Poder redimido (muestra)

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Poder redimido: Entendiendo la autoridad y el abuso en la iglesia Copyright © 2022 por Diane Langberg Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada por Brazos Press. Traducción diseño de la portada: B&H Español Director editorial: Giancarlo Montemayor Editor de proyectos: Joel Rosario Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 303.3 Clasifíquese: IGLESIA / PODER (CIENCIAS SOCIALES) / BALANCE EN EL PODER Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el con­ sentimiento escrito del autor. A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión Reina-Valera 1960® © Sociedades Bíblicas en América Latina, 1960; Renovado © Sociedades Bíblicas Unidas, 1988. Utilizado con permiso. ­Reina-Valera 1960® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia. Las citas bíblicas marcadas RVR1995 se tomaron de la versión Reina-Valera 1995 Reina-Valera 95®, © 1995 por Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso. Las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional®, © 1999 por Biblica, Inc.®. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de Amé­ rica. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas NBLA se tomaron de la Nueva Biblia de las Américas (NBLA), Copyright © 2005 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso. ISBN: 978-1-0877-5790-2 Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 25 24 23 22


Con amor y gratitud a mi padre, William F. Mandt, a mi suegro, Simon Langberg, a mi esposo, Ronald Langberg, y a nuestros hijos, Joshua y Daniel Langberg, hombres extraordinarios que se distinguen por usar su poder con una bondad infinita y una integridad impecable.

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Contenido

Prólogo  ix Parte 1

La definición de poder

1. La fuente y el propósito del poder   3 2. La vulnerabilidad y el poder   19 3. El papel del engaño en el abuso del poder   31 4.  El poder de la cultura y la influencia de las palabras   49 Parte 2

El abuso del poder

5. Comprensión del abuso del poder   67 6. El poder en los sistemas humanos   83 7. El poder entre los hombres y las mujeres   101 8. La intersección de la raza y el poder   119 9. El abuso del poder en la Iglesia   137 10. La cristiandad seducida por el poder   159 vii

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Contenido

Parte 3 Poder redimido 11. El poder redentor y la persona de Cristo   175 12. El poder sanador y el cuerpo de Cristo   189 Epílogo  209 Agradecimientos  217 Notas  219 Biografía de la autora   225

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Prólogo

Hace décadas, cuando estaba en una tierra extranjera, me encontré por primera vez con víctimas de abuso sexual. No sabía que esas cosas sucedían. No eran parte de mi experien­ cia, no aparecían mencionadas en los libros de psicología que había leído ni mientras estudiaba para obtener mis dos títulos de grado. La Iglesia me echó cuando saqué el tema. Decidí, por la gracia de Dios, escuchar a los marginados y a los que nadie les cree. Hacerlo me ha cambiado y le ha dado forma a mi vida. Mi curva de aprendizaje en los últimos cuarenta y siete años como psicóloga cristiana ha sido larga y empinada. Primero aprendí sobre familias en las que el abuso sexual y doméstico era desenfrenado y lo había sido por generaciones. Desde entonces, me he sentado con víctimas de trauma, vio­ lencia, violación y guerra. He aprendido sobre grupos de per­ sonas que han sido aplastadas, oprimidas y esclavizadas. He sido testigo de esta devastación en mi oficina de Pensilvania y en los seis continentes. He escuchado a voces de Auschwitz, Ruanda, Sudáfrica, Congo y Camboya mientras visitaba cam­ pos de concentración, iglesias llenas de huesos, lugares de una ix

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pobreza indescriptible, víctimas de violaciones atroces y los campos de la muerte, donde se asesinaba a los seres humanos simplemente por ser como Dios los creó. También he visto la belleza, la redención, la valentía y la generosidad, y he sido bendecida más allá de las palabras por muchos que han sido pisoteados por este mundo y sus habitantes. He transmitido esas bendiciones a mis hijos y a mis nietos, a colegas, clientes, audiencias diversas y a la Iglesia global. Mi recorrido en el mundo del trauma comenzó con una víc­ tima de abuso, quien, en pequeñas dosis, me relató valiente­ mente su historia. Hice preguntas y me esforcé para escuchar con atención. Me convertí en su estudiante y en la estudiante de muchos más, seres humanos creados por Dios, Su propia obra de arte, heridos y lastimados. Me senté con las personas y aprendí a decir básicamente: «Enséñame cómo es ser tú». En algún punto del camino, el contexto de abuso se amplió para incluir situaciones en campamentos cristianos, en escuelas y en los deportes. Aprendí que los niños y los hombres también sufrían abusos. También trabajé con pastores, misioneros y líderes cris­ tianos que estaban deprimidos y sufrían de ansiedad. Tenían dificultades con sus funciones y con las cargas de los demás. Muchos estaban agotados. Y un día todo se desmoronó cuando comencé a darme cuenta de que los cristianos en posi­ ciones de liderazgo también abusaban de los que estaban bajo su cuidado. Esto fue difícil de asimilar. No quería que fuera verdad. No lo entendía. Comprendí que lo que sucede en las familias también sucede en la familia de Dios. Poco a poco, comencé a entender que el poder, el engaño y el abuso estaban entrelazados. Las personas sumamente esti­ madas y consideradas piadosas, en realidad, se engañaban a sí mismas y a los demás para cometer y ocultar prácticas impiadosas. Con el paso del tiempo, vi que sistemas enteros x

