Hannah Anderson • Missie Branch
Portia Collins • Elyse Fitzpatrick • Joanna Meyer
Jen Oshman • Courtney Powell • Courtney Reissig
Faith Whatley • Amy Whitfield
Hannah Anderson • Missie Branch
Portia Collins • Elyse Fitzpatrick • Joanna Meyer
Jen Oshman • Courtney Powell • Courtney Reissig
Faith Whatley • Amy Whitfield
A las mujeres de la comunidad Women & Work, Mujeres conocidas e inmensamente amadas por el Padre, Que son contadas como justas y dignas por el Hijo,
A las cuales el Espíritu ha concedido fortaleza y resiliencia.
Tienes un llamado que cumplir. Una contribución que ofrecer al reino, y una buena obra en la cual caminar.
Él todavía no ha terminado contigo, hermana. Este libro es para ti.
Supervisar este proyecto como editora general fue un sueño hecho realidad, y el trabajo más difícil que me ha tocado. Este libro fue una colaboración de principio a fin, y doy gracias por tantas personas que ayudaron a hacerlo realidad.
A cada autora que contribuyó: Elyse Fitzpatrick, Missie Branch, Courtney Powell, Jen Oshman, Hannah Anderson, Portia Collins, Courtney Reissig, Joanna Meyer, Faith Whatley y Amy Whitfield. ¡Doy tantas gracias porque dijeron que sí! No saben lo que significa que hayan considerado este proyecto digno de su tiempo y esfuerzo, y que me hayan confiado su trabajo. Gracias por dar lo mejor de ustedes y por recibir con tanta amabilidad mis perspectivas y correcciones. Siempre tendrán un lugar especial en mi corazón.
Al equipo editorial de B&H y a nuestra editora, Mary Wiley, gracias por creer que había que comunicar este mensaje, y que el equipo de Women & Work y yo éramos los indicados para hacerlo. Gracias por brindar tu tiempo y sabiduría, por responder cada pregunta y mejorar el manuscrito
de maneras valiosas. ¡Estoy orgullosa de conocerte, de colaborar contigo en este proyecto y de compartir nuestras raíces de la Primera Iglesia Bautista de Tallahassee!
Al equipo de Women & Work, pasado y presente: Penney Smith, Faith Whatley, Amy Whitfield, Sheila West, Courtney Powell, Madi Wuebben, Casey Speck, Courtney Watson, Erika Blaine, Chloe Riley, Carrie Jones, Whitney Pipkin, Missie Branch, Matt Holland, Claudia Glover, Erica Miller, Liz Hauenstein, Callie Burch, Fernie Cosgrove, Brandi Hamm y Wendy Simmons. Muchas gracias por su apoyo y sus oraciones que han llevado adelante este proyecto desde el principio, cuando la idea de publicar era apenas un deseo de nuestro corazón, hasta ver la obra completa. Su apoyo y su ánimo me fortalecieron para seguir adelante y me recordaron por qué es tan importante este libro. Gracias por estar tan dedicadas a la misión.
A Courtney Powell, gracias por estar dispuesta a recorrer la segunda milla conmigo, por no solo ser mis segundos ojos, sino también por el ánimo y el amor constantes que me diste a lo largo de este proyecto. No podría haber terminado sin tu amistad y tu ayuda. ¡Tal como Moisés y Aarón, querida!
A mi grupo de oración en LIFEchurch, la señorita Rita, Kim, Erica, Shelbi, Dorinda, Mary, Jennifer, Diana, Araceli y Shelley, gracias por fortalecerme a través de sus oraciones y palabras.
A mis muchos amigos, cercanos y lejanos, que son demasiados como para nombrarlos aquí, gracias por sus oraciones, sus tarjetas de regalo para café, los pasajes bíblicos y las palabras de aliento que me enviaron, y por demostrar que se interesaban por este proyecto y creían en mí. Esas palabras amables y su apoyo significaron más de lo que imaginan.
A mi mamá, Barbara Cassady, tu amor y tu apoyo constantes son una roca para mí. Estoy en pie gracias a ti.
A mi hermano, Linc Cassady: tu amistad, tu apoyo y tu confianza en mí me ayudaron a seguir avanzando cuando quería abandonar.
A mi papá, Danny Cassady, gracias por creer siempre que podía hacer grandes cosas.
A Brent, gracias por darme el ánimo para empezar Women & Work en 2018, cuando sabía que Dios me estaba llamando a dar un paso al frente, pero sentía demasiado miedo como para avanzar. Gracias por las muchas horas, los viajes, las conversaciones y los sacrificios, tanto de tiempo como de dinero, que hiciste para ver florecer esta organización. Gracias por cuidar a los niños esas últimas semanas de edición, cuando parecía que no alcanzaban las horas del día. Gracias por darme el espacio para ir en pos de todo lo que Dios me llamó a hacer con esta organización. Realmente doy gracias por ti y te amo.
A Jude, Luke y Shiloh: son mi gozo y mi corona.
