiéndose a Juan,

—Es

cierto, señor,

le dijo

con la voz

mas

suave:

que no vamos aquí muí hiegidto,

Mi patrón

por eso di-

i

un padrecito que recien ha cantado misa en San Fernando, i ahora va mui enfermo de las muelas, i no puede hablar palabra. ¿Se le ha pasado el dolor, señor-

je: aquí luego solamente.

cito?

preguntó, acercándose a su patrón, el cual respondió con voz

baja, algunas palabras le

es

ha pasado

que los otros no pudieron

oir.

Dice que se

algo, prosiguió el del parche, volviéndose a

Juan; pe-

ro siempre va punzándole la cara esta muela condenada, ¡Dios libre!

¿Para qué diablos

como

es

él,

que no se

lo

le

mandará Dios

estos dolores a

me

un santo

pasa sino reza que reza?

— Pero, después de tanto hablar, no nos ha dicho para a dónde marcha? preguntó bodegonero sonriéndose. habérselo dicho a usted! esclamó —Ah! del parche, con el

creia

el

movimiento de disgusto. El hecho es que vamos a un convento de San Francisco que hai en San Pedro de Alcántara, endonde el padrecito tiene que cantar misa pasado mañana. cierto

usted que ya — Pero ¿no me cantado misa en San Fernando? — Ah! verdad, respondió mui contrariado del parche. Esta dijo

liabia

es

el

quiere decir que va a cantar misa otra vez cántara. Porque lia de saber usted,

mi

en San Pedro de Al-

señor, prosiguió,

bajando

la,

voz con cierto misterio, que este padrecito no es de esos padrea


099 que bota la

que

ola, sino

dó desde allá de liorna titud de induljencias

i

el

mismo Santo Papa, según

las órdenes

bendiciones, porque es herejía el

por supuesto, que las que puede dar

mismo tiempo

man-

que lleva encima, con una mul-

induljencias que vinieron con las órdenes,

envió a decir

el

que tocase a este siervo de Dios, o

lo

I al

dicen,

i

todas ellas

número do

mas

grandes,

señor Obispo de Santiago.

el

Santo Papa de Roma, que

el

moslestase lo negro de la uña,

momento, i morirla de mala muerte: todo lo cual ya ha comenzado a verificarse. ¿Cómo así? preguntó Juan Diablo abriendo tamaños ojos. Ha de saber usted, que anoche tuvo mi patrón con el provincial de San Francisco no sé qué dimes i diretes, cuando, sin saber cómo ni cuándo, cayó el pobre provincial al suelo, con un mal de hora que daba compasión. ¿No ha oido usted decir...? No he oido nada de esto, pues no soi de este lugar, respondió Juan mirando fijamente al sacerdote que marchaba adelante pacaerla lisiado al

sando unas tras otras las cuentas de su rosario.

— Pues

si

esto hace Dios con los sacerdotes que le dicen

una maPregún-

demás cristianos? teselo usted a todos los del convento de San Fernando i verá lo que le responden. En solo dos noches que allí estuvo, hizo como tres mila palabra a

mi

i3atron ¿qué hará con los

lagros, fuera de lo del padre provincial.

Para que vea usted! Pero...

nada comparado con.... ¿Todavía mas? preguntó Juan Diablo con marcado ínteres. Mire usted! respondió el del parche, con ese tono animado de quien ha producido efecto. Mírelo que parece que no quiebra un esto es

— —

huevo;

pintado,

i

no

le tiene

como ahora con su

—¿Qué

mas

ahí donde usted lo ve, es capaz de cantárselas al

j)ero

miedo a alma nacida, sobre todo cuando va

pistola de virtud....

dice usted?

—Una pistolita de virtud, pues, señor, que mi patrón

tiene, la

jamas yerra tiro.... ¿I también se la mandó el santo Papa? preguntó Juan con

que

cier-

ta sonrisa.

-JS'o le

sabré decir, respondió el del parche; pero de todos

mo-

dos la pistola es bendita, porque según dicen, la cacha es hecha del

mismo palo de

la

Santa Cruz,

i

aquel a quien se

cae redondito al tiro. ..¡Jesús...! Dios

—Mire,

me

le

apunta con

libre!

ño Diab... ño Juan, dijo a esta sazo»

bodegonero; mire

q^iie

ya

se

ella,

va haciendo tarde!

el asistente del


— —Ah! esclamó

223

me

Dígame, amigo, i perdone ¿no lia oido usted decir si han marchado o no para el sur los soldados enemigos del gobierno, que han desembarcado por aquí

por estos

Juan; se

liabia olvidado!

medios'í

de del parche, porque yo no respondió —Nada de partido, hoi mismo — Pues yo necesito apurar marcha para Juan despidiéndose de su Mataquito, viendo con murmuró vaya que —Adiós, sé

soi

el

eso,

este

interlocutor.

dijo

señor,

gran gusto que

Una

bien,

le

i

éste,

echaban a andar a buen galope. liabria separado Juan con su compañero,

los otros dos

o dos cuadras se

cuando éste

al

llegar

la

le dijo:

—¿Sabe en que estaba pensando, ño Diablo? me has dicho? respondió —¿Cómo he de tuerto del Yo creo que conozco a — Pues a parche. —Bien puede —Aunque cuando no estaba — También puede no agraviando a Nó estaba — era un lo

saber, si'no

lo

el otro.

lo

este

decírselo.

voi

ser.

lo conocí,

tuerto.

ser así.

tuerto,

I así es.

presente. Se llamaba Pedro Cáceres,

Me

acuerdo como

si

i

peleamos juntos en Chiloé,

fuera ahora

— ¿qué nos importa todo ño Diablo. —Voi a

eso?

I

decírselo,

terazo,

lo

diablo,

i

i

nadie

le creia ni

lo

Este Pedro Cáceres era un embus-

que rezaba, por

lo cual lo

llamábamos

don Costal de Mentiras. Como se lo cuento, ño Diablo: este hombre las inventaba en un santiamen,i las echaba al vuelo que era horror! A mí nadie rúe quita de la cabeza que éste es el mismo don Costal, i que todo lo que le ha encajado a usted no es mas que una cáfila de mentiras. Ni pestañaba el hombre cuando las echaba rabiatadítas

por la boca.

—Nada nos

ii^iporta eso, dijo el

bodegonero. Alioitt no debemos

pensar sino en picar fuerte! Calló el otro; pero

—¿Sabe en

lo

un poco mas

allá volvió a decir:

que estaba pensando, ño Juan?

Yo

creo que seria

una cosa mui acertada.

—¿Qué

Juan Diablea sin dejar de galopar. La cosa es que el caballo de don Costal me ha gustado mucho, i a usted le debe haber parecido bien el del padrecito. kSou unos preciosos animales, que, según parece, vau mui cuidados i marchan

cosa es esa? preguntó


094.

con un paso que 2)iezas....? I

¿No es verdad que son dos buenas nuestros van aflojando algo i tenennos que

cía gusto....

como

los

andar tanto todavía caballos padre? pregun—¿Quieres que volvamos a Juan, mirando fijamente a su compañero. entiende — Oh! esclamó bien haiga quien potencias quitarle los

tiene

éste,

se lo

llos

me

i

ha comprendido todo, como hubiera dicho! ¿Quiere que volvamos a trocar nuestros cabaUsted

las cosas al momento!... si

al

lo

por esos otros?

— Badulaque! esclamó honradísimo bodegonero ¿cómo cosa a un hombre como yo? ves a proponerle ¿por qué encuentra — Pero, ño Diablo, cosa

te atre-

el

tal

replicó el otro

mala? Dígame usted:

ellos

teñimos que andar como

van aquí

la

luego,

un descosido para

como

llegar

dicen,

i

nosotros

mañana en

che alas Quechereguas; ¿será, pues, conciencia que

buenas bestias

i

ellos

tan

la no-

vayan en

que nosotros tengamos que hacer tan largo viaje

en estos animales medio gastados? ¡Mire que todavía es tiempo, ño Diablo!

— Te prohibo que me vuelvas a hablar de bodegonero. mente refunfuñó —Pues no gusta,

esto!

esclamó enérjica-

el

nuevo su

caballo.

remuda en

Ya

se ve! prosiguió:

de algún

los potreros

al gobierno

Ya

lo deja,

le

si

i

a la

rico.

mas

el soldado,

picando de

adelante encontraremos

;Para eso

le

vamos

sirviendo

relijion!

en esto habían llegado al pié de la cadena de montañas que

cierra por el sudoeste el

gran valle de Santa Cruz.

Un

llado los condujo a la cuesta llamada de la Lajuela, que

presentaba como ahora una carretera de

camino

tri-

aunque no

fácil tránsito, era el

único

punto pordonde podia trasmontarse aquellos cerros, sin grave peligro de estraviarse, o de caer con caballo i todo, en alguna profunda quebrada. Emprendieron, pues, la subida por la tortuosa i estrecha senda, endonde apenas cabia la uña del caballo, al cual era necesario que el jinete se entregara a discreción. Las rocas que

a veces interceptaban la vía, invadiéndola con sus puntas salientes, parecían querer empujar a los viajeros hacia los precipicios; i los gruesos árboles, estendiendo sus ramas sobre el camino, ayudaban a

las rocas,

como

para impedir

el

si allí

los

hubiese plantado

el dios del Statti

quo

paso a los transeúntes.

Solo el que haya tenido que atravesar nuestras montañas de la costa (que, a pesar de la necesidad de cortarlas por buenos caminos,


995 habrían seguido en

mas de la dominación los peligros

que

mismo

el

estado, dm'ante diez o veinte

española) solo

ellos,

decimos, podrán apreciar

transeúnte corría, teniendo que pasar, ya por so-

el

bre una roca resbaladiza entre un peñón tajado a pico precipicio,

en

el

siglos

amenazaba

cual

el

peñasco hundirse con viajero

todo, ya por debajo de troncos de árboles, de cuyas

quedar pendientes

sombrero o

el

un oscuro

i

ramas

i

solían

los jirones del vestido del

pobre

transeúnte.

En

era menester abandonarse. a la sagacidad

tales casos,

de pretender

treza de su caballo;

i

dar solamente de

mismo,

si

lejos

i

dirijirlo, el jinete

i

des-

debía cui-

estar atento, para no caer a los movi-

mientos del noble animal, cuando ladereaba, inclinando lijeramente su cuerpo hacia

mando

el

cerro;

cuando subía arañando

sus cascos en las puntas de las rocas;

i

la tierra,

por

fin,

o afir-

cuando ba-

jaba, resbalando, sentado sobre sus cuartos traceros.

Llegados a ron con

el

la

cumbre del portezuelo, nuestros hombres

se apea-

doble fin de dar descanso a sus caballos fatigados,

i

de

hacer medio día con lo que llevaban en las alforjas.

En

seguida bajaron, así como habían

subido, es decir,

caraco-

leando o saltando de grada en grada, hasta llegar al pié occidental

de la cuesta, endonde la vía comenzaba a ser menos áspera, corrien-

do a

largo de los estrechos

lo

i

montuosos valles de Nerquihue

i

Caillihue.

Una

vez salidos de estos oscuros

i

entretejidos bosques de espinos

seculares, se encontraron en la sábana despejada

nombre de

i

blanquisca, cono-

Ninguno de los pobres transeúntes que encontraron habían sabido darle la menor noticia sobre

cida con

el

talle de Lolol,

las tropas de Rondizoní.

marchaba Juan Diablo seguido de su compañero, no menos sediento que él, cuando al dar vuelta una puntilla, se encontraron de repente con un hombre que venia montado en un macho, i arreaba una yegua cargada con un par de chiguas que servían de base a un voluminosísimo sobornal elevado como ima torre sobre el lomo de la yegua. Cabizbajo

i

Juan miró

sediento

al

hombre de

que era costino, pues así

arriba abajo,

lo revelaba su

i

BÍn duda, por carecer

el

el

momento

conoció

puntiagudo bonete azul, su

chupa de bayeta negra, su calzón corto de tas de lana cortadas en los pies, que

en

cordoncillo,

i

sus calce-

liombro traia (U^snudos,

n(),

de calzado, pues llevaba los zapatos colgando

28*


_« 99a

uno i otro lado de

liácia

la

cabeza de la enjalma para ponérselos en

cnanto llegase a poblado.

—Bueno? —Buenas su merced,

dias,

amigo,

]e dijo

tardes, señor, respondió el pescador: aquí

al,

para

cke,

mi

tiene,

)

la costa?

la

soi

Sí,

al cant

me

su mandar.

— Dígame ¿viene usted de — mi señor; yo de allá,

Juan. Óigame una palabrita!

boca de Llico;

esta

i

mañana

de los gallos, con esta carguita de pescado

i

salí

de

de hc-

a vender a San Fernando, adonde llegaré esta noclie, dia, con el favor de Dios. Yoi atrasado, porque, con per-

irla

al venir el

don de su merced, esta mañosa

(i

miró a la yegua) se

lia

venido

7nañerea7ido por todo el camino; asi es que

— Bueno, bueno, interrumpió Juan: ahora, dígame ¿Sabe han tropas pipiólas para pasado —No daré razón, respondió hombre de carga. — ¿por qué no me dará razón? a su merced. Yo me —Porque. porque no sabré le

si

el sur?

las

la

el

le

I

paso ocupado en mi pesca,

i

la vida;

i

yo no

lo

soi lionibre

lia

de ocupar

para estar

mano

me

lo liabia de decir yo: allí está todo el lugar que

— Con mil que

me está

me man-

nada mas, porque con esto

gracias a Dios, i)ues en algo se

tengo,

ganar

decir

le

. .

el

pobre para

sobre mano, no

conoce

Juan ¿Qué me importa a mí todo eso diciendo? Lo que le preguntó es ¿si han pasado el Madiablos! esclanió

taquito los soldados que desembarcaron ahora poco en la Navidad?

Sí,

mi

señor, en la Navidad, eso es!

un barco lleno con nan en la ciudá.

— Ya no gobiernan

ios señores

los pipiólos, sino

clamó Juan, mirando con

—Asi

de

los soldados

será, pues, señor,

Allí fué donde se quebró pipiólos que gobier-

nosotros los pelucones! es-

altivez al pescador.

respondió

el cos!"ino:

nosotros los pobres

no sabemos esas cosas de gobiernos, que son hechos para

los

ricos.

— Pero, en ¿me dará usted —Yaya, pues, mi merced, fin

sjj

las noticias

le diré

como

que si

le pido?

me

,

fuera a confesar,

que esa quebradura del barco ha metido mucha bulla por todos

es-

tos medios,

— — Hai

¿I los soldados? ciertos

runrunes sobre la soldadesca, porque unos óris-

tianos dicen que ya pasaron para el sur; otros dicen que no

eado; otros aseguran que ya pasaron, mientras otros juran

han

j)a-

que no


097

rio,

atravesar el

visto

otros no creen tal cosa, porque

i

— a usted ¿qué parece? —A mime parece que ya pasaron; le

I

nó,

han

pasar, Pero otros dicen que los

han podido

porque no es bueno arriesgar

me

pero también

la verdad,

parece que

han de-

las cosas se

i

como son. Es decir ¿qué usted no sabe nada? Así es, mi señor ¡para qué es decir una cosa por otra! No sé palabra de si pasaron o no han pasado; i, cori perdón de su merced,

cir

— —

mentiria,

si le

dijera que algo sé de cierto sobre los runrunes

que

corren.

— Pues, buenas noticias nos da

el

amigo, después de tanto hablar!

exclamó Juan soltando una carcajada. Cada cual da las noticias que sabe, observó

rando de través

— Ahora,

al

el

pescador mi-

bodegonero.

dígame, preguntó éste ¿cuál es

el

camino que va dere-

cho a la costa?

— Mire, su merced, respondió No

a medida que hablaba.

tiene

apuntando con el dedo ted mas que irse por aquí, este-

el costino, u;

cuando llegue a aquella puntilla redondona con tres espinitos en la coronilla, pasa el estero, i lo va orillando por el la-

ro

abajo;

do del

i

hasta unos cardones quemados que hai en la barranca

sur,

del estero;

ve a pasar

luego

i

allí

el estero,

pasa

el estero

para

el norte,

en una puerta de tranqueros,

un renovalito de espinos; i cuando de don Choño el rico, vuelve a pasar el estero lo por entre

— ¡Hasta cuándo diablos me hace pasar desesperado. rephcó flembíticamente —Pues, mi

i

i

el

llegue a la estancia

esclamó Juan

pescador,

otra vez el estero, no llega nunca al camino de Llico,

embolsado en

la estancia

de don Choño.

No

hai

preciso que entre otra vez a la caja del estero,

ja adentro, hasta llegar al bebedero que

de trancas;

una vela,

el

camino

i

allá vuel-

vuelve a orillar-

el estero!

señor,

mas

i

si

se

no pasa quedará

remedio pues! Es entonces so va, ca-

el rico tiene

en otra puerta

que atraviesa derecho como valle de Nilagüe, subiendo por la cuesta que llaman

i

allí

agarra

el

real

de

—Bueno, bueno, amigo: hasta su — Queriendo Dios! mi

otro dia! interrumpió Juan, picando

caballo.

señor, respondió el pescador,

mismo tiempo un

recio

latigazo sobre la cargada yegua.

dando

al



CAPITULO XL.

RESULTADOS DE LA EXPEDICIÓN.

«Si no principia el chicote

A

hacerles operación,

No

quedará monigote

Que no

liaga revolución»

Juan de la Merced a Diablo

i

las circunstanciadas señas del pescador, pudieron,

Habiendo

internaron en

de Nilagüe, uno de los

el

estiende

mas de

rros que

van separándose

cucliillas

cienes del

salido del despoblado valle de Lolol, se

comenzando en

tras costas, que,

el

mas importantes de nueselevado monte de llánguil, se

catorce leguas, entre dos risueñas cadenas

morros

mismo

se encuentran las

Un

Juan

su compañero, llegar al camino que debia conducirlos a las

costas de Llico.

majes

Vi5/AS.

valle,

mas

i

i

estrechándose, formando entre

de cesus lo-

puntillas salientes, caprichosas ramifica^

hasta llegar a la playa de Cáhuil,

endonde

ricas salinas de Chile.

estero caudaloso, corriendo

medio escondido por entre un tu-

pido bosque de altos espinos, divide al valle lonjitudinalmcnto;

i


— después de recibir

por el

los cajones

el

agua de muclios

— esterilles tributarios

de los cerros laterales, desemboca en

chacarerías de ridOj

demuestran

el

que bajan

mar con todo

Las mar enes de este estero, cubiertas de sembradas anualmente desde tiempo inmemori-

aspecto de un gran

al,

230

rio.

j

la feracidad del valle

(que ya en aquel tiempo se

veia dividido en estancias), entrecortado por las cercas de los potreros

sembrados de habitaciones

i

i

arboledas.

Nuestros viandantes respiraron con satisfacción al llegar a la habitada comarca, después de haber atravesado una cerranía i un

bosque

casi

salvajes.

La sabana

despoblada,

desnuda de vejetacion que acababan de

dejar,

seca, pulveruleota

i

formaba contraste

con aquel campo cubierto de rastrojos hasta mas allá de la media falda,

i

endonde

el chirrido

el

bramido de

las yacas, el ladrido de los perros

i

de ^las carretas de algunos chacareros atrasados, hicie-

ron concebir a Juan Diablo ardientes deseos de acercpvrse a pedir

humos que

hospitalidad en algunos de los simpáticos

aquí

i

se elevaban

allá sobre los techos de algunas habitaciones.

El soldado acompañante fué del mismo parecer; i habiendo encontrado a un hombre que iba a pié descalzo, con una hacha sobre el hombro, i colgando del hacha u'n par de ojotas chacareras, le preguntaron dónde vivia el juez prefecto, que era como se llamaba entonces a los señores subdelegados de hoi.

— Don

Chuma,

el

Guapo,

es

m\ patrón, respondió

el

chacarero.

Vive detras de aquella puntillita baja, sobre la cual se ve aquel corral de piedra, que es donde duermen las ovejas i las cabras de mi patrón.

Síganme no mas,

caballeros, que yo los mdil(/aró por

lomas

corto.

Echaron a andar detras del chacarero; i cuando llegaron a casa de don Tomás (o don Chuma, como aquel decia), ya el sol se habia escondido detras de los cerros de la costa,

i

sus mortecinos rayos

daban el último adiós al valle, dorando pálidamente las orientales cumbres de granito. El oficioso guia, después de hacer entrar a los recien venidos dentro de una especie de corral, formado por un gran pajar a la derecha, un largo rancho de totora enfrente, i una gruesa estacada de espino en lo demás del circuito, señaló con el dedo hacia el pajar,

i

dijo:

—Allí está

el

patrón don Chuma.

Salió éste del pajar, con no,

un gran harnero

haciendo resonar sobre

el

desigual

i

lleno de paja en la

ma-

pedroso pavimento las


— 231 — claveteadas suelas de sus zapatones. Aquel hombre, con

de polvo,

i

chaqueta

menuda

paja

sobre el cuerpo, barbas

chaleco desabotonados,

i

i

i

una capa

cabellos revueltos,

abierto de par en par

el

cuello

de la camisa, como, para mostrar ia fortaleza de un bien formado pecho, miró a los recien llegados con cara de pocos amigos (como suele decirse),

— ¿Qué

preguntó entre hablando

les

i

i

gruñendo:

se les ofrecía a ustedes, caballeros?

El tono áspero i la mirada escudriñadora con que el señor prefecto acompañó su pregunta, eran para intimidar a otro que no fuera Juan Diablo. Apeóse éste sin contestar; i acercándose al montaraz dueño de casa, lo impuso en voz baja, de la comisión que el jeneral Prieto le liabia encargado. Al oir el relato, frunció don Tomás el entrecejo; pero cambiando repentinamente de fisonomía, llegó casi a sonreirse,

convidó cortésmente a sus huéspedes para

i

que se fueran a sentar en

el

gran banco de roble puesto debajo del

corredor de la casa.

En

'

seguida, entregando el harnero a

yese de cribar la

nó que

|)aja

un peón, para que conclu-

que liabia de cenar su caballo favorito, orde-

pronto una buena merienda para

se preparase

el

señor sar-

jen t o.

Mientras llegaba la merienda, pusiéronse a hablar sobre los últimos sucesos. Cada nueva noticia que (que eran las mas)

lo liabia

Sí, señor,

de creer? bueno! Cúmplase la voluntad de

Juan;

la

voluntad de Dios se ha cumplido,

pues no podia Dios permitir que

do en manos de tros del Señor.

señor prefecto ignoraba

hacia esclamar:

lo

— Oh! ¿quién Dios! decía — i

el

los herejes

Ahora

el

gobierno siguiese permanecien-

que tanto han perseguido a los minis-

es otra cosa;

i

si

cod seguimos no dejar uno,

verá usted cómo larelijion cundepor todo

el país,

do que nosotros somos hombres de cristiandad

i

pues es bien sabide temor de Dios;

razón por la cual nosotros los pelucones que ahora gobernamos, he,

mos prometido

apretarle his medidas al pipiolaje. Porque es menes-

ter convencerse (agregó)

jarán quietos jamas en

el

que

si

no se

los herejes supieran

Dios

i

una

la

mano, no nos de-

i

aspirar a subir al mando,

como

que es gobernar cristianos que tienen uu

relijion.

Don Tomás no

contestó

abajo a su interlocutor.

• (

lo

va a

gobierno, por ser ya cosa sabida que ellos

nacieron para liacer revoluciones si

les

una palabra, sino que miró de arriba


232.

Después de un corto instante,

—Yo también, mui deveto de

señor, soi

la Vírjen.

ñarán mientras llega

i

dijo:

hombre de

Todas

esta casa el santo rosario;

— relijion

como

el

que mas,

las noches, a esta hora, se reza

i

en

ahora espero que ustedes nos acompa-

la merienda.

—Ah! esclamó Juan dando que yo preferirla

un bostezo: venimos tan cansados, comenzar por la cena. Prometo rezar mañana dos

rosarios por uno.

—Vaya, pues, que

así sea! respondió el

dueño de

casa, sonriéndo-

se imperceptiblemente.

En

mandó

seguida

servir la merienda; hizo acostar en

buenas

camas a sus huéspedes, i se fué a un cuartito que habia en un estremo del corredor. Encendió luz, cerró i trancó la puerta; i cortando una hoja de papel del cuaderno endeude hacia sus apuntes, escribió, o mas bien, dibujó temblorosamente estas palabras: «Crean en un todo cuanto ccl

les

diga

el portador.

con esto se despide su afectísimo Q. B. S. M. Rajen

el

papel.

Tomás Espina: Posdata,

«No

se les olvide rajar el papel, porque ya saben

«que son estos diablos. I no

digo mas, por falta de tiempo. El

les

«portador es carta viva. Rájenlo

lo vengativos

i

échenlo al fuego. Vale.y>

Una vez del suelo;

escrita la esquela,

i

le

echó un poco de tierra que recojió

doblando cuidadosamente

el papel, salió del

cuarto

i

se

acercó al corredor del pajar. Allí dormía un hombre, que, al sentir

pasos cerca de

sí,

despertó

i

alzó la cabeza.

patrón en voz —Narciso! respondió Narciso, poniéndose de —Aquí mento. —¿Estás bien despierto? He despuntado bien sueño. — Ensilla mi caballo —Entonces, oye que a baja.

dijo el

pié al

estoi, señor,

el

Sí, señor!

lo

al

momento, Sí, mui

i

mo-

dale

voi

un refregón,

bien, señor.

decirte.

sin descansar hasta Naicura.

rosillo


— —Es

preciso que este papel llegue a

manos de Rondizoni o de

o bien de alguno de los oficiales patriotas.

Castillo,

acabado de pasar

lian

233

los soldados,

diles

no

Si todavía

que pasen luego

i

que

sigan sin parar hasta que se junten con Freiré, porque el ejército

de Prieto ya está en Quecbereguas

i

tienen intención de atajarlos.

¿Te acordarás bien de todo?

señor,

Sí,

no

me

diga mas, respondió Narciso calándose su

poncho.

Aunque Juan Diablo i su compañero se levantaron mui temprano al dia siguiente, encontraron a don Tomás en pió i tomando mate bajo el corredor de la casa.

— Mala tenemos, señor esclamó señor prefecver a su huésped. esa? —¿Cómo señor? preguntó ¿qué mala — Que ya soldados deben ostar mui cerca del Maule, noticia

sarjento!

el

to al

pipiólos

los

.porque según lo que

pasado

el

noticia es

éste,

así,

me

envia a decir

un amigo de Licanten, han

Mataquito, hace dos o tres dias.

— Se nos han escapado! exclamó Juan. — Pero no escaparán jeneral del

se

Prieto,

dijo

don

Chuma

sol-

tando una carqajada; así como no se escaparán de nuestros dientes

unos pasteles que acabo de mandar hacer para festejarlos a ustedes, señor sarjento.

— Muchas

gracias, señor, respondió

Juan: prometo conducirme

valerosamente con los pasteles, ya que no es posible pillar a los pipiólos.

to

esperaba menos de su patriotismo,

ísTo

que

los pasteles serán

señor mió;

i

le advier-

remojados con una chichita que tengo ahí,

para cuando repican fuerte.

—Viva

la patria!

esclamó Juan Diablo, sobándose las manos con

satisfacción.

Las diez de

la

mañana

serian,

cuando Juan

después de haber hecho honor a los pasteles,

i i

añeja chicha, se despidieron del señor prefecto, pascuas,

i

tomaron

el

al cual le

— Oye,

in-

hasta la costa.

Precedíalos un guia que don i

mas que honor a la alegres como unas

camino de Quechereguas, por parecerles

útil proseguir su excursión

trado,

su digno asistente,

Chuma

el

Guapo

habia dicho a solas antes de

les

había suminis-

salir:

Cayetano: es preciso que lleves a estos caballeros por ca-

minos extraviados, para que no se encuentren con personas que puedan darles noticias ciertas sobre el paso de los pipiólos para el 29


— sur. Ellos

234

no conocen estos caminos,

~ i

tú puedes llevarlos por don-

de se te antoje. Vete de manera que cuando bajen a los planes del Mataquito, se haya entrado ese atravieso. ^Ya

En

lo necesario!

perdió palabra,

i

me

el sol, ])ara

que hagan de noche todo

entiendes. I cuenta con liablav nada, fuera de

boca cerrada no entran moscas; por

callar,

por hablar, muchos han quedado mudos.

Sonrióse Cayetano, sin decir esta boca es mia; pero intelijencia con

mui bien

dia

En

efecto,

el

nadie

el jesto

de

que respondió a su patrón, manifestó quecomprenencargo que se

le

habia hecho.

mientras anduvieron por

el valle

de Nilagüe, no se

separaron ni un ápice de la vía recta que conduce al sureste; pero,

no bien hubieron entrado en la escabrosa faja de cerros que separa al interior del valle pordonde serpentea el Mataquito, cuando empezó el guia a dar vueltas i rodeos, protestando que habia en el camino real varios trechos intransitables, o peligrosos por Ca3^etano,

lo

menos.

después de anudar unas pocas cuadras hacia

el

sur,

torció al poniente, llevando a los viajeros por el fondo de

uno de

En

seguida

esos vallecitos estrechos

encaminó sobre un

los

i

profundos, Imiiüsáos

alto cordón de cerros,

cajoJies.

para hacerlos descender

mas allá a otro cajón tan profundo i solitario como el anterior. De esta manera fué como el buen baqueano consiguió llegar

a

cuando ya comenzaba a oscurecerse, sin que los comisionados del gobierno hubiesen atravesado- (como él dijo después a su patrón) una sola palabra con los planes de la rii^rjen derecha del Mataquito,

cristiano nacido.

Como

los caballos

estaban fatigados, Cayetano se

cho de su compadre, endonde,

si

dirijió

al ran-

bien no podian las j)ersonas en-

contrar en qué dormir ni qué cenar, hallarían siquiera

un poco de

paja para sus cabalgaduras.

El hambriento Juan Diablo to,

i

tuvieron que contentarse con

jas,

su compañero, no menos hambrienel

charque machucado de sus alfor-

humedecido una i otra vez con aguardiente;

los pasteles

del almuerzo,

monturas hasta despertó

el

el

se

i

acordándose de

acostaron sobre los pellones de sus

primer canto de

los gallos,

que fué cuando

los

baqueano, pues queria hacerlos pasar de noche todo

aquel valle.

Desgraciadamente para

el

guia, no podian galopar, pues el cami-

no estaba entrecortado por quebradas i zanjones de peligroso atravieso. Cuando comenzó a alborear el día, se encontraron cerca de una ranchería de miserable aspecto.


— —Estamos en

Zoo

pueblo de Indios de la Huerta, dijo el baqueano. Allí enfrente de aquel culenar tupido, liai un vado; pero con este Mataquito no se jue^'a naicU\ i se llama así, según dicen, porque

mata

el

quita cristianos por docenas todos los años.

i

— Me

liabian dicho que por aquí encontraríamos lanchas para

pasar este

— La

rio, dijo

Juan Diablo.

lancha está enfrente de aquella puntilla que llaman del

Barco (respondió el baqueano, mostrando con el dedo un cerro redondo i pedregoso, coronado de quiscas, que se divisaba hacia el sur por entre la blanquesina niebla del valle) ; pero yo

tengo

le

mas

miedo a la lancha que al vado. En fin, sus mercedes sabrán lo que han de hacer; pero si por mí fuera, iríamos a pasar el rio a Peteroa, pues allí está mancito como una oveja, i de llegar i entrar. Mientras. Juan hablaba con el baqueano, el asistente se Ixabia separado de ellos, i acercádose a un rancho endonde se veia dos caballos ensillados.

Luego

volvió diciendo a

Juan con

aire misterioso

—¿Sabe, ño Diablo, que he hecho una

hiiQxiB,

pillada?

—¿A quién? preguntó Juan. —Al padrecito llano de Santa Cruz, o mas bien dicho, a don del

Costal de Mentiras que va con

él.

¿Ko

se lo decia yo?

¡Si este cris-

ha de mentir hasta después de muerto! Le dijo a usted que iban para San Pedro de Alcántara, i la verdad es que van para el Maule. Ahora me acuerdo que este don Costal era mui apipiolado. ¿No le parece que pueden ser espías o propios que los pipiólos de Santiago le envían a Freiré, con papeles i qué se yo qué mas? Todo puede ser, respondió Juan, refiexionando. Vamos a hablar tiano

— con —Yo me adelantaré, ellos.

I picando allí el

dijo el otro,

para hacer una prueba.

'

su caballo, se acercó al rancho a tiempo que salia de

padre de los milagros, seguido de su tuerto sirviente para

montar a

caballo.

—Buenos

dias,

Don

Costal! gritó con voz clara

i

sonora, dirijicn-

dose al tuerto.

Volvió éste rápidamente la cara,

de manos a boca con Juan rehizo,

i

i

i

se

puso pálido

al eucontrarse

su compañero; pero bien ¡n'onto se

contestó:

—Yo no me llamo don señor —Ahí esclamó usted no me engaña a mí! Costal,

el otro:

niio!

Lo he

conocí-


— 236 — cío al

momento de

apuesto a que ese parche que lleva sobre

i

pava engañar a

el ojo zurdo, es

No

verlo;

la jente.

contestó el del parclie, sino que volviéndose hacia ?u- patrón

(que sin hablar palabra, parecía estar temblando de miedo) bló algo en voz baja,

En .

i

lo euipujó hacia

le

ha-

rancho.

el interior del

mas bien a Juan que al asistente, les dijo: mundo sabe que no es bueno meterse en

seguida, dirijiéndose

— Caballeros,

el

Sigaii ustedes su camino,

vidas ajenas. nuestro,

todo

que nosotros seguiremos

el

como Dios manda.

—Es que también manda Dios que plicó Juan, terciando en la cuestión.

a San Pedro de Alcántara,

las j entes

digan la verdad, re-

Usted nos

que se

dijo

dirijia

i....

— Hemos mudado ahora de interrumpió del parche. —Así será pero yo creo que en todo hai gato encerrado, parecer,

el

esto

ello;

replicó Juan;

para descubrirlo, es preciso que usted

i

tonos sigan hasta con su

las

Quechereguas, endonde está

su patronci-

el jeneral

Prieto

ejército.

—Nosotros nada tenemos qué hacer con señor del parche con repuso —Pero jeneral qué hacer con ustedes! esclamó Juan,

jeneral Prieto,

el

.

i

visible exaltación.

el

tiene

el

cando su caballo.

qué hacer

(i

Sí,

pi-

amiguito: nosotros los del gobierno tenemos

mucho) con

los revoltosos,

porque no somos como los

pipiólos que gobernaron a la buena de Dios es grande, sino que he-

mos jurado

ponerle las peras a cuarto a todo pipiólo que quiera al-

zar el gallo. Con que, no perdamos tiempo, dígale a su patroncito

que salga, para que nos acompañe a Quechereguas.

—¿Piensan ustedes llevarnos presos? preguntó cando rápidamente

ma,

i

la catana

el del

parche, sa-

que llevaba en la cabeza de la enjal-

poniéndose contra la quincha del rancho.

Yo

quisiera saber

¿con qué derecho se nos quiere capturar?

—Aquí

tiene usted el derecho

i

el revés,

do del bo' sillo una orden que facultaba preso a cualquier individuo que

—Esos no cólera.

son

Ahora

lo

mas que

al

le pareciese

respondió Juan, sacan-

bodegonero para tomar sospechoso.

papeles! esclamó el del parche, rojo de

que vale es

el

puño;

i

si

alguno de ustedes se

atreve, o bien sea los dos juntos, aquí los espero!. . . crúcenle no mas. .

— Bravo sacristán del padrecito! esclamó Juan Diablo puede barajar esta bala con su catana! dose; pero veamos — Cobarde! exclamó hombre del parche, rujiendo como un rién-

es el

si

el

león acosado por los perros.

;

Contra esa bala, tengo estas

dos!!!


— 237 — una rapidez inconcebible, arrojó al suelo la catana; i metiendo ambas manos en su anclia faja de lana lacre, sacólas armadas de sendas pistolas, que apuntó, una a Juan, i otra a su comI con

pañero.

—Acuérdate, esciamó,

dirijiéndose a este último; acuérdate^ la-

drón sempiterno, de que con estas manos te pasé

La cara de aquel hombre,

santo en....

roja con la sangre que liabia afluido a

su cabeza, se puso de repente pálida como entre la quincha

el

un agudo jemido en

mármol,

el

el interior del

rancho. Las pa-

labras murieron en sus labios, que temblaron de emoción,

grima apareció en

i

una

lá-

que tenia clavado sobre sus

ojo chispeante

el

por

al oir

enemigos.

—Señor! rujido:

me

dijo a

Juan, lanzando un suspiro que se asemejaba a un

doi a preso con

— Baje sus — usted también

pistolas

condición....

hablemos, respondió Juan.

la suya, dijo el del parche.

I

Las

i

una

un mismo tiempo, dejando su

tres pistolas se inclinaron a

posición amenazante.

— Diga usted ¿con qué condición da a preso? preguntó — La de que usted no hará ningún daño a mi patrón, respon^e

el sár-

jente.

le

dió el del parche, con voz conmovida.

Mátenme, descuartícenme a

ma,

mas estime

si

quieren; pero ¡por lo que usted

(prosiguió con voz suplicante

i

i

ame, señorito!

acercándose al bodegonero), no

le

ha-

ga ningún daño, porque le juro por mi salvación, que él es incapaz de hacerle mal a nadie! ¿Me lo promete usted? No tenemos intención de hacer mal a cristiano nacido, repon-

— dió Juan, con que no a — Pero, señor, ya ve usted que no se resista

tal

parche, con voz temblorosa,

—Entonces,

las

órdenes que traemos.

nos resistimos, repuso

el del

poniéndose de mil colores.

vamos andando! El padrecito debe también acom-

pañarnos.

—Aquí

estoi, dijo

el sacerdote,

saliendo del rancho con cierta

entereza que antes no se habia notado en

él.

Mientras se verificaba esta rápida escena,

el

baqueano

se habia

acercado a varios de los vecinos ranchos, cuyos moradores, cerran-

do sus puertas, atisbaban por entre

Montados a

—Vea, ño

caballo, dijo a

las quinchas.

s

Juan Diablo, su compañero:

Diabh) ¿cómo permite que esa maleta vaya a ]as an-

cas de don Costal?

Ahí debe

estar todo el (¡ato


238

— Dices bien, respondió Juan: qr'ta de ahí

maleta

la

i

llévala tn

mismo.

La orden no fué dada a un sordo, porque, en pocOvS segundos, la maleta pasó a manos del ájil compañero de Juan, a pesar de las observaciones de sus dueños. I no parece sino que las mavos de aquel hombre estuviesen acostumbradas a abrir i rejistrar todo cuanto se j)onia a su alcance,

pues

la

maleta se abrió como por encanto.

—¿Qué has hecho, badulaque? esclamó Juan, ramal de sus riendas. compañero —Ah! ño Diablo! respondió cínicamente

alzando sobre su

el

el otro.

necesario ver .guió,

aquí venia

si

el

Yo

creia

que era

gato encerrado! Vei no, pues! prosi-

sacando de dicha maleta un gran paquete de cartas. Aquí está

el gato,

ño Juan! Córtenme las dos orejas,

estas^ cartitas

si

no son

para los pipiólos!

— Señor!

esclamó

el

padre con dolorida voz, déme esos papeles,

que a nadie importan sino a mí,

i

llévese

la maleta

con todo lo

que contiene!

—No

es nuestra intención robarle a usted nada, respondió el bo-

degonero;

i

en cuanto a estas cartas, quedarán como antes en la

maleta, para que nuestro jeneral haga de ellas el uso que crea conveniente.

El honorable bodeo^onero puso el paquete en su lugar; i notando que su asistente guardaba algo debajo del poncho, le preguntó:

—¿Qué otra cosa has sacado de maleta? —Nada, ño Juan! respondió —Nada? quien no conoce que compre! —Ya digo; ño Diablo, que no he sacado me fuera a confesar! Nadita mas como debajo del poncho? — eso que — Qué que tengo, pues! Trasbúsqueme, la

el otro.

te

te

mas que

le

si

I

tienes

¿I

es lo

Diciendo esto,

el

bellaco alzó

como para que Juan sillos

ambas manos

lo rejistrase;

de su compañero,

le

pero

si

quiere!

presentó su pecho

i

este, sin

tomó súbitamente

tenia en el aire medio abierta con el poncho; el

las cartas.

la i

examinar

mano

los bol-

izquierda que

abriéndosela, vio que

ladrón tenia em^juñada una gran bolsa de seda llena de onzas

i

escudos de oro.

—Ah! bribón! esclamó Juan ¿con que

este era

el

gato tras de que

ibas?

— Es que del parche.

siempre conserva su antigua costumbre, observó

d


—Mire, ño

Juan! replico

el

me

faera a confesar, que no

239

cínico ladrón: le juro,

liabia fijado

como

si

'me

en la bolsa platera! Ello

fné que, cuando saqué las cartas, salió también enredada esta bolsa;!

como usted agarró solamente

los papeles....

— Bueno, bueno, interrampió Juan.

Después darás tus disculpas Aliora es preciso que nos pongamos luego en maleta, que yo llevaré la bolsa, pues esto es lo

^

a quien

te

las crea.

camino. Lleva tú la

mas prudente. Mientras así hablaba nero en sus bolsillos,

i

prudentísimo Juan Diablo metió el diordenó que el convoi se pusiese en camino, el

en dirección del cercano vado. I aunque

el

blar de los peligros que allí ofrecia el

rio,

con aire de autoridad,

Poco antes de

i

baqueano

Juan

a ha-

le volvió

repitió

la

orden

fué obedecido.

llegar a la orilla del rio, el asistente de

Juan

dijo

a éste:

— no amarramos a don Yo conozco mucho! — Átalo con Si

pierde.

Costal, se nos cae del caballo

i

se nos

lo

Juan Diablo. Apeóse el otro; sacó su lazo, i ató los pies del hombre del parche por debajo de ^a barriga de su caballo. El hombre, conteniendo tii

con dificultad

la

lazo, le dijo entonces

có'era que aparecía en sus ojos, se dejó atar; pero

no sin decir en voz baja a su verdugo:

— Picaro Vcngate ahora de tunda de porrazos que en San Pero ya mia me pagarás! —Mire, señor don respondió bribón con burlezca sonladrón!

di

la

llegará la

Carlos!

Costal,

risa;

sepa que és usted

el

te

i

la

el

que va a pagar todas las hechas

i

por

hacer.

—Pues yo hablaré con señor jeneral quién esclamó en voz del parche. — Mire, Juan! dijo entonces mire cómo de picadito Prieto,

el

alta

eres!

Tío

i

le

diré

el

el otro:

sa-

¡Sabe Dios cuántas mentiras no estará inventando este don Costil en contra mia) para irlas a vaciar al ejército! ca versos!

'.o:-



CAPITULO XLL

LA LOCA.

desmayada o

((Aquella niña está

aletargada; el conjunto de sus facciones es tan perfecto

mas

bien parece una de

fantasías

^

seductor, que

i

trasladadas al

aquellas lienzo por

un hábil pintor que la creatura condenada como las demás a las penar lidades

(Ramón Pacheco. Mientras los demás hablaban

i

exijencias de la vida.»

—El Pañal i

i

la Sotana.)

cuestionaban,

el

baqueano iba

adelante con la cabeza baja, mui contrariado al parecer con la de-

terminación de atravesar por

que tes

las personas

el rio.

Sa patrón

le

que conducia no debian hablar con

que encontrasen,

mamente

allí

poblada.

i

la

¿Cómo

habia dicho los

transeún-

márjen izquierda del Matatpiilo era suevitar que el sarjento no obtuviese noti-

30*


04.0

cías ciertas

sobre el paradero de los soldados liberales, que casi

habían naufragado pocos días antes

Habiendo atravesado nuestro baqueano tomó

Mataquito,

el

como

recto

i

conducir

le

por

el tráfico

se perdía

esta

de las jen-

a veces, bo-

fué fácil al guia el separarse del camino

convoi por veredas

el

grandes dificultades,

sin

la liuella trazada

tes sobre el ¡pedregal del rio. I

rrándose por completo,

en las costas de la Navidad?

,

mas

menos

o

torcidas.

Pero

tanto fué lo que abusó de sus ventajas de baqueano, que al fin le

preguntó Juan:

—Dígame, amigazo — Aquí no liuellas

liai

¿es este el

camino

todos los años,

i

tenemos que

— Pero, hombre! esclamó por aquí vamos cayendo

real?

real, contestó el guía,

endonde tenemos

al llano alto,

camino

i

el

el

el rio

borra las

rumbeando hasta llegar

ir

camino

pues

carretero.

bodegonero, no convencidci todavía:

levantando por esta pedrazon que solo

el

ha podido atravesar antes que nosotros. Dígame ¿no es el camino aquella faja ancha i blanquisca que se ve por entre aquellos

diablo

chilcaleú

—Ya — Pues

le digo, señor, si

que aquí todo es camino, respondió

aquí todo es camino, repuso Ju^n, tomemos aquel que

debe ser mejor que

éste,

pues veo venir por

Acerquémonos a aquellos hombres que

a algunas personas.

vienen, para preguntar-

saben algo sobre estos diablos de pipiólos! Casi estoi arrepen-

si

tido de

No

no haber llegado hasta

la costa.

baqueano tuvo que torcer, camino real pordonde venían unos cinco

era posibh eludir esta orden;

chistar,

sin

allí

él

gritó con voz sonora.

¡Cuarto de convercion sobre la izquierda!

les

el guia.

hacia el

i

el

hombres de a caballo. Mas, no por eso desmayó el buen servidor de don Chuma, sino que, acercándose a Juan, le dijo:

— ¿Su merced

quiere saber noticias de aquellos hombres?

Pues

entonces, voi a salirles por aquí al encuentro para no perder tiem-

po

i

preguntarles

I diciendo

mas

bien

i

si

saben algo de los pipiólos.

haciendo, echó a correr por lo

que galopando sobre

Llegado que hubo

al

el

mas

derecho, saltando

pedregal.

grupo de transeúntes,

les dijo

frunciendo

el

entrecejo:

—¡Alto

—¿Qué

ahí! significa esto?

preguntó uno de los hombres. ¿Quién és

usted para hacernos parar en medio del camino?


— 243 — — Quién les

manda

soi?

un soldado

mi

del gobierno. Allí viene

decir a ustedes que lo esperen aquí.

—¿Con qué objeto? — Con de

.

jefe quien

porque nos-

llevarlos al ejército del jeneral Prieto,

el

somos reclutadores déjente. Los tres hombres abrieron tamaños

otros

¡I

es de

cuenta con

resistirse! prosiguió el

malas pulgas,

una palabra. baqueano, porque mi jefe

ojos, sin decir

no aguanta pellejo en

i

lomo.

el

En

Licanten

un balazo a uno porque no quiso seguirnos.

le dio

dudando —Pero, ¿dónde está jente reclutada? preguntó todavía. — Está descansando un rato en pueblo de Huerta. Nosotros otro,

la

la

el

,

nos hemos adelanfado para reclutar algunos en estos ranchos del camino.

Apenas

guia hubo dicho estas palabras, cuando dos de los

el

transeúntes volvieron rápidamente sus caballos,

i

echaron a correr

hacia atrás, gritando al pasar por enfrente de los ranchos que había sobre el camino:

—La

recluta!

Viene

la recluta

de Prieto! Dicen que no perdonan

ni a los chiquillos!

En

cuanto al tercero, parecía aún dudar sobre lo que haria;

biéndole preguntado nuestro baqueano

ha-

era casado, él contestó:

si

tengo mucha familia menuda. — —Pues, entonces, perdono por padre de Sí, señor,

i

i

ser

lo

familia; pero arran-

que luego, porque mi sarjento no perdona a nadie.

Al

oír esto

el

hombre

torció

la rienda hacia el

rio,

i

se perdió

Juan Diablo. han arrancado esos hombres? preguntó con voz

entre los matorrales a tiempo que llegaba

—¿Por qué —Yo no qué ha dado a No han querido responder palabra. — Mas adelante hallaremos quien nos se

agria.

estos cristianos, respondió el guia.

les

conteste, dijo

Juan pican-

do su caballo.

mas

Pero, aun cuando"

de agricultores, no las puertas

allá encontraron

les fué ¡)c)sible

estaban corradas;

i

donados repoutinamente, según

Juan notó qm^ de algunas ñadas con atados en ot;:oa

la

i

casitas

dar con ningún liombro. Todas

muchos lo

muchos ranchos

ranclios liabiau sido aban-

indicaba

el

fuego de las cocinas.

medio desgrede la mano; de

casitas salían mujeres

cabeza

i

llevando

su-s hij(xs

i

ranchos se alejaban hombres a caballo con mujeres en ancas


— i

niños en los brazos, internándose

terse en los primeros

Era qae to,

244

bosques

el grito terrible

— todos en los potreros para

q.iie

me-

encontraban.

de ¡üo recluta! llevado en alas del vien-

había derramado la alarma por toda la pasíüca comarca.

Marchaba

baqueano contentísimo por haber conseguido su objeto.. Sin embargo, no daba la menor muestra de la satisfacción que experimentaba, i seguía su camino sin desplegar los labios.

Ai

el

avistar el valle de Curicó, acercóse a

Juan

i

preguntóle:

— Dígame, perdone horero? —No entiendo, respondió Juan. ¿Qué cosa horero? —Esos redondones que llevan en cartera para ver hora. bodegonero soltando una carcajada. No — esclamó señor,

¿tiene

i

amigo,,

le

es

los ricos

Ali! reloj!

que serán como las

—Nosotros dió el guia;

i

la

el

me

ahora porque se

lo llevo

la

los

quedó olvidado en casa; pero yo creo

diez.

pobres no tenemos

cuando

el dia está

escucharle al estómago.

mas

horero que

el sol,

respon-

nublado como ahora, tenemos que

A mí me

parece que

3^a

deben ser las doce

lunpocOj según es la hambre que llevo. ¿No cree usted mui justo que pasemos a hacer medio dia a un bodegoncito que hai al fin de este callejón?

—Así hombre

lo

haremos, respondió

el

bodegonero, mirando de reojo al

del parche, que platicaba en voz baja con su patrón.

Llegados

al

punto indicado por

el guia, se

apearon

i

comieron

i

bebieron a discreción.

El padrecito estaba cada vez mas

triste

i

taciturno,

apenas co-

mió algunos bocados; i como al parecer iba enfermo, nadie se admiraba de que permaneciese callado i con la cara medio envuelta en dos grandes

Acabada

]

añuelos.

la comida,

Juan pagó jenerosamente por todos,

i

enton-

ces el guia le dijo:,

— Comida hecha amistad deshecha, señor mió. preguntó Juan. —¿Qué quiere usted — Que hast aquí dura mi mala compaña porque yo i

decir? le

i

tengo que

volverme luego a casa de mi patrón, i su merced ya no me necesita para nada. Este camino va derecho a la estancia de las Quechereguas,

i

su merced no podrá perderse porque, como dice mi patrón:

«quien boca tiene a

Roma llega.»

mi patrón me encargó mucho que no cuartillo, aiiii

me

acuerdo (agregó),

le recibiera

a su merced ni un

I ahora que

cuando quisiera su merced pagarme algo por este

.


— que he

viaje

en mi propia bestia, pues la hacienda no da

lieclio

bestias para estos mandados,

— Bueno,

yo

i

guardó en su

i

—Yaya pues, ya que su merced pague!

i

se

bolsillo, diciendo:

empeña,

le

admitiré. Dios se

hasta otro día, patroncito.

Mientras

el sirviente del

a su lugar, Juan

volvia

nn pobre que

soi

bueno, interrumpió Juan pasando al baqueano cuatro

reales que éste recibió

lo

245

i

marcha hacia

el oriente.

vanguardia del

ejército

señor prefecto apellidado

compañeros de

sus

el

Guapo,

viaje proseguian

se

su

Cuando llegaron a Quechereguas, ya la hábia partido en la mañana, i la retaguardia

estaba a j)unto de ^^lonerse en marcha.

Juan Diablo

se fué al

momento

a hablar con Dorriga para darle

cuenta de su comisión.

— Señor,

don Víctor, ya los pipiólos pasaron el Mataquito; pero hemos hecho una buena presa. Es un padre franciscano que marcha para el sur, acompañado de un hombre de mala cara, al cual le quitamos una maleta con unos^papeles, que según parece, dijo a

son cartas de los pipiólos de Santiago, escritas a los del Maule.

preguntó Dorriga. —¿Dónde están esas —En mismas maleta endonde venían. cartas?

la

Don Víctor, sin decir una palabra, tocó un pito i se presentó al momento un oficialito pequeño, delgado, de aceitunado semblante i de ruin aspecto; pero que en sus ojos vivos cierta

sagacidad

i

pálidos labios la

i

penetrantes, revelaba

vagaba en sus delgados i indefinible sonrisa con que la solapada malicia perspicacia, mientras

suele cubrir sus intenciones.

— Garduño,

don Víctor, dirijiéndose al oficial; haga usted conducir aquí a esos dos individuos que ha traido presos este sárjente;

i

dijo

usted, prosiguió, dirijiéndose a Juan, tráigame la maleta con

todo lo que contiene. Salió

Garduño seguido del bodegonero,

éste trayendo en sus

conduciendo al

sa,ber lo

que

fraile

i

él

Don Víctor, ansioso de mismo la maleta; ya

el

fraile entró precipitada-

a su criado.

paquete contenia, abrió

habia sacado una de las cartas, cuando

mente a

la pieza;

i

que Dorriga leyese

a poco rato volvió

brazos la maleta de los presos. Detras venia

el oficial

el

i

i

adelantando éste sus manos como para impedir ki

carta que ya tenia estendida, le dijo con voz

entera:

Si usted es

un

señor don Víctor!

caballero, no

ponga

los

ojos sobre esas

cartas,


— Miró éste

al relijioso;

i

246

disgustado de su actitud al

po que sorprendido de su juventud

un adolescente),

— — Se

le

mismo

tiem-

de su belleza (pues parecía

i

preguntó:

¿Quién es usted?

está

lo diré al señor jeneral,

respondió

señor Prieto? Quiero hablar con

el

— El jeneral

está ocupado en hacer

el

joven

¿Dónde

fraile.

él!

marchar

al ejército:

puede

usted hablar conmigo.

—No

puedo hacerlo delante de estas personas^ repuso

el fraile.

manda despejar esta pieza, le diré quien soi. En aquel momento entró, por una puerta que comunicaba a

Si usted

la

pieza con otra vecina, un sacerdote vestido de viaje, con hábito o

sotanas arremangadas

Era

i

calzadas las espuelas.

padre Hipocreitia, que todo esos días anteriores habia esta-

el

do dando unos

ejercicios públicos

do

contra los pipiólos.

el evanjelio

Al ver dr)s

al joven fraile, se

pasos hacia

él, le

en Molina, endonde habia predica-

puso pálido; pero luego se rehizo;

dijo con cierta

i

dando

emoción que apér^as pudo ocultar:

amigo mió! que — Usted no que no podrá de parecer jamas! — usted mirando fijamente pondió —¿Qué quiere usted del hombre de bien en de desempeñar — Que usted parece,

es lo

trata

I

es ni

lo

el interpelado,

ser

res-

al jesuita.

decir?

el rol

trata

esta comedia, contestó el joven fraile.

Púsose

el jesuita

de mil colores,

i

habiendo visto solamente la firma de

se acercó a

don Víctor, quien,

la carta, dijo entre dientes:

—Esta carta viene firmada por Anselmo Guzman. observó Garduño, pues Anselmo está en —No puede Maule. — ademas, acabamos de saber que ha muerto, agregó jesuita con voz —¿Ha muerto? Decís que Anselmo Guzman ha muerto? esclamó, ser eso,

el

I

el

sorda.

sin poderse contener, el joven fraile

dando dos pasos hacia

jesuita. '

el

I

Este, mirando de arriba abajo al mozo,

respondió con esta sola

jmlabra: --Sí.

como un dardo, pareció atravesar el pecho del pobre fraile, pues, pálido como un cadáver, permaneció unos cuantos segundos como clavado en el suelo i sin pronunciar una Ese

si,

agudo

i

rápido


— Sus labios

sola palabra.

riamente abiertos, en aquel

De

se pusieron lívidos;

sus ojos extraordina-

i

que

abría su caja de rapé.

repente, la cara del fraile se

rojiza luz de

sin pestañar, estaban fijos sobre el jesuita

i

momento

247

un incendio;

e

coloreó

como iluminada por

irguiendo la cabeza, arrancóse

el

la

pañue-

que ocultaba a medias su fisonomía.

lo

Con el rápido movimiento, la capilla del hábito cayó hacia atrás, i una gran madeja de cabellos negros se esparció sobre sus espaldas. Todos los circunstantes lanzaron ui^ grito de sorj^resa, menos don Víctor que habia ya descubierto el secreto, leyendo la carta de Anselmo, verla,

i

el jesuita,

que habia conocido a Lucinda en

sión que su belleza

—Lucinda!

le,

la preciosa

esclamó

inolvidable aniigo,

—Porque si

vosotros

niña sin ocultar la impre-

causara. el jesuita,

adelantándose a tomarla de la

vos,

momento de

a pesar de lo bien disfrazada que venia.

El oficial Garduño miraba a

mi

el

i

manifestando gran admiración

mano ¿Por qué

i

veo aquí a la hija de

en un traje tan ajeno de su sexo?

me

habéis obligado a

ello,

i

especialmente

padre Hipocreitía! esclamó Lucinda, dando un paso atrás como

viera acercarse

asesino,

una culebra. No me

toquéis, vil ladrón, miserable

que no contento con desposeerme del amor de mi padre

para arrebatarme una pobre herencia, matasteis de dolor a mi madre,

fuisteis el

i

verdugo del desgraciado autor de mis dias!

—Ah! con que una mujer! oyó puerta a una voz en de respondió Lucinda, volviéndose rápidamente hacia — es

se

decir

la

la pieza.

exterior

Sí, jeneral!

Prieto,

que en aquel momento entraba al cuarto: Soi la esposa, o

mejor dicho,

soi la

viuda de Anselmo Guzman, asesinado por us-

tedes!

—¿Por nosotros? Señora! — por ustedes, sobre cuya cabeza caerá ;

Sí,

derramado

i

que seguirá derramándose en

que después de haber dado

el

la sangre el

país!

que se ha

Por ustedes,

ejemplo de la mas escandalosa gue-

han perseguido a hombres indefensos como mi esposo, haspunto de mandarlos insultar cobardemente en su propia casa!

rra civil,

ta el

— Pero, señora —Ah! prosiguió Lucinda con

vehemencia: Ustedes dirán

(]U(^

no

han dado orden al populacho para que fuera a apedrear nuc^stras ventanas. Solamente dejaron (jue las apedrearan que nos insultasen soezmente, obligando así a mi esposo a que dejase su hogar, i...

le

i


— 248 »— Cálmese usted, señora, interrumpió don Víctor acercándosele; — advierta, agregó Prieto, que de perseguir a Guzman, lejos

I

gobierno lo co,

lia

considerado

mas de

lo

el

que convenia

al

orden públi-

a pesar de tenerse conocimiento de sus traidoras intenciones.

— Orden público! esclamó Lucinda

moviendo la cabeza de arriba abajo i con los ojos medio extraviados.... Orden público! Bien está esa palabra en boca de los que lian sembrado i cultivado el desorden en el país! Esperad la cosecha! Pero mas me admira, jeneral, el que ¡

usted pueda pronunciar la palabra traidor con la

misma boca con

que mandó a sus soldados que volviesen contra la república

mas que mismos

las ar-

puesto en sus manos para su defensa; con los

ella liabia

labios con que convidó al jeneral Lastra a entrar en las

casas de Ocliagavía para traicionarlo

un momento después!

— Oh! Esa una calumnia infame! esclamó será jamas un ¡Joaquín Prieto no ha —Tiene usted razón, repuso Lucinda con es

el' jeneral

sido ni

sí...

fuera de

traidor!

irónico acento. Joa-

quin Prieto no ha sido ni será jamas un traidor: solo ha sido

i

será

el instrumento de miserables traidores.

I al decir

esto,

lanzó una carcajada seca que se asemejaba a un

quejido de dolor. El jeneral Prieto, exaltadísimo, quiso hablar; pero

Dorriga acercándose a

él, le

dijo:

acuérdese de que una mujer. — Cálmese, jesuita ¡Pobre niña! agregó — ademas —Eq una mujer, dando un paso momento no jeneral,

es

i

loca!

I

el

dijo ella,

soi

este

hacia la puerta: soi la verdad que habla

chada en Chile.

En

i

que algún dia será escu-

cuanto al padre Hipocreitía (prosiguió, mos-

trando al jesuita con

el

dedo,

pero sin mirarlo) como

él es

mui

cuerdo, no dice nunca la verdad.

En

seguida salió de la pieza con cierta ajitacion

febril.

Uno

de los soldados que habia en la puerta, quiso oponerse a su paso; pero ella, sin decirle una palabra i aun sin mirarlo, le ordenó con un movimiento de la mano, que se hiciese a un lado, i él la dejó pasar libremente.

Los que estaban en la habitación la siguieron conmovidos, especialmente Garduño que no habia separado los ojos de ella. Cuando estuvo en

el

corredor,

llamó a su sirviente,

el cual,

con una

barra de grillos en los pies, so mantenia afirmado a un pilar tiraba sus brazos como para socorrer a su señora.

— Pedro!

dijo ésta con dolorida voz: tu patrón

i

ha muerto! El

es-

co-


— me

razón no

249

engañaba. Prepara pronto los caballos porque es

prociso que vea siquiera su sepultara!

Pedro quiso anclar^ pero no pudo^ i ecli j a llorar como un niño. Entonces ella, viendo a su criado que apenas podia tenerse de pié, pareció como que despertaba de una atroz pesadilla; dio un grito terrible,

cayó sobre

i

como un

el suelo

cadáver.

Al ver caer a su señora, Pedro lanzó un rujido i se arrastró ella, dando una bofetada a un soldado que lo sujetaba. Todos

circunstantes manifestaron

los

la

graciada esposa de Anselmo les inspiraba;

compasión que pero

el

liácia

la des-

primero que

llegó corriendo hacia ella, fué el padre Hipocreitía.

— Loca! Ruega to

Señor por tú

al

Pobre amigo mió!

loca! decia el jesuíta ¡qué desgracia! bija,

a la cual te prometí servirle en cuan-

mis débiles fuerzas alcanzasen. Mientras así hablaba, trataba de alzar del suelo a Lucinda, que

apenas daba señales de vida;

i

ayudado por Garduño

i

otros, la

condujo a un cuarto endonde habia una cama. Vinieron -en segui-

da dos o

tres

caseros; pero

— Señor, su padre, ciencia.

i

mujeres que el

le

empezaron a hacer algunos remedios

jesuíta dijo al jeneral:

esta pobre niña no puede quedar aquí.

Yo

amigo de

faí

t3ngo que cumplir con un deber de amistad

i

de con-

Puego a Usía que me dé permiso para hacerla trasladar a

casa de unas amigas mías que residen en Molina,

tratada con toda la caridad

i

endonde será

cristiandad que caracterizan a esas

santas señoras. .

Concedióle Prieto el permiso que se

le

pedia;

i

Garduño, por in-

dicación de Dorriga, se quedó con cinco soldados de caballería para servir de escolta a la eníerma.

