MAYORDOMÍA7 Julius Earl Crawford • ofrece la siguiente definición: «Es reco) nocer y cumplir con el privilegio personal y la responsabilidad de administrar todo aspecto de la vida -la personalidad, el tiempo, los talentos, la influencia, lo material, todo- de acuerdo con el espíritu y los ideales de Cristo». 1 UÉ ES LA
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La misma idea se refleja en la definición adoptada en
1945 por el United Stewardship Council [Concilio Unificado de Mayordomía], y que aún sigue vigente en las iglesias protestantes norteamericanas . Veintisiete denominaciones se unieron para aprobar esta declaración: «la mayordomía cristiana es la práctica de dar en forma proporcional y sistemática el tiempo, las destrezas y las posesiones materiales, basados en la convicción de que estos dones nos han sido confiados por Dios para que los utilicemos en su servicio y para beneficio del ser humano, como un reconocimiento agradecido del amor redentor de Cristo». 2 Si la mayordom~a implica que respondamos a Dios con la totalidad de nuestra vida; entonces, ¿qué será lo que motiva dicha respuesta7 ¿Acaso será que la ley de Dios así lo requiere?
¿Será que el fundamento de la mayordomía se encu :ntra en el texto que dice: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo» (Luc. 10: 27)7 ¿O debería la mayordomía basarse únicamente en la rr spuesta espontánea y en el amor agradecido que son resulta lo de la abundante gracia de Dios que nos ha sido manifest ida mediante el evangelio? ¿Será un apropiado punto de p.1rtida el texto: «Lo que ustedes recibieron gratis, denlo gratt 1tamente» (Mat. 10: 8, NVI)? En cierta ocasión una mujer lavó los pies dejesú~ con sus lágrimas, los secó con su cabello y luego ungió al Se '1or con un costoso perfume. Cuando Simón el fariseo se quej\ de esta obra, jesús relató una parábola que hablaba de un pr1 stamista y luego dijo: «Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados Pero a quien poco se le perdona, poco ama» (Luc. 7: 47, NVI). La gracia divina que habitaba en Cristo guió a esta ponder al Salvador sin importa¡ el to ción. Dar sin reservas fue la amor divino.
El fundamento de la mayordomía
La Palabra de Dios enseña que la gracia de Dios se manifiesta plenamente en jesús. El amor de Dios constituyó la fuerza motivadora de la obra creadora y redentora de Cristo. Él no crea algo por causa de alguna carencia, ya que él es la máxima expresión del amor. Cualquier necesidad implícita en el acto creativo surge del deseo de Dios de compartir su amor con los seres que podrían responder libremente a dicho amor. La creación, al igual que la redención, brota del deseo divino de dar de sí. La misma naturaleza de ese amor creador despertará el amor en la criatura. Ese amor, sin embargo, supone que el ser humano es libre de aceptarlo o rechazarlo. Dios espera una respuesta voluntaria y libre. La redención conlleva libertad para que nos decidamos por Dios y vivamos como hijos del Rey de reyes. La libertad que hemos recibido la usamos como una dote, al rendirnos ante la voluntad de Dios manifestada en jesús. Aprendemos que la verdadera libertad consiste en dejarnos cautivar por su amor. Daniel Day Williams ha señalado que la máxima expresión de amor «no consiste en la dominación, sino en la participación». El amor crece al descubrir que «sus reclamos, sus expectativas y su plenitud se plasman en un espíritu de participación, y no en la dominación». 3 La libertad empleada correctamente es libertad para amar, en un.a expresión participativa y de entrega. El costo de la mayordomía
El discipulado y la mayordomía no pueden separarse. Nuestra respuesta al sacrificio de jesús, es el ejemplo para el sacrificio y la entrega en nuestras propias vidas. Un discipulado de alto precio significa dar sin esperar a cambio alguna
o APIA
recompensa. Pablo declaró: «Ya conocéis la gracia de nuestro Señor jesucristo, que por amor a vosotros se h zo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos» (2 Cor. 8: 9) . Frank Stagg nos dice lo siguiente respecto a dicho pasaje: «Existe una ausencia total de legalismo , normativa o apego a cualquier inclinación de ganancia [... ]. Pablo reconoció que dar es un deber; sin embargo, destacó que dar está relacionado con la gracia [. . ]. Él consideró que la mayordomía se encuentra arraigada •n la misma gracia de donde procede la salvación». 4 La verdadera mayordomía cristiana, es en pri ner lugar y en todo momento, la mayordomía del evangelio El significado de nuestra mayordomía financiera se apoy l precisamente en un punto clave: lo que nos motiva a d .. r. joseph McCabe afirma: «El problema de nuestra iglesia ' S exactamente el problema de todas la iglesias: Hacer qu , la gente deje de dar dinero para el presupuesto de la iglesia, y que comience a responder al evangelio basado en los Jreceptos del discipulado. [. . . ] En cualquier iglesia todos lo,, recursos y métodos para obtener fondos que no estén basados en una respuesta al evangelio, quedarán desmenuzados ·n la roca del egoísmo humano» .5 Las ofrendas cristianas deben ser fru to de la fe . Sin embargo, también es cierto que la fe se fortalece al da r. Nuestra relación con Dios ha de conjugarse en voz activa Un Dios vivo nos lleva a tener una fe viva. La verdad del evangelio no es un conjunto de normas, porque la fe se centra e l una Persona. La verdad es un poder que obra, que actúa. t..a verdad es la verdad viviente que se centra en aquel que dij<): «Yo soy la verdad». Por tanto, mayordomía es desarrollar d ' nuevo la vida de Cristo en los creyentes. Esa mayordomía surgl del corazón, es espontánea e inagotable.
