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El poder de la cultura y la influencia

qué está mal o por qué está mal, ni cómo atender su propia angustia. Sola en la oscuridad, llora. Y tiene poder.

Dos adultos agotados y dormidos, sobresaltados se levantan de sus cómodas camas y de su muy necesitado descanso y rápidamente acuden al llanto. Ella ha interrumpido a dos personas que pueden usar las palabras, que saben lo que quieren y lo que ella necesita, y que pueden mover sus cuerpos como les plazca. Ellos entienden el llanto de la pequeña y responden, dejando de lado cómo se sienten y su preferencia por dormir. Eligen levantarse y consolar a la pequeña y nutrirla con atención, amor y leche. A diferencia de Sara, estos adultos tienen una cantidad increíble de poder y eligen usarlo para bendecirla con su cuidado.

Nuestra palabra española «poder» (del latín posse, que significa «ser capaz») quiere decir «tener la capacidad de hacer algo, actuar o producir un efecto, influir en personas o sucesos, o tener autoridad». También tiene significados más severos: controlar, dominar, coaccionar o forzar. Por nuestra mera presencia en este mundo, nosotros, los portadores de la imagen de Dios, tenemos poder. La bebé de cuatro días tiene el poder de despertar a adultos independientes de un sueño deseado y muy necesario. Lo opuesto también es cierto: esos adultos tienen un poder evidente sobre la niña. Pueden responder con atención y cuidado o con enojo por haber sido molestados. Pueden negar el cuidado y responder con negligencia y silencio. La niña influye en los adultos. Las respuestas de los adultos afectan a la niña. El poder de la vulnerable niña para expresar sus necesidades expone los corazones de los adultos que tienen más poder. Con el tiempo, su respuesta habituada a la niña moldea no solo la personalidad de la bebé, sino también los corazones de los adultos. Nuestras respuestas a los vulnerables exponen quiénes somos. Este es un principio importante para tener en cuenta cuando consideramos el uso y el mal uso del poder.

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Cualquier persona que esté remotamente en contacto con las noticias de hoy en día tiene algún conocimiento de cómo se puede usar el poder para bien y para mal. Leemos sobre tiranos autoritarios y sobre personas torturadas y encarceladas por su fe o por criticar a su gobierno. También leemos sobre personas que dan con sacrificio a quienes necesitan ayuda y pasan días buscando a un niño perdido o dedican tiempo, dinero y esfuerzo a rescatar a las víctimas de trata. Ambas listas son interminables. Cada vida humana es una fuerza en este mundo. Nuestra influencia se derrama de manera continua. Sin embargo, si los que tienen autoridad se niegan a ayudar a otros, hacen oídos sordos y se endurecen ante las necesidades de los demás, entonces el rechazo, no el cuidado, se convierte en la influencia predominante.

El poder en la historia de Génesis

¿Cuál es la fuente de nuestro poder como humanos? En Génesis, leemos que Dios invistió a los humanos con poder. «Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1:2627, NBLA). Dios creó a los humanos a Su semejanza y les dijo que ejercieran dominio. En hebreo, la frase «ejercer dominio» significa «tener dominio» o «dominar». ¿Sobre qué les ordenó Dios que ejercieran dominio? Sobre los peces, las aves, los ganados, sobre toda la tierra y sobre todo reptil. Observe la sorprendente omisión en la orden de Dios: ¡en ningún lugar les ordena a los humanos a ejercer dominio entre sí! No le ordena al hombre que ejerza dominio sobre la mujer y no le ordena a la mujer que ejerza

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dominio sobre el hombre. Ellos deben ejercer dominio juntos, a dúo, sobre todo lo demás que Dios ha creado. Deben tomar el poder que Dios les concedió y usarlo para el bien. Juntos. En Génesis 1:28, Dios continúa diciéndoles a los humanos: «… Llenen la tierra y sométanla». «Someter» significa «conquistar», «subyugar», «mantener bajo control». Dios creó una unión de una sola carne y le ordenó a esa unión de hombre y mujer que ejerciera dominio, no entre sí, sino sobre la tierra y que la sometiera.

