Clásicos de la fe - Obras de Martín Lutero (muestra)

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95 Theses The Bondage of the Will thisLas volume 95 contains: tesis

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95 Theses The Bondage of the Will

Clavadas en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Alemania, el 31 de octubre de 1517



95 Theses The Bondage of the Will

Las 95 tesis this volume contains:

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omo fruto del amor por la verdad y del anhelo de aclararla, el reverendo Martín Lutero, con una maestría en humanidades y sagrada teología, y predicador regular en Wittenberg, intenta defender las siguientes declaraciones y debatir sobre ellas en esa localidad. Por lo tanto, pide que aquellos que no puedan estar presentes en el debate oral con él, que, en ausencia, lo hagan por medio de cartas. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Amén. 1. Cuando nuestro Señor y Maestro, Jesucristo, declaró: «Arrepiéntanse…», Su intención era que toda la vida de Sus creyentes en la tierra fuera una constante penitencia. 2. Y la palabra «penitencia» no puede ni debe entenderse como el sacramento de la penitencia, el cual es la confesión y la reparación que se realiza bajo el ministerio del sacerdote.

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3. Sin embargo, él no solo piensa en la penitencia interna: más bien la penitencia interna es inútil a menos que produzca la aflicción externa de la carne. 4. Por lo tanto, la aflicción continúa mientras persista el odio a uno mismo, lo que significa que la verdadera penitencia interna continúa hasta que uno entre en el reino de los cielos. 5. El papa no remitirá ni puede remitir (perdonar) otros castigos (penas), excepto los que él haya impuesto a través de sus propios decretos o según los cánones. 6. El papa puede perdonar los pecados, solo en el sentido de declarar y confirmar lo que Dios haya perdonado; o en lo que él se haya reservado para sí mismo, a menos que esto ocurra, los pecados permanecen sin perdonar. 7. Dios no perdona ninguno de los pecados a menos que el pecador se presente afligido y humillado delante del sacerdote, su vicario. 8. Los cánones sobre la penitencia son impuestos solo sobre los vivientes, no deben ser impuestos de ninguna manera sobre los que agonizan. 9. Por eso, el Espíritu Santo, que actúa en el papa, nos hace el bien, cuando este último en sus decretos remueve el artículo de muerte y extrema necesidad.

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10. Los sacerdotes actúan de manera enfermiza e irracional cuando reservan para el purgatorio la penitencia impuesta (por los cánones) sobre los que están en agonía de muerte. 11. Este abuso de cambiar la pena canónica por una pena en el purgatorio, parece que surgió mientras los obispos dormían. 12. En tiempos antiguos, se imponían las penas canónicas, antes de la absolución, no después, y se hacía como una prueba para que se mostrara el verdadero arrepentimiento y la aflicción. 13. Los que agonizan pagan todas sus penas al morir, ya están muertos a los cánones, de los cuales ya están apropiadamente exentos. 14. La salud espiritual o el amor imperfectos en la persona que agoniza necesariamente le trae gran temor, y entre menos amor haya mostrado, mayor será su temor. 15. Este temor y horror, por no mencionar otras cosas, son suficientes en sí mismos para producir el castigo del purgatorio, porque se asemejan al horror de la desesperación. 16. El infierno, el purgatorio y el cielo parecen ser diferentes, así como también difieren la absoluta desesperación, la casi desesperación y la seguridad de la salvación. 17. Parece necesario en el purgatorio que, a medida que el amor crece en las almas, disminuya el temor.

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18. Parece que no se ha demostrado, ni por argumentos racionales ni por la Sagrada Escritura, que las almas (en el purgatorio) estén excluidas del mérito y el demérito, o del aumento en el amor. 19. Tampoco se ha demostrado que todas las almas (en el purgatorio) tengan plena seguridad y confianza de su salvación, aunque nosotros podamos estar totalmente seguros de ello. 20. Por lo tanto, cuando el papa habla de la perfecta remisión de todos los castigos, no quiere decir que todas las penas en general sean perdonadas, sino solo aquellas impuestas por él. 21. Por consiguiente, los predicadores de indulgencias se equivocan al afirmar que por la indulgencia papal un hombre puede ser exento de todos los castigos y así ser salvo. 22. Sin duda, el papa no remite pena alguna a las almas del purgatorio que, según los cánones, debieron haber pagado en esta vida. 23. Si a alguno se le concede completa remisión de todas las penas, es cierto que se confiere solo a aquellos que están más cercanos a la perfección, o sea, a muy pocos. 24. Por lo tanto, se engaña a un gran número de personas con la jactanciosa promesa de la exención de la pena, por lo cual no hay manera de hacer distinción.