¡Cuánto los amo! Espero que estén orgullosos de mí.
A mi Salvador, el rey Jesús. Todo lo que soy es para ti. ¡Qué privilegio y gozo es ser tu sierva!
Introducción .................................. 1
Courtney Moore
Capítulo 1: El mandato creacional, la Gran Comisión y tu trabajo .................................. 11
Elyse Fitzpatrick
Capítulo 2: Portar la imagen y hacer buenas obras .... 29
Missie Branch
Capítulo 3: ¿Soy llamada? ....................... 47
Courtney Powell
Capítulo 4: Eres lo que haces. ¿O no? .............. 69
Jen Oshman
Capítulo 5: Cuerpos de trabajo ................... 87
Hannah Anderson
Capítulo 6: No malgastes tus dones ............... 105
Portia Collins
Capítulo 7: La maternidad y la misión de Dios ...... 123
Courtney Reissig
Capítulo 8: El dolor y la gracia de una carrera inesperada .................................. 141
Joanna Meyer
Capítulo 9: Relaciones saludables entre hombres y mujeres en el ámbito de trabajo ................ 161
Faith Whatley
Capítulo 10: Cómo desarrollar y cultivar tus dones ... 179
Amy Whitfield
Conclusión: Que tu luz brille ................... 197
Una nota de Courtney Moore
......................................
...............................
«¿ACASO ESTO ES TODO? ¿Es lo único que hay en la vida?». Le susurré estas preguntas a mi amiga entre sorbos de ponche rosado y bocadillos, mientras sosteníamos nuestros platos en un delicado equilibrio sobre nuestras piernas cruzadas y nuestros vestidos de verano. La jovialidad de los juegos del baby shower y la luz del sol que entraba por las ventanas detrás de mí tan solo intensificaban el contraste con la agonía que sentía en mi interior.
Sentía que estaba desperdiciando mi vida.
Era mamá a tiempo completo de un niño pequeño y venía otro en camino y, sin embargo, en medio de los globos rosados y las sonrisas de las mujeres alegres que me rodeaban, me atreví a expresar en voz alta la única pregunta que acosaba mi alma hacía meses: ¿Acaso la maternidad era lo único que había para mí? No me malentiendas. Amaba a mi hijo y valoraba de todo corazón mi función como madre. Me había entregado plenamente a la tarea de capacitarlo y enseñarle —a él y a cualquier hijo futuro— las alabanzas del Señor (Sal. 78:4-7). Servía a mi familia en casa y apoyaba el
ministerio de mi esposo de la mejor manera que podía. Era todo lo que siempre había dicho que quería. Sin embargo, me faltaba algo. Aquel día, el baby shower terminó, pero mi lucha interior no.
Las preguntas con las que batallaba no tenían tanto que ver con la importancia de la maternidad (para mí, eso era algo obvio), sino más bien con la tensión de la mayordomía en mi vida. Cuando era adolescente, fui llamada al ministerio, e hice mi diplomatura y estudios de posgrado en cuestiones relacionadas con el ministerio. Sin embargo, mi llamado a servir al Señor de manera vocacional se enredó con los mensajes que escuchaba dirigidos a las mujeres jóvenes. Si realmente quería honrar a Dios con mi vida, la mejor manera de hacerlo era siendo esposa y mamá.
Bueno, sin duda, quería honrar al Señor, así que me sumergí de lleno en este «llamado supremo», sin ninguna expectativa de desear otra clase de trabajo. El ministerio de mi esposo era el visible, y deliberadamente escondía mis propios dones espirituales en su sombra, suponiendo que su luz brillaría con suficiente fuerza para los dos. Sin embargo, el mandamiento de Mateo 5:16, de «así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean
«Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos» (mat. 5:16).
ntroducción
sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos» no era solo para los esposos. Las esposas no deben guardar prolijamente sus dones mientras sus esposos brillan con fuerza. Mateo 5:16 es un mandamiento para todos los creyentes en Cristo, tanto hombres como mujeres, solteros y casados.
Sin embargo, no había dejado que mi luz brillara. Ni siquiera sabía de qué maneras podía brillar mi luz, incluso como graduada de seminario y con más de treinta años. Y muchas de las mujeres que conocía sentían algo parecido. Sí, nuestras luces habían brillado en el ámbito de la crianza de los hijos en casa, pero empecé a preguntarme si podría ofrecerle a Dios algo más de mí aparte de mi servicio entre las cuatro paredes de mi casa. ¿Cómo podía empezar a ser buena administradora de la educación, el intelecto, las capacidades y las pasiones que Dios me había confiado, tal vez de maneras que nunca había imaginado? El Espíritu Santo me estaba guiando a algo nuevo y fresco, y el libro que tienes en tus manos es una evidencia del fruto de Su obra en mí.
¿Qué me dices de ti? ¿Con cuánta intensidad está brillando tu luz? ¿Estás en una etapa de la vida en la cual estás aprovechando al máximo los dones y los recursos que Dios te ha dado, o estás como estaba yo, con talentos escondidos, atenuando el resplandor que tu vida podría ofrecerle al mundo?