Génesis 1 también nos dice que Dios les ordenó a Adán y Eva que fueran fecundos. «Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense…”» (v. 28, NBLA). ¿Cómo hacemos eso? Obviamente, los humanos que son fecundos aumentan su poder simplemente al crear más humanos. No obstante, los humanos también deben ser fecundos en todas las áreas de la vida. En esencia, Dios nos creó para que multipliquemos Su imagen y semejanza en todo lo que hacemos. Él creó a los humanos a Su propia imagen, a Su semejanza. Les dio poder a los humanos, y estos debían reflejar al Dios que los creó. ¿Y qué sabemos de este Dios? Él es bueno, fiel, un refugio, la verdad, amor.

Entonces, Dios les dio a los seres humanos el poder para que pudieran llevar el carácter de Dios al mundo. Y Dios los bendijo; pronunció una bendición sobre ellos y les ordenó que fueran fecundos y se multiplicaran, que llevaran Su semejanza y que bendijeran la tierra. Juntos.

Todos sabemos lo que pasó después de eso. Una criatura astuta y engañosa que había rechazado por completo el poder de Dios y cualquier semejanza con Él vino y engañó a los humanos usando las mismas palabras de Dios. «¿Quieren ser como Dios? ¿Quieren ser semejantes a Él? ¿Quieren tener la capacidad de juzgar entre el bien y el mal? Pueden hacerlo si eligen lo que Él les ha negado». Y al igual que el enemigo, los humanos ejercieron su poder para elegir en contra de Dios; tomaron lo que les pareció bueno y se alimentaron con ello.

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El engaño del bien prometido los llevó a elegir la desobediencia a Dios. Usaron su poder para elegir el mal cuando ese poder debería haber transmitido la semejanza a Dios y debería haberse usado para elegir el bien. Quisieron lo que debían tener: la semejanza a Dios. Quisieron discernir el bien del mal. Lo que vieron con sus ojos fue atractivo para sus deseos y su objetivo más alto. Tomaron el poder que Dios les había dado y lo ejercieron en Su contra, engañados y creyendo que lo estaban eligiendo a Él.

Los que tenían el carácter de Dios usaron el poder de una manera que les dio una semejanza con el enemigo de Dios. Como el rey de Babilonia, dijeron: «Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré semejante al Altísimo» (Isa. 14:14, NVI). Se olvidaron de que cualquier semejanza con Dios fue dada por Dios mismo. Los seres humanos no pueden crear esa semejanza. Usaron su poder no para bendecir, sino para lastimar, no solo a otros, sino también a ellos mismos. El poder abusado del hombre y la mujer produjo resultados que se han transmitido de generación en generación, y nos han infectado a todos.

El poder del ser humano

Para comprender el impacto del poder, debemos entender lo que es un ser humano. Aquí pueden ser útiles algunos conceptos que han surgido de mi trabajo con las víctimas por trauma.1

En primer lugar, ser humano es tener voz. La voz de Dios lo creó todo. Ser creados a Su imagen significa tener un ser, una voz y una expresión creativa. El abuso del poder silencia ese ser y las palabras, los sentimientos, los pensamientos y las elecciones de la víctima. Sus deseos se ignoran y son irrelevantes. El abuso de cualquier tipo siempre daña la imagen de

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Dios en los seres humanos. El ser se ve destrozado, fracturado y silenciado, y no puede decirle al mundo quién es.

En segundo lugar, ser humano es estar en una relación. Fuimos creados en una relación con Dios mismo y con otros humanos. Dios se hizo hombre y entró en este mundo para restablecer una relación que estaba rota. Su imagen se refleja en esa relación. Los humanos anhelan una relación segura. El poder abusivo quebranta y destroza esa relación. Trae traición, miedo, humillación, pérdida de dignidad y vergüenza. Aísla, pone en peligro, crea barreras y destruye vínculos. Hace añicos la empatía, despedaza la seguridad y rompe la conexión. El poder abusivo tiene un impacto profundo en nuestra relación con Dios y con los demás. Las víctimas de abuso a menudo ven a Dios a través de una lente gravemente distorsionada y lo ven como la fuente del mal que sufren. La violación y la destrucción de la fe en momentos de tremendo sufrimiento es una de las mayores tragedias del abuso del poder.

