En el frío y nublado Londres, vivía Gladys. Una mujer pequeña con un gran sueño.
Gladys anhelaba ir a China.
En la escuela misionera, ella se esforzó todo lo posible… …pero no parecía ser sufciente.
«Lo siento, Gladys», dijo su maestra, «pero no puedes ir a China».
Gladys nunca había estado así de triste.
Un día, Gladys escuchó sobre Jeannie, una misionera anciana en China que necesitaba ayuda.
«¡Yo iré!», se ofreció Gladys.
Pero un boleto de tren a China era costoso y todo lo que Gladys tenía eran algunas monedas.
Ella suspiró y las colocó sobre su Biblia.
«Oh Dios», oró, «¡aquí está mi Biblia!
¡Aquí está mi dinero! ¡Aquí estoy yo! ¡Úsame, Dios!».
Gladys trabajó muy duro todos los días y ahorró todo su dinero hasta que tuvo lo necesario…
…para ¡un boleto de tren a China!
Pero el camino no era fácil. Su tren se detuvo en Siberia y ya no continuaría avanzando.
Gladys tuvo que cruzar un bosque oscuro, rodeado por manadas de lobos hambrientos.
Se encontró con gente aterradora que creía que ella era una espía.
Se escabulló en un barco que la llevó a Japón.
«Shhhhh».
Luego ella tomó otro bote… otro tren… un autobús…
Una vez en China, Gladys ayudó a Jeannie.
Sin embargo, los aldeanos no confaron en ella y ¡le arrojaron barro!
Luego, Jeannie tuvo una idea: «¡Abramos un hospedaje!».