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Prólogo

hacían lo mismo. El abuso sistémico, un concepto completa­ mente extraño para mí en ese momento, se volvió más claro cuando descubrí que, a veces, el pueblo de Dios se une para «proteger» el nombre de Dios y comete y oculta acciones que no se parecen en nada a Él. El pueblo de Dios lo estaba decepcionando. Estaba enojada, lloré, quería que no fuera verdad y quería renunciar. A veces, me sentía como si estuviera nadando en una cloaca con un cartel en la entrada que decía «Santuario». Comencé a leer todo lo que pude para que me ayudara a ver. Volví a la historia de la Iglesia. Estudié el Holocausto y otros genocidios. Leí y releí a los profetas, en especial a Jeremías. Me hundí en los Evangelios. Poco a poco, comencé a ver con mayor claridad la naturaleza sistémica del abuso. Todavía sigo aprendiendo. Este libro es el fruto de ese proceso. Dios nos ha invitado a la comunión de Sus sufrimientos. No es un lugar al que queramos ir. Realmente es una cloaca. Al entrar, comencé a aprender que Jesús había soportado todo con lo que me encontraba. Eso incluía mi ceguera, mi resistencia y mi miedo de entrar en este lugar; pero negarse a entrar, darle la espalda a lo que Él ve, es fallarle a Él. He tenido la posibilidad de vislumbrar lo que significa decir: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» (Juan 1:14). Él era Emanuel en ese contexto: Dios con nosotros. Y Cristo nos llama a ser como Él en este mundo para que otros tengan una idea, una muestra de quién es Él y sepan en verdad que está con nosotros. Me llama la atención cuántas veces se nos dice que Jesús vio. Mateo nos relata que Jesús recorría todas las ciudades y aldeas y que «viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban angustiadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor» (9:36, NBLA). Jesús sigue viendo y nos invita a estar con Él y a ver, nos invita a sentir el dolor, la tristeza, la xi

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pena y la agonía de las ovejas preciosas que no tienen pastor, ni consolador ni nadie que las cuide. Gran parte de la cristiandad de hoy parece menos inte­ resada en ver como Jesús veía, menos dispuesta a entrar y mucho más interesada en ganar poder. Hemos adquirido fama, dinero, estatus, reputación y nuestros propios reinos pequeños. Hemos leído demasiados titulares sobre líderes y sistemas cristianos que no se parecen en nada a nuestro Señor. Temo que hemos perdido el rumbo. Es hora de que los que pronunciamos Su nombre nos detengamos y escuchemos a nuestro Rey, quien se movía por compasión, un pastor verda­ dero que anhelaba tanto alimentar como abrazar a las ovejas. Seguimos a un Dios que nos escucha y llora con nosotros. Eso es evidente en la vida de Jesús. La encarnación es quizás la expresión máxima jamás vista de escucha empática. Jesús vino y plantó Su tienda entre nosotros, un campo de refugia­ dos implícito. Eso significaba beber nuestra agua, compartir nuestros quehaceres, sufrir nuestras pérdidas, unirse a nues­ tra risa y llorar con nosotros en nuestro dolor. Tenemos que aprender a escuchar como Él lo hace. Él sabe lo que es ser usted. Le ha dado el don de ser escuchado y conocido y le pide, a su vez, que se lo de a los demás. Anhela que camine­ mos con Él, que nos ocupemos de los afligidos, los despoja­ dos, los heridos por la violencia y los desechados. Desea que miremos con Sus ojos de amor y escuchemos con Sus agudos oídos. Nos ha invitado a trabajar con Él y a estar con los demás como Él estuvo. Ha sido un gran privilegio para mí aprender de nuestro Pastor. Me ha llevado a lugares que nunca imaginé que exis­ tieran. He visto la maldad, la oscuridad y la desesperanza en seres humanos preciosos, la obra de arte de Dios. Segu­ ramente he cometido muchos errores. Sin embargo, he visto que Dios estuvo presente allí, amando, enseñando, llevando y redimiendo. Oro para que mientras miramos juntos el poder xii

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Prólogo

y nuestras manipulaciones a menudo retorcidas y abusivas, la luz de Dios nos exponga. Oro para que juntos nos arrodi­ llemos ante el único que está sentado en el trono y que lleva cicatrices que deberían ser nuestras, y oro para que aprenda­ mos del buen y gran Pastor cómo proteger, alimentar y ser un refugio para los corderos que Él ama. No es un viaje bonito, pero lo encontraremos trabajando con nosotros a medida que avanzamos. Sí, lo usará a usted para bendecir a otros. Tam­ bién los usará a ellos para transformarlo a usted más a Su imagen. Siempre obra de ambos lados. Oro para que este libro aumente la conciencia y el enten­ dimiento del poder y su abuso para que podamos proteger y defender a quienes los sistemas de poder rotos del cristianismo han abandonado. Para aquellos que han sufrido abuso, oro para que a través de la lectura sientan que alguien los ve, los protege, les cree y los consuela. Algunos de ustedes han aban­ donado la iglesia después de sufrir abusos de poder en el mismo lugar que Dios quiere que sea Su santuario. Si usted ve a la iglesia como un lugar de peligro en vez de seguridad, recuerde que, tristemente, la Iglesia a menudo no logra ver ni actuar como Jesús, lo que facilita creer mentiras sobre quién es Él. Si usted es un líder cristiano, ya sea en una iglesia, un ministerio sin fines de lucro u otra esfera de influencia, oro para que llegue a entender los tipos de poder, conscientes e inconscientes, que vienen con su autoridad. Oro para que comprenda su propio poder y aprenda a usarlo con sabiduría para bendecir y no para lastimar. Si usted ha usado el poder de manera tal que ha infligido algún daño, oro para que se postre ante el trono de Aquel que se humilló por nosotros y diga la verdad a sí mismo y a los demás sobre el daño que ha causado. Que desee la verdad y la gracia de Dios más que la estima de los seres humanos. Me entristece que el cuerpo de Cristo se haya alejado tanto de esta obra y le haya dado la espalda a Cristo y a Su xiii

