MUJER SER
La confusión sobre la identidad femenina y cómo pueden responder los cristianos
KATIE J. McCOY P H D
Contenido
Un caos cultural y una confusión contagiosa
Después de dos años de testosterona y una doble mas‑ tectomía, ella seguía siendo una niña cansada, soli‑ taria y herida. Sus palabras.
Cuando Heather Shribe se hizo cristiana mientras estaba en la universidad, empezó a procesar el dolor de su pasado: el divorcio de sus padres, un padre abusivo, una madre distante y las palabras hirientes de su papá cuando le dijo que no era la hija que él había querido. Nunca había sido una «chica femenina». Y su sentido internalizado de insuficiencia terminó transformán‑ dose en autodesprecio.
A Heather le costaba lo que la Biblia decía sobre la sexuali‑ dad y reconocía su propia atracción a personas del mismo sexo. Cuando compartió su lucha con un grupo de cristianos, lo hizo porque necesitaba que alguien se interesara. «Gracias por con‑ tarnos lo que te sucede… No estás sola. Otros cristianos tam‑ bién han luchado con esto… Vamos a ponerte en contacto con
alguien capacitado para ayudarte espiritual y emocionalmente… Sigues perteneciendo aquí».
Ella no escuchó nada de eso.
Las cuestiones subyacentes de su autopercepción y atracción sexuales quedaron sin abordar. Su salud mental empeoró cuando decidió confesar que era lesbiana. Y una vez más después de que el subidón de la terapia hormonal cruzada desapareciera. Y otra vez después de su «cirugía superior». En sus propias pala‑ bras, estaba «tratando de modificar mi cuerpo para lidiar con el dolor de mi alma». En un período breve de tiempo, había tran‑ sicionado social, hormonal y quirúrgicamente a vivir como un hombre. A Heather no solo le disgustaba ser mujer. A Heather le disgustaba ser Heather.
Meses después de su cirugía, se dio cuenta de que su dolor iba más allá de lo que podía resolver cualquier cirujano. Percibió que el Espíritu Santo le decía: «¿Por qué te estás conformando con tu quebranto? ¿Acaso no sabes que yo ofrezco plenitud?». Tal vez ella había abandonado toda esperanza de gustarse. Pero Dios no había dejado de amarla. A partir de ese momento, empezó el proceso de detransicionar y vivir en armonía con el cuerpo que Dios le había dado. Hoy, Heather comparte su his‑ toria como testimonio del poder de Jesús para restaurar y como un llamado de atención a Su pueblo.
La nueva epidemia
La experiencia de Heather se parece a la de muchos. Un 80 % de la comunidad LGBTQ viene de un trasfondo cristiano o religioso. Viene de tus grupos de jóvenes, de tus estudios bíblicos universitarios, tus campamentos de verano para niños. Están en
nuestras congregaciones, nuestras escuelas o cooperativas cristia‑ nas y nuestras familias. Sin embargo, se sienten tironeados entre un sistema de creencias que ancla el sexo y la identidad de género en un Creador y una corriente cultural revuelta que los envuelve en confusión y, en muchos casos, les produce un daño irreparable.
Si las jovencitas expresan desdén por su peso, su forma o su color de piel, la sociedad les dice que no cambien, sino que acepten quiénes son, en nombre de la positividad corporal. El mensaje es el siguiente: No deberías sentir vergüenza de tu cuerpo. Deberías aceptarlo plenamente tal cual es. Pero cuando estas mismas jovenci‑ tas expresan desdén por su sexo biológico, la sociedad les dice lo opuesto: en lugar de escuchar que deberían aceptarse y abrazar sus cuerpos, se ven inundadas de sugerencias de cambiarse mediante alteraciones médicas y quirúrgicas… todo en nombre de la acep‑ tación personal. La autolesión es el nuevo cuidado personal.1 Con razón las mujeres y las niñas de hoy se sienten perdidas.