Nadie quiere malgastar su vida. Sin embargo, como mujeres, tendemos a vivir con una leve desilusión con nosotras mismas. La fastidiosa sensación de que podríamos estar haciendo más y de que deberíamos ser mejores mujeres en todas las esferas de nuestra vida nos acosa a muchas de nosotras. Anhelamos desesperadamente ser más productivas como las demás mujeres parecen serlo en nuestras pantallas y, por supuesto, queremos hacerlo por Jesús. En todo nuestro esfuerzo, hemos perdido el gozo de usar realmente los dones que Dios nos dio de manera única. Hemos elegido dejar de lado nuestros talentos en pro de la urgencia de las tareas que hay que hacer, como lavar la ropa o preparar la cena, como si la mayordomía de nuestros dones fuera algo opcional. Pero mira adónde nos ha llevado esto. La culpa, la frustración y las preguntas siguen ahí. ¿Estoy aprovechando el potencial que Dios me dio para Su gloria?
Cómo integrar tu trabajo y la adoración
¿Y cómo se conecta todo esto con el trabajo? Muchas de nosotras crecimos con la idea de que el trabajo era un mal necesario. Como necesitamos dinero para vivir en el mundo, el trabajo remunerado tiene alguna parte en nuestra vida. Consideramos que el trabajo es esencial, pero que, en general, es algo segregado de nuestra vida espiritual o de la adoración a Dios. Es más, solemos ver la mayoría de las esferas de
i ntroducción
nuestra vida como separadas las unas de las otras. Tenemos cajas separadas para la familia, la iglesia, el trabajo, los amigos, la salud, los pasatiempos, etc., y luego metemos estas cosas en cajas más grandes rotuladas «sagrado» o «secular».
A menos que sirvas en una iglesia o hagas alguna otra clase de tarea claramente ministerial, el trabajo suele terminar en la caja de lo secular. Esta compartimentación y división de lo sagrado y lo secular no nos ha hecho bien como mujeres cristianas. Observa en los versículos más abajo cuán a menudo se usa la palabra todo.
Y todo lo que hagan, de palabra o de hecho, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús... (Col. 3:17a).
Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres (Col. 3:23).
Entonces, ya sea que coman, que beban, o que hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios (1 Cor. 10:31).
Piensa en todas las cosas que haces en un día. Como mujeres, solemos hacer varias cosas al mismo tiempo y alternar entre tareas familiares, tareas laborales o mensajes con amigos a lo largo del día. Estos versículos nos llaman a adorar a Dios en todo lo que hacemos, no solo en los aspectos
de la vida que aterrizaron en la caja de lo sagrado, como la asistencia a la iglesia y la lectura de la Biblia. Cada caja o categoría de la vida que mencionamos anteriormente debe vivirse para Dios y Sus propósitos.
Romanos 11:36 nos dice: «Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre». ¿Notaste cuántas cosas vienen de Dios? Todas las cosas. «Todas las cosas» no solo incluye la caja de lo sagrado, sino que también abarca la secular. Ahora es el momento de meter la mano en esa caja de cosas seculares, tomar la categoría del trabajo con ambas manos y pasarla a la caja de lo sagrado. Mejor aún, vacía todos los contenidos de la caja de lo secular y encuentra una caja más grande para lo sagrado, porque todas las cosas vienen de Dios. Mira la próxima frase del versículo. Todas las cosas deben ser hechas por Él, con el poder que recibimos de Su Espíritu. Esto incluso se aplica a nuestro trabajo. Y, al final, hay que volver a ofrecer todas estas cosas a Él desde nuestro corazón como adoración. De
todas las cosas deben ser hechas por Él, con el poder que recibimos de su espíritu. esto incluso se aplica a nuestro trabajo. Y, al final, hay que volver a ofrecer todas estas cosas para Él desde nuestro corazón como adoración. de Él, por Él y para Él: todas las cosas son para su gloria y sus propósitos.
Él, por Él y para Él: todas las cosas son para Su gloria y Sus propósitos.
El apóstol Pablo nos da una definición de adoración en Romanos 12:1, el versículo que le sigue a 11:36 que vimos más arriba: «Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes».
A través de Pablo, el Espíritu Santo nos está implorando que no perdamos un segundo de nuestras vidas. Tú, como mujer hecha a imagen de Dios y que habita en un cuerpo femenino, fuiste creada para vivir para Él. Todo lo que hacemos con nuestras manos, pies, mente, ojos y todas las demás partes de nuestro cuerpo se pueden usar para nuestro propósito supremo: ¡glorificar a nuestro digno Dios! Es todo cuestión del corazón. Puedes adorar a Dios usando tus manos mientras escribes correos electrónicos o preparas el almuerzo de los niños. Tus pies pueden adorar ahora, mientras caminas por los pasillos del hospital para ayudar a los pacientes. Tu mente puede adorar a Dios mientras preparas planes
todo lo que hacemos con nuestras manos, pies, mente, ojos y todas las demás partes de nuestro cuerpo se pueden usar para nuestro propósito supremo: ¡glorificar a nuestro digno dios!
de lecciones para tus alumnos de tercer grado. Y tus ojos pueden adorar a Dios cuando pintas un hermoso cuadro, reflejando a tu Hacedor mientras creas.
