Los suspiradores

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LOS SUSPIRADORES Milagro García Martínez


Capítulo 1 Capítulo 1: Cafetería Penélope no podía quejarse, no tenía ningún problema y todo en su vida se había resuelto bien. A sus veintiocho años había logrado superar los arduos años universitarios, había conseguido un trabajo decente con un sueldo decente y había podido dejar su casa paterna gracias a la codiciada independencia económica. En conclusión, había cumplido con el plan que se había propuesto años atrás. No era un plan que la llevaría hacia la grandeza, era bastante decente y temiblemente ordinario por no decir mediocre. Tenía que aceptar repentinamente que tenía veintiocho años, treinta para redondear, aunque parecía haber un abismo gigantesco que distaba los veintinueve de los treinta. Solamente ayer había cumplido veinte y hoy se había despertado en el precipicio de la adultez. Simplemente significaba una cosa, que a ella también le iba a pasar, iba a envejecer. Y es que si hubiera seguido cada impulso, durante estos eternos años que habían pasado como un suspiro, estaría menos inquieta y asustada por la impasibilidad con la que sacaba estas conclusiones sin hacer nada al respecto. Cuando quería hacer un resumen mental satisfactorio de todo lo que había hecho durante estos casi treinta años, no recordaba nada, su mente se quedaba completamente en blanco. Volvió a la realidad y fue atacada por la música estridente del boliche y los empujones incesantes de personas que llevaban sus vasos llenos, con la estabilidad de caminar sobre una cuerda floja, una de sus amigas le ofrecía beber de su copa. Para esto la habían traído de vuelta desde el mundo de sus pensamientos acosadores. Negó con la cabeza y sonrió levemente, aunque no tenía ganas de sonreír. Esto había estado haciendo durante los años, miles de boliches como este, millones de canciones de moda que habían llegado y se habían ido, casi treinta años y nada había cambiado. Estaba cansada, quería irse, deseó estar en su cama que la esperaba en su departamento nuevo, deseó estar sola con el sonido del televisor encendido como acompañante. Pero ese momento iba a hacerse esperar, sus amigas bailaban eufóricas y continuaban renovando sus bebidas. Al fin se encendieron algunas luces y la música se tornó más lenta. Buscó salir de allí antes que la multitud la dejase encerrada, más tiempo del


necesario. No cesó su paso hasta alcanzar el aire frío y puro de la calle, se colocó su abrigo velozmente mientras que con la mirada buscaba, entre la multitud agolpada en la vereda, a sus amigas que se acercaban torpemente con sonrisas ebrias. — ¿Podemos irnos ya? ¿Dónde está Sofía?— dijo suspirando con impaciencia y severidad. Tenía frío y los pies la estaban matando, quiso salirse de su cuerpo hasta estar en un taxi camino a casa. — Está allá con unos chicos, está más borracha que nosotras tres juntas. — contestó su otra amiga, la que estaba menos ebria. — ¿Los conoce?— preguntó Penélope estirándose para ver a Sofía, la descubrió sosteniéndose en actitud traviesa, del hombro de un hombre que se encontraba en compañía de otro. —No creo, se están conociendo ahora. — dijo una de sus amigas soltando una carcajada efusiva. — Vayan a traerla, quiero irme y de ninguna manera se va a ir con ellos. — Dejala, está soltera, que se divierta, yo ya no puedo porque me voy a casar. — dijo la que estaba más ebria y de repente su rostro se transfiguró y desató un llanto inconsolable. Sofía las buscó con la vista y levantó desmañadamente los brazos a modo de despedida, para luego marcharse llevada por dos hombres. — ¿Qué hace esta tarada? ¡Se va con esos dos! — exclamó Penélope y caminó raudamente entre la multitud con sus pies adoloridos. Atrás de ella habían quedado sus otras dos amigas consolándose mutuamente. Caminó con premura y fastidio, tomó del brazo a Sofía y la separó de sus nuevos amigos. — Vamos antes de que sea imposible conseguir un taxi. — sentenció firmemente Penélope llevándose a Sofía, sus pasos fueron acompañados por los abucheos de los decepcionados hombres que se habían quedados sin compañía femenina. — Vos sos una buena amiga. — reflexionó Sofía, caminando torpemente junto a Penélope, sin atender su andar, mirándola introspectivamente con una sonrisa. La tarea de conseguir un taxi corrió por parte de Penélope, sus amigas reían con vehemencia en la vereda y declaraban sus intenciones de


prolongar la salida. Sin embargo, en el taxi, el silencio y la tranquilidad no tuvieron lugar. —Joven, joven — dijo una de sus amigas al taxista, éste era muchos años mayor que ellas — ¿sabe dónde podemos conseguir alcohol a esta hora?— el taxista no respondió o lo hizo en un volumen de voz imperceptible opacado por la discusión que se generó en el asiento trasero. — En ningún lado venden alcohol a esta hora…— dijo Penélope de mala gana. — Joven ¿no sabe de una fiesta o algo divertido para hacer ahora?— preguntó otra. — Joven, ni las escuche. — le dijo Penélope al taxista. — Si yo era un fiestero en mi época…— comentó el taxista risueñamente, sus amigas le festejaron el comentario. — Joven, esto es en serio, hace frío y falta el vidrio de la ventanilla. — se quejó Sofía tiritando, el viento helado que entraba por la ventanilla le volaba los pelos y la puso de color azul. — Se me la rompió hoy, no he tenido tiempo para ponerle un plástico o algo…— se le escuchó explicar al taxista. — No voy a aguantar hasta mi casa así. — protestó de nuevo. — Nos bajemos aquí. — declaró Penélope. — Dale, y tomemos un café bien caliente en esa cafetería, está abierta. — señaló una de sus amigas. Las cuatro se bajaron del taxi en medio del inclemente frío de las cinco de la mañana. En la soledad de la calle, había una cafetería abierta a solo un par de cuadras del departamento de Penélope, consideró caminar sola esas dos cuadras, planeó esperar a que sus amigas voltearan para echarse a correr velozmente y poner fin a una noche para el olvido, de todos modos entró a la cafetería y tuvo que admitir que el cálido acogimiento que sintió cuando atravesó la puerta de vidrio, la hizo sentir confortablemente, por primera vez en toda la noche. Las cuatro se ubicaron en una esquina, en un cómodo asiento acolchonado que rodeaba la mesa. — Esto está muy agradable, qué frío hace afuera. — comentó Sofía


sacándose su abrigo, su cuerpo volvía a entrar en calor de a poco. — ¿Venderán alcohol acá? — Miren, desayunos, yo quiero un desayuno. — señaló una de sus amigas mirando la carta. — Dice que los desayunos se sirven desde las ocho de la mañana hasta las once. — explicó Penélope —…Malditas ebrias — murmuró luego, en un sincero tono de broma. Le tomó solo levantar la vista, no había sido su intención mirarlo, estaba justo dentro de su campo visual, había sido cuestión del destino que tomara asiento al lado de Sofía, dejándola en perfecta ubicación para no poder evitar distinguirlo entre los presentes, ancianos leyendo el diario del domingo que acababa de salir a la venta, algunas parejas de edad avanzada, gente resguardándose del frío, pero en un sector un poco más alejado y casi privado había un joven solitario, con la vista clavada en su laptop, con una taza de café y una esencia misteriosa y al mismo tiempo resplandeciente que lo convertía en el ser más interesante de toda la cafetería o del mundo entero para Penélope. Por alguna revelación mística no podía apartar sus ojos de su imagen, no tuvo tiempo en ese instantáneo atisbo para descubrir mucho más que el asombro que sentía después de haberse pasado casi 30 años contemplando caras borrosas y almas vacías. Él no levantó la vista, escribía, leía y tomaba un sorbo de su taza. Mientras Penélope tomaba su café y sus amigas hablaban de temas varios, apostó con ella misma que en algún momento él alzaría la vista hacia ella pero no lo hizo, hasta intentó el poder mental, no obstante, él parecía estar en un universo aparte, en ese aspecto, se sintió identificada. Se preguntó que estaría escribiendo, probablemente chateando con su novia que estaba lejos. No, se veía muy serio, estaba trabajando. Al cabo de una hora, una de sus amigas bostezó dando pie a otra a pedir la cuenta. Penélope lamentó irse, aún no comprendía lo que se había desencadenado en ella con solo verlo, solamente sabía que no quería irse, le sorprendió que había pasado una hora entera prácticamente inadvertida, mientras ella había navegado en los vientos nuevos que no llegaban a ser tan fuertes como para traerle su perfume, pero definitivamente su imagen era suficiente. Aún al marcharse dandole la espalda, advirtió que llevaba con ella esa sensación. Se sentía flotar y se fue flotando a casa, respondiendo a sus amigas solamente con sonrisas, despidiéndose de ellas con presencia solo


física y ausencia de todo lo demás. Recapacitaba sobre cómo su simple forma de sentarse y escribir o el movimiento leve de sus labios al leer lo que escribía o sus manos sosteniendo distraídamente la taza, la tenían abstraída pensando en él, mientras se cepillaba los dientes, se lavaba la cara y se ponía sus cremas. Pero qué era lo que tanto le había llamado la atención en él, su belleza física, sus ojos, su pelo despreocupadamente rizado, su actitud, su soledad, el hecho de estar trabajando en lugar de estar ebrio en alguna fiesta o con mujeres, era una sumatoria de elementos que le causaban fascinación. Y más allá de la curiosidad, era su propio asombro lo que más le impresionaba, y además, esta gratificante sensación de algo nuevo, algo único y junto con todo eso, algo importante, esperanza. Pasó el domingo en completa e intencional soledad, apagó su celular, tardó más de dos horas en decidir levantarse de la cama, no necesitó encender el televisor, le bastaron las imágenes de él para entretener su mente. Durante la siesta encendió su computadora y puso música, las más bellas melodías armonizaban con él. Como en cámara lenta repasaba las imágenes de él rascándose la cabeza, estirándose después de mucho escribir y bostezando un par de veces. “Ok, ya basta” se dijo de repente, cuando comprendió que no podía vivir para siempre en la luna y aunque se sentía en estado de gracia, era una pérdida de tiempo y ella sí que había perdido su tiempo anteriormente, en ese ininterrumpido desfile de malas experiencias de las que ya había aprendido y no tenía intenciones de repetir, ni recordándolas ni regocijándose en su decepción. Apagó la música y se puso a hacer algo útil como limpiar el departamento y volver a comunicarse con el resto del mundo, simplemente al encender el televisor y su celular. El despertador sonó a las ocho de la mañana y ahí venía esa miserable suplica diaria por seguir durmiendo un poco más, las infaltables conjeturas sobre qué sucedería si continuaba durmiendo, si ignoraba al despertador y su espantoso sonido, y si ignoraba las consecuencias de faltar a la oficina. Como ella era responsable, se levantó haciendo un gran esfuerzo, preguntándose si despertar temprano era tan espantoso para todos, como lo era para ella. Ya estaba despierta, se lavó la cara, se cepilló los dientes, se maquilló, se vistió y salió lista para vivir una jornada más de rutina, monotonía, aburrimiento y calvario, todos sinónimos de sentarse frente a una


computadora durante ocho horas al día. Se acordó del joven pero con menos entusiasmo, es que a esa hora todo parecía menos fascinante. De todas maneras hizo un cambio en su trayecto, esto era una clara evidencia de que algo se había modificado en ella. Decidió, sin ningún motivo justificado, pasar por la cafetería. Sonrió por primera vez en el día por lo ridículo que le pareció pensar “es muy probable que él esté todavía sentado ahí”. Sintió una triste nostalgia porque observar desde la vereda su asiento vacío sería decepcionante. Cambiaría el último recuerdo que tenía de él por éste nuevo de ella parada patéticamente frente a la vidriera, vislumbrando su ausencia. Pero su corazón dio un tumbo cuando verificó que su triste predicción era incorrecta porque él estaba efectivamente sentado en el mismo lugar con su laptop, su taza de café, su suéter azul, su cabello despeinado, su seriedad y su mística, tan intactas como la primera vez que lo había visto. No tuvo miedo de ser vista a través del vidrio, sabía que él no se desconcentraba ni por un segundo, caminó hacia él pero desde afuera, solamente los separaba el cristal, aun así él no la miró, ella dibujó una genuina sonrisa de satisfacción y regocijo. Inmediatamente retomó su rumbo, se marchaba hacia su trabajo con exultante sonrisa, aunque estuvo quince minutos sin poder cruzar la calle debido al tránsito, no podía quitar esa mueca de alegría. Cumplió su deber del día con entusiasmo porque sabía que él estaba en la cafetería y ella intentaría estar igual de concentrada que él. Se le ocurrió pasar de nuevo al salir de la oficina, así podría entrar a la cafetería y como quien no quiere la cosa, se sentaría en la mesa que estaba frente a la de él y esta vez haría lo imposible para que él la mirara, si debía hablarle, le hablaría, aunque sea ella la que tenga que dar el primer paso. A una cuadra de la cafetería, el corazón le latía tan fuerte que no podía respirar, se paró simulando ver una vidriera hasta recuperarse. Abrió la puerta, puso el primer pie adentro, su corazón se había descontrolado otra vez. Miró disimuladamente hacia el sitio donde él se sentaba habitualmente, no estaba, miró alrededor, tampoco estaba sentado en otro sitio. Se marchó de inmediato, su corazón se fue apaciguando con la decepción y los planes que se deshicieron en el aire,


mientras emprendía la vuelta a casa. Pero ése no fue el fin del asunto. Al día siguiente antes del trabajo, pasó de nuevo por la cafetería y nuevamente lo encontró en su lugar acostumbrado con todas sus pertenencias mencionadas anteriormente, incluido su suéter azul y por supuesto su despeinado pelo castaño claro rizado. Entonces ya podía ir armando un cuadro sinóptico con los horarios en los que el joven visitaba la cafetería, es decir, todas las mañanas de lunes a viernes y los fines de semanas a la madrugada, seguramente vivía cerca, pero aún no se había vuelto tan loca como para faltar al trabajo y espiarlo disfrazada de arbusto. El viernes a la noche debía asistir al cumpleaños de una de sus amigas en un bar muy concurrido. Como en todas sus salidas nocturnas, Penélope le puso esmero a su aspecto, no lo hacía para llamar la atención de nadie, sino porque embellecerse a sí misma era su forma de acercarse al arte. Satisfecha con el resultado que le devolvía el espejo de cuerpo entero, se puso su abrigo y se marchó. Penélope trajo consigo buena disposición y una sonrisa para compartir con sus tres mejores amigas y los veinte invitados, amistades de la festejada de distintos ámbitos, que aunque sentados todos juntos en una mesa larga, no fueron invitados a compartir las conversaciones más íntimas del grupo de cuatro, que solo ellas eran capaces de entender. Por dos horas, Penélope disfrutó de la conversación y hasta se rió a carcajadas un par de veces. Cuando la mayor parte de la gente se hubo marchado y la mesa larga quedó repleta de copas y botellas vacías, se pusieron serias por un momento. — ¿Vamos a la fiesta de mi compañera de trabajo? Me dijo que lleve a quien yo quiera, algunos se fueron para allá. — propuso la que cumplía años, rompiendo el silencio repentino. — Yo estoy muy cansada, vayan ustedes. — se excusó Penélope. — Si vamos le tengo que avisar a mi novio que no me venga a buscar — dijo otra de sus amigas sacando el celular de su cartera. — ¡Vamos, sino me lo voy a tener que aguantar hablándome y no tengo ganas, quiero mover el esqueleto hasta el amanecer! — ¿Es este el novio con el que estás por casarte o es otro?— musitó Penélope, arrepintiéndose en el acto, había expulsado una erupción de sinceridad, había pensado en voz alta y lo peor de todo, cínicamente, provocando un momento de estupor general. El rostro de la aludida se


transfiguró en una serie de gestos entre ofuscamiento y enfado. — ¿Qué querés decir con eso?— dijo al fin, después de tartamudear por un instante, estaba ofendida. Penélope decidió no acobardarse. — Nada, que vas a tener que aguantar que te hable por una eternidad si te casás con él. — Hace 8 años que estamos juntos, las relaciones se desgastan ¿Qué sabés vos de eso?— dijo luego en un tono de disgusto que iba en aumento. — Sé que no me casaría con alguien que no aguanto. — rebatió Penélope, las otras dos miraban a una y a la otra como en un partido de tenis, Penélope iba ganando. — No podes esperar que después de 8 años las cosas sean iguales que al principio, llega un momento en la vida en la que uno tiene que casarse y tener hijos. — dijo luego de que su rostro enfadado se tornó más sereno y reflexivo. — Uno no tiene que hacer nada. — dijo Penélope con absoluta firmeza pero suavizando también su expresión, pues entendió que había dado con el meollo del asunto, había dejado a su amiga sin habla por unos segundos, pero esta vez no estaba enojándose sino pensando. — ¿Y empezar ahora todo de nuevo? ¿Y si no hay nadie más que él para mí y lo pierdo?— se animó a sincerarse, para sorpresa de todas. — ¿Sería tan fatal ser soltera?— dijo Penélope con plena confianza en la sabiduría de sus palabras, su amiga dibujó una expresión de horror en su compungido rostro. — ¿Ustedes también piensan que no me debería casar?— dijo ahora buscando el apoyo de las otras dos, que no habían pronunciado palabra. — Nadie piensa que no te deberías casar, Penélope trata de hacerte tomar consciencia de que las cosas que decís a veces… dan la impresión de que no te querés casar, está en vos que lo hagás o no, solamente lo sabés vos. — respondió una de ellas. — Yo pienso que deberías casarte, yo ya me compré el vestido. — dijo Sofía, mitad en broma, mitad en serio. Penélope se sintió liberada, había dicho lo que deseaba desde hacía un largo tiempo, muy pocas veces podía darse con este gusto sin ser malinterpretada, era satisfactorio decir lo que para ella era la verdad, enterrada bajo miles de capas de hipocresía y superficialidad. Para


