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La Venus de los perversos capítulo II y III. Magda Bello

Por tal hecho un grupo de inspectores realizaron una revisión por el lugar, donde se pudo constatar que tanto el tigre de Bengala macho “Rayas” como el oso senil macho de aproximadamente 30 años de edad “Yogui”, ocupaban el 50 por ciento del espacio en sus jaulas, limitando su movilidad; sin contar con un área de dormitorio y una zona para ser atendidos de manera inmediata en caso de ser necesario.

“Se observó también que el circo no cuenta con áreas destinadas a su salvaguarda en caso de contingencias por lluvias, pues en el lugar, el agua se estanca con mucha facilidad; por lo tanto, deben de contar con sistemas alternativos para que los ejemplares se encuentren en un área confortable y libre de humedad” puntualizó Profepa.

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Los inspectores pudieron constatar que el tigre “se encontraba en malas condiciones de higiene y era evidente que no se realizaba una limpieza diaria en el sitio de resguardo, lo que representa un factor de contaminación que como consecuencia podría afectar la salud del ejemplar y de las personas que lo atienden o estén cerca”, informó Profepa.

Al final se dictaminó que los propietarios

del “Circo del Oso Negro” violan las disposiciones de trato digno y respetuoso de la fauna silvestre, como lo dispone el artículo 29 de la Ley General de Vida Silvestre (LGVS).

Aunado a lo anterior el encargado del circo no mostró el Plan de Manejo para los animales que autoriza la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), ni acreditó la legal procedencia de los ejemplares.

Por ello, se dictaminó asegurar de manera temporal a los animales, los cuales se tenía previsto fueran enviados al Hospital de Animales Silvestres de Pachuca, Hidalgo para su rehabilitación en tanto se resolvía la situación legal de los propietarios del circo. No obstante, de acuerdo a Profepa, cuando los inspectores se presentaron al circo para llevarse a los animales, los dueños se lo impidieron pese a que se les había notificado del aseguramiento.

Ante esto se interpuso una denuncia ante la FGR en contra de los hermanos Ibarra por desobedecer el mandato judicial.

Por su parte, la activista Erika Ortigoza, Presidenta de la Fundación Invictus responsabilizó a los hermanos Ibarra “de cualquier daño a la integridad física que puedan sufrir Rayas y Yogui por su negligencia e irresponsabilidad “.

“No es posible que, si bien han reconocido tener los recursos suficientes para alimentar a los dos animales, lo peor de todo es que desconozcan en qué consisten los alimentos de sus dietas, no es posible que pretendan mantenerlos comiendo galletas y leche como incluso lo han señalado a medios de comunicación de Oaxaca”.

No es posible que pretendan mantenerlos comiendo galletas y leche como incluso lo han señalado a medios de comunicación de Oaxaca”

POR MAGDA BELLO (PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA RUBÉN DARÍO, 2018)

Carta de Charlotte Montaigne, encontrado entre las reliquias del Château de Lyon:

En aquel tortuoso mes de agosto, agudicé mis sentidos… El barón recorría el palacete, con un ritual de tacones, elegido a la apoteosis de una relevante adquisición. Paseaba su achicado cuerpo, semejante al de un infante haciendo piruetas, en mi superlativa percepción pareciese que hubiese vivido una desencajada niñez, casi lo puedo aseverar. Los que llegan a la cresta no evocan el pasado, de por sí, no importa.

Reconocía su rito africano para ahuyentar la peste. Y estremecía su cuerpo como poseído de los zulúes, me horrorizaba verlo tendido en el suelo, me dio muerto. Quería recordarles que el barón de Lyon era supersticioso, algunas pinturas las cubría con sabanas de colores, según cada día; si era lunes de color verde, por la acción que ejercía en la naturaleza, si martes serian amarillas por la anhelada primavera y así permanecía hasta llegar a domingo cuando todas al descubierto, las admiraba como si fuesen damas descobijadas. A cada pintura le atribuíamos, malas voluntades hasta expelían a las visitas nones gratas. El sequito de criados vivía en un corre que te alcanzo, el barón no se estaba quieto, mudaba cada día su colección de arte.