Cualquiera que sea la vocación a la que Dios te ha llamado es una obra sagrada, llevada a cabo en un cuerpo que debe ser ofrecido a Él en cada momento de cada día. Tú, como mujer, has recibido capacidades, talentos, pasiones y una influencia únicos que Dios quiere que administres bien, incluso a través de tu trabajo. Tu contribución al mundo es importante. La intensidad con la cual alumbres es de gran importancia. La manera como pasas tu tiempo y las tareas que llevas a cabo son ahora parte de los grandes propósitos que Dios tiene para Su reino, al ofrecérselas de nuevo a Él. Cuando le rendimos todas las cosas, incluido nuestro trabajo, nuestras vidas nunca son malgastadas. ¡Él hace que cada minuto cuente!
Cuando miro atrás a la conversación que tuvimos con mi amiga aquel día, en el baby shower, jamás habría podido imaginar cómo el Señor usaría esas preguntas que me hacían sufrir. El trabajo que estaba haciendo en casa con mis hijos también era sagrado, pero lo que ahora entiendo es que Dios estaba usando la inquietud que sentía en ese momento
cualquiera que sea la vocación a la cual dios te ha llamado es una obra sagrada, llevada a cabo en un cuerpo que debe ser ofrecido a Él en cada momento de cada día.
para despertar en mí una visión sobre cómo quería Él que usara mis dones de maneras aún más amplias. Esas fueron las primeras contracciones antes de que naciera Women & Work, una organización sin fines de lucro y, a la larga, así surgió este libro.
Por último, querida lectora, quiero que sepas que hay pocas cosas que valoraría más que la alegría de saber que esta obra que tienes en tus manos realmente te encuentra donde estás y te impulsa hacia delante a toda la plenitud del llamado de Dios para tu vida. Mi oración es que estas páginas y párrafos, estas oraciones y palabras, sean poderosamente usados por el Espíritu de Dios en tu corazón para convencerte y apremiarte a no malgastar ni un minuto más de tu vida en nada que no sea el rey Jesús. Que puedas colocar a Cristo como el Señor en tu corazón, elegir honrarlo y reflejarlo al mundo a través de tu trabajo, y aprovechar tu potencial único para Su gloria.
—Courtney Moore Fundadora y presidenta, Women & Work
Elyse Fitzpatrick
esa palabra? ¿Cuál es tu primera respuesta? A veces, cuando escucho el término, respondo con un suspiro o un gruñido, como cuando he empezado un proyecto de escritura y las palabras y las ideas parecen eludirme. Por dentro, me quejo: ¿Cuándo terminaré con esto? Otras veces, el término evoca sentimientos de propósito y entusiasmo, como cuando un proyecto de escritura va tan bien que mis dedos sobre el teclado no alcanzan a llevarles el paso a los pensamientos en mi mente. Algunas de nosotras enfrentamos lo que parecen días de trabajo monótono e insignificante. Otras miran su agenda frenética, no divisan pausa alguna, y se preguntan:
¿Cuándo tendré algo de tiempo para respirar?
Mientras escribo esto, está empezando el verano, y todos parecen estar publicando fotos en playas exóticas y montañas majestuosas. Y aquí estoy yo, mirando la pantalla de mi computadora. Soy como tú. A veces, me encanta mi trabajo; otras veces, es físicamente doloroso. Hay momentos en los que no entiendo por qué mi computadora se comió todo mi proyecto de escritura, y otros en los que envío esa última copia por correo electrónico y doy gracias porque no tuve que salir a imprimirla ni mandarla por correo físico.
A veces, estoy plenamente convencida de que la obra que estoy haciendo tiene trascendencia (como ahora), y otras en las que mis mejores planes para hacer la cena resultan en una tremenda pérdida de tiempo (y comida).
Como el trabajo es parte de nuestras vidas, y puede ser una fuente tanto de frustración como de gozo, es bueno que nos tomemos tiempo para entender mejor cuál es su lugar en nuestras vidas, particularmente como mujeres, y en dos pasajes clave de la Biblia que lo definen para nosotras. Pero primero, esta es mi premisa:
• El trabajo es bueno.
• El trabajo es algo caído.
• El trabajo es algo redimido.
• El trabajo es eterno.
Tomemos un momento para examinar estos cuatro principios.