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invitación. Que todos aprendamos a discernir cuándo se usa el poder equivocadamente y llamarlo por su nombre. Hemos perdido mucho y hemos dañado a muchos. Hemos decepcio­ nado a Dios. Oro para que fervientemente busquemos a Dios en estos asuntos. Él espera.

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PARTE 1

La definición

de poder

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uno La fuente y el propósito del poder

Las dinámicas del poder siempre están presentes en mi prác­ tica de psicología cristiana. El poder puede ser una fuente de bendición, pero cuando se abusa de él, se produce un daño incalculable al cuerpo y al nombre de Cristo, y a menudo se realiza en nombre de Cristo. Por el bien de ese cuerpo y ese nombre maravilloso, creo que debemos luchar con la cuestión del poder y entender que se puede usar para sanar o herir, para bien o para mal. Lo invito a mirar más de cerca qué es el poder, de dónde proviene y el impacto que tiene en todos nosotros. El poder es inherente al ser humano. Incluso los más vulnerables entre nosotros tienen poder. La forma en que lo usamos o no lo ejercemos determina nuestro impacto en los demás. Sara es pequeña y frágil, solo tiene cuatro días de vida. No sabe nada de sí misma ni del mundo en el que ha aterrizado. No tiene palabras. No puede usar su cuerpo de manera efec­ tiva para ir a algún lugar. Algo no se siente bien. No sabe 3

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qué está mal o por qué está mal, ni cómo atender su propia angustia. Sola en la oscuridad, llora. Y tiene poder. Dos adultos agotados y dormidos, sobresaltados se levan­ tan de sus cómodas camas y de su muy necesitado descanso y rápidamente acuden al llanto. Ella ha interrumpido a dos per­ sonas que pueden usar las palabras, que saben lo que quieren y lo que ella necesita, y que pueden mover sus cuerpos como les plazca. Ellos entienden el llanto de la pequeña y respon­ den, dejando de lado cómo se sienten y su preferencia por dormir. Eligen levantarse y consolar a la pequeña y nutrirla con atención, amor y leche. A diferencia de Sara, estos adultos tienen una cantidad increíble de poder y eligen usarlo para bendecirla con su cuidado. Nuestra palabra española «poder» (del latín posse, que significa «ser capaz») quiere decir «tener la capacidad de hacer algo, actuar o producir un efecto, influir en personas o sucesos, o tener autoridad». También tiene significados más severos: controlar, dominar, coaccionar o forzar. Por nuestra mera presencia en este mundo, nosotros, los portadores de la imagen de Dios, tenemos poder. La bebé de cuatro días tiene el poder de despertar a adultos independientes de un sueño deseado y muy necesario. Lo opuesto también es cierto: esos adultos tienen un poder evidente sobre la niña. Pueden res­ ponder con atención y cuidado o con enojo por haber sido molestados. Pueden negar el cuidado y responder con negli­ gencia y silencio. La niña influye en los adultos. Las respues­ tas de los adultos afectan a la niña. El poder de la vulnerable niña para expresar sus necesidades expone los corazones de los adultos que tienen más poder. Con el tiempo, su respuesta habituada a la niña moldea no solo la personalidad de la bebé, sino también los corazones de los adultos. Nuestras respuestas a los vulnerables exponen quiénes somos. Este es un principio importante para tener en cuenta cuando consideramos el uso y el mal uso del poder. 4

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La fuente y el propósito del poder

Cualquier persona que esté remotamente en contacto con las noticias de hoy en día tiene algún conocimiento de cómo se puede usar el poder para bien y para mal. Leemos sobre tira­ nos autoritarios y sobre personas torturadas y encarceladas por su fe o por criticar a su gobierno. También leemos sobre personas que dan con sacrificio a quienes necesitan ayuda y pasan días buscando a un niño perdido o dedican tiempo, dinero y esfuerzo a rescatar a las víctimas de trata. Ambas listas son interminables. Cada vida humana es una fuerza en este mundo. Nuestra influencia se derrama de manera con­ tinua. Sin embargo, si los que tienen autoridad se niegan a ayudar a otros, hacen oídos sordos y se endurecen ante las necesidades de los demás, entonces el rechazo, no el cuidado, se convierte en la influencia predominante.