Entre los niños y los adolescentes, la disforia de género se ha disparado en los últimos años, para desconcierto y alarma de muchos padres. Históricamente, la disforia de género casi siem‑ pre aquejaba a los niños y los hombres. Esta enfermedad solía comenzar en la temprana infancia (entre los dos y los cuatro años de edad) y era extremadamente inusual, ya que afectaba a un 0,005 y 0,014 de los que nacían varones.2 Pero, en la última década, estas estadísticas dieron un giro radical. De repente, las que nacieron mujeres y que nunca habían tenido confusión de género profesaron ser trans. En 2016, la reasignación de género femenino a masculino (FtM) constituyó un 46 % de todas las dobles mastectomías. Para 2017, estaba en un 70 %.3 En Reino Unido, una de las dos clínicas de género más grandes en Europa para niños y adolescentes fue testigo de un aumento epidémico en las derivaciones en un período de 7 años, desde 138 casos
en 2010 hasta más de 2700 casos en 2019‑2020. Se trata de un aumento de más del 2000 % en menos de una década. Además, dentro de este mismo período de tiempo, la edad promedio de derivaciones de transición de género disminuyó, y la proporción de pacientes hombres y mujeres se inclinó a favor de las mujeres biológicas. Entre los pacientes de entre 11 y 17 años de edad, 400 de cada 500 derivaciones para transición de género eran de niñas. Estamos hablando de más de un 75 %.4 En 2007, Estados Unidos tenía solo una clínica de género para adolescentes. Para 2021, ese número saltó a al menos cincuenta.5 En otras palabras, la confusión de género no solo está aumentando, sino que está haciendo erupción, y de manera abrumadora, las muchachas son las que parecen más afectadas por la explosión.
La ideología de género también está influyendo a niños cada vez más pequeños. Antes de que puedan registrarse para votar, conducir un auto, recitar las tablas de multiplicación o incluso formar frases completas, los padres y los proveedores de salud están facilitando —y a veces imponiendo— la transición social. Sitios como Healthychildren.org, el sitio web oficial de crianza de la Academia Estadounidense de Pediatría, afirma que los niños tienen un «sentido estable de su identidad de género» al llegar a los cuatro años de edad.6 El Hospital de Niños de Boston afirma que los niños que recién empiezan a andar son conscientes de su identidad trans y la comunican al jugar con juguetes del género opuesto o negarse a que les corten el cabello de determinada manera.7 El hospital de investigación pediátrica de mayor renom‑ bre también presenta a una ginecóloga que explica el concepto de las histerectomías de reafirmación de género.8 Y para los cen‑ tros médicos que intentan mejorar sus resultados, las «cirugías de reafirmación de género» son un excelente negocio. En 2022, circuló una grabación de una médica del Centro Médico de la
Universidad de Vanderbilt, Shayne Taylor, en la cual la doctora describía lo lucrativas que prometían ser las «cirugías superiores» en los menores. «Un negocio redondo», las llamó.9
Un terapeuta prominente de género en San Francisco afirma que los niños saben cuál es su identidad de género a la temprana edad de tres años. Diane Ehrensaft, autora de The Gender Creative Child [El niño con creatividad de género], declara que los niños pueden estar enviando «mensajes de género» preverbales a sus padres, comunicándoles su verdadero género. Un varon‑ cito que se desabrocha su enterito está creando un vestido para identificarse como niña. Una niña pequeña puede declarar: «¡Yo nene!», y resistirse con persistencia a usar hebillas o moños para el cabello porque quiere identificarse como niño.10 Todo esto antes de que la corteza prefrontal —la parte del cerebro respon‑ sable de la evaluación adecuada de una situación, la toma de decisiones y el control de impulsos— se desarrolle. En un grupo cerrado de Facebook para padres que identifican y reafirman la identidad transgénero de su hijo, los padres intercambian con‑ sejos sobre cómo presentar socialmente a sus pequeños como el género opuesto, incluido cómo meter una camisa dentro del pantalón para aplanar genitales para su «hija» y dónde com‑ prar un pene y testículos prostéticos tejidos al crochet para su «hijo».11 Estos padres creen que están brindando apoyo, acep‑ tación y amor. Creen que están concediendo la libertad de una determinación personal sin restricciones ni influencias externas. Y esta determinación personal no tiene límites.