Cuando se hace por las razones correctas, el trabajo es virtuoso y admirable. Sabemos que el trabajo es bueno porque Dios es trabajador. No solo fue el primer trabajador, sino que el Nuevo Testamento nos dice que Jesús, junto con Su Padre, siguió trabajando, y al final completó todo el trabajo que el Padre le había dado (Gén. 2:2-3: Juan 5:17; 17:4). Desde Génesis, leemos que Dios trabajó para crear el mundo y el universo. Dios no solo estaba trabajando en el principio, sino que también le mandó a toda Su creación que trabajara. Ordenó a la vegetación y a los animales que crecieran y se reprodujeran. Solemos llamar a este tipo de trabajo instinto, y se puede ver por todas partes en la naturaleza. Las plantas y los animales trabajan continuamente para multiplicarse «según su especie» (Gén. 1:21, 24-25). Es más, eso es lo único que hacen. Toda criatura viviente recibió el mandato de Dios de ser fecundo, multiplicarse y llenar la tierra (Gén. 1:22). Así que, por supuesto, lo hacen.
sabemos que el trabajo es bueno porque dios es trabajador.
Después de crear plantas y animales machos y hembras, y de mandarles que trabajaran para llenar este nuevo mundo con copias de ellos mismos, Dios creó personas. Estos seres
especiales debían ser como su Creador de maneras únicas. Juntos tenían que representarlo o reflejar Su imagen y, al igual que Él, gobernar «sobre toda la tierra» (Gén. 1:26), llenando Su buena creación con réplicas de ellos mismos y, a fin de cuentas, de Él.
«Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza […]”. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Gén. 1:26-27). Después, llamó a Sus representantes femeninos y masculinos a reflejarlo al trabajar como Él. Dios los bendijo y les dijo: «Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Gén. 1:28).
En general, a este mandamiento se le llama mandato creacional. Se llama así porque, en él, Dios establece Su voluntad de que estas criaturas portadoras de imagen fueran trabajadoras, como Él. Como iguales, el hombre y la mujer debían asociarse para gobernar y supervisar todo lo que Dios había creado, asegurándose de que floreciera y llenara cada rincón de la tierra. Después del sexto día, la creación estaba completa, y Dios pronunció esta magnífica bendición: «Dios vio todo lo que había hecho; y era bueno en gran manera» (Gén. 1:31, énfasis añadido). Las plantas eran muy buenas. Los animales eran muy buenos. Las mujeres y los hombres eran buenos en gran manera.
Piénsalo. Como mujer, Dios dijo que crearte fue bueno en gran manera. No solo eso, sino que te ha dado un propósito, un llamado y una vocación. Debes ser como Él, una fuente de vida y bendición. Tal vez te estás preguntando cómo la obra aparentemente insignificante que haces podría ser una bendición para la tierra. Gene Veith Jr. afirma:
Cuando entro a un restaurante, la mesera que me trae la comida, el cocinero en la parte de atrás que la preparó, los repartidores, los vendedores mayoristas, los obreros en las fábricas de procesamiento de alimentos, los carniceros, los agricultores, los hacendados y todos los demás en la cadena económica alimentaria están siendo usados por Dios para «darme el pan de cada día».1
En general, no pensamos en nuestros trabajos como la respuesta a la oración de otra persona, como esta cita sugiere, pero nuestro trabajo es mucho más significativo de lo que imaginamos. Cuando consideramos los propósitos más amplios que tiene Dios para este mundo, empezamos a ver lo vital que es nuestra propia contribución. Nuestro trabajo aparentemente
todo el trabajo tiene significado y propósito en el reino de dios. en este sentido, el trabajo es un gran bien.
insignificante resulta ser una parte vital del rompecabezas más grande que beneficia a la sociedad. Todo el trabajo tiene significado y propósito en el reino de Dios. En este sentido, el trabajo es un gran bien.
Se nos ha enseñado a pensar que el propósito del trabajo es ganar suficiente cantidad de dinero para ir de vacaciones y luego jubilarse bien. Pero esta mentalidad está mal informada. Parte de la gran bendición de Dios para la tierra es el trabajo. El jardín del Edén no era una forma primitiva de centro turístico con todo incluido, donde Adán y Eva flotaban por un río lento sin nada que hacer todo el día, más que beber algo burbujeante. No, era un lugar en el cual debían cultivar y cuidar el hogar que Dios les había dado (Gén. 2:15). Igual que el resto de la creación, debían crecer y multiplicarse, pero tenían otro mandato más: gobernar sobre todo lo que veían y sojuzgarlo. Eso significa que, cada día, tanto Eva como Adán tenían tareas que hacer para mantener la creación por buen camino. Sin duda, el jardín donde Dios los había puesto era hermoso y estaba perfectamente formado, pero necesitaba ser controlado y podado por su labor diaria. Debían trabajar juntos como amorosos corregentes en esta tarea. El trabajo era motivo de gozo y satisfacción, y estaba lleno de shalom, una palabra hebrea que se refiere a una paz profunda y próspera.