El poder en la historia de Génesis ¿Cuál es la fuente de nuestro poder como humanos? En Géne­ sis, leemos que Dios invistió a los humanos con poder. «Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra”. Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (1:26‑27, NBLA). Dios creó a los humanos a Su semejanza y les dijo que ejercieran dominio. En hebreo, la frase «ejercer dominio» significa «tener domi­ nio» o «dominar». ¿Sobre qué les ordenó Dios que ejercieran dominio? Sobre los peces, las aves, los ganados, sobre toda la tierra y sobre todo reptil. Observe la sorprendente omisión en la orden de Dios: ¡en ningún lugar les ordena a los humanos a ejercer dominio entre sí! No le ordena al hombre que ejerza dominio sobre la mujer y no le ordena a la mujer que ejerza 5

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dominio sobre el hombre. Ellos deben ejercer dominio juntos, a dúo, sobre todo lo demás que Dios ha creado. Deben tomar el poder que Dios les concedió y usarlo para el bien. Juntos. En Génesis 1:28, Dios continúa diciéndoles a los humanos: «… Llenen la tierra y sométanla». «Someter» significa «con­ quistar», «subyugar», «mantener bajo control». Dios creó una unión de una sola carne y le ordenó a esa unión de hombre y mujer que ejerciera dominio, no entre sí, sino sobre la tierra y que la sometiera. Génesis 1 también nos dice que Dios les ordenó a Adán y Eva que fueran fecundos. «Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecun­ dos y multiplíquense…”» (v. 28, NBLA). ¿Cómo hacemos eso? Obviamente, los humanos que son fecundos aumentan su poder simplemente al crear más humanos. No obstante, los humanos también deben ser fecundos en todas las áreas de la vida. En esencia, Dios nos creó para que multipliquemos Su imagen y semejanza en todo lo que hacemos. Él creó a los humanos a Su propia imagen, a Su semejanza. Les dio poder a los humanos, y estos debían reflejar al Dios que los creó. ¿Y qué sabemos de este Dios? Él es bueno, fiel, un refugio, la verdad, amor. Entonces, Dios les dio a los seres humanos el poder para que pudieran llevar el carácter de Dios al mundo. Y Dios los bendijo; pronunció una bendición sobre ellos y les ordenó que fueran fecundos y se multiplicaran, que llevaran Su semejanza y que bendijeran la tierra. Juntos. Todos sabemos lo que pasó después de eso. Una criatura astuta y engañosa que había rechazado por completo el poder de Dios y cualquier semejanza con Él vino y engañó a los humanos usando las mismas palabras de Dios. «¿Quieren ser como Dios? ¿Quieren ser semejantes a Él? ¿Quieren tener la capacidad de juzgar entre el bien y el mal? Pueden hacerlo si eligen lo que Él les ha negado». Y al igual que el enemigo, los humanos ejercieron su poder para elegir en contra de Dios; tomaron lo que les pareció bueno y se alimentaron con ello. 6

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La fuente y el propósito del poder

El engaño del bien prometido los llevó a elegir la desobedien­ cia a Dios. Usaron su poder para elegir el mal cuando ese poder debería haber transmitido la semejanza a Dios y debería haberse usado para elegir el bien. Quisieron lo que debían tener: la semejanza a Dios. Quisieron discernir el bien del mal. Lo que vieron con sus ojos fue atractivo para sus deseos y su objetivo más alto. Tomaron el poder que Dios les había dado y lo ejercieron en Su contra, engañados y creyendo que lo estaban eligiendo a Él. Los que tenían el carácter de Dios usaron el poder de una manera que les dio una semejanza con el enemigo de Dios. Como el rey de Babilonia, dijeron: «Subiré a la cresta de las más altas nubes, seré semejante al Altísimo» (Isa. 14:14, NVI). Se olvidaron de que cualquier semejanza con Dios fue dada por Dios mismo. Los seres humanos no pueden crear esa seme­ janza. Usaron su poder no para bendecir, sino para lastimar, no solo a otros, sino también a ellos mismos. El poder abusado del hombre y la mujer produjo resultados que se han transmi­ tido de generación en generación, y nos han infectado a todos.

El poder del ser humano Para comprender el impacto del poder, debemos entender lo que es un ser humano. Aquí pueden ser útiles algunos con­ ceptos que han surgido de mi trabajo con las víctimas por trauma.1 En primer lugar, ser humano es tener voz. La voz de Dios lo creó todo. Ser creados a Su imagen significa tener un ser, una voz y una expresión creativa. El abuso del poder silencia ese ser y las palabras, los sentimientos, los pensamientos y las elecciones de la víctima. Sus deseos se ignoran y son irrele­ vantes. El abuso de cualquier tipo siempre daña la imagen de 7