Penélope, el hecho de mentirse a uno mismo era la peor de las traiciones. Había abierto las rejas que apresaban la verdad y todo había salido bien, podía volver a casa satisfecha, viendo a sus amigas partir en otro taxi hacia la fiesta que le desinteresaba completamente. Miraba por la ventanilla empañada, recordando las palabras de su amiga sobre empezar de nuevo, sobre el deber de casarse y el espanto que representaba para la gran mayoría de las mujeres ser soltera “¿Qué puede tener de malo ser la dueña de cada instante de mi vida, tener estos momentos, en los que ninguna voz interrumpe mis reflexiones, sólo depender de mí? Si pudiera inventar una definición de la palabra libertad ésta sería: ser yo a pesar del mundo” pensó Penélope y luego cambio la sonrisa de emoción provocada por sus propios pensamientos, se puso seria y recordó que ni su familia, ni sus amigas la comprendían en este aspecto y precisamente por eso se sentía relegada la mayor parte del tiempo. Pasaba por la cafetería en ese momento, volvió en sí y le pidió al taxista que parase, se sorprendió cuando su boca dio una orden de la cual su cerebro no sabía nada, de todos modos se bajó del taxi y caminó hasta la puerta de vidrio. Entró a la cafetería y observó, él estaba en su lugar con algo nuevo, una bufanda roja. Penélope, que ya venía con la sensación de triunfo, sonrió con plena confianza de que ésta sería la noche que había estado esperando toda su vida. Capítulo 2: Él De pie junto a la puerta de vidrio, Penélope trató de armar un plan improvisado pero efectivo, debía tomar la importante decisión de sentarse en el lugar correcto, pero desafortunadamente, no había muchas opciones, el lugar estaba prácticamente repleto. La mesa ubicada justo en frente de él estaba ocupada por un anciano y su libro. Cerca de él, vislumbro una pequeña mesa con un par de sillas que el resto había despreciado, caminó firmemente y se sentó tomándose el tiempo para acomodarse bien, sacarse el abrigo con elegancia por si él estaba mirándola, sentarse muy derecha y tomar la carta para simular que la veía, no debía mirarlo aún. Ahora que ya estaba sentada, se dio cuenta que si no abría la boca para respirar iba a caer al suelo desmayada, le faltaba el aire y tenía fuertes palpitaciones. Antes de mirarlo de reojo debía normalizarse, respirar calmadamente y hacer que su corazón se estabilice. Disimulando con la carta en las manos lo miró velozmente, fue impactante, estaba muy cerca de él, aun así no la miró, ni pareció notar


su existencia. Bueno, esto no era nuevo, pediría un capuchino y jugaría con la taza hasta que él decida darse cuenta de su presencia. — ¡Un capuchino! — dijo Penélope a la mesera cuando esta le tomó el pedido, lo había dicho en un volumen más elevado de lo normal, casi como un grito, había querido decir “¡estoy acá, mirame, estoy acá!” A Penélope le quedó sonando el pedido del capuchino tontamente fuerte, se sonrojó aunque él no había modificado su impasibilidad. Esperando que le trajeran el capuchino, empezó a romper en pedacitos las servilletas acomodadas prolijamente en un servilletero. Reconoció la canción que sonaba, Baby I love your way, la original de los 70’s. Se puso a cantarla mientras hacía papel picado y lo miraba trabajar, sin recelo alguno. La mesera le sirvió su capuchino y cuando pasó por la mesa de él le recogió la taza de café vacía y le preguntó si quería otra, con una sonrisa coqueta. Penélope se preparó para no perderse el momento en que por primera vez lo vería interactuar con otro ser vivo y si paraba bien la oreja escucharía su voz. Él elevó su mirada dejando la laptop por un segundo y sonriendo amablemente le contestó “Sí, muchas gracias” con una voz que le pareció hermosa, digna de su imagen, suave, masculina y joven. Después volvió a su faena. Penélope le puso azúcar a su capuchino con total fascinación por lo que acababa de presenciar. Aunque se sentía en armonía por el solo hecho de estar a pocos de metros de él, se bebió hasta la última gota del capuchino sin que él le dedicara al menos una mirada indiferente. “Para llamar su atención, debería renunciar a mi trabajo y ser mesera de esta cafetería, solo así reconocería mi existencia, me hablaría y hasta me sonreiría” pensó Penélope un poco desanimada, habían pasado ya dos horas. “O podría convertirme en una laptop, en una silla, en una taza de café” suspiró después de este nuevo pensamiento decepcionante y decidió que después de tanto alboroto solo había perdido el tiempo y era hora de abortar esta delirante y patética misión y volver a casa. Iría al baño antes de marcharse, por la cantidad de líquido que había ingerido sin necesidad, y para verificar su aspecto. Por lo menos se vía bien reflejada en el espejo del minúsculo baño de damas, en vano porque él no la había mirado jamás. Salió del baño y su último pensamiento de protesta fue arrancado de su mente con violencia, como el último pensamiento que se tiene antes de tropezar y caer.


Sucedió en el pasillo que conducía al baño, Penélope levantó la vista y se lo encontró de frente. Lo primero fue una sensación, luego olores indescriptibles, después colores, luces, su corazón desbocándose, sus sentidos completamente fuera de sí, mareados y abrumados por tanto, demasiado para un solo instante. Él caminaba hacia el baño de hombres, era un poco más alto que ella, por los tacos, casi de su misma altura, su pelo y su piel eran celestiales, aún más de lo que parecía de lejos y finalmente sus ojos, que apuntaron a ella en una milésima de segundo, sus ojos eran azules y aún más hermoso fue que apuntaban a ella ¿Sus ojos eran así siempre, miraban así todo con esa intensidad demencial o solo a ella? Él siguió su camino, ella se detuvo en el pasillo tratando de recuperar el aliento y calmar a su impresionable corazón. Volvió a su mesa, se quedaría hasta que él salga del baño. Todavía no lograba pensar con claridad, su mente insistía en proyectarle la imagen de sus ojos atravesándola. Lástima que había sido tan corto y repentino. “Esta noche no va a pasar nada más, no me va a hablar, va a volver a sentarse con su laptop y yo voy a parecer una idiota jugando con las servilletas y los sobrecitos de azúcar. No, él ya me vio, ahora me toca a mí ser la misteriosa, me voy a ir y voy a volver mañana con un libro y así voy a poder pasarme toda la noche esperando, si es necesario” pensó, cuando logró despejar su mente. Así se marchó, llevándose consigo sus ojos azules. Ella se había reflejado en sus ojos, en esos ojos tan gloriosos. Primera interacción con el ser más especial del mundo y efectivamente estaba envuelta en el delirio y no había lugar para ningún otro pensamiento, aún sentía la emoción que la había embargado, nadaba en esa emoción. Se acostó a dormir y lo último antes de cerrar los ojos fueron los suyos, azules e intensos. Amaneció con alegría, horas más tarde se preguntaba si era buena idea aparecerse en la cafetería otra vez, claramente era una locura desencadenada por el encanto de alguien a quien ni siquiera conocía. ¿Cuánto se puede saber de alguien con solo mirarlo a los ojos, con mirarlo de lejos? ¿No está en esos detalles la esencia de cada uno, todo lo demás es fingido, parte del comportamiento civilizado, falsedad? De ser así ella ya sabía todo acerca de él, no necesitaba saber sobre su familia y pasado, esas son cosas que no dependen de uno, él no era ni su familia, ni su infancia, ni su pasado, él era esto, lo que veía en la cafetería, él era esos ojos intensos, el brillo de un ángel, el misterio de un artista, la actitud de un sabio. “Dios mío, me estoy volviendo loca y es precisamente lo que no quería” se dijo en voz alta en la soledad de su departamento, tomándose


la cabeza con ambas manos. Para subsistir la siesta eligió una película, se preparó un refrigerio y se acomodó en el sillón, cubierta con una colcha y con la calefacción encendida, en su balcón se asomaba una ola polar que se extendía por todo el país. La película comenzó pero quince minutos después no tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo en la trama, tuvo que volver muchas veces atrás hasta que desistió y dejó de verla, estaba en la luna, pero en la luna de la felicidad, tenía una sonrisa constante en el rostro. Aún no había decidido si iría a la cafetería, tenía sus dudas y sospechas acerca de estar desquiciándose, siempre había rechazado el comportamiento irracional, principalmente de su parte. Y además estaba eso del destino, no debía entorpecer al destino. Si debía conocerlo lo haría, algún día, en treinta años o en su lecho de muerte… No, lo del destino era deprimente, además están los que dicen que a su destino lo crea uno mismo, el problema radicaba en cuántas ganas tenía de arriesgarse a quedar como una idiota. Actuar o no actuar, debía poner a ambas en una balanza con sus pros y contras. Ya había llegado a la conclusión de que no iría esa noche a la cafetería, después de un extenso análisis de la situación. Había imaginado los posibles desenlaces y sus consecuencias, había consultado Internet y lanzado una moneda varias veces, no obstante, después de cenar, estaba acostada en su cama viendo televisión, tal vez porque no había nada bueno en la programación o porque el destino lo tenía planeado pero dio un salto de la cama y revolvió su guardarropa hasta encontrar algo lindo, adecuado y que resaltara su belleza sin dejar de ser casual. Se maquilló de manera más sobria que la noche anterior y se tardó un rato más en elegir el libro, debía ser entretenido e inteligente. Se llevó uno que ya había leído, debía recordar ir a la casa de sus padres a buscar más o a una librería y comenzar su propia biblioteca. Esta idea la entusiasmó. Ahora caminaba hacia la cafetería, todavía tenía dos cuadras para arrepentirse. Simplemente haría una cosa a la vez, ahora le tocaba caminar. Entró a la cafetería, primera observación general, él no estaba, fue una desilusión increíble, se tardó un par de segundo en resolver que lo mejor era sentarse un rato, para no quedar en evidencia al entrar y salir, además debía dar un poco de uso al maquillaje, perfume y vestuario, al que le había puesto tanto cuidado.


Siempre había sentido lastima por la gente que se sentaba en lugares solos, era como pretender sentirse en casa en un lugar público, como tener una sala de estar a la vista de todo el mundo, no era confortable estar sentada en una cafetería y era inmensamente aburrido estar sola. Definitivamente, era mejor que estar en un boliche o en una fiesta atiborrada de personas ebrias y poco interesantes. “Bueno, voy a pedir un jugo de naranja y lo tomaré lentamente mientras leo este libro y después me voy, mejor que no esté, para que quede claro que no lo estoy siguiendo” pensó resignándose convincentemente a la decepción. Algunas personas entraban y salían, Penélope se había sentado de espaldas a la puerta, estratégicamente mirando hacia el lugar de él, por lo tanto, no podía saciar su curiosidad por ver si él entraba. Su lugar estaba vacío, probablemente se lo reservaban, de ser así significaba que en cualquier momento podía llegar. Un anciano se sentó en la mesa frente a ella, tenía como ochenta años, es decir que había nacido en 1930, trató de imaginarlo joven, con un atuendo de los años 50’s, bailando con el rock que estaba naciendo, manejando autos como el Ford Falcon, con ideas e inquietudes jóvenes. Ahora era un hombre viejo, que pensaba y decía cosas de viejos. ¿Cómo es la transición hacia la vejez, es esa transición obligatoria, podemos evitarla, retroceder o dar un paso al costado y quedar atrapados en una edad inventada o todos vamos a parar ahí como las vacas al matadero? Si tenía suerte y sobrevivía a los años venideros, a ella también le pasaría. Tal vez no, tal vez ella iba a ser el único caso en el mundo. No, la decrepitud del hombre comienza con la misma concepción, el crecimiento es, en realidad, un camino irremediable e ininterrumpido hacia la mismísima muerte. “En mi futuro solo me espera envejecer, nunca más voy a ser más joven de lo que soy ahora y sin embargo no añoro los años pasados, es el ahora lo que me preocupa pero ¿con qué llenar el presente para no arrepentirme en el futuro? no puedo encontrar algo lo suficientemente emocionante, tal vez yo sea de esas personas que disfrutan más la vejez que la juventud”, reflexionó durante unos minutos. Estaba más envuelta que nunca en sus pensamientos cuando alguien entró a la cafetería y pasó por su lado, lo miró sin querer, era él, había llegado. Tuvo que sacudirse para volver en sí. Llevaba un abrigo largo, anticuado y una mochila con la laptop, además tenía una gorra tipo boina, un detalle nuevo. Se sentó en su sitio habitual, antes se sacó el abrigo, traía un suéter color verde oscuro y una bufanda azul. Armó su escritorio, enchufó su laptop y se acomodó para comenzar su jornada laboral. Penélope lo miraba con una fascinación involuntaria,


mientras ignoraba a su corazón a punto de salírsele del pecho, por la hermosa sorpresa que había interrumpido sus pensamientos. Se dio cuenta que sonreía como idiota, se dio cuenta que él la miraba de repente, parecía buscar en su mente las palabras para continuar su trabajo, pensaba mirándola a ella, intensa y fijamente. Ésta vez no era casualidad, en su mirada no había ni una pizca de indiferencia, la intencionalidad en sus ojos era a la vez atrevida y cohibida. Ahora ella lo observaba confundida ¿qué buscaba él mirándola así? claramente ya había sido descubierto ¿Acaso pensaba mirarla así y después seguir con lo suyo como si nada? Él volvió a su laptop, ella retornó a su libro. Obviamente la había reconocido del día anterior y qué lindo se veía su pelo, su bello facial estaba un centímetro más largo y le favorecía, la expresión de su cara al mirarla, era más bella que su sonrisa a la mesera. Deseaba con todas sus fuerzas escuchar su dulce voz hablándole a ella. Pero había decidido que se haría la indiferente para preservarse un poco. A ver cuánto tiempo mantenía sus ojos en el libro, cuánto aguantaba antes de mirarlo de nuevo. Suspiró al imaginar que volvería a su departamento solitario, para no hacer más que recordarlo. Lo miró de reojo, él la estaba mirando, inmediatamente él volvió la vista a la pantalla de su laptop y sonrió de forma tan bonita que Penélope se conmovió, la había tomado inadvertida y se ruborizó, desvió la mirada pero no por mucho tiempo. Sin ni siquiera mover sus cabezas, sólo sus ojos, se pasaron gran parte de la noche que se convertía en madrugada, mirándose con el rabillo del ojo. “Él no va a hacer nada más que quedarse ahí mirándome, debería irme ya mismo para que aprenda la lección, pero si me voy ahora no voy a liberarme de él nunca más, menos aún después de tantas hermosas miradas que me dedicó, si no fuese tan encantador…” pensó Penélope a las tres de la mañana, habían pasado cuatro horas en el paraíso del flirteo, pero ella se sentía tan ansiosa que necesitaba que alguien de el primer paso. Recordó una conversación que había tenido con Sofía. Su amiga se quejaba porque no le gustaba nadie y cuando le presentaban a alguien o le arreglaban salidas a ciegas, algo que Penélope no aceptaría ni muerta, siempre volvía decepcionada. Amabas habían coincidido en que no era nada fácil encontrar a alguien, es más, las posibilidades eran muy reducidas, teniendo en cuenta que el destino debía conspirar con el universo, el mundo mágico y el mundo real debían hacer conexión en un instante suspendido en el tiempo, provocando un cortocircuito, entonces, el mundo sale de su órbita, los planetas se alinean, nace una estrella, un ángel recibe sus alas y una osa


panda concibe. Por lo menos así era para Penélope. Pensado en ello, supo que sería imperdonable marcharse sin hablar con él, necesitaba saber a qué se debía tanto alboroto, por qué su corazón decidía volverse loco por él, quería desilusionarse para volver a ser ella, una persona normal, con sus pensamientos tormentosos y su hartazgo por la vida cotidiana y el temor que le causaba la idea de alejarse de la rutina, con la que se sentía a salvo. Cuánto había deseado dejar su hogar familiar lleno de recuerdos de la infancia y adolescencia, el día de la mudanza y los meses subsiguientes había llorado sin consuelo hasta que aprendió a sentir el calor del hogar en su departamento. Está bien, daría el primer paso, perdía así el respeto por sí misma y la dignidad, con tal de resolver este misterio, pero ¿Qué podía decirle o preguntarle que parezca espontáneo? A las 5 de la mañana, se dio por vencida, estaba cansada y triste porque sabía que al marcharse ya no volvería y esta historia quedaría inconclusa. Curiosamente, la cafetería se despobló para esa hora quedando prácticamente solos, sin contar a las meseras y demás empleados. Penélope se debatía cómo pasaría por su lado para ir al baño antes de marcharse, en ese momento los ojos de él apuntaron a ella, en realidad apuntaban al libro que sostenía en sus manos. — ¿Qué estás leyendo?— preguntó él desde su mesa, moviendo sus magníficos labios, dejando salir de ellos el milagroso sonido de su voz, permitiendo la comunicación tan anhelada por Penélope. Ella lo miró perpleja por un segundo hasta cerciorarse que no lo estaba imaginando y dándose tiempo para recuperar el habla. No estaba segura con respecto a su voz por lo que levantó el libro para mostrarle la tapa, estaban lo suficientemente cerca como para poder leer el título. — Ah, es muy bueno, veo que te tiene atrapada. — dijo él con una sonrisa amable, ella le respondió la sonrisa, mientras elogiaba mentalmente su voz. — ¿Estás trabajando?— le preguntó ella, para prolongar la conversación, estaba emocionada, pero debía esforzarse para actuar naturalmente. — Sí, escribo una novela. — contestó él develando parte del misterio. — ¿En serio? ¿Sobre qué?— continuó ella dejando el libro aparte. — Es complicado resumirlo, pero te prometo que en cuanto logre publicarlo te regalo una copia. — estaba bromeando pero Penélope se


emocionó con su respuesta. — Me encantaría, me gusta mucho leer. — Ya veo, me preguntaba por qué una chica como vos, estaría un sábado en la noche leyendo un libro, en una cafetería hasta las cinco de la mañana. — dijo él, ella se sonrojó. — ¿Una chica como yo? ¿Te doy la impresión de no saber leer? — No — dijo él dibujando una impactante sonrisa — Es que hace mucho que vengo a esta cafetería a escribir y nunca había visto a una linda chica sentarse sola, toda la noche. — “me llamó linda chica” pensó Penélope emocionada sin inmutarse por fuera. — ¿Cuál es tu excusa para venir todos los días a escribir en publico?— dijo ella tratando de contraatacar. — Es una larga y aburrida historia. — respondió él y volvió a su trabajo. — Podrías resumirla y hacerla más divertida, si sos escritor... — dijo ella, no podían terminar la conversación sin que intercambiaran nombres y números de teléfono. — Durante la noche estoy más inspirado y trato de aprovechar todo el tiempo que tengo para terminar lo antes posible. Además, necesito la electricidad para usar la laptop. — explicó con una amplia sonrisa, mirando la pantalla de su computadora. — Ah, para ahorrar en la boleta de luz. — observó ella. — No, no tengo electricidad y la historia de por qué no tengo electricidad es muy larga y complicada. — ¿No pagaste y te la cortaron? — No pagué porque decidí que no la quería y me la cortaron. — respondió él. — Pero sí necesitás electricidad, no entiendo. — refutó ella. — Es complicado. — dijo levantando la vista hacia ella, manteniendo siempre el tono amable. — Ahora tengo curiosidad por saber. — dijo ella, no permitiría que esta conversación llegase a su fin.


— Vivo de manera muy poco convencional actualmente. Para poder dedicarme a escribir, resigné todo menos la comida. — dijo él dejando definitivamente su trabajo para responderle. Un grupo de personas ingresó a la cafetería generando tumulto, cortando el ambiente intimo que se había generado entre los dos. Ahora todo volvía a ser como antes de que él hablase, el momento se iba con cada exclamación de los recién llegados. Penélope los miró con desilusión, luego lo miró a él tratando de aferrarse a la conversación que ya había llegado a su fin. — ¿Cómo va tu escritura?— preguntó ella desde su lugar. Él hizo un gesto de no escuchar bien y la invitó a su mesa, con un movimiento de su mano, indicándole la silla junto a él. Ella fingió vacilar al respecto pero por dentro daba saltos de alegría, tomó lenta y altaneramente su cartera, su abrigo y su libro y se sentó con timidez en la silla. Intentó lucir normal y ocultar que su corazón latía muy rápido, que se sentía débil y que no podía respirar, porque ahora lo tenía tan cerca, que podía sentir su aroma único y el calorcito que emanaba de él. “Me estoy por desmayar, ya es un hecho” pensó angustiosamente mientras su semblante alternaba entre extrema palidez y sonrojo. Él había dejado de lado la computadora para dedicarle un momento a ella, un momento maravilloso que atesoraría por siempre y que deseaba que nunca, nunca termine. Cuando la miró a los ojos para hablarle, Penélope quedó irremediablemente hipnotizada por sus ojos azules, que de cerca se veían más profundos aún. Pero más allá de tantas deficiencias fisiológicas que estaba experimentando, había un sentimiento en el centro de su pecho de absoluta felicidad, que ella reconoció rápidamente y se estremeció. — ¿Qué decías?— repreguntó él. — Que cómo va tu escritura. — repitió ella y se dispuso a apreciar su rostro enmarcado por su hermoso y desgreñado pelo. — Bien, por ahora — contestó él, se veía reacio a hablar sobre su novela, ella resolvió no insistir en el tema para no incomodarlo — ¿Y vos? Nunca me explicaste que hacés acá— dijo él casi de inmediato. — No sé, quería hacer algo diferente por una noche.


