El pasajero de media noche

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Por: Carlos A. Sรกnchez Zurita


capítulo i

Fue un latido de su corazón inusualmente fuerte lo que le hizo despertar súbitamente. Apretó ambas manos al volante haciendo rechinar el cuero por la fricción. Sus músculos se tensaron y se erizó la piel por una descarga eléctrica que cristalizó sus ojos y marcó sus venas en su recorrido hasta llegar al centro de su torso. Fue un instinto el que le hizo meter el freno de aquel blanco compacto haciéndolo sacudir bruscamente, mientras intentaba infructuosamente de enderezar el rumbo del automóvil que cambiada de dirección erráticamente. Intentaba cobrar control del auto que amenazaba con salirse del camino, en sus oídos penetraba un sonido como una aguja magnetizada causando interferencia una indeseada melodía de un ruido agudo y constante que languidece en los oídos después de un estallido. Asustado, sus ojos mostraban todo el globo ocular, aun temblorosos, y como si fueran dos grandes lentes blancos fuera de foco, tardó unos instantes en agudizar su mirada. Las manos sudorosas poco a poco se relajaban y sus músculos se soltaban. La sangre volvía a circular por sus manos recobrando el tono natural de su piel. Había tomado control nuevamente del auto que conducía. Respiraba profundamente. Parpadeaba continuamente humedeciendo sus ojos, parpadeaba para asimilar la situación en la que se había despertado, como si al hacerlo fuese a aclarar sus pensamientos y dar sentido a la absurda situación en la que se encontraba.


Comenzó a analizar su entorno y por el cristal veía el día que avanzaba a su final, con un rojo carmín matizado en el cielo de frente, y un reflejo púrpura en la imagen de su retrovisor.


La carretera era muy angosta pero bien pavimentada, parecía ésta como tinta china abundante sobre un molde infinito. No había necesidad de líneas con un carril que parecía solo de ida.


No había otros vehículos recorriendo ese camino. No sabía donde se encontraba o como había llegado a ese lugar. ¿Iba o regresaba? ¿Huía o lo esperaban? No lo recordaba. Había una amnesia en su mente, y en su cuerpo aún se sentía aquella extraña sensación que le viene a uno después de sentirse liberado por suerte de una grave equivocación o de un estúpido descuido. En el interior del vehículo no había absolutamente nada que hiciera eco en su memoria. La leyenda del retrovisor izquierdo en letras chicas le parecía tan acertada, pues aun viendo todo de cerca, todo se veía más lejos de lo que realmente estaba; demasiado lejos. Solo el centelleo hipnotizante del reloj del tablero desviaba su atención sobre aquel zumbido discreto que se produce al estar inmerso en un profundo silencio.


Es el ruido de la nada que a veces habla, y puede resultar perturbador si se le presta demasiada atenciรณn.


El repentino cabeceo que le sacó del trance fue como una inyección de adrenalina que poco a poco consumió su efecto. Contaba ya las horas en ambas manos de las que llevaba conduciendo y sentía su cuerpo como una gran roca puntiaguda queriendo mantenerse sobre la superficie en una laguna de agua estancada, profunda en calma sobre la cual se rinde ante su peso y cae a la obscuridad. Perturbado por tales pensamientos, consultó de nuevo su reloj de mano de carátula roja escarlata, con manecillas finas de plata. Marcaba ya exactamente la media noche.


El conductor cedió a su imaginación y permitió entrar u invadido de ideas traicioneras que atentaban contra el mis reales los chasquidos de dientes que parecían provenir del permitiera asegurarse venía solo en aquel vehículo. Deseab del automóvil y no una serie de insectos arrastrándose, bus en la c

El sudor ya escurría por su frente y los hormigu manos y muslos que le advertían de un cuerpo su inmensamente húmedo, gotas de rocío caían por los


una sugestión que le hizo encogerse de hombros. Se sintió smo, pero tan poderosas que podría haber jurado que eran l asiento trasero. Anhelaba otro lapso de luz efímera que le ba ver que eran gotas de agua las que golpeaban la lámina scando desaforadamente una grieta para poder introducirse cabina.

ueos se hicieron presentes en sus piernas, en sus umido en el cansancio. El interior se había tornado s asientos incrementando el aroma a cuero mojado.


Un estruendoso relรกmpago dibujo la silueta de un sombrero de copa, sobre el rostro de un ente humanoide sentado en el asiento trasero, observando detenidamente al conductor.


El ardor de un puro al inhalar iluminaba su rostro y dibujaba dos cuencas oculares profundas, como el rostro de un hombre desnutrido y enfermo, con dos puntos rojos vivos clavados en la mirada del chofer.


Lágrimas se mezclaron con su sudor y una mirada desahuciada marcaba la expresión del conductor. La adrenalina se disparó en su organismo y le provocó desprender un aroma fétido que le transpiraba por los poros, respiraba su propio terror como si fuera agua de colonia en un dia regular. El ente le observaba como aquel predador que tiene en una esquina a su presa, a su disposición, decidiendo el mejor momento para clavar sus fauces en su cuello. Sintió Gabriel una respiración en su nuca, por detrás de sus oídos, el aliento del ente tenía textura como una lija caliente embarrada de excremento que le hacía sacudir sus hombros involuntariamente. Sentía la espalda pesada al punto que le hacía encorvarse. Por el retrovisor veía al ente sentado erguidamente al centro del asiento trasero pero le sentía como si estuviese sentado sobre sus hombros, como un ave de rapiña clavando los espolones en su carne viva. Observó como el ente levantaba lentamente su brazo derecho y asomaba por las mangas de un traje de casimir negro,


unas garras con piel grisácea flemática y translúcida apuntando al frente en dirección a unas luces de un automóvil al frente del camino.


El automóvil al que apuntaba yacía frente de ellos y fuera del camino, en posición invertida y cristales rotos. Una mano ensangrentada salía por el quema coco, una fumarola roja escurría por la pintura del blanco compacto.


Gabriel arrollรณ con su auto un reloj de carรกtula roja escarlata, con manecillas finas de plata, que estaba estrellado y detenido sobre el camino.



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