La última década también ha sido testigo de un incremento en variantes de género. En 2014, Facebook anunció cincuenta y ocho opciones de género mediante las cuales los usuarios podían identificarse.12 Otras fuentes afirman que la cantidad de géneros es mayor que setenta. 13 Y parece ser una categoría social en
constante expansión. Uno puede identificarse como ambigénero, con «dos identidades de género específicas en simultáneo, sin ninguna fluidez ni fluctuación»; demigénero, con «rasgos par‑ ciales de un género y el resto del otro género», o femifluido, «que fluctúa respecto a los géneros femeninos». Está la identidad angenital, en la cual una persona no quiere ninguna característica sexual pero sigue reteniendo un género; la omnisexualidad, en la cual uno tiene o experimenta todos los géneros, y blankgirl [chica en blanco], según la cual una niña no puede describir su femineidad como nada más que un «espacio en blanco».14 Recientemente, el género se ha difuminado con otras especies, como en el caso del xenogénero, donde la identidad de género de alguien no puede ser contenida por categorías humanas y se expresa en relación con animales o plantas, y más específica‑ mente, «catgirl» [chica gato], una identidad de género asociada con los gatos y con sentimientos felinos.15 Hay que reconocer que estas identidades son poco comunes. Sin embargo, la lógica detrás de ellas es coherente. Si la identidad de género está des‑ conectada del sexo biológico y no tiene nada que ver con él, entonces las personas tienen la libertad de crear su identidad según sus actitudes y afinidades. El género se transforma en un sentimiento transitorio, una impresión efímera que puede cam‑ biar durante el curso de la vida, o incluso del día.
La narrativa cultural dominante afirma que las identidades de género no conformistas constituyen una porción significativa de nuestra sociedad. Salir del armario como trans o no binario se ha puesto de moda entre los famosos, por ejemplo, Halsey, Cara Delevingne, Ellen/Elliot Page, Demi Lovato y Janelle Monae. Las publicaciones dirigidas a adolescentes y jovencitas, como Teen Vogue y Cosmopolitan, suelen mostrar contenido relacio‑ nado con la cultura trans y no binaria. Como era de esperar, la
tendencia logró su cometido, y las alumnas de escuela primaria y secundaria informan una desconformidad de género entre sus pares como algo cada vez más frecuente.
Abordar la narrativa de género ya es desalentador de por sí, pero además se silencia sistemáticamente su contranarrativa. En una sociedad donde las perspectivas son «violencia» y las pala‑ bras son «armas», cualquier discurso que cuestione —y mucho menos, contradiga— la narrativa predominante de género se considera peligroso, dañino, una amenaza a los derechos civiles, e «inseguro». Cuando un senador de Estados Unidos apremió a una profesora de abogacía de Berkeley para que le contes‑ tara si los hombres podían quedar embarazados, ella lo acusó de transfobia y de contribuir a la violencia contra las personas transgénero y a su índice de suicidio.16 Según cuáles canales de noticias y plataformas de medios sociales frecuentes, tal vez nunca hayas escuchado sobre eruditos y autores que produzcan respuestas con base científica a la ideología de género. Varios puntos de venta retiraron libros como The End of Gender [El fin del género], de Debra Soh, When Harry Became Sally [Cuando Harry se transformó en Sally], de Ryan Anderson, y Un daño irreversible, de Abigail Shreir, después de recibir quejas sobre su contenido. Después de que la Asociación Estadounidense de Libreros enviara Un daño irreversible a sus distribuidores, emitió una disculpa por cometer un «incidente serio y violento» que iba contra sus políticas, valores y todo lo que creían y apoyaban.17
Si te atreves a afirmar abiertamente que solo las hembras pue‑ den ser mujeres, te arriesgas a caer en un purgatorio de medios sociales y a la muerte profesional.18 Cualquier cosa que no sea una reafirmación y un acuerdo sin reservas se suele tratar como transfobia. El desacuerdo, por más pacíficamente que se comu‑ nique, se ha vuelto sinónimo de odio.
Qué estamos haciendo aquí
En la escuela secundaria, mi clase favorita era la del Sr. Eaton, «Introducción al periodismo». Y no solo porque pudiéramos mirar la película Todos los hombres del presidente. El Sr. Eaton nos inculcó un amor por hacer buenas preguntas, por indagar más. Y como cualquier buen profesor de periodismo, nos inculcó las nociones elementales de un buen reportaje: preguntar quién, qué, dónde, cuándo, por qué y cómo.
A medida que examinamos la confusión respecto a la iden‑ tidad femenina, consideraremos cinco esferas distintas que mol‑ dean y dan forma a nuestra visión. Por momentos, estas esferas se superponen. En otros momentos, se excluyen unas a otras. Pero siempre influyen en la formación de la identidad femenina.
Quién: Esta es la esfera teológica. Es el fundamento de nues‑ tra identidad. Quiénes somos responde a lo que significa ser humano; específicamente, ser mujer.