— Pero yo te he visto ayer. — dijo él con una sonrisa contagiosa. — ¿Me has visto?— dijo ella con un gesto que la delataba completamente, estaba en medio de una ensoñación, había entrado en trance, sólo sonreía como una idiota y lo miraba como si en el mundo no hubiese nada más bello que él. — Sí ¿vos no me has visto a mí?— continuó él, como si el temblor en extremidades y el tartamudeo no lo afectaran como a Penélope. Evitó responder, movió los hombros y desvió la mirada. Ella estaba cayendo muy rápido en sus garras seductoras y misteriosas, estaba quedando en evidencia mientras él sonreía plácidamente como si nada. Necesitaba tan solo una señal para sentirse segura, para dejar de considerar al silencio, que podía ser beneficioso, como un enemigo que los podía separar. Si sentados tan cerca podían cobijarse en la falta de palabras, para que con miradas hable la emoción de estar uno en los ojos del otro, entonces, Penélope estaría en el cielo. “Podría apreciar su imperfecto rostro hasta el fin de los tiempos” pensó ella, mientras tenía su mirada clavada. “Por favor que esta magia funcione también viceversa, es muy fina la línea que separa la felicidad más grande de la más agónica de las tristezas” pensó luego evitando mirarlo. — ¿Cómo te llamás?— preguntó él, ella recordó que no sabía ni su nombre. — Penélope — respondió con entusiasmo — ¿Vos? — Julián — contestó, ella se atrevió a mirarlo a los ojos pero los desvió inmediatamente al comprender que si no lo hacía iba a perder. “Demostrame que es mutuo o voy a tener que irme” pensó ella con desesperación, pero él continuaba siendo irresistible sin intención, sin mostrar vulnerabilidad o nerviosismo. — Me voy a ir, ya es muy tarde. Te dejo seguir con tu escritura. — dijo ella tomándose demasiado tiempo para levantarse de la silla y tomar sus pertenencias. Éste era el momento en que él debía impedir que se marchara o concretar un nuevo encuentro, si no lo hacía, definitivamente debía olvidarse de él. — Ah, bueno, buena suerte. — dijo él y acomodó su computadora en frente de sus ojos para seguir trabajando, se había sorprendido por lo pronto que ella había decidido marcharse. — Buena suerte para vos también. — dijo ella ofendida pero sin


demostrarlo, eso de desearse buena suerte sonaba a “hasta nunca”. Empezó a caminar hacia la puerta. Al menos lo había intentado, no se quedaba con la duda, pero su corazón se había entristecido ni bien se alejó de él, mientras se marchaba, comenzó a extrañarlo. Tuvo la oportunidad de experimentar el contraste inmediato entre el cálido gozo y el frío inminente de ir en dirección contraria a sus deseos. Se detuvo, regresó directamente a su mesa y se paró firmemente frente a él. Julián la miró sorprendido. — ¿Cuál es tu gran problema? ¿Cuál es tu “inconvencionalidad”? — preguntó ella, él estaba mudo, mirándola con los ojos bien abiertos — Como si yo fuera la “convencionalidad” en persona. — Vos sos el modelo perfecto de lo convencional, de lo que está bien. Mirate, sos prácticamente perfecta. Tu vida debe ser perfecta. — dijo él sin perder la amabilidad. Ella se rió a carcajadas recordando cuantas veces se había sentido fuera de sitio. — No sabés nada de mí, las apariencias engañan. —Cuando te vi por primera vez, me imaginé que tenías un buen trabajo, un lindo departamento, una familia grande, un noviazgo de hace años apunto de convertirse en matrimonio, un amplio guardarropa… mi tipo opuesto de mujer. — ¿Por qué, que tiene de malo ser así? — Las mujeres así no ven a los hombres, ven estilos de vida, ven sus autos, sus trabajos, sus casas, ven al padre de sus hijos. En definitiva, ven una inversión a futuro ¿Cuál es la diferencia entre esas mujeres y los insectos que después de aparearse se comen al macho? — ¿Entonces, tuviste una mala experiencia? — No, es que no tengo nada para ofrecer, nada. Apenas existo. Te vi y sos tan hermosa que no puedo ni soñar…— dijo él, en un tono tan apasionado que Penélope sintió la anhelada oleada de felicidad que la revindicaba ante ese costado suyo tan inseguro. Empezó a sentirse cómoda, iban empatando, pero si ella se hacía un poco la indiferente, ganaba. Julián se calló y bajó la mirada demostrando vulnerabilidad, haciendo sonar las campanas y satisfaciendo las elucubraciones de Penélope. — Primero, yo no soy así, esa que describiste. Segundo, las mujeres tienen que ser así porque cuando se liberaron de la opresión machista se condenaron a tener que ser exitosas y económicamente independientes, realizarse laboralmente antes de los treinta, sin olvidar que hasta esa


edad, además de triunfar en su carrera, deben encontrar al amor de su vida con el cual quieren pasar el resto de sus días, alguien que sea igual de exitoso o más para que no se sienta intimidado por ellas. A los treinta, tienen que estar casadas y tener rápidamente a su primer hijo antes de que sus ovarios viejos le quiten el gozo de realizarse en la vida, deben tener al bebé mientras trabajan, cuidan su cuerpo con gimnasia tres veces a la semana, cuidan su piel y tienen el pelo perfecto. Deben tener por lo menos dos hijos, deben dirigir la casa y saber todo lo que pasa en ella, saber todo sobre sus hijos y mantener feliz a su marido. Y los pobres hombres, tienen que tener un trabajo, un trabajo en el que les pagan mucho más que a cualquier mujer que debería estar lavando los platos. — Sentate un rato. — dijo él señalándole la silla, ella se sentó velozmente para evitar entrar en el cuestionamiento de que obedecerlo, sin poner objeción alguna, era inconveniente. — Nada ha cambiado desde la época de nuestras madres, todavía el mayor reto para una mujer es encontrar marido, no es suficiente con la carrera que no ejercerá porque debe cumplir con los estándares. Alguien debería quitar del ciclo de la vida al matrimonio porque no es inevitable como nacer, crecer y morir. — ¿Qué querés hacer vos?— preguntó él interesado en el tema. — No sé… — ¿Sos feliz?— la interrumpió, ella lo miró pensando si debía contestar con sinceridad. — A veces — contestó con sinceridad. — ¿Cuándo? — Cuando duermo hasta el mediodía, cuando como algo que me gusta, cuando estoy completamente sola y puedo planear mi día para no hacer nada en absoluto, cuando veo una película que me hace reír muy fuerte, cuando leo un libro que no puedo dejar aunque tengo sueño… — Entonces sí, sos feliz en muchas ocasiones. — Sí, pero son momentos efímeros ¿Son suficientes para considerarme feliz? — Después de llegar a la meta, todo lo que nos queda son esos momentos efímeros, saber disfrutarlos divide a los felices de los infelices, creo yo.


— Yo no he llegado a la meta. — admitió ella. — ¿Cuál es? — ¡No sé!— exclamó ella con frustración, él sonrió ampliamente, ella lo miró y se quedó contemplando aquel gesto y no puedo evitar sonreír también. — Dejá de cambiar de tema, quiero saber cuál es tu “inconvencionalidad”. — dijo Penélope para cortar con el momentáneo embelesamiento. — Te dije que es largo. — contestó él, ella se mordió el labio inferior y blanqueó los ojos con hartazgo. — ¿Cómo empieza tu historia larga? empezá por el principio— dijo ella, él miró la hora en la pantalla de su computadora. — Son las seis de la mañana. ¿No importa?— le advirtió, señalando la pantalla. — No importa — respondió ella con firmeza. — Lo único que quiero hacer es escribir — comenzó él seriamente, ella lo miraba con toda su atención — Cuando terminé la universidad, conseguí trabajo como profesor de literatura y me fui a vivir a un humilde monoambiente. Me gustaba enseñar, pero no tenía tiempo para escribir, además de sentirme muy poco inspirado en ese sucucho que me sacaba la mitad del sueldo. Se me metió en la cabeza que quería más plata, un amigo me dijo que ganaba buena plata trabajando en el banco, dejé de enseñar para meterme ocho horas en un banco, obviamente no tenía tiempo, ni ganas de escribir. Una mañana me desperté acostumbrado a mi infelicidad, estaba amargado y lo único que había cambiado eran unos pesos más en mi bolsillo. Mi papá se enfermó y murió unos meses después de su diagnóstico. Luego del entierro volví a mi monoambiente y me sentí miserable. Miré por la ventana y lo que me vino a la mente fue “estoy preso, estoy atrapado” y entonces miré el cielo azul sin una nube, el cerro se veía a lo lejos y me di cuenta que no estaba preso, pensé “no estoy preso, soy libre” y es que nadie me obligaba a hacer nada, podía hacer lo que yo desease y nadie podía impedírmelo, nadie me obligaba a trabajar en el banco ni a mudarme a un departamento de lujo, nadie me obligaba a ser infeliz. En ese momento me hice la promesa que por ningún motivo iba a hacer algo que me hiciese infeliz. La vida es corta y lo único que importa es ser feliz. — Entonces renunciaste a tu trabajo en el banco…— dijo Penélope, disimulando la emoción que había sentido cuando él había hablado sobre la libertad.


— Renuncié y me fui a vivir a la casa de mis padres para dedicarme a escribir y nada más que escribir. — ¿Vivís con tu mamá? — Mi mamá murió cuando yo era muy chico. La casa me quedó para mí, no tengo hermanos así que…— a Penélope le vino la fugaz imagen de un niñito cuya madre había fallecido y se le estrujó el corazón, ella nunca había conocido esa clase de dolor, a decir verdad, tenía tanto miedo de sentirlo, que no pensaba en otra cosa. — ¿Y cómo te mantenés? ¿Te dejaron herencia?— continuó interrogando. — Tengo lo que gané en el banco, no gasto mucho, mi único lujo es la comida, todo lo demás es prescindible. — ¿Hace cuánto vivís así? — Tres años, desde que tengo veintisiete, ahora tengo treinta. — ¿Y cuándo se te termine la plata? — Dios proveerá. Mis carencias presentes van a ser compensadas por mis riquezas futuras. — Eso es un sueño, no una realidad, no se puede depender de un sueño. — No veo por qué no pueda ser una realidad. — Sos muy positivo. — Y vos muy negativa, la realidad a veces es positiva. A veces, la realidad te hace ganar. — Con buena suerte — dijo Penélope, Julián soltó una carcajada. — Si mi amigo y compañero de casa estuviese aquí te diría que la buena suerte no existe, que tu buena suerte es en realidad la mala suerte de tus enemigos. — ¿Él tampoco trabaja? — Sí que trabaja. En una de las salas de la casa armó su taller de arte, es artista plástico. Ha enviado su trabajo a importantes galerías, ha trabajado en Europa, ha vendido mucho pero él quiere ser Picasso, es que si no sos Picasso en una profesión como esa, te morís de hambre. ¿Qué


hacés vos? — Trabajo en una empresa multinacional, no es emocionante como lo tuyo. Si te cuento te voy a aburrir, si hasta yo me aburro. — ¿Y qué te gustaría hacer? — No sé ¿ves? Si dejo este trabajo, si me libero, estaría perdida sin saber qué hacer. — Uno siempre se pierde antes de encontrarse. — Cortá un poquito con las frasecitas — se le escapó a ella sin querer, Julián se rió, Penélope se dedicó a escuchar por un instante el sonido de su risa. Todo en él era novedoso, diferente, original. Sus labios. Nunca había visto nada igual, no podía acomodarlo en su catálogo mental de formas de labios, cuando hablaba, el labio de abajo se juntaba con el arriba, el de arriba apenas se movía, como resultado quedaba la cosa más extraña y más linda. Ya se consideraba capaz de ganar cualquier juego de preguntas y respuestas sobre Julián, conocía ya sus gestos, se sabía de memoria su cara y podría identificar de una paleta de colores el azul de sus ojos. — Eso es por pasarme tanto tiempo escribiendo._ dijo él refregándose los ojos por el cansancio, sin dejar de sonreír. Penélope bostezó lamentando que probablemente debía dejarlo seguir con su trabajo y volver a casa para dormir— ¿Con sueño?— preguntó él. — No — mintió — ¿A qué hora te vas? — Como a las doce, vuelvo para preparar el almuerzo y después duermo hasta las 7 de la tarde, vengo para acá después de cenar. — ¿No comés acá? — Es más barato cocinar en mi casa, no puedo darme el lujo de comer en una cafetería, ya gasto mucho en el café. ¿Ves? No puedo ofrecer nada, ni una comida en un restaurante. — Pero yo sí puedo, así que ya que estás perdiendo el tiempo hablando conmigo, por lo menos pidamos un desayuno. — No, no te lo puedo aceptar, no está bien que me pagués un desayuno,


debería ser al revés. — Seguir las reglas de lo que culturalmente está bien visto en los hombres y en las mujeres es una idiotez. — Sí pero no puedo, no puedo aceptártelo. — determinó él después de considerarlo por medio segundo. — Está arraigado en nosotros ¿te das cuenta?— reflexionó Penélope lamentando que definitivamente ya era hora de partir— Voy al baño. Penélope caminó pensativamente hacia el baño de damas, mientras se miraba en el espejo y se daba cuenta que su rostro cansado necesitaba un buen descanso para verse óptimo, se le ocurrió una idea. Salió del baño y se acercó a la barra. — Quiero pagar el jugo de naranja. Además, él chico sentado en esa mesa me dijo que le pida un desayuno completo y me dio la plata para pagarlo, así que cobrame eso también. — Está bien, son treinta y cinco pesos. — dijo el cajero — Qué raro, hace mucho que Julián viene y nunca había pedido nada para comer y menos dejaba de escribir para hablar con alguien. — Ah ¿Sí? Bueno, hoy tuvo hambre. — dijo Penélope recibiendo el vuelto de 15 pesos más el ticket, todo con una sonrisa muy amplia. Lo encontró leyendo las últimas líneas que había escrito antes de comenzar la charla entre ambos. Miró su pelo mientras se acercaba, ese día lo tenía muy lindo. — Me voy— dijo parándose delante de él. Julián levantó la vista prestándole toda su atención, Penélope sentía un afecto renovado por él sabiendo que había dejado de escribir por casi dos horas enteras para dedicárselas a ella, solo por ella — Seguí escribiendo, espero no haberte cortado la inspiración. — dijo ella y se acercó a él para despedirse con un beso en la mejilla, se dispuso a disfrutar el momento en que por fin sus labios tocarían levemente y por un breve instante su piel. Respiró profundo saboreando al máximo su aroma, su esencia pura y la perfecta calidez que despedía. — No, claro que no me cortaste nada. — contestó él con amabilidad después del beso — Ya sabés donde encontrarme — le escuchó decir mientras se marchaba. Comenzaba a amanecer, Penélope recibió el nuevo día que intentaba imponerse a la oscuridad de la noche, con una sonrisa de regocijo que se


había aferrado a su rostro inexorablemente. Se llevaba un montón de sensaciones nuevas que la asediaban, sus sentidos estaban llenos de él. Se olvidaba para siempre de pensar en cualquier cosa que no fuera Julián, ahora todo estaba impregnado de él y de esta nueva emoción que además de intrigante era extremadamente gratificante. Capítulo 3: La Casa Durante el proceso de desmaquillarse, cepillarse los dientes y ponerse el pijama, no había tenido ningún pensamiento tormentoso, se sentía extrañamente liviana. Apoyó la cabeza en la almohada y no hubo aflicciones irracionales. Fue maravilloso caer en un inevitable profundo sueño. Pero durante la semana, la confrontación de dos posturas la pusieron en un difícil predicamento. Por un lado, todo lo que sentía por él, que era diferente a cualquier otro sentimiento, alimentado por la esperanza concebida en los momentos en que él le había demostrado cierto interés, como decirle que “era tan hermosa que no podía ni soñar…” Ojalá hubiese terminado esa oración, con esas palabras podría hacer un cartel enorme y colgarlo en frente de su cama. Por otro lado, estaban sus palabras finales “ya sabés donde encontrarme” ¿Qué había significado eso? ¿Él quería que ella continuara yendo a la cafetería? pero de ser así interferiría en su cronograma de escritura, ¿Por qué entonces no le había propuesto concretar un encuentro planeado? ¿Por qué nunca había intentado agarrar su mano, besarla, invitarla a su casa? No habría aceptado, claro está, pero ése era el proceder normal de cualquier hombre de su edad. El hecho de no haber acordado una próxima reunión, era un claro indicio de que esta historia había llegado a su fin definitivamente, él no estaba interesado en ella, a pesar de todas las señales que la habían ilusionado. Ella sabía dónde encontrarlo, podía hacer oído sordo a su intuición y presentarse en la cafetería el viernes después de comer, pero su orgullo no se lo permitiría jamás, así que adiós Julián, tal vez algún día a su destino se le ocurra cruzarla con alguien tan interesante como él y que ésta vez el interés sea mutuo. Mientras tanto, intentaría estar más feliz con su trabajo, divertirse más con sus amigas, ir más seguido a la casa de sus padres, y por qué no, ir viendo si de casualidad se le presentaba en forma de idea aquello que la liberaría de la apatía que sentía por la vida. En la tarde de un día común, el destino decidió intervenir. Penélope volvía del trabajo, era viernes, estaba agotada y deseaba más que nada darse un baño caliente, ponerse pijama y comer en la cama viendo televisión.


Sintió que alguien pasaba por su lado, entre los segundos en que se demoró en alzar la vista y los que transcurrieron hasta comprender de quien se trataba, la persona le habló. — Hola ¿Cómo estás? Era Julián llevando cinco bolsas del supermercado llenas, se veía igual que hace tres semanas, la última vez que lo había visto. Sin dudas era él y traía consigo su hermoso pelo y su enorme sonrisa amable que evidenciaba su “felicidad inconvencional”. — Hola— dijo ella en un tono bastante normal para alguien que estaba sufriendo toda clase de manifestaciones como palpitaciones, dolor de estómago, falta de aire y temblor de las extremidades. Además de todo eso estaba feliz de verlo — Muy bien ¿Vos? — Bien, haciendo las compras. — dijo mostrándole las bolsas. — Ya veo, son muchas bolsas para que las llevés solo ¿Tu amigo no te ayuda? — No, está bien, vivo a tres cuadras — dijo él señalando el camino que le restaba recorrer — Y ¿vos? No te vi más en la cafetería. — dijo ahora poniéndose más serio, su voz mutó de casual a intensa, el corazón de Penélope que había comenzado a calmarse volvió a acelerarse. — No pude ir, además… no te quería molestar. — tartamudeó por la prisa de contestar sin estar segura de lo que debía decir. — No me molestarías nunca — dijo él — ¿Volvés de trabajar? — Sí, ya soy libre hasta el lunes. Te ayudo con las bolsas. — dijo ella y sin esperar aprobación le quitó dos bolsa — Vamos. — dijo señalándole el camino hacia la casa de Julián. — Bueno, gracias. — dijo él obedeciéndola. Y para qué pensar de más cuando había una mutua inclinación por estar cerca. No había lugar para plantearse si era correcto que ella lleve sus bolsas y se ofrezca a acompañarlo cuando el hombre es quien debe hacer las proposiciones. Penélope sintió algo muy parecido a la paz porque podía dejar de esforzarse y de fingir, ningún pensamiento atemorizante le estorbaba cuando él estaba presente. Lo miró mientras caminaban en silencio y supo que podía decirle lo que sea porque él la entendería. Y pensar que se había propuesto firmemente dejarlo atrás, qué extraña parecía esta decisión cuando solamente estar a su lado le colmaba tanto el corazón.