Vigilaba entre las verjas de la escalinata has ta el salón de cartas sus pasos triangulares. Levantaba las manos, hablaba lenguas extrañas y de un momento a otro abandonó su cuerpo hasta caer de un solo golpe al piso. Si el que leyese esta carta me hu biese visto, no soportaría mis carcajadas, porque en este momento estoy que no aguanto.

Llamó a Lipani, carpintero de ofi cio, originario de Sicilia, le ordenó que le hiciese y sin importar el precio, un baúl de nogal con tinte rojo, tallado de rostros perversos para atesorar aquella obra que según él, era de valor incalculable.

Con la curiosidad acompañándo me, rogué a Lipani fisgonear al presunto autor de la obra. - Barón, según mis aseveraciones, no hay firma del autor, ¿podría agregarlo?- dijo Lipani ase sorado por mí.

- Eso no interesa Li pani, el mismo Leonardo no las firmaba, pero todos sabían que era su pintura, dado a su auténtico estilo florentino, es igual que un apellido, algunos por suerte lo poseen pero su existencia es un cascaron, sin esencia, discernimiento, senti do común hasta simulan vivir, comen por apetencia, vegetan porque respiran, no dudan para nada y su final es besarle los talones de piedra a San Pe dro a quien ellos mismos martirizaron. Nos infunden el horror de un infierno con grandes cal deras y así manipular nuestros sentidos. Estoy harto de estos gavilanes amocepados- Vociferaba el barón a Lipani que le veía impresionado como ojos de sapo.

-¿Usted no cree en el infierno?- preguntó asustado Lipani.

- ¿Cuál infierno mi querido Lipani?, si la ter cera parte de los demonios expulsados por el mismo creador fueron lanzados a la basílica de San Pedro, coexistimos con ellos y nos asemejamos a ellos, maltratando a seres supe riores, en este caso, a los caballos alistándolos para la guerra, los obligamos a montar cargas pesadas que no levantaríamos con nuestras manos; des pellejamos las aves sin compasión, destazamos los cerdos sin piedad ante sus hondas miradas, eso para comenzar, por otro lado, humillamos a nues tras mujeres quemándolas vivas, acusándolas de brujas y a los revolucionarios los colgamos como si fuesen muñecos de trapos. Mi querido Lipani, la iglesia y los concilios son el mismo anticristo. ¡Y prefiero la Toscana que residir con los trágicos obispos en la misma caldera! - Gritó sobreexcitado, su expresión calamitosa es pantaba a Lipani que se persignaba ante “El Retablo de Isenheim” la obra que adorna ba la “Sala de los condenados”. El barón enojadísimo al ver el burdo atraso de su amigo lo sermoneó:

“Mi buen Lipani ¿por qué te persignas ante el reta blo?”.

Aquel retablo del ale mán Matthias Grünewald, con la impresionante figura de la pasión de Cristo, delirante, retorcido, extenuado, con he ridas virulentas, martirizado en una cruz de un árbol groseramente tallado, se doblaba al sostener el cuerpo imponente de un hijo de Dios retratado en el último espasmo que precede a la muerte. A escondidas me persigné al perderme en sus manos clavadas que se contorsionaban convulsamente manipulando mis emociones, los brazos se extendían desencajados por encima de la cabeza reclinada sobre el pecho, enterrada una aureola de espinas; exhalando el úl timo suspiro. Este retablo fue destinado al hospital de un monasterio en la cordillera de los Vosgos al noreste de Francia, según el barón llevaban allí a los enfermos que esperaban fervorosamente un milagro de San Antonio en el uso coloquial como "fiebre de San Antonio", "fuego de San Antonio" o "fuego del infierno", era una fiebre causada por la ingesta de alimentos contaminados de toxinas producidas por hongos, parásitos, causado por el cornezuelo que contamina el centeno, frecuentemente la avena, el trigo y la cebada.

