Regocíjate & tiembla (muestra)

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«La gente moderna suele ver el temor de Dios con suspicacia despectiva, pero Michael Reeves nos muestra que el temor piadoso no es en realidad otra cosa que amar a Dios, como Dios es. Reeves también nos ayuda a ver que el factor más importante para promover el temor de Dios es conocer Su gracia en Cristo. Como John Bunyan dijo: “No hay nada en el cielo o en la tierra que pueda asombrar tanto el corazón como la gracia de Dios”. Este maravilloso libro no solo enseña, sino que canta, llevándonos a “regocijarnos con temblor” (Sal. 2:11)».

Joel R. Beeke, presidente y profesor de Teología Sistemática y Homilética, Seminario Teológico Puritano Reformado

«Solíamos cantar un himno que decía: “Oh, ¡cómo te temo, Dios vivo! Con los temores más profundos y tiernos”. Ya no lo hacemos. Pero las primeras líneas del himno nos recuerdan lo que nos está faltando: “Dios mío, qué maravilloso eres, tu majestad, qué radiante es». Solo aquellos que ven a Dios como “maravilloso” y a su majestad “radiante”, experimentan el temor “más tierno”. De modo que hay un problema, pero ahora tenemos una ayuda disponible en Regocíjate y tiembla. Como un hermano mayor, Michael Reeves nos guía a una nueva comprensión del temor del Señor. En el camino, nos presenta algunos de sus amigos, maestros en la escuela de discipulado, que han caminado por la senda antes que nosotros. Únete a él en la travesía. Pronto descubrirás por qué “el Señor se complace en los que le temen” (Sal. 147:11)».

Sinclair B. Ferguson, profesor titular de la cátedra de Teología Sistemática, Seminario Teológico Reformado

«El temor del Señor es el principio de la sabiduría, dice la Biblia y leer este libro te hará sabio, sabio de quién es Dios y de lo que Dios requiere de nosotros por medio de un discipulado amoroso y tierno. Repleto de perlas históricas, Regocíjate y tiembla merece ser ampliamente leído. “Caminar en el temor del Señor” es un lenguaje que ha desaparecido en gran parte de la iglesia contemporánea. El resultado es el nivel insípido de una gran parte del cristianismo actual. Recuperar el sentido de la incomprensible grandeza y santidad de Dios es el antídoto necesario que este libro provee. Un libro absolutamente maravilloso».

Derek W. H. Thomas, ministro principal, Primera Iglesia Presbiteriana, Columbia, Carolina del Sur; profesor titular de la cátedra de Teología Sistemática y Pastoral, Seminario Teológico Reformado

«Nuestros días, son días de grandes temores: temor al colapso financiero, temor a los ataques terroristas, temor a los desastres climáticos, temor a una pandemia mortal, todo tipo de temores; excepto el más importante de todos: el temor reverencial a Dios. Cuán necesario es entonces este maravilloso estudio de un tema tan descuidado, que es central en las Escrituras y vital para el crecimiento humano».

Michael A. G. Haykin, presidente y profesor de Historia de la iglesia, Seminario Teológico Bautista del Sur

«Michael Reeves nos ha dado algo que necesitamos con urgencia y que es probable que no nos hayamos dado cuenta: un nuevo encuentro con el fascinante temor del Señor. Este libro traerá renovada devoción y deleite. ¡Ahora que lo he leído, no veo la hora de volver a leerlo!».