En tercer lugar, ser humano es tener poder y moldear el mundo. Como hemos visto, nuestro Creador nos llamó a ejercer dominio y someter. Esas son palabras de poder. «Vayan y tengan un impacto, hagan crecer las cosas, cámbienlas». El abuso anula y quita el poder. La víctima se siente inútil, incapaz e incompetente, y la pérdida de dignidad y propósito es profunda. Debemos trabajar, hacer que las cosas sucedan, que cambien simplemente porque estamos aquí. Estos aspectos de la voz, la relación y el poder se originan en el carácter de Dios.

Tipos de poder humano

Existen muchos tipos de poder. El poder verbal implica el uso de palabras, a menudo de manera ingeniosa, para manejar situaciones y controlar a otros. Los humanos que tienen un don verbal pueden usar las palabras para bendecir a los demás

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o para hacer un daño terrible y duradero. Un tipo de poder relacionado en el que rara vez pensamos es el silencio. El silencio puede ser un regalo maravilloso, pero también puede ser un arma. El aguijón del silencio usado para castigar o para ignorar penetra hondo.

El poder emocional se combina con frecuencia, aunque no siempre, con el poder verbal. Podemos usar las emociones para consolar a otros con empatía o para controlar lo que las personas dicen y hacen, a menudo, intimidándolas y silenciándolas. El poder del enojo o la ira pueden aterrorizar a una persona, con o sin palabras.

El poder puede manifestarse en tamaño o fuerza física. Si una persona pesa 99 kg (220 libras) y otra pesa 38 kg (85 libras), la diferencia de poder es evidente. La persona más pesada puede herir o aplastar con facilidad a la más pequeña. La presencia física también puede ser poderosa de otras maneras. Todos hemos conocido a alguien que no era más grande que los demás, pero cuya presencia podía llenar la habitación. Ese poder de personalidad puede controlar una sala, una empresa e incluso un país.

Las personas con conocimientos especializados pueden ejercer un gran poder, hablan con autoridad y esperan que lo que dicen sea aceptado porque ellos «saben». Los puestos de autoridad confieren poder. Si soy presidente, instructor, médico o profesor, mi trabajo me da el derecho de decir y hacer muchas cosas; mi círculo de «ejercer dominio y someter» es más grande que el de la mayoría. Dependiendo de mi posición y de cómo se entienda, puedo usar ese poder para justificar muchas cosas incorrectas y extralimitarme ampliamente, en especial si se respeta mi figura de autoridad.

Al igual que el silencio, la ausencia también tiene gran poder. ¿Recuerda cuando jugaba al juego de la confianza cuando era niño? Su amigo se paraba detrás de usted, y usted debía dejarse caer hacia atrás y confiar en que su amigo lo

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atraparía. Daba un poco de miedo. La ausencia de su amigo, si no lo atrapaba, podía significar una lesión. Un padre que le da la espalda al abuso sexual está ausente cuando más se lo necesita. El resultado será un profundo daño. La ausencia emocional de un cónyuge hiere profundamente. Por otro lado, el rechazo a unirse a un grupo de violentos es una ausencia poderosa y positiva para el que está siendo atacado.

Otro tipo de poder que algunas personas ejercen es el económico. El dinero puede comprar muchas cosas en este mundo, y el poder es una de ellas. Ese poder puede usarse con sabiduría y gracia, o puede usarse para manipular, controlar y atemorizar.

El poder espiritual es otro tipo de poder que puede ser peligroso a menos que se ejerza en obediencia a Dios. Esta forma de poder se usa para controlar, manipular o intimidar a otros para que satisfagan nuestras propias necesidades o las necesidades de una organización en particular, a menudo mediante el uso de palabras envueltas en un vocabulario y conceptos espirituales que suenan agradables.