Y burlándose del miedo, enloquecido gritaba:

- O bien persígnate ante este otro, señalando a un Cristo agarrotado, de un pintor inescrupuloso, esto para los que han sufrido algún tipo de intoxi cación inducida, según él, ese Cristo no sufrió tanto

porque antes de tiempo fue envenenado con el agua de vinagre que le dieron a beber, según la creencia, contenía una sustancia que producía alucinaciones, convulsiones, contracción arterial, conduciendo a la necrosis de los tejidos y la aparición de gangrena en las extremidades. Lipani fue llevado por el barón hasta la virgen con el niño dedicada a los enfermos de lepra que comenzaban con un frío intenso y re pentino en todas las extremidades para convertirse en una quemazón aguda. Si lograbas sobrevivir que daban mutiladas: podían llegar a perder todas sus extremidades.

Existía otra variante de Cristos y vírgenes consagrados a paciente que sufrían intensos dolores abdominales que finalizaban en una muerte súbita. En las mujeres embarazadas producía invariablemen te abortos.

Y después de exponerle una fatigosa instruc ción, el barón de Lyon con un tonillo de ironía se inclinó a Lipani diciendo:

Sería recomendable que recéis a otros reta blos destinadas para otros males, por ejemplo a la Santa Ignorancia, el día que el clero consagre un san to con este nombre, se caerá el cielo por cargar tanto mármol y piedra.

Pobre Lipani si viesen su rostro patidifuso, su piel erizada, no era más confundido que una cabra extraviada, pareciese que el barón de Lyon ha con sumido los más de dos mil libros que alumbran su cuantiosa biblioteca.

Aprovecho esta epístola para describir las tra buquerías del barón… Manejaba todo medio de astucia, sustraía objetos valiosos de bibliotecas reales, cementerios reformados, prioratos y basílicas. Sus obras apetecibles, eran las malditas, con severas sen

tencias para aquellos que las poseían, pero esto no lo amedrentaba, valiéndose de argucias, cruzándose como sombra desapercibida entre la multitud de soldados del clero. Escondía sus robos intelectuales en un alto turbante diseñado por él mismo. Los invitados al Château de Lyon se impresionaban por la cantidad de pinturas. En cambio yo, me persignaba en forma de burla ante el retrato del arzobispo Catesquiú que hacia un buen tiempo atrás, manoseaba con descaró mis pezones hasta forzarme a chupar su órgano viril.

Días después La Venus de los Perversos fue colocada en el baúl de Lipani junto a la habitación del segundo piso del Château de Lyon, sobre una mesa de Luis XV cubierta con un barniz de porcelana, no solo atesoraba la obra, sino también un juego de ajedrez con piezas de oro y un manual escrito por Lucca Pacioli “De ludo scacchorum”, dedicado a la marquesa Isabel de Este y posiblemente ilustrado por Leonardo da Vinci. No me lo creerán, pero este fue sustraído por el mismísimo barón que como experto jugador de ajedrez en un banquete ofrecido al rey Enrique XVIII le ganó la partida y antes de dar el ja que mate ya tenía el manual en la manga de su traje hindú confeccionado por el mismo.

La pintura de aquella Venus mojigata había robado el suspiro de mi adorado Barón que por verla a ella, abandonó a mis protuberantes pechos.

Mi sombra fuliginosa recorría el palacio de Lyon, ensayé a caminar en el aire para que el sue lo no advirtiese mi llegada, lo espiaba entre cerrojos mientras se anonadaba auscultando sus obras. Las escaleras enmudecían a mi paso, acercándome a la biblioteca, alzando mis senos que saltaban de mi ajustado corpiño, exhibiéndome ante sus ojos.

¡Cuánta sapiencia! ¡Robusto temple! - le pro fería, disimulando, cuando sus ojos saltones me devoraban. ¿Cómo decían que no gustaba de mujeres? Si el mismo alegaba que era ob sesionado por las africanas y la única razón por adquirirme.

El barón de Lyon a las cuatro de la tarde como todo un sultán, se sentaba en su sillón de marfil decorado con trencillas de oro barnizado, con unas orlas de color turquesa traído del norte de Italia, en el medio de su mano prendía un anillo de 22,00 gramos de oro que por el peso, su dedo obeso agonizaba. Pareciese que leyese aquellos libros censura dos que él con su estilo juguetón, practicaba de magia. Burlaba a los verdugos de las brasas del crematorio en los subterráneos de la Ca pilla Sixtina. Si mal no recuerdo permítanme enumerar algunos libros de su maldita colec ción: “Confesiones de un Papa moribundo”, “Dos más dos son cuatro”, “El purgatorio de las cortesanas” “Las cuatro noches con Sebas”, “Indulgencias al dos por uno”, “La dama del obispo” y “Los niños inocentes del Papa”, por supuesto, son muchos más, pero, por si algún jovencito me estuviese leyendo seleccioné los menos escandalosos.