:o:

n*

151



CAPITULO

PRIETO

!

XLII.

CORRIGA.

«En

el

estado en que se encuentra

el país, el

cesario

i

gobierno ha estimado ne-

prudente ver correr alguna

sangre chilena....

(JSÍota

del ministro Portales aljene-

ral Aldunate.

— 25

de

mayo

de^

1830.)

La

retaguardia del ejército se habia ya puesto en camino, con in-

tención de

ir

hacer noche en

el

Camarico, endonde lo esperaba la

vanguardia. Bien pronto emprendió la marcha el estado

mayor,

una parte de la caballería, tras de la cual iba Pedro atado sobre el lomo de un macho que un soldado llevaba tirando. escoltado por

Llegado

el

convoi a la estancia de Itagüe, atravesaron

el rio Chiro,

enfrente de la vega del Camarico, endonde encontraron acampa-

do

el ejército.

Apenas Dorriga se hubo desmontado del caballo, cuando pidió a un sarjento una maletita que éste le llevaba; i metiéndose en un


^^

OÍÍ9 /^O^

cnarfcito del ranclio, endónele liabia

una vela de ños

sebo,

i

se

puso a

leer

de dormir

amarillosos,. azuleSj

Habia papelitos blancos,

basta los liabia sucios

i

algodón, otros de hilo,

otros de seda.

i

encendió

unos papelitos de diversos tama-

colores que llevaba en la maleta.

i

el jeneral,

i

La

ajados.

Unos eran de

letra de cada papel era

también distinta de la de ios demás; pero todos concluian con una firma i una rúbrica mas o menos llena de rasgos, ""cruces i comillas

En

seguida plegó

cerró todas

i

estas

cuales tenian pretensiones dé cartas);

con sendas obleas,

éstas,

todas un buen paquete. le dirijió la

i

esquelas

(algunas de las

pegando, la mayor parte de

pan mascado, hizo de tiempo entró eljeneral en jefe, quien

solo dos o tres con

i

A ese

palabra en estos términos:

— Señor don Víctor;

estoi perplejo ¿qué le parece a

usted conve-

niente hacer con ese hombre?

—¿Qué hombre? —El de Lucinda. Me sirviente

pipiólo,

i

de

mucho

por casualidad se escapa, puede ha-

arrojo. Si

cernos mucho, daño con solo

migo que

las interioridades

que es un empecinado

lian dicho

ir

a poner en conocimiento del ene-

de nuestro ejército: ¿cree usted conveniente

llagamos fusilar?

lo

—¿Para qué? ¿En qué aparece culpable ese hombre? sistido

señora,

cuando i

se le quiso

tomar preso, ha

cumplir mejor con su deber.

Una

Si se

ha

re-

sido por defender a su

acción

como

esa no

me-

rece cuatro balazos, jeneral!

— Convengo lltica^

en ello;pero yo hablaba de hacerlo fusilar jí96>rj?9<9-

pues ya usted sabe

opinión es

(jite

que dice Portales a este respecto.

Su

conviene a veces derramar un poco de sangre chilena^

pues de otro modo no tros enemigos.

lo

Con

se

pone a raya

el loco

atrevimiento de nues-

un ene-

esos cuatro balazos nos desharemos de

migo.... -r-I

nos haremos de cien enemigos mas, interrumpió Dorriga.

Créame, señor jeneral, la crueldad inútil perjudica siempre la emplea.

El

rigor,

aún en

la

al

que

guerra misma, es como ciertos vene-

nos que suele hacerse entrar en la composición de las medicinas.

Usados con cordura, pueden sanar ellos,

al

enfermo; pero

el

abuso de

produce necesariamente la muerte. Al contrario, yo creo que

podemos sacar partido de enemigo^

la huida de ese

hombre

al

campamento


V

253

—¿Cómo puede ser eso?

— Sirviéndonos de

él

como de un emisario

seguro, para enviar

estas cartitas.

— Ah! esclamó Prieto

¿todavía está usted con esa idea? Los pi-

piólos son inocentes; pero no tanto para que traguen ese anzuelo! I ademas, prosiguió sonriéndose ¡les

hemos hecho ya tragar

— Paes yo tengo seguridad de que algunos de nuestros

oficiales

mas

tantos!

estas esquelitas, firmadas por

apipiolados,

han de producir un

magnífico resultado. Todas ellas hablan del deseo que sus autores tienen de pasarse al enemigo, unos por evitar la efusión de sangre, otros

porque sus antiguas convicciones

opuesto, to hacia

i

los

arrastran al bando

algunos por consideraciones personales de amor

i

respe-

Freiré.

—¿Creé usted que

este jeneral

no se llene de satisfacción al leer

no se descuide, por consiguiente, confiando mas en una mentida popularidad que en las fuerzas de su ejército? estos papeles,

i

^

—;Haga usted go

fe

lo

que

parezca, dijo el jeneral; pero yo solo ten-

le

en nuestros cañones

— Trazas

i

en nuestra caballería.

quiere la guerra, señor jeneral, repuso don Víctor;

usted se convencerá mas tarde, de que fuerza,

i

mas hace

la

maña que

i

la

que cada uno de estos papelillos vale por diez balas de

cañón.

Un

ruido de caballos que se oyó en el exterior del rancho, cortó

la conversación.

El jeneral salió del cuartejo, i poco después entró Garduño. ¿Cómo queda esa niña? preguntó don Víctor.

— — Ha vuelto en

sí,

respondió el

oficial;

pero no ha sido posible

conseguir que se despoje del hábito franciscano que tiene puesto.

Dice que ya no quiere pertenecer a este mundo,

que lleva es

el

que mas

Dorriga se conmovió corazón humano; piólos, e

le

i

que aquel traje

conviene, por ser el de la sepultura.

al oir la relación

del oficial, pues tenia

un

aunque lleno de preocupaciones contra los piincapaz de comprender las ideas que éstos defeUdian, no

alcanzaba su

o;lio

i,

hasta las nmjeres

i

los niños,

como sucedia con

muchos otros defensores del sistema colonial vestido a la republicana. Su contraido semblante revelaba una profunda impresión; i con voz apagada, murmuró;

— Pobre mucliacha! En

Ojalá no soa cierta la muerte de su marido!

seguida, liaciendo

desechar una

tri:¿te

un movimiento con

idea, dijo:

la cabeza

como para


—Bueno! tiene

Vamos

254

a otra cosa.

Ya

sabe usted, Garduño, lo que

que hacer con ese hombre. Nada tengo que

repetirle.

Tome

vusted las cartas.

— Obraré en todo como usted me ha ordenado, respondió recibiendo el paquete

i

saliendo del cuarto.

:o:-

el oficial


CAPITULO

GARDUÑO

XLIII.

PEDRO.

I

«Acompañaba a pañas

Prieto en las cam-

español don V... tan famoso

el

por su fecundidad en la invención de ardides

i

estratajemas de todo

Este se valió de diversos gentos, a quienes hacia

a Freiré, o

mando

el

oficiales

i

sar-

que escribiesen

lo verificaba él

nombre de

j enero.

mismo

to-

aquellos, protes-

tando su adhesión a este jeneral

i

ase-

gurándole, con todo el misterio necesario,

que estaban dispuestos a pasarse a

sus filas.»

.

(F. Errázuriz).

Garduño

se

dirijió

en seguida al lugar endonde tenían preso a

Pedro. Esto so hallaba rodeado de cuatro soldados, con una gruesa

barra de grillos en los pies, Tnaiten,

i

atado de las manos al tronco de un


— Señor

256

en cuanto conoció a Garduño; llágalo

oficial! dijo

que mas quiere en esta vida, dígame

—Está los jefes

Dios!...Aliora le suplico que se

para que la traten bien

frido ya!... I aliora, ¿es cierto

—Esa

la señorita vive o

hágame

que mi jmtron

el

lia

i

no la hagan

bien de decirme,

empeñe usted con ¡Harto

sufrir. si le

lia

su-

nace de corazoni

muerto?

que aquí

es la noticia

muere?

Garduño.

viva, respondió

— Gracias a

si

¡Dor lo

lia

llegado, respondió

Garduño con

voz lúo-ubre.

Pedro no el

mas, pues

liabló

nuevo dolor que

liabia

le

su entrecortada respiración indicaba

causado la certeza de la fatal

noticia.

—I ¿para usted no pide nada? preguntó Garduño. — qué quiere que pida para mí, cuando me trata de esta ma,

se

¿I

nera? esclanió Pedro con

mal reprimida

Se

cólera:

me

tiene atado

a este árbol, como si fuera un- animal i como si pudiera huir con esta pesada barra de grillos. ¿Qué he hecho, señor, para que me castiguen de este modo?

— Usted — No he

ha

se

resistido

i

ha amenazado a

los

lo preso.

atacaban

i

que querían tomar^

hecho mas que defenderme de dos ladrones que que, por

mas

señas,

me

robaron todo

me

dinero que

el

traíamos.

—Non eran autoridad — En de

ladrones, repuso el oficial, sino comisionados por la

lejítima para

eso

sor comisionados por la autoridad,

terrumpió vivamente Pedro; pero drones como

el

mismo Judas.

no

me

sostendré siempre, que son la-

¡Los conozco hace

mucho tiempo!

—De todos modos, usted ha hecho armas contra autoridad, ha condenado a muerte. consejo de guerra —¿Me han condenado a muerte? por qué? entonces ¿para qué la

el

meto, in-

i

lo

I

me preguntaba usted

si

I

yo tenia algo que pedir?

Garduño no respondió,

uno de

los solda-

Pedro decia

al oficial:

sino que, volviéndose a

dos, le dijo:

—Desate usted a ese hombre. soldado cumplía con Mientras señor: — Muchas el

graciasí,

la orden,

prefiero cuatro balas, a seguir aquí

amarrado como un facineroso. El oficial, sin responder una palabra, dio dos silbidos con un pito que sacó de sus bolsillos; i luego aparecieron seis soldados a cabar lio con sus tercerolas a la espalda. Otros dos soldados mas, traiau

*


dos caballos ensillados;

nó a Pedro que

i

lo liiciera

montando Garduño en uno de en

después que

el otro,

le

éstos, orde-

hubieron sacado

los grillos.

—Ya ballo

i

sé lo

que esto

murmuró

Pedro, montando en su ca-

poniéndose en marcha rodeado de los soldados.

—Prepárese

— Ya

significa,

usted, le dijo el oficial.

estoi preparado, respondió Pedro.

Por toda precaución, habíanle atado los pies al preso por debajo de la barriga del caballo. El convoi marchaba dando mil i mil vueltas por entre los matorrales que cubrían la márjen izquierda del Kio Claro.

La noche

estaba oscura;

espesos

nadie hablaba una palabra,

mósfera;

nubarrones cubrían la ati

solo

patas de los caballos, medio apagado por

se oia el ruido el

de las

sordo murmullo del

rio.

Habiéndose separado del campamento unas diez o doce cuadras, hicieron alto debajo de unos árboles,

montarse a

los

i

Garduño mandó des-

soldados. Bajaron al preso de su caballo;

i

habién

dolo atado al tronco de un árbol, se retiraron a regular distancia.

—Buen dar! esclamó Pedro, con

triste

acento ¡El pago de Chile!

Morir como un ladrón, después de haber peleado por la patria sin

haber recibido ni

el

sueldo siquiera!

—¿Tiene usted miedo? preguntó Garduño. —iVb sadré decir tengo no tengo miedo, respondió Pedro, le

le

o

si

porque no puedo mentir ahora: pero

go

rabia,

mucha

lo

rabia, señor, al ver

que sé mui bien, es que tenque se

me

va a asesinar aquí

como a un perro, por mano de mis mismos compañeros con los cuales hemos peleado juntos contra los godos ¡Denme un fusil, prosiguió con exaltación,

i

verán

si

tengo miedo!

— Pues respondióle Garduño; usted tendrá un me promete una —¿Qué cosa? bien!

si

fasil

i

vivirá

cosa.

—-Enrolarse en

nuestras

filas.

.

—Calle- la boca, señor, por Dios,

En

seguida, haciendo

— Por

un

i

no

me proponga

eso!

esfuerzo, prosiguió:

amor de Dios! señor oficial, no me esté matando a poC08\ Despácheme luego, porque ya tengo el ánimo Jiecho\ I se puso a rezar un Credo en alta voz. Garduño dio a sus soldados la orden do prepararse, se dis})uso a mandar el fuego. Pero antes tuvo la crueldad de decir al preso: el

i


— 258 — —Ali! es usted miú/reirisfa!

respondió Pedro exasperado, po—Porque un iiombre niéndose en seguida a gritar Yiva Constitución! Creo en Dios padre, Todo—Viva de poderoso, Criador del — Fuego!! gritó Garduño. soi

leal,

Freiré!

la

cielo

la tierra

i

Oyóse una sola detonación, compuesta de los naron a un tiempo, i todo quedó en silencio.

Garduño

se acercó

—Esta muerto.

a Pedro;

que so-

habiéndolo tocado, dijo:

i

¡A caballo!

Montaron todos; uno de llo

seis tiros

los soldados

en que se habia conducido al preso^

tomó i

las riendas del caba-

partieron al trote liácia el

campamento. Cuando Pedro volvió en sí, apenas se oía el ruido de los caballos que se alejaban: Pero él no se preocupaba de ruido alguno, sino que, admiradísimo de no sentir el mas pequeño dolor en todo su cuerpo, se liizo maquinalmente estas dos preguntas:

—-¿Estaré vivo? ¿Estaré muerto? En

seguida se puso a respirar con fuerza. Su cabeza se liabia de-

bilitado notablemente por la emoción sufrida,

como engarrotados por moverse

i

no pudo; pretendió tocarse

decieron a su voluntad.

contra

el

las ligaduras

Su

i

el

tenia los

i

el frió

de la noclie. Quiso

cuerpo,

cuello estaba tieso;

miembros

manos no obe-

i

sus

i

su cabeza, pegada

tronco del árbol, parecia carecer de movimiento.

— Qué será

esto!

exclamaba

pobre hombre lleno de pavor. ¿Si

el

aún no habré llegado al otro mundo por no haberme acabado de matar? Pero si he muerto, i estol en el otro muudo, no hai duda de que los dos mundos se parecen estaré entre la vida

i

la muerte,

i

mucho. La misma oscuridad, los mismos árboles, el mismo aire, el mismo ruido del rio... I ¿cómo dicen que la muerte duele tanto? Pero nó! no puede ser! ¡Estoi en este mundo! esclamó respirando con

mayor fuerza

— —Ah!

i

con la convicción de su propia existencia.

Silencio! le dijo a ese ¿es usted, señor

tiempo

íina voz cerca

de sus oidos.

Garduño? jireguntó Pedro ¿Viene usted a

acabar de matarme? Concluya usted pronto porque todavía estoi vivo.

—A mí me debe usted game

usted,

i

no hable.

que hice dar a

la vida

de que goza, repuso Garduño. Ói-

Yo mismo

extraje las balas de las tercero las

los soldados,

i

por esto es que usted no está herido.

Ellos están en el campamento, creyendo haberlo muerto a usted;

i


— 259 — mientras tanto, yo

una

vuelto a librarlo de sus ligaduras; pero con

lie

condición....

— Cuál diga usted, señor! paquete usted — La de que es?

este

lleve

ponga en

lo

las propias

manos de

campamento enemigo

al

Freiré.

Pedro creyó no haber oido bien,

esclamó:

i

— Qué? El jeneral Freiré? ¿Usted?. ..Yo? a don Ramón — Que usted debe

¿Qué

sijilo

Prieto

Son cartas que algunos de

posible.

por eso

los

oficiales

de

i

queremos pasarnos a

la división

de los cir-

quise ver hasta dónde llegaba la lealtad de usted;

le hice

denantes todas esas preguntas. Ahora sé que pue-

do contar con su

fidelidad.

comeré esos papeles

necesario! esclamó Pedro.

momento. Ah! pero

—Yo

el

Yo

cunstancias.

al

con

porque nosotros hemos sido solamente pelucones de

liberales

— Me

dicho?

escribimos a Freiré, ad virtiéndole que estamos descon.

le

tontos de nuestro jeneral,

i

me ha

este paquetito

llevar

mayor

i

lo desataré,

áiites

Démelos

estoi atado

respondió

el

i

de entregarlos,

moriré

i

usted, señor Garduño,

si

es

partiré

i

no puedo moverme!

oficial,

poniendo por obra

lo

que

decia.

Al verse

Pedro dio dos o tres cerciorarse de que estaba vivo i libre.

En

libre,

saltos en el aire,

como para

seguida dijo:

— Pero ¿no parece a usted, que debo hacer caballo? —Aquí tiene usted mió. — usted? —Yo me volveré de a pié campamento; señor,

le

este viaje a

el

¿I

al

i

allí diré

que mi ca-

ha arrancado. Tome usted el paquete, i ¡cuenta con que nasepa una palabra de todo lo que hemos hablado!

ballo se die

—No yol

le

Yaya!

dé a usted nino'un cuidado. lo

Mas

liablará

uu muerto que

que es la vida! ¿Creerá, señor Garduño,

(jue casi

ha-

bla yo creido que estaba muerto?

En

seguida tomó

el paipiete; lo

metió en sus bolsillos,

i

montó

a caballo.

—En atadito que cuelga del arzón de Garduño. ted que comer, — Dios pague, Ahora —Diga usted. ese

la silla

encontrará us-

le dijo

se lo

señor!

quisiera pedirle una gracia.


— 260 — — Quisiera birme...? — Prometo

hacerlo, respondió

usted en todo

i

tener noticias de la señorita. ¿Podria usted escri-

por todo

al oido: a Lucinda

Pedro miró

i

el oficial;

i

que la persona, que

lo

no

si

escribo, crea

le

al saludarlo le

diga

Garduño.J>

al oficial

meneando en seguida

la cabeza,

como para

desechar una idea insensata.

Luego

contestó:

— Muí — Que tenga

bien, señor, así lo liaré. Adiós. feliz viaje,

respondió Garduño, volviéndose al cam-

el oficial

encontró a un soldado que lo esperaba

pamento.

A poco

andar,

entre unos matorrales con salto,

i

se dirijió

un

caballo de la rienda.

con su asistente

Montó de un

rancho endonde debia pasar

al

el

resto de la noche.

Antes de

— dos —

algún curioso pregunta por

Si

lo

llegar, dijo al soldado:

hemos echado

Sí, señor,

que entre los

el cadáver, dile

al rio.

respondió

el soldado,

i

ademas con una piedra atada

al pescuezo.

Garduño hizo unjesto de aprobación, Llegado

al

alojamiento se apeó;

i

vestido

sin contestar

como

una palabra.

estaba, tendióse so-

cama de pellejos que el soldado le tenia preparada. Pero mientras éste empezó luego a roncar, tendido sobre su poncho i con un tronco por cabecera, el pobre Santiago no pudo pegar los ojos, como si su espíritu fuera presa de algunos de esos terribles pensamientos, cuya ejecución espanta al mismo que desea realizarlos. bre nna

Poco después de nuevo

se levantó; despertó al soldado,

los caballos.

Mientras tanto

él escribía,

i

le

ordenó ensillar

a la luz de un can-

un papelito que encargó a otro soldado entregar a Dorriga. Por último, montando a caballo atravesó el rio, i galopó hacia Molina,

dil,

seguido de su soñoliento asistente.

— Oh! murmuraba Santiago, con mujer sino un

ánjel...

¡Qué dulzura,

ajitacion febril; esta al

mismo tiempo

¡qué majestad

en aquella fisonomía radiante...! ¡Con cuánto placer no ría

mi vida

entera...!

I su

de morir en la refriega,

i

no es una

le

consagra-

marido ¿vive? ¿ha muerto...? Pero pue-

entonces....

.:o:


CAPITULO XLIV.

A ORILLAS DEL MAULE.

«Se sabe cuan propensos

son' los

ban-

dos políticos a forjarse ideas halagüeñas, sobre todo, cuando están caldos.»

(M. L. AmunáteCtUI.

— Dictadura

de

O'IIigyins: cap. XIII,)

Volvamos ahora la vista^al ejército constitucional. Poco después del desembarco de las tropas de Freiré en Constitución,

llegaron los jefes llondizzoni

desembarcados en la Navidad, a

gunos reclutas de

las costas

raba con impaciencia a

i

Castillo,

los cuales se

de Colchagua

los coroneles A^iel

con sus soldados

habian agregado

al-

do Talca. Freiré espe-

i

i

Tiipper,

esos dias en sitiar a Chillan, defendido por el coronel

ocupados en

Cruz

(«pie

tan arrepentido se mostró después de haber sostenido la causa pelucona). Sabedor el jeneral de (pie Viel

do

el sitio

de Chillan,

i

i

Tupper habian abandona-

se dirijian hacia el norte,

puso en movimien-


OA9 to sus tropas

i

se'dirijió liacia

Talca por la ribera izquierda del rio

Maule. Algunos dias después, es

decir, el

29 de marzo, todo

reunido a orillas del antediclio

cito liberal estaba

rio;

i

el ejér-

entonces

Freiré no pensó sino en llegar cuanto antes a la ciudad de Talca, posición estratéjica de la

mayor importancia,

i

cuyos habitantes

eran adictos a la causa constitucional.

Se nos olvidaba decir que Anselmo no liabia podido marchar con sus compañeros de armas, pues, aunque lo intentó varias veces por

ya restablecido de su enfermedad, no quiso consentirlo el jeneral; i el joven tuvo que moderar su impaciencia i quedarse en creerse

siguiendo las órdenes de su jefe, de acuerdo con las

Constitución

prescripciones del primer cirujano del ejército.

Ese mismo dia en que las reses

a pasar

del puentecito de Perales, mientras los soldados

el rio, al oriente

comian

las tropas liberales se disponian

que se

les

acababa de matar con,este objeto. Freiré i

Tupper hablaban acaloradamente debajo de una ramada, sobre

la

orilla del rio.

—Ya

digo a usted, coronel, decia Freiré, que aún cuando su

le

plan sea mui bueno,

me

es imposible aceptarlo,

ridad de vencer a ese traidor, sin haber para sil.

La mayor

pues tengo la segu-

qué descargar un fu-

parte de los oficiales han peleado a mis órdenes,

i

de haber abrazado tan mala causa. Esté usted

están arrepentidos

seguro de que, en cuanto nos vean, se pasarán con sus soldados a nuestras

filas.

¿Para qué derramar sangre entonces,

si

tenemos la

victoria segura?

meneó la cabeza con aire de duda. presentó un oficial seguido de un hombre

Tupper no respondió,

En

aquel

momento

se

que traia un caballo de

i

solo

la rienda,

i

del cual, según parecía, acababa

de apearse.

— Señor,

dijo el oficial dirijiéndose a Freiré; aquí viene

un hom-

bre que se dice portador de una noticia importante.

El jeneral ordenó a aquel que se acercase; i apenas hubo éste hablado, cuando a una con Tupper, esclamó: ^ ¿No eres Pedro...? ¿qué es de Lucinda? La he dejado enferma en Quechereguas, respontlió tristemente el buen servidor.

— —

En

seguida les

refirió

el viaje

que con su señora había hecho

desde Santiago, concluyendo por imponerlos de todo cuanto

les

ha-

bía sucedido, omitiendo solamente las últimas circunstancias de su

fusilamiento

i

del

modo cómo habia escapado con

vida,

pues no po-


— dia de otro

modo

conservar

2.63

el secreto

de las esquelas de que era

portador.

— Pues no había conocido, Pobre niñal Es predespacharle un propio para hacerle saber que Anselmo —Acabo de saber aquí esa buena observó Pedro, pronto a — tú ¿cómo pudiste escapar del enemigo? Pedro, — He tenido que disfrazarme para dijo el jeneral.

te

vive.

ciso

noticia,

i

estoi

llevársela.

I

llegar aquí, dijo

sin

me ha

responder directamente a la pregunta del jeneral. Nadie

co-

puedo llegar hasta Quechereguas. En cuanto al modo cómo escapé de los ocho balazos que mandaron tirarme, solo puedo decírselo a su merced. Al oir esto, retiróse el oficial, i Tupper se faé a hablar con Yiel, que no lejos estaba, comiendo un trozo de carne asada, debajo de un ruinoso rancho. nocido;

i

así

disfrazado,

Pedro refirió entonces al jeneral la manera cómo fué librado por Garduño; i concluyó por entregarle el paquete de cartas traidoras, que Freiré abrió

En

al

momento i

leyó con avidez.

seguida, habiendo hecho repetir a Pedro la última parte de

su relato, murmuró:

—El I

El traidor tiene la traición en casa. luego ordenó a Pedro partir para Quechereguas, con encartriunfo es seguro.

go de traer

noticias ciertas de Lucinda,

i

al

mismo tiempo pensó

en enviar a llamar a Anselmo. Pero como no sabia

miento del joven

le

restableci-

permitiría ponerse desde luego en camino, creyó

prudente enviar un se

si el

a Constitución con

oficial

el

encargo de volver-

con Anselmo, solamente en caso de hallarse éste en estado de

montar a caballo sin peligro alguno. El oficial que recibió esta comisión fué Pepe Tronera, quien, después de haber combatido valientemente en el sur, a las órdenes de Tupper, se liabia venido con su jefe al campamento de Freiré.

Mientras éste daba las órdenes antedichas, Tupper decia a Viel:

— No

plan que bres

i

a qué atribuir la ceguera del jeneral.

le proi)Use

de pasar

el rio esta

Ha

rechazado

el

noche con quinientos hom-

sorprender a Prieto en su cami)amento de Lircai. Por nues-

sabemos la situación que ocu})a su ejército; ¿no cree uscoronel, que un buen golpe de mano nos })odia dar la victoria?

tros espías ted,

— Muí bien podría

ser,

a Freiré de la creencia

respondió Viel; pero ¿cómo desenfrascar

(pie

tan preocu[)ado lo tiene?

que con solo presentarse, se pasará

el

A

él

enemigo a nuestras

h

})areco

filas.


— —Así

me

lo

ha dicho;

absurdo de esa idea.

i

A él

264

no hai modo de hacerlo convenir en lo se le figura

que todavía goza de su anti-

gua pojDularidad en el ejército. Pues yo tengo otro proyecto,

— que, a mi nos daria necesidad de batalla alguna, —¿Puede usted decirme ese proyecto? preguntó vivamente Tup— Por ahora no tenemos tiempo de hablar sobre respondió juicio,

toria sin

la vic-

dijo Viel.

per.

"

el otro,

pues debemos ponernos en marcha

cómo ya

los soldados

Así era en

comienzan a pasar

al instante.

Mire usted

el rio!

Valiéndose de dos balsas que se habia cons-

efecto.

truido de palos cruzados

de Perales,

ésto,

el ejército

i

de algunas lanchas

atravesaba

el rio

i

botes llevados des-

Maule, mientras la caballe-

ría habia ido a vadearlo por otro punto.

La tes

i

operación fué larga; pero ejecutada sin mayores inconvenien-

con toda la presteza que podia esperarse, atendidos

los esca-

sos recursos con que se contaba.

Las cuatro de

la tarde serian,

cuando

el ejército liberal se

traba solo a dos leguas de la ciudad de Talca.

Ya Pedro

encon-

habia

lle-

gado a esta ciudad, pues, deseoso de alcanzar a Quechereguas eáa misma tarde, se habia puesto en camino en el momento de recibir las órdenes del jeneral.

un

carnicero, antiguo

Su

objeto, al pasar

amigo suyo,

i

por Talca, era hablar con

preguntarle qué camino

le

con-

vendria seguir para no encontrarse con las tropas del gobierno. Al

pasar por enfrente de la quinta llamada

El PalacÍQ (antigua

dencia del liberal Obispo Cienfaegos, situada hacia

el

resi-

sudoesto de

Pedro fué detenido en su marcha por un mendigo, que, estirando la mano, decia con lastimera voz

la ciudad),

— ¡Por

los clavos

de Cristo! por María Santísima! una limosnita,

un pobre baldado; hágalo por el amor de Dios! por lo que mas quiere! por Nuestra Señora del Carmen! por... ¡Dios se lo pague, señorcito, prosiguió, recojiendo la pequeña moneda que Pedro dejó caer. ¡En el cielo hallará la caridá\ i Dios quiera que le florezca la suerte en todo cuanto ponga mano! señor, para

Pedro notó que dentro de la pequeña ruca o cobertizo de fajina dedonde el mendigo habia salido a encontrarlo, se veia otro mendigo, que, por entre las

ramas de

la quincha^

miraba con marcada

atención al transeúnte. Este, sin parar gran cosa la atención en tal circunstancia, picó de nuevo su caballo;

en

la

i

a poco

mas

andar, entró

ciudad con dirección a la Pecova, endonde esperaba encon-


265

amigo el carnicero. Pero no fué así, pues solamente dio con la mujer del vendedor de carne, la cual le dijo que su marido volveria pronto de una dilijencia que habia ido ^ hacer al centro. I como Pedro deseaba guardar el incógnito, no quiso descubrirse trar a su

ante la esposa de su amigo;

solo dijo que lo aguardaría hasta que

para proponerle la compra de cinco bueyes gordos que su

llegase,

mmos

patrón vendia, poco

En

i

qus de balde.

seguida compró, en medio real

puso a comer, una colosal

se

i

como él decia; i también (preciso es decirlo), para matar el hambre que llevaba: con lo cual conseguia el buen hombre matar dos pájaros de una sola pedrada. empanada, con

'

Con

el fin

la rienda

de mirar a

de matar

el

tiempo,

de su caballo sobre

el

brazo izquierdo,

largo de la calle, para ver

lo

si

i

sin dejar

su amigo venia, abrió

Pedro su empanada^ destapándola, como quien abre un estuche de joyas. I a la verdad que allí dentro encontró algo, para él mas precioso qae las

mismas

perlas

diamantes, pues

i

dorada masa no estaba lleno de aire (como

pequeño baúl de

el

la industria

moderna

lo

practica actualmente), sino de carne de vaca esquisitamente prepa-

rada con prositas de pollo, aceitunas, huevo picado

i

frescas pasas del

Huasco, cuya mezcla prometia ser tan sabrosa como era agradable que exhalaba.

e incitante el olor

Luego ja;

i,

";hizo

pedazos la cóncava tapa de aquella sabrosa ca-

sirviéndose de los trozos

unos bocados sobre

otros,

como de cuchara, empezó a echar

mascándolos

i

como

habia comido las cucharas.

se

Cuando

i

tragándolos a veces con

acpobaudo al fin por comerse el plato mismo, así

cuchara

todo;

i

se sacudía las

manos

i

se limpiaba la

boca con una es-

quina de su poncho, vio que por la calle venia, no

aguardaba, sino lo

el

mendigo que por entre

las

el

amigo a quien

ramas d5

la

quincha

habia observado poco antes.

Pedro

se

acercó instintivamente a su caballo,

i

se

afirmó cu la

con aparente indolencia, silbando al mismo tiempo una tonada l)opular. AuiKpio no mu-aba al mendigo, pudo notar que éste se silla

dirijia

rectamente hacia a

que

tancia, oyó

él;

i

cuando

se halló a dos pasos

de dis-

le dij'o:

pague, mi señor! — ¡Dios —¿A qué viene ese Dios pague? preguntó Podro, ya medio se lo

se lo

sobresaltado por la asiduidad con que

— Le doi

las gracias, respondió

el

(^^{c^

mendigo lo miraba. por la limosna que le 33*

dio a ,


— mi compañero compañía para

allá enfrente del Palacio^ pues los dos liemos licclio trabajar.

— Pues, amigo, mo

266

dijo entonces Pedro,

a mí la empanada que

me

buen provecho

le liaga, co-

acabo de comer.

— Muchas gracias, señor don Pedro, contestó

el mendigo con voz aunque mas baja, dando un paso mas hacia su interlocutor. Al oir su nombre, Pedro no pudo dejar de manifestar su sorpre-

clara

sa; pero rehaciéndose bien pronto, repuso:

—Yo no me llamo Pedro; usted me ha tomado —

sin

-I

embargo, murmuró

duda por otro. hombre harapiento, yo no puedo

el

sin

equivocarme. I acercándose

aún mas hacia Pedro, pronunció en voz mui baja

estas dos palabras:

— (iLucinda Garduño. — ¿Quién usted? preguntó Pedro, mirando fijamente — respondió rápidamente mendigo. No i

i)

es

¡Silencio!

la

voz,

Aquí en

la calle

Diciendo

si

quiere

saber noticias

de la señorita Lucinda.

no podremos hablar.

esto,

misma

echó a andar por la

guió aguijoneado por la curiosidad que en i

mas

usted

alce

el

sígame

i

al otro.

calle;

él se

i

Pedro

lo si-

habia despertado,

aún, por el vehemente deseo de saber noticias de su señora.

El mendigo andaba

sin volver

la cara;

i

al

llegar

(unas dos

mas adelante), a un rancho de miserable aspecto, puerta de mal clavadas tablas, la cual se abrió dejando cuadras

i

ocupados en jugar a

una

ver en

el

mendigos mas, sentados en

interior del triste cuarto tres o cuatro el suelo

tocó

los naipes.

—Entre usted pronto, a Pedro misterioso guia. preguntó Pedro, — mi dejo en cómo dudando sobre entraria o —Entre* con caballo respondió prontamente pordijo

¿I

caballo,

el

solo

lo

nó.

si

i

todo,

que adentro tenemos un buen mientras platicamos.

No

—Yo no tengo miedo, da hacia

la calle?

el otro,

sitio

endonde puede estar

dijo Pedro, llevando su bestia

el interior del sitio,

lo

que pasaba junto

*

Llegados al interior del

sitio

rodeado de ruinosas tapias),

i

de la rien-

mientras los otros mendigos prose-

ellos.

— Puede, usted

caballo

tenga miedo.

guían su juego sin poner, al parecer, atención a

a

el

el

(que estaba completamente solo

compañero de Pedro

i

dijo a éste:

tener entera confianza en mí, porque soi liberal

amigo de don Santiago.


267

—¿Quién don Santiago.^ — Don Santiago Garduño, que con resuelto pasarse a del jeneral — en qué me conocido usted? es

las filas

¿I

do Prieto han

f^otros oficiales

Freiré.

lia

— lYüjSbl esclamó

sonriendo. Usted

mudado de caba-

lia

cambiado la silla, ¡i quiere que no lo conozcan! sabia que usted andaba en la misma silla de don Santiago. llo,

pero no

el otro,

—Ss

lia

verdadl

dijo

Pedro dándose una palmada en

Yo

la frente

chambonada he hecho, sin pensarlo! Pero después de todo: ¿qué me dice usted de mi patrona? Está buena, respondió el mendigo, como lo verá usted por ¡qué

esta carta.

un papelito doblado

I sacando

— No — Pues yo

lo

pasó a Pedro.

hombros.

sé leer, amigo, dijo éste, encojiéndose de se lo leeré, repuso el otro,

desdoblando

el

papel, el

cual decia: ((Señor

La te. '

don Pedro:

señorita Lucinda está niui

Créale en todo

/reirista;

i

dígale

i

buena de salud, aunque algo

por todo al dador de

si

entregó en

mano

esta,

que es liberal

propia las

trisi

mui que

esquelitas

remití con usted.'

Santiago Garduño.»

—Ah!

se las entregué al señor jeneral en propia

dro. ¡Pobre señora mia!

mano,

dijo

Pe-

le

diga

qué gusto no va a tener cuando

que mi patrón vive!

mendigo ¿Quién su patrón? preguntó —¿Cómo mente. esposo de — Mi capitán Guzman, —¿No ha muerto? — Nó, gracias a Dios: está en Constitución bueno vive?

es

el

viva-

la señorita.

})ues, el

i

sano... Poro,

¿qué tiene usted que se ha puesto tan páhdo de repente! exclamó

Pedro. ¿Está enfermo?

Sí,

tengo una fatigado estómago, respondió

tando de reponerse de la impresión saber que

En

Anselmo

(jU(^.

el

mendigo, tra-

parecía haber sufrido

con

vivia.

seguida, diciendo que iba a beber un trago de aguardiente,


268

entro al ranclio, dedonde salió poco rato después, trayendo so de licor que ofreció a Pedro.

contenido del vaso,

el

—Dios

en

les di a ustedes

éste,

de un sorbo, casi todo

luego dijo:

i

se lo pague!

Bebió

un va-

amigazo: esto vale mas que

el callejón.

la

Ahora puede usted

lismosna que

a don

decirle

Garduño que cumplí con el encargo que me ^liizo, i que... Entonces puede usted entregar estas otras cartas, interrumpió el pordiosero sacando un paquete de entre sus andrajos.

— —Me imposible por ahora —¿Por qué? — Porque debo ponerme momento en camino es

para Quechere-

al

guas.

— cómo piensa usted atravesar de dia —Espero a un compadre carnicero que ¿I

dará consejo sobre

el ejército

enemigo?

tengo aquí,

camino que debo tomar para que

el

me no me

cual

el

atajen.

— Paes yo marcha.

Yo

aconsejo que aguarde la noche para ponerse en

le

soi

mui conocedor de

un caminito seguro,

le

dicen que

si

estos campos,

i

prometo indicar-

usted entrega a Freiré estas cartas.... ¿No

estará el ejército en Talca?

lioi

— Llegará —Entonces

esta tarde.

hacerme este favor; i en cerrándose la noche, puede ponerse en camino; porque, ya le digo, seria una imprudencia hacerlo de dia. Todos los pasos del rio están bien custodiados; pero yo conozco un punto pordonde puede usted tiene usted tiempo para

2)asar sin peligro alguno.

— Dice usted bien; esperaré

la noche.

Déme

las cartas

para irme

luego a^la recova, que, de todos modos, bueno es que hable también

con mi compadre

el carnicero.

llama? Cómo —¿Qué compadre — Cucho Espinosa, respondió Pedro. es ese?...

—Ahí Espinosa,

el

carnicero!

se

Lo conozco mucho. Desconfíe

usted de ese hombre porque es un espía de Prieto,

i

será capaz

de

venderlo a usted, como Judas vendió a Cristo.

—Imposible! me

no :

replicó

Pedro. Cucho es

mm freirista;

i

yo sé que

traicionará.

— Pues

yo

le

digo que Cucho Espinosa se ha pasado a

lo,s

pelu-

aunque representa mui bien el papel de /reirista, sepa usted que es un espía de Prieto. Esta mañana estuvo en el ejérci-

cones;

i


— to,

según supe, liabló con

i,

señas, le regaló

una onza de

—Todo puede

ser,

en persona,

el jeneral

Dígame, señor, ¿cómo viene ¿Son buenos los caballos?

go.

un

el ejército?

ratito,

agregó

mendi-

el

¿Mucha caballada

traen?

respondió Pedro, porque anduve perdido

caballería,

varios dias en la

mas

dados es no jugarlos, nada pierdo con

tanto, platicaremos aquí

—No vi la

por

el cual,

oro.

los

i

— Mientras

observó Pedro, dudando ya de la fidelidad de su

como lo mejor de no ver al cumpa Cucho,

amigo;

269

montaña;

i

cuando llegué

paso del Barco,

al

me

encontré solo con la infantería.

— Pues

Yo no

sonriendo. tro

no vale nada,

la caballería de Prieto sé

cómo

quiere' salir victorioso

dijo

el

mendigo

con aquellos cuw-

pingos de mala muerte.

— Usted gobierno,

i

se engaña,

muí

es

replicó Pedro.

que

no sabe

de nuestro partido

los

visto la caballada del

lie

lucida.

Allí entonces ¿usted

decir,

Yo

la jugarreta

le

han hecho

que nosotros, quiero al gobierno?

preguntó

el pordiosero.

—¿Qué diablura —Voi a

es esa?

decírsela.

un

En

la

noche que durmieron en

el

Camarico?

ayudado de un sarjento mui freirista, se faeron al coendonde tenían los caballos i le dieron a los mejores un buen

oficial,

rral,

tajo en el lagarto...

—¿Qué me — Lo que

dice usted?

oye.

De modo que

al otro dia so encontraron con los

mejores caballos todos rengos.

— Qué que

exclamó Pedro. Se lo he de decir a mi jeneral, para anime mas, porque aquí para entre los dos, le diré que

se

tirol

nuestra caballería es poca

i

mal montada. Me

dijeron que el coro-

nel Viel había traído del sur unos cien indios; pero estos diablos

(Dios i

si

me

perdono) no sirven

la yerran,

lindo;

una

i

mas

mas que para

la

primera embestida,

compadro, porque se dejan charquear de lo que estorban, a veces, que lo que hacen entre

adiós, es lo

caballería bien disciplinada; razón por la cual solo sírvcui ])ara

se corre el

como

dijéramos de carnaza^ aunque entonces ¡xdigro de desordenar las propias filas, en caso de ser

echarlos adelanto,

si

en arrancando uno, siguen todos los demás; no los hará volver cara ni la misma madre que los parió

ellos rechazados, pues, i

I


270

volvió a preguntar — ¿viene bien equipada? Temo muclio qne no traigan bastantes pertrechos. —Algo escasones vienen, respondió Pedro suspirando; pero tan municiones, sobra valor patriotismo. —Así me gusta hablar, respuso Tengo mu¿I la infantería?

el otro

si fal-

el

el

i

oirlo

el

chos deseos de que los dos ejércitos

se

pordiosero.

vean luego

las caras.... I

dígame: ¿cuántos cañones traen?

—Vienen piezas bien montadas, con órdenes a Amunátegui. poco mas menos, número de — no supo —Yo qne han de venir de mil hombres para dió Pedro. — Con ochocientos que vengan basta

diez artilleros cada mía,

tres

del jefe

las

usted,

¿I

o

el

los soldados?

arriba, respon-

creo

i

sobra, dijo el

mendigo

con tono de complacencia.

Cada vez que el pordiosero hablaba, Pedro no despegaba de él los ojos, como si algún recuerdo le asaltara i quisiese hallar en la fisonomía de aquel hombre la contestación a una pregunta que ya él se habia hecho varias veces en- su interior. Al llegar a este punto de su conversación, le dijo: no —Mire, amigo, porque no me tuviera por demasiado habia hecho una pregunta. —¿Qué pregunta —Dígame ¿por qué parece tanto su habla de don Garcurioso,

le

es esa?

a la

se

duño? Turbóse algo

—Eso

será, sin

rientes con

pordiosero; pero luego respondió:

el

duda, porque

verdad) somos medio jm-

(le diré la

don Santiago: quiero

decir,

que yo

soi pariente

de esos

que llaman de contrabando......

^Ya entiendo: ahora caigo en

que usted es mui trigueño,

— Qué quiere usted? El limosna al

sol.

Mas no

lo sirvo en todo lo

—Es un buen cido,

pues

le

i

lo

X3or

él es

la

cuenta de la semejanza. Solo

blanco

pasa debajo de sombra., esto

quiero

i

yo, pidiendo

mal a mi primo,

sino que

que puedo.

caballero, agregó

debo nada menos que

Pedro.

Yo

le estoi

mui agrade-

la vida.

preguntó manifestando una gran —¿Cómo inconveniente. Cuéntemelo no —Mnguno, respondió Pedro, comenzando en seguida a .es

curiosidad.

eso?

el pordiosero,

usted,

si

tiene

relatar-

le la

lúgubre escena del Camarico que ya conoce

el lector.


CAPITULO XLA^

EL EJÉRCITO LIBERAL LLEGA A TALCA.

(cComo

Viel

insistiesen

i

Tupper, en las ventajas de su plan, tratando de vencer la resistencia que les oponia Freiré,

llegó éste a incomodarse;

cando de

los bolsillos

i

sa-

panados

de papeles, los colocó sobre la mesa, diciéndoles: «lean ustedes!»

(F. Errázuriz.)

Ann no liabia

concluido Pedro su relato, cuando se

lle cierta ajitacion

tará aquí

el

en la ca-

que fué creciendo por momentos.

Salió el mnndig'o a ver lo([ue pasaba,

—Acaba

oyt')

i

luego

de llegar la caballería de nuestro

volvi(')

ejército,

jeneral Freiré con toda la infantería.

diciendo: i

pronto es-

Monte a

caballo


don Pedro,

i

Yo

trate de entregar luego las cartas.

lo esperaré

aqní

nn bnen asado de

ahora, en cnanto comience a teñir la noclie, con vaca.

— No ra que

le deseclio

le

agregue al asado una buena cazuela

porque tengo que correr toda la Diciendo-esto, pasó al

montó a caballo

i

i

i

noclie.

mendigo un peso, que

En

de alguna hesitación. llos;

tome usted paun poco de mosto ?

sns favores, respondió Pedro;

seguida,

se

puso

el

éste recibió

paquete en los bolsi-

se dirijió a la plaza.

Las calles estaban llenas de curiosos viendo pasar en

te de las cuales se acuarteló

mientras

el resto

cíespues

permaneció

el

al sur

convento de

las tropas, par-

Santo Domingo,

de la ciudad, endondé no podia

ser atacado por el enemigo, cuya principal fuerza era la caballería.

Las j entes iban semblantes;

i

venian,

los jefes

i

manifestando

el

mayor alborozo en

sus

constitucionales tuvieron la satisfacción de

ver que podian contar con las simpatías de los liberales hijos de Talca.

Poco después de haber llegado Pedro a ella al jeneral,

la plaza, vio

rodeado de la mayor parte de sus

entrar en

oficiales, entre los

que venia una multitud de caballeros que hablan salido a encontrarlo.

Siéndole imposible

se encontraba, contentóse voi.

con seguir de atrás

Detúvose éste enfrente de

que alojara

el

llegar hasta donde su jefe

al leal servidor

estado mayor;

i

la casa

que

se

numeroso con-

el

habia destinado para

echando todos pié a

tierra,

reunióse

momento el consejo de guerra en que debia tratarse sobre las medidas que con venia tomar. La plaza se fué despejando poco a poco; los curiosos comenza-

al

ron a retirarse; pero Pedro, apeándose de su caballo, se puso a esperar que

el

Concluido

el consejo,

los coroneles Viel

— Señor,

se desocupase para hablar con

jeneral

i

quedó Freiré en la pieza acompañado de

Tupper.

hemos hablado largamente con amigo que nos oye, sobre nna idea que, puesta en primero, ya

le dijo el

nuestro valiente

él.

práctica con decisión

i

prontitud, puede,

i

no solo puede darnos,

si-

no que nos dará precisamente la victoria, sin tirar un solo tiro. Veamos, qué idea es esa, dijo Freiré sonriendo con increduli-

— dad. —Es mui

sencilla, prosiguió

Viel.

ñana a nuestros soldados, mientras

Dejamos descanzar hbi

i

ma-

se hacen los preparativos nece-


— Mañana en

sarios.

do Guapl,

i

273

pasamos el río Claro, en el punto llamanos diríjimos a marchas forzadas hacia la capital, que la tarde

a la fecha está indefensa

— entonces será Santiago, concluyó Tupper. — Encuentro una I

nuii difícil a Prieto volver a adueñarse de

le

dificultad, dijo Freiré;

demos marchar con

la rapidez

es

i

que nosotros no po-

que puede hacerlo Prieto, quien,

niendo tan buenos caballos, puede hacernos

mucho mal por

la

te-

re-

taguardia.

— Pero observe usted, otros el

jeneral, replicó Viel, que,

camino que corre por

entre éstas

el rio Claro,

i

el pié

tomando nos-

de las montañas del poniente,

nada tenemos que temer de

la caballería

enemiga.

— Un camino quebrado! esclamó ¿No echan de ver ustedes

que,

si

el

jeneral medio

tomamos

ese

impacientado.

mal camino, Prieto

puede llegar mucho antes que nosotros a Curicó,

i

cortarnos la

marcha?

—Eso no caballos en — Pues yo

es posible, señor,

las haciendas

desde que nosotros podemos tomar

pordonde hemos de pasar.

que Prieto ha dejado las haciendas exhaustas, pues

ha tomado a su paso

mejores caballos, respondió Freiré. ¿Quie-

los

ren ustedes que nos separemos de

esta ciudad endonde

contamos

recursos de todo j enero? Por otra

2")arte,

agregó, exaltándose mas; ya les he dicho la convicción que

tengo

con tantas adhesiones

i

de que la mayor parte del ejército de Prieto viene descontenta de él;

i

sus oficiales

si

i

soldados desean

que llegue

momento de

el

la

batalla, es para pasarse a nuestras filas.

— puede usted creer — Tengo miá razones para

eso, jeneral?

¿I

creerlo así, respondió Freiré

tándose del asiento con marcado disgusto. ;Yo no

soi

levan-

un niño para

abrigar mía idea, o tomar una resolución seria sin motivo alguno!

En

aquel momento,

calle, el jeneral vio

por una ventana entreabierta que caía a

la

a Pedro, de pié en la vereda, con su caballo de

la rienda.

Admirado de

verlo

allí,

cuando

lo creía

cerca de Quecliereguas,

llamólo al instante. bribón? —¿Cómo órdenes de tu con — Por cumplir mejor con es eso,

las

le

preguntó exas[)erado ¿Así cumples

jefe?

ellas,

me

he (juedad) en

pondió Pedro, saludando militarmente. Aípií

ht>,

la ciudad,

res-

encontrado a uno :í4*


— 274 — de los nuestros que

prometido llevarme esta noclie por

lia

cier-

ta senda en la cual no tropezaré con el enemigo, que tiene tomados

todos los pasos del ese

mismo

individuo

Lircai.

me

lia

Ademas,

prosiguió, bajando

ami

encargado decir

la voz;

jeneral que la ca-

enemiga viene mui mala i que los oficiales están (con perdon de su merced) renegando contra su jefe. Por último, me dio es-

ballería

tas cartitas para que se las trajese.

El jeneral tomó el paquetillo que Pedro le pasó con rioso; i no bien Imbo reconocido a la lijera algunas de enviadas por Garduño, cuando se rincón endeude Viel

dirijió

las esquelas

apresuradamente

Tupper observaban

i

aire miste-

lo

liácia el

que pasaba sin ha-

blar palabra.

—Aquí no de

tienen, les dijo, la razón por qué

los })lanes

qUe se

me ha propuesto. Lean

prosiguió, pasándoselas;

una

no quiero seguir ningu-

ilusión. I adviertan

i

se

ustedes estas cartas,

convencerán de que no

soi

que esas no son las únicas que

víctima de

lie

recibido.

aquí también otras que dicen lo mismo.

I sacando de sus bolsillos

arrojó sobre la

mesa

i

un puñado de papelitos doblados,

salió a largos

•ío:-

pasos de la sala.

los


CAPITULO XLVÍ.

LA MERIENDA.

((En este picaro

mundo

E¡ que raénos corre, vuela; El diablo parece santo, I el

mas amigo la pega». ( Versos populares)

Pedro, una vez cumplida su comisión, se liabia vuelto al rancho del mendigo, pues se acercaba la hora en que debia ponerse en

mar-

cha. Llegado al rancho, se encontró solamente con los otros pordioseros, los cuales le dijeron

que su com|-afiero

darle de merendar a su merced,

endonde

el otro

mendigo

les

habia encardado

llevarlo en seguida a cierto

i

estaria esperándolos

punto

cuando hubiera ano-

checido por completo.

Pedro puso su caballo a comer dentro del yerba en abundancia,

i

lo

que

endonde habia

en seguida se vino a merendar con los otros

pordioseros, que lo trataron a él

no fueran

sitien,

i

se trataron ellos

mismos

conu)

])arecian.

Despachó con buen apetito su raoion de a: ai L ; hizo grandes

elo-


— jios al cliarquican,

ba por

276

que remojó con un cacho lleno de mosto que mana-

manizuela de uucuero, puesto sobre dos adobes que servían de mesa; i por último, le sobró gana para arremeterle al asado, el cual, la

ensartado en una larga varilla de coligue^ tenia uno de los mendigos

armados de sendos cuchillos, le daban (como decia Pedro después) una carga cerrada a la bayoneta, que no liabia mas que ver. I a cada tajada que tragaban, al amorcito del fuego, mientras los demás,

acudian al cacho' que pasaba de

mientras otros (por estar dos manos,

i

ahinco, que

si

haciéndole los

brían quedado

cho de

mano en mano i de boca en

cacho ocupado) agarraban

el

carifíitos,

chupaban

la

dormidos,

mamando como

cuero a

manizuela con tanto

que miraban no se las quitaban de

allí

el

boca,

el

la boca, se ha-

niño pegado al pe-

madre.

la

Pedro estaba encantado,

i

decia que en cuanto dejara de ser sol-

dado, había de tomar el oficio de limosnero, por

ser,

como

parecía,

tan lucrativo, mayormente en estos tiempos (agregaba) en que no se le

paga a uno

— Muí bien ros.

Cuando

ni el sueldo.

pensado! le

vaya a

respondió uno de los alegres compañe-

le

mal por esos mundos, no verá como lo pasa bien í con

iisted

que venirse con nosotros,

i

tiene

mas

la barriga

llena.

—Pero

— Eso

es el caso

que yo no

soí

baldado, dijo Pedro riendo.

Para pedir limosna no ha^ necesidad de estar lisiado, porque nada cuesta hacerse una grande hinchazón en una pierna, con trapos í un poco de afrecho; o sí usted quiere, no tiene mas que aprender a andar todo descoyuntado, i

es lo de menos, replicó otro.

cayéndose al suelo de cuando en cuando, que es muí bonita ma-

nera de pedir limosna, por nes.

lo

bien que así se ablandan los corazo-

Véngase no mas, amigo, a trabajar con

nosotros, que aquí le

enseñaremos a andar a lo patuleco, a hacerse ci^go, a levantarse unas buenas potras en la barriga, a figurar muí preciosas hinchazones de cara, con ataditos de estopas metidos en la boca; a hablar con voz lastimosa

Yo que

i

tengo experiencia se

triste,

que es

lo digo.

Los

lo

í

por

fin,

mejor para limosnear.

ricos son así: bien

pue-

den ver a un hombre enfermo de veras i muñéndose de hambre, sin que ellos le digan jyor allí te pudres, Pero en cuanto lo oyen a uno hablar con tono triste i quejumbroso, se les ablandan las entrañas...

Yaya, puesl esclamó, mirando de repente

manizuela en

la boca: ¡no te lo chupls todo, Nico!

al

que tenia la


— 277 — I al decir esto, arrancó de

un

manizuela que

tirón la

el

otro te-

—Vaya que Ñico mas que buei negro! —Bebo porque me ha costado mi bueno, Nico, pues

todo el

nia entre los dientes, agregando: este

el

tira

dijo

santo dia lo

lie

de lana que

me

— Calle

2)asado trajinando por esas calles, con esta joroba lia

retostado los lomos.

la boca, Ñico, replicó el otro, disponiéndose

vengas a echarnos en cara

lo

que has trabajado

lioi,

a beber; no

pues

si

no fue-

ra por la plata que nos dio el caballero...

—¿Qué — ISTo

caballero? interrumpió Pedro.

les

haga

caso, cumpita,

tenido el asador, mientras los

le

respondió al oido

demás cortaban

i

el

que habia

comian: no

les

ha-

ga caso a estos borrachos. Yo no estoi borracho! esclamó Ñico sentándose en el suelo, endeude poco antes estaba echado de barriga. Digo que me ha costado mi sudor i mi trabajo, porque es así, mientras que éste (i señaló

con

dedo

el

al

que poco antes hablaba con Pedro) no sabe sino es-

tarse aquí en el rancho camastreando',

echarla de sabido

i

solo tiene habilidad para

i

dar lecciones, cuando no es capaz de hacer ni

si-

quiera una potra bien hecha!

— no amor propio. — quién — Vos no ;Qué"

¿I

Yo

llo.

sé hacer ni

fué,

una potra! escíamó

el otro,

herido en su

badulaque, quien te enseñó a andar con la joroba?

enseñarme a mí, replicó Ñico con orgutambién le aprendí a un limosnero de Ran-

sos capaz de

aprendí solo;

cagua, que sabia

i

mas que

Catete; ¡ese

que era hombre! prosiguió,

dirijiéndose a Pedro. Si usted quiere, amigo, venirse con nosotros,

yo

le

enseñaré todas las argucias de que aquel cristiano se valia

para sacarle plata a todo tor, si sos

el

mundo. Vaya

j^ues! dijo

a su interlocu-

tan hábil, te apuesto dos reales ¿a qué no kacís un tullido

como yo? Diciendo ésto, quiso levantarse del suelo para manifestar su destreza; pero el estado en que se hallaba se

lo impidió,

o

mas bien

dicho, el vino que habia bebido lo hizo representar tan bien su pa-

pel de tullido, que, doblándosele las piernas,

cayó de bruces sobre

el suelo.

— Es verdad dijo

que

ni

un

tullido verdadero podria hacerlo mejor,

Pedro riendo.

En

esto

se acercó

a Pedro

el

que habia tenido

no habia bebido sino unos pocos tragos),

i

el

asador

le dijo al oido:

((pie


278

—Ya cumpita, de a donde compañero perando. — me habia esclamó Pedro. |Lo que es hora,

olvidado!

I se

—I

el mostito,

agregó

sonriendo.

siguió al

i

mendigo que iba a

pié,

ade-

sirviéndole de guia. Este eclió andar hacia el norte por la

lante,

calle Tres, oriente;

empezó a

i

nos está es-

es el diablo!

el otro

Pedro montó a caballo

da

el

ir

La noche

i

la Dos, norte, torció sobre su izquier-

a Pedro que apurase

trotar, diciendo

estaba tan oscura, que

a Pedro que se fuese por yese en

a

al llegar

el

guia creyó necesario advertir

vereda de

la

para que no ca-

la, derecha,

profundo estero de Baeza, que corría a

el

el paso.

lo largo

de la

acera izquierda.

En

poco rato llegaron a la pequeña colina, endonde hoi se en-

cuentra situado

ronada por

el

el

Seminario,

i

que en aquel tiempo se hallaba co-

cementerio de la ciudad.

—¿Para a dónde diablos me amigazo? preguntó Pedro. Yo creo que estamos sobre pantion, —Así por eso que usted no debe pronunciar esa mala palabra. — ¿Qué palabra? —El Mire que estamos cerca de lugar sagrado! — qué venimos a hacer aquí? —Aquí donde nos esperando compañero. ¿No ve esa lleva,

el

es, dijo el guia,

es

i

Díoxiho.

¿I

está

es

campo santo. ¿No unos dos bultos que se mueven?

tapia negra? pia,

Es

el

—No veo — Pues

la del

divisa allá, al fin de la ta-

ni palabra, respondió Pedro.

ellos son, quiero decir,

con otro para que

lo

que debe ser

acompañe, porque no

es

él,

que habrá venido

nada bueno andar

so-

alma por estos lugares. Pedro no respondió, sino que, habiéndose santiguado, empezó a rezar un Padrenuestro. En aquel momento tocaban la hora de ánimas en la torre del convento de San Agustin (patrón de la ciudad) situado entonces lo su

en la

calle Dos, poniente,

i

en

el

mismo lugar que

hoi ocupa la Pe-

nitenciaría.

El guia entonces, poniéndose en cuatro pies, empezó a ladrar, concluyendo con un lastimero ahullido, tan bien imitado, que Pedro estuvo casi por creer que su compañero se habia convertido en perro. I habiéndose dejado oir un ahullido igual en el otro estremo de la tapia, alzóse el hombre del suelo i dijo:


279

—El no hai duda. —Yaya! ¿con que ustedes saben preguntó Pedro con zumbón. — De todo preciso saber en es;

liasta la

lengua de los perros?

aire

samente

el

mundo, respondió sentenciomi abuela, que era una médica que curaba a lo este

es

guia;

i

mui buscada, porque estaba bienquista con los brujos, i tenia unas manos de ánjel para curar el mal de daño, de manera que no liabia enfermedad que le aguantase mas de un dia i una noche... digo, pues, que mi abuela decia siempre que dos cosas no estaban nunca demás; i eran: el tener i el saber, aunque no fuera mas que tener acliaques i saber rebuznar. divino,

i

era

—Pues buen

yo

lugar!),

le

habría preguntado a su abuela (¡Dios la tenga en

¿de qué le sirve al cristiano tener achaques? dijo

Pedro riendo, como para distraerse de

las

ideas lúgubres que le^

ocasionaba la proximidad del cementerio.

— Mi abuela está enterrada detras de esa ella pudiese hablar,

como

que la dejara callada,

le

allá en su tiempo,

i

si

que no habia nadie

responderla que los 'achaques le sirven al

cristiano para entretenerse con ellos, pues

ra

un enfermo que hablar

re

si

i

no hai mayor gusto pa-

volver hablar de sus enfermedades. ¡Mi-

ha hecho! i en cuanto a lo de que andando una noche por las montañas de Curi-

sirven todas las cosas que Dios

saber, le diré, llinque,

me

libré

de las garras de un león (después de Dios), solo

porque sabia ladrar. Para que vea de

tapia, dijo el guia;

los perros!...

si

sirve a veces saber la

Pero ya liemos llegado,

i

lengua

aquí está nuestro compa-

ñero.

oscuridad —¿Quién preguntó Pedro, ver en medio de un hombre que hablar una palabra. acercaba a su guia —Jente de paz! respondió hombre, por cuya voz reconoció vive?

la

al

se

sin

el

Pedro

al

mendigo de

—Ah! el

la tarde.

es usted, amigazo, le dijo

¿cómo

se lialla

para indicarme

camino que debo seguir?

—Estoi pronto. Dígame antes usted cunq)hó cou mi encargo? — Como bala respondió Pedro. Yo mismo en manos — Entonces vamos «ndando, Sígnme tenga si

i

tas

pinta,

])use las car-

del jeneral.

dijo el otro.

usted,

i

menor ruido posible, ])aríi que los ((Mitiuclns no nos sientan, porque vamos a pasar mui cerca de ellos. Ahora se me ocurre una cosa. cuidado de liacer

—7¿Qué

cosa?

el


— 280 — — Que usted debe quitarse no oigan nar

el tilinteo

el caballo

las espuelas,

de las rodajas;

i

echando a

montó de un

también

i

salto,

la

bueno desenfre-

seria

que va metiendo muclia bulla con

Pareciéndole bien a Pedro uno la letra;

para que los ceutinelas

el

rodajon.

otro consejo, los siguió al pié de

i

boca del caballo

el

bozal llamado riendero,

después de haber dado a su primer guia una pe-

con la cual se santiguó aquel, deseándole un buen

seta,

En

nuestro viajero echó a andar,

seguida,

su segundo guia,

cual,

el

viaje.

paso a paso

después de un corto trecho,

tras de

le dijo

con

lastimera voz

— Don Pedrito, cia

un

voi con

de llevarme en ancas?

pié lastimado: ¿podria

Ya

estamos cerca del

hacerme

rio:

la gra-

¿no oye sonar

la corriente del agua?

— Como aquella noche de este mismo

orilla

rio,

me

en que

llevaban para fusilarme a la

respondió Pedro con voz lúgubre. Monte

usted.

Montó el mendigo a la grupa, i dijo a Pedro: ¿No divisa aquella mancha negruzca?

— — —Es

respondió este.

Sí, la veo,

te,

el

Carrisal de Guapi. Dirija su caballo a la punta del nor-

que por

allí

hemos de

pasar.

Pedro taloneó su cabalgadura dirijiéndola dicaba, cuando en ese

mismo

instante se oyó

—Jesús! qué miedo! exclamó zos a Pedro. — Suélteme usted, con mil

el

al

un

punto que se

le in-

silbido.

mendigo, rodeando con sus bra-

diablos!

exclamó

éste,

tratando de

desasirse de aquellos brazos que lo aprisionaban.

