Clásico de la Fe: Edwards - Muestra

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Clรกsicos de la Fe

Obras de Jonathan Edwards


this volumen volume contains: este contiene:

95 Theses Dios se glorifica en la dependencia The Bondage of the Will del hombre Cristo exaltado Los pecadores en manos de un Dios airado El libre albedrĂ­o 95 Theses The Bondage of the Will this volume contains:


Contenido Dios se glorifica en la dependencia del hombre...............................................................................1 Cristo exaltado.........................................................................29 Los pecadores en manos de un Dios airado.................................61 El libre albedrĂ­o........................................................................89

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95 Theses The Bondage of the Will this volume contains:

«A fin de que nadie se jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor». (1 Corintios 1:29-31)

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os cristianos a quienes el apóstol dirigió esta epístola, habitaban en una parte del mundo donde se le adjudicaba gran reputación a la sabiduría humana; como se señala en el versículo 22 de este capítulo: «los griegos buscan sabiduría». Corinto no estaba lejos de Atenas, que durante muchos siglos había sido la sede más famosa de la filosofía y de la erudición del mundo. Por lo tanto, el apóstol les señala cómo Dios, a través del evangelio, había destruido y reducido a la nada su sabiduría. Los eruditos griegos y sus grandes filósofos, a través de toda su sabiduría, no habían conocido a Dios, ni habían podido 3


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descubrir la verdad sobre las cosas divinas. Pero, luego de haber hecho todo lo posible sin resultados, le agradó a Dios revelarse a sí mismo mediante el evangelio, que a ellos les parecía necedad. Porque «lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es» (1 Cor. 1:27-28). El apóstol les comunica en el texto por qué ninguna carne debería gloriarse en Su presencia, etc., de cuyas palabras podría desprenderse que Dios se glorifica en la dependencia del hombre. 1. El propósito de Dios en el carácter de la redención es que el ser humano no se gloríe en sí mismo, sino solo en Dios; que ninguna carne se gloríe en Su presencia. Tal como está escrito: «El que se gloría, gloríese en el Señor» (v. 31). 2. Su objetivo se alcanza en la obra de redención, particularmente a través de esa dependencia absoluta e inmediata que los hombres tienen de Dios en esa obra, para todo su bien. Por tanto: primero, todo el bien que tienen se encuentra en Cristo y a través de Él, que ha sido hecho sabiduría, justificación, santificación y redención. Todo el bien de la criatura caída y redimida se relaciona con estas cuatro cosas, y no puede distribuirse mejor que dentro de ellas. Pero Cristo es cada una de ellas para nosotros y nada de esto se encuentra fuera de Él. Dios lo ha hecho sabiduría para nosotros. En Él se encuentran todo el bien adecuado y la verdadera excelencia del entendimiento. La sabiduría era algo que los griegos admiraban, pero Cristo es la verdadera luz del mundo; es solo a través de Él que se imparte la verdadera sabiduría a la mente. 4


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Es en Cristo y a través de Él que tenemos justificación. Al estar en Él, somos justificados, nuestros pecados son perdonados y somos recibidos como justos conforme al favor de Dios. Es en Cristo que tenemos santificación. En Él tenemos verdadera excelencia de corazón como así también de entendimiento, y Él ha sido hecho para nosotros justicia inherente como también imputada. Es a través de Cristo que tenemos redención, o la verdadera liberación de toda miseria, y que se nos otorga toda felicidad y gloria. Por tanto, tenemos todo nuestro bien a través de Cristo, que es Dios. En segundo lugar, otra instancia donde aparece nuestra dependencia de Dios para todo nuestro bien es esta: es Dios quien nos ha dado a Cristo, para que podamos tener estos beneficios a través de Él. Él, que proviene de Dios, ha sido hecho para con nosotros sabiduría, justificación, etc. En tercer lugar, es por Él que estamos en Cristo Jesús y que llegamos a tener interés en Él, y así recibimos aquellas bendiciones que nos llegan a través de Él. Es Dios quien nos da fe, con lo cual somos incluidos en Cristo. Así es que, en este versículo, se muestra nuestra dependencia de cada persona de la Trinidad para todo nuestro bien. Dependemos de Cristo el Hijo de Dios, ya que Él es nuestra sabiduría, justificación, santificación y redención. Dependemos del Padre, que nos ha dado a Cristo e hizo que Él fuera estas cosas para nosotros. Dependemos del Espíritu Santo, porque es a través de Él que estamos en Cristo Jesús. Es el Espíritu de Dios el que da fe en Él, con la cual lo recibimos y somos incluidos en Él.