Una colección de vital importancia para todos los adventistas
Una obra imprescindible para crear una iglesia espiritualmente poderosa
8 MINISTERIO ADVENTISTA • AÑO 70 - Nº 1
-ARTÍCULO - -
Una vida de mayordomía en su máxima expresi m no es más que vivir la vida de Cri sto El resultado de la mayordomía
La estructura de la m ayordomía es notablemente sencilla: el don divino, la respuesta humana, la gracia y la gratitud. Resulta significativo el sublime valor que el evangelio le concede a la dadivosidad. En primer lugar, dar no es para nada una actividad humana; sino que se origina en las profundidades del corazón de Dios y se nos ha revelado en la naturaleza. Dios ama tanto, que da. Por ende, el evangelio lleva el sello de un don, antes que el carácter de un logro. La ofrenda cristiana no solamente es resultado de lo que Dios hace, sino que en sí misma es la continuación de la propia obra de Dios. Dios es el dador de toda buena obra y de todo don, «pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie» (Sant. 1: 5). Al don divino le debemos la vida y nuestra redención. El cristiano es alguien que vive de lo que Dios le ha dado.
La mayordomía es un acto espiritual, una respuesta a ese don; por tanto es tan religiosa como lo es la alabanza o la oración. Existe una explicación para el cambio, cuando la actitud adquisitiva del hombre natural se transforma en la actitud generosa y dadivosa del hombre redimido: «Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacen> (Fil. 2: 13, NVI). «Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo jesús para buenas obras , las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica» (Efe. 2: 10, NVI). La dadivosidad cristiana refleja fielmente el propio carácter de amor de Dios. Es espontánea y creativa, está libre del deseo de obtener a cambio un pago; no está condicionada por el valor, o la falta del mismo, de quien la recibe. Sigue el patrón del dictado de Dios, que de forma pródiga y desprendida hace llover sus bendiciones sobre buenos y malos por igual. Está tan libre de expectativas egoístas, que la mano izquierda no sabe lo que la derecha hace. A diferencia de otras formas de dar, la dadivosidad cristiana es ante todo un acto de adoración. La mayordomía cristiana nos hace un llamamiento a realizar «Un sacrificio vivo»; sin olvidar que el fundamento de toda verdadera adoración ha de ser la gratitud. El adorador en el Antiguo Testamento traía su «sacrificio de alabanza» (Sal. 50: 23), mientras que la adoración en la iglesia del Nuevo Testamento se describe como «siempre dando gracias por todo » (Efe . 5: 20) . Los cristianos primitivos denominaron eucaristía, o lo que es lo mismo «acción de gracias», a su más sublime acto de adoración: la participación del cuerpo y la sangre de su Señor. Cuando contemplaron la adoración que habrá de celebrarse en el cielo, vieron a los redimidos dando «gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono» (Apoc. 4: 9). Por lo tanto, la dadivosidad que es resultado del agradecimiento a Dios se convierte en una doxología.
La dadivosidad cristiana no es únicamente un acto de adoración, sino que también constituye un acto de se1vicio. Es d e gran importancia que tomemos en cuenta es( s dos actos, adorar y servir, pues son inseparables. El Nuev J Testamento utiliza la misma palabra griega, leitourgia, para ambos; de la m isma manera que lo hacemos al hablar le un «servicio de adoración». El motivo subyacente y el vínculo entre ambos aspectos de la dadivosidad cristiana es el agradecim iento. Esa relación tripartita entre la adoración, 'l servicio y la gratitud, la expresa Pablo en 2 Corintios 9: 1 , 12: «Para que seáis ricos en todo para toda generosidad, 1,1 cual produce , p or medio de nosotros, acción de gracias a Dios, porque la entrega de este servicio [leitourgia] no sola1 lente suple lo que a los santos falta, sino que también abun la en muchas acciones de gracias a Dios». De ahí que la orientación principal de la mayord omía cristiana ya está definida, se fundamenta en la relacic n del cristiano con Dios, se apoya en la acción salvífica de Dios en Jesucristo tal y como ha sido revelada y trasmitida por el 'vangelio. Debido a que es legítimamente cristiana, lleva el sel10 del evangelio: su amor incondicional, su espontánea ere itividad, su desbordante gozo y gratitud. Un interés calcu ador y egoísta así como una coerción legalista no contribl ·irá a obtener el favor de Dios, pues esa misma gracia ya h a sido concedida abundante y libremente. Una vida de mayordomía en su máxima expresión no es más que vivir la vida de Cristo (Gál. 2: 20). Si el p ropósito de la mayordomía fuera únicamen e lograr resultados prácticos, como recaudar fondos para una causa noble, cualquier tipo de teología apropiada pa1a dichos fines encontraría una justificación. Escuchamos el eco del p opular dicho atribuido a Tetzel: «Tan pronto como en el cofre suena la moneda; el alma, del purgatorio se lib,•ra». Este es el tipo de teología qu e aún no pierde su efecti\ idad a la h ora de recaudar de fondos. Es la teología de aquellos que presentan sus ofrendas a Dios esperando bendiciones a cambio. Sin embargo, esta no es la teología del evangelio; ni tampoco tien e qu e ver con la mayordomía bíblica. El tesoro de nuestra mayordomía reside en las riql.ezas de la gracia de Dios que nos ha sido dada sin límites por medio de Cristo, y que por fe nos hemos apropiado d< ella como un depósito de vida nueva en sociedad con Dios
l. The Stewardship aj Life, p. 11. 2. Citado por Glenn McRae en Traching Christian Stewardship, p. 18. 3. The Spirit and Forms aj Lave, p. 209. 4. New Tes tament Thealagy, p. 29. 5. Ihe Pawer aj God in the Parish Program, p. 14.
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