Finalmente, nuestras culturas, familias, tribus, comunidades seculares y religiosas, y naciones tienen un enorme poder para moldear nuestras mentes y vidas. La cultura es como el oxígeno, siempre está allí, pero no la vemos; simplemente es lo que es. Experimentar una cultura diferente de adoración, comida o vestimenta puede ser sorprendente. La cultura puede ser muy enriquecedora, pero también puede estar llena de arrogancia, prejuicio y división, por eso, debemos prestar mucha atención y usar nuestro poder y habilidades para ver y pensar antes de aceptar por completo los mensajes de nuestra cultura.

A lo largo de este libro, analizaremos estos tipos de poder con mayor profundidad. Por ahora, simplemente tenemos que entender de dónde viene el poder y cuál es su propósito original. También debemos ser conscientes de los tipos de poder que todos tenemos en diferentes grados y que podemos usarlos

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o no ejercerlos para bien o para mal. Finalmente, necesitamos ver cómo se usa el poder dado por Dios para bendecir.

El poder es derivado

Dos pasajes de la Escritura guiarán nuestra comprensión del uso piadoso del poder. En Mateo 28:1819, Jesús declara: «… Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…». Jesús tiene toda potestad. Eso significa que cualquier poquito de poder que usted y yo tengamos es derivado; somos enviados bajo Su potestad. Jesús no nos da la potestad a nosotros; Él la retiene y nos envía bajo Su potestad para llevar a cabo Su tarea a Su manera. Cada gota de poder que usted y yo tenemos es un poder compartido, dado por Aquel que lo tiene todo. No es nuestro. Es Suyo. Él ha compartido con nosotros lo que es legítimamente Suyo. ¿Es usted poderoso verbalmente? El Verbo le dio ese poder. ¿Es usted poderoso físicamente? El Dios poderoso, que derriba fortalezas y sostiene el universo, le dio ese poder. ¿Tiene usted una posición de poder? Proviene del Rey de reyes y Señor de señores. ¿Su poder se encuentra en su conocimiento o habilidad? El Dios creador, cuyos caminos no se pueden descubrir, le dio ese poder. ¿Tiene usted poder emocional sobre otros? Ese poder proviene del Consolador, el maravilloso Consejero. ¿Tiene usted gran poder financiero? Si es así, apenas es una pequeña porción de Aquel que posee todas las riquezas. Cualquier poder que usted y yo tengamos es de Dios, y Él nos lo ha dado con el único propósito de glorificarlo a Él y bendecir a otros. Si todo poder es derivado, entonces los cristianos deberían ejercerlo con gran humildad. Somos criaturas, ni más ni menos. Seguimos a Aquel que se hizo hombre. Jesús es nuestro ejemplo de la humildad del poder.

En el segundo pasaje, vemos que cuando Jesús estuvo en la tierra, dijo: «Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer

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nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace…» (Juan 5:19, NVI). El estado del corazón del Padre que el Hijo manifestó debe abundar en aquellos que lo seguimos. Nosotros promocionamos nuestras propias enseñanzas, nuestros propios escritos, nuestras propias organizaciones y reputaciones. Sin embargo, Jesús no hizo nada por el estilo. Nosotros buscamos una parte de la gloria y del poder para nosotros mismos. Él se humilló ante Dios y los seres humanos, y se convirtió en siervo. Nosotros buscamos construir nuestros pequeños reinos. Él vino a edificar el reino del Padre. Dios nos ha confiado Su poder a nosotros, Sus criaturas. El propósito del poder es bendecir. Si entendemos la naturaleza del poder, tanto su fuente como sus peligros, caminaremos en humildad delante de otros, porque nuestro Maestro dijo que, si íbamos a ser líderes, si íbamos a guiar e impactar a los demás, entonces debíamos servir. Antes de enviar a Sus discípulos, Jesús dijo: «Miren mis manos. Miren mis pies…» (Luc. 24:39, NTV). Estas son las marcas de Su humildad, la insignia de Su autoridad, la evidencia visible de que vino a servir y no a ser servido. Los que lo siguen, investidos con Su poder, deben seguir el camino de la cruz.