Sam Allberry, apologista; pastor asociado, Iglesia Emanuel, Nashville, Tennessee

La sorprendente y buena noticia del temor del Señor

En una amistad perfecta, creo que el amor agradecido es, muchas veces, tan grande y tan firmemente fundado que cada miembro del círculo, en lo más íntimo de su corazón, se siente humillado ante los demás. A veces se pregunta qué hace allí entre los mejores. Tiene suerte, sin mérito alguno, de estar en tal compañía; especialmente cuando todo el grupo está reunido, cada uno sacando a relucir lo mejor, lo más sabio o lo más divertido de los demás. Esas son las sesiones de oro: cuando cuatro o cinco de nosotros, después de un día de duro caminar, hemos llegado a nuestra posada, cuando nuestras pantuflas están puestas, nuestros pies extendidos hacia el fuego y el vaso al alcance de la mano; cuando el mundo entero, y algo más allá del mundo, se abre a nuestra mente mientras hablamos y nadie tiene ninguna querella oresponsabilidad por otro, sino que todos son hombres libres e iguales, como si nos hubiéramos conocido hace una hora, mientras que al mismo tiempo nos envuelve un afecto suavizado por los años. La vida, la vida natural, no tiene mejor regalo que dar. ¿Quién puede decir que lo merece?

c.s. lewis , Los cuatro amores

Contenido Prefacio de la serie 11 1 ¡No temas! 13 2 Temor pecaminoso 29 3 Temor correcto 47 4 Sobrecogido por el Creador 73 5 Sobrecogido por el Padre 97 6 Cómo crecer en este temor 115 7 La iglesia maravillosa 141 8 Eterno éxtasis 165 Índice general 179 Índice de las Escrituras 185

Prefacio de la serie

nuestras convicciones y valores internos dan forma a nuestras vidas y a nuestros ministerios. En Union, los ministerios cooperativos de Union School of Theology, Union Publishing, Union Research y Union Mission (visite www.theolo.gy), anhelamos crecer y apoyar a hombres y mujeres para que se deleiten en Dios, crezcan en Cristo, sirvan a la iglesia y sean de bendición al mundo. Esta serie de libros de Union es un intento por expresar y compartir esos valores. Son valores que fluyen de la hermosura y de la gracia de Dios. El Dios viviente es tan glorioso y bondadoso que no puede ser conocido sin ser adorado. Aquellos que realmente lo conocen lo amarán, y sin ese deleite sincero en Dios, no somos más que hipócritas huecos. Esa adoración de Dios necesariamente se traduce en un deseo de crecer en semejanza a Cristo. También alimenta un amor por la preciosa novia de Cristo, la iglesia y un deseo humilde de servirla, en lugar de utilizarla. Por último, amar a Dios nos lleva a compartir Sus preocupaciones, especialmente para ver Su gloria vivificante llenando la tierra.

Cada estudio de un tema de la serie Union aparecerá en dos versiones: un volumen completo y otro conciso. La idea es que los líderes de la iglesia lean el libro completo, como este y así pueden profundizar en cada tema, y que también hagan que la versión concisa esté accesible y disponible para la congregación.

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Mi esperanza y oración es que estos libros sean de bendición para ustedes y su iglesia a medida que desarrollan un deleite más profundo en Dios que se desborda en integridad gozosa, humildad, semejanza a Cristo, amor por la iglesia y una pasión por hacer discípulos en todas las naciones.

prefacio de la serie 12

¡No temas!

¡boo!

Esta es una de las primeras palabras que disfrutamos. De niños, nos encantaba asustar a nuestros amigos y gritarla. Pero al mismo tiempo, teníamos miedo de la oscuridad y de los monstruos debajo de la cama. Estábamos a la vez fascinados «y» atemorizados por nuestros temores. Esto no cambia mucho cuando crecemos, a los adultos les encantan las películas de terror y las emociones que nos ponen cara a cara con nuestros peores temores. Pero también reflexionamos y agonizamos por todas las posibilidades oscuras y terribles que podrían sucedernos: podríamos perder la vida, la salud o nuestros seres queridos; podríamos fracasar o ser rechazados. El temor es quizás la emoción humana más fuerte, aunque es una que nos desconcierta.

¿Temer o no temer?

Cuando llegamos a la Biblia, la imagen parece también confusa: ¿Es el temor algo bueno o malo? ¿Debemos abrazar el temor o huir de él? Muchas veces la Escritura presenta el temor de forma clara, como algo malo de lo cual Cristo ha venido a rescatarnos. El apóstol Juan escribe: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde

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el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Jn. 4:18).