Pero ,

el

mendigo, en vez de

al silbido con otro igual.

soltar, apretó

Entonces

se

mas

fuerte

i

contestó

oyó un tropel de caballos

que se acercaba. El pobre Pedro quiso echar a correr a la ventura; pero estaba sin espuelas, con el caballo desenfrenado, i mas que todo, preso entre aquellos brazos de fierro que

pezó

al instante

no

lo soltaban.

Em-

a pedir socorro, lo cual sirvió para que los asaltan-

mas presto con él, guiados por los gritos que. daba. Pocos momentos después, se vio rodeado de un piquete de caba-

tes diesen

llería,

cuyo

oficial,

mostrando con

el

dedo a nuestro

viajero, gritó

imperiosamente.

—Amarren

al

momento a

ese hombre!!... I

también

al otrol

(agregó después).

Pedro vio que era

inútil hacer resistencia, preso

como estaba en-


— tre los robustos brazos de su

amarrar

los pies

281 guia,

que se dejó maniatar

así fué

por debajo de la barriga de -su caballo, al

i

mismo

tiempo que montaban en otro a su compañero, sin tomar ninguna precaución para que

Mientras

el reo se

escapara.

nuestro viajero quiso preguntar por qué lo

lo ataban,

un

capturaba».; pero, en vez de contestarle, le pusieron en la boca

pañuelo retorcido, atado fuertemente sobre la nuca.

En

seguida,

los

soldados empezaron a desfilar por la orilla iz-

quierda del rio hacia

el

de

oriente, llevando del diestro el caballo

Pedro, quien, no pudiendo hablar, jaensaba en su interior:

ta

me

duda que he vuelto a caer entre

]^o hai

que no

me

escapo... Si no hubiera sido porque

hizo sacarle el freno al caballo

2)illado... I

los prietistas.,.

a

i

mí las

luego este hombre de Dios,

me

es-

mi baqueano

espuelas, no

que

De

me habrian

abrazó de

modo

que no pude moverme...! Pero ¿no podria ser este baqueano

mismo que me ha vendido?

A mí me

to sobre su caballo... I ahora que dio,

me

amarran

Pero yo tengo

mas amigo como un

la culpa

la pega...

leso\

Qué

le

i

a

él lo

dejan suel-

que

acuerdo: aquel silbido

contestando al otro de estos picaros...

blo se venia haciendo el san tito,

i

me ha

No

el

hai duda, este dia-

hecho caer en

el guachi.,,

sabiendo como sé que, en estos tiempos, el

Eso me pasa por confiado ¡Dejarme engañar diré a mi jeneral cuando me pregunte... Pe-

ro ¡qué diablos he de poder decir nada a nadie, cuando luego

han de meter cuatro balas en acabó todo, porque ahora

la caja del

que no

me

me

cuerpol Sí, señor, ya se

fusilarán de

por

ver,

allá en el Camarico.

•:o:-

35^

como



CAPITULO XLVII.

LUCINDA

ENCUENTRA AMIGOS.

((Triste

destino

mas que su razón

Por

hombre!

del

se esfuerce; por

mas

que trate de elevarlo sobre las misede la vida,

rias

el

corazón lo arrastra-

rá siempre al fuego de la desgracia, lo

hundirá mas cada dia en

el

i

abismo

tenebroso de los deseos insaciables.»

(VÍCTOR Torres El orden de vez preso en

el

la narración nos obliga a

campamento de

A.— «.La

Loca.y))

dejar al buen

Pedro otra

Prieto, a orillas del rio Lircai,

i

tras-

ladarnos a Quechereguas, para dar cuenta al lector del estado en

que se hallaba

En

la

la triste

Lucinda.

misma noche en que Santiago Garduño tuvo

de hacer sufrir a Pedro todas miento, mientras el

to

el

fiel

angustias de un verdadero fusila-

las

servidor

marchaba hacia

paquete de las traidoras esquelas, i

autor en parte de aquellas

la crueldad

el

sur Ih^vando

el olicial, i)rincipal

farsiis,

se dirijia

instrumen-

a todo galope a


— estancia de

la

284 con

Quecliereguas,

el fin

de ver cnanto antes a

Lucinda, cuyo tenaz recuerdo no lo liabia dejado dormir.

Al amanecer, atravesó corriendo tos después, se

Apenas

se

apeaba en

la villa

de Molina,

i

diez

minu-

estancia de Quecliereguas.

la

hubo apeado cuando

rendido de fatiga, ca-

el caballo,

yó al suelo; pero Garduño, a pesar del cariño que tenia a su corcel, no bizo mas que mostrárselo con el dedo a su soñoliento asistente, para que

le

las piezas

que ocupaba Lucinda.

aflojase

las

cinchas, mientras él

La primera persona que

se

encaminaba a

encontró, fué el padre Hipocreitía que,

debajo del corredor, estaba paseándose con aire meditabundo.

— Mucho ha madrugado su paternidad,

podido informarme de su salud, porque aún no se han

levantado en la casa, respondió

ha

Garduño después de

¿Cómo estala enferma?

saludar al jesnita.

—No he

dijo

el

padre;

sufrido en la noche, creo que no

— Sin embargo, cuanto antes.

En

repuso

el

¡Dero,

podemos

oficial, seria

a juzgar por lo que

llevarla hoi a la villa.

bien que la llevásemos

mejor atendida que aquí. Allí hai

la villa estará

un italiano que, si no es médico, lo parece siquiera. Ademas, en la misma plaza vive una tia mia mui intelijente en medicina i en cuya casa puede estar Lucinda con toda comodidad.

— Parece que usted muchacha, de sus

se interesa

verdaderamente por esta pobre

dijo el padre, clavando

en Garduño la punzante mirada

ojitos grices.

—No en la i

el

puedo negarlo, respondió Garduño con un lijero temblor voz. La desgracia de esta niña me ha afectado grandemente;

deseo de saber de su salud

me ha

hecho venir ahora, a pesar de

mi trasnochada.

—Agradezco a usted sacando su de — Don Marcelino de caja

llero,

rapé.

que toma por ella, dijo el jesuíta mui amigo de su señor padre

el interés

Yo

fui

Hojas: siempre oí hablar bien de ese caba-

interrumpió Garduño.

—Era un hombre de

pro, a quien Dios tenga en su santa gloria!

Yo le debí mucha amistad esos favores, jesuíta, a

amparando a

ello

me

i

confianza;

i

no puedo menos de pagar

esta pobre niña: fuera de que, agregó el

obligan la caridad cristiana

i

el

ministerio que

ejerzo.

— Pues

aquí

me

tiene a su

disposición, para ayudarle en todo

cuanto su paternidad reverenda crea conveniente hacer en favor dé


— esta desgraciada niña.

Le

285

repito,

que en casa de mi buena

tia

pue-

de ella

—Yo

sé bien, interrumpió

vivamente

el padre,

que Lucinda no

tendría nada que desear en casa de la tia de usted, doña Manueli-

lie

Conozco mucho a esa santa señora: es mi confesada. Pero ya hablado con esas santas mujeres, en cuya casa tengo estableci-

da

la

ta.

misión

—Ah! Las Peñalozas! — Ellas me han prometido atender a Si.

una

Lucinda como

si

fuese

hija de la casa.

—¿I le ha

hablado su paternidad a Lucinda sobre llevarla a casa de las beatas.... quiero decir, de las niñas Peñalozas?

El padre miró a Garduño de una manera particular, No comprendo su pregunta, amigo mió

— —Yo decia

eso, prosiguó el oficial

como Lucinda a bien

el

es

que se

El jesuíta

una niña tan

le ofreciese

i

luego dijo:

con cierta hesitación, j)orque,

principal, quién sabe

si

ella tendria

aquel alojamiento

una palabra, interrogó a su interlocutor

sin liablar

con una mirada escudriñadora.

—Verdad

es

que

Peñalozas son mui espmolitaSj pro-

las niñas

siguió Garduño, es decir, algo ajeniadas,

— Son unas santas esas señoras, interrumpió reverendo padre, prosiguió Garduño. —Yo no digo el jesuíta.

lo contrario,

Cada cual

es señor

i

las niñas Peñalozas,

limpiOy quiero decir,

var

allí

El

rei

en su casa; pero por

mas

santas que sean

ya sabe su paternidad que no son mid trigo de muí buena sangre; i no seria bien visto lle-

a una señorita de alcurnia como Lucinda.

oficial cortó

aquí su majadero razonamiento,

miró

i

al padre,

que no contestó sino con una sonrisa despreciativa, mientras decia en su interior:

¡I estos

son los republicanos que lian peleado

i

polcan por la

libertad! Pues son tan republicanos como mi abuela. —¿Qué le parece lo que le digo? preguntó (^íarduño.

—A mí me crea por

-^Es

mas

parece que Lucinda es dueña de

elejir lo

que ella

conveniente.

cierto.... Sí.... pero,

ahora

(pie se

verse a Santiago, que tal vez seria lo

que

mas

ofrezco a llevarla con el

mayor cuidadol

ella

ocuitc

acertado...

puede hacer

paternidad aconsejárselo,

es

me

¿i

si

elijo vol-

¿No podría su

el viaje?

Yo me


286

abandonaría — Cómo! exclamó patria reclama sus cuando —No mi ánimo desertarme, riendo el jesuíta: ¿i

servicios?

la

es

dijo

Solamente, porque

Yo

usted sus banderas

me

el

Decía eso

oficial.

parece que es lo que Lucinda debe hacer.

creo que don Víctor Dorriga desea que ella se vuelva a la ca-

pital,

por

i,

lo

que liemos liablado sobre

Víctor no llevaría a mal

el

esto,

me

parece que don

que yo escoltase, con tres o cuatro solda-

Usted podría

dos, a esta desgraciada niña....

escribir al jeneral,

pidiéndole que yo

—¿Tanto desea usted separarse el fraile

del

campo de

batalla? preguntó

¿Tiene usted miedo de encontrarse

con sarcástico tono.

con los pipiólos?

— Padre! esclamó Garduño, poniendo su espada; muí mal

mano

la

las palabras injuriosas, puesto

sobre el

un Ministro

sientan en la boca de

pomo de

del Señor

que su hábito nos impide dar

la con-

testación que ellas merecen!

—Buen empleo encontraría su espada en un pobre como sonriendo melosamente. repuso Garduño; pero ya —No tengo tan cobarde be su paternidad, que palabras sacan palabras. usted que yo he tenido ánimo de ofenderlo? — ningún soldado de honor puede impasi—No viejo

yo, dijo fíipocreitía

intención,

sa-

I ¿cree

lo creo; 'pero

blemente que le

lo

oír

llamen cobarde.

En

fin,

dejemos

esto,

i

dígame

si

parece conveniente escribir al jeneral

amigo mío, interrumpió Lucinda no —Es convenza de que Anselmo verá a Santiago hasta que no —Ah! de que Anselmo ha muerto! esclamó Garduño el jesuíta.

inútil,

vol-

se

sí!

cierto

con

temblor en la voz, que no se escapó a la penetrante observa-

ción del fraile.

—Eso

es lo

que iba a

decir,

i

me

lo quitó usted

de la boca, agre-

gó éste. Pero después de todo ¿qué ha sabido usted sobre la muerte de ese moro? —No he encontrado noticias ciertas; pero luego las tendremos, respondió el oficial con voz sorda i sin mirar a su interlocutor. Este tenía la voz,

la vista fija sobre

como en

los

el oficial;

cambios de color

i

i

tanto en el temblor de

contracciones del semblante

de Garduño, había, el astuto jesuíta, llegado a descubrir Ja verdad que poco antes sospechaba solamente.

Garduño tomaba una resolución definiSeparóse bruscamente del padre; i llamando a su asistente, le

De repente, tiva.

pareció que


287

momento a dejar a su

ordenó que faese al

tia

una pequeña hoja de

papel, endonde él puso con el lápiz unas pocas palabras a la lijera.

En

seguida se puso a arreglar,

dos soldados, una silla

él

de vaqueta con

silla

persona, ayudado de

mismo en el

en

objeto de convertirla

de manos, atándole dos palos uno en cada costado.

Veíalo obrar

el jesuita,

mientos, sin que

observándolo hasta en sus menores movipareciese

el oficial

apercibirse de aquella tenaz

i

asidua observación.

Por último, atados los palos i tapisada la silla con pellones i ponchos. Garduño dijo al padre, mostrando con el dedo su obra: ¿No le parece a su reverencia que aquí puede ir la enferma con toda comodidad? Todavía no sabemos si ella permite ser conducida de ese mo-

— —

do o de

respondió

otro,

el

padre meneando

que ya se puede hablar con ;

ella.

—Es verdad, interrumpió

el oficial

que ocupaba Lucinda. Se han abierto debe estar en

pié.

pero creo

la cabeza;

Dios lo permita!

mirando hacia las puertas

De

i

los

ventanas,

cargado tratarla con todos los miramientos

Nada ble que cia

dijo el padre;

Garduño no

i

como por su

i

me ha en-

atenciones a que es

desgracia.

aunque algo hubiera dicho,

es

mui proba-

quedado escuchándole, pues pare-

se hubiera

dudoso de llegar a

ella

i

todos modos, conviene ha-

blar con ella para consultar su parecer, pues don Víctor

acreedora, tanto por su alcurnia

cuartos

de Lucinda, hacia adonde se

las piezas

Serian las nueve de la mañana, i en aquel

momento

dirijió.

salia del cuar-

to una vieja que parecia ocupada en servir el desayuno a la hija de don Marcelino. Preguntó Garduño a la vieja, si la señora estaba en pié; i habiendo contestado aquella que Lucinda se /¿odia levaiitado de una vez alentada^ después de haber ¡casado una noche no tan peor^ él

envió a solicitar de la niña el permiso de hablar con ella, de par-

te del señor

don Víctor Dorriga.

Poco después volvió su cuarto al

No

la vieja, diciendo

que Lucinda esperaba en

oficial.

se hizo

aguardar mucho

el

enamorado Gardmlo;

rar en que el jesuita estaba a su lado, siguió a la vieja,

i

sin repa-

con

el

con-

tento pintado en el semblante.

El padre echó a andar tras él, murmurando entre dientes: Veamos en lo que va a parar todo esto para obrar en conse-

cuencia.

La

lójica es

tan necesaria i)ara entender los hechos,

para hacer producir buenos resultados a los hechos

coma

mas il<'>jicos.


— El padre

i

288

Garduño entraron a

las piezas

de Lucinda, quien los

recibió con cierta reserva, al través de la cual se ecliaba de ver la

ansiedad por obtener las noticias que deseaba.

La pobre niña

el dolor

tenia

pintado en su pálido

blante, a pesar del esfuerzo que hacia por

dominar

i

bello

sem-

la exaltación

de

su ajitado espíritu. Olvidándose, al parecer, del padre Hipocreitía,

marcadamente su atención en Garduño, quien la miraba de hien hito, como deseoso de no perder un solo instante de verla.

fijó

to

— Señor

le dijo

oficial,

con

triste sonrisa;

parte del señor Dorriga, podria decirme

dueña de mis acciones? Enteramente dueña, se

ya que usted viene de

si

estoi aquí presa o soi

— respondió Garduño, inclinándocortésmente. soldados que veo pasearse por — corredor? —Esos soldados son de que como señorita,

¿I esos

el

servidores

honor de

tiene el

dirijirle la

usted,

lo es

palabra en este momento,

el jefe i

que ten-

dría el placer de servirla en lo que usted ordenase.

— Mil —Todo eso

gracias, respondió ella con voz conmovida. lo habría sabido usted anoche,

suíta con melosísima voz,

Al se

oír estas palabras,

si

hija mía,

hubiera querido oírme.

Lucinda miró fijamente

rojas aparecieron en su frente

ver a quedar

En

mas

i

al padre; sus ojos

temblaron,

abrieron extraordinariamente; sus labios

manchas

dijo el je-

i

varias

en sus mejillas, para vol-

pálidas que antes.

seguida, hizo

un movimiento como para

rehacerse,

i

dijo al

jesuíta:

—No

he querido

oír

a su paternidad, porque... Vaya! no

me

obligue su paternidad a decir el por qué.

•'No

comprendo, hija mía,

el

proceder de usted con un viejo ami-

go de su señor padre, a quien Dios tenga en

gloría, dijo el jesuíta

acercándose lentamente hacia Lucinda.

—Yaya,

pues, replicó ésta; ya que su paternidad

me

obliga a

una vez por todas, que no le creo que no está en mis facultades el creer una sola palabra de lo que su paternidad habla, i hé aquí la razón porqué no he querido escucharlo. Garduño, que no cesaba de mirar a Lucinda, hizo un movimiento en la silla, endondc se encontraba, i el padre tocio i sacó su caja de rapé, sin que su semblante revelase la menor intranquilidad. ello, le

En

diré

;

seguida dijo con melosa voz; pero con el aire de la amistad

herida en sus

mas

vivos sentimientos;


— —Jamas

289

habría creído yo que la hija de mí inolvidahle amigo,

don Marcelino de merezco; pero

me

llójas,

una manera que tan poco

tratase de

me

recuerdo de mi amigo

el

haría olvidarlo todo,

si

de esto necesitase un hombre como yo, cuya relijíon le manda perdonar las ofensas, mayormente cuando ellas vienen de parte de una

persona como usted, a quien no

me

dejar de amar,

posible

es

i

compadecer en su desgracia: Lucinda, no prestando atención a las palabras del jesuíta, dijo

a Garduño: presa ¿por qué ho me enyo no — Pero, señor que me pertenece? trega ha entregado a usted su equipaje, exclamó — Por acaso no ¿Qué usted, Garduño alzándose de su en mi maleta, respondió Lo necesito —El dinero que se

estoi

oficial, si

lo

se le

asiento.

señorita?

le falta

traía

ella.

porque debo pagar a estas pobres mujeres los cuidados con que

han

me

favorecido.

usted que pagar, mía, interrumpió —Nada sirven a usted por encargo mío. Esas mujeres — Gracias, padre; —Tranquilícese usted. —No puedo estar tranquila mientras me crea como en una guahija

tiene

el jesuíta.

las

pero... .

me ha arrebatado a mi sirviente; me han robado mi dinero, i luego se me dice que soi dueña de mis acciones... ¿no es esto, señor oficial, lo que usted me venía a decir de parte del rida de ladrones. Se

señor Dorriga?

— Señorita,

mi fiel servidor? respondió Garduño con voz temblorosa,

Qué

es de

desgracia-

damente nada puedo yo decirle acerca de la saerte de su sirviente. Marchó con el ejército; i nada mas sé por ahora, pero bien pronto podré darle noticias encargo do

servirla,

ciertas.

Mientras tanto,

como usted

repito que tengo

le

inerece ser servida.

No

se preoCu])e

Usted por la falta de ese dinero, cuya desaparición yo ignoraba. Dí-

game

si

— Nól

no saber

Al

usted desea volverse a Santiago. nó! interrumpió la suerte

.

.?

vivamente Lucinda.

No me

volveré hasta

de mí esposo...!

decir esto, fuéle, imposible dejar de

romper en

llanto.

Sus

interlocutores trataron de consolarla: al fin (jrarduño dijo:

— De todos modos, modo seguro... —Yo también creo

señorita, necesita

usted un alojamiento có-

i

lo

mismo,

dijo el jesuíta,

i

i)or

dado preparar en Malina una habitación endonde...

esto

lie

nuui-


— —No

290

prosiga su paternidad, dijo vivamente

quedarme aquí mientras veo

— Pues yo

me

Lucinda. Prefiero

que debo hacer en seguida.

lo

atrevo a ofrecer a usted la casa de una tia mia, a

quian miro como a mi propia madre, dijo a su vez Garduño. Le

aseguro a usted, señorita, que mi buena

tia

tendrá a

mucha honra

el

que usted se digne aceptar. No sé por qué he tenido la presuposición de creer que usted no despreciaría mi pobre oferta, i aún habia ya preparado la

de manos en que pensaba trasladarla, en caso de

silla

que no pudiese hacer este camino de otra manera

—Ah! esclamó Lucinda ¿para mí habia usted preparado esa enfermo en casa? que me habia hecho creer que digo que yo temia Ya que usted no pu— diese por haber pensado en —Mil desgraciada,

silla

existia otro

Sí, señorita:

le

el

esta

gracias, señor,

terrumpió

—Nada

in-

ella.

Afortunadamen-

tiene usted que agradecerme, señorita.

usted puede andar a caballo la legua corta que nos separa de

te,

Molina. Ah!

me

i

olvidaba!...

Con

Garduño, saludando a Lucinda, las piezas,

el

permiso de usted, señorital

salió

con cierta precipitación de

se dirijió al patio exterior de la casa.

i

Su exclamación

habia sido producida por la vista de un gran carretón con toldo de

madera pintado de verde, que en aquel momento se dirijia hacia la casa, tirado por una robusta yunta de bueyes overos, tan cuidados i limpios como el carretón. Llegado éste al patio, paráronse los bueyes, i Garduño se adelantó a recibir a una señora que sahó por una las puertas de aquel castillo

de

— ¡Mi querida

tia!

ambulante.

esclamó Garduño ¡cuánto

usted se haya dignado venir en persona!

a decir que

— .

no

I ¿por

me mandase

agradezco que

solo le habia enviado

el carretón.

qué no habia de venir yo?

te hubieses

Yo

le

empeñado,

me

dijo la señora.

Aun cuando

habría bastado saber la desgracia de

esta pobre niña, para que yo la hubiera venido a buscar.

¿En dón-

de está?

— En

las piezas del rincón.

—Pues vamos

andando, Santiago, porque la caridad perezosa es

caridad a medias.

La buena

señora echó a andar con

mas

ajilidad de lo que sus

cincuenta años parecían permitirle. Gardmlo se adelantó a anunciar hi,

i

Lucinda ^ahó a

recibirla.

-


— Apenas

hubo

la señora

291

visto a ésta,

cuando corrió hacia

ella

la

i

estrechó entre sus brazos, diciéndola

— No

he necesitado sino verte,

hijita,

para quererte.

Sí, niña.

Sé que eres desgraciada, i esto aumenta mi cariño. Al momento de recibir la esquelita de mi sobrino Santiago, mandé que me en-

yugasen

Nada

bueyes

los

i

colgasen

el

carretón, para venirte a buscar.

tienes que decirme, (prosiguió, viendo que Lucinda,

confundida con la franca cordialidad de la señora manifestarle

su agradecimiento); no

mundo estamos para ayudarnos otros,

como

casita

i

i

me

tia,

i

trataba de

digas nada, porque en

no para estorbarnos

dice el adajio: cchoi por

medio

los

mañana mí.» Te

el

unos a

los

ofrezco

mi

todos mis posibles para que dispongas de ellos.

—Dios

pagará a usted esta obra de caridad que hace,

le

le dijo

Lucinda, correspondiendo al tercer abrazo de la afectuosa tia de

Garduño.

— Déjate de

mi alma; no hablemos sino de ponernos luego en camino. Es preciso que ine trates como a una antigua amiga. eso,

Yo no puedo ver los cumplimientos; las etiquetas me dan jaqueca. Ya mi sobrino te habrá dicho que yo me llamo Manuela Villagran: i

este es

mi nombre para

servirte,

mi

vida.

Ah! reverendísimo padre!

esclamó, viendo al jesuíta que se hallaba a pocos pasos de distancia;

dichosos los ojos que merecen ver a su paternidad! ¿cómo lo

pasa de salud?

—Estoi bueno,

señora, gacias a Dios, respondió el padre.

llamar a alguien que venga a poner

el e«quipaje

Voi a

de Lucinda en el '

carretón.

Salió el jesuíta,

i

en la puerta se encontró con Garduño que ya

venia con dos soldados al efecto. Mientras se arreglaba en el carretón el corto equipaje de Lucinda,

no cesaba doña Manuela de

prodigar su afecto a la hija de don Marcelino la cual día en la

misma moneda:

en camino,

i

ya

las

le

correspon-

por manera que, aún no se habían puesto

dos mujeres se trataban con la cordial franque-

za de dos antiguas amigas.

-toí



CAPITULO XLVIII.

LOS CONSEJOS DE LA

c(La

TÍA,

mala intención

Siempre es tropezón» (Dicho

Bien pronto se puso

duño a

la cabeza de

carretón en movimiento, seguido de Gar-

el

cuatro soldados. El oficial iba con

jiintado en el semblante;

parecía tan contento

jjopiilar).

como

i

el jesuita

él,

(que

ma reliaba-

el

gozo

a su lado)

pues aun cuando sentia grandemente

que Lucinda no hubiese aceptado

el

hospedaje en casa délas beatas

mayor satisfacción. su despecho mucho mas que su alegría,

Peñalozas, no por eso dejaba de manifestar la

El padre sabia ocultar i tenia por milxima el mostrarle siem})re buena cara a los acontecimientos. Jamas se daba })or vencido; i a pesar de lo que habia oido de boca de Lucinda, no abandonaba la esperanza de reconciliarse con

ella,

en beneficio de sus ambiciosas miras.

Durante

el viaje,

Lucinda contó su historia a doña Maiuiehí,


— quien se mostraba cada vez

294

mas

interesada en favor de la desgra-

ciada niña.

Llegado

el

convoi a la casa, doña Manuela renovó sus afectuosos

ofrecimientos,

menta

Lucinda respiró con esa satisfacción que se experi-

i

mujer) bajo

al sentirse (especialmente la

el

techo de un ho-

gar amigo.

El padre Hipocreitía viaje, e ídose

se habia despedido de

sus compañeros de

a su casa.

Doña Manuela su gran cojin,

instalando a Lucinda en la cuadra, sentóla sobre

una buena parte de

cual ocupaba

el

la tarima de su

estrado, endonde los pies profanos apenas osaban pisar.

da llamó aparte a su sobrino;

— SantLigo, no

me

gustan

i

con voz de autoridad,

es preciso hacer el bien por entero; las

En

segui-

le dijo:

i

ya sabes que

cosas a medias... Acuérdate de lo que decia tu

abuela

— Pero, ¿de qué —Tu abuela, tia,

se trata ahorca?

mi madre (que Dios tenga en gloria), decia bueno a medias, era ser malo casi siempre. Se trata de obesto es

que ser

tener noticias del marido de estapobrecita... Se llama... se llama...

ya

me

Tengo una memoria de perro! Se llama Anselmo Guzman, dijo Garduño. Ese es el nombre! lo tenia en la punta de la lengua;

se

olvidó!

— — ahora que me acuerdo ¿no Q^freirista? pelea en — —Entonces me has de prometer que

las filas contrarias.

Sí, tia:

decir,

pero... I

si

se encuentran... quiero

en la pelea (lo que Dios no permita!), tú habrás de protejerlo

en vez de

herirlo, porque, hijo, el hacer bien

nunca

cuando sea a nuestro ma3^or enemigo, tanto mas pobrecita, a quien ya he

comenzado a querer, por

al lo

es perdido

aun

marido de esta que

ella

me ha

Porque has de saber, sobrino, que ella lo quiere a morir. ¡Vaya! a mí me encantan los matrimonios de dos que se quieren

dicho...

así.

Con que ¿me

lo

prometes?

—No posible prometer — Bendito sea Dios! esclamó des prometer — Porque ya echará de ver

Garduño con voz

eso, tia, dijo

es

doña Manuela.

¿I por

sorda.

qué no

¡rue-

eso?

usted,

tia,

que en medio de la

refrie-

ga, nadie conoce a nadie.

— ¡Vírjen purísima! ¿Entonces en esas rros rabiosos,

i

cierran los ojos

i

se

guerras pelean como pe-

embisten sin acordarse de que


— Dios

liizo

a los unos

gas benditas

i

295

también a

los otros? ¡qué lierejía,

por las

lla-

!

Yo no puedo — nías de Garduño, no responder de mí, en medio de batalla — Santiago! interrumpió exaltada señora. ¡Vaya que tú tienes l)a])lemos

Tia, replicó

esto.

la

si

la

unas ocurrencias

mismo que

lo

mis palabras! pero era

que a veces andaba con

así,

ves,

como parece que tú

me

dices en tu esquela de

tu padre! Pobrecito: ¡no te ofendan

la tienes ahora. lioi

que

Dios

te interesas

me

el

alma

perdone!

al re-

¿Cómo

tanto por la suerte

de esta pobrecita?

— —

Ali! yo... pero, tia

¿I

cómo

tejerás a su

dos orejas,

si

te interesas

marido a quien

si

me prometes que protanto? Que me corten las

por su bien, no ella quiere

entiendo esto!

Garduño habia guardado silencio durante el largo razonamiento de su tia, i i^arecia sumamente contrariado; pero tomando al fin una resolución, dijo:

— Concluyamos, esté a

por Dios! Le prometo que liaré todo lo que

tia,

mis alcances por que no

le

suceda ningún daño al marido de

Lucinda.

—Dios guro que será el

por buen camino,

te guie

así lo

hará

Malo quien

si

te

tienes

hijo,

repuso la señora;

sana intención; pero de

ligros a

que

Ahora

te vas

ten se-

lo contrario,

guie (no lo permita Dios). I ya sabes que tu

santa abuela decia: «que nosotros vemos las acciones intenciones».

i

i

el

Señor las

que quedo contenta, aunque sintiendo

los pe-

a esponer. Malditas guerras! ¿Por qué no trata-

rán estos cristianos de vivir en paz... que no parece sino que Dios los echara al mundo como echan los gallos en la rueda... Pero las

ánimas benditas del purgatorio (a las cuales les rezo todas las noches su novena para que hagan porque esto acabe buenamente) habrán de alcanzar de su divina Majestad que no se verifique esta última pelea, que nos tiene a todos con el Credo en la boca. Sin embargo, bueno es, por sí o por nó, estar preparado, pues solo Dios sabe lo que será. Quiero hablarte, sobrino, del cocaú para el otro

mundo. Dime

— — No

Sí, tia,

¿te

has confesado?

respondió riendo

el oficial.

Tengo arregladas mis cuen-

tas.

bras con

te rias, Santiago, replicó la señora, el

dedo

índice.

Mira que nadie

acentuando sus

i)ala-

tiene la vida comi)ra(la; ni

hai aquí abajo hora segura, porque ])ara la muerte, que no respetó


— 296 — ni a Cristo, lo

vierno

mismo

como en verano,

bravo, pues

si

de noche que de

es

es tan

i

día,

i

tanto trabaja en in-

que se parece al perro

traicionera

aveces ladra, en mil ocasiones muerde sin ladrar;

cuando menos se piensa lo decia siemprecito

se corta la cuerda,

mi madre (que

i

hombre

i

Así

al hoyo!

del reino de Dios esté gozan-

A los

mozos de hoi les parece (Bendito Dios!) que solamente los viejos se mueren; pero mira, Santiago, no te olvides de que tan pronto se va el cordero como el carnero; i muchas veces sucede que un viento apaga la vela i el candil -ardiendo queda: mayormente do).

en estos calamitosos tiempos tan llenos de trompezones

que

el

que no cae resbala; así es que

quedado aquí ridos i

solas, lo

parientes están

i

el otro

pasan con

Credo en

el

como quien

las pobres

dice:

i

peligros,

mujeres que han pues sus ma-

la boca,

«con un pié en la sepultura

en una concha de jabón»...

— Bueno,

tia,

tendré presente sus advertencias, interrumpió Garcon que su buena

duño, tratando de huir de la letanía de refranes

acostumbraba catequizarlo, como ella decia. Es preciso que ponga pronto en camino, i voi a despedirme de Lucinda.

tia

—Vamos,

encaminándose hacia

dijo la tia

las piezas

Lucinda habia quedado. Mientras tú andas por

encomendaremos a Dios j)urgatorio,

i

a la Yirjcn

i

endonde

nosotras

allá,

me

te

a las Animas benditas del

que son de las que se agarraba mi buena madre siempre,

en todos sus apuros. Pero, después de todo, prosiguió la prudente señora, aun no hemos hecho medio dia; i tú, por mas apurado que estés,

no puedes

irte

ridad matarse de

No

sin hacer antes algo por la vida.

hambre aunque

sea por la patria;

i

es

ca-

Dios man-

si

da cuidar el alma, también nos manda cuidar el cuerpo, porque de carne i hueso somos hechos, i es preciso tener fuerzas para servir a la patria, pues no habiendo fuerzas, de nada sirve la buena voluntad

i,

tripas llevan piernas

Diciendo

esto, se fué

su sobrino, mientras

doña Manuela a preparar

éste

el

almuerzo para

endonde

entraba en la cuadra

se

ha-

llaba Lucinda.

Es no — Dispense Ud, señorita a mi atenderla a Ud. como su señora — Lejos de respondió niña que tiene avergonzada con sus demostraciones de — Que Ud. merece por mas de un motivo, interrumpió tia,

sola

le dijo.

puede

i

ella quisiera.

eso,

la

sonriendo,...

afecto

tia

me

yo... el oficial.

Lo que yo

siento es que

Ud. no encuentre en esta su casa

didades que nosotros quisiéramos proporcionarle;

i

siento

las

como-

mas

toda-


— 297 — que mis deberes

vía,

me impidan quedarme aquí para

como

servirla,

ardientemente lo deseo.

—Mucho tengo que agradecer a Ud. Lucinda;

si

i

i

a su bondadosa

yo no temiese ser importuna,

le

dijo

tía,

rogaría a üd. que

me

comunicase las noticias que sobre la suerte de mi esposo pudiese obtener; i por último, que liiciera valer su inñuencia cerca de los

— Prometo G-arduño. — Santiago!

me

para que se

jefes del ejército,

como usted me

liacerlo todo tal

que ya

el

devuelva a mi sirviente. lo ordena,

respondió

Ven

Santiago! gritó desde afuera doña Manuela.

almuerzo

se enfria;

i

el

que come

frió,

mal sabe abrigar su

estómago, como decia mi madre. Camina luego, prosiguió, entran-

do a

ya sabes prudente soldado debe andar

que bastante necesidad tienes de fuerzas;

la pieza,

que en estos tiempos de revueltas,

el

i

con una comida adelantada, como decia tu padre, aunque

gaba siempre:

él

agre-

cd con dos hebídasD.

I eclió a reir

con la mejor gana del mundo, diciendo a Lucinda

cuando Santiago Imbo

— Perdóname,

liijita,

quisiera; pero las

de una repicar

i

salido:

por no poder hacerte la corte como yo

dueñas de casa somos esclavas,

andar en la prosecion.

Yo no

i

no siempre pue-

cómo tengo

fuer-

zas para reirme ahora (prosiguió la señora con voz triste), viendo

a este muchacho que se va quizá para no volver a verlo. Pero ese es

jenio;

cuando ya! lo

me

jenio

i

i

figura hasta la

acuerdo de estas guerras,

Te aseguro que dan ganas de llorar. Va-

sepultura.

me

no está en mí dejar de pensar en esto;

si

i

por hacer pecho ancho. Pero las Animas benditas

traer sano i

lo quiero

i

postre,

salvo.

i

como

si

Es

uti

fuera

vendrá a ser

el

me rio, es me lo han

a veces

so-

de

buen muchacho; de mui buenas partidas,

mi

hijo: lo

he criado en mis brazos,

i

al fin

dueño de estos cuatro trapos, cuando Dios

me eche la tierra encima. Aun hablaba la impresionable doña

Manuela, cuando entró de

nuevo su sobrino para despedirse.

—Dios —Eso

se lo pague, tia, le dijo;

el

almuerzo ha estado magní-

fico.

es!

esclamó

ella.

A

barriga llena, corazón contento.

ra no te olvides de mis encargos prosiguió riendo, ,

diga: a comida hecha amistad deshecha.

de don Anselmo,

Yo misma

te

me

En

despachas un mozo

Aho-

para que no se

cuanto tengas noticias

que yo

lo

i)agaré aquí.

he puesto en las alforjas un puco de char(]ue machu37*


— cado,

298

entregué dos botellas de aguardiente de susque eso conforta. I cuenta con andarte metiendo mui aden-

al asistente le

i

tanciccj

mas

en la refriga, porque una sola vez no

tro

no;

i

mas

vale que digan aquí arrancó

.se

el falso,

muere

el

cristia-

que aquí murió

el

guapo. Eso de morir por la patria es cosa para dicha en versos. Santiago, bueno es ser patriota; pero también es bueno

Sí,

el

número uno, como Dios manda. Con

que, adiós!

quedaré aquí rogando a las benditas Animas... I nes

el

escapulario del

— — Bien

Carmen que te di? como usted me

Sí, tia; lo llevo al cuello

chinas,

i

lieclio:

mira que ese escapulario

tiene una reliquia.

No dejes

liijo,

aliora,

que yo

dime:

lo encargó.

me

cuidar

lo dieron las

¿tie-

/^

Capu-

de llevarlo: mira que han suce-

dido mil casos en que un relicario ha librado de las balas al que lo

cargaba con devoción. I adiós otra vez, querido sobrino. Ido Santiago, la señora entró en la sala llorando a mares, mientras

Lucinda trataba de consolarla con

las

mas

afectuosas espre-

siones.

— Tienes razón,

liijita,

rar sino por nuestros pecados; na.

doña Manuela, ^o debemos lloalma que se amilana es alma de la-

dijo al fin

Vamonos a hacer medio

i

dia,

que ya

es hora.

Cinco minutos después, doña Manuela hacia los honores de la

mesa, con la cara

mas

risueña del mundo.


CAPITULO XLIX.

QUE SIRVE DE ESPLICACÍON A OTRO CAPITULO ANTERIOR.

«El demonio se revestía de la astucia, i avanzaba en la prosecución de sus propósitos.»

(V. MuRiLLO.

— Una víctima del honor).

Solo la obligación que Garduño tenia de volver al campamento, liabia

podido hacerlo separarse de 'Lucinda;

mas dominado por

la fatal pasión

que

i

sintiéndose cada vez

ella sin pensarlo le inspirara,

maldecía sus deberes de soldado,- que

lo

obligaban a alejarse del

objeto de su loco amor. I era tal la locura que se liabia apoderado del joven oficial, que, a pesar de los encargos, consejos

refranes de

había ya comenzado a aborrecer a Anselmo, como

su bonísima

tía,

se aborrece a

nn afortunado

"Al

i

mismo tiempo que

rival.

envidiaba su

ta la noticia de su muerte;

i

cual

si

diclia, (bascaba

Guzman

que fuese

kí liubiese liecho

cier-

algún

doña Manuela ardía en deseos de vengarse. Bien liabia ecliado de ver el jesuíta lo que pasaba en el interior del fogoso oficial; pero no estando aún seguro, i temiendo dar un agravio, el sobrino de


— paso Gü

300

aguardaba que las circunstancias se aclarasen para obrar con esperanzas de éxito seguro. Habíase separado Garduño unas dos cuadras de la plaza falso,

lo su-

ficiente,

mas de

de su

la casa

tia,

cuando se encontró de repente con

una boca

parecia liaber estado esperándolo en

(pie

— Sabia que una

el fraile,

i

he

mi señor don Víctor

a

le lleve

el jesuita,

calle.

usted liabia de pasar por aquí, dijo

estado aguardándolo para rogarle que

poco

i

carta.

— Con muclio gusto, respondió —La tengo en mi

cuarto, dijo el jesuita;

temor de que usted

carla por allá;

se

me

mo asunto

de la carta, pues se

que usted

lo sej)a.

—¿Qué

me ha

i

no be querido

fuese sin verlo.

mientras tanto aprovecliaremos

i

Démela su paternidad.

el oficial.

a bus-

ir

Podemos

ir

tiempo hablando del mis-

el

ocurrido que conviene

mucho

asunto es ese? preguntó Santiago volviendo su caballo

en dirección del alojamiento del padre, después de ordenar a su asistente

demás soldados que

i

lo

acompañaban, que

lo esperasen

a la salida del pueblo.

—-Se

trata,

amigo, de un proyecto que he comunicado ya al señor

Dorriga, respondió el fraile bajando la voz.

que es mui conveniente conocer bien

¿No

le

parece a usted

opinión de los habitantes

la

de Talca, respecto de la lucha que hemos emprendido contra

el pi-

iñolismo?

—Eso

es evidente, padre mió, pues aquella ciudad

punto de apoyo de uno u otro bando, según sean

ha de

las ideas

ser el

de sus

principales habitantes. Para llegar a saber cuáles son esas ideas,

ha preparado don Víctor JiOS espías que yo le aconsejé, concluyó '

mas:

un hombre mui

le di

el

frajlo.

Aun

ladino para esta clase de negocios;

hice i

yo

desempeñará a las mil maravillas la mas ardua comisión le encargue. ¿Conoce usted a Nicolás Peñaloza?

creo que

que se

hermano de —¿No —El mismo. es el

las niñas .

— Solo conozco de — Trate usted de sacar partido de vista.

lo

consiste su

?

mayor

él.

Parece tonto; pero en eso^

habilidad, porque no es lo que parece ser. Para

espía no tiene precio, porque, sobre ser astuto

noce a todo años.

No

el

poco hablador, co-

pueblo de Talca, endonde ha nacido

hace mucho tiempo que

muchacha que

i

se robaron en

me descubrió

San Fernando,

el

muchos paradero de una i

vivido

la cual estaba destina-


301

da a ser monja Clara; i aun ya se había reunido entre sus tíos la dote necesaria, cuando desapareció de repente. Espliqnéle el caso a Nicolás, díle las señas, i él empezó a calcorrear por aquí i por allá, hasta que llegó a Talca, i allí, vestido de mendigo (papel que hace divinamente) vino a dar con la muchacha, que estaba viviendo com-

Haciendo yo memoria de este suceso, he creído que Nicolás, vestido de mendigo, puede entrar en todas las principales casas de la ciudad i escuchar lo que se hable, sin que nadie ponga atención en ello, pues de un mendigo nadie se su amante en una solitaria

calle.

recata.

— Comprendo muí

interrumpió G-arduño;

bien,

dar otros compañeros a Nicolás. saco roto esta advertencia,

i

le

No ha

i

aun podría yo

echado su paternidad en

prometo sacar de

ella

todo

que

los

el parti-

do posible. Si el lector recuerda las excenas aquellas en

mendigos

hicieron caer en el garlito al servidor de Lucinda, verá bien,

cómo

Garduño supo cumplir su promesa. Solamente debemos advertir aquí (i es una circunstancia esencial de esta historia) que aquel mendigo que sirvió de conductor a Pedro por las calles de Talca hasta el cementerio, i que tan bien sabia ladrar como perro, no era-

mismo Nicolás Pcñaloza en persona, que mas drá ocasión de conocer el mismo lector. otro que el

—Ya creo que

siembro en buena

tarde ten-

tierra, prosiguió el astuto frai-

de que usted ^realizará mi idea, en caso de que don Víctor haga poco caso de ella. Nicolás conoce a todos los porle;

i

estoí seguro

dioseros de Talca, endonde (sea dicho entre paréntesis) los hai de

todas clases, no siendo

muí pequeña

la clase

que podemos llamar

de mendigos fraudulentos, por estar llenos de granos, quebraduras,

Por consiguiente, aun dado caso de que sorprendan a uno de nuestros mendigos, cuando mas, será mirado como pordiosero fraudulento, mas nó como espía. Pero ya hemos llegado. Desmóntese un momento, que tiene tiempo de sobra para potras

i

lobanillos postizos.

alcanzar

el ejército.

Desmontáronse enfrente de una casa situada a tres cuartos de cuadra déla plaza hacía el sur en la calle que entonces se llamaba del Estado, i hoi de Quechereguas, i que era i es todavía la callo principal de Molina. Allí era donde había establecido

sumisión

el jesuíta,

quien, entre

otros prívilejíos, tenía el dar sus misiones en el lugar que mejor le

acomodara, con notable perjuicio de los intereses de muchos parro-


— eos, i

302

que nunca miraban con buenos ojos que otro viniese a cultivar

cosechar aquel pedazo

ele

Viña

del Señor que

se habia puesto a

su cuidado.

Apeáronse, pues, cómo queda dicho; tejado a teja vana

mal

acepilladas

i

entrando por im zaguán

cerrado exteriormente por una gran puerta de

i

tablas de roble, se encontraron en

cuadrado, cubierto con una estensa ramada de fajina

un gran i

patio

sostenida por

horcones de espino.

Era aquel el cuerpo de la iglesia de la misión, cuyas naves estaban formadas por las cuatro filas de horcones, i cuyo santa-santorum se hallaba en un cuarto, Hamado el Oratorio^ i situado en el frente del patio. El costado sur de éste, cerrábalo un edificio de vetusto aspecto, ocupado por las Niñas, o como muchos decian, las beatas Peñalozas, i hacia el costado norte, se estendia una arboleda de frutales plantados en desorden. Por último, el edificio que cerraba

patio por el lado de la calle, en no mejor estado que lo an-

el

terior, era el

que las beatas Niñas habian aderezado para habita-

ciones del padre

de nombre

el

i

de su ayudante,

memorioso

lector,

el clérigo

por ser

el

O*, al cual conoce ya

mismo que

Lucinda durante su forzada permanencia en

fesor de

sirvió el

de con-

monasterio

de las Capuchinas.

Garduño entraron al patio, o mejor dicho, a la ramada, notaron cierto movimiento i ajitacion interior que hizo fruncir las cejss del padre, i admirarse grandemente a Garduño.

Cuando

el jesuíta

i

Varias mujeres salian corriendo de las piezas de las Niñas; tras unas se santiguaban

i

rezaban en alta voz

greñadas hacia la arboleda, una se lebrillo

dirijió

i

i

mien-

otras corrían des-

al oratorio;

sacando

i

agua bendita, empezó pavimento, pronunciando en alta voz / Vade re-

de greda que 'servia de pila para

el

a regar con ella el tro! vade retro, Satanás!

— Mala

visita

:

tenemos! exclamó

el padre,

poniendo

el oido

i

sollozos,

que bien pronto

se

cambiaron en gritos descompasa-

nada tenian de humano. Iba Garduño a preguntar lo que aquello

dos

i

con

j émi-

dirección a las habitaciones de las Niñas, dedonde se oía salir

dos

el

aullidos que

significaba,

cuando vio

venir corriendo (otro diria rodando) por entre los horcones de la ramada, a un cleriguito retaco, rechoncho i casi redondo, con la sota-

na rasgada de po en

la

sotanas,

mano

arriba abajo, el bonete pastoral echado atrás,

derecha,

un santo

un roquete hecho

Cristo en la izquierda,

jirones.

i

un

hiso-

sobre laa


303

señor presbítero O*...? preguntó —¿Qué — Qué ha de suceder, reverendo padre, respondió jadeando diablo en tenemos bien de ver que usted tenido presumia; — con una buena verdad, contestó O*, echando una mirada —Así sucede,

el j esuita.

el

x\h! lo

,

casa!

al

otro, sino'-que

se eclia

i

lia

Lncifer.

luclia

el clérigo

es la

de compasión sobre sus rasgadas vestiduras. Lucifer no respeta ni lo mas santo; i no solamente me ha insultado, como indigno ministro

uñas, al

gran pecador que

i i

me ha

hecho pedazos

Demonio tan

ha escnpido

las sotanas

i

como hoi: se ha reido se mofado del crucifijo.

i

— Pero, hombre, por Vírjen Santa! ¡Usted ha olvidado — Tiene razón su paternidad! exclamó

del agua

el

visto

bendita,

padre escan-

la estola!

dalizado.

me

veremos

con sus

Jamás habia

exclamó

la

tación

todo.

resistente

hi^po,

el

me ha arañado

sino que

soi,

ponerme

olvidé de

si el

al cuello

Con

el clérigo.

la estola.

la precipi-

Voi a buscarla,

i

diablo se resiste ahora!

— Oiga, señor

presbítero,

prepáreme a mí tam-

dijo el jesuíta:

bién mis vestiduras. Mientras

miraba

presbítero O*... rodaba hacia el oratorio,

el

al jesuíta

como interrogándolo con

a hacerlo con la lengua. Comprendiólo por — usted ve mucha admiración. respondió —Es esta niña mal — No son hermanas esto

Si

la

cierto,

el

los ojos, sin

padre

i

Garduño atreverse

le dijo:

primera vez, amigo mío, debe causarle

el oficial.

espirituada, así

Varias veces he oído hablar de

como de sus

otras dos hermanas...

las tres, le interrumpió el padre, sino sola-

mente dos de

ellas: la

de Dios

mucha

(i

con

—¿A quien llaman — mi amigo, Yo

dicina,

espirituada, a

razón), la

i

la paralítica,

quien llaman la

que es

>S'/í?rm

la mayor...

Medica Santa?

aseguro a usted que es una verdadera Sanla confieso. Por lo que respecta a sus conocimientos en mei

Sí,

ta.

mal

yo

último, la

le

he visto hacer prodijios (por no decir milagros). Por tercera niña es sobrinita de las primeras, e hija úuica de la

Nicolás Peñaloza.

—Ah! ¿Es que llaman Beatita ch pueblo? —La misma. Esta muchacha un dechado de la

el

es

de ser joven

i

bien parecida,

matrimonio por dedicarse

— ¿Piensa

ser

monja?

ha rehusado varias

al servicio del Señor.

^

virtud.

A

pesar

])ropu(\stas

de


— — Eli manas

el

304

convento de las Claras, para

lo cual sus otras

dos her-

ya la dote. yo creía que eran pobres.

lian reunido

— —No

son ricas, dijo

proteje.

La médica con

Ali!

el jesuíta;

sus

pero Dios las

curaciones,

i

lia

la Sierva

limosnas que recibe, han conseguido reunir algo;

gran economía... Pero es menester que

me

Sírvase usted aguardarme un momento,

i

ros prodijios.

•:o:

i

protejído

i

las

de Dios con las

como viven con

prepare a la

batalla.

será testigo de verdade-


CAPITULO

L.

QUE ENSEÑARÁ AL LECTOR LO QUE ERAN LAS NIÑAS PEÑALOZAS.

«Una

india

estaba enferma,

i

el

diablo la perseguía mucho, incitándola a que se ahorcase... mas no lo consiguió el

Mahgno, disuadida

los consejos

del padre..

ella

de

— Llevando

la

extremaunción a una india enferma,

un padre de el

casa, al entrar el padre

rancho, le dijo

traste nios.

aquí, se fueron

—Yendo

que en-

muchos demo-

otro padre

a confesar

que estaba en mal estado,

otra,

la india: así

el

mala

en

la avi-

padre que debia dejar aquella ocasión.

Eespondió a que con

todas veras prometía la enmienda;

en este punto salia bla,

le

i

parecía al padre que

de ella un bulto entre una nie-

como

puerco....»

(El P. Olivares. suítas en

—IUstoría de

los

Je-

Chile.)

Quedóse Garduño debajo de la ramada mientras el padre entraba al oratorio, cndonde el presbítero O*, lo esperaba con las vestiduras preparadas al pié de

un

crucifijo

i

sobre la se

mesa

del altar, nimbóse el jesuíta

puso a hacer oración, después de haber or38*


306

denado al clérigo O*, que no se moviese de allí. Garduño lo observaba todo desde afuera; i detenido curiosidad, olvidó sus deberes de soldado,

en camino hasta no ver en

lo

i

por la

allí

no se atrevía a ponerse

que iban a parar aquellos preparativos.

Repetidas veces liabia oído liabiar de las tres Niñas Peñalozas, a quienes

Dios que

el

pueblo daba los nombres de Médica Santa^ Sierva de pero jamás liabia creido ni la décima parte de lo

Beatita-,

i

embargo, celebraba que

se decia. Sin

presentado

la ocasión

la casualidad le liubiese

de ver por sus ojos a una mujer con

el

dia-

blo dentro del cuerjoo, cosa que allá en lo antiguo se veia a cada paso.

Por la,

fin salió el

padre Hipocreitía revestido de sobrepelliz

llevando en las

manos

el viejo libro

zar. Seguíalo el presbítero

la estola que colgaba de

le servia

esto-

para exorci-

O*, ya mas animado contra Lucifer, por

su cuello,

viar la fe del presbítero) por la

confortaba

que

i

mucho mas que

i

también (sea dicho sin agra-

compañía del santo

la estola

i

jesuíta,

que

lo

que la caldereta de agua

bendita que llevaba en las manos.

Al ver do se

a los sacerdotes, todos los curiosos que habían entra-

salir

al patio, atraídos

por la bulla, se prosternaron devotamente

i

encaminaron en convoi hacia las piezas endonde seguía sintién-

dose

el

gritar

i

aullar del Demonio.

Garduño

se acercó

a los sa-

cerdotes que encabezaban el convoi, pues quería satisfacer cuanto

antes su aguijoneada curiosidad, credulidad, se santiguaba plo!) ni

mas

ni

í

i,

despojado al parecer de su in-

rezaba en voz alta (oh, poder del ejem-

menos, como

la

mas

crédula de las viejas que asis-

tían a la ceremonia.

Llegados a

la pieza, el

oficial

miró ávidamente hacia

el interior.

Las blanqueadas paredes del cuarto estaban cubiertas de estampas de santos, i varias efijies de madera o de otro material se veían aquí, allí o mas allá, sostenidas por pequeñas repisas, o metidas en nichos dentro de la pared. Había otras en urnas de hoja de lata, colocadas sobre mesas que mas se parecían a la mesa de un altar, que a las de

una habitación humana. En un rincón del cuarto había una cama encortinada con angaripola de dibujos lacres en fondo blanco, i en el otro estremo, una alta tarima sobre la cual se veia un altarcito con un Niño Dios dentro de una grandísima urna adornada de flores de esmalte i de papel.

En

la

cama yacía una mujer al parecer enferma, i

al pié del altar


— la tarima, se hallaba hincada

(le

307

una joven como de quince años

una fisonomía tan simpática, que era imposible mirarla

i

de

sin sentirse

conmovido. Vestía la niña una especie de hábito negro, tenia unas tocas blancas que llo

daban

cierto aire

sobre

su cabeza

de candidez a su be-

semblante.

Embebida en su recía

oración,

i

con los ojos

no haberse apercibido de

fijos

la llegada

de

El presbítero O*, después de recorrer con to,

i

abrió los

brazos en señal de asombro,

—Dios mió! Sonrióse

— En

Si se la

habrá llevado

el jesuíta, sin quererlo,

efecto,

no se

la

i

el

i

en

Niño Dios, pa-

el

los sacerdotes.

la vista todo

el

cuar-

esclamó:

Diablo!

dijo:

ve en ninguna parte. ¿Cómo

me

dijo CJd.

que estaba aquí?

—Aquí

respondió^l otro;

la dejé yo,

salido,

pues no he dejado de tener

cuarto.

Preguntemos.

i

estoi segm'o

los ojos

fijos

de que no ha

en la puerta del

.

—No pregunte Ud., interrumpió padre. Espíritu gritó con voz de trueno ¿en dónde ¡contéstame! respondió una voz chillona que parecía venir —No le

el

;

infer-

estás?

nal!

quiero!

del

techo del cuarto.

Todos alzaron

los ojos

i

quedaron mudos de sorpresa, al ver que

sobre una de las descubiertas vigas del enmaderado habia una

mu-

como un gato que huye de sus perseguidores. Con el semblante contraído, las manos crispadas sobre la viga, la boca llena de espuma blanca los ojos sanguinolentos, miraba la mujer a los circunstantes, i se recojia mas i mas en el rincón, adonde se habia subido como para escaparse de sus enemigos. Baja de ahí! espíritu inmundo! gritaron a un tiempo los dos sa-

jer acurrucada

i

cerdotes.

respondió enérjicamente —No quiero endemoniada. — Hermanita! esclamó entonces enferma de cama, medio corporándose con gran por Dios! — Yo no hermana tuya, respondieron de — Hágalo por nuestro Señor Jesucristo! esclamó niña con una otro estremo del voz dulcísima, desde —Yo no tengo nada que ver con tu Señor volvieron a — Pues habrás de obedecer a mal que valerosabajar!

la

la

la

in-

trabajo: bájese,

arriba.

sol

la

cuarto.

el

Jesucristo,

contestar.

ó),

te ])ese! dijo


— mente

el

308

presbítero O*, mostrando a la mujer la estola que él lle-

vaba al cuello. Esta vez la mujer dio una gran carcajada, i esclamó: Ali! ¿Es el clérigo Bola el que habla? Já! já! já! ¿Piensas tú vencerme a mí, monigote redondo? A mí, que tengo el poder suficiente de echarte a rodar hasta los mismos infiernos? Pues es divertido el .

tono de autoridad con que viene a mandarme! Estos monigotes creen

que

les

basta meterse en una sotana, para que yo les obedezca!

para morirse de con

los

amenazando

Pero, ten entendido (prosiguió,

risa!

puños cerrados

al presbítero O*),

embolsicado en esa sotana

dado tan redondo como

i

Es

que aun cuando te hayas

en esa sobrepelliz, siempre te has que-

ilutes,

i

mas

todavía, porque ahora

comes

i

mas que cuando eras seglar. Sigue comiendo i-bebiendo hasta quedar como bola hecha a torno, que es lo que yo estoi esperando pa-

bebes

ra echarte a rodar hasta las calderas de

Todos manifestaron

el terror i la

plomo

derretido. Jál já! já!

admiración que los poseía;

chos huyeron de aquel endiablado lugar, mientras creitía

el

acercaba sus labios al oido de su compañero,

i

mu-

padre Hipoi

le

deciaen

voz baja:

— Mire, señor

presbítero,

como yo

tenia razón, cuando le aconse-

jaba que no se entregara demasiado a los placeres de la mesa.

El presbítero bajó los ojos sin contestar una palabra, mientras Garduño miraba aquello sin saber lo que le pasaba. Por la última vez te mando que bajes de ahí! gritó el padre

— — Me

Hipocreitía. bajaré, respondió la mujer; pero a condición de que el clé-

rigo redondo se vaya.

Su

vista

me

hace

reir,

i

yo no

estoi

ahora pa-

ra reírme.

— Que rae vaya! esclamó

mente a Es

la

endemoniada

el

presbítero O*, mirando rencorosa-

e interrogando con los ojos al jesuíta.

necesario, respondió éste,

haciéndole una señal para que

saliese.

—Pero, reverendísimo padre ¿será bueno hacerle su gusto blo? ¿Cómo hemos de permitir que se ría de un sacerdote?

— Dios permite estas

cosas,

amigo mío, respondió

al dia-

el jesuíta,

pa-

ra edificación de las almas; i aun, en mil ocasiones, es necesario hacerle su gasto al diablo, para encaminar a los hombres por la vía del cielo. Sálgase Ud. Salió el presbítero refunfuñando, al

decia desde las vigas

mismo tiempo que

la

mujer


309

— Padre Hipocreitía! Voi a bajar; pero no porque tú me das, sino por eso que traes en la

Diciendo

esto, saltó

saltimbanquis;

i

lo

man-

mano!

de viga en viga, como lo habria hecho un

llegando a un rincón dedonde pendia una soga que

nadie habia visto,

bajóse por ésta

como un

gato,

cayó sobre la

i

tarima cerca del altarcito endonde su sobrina estaba incada.

La tia,

sobre los hombros de su

niña, lejos de huir, echó sus brazos

rogándole que se estuviese quieta; pero ésta, separando brusca-

mente a la niña, esclamó: Vete de aquí! Te aborrezco porque tú no me quieres! Sí la quiero mucho, tia! decia llorando la pobre niña. Ahí esclamó la poseída, con ojos amenazantes: si me quisieras,

— — —

no pensarías en

¡Déjame!

irte al monasterio....

I diciendo esto, saltó de la tarima

hermana, con ánimo

se

í

encaminó a

la

cama de su

de maltratarla.

al parecer

Varios de los concurrentes quisieron sujetarla, interponiéndose entre ella

i

la

cama de

la

enferma; pero ninguno se atrevió a to-

carla.

—Déjenme rasguñar a

em-

esta picara! (gritaba), a esta picara

bustera que se hace enferma, para que

le

den limosnas

i

quiere

hacer creer que es médica!

A

este

tiempo la puerta se habia despejado un tanto;

chando esta circunstancia,

i

aprove-

la endiablada saltó fuera del cuarto

atrepellando al padre, que no cesaba de dirijirle la palabra,

i

a

cuantos quisieron oponerse a su salida.

En

seguida empezó a saltar

i

a correr como una bestia feroz,

por debajo de la ramada, dándose golpes contra los horcones

i

au-

de un círculo formado por los

cir-

llando terriblemente.

Bien pronto fué

ella el centro

cunstantes, círculo movible que variaba de síQ

posición ensanchándo-

o estrechándose, con el fin de encaminarla al oratorio,

adonde

que era

los sacerdotes querían llevarla sin poderlo conseguir.

Ella, entre los insultos que dirijia al clérigo

cesaba de repetir que no entraría jamas en

O*

i

al jesuíta,

no

el oratorio.

Viendo el padre que era menester emplear la fuerza, dijo: Los que sean ca})aces de llevarla al oratorio, sin hacerle mal, ganarán cuarenta días de índuljcncia. Al oír esto, varios se avalanzaron liácia la mujer, la cual supo

defenderse tan bien con sus puños

armado, que

los

í

con un

])alo

mas animosos renunciaron de

la

de que se lu'bia

empresa.


— —Déjenmela a mí!

310

esclamó entonces nn guaso que acababa de

Esas induljencitas me las voi a ganar en un santiamén. Dicho esto, se sacó el poncho; i lanzándolo diestramente sobre

llegar.

cabeza de la espirituada, tomóla entre sus robustos brazos condujo al oratorio.

I

como

mujer pataleaba

la

i

i

la la

trataba de mor-

pugnando por desasirse de él, decia el guaso: Menéate no mas, diablito, que al fin habias de dar con

derlo,

— ma

de tu

za2)ato!

Llegado mayor,

i

la hor-

carga sobre la tarima del altar

al oratorio, depositó su

preguntó candidamente al padre Hipocreitía:

— Dígame, señor cura, ¿he ganado o nó bien mis induljencias? No o

contestó el padre porque estaba ocupado en hacer que cuatro

seis individuos sujetasen

La pobre mujer había solo con la respiración

— Sujétenla que es

el

manos a la poseída. como desmayada sobre la tarima;

de pies

caído

i

daba muestras de

bien, decia el

guaso a

los

que la sostenían.

Yo

sé lo

diablo cuando se le mete a una mujer en la caja del cuer-

po: se hace muerto para que lo velen;

¡cataplum!

No

La mujer había los diez o

vuelto en

í

en cuanto uno se descuida

mucho en

hai que confiarse

que hace mas de doce años que

i:)ero

i

vida.

soi

sí,

i

esos desmayos.

¿No ven

casado? hacia esfuerzos por levantarse;

doce brazos que la sujetaban, la tenían como clava-

da sobre la tarima. El clérigo O* le puso

la estola sobre el pecho, mientras el jesuí-

ta pronunciaba las palabras del exorsísmo. Pero Satanás permanecía

en aquel cuerpo sin querer dejarlo, a pesar de los vade retro

de

las aspersiones.

Por no mirar

la

estola o tal vez por

mujer había cerrado

los ojos

i

no ver

al presbítero

no quería responder a

lo

i

O*, la

que se

le

preguntaba.

El jesuíta hizo entonces despejar

el oratorio,

dentro del cual so-

quedó Garduño con tres personas mas, fuera de

lo

ban a

En

los

que sujeta-

la mujer.

seguida se acercó a ésta;

i

aplicándole la boca al oído, pro-

nunció algunas palabras que nadie oyó. .