Por esta ocasión escucharía a su corazón porque era la primera vez que le hablaba tan claramente. Les gustó caminar por la calle juntos, a la vista de los indiferentes transeúntes, las mismas estrellas de siempre y las calles por las que habían andado miles de veces sin sospechar que algún día lo harían juntos. — Aquí es — indicó él deteniendo su paso frente a la puerta de una casa de fachada ancha que denotaba su antigüedad por estar un par de metros adelante de la línea municipal, estaba algo descuidada, hacía tiempo que no era pintada ni se reparaban las molduras, sin mencionar los manchones con graffiti de alguien declarando su amor y otro declarando su repudio. La puerta era ancha y muy alta, tenía una sola ventana de iguales dimensiones que la puerta. Julián sacó un manojo de llaves de su bolsillo, se trataba de un llavero con veinte llaves. Abrió la puerta, la falta de aceite en las oxidadas y viejas bisagras se evidenció en el acto. — ¿Pasás un rato?— dijo él parado en la puerta. En realidad era prácticamente obligatorio invitarla a pasar después de que ella lo había acompañado hasta la puerta de su casa, no podían despedirse, especialmente por lo poco que habían hablado en el camino. Julián tenía un motivo importante para estar nervioso, hacía mucho que nadie nuevo entraba a su casa, mucho menos alguien como ella. — Bueno, un rato. — contestó ella. Al atravesar la puerta de entrada, Penélope se encontró en un espacio semicubierto, con un sendero que llevaba a dos puertas, una a la izquierda y la otra en frente. Julián abrió la puerta frontal, Penélope lo siguió. El interior estaba en penumbras, Julián dejó las bolsas en el suelo y se apresuró a encender una serie de cinco velas sobre el mostrador de la cocina. Penélope entendió que estaba en una enorme cocina con comedor de diario incluido. — Cierto que no tenés electricidad — comentó ella aun con las bolsas — ¿Donde las pongo? — Aquí en la mesa. — indicó él señalando la mesada de la cocina que estaba atiborrada de cosas, utensilios usados, botellas vacías y una tostadora rota, entre otros objetos. Cuando la luz de las velas se intensificó, se pudo divisar más y más el desorden abismal que llenaba la habitación, no había un solo espacio que


no tuviese un objeto obsoleto o desubicado. Las paredes estaban cubiertas por un empapelado antiguo y en algunas partes la humedad lo había despegado. Julián trató de hacer lugar en la mesada, intentó ordenar pero se quedó con un par de objetos en la mano que no supo donde reubicar, mostró por primera vez nerviosismo y vergüenza pero no se dejó ganar y prefirió reírse de la situación. Penélope se rió también pero sin dejar de mirar a su alrededor estupefacta. — Quiero ver cómo vas a acomodar las cosas que compraste. — dijo ella, él se puso en la tarea de desembolsar los productos — Muchas velas, fósforos, arroz, papas, porotos, lentejas, garbanzos… ¿vegetariano? — Vegano, es más fácil así no necesitamos heladera para conservar los restos cadavéricos de algún pobre animal. — respondió con una sonrisa. — ¿Vos cocinás? — Me gusta, me relaja. — dijo mientras intentaba acomodar en las alacenas que seguramente estaba llena de productos vencidos. — ¿Vos limpias? — dijo con una sonrisa burlona. — Es que tratamos de ponernos turnos para limpiar pero ninguno cumplió y decidimos hacerlo más espontáneamente, o sea nunca. — “Soy muy complicado, muy poco convencional, porque no limpio mi casa”— se burló ella mientras intentaba fallidamente encontrar un lugar para la bolsa de azúcar. — Sabía qué hacía mal en dejarte entrar. Pero tengo que admitir que cualquier otra ya habría corrido nada más verme encender las velas. — Nada más verte sacar del bolsillo las llaves de carcelero… Esta casa tiene mucho potencial, te digo. — comentó mientras apreciaba los detalles arquitectónicos que alguna vez habían estado en condiciones óptimas. — Para tirarla abajo y construir un edificio en altura. — No, simplemente limpiar, pintarla, reemplazar algunos muebles. — dijo ella observando que alrededor de la mesa se ubicaban algunas sillas de plástico junto a una silla de madera que parecía ser del juego original de comedor. Se preguntó qué les habría pasado a las otras sillas, la respuesta estaba en un rincón de la habitación, en donde reposaban apiladas unas sobre otras, con las patas rotas, sosteniendo otros objetos,


generando un monte Everest de basura. — Listo — concluyó satisfecho después del malogrado intento de ordenar, a Penélope le había parecido adorable verlo tratando de realizar una tarea doméstica, él que parecía un ángel — Vamos, te quiero a mostrar algo. — dijo tomando dos velas y caminó hacia la puerta que conducía a la sala principal de la casa que daba al frente de la casa, Penélope lo siguió entusiasmada. La puerta vieja y alta, cedió después de varios intentos de Julián, Penélope entró detrás de él sin imaginar qué hallaría. Julián encendió las velas que estaban ubicadas estratégicamente en cinco puntos de la sala. En cuanto encendió la primera, Penélope visualizó las primeras pinturas que llenaban los muros y el piso. Cuando Julián terminó de encenderlas todas, la gran sala se alzó antes sus ojos como un universo de colores y formas, todo el lugar estaba repleto de pinturas que convertían esta sala en un lugar mágico. — ¿Es el taller de tu amigo? Esto es impresionante. — dijo ella y tomando una vela se acercó a admirar las pinturas, una por una. Todas sus obras eran imágenes paisajísticas de un universo inventado, mundos imaginarios llenos de tonalidades y formas anómalas. — ¿No va a enojarse porque estamos acá? — preguntó mientras luchaban contra las ganas de tocar el óleo. — Si estuviese probablemente se enojaría. — dijo Julián, parado a un lado, dejándola apreciar las obras. — Es muy talentoso y parece tener mucha sensibilidad. — comentó Penélope absorta. Creo saber cuál es tu lugar en el mundo. — dijo él observándola. — ¿Ah sí? ¿Cuál? — preguntó volviéndose a él con mucho interés. — Apreciar las cosas hermosas. — contestó él, convencido de sus palabras. — ¡Ah, pero eso lo puede hacer cualquier! — dijo ella riendo con desilusión. — No, no lo puede hacer cualquiera, es más, muy pocos saben apreciar lo bello, casi nadie puede ver más allá, ver el alma. — refutó Julián tornándose serio, mirándola con sinceridad. Ella le creyó y se estremeció, la luz de la vela daba una luz mística al rostro de Julián, Penélope lo


contempló con adoración sin disimulo. — ¿Yo veo el alma?— preguntó Penélope feliz de aprender algo nuevo sobre ella misma. Julián asintió con la cabeza y bajó la vista pensativamente, debatiéndose si debía huir de esta situación o pedirle que se quedara para siempre, ella lo miraba abstraída, conmovida por estar rodeada por tanta belleza. — ¿Te animás a probar mi comida?— dijo él interrumpiendo el momento donde la conexión había sido tan inminente que aquella pregunta había sonado absurda. — Bueno — respondió ella aún envuelta en el embelesamiento, Julián apagó las velas y salieron de la sala cerrando la puerta para que no hubiese rastros de que había sido abierta. “A probar la comida me animo, ahora, vamos a tener que lavar un par de platos, cubiertos y la bebida supongo va a estar caliente” pensó Penélope sin que este pensamiento modificara la alegría que sentía por estar con él y conocer su mundo. Se ofreció a lavar y poner la mesa. Julián comenzó a preparar la cena en base a legumbres. — No me he olvidado del desayuno que me regalaste la última vez. — dijo él mientras ponía manos a la obra. — Gracias. — De nada — respondió, afortunadamente él no vio su rostro tornarse de un fuerte tono rojo — ¿Comés solo siempre? — No siempre, si están mis compañeros comemos todos juntos. — ¿Tus compañeros? ¿Son varios? — Somos tres. Felipe se nos unió el año pasado. — ¿Ellos están de acuerdo con esto de la falta de teléfono, heladera, televisión, Internet, luz? — Si se oponen pueden irse, no están obligados a estar acá. — ¿Y qué hace el tercer miembro de la casa, es artista también? — Es músico, pianista.


— ¿Dónde está su piano? — En el depósito del fondo, le armamos un lugar ahí. — ¿Toca bien? — Muy bien, estudió desde muy chico, dio conciertos por todo el mundo, tocó en orquestas, era muy solicitado, tenía un futuro brillante… — ¿Qué pasó? — Empezó a sufrir dolores de cabeza, fue al oculista para que le aumentaran la gradación de sus anteojos pero descubrieron que tiene un problema degenerativo en la vista. Para fines de este año va a estar completamente ciego. — Dios mío ¿En serio? Pobrecito. — dijo Penélope completamente atónita, dejando lo que estaba haciendo para taparse la boca con las manos. — Sí, pero si Beethoven tocaba sordo… Cuando creyó que su carrera se había terminado, se dio cuenta de que era la oportunidad perfecta para componer, algo que él siempre deseó pero su agitada agenda no le permitía. Un amigo le habló de nuestra casa y vino a vivir con nosotros para unirse a nuestro retiro artístico. Julián no se volvió a ella, no vio la expresión de tristeza plasmada en su rostro por imaginar a al joven pianista que estaba perdiendo la vista. Julián mantenía la postura positiva, no tomaba lo que le sucedía a Felipe como una tragedia, sino como la oportunidad de algo nuevo. Verdaderamente creía que no había nada mejor que una crisis para cambiar el rumbo incorrecto del trayecto. — ¿Cómo está de la vista? ¿Todavía ve? — preguntó Penélope con un nudo en la garganta. — Ve muy poco, como verías vos con las luces apagas. A él no le molesta la falta de luz en la casa, ni la falta de televisor. — Pobrecito. — No tengás lastima, él está bien. Hay otras personas que merecen tu lastima, que son seres miserables, personas que jamás van a sentir con intensidad la pasión de la belleza de la vida, gente que no sabe lo que es la inspiración, gente lamentable que tienen el alma podrida, un alma que se arrastra en la corrupción, en la falta de ética, en el charco de la repugnancia de la que es capaz el ser humano cuando ya perdió lo que lo convierte en humano y lo que lo convierte en ser. Se vuelven sombras repulsivas que habitan, no viven. Pobres son ellos, porque podrán habitar


este mundo muchos años pero jamás han vivido el gozo que es la vida — dijo Julián sin dejar que la tarea de servir el guiso de legumbres en dos platos hondos, interrumpiera su monólogo. — ¿Quiénes? — Políticos, mafiosos, gente corrupta, gente que vende su alma por dinero, nada más que dinero. Dinero que compra cosas, autos, casas grandes, joyas, cosas que no significan nada comparado a un alma honesta. Ellos no tienen alma pero tienen cosas. — contestó, colocando los dos platos en la mesa. — ¿Sos un revolucionario? — Soy un pacifista. Estoy en contra de todo lo que es deshonesto, y sí, lo repudio. ¿De qué lado estoy? Del lado de lo puro, honorable y bello, es decir que no estoy del lado de nadie, políticamente hablando. Soy escritor, expreso mis opiniones a través de la palabra y apoyo la paz, la honestidad y la libertad. — recusó, sentándose a la mesa frente a ella. — Estoy de acuerdo, brindemos por la paz, la honestidad y la libertad. — dijo ella, elevando su vaso con agua, él hizo lo mismo y chocaron ambos vasos. El agua estaba fría gracias a las bajas temperaturas de julio. Penélope todavía tenía puestos su tapado y su bufanda, solo se había quitado los guantes de lana para lavar, la casa estaba helada pero no le dijo nada a Julián para no parecer quejumbrosa. Probó la comida y afortunadamente sabía delicioso, verdaderamente disfrutó cada bocado y hasta deseó un segundo plato pero no lo pidió, era consciente de la carencia con la que vivían los habitantes de la casa. En cuanto terminó, lavó su plato, cubiertos y vaso. Julián no tenía intenciones de hacerlo pero lo hizo siguiendo su ejemplo. Luego, ella se sentó de nuevo en su lugar, él hizo lo mismo y compartieron un silencio iluminado por dos velas y los ojos brillantes de Penélope que al contemplarlo adquirían la capacidad de tener luz propia. Julián continuaba resistiéndose a sumarse a la espontaneidad del momento. — ¿Te tenés que ir a la cafetería ahora?— peguntó ella al notarlo dubitativo. — En un rato — respondió Julián, ella se alegró asumiendo con esta respuesta que quería prolongar el encuentro ¿Qué estaría pensando?


¿Sentía él tantas ganas de besarla como ella? Penélope suspiró. — ¿Puedo leer algo que hayas escrito? — preguntó ella. — No te haría eso. — ¿Por qué? Te estás subestimando. — No estoy conforme con nada de lo que escribí antes. Es más, cuanto más leo lo que escribí más errores le encuentro, podría pasarme la vida corrigiendo y reescribiendo. — ¿Entonces por qué lo hacés? — No sé, es como que no puedo evitarlo, amo escribir aunque no tengo la certeza de que alguna vez mi trabajo sea recompensado. Pero tomé una decisión, voy a escribir aunque me muera sin un solo éxito porque no me puedo imaginar haciendo otra cosa. Si pudiera evitarlo, si no fuese algo tan natural e inevitable, creeme que no lo haría y sería muy feliz con mi casa, mi auto y mi trabajo en una oficina de nueve a cinco de la tarde — Julián estaba hablando con el corazón, su rostro se había vuelto solemne. Penélope se sintió culpable porque durante su discurso había aprovechado para apreciar sus facciones que se unían para componer este rostro que no tenía comparación. — ¿Cuándo te considerarías exitoso? — Éxito sería que me paguen por escribir, poder seguir escribiendo todos los días y tener una casa con electricidad, heladera, televisor… Tener plata para invitarte a cenar… — Me has invitado ahora. — dijo Penélope sonriendo, sintiendo por primera vez que era parte de sus reflexiones — Había llegado a creer que odiabas la plata. — No, me gustaría tenerla, hay cosas que solamente se pueden hacer con plata… un centro cultural, una escuela de arte gratis… — Una casa como esta que albergue artistas… — Claro, lo que no me gusta es que el mundo gire alrededor de la plata como si fuese lo más valioso del mundo. — ¿Qué es lo más valioso del mundo para vos? — El tiempo, nuestro tiempo es más valioso que cualquier cosa. —


contestó con inmediatez. — Estoy de acuerdo pero ¿y el amor? — Es muy valioso pero de manera distinta. — aclaró tornándose nervioso, su voz, siempre segura, se había vuelto titubeante. — ¿Alguna vez has podido publicar un libro?— ella cambió de tema. — Sí, cuando terminé la universidad… no es muy bueno pero en ése momento me parecía genial. — su expresión volvió a la normalidad. — ¿Lo tenés aquí? — Sí, vení, está en mi habitación. — dijo él poniéndose de pie — Podés confiar en mí, no te va a pasar nada. — aclaró con una bella sonrisa, tomando una vela. Julián la guió por un pasillo que limitaba con el segundo patio de la casa y a continuación dos habitaciones, la primera que pasaron pertenecía a Felipe, la última y de mayor tamaño era la habitación de Julián con dos ventanas, una de ellas daba a un pasillo al aire libre y la otra limitaba con el tercer y mayor patio de la casa que estaba en mayor parte cubierta por un césped quemado y escaso. Penélope se sentía dichosa por conocer su habitación, pues era el espacio más íntimo y privado del mundo para él, era como un museo sobre él, lleno de sus pertenencias y recuerdos, cosas que atesoraba, cosas de las que debía deshacerse, los muros que lo resguardaban, el techo que miraba mientras pensaba en alguna historia para escribir o tal vez en ella. El perfume natural de Julián que Penélope apreciaba cuando lo tenía cerca se intensificó cuando atravesaron la puerta. Una vez más el empapelado viejo y la humedad estaban presentes ahí como en cada rincón de la casa, la cama era claramente nueva así como algunos muebles, Penélope asumió que eran las reminiscencias de su época bancaria. El ropero estaba empotrado en la pared, una de las paredes estaba cubierta por libreros que se extendían de piso a techo, repletos de libros, más un escritorio con un par de lámparas que habían quedado obsoletas al igual que el televisor que Julián le había comentado que vendería. Penélope se sacó el abrigo y la bufanda y los dejó en la cama. Se sentó junto a sus cosas, mientras Julián buscaba su libro entre miles de otros, ayudado por una vela.


— ¿De qué se trata?— preguntó ella con el deleite de observarlo en puntas de pie. — Eh… es sobre un adolescente que siempre se ha sentido diferente al resto de la gente. Un día, su cuerpo empieza a sufrir cambios, al principio imperceptibles, capitulo a capitulo los cambios se hacen más evidente hasta que muta en un ser extraño, llega la nave espacial a buscarlo y se lo lleva. — al terminar su explicación encontró el libro y lo sacó del estante. — ¿Ahí termina? ¿Me contaste el final? — Sí, pero no te estás perdiendo de nada, no permitiría que leas esta porquería. — Igual lo voy a leer. — dijo ella y se lo sacó de las manos para volver a sentarse en la cama. — Está bien. — dijo resignado, frotándose los ojos, de pie frente a ella. — Vení. — dijo invitándolo a sentarse a su lado. Julián no pudo negarse, con una dudosa incomodidad se sentó a su lado con actitud indiferente. — ¿Qué?— dijo él sin mirarla a los ojos. — ¿Tus libros no tienen nada de romanticismo?— dijo ella gozando el nerviosismo que él estaba experimentando. Él sonrió con timidez, Penélope contenía el impulso por acariciarlo, tocar con suavidad su pelo y confesarle cómo era percibido a través de sus ojos. No pudo evitar que durante un largo instante su mirada vaya de sus ojos azules a sus labios sin importarle que él se percatase de ello. — Es un tema central que no siempre es planteado de manera directa — dijo él, ella miraba con devoción el movimiento de sus labios. — ¿Y qué importancia tiene en tu vida?— continuó como si tuviese todas las preguntas escritas en su mente. — Creo que no soy muy bueno para eso en la vida real. — respondió aún esquivando su mirada — ¿Vos? — Soy malísima. — contestó ella con una sonrisa que demostraba su olvido e indiferencia por cualquier hombre que haya pasado por su vida dejando dolor, es más, estaba feliz de que todo lo anterior haya fracasado, la vida había tenido una buena justificación para aquella


seguidilla de inútiles, Julián estaba esperando al final del camino, todo lo demás se desvanecía como si jamás hubiese existido, no tenía importancia. Sentados uno junto al otro, nunca habían estado tan cerca y esta vez no había discusión filosófica que los distrajera de la intensa atracción mutua. Increíblemente los ojos azules de Julián se posaron con fervor sobre Penélope, por fin ella supo que la pasión era reciproca pues no había forma de describir algo tan hermoso como el brillo sincero de sus ojos al contemplarla. Ella, envuelta en la atmósfera de un enamoramiento rotundo, se enfocó en sus labios para obtener con el silencio lo que tanto deseaba. Sintió que él entendió porque miró también los labios de ella. De pronto, desvió la mirada y se puso de pie. — Para serte sincera no creo que deberíamos darle tanta importancia, si te ponés a pensar el enamoramiento es como una ilusión óptica, un truco biológico que nos juega la naturaleza para arrastrarnos a la irremediable reproducción. El mundo debería liberarse de la idea de que encontrar a alguien que te ame es importante, esa persona es mera compañía y ¿necesitamos tanto una compañía de por vida? Creo que es preferible estar solos más tiempo que acompañados. Estar enamorado es hermoso pero eso no dura y no podemos poner nuestra fe en la felicidad eterna en otro imperfecto ser humano. — dijo ella con frustración, retomando el tema, ignorando el momento reciente. — Si te gusta pensar así, está bien. — dijo Julián sorprendido — Igual, casi todo lo que nos pasa tiene que ver con algo biológico. Yo creo que enamorarse tiene más que ver con una conexión del alma, cuando es real. No sé, seré un iluso pero todavía creo en esas cosas. Y estoy seguro de que vos también —sonrió conmovido al verla enfadada, poniéndose de pie para marcharse. —Veo en vos a alguien que es hermosa por dentro y por fuera, que para llamar tu atención no hay que ser ni rico, ni poderoso, ni medir dos metros, porque eso no es lo que te importa. Para llamar tu atención hay que tener algo en el alma. Por eso digo que podés ver el alma. — Penélope había detenido su huida ofuscada para escucharlo con absoluta atención, fingiendo que no le importaba. — Y cuando alguien te importa sos la más dulce, fiel y generosa del mundo y por más que haya sido decepcionada una y mil veces tu alma se mantiene intacta, con la fe y la paciencia de una sabia. Penélope escondió su rostro para no demostrar que aguantaba las lágrimas, conmovida hasta los huesos. Con esas palabras había ablandado su corazón de nuevo. — ¿Podes dejar de hablar así? — dijo ella intentando sobrevivir al momento.