He comprobado lo dicho por él, hay obras de arte que acarrean fortuna para los

que la adquieran como la Venus de los perversos que ha sido objeto de tantos cuestionamientos por parte del Cardenal – duque de Richeliu, por poco la reco noce. La última vez la escondió en mi habitación al irrumpir en la villa los indagadores del Santo oficio.

El barón ha utilizado innumerables tretas para conseguir lo que desea, desde disfrazarse de fraile, médico, cortesana, este último de obispo y con cierto aire de presunción bastante excitado me mos traba casi a diario su nueva adquisición.

- Esta obra es más valiosa que todo el oro de Francia- Me dijo acariciando el baúl de Lipani como si fuese el esbelto cuerpo de una mujer fenicia.

- ¿De dónde la habéis extraído?- le pregunté con vil curiosidad-

- Entre menos conoces, habitarás confiada, así qué vea, oiga y calle.- me reprendió, reprochando con ironía mi entrometida pregunta.

No era la primera vez que él ocultaba sus infracciones con naturalidad, su desfachatez con ve racidad, ofensas con sarcasmos, pillaje con encanto, nos rendíamos ante sus invenciones, llorábamos con su fatal drama, desde el Santo Clero hasta el rey, lo veneraban como un ser glorioso. El barón dominaba a su audiencia con el toque magnético de sus tacones haciéndonos caer en un profundo y oscuro letargo.

Era la noche del 11 de octubre cuando mi cuerpo sufriendo raros cambios, desde sofocos noc turnos hasta desmayos, me asomaba por instinto a los rosetones de mi habitación y entre la espesa ne blina de un garrafal invierno, se agitaba en el turbión, una toga negra. Corrí hacia un extremo de la segun da terraza frente al bebedero de las avecillas, bajando las escaleras, tropecé con la mitad de la efigie en mármol del dios Baco, ese monumento me causaba escalofríos creo que el barón ordenó cortar la mitad de la escultura dejando solamente sus partes geni tales. Al fin había acertado era un fraile encapuchado subiendo a su impetuoso caballo, colgaba en su cuello un escapulario, el rosario de quince misterios amarrado al cinto, dirigió su mirada a mí con un gesto de premura, golpeó con furia a su bestia perdiéndose en la calzada de abedules y sauces.

Estaba consternada, la vida del barón se había trocado en enigmas, cábalas y cualquier otra trama, ya no era el mismo, se ha autoexiliado, su servidumbre entristecida; después de una vida per dularia e improsulta de idas y venidas, ofreciendo convites al prelado de las obras sustraídas de su pro pia mano. Era evidente que su pensamiento giraba en torno a algún evento quimérico. Y para concluir mi escrito, revelo ante ustedes que, del barón, guardo un secreto inconfesable que me llevaré a la tumba, lo enterraré en mi hígado, aunque no haya nada oculto entre cielo y tierra, ni los infiernos puedan contener los secretos del hombre. El barón perpetuará su nom bre ante la curia romana y la monarquía. Es inaudito salvaguardarse sin levantar una sola sospecha. Charlotte de Montaigne

POR MAGDA BELLO (PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA RUBÉN DARÍO, 2018)

Casa natal de Nostradamus Salón de Provence, Francia

Al amanecer arrimé a la ciudad proven zal de Salón, en el transcurso de la jor nada he asegurado que nadie me persiguiese. A paso mo derado, rebuscando vías llegué hasta una poza de aguas limpias donde el jamelgo bebió hasta saciarse, cami né por aquellos campos atestados de girasoles, calles entrecruzadas con la brados de rocas calcáreas y una muralla empedrada que protegía la ciudad. No sabía hacia dónde dirigirme ni una vaga idea de la notoria casa de ese boticario, de lo que recuerdo es que era evidente que la nobleza y la monarquía acudían a él.