La

les

poseída empezó poco a poco a calmarse; pero no daba seña-

de haber vuelto a su estado normal cuando, lanzando un sus

piro,

exclamó:

— ¡Quítenme a hombre de delantel —¿A quién? preguntó ese

le

el jesuíta.


311

—No puedo nombrar porque no me viendo con —¿Es señor presbítero O*? —No que anda en malos

es permitido;

lo

pero lo es-

los ojos cerrados.

toi

el

es

miento

fijo

sino otro

él,

en una mujer casada,

aún ha concebido

el

i

pasos,

i

tiene su pensa-

desea la muerte del marido,

proyecto de matarlo...

Calla, espíritu infernal...! esclamó el presbítero O*,

la estola sobre la

Esta

se calló,

i

boca de

mientras

la el

poniendo

mujer.

jesuíta se

daba vuelta

liácia los circuns-

tantes j)ara rogarles que salieran del oratorio; pero su verdadero

Garduño

objeto habia sido ver qué efecto producían en

las

palabras

de la Sierva de Dios,

El

puesto pálido como los manteles del altar;

oficial se liabia el jesuíta, sin

¡Dero

oratorio, diciendo

darse por apercibido de

que ya

la

mujer estaba

ello,

evacuar

hizo

pues se

libre,

le oía

el

rezar

Credo.

el

esclamó

Sí!

que dudarlo; l^e

Deum

el

presbítero O*, con acento de triunfo.

el

demonio ha tocado

de la victoria.

No

retirada,

i

No

hai

podemos cantar

el

era posible que el padre de la mentira

tuviera fuerzas para resistir a los golpes de estola,

mayormente

cuando han sido dados en nombre de las tres Marías; i yo juraría que al tercer golpe fué cuando salió, pues vi pasar algo como un

relámpago por entre

los labios

de esta

Después de pocos momentos mirar a nadie,

infeliz.

salió el

padre del oratorio;

i,

sin

endonde entró dejando entornada la puerta. Garduño entró en seguida i sin mas preámbulo, díjole: Padre mió! Yo soi ese hombre...! Yol ¿Qué hombre? preguntó el jesuita, afectando una gran sorprese dirijió a su cuarto

sa.

No

amigo mío. Esplíquese usted. Ni yo tampoco entiendo lo que pasa! esclamó le entiendo,

Pero

fundido.

el oficial

con-

hecho es que esa mujer, o ese demonio, ha dicho

el

la verdad.

— Ha dicho tantas cosas que no tengo memoria para acordarme de flemáticamente — Me a sobre hombre habia puesto sus 2)ensamientos cu una mujer casada, — Ah! hizo reverendo. — que deseaba muerte (hd marido...! Verdad todas, dijo

el jesuita.

refiero

lo (pie dijo

ese i

(jue

que...

el

¡I

yo no sabré decir pero...

la

si

es, i)adr(', (pie

deseo positivamente la muerte de Anselmo;


— ^-Pero

el padre. Ali!

no

se muriera, usted

si

312

grandemente, conclu-

lo sentiría

ahora caigo en todo. Usted es esa persona a quien

Cada dia me convenzo mas de que esta bienaventurada tiene el don de adivinación, i talvez el de profecía. Siéntese Ud, amigo mió... Por lo visto, Ud. ama a Lucinda? Padre mió! esclamó Garduño; la amo a pesar mió i sin poderlo remediar. Pero mi amor es honesto... la Sierva

de Dios se

referia.

— —Es con Lucinda que usted — padre. —Eso nada de reprehensible, desde que se casaría

decir,

si

ella fuera libre?

Sí,

usted solo desea

tiene

obtener una cosa marchando por las vías lejítimas.

Ud. '

seria culpable,

—Bien puede

ser

siguió Garduño,

pero en cuanto a

más

mui

lo contrario

culpable!

que haya deseado la muerte de Anselmo, pro-

dominado por lo

De

mirada del fraile; creo no haber tenido ja-

la escudriñadora

de querer asesinarlo...

pensamiento. Sin embargo, padre, yo quisiera hacerle una

toJ

pregunta como

— Pues

le

— El caso

se la baria a

mi

confesor.

contestará el confesor es,

prosiguió el

oficial,

i

el

amigo, respondió

el jesuíta.

que bien pronto nos hemos de

campo de batalla, i yo quisiera saber a qué atenerme para obrar como corresponde a un hombre de bien. En este momen-

ver en

el

me

to

hallo en tal estado

malo de bo hacer

lo si

bueno,

i

de ajitacion, que no sabría distinguir lo

me

indique lo que de-

me llegan

a poner enfrente

espero que su paternidad

las peripecias del

combate

de Anselmo Guzman... ¿Debo cargar sobre

él,

o

permanecer siempre

a la defensiva? Porque ya ve, su paternidad, que pediría huir de él. Oiga Ud., dijo el jesuíta con voz solemne:

con

el

el

si

honor

Ud.

me im-

se encuentra

marido de Lucinda, debe tratarlo como trataría a cualquier

otro de los enemigos.

El pelea en

las filas contrarias,

de una causa justa: sus deberes de soldado leal

le

i

Ud. defien-

enseñarán

el

resto.

que debo hacer, respondió Garduño alzándose de — Ya Su paternidad me descarga de un gran peso. — ahora, dígame Ud., preguntó a su vez padre: Si hado sé lo

la

silla.

el

I

el

fuese a Ud. favorable, quiero decir, no el Hado, porque éste es dios pagano, sino en caso de que Dios permitiese la viudez de cinda,

i

seria el

Ud. llegase a obtener su mano uso que Ud. haría de estas?

—No he pensado en

i

las riquezas sino

respondió Garduño con entusiasmo.

le

un Lu-

sus grandes riquezas ¿cuál

en

el

corazón de Lucinda,


—Ya!

313 --

debe tener entendido que el Señor nos encamina al logro de nuestros deseos, según sea la santidad de nuestras miras. Yo no digo que usted haya pensado en las ya! dijo el fraile; pero usted

riquezas; pero el poseedor de Lucinda lo será también de su fortu-

mismo, por ejemplo, pensar en obtener dinero para gastarlo en placeres mundanos, que desear Vina riqueza para emplear una parte de ellas en servicio de Dios. Ali! dijo Garduño con veliemencia ¡si Dios me da la diclia de na;

i

no

es

lo

em-

poseer lícitamente a Lucinda, juro por mi salvación eterna,

plear una buena parte de la fortuna que obtenga, en obras piadosas,

según

los sabios consejos

—Amen, respondió

de Garduño que

el

de su paternidad! padre, sacudiendo amigablemente la

se despidió

de

él

i

salió al patio,

mano

descargado de

un grave peso, como él decia. El patio estaba lleno de j entes que babian acudido, unas a escucliar la plática del presbítero 0"^'... i otras a consultar a la Módica Sarda sobre sus enfermedades

i

dolencias.

Garduño se acercó al cuarto de la médica, por cuj^a puerta entraban i sallan personas de uno i otro sexo i de diversas edades i condiciones. Habia consultas en alta voz i en voz baja. Unas se liacian allí mismo los remedios, que consistían, ya en sobarse la parte en^ferma con la llavecita de la urna del Niño Dios, ya en recibir las aspersiones de agua bendita prodigadas por la Beatita que servia de ayudante a su tia, la Médica Santa. Otros llevaban consigo las bebidas para tomar tres tragos por la mañana, tres al medio dia i tres ;al acostarse, todo a nombre de las tres Marías. Lo mismo eran los sorhetorios para repetirlos de tres en tres veces, o de cinco

en cinco, en nombre de los cinco mandamientos de la Iglesia; bla

muchos que

i

sallan contentísimos, después de haber dejado

ha-

en

bandeja del Niño Dios, la indispensable limosna, en cambio de

la

la receta de «sobarse

(un lobanillo u otro tumor) con saliva en ayu-

nas, todos los dias por la

faltando la

fe, la

saliva

mañana, rezando un Credo con

no hacia

fe.»

En

efecto.

una mujer a una amiga suya: ¡milagro mas patente no lo he visto en todos los dias de mi vida! Ya us.ted conocia a mi marido que no la oreaba; no se contentaba con hacer San Jjánes, porque solía pasar bebiendo (Dios Ai! comadre! decia, al salir de la pieza,

i

me

favorezca!) liasta los martes. Tero, con haberle (M-liado

chicha los pol vitos de la módica santa, he conseguido

emborrache

los

domigos

i

domas

en la

(pie solo so

dias de guarda.

39*


— — Qué me ha de

314

decir a mí, respondió la otra, cuando

ya hace mas

de cuatro años que estoi viendo los prodijios de esta médica. I

lo

mejor es que no cura con botica ;I qué necesidad tiene de boticas, que ojalá pudiera yo prender-

les

fuego (interrumpió una tercera), cuando sabe curar a lo divino

m Pettta;

que es bendición! ¡Mire usted,

yo sufria

el

año pasado

de un emboticamieJitOy a causa de unos polvos blancos que

un

No

boticario de Curicó.

polvos, cuando se

me

me

hice

flato.

vergüenza

para que

los otros piensen

salir

me

i

espalda^ que se

corria por todo esto, a

modo

hinchazón de vientre, ña Petita, que

I luego aquella

me daba

i

c^ó

aquellos malditos

plantó un dolor entre pecho

bajaba al costado izquierdo,

de mal

mas que tomar

me

a la

calle,

porque nadie es real de carita

siempre bien de una. Hasta que un dia,

una prima hermana mia, que

medio aplicadona a curar por encanto, me dijo que yo estaba emboticada, i me prometió que me desemboticaria. Hizo la cruz de Salomón, pronunció lasj:)alabras, i todo; ^Qxofiié ¡mra lo mismo, porque quedé tan hinchada como antes.

Yo

creo que

ella

mi prima no ha aprendido bien

me echaba

la culpa a mí,

tonces fué cuando se

Dios

i

es así

otra al Niño,

i

el arte

todavía; pero

diciéudome que yo no tenia

fe.

En-

me ocurrió hacerle una manda a la Sierva de me vine a Molina. La Médica Santa se enojó

mucho con el boticario, judío hereje, de Curicó, porque conoció al momento de donde venia el daño; i ese mismo dia me dio la bebida de i

los tres palos

en la noche

que (¡válgame Dios!) casi

mo

me hizo

echar las tripas,

sobó nueve veces con la llavecita de la urna del

Niño Dios, con lo cual se me pasó la dolencia como con la mano. Garduño habia oido, sin pretenderlo, la conversación anterior así como otros relatos análogos de los milagros de la Médica. Su cabeza se habia despejado

i

su espíritu se habia deshecho de las pasa-

das impresiones; por manera que aún cuando

menester decirlo), se habia

dirijido allí

con

el

incrédulo oficial (es

el objeto

de hacerles un

deque rogaran porque número de disparates que

regalo a aquellas santas mujeres, a trueque él

alcanzase sus deseos, fué tan grande

el

medio avergonzado de su idea. I acordándose de que debia encontrarse pronto en el campamento, corrió hacia la huerta endonde estaba su caballo, montó apresuradamente i par-

oyó, que volvió atrás

tió

a escape por

el

camino del

sur.

;o;


CAPITULO

LI.

EN DONDE EL CURIOSO LECTOR CONOCERÁ MEJOR A

DOÑA MANUELA. Los males del país llegaron

al

exces o

durante las vicisitudes ocurridas desde el

pronunciamiento de Concepción

i

combate de Lircai. La fuerza pública, ocupada en los combates civiles, dejó sin segudel ejército del sur, liasta el

ridad a

muchos pueblos;

salteo a

mano armada,

i

el

el

robo

(SoTOMAYOR Valdés. Merced a

lo solícitos

el

asesinato

los ataques contraía seguridad, se tÍ2)licaron

i

i

mul-

extraordinariamente.

— JlUtovia de

los

cuarenta

añoí^.

cap. J.)

cuidados de la buena tia de Santiago Gar-

duño, habia logrado Ijuciiida tran(|uilizar algún tanto su njitado espíritu.

Doña Manuela

era

mui querida

i

res})otada entre las jen-

tes del pueblo, cuyas simpatías habia sabido con(piistarse por la


-. 316

natural franqueza de su bondadoso carácter,

i

su espíritu de

-pov

beneficencia para con los pobres, quienes encontraban en ella el

sosten de su miseria

i

el

alivio de sus dolores.

Ningún necesitado

acudia a la buena sefíora sin que se separase bendiciéndola con mil

Dios vale

que

se lopague^

un Dios

Lucinda

se lo

ájil

encontrando en espíritu, sino

estimaba grandemente, pues decia: «mas

pague que un almud de plata.» cada vez mas,

la queria

viveza de la

ella

i,

estimulada por la alegría

la

i

señora, ayudábala en sus quehaceres domésticos, ellos

no solamente distracción para su preocupado

también ese placer natural que

la

mujer siente con

el

ejercicio de las ocupaciones propias de su sexo.

Dos o

tres dias

sur, lo cual

se liabian

pasado sin recibir noticias ciertas

no era extraño en aquellos tiempos en que, a la carencia

de caminos

i

a la falta de toda especie de movimientos, social

mercial, se unian los peligros ofrecidos por la guerra liabia

'del

pensado

i

i

co-

Lucinda

civil.

deseado con ardor enviar al campamento de Freiré

un baqueano, que internándose por la montaña de la costa, pasase el Maule por alguno de los puntos intermedios entre Perales i Constitución, cuando le llegó un propio enviado por Garduño con una carta, en la cual el oficial le decia que solo podia darle noticias dudosas sobre lo que tanto le interesaba a ella, pues aún no liabia llegado al campamento un soldado de confianza que él habia enviado

al puerto

de Constitución; pero que, en cuanto aquél llegase,

comunicaría las noticias que

el

propio trajese.

«De

le

modos

todos

(concluía la carta), cualesquiera que sean esas noticias, ya favorables o adversas, puede usted, señorita, contar con la decisión de este

su

fiel

servidor, para el cual noliai sacrificio alguno que

no está dis-

puesto a hacer en obsequio de usted.»

La

lectura de esta

carta.,

pado habría echado de ver

como

en la cual un espíritu el

cautivó, al contrario, la inocente lo

i

despreocu-

fuego de una pasión contrariada, así

las insensatas esperanzas alimentadas

por jenerosidad

frió

misma

por la

pasión,

alma de Lucinda, haciéndola tomar

que no era sino

efecto del

el

mas

refinado

egoísmo.

Combatida constantemente por una cruel intranquilidad, i preocupada por su dolor, cual sucede a toda alma ardiente i sensible, la inexperta niña encontró

mui natural

desgracias hablan sabido inspirar al

como lejos

ella,

i

justo el interés que sus

noble corazón del

en un caso análooro, habría obrado de la

de encontrar exajeracion o inconveniencia en

oficial.

I

misma manera

las ardorosas fra-


— Garduño, solo vio en

ses de

317

ellas el

anhelo de ser

útil,

anhelo que,

animando a toda alma bien puesta, da a las mas insignificantes acciones, los colores de la simpatía i el perfume de la benevolencia. No es estraño, pues, que la hija del que fué don Marcelino de Eójas, contestara alsobrino de su protectora le

su gratitud,

i

dándose

deso'racia, amio;os

i

amiga, manifestándo-

de haber encontrado en su

los parabienes

tan nobles

i

desinteresados...

«Jamás

olvidaré

(concluia Lucinda) los servicios con que üd. se ha dignado favore-

cerme,

i

siempre recordaré con satisfactoria gratitud, las cariñosas

dehcadas atenciones con que cada dia sigue distinguiéndome la de üd.» Por último, en una posdata,

le

i

tia

recordaba la promesa que

de devolverle a su sirviente Pedro, en caso de

él le hiciera al partir,

poder hacerlo.

Todas

amigas de doña Manuela

las

se

habian apresurado a

tar a Lucinda, atraidas, unas por el cariño,

por

el

respeto con que miraban a la señora,

aun podria

i i

visi-

decirse,

llevadas otras por el

deseo de conocer a la santíaguina, para ver por sus ojos cómo ha-

cómo venia vestida i tocada, sobre todo lo cual se hacia en el pueblo los mas serios comentarios, fundados en las noticias mas extrañas i contradictorias. Mientras una decia haber visto a la niña de la capital con un vestido de altranco, hecho de rica i brillante blaba

i

lana, otra aseguraba

como una lo

uno

que

el

camisón era de angaripola, tan ancho

pollera de barragan;

ni lo otro,

¡mes

el

i

una

tercera juraba que no era ni

vestido era de Pequin,

i

todavía

mas an-

gosto que los de altranco, pues apenas la dejaba dar paso.

La misma

contradicción de noticias habia respecto del calzado,

pretendiendo unas que los zapatos eran cuchuchos, otras que eran '

gabuchas recortadas^ con media de seda calada atacados hasta

Entre

los

mas

allá de la

i

de cuchilla^

i

con

media pierna.

hombres, casi todos estaban acordes en que la santia-

guina era niña de mucho garbo

i

do quien asegurase haberle visto atacados eran verdes

i

de mui preciosos la pierna (por

ba)OS^

mas

no faltan-

señas, que los

do cinta de seda doble), cuando Lucinda ha-

bia pasado a saltitos por sobre las piedras

i

palos que servían para

atravesar un gran barrial de la Plaza de Armas. Pero

si los

hombres

convenían de algo, las mujeres no querían convenir en nada;

i

dos

matronas respetables tuvieron que ser separadas por sus propios maridos, pues llegaron al estremo do irse a las manos, porque una decia que el

peinado de

Lucinda era de

trueno^ mientras la otra quería probarle,

tres castañas

i

moTio de

apuñadas i rasguñones, que


318

no había tal moño de trueno, por haberse pasado la moda, antes que Pinto dejase la presidencia, sino que ella sabia mui bien que peinado de la santiaguina era de ratón dormido.

el

Por

iiltimo,

i

para que se vea la curiosidad que en aquellos tiem-

pos despertaba en provincia la llegada de una persona de Santiago, solo

agregaremos que,

de varios cronistas de esa época,

al decir

señora, enemistada desde años atrás con

una orgullosa

doña Ma-

nuela (a la cual habia jurado no visitar mientras ésta conservase el

honroso

ardientemente por la

privilejio solicitado

al servicio

i

otra,

de atender

limpieza del altar del Carmen de la iglesia parroquial),

olvidando tan serios motivos de devoto encono, fué en persona a casa de su enemiga

i

la abrazó

a Lucinda, para que nadie Olvidábasenos decir

(i

le

es

i

charló con

ella, solo

contase cuentos sobre

por conocer

el particular.

una circunstancia por demás esencial

en esta historia), que casi todas esas visitas eran precedidas de regalitos o presentes,

en adobo, frascos

i

que consistían en pavos mechados, chanchitos

botellas con mistelas, calabazas de aloja, frutas,

dulces en almíbar, masas delicadas,

flores,

u

otras golosinas juzga-

das allá en lo antiguo mui a propósito para coservar viejas amistades, asi

como para dar

los lazos rotos

sólido cimiento a las nuevas, o reanudar

por algún choque casero.

Las sociedades humanas han conservado siempre esas costumbres bíblicas que brillaron allá en los tiempos de Isaac i de Jacob, i de las cuales se

miento

deshacen los pueblos al pasar a ese grado de refina-

social,

en que los amistosos vínculos que unen a las familias

se convierten en

No

amanerada

i

cortesía.

sucedía así en la época a que nos referimos

creian que la amistad era algo se,

engañadora

abonándole

el

como

los árboles,

:

nuestros padres

que debia cultivar-

terreno con presentes, no tan ricos que fuesen a

amor propio del que los recibía, ni tan escasos que manifestasen la mezquindad o mala voluntad del que los ofrecía. Doña Manuela estaba contentísima i (por qué no decirlo?) orherir el

gullosa, viendo las pruebas de afecto que en esos dias habia recibido,

no solamente de sus amigas íntimas, sino también de otras

cuyas amistosas relaciones estaban rotas o enfriadas (que a veces suelen ser 2)eores que rotas). Por esto, decia a Lucinda, después de

despachar a la criada que habia traido un azafate de hojuelas, una bandeja de coronillas o una reverenda torta de gradas:

— Mira,

mi vida, así me gustan las amigas. Mira qué torta me ha mandado mi comadre Pascualita. Sus hijas tienen unas manos

'


— de

alíjeles

319

para toda clase de dulces rellenos;

ba mi comadre hacerme

este regalo, para

i

aunque no necesita-

que yo siguiese creyendo

en su eterna amistad, sin embargo, como decia mi madre (que Dios tenga en el cielo!), somos de carne i hueso, i nunca dejan de ser úti-

como

les estos recorderis, pues,

dijo el otro:

—fuego endonde no

se

echa leña, pronto se convierte en ceniza, i solo con aceite arde la lámpara. No me den a mí esas amistades de sombrero o de puros abrazos

i

cortesías,

obras son amores

Lucinda

i

porque yo diré siempre como decia mi madre:

no buenas razones. ¿No

mi alma?

te parece así,

aprobar todo cuanto decia la injenua se-

se apresuraba a

ñora, quien sin esperar ni oir la contestación de la niña, proseguía

alegremente:

Sí,

pues! obras son amores...

i

tan dos de esas amigas por encima. nes de manos, las cortesías, ce que se estuviesen se separan,

si

te

no

lo

Es de

risas, gritos

engañando (Dios

he visto no

me

que sucede cuando se jun-

i

me

como mi madre

i

apreto-

alharacas con que perdone!);

acuerdo. I lo peor

acuerdan a veces, suele ser para mal: no juicios de nadie, sino

ver los abrazos

lo

pare-

una vez que

i

es,

que

si

se

digo por hacer malos

por haber visto muchos cristianos, que son

amigos en presencia

decia:

cuchillos en ausencia.

i

Nó, hijita, no estoi ni estaré jamas con esa moda que ha comenzado en la capital endonde, según yo misma he visto i palpado, se visitan i se despiden con tarjetas, i se dan pésames con esas tarjetas que llaman de luto, i también la felicitan a una en el dia de su santo con una tarjeta pelada, sin que venga un ramito de flores ni

un

nada que demuestre que su amiga ha estado penluego con mandarnos su nombre escrito en un pe-

dulcesito, ni

sando en una. I

dazo de cartón blanco,

les

parece que nos han visitado

i

cumpli-

mentado, o que han venido a consolarnos en nuestra desgracia! Esto es lo que yo llamo visitas en el

pésames en el nombre; razón por la cual obran, solo merecen el nombre de amigos en

bre, así

i

jál I ojalá ese

go

nombre, parabienes en

nombre

seria siquiera;

cuenta de

(pie

i

quien nos

la envia se

luego las empaquetan a

mo

si

las personas el

que

nombre. Já! já!

en vista de la dichosa tarjeta, vendríamos en acordó de nosotros ese ratito i

sino que las tales tarjetas las escriben en las i

nom-

hubieran puesto ellas mismas, porque al-

lo

que ocupó en escribir su nombre de su puño yo,

el

fueran de algún

modo de

letra:

pero nó, señor,

imprentas, o qué se

naipes para repartirlas co-

provecho, fuera del provecho (pie saca el

comerciante que las vende! Jál

jál

Casi les agradecería yo

mas


r)

— que mandasen una carta de

320

la baraja

con que en las largas no-

mas

ches de invierno solemos todos, cual

cual menos, entretener-

nos jugando al comercio^ al tenderete o a la básiga, porque

así,

nos regalaríamos mutuamente objetos de nuestro uso

jal já! já!

particular,

que ademas tendrían

de nuestros placeres

el

mérito de haber sido testigo

sinsabores en el juego. Já! jáál |Si es para

i

la risa!

I la señora se reia con toda la fuerza de sus pulmones, logrando

hacer que Lucinda la acompañase en su hilaridad.

En

seguida, acercándose doña

cochos,

dando sobre

i

—Esta

que es

bis-

unas cuantas palmaditas de satisfacción,

él

con la cara llena de

dijo

Manuela a un gran canasto de

risa:

tarjeta,

Lucinda! Esta

I luego se acercó vivamente a la niña;

sí i

que es

tarjeta!

abrazándola con mues-

tra de gran cariño, le dijo:

— Perdóname,

hijita,

son arranques de

mi

jenio.

Quién sabe

cuántas barbaridades he dicho; pero no ha sido por hablar mal

de

la capital,

nerte

endonde están todos

por entrete-

hacerte reir ¡Me hace tanto daño el verte triste!

i

Lucinda contestó echando

los brazos al cuello

quien viéndose cubierta de las

ra,

los tuyos, sino solo

— Dios

mas

de la buena seño-

murmuró:

tiernas caricias,

mió! Cuan grande es sin duda la felicidad de tener una'

que nos ame!

hija

La pobre madre

i

que

señora ignoraba, en su candidez, que la mujer nace lo es, i)or

su corazón, de todos los que sufren.

Permanecían aun abrazadas ambas mujeres, cuando aparecieron en

puerta de la sala dos criadas trayendo en sus manos, sendas

la

bandejas, cada una de las cuales contenía una figura de dulce que hoi parecería extraña, pero que nada tenia de chocante en aquella

época en que hasta la si el

amor a

relijion

las formas, antes

misma

se

deformaba con

que a las ideas

la devoción

relijiosas.

Una de

la

bandejas estaba ocupada con un gran monte-calvario de alfeñique,

coronado por tres cruces de azúcar, al pié de las cuales se veía sentada a la Yírjen María, toda hecha de pasta de almendras, así co-

mo zos.

también

El

el

cuerpo de su sacratísimo Hijo, que tenia en los bra-

cerro, cubierto

confitados, se abría en

de rocas figuradas por almendras

i

cocos

varias grietas, por las cuales parecía haber

vomitado de su seno, mil i mil cadáveres informes de chocolate, car nillas i otros huesos de azúcar, i una multitud de calaveras de al-

mendra

rellenas

de manjar blanco, huew-molle

i

otras sustancias


— mas

o

Por último, en la enarbolada en un mástil de alambre, la ban-

menos a propósito para

falda del cerro se veia,

321

figurar los sesos.

dera chilena, hecha de papel. otra mujer, que era lo que todavía se llama en nuestros ho-

La

una criada de respeto^ traia una bandeja cubierta con un gran paño de manos lleno de caladuras, miñaques, puntas, recortes, oje-

gares,

lillos

i

bordaduras de

realce.

Adelantándose hacia doña Manuela que rrogativo, habló de esta

— Muí

buenos

dias,

miraba con

la

manera:

mi

Manuelita: dice mi Twrita que cómo

sicl

ha amanecido; que tenga su merced mui buenos

manda

este

para que

lo

mucho que como

el

presente no fuera

persona

la

la otra señorita;

lo

i

que aquí

dias:

le

acuerda de su merced

engañito^ para que vea que se

tome con

aire inte-

también

me

que sentia

dijo,

mucho mejor; pero aunque no

merece, le servirá para diferenciar)

i

i

que

es

ella la

encomendando mucho a Dios todos los dias que amanece i me dijo también que le dijera (prosiguió bajando la voz), que me entregase el pañomanitOj para tapar este monte-Calvario que mi

está

:

ñorita le

manda

al señor cura,

Doña Manuela, i

alzó el

paño que

que

lioi

de su santo.

es dia

mesa

recibiendo la bandeja, depositóla sobre la la cubría

— Bendito sea Dios!

una preciocual venia un albo Niño Jesús

exclamó con admiración

sa cuna de alfeñique, dentro

de la

al ver

de almendras. ¡Qué manos de ánjel son la de esta Sierva de Dios! ¡Miren cómo parece que se sonríe...!

mo

i

con las manitas puestas co-

para enseñar a rezar a los cristianos,

milditos,

como

si él

no fuera

el

dueño de

boquita de clavel, que solo hablar le I besando

de carita

i

lo

devotamente entregó con

i

—Tome,^ ña Pechoñita,

paño a

le

cielos

i

tierra,

i

su linda

falta!

al Niño, sacó

el

sus ojitos azules tan hu-

de su bolsillo medio real

la criada.

dijo, i)ara

que compre

flores. ¿I

cómo

están de salud aquellas santas niñas?

-^Dios se

como hace,

el

lo

Señor

pague, señorita,

lo quiere;

lil

respondió la criada. Ahí lo pasan

Medica Santa, que

ni se

hace ni se des-

tendida en su camita, que es bendición ver las

curas

i

mila-

gros que liace todos los dias; la Sierva de JJios, ya bien re})uesta de

su último ataque, que no parece sino que cosa

que

liacer

(Dios

pues cuando menos una

me lo

librol)

piensa

el cale/tilla

sino llevarse de

¡tras! se le

mete en

po, que es compasión ver a la pobre Siervecita

no tuviera otra

pimtacow

(íWxy

la caja del cuer-

como

salta por so-

40*


bre las vigas

do

i

da contra

se

es permisión

no

los palos; pero

de Dios (bendito

se mata,

porque to-

sea!).

—Amen, respondió doña Manuela. en que ha de —Ahí está mas virtuosa que nunca, guarde! monja. Dios — Oh! en cuanto a esclamó vivamente doña Manuela, no me ¿I la Beatita?.

ser

reutcu

i

la

eso,

parece bien... quiero decir, no es justo... Pero yo no debo meter-

me

en tales negocios, pues mas sabe

el loco

do en la ajena: cada cual sabe su cuento,

i

en su casa, que

Dios

el cuer-

de todos,

el

bóse. I ahora, ña Pechoñita^ dígale a su señorita: que es

mi

i

aca-

hijita,

que no tiene por que andarse molestando para que yo me acuerde de ella; que la tengo siempre en mi corazón; que le agradezco infinito

su regalo, que está mui precioso, como de

mano de monja,

i

que siga encomendándome en sus santas oraciones.

—Así

mi

se lo diré,

siá Manuelita: hasta otro

sirviente retirándose con su

dia, dijo la vieja

compañera.

Idas las criadas, dijo doña Manuela a Lucinda, que habia presenciado la escena sin desplegar los labios:

—Mira,

que son los ]3resentes, o como dijo ña Pecho^

hijita, lo

ñita, los engañitos,

que es como aquí

que verdaderamente divas

engaña con

se

los llaman. I tienen razón, porellos

a las personas, pues dá-

quebrantan peñas, como suele decirse,

i

a un toma, toma,

amanse. ¿Querrás creer que yo estaba mal con las beatas Peñalozas, i ahora con su Niño Dios me kan vuelto otra?. No digo que estaba enteramente mal con ellas, prosiguió la locuaz

no hai quien no

señora,

sino

que a mí

se

mi vida, porque como mi madre

medio medio; pues te sabré

así así,

me gusta mui poco

la jente beata,

decir,

repetia siempre: «de dia beatas, de noche gatas»: lo cual no quiere

por pienso, que las Niñas Peñalozas dejan de ser unas san-

decir, ni

con santidad

tas. Pero,

cen

reir

(Dios

me

i

mí me hahan enojado mucho

todo, suelen decir cosas que a

perdone!); razón por la que se

han atrevido a asegurar que mi sobrino Santiago es un hereje, que está condenado a penas eternas; i le han negado la entrada al cielo, como si ellas tuvieran las llaves de San Pedro. conmigo,

Pero es

i

se

esto, ni

dueño del

todo es

me

calienta ni

cielo,

i

me

enfria,

porque yo sé que solo Dios

nadie sabe lo que será hasta que no sea,

hablar por hablar.

Lo que me

calienta

i

me

una malesjñrituada. Porque si

sangre, es la creencia de estas pobres mujeres en que la

dica santa o adivina,

i

la otra,

retuesta *es

la

que la

mémé-

dica santaj fuera médica, ya se habria curado de la enfermedad que


-- 323 la tiene

en cama

liá

mas de

veinticinco afios;

annque

bién que: en casa del herrero, el cuchillo mangorrero.

ella dirá

tam-

Nada digo de

ha puesto en la cabeza (¡Dios me perdone el mal juicio, si lo fuere!), que el diablo la persigue i repersigue, i que cada mes se le mete dentro del cuerpo, como si el Malo hubiera necesitado meterse dentro de nuestra madre Eva, para tentarla i hala otra,

a la cual se

le

comer de aquella maldita manzana (el Señor nos libre i nos proteja!). Pero callemos, concluyó en voz baja la señora, viendo entrar a una criada :-En boca cerrada no entran moscas, i nadie se cerla

arrepintió

jamas de haber

callado.

Al mismo tiempo, acercando su boca al oido de Lucinda, dijo: Yo les tengo, mi alma, mucho miedo a estas cholas^ porque

son siempre candil de la calle

oscuridad de su casa.

i

Avisóles la criada que ya estaba la fuente en la mesa,

noticia

que hizo esclamar a doña Manuela:

— ¡Santa palabra! Vamos,

a hacer medio dia;

hijita,

i

ten confian-

za en la Vírjeñ, pues las noticias que nos ha enviado mi sobrino

no son para desanimarnos. Ya le tengo hecha una manda a mi señora del Carmen, (que está en mi altar de la parroquia) porque libre

de las balas a tu marido

i

a mi sobrino. ¡Cuándo se acabarán

estas guerras!

Pasadas a la pieza siguiente, que hacia de comedor, sentáronse a la mesa.

Lucinda habia logrado deshacerse algún tanto de sus

lú-

gubres ideas, por la locuacidad de doña Manuela, quien aprove-

chando

los ratos

en que la sirviente las dejaba solas, proseguia:

-—Sí, hijita, no está en mí: yo no puedo perdonarles a estas muje-

una muchacha mui españo^ lita^ nada fea i tan bien hablada^ tan recatada i hacendosa, que ya habría encontrado un buen marido, si las tias... Mira, muchacha, llévate esos platos i traelos lavados... Se le ha puesto en la cabeza a estas mujeres que la chiquilla no se ha de casar, a pesar de que yo sé que andan ya mui buenos mocitos por ahí, a las vueltas.

res lo que hacen con su sobrina, que es

Yo he tanteado así

a la muchaclia,

i

tiene el ojo vivo. ^;Te parece que

podrá ser buena monja?

— Imposible, respondió mo tiempo. — Lo mismo digo yo;

Lucinda sonriendo

])ero

las cuatro

suspirando al mis-

dale con que la han de meter cutre

paredes de un convento

La llegada Traia

i

del padn;

el jesuita la

líipocreitía in[(>rrunipió

intranquilidad

])inta(la

en

el

la conversación.

semblante;

i

des-


— pues de saludar cortés

324

— no admitió

afablemente a las señoras,

i

el

asiento que le ofrecieron, diciendo que solo liabia pasado a hacer-

una advertencia. Qué liai? qué sucede?

les

— sur — Nada sabemos de

le

¿Ha

preguntaron.

sabido noticias del

?

respondió

positivo,

son algo contradictorias,

i

no es

el

padre. Las noticias

pues

saber la verdad,

fácil

el ca-

mino está interceptado por varias partidas de malhechores que han querido aprovecharse del estado actual de cosas. Pero no so asusten ustedes, pues hemos estado tomando algunas medidas, para que el pueblo no sea invadido por los facinerosos.

— Ave María Purísima! esclamó doña Manuela. cree su paternidad que —Yo no creo que atrevan a invadirnos; pero bueno estar ¿I

se

prevenidos,

na

i

es

por esta he venido a avisarles, para que en cuanto

noche cierren ustedes sus puertas.

la

En

momento entraba por

aquel

la puerta

que con mirada escudriñadora examinó todo blar en

el

dría decir

Al

ti-

comedor, se fué acercando

si

allí

de calle un mendigo el patio;

oyendo ha-

i

con pasos que nadie po-

eran índole ates o temerosos.

mendigo volvió sus pasos i dio muestras de querer retirarse; pero doña Ma-

divisar desde afuera al padre Hipocreitía, el

sobre'

nuela alcanzó a verlo,

i

dijo saliendo a la puerta:

—Aquí anda un limosnero

qae parece no atreverse a pedir. Ra-

zón demás para darle. ¡Pobreoito! El hacer bien nunca es perdido, sino que es hacer escalera para subir al cielo,

¡No

te vayas, hijo,

ella

un pobre con

como

qae esta no es casa de moros

las

manos

decia

i)ara'^

mi madre.

que salga de

vacías! Espérate por ahí, mientras voi

a buscarte algo. I su paternidad

me

perdonará que

lo deje

un mo-

mento, prosiguió, dirijiéndose al padre, pues ya sabe su paternidad

que

si

Dios nos da es para que demos,

razón por la que tengo para

mí:— que

i

la

necesidad no espera,

dar a tiempo es como dar dos

veces.

Doña Manuela chos

i

se dirijió a la

despensa sin cortar su letanía de

refranes, segnn su inveterada costumbre,

i

di-

luego volvió tra-

yendo un pedazo de charque, dos panes i una fuente llena de trigo qué vació en el poncho del pordiosero. Este parecía querer dirijirle la palabra; pero las miradas recelosas que lanzaba hacia el comedor,

ban bien

claro

endondo estaba

el fraile, indica-

que la presencia dol reverendo hacia callar

al pobre.


— —Toma,

hijo mió, decía la

325

buena señora: llena

la barriga

i

agra-

décele a Dios, no a mí, que solo El es el dador de todo. Pero te

pido reces por

tres Salves a la

Santa Vírjen del Carmelo, que yo

sé bien que la oración del pobre, siempre el Señor la oye. I vete en

paz,

paciencia los rigores de la pobreza, que el pobre

sufre con

i

que no sabe ser pobre es pobre dos veces;

i

que anda bien su ca-

el

mino, bien llegará a su destino.

En

seguida entró en

— Dios

el

comedor, diciendo:

que ños ha-

se lo pague, })adre mió, por las advertencias

Estaremos prevenidos, porque hombre prevenido nunca fué vencido.... I a propósito de salteadores... yo no sé por qué- me ha ce.

corazón al ver

saltado

el

engaña.

Yo

este limosnero;

i

el

corazón nunca

conozco a todos los limosneros de Molina,

visto esta cara.

¿No podría

ser

i

alguno de los salteadores vestido

de pordiosero que venia a tantear

el

pueblo, para dar

el

mas seguridad? Pero no debemos pensar mal de nadie dado motivo para

ello

ni el

pues Dios dice: has bien,

i

no conocerlo

un mal el bien hecho, porque hai ün Dios en el de

las criatnras. Pero, despiíes

dónde se halla a esta hora

es razón

no sepas a quien... I

quiere pagar con

recibido, cielo

no

que ve

me

golpe con sin

haber

para no darle,

si el

tal

hombre

arrepiento de lo

los corazones

i

cuida

de todo. ¿Sabe su paternidad en

el ejército

del gobierno?

— Sobre márjenes del respondió padre. — Freiré? preguntó tímidamente Lucinda. — Se presume que haya entrado a Talca; porque ya las

nunca he

Lircai,

el

I

ustedes que no es posible saber nada de positivo.

En

les digo

a

cuanto al

esposo de usted, Lucinda, hai razones para creer que haya sanado

de su herida, según los informas que he recibido de don Santiago

Garduño

—¿No

te

lo decia?

interrumpió palmeteando las manos doña

Manuela, mientras que la niña, olvidándolo todo, daba sinceramente las gracias al ])adre

por tan grata noticia.

cómo mi buen sobrino no

Ya

ves tú, mi vida,

olvida lo que una vez p?.*omete. ¡I dicen

que es hereje!

— Eso no

un caballero tan <'um])lido como él, dijo el jesuíta. Mas como quiera que sea, bueno es vivir prevenido contra la desgracia, i no olvidar que Dios es dueño de la vida de los hombres, i que en este mundo estamos como el viajero en la posada.

pao(l(>

decirse de


— Dicho

326

esto, el jesuíta se despidió

i

^

salió,

volviendo en

seguida

desde la calle para decir a doña Manuela:

— Señora, olvidaba indicar a usted que puede disponer de

la casa

de la misión, así como todas las personas a quienes he hecho la mis-

ma

oferta para que

en

se refujien

pues creo que, aun cuando

ella,

pueblo sea inv¿idido por los facinerosos, de que tengo noticias, la misión será respetada como lugar sagrado.

el

Ambas grado

le

dieron

prometiéndole acudir a aquel sa-

las gracias,

en caso necesario,

refujio,

i

él

murmurando

volvió a salir

XLYxpater noster.

—Dormiría una la (que

siestecita

jamás dejaba de

con alma i vida! esclamó doña Manue-

hacerlo, según la jeneral costumbre de

la

época) ; pero ¿quién podrá pegar los ojos con estos sustos? Vamos,

vamos a rezar el santo rosario, para que la Vírjen nos ampare. Madre i Señora mia del Carmen! hago promesa solemne de vestirme un año entero con tu santo hábito por que este muchacho niña,

salga sano

i

salvo de esta guerra de mis pecados.

Cinco minutos después, toda la familia rezaba en alta voz

el ro-

que doña Manuela tenia costumbre de alargar con Salves,

sario,

Credos

Padrenuestros aplicados a mil diversas necesidades. Pero

i

esta vez la señora se olvidó de agregar

gada por tivas,

el

fué a la

se

i

sueño de la

siesta, dejó

muchas

oraciones, pues obli-

para después las últimas roga-

cama a echar una

j!?é<síí^;m(r/¿Yíí,

según

dijo a

Lucinda. Serian las dos de la tarde cuando doña Manuela despertó,

Lucinda

tenia preparado el

le

tomar después de

Ai! esclamó,

tenido!

sobrino

Te

Me

dan

chupando

Santiago, al el

ya

acostumbraba

la señora

la siesta.

lo cuento, niña,

tendido sobre

mate que

i

la-

para que no salga

hijo de

santo suelo

calofríos

bombilla ¡qué sueño tan horrible he

He

cierto.

mi

mi hermana, herido de un balazo i en un charco de sangre ¡Ave María!

de solo acordarme; pero todo es mentira, gra-

cias a Dios!...

Está mui bueno tu mate,

hijita;

tanta azúcar.

Dame

para quitar

el

ánjel parac'<?¿ar mate,

mi

boca. ¡Tienes unas

visto a

d^hov^

una

manos de

(Z(7¿fí'¿¿^<3^

pero no

le

pongas

dulce de la vida!

miraba hacia afuera por entre las rejas de la ventana que daba a la calle; i como viera por segunda vezv al mismo mendigo a que le habia dado limosna, esclamó. ¿Qué significa esto? Ahí anda a las vueltas el mismo limosneDiciendo

esto,

ro,

i

nunca acostumbran estos venir dos veces

al dia.

Tal vez se usa-


— rá así allá en

tierra,

sii

porque

327

ai:)Ostaría

yo una oreja a que este

hombre no es de Molina. Pero mal uso es ese de pedir dos veces al día en una misma casa, pues con una basta para ejercer la caridad, que todo exceso es malo, como decia mi madre, hasta en la virtud misma. Sí, pues, amiguito! prosiguió (viendo que el mendigo habia, llegado hasta la puerta de la pieza); acuérdese de que

una buena causa de charque, con dos panes i su ración de trigo. Bueno es el cilantro, pero no tanto, i sepa que al amigo i al caballo no hai que cansarlo, mayormente ahora que estamos en los meses azules del año, i ya no se merece un poroto partido por la ya

le di

mitad.

Señorita, respondió el

hombre con tono humilde, perdóneme

su merced, que tengo que hablar con...

Al

oir esta voz,

asiento la

se habia alzado

repentinamente de su

corriendo hacia el mendigo, lo abrazó con muestras de

i

mayor

Lucinda

alegría.

Doña Manuela admirada, no

sabia

qué creer de

lo

que

veia,

i

dijo:

— —No

Si será es

don Anselmo!

Anselmo, sino Pedro, mi

fiel

Lucinda

criado, respondió

arrastrando de un brazo al finjido mendigo hasta sentarlo junto a ella.

— Bendito sea Dios! esclamó doña Manuela, haciendo mate con

el

resonar

el

último chupetón. Cuéntenos ahora las noticias que

trae.

—Eso mismo iba a has a Anselmo. —Nó, respondió

decir yo^ agregó Lucinda.

le

Dime Pedro

si

visto

señorita,

aquel; pero sé que está en

ya mui mejorado de sus heridas. Lucinda elevó los ojos al cielo en señal de gratitud,

Constitu-

ción,

a escuchar

la relación

i

se dispuso

de Pedro, quien era interrumpido a cada ra-

to por las esclamaciones

i

preguntas de doña Manuela.

— Quién de Jiaber ¿Con que mi sobrino fué misionado para hacerlo baliar a usted? — — cómo que estás Dios! respondió —Va su merced a relatando cena en que Garduño de muerte. — Loado sea Dios esclamó doña Manuela juntando manos. lo

liabia

creido!

co-

Sí,^señorita.

I

vivo, i)or

es

oírlo,

lo librara

el

asistente,

la es-

la

las

I

Casi se

me ha

cortado la respiración, porque ya

me

parecía que


328

usted iba a caer muerto al pié de aquel árbol. ¿No te lo decía, niña? prosiguió, dando un salto de gusto: ¿no te decia que mi sobrino

un hombre de palabra

es todo

las beatas

Peñalozas

a,

i

bueno

decirme que

Pedro relató entonces su

viaje al Maule,

la entrada del ejército liberal

nas con los mendigos, hasta

señas, que ^I

i

su vuelta a Talca, con

momento en que

el

— La noche estaba tan oscura siguió el leal asistente,

i

en esta ciudad, sin olvidar las esce-

los soldados del gobierno, sobre la

el hijo

temor de Dios! I usted, amigo, ¿qué hizo después?

reje, sin

mas

Vengan ahora de mi hermana es un he-

al remate.?

fué capturado por

márjen izquierda del

que no

se veia ni las

Lircai.

manos, pro-

yo habia perdido ya toda esperanza, por

empecé a rezar una estación mayor... doña

dicen que los pipiólos no tienen relijion! interrumpió

Manueha.

Iba, pues,

mas muerto que

vivo, prosiguió

injenuamente Pe^

cuando sentimos un tropel de caballos por

dro,

la retaguardia,

i

luego nos alcanzaron tres jinetes, los cuales a nuestro «¿quién vive?»

despendieron «Prieto

i

relijion!»

don Santiago Garduño en

el

Yo

voz de

conocí al n^omento la

me

que habia contestado; pero

quedé

amordazado no podia hablar una sola palabra. Oiga usted! dijo don Garduño al jefe de los soldados que me llevaban: «rodee con su jente por el lado de la Chimba, hasta dar con alguna persona que le diga en dónde tiene su caballada el enemigo... Pero llevamos aquí un preso para el campamento, dijo el otro. Haga como le ordeno, repitió don Santiago, i déjeme a mí el preso, que yo lo conduciré con mis dos hombres. El otro se

como en misa, pues por

fué,

i

ir

yo quede con don Garduño,

me hablan

jo que ya sabia que

enviarme a esta

villa

de

los caballos.

i

Me

pillado

acercándose a mí,

si

i

me

llegasen a conocerme.

tirillas,

di-

disfrazara bien,

En

seguida

rae dieron este vestido de limosnero

puse estas

me

que venia a librarme, para

con la condición de que

pues corría peligro su vida desataron la boca

el cual,

monté a

caballo,

me

mejor

i

el

i

aquí

me

tiene su merced.

—I por

el

mi sobrino ¿qué contestará aljeneral cuando

pregunte

preso?

— Le dirá que me hizo ahorcar, arrojándome después se

le

me

olvidaba decir

ConstitucioD, según

— no —Eso mismo ¿I

escribió le

me

al rio.

¡Ah!

que don Garduño habia estado ese dia en dijo,

i

allí

habló

cpnmi

patrón...

Anselmo? preguntó Lucinda. pregunté yo también a don Garduño; pero

me


329

respondió que no liabia escrito, porque las cartas en estos tiempos

son peligrosas; pero que liabia dicho jle

que no tuviese su

hocci^

merced cuidado alguno; que ya estaba casi sano, i que don Garduño era ya mui su amigo, como él mismo me lo dijo anoclie en el rio Lircai, i que le diera muchos recaditos a doña Manuela, también me dijo don Santiago. Aquí llegaban de la conversación cuando oyeron un ruido como de caballos, al galope,

—Ellos Pedro

grandes voces en la

calle.

Los salteadores! exclamó doña Manuela. ;Me

son!

taba diciendo

i

el

lo es-

corazón!

salió corriendo

de la pieza, al

mismo tiempo que

tres

hom-

bres a caballo entraban de rondón al patio de la casa. El resto de

¡apartida (a juzgar por los gritos de la jente

i

los ladridos de los

perros que se dejaban sentir en varios puntos) se habia dividido en

Uno

grupos para atacar a un tiempo varias casas. bres que hablan entrado, saltó de su caballo

Pedro,

i

echándole ambas manos sobre

fué derecho hacia

se

i

de los tres hom-

el cuello,

con feroz

le dijo

alegría:

—Ahora — Tú

que no se escapará

salto atrás,

i

señor don Costal de Mentiras!

pagar todas! exclamó Pedro dando

eres el que las vas a

un

el-

descargando sobre la cabeza del bandido

el

grueso

palo que llevaba en las manos.

Cayó el agresor al suelo, dando un rujido de dolor, pero al mismo tiempo los otros dos atacaron a Pedro por la espalda; i tomándolo entre ambos, lo ataron con sus lazos, i lo arrastraron hacia la puerta de

calle.

Ya

furor liabia sacado ,

—Eso

un

caido se habia alzado del suelo,

el

i

ciego do.

cuchillo para herir a su indefenso enemigo.

que nó! gritó con voz de trueno uno de los otros; cui-

dado con tocarle un pelo, porque yo entonces

te acoi4odo a tí la

persona.

— Pero Tw Tup-a, con mil con

el

garrotazo que

me

rcjiones!

cómo

acaba de dar este

me quede Ueme siquiera

quiere que yo 2)ícaro!

licencia para aplicarle unos planazos.

— No

me

opongo, respondiij ]\Iiguel

queparecia mandar en jete);

prometido

lleva,rh)

])oña Manuela

desde

el

i

sano

i

\)¿vo dale

salvo,

Jjuciiida, casi

interior de la })¡eza,

abierta. l*ero, por

i

grande

tenerse, al ver ({ue cd

(pui

Turra

((pie

no era otro

el

con histinia, i)orque hemos

de otra manera no nos ])agan.

muertas de susto,

i)or la

eiidija

lo

miraban todo

de una puerta entre-

fuera su temor, no pudo la joven con-

miserable asesino descargaba furiosos golpes

41*


330

sobre Pedro que no podia defenderse,

que no maltrataran a su la, salió

a rogar a los bandidos

salió

i

Doña Manuela

sirviente.

al

metidas dentro del horno.

do furiosamente

i

cocinera

la

A pocos pasos

amenazando

i

a la criada llorando

el

nombre de

Al ver a su gran

dueíio de casa) tu-

vo una inspiración que se resolvió a poner en práctica

horno a

salir del

mejaban a

las brujas

Ya a este

las mujeres,

de Walter Scott,

que por les

i

pehuales de sus monturas,

los

se llevasen la presa, cerró la

corrió hacia a

— Qué

donde estaba

atrás,

amigos,

i

i

sú-

calle, la

atran-

No pensaba yo

que la

la niña.

Pero esta vez

sólita.

que hemos de ser

no como allá en Santiago endonde usted

se fué con aquel mocito,

que algún dia

me

las

me

despreció

i

pagará todas juntas.

bien comprendió Lucinda las intenciones del bandido, cuan-

do lanzando un grito de horror, quiso entrar a guel

oyó los gritos

puerta de

suerte la mia! dijo Miguel riendo.

habia de encontrar aquí

No

encenizadas se ase-

lo

de Lucinda, a quien conoció al momento. I dejando que sus

compañeros i

momento.

ordenó que soltaran a Cor-

cuando Turra, que se habia quedado algo

al

tiempo los bandidos hablan resuelto llevarse a Pedro,

a quien tenian atado con sus lazos a

2^1icas

i

estaba el Corbata, ladran-

cortar el tramojo.

perro (al cual la señora solia dar

bata.

so-

por otra puerta que daba al huerto o patio interior plantado

de árboles, endonde encontró a

Hizo

verse

le

impidió

las piezas.

Pero Mi-

el paso, diciéndola:

—Vaya pues! no sea esquiva, déme por bien que puedo obtener por mal! creo que Dios me dará fuerzas para matar— usted lo

i

se acerca,

Si

exclamó enérjicamente Lucinda, arrimándose a un rincón del corredor i enarbolando el palo de Pedro que habia recojido con re-

lo!

solución de defenderse hasta la muerte.

—Ya que usted la cintura,

Miguel sacando su catana de

prefiere pelear, dijo

pelearemos, para tener

el

gusto^de hacer después las

paces. I sin cuidarse de lo que pasaba a sus espaldas, el bandido se acer-

có resueltamente a la víctima.

sesperación le asestó

Lucinda, con las fuerzas de la de-

un garrotazo en

la

mano

derecha, haciendo

saltar lejos el afilado ¡luñal del bandido.

A ese

tiempo doña Manuela abrió

dos patios,

i

echó por ahí al perro,

las espaldas del bandido,

la

puerta que comunicaba los

el

cual se lanzó íurioso sobre

hincándole sus colmillos en un hombro,

trayéndolo al suelo en un instante. Lucinda huyó despavorida,

i

lie-


331

vando en sus manos el garrote, que doña Manuela sar, para irle a ayudar a Corbata. Este feroz

i

i

el

bandido se revolcaban en lucha;

terrible

azuzaba a su perro, con sados,'

le

pa-

bestias en

la alentada

señora

Corbata! descargaba pau-

el tümele, túmele,

pero fuertes garrotazos sobre los puntos del enemigo que

Corbata dejaba

que

como dos

mismo tiempo que

al

i

suelo,

el

le quitó al

Miguel, rujiendo de dolor

libre.

i

de cólera, pedia

quitaran de encima aquel demonio de animal que lo hacia

doña Manuela,

j)edazos; pero

— Todavía sibilitado

sin dejar de apalear, le respoudia:

no es tiempo, picaronazo, hasta que quedes impo-

para hacernos daño, porque en toda

defensa es permitida,

i

el

mismo Dios

leí

dice':

de conciencia, la

ayúdate,

que yo te

ayudaré. ¿O pensabas que, porque somos mujeres, podias tú venir

aquí con tus manos limpias a hacer de las tuyas?

Sí!

buena

es la

mi madre para quedarse mano sobre mano, viendo que un pelagatos como tú, viene a faltarle al respeto en su propia casa, como si todo fuera decir i hacer! IsTó, amiguito! porque hai un refrán que dice; a Dios rogando i con el mazo dando. Toma! tilmele Corhija de

bata, que todavía no es tiempo de dejar en paz al que paz

no quie-

Para que veas que a cada puerco le llega al fin sü San Martin! Juana! Juana! Mulata! ¿A dónde se han ido éstas, que no vienen a ayudarme?

re.

— Aquí manos,

la

vamos, señora! respondieron

una

el

brasero lleno de .fuego,

caliente.

—Nó!

las criadas llevando i

la otra el tacho

.

en sus

con agua

^

nó! esclamó la

buena señora; no sean

herejes!

¿Quieren

asar vivo a este cristiano?

—Este no

esclamó la cocinera, vaciando

el

brasero

— Que me quemo! Socorro! gritaba Miguel, mirando con

ojos es-

es cristiano!

sobre el herido cuerpo del miserable.

pantados a las encenizadas fantasmas. del infierno! Jesús,

María

— Apaguen, apaguen!

i

O

son brujas éstas, o diablos

José!

gritaba la señora.

¿No ven que ya

dijo

Jesús?

— Pues

allíi

va

el

agua para apagar

las brasas, dijo

Juana de-

rramando el tacho sobre el cuerpo de Miguel, quien ya no tenia ánimos para defenderse del perro.


332

— Basta! ya es tiempo! dijo la señora

separando al perro que uo

quería dejar su presa.

—Nadie debe querer i

viva,

muerte del pecador, sino que se arrepienta acordémonos de que también el malo, hijo de Dios es.

i

Quitado por sus

ma

el perro,

la

levantaron al lierido que apenas podia marcliar

a un cuarto, endonde

pies. I llevándolo

le hicieron

con Ips pellones de su montura, acostáronlo

ca-

curaron las

le

i

una

quemaduras como mejor pudieron. Mientras tanto, Miguel no deciauna sola palabra, i solo se echaba de ver que vivia por heridas

i

la trabajosa respiración las llagas de

— Mira,

i

por los gritos de dolor que

le

arrancaban

que su cuerpo estaba cubierto.

doña Manuela mientras, ayudada de Lucinda i de sus criadas,' preparaba los ^^a-ños cataplasmas: nádate habria sucedido si te hubieras estado en tu casa cumpliendo tus hijo, le decia

i

obligaciones

como hombre de bien, en vez de andar de Seca en Meca,

metiéndote en las casas ajenas sin decir: ve.

Tu mala cabeza

te

— aquí me entro

hace andar en malos pasos;

i

el

que llue-

que anda

en malos pasos, cuando no cae rezbalá. Porque, como dice el

que obra mal no espere bien,

dre que: quien en sus fuerzas se

i

yo siempre

fía,

le oia decir

al cielo desafía.

No

el adajio:

a mi

ma-

eches en sa-

co roto lo que te digo, porque estas desgracias son advertencias del

¿No has oido

cielo.

propio sucede con sino a mazo, tos.

el juicio.

Hai cristianos a

Pues

lo

los cuales no. les entra

por eso se dice mui bien: que a golpes se labran san-

Déjame ponerte

remedio para te la

i

decir que la letra con sangre entra?

las

paño con clara de huevo, que es santo quemaduras. I tú, muchacha, no le tires tan fuer^ este

camisa que tiene pegada sobre las espaldas. ¡Es preciso hacer

las cosas

con su señor modo! Eso

güenza, que

el cristiano solo

es, hijo;

quéjate; no tengas ver-

debe avergonzarse de haber hecho

mal, o de haber dejado de hacer

el bien,

el

pudiendo. Por eso te repi-

que tengas siempre en la memoria: que estos polvos traen estos lodos, para que no presumas de bravo, pues es bien sabido que don-

to

de hai unos hai otros, o como suele decirse: donde las dan las to-

man,

i

cuando uno menos

lo pienza, se

encuentra con la horma de

su zapato, razón por la que estamos viendo a cada vuelta de esquina, que

uno va por lana

i

vuelve trasquilado; asi es que...

¿quiere que pida un favor? — Señora! esclamó Miguel pronta a —Pide, que ahora que necesitas de mí, colérico

hijo, pide,,

servirte.

le

estoi


—Pues

entonces,

hágame

333

la gracia

de no decirme

mas

refranes

amor de Jesucristo! Prefiero que me eche su perro encima para que me mate luego i me coma a pedazos! esclamó el bandido por

el

rujiendo de cólera.

;o:



CAPITULO LIL

EN DONDE EL SAGAZ LECTOR ECHARÁ DE VER QUE SANTIAGO

GARDUÑO ESTABA

DECIDIDO.

— «Es una equivocación... —Está La discreción bien.

tud

;

inútil

(J.

es

una

vir-

pero entre nosotros es

en este caso.»

M. Torres A.

Los Mártires del

deber.)

Mientras en casa de doña Manuela se verificaban los sucesos que

acabamos do

narrq.r, los

compañeros de Miguel Tarra

se liabian des-

parramado por la villa como una partida de zorros hambrientos en un corral de gallinas, odiando abajo las ])nertas do las casas i robando i maltratando a los indefensos liabifcantes. Una partida de cuatro o seis bandidos so liabia presentado a las puertas de la misión, i pretcndian nada menos que adueñarse de la custodia i vasos sagrados del oratorio, así como de los domas objetos preciosos que poseyesen las Ninas Poñalozas, cuya fama de ricas corria parejas


— con la de santas qne

el

336

pneblo

les daba.

contráronse los facinerosos con

el

manos. Acompañábalo

el

al querer entrar, en-

padre Hipocreitía, de pié

dio del zaguán, vestido de sobrepelliz las

Pero

estola,

i

presbítero O*,

i

con un

me-

eri

crucifijo

armas

quien, a las

en sa-

gradas, liabia creido prudente agregar una pistola de dos cañones

que ostentaba en su mano derecha, mientras con

ba el santo cristo. Por último, la Sierva de Dios na del Niño Jesús; i colocándola en medio de

la izquierda alza-

liabia traido la urla entrada, decia

a

gritos:

—Yo veré bre

el

el

se atreven

si

mismo Dios en

ahora a pasar estos desalmados por

so-

persona!

Pero su confianza en Dios no impidió a la prudentísima Sierva pensar en medios de defensa mas mundanos, i corriendo a la

huerta, desató

un par de perros bravos que

allí

habia,

i

los trajo al

zaguán.

No

nos seria dable decir cuál fuera la causa que impidió a los

bandidos penetrar en

el

sagrado recinto de la misión;

que como concienzudos historiadores podemos afirmar, asaltantes no se atrevieron a entrar, puerta,

i

huyeron a todo

presenciaron

el

correr,

i

lo

es

único

que los

a pesar de estar abierta la

con gran admiración de cuantos

hecho que luego tuvieron por milagro patente. Sin

embargo, no todos creyeron que

la

repentina

huida de aquellos

malvados fuera unhecho sobrenatural, i sobre esto hubo en aquel entonces mil pareceres, suscitándose disputas, algunas de las cuales, pararon en verdaderas riñas. Porque unos atribulan

mor de

el

hecho

al te-

Dios, que el padre Hipocreitía habia sabido despertar en

aquellos endurecidos corazones,

i

otros al

miedo del diablo

i

de las

excomuniones con que el presbítero O* los amenazaba. Habia quien pretendía probar que no era el diablo sino la pistola i los perros lo

que habia hecho huir aquella canalla;

i

por último, los

devotos

(que estaban en notable mayoría) juraban que la victoria se debia

a

los crucifijos

En guna

i

al

Niño Jesús.

cuanto a lo que a nosotros atañe, no nos decidimos por ninopinión,

i

dejamos que

el

sagaz lector adopte

lo

que mejor

cuadre a su entendimiento, en vista de los hechos que minuciosa i

fielmente

vamos

relatando. Pero

diremos, porque de ello esta-

mas jeneralmonte admitada en

mos

seguros, que la opinión

lla,

fué la que atribuía a milagro del

la vi-

Niño Dios aquella repentina

huida de los malhechores. I hacemos notar esta circunstancia porque ella esplica la nueva fama adquirida por el milagroso Niño, i


00/

en consecuencia

el

aumento de mandas

por los devotos ha-

licclias

bitantes.

En

emplearon

creitía,

Santiago

a unos

paga

i

el

Mñas, aconsejadas por el padre Hipodinero recojido en la compra de una casa en

año siguiente,

el

i

el

las

de un fundo cerca del rio Maipo, todo

edificaba a la

Señor de

Pero sigamos

mayor parte de

cielos

el hilo

i

lo cual

que decian: «así

las jentes,

tierra a quien bien le sirve.»

de nuestra historia. Bien pronto los bandi-

dos no tuvieron nada que hacer en la

villa,

se retiraron siguiendo

i

diferentes direcciones, pero con el fin de reunirse en

por su jefe Miguel Turra.