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Doctrina «Dios es glorificado en la obra de redención en lo siguiente: que allí surge una dependencia absoluta y universal de Él por parte de los redimidos». Aquí me propongo mostrar, en primer lugar, que los redimidos tienen una dependencia absoluta y universal de Dios para su absoluto bien. En segundo lugar, que Dios es así exaltado y glorificado en la obra de redención. I. Los redimidos tienen una dependencia absoluta y universal de Dios. La naturaleza y el plan de nuestra redención es tal que los redimidos pasan directa, inmediata y completamente a depender de Dios en todo: dependen de Él para todo y dependen de Él en todo sentido. Las diversas maneras en que la dependencia de un ser de otro puede ser para su bien, y las maneras en que los redimidos por Jesucristo dependen de Dios para todo su bien, son las siguientes: que reciben todo su bien de Él, que tienen todo a través de Él, y que tienen todo en Él. Primero, que Él es la causa y el único de donde proviene todo el bien, y por tanto, le pertenece a Él. Ya que Él es el medio a través del cual se obtiene y se transmite, por tanto, lo tienen a través de Él. Además, Él es el bien en sí mismo dado y transmitido, y por tanto, está en Él. Ahora bien, aquellos que son redimidos por la obra de Jesucristo, en todos estos aspectos, dependen muy directa y completamente de Dios para todo. Primero, los redimidos reciben todo su bien de Dios. Él es el gran autor de esto. Es la primera causa; y no solo eso, sino que es la única causa adecuada. De Dios es que tenemos a nuestro 6


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Redentor. Es Dios quien nos ha provisto un Salvador. Jesucristo no es solo Dios en persona, tal como es el Hijo unigénito de Dios, sino que viene de Dios, en lo que a nosotros nos concierne de Él y en Su oficio de mediador. Él es el don de Dios para nosotros. Dios lo escogió y lo ungió, le señaló Su tarea y lo envió al mundo. Y como es Dios quien da, también es Dios quien acepta al Salvador. Él entrega al adquirente y ofrece lo adquirido. En Dios, nace la idea de que Cristo sea nuestro, de que seamos traídos a Él y de que nos unamos a Él. Es de Dios que recibimos fe para estar incluidos en Él, para que podamos interesarnos en Él. Efesios 2:8 declara: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios». Es de Dios de quien recibimos en verdad todos los beneficios que Cristo ha comprado. Es Dios quien perdona y justifica, quien nos libra de ir al infierno, y los redimidos son recibidos en Su favor cuando son justificados. Por lo tanto, es Dios quien libra del dominio del pecado, quien nos limpia de nuestra inmundicia y transforma nuestra deformidad. Es de Dios de quien los redimidos reciben toda su verdadera excelencia, sabiduría y santidad, y todo esto se da de dos maneras. Primero, ya que el Espíritu Santo, por medio de quien estas cosas se forjan de inmediato, es de Dios, procede de Él y es enviado por Él. Y segundo, ya que el Espíritu Santo en sí es Dios, mediante cuya operación y morada se otorgan y sostienen el conocimiento de Dios y de las cosas divinas, una santa inclinación y toda gracia. Y aunque se hace uso de medios para conferir gracia sobre las almas de los hombres, no obstante, es de Dios de quien proceden estos medios de gracia, y es Él quien los hace efectivos. De Dios tenemos las Santas Escrituras. Ellas son Su Palabra. De Dios tenemos los mandamientos, y 7


