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¿Los cristianos como bebés llorones?
De manera implícita, el evangelio de la prosperidad pretende hacernos creer que la bendición de Dios, incluso la salvación de una persona, se compruebe por un alto estándar de vida. Esta doctrina no resiste ninguna prueba bíblica–es antibíblica. El Nuevo Testamento no la enseña en ningún lugar y tampoco la apoya indirectamente.
Si el evangelio de la prosperidad tuviera razón en lo que enseña, deberíamos concluir que Jesucristo, los apóstoles y la mayoría de los cristianos del primer siglo fueron unos fracasados sin éxito, que no conocieron este evangelio ni disfrutaron de sus bendiciones.
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El evangelio de la prosperidad es una falsa doctrina impregnada de filosofías paganas y cubierta con un glaseado de formas y palabras cristianas. Es una herejía que contribuyó a arruinar a Estados Unidos, destruyendo la fe de muchos. Un día se mostrará que muchos cristianos, incluso líderes, nunca fueron salvos. El evangelio de la prosperidad no es evangelio, sino idolatría.
Podemos sentir menosprecio al hedonismo de las élites y condenar los engaños y robos de los grandes negociantes de Wall Street, pero la gran vergüenza la deberían sentir aquellos falsos pastores que se han infiltrado en las iglesias en las últimas décadas. Es muy significativo lo que omiten en sus predicaciones. Nunca van a hablar de negarse a sí mismos (Mateo 16:24), de renunciar a vivir para uno mismo (Romanos 14:7), de tener como supremo objetivo de vida la gloria de Dios y no la satisfacción carnal del estómago y del apetito sexual.
El resultado de todo esto es que los países con alto nivel salarial están llenos de cristianos bebés, que solo toman leche y no soportan la “vianda” de la realidad y responsabilidad. Para Pablo, estos cristianos deberían avergonzarse. Les escribió: “…habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido” (He. 5:12); “porque aún sois carnales” (1 Co. 3:3); “pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (He. 5:14).
Y la mayor tragedia es que, cuando vengan tiempos económicos difíciles, muchos de estos cristianos bebés abandonarán la fe y comenzarán a odiar a Dios, porque, en realidad, les fue enseñado “otro dios”: un tío rico, que los llenaba de chucherías, juguetes, éxitos y reconocimientos tan pronto como llamaban a su línea de asistencia. Para ellos, Dios solo ha sido un medio para conseguir sus fines materiales.
¿Es posible que muchos nunca estuvieron realmente interesados en las riquezas celestiales?
Pero soltar eternas riquezas celestiales por un poco de lujo temporal, es una malísima política de inversión. En tiempos como el actual, tenemos que estar resueltos a no apartarnos ni a la derecha ni a la izquierda y fijar nuestra mirada en nuestro destino eterno y en las promesas de Dios.
¿Quién de nosotros no ha tenido momentos en los cuales se sentía tentado de culpar a Dios y a la patria de haberle fallado? Pues en lugar de vivir el sueño americano o de ver las bellas promesas de los predicadores hechas realidad, uno atraviesa penas y problemas desalentadores...
Muchos cristianos tienden a lamentarse ante Dios, como lo hizo Jeremías: “¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?” (Jer. 15:18b). Jeremías pensaba que merecía un trato preferencial porque caminaba con Dios y había sido obediente a su llamado. Quería hacer un trato con Dios. Le dijo: “No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo, porque me llenaste de indignación. ¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación?” (Jer. 15:17-18a).
¿Cuál fue la reacción de Dios? No aceptó ningún motivo de queja de parte de su profeta, solo le respondió: “Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás” (Jer. 15:19).
¿Y los doce apóstoles? Al hacer la voluntad de Dios, sin duda alguna fueron bendecidos con vestimenta noble y comestibles finos… ¿Realmente? –No, pasó lo contrario. Once de ellos murieron de una muerte antinatural; tuvieron que sufrir por su fe. ¿Fue esto justo? Pablo escribe: “antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero” (2 Co. 6:4-6).
La gran mentira ecuménica de los días postreros, de que se pueda servir tanto a Dios como a las riquezas, está muy generalizada hoy en día. Pero esto es imposible. “No podéis servir a Dios y a las riquezas”, dice Jesús en Mateo 6:24. Literalmente dice: “No podéis servir a Dios y a Mammón” (RVA), siendo Mammón la personificación de la avaricia y del amor al dinero. El evangelio de la prosperidad es un movimiento en el cual Mammón se ha disfrazado de religioso y aparenta un “temor de Dios cristiano”.
La verdadera Iglesia, si es que representa algo, es más bien un pobre remanente, no un grupo selecto lleno de riquezas materiales. En Apocalipsis 3:8, es precisamente una iglesia con poca fuerza a la cual el Señor Jesús le da una “puerta abierta”. Lejos está de desbordar de poder y riquezas mundanas. A este pequeño grupo de creyentes en Filadelfia, el Señor le promete: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra” (Ap. 3:10).
Pero también es cierto que encontramos grandes valores eternos en el privilegio de servir a Dios: la promesa inmerecida de la vida eterna y la indescriptible perspectiva celestial de permanecer para siempre en la presencia de Dios. Admito que el evangelio verdadero no sigue ninguna política de venta, no se va adaptando al gusto de los consumidores. Por eso no está muy interesado en él el pagano moderno, que solo busca lo que le dé ganancia aquí y ahora. No conoce la verdadera riqueza, no tiene idea de lo que significa invertir en la inviolable verdad de la Biblia. Su punto de referencia es terrenal y su margen de tiempo es corto.
Wilfred J. Hahn (Extracto abreviado del libro Die prophezeite Weltfinanzkrise)