ISTadie

do en casa de doña Manuela,

i

licitud

el

un punto

fijado

sabia que éste habia quedado heri-

en cuanto esta noticia llegó a oidos

del jesuita, se fué volando a casa de la señora,

hablar con

admiraba

enfermo para prestarle

i

manifestó deseos de

de la

los auxilios

relijion, so-

que nada tenia de extraño en un espíritu tan evanjélico

propagandista como

i

reverendo Hipocreitía.

el del

Mientras éste cumplía con sus deberes de sacerdote (mal o bien

que esto no hemos podido jamas averiguarlo) cerca del lecho del do-

doña Manuela habia salido a

lor,

llar las

como

noticias al vuelo.))

a preguntar cuanto se

llamaba a

las

la

puerta de calle con

ella decia.

los principales

cialmente lo ocurrido en la misión, que,

pasa raspando. Pero tuvo

sonas que

le relataran los

i

le

si

sucesos del dia, espe-

no es milagro (decia

la desgracia de

ella)

no encontrar dos per-

hechos de la misma manera. Unos refe-

rían el suceso, esplicándolo natural

después

allí,

personas que, reunidas en grupos, habia en la plaza,

para que viniesen a relatarle

le

de «pi-

empezó que pasaban, i aun

Instalada

ocurria a todos los

le

el fin

i

sencillamente; otros venían

agregaban tan crecido número de circunstancias mas

menos sobrenaturales, que lo desfiguraban por completo o lo con vertían en un verdadero milagro; i por fin, llegaban algunos o

mas

atrevidos que

raban contarlo todo cia

contradecian tal

como

todos los relatos anteriores

doña Manuela, deseosa do conocer i

ju-

pasó. I lo j)eor era que cada, cual de-

haber visto o sabido de buena tinta

fundida entre mil

i

los sucesos.

la verdad, se vio

Por manera que envuelta

i

c;)u-

mil noticias extraordinarias e increíbles, llenas

de circunstancias contradictorias que

la desorientaron

por com-

pleto.

—-Bendito seas, tan gran

Señor! exclamó, dando una gran carca-

jada. [Lo que son las noticiasl

Ahora queme

las

han contado

todas,


— menos enterada que

estoi

338

antes. Bien dice el adajio: que la verdad

solo Dios la sabe.

Diciendo esto, quiso cerrar la puerta de calle para irse a sentar tranquila en su cojin, cuando vio pasar por la vereda a

un hombre

de buen parecer. I como la curiosidad jamas se cansa de inquirir,

aun después de mil engaños

desengaños, preguntóle al hombre

i

si

conocia los sucesos de la misión.

—Yo no interpelado,

he visto del todo, señora, respondió gravemente

los

porque llegué al

pero

fin;

me

los

el

acaba de referir un

amigo de mucha verdad, en cuya casa estoi alojado, pues yo no soi de Molina, i ni aun sé cómo se llama la calle endonde está la misión.

En

seguida

acontecimiento de tal modo, que doña

refirió el

Ma-

nuela creyó haber dado con la pura verdad. señora contentísima. Ahora — Dios pague! amigo, que puedo decir que que ha pasado. —Pero eso nada, prosiguió hombre, comparado con que dijo la

se lo

sé lo

es

el

lo

ha pasado en casa de una señora rica de aquí de la plaza, según me contó también mi buen amigo, que lo vio todo. ¿I qué le contó su amigo? preguntó doña Manuela, pensando

naturalmente que su interlocutor se referia a

lo

que acababa de su-

ceder en su propia casa.

—Mi

amigo me

inocentemente

dijo (prosiguió

los salteadores se dirijierou, en

mas

le

i

la

fama de sabida

tiene

adajios que Catete,

andan cayendo de

hombre) que

primer lugar, a casa de esa señora,

que por mas señas, es mui guapa nera, pues sabe

el

i

i

refra-

a cada tranco que da se

boca como cuando llueve. Su merced debe

conocerla.

amigo, respondió la señora sonriendo.

Sí,

ro no es tan bravo el toro

que

dijo su

le

camino

real,

destino.

lo

algo; pe-

ponderan. I ahora, cuénteme lo

amigo, sin meterse en vidas ajenas ni separarse del

pues quien se aparta del camino, tarde o mal, llega a su

Ya le

—'Es pues

como

La conozco

oigo.

prosiguió el hombre, que esa santa señora, en

el caso,

cuanto vio entrar a los facinerosos, agarró un bastón de virtud que tiene, i

i,

acompañada de un perro bravaso,

se

echó sobre la cuadrilla,

a punta de palo los hizo correr a todos hasta ]a

calle.

—¿De veras?

'Sí,

fe

señora,

i

lo

de los salteadores

mejor fué i

lo

tiró

qiie el I)^^ra

perro agarró del poncho al je-

adentro, a tiempo que la patro-


— na cerraba

al dicho jefe, lo

De modo que

la puerta.

si

el

llamado Miguel Turra,

haya perdonado!). Esto

—Pues

339

perro aquel, casi hizo pedazos

quién sabe

i

que yo

es todo lo

así es todo lo

que su amigo

le

mató (Dios

lo

si

sé.

ha contado, enterados

quedamos! esclamó doña Manuela, riendo con tantas ganas, que el

hombre

se retiró

mohino

i

con pocos deseos de repetir su relato

a nadie. Rióse la buena señora durante dos largos minutos; pero como no podia estar

misma

mucho tiempo

hablar,

sin

amenudo), cortó

(lo cual le sucedía

— Pues no sabia yo que tenia fama nadie se conoce,

mo

están,

i

que los ojos de

no se ven

uno

el

aun cuando fuese consigo para decir:

Bien dicen que

de. refranera!

la cara,

al otro, ni

al fin su risa

con estar casi juntos co-

tampoco

asi

mismos,

si

no se

'

miran en el espejo. I ahora caigo en que este espejo en el cual nos debemos mirar para conocernos, son los demás cristianos, pues en ese hombre he venido a ver que yo soi refranera. I tal vez será así, porque mi santa madre era amiguísima de los adajios; de tal padre i

tal hijo,

rada no

por lo cual se dice: hijo de gato, caza ratones, lo hurta.

En

fin,

nadie con esta costumbre

sea

como que

(si es

se fuere, la tengo);

he-

lo

i

quien a nadie hace

me

he quedado

que venia a saber, después de haber oido mas opiniones que pelos tengo en la cabeza. Es mucha cosa

en ayunas de i

quien

no creo hacer mal a

daño, no pasará mal año. Pero, después de todo, yo

cuentos

i

lo

qué haya cristianos que pretendan escribir historias de lo que pasó allá en aquellos siglos remotos cuando andaban las culeesta.

¡I

No

mi madre la que cre'a en tales historias, cuando hoi mismo, contándome hechos sucedidos aquí a cuatro trancos, i aun en mi presencia, me han llenado la cabeza de

bras paradas!

será la hija de

mentiras. Pero ¿quiénes son aquellas? prosiguió, poniéndose la

no sobre los ojos para ver

conocía a tres

si

ma-

mujeres que por la

misma vereda venían a un cuarto de cuadra de distancia. ¿No son las Beatas? Que me corten una oreja si no son! Pues ellas me lo han de contar todo como bala pinta. i

Doña Manuela no

se habia equivocado.

nían la Sierva de Dios

i

Por

la

misma vereda

ve-

su sobrina la Beatita, seguidas de la scuá

Pechoña.

No

bien hubieron

llegado a pocos pasos de la

señora,

(pie las

esperaba con la curiosidad elevada a la (piinta potencia, cuando la Sierva de Dios esclamó:


— — Mi La

me

la

guarde

i

al

Niño que tengo

gus-

el

I

señora corrrespondió amablemente al saludo de la tia

a la sobrina, sin olvidarse de

rició

Dios

siá ManiTolital Gracias a

to de verlal Dios

340

dirijir la

aca-

i

palabra a la criada, con

risueña benevolencia.

— Mi sid Manuclita

¿es cierto lo

que cuentan? preguntó a media

voz la vieja criada.

que cuentan? señora sonriéndose. — qué — Que su merced, con un palo de virtud que es lo

¿I

dijo la

tiene

Una

carcajada de doña Manuela cortó la palabra en boca de la

Pechón

seruí

i

t a.

—Entonces ¿no

preguntó candidamente

es verdad?

la Sierva

de

Dios.

respondió la señora.

hijita,

ISÍó,

de las mitades. Es verdad que

En

lia

De

dineros

i

bondades, la mitad

habido palo, perro

i

salteador.

como habia sucedido, i convidó a Sierva a que entrase un momento a descansar. Siguió ésta con.

la

seguida contó

el

hecho

tal

sus compañeras a la señora, quien la llevó a la cuadra endeude se

hallaba Lucinda.

La

liija

de don Marcelino no pudo menos de

fijarse

en la meti-

culosa gasmoñería de la llamada Sierva de Dios, quedando al mis-

mo

tiempo sumamente prendada de

la

simpática fisonomía de la

sobrina.

Era

tal el contraste

que presentaban entrambas, que costana

trabajo creer que fuesen parientes o que vivian en familia,

amenudo ver en

sucediese

el

mismo hogar

no

si

diversas fisonomías

i

caracteres diametralmente opuestos.

Mientras la cu

el suelo,

vestido,

la

tia,

con su cara enfiaquecidai escuálida, los ojos

fijos

movimiento en todo su cuerpo, parecía un palo sobrina con su faz risueña, sus miradas chispeantes, i

casi sin

su voz graciosa

asemejaba a

i

atrayente

la lozana flor

i

sus movimientos llenos de vida, se

de mil colores, mecida por

el zéfiro pri-

maveral.

Encantada Lucinda 2)or aquella injenuidad de semblante, no pudo resistir

a los espontáneos impulsos de su corazón,

i

abrazándola

cordialmente, la dijo:

—Antes de conocerla, ya era amiga de bia dicho -

mi

usted por lo que

me

ha-

sfa Manuelita.

-I yo también

la queria

a usted mucho^ respondió sencillamen-^


— te la niña, i

¡mes

341

Hipocreítia nos liabia contado su historia,

el j^adre

desde entonces tuve grandísimos deseos de conocer a usted.

La

tia,

que en aquel momento pontaba a doña Manuela

gro del Niño Dios; pero que no por eso dejaba de

hablaba su sobrina,

dijo,

sin

fijarse

mila-

el

en

que

lo

mirar a Lucinda:

—El santo padre Hipocreítia ama a usted mucho, en Señor; que nosotras no podemos dejar de —Yo de merecer ese que agradezco de corazón, correspondiendo a del mismo modo, respondió Lucinda. —¿Cómo no ha de merecer usted afecto de todas personas la

el

quererla.

así es

trataré

afecto,

él

las

el

que oigan hablar de sus desgracias! esclamó la sobrina con adorable candidez. Seria preciso no tener corazón para... •

— Nuestro corazón debe ser solamente de Dios, interrum^ñó sen-

tenciosamente la

tia.

— Déjela usted hablar; mire que me gusta mucho ña Manuela a severa —Decia yo prosiguió tímidamente sobrina, porque

oiría, dijo

la

Do-

tia.

ape-

la

eso,

nas supe que la señorita se había venido de Santiago siguiendo a su marido...

Al llegar

aquí, la niña se interrumpió

co que su tía hizo en la

—Apenas supe

eso,

mi hermana.

silla.

En

por un movimiento brus-

seguida continuó:

cuando empecé a quererla a usted como

me

si

andaba en la guerra i lo habían herido, i usted no sabia si estaba vivo o muerto, entonces se me rodaron las lágrimas, sin quererlo, i me puse a

fuese

llorar

i

a rezar

Lucinda,

I cuando

2)or

que

sin decir

el

dijeron que el caballero

caballero volviese sano

ima palabra, abrazó a

la

i

salvo.

candida niña

i

la

besó en la frente, mientras la tia hacia mil movimientos de impaciencia sobre su

silla.

— Nada tiene usted que agradecerme, prosiguió en voz la sobrina,

porque ¿quién podrá mirar con indiferencia

que usted sufre sin duda, al encontrarse der

ir

mas

a(|uí

como atada

el i

btija

dolor sin po-

a prestarle a su esposo los cuidados que usted quisiera? De-

be ser cosa mui dolorosa esto de verse una mujer

así,

de repente,

separada de su marido...

mete a tí hablar deesjwsos de maridos de cuidados i de amores nmndanos? interrumpió la tia con irritado lono. No })arece sino que hablaras por experi(>ncia. ¿I quién te

—Yo no hablo si

hago mal, me

i

])or

experiencia,

callaré.

tia,

sino por lo (]ue

i

me

parece;

i


— —Xo porque que — Señora, interrumpió te

calles, liijita,

342

replicó

doña Manuela. Sigue liablando,

dices es el evaujelio...

lo

la tia; el Evanjelio es

nna cosa sagrada,

i

que está diciendo esta chiquilla Es también sagrado porque es la pura verdad, interrumpió vivamente la señora. Deje Ud. que la niña hable la verdad como ahora, para que sepa conducirse con su marido cuando se case lo

— Mi Manuelita, Dios! esclamó en voz baja ¿cómo atreve Ud. a decir eso delante de oidos castos? —Yo que no era pecado decir palabra «casamiento» delande una muchacha que, tarde temprano — Eso será respecto de niñas del pero no de ésta que sia

se

la tia

i)or

cieia

te

la

o

las

hemos

siglo;

criado para Dios.

— acaso porque Ud. da a nn buen marido, entrega preguntó doña Manuela en alta voz. —Aliase va uno por respondió no de mui buen ¿I

se la

se la

a calclúlla?

la tia,

lo otro,

lo

hnmor.

Doña Manuela

soltó

nna estrepitosa carcajada.

—Ah señora! esclamó beata con solemne tono; Ud. hubiera Santa no — Ud., doña Manuela, que yo necesito haber la

leido la

Biblia,

I ¿cree

se reiria!

replicó

la Biblia para decirle a

me dejara

ra que

si

leido

Ud.

la biblia? Sí!

leer libros prohibidos!

cencia para que aprendiese a leer sé,

i

le

Dios sabe cómo

me

dio

li-

a firmarme, que es todo lo que

para servir a Ud. Pero volviendo a

yo no

buena era mi madre pa-

lo

que hablábamos,

le diré

que

entiendo a Ud. ni jota, pues no parece sino jque Ud. no hu-

biera sido mujer jamás, en razón a que ignora que el gran negocio

mundo es hallar un buen esposo; i por eso modo de oración Dios mió, dame lo que te pi-

de toda mujer en este dice aquel refrán, a

mi buen marido quiere comparar Ud.,

do: -plata

i

— Esposo — Señor ¿T

:

señora, los maridos de la tierra con el

celestial?

tel

dio a nuestra

madre Eva un marido de

pondió riendo doña Manuela, cual

mas

i

la tierra, res-

por eso es que todos nos inclinamos,

cual menos, a los maridos terrestres, que mientras este-

mundo, dos llevan mejor la carga que uno solo, sin dejar por esto de amar a Dios, pues Dios no pide imposibles i se le puede servir en todos los estados, méuos aquel en el cual una mujer no está contenta; razón por la cual no me gusta que a una niña la forcen a tomar un estado para el cual no ha nacido, porque eso es ha-

mos en

el


como

cer morir de risa al diablo^

343

sucederia, por ejemplo,

obliga-

si

sen a una cliiquilla a meterse entre las cuatro paredes de un convento.

—Esa

es la puerta del cielo,

—-Muchas puertas

la Biblia dice

i

tiene entonces el cielo,

yo no sé cómo nos

i

salvaremos las mujeres aquí en Molina, no teniendo ninguna puerta para entrar en el cielo

— Pero Biblia —Yo no digo la

dice (pie el estado de castidad es el

lo contrario;

hagan

hombres,

los

nasterios para irnos al cielo?

No

les

frailes

i

queda a

mundo

so que meterse a frailes. ¡Mire qué

no de

metemos en los

tan lindo no seria ese

ellas les

i

yo sé mui bien

gusta mas de a dos en celda, como dicen.

parece que yo no he sido

Mucho sabrá

tar cuentos?

lle-

monjas! Nó, mi amiga, convénzase Ud. de que no

que casi a todas le

mo-

los

pobres otro recur-

todas las mujeres son nacidas para el monasterio;

¿O

santo.

pero contésteme ¿qué quiere üd. que

todas las mujeres nos

si

mas

muchacha para que me venga a con-

Ud., amiguita, en asuntos de salvación;

pero en los mundanos, creo que la gano a borneo de chicote.

—Entonces ¿Ud. no —A muchacha que

cree que hai vocaciones?

la

bendición,

le diré

i

tenga vocación verdadera, yo

le

echaré

mi

que vaya' a servir a Dios a donde Dios la llama;

pero la que no tenga, que se quede en

el

mundo aun cuando

ello

sea para vestir santos, que vistiendo santos también se sirve al Señor; el

no, dígalo

si

i

yo que tengo mi altar del Carmen en

cual no trocara por el

mas puntiparado de

de decir yo). I aquí donde Ud. m(i

he quedado

i

le falta

i

si

i

me

no se

verificó, fué

me

i

porque: -estado

fixltaran pretendientes...

Dios en este mundo, sino porque los tales pre-

tendientes eran tales, que yo dije: da,

habia

no crea que por mi gusto

ve,

mortaja, del cielo baja... I nó porque

pues a nadie

la capital (no lo

que hasta ganas tuve de casarme,

jiara el oficio, sino

bastante se empeñó mi madre;

la parroquia,

mas

vale sola (pie

mal acompaña-

elbuei suelto, bien se lame.

No pudo dejar de

reirse

Lucinda

cuando escuchábalas palabras

En

aquel

fermo;

i

momento

salió

d

al

(hí la

el

hond)re

]):iilre

está herido

d(^

la tía

señora.

(Mitrando en la cuadra, dijo a

— Señora,

ver los aspavientos

][i])ocreitía (bd cuarto del (Mi-

doña IManuela: de gravedad

i

será menester

llevarlo a la misión para curarlo.

— Pero

¿es caridad

mover a

ese ])(»bre en

c^l

estado

(M1

(pie se lia-


— preguntó la señora. Aquí

lia? el

médico

italiano,

—Aquí

que yo

lo

344

lo

podemos

curar,

i

aun puede venir

pagaré

puede curar de

enfermedad del cuerpo; pero nó de la del alma, interrumpió gravemente el jesuíta. Es un pecador endurecido,

se le

la

aliora está delirando

i

—Entonces debe habérsele metido temblando Sierva de Dios. Yo I quieren a —Jesús

dijo

la

lo sé

llevar

Ma'*ía!

muró

el

la scñá Pecboñita, sentada

Malo dentro del cuerpo, por experiencia.

la casa

otro

calchilla!

mur-

en un estremo de la tarima de ho-

nor de doña Manuela... Contimas que ya no sabemos qué hacernos

con

e!

calchillz de

—Yamos a —Nó, mi

mi

fiorital

doña Manuela alzándose de su cojin. señora, nó! interrumpió el jesuíta poniendo sus dos verlo, dijo

manos delante de

la señora

como para

sujetarla.

No

vaya usted

porque se espone a oír cosas horrendas de boca de aquel endurecido pecador.

—Ave para —Jes

María! esclamó la Sierva, santiguándose

i

levantándose

Entonces ya debe estar condenado a penas eternas...

irse.

as!

No

Ma-

diga usted eso! interrumpió vivamente doña

nuela.

— ¡Qué no diga A

una seña

cuando

eso,

es

de fe

calló la obediente Sierva

del jesuíta,

como

si le

hu-

bieran tapado la boca. Mientras tanto doña Manuela decía:

— Cada cual con su

fe,

i

Dios obre. Pero yo tengo para mí que es

cosa dura esto de condenar a un cristiano a velas apagadas, por quita allá esas pajas. al

mundo para que

No

parece sino que Dios, nos hubiera echado

nos condenásemos los unos a los otros.

Habría proseguido

la señora si el

padre no

le

hubiera cortado la

palabra diciendo;

—De todos modos,

señora, conviene

llevarlo pronto.

Está

deli-

rando, o tal vez es el demonio quien habla por su boca. Figúrense

ha metido en la cabeza que sí ha venido con su jenti a Molina, ha sido por mandanto de don Santiago Garduño! ustedes que se

le

—Jesús! esclamó doña Manuela. paternidad que

el hijo

¡Mi sobrino! ¿I puede creer su

de mí hermana

interrumpió —Pero yo no creo nada de digo para que vea cómo estará su cabeza. Se — su alma también, agregó Sierva de Dios. — Tiene razón su paternidad, doña Manuela. Lléveselo a sí

eso, señora!

el jesuíta.

lo

I

la

dijo

la

1


— misiou para que -po,

lo

curen

no hai que perder

allá,

345

~

que mientras

alma

el

está en el cuer-

la esperanza.

Salió el padre a dilijenciar la conducción del enfermo,

i

la Sierva

de Dios pensó en despedirse.

—Vamos,

dijo a su sobrina,

que ya se acerca la hora de arreglar

Niño, para la distribución de la novena cantada que le estamos siguiendo, a fin de que consiga con su Eterno Padre que dé el altar del

fuerzas al gobierno para que venza

i

Adiós,

estirpe a la lierejía.

mi site Manuelita; que el Señor me la guarde muchos años. Ayúdenos a rogar por la causa del gobierno, que es la de Dios. pues,

—No me meto yo en

si

mente doña Manuela,

i

Dios es gobiernista u opositor, dijo jovialsolo deseo

que

se

cumpla su santa vo-

luntad.

— Pero su voluntad ha de miento de como — Muí santo será padre,

ser el triunfo de la relijion

los herejes,

el

i

venci-

dice el reverendo Hipocreitía...

el

amiga mia; pero yo me

en lo

cstoi

dicho, pues solo el Señor sabe lo que es bueno, que nosotros, mise-

rables gusanos, apenas

podemos distinguir

lo

blanco de lo negro,

i

no siempre...

—Ah! señora!

señora! esclamó la beata, herida en sus

mas

caras

afecciones. ¿Cree usted que el padre

puede engañarse? Acuérdese de esa ñilta de fe en la primera confesión que liaga. I para que usted lo vea bien claro, yo le traeré la Sagrada Escritura esta noche, leeremos

pasaje de la guerra de los judíos, que era el pueblo de Dios, con los Fihsteos, pueblo de Satanás. Allí verá como la volun-

i

el

tad de Dios era que los Filisteos muriesen,

por eso envÍ6 a San-

i

son...

—¿I dónde

está aquí

nuela, creyendo que

—¿Pero no

lo

^

la.

Sansón

i

los Filisteos?

preguntó doña Ma-

otra se habia vuelto loca.

ve usted claro? Sansón es

el

jeneral Prieto; los Fi-

listeos son los pipiólos herejes...

—¿Entonces —Eso no

los judíos

son los pelucones?

se pregunta.

--Pues entóneos, partido de

dijo

la señora riendo

los Filisteos, ])ues

no

estoi

a carcajadas," yo

soi

d(d

jamas con

los

que

ni estaré

azotaron a Cristo. Adiós, mi vida, prosigiu'ó, abrazo de despedida de la ik'atita. Dios te me

do

la

rorresnoudiendo al guardo,'que no ])ior-

esperanza de verte convertida en una dueña de casa hecluí

dereclia

43*

i


346

Mientras tanto la Sierva de Dios^ abrazando a Lucinda, decíale ul oido:

— Tenga mucha mo le

va bien; jo

esta noclie, que,

en los ministros del Señor,

verá co-

fe,

liijita,

me

acordaré de usted en mi oración mental de

i

aunque pecadora, también suele oirme su Divina

Majestad, no agraviando lo presente.

Fuéronse

las visitas;

i

al pasar la

Sierva de Dios por enfrente

del cuarto del enfermo, presentó el rosario que llevaba en ía mano,

como para parar

los golpes

que Satanás pudiera lanzarle desde

adentro.

Pocos minutos después, llegó

napanes que llevaban una grado, a Miguel Turra

Iba

el

la

litera,

le

se lo llevaron a la misión. i

liabria

hablado a gritos,

si el

hubiera hecho la caritativa advertencia de

menor palabra que en medio de la

disciplinazos

padre Hiporcritía con dos ga-

en la cual metieron, mal de su

bandido rujiendo de dolor;

reverendo padre no

que a

i

el

dijese, calle,

se le aplicaría

una docena de

para hacer callar al hablador

i

porfiado demonio que tenia dentro del cuerpo.

Doña Manuela, que habia oido la amenazante como calló el bandido rechinando los dientes de

advertencia cólera, dijo

visto

i

a Lu-

cinda:

—Vaya, látigo

i

hijita ¡que

hasta

mismo Satanás

es

prudente ante

sabe apearse en los malos pasos... Bien dicen que

es cosa viva,

i

que

el loco

Tal vez se preguntará tanto

el

el

el

el

miedo

por la pena es cuerdo. el,

empeñaba enfermo? Hé aquí una

curioso lector ¿por qué se

padre Hipocreitía en llevarse al

cuestión importantísima que no

hemos podido

resolver a pesar de

nuestros esfuerzos por encontrar los motivos que esplicaran el hecho. Pero es el caso, que el jesuíta no era de los que dejan rastro,

por

los cuales se

venga después en cuenta,

de los fines de sus operaciones;

do que

rejistrar

relatado,

i

lo

i

i

así de los motivos

como

hemos tenique hasta aquí hemos

bien sabe Dios cuánto

revolver para esplicar lo

que (Dios mediante) contaremos hasta

el fin

de esta

historia.

El discreto mente que, a

mos

lector sabrá perdonarnos fiier

cuando

le

de concienzudos historiadores,

digamos franca-

mas bien

quere-

confesar nuestra ignorancia, que inventar causas, motivos

i

fi-

nes para fraguar explicaciones antojadizas con notable detrimento

de la verdad.

Hecha

esta necesaria advertencia, proseguimos diciendo que, así


— que liubo llegado

cama que

la sa,

i

el

padre a la misión, hizo acostar al enfermo en

dejó con el presbítero O*, para que le suministrase las

allí lo

medicinas espirituales

En

preparado en un cuarto retirado de la ca-

liabia

se

corporales que necesitaba.

i

nar contra los herejes

mayor por

i

i

por

i

fin,

subió al pulpito para tro-

concluyendo por pedir una es-

los impíos,

de la causa de la

la victoria

gobierno de Santiago

relijion, es decir, del

de sus partidarios.

Concluida la distribución, se fué a su cuarto. la noche,

i

i

Estaba ésta

el

cuando

al terminarse,

puerta, con estas palabras dichas a

—Deo

gratias\

— Por

siempre! respondió

mui entrada servida. Cenó

era

akbado i el responso a las ánimas, puso a escribir una larga carta para Gardu-

habiendo dicho

incansable fraile se

ño.

Ya

pidió su cena, que inmediatamente le fué

con apetito; el

mas de dos

seguida se fué al confesonario, endonde estuvo

boras ejerciendo su ministerio,

tación

347

sintió dos

media voz:

padre,

el

golpecitos en la

levantándose

i

quitando la

gruesa tranca con que aseguraba siempre la puerta cuando se ponia a trabajar en su cuarto.

—Amigo

don Santiago,

dijo,

volviendo a trancar la puerta;

me

usted hubiese llegado antes,

habría ahorrado

el escribir

si

esta

larga carta.

— Es para mí? preguntó manos. — Para usted, respondió

Garduño tomando

el

(pues

por

me ha

ella,

padre;

ahorrado siquiera

el

la

carta

en sus

ya que ha llegado a tiempo

i

trabajo de cerrarla) pase la vista

mientras que yo pongo en orden estas notas.

Al mismo tiempo que hablaba, hojeaba un que tenia en

Garduño

las

librito

de memorias

manos.

leyó:

Mi querido amigo: Permítame decirle cuan imprudente ha sido usted en comisionar a un hombre como Miguel Turra Ah! esclamó Gardimo palideciendo, ¿por acaso ese bribón lia

venido a decir aquí, que yo

— Siga leyendo, respondió

el fraile

con voz glacial, sin dejar de

hojear en su librito de memorias.

Garduño, dominándose un tanto, prosiguió: ....Como Miguel Turra para capturar al sirviente de Lucinda...

— Pero, padre, por DiosI volvió a decir Garduño, dígame ¿qué

es


— lo

que

lia

Yo

sucedido?

acabo de llegar,

otro de su laya habrá venido a

— Hablemos

348

no calumniarme i

Miguel Turra u

sé si

amigo mió, le interrumpió el jesuita clavando en él sus ojitos grices. Entre j entes como nosotros debe hablarse la verdad: lo demás es perder el tiempo, i el tiempo vale plata. ¿Por qué no me impuso usted de su proyecto? Pero ¿qué proyecto, señor? preguntó Santiago, manifestando la mayor admiración. Este hombre seria capaz de engañarme si yo no fuese un jesuita, refunfuñó el fraile. Vale la ])ena el tratar con él. Óigame, amigo mió, prosiguió en voz alta.... Usted ha querido separar a Luclaro,

— —

cinda de su sirviente ¿por qué no

me

consultó su idea?

— habria aprobado su paternidad? ningún daño a — pero con de no de mi anamigo. tiguo de padre mió; —Estoi mui mandé prender a Pedro ¿I la

inferir

tal

Sí,

lejos

la

eso,

i

si

después de haberle dado libertad en

el Lircai,

Lucinda, viéndose con su valiente

fiel criado,

a

la capital.

No puedo

en casa de mi

—Eso

ocultarle

i

hija

fué porque temí que quisiera marcharse

mis deseos de que

ella

permanezca

tia.

nada tiene de malo, con

que

tal

de usted sean

los fines

honestos respecto de Lucinda.

El

oficial relató

dro, valiéndose de

habia metido

él

entonces la manera como habia atrapado a Pe-

mendigos

reales

en persona. Al

i

ficticios,

mismo tiempo

entre los dijo que,

cuales se

por medio

de los pordioseros, habia obtenido noticias importantísimas sobre estado de los negocios en Talca.

el

Oíalo

el

padre con notable atención,

pensamiento de que

al

— Mi objeto cer ver a

al

el oficial

i

mas de una

vez se le vino

habia nacido para jesuita.

dar libertad a Pedro, prosiguió Garduño, fué ha-

Lucinda mis deseos de

serla útil.

Pero

al

mismo

tiempo,

temiendo que Pedro la arrastrase a Santiago, comisioné a Miguel Turra j)ara que con seis u ocho de los suyos, viniese a tomarlo preso.

A

esta hora deben tenerlo guardado en el rancho de

sirviente de

mi

tia....

un antiguo

.c

—Así debe interrumpió padre, porque ha quedado llevaron a Pedro; pero — Miguel? Cómo sabe su paternidad? el

ser,

los facinerosos se

aquí.

el jefe

lo

El padre contestó a esta la tarde.

A

¡pregunta, narrando todos los sucesos de

cada cosa que decia

el jesuita,

interrumpía

el oficial:


349

—Picaro! Cuando encargué tanto que diese mayor prudencia! —La prudencia jénero raro entre liombres, samente Garduño, Lucinda — Por fortuna, agregó

el

le

es

golpe con la

dijo sentencio-

los

el fraile.

ni

al fin

sufrido;

por

i

lo

que su paternidad

me

cuenta,

ni

mi

tia lian

han respetado

la

misión.

—Ahora necesito que usted me diga ¿qué que piensa hacer asistente del marido de Lucinda? con a su paternidad, respondió Garduño bajando —Voi a es lo

el

decírselo

la

voz.

^

Pero

lo

que en seguida

dijo'el

descubrirse por los biógrafos; toria

i

no ha podido aún otra laguna que en esta his-

enamorado esta es

quedará hasta que historiadores mas

den con

la

oficial,

felices

verdad sobre tan delicadísima materia.

:o:

que nosotros, no



CAPITULO

Lili.

ANGUSTIAS;

((Cuando ya Tuppper liabia entre-

gado su espada, llegó un oficial de innoble memoria, i dio a los soldados la voz brutal de: (íHachen, muckachoslD

señalando a los prisioneros;

i

como

los

soldados hirieran a Amunátegui, gritóles el asesino: (íA esenó: al gringob^

B* y.

El día siguiente

al

Mackenna. (Biog, de Tupper.)

de los sucesos referidos, fué de gran ajitacion

en la Villa de Molina. "

Un

caballero llegado en la

mañana, que

de la temida catástrofe, aseguraba que

el

huyendo jeneral Prieto liabia mojiarccia venir

vido sus tropas para empeñar de una vez la batalla, ré

no tenia miedo

ras

mas

i

se baria el desenlace

los cuales se

que,

si

Frei-

dejaba sus ventajosas posiciones, en pocas ho-

Esta noticia exaltó de

i

los

de la jornada.

ánimos de todos

los

moradores, a muchos

había hecho creer que Freiré tenia en su ejército

una gran partida de Araucanos,

i

que

si

saha vencedor, derrama-


— i

por aquellas indefensas comarcas, entregándolas al

ria sus Indios ¡villaje

352

a la devastación.

El miedo a los malones^ profetizados varias veces^ liabia reunido en la Villa im gran número de habitantes campestres, lo cual, dejando indefensas muchas habitaciones rurales, multiplicó los robos

i

para la vida.

necesarios se

haciendo al

salteos,

agregaba

mismo tiempo

A

tales

encarecer los artículos

causas de

la angustia particular

común

mas

intranquilidad,

de cien madres, esposas, herma-

nas e hijas que temblaban por la suerte de sus deudos, en la

fratri-

cida lucha.

A cada rato llegaban n

otros de los diversos partidos cuanto

do mas

i

mas

mas

creídas por unos

contradictorias eran;

i

de tranquilizar, exaltaba e irritaba los ánimos, ahondan-

esto, lejos

'

noticias del sur, tanto

mas

el

abismo que

se habia abierto

ambos

entre

partidos.

Los unos a nombre de la Constitución que defendían, i los otros a nombre de la constitución i de la relijion que aparentaban defender, se echaban mutuamente ei^cara los actuales sufrimientos de la patria.

Tal era

el

estado de los espíritus en la Villa (que no por ser pe-

queña dejaba de contener j entes animadas de los mismos afectos, pasiones, deseos i aspiraciones que suelen fermentar en las grandes ciudades), cuando amaneció el dia

1,7

de Abril de 1830.

Aquella mañana estaba nublada; pero bien pronto apareció el sol, que deshaciendo las nubes que lo entoldaban, se alzó radiante sobre el horizonte, inundando de luz los campos pordonde corre el Lircai, antes de

echar sus aguas en el Rio Claro, campos que ha-

bían de ser por segunda vez tan fatales a la causa de la democracia chilena.

'Veintidós años antes, se habían eijcontrado presentantes, el uno de la monarquía

i

el

allí

dos ejércitos: re-

otro de la república;

i

hoi

estaban a punto de venir alas manos otros dos ejércitos, que sostenían también sendos principios; el uno en contra í el otro a favor de la leí i de la libertad. Verdad que el tiempo se ha encargado de.

demostrar durante cuarenta años de experiencia

i

de

ruda ense-

ñanza.

En bía,

aquel entonces,

el triunfo fué

de la monarquía;

i

ahora

lo

ha-

de ser también de los representantes de la idea monárquica,

manto republicano. descuido de San Martin dio la victoria a

disfrazada bajo

Un

el

los

Españoles que

supieron aprovecharse de la sorpresa del ejército patriota;

i

la des-


353

medida confianza do Freiré iba a dar

español Dorri-

la victoria al

ga, quien, después de alimentar esa confianza, supo

tan bien de

Ordoñes vinieron a librar a Chile del teinsurjentes: Prieto i Dorriga iban a librar a Chi-

Ossorio

ella.

rrible azote de los le del terrible

i

azote de los pipiólos. Tan facinerosos fueron

para los españoles

triotas

aprovecliarse

sus amigos,

i

como llegaron a

i

tonces pugnaron por

a nombre de Dios

rei,

pa-

serlo los

sus partidarios. Los españoles de en-

liberales para los pelucones

su

los

i

de la relijion;

pelucones luchaban por su partido, a nombre de Dios

i

de la

los reli-

Los pelucones, así como los españoles de antaño, se decían también animados por el mas acendrado patriotismo, i llamaban a sus enemigos los enemigos de la patria. Unos i otros persiguieron

jion.

'

sin

compasión a sus contrarios como a eternos perturbadores del

orden

social: porque, tanto los españoles realistas

nes monarquistas, hacían consistir i

la tranquilidad pública

en

el

como

los peluco-

orden social en su dominación,

el

anonadamiento del pueblo. El

reí

de

España gobernó sin acordarse para nada del pueblo chileno; el partido jDelucon ha gobernado como haciendo abstracción de la voluntad del país. I sin embargo, éste í aquél se han decretado coronas lo

El gobierno de]

cívicas.

mas

(pero solo

voluntad del

rei era

tan personal, que alcanzó a ser-

un poco mas) que

reí era

la

leí,

el del

partido reaccionario.

allá en lo antiguo: acá, los

La

pelucones

dictaron una constitución para imponer siempre su voluntad. I los

como

chilenos llegaron a ser tan sumisos nia.

Todos

los

que no eran del

reí

los

españoles de la colo-

estaban faera de la

leí

para los

españoles: todos los que no eran del partido, llegaron a estar fuera

de la

para los pelucones. El clero español lanzó terribles ana-

leí

temas contra

los patriotas,

los liberales.

Las puertas del

jentes

í

el clero

í

cielo se

pelucon tronó sin cesar contra

han

visto cerradas para insur-

pipiólos.

Perdónenos

el

benigno lector este paralelo en gracia de que,

diendo alargarlo cuatro veces mas, no

mos, por último,

lo

la circunstanci;i notabkí

hacemos, do

sus posiciones del sur, cerca de la ciudad,

cerca del

rio,

solo apuntare-

ocupando Freiré

Prieto las del norte,

vino a empeñarse la batalla después de un completo

cambio de posiciones entre ambos

mismo

ejércitos, hallándíjse los peluco-

viento que los realistas de 1818,

nes hacia

el

hacia

viento contrario,

el

i

(pui,

i

i)u-

ocupado por

los

í

los liberales

insurjentes de

Martin.

iV

Sau


354

Nuestros amigos de Molina esperaban de un momento a otro noticias sobre el encuentro de

A

ambos

ejércitos.

cada instante llegaban diversas j entes del sur, cuyas exaje-

radas,

i

a veces contradictorias aseveraciones, aumentaban la intran-

mañana

quilidad de la villa. Lucinda liabia recibido en la

la si-

guiente carta:

Adorada mia: Sé que estás en Molina. Mi buen amigo

me

lo

ha contado

Gr*, (el

todo. Gracias, vida mia!...

Ya

que tú sabes)

que no puedo co-

rrer a abrazarte, te escribo para decirte que estoi bueno.

moriré siquiera sin

dad extraña,

me

para venir a las manos. Si la suerte

ejércitos están

el

Ambos

es adversa,

gran desconsuelo de dejarte sola en una ciu-

espuesta a sufrir quién sabe qué clase de insultos

i

de parte de esos malvados. Nuestro amigo G*, (que a pesar de estar aparentemente con

ellos, es

me

de los nuestros)

lia

prometido

servirte...

Aquí

la carta tenia casi

No puedo

..

renglón i medio borrados;

luego concluia:

i

estenderme mas por ahora. El tiempo

nrje,

i

están

tocando llamada.

Tu

"Esta carta

me lo En

esposo

no es de Anselmo! esclamó Lucinda. Mi corazón

dice.

seguida, llamando al

hombre que habia

traido la esquela,

preguntóle:

—¿Quién — Un

le

entregó a usted esta carta para que la trajese aquí?

oficial, señorita,

respondió

el

interpelado;

i

por

mas

señas,

me

pagó mui bien, haciéndome jurar que no le cobraria nada a su merced. Pero me dijo que entregase la carta en mano propia di3 doña Lucinda de Rojas, i ademas me dijo que le advirtiera a su merced, que la carta no venia escrita de su puño i letra de él, ni se que

nombraba en

ella a

ninguna persona, porque

los

tiempos están mui

peligrosos.

Lucinda quedó sumamente perpleja con esta contestación, pues, atendiendo al estilo de la carta, no podia creer que Anselmo la hubiese escrito. Sin embargo, se resolvió a esperar el resultado de los


— "

355

acontecimientos, poniendo su corazón

i

confianza en Dios, apo-

su

yo necesario de la debilidad humana en las tribulaciones de la vida. Durante media hora permaneció sentada en 'el estrado de doña Manuela, que andaba ocupada en sus quehaceres cotidianos. Serian cerca de las diez de la mañana, cuando, sintiendo bulla

en la

que

asomó por

se

calle,

iban

j entes

las

i

ventana que daba a

la

la plaza,

venian con inusitada animación. Iba a

i

vio

salir

para inquirir la causa de aquel movimiento, cuando entró doña Manuela diciendo con gran exaltación:

Ya están peleando! Animas benditas del pur—Ya están! preguntó Lucinda palideciendo. —¿Qnién ha traído hijita!

gatorio!

la noticia?

7— El viento

sur,

respondió doña Manuela.

traida por el viento sur.

¿No oyes

La

noticia

los cañonazos?...

ha llegado

Mira cómo está

la plaza llena de jente!

Dichp

esto, salió a la plaza,

i

Lucinda

siguióla

sin saber lo

que

hacia. Allí encontraron diversos grupos de jentes

que hablaban, dis-

putaban o callaban, poniendo

percibir algún rui-

do

el oido

como para

lejano.

Lucinda

se

puso también a escuchar,

i

sintió

como

los

demás,

el

sordo ruido del cañón que la hizo estremecer.

— ¡Cuántos

habrán muerto,'

hijita!

esclamaba doña

]\Linucla.

¡Animas benditas del purgatorio! Los cañonazos siguieron sintiéndose a intervalos; aunque mui apagados por la distancia, resonaban lo suficiente para ajitar dohrosamente el corazón de Lucinda, quien, con las láí>'rimas en los ojos, nada decia i solo miraba al cielo. i

—Vamonos de zar para las

doña Manuela: vamonos a rebenditas ánimas.... Válgame Dios! ¡Cuántos no habrá aquí, hijita, le dijo

en pecado mortal! Si se confesaría Santiago antes de entrar en la pelea? Harto se lo dije, porque yo sé lo que son los mozos del

allí

dia,

que tan en poco miran

cierto

que solo se gana

vez no

mas

se

muere

el

asunto de la salvación, cuando es cielo mientras dura el resuello, i que una el

el cristiano.

IMadre

Señora mia del Carmen! Acuérdate de que yo, con estas manos con que cuido i limpio tu altar todos los miércoles,

le i)use al

i

cuello tu santo escapulario para que

hbrases de las balas! Juana! Mulatal prosiguió, llamando a sus criadas: dejen todo eso como está, i vengan a rezar, que; desi)ues

lo

haremos medio dia como podamos. I en seguida la señora púsose con tu

famiUa a

rczai*

el trisajio


— al cual le agregó

356

una corona o

rosario completo de quince casas;

gozos de la Vírjen, los de San José, la novena de las ánimas, las llagas de San Francisco, una estación mayor, tres Credos, media docena de Salves, i una multitud de

i

luego siguieron los dolores

oraciones

mas

Concluido

o

menos

el rezo, se

i

largas.

fueron a la mesa; pero apenas habian prin-

cipiado a comer, cuando les llamó la atención

un canto

relijioso

que

se dejaba sentir en la calle.

—Concluyamos de comer pronto,

dijo

doña Manuela, para

ir

a

ver qué es eso. Parecen letanías cantadas." Juana, prosiguió, dirijién-

dose a su criada; dile a la Mulata

i

al

Chino que masquen i traguen

pronto, para que salgamos a acompañar la procesión, pues esto de-

be ser

i

no otra cosa;

Eso

roco.

es,

i

i

en asuntos

relijiosos,

nadie debe andar

mo-

pronto lian de pasar por enfrente de la ventana...

¡Animas benditas de mi corazón!... Hinquémonos, Lucinda, porque

como

dicen: a Dios en oyendo,

Arrodillóse la señora,

i

se

i

al rei

en viendo.

puso a murmurar Padrenuestros

i

Ave-

marias, interrumpiéndose a cada rato para entremezclar sus oracio-

nes con los diclios

i

refranes

que

las circunstancias

que fueren

nieron las criadas;

i

ella

acostumbraba, cualesquiera

Por

en que se encontrase.

fin,

vi-

saliendo todos a la plaza, incorporáronse en la

procesión.

Era

ésta,

en

efecto,

una rogativa a

los santos

para que interce-

diesen con el Dios de los ejércitos, a fin de que el cielo concediera la victoria a las

armas del gobierno, armas defensoras de

la relijion

i

del orden.

Precedía la ceremonia O.* a su derecha, i marchaban en dos

el

el

padre Hipocreitía, con

cura párroco a su izquierda.

filas

los princijoales

En

el

presbítero

pos de

ellos,

caballeros de la Villa, con

sendas velas en las manos, i luego seguia el pueblo formando una cola de hombres i mujeres revueltos, que se estendia mas de tres cuadras. La, procesión dio vuelta por el contorno de la plaza, io'iesia

parroquial, endonde se dirijió

i

entró en la

una plegaria a Nuestra Seño-

ra del Carmen, patrona de las armas chilenas (pues al hacernos independientes de la España, era natural i justo que elijiéramos en la corte celestial

otro santo que el Señor Santiago, para que

tomase

moros i cristianos); i concluida que fué la devotísima plegaria, encaminóse todo el convoi hacia la misión, punto dedonde habia salido. Allí hubo Credos, Padrecartas en nuestras disensiones con


— nuestros

Salves,

i

expuesta

el altar

i

al pulpito;

i

iluminado. Por último,

exordio

i

siete

el presbítero

O.* subió

puntos (fuera de la per-

de la salutación a la Vírjen), probó, con

grandísima cantidad de testos latinos, que cos,

con la divina Majestad

luego oración mental,

en un sermón dividido en

del

oración,

i

357

los chilenos

eran católi-

pues provenian de un país tan católico como la España; que

fuera del catolicismo no habia salvación posible; que el gobierno de los pipiólos liabia puesto

tranjeros

en peligro la

relijion,

protejiendo a los es-

quitando sus bienes a la Santa Iglesia, para emplearlos

i

en objetos mundanos;

i

que, en consecuencia de lo dicho,

i

según

el

parecer de los Santos Padres, todos los chilenos estaban obligados, bajo pena de pecado mortal, a combatir por todos los medios po-

a los pipiólos, hasta estirpar

sibles

el

pipiolismo en Chile.

Concluida la distribución, acercóse la Sierva de Dios a doña nuela;

i

Ma-

saludándola afablemente, así como a Lucinda, convidólas

a descanzar. Aceptaron las invitadas, pues bien lo habian menester;

i

siguiendo a la Sierva, entraron a

un cuarto contiguo

al

de la

Médica Santaj cuyas paredes estaban cubiertas de estampas benditas. En seguida entró la beatita, que fué mui bien recibida por doña Manuela i Lucinda, i todas cuatro se pusieron a platicar sobre los sucesos

que las preocupaban, concluyendo la Sierva de Dios con

decir que en la noche anterior habia tenido, en sueños,

ción por la cual podia asegurarse el triunfo de Dios

i

una revela-

de la

relijion,

en los llanos del Lircai.

En esto

estaban, cuando sintieron que alguien entraba con espue-

las al patio

de la casa,

i

salieron a ver quién venia.

— ¡Es Pedro! esclamó Lucinda, reconociendo a su ;Ya — respondió Pedro, marchando aceleradamente hasu señora. — ¡Gracias a Dios! esclamó doña Manuela. — Diga también ú ala Vírjen», apuntó en voz bájala Sierva de Dios. — Calla boca! (esclamó medio enfadada doña Manuela), que leal sirviente.

estás libre! Sí,

señorita,

cia

le

la

sin Dios

no habria Vírjen;

i

estando bien con Dios, los Santos son

inquilinos! I después volvió en

— Madre

i

sí,

como

Señora mia del

murmuró: Carmen! Perdóname si lie dicho una arrepentida,

i

herejía; pero esta Sierva de Dios es capaz de

ridades con sus cosas que tiene!

hacerme decir barba-


.- 358

— cómo de preguntaba Dime ¿qué sabes de Talca? —En primer respondió Pedro, me '

¿I

tQ libraste

ellos?

lugar,

Lucinda a Pedro:

libré

de los salteado-

res por permisión de Dios...

— de —Eso

la A^írjen, interrumpió la Sierva.

^I

soi

prosiguió Pedro,

es,

tan devoto!...

conada de

Me

i

de la Yírjen de Mercedes, de quien

llevaron maniatado a donde llaman la Rin-

los Gutierres...

—Es de interrumpió doña Manuela, pues saben robar basta niños de pecho. —Así debe prosiguió Pedro, pues salteadores encontraron decir,

los ladrones^

allí

los

ser,

allí

los

muclios conocidos

i

amigos. Metiéronme en un rancho,

i

en él

mañana al venir el dia, hora en que una patrulla mandada por don Santisgo G-arduño, me libertó como

estuve hasta esta

de veteranos,

por milagro...

I dicen

que mi sobrino es hereje! esclamó doña Manuela, dan-

do una palmada de gozo...

¿I después?

--Después me hizo llevar don Garduño a la casita de un hombre que vive al otro lado del portezuelo de Pulmudon.

—¿Se llama Ambrosio Cornejo, hombre? preguntó doña Manuela. —No sabré respondió Pedro, porque hombre no he averiguado cómo ba llama. — Pues debe envió repuso por qué no aquí obedecí, — Me que era preciso que me quedase yo ese

decir,

le

esta-

el

allí ni

se

ese

la señora. ¿I

ser,

lo

?

dijo

pues j)az

me

allá,

le

i

habia librado de la muerte por tercera vez. Ahora

de dejarme fusilar por

él.

Yo no

vi

soi ca-

mas a don Garduño, porque

se fué para Talca; pero esta tarde, al entrarse el sol, llegó a la casi-

ta con el caballo

Pedro,

bañado en sudor,

ya sabes que

te

he librado

i

me la

dijo antes

de apearse:

vida tres veces. Ahora es

mev.ester que hagas lo que te digo.... Mande, señor,

i

obedeceré, le

El me dijo entonces: Yo vengo huyendo, pues ha vencido Prieto i han descubierto mi traición... Jesús! esclamó doña Manuela ¿qué traición es esa?

respondí

yo....

— — Anselmo? preguntó Lucinda. — Loado sea Dios! esclamó — Mi capitán está I

la Sierva.

Mi

revelación

ha

salido

cierta.

vivo,

Garduño me

dijo:

señorita, prosiguió

Pedro, porque don

Yengo con Anselmo Guzman,

el

cual no

hapo-


— elido llegar

359

No

conmigo, porque viene herido...

por Dios, que la herida no es nada. después; es preciso que vayas al

En

se asuste, señorita,

don Garduño

fin,

momento a Molina,

i

le

me

dijo

a

digas

Lucinda que Anselmo quiere verla antes de morir, porque viene

mal

herido...

me lo decias! interrumpió un caballo! Vamos al momento! I

no

En_.vano

le hicieron

Un

Lucinda.

caballo,

Pedro!

presente a Lucinda los peligros a que se es-

ponia, porque a pesar de todo, quiso ponerse en camino en el mis-

mo

instante.

'

Afortunadamente

acompañado de

mas hablan

la

noche estaba clara;

Pedro

liabia

venido

que podian servir de custodia. Ade-

tres soldados,

traido,

i

por encargo de Garduño, un caballo muí manso

para Lucinda: así fué que habiéndose pedido prestado un sillón de montar, pudo la esposa de Anselmo ponerse en camino, antes de tres cuartos

de hora,

i

cuando

la luna

se

habia elevado sobre

el

ho-

rizonte.

— Dios

te guie

pedirse de

de

irte, te

por buen camino! esclamó doña Manuela, al dos-

como tú habrás acompañaría, porque a mí me gustan mucho las mujeres ella. Si

yo pudiera marchar tan

lijero

que quieren a sus maridos... Mire usted! prosiguió, dirijiéndose a la Sierva de Dios^

i

señalando a Lucinda, que partía azotando enérji-

camente a su caballo: mire usted, amigaza! Eso

es lo

que se llama

servir a Dios!

La nó a

Sierva, al oir esto, se cubrió los ojos con la Beatita

que se retirase de

ambas manos

i

orde-

allí.

Iba a retirarse doña Manuela, pues ya era hora de cenar, cuando fué detenida por la llegada de otra persona.

Era Nicolás Peñaloza,

hermano de las Niñas i padre de la Beatita, que venia del campo de batalla. Habia corrido mas de doce leguas sin descansar, por el

poder decir, antes que otro alguno:

mas

feliz

que

el

regocijao,^;

hemos mmcido\ Pero

griego (que cayó muerto al pronunciar estas ¡)ala-

bras), Nicolás Peñaloza pidió que le dieran de

comer i de beber, una stnl conu)

pues juraba que jamás habia tenido una hambre aquellas. Trajéronle de lo

taba

el

uno

i

de

lo otro;

i

i

mientras comia, con-

caso de la batalla al padre Hipocreítia, a dona, ^laniu^la

i

a

varias otras personas que habian ocurrido a saber noticias.

— Chambonada mas la

grande que

ha cometido alma nacida,

la

que Freiré

dijo Nicolás,

ha, Iuh'Iio lioi,

no

echándose una tajada de


— carne asada a la boca.

para darnos la

No

360

parece sino que se hubiera vuelto loco

victoria...

— Todo eso sucede por permisión de Dios, interrumpió

la Sierva,

"pues su Divina Majestad, para castigar a los enemigos de la relijion, les quita el juicio,

como

lo hizo

con Nabucodonosor.

— Déjate de Nabucodonosor, hermana;

i

.

dame de

aquella chichi-

ta de las damajuanas, porque la sed que ahora traigo es de chicha, i

no de mosto,

no trayendo

ré,

escuadrones,

de

la

dijo Nicolás.

Figúrense ustedes, prosiguió, que Frei-

caballería,

sabiendo que nosotros teníamos buenos

i

tuvo la ocurrencia de dejar

campo quebrado

el

cerca

ciudad que lo favorecia, para venir a torearnos al llano de

Cancha Eayada, endonde nuestra bien equipada

caballería podia

hacer de las suyas. Prieto dijo entonces: «aquí es la

do de sopetón sus escuadrones entre la cuidad

mia^i);

i

echan-

los pipiólos,

i

les

cortó la retirada. Los pipiólos herejes tuvieron que sufrir dos ata-

ques a un tiempo,

el

de nuestra infantería que los atacó de frente,

una carga por el flanco derecho. Eran como las, once de la mañana; i a las doce, se habia ya enredado la pita de tal modo, que no la desenredaría el mismo

i

el

de nuestra caballería que

les dio

diablo...

—Nicolás! interrumpió Sierva —Yaya pues! exclamó Nicolás, no

de Dios, con acento de re-

la

proclie.

diré diablo,

aunque un solda-

do tiene derecho para decir eso i mucho mas. Lo cierto del caso fué que en aquel momento no quedó títere con cabeza. Ellos se defendian desesperadamente; pero

Señor de

el

mi hermana) estaba de nuestra

parte.

A

los ejércitos

(como dice

la tercera carga

de nues-

enemiga fué puesta en desorden por los mismos indios (que una vez que vuelven las espaldas no los sujeta el mismo Dia...cho), i tuvo que replegarse sobre el rio, en el tros escuadrones, la caballería

bajo de las Pulgas.... Mientras tanto, las dos infanterías cruzaban sus fuegos un poco jefe

mas

al oriente;

Ha

Garduño. Qué hombre!

pués contaré

esto...

No

se

ballería, se

allí

me

encontraba yo, con mi

hecho prodijios de valor; pero des-

puede negar tampoco que

han portado valerosamente; Tup})er casi nos arrolló;

i

los pipiólos se

hubo un instante en que el maldito pero en esos momentos. Freiré, con su cai

echaba dentro del

rio Lircai,

i

huia a todo escape, lo cual

permitió a una parte de nuestros escuadrones atacar la infantería

enemiga. Nosotros nos rehicimos, el flanco

i

cargamos a

derecho del enemigo, mientras

la

bayoneta sobre

nuestra artillería hacia


361

pedazos su flanco izquierdo. ¡Aquí

— sí

que fué

lo

buenol Su caballe-

apenas podia moverse, pues llevaban las cureñas tiradas por bueyes, i su infantería se encontró entre dos fuegos. ¡Qué diablos nos babian de resistir...! ¡Ya fui a de-

ría estaba derrotada^ su artillería

Desde entonces, el campo fué nuestro; i como las tres de la tarde, ya no liabia mas que liacer sino dar hachcu i hacha! por manera que cayeron pipiólos como moscas. Yo babia perdido de vista a mi capitán Garduño; i empecé a buscarlo, cuando me encontré con cuatro hombres que llevaban preso al hereje Tapper con otro mas. Entonces vi aparecer de repente a mi capitán acompañado de diez soldados gritando: al hereje! al gringo! Los soldados se echaron sobre el otro; pero yo, que conocía a Tupper, fui el primero en darle un hachazo en la cabeza. Los demás compañeros acabaron la santa obra de matar al condenado, pues cir diablo otra vez...!

sí,

yo tuve que obedecer a

voz de mi capitán que

la

me ordenó

seguir-

con otros tres soldados mas. Era que mi capitán quería atrapar

lo,

a un

oficialito

que iba arrancando por la

orilla del rio abajo.

¡Es

un hereje descomulgado! nos dijo don Santiago; i el que lo mate gana cuarenta dias de indulj encías, i una onza de yapa. Lo alcanzamos en el jiedregal del rio, i en un dos por tres lo trajimos a tierra. Después supe que el oficial se llamaba Anselmo Guzman.

—Jesús, guro de

lo

María

i

José! exclamó doña Manuela. ¿Está usted se-

que dice?

—¿Pues no

/

he de estarlo, señora? El filisteo (como dice mi hermana) iba en un caballo rosillo-moro, que era la seña que le habian dado a mi capitán para encontrarlo. Yo mismo me apeé, no solo para cerciorarme de

dáver un cinturon con

i

si

estaba muerto, sino para quitarle al ca-

seis onzas,

estas otras tres se las

ofrecí al

hermana, como su devoto que I al

de las cuales, tres he dejado para

mismo tiempo que

momento

al

Niño Dios de mi

soi.

así hablaba, sacaba del bolsillo tres on-

zas de oro, que entregó a la Sicrva de Dios, diciéndole:

—Toma, hermana mia, para pagarle

i

])ónsela en su

urnita al bendito

Niño

milagro de librarme de las balas piopiolas, que ha hecho conmigo. el

Doña Manuela no tuvo

])aciencia i)ara seguir

lioi

oyendo a Nicolás

todas las peripecias del combate. Despidióse fríamente de los circunstantes, i se retiró a su casa.

— No

es posible! (repetia

eii el

camino) no puede ser

eso!

4o*

mi

so-


362

incapaz do cometer tal crimen, matando a la

brillo es

misma

per-

sona que llevaba encargo de protejer.

La pobre una

señora se puso a llorar en cuanto llegó a su casa. Por

parte, la falta de Lucinda,

i

por otra, la narración de í^icolás

Peñaloza, habíanla afectado lo bastante para no poder cenar a gusto.

Después de cenar <

éstas,

puso a rezar con sus criadas, basta que rendidas de fatiga, cayeron dormidas sobre el suelo. se

Admirada doña Manuela de

la

poca caridad de aquellas mujeres,

que se dormian, habiendo muerto tantos cristianos ese dia en Lircai, se fué

a la cama, endonde su intranquilidad apenas

la dejó

dormir

unos pocos momentos.

Al amanecer despertó caballos

sobresaltada, oyendo en el patio ruido de

de espuelas. Vistióse apresuradamente,

i

ver lo que pasaba, encontróse con tinente,

que

—¿Es

le

un

oficial

saliendo a

i,

de desembarazado con-

preguntó:

la señora

doña Manuela Villagran a quien tengo

el

honor

de hablar?

—^Una

servidora de usted, caballero, ¿qué se le ofrecía a usted?

—Ruégole a usted que me dispense haberla venido a molestar tan temprano; pero hai mil ocasiones en que necesidad siem— ya interrumpió señora, que necesidad pre cara de ¿para qué me necesita usted? —Necesito hablar con Lucinda de Rojas, que según me han cho, encuentra en esta respondió —Ah! esclamó doña Manuela; ahora no está aquí Lucinda.... el

la

tiene

la

la

sé,

Sí,

hereje. I

di-

casa,

se

el oficial.

Pero ¿quién es usted?

— Mi nombre José; pero me llaman Pepe Tronera, respondió Soi íntimo amigo del marido de Lucinda. —¿Viv^ don Anselmo? preguntó respondió Pepe; me ha encargado esta carta — Sí es

el otro.

la señora.

vive,

traerle

i

a Lucinda

— Gracias a Dios! esclamó so.

Pero es

En

el

la señora, respirando

caso que Lucinda se

con mas descan-

ha separado anoche de nosotras.

seguida contó a Pepe todos los sucesos que tenian relación

con la intempestiva ida de Lucinda, agregando Nicolás sobre la muerte de Anselmo,

i

lo

que habia dicho

concluyendo con decir que

daba gracias a Dios de que todo aquello fuera mentira.

— Desgraciadamente, eso,

pues

dijo

Pepe, hai algo de verdad en todo


— — Muí bien puede mentira es

interrumpió la señora, porque siempre la

ser,

de algo.

liija

—Ahora

363

menester que yo hable cuanto antes con Lucinda, prosiguió Tronera. ¿Podria usted proporcionarme un baqueano? Yo es

no puedo dejarme ver mucho, porque Pero cuénteme usted

soi liberal.

—No podemos

perder tiempo, señora. Sepa solamente que Lu-

cinda corre gran peligro; ra comprendo), no fuera

i

si el

que

le

ha tendido ese lazo (que aho-

un pariente de

usted, diria yo que ese

hom-

mayor bribón que pisa la tierra. Quién? Mi sobrino? Entonces usted cree

bre es

el

— — Creo de

lo

lo dicho;

tiago

que he i

visto, señora,

i

adivino

el resto.

para que vea que tengo razón,

No me desdigo

le diré

que don San-

Garduño ha mandado asesinar a Anselmo... Ah! esclamó la señora, ¡con que es verdad!... ¡Vírjen del Car-

melo!

— Por

Anselmo se escapó, por no haber alojado en el rancho endonde pensábamos hacer noche cuando nos vinimos de Constitución. Yo no me separé de Anselmo en toda la batalla. Cuando cada cual huia por su lado, me mataron mi caballo de un balazo. Mi amigo me convidó entonces a montar en las ancas del fortuna

suyo; pero viendo yo que el caballo no podia correr con los dos, lo dije

que huyese

Anselmo

tonces

me

solo,

que preferia correr

Bien haya quien a

En el

yo

se apeó,

— Tan jeneroso en

i

i

me metí i

dejó

ir

mimisma

joor

entre

un tupido

chilccd.

En-

su caballo a la ventura, diciéndosuerte.

bueno como Lucinda! esclamó doña Manuela.

lo

suyo se parece! I después?

seguida vimos, por entre las chucas que otro

oficial,

montado

caballo de Anselmo, era perseguido de cerca por tres o cuatro

enemigos. Es

el

mismo! gritaba Garduño (que iba a

los perseguidores) ¡hachen^

muchachos,

la

cabeza de

sin misericordia!

Lo conoz-

co })or el caballo rosi lio-moro!

— No me diga usted mas, Ahora

lo

comprendo

todo.

interrumpió dona ]\íanuela llorando.

¡El hijo de

mi buena hermana! Bien

cen que la gallina negra pone huevos blancos,

i

di-

que ni los dedos

de las manos son iguales!

—Por

consiguiente, agregó Tronera, Pedro ha

temo mucho que su sobrino no

se

haya valido de

sido engañado; él

como de un

i

an-

zuelo para arrancar a Lucinda del lado de usted.

