Clásicos de la Fe: Wesley - Muestra

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Clรกsicos de la Fe

Obras de John Wesley


95 Theses The Bondage of the Will this volumen volume contains: este contiene:

95 Theses Sermones para varias ocasiones The Bondage of the Will this volume contains:


Contenido Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón Sermón

1: 2: 3: 4: 5: 6: 7: 8: 9:

La salvación por medio de la fe..................................1 El casi cristiano........................................................17 Despiértate, tú que duermes........................................29 El cristianismo según la Escritura...............................47 La justificación por fe...............................................71 La justicia por la fe..................................................89 El camino al reino....................................................107 Los primeros frutos del Espíritu..................................123 El espíritu de esclavitud y el espíritu de adopción...............................................139 10: El testimonio del Espíritu: Discurso 1........................159 11: El testimonio del Espíritu: Discurso 2........................177 13: Sobre el pecado en los creyentes..................................195 14: El arrepentimiento del creyente..................................213 16: Los medios de gracia...............................................235 17: La circuncisión del corazón......................................259 18: Las señales del nuevo nacimiento.............................275 19: El gran privilegio de los que son nacidos de Dios......................................................291

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Sermón 21: S obre el sermón de nuestro Señor en el monte: Discurso 1............................................307 Sermón 22: Sobre el sermón de nuestro Señor en el monte: Discurso 2............................................329 Sermón 23: Sobre el sermón de nuestro Señor en el monte: Discurso 3............................................353 Sermón 24: Sobre el sermón de nuestro Señor en el monte: Discurso 4............................................377 Sermón 25: Sobre el sermón de nuestro Señor en el monte: Discurso 5............................................401

*Los sermones han sido escogidos como una colección del primer volumen originalmente publicado en 1771. El número de cada sermón refleja el número que se le dio originalmente y no el número de orden en esta edición.


Sermón 1

La salvación por medio de la fe 95 Theses The Bondage of the Will this volume contains:

«Porque por gracia sois salvos por medio de la fe». Efesios 2:8 1. Todas las bendiciones que Dios ha concedido a los seres humanos provienen de Su pura gracia, generosidad o favor; Su favor gratuito e inmerecido; favor totalmente inmerecido; los seres humanos no tienen derecho a la menor de Sus misericordias. Fue la gracia gratuita la que «… formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz, y fue el hombre un ser viviente» (Gén. 2:7). También estampó en esa alma la imagen de Dios y «sometió todas las cosas bajo sus pies…» (Ef. 1:22). La misma gracia gratuita continúa para nosotros en este día, la vida y el aliento, y todas las cosas. Porque no hay nada de lo que somos, o tenemos, o hacemos, que pueda merecer lo mínimo de la mano de Dios. «Jehová, tú nos darás paz, porque 1


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también hiciste en nosotros todas nuestras obras» (Isa. 26:12). Por lo tanto, estos son ejemplos de la misericordia gratuita; y cualquier justicia que se pueda hallar en el ser humano, es también un don de Dios. 2. ¿Con qué, entonces, un hombre pecador podrá expiar el menor de sus pecados? ¿Con sus propias obras? No. Aunque sean muchas o santas, no son suyas, sino de Dios. No obstante, en realidad, son impías y pecadoras, y cada una de ellas necesita una nueva expiación. De un árbol corrompido solo crece fruto corrompido. Y el corazón del hombre está totalmente corrompido y es abominable; está «[destituido] de la gloria de Dios» (Rom. 3:23), de la justicia gloriosa que fue al principio impregnada en su alma, según la imagen de Su Creador. Por lo tanto, al no tener nada, ni justicia ni obras que reclamar, su boca se cierra por completo ante Dios. 3. Entonces, si el pecador halla favor con Dios, es «gracia sobre gracia». Si Dios aún se digna derramar nuevas bendiciones sobre nosotros, sí, la mayor de todas las bendiciones, la salvación; ¿qué podemos decir a todo esto sino: «¡Gracias a Dios por su don inefable!»? (2 Cor. 9:15). Y así es en esto: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rom. 5:8) para salvarnos «por gracia», esto es «por medio de la fe». La gracia es la fuente y la fe es la condición de la salvación. Ahora, para no ser destituidos de la gloria de Dios, nos concierne inquirir cuidadosamente: I. Por medio de qué fe somos salvos II. Cuál es la salvación que se obtiene por medio de la fe III. Cómo podemos responder a algunas objeciones