— Está bien, no vuelvo a decir nada más, pero no te vayas. — dijo él y la agarró suavemente del brazo. Penélope se quedó de pie frente a él tan confundida como jamás lo había estado en su vida. Se miraron fijamente de nuevo y esta vez él no desvió la mirada. — ¿No deberías ir a escribir? — dijo ella siendo esta vez la culpable de la interrupción. — En realidad tengo que hacer unas anotaciones acá, pero quedate, quedate a leer mi libro u otro, podés elegir, te gusta leer. — dijo él intentando convencerla. — ¿Por qué querés que me quede a leer acá mientras vos escribís? — No sé, porque no me gusta verte ir, me gusta que estés. — respondió con seriedad —Mis intenciones son completamente honorable. — agregó luego. — Está bien, si no vas a secuestrarme me quedo un rato a leer tu libro. — decidió Penélope después de considerarlo por un instante. — Buenísimo, te voy a traer una colcha y te puedo hacer un té. — propuso con una alegría casi eufórica que le fascinó a Penélope. — Te acepto la colcha. — dijo ella y se sentó en la cama con el libro. Julián se puso laborioso y se apresuró a conseguir la mejor colcha de la casa, seguidamente fue a la cocina en busca de más velas. Penélope se acomodó en la cama, se sacó las botas que había tenido puestas durante todo el día, se envolvió en la colcha y comenzó la lectura. Julián apareció en el cuarto con varias velas que encendió en la mesa de luz y otras que colocó en el escritorio. Él tomó un cuaderno viejo y una lapicera y se sentó en el escritorio para volcarse a la escritura, Penélope dejó la lectura por un segundo para observarlo escribir, él la miró, le sonrió y continuó escribiendo. Ella quería saber qué estaba escribiendo pero prefirió no interrumpirlo y se introdujo en el mundo de la ciencia ficción del primer libro de Julián que la atrapó irremisiblemente por más que ya conocía el final de la historia. Durante su lectura había dejado de estar sentada para estar acostada buscando la posición más cómoda para leer, se sintió muy a gusto y de vez en cuando miraba de reojo a Julián y después continuaba. A las dos


de la mañana el cansancio del día laboral se hizo sentir y sus ojos ávidos por la lectura se empezaron a cerrar, dejó el libro a un lado y los cerró por un rato sin sospechar que caería en el sueño más pesado y delicioso. Julián se percató de que dormía y dejó su cuaderno, la cubrió bien con la colcha para que abarcara también los pies que habían quedado destapados, colocó el libro en la mesa de luz y apagó las velas. Tomó su abrigo y su mochila con la laptop y no se marchó hasta que escribió una nota. Antes de abrir los ojos, Penélope tuvo el primer pensamiento cuando el sueño que olvidaría inmediatamente terminó ¿Qué pasó, en que momento me dormí? El olor ajeno pero agradable de la colcha le recordó donde estaba y el cantar de los pájaros le hizo comprender que ya era de mañana. Abrió los ojos junto con una sonrisa de emoción y ganas de verlo. Miró la habitación que se veía muy diferente con un rayo de sol entrando en la unión de las cortinas cerradas por Julián para que el sol no le diera en la cara. A pesar de haberse dormido vestida con la incómoda ropa de trabajo se sentía muy confortable cubierta por la colcha. Estaba sola en la habitación y no se escuchaban sonidos de los demás habitantes de la casa. Se tomó un momento para disfrutar del maravilloso hecho de estar en su dormitorio, en su cama y apreciar lo milagroso que había sido encontrárselo en la calle y haber compartido espontáneamente una noche llena de dialogo y emociones al borde de la concreción. Se sintió afortunada por el simple hecho de que pronto lo vería nuevamente. Feliz porque debía haber hecho algo bien si a él le gustaba que esté. Observó la hora en su celular, eran las ocho de la mañana. Suspiró con desilusión porque Julián regresaba a las doce, por lo tanto, tendría que irse a su departamento antes de volver a verlo, no podía quedarse allí para siempre, lo que menos deseaba era que él se cansara de ella. En ese momento vio la nota que le había escrito antes de irse. La tomó sin demora y colmada por las ansias. Penélope: Como ya te habrás imaginado me fui a la cafetería, voy a volver a las diez de la mañana para que desayunemos juntos. De ninguna manera es una imposición que me esperés. Seguí libremente tu corazón y si al hacerlo todavía estás cuando yo


vuelva, voy a ser muy feliz. Julián. En cuanto terminó de leer la nota y su corazón dio un tumbo de felicidad, se escucharon las delicadas notas musicales de las teclas del piano que se encontraba en el depósito, separado de la habitación de Julián por un patio, era una dulce balada, triste y romántica a la vez, que llenó el corazón de Penélope en coincidencia con las palabras que Julián le había escrito. Su alma experimentó un estremecimiento nostálgico que la abrumó, trayendo inadvertidamente unas lágrimas de incomparable dicha y un pensamiento que dijo en voz alta “Nunca me imaginé que la vida podía ser tan hermosa”. Abrió las cortinas y dejó entrar al sol de aquel día claro y disfrutó con la cara iluminada cada sensación potenciada por la más bella melodía que había oído jamás y que al ser tan hermosa bordeaba la melancolía y la hacía repasar toda su vida, todos sus recuerdos gratos, aquellos seres amados que ya no estaban, todos sus fracasos y el lúgubre concepto que tenía sobre la vida, antes de ayer. “Cada día se puede aprender algo nuevo, algo sublime, si eso no es ser libre, no sé qué será” pensó, cuando sonó la última nota de la canción. Capítulo 4: Compañeros de Casa Antes que nada necesitaba el baño, agua, jabón, dentífrico y un espejo para ponerse presentable, no quería que los otros miembros de la casa la conocieran en malas condiciones. Le había tentado la idea de volver al departamento para darse un baño y cambiarse de ropa, pero no lo hizo porque todo el concepto de quedarse perdería la gracia. Logró entrar al baño que se encontraba en el pasillo hacia las habitaciones, sin ser vista por nadie, se quedó cerca de media hora y regresó al dormitorio de Julián. En su celular la hora marcaba las nueve de la mañana. Tenía una hora para revisar la habitación en busca de información. Abrió el ropero empotrado y vio ropa colocada con un inicial esfuerzo de orden en el que se desistió finalmente. La ropa no era nueva ni moderna, era clásica y sencilla pero era la forma en que Julián la combinaba lo que la hacía original y adorable. Penélope reconoció y tocó suavemente el suéter azul con el que lo había visto la primera vez. Sintió vergüenza por abrir los cajones de la mesa de luz. Entre miles de papeles obsoletos vio un par de fotos sueltas, una de una mujer con un peinado de los 80’s abrazando a un niño pequeño con pelo muy rubio, la


otra era de la misma mujer con un hombre, esta foto era un poco más antigua. Se emocionó cuando reconoció sus rasgos en la dulce carita del niño. La inoportuna intromisión de su celular, sonando y vibrando desde la mesa de luz, se sintió como una reprimenda merecida por estar violando la privacidad de un desconocido al que admiraba. Penélope se asustó tanto que dejó caer las fotos al piso, las guardó y contestó velozmente para evitar atraer la atención. En la pantalla del celular decía “Sofía llamando”. — Hola Sofi ¿Qué se te ofrece a estas horas de la mañana? — Hola ¿te desperté? — No, no. — Te quería avisar que vayas preparándote porque esta noche hay fiesta, van a ir muchos chicos, todos médicos porque el que cumple años es médico y lo hace en el club re lindo al que fuimos ¿Te acordás cuando nos agarró la lluvia y nos llenamos de barro hasta las rodillas? solamente que esta fiesta es en el salón de adentro y no parece que vaya a llover, está soleado. Penélope sintió fastidio al escuchar la descripción de la fiesta, atrás había quedado la época en que salir las cuatro significaba diversión, últimamente se limitaban a ir al acecho para cazar hombres y regresar frustradas o ahogadas en alcohol. Penélope se había prometido nunca más ser testigo de la decadencia femenina a la que llamaban ir de fiesta. — No voy a poder, vayan ustedes y después me cuentan. — contestó en voz muy baja. — No, tenés que venir sí o sí porque hay alguien que te quieren presentar. — Penélope blanqueó los ojos con desgano — Estoy a dos cuadras de tu depto, vine al centro para comprarme una pollera para usar con mis medias, las de agujeritos. Paso para convencerte. — No estoy en mi departamento. — refutó en voz desesperada pero baja, los nervios la compelieron a caminar por la habitación. — ¿Dónde estás? ¿Por qué estás hablando despacio?— increpó en tono de sospecha. — Estoy… ¿te acordás de cuando fuimos a la cafetería después del boliche


porque hacía frío? — Sí, sí. — respondió Sofía con ansiedad. — Bueno, ese día vi a un chico que estaba sentado con su computadora, estaba sentado frente a nosotras. — Ah sí, sí lo vi… no me digás que… — Un día fui a la cafetería, conversamos y ayer nos vimos… — ¿Saliste con él anoche y todavía estas en su casa? — preguntó Sofía al borde de la locura. — mmm, sí…— Penélope sonrió felizmente y se tumbó en la cama. — ¡Penélope, no te lo puedo creer… en la casa de un desconocido, vos no sos así!… — exclamó exultantemente. — No pensés cualquier cosa, solamente hablamos. Él es escritor, durante toda la noche leí uno de sus libros y él escribió… — ¿Ah sí? Eso es raro pero si te gusta… ¿te gusta? — Sí — admitió Penélope en un tono muy bajo y del otro lado del teléfono se escuchó un festejo escandaloso — ¡Dejá de gritar así en la calle! — exclamó sin querer, riendo a carcajadas. — ¡Es que no lo puedo creer, contame, contame más! — No puedo ahora, otro día nos juntamos y te cuento todo. Te dejo… — Sí, ya sé que me dejás, me abandonás, ya no me vas a dar más bola pero no me importa, andá a consolar a esa alma atormentada, no te preocupés por mí. — No, en realidad el alma atormentada soy yo, él está siempre feliz. — explicó Penélope y vio a través de la ventana que Felipe salía del depósito y caminaba errante por el patio — Chau, chau, después hablamos. — y sin esperar respuesta del otro lado cortó la comunicación. Se deslizó a hurtadillas hacia la ventana tratando de camuflarse con la vieja cortina. Observó a un joven demasiado delgado, de pelo castaño, piel muy pálida y una expresión dulce e ingenua en su mirada. Parecía que buscaba algo repitiendo un nombre que Penélope no pudo comprender, se vía confundido y aturdido.


Penélope se animó a salir de su confinamiento al considerar que Felipe necesitaba ayuda, a juzgar por la escena, no podía ver nada porque andaba con sumo cuidado de sus pasos. Penélope apareció en el patio y cuando sus pisadas se acercaron a Felipe, éste giró hacia ella pero permaneció inmóvil y más desconcertado que antes. — ¿Julián?… ¿Malcolm?— dijo Felipe parado frente a frente con Penélope. — No, soy una amiga de Julián. — explicó con nerviosismo — Hola. — Ah, hola, no sabía que había alguien, no sabía que estaba Julián. — No está, se fue a la cafetería pero ya va a volver. — ¿Has visto a Malcolm? — No ¿el pintor es Malcolm? — Es el gato, a esta hora le toca tomar un remedio y todos los días desaparece. — Ah, no vi ningún gato. ¿Lo que estabas tocando lo has compuesto vos? — Sí, sos la primera persona ajena a esta casa que lo escucha, le falta un pulido, no estoy seguro del final…— respondió cambiando completamente su actitud de confundida a entusiasta. — Es hermoso, no deberías cambiarle nada. El final es perfecto. — Muchas gracias, está bueno tener una opinión nueva. — dijo sin mirarla directamente pero con la vista clavada donde veía el movimiento de luces y sombras, el día soleado y claro le facilitaba la percepción, de todos modos era consciente de su desmejora, cada día las luces se debilitaban y las sombras avanzaban. — Si querés seguir trabajando andá tranquilo, yo voy a buscar a Malcolm.— anunció con el tono de voz más dulce que solo utilizaba con niños pequeños, no era su intención ser tan afable con él pero no podía evitarlo, se le rompía el corazón de pena. — Necesito a Julián, él me escribe las partituras con las cosas que voy componiendo. Y Malcolm se debe haber ido a la casa de algún vecino para zafar del remedio, gato cobarde. — comentó Felipe con la vista perdida y una sonrisa. — Me ofrecería para ayudar pero sé muy poco de partituras.


— ¿Penélope?— se escuchó la voz de Julían mientras salía al patio con una bolsa de panadería. Penélope se volvió a él inmersa en la sensación maravillosa que le había producido que él pronunciase su nombre. — Buen día, voy a preparar el desayuno ¿vamos? — dijo Julián sonriéndole solo a Penélope como si Felipe no estuviese presente. — Hola. — dijo ella abstraída en el instante en que volteó y se volvió a encontrar con su imagen. — Me tenés que escribir unas partituras nuevas, unas cosas que cambié. — dijo Felipe haciendo notar su presencia. — Bueno, después del desayuno voy. — le respondió Julián. — Él también va a desayunar con nosotros. — dijo Penélope a Julián como una afirmación más que una pregunta. — Yo no desayuno. — dijo Felipe. — Deberías empezar a desayunar, más si estás desde tan temprano trabajando. — sentenció ella mirando a Julián para que éste le insistiese también. — Vení con nosotros, vení porque acá se hace lo que Penélope dice. — decretó Julián. — Vení — agregó ella sonriéndole a Felipe por más que esa sonrisa no podría ser advertida por él. Los tres se trasladaron a la cocina. Penélope intentó poner la mesa para el desayuno, buscó tres tazas y las lavó bien, lavó dos platos para poner las medialunas y tortillas que Julián había comprado en la panadería, sacó de la alacena el café, el azúcar y saquitos de té. Julián puso la pava en el fuego y Felipe se sentó. Luego, Julián abrió las cortinas dejando entrar la luz para que Felipe tuviese una mejor visión. Penélope se sentó a la mesa y pretendió ayudar a Felipe pero éste no tuvo problemas en meter el saquito de té en la tasa con agua caliente, ponerle dos cucharadas de azúcar y tomar una medialuna. Siempre tanteando con sus manos. — Entonces sabías que me iba a quedar por eso compraste las cosas en la


panadería. — dijo Penélope cuando Julián se sentó con ellos en la mesa. — Me arriesgué. — ¿Cómo estuvo tu escritura hoy? — preguntó luego. — Muy bien, mejor que nunca. — ¿Qué escribías anoche? — Ideas, pensamientos… — Nadie puede leer nada de lo que escribe. Se me ocurrió que puede estar mintiéndonos que escribe una novela y en realidad se va todas las noches a jugar póker online. — comentó Felipe y Penélope echó a reír coincidiendo con él. — Y a mí se me ocurrió algo gracioso también, que no te voy a ayudar con las partituras. — refutó Julián. La puerta que conducía a la sala llena de pinturas se abrió sorpresivamente para Penélope que estaba sentada de frente a ella. De la habitación emergió un joven que más allá de sus características físicas, presentaba el torso desnudo y cubierto con pintura, Penélope no pudo reparar en nada más que en este aspecto. Los tres integrantes de la mesa se sumieron en un repentino silencio. Él joven no se percató de la presencia de Penélope y pasó de largo hacia el baño. — ¿Qué están desayunando? ¿Desde cuándo desayunan ustedes y porque no me avisaron?— dijo al pasar, su voz era más autoritaria y agresiva que la de Julián. — Ese es Ernesto, como ya habrás visto, es el pintor. — le dijo Julián a Penélope en voz baja. — ¿Está vestido? por suerte no lo puedo ver. — comentó Felipe. — Está vestido a medias. — le contestó Penélope. Ernesto salió del baño y agarró un vaso de vidrio sin lavar, se sirvió agua de la canilla y se la tomó toda. — Necesitamos un teléfono, alguno tiene que comprarse un celular, me iban a llamar para confirmarme que las obras habían llegado, pero no, no me avisaron nada y ayer cuando voy a averiguar al servicio de


logística me dicen que sí solo que se rompieron. — dijo Ernesto en un elevado tono que contrastaba con las voces de Julián y Felipe — Son unos inútiles, incompetentes, no les importa nada, no les importa arruinar, dañar, no les importa nada, basuras — continuó en su monologo de ira. — Me tuvieron dos horas esperando mientras cuchicheaban entre sí hasta que uno de ellos se animó y me lo dijo… — ¿Querés desayunar con nosotros? — le preguntó Penélope pues él estaba tan apasionado en su enojo que ni siquiera se había detenido a mirar a los comensales. Ernesto enmudeció por un instante y la miró un tanto sorprendido pero por ningún motivo consideraría que su apariencia era inapropiada. — ¿Quién sos vos, linda? — dijo cambiando el tono de su voz y se sentó de inmediato a la mesa, tomó una medialuna con poca elegancia y la devoró con grandes bocados. — Soy amiga de Julián. — dijo ella y al mirarlo pudo descubrir que esos ojos encolerizados eran de un hermoso color miel, su pelo, largo hasta los hombros era negro y al igual que los demás integrantes de la casa, lucía una evidente delgadez. — Penélope, tiene un nombre hermoso. — agregó Julián. — Así que amiga, ¿Dónde la conociste? Si no en la cafetería, en el supermercado, o caíste del cielo. — dijo Ernesto. — En la cafetería. — respondió Penélope. — Entonces te rompieron tus obras…— dijo Julián para cambiar de tema. Ernesto comenzó de nuevo su monologo de ira descontrolada, repartiendo insultos a todos los involucrados. La puerta de la sala de arte había quedado entreabierta, allí apareció la figura estilizada del gato, luciendo un pelaje muy particular, producto de una mezcla de razas. Se presentó en el comedor para estirarse con flojera. — El gato… cerca de la puerta. — le susurró Penélope a Felipe, señalándoselo en vano. Felipe se puso de pie y se acercó al gato con palabras cariñosas, el gato le respondió con muestras de afecto pero en cuanto sacó un frasquito con unas pastillitas, Malcolm salió disparando tan velozmente que no se vieron sus patas moviéndose con desesperación.