La señora no

contestó una sola palabra;

i

con

el

dedo índice sobre


— la frente

i

la

mirada vaga en

pálida; pero enrojeciéndose

una patada en

el suelo,

364

el espacio, parecia reflexionar.

repentinamente su semblante,

Estaba i

dando

exclamó:

—Es menester que yo vaya! Quien no arriesga no pasa —¿Qué usted? — Que yo baqueano que habrá de a usted se

el rio.

dice

seré el

llevarlo

al lu-

gar endeude está Lucinda. Conozco la casa: es de un antiguo

puedo andar a Ojalá lleguemos a tiempo. Dios mió! El hijo de mi herma-

viente del padre de caballo.

mi

sobrino. Yo,

aunque

na, a quien he criado en mis brazos! Pero,

que usted le

sir-

me ha

contado!

Mas

valiera

aseguro a usted que nos han de

ai!

vieja,

de

es verdad lo

no haber nacido, porque yo

oir los sordos!

:o;

él, si


CAPITULO

LUCINDA

I

LIV.

GARDUÑO.

«Se hallaba a merced de un hombre, en un sitio apartado... La vehemencia de su pasión la habia conducido ahí, sin calcular los peligros a que

podia esponerse.

(V. MuRiLLO.

— Una victima

del ho^

710}\)

Como hemos fiel

asistente

lina

i

dicho anteriormente, Lucinda, acompañada de su

de cuatro o cinco soldados de caballería, salió de Mo-

cuando ya habia entrado

la noche, circunstancia

puesto temor en otro espíritu que en

como

ella.

Nada intimidaba a

acordarse de los píritu, lleno

amor.

de una mujer apasionada

tener

i

marchaba como si en su'

valerosa niña,

peligros que el camino ofrecia,

de esperanzas

ño, no pudiese

la

el

que habría

i

sin es-

de deseos de ver al objeto do su cari-

cabida ningún sentimiento indigno de

su


— La

comitiva, precedida

366

im baqueano (que

los

accidentes del te-

rreno liacian indispensable), se dirijió hacia el poniente, cortando el

pantanoso

valle, situado entre la Villa

de Molina

i

primeras ca-

las

denas de cerros de la costa. Después de dos horas de penosa marcha, llegaron al portezuelo de Pulmudon, el cual trasmontaron sin el

menor inconveniente, merced a

la claridad de la luna;

nas hubieron llegado a la base occidental del cerro, cuando

queano

jamos al norte. Dígame, amigo, la marcha?

— —

ba-

el

dijo:

—'Ya estamos cerca de la casa.

'

ape-

i

Sí, señorita,

le

Ahora

es

menester que nos

diri-

preguntó Lucinda ¿podremos acelerar mas

respondió

el guia,

porque

el

camino

es

como

la

l^alma de la mano.

Lucinda, al

oir esto, dio

un azotq a su

caballo,

apurando

todo cuanto lo permitian las asperezas del terreno. Pocos después, divisaron

un rancho de

totora,

el

paso

minutos

iluminado por una fogata,

i

oyeron los ladridos de diez o doce perros.

—Aquella —

es la casa?

Sí, señorita,

preguntó Lucinda, con emoción.

respondió

el

baqueano. Pero tenga cuidado, pov

Dios! esclamó, viendo que la niña ponia su

caballo al

galope, en

dirección de la fogata. Mire, señorita, que poco antes de llegar al íanclio, hai

un zanjón de mal paso! Al lado del mar

Al lado del mar...! Pero en ya! yo no

me

fin,

está la posada!

ya pasó! qué señora tan

tengo por tan cutama que digamos;

i

sin

varonil.!

Va-

embargo,

me

habría temblado la barba al atravesar el zanjón pordonde ella

acaba de pasar.

En

destreza del caballo de Lucinda la habia librado

efecto, la

de un gran peligro. Pedro, que seguía de cerca a su señora, lanf ó

un

grito al ver el precipicio pordonde el caballo bajó,

vió a subir sin que Lucinda hubiese

sobre la

i

luego vol-

abandonado su recta posición

silla.

El baqueano

i

los soldados,

no cesaban de alabar a

encantados de tan valiente ajilidad,

la joven;

pero

banzas, prosiguió al galope hacia

el

ella, sin

curarse de tales ala-

rancho, endonde fué recibida

por la cuadrilla de perros de que todo rancho chileno está siempre provisto.

Dos mujeres desgreñadas que habia cerca del fuego, salieron armadas de sendos palos; i después de algún trabajo, consiguieroi¿^ ahuyentar a los quiltros

i

perros mayores,

saludando al

mismo


— tiempo, con

mucha

367

cortesía a los recien llegados, a quienes pare-

cían esperar, según lo indicaban dos o tres ollas que hervían,

gran asado que

i

un

se cloraba al amorcito delfuego.

Apeóse Lucinda en brazos de su

asistente,

i

luego preguntó por

Anselmo.

— Señorita, respondió el caballerito está

cho que no

en voz baja la

mas

vieja de las mujeres;

durmiendo como un tronco,

lo despierten ni

la

tó^tí^

mélca que aquí teñimos sabe

cura a lo divino

i

a lo

médica ha

la

di-

por pienso.

—Ah! esclamó Lucinda; ¡cómo me olvidé de venido, respondió — Mas vale que no así

i

mas que

humano que

traer

un médico!!

la otra mujer,

pues

todos los méicos juntos,

es bendición,

sin necesidad

de

boticas ni cosa que se le parezca.

Lucinda, alarmada —No obstante, saber porqué; yo enfermo. querría ver por mis — Hablemos primero con médica, nos dirá que conviereplicó

sin

ojos al

la

i

ella

lo

ne hacer, dijo la que habia hablado primero. Mientras tanto, venga su merced a sentarse, pues debe venir mui cansada. Diciendo

esto,

condujo a Lucinda al cuarto principal de la casa,

endeude habia una cama,

i

una mesa cubierta con manteles limpios.

Las paredes del cuarto eran de quincha embarrada,

i

colgaban de

un mal labrado crucifijo i muchas .cruces de palma bendita. En un rincón, pendía de una estaca de coligue, una guitarra, i en el centro del pavimento habia un hoyo endonde se echaba las brasas que calentaban la pieza. El hoyo, o mejor dicho, el brasero, estaba rodeado de bancos de diversos tamaños i formas, i junto al catre, se veia un espacio del suelo cubierto con pieles de carnero. A este lugar fué adonde la dueña de la casa llevó a Lucinda, quien, sintiéndose fatigada, se sentó sobre los'pellejos, no ella varias estampas,

sin hacer la

mil preguntas sobre las heridas de Anselmo, rogando a

mujer que fuese a buscar a

la médica,

para saber de ella noti-

cias positivas.

dueña de casa, i entóneos fué cuando Lucinda se acordó de Garduño. ¿Por qué no se habia ])resentado el oficial, que tan solicito se habia mostrado en servirla? Quiso llamar a Pedro Salió la que parccia

para preguntarle por Santiago; pero a ese tiempo, entró la médica, la cual era tan vic\ja, que, a juzgar el saber por los años, merecería el título de doctora en todas las Universidades de Italia

i

Alemania.

Saludó a Lucinda, haciendo una mueca de contento, i le dijo que no tuviese cuidado por el herido, pues, merced a los emplastos, ca-


368

taplasmas, sorbetorios, bebidas, labatorios

agarrada en el

el corazón

favor de Dios;

i

de la corriente, babria de sanar, no mas, con

que al presente se encontraba durmiendo con

gran tranquilidad, para

cama

el rescoldo,

que por

lo cual le

de Salomón,

la cruz

enjuagatorios con agua

i

lieclia

había puesto a la cabecera de la

con varillas á.Qpalqui pasadas por

que era santo remedio para no tener malos sueños;

fin, le

tenia los pies envueltos en su

sahumado con palma al tiempo de quemar la palma: calor para abajo.

lla lacre,

Lucinda no hallaba

qiiá

mismo

i

refajo de casti-

bendita, pronunciando las palabras lo cual era

pensar de

lo

im primor para

tirar la

que estaba oyendo;

i,

so-

bresaltada seriamente, esclamó:

—Yo quiero ver a mi marido! ¿En dónde está don Santiago Garduño?

-—Los soldados se fueron, respondió la dueña de casa. I mi sirviente? También se fué con ellos al monte a buscar a don Garduño, que se ha ido a esconder, porque... ¿no sabe su merced que agora

— —

está

mal con

el

gobierno?

— Dios mió! esclamó engañado? —Aquí no hai engaño,

pobre niña llena de susto ¿Si

la

me

habrán

señorita, dijola mujer, con todas las apa-

buena fe. Don Santiago vendrá pronto; pero es preciso que su merced cene alguna cosa. Esto es lo principal, agregó la médica; i créame a mí, que tengo esperiencia, pues si el enfermo que come no se muere ¿qué riencias de la

será con los sanos que comen?

—Esto parece

una burla o un engaño

atroz!

esclamó Lucinda

aterrorizada. I abriéndose paso por entre las mujeres, salió de la miserable co-

bacha, llamando a Pedro, a grandes voces. Pero Pedro no contestó; i

en vez de

él,

respondió Garduño, que parecía haberse desmontado

recientemente del caballo.

— —Ahí

Señorita! dijo, cáhnese usted, por Dios!

don Santiago? esclamó Lucinda entono de reproche. Esplíqueme usted ¿por qué razón no se me deja ver a Anselmo? es usted, señor

—Todavía —Antes de todo

nó, señorita, porque..".

¿está aquí

mi esposo?


— —Entre a

la pieza

369

hablaremos, respondió Garduño.

i

ha sucedido. Lucinda, temblando de emoción entró

Yo

le es-

plicaré todo lo que

al cuarto,

i

tras ella,

San-

después de haber ordenado que sirvieran la cena.

tiago,

— Dígame, por Dios,

lo

que

volvió a esclamar Lucinda con

liai!

tono suplicante... Ud. no ha contestado a mi pregunta.

—Por no sobresaltarla demasiado. Cálmese

usted, señorita: voi

a contestarle. El caso es que mi buen amigo Anselmo no está aquí...

en hombros de — ¿cómo me Pedro que habiaTisto cuatro soldados? cual debe haberle hablado enfermo, — Era otro médica. —Ah! entonces he víctima de un engaño! Pedro? serénese Lo he enviado a buscar a —No está Anselmo. —¿En dónde oculto en un bosque. —A media legua de — Ah! ¿Será verdad? Ahora menes—No de gravedad. Pronto veremos traer

lo

dijo

I

del

oficial

la

sido

I

usted...

aquí...

está?

.

distancia,

I la herida...?

es

ter

es

llegar.

lo

que usted tome algún alimento, prosiguió Garduño, con voz

insinuante.

A

hablan entrado con dos fuentes, una

ese tiempo las mujeres

de cazuela

i

la otra

de carne asada.

Lucinda hizo un esfuerzo,

i

comió algo, no sin abrumar a pre-

guntas a Garduño, cuyas contestaciones evasivas

ban mas dos horas

i i

la

intranquihza-

mas. Por último, viendo que ya habian pasado mas de

aun no llegaba Pedro,

dijo

a Santiago, mirándolo

fija-

mente:

— Señor Garduño, usted me está engañando. — Señorita, respondió Santiago, con voz

temblor<")sa,

que

me

he visto precisado a decirle

la

es cierto

verdad a medias, pues

el

afecto que siento por usted...

— ¿Siente usted afecto por mí,

— Es que a veces — Lo que aquí Está viendo cuánto — Vaya,

la

liai

i

me

engaña...?

verdad es demasiado cruel, señorita.

cruel, es usted!

sufro!

pu(is, le diré la

i

me

esjlamó Lucinda fuera de

tiene en tan

verdad, a mi

sí.

gran incertidunibre...!

i)esar.

Yo

(pieria

preparar

su ánimo para que recibiera la fatal noticia de...

— La muerte de mi marido? interrumpió Lucinda. 4a*


370

Garduño no respondió sino con una seña

—¡I para

esto

joven llorando

i

me

lia

afirmativa.

traido usted a este sitio! esclamó la pobre

cayendo desfallecida sobre un banco. ¡Entre qué

jentes estoi, Dios mió!

—Está entre amigos, cerse

oir

señorita, repuso

La he hecho

de Lucinda.

mismo Anselmo. Juntos hemos

Garduño, tratando de ha-

venir a usted por encargo del

peleado en la batalla, pues yo

pasé al enemigo, razón por la cual se

me

me

debe andar buscando pa-

ra fusilarme. Lucinda, créame que siento entrañablemente

el tener'

Cuando Anselmo cayó

herido, lo hice salir del que decirle esto. soldados que lo atendiesen; i al ver derrotada campo, dándole dos busqué mi amigo. a Pregúntele si tenia la caballería liberal, yo . .

fuerzas para montar seguir a los

a caballo,

Como

tó.

contestó que

sí,

i

que deseaba

suyos. Juntos emprendimos

nosotros ocho soldados.

Molina, yo

me

i

le

Como

la retirada trayendo con no era posible que nos dirijiéramos a

propuse venirnos por este camino estraviado,

a dos leguas de aquí, encontramos a Pedro,

mi pobre amigo, su cercano

fin,

i

él

i

acep-

j)resintiendo

envió a llamarla a usted. Pedro par-

con cuatro soldados para Molina, i yo traté de conducir a Anselmo a este rancho, cuyo dueño es un antiguo sirviente de mi padre; pero mi desgraciado amigo no alcanzó a llegar. Antes de morir, me tió

hizo jurar que la servirla a usted,

fendiéndola

i

protejiéndola

amigo mió! prosiguió

el

como

que

i

lo

la conducirla

habría hecho

miserable, poniéndose

él el

a Santiago, de-

mismo. ¡Pobre pañuelo en los

yo juré servirla a usted de criado, si necesario fuere; él, habiéndome dado su reloj para que se lo entregase a usted, me apretó ojos:

mano, i... El hipócrita empezó a sollozar, al mismo tiempo que mostraba a Lucinda un reloj que habia sacado de sus bolsillos. La pobre niña tomó el reloj, cubriéndolo de besos con ajitacion la

febril,

i

sin cesar de llorar, llamábase así

misma

la

mas

desgracia-

da de las mujeres. Pero habiendo echado una mirada sobre aquella prenda que ellacreia de su esposo, exclamó: Este no es el reloj de Anselmo! Garduño se puso pálido de emoción i murmuró

— —

.

¡Si

me

habré equivocado!

— Caballero!

que yo vuelva

al

dijo

Lucinda, con repentina enerjía, es menester

momento a Molina!

—Es imposible, horas de la noche...

señorita.

Ya

usted conoce

el

camino,

i

a estas


— — Pues entonces me Por ahora

ca.

I

mego

mañana, interrumpió Lucinda, con voz

me

a usted que

En sarla

se-

deje llorar sola.

habiendo hecho una seña a Garduño para que se

momento

al

le

iré

371

retirara,

fué

obedecida.

seguida, llamó

mui bien

si le

a la dueña de la casa,

i

le ofreció

recompen-

servia con lealtad.

La mujer prometió velar toda la noche, ^(mientras la señorita dormia en la cama limpiecita que ella misma habia hecho ese dia por orden de don Garduño»! puerta

i

el decir esto

mujer cerró

la solícita

la

la afirmó con dos trancas.

— Con

trancas,

estas

dijo,

no

le

tengo miedo ni a los mismos

Pincheiras!

Lucinda

se metió

solo instante.

en

el lecho,

Rendida de

pero no pudo dormir tranquila un

fatiga,

apenas se quedaba dormida im

momento, cuando despertaba llorando a grientas

i

gritos, aflijida

por

las san-

espantosas imájenes que la asaltaban en sus sueños.

Hu-

bo instantes en que creyó haber perdido el juicio, hasta que la llegada del dia, hizo desaparecer los fantasmas de muerte que rodea-

ban su

lecho.

Vistióse

i

oró,

rogando

al

Señor que fuera mentira todo aquello,

que aun no podia hallar cabida en su mente. En seguida hizo llamar a Garduño, i le manifestó imperiosa-

mente sus deseos de volverse a Molina.

— Señorita, mo

le

respondió Santiago, con mentida tristeza: yo mis-

en persona la conduciría a casa de mi

que ando prófugo,

i

que

al

presente debe

tia;

estar

pero advierta usted Ja

Villa ocupada

por una parte de las tropas de Prieto. Por la misma razón no puede usted ser conducida por soldados que son también de los pasados al enemigo.

Nada

seria

que a mí

me

capturasen

i

me

lucieran

pues con gusto haria el sacrificio de mi vida ])or satisfacer menor de sus deseos; pero ¿cómo habria yo de esponerla a usted

fusilar,

el

a

sufrir insultos

de una soldadez\3a desenfrenada, después de la vic-

toria?

En

fin,

fué tanto lo que

el

hipócrita habló, con tan lastimero tono,

que Lucinda se decidió a esperar. Verdad es que no ])odia hacer otra cosa. Entonces fué cuando Santiago le pr()i)uso formalmente llevarla desde allí a la capital, diciéndole que podia hacerlo sin pelio-ro alo-uno,

por un camino mui conocido de los ocho hombres que

de escolta. Pero Lucinda rechazó tenazmente preguntó por su sirviente; a lo cual respondió Santiago,

les servirían

la idea,

i

(pie

ha-


ibia

enviado a Pedro a Molina, para saber noticias de

su

tia,

cuya

casa habría sido necesariamente asaltada, pues los vencedores creerían que él se encontraba allí refujiado.

Garduño montó a caballo i se separó del rancho. Dos o tres horas después, volvió acompañado de un soldado, el cual dijo que Pedro liabia caido en manos de los prie-

Acabada

tistas,

i

esta conversación,

el

cuento con tantos detalles, que no dejó lugar a

lloró

de nuevo Lucinda, a pesar de que parecía que ya

relató

ninguna duda. o Aflijióse

no

le

i

quedaban lágrimas que derramar: pero para poder soportar

sin sucumbir,

Dios quiso que la fuente de

esta vida de dolores.

nuestras láoiimas fuese inao'otable.

No

desamparo en que Lucinda se veía, supo resistir enérjicamente a las nuevas instancias de Garduño, que pretendía ponerse con ella en marcha ese mismo dia, con dirección a la capital. Por fin, viendo el sobrino de doña Manuela que no le seria posible obstante

el

vencer la resistencia de su víctima, quiso tentar la suerte;

i,

taado de Lucinda que

cometió

le

oyese algunas palabras a solas,

la locura de hablarle de esta

manera:

T— Lucinda: una fuerza imperiosa sistir,

me

solici-

obliga a manifestarle

el

i

a la cual no

me

es dable re-

profundo afecto que siento

i)or

usted.

Lucinda miró

al

oficial,

como preguntándole qué

significaban

sus palabras.

—-Este afecto, prosiguió Garduño, dando un paso hacia

endonde estaba sentada rado desde

el

la joven: este cariño

primer momento que la

—No compreudo

el

que usted

el

banco

me ha

inspi-

vi...

objeto de sus palabras, dijo vivamente la jo-

ven, alzándose del banco.

—Mi

objeto es

cuánto la

amo

manifestarle a usted cuan grande es ese

a usted, Lucinda! esclamó Santiago con

el

cariño,

acento de

la pasión verdadera.

— Ahora

lo

comprendo

con tan alto desprecio,

todol esclamó

que éste bajó

ella,

mirando a Garduño

los ojos ante

aquella mirada

llena de reconvenciones.

—Tiene usted razón hasta para odiarme, prosiguó Santiago humilde tono. Comprendo que no son éstas

con

las circunstancias opor-

tunas para hablarle a usted de esta manera; pero es tal la vehe-

mencia de mi amor, que yo mismo no sé lo que hago. La amé desde que la víj i lo que no podia, decirle ayer, se lo digo hoi...


— ,

—Ni hoi

373

nunca debiera usted liaber Lucinda, con severa voz; i si usted no fuera ni

el

interrumpió

eso,

di olio

sobrino de una señora

a quien yo debo tanto, Labria contestado como lo merecen, a sus atrevidas,

i,

podria decir, crueles palabras.

—Lucinda! repuso Garduño; sepa usted que mi amor ¡^etuoso

—En

como verdadero, lo

que usted

lia

i

es tan res-

que...

hecho conmigo, conozco

el

respeto que le

debo! esclamó Lucinda sonriendo amargamente. Señor Garduño,

Ahora veo que debo irme hoi mismo aun cuando sea a pié... Pues entonces saldré yo, prosi-

ruego a usted que

a la Villa,

me deje

guió, viendo

sola.

que Santiago no se movia;

facilitarme elementos para irme, sin

ISfó!

i

ya que usted no puede

comprometer su seguridad....

no saldrá usted! esclamó Santiago fuera de

niéndose entre ella

No

le

i

la puerta,

e interpo-

cuyas trancas puso en un momento.

haberme dado esperanzas

saldrá sin

sí,

— Socorro! gritó Lucinda verdugo que nada podia esperar de —No llame u§ted en balde, socorro!

siquiera de...

al notar

en la mirada de su

él.

dijo

le

rarse de

una de sus manos, que

Garduño tratando de apode-

ella retiró

vivamente.

Nadie oirá

sus gritos, porque estamos solos.

Solos, nó!... esclamó Lucinda.

No

estamos

solos,

porque Dios

El oye mis voces!

está presente!

empezó de nuevo a pedir socorro con todas sus fuerzas. En aquel momento se oyó un ruido de caballos en el patio, i luego un fuerte empellón ala puerta, la cual saltó de su quicio cayenI

do

al suelo

con trancas

Garduño lanzó un dentro de su cueva;

plantado como

si

i

todo.

ruj ido i

de cólera, como la pantera sorprendida

dando vuelta sobre sus

hubiera visto la

acababa de llegar de

— ¡Gracias

i

un

sirvien-

la Villa.

a Dios que

abranzando a Lucinda.

allí

misma cabeza de Meduzn. Era

su tia en persona, quien, acompañada de Pepe Tronera te,

quedó

talones,

te

encuentro! esclamó doña Manuela

No me digas

nada! prosiguió: todo lo sé; to-

do, todo, todo!

En

seguida miró a su sobrino con irritadísimo semblante,

i

qui-

so hablar; pero las palabras parecian atrepellarse en su boca: por

manera que hubo un momento en que la exaltada señora, deseosa de decir mucho, no dijo nada. Garduño, sin })oder resistir a(piella mirada de fuego, que estaba acostumbrado a respetar, quiso salir;


374

pero Tronera, de pié en medio de la puerta,

sacando su es-

dijo,

pada:

— Oiga usted a su señora preciso que me — Sil es

Desleal,

tia!

después saldrá.

i

rompió por

oigas!

ingrato, embustero,

atrevido,

mal

fin

doña Manuela.

hijo,

desvergonzado,

temor de DiosI Todo

sin conciencia, ni relijion, ni

lo sé! todo! todo!

I asesino también

— balbuceó —Yo no tu Tia,

soi

el

pobre Santiago, óigame usted... interrumpió doña Manuela. Iso quiero ser tia

tia!

de un picaro sin vergüenza, que no ha respetado mis canas. ¿Son éstos los consejos que yo te he dado? ¿Es esta la doctrina que yo te

he enseñado?... mocoso deshonesto, que no habias de ver mas sino

que yo ¡

Ah!

te crié,

desde que dejaste la

cria cuervos

triné yo

en la

misma;

aquí sobre mis rodillas!

te sacarán los ojos! I te

i

i

teta,

i

te do-

mano como veo ahora que toda mi

para qué? para sacar tanto en una

por mal de mis pecados,

otra, pues,

enseñé a rezar,

enseñanza cayó en saco roto! ¡Cuántas veces no

te

he dicho que

quien obra mal no espere bien, pues Dios da la vida a condición de ser buenos! te.

ni

Dime que

miento,

i

déjame aqui

fea,

delante de la jen-

Para que veas, picaronazo, que no hai plazo que no deuda que no

se

pague;

i

agradécele a Dios

las aqui, en vez de iralastarlas

el

el otro

cumpla

tener que pagar-

el

mundo. ¿O pensabas po-

engañarme para siempre? Nó, que en malos pasos anda, tarde o temprano resbala, i

der ocultarme tus picardías

que

en

se

i

hijito,

la ba-

sura aparece al fin en la espuma. Bien dicen las Beatas Peñalozas

que eres un hereje

sin relijion;

en lo sucesivo. Tia!

tia!

el

diabh) le da

tiazgo^

ja de que,

i

i

no será tu

que

te

Bien dicen que a quien Dios no

sobrinos! Pero, lo que es desde

lioi,

le

defienda

da

hijos,

renuncio del

tú puedes irte a donde te lamba un buei, que no es la hi-

mi madre para querer a malos si

tia la

no

me he

agradecidos. I ahora te digo

casado, ha sido por

mándenme

dejártelo todo a

ti,

a puer-

una letra, si tal hago! Mientras la señora hablaba, Lucinda se habia acercado a Tronera, el cual le referió el modo como Anselmo habia escapado de la batas cerradas; i)ero

talla, sin lesión

alguna,

i

sacar

tenido que seguir a Yiel. Este coronel habia

conseguido organizar la retirada de una gran partida de caballería,

con la cual se

mismo i

hacia

el norte,

por

el

camino de

la

tiempo. Tronera dio a Lucinda una esquela escrita

letra de

pe

dirijió

Anselmo, en

le dijera

la cual éste le decia

de viva voz.

que hiciese

lo

Al de puño

costa.

que Pe-


— Por so los

375

doña Manuela, cansada ya de reprender a su sobrino, puojos en Lucinda; i mirándola con mas atención, quedó admifin,

radísima de los estragos que en

el

semblante de la joven liabian

hecho aquellas pocas horas de dolor continuo.

—Alma mia!

la dijo,

abrazándola

i

mismo tiempo;

llorando al

¡cuánto has sufrido! Canas! prosiguió, diciendo con balbuciente voz,

palpando

mirando de cerca la cabeza de Lucinda. Mira, infame! mira, para que te arrepientas ¡cómo le has hecho salir canas a esta i

i

pobrecita, en solo veinticuatro horas!

Garduño puso

los ojos sobre los cabellos

de Lucinda,

i

en efecto,

vio que en varios puntos hablan

comenzado a blanquear prematuramente. Algo debió pasar por la mente de aquel hombre, porque se estremeció de pies a cabeza, i sin decir una palabra salió del cuarto. ,

Tronera preguntó entonces a Lucinda

cha desde luego; buscar

res metidas en los arreos

viva.,

i

habiendo contestado

podria ponerse en mar-

ella

que

sí,

salió

Pepe a

de la casa (que parecían haberse perdido), para

las jentes

preguntarles por

de

i

si

el sillón

de Lucinda. Al

un rincón de

de montar.

encontró a las muje-

la cocina, las cuales le' dieron noticias

La dueña de

fué a pedir perdón a

fin

casa salió llorando a lágrima

doña Manuela, por

la participación

que

habia tenido en aquel asunto.

— Que

te

perdone Dios, que

Agustina, díjole la señora;

ven

los ayes,

i

te crió,

que de mí estás perdonada,

déjate de lloriqueos, que de 'nada sir-

después de clavado

el pié.

Levántate de ahí,

i

arre-

piéntete de lo que has hecho, pues Dios no pide rodillas sino cora-

mas vale un buen propósito que mil golpes de pecho. En ese momento se oyó un estallido detras del rancho; i en

zones,

i

guida apareció

la médica, gritando

se-

pavorosamente:

— Señor, por Dios! don Santiago ha bailado mismo! —Jesús, María José! esclamó doña Manuela. Yo tengo se

él

i

la cul-

pa por haberlo reprendido tan duramente. El hijo d(í mi ])()bre hermana, que me lo encargó tanto al morir, muerto por su ])r()p¡a mano! En dónde estás, Santiago! prosiguió, llorando i encaminándose al sitio de la catástrofe. Tu tia te perdona! Animas benditas del purgatorio!... Que si(piiera haya quedado con vida, ])ara que se confiese, pues su salvación es lo primero. ..¡]\Iadre Señora mia del Carmen! Para qué iria yo a ser tan dura con él! Este jenio (pie teni

go, Dios mió!


I


CAPITULO LV.

DIOS DISPONE.

ííEra

la

primera vez que se sentía

turbada en presencia de un hombre.

Pudor

precioso, que es la

prueba mas

convincente de la virjinidad del cora-

primer preludio de un amor

zón

i

que

se despierta.»

el

La

(VÍCTOR Torres A.

Pepe Tronera habia Garduño, nó tendido en

mado en

la

sido el i)rimero en lle^aír a el

quincha del

corazón, dedondo

suelo

como todos

rancho, con la

manaba mi

peranza

de pié a su sobrino,

ma

mano

izquierda i

i

sobre el

teniendo aun

Doña Manuela tuvo un

homicida

al ver

donde estaba

lo esperaban, sino afir-

chorro de sangre,

la derecha la

pistola.

Loca,)

(^u

rayo de es-

volvió a invocar por la vijési-

ánimas del purgatorio. Mientras tanto, Pepe, examinando con atención la herida, notó (pie no erado muerte, noticia que llenó de gozo a la aílijida tía. vez a las benditas

Garduño, pálido como un cadáver, sin hablar una sola palabra 47*

i


0-8 con los ojos medio cerrados, como

no quisiera ver a nadie,

si

se dejó

conducir hasta la cama, endonde lo acostaron para hacerle las primeras curaciones.

Ni hablaba,

ni se quejaba, ni prestaba la

tencia a lo que se quería hacer con

ha adquirido

él.

menor

resis-

Parecia un cadáver que aun no

de la^ muerte; pero, tanto por la regularidad de la respiración, como por los acordes aunque precipitados la-

tidos del

no

la rijidez

corazón, aseguraba Pepe a doña

Manuela que su

sobri-

viviría.

En

efecto,

entrando casi enfrente del corazón, habia

la bala,

dado vuelta en torno de

las costillas

i

salido

un poco mas abajo

del homoplato izquierdo.

La médica, mientras

lavaba

le

i

curaba la herida, dijo que esta-

ba acostumbrada a curar cuchilladas entre cuero i carne, i que no tuviesen temor alguno, pues lo mismo debia ser con los balazos que no penetraban en la caja del cuerpo. Por fin, el enfermo se quedó dormido,

i

todos creyeron

conveniente dejarlo descansar

por medio del sueño, algo de

las fuerzas

i

recuperar

con la sangre.

perdidas

Después de comer, por ser llegada ya la hora de medio terminaron ponerse marcha para la YiHa.

Doña Manuela, que no

dia, de-'

se habia separado de la cabecera del en-

fermo, resolvió quedarse para cuidarlo mientras podia llevárselo a

que

la Villa, o traer de allí al italiano i

gozaba de

los fueros

de

tal.

los títulos de

doctor

i

manifestado que se sentia mejor,

marchar esa misma tarde con Luque no partió la bondadosa tia, sino después de haber

doña Manuela

Eso

daba

Pero habiendo despertado Santiago,

después de una hora de sueño, cinda.

se

se

decidió a

encargado a las mujeres

el

cuidado de su sobrino,

i

visto por sus

propios ojos que habia una bu^na provisión de carne

Al mismo tiempo hizo recojer i entregó a Pepe armas que se pudo encontrar en el rancho.

Cuando andaba en

esto,

i

de huevos.

las pistolas

i

demás

seguida de su sirviente, sintió que de un

rincón, que servia de pajar, saha

una especie de quejido humano;

i

habiéndose asomado, vio moverse entre la paja a un hombre maniatado, que hacia esfuerzos por gritar, sin poder consiguirlo. Dio

voces al momento, viente, desenterró

i

i

luego vino

le

impedia hablar

Todos reconocieron en allí

ayudado del

sir-

desató al hombre, quitándole de la boca un pa-

ñuelo retorcido, que

estaba

Tronera, quien,

el

i

gritar.

momento a Pedro,

el cual les dijo

que

por orden de Garduño, agregando que habia oido los


— gritos de su señora

370

que liabia sufrido grandemente por no poder

i

socorrerla.

soldados que nos acompañaron? preguntó Lucinda, con— hallazgo de su tentísima con fueron de aquí anoche, respondió —Dos de ¿I los

leal sirviente.

el

éste, se

ellos,

otros

i

dos quedaron custodiándome; pero, según ciertas palabras que les oí esta mañana, creo que deben haberse ido a beber a un rancho

que hai junto

camino que va para

al

Doña Manuela

decidió llevar a Pedro en lugar de su sirviente,

acompañase Al tiempo de montar a caballo,

dejar a éste para que

el

cansancio

i

emociones del

las

piedra de moler,

— Quítate de

i

afablemente

ahí, liijita;

preguntes de qué murió; jos,

el norte.

i

i

al herido.

vio a di a, se

Lucinda, que, rendida por

habia sentado sobre una

le dijo:

mira que quien en piedra se sentó, no no te amilanes, porque: a grandes traba-

gran corazón. Es preciso hacer de tripas guatas

i

de la necesi-

dad virtud, que mañana será otro dia, i Dios dirá lo que será, i)orque no todos los tiempos son unos, ni todos los dias se parecen. I

vamos andando, pues el sol se ha ladeado bastante, i lo que ha de hacer tarde que se haga temprano, i el mal camino andarluego; i el que deja de andar, toas se queda.

ahora, se lo

Mientras así hablaba la señora, montaban todos a caballo. Doña

Manuela iba

llena de satisfacción,

Pedro riéndose de gusto,

i

Lu-

cinda con esa alegría al través de la cual se echa de ver el dolor

pasado; porque,

si

bien

el

terior alegría, ésta suele

dolor borra hasta los recuerdos de Ja anser

siempre impotente para borrar de

nuestro semblante el sello del sufrimiento.

Pepe Tronera no iba menos contento que doña Manuela, con la cual le gustaba platicar, pues decia haber conjeniado grandemente con

ella.

i

— Pues Manuela

lo

mismo me pasa a

riendo.

Me

gustan

tran las cosas hechas estuviera tan vieja

i

mí, don Pepito,

contestaba doña

hombres como usted, que encuenel mundo en un trapito. Si no creo que haríamos mui buen casa-

los

no amarran

como

estoi,

miento. I la alegre señora se echaba a roir,

con lo cual hacia reir a Lu-

cinda, que era lo que ella qucria.

— Pues aquí me taba Pepe, en

el

tiene

mismo

Ud. a su disposición, señora mia, contestono.


380

—Nó! ya Pedro para cabrero; aunque nadie puede «de agua no beberé, por turbia que —Eso mismo digo oigo haPepe; cada vez que me admira que usted no baya —Es que: estado mortaja, don Pepito: ademas no! decia ella: decir

está viejo

esta

esté».

yo, le replicó

blar,

del cielo baja,

i

de que no

me

aflije el

liaberme quedado soltera, pues de todo ha

de haber en la Viña de Cristo, i

casado.

se

el

la

i

me

no digo mas, que Dios

i

ya sabe usted que

el

buei suelto...

entiende. I mire usted lo que es el

mundo: de dos hermanas que fuimos,

se

casó la otra que era

mas

fea que yo. Pero la suerte de la fea la bonita la desea, con lo cual

no quiero

Con

decir, ni

todo, aquí

que a nadie es )iada,

ros;

—No

i

me

acaba de

—Já!

ve,

también

me

pretendieron, por-

no hubiese malos gustos no se venderían

si

así, así.

no hai mujer que no haya tenido s^apeor-' los

j ene-

dice el refrán...

tiene usted necesidad de decirme otro refrán para que yo

interrumpió riendo

le crea,

j entes

donde usted

le falta Dios,

pues

como

i

por pienso, que yo fuera bonita, sino

Pepe, pues hai de sobra con los que

decir.

así

Me

jáü

já!

me

gusta su franqueza! exclamó la señora;

eíitierre?i, j)ries

i

con

quien la verdad te dirá no te trai"

clonará. I ya que a usted no le gustan los refranes, no los diré, pues,

como

mi madre

decia

para vivir con los vivos, obrar como

:

ellos.

Pero ¿qué quiere usted* don Pepito de mi alma? Mi madre era un libro de adajios,

como

i

ya usted sabe que quien

lo

hereda no

lo hurta,

i

haya quien a lo suyo se parece. I dice que no echará mas refranes! exclamó Pepe, soltando una gran carcajada. dicen: bien

— —Áh!

es cierto,

prometer i otra

maña

es hacer,

tarde,

vieja,

don Pepito; pero ya sabe usted que una cosa

mal

pues la cabra tira siempre

i

figura hasta la sepultura,

ga en

el cielo... Eíete,

nunca

como

se deja.

decia

Lucinda. Eso

monte,

al

Este es mi jenio;

mi madre, que

es, hijita!

Así

el

lla.

Cuando estuvieron a poca

contraron con

el

la

jenio

i

i

Señor ten-

me gusta

Platicando de este modo, atravesaron el camino sin sentir,

ron al vallecito que se estiende entre los cerros de

i

es

Pulmudon

i

i

verte.

llegala vi-

distancia def término del viaje, se en-

padre Hipocreitía que venia montado en una lus-

acompañado de un mozo. Mostróse el reverendo mui complacido de aquel encuentro, i dijo a doña Manuela que, habiendo

trosa muía

i

sabido su repentina partida de Molina, habia resuelto

ir él

en per-

sona al lugar endonde creia encontrarla., por presumir que algo de


— grave debía pasar

allí

cuando

381

ella se

había puesto en marcha con

tanta precipitación.

Agradeció doña Manuela la solicitud del jesuíta, i en seguida, sin dejar a nadie la palabra ni aun al mismo Pepe, que reventaba por hablar, contó

esperaba de su paternidad i

sus detalles, agregando

lo sucedido,con todos el

favor de que

iria

corporalmente a su sobrino. Prometiólo así

dose de sus interlocutores, picó su muía

i

que

a auxiliar espiritual

el

padre;

i

despidién-

prosiguió su interrumpi-

da marcha. Nuestros amigos siguieron también la suya,

i

llegaron a casa de doña Manuela, a quien, (según cía) la

mas misma de-

en poco rato ella

habían oído las ánimas del purgatrio, en todo

i

por todo,

pues ya no dudaba de que su sobrino comenzaría desde entonces

una nueva

vida,

cargado hacer,

i

merced a la confesión jeneral que ella le había enque sin duda haría en cuanto viese al reverendo

padre.

En

seguida se trató de lo que

le

convendría hacer a Lucinda;

i

después de mil proyectos, se resolvió que la esposa de

Anselmo

mas en

antes de

descansase algunos dias

casa de doña Manuela,

ponerse en viaje para Santiago con

el

alegre Pepe Tronera.

Esta determinación parecía ademas muí prudente, en atención a que el estado político del país hacia por demás peligroso un víaje, mayormente si se trataba de conducir señoras a tan larga distancia. I

como Lucinda deseaba tener

selas de ella,

des])aclió

a Pedro para

noticias de su marido, el norte,

í

dár-

con una larga carta

para Anselmo, a la cual Tronera agregó una posdata, diciendo en ella a su

amigo que

se reservaba para contarle de viva voz todo lo

acontecido.

Al mismo tiempo,

doña Manuela había hecho que, tarde de su llegada a Molina, fuera, el que se decía médico

en la

la dilijente

italiano, a ver a su sobrino.

En

noche volvió aquel diciendo que ya uo habia nada que temer por la vida del enfermo, i que en dos semanas mas estaría completamente curado de su herida. Del mismo imrecer fué el pala

dre Hipocreitía, quien estuvo de vuelta al día siguiente.

— Señora, do,

i

dijo a

doña Manuela, su sobrino

debo decir a usted que

se

prepare para

.

me ha

dejado edifica-

ríH'ibir

una agradabi-

lísinuí sorpresa.

— ¿Trae usted alguna noticia nueva? preguntó señora. —Es menester que usted, sepa antes que todos, respondió el la

lo


— -382 — jesuíta.

Don

dejar

mundo; mas, para ponerse

el

Santiago está desengañado de la vida del el

santo liábito,

siglo,

me ha

i

desea

enviado

a pedir el consentimiento de usted.

— De

mil amores! esclamó la señora contentísima. ¿Quiere me-

terse fraile?

Pues que

se

cumpla

la voluntad de

Dios!

i

si

tiene

vocación.

—Es una vocación verdadera. — I ¿a qué convento

— Quiere

le tira

?

como yo tengo facultades a enviarle un hábito con el presbí-

entrar en nuestra orden;

para iniciar a los hermanos, voi

i

tero O.*

—Miel sobre

buñuelos, padre mió!

repuso doña Manuela, pal-

moteando de gozo. Pero se me ocurre una cosa, i es que, como no existe en este país la Orden de Jesús, yo creía que no pudiesen aquí ordenar jesuítas.

—Ko tenga usted temor por tas

no se

les destierra

eso,

respondió el padre.

de un país, con un decreto ni con una real

orden. Precisamente ahora que ha vencido en Chile

cuando menos tenemos que temer

tólico, es

A los jesuí-

los

el

partido ca-

hijos de nuestro

bendito padre San Ignacio

— Ojalá

sea

un santo

relíjioso,

padre mío;

i

ahora veo que las

ánimas benditas del purgatorio me han oído por completo. Yo ha^ bía querido que se casara, para que le entrara el juicio, i por eso había pensado dejarle todo lo que tengo, a puerta cerrada

—El que que usted

le

su sobrino se meta fraile no es un impedimento para

legue sus bienes, interrumpió

el jesuíta.

Al

contrarío,

con ello hace usted ahora, no solamente una obra de caridad con su pariente, sino también mil i mil obras de beneficencia pública, pues

en eso se habrá de emplear después todo su haber.

Si eso es así, nadie será

mi heredero

sino fraí Santiago Gar-

duño. Dígaselo así de mí parte, i agregúele que le mando. mi bendición, i que espero verlo aquí vestido con el santo hábito.

doña Manuela cumplidos sus deseos í convertido en i casi se volvió loca de gusto al abrazar a su sobrino un casi padre jesuíta, cuyo papel hacía maravillosamente. El nom-

Dos o

bre de villa,

i

tres días después, vio

fraí

Santiago Garduño corrió de boca en boca por toda la

todos querían ver al antiguo oficial que, despreciando el

mundo i sus vanidades, había cambiado la casaca por los hábitos. La Sierva de Dios estaba contentísima; aseguraba a doña Ma-


383

miela que ella no estrañaba esta trasformacion, pues

le liabia sido

revelada en la semana anterior.

como

Preciso es decir tiago

Garduño parecía

liabia convertido

que

fieles historiadores

ser completo.

en taciturno

De

alegre

reservado;

i

el

i

al

i

cambio de San-

comunicativo, se

meterse dentro del

ademas de toda aquella gravedad que tan continente de un sacerdote. Sus conversaciones eran

hábito, se liabia revestido

bien cuadra al serias

edificantes,

i

desde luego se entregó al estudio

i

a la lectura

i

de los hbros que

el

padre Hipocreitía puso en sus manos. Pasaba

horas enteras con

el

reverendo padre, en conversaciones útiles e ins-

salia

de la misión, sino para dar por la calle algunos

tructivas;

i

no

paseos, tal cual lo reclamaba el restablecimiento de su salud;

solamente cuando así se

lo

ordenaba

el

eso

padre Hipocreitía, bajo de

santa obediencia. Todos los dias ayudaba a misa

en

i

i

llevaba el coro

de la noche, con grandísima complacencia de la Sierva

el rosario

de Dios, quien alababa mucho la buena voz de rezar el rosario.

La

rato, al candidato

sospechar en

el

frai

Santiago para

Beatita solia quedarse mirando, durante largo

para jesuíta;

i

mas de una

vez, se habría podido

movimiento de su bien contorneado pecho, un sus-

piro apagado.

El presbítero O* notó con secreto disguto, el ascendiente que el ex-oficial, iba alcanzando en el ánimo de las santas mujeres. La Médica Santa recetaba los emplastos que se debía aplicar a la herida del convertido a Dios, como ella lo llamaba. La Beatita corría a la huerta a arrancar por sus

remedios,

i

manos

las

yerbas necesarias para los

la Sierva de Dios confeccionaba las cataplasmas,

hubo veces que

la necesidad la obligó

la herida (eso sí cerrando los ojos,

i

a aplicarlas ella

misma

i

aún

sobre

rezando tres Avemarias contra

que Santiago pagaba con usura éstos i leyéndoles la vida i milagros de todos los santos, en

las tentaciones). Cierto es

otros servicios,

el Afio Cristiano del i)resbítero

O*, obra que componía toda la bi-

buen clérigo. Las devotas Niñas no hallaban a veces qué cosa era mas digna de admiración, sí los milagros portentosos que el libro relataba, o blioteca del

el

portentoso milagro del militar hereje convertido en oficioso lec-

tor del

Año

Crístian'6.

Habia vidas que no

cerca de la media noche, lectura, fin

no so[)araba

i

se

terminaban sino allá

tan interesantes eran,

la Beatita los

con suspirar, ya fuera por

(í1

ojos del lector,

ínteres

que

le

que, durante la

concluyendo al

inspirara el santo

protagonista, ya por el conmovido tono de frai Santiago,

i

pur el


384

sentimiento que sabia darle a todo lo que

leía.

Nicolás solia acom-

pañarlos en las veladas, aunque ello era siempre para dar escándapues, cinco minutos después de

lo,

comenzada

la lectura,

ya estaba

bostezando, cuando no roncando diabólicamente, como decía la Sierva de Dios, que se tenia por

ñía

i

mui entendida en todo cuanto

ata-

tocaba a las malas mañas del Demonio. Pero ella sabia es-

pantarle el diablo del sueño a su indevoto hermano, aplicándole,

en cada punto acápite, un pellizco en las pantbrrillas, que

lo hacia

saltar sobre el asiento.

El presbítero O*

se sentaba siempre cerca de la Sierva de Dios,

para resolverle todas las dificultades

pues es cosa averiguada ya por

rrírsele,

dudas que solian ocu-

i

los historiadores

hacia

mui buenas migas con

cerlo,

cuando tenia metido a Satanás dentro del cuerpo.

Una noche

en que

frai

el clérigo,

i

fiesta

i

miraba

ella

que solo parecía aborre-

Santiago leia la vida de Santa Teresa dé

Jesús, la Sierva llamó la atención del presbítero na, la cual

que

sin pestañear al lector,

i

lo

O*

sobre su sobri-

escuchaba con mani-

grata emoción.

—Mírela

usted, señor, dijo en voz baja, la Sierva al presbítero:

vea con qué devoción oye los ojos,

el

i

leer.

Tiene la gracia de Dios pintada en

fuego del divino amor se nota en sus suspiros. ¿No es

verdad que parece una santita? Dios quiera que no

me

rra encima, hasta no verla en las Claras, lograda

i

echen la

tie-

convertida en

monja de velo blanco! Mientras la Sierva hablaba de esta manera,

a hurtadillas a

la linda Beatita,

el

presbítero miraba

cuya emoción daba nuevos atracti-

vos a su candoi'oso semblante. Miraba a Garduño con un abandono anjelical,

i

no parecía sino que tuviera

la brillantez de su mirada, la emoción.

De

el

alma- en los ojos: tal era

medio humedecida por

repente Garduño cesó de

leer,

i

las lágrimas

alzando la

de

vista, al-

canzó a recojer algunos destellos de la mirada de la niña, que al verse observada, bajólos ojos

i

se ruborizó.

Garduño

se estremeció;

ahogando un suspiro, prosiguió su lectura con temblorosa voz. La linda Beatita no volvió a mirar a Santiago en toda la noche; i sin atender ya a la lectura, pareció haberse preocupado de repente de los flecos de su pañoleta, que pasaba i repasaba entre sus dedos. i

Ya

la

misión o mejor dicho, las misiones del padre Hipocreitía

habían concluido; pital,

i

el jesuíta

llevándose a Garduño,

pensaba ponerse en camino para i

con

él,

la ca-

las esperanzas de obtener los

bienes de doña Manuela Villagran, para emplearlos en

el

servicio


— de Dios

i

de la

385

cuando una circunstancia, que nadie

relijion,

liabia

previsto, vino a cruzar los planes del jesuita.

Después de

que acabamos de narrar, notó la Sierva de

la escena

Dios que su sobrina fué acometida de cierta tristeza,

momento

creyó al las

—A

tí se te

almas, que criado

i

ha puesto en

me

Así era que, hablando a so-

ser obra del diablo.

apretando los puños cojno

i

si

amenazara a

la cabeza,

has de sujetar en

dotrinado para Dios; pero no

a este anjelito que he

lo conseguirás,

lengua por esa boca. Ella será monja,

la

¡Satanás, decia:

picaronazo enemigo de las

mundo

el

que aquella

i,

aunque eches

queriendo Dios, hasta

abadesa de las Claras.

Los temores dé

de Dios se hicieron mayores desde un día en que vio a su sobrina eu la huerta, sentada precisamente dela Sierva

bajo de un gran nogal, eudonde solia frai Santiago ponerse a leer los

que

libros

La en

padre

el

Beatita,

Hipocreitía

medio oculta por

arreglarse los cabellos,

le facilitaba.

tronco del árbol, se entretenía

el

enredando en

unas

ellos

flores

de siem-

previva que acababa de cortar en su jardincito.

Su

tia,

sobresaltada con aquella diabólica acción, iba a llamarla

para hacerle ver cuan mal sentaban niña prometida al Señor, cuando la,

i

se

La

le

adornos mundanos en una vino el pensamiento de espiarlos

puso en observación.

después de haberse paseado unos diez minutos, no lejos del nogal, agachándose de cuando en cuando como si estuviese

Beatita,

ocupada en limpiar

plantas, parecía

mui

los arbustos

contrariada;

mirada escudriñadora entre

i

i

quitar la maleza de entre las

arrojando por última vez una

los árboles, salió

de la huerta

i

se fué

al oratorio.

Es^ el diablo que

tras de

un gran

anda en su persecución, decia

rosal.

lidad que manifiesta.

Dicho

esto, se

oratorio con la

Bien se echa de ver por

Es

el

la tia, oculta de-

aire de intranoui-

preciso saber a dónde va.

encaminó hacia una puertecilla que comunicaba huerta;

i

entrando cautelosamente

j^or aUí,

el

escan-

dióse detras del altar.

Afortunadamente para ella, no ])odia puerta estaba en un ángulo cubierto por de altar mayor. Por entre

mesa, vio

la Sierva

el

ser vista, ])ujs la pe(]uena el

calado de los

gran retablo que hacia manteles de la sagrada

a su sobrina, hincada delante de

San Antonio quiteño, colocado en una de

las

la

urna de un

paredes laterales

cerca de la puerta ])rincípal del oratorio.

48*

i


La

Beatita rezó unos pocos minutos,

i

como animada por urna i separó del San

luego,

una repentina idea, se puso de pié, abrió la Antonio al Niño Dios que éste tenia en los brazos.

La

Hierva, al observar esto, fué todo ojos;

i

entonces vio que su

Niño sobre la mesa de la urna, cubriólo empezó a rezar de nuevo con mayor fervor.

sobrina, colocando al Santo

con un pañuelo

— Ya

i

que eso signiñca! murmuró la Sierva. Lo que es

lo

Diablo! ¡Miren no

a

chiquilla, gasto

a San Antonio!

de Dios;

i

hoi

mas cómo

lia

conseguido

la leche, inocente

Ya

como

el

es, le

el

Cachudazo que esta venga a pedir novio

veo la necesidad de llevarla pronto a la Casa

mismo

lie

de hablar sobre esto con

el

reverendo Hi-

])0ci'bitía.

En

seguida

sali(>

por donde

mismo habia

entrado,

i

se

fué al

cuarto de su sobrina, la cual seguia aún rezándole a San Antonio.

La

dilijente Sierva rejistró

en un momento,

i

revolvió de arriba

abajo todo el cuarto, pronunciando al mismo tiempo ciertas jacufin de latorias para que el demonio, la dejase obrar libremente.

A

no ser sorprendida, echó llave por dentro a

No

fueron sin resultado sus pesquisas,

i

la puerta del cuarto.

su celo inquisitorio fué

premiado con tres hallazgos. El primero consistía en un envoltorio de trapos que sacó de una gran cueva de ratones. Deshaciendo el atad(5, con ajitacion febril, encontró una pequeña imájen de un San Antonio muí milagroso,

que,.

según se contaba, habia hecho muchos

casamientos en la Villa. El segundo hallazgo fué* una estampita del mismo Santo, doblada de manera que éste no viese a su querido Niño.

Por último,

cinta verde

i

el tercero

un ramo de siemprevivas, atado con una

envuelto en un papel lleno de caladuras, en cuyo centro

se veía, dibujado a

Esto puso

fué

el

pluma, un corazón atravesado con una

colmo

al

piadosa mal

humor de

la Sierva;

flecha. i

saliendo

del cuart'>, con el cuerpo del delito en el seno, dirijióse apresurada-

mente a

las habitaciones del jesuíta.

Hallábase éste ])hiticando con preroo-ativas, virtudes

i

frai

Santiago sobre las excelencias,

poderío de Ja Santa Orden de Jesús, cuan-

do entró la Sierva, que, sin reparar en Garduño, exclamó: Padrel padre mió de mi alma! el diablo trata de impedir nuestra santa obra!

;Qué sucede? preguntó el jesuíta alzándose de su silla. Hable usted, prosiguió, viendo que aquella parecía embarazada por la presencia de Santiago; hable usted, pues el hermano Garduño es hom^ bre de secreto.


— — El caso Lucifer, se

387

— mi

prosiguió la Sierva, que

es,

sobriua, incitada por

ha vuelto tan devota de San Antonio, que ya raya en

escándalo.

En

seguida contó todo lo que liabia

visto,

i

concluyó por mostrar

los objetos encontrados.

— Mire su

paternidad," decia... ¡mire

cómo

esta cliiqnilla,

gmto

a,

ha comenzado ya a darle martirio al Santo, pai'a hallar novio. Como San Antonio es así, que solo entiende por mal.... pero no lo consegairá, estando yo de por medio. Ha de ser monjal Para eso leche,

me

he sacriñcado en juntar

Dios.

qué venga ahora

¡I

vársela! ¿N"o

fuese

le

— Me parece

dinero necesario, a fin

el diablo,

con

manos

sus

de dársela a limpias, a lle-

me

parece a su i)aternLdad que seria bueno qud

la capital con ella,

p,

el

para matarla pronto

convento?

Haremos

bien, respondió el padre.

pues yo también deseo llegar pronto a

al

la capital.

hermano Santiago se quedará aquí con empaquetar nuestras ropas ornamentos. el

el viaje

juntos,

Mientras tanto,

presbítero O*, a fin de

el

i

oyó las palabras deljesuita aparentando humil-

Frai Santiago

dad; pero uo pudo reprimir un

En

de disgusto.

lijero jesto

seguida salió del cuarto, a tiempo que

taba a

la Sierva,

reverendo pregun-

el

en tono confidencial:

— Dígame ahora: usted ha reunido ya cantidad que niña sea admitida en menester para que monasterio? sonriendo con orgulloza — padre, respondió la

¿i

la

Sí,

Uno

yor.

satisfacción.

tres cantaritos del)ajo de la

está lleno de pesos fuertes

llete; otro está

ya hasta mas de

dias onzas, los cuartos

tengo toda

i

los escuditos;

que

qu(í ella

i

i

en

el fraile.

vendría a

enconcró

pies de

allí

el tercero,

el

go-

con las me-

que es mayor,

Garduño había enviado

1m,

i

(pie,

no pudiendo

mas a Lucinda, esperaba

misión. la

])ii('rta

del oratorio,

v\\[\\\

a la L^atita. que aún permanecia hincada a

cu l*»s

San Antonio.

Sobresaltada

duño

la guatita,

la necesitaba urjentemente,

Enseguida, viendo entreabierta él

onzas narigonas, hasta

a su casa, ])ues había jurado no ver

ir él

tarima del altar ma-

de cruz.

la plata

tia

i

mitad de

la

Mientras la Sierva hablaba con

a decir a su

ha

el

ella

Tengo enterrados

se

ella,

quiso huir, ])ero se

contuvo

al

oir (¡iie

Gar-

le decia:

— Escúcheme usted; mire ve en esta casal

(|Ue est;; sucí'dirinl)

algo do niui gra-


— —¿Qtié sucede? preguntó

'

388

la niña,

— poniéndose colorada como una

amapola.

— Que su ha espiado a que usted a en mito de siemprevivas que yo DiosI Mi me va a matar! Por — usted, que todo remedio. —No usted,

tía la

lia

i

le di

el ra-

semana pasada...

tia

¿Sí?...

no puede permanecer iÑTuestro

Ya

tiene

se aflija

— por —

la

encontrado

nuestro amor

oculto...

No

pronuncie,

éste, ])ara liablar

de una co-

amorl esclamó la joven asustadísima.

Dios, esa palabra aquí en lugar sagrado.

qué lugar mas a propósito que

¿I

— Oh!

amor que usted me inspira? usted!... Si mi tia lo supiera! Ah!... Mire! no vaya

como

sa tan santa

calle

el

por la Vírjen Santísima!... Salga usted, porque...

ella a venir,

hasta que usted no me —No ¿Cómo quiere que —Vaya! qué

diga...

saldré

trabajo!

le

diga eso aquí delante

de Cristo crucificado?... Nó, nó; ahora en la huerta se do...

Me

he llevado esperándolo

hoi,

lo diré to-

concluyó la Beatita con aire

de reproche. con —He tenido que que usted — Pues yo estar

el

padre Hipocreitía

se habia arrepentido.

creia

— ¿Arrepentirme yo de amarla a usted? Iba a liablar

la Beatita,

cuando

se oyó sonar la puerta del cuarto

del padre, que estaba casi enfrente de la del oratorio; se hallaba a

suíta

i

medio

su tia se dirijian

—Aquí

pudo ver, sin ser hacia a donde ella estaba.

cerrar, la niña

vienen! esclamó,

mayor. Salga por

i

vista,

como que

empujando a Garduño hacia

la puertecita

el

ésta

el je-

altar

que cae a la huerta!

Frai Santiago corrió en dirección a dicha salida; pero encontrándola con llave, metióse

como

uíi

gato debajo de la mesa del altar,

a tiempo que entraba el padre seguido de tres o cuatro mujeres, con sus rebozos de lana sobre la cabeza.

El jesuíta

dirijió

los ojos

hacia el altar,

i

vio que la Beatita

oraba a los pies del Cristo crucificado.

En ya

seguida se puso a confesar a las mujeres que habían rodeado

el confesonario, así

como a

las

que

¡loco

a poco fueron entrando

después. Mientras tanto, la aflijida Beatita prosiguió su rezo pidiendo, sin duda, a la Vívjen que no fuese oida la sofocada respiración del pobre frai Santiago, que permanecía acurrucado sitio

que hemos dicho. Por último, la joven se levantó

aun en i

el

salió al


— patio, endónele la esperaba

No

sii

389 tia

paseándose debajo de la ramada.

bien hubo visto la Sierva a su sobrina, cuando

le

preguntó:

—¿A quién estabas rezando? —¿Yo, niña con notable turbación. respondió — buena ilezándole a San Antonio, eh? Mui bien! le

la

tia...?

alhaja!

Sí! tú,

I quitándole el Niño, i)ara martirizarlo...

en trapos, para meterlo en

las

envolviéndolo

luego...

i

cuevas de los ratones... ¿Quién te ha

Dime que no

enseñado a tratar así a un Santo como ese?

te

tengo

adivinadas las intenciones!

—Yo...

'

tia...

nó;pero...

—¿Piensas engañarme a mí? interrumpió inyectados de sangre. Muéstrame

el

la Sierva,

San Antonio que

con los ojos llevas al cue-

llo!

Al

decir esto, abrió la pañoleta de su sobrina;

camente

la

mano en

el seno, sacóla

llena de escapularios,

medallas que pendian de rosarios, cintas lores i

i

metiéndole brus-

i

cruces

i

cordones de diversos co-

i

formas. Entre las medallas encontró una" de San Antonio;

su enojo no reconoció límites, cuando vio que

pobre Santo, en

el

lugar de estar pendiente de la cabeza, estaba colgado de los pies, i,

por consiguiente, con

cabeza para abajo.

la

—Picaronaza! esclamó: ven acá a decirme ¿quién ese novio por cual martirizando a pobre Santo de mi corazón? — Yo no tengo niña temblando. respondió —Ah! bien decía yo que todo eso no mas que instigaciones es

el

estás

este

novio, tia,

la

es

de Satanás. Dime, como

si

te fueras

a confesar: ¿quién te dio estas

siemprevivas?

Al ver sin

las flores

que su

tia le

mostraba, la joven soltó

el llanto,

poder responder. Pero la Sierva, que deseaba una pronta contes-

tación, repitió llizcos,

acentuándola con un par de recios pe-

la pregunta,

que hicieron lanzar ala sobrina un agudo quejido de dolor.

Este quejido llegó hasta mas allá de los oidos, es

decir,

hasta

el

corazón de Santiago, que aun no abandonaba su escondite.

— Ven acá a

mi

cuarto,

i

allí te

l)rosiguió la Sierva, arrastrando de

Pero era en

ésta,

un brazo a su

que tan bien conocia a su

seguirla a su pieza:

aquellas

haré contestar a disciplinazos,

manos de

tia,

así fué (pie,

acero, (^m[)ezó a

en

lo

que menos ])cnsaba

tratando de desasirse de

r(\gar

a la IMédica Santa, (en-

frente de cuya pieza estaban) (^ue la librara de

La

sobrina.

resistencia hizo producir nuevos esfuerzos,

la disciplina. i

éstos

aumenta-

ron la resistencia, hasta convertirse aquello en una tenaz

porfía,


í^90

que pronto se resolvió en pellizcos por parte de

la Sierva

i

en llanto

por la de su soLrina.

El presbítero O*, que en

ese

momento estaba estudiando

que debia pronunciar esa noche,

tica de despedida

de su cuarto a defender a la Beatita; pero

al ir a

la plá-

corriendo

salió

poner en práctica

su caritativa intención, recibió de la Sierva de Dios una feroz pu-

ñada queloliizo rodar

al suelo.

La Médica Santa llamaba

al or-

den, intertanto a su irritada hermana; pero ésta hacia tanto caso de

como

aquella,

del padre Hipocreitía, que habia salido a poner

entre el verdugo

Al

la víctima.

i

Grarduño los gritos de la atormentada niña,

sentir

ya dueño de

sí, i

paz

salió corriendo del sitio

vándose por delante a

endonde estaba oculto,

que llenaban eLoratorio.

las devotas

no fué

I

lle-

como

Santiago no habia tenido tiempo de limpiarse la cabeza, llena de las telarañas el hábito,

de

los

que liabia recojido debajo del

i

de arreglarse

todo empolvado, su ap¿xricion hizo apoderarse tal miedo

ánimos de

voridas

altar, ni

los concurrentes,

que las mujeres huyeron despa-

pidiendo a gritos misericordia contra

Garduño. Este, sin curarse de

tal tuvieron a

fué derecho liácia la Sierva de ©ios

i

le

pues por

el diablo,

tal circunstancia, se

arrancó la presa de entre

las uñas.

— Vade cruz a Sierva haciendo Santiago. — Se equivoca! respondió Garduño... El diablo —Frai Santiago! esclamó presbítero O*, que a duras penas habia conseguido ponerse de respondió Garduño. ¡Ayúdeme a — yo señor la

retrol gritó la

frai

es usted!

el

pié.

Sí!

presbítero,

soi,

sujetar a esta mujer, pues ya

En

efecto.

