Poder redimido
qué está mal o por qué está mal, ni cómo atender su propia angustia. Sola en la oscuridad, llora. Y tiene poder. Dos adultos agotados y dormidos, sobresaltados se levan tan de sus cómodas camas y de su muy necesitado descanso y rápidamente acuden al llanto. Ella ha interrumpido a dos per sonas que pueden usar las palabras, que saben lo que quieren y lo que ella necesita, y que pueden mover sus cuerpos como les plazca. Ellos entienden el llanto de la pequeña y respon den, dejando de lado cómo se sienten y su preferencia por dormir. Eligen levantarse y consolar a la pequeña y nutrirla con atención, amor y leche. A diferencia de Sara, estos adultos tienen una cantidad increíble de poder y eligen usarlo para bendecirla con su cuidado. Nuestra palabra española «poder» (del latín posse, que significa «ser capaz») quiere decir «tener la capacidad de hacer algo, actuar o producir un efecto, influir en personas o sucesos, o tener autoridad». También tiene significados más severos: controlar, dominar, coaccionar o forzar. Por nuestra mera presencia en este mundo, nosotros, los portadores de la imagen de Dios, tenemos poder. La bebé de cuatro días tiene el poder de despertar a adultos independientes de un sueño deseado y muy necesario. Lo opuesto también es cierto: esos adultos tienen un poder evidente sobre la niña. Pueden res ponder con atención y cuidado o con enojo por haber sido molestados. Pueden negar el cuidado y responder con negli gencia y silencio. La niña influye en los adultos. Las respues tas de los adultos afectan a la niña. El poder de la vulnerable niña para expresar sus necesidades expone los corazones de los adultos que tienen más poder. Con el tiempo, su respuesta habituada a la niña moldea no solo la personalidad de la bebé, sino también los corazones de los adultos. Nuestras respuestas a los vulnerables exponen quiénes somos. Este es un principio importante para tener en cuenta cuando consideramos el uso y el mal uso del poder. 4
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