El poder viene de nuestros corazones

El poder piadoso comienza en el reino de nuestros corazones, se expresa en la carne y luego se traslada al mundo. Cometemos el error de ver el poder como una fuerza externa, pero el poder no se trata de dirigir una iglesia, una parroquia, una institución o un país. Es interno, no externo. El reino de Dios es el reino del corazón, no el reino de nuestras iglesias, instituciones, misiones ni escuelas. Dios construye Su reino, no el nuestro, y lo hace al ejercer autoridad sobre el corazón humano en la medida en que esté lleno del Espíritu de Cristo. Ese es el poder piadoso. Y cuando nuestro interior está lleno

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del poder de Dios, llevamos vida, luz, gracia, verdad y amor a todas nuestras tareas externas, ya sean grandes o pequeñas. El reino de Dios crece, y Él es glorificado.

Cada vez que usamos el poder para lastimar o usar a una persona de una manera que deshonra a Dios, fallamos en nuestro manejo del regalo que nos ha dado. Cada vez que usamos el poder para alimentarnos o elevarnos a nosotros mismos, fallamos en nuestro cuidado de ese regalo. Nuestro poder debe ser gobernado por la Palabra y el Espíritu de Dios.

Todo uso que no esté sujeto a la Palabra de Dios es un uso incorrecto. Todo uso del poder que se base en el autoengaño, cuando nos decimos a nosotros mismos que lo que Dios llama malo es, en realidad, bueno, es un uso incorrecto. Recuerde, Adán y Eva, hechos a semejanza de Dios, quisieron ser como Él y comieron lo que Él había prohibido. El ejercicio del poder en la elección de «ser como» Dios requería desobedecer a Dios. Por lo tanto, fue un uso incorrecto del poder. El ejercicio del poder de un cargo para exigirles demasiado a los obreros del ministerio «por el bien del evangelio» también es un uso incorrecto del poder. Usar el poder emocional y verbal para lograr nuestra propia gloria cuando Dios dice que Él no compartirá Su gloria con nadie es un uso incorrecto del poder. El poder del éxito o del conocimiento financiero usado para alcanzar fines ministeriales sin integridad es un uso incorrecto del poder. Usar el conocimiento teológico para manipular a las personas para lograr nuestros propios objetivos es un uso incorrecto del poder. Explotar nuestra posición en el hogar o en la iglesia para salirnos con la nuestra, conseguir nuestros propios fines, aplastar a otros, silenciarlos y asustarlos es un uso incorrecto del poder. Usar nuestra influencia o reputación para que otros nos ayuden a alcanzar nuestros fines es un uso incorrecto del poder.

No ejercer el poder frente al pecado, el abuso y la tiranía también es un uso incorrecto del poder. Es pecado contra

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Dios, complicidad con el mal que Él odia. Jesús afirma: «… “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”» (Mt. 25:45, NVI). El silencio frente a dicho mal puede ser un tipo de abuso de poder, ya que, al permanecer callados frente al dolor de otra persona, anulamos el poder que Dios nos da para decir la verdad. Dios nos pide que usemos nuestro poder verbal y que abramos la boca por los que no pueden hablar, por los que no tienen ese poder. La complicidad es la supresión del poder que Dios nos ha dado y que debía actuar en Su nombre en este mundo.

El poder piadoso es derivado; proviene de una fuente externa a nosotros. Siempre se usa bajo la autoridad de Dios y en semejanza con Su carácter. Siempre se ejerce con humildad, con amor a Dios. Lo usamos primero como sus siervos y luego, como Él, como siervos de otros. Siempre se usa con el objetivo final de darle la gloria a Dios. Él se complace con su Hijo. Eso significa que nuestros usos del poder deben parecerse a Cristo porque Él es el que le da la gloria a Dios. Entonces, ¿cómo serviremos? Aquí hay tres historias reales que me enseñaron lecciones duraderas sobre la belleza del poder usado correctamente.