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profetizó que la salvación de Jesús significaría:

Que, librados de nuestros enemigos, «Sin temor» le serviríamos

En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. (Luc. 1:74–75)

El autor de Hebreos está de acuerdo, él argumenta que Cristo vino específicamente para «librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Heb. 2:15). De hecho, el mandamiento más frecuente en la Escritura es «¡No temas!».

Sin embargo, una y otra vez en la Escritura estamos llamados a temer. Quizás aún más extraño, estamos llamados a temer a «Dios». El versículo que más rápido se me viene a la mente es Proverbios 9:10:

El temor de Jehová es el principio de la sabiduría, Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.

Pero, aunque es el más conocido, está lejos de ser el único. Al principio del libro de Proverbios leemos:

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. (1:7)

David ora:

Enséñame, oh Jehová, tu camino; caminaré yo en tu verdad;

Afirma mi corazón para que tema tu nombre. (Sal. 86:11)

Isaías nos dice que «el temor de Jehová será su tesoro» (Isa. 33:6).

La fidelidad de Job se resume cuando se le describe como «varón

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perfecto y recto, temeroso de Dios» (Job 1:8). Esto no es solamente algo que vemos en el Antiguo Testamento y que el Nuevo Testamento pasa por alto. En el Magnificat, María dice:

Y su misericordia [del Señor] es de generación en generación A los que le temen. (Luc. 1:50)

Jesús describe al juez injusto como alguien «que ni temía a Dios, ni respetaba al hombre» (Luc. 18:2). Pablo escribe: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Cor. 7:1); y también: «Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios» (Col. 3:22). Es claro que el Nuevo Testamento está de acuerdo con el «Predicador» cuando este concluye Eclesiastés diciendo: «El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre» (Ecl. 12:13).

De hecho, el temor de Dios es un tema tan importante en la Escritura que el profesor John Murray simplemente escribió: «El temor de Dios es el alma de la piedad». 1 El puritano del siglo XVII, John Owen, también sostuvo que, en la Escritura, «el temor del Señor» significa «toda la adoración que se le da a Dios, ya sea moral o instituida, toda la obediencia que le debemos a Él». 2 Y Martín

Lutero enseñó en su Catecismo menor, que el cumplimiento de la ley significa que «debemos temer, amar y confiar en Dios por sobre

1 John Murray, Principles of Conduct: Aspects of Biblical Ethics [Principios de conducta: Aspectos de la ética bíblica], (Londres: Tyndale, 1957), 229.

2 John Owen, Temptation and Sin, vol. 6 de The Works of John Owen, ed. Guillermo H. Goold (repr., Edimburgo: Banner of Truth, 1967), 382.

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todas las cosas». 3 Guiando a su pueblo a través de los Diez Mandamientos, Lutero escribió que una comprensión correcta de cada uno de ellos significaba saber que «debemos temer y amar a Dios».

Todo eso puede dejarnos bastante confundidos. Por un lado, se nos dice que Cristo nos libera del temor; por el otro, se nos dice que debemos temer, y temer a Dios, nada menos. Esto puede dejarnos desanimados y deseosos de que «el temor de Dios» no sea una idea tan prominente en la Escritura. Tenemos más que suficientes temores, no necesitamos agregar más, muchas gracias. Temer a Dios se percibe como algo tan negativo, que no parece encajar con el Dios de amor y gracia que encontramos en el evangelio. ¿Por qué un Dios digno de amor «desea» ser temido?

Todo se ve agravado por la impresión de que el «temor» y el «amor» son dos lenguajes diferentes, preferidos por dos vertientes cristianas diferentes, tal vez dos teologías diferentes. Una vertiente habla de amor y gracia y nunca del temor a Dios. Y la otra vertiente parece estar molesta por esto y enfatiza cuán temerosos de Dios debemos ser. El temor de Dios es como agua helada sobre el amor que el cristiano tiene por Dios. Tenemos la impresión de que el temor de Dios debe ser el equivalente teológico sombrío de «comer nuestras verduras», algo sobre lo cual los apasionados de la salud teológica insisten en hacer, mientras que los demás disfrutan de una comida más sabrosa.