Algunos habitantes de aquel pueblo arrinconado, al escuchar el trote lento de mi caballo entreabrían sus puertas para luego cerrarlas con brusquedad, no levanté sospechas preguntando de casa en casa y me acerqué a una anciana muy anciana, daba horror verle su rostro tan arru gado como si fuese una pasa exprimida, sostenía gavillas de trigo en sus brazos y una joroba que apenas podía alzar sus ojos.

- Buena mujer que el Dios de los cielos bendiga tu faena, puedes in dicarme la casa que en vida fuese de un prestigioso boticario llamado… no recuerdo por ahora su nombre.

Dejó caer la gavilla de trigo, alzó su rostro viéndome con el abo lengo de una mujer jactanciosa, soltó una carcajada confesándome a modo de burla que en aquella villa habían muchos herbolarios; el que yo bus caba era uno en especial, alguna vez salvó vidas, infestadas con la peste por el cual morían carbonizados, ese médico o como se le llamase había preparado un brebaje que solo él conservaba siendo la cura de aquella temida malignidad, este boticario con tinuamente era visitado por Catalina de Médici para consultar líneas rotas del destino.

La buena anciana me llevo hasta la puerta de un caserón, haló de mi gabán y con ojos saltones me advirtió:

– Hijo mío, actúa como si es tuvieses ante el prelado, porque después que entres por esa puerta, ya no serás el mismo

Me pasmé ante aquellas pala bras proféticas y como si fuese poco, en menos de un movimiento de de dos, desapareció ante mi vista. Por suerte, la puerta estaba entreabierta me creí convidado a entrar, para en tonces la osadía me asistía.

Era un salón semejante a un laboratorio de astronomía, seguido de instrumentos matemáticos, lanzas, arandelas adornando las paredes, unas vasijas transparentes y fierros para las ventanillas. Escuché un ruido en el ático, lo lie con ratones, aquel lu

gar estaba limpio como si alguien lo cuidase con esmero, ausculté el rechinar de una puerta seguido de pasos lentos con el toque reverencial de un bordón, subí las escaleras hasta llegar a un ático iluminado. Al no encontrar a nadie, entré en pánico, no suponía ratones, sino sombras, en realidad soy el más impío que todos los hombres por con siguiente no debería temer ante esas trivialidades, junté valor y en voz baja pregunté si alguien moraba en aquel lu gar, no recibí respuesta al momento, di media vuelta regresando por donde venía, cuando de pronto entre ecos, una voz en trecortada me dijo:

- ¿Eres represen tante de los perversos enviado de Roma a martirizarme? –

- Buen señor no soy inquisidor, este humilde fraile busca a un hombre que según me han dicho vive en este lugar y guarda cierta información sobre una obra en particular- respondí asustado a la voz de un hombre que hasta entonces no veía su rostro.

- Ese hombre que usted busca no vive aquí, su viaje ha sido en vano, puede regresar de donde vino- Me dijo aquella voz con acento bastante mo lesto.

Levanté mi capucha para que viese mi ros tro y tuviese un poco de confianza en mí, me dirigí cerca de una centella de luz que penetraba por el galerón de piedras desencajadas, apenas alcancé a ver sus vestiduras compuestas de cruces, símbolos, despertando recuerdos de mi niñez internado en aquellos espesos bosques, fugándome de la taberna en donde era mancillada mi pequeña hermana por una horda de perversos que se auto llamaban hijos de Dios, llegaba hasta un cementerio donde se alza ba una pequeña capilla con un pórtico de hierro, un acceso para la misa negra de los muertos, los vi rea lizar sacrificios de fuego, agua, sangre en cuerpos de animales y niños… Volví en sí.

- Vengo de lejanas tierras, soy fraile de los dominicos- Presentándome ante aquel hombre que más que hombre pareciese un monje merovingio.

- No mienta noble señor, puedo apreciar que su traje, es un burdo disfraz

Por primera vez me habían descubierto y fue la sabiduría de un anciano que distinguía entre el rostro amargado y cruel de un fraile dominico a un noble de cutis lozano con ojos de benevolencia, era imposible seguir escondiendo mi identidad, no habia tiempo que perder, tan solo quería dar con el paradero del hombre que me hablaba aquel traficante de arte.