Qué: Esta es la esfera biológica. Describe la complejidad de la femineidad y las diferencias esenciales y verificables entre hombres y mujeres.
Dónde: Esta es la esfera relacional. Es el ámbito en el cual se expresa la identidad de género y es confirmada por otros.
Por qué: Esta es la esfera filosófica. Explica el caos cultural que vemos alrededor del sexo y el género. Resulta ser que las ideas que han producido nuestra nueva comprensión de la iden‑ tidad no son para nada nuevas.
Cómo: Esta es la esfera social. Representa el medio a través del cual la confusión sobre la identidad femenina se ha vuelto convencional y considerada un bien moral.
(Si te preguntas dónde está la quinta esfera —cuándo—, bueno, la respondiste cuando tomaste este libro. ¡Es ahora!).
Normalmente, empezaría por la esfera teológica y me apo‑ yaría en la revelación bíblica. Después de todo, la Palabra de Dios es el cimiento de nuestra identidad como seres humanos.
Revela nuestra naturaleza, diagnostica nuestra condición y nos da esperanza para un verdadero cambio de vida. Pero, para este tema, quisiera abordar las cosas de una manera un tanto dife‑ rente. Empecemos con lo que vemos y vayamos hacia atrás.
Comenzaremos con el factor social, que incluye algo de la evidencia más obvia sobre cómo la identidad femenina se ha vuelto tan confusa. Después, consideraremos por qué, y ana‑ lizaremos las ideas filosóficas que han justificado la confusión social que vemos. La forma en que nos relacionamos con los demás es la esfera donde planteamos o comunicamos nuestra filosofía de la humanidad, el sexo y el género. Pero, a pesar de los factores sociales, filosóficos y relacionales y de la influencia que esgrimen, no podemos borrar los hechos biológicos de la femineidad. Qué somos es fundamentalmente complejo y no se puede cambiar. Por último, consideraremos quiénes somos como seres humanos creados por Dios. Esto provee el marco a través del cual entendemos todos los demás factores y su influencia sobre nuestra identidad.
Con estos factores en mente, aquí tienes la idea principal de este libro:
La identidad femenina está guiada por lo social, formada por la filosofía, confirmada por las relaciones, arraigada en la biología y es conferida teológicamente.
Ahora, no soy consejera, psicóloga ni médica. Sin embargo, me he esforzado por presentar a las voces dominantes de expertos
y eruditos en los diversos aspectos de este tema. Estos inclu‑ yen psicólogos, neurobiólogos, pediatras, sociólogos, teóricos de género y otros teólogos. Antes de meternos más en el tema, deberías conocer mi propio marco de referencia. Me basaré en tres presuposiciones importantes:
En primer lugar, tengo una cosmovisión cristiana. Creo que la Biblia es la revelación de Dios sobre sí mismo, y que lo que dice sobre el hombre y la mujer, el género, la sexualidad, el pecado, la redención y todo lo demás es cierto. Y si llegaste a este libro desde afuera de esa cosmovisión y esto te ofende, y te hace querer cerrar el libro y suponer lo peor, lo entiendo. Pero antes de que lo hagas, considera que todos tenemos una cosmovisión. Es nuestro marco de referencia para responder a las grandes preguntas de la vida: ¿De dónde venimos? ¿Qué salió mal?, y ¿cómo lo arreglamos? La manera en la que respondas a estas preguntas revelará tu cosmovisión. Una cosmovisión cristiana responde a estas preguntas de acuerdo con la Biblia y las enseñanzas históricas de la fe cristiana o, de manera más específica, de esta forma: creación, caída, redención y restauración.
En segundo lugar, creo que una mujer es una hembra humana adulta, y una niña es una hembra humana prepuberal. Por favor, al leer estas afirmaciones, debes saber que no estoy intentando ser hostil. Pero, en una cultura que ancla la realidad en sentimientos personales respecto a (y en contra de) hechos empíricos, afirmar que los hombres no pueden ser mujeres suele considerarse algo absolutamente intolerante y peligrosa‑ mente transfóbico.
En tercer lugar, creo que la disforia de género es una enfermedad psicológica, una que merece compasión y cuidado experto para tratarse y superarse. Cuando alguien experimenta incongruencia de género, en la cual el sexo biológico y la
autopercepción de género están desalineados, la condición es una cuestión de la mente, y no del cuerpo.