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su eficacia depende de la inmediata influencia de Su Espíritu. Los ministros del evangelio son enviados de Dios, y toda su competencia proviene de Él. «Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros» (2 Cor. 4:7). Su éxito depende completa y absolutamente de la inmediata bendición e influencia de Dios. 1. Los redimidos poseen todo de la gracia de Dios. Fue por pura gracia que Dios nos dio a Su Hijo unigénito. La gracia es grande en proporción a la excelencia de lo que se da. El regalo fue infinitamente precioso, porque provino de una persona infinitamente digna, de infinita gloria, y también porque provino de una persona infinitamente cercana a Dios y amada por Él. La gracia es grande en proporción al beneficio que se nos ha dado en Él. El beneficio es doblemente infinito ya que en Él tenemos liberación de una miseria infinita, porque es eterna, y además recibimos gozo y gloria. La gracia para otorgar este don es grande en proporción a nuestra indignidad para recibirlo. En lugar de merecer tal don, merecíamos infinitos males de las manos de Dios. La gracia es grande de acuerdo a la manera en que se da, o en proporción a la humillación y al costo del método y del medio mediante los cuales se abre un camino para que recibamos el don. Él se dio a sí mismo para morar entre nosotros. Se entregó encarnado, o con nuestra naturaleza, y semejante en nuestras debilidades, aunque sin pecado. Se entregó a nosotros en un estado bajo y afligido; y no solo eso, sino inmolado para que pudiera ser un festín para nuestras almas. La gracia de Dios para otorgar este don es totalmente gratuita. Él no tenía ninguna obligación de otorgarla. Hubiera 8


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podido rechazar al hombre caído, como lo hizo con los ángeles caídos. Nosotros jamás hicimos algo para merecerlo. Se nos dio mientras todavía éramos enemigos, y antes de que estuviéramos arrepentidos. Provino del amor de Dios que no vio ninguna virtud en nosotros para recibirla, y sin tener ninguna expectativa de que se lo retribuyéramos jamás. Y es por pura gracia que se aplican los beneficios de Cristo a tal o cual persona en particular. Aquellos que son llamados y santificados deben atribuírselo solo a la buena voluntad de la bondad de Dios, mediante la cual son distinguidos. Él es soberano y tiene misericordia de quien tiene misericordia. El hombre tiene ahora una dependencia mayor de la gracia de Dios que antes de la caída. Depende más que nunca de la bondad gratuita de Dios. Antes, dependía de la bondad de Dios para que le confiriera la recompensa a la obediencia perfecta, ya que Dios no tenía obligación de prometer ni de otorgar esa recompensa. Pero ahora, dependemos de la gracia de Dios para mucho más. Nos encontramos necesitados de la gracia, no solo para que se nos otorgue gloria, sino para ser librados del infierno y de la ira eterna. Bajo el primer pacto, dependíamos de la bondad de Dios para que nos diera la recompensa por la justicia; y lo mismo sucede ahora. Pero tenemos la necesidad de la gracia gratuita y soberana de Dios para que nos dé esa justicia, para que perdone nuestro pecado y para que nos libre de la culpa y de nuestro infinito demérito de gracia. Y así como dependemos de la bondad de Dios más ahora que bajo el primer pacto, también dependemos de una bondad mucho mayor, más libre y maravillosa. Ahora dependemos más del beneplácito arbitrario y soberano de Dios. 9


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En nuestro primer estado, dependíamos de Dios para la santidad. Nuestra justicia original provenía de Él; pero entonces, la santidad no se otorgaba del mismo modo que se otorga el beneplácito soberano. El hombre fue creado santo porque Dios quiso crear santas a todas Sus criaturas con raciocinio. Hubiera sido una depreciación de la santidad de la naturaleza divina que hubiera creado una criatura inteligente que no fuera santa. Pero ahora, cuando el hombre caído se torna santo, es por pura y arbitraria gracia. Si a Él le agrada, Dios puede negarle la santidad a la criatura caída por siempre, sin ninguna depreciación de ninguna de Sus perfecciones. No solo somos, por cierto, más dependientes de la gracia de Dios, sino que nuestra dependencia es mucho más notoria, porque nuestra propia insuficiencia e impotencia son mucho más evidentes en nuestro estado caído e inacabado de lo que eran antes de que fuéramos pecadores o bien miserables. Evidentemente, dependemos mucho más de Dios para la santidad, porque en primer lugar somos pecadores y estamos completamente corrompidos, y luego somos santos. Por tanto, la producción del efecto es adecuada, y que derive de Dios es aún más evidente. Si el hombre alguna vez fue santo y si siempre lo fue, no sería tan evidente que no necesita la santidad como una cualidad inseparable de la naturaleza humana. Por tanto, es más evidente que dependemos de la gracia gratuita para tener el favor de Dios. Porque primero, somos con justicia los objetos de Su desaprobación, y posteriormente, somos recibidos al favor. Es más evidente nuestra dependencia de Dios para la felicidad, ya que primero éramos miserables y luego, felices. Es más evidentemente gratuita y sin mérito alguno de nuestra parte, porque en realidad, carecemos de toda clase de 10