— Cada vez es lo mismo. — dijo suspirando Felipe. — ¿Por qué no se lo ponés en la comida? Bien escondido para que no se dé cuenta. — aconsejo Penélope. — Es buena idea, voy a hacer eso. — dijo Felipe pensando al respecto. —…el mundo tiene que saber de esta amenaza, son unos criminales. Peores que criminales, no les importa nada. Cuando yo sea el mayor artista de este país, el mayor del siglo, cuando me comparen con Picasso, estos infelices se van a hincar a mis pies…— decía Ernesto compenetrado con su dilema como si estuviese dando un discurso a nivel mundial. — ¿Por qué Picasso? — se le escapó a Penélope arrepintiéndose en el instante en que Ernesto posó sus desquiciados ojos sobre ella. — ¿Por qué no Picasso? Hizo lo que quiso, es el mayor artista del siglo XX, conoció la fama, el poder, el reconocimiento… ¿Qué tiene de malo Picasso? Es todo lo que quiero. No quiero ser un Van Gogh, preferiría que mis obras nunca sean valoradas a la espantosa ironía de morir en la pobreza y en la desdicha para que el día de mi muerte mis obras valgan millones y me construyan museos y monumentos de los cuales nunca sabré ¿Podrá haber algo más trágico que eso? — Ernesto hablaba con el mismo tono de furia sobre este tema como del anterior. Julián blanqueó los ojos y le sonrió cómplicemente a Penélope, acostumbrado a los discursos apasionados de su amigo con respecto a cualquier tema que se plantee en la casa ya sea arte, política, sabores de helado, etc. Penélope miraba a Ernesto estupefacta, hipnotizada por su forma de hablar y un poco asustada también. Ernesto sacó su paquete de cigarros del bolsillo trasero de sus gastados jeans, tomó un cigarro y lo prendió con el fuego de la hornalla. — ¿Ustedes también fuman? — preguntó Penélope e intentó que su voz fuese lo suficientemente discreta para que Ernesto no la escuchase y desencadenar otro discurso. — No, él es el único. — respondió Julián. — Soy el único, el único en esta casa que es normal, el único que se comería una vaca entera después de la abstinencia de dos años que he soportado…— refutó Ernesto.


— ¿Vos no sos vegano?— preguntó Penélope. — No, no soy vegano, soy pobre. Estos dos son felices con sus porotos y sus sopas. En verano directamente se van al patio, cosechan el pasto, le ponen sal si tengo suerte y listo. Una excelente ensalada vegetariana a la pobre. — No es verdad, usamos lechuga, acelga, espinaca… nunca pasto. — Bueno, se me ocurre una idea, ya que ustedes me invitaron el desayuno y la cena de anoche, yo voy a volver esta noche a las diez con la cena y un postre. — planteó Penélope. — De ninguna manera, comprar comida para tantas personas es un abuso. — refutó Julián. — Callate vos, dejala que nos invite una cena, rechazar comida es mala educación_ increpó inmediatamente Ernesto. — ¿Te has cansado de mí? — murmuró Penélope en voz muy baja a Julián. — No, me va a encantar verte esta noche… — contestó Julián. _ Bueno, entonces queda acordado. Vegano para ustedes dos y no vegano para vos. — Gracias, te vamos a estar esperando ansiosos. Voy a preparar la comida de Malcolm. — dijo Felipe a modo de despedida con una sonrisa amable y cálida. — Sí, me voy a trabajar y a pensar en el buen pedazo de carne que voy a comer esta noche — dijo Ernesto disponiéndose a volver a su taller. — Un momento, hay una sola condición, no va a haber cena si la cocina no está limpia para cuando yo venga. — sentenció Penélope — ¿Qué te hace pensar que no limpiamos? — dijo Ernesto volviéndose a ella con actitud de ofendido. — Si no hay limpieza no hay carne. — dijo Julián y empujó a Ernesto dentro de la sala. — Voy a buscar mis cosas a tu habitación para irme. — dijo Penélope a Julián.


— Te acompaño. Por primera vez desde que Penélope había despertado podía disfrutar de la compañía de Julián. Había estado preguntándose cómo se comportaría ahora, si daría un paso más o continuaría andando con prudencia, dejando escapar las palabras muy de a poco. Penélope se colocó su abrigo y su bufanda, después tomó su bolso. Julián la miraba desde la puerta con su suéter verde oscuro y su pelo alborotado. Penélope se imaginó que caminaba hacia él, lo abrazaba y no lo soltaba por un largo tiempo pero ese deseo no se realizó. Ella caminó hacia la puerta de la habitación, él la tomó del brazo, ella fingió sorpresa aunque era lo que había estado esperando. — Gracias por quedarte, por todo, por volver esta noche. — le dijo Julián acompañando sus palabras con esos ojos azules que Penélope adoraba. Ella bajó la vista con timidez esperando algo más. Julián la seguía mirando e imprevistamente levantó la mano y le acomodó un mechón de pelo detrás de la oreja, fue algo muy parecido a una caricia, ella se había quedado sin respirar y prácticamente se había entregado para ver que seguía. A partir de ese instante emprendió un vuelo hacia el deleite, sus pies ya no tocaban el suelo. El tenerlo tan cerca la convencía de la idea de que no necesitaría nada más, solo a él. Su corazón estaba tan exaltado que mezclado con el resto de las sensaciones que estaban compitiendo por ser más intensas, se sintió desfallecer pero en una increíble plenitud. Esa gran mezcla de todo era Julián, era el único rostro que quería contemplar, las únicas manos que quería sentir, los únicos ojos en los que se quería reflejar. Con solo estar frente a frente sentía más de lo que nunca había sentido en su vida, tan distinto e insuperable que comprobaban la teoría de que estar enamorado era una cuestión de dos almas conectadas de una forma mística, mágica y fuera de la comprensión de los seres humanos. — Cuando podás, vení a ayudarme. — dijo Felipe pasando por la habitación de Julián camino al patio sin percatarse que estaba rompiendo con el clima de un momento único. Después de la interrupción, Julián escoltó a Penélope a la puerta. Ella no le permitió que la acompañase hasta el edificio en el que vivía. La despedida se concretó con un extraño beso en la cara que dejó a los dos sintiéndose incompletos. Todavía estaba en el aire, cada paso que la alejaba de la casa la hacía descender un poco hasta que finalmente tocó el suelo al introducir la llave


en la puerta principal del edificio. Lo primero que hizo al llegar a su departamento fue quitarse la ropa de trabajo y meterse en la ducha. Después, toleró el cansancio y se depiló las piernas, se secó el pelo con secador y después de las cremas, cayó rendida en un sueño apacible y dichoso. Había puesto la alarma del celular para que la despertase en un par de horas, todavía tenía que planear la cena, arreglarse las uñas, elegir el vestuario y comprar el postre. Aunque la mayoría de las tareas planeadas eran superficiales era importante para ella sentir que se presentaba ante Julián en su mejor estado. Revisó su heladera y su alacena, buscó recetas por Internet y realizó una lista con las cosas que debía comprar. Salió alegremente camino al mercado, eligió cuidadosamente las verduras y el corte de carne para Ernesto. Pasó por la panadería y compró la torta con mejor aspecto. Una vez en el departamento se puso manos a la obra. Aunque tuvo que llamar a su madre y a su hermana un par de veces, se sintió orgullosa cuando la comida se estuvo cocinando en el horno, dándole tiempo para elegir su vestuario y pintarse las uñas de color rojo. Iba y venía de su dormitorio a la cocina para controlar la cocción de la comida. Antes de sacarlo del horno tomó una foto con su celular y se lo mandó a su hermana con la frase “¿está listo?”. Su hermana le contestó afirmativamente pero que de todas maneras lo probara. Ahora debía empacar la comida, miró la hora, eran las nueve y cuarenta y cinco minutos. Empacó aparte un par de candelabros que había encontrado en un bazar y unas velas largas para adornar e iluminar la mesa. Para beber, tuvo sus dudas pero terminó comprando unos sobrecitos de jugo. Recargada de paquetes partió rumbo a la casa de los tres artistas que se encontraba a tres cuadras de distancia. Tuvo problemas para apretar los botones del ascensor y abrir las puertas. Llevaba con sumo cuidado la comida y la torta. Llegó a la casa arrastrando los pies que se habían encaprichado en temblar con nerviosismo y ansiedad. Como si esto fuera poco, su corazón la traicionaba una vez más amenazando con latir tan fuerte que saldría


disparado de su pecho y chocaría contra la puerta como una bala. Debía respirar profundo unas tres veces antes de llamar a la puerta con palmas y golpeteos. Julián estaba atento al llamado de la puerta. Ernesto había intentado todo para no participar de la limpieza de la cocina que tanto Julián como Felipe emprendieron a partir de las siete de la tarde. Pero Julián lo dejó muy claro y le juró que no probaría la comida si no colaboraba. Así fue como Ernesto tomó la escoba vieja y barrió de mala gana por medio minuto, posteriormente se escabulló a su habitación donde se excusó alegando que se estaba vistiendo apropiadamente para la cena. Julián lavó todo lo que se encontraba en la bacha de la cocina, Felipe secó lo que Julián había lavado. Habían prendido el horno para mantener la cocina templada para la cena. Malcolm se acomodó cerca del calorcito del horno, observando el movimiento inusual que tenía lugar en la cocina. Cuando el reloj de pared dio las veintidós horas, la cocina estaba bastante presentable, Julián y Felipe se arreglaban para la cena, exhaustos pero conformes con su tarea. Julián recibió a Penélope y la ayudó con los paquetes. Penélope sacó los candelabros y las velas, Julián las encendió y dispusieron los candelabros decorativamente en la mesa. Pusieron la mesa para cuatro y Penélope sirvió la comida que afortunadamente seguía caliente. Julián preparó el jugo y ubicaron la torta afuera para que la crema se mantuviera con el frío exterior. Felipe y Ernesto hicieron su aparición con una gran expectativa que no disimularon, estaban emocionados por probar algo diferente a los platillos improvisados de Julián que al principio habían sido un deleite y con el transcurso del tiempo se habían convertido en símbolo de la escasez. — Espero que esta comida valga el trabajo que tuvimos esta tarde. — expuso Ernesto sentándose frente al plato que contenía la carne asada. — Él no hizo nada. — le dijo Felipe a Penélope, inmediatamente después probó un bocado de su comida vegetariana y la halagó. — Si ves los pisos brillar es gracias a mi trabajo exhaustivo. — replicó Ernesto con la boca llena. — Tragá antes de hablar y agradecé la cena a Penélope. — le dijo Julián.


— Estamos en presencia de una dama. — agregó Felipe. — Solamente quiero saber si les gustó. — dijo ella ruborizada. — Sí, riquísimo — dijo Julián de inmediato. Felipe asintió con la cabeza de acuerdo con Julián. — Era parte del trato, yo cumplí con mi parte y ella con la suya… es broma, gracias, está muy rico — dijo Ernesto ante la mirada amenazante de Julián. Pensó cuánto le habría gustado combinar los sabores de la comida con un buen vino y no con ese jugo sabor a manzana artificial pero no dijo nada, aún no había perdido del todo los modales básicos de un invitado a cenar. — De nada, me alegro que les guste. — dijo Penélope con una sonrisa maternal. Después de la cena Penélope fue a buscar la torta que se conservaba en la ventana de la cocina. — No te puedo creer, siento como si fuera mi cumpleaños y soy niño otra vez. —exclamó Ernesto al ver la rimbombante torta llena de crema y trozos de chocolates. — ¿Qué es, qué es?— dijo Felipe. Julián cortó la torta primero en dos mitades y después en cuatro para lograr porciones perfectas. Los tres integrantes de la casa devoraron la comida como si no hubiesen comido en veinte años. Penélope estaba complacida. Se sentía a gusto con la compañía a pesar de Ernesto. Los platos pequeños de postre sin rastros de torta y las panzas llenas dieron paso a la sobremesa. Las velas se iban consumiendo por la mitad. — Es primera vez que comparto una comida con gente que no deposita el celular en medio de la mesa y cada dos minutos lo mira de reojo o se pone a responder un comentario que le hicieron a su estúpida foto de perfil con expresiones hipócritas y mentirosas como “grosa, genia, diosa, es el bebé más lindo del mundo, etc.” en medio de la reunión. — ¿La gente hace eso con el celular?— preguntó Felipe. — La gente hace eso todo el tiempo. Las redes sociales son pura falsedad, es pura apariencia, cada quien crea un mundo artificial sobre sí mismo. Todos eligen su mejor foto para subir, todos comunican las buenas noticias. Nadie sube una foto de un momento de humillación o comenta como fracasó. Pero también están los infaltables sufridos que no pueden contener en el pecho tantas emociones y expresan diariamente que están


felices, que están tristes, que se sienten solos, que son patéticos. Es un verdadero peligro, deberían examinarse en su interior y fortalecer ese espíritu débil con ganas de demostrar que están necesitados de contención. — Entonces vos no usas las redes sociales. —Ya no, me ahogó la insoportable tilingada. Y el hecho de estar publicando las nimiedades de tu existencia me retuerce el estómago ¿Nunca escucharon que somos esclavos de lo que hablamos y dueños de lo que callamos? — Muy bien Julián, te encontraste una chica linda y amargada, la combinación ideal. — comentó Ernesto mientras encendía un cigarro. — Ustedes no saben de lo que se salvaron encerrados en esta casa sin estar en contacto con el mundo. — agregó Penélope, haciendo caso omiso de las palabras de Ernesto. — ¿Crees que tenga algo positivo tanta tecnología y desarrollo de las comunicaciones? — le preguntó Julián. — Tengo que admitir que sí, la velocidad con que las noticias vuelan de un continente a otro, la forma en que cualquiera puede expresar sus opiniones y llegar a todo el mundo. En Internet hay tanta información sobre lo que sea, descubrí cosas emocionantes y bellas que de otra forma nunca habría conocido. — confesó Penélope — Tiene cosas buenas, muy buenas, pero no puede colmar tu vida. Hace falta que en algún momento nos desconectemos del mundo y nos conectemos con nosotros mismos y con los que tenemos más cerca. — Sí y ahora los que innovan en tecnología ganan más que los que innovan en el arte. Pero pensar que eso está mal es una actitud equivocada. El mundo va a valorar lo que considera que mejora sus vidas. Nosotros tratamos de crear belleza y compartirla con el mundo. En lugar de rechazarla deberíamos sacar ventaja de las nuevas tecnologías. — observó Felipe. — Además, la tecnología y el arte tienen que ir de la mano. ¿Qué busca la gente en Internet? Música, películas…— añadió Julián. — Sí, pero nunca vas a comparar el olor de un libro nuevo con un e-book. — dijo Penélope. — El paso del tiempo trae cambios y si esos cambios son positivos, hay que estar agradecidos. Creo que el mundo mejora con cada año que pasa, hay más apertura mental, aprendizaje, entendimiento y empatía. La verdadera tragedia es cuando el transcurrir de los siglos acarrea los


mismos conflictos y generación tras generación se transmiten los mismos males. — dijo Julián. — Tragedia es un talento único sin explotar — dijo Ernesto reflexivamente — El problema de nuestros tiempos es ver pasar a inútiles en autos caros, usando la plata con fines inmundos e ilícitos y yo aquí festejando porque cené un pedazo de carne — dijo Ernesto, volcando la conversación en una de sus habituales rabietas. — ¿El mundo debería venerarte porque sos artista? ¿Y los médicos, abogados, no sé… maestros? — Vos hablás porque no entendés lo que se siente tener un talento que crece tanto que toma posesión de tu cuerpo y tu mente. — dijo Ernesto con el cigarro en la boca. — La gente que trabaja con el propósito de hacer el bien es la que merece ser especialmente recompensada, el problema es que los que tienen el poder son los que engañan, mienten y perjudican a los demás. — dijo Julián. — Nosotros tres somos artistas y tenemos talento, deberíamos ser reconocidos sin padecer todo esto y tener la posibilidad de vivir una vida digna. Me encantaría que alguien me diga que no tengo talento, de esa manera no me sentiría culpable por desperdiciar mi inútil vida en una oficina atendiendo quejas y llenando planillas. Seguramente tendría para comer y tendría un televisor prendido las veinticuatro horas en algún canal lleno de programas vacíos y deprimentes. Y seguramente no tendríamos el alma ahogada por imágenes e ideas desde que nacimos y nadie vendría a decirnos que seamos indiferentes a nuestra propia esencia porque lo que somos no tiene futuro. — expuso Ernesto febrilmente, sin dejar el cigarro ni un segundo. Malcolm dormitaba cerca del horno sin alterarse cada vez que Ernesto elevaba el tono de voz, estaba acostumbrado. — ¿Y qué hacen los que no tienen talento?— preguntó Penélope. — No tienen que preocuparse por no tener futuro. — respondió Ernesto. — Todo el mundo tiene un talento aunque no sea en el arte, por ejemplo ser una buena madre es un talento. — dijo Julián. — Después están los que no tienen talento y pretenden dedicarse al arte, viven convencidos de que “el arte es su vida” y no te escuchan cuando le decís por su propio bien que se dediquen a otra cosa. — comentó Ernesto


soltando una carcajada. — Exigir éxito y reconocimiento es incoherente, o sea, si el mundo quiere lo que uno tiene para ofrecer se tendrá el reconocimiento tarde o temprano, de otra manera no. Hay un público que sabe apreciar lo que es bueno. Pero yo estoy convencido de que es cuestión de suerte. — sentenció Felipe. — La buena suerte no existe, tu buena suerte es la mala suerte de tus enemigos. — dijo Ernesto —Y sucede que mis enemigos la pasan genial gracias a mi mala suerte. — Con todo lo que has dicho hoy me da la impresión que nunca vas a estar conforme con tu vida. — dijo Penélope. — Yo estoy conforme con mi vida, pero disconforme con los demás. — refutó Ernesto. Malcolm se despertó tomándose su tiempo para estirarse y bostezar — Estoy feliz con mi vida y todas las decisiones que he tomado, tengo todo lo que quiero aquí mismo, mis obras y mi gato. — dijo Ernesto estirando su mano para acariciar a Malcolm pero éste curvó su cuerpo y enseñó sus dientes lanzando un sonido amenazador y después se marchó tranquilamente a otro rincón de la sala. Julián, Penélope y Felipe estallaron de risa. — Bueno, me voy a dormir. Gracias por todo. — dijo Felipe a Penélope. — Ha sido un gusto. — le dijo ella ansiosa por poder tener unos minutos a solas con Julián. Ernesto apagó el cigarro y se levantó violentamente de la silla. — Yo me retiro también, voy a comprarme un perro. Un rottweiler. — dijo mirando al gato y traspasó la puerta que conducía a su sala. Segundos después, Malcolm dejó su rincón en la cocina y rasguñó la puerta hasta que sin demora Ernesto lo dejó entrar. Capítulo 5: Buen día Las velas estaban a punto de consumirse completamente, Julián y Penélope estaban sentados solos en la mesa. Los platos de postre y la jarra de jugo permanecían como un recuerdo de la cena. — Voy a lavar esto. — dijo ella tras un suspiro y se puso de pie para levantar la mesa.