Mi objetivo ahora es terminar con esta desalentadora confusión. Quiero que se regocijen en esta extraña paradoja de que el evangelio nos libera del temor y nos da temor. Nos libera de nuestros temores paralizantes, dándonos en su lugar el temor más hermoso, alegre

3 Martín Lutero, Small Catechism [Catecismo menor], 1529: The Annotated Luther Study Edition (Minneapolis: Fortress, 2017), 217.

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y asombroso. Quiero aclarar esta frase que suele ser desagradable: «El temor de Dios», y mostrar a través de la Biblia que, para los cristianos, en realidad, «no» significa tener miedo de Dios.

De hecho, la Escritura tendrá muchas sorpresas grandes que nos están reservadas, pues describe el temor de Dios como el principio de la sabiduría. No es lo que esperaríamos. Veamos por ahora solo un ejemplo. En Isaías 11:1-3 se nos da una hermosa descripción del Mesías, lleno del Espíritu:

Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.

Y le hará entender diligente en el temor de Jehová.

Esas dos últimas declaraciones deberían hacernos pensar cuál es este temor del Señor. Aquí vemos que el temor del Señor es algo que el Mesías desea tener. Incluso Él, en su santidad, sin pecado y en perfección, tiene temor del Señor y no es renuente al respecto. No solo ama a Dios y tiene gozo en Dios, sino que descubre (desafortunadamente) que para cumplir toda la justicia debe temer a Dios. De hecho, el Espíritu que descansa sobre Él es el Espíritu del temor del Señor y su «deleite» está en el temor del Señor. Nos obliga a preguntarnos, ¿qué es este temor que puede ser el deleite de Cristo? No puede ser un deber negativo y sombrío.

La cultura del temor hoy en día

Pero antes de sumergirnos en las buenas nuevas que la Biblia tiene sobre nuestros temores y el temor de Dios, vale la pena ver

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cuán ansiosa se ha vuelto nuestra cultura. Ver dónde está nuestra sociedad hoy puede ayudarnos a entender por qué tenemos problema con el temor y por qué el temor de Dios es tan solo el tónico que nos hace falta.

En estos días, al parecer, todo el mundo está hablando de una cultura de temor. Desde Twitter hasta la televisión, nos preocupamos por el terrorismo global, el clima extremo, las pandemias y la crisis política. En las campañas políticas y las elecciones, vemos de forma rutinaria que la retórica del temor es utilizada por los políticos porque reconocen que el temor impulsa los patrones de votación. En nuestro mundo digitalizado, la velocidad a la que se difunde la información y las noticias muestra que, más que nunca, estamos inundados de mayores motivos de preocupación. Los temores que antes no nos llegaban ahora cruzan el mundo en segundos y los compartimos de forma global.

En nuestra intimidad, nuestras rutinas diarias están aún más cargadas de ansiedad. Veamos nuestra dieta, por ejemplo. Si eliges la opción del menú que tiene todas las calorías, vas directo a un ataque al corazón. Sin embargo, con frecuencia nos enfrentamos a la noticia de que la alternativa baja en calorías es en realidad cancerígena o dañina de alguna manera. Así que empezamos el día desde el desayuno con ciertos temores. También podemos pensar en la paranoia que rodea la crianza de los hijos hoy en día. El temor válido, pero a menudo exagerado, del secuestrador que acecha en internet o que está fuera de cada escuela ha acelerado el aumento de padres sobreprotectores y niños que viven cada vez más restringidos con el objetivo de estar a salvo. No debería sorprendernos, entonces, que ahora se espere que las universidades proporcionen «espacios seguros», que nunca se habían visto, para proteger o poner en cuarentena a los estudiantes. Los niños han crecido tan protegidos que no se

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espera que puedan hacer frente a puntos de vista o críticas opuestos. Este es solo un indicador para demostrar que se les considera más frágiles que los estudiantes de una generación anterior.