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I. Por medio de qué fe somos salvos 1. En primer lugar, no es simplemente la fe de un pagano. Ahora, Dios demanda del pagano que crea, «… porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan» (Heb. 11:6); y que se le debe buscar y glorificar como a Dios, darle gracias por todas las cosas y practicar con cuidado la virtud moral de la justicia, la misericordia y la verdad hacia sus semejantes. Por lo tanto, griego o romano, escita o indio, no tenía excusa si no creía esto: el ser y atributos de Dios, un futuro estado de recompensa y castigo, y la naturaleza obligatoria de la virtud moral. Pues esta es meramente la fe de un pagano. 2. En segundo lugar, tampoco es la fe del diablo, aunque esta va mucho más allá de la de un pagano. Porque el diablo cree, no solo que hay un Dios sabio y poderoso, misericordioso para recompensar y justo para castigar; sino también que Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, el Salvador del mundo. Así que lo encontramos que declara en términos expresos: «… Yo te conozco quién eres, el Santo de Dios» (Luc. 4:34). No podemos dudar que ese espíritu descontento cree todas aquellas cosas que salieron de la boca del Santo, sí, y todas las demás que fueron escritas por aquellos hombres santos de la antigüedad, de dos de los cuales él se vio obligado a dar aquel glorioso testimonio: «… Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación» (Hech. 16:17). Así que, entonces, el gran enemigo de Dios y del hombre cree, y tiembla al creer que Dios fue manifestado en carne; y que «… él hollará a nuestros enemigos» (Sal. 60:12); y que «Toda la

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Escritura es inspirada por Dios…» (2 Tim. 3:16). Tan lejos llega la fe del diablo. 3. En tercer lugar, la fe por medio de la cual somos salvos, en el sentido de la palabra que luego se explicará, no es simplemente aquella que tuvieron los apóstoles cuando Cristo estaba aún en la Tierra; aunque ellos creyeron en Él de tal manera que lo dejaron todo y lo siguieron (Mat. 19:27); aunque ellos tuvieron luego poder para hacer milagros, para sanar todo tipo de enfermedad y de dolencia (Mat. 4:23); sí, ellos tuvieron entonces «poder y autoridad sobre todos los demonios»; y, lo que es mucho más que esto, fueron enviados por el Maestro a «predicar el reino de Dios» (Luc. 9:1-2). 4. Entonces, ¿por medio de qué fe somos salvos? Primeramente, de forma general se puede responder, es una fe en Cristo: Cristo, y Dios a través de Cristo, son los objetos propios de esta fe. Por lo tanto, se distingue suficiente y absolutamente de la fe tanto de los paganos antiguos como de los modernos. Y de la fe del diablo se distingue por completo en esto: no es algo meramente especulativo y racional, un asentimiento frío y muerto, un grupo de ideas en la mente; sino también una disposición del corazón. Como dice la Escritura: «… con el corazón se cree para justicia…»; y «… si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo» (Rom. 10:9-10). 5. Y en esto difiere de aquella fe que los apóstoles tenían cuando nuestro Señor estaba en la Tierra, en que reconoce la necesidad y el mérito de Su muerte, y el poder de Su resurrección. Reconoce Su muerte como el único medio suficiente para redimir a los seres humanos de la muerte eterna, y Su resurrección como nuestra restauración a la vida 4