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25. El mismo poder que el papa tiene sobre el purgatorio, lo tiene el obispo en su diócesis y todo cura en su parroquia. 26. El papa actúa correctamente al otorgar la remisión a las almas del purgatorio, no por el poder de las llaves, que no posee, sino por su intercesión. 27. Predican vanidad quienes dicen que las almas vuelan fuera del purgatorio, tan pronto suenan las monedas al caer dentro del cofre. 28. Lo que sí es cierto es que tan pronto suenan las monedas en el cofre, aumentan la ganancia y la avaricia, pero la intercesión de la iglesia depende solamente de la voluntad de Dios mismo. 29. Y, ¿quién sabe, además, si todas las almas en el purgatorio desean ser redimidas?, como cuenta la leyenda que sucedió con San Severino y San Pascual. 30. Nadie está seguro de haberse arrepentido con la suficiente sinceridad, mucho menos de haber recibido la perfecta remisión de sus pecados. 31. Es muy raro el que se ha arrepentido con sinceridad, el que lo hace obtiene la indulgencia; es decir, que el tal es difícil de encontrar. 32. En el camino a la condenación eterna, están quienes crean, junto con sus maestros, estar seguros de su salvación por medio de las indulgencias. 7


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33. Desconfía de los que afirman que las indulgencias papales son un don especial de Dios por el que el hombre es reconciliado con Dios. 34. El perdón contenido en estas indulgencias se refiere solo a las penas de la satisfacción sacramental, que fueron determinadas por los hombres. 35. Predica como pagano, quien enseña que aquellos que sacan las almas del purgatorio, o que les compran indulgencias no tienen necesidad de arrepentirse ni de experimentar contrición. 36. Todo cristiano que se arrepiente y se aflige sinceramente por sus pecados tiene perfecta remisión del dolor y la culpa, aunque no tenga certificado de indulgencia. 37. Todo cristiano verdadero, esté vivo o muerto, participa de los beneficios de Cristo y de la iglesia que le han sido otorgados por Dios, aunque no tenga certificado de indulgencia. 38. La absolución y la dispensa papal no deben despreciarse, pues, como he expresado, son una declaración de la absolución divina. 39. Es extremadamente difícil, incluso para los más hábiles teólogos, elogiar delante del pueblo la gran riqueza de las indulgencias y, a la vez, la verdad de la absoluta contrición. 40. El verdadero arrepentimiento y contrición buscan y aceptan el castigo, mientras que las abundantes indulgencias liberan de 8


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este, y hacen que los hombres las odien o por lo menos, les da la ocasión de hacerlo. 41. La indulgencia papal debe proclamarse con toda cautela, no sea que la gente erróneamente crea que tiene más valor que las otras obras de amor que deben hacerse. 42. Se debe enseñar a los cristianos que no es la opinión del papa, en manera alguna, que la compra de indulgencias sea comparable con las obras de amor. 43. Se debe enseñar a los cristianos que quien da al pobre o presta al necesitado hace una mayor obra que el que compra indulgencias. 44. Al mostrar el amor, este aumenta y el hombre crece en su bondad, mientras que por las indulgencias el hombre no mejora, solo se libra del castigo. 45. Se debe enseñar a los cristianos que quien ve a su prójimo en necesidad, y compra indulgencias, no participa de las indulgencias papales, sino de la ira de Dios. 46. Se debe enseñar a los cristianos que, a menos que sean ricos, es su deber tener lo que es necesario para la manutención de sus casas, y que no deben malgastar sus recursos en indulgencias. 47. Se debe enseñar a los cristianos que comprar indulgencias nace de la propia voluntad, y no por obligación o deber.

