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Inventario para Un Cuento de Mujeres

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La Fotografía

La Fotografía

Lina María Vargas Morales

5.

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Junto al pueblo de mi madre corre un río. Bajo el mío también. Al caer la noche, cuando el silencio toma cuerpo, se hace agua.

Las hoyas son los accidentes geográficos que se forman entre los ramales y los nudos de la cordillera de los Andes, normalmente llevan el nombre del río que las recorre. Esto me hizo creer durante mucho tiempo que había nacido en la olla del Río Suárez, en toda la amplitud polisémica de la palabra. Más adelante me daría cuenta de que la confusión se debía a nuestra imposibilidad de pronunciar correctamente más de un fonema del español, pero que cada uno de los significados que yo le daba a la olla existía.

La olla comienza en la bajada hacia Puente, donde ya el paisaje cambia y aparecen los guayabos, los Galapos y el clima que aún no se decide entre el frío y el calor; y acaba casi llegando a La Ribera, donde al río ya no se le ve ni se le escucha. Viviendo entre extremo y extremo me di cuenta de su verdad: en la hoya habita un río con decenas de orillas.

Aún no decido si este es un río-frontera, o un río-encuentro, o un río-camino:

Son innumerables las veces que he seguido su camino y con cada recorrido vuelvo más precisos nuestros encuentros, sé que en la siguiente curva viene a anunciarse, marcando el paso por alguna de nuestras fronteras.

El río no es el mismo bajo cada puente, ni siquiera entre el del veintinueve de junio y el del primero de enero, y la hoya no es la misma entre orilla y orilla.

Una fotografía para u n tarjetón Sobre ella l a mayoría de habitantes de u na orilla del Río Suárez marcaría una X: Una frontera.

“alguien narra las historias, la familia, su narrador colectivo; pero otro las cuenta, por lo general la madre, la abuela, la hija mayor, la hermana o la tía y esto lo hace un cuento de mujeres.”

Armando Silva, Álbum de familia: la imagen de nosotros mismos

Fue en una orilla escondida, en un día escondido, un evento a escondidas.

Yo también me senté sin ser vista a observarlo, una y otra vez, como si fuera un juego: era un álbum sin relatora, fue mi voz la que me lo contó.

Es un álbum único, se despliega en el espacio, de un lado a otro, comenzando donde termina.

Al final resultó un cuento desplegado en el espacio contado para plegar el tiempo

“En primer lugar, hay que recordar algo evidente: que la memoria no se opone en absoluto al olvido. Los dos términos para contrastar son la supresión (el olvido) y la conservación; la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos”

Tzvetlan Todorov, Los Abusos de la Memoria

Hablo desde un pasado que no he tenido: dentro de él no logro contar cuántas memorias existen. Todas las historias comenzaron frente a una cámara y ahora descansan unas junto a otras, nombrándose en tanto la que está al lado, la que está antes y la que habita la página siguiente.

No hablo de la memoria, no puedo hablar de la memoria, que entre otras cosas nunca es una sola. He presenciado, quizás, su construcción: Los primeros en inventar su nombre fueron los que estaban en frente y detrás del lente, confiriendo una identidad a su imagen y una narración a su sombra; luego vinieron las relatoras, quienes agruparon las memorias y las superpusieron.

Una intención por registrar lo contado

Como en las fotografías dispuestas de cara a la noche, la identidad de los narradores no cambia con el cuento de las relatoras. Cambia la voz con la que se pronuncia su nombre. Esa imagen resuena en la luz que los retrató tanto como en el pecho de donde sale el cuento: allí se reúnen todos acontecimientos y todos los tiempos, existiendo, no obstante, cada uno en su orilla.

La duración de las fotografías está prescrita en su creación:

Así es como queríamos ser vistos.

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