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Dios en los seres humanos. El ser se ve destrozado, fracturado y silenciado, y no puede decirle al mundo quién es. En segundo lugar, ser humano es estar en una relación. Fuimos creados en una relación con Dios mismo y con otros humanos. Dios se hizo hombre y entró en este mundo para restablecer una relación que estaba rota. Su imagen se refleja en esa relación. Los humanos anhelan una relación segura. El poder abusivo quebranta y destroza esa relación. Trae trai­ ción, miedo, humillación, pérdida de dignidad y vergüenza. Aísla, pone en peligro, crea barreras y destruye vínculos. Hace añicos la empatía, despedaza la seguridad y rompe la cone­ xión. El poder abusivo tiene un impacto profundo en nuestra relación con Dios y con los demás. Las víctimas de abuso a menudo ven a Dios a través de una lente gravemente distorsio­ nada y lo ven como la fuente del mal que sufren. La violación y la destrucción de la fe en momentos de tremendo sufrimiento es una de las mayores tragedias del abuso del poder. En tercer lugar, ser humano es tener poder y moldear el mundo. Como hemos visto, nuestro Creador nos llamó a ejer­ cer dominio y someter. Esas son palabras de poder. «Vayan y tengan un impacto, hagan crecer las cosas, cámbienlas». El abuso anula y quita el poder. La víctima se siente inútil, inca­ paz e incompetente, y la pérdida de dignidad y propósito es profunda. Debemos trabajar, hacer que las cosas sucedan, que cambien simplemente porque estamos aquí. Estos aspectos de la voz, la relación y el poder se originan en el carácter de Dios.

Tipos de poder humano Existen muchos tipos de poder. El poder verbal implica el uso de palabras, a menudo de manera ingeniosa, para manejar situaciones y controlar a otros. Los humanos que tienen un don verbal pueden usar las palabras para bendecir a los demás 8

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La fuente y el propósito del poder

o para hacer un daño terrible y duradero. Un tipo de poder relacionado en el que rara vez pensamos es el silencio. El silencio puede ser un regalo maravilloso, pero también puede ser un arma. El aguijón del silencio usado para castigar o para ignorar penetra hondo. El poder emocional se combina con frecuencia, aunque no siempre, con el poder verbal. Podemos usar las emociones para consolar a otros con empatía o para controlar lo que las personas dicen y hacen, a menudo, intimidándolas y silen­ ciándolas. El poder del enojo o la ira pueden aterrorizar a una persona, con o sin palabras. El poder puede manifestarse en tamaño o fuerza física. Si una persona pesa 99 kg (220 libras) y otra pesa 38 kg (85 libras), la diferencia de poder es evidente. La persona más pesada puede herir o aplastar con facilidad a la más pequeña. La presencia física también puede ser poderosa de otras maneras. Todos hemos conocido a alguien que no era más grande que los demás, pero cuya presencia podía llenar la habitación. Ese poder de personalidad puede controlar una sala, una empresa e incluso un país. Las personas con conocimientos especializados pueden ejercer un gran poder, hablan con autoridad y esperan que lo que dicen sea aceptado porque ellos «saben». Los puestos de autoridad confieren poder. Si soy presidente, instructor, médico o profesor, mi trabajo me da el derecho de decir y hacer muchas cosas; mi círculo de «ejercer dominio y some­ ter» es más grande que el de la mayoría. Dependiendo de mi posición y de cómo se entienda, puedo usar ese poder para justificar muchas cosas incorrectas y extralimitarme amplia­ mente, en especial si se respeta mi figura de autoridad. Al igual que el silencio, la ausencia también tiene gran poder. ¿Recuerda cuando jugaba al juego de la confianza cuando era niño? Su amigo se paraba detrás de usted, y usted debía dejarse caer hacia atrás y confiar en que su amigo lo 9

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atraparía. Daba un poco de miedo. La ausencia de su amigo, si no lo atrapaba, podía significar una lesión. Un padre que le da la espalda al abuso sexual está ausente cuando más se lo necesita. El resultado será un profundo daño. La ausencia emocional de un cónyuge hiere profundamente. Por otro lado, el rechazo a unirse a un grupo de violentos es una ausencia poderosa y positiva para el que está siendo atacado. Otro tipo de poder que algunas personas ejercen es el económico. El dinero puede comprar muchas cosas en este mundo, y el poder es una de ellas. Ese poder puede usarse con sabiduría y gracia, o puede usarse para manipular, controlar y atemorizar. El poder espiritual es otro tipo de poder que puede ser peligroso a menos que se ejerza en obediencia a Dios. Esta forma de poder se usa para controlar, manipular o intimidar a otros para que satisfagan nuestras propias necesidades o las necesidades de una organización en particular, a menudo mediante el uso de palabras envueltas en un vocabulario y conceptos espirituales que suenan agradables. Finalmente, nuestras culturas, familias, tribus, comunidades seculares y religiosas, y naciones tienen un enorme poder para moldear nuestras mentes y vidas. La cultura es como el oxí­ geno, siempre está allí, pero no la vemos; simplemente es lo que es. Experimentar una cultura diferente de adoración, comida o vestimenta puede ser sorprendente. La cultura puede ser muy enriquecedora, pero también puede estar llena de arrogancia, prejuicio y división, por eso, debemos prestar mucha atención y usar nuestro poder y habilidades para ver y pensar antes de aceptar por completo los mensajes de nuestra cultura. A lo largo de este libro, analizaremos estos tipos de poder con mayor profundidad. Por ahora, simplemente tenemos que entender de dónde viene el poder y cuál es su propósito origi­ nal. También debemos ser conscientes de los tipos de poder que todos tenemos en diferentes grados y que podemos usarlos 10

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La fuente y el propósito del poder

o no ejercerlos para bien o para mal. Finalmente, necesitamos ver cómo se usa el poder dado por Dios para bendecir.