Por supuesto, todos sabemos lo que pasó después. Adán y Eva decidieron desobedecer el mandato de Dios al comer lo que se les había mandado que no comieran. Decidieron saltarse la obra que tenían que hacer para volverse más como su Padre, «conociendo el bien y el mal» (Gén. 3:5, énfasis añadido). Pero observa esto: cuando el Señor pronunció juicios después de su pecado, el lugar donde ese juicio cayó fue principalmente en el ámbito del trabajo que se les había dado. Perdieron la bendición indolora del trabajo. Perdieron la fácil fecundidad inherente a la creación. La mujer experimentaría dolor en sus tareas, tanto al dar a luz como en sus relaciones con sus hijos y su esposo. El trabajo del hombre también sería maldito, y su labor dolorosa. En vez de que la tierra produjera fruto, produciría «espinos y cardos» (Gén. 3:18). Además, el fruto que diera ahora saldría a regañadientes, solo después de un trabajo significativo de sudor y dolor (Gén. 3:19). Romanos 8:19 nos dice que la creación misma está bajo la maldición, y aguarda a que seamos libres de su «esclavitud de la corrupción». Es más, «gime y sufre hasta ahora dolores de parto» (Rom. 8:20-23).
Esta terrible maldición sigue hasta el día de hoy. La vemos cuando nuestras computadoras se congelan y cuando las malezas inundan nuestros campos. La vemos cuando invertimos en máquinas fabricadas para aliviar nuestras
tareas, como lavadoras y lavavajillas, solo para que se rompan y nos inunden la casa. Lo vemos cuando nuestro matrimonio se derrumba o cuando nuestros hijos se alejan de nosotros. Lo vemos cuando el negocio que nos esforzamos por construir se desvanece o cuando alguien en quien confiábamos nos lo roba. El trabajo no es lo que solía ser. Cada parte de nuestra labor está teñida de angustia y frustración. Gemimos mientras esperamos la resurrección de nuestro cuerpo, de esta tierra y de nuestro trabajo aquí.
Nuestra experiencia con el trabajo hoy no es la que
Dios diseñó. Suspiramos cuando sentimos el peso de la maldición del pecado. Sabemos que, no importa cuánto nos esforcemos, en muchos sentidos, nuestro trabajo es inútil. No durará ni saldrá como planeábamos, pero la buena noticia es que esta imagen sombría no es definitiva. Podemos volver nuestros ojos con esperanza a Aquel que hace nuevas todas las cosas.
Tal vez, para ti es un concepto nuevo que el trabajo sea algo redimido. Escuchaste que las personas pueden ser redimidas o libradas de la esclavitud al pecado a través de la fe, pero ¿cómo es posible que algo como el trabajo sea redimido?
Antes vimos que, aunque el trabajo fue creado por Dios como algo bueno, fue maldito o juzgado cuando Adán y
Eva pecaron. Lo que antes era una fuente de bendición y gozo, ahora sería difícil e inútil. Pero esto también cambió en Cristo. Pablo les escribió a los colosenses que incluso los esclavos debían obedecer «en todo a sus amos en la tierra».
No debían trabajar «para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres», sino más bien considerar su trabajo como una adoración al Señor (Col. 3:22-25). Ahora, el trabajo tiene una recompensa, porque Dios ve cómo nos desempeñamos en fe, y se asegurará de que recibamos
Su bendición por todo lo que hacemos. El trabajo ha sido librado de la esclavitud al juicio y la futilidad, y ahora tiene un propósito: glorificar a Dios. Desde la caída, el mundo ha sido arrojado al caos, pero a través de nuestro trabajo, podemos volver a llevarle orden. Así que, cuando archives una pila de papeles o limpies un cajón desordenado, estás haciendo una tarea santa.
Aunque todavía sentimos muchos efectos adversos de la caída, Jesús trajo con Él una perspectiva mejor sobre el trabajo, así como una nueva promesa. Estas son la nueva perspectiva y promesa:
Acercándose Jesús, les dijo: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat. 28:18-20).
A este pasaje se lo suele llamar la Gran Comisión. Aunque en general se usa en referencia a predicar el evangelio, tiene un alcance mucho mayor. Significa que todo nuestro trabajo, sin importar cómo se vea hoy, puede considerarse trabajo del evangelio. Cuando les enseñamos a nuestros hijos a leer, los estamos discipulando para que empiecen a entender este mundo y su lugar en él. Cuando respondemos el teléfono o trazamos planos para un puente, estamos preparando el camino para la invasión del evangelio. Estamos revirtiendo los efectos adversos de la caída. Martín Lutero llegó a decir que la persona que repara zapatos está haciendo fielmente una tarea del reino. Está amando a su prójimo.
Estamos reflejando al Dios que obra para traer bendición y shalom a la tierra, al contrarrestar los efectos de la caída. Por supuesto, parte de la tarea que el Señor ordenó para las mujeres es «multiplicarse» y «llenar la tierra» con otros portadores de imagen. En general, lo hacen a través del matrimonio y de sus propios cuerpos. Este gran bien puede ser una fuente de verdadero gozo y satisfacción. Sin embargo, otras mujeres no cumplirán el mandato divino de hacer discípulos a través del matrimonio o del alumbramiento.