La primera historia tiene lugar en un pequeño pueblo de pescadores en Brasil. Un pastor de allí me contó que todos los hombres de su pueblo, no solo algunos, eran alcohólicos, maltratadores e incestuosos. «No hay excepciones, Diane, ni la policía, ni el juez ni los pastores». Me preguntó cómo podía ayudar a su gente. Al principio, me quedé sin palabras; parecía no haber esperanzas para su situación. ¿Cómo puede uno ser luz en un lugar así? Y luego lo supe. Estaba parada junto a un hombre que llevaba la luz de nuestro Dios en su interior. «Sé que es abrumador y que parece que no hay esperanza —respondí—, pero Dios te puso aquí porque lo conoces, y nadie en este pueblo ha visto una vida como la

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tuya con tu familia. Ni siquiera saben que existe otra manera. Camina con Cristo, honra a tu esposa, bendice a tus hijos, y Dios iluminará su camino a través de ti y despertará el hambre por tu forma de vida en otros». No quería sugerir de ninguna manera que la tarea que Dios había puesto delante de él iba a ser fácil. Con la esperanza de alentarlo, continué: «La tarea será difícil, muy lenta y requerirá mucho sacrificio, pero hay esperanza. No está en ti. Esa esperanza es Cristo en ti en este lugar oscuro. Por el poder de Dios en tu vida, puedes demostrar, en la carne, la vida de un hombre que no abusa del poder. Cuanto más bebas de Cristo, de ti fluirá Su agua viva, que finalmente cambiará el panorama del pueblo».

La segunda historia tiene lugar en una conferencia para mujeres árabes donde hablábamos sobre el trauma y sus efectos. Muchas de estas mujeres eran víctimas del poder abusivo. Al final de mi charla hubo un momento para realizar preguntas. Una mujer dijo esto: «Me crie en un hogar cristiano. Mi padre golpeaba a mi madre y a sus hijos de manera horrible. Ahora estoy casada y tengo hijos. Cuando vamos a visitar a mis padres y los niños hacen algo que a mi padre no le gusta, los golpea salvajemente. Mi esposo y yo no creemos que eso sea de Dios y no tratamos así a nuestros hijos. ¿Puede decirme qué hacer?».

Cuando viajo, soy muy cautelosa a la hora de compartir cualquier pensamiento negativo que tenga en cuanto a las normas y prácticas de otra cultura. Incluso cuando me hacen preguntas directas, soy cuidadosa con mis respuestas. Le pedí a esta mujer que me diera un minuto para pensar porque sabía que, si decía la verdad, podría terminar en violencia contra ella. Podrían echar y desheredar a ella y a su familia. También sabía que, si no decía nada, iba a alentar su complicidad en el mal que se les estaba haciendo a sus hijos, y Dios ya había traído convicción a su vida. Y si me quedaba callada, yo también iba a ser cómplice. Así que me detuve un

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momento para orar y luego le dije que sabía que lo que estaba por decirle era difícil y potencialmente amenazante para ella. Estuve de acuerdo en que su padre les estaba haciendo daño a sus hijos y que ese no era el camino de Dios. Para decirle la verdad a su padre, con respeto, ella debía usar su poder para llevar la luz de Dios a ese lugar e invitar a su padre a entrar en esa luz. Quedarse callada era enseñarles a sus hijos que el comportamiento del padre era correcto, en lugar de impío, y ser un ejemplo del silencio frente a las malas acciones. También significaba ser cómplice de su sufrimiento. La sala estaba muy quieta. Ella estuvo en silencio por un momento. Luego levantó la cabeza y dijo: «Haré lo que es correcto delante de Dios con una condición. Solo pido que las mujeres de esta sala se comprometan a orar por mí». Ellas comprendieron el paso monumental que estaba dando y le hicieron saber que orarían por ella. Yo sigo haciéndolo.

La tercera historia es sobre un hombre de gran poder. Hace unos años, nuestro hijo trabajaba en Medio Oriente para un príncipe, un miembro de la casa real. A mi esposo y a mí nos invitaron como huéspedes del príncipe para que viéramos a nuestro hijo y visitáramos el país.

Viajamos por una aerolínea lujosa, con asientos elegantes y comida exquisita. Nuestro hijo nos recibió en el aeropuerto y nos llevó de inmediato al palacio a conocer al príncipe. Yo, una mujer, iba a entrar en una sala llena de hombres árabes. Cuidadosamente repasé el protocolo con nuestro hijo, quien nos indicó que esperáramos en la puerta para ser recibidos y que no habláramos primero. El príncipe iba a permanecer sentado. «No extiendan la mano —dijo—. No se sienten hasta que se lo digan y siéntense en donde les indiquen». Según mi hijo, ninguna otra mujer había estado en esa habitación. Él pasaba casi todas las noches allí, así que sabía.