El poder es derivado Dos pasajes de la Escritura guiarán nuestra comprensión del uso piadoso del poder. En Mateo 28:18‑19, Jesús declara: «… Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id…». Jesús tiene toda potestad. Eso significa que cual­ quier poquito de poder que usted y yo tengamos es derivado; somos enviados bajo Su potestad. Jesús no nos da la potestad a nosotros; Él la retiene y nos envía bajo Su potestad para llevar a cabo Su tarea a Su manera. Cada gota de poder que usted y yo tenemos es un poder compartido, dado por Aquel que lo tiene todo. No es nuestro. Es Suyo. Él ha compartido con nosotros lo que es legítimamente Suyo. ¿Es usted poderoso verbalmente? El Verbo le dio ese poder. ¿Es usted poderoso físicamente? El Dios poderoso, que derriba for­ talezas y sostiene el universo, le dio ese poder. ¿Tiene usted una posición de poder? Proviene del Rey de reyes y Señor de señores. ¿Su poder se encuentra en su conocimiento o habilidad? El Dios creador, cuyos caminos no se pueden descubrir, le dio ese poder. ¿Tiene usted poder emocional sobre otros? Ese poder proviene del Consolador, el maravilloso Consejero. ¿Tiene usted gran poder financiero? Si es así, apenas es una pequeña porción de Aquel que posee todas las riquezas. Cualquier poder que usted y yo tengamos es de Dios, y Él nos lo ha dado con el único propósito de glorificarlo a Él y bendecir a otros. Si todo poder es derivado, entonces los cristianos deberían ejercerlo con gran humildad. Somos criaturas, ni más ni menos. Seguimos a Aquel que se hizo hombre. Jesús es nuestro ejemplo de la humildad del poder. En el segundo pasaje, vemos que cuando Jesús estuvo en la tierra, dijo: «Ciertamente les aseguro que el Hijo no puede hacer 11

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nada por su propia cuenta, sino solamente lo que ve que su Padre hace…» (Juan 5:19, NVI). El estado del corazón del Padre que el Hijo manifestó debe abundar en aquellos que lo seguimos. Nosotros promocionamos nuestras propias enseñanzas, nuestros propios escritos, nuestras propias organizaciones y reputaciones. Sin embargo, Jesús no hizo nada por el estilo. Nosotros busca­ mos una parte de la gloria y del poder para nosotros mismos. Él se humilló ante Dios y los seres humanos, y se convirtió en siervo. Nosotros buscamos construir nuestros pequeños reinos. Él vino a edificar el reino del Padre. Dios nos ha confiado Su poder a nosotros, Sus criaturas. El propósito del poder es ben­ decir. Si entendemos la naturaleza del poder, tanto su fuente como sus peligros, caminaremos en humildad delante de otros, porque nuestro Maestro dijo que, si íbamos a ser líderes, si íba­ mos a guiar e impactar a los demás, entonces debíamos servir. Antes de enviar a Sus discípulos, Jesús dijo: «Miren mis manos. Miren mis pies…» (Luc. 24:39, NTV). Estas son las marcas de Su humildad, la insignia de Su autoridad, la evidencia visible de que vino a servir y no a ser servido. Los que lo siguen, investidos con Su poder, deben seguir el camino de la cruz.

El poder viene de nuestros corazones El poder piadoso comienza en el reino de nuestros corazones, se expresa en la carne y luego se traslada al mundo. Come­ temos el error de ver el poder como una fuerza externa, pero el poder no se trata de dirigir una iglesia, una parroquia, una institución o un país. Es interno, no externo. El reino de Dios es el reino del corazón, no el reino de nuestras iglesias, instituciones, misiones ni escuelas. Dios construye Su reino, no el nuestro, y lo hace al ejercer autoridad sobre el corazón humano en la medida en que esté lleno del Espíritu de Cristo. Ese es el poder piadoso. Y cuando nuestro interior está lleno 12

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del poder de Dios, llevamos vida, luz, gracia, verdad y amor a todas nuestras tareas externas, ya sean grandes o pequeñas. El reino de Dios crece, y Él es glorificado. Cada vez que usamos el poder para lastimar o usar a una persona de una manera que deshonra a Dios, fallamos en nuestro manejo del regalo que nos ha dado. Cada vez que usamos el poder para alimentarnos o elevarnos a nosotros mismos, fallamos en nuestro cuidado de ese regalo. Nuestro poder debe ser gobernado por la Palabra y el Espíritu de Dios. Todo uso que no esté sujeto a la Palabra de Dios es un uso incorrecto. Todo uso del poder que se base en el autoengaño, cuando nos decimos a nosotros mismos que lo que Dios llama malo es, en realidad, bueno, es un uso incorrecto. Recuerde, Adán y Eva, hechos a semejanza de Dios, quisieron ser como Él y comieron lo que Él había prohibido. El ejercicio del poder en la elección de «ser como» Dios requería desobedecer a Dios. Por lo tanto, fue un uso incorrecto del poder. El ejercicio del poder de un cargo para exigirles demasiado a los obreros del ministerio «por el bien del evangelio» también es un uso inco­ rrecto del poder. Usar el poder emocional y verbal para lograr nuestra propia gloria cuando Dios dice que Él no compartirá Su gloria con nadie es un uso incorrecto del poder. El poder del éxito o del conocimiento financiero usado para alcanzar fines ministeriales sin integridad es un uso incorrecto del poder. Usar el conocimiento teológico para manipular a las personas para lograr nuestros propios objetivos es un uso incorrecto del poder. Explotar nuestra posición en el hogar o en la iglesia para salir­ nos con la nuestra, conseguir nuestros propios fines, aplastar a otros, silenciarlos y asustarlos es un uso incorrecto del poder. Usar nuestra influencia o reputación para que otros nos ayuden a alcanzar nuestros fines es un uso incorrecto del poder. No ejercer el poder frente al pecado, el abuso y la tiranía también es un uso incorrecto del poder. Es pecado contra 13