— Te ayudo. — dijo él y tomó su posición en la bacha de la cocina. Empezó por la fuente que le pertenecía a Penélope y había contenido la cena. Después lavó los platos y los vasos. Penélope se ofreció a secar y guardar en la alacena que felizmente comenzaba a parecerse a una alacena. Al terminar, Julián metió en una bolsa las cosas que ella había traído, Penélope insistió en que se quedara con los candelabros fundamentando que combinaban con la cocina. Ya se habían terminado los temas que debían tocar por compromiso social. Estaban de pie uno frente al otro, Penélope volvió a sucumbir en la plenitud que se apoderaba de ella cuando tenía a Julián tan cerca. La luz de las velas cesó y reinó la oscuridad. En medio de las tinieblas, Julián se alejó de ella en busca de más velas. Penélope decepcionada tanteó en la oscuridad hasta juntar sus cosas para irse. — ¿Ya te vas? — preguntó él cuando la luz de un par de velas recién encendidas le permitió ver a Penélope. — Sí, así te vas a trabajar. — dijo ella rogando que él le pidiese quedarse. — No voy todavía. Quedate un ratito. — dijo él con una linda sonrisa en sus labios. — Bueno — dijo ella dejando sus cosas sobre la mesa — Mirá que ya son las doce. — No hay apuro. — dijo Julián y dejó las velas nuevas sobre la mesa. Ambos se sentaron en sillas que se encontraban contiguas. — ¿Te agradecí ya por todo? — dijo él gentil y dulcemente. — Mil veces. — Es que mis amigos, especialmente Ernesto, me avergonzaron toda la noche. — No, no tus amigos, solamente Ernesto — dijo ella — pero no te preocupés, yo también siento vergüenza de mis amigas a veces. Lo que me asombra de él es su extremada modestia. — dijo ella sarcásticamente, Julián se rió divinamente ante los ojos de su enamorada — ¿Cómo es que


vos y él son amigos? — Lo conozco desde chico. Ahora no se nota pero cuando yo tenía doce y él dieciséis parecía una diferencia enorme, él no me daba bola en esa época. Nos hicimos amigos en la universidad. — Al menos tienen mucho en común. Yo quiero mucho a mis amigas pero siento que hablamos diferentes lenguajes, o soy solo yo la que no se entiende con nadie. — Bueno, yo te entiendo bastante. — Sí pero cada vez que expreso mi opinión libremente me das un sermón de paz y amor y eso me hace sentir… inferior. — No es mi intención, es un intercambio de opiniones, nadie tiene la razón absoluta. Aunque yo también me sentí minúsculo cuando el día que nos conocimos me hablaste sobre eso de las obligaciones de las mujeres, pero terminé aprendiendo algo que desconocía totalmente. — Yo me siento como una pecadora en comparación tuya, yo no puedo ser siempre correcta, yo me enojo como Ernesto muchas veces, pero vos mantenés la calma de un santo y aleccionás que todos deberíamos ser pacientes, tolerantes y positivos. Yo ya sé que todos deberíamos ser así pero no siempre se puede. — Te equivocás yo también me he enojado millones de veces, lo que pasa es que no me has tratado suficiente tiempo. Nadie es perfecto. — Tenés que decirme cuando tengás que irte a trabajar, no quiero hacerte perder el tiempo. — Bueno, yo te aviso. Igual, no me importaría que te quedés aquí a dormir. — Honestamente ¿Cuál es el sentido de que me quede acá si vos te vas?— preguntó Penélope moviendo la cabeza para todos lados con confusión. — No sé pero me gusta pensar que estás aquí y que voy a encontrarte cuando vuelva. — ¿Por qué? — Ya te dije, me gusta que estés cerca.


— ¿Por qué? — Porque… me inspirás — Gracias… me halaga pero… me hace sentir usada y de la manera más extraña. — ¿Por qué usada? — No sé… porque el único motivo por el que querés que esté es porque te ayuda a escribir, como una canción o una película, ya ni me siento como una persona. — Los motivos por los que me siento inspirado por vos son los motivos normales por los que un hombre se interesa por una mujer. — Pero… nada. — murmuró cabizbaja tratando de encontrar las palabras que explicaran lo que sentía pero una vez más en su vida sintió que perdía el tiempo. Penélope se puso de pie vehementemente y tomó sus cosas. — ¿Te vas a ir enojada? — Mejor me voy, antes de que me hagás peor. — Hablemos antes de que te vayas, lo último que quiero es hacerte mal. — dijo él poniéndose de pie. — Dejá que me vaya de una vez. Tengo que hacerme respetar. — ¿Que yo no te respeto? Es lo que puse en primer lugar, hice todo para respetarte. — Entonces respetame y dejame que me vaya de una vez. — exclamó ella. — No quiero que te vayas mal, quiero que quedemos bien. — Das muchos consejos y hablás un montón pero conmigo has hecho todo mal. — dijo, desobedeciendo a su instinto que le rogaba mantener la calma. Este impulsivo estallido podía desencadenar la expulsión de todos esos sentimientos que había estado conteniendo tan bien. Caminó hacia la puerta reciamente soportando las lágrimas gracias al enojo que la cegaba y todo lo que podía sentir era amargura y disgusto.


Antes de que pusiera la mano en la manija de la puerta, Julián, que la había seguido, la tomó del brazo y la volteó hacia él y sorpresivamente la redujo hasta lograr abrazarla con tanta intensidad que ella no pudo hacer nada para zafarse. Aún la ira la colmaba y le impedía sumirse en este abrazo. Julián le susurró en el oído “no quiero que te vayas” apaciguándola y se dejó cubrir por la inmediata ráfaga de confort. Su corazón se reconstruyó sin dejar de latir aceleradamente, tanto, que chocaba contra el pechó de Julián. Si tenerlo cerca la había hecho despegar, este abrazo fue demasiado y cuando él imprevistamente la besó en la mejilla apasionadamente, las piernas de Penélope se aflojaron. Cuando se separaron del abrazo que duró cinco minutos, Penélope estaba dispuesta a dejar de esperar el obrar del destino y junto con las ganas de tocar su rostro por primera vez, llevó su mano hasta su mejilla y le hizo una caricia que él apreció cerrando los ojos. Seguidamente, él acarició su cabello. Habiendo salido airosa de su primer impulso. Penélope apuntó a sus bellos labios y lo besó. Escuchó a su corazón latir tan alto que se sonrojó. El beso duró apenas medio segundo y hasta ese momento había sido el mejor medio segundo de su vida. Inmediatamente, Julián la tomó nuevamente en sus brazos y la besó, sujetándola muy fuerte porque Penélope ya había perdido las fuerzas. — ¿Te vas a quedar?— le susurró en el oído. — Sí. — dijo ella rotundamente con un hilo de voz. — Yo mejor me voy. — dijo él y se separó de ella precipitándose hacia la puerta. Julián se marchó dejando a Penélope envuelta en la ensoñación, cinco segundos después volvió a aparecer en la cocina. — Me olvidé de mi abrigo y la laptop. — dijo y al pasar cerca de ella, rumbo a su habitación, la besó en los labios y siguió su camino apresurado. Cuando volvió a pasar la volvió a besar y este beso duró un poco más que el anterior. — Te quiero. — dijo él con sus ojos sinceros y se marchó con mucha premura. Penélope se había quedado inmóvil, todavía cargaba sus cosas.


Necesitaba unos minutos para volver a tocar el suelo. “¿Y ahora qué?” pensó. Él quería que se quedara, pero qué debía hacer. Haría lo mejor para ella, pensaría solo en su bienestar y lo que le convenía más era irse antes de terminar más loca de lo que ya se sentía. Marcharse y no volver a verlo, ni besarlo ni abrazarlo. Acababa de decidir que se quedaba. Fue a la habitación de Julián a instalarse para su pijamada solitaria, dejó sus cosas sobre el escritorio. Miró a su alrededor con una sonrisa que pronto se borró cuando le vino a la mente un pensamiento. “Se fue rápido porque se sintió inspirado de repente y me dejó parada como si nada” Tomó sus cosas y se encaminó hacia la puerta. Cuando tocó la manija recordó la última vez que la había tocado, revivió de repente el abrazo, las caricias y los besos. Se había quedado estática frente a la puerta mientras que aparentemente lucía ausente, por dentro estaba sintiendo todo de nuevo. Resolvió quedarse y volvió revoloteando pero antes de entrar a la habitación nuevamente se detuvo a recapacitar que era conveniente no seguirle el juego y obligarlo a obedecer las reglas que ella establecería para su relación. Acordando con ella misma, retomó el camino a la puerta. Una vez ahí le vino a la mente el “te quiero” dicho por sus bellos labios con su dulce voz. De esta manera regresó a la habitación para volver a recorrer el pasillo un minuto después. Así estuvo por media hora, hasta que fue sorprendida por Ernesto. — ¿Te vas? — dijo él con un viejo abrigo invernal encima de su camisa que había perdido varios botones y sus jeans gastados. Sin olvidar mencionar sus botines con la suela a medio despegar. — ¿Y Julián? — Se fue a la cafetería, me pidió que me quedara. — dijo ella dando explicaciones de su presencia en la casa. — ¿Entonces por qué te vas? — preguntó Ernesto en una actitud mucha más calmada que de costumbre. Penélope no le contestó nada. — Te veo indecisa. — Estoy indecisa. — Me voy a tomar una cerveza ¿Querés venir?— le propuso él, ella miró sus ojos color miel que apaciguados tenían un poco de dulzura en ellos, lo miró sorprendida. — No le quiero robar la novia a mi amigo, no te preocupes. — dijo soltando una risa que traía de vuelta al habitual


Ernesto. — No soy su novia. — No me quiero meter, ni siquiera me importa pero ¿Ves que alguno de nosotros esté en condiciones de tener una novia? ¿De formar una familia, de tener hijos? Elegimos un camino para no comprometer nuestros ideales, nuestros objetivos y con eso hemos sacrificado muchas cosas. A las mujeres no les gusta esta vida y no podemos ofrecerles nada. Creo que Julián está protegiéndote. — Es eso exactamente, el ya eligió lo que va a ser lo más importante en su vida y no hay nada que yo pueda hacer. Y la verdad es que si no estoy con él, voy a estar con otro y si a él no le importa entonces estoy perdiendo mi tiempo. Él me respeta pero eso no va a salvarme de salir de todo esto muy lastimada. — Penélope estaba al fin dejando salir todas las inquietudes que sentía desde que había conocido a Julián, lo insólito era estar abriéndose con la persona menos pensada. — Siempre me creí tan liberal, siempre odié a las mujeres necesitadas, a las que tienen el plan de novio, marido… siempre me pareció tan ridículo. El anillo de compromiso, el casamiento cursi… me provocaban aberración. Y ahora, me convertí en una de esas mujeres, buscando confirmación, buscando poner un título a esto, para sentir que mi corazón está a salvo queriéndolo. Estoy muy confundida. Ernesto la miraba absorto, no había esperado esta confesión y no sabía qué decir. — Te mato si le contás lo que te acabo de decir. — dijo cambiando drásticamente su actitud reflexiva. — Bueno, yo voy yéndome, buena suerte con tu confusión. — le dijo Ernesto y se marchó. Penélope no se dio cuenta de que Ernesto se había marchado, estaba sumida en una batalla contra ella misma, con la idiota que seguía todos sus impulsos sin pensar en las consecuencias y la sabia que quería preservarla y siempre le aconsejaba ser digna, valiente y superada. ¿Qué iba a ganar con ser orgullosa? ¿Podría hacer una excepción en la vida e involucrarse en algo sin futuro? ¿Podría dejar de pensar y solo vivir? No, no podía, era su característica pensar en todo, analizar las circunstancias hasta el cansancio. De todas maneras ya estaba involucrada, sin lugar a dudas, ya estaba irremediablemente enamorada de Julián. “Bueno, me quedo” resolvió cuando el reloj de la cocina marcó la una de la madrugada y recorrió por última vez el pasillo hacia la habitación de


Julián. Esta vez no se dormiría vestida con su incomodo atuendo. Abrió el ropero de Julián y eligió una remera que le quedaba muy amplia y cómoda y un pantalón de jogging largo que parecía muy confortable, encima se puso el suéter azul con el que lo había visto la primera vez. Era ridículo lo feliz que la hacía tener puesta su ropa y sentir un aroma muy similar al que había sentido cuando la había abrazado. Con la ayuda de las velas descubrió que a diferencia de la noche anterior, en la que la cama de Julián apenas tenía la funda de colchón y dos colchas, ahora estaba perfectamente vestida con sábanas y encima un acolchado. Él lo había planeado, qué suerte que había decidido quedarse o el gasto habría sido en vano. Eso no fue todo, sobre el escritorio había una bolsa plástica de supermercado con una nota que decía “Penélope”. En el interior de la bolsa encontró un cepillo de dientes y un desodorante que no era el que ella usaba pero le pareció adorable. La estaba ganando el sueño así que se fue al baño a cepillarse los dientes y después volvió a la habitación, se metió en la cama y verificó que las sabanas eran efectivamente nuevas. Apagó las velas que estaban en la mesa de luz y permaneció despierta unos minutos antes de caer en un profundo sueño del que no despertó hasta que la mano de Julián acarició su rostro. Penélope abrió sus ojos y se encontró la sonrisa de Julián, estaba sentado en la cama. El sol se escurría a través de la cortina. — Hola. — dijo él. Penélope se sentó en la cama y se frotó la cara. Él la abrazó largamente, a ella le encantó despertar así. — ¿Qué hora es? — balbuceó ella. — Las diez de la mañana. — le contestó —Volví para que desayunemos. — No quiero desayunar. — ¿No? ¿Por qué?— le preguntó sorprendido. — Quiero quedarme acostada, es domingo. — contestó ella acostándose


de nuevo, él se quedó mirándola con recelo. — Bueno, me voy a… ver si Felipe necesita mi ayuda. — tartamudeó e hizo un ademán para ponerse de pie. Penélope tiró de su mano y lo abrazó de acostada. Lo contuvo en el abrazo haciéndolo quedar tendido al lado de ella. Él se sacó los zapatos con la ayuda de sus pies y se quedó tendido rígidamente en la cama. Penélope lo cubrió con las colchas y se aferró a él en un abrazo pensando “nada es mejor que esto” y volvió a dormirse, eventualmente él se quedó dormido también. Penélope fue la primera en abrir los ojos, las cortinas aún estaban cerradas aunque el sol ya no intentaba traspasarlas. Miró a Julián durmiendo tranquilamente al lado de ella, se le estrujó el corazón cuando supo más que nunca que estaba frente al amor, no tenía dudas en ese sentido, por primera vez en su vida no tenía dudas, si él le pedía que se casasen y viviesen bajo un puente lo haría, si debía mantenerlo para que él pudiese concretar sus sueños lo haría, estaba dispuesta a llegar muy lejos por ese rostro que estaba contemplando, por esos brazos, torso, piernas y pies que se asomaban afuera de las colchas, se veían sus medias azules. Se preguntó si era conveniente despertarlo o dejarlo dormir, verlo dormir era igualmente satisfactorio, decidió no despertarlo hasta consultar la hora. Aunque estaba descansada y con las energías renovadas, no deseaba levantarse de la cama, los domingos son así. Juntó fuerzas para espiar la hora en su celular sin hacer un solo ruido. Eran las tres de la tarde. Volvió a acostarse, sabía que una vez que se levantase de la cama este bello instante de realización por tenerlo dormido tranquilamente a su lado, se iría para siempre. Se le ocurrió prepararle algo de comer. Vestida con la ropa de él, encontró unas zapatillas que le quedaron ridículamente grandes, de todos modos se las puso y se deslizó hacia la cocina cerrando antes la puerta, como resguardándolo del mundo caótico reinante afuera del cuarto. En la cocina se encontró con la desagradable montaña de trastos sucios, había pasado la mitad de un día y Felipe y Ernesto se habían encargado de devolverle a la cocina su aspecto usual. Suspiró antes de volcarse a la tarea de lavar todo pues si lavaba un plato por qué no lavar el resto de la pila.


La bolsa con el desayuno que no habían tomado estaba vacía en la mesa, ya habían pasado por ahí los otros dos habitantes de la casa. Penélope se enterneció con la bolsa vacía al pensar que Julián la había traído para ella. Al analizar la situación de comestibles en la casa, se encontró con café, azúcar, sal, unas papas, las bolsas de legumbres con pocos granos, saquitos de té y nada más. Recordó que el viernes a la tarde Julián había hecho las compras en el supermercado y ya no quedaba prácticamente nada. Además de no saber improvisar en la cocina sin la ayuda de una receta y de su madre, ya era muy tarde para delivery. Retornó a la habitación frustrada pero feliz de encontrar que él todavía dormía. Volvió a ocupar su lugar al lado de él en la cama. Se acomodó lo más plácidamente y miró el cielorraso sintiéndose tan dichosa que siempre relacionaría la felicidad con esa imagen. Pasaron apenas unos minutos y Julián se despertó. Penélope se alegró tanto que le dio los buenos días llenando su rostro de besos que provocaron una linda sonrisa en él, sus ojos aún no se abrían del todo. Después de besarlo le agarró las manos y las besó. — Hola, qué lindo despertarme así. — murmuró él, ella sintió la aprobación para seguir con sus muestras de afecto liberando las ganas contenidas. Tocaron a la puerta, Julián aprovechó para imponer el control que ambos estaban perdiendo. — ¿Quién es?— preguntó Julián sentándose en la cama para ponerse los zapatos. — ¿Quién carajo es? — dijo Penélope en voz más baja y se levantó de la cama. Julián abrió la puerta solo un poco y se encontró con sus dos compañeros de casa, parado uno al lado del otro. — ¿Qué les pasa a ustedes?— les dijo Julián sonriéndose por la sorpresa de encontrarlos a ambos. — No hay nada para comer. — dijo Felipe. — ¡No hay comida en la casa, Julián!— exclamó Ernesto.


— Y qué quieren que haga yo, vayan a comprar comida, no soy su mamá. — les respondió. — No hay nada abierto. — dijo Felipe. — ¡Se comieron nuestro desayuno!— gritó Penélope desde adentro de la habitación. — ¿Ella todavía está acá? ¿Qué ahora vamos a ser cinco en esta casa?— dijo Ernesto. — ¿Celoso?— dijo Penélope. — ¿Qué no somos esclavos de lo que hablamos y dueños de lo que callamos?— refutó Ernesto sin que Julián entendiese nada. — Y bueno, habrá que esperar a que abran, como en dos horas. — les dijo Julián y les cerró la puerta. — Yo invito el almuerzo-merienda si alguno de ustedes va a comprar. — dijo Penélope abriendo nuevamente la puerta. — Hecho, voy yo ¿de cuánto estamos hablando? — dijo Ernesto con un brillo inquietante en sus ojos color miel. — ¡Eh, basta de exprimir a Penélope!— exclamó Julián abriendo la puerta de par en par. — Yo quiero ser su mecenas, de los tres. Me convenció Ernesto con sus palabras nada egocéntricas sobre el talento, tanta humildad me conmovió. — dijo Penélope entretenida con la burla mutua entre ella y Ernesto. — De ninguna manera, no me siento cómodo sacándote plata para alimentar a estos piojosos —dijo Julián interrumpiendo la respuesta de Ernesto. — Es mi plata y hago lo que quiero. Si quiero alimentar piojosos, lo hago y punto. — replicó ella Julián no siguió con la discusión pero se quedó ensimismado pensando al respecto. — Julián, no quiero molestar pero necesito que me ayudés con la partitura antes de que se me olvide…— dijo Felipe un poco nervioso. Julián accedió y Penélope fue con ellos al depósito para presenciar el momento de la colaboración artística. Como Ernesto no tenía nada mejor


que hacer fue con ellos también. Algo bueno, Julián le tomó de la mano mientras caminaban hacia el depósito, algo malo, Ernesto. — ¿Qué te has puesto? ¿Qué tramás al disfrazarte de Julián? ¿Deshacerte de él para ocupar su lugar?— dijo Ernesto reconociendo en Penélope la ropa de Julián. En el depósito, mientras Julián y Felipe ponían manos a la obra, Penélope se sentó en un sofá destartalado, que seguramente había estado años atrás en la sala que ocupaba Ernesto. Ahora era utilizado por Felipe para descansar de sus composiciones. Ernesto se quedó de pie aunque había lugar para él en el sofá. En un rincón del depósito, Penélope reconoció en una bolita peluda a Malcolm, parecía ya tener elegidos los lugares en donde encontraba más confort para retozar y dormir. — Malcolm, Malcolm…— murmuró Penélope en voz bajita para no molestar a los que trabajaban. Malcolm tardó un poco en levantar su cabeza hacia ella y le echó una mirada entre indiferente e inquisitiva que hacía que sus ojos bonitos luzcan bravos. — No hagás eso ¿Para qué lo llamás?— le dijo Ernesto a Penélope. — Para acariciarlo. — le explicó ella sorprendida por la seriedad en la actitud de él. — Si se entera de que lo llamás por una tontería así se va a enojar, únicamente para asuntos importantes lo podés llamar. — explicó Ernesto. — ¿Asuntos importantes como qué? Es un gato. — dijo Penélope, entre impresionada y extrañada. — Cosas como comida y… comida. — respondió él. La tarea de Felipe y Julián no tardó demasiado. Penélope le pidió inmediatamente a Felipe que le tocara música aludiendo que en la casa había demasiado silencio que ella solía evadir dejando prendido el televisor como compañía. Felipe obedeció con gusto y le tocó una pieza de Chopin. Julián se sentó en el sofá al lado de ella, le agarró la mano nuevamente y la contuvo