Sin embargo, es un error señalar de esa manera solo a la generación que peyorativamente ha sido llamada «generación copo de nieve»: en su totalidad, todos estamos en una cultura cada vez más ansiosa e insegura. Cualquiera en el rubro administrativo conoce la proliferación abrumadora del papeleo burocrático en torno a la salud y la seguridad. En todo caso, nada de eso nos ha hecho sentir más seguros. Por el contrario, revisamos hasta tres veces nuestras cerraduras y en ocasiones de forma obsesiva. La seguridad que anhelamos nos evade, dejándonos vulnerables, como víctimas a merced de todos y de todo lo demás.

Ahí tenemos una paradoja extraordinaria, porque vivimos más seguros que nunca. Desde cinturones de seguridad y airbags en nuestros automóviles, hasta eliminar el uso de pintura con plomo y asbesto de nuestros hogares; nuestra seguridad está más protegida de lo que nuestros ancestros con vidas más cortas habrían imaginado. Tenemos antibióticos para protegernos de infecciones que en otros tiempos habrían sido fatales con mucha rapidez. Pero en lugar de regocijarnos, nos preocupa que estemos volviéndonos inmunes y, por lo tanto, nos dirigimos a un apocalipsis de salud post antibiótico. Aunque somos más prósperos y seguros, aunque tenemos más seguridad que casi cualquier otra sociedad en la historia, la seguridad se ha convertido en el santo grial de nuestra cultura. Al igual que «el» Santo Grial, esto es algo que nunca alcanzaremos del todo. Estamos protegidos como nunca, pero también estamos asustados y aterrados como nunca.

¿Cómo es posible esto? A pesar de que nos sentimos tan cómodos como sociedad, ¿por qué la cultura del temor es tan fuerte hoy en

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día? El profesor Frank Furedi escribe: «Por qué los estadounidenses temen más cuando tienen mucho menos que temer que en otros momentos del pasado es una pregunta que desconcierta a muchos estudiosos. Un argumento utilizado para explicar esta paradoja de una sociedad segura es que la prosperidad anima a las personas a volverse más reacias al riesgo y las pérdidas.» 4

Puede que haya algo de verdad en eso. Es cierto que somos libres de querer más, tenemos la oportunidad de poseer más y, a menudo, sentir el derecho de disfrutar más. Cuanto más quieres algo, más temes perderlo. Cuando tu cultura es hedonista, tu religión terapéutica y tu objetivo una sensación de bienestar personal, el temor siempre será tu dolor de cabeza. Sin embargo, a pesar de todo eso, Furedi argumenta que la «paradoja de una sociedad segura» en realidad tiene raíces más profundas. Él sostiene que, es «la confusión moral de la sociedad» lo que ha llevado a una incapacidad para lidiar con el temor, a un aumento de la ansiedad y, por lo tanto, a levantar más muros alrededor para protegernos.

El argumento de Furedi es especialmente interesante dado que es un humanista apasionado, no cristiano. Es intuitivo y muy atinado de su parte el buscar raíces profundas en nuestra cultura de ansiedad. Sugiero, sin embargo, que no ha cavado suficientemente profundo. El argumento de Furedi es que la confusión moral ha dejado ansiosa a nuestra sociedad. Sin embargo, la confusión moral en sí misma es una consecuencia de una pérdida «previa»: el temor de Dios. Es Dios quien provee la lógica y la pauta de la moralidad: cuando Él ya no es temido, la confusión moral es lo que sigue. En otras palabras, la confusión moral no es la raíz de nuestra ansiedad:

4 Frank Furedi, How Fear Works: Culture of Fear in the Twenty-First Century [Cómo funciona el miedo: La cultura del miedo en el siglo XXI], (Londres: Bloomsbury, 2018), 22.

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nuestra confusión moral y nuestro estado general de gran ansiedad, son las consecuencias de una pérdida cultural de Dios «como» el objeto correcto del temor humano. 5 Ese temor a Dios (como espero demostrar) era un temor alegre y saludable que moldeaba y controlaba nuestros otros temores, frenando así la ansiedad.