Mientras que el Antiguo Testamento se concentraba en la belleza externa de la mujer y en su capacidad de tener hijos —en particular, hijos varones—, la visión del Nuevo Testamento de la femineidad y el trabajo es muy distinta. En el Nuevo Testamento, a las mujeres ya no se las juzga por su atractivo exterior o su fertilidad. Su valor no está determinado por su estado civil o sus hijos. Por ejemplo, considera a María, la virgen; a Ana, la viuda; a Febe, la benefactora de Pablo; o a Lidia, una empresaria soltera que fue la primera conversa de Pablo al cristianismo en Europa. Hoy, como antes, las mujeres cristianas reciben la señal del pacto (el bautismo), tal como sus hermanos. Reciben el Espíritu Santo y los dones para servir en el contexto al cual Dios las llame (Hech. 1:14; Rom. 12:1, 3-7).
Ahora, en vez de concentrarse en el alumbramiento natural (aunque, como dije, esto puede ser un gran bien), todas las mujeres creyentes deben enfocarse en traer el reino de Dios a la tierra. Pueden hacerlo mediante cualquier vía de servicio o trabajo para el cual tengan capacidad. Tal vez aconsejen a alguien a quien le está costando creer. Quizás luchen contra el tráfico humano y rescaten a mujeres de la trata de blancas. Puede ser que sirvan deliciosas comidas en un restaurante, que escriban poesías o diseñen sistemas operativos. La buena obra de Dios es tan única como el ADN de cada mujer, y ninguna de ellas debería sentirse inferior a otra porque sus dones son distintos.
La promesa que Jesús nos dio en la Gran Comisión tiene dos aspectos. Primero, afirma que tiene «toda autoridad». Esto significa que no hay un solo problema, estorbo u obstáculo que enfrentes hoy que no esté bajo Su administración atenta y cuidadosa para tu bien (Rom. 8:28) y para Su gloria (1 Ped. 4:11; Apoc. 4:11). Aunque Su amor y Su cuidado nos consuelan, debo admitir que, en el momento de las desilusiones, puede ser frustrante que Él haya permitido que esa dificultad llegue a nuestras vidas. Muchas veces, me esforcé por producir algo que me parecía útil para otros, y luego quedó en la nada. Por ejemplo, una vez, grabé doce sesiones de video en una iglesia. Este recurso se usaría para acompañar un libro que acababa de escribir. A los seis meses de la grabación, la iglesia no existía más, y mi trabajo estaba en algún basurero. Todo ese trabajo, todas esas horas, toda esa oración… ¿para qué? Créeme, no hablo desde una posición libre de dolor. Hay veces en las que hacemos lo mejor con las motivaciones correctas, pero queda en la nada. El único consuelo que tengo en esos momentos es saber que Jesús está supervisando soberanamente el resultado. Toda autoridad en el cielo y la tierra es de Él. Eso significa que, más allá de los obstáculos que podamos encontrar en el camino, nuestras vidas y nuestro trabajo están seguros en Sus manos. Dios ve lo que has intentado hacer en fe y servicio para Él, y ha prometido recompensarte.
La segunda promesa que hace Jesús en la Gran Comisión es que estará con nosotros siempre. Como asegura Romanos 8:39, nada puede separarnos de Su amor. Nada puede meterse entre tú y Su amor mientras trabajas. Él sabe todo sobre el trabajo. Sabe lo que es martillear y aserrar y medir día tras día tras día. Sabe lo que es enseñarles a personas que no entienden, y que ni siquiera quieren entender. Sabe lo que es trabajar muchísimo para construir una reputación perfecta, y que después aquellos que te odian o que te tienen envidia arruinen esa reputación. Jesús sabe cómo es vivir como vives hoy. Ya lo experimentó. Pero, no solo eso, sino que lo hizo a la perfección en tu lugar. Alégrate al saber que, en todas las maneras en que no logras trabajar con diligencia, cometes errores y respondes con incredulidad, enojo o cinismo, Su reputación es tu reputación. Ante los ojos de Su Padre, tienes la trayectoria del Hijo, Aquel que trabajó a la perfección y que exige perfección. Él siempre «siempre [hizo] lo que le agrada» al Padre (Juan 8:29). Entregó Su vida en amor por Su prójimo. Y esa es tu trayectoria hoy. Ya no tienes que probar tu valor como obrera, como jefa ni como empleada. Si pusiste tu confianza en Cristo, todos tus fracasos laborales fueron perdonados. Qué excelente noticia, ¿no? Se nos perdona por todas las veces que no cumplimos con las horas de trabajo, por todas las veces que nos quejamos de una tarea, por todas las veces que nos limitamos a hacer lo que tenemos que hacer sin darlo todo. Y se nos
Alégrate al saber que, en todas las maneras en que no logras trabajar con diligencia, cometes errores y respondes con incredulidad, enojo o cinismo, su reputación es tu reputación.
perdona por pensar con apatía que nada de lo que hacemos importa o tendrá alguna trascendencia. Jesús pagó por todo. Pero también somos justificadas (Rom. 4:25), lo cual significa que Su trayectoria perfecta de trabajo diligente ahora es nuestra ante Su Padre. No hace falta que nos esforcemos por ganar puntos trabajando hasta el agotamiento. Podemos poner el trabajo en su justo lugar, con manos abiertas y gratitud. En Cristo, todo fue hecho nuevo, todo fue redimido, incluso tu trabajo.