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excelencia para merecer, si es que pudiera haber tal cosa como el mérito en la excelencia de la criatura. Y no solo carecemos de toda clase de excelencia verdadera, sino que estamos llenos y completamente contaminados de aquello que es infinitamente detestable. Es mucho más evidente que todo nuestro bien proviene de Dios porque primero estamos desnudos y completamente sin ningún bien y luego estamos enriquecidos con todo bien. 2. Recibimos todo del poder de Dios. Suele hablarse de la redención del hombre como una obra de maravilloso poder y también de gracia. El gran poder de Dios se muestra al traer a un pecador de su estado caído, de las profundidades del pecado y la miseria, a un estado exaltado de santidad y felicidad. Efesios 1:19 afirma: «y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza». Dependemos de Dios en cada paso de nuestra redención. Dependemos de Su poder para que nos convierta, para que nos dé fe en Jesucristo y nos haga una nueva criatura. Es una obra de creación. «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Cor. 5:17). Hemos sido creados en Cristo Jesús (Ef. 2:10). La criatura caída no puede alcanzar la verdadera santidad si no es creada de nuevo. «Y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Ef. 4:24). Es resucitar de los muertos. Colosenses 2:12-13 afirma: «sepultados con él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con él, mediante la fe en el poder de Dios que le levantó de los muertos». Así es, existe una obra más gloriosa en 11


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poder que la mera creación o que resucitar a un cuerpo muerto, en el sentido de que el efecto obtenido es mayor y más excelente. Ese ser santo y feliz, y esa vida espiritual, que se produce en la obra de conversión, tiene un efecto mucho mayor y más glorioso que el simple ser o la simple vida. Y el estado a partir del cual se realiza el cambio —la muerte en pecado, una corrupción total de la naturaleza y la profundidad de la miseria— está mucho más lejos del estado obtenido que la mera muerte o la inexistencia. Es también por el poder de Dios que somos preservados en un estado de gracia como el que menciona 1 Pedro 1:5: «que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación». Como la gracia proviene en un principio de Dios, proviene continuamente de Él y se mantiene en Él, así como, en la atmósfera, la luz y el amanecer dependen todo el día del sol. Los hombres dependen del poder de Dios para todo ejercicio de gracia y para llevar a cabo esa obra en el corazón; para vencer al pecado y a la corrupción, aumentar los principios santos y permitir que se dé fruto en buenas obras. El hombre depende del poder divino para traer gracia a su perfección, para que su alma sea completamente afable en la gloriosa semejanza de Cristo y la llene con un gozo y una bendición satisfactorios; y en cuanto a la resurrección del cuerpo a vida, y a semejante estado perfecto que sea apropiado para que habite un alma tan perfeccionada y bendecida. Estos son los efectos más gloriosos del poder de Dios, que se ven en la serie de actos de Dios con respecto a las criaturas. El hombre dependía del poder de Dios en su primer estado, pero ahora depende más de Él. Necesita Su poder para que haga más cosas por él y depende de un ejercicio más maravilloso de Su poder. Dios hizo santo al hombre en primera instancia, pero 12


Hasta aquĂ­ la muestra. Puede ver mĂĄs informacion o comprar el libro en: www.clasicosdelafe.com


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