Ahora que la sociedad ha perdido a Dios como el objeto correcto del temor saludable, nuestra cultura está volviéndose inevitablemente cada vez más neurótica, cada vez más ansiosa por lo desconocido, de hecho, está cada vez más ansiosa por cualquier cosa. Sin un cuidado providencial, amable y paternal de Dios, nos quedamos en completa incertidumbre en las arenas movedizas entre la moralidad y la realidad. Al sacar a Dios de nuestra cultura, otras preocupaciones, desde la salud personal hasta la salud del planeta, han asumido una posición divina en nuestras mentes. Las cosas buenas se han convertido en ídolos crueles y despiadados. Es por eso que nos sentimos frágiles e indefensos. Dado que la sociedad ya no está anclada, se llena de diferentes tipos de ansiedades. (El temor es una respuesta a algo específico, mientras que la ansiedad es más una condición general, es como algo en la atmósfera. Por lo tanto, la ansiedad puede aferrarse a cualquier cosa y transformarse sin esfuerzo de un momento a otro: un minuto estamos preocupados por el crimen a mano armada y el siguiente por el cambio climático).

5 No quiero dar a entender que la cultura «cristiana» occidental estuvo alguna vez llena de creyentes más regenerados y que tenían un temor correcto de Dios. Más bien, un reconocimiento cultural más amplio, incluso una especie de temor de Dios proporcionó el marco para un respeto asumido, de forma más común, por el orden moral. Además, la influencia de la iglesia en la cultura era mayor y un correcto temor de Dios y la creencia en el mismo, proporcionó el corazón y el alma de una apreciación más amplia de que vivimos en este mundo bajo el ojo justo y santo de Dios.

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El temible legado del ateísmo

La idea de que nuestra pérdida del temor de Dios es la causa principal de la ansiedad de nuestra cultura es un verdadero golpe al ateísmo. Porque el ateísmo prometía justo lo opuesto. El ateísmo vendió la idea de que si liberas a las personas de creer en Dios, eso las liberará del temor. Así es como Bertrand Russell argumentó el caso en 1927 en su famoso discurso Why I am not a christian [¿Por qué no soy cristiano?]:

La religión se basa, creo, principal y especialmente en el temor. En parte, es el terror de lo desconocido y, en parte, como ya he dicho, es el deseo de sentir que tienes una especie de hermano mayor que te apoyará en todos tus problemas y conflictos. El temor es la base de todo esto: temor a lo misterioso, temor a la derrota, temor a la muerte. El temor es el padre de la crueldad y, por lo tanto, no debe extrañar que la crueldad y la religión hayan ido de la mano. Se debe a que el temor está en la base de esas dos cosas. En este mundo ahora podemos empezar a entender un poco las cosas y a dominarlas un poco con la ayuda de la ciencia, la cual ha forzado su camino paso a paso contra la religión cristiana, contra las iglesias y contra la oposición de todos los preceptos antiguos. La ciencia puede ayudarnos a superar este temor cobarde en el que la humanidad ha vivido durante tantas generaciones. La ciencia puede enseñarnos y creo que nuestros propios corazones pueden enseñarnos a no buscar apoyos imaginarios, a no a inventar aliados en el cielo, sino más bien, a mirar nuestros esfuerzos aquí abajo para hacer de este mundo un lugar adecuado para vivir, en vez del tipo de lugar que las iglesias durante todos estos siglos han creado. 6

6 Bertrand Russell, Why I Am Not a Christian, (Londres: George Allen & Unwin, 1957), 22.

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Mientras que Russell malinterpreta de forma trágica lo que significa para el cristiano temer a Dios, uno lucha por no reírse de lo tan inexacta que ha resultado ser su profecía. Porque, casi un siglo después de decir esas palabras debería quedar claro, incluso para el peor espía, que deshacerse del temor de Dios no ha hecho que nuestra sociedad sea más feliz y esté menos inquieta. Por el contrario, es un punto que reconoce el acérrimo profesor ateo Frank Furedi, quien se ha convertido quizás en el experto mundial de nuestra cultura moderna del temor.

