Martín era un gatito que tenía dos limones de collar; aquellos limones que les ponen cuando un gato, gallina o perro tienen peste –¡fuchi!, ¡una horrible enfermedad de mocos y babas!–, y de ahí que andan enfermos y tristes.
Nació en Piura 1950 es un escritor y literato peruano. Actualmente dicta taller de narrativa. LIBROS: El asno que voló a la luna La hormiga que quería ser escritora Un gatito que tenía dos limones de collar El espantapájaros bueno Kuti la niña que quería la luna El canario y la dama rica El gavilán y el gallo Patíbulo para un caballo.
Martin
Martín vivía legañoso y triste. Por eso la abuela Irene le había puesto
dos limones de collar para ver si sana. Una noche los perros grandes lo acorralaron. Nadie lo salvaría es decir nadie lo hubiera salvado si no aparecía doña Irene, la única mujer en el mundo que lo quería. Salió con una escoba e hizo huir a los perros. Cierto día ella, enfermó y Martín decidió socorrer a su dueña: – ¿Cómo puedo ayudarte? –le dijo maullando–. –Sólo podrás socorrerme si subes a ese arco iris, querido gatito; tendrás que cruzarlo y correr sobre él hasta llegar al final, en donde hallarás un tesoro – ¿Un tesoro? –preguntó Martín, sin comprender. –Sí, un tesoro. Pero ¡tendrás que subir rápido! Si lo traes, ¡sanaremos de nuestros males! Y podremos vivir y comer bien, y ser felices para el resto de nuestros días. Pero, ¡anda con cuidado! ¡Hazlo pronto, antes que el arco iris desaparezca del cielo! ¡No duran mucho...! Martín con sus dos limones de collar corrió feliz hacia la ventana, pero la vieja Irene lo llamó en el acto: – ¡Espera, Martín, lleva esta canasta y estos cuatro frascos! –le dijo–. Aquí traerás el tesoro. Atravesó la llovizna delicada, cruzó el gallinero sin aves de corral, llegó a una pampa y se vio ante el inmenso arco iris. Era muy hermoso pero no tenía tiempo para contemplarlo. Saltó y saltó. Y ¡uuff, por fin! Sus uñas se prendieron en la transparente caparazón del arco iris. Hizo esfuerzos y trepó poco a poco, hasta que se sintió confiado y corrió sobre él como si anduviese por un puente.
E
ntonces apareció un puma enorme y fiero – ¿Qué haces sobre este arco iris? Martín, que era un gatito muy educado, se detuvo para responderle: –Tengo que llegar al final del arco iris. Si recojo el tesoro, con él podré salvar a mi dueña que está muy enferma. – ¡Muy bien, gatito! –Se alegró el puma–, ¡se ve que tienes un buen corazón!; le darás este cuy que he cazado, como regalo mío. Era un cuy ya muerto, peludo y feo. Martín con desagrado lo guardó en un frasco y siguió el camino, diciéndole al puma: –Gracias, amigo puma por preocuparte por mi dueña; ¡así lo haré! Martín siguió corriendo Entonces lo detuvo en su carrera veloz, un cóndor: – ¡Alto, gatito! ¿Hacia dónde vas por este arco iris? –Dijo el rey de las aves–. ¿Y qué haces tú aquí por mis reinos? ¿No sabes que te puedo comer? – ¡No me comas! –Suplicó Martín–. Cruzo tu reino porque tengo que llegar hasta el final del arco iris. Ahí tengo que recoger un tesoro, con él podré salvar a mi dueña que me quiere mucho, pero está enferma. Y deseo ayudarla. – ¡Qué gestos tan nobles tienes! –Dijo el cóndor y con su pico le dio algo–; coge este gusano y le darás a tu dueña; es un regalo que le ofrezco. ¡Puaggg! Era un gusano asqueroso y vivo, blanco como un suri de los ríos de la selva. Con asco, Martín lo guardó en otro frasco y ya corriendo, le agradeció: –Gracias por respetar la salud de mi dueña, señor cóndor. ¡Le daré tu ofrenda!