En su libro Embodied [Unidos al cuerpo], Preston Sprinkle expresa esto mismo, diciendo que nuestro sexo biológico «deter‑ mina quiénes somos […] y la unión con nuestro cuerpo es una parte esencial de cómo representamos la imagen de Dios en el mundo».19 Algunas personas experimentan una enfermedad mental llamada trastorno de identidad de la integridad corporal, lo cual significa que sienten que uno o más de sus miembros no se alinean con lo que su cuerpo debería ser. Uno podría creer, por ejemplo, que su propio brazo o pierna es ajeno a su cuerpo. No se siente como propio, aunque la realidad física comunique que lo es. Dicho de otra manera, su autopercepción no coincide con la realidad física. A la luz de esto, esta persona puede pedirle a un médico que ampute un miembro saludable y funcional. En el caso de una persona con este trastorno, un médico no amputaría (es de esperar) un miembro perfectamente saludable, sino más bien intentaría ayudar al paciente a aceptar su cuerpo, y el obje‑ tivo sería realinear su autopercepción con la realidad física. La misma lógica debería aplicarse a aquellos con disforia de género: el objetivo debería ser ayudar a la persona a aceptar su cuerpo y ya no querer alterar su exterior para que encaje con su interior.
A lo largo de este libro, me referiré al paradigma cultural dominante de identidad de sexo y género como «ideología de género». En cierto sentido, es una frase multifunción que refleja las teorías, afirmaciones y objetivos de la visión predominante de nuestra sociedad sobre el género. Pero, en esencia, la ideología de género descansa sobre la creencia de que la categoría bioló‑ gica de cada uno (es decir, el cuerpo sexuado) se puede disociar de la identidad personal (es decir, el ser con su género); que tu aspecto físico y tu verdadero yo son mutuamente excluyentes. En
el resto de estos capítulos, desarrollaremos cómo y por qué este enfoque sobre el género se ha vuelto la mentalidad dominante.
También usaré los términos transgénero, trans, y a veces no binario para reflejar las diversas identidades dentro de la ideolo‑ gía de género. Por ejemplo, una persona que se identifica como demigénero tal vez no se considere transgénero, pero transgénero es un término general que incluye identidades en las cuales la percepción de género no corresponde con la biología de la per‑ sona. Tal vez quieras repasar el glosario de términos que estaré usando en el libro para encontrar sus definiciones. Siempre que sea posible, usaré términos y frases tal cual los encontrarás en la cultura.
¿individuos o problemas?
Cinco años después de que empezó a detransicionar de identificarse como hombre, Keira experimentó una señal de que estaba volviendo a ser ella misma: pudo llorar. Mientras estaba llena de testosterona, a ella —al igual que a muchos otros hom‑ bres trans— le había resultado imposible expresar sus emociones. Tenía mucho por lo cual llorar.
Antes de llegar a la adultez legal, Keira había soportado obstáculos abrumadores. Sus padres se divorciaron cuando era pequeña. Su madre era una alcohólica que padecía una enferme ‑ dad mental. Su padre era un hombre distante. Ella no era para nada femenina, y prefería jugar deportes con los muchachos en la escuela. Cuando llegó a la pubertad, descubrió que se sentía atraída por otras muchachas, y se preguntó qué andaba mal con ella. Su mamá le preguntó si era un varón, lo cual la sumió en una espiral descendente de confusión de género.
Cuando la derivaron a la clínica del Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género en Londres, insistió en que necesitaba hacer la transición. «Fue la clase de argumentación insolente típica de un adolescente —dice ella—. En realidad, era una niña insegura en mi cuerpo, que había experimentado el abandono parental, me sentía alienada de mis pares, sufría de ansiedad y depresión y luchaba con mi orientación sexual». Unas pocas conversaciones superficiales más tarde, los médicos concedieron el deseo de Keira sin siquiera abordar los problemas que iban más allá de su disforia de género. Ojalá su experiencia fuera poco común. Una generación de chicas está manifestando su dolor a través de identidades transgénero, mientras aquellos encargados de cuidarlas desestiman las fuentes de su sufrimiento mental.
Mientras consideramos las creencias y las prácticas dentro de la ideología de género, nunca debemos olvidar a los seres huma‑ nos que son afectados por ella. A pesar de la aceptación cultural sin precedentes de la inconformidad de género y el apoyo a la transición de género, los índices de suicidio siguen subiendo.20 Las «curas» están causando un daño aún mayor. La ideología de género explota la vulnerabilidad de estas personas en nombre de la atención sanitaria.