Garduño

liacia

me

faltan las fuerzas!

por sujetar entre sus brazos a la fu-

riosa Sierva de Dios, cuyas contorsiones

suelo al ex-oficial.

rodear

el

temor a

saltos casi habían traído al

cuanto al presbítero O*, no hacia

mas que

ajitado grupo, manteniéndose a respetuosa distancia, por

la lluvia

—Está con vo,

En

i

el

de puntapiés que lanzaba la Sierva.

diablo adentro! dijo el presbítero;

en tal estado,

juies

me

mano Garduño, mientras El padre

i

yo no

me

le atre-

hallo sin armas. Sosténgala usted, her,

voi a buscar

mi

Hipoci^eitía se habia acercado

estola. i

dirijia la

palabra a la

Sierva; pero sin conseguir que ésta contestase,- sino con insultos,

razón por la que ya no quedó duda de que se hallaba en aquel mo-

mento poseída

del

mal

espíritu.


— En

391

aquel instante entraba al patio doña Manuela Villagran,

quien, al ver tal desorden, preguntó la cansa.

—Es que Sierva estaba pegando a Beatita, contestóle una mujer. — por qué? preguntó señora con viveza. — Dicen que ba sido porque Sierva descubierto q\m su la

la

le

la

¿I

la

so-

lia

brina quiere casarse

¿I por eso le

pegaba? ¿En dónde está la Beatita? Venga para con

acá, hijita, dijo a la niña, haciéndole señas

verdad que su

¿es

— Señora, dese de que — Es

le

la mano.-

estaba maltrando porque

tia la

interrumpió

?

padre Hipocreitía, envoz baja: acuér-

el

la prudencia aconseja

cierto,

padre mió, replicó

la

ya exaltada señora:

que no es bueno meterse en vidas ajenas, pero a veces pues nohai regla sin escepcion; es el prudente.

Así dice

mui afuera que

te hieles.

ternidad,

Dígame:

si le

el

i

casos

adajio:-ni

liai

en que

es

verdad

falla la regla,'

entrometido

el

mui adentro que

te

quemes, ni

Todo estremo es vicio; i perdóneme, su piídigo que a mí se me ha puesto en la cabeza que quie-

ren sacrificar a esta pobrecita, metiéndola entre cuatro paredes,

para

lo cual

no ha nacido

I eso ¿qué le

ella.

importa a usted? preguntó colérica

la Sierva

de

un banco,

sos-

importa! esclamó doña Manuela exaltándose

mas

Dios, que, en estremo cansada, se liabia echado sobre

tenida por tres o cuatro mujeres.

—Vaya i

si

me

mas. Dim(;, niña, prosiguió, dirijéndose en voz baja a

¿es

verdad que quieres casarte, en lugar de

— Conteste usted verdad, — Ah! Santiago! esclamó la

dijo

ir al

Garduño

la señora. "¡No te

te hallas

la

Beatita:

monasterio? oido de su amante.

al

habia visto! ¿Por qué

en tal estado de desarreglo? Para qué

me

enviaste a lla-

mar? Mira que a mí no me gustan esos frailes que hacen la virtud en andar como unos estropajos!

consií^tir

— Está porque me ha querido defender, —Eso bueno! agregó señora; pero usted, nomc ha contestado. — Es eso que usted rcspombó nina en — Pues decia yo! esclamó señora. Ahora ¿vale pena dijo la l)eatita.

así,

es

la

cierto...

dice,

lo

el

hijitn,

la

novio? Quién es? Si es bueno,

La beatita die oyó

soltó el llanto

lo (pío clin, dijo

de sorpresa; pero

;i

i

se

V(tz baja.

la,

(lime:

ic,

prometo ser

colgó

al

doña Manuela,

S(>br4.í^oniénd(>se,

la iiindrina.

cncllo

(1(>

hi sc^ñora.

((nitMi jii/^o \u\

esclamó:

la

Na-

ino\¡miento


392

—Dios dispone! a quien Dios San Pedro ben—No mientras yo pidiendo que acercaran a su Yo no mi consentimiento! — Nadie pedirá a usted sino padre de respondió doña Manuela. ¿Dónde está Nicolás Peñaloza? — En fonda de esquina, respondió un hombre que acababa I

se la dio,

la

se

diga.

se casará,

le

viva! gritó la

sobrina.

Sierva,

doi

se lo

la niña,

al

la

la

de llegar.

— Mire, amiguito, les

de

carita,

doña Manuela:

si quiere ganar dos reavaya a decirle a Nicolás que quiero hablar con él, al

le dijo

momento. Salió corriendo el hombre, mientras la Sierva proseguía dicendo:

—Aquí no hai mas padre que Doña Manuída,

sin hacer

yo!

grau caso de

las

palabras de la Sierva

de Dios, estrechó contra su cuerpo a la Beatita, con aire de la mas decidida protección. I

como toda

la Villa estaba

petar a la señora, nadie se admiraba de que allí

en

jefe.

El padre Hipocreitía observaba

de distancia, como

si

acostumbrada a

mandar

ella quisiera

la escena a pocos pasos

no hallara qué partido tomar,

estaba el presbítero O.* mirándolo todo,

res-

junto a

i

él

con la boca abierta; con

la estola al cuelloj el Santo Cristo en

una mano

bendita en la otra. Habiéndole dicho

el jesuita

i

el

hisopo del agua

algunas palabras al

doña Manuela, i le dijo: que hace; que eso de protejer

oido, acercóse el presbítero a

— Mire usted, señora, vación de esta

lo

muchacha contra su

tia,

la suble-

es cosa contraria al derecho

natura], al derecho canónico, al derecho

—¿Cuántos derechos

mas que un derecho i un revés; i para mí tengo que bueno,

i

el revés es lo

ro velorio

i

malo,

i

si

palabrería, señor presbítero.

¿O

le

i

verá

si

derecho es

sé hacer las cosas

al

parece cosa la flor

lo

mui

al

de su edad?

Déjeme usted

la lei de Dios pidiese imposibles!

terrumpió de nuevo la señora, sin dejar hablar jeme,

el

santas pascuas. Todo lo demás es pu-

derecho esto de sacrificar a una pobre niña, en

¡Cómo

no conozco

hai? interrumpió 1% señora. ,Yo

obrar,

al presbítero

in-

O.* Dé-

derecho. Mire que no siempre

está el huevo donde cacarea la gallina;

i

yo que conozco tanto

uvas de mi majuelo, sé mui bien en donde

me

las

aprieta el zapato....

¡Gracias a Dios que llegaste, Nicolás! esclamó, viendo que el padre

de su protejida se aproximaba certe

al grupo... Acércate,

que quiero ha-

un par de preguntas.

— Pregunte usted

lo

que quiera, señora, dijo Nicolás.


— —No esta señora —Eso que

393

hermano mió! interrumpió

le oigas,

mira que

la Sierva:

tiene al diablo en el cuerpo.

uó,

liijita!

contestó vivamente la señora, porque yo

nunca beata. Ahora dime en conciencia si te parece mal lo que he hecho, prosiguió, dirijiéndose a Meólas. Al entrar aquí, he oido los llantos de tu hija, maltratada por su propia tia; i yo he no

lie

sido

tomado a

la

niña

mi protección, mientras llegaba su padre ? Aquí tienes a tu hija. Dime si he hecho mal

bcijo

para entregársela.

—No! señora, nó: Dios

se lo pague!

respondió Nicolás, enterne-

aunque no siempre se acordaba de que tenia una hija. Los circunstantes CciUaban, sin saber en lo que iria a parar todo

cido,

aquello.

La señora

prosiguió

— Oomo yo conozco

las

uvas de mi majuelo,

i

donde

el

diablo

puedo asegurarte que, mientras siga viviendo aquí seguirán maltra^tándola todos los dias, añn de hacer que

tiene las uñas,

tu

hija,

tome

ella

el hábito,

para

lo cual

la otra pregunta) ¿quieres

no ha nacido. Dime, pues,

darme a tu

hija para esposa de

(i

esta es

mi sobrino

Santiago Garduño? Nicolás abrió tamaños ojos,

sin responder

una palabra;

i

todos

lanzaron ima esciamacion de sorpresa.

—No

admiren ustedes, repuso señor nace, sino el que lo sabe ser;

mo

la

se

mas

la vista

a

tinamente desaparecido, cuando

nó con

i

el

que no es señor quien

esta niña sabrá ser señora,,co-

pintada... Pero, ¿en dónde está

Todos buscaban con do,

la señoa.'a:

mi sobrino?

frai Santiago, el cual lo vieron salir

había repen-

de su cuarto, vesti-

hábito sino con su casaca de militar. Esta nueva tras-

formacion de Garduño produjo una admiración jeneral. La Sierva de Dios so cubrió los ojos: el presbítero O.* temió caerse de espalpadre Hipocreitía sacó su caja de rapó de la cual tomó una narigada con los tres dedos.

das,

i

el

—Espero tu

contestación, Nicolás, insistió

Iba ésto a r(isponder, cuando la Sierva

doña Manuela.

dijo:

— Pues yo no mi consentimiento; mi sobrina casa mi gusto, no daré un partido por mitad. —Nada importa doña Manuela, porque yo me obligo doi

le

i

ni

se

si

cuartillo

sin

la

eso, re[)uso

a dotara la niña con la mitad de lo que tengo,

prometo ín\m sootra mitad a mt sobrino. i

lemnemente legarle después de mis dias la Los circunstantes acojieron his ])alaljra.s de la señora, con mayores muestras de contento, mientras Nicolás respondía: 4U*

las


394

— mi capitán me honor de casarse con mi yo doi mi consentimiento, con mayor gnsto. —Ella también respondió doña Manuela. Si

liace el

hija

qniere,

me

otro

i

ella lo

el

lo quiere,

Uno

i

la quiere,

él

i

acaban de

lo

decir,

pues han tenido tiempo de arre-

glar este negocio en estas tres semanas.

—Jesús, María!

esclamó la Sierva.

nuestras barbas, durante la misión,

mos de

¡I

todo lo han hecho aquí en

que nosotros

sin

i

lo echára-

ver!

—Mire, amigo mió,

dijo el jesuita en voz baja,

tocando a Gardu-

hombro: yo siento mucho no haber hecho de usted un sacerdote de la Orden; pero el que usted se case, no impide que siga siendo nuestro hermano. De ningún modo, respondió Santiago, apretando la mano del 13adre. Ustedes pueden contar siempre conmigo. ño sobre

— —Ya

el

te digo

No

tu hija!

i

te repito, decia la Sierva

quiero verla mas, ni tendrá de

a su hermano. Llévate a

mi parte

ni

un

solo cuar-

tillo!

— Hija mia,

le dijo el jesuita

niña es su sobrina;

i

acercándose: no diga usted eso.

ya que ha encontrado esta

23odido ni debido despreciarla.

suerte, ella

Deseche esas ideas de

odio,

La

no ha i

per-

dónela.

habia aproximado poco a poco a su irritada

L'i beatita se

tia;

i

empezó a llorar como una Magdalena. La naturaleza hizo su oficio, como diceT^, i la tia perdonó i abrazó a su echándose a sus

pies,

sobrina, desdiciéndose en cuanto a lo de no darle nada.

Dos

dias después de los sucesos que

acabamos de contar, Grisel-

da Peñaloza (que así se llamaba la Beatita) dio la mano de esposa a Santiago Garduño, en la misma puerta de la iglesia parroquial, delante de una gran muchedumbre, que, de lo mas apartado de aquella comarca, vino a ver el nunca visto prodijio de que una señora de tan alta alcurnia como doña Manuela Villagran i Santelices, hubiese hecho por que su sobrino se casara con una joven de tan humilde condición.

Las

j entes

la señora;

no

en jeneral alababan

el

desprendimiento

i

así algunas de sus aristocráticas amigas,

pudieron perdonarle hasta

el

el

haber olvidado

el

lustre de

punto de querer mezclar su sangre azul con

llaneza de

que nunca

su apellido, la sangre ro-

ja de los Peñalozas.

Este matrimonio no im[)idió go, endonde,

la traslación

como queda indicado

antes,

de las Niñas a Santia-

compraron una chacra, de


395

cuyo cultivo se eacargó Garduño. Allí siguió la Médica Santa ad

mirando a

la capital

cen las crónica.s sobre

-

con sus milagrosas curacioues; pero nada disi

la Sierva

de Dios seguiria siendo persegui-

da por Satanás. 'No

concluiremos este capítulo sin dar a conocer la suerte de

Miguel Turra. Completamente curado de sus heridas, se

habia quedado en la casa, esperando que

el

el

bandido

padre Hipocreitía se

pusiera en camino para la capital con el fin de servirle de compañía.

En

una colocación; i sin tener que empeñarse grandemente, obtuvo para este buen servidor cambio,

el

jesuíta le habia prometido

del sistema pelucon, el destino de 'perseguidor de ladrones^ en el

partido de Colchagua.

•:o:



CAPITULO

LVI.

LOS TRATADOS DE CUZCUZ.

((Así se

inauguraba la política pelu-

cona desde un principio

falsa,

odiosa

e inmoral.))

(F. Errazuriz).

matrimonio de Santiago recibido por conducto de Pedro, una car-

Tres o cuatro dias antes de celebrarse

Garduño, Lucinda

liabia

el

ta de Anselmo, en la que éste contaba detalladamente a su esposa

todo cuanto

le

habia acontecido desde su separación en Santiago

hasta la batalla de Lircai. Ilespecto de los acontecimientos posteriores, la carta decia

de esta manera: (íMayo 19

«Ya

í/6'

1830.

,

nuestro buen amigo Tronera te habrá dicho que yo tuve quc^

seguir al coronel Yiel, después del desastre de Lircai, con el íin de

ayudarle a este jefe a reorganizar nuestra caballería. Pero ademas

de este motivo, habia otro lo

acompañase

i

le

(pie

ayudase a

Tronera no sabe. Viel

influir sobre el

me

pidió que

ánimo del jeneral para

tentar de nuevo la suerte de las armas, dirijiéndouos con nuestra


398

Yo no pude negarme,

caballería liácia la capital.

nel a encontrar a Freiré, a quien liallauíos

cómo

bre a quien debo bol caido, oficiales.

alma mia,

espresarte,

i

el

dolor que

i

fui

con

sumamente

me

el coro-

hom-

causó ver a un

quiero tanto, sentado sobre el tronco de

i

No

abatido.

un

ár-

con la cabeza entre las manos. Rodeábanlo unos pocos

— Señor,

podemos tentar

le dijo Viel:

aun no está todo perdido,

Nos queda

la suerte.

todavía

i

mayor parte de nuestra

la

ca-

qué no nos dirijimos rápidamente sobre la capital,

ballería: ¿por

que a la fecha se halla indefensa?

moviendo a uno

i

—Nó,

coronel, respondió

Freiré

otro lado la cabeza; ya esto no tiene remedio;

i

con esta nueva tentativa, no conseguiríamos otra cosa que derra-

mar inútilmente sangre de

chilenos.

—Pues yo

a con-

estoi resuelto

ducir mis escuadrones al norte, repuso Viel, llevándolos por el

camino de

la

costa.

— Hágalo

chamente a Santiago, con

—Estamos prontos pondieron los

los oficiales

oficiales allí

me

presentes.

— Freiré í

me

preguntó qué pensaba lo

respondió, nó: vete con Viel.

— Pero ¿por

qué

se

acompañe?

A

i si

me

oculto,

dije.—

le

quedan espe-

él le

mí han muer-

ha de esponer usted a caer

sionero en Santiago? le pregunté entonces.

permanecer

iré dere-

dio- las gracias,

les

ranzas, que yo no quiero destruir, esperanzas que en

to ya del todo.

me

que quieran acompañarme.

—¿Quiere usted permitirme que

Nó, amigo,

yo

a compartir la suerte de nuestro jeneral, res-

con una mirada de reconocimiento, hacer yo.

Freiré, que

así, dijo

—Allí

donde puedo

es

mejor que en ninguna otra parte,

descubren, no se atreverán a aprisionarme.

pri-

me

contestó;

A pesar

de su

abatimiento, no podia aun persuadirse de que se le dejara de respetar.

Ahí querida mia! no contaba

venganza que anima

él

con

el espíritu

de odio

Sepáramenos

tiago,

i

momento:

como un prófugo,

camino de tué,

al

la costa,

de

al partido reaccionario!»

«Mayo f(

i

i

él

para

20.

dirijirse directamei:^te

a San-

nosotros para tomar con la caballería el

con dirección al norte. Pasamos ese dia

proseguimos nuestra retirada, acosados por

el

el

Lon-

teniente coro-


399

un rejimiento de

nel Lezaeta, quien nos picaba la retaguardia con cívicos.

La

indisciplina de la caballería de Lezaeta nos permitió

o tres cargas que le dimos;

dispersarla con dos

llegamos al

rio

Maipo,

cos que defendian

pronto,

i

que atravesamos bajo

Melipilla.

'a

Pero

el

i

al dia siguiente

fuego de los cívi-

los milicianos

huyeron bien

pocas horas después, pudieron entrar en esta ciudad, en-

deude no encontramos enemigos, sino una buena cantidad de les

i

fusi-

de municiones que trajimos con nosotros.»

«Mayo

'

21.

((Antes de dejar a Melipilla liabia escrito Viel a nuestro jeneral

dándole cuenta del estado de las cosas,

i

proponiéndole

el

plan de

echarnos sobre la capital. Teníamos sobrado fundamento para creer en

el éxito

de este plan, pues la capital no estaba defendida sino

por unos pocos milicianos. al llegar

Proseguimos, pues, nuestra marcha;

i

a San Francisco del Monte, nos 'encontramos con la con-

testación de Freiré, que estaba testación nos causó

aún oculto en Santiago. Esta con-

ima agradable

i

reanimadora sorpresa. Por

supimos que la provincia de Coquimbo tra el gobierno pelucon,

i

se

ella

habia revolucionado con-

que don Pedro Uriarte, jefe de aquel

vantamiento, marchaba hacia la capital, con una división de

de cuatrocientos hombres entre infantería

i

le-

mas

caballería. Concluía el

jeneral con ordenar a Viel que se dirijiese hacia el norte, hasta en-

contrarse con la división coquimbana.

Al mismo tiempo, nos pro-

metía dejar inmediatamente a Santiago, para sotros. Viel

ir

a reunirse con no-

obedeció la orden, sin pérdida de tiempo;

después, nos encontramos con la división de Üriarte, tres leguas hacia el sur de la Villa de las órdenes

O valle. El

i

siete dias

como a unas

ejército entero,

a

de Viel, siguió entonces su marcha hacia Santiago, de-

donde recibíamos todos

los dias

tan contradictorias, que

noticias

nos tenian desorientados. ((Nuestras fuerzas alcanzaban a

mas de

seiscientos

hombres, de

los cuales, cuatrocientos eran do caballería, perfectamente

da, teniendo

ademas

caballos, hasta para

montar

monta-

la iuñmtería,

l<i


— 400 —

.

que nos daba la ventaja de j)oder movilizar nuestra tropa sin garla.

Llevábamos dos cañones, con quince

como sabíamos que

el

fati-

cada uno,

artilleros

i

gobierno no podia disponer de fuerzas vete-

ranas, mientras no llegaran las del sur, tratamos de acelerar nuestra marclia.

«Durante muchos dias esperamos inútilmente

Xada sabíamos de

ré.

mucha para

ir

nuestro jeneral,

i

la llegada

de Frei-

llegamos a temer, con

razón, que hubiese' caido prisionero al salir de Santiago,

a encontrarnos, como nos lo liabia prometido. Ah!

querida

mia! Cuánto tuve yo que sufrir darante esos dias de incertidumbrel

«Mayo {En ya que no

c(Mi querida:

mento, en todo silencio

i

el

prosigo

tranquilidad animan

ces ilusiones, pues

mientos sobre

«Como

di a,

me ha

me

la noche)

sido posible dedicarte ni

mi

mi abatido

parece que tú

me

espíritu de las

te decia ayer, todos

oyes al vaciar mis pensa-

ir

a tomar el

la división.

Ramón

cia nosotros, aflijió

dul-

estábamos intranquilos, sin saber a

noticia de lo sucedido: allí

habia rodado, con caballo

cuesta, al atravesar las cerranías de

que

mas

el papel.

«Al llegar a Yllapel, tuvimos que don

un mo-

carta ahora en la noche, cuyo

qué atribuir la demora de nuestro querido jeneial en

mando de

22.

i

aun

se nos dijo

profundamente a

i

todo, por

supimos

una escarpada

Panquehue, para

dirijirse

ha-

que habia muerto. Esta fatal noticia,

los verdaderos

animó a una gran parte de nuestra

amigos del jeneral, des-

j ente.

«Al mismo tiempo tuvimos conocimiento de

las fuerzas

que

el

o-obierno enviaba para impedir nuestra entrada en la provincia de

Aconcagua,

lo cual se temia,

ré en dicha provincia. cientos hombres,

El

en razón al prestijio de que goza Frei-

ejército

mitad caballería

pelucon constaba de unos cuatroi

mitad infantería, a

las órdenes


— del jeneral

401

don Santiago Alduuate, antiguo amigo de-mi padre,

cual quiero

i

respeto

como su natural bondad

recen. Si lia hecho algo de

nate para pacificar

Lo que son

los

el

bueno Portales,

sin principios!

hecha estudiadamente, con

el fin

es la elección de

Aldu-

querida mía!

¡ai,

Esa misma elección ha

sido

de cometer una nueva infamia, no

solo contra nosotros sino contra el al país.

al

su hidalguía lo me-

norte de la Re2)ública. Pero

hombres

acaba de servir

i

i

Eso tienen

mismo AUunate, que tan bien los

hombres

sin principios, sin

honradez ni moralidad política: hasta sus propios amigos suelen ser sacrificados en los lazos que su felonía tiende a los enemigos.

«Perdóname, alma mia, qu3

to

hable en un estilo tan contrario

a los dulces sentimientos que tu anjelical bondad sabe siempre inspirarme. Pero ¿qué quieres?

Ko

es posible dejar

de indignarse, al

considerar este tejido de traiciones de que el peluconismo se vanagloria»

«Mira, no mas, lo que ha pasado:

«Estábamos en Yllapel, cuando nuestro jefe

recibió

una carta del

jeneral Aldunate, en la cual le hablaba éste de las recíprocas ventajas de

un avenimiento, para

trándose Viel

sin el

evitar la efusión de sangre.

apoyo del jeneral, cuyo

Encon-

nos' era

prestijio

tan

necesario, pensó en capitular^ a condición de garantírsenos nuestro

honor militar

i

nuestra seguridad.

En

este sentido escribió a x\ldu-

nate una carta, que yo entregué a este jeneral, en su

campamento

de las Cañas.

«Aldunate

me

recibió con los brazos abiertos, pues yo le

he debi-

do siempre mucho cariño. Díjome que, careciendo de instrucciones de parte del gobierno, estaba

])erpl(:^o

sobre lo que había de hacer;

pero que su horror a la efusión de sangre do impelia a tratar. Agre-

góme

que, después de haber pedido una

instrucciones que necesitaba,

jio liabia

de dárselas por escrito; promesa que

otra

recibido el

Por último, concluyó con decirme que tales,

i

V(v. al

gobierno las

mas que

la

promesa

gobierno no supo cumi)lir. habiíi

maniíestado a Por-

nó solamente sus tendencias al empleo de medios

pacíficoí?,

50*


— 402 — para la conclusión de la guerra lución de no tomar el

día garantías a

los

sino también su formal reso-

civil,

mando de

la dimsion, si el gobierno

no conce-

indiciduos que contimiahan en el norte haciendo

la guerra. ((Tales fueron las palabras del noble Aldunate,

que tan vilmen-

te habia de ser sacrificado, j)ocos dias después, en aras de

mal

los

entendidos intereses de un jmrtido que parece liaber iniciado en Cliile la política del dolo

i

de la deslealtad. Porque has de saber,

querida mia, que después de haberse firmado

aldea de Cuzcuz, el dia

1

7 de

mayo,

los tratados

ratificado en la

i

habidos entre Yiel

Aldunate, han sido altamente desaprobados por

i

decir,

por

ministro

el

que conocía

Portales. I sin embargo, el

las pacíficas intenciones de Aldunate,

tradijo sus opiniones a este respecto,

fué el

el

gobierno,

mismo

es

Portales

que nunca con-

i

mas empeñado en haAl no

cer que aquel jeneral se hiciera cargo de la división.

darle

instrucciones contrarias, es evidente que el gobierno, esto es, Portales, se

conformaba tácitamente con

rah Si no se conformaba con trucciones claras tó i

mas digno de

i

ella,

la

manera de pensar del jene-

debió haberlo espresado, en ins-

terminantes, o haber empleado otro instrumen-

ha hecho

sus miras anti-patrióticas. Pero no lo

Portales ha llevado aun su cinismo hasta querer hacer

de esta nueva felonía al mismo Aldunate, a quien ciéndole: «que no habia sido

por

lo

mismo no

le

dueño de

ligaba.» ¡Qaé

caido nuestro desgraciado país!

la

j entes

No

le

ha

cómphce

escrito

palabra empeñada, estas en cuyas

así,

i

di**

que

manos ha

parece sino que desde la trai-

ción de Ochagavía se creyesen ya dispensados de cumplir

toda pa-

labra solemnemente empeñada. ¡A esto llaman política los pelucones! ((Tan indecoroso'proceder (que

mos amigos

ha indignado a muchos de

del gobierno), pone en evidencia, por

una

2:)artej

ha querido anular a un hombre honrado que no aprueba ta del gobierno,

i

alma mia,

la

mis»

que se

conduc-

por la otra, que éste necesita de un protesto para

proseguir su sistema de inútiles rarás,

los

lo

i

odiosas venganzas.

conside-

que tenemos que esperar de Portales, cuando

te


— dio'a

403

que en la misma carta antedicha, agrega:

ha

el gobierno

(Lqiie

encontrado jjrudente ver correr alguna sangre chilena.^ I esto

lo di-

después que los enemigos del gobierno lian depuesto las armas!»

ce,

((Yo

mui bien que Portales

cia de' los principios

que

el estre'iio del

has-

descaro. Creo firmemente

don Diego Portales sigue ensangrentando

si

i

pero jamas habria creido que

republicanos;

su crueldad llegara hasta

espíritu irritable

he notado su completa ignoran-

varias veces

estrafalario;

ta

un

es

es imposible

atrabiliario sistema de gobierno,

al país con su

que muera en su

cama.

«No tengo para qué seo de

mi

Dios es

el

corazón, que

me ha

mi

patria.

ra;

i

ISfó,

i

hecho

sufrir,

cuando

hablando de

estoi

tomar como un pretesto

los dolores

los

mi

parte.

Ño

Tú me

nó...

lo

conoces,

de

sufrimientos

sabes que soi incapaz

i

que no seria mas que un eo'oismo

poí su causa he sufrido; pero no

me

me,

han hecho

considerar los males que

re-

hacerme violencia para perdonar-

necesito

a los íeaccionarios, o mejor dicho, a Portales,

al

rae estimo

futuros del país, para hablarte de mis propios dolores.

de darte como patriotismo

le

i

Te estimo demasiado, alma mia, para decirte una menti-

mi querida Lucinda,

finado de

un de-

para no acordarme de los dolores que esa fatal polí-

seria mentirte el

presentes

es

duda mas que yo mismoi

tú conoces sin

único dueño de la suerte de los hombres;

lo suficiente

tica

Lucinda mia, que esto no

decirte,

los dolores

que

es posible dejar de indignar-

que harán

i

sufrir a la

nación. <rSon las dos

i

media de

la

manana.-Hasta

luego, amürniio.)>

((Mayo 23.

«Ratificados

los

tratados

Viel pasó a Valparaíso,

paro de la bandera

Yo

\\M^

vine a

i

disucUo

(mi(1.)ii(1(>

lut

nuv'sfr,) ejército, el c.ron.'l

tenido

(lu.'

ponerse

frjincesa, ]);nM librarsedcl ivncor

la ])roviiicia

cias del jeneral,

i

ver

si

de Aconcagua, con

¡xulia serle

útil

,>ii

el

su

íi:)

de

b.ij,.

d,.

A am-

]V,i-f.il.s

ooteiivM- ih.t"-

(K'<gra<'.ia.

Des[>uea


supe que se hallaba aun enfermo, en la es-

de algunas pesquisas, taricia¡

404

de un amigo de confianza, cerca de San Felipe. Al

to 'me dirljí

endonde encontré

allí,

ya en

al jeneral

momenpero

pié,

no completamente restablecido.

«Aquí me.kallo con

él al

i

desde este

enviarte esta carta a Molina,

escribo^ esperando

encontrar un hombre que j

presente;

me

mismo lugar

te

en cuanto pueda

inspire confianza.

:«TeneBlos élproyecto de irnos secretamente a Santiago, tan pron-

como: el j,eneral pueda montar a caballo. Este se quedará

to;

oculto, (i

yo

i

me

pondré en camino para Molina.

Tengo tantas ganas de verte

puedo conseguirlo,

me

larga; cuantoj .mayor coíltrai*

allí

,

i

de hablar contigo, que ya que no

contento con escribirte esta carta, tanto sea el

número de

dias que

me demore

mas

en en-

con quien mandártela, sin peligro de que se estravie.

.((La desaprobación, de los tratados nos hace pasar aquí temiendo ser:

descubiertos^

,

;Iv08,

traidores,

ya dueños absolutos del poder,

es-

tán desplegando tal actividad en perseguir a sus indefensos enemigos,, que

f

hacen recordar

inucho;, pilando

yemo^ en

los el

tiempos de Ossorio

i

de Marcó. ¿I qué

gobierno de la República a un antiguo

último? .Ayer no

mas firmaba

decretos contra los in-

asesor de

este,

sui;jentes

de Chile^ i hoi ocupa uno de los primeros puestos creados

por. esos,

un

mismos

patriota! JPero

a los

liberticidas,

los que,

insui;jentes. ¡I tiene la

ya

se;ye!

a los

.(ji^e

como don Diego

Va

siendo de

desvergüenza de llamarse

moda el llamar

echan de menos

el

patriotas

réjimen colonial

i

a

Portales, no se hablan acordado hasta hoi

de que t^nian. patriar i;í

:o:'


CAPITULO LVIL

CONCLUYE LA CARTA DE ANSELMO.

«Hai quienes pretenden someter a ventario las obras de este

gnntan: ¿qué

liizo al

estadista,

¿Qué Sacó del

—¿Qué hizo? República —¿Qué nos dejó?

la

dejó la República.

])re-

fin Portales?

nos dejó Portales? caos

i

in-

Nos

.

E. SoTOMAYOR. V. (El Ministro Portales.)

«En

el

fondo, nuestro gobierno no es repu-

blicano sino monárquico electivo, en que el rei

gobierna por cinco años

la facultad

i

tiene de

de designar a su sucesor

i

hecho

de nom-

brar a las mayorías de ambas Cámaras. Z.

Rodríguez. {l72dependientc-^\m\o2Z

({í^

1876.)

cíMayo 23.

(Por c(A

mí no me admira, Lucinda mia, que

quico haya aparecido hoi en Chile

reaccionado

contra

la república,

grito de independencia.

Aun

este

la noche)

el viejo espíritu

bajo una nueva fornui.

monárSe ha

desde que se dio en América

mismo no

el

fué un gritó espontáneo


40G

de libertad sido de simple emancipación orjjen debe, a

dujo

el

descubrimiento

quistadores

tuvieron

la conquista

i

que pro-

allá en la natural audacia

del

Nuevo Mundo.

L(i*^'

con-

desde luego que formar como una sociedad

cuyos intereses estaban casi siempre en contradicción con

aparte, los

mi juicio, buscarse

tendencia cuyo

política,

de la Metrópoli, que desde un principio

fué,

no la madre sino la

madrastra de sus colonias. Nuetros padres heredaron de sus abuelos la gloria

de mil hechos heroicos

gloriosas tradiciones, el

que caracterizaba a

los

i

memorables;

junto con esas

i

espíritu de insubordinación

i

turbulencia

primeros conquistadores, así como

el

sordo contra la Metrópoli, cuya manera de gobernar injusta biliaria era la

lonias. I

iba siendo

i

atra-

las co-

obrando a una todos estos elementos reunidos, debían pro-

ducir, tarde o

ban

menos a propósito para mantener contentas a

i

odio

temprano,

deseo de

mas profundo

tanto

los vínculos

el

emancipación; deseo que

la

ardiente, cuanto

i

mas

nacionales, con la separación de la

se relaja-

madre

patria,

cuanto mas se cortaban las relaciones de familia, con la forma-

ción de nuevas casas en América. cíPero este existir en

amor a

amor a

las aristocracias americanas,

el

segundo, para lo

i

estaba

mas que descontento

había menester

lamente conocer

que solamente podía

mui

lejos

de ser

El primero era mui natural, pues para

la libertad.

se

sidad

la independencia política,

i

el

ello

no

un poco de ánimo. No

así

cual necesitaban aquellas aristocracias, no so-

la libertad,

desprendimiento

sino

también poseer bastante jenero-

})ara deshacerse

de

sus fueros

i

privilejios

en favor del pueblo, al cual miraban como a una raza inferior.

«Así pues,

América deseaba emanciparse, desde mui

mui contados

guo, eran

bre la libertad;

en una

la

si

j)atria

i

los

anti-

americanos que tenían ideas netas so-

nadie desea o

ama

lo

nueva, habian dejado de

que no conoce. Aclimatados

amar a

la antigua,

que no

conocían ya sino de nombre; ¡lero seguían adorando los fueros privilejios,

las costumbres,

usos

sus mayores. Por consiguiente,

i

i

preocupaciones que les logaran

todas las aristocracias de las coló-


— 407 — nias acariciaban

estados

mas

radical

cambio de

rei,

i

menos

la idea

independientes, gobernados

un cambio

bres

o

de formar acá en América

en la manera de ser social

que concillase su odio

No

por mi monarca.

i

i

querian sino

política,

un

su egoísmo con sus costum-

sus preocupaciones.

((En los Estados Unidos del norte, los prohombres de la indepen-

dencia ofrecieron a Washington una corona, que

él

rechazó con indig-

nación, ¡Dorque éste ha sido sin disputa, el hombre que mejor compren-

diera el objeto de la revolución americana.

cedente de una Metrópoli

En

la ximérica latina, pro-

mas corrompida que

contrario, pues fueron los libertadores Bolívar

la inglesa, sucedió lo

i

San Martin

los auto-

res de la peregrina idea de convertir a las colonias en monarquías. jico, i

Mé-

después de haber peleado valerosamente por su independencia

proclamado

la república,

colocó

sobre las sienes de su Liberta-

dor Iturbide la diadema de emperador.

El doctor Francia fué

Libertador, para convertirse en seguida en el

el

dictador brutal del

Paraguai. Posteriormente hemos visto aparecer en las demás repúblicas esas

encarnaciones del despotismo monárquico, bajo

fraz republicano.

ción a la libertad;

No

molestarte con

quiero

mas ejemplos de

trai-

con traer a tu memoria solamente

concluiré

i

el dis-

otro caso, por haber sucedido en Chile...

El glorioso vencedor de

Chacabuco, precisamente después de asegurada la independencia de su país,

por la batalla de Maipo, se convierte en

el

supremo

Dictador de la República. Tanto valdria decir reí de la República chilena.

((Pero

si

el

antiguo espíritu monárquico habia encontrado en

O'Higgins uu digno representante de sus tradiciones

mento de sus miras chileno

liberticidas,

supo conservar

O'Higgins a entregar

la

la

también es verdad que

banda

tricolor

i

i

toria fué de la idea republicana:

mas no por

cidas las ideas monániuicas; siete años,

el

pueblo

dignidad de la república, obligando a

convertidos ya, aquella en látigo

mas de

un instru-

i

i

v\

sable

éste en puñal.

republicano,

Esta

V(>z la vic-

eso se dieron por ven-

después de haber rujido sordamente

han logrado encarnar hoi en don Diego Porta-


^ les.

lia

Así también

en

alí<i

408

lado de los Andes,

el otro

el

absolutismo

encontrado su representante en don Juan Manuel Rosas. (d no porque don Juan Manuel sea

mas

brutal que don Diego;

no porque Iturbide fuera mas condecorado que Francia, dejarán

misma

todos ellos de ser una

cosa: caricatura de estadistas. ¿I por

qué? Porque en todas partes lian obrado otras

de mala

fe) contra

mismas

las

(unas veces de buena

i

ideas que aparentaban de-

fender

((Pero

me

dirás tú:

fensores de las

tán en

el

¿I

A

ideas republicanas?

pueblo. Porque

suelen mirar al

dónde están entonces lo cual

como solamente

los

yo

verdaderos de-

te contestaré: es-

que sufren son

los

que

los

entre los desheredados de la fortuna,

cielo, es allí,

endonde encontramos algunos individuos privilejiados que aman de veras a

la libertad.

((Perd(3name, Lucinda mía, esta digresión con la cual

lie

queri-

do poner ante tus ojos la imájen de esa antigua lucha del espíritu republicano, que hace por conquistar sus

nárquico usurpador,

por empuñar hoi

que no quiere abandonar su presa, o trabaja que ayer se

lo

((Por lo que acabo de

mia, que en estas

le fué

bien

decirte,

de las manos. echarás tú de ver, querida

nacientes repúblicas, sin grandes tradiciones, ni

antecedentes históricos, no puede haber sino dos partidos: progresista

i

mo-

derechos, contra el

el otro

san de ser fracciones

retrógrado. Todos los i

el

uno

demás partidos no pa-

matices de los dos colores antedichos.

((Don Diego, puesto entre esas dos entidades sociales, la una re-

presentante del sistema antiguo;

dudó en tomar tiene idea

de

lo

el

partido de

que son

los

norante es a este respecto, faltas dije,

de

los

i

la otra,

aquella,

principios

de la era moderna, no

pues este

republicanos.

estando en una tertulia. Acababa de leer (le dije) el

gunos necios o malvados

se

Tan

ig-

que achaca a dichos principios las

Un

hombres que dicen profesarlos.

¿Deja de ser excelente

hombre no

dan

el

el

dia

se

lo

aHambriento^

sistema democrático, porque al-

nombre de demócratas? El

se rió


— 409 -~ a carcajadas;

i

pasándole la vilincla a una niña de la casa, rogóle

que tocase una zamacueca^ para bailarla

él

tampoco qae desee derramar sangre chilena

mismos que ayer no mas eran

me

mismo. Ni el

admira

que se entrega a

los

verdugos de los patriotas chile-

los

nos.

«Siempre hallaré mui natural de la Constitución

i

que se declare enemigo

lójico el

i

de la República, desde que supo permanecer

indiferente d arante la guerra de nuestra Independencia. Mientras

peleábamos por

la libertad los pipiólos

correr, j)ara bien de

la patria):

Especulaba con

j)atria?

el

(cuya sangre

él

desea ver

¿qué hacia Portales en bien de la

monopolio del tabaco, monopolio legado

por los españoles; hacia consistir la base de su fortuna personal en

una

institución contraria al progreso de su país. ¡I nos llama enemi-

gos de Chile, a nosotros que peleábamos por le,

cuando

él traficaba

el

porvenir de Chi-

a la sombra del pasadol Cuando especulaba

con uno de los viciosos legados del coloniaje! Cuando ni aun siquiera se acordaba de la libertad de su país!

En

cambio, se ha venido a

acordar ahora, cuando Chile comenzaba a respirar la atmósfera de

Para poner sus talentos

la libertad. ¿I i)ara qué?

reaccionarios; para servir de tropezón a la

República, que

él es

al servicio de los

marcha democrática de

la

incapaz de comprender; para ensangrentar a la

nación con la atroz guerra

civil,

que los chilenos no conocíamos, antes

de que los reaccionarios la hubieran creado i fomentado; para emplear, en ñn, toda su enerjíaen satisfacer odios personales, en ejercer estúvenganzas,

2)idas

guas

i

i

en convertir a nuestros gobiernos hacia las anti-

feroces prácticas del coloniaje, persiguiendo' cruelmente a los

mismos que liemos derramado nuestra sangre por patria. ¡Esto «e el

llama

lioi

])atriotismoI lié aquí lo

atrevimiento para bautizar a un críinon con

el

la libertad

que

me

de la

admira:

nombre de una

virtud. ((Perd(')nanie,

alma mía, que

qué seria de mí, car el

mió

si

lieclio

yo quisiera morir,

U\ liable

no encontrara,

pedazos!... ])ara

Hi

(ui tí

tú no

de esta manera...

Xo

otro corazón, al cutil acer-

estuvieras

en

el

mundo,

no ver los males de mi patria; ])ara

51*

ni^

oir


mis conciudadanos; para no

llanto de

el

miento en que habrá de caer este (íTe

aflijir

del envileci-

ser testigo

digno de mejor suerte.

país, tan

hablo de esta manera, mi Lucinda, porque

que habrán de

les

410

al

prever los

ma-

a Chile, no puedo permanecer indiferente

ante las imájenes sangrientas, ante los cuadros dolorosos que veo dibujarse allá en el .porvenir. Ojalá fueran fantasmas de cion; pero

mi razón me muestra con

tal evidencia los

mi imajina-

fundamentos

de mis temores, que mi corazón se conmueve, al considerar cuánto no tendrán que sufrir nuestros

hijos,

bajo el sistema de dolo, de falsía,

de traición, de espionaje, de injusticias, de persecuciones

i

de ven-

ganzas, iniciado por don Diego Portales

((Mayo 24.

(A ((Yo conozco

admirado en

mui de

las 5

de la inañana)

cerca a don Diego Portales,

i

siempre he

dotes con que la naturaleza ha adornado

él las raras

su espíritu. Cultivado éste, habría producido una abundante cose-

cha de virtudes, que

se

han convertido, por

afectos bastardos, en vicios

que he oido

referir

i

la falta

de cultura, en

en preocupaciones de todo jénero. Lo

de su niñez

i

de su" primera juventud, coincide

en todo con su modo de ser actual. El niño travieso, voluntarioso, indócil, díscolo

i

desobediente, del colejio, llegó a ser

vido, irrespetuoso,

caprichudo, insubordinado;

testarudo, orgulloso, intolerante, irascible cia.

Perezoso

tividad

i

e indolente

una

De

pasiones vehementes, no sabe

ro

sabe

odiar que

es hoi

atre-

un hombre

altanero hasta la insolen-

a veces, sabe desplegar una asombrosa ac-

cuando ha tomado un partido.

enerjía a toda prueba,

mas

i

i

un mozo

ni

amar

ni odiar

amar. Algo envidioso

a medias; pe-

(él cree

no

serlo,

porque: ¿a quién envidiarla un hombre que se cree digno del primer rango?), es profundamente rencoroso

Es un gran

vengativo hasta la crueldad.

carácter, enardecido por el odio;

deslumhrado por jida por su

i

las preocupaoiones;

amor propio

i

templada en

un talento natural,

una poderosa voluntad, el espíritu

de partido.

diri


— De aquí

las persecuciones futuras

que yo

teuio,

que anegarán a

í

un mar de sangre.

Ja república en

líValiente

411

cuando encuentra

hasta la temeridad, sobre todo,

resistencias; no parece sino que las dificultades triplicaran sus fuer-

zas físicas dientes,

alumbraran su entendimiento, para encontrar espe-

i

aun en medio de

miras estrechas

los

mismos

peligros que lo amenazan. Sus

a veces mezquinas, están mui lejos de hallarse a

i

Es enemigo de

la altura de su talento para alcanzar sus fines.

términos medios,

mado por tomar

la

i

gusta siempre jugar

le

sus rencores,

i

todo por el todo. Ani-

el

en posesión del poder, preferirá siemj)re

para llegar hasta su enemigo. Sin embargo,

línea recta

suele no desdeñar la intriga;

gre suele a veces ser gato... la

los

i

sabe esperar los resultados... El

De una organización

delicada

vehemencia de sus pasiones, jamas contenidas,

lo

i

ti-

sensible,

hace tomar re-

soluciones súbitas, que no por ser prontas dejan de ser duraderas.

Pronto en concebir una idea

venientes

i

lo

que

de admirable fecundidad para encon-

su realización, posee una voluntad de fierro

trar los elementos de

para ejecutar

i

se

ha propuesto.

retrocede ante los incon-

iSío

marcha derecho hacia sus

fines,

con una persistencia,

que a veces es la tenacidad vulgar del amor propio, otras, la constancia

de las almas nobles

i

i

en muchas

fuertes que persiguen

un

propósito elevado. (.(No

Su

tes.

pa;

i

si

parece ambicioso, porque no lo es como espíritu, elevado

por naturaleza, desprecia

en las almas vulgares,

i

solo

ambiciona

el

i

sus amigos.

i

las jen-

el brillo

la

i

En

cuanto

al poder,

ya

de riquezas, tan

mando.

co es pues ])ara él un lugar poco codiciable,

lei

común de

pom-

aspira a los puestos públicos, es para influir en los destinos

del país. Carece de la ambición de honores

nerlo,

el

i

Un

endeude

es otra cosa;

i

común

puesto públile

gusta ver a

tratará de obte-

adueñándose del ánimo del nuiudatario o iuiponiéndule

de su férrea

voluiiíjid.

Su pasión

es

mandar

})()r

mano de

antes que ser PresidíMite de la Kepública, preferirá ser

el

la

otro;

ministro

de un ])resi(lente necio. ((Portales i)osee el sentimiento (h

rencores

obra como

si

la

justicia;

])oi'n ce^-aih) ])or

careciese de ideas, sobre la

eipiidad.

sus

Todo


— lo ve al través

un

pipiólo

un pelucon,

i

Siempre

la sentencia.

presencia de sus enemigos, su

él

ya tiene de antemano pronunciada no serlo con

es justo el

no merecen que un pelucon honorable

un hábil

Estos

los liberales.

cumpla su palabra em-

les

peñada. Ser desleal con ellos es ser leal con ser

cri-

no concederles ninguna clase de virtudes. En-

terio se ofusca liasta

tre

En

de sus odios.

412

el país;

engañarlos es

no escuchar sus reclamaciones es ser im buen

político;

mandatario; perseguirlos sin necesidad; martirizarlos imitilmente i

confiscar sus bienes, es ser

don Diego ama

si

los pipiólos

aman

el

un gran

estadista. Estoi por creer

gobierno restrictivo

despótico, es solo porque

i

la libertad, la igualdad

i

la fraternidad.

Nuestro poderoso ministro cree llegar por la

tranquilidad

de la república

el

progreso de

su país,

consiste

el

progreso,

ni

i

él

ella

rumbo opuesto a

con

Desea,

son los

ardor,

loable

lo

no hai medio que produzca

si

i

ignorara que no hai tranquili-

no sirve de base a

el libre ejercicio

la felicidad pública, lo cual

de sus derechos

tonces la paz, lejos de ser perturbada,

mas

mas

tiene muclia

sucederá solamente cuando los ciudadanos gocen de la paz,

zándola en

que

medios mas ade-

tranquilidad públicas;

pero ignora, u obra como si

.

saber cuáles

adelantos sociales que la paz

dad durable,

.

el

comprender netamente en

sin

cuados para alcanzarlo. Para

razón:

.

que

i

utili-

de sus deberes. En-

encuentra sus defensores

ardientes en la sociedad misma, interesada en su conserva-

ción. (.(No es

la

ésta la tranquilidad apetecida por el ciego estadista, sino

que resulta de la presión; tranquilidad amenazada siempre de

muerte por

la sociedad

misma, pues ésta no puede estar interesada

en conservarse en un estado contrario a su naturaleza. Los gobiernos no podrán dar jamas la tranquilidad a los pueblos cuyas aspi-

impone como

se

impo-

anarquía popular, que es

el

despo-

raciones no satisfacen, porque la paz no se

ne

el silencio.

Nuestro estadista aborrece tismo del pueblo; odio egoísta

i

yo

le

la

ayudo con gusto a aborrecerla; pero su

no nace del amor

al

orden público sino del amor al

despotismo aristocrático, que es la anarquía de las clases elevadas.


413

((Con medianos conocimientos siquiera en las ciencias sociales,

don Diego habria llegado a hacen presumir

sagacidad

la

actividad, enerjía

ser

un

estadista de primer orden: asi lo

perspicacia de su talento, junto con la

i

constancia de su carácter... Pero su ignorancia

i

de los principios mas conocidos sobre los derechos

hombre, su desprecio por

el

i

los deberes del

pueblo, su horror a la libertad, sus

preocupaciones contra la sociedad en jeneral,

su ninguna fe en el

buen sentido público, su confianza excesiva en

la propia superiori-

dad, su desconocimiento de la equidad

sed de influencia

ga de mala i

de dominio, su tendencia

del fraude

al

empleo de

i

concepciones de un rango superior. Pero

si le

miras, en cambio le sobra arrogancia

i

nocer igual. El niño altanero, que en

el colejio

i

miraba de

que

él,

mas

elevada.

«Su

la intri-

obra

lioi

cír-

sus instintos feroces, conver-

tidos en pasiones, por su falta de educación, le

maestros

su excesiva

del engaño, combinados con la presión

i

hasta su sensualidad misma,

i

justicia,

para dominar absolutamente, sus estrechas miras de

el terror,

culo,

lei,

i

de la

i

impiden elevarse a falta

elevación de

atrevimiento para.no reco-

no respetaba a sus

alto abajo a los condicíspulos

que sabian

mas

de una manera análoga, aunque en otra escala

espíritu es altivo,

dominante

i

atrabiliario.

A

veces busca la

lucha, por el placer de vencer en la discusión. Espresa sus opiniones,

aún

las

mas

siendo estraño que sabe.

tum.

De

país.

muchas

i

seguridad que fascinan, no

que no

veces, su perspicacia adivine lo

todos modos, su palabra tiene siempre el tono de ultimá-

Es menester

pena de

un aplomo

absurdas, con

ser

un

creer lo que él dice

necio,

El tono de su

mi

díscolo,

i

aprobar lo que

un malvado

o

él hace, so

un enemigo del

voz, acentuada siempre por la pasión, la

penetrante do sus ojos, la franqueza de su espresion clara

mirada i

termi-

nante, que revela una voluntad decidida e imperiosa, el perfil severo de su rostro

simpático,

el aire

desembarazado do su persona

i

hasta la sonrisa temible de sus labios provocativos, comunican a su

palabra esos atractivos de la elocuencia que arrastran

En mas

i

seducen^

de una ocasión lo he visto apropiarse las ideas ajenas,

presentarlas

como

suyas, con tal sagacidad, que

el

i

autor inismu


414

del pensamiento qneda encantado de haber pensado conforme pen-

saba

Su

señor don Diego.

el

darse nunca por vencido;

inflexibilidad es admirable para

es tal su

i

no

pasión a este respecto^ que

cuando no domina por completo en una discusión cualquiera^ en-

Lo he

tonces se calla o exhala su bilis en sarcasmos punzantes.

una carcajada a un argumento concluyente con-

visto contestar con

tra sus doctrinas.

«Por

huye de encontrarse con cualquiera superioridad. El

esto

abruma;

talento ajeno lo

de

¡Pero qué carcajada aquella!...

otro, le hastian;

i

verdaderas gracias caldas de la boca

las

encuentra un placer especial en rodearse de

Esto hace recordar su antigua pasión de

necios.

colejial,

cuando se

entretenía horas enteras en perseguir cruelmente con sus burlas a

alguno de sus condiscípulos. tico

i

No parece

sino que su espíritu sarcás-

burlón gozara, al palpar la inferioridad de los demás. Cuando

éramos amigos,

lo veía

pasar horas enteras, entretenido con los

disparates de cualquier mentecato. ((Sus burlas punzantes políticos, el

no perdonan ni aun a sus propios amigos

en los cuales solo ve personajes secundarios que forman

fondo de los cuadros en que

que agradeciera

la altura a

que

en primer término. Parece

él figura

lo

ponen

las

necedades

i

ridiculeces

Esta cualidad que, en medio de un partido homojéneo

ajenas.

do por miras nobles

i

elevadas,

le concitaría

i

uni^

enemigos, ha forma^

do, al contrario, en torno de su persona, un círculo de pelucones divi-

didos por aspiraciones diversas que los hacen odiarse mutuamente.

Cada uno de

ellos

agradece a su jefe las puyas

i

sarcasmos

que és-

te lanza sobre el vecino enemigo. ((íío

solamente carece Portales de una educación medianamente

irepublicana, sino que posee

ma

las

mas absurdas

ideas sobre el siste-

democrático, cuyas instituciones odia, sin comprenderlas. Si las

comprendiera,

i

siguiera odiándolas, no merecería compasión; j)ero

lo cierto es que las desprecia porque ellas;

i

el

rencor que les guarda no es

que profesa a

los liberales.

Verdad

es

no ha pensado jamas sobre

mas que

el reflejo ^del odio

también que nunca ha pen-

sado .seriamente sobre ningún sistema de gobierno;

i

así

como cuan-


— 415 — docolejial se jactaba ante sus condiscípulos de no liaber estudiado

sus lecciones,

leído con gusto

pues

así,

Quijote

el

otro libro mas, que no recuer-

í

con atención aquel libro extraordinario,

su mente se habría enriquecido de ideas verdaderas

corazón

el

mas que

I ojala hubiera leído

do.

estudiado nunca nada, ni

gala de no haber

lioi liace

humano i

sobre la equidad, la justicia

el fin

i

sobre

social

de

los pueblos.

«En

vez de esas ideas, tiene la mente llena de preocupaciones,

nacidas de su propia ignorancia

de la atmósfera social en que se

i

crió.

Alejado de los campos de batalla, endonde se vivía odiando al

rei

peleando por la libertad, miraba con indiferencia

í

la contienda de nuestra Independencia; to,

i

i

desde lejos

entregado, mientras tan-

a los placeres de una vida licenciosa, que alternaban con sus elu-

no podia su espíritu impregnarse de las

cubraciones comerciales,

ideas republicanas, ni encenderse su corazón en el fuego del patrio-

tismo.

«Esto no es Nó...

decir,

La ama de

ilustrado

i

querida mía, que Portales no

ama a

corazón; pero su patriotismo está

Es patriotismo

desinteresado.

muí

egoísta que

su patria.

lejos

de ser

ha dado

orí-

jen a una política absorbente, injusta, esclusivista e intolerante. Para el ministro, no hai

sona;

i

mas patria que

que rodea a su per-

de aquí es que su administración ha comenzado

siendo eminentemente personal. atrabiliario gobierno son

i

venga de sus el país.

Todos

los

lo

i

seguirá

que no aprueban su

serán enemigos del país,

a tales. Su desmedido orgullo

por

el círculo

i

tratados

como

hace rechazar toda indicación que

contrarios, a quienes

negará

el

derecho de interesarse

Los que secunden ciegamente sus miras, serán ciudada-

nos chilenos; los que nó, merecerán su odio, en castigo de su traición a los intereses de la patria, es decir, a los intereses do,

cuya encarnación es Portales.

I el odio de éste

del parti-

significará la

persecución, el insulto, la muerte, el destierro^i la confiscación de los

bienes de los eucniigos de la patria; es decir,

ban

de los que no aprue-

la administración del veno'ativo ministro. o

«En

todo esto, obra

de su infalibilidad

él

de buena

política.

fe,

pues obra con

El cree que

la conciencia

así restablecerá en Chile ía


416

tranquilidad que una libertad exajerada

le lia

quitado;

i

que de es-

modo morij erará la adraiuistracion, ya corrompida por los liberales. De manera que, en su fanastismo por el sistema restrictivo, te

creerá sacrificar a los pipiólos en aras del bien público, cuando lo

que

los principios republicanos

liace es sacrificar

preocupaciones, de sus odios

«Hé

aquí,

i

en

el altar

de sus

de sus rencores patriótico-personales.

Lucinda mia, porqué

que este hombre, elevado

te digo

por fatales circunstancias a director de la República, sin compren-

der

el

verdadero objeto de la revolución contra

implantará en Chile

viejo

el

cuadra con su carácter

i

de España,

el rei

sistema del coloniaje, que tan bien

con su educación imperfecta. I no atrevién-

dose ese retrógrado sistema a presentarse en su atroz desnudez, ha

Uno

tenido que hacerlo ataviado a la republicana. racterísticos de esta

de las futuras administraciones peluconas se-

i

La

rá la falaz hipocresía.

bras

i

de los rasgos ca-

monárquica en

el

republicana en las pala-

administración,

fondo, no será desde hoi

mas que una

co-

pia (modificada según las circunstancias actuales) de los go biernos

de la colonia. Es todo

lo

que Portales sabe de

la ciencia

de la admi-

nistración púbhca

(d sin embargo, este hombre aspira a

Su alma elevada ha

va.

no la

i

la perfección administrati-

sufrido indudablemente, al ver el descami-

tropiezos de nuestras anteriores administraciones,

honra

i

ción. Solo

decoro del gobierno,

que

se

i

por la paz

ha engañado en

la

i

i

anhela por

tranquilidad de la na-

elección de los medios para

conseguir tan loable objeto. J)¿ aquí la serie de contradicciones

que presentan

el carácter

i

la vida política de Portales.

sino que en élhai dos espíritus: el

nobles

mas

i

elevados,

vulgares.

i

el

otro

que

uno que lo

pone

Es que su alma, levantada

lo

empuja a

al nivel i

No

parece

los

deseos

de los hombres

digna por naturaleza,

cae en el fango de sus preocupaciones, de su ignorancia instintos bastardos,

la práctica. Basta

cuando trata de dar un paso en

el

i

de sus

camino de

observarlo despreocupadamente, para notar las

contradicciones de este carácter elevado

i

rastrero, atrevido

i

cobar-


— de, jeneroso cioso,

i

mezquino, abnegado

compasivo

cruel, agrio

i

tiempo.

Ha pugnado por

berales,

i

será su

al servicio délos

narios del el

mas

i

desinteresado

traban, severo

i

Ama

cruel verdugo.

se olvida

la república.

a su patria,

i sí:

Odia a todos

mero en

faltar

Desea

ellas.

políticas,

los revolucio-

el

a los liberales. él es

i

tranquilidad pública,

la

odio de

i

el pri-

tiene al

él cria

i

naje, la delación

i

malvados

i

los apoya,

i

ríe

de los aduladores, respondiendo a

un sarcasmo;

mas a

tirante es el

envilecer el espíritu del pueblo.

elección de los medios para llegar a

sus ojos

fijos allá

guno de

los

en

el

males que hace en

en cara sus vicios

i

sus

Tan pundonoroso como

él

ce-

escrupuloso en la

que se propone. Con

los fines

bien hacia donde

no obstante,

i

propósito para crear adu-

mismo tiempo mui poco

loso de su honra, es al

el espio-

perdonando verdaderos crímenes,

veces a una alabanza con una burla o

su sistema represivo

premiando

i

la calumnia,

en cambio de adhesiones. Se

i

anti-

que habrán de provocar disturbios a cada paso. Aborrece

malvados,

ladores

li-

ba puesto

una constante intranquilidad, con sus persecuciones

país en

los

a

su propio odio

i

que no respetan las leyes,

los

mismo

de que ha contribuido a echar por tierra

pelucones a la libertad,

Se indigna contra

ambi-

i

burlón al

réjimen legal, sin que para ello hubiera otra razón que

los

a

egoísta,

i

defender la constitución dictada por los

enemigos de

mundo,

i

417

pretende

ir,

no ve nin-

camino. Jamás ha cesado de echar

el

malas costumbres a

los liberales,

con una

acrimonia que sentaría mejor en otro hombre de costumbres menos licenciosas e inmorales qae las suyas; pillo,

por vicioso que

sea,

i

luego vemos que no hai

que no encuentre apoyo, con

de cuña en su partido. Es un hombre honrado que se

tal

ríe

de servir

a carcaja-

das de la necedad de los liberales, en haber tomado siempre a

empeñada de

lo

Su veracidad

es tan

grande, que solo mient(í en política.

Quiere que los puestos

púl)Ii-

cos sean servidos dignamente;

provee de jeníes

serio la ];)alabra

pueden

servir sino de

los

i

i

mui

los

instrumentos de círculo.

respeto ciego a los mandatarios,

den público;

polucoues.

cai^i.^

como

1

cd })rincipal

la

viles,

que no

consagrado

cd

elemento de or-

de ridiculizar a su amigo

el jírcsidonte,


418

delante del portero de palacio. Trabaja

í^por

introducir en la admi-

nistración pública la moralidad que, a juicio de los pelucones, falta-

ba

gobierno de los liberales;

al

mas inmoral que una

cia a

serie

sin

i

embargo ¿qué administración

Después de haber debido ayer su existen-

la suya?

de traiciones

derramamiento de sangre chilena,

al

i

busca hoi su afianzamiento en odiosas persecuciones; por elevar mañana

fraude

el

bles espedientes políticos. los obliga

nante.

Le agrada

to que

haya hecho

acabar

el seguir

engaño

No puede

a dictar sus fallos

principios de justicia, sino

el

i

i

ver a los malos jueces;

sus

i

hablándote de los defectos rejir

luego

nó conforme a los

todavía no

domi-

hemos

vis-

Pero seria nunca

contrarios....

hombre tan poco a propósito para

i

los intereses del partido

oirse llamar el justiciero;

justicia a

rango de indispensa-

al

providencias,

mirando

concluirá

i

contradicciones de este

i

un país que comienza su

aprendizaje democrático.

((Mayo 24.

(A (tEu cambio, ninguno

marcha republicana bo sus

mas adecuado para

del país,

i

las ^

de la tarde)

servir de tropezón a la

ayudar a los pelucones a llevar a ca-

liberticidas miras.

(í^o creo que en la historia de las repúblicas hispano-americanas se encuentre

partido,

cion

un hombre que represente

con mayor exactitud

los antecedentes de

i

de ^er

i

que

la

las ideas

que

el

i

tendencias de

carácter, la educa^'

don Diego Portales representan

las tendencias del partido pelucon.

dad,

es algo

como

raya casi siempre en la

la encarnación

bres, vicios, preocupaciones ((Tal

i

el

modo

Este hombre, verdade-

ramente estraordinario, bajo mas de un punto de su pésima educación

un

vista,

i

mas común

que por vulgari-

de las prácticas, usos, costum-

tendencias de los reaccionarios.

para cual. Sin un hombre de las cualidades

i

defectos que

constituyen el carácter de Portales, no habrían podido los pelucones triunfar del elemento republicano, arraigado ya en todo sin los reaccionarios,

todo

el

el país; i

talento del ministro dictador

i

toda


— liberticidas.

La misma

impotentes para llevar

liabrian sido

su enerjía,

419

a cabo sus miras

diversidad de miras de los retrógrados, di-

vididos en facciones que se observan con ojeriza,

ha

sido

un elemento

del cual ha sabido aprovecharse Portales, para dominarlos;

han dejado dominar, en cambio de que

se

él sojuzgue

país en favor de ellos. Así es que este liombre

i

i

ellos

despotice al

ha venido a comple-

mentar a un partido que, por su diversidad de miras personales, no podía obrar de consuno sin un jefe absoluto que supliera las ideas,

que

le faltan,

los

hombres.

i

que son

el

único elemento de unión duradera entre

((Cada facción pelucona ha trabajado por ejercer

o

menos

halagar

exclusivo;

la casualidad,

fomentar las esperanzas de todas

i

O'higginista creyó co,

ayudado de

Portales,

i

i

aun

cree

que

el

un dominio mas ha podido

La

ellas.