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Dios, complicidad con el mal que Él odia. Jesús afirma: «… “Les aseguro que todo lo que no hicieron por el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron por mí”» (Mt. 25:45, NVI). El silencio frente a dicho mal puede ser un tipo de abuso de poder, ya que, al permanecer callados frente al dolor de otra persona, anulamos el poder que Dios nos da para decir la verdad. Dios nos pide que usemos nuestro poder verbal y que abramos la boca por los que no pueden hablar, por los que no tienen ese poder. La complicidad es la supresión del poder que Dios nos ha dado y que debía actuar en Su nombre en este mundo. El poder piadoso es derivado; proviene de una fuente externa a nosotros. Siempre se usa bajo la autoridad de Dios y en semejanza con Su carácter. Siempre se ejerce con humil­ dad, con amor a Dios. Lo usamos primero como sus siervos y luego, como Él, como siervos de otros. Siempre se usa con el objetivo final de darle la gloria a Dios. Él se complace con su Hijo. Eso significa que nuestros usos del poder deben parecerse a Cristo porque Él es el que le da la gloria a Dios. Entonces, ¿cómo serviremos? Aquí hay tres historias reales que me enseñaron lecciones duraderas sobre la belleza del poder usado correctamente. La primera historia tiene lugar en un pequeño pueblo de pescadores en Brasil. Un pastor de allí me contó que todos los hombres de su pueblo, no solo algunos, eran alcohólicos, maltratadores e incestuosos. «No hay excepciones, Diane, ni la policía, ni el juez ni los pastores». Me preguntó cómo podía ayudar a su gente. Al principio, me quedé sin pala­ bras; parecía no haber esperanzas para su situación. ¿Cómo puede uno ser luz en un lugar así? Y luego lo supe. Estaba parada junto a un hombre que llevaba la luz de nuestro Dios en su interior. «Sé que es abrumador y que parece que no hay esperanza —respondí—, pero Dios te puso aquí porque lo conoces, y nadie en este pueblo ha visto una vida como la 14

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tuya con tu familia. Ni siquiera saben que existe otra manera. Camina con Cristo, honra a tu esposa, bendice a tus hijos, y Dios iluminará su camino a través de ti y despertará el hambre por tu forma de vida en otros». No quería sugerir de ninguna manera que la tarea que Dios había puesto delante de él iba a ser fácil. Con la esperanza de alentarlo, continué: «La tarea será difícil, muy lenta y requerirá mucho sacrificio, pero hay esperanza. No está en ti. Esa esperanza es Cristo en ti en este lugar oscuro. Por el poder de Dios en tu vida, puedes demostrar, en la carne, la vida de un hombre que no abusa del poder. Cuanto más bebas de Cristo, de ti fluirá Su agua viva, que finalmente cambiará el panorama del pueblo». La segunda historia tiene lugar en una conferencia para mujeres árabes donde hablábamos sobre el trauma y sus efec­ tos. Muchas de estas mujeres eran víctimas del poder abusivo. Al final de mi charla hubo un momento para realizar pregun­ tas. Una mujer dijo esto: «Me crie en un hogar cristiano. Mi padre golpeaba a mi madre y a sus hijos de manera horrible. Ahora estoy casada y tengo hijos. Cuando vamos a visitar a mis padres y los niños hacen algo que a mi padre no le gusta, los golpea salvajemente. Mi esposo y yo no creemos que eso sea de Dios y no tratamos así a nuestros hijos. ¿Puede decirme qué hacer?». Cuando viajo, soy muy cautelosa a la hora de compartir cualquier pensamiento negativo que tenga en cuanto a las normas y prácticas de otra cultura. Incluso cuando me hacen preguntas directas, soy cuidadosa con mis respuestas. Le pedí a esta mujer que me diera un minuto para pensar porque sabía que, si decía la verdad, podría terminar en violencia contra ella. Podrían echar y desheredar a ella y a su familia. También sabía que, si no decía nada, iba a alentar su com­ plicidad en el mal que se les estaba haciendo a sus hijos, y Dios ya había traído convicción a su vida. Y si me quedaba callada, yo también iba a ser cómplice. Así que me detuve un 15