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48. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, al vender indulgencias, tiene más necesidad y más deseo de una oración devota por él mismo, antes que el dinero. 49. Se debe enseñar a los cristianos que las indulgencias papales son útiles, solo si no se pone la confianza en ellas, pero muy peligrosas si por causa de ellas se pierde el temor a Dios. 50. Se debe enseñar a los cristianos que, si el papa supiera lo que hacen los predicadores de las indulgencias, preferiría que la catedral de San Pedro fuera quemada y convertida en cenizas, antes que ser construida con la piel, la carne y los huesos de las ovejas. 51. Se debe enseñar a los cristianos que el papa, como es su obligación hacer, está dispuesto a dar de su propio dinero a aquellos a quienes los predicadores de indulgencias les extorsionaron dinero, y aun vender la catedral de San Pedro si fuera necesario. 52. Es vano y falso esperar ser salvo por medio de indulgencias, aunque el comisario, es más, el mismo papa, lo prometiera con su propia alma. 53. Aquellos que, por causa de un sermón sobre las indulgencias en una iglesia, condenan al silencio la Palabra de Dios en otras iglesias, los tales son enemigos de Cristo y del papa. 54. Es contrario a la Palabra de Dios, si alguno en el mismo sermón dedica el mismo o mayor tiempo a hablar de las indulgencias, antes que de la palabra del evangelio. 10


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55. La opinión del papa no puede ser diferente a esta: si una indulgencia, la cual es la cosa más insignificante, se celebra con un toque de campanas, una procesión y ceremonias, entonces el evangelio, el cual es la cosa más sublime, debe celebrarse con cien toques de campana, cien procesiones y cien ceremonias. 56. Los tesoros de la iglesia, de donde el papa concede las dispensas, no son lo suficientemente mencionados ni conocidos entre la comunidad de Cristo. 57. Es manifiesto que no son tesoros temporales, porque muchos de los predicadores no los gastan con ligereza, sino que los acumulan. 58. Tampoco son los méritos de Cristo ni de los santos, porque estos, sin la ayuda del papa, siempre obran gracia al hombre interior, y la cruz, la muerte y el infierno al hombre exterior. 59. San Lorenzo se refirió a los pobres de la congregación como los tesoros de la comunidad y de la iglesia, pero él entendió la palabra según el uso en su tiempo. 60. Afirmamos sin insolencia que las llaves de la iglesia, entregadas por los méritos de Cristo, son este tesoro. 61. Porque es claro que el poder del papa es suficiente para la remisión de las penas y el perdón en los casos reservados. 62. El correcto y verdadero tesoro de la iglesia es el santísimo evangelio de la gloria y de la gracia de Dios. 11


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63. Este tesoro, sin embargo, es con razón odiado, porque hace que los primeros sean los últimos. 64. Mientras que el tesoro de las indulgencias es con razón bien recibido, porque este hace que los últimos sean los primeros. 65. Por lo tanto, los tesoros del evangelio son redes, con las cuales, en tiempos pasados, uno pescaba a los hombres arrebatándoselos al dios dinero. 66. Pero los tesoros de las indulgencias son redes, con las cuales en el presente uno pesca al dios dinero arrebatándoselo a los hombres. 67. Esas indulgencias, las que proclaman los predicadores como grandes favores o misericordias, en realidad lo son, pues proveen ganancias. 68. Pero son los más pequeños comparados con la gracia de Dios y la devoción a la cruz. 69. Los obispos y los clérigos deben velar con ojos y oídos, para que los enviados (comisarios) de las indulgencias papales se reciban con toda reverencia. 70. Pero ellos deben vigilar aún más, con ojos y oídos, que estos comisarios no prediquen sus propios asuntos, sino lo que el papa les mandó.

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71. El que hable contra la verdad de las indulgencias apostólicas sea anatema y maldito. 72. Pero sea bendito el que esté alerta contra las palabras insolentes e insensatas del predicador de indulgencias. 73. Así como el papa justamente deshonra y excomulga a aquellos que utilizan cualquier forma de artilugio para dañar la venta de las indulgencias. 74. Mucho mayor es su intención, del papa, de deshonrar y excomulgar a aquellos que bajo el pretexto de las indulgencias utilizan artilugios para dañar el santo amor y la verdad. 75. Es locura pensar que las indulgencias papales tienen poder para absolver a un hombre incluso, por mencionar algo imposible, si hubiera violado a la madre de Dios. 76. Afirmamos, por el contrario, que la indulgencia papal no puede quitar el más pequeño de los pecados diarios, en cuanto a la culpa de este. 77. Declarar que San Pedro, si ahora fuera el papa, no podría mostrar mayores misericordias, sería una blasfemia contra San Pedro y contra el papa. 78. Afirmamos, por el contrario, que tanto este como todo papa tiene mayores misericordias que mostrar: concretamente, el evangelio, las capacidades espirituales, los dones de sanidad, etc. (1 Cor. 12). 13