ñiccion

glorioso vencedor de Chacabu-

convertido después en miserable dictador de Chile, vendrá a sen-

Los

tarse en la silla presidencial.

esperan la devolución

clericales

de los bienes quitados a los conventos de regulares; dores en jeneral ven en su

hombre de estado

yo de los usos, abusos, costumbres

menos contentos

temerosos

los

bierno restrictivo

i

i

i

i

los conserva-

mas poderoso apo-

No

vicios de la colonia.

están

pacatos, pues encuentran en el go-

cruel de Portales, la

mas segura garantía de

den público. Los estanqmros andan con fisonomía;

el

i

el

or-

placer pintado en la

hasta los qucaio son nada, han llegado a ser acérrimos

partidarios de la administración, pues durante los gobiernos despóticos,

pocos son los que tienen

el valor

de no batir palmas. Por úl-

timo, te hablaré, querida mia, de los monarquistas realistas.

de

los secretos

Estos no pueden menos que simpatizar con un hombre

que llevó su bras a los

i

relijion

(\wq.

aguardan de

i

prudeuLO cordura hasta no herir ni do

defendían la Santa causa de Su Majestad; él

la realización

cual el presidente será un

roí,

centro de todos los poderos públicos

gran elector de senadores, fliputados, cabildantes, jueces

i

otros echaban de

los

aquellos

de una república monárquica, en la

i

menos

i

])aia-

etc.

Unos

buenos tiempos de Su Majestad; pe-

ro hoi están contentos, pues que Portales gobernará a lo

r^i.


-- 420 «Ahora,

a todas esas cualidades, que tan del gusto son de los

si

un carácter despó-

reaccionarios, pues que ellas concurren a formar tico,

agregas la circunstancia de llevar Portales un ilustre apellido,

verás,

mi querida Lucinda, como cada una de

las facciones peluco-

nas liabrá de encontrar en don Diego algo que satisfaga sus deseos o esté acorde con sus preocupaciones.

Ahora

no siendo posi-

bien,

ble que ninguna de ellas alcance a lograr el dominio a que aspira, sin

que se

lo

impida

la

tonces entregarse en

ambición de su vecino, todas prefieren en-

manos de un hombre

sus preocupaciones, da pábulo a sus

mas

que, sobre no contrariar

bajos instintos

i

fomenta

sus esperanzas de recuperar algo de lo perdido. Por otra parte, los

pelucones, a pesar de su discordancia en aspiraciones, codicias

i

mi-

ras de detalles, están acordes en el punto capital de odiar las ins-

tituciones republicanas

i

perseguir sin descanso a los liberales. I

como nada liai que una tanto a odio a

un enemigo común,

el

de bajas miras como

el

vengativo político será

el

los espíritus

rencoroso

i

natural vínculo de unión entre los elementos heteroj éneos que for-

man

partido reaccionario.

el

«Aun mas:

ese

mismo

espíritu de intolerancia, de persecuciones

hasta la crueldad, de que tantas pruebas ha dado

ma, con su insolente

altanería,

una aureola de grandeza para

reaccionarios, educados bajo el réjimen colonial la férula

monárquica. Su ideal de gobierno es

tales realiza ese ideal.

Portales parece temerla

mas

Unos temen i

el ministro, for-

i

i

los

acostumbrados a

el

absoluto,

i

Por-

otros aborrecen la libertad,

aborrecerla al

mismo tiempo. Hasta

i

los

perezosos de entre los pelucones serán capaces de desplegar una

gran actividad activo

i

i

enerjía por oponerse a

una innovación,

¿quién

i

mas

enérjico para oponerse al desarrollo de las ideas republi-

canas que ese

mismo

Portales, tan perezoso ayer para

servir a la

independencia de su patria? Los reaccionarios son esclusivistas; su patriotismo es un egoísmo disfrazado; ellos se

desprecian al pueblo hasta

el

punto de negarle toda

pues bien, pocos caracteres mas esclusivos que absoluto ministro,

creen la patria,

el del

i

iniciativa:

intolerante

i

cuyo patrimonio no es mas que partidarisma


— (perdóname,

liijita,

421

esta nueva palabra),

pueblo es ya proverbial. Acostumbrados

como

allá en lo antiguo

como

era

admiran

ademas

los reaccionarios

era despreciada la

leí

el

a ver

por los gobiernos

i

dictada, con el fin de esclavizar a los gobernados,

que su hombre se sobrepone a las

la noble arrogancia con

manda

leyes, o las

cuyo desprecio por

i

hacer, para atar las

manos a

la nación, ¡Esto es

grande! ((Hé aquí

como

los

enemigos de

pio de autoridad, el cual

la república entienden el princi-

bajo la administración del caprichudo

ha dejado entrever que empleará adhesiones, ciales

como un dogma

será consagrado

como en tiempos

el

político

voluntarioso ministro. Este

i

sistema del favor para premiar

del rei; que no buscará talentos espe-

para que sirvan a la patria en los destinos públicos, sino

amigos ciegos que sirvan justicia en

manos de

los

al

partido; que pondrá

la

espada de la

instrumentos de su torpe política; que tra-

tará de arrebatar el derecho de sufrajio a los pueblos, convirtiendo al gobierno

en gran elector;

que no retrocederá ante

i

fraude, el espionaje, la injusticia

i

la crueldad,

para mantenerse en

su puesto contra la voluntad nacional. I ¿qué cosa

de

los

pelucones que todo eso?

gañosa, traidora, abusiva, perseguidora, injusta tales, es el ideal del

i

i

al

cruel, tal

altas cualidades

mas

gusto

del

política intrigante, falaz, en-

mismo tiempo como

intolerante, represiva,

se inicia la política

de Por-

peluconismo. I hé aquí como Portales, valién-

dose de tantos instrumentos, los reaccionarios,

Una

dolo, el

el

viene

que han sabido

como de

i

las bajas

a ser

el

gran instrumento de

sabrán aprovecharse, así de las pasiones de su hombro,

})ara

realizar sus liberticidas miras.

Mayo (.

((No seré yo,

I

la

una

alma mia, quien niegue que en

i

25.

media de

Ja tarde.)

las administraciones

pipiólas se

ha cometido desaciertos; pero ¡cuan infinitamente ma-

yor no es

el

número de adelantos que

el

país les

debe!

Lo

(pie

negaré siempre es que todos los errores cometidos por los liberales


A90

no

razonablemente una revolución. Porque,

lian podido autorizar

aún suponiendo que

cometido grandes des-

los liberales liubierau

aciertos ¿por qué no concurrían a enmendarlos, la cordura

i

el

saber

de los pelucones? Las administraciones pipiólas no tuvieron nada de esclusivistas;

con un espíritu de fraternidad que las honraj

i

proveían los destinos públicos, sin distinción de colores políticos.

«Jamás república;

lian i

obrado de otra manera los verdaderos amigos de la

los pipiólos lian

probado prácticamente que quien amq,

Nunca

a Ja libertad no aborrece a los hombres.

conducta del ejército con que Freiré venció a loé:

no bien depusieron

mente

mano. Pero

la

acuerdan

las

ir

a buscar lejanos ejemplos? ¿No se

de que ayer uo mas,

los traidores

en Chi-

los realistas

armas, cuando les apretamos cordial-

qué

¿a

olvidaré la noble

después de vencerlos

en Ochagavía, los abrazamos fraternalmente? ((Los liberales patriota,

i

amor a

la patria.

verificado las elecciones

oficiales,

enemigo

al ciudadano, al

mas

i

com-

consejos

Bajo la última administración se libres,

i

sin fraudes

ni

engaños

que yo espero ver en Chile, mientras sea rejido según

sistema iniciado por

como

el

estaban dispuestos a escuchar las advertencias

dictados por el

han

sabían ver en

el

es uotorio, ¿por

gran ministro. Ahora bien; siendo esto

qué

los señores pelucones,

el

así,

en lugar de ensan-

grentar atrozmente la república, no se valieron de las influencias

proporcionaban sus riquezas, sus antecedentes sociales

que

les

los

mismos puestos públicos que ocupaban en

hacer que éste dejara

man amigos te

el

mal camino? Pero nó:

el

los

i

gobierno, para

que

lioi

se lla-

del orden, prefirieron establecer en Chile el preceden-

de las revoluciones sangrientas que, andando

dando frutos de lágrimas, de desmoralización

el

tiempo, seguirá

social

i

de atraso pú-

blico

«Fácil es prever,

Lucinda mia,

los resultados

fatal

sistema de gobierno, atendidos

que

lo

ponen en

cia,

recien salido de

práctica,

i

el

el

prácticos de tan

carácter de los

hombres

estado social de un país sin experien-

una vida de envilecimiento; que

se

encuentra


— 423 en una época de transición,

i

--

al cual

es niui fácil corromper,

i

por

consiguiente, dominar.

ccUn país

que salta de repente de la monarquía a

así,

ha menester de un gobierno que

le

Ja república,

enseñe a ser republicano, pre-

sentándole cotidianos ejemplos de moralidad pública, de probidad j)olítica,

de respeto a la

al progreso.

pelucona? lítica

lei,

de patriotismo desinteresado

¿Podremos esperar algo de

Lo que

los

de amor

esto de la administración

estaraos palpando dice que nó.

puede esperarse de

i

¿Qné buena

fe

po-

que no solo ban faltado prácticamente

a su palabra, sino que tratan de elevar la falsía al rango de teoría política,

que ya va formando escuela?

peí acones nos tachan de crédulos,

dad, solo porque

hemos cometido

i

Con

decirte qne los señores

ilusos e inocentes liasta la necela

mui grande de

en su

fiarnos

palabra dejionor! Ellos se han levantado en nombre de nuestra constitución con el

objeto ostensible de defenderla; pero

gala de decir una cosa lei

i

hacer lo contrario, yo creo que borrarán la

fundamental para hacer otra a su manera. I bien se echa de ver

qué clase de constitución dictarán

andan diciendo que ,

como hacen

los

enemigos de

la libertad!

Ya

eljntehlo no está })re]paraclo ¡)ara ser rejido j^or

Este es/u principal

la constitución ¡ñpiola.

estribillo,

que se

repite,

creyendo haber dicho una gran cosa, porque no saben que son ellos los

que no

Q.^i'kw

preparados para

rcjir los destinos

de un pueblo

libre.

«Esta

es la verdad;

i

si

así

do unos imprudentes en dar

no fuera, nuestros padres habrían el

grito de

libertad

si-

tan prematura-

mente. Porque ¿estaban los pueblos, en 1810, mejor preparados que hoi para la república? ¿Por qué no esperaron con patriótica paciencia,

que los españoles acabaran su tarea de preparar a las colonias,

para la vida democrática? Ah! Lucinda mia! Si yo tuviera la

dumbre de

vivir a tu lado hasta ese

dia en que las opresoras aris-

tocracias encuentren ya preparados a los pueblos ])ara

derechos, te juro por nuestro

certi-

amor que me

(\jer(MU'

sus

creeria en posí^sion de

la felicidad eterna. ((Sí,

mi alma, son

los

usurpadores

prepararse para entregar

lo

que no

los

que no acabarán jamás de

h^s pertenece.

Será preciso que


— 424 — pueblo

el

arranque a estirones los dereclios

les

menester para adelantar en la via del progreso, que

alma mia!

Ai!

un gobierno republicano. Es algo

que un monarca, porque es un

te

fraz republicano, cometerá los blica.

A

entreve.

lioi

esos estirones harán correr rios de sanere 't.

«Así pues, don Diego Portales no será sino en nistro de

ha

libertades que

i

nombre de

el

cabe)

(si

rei disfrazado;

nombre,

bajo el pérfido dis-

i

mayores crímenes contra

jénero,

i

se

mi-

mas repugnan-

la libertad nacional, esclavizará

Habrá venganzas de todo

el

mandará a

la

Repú-

a la nación.

los jueces dictar

sentencias inicuas contra los enemigos de la administración.

«Todo esto

lo

hará Portales, sin necesidad de ser un gran jenio

(como ya comienzan a

decirlo los necios

i

que espe-

los aduladores

culan con su propia vileza). Bástale favorecer con su activa enerjía

délos reaccionarios; tendencias acordes con su pro-

las tendencias

pio carácter. El jenio crea, inventa;

i

Portales no necesita crear ni

inventar nada para gobernar a lo Yirei.

Este hombre, no solamente dominará al partido que

do

al

rango de oráculo

infalible, sino

lo

ha eleva-

que imprimirá a ésta

a las

i

futuras administraciones el sello sangriento de una política de es-

terminio: sello que jamás hablan presentado

republicanos en Chile;

que

me fundo

i

voi a darte,

para pensar

mi Lucinda,

i

las razones

en

así.

«Pongo en primer lugar (aunque no lento, la enerjía

antes los gobiernos

es la

la constancia desplegadas

primera razón)

por

el

el ta-

ministro para ha-

cer imperar su voluntad; a lo cual se agrega su espíritu vengativo,

cruel

i

atrabiliario,

que tan del gusto es de

segundo lugar, están

falta

la

i

miedo que

los

manos de su hombre. Ya antes el

carácter de Portales,

Ahora

te

i

la

i

su miedo a la liber-

harán entregarse a ojos cerrados en te

he hablado de

manera de

ser

las analojías entre

de los

pelucones.

haré presente que, siendo los pelucones un

eminentemente

En

de ideas, (de los reaccionarios),

su ignorancia de los principios democráticos tad: ignorancia

los pelucones.

egoísta, absorbente, esclusivista

i

partido

codicioso del po-


— der,

ayudará

al ministro,

con todos los elementos que

nen sus influencias personales los

425

i

le

proporcio-

sus riquezas, a fin de que Portales

haga para siempre señores absolutos del

Por último, adue-

país.

ñados del poder, nadie pondrá en duda que habrán de proseguir después monarquizando la repiiblica. I gobernarán, cruel camente, no tanto porque administración

el sello

el

despóti-

i

absoluto ministro haya impreso a la

de la crueldad

i

del despotismo, cuanto por-

que esta manera de gobernar es esencialmente española, o es lo

mismo, reaccionaria, pelucona. Por consiguiente,

que

lo

enemigos

los

de la libertad chilena no han menester que Portales, ni nadie, ven-

ga a enseñarles a llamarse

ellos

mismos

la nación; a repartirse en-

tre sí todos los puestos públicos; a escluir a sus contrarios de toda

participación en los destinos del país; a negarles sus derechos a los

pueblos; a no hallarlos jamas preparados para darles

lo

que

pertenece; a valerse del poder para enriquecer a sus amigos,

perseguir a sangre

i

i

les

para

fuego a sus enemigos; a calumniar a la liber-

tad, echándole en cara todos los males ocasionados por el despotismo; lo existente, sea

ma-

rechazar sistemáticamente toda idea, sea buena o

ma-

a llamar orden al statu-quo; a conservar todo lo o bueno, la;

i

a apropiarse de los adelantos realizados por las mismas ideas

que poco

liá

progresos que

despreciaban, decretándose coronas el

país

ha alcanzado, a pesar de

esto lo sabian ya los j)cluconcs lo pusiera en práctica.

ayudara a escalar .

el

los

ellos

mucho tiempo

Lo que necesitaban

puestos públicos,

i

cívicas por

mismos... Todo

antes que

era

los

Portales

un hombre que

les

diera a la administración

tono conveniente

«Mayo

(A «Que

el

las 9

2o.

de la noche.)

país progresará relativamente bajo las administracio-

nes peluconas, eso es indudable;

])ero ello será,

no porque

los

go-

biernos sigan la política iniciada hoi por don Diego Portales, sino

a pesar de esa política. Chile es un país sesudo, industrioso, traba53*


— jador

426

eminentemente comercial;

i

i

— aunque

de

carácter pacífico

el

sus habitantes los aleja de toda clase de revueltas^ no estarán jamás tranquilos mientras no recuperen el uso de la libertad, que necesi-

tan para hacer progresar su industria

que cuantos pasos dé

el país

su comercio. Por manera

i

en la vía de los adelantos, serán debi-

dos a la noble constancia del pueblo. Los gobiernos se ocuparán en

oponerse sistemáticamente a la marcha progresiva de la nación; en conservar prácticas abusivas, absurdas e inmorales, para conservarse ellos a todo trance, en sus puestos,

que

es decir, el dia aquel en los pelucones)

«Hé

el

i

en esperar

pueblo adquirirá

há menester para hacer uso de

ahí, querida mia, la tarea

el dia del juicio,

que (según

el juicio

lo

que

le pertenece.

de los pelucones: apenas

que-

les

dará tiempo para escribir la historia de los adelantos que la república les debe

«Considera ahora cuál no será la corrupción de un pueblo sin esperiencia,

bierno los

que

mas

comenzar a abrir

al

los ojos,

ve en su propio go-

perniciosos ejemplos de dolo, fraude, traición

i

en-

gaños de todo j enero.

«Una

de dos: o

un gobierno esos

mismos

el país vive

así corrompido,

o.

en una constante irritación contra se envilecerá hasta el

vicios consagrados por el

mero producirá

ejemplo del poder. Lo pri-

levantamientos cotidianos

los

punto de amar

i

la constante anar-

quía; lo segundo corromperá las costumbres políticas,

pasará la corrupción

al

hogar doméstico.

será el último grado de

No

i

de aquí

es posible decir cuál

envilecimiento a que puede llegar el pue-

blo por este fatal camino.

«I no será este

el

mayor mal que don Diego Portales haga a

la

república, sino que con su fatal sistema de gobierno, desacreditará las instituciones

republicanas; pues

muchos

espíritus lijer os acha-

carán a estas instituciones los disturbios, desórdenes, absurdos, torpezas, dolores ritu

bajo

i

lágrimas que

monárquico encarnado en el

manto republicano.

el

el

país deberá solamente al

sistema de Portales

i

espí-

disfrazado


427

c(Mas a pesar de las despóticas dotes del gran estadista, a pesar

de toda la riqueza de los pv?lucones,

por mas esfuerzos que hagan

i

para esclavizar al pueblo, no alcanzarán jamás a apagar la libertad. Chile

cioso

don del

ha comenzado a saborear

cielo,

los efectos

amor a

el

de este pre-

Mui

aspirará siempre a gozarlo por completo.

i

bien puede tropezar

i

aun

pero bien pronto querrá arrancar

caer;

de manos del gobierno, los derechos

i

libertades que le usurpara.

((Por su parto, los pelucones liarán consistir el decoro del gobierno

en despreciar los

pueblos

i

la

voz déla nación, en no escuchar las reclamaciones de

en ahogar toda idea que de estos nazca.

gran principio de autoridad. Ellos carecen del espíritu de i

tratarán de sofocar ese espíritu en

entre gobernantes

eterna

pueblo.

De

que no cesará sino cuando

el

iniciativa,

aquí la división

gobernados; de aquí la guerra

i

sin cuartel,

i

el

aquí su

guerra

civil,

sistema absurdo,

iniciado hoi por Portales, deje de ser practicado por nuestras futu-

ras administraciones. ((Pero mientras lléganosos tiempos

¡ai,

querida mial cuánta no

puedo seguir

será la sangre chilena que se derrame! Casi no

biendo: la

poco

me

pluma tiembla en mis manos. Mas, por

es

dado dejar de seguir comunicándote mis

mitad de mi

eres la

me parece

otra parte,

que

ellos

ser.

Amor

a

ideas,

escri-

tamtí (pie

mió! al enviarte mis pensamientos,

han estado también en tu mente;

i

es tan

dulce

esta ilusión, que sigo figurándome que nuestras almas piensan a

mismo tiempo almas

las

se unieran,

Lucinda, en este respiración,

En

i

mismas

momento

i

te siento aquí,

fijos

amo a

tí.

Yo

lo (¡uc es bello

por eso aspiro a ennoblecer

cerme digno de tu

(corazón.

i

noble,

mas i mas mi

bueno

i

i

tú debes

espíritu,

para ha-

Así mi mente se confundirá con así

de lo bello.

la tuya,

nuestros corazo-

nes permanecerán siempre unidos, cuando ardan en lo

tí escribo.

que tu amor tiene ese mismo

cuando ambas tengan idénticos pensamientos;

de

mi

junto a mí, sujetando tu

en estas líneas que para

que yo amo todo

creerme desde que te objeto,

qué estraño seria que nuestras

a pesar de la distancia que nos separa? Mira,

con los ojos

ellas te digo

cosas. ¿I

un

el

mismo amor


428 --

«I pcara mí, no hai espectáculo

pueblo joven de

lleno de vida,

i

alma mia,

deza

ficticia

la

el

que marcha sin separarse de la senda

un hombre. Porque

aprendizaje de las ciencias

el cultivo del

verdadera grandeza, muí diferente de la gran-

de una nación llena de brillo

trada a los pies de

amor

un

bello que el que presenta

para liacerse digno de gozar este don de Dios.

la libertad,

aquí,

mas

i

i

i

de riquezas, pero pos-

senda de

la

de las artes,

la libertad es

el ejercicio del trabajo,

de la fraternidad universaly

el

fomento de

to-

das las aspiraciones nobles, la realización de todas las ideas elevadas

la práctica

i

de todas las virtudes que honran a la humanidad.

El pueblo que sigue

este

camiao no

se

postrará ante un hombre,

porque no reconoce otro Dios que Dios; pero doblará te la

lei,

dad,

porque en una nación

la voluntad

la lei es la espresion

así,

an-

la rodilla

de la ver-

de Dios, manifestada por la vo2 de un pueblo

libre.

«¿Encuentras la tierra

que

testación que

tú,

Lucinda mia, algo que sea mas

Yo

héroes de

la con-

realización de este ideal?

me

dará tu almajenerosa, cuyo principal goce es relos

por ese bello ideal. Ese fué

nuestra independencia,

hijos de Chile,

cuando

la

demás. El deseo que tengo de que tu

tierno corazón palpite por quien tanto te ama, sacrificios

mui bien

la

crearse en la felicidad de

mis

en

bello, aquí

i

el

hacia él

democracia

lia

me

hace recordarte

punto de mira de

marchaban

los

buenos

los

caido de nuevo en los la-

zos del viejo espíritu monárquico

".

Mayo (PóT

la

26.

mañana.)

((Acaba de llegar Pedro, que nie ha entregado tu carta;

abrazado dos veces, para pagarle mil gracias, adorada mia! tamente,

i

Me

el

tesoro que

iiie

lo

he

pides que te devuelva a Pedro pron-

como a un

llorado, contándome... pero, olvidemos esto,

gracias a la Providencia que sabe velar por los que tienen

ta por los que no creen en

i

trae. Gracias,

así lo haré. Este leal servidor, a quien estimo

buen amigo, ha

.

ella.

i

fe,

demos i

has-


^

429

«Mientras Pedro encuentra donde comprar un caballo para volsuyo ha caido muerto poco antes de llegar

verse a Molina (pues el

yovoia

aquí),

contestarte.

«Para esto tengo que hacer un esfaerzo sobre mí mismo, pues los ojos se bir, el

me van

sobre tu preciosa carta;

casi

i

no

me

deja escri-

deseo de volver a releer tus lindos párrafos, endonde veo

trasparentada la ternurade tu corazón. Pero es preciso que conclu-

ya esta contestación. «El jeneral, ya algo restablecido, está mui contento por la manera como has escapado de tantos peligros;

i

me

encarga manifes-

espresiones que para él vienen

tarte su gratitud por las cariñosas

en tu carta. «Dile a

mi

excelente amigo Tronera que su valeroso

i

abnegado

comportamiento ha merecido mil alabanzas de parte del jeneral; de la mia, agrégale que no

dices nada, porque no hallo

le

espresarle mis sentimientos de gratitud

ma

señora, en cuya casa te has

con toda mi alma; tan, iré a

i

hospedado,

que en cuanto

Molina a satisfacer

cordialidad.

i

los

le dirás

i

cómo

A la bonísi-

que la quiero

me

las circunstancias

permi-

lo

deseos que tengo de conocerla

i

abrazarla.

«Tenemos fundadas razones para

creer que nuestro escondite

sido descubierto por los ajentes del gobierno,

i

ha

pensamos ponernos

en camino esta misma noche para Santiago, endonde podremos permanecer ocultos con menos probabilidad de ser descubiertos que en cualquier lugar de provincia.

«Ah! querida de mi corazón! Es menester que huyamos del gobierno todos los que

mos

amamos

la libertad

i

cstranjeros en nuestra propia patria,

el i

progreso de Chile. So-

no nos

es

dado esperar

misericordia ni benevolencia de parte de quienes están dispuestos a

no concedernos aun los chilenos, sino

tenemos amor a tar ose

amor

i

de

el

uso de nuestros derechos. Chile no es ya do

los

antiguos amigos

la libertad

esa

fe,

como

fe

i

de España. Los

en la república, debemos

se oculta

alejaremos de aquí, porque no (piicn)

un

crímcMi. Sí,

(jue

(jue ir

aun

a ocul-

alma mia, nos

mis hijos abran

los ojos,


— 430 — viendo entronizada la injusticia,

i

elevados, el fraude

el

i

engaño, al

rango de virtudes.

algún día

Si

mos allá, en aquel

En

llanos.

que la

i

menester, volveré a darle

lia

quede;

pero

mientras tanto,

Es una ensenada de

cubiertas sus faldas de quillayes., peumos, litres

mitad de

la

mano de un

falda

la

liai

corpulentos

nos de oro, sas

i

como

blancas

i

unido follaje délos

el brillante

i

con sus gra-

del holdo,

la

pedregosa base de la montaña.

a la espalda se elevan los jigantescos cerros,

faldas del

acerado de

azahar. Desde aquella meseta se divisa el

el

da se despeña un torrente las

tilmos

el

bullicioso,

monte una quebrada

la ola allá abajo,

i

el

A la

a la izquier-

i

cuya corriente ha cavado en

que desemboca en

el

Solo se oye el ruido de la cascada en la cumbre del cerro,

pe de

mas

de las pataguas salpicadas de flores oloro-

mar, que rompe sus olas en derecha

ave-

una meseta, endonde parece

quillayes, hasta el oscuro

el lustroso

i

i

jenio benéfico hubiera reunido los árboles

árboles, desde el ceniciento de los

ha-

lie

cerros coronados de robles

hermosos. Mil matices del verde, alternan en

los

vivire-

lugarcito de costa, de que ya otras veces te

blado. Te acuerdas? seculares

me

que

poco de vida

lo

me

patria

la

murmullo de

la corriente

océano. el gol-

que se desli-

za por debajo de los árboles que bordan la quebrada, ocultando a

medias

el

coileras

i

abismo con cop'úites,

haremos una

i

casita,

dos, litres, joeumos

i

lazos, festones

los

cortinajes de

i

¿(9^2^f,

de

de otras mil enredaderas. Allí en la meseta

medio oculta entre Sobre

arrayanes.

el el

precioso grupo de bol-

abismo de

la

quebrada,

habrá un balconcito, que será nuestro lugar predilecto, porque allí

platicaremos juntos:

desde

la majestad del sol poniente,

gozaremos del canto de

allí

admiraremos todas

hundirse en

al

los pájaros

las

las tardes

aguas del mar,

i

que buscan sus dormitorios en-

tre el follaje de los árboles.

((Me parece que te veo, alma mía, embelleciendo con tu presencia ese

quequeño, pero dulce hogar.

solo por mí,

i

por nuestros

hijos,

Me figuro

verte allí adorada,

herederos de la bondad

i

no

dulzura de

su madre, sino también por todas las j entes del lugarcito, a quienes


43Í

que llegarán a mirarte como su áujel

tú liarás tantos beneficios, tutelar.

«Adiós, vida de mi alma! sueños; que yo estoi

ruega

seguro de

al cielo

que se realicen estos

que Dios oirá

ruegos de un

los

ánjel.»

Lucinda Labia leido esta larga

carta,

no

que las lágrimas

sin

Guando

hubiesen venido varias veces a sus

ojos.

lanzó un

de placer al

suspiro,

que fué de dolor

i

Pero bien j)ronto no quedaron en su mente, sino ducidas

por

los

últimos párrafos

de la

carta;

i

liubo concluido

mismo tiempo-

las

imájenes

¡Dro-

dando gracias a

Dios, que le conservaba a su querido esposo, elevó sus ojos al cielo, i

murmur<) con ese acento que solo

se

encuentra en las palabras de

una mujer:

— Dios mió!

Sin duda que

de vuestra bondad

infinita,

el

amor

es

un

precioso don,

cuando tan dulce es amar

de esta manera!

:o:

i

emanado

ser

amada


/


CAPITULO

LVIII.

DESTERRADO.

EL

«El pago de

Cliile!»

(Dicho popular.)

La

carta anterior era seguida do

una posdata que

decia:

((Últimamente liabia pensado irme con Pedro, a Molina; pero se

han confirmado las

noticias

que nos dieron estamañana, de haber sido

descubierto nuestro escondite.

do en que

En

se halla? Prefiero

cuanto deje a don

¿Cómo

dejar al jeneral solo en el esta-

quedarme por

Ramón

en lugar seguro,

cha para esa Villa, disfrazado de

arriero.

tes en venirte,

no dejes de hacerlo por

lo cual escribo

largamente a Pepe.

manera que

si

todos i

i

enviarte a Pedro.

me pondré

obstante,

camino de

Yo tomaré

si

en martú insis-

la costa, sobre

misma via;

i)or

ustedes se vienen antes de una semana, tcuigo

i)or

va bien advertido sobre

dencia

el

No

que nos habremos de encontrar en

cierto de

De

aliora,

modos sigue

el particular,

las

conoce

indicaciones

valor tengo' plena confianza.

el

esa

camino. Pedro, que

el disfraz

que llevaré.

de Tronera, en cuya pru-

—Adiós otra vez, nlma mia.»

1


— Tronera, después de la de Lucinda;

i

434

leer su carta, ¡^asó

aunque manifestó

rápidamente

cierta tristeza

la vista

por

desagrado du-

i

última lectura, bien pronto volvió a su natural alegría.

rante esta

Preguntó a Lucinda si estaba^ dispuesta a ponerse en marcha al siguiente dia, i habiendo ésta contestado afirmativamente, empezó

Pepe a disponer todo

lo necesario.

caballos con este objeto, así

Ya

como un

pero con los últimos gastos, se

cómodo para Lucinda;

sillón

agotó

le

habia comprado dos buenos

el dinero,

tuvo que recurrir

i

a la bolsa de doña Manuela. La jenerosa señora puso a disposición de Lucinda, no solamente

rogando a

dinero que necesitaban, sino todo cuanto ella tenia,

el

Pepe que

elijiese

viaje; pero

Lucinda

solo aceptó el

su llegada a Santiago,

jamas podria pagar

i

i

concluyendo con decir a doña Manuela, que

los hospitalarios beneficios

A esto la buena

vorecido.

muías para el dinero, prometiendo devolverlo a

en su fundo los mejores caballos

con que la habia fa-

señora contestó, con las lágrimas en los

ojos:

¿I te parece

poco pago, liijita,

sabrosa compañía?

compaña,

te

el

placer que

me

has dado con tu

Bien sabido es aquello de que: quien bien tea-

engorda;

i

yo creo que tú

me has hecho

engordar mas de

dos dedos, a pesar de los sustos que hemos tenido que sufrir: que no hai paciencia para aguantar estos tiempos

hecho pecho, quien nos

i

lo pasado, pasado,

manda

sufrir

de nuestros prójimos. cia; así el otro:

i

como

cúmplase

Y el

a lo

voluntad de Dios,

con paciencia las adversidades

i

flaquezas

que no tiene paciencia no gana esperien-

como al que no aguanta, nadie lo aguanta, pues, como dijo hombre poco sufrido, siempre mal avenido; i el que no sabe

llevar la carga, antes se carga que

no

dos los dias; pero no puedo,

Quien mas

riencia, aquello

viv.e

mas

i

Yo

se descarga.

alma, irme a vivir a la capital, solo por tener

ces.

la

están. Pero

el

quisiera,

mi

gusto de verte to-

medios son rigorosos jueahora vengo yo' a saber, por espe-

los cortos

sabe;

i

de que no es bueno hacerse con

durar. Pero no digo esto para que te

aflijas,

lo

que no ha de

prosiguió, viendo que

Lucinda se entristecía. Eso sí que nó; mírame como yo estoi alegre, porque todavía te veo, pues también es preciso gozar del sol mientras dura, tristeza,

i

mas

la cual dicen

sirve para

matar

vale

una

]iora

de alegría, que cien años de

que es cosa inventada por

al cristiano,

como con

el

diablo,

i

solo

cuchillo de palo; mientras

que la alegría es cosa de Dios. I ahora, espérame aquí sentadita en mi cojín, mientras yo voi a la cocina a ver si se han cocido ya los pollos para el cocaví que has de llevar.


— 435 ^ Diciendo

esto,

la

señora

salió

tarareando una tonadilla; pero en

cuanto estuvo fuera de la pieza, calló

i

se limpió los ojos con la

falda de su camizon de angaripola.

Aun no

liabia

amanecido

el

dia siguiente, cuando ya Tronera

i

Pedro tenian preparadas las cabalgaduras i cargadas dos muías; la una con un almofrej, endonde llevaban las camas, i la otra con el cocaví,

compuesto de una multitud de atados

i

canastos llenos de

municiones de boca.

La carabana

se

puso en marcha, después de haberse despedido de

doña Manuela, quien, habiendo hecho persignarse a Lucinda al tiempo de montar a caballo, prom etió quedarse rezando un rosario a la Vírjen, para que librase a los viajeros de todo peligro. Lucinda, entre Tronera

i

Pedro, formaban la vanguardia;

i

las

dos muías, arreadas por dos inquilinos del fundo de doña Manuela, constituian la retaguardia. Estos

iban armados solamente de sus

catanas, pues no habian queiido recibir las pistolas que Pedro les ofreciera,

En

en razón a que ninguno de ellos sabia manejarlas.

cuanto a Pedro, ademas del machete de que siempre estaba

provista la cabeza de la enjalma de su montura, llevaba dos pares

de pistolas en la faja que rodeaba su cintura: tolas de cuatro cañones, había agregado

sabia manejar. Pepe, con el aire de

i

Tronera, a sus pis-

su espada, que tan bien

un hacendado campesino, llevaba

pantalones de barragan, grandes espuelas, chaqueta de paño azul

con alamares negros, chaleco de cotonía amarilla, faja de seda, cuyas flecaduras

le

llegaban casi a las rodillas, poncho de lana cari

con guardas lacres,

i

gran sombrero de

pita, sujeto

con

el fiador

debajo de la barba, desde donde pendía uua borla que al

estómago.

A fin

le

por

llegaba

de evitar sospechas, llevaba su cortante espada

envuelta en un atado de pasto seco, que había acomodado sobre el almofrej.

Afortunadamente nuestros viajeros no tuvieron que hacer uso de sus armas, en los cuatro dias que duró la marcha, pues, gracias a medidas tomadas por Pepe Tronera, cuya prudencia desmintió esta vez el apellido (pie llevaba, nada les sucedió que merezca ser narrado. Tan })recavido fué entóneos el amigo de Anselmo, que, a las

pesar de las largas

})atíllas })ostizas

i

del polvo de carbón con que

había desfigurado su rostro, determinó entrar a la

ya había oscurecido. Eso los

que tuvo cuidad

mozos cüu ka muías, dúudolc¿

cai)ital,

cuando

)

de enviar adelante a

las señas

de la casa de Audrcíi


— Muñoz por :

lo que,

los esperaba

cuando

43G

con Lucinda

él llegó

i

Pedro, ya Cecilia

con la mayor impaciencia.

Abrazó Lucinda a su amiga, con muestras del mayor regocijo, i poco después llegó Anselmo acompañado de Andrés, quien habia ido a poner en conocimiento de aquél la feliz llegada de su esposa.

Renunciamos a pintar el contento de Anselmo i de Lucinda al estrecharse mutuamente entre sus brazos. Hablaban i reian a un tiempo; se liacian mutuas preguntas, que quedaban sin contestación,

Tolvian a abrazarse, para quedar en seguida mirándose sin

i

hablar una palabra. Eestablecida algún tanto la tranquilidad de los

pudieron Lucinda

espíritus,

i

Pepe informarse del estado de

las

cosas en ^antia^'o.

Hé aquí

lo

que Andrés

i

Anselmo contaron a los

El escondite del jeneral Freiré habia

mismo

se dia.

habia convertido Freiré habia

en la prisión, de

él.

pues

sin saber

sido

en declarado gobiernista.

tomado

nadie lo que

Temíase que Portales el

sido descubierto por

don Ca-

obtener una administración de

talino Gacetilla, quien, deseando

estanco,

recien llegados.

lo hiciera

preso,

el

i

En

ese

permanecía aun

gobierno pensaba hacer

juzgar

i

sentenciara muerte,

gobierno, después de su victoria en Lircai, habia desplega-

do un verdadero lujo de crueldad contra los vencidos. Freiré, con todos los jefes, oficiales

i

soldados que pelearon a sus

órdenes en Lircai, habían sido dados de baja por un decreto, al cual se le

puso una fecha muí anterior a

traidor fin de convertirlo en

la de su promulgación,

con

el

una arma arrojadiza contra enemigos

indefensos. I no era esto solo; pues, a pesar de esceptuarse por di-

cho decreto «todos aquellos que depusieren voluntariamente las ar-

mas», hubo muchos a quienes no

les valió

su actitud pasiva para

dejar de ser cruelmente perseguidos.

Portales quería pacificar el país

i

restituir la tranquilidad

ánimos, persiguiendo sin cuartel a los pipiólos. éstos fuesen

j entes j^acíficas,

en la revolución.

No

a los

importaba que

que no hubieran tomado parte activa

Sus simj)les opiniones

|)olí ticas

bastaban para

condenarlos a prisión, a destierro, a muerte, o a confiscación de sus bienes. I habia llegado a tal j)unto el odio de Portales contra el pipiolismo, que el gobierno creía de su deber insultar a las mujeres

de los pipiólos.

—A buen tiempo hemos llegado! la relación anterior

esclamó Pepe Tronera, oyendo

hecha por Andrés. Cualquiera

retrocedido a la colonia.

diría

que hemos


— —

I diría la verdad,

un hombre de

ser

437

agregó Anselmo, pues Portales, a pesar do

talento,

no tiene

el suficiente, ni

tampoco

trucción que se necesita para conocer que a la fecha no es

un instrumento de

mas que

los reaccionarios.

Conversando de esta manera estaban, cuando oyeron en siempre elevada

esterior la voz

la ins-

i

clara de

el

patio

don Catalino Gacetilla,

que preguntaba a alguien:

—-Ah! ¿Eres Pedro? Bien

disfrazado vienes: pero responde, hijo

porque no tienes para qué ocultarte de mí. ¿Sabes algo de Ansel-

mo? Ah!

muías

estas

me indican

que Lucinda ha llegado. Animal!

En vez de responder, se echa sobre mí... Si estará ¡I me hace tortilla este pié, con sus bototos de puente

— Don Catalino!

borracho! Ay!

de cal

i

canto!

esclamó Andrés... Pepe! ponte tus patillas;

i

Anselmo, sepárate de Lucinda. Acuérdense de que ha vei\dido a Freiré!

tú,

Por fortuna, Anselmo conservaba su blo,

disfrciz

de hombre del pue-

que se había visto en la necesidad de usar para escapar a las

j^esquisas,

que consistía en unos pantalones de cordoncillo, un pon-

i

cho listado

i

un bonete

azul. Mientras

Andrés hablaba, Tronera

se

había puesto las patillas, diciendo en voz baja:

—Yo

un guaso que vengo a comprar un par de caballos al amigo Muñoz; i tú, Anselmo, eres mi sirviente de confianza. No tuvo tiempo de decir mas, porque Gacetilla entró. Lucinda i Cecilia se habían retirado a un rincón poco alumbrado. Pepe i Andrés parecían tratar mano a mano su negocio, i Anselmo se había sentado respetuosamente en una silla retirada, endonde permanecía soi

sin hablar palabra

—Mi

i

con su bonete en las manos.

señor don Andrés, dijo Gacetilla

al

entrar: ¿cómo está us-

cómo lo pasa? En cuanto a mí, no lo ]3aso muí bien en este momento, pues un maldito guaso que encontré ahí fuera, me acaba de dar un pisotón en un callo que tengo muí sensible. Muí buenas noches, señor, prosiguió, dirijiéndose a mi

ted?... I usted,

.

Pepe, quien

do

sid Cecilia,

.

solo

contestó con una inclinación

ala de su guarapón. Vaya,

el

mi

sid Cecilia:

me ha hecho ver estrellas. No me gusta la bulla, dijo Pepe,

de cabeza

como

i

tocan-

se lo digo, ese

guaso

a usted, señor Muñoz, podemos

ir

con voz ronca;

i

sí le

parece

a tratar de nuestro negocio en

otra parte.

— ;Qué

guaso tan brutol murmuró don Catalino. Apostaría mi


438

¿Conque el señor dirijiéndose a Muñoz.

cabeza a que es de Colcliagua.

preguntó en voz

Sí,

alia,

amigo mió, respondió

reja de caballos tordillos; pero los

senta pesos que

venido a comprarme mi pa-

encuentra caros por ciento

se-

le pido.

— Oh! esclamó

el

entrometido hablador; mui poca plata es esa

¡morunos caballos tan buenos, ver al uno^

Ha

éste.

es negociante?

i

sobre todo, tan parecidos, que

Créame a mí,

ver al otro.

sori

prosiguió, dirijiéndose fami-

mas bien arreglaSon como regalados, por

liarmente a Pepe: yo no conozco unos animales dos, de mejor boca

i

mas

atentos que esos.

esa plata!

—Acabemos, Tronera, hacer caso de palabrería caballos por ocho onzas de ¿Me da nó —Mañana contestaré, respondió Muñoz, como dudando. Ahoruego que ra —Le Tronera; pero no incomoden ustedes por mí sin

dijo

blantin.

o

la

del lia-

oro?

los

le

.

se aloje aquí.

le

acepto, dijo

en arreglarme cuarto

ma

se

para dormir, pues yo viajo siempre con ca-

Anselmo. Desensilla ten cuidado de no desaparejar las muías hasta que

petacas. Mira, prosiguió,

i

los caballos,

i

¿Entiendes? Abre

se enfrien.

dirijiéndose a

el almofrej,

los pies,

pues ya

me

hazme luego mi cama

me

en Un rincón del corredor, porque a mí

campo. I mueve

i

gusta dormir a todo

va viniendo

el

sueño.

Mientras Pepe decia esto a media voz, se habia acercado a Anselmo, a quien empujó hacia afuera, con el objeto de hacerle algu-

nas advertencias en voz baja.

En

seguida volvió a entrar, a tiempo que Gacetilla decia, clavan-

do en Lucinda su escudriñadora mirada: Pues yo creí al principio que esos caballos

de Lucinda, que acabarla de llegar, pues

me tre i

escribió

amigos)

:

encargándome mucho

me

i

esas

muías eran

el

reverendo Hipocreitía

el secreto

(pero aquí hablo en-

escribió diciéndome que

Lucinda estaba en Molina,

que pronto se pondría en marcha con destino a esta capital, acom-

pañada de Pepe Tronera. Diciendo ésto, se lo

dirijió la vista

hacia Pepe, quien sacó su pañuelo

i

pasó por la cara. Poco después, don Catalino volvió a mirar a

Lucinda;

i

como

viera que la joven tenia la cara atada

cabeza con su pañuelo de rebozo,

le

las

ga no ha podido

cubierta la

preguntó:

—¿Está usted enferma de muelas, respondió prontamente — Sí, señor,

i

señorita?

mi pobre amisorda como una tapia.

Cecilia; pero

contestarle, porque es

^


— 439 — — Qué desgracia! esclamó Lucinda no

cilia: si

el novelero.

lia llegado,

:

le digo,

llegará bien pronto;

do mucho a Anselmo, para darle esta noticias

Eues ya

¿no sabe lo que hai, señor

sid Ce-

yo he busca-

i

a propósito de

noticia... Pero,

Muñoz? Ya

mi

gobierno no pien-

el

sa en hacer fusilar a Freiré

Una

esclamacion de Lucinda interrumpió a don Catalino.

— qué piensa hacer? preguntó Andrés, tratando de dominar su emoción. — Desterrarlo Perú, respondió Gacetilla. Lo de buena ¿I

al

Mañana so.

tinta.

saldrá de tiquí, bien escoltado, para el puerto de Valparaí-

¡Pobre jeneral! tan bueno, tan patriota

i

tan valiente! ¿No es

lástima que se destierre a un jeneral tan benemérito, que ha pelea-

do tan bien por nuestra Independencia? Pero ya

se ve!

pago de Chile! Pues a mí

al

Este es

el

Perú — me da mismo que destierren gran China, Andrés. — a mí también, agregó Pepe con voz mirando de a — Pues yo no puedo dejar de repuso porque (no lo

lo

o la

dijo

sorda,

I

reojo

i

Gacetilla.

sentirlo,

j)uedo negarlo)

éste,

quiero verdaderamente al jeneral,

sé estimar sus

i

méritos. Oh! el pago de Chile!

Al

oir

hablar de este

modo

al

mismo que acababa de vender a

don Ramón Freiré, no pudo Tronera dejar de hacer un brusco movimiento de indignación, con el cual tuvo la desgracia de cortar uno de los cordones que sujetaban por detras de las orejas sus i)ostizas patillas.

Estas cayeron por un lado, quedando en descubierto ima

parte de su rostro:

i

reir sarcásticamente.

viendo esto

Pero se

le

el

impávido Gacetilla, comenzó a

heló la risa en los labios, al notar

que Pepe, alzándose rápidamente de su asiento, sacó llevaba debajo del poncho,

Este vio relampaguear

la

i

saltó hacia el

lo

mano

espada que

imprudente parlanchin.

espada sobre su cabeza,

pero dos o tres golpes asentados con

la

i

quiso gritar;

firme sobre sus espaldas,

echaron al suelo.

— usted da menor mato aquí como a un Tronera. — qué hecho yo para merecer mal tratamiento? guntó humildemente don Catalino. — Usted ha vendido a nuestro jeneral —¿Yo vender a uu hombre tan benemérito, a quien amo Si

el

grito lo

perro, le

dijo

¿T

h(í

i

peto tanto?

pre-

este

i

res-


— 440 — — Calle

miserable! esclamó

el

Pepe, quitándose

el

sombrero

i

Yo soi Pepe Troneque no me ha de ir a denun-

arrancándose la barba postiza. Míreme usted! ra,

i

se lo digo

porque

estoi seguro

de

ciar.

—¿Yo denunciarlo a Yo

soi

— Pues

alzán-

tomando su sombrero como para retirarse. Nó! un hombre honrado e incapaz de delatar a nadie.

dose del suelo

más!

usted, señor Tronera? dijo Gacetilla,

i

con gobiernos como

ja-

que tenemos, los hombres mas honrados se convierten en delatores, repuso Tronera con amenazanel

gran Portales cuando vaya a hacerse han ofrecido a usted por su deslealtad. I

te voz. Dígaselo usted así al

cargo del estanco que

le

ad^dértale al estupendo político que, dando los destinos lucrativos

en cambio de infamias como la que usted ha cometido, convierte la delación en un oficio provechoso. Dígale de mi parte que siga sacrificando el decoro nacional en aras de la traición, pues a esta dio-

que no perdonen a nuestra constitución, a la cual, aparentando defenderla, le han dado el beso de Judas: que la pisoteen i que dicten otra contraría a los principios resa le deben ellos

la victoria;

publicanos. Agregúele usted a ese portentoso político que siga trai-

cionando estos principios con la promulgación de leyes torpes

i

en lo cual se obrará lójicamente, pues un gobierno endonde impera la voz de los antiguos perseguidores de los patriotas, restrictivas,

debe dictar leyes contra la Eepúbhca chilena... No se le olvide decirle al profundo estadista i eminent e patriota que emplee todos sus talentos en convertir a Chile en la caricatura de una república,

gos

i

i

toda su enerjíai patriotismo, en vengarse de sus enemi-

en perseguir a sangre

se tranquilice

que ve

la

i

i

fuego a los pipiólos, para que

el

país

j)ermanezca quieto, así como está usted ahora, por-

penca sobrefsu cabeza.

Y

por último, adviértale usted al

traidor a la libertad^de su patria, que se cuide de los traidores!

Tronera habia llegado

al

último grado de exaltación;

i

temien-

do Andrés que se dejase llevar de su arrebato, le dijo: Basta, amigo mió. Baja tu espada, pues no hai necesidad de amenazas, para que don Catalino guarde silencio.

—Yo no

cómo no mato a

a tiempo que Cecilia

ra,

— No

lo harás!

i

este bribón! dijo

Lucinda salian del cuarto.

observó entonces Anselmo,

momento. Dame tu espada! Tu amigo .

—Tómala!

contestó

sordamente Trone-

qiie

entraba en ese

te la pide.

Pepe entregándosela, porque

si

la sigo te-


441

— mí mismo. La vista de

niendo en mi mano, no respondo de traidor -me revuelve las entrañas.

Don

este

i

que habia ^permanecido mordiéndose la lengua

Catalino,

mientras estaba amenazado de muerte, rompió a hablar, en cuanto cesó

e]

peligro.

—Anselmo, amigo

mió!

abrazando

dijo,

tu vida! Mira que soi inocente...

Yo

al joven.

te juro

Líbrame, por

que nadie sabrá nada

por mi boca.

—No necesita usted repuso Tronera: usted no nos denunciará, porque no saldrá de esta — qué piensan ustedes hacer conmigo? — Deberíamos lengua, respondió Tronera, pero nos jurarlo,

casa.

¿I

cortarle la

contentaremos con^ encerrarlo. Diciendo

esto,

llamó a Pedro;

bre don

Catalino,

dejaron

enterrado

lleváronlo

i

atando con unos cordeles al po-

a un pajar de la casa, endonde lo

én la paja, hasta

pescuezo,

el

i

con nn pañuelo

retorcido en la boca, para que no gritase.

Mientras se ejecutaba esta operación, A^idres al 'preso

que se prestase buenamente a todo,

nera se marcharse,

ellos

sin

Anselmo decían

que en cuanto Tro-

vendrían a librarlo de su prisión.

Nuestros amigos cenaron en seguida,

mir tranquilos,

i

i

i

luego se acostaron a dor-

temor de ser descubiertos.

Al dia siguiente, Andrés fué, acompañado de Lucinda, a casa de doña Estrella Clavijo, la cual abrazó a su amiga con grandes muestras de contento. Afortunadamente no estaba allí el señor don Cándido de la Rueda, pues,

a estar en casa, habria recibido con no

co disgusto a la esposa de

im

pipiólo cruelmente perseguido.

j^o-

El

buen señor se habia metido de lleno con los pelucones, i pretendia nada menos que ser Senador. Era pues, un furioso partidario del gobierno de Portales así es que ya n o podia mantener relaciones, ni aun indirectas, con nada que oliera a pipiolismo. ;

Lucinda rogó a doña Estrella que, valiéndose de su influjo con Portales, le consiguiese el permiso de ver a Freiré en su prisión: a lo

que contestó

la esposa

de don Cándido que esto era imposible,

pues esa misma mañana se hablan llevado do, para Valparaiso,

al jeneral, bien escolta-

donde debia embarcarse, con rumbo

al Callao.

Habiéndose despedido de su amiga, volvióse prontamente Lucinda a su alojamiento, endonde habló con Anselmo ])ara manifestarle la necesidad de trasladarse en

seguida a Valparaíso. El joven fué

55*


— de la misma opinión,

442

,

Andrés se encargó de buscar un birlocho para el cual tenia buenos caballos. Antes de medio dia, ya estaba todo preparado para el viaje. Lucinda ocuparia nera,

i

el birlocho;

Anselmo

acompañado de Pedro,

de postillón,

liaría

i

Pepe Tro-

que arreaban los caballos

serian los

de remuda.

Dos

dias

después, el muelle de Yalparaiso

curiosos, diseminados

go. Varios botes

estaba cubierto de

en diversos grupos, que parecían esperar al-

lanchas cruzaban

embarcadero o permanecían estacas de roble plantadas en la orilla. Al pié del

i

el

amarrados a las muelle se veía un bote blanco, con cuatro bogadores por banda, que tenían sus remos alzados en alto. De repente, un movimiento se hizo notar entre las jentes del muelle,

i

todos los ojos se dirijieron

a un grupo compuesto de ocho o diez personas, en cuyo centro venia un caballero vestido de paisano; pero cuyo aire marcial i apuesto continente, revelaban al jefe acostumbrado

a vencer en

los

campos

de batalla.

Era don Ramón deábanlo ir

varios

a decirle

el

Freiré,

el

Detras de

último adiós.

grupos que cubrían

el

ellos

mudo

la

Ro-

oficiales.

la

valentía

de

marchaba acompasa-

Al pasar ¡por enfrente de playa, muchas personas se

infantería.

borde de

sombrero; saludo

venía entre dos

que liabían tenido

caballeros

damente un piquete de caron

que

los

to-

pero espresivo, al cual contestó el

jeneral, con muestras de verdadera satisfacción.

.

don Ramón dio el último adiós a sus amigos, i se sentó en el banco de popa, entre los dos oficiales que lo custodiaban. Uno tomó la caña del timón i dio la voz de mando. Los remos cayeron a un tiempo en las chumaceras i empezaron a moverse como las aletas de un pescado. El bote viró i nadó velozmente hacia un bergantín que se columpiaba en la bahía, i cuyas

Al

llegar al bote,

blancas velas comenzaban a desplegarse '

próximo a emprender

el

como

las

alas del cisne

vuelo.

Subidos sobre cubierta, los

oficiales

pusieron al prisionero a dis-

posición del capitán del buque, a quien entregaron, id

mismo

tiem-

un pliego de instracciones firmado por el ministro Portales. Según ellas, el bergantín debía zarpar al momento, i darse a la vela, con rumbo al Callao, endonde el capitán haría desembarcar al ex-

po,

jeneral Freiré.

Cumplida su comisión, los oficiales se despidieron de su antiguo jefe, deseándole un buen viaje, i se volvieron a tierra. Don Ramón


443

con marcadas muestras de tristeza, cuando

los divisaba alejarse,

acertó a ver que otro bote acababa de atracar al pié de la escala del

bergantín,

i

que una mujer

señas desde abajo con

le liacia

ñuelo blanco. Inclinóse sobre la borda,

de estos, que parecía

saltó sobre la escala

bió con

mas

ájil

los remeros.

esforzado que sus compañeros,

i

ayudó a subir ala joven, a quien Freiré

i

reci-

los brazos abiertos.

— Lucinda! en voz cuando bas atrevido a venir —No vengo respondió le dijo

baja: algo de estraordinario sucede

te

sola,

dado a

con gran admiración, re-

mas compañía que

conoció a Lucinda que llegaba sin

Uno

i,

un pa-

subir, es

El jeneral distancia,

sola.

me ha

ese marinero que

ella:

ayu-

Pepe Tronera, disfrazado.

dirijió la

vista hacia Tronera,

parecía no apercibirse

que, a pocos pasos de

de la conversación de que era

objeto.

— Es un bravo muchacho, Freiré. Anselmo? — Véalo usted, respondió Lucinda, mirando de reojo a un maridijo

¿I

nero que, con la mayor naturalidad, subia por una escala de cuerda.

Parece un hombre de mar.... pero ya

Ali!

en Chiloé tuvo que ejercitarse en esto

oficio.

me

acuerdo de que

Ahora esplícamc: ¿qué

significa todo esto?

—Esto

respondió Lucinda, que al verlo salir a usted

significa,

misma

del país,

hemos

Anselmo

se contrató aquí de marinero, con la esperanza de que yo

resuelto acompañarlo

i

correr su

suerte.

podría conseguir del caj)itan un camarote, aun cuando fuese pa-

gando

el

doble.

— ¡Cuánto agradezco a cual he sido una vez con — No hablemos de te

tí,

hija mía!

esto, señor.

lir

de Chile con mi

tán

i

a ese pobre muchacho,

injusto! Pero......

el

Yo

deseo con toda mi alma sa-

Dígame: ¿podría conseguirse del

es'poso.

capi-

?

—Aguárdame aquí un momento,

dijo Freiré.

Ahora me acuerdo

de que, en años atuas, yo hice un buen servicio al capitán de este buque. Voi a hablar con

Dicho

esto, se dirijió al

él.

camarote del

capitán,

i

luego volvió di-

ciendo:

— He conseguido para

un buen camarote; pero

vayas pronto a encerrarte cu a Lucinda de

la

a ese hombre que

mano lo

i

él.

Yo

es preciso cpie

te Ihívaré, prosiguió,

bajando una escalera.

he librado una vez de

la

tomando

Acabo de recordar

muerte,

i

le lie

dicho


I

que tú eres una sobrina mia,

endonde

irte al Callao,

Lucinda entró en a subir

la

444 sin

mas apoyo que

yo,

que deseas

i

te espera tu esposo.

camarote que Freiré

el

le indicó,

éste volvió

i

Sobre la cubierta estaba Pepe observándolo

escalera.

todo, pero sin que nadie lo echase de ver.

Al pasar junto a

mismo tiempo

ré le dio con el codo, pronunciando al

él,

Frei-

estas pala-

bras en voz baja:

— Gracias, amigo. Yete. Tronera se sacó

el

sombrero, sin mirar al jeneral (en cuyos movi-

mientos nadie se liabia glos de la partida);

i

fijado,

ocupados como estaban en los arre-

bajando rápidamente la escala, saltó al bote,

cual se alejó del buque, impelido por los cuatro remos.

el

En

ese

jeneral,

i

momento solo

se elevaban los últimos fardos

quedaba una lancha

al costado del

del equipaje del

buque. Poco des-

pués no habia ninguna. Rechinó la cadena, envolviéndose en torno del cabrestante: arrancóse de raiz.el ancla, bertad, bamboleó indolentemente,

i

el barco,

i

puesto en

li-

luego empezó a virar, obede-

ciendo a la acción combinada del timón

i

de las velas. Enhuecá-

ronse al fin éstas, impelidas por una lijera brisa del sur-este, que

susurraba por entre las jarcias, tendidas como las cuerdas de una harpa;

el

i

bergantin, lijero

como una

gaviota, se lanzó

mar

afuera,

resbalando sobre la líquida llanura.

Mientras los marineros obedecían la voz de su jeneral, de pié en la to,

popa del buque, tenia

cuyos cerros, hogares

alejando.

hacian

A medida

i

humos

i

oscuros.

los ojos fijos

en

el

puer-

hospitalarios se iban poco a poco

que se ensanchaba

mas pequeños

desterrado

jefe, el

El

el

horizonte, los cerros se sin separar

proscrito,

de ellos

sus ojos humedecidos, se aferraba de la borda del buque. Bien pronto

no vio mas que una ancha faja verdinegra,

de un diá-

al través

fano velo de vapor.

En

nevada cresta de

Andes, matizada de mil colores por

los últimos

mar. El

triste pros-

rayos del

sol,

los

seguida vio descollar sobre aquella faja la

que comenzaban a hundirse en

el

cripto elevó su corazón a los ojos para mirar^por la última vez esa

gran montaña, que iba descubriéndose hasta presentarse en todo su esplendor

Al

pié de ella se estendia

i

i

alzándose poco a poco,

majestad.

un riquísimo

valle, teatro

de tantas

proezas; allí quedaba esa patria que tanto habia amado; allí esta-

ban

los

hogares de sus conciudadanos, que

su espada;

allí

que ya no era

estaba

el

suyo

el i

hogar de su

que

tal vez

él

esi)Osa

i

habia defendido con de sus hijos, hogar

no volverla a ver jamas.

Una lá-


445

grima ardiente rodó por su mejilla, i suspiró. La montaña había comenzado a descender; sus colores se apagaban a medida que el sol se ocultaba detras de la inmensidad de las aguas; i la alta cumbre se confundió con la lineado la costa, que al fia desapareció del horizonte.

Mas no por

esto dejó el desterrado de seguirla viendo en

su imajinacion, exaltada por la tristeza. Podian país, él

pero no quitarle de

habia ayudado a formar

su corazón el i

a enaltecer.

FIN.

desterrarlo de su

amor a

la patria,

que



tomo segundo.

índice del

PAJ.

Cap. i.-— Manera espedita descubierta

i i

graciosa de elejir

un

presidente,

puesta en práctica por

el parti-

5

do pelucon Cap.

II.

— Miguel Turra

se retira del

mundo

don Policar-

i

8

po de Santiago Cap. III.— Detras del placer está

el

14

dolor

—Anselmo Anjelina Cap. — La intentona frustrada Cap. —Anselmo encuentra entre espada pared. Cap. —A desesperado mal, desesperado remedio Cap. — jVivan novios padrinos! Cap. — La sorpresa Cap. X.— Tronera Cap. —El último pensamiento de una madre Cap. — El padre sigue rastreando Cap. — Gacetilla enreda de lengua cae a Cap. XIV. — Esfuerzos del gobierno para obtener paz Cap. XV. — Hipocreitía Franco Cap. xvt. — A nuevos nuevas resistencias Cap. — En vísperas deja batalla Cap. — Don Catalino campaquererlo, mento enemigo Cap. XIX. — La batalla Cap. XX. — La Cap. — Sospechas realizadas Cap. Mueran hcrojcs! — ;Viva Cap. — Gacetilla asciende a comandante, prctenCap.

IV.

i

19

se

23 27 32

V.

vi.

la

i

la

VII.

VIII.

i

38

IX.

43

XI.

48 53

XII.

59

se

XIII.

la

la cár-

i

cel

la

i

esfuerzos,

XVII.

XVIII.

visita,

sin

xxt.

la relijion!

los

sin

XXIII.

dorio

69 ''S

83

89

el

traición

xxir.

64

95

105 111

117 121

^ 127


448

—El matrimonio inesperado Cap. xxv. — De como don Catalino estuvo en peligro de pasar por hereje hiere con sus propias armas Cap. xxvi. — Motiloni de don Marcelino? Cap. XXVII. —¿Qué Cap. XXVIII. — La disputa Cap. XXIX. —El enfermo Cap. XXX. — El testamento.... ^ Cap. XXXI. — Traición sobre Cap. XXXII. — Lucinda en su casa Cap. XXXIII. — Lealtad Gap. XXXIV. — Política délos vencedores Cap. XXXV. — El deber circunstancias XXXVI. Anselmo — despide Cap. de Andrés xxxvil— La barra de Cap. Constitución — El Consejo Cap. xxxviii. Cap. XXXIX. — La expedición expedición Cap. xl. —^Resultados de —La loca Cap. —Prieto Dorriga Cap. — Garduño Pedro Cap. del Maule Cap. xlw. — A llega a Talca Cap. xlv. — El Cap. xlvi. — La merienda Cap. xlvii. — Lucinda encuentra amigos...., — Los consejos de Cap. de esplicacion a otro capitulo anteCap. xlíx. — Que Cap. XXIV.

se

es

traición

i

las

se

,

la

xli.

xlii.

i

xliii.

i

133

139

145 153 161

169

177 183

187 189 193

197 201

205 211

219

229 241 251 255

orillas

261

ejército liberal

271

k?

xlviii.

la tia

275 283 293

sirve

299

rior

Cap.

l.

— Que enseñará

allector lo que eran las niñas Pe-

ñalozas

Cap. Cap.

conocerá mejor a do—En donde curioso ña Manuela echará de ver que San—En donde sagaz tiago Garduño estaba decidido —Angustias —Lucinda Garduño lv. — Dios dispone —Los tratados de Cuzcuz — Concluye carta de Anselmo —El desterrado el

li.

el

lii.

Cap.

liii.

Cap.

TuYV,

Cap.

305

.*.

lector

lector

i

,

,

Cap. lvi.

Cap. lvii.

Cap. lviii.

315

la

„..•

335 351

365

377 307 405 433


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