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sta vez le salió una hormiguita. Y no queriendo pisarla, Martín se detuvo. – ¡Cuidado, gatito! ¿Hacia dónde vas tan apurado? –dijo la hormiga que arrastraba una araña reseca y fea. –Voy al final del arco iris, donde debo encontrar un tesoro que servirá para salvar la vida a mi dueña. – ¿Y por qué tu collar con dos limones? –preguntó la curiosa hormiga. –Por mi gripe –dijo Martín–; pero mi amiga es quien me interesa. Ella está muy enferma, nadie la cuida, sólo yo; y tengo que... – ¡Qué espíritu tan agradecido eres, lindo gatito! –le dijo la hormiga y le dio la araña–; toma, coge esta araña deliciosa y dásela a tu dueña como un obsequio mío. Martín cogió la araña muerta y con algo de miedo la metió en otro frasco, y volviendo a correr veloz: –Gracias por querer a mi dueña –le dijo–. ¡Así lo haré, señora hormiga! Corría y corría cuando, antes de llegar al final, lo detuvo un caracol: – ¿Adónde vas, gatito? –Dijo el caracol–. ¿No temes caerte del arco iris? Yo nunca había visto a un gato trepar por aquí –Tengo que salvarle la vida a mi dueña. Está muy enferma. – ¡Qué felicidad la tuya, desear ayudar a otros! –le dijo el caracol–.Pues, llevarás un regalo mío a tu dueña. Mira detrás de mí recogerás mi baba seca y melosa, la enrollarás y se la darás con mucho cariño. Martín así lo hizo. Con asco guardó la baba en el último frasco. Y volviendo a correr: –Adiós y gracias, señor caracol –se despidió el gatito–. Le daré su encomienda a mi dueña.
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sta vez le salió una hormiguita. Y no queriendo pisarla, Martín se detuvo. – ¡Cuidado, gatito! ¿Hacia dónde vas tan apurado? –dijo la hormiga que arrastraba una araña reseca y fea. –Voy al final del arco iris, donde debo encontrar un tesoro que servirá para salvar la vida a mi dueña. – ¿Y por qué tu collar con dos limones? –preguntó la curiosa hormiga. –Por mi gripe –dijo Martín–; pero mi amiga es quien me interesa. Ella está muy enferma, nadie la cuida, sólo yo; y tengo que... – ¡Qué espíritu tan agradecido eres, lindo gatito! –le dijo la hormiga y le dio la araña–; toma, coge esta araña deliciosa y dásela a tu dueña como un obsequio mío. Martín cogió la araña muerta y con algo de miedo la metió en otro frasco, y volviendo a correr veloz: –Gracias por querer a mi dueña –le dijo–. ¡Así lo haré, señora hormiga! Corría y corría cuando, antes de llegar al final, lo detuvo un caracol: – ¿Adónde vas, gatito? –Dijo el caracol–. ¿No temes caerte del arco iris? Yo nunca había visto a un gato trepar por aquí –Tengo que salvarle la vida a mi dueña. Está muy enferma. – ¡Qué felicidad la tuya, desear ayudar a otros! –le dijo el caracol–.Pues, llevarás un regalo mío a tu dueña. Mira detrás de mí recogerás mi baba seca y melosa, la enrollarás y se la darás con mucho cariño. Martín así lo hizo. Con asco guardó la baba en el último frasco. Y volviendo a correr: –Adiós y gracias, señor caracol –se despidió el gatito–. Le daré su encomienda a mi dueña.
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orrió entonces donde su dueña. Ella moría de pena y preocupación por él – ¡Martín, mi gatito, has vuelto! –suspiró feliz de volverlo a ver–. ¿Y llegaste al final del arco iris? Martín maulló desdichado. Le mostró lo único, miserable, que traía. Y triste, le dijo: –Nada bueno he podido traerte, mi buena dueña. Sólo estos frascos llenos de cosas... terribles. –Qué importa, mi pequeño amigo –dijo la abuela–; ¡muéstramelos! Y al abrir los pomos, pegaron un sobresalto: El frasco del cuy contenía un queso aromoso y fresco que, al cortarle una tajada volvió inmediatamente a recuperarse, y ¡nunca se agotaba! El frasco del gusano contenía una cadena de perlas y brillantes. El de la arañita, un luminoso prendedor de oro fino. Y el último frasco, el de la baba del caracol, guardaba un maravilloso brebaje contra toda dolencia. ¡Vivirían muchos, muchos años con buena salud! Y esa noche haciendo fiesta, se sentaron al pie de la ventana a contemplar el cielo estrellado. El arco iris esa noche curiosamente rodeaba la luna. Y riendo, Martín descubrió que algún día él podría escribir su historia y contar un increíble cuento. Que es éste.