entre las suyas. Ernesto permaneció parado en un rincón escuchando la música conmovido, intentando esconder el erizamiento de la piel de su brazo. Penélope apoyó su cabeza en el hombro de Julián y cerró los ojos para disfrutar de Fantaisie Impromptu. Al terminar de tocar la pieza, Ernesto estaba muy callado. Penélope, en cambio, aplaudió entusiasmada, estaba impresionada por la forma en que notas tan vigorosas habían sido tocadas por un ser de apariencia tan frágil. Penélope le pidió que tocara la bonita melodía que había escuchado el día anterior y que era de su propia autoría pero Felipe se negó indicando que no estaba terminado. Seguidamente, ella vio una guitarra que descansaba en un estante. — ¿Quién toca la guitarra?— preguntó. — Julián — respondió Felipe aliviado de poder trasladar la atención a otra persona. — ¿Ah sí?— dijo ella mirando a Julián con una sonrisa ansiosa — Toquen algo los dos. Julián agarró la guitarra y se tomó un momento para afinarla. Ernesto salió de su rincón y se paró al lado del piano, había hallado en un estante una pandereta y la tomó, listo para hacer su contribución musical. — Estoy listo, chicos ¿qué tocamos?— dijo Ernesto conteniendo la risa. Como nadie festejó su broma, se dejó caer sobre el sofá con muy poca gracia. Improvisadamente, Julián comenzó a tocar y Felipe no tuvo problemas para seguirlo. Penélope miró a Julián, durante los minutos que duró la canción, con una hipnótica fascinación. Aunque ella pidió otra canción Julián dejó la guitarra a un lado y Ernesto aprovechó para anunciar que ya eran las 5 de la tarde para ir a comprar la comida. Mientras Ernesto no estaba, los tres que habían quedado en la casa, prepararon la mesa. Ernesto gastó los cien pesos que Penélope le había dado, de todas maneras no fue mucho lo que pudo comprar. Al menos tendrían para la merienda y Julián podría cocinar algo para la cena. En cuanto a Penélope, ni siquiera se trató el tema sobre quedarse


hasta la cena. Se había olvidado ya de chequear su apariencia porque Julián la miraba con tanto amor que concluyentemente debía verse bien, por eso se quedó durante todo el día con la ropa de él y aparte de ponerse el desodorante que él le había comprado y atesorarlo como si fuese un anillo de diamantes, ni siquiera se miró al espejo. El resto del día pasó volando con una velocidad tal que ni aunque Penélope trató de atrapar el tiempo y aferrarse a los momentos que vivió con Julián, Felipe y Ernesto, no pudo evitar que se convirtieran en pasado y en recuerdo. Pero los labios de Julián habían impregnado los suyos, mientras caminaba a su departamento que se había quedado atrapado en un universo paralelo. Sintió que el amor de Julián la envolvía y la protegía de cualquier horrible pensamiento que antes podría haberla aterrorizado. Mientras caminaba bajo la luna llena y las estrellas brillantes, le vino una idea a la mente “los tiempos felices se convierten en pasado muy rápido, los tiempos tristes parecen prolongarse más como presente”. Capítulo 6: Futuro Esa noche, Penélope durmió en su propia cama, sintiéndola extrañamente fría y solitaria. A las 7 de la mañana sonó la alarma de su celular, lo primero fue una sonrisa con la idea de que vería a Julián ésa misma noche. Durante todo el día, Penélope llevó de acá para allá su sonrisa y su buen humor. Cada diez minutos un suspiro que intentaba liberar parte de la magia que él había plantado en ella y que en su ausencia se tornaba entrañable. “Él debe estar en la cafetería” pensó, en las horas de la mañana, en la oficina. “Él debe estar comiendo” pensó, mientras almorzaba con unos compañeros de trabajo, en el comedor de la empresa. “Él debe estar durmiendo” pensó durante la siesta. Mientras caminaba rumbo a su departamento recordó que en breve él se despertaría. Se dio una ducha revitalizante y después se ocupó de la cena que durante el resto de los días de esa semana llevaría a la casa de los artistas. El martes, después del trabajo, compró un mantel, un detergente y un par de toallas. El miércoles compró una bufanda para Julián, unos guantes con los dedos libres para Felipe y un chocolate para Ernesto. El jueves, un juguete para Malcolm. Todos los obsequios fueron recibidos con festejos,


especialmente por parte de Malcolm quien consideró que la entrega de un juguete era un asunto importante. El viernes, había pasado su jornada laboral soñando despierta. Después, tomó un baño de inmersión con burbujas, aceites y sales, se relajó tanto en el agua caliente que el timbre del portero electrónico le provocó un sobresaltó. No esperaba a nadie. Envuelta en una toalla blanca y goteando el piso de parquet, caminó hacia el living del departamento y contestó. — ¿Quién es? — Sofía, dejame subir un segundo. — dijo la voz de su amiga. Penélope tuvo que abrirle la puerta, de mala gana, pues tenía el tiempo cronometrado para vestirse y partir a casa de Julián, sin invitación mediante, tenía planeado dormir y permanecer en la casa hasta el domingo a la noche. Ésa noche no llevaría la comida porque Julián le había dicho que él cocinaría. Se secó el cuerpo con premura y se puso la bata, al pelo lo tenía todavía envuelto en una toalla, a modo de turbante. — Hola ¿A qué se debe esta sorpresa?— le dijo Penélope al abrir la puerta de par en par para que entrase. Sofía ingresó pero permanecieron de pie, cerca de la puerta. — El domingo nos juntamos y la Juli entregó las invitaciones de su casamiento. — anunció Sofía, sacando de su cartera el sobre con el nombre y apellido de Penélope. — Ah… ¿Por qué no me la trae ella?— indagó Penélope, después de un instante de silencio y sorpresivo desencanto. — Porque cree que te vas a decepcionar… que te vas a enojar, no sé. — No estoy enojada. Problema suyo si quiere ser infeliz de por vida. — ¿Quién tiene el coraje de cancelar dos meses antes su casamiento? — Sofía seguía con el brazo extendido, Penélope no tomaba la tarjeta. — Va a casarse igual, sabiendo que va a ser infeliz, para ella es mucho más grave ser soltera. Llamala y felicitala, qué sé yo... — dijo Sofía, Penélope asintió con la cabeza y tomó la tarjeta. Después le abrió la puerta para despedirla.


— Te aviso que debe tenernos lástima. — dijo Sofía con una sonrisa sarcástica — A mí, porque no tengo novio, ni cerca de tener uno. Y a vos, porque el tuyo es un escritor desempleado, en cambio su futuro marido es un abogado, que trabaja en el estudio de su familia y gana mucha plata. ¿Ves? Ella gana porque tiene lo mejor. — Sí… gracias Sofi, chau. Abrió la tarjeta una vez que Sofía se hubo marchado. Lo primero que leyó de aquel fino papel rectangular y blanco fue la frase “después de 8 años juntos ¡Nos casamos!”. La tarjeta era tan convencional como la pareja que se desposaba, el diseño, con aires de romanticismo incrementaba la hipocresía y la tristeza que le provocó todo el asunto. Depositó la tarjeta con desdén en el fondo del cajón de su mesa de noche, como si representase la condena de su amiga, reflexionó con impotencia sobre la cantidad de personas que ignoraban la simple noción de conocer sus deseos y cumplirlos, la base fundamental de la felicidad y la libertad. ¿Por qué condenarse a una vida de miseria cuando no hay necesidad para sacrificio semejante? ¿Estas personas no saben que son libres, que ni la opinión, ni la mirada de reprobación de nadie debe apresarlos? Después de la desazón le llegó una ráfaga de bienestar, era afortunada por saber algo que parecía un secreto más que una obviedad, se felicitó y se agradeció a sí misma, y se prometió que conscientemente trataría siempre de vivir a partir de este precepto. A continuación, se vistió con la ropa que tenía preparada sobre la cama y verificando la hora en su celular, advirtió que eran las diez menos cinco minutos. El camino que la llevaba hacia la casa, que siempre había estado acompañado por el anhelo desenfrenado de estar con Julián, esta vez, iba rítmicamente marcando sus pasos con los pensamientos de paz y tregua consigo misma. Llegó a la puerta de madera, alta y desgastada, cuando quiso tocar con fuerzas, la puerta se abrió. Penélope se sorprendió, pero supuso que por error la habían dejado abierta. Caminó por el sendero hasta la puerta de la cocina en donde descubrió una nota pegada en ella. Penélope: Sabemos que vas a llegar a las 10, nosotros nos fuimos a las 10 menos 20 para no dejar demasiado tiempo solo a Malcolm, se asustó mucho al vernos empacar y marcharnos, dejándolo a él atrás. Perdimos la casa. A Malcolm lo encontramos un día en nuestro patio, tenía apenas unos días de vida, por eso está muy acostumbrado a esta casa y a


nosotros. Afortunadamente, te conoce y no va a estar tan triste si te lo llevas. Por favor cuidalo, te dejamos una caja en la cocina con sus medicinas y el juguete que le has regalado vos. Nos mata no poder llevarlo con nosotros. Ernesto y Felipe PD: a las partes cursis me las dictó Felipe. ¿Cuántas emociones caven en una milésima de segundos? El dolor en la boca del estómago pareció reunir a todas en una insoportable decepción que progresó a medida que avanzó en la lectura de la nota. Necesitaba una fracción de segundo más para aceptarlo y entonces la atacó un profundo sentimiento de nostalgia y vacío. “Se han ido” se dijo cuando terminó de leer. “Se ha ido” pensó cuando la idea se hacía más y más real. Era la expectativa por la más dulce felicidad truncada por la más dolorosa decepción. De pronto, se le instaló el rostro de Julián en su mente, cerró los ojos y trató de mantenerla, trató de memorizársela porque sabía que con el transcurrir del tiempo se volvería borrosa y llegaría el momento en que ese adorado rostro se convertiría en un concepto. Ya estaba pensando en el futuro, debía refugiarse en la idea de un porvenir menos doloroso, un futuro en donde ya no le importe quedarse sin él, sola y sin él. Pero ahora, en el presente, era sencillamente insoportable y era absolutamente imposible ignorar semejante malestar, semejante pérdida. La idea que más dolor le causaba era mirar al futuro con el corazón tan lesionado. Se reprendió a sí misma por no haber sido capaz de huir cuando debió, se sintió culpable y se dio cuenta de que no había transcurrido ni un minuto completo desde que había leído la nota. La leyó nuevamente. En su mente buscó indicios que pudieran haber delatado este plan tan cruel de abandonarla. No descubrió nada nuevo, con la excepción de ciertas miradas tristes de Julián y abrazos muy prolongados en los últimos días. De pronto lo entendió, el motivo por el que Julián se mostraba tan indeciso, tan reservado, tan aprensivo. Él verdaderamente había tratado de protegerla, había intentado huir de ella pero no había podido y se había entregado en pequeñas dosis porque liberar su corazón la habría perjudicado. Trató de descubrir cómo el proceder discreto de Julián la perjudicaba menos, en realidad era más doloroso porque él era demasiado


ideal y permanecería así para siempre. Demasiado rápido se convirtieron en fantasmas, como si hubiesen partido a mundos lejanos en otra dimensión. Debió juntar valor para entrar a la casa por más de que la idea le resultó insoportable. Abrió la puerta y se introdujo con cautela en la oscuridad absoluta. La luz exterior le brindó ayuda para distinguir la mesa del comedor con sus eclécticas sillas que seguían allí, como si nada hubiese cambiado. Sobre la mesa había una vela y una caja de fósforos esperándola, también estaba la caja de cartón con las pertenencias de Malcolm. Encendió la vela y comprobó que los utensilios de la cocina ya no estaban. Se distrajo por un momento recordando el primer beso con Julián, que había tenido lugar en el mismo espacio en el que estaba parada. Pudo recrear la misma sensación empañada ahora por la tragedia del abandono, había sido su culpa regodearse tanto y aferrarse a esos momentos como pronosticando que llegaría el día en que se acabaría y efectivamente, ahora, se había acabado. Se sacudió la melancolía y recordó que Malcolm solía pasar mucho tiempo en el taller de arte de Ernesto. Recordó también que ingresar estaba terminantemente prohibido, abrió la puerta para descubrir que la maravillosa y colorida sala se había convertido en un lugar oscuro, frío y gris. Creyó verlo, tratando de hacerse invisible, en un rincón de la habitación, se acercó con vela en mano para una mejor percepción, efectivamente era Malcolm que al verla se escabulló en dirección a las habitaciones del fondo. — ¡Malcolm, no! No vayás para allá… — exclamó Penélope en voz alta —… al cuarto de Julián… — murmuró luego. Caminó por el pasillo, reviviendo nostálgicamente todo, mientras las paredes se teñían de soledad. Descubrió que el aroma de Julián aún flotaba en el aire y lo aspiró profundamente antes de que la desolación se lo llevase también. La puerta de la habitación estaba abierta, entró respirando hondo, tratando de amortiguar la tristeza. Estaba vacía, los estantes empotrados se veían desamparados sin sus libros y la ausencia de los muebles generaba un escalofriante efecto de eco. Curiosamente, una de las puertas del ropero estaba abierta de par en par, ya no estaba su ropa, sólo quedaban, en la inmensidad del vacío, el desodorante y el cepillo de dientes que él le había comprado, actuando como soportes de una hoja de


papel doblada, que sorpresivamente decía “Penélope” escrito con la letra de Julián. Su corazón dio un brinco. Al abrir la hoja de papel, se convirtió en una especie de carta de despedida, consideró que sería mejor leerla en su casa pero la curiosidad la hizo desistir de esa idea. Se sentó en el suelo y comenzó a leer iluminada por la tenue luz de la vela. Penélope: Hace un tiempo que soy consciente de este problema que nos despoja de nuestro hogar y refugio. Al principio fue tratar de impedirlo, sin encontrar solución intentamos resignarnos dignamente a nuestra miseria, sin permitir que el apego por algo material destruya nuestra moral. Para mí, esta casa era mi padre, mi madre, mi infancia y hasta hace unas horas, era mis amigos, era Penélope y mi libertad. Pero yo soy hijo de mis padres, por eso mis padres están en mí, mis amigos se van conmigo y a Penélope nunca voy a olvidar. Hace tiempo sé que este día llegaría y que nos marcharíamos, sé con certeza que en este viaje debo encontrar la forma de subsistir valiéndome por mí mismo. No te voy a mentir, esta vida es difícil, nunca podría arrastrarte a esto. No estaba en mis planes enamorarme, no busqué encontrarte, pero llegaste un día y porque te quiero, deseo que abraces tu libertad y que puedas encontrarla sin subordinar tu felicidad a la de alguien más. Tarde o temprano vas a saber que estoy obrando sin egoísmo, porque si dejaras todo por seguirme en mi errante búsqueda, soportando sacrificios y carencias, tu esencia dejaría de ser pura, mezclándose con la mía y perderías lo que te hace ser quien sos y eso es lo último que quiero. Te sumergirías en la amargura del arrepentimiento porque justo ahora estás en un momento único de tu vida, no tenés problemas sino un millón de posibilidades y cada una te va a llevar por un camino y una vida diferente, a esta decisión la tenés que tomar sola y pensando sólo en vos. Por eso prefiero que pensés en mí con cariño, solamente cariño, porque deseo con toda mi alma que tu corazón sea libre para sentir, vivir y desear. Te dejo mi amor y me llevo todo lo que me has dado. Mi intención es volver, pero no quiero que me esperés, insisto. No quiero que estés triste ni un solo segundo por mí.


Quiero estar presente en tu vida como un recuerdo constante de tu libertad. Julián. Ahora, decididamente, había llegado el momento de hacerle frente a la situación. Tenía que aceptar a Julián como un concepto intangible, con lo injusto que le resultaba aceptar súbitamente su ausencia física. Tenía que pensar en él con indiferente alegría, negando todo lo sucedido desde que el mundo se había vuelto mágico. En verdad no había nadie como él, su particularidad era hiriente y desesperante, ya lo extrañaba. Había dejado una huella indeleble que sería imposible borrar rápidamente. No podía descartar completamente la esperanza de su regreso, pero el implacable e indiferente tiempo seguía corriendo como si nada, sin escuchar suplica alguna. De ninguna manera iba a condenarse a la espera porque el tiempo no esperaría con ella y no quería que ni un solo instante se le escabullera. La vida continuaba, con este ineludible dolor, pero continuaba igual y si se volvían a ver, quería que la encontrase libre y realizada, pero no lo haría por él sino por ella. Él había llegado a su vida como la encarnación de la esperanza, pero cuando su mente logró aclararse, descubrió que siempre se había tratado de ella y a partir de ese momento todo iba a tratarse de ella. Con este pensamiento se sintió renovada. Dobló la carta y la guardó en su cartera. Y cuando suspiró profundamente, la opresión nostálgica en su pecho había cesado, se apoderó de ella la sensación maravillosa de haberse reunido con su fortaleza y paz interior, sentía calma y una sensación de bienestar. Se levantó del suelo y dio un último vistazo a la habitación antes de cerrar la puerta. En cuanto a Julián, Ernesto y Felipe, deseó con todo su corazón que encontrasen lo que buscaban, pues ellos poseían el privilegio de saber exactamente lo que querían. Ahora solo restaba encontrar a Malcolm, seguramente estaba en el depósito, otro lugar al que le gustaba ir para hacerle compañía a Felipe mientras éste tocaba su piano. El depósito también estaba vacío y silencioso pero sus paredes nunca dejarían ir del todo la música que habían albergado, tampoco Penélope. En el mismo rincón de siempre estaba el asustado Malcolm, tratando de volver a convertir en hogar a esa casona abandonada y triste. Penélope se puso en cuclillas y dejó la vela en el suelo. Con su más dulce tono de voz trató de hacerle entender que ya era hora de partir. Cuando


la miró con sus ojos aterrados y suplicantes, Penélope supo que había comprendido y le estiró los brazos. Velozmente, Malcolm se depositó en ellos, Penélope lo arrulló para consolarlo por todo el susto que había sufrido. — Vamos a casa Malcolm, ahora vas a vivir conmigo. — dijo ella con determinación, salieron del depósito y atravesaron los ambientes de la casa hasta llegar a la cocina. Tomó la caja de cartón con las cosas de Malcolm y al apagar la vela se marcharon para no volver. Penélope caminaba de regreso a su departamento con un gato, una caja y las dos notas de despedida que yacían en su cartera, conviviendo con objetos triviales. La noche estaba fría y el cielo estrellado. Se percibían algunas nubes en la lejanía, pero ella sabía que no iba a llover. Era una noche de viernes muy transitada, la gente pasaba por su lado sin percatarse de este cielo glorioso, del aire puro soplando levemente y del camino por delante, que se extendían hasta el infinito, demostrando que por cielo y por tierra, tenían un vasto mundo y no era necesario detenerse en ningún sitio. Entre tantos impasibles y desconocidos, la reconfortó la idea de que existía mucha gente capaz de inspirar y transformar al mundo. -Fin-


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