- Permítame presentarme soy El Barón de Lyon llamado también el Señor de las Sedas, per turbado devoto de arcaísmos y prófugas obras; un traficante de arte me vendió una pintura que se gún él, la iglesia paga una fortuna por ella, ese hombre me ha asegurado que propia mente en esta casa, vivía un afamado boticario que curaba a enfermos de la peste, uno de sus asistentes pudiese ser un testigo veraz de la infalible historia de la Venus de los perver sos. Desplegué el lienzo, lo tendí en el piso, los ojos de aquel anciano se agrandaron, sacudiendo su cuerpo como si estuviese convulsionando y tomando control de sí mismo, con un gesto de me nosprecio balbució en tre dientes:

- No co nozco tal pintura, has viajado en vano y con poca suerte, te has guiado por el consejo de un trabuque ro, esta obra es falsa no contiene elementos necesarios de veracidad. No soy a quien buscas, seguid tu camino y que dios te ampare.-

Aquel apenado anciano, enervado y enclen que apretó su pecho era un dolor que le aquejaba, lo llevé al ático justo donde estaba su habitación y cubriendo su rostro con sus manos convulsas, llo ró amargamente. A estos, la muerte no los visita, aunque le imploren, su tormento es la vida misma, un martirio sempiterno que lo llevan de existencia en existencia, cuántas veces habrá muerto si la vida misma es muerte. Me despedí de él, no lo molestaría más.

Mi visita ha bía sido impertinente, ocasionándole incomodidad, estaba asustado, temía por la salud quebradiza del anciano.

Esperé se durmiera, pero quien durmió fui yo, cuan do desperté no estaba a mi lado, bajé del ático, recorrí los salones, lo encontré arrinconado abraza do al lienzo, no vencía a sus lágrimas, era insoportable aquella escena, de macrado, amarillento sus ojos contenían años de pestes, las uñas de sus manos carcomidas y el aliento que salía de su boca, amargo como el ajenjo. No era suficien te verlo, era inevitable sentirlo, dorso de la calma, no hubiese deseado encontrarme con la miseria del dolor, no me atreví a proferir palabra alguna en cen sura de lo que no podemos cambiar, de lo que una vez nos sucedió sin remediar, estuvimos en silencio un par de horas. El sol comenzó a calentar nuestros cuerpos y antes que cayese la tarde con su espesa capa lustrosa, me dispuse a marchar. El anciano se aferraba a la pintura, la arrebaté de sus manos, y en un breve desencuentro advertí marcas de torturas, levanté sus mangas y sus brazos estaban lacera dos, eran las mismas cicatrices que solían grabar en sus víctimas los indagadores de la Iglesia de Roma. ¡Santo cielo! Mi señor veo señales de suplicio en tu cuerpo, ¿Será alguna penitencia en expiación por el pecado que mora en ti? o ¿Dime quién te ha lesionado; para perseguirlo y castigarlo? Su espalda invadida con verdugazos, el silencio hablaba más que mil palabras, inmóvil, perdido en un letargo con la conciencia partida en dos.

Ya era hora de alzar mi vuelo, ansioso por huir de aquel tétrico lugar. Y cuando abrí la puerta para hacer viaje, se levantó con premura… desente rró el pasado sumergiéndose en el tiempo a través de un largo viaje por el Mediterráneo, cruzó con la memoria el Adriático, en laberintos de odio, desenfreno, pasión, muerte y desencuentros, cruzaba en su mente los puentes de madera, la basílica de San Marcos todo esto al momento de relatarme aquellos fascinantes eventos.

¡Mis queridos lectores! volver a retros pectivo es remover una ciénaga espantosa, así fue.

Aquel anciano a quien recién conocía, cubrió sus oídos como si escuchase voces desde el interior de su alma y abrió su boca para narrarme paso a paso la verdadera historia de la Venus de los perver sos. Me llevó deliberadamente a través de un aluvión de pasajes que rompieron mi esquema de la vida, no soy religioso ni pre tendo serlo, pero cualquier medio que el destino utilice para renovar nuestras mentes, rom perá tu paradigma en pedazos, es admisible.

Magda Bello, junto a la tumba de una monja en la

Catedral de Cuenca

España

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