De todo lo que dije hasta ahora, tal vez esto te resulte más sorprendente. Esto se debe a que la mayoría de nosotras no ha pensado en cómo será la vida en el cielo nuevo y la tierra nueva. Brevemente, la Biblia enseña que, cuando morimos, entramos en lo que se llama estado intermedio. No estamos en el mismo lugar que antes (en nuestro cuerpo terrenal), y tampoco donde estaremos (en el cielo nuevo y la tierra nueva, con un cuerpo resucitado). En este estado intermedio, nuestro espíritu está con el Señor en el lugar al cual
e l m A nd A to cre A cion A l, l A g r A n c omisión Y tu tr A b A jo
la mayoría llama el cielo (2 Cor. 5:8). Pero, cuando Jesús regrese, Él cambiará nuestros cuerpos para que sean nuevos como el Suyo, y esta tierra y la maldición bajo la cual ha gemido desde la caída serán revertidas. Estaremos una vez más donde estaban Adán y Eva, pero mucho mejor. En vez de un jardín aislado, será una ciudad llena de adoradores esforzados, un lugar que abarque toda la tierra (Apoc. 21:2).
Y estará habitado por millones y millones de personas que fueron redimidas por la obra de Jesús.
¿Y qué haremos? Gobernaremos y reinaremos con Cristo. ¿Recuerdas cómo Adán y Eva debían gobernar sobre toda la tierra y sojuzgarla? Eso estaremos haciendo también. No nos pasaremos los días flotando en una nube ni yendo a la deriva por un río de aguas tranquilas. Estaremos ocupadas, pero nuestro trabajo no estará condenado a la futilidad. Si nos ponemos a aprender sobre una nebulosa o queremos saber cómo tocar la música de Mozart, no nos sentiremos frustradas. Si deseamos pintar un atardecer o cultivar una especie particular de fruta, no nos encontraremos con el daño de pinceles estropeados o pulgones. Trabajaremos, pero nuestro trabajo florecerá. Y, en eso, aprenderemos el verdadero gozo del trabajo.
Además, las relaciones laborales que tenemos unos con otros no estarán afectadas por la ambición egoísta, los malos entendidos, la pereza o el sexismo. Nos amaremos unos a otros como hermanos, y nos alegraremos por los éxitos del
otro, en lugar de sentir envidia o autodesprecio. Imagina eso. La próxima vez que te cueste tratar con una compañera de trabajo, recuerda que no siempre será así. Entonces, por fe, intenta amar a tu compañera y servirla, sabiendo que se te ha prometido una carrera eterna llena de relaciones florecientes y hermosas. Tal vez la manera como amas a esa vecina irritante será aquello mismo que la ayude a creer que ella también puede ser amada y perdonada. Hermanas, ¿se dan cuenta cómo todo esto es parte de la Gran Comisión?
Aunque es cierto que el trabajo ha recibido una mala reputación de este lado de la caída y de la nueva tierra, podemos regocijarnos en que todo aquello que somos llamadas a hacer hoy, por más prosaico que parezca, es en realidad parte del gran plan del Señor para glorificarse y transformar este mundo en un lugar de profunda paz y donde todo florezca. En 1 Corintios 15:58, Pablo escribió: «Por tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano».
Esta es una noticia maravillosa para todos los que trabajan. Lo que estamos haciendo hoy no será arrojado por un precipicio para estrellarse y prenderse fuego al final de los tiempos. No, el trabajo que hacemos hoy de alguna manera traerá el glorioso reino de Dios a esta tierra, y nos regocijaremos en ello para siempre (Apoc. 21:24). No es en vano. No importa si ahora parece serlo; debes saber que no
el trabajo que hacemos hoy de alguna manera traerá el glorioso reino de dios a esta tierra, y nos regocijaremos en ello para siempre.
es para nada. El contenedor de basura puede estar lleno de tu trabajo, pero de alguna manera, el Señor lo usará para traer y embellecer el reino venidero. Así que, regocíjate. Archiva esa carpeta, haz ese llamado de teléfono, diseña ese curso, ponte el cinturón en tu cápsula espacial o cambia ese pañal, sabiendo que el Señor ve lo que estás haciendo y lo supervisará para el reino futuro. Estás acumulando tesoros en el cielo, donde Dios sin duda te recompensará.
1. Al reconsiderar los cuatro aspectos del trabajo, ¿cuál te parece más importante? ¿Cuál te resulta más confuso?
2. ¿De qué manera te alienta la idea de que tu trabajo sea importante para el mundo que vendrá?