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momento para orar y luego le dije que sabía que lo que estaba por decirle era difícil y potencialmente amenazante para ella. Estuve de acuerdo en que su padre les estaba haciendo daño a sus hijos y que ese no era el camino de Dios. Para decirle la verdad a su padre, con respeto, ella debía usar su poder para llevar la luz de Dios a ese lugar e invitar a su padre a entrar en esa luz. Quedarse callada era enseñarles a sus hijos que el comportamiento del padre era correcto, en lugar de impío, y ser un ejemplo del silencio frente a las malas acciones. Tam­ bién significaba ser cómplice de su sufrimiento. La sala estaba muy quieta. Ella estuvo en silencio por un momento. Luego levantó la cabeza y dijo: «Haré lo que es correcto delante de Dios con una condición. Solo pido que las mujeres de esta sala se comprometan a orar por mí». Ellas comprendieron el paso monumental que estaba dando y le hicieron saber que orarían por ella. Yo sigo haciéndolo. La tercera historia es sobre un hombre de gran poder. Hace unos años, nuestro hijo trabajaba en Medio Oriente para un príncipe, un miembro de la casa real. A mi esposo y a mí nos invitaron como huéspedes del príncipe para que viéramos a nuestro hijo y visitáramos el país. Viajamos por una aerolínea lujosa, con asientos elegantes y comida exquisita. Nuestro hijo nos recibió en el aeropuerto y nos llevó de inmediato al palacio a conocer al príncipe. Yo, una mujer, iba a entrar en una sala llena de hombres árabes. Cuidadosamente repasé el protocolo con nuestro hijo, quien nos indicó que esperáramos en la puerta para ser recibidos y que no habláramos primero. El príncipe iba a permanecer sen­ tado. «No extiendan la mano —dijo—. No se sienten hasta que se lo digan y siéntense en donde les indiquen». Según mi hijo, ninguna otra mujer había estado en esa habitación. Él pasaba casi todas las noches allí, así que sabía. Cuando llegamos, nos escoltaron al palacio y nos llevaron al lugar de reunión. En la sala había unos quince hombres 16

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árabes vestidos de gala. Con mi esposo esperamos en la entrada. Cuando nos indicaron, entramos. Ni bien lo hici­ mos, el príncipe se puso de pie, se acercó de inmediato hacia nosotros y me tendió la mano con cordialidad. Me saludó por mi nombre, se presentó con su nombre de pila y me mostró el asiento a su derecha. Los otros quince hombres siguieron su ejemplo. Hicieron lo que su príncipe hizo. Nos honraron grandemente y nos recibieron con amabilidad. Este hombre habría estado en su derecho si seguía el pro­ tocolo. De hecho, se arriesgó a las críticas y a la pérdida de respeto por romper las reglas sociales. Eligió juntar su poder y usarlo para derramar bendición, lo que continuó haciendo todo el tiempo que estuvimos allí. Él ejemplifica a una per­ sona con mucho poder que no se aferra a la gloria, sino que busca usar ese poder para bendecir a otros. Estas historias nos ayudan a imaginar cómo Dios quiere que ejerzamos nuestro poder. Creo que Él quiere que lo use­ mos como bendición, para bendecir, a modo de sacrificio, a través de la cruz. El pastor brasileño que vive con sacrificio en ese pueblo costero —un hombre, una familia, llenos de la luz del amor de Cristo, iluminando un mundo extremadamente oscuro— encarna en su vida lo que Jesús hizo en la suya. El Rey de reyes se hizo hombre, finito y habitó en tiempo y espacio. Estaba lleno de luz y amor, y ministró uno por uno y siempre fue fiel al Padre. La encantadora mujer árabe que vive con sacrificio, que trajo luz y amor cuando se enfrentó al poder con la verdad y rechazó la complicidad con el mal hecho en nombre de Dios, bendice a su padre con una invitación firme pero respetuosa a ir a la luz. Bendice a sus hijos, porque ellos verán y conocerán una nueva manera y entenderán que esa cultura, incluso la llamada cultura cristiana, a veces no sigue a Cristo. Ella será 17

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como Jesús, quien declaró la verdad a los líderes religiosos y enfrentó a los que agobiaban a los pequeños. Y el amable jeque quien, por amor a nuestro hijo, ben­ dijo a mi esposo y a mí, se paró frente a esas divisiones que protegen su nombre y estatus, y nos invitó a sentarnos a su derecha para ser servidos y recibir honor de aquel al que fui­ mos a honrar, nos dio una muestra pequeña pero valiosa del Señor del cielo y la tierra que está sentado en el trono. Este príncipe terrenal, que inspiró asombro en mí al atravesar la posición, la tradición, la cultura, el género y al prepararse para saludarme con su mano derecha, me recuerda del asom­ bro que debo tenerle a mi verdadero Señor, quien, a un costo sin medida, cruza las barreras de la posición más alta y del pecado y la muerte para darme la bienvenida a la diestra del Padre. Es mi oración que, a medida que pensamos juntos en el poder que Dios nos confiere, dejemos que Su luz brille mien­ tras estudiamos y prestamos atención. Que nosotros, Sus hijos, podamos ver con claridad la verdad sobre el poder terrenal y no seamos seducidos. Que no nos engañemos a nosotros mismos ni a otros en cuanto a cualquier uso del poder que no esté bajo la autoridad de Aquel que tiene todo el poder. Que vivamos en lugares oscuros e iluminemos con la luz de Cristo los abusos a nuestro alrededor, incluso si suceden en nuestros círculos. Que podamos hablar con los que aplastan a los pequeños de Dios o despojan a las personas en sus iglesias. Y que, así como nuestro Señor, podamos dejar a un lado todo poder terrenal para cruzar divisiones, salirnos de posiciones elevadas y alcanzar con amor a los vulnerables, cuyo poder es pequeño o ha sido pisoteado, y que podamos bendecir a medida que avanzamos.

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