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y a la inmortalidad; ya que Él «fue entregado por nuestras trasgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4:25). Entonces, la fe cristiana no es solo un asentimiento de todo el evangelio de Cristo, sino también una completa seguridad en la sangre de Cristo; una confianza en los méritos de Su vida, Su muerte y Su resurrección; un descanso en Él como nuestra expiación y nuestra vida, dado por nosotros, y viviendo en nosotros; y, en consecuencia, un acercamiento a Él, un apego a Él, como nuestra «… sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Cor. 1:30), o, en una palabra, nuestra salvación. II. Cuál es la salvación que se obtiene por medio de la fe, es el segundo aspecto a considerar. 1. Y, en primer lugar, todo lo demás que esto implica, es una salvación presente. Es algo alcanzable, sí, de hecho, alcanzado en la Tierra por aquellos que participan de esta fe. Pues así expresa el apóstol a los creyentes en Éfeso, y en ellos a los creyentes de todos los tiempos, no indica «serán» (aunque eso también es verdad), sino «… sois salvos por medio de la fe» (Ef. 2:8). 2. Sois salvos (para resumir todo, en una palabra) del pecado. Esta es la salvación que se obtiene por medio de la fe. Esta es la gran salvación anunciada por el ángel, antes de que Dios trajera a Su Hijo unigénito al mundo: «… y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mat. 1:21). Y ni aquí, ni en otras partes de la santa ley, existe ninguna limitación o restricción. A todo Su pueblo, o como en otro lugar se expresa: «… todo aquel que en él cree» (Juan 3:15-16), los salvará de todos sus pecados, del pecado original 5


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y actual, pasado y presente, «de la carne y del espíritu». Por medio de la fe en Él, somos salvos de la culpa y de su poder. 3. En primer lugar, de la culpa de todo el pecado pasado: pues en vista de que todo el mundo es culpable ante Dios, al punto que «Jehová, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse?» y mientras «por medio de la ley es» solo «el conocimiento del pecado», pero no la liberación de él, por lo tanto, «por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de Él»: ahora, «la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo se ha manifestado para todos los que creen…» (Rom. 3:22). Entonces: «Siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados» (Rom. 3:24-25). Ahora Cristo ha quitado «la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición». Él ha «anulado el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz». «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». 4. Y al ser salvos de la culpa, son salvos del temor. No del temor filial de ofender; sino del temor servil; del temor que trae tormento; del temor del castigo; del temor de la ira de Dios, a quien ya no vemos como un Maestro severo, sino como un Padre indulgente. «Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios» (Rom. 8:15-16). También son salvos del temor, aunque no de la posibilidad de caer de la gracia de Dios, y 6


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no alcanzar las grandes y preciosas promesas. De manera que tienen «… paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo […] nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios […]. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5:15). Y están persuadidos (aunque quizás no en todo momento, no con la misma plenitud de persuasión), de que «… ni la muerte, ni la vida […], ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro» (Rom. 8:38-39). 5. Una vez más: por medio de esta fe son salvos del poder del pecado, así como de la culpa de este. Por tanto, el apóstol declara: «Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. Todo aquel que permanece en él, no peca…» (1 Juan 3:5ss.). De nuevo: «Hijitos, nadie os engañe […]. El que practica el pecado es del diablo […]. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios» (1 Jn. 3:7-9). Y de nuevo: «Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca» (1 Jn. 5:18). 6. El que es nacido de Dios por la fe, no peca 1) por ningún pecado habitual; porque todo pecado habitual es el pecado que reina; pero el pecado no puede reinar en quien cree. Tampoco peca 2) por ningún pecado deliberado: pues su voluntad, mientras permanezca en la fe, está completamente opuesta a todo pecado, y lo aborrece como veneno mortal. No peca 3) por ningún deseo pecaminoso; pues de continuo desea 7