Por supuesto que no solo fue Bertrand Russell quien argumentó que más autodependencia y menos temor de Dios nos ayudarían. Toda la premisa de la Iluminación era que el avance de nuestro conocimiento disiparía nuestros problemas y nuestros temores supersticiosos. Esta confianza en la razón humana fue retratada en la portada del maravilloso y ambicioso clásico de Christian Wolff, «Reasonable Thoughts about God, the World, the Human Soul, and All Things in General» [Pensamientos razonables sobre Dios, el mundo, el alma humana y todas las cosas en general] (1720). La imagen muestra al feliz sol del conocimiento iluminando el sombrío mundo antiguo de la fe, alejando las sombras y la oscuridad del temor y de la superstición. Un pensamiento alegre para el siglo XVIII; pero, de nuevo, ha ocurrido lo opuesto. Hoy en día, aunque todos amamos (en cierto modo) nuestros celulares y nuestros dispositivos de navegación, reconocemos que el avance de la ciencia es una bendición ambigua. Porque ahora es muy evidente que las nuevas tecnologías tienen consecuencias que no podemos prever. Por ejemplo, cuando compraste por primera vez un celular, no tenías idea del costo que tendría en tu comportamiento social o en tus patrones de sueño. Cuando usaste por primera vez las redes sociales, viste algunos beneficios potenciales, pero no tenías idea de cómo alimentaría tu temor

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a perderte de algo. Más conocimiento no significa necesariamente menos temor; a menudo significa más.

Quizás la ironía más grande, sin embargo, es que la ansiedad generalizada que llena nuestra sociedad «iluminada» y lejos de Dios, no es más que la misma superstición primitiva que pensamos que el conocimiento erradicaría. En 1866 Charles Kingsley dio una conferencia en el Royal Institution de Londres titulada «Superstition» [Superstición] 7. En esa conferencia definió la superstición como aquel temor a lo desconocido que no es guiado por la razón. Se trata justo de lo que vemos a nuestro alrededor. No es evidente para nosotros que nuestros temores sean en realidad supersticiosos porque, dijo Kingsley, siempre nos esforzamos por hacer que nuestras supersticiones parezcan razonables. Para probar su punto, Kingsley dio el ejemplo del libro sobre brujería del siglo XV Malleus Maleficarum. Buscando hacer ciencia a partir de la caza de brujas, este texto provocó un movimiento supersticioso lleno de temor de encontrar brujas, dándole a esa influencia una aparente base científica. Según el Malleus Maleficarum, no podía cuestionarse la existencia de las brujas en medio nuestro, era una preocupación razonable y de cierto verificable. Pero era una superstición, argumentó Kingsley. A pesar de los grandes avances en el conocimiento, tal superstición incuestionable e inductora de temor permaneció presente hasta hoy. El mero avance en el conocimiento y en la tecnología no elimina el temor.

Entonces, ¿qué hace nuestra cultura con toda su ansiedad? Dada su identidad propia, en esencia secular, nuestra sociedad no regresará a Dios. La única solución posible, entonces, debe ser que lo

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7 Charles Kingsley, «Superstition: A Lecture Delivered at the Royal Institution, April 24, 1866», Fraser’s Magazine 73 (January-June 1986), 705–16.

resolvamos nosotros mismos. Además, la sociedad occidental posterior a la Iluminación ha convertido el temor en un problema médico. El temor se ha convertido en una enfermedad incomprensible que debe ser medicada. (No quiero insinuar que el uso de medicamentos para controlar la ansiedad sea incorrecto, solo que es un paliativo, a veces importante, mas no una solución definitiva). 8

Aunque ese intento de eliminar el temor como lo haríamos con una enfermedad ha convertido, de manera eficaz, a la comodidad (es decir, a la ausencia total de temor) en una categoría de salud o incluso en una categoría moral. En el pasado la incomodidad llegó a considerarse un estado normal (y bastante apropiado para ciertas situaciones), pero ahora se considera algo que es en esencia dañino. Eso significa, por ejemplo, que un estudiante universitario puede decir: «Me siento incómodo con tus puntos de vista» y considerar que ese es un argumento legítimo para terminar la discusión. Porque ya no es aceptable hacer que alguien se sienta incómodo.