Cuando llegamos, nos escoltaron al palacio y nos llevaron al lugar de reunión. En la sala había unos quince hombres

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árabes vestidos de gala. Con mi esposo esperamos en la entrada. Cuando nos indicaron, entramos. Ni bien lo hicimos, el príncipe se puso de pie, se acercó de inmediato hacia nosotros y me tendió la mano con cordialidad. Me saludó por mi nombre, se presentó con su nombre de pila y me mostró el asiento a su derecha. Los otros quince hombres siguieron su ejemplo. Hicieron lo que su príncipe hizo. Nos honraron grandemente y nos recibieron con amabilidad.

Este hombre habría estado en su derecho si seguía el protocolo. De hecho, se arriesgó a las críticas y a la pérdida de respeto por romper las reglas sociales. Eligió juntar su poder y usarlo para derramar bendición, lo que continuó haciendo todo el tiempo que estuvimos allí. Él ejemplifica a una persona con mucho poder que no se aferra a la gloria, sino que busca usar ese poder para bendecir a otros.

Estas historias nos ayudan a imaginar cómo Dios quiere que ejerzamos nuestro poder. Creo que Él quiere que lo usemos como bendición, para bendecir, a modo de sacrificio, a través de la cruz.

El pastor brasileño que vive con sacrificio en ese pueblo costero —un hombre, una familia, llenos de la luz del amor de Cristo, iluminando un mundo extremadamente oscuro— encarna en su vida lo que Jesús hizo en la suya. El Rey de reyes se hizo hombre, finito y habitó en tiempo y espacio. Estaba lleno de luz y amor, y ministró uno por uno y siempre fue fiel al Padre.

La encantadora mujer árabe que vive con sacrificio, que trajo luz y amor cuando se enfrentó al poder con la verdad y rechazó la complicidad con el mal hecho en nombre de Dios, bendice a su padre con una invitación firme pero respetuosa a ir a la luz. Bendice a sus hijos, porque ellos verán y conocerán una nueva manera y entenderán que esa cultura, incluso la llamada cultura cristiana, a veces no sigue a Cristo. Ella será

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como Jesús, quien declaró la verdad a los líderes religiosos y enfrentó a los que agobiaban a los pequeños.

Y el amable jeque quien, por amor a nuestro hijo, bendijo a mi esposo y a mí, se paró frente a esas divisiones que protegen su nombre y estatus, y nos invitó a sentarnos a su derecha para ser servidos y recibir honor de aquel al que fuimos a honrar, nos dio una muestra pequeña pero valiosa del Señor del cielo y la tierra que está sentado en el trono. Este príncipe terrenal, que inspiró asombro en mí al atravesar la posición, la tradición, la cultura, el género y al prepararse para saludarme con su mano derecha, me recuerda del asombro que debo tenerle a mi verdadero Señor, quien, a un costo sin medida, cruza las barreras de la posición más alta y del pecado y la muerte para darme la bienvenida a la diestra del Padre.

Es mi oración que, a medida que pensamos juntos en el poder que Dios nos confiere, dejemos que Su luz brille mientras estudiamos y prestamos atención. Que nosotros, Sus hijos, podamos ver con claridad la verdad sobre el poder terrenal y no seamos seducidos. Que no nos engañemos a nosotros mismos ni a otros en cuanto a cualquier uso del poder que no esté bajo la autoridad de Aquel que tiene todo el poder. Que vivamos en lugares oscuros e iluminemos con la luz de Cristo los abusos a nuestro alrededor, incluso si suceden en nuestros círculos. Que podamos hablar con los que aplastan a los pequeños de Dios o despojan a las personas en sus iglesias. Y que, así como nuestro Señor, podamos dejar a un lado todo poder terrenal para cruzar divisiones, salirnos de posiciones elevadas y alcanzar con amor a los vulnerables, cuyo poder es pequeño o ha sido pisoteado, y que podamos bendecir a medida que avanzamos.

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