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la voluntad de Dios santa y perfecta, y cualquier tendencia a un deseo impío, por la gracia de Dios, lo refrena en cuanto aparece. No peca 4) por debilidades, ya sea en hecho, palabra, o pensamiento; pues sus debilidades no tienen el asentimiento de su voluntad; y sin esto, ellas no son propiamente pecados. Así que «Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado…» (1 Jn. 3:9): y aunque no puede decir que no ha pecado, sin embargo, ahora «no peca». 7. Entonces, esta es la salvación que se obtiene por medio de la fe, aún en el mundo presente: una salvación del pecado, y de las consecuencias del pecado, ambas con frecuencia expresadas en la palabra justificación; la cual, si se toma en el sentido más amplio, implica una liberación de la culpa y del castigo, por la expiación de Cristo verdaderamente aplicada al alma del pecador que ahora cree en Él, y una liberación del poder del pecado, a través de Cristo formado en su corazón. De modo que aquel que es justificado, o salvo por la fe, es de hecho, nacido de nuevo. Es nacido de nuevo del Espíritu a una nueva vida, la cual «está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3). Y como un bebé recién nacido, con gusto recibe el ádolos, «… la leche espiritual “no adulterada”, para que por ella crezcáis para salvación» (1 Ped. 2:2, énfasis añadido); siguiendo en el poder del Señor su Dios, de fe a fe, de gracia a gracia, hasta que al fin, llega «… a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13). III. La primera objeción común a esto es: 1. Que predicar la salvación o la justificación solo por la fe, es predicar contra la santidad y las buenas obras. A lo cual se le puede dar una corta respuesta: «Esto sería así, si habláramos, 8


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como algunos hacen, de una fe que estuviera separada de las obras; pero nosotros hablamos de una fe que no es así, sino que produce buenas obras, y total santidad». 2. Sin embargo, puede ser útil considerar esto de una manera más amplia; en especial puesto que no es una objeción nueva, sino tan antigua como los tiempos de San Pablo. Pues incluso entonces se preguntaba: «¿Luego por la fe invalidamos la ley…?» (Rom. 3:31). En primer lugar, respondemos que todos los que no predican anulan la fe de forma visible; ya sea de manera directa y extrema, por limitaciones y comentarios que remueven todo el espíritu del texto; o indirectamente, al no señalar el único medio posible para llevarla a cabo. Mientras que, en segundo lugar, «establecemos la ley», al mostrar toda su amplitud y significado espiritual; y al llamar a todos a ese camino vivo, para que «… la justicia de la ley se cumpliese en nosotros…» (Rom. 8:4). Estos, mientras confían únicamente en la sangre de Cristo, usan todas las ordenanzas que Él ha establecido, hacen todas las «… buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas». (Ef. 2:10), y disfrutan y manifiestan todo el carácter santo y celestial, aun la misma mente que estaba en Cristo Jesús. 3. Pero, al predicar la fe de esta manera, ¿no será el ser humano conducido hacia el orgullo? Respondemos, accidentalmente puede ser: por lo tanto, cada creyente debe ser advertido seriamente con las palabras del gran apóstol: «Por su incredulidad» las primeras ramas «… fueron desgajadas: pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la 9


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bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado» (Rom. 11:20-22). Y mientras continua en ese sentido, recordará aquellas palabras de San Pablo que anticipan y responden a esta misma objeción: «¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe» (Rom. 3:27). Si el hombre fuera justificado por sus obras, tendría de qué gloriarse. Pero no hay gloria para él «… mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Rom. 4:5). El mismo efecto tienen las palabras que preceden y que siguen al texto (Ef. 2:4): «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), para mostrar […] las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros…». De ustedes no proviene ni su fe ni su salvación: «… es don de Dios» (Ef. 2:8); el regalo gratis e inmerecido; la fe por medio de la cual son salvos, así como la salvación que Él de Su propio y buen placer, de Su mero favor, anexa a esto. Que tú creas es un ejemplo de Su gracia; que al creer seas salvo, es otro asunto. «No por obras, para que nadie se gloríe» (Ef. 2:9). Porque todas nuestras obras, toda nuestra justicia, antes de creer, no meritaban nada de Dios, sino condenación; lejos estaban de merecer la fe, la cual, por lo tanto, una vez dada no es por las obras. Tampoco la salvación es por las obras que hacemos cuando creemos, es porque Dios obra en nosotros y, por lo tanto, nos recompensa por lo que Él mismo hace, solo exalta las riquezas de Su misericordia, pero no nos deja nada de qué gloriarnos. 10


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