Significa que, en una cultura inundada de temor y ansiedad, el temor es visto cada vez más como algo «totalmente» negativo en la sociedad. Los cristianos han sido arrastrados por esa gran marea de opinión, adoptando la apreciación negativa que la sociedad tiene de todo temor. No debe extrañarnos, entonces, que evitemos hablar sobre el temor de Dios, a pesar de su prominencia en la Escritura y en el pensamiento cristiano histórico. Es del todo comprensible, pero es trágico: la pérdida del temor de Dios es lo que marcó el principio de nuestra era moderna de ansiedad, pero el temor de Dios es el antídoto a nuestra inquietud.

8 Para una introducción útil e intuitiva a este tema, ver Michael R. Emlet, «Prozac and the Promises of God: The Christian Use of Psychoactive Medication», desiringGod (sitio web), 22 de agosto de 2019, https://www.desiringgod.org/articles/prozac-and-the-promises-of-god.

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Pronunciando una palabra mejor

En contraste con cómo son las cosas hoy, los cristianos de las generaciones pasadas que abrazaron el temor de Dios lograron hablar del temor con una combinación envidiable de ternura, optimismo y plenitud. Un ejemplo es John Flavel, quien perteneció a la última generación de puritanos. En su obra clásica A practical treatise of fear [Un tratado práctico sobre el temor], muestra una sensibilidad conmovedora a la angustia que nuestros temores pueden causar:

Entre todas las criaturas que Dios ha hecho (excepto los demonios), el hombre es el más apto y capaz de ser su propio tormento. De todos los flagelos con que azota y aflige tanto a su mente como a su cuerpo, ninguno es tan cruel e intolerable como sus propios temores.

A medida que los tiempos empeoran, la mente tiene más necesidad de socorro y aliento, de confirmarla y fortalecerla para encuentros difíciles; pero desde la peor perspectiva, el temor inflige las heridas más profundas y peligrosas sobre la mente del hombre, eliminando la resistencia de su fuerza pasiva y de su capacidad de carga. 9

Sin embargo, en lugar de que esta perspectiva lo conduzca a una espiral descendente de ansiedad (como es en nuestra cultura), Flavel es optimista y brinda ayuda. Tiene una respuesta clara y dichosa. En la raíz de casi todos nuestros temores, sostiene, está nuestra incredulidad:

Si los hombres fueran a cavar hasta la raíz de sus temores, de cierto encontrarían incredulidad allí, Mateo 8:26: ¿Por qué

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9 John Flavel, A Practical Treatise on Fear, en The Whole Works of John Flavel, vol. 3 (Londres: W. Baynes and Son, 1820), 239.

teméis, hombres de poca fe? En la medida que tengamos menos fe, habrá más temor: el temor es generado por la incredulidad y la incredulidad fortalecida por el temor […] por lo tanto, ni siquiera toda la habilidad en el mundo podrá curarnos de la enfermedad del temor, hasta que Dios nos cure primero de nuestra incredulidad; por lo tanto, Cristo usó el método correcto para librar a sus discípulos de su temor, reprendiendo su incredulidad. 10

La ansiedad crece mejor en el terreno de la incredulidad. Se marchita en contacto con la fe y la fe es fertilizada por el temor de Dios, como Flavel demuestra en el resto de su escrito.

Una rosa con cualquier otro nombre tendría el mismo olor dulce

Flavel entendió lo que nos cuesta comprender hoy, que no todo temor es igual o malo o dañino o desagradable. Argumentó que debemos distinguir entre diferentes tipos de temor; entre el temor equivocado y el temor correcto 11. Eso es lo que haremos ahora al ver cómo la Escritura detalla algunos tipos diferentes de temor: algunos negativos, otros positivos. Entonces podremos regocijarnos en el hecho de que el temor de Dios exaltado en la Escritura no debe ser descartado, aunque pareciera un temor que nos atormenta. De esa manera podremos apreciar cómo es un temor que le causa deleite a Cristo y deleite a su pueblo. Es el único temor positivo y maravilloso que se hace cargo de nuestras ansiedades.

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10 Ibid., 264. 11 Ibid., 245.

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