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79. Quien diga que la cruz con las armas del papa, solemnemente levantada, tiene tanto poder como la cruz de Cristo, blasfema contra Dios. 80. Aquellos obispos, clérigos y teólogos que permitan que tales discursos se pronuncien entre la gente tendrán que dar cuenta por ello. 81. Tales sermones insolentes sobre las indulgencias hacen difícil, aun para los entendidos, defender el honor y la dignidad del papa contra las calumnias que se le levantan, y aun contra las preguntas inquisitivas de los laicos. 82. Por ejemplo, ¿por qué el papa no libera de una vez a todas las almas que están en el purgatorio, para mostrar el santo amor y debido a la amarga angustia de dichas almas, que serían las razones ineludibles, mientras que, por otro lado, salva una cantidad innumerable de almas movido por la cosa más miserable: el dinero, para ser invertido en la catedral de San Pedro, la que sería la más insignificante de las razones? 83. De nuevo: ¿por qué continúan las misas por los muertos, y por qué el papa no devuelve o permite que se retiren los fondos que se establecieron para el bien de los muertos, puesto que ahora es erróneo rezar por aquellos que ya son salvos? 84. De nuevo: ¿cuál es esta nueva santidad de Dios y del papa que, por dinero, permiten que el impío y el enemigo de Dios salve un alma piadosa y fiel a Dios, pero que no salva un alma piadosa y 14


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amada por la que no se paga, la cual debería ser salva no por el dinero, sino por el amor y el deseo de liberarla de la aflicción? 85. De nuevo: ¿por qué los cánones de la penitencia, que se abolieron hace mucho tiempo y que caducaron en sí mismos, porque ya no se aplicaban, aún se pagan con dinero mediante la concesión de indulgencias, como si todavía estuvieran vigentes y fueran aplicables? 86. De nuevo: ¿por qué el papa no construye la catedral de San Pedro con su propio dinero, puesto que sus riquezas son ahora más abundantes que las del antiguo aristócrata romano Craso, en lugar de hacerlo con el dinero de los pobres creyentes? 87. De nuevo: ¿qué remite el papa o confiere a aquellos que, a través de la perfecta penitencia, ya tienen el derecho a la remisión y la indulgencia plenarias? 88. De nuevo: ¿qué bien mayor podría recibir la iglesia, sino aquel en el que el papa presentara esta remisión e indulgencia cien veces por día a cualquier creyente, en lugar de hacerlo solo una vez, como lo hace ahora? 89. Si el papa busca, con sus indulgencias, la salvación de las almas, en lugar de dinero, ¿por qué anula las cartas de indulgencias conferidas tiempo atrás, y las declara expiradas, aunque no lo estén? 90. Reprimir por la fuerza estas reveladoras preguntas de los laicos, y no resolver ninguna con la verdad, es exponer a la 15


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iglesia y al papa al ridículo delante del enemigo y hacer que el pueblo cristiano quede descontento. 91. Por lo tanto, si las indulgencias se predicaran según la intención y la opinión del papa, todas estas objeciones se responderían fácilmente; es más, nunca se hubieran suscitado. 92. Hay que rechazar a todos esos profetas que le dicen a la comunidad de Cristo: «paz, paz», y no hay paz. 93. Sean benditos todos esos profetas que le dicen a la comunidad de Cristo: «la cruz, la cruz» y no hay cruz. 94. Se debe exhortar a los cristianos a que se esfuercen en seguir a Cristo, su Cabeza, a través de la cruz, la muerte y el infierno. 95. Y así esperar, con confianza, entrar al cielo a través de muchas adversidades, en lugar de buscar hacerlo a través de una falsa seguridad.

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