Detrás de estos titulares, hay personas reales. Personas con‑ fundidas y heridas que necesitan cuidado espiritual y psicológico. La disforia de género es una condición genuina en la cual alguien siente que ha nacido en el cuerpo equivocado. Incluye una angus‑ tia psicológica severa, y a veces genera tendencias al daño auto‑ infligido o al suicidio. Es un trastorno complejo, y a menudo está arraigado en un dolor profundamente enraizado y en creencias equivocadas sobre el género personal. Las personas con disforia de género a menudo se sienten aisladas y enajenadas. Al igual que muchas aflicciones internas, la disforia de género también produce
síntomas físicos. Una persona con disforia de género describió la sensación como una «corriente eléctrica» que genera dolor en las articulaciones y náuseas. Otro la describió como una sensación «de entumecimiento pero con dolor» en todo el cuerpo. «Dolo‑ roso».21 «Es no poder sentirte cómodo en tu propio cuerpo».22
Sprinkle describe dos tendencias en la conversación sobre la transexualidad. Algunos solo ven una «guerra cultural», y se ofenden ante lo ilógico de lo que ven y escuchan en las noti‑ cias. Ven un problema, pero no pueden saber que hay personas a su alrededor que están luchando con aquello mismo que ellos consideran el remate de un chiste o material para memes. Otros solo ven la necesidad de amor de las personas, ignorando los hechos teológicos y científicos sobre el sexo y el género. Ven a las personas pero empatizan sin pensamiento crítico, y ofre ‑ cen prácticamente nada de esperanza de sanidad o un cambio de vida. Estoy convencida de que encontraremos un equilibrio entre estos dos extremos como individuos cuando seamos un testigo colectivo. En el equilibrio entre la verdad y el amor, la mayoría de nosotros tiende a inclinarse más a uno que al otro. (Una razón más por la cual necesitamos que todo el cuerpo de Cristo —el teólogo y el moralista, el consejero y el psicólogo, el maestro y la madre— aborde este tema con los dones, la expe‑ riencia y las perspectivas de cada uno). ¿Cuánto más eficaces podríamos ser si hiciéramos hincapié en cómo podemos aprender unos de otros más que en nuestras diferencias?
conclusión
En la época de Jesús, la enfermedad y la discapacidad aca‑ rreaban un estigma y vergüenza. Podían prohibirte la entrada
al templo, lo cual hablaba de la pureza ceremonial que Dios requería para que Su pueblo se acercara a Él. En muchos casos, incluso podían impedirte trabajar, casarte o tener una familia, algo esencial para las relaciones sociales y la seguridad econó‑ mica en una sociedad antigua y agraria. Eras un extraño, mar‑ ginado de la comunidad. En una cultura de honor y vergüenza como la de la Biblia, esto era devastador.
Cuando se encontraba con personas con esta clase de nece‑ sidades, Jesús dejaba todo. Rompía tradiciones religiosas y hacía enfurecer a la élite social, con tal de ayudarlas. La sanidad física significaba más que recuperarse de una enfermedad. Implicaba ser restaurado a una comunidad. Aquellos a los que Jesús res‑ tauraba ya no estaban marginados. Pasaban del aislamiento a la conexión. De la alienación a la aceptación.
La aflicción de la confusión o disforia de género tal vez no sea visible en el exterior. Pero, de manera abrumadora, las muje‑ res y las niñas que la padecen se sienten igual de alienadas… no solo de los demás, sino también de ellas mismas. Si Jesús caminara entre nosotros hoy, no puedo evitar preguntarme cómo respondería a la niña solitaria que siente que no encaja o a la mujer quebrantada que intenta sanarse de una herida profunda en su alma.
Sería tal como siempre fue: infinitamente bondadoso, tierno, paciente, comprensivo y se conmovería profundamente por su dolor. Además, la amaría lo suficiente como para decirle la ver‑ dad con un espíritu de mansedumbre y gracia.
Nosotros somos Sus embajadores, Sus mensajeros a quienes les fue confiada la buena noticia: no tienen por qué conformarse con su quebrantamiento. Él les ofrece plenitud. Entregó Su pro‑ pio cuerpo y restaura a aquellos que se sienten alienados de sus cuerpos. Mejor aún, los trae al cuerpo de Cristo.